Más que pasión
Por Lynne Graham
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Lynne Graham
Lynne Graham lives in Northern Ireland and has been a keen romance reader since her teens. Happily married, Lynne has five children. Her eldest is her only natural child. Her other children, who are every bit as dear to her heart, are adopted. The family has a variety of pets, and Lynne loves gardening, cooking, collecting allsorts and is crazy about every aspect of Christmas.
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Más que pasión - Lynne Graham
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.
MÁS QUE PASIÓN, Nº 1356 - julio 2012
Título original: An Arabian Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. y Novelas con corazón es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.
I.S.B.N.: 978-84-687-0695-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
Es una cuestión del honor de la familia –dijo el rey Zafir y aunque su voz era débil, un fiero anhelo ardía en sus ojos al dirigirse al único hijo que le quedaba–. Traerás al hijo de tu hermano Adil a casa y lo criaremos nosotros.
–Padre, con el debido respeto –murmuró Jaspar, el príncipe heredero–, el niño tiene madre...
–Una prostituta que no merece ser llamada madre! –exclamó el rey, incorporándose en las almohadas para gritar–: ¡Una criatura desvergonzada que bailaba hasta la madrugada mientras su niño se debatía entre la vida y la muerte en el hospital! Una Jezabel llena de interés y codicia!
Le sobrevino un acceso de tos y luchó en vano por recuperar el aliento. El equipo de médicos real entró inmediatamente a administrarle oxígeno.
Pálido y tenso, aturdido por la conversación que acababa de causar el ataque, Jaspar vio cómo los médicos asistían a su padre deseando que este se recuperase.
–Por favor, Alteza –rogó Rashad, el ayudante más allegado al rey–, por favor, acceded sin discutir más con él.
–No me había dado cuenta de que mi padre tuviese tal aversión a las mujeres occidentales.
–No la tiene. ¿Habéis leído el informe sobre la mujer?
–No –dijo Jaspar, lanzando un suspiro de alivio al ver que su padre se recuperaba.
–Llevaré el informe a vuestro despacho, Alteza –dijo Rashad, saliendo presuroso.
Una mano delgada hizo un gesto desde la gran cama con dosel. Jaspar se acercó y se inclinó para escuchar al rey Zafir:
–Es tu deber cristiano rescatar a mi nieto...
En cuanto su padre estuvo otra vez bien, descansando sobre las almohadas, Jaspar salió de la habitación. Al cruzar las antesalas, cada uno de los presentes que se arrodillaba e inclinaba la cabeza le recordaba su recién adquirida importancia. Reflexionar sobre la reciente muerte de su hermano mayor, Adil, que había sido el príncipe heredero, lo hizo sentir peor. Algún día él sería rey de Quamar, pero no lo habían educado para ser rey. Al morir Adil, su vida tomó un nuevo curso.
Quince años mayor que él, Adil había sido completamente distinto y sus excesos con la comida y los puros habanos habían contribuido a que falleciese a los cuarenta y cinco años. Adil había sido también un mujeriego empedernido. A pesar de quererlo, Jaspar no había tenido una relación demasiado estrecha con él.
–Adoro a las mujeres, a todas. Ah, ojalá fuésemos musulmanes, hermano –solía decir el jovial príncipe–. Podría tener cuatro esposas y un harén de concubinas. ¿Nunca piensas en lo que sería nuestra vida si nuestro honorable ancestro, Kareem I, no hubiese fundado una dinastía cristiana?
Así es que cuando Adil no estaba ocupado con sus obligaciones de príncipe heredero, navegaba por el Mediterráneo en su yate lleno de beldades occidentales dispuestas a divertirse. Los rumores de la discreta doble vida de su hijo mayor habían causado gran inquietud al Rey Zafir, pero Adil había sido muy hábil y sus mujeres habían estado siempre dispuestas a encubrirlo.
Era tristemente irónico que un deseado heredero naciese fuera de la institución del matrimonio, ya que ninguna de las tres esposas sucesivas de Adil había tenido un hijo varón. Hacía apenas dos años, una inglesa había dado a luz a un niño en Londres. Adil se lo había confesado a su afligido padre entre el primero y el segundo ataque al corazón que le costó la vida. Lógicamente, la noticia de la existencia de su nieto se convirtió en una obsesión para el entristecido abuelo, pero dada la discreción con que Adil había llevado el tema, no resultó fácil localizar a la mujer.
Bonito jaleo el que le tocaba resolver, reflexionó Jaspar, entrando en su elegante despacho. Su padre se hallaba demasiado enfermo como para comprender la dificultad que entrañaba llevar al niño a Quamar, separándolo de su madre, por más inepta que esta fuese.
Rashad entró presuroso y, tras varias reverencias, le dejó un sobre sellado sobre el escritorio,
–Su Majestad ha hecho una sugerencia muy inteligente, que resolverá todos los problemas de inmediato, Alteza –anunció entusiasmado.
Jaspar lo miró interrogante, pero sin demasiadas esperanzas, ya que Rashad apoyaba a su soberano incondicionalmente.
–Utilizando nuestros comandos especiales, raptamos al niño... No habrá necesidad de negociar con la extranjera y nos lo traemos a Quamar, le damos otro nombre y lo criamos como si fuese huérfano... Su Majestad teme morirse antes de poder ver al pequeño –se lamentó Rashad.
Jaspar comprendió que Rashad hacía lo posible para poder decirle a su soberano enfermo lo que este tanto deseaba oír. En cuanto a su respetado padre, la enfermedad y el dolor habían hecho que el último rey de la casa de al-Husayn perdiese temporalmente el sentido común y la cautela.
–Por favor, informa a su Majestad de que se resolverá la situación sin necesidad de una intervención tan drástica –dijo Jaspar secamente mientras abría el sobre.
Esperaba ver la foto de una morena de largas piernas, el estilo de mujer que su difunto hermano encontraba irresistible, pero no la había ni del niño ni de su madre. La mujer, llamada Erica Sutton, había sido bautizada con el nombre de Frederica y su madre los había abandonado a ella y a su padre a las pocas semanas de dar a luz a un par de mellizas. A los dieciocho años, Erica se había fugado de la casa con el esposo de una vecina, pero la relación había durado poco.
Luego la joven se convirtió en modelo, aunque pocas veces trabajaba, y se dedicó a tener numerosas relaciones con millonarios casados. Cuando dio luz a un niño, nadie había sabido de quién era, pero la seguridad financiera de que la madre gozó a partir de entonces se vio reflejada en la adquisición de un lujoso piso y una vida de diversión, fiestas y gastos.
Al seguir leyendo, el rostro duro y atractivo de Jaspar se ensombreció. Ya no lo sorprendía el enfado y la preocupación del Rey Zafir. Adil se había lavado las manos de su responsabilidad como padre, dejando a su retoño a cargo de una joven irresponsable y egoísta que aparentemente no tenía ni el más mínimo instinto maternal.
Arrojó disgustado el informe sobre la mesa. Ya no tenía la más ligera duda de que era su obligación sacar a su sobrino de semejante hogar. Poco lo consolaba el hecho de que una fiel niñera hubiese protegido al niño de los evidentes excesos de su madre, ya que una niñera era solamente una asalariada de cuyos servicios se podría prescindir en cualquier momento. No tuvo más remedio que reconocer que el niño corría riesgos no solo físicos sino también emocionales en la situación en la que se encontraba.
Su padre tenía razón: la única solución era que llevaran al niño a Quamar. Sin embargo, lograría hacerlo sin necesidad de recurrir a las fuerzas especiales del ejército, lo cual solo causaría problemas diplomáticos, decidió, esbozando una sonrisa sardónica.
Frederica Sutton, Freddy, como todos la llamaban desde la edad de ocho años, le pasó la carta de Suiza a la mujer canosa sentada al otro lado de la mesa.
–Y ahora, ¿qué haré?
Ruth se puso las gafas, lo cual le daba aspecto de maestra jubilada, precisamente lo que era, y leyó las escasas líneas con la preocupación reflejada en el rostro.
–Has agotado todas las posibilidades.
–Todas no, la única posibilidad –recalcó Freddy, ya que su única pista había sido la cuenta de Suiza en la que le depositaban a su difunta prima Erica la generosa renta.
Esperaba establecer contacto con quienquiera que hubiera establecido el sistema de pagos aunque fuese a través de terceros. Sin embargo, a pesar de explicar las circunstancias especiales en que se hallaba, los banqueros suizos, con su característica confidencialidad, le indicaron que insistir sería una pérdida de tiempo.
–No es tu culpa que al padre de Ben no se le ocurriese establecer algún sistema de contacto para un caso de verdadera necesidad. ¿Quién iba a pensar que Erica moriría tan joven?
Al recordarlo, los ojos color aguamarina de Freddy se nublaron y tuvo que inclinar la cabeza hasta lograr dominar sus emociones. Erica tenía solo veintisiete años cuando murió en un accidente de esquí que podría haberse evitado. Pero el final de su prima había sido igual que su vida: como si cada día fuese el último, sin pensar nunca en el futuro.
–Ya sé que la extrañas –dijo Ruth, dándole un ligero apretón en la mano–, pero ya han pasado seis semanas y la vida tiene que continuar, especialmente en lo que se refiere a Ben. Dudo que llegues a saber quién es su padre, pero quizás sea mejor. Tu prima no era demasiado exigente en la elección de sus acompañantes.
–Intentaba encontrar a alguien adecuado –protestó Freddy.
–¿De veras? –preguntó Ruth con un gesto de duda–. Desde luego que no hay que hablar mal de los muertos, y es preferible recordar sus buenas cualidades, pero en este caso...
–¡Ruth, por favor! –la interrumpió Freddy, sinceramente dolida por la franca opinión de su amiga–. No olvides lo terrible que fue su infancia.
–Me temo que no creo demasiado en esas excusas modernas para lo que es lisa y llanamente un comportamiento inmoral. Erica trajo al pobre niño al mundo sencillamente porque le convenía –dijo Ruth con una mueca de disgusto–. Vivía como una reina con el dinero que le pasaban para el niño, pero no se ocupaba en absoluto de él.
–Lo llevó a la cama y le leyó un cuento por primera vez poco tiempo antes de morir. Estaba comenzando a relacionarse más con él.
–Porque tú te ocupaste bien de convencerla de que lo hiciera. Desde luego, si el padre de Ben no hubiese sido un casado extremadamente rico y temeroso de que se descubriese su desliz, Erica habría interrumpido su embarazo –opinó Ruth–. No tenía ningún interés en los niños.
Freddy no insistió más. Se puso de pie y se arrodilló junto al niño que jugaba en la alfombra. Ben estaba jugando con un avión de juguete. Le acercó un rompecabezas y jugó con él hasta conseguir que se interesara totalmente en la nueva actividad. Era un niño encantador y lo adoraba como si fuera su hijo.
Al ser Ben un bebé prematuro, Freddy atribuía la falta de afecto de su madre al hecho de que estuviese separado de ella las primeras semanas. A pesar de lo mucho que ella había intentado acercar a la madre a su hijo luego, su prima le prestaba a su bebé la misma atención que lo habría hecho a un niño desconocido al cruzarse con él por la calle.
–Tendrás que ponerte en contacto con las autoridades –aconsejó Ruth–. Es una pena que Erica no dejase un testamento, lo cual simplificaría las cosas, pero lo lógico es que toda la herencia sea para Ben, además de la mensualidad.
–Supongo que harán cola para adoptarlo al ser un niño tan rico –dijo Freddy–. Seguro que los Servicios Sociales intentarán buscarle una familia con fortuna propia. No tengo ninguna posibilidad: estoy soltera, sin empleo en este momento y solo tengo veinticuatro años...
–Sí, pero también eres el único pariente conocido del niño y estás con él desde su nacimiento –dijo Ruth, aunque no parecía contenta al enumerar las dos cosas que favorecerían la solicitud de adopción que estaba dispuesta a cursar su joven amiga–. Ojalá no te hubieses involucrado tanto en el tema. No me parece bien que una mujer soltera de tu edad tome la responsabilidad de semejante carga...
–Ben no es una carga –dijo Freddy con gesto de obstinación.
–Desde que te inmiscuiste en los problemas de Erica no has tenido vida propia –dijo Ruth, con abierta desaprobación–. Te utilizó descaradamente para que te hicieses cargo de sus