Monedero, J. C. Et Al. - Recuperando La Radicalidad (2011)
Monedero, J. C. Et Al. - Recuperando La Radicalidad (2011)
Monedero, J. C. Et Al. - Recuperando La Radicalidad (2011)
No todo es predecible. Dentro de lmites estrechos, los hombres son agentes libres. Los lmites existen, pero dentro de ellos hay espacio para elegir. A menos que haya eleccin no hay accin humana. Todo es conducta. (Isaiah Berlin)
Recuperando la radicalidad
Un encuentro en torno al Anlisis Poltico Crtico
ndice
1. Introduccin ........................................................................................... PARTE I. ESTADO / PODER / DEMOCRACIA 2. Reections on the State, State Power, and the World Market .................. Bob Jessop 3. Nuevo Estado, nuevas movilizaciones, nuevas ideas: la reconstruccin de la poltica .......................................................................................... Juan Carlos Monedero 4. Los espejismos de la razn y los caminos de la participacin. Polticas de intervencin en el territorio y procesos democrticos .............................. Joan Subirats 5. Ingurumena eta demokrazia / Democracia ambiental.............................. Iaki Brcena y Jone Martnez 6. Sobre la cohesin del demos posnacional: el proyecto cosmopolita de Jrgen Habermas y algunas precisiones de Chantal Mouffe..................... Marcos Engelken 7. Unas breves reexiones nales: el pensamiento crtico y la crisis del trabajo abstracto ................................................................................ John Holloway
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NDICE
PARTE II. LAS EMANCIPACIONES NACIONALES 8. Izquierda y emancipacin nacional hoy ................................................... Ephraim Nimni 9. Identitatea aro globalean. Euskal begiratu bat ......................................... Joseba Azkarraga Etxagibel 10. Immigrazioa eta euskal nazionalismoa. Egungo errealitateari begirada bat Iker Iraola 11. Represin legal y vnculos organizacionales. El caso del conicto vasco ... Arkaitz Letamendia PARTE III. SUJETO, CAMBIO Y CONFLICTO SOCIAL 12. Los nuevos movimientos sociales en la Espaa del siglo xxi..................... Luis Enrique Alonso y Rafael Ibez Rojo 13. La teora de los clivajes y el conicto social moderno ............................... Salvador Aguilar 14. El sujeto performativo. Una propuesta metodolgica para el estudio del sujeto poltico ......................................................................................... Ana Cristina Aguirre, Mara Anglica Benavides y Joan Pujol Tarrs 15. Eventful Protests, Global Conicts.......................................................... Donatella della Porta 16. Estudiantes contra la globalizacin capitalista. El caso de Catalua ......... Robert Gonzlez Garca 17. Las empresas transnacionales y el Tribunal Permanente de los Pueblos .... Mikel de la Fuente Lavin y Juan Hernndez Zubizarreta 18. Devenir mujer del trabajo y precarizacin de la existencia. La centralidad de los componentes afectivos y relacionales al analizar las transformaciones del trabajo ................................................................... Luca del Moral Espn y Manu Fernndez Garca 19. Una aplicacin de las enseanzas del movimiento perestroika al anlisis de las polticas urbanas ............................................................................ Jordi Bonet i Mart
NDICE
VII
PARTE IV. GLOBALIZACIN CONTRAHEGEMNICA 20. La globalizacin contrahegemnica: del internacionalismo del Mayo del 68 hasta el altermundialismo del siglo xxi ............................................... Michael Lwy 21. De la revuelta global del 68 al n de esta neoliberal de 2008. Apuntes sobre los principales acontecimientos de alcance global vividos durante los ltimos cuarenta aos de movimientos sociales .................................. Jaime Pastor 22. Repeat Lenin: del 68 a los movimientos globales ...................................... Pablo Iglesias PARTE V. LATINOAMRICA 23. Movimientos sociales, matrices sociopolticas y nuevos escenarios en Amrica Latina ....................................................................................... Maristella Svampa 24. La izquierda nacional: izquierda y gobierno en Amrica Latina. Entre la revolucin y el reino de la necesidad ....................................................... Carlos Figueroa Ibarra 25. Una aproximacin emprica a la construccin de la identidad indgena: los marcos interpretativos y los conictos sociales en Cusco .................... Claire Wright Sobre los autores............................................................................................
1 Introduccin
ELenLIBRO QUE noviembre de 2008 yES ELcont con laUN CONGRESO QUEdoscientas AQU PRESENTAMOS FRUTO DE SE CELEbr Bilbao en que asistencia de unas
personas y ms de cien comunicaciones. El encuentro no quera nada ms que crear un espacio de anlisis crtico sobre el espacio poltico y, en la medida que se hallaban relacionados con l, los contextos y las estructuras sociales. Ms especcamente, pretendamos, desde el mundo acadmico, hacer converger las distintas posiciones crticas, alternativas que existan y existen sobre estas cuestiones. Los que all nos encontramos echbamos en falta un espacio propio desde el que reexionar desde nuestra propia perspectiva, la crtica, en torno al mundo. En este sentido, desde el congreso se entenda que la teora poltica, en el sentido ms amplio del trmino, no poda ni deba ser una simple y neutra descripcin de la realidad, sino que implicaba una toma de partido, un posicionamiento crtico y, al mismo tiempo, una propuesta alternativa sobre la poltica, el poder y la sociedad. Interpretbamos en este sentido el anlisis poltico crtico desde un enfoque amplio, entendiendo como poltica no solo el Estado y menos todava no solo las instituciones polticas sino como todo aquello que conforma la accin poltica; la accin colectiva con consecuencias polticas. As, el anlisis poltico no deba ni debe centrarse exclusivamente en el poder poltico y en las formas ms o menos democrticas que el mismo exhibe, sino tambin y a veces sobre todo a los contextos, a las estrategias, a los actores y a los territorios que conforman la poltica. Con esta perspectiva se hicieron distintos grupos de trabajo. Precisamente, Estado y poder, democracia, cuestin nacional, el sujeto colectivo en el cambio social, las transformaciones en el mundo del trabajo, la estrategia contrahegemnica contra la globalizacin y la especca problemtica de Latinoamrica. Una mirada desde una posicin emancipadora puede suponer tres cosas: Un enfoque prioritariamente descriptivo, en el que se analizan acontecimientos, con un teln crtico. Pero en el que sobre todo se relatan acciones polticas que se consideran relevantes o al menos interesantes para una reexin desde la izquierda.
CAPTULO 1
Un enfoque decididamente crtico en el que se denuncian prcticas o estructuras polticas, sociales, jurdicas, etctera, que se oponen a estrategias y prcticas de polticas o movimientos emancipatorios. Un enfoque ms propositivo en el que se arma qu es lo que es y, sobre todo, qu es lo que debe ser un pensamiento y una accin poltica y social desde la izquierda realmente emancipadora. Somos conscientes que la mayora de las comunicaciones presentadas en el congreso se inclinaron principalmente por la primera y segunda opcin. Las dimensiones ms descriptivas y crticas. Ello nos reta a seguir esta reexin en un espacio congresual o de cualquier otro tipo; nos reta a continuar profundizando en los enfoques ms propositivos. Del congreso surgen, aun as, dos publicaciones distintas: la primera, en forma de memoria y donde se recogen la totalidad de las comunicaciones y ponencias presentadas; y la segunda, que constituye este libro e implica una seleccin de tales ponencias y comunicaciones. La seleccin ha tratado de combinar diversos criterios. Por un lado, nos pareca inexcusable la presencia de un conjunto de ponentes internacionales que entendemos aportan una visin global sobre el tema. Por otro lado, tambin consideramos imprescindibles que existiesen comunicaciones de todos los bloques temticos del congreso. Y, nalmente, dentro de cada bloque hemos tratado de combinar ponencias ms tericas con algunas ms descriptivas o aplicadas. Somos conscientes de que determinadas y muy valiosas comunicaciones han quedado fuera por estrictos motivos de espacio al priorizar que aparezcan textos de cada rea.1 Antes de presentar cada una de estas aportaciones nos pareca oportuno hacer algunas muy breves reexiones sobre lo que debera ser un pensamiento crtico sobre lo poltico. Sin duda, el tema desborda esta breve introduccin. Sin embargo, nos arriesgamos a plantear algunas pistas que a su vez constituyen retos analticos. Creemos en este sentido, que la exigencia de ordenar y depurar el pensamiento crtico disponible, resulta inexcusable. En demasiadas ocasiones, las herramientas crticas son dbiles porque no tenemos criterios, o los mismos se hallan dispersos, con los que orientar esas crticas especcas. En concreto, si armamos que una teora o una movilizacin social o una poltica no resultan emancipadoras, tal armacin peca de supercialidad porque no quedan claras cules son las caractersticas del proyecto emancipatorio que se supone validan o impugnan esa accin o esa reexin poltica concreta. Con este horizonte deberamos empezar, siguiendo tambin el ndice de este libro, a apuntar algunas ideas sobre el Estado, el poder y la democracia. Anotemos algunas de estas tendencias analticas dominantes, desde una perspectiva emancipadora, y los retos, sin resolver, que las mismas plantean. En primer lugar, resulta imprescindible saber exactamente cul es el papel del poder en general y del Estado en particular en la conformacin y el mantenimiento
1. Este libro ha querido tambin recoger y respetar la pluralidad lingsitca de la que disfrutamos en las jornadas. En todo caso nos ha parecido conveniente introducir tanto en los textos en euskera como en ingls un amplio resumen explicativo.
INTRODUCCIN
en la sociedad de la desigualdad. Como veremos ms adelante, algunas de las aportaciones que se incluyen enfocan con rigor esta cuestin, pero creemos necesario una mayor profundizacin de la misma. En segundo lugar, y muy especialmente, parecera que en nuestros das un anlisis propositivo desde la mirada emancipadora debera considerar el futuro del poder y del Estado desde una doble y simultnea perspectiva: Primero, se tratara de transformar la dimensin relacional del Estado. El Estado debe tomar partido por la igualdad. Liderar, de forma radical, ese cambio social. Esto implicara que el Estado otorga, impulsa y protege el protagonismo de determinada sociedad civil que representa precisamente esa manera de construir relaciones econmicas y sociales de forma cooperativa, solidaria e igualitaria. Por tanto, el Estado no solo controla y limita las relaciones de mercado capitalistas, sino que impulsa su desplazamiento en favor de un sistema de produccin y distribucin econmica basado en una lgica alternativa. Con esta referencia deberamos considerar y analizar las acciones colectivas sociales, o provenientes de la sociedad, dirigidas a lograr estos objetivos. Dicho de otra forma, qu formaciones polticas a travs de qu procesos electorales y de presencia en el poder hacen posible, impulsan este proceso de transformacin desde el Estado? En el espacio de la accin poltica no convencional, qu tipos de actores colectivos sociales y a travs de qu confrontaciones sociales se propicia, se fuerza al poder poltico en esta estrategia transformadora? Cuando en un prrafo anterior hacamos referencia a la simultaneidad, tendramos que armar que con un enfoque emancipatorio la transformacin del poder poltico no solo implica que el Estado cambie sus polticas sociales, por voluntad propia o con los impulsos de la presin social, sino que el Estado, en su concepcin de poder separado, desaparezca. La armacin sin duda es contundente, pero no podemos olvidar que las dimensiones ms profundas de todo el pensamiento poltico de izquierda han operado con ese horizonte estratgico. El reto en cualquier caso es evidente: cmo simultanear prcticas polticas y sociales que, por un lado concedan poder al Estado en su tarea de transformacin igualitaria de la sociedad y, al mismo tiempo, impulsen el protagonismo poltico de la sociedad organizada que lleve a una progresiva inutilidad y disolucin del poder estatal? Como puede observarse, ms que pistas, lo que apuntamos son sobre todo preguntas, retos que creemos deben ser contestados desde una perspectiva de izquierdas. Con este marco interrogativo como teln de fondo, haremos ahora unas breves consideraciones sobre aquellos textos que directa o indirectamente aparecen conectados con tales cuestiones. La aportacin de Bob Jessop nos sita en el punto de partida: en la denicin de la actual posicin del Estado respecto a la sociedad en general y a la sociedad capitalista en particular. Creemos especialmente signicativa su aportacin en el sentido de denir esta relacin de forma exible, como l argumenta, la relacin del Estado en la sociedad capitalista es de adecuacin funcional a las necesidades e intereses del poder econmico capitalista. Adecuacin que, aunque por otro lado, debe tener en cuenta otros actores y otros contextos, sin embargo en ltima instancia, s establece
CAPTULO 1
una relacin tributaria primordial respecto a las exigencias, respecto a la lgica del mercado y sus lites. La aportacin de Juan Carlos Monedero desarrolla este anlisis posicional sobre el Estado moderno. Interpreta esa dimensin relacional siguiendo, precisamente, los anlisis de Bob Jessop. Insiste el autor en que se deben evitar las interpretaciones simplistas. Si ciertamente existe una situacin de predominio del mercado, lo econmico es dominante solo en una compleja situacin de conuencia de diversos procesos evolutivos. El Estado, segn esta argumentacin, es siempre reejo de un proceso histrico. Su funcionamiento responder a los intereses de los que hayan ganado o estn ganando en el en conicto social. Esta armacin da pie a considerar la existencia de un escenario abierto, es decir, una situacin en la cual el Estado puede optar por reejar en su prctica una correlacin de fuerzas sociales en las cuales sea dominante el peso de aquella parte de la sociedad organizada que ha optado por la lgica de la solidaridad. Joan Subirats desciende en el anlisis hacia las prcticas de participacin social que pueden transformar el quehacer del Estado. Teniendo en cuenta especialmente la perspectiva del poder poltico, el anlisis plantea cmo el Estado debe reducir su incertidumbre decisoria, ganar legitimidad y avanzar en el desarrollo de polticas igualitarias a travs de la incorporacin de actores sociales en su proceso decisorio. Por su lado, Marcos Engelken, operando a partir del debate entre Habermas y Mouffe, nos introduce en uno de los retos del pensamiento de izquierdas antes mencionado y del que se har referencia a lo largo de otros textos. En un sentido muy amplio nos referimos a la cuestin del sujeto colectivo. En qu medida puede constituirse una comunidad homognea en un contexto plural, de clases, que delibere polticamente y diga al poder poltico qu es lo que debe hacer? Es posible constituir esa comunidad deliberativa con caractersticas posnacionales sin que la misma sea asentada en la vieja identidad nacional? Entramos en la reexin sobre la democracia a travs de la propuesta de Iaki Brcena y Jone Martnez. Su propuesta nos lleva a considerar cmo a travs de la democracia participativa, o ms exactamente, mediante el conicto medioambiental en el que se dan prcticas participativas, se transforma el Estado en su dimensin democrtica. Y tambin cmo se transforma la dimensin relacional Estado-sociedad en el ejercicio del poder en cuanto que tal relacin no est monopolizada por la lgica del mercado. Finalmente cerramos este primer bloque sobre el Estado y su transformacin con un breve y romntico declogo de John Holloway. En l, se retoma la idea de la desaparicin del poder estatal. Aunque, en realidad, su propuesta es ms de desprecio que de disolucin. Se tratara de construir un proceso cotidiano de autoorganizacin social, ignorando la existencia del Estado o aprovechando las brechas que dicho poder deja abiertas. Al pasar al segundo bloque, debamos, como en el caso anterior, hacernos algunas preguntas previas sobre cmo orientar una reexin emancipadora. En ste caso, el anlisis versara sobre el sujeto principal en la relacin comunidad-Estado: la nacin. El anlisis que hay que hacer con nuestra especca perspectiva es el de la relacin entre comunidad nacional y emancipacin. Esto es, cuando la reivindicacin
INTRODUCCIN
nacionalista es una reivindicacin emancipatoria en el sentido de orientarse hacia la construccin solidaria de una comunidad de iguales que tiende a la construccin de poder autnomo. Es ms, se tratara de ver hasta qu extremo la identicacin nacional propicia la emergencia de una comunidad de iguales. Partiendo de esta reexin, Ephraim Nimni orienta su propuesta teniendo en cuenta los anlisis marxistas sobre la cuestin nacional. Con esta herramienta analtica elige el austromarxismo como la orientacin ms adecuada para defender esta dimensin emancipatoria de la reivindicacin nacional. En efecto, es bsicamente la exigencia de las libertades culturales especcas de un pueblo lo que conduce a esa solidaridad, a esa construccin comunitaria. Joseba Azkarraga Etxagibel nos introduce en un tema actual muy ligado a los desafos de la posmodernidad. Cmo la construccin identitaria colectiva en general y nacional en particular, en lucha dinmica contra el yo atomizador y conservador, genera el sentido de pertenencia comunitaria y solidaria. El anlisis de Iker Iraola se orienta a plantear los conictos, las dicultades y los retos derivados de la presencia de diferentes en las comunidades nacionales. Dicho de otra forma, cmo los grupos de inmigrantes se integran o no en una determinada comunidad nacional. Y cmo estas dicultades ensombrecen esa necesaria dinmica dirigida hacia la construccin de una comunidad nacional igualitaria, solidaria y no excluyente. Finalmente el trabajo de Arkaitz Letamendia opta por una dimensin ms especca ligada directamente a la expresin violenta del conicto nacional vasco y sus consecuencias polticas. Su estudio nos demuestra cmo la represin que se ejerce sobre determinadas organizaciones polticas a las que se acusa de convivencia con la violencia no se hace tanto por motivos estrictamente jurdicos sino, sobre todo, por el contexto de la oportunidad poltica. Al nal el criterio de represin es ms el aislamiento poltico de determinadas organizaciones que su objetiva relacin con la violencia. Entramos, ahora, en el tercer bloque, dedicado al sujeto, el conicto y el cambio social. Aqu, la perspectiva va a ser menos abstracta, menos macro, poniendo en el centro de atencin el sujeto colectivo en su constitucin y sus luchas. Recordemos lo expuesto al principio: desde una teora poltica de izquierdas, la poltica no es solo el Estado, la nacin. La poltica es la lucha de los sujetos sociales. Cmo los mismos, por un lado, transforman el ser y la accin del Estado y cmo, al mismo tiempo, se autoconstituyen en espacios de contrapoder. Es con esta referencia como debemos considerar los trabajos que analizamos a continuacin. Por otro lado, este bloque se divide en tres conjuntos distintos: reexiones generales sobre conictos y sujetos colectivos; estudios sobre movimientos sociales diversos y especcos; y el mundo del trabajo como contexto diferenciado en la construccin del sujeto transformador. Luis Enrique Alonso y Rafael Ibez llevan a cabo una extensa y minuciosa descripcin de los movimientos sociales en el Estado espaol. Su evolucin, ascenso, cada, opcin por la onegizacin, su resurgir a travs del movimiento alterglobalista y sus retos actuales. Entre ellos, bsicamente, cmo convertirse en sujetos polticos, cmo pasar tanto de la lgica de la estricta resistencia y de la atomizacin a la lgica de las propuestas ms constructivas, ms globales.
CAPTULO 1
Salvador Aguilar nos recuerda cules son los conictos sociales desde los que surgen estos actores colectivos, estos movimientos sociales que cuestionan las estructuras y prcticas de poder. Su teora de los clivajes, aquellas suras desde las que emergen las diversas confrontaciones sociales, nos relaciona viejos y nuevos clivajes. Resulta particularmente interesante su descripcin, para el caso espaol de aquellos clivajes concretos que orientan la confrontacin social, tales como el transicional la divisoria que se mantiene en y desde la transicin poltica as como el plurinacional. Por otro lado, el autor nos seala que aquellos clivajes ms tradicionales como el de clase siguen estando activos. En consecuencia y en conjunto, las rupturas sociales siguen siendo ms relevantes de lo que nos dice el discurso dominante sobre una sociedad pacicada y en orden. Cierra este primer conjunto el trabajo de Ana Cristina Aguirre, Mara Anglica Benavides y Joan Pujol cuyo trabajo trata sobre el sujeto poltico performativo. Su aportacin versa en torno a cmo, en primer lugar, debemos distanciarnos de una supuesta neutralidad y homogeneidad de la sociedad civil. En dicha sociedad existe el conicto al existir distintos sujetos colectivos con distintas propuestas respecto a tal sociedad y respecto al poder. Al mismo tiempo, el trabajo destaca cmo la propia accin colectiva conforma la trayectoria, la estrategia y el horizonte transformador del sujeto. En el segundo conjunto de trabajos se analizan movimientos sociales concretos. En realidad, destaca el trabajo de Donatella della Porta en el que un amplio anlisis de diversas experiencias de movimientos sociales nos explica, desde una original perspectiva, el carcter constitutivo de la protesta en el movimiento social. Para ello considera la especial riqueza de determinadas protestas colectivas y cmo las mismas, a travs de los ciclos de protesta, la pluralidad de participantes y la construccin identitaria, inuyen positivamente en el desarrollo de los movimientos sociales. El anlisis de Della Porta nos sirve como marco desde el que leer determinados movimientos sociales como el movimiento estudiantil. As lo hace en su artculo Robert Gonzlez, que estudia, incorporando un enfoque antisistmico, el movimiento estudiantil contra la directiva de Bolonia. La accin y el sujeto colectivo en el mundo del trabajo son abordados por Luca del Moral y Manu Fernndez en lo que hace referencia a los nuevos retos de las mujeres en el mundo laboral, y por Mikel de la Fuente y Juan Hernndez Zubizarreta en los retos sindicales de las empresas transnacionales. En el primero, se destacan los procesos de precarizacin del trabajo femenino y la necesidad de desarrollar mecanismos que fomenten la autovalorizacin fuera de la lgica monetaria. El segundo artculo parte de una visin menos heterodoxa y nos recuerda una vez ms la dependencia de las estructuras de poder internacional del mundo respecto de las transnacionales y la necesidad de construir sujetos sindicales tambin transnacionales que cambien estos marcos polticos adversos. Por ltimo y cerrando este bloque dedicado al sujeto, hemos de considerar la aportacin de Jordi Bonet. La misma es ms una aportacin metodolgica que un anlisis de movimientos especcos. El trabajo, que critica los sesgos en la investigacin convencional (institucionalismo, organicismo, neutralismo y tecnicismo), propone asumir como inevitable pero tambin positiva una posicin poltica en la tarea investigadora.
INTRODUCCIN
En el cuarto bloque, el conjunto de artculos se centra en un movimiento social determinado: el llamado movimiento de movimientos, el movimiento alterglobalista o ms conocido como el movimiento antiglobalizacin. En su momento decamos que en el centro de una teora poltica crtica tenemos que situar el o los sujetos sociales que deben liderar el proceso de transformacin poltica radical. Parecera que durante algn tiempo, los movimientos alterglobalistas han apuntado a ocupar dicho lugar. Sin embargo, es muy probable que dicha asignacin de vanguardia a estos movimientos sea hoy ya un tanto exagerada. En cualquier caso s parece que los mismos presentan unos rasgos de radicalidad que los hacen merecedores de un tratamiento diferenciado. Por eso les hemos dedicado un bloque aparte. El trabajo de Michael Lwy nos narra el proceso histrico de estos movimientos, cmo hay que buscar sus antecedentes en mayo de 1968 y cmo a travs de distintas experiencias y movilizaciones (especialmente el movimiento zapatista y Va Campesina) se logra la actual conuencia de esta red de movimientos. Conuencia que est ms focalizada en una actitud y prctica de resistencia que en detalladas propuestas alternativas. En esa misma lnea orienta Jaime Pastor su artculo. En l se destacan episodios latinoamericanos, subrayndose cmo este movimiento de justicia global hace posible una reexin dirigida a transformar el mundo. Por otro lado, resulta especialmente interesante el relato que se hace sobre el debate en torno a cmo articular, desde la lucha social, las propuestas de transformacin poltica radical. El texto de Pablo Iglesias trata distintos temas conectados con estos movimientos alterglobalistas. El autor otorga especial relevancia al papel desempeado por el Estado en distintos momentos histricos, en relacin con los movimientos sociales. Concluye que el Estado ha dejado de ser hoy la institucin fundamental para entender las estrategias de estos movimientos antisistmicos. El ltimo de los bloques de este libro hace referencia a Latinoamrica. A los organizadores de las jornadas que sirvieron de base para este libro nos pareca absolutamente necesario dedicar una especial mirada sobre una realidad, la latinoamericana, en la que, con todas sus luces y sombras, resultan ms cercanas las esperanzas de una transformacin poltica sustancial. Iniciamos este bloque con una aportacin analtica muy relevante de Maristella Svampa. A travs de una ordenada y exhaustiva visin de los movimientos sociales en Latinoamrica, nos dene cules son las matrices poltico-ideolgicas en las que los mismos se insertan. As, la indgena comunitaria, la nacional-popular, la izquierda clsica y ms recientemente la narrativa autonomista. Con estas matrices en juego, la autora repasa las luchas sociales y polticas en Bolivia, Mxico, Per y Argentina. Concluye cmo, por otro lado, las estrategias econmicas desarrollistas se confrontan decididamente con las vas de emancipacin presentes, de distintas formas, en los citados marcos poltico-ideolgicos. El anlisis de Carlos Figueroa es decididamente ms poltico. En l se observa cmo diversos movimientos sociales en Bolivia, Ecuador y Venezuela cristalizan en opciones polticas. Asimismo, estudia la crtica de regmenes populistas hecha a los gobiernos de izquierda de los citados pases, defendiendo en este sentido las posibilidades revolucionarias de estas nuevas realidades polticas.
CAPTULO 1
El ltimo texto que presentamos, de Claire Wright, concentra su anlisis en la construccin de la identidad indgena a partir de la accin colectiva. Para ello, estudia diversos conictos colectivos en Per y cmo a travs de los mismos se construye esa identidad. Como hemos dicho al principio, sabemos que la seleccin de los textos ha dejado fuera de este volumen aportaciones muy relevantes. Sin embargo, estamos seguros que los textos seleccionados al menos van a posibilitar uno de los objetivos centrales tanto de las jornadas como de este libro: el debate crtico sobre la realidad poltica que nos envuelve. Pedro Ibarra i Gell Merc Cortina i Oriol
This contribution aims to show the theoretical and political purchase of classical Marxism on contemporary problems concerning the state, state power, and the world market whilst recognizing that the current period differs in major respects from the period when the leading classical theorists-cum-activists were working. It addresses three sets of issues: 1) the place of the state and state power in critical political economy; 2) the implications of growing world market integration for the form and functions of the state; and 3) how answers to such questions might help us understand the global nancial crisis and its effects. And, reecting the challenges and complexities of these issues, it will combine state-, capital-, and class-theoretical perspectives to provide a more nuanced account than could any single perspective.
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CAPTULO 2
theory similar to his commentaries on economic categories in classical and vulgar political economy; b) historical analyses of the rise, transformations, and class nature of specic states; c) studies of specic periods and conjunctures; d) general analyses of the capitalist type of state albeit mainly in terms of its formal and substantive correspondence to the logic of capital accumulation; e) historical analyses of the state (or its equivalent forms of political authority) in pre-capitalist times and/or outside Europe and USA; and f ) more strategic, politically-motivated accounts intended to shape the course of political debates within the labour movement. Nonetheless the opening quotations offer useful entry points into a complex debate. First, they juxtapose the immanent logic of growing world market integration and the survival of a plurality of national states. Second, they indicate that, despite the motley diversity of states in any given period, the latter share important features insofar as their respective domains are dominated by capitalist relations and tied into the world market. This raises major methodological issues about how to combine formal-logical with substantive-historical analyses of the world market and states. The two quotations also pose empirical questions about the link between: a) the tendential unication of the world market as a hierarchy of places, network of economic sites, and space of ows, and b) the plurality of states organized on primarily territorial lines and involved in complex relations of super- and subordination. I relate such questions to the current crisis at the end of this chapter. The interaction of world market dynamics and state capacities is shaped by their mix of formal, institutional separation and substantive, material interdependence. This creates many theoretical problems and practical challenges. Theoretically, it is sometimes associated with treatment of the economic and the political or, more concretely, markets and governments, as initially unrelated phenomena that are brought together and interact, if at all, through the conduct of specic social forces pursuing particular strategic and/or tactical objectives in particular periods. This sort of analysis is exemplied in claims about the fusion of previously separate economic and political resources and capacities in the period of nance monopoly capitalism or, conversely, about the superior efciency of market economies when relatively autonomous state managers are able to maintain this separation by resisting calls for special measures on behalf of particular economic or social interests. Such analyses overlook the changing forms of the always tendential, partial, and unstable separation-inunity of the economic and political moments of the capital relation with all that this implies for diverse contradictions, dilemmas, paradoxes, disjunctions, and uneven spatio-temporal development. This complex relation means that even laissez-faire (to the extent that it ever really exists as opposed to being rhetorically proclaimed) is actually a distinctive form of intervention in the accumulation process. More generally, we need more detailed studies of the economic-political relations to transcend generalized claims about the states inherently capitalist or, alternatively, potentially neutral nature. However, while work on specic institutional congurations may reveal details overlooked in general accounts of capitalism, it could ignore how the antagonistic nature of the capital relation eventually constrains all institutional xes and how class (and other forms of struggle) can overow and undermine particular sets of institutions and institutionalized compromises.
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The same issue emerges in practical terms. For example, the separation of the economic and political in normal states can have reformist effects when it leads to demands that economic struggles are conned within the logic of market forces and political struggles are conned within the logic of majority rule within constitutional limits. This subjects economic life to the dumb compulsion of competition and requires politics to connect particular demands to the national and/or public interest. In this context, economic, political, intellectual and moral leadership serves to connect the economic-corporate and national-popular interests of subordinate classes with strategies and policies that advance the interests of capital over different spatiotemporal horizons. Such questions problematize the relation between logical-formal and substantivehistorical analysis. Pashukanis once asked of the capitalist type of state: Why does the dominance of a class take the form of ofcial state domination? Or, which is the same thing, why is not the mechanism of state constraint created as the private mechanism of the dominant class? Why is it dissociated from the dominant class taking the form of an impersonal mechanism of public authority isolated from society? (1978 translation: 185). If the form of sovereignty tends to reect the specic economic form in which surplus labour is appropriated (Marx 1967b: 791), we must identify how capitalist states differ from the types of state associated with other modes of production. This informs the answer that Pashukanis proposed to his own question. The most distinctive feature of capitalism is that labour-power acquires the form of a commodity and the wage relation is organized on the basis of formally free and equal exchange between capital and labour. This bars coercion from the immediate organization of production in favour of formally equal contractual relations and open competition between capitals. Surplus labour can then be appropriated as surplus-value and economic exploitation will take the form of exchange. This is reected in an aphorism that distils brilliantly the Marxist theory of the capitalist type of state: when exploitation takes the form of exchange, dictatorship tends to take the form of democracy (Moore, 1957: 85). This was anticipated in Marxs observation that, whereas civil society of the bourgeois and the primacy of private prot, the political sphere is the world of the citoyen and national interest. He adds that the representative state based on rational bureaucracy and universal suffrage is formally adequate to capitalist social relations. It corresponds to the value form of the capitalist mode of production and provides a suitable extra-economic support for it. The freedom of economic agents to engage in exchange (belied by factory despotism in the labour process) is matched by the freedom of individual citizens (belied by the states subordination to the logic of capital) (Marx, 1975, 1978). In both cases the substantive nature of class domination is rendered opaque behind the appearance of relations of formal equality. I present a more detailed account of the formal-logical aspects of the capitalist type of state and its articulation to economic and political life in Table 2.1 but cannot elaborate all its various state-, capital-, and class-theoretical implications here (for fuller discussion, see Jessop, 2002).
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CAPTULO 2
Table 2.1 The Capitalist Type of State and its Articulation to the Economy
ARTICULATION OF ECONOMY AND STATE IN CAPITALISM Institutional separation of market economy, sovereign state, and a public sphere (civil society) that is located beyond market and state. Legitimate or constitutionalized claim to a monopoly of organized coercion within territory controlled by state. Role of legality in legitimation of the state and its activities. IMPLICATIONS FOR THE IMPLICATIONS FOR THE ECONOMY AND CLASS STATE AND POLITICS RELATIONS Economy is organized under dominance of capitalist law of value as mediated through competition between capitals and economic class struggle. Coercion is excluded from immediate organization of labour process. Value form and market forces, not force, shape capital accumulation. Raison dtat (a specialized political rationality) distinct from prot-and-loss market logic and from religious, moral, or ethical principles. Specialized military-police organs are subject to constitutional control. Force has ideological as well as repressive functions. Subject to law, state may intervene to compensate for market failure in national interest. Subjects of the state in its territory have general duty to pay taxes, regardless of whether they approve of specic state activities. National money is also means of payment for state taxes. Taxation capacity acts as security for sovereign debt. Tax as one of earliest foci of class struggles.
Tax State: state revenues derive largely from taxes on economic actors and their activities and from loans raised from market actors. State lacks its own property to produce goods/services for its own use and/or to sell to generate prots to support state apparatus and tasks. Its tax capacity depends on legal authority and coercive power.
Taxes are deduction from private revenues but may be used to produce public goods deemed essential to market economy and/or for social cohesion. Bourgeois tax form: general contribution to government revenue levied on continuing basis that the state can then apply freely to legitimate tasks. No longer relies on specic, ad hoc taxes levied for specic tasks. State occupies specic place in general division between manual and mental labour. Ofcials and political class specialize in intellectual labour with close relationship between their specialized knowledge and their power. Knowledge becomes major basis of states capacities.
Specialized administrative staff with own channels of recruitment, training, and sprit de corps. This staff is subject to the authority of the political executive. It forms a social category divided by market and status position.
Ofcial discourse has key role in exercise of state power. Public and private intellectuals formulate state and hegemonic projects that dene the national and/or nationalpopular interest. State derives its legitimacy by reecting national and/or national-popular interest.
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Rechtsstaat: state is based on the rule of law, not of men. A division between private law, administrative law, and public law. International law governs relations between states. No formal monopoly of political power in hands of dominant economic class(es) but formal equality before the law of all citizens. Formally Sovereign State with distinct and exclusive territorial domain in which it is free to act without direct, authoritative interference from other states or actors. Substantively, states are constrained in exercise of sovereignty by balance of international forces as well as by domestic balance.
Economic subjects are formally free and equal owners of commodities, including labour-power. Private law develops on the basis of property rights and contract law. State has a key role in securing external conditions for economic exchange.
Ofcial discourse has key role in exercise of state power. Public and private intellectuals formulate state and hegemonic projects that dene the national and/or national-popular interest. State derives its legitimacy by reecting national and/or national-popular interest.
Conict between economy as abstract and apolitical space of ows in the world market and as the sum of localized activities, with an inevitably politically-overdetermined character. Particular capitals may try to escape state control or seek support in world competition from their respective states
Ideally, states are recognized by other states as sovereign in their own territories but they may need to defend this territorial integrity by force. Political and military rivalry is depends in part on strength of national economy. Need to balance pursuit of geoeconomic and geo-political goals and social cohesion.
This sort of formal-logical analysis of the capitalist type of state is substantively and historically inadequate for at least three reasons. First, the rule of law (let alone a bourgeois democratic republic) generally comes relatively late in most states (even excluding earlier imperial and/or colonial relations) and even today many states do not yet conform in major (let alone all) respects to this conguration. Second, in periods of crisis, normal states are often overturned, where they exist, in favour of exceptional regimes, which suspend competitive elections and resulting forms of democratic representation in favour of rule by one or another branch of government. Examples include the armed forces (military dictatorship), political police (fascism), bureaucracy (Bonapartism), and religious authorities (theocracies). And, third, whatever the form of state or regime, it may not be organized primarily in line with the logic of capital as opposed to another principle of societal organization (such as national security, racial identity, nation-building, or religious belief ).
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the normal, pluralistic play of social forces, the dominant classes may seek to suspend democratic institutions (e.g., through formal or virtual temporary governments of national unity and demands for cooperation among the governing parties) or through an open war of manoeuvre that ignores constitutional niceties to establish temporary or more lasting forms of political dictatorship. This basic contrast is reected in four sets of institutional and operational differences between normal states and exceptional regimes (see Poulantzas, 1974, 1976): Whereas normal states have representative democratic institutions with universal suffrage and competing parties, the forces behind exceptional states end the plural party system and employ plebiscites and/or referenda. While constitutional and legal rules govern the transfer of power in normal states, exceptional regimes suspend the rule of law to facilitate the changes deemed necessary to solve economic, political, and hegemonic crises. Whereas ideological apparatuses in normal states largely escape direct government control, in exceptional regimes they are mobilized to legitimate increased coercion and help overcome the ideological crisis that accompanies a crisis of hegemony. The formal separation of powers in normal states is reduced as the dominant branch inltrates subordinate branches and power centres and/or as parallel power networks connect and guide their operation. This centralises political control and multiplies its points of application, helping to reorganise hegemony, short-circuit internal resistances, and facilitate exibility. Nonetheless the very act of abolishing democratic institutions tends to congeal the balance of forces prevailing when the exceptional state is stabilised. This makes it harder to resolve new crises and contradictions through routine and gradual policy adjustments and to establish a new equilibrium of compromise. Thus the apparent strength of exceptional regimes hides their brittleness. This is clearest where they lack specialized politico-ideological apparatuses to channel and control mass support, have no ideology to forge state unity and national-popular cohesion, and apportion state power rigidly among distinct political clans linked to each apparatus. These make exceptional regimes vulnerable to sudden collapse as contradictions and pressures accumulate, seen in the decomposition of the military dictatorships in Southern Europe in the mid-1970s (Greece, Portugal, Spain) or the socialist states in Central and Eastern Europe at the turn of 1980s (think especially of Romania).
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as these affect the institutional ensemble formed by the state and its exercise of power. Its dominant crystallization is open to challenge and also varies conjuncturally. Such arguments rest on an institutional denition of the state without regard to the embedding of state institutions within a capitalist social formation, at best treating the existence of a separate political sphere as typical of societies based on functional differentiation. In this context the modern state is seen as a distinctive form of the territorialization of political authority based on the threefold intersection of a politically organized coercive and symbolic apparatus; a clearly bounded core territory; and a population on which political decisions of any kind are collectively binding. This provides the terrain for a wide range of social conicts among which class struggle is just one mode among many. Hence there is no guarantee that the modern state will always (or ever) be essentially capitalist and, even when accumulation is deeply embedded in their organizational matrix, modern states typically consider other functional demands and pressures from civil society when seeking to promote institutional integration and social cohesion. State power networks can crystallize in different ways according to the leading issues in a given period or conjuncture, with general crystallizations dominating long periods and more specic crystallizations emerging in particular situations. This approach suggests that capitalist states differ from states in capitalist society mainly in terms of their principal functional orientation. Interesting questions arise here about the relevance of functional as opposed to formal adequacy for the analysis of actually existing states in societies dominated by capitalist relations of production. As states vary in their primary crystallization, one should study how, and how far, their form and activities are functionally adequate in securing the economic and extra-economic conditions suited to capital accumulation and political class domination in a given conjuncture; and, accordingly, to how such adequacy is achieved (or not) in specic conjunctures through specic strategies and policies promoted by particular social forces. At stake here is how the changing balance of forces is mediated and condensed through specic institutional forms in particular periods, stages, and conjunctures regardless of whether these institutions correspond to the formally adequate capitalist type of state. This does not mean that the state form is irrelevant but rather that its strategic selectivities do not directly serve to realize the interests of capital in general. Thus analyses of the state must pay more attention to the contest among political forces to shape the political process in ways that privilege accumulation over other modes of societalization. The contrast between these two types of analysis (and their correspondence to different types of state) is presented in Table 2.2; sadly, further discussion is again impossible.
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Table 2.2 The Capitalist Type of State and the State in Capitalist Societies
Capitalist Type of State Historical Specicity Focus on historical specicity (distinction between capitalist type of state and types of state associated with other modes of production). Dominance of logic of capital accumulation. Focus on formal constitution (how state acquires formal adequacy) and on how form problematizes function. State in Capitalist Society Potential historical continuity (focus on how inherited state forms may be used in new historical contexts).
Another axis of crystallization or none dominates. Focus on historical constitution (how state building is mediated through the changing balance of forces oriented to different state projects). Functional adequacy, i.e., focus on capacity of state to secure the various conditions appropriate to capital accumulation and political legitimacy. Class power is instrumental and transparent. There is a stronger likelihood that the state is used to pursue the interests of particular capitals or other specic interests. Phases in historical trajectories, important shifts in institutional architecture, key discontinuities in governments, policies, etc.
Measure of adequacy
Formal adequacy, i.e., match between state form and other forms of capital relation such that state form is a key element in its overall reproduction.
Class power is structural and obscure. Capitalist type of state is more likely to function for capital as a whole and depends less on overt class struggles to guide its functionality. Phases in formal development, crises in and of the capitalist type of state, alternation of normal and exceptional periods.
Periodization
entire complex of practical and theoretical activities with which the ruling class not only justies and maintains its dominance but manages to win the active consent of those over whom it rules (Gramsci, 1971: 244). He also proposes that State = political society + civil society (Gramsci, 1971: 239, 261, 263); and once asserted that,
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in actual reality, civil society and the State are the same thing (Gramsci, 1971: 160). Approach tends to downplay the role of the borders between the state and society or, as noted above, the institutional separation of the economic and political elds. This reects Gramscis concern with the modalities of class domination regardless of the specic sites on which this may from time to time be exercised. For, if one focuses on the exercise of state power rather than the internal organization of the state apparatus, the overall effects of state intervention will depend on the totality of social relations in a given society. In this context, Gramsci identied two modes of class domination: force and hegemony. Force involves the use of a coercive apparatus to bring the mass of people into conformity with the requirements of a specic mode of production (1971: 56n). Note that Gramsci does not equate coercion exclusively with the formal state apparatus. This is not just related to the activities of fascist armed bands in the period when he was politically active but also to his more general interest in the social bases of the police and military and the role of ideological factors in shaping the relations of political-military force. Conversely, hegemony involves successful mobilization and reproduction of the active consent of dominated groups by the ruling class through their exercise of intellectual, moral, and political leadership. Continuing hegemony is not reducible to mere indoctrination or false consciousness because it depends, rst, on taking systematic account of popular interests and demands, shifting position and making compromises on secondary issues to maintain support and alliances in an inherently unstable and fragile system of political relations (without, however, sacricing essential interests); and, second, on organizing this support for the attainment of national goals which serve the fundamental long-run interests of the dominant group. Gramsci also stresses the role of intellectual and moral leadership in creating a collective will, a national-popular outlook, a common world-view that is adequate to the needs of social and economic reproduction. Such leadership is constituted through ethical-political and ideological practices that operate on and through the prevailing system of beliefs, values, common-sense assumptions, and social attitudes to organize popular culture in its broadest sense and adapt it to the needs of the dominant mode of production. Finally we should note that Gramsci identies a wide range of modes of exercising state power between inclusive hegemony and open class war: these include passive revolution, force, fraud, and corruption (on these issues, see Gramsci 1971: passim). This approach is a salutary reminder that states only exercise power by mobilizing their distinctive resources and capacities to modify behaviour and/or transform the wider society of which they are but one part; and that domination and hegemony can be exercised on both sides of ofcial public-private divides (for example, state support for some paramilitary groups, state education in relation to hegemony). If we also include the massive expansion of new forms of discipline, normalization, and governmentality as well as the growing mediatization (involvement of mass and, indeed, more targeted media) of everyday life, then this lesson becomes even more important for contemporary societies. But it risks ignoring the specic institutions and agencies in and through which such rule is exercised and which must be confronted, weakened, or overturned if radical democratic change is to be promoted.
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classes. The state is therefore assuming some of the features of an exceptional state but on a continuing basis and, in this sense, authoritarian statism can be seen as the new democratic form of the bourgeois republic in contemporary capitalism (1978: 203-204). While these observations derive from observation of trends in advanced capitalist states during the crisis of Atlantic Fordism, they are even more pertinent during the crisis of nance-led accumulation in the 2000s (see below).
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also intensies pressures on capital and labour to adapt, innovate, and compete. In particular, it weakens the capacity of organized labour to resist economic exploitation through concerted subaltern action in the economic, political, and ideological elds. But it also alters the terms of competition among fractions of capital and, in its neoliberal variant, reinforces the power of nancial over industrial capital. In short, it modies the balance of economic and political forces as well as market-state relations and, on these foundations, state forms and functions. Claims that globalization undermines the national state often take an idealized state-theoretical view of the sovereign territorial state in the Anglosphere and/or Western Europe in the thirty glorious years of economic expansion after 1945 as their reference point. They not only overlook how imperialism and colonialism had previously impacted economic and political orders in the South and/or East but also the role of superpower hegemony in various policy elds and the extent of bilateral and multilateral coordination. In this sense, such claims can be seen in part as an initial Northern reaction to the revenge of post-imperialist or post-colonial states (plus Japan) as Eastern economies and their developmental states gain economic and political power in the world market; and, later, as a reaction to the efforts of economic and political forces in the North to regain hegemony or at least dominance by pushing international economic regimes in a neo-liberal direction that limit or remove certain powers of national states to regulate the activities of capital. From this distinctively one-sided perspective, commentators have highlighted three trends that are said to indicate a decline in the power of national states: (1) The shift of state powers previously located at the national level up to supraregional or international bodies, down to regional or local states, or outwards to relatively autonomous cross-national alliances among local metropolitan or regional states and, in tandem, the allocation of new state powers to territorial scales other than the national. This is sometimes explained in terms of the need to recalibrate state powers to match the global scale of the market economy and/or in terms of the need to penetrate micro-social relations to enhance competitiveness and manage uneven development. Interpreting this complex trend as the decline of the state due to globalization is doubly misleading. It would fetishize one particular form and scale of statehood when the capital relation merely requires some form of separation of a prot-oriented, market-mediated economy from a political order that can secure key extra-economic conditions for accumulation and social cohesion. And it would ignore evidence across many sites of action that national states, especially the most powerful in the inter-state system, seek to inuence the movement, design, and exercise of powers across scales. Moreover, as the current crisis reveals, national states are also expected to act as crisis-managers in the last resort. (2) Mainstream work tends to interpret these trends in narrowly state-theoretical terms, in which case they appear as threats to the territorial and temporal sovereignty of the national state and/or as responses to problems confronting the national state considered as a distinct institutional ensemble with its own logic and interests. From a capital- and/or class-theoretical perspective, however, they may be means to re-articulate the economic and political moments of the capital relation in response to the advance of the world market (and, a fortiori, the generalization and intensication
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of the contradictions and crisis-tendencies inherent in the capital relation) and/or as part of a broader drive by powerful class forces (notably nancial capital and transnational productive capital) to reorganize market-state relations to their advantage. (3) The weakening of territorial power containers on any scale relative to nonterritorial forms of political power that by-pass or circumvent states through the expansion of old, revamped, or new forms of international regime and extra-territorial networks. This trend sometimes occurs at the behest of state managers as a way of reducing overload (something highlighted in several state-theoretical readings) but it may also occur with their grudging acceptance or behind their backs through action on other scales and/or at other sites of power. Such changes are rarely innocent, of course, and neo-liberal lobbies have been notably active in promoting certain kinds of unburdening of the state. In this regard such actions also serve to free capital (or some capitals) from the frictions of state control and to promote conditions more favourable to world market integration. (4) The hardest challenge from globalization for states to address is to their temporal rather than territorial sovereignty. This occurs because the increased speed of world market integration reduces the time available for determining and co-ordinating political responses to economic events and crises. Two responses are privileged here: (a) withdrawal from areas where states are too slow to make a difference or would become overloaded if they tried to keep pace, especially in regard to short-term economic calculation, activities, and movements; and (b) the compression of absolute political time to enable more timely and appropriate state interventions based on fast policy-making and fast tracking policy implementation. Both responses can be analyzed in state-theoretical as well as capital- and class-theoretical terms. The rst may unburden state managers but it also tends to favour superfast and hypermobile international capital. The second reaction tends to privilege the executive over the legislature and the judiciary, more exible, discretionary, and, putatively, reexive laws and interventions, weakening tripartism, stakeholding, the rule of law, and formal bureaucracy, and by-passing the routines and cycles of democratic politics. It also increases the chances of basing decisions on unreliable information, insufcient consultation, lack of participation, etc, and of policy churning with the result that the half life of legislation and other policies declines (Scheuerman, 2004). The capital- and class-theoretical impact of the second bias depends on the balance of forces. This can be seen in the current crisis, with virtual economic states of emergency being declared to manage the nancial crisis, power being concentrated in the hands of a few key decision-makers (typically with strong ties to nancial capital), and limited opportunities for legislative, let alone public, debate and oversight.
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formation through various supporting and anking measures that moderate its most harmful effects on social cohesion. In particular, these trends have worked in large part to extend and deepen world market integration and to strengthen the treatment of economic relations primarily from an exchange-value rather than use-value perspective. In this sense, they privilege value in motion (i.e., liquid capital) over capital considered as a stock of assets to be valorized in particular times and places, the treatment of workers as disposable and substitutable factors of production rather than as more or less skilled suppliers of concrete labour, the wage as a cost of (international) production rather than as a source of demand, money as international currency (especially due to the increased importance of derivatives) rather than as a national (or regional) money that can be deployed in the interests of national policy, nature as a commodity rather than as a renewable commons, and knowledge as intellectual property rather than collective good. Moreover, as capital is increasingly freed from the constraints of national power containers and increasingly disembedded from other systems, unrestrained competition to lower socially necessary labour-time, socially necessary turnover time, and naturally necessary production time (i.e., the time required to reproduce nature as a source of wealth) gains strength in the dynamic of capital accumulation. The consequences of this one-sided promotion of the neo-liberal, money concept of capital are becoming daily more evident with the nancial, economic, food, fuel, water, and environmental crises (see below). States at different scales have responded to these trends in the last thirty years their responses to the current nancial crisis are addressed later by seeking to manage the tension between (a) potentially mobile capitals interests in reducing its place-dependency and/or liberating itself from temporal constraints and (b) the states interests in xing (allegedly benecial) capital in its own territory and rendering capitals temporal horizons and rhythms compatible with more traditional statal and/or political routines, temporalities, and crisis-tendencies. One aspect of this response is the role of national states in producing and regulating extra-territorial spaces, such as offshore nancial centres, export processing zones, tax havens, and so on. A second aspect is their involvement in multi-level governance arrangements that seek to manage this tension through more or less effective (but often ineffectual) coordinated action. In many cases this creates a multi-level strategic game that enables powerful economic and political forces to pursue their interests on the most favourable political terrain to the detriment of players conned to less inuential sites and scales. A third, more pervasive response is the growth of competition states. These not only promote economic competitiveness narrowly conceived but also seek to subordinate many areas previously seen as extra-economic to the currently alleged imperatives of capital accumulation in an integrated world market (Jessop 2002: 95139). A nal aspect for present purposes is the steady reinforcement of authoritarian statist trends at different scales that strengthen executive authority at the expense of legislative oversight and extend parallel power networks that connect state power to capitalist interests (see above).
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responsible for the crisis (or, at least, its impact on them) because of their integration into the world of mortgages, consumer credit, equity release, self-funded pensions, health insurance, and so forth. This is an important part of the explanation for the failure of subaltern groups to mobilize politically because the crisis has become a fact of life for which they feel in part responsible. At most, populist anger is directed at banksters met by rhetorical and empty gestures about the control of bankers compensation. If (or, more likely, when) the crisis in the advanced capitalist economies is reected in rising unemployment and attacks on the welfare state and social rights, this could change and threaten the core states. Sixth, the crisis has reinforced the shift in the United States, above all, from a normal capitalist state to a state in capitalist society. Class power has become much more transparent, especially in the recent period of crisis-management, with the crude nature of lobbying especially evident. But various measures over 30 years have also facilitated an exceptional concentration of power in the current crisis, with limited scope for legislative oversight and extreme powers granted to central authorities (i.e., nancial elites with technical expertise to deal with crisis). This is reected in the development of an authoritarian statism in the USA In which key aspects of exceptional regimes have already been normalized if not always publicly acknowledged. A seventh, and for the moment, nal, conclusion concerns the European Union as a regional economic bloc that is organized under the hegemony of fractions of capital that support neo-liberalism on a global scale (if not always on the domestic front) and that is seeking to advance its integration into the world market on the basis of the superior economic and extra-economic competitiveness of the European single market and a leaner, meaner European social model. To date the nancial crisis has impacted the real economy in Europe more than in the US for reasons to do with the continuing motley diversity of its states as well as the export specialization of its leading economies. The global systemic crisis presents important opportunities for the left in Europe and around the world to work for a reordering of the global economic order in response to the crisis of US domination; this should go beyond seeking a different kind of neo-liberal hegemony and address the impending environmental, strategic resources, economic, and social crises on a global scale. This requires a return to the strategic ideas of Gramsci on war of position and war of manoeuvre but this time in ways that take account of the changed global landscape and are oriented to the global scale of the problems that confront us.
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EL TEXTO QUEyAQU PRESENTAMOS TIENE COMO OBJETIVOhora de hacer frente MOSTRAR LAS APLIcaciones tericas polticas que el Marxismo clsico tiene a la
a las problemticas contemporneas en lo que reere al Estado, el poder estatal y el mercado mundial. Se gira, as, en torno a tres cuestiones principales: el papel del Estado y su poder en la economa poltica crtica; las implicaciones de la integracin del creciente mercado mundial a la forma y funciones del Estado; y cmo las respuestas a dichas preguntas nos pueden ayudar a entender la crisis nanciera global y sus efectos. Para hacerlo, el autor combina tres perspectivas tericas: una perspectiva estatal, una del capital y una de clase.
RESUMEN
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mente en este tercer punto, a travs del que diferencia entre el Estado capitalista y el Estado en una sociedad capitalista. Jessop apunta a que numerosos acadmicos del Estado enfatizan la naturaleza pluralista del Estado moderno, as un Estado, su organizacin y sus capacidades, pueden ser fundamentalmente capitalistas, militares, nacionalistas, raciales, democrticos, etctera, dependiendo del balance de fuerzas, especialmente ya que estas fuerzas afectan al conjunto institucional formado por el Estado y su ejercicio del poder. As, la cristalizacin de su dominio est abierta a retos y vara coyunturalmente. sta es una denicin institucional del estado que no presta atencin al conjunto/contexto de las instituciones estatales en la formacin social capitalista o tratando la existencia de una esfera poltica separada como algo tpico de sociedades basadas en la diferenciacin funcional. As, el estado moderno es visto como una forma distintiva de la territorializacin de la autoridad poltica basada en la interseccin tridimensional de un aparato coercitivo y simblico polticamente organizado; un territorio claramente delimitado; y una poblacin sobre la que decisiones polticas de todo tipo son colectivamente vinculantes. As, aunque la acumulacin est ntimamente ligada a su matriz organizacional, un estado moderno no hay garanta de que sea esencialmente capitalista. Esta aproximacin sugiere que los estados capitalistas dieren de los estados en sociedades capitalistas principalmente en trminos de su principal orientacin funcional. Por tanto, lo funcional se opone a lo formal y se presenta como ms adecuado para el estudio de los estados actuales en sociedades dominadas por las relaciones de produccin capitalistas. Por tanto se debera de mirar a como y cuanto sus formas y actividades son funcionalmente adecuadas para asegurar las condiciones econmicas y extraeconmicas necesarias para la acumulacin del capital y la dominacin poltica de clase en una determinado contexto. Y, tambin, cmo esta adecuacin se materializa o no en coyunturas especcas a travs de estrategias especcas y polticas promovidas por fuerzas sociales particulares. Lo que nos intenta decir es que el cambio en la balanza de fuerzas est mediado y se condensa a travs de formas institucionales especcas sin tener en cuenta si estas instituciones corresponden al tipo capitalista de Estado formalmente adecuado. Lo que no quiere decir que la forma no sea importante, sino que sus estrategias no sirven directamente para realizar los intereses del capital en general.
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CAPTULO 2
las dimensiones territoriales como de ujo; la condicin de los Estados de conectores de poder que funcionan como nodos en una red; y el hecho de que la integracin en el mercado mundial no solo condiciona a los gestores del Estado sino tambin al capital y al trabajo. En concreto, se debilita la capacidad del trabajo organizado para hacer frente a la explotacin econmica a partir de una accin conjunta subalterna en los campos poltico, econmico e ideolgico. Jessop apunta a cuatro tendencias a las que una perspectiva terica nicamente estatal no puede hacer frente analticamente: la reescalacin del poder estatal, la extendida idea de que el Estado tiene una institucionalidad diferenciada con sus propias lgicas e intereses, el debilitamiento de los contenedores de poder territoriales a favor de diferentes escalas relativas a formas de poder poltico no territorial, y, por ltimo, la soberana temporal ms que territorial con la que la globalizacin se presenta ante los Estados.
LA CRISIS ACTUAL
Por ltimo, Jessop cierra su captulo poniendo de relieve los principales puntos (y razones) de (y para) la crisis actual: la gran magnitud de la crisis; la bsqueda de la nica solucin a la crisis an sabiendo que sta afecta de forma distinta a cada uno de los Estados; el aumento de las tensiones entre lo poltico y lo econmico, las cuales, lejos de ser eliminadas por el neoliberalismo, han crecido; en relacin ntima con ello, la concentracin y la centralizacin del poder econmico y poltico en manos del capital nanciero y sus aliados en el Estado; la penetracin en la vida cotidiana de lo nanciero; el reforzamiento del paso de un Estado capitalista a un Estado en una sociedad capitalista, sobre todo para el caso estadounidense; y, por ltimo, el papel de la Unin Europea tanto en el momento actual de crisis como el que a partir de ella podr desarrollar en un mundo global.
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vatizaron. En ese discurso, cargar al erario pblico los errores o la rapia del capital nanciero durante los ltimos veinte aos se explica con razones cientcas, y se recurre a una profunda lgica econmica con frecuencia incomprensible, quiz por esa profundidad, mientras que denunciar ese quehacer como una forma sutil de robo cae dentro de la demagogia propia de teoras conspirativas poco elegantes y arcaizantes. Llegado el caso, la protesta de los responsables del caos nanciero bien podra articular una nueva revolucin de colores, mientras que las manifestaciones de los trabajadores que vieran perder pensiones o ahorros no pasaran de ser un problema de gobernabilidad. Con una celeridad pasmosa, los mismos argumentadores que acusaban al Estado de dirigista, tentacular, hipertroado, impotente, parasitario, asxiante, estrangulador de la iniciativa privada, aniquilador de la competencia, responsable del subdesarrollo y corrupto e ineciente, pasaron a reclamarle esto es, al erario pblico salidas intervencionistas. Curiosamente no eran neomarxistas los que gritaban Bringing the State back in, sino que este grito de guerra vena de Wall Street y de antiguos tericos neoliberales. La retrica de la intransigencia que acusaba al Estado de ftil intil en comparacin con la empresa privada, arriesgado agravador de problemas y perverso generador de nuevos desperfectos dejaba paso a un armonioso discurso de salvataje.1 La crisis econmica estadounidense que estall en septiembre de 2008 marc un punto de inexin en la hegemona de las recetas neoliberales. Desde la crisis del arreglo keynesiano en dcada de 1970, la frase de Lincoln que armaba que Puedes engaar a todo el mundo algn tiempo; puedes engaar a algunos todo el tiempo; pero no puedes engaar a todo el mundo todo el tiempo, pareca un po deseo vista la generalizacin del fraude y el selecto y reducido grupo que haba visto multiplicar su fortuna a niveles insospechados en cualquier otro momento de la humanidad2. El Consenso de Washington (consenso por su aceptacin acrtica por los gobiernos del grueso del orbe), el thatcheriano pensamiento TINA (There is no alternative), el n de las ideologas, el auge de conceptos que cantaban el n del conicto social (globalizacin, gobernabilidad, gobernanza, transparencia) o la aceptacin del liberalismo econmico por parte de la socialdemocracia y cerrando as el crculo abierto con su asuncin del liberalismo poltico (la llamada tercera va) eran otros tantos hitos en ese paseo triunfal de lo que Susan Strange llam capitalismo de casino.3 Una de las victorias del neoliberalismo fue proscribir el pensamiento crtico bajo la acusacin de arcasmo, carecer de fundamento o ser reo de teoras conspirativas de la historia. De ah que no es extrao que el recurso al nobel de Economa y vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, se convirtiera en una salida socorrida en el debate meditico. Stiglitz armaba en medio del torrente de la crisis inmobiliaria estadounidense y poco antes de que arrastrara tambin al sector nanciero:
El mundo no ha sido amable con el neoliberalismo, esa caja de sorpresas de las ideas que se basa en la nocin fundamentalista de que los mercados se corrigen a s mismos, asig1. Vase Albert O. Hirschmann: Retricas de la intransigencia. FCE, Mxico, 1991. 2. Son las conclusiones de Branco Milanovic: La era de las desigualdades. Dimensiones de la desigualdad internacional y global. Sistema, Madrid, 2006. 3. Susan Strange: Casino Capitalism. Basil Blackwell, Oxford, 1986.
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nan los recursos con eciencia y sirven bien al inters pblico. Este fundamentalismo del mercado estuvo detrs del thatcherismo, la reaganoma y el denominado consenso de Washington, todos ellos a favor de la privatizacin, de la liberalizacin y de los bancos centrales independientes y preocupados exclusivamente por la inacin []. El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido una doctrina poltica que sirve a determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teora econmica. Y, como debera haber quedado claro, tampoco est respaldado por la experiencia histrica. Aprender esta leccin tal vez sea un rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la economa mundial.4
El neoliberalismo pretendi un nuevo arreglo econmico all donde el acuerdo keynesiano haba dado slidas seales de debilidad a mediados de la dcada de 1970. Es importante entender que, por lo comn, primero vienen los pasos reales de la economa y luego el acomodo social a la nueva realidad creada (por ejemplo, fue la economa real la que internacionaliz su actividad; luego, como un hecho consumado, los Estado debieron buscar un nuevo modo de regulacin para esa nueva circunstancia). La debilidad de la clase obrera (en parte vinculada al propio xito de sus demandas durante el siglo xxi y al mayor nivel de vida alcanzado), la falta de respuesta poltica de los partidos de la izquierda y la propia impotencia de los Estados nacionales ante una economa que se estaba globalizando dej el camino abierto para la implantacin del nuevo modelo. Pero al igual que ocurri con la crisis de la dcada de 1930, una pregunta quedaba abierta con los aprietos tericos y prcticos del keynesianismo: Se trataba de una crisis en el modelo o una crisis del modelo? El neoliberalismo siempre obr como si se tratara de una crisis dentro de un modelo que an era vlido. En otra direccin, Bob Jessop explica en El futuro del Estado capitalista que el hecho de que las soluciones dentro del capitalismo cada vez estrechen ms su abanico permite suponer que las contradicciones internas propias del sistema invitan a considerar el segundo escenario. No se trata de la ensima anunciacin de la crisis denitiva del capitalismo, sino de la consideracin, con rigor cientco, de la imposibilidad del capitalismo de desarrollar su lgica sin agotar a las sociedades que lo sostienen. A la carrera de obstculos que marc la crisis asitica de 1997 y 1998, sigui la bancarrota rusa, el llamado efecto tequila en Mxico, el ajuste en Europa previo a la entrada en vigor del euro, el hundimiento del importante fondo Long Term Capital Management, el default argentino, el hundimiento de las empresas puntocom, los diferentes rescates bancarios, la quiebra de ENRON y Arthur Andersen, las quiebras de Lehman Brothers, de Merril Lynch, de AIG, el rescate urgente de bancos, la inyeccin ingente de capitales a grandes empresas automovilsticas, inmobiliarias, etctera. A este accidentado viaje hay que sumar el agotamiento de los tres grandes recursos tradicionalmente usados dentro del acuerdo capitalista para salir de la crisis: el endeudamiento pblico, el endurecimiento de los procesos de obtencin de benecios del Sur y el uso intensivo de la naturaleza. El neoliberalismo articul un modo de regulacin: un acuerdo de garanta del orden social; y un rgimen de acumulacin: un sistema de garanta de la reproduccin
4. Joseph Stiglitz: El n del neoliberalismo, en El pas, 20 de julio de 2008.
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econmica. En trminos gramscianos, logr articular: 1) un bloque histrico que garantiz la cohesin de los grupos dominantes y la conanza social el mbito de las ideas y de la conciencia; 2) el poder del Estado y de las instituciones; y 3) la acumulacin econmica. Devolviendo el marco terico a la prctica, se vio cmo fue en Amrica Latina donde el esquema neoliberal empez a hacer agua. El acadmico y vicepresidente boliviano lvaro Garca Linera armara que el neoliberalismo perdi en la frontera del cambio de siglo sus tres principales herramientas para construir la hegemona: el Estado, la calle y la batalla de las ideas.5 e haba roto con la rutinizacin del neoliberalismo, ese consenso que lo haba vuelto intocable durante tres dcadas. Al igual que ocurri en 1917, la accin colectiva no suele esperar a los tericos. Si, como escribi Gramsci, en Rusia se hizo una revolucin contra el capital (cuestionando la teora marxista de la revolucin), en Amrica Latina se hizo una revuelta contra el neoliberalismo pese a que todos los marcos tericos hablaban de la imposibilidad de tal transformacin. La ciudadana dej de aceptar como correctas las ideas, se bati en la calle hasta convertirla en su territorio y, nalmente, alcanz el poder del Estado a travs de la va electoral. Estados Unidos, enredado en la guerra de Irak y dirigido por la doctrina neocon (ms preocupada por las relaciones con Israel y el mundo rabe que por el mundo latino) perdi su patio trasero y abri una nueva senda hacia un mundo pluripolar. Como demostraran las quejas europeas o chinas contra Estados Unidos al calor de la crisis de 2008, cuando se pierde capacidad econmica, los argumentos pierden tambin, cuando no contundencia, al menos s parte de su glamour. El colapso del neoliberalismo a nales de 2008 fue general: nanciero, alimentario, monetario, inmobiliario, energtico y laboral. Una sociedad que haba hecho de un canbal un smbolo amable (el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos), pareca ahora devorarse a s misma. Esto no permite armar el n del capitalismo, pero s augurar muchas dicultades a la economa de casino, en el momento ms bajo de su popularidad en la opinin pblica (esto es, con una prdida de legitimidad que abre perspectivas de desafeccin). De cualquier forma y como agenda de investigacin, siguen quedando abiertas varias preguntas: Es posible construir un acuerdo social y econmico que garantice la reproduccin social en los marcos capitalistas heredados? Cules son sus condiciones? Cules sus herramientas? Ese marco de estudio es el que presenta Bob Jessop en El futuro del Estado capitalista.
5. Jessop insiste en la misma idea al armar que el Estado es una relacin no un sujeto, que posee instrumentos que sern usados de una manera u otra en virtud de la correlacin social de fuerzas que opera en esos tres mbitos: 1) en la sociedad (que se hace calle, esto es, accin colectiva, en momentos de activacin del conicto); 2) en los aparatos del Estado; y 3) en las ideas (la hegemona, un liderazgo que asegura la reproduccin). Cuando estos elementos actan coordinadamente, el bloque histrico est funcionando. Vase igualmente lvaro Garca Linera, Empate catastrco y punto de bifurcacin, en Crtica y Emancipacin, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ao I, n 1.
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pudiendo as garantizar el orden social); el Estado visto como un ente con vida e intereses propios al margen de cualquier presin social o funcin de preservacin del orden; tambin como una desnuda mquina de poder al servicio de quien se hiciera con el control de sus instrumentos ideolgicos y del uso de la violencia; otras interpretaciones arrastraban la herencia decimonnica que segua viendo al Estado bajo un prisma normativo e institucional heredero de la lectura hegeliana del Estado como la mxima eticidad; etctera. Acompaando todas estas escuelas, haba un squito de reinterpretaciones que zanjaban las diferencias aadiendo un prejo al viejo paradigma, construyendo un abanico de neoparadigmas (neomarxismo, neoestatismo, neoinstitucionalismo, neocorporativismo, neopluralismo, etctera). Seguramente, todas estas teoras aportaban parte de verdad, pero tambin resultaban insucientes para dar cuenta de una realidad tan proteica como el Estado, an ms cuando empezaba el proceso de globalizacin que cuestionaba la validez de las categoras cerradas del espacio, propias del Estado nacional. Quiz por culpa de esa herencia institucionalista y las limitaciones del corporativismo acadmico, la teora del Estado no estuvo dispuesta a entender que buena parte de estos problemas se zanjaban con una denicin de sociedad que incorporara esa complejidad. No pocos de los problemas desaparecen cuando se termina con el aislamiento estatal respecto de la sociedad o deja de buscarse una explicacin externa al hecho social en el que se genera o se ejerce la estatalidad. Esto no signica desconocer que lo nacido en una sociedad puede emanciparse durante un tiempo de la misma (algo que no podramos explicar con un mero funcionalismo que necesita jar de una vez para siempre esas relaciones basadas en la funcin). Pero incluso para armar la emancipacin temporal del Estado respecto de la sociedad en que naci, se necesita mantener la relacin entre el Estado y la sociedad, no condenar al Estado a un fro laboratorio losco, una mesa de diseccin analtica o un conjunto de reglamentos administrativos que quiz ni se cumplan. Cuando la teora del Estado insista en que el Estado no era sino un reejo de la sociedad, es cierto que infravaloraba la importancia de lo institucional y la capacidad de las instituciones de convertirse en estatuas con vida propia que otan con cierta irrealidad en la sociedad que las contempla.8 De la misma manera, cuando se prima lo institucional por encima de lo que ocurra en la sociedad, se est cosicando al Estado, colgndolo de una nube y despojndole de parte de su encarnacin social. Otros ocurre cuando se desprecia el papel de los funcionarios, pues obrando de este modo se est perdiendo de vista su capacidad para tomar decisiones que afectan profundamente a toda la sociedad presente e, incluso, futura (meter a un pas en una guerra, apretar el botn nuclear, apostar por un grupo econmico por ejemplo, el sector nanciero de la economa perjudicando los intereses conjuntos del aparato productivo, etctera). Es cierto que, a largo plazo, todos estos elementos tienen que equilibrarse, pues de lo contrario la desestabilizacin pondra en cuestin el orden social. Por eso es importante incorporar en el anlisis de la sociedad y del Estado la variable tiempo. De ah que una denicin relacional de la sociedad en consonancia con la
8. Boaventura de Sousa Santos: Crtica de la razn indolente. Contra el desperdicio de la experiencia. Descle de Brower, Bilbao, 2003.
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denicin relacional del Estado con la que trabaja Jessop permita un gran avance. La denicin relacional de la sociedad entiende a sta como un conjunto de interacciones econmicas, polticas, normativas y culturales, que responden a su propia lgica, pero tambin a las relaciones entre ellos, y que igualmente estn sujetos a la tensin entre los individuos y el grupo, a la tensin entre la herencia del pasado y las reformulaciones del presente, y a la tensin entre el propio grupo y otros grupos (el mbito internacional). Una interpretacin del Estado acompasada a esta denicin de sociedad hubiera permitido una conceptualizacin ms cercana al hecho complejo de lo social en el siglo xx y tambin en el xxi.9 De esta manera, ni el Estado se convierte en una variable independiente (como en el trabajo de Skocpol, Evans y Rueschmeyer), ni, como apuntan las teoras pluralistas, el Estado puede ser visto simplemente como un pen de cierta importancia (como sostena Robert Dahl en Who Governs?). Igualmente, la absolutizacin de lo econmico heredera del marxismo habra olvidado que no hay economa sin sociedad (como insisti Polanyi en La gran transformacin). La teora relacional huye de interpretaciones simplistas. Lo econmico, va a plantear Jessop, es dominante solo en una compleja situacin coevolutiva. Esto es, no hay ltima instancia en las relaciones de dominio, sino que se trata de algo histrico y diferencial, relacional y contingente (hay altas probabilidades de que determinados procesos se den, pero no est escrito que terminen dndose). Con contundencia, Jessop arma que no hay ltima instancia en las relaciones sociales, pues lo social es un hecho contingente. Ahora bien, el capitalismo tiene rasgos para tener dominio ecolgico (dominio dentro de un ecosistema), gracias a su condicin compleja, exible, descentralizada y anrquica (como el mercado), donde la dualidad de los precios (que actan como estmulo al aprendizaje y mecanismo exible para asignar capital a las actividades econmicas) ha logrado convertirse en el gran superviviente en una carrera adaptativa donde lo hegemnico no ha terminado coincidiendo con los valores de la emancipacin.
9. Pier Paolo Donati ha desarrollado una teora relacional de la sociedad sobre las bases del funcionalismo parsoniano, pero yendo mucho ms all. Como l mismo arma, el funcionalismo lleva necesariamente por sus insuciencias al no funcionalismo, pero ste no puede explicarse con aqul. El sentido de la vida, la justicia y la utopa no pueden explicarse funcionalmente, a no ser que las diferentes funciones sociales se miren desde otra ptica ms rica. No se niega lo funcional, sino que se incorpora al conjunto de las relaciones sociales. No cuestiona, por ejemplo, la importancia de la reproduccin econmica, pero la entiende en el conjunto de la reproduccin social, asumiendo que los medios de intercambio econmico pueden ser ms que los que contemplaba el funcionalismo clsico (una meta puede ser buscada por muchos medios diferentes). De esta manera, el anlisis relacional rompe con una de las trabas principales del funcionalismo: el determinismo estructural. Con la mirada relacional se sale de perezosas explicaciones que niegan la importancia del pensamiento parsoniano a menudo sin leerlo y ms por el prurito de pertenecer a una cofrada de puros que heredan viejas pugnas y, al tiempo, demuestra sus insuciencias enriquecindolo. Algo similar desarrolla Jessop con la teora del Estado al incorporar tambin el anlisis de Luhmann a sus explicaciones. Vase Pier Paolo Donati: Repensar la sociedad, Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias, 2006. Por mi parte, la utilidad de este esquema me sirvi en el desarrollo de mi tesis doctoral: El fracaso de la Repblica Democrtica Alemana: la quiebra de la legitimidad, 1949-1989, UCM, Madrid, 1996.
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Cierto es que el capitalismo ha mostrado un gran genio a la hora de transformarse, de cobrar nuevos contornos, de disfrazarse con ropajes que lo hacen casi irreconocible. An ms, como seala Giovanni Arrighi, el capitalismo slo sobrevive si se transforma. Pero no es gracias a que lo central permanece que podemos seguir hablando de capitalismo? No hay un elemento comn en el colonialismo y el imperialismo, en las formas de Welfare y en el desarrollismo, en el militarismo y el neoimperialismo? Por qu varan las formas pero permanece el modo de produccin? El trabajo de Bob Jessop sobre el Estado en los ltimos treinta aos, que desemboca en este libro cuya versin en castellano ahora presentamos, ha ido a contracorriente. En un momento en el que la cada del Muro de Berln sepult bajo sus cascotes la interpretacin econmica no economicista de lo social, Jessop abraz el marco disciplinar de la economa poltica internacional, complejizndolo y ayudando a una teorizacin sobre la relacin entre el Estado y el capital desde nales de la Segunda Guerra Mundial. La relevancia que aqu se entrega a lo econmico que en modo alguno se convierte, como decamos, en una simplicacin como las que promovi el marxismo-leninismo o la secuela althusseriana no hace sino entender la vinculacin de lo econmico en lo social. Como insiste Jessop, se trata de entender la imbricacin o empotramiento embedness de lo econmico en lo social (en la expresin de Polanyi) y el peso de lo material en la conguracin de cualquier orden poltico. Esa relacin va a condicionar (a veces de manera muy fuerte) la forma poltica, pues el Estado capitalista tiene la obligacin funcional de garantizar en ltima instancia el sistema capitalista. De ah la expresin de Moore que recoge Jessop en la introduccin espaola: cuando la explotacin adopta la forma de intercambio es decir, es pacca y aparece como una relacin libre y voluntaria, la dictadura tiende a tomar la forma de democracia (en otras palabras, la explotacin se oculta enmascarada en la democracia electoral). La discusin sobre el Estado ha ido deshacindose en pedazos, ocupando el grueso del trabajo acadmico la discusin acerca de las polticas pblicas y la conceptualizacin de lo que llegue a ser la gobernanza, con frecuencia explicadas al margen de una correcta conceptualizacin del Estado que pueda dar cuanta real de cmo y por qu se est operando sobre la realidad social o cmo se explica que la sociedad civil hegeliana (las empresas y el mbito del inters privado) se sientan a la misma mesa y en igualdad de condiciones con el que hasta entonces era la mxima representacin de la suprema eticidad, esto es, el Estado. Si Martin Shaw arm que teorizar sobre la globalizacin sin el Estado era como representar Hamlet sin el prncipe, podramos igualmente armar que teorizar sobre la gobernanza o sobre las polticas pblicas sin el Estado es como explicar a Robinson Crusoe sin la isla, a Fausto sin el diablo o al Buscn sin el hambre acumulada desde su infancia.10 En la academia, Leo Panitch sostena que la popularidad y el declive de la teora del Estado, relegada en esa venganza de la economa al rincn de los viejos conceptos, estaba relacionada directamente con las vicisitudes de la lucha de clases y de las condiciones polticas. La hegemona en el neoliberalismo haba pasado, por la derrota
10. Martin Shaw: Theory of the Global State: Globality as Unnished Revolution, Cambridge University Press, Cambridge, 2000.
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del pensamiento y la prctica crticos, al mercado.11 Poco ha ayudado a la reconstruccin de la teora del Estado la biografa sentimental de buena parte de la izquierda acadmica occidental, enredada en su madurez en una suerte de autojusticacin conservadora de sus excesos de juventud. Este peso biogrco muy alimentado en un discurso mtico con epicentro en un mayo del 68 hipostasiado o, con algn retraso en el caso de Espaa, con una interpretacin igualmente mtica de la transicin les ha llevado a un conservadurismo no asumido, donde se niega sucesivamente la importancia de algunos aspectos que, precisamente, forman parte de los nuevos elementos incorporados en el anlisis estatal de Jessop. A saber, el papel de la cobertura cultural en los regmenes de acumulacin basado en Gramsci y la estabilizacin otorgada por los discursos del pensamiento unicador, algo muy relevante en una sociedad basada en la economa el conocimiento, con el papel esencial de los medios de comunicacin y el reclamo de un mejor conocimiento de la poltica a travs del anlisis semitico; la relevancia del desastre ecolgico, a menudo ledo desde esa izquierda como una resurreccin del comunismo polpotiano que pretenda repetir comportamientos autoritarios, ahora con la excusa ecolgica, al tiempo que supuestamente ignoraba que sera el capitalismo el que se encargara de solventar los problemas que l mismo crea abriendo una nueva gran oportunidad de negocio; la violencia del neoimperialismo, ahora denitivamente acompaado de contornos blicos (comprado por esa izquierda como guerras humanitarias o preventivas, al tiempo que aplauda intervenciones imperiales desde la buena conciencia que identica la maldad de unos strapas sealados repetidamente como tales; o las formas de fascismo social va economicismo que supedita el mundo de la vida a la tasa de benecio que pueblan las formalmente democrticas sociedades occidentales y que eran descalicadas con cinismo o con acusaciones de exageracin por la radicalidad del vocablo. En este contexto no es extrao que la teora del Estado haya desaparecido de muchos planes de estudio de ciencias polticas y economa, que los libros sobre el tema sean comparativamente inexistentes con la salvedad de aquellos que anunciaban contundentemente el n del Estado ajusticiado por una inclemente y bienvenida globalizacin y que el inters sobre el Leviatn haya cado con el declinar de los grandes relatos. Del Estado o de la estatalidad. De cualquier manera, una sensacin de sospecha ante esa eliminacin caricaturesca no ha dejado de acompaarnos. El exceso de sinceridad por parte del poder en la etapa neoliberal, esa desvergenza ostentosa multiplicada por mil con la invasin de Iraq por parte de empresarios que no han tenido reparos en hacer ah su negocio del siglo ha dejado la sensacin de que tambin haba un hurto en la discusin intelectual.12 Si en la conguracin de lo que Said llam orientalismo los textos de los acadmicos ayudaron a congurar la manera de entender los pases colonizados, ahora, en una suerte de repeticin grotesca, parece que son las interpretaciones mediticas de buenos y malos las que marcan las opiniones de los acadmicos, siendo los excesos de Ruanda, Bosnia o Irak, as
11. Leo Panitch: The Impoverishment of State Theory, en Stanley Aronowitz y Meter Bratsis (eds.): Paradigm Lost. State Theory Reconsidered. University of Minnesota Press, Minneapolis/Londres, 2002: 89-104. 12. Es el caso emblemtico de Dick Chenney, vicepresidente con Bush y antiguo director de Halliburton, la empresa ms beneciada con la invasin de Irak.
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como los documentales del National Geographic sobre la violencia de la vida natural, la coartada de la nueva interpretacin. Son precisamente los acadmicos los que han comprado la burda manipulacin que lleva a presentar las protestas de clase media como revoluciones de colores y las protestas populares como problemas de gobernabilidad.13 Rasgos, por otro lado, de un Estado que de manera creciente renuncia a su lgica como Estado capitalista y se mueve, como plantea Jessop, ms por criterios de excepcionalidad. La concepcin del Estado como relacin social, ncleo duro de la concepcin de Jessop, rompe con la idea de que el Estado es la variable independiente del resto del entramado social. No le supone una realidad aparte como si fuera un ente con vida propia y autnoma, pero tampoco lo supedita a la economa, como si lo econmico estuviera colgado del cielo y no necesitara para existir del resto de articulaciones sociales. Esta mirada integradora ahonda en la idea de que resulta prcticamente imposible entender el Estado al margen de los otros dos grandes procesos en los que se ha desplegado el mundo occidental: el desarrollo del capitalismo y el desarrollo de la modernidad. Tanto la implantacin del sistema de Estados-nacin, como la extensin del capitalismo y del pensamiento moderno que sustituy a la teocracia medieval, nacen a nales del siglo xv, siguen caminos paralelos aunque diferenciados y, solo por razones histricas no por ningn tipo de determinismo! terminan por converger en los dos ltimos siglos. El capitalismo triunfar a la hora de trasladar su lgica a casi todos los rincones de la vida social, haciendo del trabajo una mercanca ms y convirtiendo el mercado no en un lugar de intercambio sino en el espacio consagrado al benecio. El Estado le ayudar, y en su pelea histrica contra el imperio papal, las ciudades libres y otras formas de organizacin poltica encontrarn sinergias, simbiosis, cuya expresin ms obvia quiz sean los procesos de saqueo a otros territorios o pases. Igualmente el pensamiento moderno, articulado en torno a la ciencia occidental y abanderado por la Ilustracin, prestar sus ideas a ambos desarrollos, transformando la ciencia en una mercanca, haciendo del Estado el garante de su idea de progreso y legitimando la colonizacin de otros pueblos. Al tiempo, el capitalismo nanciar la concepcin occidental de la ciencia y el Estado legalizar o ilegalizar un tipo u otro de pensamiento cientco. Todos estos complejos procesos sirven para entender que no caben explicaciones simplistas a los procesos sociales. Una vez ms repetimos con Lippman que para los problemas complejos siempre hay una explicacin simple, pero equivocada. Una mirada atenta a los principales cambios polticos, en especial a la globalizacin (y a las formas de integracin regional con que se pretende conjurar), se logra a travs de una mirada atenta al Estado entendido como el mbito donde coinciden todos los siguientes elementos: un conjunto de instituciones y personas; un lugar con pretensiones de centralidad; una demarcacin territorial a la que se deende militarmente, pero se est viendo superada en los lmites simples de las fronteras, convertida en identidad cultural y jurdica y que tiene el propsito de representacin del conjunto; un mbito con pretensiones de autoridad y de obediencia, acompaado de
13. Para estas referencias en el caso latinoamericano, vase Csar Rodrguez Garavito, Daniel Chvez, Patrick Garret (eds.): La nueva izquierda en Amrica Latina. Catarata, Madrid, 2008.
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la promocin del inters pblico y del mantenimiento de la cohesin social; en suma, una condensacin poltica de las relaciones sociales nacionales y tambin internacionales.14 En la teora relacional del Estado, el holograma social se recompone y cualquier proceso reconduce a la explicacin integral.
DEL ESTADO SOCIAL AL ESTADO DE TRABAJO: LA MEMORIA DE LOS PUEBLOS CONTRA LA MEMORIA DEL ESTADO
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradicin de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando stos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas pocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. As, Lutero se disfraz de apstol Pablo, la revolucin de 1789-1814 se visti alternativamente con el ropaje de la Repblica Romana y del Imperio Romano, y la revolucin de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aqu al 1789 y all la tradicin revolucionaria de [409] 1793 a 1795. Es como el principiante que al aprender un idioma nuevo lo traduce mentalmente a su idioma nativo, pero slo se asimila el espritu del nuevo idioma y slo es capaz de expresarse libremente en l cuando se mueve dentro de l sin reminiscencias y olvida en l su lengua natal. Karl Marx, 18 de Brumario de Napolen Bonaparte
Ha sido un tpico en la reexin sobre el Estado contemporneo hablar de crisis orgnica o estructural del Estado, como si ste fuera un cuerpo capaz de enfermar por s mismo o un edicio cuyos cimientos los carcomiera una termita hambrienta. Este modo de razonar, como veamos, por lo general deja fuera de foco dos asuntos de enorme relevancia: por un lado, el hecho de que el Estado, lejos de ser una cosa, es una relacin social y que, por tanto, no hace sino reejar el resultado de los conictos sociales (o de su ausencia). En segundo lugar, al atribuir una excesiva capacidad de causa a una explicacin simplicada de lo econmico, ni explica las implicaciones reales de las exigencias de reproduccin econmica ni acierta a entender en su complejidad el entramado social. Hay que entender que no existe la economa, igual que no existe la poltica o la cultura fuera de su relacin social. An con ms frecuencia se cae en el error de atribuir las dicultades de coordinacin social de los Estados al proceso de globalizacin, cuando lo cierto es que los cambios en el tiempo y en el espacio, con su gran importancia, solo vinieron a aadirse al agotamiento histrico de los modernos Estados nacionales capitalistas para dar
14. Jessop va a coincidir en este abordaje del Estado con autores como Michael Mann: Las fuentes del poder social I y II. Alianza, Madrid, 1991 y 1997; y Charles Tilly: Coercin, capital y los estados europeos 990-1990. Alianza Editorial, Madrid, 1992.
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respuesta a cambios que tenan lugar en todos los mbitos de lo social. Es el Estado el que permite la globalizacin que luego debilita a los Estados. Es el paso, estudiado aqu por Jessop, del Estado del bienestar (welfare) al Estado de trabajo (workfare), donde el aparato organizador, legitimador y coercitivo estatal se pone al servicio ya no de la inclusin social y del aumento de calidad de vida de los ciudadanos sino de la competitividad de las empresas en la arena internacional. Estos desenfoques del anlisis no han permitido ver con claridad que lo que se entiende por crisis del Estado a menudo no es sino la crisis del Estado social y democrtico de derecho, una forma de organizacin que, partiendo de la reorganizacin del capitalismo al nal de la Segunda Guerra Mundial la fase del fordismo, haba entrado en un callejn sin salida a mediados de la dcada de 1970, buscando entonces superar sus lmites, hollando otros caminos menos exigentes con el conjunto de la ciudadana, con el medio ambiente y con otros pueblos, momento en el que nos encontramos. Los enemigos polticos del Estado nacional keynesiano empezaron a construir un discurso que pretenda ocultar el Estado, mientras silenciaban que la estatalidad (las funciones que antao desarrollaba el Estado) iban a reelaborarse o a trasladarse a otros lugares, por ejemplo al mbito internacional (FMI, OMC, BM, etctera) Como arma Jessop, lejos de desaparecer, el Estado est siendo reimaginado, rediseado y reorientado. Esta crisis, que afectara a la unidad y eciencia del Estado territorial, se traducira en incapacidad en tres grandes mbitos. Por un lado, en incapacidad para conseguir obediencia, esto es, en una crisis de legitimidad. sta est vinculada a la desorientacin del bloque histrico de poder con sus lites fragmentadas al rearticularse el capitalismo favoreciendo a unos sectores y perjudicando a otros y a la crisis de representacin popular, alejada la ciudadana de los partidos polticos y con una creciente desconanza hacia la poltica institucional. En incapacidad, en segundo lugar, para generar relaciones sociales de reciprocidad. Esto es, una crisis de conanza, con el debilitamiento de los lazos sociales y un creciente individualismo que mina la reproduccin de los mbitos colectivos que forman lo social. Por ltimo, la incapacidad de generar unas relaciones de produccin estables y sucientes para la reproduccin econmica del sistema, tanto en lo que se reere al capital privado como a la fuerza de trabajo. Es lo que se conoce como crisis de acumulacin (y que pretende cubrir el esfuerzo estatal como Estado de trabajo y que ha ido minando las bases scales del Estado social). En el tortuoso viaje del siglo xx, el Estado habra perdido la capacidad de coercin centralizada que lo haba caracterizado desde sus comienzos, de manera que sus posibilidades de garantizar la seguridad la paz interna y externa habran descendido enormemente. Cuando pretende recuperar esa capacidad, lo hace exponiendo a los ciudadanos al riesgo de perder su libertad en forma de orwellianos Estados vigilantes. Como en una relacin hidrulica, la mayor seguridad solo se entenda como una menor capacidad de los individuos para autodeterminar sus destinos. Yo te protejo, t obedeces. La proteccin estatal, como en los iniciales momentos de la construccin estatal, se converta en una suerte de reproduccin maosa, donde las garantas de paz y tranquilidad estaban vinculadas a la prdida individual de autonoma, libertad y tranquilidad respecto de quien ofrece la proteccin (profundamente agravada en las llamadas zonas marrones, donde la presencia del Estado se hace al margen del Estado
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de derecho, y afecta a sectores marginales, desempleados, inmigrantes no regularizados, etctera).15 Por un lado, el Estado habra alcanzado metas audaces impensables cien aos antes; por ejemplo, quitar los hijos a los padres para obligarlos a ir a la escuela o hacerse cargo de una porcin de la riqueza de cada pas que va entre el 20 y el 50% del total, principalmente recaudando cantidades que van mucho ms all del diezmo medieval. Pero, al mismo tiempo, perda capacidades que lo haban sealado, en el anlisis de Max Weber, como el nico con capacidad de reclamar con xito la violencia fsica legtima, y lo hacan responsable de la gestin de lo pblico bajo el paraguas del inters colectivo. Pero ese Estado, reejo de posiciones sociales, no es inocente porque no lo son las personas e intereses que lo han llevado a ese lugar. Es un error atribuir a la globalizacin la crisis del Estado nacional de bienestar. El modelo de Estado nacin, que haba ganado el adjetivo de bienestar durante las dcadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, estaba haciendo aguas por diferentes razones. Por un lado, los Estados nacionales estaban enfrentando la desnacionalizacin de la estatalidad (es decir, las funciones que vena desarrollando el Estado, como explica Jessop, ya no se ejercan en exclusiva en los entornos nacionales). Esto era as ya que resultaban demasiado grandes para solventar algunos asuntos con un apremio fuerte desde abajo hacia la descentralizacin regional y municipal, y demasiado pequeos para solventar otros relacionados con el proceso de estrechamiento del tiempo y el espacio que hay detrs de la globalizacin y sus requisitos de competitividad, presionados en este caso desde arriba hacia formas de integracin supranacional o la mera supeditacin a esas fuerzas superiores. El xito que haba tenido desde la dcada de 1950 para solventar los fallos del mercado ahora se tornaba en fracaso. Nuevas redes de ciudades o de regiones saltaban fronteras y aduanas con mayor exibilidad que los paquidermos estatales. La nueva economa del conocimiento y la multiplicacin y la particularizacin de la oferta de bienes (frente a la homogeneidad del primer momento del consumo de masas)16 rompan el crecimiento de la productividad, al tiempo que las presiones sindicales empujaban al alza a los salarios. Los mercados de bienes duraderos estaban saturados, con la consiguiente cada de la tasa de benecios, adems de que la gestin econmica, concebida para economas nacionales, mostraba debilidades con la apertura comercial y nanciera. Las polticas de bienestar reclamaban crecientes partidas del gasto
15. Los Estados suelen realizar una seleccin estratgica a la hora de recortar el bienestar. La derecha y la izquierda no compartieron inicialmente los sectores perjudicados, y atendieron a sus graneros electorales (recordemos los conictos con los mineros del primer gobierno de Margaret Thatcher). Pero poco a poco fueron acompasando esa seleccin al compartir en las estructuras bipartidistas los electores. Incluso, como ocurri en Espaa, fue la socialdemocracia la encargada de poner en marcha ese recorte, al resultarle ms sencillo frenar las protestas obreras. En la actualidad, tanto la socialdemocracia como la derecha (denomnese liberal, democristiana o centrista) coinciden en cargar el peso sobre inmigrantes, obreros poco cualicados, mujeres y jvenes. 16. De alguna manera puede ejemplicarse con la frase, aunque anterior a este periodo, de Henry Ford: Todo el mundo puede tener un Ford T del color que desee, siempre y cuando sea negro.
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pblico, tanto por la propia presin de los afectados por la crisis como de la ciudadana en general, que asuma el suministro de bienestar como un derecho, sin olvidar la retroalimentacin que generaban los mismos servicios pblicos departamentos, ocinas, ministerios, etctera, que reclamaban un crecimiento constante. En no menor grado, estaban las dicultades recaudatorias del Estado, reo de cambios demogrcos envejecimiento de la poblacin, operaciones de contabilidad engaosas por parte de las grandes empresas, de la existencia de parasos scales y del control que ejercen sobre la Administracin pblica los entramados corporativos transnacionales (baste recordar las quiebras de Enron y Arthur Anderson, y sus vinculaciones a la campaa de George W. Bush). Estos problemas de ingreso de las haciendas nacionales sobrevenan en forma de crisis scales que vaciaban tendencialmente al Estado de su condicin redistribuidora. El modelo econmico keynesiano no saba solventar los problemas crecientes de estanacin, al tiempo que tena dicultades para conservar los empleos en sectores en declive. Como apunta Bob Jessop, la globalizacin, incluso en sus propios trminos, no es ms que un vector entre otros, a travs de los cuales se expresan en la actualidad las contradicciones y los dilemas inherentes al capital como relacin, es decir, al capital en su insercin social. Sin embargo, el Estado, como arena en donde convive una lgica estatal propia entrelazada en una relacin profunda y compleja con la sociedad sobre la cual ejerce su dominacin, lejos de desaparecer, mutaba su forma para adaptarla a las nuevas exigencias, en este caso internacionales. La arena en donde se estn dilucidando buena parte de los conictos sociales de acumulacin econmica. En denitiva, lo seriamente amenazado no parece ser, pues, el Estado soberano, sino el Estado de derecho como complejo de instituciones orientadas a garantizar que los ciudadanos puedan gozar de los derechos fundamentales.17 Despus de medio siglo en el que el Maniesto comunista pareca haber envejecido mal debido a las polticas del fordismo, la apuesta del Estado por disciplinar al mundo del trabajo a favor del mundo empresarial y nanciero, esto es, la recuperacin de una condicin ms evidente de clase por parte del Estado en el proceso de globalizacin neoliberal, devolva a la discusin la pertinencia de entender la organizacin estatal como la junta que representa los intereses comunes del conjuntos de la burguesa. Pero pese a la dureza de la poca que amerita, como veamos, atrever categoras como la de fascismo social conviene tener cuidado, pues esa armacin dara por perdidas batallas que ni siquiera se han dado. Margaret Thatcher, paradigma neoliberal, fue ms radical en el discurso que en la prctica a la hora de desmantelar la red social inglesa. Si hubiera podido, quizs habra llegado tan lejos como con frecuencia se le imputa. Pero lo cierto es que no lo hizo porque la presin social tambin hizo su parte en la direccin contraria.18 La discusin acerca del carcter de clase del Estado ocup buena parte de la discusin en la ciencia poltica durante dcadas. Visto con distancia, ese debate no siempre estuvo entrado en razn, ocupado tanto por la inuencia del pensamiento marxista en un rea donde Marx dej demasiados cabos sueltos como por la contami17. Pier Paolo Portinaro: Estado. Buenos Aires, Nueva Visin, 2003: 11. 18. Paul Pierson: Dismantling the Welfare State? Reagan, Thatcher and the Politics of Retrenchment. Cambridge University Press, Cambridge, 1994.
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nacin de la guerra fra y los intentos constantes de desmantelar cualquier pensamiento que debilitase el american way of life y su correlato poltico de democracias parlamentarias. La variable generacional sealada termin de contaminar el discurso. La conclusin, por lo general, era algn tipo de reduccionismo que no permita entender esta forma de organizacin poltica, dotada de una extraordinaria capacidad para cambiar, de disfrazarse en virtud de las relaciones sociales. En otros trminos, el anlisis del Estado caa en una suerte de ideologa, en una interpretacin subjetiva que satisfaca anlisis acadmicos parciales o intereses concretos de grupos o clases sociales. Esto es comprensible, pues segn fuera una u otra la explicacin de lo que fuera el Estado, as sera la posicin poltica a la que invitara cada respectivo anlisis. No se trata igual a un hroe que a un villano; no recibe el mismo respeto un santo que un canalla; no genera las mismas simpatas Robin Hood que el sheriff de Sherwood. Hoy podemos armar que si bien es cierto que todos los Estados deben poder compartir algunas caractersticas comunes por eso caen todos bajo esa denominacin, el Estado real es un producto histrico, fruto de la relacin dialctica entre la organizacin que pretende concentrar la violencia fsica y la sociedad civil a la que reclama obediencia. Son las ventajas de entenderlo como una relacin social. Por tanto, lejos de poderse solventar con categoras universales validas urbi et orbi, exige explicaciones bajadas a cada espacio y tiempo concretos. Siendo ms claros: como no es posible solventar esa relacin social condensada en el Estado de manera abstracta, corresponde a la hegemona que exista en cada sociedad decidir en qu lugar del continuum intereses particulares-intereses universales se decide la organizacin social. Y es bastante probable que ese resultado, concreto e histrico, se presente discursivamente no como algo contingente, sino como universal y absoluto. Ya Marx diferenci las categoras para pensar la realidad de la realidad misma, dejando claro que una no poda ahogar a la otra: Las categoras [] son formas del intelecto que tienen una verdad objetiva, en cuanto reejan relaciones sociales reales; pero tales relaciones no pertenecen sino a una poca histrica determinada.19 El escenario de investigacin del Estado puede ordenarse junto a las otras dos grandes autopistas que han conducido a la actualidad. Resulta muy claricador analizar el Estado nacional o Estado moderno en el largo viaje en el que ha estado acompaado, como veamos, del desarrollo paralelo del capitalismo y del pensamiento moderno. Estas tres grandes autopistas que nos acercan a una interpretacin de nuestras sociedades contemporneas, estn hoy sujetas tambin a profundas transformaciones: el capitalismo, enredado en su actual fase de globalizacin neoliberal con nuevas limitaciones radicales como es el agotamiento ecolgico y las dicultades para garantizar al tiempo la tasa de acumulacin y la legitimidad; los Estados nacionales, que buscan su insercin en un mundo crecientemente global, por lo comn a travs de vinculaciones regionales que superan las fronteras nacionales, y abandonan al tiempo su condicin de welfare y abrazan la de workfare; la modernidad, que ve cmo sus grandes discursos de linealidad, progreso, colonialismo, productivismo y machismo se ven desbordados por algo que, a falta de mejor nombre, se conoce como posmodernidad
19. Citado por Ludovico Silva: Sobre el mtodo en Marx, en Antimanual para uso de marxistas, marxlogos y marcianos. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2006.
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y que, por la contaminacin conservadora de este concepto, quizs haya que denir como poscolonialismo.20 A lo largo de ese periplo, el aparato de dominacin, acompaado de la expansin del capitalismo y del pensamiento racionalista moderno, ha concentrado ms fuerza y se ha especializado ms que en ningn otro momento de la historia. Igual que el capitalismo ha incrementado el nmero de bienes que han sido sujetos a la ley del valor (y, por tanto, que han sido convertidos en mercancas); igual que el pensamiento moderno ha convertido el pensamiento racional, expresado en la ciencia occidental, en la medida de lo que es cientco y lo que no lo es, el Estado se ha ido apropiando de los mbitos autnomos de la sociedad civil hasta llegar a controlar cada rincn de la vida. Dependiendo de cmo sea la relacin con la sociedad civil, ese poder enorme ser utilizado para la emancipacin social o para la regulacin. Pero la fuerza de lo econmico sigue siendo profundamente condicionante en cualquier sociedad en la que las reglas de la supervivencia sigan estando marcadas por algn principio de escasez. En la segunda mitad del siglo xx, el capitalismo ha podido desarrollar dentro de la sociedad civil un poder amplio con la capacidad de modelar el Estado segn sus necesidades, de convertir el pensamiento en la principal de las mercancas y reducir al resto de la sociedad a meros acompaantes castigados por su vertiginoso ascenso. Es el cumplimiento de lo que Karl Polanyi estableci ya en 1944 como el destino necesario del capitalismo que pretenda regularse a s mismo: la transformacin que operaba la economa de mercado, creando una sociedad de mercado.21 En trminos histricos, la capacidad del Estado nunca ha sido, como planteamos, tan elevada. No nos referimos a la capacidad de obrar con total autonoma de la sociedad, de manera desptica y sin escuchar a nadie usando la metfora de Michael Mann, como si fuera la reina de corazones de Alicia en el pas de las maravillas, encaprichada en cortar tantas cabezas como le apetezca, sino que queremos insistir en la capacidad de extender su poder de manera infraestructural (dnde puede hoy esconderse nadie del Estado?).22 Esta capacidad se multiplica en aquellos pases que han concentrado mayores recursos militares, econmicos e ideolgicos. All donde anteriormente el Estado no poda desarrollar su poder desptico sino en funcin del acceso, siempre limitado, a los recursos que permitieran el suministro a sus ejrcitos, hoy vemos que una organizacin estatal pensemos en Estados Unidos lleva la guerra a cualquier lugar del planeta y hasta del espacio con resultados devastadores. Adems de controlar los recursos militares, ese Estado poderoso controla tambin los recursos ideolgicos, alimentados por unos medios de comunicacin integrados en la misma lgica o por una regulacin de la enseanza que orienta o adoctrina a la ciudadana. Y no menos ocurre con los recursos econmicos obtenidos bajo premisas capitalistas, convertidos en la razn principal de su comportamiento bajo los presupuestos del Estado trabajista. Sin embargo, este Estado, caracterizado por su ca20. Es la apuesta de Boaventura de Sousa Santos: A gramatica do tempo. Afrontamento, Porto, 2006. 21. Karl Polanyi: La gran transformacin. La Piqueta, Madrid, 1989. 22. La diferencia entre poder desptico (mera fuerza) y poder infraestructural (normativo y reglado) la desarrolla Michael Mann en su obra ya clsica Las fuentes del poder social I, Alianza Editorial, Madrid, 1991.
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pacidad de concentrar territorialmente su poder, se ha visto sacudido por el proceso neoliberal, donde algunos sectores han visto reforzada su posicin social dominante, mientras otros han visto perder los avances en la redistribucin de la renta experimentados durante las dcadas anteriores. Algunas preguntas se hacen pertinentes en este galimatas conceptual: Es cierto que el Estado ha perdido poder con la globalizacin neoliberal? Se trata del Estado o de un tipo concreto de Estado cuando se habla del vaciado de contenidos? Afectan por igual los cambios al Estado que organiza la invasin de un pas que al que garantizaba sociedades de pleno empleo, sanidad y educacin pblicas o procesos de industrializacin crecientes? Podemos armar que con la globalizacin neoliberal ha alcanzado el capitalismo su utopa de un mercado mundial autorregulado? La teorizacin de Bob Jessop pretende otorgar una carta de navegacin para responder a estas preguntas sin naufragar en aguas tan profundas y encrespadas. La economa poltica, que fue durante dos siglos nacional, hoy no se entiende sino como global. Nunca menos que hoy la autarqua es una salida nacional posible. Como en el grabado clsico del Leviatn de Hobbes, cada pas est integrado hoy dentro de ese cuerpo global, sea como cabeza, como brazo o como la ltima extremidad. Pretender salirse sin ms es repetir la aventura del Barn de Mnchhausen de salir del pantano con su caballo tirando hacia arriba de sus propios cabellos. Pero las instituciones de esa arena global se han construido a imagen y semejanza de las de los pases del Norte, especialmente de Estados Unidos. Cuando estos pases entregaban estatalidad al mbito supranacional, en realidad lo que estaban haciendo era reconstruir en el mbito global un espacio institucional a su imagen y semejanza o, cuando menos, funcional para su lgica de acumulacin (como en cada ocasin, defendida por un ejrcito capaz de llegar all donde sus intereses se diriman). Vemos cmo las corporaciones econmicas, los poderes mediticos o las fuerzas militares con capacidad de expansin, la Iglesia o las instancias nancieras, pretenden usar el Estado nacional para hacer valer su posicin de poder. Pero si fracasan en ese intento, recurrirn a la arena global, un mbito construido por quienes dominaban los mbitos estatales para la reproduccin de su lgica.23 Frente a los reduccionismos sealados, podemos armar que tanto el Estado como la sociedad se transforman y se constituyen mutuamente.24 Esto no implica que no sea cierto que el Estado, an de manera ms clara en el Estado moderno, se haya congurado como una estructura funcional a la dominacin de clase de la burguesa. No necesariamente tuvo que ser as como demuestra el diferente desarrollo de China y de Europa desde el siglo xii, pero empricamente as ha sido. El Estado es una estructura centralizada, dotada de normas que permiten certidumbre y previsibilidad, y que se especializa de manera creciente. En conclusin, en un marco de competencia como ha sido el desarrollo de la humanidad es funcionalmente superior a otras formas de organizacin que no se doten de estos rasgos. Es por eso que, en un contex23. Para los intentos de construccin de un Estado transnacional, vase William I. Robinson: A Theory of Global Capitalism: Production, Class, and State in a Transnational World. Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2004. 24. se es el ttulo del libro de Joel S. Migdal: State in Society. Studying How States and Societies Transform and Consrtitute One Another. Cambridge University Press, Cambridge, 2001.
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to histrico marcado por la violencia, las formas estatales lograron hacerse hegemnicas. Ahora bien, en cada momento histrico, esa estructura heredada siempre tendr que acompasar la memoria que porta y que descansa en sus leyes, constituciones, reglamentos, universidades, burcratas, legados intelectuales, edicios, tradiciones, mitos, organizaciones militares, etctera, con los requerimientos sociales. Es cierto que el aparato estatal tendr muchas posibilidades, como tal aparato de coercin y construccin ideolgica de obediencia, de acallar los nuevos requerimientos y adaptar las demandas a su estructura. Pero no es menos cierto que el Estado ha venido adaptndose a esas presiones sociales, de manera tal que cuando stas han tenido la fuerza suciente han sido capaces incluso de cambiar la faz del aparato estatal. La memoria del Estado, en esos casos, se enfrenta a la memoria de los pueblos, aunque tambin a la memoria de los grupos sociales con capacidad de ejercer poder sobre el resto de la sociedad y sobre el mismo Estado (el control judo de Hollywood hace ms por la simpata hacia los intereses de Israel que todas sus embajadas en Europa). Del resultado de ese conicto resultar una organizacin poltica que trabaje para la emancipacin o que mantenga las diferencias entre los grupos sociales. Los escenarios son inciertos. Por un lado, un aparato estatal rearticulado para dar respuesta a las presiones sociales, tanto de las nuevas lites econmicas como de los damnicados por los nuevos procesos de benecio econmico. Por otro, grupos de poder econmico e ideolgico que pretenden deshacerse de la estatalidad nacional y buscan la garanta jurdica a sus intereses en la arena internacional. Ms ac, sectores populares, ms o menos organizados, que reclaman, desde el aparato del Estado o desde la sociedad, nuevas formas de relacin social y econmica. Ms all, otros Estados o instancias internacionales con capacidad de inuir en las agendas de Estados que solo formalmente son soberanos, etctera. En cualquiera de los casos, el Estado est en disposicin de regresar como una categora central de la reexin poltica. Bien lejos de los cantos de sirena de sus sepultureros tericos, el Estado se presenta de nuevo como un actor de enorme relevancia que quiere hacer valer de nuevo las fronteras que ya no tienen por qu ser las fronteras geogrcas, pero que tienen que entenderse como lmites de la jurisdiccin que le corresponde que le permiten hacer su parte en el reordenamiento social. Y decimos su parte porque no es menos real que el Estado ya no agota lo poltico. Hay un creciente sector pblico no estatal que quiere hacer la suya, en relacin con un Estado que debe comportarse como maternal (supervisor), pero no paternal (castrador). La complejidad apunta a que el gobierno de lo pblico va a ser una tarea compartida. Toda la reexin de Jessop sobre la gobernanza, entendida como una respuesta funcional a todas estas transformaciones sociales y a las necesidades de acumulacin del capital, pretenden dar base terica para entender este papel del Estado como primus inter pares.25
25. La gobernanza es un concepto en lucha que caer del lado de la emancipacin como gobernanza democrtica, es decir, como Estado experimental que empodera al pueblo, o del lado de la regulacin, como gobernanza creadora de gobernabilidad, que zanja la retirada del Estado como actor desmercantilizador. Vase Juan Carlos Monedero: El gobierno de las palabras. Crtica y reconstruccin de la poltica. FCE (en prensa), Mxico.
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Vistas estas complejidades, veamos a quin escucha el Estado (insistiendo en su compleja condicin de relacin social): 1) A los que tienen la capacidad de declarar, en expresin de Carl Schmitt, el Estado de excepcin, es decir, a los poderes fcticos que tienen capacidad de emplear de manera generalizada la violencia fsica no necesariamente legtima (gobiernos extranjeros, ejrcito nacional o extranjero, banqueros y sector nanciero, patronal, lderes carismticos con capacidad de movilizacin, entramados mediticos, etctera). 2) A la Constitucin y las leyes vigentes; a las leyes internacionales. 3) A las estructuras administrativas con sus reglamentos, prcticas habituales, instancias, etctera (que tienen la fuerza aadida de la costumbre y la tradicin y que, incluso despus de una revolucin, siguen estando ah). 4) A los intereses particulares organizados o con capacidad de ejercer presin, con especial relevancia a la fusin de intereses econmicos y mediticos, que unen a su propia capacidad la de inuir en la ciudadana (no se trata de su capacidad de forzar una situacin sino de impedir que se organicen intereses contrarios). 5) A las presiones regionales o locales. 6) A la ciudadana organizada que reclama cuestiones de inters general (donde las voces cobran fuerza si se repiten como un eco multiplicado). 7) A la opinin pblica, expresada bien a travs de formas directas (huelgas, manifestaciones o formas propias de comunicacin) o indirectas (encuestas o medios de comunicacin). 8) A referentes morales asentados y reconocidos (iglesias, asociaciones, personalidades de prestigio o intelectuales), a los paradigmas cientcos y a los discursos hegemnicos que pretenden reconciliar el Estado con el bienestar colectivo (esto es, que presuponen al Estado un papel de conciliacin tica de la sociedad). 9) A la propia subsistencia del aparato estatal, esto es, de las personas que lo integran y que tienen en la Administracin su modus vivendi, lo que no implica una reicacin/cosicacin del Estado como si ste fuera un ente abstracto con existencia por s mismo y al que est adscrito simblicamente el inters general. Este aparato estatal funciona con una lgica sistmica referenciada tericamente con la imparcialidad y el inters colectivo, pues necesariamente tiene que pensar, para permanecer, en garantizar el orden sostenido en el sistema de dominacin. Esto hace que el Estado tendencialmente juegue siempre ms all del corto plazo (la no inmediatez de la Administracin de justicia es un ejemplo claro de esto) y le preocupe asegurar la legitimidad del orden (obviamente con variaciones en cada pas segn sea la construccin histrica del Estado). 10) A los partidos, especialmente los que sostienen el Gobierno. 11) A los sindicatos cuando tienen capacidad de huelga. 12) A las presiones internacionales, bien de otros gobiernos que tengan ascendiente, bien de las instancias supranacionales (separndolo aqu de la amenaza militar exterior). 13) A las necesidades inmediatas de nanciacin y, de ah, a los mercados internacionales, tanto de bienes y servicios como de capitales. 14) A las peculiaridades de las lites que lo dirigen en sus diferentes mbitos (que pueden estar formadas fuertemente en alguna ideologa, tener rmes convicciones re-
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ligiosas o pueden tomar decisiones consultando a astrlogos, videntes o quiromantes, como ocurre con frecuencia). En denitiva, y como concluye Jessop, en el centro de toda la reexin aparece la poltica, esto es, la denicin y articulacin por uno, varios o todos, de los comportamientos colectivos de obligado cumplimiento en una comunidad. No es solo una economa que se desconecta del resto de los asuntos sociales y que, por supuesto, es de radical relevancia, ni los valores que estn detrs tambin de muchos comportamientos, ni los presupuestos jurdicos, igualmente esenciales al congurar la garanta de la reciprocidad social. Se trata de la poltica, como arte de la polis, a quien le corresponde la obligacin de integrar todos los elementos a la bsqueda de una sntesis funcional para la marcha de la sociedad. Poltica que ser necesariamente conictual y que ser la que dene los contornos que nalmente tenga cada Estado en concreto. Es en esta herencia de la importancia de lo poltico a la hora de congurar la organizacin social y la forma de Estado en donde el profesor de Lancaster ubica uno de los principales rasgos de su referencia al marxismo de la cual no solo no se aleja sino que considera esencial para entender la complejidad estatal actual. El Estado, como insiste Jessop, siempre es reejo de un proceso histrico. Como realidad emprica, concreta, su funcionamiento responder a los intereses de los que hayan ganado en el conicto social, a los que mejor se hayan situado en ese momento (sean unos pocos o sea el conjunto de la sociedad) y a la memoria que porte y la inuencia que ejerza esa memoria sobre el comportamiento estatal. Eso permite pensar, al menos en el corto plazo, en la posibilidad de enfrentar en el mbito occidental con Estados capitalistas, Estado despticos y tambin, potencialmente, en Estados socialistas. Es importante entender que el Estado real, el concreto de cada pas, es selectivo en sus polticas, tiene predisposicin a inclinarse, por esa herencia anclada en sus estructuras, a defender lo que ya existe, a escuchar ms a unos intereses que otros, a reproducir ms una lgica que otra (Jessop se reere a este hecho, a menudo confundido con alguna suerte de determinismo, como selectividad estratgica; Claus Offe habla, en una direccin similar, de selectividad estructural). La representacin de intereses tiene complejas determinaciones que hacen que las necesidades de las mayoras no sean cubiertas ni siquiera donde existe la posibilidad de elegir en procesos electorales a los dirigentes. Como demostr Norbert Lechner, una minora consistente tiene la capacidad de presentar los intereses particulares como intereses generales.26 Pero no est escrito que eso no pueda variar. Lo que haga el Estado depender siempre del resultado de los conictos sociales y su capacidad de hacer del instrumento estatal una herramienta para la organizacin social. Si bien es verdad como venimos insistiendo que hay predisposicin en el Estado, no hay por el contrario ninguna predeterminacin necesaria para que se comporte en una direccin u otra (la insistencia de Jessop al respecto no deja muchas dudas de su posicin). El Estado no es un ente de voluntad que puede operar al margen de su contexto y de sus posibilidades. Tiene la auto26. Norbert Lechner: Poder y orden. La estrategia de la minora consistente, en La conictiva y nunca alcanzada construccin del orden deseado. CIS/Siglo XXI, Madrid, 1986.
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noma que le marcan las luchas sociales. La autonoma de trabajar para aquellos que consigan hacerse hegemnicos en una sociedad. Cuando la sociedad pierde tensin en la accin colectiva y se refugia en el inters privado (Hirschmann), la estructura estatal, como cualquier estructura, puede dedicar ms tiempo y recursos a su propia reproduccin. Pero eso solamente ser seal de esa relajacin social. No es posible, como plantea el liberalismo, que sean los representantes los que se encarguen de la cosa pblica sin que se vean lesionados, tarde o temprano, los intereses de la mayora. Votar cada cuatro o cinco aos no es suciente. Un Estado independizado del control de la sociedad termina teniendo comportamientos privados. Algo que se agrava cuando el Estado, como ocurre en la globalizacin neoliberal, atiende a aspectos cuya complejidad y oscuridad muchas veces intencionada reclama un conocimiento que no es de fcil acceso.27 Al nal, funciona el aserto vota y no te metas en poltica, de manera que en el reparto de papeles los polticos se encargan de la cosa pblica y la ciudadana se dedica al consumo y al entretenimiento.28 La concepcin relacional del Estado que plantea Jessop abre no solamente un amplio abanico para la investigacin, sino que tambin permite superar esa parlisis conceptual que colaboraba con la parlisis poltica de las ltimas tres dcadas. Si es cierto que la ciencia poltica debe beber de las fuentes de la realidad social, hoy vemos que las alternativas, como plantea Boaventura de Sousa Santos, vienen del Sur (un mbito que desgraciadamente queda fuera de la referencia emprica de Jessop, ms centrado en el modelo tpico ideal de Estado capitalista occidental). Lo que era imposible parece que ha revertido su tendencia. Y la teora del Estado debe disponerse a otorgar elementos para ayudar a interpretar lo que est ocurriendo en estas zonas del planeta. No se trata solamente de la crisis con la que abramos estas reexiones, sino de otro tipo de cambios, que afectan a la poltica mundial, y que marcan escenarios para repensar el conicto. El 11 de septiembre de 2008, jugando con simbologas caras a Amrica Latina, los Gobiernos de Bolivia y de Venezuela expulsaban a los embajadores de Estados Unidos por, segn denunciaban, la colaboracin estadounidense en el intento de golpe de Estado contra el Gobierno de Evo Morales (y que dej una treintena de campesinos asesinados por mercenarios). Un par de das despus se reuna en Santiago de Chile la UNASUR, y declaraba en su comunicado nal su rme decisin de no permitir ningn golpe de Estado ni fragmentacin territorial en Sudamrica. 35 aos despus del derrocamiento de Salvador Allende, y all donde entonces el continente se qued callado y cruzado de brazos, ahora demostraba su rmeza para no consentir esos comportamientos. Pero las dicultades estadounidenses en modo al27. En las crisis nancieras de 2008, uno de los elementos sealados como responsable era la enorme creatividad de los instrumentos nancieros, cuyo conocimiento incluso quedaba fuera de la experticia del Presidente de la Reserva Federal estadounidense. 28. En conclusin, siguiendo la senda de Weber, incorporando una perspectiva relacional y situando el conicto social apuntado por Marx como el elemento esencial, podemos denir el Estado como una forma de organizacin poltica, dotada de un orden jurdico y administrativo estable, propio de una comunidad identicada con un territorio determinado, que se caracteriza por la reclamacin con xito por parte del cuerpo administrativo a travs de premios y castigos materiales o simblicos, de la obediencia ciudadana, en tanto en cuanto satisfaga su compromiso con lo que los conictos y consensos sociales han establecido que son los intereses comunes.
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guno se quedaban en el comportamiento irreverente de pases a los que siempre haba considerado su patio trasero. Ya hemos visto que la crisis econmica estadounidense, iniciada con las empresas puntocom, y seguida con las hipotecas sub prime que hundi el mercado inmobiliario, anticipaban un escenario de recesin. El modelo entero se resenta y pese a que los mecanismos de compensacin estaban ms desarrollados que en 1929, las alertas empezaron a sonar con fuerza. La aventura de Iraq, la gesta ms evidente que sigui al cada da ms confuso atentado de dos aviones contra las Torres Gemelas cuestionado no por oscuras tramas, sino por el mismo jefe de bomberos de Nueva York, embarcaba al Gobierno estadounidense en un pozo econmico sin fondo que, adems, le distrajo de sus intereses ms cercanos. Coincidiendo con los intentos de desestabilizacin de Bolivia, el presidente Chvez invitaba a aviones rusos de guerra a realizar maniobras en territorio venezolano. Por primera vez en el ltimo medio siglo, no solamente la IV Flota operaba como fuerza militar extranjera en aguas de ese hemisferio. La aventura de Georgia sobre Osetia del Sur, alentada por Estados Unidos, fracasaba igualmente ante la contundencia de la respuesta rusa (en ambos casos zanjadas con centenares de muertos civiles). Mientras, China e India ocupan posiciones ms relevantes que dejan abiertos demasiados escenarios para saber qu ocurrir en el mundo en los inmediatos aos, sin olvidar que el comportamiento crecientemente catastrco de la naturaleza permite considerar escenarios de agotamiento que no pueden esperar al ao 2050 (como acordaron en 2008 los pases del G8 para reducir ecazmente las emisiones de CO2). Solo Europa parece observar paralizada estos cambios, incapaz de asumir un papel activo alternativo que rompa con el statu quo global convertido en una amenaza de contornos trgicos. Todos estos cambios, acelerados, no implican que la gravedad de los problemas invite a fciles optimismos. La crisis del capitalismo en la dcada de 1930 trajo el fascismo y un socialismo empujado a posiciones extremas. Por otro lado, como demostr John Kenneth Galbraith, la memoria de la ltima aventura especulativa apenas dura 15 aos, la memoria de una generacin. La conclusin, desde la academia, pasa por poner en marcha programas de teorizacin de asuntos en marcha claramente subteorizados. Las bases que sienta Bob Jessop son un buen marco de trabajo. El Estado como relacin social, la crisis ecolgica, la construccin cultural de la economa poltica, las potencialidades y los lmites de la economa poltica internacional, el militarismo y el neoimperialismo, el dominio ecolgico del capital sobre la sociedad, las formas de la autopoiesis, la participacin popular en una gobernanza democrtica, son todas herramientas conceptuales que abren un vasto escenario de trabajo para una teora del Estado renovada que, adems, puede perder la melancola del peso del pasado. Pero para ello hace falta tambin una ciencia poltica que regrese a sus fuentes a redescubrir su objeto de estudio y las razones por las cuales la sociedad dedica tiempo y recursos a pensar lo politolgico. Si en la dcada de 1930 el fascismo oblig a la reexin honesta a cambiar su rumbo y a enfrentar esa amenaza, el incumplimiento de los mandatos de la Ilustracin an en el iniciado siglo xxi reclama una toma de posicin nada amable con el estado actual de cosas.
LOSaccin y reSOBRE plurales y diversos. SeCADA VEZ muchas expectativas, proyecESTUDIOS EL TERRITORIO SON MS ESPACIOS DE INTERVENcin, exin mezclan
tos, disciplinas, instituciones, actores y, tambin, perspectivas temporales divergentes. Hay quienes deende un urbanismo veloz (Vicente Guallart, El Pas, 18 de agosto de 2007: 11), mientras que otros buscan respuestas en el ir despacio (slow cities). Unos siguen conando en la capacidad de planicar de los expertos, mientras que otros recuerdan que la expertise o los conocimientos son tambin plurales y que, ms que encontrar la respuesta adecuada, hace falta encontrar la mejor entre las que resulten social y tcnicamente posibles. Y es en este punto en el que las nuevas experiencias de participacin ciudadana resultan prometedoras para algunos, mientras para otros son una complicacin ms que hay que superar. Crecen los problemas y las tensiones en unos territorios sobrecargados de realidades y de perspectivas, mientras que casi con la misma intensidad, decrece la conanza de la gente en relacin con las instituciones que tienen las competencias legales para intervenir en los mismos. Muchas veces, tanta complejidad e incertidumbre lleva a algunos a atacar y a criticar a los que gobiernan por su falta de decisin y tambin a aquellos que parece que lo complican todo, aunque acaben ellos mismos haciendo propuestas que aparentemente son simples o revestidas de sentido comn, pero que tambin tropiezan de tan simplemente como han sido formuladas. En estas notas, quisiera recorrer esquemticamente (y sin duda tambin de forma sesgada) lo que han sido algunas de las lgicas imperantes en la intervencin territorial,1 y cmo estas lgicas se han visto crecientemente discutidas desde el mo1. Es interesante la lectura del libro de J. Farins y J. Romero: Territorialidad y buen gobierno para el desarrollo sostenible, Universitat de Valencia, 2007, y, en el mismo, el excelente resumen que
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mento en que se han ido diversicando los actores y las demandas que los mismos transportan, mientras se han ido tambin multiplicando las esferas y las perspectivas desde las que se proyectan las voluntades de intervenir en cada uno de los espacios territoriales. Partimos de la hiptesis de que se han ido sustituyendo las tradicionales fronteras entre territorios, entre los estatutos formales de los actores institucionales que luchan por estar presentes en los mismos, y entre delimitaciones competenciales aparentemente completas y rgidas, por dinmicas y procesos ms centrados en las capacidades de los diferentes actores para hacer progresar sus proyectos y estrategias desde posiciones que van ganando a travs del ejercicio simultneo de inuencia, de articulacin de los recursos que se ponen en juego y de las complicidades que unos y otros consiguen ganar. En este escenario, la capacidad de planicar territorialmente y de intervenir desde posiciones basadas estrictamente en la jerarqua o en la posicin institucional de los poderes pblicos o desde la hipottica superioridad de las capacidades o competencias tcnicas, resultan insucientes, y acaban generando notables frustraciones y situaciones de bloqueo que no termina de favorecer a nadie. Defenderemos pues aqu, visiones y perspectivas ms soft, pautas de intervencin ms centradas en la capacidad de generar visiones y proyectos compartidos, quiz no del todo cannicas tcnicamente, pero quiz tambin ms viables socialmente.
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mico, de las instituciones autonmicas correspondientes; y a cada Gobierno local le tocara intervenir en su demarcacin territorial, con presencia, no obstante, de otras instancias de poder local como son las diputaciones (lmites provinciales), y, en su caso, los consejos comarcales (mapa de comarcas). Sin olvidarnos, de la presencia ms bien indirecta y regulatoria de las instituciones europeas. Y en cada territorio, la hiptesis formal establecida es que intervienen de manera especializada las diferentes instancias gubernamentales a partir de las delimitaciones competenciales previamente establecidas. En la prctica todo ello funciona, al n y al cabo, de manera mucho ms mezclada y con abundantes solapamientos y redundancias. En un mismo territorio llueven programas y actuaciones de las diferentes instancias gubernamentales, de forma que, por ejemplo, una ciudad puede decidirse por descentralizar servicios a los barrios, al mismo tiempo que sufre una restriccin presupuestaria que le impide abordar un proceso de revitalizacin de un espacio de la ciudad, mientras simultneamente anuncian desde la Administracin central que le darn nuevos recursos para un programa de creacin de puestos de trabajo, y el Gobierno autonmico establece simultneamente una norma por la que deber poner en marcha un nuevo sistema de recogida centralizada de residuos sanitarios, cumpliendo as una regulacin europea. Las lgicas de intervencin no tienen por qu coincidir, pero lo cierto es que cada instancia gubernamental parte de una agenda propia y de una presuncin de certeza tanto tcnica como legal que estara detrs de cada decisin. Al n y al cabo, pese a partir de esta presuncin de certeza, de racionalidad y de intervencin reglada y ordenada, se acaba generando en el territorio la sensacin de descoordinacin y desorden, o incluso, de que lo que uno hace, el otro lo estropea. Los expertos trabajan en una perspectiva racional y de planicacin, y se encuentran con que a la hora de la verdad, todo parece complicarse por la interaccin intergubernamental, que contamina, diculta o bloquea la puesta en prctica nal de aquello que estaba previsto. Por otra parte, hasta ahora solo hemos mencionado los actores institucionales, pero hemos de tener en cuenta que, adems de las instituciones, en el territorio encontramos otros muchos actores, otros muchos intereses, otras muchas perspectivas de intervencin o de no intervencin. Todo lo cual, al nal genera una gran sensacin de complejidad, cuando en cambio, muchas veces, la perspectiva de cada intervencin es simple o nica, al ser hecha desde la lgica ya mencionada de territorializacin y especializacin. Se trabaja y se planica desde una hipottica certeza, pero la realidad interinstitucional y social sita la puesta en prctica de las decisiones en un escenario de incertidumbre donde solo queda negociar y transaccionar. Y lo curioso es que, pese que ello suceda una y otra vez, los procedimientos de planicacin persisten en los puntos de partida ya mencionados. En el anlisis de polticas pblicas se usa a menudo un esquema que permite situar y diferenciar las polticas pblicas atendiendo al grado de certeza existente sobre los objetivos que hay que lograr y los medios o la tecnologa adecuada para conseguirlos (tabla 4.1). Podramos pues distinguir entre objetivos compartidos o no, y entre el grado de conocimiento y de conanza (ecacia) de los instrumentos tcnicos que tenemos a nuestra disposicin.
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Fuente: adaptacin de Thompson, J. D. y Tuden, A.: Comparative Studies in Administration. University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1959.
De manera habitual, se tiende a considerar que la mejor situacin es la que expresa la casilla A, y tcitamente se procede, muchas veces, como si ste fuese el punto de partida ms natural. As, a menudo, la lgica planicadora de la Administracin, al partir de una posicin normativamente jerrquica, basada en el monopolio formal de la defensa de los intereses generales, y desde la seguridad que aparentemente proporciona la delimitacin territorial y especializada ya mencionada, se sita tcnicamente en esta situacin de objetivos compartidos y medios tcnicos conocidos. Pero, como ya hemos dicho, las cosas no acaban de funcionar as. En la gura 4.1, hemos tratado de situar un conjunto (seguramente incompleto) de actores e instancias que estn presentes en el escenario en el que se desarrolla la capacidad de intervencin en el territorio de una institucin pblica. En la mayora de los casos, esta voluntad de intervencin, basada quizs en una primera hiptesis de actuacin que parta de objetivos bien estructurados y de medios e instrumentos tcnicos bien conocidos y probados, deber someterse al fuego cruzado de los otros operadores pblicos y no pblicos presentes en el escenario de intervencin, todos ellos con otros intereses, visiones del problema y propuestas de intervencin seguramente muy diferentes, aunque racionales y lgicas desde su particular punto de vista. La interdependencia de cada institucin pblica en relacin con esta constelacin de actores es muy evidente y, adems, cada escenario o mbito de actuacin afecta y es afectado por otros mbitos y escenarios donde esta situacin tambin se da. Al n y al cabo, todo ello es sobradamente conocido y no estamos descubriendo ningn secreto. Pero, a pesar de todo, sorprende la constante letana y el lamento habitual en relacin con que las cosas no se hacen como deberan hacerse, todo es demasiadas complicado, y que acostumbra a acabar con la coletilla: hace falta racionalizar la intervencin pblica en el territorio. Es evidente que la mayora somos conscientes de que hace falta siempre ajustar las perspectivas de los diferentes actores, y que, por tanto, acabaremos con decisiones y vas de accin que no son las que habamos imaginado desde el despacho, a partir del proceso de diagnosis, de la seleccin de alternativas y de la operacionalizacin del proceso que hay que seguir. Pero nos
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resistimos a aceptarlo como la normalidad democrtica, y ms bien lo entendemos como una especie de constante interferencia entre la racionalidad deseable y un resultado poco estimulante, fruto del exceso de intereses y de actores que acaba generando confusin y una mezcolanza nal muy alejada de lo que en un principio pareca deseable a cada actor particular.
Grupos de afectados
Inversores
Contribuyentes
Figura 4.1 Relaciones con el entorno de la institucin pblica con capacidad de intervencin en el territorio
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sabemos si acostumbramos a seguir en la prensa o en los medios las abundantes noticias sobre proyectos que van y vienen en un sinfn de territorios, las necesidades son grandes, las pasiones muchas y las expectativas muy altas. Lo que nos conviene a todos es ir aprendiendo cmo conseguir hacer avanzar las intervenciones en el territorio con unos criterios de calidad tcnica que sean adecuados, pero tambin con la capacidad de escuchar y aprender de las desazones, conocimientos y perspectivas de los diferentes actores presentes en el escenario territorial en cuestin. Si queremos avanzar en esa perspectiva, qu nos falla ms?, la tecnologa disponible?, la carencia de conocimientos de la gente?, una mala denicin de objetivos?, la incapacidad de los polticos para decidir de forma adecuada?... Muchas de las aproximaciones racionales relacionadas con la produccin de decisiones pblicas acostumbran a fallar, al no entender que lo que seguramente es la esencia del proceso es el debate de ideas que los diferentes actores y protagonistas de la comunidad poltica que toman las decisiones, transportan y deenden. Lo que moviliza a la gente es el compartir visiones, maneras de ver los problemas y vas de salida. Cada idea es un conjunto de argumentos que, en relacin con el problema planteado, expresa una concepcin del mundo. Y, como bien sabemos, las ideas estn en el corazn del conicto poltico. Las decisiones pblicas son, pues, el terreno en el que se enfrentan los diferentes puntos de vista, criterios, y deniciones de problema de los respectivos actores y grupos implicados. Tenemos por lo tanto objetivos, tenemos problemas, tenemos discrepancias entre objetivos y realidad, y tratamos de encontrar una alternativa que reduzca o incluso acabe con las discrepancias. Como bien sabemos, en la prctica este esquema no funciona tan ordenadamente. Muchas veces se ve primero el problema, se buscan soluciones y acaban denindose objetivos. O incluso, a veces se tiene primero la solucin (o los recursos) y se busca un problema al cual aplicarla (o invertir la subvencin o el fondo). Pero la perspectiva que proponemos permite generar un cierto orden en esta confusa realidad, y posibilita el aprender de las experiencias pasadas, sin falsas expectativas de racionalidad general. Es ms importante entender la lgica del juego que se desarrolla en cada caso, que aplicar de manera estandarizada un repertorio de soluciones previamente establecido. Desde nuestro punto de vista, la unidad de anlisis debera ser la colectividad o comunidad afectada por la intervencin territorial objeto de estudio o de proceso decisional. Es decir, el conjunto de personas y colectivos que encontramos en un determinado territorio. La motivacin que acostumbra a justicar la actuacin pblica es el inters comn, pero sin olvidar que en cada intervencin concreta existen tambin intereses sectoriales y particulares. Las claves de los conictos acostumbran a establecerse en los puntos de contraste entre los intereses de cada actor y los intereses comunes (denidos colectivamente a partir de concepciones compartidas del problema). La lgica de la movilizacin colectiva es tanto la cooperacin como la competencia entre actores y personas. Cada actor busca defender su propio inters, pero tambin trata de trabajar y argumentar desde los intereses comunes, y se mueve por lo tanto en terrenos que exigen lealtad entre estas personas y actores, lo que exige tambin que se garanticen las decisiones cuando son asumidas de manera colectiva. La
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informacin de que se dispone para decidir es muchas veces ambigua, incompleta, llena de opiniones y posiciones sesgadas, y no es del todo raro que encontremos informaciones o argumentaciones que podemos calicar de estratgicamente manipuladas. Las bases de un cambio, de una modicacin del status quo, son las ideas, la persuasin, las alianzas entre actores. Y lgicamente, la voluntad de ejercer poder, de conseguir el propio bienestar y el bienestar colectivo. Entendemos que estos criterios conceptuales son notablemente distintos de los que todos conocemos con relacin a cmo se presupone que funciona el mercado, o cmo el orden jurdico formal nos presenta los procesos decisorios. Desde la perspectiva aqu adoptada, entendemos que la denicin del problema que da lugar o desencadena la poltica es una fase crucial. No podemos confundir el denir un problema presente en un territorio con la simple descripcin de una situacin que no nos gusta y que se desea cambiar. Hace unos cuantos aos, el almacenaje de los residuos urbanos y domsticos de una determinada comarca del pas no supona un problema pblico, en el sentido que cada ayuntamiento se espabilaba para arreglrselas como buenamente poda o entenda. Era simplemente un efecto no deseado del consumo, que haba ido creciendo a medida que la gente aprovechaba menos los desechos, y que creca el uso de los embalajes y contenedores no reciclables. En un campo sectorial muy diferente, deberamos recordar que tambin, hasta hace solo unos aos, temas como las pensiones o la regulacin de las adopciones de nios no se consideraban temas merecedores de la intervencin pblica. En nuestra actual forma de entender la sociedad, los poderes pblicos han de actuar de manera diferente a como lo hacan en relacin con los desechos urbanos, puesto que normativamente se considera la defensa del medio ambiente y su sostenibilidad un tema prioritario y que requiere una especial proteccin. Pero si nos limitamos a sealar la distancia que existe entre lo que debera ser (eliminacin de los residuos no reciclables) y lo que acontece (toneladas de residuos no reciclables), esto no nos ayuda demasiado a denir la poltica que hay que seguir. Una poltica necesita una denicin del problema ms operativa, que de alguna manera indique el camino que hay que recorrer entre la situacin de partida no deseada y una situacin que, sin ser la ptima (el no problema), sea claramente mejor que la que origin la percepcin de la situacin como problemtica. En otro contexto, tampoco podemos simplemente sealar que sera conveniente, desde un punto de vista sanitario o de convivencia colectiva, que se acabara con el uso de sustancias txicas como el tabaco. La realidad nos indica que muchos ciudadanos consideran natural y propio de su libertad de eleccin ese tipo de consumo. Las polticas que se han impulsado para reducir y tendencialmente eliminar estas conductas han partido no tanto de lo deseable, como desde lo que era en aquel momento posible. La cuestin clave reside siempre en cmo denir e impulsar polticas y medidas que vayan en el sentido deseado y que renan el mximo consenso social para conseguir su viabilidad, ampliando los apoyos de individuos y grupos sociales conscientes de lo que debe hacerse, y reduciendo y restringiendo la capacidad de maniobra y de alianza de los actores que tratan de mantener las cosas tal y como estn. Si seguimos con el ejemplo de los residuos domsticos, la cosa se complica cuando nos damos cuenta que cada actor implicado en la situacin indeseada de depsi-
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tos no controlados tiene deniciones del problema diferentes y contradictorias. Unos opinan que el problema principal es la forma como las empresas producen y ofrecen sus productos, y que es absurdo trabajar slo al nal de la caera y no centrarse en el punto de partida o de origen del problema. Otros creen que el tema central es la poca sensibilidad y educacin ambiental de la gente, que no colabora en la reduccin de esta clase de residuos. Mientras, algunos entienden que es la Administracin la principal responsable, puesto que lo que debera hacerse es simplemente prohibir la fabricacin de ciertos productos y obligar a todo el mundo a seguir la norma establecida. Desde visiones diferentes, hay quienes creen que es la recogida de residuos la que genera problemas, puesto que si se hiciera la recogida puerta a puerta y diferenciando tipo de residuos, las cosas iran mejor. Tambin los hay que deenden que lo que se necesitan son incentivos y desincentivos econmicos para conseguir cambios en la industria y en la actuacin de la gente, grabando especialmente aquellos productos ms peligrosos o distorsionadores, o haciendo pagar ms a los ciudadanos que ms residuos generen. En el momento de decidir qu hacer, el decisor de la poltica sabe con qu recursos cuenta, cul es la correlacin de fuerzas existentes, y por mucho que sepa que existen muchas causas y elementos que conuyen en el caso, acaba por denir el problema desde las limitaciones en las cuales opera, y desde la conciencia de la capacidad de inuencia y presin del resto de los actores que rodean el escenario de la produccin de residuos. Y esto le puede llevar a una concepcin restringida del problema, como es la recogida selectiva y el almacenaje de los residuos no reciclables. As despliega contenedores, normas de reciclaje, crea plantas de seleccin y construye ecoparks, y busca emplazamientos para depsitos controlados en los que almacenar la fraccin no reciclable, aun cuando sea consciente de los otros muchos elementos que convergen en la situacin. En muchos casos, estos otros elementos dependen de otras esferas de gobierno, y tambin de departamentos o agencias especializadas. Por ejemplo, para eliminar o reducir decisivamente la gran cantidad de envases de agua de boca que se generan, sera necesario conseguir que las autoridades correspondientes trabajasen para mejorar la calidad organolptica del agua distribuida por la red, y reducir as la compra de la ya envasada. Pero todos somos conscientes de que mucha gente se gana la vida en actividades medioambientalmente inadecuadas, y que la gente quiere respeto y respeto del medio ambiente, pero tambin quiere puestos de trabajo y aprovechar las facilidades en el consumo, y por tanto no es fcil entender como una mejora el tener que ir a buscar el pan con una bolsa desde casa u optar por los envases de vidrio y su retorno posterior en vez de seguir usando las latas, aparentemente cmodas y poco problemticas. En el escenario de las polticas pblicas, podramos armar que lo que se acabe haciendo o no haciendo no debe ser considerado muchas veces la solucin racional u ptima, sino simplemente la denicin de problema que ha resultado triunfante en el debate pblico entre actores y sus deniciones de problema. Esta decisin tampoco indica un nal del debate, puesto que los actores perdedores tratarn de evitar que la decisin adoptada ocialmente se ejecute en la prctica, o harn campaa para demostrar que esta opcin es errnea y conseguir que se revise.
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Desde la perspectiva del anlisis de polticas no se considera que la lista de problemas que la gente considera ms urgentes, o que guran en la agenda de los poderes pblicos, sean necesariamente los ms perentorios o graves. Se considera que cada actor trata de impulsar sus puntos de vista y presiona para que un tema sea objeto de atencin (o al contrario, trata de evitar que sea percibido como problema por la poblacin). Muchas veces se utiliza o se genera lo que, en el argot del policy analysis, se denomina una ventana de oportunidad: se aprovecha que se dan a conocer y tienen publicidad unos hechos que van en la lnea deseada, y se presentan alternativas que pueden ser positivas para este actor o conjunto de actores. Puede asimismo crearse esta ventana. Recordemos la cuidadosa preparacin de la muerte del parapljico Ramn Sampedro por parte de los partidarios de una regulacin inmediata de la eutanasia, para desencadenar un debate social sobre el tema. A veces, la concatenacin de problemas y noticias sobre un mbito de intervencin de las polticas pblicas se aprovecha para presentar alternativas que estaban a punto desde haca tiempo, y si esta ventana de oportunidad es recogida por algn emprendedor poltico, podra producirse un cambio signicativo en las polticas. Se trata de una asociacin de hechos que posibilita la oportunidad: a partir de ellos se plantea una nueva posibilidad para que se adopten decisiones. Y esta oportunidad puede o no ser aprovechada por los actores que tratan de impulsar su resolucin, mientras que tratar de ser bloqueada por parte de quienes consideran lesiva a sus intereses tal modicacin de la situacin. Es necesario saber relacionar mejor los problemas y las polticas de respuesta con la forma de operar de los polticos, y con las instancias y los recursos de poder. Toda la teorizacin que se ha hecho sobre la formacin de la agenda de intervencin de los poderes pblicos nos habla de la necesidad de conectar adecuadamente la voluntad poltica de actuar de alguna institucin con una solucin (surgida del debate existente de cmo resolver una situacin problemtica) y un problema (un tema que por las razones que sea ha irrumpido en la agenda social, es decir, lo que en aquel preciso momento atrae las miradas de la gente y de los medios de comunicacin). Una buena idea en un mal momento no sirve de mucho. La lgica democrtica exige a los polticos, como expresin de la legitimidad social que su representatividad les otorga, que estn mucho ms interesados en encontrar soluciones socialmente posibles, que aquellas otras que sean tcnicamente inmejorables, pero de muy difcil puesta en marcha.
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rentes componentes y pides a distintos especialistas que busquen alternativas o, ante un escenario demasiado concurrido de actores, decides reunirlos por separado para tratar de desencallar el tema, aparentemente estars avanzando con mayor celeridad, pero al nal te encontrars con el inconveniente no menor de ensamblar perspectivas, aproximaciones e intereses, sin haber an construido espacios comunes de interaccin entre los actores afectados, que les hagan dar cuenta de la complejidad general del tema. Cmo trabajar desde la variabilidad y la complejidad? Seguramente solo se puede hacer incorporando los principios de la descentralizacin, de la redundancia y del reconocimiento de la diversidad. Cada uno de estos elementos nos debera dar ms capacidad de aceptacin de la variabilidad que forzosamente acompaa cada proceso especco de intervencin en el territorio. La descentralizacin nos proporciona ms capacidad de respuesta a situaciones especcas. La redundancia evita la idea que solo hay una manera correcta de hacer las cosas, y genera controles cruzados de actores y propuestas. Y la diversidad nos proporciona ms opciones y ms espacio para decidir. De alguna manera, esta forma de proceder nos vacuna contra la incertidumbre, puesto que de hecho incorpora esta incertidumbre en el propio proceso decisorio. Nos hace partir de un cierto escepticismo sobre la existencia de soluciones posibles, pero, en cambio, nos asegura que estas alternativas surgirn. Por otra parte, y esto es sumamente importante, comporta la incorporacin de las dinmicas participativas en los procesos decisionales. Alienta la multiplicidad de aproximaciones, respeta las diferencias y usa el conicto como mecanismo de innovacin en los procesos decisorios pblicos. La acumulacin de experiencias y su sistematizacin nos ayuda tambin a aprender haciendo, alentando respuestas que se adapten a circunstancias cambiantes. Todo lo que vamos diciendo no implica que no se pueda planicar desde los poderes pblicos, o que no se pueda trabajar en la bsqueda de medios tcnicos que se consideren adecuados para determinadas intervenciones en el territorio. Planicacin y descentralizacin, o planicacin y participacin, no tienen por qu ser vistos como contradictorios. Los poderes pblicos deben ejercer sus responsabilidades que derivan de la legitimidad general que les siguen conriendo los mecanismos de democracia representativa. Pero la proximidad y la participacin pueden ser instrumentos muy poderosos, tanto para mejorar el proceso como en relacin con los contenidos o los resultados de la intervencin que se quiere implementar. Se viene discutiendo mucho ltimamente en Espaa sobre la denominada cultura del no. Y con esa expresin se ha querido estigmatizar a aquellos que defendan sus puntos de vista, sus concepciones sobre qu haca falta entender como desarrollo territorial, y su rechazo a decisiones que entendan hechas sin ninguna consideracin por los escenarios y los contextos locales. Y se ha presentado a estos grupos como personas negativas, o solo defensoras de los intereses particulares, cuando lo que estaba en juego eran los intereses generales. Y, en cambio, lo que muchas veces encontramos detrs de esos conictos son incomprensiones locales frente a decisiones vistas como prepotentes, jerrquicas, tecnocrticas e indiferentes en relacin con las realidades locales.
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Cuando se habla de pasar del aqu no al as s, se quiere poner de relieve que es posible encontrar maneras de intervenir en el territorio que respeten las atribuciones y los roles de los poderes pblicos legitimados para intervenir, y las ideas, los valores y las percepciones de los actores que viven y trabajan en aquel territorio, y que lo valoran y lo sienten como suyo. Y que, en denitiva, esta interaccin no debe ser vista como un estorbo ms de un proceso ya de por s complicado, sino una oportunidad de mejora y de garanta en relacin con la posterior implementacin de las decisiones que se tomen. En este sentido, la creciente interaccin de los movimientos en defensa del territorio y los ncleos de profesionales y expertos ha ido generando una capacidad propositiva de la que ya tenemos prueba en muchos puntos del pas y que en buena parte est construyendo lo que ya se denomina una nueva cultura del territorio. Por otra parte, desde algunas instancias del Gobierno y desde algunas direcciones generales de participacin creadas, se han impulsado debates y reexiones bastante bien asentados sobre el papel de la participacin, sus ventajas y sus lmites en la planicacin territorial, y en algunos casos se ha puesto de relieve las ventajas de la participacin ciudadana en complejos procesos de instalacin de centros penitenciarios o en complejos conictos relacionados con la gestin del agua. Se puede comprobar, as, que los procesos participativos impulsados han ido consiguiendo dinmicas que, sin evitar el conicto, lo han canalizado y han favorecido la incorporacin de aportaciones positivas al propio proyecto, gracias a las dinmicas emprendidas en cada territorio afectado. Si recuperamos la tabla 4.1 con la que empezbamos estas reexiones y tratamos de ver nuevas perspectivas a partir de lo que ya hemos comentado (tabla 4.2), po-
No conocidos
Fuente: elaboracin propia a partir de Thompson, J. D. y Tuden, A.: Comparative Studies in Administration, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1959.
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demos encontrar diferentes situaciones que pueden requerir ms o menos dosis de apertura y de dinmicas de implicacin y participacin social en los procesos de intervencin en el territorio. No tenemos aqu espacio suciente para desarrollar cada una de estas situaciones, pero es fcil constatar que cada vez son menos frecuentes aqullas en las que existe un gran consenso sobre los objetivos que se quieren lograr mediante las acciones que se pueden emprender (entre otras cosas, sabemos que existen marcos cognitivos muy diferentes en relacin con lo que se ha de entender como desarrollo y crecimiento...). Y la propia dinmica de avance del conocimiento y de la concepcin pluralista del mismo tiende tambin a no aceptar fcilmente los instrumentos tcnicos o los medios que hay que emplear como elementos exentos de debate. Esto no quiere decir que siempre estemos en la casilla no acuerdo en los objetivos, no acuerdo en los medios, pero s es cierto que la frecuencia con la que nos encontramos en situaciones que podemos caracterizar como tales es notable. En estos casos, es necesario encontrar un cierto orden en la lnea de ponernos de acuerdo sobre qu problema estamos tratando, y sta ser la primera tarea del planicador. De esta manera puede irnos acercando a espacios o situaciones mucho ms gestionables, como sera la que expresa el recuadro de acuerdo en los objetivos, medios no conocidos. Podramos incluso no estar de acuerdo del todo con la denicin del problema, puesto que esto podra implicar un debate sobre valores e ideas que acabara quiz convirtindose en paralizante, pero s se puede avanzar en las opciones que tenemos para mejorar la situacin de partida de manera compartida. Podemos pues planicar las intervenciones en el territorio, desde las posiciones y los roles que tengan la legitimidad para hacerlo, explicitando los puntos de partida, y aceptando la variabilidad y la incertidumbre como elementos naturales propios de sociedades plurales que aceptan el conicto como una palanca de cambio y no como un estorbo paralizador. Y para ello hace falta acercarse a las variables territoriales, desde el mximo consenso posible con entidades y grupos que tengan visiones globales del territorio, y aceptando que en cada lugar concreto y en cada perspectiva de intervencin se entrecruzan muchas instancias de los diferentes gobiernos, y que por lo tanto, como ya hemos dicho, es necesario evitar visiones segmentadas y jerrquicas.
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Los decisores pblicos se ven obligados a moverse y encontrar salida a los problemas del escenario social, y no pueden ni quieren limitarse a actuar en el espacio cientco o tecnolgico. Buscan, buscamos, formas de accin colectiva que sean lo ms legtimas posibles, y esto nos obliga a salir de la aparente comodidad de las certezas predeterminadas, para ir construyendo combinaciones viables de anlisis y convicciones socialmente compartidas. De hecho, as funcionan las cosas ahora y aqu. Pero muchas veces nos empeamos en explicar lo que pasa desde perspectivas ms normativas que positivas. Todos tenemos una predisposicin natural a evitar incertidumbres, y por lo tanto tendemos a postular y a esperar actuaciones guiadas por la previsibilidad. Pero los gobiernos han incorporado la incertidumbre a sus formas de accin y buscan mecanismos para acomodarse. As, se lanzan prepropuestas para ver la reaccin que generan, se disean programas que implican la incorporacin voluntaria de otras instancias de gobierno o de actores a quienes se incentiva mediante fondos, se crean grupos ad hoc para superar las contradicciones entre departamentos gubernamentales o entre esferas de gobierno, se potencian mesas no institucionales para facilitar la negociacin, etctera. En denitiva, hemos de concluir que, si bien la incertidumbre muchas veces genera problemas, es tambin el camino para su resolucin colectiva. Y, en este sentido, a travs de los procesos participativos, todos los actores acostumbran a entender mejor la complejidad como algo inherente a todo proceso decisorio pblico, y no como una anomala que hay que superar.
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hitz egitera bagoaz, gure analisiren ildoa azaltzeko moduan lau tesi edo proposamen eztabaidagarriak plazaratuko ditugu, bi kontzeptuen arteko harremanak nola ulertzen ditugun argitzeko asmoz. 1. Lehengo tesia: Demokrazia eredu desberdinak daude, baina demokrazia partehartzailearen eskutik arazo politikoak bideratzeko, ekologikoak barne, jarduera egoki bat ere sumatzen dugu. Demokraziaren funtsari erreparatzen badiogu, erakuntza politikotik harago, izaera edo jarduera bat dugu, jarrera politiko bat arazo politikoak bideratzeko non eskuzabaltasuna eta askatasunak pluralean erreferenteak diren eta berdintasuna eta dibertsitatea helburu nagusitzat jotzen diren. Modu berean, sistema politiko demokratiko batean horizontaltasuna eta bake-bideak, hierarkiak eta errepresioaren gainetik agertzen dira. Demokraziak, gure ustez, menperatzearen logikari ezetza ematen dio eta horrela erregimen demokratikoetan eztabaida eta arazo politiko eta sozialen konponbideetan ez dago aldez aurretiko jakintzarik, arrazoirik, botererik, aginterik edo legitimaziorik. Ez dago ministroari, alkateari, apaiza edo zientzialariari lehentasun edo berebiziko legitimitaterik ematen dion legerik, legitimazio hori eztabaida eta deliberazio librean kontrastatu behar baita. Gainera, demokrazian norbanakoa eta taldearen arteko oreka bilatzen da, eskubide partikularrak eta kolektiboak orekatuz, autonomia eta kontrola antolatuz. Hauek sistema politiko demokratikoaren balioak eta ezaugarri idealak badira, ezin dugu ukatu eredu demokratiko desberdinak teorizatu direnik, ondoko laukian adierazten den moduan. Eskema hori jarraituz, lau eredu kontrajarriak sailkatu daitezke, non demokraziaren oinarri desberdinak agertzen diren eta desberdinak dira ere gobernuak bete behar dituen funtzioak eta hiritarrei marrazten zaien ozio politikoa. Gure aburuz, demokrazia parte-hartzailea, hiritar libre, aktibo eta berdinen errepublikak, beste ereduek baino, aukerak eta baldintza hobeagoak ematen ditu, egungo krisi ekologikoa gainditzeko apustuan. 2. Bigarren tesia: Demokraziaren eta ingurumen krisiak batera aztertu daitezke, demokratizazio prozesu luzearen atal bat bezala, azken batean naturarekiko harremanak eta gizakien arteko botere harremanak separaezinak baitira. Krisi ekologikoak demokratizazio prozesuaren porrotaren isla da. Duela zenbait mende Ipar Europako hiri hanseatikoetako sarbidean irakur bazitekeen, Stadt Luft macht frei hiriaren aireak libre egiten zituela hiritarrak, gaur Alemaniako ekologistek diote, Stadt Luft macht krank!, hau da, hiriaren aireak gaixotu egiten gaituela. Hor datza diferentzia. Mila adibide topa dezakegu ingurumen arazoak, arazo demokratikotzat jotzeko. Bai energia eta errekurtso naturalen eskuratze prozesuetan zein komunak diren Lur planetaren atmosfera edo ozeanoen zerbitzuen erabileran. Egia bada ere azken hamarkadetan, ugari dira globalizazio kapitalistaren izenean egindako zabalkuntza eta hedatze prozesuak demokraziaren izenean egin direla, ez dira gutxi esportatu eta inposatutako erregimen demokratiko berrien akatsak. Gure artean ere, Euskal Herrian, agerikoa da sistema demokratiko eta Zuzenbide Estatuaren egoera larria, askatasun eta eskubide demokratikoen ezabaketa eta urrake-
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ta eguneroko ogia baitugu. Kontzentzuaren bilaketa zaildu egiten da, eta instituzio zein kaleetatik gatazkaren fruituen bila agertzen dira eragile politiko arerioak. Ingurumen arazoetara soilik mugatzen bagara ere, gure artean gatazkaren kultura politikoa da nagusi. Ingurumen gatazkak nonahi egonik, kultura politiko berriaren dema sortu zaigu. Gizartean dagoen antagonismoa onartu eta disensoaren ezagutza eta biderakuntza esleitu. Hor daukagu, demokrazia eta ingurumenaren krisi bikoitzari heltzeko erronka. 3. Hirugarrena: Demokrazia ez da baldintza nahikorik ekosistemen sustengarritasunerako baina, ingurumen arazoak, arazo politikoak kontsideratuz, soluziobide eta planteamendu egokietara hurbil gaitezke. Prozesu demokratikoak eta ekosistemen funtzionamendua, logika eta tempus desberdinekin mugitzen dira. Dena den, ingurumen demokraziaren errebindikazioa egiten dituzten autoreek (Lafferty, Dryzek, Dobson, Barry, Manzini) sustengarritasunerako politikak demokraziaren bizkortze eta sendotzearekin lotzen dute. Ekofaxismoaren arriskua agerian dugu eta dinamika global zein tokiko dinamiketan, demokraziari uko eginez, krisialdi ekologikotik irteteko soluziobide injustuak ari dira inposatzen. Ekologismo politikoak, hain zuzen, arazo ekologikoen irakurketa politikoa egin nahi du, ambientalismoa eta azalezko ingurumen politika leunak (soft sustainability) kritikatuz. Aldaketa klimatiko globalean edota tokiko politika energetikoetan zein zarama politiketan, demokraziaren indartzea etor liteke ala endekatzea baita ere. Arazo ekologikoak dimentsio politikoan aztertuz gero, demokraziaren tresna aberasgarriak aurki daitezke eta horrela bi aztergai horiek osagarritasun konplexu batean murgiltzen dira. 4. Laugarrena: Printzipioz, ekologistak ez dira beste eragile politiko edo sozial baino demokratagoak, baina ekarpen demokratikoak ezin zaizkie ukatu. Asko dira ekologismoari atxekitzen zaizkion akats politikoak eta bere baitan makina bat korronte ideologiko eta praktika ekosozial lar desberdinak ezagutzen ditugu. Hori onartuz gero, ezin dira ekologismoaren ekarpen demokratikoak ezereztatu. Gizarte mugimenduen dinamikek ezagutza, informazioa eta alternatiba berriak sortu dituzte eta ez dira gutxi ere gobernu, intsituzio publiko eta enpresa transnazionaletatik eragile aktibistei lapurtu edo kopiatu egin zaizkien diskurtso eta proposamenak. Argi dago natura defenditzearren, ezin zaiola inori arrazoirik eman. Baina kanpaina publikoetan, deliberazio prozesuetan eta iritzien kontrajartze librean ekologismoaren ikuspuntuak gero eta indar gehiago ari dira hartzen, gure gizartean. Agian interes ekonomiko eta botere grinetatik at kokatzen direlako maiz. Optimismo teknologikoaren politikak eta hazkundearen dinamikak krisian ditugu eta biomimesis edo naturaren portaerak jarraitzeko zorian gabiltza. Norabide berri horiek modu inperatibo edo diktatorial baten hartu behar zirela esan digute zientzialari sozial eta esperimental batzuek ere, baina horrek beste krisi sozial eta politiko sakon batetara eramaten gaitu. Berdintasunaren ukazioa eta eskubide politikoen alboratzearekin gizakien arteko borrokak ez dira inoiz gutxitu edo baretuko. Aldiz, ekosistemekiko eta pertsonen arteko harremanei erreparatuz, terapia demokratiko batekin erantzuten badiogu, egokitasunaren bidetik ari gara mugitzen bi alorretan batera. Hor datza ingurumen demokraziaren birtutea.
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5.1.B TAULA. 2000 eta 2007. urteen arteko sozio ingurumen gatazkak Euskal Herrian
Lurraldea Sozio Ingurumen gatazken kopurua 40 29 18 16 4 1 108 Sozio ingurumen gatazken kopurua (%) 37,04 26,85 16,67 14,81 3,7 1 100
Bizkaia Gipuzkoa Araba Nafarroa Iparralde Lurralde guztiei eragiten dieten gatazkak Guztira Source: Jessop (2007): 139
5.1.B GRAFIKOA. 2000 eta 2007. Urteen arteko sozio ingurumen gatazkak Euskal Herrian
banismoaren gorakadak (Golf zelaien sorrera) azaltzen zaizkigu gatazkagai nagusi, garraio azpiegiturak eta hondakinen kudeaketarako oinegiturak baztertuz. Finean, eta gatazkakortasun maila gutxiagorekin, Nafarroa eta Iparralde ditugu; hauek ere, gatazken iturburu garraio oinegituren, energia produkzio eta hondakinen kudeaketa-
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rako sortzen diren proiektuen inguruan aurkezten dira. Azkenik, bada lurralde guztiei eragiten dien makro- proiektu gatazkatsua, hots, Abiadura Handiko Trena. Nahiz eta gatazka bat bakarra balitz kontabilizatu dugun, argitzekoa da lurraldez lurraldeko protestak sortu direla 1990. hamarkadatik, egia bada ere 2000. urtetik inpaktu mediatiko handiagoa lortu dutela. Argi dago, sozio ingurumen gatazken kopurua eten ezik gora egin duela azken boladan eta etorkizunean eteteko itxurarik ez dagoela dirudi. Espainiako Erreinuko datuekin aldenduta bi argibide ematea ikusten dugu komenigarri. Batetik, Kataluniako Lurralde Antolamenduaren Sozietateak 2003tik urtero identikatzen dituen 200 ingurumen protesta edo gai gatazkatsu adierazgarri biltzen ditu Anuari Territorial de Catalunya-n, urtero gatazka- gai berriak adierazten dira, koniktoen sorrerako uxua oparoa aurkeztuz. Bestetik, eta EH-an aurrera eramandako ikerketaren metodologia antzekoa erabiliz, Katalunian 2000. urtetik 2007. urtera 97 gatazka kontabilizatu dira (Publikatu gabe. DEA. Jone Martnez).
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ematea. Gehienez maila informatibo eta komunikatiboan garatzen da parte- hartzea, baina oro har, mekanismo parte hartzaileen garapenerako APE nulua jorratu da. Beraz, parte hartzearen inolako dimentsiorik ez da garatzen. c.- Parte hartzearen erabilpen komertziala: Parte hartzearen erabilpen hau Sabatini, Seplveda eta Blancok (2001: 85) identikatzen duten babestutako parte hartzearekin konparagarria liteke. Parte hartzearen erabilera honetan parte hartze mekanismoak dimentsio sinboliko eta substantiboan garatzen dira, eztabaidarako, informaziorako esparruak daude (foroak, kontseilu sektorialak, e.a.) baina dimentsio operatiboa era partzialean garatzen da estrategia diferenteen bidez; (eztabaidaren desaktibazioa bezalako tekniken bidez besteak beste). Horrela, adibidez, kontsulta egin
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5.2.B GRAFIKOA
ordurako erabakia hartuta dago aldez aurretik, hortaz, kontsultarako erabiltzen diren mekanismoak ditugu, inolako balio lotesle edo efektiborik erantzi gabe. Parte hartzea maila kontsultibo- deliberatiboan garatzen da hurrengo eskeman ikusten dugun harreman sarea sortuz. Argi dago, Administrazioak ematen duen erantzuna bai eta gizarte zibilak berak ematen duena gatazkaren eboluziorako garrantzia handia duela. Izan ere, sozio- ingurumen gatazkei ematen zaien erantzuna (inpositiboa, kooptaziozkoa, parte-hartzailea, e.a.) ingurumen demokraziaren eta oro har demokraziaren osasunaren inguruko adierazleak dira. Ingurumen demokraziaren sakontasuna ingurumen gatazkei ematen zaien irteera parte hartzailea den edo ez zehaztuko du. Horrela, aldagai biren arteko harremana zuzenki proportzionala dela uste dugu, Pedro Ibarra irakasleak paratzen duen demokrazia erlazionalaren oinarri teorikoetan planteatzen den bezalaxe (Ibarra, 2008), horrela, honako eskema paratzerik badugu, ingurumen demokrazia eta sozio ingurumen gatazkei ematen zaien erantzunaren artean dagoen harremana adierazten duen funtzio xinplea; Bigarren eta hirugarren irteeren artean bada azkeneko urteetan garatzen ari den stakeholder enfokea ere, honetan gatazkaren zehar interesak dituzten aktoreen ar-
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5.2.C GRAFIKOA
tean kontzentzurako dinamikak erabiltzean datza, dinamika parte hartzaile zenbait egikaritzen dira prozesu irekiak sortu gabe.
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5.2.D GRAFIKOA
Gure ustez, sozio ingurumen gatazkek sortzen duten abagune demokratikoa, prozesu- sistema honen sakontzean eragingo du soilik konfrontazioko jarrerak lagunduta eztabaida eta erabaki- hartzeko gune loteslea sortzen bada. Horretarako demokraziaren irteera zentripetoa da beharrezkoa, mekanismo eta dinamika parte hartzaileez beteriko prozesu parte hartzaileak sortuz. Takis Fotopoulos-ek dio, bere obran Towards a inclusive democracy (Cassel Continuum, 1997) demokrazia barneratzailearen etorrerarekin, gizakien portaera Naturarekiko modu arradikal batean aldatuko dela, eremu politiko, ekonomiko eta sozialean. Politikagintzan, espazio publiko berriek materialismoaren erakargarritasuna eta kontsumismoaren hutsune existentziala gutxituko dituztelako. Ekonomian, eredu konfederal berri batek, hazkunderaren logika abandonatuko du eta arlo sozialean ez-menderatzearen ethos berria ezarriko da gizakien arteko harremanetan zein Naturarekiko erlazioetan. Azkenik, demokratizaziorako bideak urratuz etnozentrismo eta fundamentalismo demokratikoaren gaixotasunak sendatu ahalko dira. Gaurko oligarkizazioaren proze-
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suen aurkako txertoak ezagutzen ditugu: Autonomia eta kontrola. Noski, eraldaketa politiko horiek ez dira erreza izango baina pentsa daitezke: Erreforma sakonak eta antolaketa politiko berriak botere harremanak berrantolatuz, praxi berriak sistema politikoan eta herri dinamiketan eraginkortasunaz batera, eduki teoriko-normatibo berriak lantzen dituztenak.
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EN LOSinvestigacin se haUNA PARTE IMPORTANTE DE NUESTROSyENSAYOS Y PROLTIMOS AOS yectos de movido dentro de un tringulo terico epistemolgico.
Si en la base de dicho tringulo se encuentran la crisis ecolgica y la crisis democrtica, en el vrtice restante hemos colocado los debates abiertos en torno a la democracia participativa para equilibrar las relaciones entre naturaleza y sociedad. En los lados del tringulo aparecen los tres conceptos principales: conicto, sostenibilidad y movimientos sociales, subrayando en este ltimo los aspectos de gnero.
RESUMEN
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En ese sentido nos interesa analizar la hiptesis segn la cual los conictos ambientales que se producen en la base de este tringulo, en determinadas condiciones y relaciones entre los actores participantes en lid (ecologistas; poblaciones afectadas; administraciones locales, regionales y estatales; empresas y asociaciones empresariales; partidos polticos; expertos, etctera) y con determinadas estructuras de oportunidad poltica pueden ser potenciadores de mecanismos y procesos democrticos. Tambin puede ocurrir lo contrario; esto es, que ante una dinmica de conicto socioambiental la respuesta relacional sea autoritaria y represiva, y cierre las puertas a los mecanismos democrticos de resolucin de conictos. Nos interesa adentrarnos en estas condiciones, en las dinmica de lo que P. Ibarra llama democracia relacional (Ibarra, 2008), esto es rgimen poltico en el que existen un conjunto de relaciones, espacios pblicos, conictivos o cooperativos entre gobernantes y gobernados que generan condiciones coyunturales o permanentes favorables a la coincidencia entre lo que los ciudadanos deciden que debe hacerse y lo que deciden los gobernantes. La democracia, a nuestro entender, rechaza la lgica de la dominacin, con lo que, en un sistema democrtico, en los debates y en la bsqueda de soluciones a las cuestiones polticas y sociales, estn stas ligadas a cuestiones de gnero o tnico-religiosas, de economa o de ecologa, no hay conocimientos ni razones previas, ni poderes, ni legitimacin per se. No hay norma que d prioridad o legitimidad especial a ningn ministro, alcalde, cura o cientco por el hecho de serlo, ya que dicha legitimacin debe contrastarse en el debate popular, en la deliberacin y en la toma libre de decisiones. Adems, en democracia se tiende al equilibrio entre el individuo y el grupo, equiparando los derechos particulares y los colectivos, organizando la autonoma y el control poltico mutuo entre instituciones y ciudadana. Si bien stos son los valores y las caractersticas ideales del sistema poltico democrtico, no podemos negar que se han teorizado diferentes modelos democrticos. Siguiendo este esquema, se puede hacer una clasicacin con cuatro modelos contrapuestos, en los que tanto la base de la democracia como las funciones del Gobierno y el papel poltico asignado a los ciudadanos son diferentes. En nuestra opinin, la democracia participativa, la repblica de ciudadanos libres, activos e iguales, es la opcin que ofrece mejores oportunidades y condiciones que los dems modelos en la apuesta para superar la actual crisis ecolgica. Sabemos que existen diferentes modelos de democracia, pero en lo que respecta a canalizar los problemas polticos, incluso los ecolgicos, optamos por el modelo de la democracia participativa como la ms adecuada para avanzar hacia la sostenibilidad y la justicia ambiental.
ESTADO POSTSOBERANOcosmopolitics (E. Balibar)REDconstelacin posnacio(F. VALLESPN), ESTADO (M. CASTELLS), ESTAdo transnacional (U. Beck), o
nal (J. Habermas) son algunas de las expresiones aparecidas en los ltimos aos, que pretenden nombrar una nueva conguracin del poder poltico. Pese a los diferentes signicados que puedan portar, pese a sus divergencias en el diagnstico de la situacin y en el esbozo del panorama emergente, existe consenso, no obstante, en torno a un fenmeno de base: a saber, la erosin de la soberana estatal. En este sentido, se ha aludido1 a la merma padecida por los Estados nacionales en su capacidad de accin (individual) frente a unos mercados nancieros liberalizados; a la socavacin de la integracin social alcanzable a travs de narrativas nacionales, dado un proceso de mestizaje sociocultural, cuya principal manifestacin la constituiran los ujos migratorios internacionales, y dado un individualismo que desatiende valores patriticos;2 y al peligro de un dcit de legitimidad del Estado social, causado por una desregula1. Vase Jrgen Habermas: La constelacin posnacional. Ensayos polticos. Paids, Barcelona, 2000 (orig. 1998): 92-107; David Held: Democracia y el nuevo orden internacional, en Rafael del guila, Fernando Vallespn, Jos Antonio de Gabriel, Elena Garca Guitin y ngel Rivero (eds.): La democracia en sus textos. Alianza, Madrid, 1998 (orig. del texto de D. Held: 1995); David Strecker y Gary S. Schaal: Die politische Theorie der Deliberation: Jrgen Habermas, en Andr Brodocz y Gary S. Schaal (eds.): Politische Theorien der Gegenwart I. Barbara Budrich, Opladen & Farmington Hills, 2006: 114-119. 2. Gilles Lipovetsky: El crepsculo de deber. La tica indolora de los nuevos tiempos democrticos. Barcelona, Anagrama, 2005 (orig. 1992): 194 y ss.
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cin econmica que sustrae recursos para el cumplimiento de las exigencias que aqul se haba impuesto. Es en este contexto en el que se ha hablado de posdemocracia,3 es decir, de la imposibilidad, por parte de las instituciones democrticas liberales, de satisfacer las exigencias normativas autoimpuestas, esto es, derivadas del concepto mismo de democracia. Ante tal desafo (y ya antes), se han dejado escuchar voces que solicitan una rearticulacin posnacional de la vida poltica; y esto en un doble sentido: 1) en el referido a una rearticulacin de la vida pblica en torno a formas de solidaridad que no fuesen las derivadas de una comunidad nacional concebida en trminos esencialistas; y 2) en el que alude a una rearticulacin de las instituciones encargadas de actualizar el ideal abstracto de democracia, de manera que la escala del autogobierno colectivo coincida, de facto, con la magnitud de los desafos que hay que encarar. En este trabajo nos ocuparemos de la primera acepcin. Al emplear el trmino posnacional, nuestro inters no ser, entonces, discutir el reforzamiento competencial de las instituciones supranacionales e internacionales actualmente existentes; ni la eventual creacin de nuevas instituciones supranacionales; ni la profundizacin democrtica de las mismas. Ms bien y esto en modo alguno pretende minusvalorar la importancia de las cuestiones precitadas lo que pretendemos es aproximarnos al vnculo simblico-afectivo que los ciudadanos mantienen con la unidad poltica. Anteponemos este problema a los restantes, no por su mayor relevancia, sino por ser lgicamente anterior a los dems. Es decir, admitimos como axioma que las instituciones democrticas, tengan la forma que tengan, sean nacionales, supra o posnacionales, requieren de una mnima cohesin social, de un cierto sentimiento de pertenencia por parte de los ciudadanos.4 En este sentido, antes de discutir cualquier aspecto de ingeniera institucional, conviene reexionar acerca de las condiciones de posibilidad de las instituciones democrticas, esto es, debatir si sera posible reconstruirlas a una nueva escala. Dadas las limitaciones de espacio de la presente comunicacin, se ha optado por centrar el tema en dos de las respuestas ms potentes que nos ofrece la actual Teora Poltica. Sern, no obstante, ledas asimtricamente. Por la fuerza y sistematicidad de sus argumentos (pese a muchos), hemos decidido conceder mayor espacio al enfoque habermasiano, que nos servir de gua a lo largo de todo el texto. Como contrapun3. Este tema se discute extensamente en Pedro Ibarra: Nacionalismo. Razn y pasin. Ariel, Barcelona, 2005. Puede consultarse, adems, Charles Taylor: Democratic exclusion (and its remedies?), en Alan C. Cairns, John C. Courtney, Peter MacKinnon, Hans J. Michelmann y David E. Smith (eds.), Citizenship, Diversity and pluralism. McGill Queens University Press, Londres, 1999. Otras dos destacables aproximaciones a este tema, centradas en el proceso de integracin europea, son: Jrgen Habermas: Es necesaria la formacin de una identidad europea? Y es posible?, en Jrgen Habermas, El Occidente escindido, Trotta, Madrid, 2006 (orig. 2004); Klaus Eder: Europes Borders. The narrative construction of the boundaries of Europe, en European Journal of Social Theory, 9(2): 255-271. 4. Jrgen Habermas, op. cit., ref. 1: 99. La concepcin de la democracia como realizacin de una particularidad nacional se situara prxima a, si no completamente dentro de, la nocin republicana de democracia, que Habermas se cuida de distinguir de su modelo deliberativo. Vase Jrgen Habermas, La Inclusin del Otro. Estudios de Teora Poltica, Paids, Barcelona, 1999 (orig. 1996): 231-246. Jrgen Habermas: Faktizitt und Geltung. Beitrge zur Diskurstheorie des Rechts und des demokratischen Rechtsstaats. Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1994 (orig. 1992): 359.
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to, hemos seleccionado la obra de Chantal Mouffe, que nos permitir poner en claro determinados aspectos del pensamiento habermasiano, adquirir nociones ciertas de la problemtica que enfrentamos y detectar futuras lneas de investigacin. Por qu abordar este tema desde la Teora Poltica? Fundamentalmente porque sta nos permite adentrarnos en espacios de reexin a los que no llega ningn estudio emprico.
I
Nuestra tesis de partida sostiene que, al pensar la posibilidad de un demos posnacional, el lsofo alemn combina exigencias de diversos tipos. Tales exigencias, segn nuestra lectura, reejan una concepcin multifactica de la ciudadana, as como un cierto realismo que se deriva del reconocimiento de los actores colectivos como condicionantes del proceso poltico y de la constitucin del demos. Veamos, a continuacin, las exigencias afectivas, utilitaristas y morales que Habermas trae a colacin para denir el contexto de posibilidad de un demos posnacional (desde la perspectiva del ciudadano individual), y el factor realista que introduce en su reexin (al atender a la dinmica propia de los actores colectivos). Podemos reconstruir la argumentacin de Habermas partiendo de su tesis de que la democracia no es la realizacin de alguna particularidad nacional,5 sino que, por el contrario, posee el sentido inclusivo de una praxis autolegislativa que incluye a todos los ciudadanos por igual. Supone, en este punto, que la formacin de una opinin pblica, idealmente en ausencia de exclusiones y de asimetras ( discursivamente estructurada,)6 permite el entendimiento entre extraos, es decir, entre personas de procedencias culturales diversas7. Lo cual es posible, gracias a que las argumentaciones apuntan per se ms all de todas las formas de vida particulares,8 lo que constituye el fundamento para sostener que el proceso democrtico es capaz de suplir las carencias de la integracin social [que debe actuar como prerrequisito del proceso democrtico] y [] articular una comn cultura poltica.9
5. Ibd. 6. En una entrevista, Habermas preguntaba a este respecto: Por qu el modelo de la comprensin hermenutica extrado de las conversaciones cotidianas, que desde Humboldt se ha desarrollado metodolgicamente a partir de la praxis de la interpretacin de textos, debera fracasar de repente al extenderla ms all de los lmites de la propia cultura, de la propia tradicin y forma de vida? Una interpretacin debe en todo caso salvar la distancia entre la precomprensin hermenutica de una y otra parte, ya sean mayores o menores las distancias culturales y espacio-temporales y las diferencias semnticas. Todas las interpretaciones son traducciones in nuce. Jrgen Habermas: El Occidente escindido, Trotta, Madrid, 2006 (orig. 2004): 25-26. 7. Jrgen Habermas: op. cit., ref. 1: 72. Vase, adems, Jrgen Habermas: Teora de la accin comunicativa, I. Racionalidad de la accin y racionalizacin social, Taurus, Madrid, 2003 (orig. 1981): 43-69. 8. Habermas: op. cit., ref. 1: 100. 9. Una identidad, personal o colectiva nunca puede consistir solo en orientaciones y caractersticas universales, morales por as decirlo, compartidas por todos. Jrgen Habermas: Identidades nacionales y posnacionales, Tecnos, Madrid, 2007 (orig. 1987): 115.
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Son varias las ideas destacables en este punto. 1) El cemento del demos posnacional es (parcialmente) un asunto de identicaciones por parte de los ciudadanos con una cultura e instituciones polticas comunes a todos los miembros de una unidad poltica; es decir, de identicaciones con una cultura e instituciones polticas construidas entre todos. 2) Se requiere, por tanto, de la participacin poltica y, en consecuencia, de una ciudadana medianamente activa, para cubrir los huecos dejados por la integracin social. Segn Habermas, solo una cultura poltica construida activamente entre todos es capaz de generar lazos de lealtad a unas instituciones comunes. 3) En tanto estamos hablando de actos de identicacin, es decir, de la realizacin de inversiones emocionales en ciertos objetos, la cultura y las instituciones polticas con las que se identiquen los ciudadanos no podrn consistir en meros ideales abstractos,10 sino que deben quedar enraizadas en una historia y en unas instituciones particulares. El mismo contenido universalista habr de ser en cada caso asumido desde el propio contexto histrico y quedar anclado en las propias formas culturales de vida.11 Se trata ste de un matiz importante, pues Habermas considera que el peligro, en este contexto, no radica tanto en que las nuevas formas de identidad que aspiran a ser posconvencionales o posnacionales (por ejemplo la europea) sean interpretadas de forma sustancialista, sino ms bien en que les falte, precisamente, sustancia.12 4) Si bien la identicacin con una cultura poltica comn puede sustituir paulatinamente a una integracin social dada actualmente en la forma de comunidades nacionales, un mnimo de cohesin social constituye, a su vez, un prerrequisito de la praxis democrtica. Signica esto, en suma, que deben existir unas condiciones de posibilidad muy precisas para la construccin de un demos posnacional o posconvencional. Es decir, no se puede partir del ms absoluto vaco, sino de los sentimientos de copertenencia ya existentes,13 para dejar que la praxis democrtica y la formacin de una opinin colectiva discursivamente estructurada descentren paulatinamente las perspectivas de los participantes hasta alcanzar, de forma progresiva, una cultura poltica comn en la que todos puedan reconocerse. Se observa, en consecuencia, que Habermas concibe la construccin de un demos posnacional como resultado de un proceso de aprendizaje colectivo, que, desde su punto de vista: 5) debe ser concebido como un logro, de manera que esa cultura poltica e instituciones comunes que la materialicen sean capaces de despertar el sentimiento de orgullo que requieren los actos de identicacin que sustentan al Patriotismo de la Constitucin. Es, sobre todo, un pasado traumtico lo que debe sentar las bases de las nuevas identidades posnacionales. Un pasado que obligue a aprender de l y a superarlo en un sentido ms universalista y tolerante. Lo cierto es que se aprende casi siempre de las experiencias negativas. Parece evidente, a este respecto, la inuencia que ha ejercido sobre Habermas la comprensin que los alemanes tienen de su propia historia.
10. Ibd., p. 118. 11. Habermas: op. cit., ref. 7: 59. 12. Habermas: op. cit., ref. 1: 99-100. 13. Para nosotros, ciudadanos de la Repblica Federal, el patriotismo de la Constitucin signica, entre otras cosas, el orgullo de haber logrado superar duraderamente el fascismo, establecer un Estado de Derecho y anclar ste en una cultura poltica que, pese a todo, es ms o menos liberal. Habermas, op. cit., ref. 10: 115-116.
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El pensamiento habermasiano da cuenta, de este modo, de la importancia que tienen los afectos y las emociones en la estructura motivacional de los ciudadanos. Los actos de identicacin con una cultura e instituciones polticas comunes pretenden garantizar la solidaridad mnima requerida para la aceptacin, por parte de los ciudadanos, de decisiones colectivas que sean juzgadas por aqullos como gravosas. En todo caso, una lectura ms claricadora de la importancia de estos actos de identicacin la encontraremos en la segunda parte de esta ponencia con la ayuda de Chantal Mouffe. El problema de la obligacin poltica, implcitamente inserto en las reexiones anteriores acerca del patriotismo constitucional, no es abordado por Habermas exclusivamente desde el ngulo de las emociones, sino que el autor apela, tambin, a consideraciones utilitaristas. Desde la perspectiva de los participantes, el estatuto de ciudadano, para permanecer como una fuente de solidaridad social, debe conservar un valor de uso.14 Y esto en un doble sentido: deben darse las condiciones necesarias para que el poder como mecanismo regulador de decisiones colectivas vinculantes15 recupere el espacio perdido ante el dinero, tambin entendido como medio de control o de intercambio,16 pues solo el poder es susceptible de ser democratizado, no el dinero.17 En un segundo sentido, el valor de uso del estatuto de ciudadano se traduce en el acceso, con l, a un cierto bienestar econmico,18 pues, para Habermas, la poltica social del Estado ha asumido una importante funcin legitimadora.19 Por tanto, el estatuto de ciudadano debe ser til, para operar como fuente de solidaridad, tanto en la dimensin input como output del proceso poltico. En el pensamiento habermasiano, ambas dimensiones aparecen, no obstante, ntimamente ligadas, mientras son concebidas como actualmente enfrentadas a un mismo fenmeno, el de la globalizacin capitalista. sta, que Habermas vincula a la subsiguiente expansin del medio dinero como mecanismo de coordinacin de las acciones, socava las posibilidades reales de una autodeterminacin colectiva mediante instituciones democrticas. En especial, se diculta o se vuelve imposible la implementacin de una poltica econmica keynesiana, lo que, a su vez, mina la capacidad del Estado para intervenir sobre el ciclo econmico y sobre el mercado de trabajo. Por otro lado, el lsofo alemn apunta que esta misma globalizacin capitalista reduce los ingresos scales del Estado, empujado, de este modo, a un desmontaje o a un deterioro del Estado social. Se dan las bases, entonces, para un crculo infernal. Dada la incapacidad de los Estados-nacin para hacer frente, aisladamente, al capital internacional y dada su incapacidad o falta de voluntad para coordinar polticas comunes en los terrenos scal, social y econmico, los gobiernos nacionales se ven cada vez ms implicados en una carrera de desregulaciones con el n de rebajar costes; carrera que conduce a obscenas ganancias y drsticas diferencias de ingresos, a un aumento
14. Habermas, op. cit., ref. 1: 103. 15. Al respecto vase Jrgen Habermas: Teora de la accin comunicativa, II. Crtica de la razn funcionalista, Taurus, Madrid, 2003 (orig. 1981): 366 y ss. 16. Habermas: op. cit., ref. 1: 105. 17. Ibd.: 107. 18. Ibd.: 104 19. Ibd.: 106.
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del paro y a la marginacin social de una poblacin pobre cada vez ms amplia.20 ste es, en suma, el panorama que Habermas tiene en mente cuando aborda el tema de la utilidad del estatuto de ciudadano; o, al menos, sta ha sido una de las lneas de argumentacin que ha empleado para aproximarse a l. A su juicio, entonces, la solidaridad del demos requiere: 1) que la praxis autolegislativa sea real y no aparezca constreida por imperativos sistmicos como los actuales, es decir, que el medio poder recupere el terreno (o parte de l) perdido ante el medio dinero; y 2) que se conserve un (considerado como) justo reparto de derechos y de posibilidades reales para su ejercicio, esto es, que se mantengan las polticas sociales, al menos aquellas que garanticen una justa distribucin de derechos y posibilidades. Apata y protesta son a juicio de Habermas las consecuencias por antonomasia derivadas de la erosin de estos dos imperativos. En un escenario tal, marcado por una profunda renuncia a conformar las relaciones sociales segn criterios polticos,21 la praxis democrtica no encontrara las condiciones de posibilidad para la conformacin de una cultura y unas instituciones polticas comunes capaces de forjar la cohesin social que, hasta ahora, ha venido garantizada por narrativas nacionalistas compartidas. La lealtad a una comunidad poltica posnacional precisara, en consecuencia, que el estatuto de ciudadano conservase su utilidad; insistamos: tanto en la dimensin input, como en la output. Cabe hacer una ltima consideracin acerca de este punto. Hasta ahora nos hemos aproximado a la doble utilidad (input y output) del estatuto de ciudadano con un enfoque, digamos, histrico o coyuntural. A saber, hemos reconstruido la visin desarrollada por Habermas acerca de las amenazas que la globalizacin capitalista trae consigo y que, por socavar la capacidad de accin poltica y los resultados de la praxis democrtica, es decir, por extender la apata y el descontento, terminan por minar las posibilidades de constitucin de una cultura poltica comn en la que todos los ciudadanos puedan reconocerse. Pero el lsofo alemn va ms all de esta consideracin, llammosla coyuntural, y establece una conexin conceptual entre las utilidades input y output del estatuto de ciudadano. El proceso democrtico debe segn Habermas garantizar un cierto bienestar y una cierta seguridad existencial (utilidad output del estatuto de ciudadano), pues de este modo crea las condiciones sociales mnimas para un ejercicio real de los derechos polticos.22 Y la praxis efectiva de una autolegislacin colectiva (utilidad input del estatuto de ciudadano), ganada gracias al empleo del medio poder como instrumento de coordinacin de las acciones, permite que autores y destinatarios del derecho coincidan entre s, lo que permite a su vez conservar la autonoma de los ciudadanos frente a los efectos no previstos de un paternalismo del Estado social.23 Consideremos, a continuacin, una tercera exigencia que segn Habermas debera cumplir un demos posnacional. Se trata, en este caso, de una exigencia de
20. Ibd.: 107. 21. Habermas: Faktizitt und Geltung, ref. 5: 156-157; Strecker und Schaal, op. cit., ref. 1: 109 y ss. 22. Habermas: La inclusin del otro, ref. 5: 256. Vase, adems, Habermas: op. cit., ref. 8: 485 y ss.; Strecker y Schaal, op. cit., ref. 1: 109 y ss.; Habermas: Faktizitt und Geltung, ref. 5: 468 y ss. 23. Habermas: La inclusin del otro, ref. 5: 66.
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tipo normativo. Si bien el lsofo alemn considera dbil la fuerza motivacional de la moral (que requiere, por tanto, de la sancin del derecho coercitivo y positivo),24 ve en ella un factor de legitimidad insustituible, al menos a largo plazo. Desde la perspectiva de los participantes, las reglas del juego democrtico no se aceptaran sin razones que adujesen la legitimidad de las mismas, lo que equivale a decir, su correccin normativa.25 Con esta tercera exigencia llegamos al punto, quiz, ms conocido de la teora habermasiana: su concepcin deliberativa de la democracia, que se desprende, a su vez, del famoso concepto de accin comunicativa. Para adquirir plena legitimidad, el proceso democrtico debe segn Habermas crear las condiciones para un espacio de discusin abierto, libre, simtrico e inclusivo, al que debe ser sensible el sistema poltico. Precisamente en la intersubjetividad del espacio pblico, institucionalizado segn los principios citados de libertad, inclusividad y simetra, y conectado a las decisiones del sistema poltico, el proceso democrtico puede presuponer la racionalidad de sus acuerdos y garantizar que stos sean aceptables para todos, incluso para ciudadanos de procedencias culturales diversas. Este argumento se apoya, evidentemente, sobre el concepto de accin comunicativa del lsofo alemn, que, a su vez, descansa sobre reexiones acerca de la pragmtica formal.26 La tesis de Habermas es, a este respecto, que la vida comunicativa lingsticamente estructurada encierra un contenido normativo, que se maniesta en las presuposiciones que, aun de modo contrafctico, deben asumir los participantes en la interaccin comunicativa.27 Como resume Klaus Eder: The decisive idea has been that the pragmatic use of language is regulated by rules implicit in language, and these rules are different from the syntactic and semantic rules identied in linguistic research. Such pragmatic rules refer to the performative aspect of a speech act, i.e. to the fact that a communicative utterance involves the generation of a relationship to some other to whom this utterance is implicitly or explicitly addressed.28 En la comunicacin humana, el empleo del lenguaje orientado al entendimiento es el modo original de uso del lenguaje, frente al cual su empleo estratgico o perlocucionario sera parasitario.29 En este modo original se dan relaciones de reconocimiento recproco30 entre los participantes, que se comprometen a defender con razones los contenidos de sus enunciados. Ser a partir del modo original de la comunicacin humana que el lsofo alemn deduzca y estilice las condiciones que debe cumplir la deliberacin pblica y, por ende, la praxis democrtica, para ser considerada legtima. Solo bajo estas condicio24. Habermas: Faktizitt und Geltung, ref. 5: 351 y ss. 25. Vase Habermas: op. cit., ref. 8: 367 y ss. 26. Vase Jrgen Habermas: Una consideracin genealgica acerca del contenido cognitivo de la moral, en Jrgen Habermas, La inclusin del otro, ref. 5: 29-78. 27. Klaus Eder: Cognitive Sociology and the Theory of Communicative Action. The Role of Communication and Language in the Making of the Social Bond, en European Journal of Social Theory, 10(3), 2007: 398. 28. Habermas: op. cit., ref. 8: 370. 29. Habermas: op. cit., ref. 1: 103. 30. Cf. Jrgen Habermas: Tiene todava alguna posibilidad la constitucionalizacin del derecho internacional?, en Jrgen Habermas: op. cit., ref. 7: 113-187.
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nes, las de una formacin discursiva de la opinin pblica, podr el proceso democrtico estabilizarse a partir de sus propios resultados y asegurar la solidaridad de los ciudadanos ms all de las tensiones desintegradoras.31 En Habermas encontramos, por tanto, un pensamiento ciertamente favorable a la rearticulacin posnacional del demos, es decir, a su rearticulacin ms all de los actuales Estados-nacin y ms all de las actuales narrativas nacionalistas. Sin embargo, su reexin aparece bien ponderada. La reconguracin posnacional del demos, segn el lsofo alemn, solo puede derivar de un proceso de aprendizaje colectivo que requiere, por su parte, ciertas condiciones de posibilidad, entretejidas entre s y que aqu hemos clasicado en tres tipos de exigencias: afectivas, utilitaristas y morales. El actual estado de cosas, en tanto no satisface plenamente tales exigencias, pone lmites a las posibilidades presentes de una rearticulacin posnacional del demos; lmites que han sido recientemente discutidos por Habermas.32 Segn este autor, lo que requiere el mundo no es una repblica federal mundial, que estara constituida de forma enteramente individualista, sino una sociedad mundial polticamente constituida, cuyos actores de referencia seran no solo los individuos, sino tambin los actores colectivos.33 Lo que Habermas dibuja es un escenario de geometra variable en el que coexistiran Estados-nacin, regmenes continentales o global players, tipo la Unin Europea (nivel transnacional), y una organizacin mundial convenientemente reformada34 (nivel supranacional). Con esta estructura, trata de alcanzar un compromiso entre la escala de los actuales problemas mundiales y, en consecuencia, de las soluciones que es necesario implementar, por un lado, y la capacidad de carga de las formas existentes de solidaridad35, por el otro. Al nivel supranacional le correspondera el aseguramiento de la paz y de la poltica de derechos humanos,36 para lo que bastara una forma laxa de solidaridad entre ciudadanos cosmopolitas, que el lsofo alemn cree encontrar en la indignacin moral unnime ante los incumplimientos evidentes de la prohibicin del uso de la fuerza y ante las masivas violaciones de los derechos humanos,37 y que se maniesta ocasionalmente en la emergencia de una esfera pblica mundial. Cita, para ilustrar esto, las movilizaciones en todo el mundo en contra de la invasin estadounidense de Irak. El nivel transnacional, en cambio, se ocupara de coordinar y congurar polticas de economa mundial y ecolgicas, tarea para la cual precisara de lazos de solidaridad interciudadanos ms robustos.38 No obstante, si bien [l]a estructura de la solidaridad ciudadana no presenta ningn obstculo para su posible ampliacin ms all de las fronteras nacionales,39 su extensin tampoco est asegurada. Es por ello que Habermas considera fundamental
31. Ibd.: 132. 32. Ibd.: 133. 33. Habermas: op. cit., ref. 4: 82. 34. Ibd.: 83. 35. Ibd.: 83. 36. Habermas: op. cit., ref. 34: 133. 37. Ibd. 38. Ibd. 39. Ibd.: 171-172.
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el xito del experimento europeo, que deber servir de modelo para otros procesos de integracin continentales. En todo caso, ntese que el propio lsofo alemn concibe este modelo como mera ilustracin de una alternativa conceptual a la repblica mundial.40 Por ello no entraremos, en este texto, en todos los detalles de la propuesta habermasiana, pero s aadiremos las siguientes dos consideraciones: 1) para Habermas, en el nivel transnacional subsistiran las relaciones internacionales,41 pero privndolas del recurso a la guerra. Es decir, en este nivel intermedio los regmenes continentales concertaran la poltica interior mundial42 mediante compromisos y juegos de poder e inuencia; presumiblemente, no por deseo de Habermas, sino como concesin realista, dado el actual estado de cosas. Lo que se persigue en este nivel es ms un equilibrio de poder, en sentido clsico, y un control recproco entre actores continentales, que la constitucin poltica de la sociedad mundial segn los principios de la democracia deliberativa; 2) segn el lsofo alemn, en la base de todo este curso se encuentra (o se debera encontrar) un proceso de aprendizaje colectivo protagonizado tanto por los ciudadanos individuales, como por los actuales Estados.
La experiencia cotidiana de las crecientes interdependencias en una sociedad mundial que se hace cada vez ms compleja modica inadvertidamente la percepcin que los Estados nacionales y sus ciudadanos tienen de s mismos. Estos actores, que en otro tiempo decidan independientemente, aprenden nuevos papeles: como participantes en las redes transnacionales se someten a las constricciones tcnicas de la cooperacin, y como miembros de las organizaciones internacionales asumen obligaciones mediante expectativas normativas y compromisos forzosos. Tampoco debemos subestimar la inuencia, capaz de transformar las consciencias, de los debates internacionales que suscita la construccin de nuevas relaciones jurdicas. Mediante la participacin en las disputas acerca de la aplicacin del nuevo derecho [] tambin los Estados nacionales aprenden a comprenderse a s mismos al mismo tiempo como miembros de comunidades polticas ms amplias.43
40. Vase Chantal Mouffe: La paradoja democrtica, Gedisa, Barcelona, 2003 (orig. 2000); Chantal Mouffe: En torno a lo poltico, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 2007 (orig. 2005); Chantal Mouffe: Politics and Passions. The stakes of democracy, Centre for the Study of Democracy, Londres, 2002; Chantal Mouffe: Deliberative Democracy or Agonistic Pluralism, Reihe Politikwissenschaft/Political Science Series, 72, 2000. 41. Sobre otros aspectos en los que la concepcin agonstica y deliberativa de la democracia se encuentran en discordia, vase John Brady: No contest? Assessing the agonistic critiques of Jrgen Habermass theory of the public sphere, en Philosophy & Social Criticism, 30(3), 2004: 331-354; Marcos Engelken-Jorge: Democracia posnacional, dos debates tericos: Habermas, Mouffe y el nacionalismo funcional, en Nmadas. Revista Crtica de Ciencias Sociales y Jurdicas, 19, 2008: 225-243. 42. Habermas: Faktizitt und Geltung, ref. 5: 364: Es [=das politische System] ist ein auf kollektiv bindende Entscheidungen spezialisiertes Teilsystem, whrend die Kommunikationsstrukturen der ffentlichkeit ein weitgespanntes Netz von Sensoren bildet, die auf den Druck gesamtgesellschaftlicher Problemlagen reagieren und einureiche Meinungen stimulieren. 43. Mouffe: En torno a lo poltico, ref. 46: 113.
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II
La obra de Chantal Mouffe se ha construido, en gran medida, en contra de la de Habermas, ya fuese en dilogo directo con el pensamiento del lsofo alemn o indirectamente, incluyendo la reexin habermasiana en una suerte de corriente terica pospoltica, en la que Mouffe tambin introduca engendros como la Tercera Va.44 Debemos admitir, no obstante, que en realidad ambos autores no se encuentran tan distanciados como pudiera parecer; al menos, como dara la impresin, si atendisemos exclusivamente a la autocomprensin de la teora de Mouffe. Su obra, y sta es la lectura que me gustara proponer de ella en esta segunda parte del texto constituye un buen resorte desde el que cuestionar, desarrollar y comprender el pensamiento habermasiano, sin salir para ello de un marco terico comprometido con la defensa y el fomento de la democracia liberal y, sobre todo, de sus valores (abstractos). En lo que sigue, tocaremos tres asuntos: 1) la insistencia de Chantal Mouffe sobre el momento de la decisin en poltica; 2) su concepcin relacional de las identidades colectivas; y 3) su diferenciacin entre el pluralismo liberal y el de la esfera internacional, aspecto que entronca claramente con su concepto de lo poltico. Esto nos ayudar a precisar cul es el papel de las identidades colectivas en el proceso democrtico (ad 1); a determinar dos futuras lneas de investigacin, relativas a dos asuntos no concluyentes en la obra de Habermas (ad 2 y ad 3); a saber, la creencia de Habermas de que es posible construir identidades colectivas posconvencionales a partir de un pasado traumtico, y su conanza en que la comn exposicin a problemas globales y la ya en marcha cooperacin internacional en instituciones inter y transnacionales vayan a promover un proceso continuado de aprendizaje colectivo; y a comprender qu es lo que encierra la vida poltica, difcilmente teorizable, que obliga a Habermas a recurrir a categoras clsicas del pensamiento poltico y extraas a la concepcin deliberativa de la democracia (ad 3) y que aparecieron al abordar el tipo de relacin (internacional) que estableceran los actores continentales entre s.45 Si bien Habermas concibe el sistema poltico como una entidad distinta de la esfera pblica,46 es indiscutible que el acento lo sita en las vas mediante las cuales
44. Mouffe: Politics and Passions, ref. 46: 5; la cursiva es ma. 45. [S]ocial objectivity is constituted through acts of power. This implies that any social objectivity is ultimately political and that it has to show the traces of exclusion, which governs its constitution. Mouffe, Deliberative democracy or agonistic pluralism, ref. 46: 13-14. Junto a las referencias bibliogrcas ofrecidas en ref. 46, puede consultarse, adems, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe: Hegemona y estrategia socialista. Hacia una radicalizacin de la democracia, Siglo XXI, Madrid, 1987 (orig. 1985); Urs Stheli: Die politische Theorie der Hegemonie: Ernesto Laclau und Chantal Mouffe, en Brodocz y Schaal, op. cit., ref. 1: 253-284. 46. sta es, por cierto, una tesis muy diferente de la defendida por Pedro Ibarra en Ibarra: op. cit., ref. 1: 39-92. Para este autor, las identidades colectivas son fuente de solidaridad que motivan a participar polticamente. La tesis que se est defendiendo en este texto es, en cambio, ms limitada: un Nosotros que se solape con el demos no es necesario como factor motivacional para la participacin poltica, sino que se requiere para aceptar las decisiones tomadas por el demos como legtimas. O expresado de un modo negativo: es necesario para que ningn grupo, miembro del demos, sea rechazado por considerarse que no es un participante legtimo (por no ser uno de Noso-
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asegurar un acoplamiento de la decisin (del sistema poltico), por un lado, y de la deliberacin (en la esfera pblica), por el otro. En Mouffe, en cambio, el nfasis se sita en otro lugar: precisamente, en la diferenciacin radical, en tanto que conceptual, entre la mera deliberacin y el momento de la decisin.47 Entender esta ltima, la decisin, in the strong sense of having to make a decision on an undecidable terrain. Podemos ignorar, en este texto al menos, el problema de si, por va de la deliberacin, se podra llegar, tericamente, a acuerdos que volviesen improductivas las consecuencias de tomar una decisin en un contexto de indecidibilidad. En la vida poltica cotidiana, tales acuerdos no se alcanzan, por lo que, a efectos prcticos, podemos tomar por buena la consecuencia que Mouffe deduce de su nfasis en la decisin como un momento de determinacin que no se sigue completamente de una deliberacin previa. Tal consecuencia es, precisamente, la posibilidad siempre presente del antagonismo. O expresado de otro modo, lo que revela el momento de la decisin es, para la politloga belga, que la poltica, incluida la democrtica, consiste en la imposicin temporal de un proyecto hegemnico frente a otros, de la defensa de unos intereses y valores frente a otros. La poltica es, en suma, la organizacin de lo social segn determinados criterios y no otros, que favorecen a unas personas y perjudican a otras. Por tanto, la cuestin central para el funcionamiento cotidiano del sistema poltico es, precisamente, que los perdedores o los perjudicados reconozcan la legitimidad de la decisin tomada, lo que implica reconocer la legitimidad de los que participaron en ella, es decir, en la conguracin de dicha decisin. Y esto introduce un matiz muy importante. El requerimiento de una identidad colectiva, de un Nosotros que funde una cierta solidaridad interciudadana, se trata de una exigencia orientada, ante todo, a garantizar que los otros miembros del demos, es decir, los otros miembros del Nosotros, sean reconocidos como legtimos coparticipantes en la toma de decisiones. Con ayuda de Mouffe, por tanto, podemos precisar nuestra lectura de Habermas: las identidades colectivas, nacionales o posnacionales, son un requerimiento indispensable de cualquier demos, para que todos sus miembros sean reconocidos como legtimos participantes en las decisiones tomadas democrticamente. El reverso de esta cuestin sera que una identidad colectiva que se solape con el demos es necesaria para que las decisiones de este ltimo sean aceptadas como legtimas y se puedan evitar las conocidas situaciones en las que se aduce la ilegitimidad de una decisin, dado que Ellos han intervenido en ella, percibindose, de esta manera, que Ellos se han entrometido en nuestros asuntos.
tros) en nuestras decisiones, en nuestros asuntos; o para que ninguna decisin sea rechazada, porque Ellos intervinieron en ella. 47. Ntese que, en Habermas, el carcter inclusivo de la esfera pblica debe reejarse, principalmente, en una institucionalizacin tal que permita a todos los interesados participar, si lo desean, en el debate pblico. Pero nada dice el lsofo alemn acerca del contenido de los argumentos que hay que emplear (a diferencia de, por ejemplo, los rawlsianos); ni puede decirlo, pues una deliberacin regida por el principio del mejor argumento y desarrollada por los participantes en una actitud orientada al entendimiento no exige que todos los argumentos sean aceptados ni considerados oportunos, pues ante toda comunicacin cabe posicionarse con un s o un no. Una interesante discusin al respecto puede consultarse en la revista Berliner Debate INITIAL, 13(5/6), 2002. Mencin especial merece el artculo de Klaus Eder y Cathleen Kantner, Interdiskursivitt in der europischen ffentlichkeit, en Ibd.: 79-88.
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Esta precisin que hacemos con la ayuda de Mouffe es relevante: signica que la identidad colectiva, nacional o posnacional, que sostenga al demos debe promover el reconocimiento de los conciudadanos como legtimos codecisores; las prcticas deliberativas coadyuvan a formar esta identidad colectiva, hasta cierto punto la requieren como condicin de posibilidad y puede que tambin la reejen, pero no son su indicador por excelencia ni su n ltimo. Creo que el no considerar esta conclusin es la razn no siempre declarada (o una de ellas) por la cual se ha tendido, en el estudio de la esfera pblica europea, a proyectar sobre ella (sobre la esfera pblica europea) exigencias cuyo cumplimiento sera dudoso incluso a escala nacional. Es decir, se ha exigido, para determinar si existe o no tal esfera pblica europea, que los argumentos aducidos por los ciudadanos europeos mostrasen algo as como un sentimiento de pertenencia comn (Gemeinsinn); cuando, con ayuda de Mouffe, podemos determinar que el prerrequisito de una identidad colectiva que sostenga al demos se reere, ante todo, a la aceptacin de los conciudadanos como legtimos codecisores. Adems, una proyeccin como la precitada, que podra parecer normativamente deseable (si bien personalmente no estoy seguro de ello), exigira un concepto de comunicacin distinto del que ha elaborado la teora deliberativa. Conviene prestar atencin a otro aspecto del pensamiento de Mouffe; a saber, la conocida insistencia de la politloga belga en el carcter relacional de toda identidad colectiva. Segn la autora, toda identidad requiere un exterior constitutivo; un aspecto que, si bien no formulado en estos trminos, s aparece en Habermas. Para l, las identidades posconvencionales se construiran a partir de la reelaboracin de un pasado traumtico, que actuara, entonces, como exterior constitutivo. La comn solidaridad de los ciudadanos cosmopolitas surgira, segn el lsofo alemn, de la indignacin ante ciertas agresiones blicas y/o violaciones de derechos humanos; ambos aspectos, agresiones blicas y violaciones de derechos humanos, actuaran, en consecuencia, como el exterior constitutivo del Nosotros cosmopolita. Hasta una fecha relativamente reciente, el argumento de Mouffe haba sido poco consistente: del axioma lgico de que toda identidad requiere un exterior constitutivo, deduca que tal exterior deba ser otra identidad colectiva, otro grupo humano, sin percatarse de otras posibilidades explotadas por Habermas (por ejemplo, el recurso al propio pasado como exterior constitutivo de la identidad presente). En En torno a lo poltico,48 la estrategia argumentativa de Mouffe cambia. Ya no (o no solamente) plantear como una exigencia lgica que el exterior constitutivo de una identidad colectiva sea otro grupo humano, sino que aducir, recurriendo a Freud, argumentos de naturaleza antropolgica: todo grupo necesita a otro (o a otros individuos) a los que manifestar su agresividad.49 Por tanto, ya no podemos defender a Habermas de la crtica de Mouffe arguyendo la inconsistencia lgica del primer argumento de la au48. Op. cit., ref. 46: 32-36. 49. Ya antes, en La paradoja democrtica (op. cit., ref. 46: 51 y ss.), por ejemplo, Mouffe haba dado muestras de aproximarse, con ayuda de Carl Schmitt, a argumentos acerca de la naturaleza del ser humano. Sin embargo, este salto desde una argumentacin estrictamente lgica, que extrapolaba consideraciones de la losofa del lenguaje a la reexin acerca de las identidades colectivas a otra antropolgica, no se ha mostrado claramente hasta la publicacin de En torno a lo poltico (op. cit., ref. 46).
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tora belga, sino que el pensamiento de sta nos plantea un reto de mayor calado. Este nuevo argumento de Mouffe, en caso de ser cierto, no afectara sustancialmente a la actual propuesta habermasiana de una sociedad mundial polticamente constituida (que, por cierto, no dista tanto la propuesta de Mouffe de un orden multipolar).50 Pero s supondra la jacin de unos lmites al proyecto cosmopolita, en especial a la posibilidad de una mayor integracin supranacional y a la esperanza de que se entablen, a la larga, relaciones cooperativas intersujetos-continentales. Pues para Mouffe, el orden poltico, en este caso el internacional, debe permitir se maniesten que el conicto y la agresividad inherente al ser humano: el conicto y no la cooperacin debera ser la regla entre las potencias continentales. A su juicio, Habermas peca de iluso con su idealismo. Este nuevo argumento de Mouffe, ledo en el marco de la propuesta habermasiana, sugiere que el proyecto cosmopolita de Habermas precisa actualmente de una nueva lnea de investigacin, si quiere resultar convincente. Precisamente una que determine si, como sostiene el lsofo alemn, una identidad colectiva puede ser fruto de la reelaboracin de un pasado traumtico y si dicha identidad puede sostenerse tomando su propio pasado como exterior constitutivo; o si, como deende la politloga belga, todo Nosotros requiere forzosamente de un Ellos, de otro grupo humano, cuya exclusin representara justamente la condicin de posibilidad del Nosotros, y al que necesitaramos como objeto de nuestra hostilidad y agresividad. Solo una respuesta a este interrogante, que vendr dada por la investigacin emprica, podr ayudarnos a denir lo que podemos exigirle, cabalmente, al proyecto cosmopolita. Esto nos conduce, nalmente, a un tercer aspecto del pensamiento de Chantal Mouffe, que nos ayudar a comprender por qu Habermas se ve forzado, en un gesto realista, a introducir categoras conceptuales clsicas y ciertamente extraas al marco deliberativo en su propuesta cosmopolita; precisamente estas categoras realistas apuntan a un fenmeno, el de la irracional autoarmacin colectiva, que despierta dudas sobre la plausibilidad del proyecto habermasiano y obliga, en consecuencia, a abrir una segunda lnea de investigacin. El lsofo alemn cree encontrar en ciertos procesos de cambio social una conrmacin de que algo as como un patriotismo constitucional es posible e, incluso, de que ste ya es parcialmente una realidad. Seala bsicamente dos fenmenos: 1) actualmente, los conictos de intereses tienden a ser tratados a la luz de principios de justicia, en lugar de apelar al destino de la nacin;51 y 2) sostiene que ya no ocupa el primer plano la autoarmacin del colectivo hacia el exterior, sino la preservacin de un orden liberal en el interior, esto es, ya no prima la conciencia nacional, que cristaliza en torno a un Estado, en cuya conguracin el pueblo mismo puede verse reejado como un agente con capacidad de accin colectiva.52 Para Habermas, la orientacin por la Constitucin est sustituyendo paulatinamente a la identicacin con el Estado53 y, en suma, a la identicacin nacional.
50. Mouffe: En torno a lo poltico, ref. 46: 97 y ss. 51. Habermas: op. cit., ref. 7: 80. 52. Ibd.: 81. 53. Mouffe: En torno a lo poltico, ref. 46: 131-132.
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Chantal Mouffe, quien no entra expresamente a discutir estas tendencias, se contenta con remarcar que an persisten formas convencionales de identidad colectiva. Para ella, el pluralismo de la esfera internacional es radicalmente distinto del pluralismo liberal,54 precisamente porque en la esfera internacional perviven formas de identicacin convencionales, es decir, identidades nacionales en las que s ocupa el primer plano la autoarmacin del colectivo hacia el exterior. Para comprender la diferencia entre el pluralismo de la esfera internacional y el pluralismo liberal debemos atender, en lo que sigue, a la concepcin ontolgica de lo poltico que evoca Mouffe.55 Dicho concepto, el de lo poltico, que la politloga belga desarrolla a partir de la obra de Carl Schmitt, trata de aprehender un aspecto que, por su carcter irracional o existencialista,56 se nos aparece como una veleidad, como un fenmeno antojadizo.57 Nos referimos a los actos de nuda autoarmacin58 que una identidad colectiva protagoniza frente a otros grupos, un acto de impenetrable irracionalidad. Por tanto, si el pluralismo liberal ya aparece domesticado por encontrarse dentro de ciertos valores (liberales) comunes y, en consecuencia, por poseer un marco comn (liberal) al que apelar a la hora de dirimir sus diferencias, la esfera internacional, por carecer de dicho marco, muestra en toda su brutalidad lo poltico, la realidad de la nuda autoarmacin colectiva. El reconocimiento de este momento de impenetrable e irracional autoarmacin colectiva es lo que lleva a Mouffe a postular que la poltica es, ante todo, disputa,59 voluntad de poder y guerra entre las partes. Volviendo entonces a Habermas, la lectura que propone esta comunicacin es, en consecuencia, que la reintroduccin de categoras conceptuales clsicas y extraas al modelo deliberativo responde al reconocimiento, por parte del lsofo alemn, del fenmeno de la nuda autoarmacin colectiva. Su asercin de que en el mbito transnacional de su proyecto cosmopolita persistiran relaciones inter-nacionales, regidas por juegos de poder e inuencia, constituye la admisin de que en este mbito cada uno sera juez de s mismo y, por tanto, que lo que primara en l sera la autoarmacin, la disputa, aunque supuestamente contenida dentro de unos lmites. Esto, ciertamente, no tiene por qu invalidar el proyecto cosmopolita habermasiano puede ser ledo, sin forzar mucho las cosas, como un enriquecimiento del mismo pero s que cuestiona un aspecto esencial de este proyecto o, al menos, le obliga a aportar pruebas adicionales si quiere resultar plausible. A la luz de esta irracional autoarmacin por parte de identidades colectivas convencionales, la idea de un proceso de aprendizaje protagonizado por ciudadanos individuales y por Estados, orientado hacia una mayor cooperacin y animado por la experiencia cotidiana de
54. Ibd.: 16. 55. Habermas, op. cit., ref. 7: 184. 56. El cuento Gemeinschaft, de Franz Kafka, reeja perfectamente este punto. 57. Mouffe, En torno a lo poltico, ref. 46: 57. El trmino proviene de una cita de Perry Anderson. 58. Es evidente que es la imagen de la guerra, de la lucha descarnada, la que inspira la interpretacin que Mouffe propone, basndose en Elias Canetti, del papel de las elecciones en democracia. Vase Ibd.: 28-30. 59. Este argumento est desarrollado en mi libro Crack Capitalism, Agrietar al Capitalismo (Pluto Press, Londres, 2010; Herramienta, Buenos Aires, 2010).
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crecientes interdependencias, no resulta admisible sin mayor precisin y evidencia emprica. sta sera, por tanto, la segunda lnea de investigacin que la lectura de Mouffe impulsara a abrir para desarrollar el proyecto cosmopolita habermasiano. Es decir, si leemos que la imposibilidad que observa Habermas actualmente de eliminar todo espacio a los juegos de poder e inuencia constituye un reconocimiento implcito de esa dimensin de la convivencia humana que Mouffe se empea en subrayar, a saber, la dimensin de la nuda autoarmacin colectiva, entonces el proyecto cosmopolita habermasiano est en la obligacin de precisar, si quiere resultar plausible, por qu la experiencia cotidiana de crecientes interdependencias iniciar, a costa de la dimensin conictiva de la coexistencia de actores colectivos, un proceso de aprendizaje encaminado a la cooperacin; y por qu dichos actores colectivos renunciarn al recurso de la guerra como mecanismo de poder.
7 Unas breves reflexiones finales: el pensamiento crtico y la crisis del trabajo abstracto
John Holloway
1. El pensamiento crtico solo puede signicar pensamiento comunista, el pensamiento de un comunismo posible, un comunismo que todava no existe y por lo tanto existe todava no. 2. La sola denuncia del capitalismo no es pensamiento crtico. Puede ser que sea crtico, pero requiere poco pensamiento, ya que es perfectamente obvio que el capitalismo es una catstrofe para la humanidad. 3. El pensamiento socialista no es crtico porque sigue girando alrededor del Estado. Busca mejorar el capitalismo, pero da por sentado que tenemos que seguir produciendo cada da un sistema que est destruyendo a la humanidad. 4. El pensamiento crtico se tiene que entender, entonces, como pensamiento comunista, pensamiento de un mundo que todava no existe y existe todava no. Crtico, porque el punto de partida es: No, ya no vamos a seguir creando el capitalismo. Pensamiento, porque no tenemos ninguna respuesta, no sabemos qu es el comunismo, solamente que se tiene que entender como un proceso de creacin prctica y terica. 5. Dnde buscamos este mundo que existe todava no? En las grietas, las suras, los espacios y los momentos en los cuales rompemos el tejido de la dominacin capitalista, diciendo: No! Aqu no! Aqu no manda el capital, aqu vamos a crear otra cosa, vamos a hacer lo que a nosotros nos parece necesario o deseable. El comunismo existe ya como innidad de comunismos, de procesos de comunicacin, en los levantamientos y en las rebeldas que son parte integral de la vida cotidiana. 6. Estas grietas son grietas en el costado de un volcn. Tienen una fuerza explosiva que es difcil entender sin vivirla, pero que tuve el privilegio de ver en la comunidad zapatista de Oventic hace unas semanas. Qu es esta fuerza? a) Es la fuerza de otro hacer, de un hacer que empuja hacia la autodeterminacin. Es un movimiento de creacin que va contra-y-ms-all, la negacin del poder-sobre
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del capital, la armacin del poder-hacer de la gente. No a la lgica del capital, no al mando del Estado, aqu manda el pueblo. Es la revuelta contra el trabajo abstracto, enajenado del capitalismo, el desatar del hacer creativo, lisiado por supuesto por su subordinacin al trabajo alienado, pero todava con una fuerza sorprendente. Es el retorno de lo reprimido, daado pero no aniquilado. b) Es la fuerza de otro hacedor. El desatar del hacer es el desatar del hacedor, la creacin de otra subjetividad. En este caso fue impresionante ver la nueva generacin de zapatistas, con un compromiso y una creatividad extraordinaria, y una conciencia de la responsabilidad que implica crear un mundo nuevo. La creacin de otro mundo es la creacin de una nosotras nueva, un proceso que pasa por la construccin paciente de la palabra comn. El mandar obedeciendo es la superacin de la escisin entre lo poltico y lo social, la integracin y reintegracin constante de las Juntas de Buen Gobierno dentro de la comunidad misma, la abolicin del Estado. c) Es la fuerza de otra lgica. Con el desatar del hacer y del hacedor se desata tambin otro tiempo, otro espacio, otra racionalidad. El tiempo es el tiempo de urgencia y de paciencia, la combinacin de Ya basta! con el Caminamos, no corremos, porque vamos muy lejos. Es la necesidad de romper aqu y ahora, junto con la realizacin de que la construccin de otro mundo es un camino difcil que se hace al andar. El espacio es el espacio de cambiar el mundo cambiando la comunidad, el espacio de la inspiracin que corre brincando de un centro de transgresin a otro. Es la lgica de la antiidentidad, en la cual no existe una palabra para enemigo, en la cual el enemigo es el capital, es decir una forma enajenada de hacer las cosas. Es una lgica de creacin y de experimentacin. El camino no solo se hace al andar, se hace preguntando. 7. La fuerza de las grietas es la fuerza volcnica de la revuelta del hacer contra el trabajo. Es la fuerza de la crisis del trabajo abstracto o enajenado. Es por eso que los zapatistas son tan importantes. Articulan en su prctica y en sus comunicados un fenmeno que es mundial: la crisis del trabajo abstracto. 8. Ha habido un cambio radical en la naturaleza de la lucha de clases en los ltimos cuarenta aos. Las viejas teora y prctica de la lucha anticapitalista tenan como idea central la lucha del trabajo contra el capital. Esta idea es comn al movimiento obrero, los sindicatos, los partidos socialdemcratas y los partidos revolucionarios. El problema es que, a pesar de las apariencias, la lucha del trabajo contra el capital est encerrada dentro del capitalismo porque su fundamento es el trabajo que crea el capital. Esto se reeja en las teoras del movimiento obrero que toman las categoras del pensamiento burgus como su base indiscutida. El ncleo de la crtica marxista, es decir la crtica al fetichismo y del carcter doble del trabajo, desaparece de la tradicin marxista. A partir de la dcada de 1960 se da una crisis cada vez mayor del movimiento obrero. Crece la percepcin de que la lucha contra el capital es la lucha contra el trabajo que produce el capital. La lucha contra el trabajo no signica que simplemente nos quedamos en la cama (aunque puede incluir eso), sino que luchamos aqu y ahora por otro hacer. Esto signica un milln de negaciones, un milln de otro-haceres, un milln de erupciones, suras, grietas, un milln de revueltas del hacer contra el
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trabajo. Signica la escisin explosiva de lo que Marx sealaba la clave para entender el capitalismo, el carcter doble del trabajo. 1 Este cambio radical en la lucha anticapitalista abre un mundo de debates, de preguntas, de dudas y de locuras. Estos debates se desarrollan en gran parte fuera de las universidades. Muchas veces el papel de stas ha sido de frenar esos debates, de encerrar las nuevas luchas dentro de los viejos esquemas de pensamiento. Por eso la importancia de este coloquio, como rotura de las paredes universitarias. Preguntando caminamos.
1. Este argumento est desarrollado en mi libro Crack Capitalism, Agrietar al Capitalismo (Pluto Press, Londres, 2010; Herramienta, Buenos Aires, 2010).
EHay ms naciones sin Estado ENFRENTA UNA PARADOJA DESCONCERTANTE: L MUNDO CONTEMPORNEO que Estados-nacin y, sin embargo, el paradigma
dominante en las Naciones Unidas y en la comunidad internacional para la realizacin de la autodeterminacin nacional es la creacin de Estados-nacin. Dependiendo del criterio usado para clasicarlos, hay por lo menos unos 7.000 grupos tnicos y unas 2.500 naciones actuales o potenciales en el mundo contemporneo. stas habitan los 192 Estados-nacin representados en la ONU. Claramente la diversidad cultural es la norma, no la excepcin. La falacia es que designamos falsamente Estados-naciones a los Estados contemporneos, cuando la inmensa mayora no lo son. El Estado nacional homogneo se ha revelado como un espejismo. La ilusin liberal que las reivindicaciones nacionales pueden ser plenamente avaladas en Estados de derecho que garantizan libertades individuales se ha revelado como una quimera. Aun lsofos polticos liberales como Tamir o Kymlicka, aceptan que el Estado de derecho liberal democrtico puede violar los derechos comunitarios o nacionales de los grupos minoritarios sin por ello violar los derechos individuales de sus componentes. No hace falta ir ms lejos que observar la difcil reconciliacin entre la proteccin de la lengua francesa en Quebec, y el canto de sirena de los liberales canadienses que acusan a los quebequenses a violar los derechos humanos por querer proteger su lengua en un mundo anglfono. Un segundo ejemplo es an ms signicativo. Los grupos indgenas ven sus derechos colectivos avasallados por las democracias liberales poscoloniales. Parafraseando a Rudolf Bahro, en los Estados nacionales realmente existentes la idea del Estado personicado en la Nacin, es una fantasa peligrosa porque crea la ilusin de una unidad cultural cuando sta no existe.
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No hay que olvidar que la expulsin o la asimilacin forzada de colectividades denidas por su origen tnico-nacional (raza, idioma, religin, cultura, etctera), ha sido histricamente el principal instrumento para la creacin del Estado-nacin moderno. La expulsin o la asimilacin aseguraron la homogeneidad territorial. El socilogo Michael Mann, en su libro El lado oscuro de la democracia: Cmo explicar la limpieza tnica, nos dice que cuando el demos se involucra con la etnia y dos o ms naciones rivales reclaman su propio Estado en el mismo territorio, se crean las condiciones para la limpieza tnica. Este sndrome amenazante se remonta en sus orgenes hasta las consecuencias inmediatas de la Revolucin Francesa, cuando los diputados jacobinos Barre y Grgoire publicaron un impreso titulado Sur la ncessit et les moyens danantir les patois et duniversaliser lusage de la langue franaise [En cuanto a la necesidad y los medios para destruir los dialectos (patois) y universalizar el uso de la lengua francesa] y el 8 pluvise del ao II (27/1/1794) Barre arm en la Asamblea Nacional: Le fdralisme et la superstition parlent bas-breton; lmigration et la haine de la Rpublique parlent allemand; la contre-rvolution parle litalien, et le fanatisme parle le basque. Brisons ces instruments de dommage et derreur [El federalismo y la supersticin hablan el bajo bretn; la emigracin y el odio de la Repblica hablan alemn; la contrarrevolucin habla italiano, y el fanatismo habla vasco. Vamos a romper estos instrumentos de dao y de error]. Recordemos adems que John Stuart Mill, el fundador de la corriente de pensamiento liberal, estableci el tono del debate liberal cuando arm que: Las instituciones libres son casi imposible en un pas compuesto de diferentes nacionalidades [...]. Entre las personas sin sentimiento comn, sobre todo si hablan distintos idiomas, la opinin pblica necesaria para el funcionamiento del Gobierno representativo no puede existir (J. S. Mill. 1862/1976 Consideraciones sobre el Gobierno representativo). Sin embargo, entre los Estados representados en la ONU, entre aquellos que tienen ms de medio milln de habitantes, los Estados nacin propiamente dichos se pueden contar con los dedos de una mano. Quiz, Polonia, las dos Coreas, Portugal, en parte, y no muchos ms. En nuestro mundo globalizado, la mayora de las comunidades nacionales sin Estado no pueden ser quirrgicamente aisladas unas de otras para constituir Estados separados, debido a que residen en territorios mezclados. La difcil situacin de las naciones indgenas y de las naciones sin Estado en Europa demuestra claramente este problema. Las democracias capitalistas liberales se ven atrapadas en un callejn sin salida, ya que el liberalismo doctrinario impide que se cristalicen las formas de derechos colectivos, mientras que en el modelo republicano, la soberana nacional debe ser una e indivisible. En la dcada de 1960 se hablaba del nacionalismo cvico como la panacea para contrarrestar los excesos del nacionalismo tnico. Sin embargo, este camino qued desacreditado, ya que no existen nacionalismos puramente cvicos o puramente tnicos, sino que todos los nacionalismos se ubican en un continuo entre estos dos polos.
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Todos los nacionalismos cvicos tienen algo de tnico y todos los nacionalismos tnicos tienen algo de cvico. La dicotoma nacionalismos cvicos o tnicos es inexistente. No es posible establecer una lnea divisoria clara entre la etnia y la nacin. Todas las naciones tienen elementos tnicos y todas las etnias tienen la potencialidad de convertirse en naciones. En general, considero que una nacin est ms concentrada y es ms politizada. Pero hay tambin etnias politizadas y concentradas. Ir ms all de esto implica establecer diferencias conceptuales que no siempre pueden validarse de forma emprica. Histricamente, sectores de izquierda sofocados por una sobredosis de universalismo denan al nacionalismo como una ideologa intrnsecamente reaccionaria. Esta falacia le sali cara a la izquierda, puesto permiti a las ideologas ms reaccionarias monopolizar el discurso nacionalista. La prdida para la izquierda ha sido cuantiosa. En mi opinin, los nacionalismos y las culturas nacionales no son intrnsecamente de derechas ni de izquierdas, sino terrenos sobre los cuales se establece la contienda poltica. Incumbe a los movimientos progresistas conquistar hegemnicamente (en el sentido gramsciano de la palabra) las arenas nacionales, e interpretar de una manera progresista la historia, la cultura y los smbolos de las etnias y las naciones. Fidel Castro y Miquis Theodorakis fueron en su momento nacionalistas de izquierdas, ya que tomaron los smbolos y las memorias tnicas que son parte de todo discurso nacionalista, y los interpretaron desde una perspectiva progresista. Los smbolos y las memorias de la nacin son las materias primas sobre las cuales un nacionalismo progresista desarma a sus enemigos y se asegura el apoyo popular. El universalismo craso de la revolucin francesa equipar igualdad con el ser idntico, sin entender que esa igualdad abstracta violentaba la diferencia cultural, que es una caracterstica intrnseca del gnero humano. El mundo es plural en lo que respecta a las lenguas o las culturas, nos guste o no. Para llegar a la igualdad poltica y econmica que es la meta de todo movimiento progresista, tenemos que reconocer y aprender a respetar las diferencias culturales, y saber contraer los compromisos polticos que esto acarrea. De lo contrario caemos en la imposicin de una cultura con otra. Cuando esta asimilacin no es voluntaria, sino el resultado de un universalismo doctrinario, la resistencia es fuerte, y la alineacin y la ofensa, grande. Es muy difcil calmar el dolor y cicatrizar la herida dejada por la falta de reconocimiento identitaria.
GLOBALIZACIN
Pero el proceso de globalizacin tiene un impacto inesperado en la hegemona de los Estados-nacin. Al debilitarse las instituciones del Estado-nacin en un mundo globalizado, se inicia un proceso de deconstruccin en la relacin entre nacin y Estado, que logra que algunas naciones puedan gozar de ciertos parmetros de autonoma territorial sin secesin. En ese momento, y contrariamente a los postulados del republicanismo jacobino y las falacias de John Stuart Mill, se comienza a vislumbrar
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la posibilidad de que en un mismo Estado la soberana nacional sea divisible y que se hablen varias lenguas. Las autonomas de Catalua, Quebec y el Pas Vasco muestran el camino y las posibilidades y desafos del proceso de autodeterminacin de las naciones, sin que por ello se caiga en la secesin y la construccin de Estados nacionales separados. Los conictos entre naciones son exacerbados, sin embargo, en las zonas de residencia mixta. Tanto en los Balcanes como en Israel-Palestina, la autodeterminacin territorial agrava los problemas. Los pueblos indgenas comenzaron a exigir nuevas formas de autodeterminacin. Estos pueblos, generalmente no demandan ni estn en condiciones de establecer Estados nacionales separados. Los pueblos indgenas son sin duda las victimas ms evidentes de la rapia del colonialismo y de los estado poscoloniales. Al mismo tiempo, los pueblos indgenas, al enfrentar la violenta intrusin en sus tierras ancestrales una intrusin genocida que los ha convertido en minoras dispersas en su propio terruo su demanda no es de independencia, que por cierto bien se la merecen, sino la autonoma nacional y el reconocimiento pblico de su modo de vida. Para los pueblos indgenas, un territorio sagrado, una antigua patria, un territorio afn, lo que Anthony Smith llama ethnoscapes, es un ingrediente crucial en su sentido de nacin y en su demanda autodeterminacin. Sin embargo, esta demanda no requiere del control soberano sobre sus territorios sagrados, ni la creacin de un Estado nacin exclusivo.
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dad signica el reconocimiento de la diversidad, tanto de forma individual como colectiva. En esto, el nacionalismo de las minoras nacionales y el multiculturalismo expresan coincidencias y marchan por vas paralelas. El multiculturalismo no es causa de la inmigracin. La opresin cultural de las minoras es una caracterstica del Estadonacin y es experimentada tambin por las naciones minoritarias. El multiculturalismo se convirti, sin embargo, en una idea estrechamente vinculada con la necesidad de acomodar a los inmigrantes y sus culturas a la globalizacin. Al igual que el nacionalismo, el multiculturalismo tiene formas y maneras diversas, y es casi imposible encontrar una denicin consensual. Al mismo tiempo, el multiculturalismo, como el nacionalismo, no pertenece ni a la izquierda ni a la derecha. Es en s un terreno en el que se maniesta la puja entre ideologas. El universalismo identitario se maniesta en las dimensiones legales y constitucionales de los Estados-nacin liberales. El multiculturalismo rompe esa universalidad abstracta y demanda un Estado de derecho basado en el reconocimiento legal de las diferencias culturales. Ejemplos: Turbante sij en motos y en las obras de construccin. Kirpan (daga ritual de los sijs) en escuelas, aviones y aeropuertos. Hijab (velo de la mujer) en lugares pblicos. Hay interpretaciones del multiculturalismo conservadoras como tambin las hay progresistas. Sin embargo, el debate contemporneo del multiculturalismo se centra en la teora liberal, y crea un espacio hegemnico dominado por patrones individualistas liberales que deslegitiman intervenciones desde la izquierda. Esto representa una claudicacin inesperada por parte de la izquierda socialista, ya que histricamente sta tuvo modelos y teoras de reconocimiento de la diferencia. Enfatizaban el reconocimiento de la diversidad, tanto de forma individual como colectiva, mucho antes de la emergencia del multiculturalismo.
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El Estado multinacional es, entonces, una manifestacin combinada de los derechos colectivos e individuales de los ciudadanos y las etnias que lo componen. En esto, la superioridad del modelo de autonoma cultural nacional sobre el universalismo jacobino es evidente, como as tambin la superioridad del modelo de autonoma nacional cultural frente a las deniciones identitarias liberales que no pueden escapar a una visin individualista que esconde a la tirana de la mayora. Si bien el modelo en su origen obedeca a las circunstancias del imperio austrohngaro, pero las ideas son muy similares a los retos presentados al universalismo abstracto por el multiculturalismo y el nacionalismo de las naciones sin Estado. Me pregunto por qu este modelo que presenta una sosticacin conceptual superior al multiculturalismo liberal ha sido olvidado cuando la hegemona del multiculturalismo y el nacionalismo minoritario liberal impiden, por sus lmites ideolgicos, la conceptualizacin de los derechos colectivos en los estados plurinacionales? He aqu un reto a la izquierda socialista: Por qu tomar una posicin subordinada cuando se tienen los elementos conceptuales para presentar alternativas ms apropiadas a la coyuntura actual?
CONCLUSIN
En conclusin, creo haber argumentado que el universalismo abstracto jacobino y el liberalismo procedimental, que reconoce el derecho de las personas y no de las comunidades culturales, no responden a las necesidades del mundo globalizado. La creciente autonoma de las naciones sin Estado y el desarrollo paralelo del multiculturalismo presentan una alternativa al modelo opresivo del Estado-nacin. El pensamiento socialista tuvo en el modelo de autonoma cultural nacional una respuesta a estos problemas, una respuesta que la tradicin socialista contempornea ha olvidado, permitiendo la hegemona liberal cuando sta no puede responder a todos los desafos. El socialismo tendra, en una adaptacin del modelo de autonoma nacional cultural a las circunstancias del siglo xxi, una respuesta ms sosticada a la necesidad de integracin de naciones y comunidades tnicas a los Estados plurinacionales contemporneos.
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mugimenduak identitate etnikoa politizatu zuen 1994an; mugimendu gaylesbikoak 70-80 hamarkadan; euskal nortasunak XIX. mende bukaeran forma politiko-modernoa eman nahi izan zion bere aldeko defentsari (abertzaletasunaren sorrera). d) Pertenentzia zirkulu ugaritan esku hartzeak ez du zertan nortasun indibiduala ahuldu, kontrakoa baizik (zenbat eta pertenentzia gehiago orduan eta konbinazio errepikaezinagoa). e) Globalizazioarekin, zentzu-mundu horiek problematizatuak dira, prekarioagoak eta aldakorragoak dira, batez ere gune urbanoetan (aurrerago sakonduko dugu). Identitate kolektiboak giza esperientziaren muin-muinean ditugu, horien bidez funtsezkoak zaizkigun beharrak asetzen baititugu: geure buruak denitzen ditugu; pertenentzia eta konpromiso lokarriak garatzen ditugu; geure ekintzak orientatzen ditugu; geure eguneroko praktikari eta bizitzari zentzua atxiki ohi diegu. Beraz, nortasun kolektiboetan esku hartzeak garenaren muina marrazten du ikuspegi askotatik: Material kognitiboz hornitzen gaitu (helburuak, dotrina, ideologia, programa, historia, memoria). Atxikimendu emozionalak ere mugiarazten ditu. Ekintza autonomorako gaitasuna ekar dezake (auto-zentramendua, subjektu beregaina). Beste aktoreekiko diferentzia dakar (oposizioz eraiki ohi dira). Besteen aitortza soziala lortzen da (eremu publikoan nor izanik). Eta, azkenik, elkarrekintzarako eta komunikaziorako eremuak dira. Beraz, norbaitek zalantzarik balu: identitateez jardutea, giza esperientziaren muinaz jardutea da.
Identitatea denitzeko molde horrek agerian uzten du identitatearen eta kulturaren arteko harreman estua. Identitatea, eskuragarri dauden bitarteko kulturalekin eraiki ohi den produktua denez, kultura tradizionalak identitate tradizionalak sortu ditu, kultura modernoak identitate molde modernoak, eta kultura posmodernoak
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identitate posmodernoak sortuko ditu. Zein da, bada, kultura posmoderno deiturikoaren esentzia? Galdera konplexua bada ere, aurreratuko dugu ondoko ezaugarria muinean duela: kultura posmodernoa kultura zatikatua da, fragmentatua. Ondorioz, gaurko norgintza prozesuaren ezaugarri nagusia zera da: hautatzeko aukera ugari ditugu gaurko norbanakook. Bizi-estiloen gaineko preferentziek ordezkatu dituzte klase sozialak eta bestelako txoko kolektibo batzuek ezarritako gustuak, hautuak, portaerak eta biziorientazioak. Ikuspegi horretatik, identitate posmodernoa kultura posmoderno zatikatuaren luzapen naturala litzateke. Jen Szks izeneko historiagile hungariarrak dio galdera hori berori 1300-1500 urte bitartean Frantzian edo Hungarian egin izan balitz, erantzuna honen antzekoa zatekeela:
Lehenbizi, Erromako Eliza Santukoa da bat; bigarrenik, jauntxo feudalen baten menpekoa, bretoia edo Zala kontatukoa [gaurko Hungariako lurraldea]; hirugarrenik, zalduna, hiritarra edo nekazaria; laugarrenik, frantses edo hungariar koroaren menpekoa; eta, soilik azken buruan, hungariarra edo frantsesa (azken honek soilik balioko luke, gainera, Frantziako Iparralderako).
Irakurketa historiko horren arabera, sasoi horretako eraikin identitarioan osagai hauek leudeke, hurrenez hurren: erlijioa; erregioa/herria (seguruenera, baita hizkuntza ere); posizio soziala; koroa; nazioa (azken hau, beharbada). Ostera, galdera bera XIX. mendean egin izan bagenu:
Lehenbizi, norbanakoa frantsesa da (edo hungariarra); bigarrenik, katolikoa edo protestantea, ezkerrekoa ala eskumakoa; hirugarrenik, bretoia edo Zala kontatukoa; laugarrenik, klub bateko kide, futbol talde baten jarraitzaile, etc.
Hurrenez hurren: nazioa; erlijioa/politika; erregioa/herria; elkartea. Bistakoa da nor naiz ni galderak beharbada ez dago galdera barrenekoagorik, erantzun igualak izan ez dituela historian zehar (kontu egin behar dugu, gainera, mundu tradizionalean galdera hori seguruenera ez dela planteatu hain modu erreexiboan, datu naturala baitzen). Gizarte Zientzietan ohikoa bihurtu zaigu hiru aro historiko handi bereiztea: tradizionala, modernoa, eta moderno berantiarra (posmodernoa deitzen diote askok, baina, orain ez zaigu interesatzen modernitatetik haratagokoa ote den gorpuztu zaigun mundu berria, ala modernitatearen bertsio eraberritua). Jen Szks-ekin ikusi dugun moduan, identitatearen ikuspegitik ere hitz egin daiteke hiru aro historikoz. a) Tradizio-mundua. Gizarte tradizionaletan, baserri giroan alegia, identitatea taldetasunak denitzen zuen (pertenentzia sozialek garrantzia gehiago zuten giza nortasunaren dimentsio karakteriologiko eta psikologikoek baino). Norbanakoaren ezaugarri psikologikoek baino garrantzia gehiago zuten herriak, baserriak edo familiak. Nor indibiduala erabat txirikordaturik zegoen taldetasunarekin (nor kolektiboarekin). Durkheim-ek esango lukeen bezala, kontzientzia kolektiboa kontzientzia indibidualaren gainetik dago, berau estaltzen
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du. Eta, hori dela-eta, giza nortasuna eratzea errazagoa zen. Bere zailean, prozesu sinpleagoa. Hein handi batean, emanda baitzetorren. Eta, behin jasota, estatikoagoa zen. Normalean nork bere egiten zituen kulturalki ezarritako rolak, emanda zetozen horiek, gurasoek eta aiton-amonek eskuraturiko berberak, hein batean. b) Sozietate modernoa. Gizarte industrialarekin identitate-oinak aldatu ziren: Klasea, Nazioa, Generoa eta gisako kontzeptuak erabili ditugu geure nortasuna egikaritzeko (esan bezala, norbere identitatea, indibidual eta kolektiboa, garai historiko bakoitzak eskura jartzen dituen errekurtso kulturalekin eraikitzen baita). Ulrich Beck-ek ondo dioen moduan, sozietate industrialarekin indibidualismoak bidea egin zuen (lehen indibidualizazioa), baina egon da taldetasunerako tokirik. XX mendeko txoko kolektiboek (klasea, nazioa, generoa, familia...) eman digute bizitzeko pista kolektiborik. Eman digute errekurtsorik jakiteko zer pentsatu, zein jokabideri lotu, nondik jo, zelan bizi, zelan antolatu geure biograak. Finean, zelan erantzun nor naiz ni galderari. Kontzeptu kolektibo horiek zedarrituko dute erabaki indibidualen errepertorioa. Jokabide eredu batez hornitu dute norbanakoa. Ibilbide biograkoa antolatzeko mapa argi bat eskaini dute, aldapa eta errebueltekin, bidezidor eta helmugekin. Fienan, gizarte industrialak errekurtso kultural batzuk eman zizkion norbanakoari. Komunitate tradizionaletik egotziak bai, baina norbanakoek bestelako txoko kolektiboetan aurkitu dute sosegua. c) Moderntitate berantiarrean norbanakoari kolokan jarri zaizkio mundu industrialak artikulatu zituen segurtasunak/ taldetasunak. Aurrerago sakonduko dugu. Aurrez, labur aipa ditzagun testuinguru sozial eta historiko berriaren zenbait ezaugarri.
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Pluraltasunaren tesia abartu beharrekoa bada ere, bere inpaktu soziopsikologikoa ez da nolanahikoa: autoritate ezak sortzen duen sakoneko egonezina. Giddensek zera dio:
Hutsaltasun pertsonala sentitzea bizitzak ez daukala ezer baliozkorik eskaintzeko, alegia modernitate berantiarreko garaian funtsezko arazo psikiko bilakatu da. Fenomeno hau honela ulertu beharko genuke: eguneroko bizitzak planteatzen dituen auzi moralak erreprimitzen dira, berauen erantzunak ukatuz. Isolamendu existentziala, gizakien arteko bereizketa baino areago, existentzia plenoa bizitzeko beharrezkoak diren baliabide moralen ukazioa da.
Ez da zentzu krisi absolutu bat. Ez da katastrofe sinbolikoa. Askok aurkitzen dute kolpea amortiguatzeko modurik. Gizarte (pos)modernoek badute zentzu-produkzioan eta transmisioan espezializaturiko instituzioak, zentzu-irlak, naufragoentzat salbazio taulak, nolabaiteko otagailuak. Baina, baldintza bat bete behar horretarako: ezin dira inposatuak izan. Azken batean, zentzugintza igaro da instituzioen lana izatetik norbanakoaren lana izatera. Ondorioz, denizio guztiak norbanakoen esku geratzen ari direla esan ohi da. Lehen, pertsonen biograetako ibilera, drama, arrisku edo anbibalentziak, horiek guztiak familia barruan bizi ziren; edo komunitatean; edo ondo zedarritutako klase sozial eta arau kolektiboen aterpean. Ondorioz, biograa pertsonalaren zati luzea kolektiboki administratzen zen. Semantika kolektibo batek laguntzen zituen bizi-traiektuak, hitz esanguratsuz hornitzen zituen traiektuok. Material dentsitate bat bazegoen biograa indibiduala eraikitzeko. Gaur mapa kolektibo sendoak eskas ditugu; ditugunak prekarioagoak, aldakorrak, behin-behinekoagoak dira. Norberak bere biograa propioa pentsatu, eszenikatu eta inprobisatu beharra dauka. Hautaturiko biograak dira (Beck). b) Lurraldegabetzea Orain arte espazio territoriala izan da pertsonak eta komunitatea biltzeko marko sikoa. Lagunak, familia, lana, den-dena gertatu da topos siko ongi zedarrituan. Lurralde jakin batean errotu eta eraiki da giza esperientzia. Gaur ahulxeago dugu espazioarekiko lokarri hori, garrantzitsua izaten jarraitzen badu ere, noski. Kontua da des-lokalizatu egin direla uxu nantzarioak, komertzialak, teknologikoak, komunikazionalak, migratoriak eta kulturalak. Esperientziaren zati bat beste nonbait gertatzen ari da. Giddens-ek aingura-galtzea deitu dio: harreman sozialak hein batean emantzipatu dira eremu siko-lokaletik; tokiko zirkunstantzietatik erauziak izan dira, bestelako denbora-espazio koordenadetan antolatuak. Horixe da lurralde-gabetzea: eguneroko bizitzako hainbat esperientziek galdu dute euren ainguratze siko-lokala. Honek ez du esan nahi derrigorrez gertatu behar denik des-kulturizazioa eta identitate galtzea. Lehengo nortasunak antola daitezke bide berrietatik: Anjel Lertxundi euskal idazleak zortzigarren euskal probintzia deitu zuena, demagun. Esaterako, gizarte berrian gaurko inmigrante berriek segitzen dute euren jatorrizko komunitatearekin identikatzen: lokarri materialak eta sinboliko-komunikazionalak inoizko oparoenak dira (teknologiari esker).
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Nolanahi ere, globalizazioak badakartze ekarri merkatu, komunikazio-sare eta zirkuitu kultural berriak, espazio lokal eta nazionaletik haratagokoak. Ondorioz, kanpora begira permeableagoak egin gara. Eta barrura begira, mugak mugikorragoak dira. Globalizazio kulturalak zera ekarri du: kultura eta identitateen arteko interkonexio hazkorra; informazio eta sinboloen uxuak eskala globala du. Eta objektu kultural lurraldegabetuak ditugu: Parisen tango argentinarra eta Los Angelesen Kubako salsa. High School Musical munduko hainbat umeentzat da erreferentzia, euskal umeak barne; gure umeek, beraz, AEBetakoen sozializazio produktu antzekoak kontsumitzen dituzte. Ikuspegi nazional monolitikotik, zera nagusitu zaigu: disgregazioa, fragmentazioa, anomia. Inoiz baino posibleagoa baita nortasun lurraldegabetuak eraikitzea (zati batean, behinik behin). Dena den, xinplekeria da dibortzioaren tesia (lokala vs. globala). Xinplekeria da pentsatzea zirkuitu globalek euren mende hartu dituztela tokiko bizitza lurraldedunak. Espazio birtualak ez ditu menpean hartu aurrez aurreko interakzioa (bizi-espazio lurraldetua). Oraindik hortxe ikasten dira baloreak, arauak; hortxe gertatzen da sozializazio prozesuaren zati garrantzitsua. Nagusiki hortxe eraiki ohi dira bizi-proiektuak, zentzuak eta identitateak. Hortik dator glokalizazioaren ideia: tokiko munduaren artikulazioa ezaugarri funtsezkoa da globalizazioan. Eta territorio nazionala bir-artikulatzeko joerak ere bizi ditugu. c) Denboraren indibidualizazioa Espazioaz gain, globalizazioak denbora ere aldatu du:
Denboraren azelerazioa eragin du, batetik.
Orientazio aldaketa, bestetik. Sozietate tradizionalak iraganean zuen erreferentzia nagusia. Modernoak, ostera, geroan. Sozietate moderno berantiarrak iragana blokeaturik du eta etorkizuna jausi egin zaio: orainaldiaren gainkarga baino ez zaio geratzen, baita bere kontsumo obsesiboa ere (biziera kontsumista funtzionala). Kontu egin behar da identitate (sendo) orok izan duela memoria partekatua (iragan sendoa) eta etorkizun-ikuspegia (proiekzio sendoa). Nabarmena da, beraz, trasfondo historiko barik eta etorkizunera proiektatu gabe, zailagoa dela identitate kolektiborik eraikitzea (identitate sendorik eraikitzea, behinik behin). Orain eta hemen formularekin eraki behar baitira identitateok. Eta, aurrekoarekin loturik: indibidualizatu egin dira iragana (memoria) eta etorkizuna (espektatibak). Biograa indibidualek desplazatu egin dute historia kolektiboa eta etorkizunerako egitasmo politikoa. Ondorioz, identitate sozialak ahuldurik ditugu. d) Marko post-nazionala Gauzak horrela, gura humano posmodernoa, esperientzia zatikatuen bilduma bat da. Esperientzia ezberdinei ezin die zentzua, koherentzia eta batasuna eman. Identitate konpartituen ebaporizazio geldoa dugu emaitza gisa.
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Eta marko post-nazionalaz hitz egitera pasatu dira batzuk: ondasun material eta sinbolikoen zirkulazioa globalizaturik, pertenentzia nazionalak lausotu omen dira. Espazio sozial, ekonomiko, politiko eta kultural nazionala ahuldurik legoke. Multikulturalismoak eta multietnizitateak auzitan jarri dute gizarte nazionala bera, hein batean. Indibidualizazioak, gainera, desnazionalizazioa dakar. Biograa partikularrak osatzeko markoa ireki da, eta ahuldu dira identikazio nazional klasikoaren lokarriak (erlatibizatu dira pertenentzia eta errotze sentimenduak).
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Lehen kapitalismoak gizarte tradizionaleko lokarri komunitarioak deuseztatu zituenean bezala, badirudi faltan ditugula jendarteak eskura jarri ohi dituen mapa kultural-psikikoak, lauso ditugula bizitza antolatu, biograak pentsatu eta bizi-traiektoriak kudeatzen laguntzeko baliabideak. Beharbada horregatik dira salduenak auto-laguntza liburuak. Gaurko modernitate berantiarra, beraz, zentzu eta identitate (sendoen) krisiaren jokalekua da. Sententzia gogorra jaurti zuen Manuel Castells-ek: Partekaturiko identitateen disoluzioa izan liteke gure garaiotako oinarrizko erradiograa. Gaurko ezaugarri nagusia likidotasuna dela dio Bauman-ek. Lehen harriak bezalakoxeak zirenak (nazioa, subjektua, identitatea) likidotu egin zaizkigu. Norbere nortasunaren kudeaketan ere likidotasunak agintzen du inoiz ez bezala.
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boetan euretan instalatu dira, barruan josita geratu dira, eta hortik operatzen dute; jakina da askoz eraginkorragoa eta merkeagoa dela jardunbide hori.) Bestetik, erreakzio gisa edo, autoarmazio mugimenduak ari dira gertatzen aro globalean: mugimendu erlijiosoak, nazionalak, kulturalak Estandarizazioaren eta galeraren aurreko erreakzio defentsiboak ei dira, askoren ustean. Piztu da behar bat biltzeko norbere historian, erlijioan, lurraldean edo hizkuntzan. Badira muturreko erreakzioak ere bai, era askotako fundamentalismoak (mundu tradizional zaharraren gainbeheraren aurrean sentitzen den beldurra eta beldur honek eragiten duen segurtasun eskaria). Kultura ezberdinen artean interkonexio hazkorra bizi dugu, teknologia berriei esker, besteak beste. Eta badirudi hainbat logika ditugula indarrean (ikusi behar etorkizunean zein logika gailentzen den non eta zein intentsitaterekin): ekumenismo kulturala edo kulturen arteko koexistentzia pazikoa (multikulturalismoa); kulturen arteko hibridazio partziala; eta fundamentalismo kulturala (norbere baitan ixtearen aldeko joera).
Hautamena oinarri
Norgintzak lege nagusi bat jarraitzen du gaur: hautamena (hautatzeko ahalmena). Hautatu ahal izatea, horixe da gure sozietatearen balio nagusia. Kontsumo ari-
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naren logika posmodernoa instalatu da baita norgintzaren eremuan ere. Identitate asko hautatu eta kontsumitu daitezke. Eta identitate bakarrari eustea, garaiz kanpoko hautu zaharmindua izateaz gain, itsusia da, pobrea da, eta fanatikoaren hautua da. Nortasunaren gestio autonomora gara deituak, hautamena eskuetan. Norbanakoaren bizi-traiektoriak gero eta gutxiago dira kanpotik ezarriak (bistatik galdu barik, merkatua dela norgintzan izugarri agintzen duen kanpo faktorea). Gauzak horrela, arazoa bestelakoa da. Modernotasunak identitateak eraiki, nkatu eta solidotu nahi zituen. Gaur, ostera, identitateok solidotu ez daitezela, etengabe irekita gera daitezela, horixe dirudi egitasmo azkena. Aipaturiko hiru Aro historiko bakoitzari logika bana dario, Apodakak ondo erakusten duen legez: Sozietate tradizionaletan, IZAN logika dugu nagusi: jasotakoari atxikitzea, oinordetzan hartutakoari eusteko logika. Sozietate modernoetan, EKIN logika: kidetasuna eraikiko da nazio modernoaren ideiatik abiaturik; ekinez eraikiko da (nazioa pertsona helduen hautazko hitzarmena litzateke). Modernotasunaren diskurtsoaren eraginez, euskara eta euskal nortasuna eraman genuen eremu pribatu-femeninotik (tradizioa) eremu publiko-maskulinora (modernitatea). Euskal nortasuna politizatu egin dugu, etxetik plazara jalgi dugu. Euskal nortasunaren denizio modernoabertzalerik egon ez den tokietan abertzaletu ez diren lekuetan ikusi besterik ez dago zein den euskararen egoera. Sozietate moderno berantiarretan, HAUTATU logika gailentzen ari da: hautatze-ekintza indibidualen bidez lorturiko bereizgarritasuna. Kontsumo indibiduala eta hiper-kontsumismoaren logika: hautatu, etengabe hautatzen jarraitzeko, gauzekiko lotura iragankorra garatuz. Garrantzitsua zaigu ondokoa: hiru logika horiek bizirik diraute gure artean, bakoitzaren neurria da aldatu dena. Geure identitateetan badugu jasotako zatia (talde primarioen eskutik, nagusiki familia); badugu lorturiko zati bat (familiatik kanpo, talde sekundarioen eskutik); eta badugu norbanako gisa hautaturiko zatia. Kontua da azken hau hazten ari dela: hautaturiko zatia zati hazkorra da nor indibidualaren konputu orokorrean. (Ahaztu barik norbanako orok ezin duela edozer hautatu.) Gauzak horrela, esandakoa, arazoa bestelakoa da gaur: Modernotasunak identitateak eraiki, nkatu eta solidotu nahi zituen; gaur, ostera, identitateok solidotu ez daitezela, etengabe irekita gera daitezela, horixe da egitasmo azkena.
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ra, identitate-osagai (kultura) batek ez gaitu inoiz osorik bizi izan, baina, orain, sekula baino gutxiago. Denbora ardatzari dagokionean (iraupenari): iragankorra(goa)k dira. Epe luzeko konturik ez, horixe da gaur bizitza antolatzeko darabilgun lelo nagusietakoa (Sennetek ederto deskribitu zituen gaurko kapitalismoak dituen efektu psikosozialak). Behin behinekotasunak agintzen du bizitzan: lan merkatuan, maitasunean, baita identitatean ere. Gaurko kontsumo produktuen antzera, iraungitze data programatua dute lanak, maitasunak, baita identitateak ere. Horregatik esaten da trasbestismo etengabean bizi garela. Izaerari dagokionean, jada esandakoa: hautazkoa(ago)k dira. Identitateak hartu duen izaera arinaren ondorioz, identitateari loturiko eduki soziokognitiboa ez da derrigorrez loteslea; hots, sinesmenek ez dute kontzientzia indibiduala menpean hartuko. Soziologian kontu ezaguna da: sinesmenek ez naute eramango, nik neuk gidatuko ditut, neuk erabiliko ditut Ni Proiektua elikatzeko. Gure arteko zenbait kristauek nolabaiteko admirazioa sentitzen dute beste zenbait erlijiotako fededunen aurrean, haiek mantentzen dituztelako sinesmenak, erritualak, eta baita hauei loturiko konpromiso praktikoak ere. Horiekin alderaturik, gaurko kristauak bigunak dira, ez dira erritualetara gehiegi lotzen, are gutxiago erritual gogorretara. Elizaren maximek ez dituzte euren bizitzak gidatzen. Alegia: printzipio erlijioso kolektiboak ez daude euren kontzientzia indibidualaren gainetik. Modernitatearen garapenarekin, atzekoz aurrera jarri zaizkigu zenbait gauza, baita identitatearen alorrean ere. Esan bezala, dagoeneko arazoa ez baita norbanakoak zelan itsatsi taldera (identitateak zelan nkatu eta solidotu), baizik eta zelan saihestu identitateok solidotzea; zelan lortu identitateok etengabe irekita geratzea, osagai berriak eskuratu ahal izateko aldaketa etengabeek agintzen duten erritmora. Ez dira leialtasun handietarako sasoiak, bistakoa da. Hegemonia kulturalaren jabe den gizarte sektoreak ezarri du bere egia: lokarriak traba dira, identitate-lotura sendoegiak ere bai, puntu batetik aurrera norbanakook behar dugun elastikotasuna sakrikatzen baitute, edo gure benetakotasuna kaltetu. Eta gaur gizaki-txiklea da behar dena, erraz tenkatu eta uzkurtzen dena, samur luzatu eta biltzen dena, kanpoexijentziei behar bezala doituz. Gaur ez dago modan oso-osokoa izatea, baserritarrak estimatzen zuen nortasun eredua, alegia. Biziera, jokaera eta ego-era ezberdinetarako prest egon behar dugu gaur. Gure barruak ate zaharraren karrankaren doinua aterako du bestela. Identitatea deszentratu egin da: dagoeneko ez dago zentro edo erdigune jakin bat (klasea edo nazioa). Identitateak posizionalagoak dira. Askoren esanetan, identitate fragmentatuak dira gaurkoak: pertsonek dagoeneko ez dute euren buruen gaineko errepresentazio bateratua, ezpada identitate anitz, sarri kontraesankorrak. Lehen identitate nagusiak klase soziala eta nortasun nazionala ziren, baina 60-70 hamarkadetan beste iturri batzuk agertu ziren (generoa, arraza, ekologia, adina), panorama konplexuagoa egin zelarik. Globalizazio prozesuak fragmentazioa ekarri du. Mugikortasuna areagotu egin da eta komunikazioak bizkortu. Estiloen eta sinboloen marketing globala bizi dugu. Ondorioz, supermerkatu kultural batean bizi bagina bezala, jendea ez dago beharturik bizi den tokiko identitatea eskuratzera: merkatu globalean hainbat identitateren
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artean aukera dezake. Horren eraginez, elkarren ondoan bizi direnak, edo/eta talde sozial berekoak direnak, identitate erabat ezberdinak izan ditzakete. Eta kleenex itxurako identitateen garaia da gurea: erabili eta bota. Sartu-irten ugariak egiten dira hainbat txoko kolektibotan (zurruntasuna galdu dute, tinkotasun gutxiagokoak dira). Gure barne-munduak hainbat lurralde identitariotan isuri ohi du bere pertenentzia desioa. Eta irteteak sartzea bezain erraza behar luke. Apostata profesionalak bihurtu gara. Habi batetik bestera hegan egiten duen txoria da posmodernoaren identitatea: hegal handiak eta gorputz txikia du; pisu gutxi; arin eta bizkor ibili behar baitu batetik bestera. Ez du arranoaren antzik.
Identitate merkantilizatuak
Globalizazio ultra-liberalaren proiektuak nabarmen higatu ditu subjektu kolektibo gehienak. Norbanakoa bere bakardadean utzi nahi du, bereizita autodenizio kolektibo sendoetatik. Eta bereizi ostean xuxurlatzen dio belarrira berak erakutsiko diola bidea, berak emango dizkiola irizpideak bidaia biograkoa antolatzeko. Eskua poltsikora sartzearen truke, besterik ez. Alegia, kontsumo ekintzen bidez baduela nortasun bat eraikitzeko aukera. Hitz batean: ekonomia globalak, eta honi loturiko kultura posmodernoak, zentzu-gorputz egonkor bati atxikita bizitzeko aukerak eskastu ditu (erlijioa, ideologia politikoak, identitate kultural-linguistikoak, familia, lagunartea...). Eta, norbanako oro ale bakarti bihurtu ostean, zentzuz merkatuak hornituko gaituela diosku.
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ez dago identitate nagusi bat. Baina, fragmentazioak pluraltasuna esan gura badu, nortasuna beti egon da fragmentatua (beti bizi izan dira hainbat pertenentzia). Beharbada orain pertenentziok biderkatu egin dira, edo ez dira hain iraunkorrak, baina horrek funtsean beharbada ez du horrenbeste antzaldatzen esperientzia identitarioa. Nortasun deszentratuak ditugula esan ohi da. Hau serio hartuz gero, eskizofreniak eta pertsonalitate anitzeko nahaste psiquiatrikoak jota gaudela onartu beharko genuke. Ondorioz, zuzenagoa litzateke dimentsioaniztasunaz hitz egitea, ez nortasun anitzez. Beste hitz batzuekin: nortasun dimentsioaniztun bakarra du subjektuak, eta berau integraturik mantentzen saiatuko da, inguruaren presio zentrifugoen kontra. Baumanek dio nortasunak uidoak direla. Ordea, beti jakin izan dugu identitateak aldakorrak direla. Exajeratua da muturreko likidotasuna eta prekarietatea. Izan ere, nortasun indibidual orotan daude eremu egonkorragoak (identitate primarioak edo esleiturikoak: generoa, leinua, nazioa, etnizitatea, hizkuntza...) eta eremu aldakorragoak (identitate ez primarioak: enplegua, komunitate birtualak...). Bestetik, identitateak erabat hautazkoak direlako topikoa dugu. Identitateak harreman-sareetan eraikitzen dira eta, ondorioz, ezin dira hain hautazkoak izan. Jokoan ez dago bakarrik aktorearen borondatea: batetik, identitate primarioek izaera esleitua izan ohi dute; eta, bestetik, kanpoko aitortza beharrezkoa dute identitateek. Gainera, boterea beti dago identitateen eraikuntzan: denek ezin dute edozer, edozein unetan eskuratu (denak ezin dira noznahi nonahi nornahi izan). Errazegi ahazten dira Marx, Nietzsche eta Freud: barruko eta kanpoko koertzioek eragin handia dute. Hots, identikazio psikologiko inkontzienteen bidez egikaritzen da nortasuna; egitura instituzionalek eragin handia dute: aprendizaia familian, eskolan, profesioan; eta garai historikoak testuinguru kulturala eskaintzen digu, ezinbesteko marko bat. Badira identitate desterritorializatuak, baina, aldi berean, bestelakoen indarra handia da. Sare mundializatuetan esku hartzea, soilik kasu batzuetan bihurtzen da identitate pertsonalaren dimentsio garrantzitsuena: elite transnazionala (nazioarteko bilerak, korreo elektronikoaren erabilera intentsiboa, inbertsio transnazionalak, bidaia ugari). Kasu horietatik harago, ez dago kultura globalik. Ondorioz, ez dago identitate globalik, ez eta identitate makro-erregional sendorik. Europako Batasunak, esaterako, milioiak gastatzen ditu europartasna sustatzen, baina lan handiak ditu identitate europarra indartzen. Funtsean ez dagoelako nortasuna elikatzeko kultura hegemonikorik, sinbolo komun sendorik, esperientzia komun trinkorik, edo memoria kolektiborik. Izatekotan, identitate kolektibo ahulak dira horiek, aktore kolektiboak mobilizatzeko gaitasun gutxikoak. Bestela esanda: munduko populazioaren gehiengoak komunitate nazionala du identikazio iturri. Finean, nantzarioa edo ekonomikoa ez bezala, globalizazio kulturala ahula da (teknologia berriek kultura ezberdinen arteko interkonexio hazkorra dakarte, baina, horrek ez du derrigorrez esan nahi aurreko identitate kolektibo oro disolbatzen ari denik). Aitzitik, beharbada gertakaririk garrantzitsuena ondokoa da: nortasun azpi-estatalen sorrera eta hedapena, globalizazioaren aurrean. Ondorioz, bertan behera geratu da identitate horien fatalitate sistemikoa. Desintegratzetik urrun, bi gertakariak ditugu batera (Castells):
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Batetik, globalizazioa: sare gizartea, estatismoaren ahultzea, indibidualizazioa, elite kosmopolita dominatzaile berria. Bestetik, edentitate kolektibo indartsuak: generoa, erlijioak, etniak, erregioak Hainbat adierazpide hartzen dute: gerrila taldeak, miliziak, erlijio kultoak, ekologismoa, feminismoa, gay mugimendua Aurrerakoiak ala erreakzionarioak izan daitezke. Komunikaziorako teknologia berriak erabili ohi dituzte. Globalizazioaren eta honen kosmopolitismoaren aurrean, partikularismo kulturala aldarrikatzen dute, eta herrien eta berauen ingurune ekologikoaren autokontrola. Zera esan nahi dugu, ondorioz: teoria posmodernoak irudikatzen duen subjektu indibidualizatu eta pribatizatu muturrekotik urruti samar, mundua ulertu beharko da, luzaroan oraindik, mediazio komunitario, nazional, kultural, lokal eta erlijioso ugariak dituen habitat gisa.
EUSKAL NORGINTZA ETORKIZUNEAN. ELKARRIZKETARAKO ZENBAIT APUNTE OROKOR 1 Euskal nortasunaren ordez, Euskal Norgintza
Identitatea ez da transmititu beharreko objektu hila. Identitatea behin betiko emanda datorren zerbait gisa ikusi beharrean, ikusi behar genuke identikazio mugimenduen bidez etengabe eraikitzen ari den zerbait gisa. Bizirik dago, bor-bor ari da etengabe, sekula ez leku berean. Nortze prozesuak irekiak, dinamikoak eta sekula amaitzen ez direnak dira. Ez dago identitate bakarreko norbanako edo giza-talderik eta, aldi berean, bizitzan zehar eta denboraren joanarekin, lehentasunak lekuz aldatzen dira. Ondorioz, teoriak posmodernoak izugarri exajeratzen badute ere identitatearen gaurko arintasuna, ez genuke bistatik galdu behar beharbada inoiz baino errazagoa bilakatu(ko) dela euskaltasuna uztea, edo berau nabarmen erlatibizatzea, edo norbere ukitu pertsonalarekin bizitzea. Bestela esanda: beti, etengabe eta nonahi euskaldun jarduten duen giza-ale trinkoak iraungitze data du. Nortasun gutxituentzat etorkizuna bermatu aldera, indar zentrifugoak hain indartsuak diren sasoian jabetu behar ginateke norgintza nortasunaren eraikuntza sekula itxi gabeko prozesua dela. Nortze prozesua ez da sekula amaitzen, ez dago esaterik behin betiko itxi dela sentipen identitarioa. Bizirik dirau eta etenik gabe elikatu behar dira nortasuna puntalatzeko beharrezkoak diren subjektibazio mekanismoak.
1. Idatzi honetatik kanpo geratu da euskal identitatearen gaineko analisia jasotzen zuen atala, testua luzeegia zelako eta berau laburtu aldera. Hiru analisi biltzen zituen atal horrek: a) 2008ko Espainiako hauteskundeetan euskal burujabetzaren aldeko indarrek jasotako emaitzen analisi soziologiko-elektorala; b) 2008ko Futbol Eurokopa, euskal identitatearen diglosia egoera azaltzeko; eta c) Campion Sindromea deitu dudana (XXI. mende hasierako nolabaiteko galera sentimendua). Hiru analisi horiek ondoko liburuan aurki daitezke: J. Azkarraga Etxagibel, Berandu baino lehen. Erretratuak XXI. mendeari, Alberdania, 2009.
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Hots, praxi politikoa eta kulturala antolatu beharko lirateke identitatearen izaera dinamikoa kontuan harturik.
Ber-sinbolizazioa
Etorkizunerako egitasmo sinesgarri bat izateaz gain, gure ibilbide luzearen autoirudi sendoa behar genuke; aurrerago esan bezala, ez baitago identitaterik memoriarik gabe, partakaturiko iraganik gabe. Ez daukagu horrelakorik, ez behar den beste, behinik behin. Euskal Norgintzaz ari garelarik, egin behar zaio asko leku gehiago iraganaren ber-sinbolizazioari. Aranak mespretxua harrotasun bihurtu zuen XIX. mendean. Euskal nazionalismoak zera proposatu zuen bere hastapenetan: herri gutxitu baten heriotz-mekanismo barneratuei altoa eman eta identitate kolektibo baten autoarmazioa (Iparraldean ez bezala; han frantsesa da mirestua, eta baldintza subjektibo horiekin zaila da euskal etxegintza sinboliko-identitarioaren aldeko ahalegina). Gerra aurreko Euskal Pizkundeak saiakera ederra egin zuen (Aitzol, Lizardi), gerrak moztu bazuen ere. Gerora ikastolen loraldi eraikitzaile eta ekintzailea etorri zen. Ez dok Amairu, gau eskolak, eta testuinguru kultural-identitario zinez sortzailea. Gerra osteko loraldiaren gakoek badute mamirik: loraldi hori frankismoaren itolarrian egosi zen, espazio publikotik at zegoenean euskal identitatea, eta herri-ekimenean oinarriturikoa izan zen (ez ekimen publikoan). Egindako ibilibidearen kontakizuna askoz lehenagotik has daiteke, jakina. Iraganaren ber-sinbolizazioa aro aurre-indoeuroparretik has daiteke (antropologoek eta genetistek eginiko aurkikuntzek aparteko heldulekuak eskaintzen dituzte). Esentzialismoan jaustea irudituko zaio baten bati, baina, bada posizio interesgarririk identitate kolektibo baten gaitasun sinbolikoa aktibatzearen eta esentzialismoan erortzearen artean. Gainera, garbi izan behar genuke kontua ez dela iragan idiliko jator bat eraikitzea. Garbi dugu ez garela esentzien jarraidura, izatekotan nahasten jarraidura garela, ukimen etengabearen emaitza, euskal kultura eta erdal kulturen artekoa. Jon Sarasuak ondo dioen legez, zenbait aspektu neurriz gora aipatzea ez da ona (esentzialismoaren arriskua); neurriz behera, konplexuarekin egiten dugu topo, geure autoirudia mozteko joerarekin (biziraupenerako beharrezkoa den identitate garapena blokeaturik). Bada oreka gaizto bat: zenbaterainoko geuretasuna babestu, eta zenbaterainoko atxiki kanpoan diren modei. Norgintza beti egiten da bietatik edanez. Konbinazioan dago iraunkortasunaren sekretua, baita asimilazioarena ere. Geuretasuna modu obsesiboan defendatzeak, norbere baitan biltzeak eta norberarena paranoikoki babesteak, heriotza dakar. Beste muturrak, kanpokoak irentsia izatea dakar. Zaharraren gainean sor daiteke berria, lehendabizi zaharra barneratuz; edo, bigarren aukera gisa, zaharra akabatuz sor daiteke berria. Psikologiak erakutsi digu hobeto legoke psikopatologiak esatea giza izatearen garapenean etenak arriskutsuak direla. Kontuak kontu, eta gogo aldarteari berriro erreparaturik, XIX. mendeko harrotasuna eta XX. mendeko ekintzailetasuna beharko ditugu. Esentzialismoetan eroriko ez den autoirudi zaindua beharko dugu, jakingo duena aitortzen iraupenari
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eta iraunkorasunari loturiko kultura eta identitatea garela. Eraikitzea ahalbidetuko digun autoirudi ez perfektua beharko dugu, nolabait. Jakina, ber-sinbolizazioak ez luke soilik iragana astindu behar (iragan luzea edo gertukoagoa izan). Izaki sinbolikoak gara eta istorioak beharrezkoak ditugu, txoriak hegalak nola. Ez da eguzkiaren azpian narraziorik gabeko kultura edo identitaterik. Geuretasuna kontatzeko, izendatzeko, ahotan hartzeko, narrazio bihurtzeko gaitasuna behar dugu. Joxean Muoz-ek zera zioen (euskal zinemaz ari zen, baina esan nahi dugunari ederki lotzen zaio): Zinema euskaraz egiteko euskaraz bizi den mundu oso bat beharrezkoa da, ez hiztun solteak bakarrik, ez publiko potentzialak eta neurgarriak, hutsik; mundu sinboliko eta erreferentziazko oso bat behar du euskarak, zinema egiteko bezala, bizirik irauteko. Aldi berean, irudiak behar ditu euskarak egungo mundua euskaraz bizi daitekeela sinesgarri egiteko. Euskararen lurraldetasuna ez da hutsik sikoa. Irudien erresuma zabalean, imajinarioan, irabazi (konkistatu) behar du euskarak lekua. Geure burua euskaldun bezala proiektatzerarekin lotuta dago euskaraz bizitzearen proiektua. Iraun ahal izateko dentsitate sinboliko nahikoa beharko dugu, baita hegemonia sinbolikoa ere. Hortik, bersinbolizazioaren garrantzia (iraganaren, orainaldiaren eta etorkizunaren ber-sinbolizazioa).
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mendebaldarra kontzientzia politikoa lantzen den zirkuitoetatik kanpo dabil, eta hori ezin da ospatzekoa izan, inondik inora.
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Gaurko norgintza prozesuetan hautamena indartu dela, dudarik ez. Halere, ondokoan ere zalantza gutxi: batek errazago hauta dezake mountain-bike zale izatea, edo yoga praktikatzea, euskaldun izatea baino. Alegia, naziotasuna edo hizkuntza-komunitatea normalean ez dira izaten hain hautagarriak. Eta, ondorioz, batek errazago utz diezaioke asteburuetan mountain-bike zale amorratua izateari, edo bere nortasun indibiduala yogan ardazteari, euskalduna izateari baino. Ergo, ez, identitate-oin guztiak ez dira ezta izango ere hautagarritasun, garrantzia, irismen eta, beraz, hauskortasun maila berekoak, sarri teoriko posmodernoek iradokitzen duten bezala. Horregatik da oraindik hain garrantzitsua lehendabiziko bi logiken aldeko hautua: bizitasun etno-identitario primarioa, eta bizitasun politiko-identitario sekundarioa. Izan ere, sozializazio politikoaren ibilbide arruntak bi logika horiek izan ohi ditu: afektu-sare batean txertatzen da norbanakoa, dela familian, dela lagun artean; hantxe geratzen da emozionalki iltzaturik; eta ondoren dator sentimendu konpartituen arrazionalizazioa, berau imaginario politiko eta portaera bihurtuz (ez alderantziz). Baina, identitatea nolabaiteko hautu bihurtu den honetan, gaurko identitate ko-
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lektiboentzat ez da nahikoa norbanakoak lotzea bizitzaren fase goiztiarretan (eta sozializazio sekundarioetan). Hau da, ez da nahikoa hezkuntzaren eta hasierako sozializazioaren zirkuituak okupatzea. Norbanakoaren birziklatze profesionala inperatibo historiko bilakatu den moduan (lanean, berritu ala hil), identitate kolektiboek euren xarma etengabe erakutsi beharko dute gero eta lehiakorragoa den merkatuan. Izan ere, norbanakoen atxikimenduak aldi baterakoak dira sartu-irten ugarien garaian. Eta atxikimenduok errazago jar daitezke auzitan beharrizan indibidualen arabera. Funtsean, motibazioaren maisu-maistrak izan beharko dugu, horixe etorkizuneko puntu beroenetakoa. Gaurko norbanakoak bizi duen gain-informazio eta mezu zamaldaren aurrean, zergatik egin euskararen alde? Erosoagoa eta funtzionalagoa izango da ingelesaren alde egitea. Zergatik euskaraz bizi? Mila zirkuito kultural-identitarioen artean, zein aukeratuko dute gazteek? Motibazioan maisu-maistrak izan beharko dugu, euskalduna izateko, hots, euskal identitatearen ale izateko, intentzioa behar baita (identitate nazional-estatalen kasuan ez). Datu faktiko izatetik urruti dagoenez, motibazio intrinsekoa behar da.
2. Guattari-k garbi ikusi zuen ordena kapitalista hein handi batean errealitate psikikoa dela; baita botere barneratua ere (guk geuk minutuz minutu birproduzitzen dugun errealitatea). Eta garbi ikusi zuen posfordismoa subjektibotasun jakin baten ekoizpenarekin loturiko gertakaria ere badela. Beharbada beste inork baino hobeto ulertu zuen Guattarik: [...] nabarmena da, langile espezializatua fabrikatzeko ez dira soilik eskola profesionalak erabiltzen. Aurretiaz gertatu zen guztia dago; eskola primarioan; bizitza domestikoan; aprendizaia oso bat haurtzarotik aurrera hiria bizitzeko moduari dagokionean; telebista ikustea; hitz batean, ingurune makiniko oso baten parte izatea.
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Gaur, mugimendu sozio-politiko eraldatzaileentzat ere, dimentsio subjektiboidentitarioa ez da, ezin da izan, aldaketa politiko-soziala lortu aldera kontuan hartu beharreko beste aldagai bat gehiago. Kontsiderazio askoz aberatsagoz zamatu behar genuke subjektibotasuna eta honek duen garrantzia. Bizitasun mikro-politikoan (jarrerak, desioak, subjektibotasuna, harreman sozial gertukoen sarea, memoria, atxikimendu emozionalak, portaerak, irudikapen sozialak, imaginarioa...) jokatzen da eraldaketaren zati garrantzitsua. Hori da ondoren etorriko diren egitasmo sozio-politikoen lurra, horien euslea. Subjektibotasunaren ekoizpena, gainontzeko guztirako lehengaia da. Subjektibotasunaren ekoizpena, gero eta gehiago, Marx-ek azpiegitura produktibo deitu zuen horren barruan kokatu behar da. Geure gizarteetan, birjabetze subjektiboaren aldekoa ere bada borroka; ez soilik ekonomikoa eta politikoa. Gainera, XXI. mendean zeren baitan dago gure nortasunaren jarraitasuna? Zenbaterainoko botere politikoaren baitan? Euskal Norgintzak ze dialektika eskatzen du gizarte saretuaren eta botere politikoaren artean? Identitate efektu ahaltsuak dituzten gertakari kulturalak demagun bertsolaritza edo Pirritx eta Porrotx, biak ala biak nazio-eraikuntzan funtsezkoak izan baitira azken urteotan, ze puntutaraino daude balizko euskal estatuaren baitan? Euskal Norgintza merkatuaren esku utzi ezin den bezalaxe (nahiz merkatu logikarekin konexioak beharko dituen), ezin dugu utzi bete-betean balizko etorkizuneko Euskal Herri mailako erakunde nazionalaren esku. Nerbio zibila garatu beharko dugu, aurreko biekin batera. Nerbio sozial-identitarioa. Eta identikazio mugimenduak eragiteko gai izango diren ahal-guneak beharko ditugu (botere administratiboen eta herri-ekimenen arteko aliantzen bidez, seguruenera). Gauzak horrela, gaur luxua da planteatzea, herritarren atxikimendu emozionala sortzetik urruti, herritarren indiferentzia edo urrutiratzea masiboki sortzeko ahalmena duten ekintzak eta estrategiak. Luxua da euskal norgintzaren ikuspegitik akumulatiboak ez diren areago, gutxitzaileak diren estrategia politikoak abian izatea (eta epe erdirako izatea estrategiok).
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erakartzeko gai izango den sedukzio gaitasuna, egitasmo kolektiboek hemendik aurrera bertute horixe beharko dute. Norbanakoak luze ibili dira identitate kolektiboak zerbitzatzen, baina, hemendik aurrera identitate kolektibo orok norbanakoaren zerbitzari otzan behar luke (nolabait esatearren); bestela, beronen zigorra jasoko du: desleialtasuna. Gauzak horrela, norbanakoarentzat euskararen komunitatea bidelagun ala agindu-emaile (oztopo) den, hortxe gakoetako bat. Bestetik, eta praxi politiko zehatzera etorrita, orain arte jarraitu diren bide elitistak auzitan jartzea ez legoke txarto. Borroka armatuak planteatu duen aterabide negoziatua zein bide instituzionala (herri-kontsulta eta erabakitzeko eskubidea), biak izan baitira herritarren parte-hartzeari muzin egin dioten bideak.
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amortigoatzeko egikaritze komunitario berezia, nahiko ondo ehundutako gizartea baitugu, baina jendartea saretzen eta ehuntzen jarraitu beharko dugu (ikuspegi produktibo, sozial eta kultural-identitariotik), eta zeregin hori lehentasun bihurtu.
BIBLIOGRAFIA ERABILIA
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Etanto las condiciones microbiogrESPECIALMENTE RICO SI TOMAMOS EN CUENL ABORDAJE DE LA IDENTIDAD ES ta cas como las condiciones macroestructurales
que la constituyen. Para comprender el fenmeno identitario en toda su profundidad, es necesaria adems una doble aproximacin. Por un lado, se requiere una mirada sincrnica sobre la identidad. A partir de dicha mirada, la identidad constituye un complejo edicio de atributos particulares (relativos a la psicologa de cada individuo) y de variadas pertenencias sociales (el mbito ms ligado a la comprensin sociolgica del hecho identitario). A su vez, desde esta mirada observamos que la identidad se encarga de mltiples funciones que constituyen importantes pilares de la experiencia humana: orientacin y sentido de la accin, autodenicin, direccin interna, sentido de pertenencia e inscripcin comunitaria, etctera. Al mismo tiempo, observamos que el edicio identitario est compuesto de materiales cognitivos, pero tambin de vnculos emocionales, de posibilidades para la accin autnoma y autocentrada de los sujetos, de diferenciacin con respecto a los otros, de reconocimiento en el mbito pblico por parte de los dems, y de creacin de mbitos de dilogo y entendimiento. Se requiere, por otro lado, una mirada diacrnica sobre la identidad: la identidad como proceso, como construccin social e histrica. La forma, el modo de elaboracin y el contenido de la identidad humana normalmente cambian en el proceso vital del individuo, y han ido cambiando sensiblemente con el advenimiento de las sociedades modernas y con la transicin de stas a las sociedades hipermodernas/posmodernas. Siendo la identidad un constructo ntimamente ligado (tambin) a las condiciones macroestructurales de la experiencia humana, es necesario realizar una lectura bsica de nuestra contemporaneidad para comprender el hecho identitario desde una visin amplia. Para tal lectura, sealamos a continuacin algunos de los conceptos que tienen una fuerte implicacin en la conguracin actual del hecho identitario:
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la posmodernidad cultural; la desterritorializacin; la individualizacin del tiempo; la denominada era posnacional; la destruccin masiva de las identidades lingstico-culturales que provoca el actual proceso globalizador; el debilitamiento de las construcciones identitarias tpicas de la sociedad moderna-industrial; la emergencia del Proyecto Yo (o la metstasis del Ego); la posibilidad de eleccin como hecho sustancial de la construccin identitaria en la actualidad; el descentramiento, la fragmentacin y la mercantilizacin de la identidad. Los tericos posmodernos han realizado lecturas muy valiosas sobre la identidad. Pero muchas de ellas son, al mismo tiempo, lecturas extremas que, aunque sealan algunas tendencias palpables en nuestro entorno, carecen de anclaje real y emprico, al menos en un contexto como el vasco. En el futuro, especialmente las identidades minorizadas como la vasca (en su sentido cultural y lingstico) deben asumir la centralidad de la identidad como un fenmeno social, poltico, cultural e individual, y, junto con ello, asumir que requiere de atencin privilegiada. Toda identidad, y mucho ms una identidad minorizada que experimenta un desafo de vida, requiere de una labor continua de resimbolizacin. En el caso de las identidades minorizadas, es crucial alcanzar un determinado umbral de densidad simblica incluso de hegemona all donde fuera posible que haga posible su continuidad en el tiempo. La resimbolizacin de la identidad supone vitalizar la experiencia comn de un pasado compartido (no hay identidad sin memoria compartida), anclar a los sujetos individuales en un presente compartido y proyectarlos hacia un futuro tambin compartido (huyendo tanto de la solidez excesiva de los esencialismos, como del exceso de liquidez que nalmente produce la disolucin). Las identidades como formas colectivas de organizar la experiencia humana son, adems, fundamentales para encarar los desafos sistmicos presentes y del futuro: la solucin biogrca de las contradicciones sistmicas, adems de suponer uno de los principales puntales de la dominacin social en las sociedades occidentales de hoy, constituye una hiperindividualizacin de la experiencia que no puede ms que abocarnos al fracaso colectivo. Hoy se requiere repolitizar la experiencia individual, con el objeto de enfrentar la individualizacin de los conictos sociales y la patologizacin individual de las contradicciones sistmicas. Toda identidad minorizada necesita reforzar las tres lgicas histricas que subyacen a la construccin identitaria: los aspectos primarios de la identidad, heredados en la primera socializacin (la vitalidad tnico-identitaria); los aspectos secundarios, de los cuales el sujeto individual se apropia en la socializacin secundaria y estn ms ligados a la identidad como proyecto consciente y poltico (la vitalidad poltico-identitaria); y la lgica posmoderna de eleccin identitaria (la lgica de mercado).
RESUMEN
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Lejos de constituir un mero reejo de las condiciones materiales de vida, la produccin de subjetividad es hoy parte de la propia infraestructura productiva. De ah su centralidad en las luchas emancipadoras del futuro, tanto en las labores de resistencia como en las de construccin de nuevas alternativas. Por ltimo, toda construccin identitaria transformadora debiera integrar en dicha construccin la principal urgencia presente y futura: la transicin energtica, econmica, ecolgica, social, cultural y psicolgica hacia una era poscapitalista y de poscrecimiento.
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Kontuan hartuko dugu, aldi berean, Euskal Herrian historikoki bizi izan den migrazio errealitatearen eta gaur egungoaren artean funtsezko aldeak daudela.
2. Aipatu beharra dago Euskal Herriaz ari bagara ere, hegoaldeko lau herrialdeetaz ari garela idatzi honetan. Lapurdi, Nafarroa Beherea eta Zuberoako migrazio errealitateak, geure ustez, aparteko analisia behar luke. 3. Etapa honetan sakontzeko, lan ugarien artean, hauek azpimarra daitezke: Azurmendi, 1979; Corcuera, 2001; Larronde, 1977; Pablo et al., 1999.
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b) Integrazioaren aldeko lehen aldarriak. Aberri eta Jagi-Jagi-ko Eli Gallastegi Gudari erakusgarri den posizioak integrazioaren aldeko lehen urrats sendoak eman zituen.4 Eusko Abertzale Ekintzak (ANV) ere pauso batzuk eman zituen garapen honetan, nazioaren denizioan arraza maila sinboliko batera mugatuz eta etorkinak espresuki euskal nazionalismora deituz (Granja, 1995: 41). Eboluzio politiko eta ideologiko hau 1936ko altxamendu militarrak eta ondorengo gerrak gelditu zuten. Ludger Meesek Eli Gallastegiren idatziak aipatuz azpimarratzen duen bezala, halere,
ste era un primer paso para superar el radical anti-maketismo aranista, como ocurri con la fundacin de ANV en la Segunda Repblica y denitivamente con la formacin de la izquierda nacionalista durante el franquismo y el postfranquismo (1993: 335).
c) Behin 1936ko gerra igarota, eta nahiz eta euskal nazionalismoa oso ahuldurik aurkitu, etorkinen auziaren aurrean zerbait egitearen beharra hasieratik planteatzen da. Behin euskal nazionalismoaren euskal nazioaren ulerkuntzan arrazak pisua galduta, eta horren ordez (maila sinbolikoan bada ere) euskarak zentraltasuna hartzerakoan, etorkinen integrazioaren aldeko jarrera nagusitu zen. Ezkerreko euskal nazionalismoaren sorrerak, planteamendu berriei bidea irekiz, etorkinen integrazioaren aldeko prozesu hau azkartu zuen.5
4. Adibide modura Gudariren ondoko aipua ondo etor liteke: entre el maketo vasquizado y el vasco maketizado, hemos de escoger con ms predileccin? La respuesta, a mi juicio, no tiene duda. El primero, [] muchos Prez y Fernndez estn dando lecciones de nacionalismo y de sacricarse por Euzkadi (1993: 112) (1930eko hamarkadan idatzia). 5. Etapa zabal honetaz, besteak beste: Juregui, 1981; Garmendia, 1983; Apalategi, 2003.
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Horrekin batera, inguruko beste herrialdeekin alderatuz, kuantitatiboki etorkinak ez dira hain ugariak (bai dela esanguratsua, ordea, kopuruetan urte gutxitan emaniko gorakada). Halaber, kopuru handienak euskal kultura eta euskal nazionalismoa gehiengo ez diren lurraldeetan ematen dira (Nafarroako Erriberan, kasu) edota hiri inguruneetan (Aierdi, 2008). Behin hori azpimarratuta, itzul gaitezen eragile politiko abertzaleek egungo immigrazio errealitateaz garatzen duten diskurtsora, beti ere afera honi buruz mugimendu politiko horrek garatzen dituen planteamendu nagusiak azaldu asmoz. Jarraian, euskal nazionalismoak garatzen duen diskurtsoan, geure ikuspegitik, gakoak diren elementuak azpimarratuko ditugu, horretarako eragile abertzaleekin egindako sakoneko elkarrizketa batzuetan oin hartuz. Hasteko, euskal nazionalismoarentzat immigrazioarena ez da lehentasunezko gaia. Adibide modura, prentsa agerraldi gutxi burutzen dituzte afera honetaz hitz egiteko. Halaber, euskal nazionalismoaren erakundeetan, migrazioen gai espezikoa lantzeko egiturak berriak dira edo arlo zabalagoen baitan antolatzen dira. Bistan denez, immigrazioa ez da eztabaida politikoan leku nagusia betetzen duen gaia, nazio edo politika ikuspegitik behinik behin. Zentzu honetan, immigrazioaz aritzerakoan euskal eragile nazionalistak ere gizarte arazoez mintzatzen dira. Bigarrenik eta aurrekoari lourik, euskal nazionalismoak immigrazioa aztertzerakoan planteatzen duen funtsezko ideia migrazioen arloan Euskal Herritik problematikaren zabaltasunean eragiteko kapazitate mugatua edo nulua da. Bai egungo instituzioen eskuduntza mugatuak edo-eta baita Euskal Herriarentzako ahalmen handiagoko egituren gabezia argudiatuta ere, euskal nazionalistak bat datoz, oro har, immigrazioaren alorrean Euskal Herritik bertatik eragiteko tresna gehiago aldarrikatzean. Hortaz, migrazioen auzia aldarrikapen politikorako gaia izan daiteke, batetik, eta bertan eragiteko nahia azaltzen dute, bestetik. Hirugarren ideia nagusi gisa, euskal nazionalismoak etorkinen integrazioa aldarrikatzen du. Integrazio hau ulertzeko modu desberdinak daude, hala ere. Horrela, gizarte integrazioa premiazkotzat erakunde denek jotzen dutela argi izanda, erakunde abertzale batzuek etorkinak euskal nazioan eta eurek bultzatutako dinamika politikoan integratzea azpimarratzen duten bitartean, beste batzuek gizarte integrazioa politikoaren gainetik lehenesten dute. Ondorioz, integrazioa hain kontzeptu zabala izaki, berau oraindik ez da denizio maila altura ailegatzen, oro har. Laugarrenik, euskararen gaia problematikoa suertatzen da, hein batean, eztabaida honetan. Euskara funtsezko elementua da gaur egun euskal nazioaren kontzepzioan euskal nazionalistentzat, maila sinbolikoan bada ere. Baina, hala ere, ez da lehentasunezko gai gisa hartzen abertzaleei egungo immigrazioaz dituzten planteamenduez galdetzen zaienean. Euskal nazionalismoarentzat, horrela, diskurtso mailan euskara integraziorako tresna da. Euskarak etorkinen integrazio osoa segurtatu egiten du. Baina Euskal Herriaren egoera soziolinguistikoak gai honen aurrean abertzaleak denizio eza mantentzera bultzatzen ditu. Finean, euskararen auzian eta immigrazioaz ari garela, teoria eta praktikaren jauzia handia da oso: euskarak behar luke eremu publikoko hizkuntza, norberaren identitate etnolinguistikoaren aitortzatik abiatuta, espazio publikoan talde desberdinen lotura funtzioa euskarak bete behar luke. Hori, bistan denez, beti ere diskurtso teorikoaz ari garela.
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Aurrekoari loturik, immigrazioak euskal nazionalismoak defendatzen duen proiektu politikoari sortzen dizkion zailtasunak baino, euskal nazionalistek erronka berriak (etorkinekin lan egin beharra, euren jarduna etorkinak kontuan hartuz egin beharra, etab.) zein aukera berriak (aurreko etorkinek, hein handi batean, abertzaletasunarekin bat egin zutela gogoratuz) azpimarratzen dituzte. Finean, eta euskararen aferarekin gertatzen den bezala, denizio eza nagusi izatearekin batera politikoki zuzen aritzearen beharra nagusitzen da. Oro har, eta gerturatze gisa, euskal nazionalismoaren baitan, immigrazioaren afera aztertzerakoan agertzen diren hiru diskurtso eredu azpimarratu ditzakegu: Gizarte eta lan munduko gaiek zentraltasun osoa duen ildoa, nazioari buruzko planteamenduek garrantzi eskasa hartuz (kontuan izan eragile abertzaleez ari garela). Gizarte gaiak azpimarratzen dituen ildoa, baina migratzaileak euskal nazionalismoarekin bat egiteko beharra ere azpimarratzen duena, herritartasunari edo-eta naziotasunari buruzko eztabaidetan sartu gabe. Etorkinen eskubide politikoetan arreta ipintzen duen ildoa eta helburu gisa euskal nazionalismoaren eta etorkinen artean aliantza bat ezartzea duena. Nazioari loturiko diskurtsoak zentraltasuna hartzen du diskurtso eredu honetan. Hiru ereduok behin-behineko proposamen gisa ulertu behar ditugu. Zalantzarik gabe, azterketa sakona behar luke euskal nazionalismoak immigrazioaz garatzen duen diskurtsoan eredu nkoak proposatzea.
ONDORIO BATZUK
Aurreko atalean kusitako planteamenduak euskal nazionalistek esandakoan oinarritzen dira eta, beraz, esan beharrekoaren edo zuzentasunaren barnean galtzeko arriskua dute. Hala eta guztiz ere, eta euskal nazionalismoaren eta egungo immigrazioaren arteko harremana hein handi batean ikertzear dagoen esparrua izanik, gairako hurbilpen eta kokapen gisa baliagarriak izan daitezkeelakoan gaude. Euskal nazionalismoak immigrazioaren gaia ez du bere agendaren lehen postuetan. Idatzi honetan aipatu ditugu hori azal dezaketen arrazoi batzuk. Aldi berean, euskal nazionalismoa, oro har, etorkinetatik eta haien errealitatetik urrun dagoela dirudi. Horrekin batera, hala ere, zenbait talde eta sektoretan hausnarketa handia da azkenaldian, eta horrek aldaketak ekar litzake aipatutako urruntasun horretan. Eztabaida ematen ari den arloen artean, euskalgintza eta hezkuntza aipa ditzakegu. Zentzu honetan, euskal nazionalismoren diskurtsoa aztertzerakoan, ez dugu ahaztu behar immigrazioaren aferan euskal eragile abertzaleek pauso praktiko gutxi eman ditzaketela. Hau da, immigrazioari loturiko politikak Euskal Herritik at erabakitzen direnez gero,6 gai horretan politika eraginkorrik garatzeko aukerarik ia ez dutenez,
6. Politika publiko nagusiez ari gara eta, batez ere, nazioaren zein identitate politikoaren arloetara zuzenduta daudenez.
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CAPTULO 10
diskurtsoa errealitatetik aldendu eta nahien arloan gera daitekeela. Hau da, egun, euskal eragile nazionalista guztiak etorrera norabidea duten migrazio mugimenduak mugatzen dituzten legeen aurka azaltzen dira, era argian. Berdin egingo lukete arlo horretan Euskal Herritik erabaki ahal izanez gero? Hortaz, euskal eragile abertzaleen diskurtsoa zuhurtziaz ere hartu behar da, aurrean aipatutakoa kontuan hartuz. Euskal Herria, estaturik gabeko nazionalismo esanguratsuak dituzten bestelako herrialdeekin alderatuz atzean geratzen ari da, immigrazioa nazio ikuspegitik tratatzeari dagokionez. Alde batetik, Quebec edo Flandria bezalako herriekin alderatuz, euskal lurraldeetan bizi den migrazio errealitatea oraindik ez dela kuantitatiboki hain esanguratsua kontuan izan behar dugu. Gizarte joerak kontuan hartuz gero, estaturik ez daukaten mugimendu nazionalistek zailatasun handiak dituzte immigrazioak suposatzen duen kultura-aniztasun egoerak kudeatzerako garaian. Hau da, estaturik gabeko nazionalismoek ezer egin ezean, etorkinak bere errealitatean benetan eragiten duenarekin lerrokatuko da, naturalki. Eta eragiten duena estatua da. Euskal Herriaren kasuan egoera honi beste aldagai bat gehitu behar zaio: euskal kultura eta, bereziki, euskara oraindik orain gutxiengo egoera argian daudela. Hortaz, integrazioaz hitz egiten denean, ezinbestekoa izango da hori ez ahaztea. Aipatu ez bada ere, kontuan izan beharrekoa da, halaber, gaur egun etorkin ugarik bizi duten gizarte eta lege egoera zaila. Oinarrizko arazo horiek dirauten bitartean, kultura nahiz nazio mailako problematikak bigarren maila batean egongo direla esatea logikoa dirudi. Egungo immigrazioa eta 1970eko hamarkadakoa kontuan hartuz, aipatu dugu bi migrazio errealitateen arteko desberdintasunak handiak direla, etorkin kontsideratutakoak ezaugarri desberdinak dituzten heinean. Zalantzarik gabe, egun ere ematen diren bi etorkin eredu hauek (Espainiatik etorritakoak eta egun immigrantetzat jotzen diren beste guztiak) modu berezituan aztertu behar dira, bakoitzak duen lege egoeraz gain, soziologiaren ikuspegitik ari garenez guretzat funtsezkoa dena, beraiei buruz egiten den gizarte denizioa guztiz desberdina delako. Hala ere, idatzi honetan aipatutako aurreko hamarkadetako eta egungo immigrazioak hizpide hartuta, euskal gizartean emandako aldaketa ere kontuan izan behar da. Aurreko etapan emandako integrazioak, argi ilunak baditu ere, ezegonkortasun politiko handiko eta, beraz, gatazkaz beteriko testuinguru batean eman zen. Gaur egun, badirudi politikak ez duela gizarte bizitzan aurreko garaien adinako zentraltasun paperik betetzen.
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EN EL SIGUIENTE TEXTO, SE PLANTEA UNA REFLEXIN SOBRE LA RELACIN ENTRE el nacionalismo y la inmigracin, centrndonos en el caso del nacionalismo vasco y la
inmigracin actual.1 Las migraciones son un tema relevante en el estudio de los nacionalismos, pues las posiciones que mantienen los diferentes movimientos nacionalistas ante las migraciones que llegan a los territorios donde stos actan, nos pueden dar algunas claves, entre otras cuestiones, de la denicin que hacen dichos nacionalismos de su nacin. Asimismo, en nuestra opinin, las migraciones son una cuestin relevante tambin en el caso de los nacionalismos sin Estado como el que nos ocupa, ya que la pluralidad cultural que ese movimiento puede reivindicar coincide (o entra en conicto, segn los casos) con la que trae de por s toda inmigracin. Por lo tanto, la cuestin del Estado tambin habr de tenerse en cuenta a la hora de analizar esta relacin nacionalismo-inmigracin. A n de exponer algunas claves acerca de la relacin entre el nacionalismo vasco y la inmigracin actual, en el siguiente texto se plantean brevemente algunos aspectos que, en nuestra opinin, son relevantes, sobre la relacin histrica entre el nacionalismo vasco y las migraciones llegadas al Pas Vasco. As, esta relacin ha sido problemtica, como muchas veces se ha subrayado, pero al mismo tiempo ha sufrido grandes transformaciones a lo largo del pasado siglo. En este sentido, se repasa ese complejo proceso diferenciando tres etapas. La primera, en la que el nacionalismo vasco desarrolla una posicin contraria a cualquier
1. Utilizamos la expresin inmigracin actual para referirnos a los movimientos migratorios que llegan al Pas Vasco, bsicamente, a partir de la dcada de 1990; en contraposicin con los ujos de las dcadas 1960 y 1970. Entre otras muchas diferencias, aqu nos interesa subrayar que mientras estas ltimas migraciones provenan, en su mayora, del resto del Estado espaol, la actual tiene una procedencia ms amplia. Por tanto, en este texto, al hablar de inmigracin actual nos referimos a la inmigracin proveniente bsicamente de fuera de Espaa.
RESUMEN
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relacin con las personas inmigrantes (ejemplicada en los planteamientos de Sabino Arana). La segunda, en la que esta visin ir transformndose con la irrupcin de nuevos puntos de vista dentro del nacionalismo vasco como, por ejemplo, la de los activistas de Jagi-Jagi o los nacionalistas laicos de Accin Nacionalista Vasca. Y la tercera, a partir de la dcada de 1960, en la que ir desarrollndose un abertzalismo de izquierdas que abogar claramente por nuevas deniciones de la nacionalidad vasca y, por tanto, por la integracin de las personas inmigrantes. Esta ltima perspectiva se trasladar al resto de las corrientes nacionalistas vascas. Tras este repaso, se analiza la relacin actual entre el nacionalismo vasco y la inmigracin. As, se subraya que en la actualidad la inmigracin no es un tema prioritario en la agenda de las diferentes organizaciones abertzales. Al mismo tiempo, dichas organizaciones subrayan la incapacidad de tratar la cuestin migratoria desde el propio marco nacional afectado, ya que las competencias sobre la materia estn en manos del Estado, como, por otra parte, suele ser habitual. En el plano del discurso, desarrollan, en general, una posicin en pro de la integracin en la nacin vasca de las personas inmigrantes, si bien se dan diferentes enfoques a la hora de entender qu es la integracin y qu se espera de ella. Tambin se constata la importancia que se da a la lengua vasca a la hora de tratar esta cuestin de la inmigracin, pero sin olvidar que la situacin sociolingstica del euskera diculta esa funcin integradora terica que se le adjudica a la lengua. Partiendo de esa realidad, se esbozan tres posiciones que se diferencian dentro del nacionalismo vasco a la hora de tratar la cuestin que nos ocupa. De manera sintetizada, una subraya el aspecto social y laboral de la cuestin migratoria, sin desarrollar un discurso especco en lo relativo a lo nacional; otra combina esta preocupacin por los aspectos sociolaborales con un inters, en un segundo plano, por sumar a los sectores inmigrantes a su proyecto poltico; y una tercera prioriza en su discurso el aspecto nacional y la idea de alianza entre sujetos con una identidad etnonacional diferente a la del Estado. En denitiva, estas posiciones que se entrevn dentro del nacionalismo vasco no nos han de hacer olvidar que esta cuestin no es, por el momento, central en este nacionalismo. Aun as, se distinguen sectores (como el de la euskalgintza2 y la educacin, por ejemplo) en los que los debates y las diferentes propuestas son cada vez ms relevantes. Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que el discurso nacionalista vasco acerca de las migraciones se limita, en cierta medida, al campo de lo hipottico y lo terico, y nos debe llevar a cuestionarnos en qu medida este discurso se llevar a la prctica en caso de contar con las herramientas poltico-administrativas necesarias para poder desarrollar polticas efectivas en este campo.
2. Amplio movimiento, no exclusivamente nacionalista vasco, que trabaja por la normalizacin del euskera.
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CAPTULO 11
expone por primera vez en el macrosumario 18/98. En l los jueces espaoles arman que es ETA quien organiza y controla a travs de KAS-Ekin multitud de organizaciones para conseguir sus nes, por lo que se ha de actuar judicialmente contra ellas. Las organizaciones a las que esta sentencia se reere son denominadas por la misma como componentes del Movimiento de Liberacin Nacional Vasco (MLNV). A partir del estudio de los documentos y los libros de Historia, la doctrina judicial del todo es ETA que sirve de punto de partida para la ilegalizacin de las organizaciones vascas es ciertamente insostenible. El anlisis de la sentencia del sumario 18/98, as como el de los documentos que se reeren a la gnesis de las organizaciones del MLNV, muestran, como se ver ms adelante, que los argumentos judiciales responden a criterios ligados a la razn de Estado por encima de cualquier otra consideracin. Yo, para identicar cules son esos factores que guan la razn de Estado y sus tcticas, analizo las acciones judiciales con respecto a cuatro organizaciones a las que se alude en la sentencia 18/98 como parte del MLNV. Se trata del organismo de apoyo a presos Askatasuna (Gestoras Pro Amnista hasta enero de 2002); del movimiento juvenil Segi (Jarrai hasta 2000 y Haika hasta 2001); del partido poltico Batasuna (anteriormente HB y EH, y tras 2005 partidos polticos diferenciados como EHAK y ANV con los que su electorado ha sido representado); y del sindicato LAB. De estas cuatro organizaciones, las tres primeras Askatasuna, Segi y Batasuna se encuentran ilegalizadas en la actualidad. Para comenzar con mi investigacin y poder justicar el uso de tcnicas sociolgicas en ella, es necesario advertir que si la aplicacin usual de las leyes se basa en juzgar hechos concretos, hay piezas en todo este asunto que no acaban de encajar. A las organizaciones ilegalizadas, incluso consideradas terroristas, se les han imputado delitos consistentes en estar a las rdenes de ETA y compartir objetivos con ella. Pero no se les ha condenado por cometer acciones violentas concretas.2 En el aspecto judicial se hace necesaria, pues, la articulacin de algn tipo de interpretacin terica a travs de la cual poder armar, y despus probar, que organizaciones que aseguran no practicar la lucha armada ni pertenecer a organizacin alguna que la practique forman parte realmente de una organizacin como ETA que s la practica, encontrndose orgnicamente vinculadas y sometidas a las rdenes de sta. Por otro lado, no todas las organizaciones del MLNV, incluso apareciendo explcitamente en el sumario judicial 18/98 como organizaciones del conglomerado de ETA, han sido ilegalizadas. Adems, el momento en que se llevan a cabo los primeros autos contra Jarrai-Haika, Gestoras y Batasuna aos 2001 y 2002, poco tiempo despus de romperse la tregua de ETA de 1998, as como las actuales actuaciones ilegalizadoras poco tiempo despus de la ruptura
toras Pro Amnistia-Askatasuna, HB-EH-Batasuna, SA, ASB, AuB, HZ, ANV, EHAK, Askatasuna (partido poltico) y D3M. 2. Los sumarios llevados a cabo en la Audiencia Nacional por los que se han ilegalizado JarraiHaika-Segi, Gestoras-Askatasuna y HB-EH-Batasuna son, respectivamente, el 18/01, el 33/01 y el 35/02. Las personas condenadas en estos procesos lo han sido por pertenecer a Segi, Askatasuna y Batasuna, organizaciones que jurdicamente han pasado a considerarse integrantes del complejo terrorista ETA-KAS-Ekin. En ninguno de estos casos se ha juzgado la participacin o la colaboracin de las personas imputadas en atentados, amenazas o actos de sabotaje especcos.
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de la tregua de 2006 son elementos que obligan a plantear los siguientes interrogantes: Qu criterios explican la lgica de estas acciones punitivas, ms all de una aplicacin neutral de las leyes? Mis hiptesis apuntan a que el Estado acta mediante uno de sus poderes, el judicial, contra las organizaciones de un movimiento, el MLNV cuyo objetivo es el de subvertir su actual orden poltico-jurdico, basndose en una estrategia cimentada en clculos racionales de coste y benecio. Deendo que estos clculos determinan que s se acte contra determinadas organizaciones Askatasuna, Segi y Batasuna, y no contra otras LAB, dependiendo de la vulnerabilidad que stas muestren, y en coyunturas polticas favorables a la accin punitiva; factores ambos que disminuyen el coste de la accin legal. Mediante las herramientas de que dotan al investigador las ciencias sociales, tratar de dar respuesta a las hiptesis que planteo, y para ello lo primero que har ser determinar qu es y qu persigue el movimiento al que se considera que pertenecen las organizaciones que analizo: el MLNV.
EL MLNV
Como ya he dicho, las organizaciones que analizo son consideradas miembros del Movimiento de Liberacin Nacional Vasco (MLNV). De forma conceptual, ste podra considerarse un movimiento-comunidad; un movimiento complejo, que puede contener todas las formas de organizacin: la no institucional movimientos sociales, la institucional partidos, sindicatos, grupos de presin, la clandestina grupos armados; as como todas las formas de accin colectiva: la convencional, la no convencional, y dentro de sta, la de confrontacin: desobediencia civil, manifestaciones, violencia poltica (Ibarra y Letamendia, 2006:405). El nacimiento, la naturaleza y los objetivos del MLNV se inscriben en la situacin de efervescencia poltica que se vive en Euskal Herria a nales del franquismo. En el tardofranquismo y los primeros aos de la transicin eclosionan una serie de organizaciones y movimientos sociales en todo el Estado espaol debido a la apertura de la estructura de oportunidades polticas, la EOP, que son las dimensiones consistentes del entorno poltico, que fomentan o desincentivan la accin colectiva entre la gente (Tarrow, 2004:45). As, unas oportunidades cambiantes en el seno del Estado ofrecen oportunidades que ciertos actores pueden emplear para comenzar a movilizar recursos y crear as nuevas organizaciones y movimientos. En este sentido, el nal del rgimen franquista y la indenicin ante el futuro establecen las oportunidades cambiantes que suponen la apertura de la EOP en que se enmarca el nacimiento del MLNV y sus organizaciones. La apertura de la EOP se instituye como una condicin necesaria, el contexto de oportunidad histrico-poltica que favorece la aparicin de nuevas formas de accin colectiva. Pero la accin colectiva, ms all de enmarcarse en un contexto favorecedor, se basa en unos intereses, en unas demandas o reivindicaciones concretas: en el caso del surgimiento del MLNV, para enmarcar estructuralmente las demandas que guan su actividad y lo enfrentan con las autoridades estatales, la teora de clivajes de Rokkan resulta esclarecedora. Las aportaciones de este autor nos proporcionan un esquema que, en todo caso, ayuda a entender la conictividad de la poca.
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Rokkan (1970) parte de que un clivaje es un eje a partir del cual se organiza el conicto de intereses. Este autor propone un esquema en el que las dos revoluciones que forman en su interrelacin la Revolucin burguesa, la nacional y la Industrial, generan los cuatro conictos que atraviesan las sociedades occidentales. La Revolucin Industrial provoca, en el eje funcional, el conicto poseedores-trabajadores, o clivaje de clase; mientras que en el eje territorial genera el enfrentamiento sociedad ruralurbana. La Revolucin nacional, por su parte, hace surgir el conicto Iglesia-Estado en el eje funcional; y el conicto centro-periferia, en el territorial. La principal divisoria confrontacional que enfrenta los intereses del MLNV con los del Estado espaol responde al conicto centro-periferia. Este tipo de conicto, que surge donde las diferencias tnicas o culturales dicultaron o impidieron a ciertos colectivos sociales el acceso al proceso de nacionalizacin, genera el eje a partir del cual se organizan los intereses contrapuestos entre el centro poltico y, en este caso, las reivindicaciones perifricas abertzales. En todo caso, las demandas de diferentes tipos de nacionalismos perifricos frente al centro estatal desde el autonomismo hasta el independentismo son fruto de este clivaje. Sin embargo, el MLNV se alimenta de otro clivaje que en los ltimos aos del franquismo resurge con fuerza: el de clase. ste enfrenta originariamente a poseedores y trabajadores debido a la distribucin asimtrica de los recursos producidos. La lucha obrera responde a esta lgica, y sus reivindicaciones, en situacin de efervescencia en el tardofranquismo, impregnan parte de los objetivos del MLNV. An hay un tercer clivaje, que inuye a algunas de las organizaciones del MLNV y que Rokkan no menciona, debido a que sus teoras datan del ao 1970, momento en que comienza a manifestarse. Se trata del relacionado con los valores posmaterialistas. Inglehart propone que las dos dimensiones bsicas que explican los valores en diferentes sociedades del mundo son las que se reeren al eje de valores tradicionales/secular-racionales por un lado; y al eje de valores de supervivencia/autoexpresivos (self-expression, en ingls) por el otro. Los valores posmaterialistas emergen en la transicin de las sociedades seculares hacia lo autoexpresivo; en el plano de la accin colectiva este proceso se vincula a la aparicin y las demandas de los Nuevos Movimientos Sociales, NMS. La organizacin ecologista Eguzki, las feministas de Egizan o los grupos de defensa de derechos de gais y lesbianas como EHGAM seran ejemplos de organizaciones que aoran en el seno del movimiento independentista vasco a principios de la dcada de 1980. La diferenciacin entre MLNV, sus intereses y las organizaciones que la componen es necesaria para comprender la lgica con que sucede la accin contenciosa frente a las autoridades estatales. Para llevar esta tarea a cabo, tericos de los movimientos sociales como McCarthy y Zald (1977) ofrecen un mapa conceptual que resulta til. En l clasican los diferentes niveles de actividad de los movimientos que es aplicable al caso que nos ocupa. Distinguen tres niveles: el primero de ellos sera el sector de movimiento social SMS, en ingls3 que son el conjunto de intereses de cambio que guan la accin del movimiento. El posicionamiento de los intereses del MLNV frente a las autoridades se organiza en funcin de los ya mencionados ejes centro-periferia, de clase y de valores posmaterialistas. En segundo lugar nos encontramos con
3. Social Movement Sector, SMS.
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la industria del movimiento social SMI, en ingls,4 que abarca al conjunto de organizaciones que persigue unos intereses comunes, y del que nacen nuevas organizaciones. El MLNV en su conjunto correspondera a la nocin de SMI. Por ltimo nos encontramos con cada una de las organizaciones que llevan a cabo la accin colectiva, que seran las organizaciones del movimiento social SMO, en ingls5 como sera el caso de mis objetos de estudio: Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB. Por tanto los ejes a partir de los cuales se estructuran los intereses del MLNV el SMS y la gnesis y naturaleza del propio MLNV la SMI muestran una raz comn. Sin embargo, cada una de las organizaciones que lo componen las SMO muestra particularidades que la distingue del resto. Los mtodos de accin, as como la naturaleza de las mismas, son bien variados, y adoptan desde formas propias de movimientos polticos a las propias del movimiento obrero, pasando por colectivos ecologistas o feministas englobables dentro de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS). Tambin los vnculos que establecen con otros agentes, como mostrar ms adelante, supone un signo distintivo para cada una de las SMO analizadas.
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mo. As pueden abordarse algunas armaciones de este autor, como cuando se reere a la lucha armada diciendo que el terror de una persona supone un movimiento de resistencia por parte de otra (Tilly, 1991: 77), o la percepcin diferenciada de ciertos sectores sociales con respecto a la accin punitiva del Estado.
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port, 1995: 683). Opp y Roehl (1990) atribuyen dicha accin a las autoridades estatales, como son las Fuerzas de Seguridad del Estado, los tribunales y los Gobiernos. As, aunque la represin forma parte del repertorio de accin natural de los Estados, las condiciones para que se produzca se dan en las situaciones de conicto poltico en el seno del propio Estado. Por otro lado, la protesta, denida por Tarrow como la accin colectiva disruptiva dirigida a las instituciones, lites, autoridades u otros grupos en defensa de los objetivos de los actores o de aquellos a quienes dicen representar (Tarrow, citado en Carey, 2006: 2) es un elemento que acostumbra a aparecer asociado a la represin en situaciones de conicto. La distincin que propona Tilly entre legitimidad e ilegitimidad de las acciones es la que da pie a los actos de protesta cuyos actores legitiman las acciones subversivas8 y de represin, cuyos actores legitiman las acciones de castigo hacia la protesta.9 En un estudio sobre la relacin entre protesta y represin, Carey concluye que en la mayora de los casos analizados en los que la protesta induce a la represin, la represin tambin conduce a la protesta, y viceversa (Carey, 2006: 9). El proceso por el que una mayor represin hace que aumente la protesta, y viceversa, siguiendo el esquema propuesto por Opp y Rohel (1990), se llevara a cabo de la siguiente manera: la represin, que para el Estado supone un coste, en un primer momento hace disminuir la protesta, ya que impacta de forma directa contra sta y la neutraliza. Sin embargo, si dicha accin punitiva del Estado es considerada ilegtima por las personas afectadas y su entorno social, se activarn procesos de micromovilizacin cuyo efecto nal ser un aumento de los incentivos para la protesta. Las variables que multiplican las posibilidades de que la represin acabe haciendo aumentar los incentivos para la protesta son dos: la percepcin de los individuos de que la accin punitiva es ilegtima considerada injusta e injusticada; y la integracin de las personas afectadas en grupos promotores de la protesta que recojan sus testimonios de denuncia. Los ciclos de recrudecimiento de confrontacin poltica se encuadran en este marco, en el que la represin provoca un aumento de los incentivos para la protesta, pudindose activar una espiral de violencia. Entonces, si la represin forma parte del repertorio de accin del Estado, cundo y por qu se activa? Para entender este mecanismo, es necesario en primer lugar determinar la lgica que gua al Estado. ste se instituye y funciona desde su nacimiento, segn Max Weber, basndose en el modelo de la burocracia, la manifestacin organizacional del espritu racional moderno. Es por ello defendible que el Estado lleve a cabo su actividad basndose en dichos preceptos racionalistas; dado que la represin forma parte del repertorio del Estado, propongo que la accin legal punitiva para hacer frente a aquellos elementos que se enfrentan a l siga dicha lgica racionalista. Dado que, como arman Opp y Rohel, la represin supone un coste, es de esperar
8. Las acciones de protesta incluiran amenazas verbales, as como acciones no violentas y violentas (Carey, 2006: 2). As, la violencia de grupo surge generalmente de acciones colectivas que no son intrnsecamente violentas. Sin ellas la violencia colectiva difcilmente podra ocurrir (Tilly, citado en Carey, 2006: 2). 9. Las acciones represivas incluiran sanciones negativas, como restricciones en la libertad de expresin, violaciones de derechos sobre la integridad fsica, como la tortura y el encarcelamiento poltico, as como la extensin del terror de Estado en forma de genocidio (Carey, 2006: 2).
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que los benecios esperados de ilegalizar ciertas organizaciones10 sean mayores que los costes. En este sentido, los benecios de la accin del Estado frente a grupos antagnicos se traducen en asegurar y optimizar su pervivencia, manteniendo su orden constitucional intacto.
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la fundamentacin terico-jurdica en la que se basan los sumarios que han llevado a las ilegalizaciones. El macrosumario 18/98 es el que establece las razones jurdicas que llevan a defender la doctrina del conglomerado de ETA, y que se aplica despus en los sumarios 18/01, 33/01 y 35/02 con los que se ilegalizan respectivamente Segi, Askatasuna y Batasuna. En la sentencia del sumario 18/9812 de la Audiencia Nacional se considera probado que es ETA una organizacin terrorista [...] que persigue la subversin del orden constitucional del Estado espaol [...]. Para el cumplimiento de sus objetivos que tienden a alcanzar los nes polticos expresados, ETA se sirve de grupos armados. [...] Dichos grupos armados realizan su actividad en conjuncin como vasos comunicantes con otras estructuras de la misma organizacin criminal, ligadas por una relacin de sumisin por sus militantes a aqullos.13 La forma en la que la direccin de ETA controla esas otras estructuras es, segn la sentencia 18/98, fruto de la teora del desdoblamiento que disea su cpula: Fue a nales de 1974, ante el prximo marco legal que se avecinaba, y que abra la posibilidad de sindicacin, de formacin de partidos polticos y de los derechos de asociacin, que la organizacin terrorista ETA decidi separar de su estructura militar a sus otros frentes, el poltico, el cultural y el obrero [...], buscando una apariencia de legalidad. [...] Fruto de esa decisin adoptada por ETA en aplicacin de la Teora del desdoblamiento, sus estructuras poltica, cultural y obrera se reconvirtieron en simples organizaciones y plataformas de masas, con cticia autonoma en relacin con los actos violentos ejecutados por su Frente armado. [...] A partir del ao 1976, los organismos de masas se integraron en KAS. [...] A mediados de 1977 asume el mando exclusivo sobre la Koordinadora Abertzale Socialista (KAS) ETA-militar. [...] El entramado organizativo KAS est conformado en 1980 por cinco organizaciones: 1) la organizacin armada de la banda terrorista ETA; 2) HASI, un pretendido partido poltico no reconocido por la legalidad democrtica; 3) LAB, una central sindical; 4) Jarrai, una organizacin destinada a coordinar a los jvenes plenamente identicados con la organizacin armada ETA; y 5) ASK, una coordinadora de distintas organizaciones sociales y populares. La forma de poner en prctica el dominio de la organizacin armada de ETA sobre las descritas organizaciones de KAS se materializ a travs de lo que se conoce como participacin por doble militancia, concepto ste que signica la directa intervencin de individuos de la organizacin armada de ETA en KAS.14 La sentencia asegura que dicha estrategia se sigue llevando a cabo en adelante, como dicen mostrar los documentos intervenidos a miembros de ETA en 1987 y 1994.15 Por todo esto, los jueces aseguran: 1) que la organizacin armada de ETA se encargara de la lucha armada y asumira la vanguardia de la direccin poltica; 2) que KAS se encargara de la codireccin poltica subordinada a la organizacin armada de la banda terrorista ETA, desarrollara la lucha de masas y ejercera el control del resto de las organizaciones del MLNV; 3) que Herri Batasuna asumira la lucha institucional al servicio de la or12. Se puede acceder a la sentencia del sumario 18/98 a travs de la siguiente direccin electrnica: http://www.gara.net/agiriak/SENTENCIA18-98.pdf 13. Pgina 84 de la sentencia 18/98. 14. Pginas 86-87 de la sentencia 18/98 15. Pgina 89 de la sentencia 18/98.
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ganizacin armada de ETA, pues sta est controlada por KAS, y KAS por el frente armado; 4) que en todo este conglomerado corresponda a la organizacin armada el papel de vanguardia.16 El corolario de toda esta argumentacin judicial es bien claro, y es la base de todas las ilegalizaciones que se han producido: si todas las organizaciones del MLNV estn controladas por el KAS que segn arma esta misma sentencia pasara a llamarse Ekin en 199917; y el KAS, por su parte, est controlado por ETA, entonces todo el MLNV est controlado por ETA. Partiendo de esta idea, por tanto, el Estado dictamina que todas las organizaciones del MLNV o son terroristas o colaboran con, y se someten al, terrorismo. En este punto, y dado que los argumentos jurdicos estn basados en interpretaciones de hechos histricos y no en acciones punibles concretas, se hace necesario acudir a las fuentes y observar lo que la Historia reeja. As, 1974, momento en que la sentencia 18/98 arma que ETA propone la teora del desdoblamiento, es el ao en que se escinden ETA militar y ETA poltico-militar. La oposicin de la primera de ellas al insurreccionalismo y a las estructuras poltico-militares que haban guiado la actividad de la organizacin armada hasta entonces, es una de las causas principales de esta decisin. ETA militar, antecesora de la actual ETA, propugna la idea de que la lucha armada deba servir para agudizar las contradicciones en el seno del bloque dominante, independizndola de la lucha de masas (Letamendia, 1994: 395). A nales de 1974, ante el ocaso del rgimen franquista, el Frente Militar de ETA explica en su Agiri18 su decisin de no entrar en la legalidad democrtica y separarse del aparato de masas del que hasta entonces haba formado parte. Con respecto a la teora del desdoblamiento que sirve de base jurdica para defender la idea del conglomerado de ETA, no es ETA militar quien la propone, sino ETA poltico-militar, organizacin que se disuelve en 1985. Tampoco es 1974 el ao en que se elabora, sino 1976, en la VII Asamblea de ETA poltico-militar. El Maniesto de esta asamblea arma que: Constatando la imposibilidad de llevar a cabo esa direccin poltica por parte de una organizacin que simultanea la prctica de la lucha de masas y la prctica de la lucha armada, ETA ve la necesidad del desdoblamiento de estas dos funciones en dos estructuras organizativas diferenciadas. [...] Corresponde a la lucha de masas la iniciativa fundamental.19 ETA militar comparte este planteamiento de la organizacin poltico-militar, con cuyos puntos programticos, estratgicos e ideolgicos dice estar de acuerdo en su Zutik 67 boletn interno de noviembre de 1976 (Letamendia, 1994). A partir de entonces, ETA la surgida del Frente Militar y que pervive hasta nuestros das decide autonomizar sus estructuras y su forma de accin basada en la lucha armada. La interpretacin de este proceso es muy diferente para el poder judicial espaol, para quien todo el MLNV es ETA. En todo caso, lo que queda demostrado es que nos encontramos ante una cuestin de interpretacin jurdica de un conjunto de fen16. Pgina 91 de la sentencia 18/98. 17. Pgina 205 de la sentencia 18/98. 18. ETA-ren agiria en Documentos (de ETA) (1979), Tomo 16, pg. 45 19. Maniesto del VII Biltzar Nagusia de ETA en Documentos (de ETA) (1979), Tomo 18, pg. 234.
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menos histricos. Partiendo de que el poder judicial es uno de los pilares bsicos del Estado espaol, y de que el propio Estado espaol es uno de los actores implicados en el conicto, la pertinencia de una tctica predeterminada que gue su interpretacin del tema y por tanto la accin punitiva, ms all de criterios puramente penales, se convierte en ciertamente defendible. Pero si incluso al ms escptico de los lectores todos estos argumentos en favor de aplicar criterios de estrategia racional por parte del Estado en el caso de las ilegalizaciones no le convencen, existe un ltimo factor que considero irrebatible para conrmar mi hiptesis. El corolario de la sentencia 18/98 asegura que todas las organizaciones del MLNV forman parte de ETA. Esta misma sentencia dene a mis cuatro objetos de estudio Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB como organizaciones del MLNV, por lo que bajo el criterio de la justicia espaola formaran parte de ETA. Pero se ha actuado judicialmente contra Askatasuna, Segi y Batasuna, y no contra el sindicato LAB. La hiptesis de un clculo diferenciado en la accin punitiva del Estado contra estas organizaciones se hace imprescindible aqu. Y, en todo caso, me proporciona la variable de control de la investigacin: si judicialmente todas las organizaciones del MLNV forman parte de ETA, y por tanto son ilegalizables, entonces Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB son ilegalizables bajo la ptica del Estado.
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to a los centros de poder. El segundo grupo de variables remite a la naturaleza de los vnculos dentro del grupo analizado, para el que Oberschall propone tres situaciones: la de comunidad, en que una organizacin tradicional estructura fuertemente la vida comn; la de asociacin, en que existen redes de grupos de naturaleza variada; y la situacin correspondiente a grupos dbilmente organizados que no pueden disponer de ninguno de estos principios cohesionadores. Mi idea de encuadrar idealmente a las organizaciones del MLNV en la tipologa de grupos segmentados con respecto a los centros de poder, y basados en vnculos asociativos, concuerda con la propuesta de Oberschall. ste dene a los actores que muestran estas caractersticas como pertenecientes al modelo F, del que formaran parte [...] desde movimientos de liberacin nacional hasta milenarismos y cuyas formas varan segn el grado de cristalizacin de las redes asociativas y el surgimiento de dirigentes y organizaciones aptos para formular los programas (Oberschall, citado en Neveu; 2003: 99). Sin embargo, deendo la idea de que dentro del MLNV, pese a que todas sus organizaciones son idealmente segmentadas, este tipo ideal no se adeca de igual manera a la realidad de cada una de sus organizaciones. stas, basndose en los vnculos que establecen, muestran diferentes grados en la variable segmentacin/ integracin con respecto a los centros de poder. El estudio que llevo a cabo sobre sus vnculos me ayudar a determinar el grado de segmentacin en que estn inmersas. Y, por tanto, su vulnerabilidad frente a la accin punitiva. Mahoney (2004), por su parte, apunta hacia la utilidad en los anlisis histricocomparativos de establecer las condiciones necesarias y sucientes por las que se produce el fenmeno que analizamos. En mi caso, en que analizo el fenmeno de la ilegalizacin de organizaciones, establezco que una primera condicin necesaria X1 es la acusacin del Estado, como se hace en la sentencia 18/98, de formar parte del MLNV y, por tanto, de ETA. Se trata, como digo, de una condicin necesaria, pero no suciente por s misma, como muestra la situacin de no ilegalizacin de LAB. La segunda condicin necesaria que propongo, y objeto de mi anlisis, es la que se reere a la segmentacin de las organizaciones con respecto a los centros de poder. La desproteccin frente a la represin que esta situacin supone establece el factor de vulnerabilidad X2 de la organizacin ilegalizable, que determina que se produzca o no la accin racional del Estado. Como ya he dicho, este factor de vulnerabilidad la debilidad o fortaleza relacional,20 lo mido a partir de los vnculos que una organizacin establece, analizando su evolucin en el tiempo. En este caso tampoco se trata de una condicin suciente, como muestra la situacin de organizaciones segmentadas y no ilegalizadas, como sera por ejemplo el caso de las Asambleas de Gaztetxes centros ocupados de Euskal Herria.
20. Diferencio entre fortaleza intrnseca y relacional de una organizacin. Es importante subrayar la idea de que el factor de debilidad/fortaleza que propongo en mi investigacin es relacional, se reere exclusivamente a la debilidad frente a la accin legal del Estado, y est determinado por los vnculos con que la organizacin analizada se halla imbricada indirectamente al propio Estado, medido a travs de los lazos con otras organizaciones legales inmersas en las instituciones estatales. As, no analizo la fortaleza intrnseca de la organizacin, denida a partir de otros parmetros como el nmero de militantes, la capacidad de movilizar recursos o la potencialidad del impacto de su accin.
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El esquema de mi hiptesis, por tanto, sera el siguiente: [X1, X2] => Y; Donde X1 ser una organizacin del MLNV es una condicin necesaria, y X2 ser vulnerable frente a la accin legal del Estado es la otra condicin necesaria de Y, ser ilegalizado. Por lo tanto, si una organizacin es del MLNV, y es vulnerable frente a la accin legal del Estado, entonces es ilegalizada. Por otro lado, anteriormente ya he establecido mi variable de control. As, las cuatro organizaciones que analizo Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB cumplen la primera condicin: forman parte del MLNV (X1) y, por tanto, para el Estado son ilegalizables. Tambin he propuesto anteriormente que cada una de las organizaciones que estudio muestra diferentes tipos de vnculos, y el nmero de lazos vara en el tiempo, con lo que su grado de segmentacin y de fortaleza frente a la represin legal tambin vara. Siendo esto as, el esquema se puede plantear de la siguiente manera: X1 es una variable de control. Las cuatro organizaciones analizadas, Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB, son del MLNV. Siendo X1 una constante, puede analizarse Y segn la variabilidad de X2. En denitiva, diseo mi investigacin basndome en el siguiente principio: f(X2)=Y. Es decir, la ilegalizacin (Y) se produce o no en funcin de la fortaleza frente a la represin legal de que dotan los vnculos (X2) a la organizacin en cuestin. Por ello propongo que la mayor fortaleza21 de LAB ha supuesto su no ilegalizacin. Considero que esto se debe a que, por un lado, al ser LAB un sindicato representante de trabajadores y trabajadoras, tiene una caracterstica que otras organizaciones no muestran: la capacidad de interrumpir el proceso productivo. La incidencia econmica que esto podra suponer hace que para el Estado aumente considerablemente el coste de actuar en su contra. Pero adems, y en esto centro mi investigacin, propongo que LAB muestra una fuente de vnculos constantes con otras organizaciones legales bsicamente otros sindicatos abertzales que se traducen en un escudo frente a la represin legal del Estado. Dado que la fortaleza relacional la deno basndome en los vnculos, mi variable independiente (X) sern los vnculos de la organizacin; y la variable dependiente que quiero explicar (Y), la ilegalizacin. Por todo ello, para el caso de las orga21. Adems del anlisis sobre su fortaleza relacional, la naturaleza sindical de LAB sera un elemento distintivo de esta organizacin que la diferenciara de las otras tres analizadas. Tener la capacidad de interrumpir el proceso productivo, mayor cuantos ms aliados tenga, es un signo de fortaleza, intrnseca al sindicato, que hara aumentar al Estado el coste de actuar en su contra. Dado que en el caso de LAB la capacidad de interrumpir el proceso productivo es un elemento inherente exclusivamente a l, no la he incluido como variable de anlisis para comparar con mis otras tres organizaciones objeto de estudio (Batasuna, Segi y Askatasuna). No por ello, sin embargo, ha de obviarse su importancia.
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nizaciones del MLNV, propongo que cuando existen pocos vnculos se es ms dbil frente a la accin legal del Estado y es entonces cuando se produce la ilegalizacin. Veamos si los datos conrman o no esta hiptesis.
HIPTESIS
Cuantos menos vnculos establece una organizacin ilegalizable con otras organizaciones legales, mayor es su vulnerabilidad frente a la accin legal de un Estado, producindose su ilegalizacin. La variable independiente (x) sera la cantidad de vnculos. La variable dependiente (y) sera la represin legal, o ilegalizacin. Es decir, cuando una organizacin teje vnculos constantes con otras organizaciones legales imbricadas en ciertas instituciones ociales, es menos vulnerable a la accin legal punitiva del Estado y no es ilegalizada. El mecanismo causal apuntara a clculos estratgicos por parte del propio Estado: ste tiende a inhibirse frente a medidas que puedan perjudicar el correcto funcionamiento de sus instituciones, ya sean stas estatales o autonmicas. Una organizacin que no muestra ningn tipo de ligamen o vnculo con las instituciones reguladoras del Estado o con organizaciones que ayudan a estabilizarlo (como partidos polticos o sindicatos legales) son altamente vulnerables a la represin; mientras que las que establecen vnculos, aunque sean dbiles y puntuales, con organizaciones que participan en cualquiera de las instituciones ociales, se hallan imbricadas (aunque sea de forma dbil e indirecta) en la vida institucional;22 y pueden crear, en caso de ser objeto de acciones legales punitivas, efectos que desestabilicen el correcto funcionamiento de las mismas. Este efecto hara aumentar para el Estado el coste de tal accin.
DISEO ESPECFICO
Organizaciones analizadas: Batasuna, Segi, Askatasuna y LAB. Variable independiente (x): lazos con organizaciones legales. Dimensionalizacin de los lazos:
Lazos institucionales-formales: coincidencia de votos con otras organizaciones legales en los mbitos institucionales propios de cada una de las organizaciones analizadas (Parlamento Vasco para Batasuna, negociaciones colectivas en el mbito laboral para LAB. Askatasuna y Segi, al ser alegales antes que ilegales, no muestran este tipo de vnculos).
22. Esta idea concuerda con la nocin de puentes locales de Granovetter (1973), que son los vnculos dbiles que conectan dos puntos por su camino ms corto. La importancia de este tipo de vnculos es, por tanto, central. En mi caso, la conexin entre una organizacin del MLNV y los centros de poder se efectuara indirectamente, cuando la organizacin del MLNV en cuestin establece un vnculo con una organizacin legal un puente, la cual a su vez estara conectada directa o indirectamente con determinados centros de poder.
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Lazos informales: copresencia de las organizaciones analizadas con otras organizaciones legales en actos de movilizacin poltica (manifestaciones, peticiones...) o en reuniones de carcter pblico. Variable dependiente (y): legalizacin/ilegalizacin. Periodo analizado: 1999-2007
Se trata de observar, en los aos analizados, si los momentos en que suceden las ilegalizaciones coinciden con situaciones en que el nmero de lazos, tanto institucional-formales como informales, son muy bajos o inexistentes. Mis hiptesis apuntaran hacia una mayor vulnerabilidad frente a acciones legales punitivas en momentos en que las organizaciones analizadas se encuentran desprovistas de vnculos y, por tanto, aisladas.23
En el grco 11.1 comparo los vnculos formales-institucionales de Batasuna, recogidos a travs de los diarios de sesiones de 1999 a 2007 del Parlamento vasco; y los de LAB, recogidos en los informes del Consejo de Relaciones Laborales Vasco sobre mesas de negociacin colectiva de la Comunidad Autnoma Vasca, de 1999 hasta 2007. En este caso no puedo comparar con Segi y Askatasuna ya que, hasta su ilegalizacin, se trataba de organizaciones alegales y que no formaban parte de ningn mbito institucional-formal. Muestro el porcentaje de lazos formales de Batasuna: el nmero de veces que Batasuna* (o EH y EHAK) ha coincidido con otras formaciones polticas en votaciones sobre leyes, sobre el total de votaciones sobre leyes que se han producido en el Parlamento Vasco; frente al porcentaje de vnculos formales de LAB: el nmero de veces
23. Nmero de vnculos establecidos por EH-Batasuna-EHAK y LAB sobre el total de vnculos establecidos en el Parlamento vasco y en los convenios colectivos laborales de la CAV.
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24. El de Lizarra es un pacto en el que se apuesta por una salida al conicto basada en un acuerdo entre el mayor nmero posible de agentes polticos y sociales, y que reconoce el derecho del pueblo vasco a decidir su futuro
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Tabla 11.2 Vnculos informales de LAB, Batasuna, Askatasuna y Segi de 1999 a 2007, en nmero de vnculos 25
1999 LAB Batasuna Askatasuna Segi 16 33 10 9 2000 8 6 2 2 2001 4 2 1 0 2002 10 3 1 1 2003 15 6 2 2 2004 13 7 1 2 2005 22 20 3 5 2006 18 23 2 3 2007 16 10 1 2
El grco 11.2 muestra el nmero de vnculos informales de las cuatro organizaciones del MLNV que analizo. En este caso los datos son ms sustanciosos, ya que puedo comparar las cuatro organizaciones objeto de estudio: Segi (antes Jarrai y despus Haika), Askatasuna (antes Gestoras Pro-Amnista), Batasuna (antes HB, EH, y otras marcas electorales diferenciadas en un principio, como EHAK y ANV, pero con las que su electorado ha sido representado electoralmente tras su ilegalizacin), y LAB. En este caso mis fuentes han sido las hemerotecas de los peridicos Gara bsicamente, y tambin El Pas, de los que he recogido todas las manifestaciones, peticiones, reuniones y acciones polticas pblicas en las que han participado cualquiera de estas cuatro organizaciones desde 1999 hasta 2007. En este grco 11.2 aparece el nmero de vnculos en que cualquiera de las cuatro organizaciones del MLNV que analizo coinciden en el periodo 1999-2007 con alguna de las principales organizaciones polticas y sindicales legales que existen en el Pas Vasco: los sindicatos ELA, CC.OO., UGT, y los partidos polticos PSOE, PNV, EA, IU-EB, y ms adelante Aralar. He omitido el PP porque no se establece ningn tipo de vnculo pblico con l de 1999 a 2007. Es necesario sealar, adems, que la casi totalidad de los vnculos de organizaciones del MLNV contabilizados que se muestran a continuacin se establecen con otros partidos polticos y sindicatos abertzales.25 En este grco 11.2 se ve cmo, en primer lugar, los lazos informales de Segi y Askatasuna siempre son menores que los de Batasuna y LAB. En el ao 1999, al ser
25. Cantidad de veces en las que cada organizacin analizada coincide con alguna otra organizacin legal no perteneciente al MLNV en actos pblicos de accin poltica (reuniones, manifestaciones, peticiones, etctera).
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Grfico 11.2 Comparacin del nmero de vnculos informales de Askatasuna, Segi, Batasuna y LAB, 1999-2007
miembros tanto Segi (***en esa poca Jarrai) como Askatasuna (**en esa poca Gestoras Pro-Amnista) del pacto de Lizarra, an muestran cierto nmero de vnculos con organizaciones legales que no son del MLNV (9 y 10 vnculos, respectivamente), nmero que disminuye de forma ostensible a partir de ese ao 1999. En 2001, ao en que Segi es ilegalizada, esta organizacin muestra 0 vnculos, mientras que Askatasuna muestra slo un vnculo pblico con organizaciones legales no pertenecientes al MLNV. Es decir, son ilegalizadas en un momento de recrudecimiento del conicto, de aumento de las actividades represivas y tras el nal de una tregua de ETA, y en el que se encuentran aisladas (sin vnculos) con respecto a organizaciones legales no pertenecientes al MLNV. Tan solo en los aos 2005 y 2006, poca de distensin del conicto, vuelve a aumentar un poco su nmero de lazos informales con organizaciones legales que no son del MLNV. Los dems aos se mantienen por debajo de los 5 vnculos informales. Es decir, se adecan a la denicin de organizaciones segmentadas, y son vulnerables, por tanto, a la represin legal propuesta por Oberschall. Batasuna, por su parte, es la organizacin que ms ucta en su nmero de vnculos informales dependiendo de la coyuntura poltica. As, en 1999 (*siendo EH) muestra un gran nmero de lazos informales (33), cifra que baja radicalmente en la poca de recrudecimiento del conicto. El ao 2001 muestra tan solo dos lazos informales, mientras que en 2002, ao en que se produce la primera accin legal en su contra, muestra tres vnculos. Es decir, la accin legal punitiva se produce en un momento en que sus vnculos informales con organizaciones no pertenecientes al
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MLNV son mnimos, y su aislamiento con respecto a organizaciones legales y centros de poder, mayor. Sin embargo, en los aos 2005 y 2006, poca de distensin del conicto y en que sucede una nueva tregua de ETA, sus vnculos informales vuelven a subir hasta los 20 y los 23, respectivamente. Se conrma pues que la accin legal del Estado contra Batasuna se produce en una coyuntura de pocos vnculos y aislamiento con respecto a los centros de poder. Los vnculos informales de LAB, por ltimo, tambin uctan en funcin de la distensin o el recrudecimiento del conicto; pero no tanto como en el caso de Batasuna. Es decir, en los aos ms duros de conicto, los aos 2000, 2001, 2002 y 2003, LAB muestra respectivamente 8, 4, 10 y 15 vnculos informales con organizaciones no pertenecientes al MLNV, sobre todo con ELA. Es decir, siempre muestra un nmero mnimo de vnculos que provocan que no est del todo aislada con respecto a otras organizaciones legales, que le sirven de escudo frente a la ilegalizacin. En los aos de distensin del conicto, por su parte, sus vnculos tambin aumentan considerablemente el ao 1999 tiene 16 vnculos; el ao 2005 tiene 22; y el ao 2006 muestra 18, aunque no tanto como en el caso de Batasuna.
CONCLUSIONES
Las teoras sobre movimientos sociales han experimentado en los ltimos aos un avance que es digno de agradecer, mostrndose progresivamente ms certeras. Pero, tal y como apuntaba al principio de este artculo, mientras que los estudios en este campo indagan cada vez ms sobre las caractersticas y dinmicas de los grupos promotores de la protesta, existe an cierto vaco acadmico sobre cules son las tcticas que las autoridades utilizan para hacer frente a dichos grupos. A ello me he dedicado en este texto. En este sentido, el objetivo de esta investigacin ha sido doble: he tratado por un lado de aportar algo de luz al conocimiento sobre las teoras de movimientos sociales, analizando la ilegalizacin de organizaciones como una innovacin tctica en el seno del repertorio de accin del Estado; y, por otro lado, de esclarecer someramente las consecuencias que este tipo de acciones han tenido y tienen sobre la vida poltica y social vasca. Con respecto al primero de los puntos, el terico, observamos en este caso cmo el Estado, al igual que los grupos a los que se enfrenta, es un actor que innova en sus repertorios de accin en este caso represivos para adaptarse y tratar de neutralizar a los grupos disidentes. La ilegalizacin de organizaciones del MLNV y encarcelamiento de sus miembros responde a una eciente tctica de Estado que se activa en la ltima dcada en funcin de dos factores: a) cuando la coyuntura poltica es favorable para dicha accin, como son los aos de recrudecimiento del conicto poltico; y b) cuando aumenta la vulnerabilidad de las organizaciones hacia las que dirige su accin represiva legal, vulnerabilidad determinada por el nmero de vnculos organizacionales que muestran. Son las teoras de redes las que determinan cmo la proliferacin de vnculos ya sean personales, organizacionales o de cualquier otra unidad de anlisis pueden congurarse como fuente de fortaleza relacional, y por tanto en escudos frente a posibles ataques. El anlisis emprico llevado a cabo me
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ha permitido, en este sentido, conrmar mi hiptesis: la ilegalizacin de las organizaciones independentistas se produce en coyunturas polticas favorables a la accin represiva en momentos de recrudecimiento del conicto y cuando el nmero de vnculos de la organizacin analizada es menor, factores ambos que disminuyen para el Estado el coste de aplicar su accin legal represiva. En este sentido, la mayor fortaleza relacional de LAB la constancia de vnculos con, sobre todo, otros sindicatos abertzales como ELA, as como su capacidad de interrumpir el proceso productivo e incidir as sobre la economa en tanto que organizacin compuesta por trabajadores y trabajadoras son los elementos que haran aumentar para el Estado el coste de actuar en su contra. Y es que no ha de olvidarse que, a partir de que se instituye la doctrina judicial del todo es ETA, el Estado tiene libertad para actuar contra cualquier organizacin a la que acuse de ser terrorista. Pero ms all de las implicaciones tericas expuestas en este caso, el fenmeno de las ilegalizaciones como tctica poltica puede considerarse un sntoma de dcit democrtico en un Estado, el espaol, que se considera como tal. Por un lado nos encontramos ante un poder judicial cuyos criterios punitivos uctan en funcin de la coyuntura poltica, imponindose as la razn de Estado a cualquier otra consideracin basada en la justicia real. Por otro lado observamos cmo se produce la criminalizacin de organizaciones que no practican la lucha armada y el encarcelamiento de sus miembros, medidas ms propias de regmenes autoritarios que tratan de acallar por todos los medios a la disidencia. Tambin las consecuencias poltico-institucionales son llamativas: ah tenemos la reciente composicin, en mayo de 2009, de un nuevo gobierno en la CAV en que, habiendo sido ilegalizados el 9% de los votos, los partidos defensores de la Constitucin garante de la unidad de Espaa se convierten en mayora de un Parlamento que no es reejo de la realidad sociolgica del pas. sta es una pequea muestra de las repercusiones polticas presentes del fenmeno de las ilegalizaciones. Y, sin embargo, tambin hay otro tipo de conclusiones interesantes que es necesario destacar en clave de futuro. Por un lado, se ha de constatar cmo tras dcadas en las que el Estado se vio descolocado, desbordado en ocasiones, por las innovaciones tcticas de la disidencia vasca, hoy en da ha adaptado todo su potencial estratgico, a travs de la represin legal y otras tcticas aqu no mencionadas, para intentar neutralizar esa disidencia. Pero, una vez que se identican cules son esas novedosas tcticas represivas a cuyo entendimiento he tratado de poner mi modesto granito de arena, tambin es posible tratar de innovar nuevamente en la accin colectiva para crear nuevas incertidumbres sistmicas. Evidentemente, para encontrar estas innovaciones tcticas desestabilizadoras y ecientes, que impulsen el logro de una democracia con maysculas para el pueblo vasco, no existen frmulas secretas. Lo que s existe, en cambio, es el potencial para conseguirlas, que no es otro que el de la inteligencia y la creatividad puestas al servicio de la accin colectiva.
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NOdeESlaEL OBJETIVO DE ESTAS PGINASsociales en Espaa, pues si algo ha caracteREALIZAR UNA RECONSTRUCCIN DETAllada situacin de los movimientos
rizado su desarrollo en los ltimos aos ha sido precisamente la rapidez de su evolucin, tanto en la variedad de sus formas organizativas como en la intensidad de su presencia en la sociedad espaola.1 Si bien es evidente a estas alturas que la historia de los movimientos sigue estando atravesada por las singularidades de cada contexto estatal, resulta tambin ms necesario que nunca pensarlos desde una perspectiva global. Por ello, tanto la heterogeneidad de las experiencias colectivas contenidas bajo el referente de los nuevos movimientos sociales como la necesidad de situarlas en su contexto concreto, ahora no solo estatal, sino mundial, convierte en inabarcable la tarea de sintetizar brevemente su situacin actual. Estas pginas pretenden tan solo recoger algunas de las dimensiones que permitan una mnima aproximacin a su desarrollo en la Espaa de comienzos del siglo xxi. Despus de la relativa decadencia de la literatura en torno a los movimientos sociales, el despertar meditico del llamado por los propios medios de comunicacin
1. Para una revisin exhaustiva de la evolucin reciente de los nuevos movimientos sociales vanse los anuarios promovidos por el profesor de Universidad del Pas Vasco, Pedro Ibarra desde 1999; el ltimo por ahora es Ibarra, P. y Grau, E. (eds.): La red en conicto. Anuario de movimientos sociales, Icaria, Barcelona, 2007.
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de masas movimiento antiglobalizacin2 ha supuesto tambin su renacer en el mundo acadmico. Sin embargo, los avances en las teoras de la accin colectiva asentada en los planteamientos conocidos en torno a conceptos como los de estructuras de oportunidades polticas, movilizacin de recursos, repertorios de accin y marcos discursivos e identitarios, etctera3 apenas estn empezando a romper con el nacionalismo metodolgico que denuncia Ulrich Beck,4 habindose concentrado los esfuerzos tericos ms productivos en el intento no poda ser de otra manera, por reconstruir este nuevo contexto (global y local), as como el nuevo marco ideolgico que da sentido a las formas de resistencia contemporneas. Esfuerzos, en ltimo trmino, por concretar el todava demasiado abstracto teln de fondo dibujado por la globalizacin. El estado de euforia nanciera, pero con crisis social permanente, del modelo de desarrollo del mercado mundial en las ltimas dcadas ha generado la imagen de una aceleracin de los cambios y de los escenarios internacionales, representados casi siempre bajo la forma de amenazas y riesgos para la estabilidad del sistema en su conjunto. La lnea que marca, por tanto, en primer lugar el nuevo contexto de desarrollo de los movimientos sociales, es la de un sistema econmico que se ha visto en la necesidad de recurrir a una nueva fase de crecimiento en extensin (frente al crecimiento intensivo de la era dorada de la posguerra), tomando la forma extrema de las guerras neocoloniales emprendidas por la administracin Bush. En este sentido, y desde el punto de vista de las sociedades ms desarrolladas, algunas reexiones sobre la situacin actual de los movimientos sociales subrayan la importancia paralela a los fenmenos de globalizacin que ha adquirido la generalizacin y expansin de las dimensiones inestables y precarias del trabajo empleable, antes en la era keynesiana solo incorporadas en la realizacin del valor en sectores minoritarios de la fuerza de trabajo. Puesto que dicho proceso, adems de ser una de las condiciones que han hecho posible la recuperacin cclica de las tasas de benecio, podra estar abriendo simultneamente dinmicas contradictorias para el desarrollo del capitalismo al profundizar en la intercambiabilidad de la mayor parte de la fuerza de trabajo. As para algunos tericos de los movimientos de la alterglobalizacin actual se trata de aprovechar las opciones polticas abiertas por una expansin del trabajo que habra incorporado de modo generalizado en la ley capitalista de produccin de valor el trabajo intelectual, afectivo y tcnico-cientco.5 Nuevas posibilidades para el desarrollo de los movimientos resultado de la desaparicin de las fronteras y los lmites siquiera simblicos que pareca imponer la estrechez de la concepcin
2. No pretendemos entrar en la polmica en torno a la denominacin del movimiento que ha adquirido su mxima expresin en las contracumbres a partir de Seattle: Movimiento de resistencia global, movimiento alterglobalizador, movimiento de movimientos, etctera. A lo largo del presente artculo nos referiremos a l como movimiento antiglobalizacin para subrayar su construccin externa, fundamentalmente meditica, y como movimiento alterglobalizador para recalcar su caracterizacin desde la propia militancia. 3. Funes, M. J. y Adell R., (eds.): Movimientos sociales, cambio social y participacin. UNED, Madrid, 2003. 4. Beck, U.: Poder y contrapoder en la era global. Paids, Barcelona, 2004: 87. 5. Negri, A. y M. Hardt: El trabajo de Dionisos. Akal, Madrid, 2003: 17.
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productivista del trabajo asociada a la condicin obrera. Estas transformaciones habran impuesto nuevos procesos de constitucin subjetiva: no fuera, sino dentro de la crisis que experimentamos, es decir, que la organizacin de las viejas subjetividades experimenta.6 Las nuevas formas de organizacin que parecen asociarse al trabajo generalizado haran posible un nuevo espacio para la expansin de los movimientos autnomos: Cuando los sujetos se han tornado productores autnomos de riqueza, conocimiento y cooperacin, sin necesidad de un poder de mando externo, cuando organizan la produccin misma y la reproduccin social, no hay razn alguna para un poder omniabarcante y soberano extrnseco a su propia potencia.7 En la denicin de las consecuencias sociales generadas por las dinmicas de globalizacin nanciera y productiva, la cuestin que ha centrado buena parte de las discusiones en torno al cambio en los contextos de accin de los movimientos ha sido el cambio en el papel del Estado. Con independencia de las posiciones sobre la mayor o menor prdida de relevancia de los Estados nacionales como actores globales, parece indiscutible que ha tenido lugar una mutacin en las relaciones interestatales consideradas como una totalidad. La estructura institucional que representa el Estado liberal se ha convertido en un marco demasiado estrecho para el despliegue de la racionalidad econmica del capitalismo de comienzos del siglo xxi. En los trminos de Arrigui, Hopkins y Wallerstein, el cambio fundamental habra consistido en una intensicacin de la densidad del sistema interestatal, de modo que las acciones emprendidas por los Estados se hallan cada vez ms determinadas por el funcionamiento del sistema de Estados en su conjunto.8 Desde el punto de vista del contexto en el que se desenvuelven los movimientos, lo relevante es que las relaciones entre los pueblos del mundo son cada vez ms dependientes, no de la vieja razn de Estado, sino de la estabilidad y reproduccin del sistema interestatal.9 Tal y como plantea Fernndez Buey,10 la diversidad de interpretaciones en torno a la transformacin del papel del Estado puede contenerse en dos posiciones relativamente enfrentadas. Por un lado, la que representaran autores como Hardt y Negri,11 para quienes la hegemona imperial es el resultado directo del progresivo desdibujamiento de los Estados-nacin, disueltos en una red de relaciones sin centro ni periferia: la unidimensionalidad de las relaciones de poder dentro de la globalizacin econmica hace posible la emergencia de un contrapoder igualmente unvoco, una nueva subjetividad antagonista contenida en el concepto de multitud.12 Por otro lado, los que siguen movindose en la interpretacin terica de tipo histrico basada en autores como I. Wallerstein (reexin que anima a buena parte de las inter6. Negri, A. y M. Hardt: op. cit.: 19-20. 7. Negri, A. y M. Hardt: op. cit.: 139. 8. Arrigui, G., T. K. Hopkins e I. Wallerstein: Movimientos antisistmicos. Akal, Madrid, 1999. 9. Arrigui, G. y otros., op. cit.: 42. 10. Fernndez Buey, F.: Los movimientos sociales alternativos: un balance (julio, 2002), http://www.edicionessimbioticas.info/Los-movimientos-sociales 11. Hardt, M. y A. Negri: Imperio. Paids, Buenos Aires, 2002. 12. Un concepto que, como advierte A. Callinicos (An anti-capitalist mnifesto, Polity Press, Cambridge, 2003: 83), ha supuesto de momento ms una declaracin de buenas intenciones que un concepto analtico serio.
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pretaciones en el interior de los movimientos), para quienes las relaciones interestatales contemporneas reproducen una estructura tripartita diferenciada, con un centro, una periferia y una semiperiferia, a la que la estrategia global alternativa tendra que atender para respetar la especicidad de los distintos movimientos que componen el movimiento global y que se despliegan en las distintas zonas del planeta.13 Desde el punto de vista del marco ideolgico en el que se desenvuelven los movimientos sociales en la actualidad, probablemente la transformacin fundamental se halla en la desaparicin de la idea moderna de progreso social. En un primer momento, la ideologa moderna del progreso haba hecho posible desradicalizar si bien mediante un proceso profundo de reforma social el carcter antisistmico del movimiento obrero tradicional, contenindolo nalmente bajo la hegemona socialdemcrata de la posguerra. En un segundo momento, en el contexto de emergencia de los nuevos movimientos sociales en las dcadas de 1960 y 1970, cuando la sociedad opulenta haba logrado cotas de bienestar social entre las clases medias apenas imaginables unos aos atrs, el evolucionismo clsico de la condicin obrera fue sustituido, sino por el sueo de un crecimiento cero del sistema econmico en su conjunto,14 s al menos por la exigencia de una ralentizacin de la mquina de acumulacin de capital, que salvaguardara el mundo de la vida de la instrumentalizacin de todas las relaciones sociales por la lgica del mercado, as como una redistribucin de las rentas y los servicios hacia grupos especialmente vulnerables. La idea de progreso haca posible pensar en un nal, ya fuera desde la ptica conservadora del n de las ideologas o desde la ptica radical de ecologismos, pacismos y feminismos. Sin embargo, en el contexto actual, a la vez que la idea evolucionista de progreso aparece reducida al absurdo, la posibilidad dentro de los mrgenes de la actual economa nanciera en permanente huida hacia delante de unas relaciones sociales estables sin una aceleracin permanente y global de la capacidad de acumulacin de capital, resulta tambin cada vez ms lejana. Ello ha transformado por completo el marco ideolgico de los movimientos de resistencia, puesto que, tal y como seala Wallerstein,15 la crisis del liberalismo como resultado paradjico de su propia hegemona ha puesto n a las posibilidades de reproduccin aconictiva del sistema capitalista, al haber eliminado el ltimo y mejor escudo poltico, su nica garanta, como fue el hecho de que las masas creyeran en la certidumbre de un xito del reformismo. La representacin ideolgica de la sociedad occidental es ahora la de una sociedad permanentemente amenazada, sometida a la tensin constante de que cualquiera de los riesgos globales que la acechan termine por conducirla al caos. De ah la ambigedad de un contexto como el actual, en el que por un lado tienen lugar estallidos de movilizacin con los momentos simblicos de las manifestaciones de Gnova para Europa y del de las movilizaciones contra la guerra en Espaa y una expansin de la crtica radical al sistema asentada en la desconanza en la reforma. Mientras, por otro lado, existe de modo simultneo una tendencia intensa hacia el repliegue y la
13. Fernndez Buey, F.: Desobediencia civil. Bajo Cero, Madrid, 2005. 14. Tal y como fue planteado desde su mismo origen por el movimiento ecologista y como recoga ya el famoso informe sobre Los lmites del crecimiento elaborado por el Club de Roma en 1972. 15. Wallerstein, I.: La reestructuracin capitalista y el sistema-mundo, conferencia magistral en el XX Congreso de la Asociacin Latinoamericana de Sociologa. Mxico, 2-6 de octubre de 1995.
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fragmentacin de los movimientos por el carcter cada vez ms represivo, tanto de la violencia directa ejercida por los Estados como del propio contexto ideolgico de una sociedad del riesgo o ms directamente del miedo.
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antifranquista, no solo el partido tiene alianzas y se confunde muchas veces con los propios movimientos sociales, sino que hay muchos movimientos sociales (es decir grupos no institucionalizados, etctera) que toman la forma de partido porque aspiran a convertirse en una referencia para toda la sociedad. Espaa, por tanto, participa de un modo muy especial del modelo de la Europa meridional, pues la crisis europea de los movimientos va a coincidir con el n del franquismo y con la consolidacin de unas instituciones de representacin poltica construidas precisamente a costa del protagonismo que los movimientos sociales tienen a la hora de plantear un modelo alternativo de democratizacin poltica. La memoria del ciclo de movilizaciones de la transicin posfranquista, marcada por la instrumentalizacin de los movimientos sociales por parte de los actores centrales de la institucionalizacin del nuevo marco democrtico, sigue pesando hoy en da sobre las relaciones posibles entre partidos, sindicatos y movimientos sociales. Pues, como en el resto de Europa, el camino hacia la consolidacin de los nuevos movimientos surgi en gran medida de la desafeccin con respecto a las posibilidades de reforma nacidas de la poltica institucional. Pero, en lugar de construirse sobre el contexto econmico de crecimiento y expansin de las clases medias de la dcada de 1960, su nacimiento en Espaa estar profundamente denido por el contexto de la reconversin industrial y la racionalizacin econmica liderada por el proyecto hegemnico del PSOE. As, la relativa debilidad con la que emergieron los nuevos movimientos sociales en Espaa estuvo determinada por un doble desencanto poltico: desencanto obrero resultado del paro estructural y la crisis; y desencanto militante tras la quiebra de las expectativas depositadas en la democratizacin posfranquista. Cuando los nuevos movimientos sociales se conviertan en objeto de reexin de la sociologa espaola, ser a travs de su fundacin en otra doble paradoja: primero porque su fuerza naci en gran medida de su relacin con acciones y reivindicaciones muy lejanas del radicalismo de clase media que haba sido la base social de los movimientos sociales europeos por el retraso del marco institucional y de los estilos de vida cotidianos en Espaa; y, segundo, porque tales nuevos movimientos sociales tienen lugar cuando las condiciones sociales que los haban hecho posibles en el contexto occidental (crecimiento econmico, distribucin, Estado intervencionista) ya han pasado, y tampoco es posible una conuencia general con un movimiento obrero que ha entrado en una crisis muy profunda. De este modo, en plena ofensiva neoliberal, la primera generacin de militantes supervivientes de la desmovilizacin programada posfranquista va a tener que desenvolverse en un contexto de mxima fragmentacin social, dentro de un modelo socioeconmico cada vez ms desregulado y socialmente agresivo. Estas transformaciones determinan el proceso de transicin en Espaa y contribuyen a congurar una percepcin bastante extendida de que gran parte de las expectativas que haba provocado el cambio poltico haban quedado frustradas; un sentimiento que se hace especialmente fuerte entre aquellos sectores sociales que haban sido ms activos en los movimientos de oposicin de los ltimos aos del franquismo.19
19. Morn, M. L.: Y si no voto, qu? La participacin poltica en los aos ochenta, en Cruz R. y Prez Ledesma (eds.), Cultura y movilizacin en la Espaa contempornea. Alianza, Madrid, 1997: 379.
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El conjunto de dinmicas que se superponen a comienzos de la dcada de 1980, permite comprender que los movimientos sociales en Espaa nacen con un fuerte carcter defensivo y a la contra, orientados a detener el retroceso de los derechos adquiridos en cada sector concreto y particular ante las acciones de remercantilizacin, individualizacin y desaliacin derivadas de las polticas econmicas y sociales, cada vez ms privatistas. Esta debilidad asociativa que caracterizara de modo crnico a nuestro pas no es tal y como parece considerarse en la concurrida contraposicin de sta con el dinmico mundo del asociacionismo cvico en los pases de cultura protestante, fruto de ninguna anomala nacional de carcter cultural, sino ms bien un producto de la historia conictiva de desmovilizacin sucesiva de las tendencias sociales potencialmente progresivas. De ah que una de las singularidades de las bases para la accin colectiva en nuestro pas sea la propensin a la aparicin de ciclos intensos pero espordicos de movilizacin, resultado del carcter latente de los conictos. Pero ciclos que, lejos de permitir la cristalizacin de un tejido social slido y permanente, tienden a desembocar en ms o menos largos periodos de fragmentacin y focalizacin de las protestas. La dcada de 1980 supuso, por tanto, un periodo de fuerte desmovilizacin social. Durante la primera transicin poltica, las fuerzas que haban salido de la clandestinidad todava conservaban parte de la energa que les haba otorgado estar en un bloque amplio de oposicin en el que, debido a las caractersticas antidemocrticas del rgimen franquista, se diluan las acciones sindicales, los movimientos polticos tradicionales, los movimientos ciudadanos y los nuevos movimientos sociales en un conjunto de demandas muy mezcladas que expresaban la tendencia al conicto total que haba provocado el estrechsimo marco de participacin franquista. Las caractersticas especcas en las que se desarrolla el caso espaol para los nuevos movimientos sociales denen casi un anomala histrica, puesto que no se haban separado de los partidos polticos en la clandestinidad debido al anacrnico y autoritario marco legal franquista, siendo, a su vez, elementos fundamentales en la expresin de demandas ciudadanas de servicios y consumos sociales debido a los estrechos cauces de participacin cvica, el atraso en la constitucin de un Estado benefactor en Espaa y las carencias estructurales de los equipamientos colectivos provocadas por el enorme y desordenado crecimiento espaol de la dcada de 1960.20 A este hecho respondan fuertes movilizaciones urbanas a nales de la dcada de 1960 y principios de la de 1970, sobre todo en el movimiento vecinal, que trataban de conseguir una modernizacin poltica y social ajustada a la transformacin econmica que se haba producido desde nales de la dcada de 1950. Pero hasta incluso con sus caractersticas no convencionales, desde nales de la dcada de 1960, se conoce durante ms de un decenio en Espaa un momento que podramos incluir en la llamada revolucin de las expectativas crecientes21 animada por el desarrollo econmico y la mayor conexin con la economa y sociedad internacional que creaba una cultura a la contra plagada de ritos, mitos y discursos (radicalismo, utopismo, liberacin total, etctera), importados o mimetizados de las prcticas de accin colectiva de los nuevos movimientos sociales occidentales.
20. Alonso, L. E.: op. cit., 1991. 21. Bobbio, N.: El tiempo de los derechos. Sistema, Madrid, 1991.
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estructura organizativa, incluso federativa. Los grandes negocios urbanos emprendidos desde nales de la dcada de 1980 y la liquidacin de parte del suelo pblico las hace emerger de forma espordica, pero ya simplemente en un lugar reactivo y de protesta extrema como ltima, desesperada y minoritaria voz ciudadana contra la conversin del espacio urbano, tambin en una mquina de mxima rentabilizacin nanciera de los derechos de propiedad. Por otra parte, la institucionalizacin democrtica del conicto en Espaa tambin ha creado las bases lgicas de desmovilizacin y desradicalizacin de la accin colectiva mediante la institucionalizacin de agencias y servicios destinados a dar respuestas a las necesidades concretas que tradicionalmente han expresado los nuevos movimientos sociales. Estas agencias tpicas en materia de mujer, juventud, medio ambiente, etctera, adems de dar solucin, ms o menos efectiva, a problemas concretos, han supuesto cauces de expresin simblica para acciones que de no encontrarla ah supondra una mayor conictualizacin de los temas, y por otra parte han supuesto la profesionalizacin y su posterior paso a los cuadros de la poltica ocial de muchos de los sujetos ms activos y lderes carismticos de los movimientos de las dcadas de 1960 y 1970. Los nuevos movimientos sociales, por tanto, fueron evolucionando hacia un lugar defensivo, bastante fragmentado, tan solo fortalecidos en momentos muy puntuales, pero espectaculares, como el referndum OTAN o la guerra del Golfo. Lo que indica que el modelo de movilizacin en Espaa tiene un retardo con respecto al ciclo europeo, pues el movimiento antiarmamentista de indudable presencia en las calles y en la vida cotidiana espaola se constituye forzosamente tarde y cuando se haba diagnosticado su crisis en otros mbitos mundiales. Iguales caractersticas tienden a tomar los movimientos juveniles y estudiantiles, muy desarticulados segn avanzaba la transicin, despus de haber tenido un papel fundamental de socializacin democrtica en la clandestinidad y la posclandestinidad, han venido conociendo rebrotes muy espordicos con alguna repercusin meditica, pero con tendencia a la fragmentacin y la asociacin a temas muy concretos y particulares.23 Movilizaciones muy desarticuladas y en oleadas de rpido crecimiento y declive conictivo, en torno a temas siempre concretos: tasas, selectividad, poltica de becas, etctera, pero que reejan el lugar tremendamente contradictorio de los jvenes en el modelo de sociedad ultracapitalista asentada desde la dcada de 1980. Dichos movimientos se encontraron inevitablemente atravesados por una cultura de consumo obsesiva impuesta sobre los jvenes como casi nica manera de expresin social y, por otra parte, por el fantasma del paro, como horizonte de planeamiento de una vida que, sin posibilidades adquisitivas plenas, pierde todo su sentido. Por esta brecha de expectativas vienen apareciendo movilizaciones que van del hedonismo ms descarnado protestas virulentas por el cierre anticipado de bares y locales musicales en varias ciudades espaolas hasta el compromiso ms o menos amplio en defensa de la educacin pblica, pasando por el apoyo a acciones solidarias o de cooperacin nacional o internacional; situaciones tan contradictorias como las propias contradicciones culturales del capitalismo que las animan y que, en la juventud, se hacen agudas debido al lugar especialmente dbil y difuso que ocupa en las sociedades occidentales.
23. Pastor, J.: op. cit.
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Pero estos temas culturales no tienden solo a presentar esta contradiccin entre las exigencias de la produccin y las necesidades hedonistas de la reproduccin tal como lo presenta Daniel Bell24 a lo largo de la dcada de 1980 el propio concepto de cultura ha tendido a disolverse en la dinmica de sobremercantilizacin de la sociedad nanciera. La fascinacin por lo epidrmico impuesto por el movimiento posmoderno o la cultura neobarroca, etctera, ha hecho que uno de los ejes fundamentales de los nuevos movimientos sociales, la pretensin de fusionar lo cultural y lo poltico en una cultura cvica activa, se haya disgregado en dos esferas casi autnomas: por una parte una cultura poltica prcticamente electoral y, por otra, una prctica cultural que va de la cultura de masas ms degradada a la simple retrica de las formas. Al perder el proyecto de transformacin social que vertebraba el proyecto moderno, la llamada posmodernidad a partir la dcada de 1980 deviene culto a la supercialidad y de los movimientos se pasa a la movida, simple celebracin de las nuevas clases medias ascendentes de su repliegue hacia el hedonismo y el ensimismamiento .Como Helena Bjar ha sealado en un par de importantes estudios cualitativos,25 es en los sectores ms dinmicos y activos de nuestra sociedad los que fueron en buena medida los fermentos culturales de la protesta colectiva, en los que la desafeccin hacia lo pblico, la supremaca de la cultura del xito y del narcisismo, y la absolutizacin del principio liberal de libertad de eleccin, de acuerdo con el poder econmico, se han hecho ms evidentes. Dando lugar esto, por lo tanto, a la percepcin general de lo poltico no como el mbito de lo colectivo, sino como el lugar desde donde se pueden construir carreras personales exitosas. El individualismo meritocrtico se ha incrustado hasta en el sector de la asistencia social, dndole a lo voluntario un valor por encima de las obligaciones institucionales de la sociedad en su conjunto. Este cierre cultural de la dcada de 1980 expresa los compromisos cambiantes en los que la sociedad occidental en general y la espaola en particular se han desenvuelto. El desencanto por lo pblico, lo colectivo y lo solidario, despus de un periodo en el que esta estrategia haba dado resultados en el seno del Estado keynesiano del bienestar, ha supuesto la tendencia a privilegiar las salidas individuales frente a las voces colectivas como forma de conducta mayoritaria y socialmente sancionada. En Espaa, donde el encantamiento colectivo y democrtico fue a mediados y nales de la dcada de 1970 tan fuerte, sin haber conseguido todava la profundidad en los derechos sociales, econmicos y culturales de la Europa desarrollada, el desencanto ha resultado, si cabe, mucho ms fulminante, pues las expectativas de cambio tambin eran mucho mayores y la fuerte individualizacin y desmovilizacin han dejado una situacin en la que las reivindicaciones colectivas, no simplemente laborales, han pasado a tener un lugar casi de disidencia en una sociedad en la que el utilitarismo ultraconsumista ha impuesto su razn. El grco 12.1 muestra el breve e intenso momento de movilizacin del periodo 1976-1979, donde protestas habitualmente originadas en conictos laborales se unan a reivindicaciones polticas, y adquiran con frecuencia el carcter de moviliza24. Bell, D.: Las contradicciones culturales del capitalismo. Alianza, Madrid, 1977. 25. Bjar, H.: La cultura del yo. Alianza, Madrid, 1993; y El mal samaritano. Anagrama, Barcelona, 2001.
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los espacios de autonoma e inters de los sujetos afectados que de movimientos con capacidad de plantear una accin estable, teorizada y homogeneizada mnimamente, con organizacin, proyeccin y pervivencia en el tiempo. Sin embargo, su presencia, testimonial muchas veces, ha sido fundamental como ltima lnea de contencin en ocasiones dramtica y pesimista, a la dura lgica expansiva y normalizadora de la expansin mercantilizadota de nales del siglo xx. Lo alternativo en Espaa, por tanto, ha tenido un espacio especialmente fragmentado y segmentado despus de los estragos del desencanto y la crisis de expectativas colectivas, pero su presencia se ha hecho notar y movilizaciones de mujeres, anti-SIDA, medioambientales, de insumisin y de derechos de minoras sexuales, se han visto reejadas en los medios de comunicacin de masas con una audiencia garantizada. Lo que s ha resultado inviable en Espaa, por el momento, es un partido alternativo, al modo de los Verdes, pues la novedad relativa del sistema democrtico en Espaa ha hecho que todava los partidos tradicionales no se encuentren tan desgastados como los de algunas democracias Europeas especialmente Francia y Alemania,26 lo que hace difcil que partidos verdes sean capaces de introducir el discurso alternativo en los espacios de la poltica convencional. Adems temas tpicos del discurso verde-alternativo todava no han cobrado una presencia tan potente en la ciudadana espaola como los problemas del hiperdesarrollo que estos partidos explotaban. Tanto la falta de tradicin democrtica y electoral como la falta de tradicin alternativa, en lo que se reere a la formacin de movimientos autnomos, a lo que habra que aadir el relativo atraso del desarrollo de la economa espaola y los problemas de caractersticas civilizatorias algunos de ellos irreversibles, han hecho que los partidos verdes no hayan dejado de ser todava nada ms que pequeas ancdotas electorales. El sistema poltico espaol se ha mostrado como un ltro27 demasiado potente como para poder ser traspasado por las semiorganizaciones de carcter alternativo o introductoras de nuevas temticas en el mbito de la poltica institucional. El escaso grado de proporcionalidad del sistema electoral espaol que prima a las grandes formaciones polticas y la todava escasa tradicin e implantacin de canales de acceso directo a los espacios pblicos de las demandas cotidianas defensor o defensores del pueblo, grupos de presin ms o menos instituidos, redes corporatistas de inters, etctera han impuesto igualmente condiciones de entrada tan selectivas o tan estrechas a las demandas habitualmente expresadas por los nuevos movimientos sociales que stos han tendido siempre a adoptar una forma ms expresiva y conictual antes que dotarse de una estructura poltica orgnica o institucional. La democracia espaola de las dcadas de 1980 y 1990, en plena fase de competencia por el votante medio, ha tendido ms a explotar las posibilidades electorales de las mayoras pasivas que a fomentar las acciones de participacin de las minoras activas. Un discurso homogeneizador parece eliminar las alternativas sustanciales en la lucha poltica, el principio de realidad se impone, y modernizacin, pragmatismo, antirradicalismo, interclasismo, ecacia, etctera, tienden a conformar un ncleo de sentido del discurso poltico instituido al que todos los partidos tienden a acudir, sean
26. Alonso, L. E.: La crisis de la ciudadana laboral. Anthropos, Barcelona, 2007. 27. Riechmann, J.: op. cit.
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de la ideologa tradicional que sean, si quieren pasar la barrera electoral. El centrar de la poltica institucional deja casi automticamente en un lugar radical a todos aquellos sujetos y movimientos descentrados que no estn en la lucha competitiva por el voto, o por el benecio; lo que no es convencional deviene as disidente. Finalmente de la dcada de 1990 constituy una fase de transicin en la que las formas de protesta y accin colectiva de los movimientos de base espaoles se fueron acoplando progresivamente a las lneas y repertorios de accin de las sociedades centrales europeas. Puesto que, a pesar del lastre histrico que supuso para los movimientos el doble legado del franquismo y el desencanto, el replanteamiento ideolgico de las primeras fases de normalizacin de los movimientos sociales en Espaa va a estar marcado por las mismas lneas de movilizacin europea en torno a los nuevos riesgos percibidos por los ciudadanos de la era global posfordista. Riesgos civilizatorios, ecolgicos, sociales y personales, que son los que han tendido a enmarcar la accin de los nuevos movimientos sociales en su actual etapa.28
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En cualquier caso, y desde una perspectiva muy general, la evolucin de los conictos sociales en Espaa originados en la primera transicin no ha hecho del tercer sector un espacio directo y de transformacin en la expresin de la participacin cvica como alternativa a la decadencia de los movimientos reivindicativos de las dcadas de 1970 y 1980, ni que esta decadencia haya sido sustituida por un gran auge de las asociaciones semiburocratizadas dedicadas a la gestin mercantil de los servicios colectivos y de la ayuda social para la poblacin ms o menos marginal. Ms bien la consolidacin se ha hecho en paralelo con la pervivencia de unos ya clsicos movimientos sociales activos, mucho ms difusos, desplegados generalmente contra los aparatos y formas jurdicas instituidas, y ms cercanos a la expresin global y la participacin alternativa poltica y social, que a la canalizacin de demandas parciales, estables y perfectamente diferenciadas;30 la presencia de esta cara ms radical de la movilizacin en la escena social se ha visto reducida durante un largo periodo a algunos momentos de movilizacin puntual, tras los cuales permanecen bajo la forma de focos activos, pero muy poco numerosos y en esos periodos de hibernacin su articulacin con el tercer sector es evidente. El surgimiento y desarrollo del tercer sector como espacio (asociativo, corporativo, simplemente ciudadano, etctera) ser idealizado como refundacin de una sociedad civil opuesta a las lgicas que regulan la actuacin tanto de los mercados como de la administracin estatal. Su denicin como referente unvoco y como realidad relativamente homognea, obedece tambin a la posicin simultneamente funcional y subordinada con respecto a las racionalidades mercantil y burocrtica en la que tender a quedar supeditado en la prctica. En tanto que discurso, y en tanto que espacio para la participacin, la ecacia simblica de la nocin de tercer sector convertido en referente para la superacin del monolitismo burocrtico del viejo Estado del bienestar y la violencia racionalizadora del mercado se asienta en su capacidad para presentarse como espacio aconictivo y democrtico. Es decir, por su papel en la denegacin de los conictos planteados por una etapa caracterizada por un Estado orientado a legitimar e impulsar la asuncin y la socializacin de los costes disciplinarios de la crisis econmica; del discurso de los conictos se pasa as al de la solidaridad, pero no tanto desde el concepto de una solidaridad macro, institucional, jurdica y annima tpica del pensamiento clsico de la reforma social, sino el de una solidaridad micro, personal, aconictiva y voluntaria. Sin embargo, la propia evolucin del contexto poltico e ideolgico mundial desde la dcada de 1990 y especialmente a comienzos del siglo xxi ha ido construyendo una representacin del aparato estatal cada vez ms desligada de la atencin a determinados colectivos y a determinadas problemticas sociales, haciendo posible as una creciente autonoma ideolgica y prctica para un sector importante de las ONG, si bien siempre relativa dada la dependencia econmica y nanciera que las sustenta. Por ello en los ltimos aos hemos sido testigos de una creciente legitimidad social ganada por determinados espacios del tercer sector, lo que se debe considerar un re30. Codorni, J. M. y Rodrguez Cabrero, G.: Las entidades voluntarias en la construccin de un bienestar social, en M. Codorni y Rodrguez Cabrero, G. (coords.), Las entidades voluntarias en Espaa. Institucionalizacin, estructura econmica y desarrollo asociativo. MTAS, Madrid, 1996: 26.
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sultado, no solo del prolongado y soterrado proceso de desformalizacin, empresarializacin y privatizacin de servicios sociales, sino de la conquista de unas prcticas y una base organizativa, desde cuya ambigedad poltica comienza a ser posible trascender en ciertos mbitos los lmites del discurso asistencialista; y es que el tercer sector en su evolucin, hasta incluso el ms asistencial, se ha convertido en un espacio de conicto sobre prcticas de intervencin que reeja la tensin ideolgica a que se encuentra sometida el concepto mismo de lo social y su proteccin.31 Aunque se trata de un fenmeno limitado y reciente, la internacionalizacin de los conictos ha contribuido a la politizacin de las prcticas cotidianas de un relativamente amplio conjunto de ONG, especialmente de las organizaciones vinculadas a la cooperacin al desarrollo, acercndolas en multitud de campaas concretas hacia movimientos sociales de base.32 Ello en cierta medida obedece tambin a las propias singularidades del desarrollo de los movimientos sociales en Espaa. Ya que, junto a las trayectorias de militancia que se mantuvieron eles a los movimientos de base (bien dentro de los movimientos autnomos o bien dentro de las campaas y asociaciones tradicionales de los ejes del antimilitarismo, el feminismo y el ecologismo), las relaciones entre desmovilizacin poltica y emergencia del tercer sector convirtieron a ste en refugio de una parte signicativa de la militancia crtica. Por un lado, refugio para militantes de partidos polticos de izquierda, herederos directa o indirectamente del proyecto ideolgico que represent el intento de construir Izquierda Unida como un movimiento poltico y social; y, por otro lado, refugio para un sector signicativo de la militancia cristiana de base. Ambas trayectorias de militancia y participacin social reejo de la singular construccin del tercer sector en Espaa han sido protagonistas de una progresiva toma de conciencia en torno a los lmites del modelo dominante de cooperacin y construccin de una economa social en los estrechos y ambiguos mrgenes del tercer sector. Como resultado de ello, ha sido creciente su coordinacin con el espacio ms abierto de los movimientos sociales, empujando a determinados sectores a trascender de modo organizativo o individual las estrategias de sensibilizacin y de realizacin de microproyectos, especialmente dentro del marco de la cooperacin al desarrollo. En este sentido, resulta especialmente representativa del proceso la dinmica seguida por la plataforma constituida para la cesin del 0,7% del PIB para la cooperacin al desarrollo. Nacida de grupos cristianos de base, logr la participacin de miles de jvenes en las acampadas organizadas por todo el Estado en 1994, y constituidas a partir de la huelga de hambre de siete miembros de la plataforma. Su evolucin y mutacin progresiva permitir la coordinacin cada vez ms extensa de grupos y organizaciones hasta construir la Red Ciudadana para la Abolicin de la Deuda Externa (RCADE) y elaborar la consulta paralela sobre la abolicin de la deuda externa en las elecciones generales del ao 2000. En gran medida, su convergencia con otras formas
31. Alonso, L. E.: Nuevos movimientos sociales y asociacionismo, en Codorni, M. y Rodrguez Cabrero, G. (coords.), Las entidades voluntarias en Espaa. Institucionalizacin, estructura econmica y desarrollo asociativo. MTAS, Madrid, 1996: 105. 32. Alonso, L. E. y Jerez, A.: Hacia una repolitizacin del tercer sector, en Jerez, A. (ed.): Trabajo voluntario o participacin? Elementos para una sociologa del tercer sector. Tecnos, Madrid, 1998: 209-251.
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de participacin fue impuesta por el propio aparato institucional del Estado, cuando la concentracin para denunciar ante el Congreso la pasividad del Gobierno ante los resultados del referndum se sald con un nada despreciable nmero de heridos y contusionados entre los manifestantes. El tercer sector, pareca perder repentinamente su inocencia como espacio aconictivo para la canalizacin de denuncias sobre las consecuencias sociales del modelo de desarrollo econmico mundial.
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rado por A. Negri y sus colaboradores. Y, en cualquier caso, el llamado movimiento antiglobalizacin rpidamente descrito por su propio proceso de autoconstruccin como movimiento de movimientos ser a partir de entonces el analizador de la situacin actual de los movimientos sociales. Con su desarrollo seala Fernndez Buey33 se puede considerar superada la anterior distincin entre viejos y nuevos movimientos sociales, pues en l concurren sindicatos y partidos polticos de izquierda, organizaciones ecologistas, pacistas y feministas, asociaciones indigenistas, antirracistas y grupos de ciudadanos que ponen el acento en la defensa de los derechos humanos, de los derechos sociales y de los derechos civiles. Para algunos, a nales del siglo xx se iniciaba la tendencia a superar una de las principales limitaciones de los movimientos sociales alternativos de las dcadas anteriores, al obligar a que el trabajo cotidiano de multitud de asociaciones crticas que siguen dedicndose fundamentalmente a un solo asunto se orientara de modo sistemtico hacia un proyecto colectivo ms amplio y de dimensin internacional. Incluso con la incorporacin de una parte importante del espacio vinculado a la no gubernamentalidad, pues precisamente el signicado poltico ms concreto de la accin de las redes de ONG no ha sido abrir nuevas formas de poltica sino su capacidad para transnacionalizar la accin poltica,34 si bien obviamente en la dimensin ms burocratizada de la misma, pues su presencia concreta tiende a hacerse visible siempre a travs de los foros institucionalizados.35 A partir de este momento, la evolucin de los movimientos sociales deja de ser ms que nunca una historia que pueda reconstruirse en trminos estatales. Si bien es preciso seguir sealando el carcter especcamente nacional de estos novsimos movimientos sociales tanto por las singularidades de la cultura poltica de cada pas como por un conjunto de factores que dan forma a los movimientos y que siguen teniendo un marcado carcter estatal: en primer lugar, el sello impuesto por el espacio territorial de la convocatoria, ya que con independencia de la presencia de activistas de distintos pases, el grueso de toda la organizacin recae sobre los promotores locales; la importancia de los interlocutores con los que se negocia, es decir, con las autoridades estatales; y, en tercer lugar, las caractersticas de la legislacin y las formas de represin.36 En las encuestas de opinin, la aproximacin indirecta que recoge la participacin en manifestaciones reeja el cierre del ciclo de movilizaciones, que vuelve a entrar en pautas ms estables en 2005 (con el repunte signicativo de la participacin de la extrema derecha en las manifestaciones contra el Gobierno a lo largo del ao 2006 que ya hemos comentado previamente). Los datos sobre la participacin en 2004 (recogidas en el estudio 2.588 de enero de 2005) muestran el perl de una masa crtica
33. Jerez, A., Sampedro, V. y Lpez Rey, J. A.: Del 0,7 a la desobediencia civil. Poltica e informacin del movimiento y las ONG de Desarrollo (1994-2000). CIS, Madrid, 2007. 34. Fernndez Buey, F.: op. cit., 2002 y 2005. 35. Revilla, M.: Zona peatonal. Las ONG como mecanismos de participacin poltica, en M. Revilla (ed.), Las ONG y la poltica. Istmo, Madrid, 2002: 19. 36. Teijo, C.: Redes transnacionales de participacin ciudadana y ONG: alcance y sentido de la sociedad civil internacional, en M. Revilla (ed.), Las ONG y la poltica. Istmo, Madrid, 2002: 212-213.
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Grfico 12.2 Ha participado en una manifestacin durante el ltimo ao (en % por tramos de edad)
Grfico 12.3 Ha participado en una manifestacin durante el ltimo ao (en % segn escala ideolgica)
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no involucrada en los movimientos sociales los encuestados que se ubican en la izquierda moderada, pero base potencial para grandes movilizaciones en momentos muy puntuales, como las que tuvieron lugar en marzo de 2004. Tambin los datos por condicin socioeconmica recogidos por los estudios del CIS son muy signicativos, pues para las movilizaciones que tuvieron lugar a lo largo de 2004 si bien deben interpretarse con cautela dadas las condiciones tan especcas que las desencadenaron, casi un 60% de los tcnicos y cuadros medios dicen haber participado en alguna manifestacin frente a algo menos del 50% en el caso de los estudiantes y un 40% de los empleados de ocinas y servicios, siendo estos tres grupos los que reejan un porcentaje ms alto de participacin en manifestaciones a lo largo de 2004. Igualmente es reveladora la distribucin de la participacin por grupos de edad, dada la estabilidad de los porcentajes hasta el grupo de 35-44 aos. Incluso el grupo de edad con ms peso en acciones como ocupacin de edicios, sentadas o cortes de trco es el grupo de 35-44 aos, reejo todava del peso de la herencia de la formacin de los movimientos autnomos en las dcadas de 1980 y 1990. Sin embargo, pese al repliegue de los movimientos desde 2005, los datos estrictamente cuantitativos esconden la relativa convergencia del conjunto de movimientos y repertorios de accin internacional, aunque es preciso sealar que las condiciones concretas de su desarrollo y las bases sociales que los sustentan son solo relativamente homogneas en el interior del mundo desarrollado. En cualquier caso, el movimiento alterglobalizador se ha convertido en un punto de condensacin de subjetividades plurales, al menos con la capacidad de generar marcos de reexin conjuntos sobre las estrategias de accin en un contexto que est en permanente redenicin. No se trata de un nuevo paradigma capaz de monopolizar todas las formas de protesta, pero sin duda ha conseguido una relativa y tal vez momentnea capacidad de condensar las energas de una pluralidad de movimientos de base. Precisamente por su carcter de movimiento que nace de las fragmentaciones y tensiones geopolticas generadas por el mercado mundial polarizador, su caracterizacin no es posible identicando un nico discurso propositivo que unique el proyecto ideolgico en el que se desenvuelve. En este sentido, la situacin actual de los movimientos sociales no puede ser denida a travs de un proyecto poltico que jerarquice entre todo el conjunto de ejes que se mueven en su interior; ni tampoco a travs de un esfuerzo por medir el peso que ocupan en su interior cada una de las plataformas reivindicativas que los constituyen en la actualidad y que son amplias y diversas: el cambio climtico y el uso depredador de los recursos, la precariedad laboral, la pervivencia de las relaciones patriarcales, la defensa de la sexualidad no convencional, el respeto a la diversidad cultural e identitaria, los procesos migratorios, la pobreza, el incremento de las desigualdades, la multiplicacin de los conictos de baja intensidad y las relaciones neocoloniales, las consecuencias de la nanciacin de la economa y el poder de las grandes corporaciones, y un largo etctera. La relativa unidad y convergencia de los distintos movimientos hay que buscarla en cualquier caso a travs de sus estrategias de accin. Estrategias en las que, al menos de momento, no est en posicin de tomar la iniciativa en el juego de fuerzas mundial muchas esperanzas se han depositado en el marco regional de Amrica Latina, pero en las que se enfrenta a un conjunto de desafos y tensiones que, al igual que ocurriera en la emergencia del movimiento obrero, unican su posicin
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antagonista con respecto a la reproduccin del modelo de desarrollo econmico global actual,37 as como simultneamente constituyen sus lneas de contradiccin y fragmentacin. En esta situacin, el primer desafo viene denido por la mutacin en las relaciones de clase y el modo en que reconstituyen las relaciones Norte-Sur y el funcionamiento del sistema interestatal. El conjunto de los movimientos reconoce las interconexiones entre el desarrollo econmico mundial y las tensiones blicas permanentes, es decir, la estrategia del miedo desplegada para legitimar la intensicacin de las relaciones neocoloniales, y el salto a una estrategia ofensiva por parte de los principales grupos de poder articulados en torno a las instituciones estatales y paraestatales de Estados Unidos. Desde el punto de vista de los movimientos, el problema nace de las dicultades para hacer efectivo un contrapoder desde una disidencia que se construye sobre la fragmentacin y la descentralizacin de las acciones, no solo por la renuncia intencionada en muchos casos a la toma del poder, sino por las distintas posiciones ocupadas por los movimientos en la geopoltica del mercado mundial. Y ello precisamente cuando est teniendo lugar una creciente concentracin del poder en grupos cada vez ms reducidos y articulados, representados de modo transparente por las lites empresariales de las grandes corporaciones multinacionales. Una de las respuestas de los movimientos dbilmente capacitados para actuar como contrapoder mundial ha sido la localizacin de las resistencias.38 Sin embargo, desde otras posiciones, los efectos conjuntos de dichas resistencias para el despliegue de la racionalidad econmica se ven muy limitados por la renuncia de los movimientos especialmente en Europa a ocupar el poder.39 El segundo desafo y la segunda lnea divisoria est planteado en la manera de ejercer la protesta en un entorno global, as como las estrategias de actuacin con respecto a la visibilizacin de su aparicin en el contexto de las cumbres y los encuentros de la alta poltica ocial o los encuentros empresariales que inmediatamente ha generado una poltica de contracumbres ad hoc o de foros sociales alternativos realizados de mbito multinacional. Los movimientos se encuentran en una reexin permanente, agudizada por la estrategia de endurecimiento de la represin en torno a las cumbres, sobre las distintas estrategias de accin y los lmites para la resistencia activa y violenta, manteniendo la ecacia comunicativa de la visibilizacin del conicto. Los esfuerzos por subrayar el pacismo y el rechazo de la violencia no dejan de desencadenar crticas a la organizacin de los foros por la separacin aceptada entre reformistas y radicales, cuestionndose la representatividad de las personalidades que suelen atraer la atencin de los medios.40 La organizacin de las contracumbres
37. Echart, E., Lpez, S. y Orozco, K.: Origen, protestas y propuestas del movimiento antiglobalizacin. Los libros de la Catarata, Madrid, 2005: 70 y ss. 38. Callinicos, A.: op. cit.: 86 y ss. 39. Hines, C.: Localization: A Global Manifesto. Earthscan, Londres, 2000. 40. Harvey, D.: El nuevo imperialismo. Akal, Madrid, 2004: 136; Amin, S.: Neoimperialismo en la era de la globalizacin. Hacer, Barcelona, 2005; y Amins, S.: Por la Quinta Internacional. Montesinos/Viejo Topo/Papeles FIM, Barcelona, 2007. Harvey, D.: El nuevo imperialismo. Akal, Madrid, 2004: 136; Amin, S.: Neoimperialismo en la era de la globalizacin. Hacer, Barcelona, 2005; y Amins, S.: Por la Quinta Internacional. Montesinos/Viejo Topo/Papeles FIM, Barcelona, 2007.
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es siempre el reejo de una pluralidad de formas de enfrentamiento visibilizadas a travs de las columnas que abordan las zonas sitiadas desde las acciones festivas del Pink bloc, hasta las acciones violentas del Black bloc.41 El campo intermedio abierto desde hace aos por las acciones de los Tute Bianchi (monos blancos) inspirado una vez ms en el referente del zapatismo chiapateca, basadas en la publicitacin de los objetivos y recorridos, en estrategias no ofensivas pero inevitables de enfrentamiento y autodefensa, ha mostrado tambin sus lmites cuando el Estado decide desplegar toda su fuerza de choque. De ah que la denicin de estrategias conjuntas en torno a la desobediencia civil se haya convertido en otro de los desafos fundamentales de los movimientos en la actualidad,42 tanto en los escenarios de internacionalizacin del conicto como en las formas de resistencia que tienen lugar en el interior de cada Estado. En el caso de Espaa, el modelo de accin de los tute bianchi ha tenido una repercusin considerable sin llegar a adquirir las dimensiones que ha alcanzado en Italia.43 El tercer desafo lo constituye la propia diversidad ideolgica del movimiento, no solo en sus modos de accin, sino tambin en su dimensin programtica. Desde la perspectiva de los propios movimientos resulta difcil mantener una cierta coherencia (que a la vez sea ecaz en cuanto a sus propuestas transformadoras) cuando desde los propios actores implicados se ha denido el estado actual de los movimientos crticos de la globalizacin como una nube de mosquitos. No hay tampoco una respuesta uniforme a la cuestin de hasta dnde y con quin establecer canales de dilogo. En el caso del movimiento alterglobalizador, si la diversidad de estrategias de enfrentamiento quedaba patente en las columnas de las contracumbres, la diversidad ideolgica se pone de maniesto en su vertiente ms institucionalizada, es decir, en los foros sociales. Y no tanto, como ya hemos sealado, desde el punto de vista de la denicin de unas prioridades polticas consensuadas aunque tambin, sino por el hecho de que, desde su comienzo, una de las novedades de los nuevos movimientos sociales si bien en grados diversos ha sido su reexin sistemtica y autocrtica con respecto a los lmites y los peligros de la cristalizacin de estructuras burocrticas en su interior. Desde ese mismo momento, es sin duda uno de los desafos permanentes consolidar la capacidad transformadora de un movimiento sin las lgicas de divisin del poder de los modelos representativos tradicionales de democratizacin poltica sean partidos o sindicatos, muchas veces apelando a la capacidad conectiva y dialgica de las nuevas tecnologas y las redes informticas utilizadas de manera alter41. As lo sealaba por ejemplo muy crticamente James Petras: La sobrerrepresentacin de grupitos de personalidades a expensas de los militantes ciertamente que atrajo a los medios, pero no aument el intercambio de ideas y la transmisin e experiencias a aquellos que se encuentran en la primera lnea de la lucha (Petras, J.: Una historia de dos foros, en Daz-Salazar, R. [ed.]: Justicia global. Las alternativas de los movimientos del Foro de Porto Alegre. Icaria, Barcelona, 2002: 84). 42. Una curiosa visin antropolgica en torno al efecto meditico sobre la sociedad y sobre el propio movimiento de las acciones del Black bloc en Gnova puede verse en Juris, J. S.: Violencia representada e imaginada. Jvenes activistas, el Black Bloc y los medios de comunicacin en Gnova, en Ferrndiz, F. y Feixa, C. (eds.): Jvenes sin tregua. Culturas y polticas de la violencia. Anthropos, Madrid, 2005. 43. Fernndez Buey, F.: op. cit., 2005.
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nativa. Un desafo que tiende a diluirse dentro de la tradicin que subraya que a travs del conicto y la accin concreta las diferencias ideolgicas se diluyen, pero que, para otros, sigue representando un lmite evidente para la convergencia y capacidad de transformacin de los movimientos. Para muchos observadores externos de los Foros, el III Foro Social representara el denitivo aterrizaje de una izquierda tradicional que solo haba participado tmidamente y a ttulo individual en los anteriores. Con ms de 100.000 participantes y 5.000 periodistas acreditados hara visible la creciente divisin y tensin que introduca, tanto entre los participantes como entre las organizaciones, la participacin de organizaciones polticas tradicionales ajenas a las luchas cotidianas del movimiento al que el Foro pretenda representar. Una tendencia similar atravesaran los foros regionales europeos. El ms abierto y horizontal sera el primero de ellos, realizado en Florencia en 2002, alimentado todava de la energa de movilizacin de base contra la guerra. El segundo Foro regional, celebrado en Pars, recibira ya crticas por la excesiva presencia de ATTAC y la impronta con que habra marcado toda su organizacin. El tercer Foro, celebrado en Londres, sera el primero en contar con la contraprogramacin de talleres y debates alternativos organizados al margen de la agenda ocial de una reunin que haba contado con la nanciacin del Ayuntamiento de Londres, de sindicatos mayoritarios y otras instituciones consideradas poco representativas del movimiento por buena parte de su militancia. Estos desafos no son obviamente una novedad, han marcado la historia de los movimientos sociales en tanto que han pretendido constituirse en movimientos antisistmicos. La nica novedad reside en la forma particular que adquieren en la actualidad y el repertorio de respuestas con las que reaccionan los movimientos en cada momento histrico. Resultan signicativos en la medida en que marcan los lmites para que los movimientos consigan transitar hacia una etapa ofensiva y propositiva, capaz de evitar el repliegue de los movimientos hacia acciones fragmentadas polticamente con escasa capacidad de transformacin social. La polmica, en cualquier caso, es ahora mismo patente en torno a la presencia de dos reas diferenciadas dentro del movimiento alterglobalizador, que recogen los procesos histricos singulares vividos por los movimientos en cada pas:44 la vinculada a una estrategia soberanista, dependiente todava de partidos polticos y organizaciones centralizadas, y orientada ideolgicamente hacia la reconstruccin de espacios regionales relativamente autnomos de las determinaciones del mercado mundial; y la vinculada a movimientos organizados en redes horizontales, ms hegemnica en las protestas y acciones de resistencia concretas, y orientada a visibilizar las contradicciones del sistema y construir espacios autnomos alternativos. Despus de todo, los Foros Sociales Mundiales y Regionales no son un movimiento, sino como arman sus documentos constitutivos un espacio abierto institucional de intercambio de puntos de vista y anlisis, pero su evolucin ha tendido a ampliar la distancia que los separa de los movimientos y las acciones concretas de moviliza44. Puede consultarse una revisin de su desarrollo e inuencia en la evolucin del MRG (Movimiento de Resistencia Global) en Madrid en el artculo de Iglesias Turrn, P., Algunos centenares de jvenes de la izquierda radical: Desobediencia italiana en Madrid (2000-2005), Revista de Estudios de Juventud, 76, 2007: 245-265.
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cin, tal como reeja la distancia generacional que separa a participantes y ponentes en los FSM.45
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Tabla 12.1 Gnesis y transformacin de los nuevos movimientos sociales: contextos de desarrollo, dimensiones y perspectivas sociolgicas de interpretacin*
Fase 1. Surgimiento de los Nuevos Movimientos Sociales. Dcada de 1960 Fase 2. Transformacin y polarizacin de los NMS. Dcada de 1970 Fase 3. Crisis de los NMS. Dcadas de 1980-1990 - Fin del periodo keynesiano y estallido de la crisis social y econmica. - Consolidacin de la identidad y de la organizacin y desradicalizacin general progresiva en Estados Unidos y en el centro de Europa Occidental. Polarizacin residual y permanencia de focos ocasionalmente violentos. - Radicalizacin en la Europa Meridional (Francia, Espaa, Portugal, Grecia) y en la periferia mundial. - Superposicin de contradicciones en el modelo de desarrollo espaol. - Recuperacin econmica y prolongacin de la crisis social: ruptura de la sociedad de clases medias y fragmentacin social. - Ruptura obligada de la fuerza estructural de la clase obrera. Ofensiva neoconservadora y polticas remercantilizadoras del Estado. - Articulacin de un Tercer Sector relativamente independiente del Estado (Estados Unidos y Norte de Europa) y vinculado a ste (Europa Meridional). - Conexiones difusas de los movimientos internacionales. Reduccin de los movimientos a focos. Fase 4. Resurgimiento e internacionalizacin de los NMS. Dcadas de 1990-2000 - Financiacin de la economa y concentracin del poder oligoplico en los grupos transnacionales. - Redenicin de las relaciones internacionales e intensicacin de los conictos multipolares. - Extensin de la vulnerabilidad social en el primer mundo y emergencia de la gura del trabajador pobre/ precario/ inmigrante.
- Expansin de las clases medias e integracin en una norma de consumo privatista (en Espaa). - Industrializacin acelerada bajo un modelo fordista autoritario. - Surgimiento de los NMS en Estados Unidos y en Europa Occidental. - Activacin de focos guerrilleros y revolucionarios en la periferia capitalista.
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Articulacin e identidad de los movimientos - Prdida del carcter contracultural y de alternativa de sociedad general, pero desarrollo de una capacidad de accin e inuencia creciente en aspectos especcos (acciones antinucleares en la R.F.A., etc.). - Conuencias inestables y cambiantes entre partidos de izquierda y movimientos en la Europa Meridional y Amrica Latina. Radicalizacin prorrevolucionaria extrema en estos pases. - Confusin y unidad de movimientos y partidos en Espaa en un bloque antifranquista interclasista. Centralidad del movimiento obrero y sindical e integracin con luchas populares y movimiento vecinal. - Desintegracin del movimiento obrero e institucionalizacin de las organizaciones sindicales. - Crisis de la izquierda poltica radical. Crisis de los partidos comunistas y socialdemcratas e indiferenciacin de la oferta electoral. Desarrollo de posiciones defensivas por parte de los movimientos sociales. - Emergencia focalizada de movimientos sociales autnomos muy fragmentados. - Relaciones entre movimientos sociales y sector asociativo. Bsqueda de nuevos elementos de identidad. Surgimiento de los movimientos de solidaridad con el Tercer Mundo. - Crisis del Tercer Sector y creciente politizacin de la Cooperacin al Desarrollo. - Construccin de escenarios globales de lucha: interdependencia, coordinacin internacional y construccin de alternativas a la mercantilizacin global para la democratizacin de los centros de poder mundial. - Ambigedad de los movimientos en la periferia del sistema-mundo: entre la antioccidentalizacin del conicto en el mundo islmico y las experiencias de democratizacin radical en Amrica Latina.
- Fuerte carcter contracultural de los movimientos en los pases desarrollados: independencia organizativa e identitaria, denegacin del espacio de la poltica tradicional y politizacin de lo cotidiano. - Antimilitarismo, antipatriarcado y ecologismo impulsados desde las redes del movimiento estudiantil. - Plido reejo de los NMS en Espaa, movimientos elitistas por la democratizacin poltica. - Construccin de las bases del sindicalismo clandestino y hegemona del PCE en Espaa.
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erspectiva sociolgica de interpretacin - Dominio en Espaa del anlisis marxista acadmico y creciente distanciamiento respecto a la militancia. - Del anlisis de clase a la lucha popular. - Desarrollo del paradigma de los nuevos movimientos sociales desde la sociologa burguesa crtica: los movimientos como esperanza para el futuro cambio social. - Nuevas teorizaciones surgidas desde los movimientos: el ecologismo, el feminismo y la no violencia, como discursos sobre el mundo. - Institucionalizacin y normalizacin de la perspectiva sobre los nuevos movimientos sociales: asimilacin liberal (posmaterialista) con una accin colectiva o ciudadana despolitizada. - Estudios empricos descriptivos sobre movimientos y accin colectiva. Los movimientos como repertorio de recursos de accin. - Ensayos tentativos (acadmicamente marginales) de una interpretacin sobre las posibles conuencias de movimientos sociales globales en la nueva fase del capitalismo. - Recomposicin relativa de las relaciones entre academia y movimientos sociales. - Punto de inexin histrico y multiplicidad de interpretaciones: desde las identidades y conictos culturales a la rematerializacin del conicto. - Consolidacin de un nuevo paradigma sobre los movimientos globales y la condensacin de los conictos en el sistema mundo.
- Falta de perspectiva histrica e incapacidad de interpretacin inmediata: crisis y academizacin de la sociologa marxista, desarrollo de las perspectivas posmodernas (nfasis en los aspectos contraculturales de los movimientos). - Surgimiento de una interpretacin desde la sociologa burguesa crtica: los movimientos como actores y expresin del cambio social.
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sino a los defensores de agendas de intereses que trascienden el mbito estatal con movimientos que pretenden actuar localmente sobre los efectos que el mercado mundial provoca en sus espacios sociales y territoriales concretos. Este esfuerzo por una reorientacin de los conictos, para situarlos en una escala global, permite identicar una triple tendencia en la evolucin reciente de los movimientos sociales en Espaa, resultado de su propia convergencia y normalizacin con respecto a la evolucin del conjunto de movimientos en Europa. En primer lugar, una tendencia a la espectacularidad de la protesta, con la intencin explcita de convertir todo pequeo escenario de protesta en smbolo de un conicto global. La importancia del efecto comunicativo fue una leccin del movimiento zapatista muy rpidamente aprendida en Europa.49 La rebelin en Chiapas se convirti muy pronto en ejemplo no tanto por situar el neoliberalismo como objetivo de toda estrategia emancipatoria y por su capacidad de resistencia militar, sino por su ecacia comunicativa. En segundo lugar, la tendencia a dirigir las reivindicaciones de los movimientos hacia agentes que se fugan de los canales institucionales del control democrtico. Y, en tercer lugar, el esfuerzo sistemtico por contribuir a la visibilizacin poltica de nuevas identidades colectivas, capaces de trascender los obstculos de la geografa poltica fragmentada construida, paradjicamente, por el nuevo rgimen de acumulacin global.50 Este esfuerzo de imbricacin sistemtica del conicto, desde el punto de vista simblico y comunicativo, en una escala global es lo que permite interpretar que las acciones glocalizadas de multitud de movimientos forman parte de un repertorio relativamente homogneo:51 desobediencia civil, ocupacin del espacio urbano y confrontacin, denicin del mensaje en el propio desarrollo del conicto, acciones espectaculares durante el desarrollo de manifestaciones masivas, etctera. Dichas acciones, situadas al margen de las agendas locales e incluso estatales, pese a desarrollarse siempre como acciones localizadas y construidas sobre la base de un tejido social anclado en el territorio, nacen cada vez con ms frecuencia a travs de la cooperacin con grupos internacionales, y tienden a redenir las ciudades en las que se produce la accin como representacin de metrpoli globales. Los movimientos estn obviamente condicionados por un marco geogrco estatal, e impregnados de una historia singular determinada por ese marco. Pero lo signicativo es que cada vez es ms difcil caracterizarlos a partir de ese marco: por un lado, porque sus objetivos son directa o indirectamente instituciones de control de la economa mundial o del sistema interestatal que estn ms all de las unidades nacionales; y, por otro, porque el territorio de expresin del antagonismo est ms denido por las ciudades y grandes metrpoli como condensaciones del espacio global que por el territorio estatal o local. Sin embargo, pese al efecto comunicativo de representacin de una comunidad global en cada escenario de conicto, todava resulta evidente que las acciones cotidianas de los movimientos sociales en Espaa se hallan fragmentadas polticamente. Como resultado de la desarticulacin poltica, las acciones se traducen en multitud
49. Los monos blancos de los Tute Bianchi son la adaptacin europea del pasamontaas zapatista. 50. Della Porta, D. y Mosca, L.: Globalizacin, movimientos sociales y protesta, 2005. http://www.metapolitica.com.mx/43/breviario/crit_02.htm. 51. Iglesias Turrn, P.: op. cit., 2005: 81.
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Figura 12.4 Movilizacin de los nuevos movimientos sociales (muestra Madrid, 1983-2003)
de resistencias parciales a las consecuencias de la racionalizacin extrema del sistema productivo y la descomposicin de los Estados del bienestar: ocupacin y autogestin de espacios, produccin y consumo alternativo a pequea escala, redes que trabajan contra la pobreza y la exclusin, opositores a la biotecnologa, movimientos de educacin popular, contra la precariedad laboral, en defensa de derechos sociales bsicos, etctera. Si bien dentro de un repertorio de modalidades de accin colectiva relativamente compartido ya a escala europea:52 el pacismo clsico, la accin directa, las acciones ldicas y culturales del modelo britnico de Reclaim the Streets, y las variantes de la desobediencia civil y social puesta en prctica por los Tute Bianche. Las dcadas de 1980 y 1990 en Espaa son reejo de esa fragmentacin en que un nmero creciente de convocatorias, como recoge la evolucin de las movilizaciones en Madrid gura 12.4, renen prcticamente a un mismo nmero de participantes hasta mediados de la dcada de 1990. Sin embargo, la muestra reunida por R. Adell53 sobre convocatorias y participantes en Madrid descubre igualmente la relativa convergencia
52. Echart, E., Lpez, S. y Orozco, K.: op. cit.: 123. 53. Adell Argils, R.: El altermundismo en accin: internacionalismo y nuevos movimientos sociales, Revista de Estudios de Juventud, 7, 2007: 91-111.
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que tiene lugar en las movilizaciones desde nales de la dcada de 1990, momento a partir del cual se tiende a una reduccin paulatina del nmero de convocatorias y a un crecimiento permanente del nmero de participantes, hasta culminar con las movilizaciones contra la guerra de Irak en 2003. Probablemente, un recorrido similar tendra lugar en la relacin convocatorias/participantes en las grandes ciudades del pas, con puntas extremas de movilizacin en las contracumbres (como ocurriera en Barcelona o en Sevilla). Otra de las paradojas de la situacin actual de los movimientos sociales resulta de construir la cooperacin y la coordinacin en el mbito internacional sin pretenderla muchas veces en el estatal. Pese a la potencialidad que ha abierto el uso estratgico de las tecnologas de la comunicacin, sigue siendo muy difcil confeccionar canales estables de participacin ms all de las fronteras nacionales, de momento solo las contracumbres demuestran su ecacia en este sentido; todava hoy tras el reciente encuentro del G-8 en Alemania. Pero el efecto contradictorio y ambiguo de la internacionalizacin de los movimientos es con frecuencia un repliegue hacia lo local en los mbitos estatales. Ello puede fortalecer los movimientos si la experiencia que para muchos colectivos y militantes supone la participacin en las contracumbres, logra desplazarse hacia la construccin de redes locales de cooperacin. Es signicativo por ejemplo, como seala Fernndez Durn,54 que buena parte de los colectivos y redes activos en el movimiento antiglobalizacin, tras su auge en el periodo 2001-2003, que polticamente se expresaron en una fuerte movilizacin contra la guerra de Irak, se hallan activos actualmente en las distintas plataformas de defensa del territorio. Pero tambin es posible una interpretacin ms pesimista, segn la cual el principal problema del movimiento antiglobalizacin en Espaa es su excesiva deslocalizacin, es decir, su precario arraigo en redes o bases locales como resultado de un nacimiento fuertemente marcado por el mimetismo respecto a las corrientes movilizadoras provenientes de redes globales.55 Desde nuestro punto de vista, reconociendo el carcter ambiguo de los efectos en el mbito local que conlleva la internacionalizacin de las protestas, lo caracterstico de la situacin actual es la tendencia a globalizar las agendas de los movimientos, con independencia de que ello conlleve o no una ms densa y estructurada red de cooperacin entre los movimientos que trabajan en torno a las mismas problemticas en cada mbito estatal. La evolucin del movimiento ecologista es, en este sentido, representativa de una progresiva convergencia
54. Fernndez Durn, R.: El Tsunami especulador espaol y mundial, 2006, http://www. ecologistasenaccion.org/article.4824. 55. As lo seala E. Gil Calvo en La deslocalizacin de la protesta juvenil, Revista de Estudios de Juventud, 76, 2007: 147-161. El argumento de E. Gil Calvo que interpreta las redes altermundistas como el resultado de un capital social supletorio de jvenes socialmente deslocalizados y, por tanto, con un cada vez ms dbil capital social heredado y adquirido en sus contextos cercanos, resulta muy interesante, pero tiene su lmite al asentarse en una conceptualizacin homognea de la juventud, precisamente cuando son sus propias fracturas internas una de las causas de la construccin de redes de movilizacin. Ms apegado al estudio del desarrollo de los movimientos concretos, aunque circunscrito al caso del ecologismo, es el libro de Manuel Jimnez Snchez (El impacto poltico de los movimientos sociales. Un estudio de la protesta ambiental en Espaa. CIS/Siglo XXI, Madrid, 2005) en el que reconstruye la fragmentacin local que tradicionalmente ha arrastrado el movimiento ecologista espaol.
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de las agendas de los movimientos en dos direcciones: en el mbito internacional, si no a travs de la cooperacin directa, s en el sentido de las reivindicaciones, cuya signicacin poltica se construye siempre en referencia a la situacin global; y en el mbito estatal, con la progresiva integracin de prcticamente todas las campaas directamente vinculadas al medio ambiente dentro de campaas y de movimientos de carcter ms amplio. Por lo tanto, en el caso espaol, el principal escollo en la convergencia de las movilizaciones no se sita en la diversidad de reivindicaciones y en la pluralidad de intereses que contienen, sino que probablemente haya que buscarlo en la disparidad de las trayectorias de militancia muy fragmentadas por la tarda y quebrada constitucin del espacio poltico institucional espaol, en el plano territorial. De modo paralelo a la descomposicin ideolgica y poltica de la fuerza de los movimientos en la dcada de 1980, tuvo lugar en Espaa una ruptura y una fragmentacin de las trayectorias militantes, cuya memoria sigue marcando hasta la actualidad las posibilidades de coordinacin y cooperacin entre distintos movimientos sociales del Estado. Quiz de un modo ms agudo que en otros pases, las dicultades nacidas ya en la primera institucionalizacin de la historia de nuestros movimiento sociales en la poca del primer gobierno socialista para crear un espacio intermedio entre los movimientos que mantuvieron su autonoma e independencia poltica y los que adoptaron la va de la institucionalizacin o la subvencin incluido un amplio espectro del espacio de las ONG, siguen marcando los lmites a la convergencia posible entre diferentes colectivos dentro del Estado espaol. Pero incluso desde este punto de vista ms concreto de las trayectorias militantes de los colectivos involucrados en los movimientos sociales, es posible sostener que el ciclo de la antiglobalizacin ha abierto espacios para la convergencia puntual en los ltimos aos. En el caso espaol, podramos condensar el punto de inexin en la redenicin de los proyectos y repertorios de accin que ha hecho posible una relativa aproximacin y entrelazamiento de base entre los colectivos, en la consolidacin a nales de la dcada de 1990 de tres movimientos representativos tanto de la herencia como del futuro de los movimientos sociales en Espaa: la construccin de la Red Ciudadana por la Abolicin de la Deuda Externa (RCADE); el desarrollo en Espaa de ATTAC; y los Movimientos de Resistencia Global (MRG, Hemen eta Munduan en Euskadi). Herederos de tres trayectorias de militancia muy diferenciadas (desde los movimientos cristianos de base hasta los centros sociales ocupados, pasando por las minoras crticas de la vieja izquierda), sus respectivos procesos de convergencia y apertura hacia el conjunto de movimientos en algunos casos, como hemos sealado, forzada por la propia estrategia de cierre de las arenas polticas institucionales es lo que ha sentado las bases para el modo en que en el Estado espaol se han reejado las ciclos de movilizacin global. Como antecedentes de este proceso internacional parecen claros los desencadenantes inmediatos que tuvieron lugar durante la etapa de transicin de la dcada de 1990: primero el levantamiento zapatista en 1994; la constitucin de Accin Global de los Pueblos, en 1998; y nalmente la explosin meditica que represent la batalla de Seattle, en 1999. En el mbito espaol, el principal antecedente de las formas de movilizacin de los ltimos aos estuvo representado por el Movimiento contra la
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Europa de Maastricht y la Globalizacin Econmica, nacido en 1995 a raz de los actos de protesta que se realizaron coincidiendo con la presidencia espaola de la Unin Europea, pero que tiene su inicio en la campaa contra el FMI, el BM y el GATT con motivo del 50 aniversario de la fundacin de estas instituciones (en 1994), y con la preparacin del foro alternativo Las otras voces del planeta. En segundo lugar, con un origen radicalmente distinto, se inicia (por parte de Manos Unidas, Intermn, Critas y Justicia y Paz) la campaa Deuda externa-deuda eterna?. Como sntoma del ambiente que comenzaban a vivir una creciente diversidad de colectivos, la capacidad de convocatoria de la campaa se ve completamente sobrepasada y da paso a la constitucin de la RCADE y de la nueva Campaa por la Abolicin de la Deuda Externa. Inmediatamente despus, la intensicacin de las movilizaciones y la coordinacin creciente se orientan ya de un modo sistemtico hacia objetivos determinados por una agenda internacional. En el ao 2000 se constituye denitivamente la coordinadora espaola de ATTAC (siguiendo el llamamiento realizado por la edicin espaola de Le Monde Diplomatique), y se crea la primera gran coordinadora estatal de movimientos estrictamente enraizada en los movimientos alterglobalizadores de escala internacional. En la mayor parte del Estado, dicha coordinadora adoptar el nombre de Movimiento de Resistencia Global (MRG) y su primera tarea ser coordinar la participacin en las acciones de protesta de septiembre de 2000 contra la cumbre del FMI y del BM de Praga. La diversidad de sus formas organizativas internas expresaba las tensiones propias del movimiento emergente: en algunos sitios permaneci como plataforma de colectivos mientras en otros se redeni como movimientos asamblearios formados nicamente por personas y sin representacin formal de los colectivos.56 El primer momento del ciclo era ya imparable, continu en Niza y tuvo su mxima expresin en Espaa, en las movilizaciones contra la Conferencia anual del Banco Mundial que deba celebrarse en Barcelona en junio de 2001. Pero la reaccin fue igualmente rpida, y la militarizacin de la ciudad de Gnova ante las acciones de protesta contra la cumbre del G-8 marcan un nuevo punto de inexin, pues la visibilizacin de un objetivo poltico que representan las cumbres internacionales obliga a sus organizadores a desplazarlas a lugares apartados y de difcil acceso. A partir del punto culminante que represent Gnova, si bien hay un cierto repliegue en la presencia meditica del movimiento y en su capacidad de movilizacin, en tanto que movimiento antiglobalizacin, la agenda concreta abierta por las guerras
56. En cualquier caso, pese a su diversidad y relativo repliegue en los aos siguientes, las coordinadoras y los colectivos surgidos en este momento de auge de las movilizaciones se han convertido en un referente para los movimientos ms clsicos, conscientes de que su renovacin pasa por un acercamiento a las nuevas formas de movilizacin. As lo reeja la historia de los Foros Sociales a la que ya hemos hecho referencia, y en este mismo sentido se expresaba el recin elegido presidente de la Federacin Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM), al sealar cmo el movimiento vecinal es un movimiento que naci hace ms de 35 aos y que necesita, en algunos casos, abrirse, tomar aire fresco e incorporar nuevas temticas, nuevas aspiraciones de la poblacin que se han organizado en otros movimientos ciudadanos con los que hay que entrar en contacto. Necesita, tambin, ampliar su poltica de alianzas y lanzar una mirada a todas las expresiones de la poblacin que sufren otros problemas y que plantean otras reivindicaciones y otras formas de luchar por alcanzarlas que no son las propias de la FRAVM (Entrevista a Nacho Murgui, Diagonal, nm. 57, junio de 2007).
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de Afganistn e Irn darn lugar a lo que probablemente fue la convocatoria con mayor participacin mundial, en el llamamiento contra la guerra realizado por el Foro Social Mundial para el 15 de febrero de 2002, y en la que se calcula participaron casi tres millones de personas en todo el Estado espaol, con casi un milln de participantes en la manifestacin de Madrid. En el plano domstico, sin duda alguna, las decisiones y derivas internacionales del gobierno del PP actuaron como un desencadenante especco de un nuevo ciclo de movilizaciones, redeniendo una vez ms las distancias de los movimientos sociales con respecto al modelo poltico de la democracia representativa; la enorme dureza descalicativa con respecto a las movilizaciones contra la intervencin militar en Irak y la guerra subsiguiente anim un autntico resurgir de las protestas antiblicas en Espaa, otra vez expresadas con un carcter espordico y reactivo, pero con una fuerte repercusin en la vida cotidiana de nuestro pas. Las movilizaciones espontneas tras los atentados del 11 de marzo y su inuencia directa en el clima electoral abrieron un nuevo espacio de legitimidad para la accin al margen de los mecanismos institucionales (a la vez que dena sus lmites) y, as, un espacio de movilizaciones antiblicas primero y, despus, contramovilizaciones programadas desde los espacios ms conservadores del mbito poltico nacional (adquiriendo paradjicamente la forma de manifestaciones y movilizaciones en la va pblica, forma que se haba criticado por los mismos actores hasta la ridiculizacin solo unos aos antes) han convertido la protesta en la calle (y la guerra de cifras asociada a ella) en un curioso marco de expresin de los conictos en los ltimos aos. Aunque resulte casi anacrnico la calle ha vuelto a ser un escenario para la poltica espaola en temas como el terrorismo, el orden mundial y la seguridad ciudadana en el primer decenio del siglo xxi. De la misma manera que la primera transicin a la democracia hizo posible un breve momento de superposicin y fusin de espacios a travs de la religacin simblica relativa que permiti la participacin electoral, las elecciones que se realizaron el 14 de marzo tambin mostraron su efectividad para la movilizacin de los imaginarios sociales de cambio, aunque la fragmentacin y la desmovilizacin tras el momento mtico de unidad que simbolizan las elecciones se volviese a producir sin hacerse esperar demasiado; pero, eso s, con un carcter matizado y relativo debido a la amenaza del poder conservador protagonizada por un discurso poltico y una presencia social fuertemente retardataria.57 En esta apertura de la arena poltica de izquierdas hacia sensibilidades cercanas a los movimientos sociales, el gobierno del PSOE por una parte trata de institucionalizar las demandas de colectivos que han estado siempre en primera lnea de movilizacin con leyes como la de la violencia de gnero o del matrimonio homosexual, lo que indica una transformacin de las temticas de las movilizaciones colectivas en el reconocimiento jurdico de libertades individuales positivas o negativas; por otra parte se trata de abrir un periodo de tolerancia simblica
57. Pablo Iglesias (op. cit., 2005: 86) se pregunta qu habra ocurrido si hubiera ganado las elecciones el PP. Las condiciones singularsimas creadas por los atentados y la poltica informativa del gobierno de aquel tiempo provocaron una fuerte movilizacin de repulsa; pero probablemente, a medio plazo, el efecto desmovilizador de la convocatoria electoral hubiera sido el mismo, como lo fue en el hbil adelanto de las elecciones realizado por De Gaulle tras las movilizaciones de mayo de 1968.
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siempre en tensin para con las movilizaciones antisistema que conocen un relativo repliegue hacia actividades locales, con menor volumen de participacin en trminos cuantitativos, como la campaa contra la Constitucin Europea, la continuacin de las actividades por la abolicin de la Deuda Externa y la progresiva creacin a lo largo de todo el Estado de las plataformas contra la especulacin, la precariedad y por una vivienda digna. La presencia en muchos gobiernos e instituciones locales y regionales, la fuerza, los apoyos y la crudeza de las polticas y los discursos ms conservadores en la Espaa de principio del siglo xxi hacen que una cierta porosidad en la poltica institucional de izquierda trate de absorber las ideas y novedades de los movimientos incluso los ms radicales para contener la fuerza del discurso y de las acciones de las fuerzas conservadoras de nuestro pas, activas en una oposicin muy dura presente no solo en el mbito poltico, sino tambin en la vida cotidiana (temas de enseanza y laicidad, lucha antiterrorista, formas de convivencia, denicin de la ciudadana, etctera). Las movilizaciones por una vivienda digna (mezcladas con las expresiones de protesta contra la precariedad laboral sobre todo juvenil) son representativas de la situacin actual de los movimientos y de las contradicciones a las que se enfrenta su evolucin en el interior de las sociedades desarrolladas. Pueden ser consideradas sntoma de las dicultades para recomponer dentro de los lmites estatales la fuerza que ha adquirido el movimiento en su dimensin altermundista. Dentro del marco democrtico del capitalismo avanzado, la posibilidad de construir polticamente intereses por muy evidente que resulten determinadas necesidades objetivas al margen del marco institucional sigue enfrentndose a la indiferencia general del grueso de la sociedad, y en particular de unas desestructuradas clases medias orientadas hacia modos de vida que permitan la salida individualizada de los peligros de la desestabilizacin laboral, y que, en este caso concreto, siguen percibiendo la vivienda en propiedad como anclaje social y como sueo de un posible enriquecimiento. Y ello invita a repensar la capacidad del nuevo ciclo de movilizaciones para hacer converger una creciente diversidad de subjetividades antagonistas; contemplado desde el punto de vista del primer mundo europeo, parece al menos que se puede discutir su heterogeneidad a partir del perl social de la mayora de los militantes implicada en ellos. Las escasas investigaciones en torno al perl de los activistas implicados en las movilizaciones antiglobalizacin58 no solo muestran la presencia mayoritaria de jvenes, sino que la inmensa mayora de ellos tiene o se encuentra realizando estudios superiores.59 De modo que, como resulta evidente para la mayora de los movimientos, solo la profundizacin de la internacionalizacin del conicto permitira transformar las relaciones de clase en el interior de las sociedades avanzadas, y abrir un espacio para la convergencia real de la pluralidad
58. Algunas de ellas son: Tejerina, B., Martnez de Albniz, I., Cavia, B., Gmez, A. e Iraola, A.: Encuesta sobre el movimiento por la justicia global en Espaa. Universidad del Pas Vasco, Bilbao, 2005; Canzos, M.: La participacin de los jvenes espaoles en manifestaciones. Comparacin con los jvenes europeos y anlisis de sus determinaciones, Revista de Estudios de Juventud, 75, 2006: 121-153; Della Porta, D.: New Global. Il Mulino, Bologna, 2003. 59. Gonzlez Garca, R. y Barranco, O.: Construyendo alternativas frente a la globalizacin neoliberal. Resistencias juveniles en Catalua, Revista de Estudios de Juventud, 76, 1997: 275 y ss.
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de subjetividades contenidas en los viejos, los nuevos y los novsimos movimientos sociales.
CONCLUSIN
Por todo esto, el cambio histrico obliga ya a pensar la distancia que separa las ltimas expresiones de los movimientos sociales respecto de las interpretaciones realizadas sobre la emergencia del ecologismo, el feminismo y el pacismo en las dcadas 1960 y 1970. Muchas cosas han cambiado desde que los nuevos movimientos sociales fueran conceptualizados como procesos de visibilizacin social que iban ms all del conicto institucionalizado regulado por el Estado social centrado en torno a la distribucin del poder poltico formal o del excedente econmico e identicado con el viejo movimiento obrero. Esa gramtica de las formas de vida, como la denominara Habermas,60 sobre la que se construan los nuevos conictos, si bien nunca fue plenamente autnoma con respecto a los problemas de distribucin, parece haberse comenzado a rescribir en los ltimos aos resituando los procesos econmicos en el centro.61 Tal y como sealaba Alain Touraine rerindose al contexto de las dcadas de 1960 y 1970, justo cuando la vida poltica apareca cada vez ms organizada alrededor de la eleccin de polticas econmicas, los nuevos movimientos sociales tratan de problemas prcticamente excluidos de la vida pblica y considerados privados.62 Sin embargo, los ltimos aos parecen apuntar a una cierta reintegracin y una creciente concienciacin de las interconexiones entre los espacios colonizados del mundo de la vida y las relaciones ms estrictamente econmicas. Por ello, si la energa de los movimientos en la dcada de 1960 naca de una cierta desafeccin respecto a la poltica institucional y la emergencia de una poltica ms all del Estado, ahora se tratara de una recuperacin de la poltica, no tanto en el espacio escindido de la vida privada como en el de una emergente ciudadana pblica global. Los ltimos aos han puesto de maniesto una progresiva conuencia de los espacios de conictividad social, dentro siempre de una relativa autonoma de los ejes clsicos de los nuevos movimientos sociales. Desde la propia literatura animadora de los movimientos63 se subraya, quiz con demasiado optimismo, esta convergencia de
60. Habermas, J.: Teora de la accin comunicativa: Taurus, Madrid, vol. 2, 1987: 556. 61. Si bien no es representativo del heterogneo conjunto de propuestas surgidas de los movimientos alterglobalizadores, s es signicativo el tipo de programa de accin inmediato contemplado por Alex Callinicos en su Maniesto anticapitalista. En ese programa prcticamente todos los ejes de accin giran en torno a lo que podramos considerar una redistribucin poltica del poder econmico: cancelacin inmediata de la deuda del Tercer Mundo; introduccin de la Tasa Tobin; restauracin de controles al ujo de capitales; introduccin de la renta bsica; reduccin de la jornada laboral; defensa de los servicios pblicos y renacionalizacin de industrias privatizadas; scalidad progresiva; abolicin de los controles a los ujos migratorios; actuacin inmediata sobre degradacin ambiental; disolucin del complejo militar-industrial; y defensa de las libertades civiles (Callinicos, A.: op. cit., 2003: 132-139). 62. Touraine, A.: Le retour de lacteur. Fayard, Pars, 1984: 321-322. 63. Hardt, M. y Negri, A.: op. cit.: 66.
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la resistencias cotidianas, pues ahora las luchas son a la vez econmicas, polticas y culturales y, por lo tanto, son luchas biopolticas, luchas por la forma de vida. Son luchas constitutivas que crean nuevos espacios pblicos y nuevas formas de comunidad. Sin embargo, frente a las formas organizativas adoptadas por el movimiento obrero tradicional, desde su origen en torno a la dcada de 1960 las nuevas formas de movilizacin no estn centradas en la organizacin de las subjetividades polticas que contienen; ni lo estn en sus repertorios de accin y estrategias de actuacin, ni tampoco en los temas de su agenda, ni mucho menos an en las subjetividades que expresan y reconstruyen con su propia accin reivindicativa. De hecho, las interpretaciones sobre el surgimiento de los nuevos movimientos sociales, ya en su momento de primera reconstruccin en la dcada de 1980, parecan poder realizarse como resultado de la decadencia poltica de la subjetividad obrera, de tal forma que la hegemona socialdemcrata en la construccin de los intereses a largo plazo haba quedado denitivamente bloqueada por el doble efecto histrico de la crisis del modelo de desarrollo y la reduccin poltica de la clase obrera; de este modo, denidas en negativo, las nuevas formas de accin colectiva surgan dentro del hueco creado por nuevos sujetos sociales en la representatividad poltica, en particular por la emergencia de tres segmentos sociales infrarrepresentados en el movimiento obrero tradicional de los pases desarrollados: los profesionales asalariados, los empleados del sector servicios feminizado y la fuerza de trabajo no especializada o semiespecializada etnizada.64 Por ello, hasta la actualidad, los nuevos movimientos sociales mantienen la ambivalencia ideolgica de su doble construccin social y poltica expresada ahora ms a escala mundial que estatal, a la vez que como expresin de lmites y conciencia crtica de la izquierda tradicional, y como apertura a una condicin social ms plural no reducida a la redistribucin econmica. Sin embargo, es posible sealar que el carcter global que tiene actualmente la autoconstruccin de los movimientos est conduciendo a una parcial y paulatina rematerializacin del conicto, difcilmente interpretable ya a travs de las lecturas culturalistas que se hicieran sobre la novedad de los nuevos movimientos.65 Esto estara hacindonos entrar en una poca de cierta recomposicin en los movimientos de la brecha entre lo expresivo y lo instrumental al enlazar, en casi todas las formas de resistencia, la lucha en torno a viejas reivindicaciones de la izquierda reinterpretadas ahora por los movimientos surgidos de la periferia del sistema, con las reivindicaciones nacidas de los ejes tambin ya clsicos denidos por las nuevas subjetividades antagonistas de las sociedades centrales.
64. Arrigui, G. y otros: op. cit.: 75. 65. Wallerstein, I.: Geopoltca y geocultura. Kairs, Barcelona, 2007.
actualizada del modelo clsico de S. M. Lipset y S. Rokkan, la teora de los clivajes, como un buen fundamento para el estudio emprico del conicto social. Complementariamente, este trabajo trata de aplicar ese modelo actualizado a varias situaciones reales de conictividad, particularmente a la sociedad espaola posterior a la transicin democrtica (1982-2003) y al modelo de conicto social caracterstico de la era de la globalizacin (ca. 1980-2008).
LA FORMACIN DE LA TEORA
Hay pocos modelos y teoras que faciliten la tarea de observar y entender cabalmente esa rea del conicto social que se sita entre los dos niveles, micro y macrosociales, ms transitados por el anlisis poltico y la ciencia social. Por un lado, en efecto, el observador del conicto se encuentra con un conjunto de microfenmenos que son expresin directa de las pautas de consenso y conicto de una determinada sociedad: los episodios visibles de conicto que acostumbran a tomar la forma de movilizaciones y protesta social, pero tambin de creacin de organizaciones de accin colectiva para la agregacin y la defensa pblica de intereses colectivos.1 ste es el nivel ms concreto y el nico realmente observable que congura lo que Charles Tilly deni como conicto poltico y, con otros investigadores (McAdam y Tarrow, los ms conocidos; McAdam y otros, 2005), como contienda poltica. Tilly (1998: 30) dene as el conicto poltico:
El conicto poltico incluye todas las ocasiones 1) en las que algn grupo de personas realiza reivindicaciones colectivas pblicas visibles sobre otros actores (reivindicaciones que
1. ste ser nuestro centro de atencin aqu, aunque cabe aadir que hay otro tipo de manifestaciones ajenas a esa rea directamente confrontacional que dan tambin la medida de las pautas citadas, como los cambios de rgimen, las crisis polticas y, en general, los estados diversos de malestar social.
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si se cumpliesen afectaran los intereses de estos ltimos), y 2) en las que al menos una de las partes afectadas por reivindicaciones, incluyendo terceras partes, es un gobierno. Por lo tanto, el conicto poltico abarca revoluciones, rebeliones, guerras, conictos tnicos, movimientos sociales, genocidio, campaas electorales, la mayora de las huelgas y los cierres patronales, parodias pblicas, incautaciones colectivas de mercancas, y muchas otras formas de interaccin.
En el otro extremo, en un nivel alto de abstraccin, encontramos el conicto societario: el que se ubica en el terreno de la causalidad socioestructural de un sistema social y del cual el conicto poltico es una de sus expresiones aparentes. Los modelos de anlisis que han hecho fortuna a este nivel de abstraccin son, por ejemplo, la teora marxiana de los modos de produccin (vase una representacin sociolgica bien hecha de la misma en Sztompka, 1995: 200) o la de Bell o Touraine para la sociedad posindustrial. El objetivo comn del analista en este nivel es sealar cules son las combinaciones socioestructurales distintivas de un sistema y la ubicacin ah de los ndulos caractersticos del conicto social en ese sistema. La ciencia social que se ocupa del conicto ha tenido tradicionalmente el problema de alternar, sin pasos intermedios, el punto de vista empirista extremo (los episodios observables de conicto) y la pura abstraccin sistmica (como las teoras de Marx y Bell-Touraine citadas). Seymour Lipset y Stein Rokkan, por su parte, ambos expertos e inuyentes macrosocilogos y, en esa poca, ocupados en radiograar los orgenes sociales del sistema de partidos polticos de las sociedades modernizadas, delinearon a mediados de la dcada de 1960 un modelo para explicar esos orgenes en las divisorias de confrontacin, estructurales, que antecedieron y acompaaron ese trayecto modernizador. Su conclusin es que son cuatro las divisorias de esa naturaleza que explican la especializacin de los partidos polticos modernos. Al aportar esa teora sobre los sistemas de partidos, sin embargo, estaban tambin contribuyendo a una mejor comprensin de los orgenes estructurales de los episodios de conicto en una sociedad dada (pero en un nivel intermedio de abstraccin, alejado por igual de los episodios de conicto reales y observables, y de las conguraciones abstractas en el nivel socioestructural de un sistema). Las divisorias que Lipset y Rokkan conceptualizan como clivajes son uno de los elementos decisivos de la estructura de oportunidades poltica que afecta de manera directa las motivaciones de los actores polticos que intervienen en el conicto social.2 Un clivaje es una divisoria confrontacional entre grupos de individuos que tiende a organizar los conictos entre ellos. La particularidad de estas divisorias, expresada en el trabajo fundacional de esta teora por Lipset y Rokkan (1967), es que una parte sustantiva del conicto social (maniesto y latente) gira a su alrededor por largos periodos de tiempo. La idea fundamental, en palabras de Lipset (2001: 5), es esta:
2. El trmino para esas divisorias es la palabra inglesa cleavage, que el diccionario Webster dene as: a cleaving; dividing. Se ha vertido al castellano de diversas formas: como divisin, divisoria, divisoria confrontacional, fractura, lnea de divisin social y, tambin, clivaje (por ejemplo, en la traduccin de Lipset, 1996).
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Rokkan y yo buscamos especicar la forma en que los partidos de los sistemas polticos de Europa occidental emergieron y se estabilizaron alrededor de ciertos clivajes sociales bsicos.
Esta perspectiva de abordaje del conicto facilita la visin de ste como un fenmeno global organizado internamente en sectores homogneos y relativamente estables; as, por ejemplo, la dinmica de confrontacin entre patronos y trabajadores en una sociedad de mercado genera un clivaje de clase, y as sucesivamente. La estructura de clivajes es el efecto de la pauta dominante de conicto que encontramos en cualquier momento dado en una comunidad estraticada, procede de su historia previa y tiene mucho que ver, por tanto, con los criterios de estraticacin (de clase y de otros tipos) y las pautas de oposicin que prevalecen en esa comunidad. Sus efectos, nalmente, no se hacen sentir nicamente en el sistema poltico (a travs del sistema de partidos, de grupos de inters y otros) sino que afectan o atraviesan todos los componentes estructurales de la sociedad afectada. La primera elaboracin de la nocin de clivaje la hacen Lipset y Rokkan (1967) en su Introduccin a un libro colectivo, compilado por ellos, sobre los sistemas de partidos. Su objetivo es indicar el efecto sobre las actitudes polticas de las distintas poblaciones de los factores de confrontacin de naturaleza estable y duradera (Lipset, 1996: 73; 1967). Con precaucin,3 la nocin se puede extender para denotar aquellos asuntos que dividen con intensidad a los miembros de una comunidad y conguran, as, unas lneas divisorias fundamentales que organizan la pauta bsica del conicto en su seno. Considerado este enfoque desde la perspectiva principal, no de los partidos y los sistemas de partidos, sino de la accin colectiva y otras expresiones del conicto social, las divisorias que el observador consiga establecer delimitan la fuente probable de protestas sociales y movilizaciones y son, en consecuencia, una forma til de identicar esas fuentes estructurales intermedias del conicto social (que podramos denominar estructurales-especcas, en tanto que diferenciadas de las fuentes, ms abstractas y generales, del conicto societario, como los modelos de Marx o de Bell-Touraine citados a ttulo de ejemplo).4 La propuesta que acabo de hacer encuentra su fundamento conceptual y terico, como mnimo, en tres elaboraciones. La primera consiste en una argumentacin sencilla: si el modelo de Lipset-Rokkan explica los fundamentos del conicto social organizado en una comunidad para entender as mejor los orgenes y la especializacin de los partidos, por qu no aplicarlo tambin a los orgenes y la especializacin de la accin colectiva (y otras expresiones del conicto social)? Es cierto que sta es mucho
3. Siguiendo la advertencia de Ludolfo Paramio (1998: 5) en su crtica de la posicin de H. Kriesi (1998): Una cosa es hablar de divisorias de gnero o de raza para analizar las correlaciones entre tales categoras sociales y la conducta electoral, y otra pretender buscar una raz estructural de las diferencias en valores. Si vamos a acabar encontrando un clivaje en cualquier diferencia social, mejor dejar de usar el trmino. 4. sa fue la intencin, por ejemplo, de un muy notable trabajo de investigacin emprica sobre nuevos movimientos sociales europeos, rmado por Hanspeter Kriesi, R. Koopmans, J. W. Duyvendak y M. G. Giugni (1995), que utiliz con maestra la teora de Lipset-Rokkan para un objeto de investigacin muy alejado de los partidos y centrado en la protesta social.
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ms amplia, diversa y con frecuencia micropoltica que la accin de los partidos; pero esto, que convierte en ms compleja su aplicacin, no deslegitima el procedimiento. La segunda, la del propio coautor de la teora, S. M. Lipset (2001: 9), que imprime exibilidad a un modelo tachado a veces de rgido (Lipset, 2001: 6) y reconoce que lo realmente importante es identicar las bases estructurales del conicto social para cada comunidad humana, incorporando las especicidades que pueda tener;5 as, rerindose a la anomala de India, arma:
India, la gran excepcin de la mayora de las generalizaciones empricas acerca de las condiciones sociales para la democracia, ha permanecido como pas democrtico en ausencia de partidos nacionales estables. El Congreso es una excepcin parcial. Lo que parece estabilizar a India son los principales clivajes transversales casta, raza, etnicidad, religin, clase econmica, lenguaje, que suministran las estructuras latentes para las relaciones conictivas de largo plazo, as como tambin para las alianzas. (nfasis aadido.)
La tercera, Hanspeter Kriesi (1998: 167), con un argumento que se acerca mucho al propsito de este trabajo, propone que la nocin de clivaje no se puede solo reducir a trminos estructurales:
Incluye dos elementos ms. Los grupos implicados deben ser conscientes de su identidad colectiva como trabajadores, empresarios, catlicos o protestantes y estar dispuestos a actuar sobre esa base. Adems, un clivaje se debe expresar en trminos organizativos. En otras palabras, una divisin estructural se transforma en un clivaje si un actor poltico conere coherencia y expresin poltica organizada a lo que de otra manera no son sino creencias, valores y experiencias fragmentarios e incipientes entre los miembros de determinado grupo social. Conceptualizado en estos trminos, la nocin de clivaje constituye un antdoto para cualquier tipo de reduccionismo psicolgico o sociolgico [] Esto implica que las divisiones sociales no se traducen en accin poltica de manera automtica sino que son decisivamente conguradas por su articulacin poltica.6
5. De manera complementaria, algunos investigadores recientes han hecho patente la necesidad de este punto de mira sensible a las realidades regionales; por ejemplo, Vicky Randall (2001: 259): La aplicacin del modelo de Lipset-Rokkan al Tercer Mundo subraya la necesidad de complementar sus percepciones con otros tipos de perspectiva. 6. Esas estructuras latentes de Lipset que dan una coherencia a las pautas de consenso y conicto tienen que ver tanto con las determinaciones sistmicas como las propias de una poca histrica (que se maniestan a su vez socioestructuralmente, pero tienen su origen en la dinmica propia de la interaccin entre intereses y causas, grupos y redes, en cierta medida continuamente recreada; ste es el caso, por ejemplo, de los efectos de la globalizacin reciente al crear grupos de ganadores y perdedores que no son producto directo de las estructuras sino de la interactividad aludida mediada por ellas).
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EL MODELO
En 1967, Lipset y Rokkan asignaron a las sociedades modernizadas7 cuatro clivajes bsicos: centro-periferia, Estado-Iglesia, campo-industria y trabajadores-empresarios. Posteriormente, Lipset (1996: 74) aade un quinto clivaje basado en la transformacin posindustrial que arranca a mediados o nales de la dcada de 1960 en la economa y la sociedad norteamericanas y que, a continuacin, se extiende por todas las economas de la OCDE. Este quinto clivaje tiene que ver con los temas posmaterialistas, una divisoria que Inglehart (1971) har explcita en forma de clivaje ecologa-industria (entre los que se adhieren al nfasis de la sociedad industrial en la produccin quienes adems sostienen posiciones conservadoras en los temas sociales y los que adoptan el nfasis posindustrial en la calidad de vida y deenden una perspectiva social ms liberal con respecto a temas como la ecologa, el feminismo y la energa nuclear; Lipset 1996: 75).8 Este modelo sencillo se puede aplicar a cualquier sociedad moderna en su variante de capitalismo industrial democrtico. Para el caso espaol del periodo 1982-2003, postulamos que estos cinco clivajes estn plenamente activados (con las especicidades que describimos a continuacin). Y tambin, adems, que podemos identicar otras varias divisorias estables de confrontacin relacionadas con los orgenes y la forma de resolucin de la transicin poltica. Proponemos a continuacin una breve descripcin de estos clivajes del modelo original, centrando su ilustracin emprica en el caso espaol postransicional, pero recurriendo tambin a casos procedentes de una diversidad de situaciones y pases.
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creciente resistencia de las poblaciones sujetas, en las provincias y en las periferias, distintas tnicamente, lingsticamente o por lo que se reere a la religin (1967: 14). En la terminologa actual quiz sera ms til calicar esta divisoria de identitaria: mide en denitiva la porcin de conicto social derivado de la creacin de estados nacionales con una lengua, una cultura razonablemente homognea y una visin de s mismos ms o menos comn entre los ciudadanos, es decir, la creacin de una identidad comn (algo similar a lo que propone D. Rustow [1970] como primera fase o condicin, de trasfondo, de su modelo de transicin democrtica). El caso espaol es una variante atpica en el sentido de que, como en otros casos histricos, la unicacin nacional se completa tarde y con muchas dicultades. El centro es el ncleo poltico que detenta el poder estatal; y la periferia, el conjunto de territorios malintegrados en el conjunto y con persistentes reivindicaciones regionalistas e, incluso, nacionalistas y separatistas, en su seno.9 Este clivaje subraya aqu la secular integracin precaria de la sociedad espaola por lo que respecta a la identidad comn; durante el periodo postransicional 1982-2003, ha generado una serie de movimientos nacionalistas, regionalistas, tendencias neocentralizadoras y el impulso principal del Estado autonmico que aparece como resultado de la transicin. Otros casos histricos de clivaje identitario plenamente activado son las comunidades checa y eslovaca antes de su separacin en 1993; la Escocia actual en el seno del Reino Unido (en agosto de 2007 su Gobierno propuso un referndum para la independencia); el caso de Quebec dentro de Canad (cuyo Parlamento federal reconoci a Quebec como nacin en un Canad unido, en noviembre de 2006); y los conictos culturales y lingusticos en Blgica (entre valones y amencos), plenamente activos de nuevo en tiempos recientes.
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catlica al proceso de transicin entre 1976 y 1982 y la relativa pacicacin que esto supuso) debido en lo fundamental a tres acontecimientos. Uno, la regresin observable en la Iglesia catlica de la transicin conforme pasaban las dcadas; desde una actitud de cooperacin en el proyecto democratizador en los tiempos de Tarancn hasta la lnea dura, nacional-catolicista de los ltimos tiempos. Dos, la proliferacin de otros credos e iglesias institucionales a resultas de la oleada inmigrante de los ltimos diez o quince aos. Y tres, como consecuencia de las movilizaciones de la derecha radical de 2005-2007 (a las que contribuy generosamente una militante Conferencia Episcopal) y de los nuevos aires vaticanos, la creciente demanda de que la religin intervenga en la esfera pblica. Todo ello ha hecho retroceder el clivaje religioso espaol hasta el sentido original que Lipset-Rokkan asignaron a esta divisoria de, fundamentalmente, confrontacin entre un Estado laico y una Iglesia que no quiere perder sus ventajas econmicas10 y su poder social. Este clivaje afecta a la mayora de los pases de la primera ola de la modernizacin, todava hoy. Por ejemplo, a la muy slidamente laicista Francia. Si bien en 1906 el Papa Po X conden la ley francesa que consumaba la separacin Estado-Iglesia, hay all un debate en los ltimos aos sobre la vigencia de esa separacin; y hace muy poco el propio presidente Sarkozy se mostr receptivo a las sugerencias del actual Papa romano para un nuevo tipo de laicidad.
Por este motivo, ese clivaje podra denominarse hoy jerrquico-territorial para subrayar el papel central de las asimetras de acceso a recursos materiales y econmicos. El clivaje pone de relieve el conjunto de conictos entre regiones o naciones ricas y pobres alrededor de la distribucin de los recursos (naturales, como el agua, o no: los recursos nancieros procedentes del Estado, etctera). Por lo que se reere al caso espaol reciente, hay muchos datos que parecen indicar que el tradicional desequilibrio territorial, con unas pocas zonas de elevada renta y desarrollo, y otras pobres y atrasadas, se ha mitigado en gran parte durante el pe10. A pesar de las confrontaciones pblicas, la Iglesia espaola sigue gozando del generoso apoyo econmico del Estado, que se encuentra en el entorno de los 5.000 millones de euros anuales (entre otros muchos, vase el informe econmico elaborado por El Pas, 30 de septiembre de 2006: 39).
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riodo 1982-2003, al producirse una notable difusin de la prosperidad relativa, especialmente despus de la entrada de Espaa en la Comunidad Europea. As y todo, esta divisoria ancestral, relativamente pacicada, se ha usado profusamente como instrumento para la competencia en el clivaje identitario descrito y, por tanto, para la distribucin del poder poltico entre las comunidades autnomas. Con ello, a efectos prcticos, ambos clivajes y conictos se entremezclan, son indisociables y estn plenamente activados. Las tensiones recientes (abril de 2008) han permitido, por ejemplo, hablar de la guerra de la nanciacin autonmica y ver cmo se formaban frentes atpicos (por ejemplo, entre Catalua y Valencia, gobiernos controlados por fuerzas polticas de signo opuesto). Varias comunidades autnomas, en otro caso, han pedido el control sobre los ros (mayo de 2006), por ejemplo Castilla-La Mancha, un aspecto de la denominada guerra del agua.
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minos de mayor autonoma de los sujetos, emancipacin respecto de los sistemas de explotacin y opresin, y la mayor democratizacin de las sociedades. El clivaje posmaterial, en palabras de Lipset (1996: 74), organiza la confrontacin alrededor de demandas de un medio ambiente limpio, el uso de la energa nuclear, una cultura mejor, la igualdad de estatus para las mujeres y las minoras, la calidad educativa, las relaciones internacionales, una mayor democratizacin y una moralidad ms permisiva, en particular respecto de las cuestiones sexuales y familiares. La introduccin de este clivaje ha originado algunas crticas por el hecho de que, en lugar de encontrarnos ante el familiar clivaje estructural del modelo original (Susana Aguilar y Elisa Chuli, 2007), nos hallaramos aqu ante una divisoria de opinin. Las reivindicaciones o nuevas demandas que recuerdan Lipset o Inglehart como tpicas de esta divisoria, en realidad corresponden a la dimensin de conicto poltico visible (en el sentido de Tilly, citado antes), pero se originan tambin en la estructura social. El trabajo de Kriesi (1999) explica bien los pormenores. Todos los actores individuales de una divisoria, en la medida que se movilizan para defender sus intereses, son portadores y expresan pblicamente opiniones, pero esas no son el origen ltimo de su movilizacin. El acceso de la economa y la sociedad espaolas al posindustrialismo se pueden medir mediante unos indicadores crudos: terciarizacin, peso creciente, de profesionales y tcnicos asalariados; estancamiento o reduccin concomitante de la fuerza de trabajo industrial clsica; pacicacin de los sindicatos de clase (que se convierten en ms institucionales y profesionales, que se movilizan en pos de reformas incrementales, desideologizadas y que se desvinculan de los partidos polticos)... Todos estos desarrollos, quiz de manera solo incipiente y contradictoria, porque la transformacin espaola ha sido muy rpida y repentina (en pocos aos, la poblacin pasa del atraso econmico y el arcasmo cultural al estatus de sociedad europea y prspera en rgimen de democracia poltica y con ciertos derechos de ciudadana), trastocan por completo las pautas heredadas de consenso y de conicto social. Los nuevos valores como la preocupacin por el medio ambiente, el pacismo y los derechos humanos empiezan a ser una fuente importante de confrontacin social, una transformacin que ilustran perfectamente los activos nuevos movimientos sociales que irrumpen en Espaa, y que son especialmente importantes en Catalua, durante la dcada de 1980, coincidiendo con la oleada de movilizaciones en contra de la entrada de Espaa en la OTAN.
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presionan en direccin contraria a los propios o esperados de la consolidacin y que representan el anclaje de una parte de la sociedad en los valores del antiguo rgimen. Algo parecido a estos factores de desconsolidacin se ha hecho visible en la sociedad espaola postransicional (posterior a 1982). Tales factores introducen clivajes nuevos y especcos, a mi entender completamente estructurales (es decir, derivados del cambio socioestructural operado), en el seno de la sociedad, lneas de confrontacin, con frecuencia profunda, que no hacen sino sealar el origen de la actual sociedad poltica en un poco denido pacto transicional forzosamente incompleto, precario y plagado de ambigedades. Las poliarquas que emergen de pactos transicionales de este tenor, como resultado del placet que otorgan las fuerzas hegemnicas del antiguo rgimen, como en los casos espaol y chileno, por sealar dos casos clsicos, son sistemas polticos en proceso de consolidacin democrtica, pero afectados directamente por mltiples anomalas estructurales que abren divisorias de confrontacin ajenas a la racionalidad demoliberal y peculiares de esta situacin. Mi propuesta aqu es que, contrariamente a lo que sostienen tanto acadmicos (como Juan J. Linz) como comentaristas mediticos (como P. Utzueta),11 por poner dos ejemplos, las poliarquas postransicionales son necesariamente regmenes afectados por la inestabilidad sistmica y receptores de unas anomalas estructurales que pueden abocar a la sociedad afectada, en algn momento futuro en el que se excluyen ya los retrocesos democrticos graves, a crisis polticas genuinamente postransicionales y, eventualmente, a una segunda transicin que ponga punto nal a problemas no resueltos o mal resueltos por la transicin poltica original, y que se expresan entre tanto como factores de desconsolidacin, o que la abocan, alternativamente, a un conicto endmico y enquistado. Los tres clivajes que propongo, a continuacin son, a mi entender, una manera de comprender mejor la alta inestabilidad de la sociedad espaola posterior a la transicin,12 fcilmente vericable en trminos empricos, y ello a pesar de la reiterada y tan publicitada ejemplaridad del proceso de trnsito democrtico. El primer factor de desconsolidacin se expresa en un clivaje transicional, es decir, una divisoria de confrontacin que, segn mi argumento, afecta necesariamente a toda sociedad que haya experimentado una transicin democrtica, y tambin a la espaola. El equilibrio de fuerzas, pero con la hegemona institucional en manos de los poderes del antiguo rgimen, que se produce en el momento de la transicin insti11. Juan Linz (1982). Patxo Unzueta: La afrenta, El Pas, 6.03.03: 28. Dice este ltimo autor: Es evidente que la presencia del terrorismo contamina y envilece la vida poltica vasca, pero tiene sentido seguir hablando de las taras de la transicin como condicionante del presente? [...] No es seguro que el resultado de la transicin hubiera sido diferente, en el sentido que plantean los nacionalistas, si en lugar de reforma hubiera habido ruptura. [...] En Espaa, tan inuyente como el miedo al golpe fue la mala conciencia de los gobernantes con pasado franquista que encabezaron la reforma y que en algunos terrenos cedieron ms de lo que hubiera hecho cualquier democracia madura (cursivas aadidas). 12. La inestabilidad aducida consiste en un ciclo de reiteradas movilizaciones de masas: una secuencia de grandes huelgas generales, manifestaciones masivas de orientacin nacionalista-perifrica, la movilizacin en contra de la entrada en la OTAN, las grandes manifestaciones contra las dos guerras del Golfo, el ciclo de 22 movilizaciones de la derecha entre 2005 y 2007... A pesar de todo, estas grandes acciones colectivas, sin equivalente en nuestro entorno, se producen en un contexto general de estabilidad relativa. La combinacin de ambos factores llama sin duda la atencin.
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tucional (la fase resolutiva de Rustow, 1970), determina la estructura del despliegue posterior del proceso de transicin: cuanto ms hegemnicas las fuerzas vinculadas, directa o indirectamente, con el antiguo rgimen en el momento de congurarse el pacto, ms probable es la aparicin de una estructura poltica formal e informal de baja calidad democrtica (es decir, con un fuerte protagonismo de la estructura de autoridad implantada y una concomitante baja participacin desde abajo), y a la inversa. En el caso espaol, durante el periodo que examinamos, una fuente de permanente conicto social y poltico se ha ubicado en el forcejeo sobre dnde situar los lmites de la extensin de la democratizacin al conjunto de la sociedad. Una de mis hiptesis es que el ciclo de protesta de masas se puede interpretar de diversas maneras, entre ellas sta: como una forma de presionar desde abajo, peridicamente, al establishment poltico para extender los lmites de la democratizacin de la sociedad hasta ciertos perles que el imaginario popular crea legtimo esperar del cambio poltico de la transicin y que, por el momento, persistentemente no se conseguan alcanzar. De forma complementaria, las movilizaciones masivas de la derecha entre 2005 y 2007 se pueden interpretar como una forma de resistencia a esa extensin democrtica. A mi entender, ste es un clivaje necesariamente asociado a todo proceso de transicin democrtica, inevitable; precisamente porque estos procesos expresan un equilibrio precario entre dos bloques, pero uno de ellos mantiene la hegemona sobre el tempo y la direccin del proceso (las fuerzas procedentes del antiguo rgimen), directa o indirectamente la confrontacin sobre la extensin o no de la democratizacin se encuentra de forma permanente en la agenda poltica. El clivaje transicional es el corazn mismo de los procesos de transicin democrtica y, amortiguado, de los periodos postransicionales que les suceden. Podemos observar en accin las formas en que se expresa este clivaje, para el caso espaol, si recordamos algunos acontecimientos y episodios. Uno, la decisin sobre la entrada o no de Espaa en la OTAN. En esta materia, el establishment poltico (derecha e izquierda), con pocas excepciones, contradijo continuamente las preferencias expresadas por una mayora de la poblacin. De hecho, la confrontacin se produjo, no tanto alrededor de si Espaa deba entrar en la OTAN, sino sobre el derecho de la poblacin a intervenir y decidir en una materia de Estado (as lo encar entonces el Gobierno de F. Gonzlez, de manera similar a como J. M. Aznar lo encar en relacin con el envo de tropas a la guerra de Irak en 2003).13 En estos y otros muchos
13. Para este ltimo caso, vase a ttulo de ejemplo la reexin que haca un competente observador como Fernando Vallespn (El Pas, 27.02.03: 18): Desde los inicios de la transicin no se recuerda, en efecto, un divorcio tan extremo entre opinin pblica y liderazgo poltico sobre una cuestin de tanta trascendencia. El comentarista se equivocaba, ya que crisis de opinin tanto o ms importantes se produjeron coincidiendo con la huelga general de 1988 y con las movilizaciones contra la guerra del Golfo de 1990-1991. Vallespn contina diciendo, rerindose a la toma de decisiones en las democracias liberales: Desde luego, el ejercicio de eso que llamamos la funcin de liderazgo autoriza a quien lo ostenta a separarse del sentir mayoritario cuando sus convicciones o su anlisis de un determinado problema poltico as se lo impongan. Pero, en todo caso, estar obligado despus a sujetarse al juicio y dictado denitivos de la ciudadana. Esta armacin, ms que discutible, da una idea de hasta dnde llega en el periodo postransicional (de la mano, en este caso, de un comentarista liberal y, digamos, progresista) la pugna por extender o no la democratizacin de la sociedad. El clivaje transicional en acto.
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ejemplos e issues, un problema particular que afecta de lleno a este clivaje es la evolucin democrtica seguida por las derechas que emergen de la transicin institucional (1976-1982 para el caso espaol), una variable esperada y obviamente de gran relieve para una consolidacin democrtica duradera. En el caso espaol hay algunos, quiz bastantes, indicios a favor de la democratizacin de la derecha, pero tambin muchos en contra.14 El diagnstico de sntesis ms adecuado, basado en los abundantes datos disponibles, es que en Espaa est emergiendo un bloque de derechas, internamente complejo y plural, que en parte est aprendiendo a vivir en democracia (las reglas de juego de las poliarquas), en parte es neofranquista, y en parte engloba a la derecha fascista y neofascista.15 Complementariamente, los datos disponibles que permiten pensar en una resistencia a la extensin de la democratizacin desde la derecha heredera del antiguo rgimen, permiten tambin pensar en la existencia, a lo largo de todo el periodo postransicional espaol, de una presin democratizadora desde abajo por parte de las clases populares y el bloque antifranquista. La presin desde abajo en las calles, sntoma de una revigorizacin de la sociedad civil, sirvi ya durante el periodo 1976-1982, segn argumentan perceptivamente McAdam, Tarrow y Tilly (2005: 190-205), para desencallar el tortuoso camino a una democracia minimalista alcanzada entre 1978 y 1982. Para el periodo posterior citar, a ttulo de ejemplo, la gran movilizacin de febrero de 2003 contra la guerra de Irak. Este episodio respondi a diversas claves; pero una de ellas, importante, fue su rechazo de una clase poltica autocentrada y su presin en contra del gobierno de Aznar en clave de poltica interna. La movilizacin fue tambin una contribucin ms desde abajo para democratizar un sistema poltico que la transicin dej, en parte al menos, atado y bien atado, contribuyendo as a deshacerse de o al menos, mitigar los elementos autoritarios y autocrticos heredados del trnsito. En este punto es signicativa, y toda una declaracin de intenciones, la alusin por la derecha del PP, reiterada, a una supuesta violacin del pacto de la transicin durante la primera legislatura de Zapatero (2004-2008).
14. A favor, por citar algunos, el surgimiento de toda una generacin de lderes polticos de la derecha que, a la vez: estn desvinculados directamente del franquismo; exhiben un discurso demoliberal bien interiorizado y comparable con otros sistemas; y son relativamente homologables a los lderes de las derechas de los pases de la OCDE. En contra, una catarata de acciones. Primero, algunas de las que emprendi el PP durante el periodo 2000-2004, que entran con frecuencia en una dudosa no ya legitimidad sino simplemente legalidad. El caso ms claro, la guerra no declarada en Irak, la estrategia de acoso y derribo del nacionalismo vasco democrtico (en realidad, del nacionalismo perifrico en general), el acoso al grupo empresarial PRISA y muchos otros. Se ha de recordar tambin que el acceso legtimo de la derecha espaola al poder poltico bajo Aznar ha coincidido en el tiempo con momentos de seria crisis de la democracia liberal en la zona OCDE (donde los comportamientos autoritarios de los gobiernos campan por sus respetos en varios pases, como haca mucho tiempo que no se vea). 15. Para un diagnstico que conuye con este, vase El Pas, 21 de julio de 2003, Demofranquismo, de Enrique Gil Calvo.
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podramos denominar el modelo de nacin de naciones. Los diversos separatismos y neocentralismos pertenecen conceptualmente al clivaje identitario; el malestar y los conictos especcos de muchos ciudadanos de la periferia, que piden otro estatus dentro de Espaa pero preeren, de momento, descartar la presin por la independencia, pertenecen conceptualmente al clivaje plurinacional (o de nacin de naciones). Y lo caracterstico es que este subcaso es una derivacin del llamado pacto de la transicin.
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poltica deciente. Esto no es bice, ms bien al contrario, para que el proceso transicional (y el postransicional), estn surcados de numerosos conictos y episodios de confrontacin vinculados con este clivaje original. Que se multipliquen y eternicen o, por el contrario, se abrevien y paciquen, va a depender de los acontecimientos e interaccin que acompaan al proceso: de que las derechas polticas se democraticen o no; que se produzca o no un encaje institucional izquierda-derecha; que se produzca o no una persecucin judicial a los responsables de la represin del antiguo rgimen; que haya o no una cierta discrecin pblica sobre el pasado de algunos o muchos, en el caso espaol personajes de la nueva institucionalidad democrtica; que se pacique y democratice o no al estamento militar (como mnimo, impidiendo que sea un poder autnomo), etctera. Todos los factores considerados van a conuir en el clivaje que estamos examinando y han tenido una extrema importancia tanto en el caso espaol como, por poner otro ejemplo, en el chileno. Sus hitos ms evidentes en ambos casos se han materializado, respectivamente, en la ley de Memoria Histrica y en el encausamiento de Augusto Pinochet. En el caso espaol, sta ha sido tambin una fuente de conicto permanente una vez pasada la etapa de amnesia poltica (el pacto de silencio) con la aparicin de reivindicaciones relativas a los soldados del Ejrcito republicano, la negativa del Supremo a revisar la ejecucin de un capitn que no apoy el golpe de 1936, la bsqueda y exhumacin de desaparecidos bajo el franquismo, la negativa inicial de las fuerzas polticas de Salamanca (incluido el PSOE) a devolver los documentos de la Generalitat republicana expoliados por las tropas de Franco, la peticin de grupos catlicos de base para que su jerarqua reconozca pblicamente sus culpas en la guerra civil (octubre de 2007), etctera. Este clivaje afecta tambin a los pases implicados en transiciones sistmicas. Por ejemplo, los que surgen del colapso del imperio sovitico en 1989-1991; un buen anlisis reciente de Pilar Bonet al respecto nos informa de que pases como la Federacin Rusa y Ucrania, entre otros, hacen interpretaciones cada vez ms alejadas de su historia comn.19 En general, los pases que han sufrido dictaduras se ven abocados a reconstruir su pasado y a poner en marcha polticas y leyes para eliminar las huellas ms intratables; adems de Espaa, estn en esta situacin Chile, Guatemala, Argentina (que en julio de 2007 vio cmo el Supremo anulaba los indultos a las juntas militares), Portugal (que cerr muy rpida y decididamente sus problemas de memoria histrica al poco de la revolucin de los claveles en 1974), Italia (cuyo gobierno reconoci en noviembre de 2003 la cooperacin del pas en el Holocausto), Alemania, etctera.
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la inclusin propuesta aqu relativa a los fenmenos de transicin poltica). Los complementos ms notorios de este tenor, que examino, son los clivajes colonial e intertnico. Comenzando por el ltimo, y como hemos sugerido anteriormente, la globalizacin mantiene alguna relacin con la erupcin contempornea de las derechas radicales, en Espaa y fuera de ella. Algunos investigadores, como Pippa Norris y Hanspeter Kriesi, le han aplicado la teora de Lipset-Rokkan. Norris (2005) cuantica los avances electorales de los partidos de la derecha radical20 y busca evidencias para comprobar la hiptesis de los analistas del nuevo clivaje social (como H. G. Betz o P. Ignazi) que proponen que el equivalente de las derechas fascistas del siglo pasado son hoy partidos y movimientos que se sienten amenazados, no por los grandes poderes econmicos y el movimiento obrero organizado, sino por el temor al otro: es decir, el temor al ujo migratorio desencadenado por la globalizacin. La tesis del nuevo clivaje, en palabras de Norris (134) propone que las tendencias seculares caractersticas de las sociedades prsperas del posindustrialismo, en particular el crecimiento de poblaciones desaventajadas sujetas a los riesgos sociales contemporneos, han creado una bolsa de ciudadanos descontentos que son receptivos a las apelaciones de la derecha radical. Despus de manejar los oportunos datos electorales, Norris concluye que tenemos que contemplar con escepticismo la idea de que el ascenso de la derecha radical es puramente un fenmeno debido a la poltica del resentimiento entre la infraclase de trabajadores de baja cualicacin en reas urbanas interiores, o de que se pueda atribuir de una manera mecnica a los niveles crecientes de paro y precariedad laboral en Europa (257). La oleada movimentista de las derechas (en Estados Unidos desde antes de Reagan, en Espaa, en Italia) sucede y en parte coincide cronolgicamente con la oleada movimentista de la izquierda. Hanspeter Kriesi (1999), por lo que s, es el nico observador que analiza al unsono las dos oleadas de movilizacin, de la izquierda y de la derecha, y sobre esa base propone modicaciones, un aadido, en la teora de los clivajes. En su opinin, en los ltimos aproximadamente cincuenta aos, la estructura del conicto social se ha visto modicada por el ingreso de dos clivajes emparentados respectivamente con la oleada movimentista de la izquierda y, posteriormente, de la derecha. En el primer caso, la raz del nuevo conicto se vincula con el surgimiento de nuevos estratos de profesionales en el terreno social y cultural resultado de la revolucin educacional (educacin superior) precipitada por 1968:
20. El fenmeno, por ser novedoso y en parte desconcertante, todava no cuenta con una conceptualizacin satisfactoria y unvoca. El adjetivo radical lo aplica Norris a movimientos polticos, como el de Le Pen en Francia, que para otros investigadores son de naturaleza neofascista. Otros observadores, como yo mismo (Aguilar, 2007), han utilizado el trmino para referirse a esa derecha sin complejos que aparece en Estados Unidos (Bush), Italia (Berlusconi) y Espaa (Aznar) y que, pese a su brutalidad discursiva y escasa cultura democrtica, se ha abstenido de vulnerar completa e irreversiblemente los principios bsicos demoliberales. Al menos por ahora. Preero referirme a ella, comparada con otras expresiones histricas de esta corriente, como un caso de extremismo de derechas parlamentarista (en lugar de buscar la destruccin del Parlamento y despreciarlo, esa derecha emergente lo usa, aunque sea instrumentalmente, para la lucha poltica).
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La expansin de la educacin superior tiene un efecto liberalizador. Induce una transformacin general de las orientaciones de los valores polticos hacia reivindicaciones antiautoritarias y emancipatorias. [] Esto introduce un antagonismo fundamental dentro de la nueva clase media entre los que controlan los activos organizacionales y aquellos cuyos recursos se limitan a la cualicacin y capacidad experta individuales no vinculadas a la organizacin (401).
Esta propuesta, expuesta en trminos caractersticos del anlisis de clase, es una variacin ms renada del clivaje posindustrial o posmaterialista de Lipset e Inglehart, ya examinado, que da lugar a la conocida oleada de NMS y a los movimientos ciudadanos en ascenso durante la ltima generacin. Tiene su correlato en el segundo clivaje que separa a los vencedores y los perdedores del proceso de modernizacin, entendido como el avance de los Aos Dorados y el impulso que dio a la difusin social de la educacin superior. Se produce entre dos grupos sociales: la nueva clase media y el amplio sector social excluido del acceso a ella. Este grupo comprende a: los trabajadores sin cualicacin (las personas descalicadas y escasamente educadas), los residuos de la vieja clase media en declive (agricultores, artesanos y pequeos tenderos), trabajadores en sectores econmicos en declive y los que viven en regiones o barrios urbanos perifricos y, nalmente, aquellos cuyo nico recurso activo es la dependencia del Estado del bienestar (pensionistas, discapacitados y desempleados crnicos). Kriesi propone que estos sectores excluidos de la clase media forman la base para la movilizacin poltica del nuevo extremismo de derechas, fundamentalmente de carcter reactivo, alrededor, sobre todo, del miedo ante el inmigrante extranjero: Sus temores, justicados o no, determinan su orientacin poltica que, con mucha probabilidad, es a la vez conservadora socialmente y socialdemcrata econmicamente (403). Kriesi propone por tanto un nuevo clivaje asentado entre los estratos bajos de la estructura social de la OCDE proclives a sentirse amenazados por la globalizacin y la inmigracin masiva que ha conllevado: un clivaje que denominar intertnico. Estas consideraciones de Norris y Kriesi y el clivaje que propone este ltimo se hacen eco, con acierto, de las tensiones provocadas por la globalizacin neoliberal al sealar a las relaciones intertnicas como factor decisivo que alimenta el populismo de los movimientos extremistas de la derecha de la ltima generacin. A pesar de ello, el fenmeno todava se est desplegando en la actualidad y conviene ser cautos en la utilizacin de esta divisoria con nes investigadores. Adems, el fenmeno globalizador ha generado una cantidad importante de episodios de conicto diferentes al subrayado, pero relacionados, que esperan su tratamiento y su correcta comprensin. Finalmente, propongo que esta caracterizacin terica es satisfactoria y operacional a condicin de incluir en el tratamiento de este clivaje intertnico, no solo el ascenso y la actividad del nuevo extremismo de derechas contemporneo, sino tambin los conictos, muy variados, que tienen su raz en los ujos migratorios y en las relaciones intertnicas propias del desarrollo del capitalismo (sean los desencadenados por la nueva economa global reciente o los producidos con anterioridad, pero que son datos jos que acompaan al desarrollo econmico).21
21. No puedo elaborar ulteriormente aqu los lmites precisos de este clivaje. Me parece obvio que algunos de los aspectos de la propuesta de Kriesi (la extensin de la precarizacin y la forma-
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Si en la actualidad podemos ubicar una parte de los fenmenos conictivos desencadenados por la globalizacin en el clivaje intertnico aludido, qu decir de los numerosos fenmenos del conicto social moderno a los que acabo de aludir, anteriores a la globalizacin, que tienen que ver con la mezcla tnica? Una parte, como acabo de sugerir, representa la friccin normal producida por las migraciones laborales y el acomodo de las nuevas minoras en las sociedades en desarrollo. Pero otra parte, la anormal, no cumple estos requisitos. Me permito sealar que si abandonamos el punto de vista exclusivo del conicto social visto desde los pases de las primeras oleadas modernizadoras, lo que denominamos hoy pases centrales o sociedades avanzadas, por puro sentido comn tenemos que contemplar la existencia de un clivaje colonial, plenamente estructural (pero invisible para modelos de anlisis poco sensibles a las presiones e intereses de las clases populares).22 La conquista y el pillaje imperialista y los episodios coloniales forman parte de pleno derecho, pese a su evidente anormalidad, de la historia completa de la ruta primera de la modernizacin (B. Moore). Y hay pocas dudas sobre la porcin notable del conicto social moderno que hunde sus races en esos hechos, incluso hoy mismo (represe por ejemplo en el auge contemporneo de los movimientos indigenistas en Latinoamrica).23 El conicto tnico tiene sin embargo un grado de variacin interna importante que obliga al observador a renar sus conceptos. Esto es lo que han hecho Gurr y Harff (1994) en una distincin conceptual a la que nos sumamos; segn estos autores, podemos distinguir entre cuatro conjuntos de grupos reivindicadores con raz en las relaciones tnicas en condiciones modernas. El primero, los etnonacionalistas, o grupos tnicos relativamente grandes y regionalmente concentrados que viven dentro de las fronteras de un Estado o de varios estados adyacentes; sus movimientos polticos modernos se dirigen a la consecucin de mayor autonoma o de un Estado independiente (Ibd.: 18). Este tipo de grupos, que los autores ilustran con los vascos o los escoceses, y sus reivindicaciones y luchas se ubican de lleno en el clivaje identicin de una infraclase, segn explica Dahrendorf, por ejemplo, 1990) se vinculan con una divisoria estructural que tiene que ver con el modo de desarrollo (Castells) o cambio socioestructural que sucede a los Aos Dorados, desde mediados de 1970 en adelante. Visto desde esa perspectiva, bien podra denominarse a la nueva divisoria clivaje de la infraclase. 22. En trminos generales, esta divisoria no ha generado partidos polticos especializados en las regiones metropolitanas. Dado que el modelo de Lipset-Rokkan se centra en y adopta la perspectiva principal de esos pases centrales y sus sistemas de partidos (uno de los epgrafes de su introduccin se titula Un modelo para la generacin del sistema de partidos en Europa), esto explicara en parte su ausencia en el modelo original. Vicky Randall (2001: 254) ha examinado algunos de los problemas del modelo en relacin con su aplicacin a oleadas posteriores de desarrollo y democratizacin, y sostiene, crticamente, que sus autores hacen suya una determinada secuencia de desarrollo histrico (la perspectiva parsoniana de la modernizacin), lo que motivara esa carencia. 23. Vase cmo lo formula una especialista como Vicky Randall: No es necesario compartir por completo las versiones ms extremas de la teora de la dependencia o de la teora de la globalizacin para reconocer que los sistemas polticos del Tercer Mundo, en el pasado y, de maneras nuevas, en el presente, se han visto enormemente constreidos y modelados por fuerzas externas de tipo poltico, econmico y cultural. Para empezar, la poltica partidaria ha sido delineada por el legado de la dominacin colonial (Randall, 2001: 256).
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tario ya examinado. En segundo lugar, los movimientos indigenistas, que aglutinan a los descendientes de los habitantes originales de las regiones objeto de conquista o colonizacin (Ibd.: 20), que los autores ilustran con el caso de los pueblos indgenas latinoamericanos y de los que arman: La discriminacin y la explotacin por parte de gentes ms avanzadas tecnolgicamente y que les controlan han constituido causas importantes de su creciente sentido de identidad y propsito comunes. Este tipo de grupo y reivindicacin es el principal al que se reere mi propuesta de una nueva categora, el clivaje colonial. En tercer lugar, los contendientes comunales, que son grupos tnicos cuyo principal objetivo poltico no es conseguir la autonoma sino compartir el poder en los gobiernos centrales de los estados modernos (Ibd.: 21). Estos grupos proliferan en sociedades plurales, hechas de una combinacin de grupos etnopolticos en competencia, como es el caso del Lbano. A mi entender, la dimensin conictiva de esta situacin se acomoda tambin al clivaje identitario descrito o es un subcaso del mismo. Finalmente, las etnoclases o minoras diferenciadas tnica o culturalmente que ocupan estratos sociales diferenciados y desempean papeles econmicos especializados [...] son grupos tnicos que se parecen a las clases. La mayora de las etnoclases en las sociedades industriales avanzadas se componen de descendientes de esclavos o de inmigrantes que fueron trados para llevar a cabo trabajos duros y serviles que los grupos dominantes no estaban dispuestos a llevar a cabo (Ibd.: 23). Se trata de poblaciones dispersas en el interior de grupos ms amplios que, a pesar de buscar la mejora de su posicin de estatus, no desarrollan demandas nacionalistas y lo que buscan es un trato social ms equitativo. Ejemplos de etnoclase son la minora turca en Alemania o las minoras chinas en un conjunto de pases del Sudeste de Asia. A mi entender, el aspecto relacionado con el conicto social de esta categora de etnoclase conecta a la vez con los clivajes de clase e intertnico descritos. Mi conclusin es que, si bien el modelo de Lipset-Rokkan es un instrumento razonablemente satisfactorio para encauzar el anlisis de los casos primero (etnonacionalismo), tercero (contendientes comunales) y cuarto (etnoclases), tiene que completarse con una nueva divisoria, el clivaje colonial, para dar cuenta del caso segundo (el indigenismo), un aadido que no puedo elaborar aqu y me limito a dejar apuntado.
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y posindustrial. En este epgrafe nal, resumir los argumentos bsicos all expuestos y, sobre esa base, tratar de establecer la aplicabilidad de la teora de los clivajes que he expuesto y tratado de actualizar en el presente trabajo. El primer dato, de gran visibilidad, es que la globalizacin ha creado nuevos grupos de ganadores y de perdedores y que, de buena lgica, el segundo grupo ha expresado su descontento y reivindicaciones: a) de maneras nuevas; y b) en parte entremezclando sus formas de protesta social y de presin con las propias de los viejos actores ya establecidos (como es el caso, por ejemplo, del movimiento obrero organizado). La teora de los clivajes se arma como un buen instrumento para calibrar las signicativas novedades producidas. Se puede expresar sintticamente examinando de forma sucesiva tres aspectos del modelo de conicto propio de la globalizacin: I) identicando una seleccin signicativa de movimientos y episodios de conicto de la nueva era; II) examinando las lneas maestras, ms abstractas, del conicto social en la era de la globalizacin que esos episodios expresan; y III) sopesando la reconguracin de los clivajes propios de esta nueva era segn su grado de actividad o pacicacin relativas.
I
El anlisis sinttico con que se cierra este artculo empieza tomando prestado un buen consejo de Ralf Dahrendorf (1990: 189): Los conictos han de verse para que sean reales. Tiene poco sentido hablar de grietas en las estructuras sociales si no sale ruido alguno de ellas.24 Actuando en consecuencia, mi primera preocupacin ha sido hacer un balance emprico del ruido. El trabajo de campo desarrollado en el artculo conexo ha consistido en identicar un grupo reducido y de gran signicacin, el ncleo duro, de los conictos sociales en ascenso para el periodo aproximado que va de 1980 a la actualidad, y analizarlos con algn detalle (Aguilar, 2009). Para ello, me he servido de tres variables principales: su ecacia meditica (el impacto medible en la opinin pblica, una manera de evocar la dicotoma tradicional orden contra desorden); su innovacin (es decir, el carcter novedoso del episodio que permite inferir que apunta al futuro y, de manera concomitante, que se separa de la lgica del viejo conicto social); y la inuencia, marcada, que ha tenido sobre la cultura poltica, particularmente su impacto sobre los movimientos sociales y las sociedades civiles (una manera de evocar la nocin de Tilly de repertorio de accin colectiva). Aplicando estos criterios de seleccin, el universo seleccionado incluye los siguientes catorce movimientos y episodios de accin colectiva:
24. Represe en la coincidencia de esta aseveracin con las palabras de Kriesi (1998: 167) citadas en la p. XXX156.
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1. Chiapas, Mxico, 1 de enero de 1994 y el movimiento zapatista. 2. Francia, diciembre de 1995. 3. Movimiento de los Sin Tierra, Brasil. 4. Seattle, diciembre de 1999, y el movimiento altermundista. 5. 15 de febrero de 2003, manifestacin global. 6. Bolivia, mayo-junio de 2005, la segunda guerra del gas. 7. Francia, noviembre de 2005, revuelta de las banlieues. 8. Francia, marzo-abril de 2006, la protesta contra el CPE. Conictos y protestas laborales de la fuerza de trabajo (directa o indirectamente) globalizada: 9. Manifestaciones de inmigrantes (principalmente mexicanos y lipinos) en las principales ciudades estadounidenses, abril-mayo de 2006. 10. Descontento social y protestas en China por parte de la fuerza de trabajo orientada a la economa global e indicios de refundacin del movimiento obrero. 11. Revuelta popular de diciembre de 2001 en Argentina y surgimiento de los piqueteros. 12. Acciones de los verdaderos perdedores en los pases centrales: el paro estructural y la formacin de asociaciones de parados. 13. Acciones de los verdaderos perdedores en los pases de la periferia: regresan los ancestrales motines de subsistencia como respuesta a los incrementos de los precios de los alimentos bsicos (trigo, soja, arroz, maz) en el mercado global, 2008. 14. Movilizaciones del extremismo de derechas: contramovimientos en Estados Unidos e Italia, manifestaciones masivas en Italia y en Espaa (2005-2007).
II
Los datos primordiales del conicto social en la era de la globalizacin pueden inferirse de los catorce casos que acabamos de sealar. Las novedades bsicas, sus lneas maestras, estn ya ah y, a mi entender, son las siguientes. Primera, la globalizacin ha producido, adems de una fuerte aceleracin del comercio mundial, una marcada polarizacin de las posiciones reivindicativas de los distintos grupos sociales. La polarizacin reciente est en la base del fenmeno de las sociedades divididas en dos, aladamente, alrededor de issues y valores (de las cuales Espaa constituye un buen ejemplo, pero tambin Venezuela e Italia). Ha inducido tambin el paso del conservadurismo global desde posiciones de control social institucional al control social reforzado por la movilizacin masiva y la contienda poltica correosa y omniabarcadora. Este ltimo fenmeno es una segunda lnea maestra: el ascenso de un nuevo extremismo de derechas que, a diferencia de sus precedentes histricos, refuerza su hegemona inercial (institucional) con una activa y militante penetracin de la sociedad civil, del que son casos caractersticos el movimiento neocon estadounidense, la derecha italiana bajo Berlusconi y la espaola bajo el PP de Aznar.
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La tercera gran lnea maestra es que los familiares movimientos sociales caractersticos de mediados del siglo xx, que orbitaban en su dimensin poltica alrededor de la Nueva Izquierda, han dado paso a una nueva oleada de movimientos que operan con coordenadas culturales y polticas novedosas: aunque mantienen una cierta continuidad con los movimientos precedentes, tienen un perl propio y distintivo, y han creado una suerte de nuevo internacionalismo por abajo, algo maniesto en los Foros Sociales y lo que Wallerstein llama el espritu de Porto Alegre. Podemos denominarlos provisionalmente novsimos movimientos sociales. Son probablemente el activo principal para pensar en un trnsito futuro a formas organizadas de vida ms igualitarias, y hacia ah apuntan sus reivindicaciones principales. La cuarta lnea maestra es que si bien los actores clsicos del conicto social moderno (Dahrendorf ) perviven, como es el caso del movimiento obrero organizado y los partidos polticos, su protagonismo es decreciente. Los partidos son crecientemente un mero instrumento de seleccin legtima de gobiernos (lo que no es poco), pero han perdido su capacidad de representacin, y su protagonismo y prestigio social es decreciente. El movimiento obrero, por su lado, sigue manteniendo una fuerte presencia global. Sin embargo, se ha escindido en una dualidad, el movimiento de los pases del Norte (centrados en la defensa de la fuerza de trabajo instalada y el sector pblico, en la defensa del Estado del bienestar y con una clientela principal ubicada en las grandes empresas, mantiene su jacin con los acuerdos tripartitos y el neocorporativismo y sus organizaciones son consideradas, en general, instituciones de orden) y el de los del Sur global (ocupados en reorganizar sus instituciones y el propio movimiento y centrados en la lucha por la democracia, conuyen en muchos casos, por la base, con las reivindicaciones de los movimientos de nueva generacin aludidos). El movimiento obrero, por otro lado, especialmente en el Norte, se ha visto crecientemente desbordado en el propio terreno de la reivindicacin laboral por la presencia de nuevos actores. La quinta lnea maestra es sta: el ascenso de unos nutridos, aunque evanescentes, movimientos ciudadanos, como en Francia en 1995 y en 2006, que en conuencia con un disminuido movimiento obrero organizado o en oposicin a l, presionan directamente a los poderes institucionales para mejorar la calidad de la democracia y la ciudadana, pero tambin para reivindicaciones estrictamente laborales (Francia y el CPE en 2006, que en algunos sentidos recuerda la protesta espaola de diciembre de 1988). Proliferan tambin movimientos ciudadanos que son, paradjicamente, anticiudadanos: lo que podramos llamar revueltas anmicas (como el caso francs de 2005 con centro en las banlieues, o la protesta griega desde diciembre de 2008)25 que expresan la desesperanza de colectivos sin horizonte enquistados en el mundo del capitalismo avanzado (las infraclases de Dahrendorf, 1990) y carentes de voz poltica. La crisis econmica desatada en 2008 dar alas probablemente a movimientos de ambos tipos.
25. He incorporado en estos comentarios la protesta griega, producida despus de noviembre de 2008, cuando se presenta la primera versin del presente artculo, por su evidente relevancia para el argumento del artculo. De hecho, debera contabilizarla como el caso nmero 15 de la seleccin del recuadro anterior.
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III
El signicado de las consideraciones anteriores cobra su sentido completo cuando examinamos los datos utilizando la teora de los clivajes. Primera conclusin: el clivaje de clase sigue siendo el corazn del conicto social contemporneo. Mal le pese a un observador del conicto tan perceptivo como es Ralf Dahrendorf, que llega a titular el captulo 7 de su gran ensayo (1990) como El conicto despus de las clases, una cosa es que el conicto de clases haya dejado de ser prcticamente el nico al incorporarse otras divisorias de jerarqua y estraticacin (como la etnia, el gnero y otras), lo que convierten la estructura de clases en algo crecientemente complejo y segmentado, y otra muy diferente que haya desparecido.26 Al contrario, la era de la globalizacin ha mostrado ser una de las pocas histricas de mayor virulencia confrontacional y alta conciencia de clase: los conictos quiz se han desideologizado, pero en cierto sentido no han perdido, sino que han ganado, en intensidad y amplitud. Una aseveracin reforzada por el hecho de que, como no poda ser de otra manera en un contexto histrico que denominamos globalizacin, al evaluar el conicto tenemos que contar todas las cartas, no solo las que afectan a los pases del centro, siendo entonces todava ms evidente que el clivaje de clase atraviesa como fundamento principal los conictos que sacuden las sociedades mundiales de esa era. El clivaje de clase contina vertebrando, pues, el conicto social en el mundo de hoy. Pero con importantes cambios internos. Una importante matizacin es que el movimiento obrero organizado no solo ha dejado de ser el protagonista principalsimo de ese clivaje, sino que en no pocos de los conictos de la globalizacin se ha visto signicativamente desbordado por nuevos actores, como los movimientos ciudadanos aludidos. La combinacin de ambos factores nos dice que el factor organizacin (formal), que durante mucho tiempo se consider la variable clave para la movilizacin eciente de las clases populares en la era moderna (por ejemplo, Hobsbawm, 1968), es un instrumento en declive relativo en la era de la globalizacin; y a la inversa, que los nuevos actores en escena adoptan crecientemente los formatos caractersticos de la accin colectiva informal, como son los movimientos sociales y las redes y las acciones colectivas de masas (Aguilar, 2001a), y priorizan, en consecuencia, el carcter autnomo de su protesta. Ambas tendencias, la centralidad no exclusiva del clivaje de clase y la creciente autonomizacin de los nuevos actores, se vern reforzadas, en buena lgica, por la irrupcin en 2008 de la nueva crisis econmica y sistmica global (como ha podido apreciarse en Grecia en diciembre de 2008). Por otro lado, como es tpico, la era de la globalizacin ha sido la era de los conictos identitarios, en el doble sentido de reivindicacin de lo propio y lo local o regional (ante la mareante perspectiva de un mundo interrelacionado y, en realidad, nico que la globalizacin hace visible), y reivindicacin del sentido de pertenencia nacional. Ambos factores han activado de manera profunda el clivaje identitario y
26. Vale la pena recordar aqu el errneo argumento del admirado Dahrendorf en su libro citado (1990: 189): Est claro [...] que en la sociedades contemporneas de la OCDE no hay conicto de clases en el sentido clsico del trmino. La mayora de los observadores no pueden detectar batallas polticas entre grupos sociales que estn divididos por barreras generalizadas de poder y titularidades; y que llega a hablar en ese contexto de la individualizacin del conicto social.
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otras divisorias menos aparentes pero relacionadas, como el clivaje religioso, el posmaterial y el intertnico. Finalmente, en un mundo gobernado por la globalizacin econmica impulsada por el neoliberalismo, los datos bsicos del conicto social han tendido a fundirse con los propios del conicto geoestratgico, con lo cual algunos de los conictos ms signicativos (por ejemplo, en Bolivia pero tambin en Francia en 2005) han incorporado esa combinacin y deben interpretarse con esa clave (que se reere al clivaje colonial propuesto). Queda por evaluar la llamativa caracterstica del conicto social contemporneo que he sintetizado con el trmino de polarizacin. Esa correosa lucha alrededor de valores antitticos que se ha instalado en numerosas sociedades nacionales y el ascenso de la nueva derecha radical (los neofascismos y lo que he denominado extrema derecha parlamentarista, para diferenciarla de la clsica) se puede interpretar, en parte, como una derivacin del clivaje de clase y es lo que conere esa virulencia caracterstica de numerosos conictos recientes. Pero en parte, no: esa ofensiva sectaria y militante que ha permeado numerosos conictos recientes supera con creces el mbito de ese clivaje. Dejo abierta la cuestin (sobre la que expongo algunas reservas en Aguilar, 2009), pero si nos situamos en los trminos de la teora de Lipset-Rokkan, parece sugerente pensar en una especie de metaclivaje, todava activo, que enmarcara la tensin y la lucha entre dos concepciones de vida caractersticas de un momento de transicin sistmica, desde que empieza a formarse el mundo moderno en Europa, entre los valores de la tradicin y del grupo de pertenencia, y los valores modernos que se orientan hacia la autonoma individual y la individuacin. En conclusin, la perspectiva abierta por la teora de Lipset-Rokkan contina siendo insustituible para comprender los datos bsicos del conicto social,27 aunque requiera modicaciones y aadidos como los propuestos en este y en otros trabajos. El breve apartado nal trata de precisar los motivos.
EPLOGO METODOLGICO
Qu utilidad metodolgica podemos atribuir al modelo de los clivajes expuesto?, qu nos aclara? Desde la sociologa crtica, adems, podemos encontrar en esta teora un soporte signicativo para eludir ciertos ltros ideolgicos de la ciencia social convencional?28 En primer lugar, la teora de Lipset-Rokkan (y la ampliacin de la misma que aqu he presentado) es una teora de tipo B segn la til distincin de R. Boudon (1996): una generalizacin que permite explicar conjuntos de hechos heterogneos y heter-
27. Paradjicamente, es dudoso que siga prestando servicios para analizar lo que fue su objeto original, a saber, los partidos modernos, dado que stos han adoptado casi universalmente, en el mundo de la OCDE, el formato agrralo-todo de Hirchheimer. 28. Me interesa responder a esas preguntas porque el uso de este modelo en la prctica acadmica e investigadora demanda claridad en cuestiones como las planteadas para hacer ms fructfero el esfuerzo de los eventuales jvenes socilogos y socilogas que se decidan a utilizarlo (como as ha ocurrido en seminarios de doctorado y mster que he impartido en los ltimos aos).
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clitos propios de un rea de la dinmica social (aqu, las divisorias de conicto).29 Pero para qu sirve?, solo para clasicar?30 Cumple las nalidades propias del material terico en la ciencia social. La principal funcin de ste es imponer un orden lgico en la maraa de acontecimientos y datos empricos que tenemos a nuestro alcance, para seleccionar, omitir y organizar. El modelo es una estrategia tanto para organizar la informacin, mediante la elaboracin de conceptos operacionales (una funcin imprescindible para investigar), como para encauzar (y pensar correctamente) los fenmenos emergentes. En segundo lugar, tenemos que tener presente que el conicto social es un fenmeno inherentemente caracterstico de la dinmica social. Aunque no suciente, es una condicin necesaria para el cambio social (Aguilar, 2001b: 196-198). Al ser un componente central de la dinmica de las sociedades, la buena teora social contempornea sobre ese rea (Tilly, Wallerstein y Nisbet, entre otros) nos empuja acertadamente a intentar abordarla como una combinacin compleja de presiones estructurales y contingencia histrica (resultado, al menos contemporneamente, de la interactividad entre los grupos, los actores, los intereses, la ciudadana y los temas de debate pblico).31 La teora de los clivajes nos ayuda as a comprender el despliegue de la contingencia histrica relativa al conicto social. En tercer lugar, la teora nos permite comparar de manera ms fructfera. La estrategia de la comparacin es intrnseca al mtodo cientco: de la bsqueda de similitudes y diferencias, el investigador, primero, puede extraer el imprescindible marco conceptual y, asentado ste, acceder eventualmente a la inferencia causal (Vigour, 2005). La teora de los clivajes, establecida y validada para numerosas sociedades, es un punto de partida privilegiado32 para, mediante la comparacin, aproximarse a generalizaciones fundadas sobre aspectos importantes del conicto social; e, incluso, cierta prediccin de tendencias en relacin con el mismo.33
29. No es por tanto una teora general (por ejemplo, la de Weber sobre la tica protestante), ni tampoco una metateora (por ejemplo, la de Marx sobre los modos de produccin), sino un modelo terico para pensar un rea acotada de la vida en sociedad: una teora de alcance medio al estilo demandado por Merton. 30. Las teoras buscan explicar determinados comportamientos y fenmenos. Todos los tericos saben que la capacidad de establecer una taxonoma acerca de un fenmeno dado y sus manifestaciones y aspectos es un indicio potente de que el observador empieza a disponer de capacidad de comprensin real del mismo. 31. Esta idea, familiar para los conocedores de la sociologa de Charles Tilly, es y ha sido lugar comn para la buena sociologa del conicto y del cambio, incluso la conservadora; la seleccin de catorce episodios de conicto que hemos propuesto ms arriba no es sino una aplicacin de esta idea. 32. Al menos por oposicin a otros sectores de estudio de la sociedad; para una sabia reexin sobre una situacin bien distinta y subprivilegiada, la sociologa de los medios de comunicacin, donde la teora que habilita para aplicar el mtodo comparativo es escasa, vase Hallin y Mancini (2008:2-5). 33. Por ejemplo, permite explicar ms satisfactoriamente por qu los sistemas de partidos propios de la pauta europeo-occidental no han surgido en pases del Tercer Mundo, en su caso; o puede iluminar las diferencias entre pases de las ltimas oleadas de desarrollo y democratizacin por lo que respecta a ciertas caractersticas de sus sistemas polticos (las sugerencias la propone Vicky Randall, 2001: 260).
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Finalmente, si consideramos que las divisorias de conicto (y de su elemento simbitico, el consenso) son una dimensin central de la actividad de toda sociedad organizada, la preocupacin del investigador ha de ser establecer las fuentes estructurales de las que deriva la parte sustantiva del conicto que afecta realmente a esa comunidad. En ese punto, el investigador debe seguir el consejo de S. M. Lipset (2001: 6), citado, de buscar las estructuras latentes para las relaciones conictivas a largo plazo. En esa direccin, a mi entender, no hay ms remedio que distinguir entre unos clivajes estructural-genricos que, por el hecho de hundir sus races en los cambios de tipo caractersticos de una poca histrica (por ejemplo, el advenimiento del capitalismo industrial democrtico), afectan de manera similar a una mayora de sociedades; y otros clivajes estructural-especcos que afectan de manera diversa a las distintas sociedades porque son el resultado de cambios dentro del tipo generales (como el posindustralismo, por ejemplo) o regionales (los procesos de transicin poltica que han afectado a numerosas sociedades desde 1974).34 El modelo de Lipset-Rokkan es buena teora. Con independencia de otros trabajos suyos (y posicionamientos, especialmente de S. M. Lipset), permite tanto entender que no todos los conictos se reducen a los derivados de las clases como ser usado con nalidades crticas. En ese sentido, quizs inadvertidamente, satisface la exigencia que resume bien el punto y nal del estudio clsico de Barrington Moore (2002: 740): Todo estudioso de la sociedad humana puede hallar en la simpata por las vctimas de los procesos histricos y el escepticismo respecto a las vanaglorias de los triunfadores las salvaguardias esenciales para no quedar prendido en la mitologa dominante. El estudioso que quiera ser objetivo necesita esos sentimientos como parte de su equipo profesional ordinario.
BIBLIOGRAFA
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14 El sujeto performativo. Una propuesta metodolgica para el estudio del sujeto poltico
Ana Cristina Aguirre, Mara Anglica Benavides y Joan Pujol Tarrs
DESDE DNDE NOS PLANTEAMOS PARA DESARROLLARLO
Butler (1997): obstinarse con establecer el criterio de lo subversivo, siempre fracasa y debe hacerlo. Compartimos esta premisa ya que, si lo normamos y normalizamos, corre el riesgo de convertirse en clich. Lo subversivo cansa a base de ser repetido y, por tanto, pierde su potencial. Si intentramos capturarlo para exponerlo aqu, terminaramos encapsulndolo y enfrascndolo en teoras. Esta propuesta lo que pretende no es capturarlo y mostrarlo, sino abrirlo y participar de ste y mostrar sus posibilidades. Esto no es nuevo, sino que se enmarca en la continuacin de un tipo de proyecto feminista que se reconoce a s mismo como encarnado, y que retoma a Haraway (1999) al decir que es producido desde unas condiciones semiticas y materiales concretas, que no suponen un obstculo, sino que constituyen las mismas condiciones de posibilidad de la investigacin. Y que lo nico que pretende es aportar una visin de las muchas a las que podra recurrirse para llegar a su anlisis. A partir de esta aclaracin en la que se especica que lo que nos interesa con esta exposicin es abrir, llegar a formular ms cuestionamientos, contribuir en la gestin de diferentes posibilidades y lugares de posibilidad, es all a donde nos situamos y es desde aqu desde donde vamos a hablar.
EL SUJETO
Comenzamos planteando un breve recorrido sobre la cuestin del sujeto. El sujeto, o la problemtica del sujeto, surge a partir de la crtica a la que se somete la modernidad en los proyectos centrales que articulan su discurso emancipa-
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CAPTULO 14
torio. Actualmente, y tal y como plantea Moran (1998), es desde la modernidad que los discursos del hombre y la razn hablaban del progreso y de la soberana de lo humano, irrumpiendo el sujeto en este contexto histrico, desde la premisa de que solo a partir del hombre y para el hombre puede haber en el mundo sentido, valor y verdad, y situndonos desde un paradigma patriarcal en donde la palabra hombre no solo hace referencia a lo masculino, sino al mismo tiempo se presentaba como una negacin de lo femenino. Esto nos posesiona cada vez ms en una discusin un tanto lgida situndose dentro de la metafsica de la subjetividad y de la sustancia, que atae, segn Harr, a un cierto atrapamiento en las ilusiones de falsos conceptos, explicndolos como conceptos que convierten unidades subjetivas en sustancias cuyo origen es lingstico. Y denen al sujeto, en este caso, como el ser y la sustancia. Desde este atrapamiento ontolgico que remite a su esencia ltima, se perlan todas aquellas crticas a la existencia de una sustancia y un ser ltimo, por tanto, motor y causante de todo. En ese momento, la representacin es preponderante, el mundo se convierte en imagen y el hombre en sujeto.1 El lugar de Dios se converta despus de su muerte losca en el lugar del hombre, es decir, en el lugar central. El sujeto era el que representaba el mundo y asimismo lo creaba. Esta idea cae por su propio peso, al saberse que este sujeto no es el centro ni el productor de todo. Es as como tambin adquiere un certicado de defuncin, producto de lsofos como Derrida: es este sujeto el que muere, este sujeto con una esencia inmutable, que lo controla todo y que es el principio y el n de todas las cosas. Algunas de las crticas tericas, como lo es la freudiana, que habla del inconsciente y de la inexistencia de un sujeto autnomo donde hay cosas que escapan a su control, a partir de ponerlo en la categora de un sujeto deseante. La crtica de una esencia inmutable es refutada por Darwin y el evolucionismo; Nietzsche radicalizado por Adorno habla de una naturaleza interna reprimida y de una naturaleza externa que se contrapone, la crtica de que el lenguaje habla de la constitucin de sentidos que escapan tambin del sujeto.2 Aunque esta defuncin del sujeto como tal no es un acuerdo universal, s es lo que con la crtica a la razn totalizante posibilita el trnsito de la modernidad a la posmodernidad, trmino tan discutido actualmente. Al agotarse el paradigma de este tipo de sujeto, surge una nueva orientacin al nfasis en las prcticas, lo que posibilita las mltiples concepciones de individuo en donde Lipovetsky apunta al consumo de masas y a su existencia a la carta desde lo privado. Pero es tambin aqu donde se posibilita el retorno del sujeto que reaparece de nuevo, pero ahora en la subjetividad como un modo de experiencia,3 concepto que fragmenta y rompe con el universal y da al sujeto una dimensin situada, contextualizada e histrica, que sera analizada ms tarde. A partir del cuestionamiento de una esencia nica, se desarrollan tesis como las de Foucault en la que se arma que los sistemas jurdicos de poder, por ejemplo, producen a los sujetos a los que ms tarde representan.
1. Morn (1998): 18. 2. Wittgenstein, en Morn (1998): 21. 3. Touraine, A. (1994): Crtica de la Modernidad: 269.
EL SUJETO PERFORMATIVO
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Heller4 tambin habla de la posibilidad de un sujeto, pero, en esta ocasin, polismico. De esta forma, pone como ejemplo un sujeto poltico, en el cual nos centraremos como el sujeto sujetado, en este caso particular, a la poltica. Despus de este recorrido por el sujeto, hablaremos un poco de la conceptualizacin de poltica que usamos para retomar despus la cuestin del sujeto.
LA POLTICA Y LO POLTICO
Tomamos los conceptos de poltica de Mouffe, ya que stos, segn autores como Ibarra, permiten o impulsan una comunidad ms plural dentro de la sociedad civil, mbito en que nos centraremos ms adelante. La autora distingue entre lo poltico como una dimensin antagnica inherente a toda sociedad humana, antagonismo que puede adoptar mltiples formas y surgir en relaciones sociales muy diversas; y la poltica, que se reere a un conjunto de prcticas, discursos e instituciones que intentan establecer un cierto orden, y organizar la coexistencia humana en condiciones que siempre son potencialmente conictivas porque se ven afectadas por la dimensin de lo poltico. Para poder unir ambos conceptos, tanto el sujeto como lo poltico, ahora que hemos establecido ambas dimensiones (la dimensin de la posibilidad que el concepto de sujeto brinda al haberse modicado histricamente, y la dimensin de lo poltico a partir de las prcticas de organizacin humana como potencialmente conictivas afectadas por la dimensin de relaciones antagnicas), nos dan la posibilidad de suscribir a un concepto de sujeto a partir de la repeticin de sus acciones y la reproduccin de las mismas, deslizndose en y por la norma. Es desde ah donde planteamos la cuestin del sujeto performativo, aclarando esto como las posibilidades del sujeto de transitar en la norma.
EL SUJETO PERFORMATIVO
Desde la perspectiva performativa de Judith Butler, el sujeto se constituye en la accin a travs de su accin performativa. Se trata de una concepcin que traslada el nfasis del sujeto al devenir: las categoras que conforman el sujeto son posteriores a la accin y no causas de la misma, una perspectiva que se ha mostrado muy efectiva en la desnaturalizacin de las categoras de sexo-gnero que dibujan nuestro habitual paisaje heteropatriarcal. Tiene como antecedente la teora de los actos de habla. John Austin considera que, en contra del sentido comn, el lenguaje no est formado por un conjunto de sentencias de las que se debe aseverar su verdad o falsedad. Este tipo de sentencias conforman un pequeo conjunto de nuestros enunciados habituales. Nuestra actividad lingstica, por el contrario, se dirige a realizar acciones con el lenguaje: a performar una accin a travs de un acto de habla, en el que los actos ilocucionarios cobran gran relevancia. Judith Butler complementa
4. Heller, A. (1991): 181.
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CAPTULO 14
la accin performativa del acto de nombrar con la interpelacin sobre el sujeto que sta representa. Tomando a Althusser (1969: 144), la ideologa nos interpela y nos constituye como sujetos a partir de una llamada a la que respondemos en tanto que receptores de la misma; una llamada que nos constituye en sujetos y nos sujeta a una territorialidad identitaria. Esta llamada es una alegora no en tanto que acontecimiento, pero como forma de escenicar una anticipacin hacia una identidad (Butler, 1997: 120). La interpelacin genera una identidad en tanto que voz autorizada; una marca que forma al sujeto en su accin. El acto de nombrar es central en el proceso de sujecin y formacin del sujeto (Butler, 1997), un acto de nombrar que se realiza en un espacio de discurso autoritario y de relaciones de poder. A pesar de que la perspectiva performativa se desarrolla a partir de analizar los actos lingsticos, se expande para incluir cualquier acto que transforma el sistema de signicados en que se inserta. El lenguaje implica un soporte que lo contiene y un contexto en el que se realiza. Toda accin, usando palabras o gestos, implica la irrupcin en un marco de signicacin semitico-material, la irrupcin en un ensamblaje heterogneo de cuerpos, vocabularios, juicios, tcnicas, inscripciones y prcticas (Rose, 1996: 182). Considerar el gnero como efecto performativo implica que, en lugar de un sujeto que expresa su sexo/gnero, nos encontramos con un proceso de sujecin que produce la ilusin retroactiva de un ncleo interno de gnero (Butler, 1997: 159). Responder frente a la interpelacin nos encarna en un territorio estructurado en trminos semitico-materiales que denen una serie de posibles experiencias. A diferencia de la metfora teatral, donde tambin tenemos un contexto y un pblico, el guin no est previamente escrito antes de la accin. Guin y actores son denidos por la accin que se est realizando, abriendo la posibilidad a actuaciones imperfectas e imprevistas. En pocas palabras, segn este esquema conceptual, nos convertimos en sujeto mujer en la medida en que funcionamos como mujeres en la estructura heteropatriarcal dominante. Cuestionar la estructura que habitamos supone perder algo de nuestro lugar en la matriz de gnero.5 La perspectiva performativa apunta a un sujeto que hace, navega y transita en la norma, coherente con la perspectiva foucaultiana desde la que los sistemas jurdicos de poder producen a los sujetos a los que ms tarde representan. El sujeto que hay tras la teora de los actos performativos es un sujeto que hace, se constituye como tal, posterior a sus prcticas, posterior a su circulacin por la norma, la cual pareciera capturarlo. En sta navega y transita, una y otra vez, y se ve constantemente interpelado por ella (Butler, 1997: 47). Pero qu es lo que conlleva esta norma? Butler dice que suele utilizar lo normativo de una forma que es sinnimo de concerniente a las normas que utilizan el gnero; sin embargo el trmino normativo tambin atae a la justicacin tica, cmo se establece, y qu consecuencias concretas se desprenden de ella.6 En este caso lo concerniente a la norma ser el estado de derecho que le permitir actuar al sujeto poltico performativo en calidad de sociedad civil. Como aquello que la enmarca y le
5. Butler, J. (1997): 14. 6. Ibd.: 25.
EL SUJETO PERFORMATIVO
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da un camino, una forma de actuar, una forma en la cual ha de manejarse dentro del espacio en el cual es reconocido como sujeto poltico, o sujeto del malestar del conicto que lo hace moverse. El sujeto poltico, que a su vez est conformado de un sinfn de nodos, en una red, tanto materiales como inmateriales y semiticos, no es por tanto un sujeto en tanto que unidad, sino que es una red de subjetividades conectadas que se caracteriza por denirse a travs de la norma en la que ste acta. Esta denicin es la que despus se presentan diferentes subversiones, a base de recorrer una y otra vez la norma que lo dene Este sujeto performativo produce un sinfn de modos y formas hacia el exterior de la norma, que le permiten ir modicando su trayectoria por medio de la repeticin y el desplazamiento. Gil (2002) explica el potencial de estos actos, que puede resultar paradjico, pero en el cual la repeticin pura de categoras es imposible. Por lo tanto, siempre que repetimos producimos a la vez un desplazamiento de la misma categora. Este desplazamiento inherente a la repeticin nos ubica en la posibilidad de transgresin. Un ejemplo de esto se da cuando Foucault arma que los sistemas jurdicos de poder producen a los sujetos a los que ms tarde representan. El sistema jurdico y la ley como ccin, continuando con los planteamientos de Foucault,7 pueden hacer creer que las leyes estn hechas para ser respetadas, y que la polica y los tribunales estn destinados a hacerlas respetar. Pero explica que esto en realidad se construye como ccin terica y que solo de esta forma se puede creer que nos adherimos de una vez por todas a las leyes de la sociedad a la que pertenecemos, al saber que todo el mundo sabe tambin que las leyes estn hechas por unos e impuestas por otros.8
SOCIEDAD CIVIL
Por su larga historia, el concepto de sociedad civil ha tomado diferentes formas (Shils, 1991; Keane, 1988; Cohen y Arato, 1992; Tester, 1992; Gellner, 1994), y su resurgimiento en el campo del pensamiento poltico reciente se relaciona con su importancia en el colapso del bloque comunista y los procesos de democratizacin en pases de frica (Ndegwa, 1996) y Amrica Latina (Pearce, 1997), entre otros (Fine y Rai, 1997). El fortalecimiento de la sociedad civil se ha convertido en una nueva agenda poltica (Robinson, 1995), que ha sido incluida por organizaciones internacionales como el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (informe UNDP, 1993) o el Banco Mundial (Informe de Desarrollo World Bank, 1997: 160). El fortalecimiento de la sociedad civil, junto con el debilitamiento de las estructuras estatales, se consideraron una lnea de solucin para pases en vas de desarrollo. Esta concepcin de la sociedad civil se vio cuestionada a nales de la dcada de 1990 con el surgimiento de los movimientos antiglobalizacin. Esta presentacin recupera esa visin de la sociedad civil alejada de las propuestas democrtico-liberales y que denuncia la falsa armona entre los distintos actores en juego. En la situacin de pluralismo exis7. Ibd.: 17. 8. Droit, R. P. (2004): Gestionar los ilegalismos, en Entrevistas con Michel Foucault: 54.
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tente dice relacin a cmo el Estado y el mercado dominan las prcticas de la sociedad organizada o no (Ibarra, 2005). Retomando a Mouffe, estas prcticas polticas de sociedad no consisten en defender los derechos de identidades preconstruidas, sino ms bien en construir dichas identidades en un terreno precario y siempre vulnerable. Al hablar de identidades, queremos poner nfasis en que no lo hacemos como esencias inmutables, sino como conformaciones de prcticas sociales que cambian y se reconguran en sus antagonismos polticos. Ibarra (2005) nos marca la conictividad que existe en el trmino de sociedad civil, dicindonos: la sociedad civil o es plural o no es. Y ello hace imposible (si es que realmente se desea) que tal heterogneo conjunto se presente como un sujeto social principal y nico, protagonista de la transformacin de la sociedad y la poltica. Es aqu donde nos encontramos, en donde algunas propuestas de sociedad civil marcan dos nostalgias: la mencionada anteriormente en la que se trata de recuperar ese perdido sujeto histrico, protagonista de la historia y transformador del mundo; y una nostalgia an ms profunda, que al hablar de sociedad civil pareciera pretender lograr lo imposible: la unidad de la sociedad. Para sortear estas nostalgias tericas que marca Ibarra rerindose a la sociedad civil como concepto, trataremos de hablar de un ejemplo de la sociedad civil desde su denicin en el espacio en el que acta y que, a su vez, est acotada y delimitada por los espacios que esta misma va creando. A partir de aqu, retomaremos el ejemplo de la Sexta Declaracin de la Selva Lacandona propuesta por el zapatismo, y ms concretamente por el EZLN (Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional), para hablar de forma encarnada de un ejemplo de sociedad civil, y plantear en su actuar heterogneo a este sujeto performativo que se materializa despus en La Otra Campaa.
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La Sexta comienza como un comunicado dentro de la norma, apelando al tipo y a la forma en que se da esta comunicacin, pero tambin recorrindola de forma diferente, tanto por el lenguaje en el que se plantea, como por ser convocada por un comit que tiene la particularidad de darse asimismo existencia como Comit Clandestino Revolucionario Indgena. Es ste uno de los primeros recorridos por la norma de lo escrito que modican la regla en su andar. Como un comunicado ocial (de un comit clandestino) desde la clandestinidad. Una de las peculiaridades de este escrito es la forma que utilizan para escribir: sta es nuestra palabra sencilla que busca tocar el corazn de la gente humilde y simple como nosotros, pero tambin como nosotros: digna y rebelde. Se sitan, tal como Mouffe lo plantea, construyendo identidades en un terreno precario y vulnerable, pero que se desliza de la norma de la precariedad; repitindose en esta misma, pero obteniendo un resultado diferente; deslizndose de una condicin de la imposibilidad de la precariedad hacia la posibilidad de la accin por medio de reconocerse dignos y de moverse del plano o condicin pasivo de la vulnerabilidad a la accin de la rebelda, pero sin romper la norma, sin dejar su lugar desde la precariedad. Esto les da la posibilidad de comunicarse con otros sujetos que se identiquen as como precarios.
sta es nuestra palabra sencilla para contar de lo que ha sido nuestro paso y en donde estamos ahora, para explicar cmo vemos el mundo y nuestro pas, para decir lo que pensamos hacer y cmo pensamos hacerlo, y para invitar a otras personas a que caminen con nosotros en algo muy grande que se llama Mxico y algo ms grande que se llama mundo.
Este texto cumple una doble funcin: la de informar del estado de las cosas desde el interior hacia el exterior y, a su vez, es una invitacin. Al tener este formato no transgrede ninguna norma: es una invitacin que tiene la funcin de convocar a otras personas a las que ellos llaman sociedad civil o sociedades civiles, por la siguiente denicin:
Porque la mayora era como nosotros, que no perteneca a partidos polticos, sino que era gente comn y corriente como nosotros. Las sociedades civiles, las personas y sus organizaciones. sta es nuestra palabra sencilla, para dar cuenta, a todos los corazones que son honestos y nobles, de lo que queremos en Mxico y en el mundo. sta es nuestra palabra sencilla, porque es nuestra idea el llamar a quienes son como nosotros y unirnos a ellos, en todas partes en donde viven y luchan.
Butler habla de entender lo que podra ser la accin poltica, dado que sta es indisociable de la dinmica de poder de la que es consecuencia. He aqu que se conecta con nuestro ejemplo, en donde una condicin desde la necesidad y la explotacin que los hace partcipes de una dinmica de poder por parte de un sistema neoliberal, los envuelve en una relacin de poder en la que deciden unirse y convocar a la lucha. Lo iterable de la performatividad es una teora de la capacidad de accin (o agencia), una teora que no puede negar el poder como condicin de su propia posibili-
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dad; esta identicacin con el otro y esta posibilidad desde lo precario10 que les da su agencia poltica de convocatoria, es la que les da la condicin de posibilidad sobre hacer otra poltica. Al ser un derecho constitucional en Mxico, el de la libre asociacin, y al declararse en el mismo comunicado manteniendo sus compromisos sobre el cese al fuego ofensivo y la no realizacin de ataque alguno contra fuerzas gubernamentales ni movimientos militares ofensivos, manteniendo su compromiso de insistir en la va de la lucha poltica, se sita como una accin sin armas de un movimiento civil y pacco. Por lo que esta convocatoria est dentro del Estado de derecho al darse dentro de la norma, pero al mismo tiempo en las denuncias que se realizan se plantea una nueva forma de construir poltica, al hablar y escuchar a la gente.
Vamos a ir a escuchar y a hablar directamente, sin intermediarios ni mediaciones, con la gente sencilla y humilde del pueblo mexicano y, segn lo que vamos escuchando y aprendiendo, vamos a ir construyendo, junto con esa gente que es como nosotros, humilde y sencilla, un programa nacional de lucha, pero un programa que sea claramente de izquierda o sea anticapitalista o sea antineoliberal, o sea por la justicia, la democracia y la libertad para el pueblo mexicano.
El objetivo no era recomendar una nueva forma de vida como sujeto poltico que ms tarde sirviera de modelo (Butler, 1997),11 sino ms bien abrir las posibilidades para Otra forma sin precisar qu tipos de posibilidades deban realizarse.
Vamos a tratar de construir o reconstruir otra forma de hacer poltica con el respeto recproco a la autonoma e independencia de organizaciones, a sus formas de lucha, a su modo de organizarse, a sus procesos internos de toma de decisiones, a sus representaciones legtimas, a sus aspiraciones y demandas; y s a un compromiso claro de defensa conjunta y coordinada de la soberana
La performance es siempre y en todo caso creacin de un espacio poltico, seala Butler, ms all de la resignicacin o de la resistencia a la normalizacin, que esta la Sexta plantea; las polticas performativas van a convertirse en un campo de experimentacin, en el lugar de produccin de nuevas subjetividades y, por lo tanto, en una verdadera alternativa a las formas tradicionales de hacer poltica. El sujeto poltico performativo, en este caso, realiza acciones como movimiento zapatista o la sociedad civil, constituyndose en un sujeto poltico distinto del tradicional sujeto del hacer, el sujeto que repite la norma y que, al repetirla y transitarla, la va desplazando, dando una posibilidad diferente de mirar los sujetos y realizar esta convocatoria. De este modo reconocen a otros a quienes tambin convocan. As tambin, estos actos performativos irradian su accionar en la dispora del mundo indgena latinoamericano: el pueblo mapuche, los indgenas bolivianos y ecuatorianos, entre otros.
EL SUJETO PERFORMATIVO
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CONCLUSIONES, APORTES, TENSIONES DE LO PLANTEADO Y POSIBILIDADES DEL SUJETO PERFORMATIVO COMO ACCIN POLTICA
Este texto se plantea una aproximacin performativa en el anlisis de la accin poltica, especcamente en relacin con la temtica de la sociedad civil. Se plantea una aproximacin que cuestiona la comprensin de la sociedad civil en trminos de armona social, e introduce la nocin de conicto y de creacin de hegemona cultural como elemento necesario para su conceptualizacin. Es, en este sentido, que se apuesta por una perspectiva subversiva en trminos de creacin de signicados y formas de comprensin difractarias (Haraway y Casado, 1999). El anlisis poltico de la sociedad civil supone elaborar una comprensin de lo que son el sujeto en general y el sujeto poltico en particular. La herencia cartesiana de sujeto racional y agente, un yo que reexiona y gua la accin corporal, y que comprende al mundo de forma antropocntrica (Moran, 1998), ha entrado en una profunda crisis. La crisis del sujeto supone tambin una crisis a la forma pica de comprender la accin poltica que divide el campo de batalla entre vencedores y vencidos, en luchas heroicas de agentes conscientes y en el control de sus acciones. La poltica se convierte entonces en un conjunto de relaciones agnicas y antagnicas donde el sujeto se convierte en un producto de relaciones en lugar de un agente de las mismas (Ibarra, 2005). Si bien la narrativa pica es ilusa al no tener en cuenta los aspectos estructuradores de la accin, sobredimensionar la estructura puede llevar a perder de vista las acciones que hacen que esa misma estructura est presente. En este trabajo hemos visto cmo la perspectiva performativa (Butler, 1997) toma en cuenta tanto los aspectos estructurales como la posibilidad de agencia, aunque esa agencia no tenga como punto de origen el sujeto cartesiano. Esta perspectiva reconoce la agencia al armar que la realidad social se construye a partir de actos performativos, actos que denen las formas de sujecin que sitan a distintos agentes en un determinado plano de interaccin institucional. Esta accin, a su vez, usa herramientas que tienen una densidad histrica, por lo que, si bien no predeterminan la accin, s que denen las posibilidades que se abren a la misma. La presente conguracin social dene material y semiticamente las mltiples interpelaciones por las que transita el sujeto en su accin poltica. Se trata de una llamada que, al realizarse, est sujeta a la imposibilidad de una repeticin exacta. Una differance que crea simultneamente norma y resistencia. En este trabajo se realiza un anlisis de la sociedad civil que tiene en cuenta esta doble accin reproductora y transformadora de los agentes y sujetos que se generan en un determinado campo social. Reconocemos, por una parte, cmo la sociedad civil es fomentada, creada y utilizada como herramienta de mantenimiento del orden y el control social en el marco de las actuales democracias liberales (Robinson, 1995). La constitucin de este agente, por otra parte, implica la emergencia de efectos que no quedan agotados por el momento mismo de su constitucin (Ibarra, 2005). Este debate es de especial importancia para el caso de los nuevos movimiento sociales (Touraine, 1981) que se adaptan a las nuevas formas de constitucin del sujeto y la subjetividad, aadiendo a la distribucin de recursos, la lucha por el reconocimiento identitario.
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La Sexta Declaracin de la Selva Lacandona nos sirve para concretizar e ilustrar estos conceptos. Nos encontramos con un sujeto poltico corporeizado, producto de una red de interrelaciones, que, a su vez, est cuestionando. Se trata de una reconstruccin de agencia usando los elementos y estrategias que han sujetado a esta misma agencia a dinmicas de precariedad neoliberal. Se trata de una performance que genera un nuevo espacio poltico que, a su vez, consolida y transforma nuevas agencias de accin poltica. Butler arma que uno puede preguntarse de qu sirve nalmente abrir las posibilidades, pero nadie que sepa lo que signica vivir en un mundo social y lo que es imposible, ilegible, irrealizable, irreal e ilegtimo plantear esa pregunta (Butler, 1997: 28). Accin poltica signica la transformacin de nuestra propia concepcin de lo posible y lo real y, en este sentido, de transformacin de nuestra posicin de sujeto en lugar de su simple armacin. Un cambio que, en ocasiones, es producto prcticas que anteceden a su teorizacin explcita y que emergen como aparente novedad en el espacio de iteracin normativo. En la posmodernidad, en este mundo globalizado, las organizaciones constituyen entidades performativas, sujetos agentes, que se denen y denen a sus participantes. Como lo sealbamos, lo performativo es la capacidad de repeticin de actos, normas y acciones de los sujetos. Hoy son ellos y ellas los que se constituyen y levantan voces desde sus prcticas concretas para cambiar no solo su entorno ms inmediato, sino asimismo, o sea, desde cada uno de ellos, formas de pensamiento y de actuar en lo micro, para luego hacerlo en lo macro, en la sociedad en general.
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EL SUJETO PERFORMATIVO
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SOCIAL MOVEMENT STUDIES HAVEEuropean tradition has looked at new social TRADITIONALLY STRESSED CONFLICT AS A DYnamic element in our societies. The
movements as potential carriers of a new central conict in post-industrial societies, or at least of an emerging constellation of conicts. In the American tradition, the resource mobilization approach reacted to a then dominant conception of conicts as pathologies. In his inuential book Social Conict and Social Movements, Anthony Oberschall (1973) dened social movements as the main carriers of societal conicts. In Democracy and Disorder, Sidney Tarrow (1989) forcefully pointed out the relevant and positive role of unconventional forms of political participations in democratic processes. Not by chance, Social Movements, Conicts and Change, one of the rst book series to put social movements at the center of attention, linked the two concepts of social movements and conicts. From Michael Lipsky (1968) to Charles Tilly (1978), the rst systematic works on social movements developed from within traditions of research that had stressed the importance of conicts for power, both in the society and in politics. In fact a widely accepted denition of social movements mentions conict as a central element in their conceptualization: Social movement actors are engaged in political and/or cultural conicts, meant to promote or oppose social change. By conict we mean an oppositional relationship between actors who seek control of the same stake be it political, economic, or cultural power and in the process make negative claims on each other i.e., demands which, if realized, would damage the interests of the other actors (della Porta and Diani, 2006, 21). Social movements are conictual not only because of their stakes, but also because of their forms. Protest has been in fact considered as the main repertoire of action or even the modus operandi of social movements. It is dened in the
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sociology of social movements as a resource of the powerless... they depend for success not upon direct utilization of power, but upon activating other groups to enter the political arena (Lipsky, 1970, 1). In order to obtain voice, social movements employ methods of persuasion and coercion which are, more often than not, novel, unorthodox, dramatic and of questionable legitimacy (Wilson, 1973, 227). Those who protest must understand the selective use of information in the mass-media, and forms of protest should be adapted to the characteristics of public institutions. The centralization of decision-making power during the formation of the nation-state led to a repertoire of centralized political activity and social movements organized at the national level (Tilly, 1978), while recent challenges to the state have led to the development of multi-level social movement organizations (della Porta and Tarrow, 2004). Not only do rational actors mobilize above all when and where they perceive the possibility of success (Tarrow, 1994), but their strategies are also inuenced by the reaction of the authorities: The opening of channels of access moderates the forms of protest, while their closing down induces radicalization (della Porta, 1995). In the 1990s, this instrumental view of protest has also been linked to the spread of an image of a protest society, with a sort of conventionalization of once unconventional forms of action, by spreading to the most varied groups of the society, recognized as a routine occurrence by the authorities, and obtaining wide acceptance among the public (della Porta and Reiter, 1998; Meyer and Tarrow, 1998). Widespread images occur of movements without protest (della Porta and Diani, 2004), and, in parallel, of protest without movements. A sort of normalization or routinization of protest is certainly part of the picture of contemporary political conicts in Western European societies. There is however also another part of the picture, which started to became more focused in 1999, with the protest in Seattle against the WTO Millenium Round, and spread after the attack on the twin towers in 2001. This is an image of political conicts expressed on the street through mass rallies or direct action in what can be considered as a new cycle of protest. A main actor in this has been the global justice movement, formed by networks of groups and individuals that mobilize at various geographical levels for global justice, having been identied, in different countries, as alter-global, no global, new global, global justice, Globalisierungskritiker, altermondialists, globalizers from below, and so on (della Porta, 2007). Beyond describing some forms of action that (through counter-summits and social forums) emerged in this cycle of protest, I shall address the more general issue of conict nowadays by considering the emergent character of protest itself. Notwithstanding the relevance of protest events for social movements, they have been mainly studied as aggregated collective action (e.g. in protest cycles). In social movement studies, protest has in fact been mainly considered as a dependent variable, and explained on the basis of political opportunities and organizational resources. In this analysis I want instead to stress the effects of protest on the social movement itself, by focusing on what, inspired by the historical sociologist William H. Sewell (1996), I would call eventful protest. This differs from teleological temporality, that explain events on the basis of abstract trans-historical processes from less to more (urbanization, industrialization, etc.), and from experimental temporality, comparing
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different historical paths (revolution versus non-revolution, democracy versus nondemocracy), eventful temporality recognizes the power of events in history (ibid., 262). Sewell denes events as a relatively rare subclass of happenings that signicantly transform structure, and an eventful conception of temporality as one that takes into account the transformation of structures by events (ibid., emphasis added). Especially during cycles of protest, some contingent events tend to affect the given structures by fuelling mechanisms of social change: organizational networks develop; frames are bridged; personal links foster reciprocal trust. In this sense, some protest events constitute processes during which collective experiences develop through the interactions of different individual and collective actors, which with different roles and aims take part in it. The event has a transformative effect, in that events transform structures largely by constituting and empowering new groups of actors or by re-empowering existing groups in new ways (ibid., 271). Some protest events put in motion social processes that are inherently contingent, discontinuous and open ended (ibid., 272). With reference to eventful temporality, the concept of transformative events has been developed. As McAdam and Sewell observed, no narrative account of a social movement or revolution can leave out events But the study of social movements or revolutions at least as normally carried out by sociologists or political scientists has rarely paid analytic attention to the contingent features and causal signicance of particular contentious events such as these (2001, 101). The two scholars therefore (with not much resonance) call for attention at the way in which events become turning points in structural change, concentrated moments of political and cultural creativity when the logic of historical development is recongured by human action but by no means abolished (ibid., 102). Moments of concentrated transformations have been singled out especially in those highly visible events that end up symbolizing entire social movements such as the taking of the Bastille for the French revolution or the Montgomery Bus Boycott for the American Civil Rights movement. These represent important turning points A transformative event is a crucial turning point for a social movement that dramatically increases or decreases the level of mobilization (Hess and Martin, 2006, 249). In my conception of eventful protest, I share the focus on the internal dynamics and transformative capacity of protest, looking however at a broader range of events than those included under the label of transformative protest. My assumption is that protests have cognitive, affective and relational impacts on the very movements that carry them out. Some forms of action or specic campaigns have a particularly high degree of eventfulness. Through these events, new tactics are experimented with, signals about the possibility of collective action are sent (Morris, 2000), feelings of solidarity are created, organizational networks are consolidated, and sometimes public outrage at repression is developed (Hess and Martin, 2006). In this contribution I shall look at the transformative capacity of protest, more than at the characteristics of prominent events. Protest will be considered as the independent variable: I shall look not at what produces protest, but at the byproduct of protest itself. In more general terms, I would suggest that the contemporary sociological reection on conicts as producers of social capital, collective identity and
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knowledge, could be useful to balance the negative vision of conicts as being disruptive of social relations, an analysis that can emerge from an exclusive focus on the most extreme forms of political violence. In what follows I will reect in particular on what makes protest eventful. As mentioned previously, in most social movement literature protest events have been analysed as the dependent variable, with an attempt to explain their size and form on the basis of macro, contextual characteristics. Recently two different theoretical developments have brought about a shift in perspective. On the one hand there has been a growing attention to the cultural and symbolic dimension of social movements (Jasper, Goodwin and Polletta, 2001; Flam and King, 2006). On the other hand a more dynamic vision of protest has been promoted, with attention paid to the social mechanisms that intervene between macro-causes and macro-effects (McAdam, Tarrow and Tilly, 2001). If the protest is a resource which some groups utilize to put pressure upon decision-makers, it should not be viewed in purely instrumental terms (see for this Taylor and van Dyke 2004). During the course of a protest both time and money are invested in risky activities, yet often resources of solidarity can be created (or re-created). Many forms of protest have profound effects on the group spirit of their participants, since in the end there is nothing as productive of solidarity as the experience of merging group purposes with the activities of everyday life (Rochon, 1998, 115). Protest promotes a sense of collective identity, which is a condition for collective action (Pizzorno 1993). For workers, strikes and occupations not only represent instruments for collective pressure but also arenas in which a sense of community is formed (Fantasia, 1988), and the same occurs during the occupation of schools and universities by students (Ortoleva, 1988), or in squatted youth centers. In social movements the means used are very closely tied to the desired ends: Tactics represent important routines, emotionally and morally salient in these peoples lives (Jasper, 1997, 237). In what follows I shall look at the capacity of protest events to produce relations, by facilitating communication as well as affective ties. Together with attention to contingency and emotional effects, there is a reection on processes, which stresses the role of temporality in this analysis. In macroanalyses, causal mechanisms have been linked to systematic process analysis (Hall, 2003), and causal reconstruction that seeks to explain a given social phenomenon an event, structure or development by identifying the process through which it is generated (Mayntz, 2004, 238). Adapting Renate Mayntzs denition (ibid., 241), we might consider mechanisms as concatenation of generative events linking macro causes (such as contextual transformation) to aggregated effects (cycle of protest) through transformation at the individual and organizational levels. Mechanisms refer therefore to intermediary steps between macro-conditions and macro-outcomes. With more or less awareness, some research on social movements has gone beyond causal macro-macro inferences, looking at the mechanisms that link the macro and the micro (Coleman, 1986), such as the construction of identity (Melucci, 1996), the processes of networking (Diani, 1995), framing (Snow et al., 1986) and the escalation of action-strategies (della Porta, 1995). My analysis will build upon this literature by distinguishing cognitive mechanisms, with protest as an arena of debate; rela-
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tional mechanisms, that brings about protest networks; and emotional mechanisms, through the development of feelings of solidarity in action.1 By way of illustration I will refer to various pieces of research on contemporary protest events, especially those promoted on issues of global justice and democracy from below. In the next part ( 2), devoted to counter-summits, I shall refer to interviews with representatives of social movement organizations conducted in Italy (della Porta and Mosca, 2007). In 3, to illustrate the social forum process, I shall present some results of a study on the European Social Forums (ESFs), based upon an analysis of organizational documents as well as a survey of their activists (della Porta, 2007b). Finally ( 4) will look at direct action, drawing upon a case study on the protest campaign against the construction of a high-speed railway in Northern Italian Val di Susa (della Porta and Piazza 2008). Although relational, cognitive, and emotional consequences of protest on protestors will be relevant in all three forms of protest, long-lasting transnational campaigns seem particularly apt to illustrate relational processes; open arenas for debates (such as social forums) to discuss the cognitive effects of protest; and direct action to analyze the role of emotions in mobilization. In the concluding remarks, I shall reect on the conditions for the development of eventful protests in contemporary societies, linking them to a new cycle of protest, with strong transnational characteristics.
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of an emerging movement, protesting for global justice and another Europe (della Porta, 2007a). The counter-summits in particular involved a growing number of social movement organizations, networking networks of activists that had developed specic campaigns on EU issues with the European Marchers mobilized environmentalists active on Genetically Modied Organisms, NGOs promoting a social vision of Europe, pacist organizations protesting against the wars in ex-Yugoslavia and the Middle East. It was during the (often long-lasting) preparation of these events that interactions developed between different actors, mobilized on different issues and in different countries. In this sense, protests created social capital (in Bourdieus understanding of it as relational capital) of a particular type. During this long campaign, successful networking is testied for by the steady growth in the number of organizations involved in the protest, as well as their diversity by country of origins and main focus of concern. The rst march was promoted by activists of two French organizations Agire ensable Contre le Chomage (AC!) and the rank-and-le union Solidaires, Unitaires, Dmocratiques (SUD) that, during the mobilization of the French unemployed in the mid-1990s (della Porta 2008), had started to reect upon the European dimension of the problems of the unemployed. According to the thick description of the campaign provided by Andy Mathers (2007), the rst meeting of 25 representatives of organizations promoting a European March was held in Florence, on the occasion of an EU summit in June 1996, after a proposal had emerged in Turin a few months earlier. In November 40 participants from eight countries met in Paris, in what an activist describes as a climate of co-operation. There were people from different ideological position and they entered into a dialogue and found a form of working together (ibid., 57). After the success of the rally in Amsterdam, about one hundred people from eleven countries met in Luxembourg, in October 1997, and formed a European Marches network, dened as a loose network of groups that had to decide by consensus. With the organization of the counter-summits, the mobilization extended to involve different types of actors at different territorial levels. During the preparation of the rst march, the various committees that sprung up to support the marches at European, national and local levels were notable for the plurality of participating organizations and for generating a discernable spirit of goodwill for the project (ibid., 56). While the European Trade Union Confederation (ETUC) was initially very critical, the Amsterdam campaign had enabled cross-national links between unions such as Sud (France), COBAS (Italy), and CGT and CCOO (Spain) (Mathers, 2007, 73). During the preparation for a next march to Cologne, leftwing factions of the Italian CGIL, the German IG Metall ad IG-Medien, the French CFDT and CGT also joined the protest. Even the ETUC accepted to participate with the European Marchers in a rally organized for the Jobs Summit in Luxembourg. In Nice the ETUC mobilized together with associations of unemployed, immigrants and environmentalists, alterglobalist ones as ATTAC, progressive and left-wing parties, communists and anarchists, Kurdish and Turkish militants, womens collectives, Basque and Corsican autonomists. The march in Barcelona, with representatives from the 15 EU countries, initially called by the ETUC, was then joined by new
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unions, soft and hard environmentalists, anarchists and independentists, anticapitalists and different civil society organisations. At the turn of the millennium, a similar convergence of different social and political actors developed at the local and national levels through processes of contamination in action (for the local level, della Porta and Mosca, 2005; for the national level, della Porta, 2007). Protest produced relations between once disconnected individuals and groups, and networking developed in action. Networking in action is rst of all instrumentally important in increasing the inuence of each organization and individual. Co-ordinations and umbrella organizations emerged with the pragmatic aim of facilitating mobilization, and then helped the development of inclusive norms (Andretta, 2007). The logic of the network as an instrument for the coordination of activity facilitates the involvement of different political actors. In the European Marches, coordinated action was promoted above all for being instrumentally useful. According to an activist, the concept of the European Marches Network has always been to say that even if there are tensions, it is necessary to nd the spaces where we can work together (ibid., 56). Beyond this instrumental aim the preparation of common protest campaigns is also seen as intensifying relations between participants. The European Marches produced new personal and collective identities amongst the unemployed ,as well as new representations of them as an international and internationalist social and political force (ibid. 87). The Marches developed social ties primarily by facilitating an exchange of knowledge, as relations with other activists induced cognitive changes. In fact an important element of the marches was the opportunity they provided for sharing personal experiences of unemployment, for experiencing a sense of fellowship through sharing elements of everyday life such as food and entertainment, and for collectively tackling common practical and political problems. These sharing of common experiences and common problems helped to establish a sense of camaraderie amongst the marchers and in some cases friendships developed that were cemented through exchange visits and contact by mail between the continental events (ibid., 90). Action in transnational networks also enables the construction of transnational identities through the recognition of similarities across countries. In a scale shift process (Tarrow, 2005; Tarrow and McAdam,2004), during transnational campaigns activists begin to identify as part of a European or even global subject. Italian activists involved in transnational protest campaigns stressed the growing dialogue between leaders (or spokespersons) of different organizations as an effect of better reciprocal understanding: after several years of developing common actions, you meet in the same movement, talk, you start understanding each other, you nd codes of communication, methods for resolving problems ... in the different mobilizations you meet different organized and non-organized actors with whom you had nothing to share before there you start to enter into dialogue and to discover that you can do things together (SF2, cit. in ibid.). At the personal level participation in protest campaigns helps develop reciprocal knowledge, and thus trust in action. From this point of view, during the European marches informal networks were created along with the more formalized ones. As an
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activist stated, In France in 97 I followed the activists for one week and we became friends. The development of friendship ties is often facilitated by the playfulness of the protest. Although speaking a language of anger (la colre was mentioned in several, especially French, slogasn), the activists of the Marches remember action as parties, festivals, Christmas events. Collective action also enabled the unemployed to emerge out of the misery and solitude of everyday life and share in an episode of collective existence and solidarity that was on occasion a joyful experience (ibid., 90). Solidarity ties can also be intensied by more negative, but still highly emotional, experiences, such as police repression (see also 4): the counter-summits were also eventful because of the frequent encounters with the police.2 The creation of mutual knowledge, trust, and friendship through protest is, of course, nothing new. In his research on labour conicts, Rick Fantasia (1988) challenged the widespread idea of a lack of class-consciousness among U.S. workers. By looking at intense moments of protest (such as strikes and occupations), he developed the concept of a culture of solidarity, as a more dynamic substitute for static class consciousness. In the past preparation of some symbolically relevant protest events used to take long months. This was evident in the history of the First of May, which played a most important role in the labour movement. In countries such as Italy, France or Germany, it was during the preparation of the demonstrations for Labour day (that took often up to an entire year) that relations developed between the labour movements and other social movements. What makes networking particularly relevant in contemporary movements is, together with the already mentioned plural background of their activists, the transnational level of the action. Together with the European marches, the European Preparatory Assemblies for the European Social Forum, as well as the meetings to prepare the EuroMayday, represent moments of reciprocal knowledge among activists coming from different countries and backgrounds (Doerr and Mattoni, 2007).
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(Switzerland), it nevertheless presented itself as an independent space for encounters among civil society organisations and citizens. The WSF have taken place in Porto Alegre in 2001, in 2002 and 2003, then in Mumbai in 2004, and again in Porto Alegre in 2005. Since 2001, social forums have also developed at macro-regional, national and local levels. Among them, the European Social Forum (ESF) played an important role in the elaboration of activists attitudes towards the European Union, as well as the formation of a European identity. The rst ESF took place in Florence in 2002, the second, held in Paris in 2003, the third in London in 2004 and the fourth one in Athens in 2006. The format of the social forum epitomizes the cognitive processes that develop within protest events as arenas for encounter. An element that was present also in many previous forms of protest (see below), the cognitive dimension of protest events as spaces for exchanges of knowledge and ideas is strongly emphasized in the social forum process. Not by chance, the ESF is represented in the press as an exchange on concrete experiences (La Stampa, 10/11/2003), an agora (Liberazione, 14/11/2003), a kermesse (Europa, 3/11/2003), a tour-de-force of debates, seminars and demonstrations by the new global (LEspresso, 13/11/2003), a sort of university, where you learn, discuss and exchange ideas (La Repubblica, 17/10/2004), a supranational public space, a real popular university, but especially the place where to build European nets (in Liberazione, 12/10/2004). The spokesperson of the Genoa Social Forum (that organised the anti-G8 protest in 2001), Vittorio Agnoletto, describes the ESF as a non-place: it is not an academic conference, even though there are professors. It is not a party international, even though there are party militants and party leaders among the delegates. It is not a federation of NGOs and unions, although they have been the main material organisers of the meetings. The utopian dimension of the forum is in the active and pragmatic testimony that another globalisation is possible (Il manifesto, 12/11/2003). The common basic feature of a social forum is the conception of an open and inclusive public space. The charter of the WSF denes it as an open meeting place. Participation is open to all civil society groups, with the exception of those advocating racist ideas and those using terrorist means, as well as political parties that advocate these ideas. Its functioning involves hundreds of workshops and dozens of conferences (with invited experts), and testies to the importance given (at least in principle) to the production and exchange of knowledge. In the words of one of the organisers, the WSFs promote exchanges in order to think more broadly and to construct together a more ample perspective (ibid., 141). References to academic seminars are also present in the activists comments on the European forum published online (see e.g. http://www.lokabass.com/scriba/eventi.php?id_eve=12, accessed 20/12/2006). Writing on the ESF in Paris, the sociologists Agrikoliansky and Cardon (2005, 47) stressed its pluralistic nature: Even if it re-articulates traditional formats of mobilisations, the form of the forum has properties that are innovative enough to consider it as a new entry in the repertoire of collective action. An event like the ESF in Paris does not indeed resemble anything already clearly identied. It is not really a conference, even if we nd a program, debates and paper-givers. It is not a congress, even if there are tribunes,
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militants and mots dordre. It is not just a demonstration, even if there are marches, occupations and demonstrations in the street. It is neither a political festival, even if we nd stands, leaets and recreational activities. What unies these different activities is the aim of providing a meeting space for the loosely coupled, huge number of groups that form the archipelagos of the global justice movement. Its goals include enlarging the number of individuals and groups involved, but also laying the ground for a broader mutual understanding. Far from aiming at eliminating differences, the open debates should help to increase awareness of each others concerns and beliefs. The purpose of networking-through-debating was in fact openly stated already at the rst ESF in Florence, where the Declaration of the European social movements reads: We have come together to strengthen and enlarge our alliances because the construction of another Europe and another world is now urgent. (...) We have come together to discuss alternatives, but we must continue to enlarge our networks and to plan the campaigns and struggles that together can make this different future possible. Great movements and struggles have begun across Europe: the European social movements are representing a new and concrete possibility to build up another Europe for another world. The development of inclusive arenas for the creation of knowledge emerges as a main aspiration in the social forum process. I do not want here to assess if this aspiration is successful. The brief history of the social forums testies to the difculties that the implementation of those aspirations brought about. The World Social Forum process has been criticized from within because of the dominant role of few founding organizations, as well as the linkages with some parties and political institutions. The tensions between those who perceive the forum as mainly a space for exchanging ideas and networking, and those instead that privilege the constitution of a unitary actor, capable of political mobilization, has characterized not only the WSF, but also its European counterpart. The degree of inclusiveness of the European Preparatory Assembly, that organized the various ESF editions, is often discussed, and various groups have preferred to organize autonomous spaces outside of the ofcial forums. The constant restructuring of the organizational format testies to the perceived gap between norms and practices (on the ESF, della Porta, 2007b, on the WSF, Smith et al., 2007). Yet the very continuity in time of both WSF and ESF, with declining media attention but sustained participation of individuals and groups, indicates the search for spaces where communication between groups with very different organizational forms, issue focus and national background can develop, free from the immediate concerns for decision of strategies and actions. Although this is not new, the internal heterogeneity and the transnational nature of these mobilizations give a special character to this search. Cognitive exchanges develop during various forms of protest, used by various movements. The assemblies have developed as (more or less) formalized and ritualized spaces of encounter and debate. Marches have been usually closed by speeches of a more or less ideological content. What seems to make cognitive exchanges especially relevant for the Global Justice Movement in general, and the social forums in particular, is the positive value given to the openness towards the others,
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considered in some activists comments as a most relevant attitude in order to build nets from the local, to the national and the supranational (see e.g. http://www.lokabass.com/scriba/eventi.php?id_eve=62, accessed 20/12/2006). In this sense, social forums belong to emerging forms of action that stress, by their very nature, plurality and inclusion. The content of the exchanges that takes place during forums and the like is usually less ideological than informative. This reects an attention to the construction of an alternative specialized knowledge, which seems nowadays to characterize many local as well as global protests. For instance in campaigns against high speed railways, airports, roads or bridges, a main activity of protesters is the collection, elaboration and diffusion of information on the projects, based on technical knowledge obtained through dialogue with experts, internalized through the participation to the protest of experts (economists, engineers, urban-planners, etc.) (della Porta and Piazza, 2008). If the use of technical information has a legitimizing effect on the elaboration and implementation of public policies (Lewanski, 2004), technical counter-knowledge is in fact considered a fundamental resource for those who protest. Beyond this instrumental use, knowledge can also transform the form and content of the protest, as the various actors which participate in the protest tend to adopt a specialist language. Also in the course of the mobilization, technical knowledge becomes appropriated, transformed and transmitted by the activists.
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with the police and wounded people have generated emotional feelings of participants and by-standers. As mentioned before, protest repertoires are often chosen, or at least justied ex-post, as instrumentally useful. Despite the risk of stigmatization, direct action is perceived by those who protest as an instrument that raises the visibility of a protest ignored by the mass-media. As the President of the Mountainous Community in Val di Susa recalls, thanks to Minister Pisanu our visibility increased. I was hoping that this would happen, because from an electoral viewpoint 100,000 people count for nothing (given that they all vote differently) (IVS6). Even beyond the valley the attacks by the police earned the sympathy of those who knew nothing of the Tav... for them it was counter-productive because it gave us added visibility and prompted a democratic spirit that went beyond the Tav conict, because in a democratic country certain things should not be done (IVS3). Beyond the instrumental dimension linked to increased visibility, the important effect of direct action on the closer circles of protestors is the strengthening of motivations through the development of feelings of solidarity and belonging. If emotions had long been looked with suspicion (not only in social movement studies, but in political sociology and political science at large), attention to their role has recently (re)emerged. The emotional intensity of participation in protest events as passionate politics has been stressed (Goodwin, Jasper, and Polletta, 2001; Aminzade and McAdam, 2001) together with the role of subversive counter-emotions in cementing collective identities (Eyerman, 2005). Research has pointed the mobilizing capacity of good emotions (such as hope, pride, or indignation), and the movements work on potentially dangerous emotions (such as fear or shame) (Flam, 2005). Reciprocal emotions (such as love and loyalty, but also jealousy, rivalry or resentment) have especially important effects on movement dynamics. The role of dramaturgy, narrative and rituals in intensifying commitment has been investigated for protest events in general (as effect of an emotional liberation, see Flam, 2005) as well as for specic critical emotional events. All these elements emerge in our narratives. In Val di Susa, the activists underline in fact the positive effects of direct action, as a moment of growth in solidarity with the local population. In particular direct actions tend to produce more intense emotional effects. Stressing the emotional effects of some moments of escalation around the site where the work for the high-speed trains had to begin, accounts by the protesters in Val di Susa help single out some emotional chains that are produced in action. Firstly the interaction with the police around the occupied spaces produces the spread of injustice frames (Gamson, 1990), often mentioned by protesters as a source of consensus in the population, and a way to strengthen the collective identication with the community. In Val di Susa, the intervention of the police to clear the site occupation became the symbol of an unfair attitude towards those who were protesting peacefully. As local activists observe, the explosion of the movement (and nobody expected a participation of this strength) occurred from the 31st of October onwards, the days in which the violence of the government sent the troops into the valley (IVS2); at the site occupation there were always 100-200 people during the
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day. When it looked likely to be cleared out then 2000-3000 people arrived, staying throughout the night to defend our position (IVS8). The same sense of injustice emerges in the narratives on the dispersal of the site occupation by the police forces. In the recollection of one activist, they destroyed the books of the university students who were studying throwing them in a bonre. And when people were forced to leave the elds, the police went round with the No Tav banners as if they were a symbol of conquest... and they also had the cheek to destroy the food supplies that were needed to live in the camp... old people were beaten and they stopped the ambulances from coming. (IVS7). Going beyond the Val di Susa case, injustice frames produced in action have been central in the development of the global justice movement, particularly when linked to interventions by the police that are considered as all the more unjust, given the non-violent forms of action chosen by the activists. In the protest against the WTO in Seattle, as well as in those against the G8 in Genoa, the images of the police brutalities against peaceful demonstrators produced emotional shocks not only among those who had participated in the demonstrations, but also among those who later on identied with the protesters (della Porta, Andretta, Mosca and Reiter, 2006). Together with injustice, arrogance is a main narrative frame that emerges with regard to the presence of the police in Val di Susa, described as the militarization of the valley: the nal drop that makes the glass spill over, while the successive mobilization is the reaction against arrogance: the moment in which they made false moves with arrogance, and even trickery, there was a popular reaction, from everybody not just militants (IVS4). The arrogance of a power that violates the very principle of democracy is often stressed with regard to the transnational demonstrations, when demonstrators are rejected at the borders, kept at distance from international summits, preventively arrested, charged by the police. The images of the police forces, militarily equipped and aggressively deployed to protect few powerful leaders from the large number of citizens (You G8, we 8 billion was the slogan of Genoa protest) is often communicated by the movement media as illustrating this arrogance. The perceived arrogance of the enemy can, however, discourage from collective action if it is not accompanied by anger. If repression, increasing the costs of collective action, can discourage protest, it may also reinforce the processes of identication and solidarity (della Porta and Reiter, 2006). In the perception of the activists, the police brutality in Val di Susa produced indignation: the people started to get angry; there was no way of stopping them: they occupied roads and highways (the people, not the associations), they would have stayed day and night until the government gave a signal then on the 6th they used force, beating old people. Two days later people shouted lets take back the land and 100,000 people descended and took it back (IVS5). La colre is also mentioned by those marching against unemployment (see above). What makes anger a mobilizing emotion is its connection with a feeling of empowerment, that comes from the experiences of successful moments of direct action. Remaining in Val di Susa, the re-conquest of Seghino (the place where the works
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were due to begin) is narrated as an epic return. And a feeling of belonging therefore develops on the street (or in the case of Val di Susa, on the occupation sites). The activists in Val di Susa talked of a process of identication with the community, which stemmed from the experiences of conict with the police forces coming from outside, but also from encounters with fellow citizens in the spaces that the protest had created. In the words of an interviewee, the community is built in action: Our identity began to strengthen itself from June, when the government tried to initiate the works. That summer people began to stay at the site from morning till night, people from the same town became friends although only acquaintances before. The people became a community... the site occupation became a social event and this cemented an identication between territory and citizen which is quite exceptional. Then the events obviously emphasized the solidarity in these difcult situations. People ended up in hospital from police beatings, and a sense of community had been created (IVS6, our italics). It is through long and intense actions, such as the site occupation, that in the activists narrative, the people became a community. The struggles around the No Tav site occupations of 2005 were seen as a moment of growth of the mobilization, not only in numerical terms but also in terms of identication with the protest. In the words of activists, the site occupation had great emotional force, a shared intimacy, wonderful as well as striking for the behavior of the people; the diversity of those present; and the sense of serenity (Sasso, 2005, 61). More generally some forms of direct action (such as protest camps, occupations etc.) are eventful in so far as they affect the daily lives of the participants by creating free spaces. The site occupations in Val di Susa are described as places of strong socialization, real homes built on this territory, which became focal points- a wonderful thing. In the summer there were scores of people that came to talk and socialize, allowing feelings of solidarity to grow with the awareness that this struggle was for everyone (IVS8). Participation in the protest is seen as gratifying in itself, as it becomes part of everyday life. Allowing for frequent and emotionally intense inter-actions, the site occupations were perceived as an opportunity for reciprocal identication, based on mutual recognition as members of a community. In the site occupations you got to know people through the struggle, you recognized each other (IVS7, our emphasis). In this sense the action itself constitutes a resource of mutual solidarity and reciprocal trust, which allows the capacity to withstand later moments of intense conict. These site occupations also represent arenas of discussion and deliberation, places to experiment a different form of democracy. They are described as participatory, allow for the development of individual creativity. In the words of one activist: Everything began from these site occupations, a wonderful form of participatory democracy where people from below could have their say: They could coin a slogan, a new banner, invent a new march, a new message (IVS5). The site occupations thus become political laboratories that produced inter-action and communication: Here we threw ourselves into the game, we experimented on the things we said and we learnt a lot from these people, from their motivation, their capacities, and we had to confront the realities of our own words, which were far from the realities of
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political action. We became concrete in a struggle of this type, and it was a moment of growth (both human and political) for all of us (IVS1). The experience of the site occupation transcends the opposition to high-speed trains. The occupied sites become places in which all the small problems which must be confronted daily are resolved through discussion, with spontaneous assemblies, with mutual trust and a complicity which reinforces the sense of solidarity (ibid.). Again my aim here is not to judge far the protesters aspirations proved successful. The Val di Susa protest, as with most others, is also characterized by internal tensions and moments of low ebbs. What I want to stress instead is how the intense emotionality of protest produces effects on protestors themselves, producing instead of just using resources for collective action. If protest tends to be always emotionally intense, it is especially so in direct action, with the risks that involves and the higher emotional attachments. If direct actions have been widespread in various waves of protest, testifying to the intensity of the activists commitment, as well as challenging the State control of territory, the recent mobilizations on global justice have seen a return to direct action, after a period in which more moderate forms had been dominant. Characterisitcs of recent direct actions include a high ritualization and the risk of arrest testies to the conviction that something had to be done about a decision considered profoundly unjust, even if this involved running very serious costs indeed. The accounts of the struggle in Val di Susa indicate that participation in direct action is often rewarded by the creation of strong feelings of solidarity and identication in a community. In the intense moments of protest, activists do not seem to be guided by instrumental reasoning, but instead by a normative imperative to act against what is perceived as an unbearable injustice. A second characteristic of recent uses of direct action is the attempt to create free zones in which alternative forms of life can be experimented with. The Zapatistas experience is a most inuent example for the global justice activists (Olesen 2003), in particular (and not by chance) for the squatted centers, which also focus on the construction of alternative space.
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chains of events, such as campaigns), inclusive communicative arenas, and free-spaces are forms of protest that seem particularly apt to create relational, cognitive and emotional effects on protestors. I would not contend that these forms of protest are new, but I think it could be useful to reect upon the specic contextual conditions in which eventful protests are more widespread. Above all protest seems more eventful during cycles of protest. Cycles of protest have been authoritatively dened as coinciding with a phase of heightened conict and contention across the social system that includes: a rapid diffusion of collective action from more mobilized to less mobilized sectors; a quickened pace of innovation in the forms of contention; new or transformed collective action frames; a combination of organized and unorganized participation; and sequences of intensied inter-actions between challengers and authorities which can end in reform, repression and sometimes revolution (Tarrow, 1994, 153). It is particularly during protest cycles that some events remain impressed in the memory of the activists as emotionally charged events, but also represent important turning points for the organizational structures and strategies of the movements. The history of each movement and of contentious politics in each country always includes some particularly eventful protests. The transnational character of recent protest, as well as the internal heterogeneity of recent waves of mobilization (with movement of movements as its self-denition), have added values to the relevance of those relational, cognitive, and affective mechanisms that make protest eventful. Reecting upon what makes protest more eventful during protest cycles, a rst general element that impacts upon cognitive and relational mechanisms is the plurality of participants. During cycles of protest different actors interact though processes of imitation, emulation or competition (Tarrow 1989): alliances are built and common campaigns staged. This brings about a particular need for communication that is expressed in assemblies, as well as coordinating committees. For contemporary movements such as the global justice movement or the peace movement, the necessity of organizing together actors involved on different specic issues, with different organizational traditions and particular repertoires of action, gives even more relevance to moments of exchange of ideas. The experience of the social forum reects a conception of the movement as an arena where different groups and individuals communicate with each other. Relational mechanisms are particularly relevant given the transnational nature of protest events. Counter-summits, social forums, global days of action, all require long processes of preparation in which hundreds or thousands of organizations, as well as activists from dozens (or hundreds) of countries, become involved. A second element which is particularly relevant during cycles of protest is identity building. It is especially during cycles of protest that new movement identities (e.g. the student movement identity, the womens movement identity) develop and are given content. Cycles are promoted in the beginning by actors that mobilize within existing institutions, but also challenge them from the cultural point of view. New codes and ideas develop from the interaction of different organizational traditions, political generations, and social actors (Melucci 1996; Rochon 1998). Relational mechanisms therefore interact with cognitive ones. In the global justice move-
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ment, two specic cultural characteristics might increase their relevance. Firstly, the effect of internal diversity has meant the movement develops tolerant inclusive identities, stressing differences as a positive quality of the movement (della Porta, 2004a). The development of the method of consensus as a principle for decision making (even if difcult to implement in practice) testies to the discursive element of democracy. Secondly, the movement is characterized by a certain pragmatism: the breakdown of the big ideologies is accompanied by the search for concrete alternatives, or possible utopias (to quote concepts that are quite widespread in the movements language), with an acknowledgment of the difculties of nding solutions for the existing problems. The cosmopolitan nature of several protests also increases the importance of communication between different languages and national traditions. A third element that makes protests more eventful during cycles of protest is related to the interaction between the State and social movements, especially between the police and demonstrators. Eventful protests are those in which emotional feelings are fuelled by violent interactions with the police. These events are likely to develop during cycles of protest, since it is in these moments that new repertoires of action emerge (Tarrow, 1994), and the meta-issue of right to demonstrate mobilizes alliances and opponents (della Porta, 1998). If de-escalation in police strategies reects the routinization of some protest forms, as well as the legitimation of some protest actors, recent protests show some counter-tendencies, especially when new actors and forms of action enter the scene. The militarization of police training and equipment is having most visible effects in the policing of some protest events, especially since (post 9/11) issues of security are coupled with zero tolerance doctrines, even for petty crimes or disturbances of public order. The war on terrorism had a strong impact on the policing of protest, as well as individual freedom at the national and transnational levels. Political transformations in national party systems, with the weakening of Center-Left parties willingness to act in defense of the rights of demonstrators, also play a key role in the stigmatization and (frequent) repression of protest in the street. Particularly delicate in this respect are transnational protest events, which have a high visibility and unite activists from different countries. These leads to interventions from different police bodies, and in the case of counter-summits security concerns are also added to public order ones, given the mass nature of these events (della Porta, Pedersen and Reiter, 2006).
INTERVIEWS
Interviews in Val di Susa (carried out by Massimiliano Andretta and Eugenio Pizzimenti) and with representatives of social movement organizations involved in the Social Forum process in Milan (interviews carried out by Lorenzo Mosca): IVS1. Interview with Chiara, Centro Sociale Askatasuna, Val di Susa, 16/2/2006. IVS2. Interview with Cosimo Scarinzi, secretary of Comitati Unitari di Base, Val di Susa, 18/2/2006. IVS3. Interview with Gianni De Masi, councillor of Verdi, Val di Susa, 18/2/2006.
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IVS4. Interview with Maurizio Piccione, Comitato Spinta dal Bass di Avigliana, Val di Susa, 18/2/2006. IVS5. Interview with Pierpaolo Coterchio, Legambiente Piemonte, and with Gigi Richetto, university professor, Val di Susa, 17/2/06 IVS6. Interview with Antonio Ferrentino, president of the Comunit Montana Bassa Val Susa, Val di Susa, 17/2/2006 IVS7. Interview with Nicoletta Dosio, Secretary of the local Circe of Partito della Rifondazione Comunista of Bussoleno-Val di Susa, Val di Susa, 17/2/2006. IVS8. Interview with Giovanni Vighetti, Comitato di Lotta Popolare contro lalta velocit di Bussoleno, Val di Susa, 16/2/2006.
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un anlisis de tres experiencias de movilizacin recientes: las Marchas Europeas, los Foros Sociales Europeos y la lucha contra el Tren de Alta Velocidad que se est llevando a cabo en la localidad italiana de Val di Susa. Todas ellas, experiencias situadas dentro del ciclo de protesta que se dene desde las movilizaciones contra la OMC en Seattle en 1999 y vinculadas directamente con cuestiones en torno a la justicia global y la democracia desde abajo.1 Pero lo importante y lo que congura realmente su aportacin es, ms que el anlisis de los propios casos, el enfoque que toma para dichos anlisis. Un enfoque diferenciado que se basa principalmente en la importancia que se le brinda al hecho de la protesta en s. As, la protesta no se entiende nicamente como constitutivo del movimiento social, sino tambin como constituyente del mismo. Para hacerlo, la autora parte de una concepcin conictual del movimiento social. La protesta, denida como una accin estratgica, supone, de este modo, su principal repertorio de accin. Desde ah, se inspira en las aportaciones del socilogo histrico William H. Sewell,2 quien dene el concepto de temporalidad acontecimentiva3 como una concepcin de la temporalidad que reconoce, ms all de procesos abstractos transhistricos, o de comparaciones entre diferentes recorridos, el poder de los acontecimientos en la historia. Es la asuncin de que las estructuras pueden ser transformadas por acontecimientos. Por tanto, los acontecimientos tienen efectos
1. El trmino exacto que utiliza la autora es eventful protest. Ante la gran dicultad para traducir dicho trmino al castellano, hemos optado por traducirlo como acontecimiento de protesta. (N. de la T.) 2. Sewell, W. H. (1996): Three Temporalities: Toward an Eventful Sociology, en McDonald, Terence, J. (ed.): The Historic Turn in the Human Sciences. University Michigan Press, Ann Arbor: 245-280. 3. Al igual que con el concepto de eventful protest, aqu, el trmino en ingls es eventful temporality. (N. de la T.)
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transformativos. Si aplicamos este poder de los acontecimientos a la realidad que nos ocupa, los movimientos sociales, no es difcil argumentar que un acontecimiento transformativo supone un punto crucial en el desarrollo de un movimiento social; un punto desde el que se puede incrementar o reducir de una forma espectacular la movilizacin. Desde esta concepcin de movimiento social y esta idea de acontecimiento, Donatella della Porta nos introduce lo que llama acontecimientos de protesta, mirando, no obstante, a un mayor rango de acontecimientos que aqullos incluidos bajo la etiqueta de protesta transformativa. A partir de ah, y apuntando a la propuesta, la autora hace una revisin del estudio de los movimientos sociales, desde el que observa que las protestas, a pesar de su importancia en los propios movimientos, han sido tratadas como una agregacin de acciones colectivas, como una variable dependiente explicada a partir de la estructura de oportunidad poltica o la movilizacin de recursos. En su anlisis, la protesta es, pues, la variable independiente, y su supuesto es que las protestas tienen impactos cognitivos, afectivos y relacionales sobre los movimientos que las llevan a cabo. La protesta no puede ser vista solo como un instrumento. En ella se pueden generar relaciones de solidaridad, de identidad colectiva, experiencias vitales y experiencias cotidianas. Della Porta se basa, por tanto, en la literatura que mira a los mecanismos que vinculan lo macro con lo micro, es decir, de causas macro como la transformacin contextual, a efectos micro, como la construccin de la identidad, los procesos relacionales, los marcos de movilizacin y la escalada de accin a estrategia. Desde esta literatura y con los acontecimientos de protesta como variable independiente, distingue tres mecanismos: los mecanismos cognitivos, con la protesta como una arena de debate; los mecanismos relacionales, lo que da lugar a las redes de protesta; y los mecanismos emocionales, a travs del desarrollo de sentimientos de solidaridad en accin. En la parte analtica del captulo, Della Porta nos presenta las tres experiencias concretas, vinculando de forma especial cada una de ellas con un mecanismo concreto. Y es que, a pesar de que se pueden ver consecuencias relacionales, cognitivas y emocionales en todas ellas, es cierto que cada una est vinculada de una manera especial con uno de estos mecanismos. As, resultan particularmente relevante las consecuencias relacionales de las campaas transnacionales, donde muchos grupos y colectivos distintos, de diferentes partes del mundo, se ponen de acuerdo para trabajar; las consecuencias cognitivas de las experiencias del FSE, donde la comunicacin y el debate toman especial fuerza; y las consecuencias emocionales fruto de una lucha de resistencia, como la que se est llevando a cabo contra el TAV en Val di Susa. Como conclusin, la autora nos presenta los ciclos de protesta como momentos en los que el carcter de acontecimiento transformativo de las protestas se hace ms patente. Es particularmente durante estos ciclos que algunos acontecimientos, como acontecimientos que llevan consigo grandes cargas emocionales, se imprimen con mayor fuerza en la memoria de los activistas, pero que tambin representan momentos decisivos para las estructuras y las estrategias de los movimientos. En cuanto a las experiencias analizadas en el contexto del ciclo de protestas reciente, tanto su transnacionalidad como su heterogeneidad interna permite que los mecanismos relacionales, cognitivos y emocionales que vuelven a la protesta ms transformativa, se hagan ms presentes. Y esto, en concreto, lo atribuye a tres elementos:
RESUMEN
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el primero, la pluralidad de los participantes, lo que lleva, por un lado, a una mayor necesidad de comunicacin y, por tanto, a un mayor nmero de momentos de intercambio de ideas, pero tambin a largos procesos de preparacin en los que se incluyen centenares de organizaciones diferentes, lo que supone un hecho relacional en s. El segundo elemento es la construccin identitaria, donde los mecanismos relacionales interactan con los cognitivos. En el ciclo de protestas que nos ocupa, se observan dos caractersticas culturales especcas que le dan relevancia a dichos mecanismos: la diversidad interna, la que se performa como una pluralidad de identidades inclusivas tolerantes asumiendo la diferencia como un valor mismo del movimiento; y el pragmatismo adoptado a travs del que se busca alternativas concretas frente a las doctrinas de las grandes ideologas. El tercer y ltimo elemento tiene que ver con la interaccin entre el Estado y los movimientos sociales, especialmente entre la polica y los manifestantes. La entrada en escena de nuevos actores y nuevas formas de accin en este ciclo de protestas, sumado al contexto de guerra contra el terrorismo, ha supuesto una mayor militarizacin de las estrategias policiales. stas, lejos de suponer una deslegitimacin y un aminoramiento de las protestas y del propio movimiento en s, muchas veces se han dirigido en direccin contraria aanzando, tambin, mayores lazos afectivos entre los participantes.
INTRODUCCIN
1968-1977 fue, sin duda alguna, el movimiento estudiantil. El mayo francs, el mexicano y el estadounidense, tuvieron a los estudiantes como los sujetos emancipatorios ms destacados. Por su parte, el alzamiento zapatista de enero de 1994 se ha considerado el inicio simblico del ciclo del movimiento antiglobalizacin (o de los nuevos movimientos globales) a escala internacional. Este ciclo ha pasado ya por diversas etapas, y en cada una de ellas ha contado con singulares aportaciones del movimiento estudiantil. Pero hasta qu punto este movimiento ha sido tan central como en el 68?, ha signicado o no la incorporacin de nuevas subjetividades, discursos e identidades en el magma de la crtica al capitalismo realmente existente? o cuntas generaciones de este movimiento han transcurrido en los ltimos catorce aos?, son algunas de las preguntas que se plantear el siguiente texto. He decidido analizar el caso de Catalua y hacerlo a travs del prisma de la teora de los ciclos de movilizacin (Tarrow, 1997; Tilly, 1991) y la de la estructura de oportunidades polticas (McAdam, 1999; Kitschelt, 1986). Concretamente, realizar un anlisis de los ltimos catorce aos de movimiento estudiantil, en el contexto ms amplio de las diferentes etapas del ciclo de luchas contra la globalizacin en Catalua. El texto empieza con una breve explicacin del contexto que permiti la aparicin de los movimientos estudiantiles contemporneos, o sea, la universidad de masas dentro de los Estados del bienestar posteriores a la Segunda Guerra Mundial.1
1. La universidad es el contexto del movimiento estudiantil y, evidentemente, los cambios que en ella se producen no son ajenos a los cambios de tipo sistmico, a ondas largas y cortas de la evo-
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En segundo lugar se realizar un breve repaso del estallido del 68, ciclo de movilizacin en el que el movimiento estudiantil irrumpe en la escena poltica y social, a escala internacional, y tambin, evidentemente en Catalua, dentro de un movimiento antifranquista ms amplio. El tercer apartado presenta los cambios que se producen despus de la crisis econmica internacional de los aos 1973 y 1974, tales como el advenimiento del posfordismo, el inicio de las recetas neoliberales como respuesta a la crisis nanciera de los Estados y su traduccin, en el mbito universitario, en un trnsito del modelo de universidad de masas al de universidad-empresa. Los apartados centrales del texto pretenden explicar cmo el movimiento estudiantil cataln se desarrolla en los ltimos aos fuertemente imbricado en el nuevo ciclo de luchas, y se presenta una periodizacin, muy similar a la de los nuevos movimientos globales. Finalmente, a modo de conclusin, vemos cmo cada etapa del ciclo de luchas contra la globalizacin se corresponde con una etapa del movimiento estudiantil, y probablemente con diferentes generaciones de activistas sociales que transitan por las redes de movimientos. Por ltimo, a modo de corolario, y quiz con una pretensin ms poltica que acadmica, se lanzan los retos y las perspectivas que afronta el movimiento estudiantil actual en Catalua.
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1848 y que naliza abruptamente con el ascenso del fascismo y la propia guerra, y que tiene sus dos principales hitos en la Revolucin Rusa de 1917 y la Revolucin Espaola de 1936. Desde esta perspectiva, el advenimiento de los Estados del bienestar en lo regmenes capitalistas y el igualitarismo de los regmenes burocrticos de inspiracin estalinista, se pueden interpretar como xitos de un largo ciclo del movimiento obrero, que se traducirn en la universalizacin de derechos sociales como la educacin o la sanidad. Por otro lado y en paralelo, un segundo proceso empuja a la masicacin de la universidad. La misma expansin del Estado del bienestar y los cambios tecnolgicos de la Segunda Revolucin Industrial, generan una mayor demanda de titulados universitarios, tanto desde la empresa privada como desde los organismos estatales. As, despus de la Segunda Guerra Mundial, se produce un cambio signicativo en la funcin de la universidad: no se trata de formar solamente a las lites, sino que tambin es necesario formar a los tcnicos y a los burcratas. As pues, la masicacin de las carreras universitarias ser desigual, y se expandirn sobre todo las tcnicas y las destinadas a producir funcionarios pblicos (ingenieras, derecho, econmicas, etctera). Este cambio es de calado, ya que empiezan a aparecer conceptos como el de empleabilidad, es decir la vinculacin entre estudios universitarios y trabajo futuro en el mercado laboral. La masicacin y la tecnicacin de la universidad provocan una prdida de privilegios de la lite universitaria tradicional y la desaparicin denitiva del espritu renacentista del conocimiento por el conocimiento. En todo caso, esta masicacin no se traducir en democratizacin y la universidad de masas seguir funcionando como la medieval: con estamentos, vasallajes y otras instituciones que pervivirn incluso en el modelo de universidad-empresa actual.
EL ESTALLIDO DEL 68
Para explicar el impresionante movimiento estudiantil internacional de las dcadas de 1960 y 1970, cuyo momento lgido es el conocido 68, tomar las teoras de ciclos de movilizacin, combinadas con la nueva situacin de la universidad de masas y la emergencia del sujeto juvenil como emergente sector social especco. Diversos autores consideran que el segundo ciclo de protesta contemporneo trascurre entre los aos 1968 y 1977 (Tarrow, 1997; Calle, 2004; Herreros, 2004). Se trata de una oleada revolucionaria que sacude ambos lados del teln de acero en demanda de democracia y libertad(es), y que no es ajena a la experimentacin de nuevos estilos de vida, o de las identidades que no quedan subsumidas a la obrera (dominante en el ciclo anterior). De esta forma, en este ciclo a pesar de la importancia del movimiento obrero, con huelgas generales y ocupaciones de fbricas en Francia, Italia o Checoslovaquia irrumpen con fuerza los nuevos movimientos sociales (ecologismo, gay-lsbico, feminista) y, cmo no, el movimiento estudiantil. As, el 68 estudiantil incluye huelgas y movilizaciones en multitud de pases de todo el mundo. Quizs el ms conocido es el mayo francs, que responda al autoritarismo del Estado francs y a la guerra imperialista de ste en Argelia. Asimismo,
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en Berkeley, Estados Unidos, la radicalizacin del movimiento contra la invasin estadounidense en Vietnam genera la mayor huelga estudiantil hasta el momento en el pas, y que es reprimida con dureza. Los movimientos contra la segregacin racial y la msica de los Beatles, acompaan un 68 hippie, a la vez que combativo. No muy lejos de all, el 68 mexicano es quizs el ms conocido de la extensa red de movimientos estudiantiles que ocupan las universidades en toda Latinoamrica. Tristemente, la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, donde el ejrcito dispar contra la multitud matando a centenares de estudiantes, es el hecho ms recordado de un 68 lleno de rebelda e ilusin. Finalmente, la Primavera de Praga, el 68 por excelencia en el bloque del Este, fue aplastada por los tanques de Breznev, pero origin un potente movimiento cultural y poltico de crtica a la ausencia de libertad en el estalinismo. En Catalua, como en el resto del Estado, hay que entender el 68 en el contexto de las movilizaciones antifranquistas, de cariz obrero y vecinal, principalmente. La Caputxinada, en 1966, fue el primer precedente de la rebelin universitaria contra la dictadura, pero el punto lgido fue el estado de sitio de 1969, con aquellas imgenes de la polica a caballo reprimiendo a estudiantes con chaqueta de pana. A partir del curso 1970-1971, y ya durante toda esa dcada, sern los profesores no numerarios (PNN) los que protagonizarn la movilizacin en la universidad, con huelgas, sentadas y manifestaciones, hasta entrada la dcada de 1980.
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El neoliberalismo se aplica de esta forma al sistema universitario, pero el movimiento estudiantil no estar solo en su lucha contra l, sino que lo har en el contexto de un nuevo ciclo de luchas, el tercero de la historia contempornea en el mbito internacional: el ciclo contra la globalizacin capitalista.
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en Colonia en junio de 1999 contra la cumbre de Jefes de Estado de la UE en primer lugar, y contra el G-7, despus. En este periodo de gnesis, observamos dos expresiones organizativas que constituyen el embrin del movimiento global en Catalua, pero que todava no cuentan con una fuerte incorporacin de jvenes: las del Movimiento AntiMaastrich (MAM), de carcter ms simblico; y las Euromarchas, de carcter sociolaboral y ms masivo. Las Euromarchas protagonizarn en buena medida las movilizaciones contra la Europa del capital en este periodo, hasta llegar a su punto culminante el 29 de mayo de 1999 en Colonia. En la misma ciudad, y contra el G-7, una gran manifestacin cont con la presencia de jvenes catalanes, pero no se puede hablar todava de movilizacin juvenil (Antentas, 2001). Segunda etapa. Eclosin (2000-2002). El ao 2000 puede considerarse el momento de eclosin del movimiento y de la incorporacin de una nueva generacin militante. Tres movilizaciones de cariz diferente coincidirn en destacar, durante este ao, algunos de los elementos ms denidores del movimiento global en Catalua: la Consulta por la Abolicin de la Deuda Externa, la Campaa contra el Desle Militar y la presencia catalana en las movilizaciones de Praga contra el BM y el FMI. En los aos 2001 y 2002, se producen en Catalua las dos campaas ms importantes en las que el peso del tema antiglobalizacin es ms notorio: la Campaa contra el Banco Mundial en junio del 2001 y la Campaa contra la Europa del capital y la Guerra en 2002, con motivo de la cumbre de Jefes de Estado de la Unin Europea en Barcelona. El hito fundamental de esta etapa es la manifestacin del 16 de marzo de 2002, considerada la manifestacin antineoliberal ms grande de los ltimos treinta aos. El empuje del movimiento global condujo nalmente a los sindicatos mayoritarios a la convocatoria de una huelga general contra un decreto laboral del gobierno del PP. Durante la huelga del 20 de junio, a los piquetes de los sindicatos se les unieron grupos de jvenes en barrios y pueblos de todo el territorio, pero en especial en aqullos con ms presencia de los movimientos sociales del nuevo ciclo. Tercera etapa. Movimiento antiguerra y foros sociales (2003-2004). Durante esta etapa, las contracumbres dejan de ser la accin central del movimiento para dar paso al protagonismo de los Foros Sociales y a las movilizaciones contra la guerra de Irak. Catalua ha participado con gran nmero de personas en tres de las cuatro ediciones del Foro Social Europeo, convirtindose en una de las ms grandes delegaciones internacionales en Florencia, 2002 (1.000 personas); Pars, 2003 (2.300 personas), y Londres, 2004 (750 personas). En cuanto a la campaa contra la guerra de Irak, hay que destacar que el espectro poltico de la Plataforma Aturem la Guerra abrazaba todas las tendencias excepto el Partido Popular y en una asamblea se podan encontrar un okupa de Can Masdeu y un representante de la derecha catalana de Convergncia i Uni (CIU). Cuarta Etapa. Transformaciones, reujo coyuntural y revitalizacin (2005-2009.) En los aos 2005 y 2006, pese a que se tena la sensacin de una cierta bajada de la tensin movilizadora, como consecuencia de las expectativas de cambio que el gobierno de Zapatero (PSOE) pudo levantar en algunos sectores sociales, el movimiento global estuvo presente en muchos frentes, como la Campaa contra la Constitucin Europea o las incipientes luchas contra la precariedad. Adems, en el mes de junio de 2005 se celebr en Barcelona el Primer Foro Social de la Mediterrnea (FSMed), y en
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enero de 2007, el Primer Foro Social Cataln, ambos con bastante xito de asistencia. A partir de 2008, con la entrada de pleno de la crisis econmica internacional en nuestro pas, se produce una radicalizacin y revitalizacin de algunos movimientos, como por ejemplo el de los trabajadores del los autobuses metropolitanos (TMB) por los dos das de descanso semanal, el de maestros y profesores contra la Ley de Educacin de Catalua (LEC) y, por supuesto, el movimiento estudiantil contra Bolonia, el cual comentaremos en el siguiente apartado.
LA EMERGENCIA DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL EN EL CICLO. DEL MOVIMIENTO ANTITASAS A LAS LUCHAS CONTRA EL EEES, 5 CATALUA (1993-2009)
El movimiento estudiantil cataln, como muchos otros, se congura en respuesta a los cambios en la estructura de oportunidades polticas: cambios legislativos, cambios de gobierno, ciclos de movilizacin o emergencia de otros potentes movimientos, situacin internacional y divisin entre las lites dirigentes (Mc Adam, 1999; Kitschelt, 1986). Para este texto vamos a hipotetizar que el principal factor de oportunidad es la adscripcin del movimiento estudiantil al nuevo ciclo de luchas anteriormente descrito. Obviamente, tambin tendrn importancia cambios legislativos (decretos de tasas, Ley Orgnica de Universidades LOU, proceso de Bolonia, etctera) o de situacin internacional (guerra de Irak), entre otros. Pero como la mejor manera de teorizar es en la prctica, procedamos a explicar esta breve y reciente historia del movimiento estudiantil, basada en estos anlisis y en la observacin participante del propio autor del texto, despus de una dilatada carrera de militante estudiantil y magisterial.
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del asamblearismo estudiantil y de los colectivos de izquierda radical, especialmente la independentista. Pero, vamos por partes. He dicho que ste no fue el principal factor de oportunidad, sino que ms bien, esta nueva oleada de movimientos estudiantiles hay que verla en los momentos precursores del ciclo de movilizacin global, aquellos que en Catalua estarn protagonizados por el movimiento okupa, el movimiento antimilitarista y el movimiento de solidaridad internacional. As, entre los estudiantes de la poca que reactivaron las asambleas era fcil encontrar gente de los principales centros sociales okupados de Barcelona, de los colectivos por la insumisin al servicio militar y a la Prestacin Social Substitutoria o brigadistas internacionales que vean en la Selva Lacandona mexicana la nueva esperanza de lucha. Por tanto, las movilizaciones de todos los cursos siguientes tendrn a las progresivas subidas de tasas como enmarcamiento discursivo para la movilizacin de masas a favor de una universidad pblica, pero tambin destacarn las luchas contra el inicio de la privatizacin, mediante la externalizacin de los servicios de transporte, la reprografa o la restauracin. Asimismo se establecern fuertes vnculos con los primeros eventos de la antiglobalizacin, como la campaa 50 aos Basta contra el Banco Mundial y el FMI, las euromarchas contra el paro y la precariedad o las primeras expediciones a las contracumbres de la UE. En este punto conviene hacer un pequeo parntesis para explicar cmo era el panorama organizativo del movimiento estudiantil cataln, y cmo despus de este primer ciclo dar un vuelco hacia la izquierda, incluso, en la representacin formal de los estudiantes en los rganos de gobierno, al tiempo que tender a una estabilizacin de las estructuras de coordinacin. Las asociaciones estudiantiles en Catalua se caracterizaban por sus fuertes vnculos con los partidos polticos institucionales. As, la ms histrica de ellas, la FNEC (Federaci Nacional dEstudiants de Catalunya), actuaba como escuela de cuadros de Convergencia i Uni, partido hegemnico en esos momentos en Catalua. Por su lado, la AJEC (Associaci de Joves Estudiants de Catalunya), haca sus veces con el PSC (referente cataln del PSOE). Ambas asociaciones conservaban una representacin desproporcionada en los rganos con respecto a su peso real en el movimiento y ya des de nales de la dcada de 1980 se estaban viendo superadas por otras dos: la AEP (Associaci dEstudiants Progressistes), prxima a ICV (Iniciativa per Catalunya-Verds), pero sobre todo a las juventudes de los partidos comunistas tradicionales (PSUC y PCC), y, nalmente, el BEI (Bloc dEstudiants Independentistes), donde convivan, no sin tensiones, militantes de las juventudes de ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) con independentistas menos institucionales. Por ltimo, en un plano ms marginal, aunque con cierta implantacin en las facultades de Derecho, las asociaciones prximas al Partido Popular y a la extrema derecha, OCEU (Organizacin Catalana de Estudiantes Universitarios) y AU (Alternativa Universitaria), completaban una mapa poltico frente al que emergi con fuerza un nuevo movimiento asambleario. En la revitalizacin del asamblearismo desempean un papel central dos procesos de la intrahistoria del movimiento estudiantil de la Universitat Autnoma de Barcelona (UAB). Esta universidad es, sin duda, la que mayor tradicin de movilizacin
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tiene en Catalua y, precisamente por eso, donde ms jvenes activistas se matriculan ao tras ao. En el curso 93-94, un grupo de estudiantes de diversa procedencia ideolgica (independentistas revolucionarios, comunistas, autnomos y cratas) retoman la asociacin Alternativa Estel con el objetivo de radicalizar el movimiento y actuar de nexo entre los movimientos sociales de la poca y la universidad. Esta asociacin tendr mucha inuencia en la potenciacin de las asambleas de facultad, que si bien existan desde la dcada de 1970, haban perdido fuerza. El segundo proceso es el nacimiento de la Coordinadora de Asambleas de Facultad (CAF) ese mismo curso acadmico. La CAF surge despus de la ocupacin del rectorado en protesta por la subida de tasas, ante la necesidad de superar el marco de unos sindicatos estudiantiles pactistas y que no representan el sentir de la mayora del estudiantado movilizado. As, la misma ocupacin del rectorado se realiza con la oposicin, incluso fsica, de los lderes sindicales estudiantiles y, durante la misma, se debate la necesidad de autoorganizarse al margen de esas estructuras tan prximas a los partidos institucionales. Aun as, los sindicatos de izquierdas, AEP y BEI, demostrando buena cintura poltica, recticarn sobre la marcha y se unirn, no sin problemas, a la dinmica asamblesta. El funcionamiento de la CAF servir de modelo para otras universidades, tambin fuera del territorio cataln, y por ello, merece un breve comentario. La horizontalidad en la toma de decisiones y la democracia directa ser su caracterstica fundamental. As, las propuestas emanan de las asambleas de facultad, que se realizan semanalmente, entre lunes y mircoles, y los jueves se renen los portavoces de las asambleas para coordinar propuestas y racionalizar tareas. Otra caracterstica importante de la CAF es que servir de marca electoral del movimiento estudiantil real para las elecciones a los rganos de gobierno con representacin estudiantil. A diferencia de otros movimientos asamblestas, el de la Universidad Autnoma de Barcelona decide que no tiene por qu ceder ese espacio a los sindicatos estudiantiles tradicionales, muchas veces desvinculados del movimiento y formados por futuros cuadros polticos de los partidos institucionales. As, en pocos aos, las asambleas y la CAF se convertirn en las listas ms votadas en todo tipo de elecciones (de facultad, de claustro general, etctera). Todava en 2009 los portavoces de la CAF son mayora en el claustro general de la UAB. Finalmente, tambin en este primer periodo, se da en Catalua una dinmica unitaria del movimiento estudiantil, que supone un paso adelante en la estructuracin y la capacidad movilizadora del mismo. En 1995 se funda la PMDUP (Plataforma Mobilitzadora en Defensa de la Universitat Pblica). La plataforma se dio a conocer con la difusin del Manifest de la Campanya en Defensa de la Universitat Pblica. Este maniesto fue elaborado durante el curso 95-96 por las asambleas de estudiantes y cont con el apoyo de los representantes del personal de administracin y servicios y del profesorado, siendo aprobado, posteriormente, por los claustros de la Universitat Autnoma de Barcelona y de la Universitat Politcnica de Catalunya, entre otros organismos.6 La plataforma, a travs de este maniesto, haca un anlisis de la situacin de la universidad en Catalua, planteaba una serie de reivindicaciones y propuestas
6. El contenido del mismo fue tildado por el peridico La Vanguardia de ultrarradical.
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para subsanar las deciencias detectadas y daba a conocer cuatro objetivos principales que, hasta su disolucin en 2008, constituyeron su eje vertebrador: la reivindicacin de la enseanza pblica; la defensa de la igualdad de oportunidades a la hora de acceder a la educacin superior; un concepto de calidad universitaria que considera la dimensin humana y formativa del sistema universitario, y la necesidad de que toda la sociedad participe en la denicin del papel de la universidad pblica. La estructura de la plataforma pretenda ser asamblearia de base y funcionar a partir de delegados rotativos. Los sindicatos estudiantiles que formaban parte de la plataforma no deberan, en principio, defender posicionamientos como organizacin, sino que sus miembros participaban en las asambleas al mismo nivel que el resto de los estudiantes no asociados. Eso no siempre era fcil y se convirti, ya en 2008, en uno de los motivos de su desaparicin. En teora, las decisiones se tomaban por consenso o, en algunos casos, por amplia mayora, hecho que en determinadas ocasiones dicultaba la agilidad del movimiento, pero reforzaba la unidad del mismo y multiplicaba su capacidad de movilizacin y de incidencia.
2000-2002, del Informe Bricall al movimiento contra la LOU: vnculos con las resistencias al neoliberalismo
De los periodos estudiados, ste es el que contar con una movilizacin ms masiva y generalizada, que coincidir tambin con la eclosin del movimiento altermundista en Catalua, as como con el inicio de un ciclo de movilizaciones sociales de todo tipo contra las polticas del Partido Popular en la legislatura en la que gobern con mayora absoluta. Estos son tambin los aos de aparicin en escena de una nueva generacin militante en las universidades y de un nuevo discurso antimercantilista, a la luz de las crticas y las movilizaciones que se sucedieron contra el informe Universidad 2000, la Ley Orgnica de Universidades (LOU) y, posteriormente, el Espacio Europeo de Educacin Superior (EEES) (Carreras, Sevilla y Urbn, 2006). En este apartado pondr nfasis en tres aspectos: los vnculos del movimiento estudiantil con el ciclo de luchas contra la globalizacin neoliberal, una descripcin somera de las movilizaciones estudiantiles propiamente dichas y, nalmente, algunos cambios organizativos que se producen en el seno del movimiento estudiantil cataln. Por lo que se reere a los vnculos del movimiento estudiantil con los nuevos movimientos globales, cabe destacar que sern ms fuertes en la conuencia en las luchas que en el mbito organizativo. Aun as, algunos nuevos colectivos como el MRGUAB7 o la XUSI,8 s vinculan de forma orgnica ambos movimientos, al tiempo que sirven de elemento de coordinacin de los mismos y de transmisin de memoria histrica entre dos generaciones militantes. Efectivamente, en estos colectivos estudiantiles, as como en algunas asambleas de facultad, se produca el encuentro entre los militantes de la dcada de 1990 y la nueva generacin surgida en 2000.
7. Moviment de Resistncia Global de la Universitat Autnma de Barcelona. 8. Xarxa Univeristria de Suport als i les Immigrants. (Red universitaria de apoyo a los inmigrantes).
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Por otro lado, fruto del trabajo de estos colectivos universitarios, la presencia de estudiantes universitarios en las principales citas altermundistas descritas en el anterior apartado fue fundamental. De los 300 catalanes que acudieron a Praga en septiembre de 2000, a la contracumbre contra el BM y el FMI, la mayora fueron estudiantes. Por otro lado, el apoyo universitario a las sentadas de inmigrantes del curso 2001-2002 contra la Ley de Extranjera, se plasm en la creacin de la XUSI y en la ocupacin, durante varias semanas, de instalaciones de la UAB por parte de inmigrantes sin papeles, as como en la participacin de muchos estudiantes en las sentadas de las iglesias en Barcelona, que actuaban como redes de apoyo a los inmigrantes en lucha. En segundo lugar, el periodo 2000-2002 es el de la gran movilizacin estudiantil contra la Ley Orgnica de Universidades (LOU) por su carcter mercantilista, situando ya a la universidad espaola en el trnsito, antes descrito, de la universidad de masas a la universidad-empresa. Los antecedentes de este potente movimiento hay que buscarlos en el segundo semestre del curso 99-2000, con las movilizaciones contra el Informe Universidad 2000 (conocido popularmente como Informe Bricall, por el apellido de su autor). Las mismas generaron paros estudiantiles en todo el Estado y tambin en Catalua, donde el 23 de marzo de 2000, alrededor de unos 11.000 estudiantes9 protagonizaban la primera gran manifestacin de este ciclo. La asistencia a las manifestaciones no dej de crecer desde entonces, y el movimiento se adapt tcticamente a los cambios legislativos que se avecinaban. As, de una posicin contra el Informe Bricall se pas a otra contra la LOU, ya que sta recoga, paradjicamente, casi todas las propuestas mercantilizadoras de un informe hecho desde las simpatas del PSOE que ahora se opona al borrador de la nueva ley. La recta nal de la lucha contra la LOU no puede entenderse sin el FUA (Foro Universitario Alternativo), que representa la sintona del movimiento con el nuevo ciclo de luchas contra la globalizacin y la primera experiencia de coordinacin estatal del movimiento estudiantil real, prescindiendo de las burocracias estudiantiles.10 El FUA se reuni en Valladolid en julio de 2001 y, adems de suponer un encuentro de debate sobre la crtica a la universidad realmente existente y los proyectos de universidad crtica y popular, estableci un ambicioso calendario de movilizaciones contra la LOU, de mbito estatal, partiendo de las bases del movimiento real: coordinacin desde abajo, aunque sea ms lenta, y diversidad de tcticas en todo el territorio. De hecho es signicativo que por la parte catalana acudieron al encuentro los tres sectores ms importantes del movimiento: la CAF, como representante del sector asamblesta, el AEP y la CEPC (Coordinadora dEstudiants dels Pasos Catalans), nuevo sindicato fundado en 2000 de la fusin de sindicatos independentistas de Catalua, Pas Valenciano y las Islas Baleares. Las movilizaciones contra la LOU que se desarrollaron durante el primer semestre del curso 2001-2002 fueron las ms masivas de todo el periodo estudiado en este texto. Tal y como se haba acordado en la FUA de Valladolid, los das 13 de
9. Dato extrado del diario El Mundo, 24 de marzo de 2000, y que cita fuentes policiales. 10. Para un anlisis ms extenso del FUA, ver Len y Sanllorente, 2008: 128-130.
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noviembre (en Catalua) y 14 (en el resto del Estado), todas las universidades pblicas espaolas fueron a la huelga y ms de 200.000 estudiantes se movilizaron en las mayores manifestaciones estudiantiles desde mediados de la dcada de 1980 (La Vanguardia, 18/11/01). En Santiago de Compostela, la huelga dur casi seis meses. A ella se uni el profesorado en situacin precaria, por lo que se convirti en la punta de lanza de un movimiento estudiantil que tambin tuvo especial fuerza en Madrid y en Sevilla. En Catalua, adems de la citada manifestacin del 13 de noviembre, hubo huelgas desiguales en funcin de la universidad e incluso de las facultades. La UAB, que lleg a paralizarse durante dos semanas una en noviembre y otra en diciembre, y la Universitat de Girona, se declararon insumisas a la LOU en sendos claustros en noviembre de 2001. Posteriormente, las maniobras de los respectivos equipos de gobierno de ambas universidades dejaron sin efecto los acuerdos de claustro con reuniones semiclandestinas de las Juntas de gobierno.11 El movimiento huelguista, que alcanz altos grados de autoorganizacin y que desarroll multitud de acciones originales y contundentes (performances, ocupaciones, huelgas de consumo, jornadas de lucha, docencia alternativa), as como decenas de medios de contrainformacin (pasquines, boletines, carteles, incipientes pginas web y listas de correo electrnico), empez, de forma inopinada, su declive en la Marcha sobre Madrid del 1 de diciembre. La convocatoria de una manifestacin ocialista, encabezada por el entonces lder de la oposicin, Jos Luis Rodrguez Zapatero, gener gran malestar en los activistas que, por su parte, convocaron una manifestacin alternativa y ocuparon durante un n de semana la Universidad Complutense de Madrid. Ms de mil activistas estudiantiles catalanes acudieron a la manifestacin alternativa, que fue invisibilizada y reprimida, mientras que la ocialista pona punto y nal al movimiento con la promesa de derogacin de la LOU por parte de Zapatero, tan pronto como tomara el gobierno. Promesa que, como en 2009 recordarn los anti-Bolonia, incumpli. Un anlisis de las formas de organizacin, los discursos y el repertorio participativo de los estudiantes anti-LOU, demuestra su claro parentesco con el nuevo ciclo de luchas. El lema Otra Universidad es posible que encabezaba muchas manifestaciones y encuentros estudiantiles, la predileccin por formas de organizacin horizontales y en red con formato de campaas amplias o la participacin directa de los estudiantes en las movilizaciones antiglobalizacin de 2001 y 2002, son claras muestras de la mutua inuencia que ejercen ambos movimientos. Es ms, el discurso contra la LOU, que emana de los maniestos y resoluciones de los encuentros estudiantiles de la poca, est muy vinculado a la lucha contra los organismos internacionales que sirven de ariete a este tipo de reformas regresivas para con los servicios pblicos, como la OMC o la propia UE (Camargo, 2001).
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2003-2004, movimientos contra la guerra de Irak y expediciones a los FSE y las contracumbres
En 2002, una vez aprobadas la LOU y su referente cataln, la LLUC,12 la ventana de oportunidad del cambio legislativo parece cerrarse momentneamente, sobre todo por la sensacin de derrota y de engao que qued a cierta generacin de activistas. Durante unos aos, el movimiento estudiantil cataln parecer ms interesado en lo que pasa fuera de la universidad, que en su interior, a pesar que unos cuantos activistas siguen denunciando, en decenas de charlas y talleres de formacin, el proceso de mercantilizacin de la universidad, ahora asociado al nombre de una ciudad italiana: Bolonia. En cualquier caso, movilizaciones estudiantiles ms importantes de este periodo se producen en el contexto del gran movimiento social contra la intervencin espaola en la Guerra de Irak.13 El 20 de marzo de 2003, da de inicio de los ataques areos de la coalicin aliada sobre la poblacin iraqu, todas las universidades catalanas fueron a la huelga, protagonizando manifestaciones espontneas por todo el territorio. Quiz la ms espectacular, por su recorrido, fue la de miles de estudiantes de la UAB, que caminaron 25 kilmetros por autopista hasta la ciudad de Barcelona. Esta misma universidad se proclam en huelga indenida, a travs de un comunicado de la asamblea de Campus, en el que era visible un claro relevo generacional respecto al movimiento contra la LOU. Por otra parte, los estudiantes fueron los protagonistas de un espacio de desobediencia civil central en el movimiento antiguerra en Barcelona. As, en las tres acampadas que durante dos meses protestaron de forma permanente ante las sedes del PP, el Gobierno Civil y la Plaa Sant Jaume de Barcelona, donde se hallan el Ayuntamiento y la Generalitat de Catalunya, destac la presencia estudiantil. Durante estos dos aos, se celebraron dos Foros Sociales Europeos, en Pars y en Londres, a los que acudieron miles de universitarios organizados por el nodo universitario de la Xarxa de Mobilitzaci Global (Red de Movilizacin Global). Entre los estudiantes asistentes, decenas de activistas estudiantiles pudieron compartir experiencias con activistas de los distintos pases del viejo continente, tomando conciencia del carcter internacional de los procesos de mercantilizacin de la enseanza y sealando, ya de forma denitiva, al proceso de Bolonia como blanco de las movilizaciones estudiantiles del prximo periodo.
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de2005 y mayo de 2006 en el Estado espaol, se produjeron diversas manifestaciones contra el proceso de Bolonia; en diciembre de 2005, en Dinamarca, las protestas fueron contra la reforma que prohbe los exmenes universitarios colectivos; en mayo de 2006, en Francia, se desarrollaron decenas de ocupaciones, huelgas y manifestaciones contra el Contrato Primer Programa (CPE); y, tambin en mayo de 2006, en Grecia, se movilizaron contra la ley de educacin universitaria. Finalmente, el ciclo de luchas estudiantiles que se enfrenta al trnsito de la universidad de masas a la universidad-empresa, y que tiene su punto de partida internacional en la huelga de la UNAM (Universidad Nacional Autnoma de Mxico) que paraliz esta gran universidad durante diez meses en 1999-2000, se extenda por el viejo continente (Sevilla y Urbn, 2008). A partir de ese curso acadmico, se inicia una dinmica de convergencia de las movilizaciones estudiantiles en Europa. El da 17 de noviembre de 2005, miles de estudiantes salen a la calle en Barcelona, Madrid, Roma y Hamburgo en exitosas manifestaciones contra el proceso de Bolonia. La de Barcelona se salda con decenas de heridos y 46 detenidos tras las cargas de los Mossos de Escuadra ante la sede de la delegacin del Gobierno en Barcelona. La contundencia del operativo policial ya adelantaba los acontecimientos de 2009, y el hecho que esta protesta estudiantil tocaba elementos centrales del proyecto neoliberal de construccin europea. En los aos sucesivos, el 17 de noviembre, da internacional del estudiante, se repetirn las manifestaciones y la convergencia del movimiento europeo se bastir en las reuniones internacionales de estudiantes de Bakaiku (marzo de 2006), Pars (octubre de 2006) y Atenas (octubre de 2007), estas dos ltimas ya bajo el nombre de Foro Europeo de Estudiantes (Sevilla y Urbn, 2008). Pero no ser hasta el curso acadmico 2008-2009 cuando se producir el mayor estallido del movimiento estudiantil contra el proceso de Bolonia. El clido invierno estudiantil que transcurre en Catalua entre noviembre de 2008 y marzo de 2009, merecera un artculo entero, pero solo le dedicar unos pargrafos a vuelapluma para destacar sus principales caractersticas. En primer lugar, los antecedentes ms inmediatos hay que buscarlos en las movilizaciones de marzo de 2008, que ya presentan un cambio de estrategia. No se habla de Bolonia en general, sino que se pide la derogacin de la LOU y de los decretos que, como el del catlogo de nuevas titulaciones, estn aplicando de forma concreta el proceso en el Estado espaol. Por otro lado, se intenta concretar la tctica: focalizarse en los planes de estudio de cada facultad y bloquear los rganos de gobierno de las mismas, para impedir realmente la aplicacin de Bolonia. Adems, en las jornadas de preparacin de esa huelga, se produce en la UAB una fuerte carga policial contra la ocupacin de la Facultad de Letras, que se saldar con decenas de heridos y, posteriormente, con la apertura de expedientes disciplinarios a 31 lderes estudiantiles, seis de los cuales sern expulsados meses despus de la universidad. De nuevo, una represin desmesurada y desconocida hasta la fecha ataca las movilizaciones estudiantiles. Por tanto, otro elemento se suma a las tareas del movimiento: la lucha antirrepresiva. En el plano organizativo, tambin se generan cambios muy importantes en el movimiento estudiantil cataln. En primer lugar, y por orden cronolgico, en mayo de
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2006, y fruto de la unicacin de Alternativa Estel y CEPC, haba surgido el SEPC (Sindicat dEstudiants dels Pasos Catalans), consiguiendo al n un sindicato unicado de todo el independentismo revolucionario del pas. El otro sindicato relevante, el AEP, se halla en una crisis de identidad al tener su partido poltico de referencia responsabilidades en el Gobierno de Catalua (nada menos que las de Interior) desde la constitucin del segundo tripartito en 2006. La falta de entendimiento entre estos dos sindicatos y la desconexin de los mismos con buena parte del movimiento asamblesta, acabarn con la disolucin de la PMDUP. Este hecho, que podra ser interpretado como negativo, ser la oportunidad para crear una nueva coordinacin que tendr la virtud de incorporar a la nueva generacin militante y abrirse realmente a la participacin de las asambleas de facultades. As, en el verano de 2008 nace la CAE (Coordinadora dAssemblees dEstudiants), actor fundamental en las movilizaciones siguientes. En noviembre de 2008, las universidades pblicas catalanas se lanzarn a una huelga indenida y desigual (no todas las facultades paralizaran la actividad) con tres demandas claras en su pliego petitorio: moratoria al proceso de Bolonia, retirada de los expedientes disciplinarios y dilogo entre toda la comunidad universitaria sobre qu tipo de universidad queremos. El 13 de noviembre, los universitarios realizan el primer paro, y se maniestan junto a los docentes de primaria y secundaria, tambin en huelga contra la nueva ley catalana de educacin (LEC), ejemplo muy avanzado de la mercantilizacin de la educacin preuniversitaria. El da 20 del mismo mes, en una nueva manifestacin (esta vez solo de universitarios) los estudiantes ocupan por sorpresa el rectorado de la UB, situado en el centro de Barcelona, y que se convertir en el centro neurlgico de un movimiento huelguista sin parangn en todo el Estado. As, se generalizan las tomas de facultades, con paralizacin de la actividad acadmica, sobre todo en la UAB, y, normalmente, sin parar clases en la UB, la UPC y, en menor medida, en el resto de las universidades catalanas. Durante esos meses, sobre todo antes del parntesis navideo, se suceden acciones de todo tipo: ocupaciones de edicios pblicos, performances, referendos y consultas populares, acciones directas espectaculares, manifestaciones... y, sobre todo, desde la ocupacin del rectorado de la UB, una fuerte conuencia con el resto de las luchas sociales presentes en la ciudad, como la de los conductores de autobuses en huelga, las luchas contra la especulacin inmobiliaria y la campaa contra la crisis, que agrupa a la izquierda sindical y a la izquierda radical. Quiz por ese motivo, el da despus de una enorme manifestacin de toda la comunidad educativa contra la LEC y contra Bolonia, se produce el desalojo policial del rectorado, que se salda con centenares de heridos, decenas de detenidos y todo un da de terror policial en Barcelona, con cargas indiscriminadas sobre estudiantes, gentes solidarias y personas que, simplemente, transitan por el centro de la ciudad. Los hechos del 18 de marzo de 2009 pondrn en jaque al propio consejero de Interior, Joan Saura, debido a la dureza y desproporcin de la actuacin policial. La posterior manifestacin solidaria del 25 de marzo por la noche, bajo el lema Bolonia saplica a cops de porra (Bolonia se aplica con golpes de porra) sorprender a los propios convocantes por la gran auencia a la misma. Las muestras de solidaridad de gran parte de la ciudadana hacia el movimiento estudiantil, en un contexto de fuerte represin y criminalizacin por parte de los medios
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de comunicacin convencionales, demuestran la fuerza del mismo y su imbricacin con el resto de los movimientos sociales del nuevo ciclo de luchas contra la globalizacin capitalista.
Tabla 16.1 Etapas de los ciclos actuales de movilizacin de los nuevos movimientos globales y del movimiento estudiantil en Catalua
Nuevos movimientos globales Primera etapa. Gestacin, 1994-1999 Segunda etapa. Eclosin, 2000-2002 Movimiento estudiantil 1993-1999: Movilizaciones antitasas 2000-2002: Del Informe Bricall al movimiento contra la LOU 2003-2004: Movimientos contra la guerra de Irak y expediciones a los FSE y las contracumbres 2005-2008: Movimientos contra el proceso de Bolonia (EEES)
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Un segundo bloque de conclusiones hace referencia al movimiento estudiantil en s mismo. En primer lugar quiero destacar su carcter internacional a lo largo de la historia. Aunque muchas veces, desde nuestras facultades nos parece que las tareas del movimiento son muy locales y especcas, ha quedado demostrado a lo largo del texto el carcter internacionalista del sujeto estudiantil, y la presencia de al menos tres grandes ciclos de movilizacin internacional: el 1968-1977, el 1985-1987 y, el actual, cuyo hitos fundacionales se hallan en Mxico (el alzamiento zapatista de 1994 y la Huelga de la UNAM en 1999). Una visin pesimista del movimiento nos dira que es repetitivo y reactivo, pero desde mi punto de vista, los ltimos acontecimientos demuestran que cada vez responde mejor a sus retos. El primero de ellos es el de construir marcos de organizacin exibles pero estables. El segundo, reforzar las redes internacionales de resistencia a los procesos de mercantilizacin de la enseanza. Y, nalmente, pero no menos importante, tejer alianzas con otros colectivos en lucha vinculados a la enseanza: profesores precarios, maestros de primaria y secundaria, personal de administracin y servicios, etctera. Porque, como dicen los zapatistas, los rebeldes se buscan, y cuando se encuentran, todo es posible.
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INTRODUCCIN
LA CRISIS ECONMICO-FINANCIERA INICIADA EN supone elUN EJEMPLO DE LOS 2008 ES desastres que para la mayora de la poblacin mundial sistema social capitalista. Parece ser que no es una crisis capitalista que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo (la cifra se ha quedado pequea: en noviembre de 2009 se habla ya en una Asamblea de la FAO de 1.020 millones), 4.750 millones de pobres, 1.000 millones de desempleados, que ms del 50% de la poblacin mundial activa est subempleada, que el 45% de la poblacin mundial no tenga acceso directo al agua potable, que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a unos servicios sanitarios mnimos, que 113 millones de nios y nias no tengan acceso a la educacin y que 875 millones sean analfabetos y 12 millones mueran de enfermedades curables, que 13 millones de personas mueran cada ao por el deterioro del medio ambiente y que 16.306 especies estn en peligro de extincin.1 Empieza a existir una crisis capitalista cuando el sistema deja de ser rentable para mil empresas transnacionales y 2.500.000 millonarios. Ante la profunda crisis econmica los gobiernos de los pases ricos han intervenido para amortiguar los efectos de la misma. No han tenido problema alguno para ponerse de acuerdo y actuar en favor de quienes manejan benecios multimillonarios. Nada que ver con la beligerancia mostrada contra, por ejemplo, las nacionalizaciones emprendidas por el gobierno de Evo Morales en Bolivia. El remedio ha consistido en apagar fuego con gasolina. Se inyecta dinero y se subvenciona a los defraudadores, conando en su automtica conversin a la hon1. Alba Rico, S. (2008): La superioridad del capitalismo, http://www.rebelion.org/noticia. php?id=75269.
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radez. Se sustituye la crcel de los delincuentes nancieros por el apoyo econmico, y se mantiene el modelo de acumulacin ilimitada de la riqueza y de los desequilibrios sociales y medioambientales. As, entre otros muchos ejemplos, tenemos el de la empresa Lehman Brothers, que ha despedido sin indemnizacin alguna a la mayor parte de su plantilla, salvo a su presidente, a quien ha indemnizado con 480 millones de dlares. Para impedir la quiebra de AIG, Washington ha intervenido con 85.000 millones de dlares, lo que ha permitido que el director de la seccin de productos derivados y su director general cobren bonicaciones de 3,4 y 5,4 millones de dlares respectivamente.2 Por otro lado, se ha demostrado que si hay voluntad poltica hay dinero para salir de la crisis nanciera. Y se comprueba que la lucha contra el hambre, la pobreza, el desempleo, la cancelacin de la deuda externa, la privatizacin de las pensiones y un largo etctera no se solucionan porque, sencillamente, no se quiere. Resulta evidente que la falta de reglas, entre otras cosas, es lo que ha llevado al mundo de las nanzas a extremos intolerables de codicia. De ah que, ahora, oigamos insistentemente que hace falta aprobar un marco normativo de regulacin. Pero quin va a aprobar ese marco? Los mismos gobernantes que han permitido semejante fraude son los que ahora proponen controles a la actividad econmica. La complicidad existente entre gobiernos ricos, empresas transnacionales y corporaciones nancieras no garantizan ms que pequeos ajustes en el modelo neoliberal. El presidente espaol Rodrguez Zapatero no ha tardado mucho en recibir a los presidentes de los bancos ms importantes para pactar las nuevas reglas del juego. No podemos olvidar que la OMC, el Banco Mundial, el FMI, el G8, junto con los gobiernos ricos y las multinacionales, se estn convirtiendo en las instituciones que determinan la vida cotidiana de la gente. Sus reglas escapan a todo control democrtico. La ciudadana se sustituye por los consumidores; la ley, por el contrato asimtrico; las normas pblicas, por acuerdos privados; y las regulaciones de derechos laborales y sociales, por privatizaciones y desregulaciones. El binomio democracia-desarrollo humano est siendo sustituido por elecciones formales-mercado. La otra cuestin se reere a las medidas diseadas. Todas ellas se han dirigido en favor del capital. Se han barajado, entre otras: la mayor transparencia en las operaciones nancieras, ms all de que el problema resida en la complejidad de la ingeniera nanciera ms que en su transparencia; el mayor control de las agencias de riesgo; subir la garanta de los depsitos bancarios; comprar activos nancieros; avalar la deuda a las entidades nancieras; recapitalizarlas en caso de necesidad; reglamentar los incentivos millonarios que ganan los directivos; reanudar el prstamo interbancario; reformar el sistema hipotecario y que el FMI cree una red de seguridad nanciera internacional. Adems, el presidente Rodrguez Zapatero ha manejado amnistiar 54.207 millones de fondos irregulares para que aoren a la economa real. Medidas precisas que tutelan, bsicamente, los intereses del capital. Todo ello avalado, adems, por billones de euros que los Estados, es decir los hombres y mujeres del planeta, ponen a disposicin de las corporaciones nancieras privadas, es decir, de las clases
2. Vidal Beneyto, J. (2008): Las desvergenzas del capitalismo, http://reggio.wordpress.com /2008/11/22/las-desverguenzas-del-capitalismo-de-jose-vidal-beneyto-en-el-pais/
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dominantes, para que el sistema vuelva a encauzarse. Se ha optado por estabilizar los mercados nancieros en lugar de apoyar estrategias por la reconstruccin del Estado del bienestar. Por otro lado, las medidas a favor de la ciudadana son escasas y de muy corto alcance. Existen propuestas que ni se mencionan, como la creacin de un servicio nanciero pblico que sustituya a las nacionalizaciones parciales aprobadas, la anulacin del secreto bancario y de los parasos scales, la constitucin de una institucin pblica encargada del control y la aprobacin de las normas nancieras internacionales en al mbito de la ONU, la puesta en marcha de la tasa Tobin de un 0,5% que grave todas las transacciones nancieras a favor del cumplimiento de los Objetivos de Milenio, la cancelacin de la deuda externa y la erradicacin del hambre; y medidas anticrisis como moratorias en el pago de las hipotecas, la puesta en prctica de un sistema scal que grave ms fuertemente a las rentas ms elevadas y las rentas de capital, el incremento de los salarios de forma que recuperen lo que han perdido en las ltimas dcadas en relacin con el total de la produccin, la garanta de un sistema pblico de pensiones que haga innecesario el ahorro forzoso destinado a las pensiones privadas, la nacionalizacin de la banca, la creacin de un impuesto especial sobre las grandes fortunas, es decir, actuaciones a favor de las mayoras sociales.3 En el fondo se tiene muy claro que en el vrtice de la jerarqua normativa se encuentran los derechos de las agencias nancieras. La mercantilizacin de los derechos humanos prima sobre el derecho a una vida digna. El uso continuado de la doble moral es el discurso que fundamenta el modelo neoliberal y sobre el que se asientan parte de los valores de la tica empresarial y de la expresin pseudonormativa de los cdigos de conducta. Los fundadores del pensamiento neoliberal utilizaron los valores de la libertad y de la dignidad humana como ideas centrales del aparato conceptual dominante, tal y como recoge Harvey.4 Parte de dos tipos de libertades: por un lado, la libertad para explotar a los iguales, la libertad para obtener ganancias desmesuradas sin prestar un servicio conmensurable a la comunidad, la libertad de impedir que las innovaciones tecnolgicas sean utilizadas con una nalidad pblica, o la libertad para beneciarse de calamidades pblicas tramadas secretamente para obtener una ventaja privada; y, por otro, las libertades de las que nos enorgullecemos ampliamente: la de conciencia, la de expresin, la libertad de reunin, la de asociacin y la de eleccin del trabajo. Polanyi5 considera que la reinterpretacin de las libertades sita en el centro de las mismas a la libre empresa y a la propiedad privada. Parece que sin ellas no existe una sociedad libre. Se mercantiliza la libertad, y se subordinan los principios de igualdad y de solidaridad a los intereses de las clases dominantes. La idea de regular y de dirigir la economa al servicio de las mayoras sociales, de forma que la libertad no sea ejercida solo por los propietarios, es denunciada como una no libertad. La reglamentacin del inters privado se asimila a la esclavitud. As,
3. Estas medidas se relacionan, entre otras, en Antentas, J. P. y Vivas, E., El Foro Social Mundial en perspectiva, Viento Sur, 2008, http://www.vientosur.info/sumarios/index.php?x=97. internacional? 4. Harvey, D., Breve historia del neoliberalismo, Akal, 2007: 43-45 5. Citado en ibd.: 44.
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la doble moral equipara fundamentalmente la defensa de la libertad con la defensa de la libertad de empresa. Los valores vinculados a la tica de la empresa se construyen en el marco del sistema econmico capitalista y de forma maniestamente contradictoria.6 Como ha sealado F. Chesnais,7 la tica es algo externo al capitalismo, que nicamente inuye cuando exista una legislacin y reglamentacin que blinda las reglas y los intereses econmicos. Esta prctica de doble moral se concreta en los comportamientos de las grandes empresas multinacionales, que actan de manera similar, aunque con intensidades muy diferentes, segn sean sus pases matrices o los pases pobres receptores de sus inversiones. Esta cuestin puede extenderse desde el punto de vista normativo a la rigurosidad con que se negocia la deuda externa o se deende la seguridad jurdica de las inversiones, frente al tratamiento tan exible de los parasos scales o de las subvenciones comerciales a empresarios de los pases dominantes.8 Una de las caractersticas ms destacables de los sistemas jurdicos internacionales en la actual globalizacin neoliberal reside en la debilidad, cuando no ausencia, de normas universales entendidas como vehculo de los valores de la comunidad internacional. El marco legal mundial del sistema capitalista est formado por un conjunto de normas que organizan todo tipo de actividades econmicas en el plano global, sin discriminaciones aparentes y sin tratos preferenciales. Sin embargo, las relaciones de fuerza, en su expresin ms cruda, y las relaciones bilaterales asimtricas es decir, desiguales, en el mbito del comercio internacional y nanciero, son la norma del sistema capitalista. El derecho internacional no tiene articulados sistemas jurdicos capaces de someter las multinacionales a control alguno, ya que tanto los sistemas universales de proteccin de los derechos humanos y laborales fundamentales como los cdigos externos ad hoc y los cdigos internos no pueden neutralizar la fortaleza del Derecho Comercial Global. La globalizacin genera una ruptura en la concepcin monista del derecho. El Estado deja de ser el protagonista central de la produccin legislativa, y el pluralismo jurdico global se consolida como expresin de una legalidad supraestatal, formal e informal, basada en las instituciones y en los agentes econmicos dominantes.9 El Derecho Comercial Global, es decir la Lex Mercatoria, se encuentra condicionado por las relaciones de poder entre Estados y sectores dominantes que desplazan al derecho estatal construido en torno a la nacin. El Derecho Comercial Global, teln de fondo de la actividad econmica de las empresas transnacionales, est atravesado por este conjunto de caractersticas. Las normas que emanan de la Organizacin Mundial del Comercio (OMC), los Tratados Regionales y Bilaterales de Libre Comercio e Inversiones junto con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los contratos de explotacin e inversin de las empresas transnacionales, forman un ordenamiento jurdico creado
6. Koslowski, P. y Buchanan, J. M., La tica del capitalismo. Rialp, 1997. 7. Chesnais, F., Une seule thique: le prot, Regards. Avril, 2008. 8. Perdiguero, T. E., La responsabilidad social de las empresas en un mundo global, Anagrama, Barcelona, 2003: 118. 9. Julios-Campuzano, A., Globalizacin, Pluralismo Jurdico y Ciencia del Derecho, en AA.VV. (Alfonso de Julios-Campuzano, Ed.), Dimensiones Jurdicas de la Globalizacin, Dykinson, Madrid, 2007:14-40.
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sin controles democrticos y cuya legitimidad es desproporcionada en relacin con la trascendencia de sus decisiones, ya que son instituciones formadas, en el mejor de los casos, por representantes legtimos para gobernar en el interior de sus Estados, pero no para gobernar las relaciones econmicas y polticas del planeta.10 La cuanta de las normas comerciales, su especializacin (en muchos casos se legisla sobre productos concretos),11 oscuridad, celeridad en su elaboracin y ausencia de sometimiento a los paralelismos formales, se acompaa, adems, de una sustitucin de la abstraccin y la generalizacin caractersticas de las leyes por la contractualizacin asimtrica de las mismas. Las relaciones jurdicas que se forman en torno a la OMC, Tratados Regionales y Bilaterales de Comercio e Inversiones, actan como vasos comunicantes, donde los paralelismos formales y la jerarqua normativa se difuminan en favor de los intereses de los grupos econmicos, Estados imperiales y empresas transnacionales. Se trata de una feudalizacin del derecho, de un nuevo derecho corporativo opuesto al derecho pblico que acta a favor de las empresas transnacionales sin contrapeso alguno.12 Las ideas descritas nos permiten contrastar dos ideas fuerza: la profunda asimetra existente entre las caractersticas de una nueva Lex Mercatoria que tutela los derechos de las transnacionales frente a los sistemas de control de las mismas y la necesidad de profundizar en la construccin de redes transnacionales contrahegemnicas.
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que luchan contra los resultados econmicos, sociales y polticos de la globalizacin hegemnica. Desafa concepciones del desarrollo mundial que estn detrs de la hegemona y, a su vez, propone concepciones alternativas. La primera cuestin exige articular las bases sobre las que construir la contrahegemona. La explotacin y exclusin de las mayoras sociales constituyen los efectos negativos ms reseables de la globalizacin neoliberal, es decir, de las relaciones asimtricas de poder. Ambas son formas transcendentales de subordinacin social. De ah que la redistribucin y el reconocimiento sean los ejes sobre los que edicar la contrahegemona y los parmetros sobre los que construir un nuevo paradigma de justicia. Nancy Fraser entiende que las luchas por la distribucin tienen una lgica dirigida a abolir, o por lo menos a minimizar, las diferencias de grupo en tanto que clase.14 Es decir, son transformadoras en el sentido de que no se trata de reconocer la diferencia del proletariado, sino de superar, o por lo menos minimizar, la importancia de la clase. En las luchas por el reconocimiento, en cambio, el objetivo es acentuar esas diferencias (as, los derechos de gais y lesbianas son un ejemplo). Responden al lema de deconstruccin en la cultura, redistribucin en la economa.15 Fraser aade una tercera dimensin a la nueva reinterpretacin de la justicia global, la representacin como nuevo principio que implica que todo el que est sujeto, en cualquier parte del mundo, a una estructura de gobernacin (trasnacional, nacional o subnacional), que genera normas que se aplican coercitivamente, tiene que poder tomar parte en la toma de decisiones. La OMC es un ejemplo muy preciso. La concurrencia internacional de jurisdicciones est provocando una maniesta mercantilizacin de la justicia, de lo que se desprende la necesidad de incidir en su democratizacin.16 Las prcticas contrahegemnicas tienen por funcin actuar sobre la raz de los problemas. Deben impregnar los posibles usos alternativos del derecho en cuanto expresin de una nueva forma de justicia global. Ahora bien, las relaciones de poder y los efectos de desigualdad y exclusin se formalizan en el derecho y la poltica. De ah que el uso del mismo como instrumento contrahegemnico requiera desvelar la vinculacin entre las concepciones dominantes sobre el derecho y la justicia. Cuestionar estas concepciones supone cuestionar tambin los procesos sociales a los que son inherentes.17 Esta ltima cuestin se reeja ntidamente en el derecho internacional. Algn autor seala que conceptos como la solidaridad y la cooperacin actan como un disfraz de la violencia, las injusticias y la explotacin, que constituyen el eje vertebrador de las relaciones internacionales.18 Esta visin del derecho como una formalizacin de
14. Fraser, N.: La justicia en tres dimensiones, Correspondencia de Prensa, 14 de Octubre de 2007. http://listas.chasque.net/mailman/listinfo/boletin-prensa: 1-7. 15. Ibd.: 5. 16. Pradelle, G.: Juridicisation de la societ et globalisation, en AA.VV. (M. ChemillerGendreau e Y. Moulier-Boutang, eds.): Le Droit dans la mondialisation. Presses Universitaires de France, Pars, 2001. 17. Harvey, D.: Breve historia del neoliberalismo.Akal, Madrid, 2007: 198. 18. Pureza, J. M.: Usos contrahegemnicos defensivos y de oposicin del derecho internacional: de la Corte Penal Internacional a la herencia comn de la humanidad, en AA.VV. (B. de Sousa Santos y C. A. Rodrguez Garavito, eds.), El derecho y la globalizacin desde abajo, op.cit.: 240.
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las relaciones de poder entre fuertes y dbiles sigue vigente en el actual derecho internacional. De ah que el uso contrahegemnico de ste aparece muy mediatizado por las fuerzas hegemnicas, que erosionan todo tipo de resistencias y usos alternativos del mismo. Tal y como arma Pureza, cuando el n sustantivo es la equidad intrageneracional e intergeneracional, esas fuerzas preeren la naturaleza tradicionalmente blanda del derecho internacional sobre un orden legislativo que goce de mecanismos institucionales para el cumplimiento forzoso.19 Esta armacin ha sido contrastada en todo lo relacionado con el control de las empresas transnacionales en el marco de la Organizacin Internacional del Trabajo (OIT), la OCDE y Naciones Unidas. El esquema de derecho blando en que se basa debe ser reinterpretado hacia un derecho imperativo equivalente al del derecho global comercial, lo que encontrar todo tipo de resistencias hegemnicas vinculadas a la promocin de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) en el mbito de la regulacin. Por tanto, el uso alternativo del derecho requiere precisar, en el contexto de dos modelos de globalizacin enfrentados, las siguientes tendencias polticas, sociales y jurdicas que afectan al control de las transnacionales: a) Hay que tener en cuenta los espacios globales, nacionales y locales, tanto desde perspectivas normativas como desde los mecanismos sociales y sindicales de control de las empresas transnacionales.20 Los pluralismos jurdicos supraestatales e infraestatales debern explorarse como sistemas de cooperacin jurdicos y sociales de control de las multinacionales.21 b) El uso alternativo del derecho implica el uso legal, alegal e ilegal del mismo. La reinterpretacin conceptual de la legalidad frente a la legitimidad vuelve a reaparecer en el marco de los derechos humanos de primera, segunda y tercera generacin. Resulta difcil limitarse al uso legal en, por ejemplo, el marco del derecho a la subsistencia frente a la ocupacin (legal-nacional) de tierras por transnacionales, realizada al margen de la legitimidad internacional de los Derechos Humanos. c) El manejo que del derecho duro (comercial global), blando (cdigos de conducta y Responsabilidad Social Corporativa-RSC) y frgil (Derecho Internacional de los Derechos Humanos) realizan las empresas transnacionales debe incorporarse al
19. Ibd.: 248. 20. Sousa Santos, B.: Ms all de la gobernanza neoliberal, op. cit.: 32-33. 21. Klug, H.: Una campaa por la vida: la construccin de una nueva solidaridad transnacional frente al VIH/sida y al ADPIC, en AA.VV. (B. de Sousa Santos y C. A. Rodrguez Garavito, eds.): El derecho y la globalizacin desde abajo, op. cit.: 109-127. Son imprescindibles las reivindicaciones de mayor control democrtico de las instituciones nancieras y comerciales internacionales, de los tratados de comercio e inversiones regionales y bilaterales, de las legislaciones nacionales y de las legislaciones infraestatales. El uso alternativo implica la promocin y la defensa de legislaciones internacionales de derechos humanos, de legislaciones nacionales en clave de soberana nacional y de regulaciones de mbitos no estatales. Vase Rodrguez Garavito, C. y Arenas, C., Derechos indgenas, activismo transnacional y movilizacin legal: la lucha del pueblo Uwa en Colombia, en AA.VV. (B. de Sousa Santos y C. A. Rodrguez Garavito, eds.): El derecho y la globalizacin desde abajo, op. cit.: 217-237.
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uso contrahegemnico del mismo.22 La renegociacin de los contratos de empresas multinacionales con gobiernos que se encuentran en proceso de reformulacin de las reglas neoliberales en sus legislaciones deben bascular sobre la articulacin de los tres espacios jurdicos mencionados. Deben disputar la jerarqua y la pirmide normativa a las transnacionales basndose en el derecho de las mayoras sociales. d) El derecho ocial forma parte de la estructura hegemnica de dominacin y solamente podr convertirse en vehculo contrahegemnico desde su subordinacin a la accin poltica. La confrontacin democrtica no debe someterse a los sistemas jurdicos y las diferentes luchas y movilizaciones no deben quedar condicionadas por la judicializacin de las mismas, ya que sus fuentes de legitimidad, sus maneras de hacer e incluso los lenguajes son, en la mayora de los casos, irreconciliables.23 e) El debate entre lo tcnico y lo poltico toma plena actualidad en la caracterizacin del control de las empresas transnacionales. El lenguaje hegemnico de los conocimientos especializados de los tcnicos tiende a suplantar la participacin ciudadana. La simplicacin de la realidad basada en capacidades tcnicas, competencias y procesos efectivos junto con el control del conocimiento, no debe marcar el devenir de los movimientos sociales. De ah que las propuestas alternativas de control de las multinacionales no deban ser asunto de despachos de abogados ni de expertos en cuestiones internacionales, sino que deben ser, fundamentalmente, propuestas de la ciudadana.
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En la actualidad, hay que destacar las sesiones contra las empresas transnacionales por los efectos de sus actividades en Amrica Latina. En este sentido, durante 2007 se han venido celebrando audiencias especcas sobre las multinacionales en Colombia y Nicaragua, y en 2008 ha tenido lugar en Per una sesin ms amplia y general.25 Hace tres aos, el Tribunal Permanente de los Pueblos se puso en marcha en Colombia con objeto de analizar y documentar los casos de violaciones de los derechos humanos relacionados, de manera directa o indirecta, con las operaciones de las corporaciones transnacionales en el pas. Desde la primera sesin, que tuvo lugar en abril de 2006, hasta la sesin nal, que se celebr en julio de 2008, se ha juzgado a las compaas multinacionales que estn presentes en el pas con el conicto armado ms antiguo de Amrica Latina segn sus sectores de actividad: alimentacin, minera, biodiversidad, petrleo, servicios pblicos, pueblos indgenas y audiencia deliberativa nal.26 Entre las decenas de empresas que han sido acusadas de tener graves impactos sociales, culturales y ambientales se encuentran, por ejemplo, Coca-Cola, Anglogold, Nestl, Unin Fenosa, Drummond, Monsanto, Chiquita Brands y Aguas de Barcelona. El mes de agosto de 2006 tuvo lugar una sesin del TPP-Captulo Colombia dedicado a juzgar simblicamente a tres multinacionales petroleras: la inglesa BP, la estadounidense OXY y la espaola Repsol YPF. En dicha audiencia tomaron la palabra miembros de diversas asociaciones, investigadores sociales, juristas, sindicalistas, ecologistas, documentalistas, defensores de los derechos humanos y personas afectadas por la presencia de los campos petroleros en su territorio. Y todas ellas coincidieron en acusar a las citadas corporaciones de contribuir a la destruccin ambiental, al desplazamiento de diferentes poblaciones indgenas y a la persecucin y el hostigamiento a las organizaciones sociales que se oponen a las actividades petroleras. En la audiencia de Bogot se pudo recopilar mucha informacin sobre las actividades de la empresa espaola Repsol en Colombia. Sobre todo en lo que se reere al departamento de Arauca, fronterizo con Venezuela, y lugar donde esta compaa ha centrado sus actividades, ya que est presente en casi todos los campos que cubren la regin. Como, por ejemplo, en el Cao Limn, en el que, por su participacin del 35%, Repsol ha adquirido una corresponsabilidad en crmenes de lesa humanidad al prestar apoyo al ejrcito estadounidense y nanciado unidades militares que acumulan denuncias en materia de derechos humanos. O tambin en la zona del pozo Capachos, que, despus de que Repsol anunciara la existencia de crudo en 2002, sufri el auge del paramilitarismo en los dos aos siguientes y vio cmo la regin bata todos los registros de asesinatos y violaciones a los derechos humanos de toda Colombia. En 2005, tras el incremento de los crmenes contra la poblacin civil y de los niveles de desplazamiento forzado, Repsol comenz a producir petrleo. Por ltimo, qu decir del campo Catleya, en el que Repsol est tratando de asegurarse nuevas reservas de
25. El Tribunal Permanente de los Pueblos desarroll una sesin en Lima del 13 al 16 de mayo de 2008 para enjuiciar a las empresas transnacionales en Amrica Latina en el marco, paralelo, de la IV Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Amrica Latina y la Unin Europea. 26. Ms informacin sobre las sesiones del TPP-Captulo Colombia en la pgina www.tppcolombia.info. El dictamen nal sobre empresas transnacionales y derecho de los pueblos en Colombia, 2006-2008, en http://www.enlazandoalternativas.org/spip.php?article264.
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hidrocarburos sin tener en cuenta que esa rea de exploracin se superpone con resguardos indgenas uwas. Como se encargaron de recordar varios testigos, la represin a las organizaciones sociales y a la poblacin civil fue muy fuerte en Arauca, Casanare, Santander y, en resumen, en todas las reas de inters para las compaas petroleras. Y en todo ello, como arm otra persona ante el tribunal, la responsabilidad es compartida entre las multinacionales petroleras y el Estado colombiano. De lo que se trata es de que, como recoge la sentencia nal, el tribunal considera que hay fundamentos razonables para calicar una gran cantidad de los actos concretos de asesinato, masacre, tortura, desplazamiento forzoso de la poblacin y persecucin que le han sido presentados como crmenes de lesa humanidad, en la medida en que han sido cometidos de manera sistemtica y generalizada contra una poblacin civil.27 En esta misma lnea, siguiendo la idea de llevar ante los tribunales de los pueblos a las empresas transnacionales por los efectos de sus operaciones en pases de Amrica Latina, en octubre de 2008 se celebr en Managua una sesin del TPP dedicada a la compaa Unin Fenosa. Y es que, como se expone en la sentencia nal del tribunal, la transnacional ha violado el marco jurdico institucional, constitucional y la normativa internacional, auxilindose con los coactores nacionales, quienes tambin son responsables. Ello deriva en la violacin de los derechos humanos de la mayora de los y las nicaragenses.28 Durante este juicio simblico, se analiz cmo las operaciones de Unin Fenosa en Nicaragua comenzaron en el ao 2000, cuando se le otorg la concesin de la distribucin y comercializacin de energa elctrica para un plazo de treinta aos. Desde entonces, la poblacin nicaragense ha visto cmo, bajo el argumento de que la empresa tena prdidas, Unin Fenosa empezaba a cometer irregularidades y a no pagar a las generadoras, que, a su vez, han dejado de suministrar electricidad. Y, como sucede habitualmente, ha sido la mayora de la poblacin, que se ha quedado sin suministro elctrico, la que ha sufrido los perjuicios de los permanentes racionamientos. Adems, se pudo constatar la ausencia de inversin en el mantenimiento de la red de distribucin elctrica y del alumbrado pblico, la ausencia de atencin a los pobladores de asentamientos que llevan aos solicitando ser legalizados, la reduccin de la presencia de la compaa en las zonas rurales como parte de su poltica de ahorro de costos, etctera. Los diferentes testigos expusieron de forma detallada sus casos ante el tribunal, que pudo tener constancia as de que Unin Fenosa ha cometido repetidos abusos sobre los usuarios del servicio elctrico: desde el incremento injusticado de las facturas hasta los allanamientos de morada con cambio de medidor incluido sin autorizacin del usuario. Y eso por no hablar de la poltica laboral de la multinacional espaola, cuya estrategia de reduccin de costos gener ms de cuatrocientos despi27. La sentencia completa de la sesin del TPP-Captulo Colombia sobre las empresas petroleras puede consultarse en: http://www.omal.info/www/article.php3?id_article=986. Vase el dictamen nal sobre empresas transnacionales y derecho de los pueblos en Colombia, 2006-2008, en http://www.enlazandoalternativas.org/spip.php?article264. 28. El texto ntegro de la sentencia de la sesin del TPP sobre Unin Fenosa puede consultarse en: http://www.omal.info/www/article.php3?id_article=1099
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dos a raz de su llegada al pas, adems de recurrir a las subcontratas y hostigar a los sindicatos. Y, por si todo esto fuera poco, en mayo de 2008 se celebr en Lima la Cumbre de los Pueblos, coincidiendo con la cumbre de Jefes de Estado de la Unin Europea, Amrica Latina y el Caribe. Dentro de las actividades realizadas en la Cumbre de los Pueblos, se incluy una sesin del TPP dedicada a las empresas multinacionales europeas presentes en aquella regin, para juzgarlas por las consecuencias de sus operaciones sobre el medio ambiente, los pueblos indgenas y los derechos humanos. Este evento, organizado por la Red Birregional Europa-Amrica Latina y el Caribe Enlazando Alternativas,29 sirvi para seguir construyendo un puente de solidaridad entre las resistencias a uno y otro lado del ocano. Las sentencias y el proceder de los Tribunales Permanentes de los Pueblos favorecen la reexin sobre los procesos de resistencia contra las grandes corporaciones, de las redes de solidaridad internacional y de los movimientos sociales. En primer lugar, la audiencia del TPP hace visible la hipocresa con que actan gobiernos y empresas transnacionales, porque estas ltimas deenden sus intereses con un derecho comercial global que se encuentra diseado a su medida. Y actan de acuerdo con unas reglas econmicas que, bajo la mscara de la legalidad internacional, imponen benecios para unos pocos, mientras ignoran y destruyen los convenios sobre los derechos humanos. As, la RSC, los cdigos de conducta, las buenas prcticas empresariales y el marketing solidario se desenmascaran, y la cosmtica deja paso a lo realmente existente. Los Tribunales de los Pueblos muestran cmo los gobiernos de los pases perifricos se han sometido a las imposiciones neoliberales, para lo cual han aceptado los chantajes del FMI y del Banco Mundial. Desregularon los derechos sociales, privatizaron sus empresas estatales y los servicios pblicos, y debilitaron la capacidad de intervencin en materia econmica y social de los Estados. En la dcada de 1990, los gobernantes ultraliberales y corruptos de muchos pases de Amrica Latina han sido alumnos aventajados a la hora de rmar cheques en blanco a favor de las multinacionales. Y, por su parte, los gobiernos de los pases donde las corporaciones tienen su sede matriz han demostrado que se identican al cien por cien con sus empresas multinacionales: las apoyan poltica y econmicamente y deenden sus privilegios en las instituciones internacionales. Con el Tribunal Permanente de los Pueblos se pretende contribuir a la construccin de una solidaridad de ida y vuelta entre los hombres y las mujeres del Norte y del Sur. Y es que las sesiones son rigurosas, estudian los hechos, analizan las declaraciones y los testimonios, etctera, pero no son neutrales, ya que apuestan por el derecho internacional de los derechos humanos y por la defensa de los derechos de las mayoras. A travs de la utilizacin de mecanismos jurdicos que cuestionan de raz el modelo normativo neoliberal y que estn al margen de las estructuras de poder, y empleando las convenciones internacionales sobre derechos humanos sin las ataduras que crean
29. Esta red, que surgi hace tres aos y medio, se arma en torno a tres ejes de trabajo: acuerdos de libre comercio, integracin regional y empresas transnacionales. Ms informacin en la pgina www.enlazandoalternativas.org
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los poderes mundiales, amparan a quienes son castigados y desahuciados por la impunidad con la que actan las compaas multinacionales. En denitiva, son una forma de globalizar la solidaridad, pues sirven para coordinar acciones y denuncias. Las redes de solidaridad, los movimientos sociales y las organizaciones sindicales tienen as otra herramienta para globalizar diferentes redes trasnacionales. Por otro lado, el Tribunal Permanente de los Pueblos se articula en torno a la Alianza Social Continental y organizaciones de diversos pases de Europa, ya que todos son miembros de la Red Birregional Unin Europea-Amrica Latina. De ah que la red transnacional pretenda crear espacios en los que los movimientos sociales den respuesta a las violaciones de los derechos humanos de las transnacionales y permitan coordinar las distintas formas de resistencias contrahegemnicas en gestacin.30 Es aqu donde las propuestas de control normativo de las empresas transnacionales adquieren mximo inters. Recientemente, cuarenta organizaciones europeas y latinoamericanas pertenecientes a la Red Birregional Enlazando Alternativas han denunciado en Bruselas la complicidad de la Unin Europea en los crmenes de lesa humanidad de las empresas transnacionales, celebrando una audiencia en el Parlamento Europeo a tal efecto. Se presentaron casos afectados por compaas como Unin Fenosa, Syngenta, ThyssenKrupo, Repsol YPF, BBVA, Banco Santander y diversas compaas mineras. En la citada audiencia se formularon propuestas para crear un nuevo marco normativo internacional de carcter vinculante con el objetivo de acabar con la impunidad con la que operan las empresas transnacionales.31
30. Son muchas las acciones puntuales que poco a poco van dando lugar a la construccin de lazos y redes. En Europa existen dos experiencias muy recientes, como la ocupacin por movimientos sociales de la sede de Telecom en Roma por la demanda interpuesta contra el gobierno de Bolivia, pese a que ste rechaz su jurisdiccin del CIADI en el mes de mayo de 2007 (OMAL, Movimientos sociales ocuparon la sede central de Telecom. En Roma. Observatorio Multinacionales en Amrica Latina, 20 de diciembre de 2007): http://www.omal.info/www/article.php3?id_article=1122 o la protesta de organizaciones sociales por el papel de la Casa Real y el gobierno espaol en la defensa de las empresas transnacionales en Amrica Latina (OMAL, Boletn de Informacin, Organizaciones sociales cuestionan el papel de la Casa Real y el Gobierno espaol en la defensa de las empresas transnacionales en Amrica Latina. Observatorio Multinacionales en Amrica Latina, 12 de noviembre de 2007): http://www.quiendebeaquien.org/spip.php?article660. Existen, a su vez, redes y campaas como Quin debe a Quin?, www.quiendebeaquien.org; BBVA Sin Armas, www.bbvasinarmas.org; Campaa Contra las Grandes Supercies, www.supermercadosnogracias.info; Campaa de Afectados por Repsol, http://repsolmata.ourproject.org; Campaas contra Coca-Cola, www.cokewatch.org y www.killercoke.org; La Irresponsabilidad social de Unin Penosa, www.unionpenosa.net; No te comas el mundo, www.notecomaselmundo.org; Plataforma de Seguimiento da las Industrias Extractivas, www.extractivas.org; y Stop Epa, www. stopepa.org. Para una descripcin detallada de Observatorios Internacionales, del Estado espaol y Organismos, redes y campaas, vase OMAL, Boletn de informacin, Observatorio Multinacionales en Amrica Latina, 2006 y 2007: www.omal info. 31. Vase el artculo elaborado con motivo de esta audiencia, Carrin, J. y otros, La Unin Europea y las Empresas Transnacionales. Benecios a costa de los derechos de los pueblos en Amrica Latina y el Caribe, http://www.omal.info/www/article.php3?id_article=2519.
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32. Es importante la labor desempeada por el Observatorio del Trabajo en la Globalizacin y por la Fundacin Paz y Solidaridad: www.observatoriodeltrabajo.org y www.pazysolidaridad.ccoo. es. 33. FITEQA-CC.OO., Industrias de la Moda y Qumicas, Gua sindical para la defensa del trabajo en la globalizacin, Observatorio del Trabajo en la Globalizacin, 2007: 10-13. www.observatoriodeltrabajo.org.
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f ) Participa en los Convenios Generales de la Industria Qumica,34 del TextilConfeccin35 y en el Acuerdo Marco de Repsol,36 que han incorporado obligaciones de las empresas con cdigos de conducta y otros compromisos de RSC. Destaca la participacin de las federaciones sindicales europeas e internacional en las reuniones de evaluacin de las obligaciones de RSC. g) Ha realizado visitas a empresas proveedoras de Inditex, Induyco y Mango en China, Marruecos, Turqua y Portugal para reunirse con representantes de los trabajadores y con las direcciones de las empresas. Las reuniones con sindicatos chinos han permitido recopilar informaciones muy interesantes al respecto.37 i) Ha organizado seminarios sindicales coordinados con visitas a fbricas en Marruecos, Turqua, Bulgaria y Tnez, y dos reuniones de las Federaciones Sindicales de la industria de la Moda de todo el Mediterrneo.38 j) Ha intervenido ante denuncias sindicales de incumplimientos de cdigos de conducta en Camboya, Per, Turqua y Marruecos,39 lo que provoc readmisiones de dirigentes sindicales despedidos. k) Ante el hundimiento de una fbrica de la empresa Spectrum Garments de Bangladesh (proveedora de Inditex), que provoc la muerte de 62 trabajadores, 52 heridos y la prdida de empleo de aproximadamente 660 empleados, contribuy a formar una delegacin sindical-empresarial que, junto con la Federacin Sindical Internacional, logr un importante sistema de indemnizaciones y compensaciones.40 l) Ha organizado dos reuniones sindicales de Repsol de Amrica Latina y Espaa. m) Mantiene reuniones estables con Intermn Oxfam y Setem-CRL, y con el sindicato UGT. n) Ante el despido de tres responsables sindicales de la empresa Textil San Cristbal de Per (tambin proveedora de Inditex), rm un acuerdo en agosto de 2009 con la Federacin Nacional de Trabajadores Textiles del Per, el sindicato de la empresa y el grupo Inditex, por el que, adems de la readmisin de los responsables, la empresa se comprometa a reconocer al sindicato de la empresa.41 Las actividades descritas son interesantes, al menos desde dos perspectivas: por establecer relaciones con organizaciones sindicales del Sur y por conseguir pequeos triunfos en forma de readmisiones e indemnizaciones, en una larga y difcil carrera
34. XV Convenio general de la industria qumica 2007-2009. 35. Convenio Textil y Confeccin 2006-2007. 36. IV Acuerdo Marco del Grupo Repsol YPF. 37. Boix, I.: China 2008. Una aproximacin sindical III, FITEQA-CC.OO., 2008. http:// www.teqa.ccoo.es/asinter/Paisesyregionesdelmundo/China/China2008Unaaproximaci%F3nsind icalIII.pdf. 38. Conclusiones de TECOMED 2006: www.teqa.ccoo.es/asinter/Reunionessupranacionales/Tecomed2006/Conclusionessindicales.pdf. 39. Acuerdo en la fbrica River-rich Textile Ltd. en Camboya. Junio 2007: www.teqa.ccoo. es/asinter/Paisesyregionesdel mundo/Camboya/AcuerdoRIVERRICamboya.pdf.y www.teqa. ccoo.es/Barnner/TopyTop/AcuerdohistoricoTOPYTOPG.pdf. 40. www.teqa.ccoo.es/asinter/Paisesyregionesdelmundo/Bangladesh/CatastrofeSpectrum.doc. 41. Vase el texto del acuerdo en http://wilfredosanguineti.les.wordpress.com/2009/09/ acuerdo-textil-san-cristobal.pdf.
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por el control normativo de las empresas transnacionales. Sin embargo, la construccin de redes transnacionales requiere incluir una estrategia clara en la bsqueda de sistemas de control ms generales y en la confrontacin democrtica, ms que en la concertacin, en el camino hacia los mismos.
EPLOGO
De las propuestas descritas, el Tribunal Permanente y las experiencias sindicales, se detectan dos lgicas diferentes de accin social y sindical global. Creemos que las posibilidades de articular puentes entre ambas son mucho mayores que las dicultades.42 S parece necesario que el encuadramiento jurdico tenga como estrategia la aprobacin de una norma internacional vinculante, de un Tribunal Internacional sobre empresas transnacionales y de un centro de empresas internacionales que investigue y articule las denuncias por prcticas ilegales de las multinacionales. Junto a la estrategia descrita, la intervencin social y sindical debe estar basada en cuatro ejes. Un primer eje de intervencin reside en la denuncia poltica de aquellos gobiernos de las empresas matrices que, por accin u omisin, preparan las condiciones para que la labor de las empresas transnacionales transcurra con plenas garantas econmicas y jurdicas. En este sentido, los sindicatos de las empresas transnacionales deberan, adems de profundizar en la negociacin colectiva y en la exigencia de responsabilidad jurdica de la empresa matriz, denunciar la connivencia, en nuestro caso, del gobierno espaol con sus empresas y exigir la recticacin de sus posiciones polticas en las instituciones multilaterales y en los tratados bilaterales de comercio. El segundo eje de intervencin debera sustentarse en el aval a los movimientos sociales y sindicales de los pases de destino de las transnacionales,43 y apoyar las denuncias de las polticas neoliberales de muchos de sus gobiernos. stos prepararon en la dcada de 1990 el aterrizaje de las transnacionales, tanto por las presiones de las instituciones multilaterales y sus planes de ajuste como por la debilidad y complicidad que crearon las condiciones jurdico-econmicas para que el desembarco transcurriera sin ningn riesgo. El tercer eje de actuacin del movimiento sindical debera presionar a favor de normas internacionales especcas que incidan en la responsabilidad legal de las empresas transnacionales. Resulta imprescindible apoyar desde la accin sindical la consolidacin del Derecho Internacional del Trabajo. La exigibilidad jurdica y la creacin de un Tribunal Internacional que siente en el banquillo de los acusados a las
42. Las alianzas entre ONG y sindicatos han tenido distintas expresiones en relacin con la coordinacin y las estrategias de RSC. Un ejemplo signicativo se produjo en 2002, en Holanda (CIOSL-ORIT: Coaliciones sindicatos-ONG en RSC: el antecedente holands, Sindicatos, RSE, Multinacionales, Confederacin Internacional de Organizaciones Sindicales Libres y Organizacin Regional Internacional de Trabajadores, 2002). http://www.cioslorit.net/arquivo_up/MULTIORITEuropa4Coaliciones.pdf. 43. Desde otra perspectiva, la cooperacin sindical es otra forma de apoyo al movimiento sindical (Riaza, A. e ISCOD, Las transnacionales Espaolas en Amrica Latina y El Caribe: orientaciones para una estrategia de cooperacin al desarrollo. ISCOD, Madrid, 2001: 51-56).
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empresas transnacionales es una reivindicacin impostergable.44 No puede aceptarse que el Derecho Internacional del Comercio contenga normas imperativas, coercitivas, sancionadoras y que disponga de tribunales econmicos especcos en el marco del Banco Mundial, es decir, que las transnacionales dispongan de todo un entramado jurdico que deenda sus intereses a costa de las mayoras sociales pobres y de la soberana de los pueblos. El cuarto eje de actuacin consiste en la puesta en contacto de los representantes de los trabajadores de las empresas transnacionales al margen de su ubicacin geogrca. En esta direccin, los representantes de la empresa matriz deben impulsar acciones conjuntas en favor de negociaciones colectivas, de apoyo a la libertad sindical, a huelgas y a actividades que profundicen en la responsabilidad legal de sus empresas.45 Los conictos de Repsol en Bolivia no deben ser, en ningn caso, ajenos a los comits de empresa de Repsol del Estado espaol. Por otra parte, se debern generalizar Acuerdos Marco Globales, en clave negociada e incidiendo en la exigibilidad jurdica en caso de incumplimiento. En cuanto a los cdigos de conducta y RSC, deber mantenerse una actitud muy crtica si se basan en la unilateralidad y voluntariedad, ya que su razn de ser es la de evitar el surgimiento de normas obligatorias estatales o internacionales. La nica utilidad posible es la puesta en contacto de trabajadores de la empresa matriz, liales y empresas subcontratadas, ya que la cobertura jurdica que el Derecho Internacional del Comercio otorga a las empresas transnacionales no puede, en ningn caso, neutralizarse con un derecho blando basado en la buena voluntad y en la no exigibilidad. El paternalismo es un uso habitual que los empresarios ya desarrollaron en Europa entre 1850 y 1920 en la lucha contra el trabajo infantil, por medio de talleres y cursos que las mujeres de los patronos dirigan. Se opusieron, en nombre de la competitividad, a cualquier tipo de regulacin. En denitiva, ya descubrieron en los siglos pasados el papel del derecho blando o soft law. Por tanto, la intervencin sindical debe presionar en favor de una norma internacional de obligado cumplimiento y en el desarrollo de Acuerdos Marco Globales con exigibilidad jurdica y como puentes bsicos de la accin sindical conjunta en el mbito internacional. Las potencialidades en la construccin de redes transnacionales, ms all de los objetivos de cada organizacin, son muy importantes. Redes que unan en torno a violaciones concretas de derechos humanos de transnacionales, con campaas de denuncia que combinen lo social, lo laboral y lo jurdico, de acciones en el Norte y en el Sur, y entre el movimiento sindical y los movimientos sociales de aqu y de all, que permitan avanzar en estrategias de fondo y, a su vez, incorporen pequeas victorias
44. En el camino por su consecucin, el movimiento sindical debe estar presente en todas las iniciativas de tribunales populares. 45. El cierre de la fbrica Euskadi ubicada en El Salto, en Mxico, es un ejemplo de lucha transnacional sindical, ya que el sindicato mexicano coordin su accin con el sindicato alemn de la empresa Continental (Aguirre Reveles, R. y Prez Rocha, L.: Siete aos del Tratado Unin Europea-Mxico (TLCUEM): Una alerta para el Sur Global, Transnational Institute, Red Mexicana de Accin frente al Libre Comercio e ICCO, 2007: 23-24). Va Campesina es un movimiento internacional que agrupa ms de doscientos millones de campesinos, y que acta contra las multinacionales y los distintos gobiernos del Norte y del Sur.
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en la larga carrera por el cumplimiento normativo laboral, ambiental y social de las empresas transnacionales. Existen importantes experiencias de redes en Estados Unidos, con sindicatos y movimientos sociales en Amrica Latina.46 Europa y el Estado espaol estn en condiciones de avanzar en la misma direccin.
46. Para un anlisis detallado al respecto, vase Rodrguez Garavito, C.: La ley de Nike: el movimiento antimaquila, las empresas transnacionales y la lucha por los derechos laborales en las Amricas, en AA.VV. (Boaventura de Sousa Santos y Csar A. Rodrguez Garavito, eds.): El derecho y la globalizacin desde abajo, op. cit.: 61-81); Klug, H.: Una campaa por la vida: la construccin de una nueva solidaridad transnacional frente al VIH/sida y al ADPIC, en AA.VV. (Boaventura de Sousa Santos y Csar A. Rodrguez Garavito, eds.): El derecho y la globalizacin desde abajo, op. cit.: 109-125); Ansley, F.: Los puntos de contacto locales en las divisiones globales: los derechos laborales y los derechos de los inmigrantes como lugares de legalidad cosmopolita, en AA.VV. (B. de Sousa Santos y Csar A. Rodrguez Garavito, eds.): El derecho y la globalizacin desde abajo, op. cit.: 148-159.
INTRODUCCIN
LAS TRANSFORMACIONES produccin fordistaLAS posfordista, caracterizado este lDEL TRABAJO EN LTIMAS DCADAS RESPONDEN a la transicin del modelo de al
timo por la disgregacin del vnculo capital/trabajo, la exibilizacin y la desvertebracin de la esfera productiva, y la expansin de nuevas formas de produccin que integran la reproduccin y el consumo. En este contexto, nuestra propuesta indaga, en primer lugar, en la nocin de devenir mujer del trabajo entendida en una doble acepcin: por una parte, como generalizacin a la mayora de los mbitos profesionales y sociales de las condiciones de trabajo que caracterizaban las actividades desarrolladas, de forma remunerada o no, por las mujeres: vulnerabilidad, invisibilidad, disponibilidad permanente y exibilidad. Por otra, concebida como el posicionamiento central del componente afectivo cualidades histricamente asociadas a los roles femeninos y a la vida privada en la produccin directa de benecio. Entendemos que hoy en da las esferas de lo pblico/poltico y lo privado/personal se confunden; la proclama feminista de las dcadas de 1960 y 1970 lo personal es poltico toma ms cuerpo que nunca, pues en el posfordismo la vida privada y la profesional se deshacen la una en la otra. En segundo lugar, partiendo del anlisis de estos procesos, nuestro trabajo explora los efectos ambivalentes que esta entrada en el mercado laboral y, por lo tanto, al servicio de los intereses del capital de lo afectivo, lo relacional y del cuidado, tiene sobre la relacin vida/trabajo. Para ello nos apoyaremos en la nocin de precarizacin
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de la existencia como medio para entender no solo las condiciones en/del trabajo, sino como nocin til para analizar la vida y la poltica contempornea. La idea de este documento surge del deseo y el esfuerzo constante por entender nuestras condiciones laborales, nuestras prcticas y, en denitiva, nuestro da a da. A lo largo de las siguientes pginas profundizamos en las conexiones entre distintas corrientes de pensamiento, como pueden ser el posoperasmo y el feminismo, que nos acompaan, a veces con planteamientos convergentes y otras desde posturas enfrentadas, en esta prctica cotidiana.
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rechazo del trabajo en cadena,2 al deseo general de promocin social lucha por la escolarizacin de masa y de valorizacin del trabajo obrero como medios de reapropiacin de los mecanismos sociales de la produccin y la reproduccin (2002). Desde esta ptica, el cambio de paradigma no es ms que el intento capitalista de reducir, mediante la reestructuracin, la cualidad del nuevo sujeto el obrero social/ cooperativo a elemento objetivo de un nuevo ciclo de acumulacin. Ya en 1979 Antonio Negri armaba que: para el capital la solucin de la crisis consiste en una reestructuracin del sistema que diluya y reintegre a los componentes antagonistas del proletariado en el proyecto de estabilizacin poltica, ya que todos los elementos de desestabilizacin introducidos por la lucha obrera contra el Estado han sido paulatinamente asumidos por el capital y transformados en instrumentos de reestructuracin (1979: 25). As, la tesis principal que plantea el operasmo es que la tendencia histrica del rechazo del trabajo oblig al capital a perseguir en lo social, en lo pblico, en la cultura, en la comunicacin, en el tiempo libre y en la reproduccin, y en los espacios transnacionales y transfronterizos las trayectorias del trabajo vivo en su rechazo del rgimen disciplinario del trabajo social abstracto y de su ley del valor (Snchez Cedillo, 2003: 15). El nuevo paradigma posfordista se dene como un paradigma social en tanto que se da una integracin productiva de los consumidores como productores en dos aspectos: por la integracin en tiempo real de los comportamientos de consumo y por la proliferacin dispersa de actos creativos, lingsticos y comunicativos (Coco, 2003: 68). As, la produccin se traslada de las fbricas a la sociedad en su conjunto. Esto no quiere decir que la desaparicin de la industria sea el rasgo denitorio en el posfordismo, sino que sta se ha desterritorializado globalmente y se organiza de una forma nueva,3 incluyendo la deslocalizacin de la produccin industrial, el auge de la empresa-red y la produccin Just in Time. Lo importante ya no es lo que se produce, sino el cmo, el dnde y el cundo. La fbrica est encuadrada en una estructura de mando comunicativa de la que es solo un eslabn. As, una de las caractersticas fundamentales de este nuevo modelo de organizacin de la produccin y el trabajo es la convivencia de distintos modos productivos imbricados; como indica Paolo Virno: el posfordismo reedita todo el pasado de la historia del trabajo, desde islas de obrero masa a enclaves de obreros profesionales, desde un inado trabajo autnomo a res2. La potencia de este rechazo obrero se maniesta sobre todo en el sabotaje: dada la fragilidad extrema de la cadena de montaje frente a la cualidad de la insubordinacin obrera. La ruptura en un solo punto del ciclo poda descomponer el conjunto de los ujos productivos. La inteligencia colectiva obrera del proceso de produccin era capaz, en lo sucesivo, de utilizar la forma del ciclo para conseguir la mayor ecacia desestructurante al menor coste (las huelgas gota a gota). La rigidez de la cadena de montaje era esencialmente, desde este punto de vista, una rigidez obrera. El caso Fiat es ejemplar: la anticipacin en Fiat de las inversiones en automatizacin [...] fue la respuesta tcnica que apuntaba a reducir el poder obrero mediante la uidicacin de las rigideces sociales. Era tambin una respuesta, aunque misticada, a determinadas reivindicaciones obreras frente a las tareas ms repetitivas, penosas y nocivas (Cocco y Vercellone, 2002). 3. De hecho, la produccin industrial se ha desplazado hacia zonas donde la mano de obra es en alto grado migrante, feminizada y carente de derechos, como las maquilas en la frontera norte mexicana o las zonas especiales en la Repblica Popular China, en un rgimen que algunos autores han denominado neofordismo.
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tablecidas formas de dominio personal (2003a: 111). Es ms, la creciente desregulacin y precarizacin de gran parte del trabajo asalariado convive y sustenta los empleos regulados, con salarios elevados y mayores derechos (Vega y Gil, 2003: 16). En el actual contexto, el trabajo informal, el trueque y los sistemas de ocupaciones mltiples cobran cada vez ms importancia para garantizar la subsistencia. Para Cristina Vega y Sandra Gil (2003: 16) esto signica que la denominada economa sumergida o informal no es una desviacin o anomala del sistema, sino ms bien un elemento estructural del mismo. Por otro lado, tal y como mencionbamos anteriormente, el componente principal del posfordismo es el trabajo inmaterial: trabajo que deviene comunicacin y cooperacin, que se separa de la obra material, pues ya la productividad no se puede medir basndose en la cantidad de producto por hora trabajada, ni se puede referir a una empresa o a un sector especco, sino a un conjunto de factores que trascienden al trabajador individual, permitindole ser creador de riqueza en tanto miembro de una colectividad (Marazzi, 1994: en Iglesias, 2005). La conexin entre saber y produccin no se agota en absoluto en el sistema de mquinas, sino que se articula en la cooperacin lingstica de hombres y mujeres (Virno, 2003a: 112). En este sentido siguiendo a Mal de Molina, podemos armar que el lenguaje y la comunicacin no son elementos ajenos a las redes y los microdispositivos de saber y poder, ni independientes de los cuerpos y los afectos, sino que las palabras y los signos se encarnaran en cuerpos concretos y tienen consecuencias absolutamente materiales (2001). Si el fordismo representaba la era de la produccin material de mercancas y a tal n utilizaba la fuerza del cuerpo, el capitalismo cognitivo encarna la poca de la produccin de conocimiento, a travs de la valorizacin de las facultades relacionales, comunicacionales y cognitivas (Morini, 2008). Pero, al mismo tiempo, el trabajo afectivo y de cuidados histricamente asociado a los roles femeninos y que hasta ahora se consideraba exclusivo de la vida privada, se convierte en un elemento central en la produccin directa del benecio; estas formas de trabajo, a pesar de su certeza y efectividad fsico-corprea, se nos presentan igualmente inmateriales en la medida en la que crean productos intangibles (Hardt y Negri, 2002: 272: en Iglesias, 2005; y Precarias a la Deriva, 2005).4 Como consecuencia de todo lo anterior, las redes de cooperacin productiva en las que participa la fuerza de trabajo son cada vez ms amplias y ricas, y comprenden tambin las experiencias y conocimientos madurados fuera del trabajo. La produccin inunda la vida disolviendo las barreras entre tiempo de trabajo y de no trabajo, lo que nos permite entonces hablar de vida retribuida y vida no retribuida (Virno, 2003a: 135). La fuerza de trabajo valoriza el capital solamente porque incorpora estas experiencias y conocimiento y las pone en juego durante el proceso productivo. As, el trabajo posfordista contiene siempre un componente sumergido, invisible: el punto decisivo es reconocer que en el trabajo tiene un peso preponderante la experiencia madurada fuera de l, sabiendo, sin embargo, que esta esfera de experiencia ms general, una vez incluida en el proceso productivo, se somete a las reglas del modo de
4. Precisamente esta cualidad del trabajo de cuidados pasa con frecuencia desapercibida a los ojos de numerosos autores.
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produccin capitalista (op. cit.: 109). De esta manera, el capital no solo se ha vuelto dependiente del saber de los trabajadores,5 sino que debe obtener una movilizacin y una implicacin activa del conjunto de sus conocimientos, capacidades relacionales y de sus tiempos de vida (Negri y Vercellone, 2007). La naturaleza lingstica del rgimen posfordista hace necesaria la redenicin de la productividad social en el sentido de que la produccin abandona la esfera del trabajo para instalarse en lo social y en lo individual; es decir, el trabajo asume la nueva centralidad antropolgica (Morini, 2008) a travs de la explotacin intensiva de cualidades, capacidades y saberes individuales. De este elemento particularmente paradigmtico se deriva que hoy el trabajo termina por contaminar de forma mutilante otros planos de la existencia, y asume un papel central en la proyeccin e introyeccin del sujeto (op. cit.)
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domsticas y las comunidades, e incluso de los gobiernos, de los ingresos de las mujeres inscritas en los circuitos transfronterizos7 y, frecuentemente, en los mrgenes de la economa lcita, pero tambin la importancia fundamental del trabajo cotidiano de las mujeres en la subsistencia y la calidad de vida. Un claro reejo de esto se observa en la que se denomina cadena global de cuidados o transferencia del trabajo domstico por los caminos de la economa globalizada.8 Por otro lado, y sin pretender negar la signicacin de estos procesos, el concepto deleuziano de devenir mujer del trabajo, en un sentido ms concreto, nos va a permitir nombrar otras cuestiones. Tal y como seala Cristina Morini, se trata de una nocin derivada del anlisis de los aspectos ms cualitativos y constitutivos del capitalismo cognitivo y de las caractersticas que ste pone en valor en el marco del nuevo contexto de produccin; un concepto que, precisamente, sugiere la naturaleza biopoltica de las relaciones actuales del trabajo entendidas de forma compleja, su carcter performativo, en cuanto modelante de la realidad y su acentuada individuacin y parcelizacin (Morini, 2008). Hablamos de devenir mujer del trabajo, en un doble sentido. Por una parte en lo referente a la administracin del trabajo, pues las condiciones de trabajo que caracterizaban las actividades reconocidas como trabajo o no, remuneradas o no desarrolladas tradicionalmente por las mujeres vulnerabilidad, invisibilidad, disponibilidad permanente, exibilidad, movilidad, fragmentacin, bajos niveles de salarios, etctera se han extendido a la mayora de los sectores profesionales y sociales, aunque, eso s, continan afectando a las mujeres de forma especialmente grave. Por otra, en tanto que, segn se ha subrayado, el componente afectivo se ha convertido en un elemento central en la produccin. El reconocimiento y la valorizacin de estas capacidades relacionales, adquiridas frecuentemente en los procesos de socializacin familiar y no a travs de los mbitos educativos y profesionales y, por tanto, reejadas generalmente en calicaciones no formales, ha determinado el giro de la organizacin cientca del trabajo previo basado en la negacin de la especicad individual (op. cit.). La expansin de ciertas reas sectoriales, como la asistencia telefnica, la salud, la cultura y las industrias del sexo y del entretenimiento, implica que el trabajo de los cuidados, lo afectivo y relacional, la familia, la ciudad y las relaciones entre seres humanos se transformen progresivamente en un espacio econmico, y difuminen la divisin entre trabajo y vida privada con todos los efectos ambivalentes que esto conlleva.
7. Sassen habla de circuitos para subrayar la existencia de un cierto grado de institucionalizacin en estas dinmicas y de dinmicas para remarcar que no se trata de simples agregados de acciones individuales (Sassen, 2003: 44-45). 8. En la prctica, en los hogares occidentales de rentas medias y altas el trabajo familiar domestico no ha sido renegociado sino que se ha mercantilizado es decir se resuelve mediante la contratacin de otras mujeres aunque tambin a hombres- inmigrantes de pases ms pobres (Carrasco, 2001; Mestre i Mestre, 2007; Morini, 2001; en Morini, 2008) que a su vez dejan a sus familias en manos de una tercera persona/mujer, con lo cual el problema adquiriere dimensiones ms globales. Se perpeta as el mito del igualitarismo marital y de la emancipacin femenina a travs del empleo, mientras mantiene intactas las estructuras patriarcales del hogar y del trabajo (Sassen, 2001: 18). Al nal las mujeres de distintas regiones del mundo se encuentran atrapadas, si bien no de la misma manera, en un vasto juego econmico del que no han escrito las reglas (Hochchild, 2004: 26, en Morini, 2008).
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Es importante sealar que, en un sentido deleuziano, cuando hablamos de devenir mujer del trabajo, de nuevas dimensiones polivalentes y cualitativas del trabajo, no nos estamos reriendo a una correspondencia de relaciones formales, ni una semejanza, imitacin o identicacin. El devenir no pretende producir otra cosa que s mismo, no es progresar ni regresar segn una serie (Deleuze y Guattari, 2004: 255). As pues, no supone sencillamente generalizar las condiciones de trabajo tradicionalmente sufridas por las mujeres como entidades molares,9 sino que pretende abrir las puertas a nuevas formas de trabajo molecular.10Sin embargo, nuestra propuesta de devenir mujer del trabajo se desva un tanto del concepto deleuziano de devenir y de una visin del sujeto que, tratando de ir ms all del dualismo sexual o la dicotoma de gnero, plantea un horizonte de subjetividades mltiples, polisexuadas, interconectadas y no jas.11 En este sentido, consideramos interesantes el pensamiento de ciertas autoras feministas entre las que destaca Luce Irigaray o Rosi Braidotti (1994, 2008), que desarrolla las ideas de sta, que, en mayor o menor medida, cuestionan esta nocin del devenir mujer. De hecho, el nfasis en la diferencia sexual entendida como disimetra entre los sexos y oposicin de posiciones masculina y femenina del sujeto es la gran lnea divisoria entre feministas y posestructuralistas (Braidotti, 1994: 118). Irigaray, en su defensa de la diferencia sexual, critica las guraciones deleuzianas y las nociones como dispersin, perdida de uno mismo y difuminacin, sealando que resultan demasiado familiares para las mujeres, pues, de hecho, han sido su condicin histrica. Braidotti va ms all12 y cuestiona el llamamiento de Deleuze hacia la disolucin de las identidades sexuadas mediante la neutralizacin de las dicotomas de gnero, porque cree que puede ser terica e histricamente peligroso para las mujeres, pues mina la exigencia feminista de la redenicin y el empoderamiento de la subjetividad femenina (Braidotti, 1994: 118). En este sentido, Braidotti plantea un devenir mujer que, lejos de marcar la disolucin de todas las identidades, toma diferentes formas y sentidos del tiempo segn las diferentes posiciones de gnero. Para ello, es prioritario elaborar un sistema de representacin adecuado para un sujeto femenino alternativo, en un sentido conceptual y poltico. Puesto que no hay simetra de sexos, lo femenino, en cuanto experimentado y expresado por las mujeres, no est an representado, aun habiendo sido colonizado por el imaginario masculino como el
9. Entiende a la mujer como entidad molar en tanto que est atrapada en una mquina dual que la apone al hombre, en tanto que est determinada por su forma, provista de rganos y de funciones asignadas como sujeto (Deleuze y Guattari, 2004: 277). 10. En un lenguaje deleziano muy simplicado, lo molecular y lo molar se distinguen no tanto por la escala o la dimensin, colectiva o individual, sino por la naturaleza del sistema al que hacen referencia. En este sentido, lo molar nombrara lo que organiza socialmente, y lo molecular, lo que libera y diversica. 11. Partiendo de estas nociones Deleuze plantea guraciones como cuerpos sin rganos y mujer molecular. 12. Aduce que Deleuze no atiende la distincin bsica en la epistemologa feminista entre la Mujer como representacin y las mujeres como agentes concretos de experiencias y que por lo tanto queda atrapado en la contradiccin de postular un devenir mujer generalizado que no es capaz de tener en cuenta la histrica y epistemolgica especicidad de la condicin femenina (Braidotti, 1994: 118).
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otro estructuralmente necesario, como doble espejo de un sujeto que ha colonizado la razn y sus poderes (Braidotti, 2008). Las mujeres deben, por lo tanto, hablar, pensar, escribir y representar lo femenino en sus propios trminos, liberndolo del marco hegemnico de opuestos, del pensamiento binario en el que lo ha connado la losofa occidental. Precisamente, la prctica de la diferencia sexual identica el sujeto mujer como parte de la lucha poltica en un momento de la historia en el que la nocin de mujer ha sido desencializada y criticada como constructo cultural que necesita ser deconstruido (Braidotti, 1994: 113). Esto es importante porque algunas autoras han detectado en la nocin de devenir mujer del trabajo una cierta tendencia a caer en un binomio jo heterosexual y eurocntrico, y a la tentativa (imposible) de una recomposicin de la multiplicidad en un sujeto nico, universal, de la resistencia y de la accin poltica (Corsani, 2006: 38). Para evitarlo, es necesario tratar de articularse en los mundos parciales de los saberes situados (Spivak, 2004 en Morini 2008),13 partir de la poltica del posicionamiento, [] de la micropoltica de las relaciones de poder (Braidotti, 2008). Esto supone asumir que no se puede hablar ni las mujeres se reconocen ya en l de un sujeto mujer unitario y universal, ni como esencia monoltica denida de una vez por todas, ni como un modelo cultural dominante y prescriptivo de la subjetividad femenina. En su lugar, se puede plantear la cuestin de la subjetividad en trminos de la paradoja histrica y epistemolgica de la identidad femenina feminista (Braidotti, 2008)14 como espacio de conjuntos de experiencias mltiples complejas y potencialmente contradictorias, denidos por las variables superpuestas de sexo, raza y clase. Un sujeto multitudinario no unitario, pero tampoco disperso, pues implica una pertenencia geopoltica y un espacio para relaciones mltiples, y hace visibles las diferencias estructurales entre los distintos posicionamientos. Estas perspectivas estn asimismo presentes en las propuestas feministas de repensar el trabajo rompiendo con una idea y un modelo de trabajo nicos, generalizables a toda la poblacin. Las mujeres en el trabajo son explotadas econmicamente, pero tambin psicolgicamente: la ideologa sexista y el consumismo devalan su contribucin a la fuerza de trabajo y les hacen creer que trabajan solo por necesidad material, que no contribuyen a la sociedad ni ejercitan la creatividad o experimentan satisfaccin alguna al realizar actividades para benecio propio o de los dems (Hooks, 2000: 103). Al repensar la naturaleza del trabajo, al atribuir valor a todo el trabajo que realizan las mujeres, ya sea pagado o no, se crean herramientas que posibilitan las autoconcepciones y autodeniciones alternativas para las mujeres y, por lo tanto,
13. Los conocimiento situados (CS en adelante) a nivel metodolgico supone una apuesta por la interdisciplinariedad y en una eleccin contextualizada y estratgica de los mtodos, sin establecer fronteras previas al anlisis (Prez Orozco 2006:150). Los CS se presentan como prcticas de la objetividad subalterna frente a las autoridades cientcas universales y a los relativismos culturales, (Preciado 2005 en Corsani, 2006: 37). Desde esta perspectiva, la objetividad ya no depende de la estricta separacin objeto/sujeto ni de la neutralidad valorativa. Al contrario, se encuentran en la renuncia a las metanarrativas y el dilogo entre verdades parciales; en la habilidad de traducir parcialmente los conocimientos entre comunidades muy diferentes y diferenciadas en trminos de poder (Corsani, 2006: 37). 14. En este punto, Braidotti sigue a Laurentis a la luz de sus perspectivas posestructuralistas.
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resultan tiles a la hora de hacer frente a la explotacin psicolgica (Hooks, 2000: 103).15 En este sentido resultan interesantes las crticas que el Black Feminism realiza a los planteamientos desde los que otras corrientes feministas analizan el trabajo, y a la idea bsica del feminismo, en las dcadas de 1960 y 1970, de que el empleo siempre dentro de los lmites impuestos por la organizacin jerrquica del trabajo es un momento efectivo de emancipacin de las mujeres ante la opresin masculina. Estas autoras comienzan a plantear las limitaciones de esta perspectiva a la hora de entender la situacin de las mujeres que trabajan fuera del mbito domstico, tienen bajas remuneraciones y familias a las que mantener; subrayan cmo el reconocimiento de la raza cambia el modo en que podemos hablar del gnero, y sitan en el centro el anlisis de la organizacin del trabajo, remunerado o no, en el marco de opresiones interconectadas: raza, clase y gnero.16 El pensamiento del Black Feminism critica, asimismo, la denicin del trabajo como parte constitutiva de la persona. Madison (Collins, 2000: 48) seala que el trabajo es una construccin contestada, que evaluar la vala personal segn el tipo de trabajo que se realiza es una prctica cuestionable en sistemas basados en la desigualdad de raza y de gnero, en los que el trabajo, pagado o no, puede ser alienante, explotador econmico y frustrante psicolgica e intelectualmente, pero tambin puede ser empoderante y creativo incluso cuando parece duro fsicamente o degradante. Adaptando la exigencia del Black Feminism de construir un marco de anlisis que permita analizar con ms profundidad la experiencia afroamericana y femenina en s mismas y que, por lo tanto, no se base en los sentimientos patriarcales que la ven como desviacin u outsiders del marco general de anlisis varn, blanco, etctera, el concepto de devenir mujer del trabajo permite desarrollar un anlisis de las condiciones actuales del trabajo que no tomen la experiencia masculina como norma, y analizar y revisar la situacin actual e histrica del trabajo de las mujeres. En este sentido, en la actualidad cuando los roles familiares y femeninos de la cultura domi15. Este planteamiento se conecta tangencialmente con los de la autovalorizacin proletaria de la autonoma obrera italiana de la dcada de 1970. 16. El Black Feminism abre nuevas perspectivas sobre el trabajo remunerado o no. En cuanto al primero, seala, dadas las limitadas oportunidades laborales a las que tenan acceso los hombres afroamericanos, haca prcticamente imposible que las familias pudieran sobrevivir con un solo salario (Collins, 2000: 54), y por lo tanto el trabajo extradomiciliario para las mujeres afroamericanas no supona tanto adquirir paridad econmica con sus compaeros como asegurar un ingreso general adecuado para la familia; con frecuencia, aspiraban a abandonar estas actividades y concentrarse en el trabajo domstico, no por imitar la domesticidad de las mujeres blancas, sino para encontrar alivio de la explotacin laboral y el acoso sexual, y para fortalecer la posicin social poltica y econmica de sus familias. En este sentido, Angela Davis (1981 en Collins, 2000: 46) y otras autoras han sealado que el trabajo domstico no remunerado que permite el bienestar de la familia an sin pasar por alto lo referente a la explotacin del trabajo de las mujeres negras por parte de las redes familiares y a veces se pasa por alto hasta qu punto es duro con frecuencia ha sido visto por las mujeres afroamericanas ms como una forma de resistencia a la opresin que como una forma de explotacin por parte de los hombres. En este sentido, desde hace varias dcadas se viene trabajando para superar ese legado de malentendidos y de lneas de investigacin sesgadas que perciben a las mujeres de color bien como inadaptadas o como supermujeres (Higginbothan, 1984: 95).
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nante han cambiado y continan hacindolo profundamente, la experiencia de las mujeres de culturas no dominantes puede tener un rol muy importante (op. cit.: 95) para la comprensin de nuestra realidad. La experiencia de vida de las mujeres est marcada por el entrar y salir de distintos espacios y ambientes fsicos, y de diversas funciones y formas de relacin con los otros. Evidentemente tambin los hombres desempean distintos roles y se mueven en ambientes diversos, pero para ellos el centro de la experiencia sigue anclado en el binomio trabajo/no trabajo. El modelo femenino tiene un carcter ms fragmentado y disperso, pero es a la vez fuente de continuidad y curiosidad, de sugestiones, enriquecimientos (Cordoni, 1993: 222), ya sea por experiencias agradables y positivas o por pesadas, penosas o duras. El que en el modo de produccin posfordista el trabajo devenga mujer implica la generalizacin de un modelo dctil, hiperexible, que se benecia del equipaje experiencial de las mujeres, pero, al mismo tiempo, nos muestra la crisis de las identidades falocntricas jas marcando la posibilidad de un devenir alternativo femenino. Esto, desde una perspectiva feminista, supone situar el cuerpo y sus limitaciones en el centro del anlisis y, por lo tanto, entender el devenir como una propulsin limitada (Braidotti, 1994, 2008); los lmites son aquellos que un cuerpo material, psquica y afectivamente es capaz de sostener en un proceso de transformacin; sern por tanto especcos y diferentes de un sujeto a otro y, en denitiva, marcarn el umbral, tanto espacial como temporal, ms all del cual las interacciones con los dems y con las otras fuerzas no es sostenible. Por lo tanto son estos lmites los que garantizan la duracin del proceso de devenir en tanto que proceso de transformacin poltica. Esto no implica negar que el componente principal del posfordismo sea el trabajo inmaterial, sino subrayar que, en un momento en que la precariedad generalizada pero experimentada cotidianamente en primera persona se ha trasformado en un elemento estructural de capitalismo contemporneo, nuestros cuerpos son el primer campo de batalla.
PRECARIZACIN DE LA EXISTENCIA
El concepto de precarizacin de la existencia hace referencia al hecho de que en el posfordismo, por la conguracin trabajo/vida que implica, la precariedad ya no es un estado que se encuentra exclusivamente en el mbito laboral, sino que se ha extendido a toda la vida, y no como un estado pasajero o provisional, sino como una forma constante de incertidumbre permanente que afecta a la inmensa mayora de la poblacin, ya sea de forma patente o latente (como una amenaza) (Precarias a la Deriva, 2005). Sin embargo precariedad hoy en da signica escasez, debilidad e intermitencia de la renta, de los derechos, de los proyectos, de las expectativas de vida, etctera, pero tambin: acumulacin de mltiples saberes, conocimientos y capacidades a travs de unas experiencias laborales y vitales en construccin permanente (op. cit.), y, sobre todo, aspectos ambivalentes como la movilidad y la exibilidad que se derivan de la contratacin individual. Estas condiciones conforman y al mismo tiempo fomentan la propia unicidad, las diferentes esferas experienciales e individuales de hombres y mujeres de las que
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se sirve el capital (Moroni, 2008). Por eso el capital ha encontrado en la precariedad una de sus principales vas para garantizar la movilizacin y la implicacin activa de dicho conjunto de conocimientos y saberes, experiencias y capacidades de vida de las personas (Negri y Vercellone, 2007). Paralelamente, el proceso de precarizacin acta como un mecanismo de control instalado en el campo social y ramicado en el cuerpo y en el cerebro de los sujetos, dando pie a formas de autoexplotacin17 y dicultando la puesta en marcha de conexiones y relaciones conictuales. Estas ideas concuerdan en cierto sentido, con el concepto de ciudadana exible de Aihwa Ong con el que esta autora se reere a la lgica cultural [] que induce a los sujetos a responder de modo uido y oportunista a las condiciones econmicas y polticas cambiantes. En su aspiracin de acumular capital y prestigio social [], los sujetos enfatizan y son regulados por prcticas que favorecen la exibilidad, la movilidad y el reposicionamiento en relacin con los mercados, los gobiernos y los regmenes culturales. Estas lgicas y prcticas son producidas en el seno de estructuras particulares de signicado sobre la familia, el gnero, la nacionalidad, la movilidad de clase y el poder social (Sassen, 2003: 16). En este sentido, Santiago Lpez Petit (2006) seala que la precariedad no es algo que nos pasa, y que puede dejar de pasarnos [] no es algo accidental, sino un carcter verdaderamente esencial del ser que en esta sociedad podemos ser. Por lo tanto, aun siendo social, la precariedad como tal se vive individualmente, provocando la fragilizacin, la congelacin de nuestro mismo querer vivir,18 lo que nos ataca en lo ms hondo y nos convierte en carne de psiquiatra, transformando la propia vida y, como se ha dicho, nuestros propios cuerpos, en un campo de batalla. Esto no signica que el proceso de precarizacin de la existencia afecte a todo el mundo por igual; como hemos reiterado, en el posfordismo cobran vital importancia las caractersticas cualitativas adaptativas tradicionalmente asociadas a los roles femeninos. Esto sita a las mujeres en el centro del proceso de precarizacin, obligndolas a desarrollar estrategias de supervivencia que hacen visiblemente ms compleja su existencia. Ante esto, el concepto devenir mujer del trabajo como propuesta epistemolgica y poltica nos ayuda a visibilizar que existen diferentes grados de precariedad en funcin de factores como el sexo, la clase, la orientacin sexual, la raza o la capacidad funcional. Partiendo de estas ideas no podemos sino poner en cuestin la perspectiva de Morini (2008) cuando plantea que la fragmentacin y la complejidad del trabajo de las mujeres en el curso de diferentes pocas termina siendo un paradigma general independientemente del gnero y tambin nos plantea serias dudas que se puede sostener que la gura del precario social hoy es mujer (Morini, 2008). Desde nuestras perspectivas, ni la nocin de devenir mujer del trabajo, ni la de precarizacin de la existencia deben usarse para congurar una identidad colectiva es17. En este sentido, la novedad es que actualmente se hacen cada vez ms frecuentes formas de alienacin autnomamente elegidas, que surgen, precisa e increblemente, del deseo de creatividad de los propios sujetos (Morini 2008). 18. El concepto de querer vivir como potencia liberadora para conquistar la propia vida es la clave del pensamiento de Lpez Petit; para l es indispensable un pensamiento radical capaz de liberar este querer vivir. Para profundizar en este concepto recomendamos su obra: El Innito y la Nada: el querer vivir como desafo (2002).
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table y unvoca. Esto no quita que, entendidas como procesos, sean nociones tiles para expresar las debilidades y potencialidades compartidas de la multiplicidad de experiencias vitales/vivenciales y profesionales, experimentadas especialmente por las mujeres: estrs, aislamiento, dicultades para desarrollar relaciones, control social, miedo a expresarse libremente, etctera, pero tambin fomento de la creatividad y la afectividad, apertura de nuevos espacios de autonoma personal, revalorizacin de saberes, etctera. Como consecuencia de todo esto, luchar contra la precariedad implica atravesar todos los frentes de lucha sin cobijarse en identidad alguna que, por lo dems, siempre sera impuesta (Lpez Petit, 2006), poner en prctica una poltica del querer vivir o hacer de la vida y de nuestros cuerpos nuestro campo de experimentacin manteniendo las dos dimensiones, personal y colectiva, permanentemente unidas.
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culturas no dominantes, como las mujeres afroamericanas, pueden tener un rol muy importante en la comprensin de nuestra realidad y en el desarrollo de anlisis de las condiciones actuales de produccin de riqueza que no tomen la experiencia masculina como norma. En este sentido, la idea de que los saberes y los conocimientos y elementos inmateriales (afectos, etctera), se sitan en el centro de la produccin de riqueza, quedando el tiempo de trabajo en una posicin secundaria, y la idea de que el capital inunda la vida cotidiana por la desvertebracin de los tiempos y los lugares en los que se realiza la actividad productiva reeja, en cierto modo, unas experiencias y reivindicaciones histricas distribucin del da en 8 horas de trabajo, 8 horas de sueo y 8 horas de tiempo libre que responden a un arquetipo masculino e industrial y, por lo tanto, no reejan las experiencias temporales ni laborales de la mayora de las mujeres. Dnde se incluye el trabajo domstico o el tiempo de cuidados? Los obvia y esta ocultacin implica que las mujeres nunca dispongan de tiempo libre, pues dedican su tiempo libre a realizar estas tareas. Sin duda el hecho de que el tiempo siga siendo la unidad de medida de la riqueza es una contradiccin formidable (Iglesias, 2005), especialmente cuando el trabajo ya no puede medirse ni individualizarse, pues la fuerza laboral se vuelve cada vez ms colectiva y social (Hardt y Negri, 2002: 365) y nos impulsa a plantearnos cmo valorar esos tiempos de trabajo no remunerado. Frente a esto, resulta necesario cambiar de perspectiva, introducir nuevos conceptos de relacin, de valor y, en denitiva, nuevos mecanismos de valoracin de la riqueza social. Algunos autores proponen una reactualizacin del sistema del bienestar a travs de mecanismos como el ingreso de ciudadana (op. cit.) o la renta de existencia (Morini, 2008) en la lnea de la lucha por una renta bsica que proponen diferentes movimientos sociales. Sin embargo ms all de esta valorizacin econmica creemos importante subrayar la necesidad de desarrollar mecanismos que, frente a la disolucin de la vida en el trabajo de externalizacin y privatizacin de los recursos sociales, fomenten la autovalorizacin fuera de la lgica monetaria intercambio de saberes, conocimiento y tiempo, la reduccin, articulacin y redistribucin del tiempo mercantilizado y, en denitiva, un proceso de reelaboracin de una lgica del cuidado19 basada en la cooperacin y la interdependencia, y otros aspectos positivos del afecto en trminos de ecologa social, de sostenibilidad de la vida (Prez Orozco, 2006). Sin duda a lo largo de todo este texto, por motivos de espacio, hemos dejado algunas cuestiones abiertas; de cara al futuro quisiramos profundizar en las tesis de Paolo Virno sobre la relacin trabajo-accin poltica-intelecto, y su concepto de trabajo virtuoso; analizar si los hombres presentan realmente mayores dicultades para adaptarse a las nuevas condiciones de trabajo y, en su caso, qu efectos tiene esto;
19. Esta nocin de lgica del cuidado es radicalmente diferente a la de tica del cuidado planteada por Carol Gilligan (1998) y defendida por algunas corrientes feministas en la dcada de 1980. La nocin de tica del cuidado pone el nfasis en las actitudes individuales de quien cuida y se plantea como valor trascendente, ms cercano a la moral que a la tica. Por el contrario, la lgica del cuidado es aquella que sita la sostenibilidad de la vida, y no el benecio o la seguridad, como eje articulador de la organizacin social; por lo tanto es transindividual e inmanente, y resulta inseparable de las formas de organizacin social, material y concreta de las tareas de cuidado (Precarias a la Deriva, 2005).
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indagar en las relaciones entre la autovaloracin obrera y las claves feministas sobre la autoestima, etctera, todas ellas cuestiones complejas y que plantean importantes retos y abren interesantes lneas de investigacin.
BIBLIOGRAFA
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19 Una aplicacin de las enseanzas del movimiento perestroika al anlisis de las polticas urbanas
Jordi Bonet i Mart
Aun virulento debate2000, LA CIENCIA POLTICA ESTADOUNIDENSEveanSACUDIDA FINALES DEL AO FUE por que cuestionaba la marginacin a la que se sometidas
aquellas perspectivas que no encajaban en el canon hegemnico constituido por la teora de la eleccin racional y la metodologa cuantitativa en el seno de la APSA (American Political Science Association) y de la APSR (American Political Science Review). Su desencadenante fue un correo electrnico annimo rmado por Mr. Perestroika que en pocas semanas alcanz una amplia difusin en crculos docentes y de investigacin, y que acab cristalizando en el movimiento por la perestroika formado por acadmicos que criticaban la voluntad de convertir la ciencia poltica en una ciencia normal en el sentido acuado por Thomas Kuhn apostando por una rme defensa del pluralismo metodolgico. El movimiento perestroika entroncaba as con un debate iniciado en otros campos de las ciencias humanas y sociales conocido como las Science Wars, que enfrent durante la dcada de 1990 a realistas y construccionistas, y con experiencias precedentes en el campo de la economa (los posautistas) y dentro de la misma ciencia poltica (el Caucus for a New Political Science). Sin embargo, a diferencia de las Science Wars, el movimiento perestroika no se alineaba con ninguna de las posiciones en liza, sino que apostaba por problematizar el cierre categorial resultante de las posiciones hegemnicas que articulaban el discurso de la ciencia poltica. En el presente texto partir de los debates epistemolgicos surgidos en el seno de la controversia perestroika, basndome en la orientacin frontica expuesta por Bent Flyvbjerg (2001) en Social Sciences that matter, para identicar aquellas enseanzas epistemolgicas que
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puedan resultarnos tiles para desarrollar un anlisis de las polticas pblicas urbanas desde una perspectiva crtica.
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Methodenstreiten que desde las publicaciones de Wilhelm Dilthey, en segunda mitad del siglo xix, inam las ciencias sociales alemanas entre partidarios de los mtodos de las Ciencias de la Naturaleza (Naturwissenschaften) frente a los de las Ciencias del Espritu (Geisteswissenschaften). Sin embargo, sera un error reducir el desafo representado por el movimiento perestroika al debate metodolgico, ya que su propsito se diriga a cuestionarse acerca de cul era el lugar que la ciencia poltica tena que ocupar en el conjunto de las ciencias sociales, y como sta dena y se relacionaba con su objeto de estudio. Cul era el oponente dialgico del movimiento perestroika? Para David Laitin (2003), quien mantuvo posiciones extremadamente crticas con el movimiento, su razn de ser responda tanto al aborrecimiento respecto a los mtodos cuantitativos como a la voluntad expresa de sus partidarios de abandonar el proyecto de convertir la ciencia poltica en una disciplina cientca. En este sentido, el debate podra parecer una disputa entre cientcos y humanistas. Sin embargo, tal y como denunci Flyvbjerg (2001), Laitin y otros defensores del canon hegemnico no respondan a las crticas, sino que construan un hombre de paja a n de dirigir mejor sus golpes, y desviaban un debate eminentemente epistemolgico al terreno metodolgico. La revuelta no era contra un mtodo u otro, sino frente a la institucionalizacin de un deber ser de la ciencia poltica que haba acabado relegando la teora poltica, los estudios de caso y las metodologas cualitativas a las facultades y las revistas de humanidades, al no ser considerados sucientemente cientcos; y como correlato de esta operacin, frente a la pretensin epistemolgica de alcanzar una unicacin paradigmtica de la ciencia poltica bajo la gida del neopositivismo. Cmo haba llegado la ciencia poltica estadounidense a esta situacin? Para responder a esta cuestin, cabe retroceder a su periodo de institucionalizacin, a caballo entre el siglo xix y el xx, cuando, bajo la inuencia del primer positivismo, las ciencias sociales pretendan homologarse a los estndares de la ciencias naturales. Sin embargo, an entonces predominaban los mtodos histrico-comprensivos en el seno de la tradicin institucionalista. Fue solo a raz de la revolucin conductista tras la Segunda Guerra Mundial, cuando empezaron a institucionalizarse los modelos causales-predictivos basados en la generalizacin estadstica que terminaron por colonizar el quehacer de la ciencia poltica estadounidense. El conductismo pretenda una unicacin paradigmtica que convirtiera la ciencia poltica en una ciencia normal en el sentido khuniano del trmino. Trataba de trasladar a la ciencia poltica modelos que ya haban mostrado su xito en el campo de la psicologa a n de predecir la conducta humana. Sin embargo, a pesar de que su reinado fue efmero, la crisis del conductismo no dio lugar a una multiparadigmacidad, sino a un pluralismo constreido (Scharm y Catherino, 2006: 4). A pesar de que Gabriel Almond (1999) describiese la ciencia poltica como una sucesin de debates en mesas separadas que no llegaban a comunicarse entre s, lo cierto es que fue generndose una creciente hegemonizacin de las perspectivas nomotticas basadas en los anlisis de N grande y una dependencia cada vez mayor de los paradigmas explicativos importados de la economa. Esta reduccin paradigmtica condujo a un cierre categorial en la disciplina que fue la clave de la acumulacin de malestar que estallara con el movimiento perestroika.
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Sin embargo, sera reduccionista relegar el movimiento perestroika nicamente a la lucha por el reconocimiento de la pluralidad de paradigmas, a pesar que ste fuera su estandarte ms visible. El movimiento perestroika parta tambin de la necesidad de superar la metodolatra imperante, abogando por una ciencia poltica que estuviera enraizada-comprometida con los problemas sociales, conectando as, con la propuesta lanzada por Ian Saphiro (2002) de reemplazar la investigacin orientada al mtodo (method-driven research) por la investigacin orientada al problema (problemdriven research). A este respecto cabe sealar las crticas que Henry Brady y David Collier (2004) dirigieron a las propuestas de King, Keohane y Verba (2000) de trasladar los criterios de validez y abilidad positivistas a la metodologa cualitativa, y el desdn mostrado por estos autores por los estudios de caso. Para los adherentes al maniesto, la metodolatra imperante en ciencias sociales condicionaba la manera de abordar el objeto de estudio, de manera que, tal y como expone Saphiro (2002), si t slo dispones de un martillo, cualquier cosa a tu alrededor empezars a mirarla como un clavo, lo que conllev una creciente artefactualidad de la ciencia poltica. No se trataba de negar el efecto del conocimiento previo de teoras y mtodos en pos de un inductivismo naif, sino de ser conscientes de los sesgos tericos y epistemolgicos inherentes, y no tomarlos como apriorismos. Considerar, pues, que las perspectivas tericas precedentes no tendran que desviarnos respecto a la existencia previa e independiente del fenmeno objeto de estudio. Para ello, se propona una estrategia que empezara por la denicin del problema, y posteriormente se seleccionaran aquellas teoras que mejor se adaptaran para su abordaje, de manera que la ciencia poltica dejara de dialogar solo consigo misma, y tuviera en consideracin la relevancia poltica de los procesos sociales.
ANTECENDENTES
El movimiento perestroika no naca en terreno yermo. En el campo de las ciencias polticas ya existan precedentes, por ejemplo los trabajos de Robert y Helen Lynd que, inspirndose en C. Wright Mills y la Escuela de Frankfurt, sentaron las bases para la fundacin del Caucus for a New Political Science en 1967, en Chicago, (posteriormente reconocida como seccin de la APSA). Sin embargo a diferencia del Caucus, que bas su crtica en los sesgos de representacin demogrca (referidos especialmente a las dimensiones de raza y gnero) y de representacin poltica (la oposicin a la guerra de Vietnam) en consonancia con la eclosin del movimiento de derechos civiles estadounidense, el movimiento perestroika anclaba su crtica en la representacin epistemolgica (Hoeber, 2005: 14). Otro predecesor, en este caso europeo, lo encontramos en el campo de la economa. En junio de 2000, en la Sorbona de Pars se haba producido una rebelin de estudiantes de ciencias econmicas que dio origen al Movimiento de los Economistas Posautistas, que se enfrentaban a la matematizacin de la economa como disciplina y expresaban el rechazo al paradigma neoclsico hegemnico, que haba convertido
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la economa en una ciencia autista sin relacin con la vida real. Esta rebelin alcanzara su eco en Cambridge, con la publicacin de una carta abierta rmada por 27 estudiantes de doctorado y a partir de la cul nacera la Post-Autistic Economic Review; mientras, en 2003 naca en Alemania el Crculo de teora econmica posautista, agrupaciones todas ellas que saludaron y simpatizaron con el movimiento perestroika.
LA ORIENTACIN FRONTICA
El movimiento perestroika inspir sus argumentaciones en la orientacin frontica defendida por Bernt Flyvbjerg. sta debe su popularizacin al libro Making Social Science Matter: Why Social Inquiry Fails and How it Can Succeed Again (MSSM) (Flyvbjerg, 2001), que tena por objetivo replantear cul era el mejor tipo de investigacin que las ciencias sociales estaban preparadas para generar, inspirndose en aportaciones tan variadas como las de Foucault, Habermas, Nietzsche y Aristteles.
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La nalidad de MSSM era cuestionar la pretensin existente en las ciencias sociales de emular las ciencias naturales basndose en aplicar modelos causales y predictivos. Esta aproximacin que Flyvbjerg denomina enfoque naturalista haba llegado a ser hegemnica en las ciencias sociales estadounidenses, y especialmente en el campo de la ciencia poltica. Frente al paradigma naturalista, Flyvbjerg apostaba por la orientacin frontica, recuperando la distincin establecida por Aristteles entre episteme, techn y phronesis. Mientras la episteme caracterizara un conocimiento abstracto y universal vlido independientemente del contexto y la techn estara relacionada con el saber hacer artesanal propio de los estudios tcnicos, la phronesis hara referencia a un saber prctico insertado en el contexto social que habita y en constante dilogo con el mismo. As, frente a un conocimiento universal, objetivo y cientco (en el sentido duro del trmino), la orientacin frontica apostara por un conocimiento ms local, situado, contextual e implicado en las contingencias de la vida poltica que asumiera el giro lingstico e interpretativo operado en las ciencias sociales (Schram y Catherino, 2006), se trataba de un conocimiento que no desdease los efectos que las relaciones del poder y sus manifestaciones discursivas ejercan, tanto dentro como fuera del conocimiento denominado cientco. Sin embargo, la perspectiva frontica ha sido confundida, especialmente por sus oponentes, con la metodologa cualitativa. Flyvbjerg ha criticado estos intentos de reduccin, encabezados por el artculo de David Laitin (2003), que arremeta no solo contra el movimiento perestroika, sino especialmente contra las propuestas contenidas en MSSM. Frente a estas acusaciones, tal y como puso de relieve la investigacin desarrollada por Bent Flyvbjerg sobre planicacin urbana desarrollada por en Aalborg (Flyvbjerg, 1998) la orientacin frontica no exclua el uso de mtodos cuantitativos (modelizacin estadstica y regresin), sino que la seleccin del mtodo era dependiente del problema de investigacin.
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rrollo del anlisis de polticas pblicas ha ido unido al crecimiento de la exigencia de una mayor experticia en las cuestiones referidas al gobierno; as pues se trata de una demanda que surge normalmente mediatizada por las demandas de los policy-makers, es decir, que est orientada a aumentar la racionalidad de los actores gubernamentales y a la resolucin de los problemas (problem-solving) frente a la creciente complejidad de lo social. Esta orientacin, que prioriza las cuestiones de coste-benecio y de gestin de riesgos, acostumbra a dejar de lado aquellos enfoques que sitan el foco en los desequilibrios de poder inherentes al proceso de formulacin, implementacin y evaluacin de las polticas pblicas, partiendo de las demandas y necesidades de aquellos colectivos sociales que disponen de menos recursos (polticos, simblicos y econmicos) para intervenir en la accin poltica, y que en muchos casos son los destinatarios o los principales afectados por la implementacin de las polticas. A mi entender, la adopcin de una perspectiva frontica en el anlisis de las polticas pblicas debe considerar las necesidades y las articulaciones de aquellos colectivos sociales que a menudo son expulsados del sistema poltico, relegados a la categora de entorno donde evaluar los impactos (outcomes) de la accin del gobierno, y apostar por un reconocimiento de su agencia y ofrecer mecanismos de empoderamiento, sin que estos supongan una suplantacin de su voz o una simple traduccin de sus exigencias al discurso acadmico. Para ello, pueden sernos tiles recuperar las cuatro preguntas guas que, segn Bent Flyvbjerg (2001), se encuentran en la base de una perspectiva frontica, y aplicarlas al diseo de investigacin en polticas pblicas: 1. Hacia dnde nos dirigimos? 2. Es este desarrollo deseable? 3. Quin gana y quien pierde, y en funcin de qu mecanismos de poder esto es posible? 4. Qu podemos hacer, si es que podemos hacer algo? Partir de estas preguntas gua implica enraizar el diseo de la investigacin en el contexto de estudio, introducir una dimensin valorativa-situada y reconsiderar la capacidad agntica del investigador social en relacin con los otros actores sociales. Viramos as de una investigacin orientada al mtodo, a una investigacin orientada al problema, pero sin incurrir en un recetario de soluciones tecnocrtico. Las perspectivas tericas y el mtodo de recogida y anlisis de datos dependern de cmo denimos el problema de investigacin en relacin con su contexto y la valoracin que hacemos del mismo. El diseo de investigacin y las hiptesis no pueden plantearse como aprioris, sino que dependen y varan en funcin de las sucesivas cristalizaciones de resultados. En este sentido, en consonancia con lo expuesto antes, quiero sealar que la opcin por un diseo emergente no implica necesariamente la seleccin de tcnicas cualitativas, sino que es congruente con el uso de tcnicas cuantitativas y de regresin. A su vez, abordar un rea de poltica pblica, ya sea a escala europea, estatal, autonmica o local, debe partir de la identicacin del problema sobre el que la poltica
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interviene, las soluciones que propone, los actores que implica, no solo como hacedores sino como destinatarios, la movilizacin de recursos que genera, y los resultados obtenidos, sin dejar de considerar el marco simblico en que la misma se inscribe y los procesos de alineamiento y contienda con otros marcos interpretativos. La mayora de los anlisis de polticas pblicas toman en consideracin tanto el ciclo (formulacin, implementacin y evaluacin) como las dimensiones (simblicoconceptual, substantiva y operativa) de la poltica. Sin embargo, una lectura estrecha de estos modelos puede llevarnos a incurrir en procedimentalismos que no encaran la raz poltica de las polticas pblicas. Es decir, el hecho que las polticas pblicas se inscriben en un marco colectivo de accin y por tanto de conicto, as como un marco discursivo que las signica y dota de sentido, lo que nos obliga a sumar a la caracterizacin de Lowi de que policies determine politics el hecho que politics determine policies. Repolitizar el anlisis de las polticas pblicas implica partir del problema, y cuestionar como ste ha sido socialmente construido e intervenido, en tanto que la solucin dada a un problema depende de cmo ste haya sido construido previamente (Fischer, 1993). Expondr as un primer abordaje, basndome en un diseo resonante con las teoras de anlisis de marcos y su aplicacin en el campo de las polticas pblicas y, ms en concreto, en el de las polticas urbanas:
Qu constituye un problema?
Las polticas pblicas basan su existencia en la intervencin promovida desde los poderes pblicos sobre un rea determinada de lo social. Para ello, lo social debe recortarse de manera que sea posible su intervencin, deben identicarse aquellos factores que participan del problema y, al identicarlos, enmarcarlos en una esfera de sentido, atribuir responsabilidades a aquellos agentes y factores considerados causantes del problema, dotndolos de delidad narrativa, y sealar aquellas poblaciones que sern objetivo prioritario de intervencin. La denicin del problema no es pues nicamente denotativa, sino performativa: la poltica en su formulacin no identica nicamente un problema, sino que lo construye a partir del qu, el cmo y el por qu algo se dene como problema. Por ejemplo, no es lo mismo denir la estructura social de un barrio desfavorecido en trminos de marginalidad y desviacin social, que hacerlo en trminos de pobreza o exclusin. Otro elemento que hay que considerar en la denicin del problema es la distincin entre la jacin de agenda pblica y la agenda encubierta de los policy-makers, en caso de que sta exista. Por ello, el anlisis de las polticas urbanas no puede atender nicamente a la literalidad de los programas, sino que se hace necesario identicar las lgicas discursivas subyacentes y analizar las estructuras de poder que la sostienen. Por ejemplo, bajo la denominacin de polticas de regeneracin y revitalizacin urbana de los centros histricos, pueden enmascararse estrategias de reemplazo poblacional y substitucin de usos, extremo que difcilmente se encontrar enunciado de forma explcita. Por ello, el anlisis de polticas pblicas debe tener en cuenta su funcin de dispositivo retrico-argumentativo y evitar su segmentacin: no podemos analizar las
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polticas sociales de un barrio sin considerar su congruencia con las polticas urbansticas, las polticas de activacin econmica, etctera.
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SESGOS EN LA INVESTIGACIN
A este respecto, he identicado cuatro sesgos derivados de las posiciones hegemnicas en el anlisis de las polticas pblicas urbanas, y me limitar a enunciarlos, sin abordarlos de forma detallada: 1. El sesgo institucionalista: que reduce la hechura de polticas pblicas a los policy-makers tradicionales, desatendiendo el carcter relacional de las polticas pblicas. 2. El sesgo organicista: para el que la ciudad o el barrio acta como un sistema cerrado, y el conicto urbano se sita como una variable algena reconducible a la armona mediante su expulsin o reconduccin. 3. El sesgo neutralista: en que el investigador adopta una posicin pretendidamente neutral frente al objeto de estudio, velando su responsabilidad como agente y limitndose a ejercer su saber hacer tcnico.
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4. El sesgo tecnicista: en que la evaluacin de polticas pblicas se reduce a los criterios de ecacia y eciencia previamente estipulados por el policy-maker, lo que puede ser correcto en el caso de una evaluacin tcnica, pero no constituye en s un anlisis de polticas pblicas. A estos cuatro sesgos cabra aadir aquellos en los que pueden incurrir las aproximaciones crticas. A este respecto, tenemos que tener en cuenta la tendencia, por parte de las investigaciones crticas, a absolutizar teoras, mtodos y apriorismos ideolgicos, sin tomar en consideracin el carcter parcial y situado de toda prctica cientca, y el carcter agente del sujeto investigador. En este sentido, considero que la orientacin frontica puede enriquecerse incorporando las propuestas de objetividad feminista que apelan al principio de responsabilidad de la prctica investigadora tal y como ha sido desarrollado por Biglia (2005). Los cuatro sesgos que he identicado en parte de las aportaciones crticas corresponden a: 1. La negacin del rol agente del Estado: sin negar el carcter relacional de las polticas pblicas, no podemos obviar que las Administraciones pblicas disponen de una serie de recursos (legales, disciplinarios, de legitimidad, etctera) que las diferencian de los actores privados o sociocomunitarios, por lo que no podemos desatender su rol preeminente en el policy-making ya sea por accin o por omisin. 2. El particularismo militante: que considera de forma acrtica los efectos positivos de la aparicin de un conicto, sin valorar ni considerar sus efectos y los marcos discursivos movilizados en la protesta (encumbrando movilizaciones que responden a una lgica de accin eminentemente NIMBY). 3. La romantizacin de la posicin subalterna: la asuncin de los argumentos crticos por el nico hecho de pertenecer a una posicin subalterna (de manera que la funcin del investigador se convertira en dotar de retrica cientca los argumentos crticos de los movimientos sociales urbanos). 4. Los reduccionismos unicausales (culturalista o economicista): normalmente opuestos entre s, y que se caracterizan por reducir la explicacin de las polticas a factores econmicos (por ejemplo la voracidad especulativa del capital privado) o culturales (el choque producido por la diversidad cultural).
CONCLUSIONES
El propsito de este texto ha sido engarzar la problematizacin que el movimiento perestroika ha realizado respecto a la ciencia poltica mainstream con cuestiones crticas surgidas de mi experiencia en el campo del anlisis de las polticas pblicas urbanas. En este sentido, no he pretendido denir un modelo normativo de anlisis frontico, lo que constituira una contradictio in terminis, sino pensar lneas de problematizacin tanto de los modelos normativos como de los crticos, as como sugerencias de accin en el anlisis de polticas pblicas que considero congruentes con
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la orientacin frontica y con el aprendizaje de las crticas desarrolladas por el movimiento perestroika. As, el presente texto se corresponde ms con una voluntad de enlazar reexiones acerca de cuestiones epistemolgicas y substantivas que ataen a nuestro quehacer como politlogos crticos, y especialmente de aquellos que nos dedicamos al anlisis de polticas pblicas, que a la presentacin de un modelo analtico acabado. Seguramente, los sesgos identicados y la presentacin de la estrategia de anlisis sern objeto de crtica y debate, pero son precisamente estos espacios dialgicos los que pueden enriquecer el desarrollo de una crtica de la ciencia poltica, posicin, a mi entender, ms sugerente que la constitucin de una ciencia poltica crtica.
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del internacionalismo del Mayo del 68 hasta el altermundialismo del siglo xxi
Michael Lwy
MAYO DELantisistmicos;DUDA UNO DE LOS MS IMPORTANTES MOVIMIENTOS 68 FUE SIN sociopolticos segn Immanuel Wallerstein, el ms destacado del siglo
xx despus de la Revolucin Rusa. En su libro sobre el nuevo espritu del capitalismo, Luc Boltanski y ve Chiapello distinguen entre dos tipos de crtica anticapitalista en el sentido weberiano del trmino, cada uno con su combinatoria compleja de emociones, sentimientos subjetivos, indignaciones y anlisis tericos, que de alguna manera convergieron en Mayo del 68. En primer lugar, la crtica social, desarrollada por el movimiento obrero tradicional, que denuncia la explotacin de los trabajadores, la miseria de las clases dominadas y el egosmo de la oligarqua burguesa que consca los frutos del progreso. Y en segundo, la crtica artista, que cuestiona los valores y las opciones de base del capitalismo y que denuncia, en nombre de la libertad, un sistema que produce alienacin y opresin.1 Veamos ms de cerca lo que Boltanski y Chiapello entienden, bajo el concepto de crtica artista del capitalismo, una crtica del desencantamiento, de la inautenticidad y de la miseria de la vida cotidiana, de la deshumanizacin del mundo por la tecnocracia, de la prdida de autonoma, en n, del autoritarismo represivo de los poderes jerrquicos. En vez de liberar las potencialidades humanas para la autonoma, la autoorganizacin y la creatividad, el capitalismo somete a los individuos a la jaula de hierro de la racionalidad instrumental y de la mercantilizacin del mundo. Las formas de expresin de esta crtica son tomadas prestadas del repertorio de la esta,
1. Luc Boltanski y ve Chiapello (1999): Le nouvel esprit du capitalisme. Gallimard, Pars: 244-245.
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del juego, de la poesa, de la liberacin de la palabra, en cuanto que su lenguaje es inspirado por Marx, Freud, Nietzsche y el Surrealismo. La crtica artista es antimoderna en la medida en que denuncia el desencantamiento, y modernista cuando insiste en la liberacin. Se pueden encontrar sus ideas ya en la dcada de 1950 en los pequeos grupos de la vanguardia artstica y poltica como Socialismo o Barbarie (Castoriadis, Claude Lefort) o el Situacionismo (Guy Debord, Raul Vaneigem) antes de que exploten en las calles durante la rebelin estudiantil de 1968.2 De hecho, lo que Boltanski y Chiapello llaman crtica artista en mayo del 68 yo lo llamara crtica romntica del capitalismo, es decir, una protesta cultural en contra de los fundamentos de la civilizacin industrial/capitalista moderna, su productivismo y su consumismo, as como una asociacin singular, nica en su gnero, entre subjetividad, deseo y utopa; el tringulo conceptual que dene, segn Luisa Passerini, 1968.3 El espritu romntico de este mayo se dene, en un primer momento, por la negatividad, la rebelin contra un sistema econmico, social y poltico considerado inhumano, intolerable y listeo, y por actos de protesta como los incendios de coches, esos smbolos despreciables de la mercantilizacin capitalista y del individualismo posesivo.4 Pero est al mismo tiempo cargado de esperanzas utpicas, de sueos libertarios y surrealistas, de explosiones de subjetividad (Luisa Passerini), en pocas palabras, de lo que Ernst Bloch llamaba Wunschbilder, imgenes de deseo, que no solo son proyectadas en un futuro posible, una sociedad emancipada, sin alienacin, reicacin u opresin, sino tambin inmediatamente experimentadas en diferentes formas de prctica social: el movimiento revolucionario como una esta colectiva y como creacin colectiva de nuevas formas de organizacin; la tentativa de inventar comunidades humanas libres e igualitarias, la armacin compartida de su subjetividad (sobre todo entre las feministas); el descubrimiento de nuevas formas de creacin artstica, desde los psteres subversivos e irreverentes, hasta las inscripciones poticas e irnicas en los muros. Mi principal desacuerdo con el ensayo de Boltanski y Chiapello, que, no obstante me parece muy importante por la riqueza de sus anlisis, es su tentativa de demostrar que, en el curso de las ltimas dcadas, la crtica artista, separndose de la social, fue integrada y recuperada por el nuevo espritu del capitalismo, por su nuevo estilo de management, basado en los principios de exibilidad y libertad, que propone una mayor autonoma en el trabajo, ms creatividad, menos disciplina y menos autoritarismo. Una nueva lite social, muchas veces activa en la dcada 1960 y seducida por la crtica artista, rompi con la crtica social del capitalismo considerada arcaica
2. Ibid: 86, 245-246. 3. L. Passerini (2002): Utopia and Desire, Thesis Eleven, n 68, febrero: 12-22. 4. Voici ce quecrivait Henri Lefebvre dans un livre publi en 1967 : Dans cette socit o la chose a plus dimportance que lhomme, il y a un objet roi, un objet-pilote : lautomobile. Notre socit, dite industrielle, ou technicienne, possde ce symbole, chose dote de prestige et de pouvoir. () la bagnole est un instrument incomparable et peut-tre irrmdiable, dans les pays no-capitalistes, de dculturation, de destruction par le dedans du monde civilis. (H. Lefebvre, Contre les technocrates, 1967, re-edit en 1971 sous le titre Vers le cybernanthrope, Paris, Denoel, p. 14).
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y asociada a la vieja izquierda comunista y se adhiere al sistema, ocupando puestos de direccin.5 Sin duda, hay mucho de verdad en esta imagen, pero en lugar de una continuidad sin brechas ni contradicciones entre los nuevos managers y los rebeldes de 1968, entre los deseos y las utopas de mayo y la ltima ideologa capitalista, creo que hay una profunda ruptura tica y poltica, a veces en la vida del mismo individuo. Lo que se perdi en este proceso, en esta metamorfosis, no es un detalle, sino lo esencial: el anticapitalismo. Una vez despojada de su propio contenido anticapitalista distinto del de la crtica social, la crtica artista o romntica deja de existir en cuanto tal, pierde toda signicacin y deviene simple adorno. Por supuesto, la ideologa capitalista puede integrar elementos de origen artista o romntico en su discurso, pero stos han sido previamente vaciados de todo contenido social signicativo, para devenir una forma de publicidad. Hay poco en comn entre la nueva exibilidad industrial y los sueos utpicos libertarios de 1968. Hablar, como lo hacen Boltanski y Chiapello, de un capitalisme gauchiste6 (capitalismo izquierdista), me parece un puro contrasentido, una contradictio in adjecto. Cul es entonces la herencia de 1968 en nuestros das? Podemos compartir la opinin de Perry Anderson: no solo el movimiento fue vencido, sino que varios de sus participantes y dirigentes se han vuelto conformistas; el capitalismo, en su forma neoliberal, en las dcadas de 1980 y 1990 no solo se hizo triunfante, sino que logr presentarse como el nico horizonte de lo posible. Pero creo que asistimos, en el curso de los ltimos aos, al desarrollo, a escala planetaria, de un nuevo y vasto movimiento social, con un fuerte componente anticapitalista, y que seguramente se va a reforzar con la actual desastrosa crisis nanciera del sistema. Por supuesto, la historia no se repite jams, y sera tan vano como absurdo esperar un nuevo Mayo del 68, en Pars o en otro sitio: cada generacin rebelde inventa su propia y singular combinatoria de deseos, utopas y subjetividad. Estamos hablando del movimiento altermundialista, una amplia nebulosa, una especie de movimiento de movimientos que se maniesta de forma visible en los foros sociales regionales o mundiales, con la participacin de decenas de miles de delegados y en las grandes protestas contra el G8 o la OMC. Se trata de una amplia red descentralizada, que no corresponde a las formas habituales de la accin social o poltica; mltiple, diversa y heterognea, esta red incluye sindicatos obreros y movimientos campesinos, ONG y organizaciones indgenas, movimientos de mujeres y asociaciones ecologistas, viejos intelectuales y jvenes activistas. Lejos de ser una debilidad, esta pluralidad es una de la fuentes de la fuerza, creciente y expansiva, del movimiento. Amrica Latina y Europa son los principales centros del altermundialismo, con un principio de extensin a Asia (Foro Social Mundial de Mumbai, en 2005) as como hasta ahora sin mucho xito a frica. Esta movilizacin internacional contra la globalizacin neoliberal, que ha tomado con la consigna el mundo no es una mercanca las calles de Seattle, Praga,
5. Ibid: 283-287. 6. Je me refre aux interventions orales de P. Anderson lors de dbats loccasion dun seminaire sur Mai 68 Florence, qui a donn lieu la publication dun numro de la revue Thesis Eleven.
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Porto Alegre y Gnova, es, inevitablemente, muy diferente de los movimientos de la dcada de 1960. Est muy lejos de ser homognea: en cuanto que sus participantes ms moderados o pragmticos creen an en la posibilidad de regular el sistema, una amplia parte del movimiento de movimientos es abiertamente anticapitalista, y en sus protestas podemos encontrar, como en 1968, una fusin nica entre las crticas marxista, libertaria y romntica del orden capitalista, de sus injusticias sociales y de su infamia mercantil. Se pueden sin duda percibir algunas analogas con la dcada de 1960 la fuerte tendencia antiautoritaria, pero tambin algunas diferencias importantes: la ecologa y el feminismo, que eran an incipientes en mayo de 1968, son ahora componentes centrales de la nueva cultura radical, mientras que las ilusiones acerca del socialismo realmente existente ya sea el sovitico o el chino han desaparecido prcticamente con la cada del muro de Berln. Este movimiento est an en sus inicios y es imposible prever cmo se va a desarrollar, pero ya ha cambiado el clima intelectual y poltico en varios pases. Su carcter es realista, es decir, exige lo imposible. Las solidaridades internacionales que nacen en el seno de esta amplia red son de un nuevo tipo, un poco diferente de las que caracterizaban a las movilizaciones internacionalistas de las dcadas de 1960 y 1970. En esa poca, la solidaridad se desarrollaba en apoyo a los movimientos de liberacin, ya fuera en los pases del Sur revoluciones argelina, cubana, vietnamita o en la Europa del Este, con los disidentes polacos o con la Primavera de Praga. Un poco ms tarde, en la dcada de 1980, tuvimos la solidaridad con los sandinistas en Nicaragua o con el sindicato Solidarnosc en Polonia. Esta tradicin, generosa y fraternal, de solidaridad con los oprimidos, no desapareci, por supuesto, en el nuevo movimiento por la Justicia Global que empezaba en la dcada de 1990. Un ejemplo evidente es la simpata y el apoyo al neozapatismo, despus del levantamiento de los indgenas de Chiapas, en enero de 1994. Pero vemos ya en este proceso algo nuevo, un cambio de perspectiva. En 1996, el Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional llam, en las montaas de Chiapas, a un Encuentro Intercontinental irnicamente designado como Intergalctico por el subcomandante Marcos contra el neoliberalismo y por la humanidad. Los miles de participantes que asistieron a este encuentro que se puede considerar el primer antecedente de lo que se llamar ms tarde el altermundialismo, procedentes de cuarenta pases, vinieron, sin duda, tambin por solidaridad con los zapatistas; pero el objetivo del encuentro, denido por el EZLN, era mucho ms amplio: la bsqueda de convergencias en la lucha comn en contra de un adversario comn, el neoliberalismo, y el debate sobre las posibles alternativas para la humanidad. sta es, por tanto, la nueva caracterstica de las solidaridades que se tejen en el seno, o alrededor, del movimiento de resistencia global a la globalizacin capitalista: el combate por objetivos inmediatos comunes a todos por ejemplo, la paralizacin de la Organizacin Mundial del Comercio (OMC) y la bsqueda comn de nuevos paradigmas de civilizacin. En otras palabras: en vez de una solidaridad con, se trata de una solidaridad entre organizaciones diversas, movimientos sociales o fuerzas polticas de diversos pases o continentes, que se ayudan mutuamente y se asocian en el mismo combate, frente al mismo enemigo planetario.
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Para dar un ejemplo: la red campesina internacional Va Campesina rene movimientos tan diversos como la Confederacin Campesina francesa, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o grandes movimientos campesinos en India. Estas organizaciones se apoyan mutuamente, intercambian sus experiencias y actan en comn en contra de las polticas neoliberales y se enfrentan juntos con sus adversarios comunes: las multinacionales del agro-business, los monopolios de semillas, los fabricantes de transgnicos, los grandes propietarios de tierras. Su solidaridad es recproca y constituyen juntas uno de los ms poderosos, activos y combativos componentes del movimiento mundial en contra la globalizacin capitalista. Se podran mencionar otros ejemplos, en el terreno sindical, feminista la Marcha Mundial de Mujeres ecolgico o poltico. Sin duda, este proceso de revitalizacin de las antiguas solidaridades y de invencin de otras nuevas est an en sus inicios. Es algo frgil, incierto e incapaz, por el momento, de poner en peligro a pesar de la actual crisis capitalista la dominacin aplastante del capital global y la hegemona planetaria del neoliberalismo. Aun as, es el lugar estratgico en el cual se est elaborando el internacionalismo del futuro. Cules son las caractersticas del movimiento altermundialista como fuerza contrahegemnica? Se trata sin duda de uno de los fenmenos de resistencia antisistmica ms importantes (para utilizar la terminologa de I. Wallerstein) de principios del siglo xxi. La dinmica del movimiento de movimientos incluye tres momentos distintos pero complementarios: la negatividad de la resistencia, las propuestas concretas, y la utopa de otro mundo. El primer momento, que es el punto de partida del movimiento, es el rechazo, la protesta, el deseo de resistir al estado de cosas existente. El adversario no es la mundializacin en s, sino su forma neoliberal capitalista, la corporate globalization considerada responsable de una serie de injusticias y catstrofes: desigualdad creciente entre el Norte y el Sur del planeta, desempleo, exclusin social, destruccin de la naturaleza, guerras imperiales, etctera. El movimiento naci con el grito de los zapatistas en 1994: Ya basta! Sin ese sentimiento radical de protesta y rebelin, el movimiento altermundialista no existira. Contra quines se dirige esta protesta? En primer plano, las instituciones nancieras o comerciales internacionales: OMC, FMI, Banco Mundial, y las grandes potencias del Norte, reunidas simblicamente en el G-8. Pero para muchos de los participantes del movimiento, el rechazo incluye no solo el neoliberalismo y el belicismo (guerra de Irak), sino el mismo sistema capitalista mundial. Veamos, por ejemplo, la Carta de principios del Foro Mundial, redactada por el Comit de Organizacin brasileo en el cual participan no solo sindicatos obreros y movimientos campesinos, sino tambin ONG diversas y un representante de la Comisin Justicia y Paz de la Iglesia Catlica y aprobada despus por el Consejo Internacional del FSM. Este documento, sin duda uno de los ms representativos y consensuales del movimiento altermundialista, arma: El Foro Social Mundial es un espacio de encuentro abierto, que busca profundizar la reexin, el debate democrtico de ideas, la formulacin de propuestas, el libre intercambio de experiencias y la articulacin hacia acciones ecaces, de instancias y movimientos de la sociedad civil que se oponen al
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neoliberalismo, a la dominacin del mundo por el capital y a toda forma de imperialismo, y que se proponen construir una sociedad planetaria basada en el ser humano. [] Las alternativas propuestas al FSM se oponen a un proceso de mundializacin capitalista bajo el mando de las grandes empresas multinacionales. La radicalidad del rechazo altermundialista se vuelve en contra de la naturaleza capitalista de la dominacin. Dicho esto, el movimiento no es puramente negativo: no le faltan propuestas alternativas concretas, urgentes e inmediatamente realizables. De hecho, no hay ningn programa comn del altermundialismo, y ninguna fuerza poltica logr imponer su proyecto. Aun as, aparecen, en el curso de los foros y de las movilizaciones, un conjunto de reivindicaciones que son, si no unnimes, por lo menos ampliamente aceptadas y defendidas por el movimiento: por ejemplo, la retirada de Irak de las tropas extranjeras; la abolicin de la deuda del Tercer Mundo; la imposicin de impuestos sobre las transacciones nancieras; la supresin de los parasos scales; una moratoria sobre los transgnicos; el derecho de los pueblos a la soberana alimentaria; la igualdad efectiva entre hombres y mujeres; la defensa y la extensin de los servicios pblicos; la prioridad para la salud, la educacin y la cultura; y la salvaguardia del medio ambiente. Estas reivindicaciones fueron elaboradas por las redes internacionales altermundialistas la Marcha Mundial de Mujeres, Attac, Focus on Global South, Va Campesina, Comit por la Abolicin de la Deuda del Tercer Mundo y por diferentes movimientos sociales, y son debatidas en los foros sociales. Una de las grandes cualidades del FSM es permitir el encuentro y la escucha recproca entre feministas y sindicalistas, creyentes y no creyentes, militantes del Norte y del Sur, ecologistas y campesinos. En este proceso de confrontacin y enriquecimiento mutuo no desaparecen los desacuerdos, pero poco a poco se dibujan un conjunto de proposiciones comunes y una visin social alternativa. Se trata aqu del tercer momento, tan importante como los anteriores: la dimensin utpica del movimiento; otro mundo es posible. No se trata solo de corregir los excesos del capitalismo neoliberal, sino de soar y de luchar por otra civilizacin, otra forma de vivir juntos en el planeta. Ms all de las mltiples propuestas concretas, el movimiento contiene una perspectiva transformadora ms ambiciosa, ms global, ms universal. No se trata de un programa consensual, reformador o revolucionario: la utopa altermundialista solo se maniesta en el hecho de compartir ciertos valores comunes. Son stos los que dibujan el contorno de ese otro mundo posible. Un valor fundamental de esa utopa es la democracia. La idea de democracia participativa, como forma superior de ejercicio de la ciudadana, ms all de los lmites de los sistemas representativos tradicionales porque permite a la poblacin ejercer directamente su poder de decisin y de control es uno de los temas centrales del movimiento. El gran desafo, desde el punto de vista del proyecto de una sociedad alternativa, es la extensin de la democracia al terreno econmico y social: por qu permitir, en esa esfera, el poder exclusivo de una lite que se rechaza en el campo poltico? El neoliberalismo reemplaz los grandes valores revolucionarios del pasado libertad, igualdad, fraternidad, por otros ms modernos: libre cambio, equidad, caridad. La utopa altermundialista retoma por su cuenta los valores de 1789, pero
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dndoles un nuevo signicado: as, la libertad no es solo la libertad de expresin, de organizacin, de pensamiento, de crtica o de manifestacin, duramente conquistadas por siglos de lucha en contra el absolutismo, el fascismo y las dictaduras. Tambin es la libertad en relacin con otra forma de absolutismo: la dictadura de los mercados nancieros y de la lite de banqueros y empresarios multinacionales que impone sus intereses al conjunto del planeta. En cuanto a la igualdad, sta se enfrenta no solo a la fractura social entre los grandes propietarios y la masa de los desposedos, sino tambin a la desigualdad entre naciones, etnias y gneros. En n, la fraternidad que parece limitarse a los hermanos (frates) gana siendo reemplazada por la solidaridad, es decir, por relaciones de cooperacin y ayuda mutua. La expresin civilizacin de la solidaridad es un buen resumen del proyecto alternativo del movimiento. Esto signica no solo una estructura econmica y poltica distinta sino, sobre todo, otra sociedad que celebra las ideas de bien comn, inters general, derechos universales y gratuidad. Otro valor importante del altermundialismo es la diversidad. El nuevo mundo con el cual suea el movimiento es todo lo contrario de un universo homogneo, en el cual todos deben imitar un modelo nico. Nosotros deseamos, decan los zapatistas, un mundo en cual quepan muchos mundos. La pluralidad de las lenguas, de las culturas, de las msicas, de las comidas, de la formas de vida es una riqueza inmensa que hay que saber cultivar. Estos valores antihegemnicos no denen un paradigma de sociedad para el futuro. Nos proporcionan pistas, aperturas, ventanillas para lo posible. El recorrido hacia la utopa no est trazado: como deca el poeta, se hace camino al andar.
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ante todo, el mayo francs a un segundo plano, queriendo hacer olvidar la incuestionable conuencia que se dio entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero, aun no estando exenta de tensiones,2 a travs de una huelga general que supuso un verdadero desafo al rgimen gaullista; otras se centran solo en Francia, subestimando la relevancia de lo que ocurri en muchas partes del mundo en el mismo ao 1968 (en Vietnam, Checoslovaquia y Mxico, sobre todo), menospreciando as la crisis general que afect a distintas formas de dominacin poltica. Por mi parte, me inclino a considerar que el 68 tuvo su mxima expresin en Francia, pero afect prcticamente al conjunto del planeta a travs de una serie de protestas y de formas de ver y de hacer en las que se reconocieron tanto las minoras crticas que se haban ido formando en aos anteriores como la nueva generacin poltica y contracultural que emergi al calor de esas jornadas. En lo que se reere al periodo de tiempo por contabilizar, tambin aqu son muy divergentes las propuestas: unas tienden a reducir el acontecimiento al mes de mayo en Francia (olvidando su continuacin durante casi todo el mes de junio), mientras que otras lo prolongan hasta la huelga autogestionaria de LIP en 1974 en ese mismo pas; otras, en n, tienden a hablar de los aos 68, situando su punto de partida en 1965 e incluso en 1954, y poniendo su punto nal en 1975 (como sugieren los editores de la nueva revista The Sixties [Varon, Foley y McMillian, 2008]), analizndolos as como un largo e intenso ciclo de luchas hasta que se inicia una nueva etapa, presidida ya por el inicio de la onda larga neoliberal. En este trabajo me centrar en considerar el 68 como un momento histrico de ruptura del consenso vigente en el mundo de la posguerra que tuvo su punto lgido en el mayo-junio francs, pero que afect a las tres reas macrorregionales existentes entonces: la capitalista occidental, el tercer mundo y el bloque sovitico. Pero, adems, para comprender su alcance y extensin, tambin me parece inevitable referirme al contexto de los aos 68 o los 60, adaptable a cada caso o pas, siendo quizs el ejemplo ms evidente de esto ltimo el de Italia, ya que no por capricho se deni lo ocurrido all como el mayo rampante. Desde estas premisas cabra, primero, resaltar la relevancia de la crisis poltica (en los trminos que emplea Dobry [1988]) vivida en Francia, ya que ayuda a entender cmo se dio all una dinmica de movilizacin multisectorial que lleg a generar, al menos durante unos das a nales de mayo, una verdadera prueba de fuerzas que provoc la paralizacin del Estado o, como mnimo, del rgimen gaullista. Se plante entonces abiertamente la cuestin del poder, aunque no llegaran a darse, como recuerda Bensad (2008: 24), las condiciones para resolverla a favor del movimiento que se haba desencadenado: pese a ello, esa sensacin de fuerza colectiva capaz de ejercer una soberana alternativa es lo que vino a expresarse en eslganes como la imaginacin al poder, el poder est en la calle o gobierno popular, volviendo as a poner de actualidad el horizonte de la revolucin en un pas del centro de la economa-mundo. Todo ello fue reejado por Edgar Morin cuando deni el acontecimiento como una revolucin o, pese a su beligerante oposicin, por el propio
2. Para un anlisis de las distintas formas, particularmente la espacial, en las que se desarroll esa coalicin conictiva, vase Mathieu, L. (2008).
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Raymond Aron cuando mostr su inquietud por la fragilidad del orden moderno que haba percibido como resultado de ese movimiento. Tenemos en este caso que la escala de la contienda poltica que se desarrolla est limitada principalmente al mbito del Estado francs, pero no por ello deja de aparecer en la toma de la palabra que se desarrolla durante esos meses una dimensin transestatal mediante el desafo a poderes que van ms all de aqul, como se reeja en la condena del imperialismo estadounidense y su actuacin en Vietnam como centro de atencin (motivo que haba servido de convocatoria precisamente de un congreso internacional de jvenes en Berln, en febrero de ese mismo ao) pero tambin como metfora (el Vietnam est en nuestras fbricas) aplicable al plano interno. El mayo-junio francs se constituye as como acontecimiento simblico principal de 1968, pero los discursos, eslganes y repertorios de acciones (las barricadas con todo el simbolismo histrico que representaban en la memoria colectiva, las ocupaciones de facultades y fbricas, los secuestros de directivos, etctera) se haban ido difundiendo ampliamente antes, y se intensican despus, a otras partes del mundo, conformndose as una nueva Weltanschauung, una subjetividad rebelde compartida ms all de las fronteras y de las especicidades de cada pas (Bertaux, 1990). Pero es evidente que ese mayo-junio francs, al igual que lo ocurrido en otras partes, no surgi de la nada, sino que tuvo sus precedentes en conictos y movimientos relevantes, como es el caso de la solidaridad con los pueblos argelino, cubano y, sobre todo, vietnamita o de las primeras huelgas obreras salvajes. Para lo que interesa resaltar aqu, lo importante es que el 68 expresa ese gran rechazo global al orden surgido de la posguerra, pero lo hace ms en el plano de la crtica y de una serie de anti (antiimperialista, anticapitalista, antiautoritaria, etctera), mientras que en el terreno estrictamente poltico se maniesta mediante confrontaciones a escala estatal; eso es lo que ocurre en los hechos ms destacados de ese ao, ya se trate de Francia, Checoslovaquia o Mxico: en todos ellos se provoca una crisis poltica de mayor o menor alcance frente a regmenes polticos muy distintos: el gaullista capitalista, el burocrtico de Estado y el revolucionario institucionalizado. Solo la guerra de Vietnam, percibida como una guerra justa antiimperialista de David contra Goliat, es un elemento comn de todas esas protestas y que va ms all de su escala nacional-estatal, si bien en el caso de los pases del Este pesa menos esa solidaridad precisamente porque los PC de esa zona mostraban su apoyo, aunque fuera moderado, a su partido hermano como principal fuerza poltica detrs del FLN en su enfrentamiento con Estados Unidos. Otra dimensin del 68 fue sin duda el cuestionamiento de los que Wallerstein (1993) dene como los movimientos antisistmicos de la vieja izquierda, al considerarlos parte del problema y no de la solucin a los retos que entonces se plantearon. Pero esto no se deba porque se hubieran propuesto una estrategia de toma del poder estatal, sino porque all donde sta se dio aunque, en realidad, en Occidente, se trat, ms bien, del acceso al gobierno, no estuvo acompaada por una transformacin social, o sea, por resultados efectivamente revolucionarios. Estos s se haban dado en 1917, pero luego, debido sobre todo a la conjuncin entre los efectos del fracaso de la revolucin alemana y de la progresiva conformacin de un nuevo grupo social dominante desde el seno del Estado, a lo que asistimos fue a una invo-
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lucin poltica, social y cultural que nalmente facilitara, ya mucho despus, la restauracin del capitalismo en la URSS y el bloque sovitico. Por eso el modelo de la revolucin rusa sobrevivi como tal ante la generacin del 68, oponindolo al proceso de identicacin creciente que con sus Estados naciones respectivos y la va electoralista se haba dado en la socialdemocracia y, luego, en los partidos comunistas (como se pudo comprobar en el caso francs comportndose el PCF como partido del orden frente a la revuelta estudiantil, debido al temor de que su convergencia con un movimiento obrero que hasta entonces estuvo bajo su control fuera ms all de sus lmites institucionales). No se menospreciaba la centralidad del Estado como conjunto de instituciones y condensacin de las relaciones de fuerzas sociales, sino, ms bien, la subsuncin en el mismo y en su defensa de los intereses nacionales de las dos viejas corrientes del movimiento obrero. Por eso el 68 signic en ese sentido un retorno del debate estratgico y del problema del poder a escala estatal, pero situndolo en el marco tanto de la ampliacin de lo poltico y de la poltica como, sobre todo, de un internacionalismo que rechazaba con mayores razones la idea de que fuera posible el socialismo en un solo pas. No por casualidad las distintas organizaciones de la nueva izquierda buscaban sus referentes en corrientes histricas o revoluciones triunfantes que apostaban por construir nuevas internacionales, ya fueran maostas, trotskistas o libertarias; o, tambin, encontraban su referente en la gura del Che Guevara como smbolo de ese nuevo internacionalismo. Una vez descrito de forma sumaria el 68 como Acontecimiento global que supone un punto de inexin, en tanto que cuestionamiento del sentido comn hegemnico y que expande hasta lmites imprevisibles el campo de lo posible, cabra hacer analogas con otros grandes acontecimientos y ciclos cortos de discontinuidad o ruptura a lo largo de la historia contempornea, ya sean 1848 (como propone, entre otros, Immanuel Wallerstein) o 1868-1873, con la Comuna de Pars de 1871 como mxima expresin, segn sugiere Julio Prez Serrano. Porque, en efecto, en ninguno de ellos se produjo un triunfo poltico de los movimientos sociales que los protagonizaron, pero no por ello dejaron de tener impactos duraderos en distintos planos y escalas, como ahora veremos.
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tersticas. Por qu fue as? Porque, pese a sus limitaciones, s se introdujo lo que Boltanski y Chiapello (2002) denominan crtica artista, o sea, la crtica del capitalismo como fuente de desencanto y de inautenticidad y como fuente de opresin, lo cual permitira trasladarla luego, en relacin con las mujeres, a la naturaleza o a la creciente nuclearizacin y militarizacin del mundo. En ese sentido, hay que reconocer el papel pionero de movimientos como el surrealismo o la Internacional Situacionista, de pensadores marxistas como Henri Lefebvre y Herbert Marcuse o de otros como Michel Foucault. Pero, adems, esa crtica artista tambin iba unida a la bsqueda de la autonoma frente a la heteronoma en el trabajo y no fue casual que despus del 68 resucitaran los debates sobre la autogestin que ya tenan su referente crtico (puesto que se enfrentaban con el despotismo burocrtico) en las experiencias que se estaban viviendo en Yugoslavia. Esa vocacin de autonoma estaba ligada, adems, como tambin interpretan Boltanski y Chiapello, a la crtica social, a la denuncia del capitalismo como fuente de miseria y de desigualdades, pero tambin de oportunismo y de egosmo y, por tanto, a la exigencia de igualdad social. Fue esa asociacin entre ambas crticas la que tuvo su reejo simblico en luchas como la de los trabajadores de LIP o en el movimiento de los consejos de trabajadores en Italia, expresando as una aspiracin comn a ir ms all del paradigma del Estado del bienestar e incluso a hacer la revolucin; en cambio, el gran xito del nuevo espritu del capitalismo estara en ir disocindolas desde mediados de la dcada de 1970 en el marco de la progresiva hegemona de la contrarrevolucin preventiva neoliberal (y no sin renunciar a experimentos dictatoriales para ello, como fue el caso de Amrica Latina) que ya, con el colapso del bloque sovitico, tendra un alcance global. Esa creciente separacin entre ambas crticas facilita la tarea de desestructuracin del mundo del trabajo (la movilidad del explotador tiene como contrapartida la exibilidad del explotado) y, a la vez, limita el potencial anticapitalista de esos nuevos movimientos sociales a lo largo de los decenios siguientes. Pero no por ello stos dejan de introducir en la agenda poltica nuevos temas y nuevas lneas de fractura que atraviesan al conjunto de nuestras sociedades, emprendiendo ciclos de luchas que tienen su cresta de la ola y su relativa fusin en las movilizaciones de la primera mitad de la dcada de 1980 a escala eurooccidental contra los euromisiles y el exterminismo como tendencia que acompaa a la competencia intersistmica existente entonces. Sin embargo, los impactos de esos movimientos fueron notables en el plano poltico-cultural, pero no llegaron a satisfacer las expectativas de cambio de paradigma que generaron en torno a una nueva poltica y una nueva forma de hacerla, como ha podido comprobarse con la evolucin sufrida por la expresin poltica con mayor anclaje social dentro del ecopacismo, el Partido Verde alemn, mediante el triunfo nal de los realistas no solo frente a los fundamentalistas sino tambin frente a las corrientes alternativas que, partiendo de la centralidad de los movimientos sociales, no renunciaban por ello a intervenir polticamente en el terreno electoral e institucional (Wolf, 2007a, 2007b). Esos movimientos se han convertido, no obstante, en actores polticos, sociales y culturales en muy diversas partes del mundo, adquiriendo rasgos a la vez comunes y distintos en funcin tanto de su propia diversidad como de su mayor o menor articu-
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lacin con otras lneas de fractura que atraviesan a nuestras sociedades, ya sea la clase, la etnia, la nacin, el color de la piel o la religin. Sin embargo, una parte de ellos ha ido sufriendo un proceso de oenegeizacin (o de adaptacin como meros grupos de presin a dinmicas de contienda poltica contenida [McAdam, Tarrow y Tilly, 2005: 8-10]) que ha ido debilitando su potencial de protesta antisistmica en favor de una mayor colaboracin con las instituciones y de la cogestin de proyectos que, en la mayora de los casos, se limitan a paliar los efectos ms negativos del modelo neoliberal.
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viamente, ese esquema no es aplicable, por ejemplo, a Polonia, en donde Solidarnosc hegemoniz un bloque antagonista que nalmente accedi al poder por la va electoral, o a otros, como Alemania Oriental o Checoslovaquia, aunque con diferencias importantes respecto al primero, ya que en estos casos se produjo un verdadero suicidio poltico de las lites una vez tuvieron que descartar la opcin Tian-an-Men frente a un posible estallido social. No parece acertado tampoco denir esos procesos de transicin vividos en el Este como revoluciones restauradoras, no solo por las precisiones hechas antes respecto a su consideracin como revoluciones, sino, sobre todo, porque con la calicacin de restauradoras se pretende reescribir la historia de esos pases idealizando un pasado demoliberal que nunca lleg a existir como tal en ellos y que, adems, en Occidente solo lleg a ser real durante los treinta gloriosos del Estado del bienestar. A esto hay que aadir que esos acontecimientos tampoco fueron restauradores de las aspiraciones que guiaban a movimientos que en el pasado se haban desarrollado en algunos de esos pases, como fueron los casos de Hungra en 1956 (y que llevaron a alguien como Hannah Arendt a identicarse con la revolucin de los consejos obreros) o de Checoslovaquia en 1968, ya que stos tuvieron un signo distinto de las del 89. Respecto a este ltimo, me limito a citar el comentario de Catherine Samary (2008: 112) que comparto plenamente:
La reescritura de la Historia consiste en no recordar de la Primavera de Praga ms que lo que un rgimen capitalista puede sostener y que 1989 ha proclamado: el cese de la censura, las libertades individuales y colectivas permitiendo las elecciones. Pero se silencian las aspiraciones sociales y socialistas, el otoo de los consejos, y las relaciones complejas entre las instituciones del rgimen y la sociedad en su conjunto; y se omiten los retratos del Che Guevara que se ven, sin embargo, aparecer en los archivos de las manifestaciones de la primavera.
En efecto, pese a que se trat de enmarcar el acontecimiento del 89 como una mera continuidad del 68, en realidad eran muy diferentes: el primero se orientaba hacia la utopa neoliberal, mientras que el segundo pugnaba por ir ms all de lo que luego se codicara ocialmente como socialismo real. De este modo, y salvando las diferencias, tambin all con interpretaciones como la que critica Samary, se aspiraba a disociar la crtica artista de la crtica social, la libertad de la solidaridad y de la apuesta por un socialismo distinto que s estaban presentes en la experiencia del 68. Pero hay que reconocer que lo que se fue asentando en el imaginario colectivo no solo de la mayora de la poblacin de esos pases, sino tambin de la del resto del mundo, fue el discurso del TINA (There Is No Alternative) promovido por la primera ministra britnica Margaret Thatcher, y acompaado por el n de la historia como expresin del apogeo de la globalizacin neoliberal en tanto que sentido comn hegemnico. El proyecto impulsado desde arriba de reducir las expectativas
Estados surgidos de la cada de la URSS en Eurasia, como se ha podido comprobar ms tarde con las revoluciones de colores vividas recientemente en Georgia, Ucrania y Kirguizistn, aunque su denicin como tales tambin sera discutible.
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de cambio radical de los y las abajo se vio reforzado por la adaptacin al horizonte insuperable del capitalismo por parte de la mayora de la izquierda y de los sindicatos. Se fue produciendo as un desplazamiento de la agenda poltica hacia la derecha que se intensicara en la dcada de 1990, una vez desaparecido el bloque sovitico, dando un mayor sello made in USA a esa globalizacin mediante la instauracin de un derecho de injerencia de la comunidad internacional, tanto en el Golfo Prsico como en los Balcanes o en frica, que no por ello dejaba de ocultar los claros intereses geoestratgicos que presidan el eufemsticamente llamado imperialismo humanitario y que quedaron al descubierto a medida que el discurso del choque de civilizaciones fue ganando peso junto con el ascenso del neoconservadurismo y paralelamente a los movimientos reactivos que se haban ido desencadenando en el mundo rabe-islmico con la revolucin iran de 1979 como referente principal. Pero la Historia no se detuvo y pudimos ver la irrupcin a partir del levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994 de un nuevo movimiento de movimientos que ha conocido distintos ciclos de luchas en muy diversas regiones (en el Norte, como se sabe, a partir de Seattle, en noviembre-diciembre de 1999, aunque en el contexto europeo tiene sus orgenes en las movilizaciones exitosas de 1995 contra la reforma de la seguridad social en Francia) y que ha ido impugnando el paradigma neoliberal hasta volver a poner en el horizonte la idea-fuerza de un mundo en el que quepan todos los mundos o de que otro mundo es posible.
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tiene ya una historia enormemente rica que no hace falta recordar en este trabajo. Su momento de prueba decisivo se encuentra, si nos referimos a la escala global, en el efecto de desconcierto que provoca en muchos de sus activistas el atentado del 11-S de 2001, mientras que la cresta de la ola se da en la jornada mundial del 15-F de 2003 contra la invasin estadounidense de Irak; si bien esto condujo a dejar en segundo plano la denuncia de la globalizacin neoliberal o de otras invasiones como la de Afganistn por parte de algunas de sus redes y, sobre todo, de las amplias coaliciones que se formaron en torno a la protesta contra una guerra considerada no solo injusta sino tambin ilegal desde el punto de vista del derecho internacional. Conviene recordar que fue con ocasin de esa jornada que se lleg a hablar desde algn gran medio de comunicacin del movimiento antiglobalizacin como una nueva superpotencia e, incluso por parte de intelectuales orgnicos imperialistas como Brzezinski, de un nuevo credo que poda sustituir al comunismo como nuevo imaginario colectivo anticapitalista. Despus de aquella jornada mundial, la evolucin de este movimiento ha sido muy desigual y, en lneas generales, ha tendido a pesar la dinmica de la contienda poltica a escala estatal, como se ha podido comprobar con relativo xito en algunos pases de Amrica Latina-Abya Yala, bajo el protagonismo de los pueblos indgenas; o macrorregional-continental, en lo que se reere a las campaas emprendidas, como las que se desarrollaron en la Unin Europea contra la directiva Bolkenstein y la de liberalizacin de los servicios portuarios o, parcialmente al menos, contra el proyecto de Tratado Constitucional Europeo. No obstante, la continuidad de las reuniones e iniciativas tanto del Foro Social Mundial (FSM) culminando con el carcter descentralizado que ha tenido en 2008 como de los foros sociales continentales y otros encuentros de alcance similar (promovidos por otras redes como la pionera Accin Global de los Pueblos y, sobre todo, los zapatistas) ha permitido la regularizacin de espacios de encuentro y de Asambleas de Movimientos Sociales en las cuales, pese a sus diferencias y limitaciones, se ha podido avanzar en la articulacin de las agendas y campaas, as como en las sinergias que se han ido estableciendo entre redes temticas muy diversas, incluso de carcter transcontinental, como es el caso de Seattle to Brussels Network, reunida recientemente en el marco del ltimo Foro Social Europeo celebrado en Malm. Es obligado constatar no obstante que desde el primer FSM de 2001 hasta el ltimo, descentralizado, de 2008 ha habido ya un largo recorrido en el que, si bien las potencialidades de ese espacio abierto de encuentro se han desarrollado en algunos aspectos, en otros ha conocido diferenciaciones e incluso conictos entre sus principales redes y organizaciones participantes a medida que su expansin por consenso ha mostrado sus limitaciones ante los nuevos retos (Antentas, 2008). Esto se ha podido vericar tanto en lo acertado de la iniciativa de celebrar el FSM en Mumbai, superando as su principal componente euro-latinoamericana, como en los riesgos de mercantilizacin y oenegeizacin que se percibieron en la experiencia del FSM celebrado en Nairobi en 2007 (Bonfond, 2008). En cambio, la celebracin del FSM descentralizadoen 2008, pese a sus enormes diferencias entre unos lugares y otros, parece haber servido para dar pasos adelante en el anclaje social local de este movimiento, necesitado cada vez ms de contar para su propia continuidad con redes de activistas
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transnacionales que respondan a ese tipo de cosmopolitismo arraigado cuyos precedentes en la historia nos recuerda Sydney Tarrow (2009). Pero lo que es evidente es que el FSM se encuentra en una encrucijada (Bello, 2008; Toussaint, 2008) y los interrogantes sobre si ello se debe a un agotamiento, a una reconguracin del mismo o a una fase de sedimentacin en la que se ha de repensar tambin el modelo de funcionamiento que afecta al actual Consejo Internacional cuya crisis de representatividad es cada vez ms evidente siguen abiertos. Por eso tiene inters el debate estratgico que se ha iniciado hace ya tiempo y en el que algunas contribuciones apuntan a la necesidad de una mayor vinculacin del FSM con las movilizaciones reales que se estn dando en muchas partes contra el neoliberalismo, as como al necesario paso de las resistencias a las alternativas, superando as la conversin de las reuniones del FSM en nes en s mismos, en lugar de medios para una mejor coordinacin y articulacin de las luchas.5 En ese marco general y bajo el impacto de los avances vividos por los movimientos sociales en regiones como la de Amrica Latina, con experiencias muy diversas entre s (son notables las diferencias entre el proceso venezolano, el boliviano y el ecuatoriano, por ejemplo, pese a que las tres pueden integrarse en el concepto de populismo, en su sentido positivo, tal como propone Ernesto Laclau (2006), as como entre todas ellas y el zapatismo en Mxico), se propone avanzar, mediante incursiones parciales en la propiedad privada y en la descolonizacin del Estado, hacia un socialismo del siglo xxi cuyo contenido es sin duda controvertido. Ha empezado a abrirse camino, as, antes incluso de la actual crisis global, el discurso del NINA (Neoliberalism Is Not an Alternative [Evans, 2008: 281]). El caso de Bolivia es especialmente relevante porque no se puede entender el ascenso y posterior triunfo electoral nal del MAS y de Evo Morales sin hacer referencia al ciclo rebelde protagonizado por los movimientos sociales en ese pas, algunas de cuyas organizaciones han estado claramente vinculadas al movimiento de movimientos o al proceso de irrupcin ms general de los pueblos indgenas (Espasandn e Iglesias, 2007). En realidad, estos ltimos han sido en Bolivia los protagonistas en la construccin de un bloque social contrahegemnico, abiertamente enfrentado a otro reaccionario y racista, llegando a lo que el mismo vicepresidente actual de ese pas ha denido como un empate catastrco que, pese al triunfo electoral de Evo Morales, sigue dirimindose tanto en el plano institucional como extrainstitucional por ambas partes. Procesos como stos conrman, adems, la permanencia de una escala estatal de contienda poltica, pero,
5. Se puede encontrar una amplia lista de contribuciones a ese debate en www.forumsocialmundial.org.br/dinamic.php?pagina=strategy_debate_PT. No obstante, conviene insistir en que sigue habiendo redes antiglobalizacin fuera del FSM, como es el caso del zapatismo, con su experiencia de las Juntas de Buen Gobierno y los encuentros, coloquios y festivales anuales que sigue convocando y a los que asisten organizaciones de muy diversas partes del mundo: se puede consultar, por ejemplo, http://enlacezapatista.ezln.org. No he incluido en este trabajo una referencia al caso especco de movimientos populares o partidos-movimiento tipo Hizbul o Hams, que pueden caracterizarse como antioccidentales y basados en una economa moral alternativa, pero que no comparten rasgos fundamentales del movimiento por la justicia global comunes al FSM o al zapatismo, como el rechazo del patriarcado e incluso la oposicin a las polticas neoliberales; ello no implica negar la necesidad de tenerlos en cuenta y aprender tambin de ellos dentro de la tarea comn de traduccin entre diferentes prcticas y conocimientos crticos (Santos, 2008: 52).
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a la vez, la estrecha relacin de la misma con la transnacional-estatal y la global en la medida en que esos movimientos se ven confrontados no solo a fuerzas polticas y econmicas en el propio pas sino, tambin a grupos econmicos y organizaciones de mbito internacional que han determinado hasta ahora las polticas internas. En ese contexto de procesos abiertos de ruptura, incluso de carcter constituyente, con el paradigma neoliberal y neocolonial, as como de inicios de reformulacin del concepto de socialismo, se est produciendo un notable esfuerzo de actualizacin de viejos anlisis, interpretaciones y propuestas estratgicas en los que la recuperacin de aportaciones clsicas como las de Marx, Polanyi, Gramsci, Maritegui o Csaire es muy oportuna, ya que todas ellas ayudan a recordar y profundizar respectivamente sobre los lmites estructurales del capitalismo, el fracaso del mercado autorregulado, la relevancia estratgica de la lucha poltico-cultural o la necesaria crtica de la colonialidad del saber y del poder que acompa al ascenso de la Modernidad occidental y a su imaginario geopoltico etnocntrico. Nos encontramos, por ejemplo, con las propuestas de Peter Evans, quien, apoyndose en el concepto polanyiano de doble movimiento, resalta la creciente autoproteccin que desde distintas sociedades est emergiendo frente a la dominacin del mercado autorregulado, yendo ms all de los lmites nacional-estatales para desaar a los poderes e instituciones responsables de esa vieja utopa liberal y sugiriendo, a partir de ello, la necesidad de que el movimiento por la justicia global d un salto adelante asumiendo la bsqueda de una globalizacin contrahegemnica. Evans entiende sta como un proyecto organizado globalmente de transformacin dirigido a sustituir el rgimen global dominante (hegemnico) por otro que maximice el control poltico democrtico y convierta en prioritario el desarrollo equitativo de las capacidades humanas y la proteccin ambiental (Evans, 2008: 271); esta propuesta sera, adems, muy necesaria frente a la va diferente que pudieran promover los movimientos regresivos de proteccin social que a escala nacional-estatal pudieran surgir o, ms bien, ya estn surgiendo bajo la hegemona de fuerzas de derecha o xenfobas, especialmente en los pases del ya viejo centro de la economa-mundo. En realidad, lo que se sugiere es que el movimiento por la justicia global debera entrar a fondo en la puesta en primer plano del discurso del NINA, precisamente para cuestionar abiertamente el vigente sentido comn hegemnico, ya que lo que est en juego no es tanto un mundo utpico sino un mundo que permita la utopa (Santos, 2008). Es sa una condicin imprescindible para romper con el marco de creencias colectivas dominantes y volver a ampliar el horizonte de expectativas de cambio hasta el punto de volver a hacer creble, viable y factible un proyecto civilizatorio antineoliberal e incluso anticapitalista. Debera producirse, por tanto, no solo un efecto mariposa o efecto domin de determinadas luchas o victorias parciales a escala local o estatal, sino, sobre todo, una serie de cascadas normativas (Evans, 2008) que socavaran el consenso y lograran paralizar los medios de coercin como recurso alternativo de los bloques dominantes. Peter Evans nos propone, adems, algunos requisitos para tener una oportunidad de xito en este camino: la necesidad de que los movimientos sociales trasciendan efectivamente no solo las fronteras nacionales-estatales, sino tambin la lnea de fractura Norte-Sur; la disponibilidad de los movimientos a ir ms all de un nico tema
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y de sus bases particulares para articularse con otros sectores y temas y, sobre todo, la apuesta por un proyecto contrahegemnico que pueda ganar la imaginacin colectiva. Se tratara as de que la eventual organizacin de una globalizacin contrahegemnica combinara redes rizomticas con rboles tradicionales para ir generando una contestacin multinivel en la que la escala estatal sigue siendo importante, pero a la vez es visiblemente insuciente y cada vez ms interdependiente con las otras escalas. Por eso este socilogo crtico no comparte ni las tesis de Hardt y Negri (que subestiman la continuidad de la escala estatal como relevante) ni las que ha podido defender Walden Bello hasta ahora de una desglobalizacin desde abajo o las que se limitaran a lo glocal. Los objetivos que iran ligados a una visin utpica del futuro seran aqullos dirigidos a conseguir la socializacin de los bienes comunes, al desarrollo de las capacidades humanas y a la consecucin de una gobernanza democrtica del planeta; iran asociados, por consiguiente, a la puesta en pie de una nueva Economa Poltica democrticamente controlada en la que los mercados estn incrustados en la sociedad, en lugar de dominar la sociedad (2008). La contribucin de Boaventura de Sousa Santos tiene mayor inters tanto por su condicin de investigador-activista transfronterizo entre el Norte y el Sur e implicado directamente en el FSM como porque sus reexiones tratan de dirigirse no solo a los movimientos sociales sino tambin a la izquierda en general. Respecto a esta ltima su balance no puede ser ms contundente cuando sostiene que los ltimos treinta o cuarenta aos del pasado siglo pueden considerarse aos de crisis degenerativa del pensamiento y de la prctica de la izquierda global (2008: 40). Ese diagnstico contrasta con el pronstico que avanza mirando al futuro inmediato cuando arma que estamos asistiendo a la crisis nal del paradigma sociocultural de la modernidad occidental y que ante ella observa que las nuevas prcticas de izquierda no solo se dan en lugares poco familiares y son llevadas a cabo por pueblos extraos sino que tambin hablan en unos idiomas no coloniales muy extraos o en idiomas coloniales menos hegemnicos, [...] introduciendo as, con viejas palabras nuevos conceptos: tierra, agua, territorio, dignidad, respeto, control de los recursos (2008: 50). De todo esto se desprende la necesidad, desde el Norte, de dirigirse al Sur y aprender del Sur antiimperialista para buscar respuestas a un tiempo de preguntas fuertes, frente a las cuales el FSM solamente puede aparecer como una respuesta dbil-fuerte. Ese acento en el desplazamiento del epicentro de los movimientos sociales y de la izquierda que se ha ido dando, al menos en el periodo reciente, es sin duda muy acertado y tiene implicaciones en distintos planos, empezando por el epistemolgico, como el mismo Santos recalca. No obstante, cabe echar en falta en Evans y, aunque menos, en Santos, un mayor reconocimiento de las limitaciones y los problemas vericados ya en el marco del FSM y que son objeto de diferenciaciones notables, en particular en cuanto a las vas de articulacin entre lo social, lo poltico y lo cultural (para volver a fusionar la crtica social y la crtica artista en un contexto muy diferente del 68, como el mismo Boltanski reconoce en sus ltimos trabajos [2008]) y, ms concretamente, respecto a las relaciones que hay que mantener entre los movimientos antiglobalizacin y los partidos de izquierda, sobre todo cuando stos han accedido al gobierno por la va electoral. En esas condiciones, con mayor razn cuando no se ha cambiado
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la naturaleza de los Estados o, en la mayora de los casos, no se ha llegado a romper efectivamente con el paradigma neoliberal e incluso el neocolonial, la preservacin de la autonoma poltica de los movimientos es fundamental. Se trata de un debate que debera conducir a una rearmacin de la necesidad de que estos movimientos hagan poltica (sin por ello confundir sta con la electoral) y a la vez forjen una convergencia en la accin con aquellos partidos que compartan sus objetivos, preservando en cualquier caso su independencia poltica. En el momento histrico actual, la crisis del neoliberalismo y del paradigma sociocultural de la modernidad occidental se est viendo agravada con el n de esta al que estamos asistiendo como consecuencia de la crisis nanciera y econmica y sus mltiples efectos. stos vienen a sumarse, adems, a los derivados del cambio climtico, de la crisis energtica y alimentaria o de los que tienen que ver con la creciente militarizacin del planeta, contribuyendo todo ello a una crisis de las instituciones de gobernanza global y de la hegemona estadounidense, al menos en su versin neoconservadora. Todava es pronto para valorar los cambios que se van a producir en los prximos aos, pero es evidente que el neoliberalismo est sufriendo una crisis de legitimidad y, sobre todo, de ecacia a los ojos de las mayoras sociales y est obligando a los mximos representantes de las viejas y nuevas grandes potencias a dedicar todos sus esfuerzos a buscar un nuevo consenso global que tome el relevo del ya fallecido Consenso de Washington. Esto no es incompatible con su propsito tambin comn de preservar sus respectivos intereses geopolticos y geoeconmicos mediante un neointervencionismo estatal, basado en una privatizacin de fondos pblicos que solo demaggicamente se puede denir como socialismo nanciero y que en realidad podra conducir a una nueva versin, todava peor, del neoliberalismo bajo el eufemismo de una refundacin del capitalismo. Nos encontramos, por tanto, en otro momento crtico de la historia (con analogas innegables con el periodo 1929-1932) en el que se plantean varias transiciones posibles dentro o fuera del sistema, bajo nuevas formas de reconstruccin de una estabilidad hegemnica o, simplemente, de caos sistmico, como ya hace tiempo pronosticaron entre otros Immanuel Wallerstein o Giovanni Arrighi. En esas condiciones, por desgracia, el viejo movimiento obrero desestructurado socialmente y debilitado sindical y polticamente no aparece como un sujeto sociopoltico capaz de intervenir con la centralidad que pudo tener en la dcada de 1960, mientras que el movimiento por la justicia global no ha logrado sustituirle con la fuerza necesaria para incidir directamente en la crisis sistmica a la que estamos asistiendo en un sentido positivo. Hace unos aos los colegas Pedro Ibarra y Salvador Mart (2003) se referan a los indgenas, los indigentes y los indigestos como los sujetos/tipo histricos de la ideologa antiglobalista: en realidad, con el Katrina global que estamos viviendo ahora es muy probable que aumente el nmero de los segundos, los indigentes, no solo en el Sur sino tambin en el Norte, especialmente en sus grandes reas urbanas, bajo la forma de la creciente precarizacin del trabajo y de sus vidas en general, sobre todo en las nuevas generaciones; mientras que el primer sujeto/tipo no va a renunciar a una visibilidad que tanto le ha costado conquistar tras una larga y paciente lucha, y el tercero (generalmente compuesto por sectores
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de capas medias con capital cultural crtico) puede verse ms polarizado entre la tendencia de unos a blindar sus privilegios y la mayor indignacin de otros frente a la magnitud de unas injusticias cada vez ms visibles. Es ahora, por tanto, cuando tiene mayor actualidad el debate sobre la necesidad de que junto y dentro del movimiento por la justicia global, y respetando plenamente su independencia poltica, se vaya conformando tambin una izquierda global (y no meramente transnacional o internacional) dispuesta a identicar y reforzar lo que es comn en la diversidad del impulso contrahegemnico (Santos, 2008), pero, a la vez, decidida a cuestionar las creencias dominantes sobre la inexistencia de alternativas al capitalismo. Porque una globalizacin contrahegemnica que aspire a salir no solo del neoliberalismo, sino tambin del capitalismo, necesitar construir tanto espacios de contrapoder social, poltico y cultural que le sirvan de soporte como una estrategia capaz de preparar el salto de la guerra de posiciones a la guerra de movimientos, ya que de lo contrario se vera ms pronto o ms tarde reconducida, cooptada o reprimida por los poderes dominantes, empeados ahora en recomponer las bases de una nueva economa poltica capitalista en un sentido ms autoritario, clasista, racista y patriarcal que el que ha caracterizado a la era neoliberal. Concluyendo ya este trabajo, cabra sostener que a lo largo de estos cuarenta aos el Acontecimiento global del 68 abri un nuevo periodo histrico que, ms all de los itinerarios biogrcos individuales de muchos de sus activistas de entonces y a pesar de las derrotas, reujos y discontinuidades sufridas, no ha dejado de ir abriendo brechas y subsuelos a travs de los cuales se han ido haciendo ms visibles diferentes esferas de injusticia y, con ellas, las sucesivas acciones colectivas contenciosas promovidas por diferentes movimientos sociales destinadas a denunciarlas. Frente a ese ciclo sesentayochista vimos desarrollarse una contrarrevolucin preventiva en cuyo marco se produjeron unas refoluciones en el extinto bloque sovitico que, pese a lograr liberarse de los regmenes de despotismo burocrtico, se limitaron luego a abrazar la utopa liberal y contribuyeron a reforzar el sentido comn dominante del TINA. Sin embargo, pocos aos despus, el movimiento por la justicia global ha ido apareciendo como un nuevo actor colectivo que ha vuelto a poner de actualidad la ardua tarea de hacer posible en esta nueva etapa histrica aquella aspiracin comn de transformar el mundo y cambiar la vida. Los procesos de ruptura con el neoliberalismo que, aun con todas sus contradicciones, se estn desarrollando en Amrica Latina-Abya Yala, y la reapertura del debate sobre el socialismo del siglo xxi que les acompaa, coinciden ahora con una crisis global y civilizatoria y una nueva Gran Transformacin cuya naturaleza est todava abierta y en la que incidir sin duda el nuevo ciclo de movilizaciones sociales de diversos signos que parece anunciarse.
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EN ELsociales y el TRABAJO NOS REFERIREMOS AL SURGIMIENTO DE LOS laMOVIPRESENTE mientos nuevo repertorio de accin colectiva como productos de consolidacin del Estado y el capitalismo industrial. A continuacin sealaremos la conguracin del Estado como clave fundamental para entender la actividad poltica de los movimientos antisistmicos, al menos desde la segunda mitad del siglo xix hasta el n del breve siglo xx. Despus describiremos las protestas del 68 como un desafo al orden poltico de Yalta y a las estrategias de transformacin social dirigidas al Estado que, hasta entonces, determinaron la praxis de los movimientos clsicos. Por ltimo, defenderemos que la irrupcin de los movimientos globales anticapitalistas permite hablar de un repertorio posnacional de accin colectiva en el que el Estado ha dejado de ser la institucin fundamental para entender las estrategias de estos nuevos movimientos antisistmicos
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condiciones histricas. Mientras que los marxistas ortodoxos defendan la necesidad de una fase de parlamentarismo burgus que abriera las puertas al desarrollo econmico de Rusia y al crecimiento y la consolidacin poltica de su clase obrera, el jefe de los bolcheviques dijo aqu y ahora y apost por recoger aquello que andaba tirado por las calles. De alguna forma, la accin de los bolcheviques dirigida a conquistar el poder no fue sino llevar a sus ltimas consecuencias la que Wallerstein (1990) ha denido como la estrategia fundamental de los movimientos socialistas desde el fracaso de la revolucin de 1848, a saber, utilizar los instrumentos del poder estatal para transformar la sociedad. El Estado como sujeto desaado o principal interlocutor de la actividad poltica no fundament solamente, como dice Wallerstein, la poltica de los movimientos socialistas y nacionalistas hasta la revolucin del 68 (2002: 29), sino la del conjunto de los actores polticos. En el presente trabajo defendemos que el elemento fundamental de la revolucin del 68 y su principal legado en los movimientos globales anticapitalistas es, precisamente, haber puesto en cuestin las estrategias histricas de los movimientos antisistmicos centradas en el Estado en tanto que instrumento para la transformacin social, depositario del poder soberano. En la defensa de nuestra tesis doctoral, que llevamos a cabo en mayo de 2008, buena parte de las objeciones que recibimos ponan en cuestin el carcter posnacional de la accin colectiva que atribuimos a los movimientos globales. A continuacin, explicaremos el surgimiento de los movimientos sociales y el repertorio nuevo de accin colectiva como consecuencias de la consolidacin del Estado y el capitalismo industrial. Despus nos referiremos a la conguracin del Estado como clave fundamental para entender la actividad poltica de los movimientos antisistmicos (sociales y nacionalistas), al menos desde la segunda mitad del siglo xix hasta el n del que Hobsbawm llamara breve siglo xx. Describiremos, a continuacin, las protestas del 68 como un desafo al orden poltico de Yalta y a las estrategias de transformacin social dirigidas al Estado que, hasta entonces, determinaron la praxis de los movimientos clsicos. Por ltimo, defenderemos que la irrupcin de los movimientos globales anticapitalistas permite hablar de un repertorio posnacional de accin colectiva en el que el Estado ha dejado de ser la institucin fundamental para entender las estrategias de estos nuevos movimientos antisistmicos.
EL ESTADO COMO CLAVE PARA ENTENDER EL REPERTORIO NUEVO DE ACCIN COLECTIVA Y EL SURGIMIENTO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
La intervencin de Pedro Ibarra en nuestra defensa de tesis comenz con una reivindicacin del pensamiento de Charles Tilly.1 Una de las mayores aportaciones
1. La intervencin est disponible tambin en Youtube, vase http://www.youtube.com/ watch?v=BFVw56GhQK8
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del Tilly a la investigacin sobre los movimientos sociales fue desarrollar un modelo histrico-estructural de anlisis de la accin colectiva. Segn este enfoque, conocido como el proceso poltico, las formas de accin colectiva dependen del tipo de autoridades que enfrentan los desaantes y del tipo de estructuras a travs de las cuales se congura el poder poltico. En funcin de una serie de elementos del desarrollo histrico del capitalismo (en particular el reforzamiento de los llamados Estados nacionales y la extensin del industrialismo) los caracteres de las diferentes expresiones de la accin colectiva se modican, pudindose agrupar en dos grandes grupos: acciones propias de un repertorio tradicional (previo a la industrializacin y a la consolidacin de los Estados como maquinarias burocrticas incontestadas en su mbito territorial) y acciones propias de un repertorio nuevo, nacional y moderno (Tilly, 1984).2 Las formas de accin colectiva del repertorio tradicional se caracterizan por ser localistas, poco exibles, violentas y directas (suelen ponerse como ejemplos de este repertorio los motines de subsistencia o la destruccin de maquinaria). Por el contrario, con la llegada de la modernidad industrial, las formas de accin colectiva se harn modulares,3 algo menos violentas (debido fundamentalmente a que el poder de las armas comienza, efectivamente, a ser un monopolio del Estado en su mbito territorial) y, en general, indirectas a la hora de recongurar las relaciones de poder (quiere esto decir que la puesta en prctica de la accin colectiva rara vez tiene un carecer denitivo respecto al elemento de conicto sobre el que acta). Suelen ponerse como ejemplos de este repertorio la manifestacin, la recogida de rmas o las peticiones colectivas. La forma ms desarrollada de este repertorio nuevo de accin colectiva es el propio movimiento social, en cuanto que conjunto complejo de dispositivos de accin que se sostienen el tiempo. El movimiento social es, en s mismo, un fenmeno de la modernidad (Romn, 2002: 14) y un producto de la organizacin de la clase obrera. De hecho, como sealan varios autores (Pastor, 1991; Mess, 1998; Laiz, 2002, entre otros) la historia de los movimientos sociales nace como historia del movimiento obrero. La propia nocin de movimiento social tiene su origen, de hecho, en un estudio sobre el movimiento obrero francs publicado en Prusia por Lorenz von Strein, a mediados del siglo xix. Para evitar una censura que difcilmente hubiera tolerado el vocablo socialista (Prez Ledesma, 1994: 59), en el ttulo del trabajo, Strein llam a su obra Historia del movimiento social en Francia (1789-1850) (Mess, 1998: 299). Si pensamos en una nocin ulterior, la de nuevos movimientos sociales o NMS, que result determinante para los estudios sobre la accin colectiva a partir de la dcada de 1970 congurando varios paradigmas de anlisis, vemos que el elemen2. Tarrow se reere tambin una dimensin cultural de los repertorios de accin colectiva en cuanto que contenedores de una cultura poltica de la protesta que dene lo que los desaantes saben hacer y lo que se espera que hagan (Tarrow, 2004: 59). 3. La modularidad de una forma de accin colectiva alude a la facilidad de la misma para ser llevada a la prctica en diferentes contextos y espacios y con nalidades distintas. Respecto a la modularidad de la construccin de barricadas en el Paris del siglo xix, Tarrow seala: los franceses saban dnde hacerlas y haban aprendido a usarlas (2004: 58).
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to determinante del trmino es el hecho de diferenciar las estructuras de los movimientos pacistas, feministas, ecologistas y estudiantiles del carcter burocrtico4 de las organizaciones del movimiento obrero tradicional. No hace falta anar mucho el anlisis para darnos cuenta de que si hay un elemento que diferencia la estructura de los NMS respecto a las organizaciones de los movimientos antisistmicos clsicos (partido y sindicato) es el papel que se atribuye al Estado como objeto de la accin poltica. Mientras las organizaciones socialistas clsicas, tanto en su versin leninista como en su versin socialdemcrata, estaban concebidas para el asalto del poder poltico del Estado aunque fuera por diferentes medios, las estructuras de los NMS (al menos hasta el cisma de los verdes alemanes) se orientaban hacia una actuacin en los mbitos sociales. Si algo puede querer decir la consigna lo personal es poltico es, precisamente, que hay poltica ms all del Estado. Pues bien, como vamos a tratar de argumentar, el punto de partida de este cuestionamiento de las estrategias hacia el Estado de los movimientos clsicos est en el 68. Como vemos, el Estado no solo est en el origen de los movimientos sociales como dispositivos complejos de accin colectiva del repertorio nuevo, sino que el surgimiento de una nocin (los NMS) que pretende describir un conjunto de movimientos nuevos basndose en sus diferencias con los clsicos, descansa asimismo en el anlisis de la relacin Estado-Poltica-Movimiento.
4. No damos aqu a la nocin burocracia una connotacin negativa. Entendemos que, al menos desde Michels, las dinmicas organizacionales tienen una serie de tendencias inevitables. 5. Hasta tal punto que, como sabemos, para los aspectos referidos al sistema poltico internacional (o interestatal) se crearon disciplinas o subdisciplinas como las relaciones internacionales, en una posicin subalterna (al menos en la Europa continental) respecto al Derecho, la Historia o la propia Ciencia Poltica.
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En el siglo xix, cuando los fenmenos de protesta social se articulan en movimientos sociales tras el desarrollo del capitalismo industrial6 (lo que explicbamos anteriormente al referirnos a los repertorios de accin colectiva), la principal caracterstica que terminar deniendo la praxis poltica de esos movimientos ser su intento de conquista del poder poltico del Estado como elemento fundamental para la consecucin de sus objetivos. En diferentes trabajos, Wallerstein se ha referido a este aspecto en el desarrollo de los movimientos antisistmicos (socialistas y nacionalistas) a partir del siglo xix. Este autor establece ocho caractersticas comunes del desarrollo histrico de estos dos tipos de movimientos entre la segunda mitad del siglo xix, cuando los movimientos empiezan a contar con estructuras slidas partidos, sindicatos y eventualmente milicias armadas para hacer poltica, y 1970 (2002: 29-33). De esas ocho caractersticas comunes vamos a destacar tres. En primer lugar, tanto los movimientos nacionalistas como el movimiento obrero experimentaron un debate en torno a si deban orientar o no su estrategia poltica hacia la conquista del Estado como mecanismo fundamental para lograr los objetivos polticos. En el caso el movimiento obrero sta fue la lnea de fractura fundamental entre marxistas y anarquistas en la Primera Internacional. En el caso de los nacionalistas, el debate marcaba la diferencia entre el nacionalismo cultural y el poltico (ntese que el adjetivo poltico es una referencia directa al Estado). En ambos casos, los ganadores del debate fueron los que apostaban por ocupar el Estado. En segundo lugar, una vez establecido el Estado como objetivo fundamental de la accin poltica, en ambos movimientos se abri un debate tctico sobre los medios para conquistarlo: la famosa tensin Reforma-Revolucin. En el caso de las organizaciones socialistas europeas, los partidarios de la reforma lograron, en general, imponer sus posiciones en los principales pases europeos. Pero hubo una importante excepcin, Rusia, donde el ala insurreccionalista (los bolcheviques) del Partido Obrero Socialdemcrata Ruso lograron ser mayoritarios desde principios de siglo y, en octubre-noviembre de 1917, obtuvieron importantsimos apoyos entre las masas rusas (algo que, en general, no ocurri en otros pases, como en Alemania, donde los spartakistas fueron derrotados por la Socialdemocracia). La tercera caracterstica comn de los movimientos socialistas y de liberacin nacional fue su incapacidad para desarrollar la estrategia de dos pasos (conquista del Estado-transformacin social) que se haban planteado. ste es uno de los elementos histricos ms destacables del siglo xx. En la dcada de 1960, el xito mundial de los comunistas, de los socialdemcratas y de los movimientos de liberacin nacional era una realidad incuestionable. Los partidos comunistas gobernaban en Europa del Este y en buena parte de Asia Oriental;
6. Tales fenmenos de protesta social representan un rea de estudio distinta de la que se encarga de los movimientos sociales. Entre los estudios ms famosos referidos a las formas de protesta previas al movimiento obrero, destacan trabajos como los de Rud (1978), Edward Thompson (1989) o Eric Hobsbawm (1974). En lo que se reere a las rebeliones con perles tnicos en reas perifricas, puede destacarse el clsico de C. L. R. James Los jacobinos negros sobre una revolucin dentro de una revolucin, Hait, en la que los esclavos llevaron ms lejos que nadie muchas de las claves de la revolucin francesa.
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los socialdemcratas haban alcanzado el poder en algunos de los pases ms importantes del mundo rico (el SDP en Alemania, los laboristas en Reino Unido, etctera) y los movimientos de liberacin nacional lograban la independencia de sus pases en un fenmeno de descolonizacin poltica sin precedentes. Sin embargo, los movimientos antisistmicos no estaban alcanzando, desde el poder del Estado, las transformaciones sociales a las que aspiraban. En buena parte de los casos, los regmenes comunistas (a pesar de su papel internacional como sostenedores de movimientos progresistas en todo el mundo) se convirtieron en maquinarias autoritarias que no terminaron de poner en cuestin ni la explotacin econmica ni un sistema econmico mundial fundamentado en la acumulacin de capital y la competicin en el mercado global. Si los socialdemcratas europeos lograron hacer reformas que llevaron a la construccin del que sera conocido como Estado del bienestar, fue en gran medida por una alianza con las clases dominantes para ahuyentar el peligro comunista (como se ha comprobado tras el desmantelamiento de muchos de los elementos del welfare en la dcada de 1990), pero no pasaron de ser, en el mejor de los casos, gestores del capitalismo con cierta conciencia redistributiva. Los movimientos de liberacin nacional (marxistas o no), por su parte, no fueron capaces de alterar las estructuras econmicas de explotacin y dependencia que les ataban a los poderes del centro en una posicin de subalternidad. La independencia poltica abri paso a lo que se conoce como neocolonialismo o colonialismo econmico. Si pensamos en Cuba, donde se combinaron la lucha de liberacin nacional, el antiimperialismo y el marxismo, vemos que, a pesar de las profundas reformas llevadas a cabo por los revolucionarios cubanos, el pas no dej de ser una economa perifrica, sin soberana energtica ni militar (en especial tras la crisis de los misiles) basada en la exportacin de azcar y en los subsidios soviticos. Los dramticos cambios en la estructura econmica de la isla (tendentes hacia la liberalizacin del mercado para poder ser competitivos en el mercado mundial) que tuvieron que llevar a cabo sus gobernantes tras la desaparicin de la URSS son un buen ejemplo de lo que decimos. De alguna manera, los movimientos antisistmicos clsicos tuvieron xito en el primer paso de su estrategia (la conquista del poder del Estado), pero fracasaron en el segundo (cambiar el mundo, como dice Wallerstein). A nuestro juicio, lo ms importante del 68, como proceso revolucionario mundial, es la reaccin ante este fracaso.
EL FRACASO DE LENIN Y EL 68
Cuando el jefe de los bolcheviques rusos logr imponer su heterodoxia entre los cuadros de su organizacin, no pensaba que fuera posible la construccin de algo que pudiera parecerse al socialismo, en los lmites geogrcos de Rusia. Si para algo poda servir aprovechar la situacin excepcional generada por la guerra en Europa, era para desencadenar un proceso revolucionario general en el viejo continente. La insurreccin rusa deba ser la chispa que encendiera las maquinarias polticas de los movimientos socialistas realmente importantes y con capacidad para dirigir un proceso
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de transformacin de escala internacional: el movimiento obrero alemn en primer lugar, y el francs y el ingls, en segundo. Sin embargo, ese acontecimiento que, en palabras de Eric Hobsbawm (1995), inici el breve siglo xx, qued nalmente limitado en las fronteras rusas y sirvi para establecer unas reglas de la poltica mundial que, tras las Segunda Guerra Mundial, quedaron inalteradas en lo esencial hasta la cada del muro de Berln. El breve siglo xx fue el siglo de la poltica de los Estados. Por lo tanto, a pesar de la lucidez leninista que trat de entrever una poltica ms all del Estado, el desarrollo de los acontecimientos circunscribi las posibilidades polticas de los movimientos antisistmicos al mbito estatal. La poltica de construccin del socialismo en un solo pas y defensa de la Unin Sovitica fue la clave que articul al movimiento comunista internacional tras la derrota de los spartakistas y el fracaso de los intentos trotskistas de construir un movimiento paralelo al comunismo ocial. Con el movimiento comunista al que Tarrow deni como el ms importante del siglo xx (2004: 274) convertido en un instrumento de la poltica exterior (pragmtica por denicin) del la URSS, el leninismo dej de ser la clave heurstica de la transformacin revolucionaria para convertirse en un conjunto de recetas para la actividad poltica estatal de los partidos comunistas, en el marco de los intereses de la URSS. Esta prdida de la heurstica revolucionaria es la clave del fracaso de Lenin. La derrota de los revolucionarios y los republicanos en Espaa, y la divisin geopoltica del mundo en reas de inuencia entre la URSS y Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, no hicieron sino consolidar esa realidad. Es cierto, como sealaremos a continuacin, que el maosmo chino y su nocin de la lucha de clases como proceso permanente e inherente a la propia construccin del socialismo abri algunas esperanzas entre los izquierdistas de todo el mundo (sta es la clave principal para entender a la extrema izquierda sesentayochista) pero Liu Shao-Chi venci a Mao en su polmica sobre si China era o no socialista. Mientras el PCUS defenda la posibilidad de construir el socialismo de manera particular en diferentes estados, el PCCh de Mao consideraba que ese proceso slo se poda dar de manera simultnea. Mientras Mao defenda que la lucha de clases continuaba y se agudizaba despus de la toma del poder por parte de los comunistas, Liu Shao-Chi, en la lnea de los soviticos, defenda que en China (como en la URSS) no haba ya lucha de clases.7 Finalmente el pragmatismo se impondra en China, que quedara convertida para siempre en un proceso poltico nacional que, desde Deng Xiaoping, se ha demostrado como el gestor estatal del capitalismo ms eciente en el mbito mundial, siendo el ms serio aspirante a poner en cuestin la hegemona de los EEUU.8
7. Al respecto de la polmica, Wallerstein seala: Mao Tse-Tung propone entender la sociedad socialista como un proceso ms que una estructura. Como Frank y Sweez considera el sistemamundo y no el Estado-nacin como unidad de anlisis. El anlisis de los acadmicos soviticos, por el contrario, plantea la existencia de dos sistemas-mundo con dos divisiones del trabajo distintas, que coexisten uno junto a otro, aunque el sistema socialista aparezca dividido (Wallerstein, 2002 [1974]: 96). Precisamente aqu, en la crtica al doctrinarismo y al pragmatismo estatalista sovitico, est una de las claves para entender el inters por el maosmo de la izquierda radical en el 68. 8. Vase, al respecto, Arrighi (2007).
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El breve siglo xx empez a agotarse con la intensicacin de los procesos de integracin econmica y el n del fordismo. En algunos de los pases centrales se habl de sociedades de la abundancia y de frustracin de las aspiraciones generacionales. El proceso poltico global ms relevante que acompa a ese conjunto de transformaciones que empezaban a erosionar el orden de Yalta fue la revolucin del 68. En la defensa de nuestra tesis, expusimos de manera ms sinttica este planteamiento. La respuesta de Jaime Pastor9 (quien adems fue protagonista en primera persona de los acontecimientos del 68 en Francia y Espaa) fue ms que clara: en el 68 no se puso en cuestin la estrategia de conquista del poder estatal por parte de la izquierda radical. Ello no se producir hasta la dcada de 1980. En el 68 lo que se produce ms bien es una proliferacin de pequeos partidos con aspiraciones revolucionarias desde visiones hiperleninistas. Para Jaime Pastor, Wallerstein tan solo sugiere que el 68 deja una serie de preguntas abiertas sobre la posibilidad de que existan formas de poder social ms importantes que el poder poltico. En lo que al anlisis de Wallerstein se reere, basta acudir a sus textos; en especial su artculo 1968, Revolution in the World-System (2002 [1989]) para darnos cuenta de la claridad de su planteamiento. La tesis segunda del citado artculo declara que la protesta del 68 se produjo tambin contra los movimientos antisistmicos de la vieja izquierda y en el desarrollo de la misma se alude especcamente al fracaso de la estrategia de transformacin social desde el Estado (2002 [1989]: 348). En lo que se reere a la proliferacin de grupos de extrema izquierda desde posiciones hiperleninistas, entendemos que la clave para comprenderlos es la crtica radical que plantearon a las organizaciones y a las estrategias polticas de la izquierda clsica. El 68 no solo fue una revolucin contra la hegemona de Estados Unidos y las formas de organizacin social del capitalismo, sino tambin contra el socialismo real de inuencia sovitica y, sobre todo, contra las organizaciones y las estrategias de la izquierda clsica en los pases occidentales. Si por algo puede denirse a los grupos de izquierdistas que abrazaron el trotskismo y el maosmo es por un intento de volver al punto de partida de la reexin leninista de 1917; la posibilidad de una revolucin mundial. El hiperleninismo de los revolucionarios del 68 tiene poco de clsico si por ello se entiende ese marxismoleninismo (con guin) que fue la doctrina pragmtica del comunismo ocial sovitico y sus organizaciones polticas dependientes en otros pases. Si muchos izquierdistas miraron a China, fue porque la revolucin cultural pareca representar un desafo revolucionario a la Realpolitik sovitica. Es precisamente en esa dinmica de recuperacin de una perspectiva global de la lucha revolucionaria donde se entienden los intentos revolucionarios perifricos como la Tricontinental del Che Guevara y su tctica foquista o el panafricanismo revolucionario de Frantz Fanon. La terrible consecuencia10 de los jvenes guerrilleros urbanos europeos de la Fraccin del Ejrcito Rojo en la Repblica Federal de Alemania, o de los weathermen es9. La intervencin est disponible en You Tube. Vase: http://www.youtube.com/ watch?v=BFVw56GhQK8 10. La expresin la hemos tomado del ttulo de una entrevista al militante de la RAF Stefan Wiesneski (2000).
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tadounidenses tratando de llevar la guerra imperialista al corazn de la metrpoli, hijos del 68 donde los haya, camina en la misma direccin: un alejamiento de la izquierda clsica y una apuesta por la globalizacin de la lucha poltica en clave militarrevolucionaria. Cuando a da de hoy nadie cuestiona el globalismo de Al-Qaeda en su forma de concebir su prctica religiosa-poltica-militar (ese terrorismo global usado por Estados Unidos y sus aliados para justicar su poltica exterior) es importante recordar que del 68 nacieron proyectos revolucionarios armados en todo el mundo que trataron de desaar al mundo bipolar. Los jvenes europeos y estadounidenses que decidieron practicar la lucha armada en el corazn del capitalismo nunca tuvieron ninguna posibilidad de vencer (aunque en el caso de los alemanes, mientras recibieron la proteccin y cierto apoyo logstico de la RDA fueron un factor de desestabilizacin nada despreciable); el Che fue asesinado vctima quiz de sus propios errores tcticos y Frantz Fanon, despus de tratarse sin xito su leucemia en la URSS y en Estados Unidos, mora en un hospital de Nueva York siendo testigo de la derrota del panafricanismo. En China, el fracaso de Mao limit las ilusiones en un proyecto del que la izquierda occidental nunca lleg a conocer mucho ms que los mitos de la literatura de Malraux. Sin embargo, los revolucionarios del 68 cambiaron la forma en que habra de desarrollarse la accin colectiva para siempre. Desde entonces, la accin colectiva recorri caminos distintos a la estrategia en dos pasos y a la centralidad de la clase obrera fordista en la transformacin social. En las dcadas de 1970 y 1980, tras los movimientos estudiantiles, llegaran los NMS (ecologistas, verdes y feministas) y las campaas por los derechos de las minoras. Estos movimientos rechazaban la conquista del poder del Estado y las formas organizativas jerrquicas concebidas para ocupar y gestionar organizaciones administrativas estatales. Rechazaron que los problemas de las mujeres y las minoras tnicas fueran a solucionarse en una etapa posterior a la liberacin material, y pusieron el acento en la politicidad de ciertos aspectos de la vida personal y de la forma de existencia social, yendo ms all de la nocin de alienacin en los procesos productivos. Hasta la victoria de los realos en Alemania, los NMS fueron un punto de referencia para el radicalismo de izquierda, al menos en Europa y en Estados Unidos. Ya en la dcada de 1990, la izquierda radical sufra en sus carnes la crisis de identidad derivada de la cada del muro de Berln y de la derrota denitiva del proyecto sovitico. Como corolario a la ideologa fukuyamista se pens incluso en un crepsculo denitivo del antagonismo poltico en los pases del centro y en su sustitucin progresiva por formas ms o menos institucionalizadas de solidaridad asistencial a travs de ONG o asociaciones humanitarias. Pedro Ibarra y Benjamn Tejerina escriban en 1998 sobre la emergencia de nuevos actores que operan en el mbito de la solidaridad con los sectores menos favorecidos o marginados de las sociedades occidentales. [] Este grupo de movimientos por la solidaridad ha conseguido tal grado de expansin y tal reconocimiento social que la opinin pblica tiende a confundirlos con la totalidad de los movimientos sociales. [] Desde la perspectiva del discurso social dominante [] de los marcos centrales de interpretacin y otorgamiento de sentido
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[] estos movimientos solidarios son los verdaderos movimientos sociales (Ibarra y Tejerina, 1998: 10). Sin embargo, el primero de enero de 1994, coincidiendo con la entrada en vigor el tratado de libre comercio entre Estados Unidos, Canad y Mxico, un ejrcito guerrillero indgena se levantaba en Mxico deniendo en su discurso el neoliberalismo como enemigo de la humanidad. Poco despus, de las redes internacionales de solidaridad con el neozapatismo mexicano surgieron los colectivos que llevaron a cabo los llamamientos a la accin en Seattle (1999) y Praga (2000) de los que nacera, al menos mediticamente, el movimiento global.
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modo, no habra movimientos nacionalistas cuya aspiracin es un Estado). Asimismo, la nocin entra de lleno en cuestiones referidas a la cultura y a las identidades. Es evidente que en nuestra tesis no tenemos demasiado inters por la nocin de Nacin y s por la de Estado, en tanto que depositario de poder, pero, desde el momento en que identicamos el poder estatal con la soberana, sta no puede residir en el Estado sin ms, sino en la Nacin, como histricamente se han encargado de normativizar los ordenamientos constitucionales. Por eso, cuando hablamos de poder posnacional queremos decir que se ha producido un trasvase de las atribuciones soberanas desde el Estado hacia agencias globales de gestin. Ese tipo de soberana, que ser sobre la que dirijan su accin los movimientos globales es, por lo tanto, posnacional. El desarrollo del Capitalismo global que acab con una URSS, incapaz de competir en el mercado mundial (Boswell y Chase-Dunn, 2000: 133-157), provoc tambin una tendencia a la transferencia del poder soberano desde las agencias administrativas estatales hacia agencias supranacionales de gestin y de produccin econmica, jurdica, militar y poltica de tipo regional (como la Unin Europea a pesar de sus fracasos a la hora de seguir aglutinando poderes polticos) o de tipo global (como las organizaciones que heredaron el orden econmico de Bretton Woods; la OMC, el FMI y el BM, y, en el plano militar, la ltimamente tan globalizada OTAN). Al mismo tiempo, la inuencia poltica a travs de lobbies globales de las corporaciones multinacionales no ha dejado de crecer. Aunque, histricamente, ningn Estado ha podido sustraerse completamente a las dinmicas poltico-econmicas sistmicas, en la actualidad, las limitaciones a la hora de tomar decisiones que afecten de manera seria a la economa, que pongan en cuestin el papel militar que desempea ese Estado en el rea geopoltica en la que se adscribe o que planteen reformas polticas que no sintonicen con su rea regional de referencia, tienen una dimensin indita. Este conjunto de limitaciones a la soberana ha provocado que el Estado, como interlocutor o sencillamente sujeto desaado o a cuyo poder aspiran los diferentes actores polticos (partidos o movimientos) sea cada vez menos poderoso, aun cuando su papel siga resultando fundamental. Como venimos diciendo, ahora ms que nunca, son las organizaciones de gestin global las que ven aumentar su poder soberano (sin legitimacin en nacin o mecanismo procedimental alguno), siendo los verdaderos productores de las decisiones econmicas de alcance global. Durante el acto de defensa de nuestra tesis, Ariel Jerez llam la atencin sobre la importancia del Estado en los procesos de transformacin en curso en Amrica Latina. Es cierto que el proceso liderado por Venezuela (y al que, con diferentes ritmos, se han incorporado Ecuador y Bolivia) en un contexto de fracaso y retroceso de las polticas neoliberales en el conjunto de la regin, ha abierto muchas esperanzas y ha generado cambios importantes. Sin embargo, nos parece un error pensar que la clave del proceso est en el potencial transformador de las estructuras estatales. Si Venezuela est desempeando un papel tan importante no es ni por las virtudes polticas de su presidente (muchas de ellas discutibles) ni por la ecacia de su administracin (muy discutible tambin), sino por la posicin de privilegio del Estado venezolano como gestor de un recurso determinante (el petrleo) en el mercado mundial. Ello es lo que permite a Venezuela destinar recursos a polticas sociales e incluso llevar a cabo una
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poltica exterior comprometida y beligerante contra Estados Unidos. Si pensamos en Paraguay, por ejemplo, donde el izquierdista Fernando Lugo acaba de alcanzar la presidencia, es difcil ser muy optimista a la hora de imaginar las posibilidades de transformacin poltica de un gobierno dependiente de la exportacin de soja transgnica y del contrabando, cuya soberana energtica est en manos de Brasil. De muy poco le va a servir a Lugo su estadito para mejorar la vida de la gente; su nica opcin, como la del Gobierno boliviano amenazado desde dentro y desde fuera y la de tantos otros, es apostar por un proyecto de integracin con otros pases latinoamericanos. El Estado, en el siglo xxi, se queda ms que corto para la transformacin social. La gran leccin del 68 fue precisamente poner al descubierto el fracaso de las estrategias de transformacin social desde el Estado de los movimientos antisistmicos clsicos. Si la extrema izquierda mir a China y a los movimientos guerrilleros perifricos, fue porque parecan representar una posibilidad revolucionaria en un mundo pactado. Si los NMS y los movimientos de solidaridad se ocuparon de aspectos de la forma de existencia social descuidados por la izquierda clsica (el gnero, el medio ambiente, la sexualidad, la proteccin de las minoras, etctera) fue porque descubrieron que el poder de regular la vida no solo se hallaba en las estructuras administrativas del Estado. La gran aportacin de los movimientos globales ha sido dirigir su mirada all donde est el poder: las instituciones de gestin del capitalismo global. De alguna forma, ello les ha situado en el punto de la reexin leninista previo a la insurreccin, a saber, la actualizacin del marxismo ante el desarrollo del capitalismo imperialista de la poca. Estamos seguros de que los movimientos globales tienen pocas posibilidades de desencadenar, a corto plazo, un proceso revolucionario global, pero se han situado exactamente en el lugar donde la reexin y la heurstica revolucionaria son posibles: el espacio posnacional. Ello les ha dado cierta ventaja sobre otras agencias polticas tales como los partidos, cuyas estructuras siguen centradas en unidades administrativas menores. No debe olvidarse que sa es una de las claves que explica las dicultades de stos a la hora de inuir en organizaciones regionales o globales. Si pensamos en Europa, es cierto que los partidos representados en su parlamento se organizan por tendencias, pero a nadie se le escapa la escasa relevancia de este parlamento en relacin con las competencias de la Unin. En ese sentido, los movimientos globales han puesto sobre la mesa el problema de las inercias, tanto de los partidos y los sindicatos tradicionales que siguen privilegiando el escenario estatal en su actividad, como de los movimientos nacionalistas que siguen pretendiendo aspirar a la formacin de un Estado como instrumento de transformacin. Recientemente, el profesor Cotarelo polemizaba desde su blog con la profesora Consuelo Laiz a propsito de un libro que esta politloga comparte con Patxi Zabaleta y Juan Jos Laborda, en el que el dirigente abertzale y el de la federacin vasca del PSOE discuten sobre la compatibilidad entre izquierda y nacionalismo. Si efectivamente la clave del debate es sa (solo conocemos el libro por la resea de Cotarelo) no entendemos la importancia de darle vueltas a una discusin iuslosca acerca de la preeminencia de los derechos individuales sobre los colectivos o viceversa. Si el pro-
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blema es si nacionalismo e izquierda son compatibles, la clave habr de estar en si el Estado es un instrumento de transformacin social efectivo o no. Si la izquierda cometi un error en el siglo xx, fue el desprecio la fuerza de los elementos tnicos y nacional-populares a la hora de articular polticamente a las clases subalternas. Nadie puede negar la importancia de esos elementos a la hora legitimar un Estado. Pues bien, si de lo que se trata es de conquistar el Estado, nacionalismo e izquierda sern perfectamente compatibles y altamente recomendables, como siempre tuvieron claro los revolucionarios perifricos. Sin embargo, a da de hoy, quiz la cuestin que debieran plantearse los patriotas vascos de izquierda (a los socialistas vascos entiendo que difcilmente se les puede aplicar este calicativo) es si un Estado propio iba a representar un avance en clave socialista. Hemos explicado ya la distincin entre las formas tradicionales y modernas de los repertorios tradicional y nuevo de accin colectiva, para comprender lo que llamamos repertorio posnacional. En el periodo actual, las transformaciones del capitalismo hacia modalidades productivas exibles y la tendencia decadente del Estado como agencia detentadora de la soberana en favor de instituciones de gestin global han posibilitado formas de accin colectiva que no se dirigen al poder del Estado como principal adversario, interlocutor o instrumento para la transformacin. ste es el principal desafo que han lanzado los movimientos globales al replantear algo que fue fundamental en la genealoga de los movimientos socialistas y que estaba vivo en la reexin de Lenin en 1917, a saber, la movilizacin poltica ms all de los lmites del Estado. Quizs esto es algo que los nacionalistas de izquierda no han terminado de entender todava.
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Parte V LATINOAMRICA
dencias que marcan el actual paisaje sociopoltico latinoamericano, sobre todo en lo que compete a la relacin entre movimientos sociales, matrices poltico-ideolgicas y gobiernos. Para ello, en primer lugar, presentaremos un examen del cambio de poca que caracteriza la regin, en un anlisis que apunta a subrayar el carcter ambivalente de la actual transicin latinoamericana. En segundo lugar, proponemos una aproximacin analtica a las diferentes tradiciones o matrices poltico-ideolgicas que atraviesan el espacio militante contestatario. Por ltimo, haremos un recorrido por algunos de los datos ms relevantes que presenta la regin, a travs del anlisis de cuatro tendencias: en primer lugar, el avance de las luchas indgenas; en segundo lugar, la consolidacin de nuevas guras de la militancia; en tercer lugar, la reactivacin de la tradicin nacional-popular; y por ltimo, el retorno de una fuerte narrativa desarrollista, asociada tanto a gobiernos progresistas como aquellos de carcter ms conservador y neoliberal.
EL CAMBIO DE POCA
Desde hace algunos aos, Amrica Latina viene experimentando un cambio de poca. Diversos procesos sociales y polticos han ido congurando nuevos escenarios:
1. Investigadora independiente del Conicet (Centro Nacional de Investigaciones Cientcas y Tcnicas), con sede de trabajo en la Universidad Nacional de General Sarmiento, provincia de Buenos Aires, Argentina. Este texto forma parte del proyecto Subjetividades Polticas, matrices poltico-ideolgicas y procesos de movilizacin en Amrica Latina, realizado en el marco de una beca otorgada por la Fundacin Guggenheim.
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la crisis del consenso neoliberal, la relegitimacin de los discursos crticos, la potenciacin de diferentes movimientos sociales, en n, la emergencia de gobiernos autodenominados progresistas y de centroizquierda, que valorizan la construccin de un espacio latinoamericano, son algunas de las notas distintivas de una etapa de transicin que parece contraponerse a todas luces con el periodo anterior, la dcada de 1990, marcada por la sumisin de la poltica al Consenso de Washington, en nombre de una globalizacin unvoca e irresistible. En principio, este cambio de poca habilita el retorno de ciertos trminos que haban sido expulsados del lenguaje poltico y de las academias, tales como antiimperialismo, descolonizacin o emancipacin, vocablo este ltimo que en gran medida aparece como el sucesor de la idea de revolucin. Asimismo, este cambio de poca permite pensar desde otro lugar la relacin entre modelos acadmicos y compromiso poltico, algo que tambin pareca denitivamente clausurado en pos de la profesionalizacin del saber acadmico, del repliegue del intelectual-intrprete o de la apologa del modelo del experto. Nuevos desafos aguardan, en especial, a las jvenes generaciones de investigadores que hoy comienzan a cuestionar los modelos acadmicos dominantes, y advierten cmo es posible una articulacin diferente entre saber acadmico y compromiso con las nuevas realidades. Por ltimo, este cambio de poca estimula la posibilidad de pensar creativamente las articulaciones entre Estado y sociedad, entre democracia representativa y democracia directa y participativa, entre lo institucional y lo no institucional, entre el espacio pblico estatal y el espacio pblico no estatal, entre otros. No constituye un dato menor recordar que la apertura del ciclo de luchas contra la globalizacin neoliberal y asimtrica no provino de las fuerzas de la poltica institucional. ste se abri en 1994 con la irrupcin del zapatismo, en Chiapas. El zapatismo, como es reconocido, no solo fue el primer movimiento de estas caractersticas en Amrica Latina, sino tambin el primer movimiento contra la globalizacin neoliberal, que inuy fuertemente en los grupos y colectivos alterglobalizacin que se estaban gestando tanto en Europa como en Estados Unidos. Pero en rigor, en Amrica Latina, el nuevo ciclo de accin colectiva, que seala una progresiva acumulacin de las luchas contra las reformas neoliberales, arranca en el ao 2000, con la guerra del agua, en Cochabamba, y tuvo sus momentos de inexin tanto en Argentina, en diciembre de 2001, como en Ecuador, en 2005, y nuevamente en Bolivia, en 2003 y 2006, entre otros. Fueron entonces las organizaciones y los movimientos sociales los grandes protagonistas de este nuevo ciclo, los que a travs de sus luchas y reivindicaciones, aun de la prctica insurreccional, lograron abrir la agenda pblica y colocar en ella nuevas problemticas: el reclamo frente a la conculcacin de los derechos ms elementales, la cuestin de los recursos naturales y de las autonomas indgenas, la crisis de representacin de los sistemas vigentes, contribuyendo con ello a legitimar otras formas de pensar la poltica y las relaciones sociales. As, en las ltimas dcadas, los movimientos sociales en Amrica Latina se han multiplicado y han extendido su capacidad de representacin, esto es, han ampliado enormemente su plataforma discursiva y representativa en relacin con la sociedad: movimientos indgenas y campesinos, movimientos urbanos territoriales, movimientos socioambientales, y movimientos y colectivos GLTTB; en n, colectivos
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culturales, dan cuenta de la presencia de un conjunto de reivindicaciones diferentes, con sus respectivos clivajes identitarios, congurando un campo multiorganizacional extremadamente complejo en sus posibilidades de articulacin. Heterogneos en sus demandas, al igual que en otras latitudes, los movimientos sociales nos trasmiten una tendencia a la rearmacin de la diferencia y el llamado reconocimiento. Sin embargo, si la tendencia a rearmar la primaca de la diferencia aparece como un rasgo global de los movimientos sociales, no es menos cierto que en Amrica Latina, en los ltimos tiempos, una de las problemticas centrales y potencialmente unicadora es aqulla de la tierra y del territorio. Asimismo, es importante destacar la conguracin de un nuevo internacionalismo,2 que ha venido asomando en la arena mundial, de la mano de los movimientos sociales. Ciertamente, desde 1999, se han multiplicado los espacios de coordinacin y los foros sociales, que apuntan a la potenciacin y a la convergencia de diferentes luchas contra la globalizacin neoliberal. Ms all de las diferencias ideolgicas y sociales que caracterizan al heterclito movimientos de movimientos, desde Seattle hasta Gnova, Porto Alegre y Nairobi, y hasta las jornadas globales contra la guerra en Irak, ha venido conformndose un discurso crtico y, en algunos casos, antisistmico, respecto de la globalizacin neoliberal, que reconoce por lo menos tres elementos comunes: un cuestionamiento a las nuevas estructuras de dominacin surgidas de la transnacionalizacin de los capitales, que se expresa en la superacin de las fronteras polticas, econmicas y jurdicas; el rechazo de la mercantilizacin creciente de las relaciones sociales, producto de la globalizacin neoliberal; y la revalorizacin y defensa de los derechos culturales y territoriales. En Amrica Latina, estos nuevos espacios de coordinacin han estado signados particularmente por la evolucin de los llamados acuerdos sobre liberalizacin comercial y especialmente frente a la iniciativa estadounidense de subsumir a los pases de la regin bajo un rea de Libre Comercio de las Amricas (ALCA). De manera ms reciente, las resistencias locales y regionales contra el IIRSA (Iniciativa para la Integracin de la Infraestructura Regional Suramericana),3 contra los avances del modelo extractivo exportador y la extensin del modelo de agronegocios, han desembocado en la constitucin de espacios de coordinacin regional, centrada en la defensa de la tierra y el territorio. Recordemos que el impulso del capitalismo neoliberal posdictaduras ha tenido diferentes fases en Amrica Latina: un primer momento, desde nales de la dcada de 1980, estuvo marcado por la desregulacin econmica, el ajuste scal, la poltica de privatizaciones (de los servicios pblicos y de los hidrocarburos), as como por la introduccin del modelo de agronegocios. Esta primera fase, en la cual se sentaron las bases del Estado metarregulador (Sousa Santos, 2007a), conllev la generacin de nuevas normas jurdicas que garantizaron la institucionalizacin de los derechos de las grandes corporaciones, as como la aceptacin de la normativa creada en los espa2. La expresin proviene del titulo del libro de D. Bensaid (Le nouvel internationalisme, 2003) y fue retomada por Seoane, Taddei y Algranati (2006). 3. Cartera de proyectos de infraestructura de transporte, energa y comunicaciones consensuada por varios gobiernos latinoamericanos en el marco de la Iniciativa para la Integracin de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA). Para el tema, vese Cecea, Aguilar y Motto (2007).
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cios transnacionales. Al mismo tiempo, dichas orientaciones contribuyeron a consolidar un modelo econmico basado en la reprimarizacin de la economa, altamente dependiente de los mercados externos, al tiempo que profundizaron las bases del Estado patrimonialista, de cara a la fuerte imbricacin entre los gobiernos, en sus diferentes niveles, con los grupos econmicos privados. En continuidad con el momento anterior, pero en un escenario poltico diferente al de la dcada de 1990, en la actualidad asistimos a una segunda fase, caracterizada por la generalizacin del modelo extractivo-exportador, basado en la extraccin de recursos naturales no renovables, y la expansin de los agronegocios, necesarios para alimentar el nivel de consumo sostenido y el modelo de acumulacin vigente. En otros trminos, la actual etapa expresa una demanda cada vez mayor de los pases desarrollados hacia los pases dependientes, en trminos de materias primas o de bienes de consumo, lo cual aparece reejado en la expansin de las fronteras hacia territorios antes considerados improductivos: la frontera agrcola, petrolera, minera, energtica y forestal. Dicha expansin genera transformaciones mayores, en la medida en que reorienta completamente la economa de pueblos enteros y sus estilos de vida, y amenaza en el plazo medio la sustentabilidad ecolgica. La minera a cielo abierto, la construccin de grandes megarrepresas, los proyectos previstos por el IIRSA y prontamente los llamados agrocombustibles (etanol), ilustran de forma cabal esta nueva divisin territorial y global del trabajo en el contexto del capitalismo actual. Esta desigual divisin del trabajo, que repercute en la distribucin de los conictos territoriales, perjudica sobre todo a aquellos sectores sociales que presentan una mayor vulnerabilidad. Un ejemplo de ello es la situacin de los pueblos indgenas y campesinos, que pujan por la defensa de sus derechos culturales y territoriales, reconocidos formalmente por gran parte de las constituciones latinoamericanas, ante el avance de la frontera forestal, las grandes represas, la privatizacin de las tierras o el boom de la soja transgnica. En trminos de D. Harvey (2004), la actual etapa de expansin del capital puede ser caracterizada como de acumulacin por desposesin,4 proceso que ha producido nuevos giros y desplazamientos, colocando en el centro de la disputa la cuestin del territorio y el medio ambiente. Asimismo, la nueva etapa tambin aparece asociada a nuevos mecanismos de desposesin, como la biopiratera o la apropiacin de formas culturales y cultivos tradicionales pertenecientes a los pueblos indgenas y campesinos. No es casualidad, entonces, que en este escenario de reprimarizacin de la economa, caracterizado por la presencia desmesurada de grandes empresas transnacionales, se hayan potenciado las luchas ancestrales por la tierra, de la mano de los movimientos indgenas y campesinos, al tiempo que han surgido nuevas formas de movilizacin y participacin ciudadana, centradas en la defensa de los recursos naturales (denidos como bienes comunes), la biodiversidad y el medio ambiente; todo lo cual va diseando una nueva cartografa de las resistencias, al tiempo que coloca en el centro de la agenda poltica la disputa por lo que se entiende como desarrollo sostenible.
4. Para Harvey (2004) el actual modelo de acumulacin implica cada vez ms la mercantilizacin y la depredacin, entre otras cosas, de los bienes ambientales. La acumulacin por desposesin o despojo (lo que Marx denominaba la acumulacin originaria) ha desplazado en centralidad la dinmica ligada a la reproduccin ampliada del capital.
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Tengamos en cuenta que, desde nales de la dcada de 1980, el territorio se fue erigiendo en el lugar privilegiado de la disputa, a partir de la implementacin de las nuevas polticas sociales, de carcter focalizado, diseadas desde el poder con vistas al control y la contencin de la pobreza. Esta dimensin material y simblica, muchas veces comprendida como autoorganizacin comunitaria, aparece como uno de los rasgos constitutivos de los movimientos sociales en Amrica Latina, tanto de los movimientos campesinos, muchos de ellos de corte tnico, como de los movimientos urbanos, que asocian su lucha a la defensa de la tierra o a la satisfaccin de las necesidades bsicas. Sin embargo, de manera ms reciente, a partir de las nuevas modalidades que ha adoptado la lgica de acumulacin del capital, asistimos a una nueva inexin a partir de la cual el territorio, en un sentido ms amplio, esto es, concebido doblemente como hbitat y comunidad de vida, aparece en el centro de los reclamos de las movilizaciones y los movimientos campesinos, indgenas y socioambientales. Las acciones de dichos movimientos, orientadas tanto contra el Estado como contra sectores privados (grandes empresas transnacionales), generalmente se inician con reclamos puntuales, aunque en la misma dinmica de lucha tienden a ampliar y radicalizar su plataforma representativa y discursiva, incorporando otros temas, tales como el cuestionamiento a un modelo de desarrollo monocultural y destructivo, y la exigencia de desmercantilizacin de los llamados bienes comunes. En dicho proceso, la construccin de la territorialidad se va cargando de nuevas (re)signicaciones y diferentes valoraciones, en contraste con las concepciones generalmente excluyentes, de corte desarrollista o ecoecientistas, que motorizan tanto los gobiernos como las empresas transnacionales.5 En suma, lejos de la pura linealidad, este cambio de poca que seala la desnaturalizacin de la asociacin entre globalizacin y neoliberalismo establecida durante la dcada de 1990 instala a los pases latinoamericanos en un espacio de geometra variable, donde se entrecruzan diferentes tendencias: por un lado, aquellas que muestran una ruptura con el modelo excluyente instalado en la dcada de 1990 (con todas sus complejidades y matices nacionales); por otro lado, aquellas que sealan la tentativa de reconstruccin de una gobernabilidad neoliberal, a travs de la continuidad y la profundizacin de esquemas de disciplina econmica, social y poltica. En este marco transicional, con todas sus complejidades y matices nacionales, los movimientos sociales latinoamericanos han venido desarrollando una dinmica abierta de lucha que se instala entre lo destituyente y lo instituyente, una dialctica que es necesario explorar en toda sus posibilidades y limitaciones, y nos obliga a reexionar, como arma Modonesi (2007), en la manera en cmo se articulan y son repensados conceptos tales como el de autonoma, el antagonismo y la subalternidad.
5. En la medida en que la construccin de la territorialidad aparece como una dimensin constitutiva de los diferentes movimientos sociales latinoamericanos, stos pueden denominarse movimientos socioterritoriales. Esta caracterizacin de los actuales movimientos sociales latinoamericanos como movimientos socioterritoriales, coincide con la visin de otros colegas del espacio crtico latinoamericano; como por ejemplo, C. Porto Gonzlvez y Bernardo Mancano, en Brasil; Ral Zibechi y Norma Giarracca, en el Cono Sur, por nombrar solo algunos de ellos. Para el tema, vase Svampa, 2008a.
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De igual modo, la matriz propia de la izquierda tradicional partidaria se instala en el marco de la memoria mediana, y se nutre de las diferentes variantes del marxismo partidario, entre las cuales destaca la superioridad de la forma partido, y una determinada concepcin del poder (y, por ende del cambio social) ligada a la idea antagonismo de clases y la construccin del socialismo. Su dinmica suele instalarse en la tensin/articulacin entre la va revolucionaria (la lgica de la toma del poder) y la va reformista institucional (la lgica electoral). Respecto de la nueva narrativa autonomista, ms bien instalada en el marco de la memoria corta, los elementos centrales que conguran su matriz son la armacin de la autonoma, la horizontalidad y la democracia por consenso. En este caso particular, hablamos de una narrativa autonomista porque sta se construye como un relato identitario,6 de produccin del sujeto, en el cual cuenta la experiencia personal de los actores (antes que una inscripcin en la comunidad, el pueblo o la clase social). Por otro lado, histricamente es una narrativa que se nutre del fracaso general de las izquierdas tradicionales (por ello cobra relevancia la denicin por oposicin respecto de otras tradiciones de izquierda, principalmente la izquierda partidaria), as como de los procesos de desinstitucionalizacin de las sociedades contemporneas. Esta nueva narrativa ha ido congurando un etos comn que arma como imperativo la desburocratizacin y democratizacin de las organizaciones, y que se alimenta, por ende, de una gran desconanza respecto de las estructuras partidarias y sindicales, as como de toda instancia articulatoria superior. En trminos generales, la autonoma aparece no solo como un eje organizativo, sino tambin como un planteo estratgico, que remite a la autodeterminacin (en el sentido de Castoriadis, de dotarse de su propia ley). Por ello, su dinmica tiende a desplegarse en la tensin inscrita entre la armacin de un etos colectivo libertario (la autonoma como horizonte utpico) y el repliegue diferencialista-identitario (la autonoma como valor refugio). Este etos comn ha dado lugar a nuevos modelos de militancia, entre los cuales destacan, en primer lugar, la gura local del militante territorial, verdadera columna vertebral de los grandes movimientos sociales de Amrica Latina; en segundo lugar, la gura global del activista cultural, que se halla difundida en distintas latitudes, tanto en los pases del centro como de la periferia. En efecto, como hemos sealado anteriormente, la implementacin de un nuevo modelo de gestin, asociado al discurso neoliberal y al mandato de los organismos multilaterales, produjo en toda la regin la acentuacin del proceso de empobrecimiento y territorializacin de los sectores populares. Este proceso fue colocando en el centro de la nueva poltica local la gura del mediador, a travs del militante social o territorial, heredero de los movimientos sociales urbanos de otras pocas. En cuanto al activista cultural, su modalidad de construccin organizativa son los grupos de anidad, a travs de colectivos que suelen adoptar una dimensin a la vez poltica y cultural. En este sentido, como movimientos de experiencia (Mac Do6. La categora de narrativa ha sido denida por Koselleck (1993) como la dimensin especcamente temporal mediante la cual los actores asignan sentidos a la vida, individual y colectiva, eslabonando el tiempo como hilo articulador de la narracin.
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nald, 2003), donde la accin directa y lo pblico aparecen como un lugar de construccin de la identidad, no resulta extrao que gran parte de estos grupos se agoten en la dimensin cultural-expresiva y no alcancen una dimensin poltica. Sin embargo, en otros casos, sobre todo all donde la accin de los movimientos sociales es relevante en trminos polticos, los colectivos culturales buscan deliberadamente una mayor articulacin con aqullos, constituyndose en creadores de nuevos sentidos polticos y culturales, o bien, asumiendo el rol de reproductores de los acontecimientos en un contexto de intensicacin de las luchas sociales. Esta forma de militancia expresa as una vocacin nmada por el cruce social y la multipertenencia, en el marco del desarrollo de relaciones de anidad y redes de solidaridad con otras organizaciones. Su expansin, tanto en el mbito de la comunicacin alternativa, la intervencin artstica y la educacin popular, constituye una de las caractersticas ms emblemticas de las nuevas movilizaciones sociales. En este sentido y contrariamente a lo que se piensa, el activista cultural est lejos de ser un actor de reparto, erigindose ms bien en uno de los protagonistas centrales de las luchas antineoliberales actuales. En n, en un campo en el que la volatilidad y la tendencia al repliegue son la regla, el nuevo activismo cultural, ya cuenta en Amrica Latina con una rica historia de la regin. En lo que sigue, procederemos a preguntarnos cules son los datos ms novedosos que marcan el actual paisaje latinoamericano y en qu medida estas tendencias ponen de maniesto el modo en cmo dichas matrices convergen, se entrelazan o articulan, cooperan o colisionan, en el marco de diferentes dinmicas polticas nacionales. Nuestro anlisis se detendr principalmente en Argentina, Bolivia y Mxico, aunque en ciertos casos haremos referencia a otros pases.
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En Bolivia, la expresin ms acabada del proyecto poltico indigenista ha sido sin duda el Pacto de Unidad, que integraron diversas organizaciones indgenas y campesinas vinculadas al MAS, un documento preparado especialmente para la Asamblea Constituyente que propone la creacin de un Estado comunitario y plurinacional. Elaborado y publicado en septiembre de 2006, es una prueba elocuente de la apuesta realizada por importantes organizaciones sociales, de carcter indgena y rural, respecto de los objetivos refundacionales que originariamente planteaba la Asamblea Constituyente. 8 Sin embargo, en Bolivia el desafo por crear un Estado plurinacional se entrecruz con la necesidad, de parte del nuevo gobierno, de reconstruir el Estado nacional, a travs del desarrollo de mecanismos reguladores que apuntan a desarticular el Estado metarregulador y patrimonialista heredado, asegurando con ello el control nacional de la economa y los recursos naturales. Por otro lado, la demanda de autonoma indgena se insert en una dinmica de polarizacin social y regional, y encontr su contracara en las demandas autonmicas del Oriente, ese otro pas, el de la media luna boliviana, que incluye Santa Cruz, adems de Tarija, Beni y Pando. Esta reapropiacin que hicieron las lites regionales de la demanda de autonoma, desembocaron en un proceso tensin y de negociacin que atraves la Asamblea Constituyente. La nueva Constitucin Poltica, sancionada en un marco de conictos en Oruro, en diciembre de 2007, haba recogido gran parte de lo expresado en el Pacto de Unidad, aunque varias deniciones quedaron en la nebulosa, como la eleccin de una Asamblea Legislativa Plurinacional, que tendra a su cargo la discusin sobre las autonomas, y la cuestin de cmo se saldaran los conictos entre la justicia comunitaria y la justicia ordinaria.9 Sin embargo, las correcciones aportadas en octubre de 2008, en el marco de una negociacin parlamentaria con la oposicin, introdujeron varias modicaciones (un centenar), que afectaron el alcance de la reforma agraria, de la justicia comunitaria y el llamado control social, entre otros. Sin duda, esta salida pactada, que redujo el alcance de las demandas de autonoma del proyecto indgena expresado a travs de la Asamblea Constituyente, debe ser entendida en el escenario de polarizacin que recorre el pas en los ltimos aos, agudizado desde el ascenso de Evo Morales. Pese a las concesiones, segn P. Stefanoni y R. Bajo: la nueva Carta Magna tiene todo lo que Evo Morales necesita para construir su proyecto de poder: reeleccin, mayores espacios para la intervencin del Estado en la economa y ciertos insumos para una descolonizacin entendida como igualdad (Le Monde Diplomatique, Bolivia, noviembre de 2008). En realidad, aun reconociendo tanto la fuerza como las debilidades del proyecto autonmico de las organizaciones indigenistas y rurales, es necesario decir que ste
8. Las organizaciones eran las siguientes: Confederacin Sindical nica de Trabajadores Campesinos de Bolivia, CSUTCB; Confederacin de Pueblos Indgenas de Bolivia, CIDOB; Confederacin Sindical de Colonizadores de Bolivia, CSCB; Federacin Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia, Bartolina Sisa,FNMCB-BS; Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu, CONAMAQ; Coordinadora de Pueblos tnicos de Santa Cruz, CPESC; Movimiento Sin Tierra de Bolivia, MST; Asamblea del Pueblo Guaran, APG; y Confederacin de Pueblos tnicos Moxeos de Beni, CPEMB. 9. Para un anlisis, vase Ochoa Urioste, 2008.
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est lejos de presentarse en estado puro. Antes bien, aunque diferenciada, la matriz comunitarista aparece articulada y combinada con la matriz nacional popular, de la cual Evo Morales aparece como su encarnacin ms clara. Adems, existe la tensin corrientemente subestimada e incluso invisibilizada con las identidades campesinistas construidas bajo el nacionalismo revolucionario de las dcadas de 1940 y 1950.10 El hecho de que en la nueva Constitucin se hable de la cosmovisin indgena-campesina, busca resolver esta tensin entre una identidad clasista y otra que se postula al menos en su forma indigenista como visin del mundo alternativa al modelo de civilizacin occidental heredero de la conquista espaola. Los sindicatos cocaleros de donde surge a la poltica Evo Morales son en gran medida herederos de estas tradiciones, junto con ciertas inercias y reinvenciones de lgicas protocomunitarias que perviven bajo la forma sindicato. Por su parte, en Mxico, la autonoma fue desde el comienzo un ncleo central del proyecto zapatista, que sera ilustrado primero por los municipios autnomos y luego por las Juntas del Buen Gobierno, creadas en 2003, en una dinmica que suele ser leda como el proceso de fundacin de instituciones propias. Estas nuevas instituciones, que se encuentran por fuera de la estatalidad, son una expresin de la consolidacin del avance de las comunidades autnomas y autogestionadas en lo poltico y econmico, encargadas de proveer educacin, salud, vivienda y alimentacin, entre otros. Cun desarrolladas estn estas comunidades, cun autnomas son (en lo econmico, educativo y social, por ejemplo), cuntos avances han realizado en trminos de pasaje de una comunidad de resistencia a una comunidad proyecto, es algo difcil de dirimir. Especialistas como G. Lpez y Rivas (2004) en la cuestin de las autonomas indgenas sostienen que los zapatistas han profundizado las formas de una democracia basada en organizaciones abiertas, horizontales e incluyentes: gobernar como servicio, mandar obedeciendo, revocacin del mandato, autogestin y autoorganizacin del poder social, representar y no suplantar, proponer y no imponer, convencer y no vencer, construir y no destruir. Otros ensayos que exploran el tema reconocen la dicultad que hoy atraviesa el EZLN, debido al endurecimiento del escenario represivo en Mxico, y la instalacin, desde la llegada de Caldern, de un cerco militar que ha golpeado a las bases zapatistas (Modonesi, 2008). Asimismo, aun los ms crticos destacan que la mayor participacin de los jvenes y de las mujeres en la educacin de los nios y el cuidado de los ancianos implica avances tanto en el campo de las relaciones de gnero como en las relaciones intergeneracionales, pero niegan que las regiones zapatistas sean realmente autnomas y que exista un proyecto poltico de construccin de la autonoma. sta sera ms bien de carcter emprico (Almeyra, 2008). Por ltimo, no son pocos los que subrayan el fracaso de La Otra Campaa, lanzada por el zapatismo en 2005, con la idea de unir la lucha indgena con otros sectores, y que instal al zapatismo en un campo multiorganizacional complejo, de abierta confrontacin con la democracia dirigista (ilustrada por un liderazgo nacional-popular como el de Lpez Obrador), y con la izquierda clasista ms tradicional. Sin embargo, la construccin de una autonoma de hecho no es un tema menor, muy especialmente si hacemos referencia a otras experiencias mexicanas, por fuera
10. Gordillo, 2000.
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del zapatismo. Recordemos que la autonoma remite tanto a la autodeterminacin, como al reconocimiento de los derechos colectivos, a la vez culturales y territoriales. El zapatismo, principalmente a travs de los acuerdos de San Andrs (1995-1996), abri una gran oportunidad poltica para la discusin de las autonomas y el reconocimiento de los derechos culturales, en la cual participaron numerosas organizaciones indgenas. La disputa por el sentido de la autonoma indgena, entendida como el ncleo sociopoltico del proyecto indgena (Lpez y Rivas, 2004), se insert, pues, en un campo pluriorganizacional, en el cual conuan organizaciones y pueblos indgenas. Los acuerdos de San Andrs reconocan el derecho de los pueblos a su autonoma en el marco del Estado mexicano; sin embargo, los mismos fueron traicionados, al distorsionarse la iniciativa de reforma constitucional impulsada por la Cocopa (Comisin de Concordia y Pacicacin), votada posteriormente por el Parlamento, con la complicidad de los partidos mayoritarios. En 2001, se abri la oportunidad de retomar los acuerdos de San Andrs ya no bajo el gobierno del PRI sino del PAN, a travs de la propuesta de reforma de la constitucin, pero nuevamente esta posibilidad se vera frustrada. Pero lo notorio es, como arma Lpez Brcenas (2006), que los pueblos indgenas fueron ms all: primero, interpusieron 330 controversias constitucionales, demandando la nulidad del proceso legislativo, lo cual fue rechazado por la Corte Suprema de Justicia. En segundo lugar, dado el fracaso de la va institucional, stos llamaron a construir las autonomas de hecho. As, en la medida en que el Estado cerr la puerta al reconocimiento de las autonomas indgenas, la respuesta, lejos de ser la resignacin o la violencia, fue la de buscar concretar aquello que el gobierno les negaba. En esa situacin, ms que ponerse a discutir sobre el problema, las comunidades indgenas, avanzaron y en el camino resolvieron alguno de los problemas que aparentemente no tenan solucin, con lo cual nos aportaron una experiencia cuyos impactos todava no es posible evaluar en su totalidad (Lpez Brcenas, 2006: 106-107). As en varios Estados (entre ellos en Guerrero y Oaxaca) se inici un proceso de autonomizacin de los municipios. En un marco en el cual los sujetos titulares de los derechos indgenas son los pueblos indgenas y no los movimientos o las comunidades, stos han emprendido la defensa de los derechos comunitarios y el establecimiento de relaciones con otras comunidades y pueblos, apoyndose en el Congreso Nacional Indgena, como mbito de discusin. A diferencia de Bolivia, donde los sentidos de la autonoma entraron en un campo de disputa, a partir de la reapropiacin que realiz la derecha de la llamada media luna, en Mxico sta aparece como una prerrogativa absoluta de los pueblos indgenas, en su resistencia a las polticas de expropiacin neoliberal llevadas a cabo por el gobierno. Asimismo, contrariamente a lo sucedido en Bolivia, donde la fragilidad del Estado nacional es una cuestin de origen y trayectoria histrica, en Mxico, el proceso de construccin del Estado nacional, conducido por el PRI (Partido Revolucionario Institucional) a lo largo del siglo xx, ha sido considerado como exitoso. Sin embargo, la apertura a la globalizacin asimtrica y los acuerdos comerciales celebrados con Estados Unidos, implicaron un trastocamiento de las relaciones sociales y una reorientacin de la estructura estatal priista (Gilly, 1997). As, no es casual que uno de los aspectos ms notorios que sobresale en el discurso de los diferentes acto-
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res es, como ya lo subrayaba el zapatismo, la crtica a la clase poltica, incapaz de reconstruir el Estado nacional. En ese marco, como arma Gutirrez Aguilar (2006), los reclamos de los pueblos indgenas se harn bajo la consigna de la dignidad y la autonoma. En suma, en Mxico, el avance de las autonomas locales va revelando progresivamente un modelo de construccin del poder, en contraposicin a la estatalizad representada por el PRI y el PAN. As Lpez Brcenas destaca que con la decisin de construir autonoma los pueblos indgenas buscan dispersar el poder, para posibilitar el ejercicio directo de las comunidades indgenas; una descentralizacin diferente a la propuesta por los expertos del Banco Mundial. Eleccin y rotacin de autoridades segn los usos y costumbres, gestin comunitaria de la educacin, en algunos casos, como en Guerrero, y polica comunitaria, son aspectos que cubre el proceso de construccin cotidiana de la autonoma. Luchas locales que progresivamente enfrentan problemas nacionales en el marco de la globalizacin: la lucha por la tierra y el territorio (soberana alimentaria, lucha contra la privatizacin de la energa elctrica, el petrleo y los recursos naturales). As, la autonoma es un proceso en construccin, cuyo alcance todava no puede ser evaluado en su impacto y magnitud, pero, como sostienen varios autores, seala un proceso de lucha que parece no tener retorno. Otro de los ejemplos de reemergencia de la matriz comunitaria, en el marco de un gobierno neoliberal y fuertemente represivo, es el caso de Per, pas en el cual, en 1999, surgi la Coordinadora Nacional de las Comunidades del Per Afectados por la Minera (Conacami), que articula comunidades y organizaciones de nueve regiones del pas. Resulta emblemtico que, en los ltimos aos, en un contexto de creciente judicializacin del conicto, la Conacami ha ido realizando el pasaje de un lenguaje ambientalista, crtico del modelo productivista de desarrollo, a la rearmacin de una identidad indgena y la defensa de los derechos culturales y territoriales. Por ltimo, es bueno recordar que el avance de los pueblos indgenas en su lucha por la autonoma incluye otros movimientos y organizaciones que se desarrollan actualmente en Colombia, Ecuador y Chile, entre otros pases.
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realidad, diferentes, pero tambin complementarios, el militante social territorial y el activista cultural no siempre se encuentran en el largo camino de las luchas. As, a diferencia de otras dcadas, el activista cultural es particularmente celoso de su autonoma, y an no est claro si la mayor distancia o la articulacin con los movimientos sociales es solo un problema de dinamismo sociopoltico, de potencialidad intrnseca o de particulares diferencias en trminos de horizonte de expectativas. Un caso de articulacin ha sido sin duda ilustrado por el zapatismo. En efecto, en un contexto de globalizacin asimtrica que coloc a los pueblos indgenas en la vanguardia de la lucha por la tierra y el territorio, el zapatismo inaugur una modernidad no excluyente (Cecea, 2003). Ciertamente, su irrupcin no solo fue importante en el marco del ascenso de los movimientos indgenas latinoamericanos, sino tambin en el proceso de renovacin de las izquierdas. Ms all de las valoraciones que hagamos, el zapatismo conllev una reformulacin del horizonte de las izquierdas latinoamericanas, en un movimiento que lo coloc claramente, a travs del discurso de Marcos, a contracorriente de las visiones vanguardistas del poder; en un movimiento que, al tiempo que lo separaba de las izquierdas vernculas, lo conectaba directamente con el nuevo etos de la poca, ilustrado emblemticamente por la narrativa autonomista. Esto fue lo que dot al zapatismo de una gran capacidad de atraccin e irradiacin: por un lado, su poderosa interpelacin especca (hacia los pueblos indgenas), que sin embargo estaba lejos de declinarse en trminos de un neofundamentalismo tnico o de un repliegue identitario; por otro lado, su interpelacin global a una forma de concebir la poltica desde abajo, que reclama la autonoma, la horizontalidad de los lazos y la democracia por consenso como valores estructurantes, valores compartidos con los nuevos movimientos sociales surgidos en la dcada de 1960. La nocin de autodeterminacin fue la llave que uni estas dos dimensiones de la autonoma, provenientes de experiencias tan diversas. El zapatismo tuvo as dimensiones que lo han hecho nico, tanto por su capacidad para tender puentes interclasistas, intergeneracionales e internacionales, como por su persistencia y dinamismo a lo largo de un proceso conictivo en el cual se han ido alternando de manera singular, el silencio y la palabra. Asimismo, en Mxico, el rol de los colectivos culturales (por ejemplo, como potenciales articuladores de la fallida La Otra Campaa) ha sido tambin destacable. En Argentina, hay que reconocer que en los ltimos aos ha habido un amplio desarrollo de diferentes corrientes que dan cuenta de la presencia de la narrativa autonomista que incluyen desde las organizaciones de desocupados independientes, asambleas barriales, organizaciones de derechos humanos (como HIJOS), fbricas recuperadas, asambleas ambientalistas, numerosos colectivos culturales hasta experiencias centradas en la denuncia de la precarizacin laboral (Coordinadora de Trabajadores Precarizados) y nuevos activistas sindicales. Pese a su escasa proyeccin poltica en la escena pblica, la defensa de la autonoma recorre una parte no menor de las experiencias sociales y polticas contemporneas. Por otro lado, recordemos que, en Argentina, la presencia de la matriz comunitaria, a travs de las organizaciones indgenas, es marginal. Por ende, la autonoma es un reclamo disociado de esta poderosa corriente (y su expresin en trminos de proyecto poltico) que aparece en otras regiones de Amrica Latina. En este sentido, pese a que, en el campo de los movimientos
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sociales la narrativa autonomista se nutre de un discurso prctico,11 antes que terico, cabe sealar la fuerte resonancia que en el campo cultural han tenido Deleuze, la losofa poltica italiana (Toni Negri y Paolo Virno), as como algunos textos de Holloway. En el mbito continental, el modelo de referencia es sin duda la experiencia y el discurso zapatista, ms all de las entusiastas adhesiones que ha producido la experiencia boliviana en los ltimos aos. En breve, mientras que en el caso de Mxico este nuevo talante de la poca presenta diversas modalidades de conjuncin con la matriz indigenista, en Argentina sta se nutre del rechazo a la izquierda tradicional, e instala una tensin entre la armacin de la autonoma como horizonte poltico emancipatorio y la autonoma como valor refugio. Asimismo, tanto el militante social como el activista cultural se enfrentan hoy a obstculos diferentes. En cuanto al militante social, una de sus mayores dicultades es la de politizar lo social en el marco de un cierre del peronismo desde abajo y ante las limitaciones que presupone una tarea asociada a la urgencia, esto es, a la gestin de las necesidades bsicas. La actual crisis de las organizaciones de desocupados no es ajena al estallido de esta tensin, por encima de la posterior mejora de la situacin econmica, a partir de 2004 (Svampa, 2008a). En cuanto a los militantes o activistas culturales, stos han contribuido de manera decisiva a recrear los sentidos de las movilizaciones, sobre todo a partir del ao 2002, aun si en el presente no tienen la visibilidad de los aos anteriores. En efecto, en la actualidad el lazo con los movimientos sociales aparece debilitado o, por el contrario, cuando ste existe, el activista cultural tiende a encapsularse en el espacio militante.12 poca entonces de convergencias difciles: en Bolivia, por ejemplo, la potenciacin entre militantes sociales y activistas culturales creci enormemente entre 2000 y 2003, ao de la cada de Snchez de Lozada, pero no parece ser el caso en la actualidad, bajo el gobierno de Evo Morales. Amn de ello, resulta curioso que un gobierno que dene la revolucin en curso en un doble plano, a la vez poltico y cultural, y desarrolla una retrica fuerte en torno a la descolonizacin, otorgue una escasa importancia al rol creativo de la cultura y, ms especcamente, a la tarea de recreacin que de la historia boliviana diversos colectivos culturales vienen realizando, sobre todo en El Alto, por fuera del gobierno y, en algunos casos, con apoyo de ciertas ONG.
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(como constructor de la nacin) y a un ejercicio de la poltica que instala una permanente tensin o conjuncin entre, por un lado, las demandas de democracia directa y participativa y, por el otro, la democracia representativa y decisionista. En este registro se instala Bolivia, que seala a la vez la tensin y la conjuncin de la doble exigencia de creacin de un Estado plurinacional y de un Estado nacional, en el marco de un proceso de polarizacin social y regional. En efecto, en Bolivia, la actual polarizacin social y regional va recongurando el horizonte de las tradiciones polticas y sus respectivos proyectos; polarizacin que debe ser entendida en dos niveles diferentes: por un lado, como hemos dicho, la posibilidad de constitucionalizar un Estado plurinacional, conformado por diversas autonomas (administrativas y territoriales), debe armonizar con el avance y la consolidacin de un Estado regulador, no solo de las relaciones econmicas, sino tambin de las relaciones entre gobierno y movimientos sociales, lo cual puede conllevar una transferencia progresiva a los grupos/ pueblos y organizaciones, en la medida y con el ritmo que stas vayan forjando poder instituyente. En segundo lugar, la dinmica de polarizacin nos confronta a otros escenarios polticos, en los que las relaciones de fuerza profundizan la divisin entre dos bloques: de un lado, entre movimientos/organizaciones abroquelados en torno de la gura del lder (en su versin nacional-popular), y, del otro, las oligarquas regionales hoy polticamente debilitadas atrincheradas en la media luna, con sus prefectos y estamentos institucionales. Pero lo que resulta claro es que, en octubre de 2008 y en un proceso todava abierto, la crisis boliviana se resolvi en favor del fortalecimiento del Estado nacional, antes que del Estado plurinacional. Asimismo, a partir del ascenso de N. Kirchner (2003-2007), sucedido por su esposa, Cristina Fernndez de Kirchner (2007-), Argentina da cuenta del retorno en fuerza de la matriz nacional-popular, bajo el modelo de la participacin controlada, en un marco de fragmentacin organizacional, tanto de las agrupaciones de la izquierda tradicional como de la izquierda autnoma. En este sentido, hay que sealar que la tradicin populista argentina retoma elementos diferentes respecto de aquellas otras experiencias que recorren el continente, como es el caso de Bolivia, donde lo nacional-popular reaparece ligado a las demandas de nacionalizacin de los hidrocarburos, que proclaman el conjunto de los actores movilizados, actualizada ahora por el liderazgo de Evo Morales. Asimismo, pese a todas las anidades ms deseadas que efectivamente existentes, el modelo kirchnerista poco tiene que ver con el proyecto propugnado por Chvez en Venezuela, cuyo carcter controvertido y ambivalente nos advierte ya acerca del carcter multidimensional de esa experiencia populista.13 A diferencias de las experiencias citadas, en Argentina la tradicin populista tiende a desembocar en el reconocimiento de la primaca del sistema institucional, a travs del protagonismo del Partido Peronista, por encima del de los movimientos sociales. Esta inexin no es solo el resultado de una relacin histrica o de un vnculo perdurable entre el Partido Peronista y las organizaciones sociales, sino que responde
13. En pases como Bolivia, Ecuador y Venezuela, (este ltimo con todas sus controversias), la actual polarizacin est ligada a polticas de gobierno que apuntan a un cambio en el equilibrio de las fuerzas sociales. No es el caso de Argentina, pas ene l que las continuidades en trminos de polticas redistributivas, eleccin de socios econmicos, modo de pensar la poltica institucional y sus aparatos, entre otros temas, parecen tener mayor peso que las rupturas efectivamente logradas.
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a una cierta concepcin del cambio social: aquella que deposita la perspectiva de una transformacin en el cambio en la orientacin poltica del gobierno, antes que en la posibilidad de un reequilibrio de fuerzas a travs de las luchas sociales. Esta primaca del sistema poltico-partidario tiende a expresarse en una fuerte voluntad de subordinacin de las masas organizadas en la autoridad del lder (como lo ilustran de manera evidente tanto los sindicatos de la otrora poderosa Confederacin General del Trabajo, y actualmente las organizaciones de desocupados ocialistas), a travs del modelo de participacin social controlada. Al mismo tiempo, esto se expresa a travs de la desconanza hacia las nuevas formas de autoorganizacin de lo social y sus demandas de empoderamiento y autonoma. En realidad, tanto para la izquierda partidaria como para la tradicin populista argentina y sus herederos actuales, la cuestin de la autonoma de los actores constituye un punto ciego, impensado, cuando no una suerte de paradigma incomprensible y hasta articial en funcin de la actual geografa de la pobreza. Por ltimo, el surgimiento en Mxico de un movimiento cvico contra el fraude, como la Convencin Nacional Democrtica, nucleado alrededor de la gura de Lpez Obrador, hoy movilizado junto con otros sectores en contra de la privatizacin de PEMEX (Petrleos Mexicanos), plantea varios interrogantes acerca de la persistencia de lo nacional-popular: elementos como el verticalismo, la falta de autonoma de las bases y la centralidad de la lucha electoralista,14 lo colocan en dilogo con otras experiencias latinoamericanas (como es el caso argentino). En suma, si la dinmica de la movilizacin social en Mxico se inscribe en un doble fondo (luchas contra las polticas neoliberales y demandas de apertura y democratizacin del poder poltico), hay que decir que sta presenta una alta fragmentacin poltico-organizacional, en el marco de un agravamiento del contexto represivo as como de una mayor profundizacin de las polticas neoliberales, como lo muestra emblemticamente la propuesta de privatizacin de PEMEX.
LA ILUSIN DESARROLLISTA 15
La expansin vertiginosa del modelo extractivo-exportador y los grandes proyectos de infraestructura de la cartera del IIRSA, han trado consigo una cierta ilusin desarrollista, habida cuenta que, a diferencia de la dcada de 1990 (al menos hasta antes de la actual crisis nanciera mundial), las economas latinoamericanas se vie14. Segn Almeyra (2008): El problema principal que enfrenta el movimiento social que apoya al gobierno legtimo es la falta de independencia frente al mismo, de organizacin autnoma y de objetivos claros, ya que la direccin autoritaria y verticalista de Lpez Obrador, que tiene su justicacin en la falta de un partido que lo respalde y, mucho ms an, en las tradiciones polticas verticalistas y las exigencias de sus bases, que buscan un lder, convoca y desmoviliza segn la visin y las conveniencias momentneas del mismo, y dirige toda la lucha hacia la perspectiva de las futuras elecciones presidenciales de 2012 y las legislativas de 2009, como si los fraudes de 1988 y 2006 no demostrasen que la derecha jams ceder el gobierno a una mayora electoral. 15. Retomamos aqu ciertos desarrollos ya propuestos en La disputa por el desarrollo, en M. Svampa, 2008a.
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ron enormemente favorecidas por los altos precios internacionales de los productos primarios (commodities), tal como se reeja en las balanzas comerciales y el supervit scal. El hecho no puede ser desestimado, muy especialmente tras el largo periodo de estancamiento y regresin econmica de las ltimas dcadas. En esta coyuntura favorable, no son pocos los gobiernos latinoamericanos que han relegado en un segundo plano o sencillamente escamoteado las discusiones acerca de los modelos de desarrollo posible, habilitando as el retorno en fuerza de una visin productivista del mismo. Convengamos que se ha escrito mucho acerca de las dicultades que una gran parte de los movimientos sociales actuales tiene para comprender e involucrarse en la compleja dinmica de reconstruccin del Estado, en el marco de procesos nacionales caracterizados como gobiernos en disputa. Incluso se ha criticado la visin simplicada y, por momentos dogmticamente autonmica, de movimientos y organizaciones sociales, proclives a ignorar las ambivalencias y los dilemas que afrontan aquellos gobiernos que hoy se proponen como objetivo un cambio en las relaciones de fuerza. Sin embargo, se ha hablado muy poco acerca de la ilusin desarrollista que hoy parece caracterizar a varios gobiernos de la regin, y de las consecuencias que ello podra aparejar en trminos de reconguracin social. Por otro lado, recordemos que hasta bien entrado el siglo xx no exista lugar poltico e ideolgico desde el cual oponerse al irresistible credo del progreso, ya que se desconocan o bien, se desestimaban las consecuencias destructivas que poda generar una modernizacin sin freno. En rigor, haba un nico paradigma de la modernizacin, al cual se adheran incluso las diferentes corrientes del marxismo, cuya visin productivista y homogeneizante del progreso fue puesta a prueba en varias ocasiones y contextos histricos. En este sentido, Amrica Latina no fue una excepcin, pues la modernizacin y el credo productivista supieron ser la bandera que enarbolaron tanto los Estados desarrollistas como las diferentes experiencias nacional-popular. Antes bien, quiz mucho ms que en otras latitudes, las izquierdas tanto en su matriz anticapitalista como nacional-popular se mostraron sumamente refractarias a las corrientes crticas (ambientalistas y ecologistas) que se iban pergeando a la luz de las diferentes crticas del paradigma productivista. Cierto es que en las ltimas dcadas el escenario cambi ostensiblemente. Por un lado, la crisis de la idea de modernizacin (y por ende, del desarrollo), en su versin hegemnica y monocultural, abri un nuevo espacio en el cual se fue cristalizando el rechazo y la revisin del paradigma del progreso. A esto se sum, en Amrica Latina, la crtica de los pueblos originarios y movimientos campesinos a las tentativas asimilacionistas o etnicidas que reejaban los diferentes modelos de desarrollo instalados por los Estados nacionales en sus diferentes fases (Estado conservador, Estado nacionaldesarrollista, Estado neoliberal). Estos dos hechos abrieron el espacio a la revalorizacin acelerada de las cosmovisiones y culturas indgenas, lo cual se vio potenciado por el ascenso de los movimientos y organizaciones indgenas en diferentes pases, como en Ecuador, Mxico y Bolivia, entre otros. Uno de los pocos pases en los cuales se ha intentado llevar a cabo una discusin sobre el modelo extractivista exportador (respecto del petrleo y de la minera a gran escala) es Ecuador, lo cual se vio reejado inicialmente a travs de la composicin del
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gabinete, dividido entre extractivistas y ecologistas.16 Sin embargo, el resultado no ha sido muy alentador. Ciertamente, luego de su asuncin, el Gobierno de Correa elabor y difundi un Plan Nacional de Desarrollo, que involucraba una concepcin integral del mismo, esto es, no solo en trminos de lgica productiva y social, sino tambin el desarrollo entendido como la consecucin del buen vivir en armona con la naturaleza y la prolongacin indenida de las culturas humanas (Plan Nacional de Desarrollo, 2007-2010: 55). La elaboracin del Plan incluy mesas de discusin en las que participaron diferentes sectores de la sociedad ecuatoriana, as como un proceso arduo de sistematizacin y consensos sobre sus componentes. Dentro del Gobierno de Correa, las posiciones ecologistas eran reejadas por el inuyente Alberto Acosta, quien fuera primero ministro de Energa y luego presidente del la Asamblea Constituyente.17 La propia Asamblea plante, en un momento determinado, declarar Ecuador libre de minera contaminante. Los resultados, sin embargo, fueron otros: efectivamente la Asamblea Constituyente declar en abril de 2008 la caducidad de miles de concesiones mineras presuntamente ilegales y puso en vilo millonarios proyectos extractivos, mientras se aprobaba un nuevo marco legal para ampliar el control estatal en la industria. En este sentido, como plantea Mario Unda la reversin de las concesiones mineras debe entenderse como un mecanismo para obligar a las empresas mineras a renegociar bajo nuevas condiciones, dejando ms recursos en el pas, acogiendo reglamentaciones ms claras y posiblemente una asociacin con el Estado (para lo cual se plantea la creacin de la Empresa Nacional de Minera). Finalmente, la nueva ley minera, aprobada en enero de 2009, perpeta el modelo extractivista, desconociendo el derecho a la oposicin y consulta de las poblaciones afectadas por la extraccin de recursos naturales. As, contrariando la expectativa de numerosas organizaciones sociales, el gobierno de Correa opt por un modelo neodesarrollista, minimizando el debate acerca de los gravosos efectos sociales y ambientales de las actividades extractivas. Para el caso de Bolivia, la cuestin involucra explcitamente otros registros polticos y sociales. A su llegada, en 2006, el MAS (Movimiento al Socialismo) present un Proyecto Nacional de Desarrollo (aunque nunca fue publicado), que incluye una crtica del concepto clsico o tradicional. As, se arma la visin monocultural del Estado, en sus diferentes momentos (sea que hablemos de la etapa oligrquica, desarrollista o neoliberal), al tiempo que se apunta a incorporar una visin multidimensional del desarrollo, que involucra directamente la temtica de los recursos naturales, la biodiversidad y el medio ambiente. Sin embargo, las tensiones y ambivalencias son muy visibles, pues si bien resulta claro que la poltica de Evo Morales apunta al quiebre de una visin monocultural del Estado, por otro lado no es menos cierto que se ha reactivado un imaginario desarrollista, en clave nacionalista, alentado por la apertura de nuevas oportunidades econmicas (en un pas en el que la contracara es precisamente un imaginario del despojo reiterado: de tierras y riquezas). Como arma Stefanoni (2007), el Gobierno promueve la utilizacin de las reservas de hidrocarburos
16. Ramrez, F. y Minteguiaga, A. (2007): El nuevo tiempo del Estado. La poltica posneoliberal del corresmo, en OSAL 22. Clacso, Buenos Aires. 17. Acosta present su renuncia a mediados de 2008, a causa de sus desacuerdos con el presidente Correa.
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y minerales para industrializar el pas y emanciparlo de la condena histrica del capitalismo mundial a ser un mero exportador de materias primas, y, al mismo tiempo, deja entrever cierta nostalgia hacia un Estado del bienestar que para el caso boliviano fue extremadamente limitado.18 Finalmente, para el caso argentino, las propuestas del matrimonio presidencial, los Kirchner, han sido de corte claramente continuista. En realidad, el Gobierno argentino ha reactivado tardamente la retrica nacional-popular (sobre todo tras el conicto con los productores agrarios), al tiempo que promueve la continuidad del paradigma de los agronegocios y el modelo extractivista, en todas sus modalidades. Recordemos que, en un contexto de rentabilidad extraordinaria para el sector agrario y con un objetivo recaudatorio y scalista, la nueva presidenta Cristina Fernndez de Kirchner (2007-) aument las retenciones de las exportaciones de mineras, hidrocarburos y productos agrcolas. En marzo de 2008, anunci un nuevo aumento de las retenciones al agro, elevndolas al 44%. Estas medidas generaron un enfrentamiento entre el Gobierno y los diferentes sectores organizados del campo, que agrup de manera indita tanto a las grandes organizaciones rurales como a aquellas representantes de los pequeos productores. Dicho conicto, que reactualiz peligrosamente los viejos antagonismos binarios de orden clasista y racista, implic el bloqueo de numerosas rutas del pas que lo paralizaron durante casi cuatro meses, dejando a las grandes ciudades al borde del desabastecimiento. Esta disputa abri por primera vez la posibilidad de una discusin parcial acerca de las consecuencias de la expansin del modelo de agronegocios, cuestin hasta ese momento reservada a unos pocos especialistas, ecologistas marginales y movimientos campesinos.19 En este sentido, tal vez la mentada puja entre el campo y el Gobierno contribuya a generar un verdadero debate social sobre las implicaciones de un paradigma productivo y sus puntos ciegos (tendencia al monocultivo, a la concentracin econmica, desplazamiento de poblaciones campesinas, contaminacin por el uso de agrotxicos, riesgo de prdida de soberana alimentaria, entre otros), problemas que engloban mucho ms que los productores agrcolas, superan la discusin acerca del tamao de la unidad productiva o el porcentaje de retenciones que debe cobrar el Estado, y ponen en tela de juicio la actual visin productivista del desarrollo, que predomina tanto en el Gobierno como en el conjunto de los actores involucrados en el modelo de agronegocios. En n, en este escenario, y por encima de las diferencias nacionales, movimientos campesinos e indgenas, movimientos socioambientales urbanos, son arrojados a un campo de doble clivaje y asimetra. Por un lado, deben afrentar directamente la ac18. Stefanoni, P. y Svampa, M. (comps). (2007): Las tres fronteras del gobierno de Evo Morales, en Bolivia: Memoria, Insurgencia y Movimientos Sociales. El Colectivo-Osal (Clacso). 19. Para comprender el carcter de este largo y desgastante conicto, es necesario tener en cuenta que la introduccin del nuevo paradigma agrario, a mediados de la dcada de 1990, no solo beneci a los grandes propietarios y fue generando una poderosa cadena de actores intermediarios, sino tambin a los pequeos y medianos productores, quienes en medio de la aguda crisis del agro se aferraron a ste como a una tabla de salvacin en medio del naufragio. As, los pequeos productores, muchos de ellos minirrentistas, estn lejos de cuestionar el paradigma productivo; antes bien, sus demandas se vinculan con una mejor inclusin dentro del mismo.
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cin global de las grandes empresas transnacionales, quienes en esta nueva etapa de acumulacin del capital se han constituido en los actores claramente hegemnicos del modelo extractivo-exportador; por otro, en el plano local, deben confrontar con las polticas y orientaciones generales de los gobiernos, quienes consideran que en la actual coyuntura internacional las actividades extractivas y los agronegocios constituyen la va ms rpida sino la nica en esas regiones hacia un progreso y desarrollo, siempre trunco y tantas veces postergado en estas latitudes. Asimismo, la disputa no solo da cuenta de un continuado acoplamiento entre neodesarrollismo y neoliberalismo, sino tambin, una vez ms, de la asociacin entre neodesarrollismo y tradicin nacional-popular. *** El llamamiento a la diversidad o el reconocimiento de la diferencia como eje de las luchas sociales encuentra dos declinaciones fundamentales en Amrica Latina: por un lado, el proyecto de autonoma de los pueblos indgenas, expresado en un colosal desafo, el de crear un Estado plurinacional. Por otro lado, en diversos pases ha habido un desarrollo importante de la narrativa autonmica vinculada al nuevo etos militante, que bien vale la pena explorar en el proceso de consolidacin de una subjetividad poltica disrruptiva. Claro est que el avance de las luchas indgenas da cuenta de una reivindicacin especca ligada a la historia latinoamericana, mientras la narrativa autonmica forma ms bien parte del nuevo talante de la poca, presente en gran parte de las sociedades contemporneas, heredero de los llamados nuevos movimientos sociales (y, por ende, de los sucesos polticos del 68). Por ltimo, el cambio de poca registrado en los ltimos aos en la regin, a partir de la desnaturalizacin de la relacin entre la globalizacin y el neoliberalismo, ha congurado un escenario transicional en el cual otras de las notas mayores parecer ser la (re)articulacin que presenta la tradicin nacional-popular con el modelo neodesarrollista, asentado en la reprimarizacin de la economa. Curiosa paradoja, entonces, la que atraviesa gran parte de la regin latinoamericana: la crisis del consenso neoliberal, la relegitimacin de los discursos crticos, la emergencia y la potenciacin de diferentes movimientos sociales, en n, la reactivacin de la tradicin nacional-popular, se insertan en una nueva fase de acumulacin del capital, en la cual uno de sus ncleos centrales es la expropiacin de los recursos naturales, cada vez ms escasos, en el marco de una lgica de depredacin ambiental. Sin embargo, en este contexto se opera la reasociacin entre la tradicin nacional-popular y una visin productivista del desarrollo. En suma, si bien es cierto que en la actualidad asistimos al retorno de dos conceptos lmite del pensamiento social latinoamericano, emancipacin y desarrollo, tal y como estn planteadas, o su debate en cierto modo escamoteado, lo que resulta claro en el proceso de las luchas polticas y sociales es que las vas del desarrollo y las vas de la emancipacin amenazan con ser claramente antagnicas
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INTRODUCCIN
que resultan notables en tres de los pases andinos: Venezuela, Bolivia y Ecuador. Al menos cuatro rasgos los diferenciaran del que se maniesta en Chile, pas que tambin es andino y en el que una coalicin de partidos en el gobierno se presenta a s misma como de centro izquierda. El primero de estos rasgos es que se observa una crisis profunda de la hegemona neoliberal en el seno de la sociedad; el segundo radica en que, como consecuencia de lo anterior, se percibe una notable movilizacin social y protesta popular; el tercero consiste en que estos movimientos sociales se han convertido en movimientos polticos y han logrado triunfar en procesos electorales que los han llevado a los gobiernos de sus pases. Finalmente, el cuarto rasgo se encuentra en que paulatinamente transitan de una prctica antineoliberal a un objetivo estratgico de carcter anticapitalista. He aqu la explicacin del ttulo de este trabajo y el porqu en ste no se incluye a Chile. A diferencia de los tres pases mencionados, en Chile se observa una slida hegemona neoliberal al extremo de que los partidos de centro izquierda que gobiernan en dicho pas, han sido calicados de izquierda neoliberal (Gmez Leyton, 2006-2007: 9).
1. Socilogo, profesor investigador del posgrado de sociologa del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vlez Pliego de la Benemrita Universidad Autnoma de Puebla. La versin inicial de este trabajo fue presentada en las I Jornadas de Anlisis Poltico Crticas. Repensando cuarenta aos desde mayo del 68. Departamento de Ciencias Polticas y de la Administracin de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicacin de la Universidad del Pas Vasco. Bilbao, 14 y 15 de noviembre de 2008.
EN LOS PRIMEROS AOS DEL SIGLO XXI HEMOS OBSERVADO PROCESOS POLTICOS
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Resulta notable que los gobiernos y los procesos polticos observados en Venezuela, Bolivia y Ecuador sean calicados casi sin discusin alguna como populistas; que este adjetivo que puede tener una versin culta desde la corriente predominante de la ciencia poltica (por ejemplo en Cansino y Covarrubias, 2006; Freidenberg, 2007), tambin tenga una acepcin vulgar en la ensayada desde la derecha ms enjundiosa (Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 2007). La calicacin se complementa con resaltar el carcter autoritario de ese populismo (especialmente en el caso de la Venezuela de Chvez) y, por supuesto, con el sealamiento de un dispendio irresponsable del gasto pblico. En este trabajo ensayaremos otra perspectiva, a contrapunto de la ya mencionada. En estos tres pases se est observando una transformacin social que es resultado del agotamiento neoliberal en Amrica Latina, transformacin que est siendo empujada por una movilizacin social muy importante, que pone en cuestin la democracia liberal y representativa, y que se plantea la superacin del neoliberalismo y el resurgimiento de un horizonte anticapitalista. En un contexto de la posguerra fra, en el cual las utopas parecan haber sido desterradas, una de las novedades de los procesos en estos tres pases es que ponen en el imaginario de grandes sectores la idea de revolucin.
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La poltica exterior regional que se observa hoy en Amrica Latina no habra sido posible si Chvez se hubiera quedado aislado, como en efecto lo estaba en 1999, cuando asumi la presidencia de Venezuela. Desde ese momento hasta la actualidad, Lula gan la presidencia de Brasil en 2002; Kirchner lo hizo en 2003; Tabar Vzquez triunf en 2004; Evo Morales, en 2005; Rafael Correa y Daniel Ortega, en 2006; Cristina Fernndez, en 2007; y nalmente Lugo, en 2008. Un nuevo escenario regional est instalado y pesa tanto que hasta pases centroamericanos se han vinculado a la iniciativa de PETROCARIBE (Guatemala) e incluso al ALBA (Honduras). Llama la atencin que el presidente Colom de Guatemala haya dicho que ha llegado el momento de mirar al Sur y que su gobierno se adherir al MERCOSUR (CEG, 28/10-3/11/2008). El propsito de Venezuela de romper la unipolaridad y sustituirla por una multipolaridad ha tenido xitos importantes: en 2003 logr frenar el ritmo de Estados Unidos en sus propsitos de impulsar el Acuerdo de Libre Comercio de las Amricas (ALCA), y en noviembre de 2005, cuando supuestamente dicho acuerdo debera haber estado ya funcionando, en el contexto de la IV Cumbre de las Amricas pareci haber sido sepultado denitivamente (Lander y Navarrete, 2007: 30). En 2006, Venezuela se integra al MERCOSUR como miembro de pleno derecho junto a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y rma acuerdos energticos en el marco del proyecto PETROCARIBE con pases del Caribe, Amrica del Sur, China y Rusia (Lander y Navarrete, 2007: 31). La Alternativa Bolivariana de las Amricas (ALBA), que naci en diciembre de 2004 como un acuerdo bilateral entre Venezuela y Cuba, se ha ido engrosando con la integracin de Bolivia (2006), Nicaragua (2007), el acercamiento de Hait y Ecuador (2007) (Sader, 2007), y la incorporacin de Honduras (2008). Adems de ser un acuerdo alternativo de integracin al que represent el ALCA, el ALBA cont entre sus iniciativas con la creacin de la prensa alternativa (TELESUR) en julio de 2005 por Argentina, Cuba, Uruguay y Venezuela (Sader, 2007; Lander y Navarrete, 2007: 30). Hay que agregar tambin la fundacin de un Banco del ALBA que se cre ante la demora de la instalacin del BANSUR y que cuenta con un capital suscrito de 2 mil millones de dlares. En agosto de 2008, tambin como consecuencia de la demora del BANSUR, los presidentes de Venezuela y Ecuador anunciaron la puesta en marcha de un banco de desarrollo para Bolivia, Ecuador y Venezuela (Ortiz y Ugarteche, 2008). En mayo de 2008, los doce pases de Amrica del Sur rmaron el Tratado Constitutivo de la Unin de Naciones Suramericanas (UNASUR), otro de los organismos a partir de los cuales la regin piensa ganar autonoma frente a Estados Unidos. UNASUR se complementara as con el Consejo de Defensa Sudamericano, un eventual banco central y la moneda nica. Resulta particularmente importante que en UNASUR la seguridad regional sea la opcin preferente frente a la anterior concepcin de seguridad panamericana. Brasil y Argentina ya realizaron maniobras militares conjuntas teniendo como hiptesis de guerra la defensa de los recursos naturales frente a una potencia extrarregional (Zibechi, 2008). La hiptesis referida no pone a Estados Unidos como posible agresor. La pregunta entonces es por qu no particip en las maniobras referidas?
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Punto Fijo (Lander y Navarrete, 2007: 9), el repudio a la clase poltica que surgi en la Argentina de la sublevacin de diciembre de 2001 (Que se vayan todos!), el similar repudio que se observ en Ecuador con motivo de la crisis que precedi a la cada de Lucio Gutirrez: Que se vayan todos, primero el dictador! (Paz y Mio, 2007; Tamayo, 2005b), con la emergencia popular observada en Bolivia desde el ao 2000. Podran extenderse estas constataciones a pases como Mxico, en donde la transicin democrtica qued trunca, a Guatemala, con un voltil sistema de partidos polticos y a la inestabilidad poltica que se ha observado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Per y Argentina. El caracazo en la Venezuela de 1989, la rebelin zapatista de 1994, los eventuales fraudes electorales de 1988 y 2006 en Mxico, la sublevacin en Buenos Aires de 2001, las guerras del agua y del gas en Bolivia en el primer lustro de este siglo, las sucesivas crisis polticas observadas en Ecuador desde 1997 hasta 2005, y la cada de aproximadamente diecisis presidentes por sublevaciones populares en diversos pases del rea forman parte del saldo negativo del neoliberalismo en materia de estabilidad poltica. Si examinamos las repercusiones sociales del neoliberalismo en los pases que nos ocupan en este trabajo, veremos que aun cuando la pobreza no necesariamente genera rebeliones, el empobrecimiento acelerado s puede generarlas. En Venezuela, entre 1970 y 1997, el ingreso de los trabajadores se redujo a la mitad, y el pas se convirti en uno de los ms desiguales del mundo (un ndice de Gini de 0,62); la declinacin del ingreso per cpita entre 1970 y 1998 fue del 34%, una de las ms brutales de todo el mundo, superior incluso a la de muchos pases africanos. No resulta sorprendente cuando se advierten estos datos, que Carlos Andrs Prez haya llegado a la presidencia por segunda vez enarbolando la nostalgia desarrollista, y que la promesa no cumplida haya desatado la explosin social de febrero de 1989, que fue sofocada con la muerte de entre 276 y 366 personas, aun cuando se hable de que en realidad fueron entre dos y tres mil (Lander y Navarrete, 2007: 9,10). Es posible expresar brevemente los saldos del neoliberalismo en Ecuador: el pas se coloc entre los ms desiguales del mundo en tanto que Ecuador estaba en la tercera posicin ms desventajosa en la regin (0,57% en el ndice de Gini), una pobreza que alcanzaba al 56% de la poblacin con ndices de hasta el 76% en las reas rurales, el 26% de los nios menores de 5 aos sufran desnutricin crnica, el desempleo y el subempleo creci (el 57% de la poblacin urbana tena empleos de baja productividad), se observ el colapso de la seguridad social, creci la inseguridad ciudadana, el trabajo se precariz, y creci notablemente la emigracin hacia otros pases, particularmente a Espaa (Larrea, Freire y Lutter, 2001; Paz y Mio, 2007). Resulta explicable la prdida de gobernabilidad. Entre 1979 y 1996, es decir en diecisiete aos, se haban sucedido cinco gobiernos, lo que contrasta signicativamente con los siete observados entre 1996 y 2006. En siete aos hubo siete gobiernos y los tres presidentes electos en dicho lapso fueron derrocados por amplias movilizaciones populares (Paz y Mio, 2007). Venezuela y Ecuador comparten que el descontento popular ante el neoliberalismo se increment cuando opciones elegidas, y que supuestamente eran alternativas, resultaron un asco. Esto sucedi en Venezuela con Carlos Andrs Prez, y tambin en Ecuador con el gobierno de Lucio Gutirrez. Este ltimo traicion abiertamente los compromisos de campaa, y en el primer mes de su gobierno viaj a Washington
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y rm una carta de intencin con el FMI sin objetar ni una de las 22 condiciones que este organismo nanciero le impuso (Salgado, 2003; Acosta, 2003). Las polticas pblicas neoliberales implantadas por el gobierno de Gutirrez y un creciente autoritarismo para hacer frente a la protesta social, lo llevaron a romper con sus aliados (por ejemplo Pachakutik) (Ferrari, 2004). Gutirrez se aisl y nalmente hizo frente a la rebelin forajida que en abril de 2005 lo derroc (Len, 2004; Tamayo, 2005a). En agosto de 2005, Alfredo Palacio, el interino sucesor de Gutirrez, volvi a traicionar los compromisos adquiridos con el ya notable movimiento social que haba derrocado a este ltimo, y empez a negociar un tratado de libre comercio con Estados Unidos. La remocin del ministro de Economa, Rafael Correa, adversario de la rma de dicho tratado y de la renovacin de la concesin a la Occidental Oil and Gas Corporation (OXY) (Bez, 2005a; 2005b), habra de colocar a ste en el favor popular y a la larga lo llevara a la presidencia de la repblica.
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y Lander, 2008). El caracazo de 1989 se haba visto precedido de aproximadamente 190 de estas protestas, y se vera sucedido de ms de 1.200 en los aos que le siguieron (Lpez Maya y Lander, 2008). En este contexto, el MRV logr aglutinar a amplios sectores, y apoyado por otras fuerzas de izquierda se convirti en el Polo Patritico. En 1998 el arrastre electoral del MVR y el Polo Patritico era tan grande que los partidos tradicionales Accin Democrtica y COPEI decidieron presentar a un nico candidato para derrotar a Chvez. No pudieron contener el arrastre de una fuerza que para ese entonces se haba convertido en mayoritaria y que gan las elecciones presidenciales en diciembre de 1998 con el 56% de los votos (Lander y Navarrete, 2007: 20). Desde entonces, el movimiento chavista o bolivariano ha logrado convertir al partido encabezado por Chvez en la fuerza mayoritaria del pas: el referendo sobre la Convocatoria a Asamblea Constituyente en 1999; elecciones para la Asamblea Constituyente (1999), referendo aprobatorio para la nueva constitucin; elecciones presidenciales y de gobernadores; elecciones de alcaldes (2000); el referendo revocatorio de 2004; las elecciones presidenciales de 2006, y referendos sobre modicaciones a la constitucin en 2007 y en 2009. En todos estos procesos electorales el movimiento encabezado por Chvez ha logrado un voto duro que oscila entre el 55 y poco ms del 60% de los votos emitidos, con la excepcin del referendo de 2007, cuando descendi a poco ms del 49% (Lander y Navarrete, 2007: 20, 51; Woods, 2008). Pero existen otros momentos climticos de la participacin popular en todos estos aos de hegemona chavista: en ocasin del golpe de Estado que depuso a Chvez por 48 horas cuando una amplia movilizacin popular proveniente de los barrios se ali a los sectores constitucionalistas de las fuerzas armadas y lo reinstal en la presidencia. Y en ocasin del paro petrolero promovido en diciembre de 2002 por la organizacin empresarial FEDECAMARAS, la televisora RCTV y la capa de altos ejecutivos de la empresa petrolera de PDVSA: la organizacin popular de resistencia al paro, la inmensa mayora de los trabajadores petroleros y los sectores civiles y militares, lograron derrotar el paro petrolero en febrero de 2003 (Lander y Navarrete, 2007: 22). En Bolivia, al igual que en Venezuela, se observa un movimiento social que se convierte en movimiento poltico. En lo que se reere a la etapa inmediatamente anterior al triunfo electoral de Evo Morales en diciembre de 2005, podemos distinguir tres momentos climticos. El primero de ellos es el de la guerra del agua, que comienza en abril de 2000 y que culmina con un triunfo: la anulacin del proyecto de privatizacin del agua. Un segundo momento es la guerra del gas, en octubre de 2003, que culmina con otro triunfo: la renuncia del smbolo del gobierno neoliberal, Gonzalo Snchez de Lozada, y la derogacin de la ley de hidrocarburos. Un tercer momento, en junio de 2005, tambin culmina de forma triunfal: la renuncia del presidente sustituto, Carlos Mesa. Finalmente, en diciembre de 2005, Evo Morales, al frente del Movimiento Al Socialismo (MAS), derrota a Jorge Quiroga, el candidato de la derecha, obteniendo casi el 54% de los votos.2 Al igual que en Venezuela, la izquierda boliviana enfrenta un adversario formidable con un vasto apoyo social. Si en Venezuela ese apoyo social radica sobre todo en las clases medias y en los sectores altos de la poblacin, en Bolivia la derecha tambin se expresa territorialmente. El auto2. La Jornada, Mxico, D. F., 19 de diciembre de 2005.
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nomismo de los departamentos de la llamada media luna, se asienta en una suerte de racismo (Sader, 2008a) que en el fondo no es ms que una de las manifestaciones de un conicto de clases. Perdida al menos por el momento la batalla por la mayora en Bolivia, la derecha busca asentar su legitimidad en la indudable hegemona que mantiene en los referidos departamentos: en Pando y en Beni, el referendo autonmico en junio de 2008 la hizo triunfar con poco ms del 80% de los votos (Baspineiro, 2008a; 2008b). Tal cual lo dijo Rubn Costas, el gobernador de Santa Cruz: como el seor Evo Morales ser revocado en Santa Cruz, no vamos a decir que no venga nunca ms, que venga, pero de paseo porque aqu no va a gobernar (CEDIB, 2008). El triunfo en el referendo revocatorio tuvo varias lecturas. La primera es la de Evo Morales, que insiste en el discurso conciliador y llamado de unidad incluso a los prefectos de la media luna. Una segunda lectura es el pronunciamiento del movimiento que lo apoya, de aprovechar el triunfo para insistir en el nuevo referendo, el que nalmente aprob la nueva constitucin en enero de 2009 (Baspineiro, 2008c; Rojas, 2009). La segunda lectura es la de los prefectos y el movimiento que los apoya, que insisten en que el presidente fue revocado en cinco departamentos (Beni, Pando, Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca) (Baspineiro, 2008b). Cabe resaltar que los cambios que se buscan en Bolivia no solamente se impulsan con la fuerza que da estar en el gobierno. La movilizacin social cumple un papel decisivo: la marcha desde Caracollo hasta la ciudad de La Paz, que tuvo lugar en la tercera semana de octubre de 2008, form parte de la correlacin de fuerzas implantada para llegar nalmente a un acuerdo negociado sobre la convocatoria a un referendo para aprobar una nueva constitucin (Baspineiro, 2008d; 2008e; Rojas, 2008). La salida pactada que produjo la convocatoria al referendo constitucional revela que en Bolivia se combina una elevada movilizacin social con soluciones negociadas que realizan las dirigencias. Al igual que en Venezuela y en Bolivia, en Ecuador observamos una notable emergencia social que reeja la exasperacin provocada por el neoliberalismo, el repudio a los partidos polticos y la aspiracin de trascender los lmites de la democracia liberal y representativa. Y al igual que en los otros dos pases, la poltica no se agota en los momentos electorales, sino que stos son la continuidad de un vigoroso movimiento social que tambin se transforma en poltico. Y esta armacin no se desvirta por el hecho de que no hubo continuidad entre los actores que fueron decisivos entre 2000 y 2005, los que despus protagonizaron la revolucin forajida y nalmente el movimiento poltico que llev a Correa a la presidencia en 2007. A semejanza de Bolivia, en Ecuador el movimiento indgena ha sido eje de la resistencia social al neoliberalismo. En Bolivia, la emergencia de lo indgena ha ocupado el lugar que en el pasado ocup la clase obrera, en especial los mineros del estao, desaparecidos por la globalizacin en la dcada de 1980. En Ecuador, la emergencia tnica ocup el vaco dejado por la clase obrera ecuatoriana, que se concentr en defender las conquistas laborales que estaban siendo barridas por la ofensiva neoliberal (Dvalos, 2007). En 1990 el movimiento indgena encabez el primer levantamiento nacional que paraliz el pas, mientras que en 2005 y 2006 fue tambin determinante para frenar la suscripcin del Tratado de Libre Comercio (Paz y Mio, 2007). Es este ascenso popular el que explica que entre 1996 y 2006 se hayan sucedido siete gobiernos y que
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tres presidentes hayan sido derrocados por levantamientos populares: Abdal Bucarn (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutirrez (2005) (Paz y Mio, 2007). En Ecuador ha sido esta resistencia popular la que ha frenado el autoritarismo por medio del cual se quera aplastar la oposicin al neoliberalismo, tal como se demostr con la desarticulacin, en abril de 2005, del Estado de emergencia y de una Corte Suprema de Justicia nombrada a gusto del partido de Gutirrez (Tamayo, 2005c). La expansin de la protesta popular de Quito a Cuenca, Ibarra, Otavalo y Riobamba, y la profundizacin de la crisis despus de la represin de la manifestacin del 19 de abril culminaron con la destitucin de Gutirrez al da siguiente y su salida del pas (Tamayo, 2005a; 2005b; 2005c; 2005d). Pero en Ecuador aparece de manera muy clara la vinculacin del rechazo al neoliberalismo con el desprestigio de los partidos. En el momento del derrocamiento de Gutirrez vuelve a aparecer el grito que se observ en Argentina durante la sublevacin de 2001 (Tamayo, 2005b; Paz y Mio, 2007). El Que se vayan todos! se expres en el hecho de que en el nuevo gobierno presidido por Alfredo Palacio no inclua a integrantes de ningn partido poltico y en cambio se incorporaba a Rafael Correa, un economista explcitamente crtico de la dolarizacin y del TLC (Burch, 2005). El amplio abanico de grupos sociales que deploran a la clase poltica tradicional ecuatoriana no solamente comprende lo indgena y popular propiamente dicho. Tambin se han incorporado las clases medias urbanas que han enarbolado la bandera del movimiento ciudadano que esgrime moralizacin del sistema poltico liberal, la despartidizacin de los organismos electorales y de justicia, la revocatoria del mandato, los mecanismos anticorrupcin y la scalizacin del sistema poltico (Dvalos, 2007). En Ecuador convive entonces una corriente social expresada en lo indgena popular, pero que tambin comprende a las clases medias urbanas. En la conuencia que no necesariamente alianza de lo indgena popular y las clases medias, se articula la crisis hegemnica neoliberal y el cuestionamiento a los lmites de la democracia liberal y representativa. No en balde se ha planteado que la convulsin poltica en ese pas en los albores del siglo xxi, se debe al entrelazamiento del agotamiento de dos ciclos: el del modelo econmico neoliberal y el del Estado de partidos (Paz y Mio, 2007). Por ello, la agitacin social se volvi a manifestar cuando Palacio, el sustituto de Gutirrez, decidi darle continuidad a las medidas neoliberales: en agosto de 2005 las poblaciones de las provincias amaznicas de Sucumbos y Orellana paralizaron la produccin de petrleo en demanda de renegociacin de los contratos petroleros y el cese del contrato para la Occidental Oil and Gas Corporation (OXY) (Tamayo, 2005e); en marzo de 2006 se observaron cortes de carretera, movilizaciones, tomas de instalaciones y paros en las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo, Bolvar, Caar Azuay, Loja, Zamora, Oriente, Esmeralda y en la propia ciudad de Quito en el marco de la Movilizacin Nacional por la Defensa de la Vida y contra el TLC convocada por las organizaciones indgenas ECUARUNARI y CONAIE.3 Adems de las demandas en contra del TLC, se agregaron
3. ECUARUNARI (Ecuador Runacunapac Riccharimuri), Confederacin de los Pueblos Kichwa del Ecuador. CONAIE, Confederacin de Nacionalidades Indgenas del Ecuador.
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las del repudio del Plan Colombia y la instauracin de una Asamblea Constituyente, y nuevamente la renegociacin de los contratos petroleros y el cese del contrato para la Occidental Oil and Gas Corporation (OXY) (Tamayo, 2006a; Minga informativa 2006a; 2006b).
POPULISMO O REVOLUCIN?
La corriente dominante de interpretacin desde la ciencia poltica y la sociologa no tiene duda en la caracterizacin de lo que acontece en los tres pases que nos ocupan: asistimos a un renacimiento del populismo en Amrica Latina que pone en peligro las transiciones democrticas en la regin. En la versin ms extrema de dicha caracterizacin, la misma comprendera el amplio arco que va de Lula da Silva hasta Chvez, pasando por Morales y Correa. La interpretacin ms restringida comprendera solamente a los regmenes encabezados por estos tres ltimos. Desde el mbito de la ciencia poltica o de la sociologa poltica, el populismo ha sido denido como un estilo de liderazgo, como una estrategia discursiva (Freidenberg, 2007; Cansino y Covarrubias, 2006).4 Esta interpretacin tiene la desventaja de convertir el concepto en una suerte de cajn de sastre en el que entraran los ms distintos gobiernos: desde Crdenas hasta Fox pasando por Salinas de Gortari en Mxico (Cansino y Covarrubias, 2006: 29-42), y desde Vargas en Brasil hasta Chvez en Venezuela pasando por Menen en Argentina (Freidenberg, 2007). En la versin reaccionaria vulgar, el populismo es retratado de manera resumida como demagogia, liderazgo autoritario de carcter mesinico y gasto irresponsable del erario pblico en polticas asistencialistas (Krauze, 2005). En la versin ms dura de esta acepcin vulgar, el populismo no sera sino una versin atemperada del cavernario estatismo y colectivismo comunista (Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 2007:13). Desde la perspectiva de la sociologa y la ciencia poltica dominante, la categora de populismo pierde todo su valor heurstico porque caracteriza a procesos polticos y regmenes bastante diversos entre s. En la perspectiva reaccionaria vulgar, la categora de populismo se convierte solamente en arma de ataque poltico e ideolgico. Otros autores eluden calicar como populismo o populismo radical al inacabado cambio social que se est observando en Amrica Latina. Ms bien buscan sus races en las tradiciones del jacobinismo, del sindicalismo revolucionario, de los levantamientos populares urbanos y las revoluciones agrarias (Gilly, 2007). Cmo caracterizar a los procesos que hemos estado examinando? Acaso sea cierta la armacin de Adolfo Gilly de que, como procesos inacabados, apresurarse a clasicarlos es embrollar las pistas (Gilly, 2008a). Tambin Wallerstein se abstiene de calicativos,
4. Aunque comparte la visin que incluye como populismos a fenmenos polticos muy diversos, justo es decir que Laclau en La razn populista (2005), se deslinda de la visin conservadora y demofbica de la interpretacin dominante del populismo en la ciencia poltica. Para Laclau, el populismo es una recuperacin para la poltica de la dimensin popular lo cual es posible por la articulacin de heterogneos agentes sociales a travs de una cadena de signicantes vacos. Estos ltimos son cadenas de demandas particulares que deben despojarse de contenidos particulares para abarcar demandas sociales heterogneas entre s (Laclau, 2005: 125)
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pero asevera que lo que se observa en la regin no se trata de una revolucin en el sentido tradicional del trmino (Wallerstein, 2008). No obstante, tanto las dirigencias como los movimientos polticos y sociales que se observan en Venezuela, Bolivia y Ecuador, imaginan los cambios por los cuales estn luchando como revoluciones: la revolucin bolivariana en Venezuela, la revolucin ciudadana en Ecuador o el movimiento hacia el socialismo en Bolivia. El vicepresidente boliviano lvaro Garca Linera ha dicho que lo que est en curso es una ampliacin de lites, una ampliacin de derechos y una redistribucin de la riqueza. Esto, en Bolivia, es una revolucin (Gilly, 2008b). La verdad probablemente est ms cerca de la indenicin que de la certeza en la revolucin permanente. El propio Chvez, no solo oscila entre los puentes que tiende hacia las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el declarar el n de la lucha armada (Vargas, 2008). Tambin entre el impacto que le ocasiona la idea de la revolucin permanente y el convencimiento declarado de que el marxismoleninismo es un dogma caduco, y que la globalizacin y la informtica han terminado con la lucha de clases (Berrios, 2007). Entre su adhesin durante 1998 y 1999 a la tercera va para salir del neoliberalismo salvaje construyendo un capitalismo humano, y su adhesin en enero de 2005 a la idea del socialismo del siglo xxi (Lander y Navarrete, 2007: 7). Acaso la razn de fondo de estas oscilaciones no solamente radique en el proceso ideolgico del propio Chvez, sino en el abismo que existe entre el agotamiento del neoliberalismo y la aparicin de un modelo social alternativo que no ha sido elaborado (Sader, 2008d). Es ese modelo social alternativo un ejercicio dispendioso de la renta proveniente de los hidrocarburos? He aqu el sealamiento ms severo en materia de poltica econmica que se ha hecho a los gobiernos llamados populistas, y en particular al encabezado por Chvez: creciente gasto scal, escasos logros en la produccin agrcola, incapacidad de las unidades productivas llamadas socialistas para sostenerse sin apoyo nanciero del Estado, e ineciencia de las viejas y nuevas empresas pblicas incluida la petrolera (Lpez Maya, 2008). No cabe duda que Bolivia, durante Evo Morales, tambin ha presenciado un auge productivo que lo distingue de los gobiernos anteriores. El promedio de crecimiento del PIB durante el gobierno de Hugo Bnzer (2000) fue de 2,5%; durante el gobierno de Jorge Quiroga (2001), del 1,6; y en los aos de Gonzalo Snchez de Lozada (2002-2003), del 2,6. El crecimiento del PIB comenz ascender con Carlos Mesa y Eduardo Rodrguez (2004-2005), pues lleg a poco ms del 4%. Con Evo Morales tal crecimiento lleg al 4,8% en 2006, al 4,6% en 2007 y, hasta junio de 2008, ascenda al 6,1%, un promedio del 5,2%. El gobierno de Evo Morales se ha beneciado con los altos precios de los hidrocarburos, lo cual se ha reejado en un aumento de las exportaciones, entre 2006 y 2007, de 713 millones de dlares (15% en relacin con el ao anterior); un aumento de la inversin pblica, entre 2005 y 2007, de 376 millones de dlares (38% en relacin con 2005), lo que implic un aumento sustancial de la inversin pblica en industria y turismo (de 57 millones de bolivianos en 2005, a 495 en 2007). Se observ tambin un aumento de un 36% en las recaudaciones scales entre 2005 y 2007. El que la empresa de hidrocarburos boliviana (YPBF) sea duea del 50,1% de la produccin, y del 100% del transporte, la comercializacin y la renacin, ha redundado en un aumento notable de la recaudacin por hidro-
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carburos: entre 2001 y 2005 el Estado boliviano recibi 1.016 millones de dlares, mientras que entre 2006 y junio de 2008 recibi 2.627 millones de dlares (Presidencia de Bolivia, 2008). Contando con los recursos que ha generado la bonanza, producto del alza de los precios de los hidrocarburos en Venezuela, se ha observado una importante alza en el gasto social. En 1998 el gasto social era el 34,4% del gasto pblico, mientras que en 2005 el mismo ascenda al 40,7%. Durante ese periodo, el gasto social como porcentaje del PIB pas del 8,2% al 12%, un aumento del 46,3%, ocupando un lugar notable la inversin en educacin que se increment en un 80% y ocupa ahora un gasto pblico de 5,4% del PIB (Lander y Navarrete, 2007: 52; Coordinadora Mexicana, 2007). La inversin social en salud como porcentaje del PIB en 1998 era del 1,36%, y en 2007 es del 2,25% (Coordinadora Mexicana, 2007). Algo importante es que la concepcin de la poltica social no es la de atencin a los grupos ms vulnerables, si no se concibe como una poltica universal que construye inclusin y ciudadana (Lander y Navarrete, 2007: 52). La Ley Habilitante aprobada en 2001 facult al presidente Chvez para emitir leyes entre las que destacan las destinadas a democratizar la propiedad y la produccin (Lander y Navarrete, 2007: 17). La poltica social del gobierno se ha organizado desde 2004 en las ahora muy conocidas misiones: la Misin Vuelvan Caras (combate la pobreza y el desempleo), la Misin Barrio Adentro (atencin mdica), la Misin Mercal (comercializacin de productos alimenticios), la Misin Robinson I (alfabetizacin), la Misin Robinson II (educacin primaria para recin alfabetizados), la Misin Ribas (educacin secundaria para gente de cualquier edad) y la Misin Sucre (estudios universitarios para sectores pobres y medios bajos) (Lander y Navarrete, 2007: 24, 25, 31). En 2007 se calculaba que estas misiones haban beneciado al 48,3% de los hogares en Venezuela (Sutherland, 2007). Los efectos de estas polticas han sido notables: la pobreza extrema se redujo del 17,1% en 1998 al 7,9% en 2007, alcanzando en ese ao una meta que estaba prevista para 2015. En 2005 la UNESCO constat el xito de la Misin Robinson I al declarar Venezuela un territorio libre de analfabetismo. Todos estos hechos y otros ms ocasionaron una elevacin del ndice de Desarrollo Humano del 0,691% en 1998 al 0,878% en 2007 (Coordinadora Mexicana, 2007). En lo que se reere a Bolivia, acaso el logro ms importante sea que en dos aos el gobierno de Evo Morales titul cerca de 15 millones de hectreas con un costo de 15 millones de dlares, mientras que los gobiernos anteriores titularon solamente 9 millones de hectreas en diez aos con un costo de 85 millones de dlares. En ese periodo de tiempo se han invertido 133 millones de dlares en el impulso de la produccin de alimentos para el mercado interno. El analfabetismo se redujo al 1,7% de los habitantes, y en dos aos y medio se alfabetiz al 88% de los 823.000 analfabetos que haba en enero de 2006. Se realizaron casi 263.000 operaciones quirrgicas gratuitas y se construyeron 966 hospitales. Adems se distribuyeron ms de 270 millones de bolivianos a travs de la renta dignidad (Presidencia de Bolivia, 2008). En abono a la idea de que los procesos en los tres pases estn ms cerca de la revolucin que del populismo es que en ellos se observa un cuestionamiento profundo de la dominacin de las lites (Cardozo, 2008). No es solamente una ampliacin democrtica, sino una disputa por subvertir la relacin entre dominantes y subalternos.
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Esto que ha sido observado para Bolivia (Gilly, 2008b) resulta ser cierto tambin para Venezuela y Ecuador. En Venezuela se ha recuperado la ciudadana para los sectores populares y el pueblo como sujeto poltico ocupa centralidad en el discurso ocial (Lpez Maya, 2008). No se trata solamente de derechos econmicos y sociales, sino de derechos polticos que van ms all de lo electoral. Hay en ese sentido una subversin de las viejas relaciones sociales y la constitucin de una nueva correlacin de fuerzas. Acaso esto resulte ms importante en trminos de transformacin revolucionaria, que los datos sobre el gasto social que hemos mencionado anteriormente. El horizonte de visibilidad en el imaginario dirigente, y en el de los movimientos polticos y sociales que impulsan la transformacin, ha dejado de ser meramente posneoliberal y se ha convertido en poscapitalista. La resignicacin de las relaciones sociales y el avizorar un horizonte poscapitalista es lo que est en el sustento de la lucha por la instauracin de las Asambleas Constituyentes en los tres pases. En esto, la voluntad revolucionaria de las dirigencias y de un sector esencial del movimiento que las respalda se ha encontrado con los valladares de la correlacin de fuerzas en la sociedad. En la Venezuela de 1999, el movimiento chavista fue exitoso en impulsar la Asamblea Constituyente y gan en abril con un 71% de los votos el referendo para que se constituyera. En diciembre, el 88% de los venezolanos vot a favor de la nueva constitucin la cual no es un documento socialista (Lander y Navarrete, 2007: 12). Pero el proceso iniciado en enero de 2007 cuando se anunci la creacin del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y luego la reforma constitucional que profundizara la revolucin bolivariana (Lander, y Navarrete, 2007: 54), termin con la derrota en el referendo de diciembre de 2007 (Tralaf, 2007). En lo que se reere a Bolivia, el gobierno de Evo Morales logr un nuevo triunfo enero de 2009, cuando el 60% de la poblacin aprob la nueva constitucin (Rojas, 2009). Como ya se mencion, en Ecuador el apetito por la Asamblea Constituyente fue mucho ms fuerte que en los otros dos pases. El mismo da de su toma de posesin, Rafael Correa convoc a un referendo para decidir si se instalaba dicha Asamblea (Tamayo, 2007a; 2007d). Tres meses despus, en abril de 2007, el 81% de los consultados se pronunciaron por la instalacin de la misma. El 30 de septiembre de ese ao, el partido de Correa, que haba renunciado a postular candidatos a diputados en las elecciones de 2006, gan 80 de las 130 diputaciones de la Asamblea Constituyente (Paz y Mio, 2007; Congreso Bolivariano, 2007). En julio de 2008, la Asamblea Constituyente haba concluido sus trabajos y tena listo un proyecto de constitucin el cual fue sometido a referendo el 28 de septiembre de 2008 y aprobado con un 64% de los votos (Tamayo 2008a, 2008b; Vargas Velsquez, 2008a).
CONCLUSIONES
La calicacin de los gobiernos de izquierda de Venezuela, Ecuador y Bolivia, como regmenes populistas hechos desde el pensamiento conservador, se fundamentan en una concepcin laxa del populismo. La crtica de Vilas a un primer trabajo de Laclau sobre el populismo (Laclau, 1978) se puede hacer tambin a la inmensa
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mayora de los textos que desde la ciencia poltica han analizado el fenmeno: extiende el concepto de populismo hasta tal punto, que le quita total relevancia: lejos de contribuir a precisar el concepto, agrava la imprecisin ya sucientemente abundante (Vilas 1995a: 114). A lo cual habra que agregar algo de lo que no peca Laclau: el vaco conceptual resultante se llena con una carga negativa que descalica a todos los movimientos polticos que, haciendo uso de los procedimientos democrticos, se enfrentan al statu quo (Senz de Tejada, 2007: 290). Por lo dems, al despojar de su referente estructural al populismo se olvida que ste fue en Amrica Latina un fenmeno poltico con una temporalidad y con una economa poltica muy especca, propia de una fase de acumulacin capitalista que en la actualidad ha sido dejada atrs (Vilas, 1995b). Varios son los hechos que permiten otear la posibilidad de una revolucin en marcha en Venezuela, Bolivia y Ecuador: el que los procesos all observados sean continuidad de un largo proceso de protestas y movilizaciones sociales, el que estas protestas y movilizaciones hayan creado una nueva correlacin de fuerzas en el seno de la sociedad, el que estas correlaciones de fuerzas incluso se maniesten en el establecimiento de mayoras electorales, el que el conjunto de fuerzas sociales y polticas que se han pronunciado por una transformacin de la sociedad hayan ganado la presidencia de la repblica, el que las mismas se constituyan en una fuerza signicativa en el poder legislativo, el que por esto mismo hayan convertido al Estado en una zona de disputa por el poder poltico ante los poderes tradicionales, el que en todo este proceso haya una subversin de las relaciones sociales entre dominantes y subalternos, el que se observe una reorientacin del gasto social que proporciona dignidad y una nueva ciudadana a los pobres de la ciudad y del campo, el que se conciba a la democracia como participativa, el que busque deslindarse de la hegemona imperial de Estados Unidos, y el que en un sector importante de los que impulsan la transformacin se avizore un horizonte poscapitalista. Todos estos hechos articulados permiten pensar que se observa algo ms que populismo, un rgimen que cuando aconteci se vinculaba ms a una lucha por la modernizacin capitalista. No estamos tampoco ante movimientos polticos y sociales que se fundan en el desprecio a la democracia. A mediados de 2006, una encuesta hecha por Latinbarmetro en 18 pases revelaba que Bolivia y Ecuador eran los pases en los cuales haba la mayor proporcin de ciudadanos que pensaban que poda haber democracia sin partidos y sin Congreso. El 89% de los ecuatorianos crea que se gobernaba a favor de los ricos y los poderosos. A pesar de ello, el 54% de los ecuatorianos consideraba que la democracia era el mejor gobierno posible, cifra superior a la de Colombia (53%) y a la de Brasil (46%) (Born, 2007). Y encuestas aparte, la experiencia que ha tratado de consignar este trabajo revela que han sido los procesos electorales herramientas fundamentales para construir las condiciones polticas para una transformacin social. No faltan voces crticas que destacan tendencias autoritarias en Bolivia (Stefanoni y Bajo, 2008) y en Venezuela (Lpez Maya, 2008). En el caso venezolano se ha sealado la excesiva dependencia a un lder carismtico y la falta de liderazgo colectivo creble a distintos niveles, y concentracin de poder en el presidente, incorporacin ms activa de militares al bloque en el poder (Lpez Maya, 2008). Los 50.000 consejos comunales que son concebidos como rganos de poder popular (Azzelini, 2008;
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Congreso Bolivariano, 2008b) tambin son cuestionados porque no estn concebidos para tomar decisiones realmente importantes, sino solamente en el mbito local (Lpez Maya, 2008). No cabe duda que los tres procesos consignados son abigarrados y contradictorios. Que coexisten apetitos democrticos con atavismos autoritarios, aspiraciones autonomistas con vocaciones estadlatras, aspiraciones poscapitalistas con enriquecimientos capitalistas, austeridades republicanas con insultantes corrupciones. Sin embargo, nuevamente segn dos encuestas de Latinbarmetro realizadas en septiembre y octubre de 2007, la gran mayora de los venezolanos parecera estar satisfecha con la democracia tal cual la estn viviendo en Venezuela. En 1998 el nivel de satisfaccin con la democracia en Latinoamrica era del 37%, y en Venezuela estaba por debajo de la media, con un 35%. En 2007, el ndice promedio de la regin segua en el 37%, mientras en Venezuela ascenda al 59%; el nivel de conanza en el presidente era en Latinoamrica del 43%, mientras en Venezuela llegaba al 60%; el nivel de conanza en los partidos polticos en la regin era del 20% y en Venezuela ascenda al 36% (Serrano, 2008). La crisis de la hegemona neoliberal dio a las fuerzas de izquierda en estos tres pases, y en otros ms, la ventana de oportunidad para convertirse en fuerzas hegemnicas o predominantes en esos lugares haciendo uso de los procedimientos de la democracia liberal y representativa. Y ser este escenario procedimental el que las mantenga en ese lugar o las coloque en el lugar donde han estado mucho tiempo.
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INTRODUCCIN
en gran parte de Amrica Latina. Con la formacin de importantes movimientos en la dcada de 1980 y con la ayuda de redes de apoyo transnacionales en la de 1990, los pueblos indgenas de Amrica Latina se han convertido en un importante sujeto social y actor poltico (Radcliffe, 2007: 32; Brysk, 2000; Keck y Sikkink, 1998; Mart i Puig, 2007: 149). Segn el Foro Permanente para las Cuestiones Indgenas, existen 5.000 pueblos indgenas en 70 pases, incluyendo unos 370 millones de personas. En la dcada de 1980, el criterio para la denicin de un pueblo indgena radicaba en su existencia anterior a la llegada de otros pueblos colonizadores y que tena estructuras sociales contrapuestas a sistemas occidentales (Kempf, 2007: 161). Ms recientemente, se ha puesto nfasis en el criterio de la autoidenticacin (Kempf, 2007: 163). Este cambio ofrece una herramienta de empoderamiento a aquellos grupos que se consideran indgenas: en vez de serlo solo a raz de una denicin por arriba o desde fuera, ellos mismos pueden armar su propia identidad indgena y participar en procesos de (re) construccin de la misma, por abajo. Es importante resaltar, sin embargo, que los movimientos indgenas se han presentado con diferentes niveles de xito en las arenas polticas de Amrica Latina. Por un lado, hay casos como Ecuador, Nicaragua y Bolivia, en los que unos fuertes mo-
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vimientos indgenas han llegado al poder, y, por otro, aquellos casos como Mxico, Guatemala y Per, en los que los movimientos indgenas han sido ms dispersos y menos poderosos (Pajuelo, 2006: 19; Mart i Puig, 2008). Frente a esta situacin, es inevitable preguntarse: es que no se han logrado activar elementos tnicos en la poltica de estos pases? O acaso, es que s se han logrado activar estos elementos, pero de forma distinta que en pases como Bolivia y Ecuador? Sigue siendo imperativo realizar un diagnstico sobre la poltica tnica en estos casos negativos para establecer si de todas formas se desarrolla poltica indgena, segn el trmino empleado por Mart, por abajo (2007: 132).1 El objetivo general de este estudio es ofrecer una respuesta emprica a la siguiente pregunta: cmo pueden los marcos cognitivos empleados en episodios de accin colectiva participar en los procesos de (re)construccin de identidad indgena? La zona de estudio es Cusco, Per, ya que cuenta con una importante concentracin de comunidades con races indgenas y con un alto nivel de conictividad social, dos elementos que son de inters en nuestro estudio. Para guiar la investigacin, a continuacin consideramos lo que dice la teora de la accin colectiva sobre la (re)construccin de las identidades polticas.
TEORA
Los estudios sobre la identidad han cobrado una creciente importancia en la teora sobre la accin colectiva, sobre todo a partir de la dcada de 1980 (Tarrow, 2004: 48). Es importante resaltar que en este estudio nos referimos a una identidad poltica y no a una identidad simplemente cultural o social, ya que se trata de una identidad pblica y enunciada que surge a raz de un conicto, lo cual es la base de toda actividad poltica (vase Valls, 2007: 18). A continuacin, se consideran los diferentes enfoques en cuanto a la identidad en el contexto de la accin colectiva, que dividimos en tres categoras: la identidad como agravio, como estrategia y como consecuencia de la accin colectiva. Entre aquellos autores que consideran la identidad como una causa, algunos arman que, cuando un grupo siente que su identidad corre riesgo, se mueve (Marx Ferree, 1994: 175; Chihu Amparn, 2007: 72). Otros, como Imanol Zubero y los tericos de los nuevos movimientos sociales, arman que la identidad ha cobrado una nueva importancia entre las generaciones posmaterialistas, que se mueven para articular la existencia de nuevos grupos sociales (vase Zubero, s/f; Hunt, Benford y Snow, 1994; Klandermans, 1994). Otros autores consideran que la identidad es un recurso de la accin colectiva, algo construido por los dirigentes sociales a base de clculos polticos. La mayora postula que las identidades polticas se eligen a raz de un stock cultural ya existente, y que la decisin de activar ciertos rasgos y no otros tendr que ver con simpatas y potenciales aliados (vanse Della Porta y Diani, 2004: 89-93; Tarrow, 2004: 176; Gmez Surez,
1. Como arma James Scott, la desventaja de jar la mirada nicamente en la poltica ocial e institucional es que no explica de dnde vienen los discursos repentinos (2003).
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2005: 17; Miz, 2004: 349; y Trejo, 2000: 209). Sin embargo, Della Porta y Diani tambin reconocen que, en principio, existe la posibilidad de construir la identidad desde cero, lo cual sera por ejemplo el caso de un grupo de personas que se presentan como rastafaris, pero que no tienen races histricas como tales (2004: 109). Finalmente, la identidad tambin puede ser considerada como una consecuencia secundaria de la accin colectiva. Por ejemplo, McAdam establece que, en el caso de los movimientos sociales, una vez que se expanden, luego desarrollan su propia cultura y se convierten en crisoles de innovacin cultural (McAdam, 1994: 43). En este sentido, Tarrow arma que el potencial de encontrar una nueva identidad a travs de la accin colectiva siguiendo la teora de la anoma de Durkheim es en s un atractivo para participar en la protesta (2004: 38). Es importante subrayar que los tres enfoques no son mutuamente exclusivos. En realidad la identidad puede ser la causa de, un recurso para y el resultado del mismo episodio de accin colectiva; pero tendr diferentes valores en las distintas etapas. De ser as, se podra hablar de un proceso completo e interactivo de (re)construccin de la identidad poltica a travs de la accin colectiva. Esta relacin dinmica es posible si partimos de un enfoque constructivista, segn el cual las identidades son construcciones sociales que cambian durante los procesos polticos. Un enfoque primoridalista, en cambio, descartara esta posibilidad argumentando que la identidad es algo esencial y no poltico. Teniendo en cuenta el objetivo principal de este estudio, se van a considerar las tres posibilidades identicadas en la teora: que la identidad tnica puede funcionar como causa, estrategia o consecuencia de la accin colectiva, o incluso las tres cosas a la vez. Adems, se considerar la teora de Miz (2004: 336), segn la cual, para que se produzca un marco tnico hace falta que los dirigentes identiquen la identidad indgena como la ms adecuada y, por lo tanto, se trata de una estrategia. Cmo se pueden medir estos procesos de (re)construccin de la identidad tnica en la realidad? La respuesta viene dada a travs de los marcos cognitivos. Segn la teora de Goffman, los marcos ofrecen una manera de organizar el signicado y la participacin en la actividad social (2006: 358). Son lentes discursivas que sirven para motivar a los activistas y hacer distinciones con sus adversarios (Tarrow, 2004: 25). Segn la teora de Snow y Benford, para entender una situacin social y motivar a los dems, cabe realizar un diagnstico y un pronstico, que son los campos sustantivos de los marcos. Tambin es necesario identicar a los protagonistas, a los antagonistas y a una audiencia, los campos identitarios de los marcos (Della Porta y Diani 2004: 74). En el caso de la (re)construccin de la identidad, el marco relevante es el de los protagonistas, es decir, la cuestin de quines son los que llevan a cabo la accin colectiva.2 No obstante, es necesario diferenciar entre el sentido que se le quiere dar a una actividad y el sentido que al nal cobra. En esta lucha, el rol de los medios de comunicacin es clave, ya que constituyen el lugar en el que se desarrollan los debates
2. Es importante reconocer la importancia del enfoque segn el cual la misma accin que se lleva a cabo contiene su propio mensaje, como si se tratara de dramaturgia (vase McAdam [1994]). Aqu consideramos solo los discursos escritos o enunciados.
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acerca de los conictos sociales (Gamson y Meyer, 1999).3 Entonces, en este estudio se considerarn tanto los marcos en las manifestaciones de base (el sentido que se le quiera otorgar) adems de la manera en que stos son incorporados por los medios de comunicacin (el sentido que al nal se les otorga).4 Al ofrecer un diagnstico de los marcos tnicos producidos en los episodios de accin colectiva en Cusco, este estudio tambin considerar cmo los episodios de accin colectiva participan en procesos de (re)construccin de la identidad indgena. Se ha elegido estudiar solo el ao 2008 para mantener constante la Estructura de Oportunidades Polticas, una importante variable explicativa.5 La decisin de elegir Cusco como departamento de anlisis radica en su potencial stock indgena, que tericos tales como Miz (2004), Gmez Surez (2005) y Trejo (2000) identican como bsico para dar lugar a una reivindicacin tnica. Como se trata de una investigacin emprica, es importante establecer una estrategia de investigacin, detallada a continuacin: Primero, se consultan los boletines de la Defensora del Pueblo para identicar todos los conictos activos en Cusco en algn momento durante 2008.6 Luego, se realiza un anlisis de los memoriales producidos por los actores involucrados para establecer si ha habido un intento de producir un marco de protagonistas fundado en la etnia. Cuando se articula una identidad usando cualquiera de los siguientes trminos aborigen, nativo, tnico, indgena, indio o inca7 decimos que existe un marco fundado en la etnia en su fase ms elemental. Es ms, si se reeren a varios elementos del discurso panindgena8 tambin se podr considerar un caso positivo del desarrollo de un marco tnico. Segundo, se realiza un anlisis de contenido de la prensa local durante el ao 2008 para establecer, primero, qu casos han llegado a la agenda meditica local y, segundo, hasta qu punto los marcos originales han sido reproducidos. Entonces, un intento de crear un marco fundado en la etnia seguido por un marco tnico usado por la prensa constituir un primer indicador de la etnognesis poltica, ya que se podr hablar, entonces, de una suerte de activacin interna y reconocimiento externo de la etnia que se ha producido durante y a raz de episodios de accin colectiva. Tercero, se considerar el rol de los dirigentes sociales a la hora de activar la identidad indgena. Adems de los discursos ociales, se buscan explicaciones de
3. Es ms, el acceso a ellos es un claro determinante para el xito o el fracaso de un mensaje, y de ah un grupo poltico (McQuail, 1994; Nash, 2005). 4. Yenny Ccolque, experta en conictos sociales de la Defensora del Pueblo en Cusco, explic que a menudo los actores involucrados en conictos de contextos locales preeren llegar a la radio y a la televisin directamente. Entrevista personal realizada el 23 de febrero de 2009. 5. La Estructura de Oportunidades Polticas se reere a cambios en el sistema poltico que pueden facilitar la accin colectiva (vase Tarrow, 2004). 6. La Defensora del Pueblo lleva desde 2004 publicando reportes mensuales con anlisis pormenorizados de los conictos sociales producidos en cada departamento. www.defensoria.gob.pe. 7. Estos trminos son relevantes justamente porque evitan la palabra campesino. 8. A saber: a) una postura antineoliberal; b) los conocimientos y valores andinos; c) la importancia de la tierra y los recursos medioambientales; d) la naturaleza plurinacional del Estado; e) los derechos colectivos y autodeterminacin, f ) la reconstitucin del pueblo Tawantinsuyo; y g) la participacin poltica indgena (Huanacu Tito, 2006).
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los actores involucrados en los episodios de accin colectiva a travs de entrevistas en profundidad en Cusco,9 para entender el sentido que dan a sus propias acciones.
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Entonces, parece haber algo de desacuerdo respecto al grado de etnicacin de la poltica en Per. El estudio reciente Participacin poltica indgena en la sierra peruana (2006), de Ramn Pajuelo, responde a este debate y nos ofrece un panorama de la poltica tnica institucional en Per. Encuentra datos acerca del voto indgena, organizaciones indigenistas estatales y congresistas indgenas, argumentando que actualmente hay indicios de prcticas polticas tnicas en el pas (Pajuelo, 2006: 81) Adems, arma que se registra el surgimiento de experiencias de participacin local, que ponen en juego un nuevo ingrediente: la formacin de discursos de reivindicacin tnica por parte de nuevos lderes sociales, o por nuevas organizaciones locales (Pajuelo, 2006: 98). Es este nivel el que nos interesa en el estudio: el surgimiento de discursos indgenas por abajo. Cusco es un caso interesante para un estudio sobre la poltica tnica ya que cuenta con dos grupos con stock cultural indgena: poblaciones selvticas ubicadas en el Amazonas y poblaciones campesinas ubicadas en la sierra. De acuerdo con los datos de la Defensora del Pueblo, existen 62 comunidades nativas y 928 comunidades campesinas (entendidas como selvticas y serranas, respectivamente) en el departamento (Defensora del Pueblo, julio de 2008: 38). Es posible encontrar expresiones polticas de lo tnico en el Cusco en tres mbitos: a) un discurso histrico sobre Cusco como el centro del Imperio incaico; b) en polticas de integracin de los pueblos nativos; y c) en recientes encuentros de pueblos indgenas que han tenido lugar en el departamento. A continuacin se describen estos discursos para tenerlos en cuenta en nuestro anlisis de los marcos tnicos producidos en 2008. La naturaleza especial de Cusco como centro histrico del imperio inca queda reejada en el discurso para marcar el inicio del Ao Acadmico de 1947 con el ttulo Las Insurgencias del Cusco a travs de la Historia (Velasco, 1947). Se trata de un homenaje al pasado glorioso de la ciudad, rerindose al pueblo rebelde, [] pueblo insurrecto, [] pueblo belicoso como algo contrapuesto a los conquistadores. Incluso se dirige al Inca Huayna Ccapacc simplemente como t (Velasco, 1947: 9). Este discurso es atpico por tres razones: a) reivindica una identidad fundada en las races precoloniales; b) esta identidad se limita solo a Cusco y no se extiende a Per; y c) se articula desde la lite acadmica local y no desde los grupos campesinos. Segundo, en el proyecto de 1959 denominado Programa Cuzco de Integracin de las Poblaciones Aborgenes, el mismo trmino aborgenes resulta clave, ya que activa la identidad tnica de los campesinos. El plan, elaborado por el Instituto Indigenista Peruano y la Universidad Nacional del Cusco, tiene dos ejes: uno de trabajo social e investigaciones antropolgicas (Programa Cuzco, 1959: 210). Aunque se ubica claramente en la lnea indigenista presente en la dcada de 1950 en toda Amrica Latina, el mismo afn por descubrir las creencias, las supersticiones y los nombres nativos de enfermedades constituye un reconocimiento institucional de lo tnico (1959: 212). La tercera esfera la constituyen unas reuniones recientes que conllevan expresiones tnicas en sus declaraciones pblicas. Ha habido tres ejemplos bastante excepcionales en este sentido. Uno fue el I Tantachawi/Congreso Fundacional de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indgenas, celebrado en Cusco en 2006 y en el que parti-
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ciparon organizaciones indgenas/campesinas de Ecuador, Chile, Argentina, Bolivia y Per.12 Luego, en enero 2008 se llev a cabo una reunin de pueblos indgenas de Cusco en Ocongate. Es ms, en enero 2009 se celebr la Segunda Cumbre de los Pueblos Indgenas Kheswa y Aymar, reejando una sensibilidad hacia lo tnico en el departamento.13 En resumidas cuentas, Cusco cuenta con un importante stock cultural tnico, que ha llegado a plasmarse en expresiones polticas, lo cual sugiere un ambiente favorable para la produccin de discursos fundados en la etnia durante episodios de accin colectiva. Algo emblemtico de esta situacin es que, en las elecciones generales de 2006, se eligieron dos congresistas que reivindicaron sus races tnicas, algo indito en Per. Ellas son Mara Sumire e Hilaria Supa, dos representantes precisamente de Cusco.
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teccin de zonas arqueolgicas. Solo unas protestas por estudiantes sobre el alza del precio del transporte en la ciudad y de los cultivadores de la coca pueden considerarse totalmente ajenas a esta problemtica. Luego, es llamativa la variedad de actores involucrados en cada conicto, desde comunidades campesinas a sindicatos consolidados, y de instituciones ociales a representantes del gobierno nacional. Solo en el caso de unas protestas acerca del incremento del precio del transporte pblico se reduce a dos grupos de actores principales: estudiantes y conductores. Finalmente, la duracin de los episodios de accin colectiva es notable. Varios casos tienen races histricas en antiguos conictos y algunos llevan dcadas sin solucionarse. 15 Adems, a fecha de enero de 2009, ocho de los diez casos seguan activos en el departamento, lo cual reeja su larga duracin y las dicultades a la hora de buscar soluciones (Defensora del Pueblo, 2008). Como ya se ha destacado, el objetivo de este proyecto es trazar el proceso de (re) construccin indgena a travs de episodios de accin colectiva. El primer paso de la investigacin es establecer en qu casos se ha producido un marco fundado en la etnia, antes de pasar a considerar su capacidad de llegar a la agenda meditica intacta. En esta primera fase de la investigacin solo se consideran las manifestaciones y memoriales producidos y ocialmente circulados como indicador del intento de producir un marco fundado en la etnia. La tabla 25.1 recopila datos acerca del intento de producir marcos tnicos en el caso de los actores sociales involucrados en cada uno de los diez conictos producidos. En los casos en que s ha habido un intento de formar un marco, tambin se incluye si los protagonistas se expresan en trminos tnicos. Segn este anlisis, destacan dos conclusiones cuantitativas. Primero, en cinco de los casos, los actores sociales involucrados redactaron un maniesto o declaracin ocial. La segunda conclusin cuantitativa es que de los cinco conictos en que se produjo un discurso ocial, cuatro dieron lugar a un marco de protagonistas fundado en la etnia. Es una proporcin alta, y reeja una tendencia de usar marcos tnicos en episodios de accin colectiva en Cusco. A continuacin se describen con ms detalle los diferentes elementos de estos cuatro marcos fundados en la etnia.
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1. Leyes de desarrollo turstico en Cusco 2. Actividad Minera en Lutto Kututo 3. Minera de Espinar 4. Minera en Acomayo 5. Botadero de Haquira 6. Protesta de estudiantes en contra del precio del transporte 7. Rotura del conducto del gas en Echarate 8. Hidroelctrica y minera en Canchis 9. Poblaciones de Ocongate 10. Precio de la coca en la Convencin
Fuente: elaboracin propia a partir de memoriales pasados a la Defensora del Pueblo o publicados en Diario El Sol de Cusco.
dos en la identidad o marcos de protagonismo. Estos siete comunicados establecieron dos principales campos de identidad: el pueblo unido de Cusco y los herederos de la cultura incaica: En la tabla se han separado los dos ejes de Cusco y etnia, pero en realidad hay un fuerte puente entre ellos, ya que la ciudad parece reivindicar una identidad propia como resultado de su pasado incaico. Se considera el patrimonio en trminos de edicios y la historia misma, y no lo indgena en trminos de prcticas culturales, lenguas o de comunidades en peligro, menos en el caso del comunicado producido por la Universidad Andina. Entonces, el caso de las leyes de desarrollo turstico se denominar un marco tnico distorsionado, ya que en realidad no se trata de la etnognesis de un pueblo, sino de un complejo discurso poltico con races histricas y regionalistas.17
17. En la entrevista realizada con Marta Quispe, dirigente sindicalista de Cusco, cuando se le pregunt para quines se haba estado luchando, contest que era para los pueblos campesinos que vivan cerca de los sitios histricos que posiblemente iban a ser afectados por las dos leyes de desarrollo turstico. Sin embargo, en ningn comunicado emitido se ha encontrado una preocupacin por los grupos de la sierra o de la selva, sus costumbres o sus usos. Entrevista personal realizada el 23 de febrero de 2009.
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Tabla 25.2 Marcos de protagonistas en los comunicados producidos por actores involucrados en protestas en contra las leyes de desarrollo turstico
Actor Social Identidad Eje Cusco Identidad Eje Etnia: guardianes y herederos de la cultura incaica
nuestra tierra, nuestro pueblo, centralismo poltico limeo, poblacin cusquea pueblo frente al centralismo nuestra civilizacin andinoamaznica
Se identica plenamente con la cultura ancestral andina y su valioso patrimonio material e inmaterial, promoviendo los valores fundamentales de su losofa pueblo cusqueo Cusco Capital Histrica del Per, representa la sntesis del desarrollo cultural AndinoAmaznico y litoral de este pas
Red de Municipalidades Rurales del Cusco (REMUR Cusco) La Alcaldesa de la Honorable Municipalidad Provincial del Cusco
pueblo cusqueo
Los sagrados intereses de nuestra tierra, depositaria de la magnca herencia cultural de nuestros ancestros Cuna del imperio incsico, defensora del legado histrico monumental
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Sin duda, el hecho de que una abogada experta en temas medioambientales haya redactado el comunicado del Comit ha inuido en su naturaleza ms tnica. A diferencia del caso de Echarate, no se trata de un grupo experto en el uso de un discurso tnico, lo cual nos hace pensar que estamos en la presencia de un primer momento de etnognesis poltica que depender de cmo los dems actores sociales y la prensa asumen este discurso: si el marco campesino o el marco tnico ser el que prevalezca.
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Tabla 25.3 Los marcos desarrollados en episodios de accin colectiva en Cusco, 2008
Caso 1. Leyes de Desarrollo Turstico 2. Rotura del conducto del gas en Echarate Marco tnico Herederos de los incas Marco no tnico Cusco frente a Lima Patrimonio histrico
Pueblos nativos amaznicos Derechos culturales, territorio y medio ambiente Pueblos indgenas Derechos territoriales, OIT 169 Pueblos indgenas. Derechos territoriales y medio ambiente Pueblo de Canchis Comunidades Campesinas
3. Hidroelctrica en Canchis
4. Poblaciones de Ocongate
Source: elaboracin propia a partir de memoriales y pronunciamientos recopilados en Cusco durante los meses de febrero y marzo de 2009.
formas de culto cristiano []. Entonces, cabe resaltar que en el caso de las Poblaciones de Ocongate, los actores sociales produjeron un marco con tres ejes: indigenismo/ patrimonio/sincretismo. La tabla 25.3 resume los principales rasgos de los marcos tnicos producidos a travs de los comunicados emitidos, incluyendo tanto los tnicos como los no tnicos. Destacan dos conclusiones principales: en 2008, en Cusco s se produjeron marcos tnicos en los episodios de accin colectiva; pero en la mayora de estos casos los marcos tnicos convivieron con otros marcos identitarios. Esto sugiere que se ha llegado a jugar con el men de identidades en la accin colectiva, pero solo en un caso (Echarate) se ha formado un discurso exclusivamente tnico. Los casos de las Leyes de Desarrollo Turstico y en menor medida las Poblaciones de Ocongate tienen ms que ver con el patrimonio cultural, el sincretismo andino y la historia que sobre la condicin actual de los pueblos indgenas. El caso de Canchis es el ms interesante, ya que una organizacin social se presenta como indgena y la otra simplemente como campesina, lo cual reeja un primer intento de armar una identidad indgena a travs de la accin colectiva, dependiendo de las decisiones de los dirigentes sociales (vase Miz, 2004). En cuanto a la naturaleza de los actores presentes en los casos en los que se ha formado un marco tnico, stos son muy diferentes: desde las autoridades locales hasta
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poblaciones campesinas. Sin embargo, los cuatro casos tienen un agravio en comn: un conicto sobre el uso de la tierra.
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de Machu Picchu, El Sol asume su discurso armando: como los inkas, defendern su posicin y a la ciudad inka (24/01). De la misma manera, el profesor Flavio Uscamayta, en su artculo de opinin, exclama con retrica: Oh Cusco Inmortal! Despert tu puma invencible y pueblo del Cusco, bien identicado con los sagrados intereses del pueblo INKA []!, (06/02: 6).
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Cama, por otra parte, resalt repetidamente la naturaleza campesina de los actores sociales y no hizo referencia a elementos tnicos ni al supuesto Levantamiento.25 Hasta cierto punto, esta divisin se reeja en el doble marco campesinos-indgenas en la prensa, aunque el segundo trmino lleva una carga negativa en este contexto, justo por vincularse con un movimiento poltico supuestamente venido desde Bolivia y Venezuela.
Otros casos
En los dems casos, El Sol no lleg a presentar a los actores involucrados en los episodios de accin colectiva en un marco tnico.27 En el de la minera en Espinar, los protagonistas son Espinar (14/04: 3), la poblacin (20/05: 3) y los espinareneses (11/12: 6). En los casos de protestas sobre la minera en Acomayo y en contra del botadero de Haquira, el peridico usa el marco pobladores (22/04: 5; 11/07: 5). Luego, a los protagonistas de las protestas contra el precio del transporte pblico El Sol los denomina jvenes (25/08: 2), aunque tambin se nota un intento de vincular su lucha con la de las protestas sobre las leyes de desarrollo turstico al incluirlos en una portada: Es el pueblo! (29/08). Finalmente, en el caso de las protestas llevadas a cabo en contra del precio de la coca, El Sol arma que el actor social involucrado son los cocaleros (26/01: Portada) y los campesinos productores de la coca (12/11: 3). La tabla 25.4 recopila informacin sobre el proceso de construccin de marcos de los protagonistas en los diez conictos producidos en el Cusco.
25. Entrevistas realizadas con Mario Tapia de la FUDIC y Valeriano Cama de la Federacin Provincial Campesina en Sicuani, el 5 de marzo de 2009. 26. Entrevista personal, 3 de marzo de 2009. 27. De hecho, en un caso el de la actividad minera en Lutto Kututo ningn artculo se public al respecto en El Sol.
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Tabla 25.4 El proceso de construccin de marcos durante los conflictos producidos en Cusco en 2008
Caso Leyes de desarrollo turstico Marco Ocial Marco Ocial Cusco como pueblo rebelde, herederos de los inkas Pueblos indgenas Campesinos, pueblos indgenas. Marco en la prensa Cusco como pueblo rebelde, herederos de los inkas Marco tnico poltico S
S S
No
Pobladores de Espinar
Jvenes, hijos de Cusco Pobladores de Haquira Poblacin de Espinar, jvenes Pobladores de Acomayo Campesinos y, en menor medida, pueblos indgenas -
No No No
Acomayo Qoyllorit
No S
Lutto Kututo
No
Source: elaboracin propia a partir de memoriales y pronunciamientos recopilados en Cusco durante los meses de febrero y marzo de 2009.
Queda claro que en los cuatro casos en que se form un discurso ocial fundado en la etnia, los discursos ofrecidos por los protagonistas han sido reproducidos por el diario con mucha precisin. De hecho, los datos sugieren que producir un marco fundado en la etnia es una condicin necesaria para que el discurso meditico tambin se funde en la etnia ya que en ningn caso en que no se produjo un marco ocial, la prensa luego emple un marco fundado en la etnia. De la misma manera, en el caso de Espinar, cuyo discurso ocial no haca referencia a la identidad tnica, el diario tampoco present a los actores sociales involucrados como personas nativas/ indgenas/tnicas.
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CONCLUSIONES
El objetivo principal de este estudio era el de considerar cmo los marcos cognitivos empleados en episodios de accin colectiva pueden participar en los procesos de construccin de identidad indgena. Para lograr este objetivo, se han estudiado todos los episodios de accin colectiva llevados a cabo en Cusco durante 2008, a travs de los memoriales ociales producidos, la prensa local y entrevistas en profundidad. Se vio que en cuatro conictos hubo un intento deliberado de formar un marco fundado en la etnia. Es un nmero bastante alto, teniendo en cuenta que se produjeron un total de diez conictos sociales, de los cuales solo cinco emitieron pronunciamientos o memoriales ociales. Sin embargo, es importante resaltar las importantes diferencias y grados de lo tnico entre los cuatro discursos identicados. En este sentido, se puede hablar de una escala de discursos tnicos desde lo sincrtico (leyes de desarrollo) pasando por lo sincrtico/indgena (Qoyllurrity) y lo campesino/indgena (Canchis) hasta completamente indgena (Echarate). Tambin vimos que los marcos han sido elmente reproducidos por la prensa local, y han reejado tanto los cuatro marcos tnicos como el caso no tnico. Es ms, segn el anlisis realizado, formamos una hiptesis para siguientes trabajos de investigacin: que producir un pronunciamiento ocial fundado en la etnia es una condicin necesaria para que la prensa tambin se reera a los protagonistas de los conictos sociales en trminos tnicos. Finalmente, encontramos datos que apoyan la conclusin de Miz (2004), que la activacin de la identidad tnica tiene que ver con clculos estratgicos por parte de dirigentes sociales. El caso de las protestas en contra de la hidroelctrica de Canchis, que claramente evidencia la decisin por algunos dirigentes de activar la identidad indgena (en vez de campesina), pero no por otros, apoya esta conclusin y reeja el poder del enfoque que clasica a la identidad como estrategia ms que como causa o consecuencia de la accin colectiva. En resumidas cuentas, los datos de la investigacin revelan que en cuatro casos ha habido una activacin interna de la identidad indgena y un reconocimiento exterior por parte de la prensa local. Este hallazgo puede considerarse un primer paso en una etnognesis poltica, que luego se consolida o no. Tendramos que ver si estos discursos se repiten por otros actores sociales y se reconocen por otros actores mediticos, institucionales y sociales, en los mbitos regional y nacional, para conrmar que este proceso en realidad se ha producido.
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Como ya se ha destacado, en Per, los pueblos del Amazonas han activado una identidad indgena poltica mientras que los grupos campesinos indgenas no lo han hecho. En este sentido, resulta llamativo el paro llevado a cabo por los pueblos indgenas de Amazonas en mayo y junio de 2009, contra varios decretos legislativos relativos a sus tierras. El saldo de 34 muertos ha producido importantes crticas internacionales en cuanto a represin por parte del gobierno, incluyendo ONG europeas y estadounidenses que trabajan en la defensa de los derechos humanos y del medio ambiente.28 Este hecho reeja la activacin de la red internacional en defensa de los indgenas y puso a Per en el punto de mira de la agenda meditica de todo el mundo, durante unas semanas. Por otra parte, los pueblos campesinos de momento no han logrado este nivel de atencin internacional ni una clasicacin universal como indgenas. Sin embargo, es notable la reactivacin de las medidas de huelga en Canchis a raz del conicto en el Amazonas. Los dirigentes de la FUDIC y la Federacin de Campesinos (Tapia y Cama) haban planicado un paro para el 24 de junio, pero adelantaron el llamado Segundo Levantamiento de los Pueblos para el 11 del mismo mes en solidaridad con los pueblos amaznicos. Este hecho reeja un mayor esfuerzo de presentarse como indgenas y sugiere un fortalecimiento de la etnognesis serrana que ya se vea en 2008. Sin embargo, es importante entender que los medios han visto la activacin de un discurso indgena como un acto de cinismo por los dirigentes que no dejan de ser simplemente campesinos. Es ms, la prensa ha sugerido que otros sectores estn detrs de la accin colectiva en Canchis, tales como el MRTA o Sendero Luminoso.29 No obstante, se ha observado que los actores mismos han vuelto a enmarcar su conicto serrano en trminos indgenas, lo cual sin duda tendr un impacto en futuros episodios de accin colectiva en el Sur andino. A raz de los acontecimientos de junio de 2009, en una entrevista con la organizacin Ser (Servicios Educativos Rurales), Carlos Ivn Degregori observa: Lo interesante es que tanto en la Amazona como en los Andes, la vinculacin en las demandas es muy grande en relacin con la defensa del medio ambiente, ecologa, presencia de grandes empresas mineras, aunque en la amazona siga habiendo una lucha por el territorio y la tierra (24/06/2009). Como queda demostrado con este estudio, estamos frente a una convergencia de discursos entre los pueblos amaznicos y los pueblos serranos, tipicados por el caso de Canchis. El grado de etnognesis poltica sobre todo en la sierra depender de hasta qu punto los diferentes actores sociales son capaces de tender puentes entre ellos y con otros sectores de la sociedad peruana que tradicionalmente han rechazado la identidad indgena. El tiempo que transcurra entre 2009 y las elecciones de 2011 ser crtico para el movimiento indgena que recin se est formulando en Per.
28. Vase por ejemplo el artculo publicado por Amnista Internacional (2009): Peru: Situation in Amazon conict critical says Amnesty, 9 de junio; http://www.amnesty.org.uk; y el artculo de Climate Science Watch (2009): A deadly conict in Peru over a rush to drill for oil in Amazon rainforest: how culpable is the US?, 8 de junio; http://www.climatesciencewatch.org. 29. Vase el artculo Canchis: 14 das de paralizacin en medio de la incertidumbre de Jaime Borda Pari, publicado el 24 de junio de 2009; www.ser.org.pe.
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FUENTES SECUNDARIAS
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Iaki Brcena Hinojal es licenciado en Derecho y doctor en Ciencias Sociales y Polticas. Profesor e investigador en la Universidad del Pais Vasco desde 1984, primero en el Dpto. de Derecho Pblico y posteriormente en Ciencia Poltica, donde actualmente es Director. Forma parte del equipo de investigacin Parte Hartuz y del Consejo Editorial de la revistas Viento Sur y ZER. En 1995 y 1996 represent a los grupos ecologistas del Estado Espaol en la Ocina Europea de Medio Ambiente en Bruselas. Entre sus escritos se encuentran Nacionalismo y ecologa. Conicto e institucionalizacin del movimiento ecologista vasco (1996), Desarrollo sostenible: Un concepto polmico (1998) y Bilbo nora zoaz? Es sostenible nuestro modelo de ciudad? Reexiones para un Atlas medioambiental del Bilbao metropolitano (2002). Democracia Ecolgica (2006) y ms recientemente Energa y Deuda Ecologica (2009) y TAV: Las Razones del No (2009). Maria Angelica Benavides Andrade es doctoranda en el Departamento Psicologa Social- Universidad Autnoma de Barcelona. Becada por la Fundacin Ford donde realiz el Mster de investigacin de Psicologa Social, actualmente se encuentra becada por CONICYT - Chile y es miembro del equipo VIPAT (investigacin sobre violencia en relaciones afectivas y el trabajo). Su tarea investigadora se centra en la violencia poltica. Jordi Bonet i Mart es licenciado en losofa y mster en investigacin en psicologa social. Investigador en las reas de exclusin social y participacin en el Instituto de Gobierno y Polticas Pblicas (IGOP), ha colaborado en diferentes publicaciones sobre ciudad, exclusin social, feminismo y anlisis de redes sociales. Entre estas, Barcelona marca registrada: un modelo para desarmar, Products 50, Fragilidades vecinas, Estado de Wonderbra. Entretejiendo narracciones feministas sobre las violencias de gnero. Merc Cortina i Oriol es licenciada en Ciencias Polticas y de la Administracin por la Universitat Autnoma de Barcelona, profesora del Departamento de Economa Aplicada I de la Universidad del Pas Vasco e investigadora de Parte Hartuz, grupo de investigacin del Departamento de Ciencia Poltica de la misma universidad dedicado a la participacin y el desarrollo comunitario. En estos momentos est nalizando su tesis doctoral sobre movimientos sociales urbanos. Marcos Engelken-Jorge es doctor por la Universidad del Pas Vasco (UPV/EHU), licenciado en Ciencia Poltica y de la Administracin por esta misma universidad y experto universitario en Mtodos Avanzados de Estadstica Aplicada por la UNED. Actualmente trabaja como investigador posdoctoral en el Departamento de Ciencia Poltica y de la Administracin de la UPV/EHU y en el grupo de investigacin Parte Hartuz. Sus reas de investigacin son la teora poltica contempornea, el anlisis de discurso y las experiencias de innovacin democrtica. Manuel Fernndez Garca es licenciado en Ciencias Polticas y de la Administracin por la Universidad de Granada, entre 2008 y 2010 ha sido becario de investigacin en la Fundacin Centro de Estudios Andaluces. En la actualidad disfruta de
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una Beca JAE-Predoc en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) donde prepara su tesis en cuestiones relacionadas con las distintas dimensiones de la democracia participativa. Otros de sus intereses de investigacin son las polticas urbanas y la accin de los movimientos sociales. Carlos Figueroa es doctor en Sociologa por la UNAM y actualmente es profesor e investigador del Instituto de Investigaciones Sociolgicas de la Benemrita Universidad Autnoma de Puebla. Ha investigado y publicado extensamente sobre poltica y violencia en Guatemala y tambin sobre Movimientos Sociales e Izquierda. Es uno de los editores de la Revista Bajo el Volcn. Mikel de la Fuente Lavn es profesor titular de la Universidad del Pas Vasco y miembro del Consejo Econmico y Social de la Comunidad Autnoma Vasca. Dirige la revista Lan Harremanak (Relaciones Laborales). Sus temas de investigacin son los sistemas de pensiones, el tiempo de trabajo y las relaciones laborales en el marco de la globalizacin econmica. Entre sus obras se encuentran El rgimen jurdico de las horas extraordinarias (2003), El sistema de pensiones en Espaa. Evolucin y perspectivas de futuro (2006) y Reparto y capitalizacin en los sistemas de pensiones. Un estudio de derecho comparado (2007), adems de 20 artculos en revistas especializadas y 13 captulos de libro (entre ellos, El movimiento sindical ante la globalizacin neoliberal). Es el Investigador Principal del Proyecto en curso (2010-2011) El marco jurdico y la accin transnacional del sindicalismo vasco en la globalizacin. Robert Gonzlez Garca es socilogo y doctor en Ciencias Polticas. Colabora en dos centros de investigacin: el IGOP (Instituto de Gobierno y Polticas Pblicas de la UAB) y el CEMS (Centro de Estudios de los Movimientos Sociales de la Universitat Pompeu Fabra). Adems, es profesor de enseanza secundaria en el Instituto Ramon Casas i Carb y profesor asociado del Departamento de Sociologa de la UAB. Es autor de diversas publicaciones sobre participacin ciudadana, polticas pblicas, juventud y movimientos sociales. Juan Hernndez Zubizarreta es doctor en Derecho y profesor titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad del Pas Vasco y miembro del consejo de direccin e investigador de Hegoa, Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperacin Internacional de la Universidad del Pas Vasco. Autor, entre otras publicaciones, de Las empresas transnacionales frente a los derechos humanos y de El negocio de la responsabilidad. Crtica de la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas transnacionales y miembro del Consejo Econmico y Social del Pas Vasco (2004-2009) y Director de la Escuela de Relaciones Laborales de la Universidad del Pas Vasco. Tambin es colaborador del Tribunal Permanente de los Pueblos y miembro de Enlazando Alternativas. John Holloway es abogado, doctor en ciencias polticas por la Universidad de Edimburgo y diplomado en altos estudios europeos en el College dEuorope. Desde 1972 es profesor en el Departamento de Poltica de la Universidad de Edimburgo y, actual-
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mente, profesor del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales en la Universidad Autnoma de Puebla, Mxico. Su trabajo se ha centrado en contribuir a la teora del cambio social desde el zapatismo en Mxico destacando publicaciones como Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002) y Contra y ms all del capital (2006). Rafael Ibez Rojo es profesor ayudante doctor en el Departamento de Sociologa de la Universidad Autnoma de Madrid (UAM). Colabora desde hace varios aos con los Observatorios Industriales del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio y es autor de varios informes sobre la situacin sociolaboral de la industria en Espaa. Pedro Ibarra i Gell es catedrtico (jubilado) de Ciencia Poltica de la Universidad del Pas Vasco. Sus lneas de investigacin se han desarrollado en movimientos sociales y teora poltica. Entre sus publicaciones ms recientes se destaca Manual de sociedad Civil y Movimientos Sociales y Relational Democracy. Pablo Iglesias Turrin es doctor en Ciencia Poltica y profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Tras licenciarse en Derecho y Ciencia Poltica fue investigador visitante en varias universidades de Amrica Latina, Europa y Estados Unidos. Es, as mismo, master en humanidades en la especialidad de estudios culturales por la Universidad Carlos III de Madrid. Forma parte del programa de postgrado en losofa de los media en el European Graduate School (Suiza) y ha colaborado con medios de comunicacin como Pblico, Rebelin o Kaos en la red. Es miembro del Consejo Ejecutivo de la Fundacin Centro de Estudios Polticos y Sociales (CEPS) y de la red de profesores e investigadores La Promotora. Iker Iraola Arretxe es licenciado en Sociologa. Actualmente es profesor del Departamento de Sociologa de la Universidad del Pas Vasco y est escribiendo su tesis doctoral sobre el nacionalismo vasco y la nueva inmigracin. Bob Jessop es doctor en Sociologa y profesor en la Universidad de Lancaster y miembro de los grupos de investigacin Cultural Political Economy, Centre for Law and Society y fundador del Institute for Advanced Studies. Conocido por sus trabajos sobre teora del estado y economa poltica destacan entre los ltimos trabajos The future of the Capitalist State (2002) y State Power: A Strategic-Relationa Approach (2007). Arkaitz Letamendia Onzain es actualmente becario de investigacin adscrito al Departamento de Sociologa 2 de la Universidad del Pas Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Se encuentra realizando su tesis doctoral sobre formas novedosas de movilizacin social en Euskal Herria y en otros lugares de Europa Occidental. El artculo que aqu presenta es un resumen del trabajo ganador del Premio al mejor trabajo de investigacin del mster de Recerca en Sociologia (curso 2007/2008) de la Universitat de Barcelona.
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Michael Lowy es socilogo y lsofo profesor de lEcole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Pars y director emrito de Investigacin del Centre National de la Recherche Scientique. En 1984 le fue otorgada la medalla de plata del CNRS al mejor investigador social perlndose as como uno de los principales investigadores sobre marxismo. Entres sus obras destacan La Pense de Che Guevara (1970); Les marxistes et la question nationale, 1848-1914: tudes et textes (1974), La Guerre des Dieux. Religion et politique en Amrique latine (1998) y junto a Joel Kovel redacta el 2001 el Manifeste cosocialiste, origen del Manifeste cosocialiste international.Adems, forma parte del consejo de redaccin de revistas como Actuel Marx, ContreTemps y cologie et Politique. Jone Martnez Palacios es investigadora del Gobierno Vasco en el departamento de Ciencia Poltica y de la Administracin de la UPV/EHU y miembro del equipo de investigacin sobre procesos y democracia participativa Parte Hartuz, de la misma Universidad. Actualmente est terminando su Tesis Doctoral sobre conictos socioambientales y participacin ciudadana en Catalunya y Pas Vasco. Juan Carlos Monedero es profesor titular de Ciencia Poltica en la Universidad Complutense de Madrid y Director del Departamento de Sociedad Civil Global (Instituto Complutense de Estudios Internacionales). Entre sus publicaciones recientes estn Disfraces del Leviatn: el papel del Estado en la globalizacin neoliberal, Madrid, Akal, 2009; El gobierno de las palabras: poltica para tiempos de confusin, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2009. Luca del Moral es politloga e investigadora del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicacin, Poltica y Cambio Social (COMPOLITICAS). Becaria FPU en el departamento de Economa de la Universidad Pablo de Olavide, sus reas prioritarias de estudio son los espacios econmicos alternativos y la crisis y sostenibilidad de la vida desde una perspectiva feminista. Efraim Nimni es profesor titular del Departamento de Ciencias Polticas y Estudios Internacionales de la Queens University Belfast. Sus reas de inters cientco son los conictos tnicos, las teoras de la etnicidad y el nacionalismo, la autonoma cultural nacional y los derechos de las minoras, la autodeterminacin, el multiculturalismo y el conicto palestino israel. Entre sus obras se encuentran Political Participation of Minorities: A Commentary on International Standards and Practice (2010) y After the Nation? Critical Reections on Post-Nationalism (2010). Jaime Pastor Verd es profesor titular de Ciencia Poltica en la UNED y miembro de la Redaccin de Viento Sur. Es autor de publicaciones relacionadas con el Estado: Guerra, paz y sistema de Estados, los movimientos sociales: Qu son los movimientos antiglobalizacin y federalismo y plurinacionalidad: Pluralidad, federalismo y derecho de autodeterminacin. Es coeditor de otras como Guerra global permanente, Geopoltica, guerras y resistencias y 1968. El mundo pudo cambiar de base.
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Donatella della Porta es doctora en Ciencias Polticas y Sociales por el Instituto Europeo Universitario en Florencia donde es es profesora de sociologa desde 2003. Directora del proyecto DEMOS (Democracy in Europe and the Mobilisation of the Society) nanciado por la Comisin Europea y coordinadora del Gruppo di Ricerca sullazione collettiva in Europa (GRACE) ha centrado su trabajo entorno a los movimientos sociales, la violencia poltica, el terrorismo, la corrupcin y el orden pblico. Entre sus ltimos trabajos destacan Democracy in Social Movements (2009); junto a Hanspeter Kriesi y Dieter Rucht Social Movements in a Globalizing World (2009); junto a Manuel Caiani Social Movements and Europeanization (2009) y Another Europe (2009). Joan Pujol Tarrs es profesor titular en la Universitat Autnoma de Barcelona. Ha trabajado como profesor en la Universidad de Hudderseld (Reino Unido) y realizado estancias de investigacin en la Universidad de Reading. Su principal lnea de investigacin ha sido el anlisis del discurso tecnocientco y su rea presente de trabajo combina perspectivas discursivas y materiales en el anlisis de temas sociables. Joan Subirats Humet es doctor en Ciencias Econmicas y Catedrtico de Ciencia Poltica de la Universitat Autnoma de Barcelona. Fue director del Instituto de Gobierno y Politicas Pbliqas desde su creacin hasta 2009 donde en la actualidad es responsable de su Programa de Doctorado. Especialista en polticas pblicas y gestin e innovacin democrtica colabora habitualmente en diversos medios de comunicacin. Maristella Svampa es licenciada en Filosofa por la Universidad Nacional de Crdoba y Doctora en Sociologa por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de Pars. Es investigadora independiente del Conicet (Centro Nacional de Investigaciones Cientcas y Tcnicas), en Argentina, y desde 2010, Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata. En 2006 recibi la Guggenheim Fellowship y el premio Knex al mrito en sociologa (Argentina).Entre sus libros se encuentran Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras (2003, en coautora), La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo (2005), y Cambio de poca, Movimientos sociales y poder poltico (2008). Es coeditora del libro Bolivia, Memoria, Insurgencias y Movimientos sociales (2007). Autora de Debatir Bolivia. Perspectivas de un proyecto de descolonizacin, junto con Pablo Stefanoni y Bruno Fornillo, en Argentina y Bolivia, (2010) y de Certezas, Incertezas y Desmesuras de un pensamiento poltico. Conversaciones con Floreal Ferrara (2010). Claire Wrigth es doctoranda y miembro del rea de Ciencia Poltica de la Universidad de Salamanca. Participa en el proyecto de investigacin: Derechos Culturales y Polticos de los Pueblos Indgenas y su Impacto en el Desarrollo del ICIP/CIDOB. Actualmente est escribiendo su tesis sobre movilizaciones indgenas y estados de emergencia en Bolivia, Ecuador y Per.