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Juzgar o no juzgar
Juzgar o no juzgar
Juzgar o no juzgar
Libro electrónico227 páginas5 horas

Juzgar o no juzgar

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En este libro se abordan las enseñanzas de Un curso de milagros sobre el juicio. Buena parte de su contenido se basa en un comentario línea por línea de la Lección 151, Todas las cosas son ecos de la Voz que habla por Dios.
¿Por qué dejar de juzgar? El autor insiste en que no se nos pide que renunciemos a juzgar, cosa que no sería posible, sino que renunciemos a creer que somos capaces depodemos hacer nuestros propios juicios, y que hacerlos es señal de madurez.
De esta manera, Ken Wapnick desvela nuestra tendencia a juzgar desde la proyección, el desconocimiento y la información parcial. Además, , y nos indica la posibilidad de perdonar nuestros juicios para dejarlos en manos de una Inteligencia mayor, capaz de juzgar con certeza desde el amor. En suma, esta obra clarifica uno de los puntos clave de las enseñanzas de Jesús.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 oct 2024
ISBN9788412900439
Juzgar o no juzgar

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    Juzgar o no juzgar - Kenneth Wapnick

    Introducción

    El juicio y el problema de la autoridad

    El título del taller, Juzgar o no juzgar, está obviamente tomado de la famosa frase de Hamlet: Ser o no ser. Por desgracia, la pregunta correcta no es esta, porque, como veremos más adelante, no podemos evitar juzgar. Y la verdadera cuestión no es si juzgamos o no juzgamos, sino con quién hacemos nuestros juicios. ¿Los hacemos con el ego o con el Espíritu Santo?

    Creo que una de las confusiones que tienen muchos estudiantes del Curso es pensar que, cuando el Curso habla de no juzgar, significa no hacer juicios sobre qué voy a comer esta noche, qué color de traje o vestido me voy a poner, o dónde voy a pasar el fin de semana o con quién. El Curso no habla de eso. Cuando dice no juzgar, se refiere a no condenar y no atacar. Está claro que si el Espíritu Santo es nuestro guía en el juicio, lo que juzguemos no será un ataque. Y cuando el Espíritu Santo no es nuestro guía y el ego sí —realmente estas son las únicas opciones que tenemos—, entonces nuestro juicio debe ser un ataque. Este fin de semana vamos a pasar mucho tiempo hablando de esto.

    Quería empezar leyendo un par de líneas del Texto. Se trata del segundo párrafo de la página 471. El juicio es quizá uno de los conceptos más importantes que aborda el Curso. Una de las características de los maestros de Dios es la tolerancia (M-4.III). Cuando se habla de tolerancia, en realidad se habla de no juzgar. Y este pasaje que voy a leer ahora lo deja muy claro

    (T.3.VI.3:1) No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tushermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase.

    Aquí sin emitir juicios significa sin ver al otro como alguien separado, sin atacar ni condenar. Creo que es sumamente importante tener siempre presente esta frase. De esta manera, Jesús nos recuerda que no tenemos ni idea de lo que ganamos cuando somos capaces de renunciar a nuestros juicios y a nuestros pensamientos de ataque. Si realmente queremos encontrar la paz de Dios, la única manera de encontrar y experimentar esa paz y Su amor es renunciar a los juicios. En efecto, podríamos decir que uno de los principales propósitos de Un curso de milagros es —primero— mostrarnos que estamos juzgando todo el tiempo y que no juzgamos con amor; y —después— ofrecernos los medios con los que podemos cambiar de mentalidad con respecto a estos juicios.

    (T.3.VI.3:2-3) Cuando reconozcas lo que eres y lo que tus hermanos son, [que en realidad todos formamos parte del mismo Cristo] te darás cuenta de que juzgarlos de cualquier forma que sea no tiene sentido. De hecho, pierdes el significado de lo que ellos son precisamente porque los juzgas.

    Veremos dentro de un minuto, cuando hable del origen del juicio, que el propósito y la motivación escondida detrás de nuestros juicios, de aferrarnos a los agravios, de elegir entre el bien y el mal, y de dividir el mundo entre el bien y el mal, etc., la motivación que hay en ello es precisamente la de mantener nuestro verdadero significado oculto de nosotros mismos. Y ese significado es que todos somos uno en Cristo. Este recuerdo es a lo que el Curso se refiere como el principio de Expiación; es decir, que en verdad la separación de Dios nunca ocurrió.

    Nuestros juicios no son algo que se nos ocurre o que surge de forma natural en nuestra mente. Más bien, se trata de cosas que elegimos específicamente para incrementar nuestra identificación con el ego y atacar el amor del Espíritu Santo en nuestra mente, un amor que ve a todas las personas como uno.

    El origen del juicio

    Primero me gustaría repasar el origen del juicio y luego mostrar que todos los pequeños juicios que hacemos en nuestra vida diaria no son más que un reflejo de ese juicio original, que en realidad no es más que otra forma de hablar de nuestra separación de Dios, aunque me gustaría exponerla desde el punto de vista del juicio. Otra forma de abordarlo es entender que todos los juicios se basan en diferencias. Esta es una de las ideas clave no solo para comprender el juicio, que es de lo que hablaremos este fin de semana, sino también para comprender las relaciones especiales, epítome del juicio del ego. Sin la creencia en las diferencias, no habría relaciones especiales ni separación.

    Podemos entender el origen de la separación como ese instante al que el Curso se refiere como la pequeña idea loca (T-27.VIII.6:2). Es ese instante en que el pensamiento de separación se deslizó en la mente del Hijo de Dios. En ese instante, que el Curso explica que en realidad nunca sucedió—aunque pareció suceder—, emitimos el primer juicio. Y ese juicio fue que hay una diferencia entre Dios —el Creador— y el Hijo de Dios —lo creado—.

    Antes de que ese pensamiento pareciera surgir, no había diferencia o, ciertamente, no había percepción de diferencia, no había experiencia de diferencia. El Curso explica que, en efecto, una diferencia entre Dios y Cristo; a saber, Dios es el Creador y Cristo, lo creado. Pero no hay conciencia separada ni conciencia de dualidad que pueda percibir tal diferencia. El Curso explica que no hay un lugar donde termine el Padre y comience el Hijo (L-pI.132.12:4). La diferencia reside en el sentido de que Dios es el Creador, Dios es la Fuente, Dios es la Primera Causa. Y Su Hijo Cristo es el efecto, lo creado.

    Pero Cristo no tiene una mente separada o una conciencia separada que pueda observar esta diferencia o experimentarla. Esta es una de las maneras de entender lo que es el Cielo: es la conciencia de la Unidad perfecta. El estado del Cielo, el estado de estar en el Cielo, es la perfecta unidad de Dios y Cristo; una unidad que nunca puede ser separada, rota, fragmentada, etc.

    Cuando pareció surgir la pequeña idea loca —ese pensamiento de estar separado—, el resultado fue que en ese momento el Hijo de Dios parecía estar separado de su Creador y poseía una conciencia separada de la Conciencia o de la Mente de Dios. Donde antes estaban la Mente de Dios y la Mente de Cristo, que eran perfectamente Una, ahora están, por una parte, la Mente de Dios y la Mente de Cristo que son perfectamente Una, y lo que parece ser una mente dividida, que parece estar separada de su Fuente.

    El pensamiento original de separación es ese instante en que el Hijo de Dios percibió una diferencia entre Dios y él y, a partir de ese momento, emitió el juicio de que Dios tiene algo que yo no tengo. Ese es el juicio original; un juicio o percepción de carencia dentro de la filiación, que dice que falta algo. Y lo que está equivocado aquí es que Dios me creó a mí; yo no lo creé a Él.

    Como hemos visto, esto es un Hecho en el Cielo. El Curso escribiría este Hecho con H mayúscula: que Dios creó a Cristo y Cristo no creó a Dios. Pero, una vez más, no hay conciencia de ello. No hay diferencia, no hay percepción, no hay juicio. Ahora bien, una vez que comenzó la separación, que como el Curso explica en otros lugares se trata del comienzo del sueño, existe la percepción de diferencias y eso conduce automáticamente a una percepción —que es un juicio— de que Dios tiene algo que yo no tengo y que hay algo que está mal en ello; eso no es justo.

    Una vez más, Dios tiene algo que yo no tengo: Él es el Creador y yo no. Él tiene el poder de crearme; yo carezco de ese poder. Yo no puedo crearle a Él. Entonces podríamos decir que el juicio original y, por tanto, todos los juicios posteriores —como desarrollaremos dentro de un rato— comienzan con la percepción de una diferencia, que conduce a la percepción de carencia. Hay algo que está mal en mí; algo falta dentro de mí. Ese es el juicio original: Dios tiene algo que yo no tengo.

    Lo que sigue inevitablemente —y todo ello ocurre en un instante— es el despliegue total del sistema de pensamiento del ego. Lo que sigue inevitablemente a la percepción de carencia es lo que el Curso en un punto (Prefacio) llama el principio de escasez, que básicamente es otra palabra para la culpa. Hay algo que está mal en mí, me falta algo. De esa percepción de escasez y carencia surge inevitablemente la proyección de la responsabilidad por ello. La razón por la que me falta algo es que Dios me lo ha quitado. En otras palabras, estoy privado del poder de crear vida.

    Podríamos decir que la creencia en la escasez se proyecta inexorablemente y conduce a la creencia en la privación. Esto me lo hizo otra persona. Empecé juzgando que había algo malo en mí. Y ahora evoluciona al juicio de que alguien me quitó lo que me falta. Es culpa de otro que yo no sea la Primera Causa. Como en ese punto de la historia no hay nadie más en escena excepto Dios, es obvio que Dios debe ser el culpable.

    En lugar de ser yo el carente —mi juicio inicial— y, por lo tanto, el juicio inicial que todos hacemos en nuestras experiencias aquí, ahora transfiero la responsabilidad de esa carencia y se la atribuyo a Dios. Digo que, en realidad, era Dios el carente al principio, porque yo lo tenía y Él me lo quitó. Por lo tanto, ahora justifico el quitárselo a Él. Ese es el robo original, que en la mitología griega encontramos en la historia de Prometeo robando el fuego de Zeus. Y seguidamente, por supuesto, Zeus va tras él, acaba capturándolo y le impone un castigo cruel.

    El robo que creemos estar llevando a cabo consiste en robarle a Dios el poder creador. Y siento que está justificado hacerlo porque, en mi mente retorcida, en mi locura —que es el núcleo del sueño— creo que Dios me robó a mí primero. Por lo tanto, está justificado que yo le robe. Pero lo que sigue a esto inevitablemente, y a lo que no dedicaremos mucho tiempo este fin de semana, es que entonces creemos que Dios va a venir a por nosotros e intentar castigarnos y arrebatarnos lo que le robamos, porque creemos que Dios nos lo robó primero. Este es el origen de nuestro miedo a Dios. Y este es el origen del juicio de que Dios no es nuestro amigo; Dios es nuestro enemigo.

    Lo que se establece así —la base una vez más de todos los juicios posteriores que hemos hecho, hacemos o haremos— es el juicio de que este mundo está dividido en víctimas y victimarios. Obviamente, todos creemos que somos víctimas inocentes y que otras personas nos están victimizando. Este es el núcleo de todos los juicios que hacemos. Debajo de eso, por supuesto, está la horrible verdad que nunca queremos mirar, y es que yo no soy la víctima inocente; yo soy el victimario original. Soy yo quien ha robado. Pero el ego borra eso para que lo olvidemos. Más bien nos convertimos en víctimas inocentes y otras personas intentan robarnos lo que nos pertenece por derecho.

    Este es el pensamiento básico que subyace en la mente de todos: el juicio de que Dios y Su Hijo son diferentes, y que fuimos nosotros los que victimizamos a Dios. A continuación creemos ser las víctimas de Dios. Estos son los juicios originales. Estos pensamientos son absolutamente aterradores, porque de lo que estamos hablando es de un sentido de pecado y de un sentido de culpa entretejidos en la red misma de nuestro ser. Esta es la sustancia básica de la mente dividida: que, de hecho, existe una diferencia.

    Sé que hay una diferencia porque yo estoy aquí y Dios está fuera de mí. Existe la mente de mi yo y luego está la Mente de Dios. Y es esa Mente de Dios la que se ha convertido en el enemigo. Esta es la división básica que todos compartimos, y también compartimos el terror que surge de ella. La defensa que todos hemos empleado para escapar de esa culpa impresionante y del terror de ser destruidos por Dios es borrarlo todo de nuestra mente, negar que esto haya sucedido alguna vez y a continuación correr, escondernos e inventarnos un mundo que creemos que nos protegerá de la furia y de la ira de Dios, o de su juicio con respecto a nosotros.

    Aquí podemos empezar a ver el origen de todos los pasajes sobre la ira de Dios de nuestra infancia y juventud, tanto si crecimos siendo judíos como cristianos. Se trata del pensamiento de que Dios nos va a perseguir y castigar, y destruirá el mundo y salvará a algunas personas y castigará al resto; todo eso viene de este pensamiento original de que Dios y Su Hijo son diferentes, y Dios está enojado. Y tiene razón para estar enojado por lo que le hemos hecho, y tenemos que correr a escondernos. Como explica el Curso, este mundo se convierte entonces en un enorme escondite donde creemos que Dios no puede entrar.

    Las ideas no abandonan su fuente

    Uno de los principios clave del Curso es el pensamiento de que las ideas no abandonan su fuente (T-26.VII.4:7,13:2). Este es uno de los principios más importantes que es necesario entender porque subyace no solo al principio de Expiación, que es el pensamiento del Espíritu Santo, sino también a todo lo que hay en el sistema del ego. La idea de que las ideas no abandonan su fuente conlleva que todos somos ideas en la Mente de Dios. Todos somos Pensamientos en Su Mente, escrito con P mayúscula. Si las ideas no abandonan su fuente, entonces la idea del Hijo de Dios, la idea de Cristo, nunca puede dejar su Fuente en su Padre. Básicamente, en esto consiste el principio de Expiación: la separación nunca ocurrió porque el Hijo nunca abandonó a su Padre.

    El principio del ego, por supuesto, es justo lo contrario: las ideas sí abandonan su fuente. Esta es la idea de que el Hijo de Dios puede efectivamente dejar su Fuente, estar separado de su Creador y establecer un yo, un mundo y un reino independiente que está separado del de Dios. Este mismo principio también funciona dentro de la propia mente dividida, dentro de este mundo. Si las ideas no abandonan su fuente, y vemos el mundo como una idea —este es uno de los temas centrales del Curso— entonces es una idea que nunca ha abandonado su fuente, que está en la mente del Hijo.

    Esto significa que, a pesar del hecho de que parece haber un mundo fuera de nosotros, la verdad es que todo lo que vemos es una proyección de nuestros propios pensamientos, y hemos olvidado que lo proyectamos. Cuando estamos sentados frente a una película y completamente absortos en lo que ocurre en la pantalla, nos identificamos tanto con los personajes que estamos observando y las situaciones que se están representando que en ese momento, o serie de momentos, olvidamos totalmente que estamos absortos en lo que está sucediendo en la película, olvidamos que en realidad es una ficción. No hay personas reales en la pantalla. No hay personas que vivan o mueran, o que resulten heridas, o que se enamoren y vivan felices para siempre; tampoco hay personas separadas ni personas que sufran.

    El mero hecho de ver una película para relajarnos o distraernos de nuestros problemas testifica la circunstancia de que la mente puede negar fácilmente lo que, a otro nivel, reconoce que es verdad. Todo el mundo sabe que en la pantalla no pasa nada, que todo es ficticio, literalmente. Sin embargo, eso no nos impide experimentar todas las emociones, sentimientos y pensamientos que tenemos en lo que consideramos nuestra vida normal de vigilia. Estaremos felices, tristes, ansiosos, aterrorizados, culpables, deprimidos, aburridos, etc.

    La razón de que todo esto funcione reside en el mecanismo de la negación. Olvidamos de dónde viene la película. En realidad no está fuera de nosotros; en realidad viene de detrás de nosotros. Viene de una película que pasa por un proyector y es toda inventada. No hay personas reales en la pantalla.

    La relación del mundo externo con nuestra mente es exactamente la misma, solo que, cuando salimos de una sala de cine, caminamos por el exterior y entonces recordamos que todo era inventado. Al despertar de un sueño nocturno, recordamos que era un sueño y no la realidad; la realidad entre comillas, por supuesto. Pero, en este mundo, parece como si no despertáramos del sueño y nunca saliéramos del cine. Pues realmente creemos en un mundo fuera de nosotros. Y esto se debe a que hemos olvidado —a través del mecanismo de la negación, de la represión— que somos nosotros los que lo hemos fabricado.

    Así que el principio de que las ideas no abandonan su fuente nos está diciendo que la idea de un mundo separado nunca ha abandonado su fuente, que está en la mente. De esta forma, el Curso explica por qué no hay mundo y que, ciertamente, no hay un mundo ahí fuera. Hay una creencia en un mundo, una experiencia de un mundo, pero no hay un mundo fuera de nosotros (L-pI.132.6:2). Pero, para que el ego sobreviva, es esencial que nos convenza continuamente de que lo hay, con víctimas y victimarios, y en el que hay juicios que están justificados.

    Se trata de que nunca volvamos a nuestra mente, pues el ego nos dice que si alguna vez lo hacemos, seremos destruidos por la ira de Dios. Por supuesto, lo que el ego nunca nos dice es que si volvemos

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