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La bondad y la severidad de Dios
La bondad y la severidad de Dios
La bondad y la severidad de Dios
Libro electrónico152 páginas2 horas

La bondad y la severidad de Dios

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La bondad y la severidad de Dios de manera concisa representa estos dos aspectos del carácter de Dios, y provee una guía excelente para alcanzar la bondad de Dios y para ser preservados de Su severidad. A medida que el amor de muchos se va enfriando y abunda el engaño, es de vital importancia que podamos determinar en dónde estamos respecto a la senda de la santidad de Dios, para que al igual que Daniel, nuestra vida pueda ser aprobada por el Señor, y para que podamos tomar nuestro lugar señalado en el Cielo por toda la eternidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2024
ISBN9781596657892
La bondad y la severidad de Dios

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    La bondad y la severidad de Dios - Dr. Brian J. Bailey

    CAPITULO UNO

    Equilibrio entre la bondad y la severidad de Dios

    La bondad de Dios

    Se podría definir la bondad de Dios para con Su creación como la consideración de aquello que es lo mejor para todas Sus creaturas en una situación en particular. Definida de manera concisa, la bondad es hacer aquello que es lo mejor.

    Cuando el Señor se presentó por primera vez a Moisés en el monte Sinaí, Él lo hizo proclamando lo siguiente: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad […] (Ex. 34:6). Si bien la cualidad de la bondad aparece en cuarto lugar en la lista, está, sin embargo, acompañada del adjetivo grande dando a entender que este atributo del Señor no es incidental, sino uno que envigoriza de forma vibrante Su personalidad. Él es Aquel que ve a otros con bondad [misericordia], y que busca en quienes poder derramar Su bondad y Sus bendiciones.

    Podríamos decir que la bondad de Dios está entrelazada con la hermosura de la santidad; que está impregnada de la Luz a la que ningún hombre se puede acercar. Leemos en Zacarías 9:17 así: Porque ¡cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura! Muchos se esfuerzan por hacer el bien. Incluso, el apóstol Pablo dice en Romanos 5:7 8: Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Dicho en otras palabras, él está diciendo que aun cuando hay hombres que son buenos, nadie puede comparar su bondad a la bondad de Dios. ¿Por qué? Porque Su bondad emana del carácter incomparable de la Deidad. Esta es la diferencia sublime que separa Su bondad de la bondad de los demás.

    Por consiguiente, estaremos viendo una manifestación de la perfección de la bondad que nunca podrá ser desafiada, porque es una bondad que es infinita; su motivación es pura, sin sombra o variación alguna que pueda estropear su motivación perfecta. Es una bondad sin intenciones de orgullo o de ganancia personal. Esta bondad es incapaz de hacer daño alguno y solamente se propone el bien óptimo de todas Sus creaturas.

    La bondad inherente de Dios me fue revelada cuando en una ocasión Él se me manifestó como la Bondad. Esta virtud emanaba desde Su Ser interior. Extendiendo Su brazo, Él me dijo: Tócame; Soy por completo bondad. La bondad es la cualidad que Él desea forjar e impartirle a todo Su pueblo.

    La Severidad de Dios

    La severidad de Dios requiere que el juicio merecido y el castigo que le sobreviene se lleve a cabo. En realidad, la proporción de las Escrituras que describen los juicios de Dios con respecto a la desobediencia, excede en gran medida la proporción de las Escrituras que describen Sus bendiciones. No debemos dudar en lo absoluto la severidad de los juicios de Dios sobre los desobedientes. Nos damos cuenta, por ejemplo, de que por casi 2000 años el pueblo de Israel perdió la soberanía de la posesión de su tierra por causa de su desobediencia.

    Moisés, quien conoció íntimamente al Señor, nos ayuda a comprender mejor el carácter de Dios al darnos su percepción de Él en Salmos 90:7-8: Con tu furor somos consumidos; con tu ira quedamos desconcertados. Tienes ante ti nuestras maldades; ¡pones al descubierto nuestros pecados!. Aquí, Moisés nos está hablando de vivir delante de la presencia de la ira de Dios en donde continuamente están nuestros pecados ante Él. Este es el cuadro de Aquel que demanda perfección en todo tiempo y de Quien ni aun el más pequeño error escapa de Su escrutinio. Debe entenderse este énfasis en la perfección a la luz del hecho de que Él lo hace todo bien.

    Es como el docente que tiene bajo supervisión constante a su alumno, para asegurarse que él logra alcanzar la norma superior del maestro, recibiendo honra de su estudiante por esto. A manera de ejemplo, el maestro de caligrafía es particular hasta con cada punto que va encima de la letra ‘I’. ¿No se preocupa el maestro cuando uno de sus estudiantes entrega un trabajo que no cumple la norma? Cada error en deletreo o manchón exigiría su corrección. El Señor dijo que ni una jota ni una tilde de Su Palabra quedaría sin cumplimiento. Ciertamente, qué necesario es que entendamos la norma del Cielo tal como fue evocada por el Señor.

    Tal era la atmósfera en la que Moisés vivía, habiendo sido advertido por El Señor para que hiciera todas las cosas del Tabernáculo conforme al modelo que le fue mostrado en el monte. El Tabernáculo tenía que ser construido con precisión y conforme al modelo de las cosas celestiales, ya que debía revelar, reflejar e ilustrar las verdades eternas y las celestiales a todas las generaciones de la posteridad.

    Vivamos de tal manera que, habiéndonos dado cuenta de que el Maestro invisible nos examina por encima de nuestros hombros, mientras está supervisando nuestra obra; seamos así de particulares y precisos como lo es Él en todo tiempo. Recuerde, nosotros daremos cuenta de toda palabra ociosa; así que, seamos cautelosos, y en todo lo que hagamos, seamos detallistas y particulares, ya sea en algo pequeño o grande.

    La bondad y la severidad de Dios conforme a las Escrituras

    Ambos aspectos de la bondad y la severidad de Dios son expresados de manera concisa en Deuteronomio 28. En la primera parte de este capítulo vemos las promesas y las bendiciones que el Señor promete que le daría a Su pueblo Israel, si tan solo guardan Sus mandamientos. Las enumeramos a continuación:

    1. Serán benditos en la ciudad y en el campo.

    2. Será bendito el fruto de sus vientres, queriendo decir con salud e hijos.

    3. Serán benditos sus rebaños, sus bestias y su tierra.

    4. Serán benditos su pan y su canasta [compra de alimentos].

    5. Serán benditos al entrar y al salir de sus casas.

    6. Sus enemigos serán derrotados y huirán delante de ellos.

    7. Será bendito todo aquello en que pusieren su mano.

    8. Serán establecidos por pueblo santo Suyo.

    9. Sobreabundarán en bienes.

    10. Prestarán a muchas naciones; serán puestos por cabeza, y no por cola.

    Ahora, consideremos la severidad de Dios, la cual se manifiesta cuando Su pueblo desobedece. Las siguientes maldiciones vendrían sobre ellos:

    1. Malditos serán en la ciudad y en el campo.

    2. Malditos serán su canasta y su artesa de amasar.

    3. Maldito será el fruto de su vientre, así como el fruto de su tierra.

    4. Malditos serán en su salir y en su entrar.

    5. La enfermedad y la mortandad los consumirá.

    6. Los Cielos serán de bronce y no darán lluvia.

    7.   El Señor los herirá con la espada y sus enemigos dominarán sobre ellos. Después, tenemos la advertencia acerca de la gran Diáspora, por la que Israel sería llevada cautiva a Babilonia. (La Diáspora fue el término conocido para el período de tiempo entre los años 606 a.C. y el 536 a.C. cuando Israel estuvo en su cautividad en Babilonia. Este período consistió en tres deportaciones durante los reinados de Joacim, Joaquín y Sedequías, reyes de Judá).

    El apóstol Pablo le advierte a quienes menosprecian las riquezas de la bondad de Dios que, por su corazón endurecido, cosecharán la ira de Dios en el día del Juicio (Ro. 2:4-6).

    Procurando el equilibrio

    Hay muchos que se centran en la bondad y la benignidad de Dios, ignorando, voluntariamente, los terrores del Señor. Recuerdo cierta ocasión que corrobora esta verdad. Hace muchos años me encontraba en las zonas periféricas de Londres. Mi amigo, quien era un solista en su iglesia, quería practicar durante nuestro receso de almuerzo y me pidió que lo acompañara al piano, pensando que el mejor lugar para practicar sería en la iglesia. Nos avocamos a una vicaría local para pedir autorización, y fue allí donde se llevó a cabo una conversación que nunca olvidaré.

    Mientras solicitábamos permiso al rector para usar el piano de la iglesia, le pregunté acerca de su salvación y su punto de vista acerca de la Biblia. El respondió que él no podría creer en un Jesús que envía gente al Infierno. Por lo tanto, él no creía en el libro de Apocalipsis. Deliberadamente, él ignoró todas las advertencias de Jesús acerca del juicio eterno y el lago de fuego.

    ¿Fue un caso aislado? Pienso que no, muchos tienen la creencia firme de que no existe tal lugar llamado el Infierno. Esto sucede aun entre cristianos. Sin embargo, la Palabra de Dios está llena de advertencias acerca del castigo eterno. Examinaremos algunas cuantas que reflejan la severidad de Dios:

    Apocalipsis 20:15: Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.

    Apocalipsis 21:8: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

    Judas 1:12-13: Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas.

    Lucas 12:47-48: Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.

    La posición del Señor Jesucristo en la dualidad de Su capacidad, tanto como Señor del Cielo y como Señor del Infierno, quizá podría ser ilustrada y entendida por un pensamiento que me expresó un exjuez superior de Auckland, Nueva Zelanda.

    Cuando yo le pregunté por qué había renunciado tan pronto a su cargo en el Tribunal, él me respondió que le entristecía siempre que tenía que sentenciar a alguien a prisión. Él deseaba haber tenido la potestad de

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