Casados de nuevo: Amor a primera vista
Por Yvonne Lindsay
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Accedió a conocer a su futuro esposo en el altar… Ese fue su primer error. El asombro de Imogene cuando se encontró cara a cara con Valentin Horvath, su exmarido, fue una conmoción. Según la agencia que los había emparejado, estaban hechos el uno para el otro al cien por cien. Lo cierto era que la mutua atracción que sentían seguía viva. Sin embargo, ¿hundirían ese nuevo matrimonio todos los secretos y malentendidos que habían bombardeado el primero o conseguirían salvarlo?
Yvonne Lindsay
A typical Piscean, award winning USA Today! bestselling author, Yvonne Lindsay, has always preferred the stories in her head to the real world. Which makes sense since she was born in Middle Earth. Married to her blind date sweetheart and with two adult children, she spends her days crafting the stories of her heart and in her spare time she can be found with her nose firmly in someone else’s book.
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Casados de nuevo - Yvonne Lindsay
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Dolce Vita Trust
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Casados de nuevo, n.º 165 - mayo 2019
Título original: Inconveniently Wed
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-841-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
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Capítulo Uno
–Todo va a salir bien, mamá –dijo Imogene apresurándose a tranquilizar a su madre por milésima vez.
No tenía duda alguna de que su madre recordaba demasiado bien la mujer rota que Imogene había sido cuando regresó de su voluntariado en África, con su primer matrimonio, sus esperanzas y sus sueños hechos añicos. Sin embargo, como le había dicho a su madre varias veces, en aquella ocasión las cosas iban a ser completamente diferentes. Aquel matrimonio se iba a basar en la compatibilidad mutua, que se había encontrado después de un intenso estudio clínico realizado por un equipo de asesores matrimoniales y psicólogos. Ella ya había pasado por el amor pasional, había experimentado la felicidad y el gozo de la atracción a primera vista, aunque apenas había conseguido superar la devastadora realidad al descubrir que todo había sido mentira. Así, al menos nada iría mal.
–¿Lista? –le preguntó la organizadora de bodas.
Imogene se pasó una mano por su vestido de novia, una creación de seda y organza que no tenía nada que ver con el vestido de cóctel prestado que se había puesto para su anterior boda.
–Por supuesto –asintió.
La organizadora de bodas le dedicó una amplia sonrisa y, después, le indicó al pianista que cambiara de música para anunciar la entrada de la novia. Imogene dudó en la puerta. Entonces, tomó la mano de su madre y comenzó a avanzar lenta y firmemente hacia el hombre con el que iba a construir un futuro y a crear la familia que tanto tiempo llevaba deseando. Una serena sonrisa adornaba su rostro mientras establecía un ligero contacto visual con los amigos y los parientes que habían realizado el viaje desde Nueva York a la costa oeste. La formalidad de firmar la solicitud de licencia por separado allí en el estado de Washington cumplía a la perfección con la regla de conocerse en el altar que imponía Matrimonios a Medida. Se aseguró que aquello era lo mejor para una chica chapada a la antigua como ella, con valores tradicionales. No pensaba dejar nada al azar.
La anterior boda de Imogene había estado llena de excitación y una alocada dosis de lujuria. «Y mira cómo te salió», le recordó una vocecilla en el interior de la cabeza. Aquella boda sería diferente. No había burbujas de excitación, más allá de una cierta curiosidad por ver cómo sería el novio.
No. En aquella ocasión no iba a ser víctima de las embriagadoras garras de la pasión, una pasión que le había aturdido los sentidos, por no hablar del sentido común. En aquella ocasión, tenía en mente un objetivo concreto. Una familia propia. Sí, sabía que podía dar los pasos suficientes para ser madre soltera, pero no quería afrontar algo así en solitario. Quería un compañero compatible con ella, alguien a quien pudiera terminar amando con el tiempo. Alguien con quien pudiera estar segura de que el amor tendría continuidad y longevidad, aunque solo fuera por el tiempo que tardara en crecer. ¿Y si el amor no llegaba? ¿Podría vivir sin amor? Por supuesto que sí. Ya se había casado antes por impulso y, cuando el matrimonio se desmoronó, ella quedó destrozada. En aquella ocasión, había tomado todas las precauciones posibles para asegurarse de que aquello no volvería a suceder. Con cariño y respeto mutuo, todo sería posible.
Sin embargo, ¿no sería llevar las cosas demasiado lejos lo de casarse a primera vista? Evidentemente, esa era la opinión de sus padres. Su padre ni siquiera había acudido a Port Ludlow para la ceremonia alegando un caso muy importante de derechos humanos en el que estaba trabajando. Sin embargo, el desagrado que le producía que ella hubiera llegado a un acuerdo con la exclusiva agencia matrimonial había resultado evidente. Para él, la perspectiva de conocer al futuro cónyuge en el altar era garantía de desastre, pero los dictados de Matrimonios a Medida habían sido muy claros. No había posibilidad alguna de conocer al futuro cónyuge antes de la ceremonia y los dos participantes debían confiar por completo en el proceso de emparejamiento. Imogene miró rápidamente a su madre, que había accedido a acompañar a su única hija al altar para casarse con un desconocido. Caroline O’Connor miró hacia atrás con la preocupación reflejada en el rostro por lo que su hija estaba a punto de hacer.
Los ojos de Imogene estaban prendidos del novio, que estaba ante el altar, de espaldas. Un hombre cuya postura mostraba que era la clase de persona acostumbrada a estar al mando. Sintió un escalofrío por la espalda. Mientras se acercaban a la primera fila, su madre dudó antes de darle un beso en la mejilla. Después, tomó asiento. Imogene respiró profundamente y se centró de nuevo en el desconocido que la estaba esperando. Había algo en el gesto de los hombros y en la forma de la cabeza que le resultaba familiar. Algo que no presagiaba nada bueno.
Cuando él se dio la vuelta, la incredulidad se apoderó de cada célula del cuerpo de Imogene. Se detuvo en seco a pocos pasos del altar. Le había reconocido.
–No –susurró atónita–. Tú no.
Imogene apenas escuchó el susurro que se produjo desde los bancos en los que se sentaban los familiares del novio. Otra vez no. Tan solo podía observar al hombre que por fin se había dado la vuelta para mirarla.
Valentin Horvath.
El hombre del que se había divorciado hacía siete años.
Debería haber sentido satisfacción por el hecho de que la expresión de su rostro fuera tan atónita como debía de ser la de ella, pero no fue así. De hecho, la satisfacción pasó a un segundo plano mientras que la ira y la confusión tomaban protagonismo. Imogene miraba fijamente al hombre con el que había compartido más intimidades que con ningún otro ser humano. El hombre que no solo le había roto el corazón, sino que se lo había aplastado.
Y, sin embargo, debajo de la ira, debajo de la implacable certidumbre de que no había posibilidad alguna de que aquel matrimonio pudiera salir adelante, estaba la atracción sexual que les había llevado a su primera precipitada, fiera y breve unión. Imogene hizo que lo que pudo por aplacar las sensaciones que parecían haber cobrado vida dentro de su cuerpo, por ignorar la repentina oleada de calor que surgió en lo más profundo de su ser. Por no fijarse en el modo en el que los pezones se le habían erguido bajo el corsé de encaje francés que llevaba puesto debajo del vestido de novia. Se dijo que fue simplemente una respuesta fisiológica ante un hombre muy atractivo y que no significaba nada
Valentin extendió una mano hacia ella.
–No –repitió Imogene–. Esto no va a ocurrir.
–No podría estar más de acuerdo –dijo su exesposo con firmeza–. Vayámonos de aquí.
Él la agarró por el codo. Imogene, de mala gana, le permitió que la llevara hasta una sala adjunta, mientras trataba de negar el hecho de que, a pesar de todos los años que habían estado separados, el fuego que siempre había ardido tan vivamente entre ellos había vuelto a prender casi sin que se diera cuenta. Sintió que la piel se le caldeaba justo en el lugar por el que Valentin la había agarrado. Sus sentidos cobraban vida ante su corpulencia, ante el mismo aroma de entonces, un aroma que ella se había esforzado mucho por olvidar, pero que parecía estar impreso indeleblemente en lo más profundo de su ser.
Una mujer de cierta edad con cabello plateado y ojos azules se levantó del asiento del primer banco del lado del novio.
–Valentin…
–Nagy –dijo él–, creo que deberías venir con nosotros. Tienes muchas cosas que explicar.
¿Muchas cosas que explicar? Imogene frunció el ceño. Se sentía muy confusa. Había reconocido el diminutivo en húngaro para «abuela» de cuando Valentin solía hablarle de su familia. ¿Cómo era posible que su abuela tuviera algo que ver con lo que estaba ocurriendo?
–Sí, creo que sí –replicó la anciana con voz firme. Se volvió para apaciguar a los invitados con una sonrisa tranquilizadora–. Que no se preocupe nadie. Volveremos enseguida.
¿Enseguida? Imogene lo dudaba, pero permitió que Valentin la condujera detrás de la anciana, que caminaba decididamente delante de ellos.
–Explícate –le exigió Valentin en el momento en el que cerró la puerta.
–Hice exactamente lo que me pediste. Te encontré una esposa.
–No lo comprendo… –dijo Imogene.
Valentin tampoco lo comprendía. El encargo que le había dado a Alice había sido bastante concreto. Quería una esposa y una familia. Después de un primer intento fallido hacía siete años, cuando había dejado la lógica a un lado y había dado un salto sin red, había decidido tomar un enfoque más racional. Sin embargo, jamás hubiera imaginado que sería su exesposa la que se presentaría ante él aquel día. Su belleza había aumentado en los años que habían pasado desde la última vez que la vio.
Se tomó un instante para ver a su encantadora ex. Seguía teniendo el cabello cobrizo que tan abundantemente le adornaba la cabeza, los ojos verdes grisáceos que lo miraban con desaprobación en aquel instante y la suave piel de alabastro. Todo ello formaba ya parte del pasado y ahí era donde debía seguir estando.
Valentin centró su atención en su abuela, que recuperó la compostura con su habitual gracia y distinción antes de volver a tomar la palabra.
–Imogene, deja que te explique, pero, primero, siéntate. Y tú también, Valentin. Ya sabes que no puedo tolerar que no dejes de moverte de un lado a otro. Desde niño, siempre ha parecido que tenías hormigas en los pantalones.
Valentín se tragó sus palabras en aquella ocasión. Se limitó a indicarle a Imogene que se sentara y, a continuación, él hizo lo mismo. Estaban lo suficientemente cerca como para que él pudiera oler su fragancia. Era diferente de la que ella solía utilizar cuando estaban juntos, pero no menos potente en lo que se refería al efecto que ejercía en sus sentidos. Utilizó su autocontrol para ignorar el modo en el que el aroma lo turbaba, invitándole a acercarse un poco más a ella, a inhalar más profundamente y a poder centrarse en su abuela.
Alice se acomodó detrás del escritorio del pequeño despacho y colocó las manos sobre el cartapacio. Se tomó su tiempo para empezar a hablar. Evidentemente, quería escoger bien sus palabras.
–Me gustaría recordaros que los dos firmasteis un contrato para casaros hoy.
–¡No con él!
–¡Con ella no!
Los dos respondieron al mismo tiempo y con el mismo énfasis.
–No recuerdo que ninguno de los dos dijerais que había excepciones cuando fuisteis a contratar los servicios de Matrimonios a Medida, ¿verdad? –dijo arqueando una plateada ceja–. Cuando firmasteis los contratos con Matrimonios a Medida, nos disteis la potestad para encontrar a vuestra pareja de vida ideal, algo que yo… nosotros hicimos –añadió, corrigiéndose.
–¿Cómo? –le preguntó Imogene a Valentin–. ¿Tu abuela forma parte de todo esto?
El asintió.
–Sí. Y normalmente se le da muy bien, pero, en nuestro caso, evidentemente ha cometido un error.
Alice suspiró e hizo un gesto de contrariedad con los ojos.
–Yo no cometo errores, Valentin. Nunca. Y mucho menos en este caso.
–Espero sinceramente que no esperes que me lo crea –replicó él con frustración–. Dimos por terminado nuestro matrimonio hace siete años debido a diferencias irreconciliables.
–Infidelidad –aclamó Imogene–. Por tu parte.
Valentin estaba a punto de perder el control.
–Como he dicho, diferencias irreconciliables. Por lo que yo veo, eso no ha cambiado entre nosotros, así que no veo cómo Imogene ha podido salir como mi pareja perfecta. En esta ocasión, tu instinto te ha fallado, abuela.
–¿Instinto? –repitió Imogene atónita–. Creía que los emparejamientos los realizaban especialistas, no que se hicieran al tuntún. ¿No le parece que eso indica que usted ha incumplido su contrato, señora Horvath?
Valentin observó cómo su abuela estudiaba atentamente a su ex.
–Encontrarás que el tuntún, tal y como tú lo llamas tan despreciativamente, está perfectamente