Soy una mamá divorciada y alocada
Por Megan Maxwell
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Soy Estefanía y, como ya sabes, me he separado y ahora rezo para que llegue pronto el divorcio.
Sí… sí, no me mires así, DI-VOR-CIO. Con todas sus letras.
Por si lo has olvidado, te recuerdo que me separé porque descubrí que el caradura, por no decir un palabrotón, del que era mi maridito me la pegaba con otra mujer a quien tenía escondida en su teléfono como ¡Saneamientos López!
¡Se puede ser más ruin!
En fin. Ya lo he asumido, aunque a veces no es fácil aceptar que Alfonso y yo ya no somos más que los padres de tres preciosos niños y unos auténticos desconocidos.
A pesar de todo, intento que la vida continúe con normalidad para todos y, dispuesta a reencontrarme, comienzo a salir con mis amigas.
Según ellas, vuelvo a estar en el mercado, pero oye… ¡vaya tela como está el mercado!
Y si a eso le añado, entre otras cosas, que mi ex, en una de sus locuras, decide llevarse de vacaciones a mis hijos con su nueva churri, ¡pues imagina!
¡Estoy que reviento por todos lados!
Pero ¡madredelamorhermoso!
¿Qué voy a hacer yo sin mis polluelos?
¿Será capaz Alfonso de apañarse con los niños sin mí?
Eso sólo lo sabrás si lees… Soy una mamá divorciada y alocada.
¡Te espero!
Megan Maxwell
Megan Maxwell es una reconocida y prolífica escritora del género romántico que vive en un precioso pueblecito de Madrid. De madre española y padre americano, ha publicado más de cuarenta novelas, además de cuentos y relatos en antologías colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional de Novela Romántica Villa de Seseña, y en 2010, 2011, 2012 y 2013 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com. En 2013 recibió también el AURA, galardón que otorga el Encuentro Yo Leo RA (Romántica Adulta), y en 2017 resultó ganadora del Premio Letras del Mediterráneo en el apartado de novela romántica. Pídeme lo que quieras, su debut en el género erótico, fue premiada con las Tres Plumas a la mejor novela erótica que otorga el Premio Pasión por la Novela Romántica. Encontrarás más información sobre la autora y su obra en: Web: https://megan-maxwell.com/ Facebook: @Megan Maxwell Instagram: @megan__maxwell Twitter: @MeganMaxwell
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Comentarios para Soy una mamá divorciada y alocada
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una gran historia, para muestra un botón, acá queda más que claro el amor incondicional de algunas madres por sus hijos y de como se puede salir adelante, qué después de la lluvia, siempre sale el sol
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Soy una mamá divorciada y alocada - Megan Maxwell
Sinopsis
Hola,
Soy Estefanía y, como ya sabes, me he separado y ahora rezo para que llegue pronto el divorcio.
Sí… sí, no me mires así, DI-VOR-CIO. Con todas sus letras.
Por si lo has olvidado, te recuerdo que me separé porque descubrí que el caradura, por no decir un palabrotón, del que era mi maridito me la pegaba con otra mujer a quien tenía escondida en su teléfono como ¡Saneamientos López!
¡Se puede ser más ruin!
En fin. Ya lo he asumido, aunque a veces no es fácil aceptar que Alfonso y yo ya no somos más que los padres de tres preciosos niños y unos auténticos desconocidos.
A pesar de todo, intento que la vida continúe con normalidad para todos y, dispuesta a reencontrarme, comienzo a salir con mis amigas.
Según ellas, vuelvo a estar en el mercado, pero oye… ¡vaya tela como está el mercado!
Y si a eso le añado, entre otras cosas, que mi ex, en una de sus locuras, decide llevarse de vacaciones a mis hijos con su nueva churri, ¡pues imagina! ¡Estoy que reviento por todos lados!
Pero ¡madredelamorhermoso! ¿Qué voy a hacer yo sin mis polluelos? ¿Será capaz Alfonso de apañarse con los niños sin mí?
Eso sólo lo sabrás si lees… Soy una mamá divorciada y alocada.
¡Te espero!
Soy una mamá...
divorciada y alocada
Megan Maxwell
Pasito a pasito
«Estefanía, oficialmente estás separada.»
Esas palabras retumban una y otra y otra vez en mi mente mientras miro el techo de mi habitación.
«Madre mía..., madre mía...
»Por el amor de Dios...
»¡Que me he separadooooooooo!»
Vale. Ya sé que no soy ni la primera ni la última en hacerlo, pero... ¡me he separado! Yo..., Estefanía..., separada.
«Uf..., uf..., el calor que me entra.»
Si llegan a decirme esto hace un año, ¡me río y me destrozo!
Yo, que era la mayor fan de él.
Yo, que besaba el suelo por donde pisaba.
Yo, que creía en el amor y en la pareja.
Pero no. Eso se acabó.
Ya no soy fan de nadie, ni beso el suelo de nadie, ni creo en el amor.
He tomado una decisión tras saber que el hombre al que adoraba, quería y amaba, al que le planchaba las camisas y los calzoncillos para que fuera como un pincel de guapo, me la estaba pegando con Saneamientos López.
Pero ¿se puede ser más cabrito?
Yo, aquí, ejerciendo de mami y amante esposa, riéndole las gracias cuando no las tenía, soportando sus pedos cuando se le caían y aguantando a su madre cuando la buena señora se presentaba, y él, dándose la vida padre, acostándose con ésa y a saber con cuántas más y riéndose de mí en mi cara.
No..., definitivamente no es un cabrito, ¡es un cabrón!
Me estiro sobre el colchón y, ¡zas!, alguien me lo impide.
Al mirar, me encuentro con mi perra Torrija. Compartimos cama.
Sus ojitos redondos me observan a la espera de que le sonría para ella tirarse contra mí y llenarme la cara de lametazos.
¡Qué cariñosa es!
Vale. Sé que los perros no se han de subir a la cama, mi ex siempre me lo decía. Pero Torrija es una más de la familia, y, aunque a veces me despierto y estoy al borde del colchón mientras ella está repanchingada en el centro, se lo permito. ¿Por qué?, pues porque me da la gana. ¿Para qué te voy a decir otra cosa?
Tras unos segundos en los que Torrija y yo nos miramos, finalmente sonrío, y ella, mi bichito precioso, se pone de un salto sobre mí y, mientras mueve el rabo de manera descontrolada, me da sus particulares, lametosos y babosos buenos días. Vuelvo a sonreír. Ella me hace feliz.
Cuando su ratito de amor perruno e incondicional acaba, vuelve a tumbarse a mi lado. A ésta le gusta tanto como a mí la cama.
Hoy termina el colegio de los niños y ha pasado una semana desde que firmé la separación.
Siete largos días, que son ciento sesenta y ocho horas.
Ciento sesenta y ocho horas que son diez mil ochenta minutos.
Diez mil ochenta minutos que, traducidos en segundos, son...
Vale, paro.
No soy una experta matemática. Sé esto porque esta madrugada, cuando me levanté al baño por enésima vez, cogí el móvil y lo conté con la calculadora.
«Dios..., me voy a volver loca.»
Angustiada, levanto el brazo. Lo miro y, ¡zas!, me fijo en mi dedo.
«¡Joder, a ver si me da el sol y se me quita la marca!»
Pero me tiembla la barbilla... «Aisss, que lloro.»
Los ojos se me empañan... «Aisss, que gimoteo.»
Torrija, que es más lista que el hambre, rápidamente acude a mi rescate. Vuelve a llenarme la cara de besos y reacciono. Paro y me siento en la cama, ¡no voy a llorar!
Que no..., que no... ¡Que no quiero!
Vuelvo a mirar mi mano. ¡Qué rara me siento sin el anillo! Pero basta...
¡Se acabó flagelarme!
Lo mío con mi ex —qué raro resulta decir «mi ex»— está roto. Finito. Caput!
Sólo espero que a partir de ahora y hasta que firmemos el puñetero divorcio exprés todo lo hagamos bien, especialmente por los niños.
¡Divorcio exprés!
Por Dios, qué mal suena esa clase de divorcio después de una vida junto a él.
Qué triste.
Qué triste es vivir un momento así y pensar que, a partir de ahora, el padre de mis hijos será un desconocido con el que tendré recuerdos en común que quiero olvidar.
Por supuesto, quiero olvidar los recuerdos de él, no los de mis hijos.
Alfonso, alias Rapunzel por el amor que le tiene a su lindo cabello, me ha hecho daño, mucho daño, y cuanto menos piense en él, mucho mejor.
Miro el despertador.
Queda media hora para que suene y tenga que levantarme gritando como cada mañana. ¡Zafarrancho de combate!
Despertar a mis niños es una guerra. Una guerra que hago encantada cada mañana, y espero que el tiempo se ralentice para que pueda disfrutarlo mucho más, aunque a veces me queje.
Una cosa importante: necesito encontrar un trabajo. Las horas que echaba en la residencia de ancianos se acabaron, y aunque de momento no voy mal de dinero, porque nos hemos repartido lo que teníamos en común, está claro que, si sólo se saca y no se mete, las cuentas se vacían, y yo necesito meter.
Y, ya que nos ponemos, no me vendría mal en otros sentidos, porque desde que Alfonsito se marchó, sólo tengo citas nocturnas con mi adorado Simeone, ese que duerme en el primer cajón de la mesilla y que de vez en cuando me alegra la vida.
¡Anda que no!
Hace dos días le puse pilas nuevas, pues las que tenía estaban decaídas como yo, y, madredelamorhermosobonitoycurrufoso, la potencia que tiene ahora.
¡Increíble!
Sedienta de agua, por no decir de venganza contra mi exchurri, me levanto al baño para beber, seguida, cómo no, por Torrija. Es mi sombra. Allá donde voy viene ella.
Al entrar en el baño mis ojos chocan directamente con el albornoz de mi ex.
Lo miro.
No puedo ni moverme, y de pronto soy consciente de que permanece colgado donde siempre.
¿Por qué?
¿Por qué no lo he quitado?
¿Acaso estoy tan acostumbrada a verlo que ni estando ahí lo veo?
La costumbre. Maldita costumbre.
Finalmente, consigo moverme, llego hasta el grifo, lo abro y bebo agua a morro.
Pienso en Alfonso. En que hoy lo veré en la fiesta de fin de curso de los niños, y siento un retortijón.
«¡Joder..., joderrrrrrrr!»
Una vez termino y cierro el grifo, mis ojos vuelan de nuevo al maldito albornoz de Pierre Cardin negro y gris que le compré con tanta ilusión a ese imbécil para Navidad.
Pero, vamos a verrrrrrrrrr...
¿Por qué sigue ahí colgado?
¿Por qué no cojo todas las jodidas cosas suyas que aún no se ha llevado y hago una hoguera con ellas?
Cierro los ojos y me invaden cientos de recuerdos.
Alfonso abriendo el regalo...
Alfonso probándoselo y yo sonriendo...
Alfonso mirándome y yo quitándoselo...
Madre mía..., madre mía, ¡qué moñas soy!
Pero ¿cómo puedo recordar eso cuando ese falso me la estaba pegando con otra?
De nuevo, otro retortijón de estómago, y reacciono.
Estiro la mano, cojo el albornoz para tirarlo a la basura, pero, tonta de mí, me lo acerco a la nariz. Huele a él. Huele a mi ex. Huele al hombre que me ha hecho arañar los techos de mi casa y me ha partido el corazón.
Durante unos segundos olisqueo la prenda, que, además, huele a traición, cuando mis ojos y los de Torrija