La esposa olvidada
Por Caitlin Crews
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Josselyn Christie había accedido a casarse, para complacer a su amado padre, con el rico y poderoso Cenzo Falcone, pero el día después de la boda descubrió que su marido solo tenía una cosa en mente: ¡vengarse de su padre a través de ella!
Para llevar a cabo su venganza, la llevó a un islote a varios kilómetros de la costa de Sicilia donde la retendría durante un mes, en un antiguo castillo de su familia. Allí, aislados del mundo exterior, planeaba seducirla hasta anular por completo su voluntad y convertirla en una marioneta a su merced.
Sin embargo, cuando Cenzo sufrió un accidente y perdió la memoria, se volvieron las tornas. Aquel Cenzo amnésico la deseaba y la trataba como ella había soñado cuando se habían prometido, pero… ¿seguiría sintiendo lo mismo por ella cuando recobrara la memoria?
Caitlin Crews
Caitlin Crews discovered her first romance novel at the age of twelve and has since conducted a life-long love affair with romance novels, many of which she insists on keeping near her at all times. She currently lives in the Pacific Northwest, with her animator/comic book artist husband and their menagerie of ridiculous animals.
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La esposa olvidada - Caitlin Crews
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Caitlin Crews
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La esposa olvidada, n.º 2910 - febrero 2022
Título original: The Sicilian’s Forgotten Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-375-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
JOSSELYN Christie había tenido claro desde un principio que no iba a disfrutar del día de su boda. ¿Cómo podría disfrutarlo cuando no era una boda por amor y apenas conocía al hombre con el que acababa de casarse? Sin embargo, sí había albergado la esperanza de que al menos él se condujese con un mínimo de urbanidad.
El convite posterior a la ceremonia estaba en pleno apogeo. Miembros de las familias más adineradas de Filadelfia llenaban el salón de baile en la mansión de su padre, una de las más elegantes y antiguas de Pennsylvania.
Debería haber sabido que aquel había sido siempre su destino, un matrimonio como aquel en el que acababa de embarcarse. Había sido una ingenua al pensar que se libraría de algún modo, que no tendría que sacrificarse por su familia como habían hecho tantas jóvenes de alta alcurnia como ella.
–Pareces pensativa, cariño –dijo a su lado una voz familiar.
A pesar de todo, Josselyn esbozó una sonrisa al volverse hacia su anciano padre, Archibald Christie. Lo quería muchísimo y haría cualquier cosa por él, como acababa de demostrar. Su padre estaba convencido de que aquel matrimonio sería bueno para ella, y tras la pérdida de su madre y de su hermano, aunque ya hacía años del accidente, Josselyn comprendía que para él lo más importante era asegurar su futuro.
Sus ojos se movieron involuntariamente hacia el hombre alto y serio que estaba en el otro extremo del salón, conversando con otros multimillonarios, pero se obligó a mirar de nuevo a su padre. No quería ponerse más nerviosa. Preocuparse no cambiaría nada.
–Bueno, es un gran cambio comenzar una vida en común con otra persona –le contestó a su padre en un tono fingidamente alegre, rodeándole los hombros con el brazo.
Su padre suspiró y le dijo:
–Aunque sea un viejo bobo, puedo entender que tal vez esto no fuera lo que querías, pero creo que con el tiempo te darás cuenta de que he hecho esto por tu bien.
–Lo comprendo –repuso Josselyn, tratando de parecer calmada–. Si no lo comprendiera, jamás habría accedido a esta boda.
Precisamente ese era el problema, que ella había accedido. Por muy agitada que se hubiese sentido esa tarde avanzando hacia el altar, no podía decir que nadie la hubiese obligado a hacerlo.
Un viejo amigo de la familia se acercó y se puso a hablar con su padre, pero Josselyn no tenía ganas de unirse a la conversación. Nerviosa, deslizó las manos por el cuerpo de su vestido de novia. Era una réplica casi idéntica del que había lucido su madre el día de su boda. Tenía que tranquilizarse, se dijo, y sonreír. Pero en vez de eso, se encontró mirando de nuevo hacia el que ahora era su marido, Cenzo Falcone. Descendía de la realeza europea y formaba parte de la nobleza siciliana. Tenía propiedades en todo el mundo y una fortuna tal que se decía que no podría gastársela ni en diez vidas.
Un camarero que pasaba le ofreció una copa de champán a Josselyn, que la tomó agradecida. Se sintió tentada de apurarla de un trago, pero luego se lo pensó mejor. Aunque el alcohol la ayudaría a relajarse, tampoco quería acabar bebiendo de más porque los minutos pasaban y pronto tendría que marcharse de allí con «él». Con su marido, se corrigió, tomando un sorbo. Si se lo repetía una y otra vez quizá todo aquella acabaría pareciéndole menos surrealista. Y quizá también menos abrumador. Había un montón de mujeres con marido; aquella palabra no tenía por qué intimidarla.
Sin embargo, mientras escrutaba sus varoniles facciones notó que una ola de calor la invadía y se le secaba la boca. Quizá fuera el brillo de esos irresistibles ojos color miel, pensó, ese brillo que hacía que pareciera que estaba riéndose de todos los presentes que, ajenos a su burla, comían canapés, charlaban y bailaban.
Antes de la boda solo se habían visto dos veces. La primera había sido dos años atrás, en Northeast Harbor, Maine, donde los Christie llevaban veraneando más de un siglo. Josselyn se había licenciado en Vassar cuatro años antes, y desde entonces había estado haciendo de «secretaria personal» de su padre. Aquel día, una tranquila tarde estival, había estado respondiendo la correspondencia de su padre en la salita blanca y azul. Era jueves, el día que libraba su empleada del hogar, así que, mientras tarareaba y escribía, estaba pensando que prepararía una sopa fría y unos sándwiches.
Y entonces, de pronto, había oído a su padre llamarla desde el salón.
–¡Josselyn, hija, ven a conocer a nuestro invitado!
Había notado una nota de emoción apenas contenida en su voz, y se había levantado con el ceño fruncido porque no esperaban ninguna visita. Allí en Maine los únicos amigos que tenía su padre eran del club de golf al que iba a jugar, y cuando los invitaba le pedía a ella con bastante antelación que se encargara de organizarlo todo.
No estaba demasiado presentable, porque el aire de mar le encrespaba el cabello y llevaba una blusa de cambray, bermudas y chanclas, pero tampoco era culpa suya que su padre no la hubiera avisado de que iban a tener visita.
Cuando llegó al salón, se quedó paralizada en el umbral. Su padre estaba sentado en su sillón preferido con una sonrisa de oreja a oreja, pero eso no fue lo que la alarmó. Lo que la alarmó fue ver a Cenzo Falcone apoyado en la chimenea. El corazón se le había desbocado, como si fuera a salírsele del pecho, y le entraron ganas de salir corriendo.
Mientras su padre los presentaba –una presentación que Josselyn apenas escuchó–, Cenzo la miró de arriba abajo, y entonces, para su espanto, su padre abandonó el salón, dejándola a solas con él.
–No… no sé qué te habrá dicho mi padre, pero… –había comenzado ella, balbuceante.
–Lo justo y necesario –la había cortado Cenzo.
Era la primera vez que oía su voz. Una voz profunda, peligrosa y aderezada con un sensual acento italiano que la hizo estremecer por dentro.
–No entiendo a qué te refieres.
–Entonces te lo explicaré –le había contestado él. Seguía con el brazo apoyado en la repisa de la chimenea como si fuera el dueño y señor del lugar–. Tu padre, que fue compañero de cuarto del mío en la universidad de Yale, me ha hecho una propuesta intrigante, y la he aceptado.
–¿Qué propuesta? –había inquirido ella con el corazón martilleándole, aunque conocía la respuesta.
Siempre había sabido que ese día llegaría, que su padre concertaría su matrimonio como era la costumbre en su familia. Lo raro era que no lo hubiese hecho antes, y había sido una ingenua al convencerse de que tal vez hubiera renunciado a aquella idea, cuando siempre llevaba a cabo lo que se proponía.
–Vamos a casarnos –le había dicho Cenzo con un brillo cruel en la mirada–. Es el deseo de tu padre, y he aceptado.
–¿Antes siquiera de conocerme? –le había preguntado ella, aturdida.
–Conocernos no es más que una formalidad, cara. Nuestro matrimonio, ahora que he accedido a la propuesta de tu padre, ya es cosa hecha –le había contestado Cenzo con una sonrisa burlona.
Y ella, aunque le habían inculcado que debía guardar siempre las formas, había reaccionado como una chiquilla. Había abandonado el salón toda temblorosa, había salido de la casa y había echado a correr, como alma que lleva el diablo hasta encontrarse en medio del bosque, bien lejos de él.
Aquella reacción la había avergonzado en los meses que siguieron, cada vez que recordaba la risa de Cenzo a sus espaldas mientras ella abandonaba el salón. Se había prometido que esa vez no iba a ser una hija complaciente, que iba a rebelarse. Su padre no podía esperar que se casase con un extraño. Sin embargo, no había logrado convencerlo de que aquel matrimonio no era una buena idea. De hecho, apenas la había dejado explicarse. Había escogido a Cenzo Falcone como marido para ella y no había más que hablar.
No había vuelto a ver a Cenzo hasta un año después, en su fiesta de compromiso, que se celebró en Filadelfia, en un restaurante con unas vistas increíbles, pues estaba en uno de los últimos pisos de un rascacielos, y un menú a la altura de sus ricos invitados, pues contaba con varias estrellas Michelin.
Josselyn ni siquiera había hecho ademán de protestar, por más que sus amigas hubieran tratado de convencerla de que tenía que rebelarse. Su tragedia era que comprendía a su padre. Sabía por qué quería hacerla pasar por aquella anticuada tradición, y no se atrevía a negarse porque no quería herirlo. Llevaban tanto tiempo los dos solos… Nadie sabía lo dura que había sido su pérdida. Eran los únicos que aún sentían que los espíritus de su madre, Mirabelle Byrd Christie, y de su hermano, Jack, los acompañaban allá donde iban.
No, habría sido incapaz de desafiar a su padre. Sobre todo cuando lo que se esperaba de ella no era más que lo que se había esperado de cientos de mujeres antes que ella durante siglos, incluida su madre.
Ese pensamiento la había ayudado a aceptarlo, a atenuar muchos de sus temores. Su madre había tenido diecinueve años cuando la habían comprometido con su padre, veinte cuando se habían casado, y apenas veintiuno cuando había dado a luz a su hermano Jack.
El padre de su madre, es decir, su abuelo materno, Bartholomew Byrd, un hombre bastante estricto, era quien había organizado el compromiso entre ambos. Se contaba que su madre había