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Vox Popurri
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Libro electrónico58 páginas44 minutos

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Información de este libro electrónico

En esta recopilación de 12 cuentos usted encontrará que cada uno de ellos es un universo en sí mismo con sus lenguajes, respiraciones, desenlaces y palabras justas. Las distintas capas de cualquier ser humano están reveladas en historias que pendulan entre la ternura cotidiana y la crudeza más desgarradora. El suspenso, lo místico, lo filosófico y lo patético conversan en pasajes con el humor que entre líneas nos muestran los hilos de la humanidad en distintas épocas del mundo. En los relatos uno puede hacer asociaciones con la vida personal de cada uno o vincularlo con vidas de otros.
Es el primer libro de un escritor joven y despierto que marida su vida entre libros y música.
"Dicen que 'el tiempo es oro', pero yo creo que son unos tontos porque el tiempo ni siquiera se puede acumular" (Francias Fiori).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 nov 2024
ISBN9786316578877
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    Vox Popurri - Rafael Bira

    A las dos márgenes del Plata, que me criaron.

    A usted, amigo lector, porque sin usted la obra siempre es incompleta.

    YO SABÍA QUE IBAS A VENIR

    Sabía que ibas a volver a casa, exactamente como estás ahora: con el pelo chorreando, la campera de jean empapada y las suelas llenas de barro. No me preguntes cómo, pero yo sabía que tenía que esperar en la galería; algo iba a venir, alguien llegaría, no sabía qué o quién, pero presentía que debía sentarme en la reposera junto a la puerta y aguardar. Es una sorpresa que vinieras justo vos, o al menos es media sorpresa, por lo que te digo.

    Pasá, pasá; ahí está el perchero, limpiate bien los zapatos. ¿Querés tomar algo? Estoy haciendo café. ¿O preferís unos mates? Te ofrecería un té de peperina como a vos te gusta, aunque lamentablemente ya no me queda. Esta mañana tenía que ir al pueblo, pero con esta lluvia vos sabés cómo quedan los caminos: el ripio se lava más rápido que los mates de Andrés. No sabe matear: moja toda la yerba en la primera cebada y…

    Hablando de él, vino a visitarme el jueves pasado y estuvimos hablando un buen rato, unas dos horas, quizá. Lo noté distante y por momentos casi molesto, no sé si conmigo o por algún asunto suyo que no me quiso contar ni me atreví a preguntar. Demoraba en contestarme, siempre poniendo al mate de excusa, haciendo ruido al terminarlo como si fuera un preludio de lo que iba a decir. No podía sostenerme la mirada: clavaba la vista en la parte verde de la alfombra, en una paleta del ventilador de techo, en la tele apagada. Hablaba pausadamente y tartamudeaba sin poder poner en palabras lo que le pasaba por la cabeza, cosa rarísima en él, los dos lo conocemos bien. En cierto momento quedamos en silencio, él con la mirada perdida, y yo alcancé a ver que le vibraba el ojo derecho; le palpitaba, era como un parpadeo sin párpado, como un guiño a medias. Noté que le temblaba el labio inferior al acercarse la bombilla y luego del beso tímido se aferraba obstinadamente a ella aun con el mate vacío. No era miedo ni inseguridad: parecía más bien esa incertidumbre que te produce pensar si pusiste o no llave en la puerta de tu casa, ese impulso de salir volando para verificarlo. Apoyaba los codos en las rodillas y cuando replegó los talones contra el sillón supuse que saldría corriendo; solo se enderezó y se cruzó de brazos. Resopló, me miró fijo a los ojos y entonces me estremecí. No recuerdo de qué estábamos conversando, pero inmediatamente hice un comentario gracioso, nos reímos y cambiamos de tema.

    Le conté un sueño, Raúl. Le conté un sueño que había tenido el lunes, el día de la peña en la escuela. Esa noche me dormí enseguida y soñé que estaba recostado en un alambrado. El sol pendía de una nube y su borde inferior reposaba sobre la silueta de un monte lejano de eucaliptos, en el horizonte. Yo miraba las vacas volviendo del tajamar con botas de barro y los perros que salían marrones hasta el vientre, trotando a los flancos de esa procesión extraña. De repente, me sobresaltó el ladrido de uno de ellos que se había apartado del grupo y se dirigía al ombú enorme que está a unos cincuenta metros de ahí, lindero con el campo de los Miller. Los otros dos perros se detuvieron, lo siguieron y comenzaron a ladrar también, dando vueltas alrededor del árbol. Olfateaban el suelo y las raíces gruesas sin dejar de girar. "Un

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