El protector
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Huir del pasado, comenzar una nueva vida, eso planeaba Romina, una joven del sur de Italia, cuando llegó a Milán.
La ciudad la deslumbró y también la miradas intensas que le dedicaba su jefe con frecuencia.
Sabe que no debe involucrarse pero su jefe tiene otros planes para ella y no descansará hasta tener lo que tanto desea...
Cathryn de Bourgh
Cathryn de Bourgh es autora de novelas de Romance Erótico contemporáneo e histórico. Historias de amor, pasión, erotismo y aventuras. Entre sus novelas más vendidas se encuentran: En la cama con el diablo, El amante italiano, Obsesión, Deseo sombrío, Un amor en Nueva York y la saga doncellas cautivas romance erótico medieval. Todas sus novelas pueden encontrarse en las principales plataformas de ventas de ebook y en papel desde la editorial createspace.com. Encuentra todas las novedades en su blog:cathryndebourgh.blogspot.com.uy, siguela en Twitter o en su página de facebook www.facebook.com/CathrynDeBourgh
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El protector - Cathryn de Bourgh
El protector
Cathryn de Bourgh
Índice General
Índice General
Primera Parte
El flechazo
Segunda Parte
Fugitiva
Prisionera
El regreso
Primera Parte
El flechazo
Renzo D’Alessandro estaba de un humor estupendo ese día, acababa de regresar de sus vacaciones por las islas griegas y al entrar en su oficina silbaba contento. A pesar de no tener demasiadas ganas de trabajar, era el jefe y podía tomarse el tiempo que quisiera cuando los problemas de la compañía se volvían agobiantes. Su secretaria lo miró con una expresión casi audaz pero él la ignoró, nunca salía con empleados. Sin embargo ese día le aguardaba una sorpresa.
Una jovencita de cabello enrulado y castaño y grandes ojos azules, con un vestido de esos que usaban en... ¿Las películas viejas de los años sesenta? Una bincha blanca sujetando el cabello y un saco blanco de algodón mirándolo con cierta aprensión y ansiedad. Sin embargo algo en ella le resultó raramente familiar, sus ojos redondos y bellos se clavaron en él y parpadeó incómodo al sentir la intensidad de su mirada bella e inocente. Una chica preciosa sin duda, quién era? Habría ido a pedir trabajo o...
—Discúlpeme signore, tengo una carta para usted—se apuró a decir la joven pensando que era el hombre más guapo que había conocido en su vida. Alto, de cabello oscuro y unos ojos color miel que sonreían con picardía al mirarla provocándole un espantoso rubor difícil de contener. Vestía de traje, camisa, corbata, era un ejecutivo de la ciudad, había visto algunos mientras el tren recorría el centro de Milán y pensó que nunca había visto hombres tan guapos y elegantes. Aseados y hasta perfumados...
Él tomó la carta que le extendía la muchacha con rapidez, fascinado e intrigado a la vez, ansioso de saber quién era esa encantadora criatura con acento sureño.
La misiva era de una parienta suya sureña: tía Chiara, su madrina, y esta le explicaba con pocas palabras que esa chicuela era su sobrina, o amiga de su sobrina, era un poco confuso. Ayúdala por favor, su familia quedó en la miseria, la pobrecita no encontraba trabajo y tiene una familia numerosa. Necesito que le des un trabajo y le consiga algo para vivir... No molestará, es muy educada y servicial y puede realizar pequeñas tareas en la empresa. Se llama Romina Prisco y es muy responsable, trabajadora y además planea estudiar leyes el año próximo. Sé que la ayudarás, tienes tan buen corazón querido ahijado...
Renzo D’Alessandro pensó que todo era una especie de broma del día de los inocentes. No podía ser, su tía no meterlo en semejante baile...
Terminó de leer la carta y suspiró. Acababa de recibir un paquete, una encomienda y diablos, no sabía qué haría con ella. Su madrina le había pedido que primero; le diera un trabajo no mal pago en su empresa, asilo y que la ayudara en todo lo que pudiera. Se lo imploraba, porque decía que aunque la niña era muy inteligente y servicial, educada, era muy joven, ingenua y no estaba preparada para enfrentar los vicios y peligros de una ciudad tan inmensa advirtiéndole con cierto dramatismo si la dejas sola es tan boba que seguro que la agarra un proxeneta, abusa de ella y la obliga a trabajar en una esquina o en un prostíbulo de cuarta. O tal vez, dios no lo permita; como es joven tal vez caiga en manos de esos inescrupulosos y malditos traficantes de órganos. Oh, te lo ruego Renzo, en honor a nuestro parentesco, esta niña necesita de ti. ¡Está sola en el mundo, tan sola y desamparada!
.
Ahogó un suspiro de angustia y rabia, recién llegado de sus placenteras vacaciones y ahora debía adoptar a una chicuela de ¿diecisiete o dieciocho años?
Sus ojos castaños estudiaron a la joven con detenimiento. Sí, se notaba que era sureña, provinciana y casi parecía del siglo pasado. Vaya, era muy bonita, inocente y cuando respondió sus preguntas lo hizo con mucho candor y sinceridad.
Necesitaba el trabajo, no quería que sus padres costearan solos sus estudios, su familia era pobre... Había hecho un curso de computación, sabía inglés y...
Él observó sus labios rojos y llenos, el rostro redondo y su voz suave. De pronto comprendió la angustia de sus parientes, era como un pajarillo en un mundo de buitres y demonios. Dulce, inocente y confiada, en ningún momento notó que su mirada resbalaba a su escote y a su figura, envuelta por completo en un atuendo anticuado. Parecía algo llenita y voluptuosa: aunque eso le sentaba, en realidad a él le gustaban con carnes.
Apartó la mirada de la jovencita y puso en orden sus pensamientos. Debía tomar decisiones y con rapidez. Siempre habían ayudado a sus parientes pobres sureños, en el pasado su abuelo lo había hecho y ahora era su turno. Tenía primos en Nápoles y tíos a quienes veía dos veces al año. Los sureños eran algo distintos a los citadinos por supuesto, con un genio vivo y costumbres rígidas. Las jóvenes de la familia eran celosamente guardadas y encerradas bajo siete candados hasta el momento de su boda, en ocasiones concertada, como antaño. Al menos así había sido siempre en esa familia... No estaba bien visto el libertinaje ni...
El joven suspiró y de pronto pensó que era algo extraño que dejaran ir a esa jovencita.
—¿Qué edad tienes, chicuela?—le preguntó entonces.
Ella lo miró sonrojándose
—Dieciocho señor D’ Alessandro—dijo.
—¿Y llegaste cuándo...?
—Hoy, hace tres horas señor.
—Entonces... ¿Dónde vivirás? ¿Te han alquilado un piso o...?
Ella negó con un gesto.
—Tengo algo de dinero pero... Mi tía dijo que usted me ayudaría, pero no quiero causarle molestias ni...
La joven se sonrojó y movió sus manos, nerviosa. La mirada de ese hombre la asustaba, no había esperado que fuera tan joven ni tan guapo, guapo, intensamente viril, sus ojos castaños parecían desconfiar de sus palabras. No parecía nada contento con la situación y eso la hacía sentirse mal. Había esperado que la carta de su madrina la ayudara pero de pronto tuvo miedo que no fuera así.
—Bueno, escucha, Romina... Puedes quedarte en mi apartamento hasta que encuentres un piso. ¿Ese es todo tu equipaje?
Esas palabras la animaron y sus ojos celestes lo miraron agradecidos.
—Sí... Muchas gracias señor...
Parecía a punto de llorar de nuevo, estaba muy nerviosa, tensa y tal vez cansada. Había hecho un largo viaje y hacía tres horas que lo esperaba en su oficina...
—Bueno, siempre hemos ayudado a nuestros parientes sureños, solo que... Escucha, aquí las cosas son muy diferentes. No hagas amistad con nadie, ni hables con extraños. Deberás quedarte unos días en mi apartamento hasta que pueda encontrarte alguno y...
—¿Trabajaré aquí?
Al parecer no había alternativa.
Él hizo un gesto de sorpresa.
—Bien, luego hablaremos de ese asunto. Será mejor que te acompañe.
Romina. Se llamaba Romina y el nombre le parecía algo extraño, de gitana, pero ella no era una gitana, a pesar de ir de un sitio a otro con esa falda larga y su maletín...
Mientras la escoltaba hasta su auto se preguntaba qué diablos haría con una adolescente en su apartamento de soltero. Solía ser visitado por sus amigas y pasar momentos muy agradables... Bien, al menos no tenía novia, las mujeres jamás eran comprensivas con esos asuntos, no les hacía ninguna gracia que hubiera otra en su camino...
Sonrió. Parecía una broma, por momentos sintió deseos de salir corriendo, no lo hizo por supuesto, estaba atrapado.
No había vacilación en él, pero la jovencita estaba aliviada y nerviosa a la vez. Aliviada porque había podido cumplir su sueño, nerviosa porque ir a su apartamento la asustaba. Habría preferido alquilarse alguna habitación compartida pero tal vez su dinero ahorrado no alcanzara, en realidad no tenía mucha idea de cuánto saldría alquilar en la gran ciudad.
En ningún momento pensó que él podría hacerle daño, su madrina le había hablado mucho de ese joven: era generoso, responsable y siempre los había ayudado.
Al llegar a la transitada avenida quedó maravillada con los autos nuevos y la gente, se vestía muy distinto al sur. Los peinados, los jóvenes de su edad... Parecían perezosos y despreocupados, con ropa informal, colorida...
Tampoco estaba preparada para enfrentar el lujo del pent-house de su pariente. Sabía que eran muy ricos, y que su negocio de autos era muy próspero. Las columnas de mármol, los pisos encerados, las pinturas y el mobiliario... El apartamento del signore D’Alessandro no era tal, era más grande que su casa del sur, con varias habitaciones, una hermosa cocina nueva reluciente y el baño, el comedor era de un lujo que jamás creyó que pudiera existir algo similar en alguna otra parte. ¿Apartamento? ¡Era inmenso!
Renzo sonrió al ver que recorría el apartamento como un gato curioso, mirando todo como si quisiera memorizarlo. ¡Dios, en qué lío vas a meterte con esa niña aquí dando vueltas!
.
De pronto sonrió al recordar la carta y también su mirada anhelante, aguardando una respuesta.
—¿Has almorzado Romina?—dijo mientras encendía un cigarro sin prisa.
Ella negó con un gesto.
—Bueno, te llevaré a comer, tal vez quieras cambiarte o...
Fueron a un restaurant lujoso, La Rosa dei Venti del barrio Magenta, y él dejó que ella escogiera una mesa... Romina se decidió por una alejada pero con un jarrón lleno de rosas. Miró a su alrededor algo incómoda, al parecer no estaba acostumbrada a ir a restaurantes tan concurridos ni sofisticados. No podía culparla. Renzo la observó sin disimulo. Estaba preciosa con el cabello sujeto con unos broches mostrando su frente despejada, alta y esos ojos tan bellos y azules... El vestido azul de algodón con detalles de encaje en las mangas y en el escote mostraba a una joven voluptuosa y femenina. Suspiró al notar su abundante pecho y las piernas formadas. Imaginó lo maravilloso que sería desvestirla y cubrir ese cuerpo rollizo con besos. ¡Esa sureña era un demonio!
Romina se sonrojó con el escrutinio y el joven se preguntó si... Sería tan inocente como parecía. No podía serlo, a menos que los chicos sureños fueran estúpidos o eunucos... Sabía que solían cuidar mucho a las muchas, pero estas sabían escaparse y hacer sus travesuras. Hoy día no era como antes, o eso le había dicho el tío Rodolfo una vez. Él por su parte no creía que hubiera ninguna chica virgen con dieciocho años.
Su celular sonó entonces. Tía Chiara.
—¿Está Romina contigo, llegó bien a la ciudad? Oh, estoy tan preocupada por ella, sus padres... Muchas gracias querido sobrino por ampararla...
Parecía histérica: no lo dejaba hablar, solo pronunciar monosílabos, finalmente logró explicarle que había llegado sana y salva y se dirigían a almorzar.
—¿Deseas hablar con ella?
Romina tomó el celular y habló un momento, imaginó que tía Chiara estaba sermoneándola, diciéndole todo lo que debía hacer.
—Cuídala por favor, es muy confiada y su mente es un poco infantil y... Escucha Renzo, debo decirte algo delicado pero... No puede ser por teléfono.
—¿A qué te refieres tía?
La conversación se vio drásticamente interrumpida, había cierta interferencia en la línea y finalmente se cortó.
Observó a la chiquilla, pensativo. ¿Qué habría querido decirle su tía sobre Romina? No parecía retrasada ni tonta, solo algo provinciana en sus modales ¿pero eso qué importaba? Bueno a él no le importaba eso.
Cuidaría de la jovencita, sería su protector. Por un tiempo. Necesitaba su ayuda, sería como una hermanita menor...
Sonrió como expresión traviesa. No, nunca podría ser su hermanita. ¿A quién quería engañar? Aceptaba el encargo porque quería hacerlo, porque apenas la vio entrando en su oficina supo que sería suya. No sabía qué ocurriría luego, ni que tanto complicaría esa loca aventura su existencia. Era reacio a los compromisos y sabía que llevarse a la cama a esa jovencita traería consecuencias ingratas, molestas... Pero de pronto comprendió que deseaba correr el riesgo.
********
En menos de una semana Romina se instaló en su apartamento y también en su trabajo como su asistente. Era una joven eficiente, responsable y cuando estaba en su apartamento se quedaba encerrada en su cuarto leyendo o mirando la televisión.
Los primeros días la llevó a recorrer la ciudad pero le dijo desde el principio que no podía salir sola todavía porque podía perderse, era un sitio inmenso, repleto siempre de turistas. Afortunadamente ella era tranquila y obediente, pues de haberse escapado habría pasado muchos nervios y no deseaba correr todo el día como un sabueso tras la chica.
No tenía novio, y al parecer ignoraba los galanteos de sus empleados, estos no le perdían pisada, no dejaban de mirarla. Aún vestida como hippy se veía hermosa, tentadora...
Su amigo Francesco Ridolfi, que estaba en la oficina contigua no tardó en verla y como era un tipo mujeriego la seguía con la mirada como un cretino imaginando tal vez las cosas que le haría cuando cayera en sus manos.
—Ni lo pienses, que ni se te ocurra, esa jovencita es