Xoana
Por Sandra Gromaz
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Xoana es la historia de una niña gallega inteligente, perspicaz, divertida y sobre todo auténtica. A través de sus vivencias, nos invita a detenernos y reflexionar sobre temas actuales inspirando el pensamiento crítico.
Consigue que el lector se conmueva con la historia y empatice con los personajes. Capta perfectamente la vida en el entorno rural gallego, mostrando la belleza de los paisajes descritos y un profundo amor por la tierra.
Si buscas pasar un rato realmente agradable y entretenido, sumérgete en el mundo de Xoana.
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Xoana - Sandra Gromaz
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© Sandra Gromaz Martín
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: María V. García López
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1089-185-2
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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A mi padre,
espero que estés orgulloso allí donde estés.
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Agradezco lo primero a esta editorial, Letrame, por darme la oportunidad de cumplir un sueño que en principio era de mi padre, ya que siempre quiso editar una de sus novelas y no lo pudo llegar a hacer, pero luego se ha convertido en el mío propio.
Gracias infinitas a mis padres, que me han dado la posibilidad de tener la formación necesaria para intentar conseguir los retos que me voy planteando y me han inculcado valores invaluables.
Gracias a mi familia, mi marido, mis hijos Iago y Mateo, que con su cariño e ilusión me han apoyado, y con su día a día me han inspirado esta historia. Ojalá estéis tan orgullosos de mí como yo de vosotros. Sois los mejores.
Gracias a toda la familia y amigos que habéis estado ahí y con los que he podido compartir esta ilusión.
Y a ti, lector, sea cual sea tu edad, por hacerle conmigo este guiño al mundo de la adolescencia.
I
Soy Xoana, una niña gallega, nacida en Lugo capital. Tengo doce años. En esta edad intermedia que ni que sí ni que no, en mi aldea, mi abuela, a la que quiero muchísimo, me trata de la misma manera desde que tengo uso de razón: me manda a por las vacas y, cuando acabo, me espera con una rodaja enorme de pan de Cea con nocilla casera. Esto me ha supuesto muchas alegrías y algunos kilos de más. Nada que no se arregle con una talla a mayores.
Y es que en la aldea, en Guitiriz, paso los veranos muy feliz, respirando verde… Es el único sitio donde cuidar de los animales se convierte en una responsabilidad, pero también en una diversión. Que si le digo a uno de ciudad que me levanto a las seis de la mañana en verano, se piensan que estoy loca. Pero es que cuando estoy con las cabras o con las ovejas, no necesito más, les hablo a ellas, les cuento mis cosas… A veces logro una paz que no he encontrado con ninguna persona. Los animales tienen la nobleza de dártelo todo y piden muy poco a cambio, bajo mi punto de vista.
Lo mejor es cuando tenemos una cría nueva, ese día es una fiesta. No hay nada más bonito que los cachorros de perro que nacieron este año, son tres: Luna, Zeus y Toldo. De raza palleira, como decimos aquí, pero ya le gustaría a muchos de los que se compran en tiendas. Vienen conmigo al monte, me esperan si se lo pido, vuelven y comen como si te dijeran: «¡Esto es vida!». Y así es. Cada día, me enseñan que para ser feliz no hace falta complicarse demasiado.
Mi abuela ya tiene setenta y nueve añazos, pero como dice ella, mejora con la edad. Es la pequeña de trece hermanos, aunque muchos murieron en el parto o en los primeros años de vida.
De los hombres… que no quiere saber nada, que uno tuvo y la dejó preñada y marchó como alma que lleva al diablo. Se ríe cuando vemos el programa de citas en la tele y le digo que le tengo que grabar un video para mandarlo, que nunca se sabe.
Ella explica que a cambio de no tener amores, firmó un contrato de duración de vida de cien años y que no piensa regalar ni uno. Que cada arruga es un año de experiencia, y que hay que aceptarlas como vienen. Y tiene años como para dudar de que pueda tener razón.
La soledad acompaña a las mujeres de mi familia. Mi padre nos dejó un 23 de diciembre hace cinco años. La verdad, no le veía mucho ni tengo grandes recuerdos de él, porque era marino mercante y venía solo dos o tres veces al año, así que no sé lo que es tener padre prácticamente, y menos saber si hubiera sido mejor o peor compartir mi vida con él de una manera más tradicional. Es decir, no puedo echar de menos lo que nunca he tenido. Mi madre, al quedarse viuda, tuvo que dejar su trabajo de mariscadora para irse a la fábrica en Viveiro, donde vivimos. Todo el día enlatando atún, nos daba para una vida sencilla pero digna. No sé por qué no dejaba de vestir de negro, con la de colores que hay para elegir.
Este año empecé el instituto, todo un gran cambio. Mi madre dice que quiere ahorrar para irnos a la ciudad, a Lugo, porque allí piensa que tendremos más oportunidades. Pero yo creo que, sin duda, sería la «oportunidad» de perder a Micho, Lara y el Pecas, mis tres inseparables amigos desde los tres años, y casi que no. Teníamos un club: Lara era la guapa y rica pero no menos encantadora; Micho el graciosillo que contaba unos chistes que te mueres; el Pecas era… el Pecas, y yo, con mi metro cincuenta, era pequeñita pero inteligente. Todo eran dieces y tenía el respeto de mis colegas y de mis profes. Eso de que el tamaño no importa, parece que era verdad.
El instituto tenía muy pocos chavales, lo de la Galicia rural despoblada era cierto, muchos padres se habían ido a la ciudad en busca de un futuro mejor, estudios o trabajo. En algunos aspectos, parece que pertenecemos a una generación anterior, como la de nuestros padres o incluso abuelos porque aquí nos conocemos todos, por lo menos los del colegio. Cuando llegas enseguida te buscan para preguntarte ¿y tú de quién eres? Y con tu apellido o tu mote, parece que ya tienes un lugar en este mundo.
El instituto necesitaba una reforma urgente. La directora dijo que este año estaban esperando una subvención de la Xunta, a ver si es verdad y tapan las grietas del gimnasio o ponen agua calentita en el baño, que en Lugo y en Orense, en invierno, te las pelas de frío. Lara dice que es bueno para la piel. A mí, qué quieres que te diga, yo como en la cocina de leña de mi abuela, nada.
Mi abuela. Debería decirlo con mayúsculas: MI ABUELA. La madre de mi madre, la que vivió tiempos duros de Franco, como ella afirma: «No sabes lo bien que vivís ahora, filliña».
Qué diferente de mi madre, siempre intentando protegerme, siempre preocupada que no me faltaran estudios, ni ropa, ni oxígeno.
Mi abuela me daba tareas, y duras, y sin embargo me sentía libre, sana, feliz… y más alta.
Todos mis colegas tienen aldea pero no tienen una abuela como la mía. Bueno, Lara no, ella ni siquiera es gallega y su padre es uno de los socios de la fábrica que alimenta y da trabajo a medio pueblo. Alta, rubia, de ojos azules, el producto de la emigración de su padre a Alemania se trajo de vuelta a su bellísima esposa, que debió ser la que le puso más interés, porque el padre no sé si era rubio, pero, ahora, con el estrés, está calvo.
Al principio cuando llegó al colegio, nos pareció a todos una estirada, hay que ver cómo nos dejamos llevar por las apariencias. Enseguida, en cuando crucé dos palabras con ella, supe que nuestras diferencias no impedirían que fuéramos las mejores amigas del mundo.
Casi todos los chavales andaban detrás de ella, pero Lara supo elegir a sus dos «hermanos»: Micho y Pecas y, por supuesto, a mí.
Siempre decía que no entiende cómo es posible que quepan tantos datos dentro de un cuerpo tan chiquito. Yo me reía y le contestaba: «Pequeño de largo que de ancho voy completita».
Y es que soy de buen comer. ¡Buf, qué buenos están los potajes de mi abuela!, y esas tartas de limón… Debería ir a Masterchef, se lo digo siempre.
Estas Navidades me he pedido una bici. Pero no una cualquiera, quiero de esas que tienen la cestita, la Gacela BH. Se lo he puesto un poco difícil a los Reyes, porque ese modelo está descatalogado desde la época en que mi madre era feliz. Pero para eso son Magos, ¿no? Ya verás en verano cuando me vea mi abuela tirándome por el monte abajo. Se me va a poner el tipo fino.
Hoy no para de llover. A ver si nieva, que hay huelga de profes y no hay cosa que más me guste que deslizarme por las cuestas nevadas sobre los cartones con Pecas y Micho. Eso sí, llego con el culo mojado y mi madre venga a preocuparse.
Ya queda poco para Reyes, no aguanto la presión, necesito esa bici como sea.
He pensado que en el verano la podría usar para llevarle el periódico a los vecinos, o el pan, a cambio de un eurillo o dos. Hay que tener mente empresarial, el