Libro electrónico151 páginas2 horas
Bajo el muérdago
Por Julianna Morris
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Información de este libro electrónico
Aunque no quería tener otra esposa, deseaba ardientemente besar a aquella mujer... En cuanto se instalaron en Washington la historia empezó a repetirse: el comité de bienvenida de las solteras del lugar, las comidas caseras de regalo... Alex McKenzie era viudo, sí, pero no buscaba una nueva esposa. Sin embargo, su hijo de cuatro años sí parecía haber encontrado una nueva madre… y justo a tiempo para las vacaciones. La vecina Shannon O'Rourke era guapa, inteligente y soltera... y no le había llevado ni una tartera con comida casera. Quizá no estuviera hecha para ser la esposa de nadie, pero lo cierto era que Shannon había conseguido que el hijo de Alex volviera a sonreír… algo que él no había logrado.
Autor
Julianna Morris
Julianna Morris has thirty published novels & been a Romantic Times Magazine Top Pick. Her SuperRomance novel, Jake's Biggest Risk, was a Romantic Times 2014 nominee for the Reviewer's Choice Best Book. Julianna's books have been praised for their emotional content, humor & strong characters. She loves to hear from readers, so check in with her on Facebook at https://www.facebook.com/julianna.morris.author or Twitter at https://twitter.com/julianna_author.
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Bajo el muérdago - Julianna Morris
HarperCollins 200 años. Desde 1817.
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Julianna Morris
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo el muérdago, n.º 2074 - octubre 2017
Título original: Meet Me under the Mistletoe
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-475-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SHANNON O’Rourke estacionó el coche frente a la oficina de correos y sacó del bolso unas tarjetas de Navidad. Lo normal sería que las hubiera envidado desde la oficina pero, a regañadientes, se había tomado unos días de vacaciones en su trabajo como Relaciones Públicas.
A su lado en el aparcamiento vio a su nuevo vecino saliendo de un jeep Cherokee.
Sólo había visto a Alex McKenzie una vez, pero según los rumores que había lanzado la cotilla oficial del bloque de adosados en el que vivían, era un viudo de treinta y cuatro años, profesor de universidad, con un doctorado en ingeniería.
Y también era uno de los hombres más atractivos que Shannon había visto en su vida.
–Jeremy, deja al señor Tibbles en el jeep –estaba diciendo, mientras desabrochaba el cinturón de seguridad de su hijo.
El niño bajó del jeep con un conejo de peluche en la mano. Parecía una versión en miniatura de su padre y Shannon tuvo que sonreír al ver a aquel crío tan serio, sus ojos azules más maduros que los de muchos adultos.
–No pasa nada, hijo, al señor Tibbles no le importará quedarse en el jeep un rato –insistió McKenzie.
Jeremy negó con la cabeza, apretando al conejo contra su pecho.
Su padre dejó escapar un suspiro mientras acariciaba el cabello castaño del niño.
–Muy bien. Quédate ahí mientras yo saco los paquetes.
Un minuto después se dirigía a la oficina de correos con los paquetes en una mano y su hijo en la otra.
Y fue entonces cuando Shannon salió del coche.
–Deje que lo ayude, señor McKenzie.
Alex se volvió y se encontró con una pelirroja guapísima. Su rostro le resultaba familiar, pero no sabía de qué.
–Perdone, ¿nos conocemos?
–Soy Shannon O’Rourke, su vecina.
–Ah, sí, es verdad –Alex recordó un día del mes anterior, cuando se mudaron. Estaba hablando con los de la mudanza cuando una mujer aparcó a su lado. Iba envuelta en un grueso abrigo y sólo podía ver su cabello rojo, pero lo había saludado con la mano antes de escapar hacia su casa corriendo para resguardarse de la lluvia.
Pero ahora no llevaba un grueso abrigo. No, llevaba unos vaqueros de diseño y un jersey de cachemir que destacaba su delgada cintura y sus femeninas curvas. Destilaba seguridad y tenía una sonrisa contagiosa.
Uno de los paquetes se le cayó de la mano y Shannon lo recogió.
–Espere, deje que le eche una mano –se ofreció, tomando un par de paquetes sin esperar que él dijera nada–. ¿Vamos?
Alex levantó una ceja. «Tímida» no parecía ser una palabra que entrase en el vocabulario de aquella chica.
Todo el mundo decía que las navidades eran especialmente duras para un hombre que ha perdido a su esposa, pero lo más duro para él era disimular por el bien de su hijo de cuatro años. Aquéllas serían las primeras sin su mujer. La muerte de Kim el pasado enero había dejado un enorme hueco en sus vidas. Y, por muy buena que fuera, una guardería nunca podría darle a un niño lo que le daba una madre.
Pensar en su difunta esposa hacía que se le encogiera el corazón. Sus amigos solían llamarlo «el hombre más casado del mundo», aunque pasaba mucho tiempo trabajando fuera del país. Pero tenían razón. Había tenido una mujer maravillosa, dulce, tierna, que jamás protestaba por nada ni se peleaba por nada, como solían hacer sus padres. Esa clase de amor no se encuentra dos veces en la vida.
Shannon abrió la puerta con la cadera y esperó al padre y al hijo.
–Se supone que soy yo quien debería abrirle la puerta a una señorita –dijo Alex–. Pero supongo que es usted una mujer moderna que no cree en ese tipo de cosas.
Shannon abrió la boca para replicar con una ironía, pero decidió no hacerlo. Siempre había creído en ser ella misma y si a un hombre no le gustaba, peor para él.
Aunque últimamente no estaba muy segura de qué era «ser ella misma».
Ella quería algo más de la vida. Quería enamorarse, casarse, pero últimamente su vida amorosa era inexistente. Y ahora que cuatro de sus cinco hermanos estaban felizmente casados, el deseo de encontrar el amor era más fuerte que nunca. Pero su vida parecía estancada en ese aspecto.
–No me importa –dijo por fin. Era cierto. No le importaba que un hombre se portara de forma caballerosa, pero le daba cierta vergüenza quedarse esperando que le abrieran una puerta o le apartaran una silla.
–Muy bien –Alex apoyó el hombro en la puerta para sujetarla–. Pase, señorita O’Rourke.
Estaba tan cerca que podía oler el aroma de su after shave y se le doblaron las rodillas. Y eso no podía ser. Según sus tres hermanas, Kelly, Miranda y Kathleen, los hombres con hijos eran demasiado complicados.
Entonces miró a Jeremy, tan seriecito.
–Pase –dijo el niño. Y Shannon se derritió.
–Gracias.
Luego se acercaron a la larga fila de gente que esperaba frente a la ventanilla.
Su casa estaba en una pequeña zona residencial a las afueras de Seattle, pero la oficina de correos estaba llena de gente. De modo que tenían por delante una larga espera… algo que, sorprendentemente, la alegró.
Debía estar perdiendo la cabeza.
Por favor, la llamaba señorita O’Rourke y, según él, era su obligación abrirle la puerta. Alex McKenzie era tan anticuado como los hombres de la familia O’Rourke. Y ella solía correr en dirección contraria cuando se encontraba con alguien así. Había salido con uno en la universidad y le rompió el corazón dejándola porque, según él, quería una mujer como su madre, un ama de casa… algo que definitivamente, ella no era. Su único talento en la cocina era convertir un plato delicioso en una masa nauseabunda.
Un tironcito del jersey la hizo mirar hacia abajo.
–Yo también puedo ayudar –dijo Jeremy, señalando los paquetes que llevaba en la mano.
–Ah, muy bien. Yo te doy un paquete y tú me das al señor Tibbles. Puedo sentarlo en mi bolso mientras esperamos.
Jeremy la miró durante largo rato, pensativo.
El señor Tibbles era, evidentemente, un conejo de peluche muy importante y no iba a dejarlo con extraños. Shannon se agachó para mirarlo a los ojos. Había algo en el niño que le recordaba a sí misma cuando perdió a su padre siendo pequeña.
–Prometo cuidar muy bien de él.
Después de lo que le pareció una eternidad, Jeremy asintió y le cambió el conejo por los paquetes. Shannon colocó al señor Tibbles con las patitas dentro de su bolso para que no se cayera y sólo después del intercambio se fijó en la expresión atónita de Alex.
–¿Ocurre algo?
–No sé cómo lo ha hecho.
–¿A qué se refiere?
–No he sido capaz de apartar a Jeremy de ese conejo desde que su madre murió –le confesó Alex en voz baja–. Sólo lo suelta para bañarse y eso porque dice que el señor Tibbles tiene miedo al agua. Debe tener un don especial con los niños.
Shannon tragó saliva. Lo que ella sabía sobre niños podría escribirse en la cabeza de un alfiler.
–Sí, bueno, es que me gustan mucho.
No era mentira.
Los niños eran encantadores y le gustaría tener uno algún día. Sus sobrinos, tres niñas y un niño, eran lo más bonito del mundo para ella.
Alex no dejaba de mirar a su hijo, que se había acercado al árbol de Navidad de la oficina de correos.
Había tanto dolor en sus ojos que a Shannon se le encogió el corazón. Aquel hombre había perdido a su mujer y estaba intentando criar solo a su hijo. Y estaban en Navidad, la época del año en la que las ausencias eran más sentidas que nunca. Ella recordaba perfectamente la muerte de su padre. A partir de entonces nada parecía ir bien e incluso ahora, tantos años después, había momentos en los que una sensación de vacío reemplazaba la alegría de las navidades.
–Esta época del año debe ser muy dura para usted.
–Su madre hacía muchas cosas especiales en Navidad –asintió Alex, sin dejar de mirar al niño–. Hacía galletas con Jeremy, ponían juntos el árbol de Navidad, fabricaban los adornos… Es muy difícil compensarlo por todo lo que ha perdido.
Shannon se movió, un poco incómoda.
No podía involucrarse con un hombre que seguía llorando la muerte de su esposa porque sería un riesgo demasiado grande para su corazón. Además, sus relaciones nunca duraban. Anticuados o no, los hombres con los que salía siempre acababan queriendo que dejase de ser tan moderna y se convirtiera en un ama de casa.
Pero ella no era un ama de casa y
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