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39 - CERNUDA, Luis - Seleccion (PDF)

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LUIS CERNUDA Seleccin y nota de Carlos Monsivis

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO


COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURAL DIRECCIN DE LITERATURA MXICO, 2009

NDICE

LUIS CERNUDA (1904-1963) CUERPO EN PENA ESTOY CANSADO DIR CMO NACISTEIS QU RUIDO TAN TRISTE NO DECA PALABRAS SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR I A UN MUCHACHO ANDALUZ SOLILOQUIO DEL FARERO LA POSESIN GNGORA BIRDS IN THE NIGHT SUPERVIVENCIAS TRIBALES EN EL
MEDIO LITERARIO

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RESPUESTA DESPEDIDA EPLOGO (POEMAS PARA UN CUERPO) 1936 A SUS PAISANOS

LUIS CERNUDA (1904-1963) I Un poema, afirm Cernuda, es casi siempre un fantasma. No en su caso. A noventa y seis aos de su muerte, su obra sigue actuando poderosamente entre crticos y lectores, tan contempornea como irreductible a la moda, expresin de una perfecta alianza de maestra tcnica y sinceridad potica y personal. Desde los poemas, Cernuda se defendi, se explic, actu sus emociones y maldijo, con apasionada sequedad, a sus imposibilidades. Desde su marginalidad, resguard a su obra y fue fiel a una intensidad que unific y fundi vida, poesa y proceso cultural. En l todo es autobiografa y, al mismo tiempo, todo es literatura: un poema extiende y subraya sin regateo ni autocomplacencia la experiencia personal, y su visin tajante de las relaciones humanas parte de una potica de la desolacin. Una biografa vasta y reducida a la vez: libros, amores efmeros, escasas amistades literarias, clase de literatura. En Sevilla, su ciudad natal, es discpulo de Pedro Salinas: apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta, sin su ayuda, haber encontrado mi camino. El aprendizaje literario es sucesin de predilecciones entraables: el amor a la tradicin que vivifica el contacto de la novedad: Tradicin no conozco palabra tan hermosa como sta; el estudio de los clsicos espaoles: Garcilaso, Fray Luis de Len, Gngora, Lope, Quevedo, Caldern: Si me preguntara quin es para m el primer escritor espaol, yo respondera Gngora; la frecuentacin de Baudelaire, Rimbaud y Mallarm; el descubrimiento y la exploracin de la poesa inglesa, de Blake a Browning a Eliot: no me buscaras si no me hubieras encontrado. Una lectura definitiva: Andr Gide. Los extremos me tocan dice Gide y Cernuda, guiado por esta embriaguez lcida se reconcilia consigo mismo, con una naturaleza profunda hecha de la verdad de su amor verdadero y del desprecio por cualquier hipocresa, sexual o literaria o poltica.

En 1924, Cernuda llega a Madrid y participa del impulso de la generacin del 25 o el 27: Garca Lorca, Jorge Guilln, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Emilio Prados, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre. Comparten el cultivo especial de la metfora, la reaccin contra el esteticismo (modernismo) y un entusiasmo lrico que, en Cernuda, conducir segn Pedro Salinas al cernido ms fino, el ltimo posible grado de reduccin a su pura esencia del lirismo potico espaol. Su primer libro, Perfil del aire (1927) muestra, dice Lorca, una efusividad lrica gemela de Bcquer (Con sus diferencias: Cernuda llama imaginacin y lgica potica a lo que en Bcquer fueron inspiracin y razn). Perfil del aire es recibido de modo hostil o fro, lo que Cernuda resentir hasta el final. Anacronismo y contemporaneidad seala Jaime Gil de Biedma como polos dialcticos de Cernuda quien, en una misma etapa, escribe influido por Garcilaso, Rimbaud y Reverdy. En 1929 termina Un Ro, un Amor. En 1931 inicia Los placeres prohibidos que integrar en La realidad y el Deseo (1936). Al estallar la guerra civil sale de Espaa y da clases de literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Mount Holyoke y Mxico, donde se enamora, donde rene casi toda su poesa en La realidad y el Deseo (1958) y donde permanece de 1952 a su muerte. El exilio le resulta un orbe circular de trabajos oscuros, soledad, existencia vicaria, estado ilusorio que no es ni vigilia ni sueo: La conciencia de ese vivir es que nada se interpone entre nosotros y la muerte: desnudo el horizonte vital, nada perciba delante sino la muerte. Afortunadamente, el amor me salv, como otras veces, con su ocupacin absorbente y tirnica, de tal situacin. II El amor, iluminacin privilegiada del ser humano, lo que se opone y define al mundo. Para Cernuda, la capacidad de enamorarse es raz esttica que le permite, al poeta, an en las peores horas, cuando todo parece

confabularse contra l, que siempre le quede, cuando menos, la embriaguez dramtica de la derrota. Por eso l califica con satisfaccin apenas disimulada de excesiva hasta el ridculo su capacidad de apasionarse y por eso, en su exaltacin lrica, la mezcla de orgullo y melancola, de contentamiento y desesperanza. Todo es pasajero y contemplar la vida es asistir a una desagradable comedia policiaca. Para Cernuda el amor es plena y exclusivamente homosexual. A partir de Los placeres prohibidos, Cernuda renuncia a cualquier subterfugio y desafa a un medio, la Espaa de los treintas, en donde asumirse como homosexual, fuera o dentro del poema, es un suicidio social. Sin tregua, Cernuda lucha por los derechos civiles de una minora con el mtodo ms sencillo: ejercerlos ampliamente. Al no ocultar ni causa ni predilecciones le es aplicable lo que l mismo, a propsito de Corydon, dice de la obra de Gide: descansando en su propia vida, teniendo como materia principal la sustancia misma de que se nutre sta, requera tal rara sinceridad, venciendo pudor o complacencia, si dicha obra haba de ser entendida en toda su singular individualidad compleja. En el poema Dir como nacsteis se transparenta la utopa subversiva de Cernuda, su creencia en el poder formidable del placer prohibido: Su fulgor puede destruir vuestro mundo. A Cernuda, su homosexualidad le sirve de punto de partida de una tica y de una esttica. La tica se inspira en una idea: Carcter (o sea eleccin sexual) es destino y de all se desprenden tanto personajes poticos como conducta personal:
As, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas, fortuna, posicin, me qued siempre a un lado, no para esperar, como deca mi hermana, a que acabaran, porque s que nunca acaban o si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla.

A su vez, la esttica nace de la contemplacin de un cuerpo joven (lo que puede ser tambin la tica de la

sinceridad: hay que revelar pblicamente los deseos para despojarlos de cualquier sordidez). Para Stendhal la hermosura es promesa de dicha; segn Cernuda, la poesa se nutre y le da permanencia a la belleza efmera: La hermosura fsica juvenil ha sido siempre para m cualidad decisiva, capital en mi estimacin como resorte primero del mundo, cuyo poder o encanto a todo lo antepongo. (De all la dedicatoria de La realidad y el Deseo: A Mon Sel Dsir.) Pero tal esttica desemboca en una limitacin personal. Desde muy joven, Cernuda, a fuerza de adorar a los objetos de su deseo, se sita en el filo de la navaja entre la lucidez y la autocompasin. Al principio, es la cauda de smbolos clsicos: el marinero, el cuerpo joven recortado sobre la playa, el pastorcito. Despus, Cernuda se abandona al tono pattico de la vejez que es, en s misma, degradacin:
Mano de viejo mancha El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo. Con solitaria dignidad el viejo debe Pasar de largo junto a la tentacin tarda.*

III Segn Gil de Biedma, Cernuda define su identidad en relacin a dos hechos: su condicin de poeta y su condicin de homosexual. l se siente siervo de la poesa, alguien tan fatalmente destinado a ese mbito que no espera ms recompensas ajenas a su trabajo:
Gracias por la rosa del mundo. Para el poeta hallarla es lo bastante, Es intil el renombre u olvido de su obra, Cuando en ella un momento se unifican, Tal uno son amante, amor y amado, Los tres complementarios luego y antes dispersos: El deseo, la rosa y la mirada.

Los libros se suceden: Donde habita el olvido (19321933), Invocaciones (1934-1935), Las Nubes (1937*

(De Despedida).

1940), Como quien espera el alba (1941-1944), Vivir sin estar viviendo (1944-1949), Con las horas contadas (1950-1956) y Desolacin de la Quimera (19561962). En su obra se nota una progresin, no de perfeccin ni de madurez del personaje y eso lo probar la edicin de La realidad y el Deseo que engloba a todos sus libros, sino de sinceridad decantada, la sinceridad como el extremo en que se concilian dudas y seguridades. De all la extrema importancia de Desolacin de la Quimera, resumen eficaz de la obra donde Cernuda elude su devocin incondicional por la imagen y se dedica a contar lisa y llanamente su odio a Espaa y a sus paisanos, sus obsesiones, sus querellas, su amor desafiante y verdadero.

CARLOS MONSIVIS

CUERPO EN PENA

Lentamente el ahogado recorre sus dominios Donde el silencio quita su apariencia a la vida. Transparentes llanuras inmviles le ofrecen rboles sin colores y pjaros callados. Las sombras indecisas alargndose tiemblan, Mas el viento no mueve sus alas irisadas; Si el ahogado sacude sus lvidos recuerdos, Halla un golpe de luz, la memoria del aire. Un vidrio denso tiembla delante de las cosas, Un vidrio que despierta formas color de olvido; Olvidos de tristeza, de un amor, de la vida, Ahogados como un cuerpo sin luz, sin aire, muerto. Delicados, con prisa, se insinan apenas Vagos revuelos grises, encendiendo en el agua Reflejos de metal o aceros relucientes, Y su rumbo acuchilla las simtricas olas. Flores de luz tranquila despiertan a lo lejos, Flores de luz quiz, o miradas tan bellas Como pudo el ahogado soarlas una noche, Sin amor ni dolor, en su tumba infinita. A su fulgor el agua seducida se aquieta, Azulada sonrisa asomando en sus ondas. Sonrisas, oh miradas alegres de los labios; Miradas, oh sonrisas de la luz triunfante. Desdobla sus espejos la prisin delicada; Claridad sinuosa, errantes perspectivas. Perspectivas que rompe con su dolor ya muerto Ese plido rostro que solemne aparece. Su insomnio maquinal el ahogado pasea. El silencio impasible sonre en sus odos.

Inestable vaco sin alba ni crepsculo, Montona tristeza, emocin en ruinas. En plena mar al fin, sin rumbo, a toda vela; Hacia lo lejos, ms, hacia la flor sin nombre. Atravesar ligero como pjaro herido Ese cristal confuso, esas luces extraas. Plido entre las ondas cada vez ms opacas El ahogado ligero se pierde ciegamente En el fondo nocturno como un astro apagado. Hacia lo lejos, s, hacia el aire sin nombre.
(Un Ro, un Amor)

ESTOY CANSADO

Estar cansado tiene plumas, Tiene plumas graciosas como un loro, Plumas que desde luego nunca vuelan, Mas balbucean igual que loro. Estoy cansado de las casas, Prontamente en ruinas sin un gesto; Estoy cansado de las cosas, Con un latir de seda vueltas luego de espaldas. Estoy cansado de estar vivo, Aunque ms cansado sera el estar muerto; Estoy cansado del estar cansado Entre plumas ligeras sagazmente, Plumas del loro aquel tan familiar o triste, El loro aquel del siempre estar cansado.
(Un Ro, un Amor)

DIR CMO NACISTEIS

Dir cmo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puos, Ante todos, incluso el ms rebelde, Apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino Levant hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueo ms que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un rgimen cado. Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mrmol con sabor de esto, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrndose a los pies de la tierra Para conseguir un trozo de vida. No saba los lmites impuestos, Lmites de metal o papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacas, Leyes hediondas, cdigos, ratas de paisajes derrudos.

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Extender entonces la mano Es hallar una montaa que prohbe, Un bosque impenetrable que niega, Un mar que traga adolescentes rebeldes. Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, vidos dientes sin carne todava, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendis en una mano el misterio, Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo, estatuas annimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo.
(Los placeres prohibidos)

QU RUIDO TAN TRISTE

Qu ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, Parece como el viento que se mece en otoo Sobre adolescentes mutilados, Mientras las manos llueven, Manos ligeras, manos egostas, manos obscenas, Cataratas de manos que fueron un da Flores en el jardn de un diminuto bolsillo. Las flores son arena y los nios son hojas, Y su leve ruido es amable al odo Cuando ren, cuando aman, cuando besan, Cuando besan el fondo

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De un hombre joven y cansado Porque antao so mucho da y noche. Mas los nios no saben, Ni tampoco las manos llueven como dicen; As el hombre, cansado de estar solo con sus sueos, Invoca los bolsillos que abandonan arena, Arena de las flores, Para que un da decoren su semblante de muerto.
(Los placeres prohibidos)

NO DECA PALABRAS No deca palabras, Acercaba tan slo un cuerpo interrogante, Porque ignoraba que el deseo es una pregunta Cuya respuesta no existe, Una hoja cuya rama no existe, Un mundo cuyo cielo no existe. La angustia se abre paso entre los huesos, Remonta por las venas Hasta abrirse en la piel, Surtidores de sueo Hechos carne en interrogacin vuelta a las nubes. Un roce al paso, Una mirada fugaz entre las sombras, Bastan para que el cuerpo se abra en dos, vido de recibir en s mismo Otro cuerpo que suee; Mitad y mitad, sueo y sueo, carne y carne, Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque slo sea una esperanza, Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
(Los placeres prohibidos)

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SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama, Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo Como una nube en la luz; Si como muros que se derrumban, Para saludar la verdad erguida en medio, Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando slo la verdad de su amor, La verdad de s mismo, Que no se llama gloria, fortuna o ambicin, Sino amor o deseo, Yo sera aquel que imaginaba; Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos Proclama ante los hombres la verdad ignorada, La verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien Cuyo nombre no puedo or sin escalofro; Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, Por quien el da y la noche son para m lo que quiera, Y mi cuerpo y espritu flotan en su cuerpo y espritu Como leos perdidos que el mar anega o levanta Libremente, con la libertad del amor, La nica libertad que me exalta, La nica libertad porque muero. T justificas mi existencia: Si no te conozco, no he vivido; Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
(Los placeres prohibidos)

13

Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo slo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran regin donde el amor, ngel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia area mientras crece el tormento. All donde termine este afn que exige un dueo a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin ms horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean ms que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de nio. All, all lejos; Donde habite el olvido.
(Donde habite el olvido)

14

A UN MUCHACHO ANDALUZ

Te hubiera dado el mundo, Muchacho que surgiste Al caer de la luz por tu Conquero, Tras la colina ocre, Entre pinos antiguos de perenne alegra. Eras emanacin del mar cercano? Eras el mar an ms Que las aguas henchidas con su aliento, Encauzadas en ro sobre tu tierra abierta, Bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores. Eras el mar an ms Tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; Eras forma primera, Eras fuerza inconsciente de su propia hermosura. Y tus labios, de bisel tan terso, Eran la vida misma, Como una ardiente flor Nutrida con la savia De aquella piel oscura Que infiltraba nocturno escalofro. Si el amor fuera un ala. La incierta hora con nubes desgarradas, El ro oscuro y ciego bajo la extraa brisa, La rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, Te enviaban a m, a mi afn ya cado, Como verdad tangible. Expresin armoniosa de aquel mismo paraje, Entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo, Eras t una verdad, Sola verdad que busco, Ms que verdad de amor, verdad de vida; Y olvidando que sombra y pena acechan de continuo

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Esa cspide virgen de la luz y la dicha, Quise por un momento fijar tu curso ineluctable. Cre en ti, muchachillo. Cuando el mar evidente, Con el irrefutable sol de medioda, Suspenda mi cuerpo En esa abdicacin del hombre ante su dios, Un resto de memoria Levantaba tu imagen como recuerdo nico. Y entonces, Con sus luces el violento Atlntico, Tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, Estaban en m mismo dichos en tu figura, Divina ya para mi afn con ellos, Porque nunca he querido dioses crucificados, Tristes dioses que insultan Esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.
(Invocaciones)

SOLILOQUIO DEL FARERO

Cmo llenarte, soledad, Sino contigo misma. De nio, entre las pobres guaridas de la tierra, Quieto en ngulo oscuro, Buscaba en ti, encendida guirnalda, Mis auroras futuras y furtivos nocturnos, Y en ti los vislumbraba, Naturales y exactos, tambin libres y fieles, A semejanza ma, A semejanza tuya, eterna soledad. Me perd luego por la tierra injusta Como quien busca amigos o ignorados amantes;

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Diverso con el mundo, Fui luz serena y anhelo desbocado, Y en la lluvia sombra o en el sol evidente Quera una verdad que a ti te traicionase, Olvidando en mi afn Cmo las alas fugitivas su propia nube crean. Y al velarse a mis ojos Con nubes sobre nubes de otoo desbordado La luz de aquellos das en ti misma entrevistos, Te negu por bien poco; Por menudos amores ni ciertos ni fingidos, Por quietas amistades de silln y de gesto, Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, Por los viejos placeres prohibidos, Como los permitidos nauseabundos, tiles solamente para el elegante saln susurrado, En bocas de mentira y palabras de hielo. Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona Que yo fui, Que yo mismo manch con aquellas juveniles traiciones; Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, Limpios de otro deseo, El sol, mi dios, la noche rumorosa, La lluvia, intimidad de siempre, El bosque y su alentar pagano, El mar, el mar como su nombre hermoso; Y sobre todos ellos, Cuerpo oscuro y esbelto, Te encuentro a ti, t, soledad tan ma, Y t me das fuerza y debilidad Como al ave cansada los brazos de la piedra. Acodado al balcn miro insaciable el oleaje, Oigo sus oscuras imprecaciones, Contemplo sus blancas caricias; Y erguido desde cuna vigilante Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, Por quienes vivo, aun cuando no los vea;

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Y as, lejos de ellos, Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, Roncas y violentas como el mar, mi morada, Puras ante la espera de una revolucin ardiente O rendidas y dciles, como el mar sabe serlo Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. T, verdad solitaria, Transparente pasin, mi soledad de siempre, Eres inmenso abrazo; El sol, el mar, La oscuridad, la estepa, El hombre y su deseo, La airada muchedumbre, Qu son sino t misma? Por ti, mi soledad, los busqu un da; En ti, mi soledad, los amo ahora.
(Invocaciones)

LA POSESIN

El cuerpo no quiere deshacerse sin antes haberse consumado. Y cmo se consuma el cuerpo? La inteligencia no sabe decrselo, aunque sea ella quien ms claramente conciba esa ambicin del cuerpo, que ste slo vislumbra. El cuerpo no sabe sino que est aislado, terriblemente aislado, mientras que frente a l, unida, entera, la creacin est llamndole. Sus formas, percibidas por el cuerpo a travs de los sentidos, con la atraccin honda que suscitan (colores, sonidos, olores), despiertan en el cuerpo un instinto de que tambin l es parte de ese admirable mundo sensual, pero que est desunido y fuera de l, no en l. Entrar en ese mundo, del cual es parte aislada, fundirse con l!

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Mas para fundirse con el mundo no tiene el cuerpo los medios del espritu, que puede poseerlo todo sin poseerlo o como si no lo poseyera. El cuerpo nicamente puede poseer las cosas, y eso slo un momento, por el contacto de ellas. As, al dejar stas su huella sobre l, conoce el cuerpo las cosas. No se lo reprochemos: el cuerpo, siendo lo que es, tiene que hacer lo que hace, tiene que querer lo que quiere. Vencerlo? Dominarlo? Cun pronto se dice eso. El cuerpo advierte que slo somos l por un tiempo, y que tambin l tiene que realizarse a su manera, para lo cual necesita nuestra ayuda. Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales sus impulsos, cuando la bestialidad es cosa del espritu. Aquella tierra estaba frente a ti, y t inerme frente a ella. Su atraccin era precisamente del orden necesario a tu naturaleza: todo en ella se conformaba a tu deseo. Un instinto de fusin con ella, de absorcin en ella, urgan tu ser, tanto ms cuanto que la precaria vislumbre slo te era concedida por un momento. Y cmo subsistir y hacer subsistir al cuerpo con memorias inmateriales? En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra; a travs de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto, alcanzaste la unin con aquella tierra que lo haba creado. Y podrs olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida.
(Variaciones sobre tema mexicano)

GNGORA

El andaluz envejecido que tiene gran razn para su orgullo, El poeta cuya palabra lcida es como diamante, Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,

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Harto de su pobreza noble que le obliga A no salir de casa cuando el da, sino al atardecer, ya que las sombras, Ms generosas que los hombres, disimulan En la comn tiniebla parda de las calles La bayeta caduca de su coche y el tafetn delgado de su traje; Harto de pretender favores de magnates, Su altivez humillada por el ruego insistente, Harto de los aos tan largos malgastados En perseguir fortuna lejos de Crdoba la llana y de su muro excelso, Vuelve al rincn nativo para morir tranquilo y silencioso. Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie Si no es de su conciencia, y menos todava De aquel sol invernal de la grandeza Que no atempera el fro del desdichado, Y aprende a desearles buen viaje A prncipes, virreyes, duques altisonantes, Vulgo luciente no menos estpido que el otro; Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueo inconsistente Que el alba desvanece, a amar el rincn solo Adonde conllevar paciente su pobreza, Olvidando que tantos menos dignos que l, como la bestia vida Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa, Dejndole la amarga, el desecho del paria. Pero en la poesa encontr siempre, no tan slo hermosura, sino nimo, La fuerza del vivir ms libre y ms soberbio, Como un nebl que deja el puo duro para buscar las nubes Traslcidas de oro all en el cielo alto. Ahora al reducto ltimo de su casa y su huerto le alcanzan todava Las piedras de los otros, salpicaduras tristes Del aguachirle caro para las gentes Que forman el comn y como pblico son arbitro de gloria. Ni aun esto Dios le perdon en la hora de su muerte.

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Decretado es al fin que Gngora jams fuera poeta, Que am lo oscuro y vanidad tan slo le dict sus versos. Menndez y Pelayo, el montas henchido por sus dogmas, No gust de l y le condena con fallo inapelable. Viva pues Gngora, puesto que as los otros Con desdn le ignoraron, menosprecio Tras del cual aparece su palabra encendida Como estrella perdida en lo hondo de la noche, Como metal insomne en las entraas de la tierra. Ventaja grande es que est ya muerto Y que de muerto cumpla los tres siglos, que as pueden Los descendientes mismos de quienes le insultaban Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito, Sucesor del gusano, royendo su memoria. Mas l no transigi en la vida ni en la muerte Y a salvo puso su alma irreductible Como demonio arisco que re entre negruras. Gracias demos a Dios por la paz de Gngora vencido; Gracias demos a Dios por la paz de Gngora exaltado; Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como har con nosotros), Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
(Como quien espera el alba)

BIRDS IN THE NIGHT

El gobierno francs, o fue el gobierno ingls?, puso una lpida En esa casa 8 Great College Street, Camden Town, Londres, Adonde en una habitacin Rimbaud y Verlaine, rara pareja, Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,

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Durante algunas breves semanas tormentosas. Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde, Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivan. La casa es triste y pobre, como el barrio, Con la tristeza srdida que va con lo que es pobre, No la tristeza funeral de lo que es rico sin espritu. Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos, Sobre su acera, hmedo y gris el aire, un organillo Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo, Bailan unos, los jvenes, los otros van a la taberna. Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho Y de Rimbaud el golfo, querellndose largamente. Mas podemos pensar que acaso un buen instante Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno Que dejaron atrs la madre inaguantable y la aburrida esposa. Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos, En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto. S, estuvieron ah, la lpida lo dice, tras el muro, Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura De la separacin, el escndalo luego; y para ste El proceso, la crcel por dos aos, gracias a sus costumbres Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aqul a solas Errar desde un rincn a otro de la tierra, Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado. El silencio del uno y la locuacidad banal del otro Se compensaron. Rimbaud rechaz la mano que oprima Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo. Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos En entredicho siempre de las autoridades, de la gente Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

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Entonces hasta la negra prostituta tena derecho de insultarles; Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo, Vida al margen de todo, sodoma, borrachera, versos escarnecidos, Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras Para mayor gloria de Francia y su arte lgico. Sus actos y sus pasos se investigan, dando al pblico Detalles ntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta. Verlaine? Vaya, amigo mo, un stiro, un verdadero stiro Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre, Igual que usted y que yo. Rimbaud? Catlico sincero, como est demostrado. Y se recitan trozos del Barco ebrio y del soneto a las Vocales. Mas de Verlaine no se recita nada, porque no est de moda Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edicin de lujo; Poetas jvenes, por todos los pases, hablan mucho de l en sus provincias. Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? Ojal nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio all no evita Ac la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez dese uno Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para as cortrsela. Tal vez exageraba: si fuera slo una cucaracha, y aplastarla.
(Desolacin de la Quimera)

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SUPERVIVENCIAS TRIBALES EN EL MEDIO LITERARIO

Acaso l mismo fuera en parte responsable, Por el afn de parecer un ngel, eterno adolescente, De aquel diminuto familiar en exceso con el mozo, De sabor desdeoso para el hombre, Con el cual en privado y en pblico llamaban Unos y otros, amigos como extraos, Con esas peculiares maneras espaolas, Al cincuentn obeso en que se convirtiera. En el poeta la espiritual compleja maquinaria De sutil precisin y exquisito manejo Requiere entendimiento, y no tan slo En quienes al poeta se aproximan Sino tambin en quien detenta a aqulla. Mas l, siempre movido por el capricho irrazonable del infante, No quiso, tal vez no supo manejarla, Ayudando a los otros, contra l, en el desdn artero. Porque en la cuenta debe entrar la idiosincrasia indgena Que jams admitiera cmo excelencia puede correponder a varios: Su fanatismo antes mejor prospera si se concentra en la de uno. As tantos compadres del Poeta en Residencia, Sin excluir, por su inters en la guerrilla, a ste, Quisieron consignar al olvido su raro don potico, Cuidando de ver en l tan slo y nada ms que a Manolito Y callando al poeta admirable que en l hubo.
(Desolacin de la Quimera)

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RESPUESTA

Lo cretino, en ti, No excluye lo ruin. Lo ruin, en tu sino, No excluye lo cretino. As que eres, en fin, Tan cretino como ruin.
(Desolacin de la Quimera)

DESPEDIDA

Muchachos Que nunca fuisteis compaeros de mi vida, Adis. Muchachos Que no seris nunca compaeros de mi vida Adis. El tiempo de una vida nos separa Infranqueable: A un lado la juventud libre y risuea; A otro la vejez humillante e inhspita. De joven no saba Ver la hermosura, codiciarla, poseerla; De viejo la he aprendido Y veo a la hermosura, mas la codicio intilmente. Mano de viejo mancha El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo. Con solitaria dignidad el viejo debe Pasar de largo junto a la tentacin tarda.

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Frescos y codiciables son los labios besados, Labios nunca besados ms codiciables y frescos aparecen. Qu remedio, amigos? Qu remedio? Bien lo s: no lo hay. Qu dulce hubiera sido En vuestra compaa vivir un tiempo: Baarse juntos en aguas de una playa caliente, Compartir bebida y alimento en una mesa. Sonrer, conversar, pasearse Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa msica. Seguid, seguid as, tan descuidadamente, Atrayendo al amor, atrayendo al deseo. No cuidis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren En este transente inmune en apariencia a ellas. Adis, adis, manojos de gracias y donaires. Que yo pronto he de irme, confiado, Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga Lo que aqu falta, lo que a tiempo decir y hacer aqu no supe. Adis, adis, compaeros imposibles. Que ya tan slo aprendo A morir, deseando Veros de nuevo, hermosos igualmente En alguna otra vida.
(Desolacin de la Quimera)

EPLOGO (Poemas para un cuerpo)

Playa de la Roqueta: Sobre la piedra, contra la nube, Entre los aires ests, conmigo

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Que invisible respiro amor en torno tuyo. Mas no eres t, sino tu imagen. Tu imagen de hace aos, Hermosa como siempre, sobre el papel, hablndome, Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy En tiempo y en espacio. Pero en olvido no, porque al mirarla, Al contemplar tu imagen de aquel tiempo, Dentro de m la hallo y lo revivo. Tu gracia y tu sonrisa, Compaeras en das a la distancia, vuelven Poderosas a m, ahora que estoy, Como otras tantas veces Antes de conocerte, solo. Un plazo fijo tuvo Nuestro conocimiento y trato, como todo En la vida, y un da, uno cualquiera, Sin causa ni pretexto aparente, Nos dejamos de ver. Lo presentiste? Yo s, que siempre estuve presintindolo. La tentacin me ronda De pensar, para qu todo aquello: El tormento de amar, antiguo como el mundo, Que unos pocos instantes rescatar consiguen? Trabajos del amor perdidos. No. No reniegues de aquello, Al amor no perjures. Todo estuvo pagado, s, todo bien pagado, Pero vali la pena, La pena del trabajo De amor, que a pensar ibas hoy perdido. En la hora de la muerte (Si puede el hombre para ella Hacer presagios, clculos), Tu imagen a mi lado

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Acaso me sonra como hoy me ha sonredo, Iluminando este existir oscuro y apartado Con el amor, nica luz del mundo.
(Desolacin de la Quimera)

1936

Recurdalo t y recurdalo a otros, Cuando asqueados de la bajeza humana, Cuando iracundos de la dureza humana: Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola. Recurdalo t y recurdalo a otros. En 1961 y en ciudad extraa, Ms de un cuarto de siglo Despus. Trivial la circunstancia, Forzado t a pblica lectura, Por ella con aquel hombre conversaste: Un antiguo soldado En la Brigada Lincoln. Veinticinco aos hace, este hombre, Sin conocer tu tierra, para l lejana Y extraa toda, escogi ir a ella Y en ella, si la ocasin llegaba, decidi a apostar su vida, Juzgando que la causa all puesta al tablero Entonces, digna era De luchar por la fe que su vida llenaba. Que aquella causa aparezca perdida, Nada importa; Que tantos otros, pretendiendo fe en ella Slo atendieran a ellos mismos, Importa menos. Lo que importa y nos basta es la fe de uno. Por eso otra vez hoy la causa te aparece Como en aquellos das:

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Noble y tan digna de luchar por ella. Y su fe, la fe aquella, l la ha mantenido A travs de los aos, la derrota, Cuando todo parece traicionarla. Mas esa fe, te dices, es lo que slo importa. Gracias, Compaero, gracias Por el ejemplo. Gracias porque me dices Que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan slo basta Como testigo irrefutable De toda la nobleza humana.
(Desolacin de la Quimera)

A SUS PAISANOS

No me queris, lo s, y que os molesta Cuanto escribo. Os molesta? Os ofende. Culpa ma tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda Lo que ah, allegados a m, atrs os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no haba brotado Leyenda alguna, casteis sobre un libro Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro. Algo os ofende, porque s, en el hombre y su tarea. Mi leyenda dije? Tristes cuentos Inventados de m por cuatro amigos (Amigos?), que jams quisisteis Ni ocasin buscasteis de ver si acomodaban A la persona misma as traspuesta. Mas vuestra mala fe los ha aceptado. Hecha est la leyenda, y vosotros, de m desconocidos, Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente, Sin otro escrpulo, a vuestra vez la propalis.

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Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria, Vivo an, s y puedo, si as quiero, defenderme. Pero aguardis al da cuando ya no me encuentre Aqu. Y entonces la ignorancia, La indiferencia y el olvido, vuestras armas De siempre, sobre m caern, como la piedra, Cubrindome por fin, lo mismo que cubristeis A otros que, superiores a m, esa ignorancia vuestra Precipit en la nada, como al gran Aldana. De ah mi paradoja, por lo dems involuntaria, Pues la imponis vosotros: en nuestra lengua escribo, Criado estuve en ella y, por eso, es la ma, A mi pesar quiz, bien fatalmente. Pero con mis expresas excepciones, A vuestros escritores de hoy ya no los leo. De ah la paradoja: soy, sin tierra y sin gente, Escritor bien extrao; sujeto quedo an ms que otros Al viento del olvido que, cuando sopla, mata. Si vuestra lengua es la materia Que emple en mi escribir y, si por eso, Habris de ser vosotros los testigos De mi existencia y su trabajo, En hora mala fuera vuestra lengua La ma, la que hablo, la que escribo. As podris, con tiempo, como vens haciendo, A mi persona y mi trabajo echar afuera De la memoria, en vuestro corazn y vuestra mente. Grande es mi vanidad, diris, Creyendo a mi trabajo digno de la atencin ajena Y acusndoos de no querer la vuestra darle. Ah tendris razn. Mas el trabajo humano Con amor hecho, merece la atencin de los otros, Y poetas de ah tcitos lo dicen Enviando sus versos a travs del tiempo y la distancia Hasta m, atencin demandando. Quise de m dejar memoria? Perdn por ello pido.

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Mas no todos igual trato me dais, Que amigos tengo an entre vosotros, Doblemente queridos por esa desusada Simpata y atencin entre la indiferencia, Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo Me vuelvo y os acuso. Grande el nmero No es, mas basta para sentirse acompaado A la distancia en el camino. A ellos Vaya as mi afecto agradecido. Acaso encuentre aqu reproche nuevo: Que ya no hablo con aquella ternura Confiada, apacible de otros das. Es verdad, y os lo debo, tanto como A la edad, al tiempo, a la experiencia. A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queris Que ame todava, devolvedme Al tiempo del amor. Os es posible? Imposible como aplacar ese fantasma que de m evocasteis.
(Desolacin de la Quimera)

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Ilustracin de portada: Dibujo de Elvira Gascn Editores: Fernando Maqueo, Pedro Serrano

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