Vaya vaya, cómo has crecido
Por Megan Maxwell
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En su infancia fueron vecinos y asistieron al mismo colegio. Han pasado muchos años, por lo que Raquel se sorprende cuando se da cuenta de que él sabe perfectamente quién es.
Aunque Manuel la invita a cenar tras la entrevista, ella se niega y se marcha. Sin embargo, Manuel no se da por vencido y, gracias a su madre, acaba dando con ella.
A partir de ese instante, Raquel y Manuel se encontrarán en más de un lugar, y lo que comenzó como una entrevista se convertirá en un tremendo asedio al corazón.
Megan Maxwell
Megan Maxwell es una reconocida y prolífica escritora del género romántico que vive en un precioso pueblecito de Madrid. De madre española y padre americano, ha publicado más de cincuenta novelas, además de cuentos y relatos en antologías colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional de Novela Romántica Villa de Seseña, y en 2010, 2011, 2012 y 2013 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com. En 2013 recibió también el AURA, galardón que otorga el Encuentro Yo Leo RA (Romántica Adulta), y en 2017 resultó ganadora del Premio Letras del Mediterráneo en el apartado de novela romántica. Pídeme lo que quieras, su debut en el género erótico, fue premiada con las Tres Plumas a la mejor novela erótica que otorga el Premio Pasión por la Novela Romántica y llevada a la gran pantalla por Versus Entertainment y Warner Bros. Pictures España. Encontrarás más información sobre la autora y su obra en: Web: https://megan-maxwell.com/ Facebook: @Megan Maxwell Instagram: @megan__maxwell Twitter: @MeganMaxwell
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Vaya vaya, cómo has crecido - Megan Maxwell
Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Biografía
Referencias a las canciones
Créditos
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Sinopsis
Raquel es una joven periodista a la que le encargan entrevistar al guapísimo actor de moda Manuel Beltrán.
En su infancia fueron vecinos y asistieron al mismo colegio. Han pasado muchos años, por lo que Raquel se sorprende cuando se da cuenta de que él sabe perfectamente quién es.
Aunque Manuel la invita a cenar tras la entrevista, ella se niega y se marcha. Sin embargo, Manuel no se da por vencido y, gracias a su madre, acaba dando con ella.
A partir de ese instante, Raquel y Manuel se encontrarán en más de un lugar, y lo que comenzó como una entrevista se convertirá en un tremendo asedio al corazón.
Vaya vaya, cómo has crecido
Megan Maxwell
Capítulo 1
Estoy en la puerta de la casa del guapísimo actor de moda Manuel Beltrán.
Es un hombre alto, impresionante, con una sonrisa perfecta y un sex-appeal que vuelve loco a hombres y mujeres, y no solo en el cine español.
Trabajo como periodista freelance y, tras concertar la cita días atrás, llamo a la puerta y una mujer la abre.
—Buenas tardes —saludo educada—. Mi nombre es Raquel Rodríguez y tengo cita con el señor Manuel Beltrán para una entrevista.
La mujer, que seguro que es su representante, me escanea de arriba abajo.
Vale. Mi pelo no es el más peinado, no estoy maquillada y voy en vaqueros. Pero, joder, vengo de cubrir una interminable guardia de veinticuatro horas delante del domicilio de otro famosete.
Seguro que la bien peiná me va a decir algo, y no precisamente bonito. Me atuso el pelo dispuesta a escucharla, cuando la puerta blanca del fondo se abre y aparece Manuel.
¡Dios…, es él!
Durante unos segundos nos miramos. Madre mía, qué intensidad…, hasta que dice:
—Concha, si no te importa, ya me ocupo yo de la señorita.
—¡Es periodista!
Al oírla decir eso, la miro. Ha dicho «periodista» como quien dice «peste», y al ser consciente de que me he dado cuenta de ello, la bien peiná suaviza su tono de voz e indica:
—Tranquila, querida, no tengo nada en contra de ti. Solo velo por los intereses de mi representado.
Sonrío por no mandarla a freír espárragos, cuando Manuel se acerca a nosotras y aclara:
—Concha, Raquel no es solo una periodista, es una amiga.
¡Toma yaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡¿De verdad se acuerda de mí?!
Manuel y yo éramos vecinos en el barrio de Lavapiés. Íbamos al mismo cole, pero no a la misma clase, y además coincidíamos en kárate, deporte en el que recuerdo que el coleguita era el rey. Daba unos mawashi geri con un estilazo y una virilidad que solo con recordarlo ya me echo a temblar.
Lo miro feliz porque me recuerde, cuando a la tal Concha le suena el móvil y señala:
—Tenéis quince minutos. Tras esta entrevista tienes otras tres más, Manuel.
Dicho esto, se va y yo me quedo más cortada que un pimiento mientras él me escanea de arriba abajo, hasta que dice:
—Mi madre me llamó para decirme que venías hoy. Al parecer, se lo comentaste a la tuya y ella se lo comentó a la mía.
Sonrío. Nuestras madres siguen siendo vecinas.
—Vaya vaya con Raquel… —murmura entonces—, cómo has crecido.
Uf…, uf… ¿Cómo debo tomarme eso? ¿Bien?, ¿mal?
Fea no soy, lo sé. Y aunque tampoco soy una mujerona despampanante ni tengo un cuerpazo diez, me manejo muy bien en esto del ligoteo.
Manuel fue el primer muchacho que me besó, mi primer amor y mi primera decepción. Desde entonces ha llovido mucho y he besado mucho, pero el primer amor, como se suele decir, no se olvida.
Sin querer parecer más tonta de lo que me siento, sonrío. Como buen divo, está acostumbrado a que todas le hagan la ola, pero yo no quiero formar parte de ese «todas». Somos adultos y, aunque mi vida no es tan de color de rosa como la suya ni tengo la tontería que tienen las mujeres que salen de su brazo en las fotos de las revistas, lo miro y murmuro con cierta chulería:
—Vaya vaya con Manu…, cómo has crecido tú también.
Capítulo 2
Me dejo guiar. Al fin y al cabo, es su casa, y cuando abre una puerta corredera de cristal, que tiene que costar lo que gano yo en diez meses, murmuro al ver ese impresionante salón que nada tiene que ver con la casa de sesenta metros cuadrados donde ambos crecimos, o la de cincuenta y cinco en la que vivo yo.
—Guauuuu…, qué pasote.
Manuel sonríe y yo me regaño a mí misma. Pero, vamos a ver, ¿por qué no me he contenido?
Sin detenernos, vamos hacia un precioso sofá beige claro y no sé si sentarme o no. Horas antes estaba sentada en el suelo de un jardín, junto a varios compañeros, en busca de la noticia y la foto de una famoseta con su nuevo novio y debo de tener el pantalón algo sucio. Sin hablar, dejo el bolso sobre la mesita de cristal, y, con disimulo, me lo sacudo por atrás.
Manu me observa de pie a mi lado mientras yo sigo a lo mío, hasta que oigo:
—Siéntate ya, mujer.
Con una sonrisa, lo hago.
Él se acomoda a mi lado y su olor fresco vuelve a inundarme la nariz.
Ignorando ese tonto detalle, cojo mi carpeta y la abro. Saco de mi bolsote unas gafas, me las pongo, después enciendo la grabadora y, una vez me cercioro de que está grabando, la dejo sobre la impoluta mesita y digo en un tono lo más profesional que puedo:
—¿Comenzamos?
—Cuando quieras.
Ojeo mis anotaciones. Dios, ¡estoy nerviosa como una principianta! Y, sin mirarlo, pregunto:
—Tu última película, Un verano en Tokio, en la que compartes cartel con los sex symbols de Hollywood Channing Tatum y Sam Worthington, ¿qué ha supuesto para ti?
Manu sonríe. Por el amor de Dios, qué sonrisa tiene, y a escasos centímetros de mi persona pregunta:
—¿Siempre has llevado gafas?
Niego con la cabeza. No…, no…, ¡eso no es profesional! Pero respondo mirándolo:
—Las uso desde hace un par de años. Vamos, respóndeme.
El muy sinvergüenza, consciente de mi desconcierto, contesta a mi pregunta y, una vez acaba, clava su mirada en mí y afirma:
—Te quedan muy bien.
Sonrío. No lo puedo remediar. Soy así de simple.
Pero, vamos a ver, ¿a quién no le gustaría que uno de los sex symbols del momento le dijera algo bonito?
Una vez consigo encauzar la entrevista, Manu se centra en responder a mis preguntas y todo fluye entre ambos. Se nota que estamos a gusto en nuestros papeles. De pronto la puerta se abre y su representante entra, nos mira y dice:
—Lo siento, chicos, pero debéis acabar. Ha llegado el siguiente periodista.
¿Ya han pasado quince minutos?
Sorprendida, miro el reloj. Realmente han pasado veinte, cuando de pronto una chica guapa, pero guapa… guapa, entra en el salón y, tras echarme una mirada de «cuidadito, lagarta, que es mío», se acerca mimosa a Manuel y dice en inglés:
—Amor, he acabado pilates y me voy a la peluquería. Luego nos vemos.
A continuación, lo besa en la boca marcando su terreno ante mí y después se va.
Apago la grabadora. No sé por qué, pero lo ocurrido me ha incomodado, y cuando estoy metiéndola en mi bolsaco, siento la mano de él sobre mi rodilla y, cuando lo miro, dice:
—¿Qué tal si me das tu teléfono? Te llamo y te invito a cenar.
Sonrío. Niego con la cabeza. ¡Ni loca!
—Cenamos y nos ponemos al día —añade.
¿Al día? ¿Ponernos al día? Madre mía, este tiene más peligro que un cirujano con hipo, y cuando voy a decir algo insiste:
—Vamos, Raquel, por los viejos tiempos.
Capítulo 3
Tras una entrevista que creo que ha salido chula, aunque para chula ya estoy yo, me despido a toda prisa sin darle mi teléfono y me escapo como alma que lleva el diablo.
Por suerte, entre el periodista que esperaba su turno y la bien peiná de su agente, lo frenan y no puede salir detrás de mí.
Me encamino decidida hacia la redacción. Tengo que trabajar. Voy pillada de tiempo y, nada más verme, mi amiga Loli, que es jefa de redacción, me cede una salita y me pongo a escribir la entrevista. La voz de Manuel sale de mi grabadora e, inconscientemente, el vello de mi cuerpo se me pone de punta.
Qué voz. ¡Qué voz tiene el puñetero!
Una vez termino el trabajo, se lo paso a Loli, ¡mi gran Loli! Esa amiga que conoces en la universidad, que estudia lo mismo que tú y que nunca se olvida de ti. ¡Esa es mi Loli!
Con una sonrisa, lo