Diamante en bruto
Por LUCY GORDON
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Garth prometió regalarle diamantes el día de la celebración de su décimo aniversario, pero Faye no quería diamantes. De hecho, cuando descubrió que la celebración del aniversario formaba parte de un tortuoso plan para mejorar la imagen de la empresa, lo que quiso fue el divorcio...
LUCY GORDON
Lucy Gordon é o pseudônimo usado por Christine Sparks Fiorotto, autora britânica de mais de 75 romances. Conheceu seu marido durante suas férias na Itália, onde ele a pediu em casamento depois de apenas dois dias, e estão casados até hoje. Já ganhou dois RITA Awards.
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Diamante en bruto - LUCY GORDON
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Lucy Gordon
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Diamante en bruto, n.º 1386 - marzo 2022
Título original: The Diamond Dad
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-561-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
TÚ! —exclamó Garth Clayton, asombrado—. ¿Qué haces aquí?
Faye, la mujer de la que se había separado hacía dos años, lo miró de frente y pensó: «A pesar del tiempo transcurrido, aún no me ha perdonado».
—¿No vas a invitarme a entrar?
Él no se movió.
—Cuando te marchaste de esta casa, juraste que nunca volverías.
—Esa noche ambos nos dijimos cosas odiosas, pero no hablábamos en serio.
—Yo sí hablaba en serio —replicó inflexible.
Ella pensó que aparentaba más edad de los treinta y cinco años que tenía. Sus ojos marrones parecían más oscuros. Percibió unas finas líneas en torno a los ojos que nunca antes habían estado allí. Se le veía estresado, como si no durmiera o no se alimentara bien. Pero siempre sería un hombre apuesto, alto y esbelto, de largas piernas y brazos, cuya expresiva boca sensual una vez la había estremecido, a pesar del gesto tenso y amargo que en ese instante la deformaba.
Faye también era consciente de su propio cambio. La insegura adolescente con la que se había casado se había convertido en una madre de dos hijos segura de sí misma, y lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a la recia personalidad de su marido.
—He venido a hablar contigo.
Él la dejo entrar. Pudo sentir que la mirada del hombre recorría su figura y se fijaba en el nuevo corte que lucía su cabello castaño claro. La figura de Faye era alta y esbelta y, aunque no vestía lujosamente, el elegante traje bermejo con botones dorados le sentaba muy bien. Todo su aspecto hacía pensar que se encontraba delante de una mujer satisfecha consigo misma.
La hizo pasar a la sala de estar. Faye quedó un tanto sorprendida al notar que allí nada había cambiado. Al recordar la ira que se apoderó de él la noche en que lo abandonó, había pensado que Garth borraría cualquier huella de un pasado en común, pero todo permanecía igual que antes. En esa sala habían tenido su última disputa, cuando ella había intentado en vano hacerle comprender por qué se iba de su lado.
—¿Una copa?
—No, gracias. Tengo que conducir.
Garth enarcó las cejas.
—¿Al fin has aprendido? Seguramente tu profesor tenía mucha paciencia —comentó irónico.
—Eso ayudó mucho —admitió Faye.
El primer vehículo que tuvieron había sido un destartalado camión de segunda mano que ayudó a Garth a comenzar su carrera como constructor. Posteriormente, cuando la economía mejoró considerablemente, le compró un coche caro y trató de enseñarle a conducir, pero aquello fue un desastre. Y a ella le faltó seguridad en sí misma para intentarlo otra vez. Cuando se marchó de casa, no se llevó el coche.
Faye sintió que volvían los viejos recuerdos perturbadores. Quizá no debió haber ido a aquella lujosa casa, que él había construido «para ella», pero que reflejaba sus propios gustos. Allí había compartido la cama con Garth, pero nada más. Siempre le había disgustado ese lugar. Pero, en su afán por complacer a su marido, había ocultado sus verdaderos sentimientos, como siempre hizo durante su matrimonio. Sin embargo, eso ya formaba parte del pasado. El matrimonio había terminado de hecho, salvo en el nombre.
Hubo un tiempo en que su corazón había latido impaciente ante la sola idea de ver a Garth Clayton. Para una muchacha de dieciocho años, aquel hombre parecía un dios con sus cabellos oscuros, su aire vivaz, su gracia y simpatía. Camino a la tienda de ropa donde trabajaba como dependienta, todos los días pasaba por el solar en construcción donde él trabajaba. A veces se detenía para observarlo desde lejos, admirando la valentía con que se subía en los altos andamios y alzaba enormes pesos, al parecer sin ningún esfuerzo.
Era tan inocente que apenas había reconocido la llama del deseo en su admiración por aquel cuerpo masculino. Lo único que sabía era que tenía que lograr que él se fijara en ella. Cuando al fin lo consiguió, no pudo evitar sonrojarse hasta la raíz de los cabellos, echando a correr hacia la tienda. El resto del día lo había vivido en un trance, cometiendo un error tras otro, hasta que al fin se ganó una reprimenda de la jefa. Pero ella estaba en el séptimo cielo.
A la mañana siguiente, Garth la estaba esperando.
—Ayer no quise molestarte —se excusó bruscamente.
—No lo hiciste, sólo que fue una sorpresa para mí.
—¿Sorprendida? ¿Una chica tan bonita como tú?
Fueron al cine pero, para su desilusión, esa noche él no la besó. Pensó que, tal vez, se aburría con ella. Sin embargo, la volvió a invitar, y a la tercera cita la besó. Ella pensó que no podía haber más felicidad en el mundo.
Pero sí que la había. El recuerdo de su primera noche de amor todavía la hacía llorar. El recio y poco sutil joven Garth, se había comportado con mucha delicadeza y ternura, tratándola como si fuera algo precioso para él.
A partir de entonces, cuando no hacían el amor, se dedicaban a conversar. Garth le habló de su sueño de convertirse en su propio jefe, un constructor que haría prosperar su pequeño negocio. El cielo era el límite para él. Faye no recordaba haberle contado lo que ella esperaba de la vida. Él era todo lo que entonces deseaba.
Cuando le informó de que estaba embarazada, él dijo: «El próximo mes tendré una semana libre. Esos días serán nuestra luna de miel».
«¿Luna de miel?«, preguntó ella. «¿Quieres decir que nos casaremos?». «Desde luego que nos vamos a casar», había respondido él con absoluta seguridad.
Estaba demasiado feliz para haber notado que Garth daba el matrimonio por hecho, sin pedírselo previamente. Tras su boda en el Registro Civil, habían pasado una semana en la costa, en una caravana prestada. Como no tenían dinero, era poco lo que podían hacer, salvo pasear por la playa agarrados de la mano, comer comida barata y amarse, amarse, amarse. Fue un tiempo en que nada perturbó su felicidad, y ella pensó que así sería siempre.
Pero eso había sucedido cuando era una chica inocente que creía en el amor eterno, antes de descubrir el verdadero carácter de Garth y experimentar la destrucción gradual de todo aquello que había constituido su felicidad.
Garth la siguió hasta la sala de estar y esperó a que ella se dispusiera a hablar. Se podía sentir la tensión en la atmósfera, y Faye pensó que la entrevista sería mucho más dura de lo que había previsto. Se quitó la chaqueta, dejando al descubierto una camisa verde oliva sin mangas y una cadena alrededor del cuello.
Garth observó la cadena. Era de oro. Una cadena sencilla, pero muy valiosa. No era algo que ella hubiera podido costearse, ni tampoco uno de sus regalos, porque se había negado a llevárselos.
—Estaba a punto de irme a la cama.
—Decidí venir tarde para darte tiempo a volver a casa después del trabajo. Espero no interrumpir, si estás acompañado.
—¿Te refieres a una mujer? No, de todas las acusaciones que me hiciste, ésa fue la única que no se te pasó por la cabeza, aunque al parecer yo era un desalmado.
—Nunca dije eso, Garth. Sólo dije que no podía seguir viviendo a tu lado.
—Así me lo hiciste saber, pero nunca entendí bien por qué.
—Intenté explicártelo.
—Creo que mi delito fue trabajar día y noche para darte una vida confortable, con todos los lujos que pudieras desear. Y por eso fui castigado con la pérdida de mi mujer y de mis hijos.
La dureza de su voz dejaba claro que, como siempre, no pensaba ceder.
—Quizá sería mejor que me marchara y volviera otro día…
—No, por alguna razón, has venido hasta aquí. Te has mantenido muy alejada de mí últimamente. De hecho, nunca acompañas a los niños cuando vienen a visitarme y, cuando voy a buscarlos a tu casa, apenas me hablas.
—No quiero trastornarlos con nuestras discusiones.
—¿Cómo están? Siento que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que los vi.
—Pudiste haberlos visto la semana pasada si hubieras ido a la obra de teatro que hacía Cindy en el colegio, como prometiste. Ella era la protagonista. Deseaba tanto que tú estuvieras allí y te sintieras orgulloso de ella.
—Y ésa era mi intención, pero en el último minuto surgió algo que no pude aplazar.
Faye suspiró.
—Siempre surgía algo, Garth. Un negocio siempre era más importante que tus hijos.
—Eso no es cierto. Estuve en el cumpleaños de Adrian.
—Sólo dos horas. Y no fuiste a su partido de fútbol, ¿no es así? Y la