Dolore minimo
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La madre hija que nace de un padre sublimado y borrado, que recorre las etapas de esta transformación dolorosa y heroica, no tiene arrepentimientos ni miedos, pero tiene la urgencia de contar lo que ha ocurrido. No para encontrar justificaciones, sino para entregarnos a esta hija inesperada en toda su legitimidad.
Del prólogo de Dacia Maraini
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Dolore minimo - Giovanna Cristina Vivinetto
CESPUGLI D’INFANZIA
◆
MATORRALES DE LA INFANCIA
It’s not the déjà vu that kills
it’s the foreseeing
the head that speaks from the crater
◆
No es el dejà vu lo que mata
sino lo que se ve venir
la cabeza que habla desde el cráter
ADRIENNE RICH,
trad. Natalia Carbajosa
A quel tempo ogni cosa
si spiegava con parole note.
Sillabe da contare sulle dita
scandivano il ritmo dell’invisibile.
Tutto era a portata di mano,
tutto comprensibile
e immediatamente dietro l’angolo
non si annidava ancora l’inganno.
La poesia era uno scrupolo
d’altri tempi, un muto richiamo
alla vera natura delle cose.
Così dissimulata da confondersi
con i palloni, con le bambole
dell’infanzia.
In quei tempi non c’erano disastri
da centellinare, difformità
da curare dentro abiti larghi,
padri da rifiutare e nomi
da pedinare in fondo agli stagni.
Finché non è arrivato il transito
a rivoltare le zolle su cui il passo
aveva indugiato, a rovesciare
il secchio dei giochi – richiamando
la poesia invisibile che mi circondava.
Non mi sono mai conosciuta
se non nel dolore bambino
di avvertirmi a un tratto
così divisa. Così tanto
parziale.
Por aquel entonces todo
podía explicarse con palabras conocidas.
Sílabas que contar con los dedos
articulaban el ritmo de lo invisible.
Todo estaba al alcance de la mano,
todo comprensible,
y justo a la vuelta de la esquina
no anidaba todavía el engaño.
La poesía era un escrúpulo
de otros tiempos, un señuelo mudo
hacia la verdadera naturaleza de las cosas.
Tan disimulada como para confundirse
con los balones, con las muñecas
de la infancia.
Por aquel entonces no había desastres
que racionar, ni deformidades
que curar con largos vestidos,
ni padres de los que renegar ni nombres
que acechar al fondo de los estanques.
Hasta que vino el tránsito
para voltear los bancales donde el paso
había vacilado, para volcar
el cubo de los juguetes, reclamando
la poesía invisible que me rodeaba.
No me he conocido jamás
sino en el dolor niño
de descubrirme, de pronto,
tan dividida. Tan duramente
parcial.
La prima perdita furono le mani.
Mi lasciò il tocco ingenuo
che si addentrava nelle cose, le scopriva
con piglio bambino – le plasmava.
Erano mani che non sapevano
ritrarsi: mani di dodici anni,
mani di figli che tendono al cono
di luce – che non sanno ancora
giungersi in preghiera.
Mani profonde – come laghi
in cui nessuno verrebbe a cercare,
mani silenti come vecchi scrigni
chiusi – mani inviolate.
La prima scoperta furono le mani.
Ricevetti un tocco adulto che sa
esattamente dove posarsi – mani
ampie e concave di una madre
che si accosta alla soglia ad aspettare;
mani di legno e di fiori
di ciliegio – mani che rinascono.
Mani che sanno aggrapparsi anche
all’esatta consistenza del nulla.
La primera pérdida fueron las manos.
Me abandonó aquel don ingenuo
que se adentraba en las cosas, las descubría
con gesto niño, las plasmaba.
Eran manos que no sabían
retirarse: manos de doce años,
manos de hijos que tienden al cono
de luz, que todavía no saben
juntarse para la oración.
Manos profundas, como lagos
en los que nadie querría buscar,
manos silentes como antiguos cofres
cerrados: manos inmaculadas.
El primer hallazgo fueron las manos.
Recibí un don adulto que sabe
exactamente donde posarse, manos
amplias y cóncavas de una madre
que se aparta en el umbral y espera;
manos de madera y de flores
de cerezo, manos que vuelven a nacer.
Manos que saben también agarrarse
a la consistencia precisa de la nada.
La seconda perdita fu la luce.
La malattia mi tolse la vista
dei campi abbacinati dal sole,
la trama arsa e viva dei litorali
siciliani dei miei tredici anni.
Passai quegli anni tra i fili
di panni stesi divorati dal sole,
vasi sbriciolati di terracotta
dove steli di basilico e lavanda
si inerpicavano verso la linea
del cielo – quasi a raggiungerla,
a toccarla. La luce era tutto.
La seconda scoperta fu la luce.
Non la luce che accende i terrazzi
né quella che assottiglia le strisce
di costa, ma la luce delle case