Matrimonio de conveniencia
Por Susan Fox
4/5
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Pero si lo que Rena esperaba era un matrimonio de conveniencia en el que nunca tendrían que compartir cama, iba a encontrarse con una sorpresa. Ford llevaba mucho tiempo intrigado por la timidez de su futura esposa y tenía la intención de convertirse en su marido, en todos los sentidos de la palabra.
Susan Fox
Susan Fox grew up with her sister, Janet, and her brother, Steven, on an acreage near Des Moines, Iowa where besides a jillion stray cats and dogs, two horses, and a pony, her favourite pet and confidant was Rex, her brown and white pinto gelding. She has raised two sons, Jeffrey and Patrick, and currently lives in a house that she laughingly refers to as the Landfill and Book Repository. She writes with the help and hindrance of five mischievous shorthair felines: Gabby (a talkative tortoiseshell calico), Buster (a solid lion-yellow with white legs and facial markings) and his sister Pixie (a tri-colour calico), Toonses (a plump black and white), and the cheerily diabolical naughty black tiger Eddie, aka Eduardo de Lover. She is a bookaholic and movie fan who loves cowboys, rodeos, and the American West past and present, and has an intense interest in storytelling of all kinds and politics, which she claims are often interchangeable. Susan loves writing complex characters in emotionally intense situations, and hopes her readers enjoy her ranch stories and are uplifted by their happy endings.
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Matrimonio de conveniencia - Susan Fox
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Susan Fox
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio de conveniencia, n.º 1705 - noviembre 2015
Título original: Marriage on Demand
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7315-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
INCLUSO para una mujer acostumbrada a controlar sus emociones durante toda su vida, con el único objetivo de ganarse el afecto y la aprobación de su padre, aquel mandato era difícil de cumplir: «Tienes que casarte con Ford Harlow».
Rena Lambert, que estaba en le porche del rancho Lambert, miró atónita a su padre y se quedó sin habla. Se sentía incapaz de responder con su habitual dulzura y suavidad a aquel hombre volátil y eternamente amargado que jamás mostraba el más mínimo atisbo de sentimientos. Quizás porque no los tenía.
–Ya hace mucho que deberías haberte casado –dijo él, y la miró críticamente de arriba abajo.
–No tengo interés alguno en casar...
Las impacientes palabras de su padre la interrumpieron.
–Ya está hablado. Eres una mujer sin sentimientos propios de tu género. A los hombres no les gustan las mujeres que son más machos que ellos.
Aquellas palabras la humillaron. Durante toda su vida, Abner Lambert había matado cualquier signo de feminidad o debilidad en su hija. Era realmente cruel que la reprendiera por haber reprimido sus inclinaciones naturales.
Sintió ganas de llorar, pero el autocontrol que había regido su vida desde su más tierna infancia le impidió derramar ni una sola lágrima.
El nacimiento de Rena había provocado la muerte de la única mujer a la que su padre había amado, con el agravante de que había sido una niña, por lo que Abner se había quedado sin un hijo que heredara su hacienda. Un varón tal vez habría llegado a ganarse el afecto de su padre, o, al menos, su respeto, aunque solo hubiera sido por su capacidad de llevar y transmitir el apellido de la familia, del que tan orgulloso estaba.
Jamás había pensado en volver a casarse para poder tener la deseada descendencia. Su retorcido sentido de la justicia lo instaba a culpar a Rena, en lugar de tratar de poner solución al problema.
Rena, por su parte, desde siempre había intentado con esmero ganarse el afecto de su padre.
Poco a poco se iba dando cuenta de que aquella búsqueda de aprobación venía del sentimiento de culpa que él había imprimido en ella.
Rena miró a su padre que continuaba hablando. Cada palabra era más injusta que la anterior.
–No voy a permitir que ninguna mujer sea propietaria del rancho Lambert. Tu primer hijo heredará todo lo mío. Harlow lo supervisará hasta que el chico sea lo suficientemente mayor como para ocuparse de todo. Si no das a luz ningún niño, el rancho pasará a manos de Frank Casey o a uno de sus hijos. Si eso sucede, será mejor que tengas algo que Harlow necesite para que no te repudie, porque lo que busca, ya lo habrá obtenido. Quiere que vayas a su casa esta noche a las siete. Será una cena informal.
Dolida y avergonzada, Rena no sabía qué le daba fuerzas para mantener la compostura.
–¿Ya lo tenéis todo arreglado? –preguntó ella en un tono suave y cuidadoso–. Pero, ¿por qué quieres que yo sea parte del trato? Véndele la parte Oeste a Harlow y dale el resto a Frank y a sus hijos. Han trabajado muy duro.
Ella había trabajado tanto o más que ellos, había dado su vida, su sudor su sangre a la tierra Lambert. Tenía la esperanza de que algún día heredaría aquel rancho que tanto amaba. Pero, de pronto, sus esperanzas se habían desvanecido.
¿Cómo había podido pensar que aquel rechazo llegaría a desaparecer? A ojos de su padre ella solo servía para trabajar.
Su padre continuó con su dura charla y ella sintió un extraño mareo.
–Supongo que debo hacer esto por ti, ya que tú pareces incapaz de conseguir que ningún hombre se interese por ti.
Una rabia afincada en ella desde hacía mucho tiempo amenazó con estallar. Pero, una vez más, la controló.
Sin decir nada más, atravesó el porche y se metió en la casa. Tenía un desagradable nudo en la garganta y la sensación de que se iba a desmayar.
Como un robot, subió las escaleras. Una vez en el dormitorio, comenzó a meter, mecánicamente, sus cosas en una maleta. Debería haber dejado aquel infierno cuando cumplió los dieciocho. ¿Qué mujer o que hombre habrían podido vivir así durante tanto tiempo?
«A los hombres no les gustan las mujeres que son más machos que ellos».
Su padre estaba equivocado. Ella no era ningún macho, no se asemejaba en nada a un hombre, pues ningún hombre habría tolerado que lo trataran así. Los hombres tenían más orgullo y autoestima.
La estúpida cabezonería que la había instado a no darse por vencida durante todos aquellos años de pronto le pareció ridícula y vergonzante. ¿Cuántas veces alguien permite que le den en la mano con el martillo, sin tratar de retirarla antes?
Aunque se había dado cuenta de la verdad tiempo atrás, no había querido aceptarla. Durante años había preferido levantarse cada día y centrarse en la rutina que la ayudaba a sobrellevar con cierta dignidad la sensación de rechazo. Por la noche, agotada por el malestar, se dejaba llevar y soñaba en vano con que algún día las cosas cambiarían.
Una repentina necesidad de poner fin a todo aquello la empujaba a empaquetar con creciente vehemencia sus cosas.
Seguramente, Ford Harlow pensaba que se iba a casar con una mujer a la que nadie quería pero que, a cambio, había conseguido un buen trato. Solo pensar en aquello hizo que, una vez más, se sintiera humillada.
¿Qué tipo de hombre era Harlow? Jamás habría pensado que podría compartir algo tan enrevesado como los planes de su padre para desheredar a su única hija. ¿Cómo habría reaccionado ante la propuesta de su padre? ¿Se habría reído?
Al final había aceptado, eso estaba claro, porque lo que le interesaba era conseguir un trozo de tierra, no una esposa. Se preguntó si realmente él estaría dispuesto a darle un hijo.
Un rubor puramente femenino se adueñó de ella. Durante años había ocultado celosamente cuánto le gustaba Ford Harlow. Su padre la habría amonestado duramente de haber notado que su hija mostraba interés por hombre alguno, y más particularmente por alguien de la talla de Ford Harlow.
A ella la habría mortificado que este lo hubiera advertido. Las pocas veces que había hablado con él, se había mostrado amable, casi cariñoso, aunque su mirada intensa y sus masculinos modales la intimidaban. Ella siempre había respondido con frialdad, pero su herido ego no había quedado inmune a sus atenciones. Su corazón había respondido a ese trato de un modo natural e inevitable.
No podía soportar la idea de que él pensara que ella tenía nada que ver en aquel necio trato. Sabía que hombres como Ford Harlow no reparaban en la presencia de mujeres asexuadas como ella. Era desconcertante pensar que él hubiera podido tomarse en serio un trato que incluyera casarse con ella, al menos tan en serio como para querer concertar una cita.
Tenía que verlo en aquel instante. Tenía que poner fin a todo aquello. Pero, ¿cómo iba a ser capaz de enfrentarse a él?
Sin darse tiempo a pensar más, soltó las cosas que se disponía a seguir metiendo en la maleta y salió de la habitación, antes de perder por completo los nervios.
El nuevo caballo que Ford Harlow había comprado era rebelón e inquieto, con demasiados malos hábitos tolerados por su anterior dueño.
El grito procedente de los establos llamó la atención de Ford y lo obligó a dejar cuanto estaba haciendo.
Cuando estaba a punto de llegar, el salvaje jaco salió de las cuadras, desafiando los infructuosos esfuerzos de sus dos cuidadores.
Dos hombres más se aventuraron a detener a la bestia, pero el animal los redujo y se dio a la fuga. Era sin duda un caballo inteligente, hábil y rápido, y esas mismas cualidades le habían facilitado la escapada.
Ford corrió tras él con la intención de detenerlo, lanzándole un lazo que no hizo sino quemarle las manos y tirarlo al suelo.
Maldiciendo su suerte, se levantó