Crónicas de sociedad
Por Lissa Manley
4/5
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Información de este libro electrónico
Anna Sinclair era una joven de clase alta que trataba de convertirse en diseñadora de vestidos de novia, pero su vida amorosa era un auténtico desastre. Por eso decidió disfrazarse y empezar de nuevo en otro sitio... eso sí, evitaría cualquier tipo de romance. Entonces apareció el guapísimo empresario Ryan Cavanaugh para hacerse pasar por su novio en una fotografía... y Anna no tardó en quedar rendida a sus pies. Ryan Cavanaugh no era de los que permitían que los engañaran, por eso cuando se quedó fascinado con aquella encantadora diseñadora, sólo deseó que fuera tan sincera como parecía. Llevaba mucho tiempo tratando de creer en el verdadero amor... y gracias a aquella mujer, estaba incluso considerando la posibilidad de casarse.
Lissa Manley
Lissa Manley decided she wanted to be a published author at the ripe old age of twelve. . She feels blessed to be able to write what she loves, and intends to be writing until her fingers quit working, or she runs out of heartwarming stories to tell. Lissa lives in the beautiful city of Portland, Oregon with her husband, grown daughter and college-aged son. She loves hearing from her readers and can be reached through her website www.lissamanley.com, or through Harlequin Love Inspired.
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Crónicas de sociedad - Lissa Manley
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Melissa A. Manley
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Crónicas de sociedad, n.º 1838 - abril 2016
Título original: The Bridal Chronicles
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8180-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Anna Sinclair miró hacia el otro lado de la rosaleda, levantando el velo con mano temblorosa. Un hombre alto, increíblemente apuesto, caminaba hacia ella.
Sonriendo, se detuvo para hablar con la ayudante del fotógrafo y su cabello rubio oscuro brilló como el oro bajo el sol de junio. Las copas verdes de los árboles, en contraste con un cielo azul sin nubes, eran el marco perfecto para un hombre tan atractivo. Con un esmoquin negro que destacaba la anchura de sus hombros, era un sueño hecho realidad para cualquier novia.
Pero no para Anna. Diseñar vestidos de novia era lo único que ella tenía que ver con esas tonterías románticas.
Preguntándose si estaba cometiendo un error por acercarse a una cámara o a un hombre tan interesante como aquel, Anna miró a Colleen Stewart, la alta y rubia reportera de Crónicas Nupciales, una sección del periódico El Faro de Portland.
–Por favor, dime que ese modelo no es mi novio.
Colleen, que estaba colocando la cola de su vestido, levantó la cabeza. Y luego lanzó un silbido de admiración.
–No es un modelo, Anna. Se llama Ryan Cavanaugh y es el propietario de una cadena de cafeterías, el Rincón de Java. Hace un mes, el protagonista de Crónicas Nupciales fue Jared Warfield, un competidor suyo. Y no me digas que tienes un problema para posar con hombres guapos.
Anna se volvió.
–Pues sí, tengo un problema.
Era cierto. Cuando estaba delante de un hombre muy guapo siempre hacía alguna tontería.
–¿En serio?
–Sólo he aceptado posar porque la modelo que iba a ponerse mi vestido no ha aparecido.
–¿Cuál es el problema? –preguntó Colleen–. Quieres que la gente vea tu vestido, ¿no?
–Claro que sí. He venido a Portland con la intención de firmar un contrato con la cadena ParaNovias y esas fotografías serían una buena publicidad.
Conseguir ese contrato era la última oportunidad para cumplir el trato que hizo con su padre.
–Pero cuando acepté posar en el último minuto no sabía que el novio sería tan… tan guapo. ¿Y si ganamos el concursito ese que habéis organizado?
–Entonces tendrás que hacer más fotografías y tus vestidos conseguirán más publicidad.
Más fotografías. Aunque se había teñido el pelo, de natural castaño, a un rojo cobrizo, esconder su cara tras un simple velo de encaje era un riesgo. Aunque, de milagro, ni siquiera Colleen la había reconocido.
–Más fotografías no. De eso nada.
–Pues yo creo que sería un placer posar con un tipazo como Ryan Cavanaugh.
–Sí, claro –Anna se levantó un poco la falda del vestido porque necesitaba aire–. Las fotografías saldrán estupendamente y ganaremos el concurso de la pareja del año –añadió, abanicándose con la mano.
¿Se daría cuenta alguien si salía corriendo antes de que tomasen las fotografías?
No debería haber aceptado. Era un riesgo demasiado grande. No quería terminar donde terminaban muchas conocidas herederas: en la portada de algún periódico sensacionalista.
–Yo sólo acepté posar para una fotografía. Una sola.
–Tranquilízate –sonrió Colleen–. No se sabe quién va a ganar el concurso de la pareja del año.
–¿Que no? Mira a ese hombre.
Anna siguió sus propias instrucciones y miró a Ryan Cavanaugh. Había dejado a la ayudante del fotógrafo, que parecía a punto de derretirse, y se acercaba a ellas con una sonrisa en los labios. Incluso a través del velo, sus ojazos azules consiguieron dejarla paralizada, como si tuvieran rayos láser.
Y su corazón dio un vuelco.
Ryan metió la mano en el bolsillo interior del esmoquin y sacó un móvil, sin dejar de mirarla.
–Es el hombre perfecto –murmuró, con voz temblorosa–. Las mujeres lo votarán por hordas… no creo que sea buena idea, Colleen.
Sí, quería que su vestido apareciese en el periódico, pero no si eso iba a costarle revelar su verdadera identidad. Para ellos era sólo Anna Simpson, diseñadora de la línea Anastasia de vestidos de novia. Nadie debía saber que, en realidad, era Anna Sinclair, la hija de uno de los banqueros más ricos del país.
¿Cómo iba a saber si de verdad era una buena diseñadora si el apellido Sinclair la seguía a todas partes?
Colleen apretó su brazo.
–Por favor, no me dejes plantada en el altar. A estas horas no encontraría otra modelo.
Anna se sintió culpable. Algo habitual en ella, porque siempre tenía la impresión de que no estaba a la altura de las expectativas de nadie. Pero antes de que pudiera replicar, el «novio» se acercó, móvil en mano. Debía medir casi un metro noventa y le sacaba una cabeza.
–Vaya, vaya –sonrió, mirándola de arriba abajo–. Tú debes de ser la novia. Hola, soy Ryan Cavanaugh.
–Anna… Simpson –dijo ella, estrechando su mano.
Cuando sonreía se le formaban arruguitas alrededor de los asombrosos ojos azules… y tenía hoyitos en las mejillas.
–Eres muy guapa. Por lo visto, soy un afortunado.
Ella apartó la mano. En sus veinticuatro años de vida nunca había visto un hombre tan guapo. Su sonrisa hacía que le temblasen las rodillas.
Y cada vez estaba más preocupada. Además de guapo, Ryan poseía la simpatía y el encanto masculino que había jurado evitar desde que un italiano, Giorgio, le partió el corazón.
Anna dio un paso atrás buscando aire y tropezó con la cola del vestido, pero Ryan la tomó del brazo. Tenía unas manos grandes, de dedos largos… y su contacto parecía quemarla a través de la manga.
–¿Estás bien?
«No, estoy fatal».
Nunca había podido mantener las distancias cuando se trataba de un hombre muy guapo y, desgraciadamente, aquel tenía todas las papeletas.
Luchando contra el ridículo deseo de acercarse más para respirar el aroma de su colonia, Anna buscó una escapatoria. No tenía intención de desvelar su verdadera identidad posando con un hombre como Ryan Cavanaugh. Era hora de hacer lo que tenía que hacer: levantarse el vestido y salir corriendo.
–Lo siento, no puedo hacer esto –murmuró, dándose la vuelta.
–¡Oye! ¿Dónde vas? –gritó él.
–¡Anna! –gritó Colleen.
Ella ignoró los gritos. No quería que nadie sospechase que no era sólo Anna Simpson, humilde diseñadora de vestidos de novia, intentando abrirse camino sin los beneficios del apellido Sinclair.
Antes de que diera diez pasos, se vio impulsada hacia atrás. Ryan había pisado la cola del vestido.
–Aparte el pie, por favor. ¿Tiene idea de cuántas horas se han empleado para hacer esta prenda?
Anna había pasado noches y noches dibujando el vestido de raso blanco con corpiño bordado. Sólo para coser unas perlas al escote, una modista había tardado tres días.
Ryan guardó el móvil en el bolsillo y levantó el frágil encaje de Bruselas con expresión contrita.
–Siento haberlo pisado. Sólo quiero saber por qué se marcha. Pensaba que íbamos a hacer unas fotografías.
Estaba sonriendo de nuevo, mostrando unos dientes tan blancos como la nieve.
–Hacemos buena pareja, ¿no cree?
El estómago de Anna dio un vuelco.
Oh, no, otra vez no.
Ella no tenía ningún deseo de ser su pareja. Después de Giorgio, el último de una corta pero ilustre serie de novios guapísimos y mentirosos, no tenía ninguna intención de buscar pareja. Sabía que el interior de los hombres nunca era tan bueno como el exterior y estaba curada de espanto.
–Evidentemente, he cambiado de opinión, señor Cavanaugh. Y ahora, ¿le importaría soltar mi vestido?
–Venga, por favor. ¿No puede quedarse para hacer