Querido Pier Paolo
Por Dacia Maraini
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Dacia Maraini
Es una de las grandes damas de la literatura italiana. Nacida en Florencia en 1936, su familia tuvo que emigrar a Japón huyendo del fascismo y fue internada en un campo de concentración entre 1943 y 1946 por negarse a reconocer el gobierno militar. De regreso vivió en Roma y vinculó su vida a la literatura. Siendo muy joven fundó la revista literaria Tempo di letteratura y durante los años sesenta publicó sus primeras novelas al tiempo que se dedicaba al teatro. Entre sus obras para la escena destacan María Estuardo (1975) y Diálogo de una prostituta con su cliente (1978), que se han representado en mas de veinte países. Su obra novelística se inicia en 1962, e incluye títulos como Memorias de una ladrona (1973), Mujeres en guerra (1975), La larga vida de Marianna Ucria (1990), Pasos apresurados (1991) o Voces (1994), varios de los cuales han sido llevados al cine. Los grandes temas sociales, la vida de las mujeres y los problemas de la infancia han sido siempre el eje de su narrativa. Entre 1962 y 1983 fue la compañera del también escritor Alberto Moravia, al que acompañó en sus viajes por todo el mundo. Dacia Maraini es actualmente la más conocida de las escritoras italianas y la más traducida en todo el mundo. Sigue dedicada al teatro que considera el mejor medio para exponer al público los problemas sociales y políticos del presente.
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Querido Pier Paolo - Dacia Maraini
© Cordon Press
Dacia Maraini
Es una de las grandes damas de la literatura italiana. Nacida en Florencia en 1936, su familia tuvo que emigrar a Japón huyendo del fascismo y fue internada en un campo de concentración entre 1943 y 1946 por negarse a reconocer el gobierno militar. De regreso vivió en Roma y vinculó su vida a la literatura. Siendo muy joven fundó la revista literaria Tempo di letteratura y durante los años sesenta publicó sus primeras novelas al tiempo que se dedicaba al teatro. Entre sus obras para la escena destacan María Estuardo (1975) y Diálogo de una prostituta con su cliente (1978), que se han representado en más de veinte países. Su obra novelística se inicia en 1962, e incluye títulos como Memorias de una ladrona (1973), Mujeres en guerra (1975), Pasos apresurados (1991) o Voces (1994), además de los publicados en Galaxia Gutenberg: El tren de la última noche (2012), Amor robado (2013) y La larga vida de Marianna Ucrìa (2014). En 2021 publicó el libro Cuerpo feliz: mujeres, revoluciones y un hijo perdido, en Altamarea Ediciones.
Los grandes temas sociales, la vida de las mujeres y los problemas de la infancia han sido siempre el eje de su narrativa.
Entre 1962 y 1983 fue la compañera del también escritor Alberto Moravia, al que acompañó en sus viajes por todo el mundo. Dacia Maraini es actualmente la escritoria italiana más conocida y más traducida en todo el mundo. Sigue dedicada al teatro, que considera el mejor medio para exponer al público los problemas sociales y políticos del presente.
Dacia Maraini fue una de las amigas más íntimas de Pier Paolo Pasolini, con quien compartió lecturas, proyectos cinematográficos e incluso casa, cuando Dacia tenía como compañero al escritor Alberto Moravia. Los tres viajaron por el mundo y en especial por África, viajes a los que se sumaba Maria Callas.
Cuando se cumplen cien años del nacimiento del poeta y cineasta, Dacia Maraini le escribe una serie de cartas en las que recrea su amistad, sus viajes, sus discusiones sobre el feminismo, sobre la escritura, la relación de Pasolini con su homosexualidad y con grandes amigas suyas como Elsa Morante, Laura Betti, Silvana Mauri Ottieri o la propia Callas. Y revive con detalle el momento en que supo de su asesinato, el estupor y la incredulidad de los días posteriores, y la rabia presente todavía hoy porque nunca se ha investigado suficientemente quién lo ordenó. Pasolini fue siempre un personaje incómodo, radicalmente crítico con la sociedad de consumo y con la uniformización de las conciencias que ya veía venir. Eran muchos sus enemigos y los interesados en taparle la boca. La voz dolorosa e indignada de Alberto Moravia lo gritó en el funeral: «Ha muerto un gran poeta. Poetas como Pasolini, nace uno cada siglo».
De la mano de Dacia Maraini, este libro nos abre las puertas a la comprensión de la persona y la obra de uno de los mayores creadores y de las mentes más lúcidas de las últimas décadas.
Título de la edición original: Caro Pier Paolo
Traducción del italiano: Helena Lozano Miralles
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: junio de 2022
© Neri Pozza Editore, Vicenza, 2022
Publicado según acuerdo con Neri Pozza en colaboración con su agente
MalaTesta Lit. Ag. y su co-agente The Ella Sher Literary Agency
© de la traducción: Helena Lozano, 2022
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2022
Imagen de portada:
Pier Paolo Pasolini y Dacia Maraini en el set de la película
Apuntes para una Orestíada africana
© Reporter Associati e Archivi
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN: 978-84-17971-38-0
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Querido Pier Paolo:
esta noche he soñado contigo. Tenías tu sonrisa dulce de siempre y me decías:
–¡Estoy aquí! –Entonces te quitabas una especie de chaleco color malva y añadías–: Hace calor.
Iba a abrazarte, feliz de volver a verte, pero has desaparecido. En el suelo ha quedado tu chaleco color magenta. He ido a recogerlo, pero también él había desaparecido. En su lugar he visto una salamanquesa asustada que corría hacia la pared.
Es tan extraño que después de todos estos años, en el sueño, siga encontrando la manera de recordarte y de verte. Sigues siendo el joven de cincuenta años que frecuenté en los años sesenta y setenta: cuerpo ágil, deportivo; cara seria, no adusta, sino pensativa; mirada soñadora; paso decidido y siempre a punto de echar a correr.
También esta noche estabas de pie, listo para salir disparado, y tenías una mirada dócil, interrogante. La mirada que me resultaba familiar y que yo amaba. Es curioso cómo las amistades, a veces, germinan con las miradas. Cuántas cosas contienen esas dos pupilas dispuestas a engullir el tiempo. Y es que ahora vives solo en mis ojos internos y te mueves dentro del extraordinario espacio que la mirada de los ojos cerrados abarca.
Muchas veces te esfumabas mientras estabas vivo, cuando caminábamos juntos, o mientras comíamos en un figón africano. Tenías esa capacidad de zafarte de la compañía, sobre todo cuando era demasiado numerosa.
–¿Dónde está Pier Paolo? Si estaba aquí hace un momento.
Entonces nos poníamos a buscarte. Y de repente, al cabo de unos minutos, aparecías, contento aunque cansado, y volvías a comiscar distraídamente en tu plato, o a beber esa leche que te habían recetado después de la crisis de úlcera, en lugar del vino.
Cuántos vasos de leche te he visto beberte a sorbitos. No sé si te gustaba la leche. Hacías un pequeño gesto cuando apoyabas el vaso y a menudo se te quedaban dos bigotitos blancos en la comisura de los labios. Te habían prohibido las salsas, los fritos, las especias, las bebidas alcohólicas y tú te avenías con una paciencia que en otros campos no tenías.
Tu madre, con esmero, te cocinaba el pescado hervido, la carne a la plancha, las verduras al vapor. Y si estaba cansada, lo hacía Graziella, la generosa y guardadora joven prima que preparaba con amor las comidas apropiadas para tu estómago recalcitrante.
Cuando pusimos casa juntos en Sabaudia, solía ser yo la que cocinaba para nuestras cenas. Venías a nuestra casa de buena gana, recorriendo la larga terraza que teníamos en común. Alberto elegía el pescado a primera hora de la tarde, tras una mañana de escritura, y yo lo echaba a la cazuela. Intentaba que te resultara un poco sabroso, con comino, con limón exprimido, pero tú no te quejabas nunca. A mí me gustaba cocinar y a ti, sentarte a la mesa con nosotros.
Hablabas poco, siempre has sido de pocas palabras, pero tus silencios no eran esquivos, eran una manera toda tuya de concentrarte en un pensamiento común que se expresaba en una afectuosidad compartida. Para compensar, te gustaba que Alberto hablara también por ti. Te gustaba escucharlo cuando contaba sus peripecias literarias o de vida. Alberto era un extraordinario narrador de historias y estábamos todos pendientes de sus labios cuando embocaba la senda de los bosques narrativos.
En un determinado momento de la velada, desaparecías. Pero cuando no estábamos de viaje, no nos preocupábamos. Sabíamos que arrancabas tu veloz automóvil e ibas en busca de ese chiquillo que fuiste y que te rehuía desde siempre.
Querido Pier Paolo:
a menudo me preguntan cómo y dónde te vi por primera vez. Pero me cuesta recordarlo. Me juego lo que quieras que no sabrías decirlo tampoco tú. Muchos no se dan cuenta de que, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, no era necesario quedar entre intelectuales y artistas para estar un poco juntos: nos veíamos en Rosati, en la Piazza del Popolo, o en el restaurante La campana, o en Gigetto, en el Portico d’Ottavia, en fin, en alguna trattoria barata, por pura alegría de verse y contarse.
No recuerdo un día concreto en el que alguien me plantara ante ti diciendo: mira, esta es la jovencita Maraini, la hija de Fosco, el famoso etnólogo, la chiquilla enamorada de los libros y de los escritores, que te quiere conocer. No funcionaba así. Quienquiera que tuviera ganas, iba hacia las doce de la mañana o hacia las siete de la tarde al bar popular de la Piazza del Popolo y allí podía encontrar a Federico Fellini, a Alberto Moravia, a Alfonso Gatto, a Elsa Morante, a Cesare Garboli, a Natalia Ginzburg, a Bernardo Bertolucci y también, naturalmente, a ti, requeteguapo, aunque pequeño de estatura y siempre silencioso y severo en esa mirada dulce y desesperada que dirigías al mundo. Nos veíamos por el puro placer de estar juntos y hablarnos, sin objeto alguno.
Hoy, como sabes y como previste cual profeta sutil que eres, nos vemos solo con una finalidad: un congreso, un meeting, como se dice ahora o, si no, en las ferias del libro o, aún peor, en la televisión. Siempre, de todas maneras, con una finalidad pública o social mientras que entonces quedábamos sin ningún programa preestablecido, por el alborozo de verse e intercambiar ideas. Es distinto, ¿verdad?
Tú mismo, en las poesías y en los Escritos corsarios, contaste muchas veces los encuentros con tus amigos, pero también con los enemigos, en las trattorias romanas donde se creaban alianzas, se reconocían afinidades, se combatían ideas distintas pero, sobre todo, se fortalecían solidaridades entre personas que se consideraban artesanos y se esforzaban por sobrevivir en un mundo mercantilizado y nivelado, personas que chocaban cotidianamente con la censura.
Bien lo sabes tú, que te pusieron más de ochenta denuncias. Todas ellas violentas, injustas, persecutorias. Acusado de obscenidades, de ofensa a la religión, de perversión, de corrupción de menores. A mí también me pusieron varias, por obscenidades, por ofensa a la religión, una vez por haber dicho que Bagheria era una ciudad mafiosa. Salimos absueltos siempre, pero cuántos engorros y cuántos gastos de abogados, de papeles, o causados por las suspensiones que se sucedían una y otra vez. ¿Te acuerdas de aquella vez que salimos los dos en la portada de Il Borghese con el titular en mayúsculas de «Escritores Pornógrafos»? A esas alturas ya no era censura de Estado sino de todo un país, o por lo menos de esa parte, la más hipócrita y agresiva, que la tenía tomada contigo y con tu maravilloso arte de la provocación.
Me viene a la cabeza otra ocasión en la que te atacaron brutalmente. Era el año 68 y estábamos en Zafferana Etnea, como jurado del premio Zafferana –organizado por Vanni Roncisvalle–, Leonardo Sciascia, Vincenzo Consolo, Alberto, tú y yo, ¿te acuerdas? Uno de los premiados, aquel año, era Ezra Pound. Un gran poeta, aunque comprometido con el nazismo, cuya teoría de las razas había cantado aciagamente. Luego se arrepintió y como castigo se condenó al silencio.
Te acordarás de que no hablaba y cuando quería hacer saber algo se dirigía a su mujer (o era su compañera, no recuerdo), que amablemente expresaba con palabras lo que él pensaba. Había un maravilloso entendimiento entre él y ella, pero también había algo afectado y teatral en esa división de los papeles.
A Pound lo premiamos por sus poesías que, aparte de las delirantes vinculadas al período nazi, son bellísimas. Él vino a recoger el premio, pero no quiso ni comentar ni dar las gracias. Habló en su lugar, con gracia y elegancia, su compañera. Un hombrecito enjuto, amable, serio, con los ojos alucinados, que se volvían dulces cuando se dirigían a la mujer que estaba a su lado; tenía una barbita resabiada y el pelo blanco que tendía a revolotear en todas las direcciones.
Creo que, de todas maneras, se sentiría a disgusto por el uso de su nombre que hacen los fascistas de hoy día. Era un hombre de gran cultura y, aun con retraso, entendió adónde iba la historia.
Pues bien, ¿te acuerdas?, durante la premiación llegaron unos jovencitos de Catania que empezaron a alborotar, insultándonos a todos nosotros. Tiraron a la mesa del jurado apio empapado que nos salpicó la cara y las manos y también unos hinojos. Ninguno de nosotros entendió qué querían. Al principio pensamos que la tenían tomada con Pound y con su pasado nazi. Pero luego vimos que se metían sobre todo contigo. Como era habitual, atraías la rabia y la ira de los biempensantes, incluso la de los jóvenes revolucionarios del 68.
Fue desagradable, aunque luego nos riéramos. Pound no parecía impresionado. Estaba parado, rígido y callado, como si su espíritu hubiera salido de su cuerpo dejándolo vaciado. Nosotros intentábamos entender qué es lo que indignaba tanto a aquellos chicos en un premio que, entre los que íbamos a galardonar, tenía libros de Vincenzo Consolo, Giuseppe Bonaviri, Raffaele