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La más famosa novela de Tom Sharpe, en la que el autor no deja títere con cabeza. El protagonista, Henry Wilt, encadenado a un empleo demencial como profesor en un politécnico, acaba de ver postergado su ascenso una vez más. Mientras, las cosas no marchan mejor en casa, donde su maciza esposa, Eva, se entrega a imprevisibles arrebatos de entusiasmo por la meditación trascendental, el yoga o la última novedad recién olfateada. Wilt, que se siente impotente con respecto a su empleo, no vacila en entregarse a fantasías cada vez más asesinas y concretas acerca de su mujer, con la colaboración de una espectacular muñeca hinchable. A partir de la inopinada desaparición de Eva, Wilt se encuentra encartado como principal sospechoso de la presunta muerte de su esposa, y se pone en marcha una desopilante investigación policíaca...
Tom Sharpe
Tom Sharpe, l'escriptor més divertit i punyent en llengua anglesa, va néixer a Anglaterra el 1928. Educat a Lancing i Pembroke College, Cambridge, va fer el servei militar als Marines abans d'anar a Sud-àfrica l'any 1951. El 1961 les autoritats sud-africanes el van deportar. Del 1963 al 1972, va ser professor d'història al Cambridge College of Arts and Technology.Les aventures del seu personatge més cèlebre, Wilt, es poden trobar a Columna: Wilt; Wilt, més que mai; i Wilt, els alternatius i els terroristes i Wilt s'ha perdut. Ara, després d'Els Grope, la història d'una nissaga ben especial, ens arriba l'última aventura del personatge que ha fet Tom Sharpe mundialment famós: L'herència de Wilt.
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Comentarios para Wilt
425 clasificaciones7 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Mar 5, 2022
One of the funniest books written in English.
As there are very few laugh-out-loud books, I've decided to add a small shelf here to put the ones I've read on. :-)
BTW being humorous is not the opposite of being serious - if anything it is the opposite of being boring. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Oct 23, 2022
This is frickin hilarious. This chap named Henry Wilt is an instructor in a Technical College, in the Liberal Studies program, in Ipwell, and he teaches classes of Butcher Apprentices, Pipelayer Apprentices, Gaspipelayer Apprentices...well, you get the idea. He hands them out books like"Lord of the Flies," and he really hates his job. He hates his wife, he hates his life. Walking the dog while his wife does yoga at home, he fantasizes about murdering her. Henry Wilt will tell you"Be careful what you wish for." I will be reading Wilt No. 2. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Nov 9, 2019
It starts off a bit weak, with an implausible and off-puttingly odd plot. But soon it becomes quite funny, and a real page-turner. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Aug 3, 2019
Wilt was my first introduction to the written work of Tom Sharpe, or so I thought until a quarter of the way through, when I realized I had actually watched the film adaptation starring Mel Smith and Griff Rhys Jones I couple of decades previous. Wilt drips with dry British humor that satirizes the cultural formalities and class division while somehow defending it at the same time. Wilt inadvertently frames himself for the murder of his wife - who isn't even dead, mind you - and through his constant attempts to clear his name provokes the reactionary disapproval of the local constabulary, his academic peers, and practically everybody else that gets drawn into the growing avalanche of complications. Things spin even further out of control when Wilt finds himself enjoying it. Yes, there is a blow-up sex doll involved, but the humor revolving dear Judy has less to do with its existence than the reaction to it. Wilt excels as a hilarious work also because the novel's hero Henry Wilt - beleaguered literature professor and married man - is just as off-kilter (if not more so) than the rest of characters galivanting through this comedy of errors. Fans of British humor will really get a kick out of Wilt. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Mar 24, 2017
Wilt - Tom Sharpe ***
I remember years ago my parents both reading Wilt and enjoying it, and then there came the film with Mel Smith and Griff Rhys Jones which I can vaguely remember watching (even though I probably shouldn’t have). I had heard of Tom Sharpe but never picked any of his books up. I was aware that Wilt was part of a series so thought I would start at the beginning...
Henry Wilt is a polytechnic tutor who has been stuck in the same job and at the same level for a number of years. At home he has domineering wife, Eva, who befriends an American couple and becomes drawn into their hippyish way of life. After an incident involving a blow-up doll at a party, Eva goes off on a boat trip with her new friends, leaving Wilt at home with only the doll for company. Normally a quiet sort of chap he now begins to imagine how his life would be without her, and using the doll as a makeshift Eva on which to practice his plans, one night he disposes of the sex toy in a sort of trial run. Unfortunately for him things don’t go as smoothly as he would have liked, and soon he attracts the attention of the local constabulary.
This has to be one of those books where I need to hold my hands up in the air and say the reason I didn’t like it that much was probably me. I have heard and read so many positive things about Wilt that there can’t really be any other explanation. I just didn’t find it all that funny. Yes, it was well written and yes, it had an inventive and original plot, but did it do the job I bought it for and make me laugh? Nope. Not even a stifled giggle. Ah well, better luck next time. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Aug 14, 2011
A brilliant takedown of bureaucracy. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
May 31, 2011
Perhaps it is the rave reviews this paperback comes equipped with that create a sense of resistance in me, but I didn’t find Wilt to be laugh-out-loud funny as some people seem to. The first two-thirds of the book are reasonably entertaining as a professor at a second- (or third-rate) British University finds himself accused of murder after a debauched party at the house of a visiting American professor. I’m not sure if author Sharpe intends for the American professor and his wife to be representative of Americans in general or just American academics, but they don’t have enough depth to them to rise above caricatures, and while their sniping at each other can be entertaining, it never rises to “Who’s Afraid of Virginia Woolf” levels. On the other hand, as the novel winds its way to its close, the character development of Wilt and his wife, Eva, is quite fascinating. Wilt’s unperturbed response to marathon questioning by the police reveals his character to be a lot tougher than we originally imagined, and his wife, despite Wilt’s opinion of her, shows a few strengths of her own.
All along, we have a subplot of inter-faculty squabbles about a new joint studies program, while the police are digging for the body in the background, as viewed by a lot of convenient windows. All in all, this seems rather a 1970s period piece with its talk of women's liberation and various sexual peccadilloes, but it has its rewards.
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Wilt - J.M. Álvarez Flórez
Índice
Portada
Wilt
Créditos
Notas
Para Carne Uno
1
Siempre que Henry Wilt sacaba al perro a pasear o, para ser más precisos, cuando el perro le sacaba a él o, para ser exactos, cuando la señora Wilt les decía a ambos que se fuesen de casa para que ella pudiese hacer sus ejercicios de yoga, Henry siempre seguía la misma ruta. De hecho el perro seguía la ruta y Wilt seguía al perro. Bajaban hasta la oficina de correos, cruzaban el campo de juegos, luego el puente del ferrocarril y seguían por el sendero que bordeaba el río. Continuaban, siguiendo el río, poco más de kilómetro y medio y luego cruzaban otra vez por debajo de la vía férrea y volvían recorriendo calles cuyas casas eran mayores que la de Wilt y donde había árboles grandes y jardines y los coches eran todos Rovers y Mercedes. Era allí donde Clem, un labrador de raza, se sentía evidentemente más a gusto, y hacía sus cosas mientras Wilt esperaba mirando alrededor un poco inquieto, consciente de que aquél no era su tipo de barrio y deseando que lo fuese. Era prácticamente el único momento de su paseo en que él tenía una cierta conciencia de su entorno. Durante el resto del trayecto el paseo de Wilt era un paseo interior y seguía un itinerario completamente distinto de su propia apariencia y de la de su ruta. Era en realidad una jornada de pensamiento ávido, un peregrinaje por sendas de posibilidad remota que implicaban la desaparición irrevocable de la señora Wilt, la adquisición súbita de riqueza, de poder, lo que haría él si le nombrasen ministro de educación, o, aún mejor, primer ministro. Era algo urdido en parte con una serie de recursos desesperados y en parte con un diálogo mudo, de tal modo que quien reparase en Wilt (y la mayoría de la gente no lo hacía) podría haber visto que sus labios se movían de cuando en cuando y que se le fruncía la boca en lo que él suponía cariñosamente una sonrisa sardónica cuando abordaba cuestiones o respondía a argumentaciones con una agudeza de ingenio devastadora. Fue precisamente durante uno de esos paseos, bajo la lluvia, tras un día especialmente penoso en la escuela, cuando Wilt consideró por primera vez la idea de que sólo podrían cristalizar sus esperanzas y podría considerar su vida algo propio si su mujer era víctima de algún desastre no del todo fortuito.
Esto, como todo lo demás en la vida de Henry Wilt, no fue una decisión súbita. No era un hombre decidido. Prueba de ello eran sus diez años de profesor auxiliar (Nivel Dos) en la Escuela de Artes y Oficios Fenland. Llevaba 10 años en el Departamento de Artes Liberales dando clases a los alumnos de Instalación de gas, Enyesado, Albañilería y Lampistería. O manteniéndolos en calma. Y durante diez largos años se había dedicado a ir de clase en clase con dos docenas de ejemplares de Hijos y amantes o Ensayos de Orwell o Candide o El señor de las moscas y había hecho todo lo posible por ampliar la sensibilidad de los aprendices con una notable falta de éxito.
«Exposición a la cultura», lo llamaba el señor Morris, director de Humanidades, pero desde el punto de vista de Wilt parecía más una exposición de sí mismo a la barbarie, y ciertamente la experiencia había socavado los ideales y las ilusiones que había sustentado en sus años mozos. Lo mismo habían hecho sus doce años de matrimonio con Eva.
Si los aprendices de instaladores de gas podían pasar por la vida totalmente impermeables al sentido emotivo de las relaciones interpersonales que se refleja en Hijos y amantes, y divertirse groseramente con la indagación profunda de D. H. Lawrence en el carácter sexual de la existencia, Eva Wilt era incapaz de tal distanciamiento. Ella se lanzaba a las actividades culturales y al cultivo y mejora de su personalidad con un entusiasmo que atormentaba a Wilt. Peor aún, la idea que Eva tenía de la Cultura variaba de una semana a otra, incluyendo a veces a Bárbara Cartland y a Anya Seton, a veces a Ouspensky, a veces a Kenneth Clark, pero más a menudo al instructor de la clase de cerámica de los martes o al profesor de meditación trascendental de los jueves, de modo que Wilt nunca sabía qué podía esperarle en casa, aparte de una cena preparada precipitadamente, algunos comentarios vigorosamente expuestos sobre su falta de ambición y un insulso eclecticismo intelectual que le dejaba desorientado. Para huir del recuerdo de los aprendices instaladores de gas como seres humanos putativos y de Eva en la posición del loto, Wilt caminaba por la orilla del río entregándose a sombríos pensamientos, oscurecidos aún más por la certeza de que por quinto año consecutivo su solicitud de ascenso a la condición de profesor titular era casi seguro que fuese rechazada y que, a menos que hiciese algo pronto, quedaría condenado a Instaladores de Gas Tres y Yeseros Dos (y a Eva) para el resto de su vida. No era una perspectiva soportable. Tenía que actuar de modo drástico. Por encima de su cabeza pasó atronando un tren. Wilt se quedó mirando sus luces menguantes y pensó en accidentes en pasos a nivel.
–Está tan raro últimamente –dijo Eva Wilt–, no sé qué hacer con él.
–Yo ya he dejado de intentarlo con Patrick –afirmó Mavis Mottram examinando críticamente el jarrón de Eva–. Yo pondría el altramuz un poquito más a la izquierda. Así ayuda a subrayar las cualidades oratoriales de la rosa. Ahora el lirio aquí. Hay que intentar conseguir un efecto casi audible de contraste de colores. Como un contrapunto, podríamos decir.
Eva asintió y suspiró.
–Antes estaba lleno de energía –dijo–, pero ahora no hace más que estarse en casa sentado viendo la tele. Lo único que puedo conseguir que haga es sacar al perro a dar un paseo.
–Probablemente eche a faltar los niños –dijo Mavis–. Sé que a Patrick le pasa eso.
–Eso es porque tiene algo que echar de menos –dijo Eva Wilt amargamente–. Henry es incapaz de desarrollar la energía necesaria para ello.
–Lo siento mucho, Eva. Lo olvidé –dijo Mavis, colocando el altramuz de modo que contrastase más significativamente con un geranio.
–No tienes por qué sentirlo –contestó Eva, que no incluía la autocompasión entre sus defectos–, supongo que es mejor así, además. Quiero decir que, bueno, imagínate que tuviese hijos que fuesen como Henry. Es tan poco creativo, y además los niños son tan insoportables. Le absorben a una toda la energía creadora.
Mavis Mottram pasó a ayudar a alguna otra señora a lograr un efecto contrapuntístico, esta vez con berros y malvas reales en un cuenco de cerezas. Eva jugueteó nerviosa con su rosa. ¡Mavis tenía tanta suerte! Tenía a su Patrick, y Patrick Mottram era un hombre muy activo. Eva, a pesar de su situación, daba mucha importancia a la actividad, a la energía y a la creatividad, de tal modo que incluso las personas que no eran demasiado impresionables quedaban agotadas tras diez minutos en su compañía. Hasta en la posición del loto en sus clases de yoga lograba exudar energía, y en sus tentativas de meditación trascendental evocaba una olla a presión en plena ebullición. Y con la energía creadora llegaba el entusiasmo, los entusiasmos febriles de una mujer evidentemente insatisfecha para la que toda idea nueva anuncia el alborear de un nuevo día y viceversa. Dado que las ideas que abrazaba eran triviales o le resultaban incomprensibles, su fidelidad a tales ideas era correspondientemente breve y no contribuía en absoluto a llenar el vacío que dejaba en su vida la falta de logros y triunfos de Henry Wilt. Mientras él vivía en su imaginación una vida violenta, Eva, que carecía totalmente de imaginación, de hecho vivía violentamente. Se lanzaba a cosas, situaciones, nuevas amistades, grupos y encuentros con un abandono temerario que ocultaba el hecho de que carecía de vigor emotivo para persistir más de un momento. De pronto, al retroceder separándose de su jarrón, tropezó con alguien que estaba detrás de ella.
–Oh, perdón –musitó y se volvió y se encontró mirando a un par de ojos oscuros.
–No tiene por qué disculparse –dijo la mujer, con acento americano. Era delgada y vestía con una descuidada elegancia que quedaba por encima de los modestos ingresos de Eva Wilt.
–Me llamo Eva Wilt –dijo Eva, que había hecho un curso de «Cómo conocer gente» en el Oakrington Village College–. Mi marido da clases en la Escuela de Artes y Oficios y vivimos en la Avenida Parkview 34.
–Sally Pringsheim –dijo la mujer con una sonrisa–. Nosotros vivimos en Rossiter Grove. Disfrutamos de año sabático. Gaskell es bioquímico.
Eva Wilt aceptó las diferencias y se felicitó por su perspicacia respecto a los vaqueros y el jersey. La gente que vivía en Rossiter Grove estaba un escalón por encima de la Avenida Parkview, y los maridos bioquímicos en año sabático eran obviamente profesores universitarios. El mundo de Eva Wilt se componía de estos matices.
–Sabes, no estoy nada segura de que pudiese convivir con una rosa oratorial –dijo Sally Pringsheim–. Las sinfonías están muy bien en las salas de conciertos pero no las necesito para nada en los jarrones.
Eva la miró con una mezcla de asombro y admiración. Criticar abiertamente los arreglos florales de Mavis Mottram era una completa blasfemia en la Avenida Parkview.
–Sabes, yo siempre he querido decir eso –dijo con un súbito impulso de cordialidad– pero nunca he tenido suficiente valor para ello.
Sally Pringsheim sonrió y dijo:
–Yo creo que hay que decir siempre lo que se piensa. La verdad es algo esencial en cualquier relación realmente significativa. Yo a nene G. siempre le digo exactamente lo que pienso.
–¿Nene G.? –preguntó Eva Wilt.
–Gaskell, mi marido –dijo Sally–. No es que sea un marido en realidad. Sólo que hemos hecho este arreglo libre para vivir juntos. En fin, estamos en una situación legal y todo eso, pero creo que es importante sexualmente mantener abiertas las propias opciones, ¿no crees?
Cuando Eva llegó a casa, su vocabulario había pasado a incluir varias palabras nuevas. Encontró a Wilt en la cama haciéndose el dormido, y le despertó y le explicó lo de Sally Pringsheim. Wilt se giró e intentó volver a dormirse pensando que ojalá se hubiese limitado a seguir con su arreglo floral de contrapunto. Las opciones libres, sexualmente abiertas, eran lo último que deseaba él en aquel momento y, procediendo de la esposa de un bioquímico que podía permitirse el lujo de vivir en Rossiter Grove, no auguraban nada bueno para el futuro. A Eva Wilt la influían demasiado fácilmente la riqueza, el estatus intelectual y las nuevas amistades para que pudiese permitírsele salir con una mujer que creía que la estimulación clitórica de tipo oral era una parte concomitante de una relación totalmente emancipada y que el unisex estaba aquí para quedarse. Wilt tenía problemas suficientes con su propia virilidad sin necesidad de que Eva exigiese que sus derechos conyugales se suplementasen oralmente. Pasó una noche inquieta entregado a lúgubres pensamientos sobre muertes accidentales con trenes rápidos, pasos a nivel, su Ford Escort y el cinturón del asiento de Eva, y se levantó temprano y se hizo el desayuno. En el momento en que salía para una clase a las nueve en punto a Mecánica de Motor Tres, bajaba Eva por las escaleras con una expresión soñolienta en la cara.
–Acabo de recordar algo que quería preguntarte anoche –dijo–. ¿Qué significa «diversificación transexual»?
–Escribir poemas sobre maricas –dijo precipitadamente Wilt, saliendo hacia el coche.
Bajó por la Avenida Parkview y se metió en un embotellamiento de tráfico en la rotonda. Se dedicó a maldecir mentalmente mientras esperaba sentado allí tras el volante. Tenía treinta y cuatro años y su talento iba disipándose entre Mecánica de Motor Tres y una mujer que, sin lugar a dudas, era culturalmente subnormal. Y, más grave aún, tenía que admitir la veracidad de la constante crítica de Eva de que él no era un hombre. «Si fueses un hombre como es debido», le decía siempre, «mostrarías más iniciativa. Tienes que afirmarte como individuo».
Wilt se afirmó en la rotonda y se metió en un altercado con un tipo de un minibús. Quedó el segundo, como siempre.
–Lo que pasa con Wilt, en mi opinión, es que le falta empuje –dijo el jefe del Departamento de Inglés que era, por su parte, un hombre débil que tendía a enfocar y resolver los problemas con un grado de error que compensaba su falta natural de autoridad.
El Comité de Ascensos asintió con un gesto global de cabeza por quinto año consecutivo.
–Quizá le falte empuje, pero es un individuo comprometido –dijo el señor Morris, librando su combate anual desde la retaguardia en favor de Wilt.
–¿Comprometido? –preguntó con un bufido el jefe del Departamento de Abastecimiento–. ¿Comprometido con qué? ¿El aborto, el marxismo o la promiscuidad? Ha de ser con una de esas tres cosas. Aún no he conocido ni a un solo profesor auxiliar de Humanidades que no fuese un chiflado, un pervertido o un revolucionario radical, y muchos de ellos eran las tres cosas.
–Bien, bien –dijo el jefe del Departamento de Ingeniería Mecánica, en cuyos tornos un alumno chiflado había fabricado varias bombas de tubería.
El señor Morris se encrespó.
–Admito que uno o dos profesores auxiliares han sido..., en fin..., un poco exaltados políticamente, pero rechazo la imputación de que...
–Dejemos las generalidades a un lado y volvamos a Wilt –cortó el subdirector–. Decía usted que es una persona comprometida.
–Necesita aliento –dijo el señor Morris–. Demonios, el hombre lleva diez años con nosotros y aún sigue en el Grado Dos.
–Eso es precisamente lo que quiero decir yo cuando digo que no tiene empuje –dijo el jefe del Departamento de Inglés–. Si se hubiese merecido un ascenso, ya se le habría nombrado profesor titular.
–He de decir que estoy de acuerdo –dijo el jefe del Departamento de Geografía–. Un individuo que acepta pasar diez años con Instalaciones de Gas y Lampistería es evidente que no tiene condiciones para desempeñar un puesto administrativo.
–¿Tenemos que ascender únicamente por razones administrativas? –preguntó cansinamente el señor Morris–. Da la casualidad de que Wilt es un excelente profesor.
–Si se me permite un comentario –dijo el doctor Mayfield, jefe del Departamento de Sociología–, en este momento es vital que tengamos en cuenta que, dada la introducción inminente del título de licenciatura especial conjunta en Estudios Urbanos y Poesía Medieval, título cuya aprobación provisional por el Consejo Nacional de Títulos Académicos tengo el placer de anunciar, al menos en principio, mantengamos una actitud viable en cuanto al personal en lo que respecta a los profesores titulares, adjudicando plazas a candidatos con conocimientos especializados en esferas determinadas de la actividad académica en vez de...
–Si se me permite interrumpir sólo por un momento –dijo el doctor Board, titular de Idiomas Modernos–, ¿quiere usted decir que deberíamos tener puestos de profesores titulares para especialistas muy cualificados que no saben enseñar en vez de ascender a profesores auxiliares sin doctorado que sí saben?
–Si el doctor Board me hubiese permitido continuar –dijo el doctor Mayfield– habría podido entender que lo que yo decía...
–Dudo que –continuó el doctor Board–, prescindiendo de su sintaxis...
Y así por quinto año consecutivo se olvidó el ascenso de Wilt. La Escuela de Artes y Oficios Fenland se estaba ampliando. Proliferaban los cursos nuevos y aparecían más estudiantes con menos cualificaciones para que les enseñasen más profesores con más cualificaciones, hasta que un día la escuela dejase de ser una mera Escuela de Artes y Oficios y ascendiese de estatus pasando a ser Escuela Politécnica. Era el sueño de todo jefe de departamento y mientras tanto se ignoraban el amor propio de Wilt y las esperanzas de Eva Wilt.
Wilt se enteró de la noticia justo antes de comer en la cantina.
–Lo siento, Henry –dijo el señor Morris cuando hacían cola con sus bandejas–, es esta condenada presión económica. Tuvieron que hacer una reducción hasta en Idiomas Modernos. Sólo hubo dos ascensos.
Wilt asintió con un cabeceo. Era lo que había llegado a esperar. Un departamento inadecuado, un matrimonio inadecuado y una vida inadecuada. Se llevó sus filetes de pescado a una mesa de un rincón y comió solo. A su alrededor otros miembros del personal discutían las perspectivas del Nivel A y quién se sentaría en el Comité de Cursos al año siguiente. Enseñaban Matemáticas o Economía o Lengua, materias que contaban y donde el ascenso era fácil. Humanidades no contaba y no se planteaba el ascenso. Era así de sencillo. Wilt terminó su almuerzo y subió a la biblioteca de libros de referencia a buscar insulina en la farmacopea. Tenía entendido de que era el único veneno indetectable.
A las dos menos cinco, sin saber más que antes, bajó al aula 752 a ampliar la sensibilidad de quince aprendices de carniceros, designados en el tablón de horarios como Carne Uno. Como siempre llegaron tarde y borrachos.
–Hemos estado bebiendo a la salud de Bill –se excusaron cuando fueron entrando a las dos y diez.
–¿De veras? –dijo Wilt, entregándoles ejemplares de El señor de las moscas–. ¿Y qué tal está Bill?
–Muy mal –dijo un joven grande que tenía pintado en la espalda de su chaqueta de cuero «Puaf»–. Vomita sin parar. Es su cumpleaños y se tomó cuatro vodkas y un Babycham.
–Estábamos en la parte en que Piggy está en el bosque –dijo Wilt, desviándoles de una enumeración de todo lo que había bebido Bill por su cumpleaños. Cogió el borrador y borró de la pizarra el dibujo de un diafragma.
–Ésa es la marca de fábrica del señor Sedgwick –dijo uno de los carniceros–. Siempre está hablando de anticonceptivos y cosas así. Está obsesionado con eso.
–¿Que está obsesionado con eso? –dijo lealmente Wilt.
–Sí, ya sabe, control de la natalidad. Bueno, antes era católico, ¿no? Y ahora ya no lo es, y quiere compensar el tiempo perdido –dijo un jovencito de pálido rostro desenvolviendo un caramelo.
–Alguien debería hablarle de la píldora –dijo otro joven alzando soñoliento la cabeza de la mesa–. Con el chisme ese no puedes sentir nada. La píldora es mucho más emocionante.
–Supongo que sí –dijo Wilt–, pero tengo entendido que hay efectos colaterales.
–Depende del lado que te la tomes –dijo un tipo de patillas.
Wilt volvió a regañadientes a El señor de las moscas. Había leído ya aquel libro unas doscientas veces.
–Ahora Piggy se adentra en el bosque... –comenzó, para ser interrumpido por otro carnicero, que evidentemente compartía su aversión a las desdichas de Piggy.
–Sólo hay efectos secundarios con la píldora si usas la que tiene mucho estrógeno.
–Eso es muy interesante –dijo Wilt–. ¿Estrógeno? Pareces saber mucho sobre el asunto.
–A una chica de nuestra calle se le formó un coágulo en una pierna.
–Coágulo de mierda –dijo el del caramelo.
–Escuchad –dijo Wilt–. O bien oímos lo que tenga que decirnos Peter sobre las secuelas de la píldora o seguimos leyendo lo de Piggy.
–Que Piggy se vaya a la mierda –dijo el de las patillas.
–Bueno –dijo Peter–, la chica esa, en fin no era tan mayor, unos treinta, quizás, y estaba tomando la píldora y se le formó ese coágulo y el médico le dijo a mi tía que era el estrógeno y que era mejor que tomase otro tipo de pastillas por si acaso, y la chica esa de nuestra calle, su marido tuvo que ir a hacerse una vasectomía para que no le saliera otro coágulo a ella.
–Por aquí iban a hacerme a mí una vasectomía –dijo el del caramelo–; yo quiero saber que estoy todo entero en el asunto.
–Todos tenemos ambiciones –dijo Wilt.
–A mí no me anda nadie hurgando por ahí con un cuchillo –dijo el de las patillas.
–Nadie va a querer hacerlo –dijo otro.
–¿Y qué me dices del tipo aquel a cuya mujer te tiraste? –inquirió el del caramelo–. Apuesto a que a ése no le importaría darte una pasada.
Wilt esgrimió de nuevo la amenaza de Piggy y logró hacerles volver a la vasectomía.
–De todos modos ya no es irreversible –dijo Peter–. Te pueden poner una canilla pequeñita de oro con un grifo y puedes abrirlo cuando quieras tener un chaval.
–¡Venga ya! Eso no es verdad.
–Bueno, en la Seguridad Social no te lo hacen, pero si pagas pueden hacértelo. Lo he leído en una revista. Han estado haciendo experimentos en América.
–¿Y qué pasa si se estropea el grifo? –preguntó el del caramelo.
–Supongo que avisarán a un fontanero.
Wilt escuchaba allí sentado cómo Carne Uno se explayaba analizando el asunto de la vasectomía y del diafragma y de los hindúes recibiendo transistores gratis y del avión que aterrizó en Audley End con un montón de inmigrantes ilegales y de lo que el hermano de alguien que era policía en Brixton decía de los negros y que los irlandeses eran igual de malos y las bombas y vuelta a los católicos y al control de la natalidad y quién iba a querer vivir en Irlanda donde ni siquiera podías comprar condones y vuelta así a la píldora. Y durante todo ese tiempo él con la cabeza obsesivamente asediada con formas y métodos de librarse de Eva. ¿Una dieta de píldoras anticonceptivas ricas en estrógeno? Si las machacaba y las mezclaba con el Ovaltine que ella tomaba al acostarse había posibilidades de que se le formasen coágulos por toda la zona en muy poco tiempo. Pero acabó rechazando la idea. Eva con coágulos era algo demasiado horroroso para poder soportarlo, y de cualquier modo no resultaría.
No, tendría que ser algo rápido, seguro e indoloro. Preferiblemente un accidente.
Una vez concluida la hora de clase, Wilt recogió los libros y se dirigió de nuevo a la sala de profesores. Tenía un período libre. Al dirigirse allí hubo de pasar por el lugar donde estaban construyendo el nuevo edificio de la Administración. Habían despejado el terreno y ya se habían instalado allí los constructores, que estaban excavando los cimientos. Wilt se detuvo y observó cómo la máquina perforadora iba hundiéndose lentamente en el suelo. Estaban haciendo agujeros grandes. Muy grandes. Lo suficiente como para contener un cadáver.
–¿Hasta qué profundidad excavan? –preguntó a uno de los trabajadores.
–Diez metros.
–¿Diez metros? –dijo Wilt–. ¿Y cuándo van a echar el hormigón?
–Con un poco de suerte, el lunes –dijo el hombre.
Wilt continuó su camino. Acababa de ocurrírsele una nueva idea absolutamente horrible.
2
Era uno de los días especiales de Eva Wilt. Eva tenía días normales, días especiales y días de «ésos». Los días normales eran sólo días en que nada iba mal: lavaba los platos y pasaba el aspirador por la habitación de la entrada y limpiaba los cristales de las ventanas y hacía las camas y echaba Vim en el baño y limpiaba con Harpic el inodoro y se acercaba hasta el Centro Comunitario Armonía y ayudaba a hacer fotocopias o a ordenar ropa vieja para la venta benéfica y, en términos generales, desarrollaba actividades útiles y volvía luego a casa a almorzar y se iba a la biblioteca y tomaba el té con Mavis o Susan o Jean y hablaban de la vida y de lo poquísimo que Henry le hacía el amor últimamente, aunque fuese de modo rutinario, y cómo ella había perdido su oportunidad al rechazar a un empleado de banca que ahora era director, y volvía a casa y le hacía la cena a Henry,