Lágrimas Secas
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Francisca Vallejo Remolí
Francisca Vallejo Remolí nació hace tanto tiempo que ya no se acuerda. Su inclinación a la poesía empezó a muy temprana edad ,con un mal sueño que le dio por escribir, y los años han hecho lo demás. Madrileña nacida en la calle López de Hoyos, 93, que por entonces se le llamaba a la zona La Prosperidad («un poco sarcástico, ya que era bastante pobre en su día», nos dice la autora). El día que dijo que «Sí» a su esposo sabía que tarde o temprano tendría que residir en USA. Nacido de padres noruegos, se enamoro de tal forma que fue el primer y último hombre de su vida, padre de sus tres hijos y protagonista de muchos de los poemas aquí escritos.
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Lágrimas Secas - Francisca Vallejo Remolí
Introducción
No sé por dónde empezar, tengo tantos sentimientos dentro de mí que se me alborota el alma y quiero escribirlo todo a la vez. Los recuerdos me vienen a la mente a borbotones y no se quieren alinear en orden, han estado muchos años guardados y ahora todos quieren ser el primero en salir al aire y respirar, deshacerse del moho que los rodea y sanar.
Lágrimas secas es la historia de vida de una época diferente, obscura.
El abuso de los niños era normal. Se les maltrataba continuamente. En los colegios, los maestros tenían derecho a pegarte, castigarte y hasta dejarte sin comer. En la mayoría de los hogares, los niños sufrían el maltrato de sus mayores. La ignorancia era tanta, junto con el analfabetismo, la pobreza general y la amargura de la postguerra que ni los padres mismos eran completamente responsables de sus actos. Era una forma de vida, la única que conocíamos, era normal.
Yo nací en 1942, justo después de la guerra civil española. Las décadas de los años 40 y 50 fueron años de pobreza, llenos de recelo y temor, nadie confiaba en nadie. Todo el mundo tenía miedo de hablar o expresarse. Si mi padre comentaba algo por lo que él había pasado en el «frente », o si mencionaba el nombre de Franco, siempre nos decía: «¡No se os ocurra repetir nada de esto!». Ahora entiendo las películas negras que se han filmado en los últimos años, las miro y pienso: «Pero es que esto era verdad, además, lo hemos vivido, pero uno no se da cuenta mientras sucede».
Teníamos miedo al Gobierno, especialmente, a las represalias de Franco. España vivía en silencio, acobardada. No había comida ni trabajo. Pasábamos hambre, pero con una dignidad absoluta. En mi familia, se aparentaba tener, no sé el qué, pero teníamos algo que no se comía, ni se bebía, ni podíamos ver o tocar, hoy en día, se llama dignidad.
Aparentábamos tener cuando no era el caso, aunque no sé por qué, pues en aquellos tiempos nadie tenía nada. Se han escrito muchas novelas, biografías comentarios y demás acerca de Franco, pero no es lo mismo leerlo que vivirlo y respirarlo. Pero este no es un libro de política ni de historia, es un libro de poesías.
Vivíamos en un apartamento pequeño. Mis padres salían a trabajar por la mañana temprano dejándonos a las tres solas. Limpiábamos la casa y hacíamos las comidas. Entonces yo tenía nueve años, Alicia, doce, y Margarita, siete. Había poco que comer y menos para vestir, pero siempre teníamos una apariencia digna y respetable, los vecinos creían que éramos los más ricos del edificio. No pienso extenderme en mi infancia, pero así el lector podrá tener una idea de cómo estábamos en aquellos tiempos. Fue una niñez gris, llena de responsabilidades y deberes que no pertenecen a criaturas de esa edad.
Nuestra juventud no fue agradable. Yo, Adela, era la segunda de tres hermanas. La mayor, Alicia, por desgracia era epiléptica de alto grado y la menor, Margarita, también era epiléptica, sin embargo, su grado se limitaba a «ausencias» o «pequeño mal» que le ocurría de vez en cuando. Alicia sufría el «gran mal», o sea, aparatosos ataques donde perdía el sentido cayendo al suelo convulsionando, empezaba a torcer la cabeza como si esta le fuera a dar la vuelta, los ojos en blanco y una espuma blanca y gruesa que le salía por la boca, después de unos minutos que parecían una eternidad, se quedaba totalmente relajada, como de un color azulado y dormía por unas cuantas horas. Nunca pude acostumbrarme a esa escena ni al ruido gutural de su garganta, cada vez que lo oía me quedaba petrificada y, tras unos segundos, reaccionaba, acudía corriendo al lugar en donde ella estaba, como pudiera la agarraba cayendo ambas al suelo despacio, guiando yo la caída para que no se llevara el golpe que se daba cuando se encontraba sola.
Este es mi libro, en él está encerrada toda una vida, pero, eso sí, hecha poesía. Cada vez que pasaba algo fuera de lo normal me ponía a escribir el suceso o los sentimientos que me embargaban en aquellos momentos. Cada poesía es única. Un suceso, una muerte, un entierro, un mal sueño, una traición, una fantasía, una esperanza y, a veces, me ponía en los zapatos de otra persona y trataba de sentir lo mismo que ella. Creo que todos los lectores encontrarán algo que les haga sentir y revivir mis sentimientos. Espero llegar al corazón de muchos porque, para ser sinceros, está escrito con el corazón y toda yo soy parte y estoy en este libro zambullida, como el que se mete dentro del agua, con la diferencia de que yo, lectores, no sabía nadar. ¡No me jacto de saber escribir, ni mucho menos! No obstante, encontrarán un tesoro al descubierto que casi nadie quiere compartir debido a que no se atreven.
Yo nunca había escrito ninguna poesía hasta que una noche, cuando tenía dieciséis años (1958), soñé algo horrible, indudablemente, me impactó en gran manera, fue tan espantoso que el mismo sueño me hizo despertar con un dolor agonizante en el pecho, estaba empapada en sudor y asustada. Soñé que mi padre había muerto, casi no podía respirar, serían las cuatro o cinco de la madrugada. Me levanté y pronto me di cuenta de que todo había sido una pesadilla. Pensé por un momento, busqué un lápiz y un papel y empecé a escribir «La pesadilla». Este fue el principio de lo que sería mi futuro psiquiatra, el libro, mi confidente, mi amigo. Todo lo que no podía decir debido al ambiente familiar y la falta de libertad de expresión lo ponía por escrito. El inicio de todo fue un sueño. ¡Soñé que mi padre había muerto! Desde entonces, sentí un fuego interior, unas ganas implacables de continuar escribiendo me invadían. Sin saberlo, había encontrado la forma de darle salida a mis sentimientos, entonces no lo comprendí, pero en cada palabra que escribía dejaba mi alma al descubierto. Al ir pasando los años, descubrí que, escribiendo, derramaba las lágrimas que por naturaleza debían de haber brotado de los ojos, aunque estas eran secas.
Es increíble que en aquel tiempo los hijos tuviéramos ese cariño y admiración sublime e incuestionable por nuestros padres a pesar de los pesares. Si de verdad tuviera que dar a cada una de mis poesías la introducción adecuada y con detalle, mi libro llegaría a ser más grueso que Don Quijote de la Mancha. Quiero ser breve, al grano, que los lectores sepan cómo se siente un poeta y por qué escribimos lo que escribimos. No estamos locos, pero somos diferentes en el sentido de que no tenemos miedo de contar una desgracia en forma de poesía. Tomar algo frío y feo y convertirlo en una lectura en la cual el lector pueda deleitarse e, incluso, identificarse y también ver que no es el único en sus desgracias. Convertir lo negativo en positivo.
Mis narraciones son tanto para hombres como para mujeres, pues, por desgracia, hoy existe el abuso tanto en uno como en el otro, con la diferencia que, en la actualidad, no es un secreto, se puede hablar de ello y, si no te atreves, lee, eso te dará fuerzas para hacerlo. Hoy mueren en el mundo cientos y cientos de mujeres debido al abuso domestico o machista, cientos de niños y niñas que no llegan a vivir su vida porque alguien se ha creído con el derecho de terminarla y aquellos otros que no pueden vivir una vida normal debido a brutales experiencias del pasado. Nunca te quedes callado, ¡el tabú se terminó!
El 19 de marzo de 1959, tenía yo entonces diecisiete años, estaba preparada para salir a trabajar. Me sentía bonita aquel día, estrenaba una falda estrecha y una blusa amarilla que mi madre me había regalado. Ella estaba embarazada otra vez y no le faltaba mucho para dar a luz. Mi padre no había comido con nosotros y era un día de fiesta en Madrid. Me acuerdo de que, de repente, se abrió la puerta de la entrada, era mi padre. Sin motivos aparentes, empezó a pedir la comida a gritos, lo que hizo que mi madre se pusiera muy nerviosa. Me figuré que algo habría pasado entre ellos más temprano. La empujó hacia un lado con brusquedad, yo no podía creérmelo y rápidamente me interpuse entre los dos. La reacción de mi padre fue prácticamente desatar todos los vientos de la Tierra a la misma vez, dejó a mi madre y se concentró en mí, a la cual tenía ganas hacía mucho tiempo. Comencé a sentir bofetones, puñetazos y empujones hasta que, resbalándome por la pared, caí al suelo, allí vinieron las patadas contra mi pecho, cabeza y riñones. Yo trataba de cubrirme con las manos mientras mi madre gritaba detrás de él: «¡Déjala, por favor!».
Empujó a mi madre de nuevo mascullando algo entre dientes que yo no pude entender, por fin cesaron los golpes. Silencio. Ruido apresurado de platos poniéndole la comida sobre la mesa. Me levanté del suelo tratando de no llamar la atención, me estiré la ropa y me marché a trabajar. Tenía el turno de cuatro de la tarde a doce de la noche. Para llegar a Diego de León, tenía que tomar el tranvía hasta Legazpi y allí el metro a la Puerta del Sol, donde hacía transbordo dirección Diego de León, más o menos una hora y media de viaje si todo llegaba a tiempo. Con una congoja inexplicable, observaba a las personas en el metro, unos hablaban, otros reían, algunos leían el periódico o una novela. Parecía como si yo no estuviera allí y lo viera todo desde lejos, entonces pensé: «¿Se sentirá alguno como yo? Cada persona es un mundo». Al llegar a la cafetería restaurante donde trabajaba, sonreí ignorando la angustia de todo mi ser. Para sentirme mejor, me dije: «Mi padre es el resultado de una guerra».
En ese tiempo, escribí muchas poesías cada vez que me encontraba sola. Otras veces, Margarita estaba en el mismo cuarto pintando distraída sobre el lienzo montado en un caballete. ¡Gran talento poseía Margarita! Podíamos estar juntas sin hablar una palabra, no nos hacía falta. Entonces di a luz con mi pluma poesías como…
¡Mal nacida!
A mi madre.
El proceso de la vida.
Suicidio.
Solo una palabra.
A la Tierra.
Qué es el alma.
Quiero volver a nacer.
Adoro el fuego.
Cuántas veces, cuando era adolescente, pensaba en la muerte, estaba obsesionada con ella. Le tenía mucho miedo, pero, a la vez, la consideraba como una liberación. Entonces escribía:
Pensando en la muerte.
El momento de mi muerte.
Mi vida se termina.