Tomando las riendas: Emparejados (3)
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Willow Stead estaba hecha un manojo de nervios por tener que trabajar en un reality basado en un servicio de búsqueda de parejas presentado por el hombre que le partió el corazón en el instituto. Era una ironía del destino y, para colmo, él había tenido el valor de pedirle que salieran. ¿Debería arriesgarse y aceptar?
A Jack Crown le había bastado con volver a ver a Willow para desearla de inmediato, y la pasión no tardó en desatarse con mayor intensidad aún que la de los encuentros que aparecían en el programa.
Katherine Garbera
Katherine Garbera is a USA TODAY bestselling author of more than 100 novels, which have been translated into over two dozen languages and sold millions of copies worldwide. She is the mother of two incredibly creative and snarky grown children. Katherine enjoys drinking champagne, reading, walking and travelling with her husband. She lives in Kent, UK, where she is working on her next novel. Visit her on the web at www.katherinegarbera.com.
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Tomando las riendas - Katherine Garbera
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Katherine Garbera
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Tomando las riendas, n.º 112 - diciembre 2014
Título original: Calling All the Shots
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4898-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Publicidad
Capítulo Uno
En general, a Willow Stead le encantaba su trabajo. Se consideraba afortunada por poder ser su propia jefa. Pero aquel día, no.
El problema había empezado, en realidad, meses atrás, cuando la compañía había movido los hilos para conseguir que el segundo presentador más popular de la televisión norteamericana trabajase con ella en el programa. A priori estaba genial, ¿no?
Y lo estaría si ese hombre no fuera Jack Crown.
Sí, ya: Jack Crown era un tipo guapo y encantador, pero debajo de esa sonrisa de dientes blanquísimos y su efervescente personalidad, latía el corazón de un canalla que en televisión o en las páginas de una novela romántica podía quedar bien, pero no en la vida real, algo que Willow sabía de primera mano, dado que aquel mismo hombre le había partido el corazón a la tierna edad de dieciséis años.
–Unas copas, Willow. ¡Es todo lo que estoy sugiriendo! –estaba diciéndole Jack con aquella sonrisa suya tan sexy.
No se podía dudar de por qué la revista People lo había nombrado, por cuarto año consecutivo, uno de los hombres más sexys del planeta. Pero ella era inmune a su atractivo. Bueno, inmune, inmune… ojalá bastara con recordar que había sido capaz de dejarla plantada la noche del baile de fin de curso para evitar enamorarse de él.
Había hecho cuanto había estado en su mano para mantener las distancias durante los seis meses que ya llevaban trabajando juntos en Sexy and Single, el reality ambientado en Nueva York, en el que hombres y mujeres buscaban pareja y que ella estaba produciendo. Pero era imposible negar que le apetecía aceptar su invitación a tomar una copa.
–Mm… aún no me has dicho que no, por lo que imagino que lo que necesitas es que te convenza –continuó él, bajando el tono de voz hasta que fue casi un suspiro íntimo–. ¿Es eso lo que quieres?
–Lo que quiero es que dejes de comportarte como si fuera una más de tu harén –le espetó–. Yo no soy como las demás mujeres que caen rendidas a tus pies.
–¡Ah, me hieren tus palabras! –declamó, llevándose una mano al pecho, sobre el corazón.
–Lo dudo. Pero dado que tenemos que hablar de algunas cosas del programa, acepto.
–Vamos, Willow, no hay por qué disimular. Hubo un tiempo en el que te gustaba estar conmigo.
Ella arrugó la nariz. No le hacía la más mínima gracia que le recordase aquel episodio. Imposible ser más transparente de lo que ella lo era entonces. Si pudiera escribirse una carta a sí misma dirigida a cuando tenía dieciséis años, empezaría diciéndose «¡DEJA DE BABEAR POR JACK CROWN!».
–Ya no tengo nada que ver con aquella chica.
–No me lo creo. Yo todavía veo su sombra en tu modo de comportarte con todo el mundo, menos conmigo. ¿Quieres explicarme por qué? Es obvio que he hecho algo que te ha molestado.
–Que no esté dispuesta a creerme tu imagen pública no significa nada. Gail me ha hablado lo suficiente sobre lo que se cuece en su empresa de Relaciones Públicas como para saber que es imposible ser el «Novio de América» en la vida real.
Gail Little era una de sus mejores amigas, y la razón por la que Willow les había propuesto la idea del programa a sus jefes. Las primeras citas de Gail con Russell Holloway, un millonario neozelandés, habían inaugurado el programa. La tranquila y sofisticada Gail domesticando a Russell el salvaje había alcanzado elevadas cotas de audiencia.
–Olvídate de esa imagen. Tú me conoces. ¿Qué piensas?
No le iba a hacer mucha gracia saber la verdad, y de ningún modo estaba dispuesta a abrir esa lata de gusanos.
–Yo no te conozco de verdad. Te pasas más tiempo yendo de un lado al otro del país para presentar tus otros programas que en el plató conmigo, aunque en el fondo eso no importa. ¿Qué hay de esa copa?
Él elevó la mirada al cielo.
–Te invitaré a cenar y a tomar unas copas si dejas de esquivar la pregunta y me cuentas qué es lo que pasa. Llevamos trabajando juntos seis meses y sigues tratándome con frialdad. Yo debo de recordar de otro modo nuestros años de instituto porque creía que éramos amigos.
–Eso debe de ser –replicó ella–. ¿Crees que podemos salir a cenar sin que tu legión de admiradoras nos encuentre?
–No. Pero tengo un apartamento cerca de aquí. ¿Qué te parece? ¿Cenamos en mi casa?
Iba a decir que no, pero no lo hizo. En el fondo, quería cenar con él. Albergaba la esperanza de que se interesara por ella para que pudiera presentársele la ocasión de dejarle plantado, lo mismo que él hizo aquella fatídica noche del baile de graduación. Estaba siendo un poco ruin, sí, y no le gustaba descubrirse ese rasgo, pero nunca había sido de las que ponían la otra mejilla, de modo que esperaba tener el momento perfecto para vengarse. Y, al parecer, ese momento había llegado catorce años más tarde. ¿Quién había dicho lo de que la paciencia es la madre de la ciencia?
–Vale.
A lo mejor podía añadir la descripción de cómo Jack se llevaba su merecido en esa carta que había pensado escribirse a sí misma.
–Bien. ¿Cuánto te queda aquí?
–Unos veinte minutos. Tengo que hablar con los cámaras, que anoche tuvieron un problema. ¿Por qué no me das la dirección y me reúno contigo allí dentro de un rato?
–No irás a darme esquinazo, ¿verdad?
–Claro que no. Te he dicho que iría, e iré.
–De acuerdo. Recuerdo que eras una cría de palabra.
Había una especie de confianza natural en él que resultaba muy atractiva… qué lástima que ella lo detestase. Quería ver las grietas de esa fachada suya de Novio de América. Quería ver cómo la vida le lanzaba bolas envenenadas de vez en cuando.
–Jack…
–¿Umm?
–A las mujeres no nos gusta que nos llamen «crías».
–Mea culpa –replicó, guiñándole un ojo.
–Pues vas a tener culpa para rato como vuelvas a hacerlo.
Él se echó a reír antes de darse la vuelta y alejarse. Willow no pudo dejar de mirarle el trasero mientras se marchaba.
–Vaya, vaya. Parece que las ranas empiezan a criar pelo.
–Anda, cállate.
Era Nichole Reynolds, la otra mejor amiga de Willow. Nichole era periodista y trabajaba en el America Today, un periódico de tirada nacional; además tenía un blog en el que escribía sobre lo que ocurría en el programa tras las bambalinas. Y era una de las pocas personas que conocían la verdad sobre Jack.
–Era solo un comentario. Y haz el favor de tratarme con más cariño, que estoy a punto de ser mamá –le recordó, palpándose el vientre abultado.
Nichole se había casado hacía poco con Conner Macafee, el propietario del servicio de búsqueda de parejas que se reproducía en el programa, y estaban esperando su primer hijo. Nichole parecía ser verdaderamente feliz con su marido, algo de lo que Willow se alegraba enormemente.
–¿Tengo que ser cariñosa contigo porque vayas a ser mamá?
–No estaría mal. A ver, confiesa: ¿he oído bien? ¿Vas a cenar con Jack Crown? ¿Qué pasa entonces con tu venganza?
–Que sigo buscando la ocasión –admitió Willow–. Es solo una cena. Ni siquiera yo soy tan irresistible como para conseguir que un hombre se enamore de mí en una sola velada.
Dios… ¿cómo narices se le habría ocurrido hacer semejante comentario? Ya no era una cría. Hacía tiempo que la adolescente, que se volvía loca de alegría porque un chico popular la hubiera sonreído, había desaparecido.
–Vamos, Willow, no me seas modesta –replicó su amiga, sonriendo–. Está interesado.
–Por ahora, y solo porque yo le he venido ignorando desde el principio. Seguro que, si esta noche cambio de actitud, perderá interés.
–Acepto la apuesta.
–¿Qué?
–Que yo pienso que no va a perder el interés que siente por ti. ¿Qué estás dispuesta a apostar?
–Nada. No pienso apostar por Jack.
–¿Por qué no? Siempre has dicho que es un tipo superficial. ¿Qué tienes que perder?
«Mi orgullo». ¿Y si volvía a enamorarse de él y tenía que ver por segunda vez cómo le daba la espalda?
–Era hablar por hablar.
–De eso nada. Vamos, me apuesto contigo un día en el spa de Elizabeth Arden.
–Eso no es justo. Ya sabes que me encanta ese sitio –protestó ella–. Además, ¿por qué tanta insistencia?
Nichole le pasó un brazo por los hombros.
–No confías en los hombres precisamente por aquel incidente con Jack. Quiero ver que lo superas para que puedas encontrar pareja y sentar la cabeza como Gail y yo. Las dos somos felices, y queremos que tú también lo seas.
Willow le devolvió el abrazo. Ella también quería lo mismo, al menos en parte.
–Solo quiero que sienta el dolor que yo sentí.
–No me importa lo que pase siempre que te sirva para pasar página.
–Está bien, acepto la apuesta. Pero vas a perder, y yo me voy a regodear.
–Por mí bien, pero, si sigue interesado en ti, yo gano, y pienso reservar el día de spa hasta que haya nacido el bebé.
–Me parece bien. Pero se podrá patinar sobre hielo en el infierno antes de que yo me enamore de Jack Crown.
–Tú sigue con esa cantinela –dijo Nichole–, que así mi victoria será más dulce.
***
El mes de noviembre en Nueva York resultaba siempre especial. No era que a la ciudad le faltase energía en ninguna época del año, pero había algo especial en aquel mes en el que todo el mundo parecía estarse preparando para la Navidad.
Para Jack, era el comienzo de la época más atareada del año. Había tres especiales que grabar, siempre en directo, y además, un programa resumen de Extreme Careers, que ya llevaba tiempo en antena. Su agente había empezado a hablarle del siguiente proyecto, y sabía que pronto entraría en otra fase de su carrera. Por fin no iba a tener que buscar trabajo, sino que productores y canales irían a buscarlo.
Estando tan liado como estaba, no le sorprendió que fuera precisamente aquel momento el que Willow escogiera para aceptar una cita. Era propio de ella complicarle la vida un poco más, aunque también podía preguntarse si no sería esa la razón de que le hubiera propuesto que salieran.
Echó un rápido vistazo a su apartamento para asegurarse de que todos los detalles estaban perfectos. No era que estuviera nervioso, ya que siendo Jack Crown, cualquier mujer se moriría por estar con él, pero es que se trataba de Willow, y no podría decir cuánto tiempo llevaba tan obsesionado con ella.
Seguramente se debiera a que, a diferencia de las otras mujeres con las que salía, ella lo trataba como si fuera uno más del equipo; nada de sonrisitas especiales, ni intentos de quedarse a solas con él. No debería molestarle, pero así era.
Sus recuerdos de ella del instituto eran vagos, de cuando le había dado clases particulares de lengua para ayudarle