Cómo diseñar el conflicto narrativo
Por Carme Font
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Carme Font
Carme Font es doctora en filología y profesora de literatura inglesa en la Universidad Autònoma de Barcelona. Además de su producción académica internacional con numerosos artículos y libros, destaca el impacto global de sus proyectos de investigación en torno a la recuperación textual e intelectual de autoría femenina. También ha sido coordinadora de distintos talleres de lectura crítica, novela y ensayo, además de colaborar como lectora y traductora para editoriales nacionales e internacionales. Es autora de varias Guías del escritor (ALBA).
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Cómo diseñar el conflicto narrativo - Carme Font
Introducción
¿Qué es el conflicto en la literatura?
Toda obra literaria es una expresión artística en busca de sentido. Constituye un acercamiento a la comprensión y articulación de las experiencias del ser humano, de sus sueños, aspiraciones, recuerdos y sentimientos. El psiquiatra austríaco Victor Frankl (1905-1997), fundador de la Logoterapia y autor de El hombre en busca de sentido, considera al ser humano como un ser bio-psico-social-espiritual, al que le mueve una voluntad intrínseca de hallar sentido a su existencia. Este sentido podemos encontrarlo en la consecución de unas metas, en la superación de un escollo o en la entrega a los demás. Pero ninguno de estos impulsos bastará si no hallamos una dimensión trascendente a esa actividad y nos sentimos conectados con ella. El sentido tiene que salir del interior de la persona, no puede imponerse desde fuera. Cuando lo hace, a menudo genera confusión y sufrimiento, una búsqueda de sentido en los lugares erróneos.
El arte y la literatura permiten articular y plasmar un espacio de expresión de ese sentido de conexión y pertenencia: su búsqueda, su ausencia, su pérdida, su reparación, la desorientación y el malestar que produce en ocasiones. También nos facilita la recreación de ese sentido a través de la forma, de la palabra escrita elevada a placer estético, con juegos de lenguaje, estructura y narración de esa experiencia que nos permiten verla con una mirada distinta a la nuestra. La literatura facilita la conexión entre seres humanos, indagar en aquello que nos hace distintos e iguales a la vez, buscar lo tangible en lo invisible a través de la imaginación, el pensamiento y la percepción. La literatura nos transmite conocimiento y se atreve a adentrarse más allá de la dimensión humana. Todo ello es posible porque vivir es una búsqueda e integración constantes.
La finalidad de este libro es aproximarnos al concepto y la construcción del conflicto en una obra literaria. Toda novela y obra de ficción parte de la base de un conflicto que resolver por los personajes o incluso el narrador. En algunas ocasiones, este conflicto es poco visible por formar parte del universo íntimo y psicológico de los personajes principales; en otras es más palpable por tratarse de un conflicto de carácter público, social, histórico, o que implica a un gran número de personas. Pero toda obra literaria, sin excepción, expone una situación o realidad conflictiva: una fricción.
Los vaivenes de esta fricción han sido poco estudiados por la crítica en general, quizá por tratarse de un elemento subyacente de la obra literaria y porque suele confundirse con el nudo o parte central de un argumento. El filósofo alemán Theodor Adorno escribió en sus Notas sobre literatura que «la forma de la novela exige narración, y contar algo significa tener algo especial que decir». Ese «algo» que bulle en el interior de todo escritor y que le impulsa a querer expresarlo contiene la semilla de una fricción, un conflicto que puede adoptar intensidades y naturalezas muy distintas pero que cuenta con un denominador común: se enraíza en la experiencia del ser humano, que en definitiva es de lo que trata la literatura, una indagación en lo profundo de nuestro ser para entender las vivencias propias y ajenas. Otros autores y pensadores, como Milan Kundera, consideran que los múltiples conflictos que plantea la literatura se relacionan con una búsqueda incansable del «yo» ulterior, de la identidad personal, que siempre termina en una «paradójica insaciabilidad porque la novela no puede franquear los límites de sus propias posibilidades, según Kundera en El arte de la novela. «Solo una novela, –reconoce el escritor noruego Karl Ove Knausgård– es capaz de mantener a la vez dos lógicas contradictorias, y solo una novela es capaz de plantear los conflictos más importantes con los que nos encontramos sin encerrarlos en definiciones, sino dejándolos abiertos a sentimientos y experiencias.» Aunque el conflicto no acostumbra a definirse como tal abiertamente, siempre está presente en toda historia.
Ese «algo» que bulle en el interior de todo escritor y que le impulsa a querer expresarlo contiene la semilla de una fricción, un conflicto que puede adoptar intensidades y naturalezas muy distintas.
Sea como fuere, se escribe literatura para hacer sentir, para hacer pensar, para conocernos o simplemente para entretenernos, pero toda historia, sea cual sea su propósito ideológico de base y su pericia técnica, alberga una fricción y una intensidad que constituyen el subsuelo fluido sobre el que transcurren el resto de los elementos narrativos.
Si bien la mayoría de los buenos escritores dominan el aspecto narrativo, argumental y conflictivo de su creación, es decir, saben qué quieren plantear, cómo y por qué, no todos son plenamente conscientes del conflicto temático que transmite su escrito, de los mensajes que llegan al lector a través del argumento que avanza en las distintas escenas. Leer es también un acto creativo que implica comprensión, y cada uno comprende a su manera en función de las experiencias y conocimientos acumulados. Por ello es importante tomar consciencia de la importancia que adquieren los personajes como motores del conflicto, del modo en que sus acciones están motivadas por un sentido de propósito. El conflicto no es únicamente un impulso de la trama, incide en la duración de las escenas y la estructura narrativa. Un conflicto que se prolongue en exceso, por ejemplo, la superación del duelo por una pérdida, puede acabar siendo aburrido si se alarga demasiado sin que el lector perciba un proceso de análisis y superación, y por tanto, una introspección interior en la que se aprecie la transformación del personaje. Si ese duelo dura muy poco, en cambio, el lector podría pensar que la reacción de ese personaje no es creíble y ello entorpece la conexión con la lectura del texto. Si escribimos una novela policíaca, los elementos de intriga y suspense en torno al descubrimiento del asesino, por ejemplo, configuran la tensión argumental pero no necesariamente el conflicto. La intriga y el suspense nos invitan a descubrir un misterio de la trama que permanece oculto, pero el conflicto existencial de los personajes puede (o no) discurrir al margen de ese misterio o verse influenciado por él. En este libro extrapolaremos dicho elemento «conflictivo» para poder manejarlo a placer con plena conciencia.
La noción de conflicto narrativo, que a su vez se relaciona con la «tensión» que es capaz de crear, mantener y resolver un texto literario, es un elemento clásico de la dramaturgia y se remonta incluso a la época del teatro griego. Aristóteles, en el siglo IV a.C., ya se refería a la trama como el «alma de una tragedia» en su Poética y la anteponía a la caracterización de los actores. Esta noción se ha ido adaptando con el paso de los siglos y comúnmente se considera que el conflicto dramático es el elemento que determina la progresión de la acción dramática; implica la lucha de dos o más fuerzas necesariamente opuestas, la cual es indispensable para determinar el género de una obra teniendo en cuenta la fricción que padece el protagonista. En este sentido, el conflicto puede