Salvemos la democracia: Para entender la política hoy
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Así pues, para salvar la democracia de los peligros a los que se enfrenta hoy, el primer paso ha de ser liberarla de modelos de comprensión ya inservibles y buscar otros que la examinen como un sistema de gestión y reparto del poder en los que tiene poco sentido hablar de «gobierno del pueblo». Para ello, el autor ha tomado pie en un ámbito del conocimiento insospechado: la Química y, más concretamente, las investigaciones en el campo Termodinámica sobre la evolución de los estados de equilibrio en las concentraciones de moléculas.
Salvemos la democracia es un breve y muy efectivo texto filosófico-político, donde reflexiones sobre el poder, el tiempo, la revolución, las ideologías y la guerra, ordenados eficaz e ingeniosamente, tratan de responder, entre otras cuestiones, a si vivimos en democracia o si siquiera sabemos lo que es.
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Salvemos la democracia - Marcelo López Cambronero
Marcelo López Cambronero
Salvemos la democracia
Para entender la política hoy
© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2023
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Colección Nuevo Ensayo, nº 115
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN EPUB: 978-84-1339-466-4
ISBN: 978-84-1339-133-5
Depósito Legal: M-78-2023
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa
y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
Índice
Introducción
I. Tiempo, Política y Entropía
Si todo está determinado, ¿qué sentido tiene hablar de Política?
El tiempo no es una ilusión
Tiempo y entropía
Entropía e información
II. Entropía y Control Social
Evolución, orden y caos
Sociedad y cambio
Disidencia y revolución
III. Controlar el espacio y el tiempo
Las guerras del siglo XXI
Domina el tiempo y dominarás el espacio
IV. La Democracia
En democracia, el pueblo no gobierna
¿Vivimos en democracia?
Las bases de la democracia: gestión del conflicto, control del poder, respeto al individuo y derechos y libertades fundamentales
La democracia es un modelo de gestión y reparto del poder
V. Construir el futuro
La sociedad aborrece los gradientes
Una civilización que… ¿triunfa?
Democracia y perspectivismo
Democracia es perspectivismo
Para Sara y Ada,
que me acogieron
en mi pasión
Quisiera mostrar mi agradecimiento a todos los que me han apoyado y ayudado en el desarrollo de este libro. A los equipos de los Institutos de Razón Abierta y John Henry Newman de la Universidad Francisco de Vitoria. A los profesores permanentes y visitantes del Instituto de Filosofía Edith Stein y de la International Academy of Philosophy, en especial a Monseñor Javier Martínez, Rocco Buttiglione, Aaron Riches, Mátyàs Szalay, Artur Mrowczynski-van Allen (†), Rodrigo Guerra, Josef Seifert y el matrimonio formado por Michael y Cassandra Taylor.
Un recuerdo muy especial para Mikel Azurmendi (†), un gran amigo que se mostró en desacuerdo con el contenido de este libro en todo momento, lo que me obligó a hacer profundas revisiones.
No consigo acordarme de quién me acercó a los trabajos de Ilya Prigogine, aunque le debo un gran reconocimiento. Tal vez fue Jorge Cabrera que, en todo caso, sí me mostró textos suyos que me obligaron a prestar más atención a la ciencia contemporánea, o quizás la profesora Guiomar Ruiz, profesora Titular de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Aeronáutica y del Espacio de la Universidad Politécnica de Madrid, cuyas observaciones me han hecho replantearme ciertos argumentos y descripciones. También debo mucho a Arturo Moncho, catedrático del Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Granada. Les ruego que no les hagan responsables de los errores que yo pueda haber cometido.
Deseo nombrar también a Enrique Anrubia, que tiene la habilidad de ponerle a uno en aprietos señalándole la debilidad de sus argumentos, y a mi hijo Juan Pablo que, con su escucha atenta y sus preguntas, me ha obligado a reformular varias veces las partes más difíciles del primer capítulo.
A Enrique Fuentes, que siempre ha estado aquí.
Al equipo del Proyecto SCIO de la Universidad Católica San Vicente Mártir de Valencia, a Pilar Castañón, a la Sociedad de Filósofos Cristianos, a Ana Franco, a Óscar Álvarez, a Pablo Velasco y a Armando Zerolo por permitirme presentar las ideas que configuran este libro en diferentes foros.
A Manuel Oriol y Carlos Perlado, de Ediciones Encuentro, por su inagotable confianza en mí.
Finalmente, a mis alumnos, que han comentado, criticado y discutido este libro con pasión y libertad dentro y fuera del aula.
Introducción
Habrá que comenzar aceptando que este es uno de los libros más extraños que se puedan leer. Yo mismo no esperaba la deriva que poco a poco fue tomando y a la que me llevaron una suerte de lecturas afortunadas, conversaciones casuales y encuentros inesperados. Sin embargo, ha sido sobre todo la fuerza de los pensamientos, casi diría que el capricho de los párrafos que iban apareciendo ante mis ojos, lo que ha marcado el recorrido. Las pequeñas letras organizadas con sentido han tenido la extraña capacidad de adueñarse del trabajo, dirigir las voluntades y abrir sendas que no conocía, no esperaba transitar y maldita sea si tenía la más remota idea de hacia dónde me llevarían.
La primera motivación para implicarme en este proyecto fue la conciencia clara de que habíamos acabado por ser incapaces de comprender la democracia, al menos tal y como se presenta en la actualidad. Una y otra vez leemos a pensadores de renombre, a periodistas y a los propios políticos hablar de la democracia utilizando estructuras de pensamiento que son, como poco, vintage. Había descubierto que hablamos sobre política sirviéndonos de moldes que resultan ya inservibles y que complican la comprensión en lugar de ayudarla. En definitiva, que no éramos capaces de hacernos cargo de nuestro tiempo.
Los esquemas que hemos heredado de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se organizó en un posmarxismo aburrido pero eficaz que llevó a la construcción del Estado del Bienestar, no sirven para explicar sistemas políticos sacudidos por la revolución cultural nihilista, la evolución tecnológica, el incremento desmedido de las capacidades de control y, sobre todo, los horizontes de poder que cada individuo tiene delante de sí y que exige ampliar.
De esta zozobra nació una comprensión de las democracias como sistemas de gestión y reparto del poder en los que tiene poco sentido hablar de «gobierno del pueblo». El pueblo no gobierna y no quiere gobernar (esto lo sabemos desde hace siglos de boca de autores como Benjamin Constant), pero sí quiere acaparar cada vez más y más poder, y dentro de ese poder el poder político no es una parte despreciable. ¿Cómo puede explicarse que una ciudadanía ansiosa de poder político no quiera, sin embargo, ejercerlo, o aspire a ejercerlo mediante una gran variedad de cauces que exceden con mucho los que tradicionalmente han habilitado las democracias? Hablar de las elecciones periódicas y de la representatividad de los partidos no proporciona sobre este tema la menor explicación.
Lo cierto es que la política es otra cosa distinta de lo que habíamos imaginado y se juega en las plazas, en los cafés, en las fundaciones, en los hospitales y en los consejos de administración además de, claro está, en el Consejo de Ministros. Se juega, dicho en pocas palabras, sobre todo cuando el ciudadano transforma el poder político en poder vital, en posibilidades de todo tipo que se ofrecen a nuestra existencia, incluidas las que tradicionalmente se clasificarían en el viejo orden de la política. Esta consiste, pues, en la ampliación (o reducción) de las capacidades de acción de los individuos.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que esta misma idea acarreaba una contradicción. Si el control social permite al Estado dominar a las sociedades, si la fuerza de la propaganda y la manipulación decide elecciones, si tememos que literalmente se nos metan en la cabeza, dirijan nuestros actos y formulen nuestros deseos, ¿cómo podemos hablar de una ampliación de las posibilidades de acción que supondría, de suyo, una explosión de libertad?
La respuesta vino del lugar más inesperado: la Química. En concreto de los experimentos y reflexiones del Premio Nobel Ilya Prigogine. Él ya se había dado cuenta de que las conclusiones a las que llevaba la Termodinámica tenían grandes consecuencias en nuestra concepción de la Ciencia y en algunos de sus paradigmas más importantes, como por ejemplo la noción del tiempo. También comprobó, al cabo de los años, que las descripciones que le hicieron famoso sobre la evolución de los estados de equilibrio en las concentraciones de moléculas resultaban útiles para explicar los cambios que acontecen en los organismos vivos, en las ciudades y en las sociedades.
Se podrá comprobar que las explicaciones relativas a los hechos y teorías científicas se abordan de la forma más clara posible. Hemos optado por el mismo criterio cuando hablamos de Filosofía o de cualquier otra disciplina en la que era necesario penetrar. Suponemos que el lector versado en la materia que corresponda sabe perfectamente de qué hablamos y no es preciso entrar en profundidades que harían tediosa la explicación, sobre todo si se trata de cuestiones laterales. Al mismo tiempo, quien no conoce el tema, o lo conoce someramente, tiene a su alcance información suficiente e imaginamos que si no se ha concentrado en investigar esto o aquello es porque carece de un interés específico, así que no conviene abrumarle con abundancia de detalles ni con extensas exposiciones de autores, corrientes o teorías. Esto ha llevado a que el libro sea tan sencillo como ha sido posible aunque, como es natural, nos hemos detenido en algunos puntos para explicarlos con detenimiento, sobre todo cuando la novedad de las posiciones o su importancia hacían difícil tratarlos con rapidez sin restar comprensión.
De la unión entre una determinada teoría del poder y la visión del dinamismo de la realidad que mostraba Prigogine en sus investigaciones nació poco a poco la concepción de la democracia, del reparto del poder y de la estructura de nuestras sociedades que presentamos en estas páginas.
I. Tiempo, Política y Entropía
Ideas preliminares
«Si alguien le dice que usted mantiene una teoría sobre el universo que no está en consonancia con las ecuaciones de Maxwell, bueno, pues tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si se descubre que las observaciones la contradicen, no se preocupe, los científicos a veces se equivocan en sus experimentos. Ahora bien, si resulta contraria a la Segunda Ley de la Termodinámica me es imposible darle cualquier esperanza: su teoría acabará por derrumbarse y usted caerá en la más profunda humillación»
Sir Arthur Eddington
Si todo está determinado, ¿qué sentido tiene hablar de Política?
Estoy disfrutando con mis amigos de una partida en el clásico juego de mesa Serpientes y Escaleras. En mi turno lanzo un dado de seis caras que rueda sin control sobre la mesa para detenerse en el tres. Sé que tendría las mismas posibilidades de haber obtenido un cinco, un cuatro o cualquier otro resultado entre el 1 y el 6, suponiendo que el dado no está trucado ni es defectuoso. En el siguiente turno alguien deja caer el dado con mucho cuidado para que apenas se mueva y consigue así un dos, que es el número que necesita para que su ficha ascienda por una larguísima escalera de madera que atraviesa el tablero en diagonal. Me enojo y le acuso de hacer trampas: está intentando manipular el resultado evitando el azar para conseguir la cifra que le conviene.
Esto me hace pensar: ¿el resultado del lanzamiento de un dado depende del azar o de mi forma de tirarlo? Tal vez lo que llamamos azar no sea más que un residuo de nuestra ignorancia, la manera de reconocer que el mundo es tan complicado que es muy difícil para nosotros calcular los diferentes elementos que influyen en una acción y cómo lo hacen. Que aparezca una cara u otra en la parte superior de un dado, ¿no dependerá del movimiento de mi muñeca, del punto exacto en el que el pequeño hexaedro rebota sobre la mesa y del ángulo que describe, de la elasticidad del material con el que se fabricó y, también, de ciertas propiedades de la superficie con la que golpea? Se me ocurre que podría construir una máquina, controlada por ordenador, que fuese capaz de analizar el entorno con precisión para después soltar el dado de la manera adecuada y obtener siempre el resultado que se le hubiese pedido.
¿Es el azar el cúmulo de una infinitud de causas que no somos capaces de abordar? Si es así tendremos que decir que la probabilidad solo es una manera simplificada de hacer cálculos estadísticos a la espera de que se disipe nuestra ignorancia. Si existen leyes de la naturaleza que expresan el orden del universo, entonces el mundo está completamente determinado y no tiene sentido hablar ni del azar ni de la fortuna. Una vez que cuento con la información suficiente puedo predecir con exactitud lo que va a suceder. ¿No es así como enviamos naves hacia los límites del sistema solar e incluso más allá?
Durante años y todavía hoy la mayor parte de la población, también la más culta y refinada, ha interpretado la naturaleza como un mecanismo gobernado por una serie de leyes que seremos capaces de descifrar progresivamente hasta tener una imagen completa de la estructura del todo. Esta es la visión que nos ha transmitido la Física clásica, incluidos Newton y Einstein.
Desde este punto de vista las leyes que rigen la realidad se pueden expresar en el severo lenguaje de las matemáticas, que no deja nada al azar. «Dios no juega a los dados», decía Einstein. Todo el universo obedece a reglas preestablecidas y las conexiones entre causas y efectos poco a poco se van a ir descubriendo hasta tener el mundo entero y con todo detalle bajo nuestro conocimiento y, por lo tanto, bajo nuestro poder.
Esto tiene, además, otra consecuencia. Si los acontecimientos del universo siguen con precisión los eslabones de esa cadena que une la causa con el efecto, si puedo saber qué sucederá aplicando datos a las ecuaciones pertinentes —y así conocer la fuerza motriz y el ángulo exacto que se debe aplicar a un cohete para que su carga caiga suavemente, años después, sobre la superficie de Júpiter—, eso que llamamos «tiempo» no tendrá sentido alguno. Las leyes de la naturaleza actuarán como pasarelas de doble dirección entre el pasado y el futuro: puedo calcular el alcance y dirección de un proyectil que está a punto de ser lanzado por los aires y, de la misma manera, cualquiera podría saber más tarde desde dónde y con qué fuerza fue disparado ese mismo aparato con solo recabar los datos correspondientes a su llegada. Las matemáticas no entienden del antes ni del después y la naturaleza tampoco.
Visto de esta manera, no hay un «camino» hacia el futuro, no hay una «flecha del tiempo», sino que el universo funciona exactamente igual hacia delante y hacia atrás. Si invirtiésemos la dirección en la que se mueven todas las partículas, como cuando rebobinábamos las películas que venían en las viejas cintas VHS, las leyes de la naturaleza permanecerían inalterables y se cumplirían igual. Si lo pensamos bien, eso que llamamos «futuro» (que las piedras