Los Amores Del Diablo en Alhue
Los Amores Del Diablo en Alhue
Los Amores Del Diablo en Alhue
EN ALHU
ACONTECIMIENTO E8TRAORDTNARIO
fantstioo I dla.blico
POR
J. A. ROSALES
2.& Edicin, COJTl p ~ ~ ilustrada
SANTIAGO
Centro Editorial La Prenl'
S&n Diego, 31\6
Es propiedad
ADVERTE CIA
Los estraos i estravagantes amores de un miste-
rioso personaje que tomaba diversas formas para in-
troducirse como espiritu en todas partes, aun en lu
gares i aposentos absolutamente impenetrables para
un ser humano, ocasionaron en el pueblo i comarca
de Albu una grande alarma. Los tribunales de San-
tiago intervinieron en este estraordinario asunto,
portIue se convirti en infierno un tranquilo i honra
do llogar, i mandaron procesar a un SUIZO llamado
Santiago Barreta como presunto autor de aquellas
novedades.
Este proceso, i numerosos papeles con l relaciona-
dos, lo examin don Benjamin Vicua Mackenna, lue-
ao de ser encontrado aquel en la Corte de Apelacio-
de esta capital, en Febrero de 1882. Para agregar
nuevos datos a un trabajo que sin duda pensaba em-
prender, escribi el seor Vicua Mackenna a un ve-
cino de aquel pueblo. La siguiente contestacion, que
orijinal existe en la Biblioteca Nacional como aque-
llos otros documentos, es un comprobante de lo que
queda espuesto. Dice la carta:
cSeor don Benjamin Vicua Mackenna
Albu, 24 de setiembre de 1882
Mui seor mio:
Las personas ancianas en este lugar han fallecido;
podi;\n haber dado una razon de los tales amoros
del Diablo que Ud. me pide en su apreciable de 29
de agosto ltimo. El ao pasado murieron tres indivi
duos vecinos de este pueblo, i contaban uno 100 aos
-4-
idos H3. Los que ahora quedan solo dicen, dos, que
a Santiago Barreta lo Yinieron a llevar preso seis dra-
ODeS para la capital, por un juicio que le seguia su
esposa Juana Putielj pero no saben decir de qu tra-
taba el asunto, i as otros decires que no arrojan luz.
Siento mucho no haberle sido til en esto, ya que
se ha dignado dlrijirse a mi; pero si en otra cosa
puedo d:l.tisfacerlo, tendr la honra de complacrrlo i
de ofrecerme el de siempre su mui afroo. S. S.
J. Santos
Mas afortunado que el Vicua Mackenna,
el autor del presente trabajo ha podido reunir copio-
sos datos de tod j nero tomados de aquel proceso i
de seis espedientes mas que con l tIenen relaciono
Con estos antecedentes, i con las tradiciones recojidas
de personas antiguas. pudo escribir estas pjinas que
recuerdan la historia rpida de Alhu i de los diabli-
cos i curiossimos amores del re universal de los
enamorados.
LOS AMORES DEL DIABLO
EN llLHU
Acontecimiento estraordnario. fantstico
CAPTULO PRIMERO
diablico
DE CMO EL DIABLO PROMOVI
A FUERZA DE RIQUEZAS I DIABLURAS
la fundacion del pueblo de Alhu
1
La comarca que, desde tiempos antiguos i durante
la dominacion indtjena, se estendia inculta i deshabi
tada entre los rios Rapel al sur i Maipo al norte i
unas treinta o mas leguas desde el mar a la cordillera,
fu favorecida por la naturaleza con la abundancia
de ricas minas de oro que ocultaban Jos rugosos plie
gues de las faldas de sus cerros i colinas.
La esplndida vejetacin de sus valles, rgados
en su parte principal por un riachuelo que nace del
mas alto cerro, i la pureza del oro que se descubra
en todas partes, casi en la superficie del suelo, de-
bieron hacer de aquella rejion un pequeo paraso.
Por eso el jenio del mal i de la envidia se enamo-
r de esas hondonadas i de las aurtferai cristalinas
aguas que con sonoro murmullo serpenteaban bri-
llantes por las quebradas i laderas, a que daban ale-
gres sombras lozanas i floridas enramadas, artstica-
-6-
mente entretejidas como por habiJisimo jardinero,
sirvindoles de soportes o columnas rboles que le
vantaban a gran altura sus frondosas copas i que
ofrecian esplndido asilo a bandadas de amorosas i
canoras aves.
El diablo debe leer el porvenir, i por esto no se
le ocult el que con el tiempo el oro de esos lugares
habia de atraer aventureros i codiciosos a millares.
-Aqwi establecer la capital de mi reino sobre este
continente, se dijo sin duda el espritu m ~ l i g n o .
1 tom posesin de la comarea con algunas de
sus numerosas lejiones. Labr en la costa, al noroes-
te de la desembocadura del Rapel, una eoorme caver-
na en donde fij su morada i su diablico palacio, i
de alli mand a los diablillos como rei a sus sb-
ditos.
Los indios comarcanos que se establecieron en
esas tierras i los que solan transitar no tardaron en
ver de dia i de noche visiones espantosas, ejrcitos
de fantasmas danzantes, o sentian la algaraba infer-
nal de pjaros disformes, de avechuchos grandes
como un corpulento peumo o un ramudo copihue, i
cuyas alas, al batirlas, formaban ru idos pavorosos.
Cuando los espaoles conquistaron a Chile, i cuan-
do Pedro de Valdivia empez a estender sus espedi-
ciones i conquistas hcia el sur, ya aquella comarca
tenia considerable poblacion esparcida en muchas
lel{uas a la redonda.
Un jefe de tribu, rico i poderoso, habia entnces,
al cual le prestaban obediencia cinco caciques, i este
ru Albalalg, seor de todos los indios, padre de to
dos los brujos i diablo mayor de la comarca.
11
En 20 de Enero de 1544, Pedro de Valdivia, querien-
do recompensar los importantes servicios prestados
abnegadamente por doa Ines de Suarez, su dulce
amiga i compaera, le hizo merced de las tierras de
Albala.
-7-
En 1566, de QUiroga, marido entnces de
doa Ines, don las tierras al convento de la Merced
de el cual tom posesion judicial de ellas
en 3 de Enero de 1591.
Los padres de la Merced edificaron una capilla con
el nombre de Santa Ines, en memoria de aquella he-
roina de la conquista, i este nombre dieron a las tie-
rras. Desde aquella fecha se llam estancia de Santa
lnes lo que habia sido seoro del cacique Albalalge.
III
En 1599 el gobernador Pedro de Vizcarra hizo mer-
ced al capitan Fernando Alvarez de Bahamonde de
las tierras colindantes con las de aquel cacique, por
el lado de Peumo, pertenecientes estas al cacique
Antonio Quipay.
De aqu provino un pleito sobre deslindes, empe-
zado en la Real Audiencia en 1635 por doa Beatriz
de Guzmn, viuda de aquel capitan, contra el citado
convento, pleito que dur muchos aos con diversas
para ambas partes.
En el espediente que orijin este asunto, constan
en un escrito estas testuales palabras:
Las tierras de este litijio eran del cacique Albatal-
g i que el nombre de Alll lo tOl'Paron del, susodi-
com/) 10Fl demas valles fu costumbre tomarlos
rte sus caciques.
Tal es el orfjen del nomb e de aquella valiosa re
ion, que de Alg pas a denominarse Alhu como
asta ahora.
No estar de mas recordar que este nombre 'signi-
fica el diablo, el difunto, la muerte o cosa terrorfica
de la otra vida, lo mismo que sus palabras derivadas
comDuestas.
AS,' por ejemplo, Alhuen, significa morirse; Alhue
camu, quiere decir endemoniarse o endiablarse;
Alhu mapu. llmase el Jugar o pais del diablo.
La comarca o lugar de Alhu es, en idioma imUje-
'la, el pais del diablo o demonio.
-8-
IV
Habiendo tomado posesion de Alhu aquellos pri
meros dueos espaoles, el descubrimiento de sus ri-
quezas era cuestion de tiempo. Los mineros i los mi
nerales fueron apareciendo poco a poco; los mortales
pasaron a reemplazar a los 8ereg del otro mundo i el
miedo a los diablos fu disminuyeodo a medida que
aumentaban los buscadores de oro.
Pero no tard la fiebre de riquezas en trocarse en
fiebre diablica. Empezaron a robarse unos a otros
i de aqu vino una serie de crmenes horrendos.
La poblacion minera fu aumentando i se hizo nece-
sario nombrar autoridades que pusieran atajo, siquie-
ra en parte, a las diabluras por mayor i menor de
que era teatro aquel Alhu-mapu.
Un acaudalado seor de Santiago, don Bartolom
Perez de adquiri buena parte de aqueo
llas tierras, en el primer tercio del siglo pasado, i con
l empez hcia aquellas tierras una invasicn de pe
queos i grandes capitalistas, negociantes, aventure-
ros i con lo cual tuvo el diablo mucho
pao que cortar.
La fama de los minerales de Alhu comenz desde
1739 con el des0ubrimiento de grandes riquezas. Un
centro minero de poblacion lleg a formarse i all es-
tableci6se el negocio de compra, venta i cambio del
oro, como el trigo o cebaa, a puados, a s()mbrera
das, por almudes o por costales.
1aqu tu la del diablo, porque brotaron como por
encanto las cantoras i bailarinas, las arpas i las pon-
cheras, de tal suerte que Alhu se convirti en una
dil\ria. i fenomenal fie ta, deslumbrante de oro i rebo
sando de placer. El content.o, la alegria andaba a ca
da instante en los bordes de un vaso o en la punta
de un pual.
Se daba i se recibia la muerte por pasatiempo, co-
mo parte de toda fiesta.
En medio del mas animado baile, cuando un mine
- 9 --
ro lucia sus jiles piernas i su gracioso zapateo, un
rival se le acercaba, i sin medir palabra, rpido como
un rayo, le hundia el pual en el corazon. Caia la
victima al suelo e instant.neamente el asesino ocupa
ba su lugar... i el baile seguia, mintras otros arras-
traban al infeliz hcia afuera o lo dejaban tendido en
algun rincon, como dormido.
El incidente, desagradable, para algunos pocos, lo
era en realidad para las mujeres. A.unque acostumbra-
das a ver estas i muchas otras barbaridades i salva-
jismos, no podian, sin embargo, reprimir un grito de
horror.
Pero el desagrado, la mala impresion pasaba pron-
to, porque resonaban los gritos i el crmen quedaba
como ahogado en el bullicio del baile i en oleadas de
ponche, del cual todos bebian en enorme cantidad de
vasos o fondadas. 1en estac:; borracheras los acompa-
aba el mismo diablo, a quien solan ver borracho
como una pipa i fumando en cachimba, especie de
duendecito de los cuentos antiguos.
v
Aquf empezaban las tonadas humorsticas, alterna-
das con el trago que en anchos vasos circulaba de
mano en mano i con el alegre cantar de los trovado-
r e ~ . Una moza hacia oir esta chuscada:
A la vuelta de un matorral
Cac un zorzal,
Pero al pasar el estero
Mat un minero.
Cercano apareca otro improvisado poeta, que en-
tre grandes aplausos pintaba, cantando, el carcter
altivo de aquelJa jente desalmada:
Con un vaso de aguardiente
Mi pual i mi culero,
No envidio a ninguna jente
Ni a nadie saco el sombrero.
- 10-
1 h aqu como un guapo mozo retrataba, en acom
pasada cantata, sus i sus gustos de la mas
refinada barbarie: .
Son mis grandes placeres
El trago i la tonada,
El oro, las mujeres
I buena pualada
No podia faltar un guapo que sobresaliera de los
demas, en aquella tierra de atroces di;:bluras en que
nadie queria ser menos bravo que otro. Una estrofa
enrjica de aquella poesa minera, deca asi:
Si un di3blo a embromarme viene
Con diabluraFi o endiablado
Le parto el almll que tip-ne
Con pual bien afilado.
En esas reuniones, como hemos dicho ntes habia
tomado asiento el demonio, i por esto su nombre ano
daba en Jos cantares i en todos los labios como coca
corriente.
VI
Albu tom gran fama por sus riquezas i diablu
ras i fu necesario que el Gobierno nombrase una
autoridad que lo representase en aquel alborotado
En efecto. en 1743 fu elejido alcalde de minas
don Ignacio Baeza Valeozuela, autoridad superior de
la comarca de Albu i quien se hizo respetar un poco
mediante fuertisimos castigos. Era aquella jente tan
Roberbl3 como indomable, especie de alzados,
uraos, traicioneros. vengativos, mui dificil de en-
caminarlos por 111 Fienda del deber i !le la obediencia.
Baeza Valenzuela batall al principio SiD fruto al
guno, i hubo de pedir au>:ilio a la autorIdad eclesis-
tica de Santiago para suavizar siquiera en parte las
asperezas de los demonios de Alhu.
-11 -
Por aquel ao, el reinado del diablo sufri un ru-
do Rolpe. Algunos vecinos de Santiago i de otras
partes, compraron diversas minas de Alhu, i creo
yendo que este nombre era en mucha parte causa de
los horrores a1l1 cometidos o por cometer, lo cambia-
ron por el de Nuevo Reino.
Querfan significar con esto que la comarca de
Alhu, o sea el indjena Alhu-mapu, era un territo-
rio aparte casi independiente de todo gobierno, por
]0 distante de los centros de poblacion. 1 le dieron ese
nombre sin sentido, hasta parecer estravagante, por-
que no se les ocurri otro a aquellos futres mineros
de sombreros alones, de poncho terciado al pecho i
bolsa i yesquero al cinto.
Los mismos ehjieron un paraje para vivir en so-
ciedad i socorrerse mtuamente, i asi formaron ca-
serio aparte, al cual pusieron bajo el amparo de San
Jernimo, santo que habia triunfado en el desierto de
todas las tentaciones que el diablo le present en di-
versas formas. Qu mejor protector podia invocarse
en Alhu, lugar de diablos sueltos por tanto tiempo?
Por su parte el obispo mand un pastor que fuera
a volver al rebao a tanta oveja descarriada. Fu
aquel el presbtero don Bernardo Carreo, el prime-
ro que all levant una canilla de mala muerte, con
campanario que fu albergue de avechuchos i mur-
claRos, todos ellos diablos disfrazados.
Al sonido de la campana, que era una especie de
cenCf>rro grande, todos los diablos salan escape,
echando periqllitos contra el sacristan, dando sinies-
tros chillidos como lechuzas o como quejidos de ni-
mas en pena.
Con la capilla, el caserfo fu tomando aires de
poblacion. Los vecinos quisieron entnces elevarla a
mejor categoria i resolvieron as pedirlo al Gobierno
en 1752.
El Presidente Ortiz de Rozas decret, el 26 de
enero del ao siguiente, el establecimiento de ]a
nueva poblacion con el nombre de San Jernimo de
la Sierra de Alhu, .la cual fu dotada de las autori-
dades correspondientes civiles i eclesisticas.
- f ~ -
VI
Pero el Diablo se puso de mal humor con estas
novedades, i de aqu provino una ;rie de pleitos en
tre los mineros i los vecinos de la nueva polllacion i
entre unos con otros por ftiles pretestos, hasta for-
marse un enredo de chismes i camorras fenomenales
de todo jnero. 1 tan de veras se crey en la injeren-
cia del enemigo capital de]a raza humana, que el
alcalde Baeza, en un informe pasado con fecha 5 ne
diciembre de 1766 al correjidor de Santiago, don Ma-
nuel Luis de Zaartu, espresa que Dios movi el co-
razon a los vecinos, al Rei i al Gobierno para pro-
mover la fundacion de la nueva poblacion-de que
result, dice el informe, nuevo aumento en el bien
espiritual i, por consiguiente, en el temporal, sin ha-
ber acaecido estos dos estremos en lo menor, aun en
medio de haber padecido algunas contradicciones que
sin duda alguna las promueve el enemigo capital pa-
ra estorbar la paz i quietud de los buenos corazones
que continuamente alaban al Criador i a BU Santsi-
ma Madre de Dolores, -a quien invocan por Patl'ona,
manteniendo su culto las espensas de limosnas que
cada poblador i otros particulares contribuyen p:'ra
su adorable i milagrosa advocacion, siend esto tan
constante, que hasta de la ciudad ]0 ejecutan varIOs
devotos suyos. quien siendo uno de ellos en particu-
lar don Francisco Bascuan, que no desmaya de este
buen camino que ha tomado para adquirir infinitos
premios de gloria, asi en sta como en la otra, lo que
espero conseguiremos todos los que nos hemos dedi-
cado a esta buena obra, por lo que me ha parecido
conveniente hacer este nuevo informe a vuestra mero
ced para que su cristianisimo celo no permita se frns-
tren estos tan buenos designios de que el enemigo
capital lograra un triunfo que h muchos tiempos que
lo ha solicitado con todas fuerzas i no lo ha podido
conseguir, porque es claro que mas puede Dios que
sus astucias.
ocomo decimos ahora, mas puede Dios que el
diablo.
El alealde Baeza, hablando en ese informe de los
excesos cometidos por la poblacion minera, califica a
sta de congregacion de jentes hecha una sinagoga,>,
lo cual no era poco decir.
1 para convertir al cristianismo a esta moderna i
jdaica sinagoga, los vecinos de la poblacion no ce-
saban de hacer pblica penitencia en solemnes pro-
cesiones. De esta manera solan volver al redil algu-
nas ovejas empedernidas, i pecadores impenitentes,
que al fin llegaban a la iglesia a echar el diablo fuera
confesando culpas a montones i de todos calibres,
sea arrojando sapos i culebras como entnces se
creia.
VII
Corrian los aos i el oro continuaba saliendo en
abundancia i de buena leL La poblacion fu aumen-
tando i en ella pudo vivirse con algun sosiego desde
fines del siglo pasado.
Sin embargo, las preocupaciones i la. creencia en
el diablo no pudieron ser desterradas de una pobla-
cion nacida entre brbaros que no tuvieron en sus
principios mas lei que el pual.
Una serie de sucesos ocurridos en 1792 en casa de
un suizo llamado Santiago Barreta, aviv aquella
creencia i fu el asunto del dia no solo en Alhu sino
tambien en Santiago.
Ese asunto, que hemos podido c o n o ~ e r a fondo
por los documentos i las tradiciones fantsticas de la
poca, es el que motiva la presente obra.
Pero ntes de terminar estos prrafos histricos
sobre el pais de Albalalg, tal vez el lector querr
saber algunos datos mas sobre aquellas tierras que
Dios enriqueci i engalan con mano prdiga i que el
diablo se apropi por larga srie de aos.
Cuando en 1767 visit a Alhu don Manuel Lopez
de Sotomayor, comisionado por el Gobierno para que
estudiase esa comar0a e informase sobre ella, tenia
- 14-
ese pueblo tres calles de oriente a poniente. La es-
tension del caserlo era de unas cuatro cuadras de
largo por tres de ancho, con una regular plaza, en
uno de cuyos costadol' estaba la capilla. Cincuenta i
dos vivJendas, casas i ranchos, componian la pobla
cion, circundada de arboledas, pequeas vias i al-
gunos jardines.
Dlezlsiete trapiches ocupaban buena estension a
orillas del estero vecino. El comercio del oro era, por
esto. abundante, i entre los mas acreditados cambis-
ta' de aquel ao, i de algunos aos despues, se con
tab el suizo ntes mencionado, cuya historia ya es
oportuno referir.
- - - ~ - - -
CAPITULO 11
Santiago Bar reta
1
Naci Santiago Barreta en la villa de Brinsona,
Suiza, por el ao de 1752. ~ e ignora su verdadero
nombre, porque nos parece fuera de duda que el
apuntado no fu el de su bautismo. Era costumbre
entre muchos estranjeros, al llegar Amrica, el tro-
car sus apellidos especialmente, ya para no aparecer
como hereje o ya para escapar de las odiosidades
contra los estranjeros que en Chile se desataron fu
riosas en el siglo pasado, obedeciendo a disposicio-
ne;; de los gobernantes i estos a las d.el rei de Es-
paa.
A los siete u ocho aos de edad emigr a Francia.
En Paris entr de sirviente, i en esa condicion per-
maneci algun tiempo. Ya un poco mas hombre pas
a Espaa con UD pequeo comercio, mediante el cual
pudo reunir lo necesario para vivir con mas desahogo
i decencia.
Oyendo hablar continuamente sobre Amrica i
mucho sobre Chile, quiso venir a buscar una fortuna
que tantos habian hallado antes. Al efecto, se embar
c en Cadiz en un buque que traia rumbo del Pacfico
i lleg a Chile.
Se avecind en Santiago, i es posible que aqu
adoptara este nombre por el suyo propio.
II
El pequeo negocio que estableci en Santiago, le
permiti conocer pronto a alguna buena jente del
pais. Entre sta distingui por su honradez, modales
- 16--
decentes i no mala casa a una guapa nia llamada
Juana Putiel, segun los documentos de que tomamos
estos datos.
Ba.rreta dice:' que aqulla era de (sangre limpiu,
o sea de buena familja, Jo cual no quita que el apelli-
do parezca sospechoso por lo raro. Lo que no hubo
de raro fu que Barreta i Puliel se completaron con
apellido y todo.
En efecto, luego de conocerla, Santiago Barreta,
que ya traia aticion a las minas, dio un barretazo,
descubri veta, pag pedimento i se qued felIZ'.
E decir, se enamor i se cas como Dios manda,
despus de cuyo acontecimiento en plena luna de
miel, trasladse a Alhu i all fij fU residencia i su
hogar, por el ao 1780.
IIJ
Marido i mujer se dedicaron al trabajo, i con tan
buena suerte, que en poco tiempo lograron reunir
una fortuDlta que les permiti abrir en el pueblo una
tienda con un despacho anexo.
Santiago tom al principio la barreta i el combo
del minero, i como era juicioso i sin vicio alguno,
ru acumulando oro hasta reunir un capital que mas
tarde io elev a la categora de hombre rico.
Su principal oCllpacion fu entnces el cambio del
oro por mercaderias.
Lleg a ~ e r una persona de cierta distincion, pue
a sus multiplicados negocios se agregaba un carcte
excelente i una moralidad a toda prueba. Era catli
(m sincero, rjido en sus r.o tumbres, activo i traba-
jador como nadie.
Su instruccin era bastante buena, lo mismo qu
la de Juana, su mujer, motivo para que su casa, es
tensa i cmoda, fuera m u c h a ~ veces el lugar de reu
uion de lo mejor del pueblo i de las minas ve-
cinas.
- 17-
IV
En el ao 1792, este matrimonio tenia cuatro ro-
bustas hijas:
Maria Dolores, de 12 aos;
Juana Maria, de 10;
Mara de la Concepcin, de 9;
Mara Jesus, de 6.
Para distinguirlas, se las nombraba con los se
gundos nombres.
La mayor era linda muchacha, viva e injeniosa i
con mas de regular instruccion. El padre se esme-
raba en educarla i en ensearle modales europeos.
El mismo ejemplo .seguan las menores.
Las cuatro hijas frecuentaban la vecina iglesia, i
tanto en sta como en el hogar recibian continua ins-
truccion religiosa, la cual, en aquella poca, se pre-
feria en las mujeres casi siempre con esclusion de
otra enseanza.
Los hombres tenian escuelas en las ciudades i en
determinadas poblac Olles y all aprendian .os prime-
ros rudimentos del saber; pero las mujeres estaban
condenadas oir lecciones de catecismo en las igle-
sias o en las casas. Era lujo que aprendieran otra
cosa fuera de de los asuntos relijiosos.
Santiago Barreta hizo una escepciun con su fami-
Ha, a la cual inculc reglas sociales desconocirlas es-
pecialmente en la e s ~ a s a e inculta sociedad de Alhu.
V
Tenia aqul UDa casa de las mas cmodas del pue
bio. Una gran pieza con puertas la calle formaba
el negocio triple de tienda, despacho i cambio <.le oro,
segun ntes hemos mencionado.
Un saJon segua hcia el interior con puerta tam-
2
-18 -
bien a la calle. Dos puertas del salon
una hcia los dormitorios, que eran tres, 1 la otra al
comedor. Casi todos los departamentos tenian puerta
i ventana a un estenso patio plantado de rboles fru-
tales i con un pequeo jardn en el medio, circunda-
do de fragantes enredaderas.
De aqu se seguia una huerta bien cuidada, con
parrones i diversos rboles indjenas o plantados i
de orfjen estranjero.
En esos amenos sitios solian reunirse en las taro
des i noches de verano la familia i amigos de (;on-
fianza.
VI
Completaba los moradores de la casa, sin contar
algunos trabajadores que solan alojaroe, una mujer
de probada honradez, negra, jetona i polJeruda, que
habia criado a las chiquillas i que vivia en la casa con
el rango de llavera, sin embargo que servia de todo,
de sirviente i de cocinera. Se llamaba Petronila Ro
jaso
Era sta mujer varonil, alegre i mui trabajadora.
Algunos rezongos solan oirsele a veces; pero Juana
le acomodaba el jnio con un par de, escobazos Jor
la cabeza, despues de cuyo remedio quedaba la ne-
gra como una pascua, risuea i mostrando sus blan-
quecinos dientes.
La negra Petronila era tan duea de asa como
Juana Putiel, poco mnos. Mandaba todo i hasta sola
entrometerse en las conversaciones de las visitas,
con agudos chistes i manifestaciones de
alegria.
No pocas veces se sentaba a cantar en el patio o
huerta, sabiendo que se oia con agrado. La negra
gustaba de tonadas 1 cantatas chuscas, humorsticas, i
cuando no se le aplaudia, ella se animaba i aplaudia.
Una tarde, al entrarse el sol, la rlegra recojta en
la huerta algunas flores i enredaderas para colocar-
las en un macetero o jarron que sobre al suelo habia
dejado, alIado de una mata de culen ramuda i fron-
-19 -
dosa. Estaba sola y dando diversos tonos a un canto
montomo a la vez que triste, como recordando ilu-
siones perdidas. As deca la negra:
Flor de esperanza tenia
I una vez se me sec;
Pero renaci otro dia
1, al verla, i con gran pofa,
Un diablo me la tronch.
Apnas la negra terminaba el canto, oy con sor-
presa que voz de hombre le remedaba su entonacion.
El desconocido, con acento grueso, pero bien mane-
jado, i un tanto malicioso, contest la negra de esta
manera:
La flor que t cultivaste
Cantarito se volvi;
Con un negro lo quebraste,
1, despues 'lue lo acuitaste,
Tu negro al diablo culp.
. Di una risotada la negra, buscando con la vista el
lugar de donde habia partido la voz.
-Aqui estoi, negra lesa, dijo una voz en tono
amistoso.
-Quin diablos se ha metido aqu a cantar? dijo la
negra con buen humor.
La mata del culen se estremeci. La negra fij all
su par de ojos vivaces, i tomando una piedra inme-
diata, amenaz tirar con ella al culen, diciendo:
-Salga el cantor, o tiro
. .-Esprate, negra, que te voi a partiClpar...
-Calle el tonto! dijo la negra hacindose la eno-
jada i levantando la mano derecha como para arrojar
la piedra.
Entnces volvi a estremecerse la mata de culeo;
unos brazos ocultos abrieron las ramas. i la negra
qued con la boca abierta al ver... lo tlue se contar
en el capitulo siguiente.
CAPTULO III
Faramalla
1
Grande fu la sorpresa de Petronila cuando sali
debajo del culen un sujeto que le pareci no haber
visto nunca. Parecia un minero de fortuna, porque
su traje era de buena clase. Lo abrigaba un poncho
colorado que le caia de los hombros las roddlas, de
donde seguian hasta los pies unas lustrosas Dotas.
Un sombrero alon de fino pao cubria su cabeza i
media cara, oculta en parte por una tu pida barba.
;:'::-Toma, negra cantora, le dIjo sonriendo i pasn-
dole un pequeo paquete envuelto en hojas i ramas.
. . La negra retrocedi, sin saber si enojarse de veras
o trabar conversacion con aquel personaje all apare-
cido de una manera tan rara. Adems not que el
sujeto no miraba de frente i que su fisonoma tenia
algo que infundia recelo.
-Quin es usted? le dijo la negra al desconocido.
-Me gusta la pregunta, conteatole ste. Todas las
tardes vengo al negocio de Santiago a comprarle di-
versas cosas para mis mineros, i ahora me entr a
esta huerta a buscar un entierro que dej hace
tiempo. Aqu est una parte; lIvale a Santiago e:3to,
(para ti esta otra.
Dijo i pas a la negra e l ~ b u l t i t q aquel, dividido en
dos partes
Pero Petronila no tuvo deseos de tocar lo que le
pasaba. Divis algo amarillo entre las hojas i pens
que todo era asunto de una broma.
-Vaya usted i entrguele al patron lo que usted
desee, que yo no estoi dispuesta a llevarle nada que
no conozca. 1como no sea oro...
- 21-
-Si es oro, negra lesa, dijo aqul ccercndole el
envoltorio.
-Pues, es usted mas leso, porque se le ocurre
que yo voi a saber con lo que viene a embromarme?
-Mira i goza, djole el desconocido quitando las
hojas i mostrndole un buen nmero de pepas de oro,
!J'te relucian a los ltimos rayos de la luz del da,
que se apagaba entre:nubes i sombras.
La negra qued sorprendida de ver tanto oro en
tal lugar, pero no se movi ni hizo jesto alguno de
codiCIa.
- Deje en sus manos esta fortunita, que yo me
quedar con mis flores, dijo la negra en tono indife-
rente i sacudiendo un ramo para colocarlo en 'el
macetero.
-Acepta este regalillo para que te adornes la pe-
chera o lo que quieras.
El minere, dICiendo esto, pas a la negra una her,
masa pella:de oro.'.Aquella vacil un momento, por-
que era la primera vez que se le regalaba de una
manera tan magnfica. Acostumbrada a ver mucho
oro en las compras continuas que haca Santiago a
los mineros, nunca ella sin embargo, habia sido due
a. de la ma(pequea pepita...
-Por qu vacilas? El oro te busca i all vA.
El minero tir la pella con tanta destreza que
qued metida en el abultado seno de la negra,
la gruesa camisa i su mas gruesa chaqueta de burda
tela.
-Ohl muchas gracias, seorl, Gontest la negra
sacando la pella.
-Yo no soi seor.
- Tampoco seora, dijo riendo aquella.
-Bueno, dejemos eso. Voi a ver a Santiauo para
pagarle una pequea deuda. "
I se dejando contentsima a .Petronila.
Por curIOSIdad fu a rejistrar la mata de culen
para ver donde estado. el entierro de tantas pe-
pas de oro. AbrIO las ramas 1 algo al interior divis
Con la poca luz que pudo penetrar, un mantoncito ai
parecer tapado con hojas. La negra tom un palo i
- 22-
con l toc el montoncito; estaba medio blando, i po-
da ser oro en polvo. . o
Retir el palo i oli la punta; pero lo arroJ leJOS
porque encontr un olor que no le dej ganas de
volver a abrir la mata de culen.
II
El minero se dirigi, en efecto, al negocio de San-
tiago Barreta, cuando ya empezaba a oscurecer el
dia. Entr por el interior de la casa, hablando sin pa-
rarle un instante la lengua, como antiguo conocido.
-Buenas noches, todos. Como te va, Santiago!
Ven aqui, hombre, i toma un poco de rap amarillo.
Ayer te qued debiendo aJgo, i por la confianza que
has hecho en mi, te voi a regalar algo que te gustar
Toma, pgate i lo demas lo guardas como tuyo.
I el desconocido pas a Santiago el paquetito.
-Pero, hombre! qu significa tanto oro? dijo
sorprendido ~ s t e .
-Eso no es nada para un regalo. Tengo otras
muchas cosas que vers cuando te lleve a pasear. Soi
minero vecino, pero no vivo solo del oro, porque ten
go haciendas, casas. alhajas...
-Quin es ese fuamallero? dijo Juana, asomn-
dose al despacho, entre curiosa i risuea.
Al ver al desconocido, Juana reconoci que no era
una persona vulgar como tantas que llegaban all
diariamente. Por eso se asust de haber hablado tal
vez una inconyeniencia. Se encoji de hombros, se
tap la boca i mir asustada a Santiago como espe-
rando una reconvencion de ste.
El calificado de aquella manera tan dura, no di
muestras de incomodarse: eso si que paseaba de un
lado a otro, mirando como a escondidas i encojin
o
dose de hombros a c!lda instante, sin tener ::n roo
mento de quietud.
-Has adivinado mi nombre casi con todas sus le
tras, contest a Juana el aludido. Me llamo F\lr&
malla.
- 23-
-Mui raro nombre.
-Tu apellido no lo es menos, replic Faramalla.
y luego agreg, dirigindose a Santiago:
-Prepara una cenita; vuelvo mas tarde. A la ne-
gra. que ponga una mesa abundante.
DICiendo esto se diriji lijero a la calle. Santiago
sali tras l llevado de gran curiosidad por conocer
hasta los trancos de aquel hombre singular. Pero s-
te desapareci i Santiago solo pudo oir el fuerte ga-
lope de un caballo, que tampoco vi, ni menos supo
qu rumbo pudo haber tomado.
III
Los esposos quedaron mirndose. Petronila entr
a ese tiempo contando lo que le habia ocurrido en la
huerta. i todos convinieron en que el tal sujeto seria
algun rico seor recien establecido en el lugar. Sin
embargo, sus maneras, su tono i la indiferencia con
que manejaba el oro caus la admiracion de todos.
Los chiquillos se habian agrupado a oir estas nove-
dades, pero sin tomar parte en las conversaciones.
-Parece espaol, dijo Santiago.
-No lo creo. le interrumpi Juana, porque su voz
se asemeja mas bien a un hijo del pas, o mestizo.
-Sea lo que fuere, agreg Petronila. Es lo cierto
que ese seor tiene mas oro que todos los mineros
de este lugar, i ya que va a volver, vamos a prepa-
rarle una buena comilona. Tiene deseos de gastar;
pues que gaste.
-Tienes razon, negra, dijo Santiago. Aqu me ha
dejado un capital; pero es necesario devolvrselo n-
tegro. No estoi dispuesto a recibir regalos de nadie,
mucho menos de personas que apenas conozco. De
veras que si quiere gastar, que gaste.
y sin mas se dispersaron, resueltos a recibir al
desconocido con lo mejor que habia en el negocio i en
la casa.
- 24-
IV
La noche empez oscura. Negros nublados cruza
ban la anunciando prxima lluvia i un
viento nada suave remecia los rboles del patio.
Mientras la negra se ajitaba en la cocina arre
glando una cazuela de ave i algunos fiambres, Juana
i us hijas se adornaban cambindose trajes i peinn-
dose cuidadosamente. Querian agradar a Faramalla,
cuyo nombre les causaba sonoras risas cada vez que
10 pronunciaban.
En el comedor se prepar, como por encanto, una
mesa que de verla podia abrir el apetito mas cerrado.
Dulces, frutas, vino a discrecion, maceteros con las
mas fragantes flores del jardin, mantel i servilletas
blancas como ]a nieve i todo un servicio de mesa que
en aquel lugar se podia llamar de lujo: tal era el.co-
medor, alumbrado por candelabros de de dos i
tres luces.
Santiago, cuando vi aquella mesa tan rpida-
mente preparada i tan bien ordenado todo, no pudo
menos que admirarse.
-Juanal grit Santiago; esta mesa est digna de
UD capitan jeDeral del reino.
-Cierto, dijo Juana asomndose a)a puerta del
comedor. La negra ech aqu todo el talento, porque
yo no hice mas que agruparle lo que debia poner en
arreglo.
-La negra es una joya.
I diciendo esto Santiago, se diriji a la cocina.
All Petronila se volvia cuatro prepar ando vian-
das vijilando el cocimiento de la comida de tres
ollas de barro, que arrojaban torrentes de vapor.
-Negra! te has sacado buen premio. La mesa es-
t tan bonita como nunca se habia visto aquf.
-La patrona se v a lucir con el arreglo de la
mesa. Ella lo ha hecho todo; yo no hice mas que lle.
varle las cosas.
- 25-
-Esto est bueno! Ninguna de ustedes ha arre-
glado la mesa, i sin embargo la mesa est arreglada
como para recibir a un re.
I Santiago solt una carcajada.
La negra tambien se ri de buena gana, sin como
prender mucho ni poco el alcance de las palabras de
Santiago.
-Oye, negra, dijo ste fijndose en una botella de
vino raros fiambres colocados en una mesita cerca
del fuego.-I estas cosas?
- Estas cosas me las trajo el hombresita que me
ha estado ayudando...
-Un howbrecito que te est ayudando...?
-Si, pues, el hombrecto cara de macaco que su
merced permiti viniese a ayudarme, mandado, se-
gun dijo, por el seor Faramalla.
-Qu yo mand? replic Santiago admirado. Si
yo no he mandado a nadieI
-1 sin embargo, el hombrecito ha traido licor,
fiambres, frutas i no s qu mas, diciendo que su pa-
tron Jo enviaba con esos regalos. El habr arregla-
do la mesa. Abara se ba ido a llamar a su patrono Yo
supona que habra hablado con su merced. Aqu lle
g aturdindome con regalos i palabras.
Santiago iba abriendo los ojos y la boca a medida
que la negra iba hablando.
-El seor Faramalla, concluy aquella, debe ser
un caballero mui rico, mas rico que todos los de la
capital. Cuando regala el oro como quien regala gar
banzos...
-Esto est curiosisimo. Dime cmo es ese hom-
brecito?
-Es chicoco, guaton, nariz de loro, ojos brillan
tes que le bailan, i una boquita capaz de caberle un
pavo fiambre entero... i con un j llego de piernas i
patas que no hai mas que pedir.
La negra, al hablar, contenia la risa, de suerte
que cuando termin di rienda suelta a una carcaja
da, a la cual le hiza coro Santiago con otra no me-
nor. El jesto i la manera de hablar de la negra no
era para quedar formal.
- 26-
v
Pero se acercaban las nueve de la noche i ya era
necesario tener todo listo. Faramalla no tardarla mu-
chos minutos en llegar.
-A ver, venga una chiquilla! grit Santiago. sa-
liendo al patio i dirijindose a las habitaciones de la
familia.
Dolores apareci corriendo.
Anda al comedor i enciende las luces, i d a Juana
que no quede ni un aposento sin luz.
-Bueno, padre.
De unos cuantos saltos Dolores lleg al comedor.
Estaba ya iluminado, i esta noticia volvi Dolores a
comunicarla a Santiago, a quien encontr llegando
al mIsmo sitio.
-El chicoco habr venido, !:lin duda.
-,Qu chicoco? dijo Dolores.
- El hombrecito.
-Cul hombrecito?
-El nariz de loro.
Dolores se ech a reir i fu corriendo a contarle
a Juana que su padre andaba viendo cosas raras, lo
cual ocasion la risa de todos.
A ec;e tiempo resonaron grandes gritos:
-Santiago. aqui estoi, hombre!
-Faramalla, dijeron todos en la casa, saliendo a
recibirlo, mientras a lo ljos se oia una msica melo-
diosa i se percibia que un coro de voces de hombres
eBtonaba un cntico, sin que nadie supiera de dnde
provenia esta novedad.
CAPIT LO IV
L:\ cena
1
Farmalla era, p,n efecto, el que llegaba. Su aspecto
i traje caus sorpresa a Santiago i familia.
Vestia aqul una especie de casaca de terciopelo
azul, pantalon corto de seda blanco i polainas en don-
de brillaban botones de oro; tenia pechera blanqusi-
ma, en que ostentaba una corona de brillantes i oro.
Una corbata de seda blanca le envolvia po) cuello.
Grao capa negra )e cubria casi basta los pis. 1 un
elegante sombrero, especie de chamber(!o de tercio-
pelo con pluma lacre, le daba un aire de noble euro-
peo. El oro resplandecia junto con los brillantes en
todo el traje. Esos adornos eran una fortuna.
Siempre mirando de reojlJ, inquieto, como hurao
cuando se le dirijia la palabra, Faramalla entr salu
dando, sin acercarse mucho a nadie, dando vueltas
al rededor de cada persona.
-Cmo va, Santiago? Juana, me alegro de verte.
i las chiquillas estn buenas? 1 qu buenas mozas!
Tal era lo que Faramalh. decia movindoRe de un
lado a otro. .
Santiago i Juana quedaron como enclavados i mu-
dos. Nunca habian visto un personaje tan ricamente
vestido. En Alhu aquello era un acontecimiento que
pasaba de lo estraordinario, De dnde habia salido
aquel seor tan enormemente rico i tan lleno de atrac-
tivos?
1 mientras esto i muchas otras cosas pensaban
Santiago i Juana, porq"e las chiquillas estaban tan
sorprendidas que no sabian qu pensar, una ola de
perfume invadi los aposentos i un placer inesplica-
ble llen los corazones.
- 28-
-Seor Faramalla, dijo Santiaio algo tartamudo,
somos mui honrados...
-S, seor, interrumpi Juana; pero le rogamos se
sirva decirnos quin es usted. Su riqueza nos con-
funde...
-Ohl no teLga cuidado. Vamos a la mesa i all
conversaremos, i cantaremos, i beberemos, i cena
remos.
-Seor Faramalla... interrumpi_de buen humor
Santiago.
-No me digan seor sino Faramalla a secas.
-Est. bien, aunque no soi de esa opinion. Es usted
tan franco i chistoso, que la vergenza que nos causa
su diferencia de posicion se trueca en confianza.
-Pasemos al comedor, dijo Juana invitando a
Faramalla.
-S, ya es tiempo, agreg Santiago. El: caballero
tendr. que perdonar nuestra pobreza, en mrito de
nuestra buena voluntad.
-Pero ustedes son mas ricos que yo, dijo Farama-
lla mif'ando a la hija mayor rpidamente, mientras
avanzaban lentamente hcia el vecino comedor. H
aqu un tesoro por el cual yo daria todas las minas
que poseo.
1 seal a Dolores, quien se puso como amapola.
Juana qued un instante pensativa ante tan brusca
declaracion.
-Es una chiquilla que no tiene mas riqueza que su
virtud.
No se le ocurri Juana decir otra cosa ea medio
de una algaraba formada por Faramalla i Santiago,
que pugnaban por hablar a cual mas. .
Conversando bulliciosamente entraren al comedor,
el cual presentaba un lindo golpe de vista.
TI
invitado a esta cena a un par de
veCInOS amIgos I cierta res}?etabilidad. Como jente
de campo, concurrIeron a la CIta con sus trajes desa-
- 29-
Uados, creyendo que se trataba, como en otras ve
ces, de una reunion de confianza.
Pero llegaban a la casa cuando Faramalla entraba
i vieron en parte el deslumbrante traje de ste. No se
atrevieron a entrar; creian que iban a encontrarse
con el hijo del rei de Espaa o con algun personaje
de su clase, i de aqu fu que el respeto se cambiase
en miedo en aquellas sencillas jentes.
Entre tanto, todos llegaban a los asientos desig-
nados. Santiago, que habia observado la actitud de
dos amigos, dijo en tono suplicante a Fara-
malla:
-Le habriamos agradecido mucho el que usted
hubiese venido con el traje con que se ha dado a co-
nocer. Cerca de aqu estn dos amigos que han teni
do vergenza de entrar, porque han creido ver en
usted una persona de otro Jinaje. En mi pais, la her-
mosa Suiza, esto se v continuamente: ricos i pobres
tienen sus horas de fraternidad. En e!')te pais no es lo
mismo; aqu los ricos tienen un orgullo desmedido
orgullo de raza que separa a los hombres n por la,
intelijencia, sino por el traje. En Chile, sabe usted,
tiene mas valor el sujeto que cuenta con mas vacas,
con mas alfalfa, con mas trigo o cebada...
-Tienes razon, interrumpi Faramalla.
-Santlago! dijo a su vez Juana en tono de recon-
vencion.
-Un momento mas, prosigui Santiago. Cuando
recien llegu de Europa, quise fabricar un violn, i
aun cuando este me demand intelijencia i paciencia,
unos cuantos santiaguinos, al oir sonar las cuerdas,
dijeron que yo era brujo i por. nada no me dan con el
violin por la cabeza.
Todos se rieron de buena ana. Faramalla se pa-
r entonces.
- Comprendo la indirecta, dijo. Voi a cambiarme
traje i a quedar como simple minero.
-As mejor, dijo Dolores tmidamente.
-Oh! chica linda, te voi a dar en el gusto; pero
acepta este regalo.
Dijo Farmalla, sacndose de la pechera su valioso
- 30-
adorno i pasndoselo a Dolores. Esta se encoji
hombros, se escus mirando a Juana i no se atrevI
a tomar 10 que se le pasaba.
-Mil gracias, caballero, dijo Dolores resuelta-
metlte. Puede usted dirijirse a mi madre.
Faramalla di un paso atrs, diciendo:
-Qu entereza de nia esta!
-Como en Suiza, dijo Santiago orgullosamente,
sirviendo una copa de vino a Faramalla. En mi pais
la cosa es diferente que aqui. En Chile, las nias, las
chiquillas, aceptan todo siFl saber de quien ni por
qu. Es cuestlOn de educaeion i de hbito social. La
etiqueta europea no permite eso.
-Me has dado buena leccion, Santiago; pero yo
creia no ofender con mi procedimiento, pido permiso
para hacer este regalo a Dolores.
-Concedido, dIjeron casi a un tiempo Santiago i
Juana.
1 Dolores tom el regalo, como asustada, sin atre
verse a pronunciar palabra.
Faramalla se volvi inmediatamente a un lado i
llam fuerte:
-Siroco!
Al punto apareci, como venido de la cocina,
Hquel nariz de loro de quien habia hablado la negra a
Santiago. Su aspecto estravagante ocasion la sor
presa i luego la risa de todos. Sin embargo, l no hi-
zo de este
-Oye, le dijo Faramalla; al punto aqu mi traje
de ayer, el de minero.
Siroco sall con una lijereza cual si hubiera sido
pjaro. Era un personaje que orijin las mas orijina-
les preguntas.
Faramalla dijo que era su minero de mas confian-
za i que lo habia mandado porque era mui hbil para
esta8 reuniones. De todo sabia i todo lo hacia: era
cocinero y dulcero, i por satisfacer un antojo andaba
cien leguas.
DiCiendo esto, Faramalla se retir bruscamente
como en direccion al patio.
- 31 -
III
-Mira, Santiago, dijo Juana tomndolo de un
brazo i retirndolo de la mesa. seor es un mis
terio, i la verdad es que yo no quiero misteriolS en mi
casa.
-Tambien he pfDsado en eso, dijo SaDtiago. Que
sea esta la primera i ltima. Lo que t'altaba era que
viniera con tanta facha para (j radar a Dlores ...
-Lo mismo digo yo. I luego, debemos no provo
car las habladuria!> del vecmdario. Dime quin plen
sas que es este Faramalla?
-Pues no se me ocurre.
-A mi si. Creo que podr ser algun brujo. POi'-
que de dnde sale ese' hombre flue se ha
metido eo la casa como en casa propia? Muchos en
tran i salen en esta casa, pero son ma,; mnos co-
nocidos.
-Aguarda, mujer; ya sobremos todo. Prudenci<l.
i buenas maneras es lo que se necesita ahora.
Un golpe de msica hizo dar un movImiento ner-
VIOSO a todos.
-Mira, Juana, dijo S:mtiago con aire tr3nquiJiza
doro En Suiza, en Alemani<i, en Esroma, hai hombres
especiales para tndo, Iccluso para lbS cosas raras i
sorprendentes. Faramcdla quien sabe si es algun
suizo!
-Lo vereD10S; pero lo que l no vera...
- Qu cosa? dijo Santiago al verla vacilar.
-No ver el amor de aquel!a chiquiJla, i Juana
seal a Dolores.
-1 vendr por ella?
-1 crees que por m, tOlJto
-Santiago! Santiago! grit Faramalla a po"a
distancia, prximo a entrar.
-Aqu estoil contest el suizo alegremente.
Un grito de aprobacion reson al ver asomar a
Faramalla en u trCljA ordinario de mHlero.
-Somos
- 32-
-Somos iguales, contest Santiago i Juana, entre
los aplausos de las chiquillas.
IV
-Me gusta la franqueza de ustedes, dijo Farama-
Ha sentndose frente a Santiago. Agradecido yo a
una atencion, que presumia, les voi a regalar un con
cierto; pero Santiago puede llamar a su par de ami-
gos. En esta mesa tienen asiento los que quieran coro
partir nuestra alegria.
-Mui bien, dijo Santiago yendo a buscar SU'3
amigos.
1 la cena di comienzo sin ceremonia alguna.
Faramalla etrlpez a trinchar fiambres i a pasar
copas con una lijereza admirable.
-Una pechuga! alita de pollo! trocito de lomo!
un trago, i otro, i otro!
As hablaba Faramalla, sin estar quieto ni callado
un momento.
Santiago lleg con sus amigos i msica alegre re
son en el comedor. A ese tiempo, la negra entr, cu-
bierta de flore::; la cabeza i pechera, trayendo una
gran fuente con fiambres, cuyos vapores olorosos in
citaban a comer con apetito ampliamente abierto.
-Por Faramalla! dijo Santiago levantando una
copa.
Muchas copas se levantan llenas de vino, i a una
voz quedaron secas. Lq, alegria empezaba sin etique
ta alguna.
v
Pero Juana, en medio de su alegria, guardaba en
su cerebro una idea seria. Ese seor vendria a la
cafla por lguien?
Otra copa! i despues varias. La cabeza principi
a trastornarse; pero tal vez porque no habia comido
lo suficiente. Juana empez a trinchai- i a comer sin
piedad aliuDa gallinas i pollos fiambrps.
- 33-
Las hijas no bebian, pero comian con el mejor
apetito, i Faramalla, formando faramalla a todos,
hablaba, comia i bebia a un tiempo, con pasmosa ra
pidez.
Preguntas i respuestas se sucedan a cada instan-
te, a medida que el licor lo iban consumiendo. Ya era
Faramalla quien hablaba, ya los de la casa o los re-
cien llegados.
1 la msica continuaba.
-El caballero nos ha traido msica, dijo Joana.
Es bellsima; pero quines tocan?
-Son mis empleados, dijo Faramalla. Los tengo
para dar sorpresa, oe, manera de ser oidos sin ser
vistos.
-Pero, no se podran ver i oir cantar?
-Tal vez; por lo menos van a cantar.
-Si, venga el canto! gritaron todos.
Alguno de los 'amiRos de Santiago, colorado ya
con las copas, pregunt cmo se llamaba el fastuoso
caballero que tal cena preparaba.
-No me pregunten, hombres, dijo Santia"; se
llama como ustedes quieran: rei, prncipe, minero o
diablo, qn s yo!
-Venga esa copa! grit Faramalla dirijindose'
a UDa que habia sobre la mesa, pero vaCa.
La copa salt i tras ella otra llena de vino, i am-
baslJeRaron hast.a la mano estendida de Faramalla.
-Oh! dijo ste, tomando esta ltima; t me vas
a auardar el secreto, i se aproxim como a hablar a
copa.
LOi queda.ron como quien v. vi-
siGnes.
-Sepan .le4es, dijo, que aqul nada hai de
brenaturat. Uf1:l eorrie.nte magntica e arrojado a
]a copa, i sta se mueve a mi voluntad. Cuando VCUl-
all otras jeneraciones; esta corriente invisib e, po-
derosa, atrayente, dar vida i movimiento a muchas
COsas que hoi ni se sospecha. La corriente magntica
88 el calor vital de los cuerpos puestos en accion; es
ti vida misma de la materia que proclama su imperio
80bre el mundo inerte, fria j egoista; es el alma del
3
- 34-
mundo, el verbo eterno de la eterna trasformacion...
-El caballero nos habla en latin, dijo uno de los
amigos de Santiago; lo mejor ser beber una copa.
I todos alzaron las copas.
VI
La alegria era completa. Las chiquillas fueron re-
tirAndose de menor a mayor, i as la franqueza tom
mayores proporciones.
Faramalla acercse entonces a Dolores, la nica
que quedaba de las chicas, i pasndole una copa le
dijo:
-No te vayas; te har feliz te quedas, i me ha
rs feliz si me oyes.
Juana, que estaba cerca, replic al punto:
-Caballero, mi hija no oye mas que a la madre,
ni ser feliz en ningun lado mas que en el mio.
-Perfectamente, dijo Faramalla; pero como en mi
corazon no hai egoi mo, deseo que en el de ustede<;
tampoco lo haya. Yo vivo para todo el mundo, para
amigos y cuando puedo doi felicidad. Venga
la copa y la alegria; tengo dinero, tengo fortuna. Me
falta encontrar una voluntad i un contento que en
vano busco por todas partes, como si una maldicion
de lguien, mas poderoi\o que yo, sobre mi ...
-No siendo maldicion de Dios... dijo la negra en
trando risuea.
-Negra intrusal gritaron Santiago i Juana.
-Negra tonta, calla! no hables as! dijo Faramalla
en tono casi humilde.
{luego agreg:
-Dejemos estas cosas. Vamos a la msica.
-Si, dijeron varias a la msica!
CAPTULO V
El trovador
1
Faramalla se le-
vant diciendo:
- Bebamos est?-
copa por los msi-
cos que van a venir.
Es una compaa
que me cuesta mui
caro.
-Por la compa-
al dijeron todos,
bebiendo a copa lle
na.
-Dgame, Fara-
malla, le dijo Jua
na acercndosele:
dnde est la mina
<' casa de usted?
Porque lo veo c@n
tantas novedades,
que me parece buen
camino el saber su
domicilio. Podra-
mos ir a verlo; en
su casa debe tener
muchas curiosida-
des.
-Mi casa, estos lugares, la forma el fondo de
una mina. Alli suelo pasar hora enteras pensando en
- 36-
que siendo yo poseedor de
puedo si. embargo, encontrar mI fehcldad D1 sIqUIe-
ra por un minuto.
-Ni por Iln miouto! Entnces aqui no ha estado
un instante con gusto?
-N, Juana;)o que se podia llamar gusto para
mi no seria mas que el reflejo del gusto ajeno. No
tengo gusto propio.
-Es usted soltero?
-Si i n...
-Ohl por eso vive intranquilo... Csese como Dios
manda..
-Calla, Juana! dijo Faramalla dando muestras de
gran turbacion.
A e e tiempo resonaban alegres vivas entre los de
la mesa, algunos de los cuales contaba un picaresco
chiste.
-Sirocol sali gritando Faramalla, avanzando
hcia el patio.
-Yo ir a verlo, grit Santiago, saliendo.
-All Toi contest Siroco apareciendo desde la
cocina, de donde se sentian sonoras carcajadas de la
negra.
-La alegria reina en mi casa por todas partes, en-
tr diciendo Santiago.
Faramalla habl en voz baja a Siroco i ste parti
jera hcia el fondo del patio, de dond'e volvi tra-
eendo al hombro una caja de madera. Dej esta
n un rincon de la pieza i se retir a la cocina, don
de parece estaban con la negra en 18. mas franca 1
alegre fiesta.
II
-Aqui est la compaa de mFiicos, rlijo Farama
lIa abriendo ]a caja.
Todos se pararon para ver i oir de cerca; pero
aquel les indic que no era necesario aproxilliarse
mucho.
La caja, pintada de negro, tenia unas dos varas i
media de largo, una de alto i una i media de ancho.
~ 37-
Faramalla par la tapa, dejando ver un teclado i en
cima una plataforma con varios agujeritos.
-De estas cajas he visto en Alemania, dijo Santia-
go. Suelen tener msica mui bella.
Un golpe de msica sintise entnces, haciendo
estremecer a los circunstantes; msica alegre en que
se percibian varios instrumentos, algo como una or-
questa invisible.
-Esto es mas orijinal i armonioso que lo que yo
conocia, dijo Santiago.
Gritos de admiracion ee hacian oir, especialmente
de las cbiquillas, las cuales, al sentir la msica, se
agruparon poseidas de la mayor curiosidad. Los ami
gos de Santiago estaban casi con la boca abierta.
-Ni el diablo podr tocar mejor! dijo uno, en el
colmo del entusiasmo.
-Sin embargo agreg Faramalla, pronto van a oir
algo mejor.
Di un puetazo en uno de los bordes de la caja, i
sta empez a agrandarse como una media vara mas
por todos sus lados.
-Parece que est viva, dijo una de las chiquillas.
-Es caja de resortes, pero cuyo secreto no conozco.
-Calla Santiago, dijo Juana. La ests echando de
conocedor de todo i talvez no entenders una palabra.
-Van a oir un coro de canto noruego, interrumpi
Faramalla.
~ t D e la Noruega? dijo Santiago.
Tambien has estado all? le interrumpi Juana en
tono de broma.
-Por lo mnos s que Noruega est al norte de
Europa i que all hace mucho frio...
-Pero, hombre, no seas tonto! Qu tiene que ver
el frio con la msica esta?
1 Juana se ech a reir.
-Cuidado, 1uana; estamos en la Noruega! grit
Faramalla cubrindose media cara con el poncho, en
forma de rebozo, en tanto que msica orijinalisima
l"eS01'lab'a con grande admiracion de todos.
. Se oy entonces como un canto lejano, frio, pesado,
cotila las nieves.
- 38-
III
-Est haciendo fria, dIjeron casi a un tiempo las
tres chiqUillas. . .
Una corriente de aire helado parece que salia de la
caj . Faramalla empez a aproximarse hcia el lado
donde estaba Dolores, la cual se junt a Juana en
actItu de buscar e lur.
-De veras que hact' frio, dijeron algunas voces.
-SIento fria coo.o un diablo, agreg otro.
-Siempre el diab o metida en todo, dilo Faramalla.
Si hace fria, ese trIO e ael diablo; si calor, calor in-
fernal; hai pobres cerno diablo 1 ricos mas que un
diablo. Si hai lguien que no vale nada, pues ese no
vale un diablo; si hai un guapo, es mas bravo que un
diablo. Oh! al diablo lo acomodan los ombres a su
gusto; lo achican como un diablo, lo agrandan mas
que un diablo; ya es un sujeto chico como un diablo,
o un grande mas que un diablo. Se acomete una eme
presa 1 ::,e lleva adelante con cien mil diablos a caba-
llo. SI lguien lOlta0a a otro, le tira con un diablo por
la c1.heza, i si escapa, corre mas lijero que nima que
lleva el diablo.
-E cierto, dIjO Santiago; tanto se ha vulgarizado
el no .obre del diablo, que ste ha llegado a ser indis-
pensable en la vida. E:s un ser con el cual se nos
asusta cuando estamos chicos; pero ya grande, no
nos espanta un diablo.
-GHI10 t sois un diablo entero, dijo Juana rindo-
se, i Faram Ha debe ser otro diablo mas grande...
-1 con cachos, interrumpi ste.
-Ai! este hombre tiene cuernos de veras! grit
Juana en el colmo de la admiracion.
En efecto, Faramalla asomaba en f'se instante dos
cuernos negros, enroscados, i como de dos o tres
pulgadas de aito. _.
Todos mirandlo con miedo. Las chiqui
lIas corrIeron hcla donde estaba Juana, mintras
Faramalla soltaba una carcajada.
- 39-
-La he pasado por diablo, dijo, al mismo tiempo
que los cuernos se perdian en el pelo abundante de
la cabeza. No se asusten, agreg, bajando sta i mos-
trndola; tengo la particularidad de poder mover a
mi voluntad el cabello, en la parte que est algo en-
sortijado, i es un par de cadejos de pelo el que hago
levantar figurando cuernos.
-Convenido en que hemos sido engaados por
la vista de esos cadejos; pero usted debe ser parien-
te del diablo, dijo Juana.
-Lo que decia hace poco: el diablo anda metido en
todo. Sobre este asunto hablaremos en otra ocasiono
Por ahora, ya que la msica va apagndose, oiremos
una cancion de un pais c;Hdo.
Diciendo esto Faramalla, pas a la caja i di otro
puetazo. Un viento tibio- recorri la pieza cesando
el fria casi instantneamente.
IV
-Estamos en Africa! grit Faramalla. Oigan un
cntico de negros.
Un canto se oy, en efecto, seguido de msica es-
travagante, causando la mayor admiracion de todos.
Quines cantaban? Intil fil que se acercar.an a la
caja, porque mnos se oia de cerca que de Jejos; de
modo que para escuchar bien, tenian que guardar
cierta distancia.
Faramalla fu acercndose a Dolores i logr buscar
la ocasion en que mas admirados estaban, para en-
tablar un pequeo dilogo con sta.
-Mira, Dolores, si te fueras conmigo a mi palacio,
no crees que seris feliz?
Dolores se puso colorada. Mir a Faramalla e ins-
tintivamente tuvo miedo, sin saber por Qu.
-Sui feliz alIado de mi madre, dijo Dolores seca-
mente.
-Pero deseo ser tu esclavo; te doi r.queza i esplen:
dar qu mas quieres?
-Si yo no quiero nada!
-40-
-No tienes amor a una vida llena de comodidades
i de alegrias, rodeada de telas riqusimas, de flores
perfumadas, con oro a montones, servida por multi-
tud de criados? Todo te doi, todo, en cambio de tu
cario.
-Todavia no s de cario: solo amo a Dios...
FaramaUa se estremeci, dejando escapar una es-
pecie de rezongo. Dolores se acerc a Juana con cier-
to disimulo, para no agraviar bru5camente al enamo-
rado seor, i ste pas triste al lado de la caja. Aese
tiempo, la musica salvaje de los invisibles africanos
iba terminando.
Van a oir mis penas, dijo Faramalla, afirmndose
por detrs de la tapa o cubierta de la caja.
-Oiremos sus penas, dijeron algunas voces.
-Parece imposible que usted tenga penas, habl
un amigo de Santiage.
-Pues, son penas en verdad. IAtencion!
v
Un instante de silencio sigulse despues. Farama-
lla apret un boton inmediato al teclado, i un monit
salt por entre los agujeros de qw.e antes se ha habla
do. Grito de asombro re5n en la pieza, mintras
Faramalla acarieiaba al monito, el cual daba mues-
tras de gran contento. .
Tenia ste una media vara de alto, vivaracho i con
cara semejante a la de Faramalla, con la diferencia
de la barba i pelo de la cabeza. Estaba vestido en
tl'aje de caballero, lo cual caus la mayor diversion.
-Este ha cantado en Afriea, su pas natal; pero en
Paris aprendi a representar en teatros.
Mintras esto hablaba Faramalla, el monito hacia
jestos i accionaba con las manos como el que dirija
una orquesta. A.qul tom un asiento i se coloc siem-
pa detrs de Ja caja, e lDvit a todos a que se sen
lam.
Faramalla tom un pequeo violiI1, qu oculto en
la caja estaba, i empez a tocarlo con aran maestria,.
- 41-
-Vayan a llamar a la negra para que venga a or
esta msica tan linda, dijo Juana a las dos chiquillas
menores.
Corrieron stas hcia la cocina, pero luego volvie-
ron diciendo que la negra no estaba.
-Djala que se desocupe; ya vendr cuando ella
quiera, dijo Santiago.
Faramalla empez a cantar, en tanto que el manito
hacia el aparato que era l el que cantaba. La diver
sion de la famil ia lleg al colmo.
Aqul enton una especie de introduccon, con es-
tas estrofas:
Yo un poco s de todo:
Soy msico i soy poeta
1 as vivo de buen modo,
Cantando i alzando el codo
1 siguiendo alguna veta.
-Bravo! gritaron los hombres a un tiempo.
Juana se par, busc una copa de vino i fu a pa
sarla a Faramalla, dicindole:
- Tome i alce bien el codo.
Faramalla se adelant, tom la copa i bebi a la
salud de todos.
-Continu i siga la vetal grit uno.
-Oh! la veta va en ten'eno mui duro... i yo que
he hallado tantas otras, .. !
No compl'endieron el alcance de estas palabras de
Faramalla, que no significaban otra co::-a sino que
sus amores en esa casa Iban mal.
-Qu bien canta, dijo una de las visitas a Juana;
el seor sel' espaol?
Antes que aqulla contestase, cant el trovador:
En Chile soy santiagueo,
En la Arjentina cuyallo,
En Espaa madrileo,
En toda CQsta porteo
r al sur de italiano..
-Bueno el diablo ste, dijo Santiago en medio de
- 42-
los aplausos que dirigian todos a Faramalla i al mo-
nito, qne seguia el compas del canto para hacer sus
movimientos i jestos.
-Este minero ech la pierna a todos! esclam una
visita.
-SI este seor no es minel"o; cuando mas ser
dueo de ,ninas, espuso Juana.
- Sea 10 que fuere, dijo Santiago; 10 cierto es que
canta divinamente.
-Calla, Santiago! interrumpi Faramalla, min
tras el manito se tiraba de cabeza al fondo de la
caja.
-Bueno, que siga la msica i salga el diablillo.
VI
La risa volvi a todos, i despues de rociar las gar-
gantas con largos tragos de vino, apareci el mono
llamado por el amo. Preludi el violn una cancion,
i esta empez as:
En las minas soi minero,
En la fonda bebedor,
En Santiago caballero
1 en el puerto pescador.
-Mui bien, dijo Santiago; contine el canto.
Sigui ste, en efecto, con dulzura. Faramalla ha
bria podido lncirse en un teatro, pues dejaba oir voz
fresca, bien timbrada i sonora.
Doi riquezas i doi flores
A la que me quiere bien,
Pero todos mis amores
Irn siempre ten con ten.
-Eso es! despacito se anda lejos, grit Santiago
entusiasmado con el canto i el vino.
43 -
El trovador continu:
Eternamente sufriendo
Siempre con pena i dolor,
Yo vivo as, padeciendo,
Sin hallar tiempo mejor.
-iPara que pase la pena! grit una de las visitas,
llevando una copa i adelantndose a Faramalla.
-Canta lIsted admirablemente, dijo la otra perso-
na amiga de Santiago. Cmo se llama este diablo?
-No sea usted imprudente, si no es diablo! repli-
c Santiago.
-Ya va a saberlo, contesto el aludido.
Son el violin i se oy cantando esta poesa:
A nadie mi vida asombre
Pues que la virtud me falla;
Quien quiera saber mi nombre
Le dir que es Faramalla.
Los aplausos resonaron entusiastas. El trovador
cant, como despedida de esta fiesta, este ltimo
cuarteto:
, Apuremos la alegria
Antes que el gallo cante;
La luz del nuevo dia
No hai diablo que la aguante.
VII
Como preparado al efecto, un gallo dej oir un de-
sabrido canto. Faramalla se par al punto i guard
el violin. El monito se hundi en la caja i sta se en
coji6 i cerr.
-Las ltimas copas dijo Faramalla, mintras todos
se paraban como para retirarse.
-Ya viene el dial esclam lgui.en..
Faramalla se estremeci. Se ech al cuerpo co-
pa repleta de vino i sali a llamar a Sirocu.
- u -
-Petronila! Petronilal grit a su vez Juana.
negra no ha venido en toda la noche por llevar
se a la orilla del fuego.
-Entretenida con Siroco tal vez, dijo Faramalla
con risa burlesca. '
Siroco lleg corriendo a e e tiemp . Tom la caja
al bombro i sali con ella hAcia la callp.
Faramalla lo sigui, despidlndo e rpidam ote i
prometiendo voiver en la noche
-Lleve su oro; aqu est su paq etito,]e grit
Santiago corriendo hcia una mesa en que tenia guar-
dado ese metal.
-Deja eso, hombre, dijo Faramalla" liendo.
SantiaRO lo sigui para entregarle el oro; pero
cuando lleg al umbral de la puerta de calle, perdi
de vista a FaramalJa. No solo no lo divis, sino que
ni rumor de trancos sinti. Mucho mnos supo el
rumbo que tom Siroco.
-Es particular, entr pensando Santiago; este par
4e hombres a dnde irn con esa caja tan grande?
Son tos un par de diablos que no comprendo.
Entr hcia el interior de la casa i all sinti que
Juana lo llamaba desde la cocina.
-Sarltia o. corre a ver e ta novedad.
Tom una vela Santiago i corri a ese lugar, min-
tras las vi -itas se despedian i las chiquillas pasaban
a su dormitorio.
La negra estaba mas fea que nnnca, con cara es-
tpida, CGn el labio inferior caldo como el de un ca-
ballo viejo. En cambio estaba 11I::oa de flores perfu-
mauas, cubierta la ga..ganta con ('lCO pauelo de seda
lacre. Su ve tido era el que ac st rubraba ponerse
en los dias de fiesta, de color blanco con listas caf.
-Esta negra ha estado pase<1odo, dijo Juana re-
mecindola fuerte.
-Con ese maldito nariz de loro, !o<in duda, agreg
antiaRo, levantando a la negra.
ira, Santiaso, esta diablA tiene un machucon
aqat... ... aqut...
1Jllana toclaba con tiento la mejilla izquierda, en
la cual se notaba una hinchazon algo morada. Demos-
- 45-
traba que allf habia sufrido la negra algun golpe na
da suave.
-1 este pauelo... estas flores ... quin se las ha-
br dado? Miren que negra atrevida.
-Ya lo sabremos todo, repuso Santiago. Aquf
bai algun mi:-terio
l
porque esta negra e mui formal.
Ese nariz de loro, cara de demonio, andar metido
aqui. Lo mejor, Juana, es no admitir mas a esta
jente.
-Mui bien dicho. Maana acordaremos esto; por
abora llevemos a la negra a su cama i vamos n080tros
I dormir. Ya est aclarando el dia.
Slntago i Juana tomaron de los brazos a la negra
i casi a la rastra la condujpron a su cuarto. Iba esta
turdida sin duda, porque no hacia el menor movi-
miento.
-Esta noche ha sido de novedades, Santiago. Se
me figura que ese Siroco es algun brujo.
-Petronila nos lo dir. Sepamos el misterio de la
cocina, que lo que es por de pronto l' dormirl
roco, en traje de gala.
CAPITULO VI
La cabra encantada
I
Contenta como unas pascuas estaba la negra P e ~
tronila con los regalos i agasajos que le hacia Siroco,
al comenzar la cena de que se ha dado noticias ante
riormente. Este gustaba de bebel', i la negra no hacia
menos, estrandose ella de encontrarse con tantos
brios para divertirse.
La estravagancia de Siroco i la gran habilidad que
mostraba en el manejo de la cocina, ocasion en la
negra el mas franco buen humor.
-Dime, Siroco, dijo sta, de qu pais sois'?
-De un pas en donde se goza mucho; pas de
amores, de msica, de dulces, de flores i de alegra
sin lmites.
-Pero ese lugar ser el cielo, dijo Petronila rin
dose.
-Es un cielo sobre la tierra.
-Llvame a ver esa grandeza, i entonces no te
dir nariz de loro.
I la negra solt una ruidosa carcajada.
-Qu negra tan bulliciosa! dijo Siroco alegre-
mente. Mira, quieres ver algo de lo que es mi buena
tierra? Es lo mas sencillo.
-Como no sea saliendo de la cocina; porque afue-
ra tlebe hacer frio. El tiempo e t como para llover.
-No tengas cuidado. Pero te advierto que i te
sometes a lo que yo te indique, tendrs que acordar
te por toda tu vida.
-Mucha curiosidad tengo. Sin embargo, cosas de
brujos no me gu taria, aun cuando no les tengo mie-
do. Ni el diablo me hace temblar. Se me figura que
- 47-
sois algun brujito que debes saber muchas noveda-
des. D la verdad.
-Si, un poco. Quieres ser brujita?
-No quiero; pero me gustaria conocer alguna de
tantas diabluras que se cuentan.
-Espera un poco.
JI
Siroco sali a la puerta, en donde di tres ladri-
dos de perro. Al punto, cl)mo bulto cado del cielo,
sintise una especie de prrazo en el patio, al mismo
tiempo que UD relmpago iluminaba l oscura noche.
-Ven, mi cabrita linda! dijo Siroco a alguien en
el patio.
Al punto lleg dando saltos una cabra negra, la
cual de un brinco se subi sobre los hambros de Si
roca, abrazndolo.
-Mira, negra, entr diciendo aqul; aqu tienes
UDa buena amiga i te h presento.
Petronila quejo can la boca abierta, en tanto que
Siroco se rea i la cabra lanzaba una especie de car-
cajada.
-Ese animal es jentel dijo asombrada la negra,
dando muestras de gran miedo.
-Es cabrita, respondi Siroco, tcala.
La npgra toc por el lomo a la cabra i despues la
cabeza. con cierto temor.
-Qu ojos tan diablos tielle esta cabra! dijo la
negra. Dime. Siroco, es cabra de veras o es el dia-
blo? Porque no s cmo ha venido aqu ni por dnde.
-Esta cabrita tiene una historia singular. Era
. una mujer casada!. ..
-Una mujer casada! interrumpi aquella, abrien
do boca i ojos, hasta quedar con aspecto horrible.
A este tiempo la cabra se habia bajado de los
hombros de Siroco i, parada en dos patas, recorria
la cocina, rejistrando ollas i platos con gran atencion.
Observ esto la negra, i SiD pensar que seria verdad
lo que estaba oyendo, un sentimiento de compasion,
-.&8-
de caridad, la movi, rpidamente, a ofrecer a ]a ca-
bra un plato de madera, en donde coloc un trozo de
gallina, pan i queso. 1 todavia agreg un vaso de
greda casi )Jeno de vino, diciendo:
-Si es cierto que has sido jente, come i bebe.
La cabra se acerc a la 8iempre en do pa-
tas; afirm las delanteras en la barriga abultada de
sta, la mir con ojos brillantes i fijos i dej escapar
un ar de Rruesas .
-Te est dando las grarias, dijo iroco. Es el
mayor i roa esplndido que se le hace por al
ma nacida. Esto tal vez te rel:lultar un bene
ficio, porque significa que sois caritativa. Si la ver
dadera caridad se practicara en el mundo. entnces
el mundo no seria un infierno, morada de diablos ver
daderos, como es i lo
-Oh! yo quisiera ser caritativa ha ta con los ctia-
blos. Cuando doi un pan al que creo que Jo necesita,
quedo mas tranquila i mas contenta que si me hicie-
ran un buen regalo.
-Es que los pobres saben lo que es sufrir i por
eso en ellos resplandece Ja caridad, como antorcha
que iluminar el camino de la vida i sealar el rumo
bo de una venturanza que no acabar jams.
-Me gusta oirte, lo que significa que no sers
tan brujo ni tan malo como puede parecer al que te
vea haciendo veRir cabras del otro mundo; dijo la
negra, sirvindo e una copa de vino, i <lgreg:
-Nunca habia yo bebido tanto. Si mis patrones i
alllOi lo 5lUpieraD. me romperian la crisma a palos.
Pero el seor Faramalla los tiene tan entretenidos,
qM no 88 acordaran de mi.
La cabra .e acerc al plato i empez6 a eomer n
en pequeos pedazo8, de8menuzadoR con el bocleo,
no in trabajo. LI negra divit i6 en trocitos el
pan, el queso i la carne, mientras Sil'OM, que eme
pin buen trago de vino, sigui su interrumpida bis
toria de la cabra.
- 49-
III
-Culltarne, chicoco, la no 'edad de este anima.li
to, dijo la negra tocando la cabra por todas partes.
-Era una mujer ca ada., continu Siroco, mui oro
,ullosa porque era rica. No tenia compasion por na
die, i de todo el mundo se reia. Gustaba de bailes i
amorios, no importndole nada burlar i ridiculizar al
marido, que era un buen hombre. de caracter entera-
mente diverso. Una tarde fu la seora a ver un in-
quilino para mandarlo con un recado qne le urjia, di
rijido a uno de'u eDamorados. Al entrar al patio,
mui de prisa, se eDcoDtr con una hermosa cabra, de
propiedad de la mujer del inquilino. Estaba el animal
acompaado de dos pequeos cabritos, Jos cualts, ju
,ando, se aproximaron a Ja seora casi estorbndole
el paso.
La desalmada mujer, rabiosa porque se le ponian
por delante aquello iDocentes aDlmalillos los agarr
de Ja cola i uno a uno los tir contra una pared, ma-
Undolos en el a too La cabra empez a dar los mas
lastimtJros balidos, i tanto que su duea sali a verl:;!.
Al presenciar la furia de la s ora, le que no
acaba. e con su cabl'itos. porque eran su nica for-
tuna. Pero aquella furia di u sallo haCia la
que e le balda acercado c mo impl ,rndole clemen-
cia para sus chicuelos, la tomo del pe'cuezo i la arro-
j mUl Jejo.. La cabra qued muerta Del uelo.
Eolnces, la atlljida mujer del inqUlJino maldIjo
u patrona i pIdI al cielo que esta soberbia mujer,
in corazon ni caridad, fue e convertida en cabra,
asl corno el rei Nabucodono or fu trocado en cerdo.
Al punto vino UD remolino de Viento i lerr tan
que arranc i de pedaz Jos ve til10s de la . e
nora, i sta se tra form en la 'a-
bra t ves. .
1para mayor castigo, le es permitido entender
todo lo que se dice a su lado, pero sin poder ha-
blar.
4
-50-
IV
La cabra habia dejado de comer al terminar esta
relaciono Tenia la cabeza entre las patas delanteras
i de sus ojos salian hilos de lgrimas que humedecie-
ron el suelo.
-Pobre cabrita! dijo la negra acaricindola. Ha-
bia oido decir que existen personas encantadas; pero
nunca. lo supe de cierto. Dios me libre... !
La cabra se estremeCi i Siroco tambien.
-Calla, negra! No pronuncies ese nombre, dijo
ste.
-(,Por qu? Yo soi cristiana .. Mira!
La ne!fa sac de entre los pliegues de la camisa
una crucecita de metal amarillo, pendiente de un
cardan negro. Gran espanto caus esto a Siroco. La
cabra corri hacia la puerta, e<:pantada tambien, i la
n"-gra tuvo que guardar su smbolo relijioso para qU'e
todo quedase en paz.
- Oye, negra: con esa cruz no sabrs ni vers na
da, cuando ya ibas a poseer mi gran secreto...
- Bueno; tengo curiosidad de saber tu gran !:le-
cret.:>: Se me figura que tambien t sois un hombre-
cito encantado. Es as?
- "'i. pero promteme que no revelars es-
t.o a nadie. No te puede causar esta noticia ningun
temor, porque soi inofensivo. Me agrada tu compaIa
i deseo complacerte.
Petronila no se habia figurado que su pregunt
hubiera resultado ser verdad. Un miedo atroz empe-
z asentIr, al mismo tiempo que deseos vehementi1
de echar a correr en direccion a la familia. Pero en
la perta estaba la cabra, i luego le estorbaria el pa-
so Si oco. Pens dar grandes voces i mostrar de nue
va la cruz, para verse hbre de peligros i tentacione.
i aun proyect ponerse a rezar en voz alta
para ahuyentar a aquellas dos figuras del otro mun-
do Que tenia a 811 lado.
Sin embargo, SlrOCO i la cabra permanecian en
- 51-
na actitud que en realidad no infundia miedo. La neo
sra se tranquiliz de un repente, volvindole el valor
i buen humor de antes. Ya habia empezado a saber
novedades i quiso verlas hasta su trmino.
-No tengas ningun miedo, negra, continu Siro-
co. Animo i vers cosas buenas. Pero guarda esa
cruz: envulvela en algun trapo i culgala de un cla-
vo en la pared.
La negra vacil. La curiosidad que tenia era tal,
.oe consmti en lo que aquel le decia, preguntando
in embargo:
-Si los patrones viniesen de un repente, qu se
les puede decir? Porque pueden ver la cabra i sospe-
char alguna cosa mala.
-No vendrn, dijo Siroco, i aun cuando viniesen,
no podrn ver nada.
-Bueno, ya est fuera-la cruz. Aqu queda en-
vuelta. o
1 PetroniJa guard su reliquia en los pliegues de
su pauelo de rebozo, el cual colg en la pared. Un
viento tibio penetr a la cocina, cuyo fuego se man-
tenia abundante. Pero aquel viento provenia de fue
ra, entraba del patio.
-Sube en la cabra, le dijo Siroco, i vamos a pa-
al' por ahi cerca. Has cuenta que montas en un ca-
ballito chiJote.
-Cmt> voi a subirme sobre una mujer? Eso no
puede ser bueno, i luego no resistiria el peso de mis
veinticinco aos de edad.
-La cabra est para estos caso's,' porque asi es la
regla de los Cuando me toca volver-
me burro, tengo que aguantar palos i hambres i
todo.
La negra se ri de buena gana, i lo mismo hizo
b'oco .
. -Es decir, dijo aquella, que cuando andas como
lente, o media jente, como ahora, te dI vertirs a tu
osto.
-Es claro, i por eso te convido a mi palacio.
onta, i vers que la cabra tiene resistencia i sabr
1evarte sin novedad.
- 52-
-I la vuelta ser luego?
-Si, ntes que venga el dia. Sube en la cabra,
que yo te guardo las espaldas.
-Qu cosa tan rara esto! dijo la negra subiendo
con tiento a la cabra.
Esta se afirm 8n las patas i recibi el cuerpo de
la negra sin dar muestras de haber sentido peso al
guno. Siroco se puso delrs i dijo a la negra:
-Cierra los ojos i no los abras hasta que yo te
diga. De lo contrario, te caes i te matas.
-Asi lo hap. Pero oye, i si la cabra tira al
monte?
-Calla negral cierra los ojos... a la una... a las
dos ... a las tres!
Un remolino de viento tibio se produjo entnaes,
i cabra, negra i nariz de loro desaparecieron, trans-
formado este ltimo en pequeuelo, eolocado sobre
las espaldas de la negr.a.
CAPITULO VII
VoDila en elp4\laeio elel 06CtW
1
La negra cerr los ojos, como le indicaba Siroco,
i eatnces sinti como que la cabra se levantaba en
108 aires. Un torbellino rujiente Fraba en torno de
aquellos estraos viajeros, i entnces la negra casi
desfalleci de miedo. Le pes grandemente haberse
metido en e8a aventura; quiso llorar i gritar a la vez,
i tuvo intento de abrir Jos ojos para ver si estaba en
el patio aun i echar a correr en busca de auxilio. La
voz de Siroco la recibi como voz de consuelo i de e8-
peranza:
-Animo, negra. Cuidado con abrir los ojos, por-
que te desvaneces i caes, i entllces no respondo de
que te hagas mil pedazos.
-Siroco, Siroquito, dime SI vamos por Jos aires o
e tamos en el patio, porque me entran por las orejas
i otras partes unos chiflones de viento que me estn
enfriando hasta el contri, fuera de que tengo un mie-
do tan atroz, que a la vuelta voi a necesitar de teda
el jabon del pueblo para...
-Calla, negra! i afrmate bien. Aprieta las pier-
Das i agarra con fuerza los cuernos.
-Eso e8toi haciendo; pero el Jamo de esta diabla
ti tan afilado, que me v ... air ... Si-
roco... ! Siroco... 1
-Aguanta, negra!... Sientes?
-S, siento que el 1 mo...
-Nl te si sientes bullicio de jente.
-Solo s, Siroco, que voi perdiendo la cabeza...
Ya DO aguanto mas... Siroquillo... !
El viento azotaba la cara de Petronila. La-s fuer-
- 54-
zas le iban disminuyendo i el corazon como que se le
habia atravesado i amenazaba ahogarla.
En esos momentos la cabra di un estremezo[j
luego un balido, i al ptnto la negra sinti ruidos es-
traos i habladura de mucha jente. Ces el movi-
miento del animal, i la negra se sinti tomada de los
brazos i de las piernas i trasportada livianamente a
un aposento, en donde not que todo era blal1do.
Sinti manifestaciones de alegra i aspir perfumes
que le devolvieron las fuerzas los alientos.
II
-Abra los ojos sin temor, est en su palacio.
Tal fu lo que la negra oy asombrada. Fu
abriendo, en efecto, los ojos con timidez, al mismo
tiempo que ruido de sedas, como de vestidos que cho-
can, senta a su Jado. Empez a ver luz brillante i UD
dormitorio tan lujosg, que no pudo reprimir un pe
queo grito.
Manos delicadsimas la tomaron i le dieron a be-
ber un licor raro en copa mui pesada. Abri los ojo
i se encontr rodeada de algunas mujeres bellsimas
i sonrientes, una de las cuales le servia en copa de
oro salpicada de brillantes i rubies.
-Estoi. .. Dnde estoi ... ? Siroco...
La negra no sabia qu decir. Las damas le acari-
ciaban i le ofrecian regalos de frutas i dulcesj per
aqulla estaba como atontada. Todo lo que veia er::
para enloquecerla.
La dama de la copa hizo seas a las dems p;:r;l
que se retiraran, eHa qued sola con Petronila.
-Aqu sois princesa, dijo aqulla a sta. Voi ;
vestiros, porque lu. go vais a ser a :.
.
-Yo... princesa... ! Si no so mas que una pobl"
negra...
-N6, aqu no hai negra ninguna. Vuestra Altez
es blanca abara'. Aqu hai espeJo.
Dijo la dama, tomando del brazo a Petrontla i po
- 55
nindola frente a un espejo. La negra qued mIrn-
dose con la boca abierta.
-Si esta... no soi yo... Aqu estoi blanca... i has-
ta buena moza... a mi parecer...
1se miraba i daba vueltas.
-Es Vuestra Alteza ...
-Cmo artesa! Si la que yo osaba la dej en la
cocina... dijo la negra trasformada.
-Digo Alteza. respondi la dama; ese es ttulo de
honor que acaba de concederos el prnCIpe Oscar.
-Pero, jcreo que estoi soandol murmur Petro-
DiJa, siempre mirndose al espejo, con desconfianza.
Quiero hablar a Siroco. Dnde e 't SIroco? No 1e-
g conmigo? 1 la cabra. qu es de ella?
-Tranquilcese Vuestra Alteza: a su tiempo ver
a Siroco i tal ve7, a la ca.bra. Por de pronto, voi
vestir a Vuestra Alteza.
1sin empez a desnudar a la Alteza de
sus humildes vestiduras. Le quit el vestido, luego
una enagua de bayeta o tela parecida, mientras la
princesa seguia mui entreteDlda haciendo po turas
sin separarse del espejo.
-Va usted a dejarme desnuda! dijo la princesa a
su dama. Mire que no uso camisa ni calzones...
-Eso no importa; aqu estamos solas.
1 de un tiran le sac su lti:no fustan, pero amo
hbito de fraile.
La Alteza qued como Eva.
-Toda blanca! esto s que es cosa particular!
murmur entre dientes la princesa. Estoi trasform -
da de otra laya...
-Todavia duda Vuestra Alteza de que est viva
i aqu e este palacio? .. dijo la dama.
-Cmo no lo he de dudar!' .. he sido
negra de el cuerpo... Tal como me encuentro,
no me reconoceria DI la negra madre que me pari...
Pero, tengo una seal, con la cual no puede haber
duda... ,Un lunar... Por aqui. ..
1 la Alteza se tom la abultada barriga i empez a
. scar con la mano derecha alguna cosa, mirando fi-
bmente al es'pej o.
- 56-
-Aqu estA, dijo con cierto contento, tOCiDti0158 i
volvindose a la dama. &No vf IbstA negro.
-Eso... no se trasforma. repuso la dama.
1 ambas se rieron ruidosamente.
III
La dama coloc a la princesa ricas telas, i en un
momento la prepar para presentarse al prncipe.
Rico traje de seda celeste, azahares fragantes i una
corona de oro i brillantes, constituian el atavo de la
princesa, la cual no cabia de admiracion. Hubo un
in tante que se sinti desfallecer; pero la reanim la
armonia de una msica que parecia ser tocada por
njeles.
-Vuestra Alteza est lista; el prncipe ya llega,
dijo la dama retirndose, con un gracioso saludo.
Enel mismo instante se abri una puerta encorti-
nada i apareci risueo un personaje vestido con es-
traordinaria riqueza. ClJbria su talle un jllbon' de seo
da carmes con abotonadura i adornos de oro; calzoJ}
corto de la misma tela, con franja de oro, i polainas
de seda blanca que le llegaban de la rodilla abajo, i
en cuya parte superior sujetaba un broche de bri-
llantes en cada lado de la rodilla. Su calzado estaba
cubierto de oro i brillantes, lo mismo que su cabeza,
que adornaba una corona real de oro salpicada de
brillantes i rubes, combinados de manera que pro-
ff'ljesen un efecto magnifico.
Esa corona. de una media vara de altura, era Ulla
obra admirable de filigrana. Remataban en su parte
superior, iete gruesas agujas de oro triangulares,
en cada una de cuyas puntas habia un grueso bri
llan te.
Pero el adorno principal de la corona lo osten-
taba a su frente, i en su mediania. All esparcia
rayos en todas direcciones, de 1uces pursimas,
ya blancas, ya un enorme solitario,
monstruoso, del tamao a lo mnos de una mano
grande empuada. Esa solajoya constituia una fortu-
- 57-
Da que no se podria calcular. Ellolitario valia millo-
Des i abarcaba casi todo el frente de la corona. Des-
parramaba torrentes de luz viv1sima, de tal manera
que no se podia mirar sin un instante, porque des-
lumbraba como un sol chico.
Un tahalf, cuajado de perlas i piedras preciosas,
fSWuzaba terciado el pecho, en cuya infe>-
rior hAcia el costad> izquierdo una larga es-.
pada, toda entera de oro i salpicad.a de puntos bri-
llantes.
Aquel estraordinario seor parecia bajado del cielo
con aquella riqueza inponderable.
Su figura era arrogante, su estatura alta, de bien
formado cuerpo i de rostt:o simptico. Barba roja i
crespa, como sus bigotes, le cubria gran parte de la
cara.
La princesa, que ya estaba prevenida i aderezada
para poderse poner al frente de un tan fastuoso se-
or, lo mir arrogante, como de igual a igual, sin
embargo que en su interior estaba que se moria de
miedo. 1 talvez se habria quedado muerta, si no oye
pronto una voz conocida que decia:
-Soi el prncipe Oscar, aquel nariz de loro...
IV
Un grito de admiracion, de placer, reson en la
elegante alcoba. La princesa habra caido emociona-
da, si el prncipe no la toma en sus brazos. Dile a
aspirar un pequeo frasco de esencias,.i al punto
recobr su viveza de ntes.
-Siroco... /sois prncipe encantado... i yo, pobre
negra... dijo sta casi llorando.
-Dejemos esos recuerdos i marchemos. Voi a pre-
sentarte a la corte, que nos espera.
I el prncipe tom con la mano derecha la izquier-
da de la princesa, en actitud de salir.
-Espera un momento Siroco... digo prncipe. He
tenido tan fuertes impresiones con tantas cosas asom.
brasas que he venido viendo, que me parece que es-
-
toi en el otro mundo... Pero, siento un dolorcillo de
barriga...
-Toma una copa de este licor i sanars.
El prncipe tom un frasco lleno de un liqido ana-
ranjado i vaci un poco en una de oro, la cual
present a la princesa. Esta bebi de un sorbo i que
.d paladeando.
-Si esto pudiera yo tener en mi cocina, con esta
copita...
-Aqu sois princesa; no hai coeina ni nada otra
cosa. Te digo que dejes esos asuntos, i ten presente
que delante de la corte debes estar mas bien muda,
a fin de que no v yas a sc:.lir con aquellos recuerdos
humildes ...
-Mira, prncipe, siento hablar mucha jente i linda
m ica: dime dnde estamos? te lo suplico por...
EL principe tap rpido la boca de la princesa,
suerte que la palabra Dios que sta iba a pronun-
ciar, qued ahogada en la garganta.
-Lo que ibas a decir, no se puede pronunciar
aqu, dijo el prncipe con grande ajltacion. Ese nomo
bre nos aplasta i con solo oirlo nos arruina. Si en
adelante lo pronuncias, suceder una catstrofe: to-
do este palacio quedar convertido en ruinas.
-Dime solo una cosa, prncipe, dijo la princesa
asustada con la actitud estraa de aqul; estamos en
el aire, en la berra o en algun pedazo de cielo'!
-E-tamos en tierra firme; todo aqui es slido.
Toca lo que quieras y te convencers. Pero, vamos
saliendo.
-Espera, otra preguntita volver a mi casa, o
seguir siendo princesa toda la vida?
- Eso lo sabr' dentro de poco. No te preocupes
mas que de gozar i ver lo que nu ca habrs soado.
v
1 empezaron a A ese tiempo llegaron mu-
chas damas, a cua:l de todas vestidas con mas lujoso
traje, abrieron calle i 'se co.locaron detrs de los prfn
- 59-
cipes. Ua enjambre de hombrecitos, gordos i barbo
nes. i cuya altura no pasaba de una vara, lleg hcia
la pareja, tambien abriendo calle.
De aqu se divisaba una muchedumbre de jente
eleganU'ima que S-1 movia en varias salas, las cuales
se estendian al frente i a Jos lados, con altas colum-
nas jaspeadas i llenas de colgaduras de ricas tejas,
formando los mas variados 1 caprichosos adol'ooS.
Aquellos salones, resplandecientes de luz, termina-
ban en un trono levantado a oonsiderable altura.
Dos gigantone' custodiaban' las gradas que daban
acceso a los asientos del trono i una nube de incien
so subia hasta la alta techumbre azul, salpicada de
estrellas de plata que reflejaban las luces a millares
de los salones.
La pareja atraves larga fila de caballeros i da-
mas que se agolpaban para verla pasar. El prncipe
saludaba' a derecha e izquierdo, la se
tieRa, cual si hubIera :--ict de palo. Soja rnir:lba
de reojo a uno i otro lado. Iba temblorosa. con pasos
i de gao' se hubiera pUcJsto a llorar
a gritos,
Aquel mas refinCldo esplendor. la
msica deliciosa que se senta, la fragancia que se
respiraba, el roce de las sedas crujidoras, el relamo
pagueo de los brillalltes que ostentaba aquella mul-
titud de seores i, eoras, el nurmullo qu'> se oi'
en unos salones i los aplau",os estruendosos en otros,
todo era para trastol'nar; cualquier cabpza, mucho
mas la de la princesa, negra poco ntes, rstica e
norante como habia sido siempre, levantada ahora a
las nubes i colocada en un mar de esplendor i de
placer.
El cortejo avanzaba lentamente i al fin penetr en
un gran alon, aquel donde estaba el trono que se
haba divisado poco antes i el cual eea formado de
alabastro. jaspeR, oro i plata en multiplicados ador-
nos artisticam.ente labrados.
-60-
VI
A.l empezar a subiw las gradas, los jiganlones, que
por lo mnos median seis varas de altura i armados
de bruido acero desde la cabeza a los pies, levanta-
ron en alto la mano derecha i gritaron con voz es-
truendosa:
-iVivan los prncipesl
A este grito respondieron mil vivas. La princesa
casi se cay de susto al sentir los dos truenos jigan-
tescos. Le pareci que estos vivas habian salido de
gargantas de bronce i que se le habian metido cara-
coleando en el estmago i barriga. Disimuladamente
se apret sta con la mano derecha, despues de lo
cual crey mas conveniente darse unos sobones.
La ocasion era favorable, porque las gradas no
serian menos de treinta, i mientras subiau, ella no
seria vista fcilmente en aquel apurado trance.
-Qu tienes princesa? preguntle el principe
soltndole la mano izquierda.
-Ai! prncipe; siento en la barriga todo un in-
vierno; algo como vientecillo que sin duda yo tenia
adentro i que se roe removi con el estruendo de los
dos gigantes... Si yo pudiera...
-Las princesas no acostumbran andar con vien-
tecillo alguno... .
-As ser; pero acurdate, principe, que a tu
vista me com en mi cocina una platada de porotos
con cebolla...
-Calla! i hazme el favor de no hablar esas inde-
cencias, le interrumpi el prlncipe enfadado. Ya que
te ha venido ese accIdente desgraciado, aguanta i pa-
sar.
-Si yo estuviera en mi cocina, murmur la prin-
cesa, ya babrla dado rienda suelta a un otro estruen-
do jigantesco... ! .
- 61-
VII
Msll'.a fuert1sima reson en esos instantes i un
coro de muchas voces se oy, mientras los principes
llegaban a la plataforma i tornaban colocacion en
asientos tapizados de seda granate i respaldos de lo
mismo, encerrados en marcos enormes de oro.
Desde esa altura, el espectculo era grandioso,
imposible de describir. Cada UDa de las muchas sa-
las daba frente al trono, el cual venia a ser como el
centro o mango de un inmenso abanico. Se veian sa-
las iluminadas de diversos colores, todas llenas de
jente que miraba entusiasmada aquel trono que res-
plandecia como un cerrito de maravillosa combina
cion de brillo multicolor.
1 el coro de voces melodiosas continuaba.
-Dime, prncipe, qu hace tanta jente aqu? pre-
gunt la princesa. Todos son ricos?
-Son los cortesanos, acostumbrados a vivir a
costa de las rentas del Estado. Les he dado honores i
privilejios para tener una corte fastuosa i tambien
para tener amigos.
-Entonces has sacrificado seguramente a los po-
bres, a los contribuyentes, para dar lujo a esos se
ores, que tal v e ~ sern tus adulones.
-Ese es mi per'ado. Aqu cada cual paga muchos
pecados cometidos.
-I qu pecado puedes tener i cul es el castigo
q u ~ aparentas? Porque esto es estar en el cielo, i
ojal as se pagran todas las culpasl
-No sabes lo que dices, princesa. Yo he sido un
mal prncipe, cruel, abusador. Entregume a los vi-
cios i a los crmenes; para mantener una corte de em-
pleados intiles i aduladores oprim, con impuestos i
contribuciones al pueblo trabajador; i ahora estoi
condeoado a vivir en el mundo en figura rara, como
t me has conocido, o en forma de burro.
-Entonces esa jente tambien es encantada? dijo
asombrada la princesa.
- 62-
-Aquel que todo lo puede, respondi el prncipe,
nos permite estas fiest.as, que son para mayor pena,
porque recordamos nuestra pasada grandeza. Toda
esa jente es encantada, el esplendor que presencias
encanto tambien es.
-Tengo miedo! murmur la princesa.
-No tenRas temor. Luego nos vamos retirar,
porque ya va siendo hora de volver al lado de Fara-
malla.
-Dime, ese seor Faramalla tambien est en-
cantado'!
-Ese encanta a todo el mundo; lo manda todo,
pOrque es seor absoluto, re el mas go
bierna millones de hombres, tiene millonE's de espri-
tus a quienes trasformar en figuras diver as i l mis-
mo pllede aparecer como quiere.
-Entnces su verdadero nombre no es Farama-
lla; cmo se llama?
-Si no 10 has adivinndo, 10 sabrs mas tarde.
-Deseo saber, prncipe, quines son lin-
das ;;eoras que 8e ven por todas partes.
-Son {;ortesanas, mujeres que han pasado por
hom'adas por.que han POdIdo disponer de eiertos ape-
llido i de algunos bienes de fortuna. Rodean a los
poderosos i ayudan a pervel'tirlos, -in acordarse de
nadie mas.
-Entnces tambien son eastigadas volvindo e
anima i !laband ljas?
-Si; aquella dama que te visti era nada mnos
qne Ja cabrlta ..
-La cabritaI interrumpi la princrsa en el colmo
de la adrnlracioD.
-Ni mas ni mnos; era la cabrita.
-Dime, dnde estn lo hombres buenos aqu?
Quiero
-No seas tonta, princesa cndida, el
prioc1pe rindose; donde veas i aduladores, ri
quezas i esplendores, no por virtud ni por
buenas obra8. Ah! si yo hubiera SIdo pobre, seria
mas feliz ahora!
-Entonces mis papas i mis cebollas, mib garban.
- 63-
lOS i mis porotos son mas valiosos que tus brillan
tes, dijo la princesa rindose con tantas ganas, que el
prncipe la oblig a taparse Ja boca.
Un Dll1eVO espectculo empezaba a producirse a
ese tiempo, interrumpiendo la graciosa conversa
cion.
VIII
-Mira, dijo el prncipe, aquella muralla que est
jirando.
Se veia, en efecto, la muralla de uno de 108 salo"
nes del frente que jiraba. mostrando en c da vuelta
adornos diferentes. Espejos enormes, cortinajes de
todos colores i formas, arcos de flores luminosas del
mas esplndido efecto, todo iba presentando aquel
fondo del salon en movimiento.
De pronto ces la msica i el canto i aquella mu
ralla se dividi en dos partes, apareciendo detrs UDa
multitud innumerable de njeles alegres i en movi-
miento, los cuales, entonaban UD cntico del mas
grandioso efecto, acompa"ado de una fenomenal m'
sica compuesta de unos dos mil instrumentos.
Formaban Jos njeles una especie de graderia in-
mensa, cuyo trmino se perdia oe vista. Los de m' s
al fondo eran los que estaban mas al to, pero a una
elevacion como grande montaa. Pareca que teca
ban al cielo.
Los njeles ajitaban grandes alas, i el ruido de
ellas al chocar, semejaba como el eco lejano de mu-
chas cascadas de agua, bulliciosas i sonoras.
Aquella escena sin igual, era iluminada por pode-
rosos torrentes de luz de un jigantesco arco iris, cu
yos colores dividian en secciones trasversales a la
muchedumbre anjelical.
De esta manera se veian en primer trmino los
njeles blancos, resplandecientes como la nieve heri-
cia por rayos de sol: seguan los azules color de cielo
primaveral, despues los colorados o mas bien carme
si, a continuacion los amarillos, "Reguidos de los na-
ranjados, i al final, en la parte superior, los verdes.
- 64-
Esos siete colores, ajitados i con suaves cambian
tes, producian un efecto el mas grandioso que pudie-
ra idear la mas fantstica imajinacion.
IX
-Prncipe, dijo la princesa, trmula de emocion
ante aquel espectculo; se me desvanece la cabeza...
De dnde han salido tantos njeles?
-No son njeles como los que te ha dado a cono-
cer tu relijion, le contest aqul; son personas que
tienen moos culpas que los que llenan los salones i
00 se trasforman sino en imitaciones de njeles, flo-
res, nubes, mariposas. Porque es preciso que sepas
que eotre los encantados haI jerarquias o categoras
que en estas reuniones tienen gustos diferentes. Ac
abajo de este trono, toda esa multitud que se ajita
gozosamente, la componen los criminales de la alta
clase, los que esplotan al pobre i muchos otros. Aque
llos njeles soo Jos que no tienen mas culpas que el
amor desenfrenado, Hcencioso, mas all de lo conve-
niente.
-Dime, prncipe, todas estas jentes, los njeJes i
t mismo ha&ta cundo permanecern as como se
encuentran? Irn al cielo alguna vez?
-No preguntes eso, porque tendramos que Dom
brar a Aquel que todo lo puede, seor de ese cielo i
del infierno... i eso no puede ha erse aqui, porqne
inmediatamente terminaria todo lo ql.le t ests
viendo.
La princesa sigui oyendo aquel canto armonio-
sisimq. Los njeles se movian SIguiendo ~ I comps de
la m ~ i c a .
La poesia era un bimno al placer i al mas ardiente
amor.
Al escuchar "quelIos torrentes de armona, pare
ca que la felicidad reinaria en aquella manson en
que la alegria habia desterrado a la trIsteza de una
manera absoluta.
Pero el canto vari como la poesia. Himno al rei
- 65-
ele los infiernos reson, haciendo estremecer con su
eco poderoso las s a ~ a s i sus columnas. Aquellas no-
tas vigorosas i vibrantes, eran del mas grandioso
efecto.
Aese tiempo, la princesa di un pequeo grito i
qued con la vista como clavada hcia los njeles...
-Mira... les van saliendo cuernos...
En efecto, a cada cabeza empezaba a salirle dos
cuernos que iban caracoleando hcia arriba, pausa-
damente.
-Si, dijo el prncipe, es la muestra de que aqu
Dadie hai virtuoso, i para que sepas que en este pa-
lacio relucen las mas fenomenales riquezas, pero que
el alma est gastada, perdida...
-Prncipel me ests dando miedo, dijo la prin-
cesa, dndose vuelta para mirarlo.
La princesa h i ~ o un movimiento de espanto i que
d como el que v una vision horrible.
-T tambien... con cuernos!. .. Vmonos de aqu,
principe. Mejor ests feo, rechoncho, paton i con na
riz de loro... Temo que a m tambin me salgan!
1 la aflijida princesa se toc la cabeza con ambas
maDOS, por entre los calados de la corona. ,.
-Esperal dijo asustada; creo que si...
Se sac la porona con la derecha, con gran rapi-
dez, antes que pudiera impedrselo el prncipe, se too
c libremente la cabeza con la izquierda i di lin gri
to, dejando caer aqulla con estruendo.
-Yo tambien... con cuernos!
Se tap la cara con ambas manos, lanz un jemi
do, i luego, en el colmo de la desesperacion, i sin que
pudieren calmarla consoladoras palabras del prnci-
pe, esclam en forma de quejido tembloroso, fuerte,
de manera que reson formando eco en las salas:
-Jess!. .. Dios me ampare! ...
XI
Cual el rujido unisono de mil rabiosas fieras afri
canas, o el ronco estruendo que producen las olas ji-
S
- 66-
gantescas de un mar enfurecido al azotar la rocallo-
sa playa en noche de revuelto temporal, as en el pa
lacio del prncipe Oscar sintise un ruido ronco,
aterrante, como el que suele preceder a un gran te
rremoto, i luego, como de un golpe, derrum.l;Jse tro
no, columnas i todo.
Se acabaron las luces esplendentes, los persona
jes i sus innumerables joyas, las flores perfumadas,
el aroma del incienso, la ",onrisa enloquecedora de
las damas, el canto majestuoso de los njeles, el prn-
cipe i su corte, en fin.
En aquella morada deliciosa, trabajada sin duda
por una lejion de mjicos artistas i en donde hacia
pocos instantes se ostentaba brillante i radiosa la
mas soberbia grandeza, reinaba ahora la oscuridad i
el silencio.
Campo solitario cual un cementerio, con unos
cuantos arbustos diseminados, algunas piedras suelo
tas en la superficie o medio enterradas i a cierta dis-
ancia una frondosa mata de quilo: tal era el lugar en
donde se habia levantado aquel esplndido palcio.
Esas piedras blanquecinas, de diversas formas i
tamaos, parecian lpidas funerrias que sealaban
el sitio de una enorme catstrofe muestras de la C-
iera divina contra la altivez i soberbia de los pode-
rosos.
Un viento helado azot aquel campo, apenas alum
brado por los fugaces destellos del planeta Venus,
que aparecia en esos momentos tras de nubes somo
brias del oriente.
Era el anuncio de un prximo i nuevo dia.
CAPTULO III
Chon cbon chon chon.
I
El palacio del prncipe Osear habia desaparecido
con la mjica facilidad con que habia sido fabricado,
sin que quedara ni el mas insignificante rastro.
ED medio de aquella soledad en que no se sentia ni
el siniestro chillido de alguD avechucho, ni el rUido
eco i montono del cururo roedor, la mata de quilo
empez a estremecerse, poniendo en alarma al gran
nmero de disformes cuncunas, horribles i puntas,
que all pernoctaban.
Las ramas se ajitaron i quejidos humanos interrum-
pieron el silencio sepulcral de aquel paraje.
AlU habia jente, porque luego se oyeron voces que
jumbrosas, ayes lastimeros de algun escapado de la
terrible catstrofe.
II
-Venga mi dama, el prncipe, los enanos!. .. don-
de estoi! ... favorezcanme!. .. Siroco... ! Siroco... co... 1
Tales eran les voces que salan de la mata de quilo.
Aese tiempo s i n t ~ s e , a dos pasos de distancia, el
rodar de una piedra de gran tamao que all apare-
ca medio enterrada. Del hueco quedado en el terreno,
apareci una cabeza disforme de jente que mir para
todos lados, esclamando:
-Negra! negra! ... ests por aqu?.. agraa!
-Aqu. .. aqu estoi!. .. SOl; ... Siroco?
-Si, ya voi, espera un instante.
-Aqu estoi a oscuras en esta alcoba ... Parece que
me ban dejado debajo del catre.. tI la dama?... I los
enanos? .. Que enciendan pronto la luz.
- 68-
-Cllate, negra, respondi Siroco saliendo del
hoyo. Ests soando o aturdida? No te acuerde8 de
esas cosas, ni de catre, ni de dama, ni de enanos, ni
de la te tir de las patas.
-Luces, flores, oro, plata, mi corona... s, mi co-
rona, que me la traigan... nO,se la vayan a robar...
-Negra! creo que has quedado con la cabeza ma-
la, dIjo Siroco cojeando I acercndose a la mata de
quilo.
Entnces Siroco, que l era en efecto, apart algu
nas ramas i penetr debajo de la mata.
-1 egra!
1 un pequeo-ruido de ramas i hojas S8 sigui. La
negra continuaba creyendo que estaba en la alcoba
del palacio, pero no se atrevia a moverse.
-Mira prncipe, la dama, aqulla me ha colocado
un enorme ramo de flores encima, pero tan grande
que me tiene postrada i no s por donde salir.
-Oye, negra; ya no soi prncipe,.i el ramo de flo
res es una mata,de quilo.
-Que ests loco, principe?
- Te digo_que ya .0 soi prncipe.: Levntate i sa
fuera.
Siroco tom de un brazo a la negra i la sac cas
a la rastra, toda revolcada i con el pelo desgreado
revuelto, en cuya ramazon algunas cuncunas se II
habian aferrado firme. La cabeza de la negra parec,
otra mata de quilo.
III
La destronada princesa mir,a todos lados i pre
unt; en el colmo de la sorpresa:
-Qu significa esto! I el palacio...'
-Con aquellas palabras que-: pronunciastes, tod
concluy violentamente, como t8:10 habia
J
anunciad
por dos veces.
-Parece que estoi)oando! Lo que no es sue
es que aqu estamos con fria i solos... Temo al q
dirn, Siroco... En fiD, dime dnde nos encontramo
- 69-
-En un cerro. Ves a.quella lucecilla que est all
mui ljos?
-Sf, veo una cosa que brilla.
-All est Alhu.
-Ni en un dia entero de marcha alcanzamos a lIe-
ar all.
-Espera un poco; luego saldremos de estos con-
flictos.
-uye Siroco, ya que hemos quedado sin palacio i
sin corona, ,no te queda algo para alquilar una bes-
tia con qu trasportarnos a la casa? Porque temo los
palos que me van a dar sino llego esta noche.
-No te d cuidado... Esperemos un instante.
-Mira, Siroco, me parece que siento animales por
mi cabeza.
I la se pas la mano por la tierrosa cabelle-
ra; luego di un grito al econtrarse bultitos helados
i umamente speros.
-Siroco, librame de estos diablos que se me han
pegado aqu.
-No son diablos, repuso Siroco, son seres deRgra
ciados que ni siquieran pican.
-Las cuncunas no pican? Caramba! Clavan como
alftler.
-Hai que distinguir, dijo Siroco sacando con cui
do las cuncunas; cree el vulgo que las puas que
tienen como defensa las cuncunas, se introducen en
piel del hombre o animal picando como fina aguja.
-Pues, es claro, como que mas de una vez me han
picado.
-Es un engao, continu Siroco. Esas puas estn
llenas de un humor venenoso con las propiedades
oficiantes para producir un escozor insoportable
que Jo toca o al que es tocado, i de aqu es que se
erea que la punta es lalfque entra en ]a piel. Esa pun-
ta es flexible, incapaz de penetrar piel o cuero; pe
el humorcillo si. Lo mismo pasa con la hortiga.
-I estas CUDcunas tienen ese humorcillo?
Porque la verdad toqu una i no e doli,
mo en otras ocasiones.
-Estas son encantadas i por eso...
- 70-
-Que ests diciendo, Siroco!
-Es la verdad; estos animalitos no tienen veneno,
porque son los njeles que t vistes cantando...
-Los ngeles de siete colores..? dijo la negra
admiradisima.
-Los mismos. Ahora, es preciso que sepas que lle
vas dos recuerdos: el pauelo que tienes en tu pes-
cuezo con el cual nunca tendrs males hasta que te
mueras de vieja, i esas bostitas de cabra que tiene
en el bolsi!lo de tu vestido...
-Bostitas en mi vestido! I la negra se meti rpi-
da la mano en el bolsillo.
-Mira, Siroco, quin me vino a echar estas inde-
cencias?
-Oye, negra; cuando llegues a tu casa, echa en
alua limpia esas bostitas, i al venir el dla siguiente
las vers convertidas en pepas de oro.
-He visto tantas novedades, interrumpi Petroni
la, que ahora creo todas las barbaridades que quie-
ras contarme.
-Pero-agreg-es particular; no hai ni seales
de haber existido palacio alguno aqu.
-Deja esas reflexiones para otra vez, i aprntate,
que necesitamos llegar a tu casa antes que venga el
dia, i yano tarda, dijo Siroco, mirando a Vnus, que
se levantaba majestuosa, despirHendo rayos de luz
vivfsima.
-Bueno; pero cmo nos movemos en estas sole-
dades?
-- No te d cuidado. Luego vamos a irnos con toda
comodidad, mas o mnos como vinimos.
-En la cabra?
-N, en otra cosa.
I Siroco se arretac, levant la cabeza i se puso
en )a boca las manos encartuchadas, gritando como
ciertos pjaros nocturnos, que el vulgo denomina con
su propio canto:
-Chon chon chon chon!
- 71-
IV
Al instante se oy el eco lejano de un pjaro, que
repiti exactamente el grito de Siroco.
-Ya viene! dijo ste.
-Ese es. chonchon.
-Si es un amigo de fornidas. Ese ser quien
nos lleve lijero.
A ese tiempo, el chonchon repiti su grito como
para saber de dnde se le llamaba. Siroco le:contest
de igual manera, i entonces se v llegar con. gran
velocidad un gran pjaro, el cual di dos vueltas aire
dedor de Siroco i de la negra. Luego baj a tierra i
qued parado a tres pasos de Siroco.
-Ven ac, mi negrito, dijo aquel, aproximndose
al pjaro, al que empez hacerle caricias.
Era aquel de una vara i media de alto, de color:plo
mo oscuro, cabeza redonda como tucquere, ojos de
lechuza, pico disforme medio curvo, en cuya parte
inferior tenia boca como jente. Sus patas largas i foro
Didas, terminaban en garras como gavilan, pero los
dedos estaban unidos de mJ.nera que en el agua, el
pjaro podia nadar sirvindole de remos sus garras
estendidas, como los patos.
Cubria su cuerpo un cuero peludo como el del coi-
po u otro animal del agua, i solo en las puntas de las
alas tenia gruesas plumas que le servian para volar.
Por lo demas, las alas semejaban a las del murci-
lagu. Estendidas abarcaban unas cuatro varas de es-
tension o poco mas.
El aspecto de este animal era repugnante. Por esto
la negra di un grito de espanto al verlo de cerca.
-El diablol dijo a Siroco al oido.
-Cllate! le respondi enfadado aquel.
V
-Mira negrito, dijo Siroco al fiero pjaro; nos
a llevar a Alhu, a casa de Santiago Barreta. Pene-
-72 -
trars por el lado de la huerta i alli nos dejars en
cima de la tapia que d al patio donde est la cocina.
l:l pjaro estendi las alas i las ajit6 ruidosamente
como en seal de aprobacion.
-Vamos
t
negra, continu Siroco
t
sube sobre ello-
mo del amigo i agrralo del pescuezo, abrazndolo
cerca de las alas. Asi iras sin ninguna novedad.
La negra vacil, porque tenia un miedo atroz :al
pjaro.
-Ai! Siroco! dijo a ste, calladito; he visto mu-
chos pjaros feos, lechuzas, chuchos, pequenes; pero
ste dijo afuera.
-Djate de esas bromas, negra, i sube de una
vez.
La negra se alleg al ch0nchon, temblando de
miedo. Siroco tuvo qQe tomarla de la mano para ha-
cerla subir sobre el lomo del pjaro, el cual se afir-
m en las patas para recibir el peso nada suave de
aquella.
-Aprieta bien las piernas, dijo Siroco, i agarra
con las dos manos el pescuezo del pjaro.
-Ya est, repuso la negra. No vas conmigo, Si
roco?
-Sf, yo me agarro de la cola i nada mas. Cierra
los ojos i cuidado con abrirlos.
-1 luego agreg iroco:
-Listo! arriba negrito! a la una... a las dos.. a
las tresl
El chonchon estendi las alas, lanz una especie
de quejido, i de un salto se levant del suelo i empe-
z a volar, formando un ruido seco al chocar con la
brisa cordillerana que en esos momentos invadia los
cerros i valles de Alhu.
VI
-Chon chon chon chonl se oy gritar en aque-
llas soledades, sin que ni el mas leve rumor se sin-
tiese fuera del que producian las alas.
Momentos despues se sinti el canto pausado de
- 73-
unos carreteros que por algun camino marchaban al
comps de mansos bueyes. Se oia el chillido de las
ruedas al jirar pesadamente sobre los ejes.
-Vamos cerca de tierra, dijo la negra.
-Djate de hablar, le contest Siroco.
-Chon chon chon chon! grit el pjaro.
- Vuelve maana por sal! se sinti que contesta-
ba un carretero.
1 el chonchon sigui rpido su vuelo.
- Ya vamos a llegar, negra, dijo Siroco.
A ese tiempo el chonchon di un chillido i un
brusco movimiento, i el vuelo ces.
-Abre los ojos, negra, i bjate, advirti Siroco.
-Estamos en casa! dijo la negra, dando muestras
de gran contento.
-Hasta luego, negrito! esclam Siroco, dando
una palmada en la cabeza al chonchon.
Este volvi a estender las alas i emprendi rpi-
do vuelo hasta perderse de vista.
La negra qued mirndolo con la boca abierta, i
luego dijo:
-Qu pjaro tan horrible!
VII
-Ya es hora, negra. Faramalla me est llamando,
En efecto, se sentia la voz de aqul.
-Pero aqu estamos sobre la tapia, respondi la
negrl. Hai que bajarse con tiento.
-Oye, dijo Siroco; bjate haciendo lo mismo que
y6; estiende los brazos i arrjate al suelo, como quien
v a volar, diciendo estas palabras: Sin Dios ni San-
ta Maria!
- Est bien; a ver, vuela t.
-All voi, repuso Siroco. Estendi los brazos,
pronunci aquellas palabras i al punto vol hcia el
medio del patio, de cuyo punto se fu corriendo al
comedor, en donde terminaba la cena de que se ha
hablado en un captulo anterior.
La negra lo mir bajarse sin novedad, pero pens
-74 -
que las palabras sin Dios ni Santa Maria le sonaban
mal. Estendi los brazos i por hacerlo mejor, escla-
m, lanzndose al espacio:
-Con !Jios i Santa 8laria!
Un gran batacazo se sinti resonar en el patio. La
negra cay al suelo azotndose su pobre humanidad
lastimosamente. El porrazo fu tan grande, que Siro-
co lo sinti i volvi rpido a verla.
Encontr a la negra aturdida, con piernas i bra-
zos abiertos. Parecia una rana enorme. La tom de
los brazos i la arrastr a la cocina i alli la dej en la
posicion en que la encontraron Santiago i Juana, se-
gun se ha referido ntes.
CAPITULO IX
La sombra barbuda
1
Reanudemos la relacion interrumpida en el cap-
tulo VI, en que dijimos que Santiago i Juana se ha
bian marchado adormir, despues de la noche de
fiesta i cena,
Pocos momentos despues, en la casa se oian ron-
quidos de tonos diferentes, sobresaliendo los de la
negra, porque era la mas robusta garganta de la ca-
sa, para roncar i beber.
El nuevo da llegaba a ese tiempo. A su paso ve
nia abrindose resplandeciente cortinaje de nubes,
bordadas de oro i plata, que habian cerrado las puer-
tas del oriente en horas de oscuridad i de silencio.
Bandadas de pajarillos madrugadores saludaban
la .:;onriente aurora con sus melodias i sus amorosas
canciones, revoloteando por los huertos i jardines de
Alhu, mientras la siempre alegre diuca dejaba oir
sus festivas serenatas de voz sonora i poderosa, co-
mo despedida a la noche i salutacion al dia.
All a lo ljos, en la vega del estero, lanzaba sus
agoreros chillidos alguna lechuza sorprendida por la
luz matinal en nocturna aventura, al mismo tiempo
que huian a sus palacios subterrneos los tmidos
roedores i salian a lucir su garbo i la flexibilidad de
sa talle el cmico pequen i el payaso tapaculo.
Cfiro rumoroso i perfumado lleg hasta el patio
de la casa, meciendo flores i plantas: era la luz del
sol que empujaba brisas cordilleranas, las cuales es-
parcidas sllavemente por prados i campias, inunda-
ron todo de luz i de alegria.
- 76-
II
Cuando tranquilidad absoluta reinaba en la casa
de Santiago Barreta, una sombra deslizse por las
habitaciones atravesndolas sin ruido alguno; pas
puertas cerradas sin romper ni abrir cerraduras, i
l I e ~ a la pieza en donde dormian las tres hijas de
aqul.
Dolores, la roayor, tenia cama aparte; las dos me-
nores dormian juntas.
Respiracion pausada, tranquila, resonaba allf co-
mo signo de profunrlo sueo. La luz del dia no entra-
ba sino escasamente por el agujero de la llave de la
puerta que daba entrada al pa.tio, i sta, como la
otra que comunicaba con el dormitorio de los padres,
estaba bien cerrada.
Dolores les habia puesto llave por dentro por cos-
tumbre, porque nunca en la casa habia ocurrido la
menor novedad, ni por robos, ni mnos por amores.
La sombra aquella avanz hacia la cania de Dolo-
res, la cual, tendida sobre el costado derecho, dormia
vuelta hacia la pared, con la cabeza cubierta hasta la
mitad por sbana i frazada.
Subian i bajaban las ropas de la cama siguiendo
el comps de la fuerte respiracion de la nia dormi
da, cuando dos manos tomaron la sbana por el lado
de la cabecera i cubrieron toda la cara de Dolores.
Esta ni se movi; pero su respiracion fu apagn-
dose, porque el aliento de la sombra habia llegado
hasta ella. Como entre sueo divis un bulto fuera de
su cama, con cara barbuda, ojos que relumbraban, i
nada mas.
No se conocia fisonomia ni cuerpo alguno, porque
la oscuridad todavia era bastante para ocultar de
talles.
La cara barbuda se aproxim a la de Dolores, i
sta se estremeci de susto al oir UDa voz despacio,
pero ronca, que le decia:
-Dolores, no te asustes; soi tu padre.
77 -
III
Un miedo horroroso sinti Dolores tras de aque-
llas palabras. Pens en gritar, pero sospech que el
que la hablaba podia ser el diablo, i esto la oblig a
quedar muda. Eso s que empez a sudar a mares.
La voz se oy otra vez, siempre calmada i con vi-
sible intencion de no causar ni sorpresa ni miedo:
-Dolores, te digo que no tengas miedo...
-Diga quin es usted, o grito... dijo Dolores, mas
muerta que viva, encojindose como la araa que
siente la humedad del aire.
-Soi tu padre...
-I qu es lo que busca aqu'! replic Dolores, sin
dar entero crdito a lo que Ola.
A este tiempo, barba gruesa i helada sinti aqu-
lla que tocaba una de sus manos, encojida sobre el
pecho. Di un estremezon como el que se siente to-
cado por algun objeto desagradable.
-Oye, destpate i abrgarne, dijo el barbudo'
Dolores tom por dentro sbana i frazada i con
ellas se envolvi de manera que apenas entraba aire.
Qued como caracol dentro de la concha, escapando
a un peligro esterior.
Pero la sombra se sent sobre el catre, el cual cru-
ji cimbrndose. Luego Dolores sinti que le tiraban
las ropas de la cabeza, para destaparla, i entonces
habl fuerte para que sus hermanas oyeran:
- Vyase a su cama; yo le voi a contar a mi madre
esto.
-No seas tonta, respondi la sombra; no tienes
para qu decirle nada. Tengo frio; abrgame un rato
siquiera...
-Vyase, le digo; lo que nunca habia hecho usted
se le ha antojado ahoral Yo creo que usted no es mi
paare.
-Si soi el mismo! Tcame la barba.
-Yo nada le toco, ni me desabrigo, djeme, por-
que voi a gritar.
-N, no grites. Me voi i nada cuentes.
78 -
IV
La sombra se separ de la cama. Entnces Dolores
se destap lo suficiente un ojo para ver qu novdad
era esa. Al mi..:mo grit:
-Chiquillas, despierten!
Alcanz a ver la sombra que atravesaba ]a pieza
en direccion a la puerta, i all desapareci.
I Dolores qued pensando en que era mui curioso
el que su padre hubiese tenido el capricho de ir a 1
cama sin que se sintiese abrir ni cerrar ninguna
puerta.
-Por dnde habia entrado? Tal era lo grave del
a unto.
Las dos hermanas despertaron al punto, i la me-
nor esclam:
-Mira, Dolores, por aqu parece que atraves un
bulto.
-S, contest aqulla; aqu en mi cama estuvo Ull
barbudo que dijo que era mi padre. I yo pienso que
no puede ser l, a pesar de que tiene barba igual, se-
gun parece, aunque mas spera i grande.
-Pero por dnde ha entrado, cuando las puer-
tas estn cerradas? dijeron casi a un tiempo las dos
menores? .
Dolores salt de la cama i en camisa fu a rejis-
trar las puertas, ya sm miedo i alentada con la con-
ver'acion de las hermanas.
-EsUn cerradas, esclam Dolores con sorpresa.
-1 las tres empezaron a vestirse para ir a con-
tarle a Juana aquella novedad.
v
Santiago se habia levantado mas o mnos en los
momentos en que tenia lugar la escena de la de
Dolores. Juana, de sueo mas liviano, lo habia reme
cido hasta hacerlo vestirse, a fin de que fu se a abrir
el negocio, como era costumbre diar ia.
-79 -
Esta vez el negocio, despacho i tienda, abri sus
puertas mucho mas tarde.
Tal vez por esto, los amanecieron de mal
humor: el sollos habia sorprendido en la cama.
Mientras Santiago se ocupaba tras dei mostrador
en despachar sus compradores, Dolores lleg con
grande afan adonde estaba J
-Mire, madre, un bulto como sombra ha estado
en mi cama i casi me he muerto de miedo.
-Habre. estado dijo JUna, sin dar im-
portancia a las alarmantes palabras de Dolores.
--Estaba yo despierta, continu sta; el bulto me
habl i me dijo que era mi padre.
-Cierto, dijo entrando Maria, la que se seguia en
edad a Dolores; yo divis una cosa como sombra que
pasaba sin hacer ruido.
-Si eso no puede ser! dijo pensativa Juana.
-Yoi a preguntarle a mi padre, esclam de im
proviso Dolores, echando a correr hcia la tienda.
Juana la llam imperiosamente i la oblig 3. vol-
ver, dicindole:
-Yo me encargar de averiguar ese asunto tan
raro.
VI
Juana empez a vestirse i luego se levant, pasan-
do despues a ver a la negra.
Aun dormia sta, pero unos fuertes Eacudones la
hicieron moverse pesadamente. Abri enorme boca,
estir sus miembros, i con los ojos aun cerrados em-
pez a buscar algo, sobre sus vestidos i cama, mur-
murando entre dientes:
-Me han llevado la corona... mi vestido celeste...
mis cuernos... se fueron!
1 la negra se toc la cabeza, en tanto que Juana la
miraba rindose.
-Despierta, negra, i anda al PUDto a hacer fue-
go, le dije Juana dndole UDas palmadas en el hom
bro derecho.
La negra abri los ojos i qued como asustad . Le
- 80-
parecia que habia pasado un ao desde que no dar
mia en su cama, que era pobre, i metida en el rincon
de un cuartucho humilde. 1 ella que habia tenido a
la mano una corona rejia en el lindo dormitorio de un
palaclo..1
Pero era fuerza rendirse a la evidencia i al des-
engao. Petronila amaneci como la patrona, de mal
humor.
::sin fluerer hablar palabra, por mas preguntas que
le hacia Juana, aquella se levant mudo i se duiji a
la cocina.
Los recuerdos de la noche anterior, tan variados
como estraordinarios i hasta sobrenaturales, pusie-
ron triste a la negra. Sentada en el suelo con las ro-
dillas paradas i afirmando en ellas los codos de sus
brazos, cuyas manos apretaban la cabeza, que yacia
incliuada i al parecer en profunda meditacion, esta
ba la negra cuando mas tarde la encontr Juana.
-Negra, por Dios! le dijo sta en tono de repro-
che; ya es hora de almuerzo i todavia no se divisa
una chispa de fuego.
1 sm otro prembulo, tom la escoba que cerca
estaba i con ella di fuerte en la cabeza de aquella
princesa destronada, ahora infeliz i aporreada coci
nera.
La negra se levant con la jeta larga i empez a
arreglar la lea para encender fuego.
Juana se retir entonces, recomendndole que le
llevara fuego i agua hirviendo en momentos mas.
-MUl pronto estarn listas esas c o s a ~ , dijo seca-
mente la negra.
VII
Entonces se acord Petronila de las bostas de ca-
bra. Rejistr su bolsillo i encontr como la mitad m-
nos. Siguiendo el consejo de Siroco, busc un tiesto
de barro i al11 vaci el contenido del bolsillo. Despues
llen de agua el tiesto 1 lo llev a la hllerta, colocn
dolo escondido entre el ramaje de tupida mata de
enredaderas.
- 81-
AlH iba a operarse el mlagro de convertirse bos
8 en pepas de oro, suceso que dejaria atrs i chi
ito el del agua convertida en vino i el de la multi-
licacion de los panes de los tiempos bblicos.
Volvi la negra a la Gocina a marcha lijera; pero
antes de llegar a ella divis salir humo por la puerta
i por una ventanilla que hacia de chimenea. En la co-
oina habia fuego sin que Petronila lo hubiese encen
dido. .
Cuando sta lleg a la puerta, llamas chisporro-
teadoras salian de un mantoncito de lea, al lado del
eaal aguardaban los suficientes grados de calor para
hervir una olla de barro i un tacho de cobre, grande
i cmodo, con el que la familia se surtia de agua ca
liente para los mates i dems bebida .
-Si no ha venido Siroco, murmur la negra, el
diablo me habr hecho el favor de ahorrarme tra-
bajo.
Juana lleg en ese instante, preguntando:
-Divis unas barbas salir de aqu hace poco era
Santiago?
-No lo he visto por aqu, porque he estado en la
huerta hace un momento, respondi la negra.
1 Juana se retir pensativa, mientras Petronila.
quedaba diciendo para s:
-Unas barbas aqu? .. Si no hai mas que las
mias, pero sin pelos...
-llas mias? .. hasta luego, negra!
Petronila di un salto de sorpresa al oir estas pa
labras Solo alcanz a ver una especie de sombra que
pas rpida por el patio.
Sali a ver quien la habia hablado; pero no divis
a nadie.
-Be seguro que Siroco ha vuelto a verme; pero
COmo no seria prudente que en la casa lo vieran, se
habr ido.
Esto pens la negra, quedando con cierto buen hu-
mor. Siroco le recordaba horas felices, i aun cuando
tas habian volado rpidas, pensaba en ellas con
sto especial.
6
82 -
VIII
Juana se habia puesto de . un humor de todos los
diablos, sin que ella misma encontrara" suficiente
causa.
Mintras Petronila preparaba el fuego i las chiqui-
llas se arreglaban en su dormitorio para empezar
las tareas diarias de aprendizaje a que las dedicaba
el padre, ste entr a la pieza en que estaba Juana
a buscar algo que necesitaba en el mostrador.
Santiago qued sorprendido al oir este fuego gra
neado de su_mujer:
- Sois un atrevido, un malvado, un
indecente... un brujo....
-Juana, por Diosf Qu significa eso? Primera vez
que te oigo e e lenguaje indigno de una mujer hones-
ta fmas indigno de una buena esposa.
1 Santiago se retir al despacho. con grande
enojo. La paz de la familia estaba interrumpida, por
primera vez como lo habia dicho aquel.
La gravedad de los insultos de Juana no podia ser
mayor. Sobre todo, la palabra brujo era sinnima de
Satans. En aquellos tiempos, como en muchos aos
siguientes, i aun en los tiempos en que se escribe
obra, se creia en los brujos como se crea en el dia-
blo. Se perseguia a todo sospechado de brujeria, i
pobrecito si se lograba atraparlo. La Inquisicion, la
justicia popular condenaba a la pena de la vida al
culpado, previo los mayores suplicios.
Por eso los estranjeros, casi todos sospechados
de brujos, porque hablaban un idioma dIverso al de
los hijos del pais i al de sus dominadores, los espa
oles, eran mui pocos. Para vivir en Chile necesita-
ban ser pblicamente catlicos i llevar una vida
ejemplar, so pena de ser denunciados i lanzados fue-
ra del pais.
Habia eseepciones con los casados, i por esto San-
tiago tuvo miedo a su mujer. Llamarlo brujo era
peor que decirle ladran i bandido.
Pero habia que tener prudencia. Una mujer eno-
- 83-
jada es cien veces mas peligrsa que un hombre eno-
jado. Santiago se volvi mudo. Oy hablar varias ve
ces a Juana, sin atenderla, casi sin oirla siquiera.
IX
La sombra i las barbas misteriosas era un asunto
que preocupaba a Juana. Dej en paz a Santiago i se
dirigi a la cocina despues de un tardo desayuno.
-Dime, dijo a la negra, dnde te has llevado
anoche?
-Aqu en la cocina, calentandome al fuego.
-Me paree que has e tado en funcion, porque te
encontramos al venir el dia borracha, con flores i con
un pauelo lacre en el pescuezo.
-Fu regalo todo eso de ese hombrecito Siroco,
repuso con alguna timidez la negra.
-Para que no andes otra vez con regalos i con
tertulias en la cocina, te mando que esta tarde vayas
a la iglesia a confesarte. Estn pasando muchas cosas
nuevas en mi casa i creo que ser porque los peca-
dos estn hirviendo en tu cuerpo, porque t sois la
'(mica que me causa aqu mas sospecha. Ese Siroco
tiene cara de diablo o de brujo i no quiero verlo mas
aquf. Temo que Santiago se vaya a volver de un re
pente algun endemoniado de veras, i segun parece,
ya empieza con algunas cosas raras, tambien sospe-
chosas. Al Faramalla le arreglar el cuerpo mui
pronto. Poco a poco ir la casa quedando en la paz i
sosiego de ntes.
Juana endilg a la negra esta relacion mui ajita-
da, .nerviosa. Se ~ o n o c i a que hablaba con mucho
enoJo.
-Cunto tiempo hace que no te confiesas? agre
g Juana.
-Har medio mes, segun me parece.
. -Es largo tiempo ese. En Alhu andan muchos
dIablos sueltos, porque la jente es mui mala. En mi
casa quiero jente rehjiosa para vivir en paz.
- 84-
-Cumplir lo que me ha mandado. Despues de la
comida ir a confesarme, dijo la nogra.
-Oye, agreg Juana retirndose; le dirs a mi
compadre cura que esta noche venga a tomar un ma-
te i que lo espero con buena leche, como a l le
gusta.
-As! se l. dir, como su merced me lo dice, res
pondi Petronila, arreglando las ollas para el al-
muerzo.
x
-Mira, Dolores, grit Juana a ese tiempo; qu es
lo que traes en ese paquete?
Dolores salia de la huerta con un paquetito en la
mano envuelto en papel rosado, i entraba al patio co
miendo algo que sacaba del envoltorio. EL grito de la
madre la sorprendi algo; pero inmediatamente con-
test:
-Es una cosa mui buena que me ha r e ~ a l a d o un
seor que se asom t r a ~ de la tapia inmediata al cu-
len. Me dijo que aqu venian dulces santiaguinos.
Prubelos usted: ver lo dulcecitos que son.
1 abri el paquetito. DuLces estraos vi Juana
all, de todas formas i colores. En Alhu era eso ab-
solutamente desconocido. Solo las monjas podian fa
bricar en Santiago las bolillas, cstrellitas, anillos,
monitos, coronas i muchas otras cosas de dul.3e que
contenia el regalo.
-Dime qu seor era ese, orden Juana secamen
te, mirando a Dolores despues de examinar los
dulces.
-Era buen mozo, con barba mui peinada, habla
ba mui lijero i tenia cierto parecido con el seor Fa-
ramalla; pero no era l.
-Bueno, dijo Juana; trae el paquete, i otra vez
que andes recibiendo regalos, te rompo la crisma a
palos. Los regalos no debe admitirlos una nia si no
es con permiso del padre o madre. Asi debe proceder
UD,!1 jente...que qui 3re ser estimada. 1 qu te dij o ese
senor?
- 85-
-Kada, solo que gustara de estos dulces.
luana not alguna turbacion en Dolres; pero na
da mas le dijo, i ambas se dirijieron a la casa.
Apenas di vueltas Juana, sinti en las posaderas
UD gran golpe que la hizo caer de bruces. Ella i Do-
Jores dieron un grito, a cuyo eco sali Petronila. Vi
!ta, entnces, una figura barbuda de disforme ca-
beza, adornada con tres grandes cuernos i largas
orejas, que huia por entre unas matas de durazno i
palqui que sombreaban un lade del patio; pero ha
ciendo mnos caso de esto, corri a levantar a su ama.
Las tres formaron gran alarma; gritos, preguntas
i quejidos fu lo que se oy entre ellas en confusa
mezcla.
-Negra, qu significa esto! dijo Juana levantn-
dose; qu animal me habr dado este golpe tan
fuerte?
- 1 ha sido un gran terron o pedazo de adobe, di-
jo Dolores mirando a todas partes.
- 86-
-Pon la escalera i asmate por la tapia, orden
Juana con rabia.
Pero ni esta ni otras dilijencias dieron resultado
alguno. No se supo quin habia dado aquel traicione-
ro golpe.
1no he visto ni sentido a nadie, esclamaba a cada
instante Petronila.
La negra mentia, porque no se atrevia a decir na
da respecto al barbudo. Temia ella una venganza
diablica, i por eso tuvo por bien callar.
Este suceso vino a confirmar las sospechas de
Juana: el diablo andaba por all incomodado i ponien.
do en revuelta la casa. Seria Santiago ese diablo?
Pero un hombro que habia sido siempre modelo da
formalidad i de morahdad podia ahora andar en es
tas aventuras? Con qu objeto?
E to i muchas cosas mas pensaba Juana. Esper
la visita del compadre cura para resolver estas mor
tificantes dudas, sin que a Santiago ]e dijera una pa-
labra de todo esto. Quera observar pacientemente
e tos sucesos hasta encontrarles raiz.
CAPTULO X
La confesion d 4 ~ la negra
1
Cercana la noche) Juana record a la negra la
confesion.
-Te has examinado bien? le dijo aqulla. Para
medio mes de tiempo, has tenido de sobra con toda
la tarde para recordar tus faltas. Como mi compadre
tiene algo de santo, consltale sobre ese hombre tan
feo que ha venido aqu, ese Siroco a quien no quiero
Ter mas.
-As voi a hacerlo, respondi Petronla.
Poco despues sta ya estaba lista. Se puso un ves-
tido de bayeta azul oscuro i se envolvi en un [.llanto
de un jnero parecido i se diriji a la capilla, cuando
ya empezaba a ose ree.er.
En 10 que mnos habia pensado era en examinar
BU conciencia. No se encontraba con mas faltas de
qu acusarse que sus aventuras con Siroco, j no eran
pocas, de modo que sobre este punto empez a jlrar
8U rpido rebusque de pecadillos que empez a hacer
81110s escaparates de su memoria, mientras talonea-
ba hacia la capilla.
Juana, siempre previsora i hbIl, temiendo una
jugarreta de la negra, mand a las tres hijas que la
acompaasen, debiendo colocarse ellas a la entrada
de la puerta, mientras Petronila procurara hacer
llegar al capellan, por medio de algun recado a Dom
bre de la patrona, la peticion para que la confesase.
1las cosas se hicieron como aquella mand.
IL
-Est el seor capellan? pregunt la negra a un
muchacho que barria el patio esterior de a ca. illa.
- 88-
-Si, respondi el nio sin mirar; est en el con-
fesonario.
El confesonario estaba situado en el costado dere
cho de la capilla, cerca de la puerta que por ese lado
daba salida a un otro patio.
-Est aqui, seor? dijo la negra aproximndose
al confesonario, en cuyo interior s ajitaba un bulto
negro.
-Te estoi esnerando, dijo una voz dentro; hinca
te i confiesa tus culpas. Ya s que te manda Juanita,
mi comadre.
Las chiquillas entraron a ese tiempo i se hincaron
cerca de la puerta que daba salida a la calle o pla-
zuela, en tanto que Petronila se encartuchaba el re
bozo para afirmarse a la rejilla, tapada la cara con
forme la costumbre.
Una dbil lucecilla ardia en un lado del altar,
manteniendo casi a oscuras esa parte de la capilla.
Pero en el resto hcia la plazuela, reinaba a esa
hOTa luz vaga, ltimos destellos del dia que pasaba en
rpida carrera arrastrando en pos de si manto negro
salpicado de estrellas de plata.
111
Petronila se acomod lo mejor que pudo, para
confesarse, hincando sus negras rodillas en una es-
pecie de cajoncito de madera de lamo. Aproxim la
boca a la rejilla i empez a murmurar un rezo.
-Espera, le dijo el capellan acercndose a la re
jilla; djate de esa especie de rezongo i empieza a
contarme tus culpas.
-Me acuso, padre, de haber andado...
-Pero no seas tonta; si todo el mundo tiene que
andar en dos o en cuatro patas. Contina.
-Digo. padre, que me acuso de haber andado
anoche en asuntos encantados con un sujeto que me
emborrach la cabeza i me llev en una cabra...
-Djate de contarme lesuras. Adelante.
-Es que ese sujeto est encantado i mi patrona
- 89-
lo sabe i no me conviene tampoco que su paterni-
ad se lo diga, porque es capaz de sacarme el mon
ongo a
-Bueno, i qu te hizo el encantado?
-Me llev por los aires i me coloc en su palacio.
-Eso no tiene nada de malo. Adelante.
-Es que en el palacio hubo mucha bolina i en
tiendo que alguna cosa me hicieron.
-Me ests embromando, negra tonta, djole el
padre. Confiesa algun pecado o pecadillo, sobre aque-
llo i lo otro. Adelante.
-Sobre aquello, me acuso, padre, que Siroco...
-Est bien, ya entiendo; pero nada hai de malo
en eso. Siroco es buen sujeto i se va a casar contigo,
segun me lo ha dicho hace un momento.
-Ser cierto, padrecito? dijo la negra temblan
do de emociono Soi tan pobre...
-Por eso va a casarse contigo. El es rico i me ha
dicho que te har feliz. que te dejar buena moza i
que te quitar la jeta. Dime, i las chiquillas no vie-
en a confesarse?
-N, padrecito; vienen a acompaarme.
i qu mas.
-Me acuso, padre, que en la casa anda un bulto
con barbas i yo creo que ser parte del diablo; pero
DO se lo he dicho a la patrona.
-Mui bien hecho: dime, has consentido que al-
,oien te d aJgun agarron?
-Si, padr..ecito; vino un minero, cuando yo anda-
ba cerca del estero; me emborrach la vuelta lo mis
mo que la zorra, i me agarr, nada mas...
-Pero dime, qu te agarr?
-Me agarr el yesquero...
El padre se ri de mui buena gana i dijo:
-1 qu es lo que llamas yesquero?
-Es un cachito en donde se guarda la yesca con
que se enciende el cigarro.
-Con que eso no mas era? Tambien fumas, no?
-Eso si que as pecadol Adelante.
-Ya acab, padrecito.
-Entonces voi a darte una penitencia.
90-
IV
El padl'e se acomod sobre su asiento i luego di
jo, acercndose a la rejilla:
-Esta es la penitencia: cuando llegues a la casa,
buscars un local en el patio, pondrs las manos en
el suelo i parars tu~ patas hcia arriba, derechas,
hasta afirmarlas en alguna pared, i as estars hasta
que te libren del torme to, rezando' por cuatro veces
esta oracion que tiene noventa i nueve dias 1 mectio
de induljencias:
Aqu me encuentro fregada,
Con frio i despprnancada.
Sinti escalofrios la infeliz negra con aquella atroz
penite' lea. En aquellos tiempos de sumisin i de es-
clavitud, no habia derecho de pensar, ni mnos de
hacer observacion alguna a los mandatos del conCe oro
Sobre todo, la raZ!). negra no tenia mas derecho
que ser esclava. Lo mas absurdo era aceptado calla-
damente. Por esto, la negra slo se limit pre
guntar:
-A qu hora vengo maana a comulgar, pa-
drecito?
-No tienes necesidad. Te autorizo para que lo
hagas en tu cocina de la manera. siguiente: cuando te
levantes, agarra una torreja de papa cruda i te la
tragas con sal, rezando esta oracion:
Grandsimo Seor de la Ojota,
Recibeme contento i en pelota.
A continuacion ejecutars esta otra penitencia: te
dars un bao de asiento en agua serenada, rezando
esta receta:
Santsima Virgen de la ChupaBa,
Librame del burro i de Faramalla.
- 91-
Admiradsima qued la negra con estas estrava-
ntes penitencias, i tentada estuvo de asomarse para
r al.padrpcito, pues apenas da.ba crdito a lo que
l. Sin embargo, el mejor partido era el de retirar-
, sin rezar lo de regla en estos casos, porque el pa-
ecito empez prepararse para salir, i porque
(llello no parecia confesion.
-Me retiro, padrecito? le preguot tmidamente
-I todavia ests aqu? respondi el padre desde
mitad de la capilla sin que ella hubiese notado su
alida del confesionario.
V
Petronila se las chiquillas que impacien-
la aguardaban, i las <matr se encaminaron la
casa.
La negra iba muda. Por ,!las qle aquellas le did
jl80 preguntas, no lograb n obtener respuesta al
lUna.
La noche era ya oscura. Sin aber de dnde, se les
poso en el,.camino Fara.malla, saludando a Dol res,
pecialmente, con gran es mUEstras de cario. A
cada una de las tres les regal un_lindo r8.mito de
tlores, prometindoles un visita.
Entre tanto, la negra habia encontrado algo que le
pareci un antiguo conocido. Era un burro de orejas
caidas i cola batiente el que se habia venido aproxi-
mando a ellas con trancos acompasados, es decir,
trancos de burro formal.
La negra llor de pena por no poder conversar
Con ese animal, a quin crey ser Siroco. Se acababa
de confesar i era forzoso, siquiera por entnces, el
O tener malos pensamientos.
vamos corriendo! dijo Dolores tomando de
mano a sus hermanas.
1 echaron a correr, dejando plantado a Faramalla.
corriendo i dando saltos de contento como cabrio
8, llegaron a la casa.
-Qu significa esto! dijo Santiago saliendo con un
Oen la mano.
- 92-
Era que el burro se habia entusiasmado sin duda
con la alegria infantil de aquellas i entraba tambien
a la casa, dando coces de puro gusto.
Santiago lo recibi con buena racion"de palos, has-
ta obligarlo a salir. El pobre asno qued en la ealle
sirviendo de juguete a los muchachos i ocasionando
grande alboroto de quiltros, mintras las chiquillas
entraban bulliciosamente hasta el salon en donde es-
taba Juana.
VI
AlIi se encontraba de visita el padre cura o cape-
llan, que asl indistintamente solia designrsele. Do
lores i sus hermanas llegaron a saludarlo, pues hacia
algunos dias a que no las visitaba, en tanto que la
negra entr encojindose en direccin al patio, pen-
sando que se le habia olvidado de dar al padre el
recado de Juana en que lo invitaba para esa noche.
Pero all estaba.. l, i como era medio santo;de seRu-
ro que habra adivinado lo que la negra habia olvi
dado.
Tal lu lo que esta pens. Lleg al patio, i sin mas
prdida de tiempo. i para que el capellan supiese que
sabia ella dar inmediato cumplimiento a las peniten.
tencias. se arregl de manera de ejecutar la que se
habia impuesto. Dej el rebozo o manton a un lado,
eliji terreno parejo inmediato a la pared i tom la
distancia que crey conveniente
A continuacion, inclin el cuerpo, afirm las manos
en el suelo i de. un envion lanz al aire las piernas i
las afirm en la pared, quedando con toda la parte
delantera del cuerpo enfrentando al patio.
La negra andaba sin calzones, de modo que en
aquella posicion, las ropas se le bajaron a la cabeza
i qued como nuestra madre Eva al revs.
-Negra, pon a hervir el agua y trae fuego, grit
Dolores saliendo a la puerta del patio.
. Quejidos i pequeos ayes sinti por alU cerca aqu'
lla, i como estaba oscuro el patio en esa parte, aun
cuando las llamas del fuego en la cocina alumbraban
- 93-
edias lo restante del bItio, tuvo miedo i entr co
endo a ver a su madre, dicindole:
-La negra no contesta, i unos resollidos siento en
patIo.
laana se levant, encendi una vela i fu a ver qu
bia de nuevo.
-Seor cura!
corra venga a
er al diablo 1
pitaron las chi-
quillas, mintras
Illana quedaba
como quien en
alidad v al
demonio.
Lleg corrien-
do el capellan
rezando en voz
ta una oracion.
- Acrquese,
luana, con la ve-
I ,dijo alilul; yo
CleO que esto es
jeDte...
-Soi yo, pa-
drecito... que es-
toi cumpliendo..
la penitencia...
-La negra 1
esclamaron to-
08, avalanzn-
dose a librarla del suplicio i a cubrirla.
Entre los gritos de admiracion de todos, incluso los
de Santiago, i entre risas i carcajadas despues, la ne-
I dijo lo que ya el lector sabe respecto del orjen
esa singular penitencia.
-Pero si yo no he confesado a esta negra! dijo
asombrado el capellao. Si lo hubiera hecho, a
q in se le ocurre que yo iba a dar una penitencia
D salvaje i ridcula como la que ha sufrido Petro-
?
- 94-'
Esta qlled avergonzada de haber sido vctima de
una grandlsima i endiablad bro,na. A instancias de
Juana i del cura, cont Petroni'a algo de su confesion,
lo que crey prudente decir, i entonces el cura dijo:
-Solo el diablo ha podido ocupar mi lugar en el
confesionario. No les parezca raro esto, porque un
domingo pa, ado, el maldito se transform en mocho i
entr a la i lesia mui formal. Subi al plpito i se
puso a predicar llnas barbaridades tales que cau:
una risa jeneral, sin que nadie lo conociera. Cuando
yo entr al alLar, la algazara de la jente era mui
A m mLmo me hizo leso, diciendo que era
fraill3 recien llegado.
-Aqui ,,1"1 vive entre diablos i d'ablas, dijo
Juana. En mi casa e5tan pasando unas cosas, que me
parece que el (ablo no mas las inventa i las hace. Ya
se las contar, cvmpadre.
1 e Jpezaron a retirarse. Petronila se dirij i a su
cocma rezonga'1dc por la vergenza que el diablo le
habia hecho pasar, mientras SantaRo apretaba la
barriga por no re entar de risa i lo mismo hacian
las chiquillas.
-El seor Faramalla! dIjo una de aqullas.
Faramalla entraba en fuert a
todos con su franqueza de siempre.
CAPTULO XI
El pual del Diablo
Faramalla entr con su acostumbr'do traje de mi-
ero elegante i con su sombrero alon, que le cubria
media cara.
Al ver al cm'a, demostr alguna sorpresa. 'Juana
biera deseado hacerlo salir, pero le te,lia miedo.
Lo crela:un brujo o cosa parecida, i por trat de
lar con l lo menos Wslb:e.
ED Alhu era cosa corriente el tener que babrse-
1 s en las tertulias, en Jos m'gocios y en ls rnlti
es tareas de la vida diarl, , eon aJguD sujeto aspe-
oso. Era muy escasa la jente que no g\. staba mez
clarbe en los continuos disturbios de aquella pobJa-
ciOD bulliciosa i sandunguera.
La casa Barreta era una excepcion,
. por excepcion Ja visitaba el cura o capelln de
lugar.
Faramalla not que era recibido con merta frial-
dad. Juana le guardaba distancia i tambien el
por el hecho de no COllocerJo ni saber quin era. Lo
eia por vez primera i Juana se cuid de no drselo
conocer.
Las tres hijas se fueron aproximando a la madre,
i Dolores, objeto de las miradas codiciosas de Fara-
malla, se coloc entre Juana i el cura.
Asf qued el enamorado seor en situacion morti-
cante. Se puso de mal humor; pidi vino para como
ner el cuerpo, i como no se le sirviese tan luego,
Iclam con rabia, mirando la puerta entreabierta
del patio:
--:Venga un diablo a servirme un par de bo-
a81
- 96-
Al punto se levant6 el cura para retirarse, pero
Juana lo sujet de la sotana i le hizo un gesto para
que se quedara.
Entre tanto, Faramalla habia dado vuelta hacia el
lugar donde estaba la familia, sacando de las botas
dos botellas de vino.
-Tiene usted buenos dedas para prestidigitador,
le dijo el cura encendiendo un cigarro.
-Es que me gusta servir a la buena jente, con-
test Faramalla, sacndose de la cintura otras dos
botellas.
-Trae una bodega, dijo Dolores rindose.
-No tanto, pero lo suficiente para servir a todos.
y sigui sacndose botellas del chaleco, del cuello
de la cami a i hasta del sombrero.
-Es admirable! exclam el cura.
- No, seor; lo admirable es que no encuentro
quin destape una botella.
Juana puso cara visiblemente contrariada. Fara-
malla babia llegado en mala hora, i por mas esfuer-
zo que hacia para producir contento i franqueza, la
frialdad continuaba en todos los semblantes.
Lo miraban con miedo.
11
A ese tiempo, lleg a las puertas del negocio un
gran bullicio de jente. Era una batalla entre un gru-
po de mineros borrachos que reian porque cada
uno queria adelantarse a pagar un vaso de licor que
deseaban beber en buena amistad.
Faramalla encontr aqu ocasion de alborotar la
casa a fin de que la familia saliera de su estudiada
frialdad.
-Yo pago por todosl sali6 gritando Faramalla,
echndose el poncho atrs i sacando una larga bolsa
de cuero llena de pepas de oro i de onzas del mismo
metal.
Los amigos. que no eran menOi de treinta, queda
ron mirando al generoso recien llegado.
-Quin es usted? le dijo uno de los mas pr-
ximos.
- 97-
Y usted qu le importa? Yo pago i se acab,
_dijo Faramalla sacando un puado de oro.
-Pues no pagar, dijo un minero, o lo pincho con
te alfiler.
1 sac a relucir un pual de punta encorvada i ca
a de hueso plateado.
Faramalla puso sobre el mostrador el puado de
oro, sin atender a las observaciones que le hac' a
Santiago para que no se mezclara en ese asunto.
-Est pagado! grit aqul, i el que quiera tirarse
cuatro saltos, salga al frente, exclam Faramalla.
-Yo! dijeron a un tiempo varios de los presentes,
desenvainando sus puales i tratando de acometer.
-En mi casa no! grit Santiago, tratando de apa-
ciuar a los pendencieros.
Juana i las chiquillas salieron a ver aquel desr-
den, afljidas al oir hablar de puales.
-Seor Faramalla, no les diga nada a esa jente,
elclam Dolores acercndosele.
Faramalla la mir con indecible muestra de cari-
o. Se le acere i dijo a Dolores, algo min
tras los mineros se revol vian furiosos por empezar
luego la lucma:
-Por usted i por la tranquilidad de su casa voi a
batirme. Mire ust.ed...
1 diciendo esto, Faramalla sac un largo pual.
Con un rpido movimiento del brazo izquierdo se
sac el poncho i se lo envolvi en el mismo brazo en
UD par de vueltas.
-Los mas guapos al frente! grit Faramalla.
Santiago qUISO intervenir garrote en mano; pero
solo consIgui que la jente saliera al lado afuera, en
donde, a la luz de las velas del negocio, se trab una
rilia fenomenal: uno contra treinta.
III
-A ver un guapo! dijo Faramalla.
UD minero grueso, espaldudo mui jil, salt a su
Dte. diciendo burlescamente:
-Minerito maricon, tamal
7
- 98-
1 tir un par de pualadas, la primera a la cara, de
donde el pual hizo rpido circulo para caer como
un rayo a h barriga de Faramalla.
Este di un salto, par el terrible golpe i a su Vez
di tremenda cuchillada a su rival en la garganta.
El minero cay al suelo sin pronunciar palabra.
-Aqui est el otro! grit un joven..
Los puales se chocaron, echando chispas, en me
dio de los aplausos de los dems mineros i entre 1.8
esclamaciones de horror de la familia de Santiago
Barreta.
-Me gusta este cabrito, dijo Faramalla, parando
con su brazo izquierdo una pualada.
-Toma cabrito.. toma cabronl deca el joven arre
metiendo furiosamente contra Faramalla.
Pero ste di un brinco hacia un lado de aquel, al
mismo tiempo que le rebanaba la garganta.
-Otro al hoyo! dijeron algunas voces.
-1 otro al frente, grit un jiganton ponindose a
dos pasos de FaramaJla.
-No peleo contigo, dijo ste, porque sois tonto i
no sabes tirar un corte.
El aludido ruji de clera al verse tan mal tratado.
-Pelears por la fuerza, dijo a Faramalla, tirn-
dole una feroz pualada al corazon. .
-Miren que tonto, declar rindose ste i dando
con la cacha del pual un recio golpe en la cabeza
del contrario.
-Este diablo tiene mjica, grit uno.
-Tengo buen pual, replic Faramalla arreme
tiendo contra todos i llegando hasta donde se hallaba
.. aquel que habia hablado.
Abrieron crculo t o d o ~ . muchos de ellos heridos
por el tremendo pual de Faramalla; pero se guarda
ron de no ofenderlo a traicion, porque eran bravos,
i por esto gustaban de pelear de frdnte, sin ventaja
alguna, fuera de que respetaban el valor y la destre
za de aqul.
Faramalla tenia mui admirada a toda esa jente, i
por gusto, que n por encono i ruin venganza, iban
a disputarle la victoria.
- 99-
Los puales se ajitaron, se revolvieron en circulas,
ndose tremendas embestidas.
-Me gusta este pichon, dijo Faramalla atacand
.por la izquierda.
-Cuidado con el pichon, le contest el contrario.
-Trale a la barriga! grit uno alentando a su
compaero, que en vano atacaba a Faramalla.
Este dijo a su vez, sin descuidar los golpes del con
trario:
-El que se mezcle de intruso, por intruso caer...
-Ya habl mi taita... i agreg aqul un grosero
iDsultO.
Como picacio por alacran, Faramalla di un gran
8alto hcia alras, el suficiente para alcanzar al ofen-
sor, al cual tir una tan rpida cuchillada, que ste
DO tuvo tiempo para esquivarla.
-Lo prometido, tamal dijo Faramalla, hundiendo
811 pual en la garganta al infeliz.
Mintras ste caa pesadamente al suelo, otro gro-
sero insulto oJ que le dirijia un guapetan que mos-
Jraba estar impaciente por entrar a la lucha.
-Por atrevido i mal hablado, no mereces el que
me bata contigo, dijo Faramalla.
1 agreg levantando horizontalmente su pual i
dirijiendo su afilada punta hcia el minero aludido:
--Este v por mi, escpate ~ i puedes!
Lanz el pual con gran fuerza i lleg como una
bala a clavarse en a garganta de aqul, mintras
Faramalla arrancaba de las manos el pual del mi-
Dero que tenia muerto a sus pis, para continuar ar-
mado en aquella larga batalla.
IV
La mayor parte de los mineros estaban ya con
alguna herida o yacian en el suelo. En aauel circulo
de leones, nadie quera ser menos ni nadie deseaba
retroceder un paso.
Pero la hazaa ltima de Faramalla los llen de
ambro. Aquel pual tan hbilmente manejado i que
Volaba esparciendo la muerte, hizo esclamar a uno:
- 100-
-Ese es el pual del diablo!
Faramalla, entre tanto, habia avanzado a saltos
para encontrar su pual, blandiendo el otro. Recu-
per su terrible arma, i como not alguna vacilacion
en sus contrarios, dijo:
-Si gustan, envainamos los puales i vamos a un
trago. Ya est pagado con anticipacion con oro y con
sangre.
-Aceptado! dijeron algunos.
-Pues, adelante, grit Faramalla, adelantndose
al meson.
All estaba la familia llorando de susto i de lstima
por aquella srie de desgracias ocurridas a las puer
tas de su casa. El cura sali entnces a auxiliar a los
caidos, pero algunos mineros habian c' rgado al hom
bro con ellos i se los llevaban en esos momentos al
trote, probablemente a alguna casa amiga.
Vasos de aguardiente, i algunos de vino empeza-
rOD a circular de mano en mano, vacindo e i vol
viendo a ser llenados. Faramalla pagaba todo porque
habia vencido.
La escena vari pronto por la llegada de don Feli
pe Baeza, autoridad del lugar. Al ver a tanta jente,
pregunt a Santiago quines eran los de aquel escn-
ualo.
-Aqu no hai novedad, le dijo Faramalla; hemo,:;
estado jugando con estos nios, i nada mas.
-Usted debe !'er el camorrista, porque es el que
aqu est mas engallado. Usted marcha preso.
-No sea usted tonto; yo no marcho, pues estoi pa
rado i quieto.
-Digo que Ud. va p:oeso.
-Borricon, ve usted que no voi, si no que estoi.
-Se quiere burlar de mi? replic enojado Baeza,
que tenia el ttulo de diputado de minas.
-I usted viene df larnos camorra? cuidado con
migo, porque si me habla mucho lo despacho a su ca
sa con una pesadumbre.
Los miDeros aplaudieron ruidosamente este rasgo
de entereza de Faramalla. Pero la autoridad no esta
ba para celebrar aquellos desmanes.
-101 -
El diputado Baeza sac entnces una pistola i apun
Undola al pecho de Faramalla, le dijo en tono seco i
solemne:
-Rndase usted o disparo: soi la primera autori-
dad del lugar.
-Yo soi la primera, segunda i tercera; rndase us-
ted o disparo. respondi Faramalla apuntando con
su pual en actitud de lanzarlo a la distancia como en
la ocasion anterior.
-Con bromita conmigo? dijo el diputado apretan-
do el gatillo.
Un tiro reson, en tanto que los mineros se abrian
para dejar aislado a Faramalla. Este se di una vuelo
ta i la bala pas a incrustarse en la pared.
-As se tira! esclam Faramalla. lanzando el pual
con la rpidez del rayo.
El diputado lanz un grito i tuvo que afirmarse en
el mostrador para no caer. El pual habia llegado
rectamente a la mano derecha. All reban los tendo-
res i cutis intermedios entre los dedos pulgar e ndi-
ce, introdujo su punta hasta la palma de la mano i la
pistola cay al suelo ensangrentada.. Era todo lo que
habia querido Faramalla.
Baeza se apret la mano enrojecida; i entnces el
pual se desprendi i salt al guelo. Al chocar en el
pavimiento, una llamarada como fugaz relmpago
ilumin a su alrededor.
Un movimiento de sorpresa se produjo en los mi-
neros,los cuales se miraron unos a otros. Aquel pu-
alles entr el habla a todos, incluso al dIputado
Baeza.
Santiago invit a ste para que entrase a la casa a
fin de hacerle alguna curacion, en lo cual consinti
aquel, mui contrariado por verse asi espuesto a per-
der el prestijio i el respeto. Era una autoridad hu-
millada.
Faramalla levant del suelo su pual i la pistola i
pasndole sta al diputado, le dijo:
-Tome usted su arma; ahora puedo ir preso si le
parece. Me gustaria, sin embargo, hablar con usted
calmadamente.
- 102-
-Si, entren a mi casa, dijo Santiago.
V
-Este es el mismo diablo, quedaron diciendo al-
gunos mineros. mintras aquellos eran introducidos
por Santiago al interior de la casa.
-Nos entr el resuello a todos, dijo otro.
-I de dnde ha salido este leon tan bravo? pre-
gunt a Santiago un minero.
-No lo s, respondi ste; solo puedo decir q u ~
es persona principal; mui i::lstruida, mui gastador i
que si no es el diablo metido a minero, es su primo
hermano,
-Quieren que le robe el pual? se adehmt dicien-
do UD jven de ojos vivaces.
Los mineros se juntaron a eea voz, deseosos de ju
garle alguna mala pasada a aquel hombre a quien no
encontraban manera de poderlo vencer. Ya se habia
hecho temible con su pual endemoniado. No pensa
ban en nuevos desafos, purque se contaron i result
que habian once mnos, i entre Jos que quedaban pa-
rados, no mnos de siete estaban desangrndose.
-Ese pual debe tener alguna virtud, espuso gra-
vemente uno de los de mas edad.
-Por lo mismo, replic el del proyecto; es necesa
rio quitrselo para que quedemos iguales. La astucia
es permitida. 1 la cosa la haremos as; mintras uste-
des le sirven un cacho lleno de ponche, de modo que
)0 tome con las dos manos, yo le saco el pual mui
calladito i echo a correr hcia afuera sin que me
sienta.
-Convenido, dijeron todos. A este diablo hi que
peg4rsela en regla.
-Cuidadol dijo Santiago; ese seor no entiende
de bromas. Tengo por seguro que el que le saque el
pual, no alcanza a salir dos varas afuera de la puer-
ta sin que por alguna manera tenga que sufrir algo
srio. El que se ponga en contra de ese hombre, es-
t. frito, se lo prevengo.
-Nada! quedamos doce hombres aqu listos para
- 103-
trar en pelea, protejiendo al que se robe el pual.
. esa arma, ese leoncito caer a nuestros pis.
Asf dijeron varios, ansiosos por vengar a sus como
paeros caidos i por dar riendas al amor propio. Mi
neros vencidos por uno solo, no se habia visto nun-
ca. Aquellos hombres se sentian como humillados, i
para colmo, estaba adentro, talvez contando sus ha-
z as, el invencible poseedor del mjico pual.
VI
Gran animacion habia en el salon. Unos buscaban
hilas, otros echaban agua caliente sobre algunas h-
jls de rboles medicinales, en tanto que se trababa
ripida conversacion entre Faramalla, el Diputado i
el cura.
El asunto era, naturalmente, los sucesos recientes.
Cuando Faramalla empezaba una conversacion i m ~
portante con el cura, se oy este llamado:
-Seor Faramalla! pase un moment61 para ac.
Era que los mineros habian ya acordado el plan
contra aqul.
Faramalla sali al llamado, i entnces uno le sirvi
ponche en un grueso cacho, o sea en el hueco de un
cuerno de buei labrado.
-Por el vencedorl dijeron varios, rodeando a Fa
ramalla.
Este vacil en tomar el cacho; qued un instante
mirando el lquido i oyendo las frases amistosas de
los mineros, que impacientes esperaban que Farama-
lla lo tomara con ambas manos.
A su lado estaba listo el nuevo prestidijitador qae
iba a causar la mala jugada a aqul. .
-Yo no debiera probar un trago, porque conozco
que ustedes proceden ahora como unos bufones; pe-
r ~ lo bago por danles gusto i porque reciba una lec-
Clon aqul que sea mas bufon que los otros.
Todos se miraron, no alcanzando a comprender
bien el significado de aquellas palabra! en que Fara
malla revelaba casi a las claras haber descubierto el
omplol.
- 10\ -
-Voi a beber, agreg Faramalla, tomando con amo
bas manos el repleto cacho; pero este trago ser Cor-
to... para que el sainete empiece luego.
-Estamos descubiertos, dijo calladito un minero a
su vecino.
Entre tanto, manos jiles levantaron el poncho de
Faramalla i]e tomaron suavemente el pual por la
cacha, en medio de]a ansiedad de los compaeros.
El pual sali de la vaina i con el mismo tiento es-
cap del poncho del dueo. El minero que habia eje-
cutado tan rie8gosa operacion, precisamente cuando
Faramalla se empinaba el pstravagante vaso de asta
de buei, se desliz reculando, en tanto que todos
aplaudian a Faramalla disimulando as la complici.
dad en el robo.
El afortunado ratero emprendi la carrera hcia
afuera dando nn pequeo grito de alep:ria,:seal COD-
venida para que todos acorralran a Faramalla i lo
obligaran salir fuera del negocio. All, libremente
pensaban despacharlo con unas cuantas pualadas.
Pero el <iiablo habia fabricado aquel pual.
VII
Apenas el autor de aquel robo pasaba los umbra-
les de la puerta. gozoso de haber ejecutado a su pa-
recer la mas grande hazaa de su vida, se di un
feroz encontron con un 8ujeto que no distingui bien.
Dil'is a ~ t e de regular fstatura, traje pomo i bra
zos que le parecieron dj fierro.
1 las fuerzas del seor ese serian de jigante, por-
que di al minero un par de trompadas tales, que lo
levant en el aire i lo lanz como pelota de goma h
cia el medio del grupo de mineros que rodeaban a
Faramalla.
El espanto que se produjo en aquellos es solo como
parable con el que haria una granada reventando en
el c ntro de un grupo de despreocupados.
El cuerpo del minero ladran atropello violenta-
mente a sus desprevenidos compaeros, a muchos de
los cuaJes tendi en el suelo con fuerza de huracan,
- 105 -
Tan recio sacudon recibi el mostrador del nego-
cio, que todo lo que habia encima, vasos, jarros,
poncbera, palmatorias con velas encendidas, bote-
llas, cay al suelo con grande estruendo.
Pero al mismo
tiempo, i min-
tras aquella es-
cena quedaba a
oscuras, rodaba
por el suelo el
pual de Fara-
malla arrojando
chispas tantas i
tales, que ilumi-
n lo suficiente
para ser recono-
cido el sitio en
donde quedaba
largo a largo,
despus de tan
aven-
tura.
En aquella tre-
mendaconfusion
que se sigui,
aumentada con
Jos gritos de la
familia, que sa-
li despavorida
con aquella es-
pecie de terremoto i los de,Santiago, que qued aji-
tindose nerviosamente en el mismo lugar en que es
taba, algunos mineros corrieron hcia la puerta te
miendo alguna revancha de Faramalla i de FU pual.
.1 result que el que asomaba a la puerta, era reci-
bido a puetazos qor aCJuel desconocido que a ltima
bara entraba a tomar parte en la batalla. Esos pue-
tazos no dejaban hombre parado; pero tampoco que
daban en la puerta. Como por encanto volaban por
el aire hcia adentro chocando a su paso con
-
- ,106-
Asi unos hombres derribaban a otros, entre alari
dos i las mas atroces maldiciones.
-Seor Faramalla! grit Santiago con acento do-
lorido, 8010 usted creo que puede dar trmino a esta
barbaridad.
VIII
Faramalla babia tomado su pual guiado por los
destellos luminosos de ste i acababa de retirarse de
la escena algudos pasos bcia atraso El combate se
babia trabado en la puerta i l queria gozar i ver.
El grito de Santiago fu secundado por el grupo
de los que satian de la familia.
La luz de dos tres velas con que apareci esta,
ilumin en parte el lugar de tan estrao acooteci-
miento.
Mas de la mitad de los combatientes yacian en el
suelo dando quejidos y blasfemando como desalma-
dos. El resto se babia arrinconado en masa compac-
ta, sin atreverse a dar medio tranco.
-Nos ban vencido con arte! dijo uno del grupo al
verse alumbrado por las velas.
Faramalla reia sin ruido, apretndose la barriga i
encojindose como el que teme prorrumpir en una
carcajada. Casi reventaba de risa, segun la vulgar
e presiono
-Venga la paz, hombres! grit don Felipe Baeza.
Esta vez no trataba de bacer pesar su autoridad,
en lo cual obr con mucha prudencia.
- Que venga la paz, dijo Faramalla; yo no tengo
culpa ninguna aqu, sino los que han provocado.
-Sea como se'l, agreg Santiago; acbese esta
broma, antes que mi casa se convierta en carniceria
i en cementerio.
Las velas fueron colocadas sobre el mostrador a
ese tiempo, i Faramalla sali a la puerta diciendo:
-Quin es el guapo que aqu pega como patadas
de macho?
Santiago tom una vela para ver aquella novedad
i JUDtos con Faramalla soltaron UDa estruenda carca-
jada.
- 107 -
-Un burro alzadol grit Santiago, mostrndolo a
s del grupo de mineros, que a ese tiempo empeza-
n a levantar a sus amigos.
-Un burro! esclamaron muchas voces en el colmo
de la admiracion, en tanto que ste, vindose ilumi-
nado por detrs, empezaba a retirarse con toda su
.ravedad asnal.
Era burro, en realidad, el que se habia colocado
aliado afuera de la puerta, listo para bombardear el
negocio de Santiago, arrojando bombas humanas,
como navo de guerra vuelto de popa despues de con-
vertir sus patas en bombardas.
-Este mi mo burro, dijo Santiago, vino siguiendo
a la negra cuando se fu a confesor.
-Es el diablo, dijo un minero.
-1 un diablo que pega bien, agreg Faramalla.
-Voi a cerrar el negocio, grit Santiago, i afuera
todos.
Los mineros empezaron a sacar a los caidos al
hombro o a la rastra, libre ya la puerta del terrible
a no que e se momento se perda de vista.
El cura llam entonces a Faramalla, dicindole:
-Deseo hablar e n usted.
-Diga usted, que le escucho, respondi el aludido
entrando.
-Puedo saber, le dijo el cura, quin es usted? Me
ha llamado la atencion lo que se me ha referido de
usted i lo que he presenciado. Por de pronto creo que
usted es persona que tiene algo de estraordinario.
-Mi p rsona no tiene gran importancia, respondi
Faramalla; pero podemos conversar maana. Aqui
me encontrar usted temprano, luego de anochecer.
-Entnces, seor Faramalla, hasta maana, si
Dios quiere.
-Cmo es eso! eselam aqul retrocediendo un
paso; yo soi rei de mis acciones i quiera o no quiera
'Iguien, vendr la hora acordada.
-Usted no es catlico! dijo el cura con algun
a ombro.
-No tengo para qu darle cuenta de lo que soj o
so. Maana conversaremos.
- 10 -
1 se despidi con una graciosa inclinacin de ca
beza.
IX
Afuera quedaban algunos mineros pugnando por
llevarse a los amigos. Faramalla tom direccion
opuesta i en un instante se perdi de vista. Cuando
un minero quiso detenerlo llamndolo con instanciaR,
no se le encontr. Se perdi en las tinieblas.
Los coment:trios que quedaban hacindose en ]a
casa, eran tan encontrados que nadie pudo conven-
cer a otro. Mintras unos decian que Faramalla era.
el diablo disfrazado, otro agregaba que e,l burro era
el diablo i otros que no habia diablo ni diabla.
Lo cierto es, dIjo Santiago, que Faramalla no tiene
i ~ u a l , ni semejante. Sea diablo o no, aqu me ha de
jado ya una fortunita en oro de buena lei, i esto es lo
nico importante.
-1 la autoridad no sabe qu hacer en todo este lio,
agreg Baeza.
El cura se despidi sin hacer e por entonces mas
comentarios, i ]0 mismo hizo el diputado de minas.
j
CAPITULO XII
El Diablo en calzoncillos
I
Cansada la familia de Santiago Barreta con trajines
e impresiones diversas, fu retIrndose a los dormi
torios en busca de reposo.
Juana dispuso que Petronila durmiese esa noche
aliado adentro de la puerta del dormitorio de las
chiquillas, aquella que daba al patio. As Dolores i
demas no tendrian miedo ni temor a vision alguna.
La negra llev su caCla al Iugar indicado, i a la ho
ra oportuna puso llave a las p u e r t a ~ i luego tranca a
la del patio. Iguale:; precauciones tom respecto de
la ventana que tambien daba al patio.
Santiago i Juana quedaron un rato en pi sacando
las cuentas de las ganancias i prdidas del dia. Re-
sultaba que por unos pocCJs pesos que importaban los
perjuicios de los objetos quebrados i el licor caido
al suelo i perdido, habia una ganancia enorme con el
oro de Faramalla.
Habia motivo para acostarse cotento i para dor-
mirse mejor que en otras ocasiones.
Juano estaba, en todo esto, corno preocupada de
algo srio. Sin duda pensaba en que su casa se es-
taba convirtiendo en el centro obligado de asuntos
nuevos y sumamente raros, entre las cuales el que
mas la preocupaba era el referente a saber si el dIa-
blo andaria o n en la casa, trasformado en Farama
Ha, en burro, en Santiago o quin sabe en qu.
Sonaron las doce de la noche en el reloj del dor-
mitorio de SaI1tiago Barreta. Juana deseaba estar
despierta el mayor tiempo posible; pero se sinti de
pronto dominar por un sueo invencible. Santiago
roncaba ya a su lado i ella no tard en acompaarlo.
- 110-
En un rincon del comedor dormia esa noche un
peon llamado Crlos Orellana, medio ftuo i sordo,
traido a la casa como compaa. Era un inocenton,
tal vez el nico en la tierra de tantos diablos.
11
Las doce de la noehe es la ho a del sueo para la
jeneralidad de los vivientes.
A esa hora, la tradicion inmemorial, supone a los
diablos saliendo de sus cavernas en atropellada al-
garavia i esparcindose por el mundo con la rapidez
del pensamiento.
A las doce salen tambien los anjeles custodios que
velan la inocencia dormida.
El bien i el mal suelen as andar juntos i chocando
en aquellas horas de tinieblas en que la naturaleza
entera reposa como en tranquilo sueo.
Jnios alados, fantsmas diabiicas, espectros ho-
rribles, animales disformea, apariciones estravagall'
tes de altos cuernos y larga cola, corren el espacio,
atraviesan las campias, braman en los subterr-
neos, chillan en lo huertos i trajinan a veces invisi-
bles por patios i corredores.
Los espiritus buenos se oponen a su paso; se re
vuelven disputndose la posesion de las viviendas 1
salen a la di tancia convertidos en remolinos de vien
to que azotan los rboles i remecen puertas j ven
tanas.
A las doce d la noche empiezan los festines i las
orjlas fomentadas por los espritus malos i aplaudi-
dos por los que lo secundan en carne mortal, pose
dos de tentaciones diablicas.
La hora del silencio para el mundo corpreo, es
la hora del trabajo i de la gran fiesta para el mundo
espiritual.
nI
Uno de esos espritus amigos de aventuras i de
amorfos nocturnos, era sin duda el que aquella no-
che penetr por el patio de la casa de Santiago Ba
- H1 --
ta, entre ahullidos de perros i chillidos de ave
ochos.
La escasa claridad que ofreca un cielo limpio i de
brillantes estrellas, era bastante para difltinguir una
figura de horrible aspecto, de cuerpo lijero, de lar
,as piernas. gruesos i altos cuernos i cola que batia
como el gato prximo a saltar sob're su presa.
Esa aparicion hizo temblar de miedo a Crlos Ore-
llana, i ahuyent a tmidos pajaritos que dormian en
los rboles del patio.
Aquella diablica visin avanz haciendo lenta-
mente los mas caprichosos movimientos i asustndo-
se basta del rumor de las hojas que caian de los
Arboles ~ l ser remecidas por suaves brisas o que
sacudia con su larga cola, que a veces azotaba al
suelo i a veces se levantaba a la altura de la cabeza.
El diablo lleg al comedor, i aqu fu el sudar de
CArlos, porque aqul ai un brusco movimiento al
fijarse en el bulto que formaba el peon acostado en
el suelo. Entonces el diablo ~ e puso de jarra par la
cola, fij horizontales los cuernos hcia delante, ca
mo la mula qrre tiende l a ~ orejas para percibir hasta
el menor rumor a su frente.
A continuacion lanz sobre el sitio en que yacia
CArlos, un par de rayos salidos de sus ojos converti.
dos en focos luminosos, i alumbr la humilde cama
de aqul con siniestro resplandor.
CirIos di un estremezon involuntario; tuvo un
miedo atroz, hasta el punto de sudar a mares, i luego
se desmay.
IV
La tranquilidad del sueo reposado reinaba en los
dormitorios a esa hora. JUc:l.na y Santiago hacan duO'
con sus sonidos guturales, sin armona, aunque apa-
cibles. Juana batia su tmpano i produca una espe
cie de rujidos estraos en la garganta, entreabierta
a los mas ruidosos resoplidos. Las chiquillas hacan
coro con sus juveniles gargantas en aquel concierto
de ronquidos.
Un resplandor fugaz, como el relmpago que alum
- 112-
bra i desaparece, como la llamarada de un polvora.
ZO, ilumin el dormitorio, i una cara de animal o de
diablo se dise en el aire, a la ent.ada de la puerta
del patio.
Aunque dormida, Dolores entrevi la vislumbre,
pero no se movi. Juana Maria crey ver un bulto
extrao, al mismo tiempo que una de sus hermanas
menores la hacia despertar con un brusco movimien-
to nervioso. El sueo, sin embargo, era poderoso, i
por esto quedse dormida com,) antes.
La escena cambi. El fantasma convirtise en hom
bre i ste avanz d e ~ p a c i o hcia la cama de Dolores.
Era el barbudo de ntes, ahora en calzoncillos
bla neos i lijeros.
El bulto lIeg hasta tocar las ropas de aqulla, di-
cindole como la otra vez:
- Dolores, no te asustes; soy tu padre...
La nia abri los ojos sm moverse, sin hablar i aun
sin resollar. La oscuridad no le permiti ver nada, i
de miedo se tap la cabeza con la sbana i frazada.
As envuelta contest:
-Usted no puede ser mi padre; digame quin es, i
si n grito.
Las barbas se aproximaron a la cara tapada de
Dolores i entnces sta oy una. amenaza que la hizo
temblar.
-Si das el mas pequeo grito, te aprieto la gar
ganta i te ahogo.
Dolores, de puro miedo, se puso a rezar silencio-
samente, moviendo apnas los labios; pero result
que no se acordaba de ninguna oracion, i solo se
hmlt a nombrar a todos los santos i santas cuyos
nombres se le venan a la memoria.
As pas revista a San Joaquin, San Jos, San Ro-
que, Santa Rita, la Virgen del Crmen i muchas otras
vrjenes de la corte celestial.
V
Pero el presunto Santiago no entendia de esas in-
vocaciones ni de esos rezos. Queria agradar a Dolo
-113 -
es i que las cosas pasaran en buena armonia, i por
to dIjo a sta:
-Djate de esas locuras, yeme. Te doi minas de
oro si me abrigas; vengo en calzonClllos i tengo fria.
-Pero no dice usted que es mi padre? Por qu
DO se va a su c a m a ~
-Porque me han recetado esta cama con tu calor.
1 diciendo empez a levantar las ropas. Dolores
se asust al sentIr ese movimiento. Oy el roce de la
barba, i solo p ~ d o agregar:
-Entnces usted no es mi padre, porque mi padre
no tiene minas ahora.
-Djate de discurrir i de meter ruido.
Dolores sinti entJ;lces que las ropas de la cama
eran levantadas -6on fuerza, i al punto se puso a re-
zar el Credo.
-Creo en Dios padre.. todo poderoso... criador
de. del cielo... .
-No ests hablando esas barbaridades! esclam el
hulto, retirndose.
Entnces Dolores' recogi las ropas i se envolvi en
ellas como un ovillo.
El enamorado volvi a la carga, tom a Dolores
por la garganta i le dijo:
-Si gritas, te mato.
Dolores sinti mano nervuda i fria, dedos mui lar-
gos como las uas, pulso tembloroso como el del la-
dron que teme ser descubierto.
Esa mano no era, a su parecer, la de su padre. Sin
embargo, qued Dolores tan turbada, que no Je fu
posible distinguir bien si aquel hombre seria en rea
lidad su padre o el diablo. Crey esto ltimo, porque
oy de nuevo esta voz, tan ronca, corno hueca, que
decia:
-Mucho silencio, si quieres estar viva.
Asi apretada la ga.rganta, pero sujetando con las
manos las ropas para que no se le desprendieran de
u cuerpo, Dolores pudo decir:
-No me ahogue... ogame...
Las manos nervudas dejaron de apretar i aquella
podo resollar.
8
- 114-
-No dice usted que es mi padre' le dijo Dolores.
-Si, le contest el bulto.
-Entnces ~ c m o quiere ahogarme?
-Dolores! ~ r i t Mara, de la cama vecina; con
quien ests hablando?
El misterioso enamorado se acerc a Dolores i le
dijo calladita:
-No digas nada; maana te traer un gran regalo.
El silencio volvi a reinar en la pieza dormitorio.
Dolores no habl una palabra por miedo, pero alean
z a distinguir un bulto que se retiraba.
-Madrecita, corra! grit una de las chiquillas.
VI
Las cuatro chiquillas gritaron a un tiempo, vien-
do a travesar unos calzoncillos que apnas se podian
distinguir i los cuales huian hcia la puerta que daba
salida al patio.
Dolores encendi luz i en camisa se levant a ver
a Petronila, mientras Juana llamaba rcio del otro
lado de la puerta que comunicaba los dos dormito-
rios.
-Esta negra duerme como un animal, dijo Dolo-
res dndole de puntapis.
La negra se di vueltas, hizo unos visajes, se res
treg la cara con las manos i empez a pronunciar
monosllabos:
-La cabra... Si roco... dnde estnl
Juana hizo que Dolores abriese la puerta, i ambas
se encontraron con vela en mano i en camisa.
-Qu es lo que hai? dijo Juana mui ajitada.
-Un bulto en calzonciJlos pas por aqu, dijeron
todas.
-1 a m casi me ahorc, agreg Dolores llorando.
-1 esta negra durmiendo cOlpo bestia!
Diciendo esto, Juana tom del pelo a la negra i la
sacudi fuertemente. Solo entnces abri sta los
ojos i reconoci el sitio. Estaba soando con Siroco i
su palacio.
Juana indag la causa de tamao alboroto.
- 115-
-El bulto dijo que era mi padre, espuso Dolores,
i queria a toda costa queliarse en mi cama.
-Mira, Santiago, Qu significa e s t o ~ dijo Juana
alumbrando la cama en donde el nombrado yaca
largo a largo oyendo con ojos i boca abierta aqueo
llas grandes novedades
-Que yo... fui... bulto... mi padre... no entiendo
palabral respondi Santiago me$iio levantndose de
la cama.
-Las chiquillas me dicen que has ido a su dormi-
torio i a la cama de Dolores ...
-iEstn locos ustedes? interrumpi Santiago.
--lA ver! grit Juana; desde hoi, todos a dormir
en mi dormitorio i Dolores conmigo. Era lo que falo
taba, que despues de los alborotos que estn suce
diendo, venga mi buen marido a dar mal ejemplo a
la familia...
-Pero, dime mujer, con todos los diablos me has
sentido moverme de la cama? ClJlO se te ocurre
esos disparates i esas imbecilidades?
Juana call. En verdad que no daba entero crdi-
to a lo que le contaban las hijas. S.lDtiago no se habia
movido del lado de Juana sin que sta, que tenia un
eo liviano como queltehue, no lo hubiera sentido.
1 luego, las puertas estaban con llave i tranca.
Aquello era un misterio; pero tambien era duda
cruel para una madre que amaba a sus hijas con
aquel amor entraable que solo tienen las que han
sentido estremecer sus pechos al alimentar un ser,
sangre de su sangre i alma de su alma, nacido de su
vientre.
VII
Nadie durmi en la casa desde aquella hora. El dia
se. encarg de quitarles el sueo, porque en pocos
IDutos mas la risuea luz ele la aurora penetr a
laB habitaciones, disipando tinieblas i haciendo inne
ceBario las velas encendidas.
~ esa hora levantse mas que de prisa Petronila i
B1 al trote fu derecho a buscar el tiesto de barro
en que babia dejado las bostas de cabra. Una capa
- 116-
negruzca cubria la superficie del agua; arroj esta
al suelo ladeando el tiesto, i en su fondo brill6 el pre
cioso metal.
La negra di6 un grito de gusto. Era aquel un pua-
do de oro, recuerdo de una noche encantada.
Corri a ver a Juana llevando en el pauelo lacre
aquella fortuna, que para la negra lo era, i all lleg
diciendo que se habia encontrado un entierro en la
huerta. Atraves el patio a escape, llamando a Cr-
los Orellana para que la compaase en su alegrIa, i
como ste dormia aun envuelto hasta la cabeza en su
poncho, la negra le dispar con un terron para ha-
cerlo despertar, dicindole:
-Dormilon, levntate!
Juana, Santiago i las chiquillas se agruparon me
dio vestidas a ver aquella novedad.
-El oro nos viene por dentro i fuera, dijo San
tiago.
Aquel dia fu de regocijo para la negra; pero Juana
sospechaba ya de todo el mundo, de Faramalla, de
Siroco, de Santiago, de la negra, del oro i hasta de
cuantos llegaban al mostrador.
1 para remate, Juana empez a celar a Santiago
con cuanta mujer pasaba por la calle. El diablo ha-
bia entrado a la casa, sin lugar a duda.
XIII
En comprobante, Juana supo el diablico incidente
de la noche.
Aqulla, que madrug como oingun otro dia, en-
contr tendido al peoo en su cama, lo que no fu po-
ca sorpresa, porque ste acostumbraba levantarse
con el dia.
-Hombre flojo, arribal le grit Juana.
El pobre hombre se descubri la cara i mir a to-
das partes, diciendo:
-Patroncita, el diablo casi me ha muertoI
-iEl d i a b l o ~ tDnde est ese diablo? dijo Juana, a
tiempo que la negra llegaba al mismo sitio atraida
por la conversacion sobre el diablo.
-117 -
_Anoche, prosigui el peon, vino el diablo en fi-
gura espantable, entr aqu al corredor i yo, al ver
lo, perdi la cabeza. Esta maana parece como que
sali de la casa, corriendo con ruido de polleras i
volvi despues, me tir un balazo i me dijo:
-Dormilon, levntatel
La negra solt tma carcajada, contando en seguida
lo que pas, en medio de la risa de Juana.
-Pero lo de anoche si que fu el mismo diablo,
repuso Crlos.
1en esto Juana qued de acuerdo. El asunto ya
era srio, por lo cual i para salvar su conciencia de
algun cargo, determin tomar medidas salvadoras de
acuerdo con el cura. Entre tanto, vijilara a Santiago
condisimulo, sin embargo que poco poda disimular
una mujer que empezaba a descompajinar la casa
con celos i con mal humor. Podia decirse que el dia-
blo habia injertado en Juana un humor de todos los
diablos.
Dolores pas en cama gran parte del dia, enferma
del miedo sufrido. InfusinD de toronjil i los mas afa-
nosos cuidados de la madre, le devolvieron la salud
i hasta la bullicioSll alegria de siempre.
CAPTULO XIII
Lo qne el cnra i Faramalla dijeron del
diablo
1
El cura del lugar era el padre agustino frai Miguel
de Garai, hombre serio i segun entendemos de bue-
nas costumbres.
Acudi a la cita de la noche, llegando poco antes
de Faramalla.
-Mi compadre viene mui a tiempo, dijo Juana
dando la mano al cura.
-Me gusta llegar en buena hora, respondi 6te.
-Como siempre; pero es el caso que por hoi estn
pasando en mi casa sucesos mui raros, tan raros que
creo que el diablo ha metido la cola aqu para no
dejarnos vivir tranquilos.
-Esplquese usted, comadre Juanita, do el cura.
Pero a ese tiempo entr saludando Faramalla,
quedando como otras veces pasendose Jejos de la
luz, sin sentarse i como observando a hurtadillas.
-Oiga usted, dijo el cura a Faramalla, hai nove-
dad aqu. Supngase usted que J uanita me dice que
el diablo se ha metido a revolver la casa.
-S, espuso Juana, i es necesario tomar alguna
medida.
No siendo diablo malo...
-Entnces hai buenos? dijo el cura.
-Es claro, agreg Faramalla. El diablo no es mas
que un semejante del hombre.
-Qll est usted hablando! interrumpieron a uo
tiempo los dos compadres.
-El diablo es un espritu bueno o malo, segun las
creencias, las supersticiones i el medio social en que
se vive. La palabra misma de diablo o demonio no
-119 -
ianifica siempre algo malo. Scrates, por ejemplo,
bombre recto i virtuoso, vivi i muri con un demo-
nio dentro de su cuerpo, i nunca le aconsej ese ser
estrao nada de malo. Por el contrario, le alumbr
el camino de la vida con consejos, con lecciones i con
todo cuanto poda servirle para conducirse bien.
-Nos cuenta usted cosas que huelen a azufre, dijo
el cura encendiendo un cigarro. Debe usted saber
que el diablo fu en sus principios un njel de supe-
rIor intelijencia i belleza, que se sublev una vez con-
tra Dios i quiso ser su igualo superior. Fu arrojado
de aquella mansion de eterna felicidad, i desde en
tDees vaga por el mundo, haciendo diabluras mayo-
res i menores.
-As lo dicen algun08, repu.so Faramalla movin-
dose de un lado a otro. Los que creen en el orjen di-
vino del hombre tienen que convenir en que ningun
ojel podra quedar conforme con la distineion estra
ordinaria concedida al alma humana, envuelta en
carDe mortal, pero duea del mundo material, duea
de pensar, de discutir sobre todo lo creado, duea de
discutir a su creador mismo, i esa libertad no la tuvo
jams ningun njel; esa libertad tenia que ofender a
las almas anjlicas. Por qu esa di5tinclOn, teniendo
un orijen tan bajo? El njel, existente ntes de la
creaeion del mundo i del universo, no era tan perfec
to como se cree vulg rmente, por estas dos razones:
la primera, porqu la perfeccion absoluta que se su-
pone escluye en absoluto tambien la imperfeccion,
cual fu lo que se llama rebelion. Si lguien se rebe-
l,'muchos han podido hacer lo mismo, i lo que suce-
di una vez puede acontecer dos i mil veces; es decir
que el cielo, segun los que esto creen, es un campo
de lucha como la tierra, o no hai cielo, ni diablo, ni
Dada...
-Pero usted divaga, seor Faramalla, interrum
pi el cura, con cara que revelaba mucha sorpresa.
-Djeme usted continuar. La segunda razon de
la imperfectibilidad anjelical es que el alma del hom-
~ r e ha dejado a los ngeles chiquitos, podemos decir
lD8ervibles. El alma humana es imjen i semejanza
-120 -
del que la cri: piensa, siente, quiere, no quiere,
ama, aborrece, se alegra, se enoja, estudia lo que Ve,
traspasa los lmites del mundo, su mirada llega a las
estrellas, busca i analiza mas all de lo creado un ser
superior orijen del bien, i all, en lnea opuesta, -el
jenio del mal. I ('ree o no cree, pues tiene la mas ab-
soluta libertad. Los njeles no tienen libertad algu
na: Ron pajarillos enjaulados en alambres de oro. La
verdad es que el alma del hombre es la que llega a
los mayores lmites de la perfeccin, i por esto es
njel bueno o njel malo, segun los casos.
-Nunca habia oido lo que acabo de escuchar, dijo
el cura.-Me sorprende la audacia de usted para tra
tar estog asuntos con llna libertad... que me parece
que en Santiago libraria usted mal si all se expre-
sara como aqu.
-S, all hai Inquisicion. un tribunal destinado a
poner cadenas a las almas i diques al 'pensamiento;
tribunal que desaparecer en el siglo entrante para
honra de la raza humana, que estima en algo la dig-
nidad de su sr; pf>ro si ha de creerse en el diablo,
ste estaria contentsimo con que los hombres estu-
vieran siempre divididos, siempre chocando i siem-
pre introduciendo en las soeiedades i en las nacio-
nes, en los hombres i en las familias los jrmenes de
la maldad por medio de sus pasiones levantadas en
son de reto sobre los dems. El diablo es cuestion de
apreciacion, de educacion i hasta de clima. Por esto
hai diablos blancos en los pol.s del planeta, en el
Ecuador i parte media del mundo, hai diablos colo-
rados, en Chile diablos azules...
El cura se ri entnces de buena gana i tambien
lo acompa Juana.
-Con que diablos de colores, no? dijo aqul.
-I por qu ~ e estraa usted. seor cura? La fan-
tasia corre parejas con las supersticiones. Por ejem-
plo. en Chile hai jentes que recetan una misa oficia-
da por un padre de la Merced en alivio del alma nel
que ha muerto de fiebre o chavalongo; para los tsi
co se aconseja el responso, misa oraciones de un
padre agustino; para los que mueren entre frio i ca-
liente, son a propsito los dominicanos...
- 121 -
_Pero esas recetas que usted llama, tendr.n su
causa o fundamento, sin duda, interrumpi el cura
rindose con grande alegria.
-Es claro, prosigui Faramalla, porque las devo-
tas creen que las oraciones de los mercedarios son
frescas; las de los agustinos, clidas; las de los domi
nicanos, templadas; las de los franciscanos, entre
tibias i calientes; las de los clrigos, muy calientes...
1 no prosigui, porque el cura di rienda suelta a
una carcajada, en tanto que Santiago despedia en el
mostrador a algunos parroquianos i anunciaba llegar
a terciar en la ruidosa i alegre conversacion.
II
-I ustedes conversan a secas? interrumpi San
tiago entrando con una bandeja con dos botellas i
copas.
-Francamente que nos estbamos engolfando en
cuestiones algo srias, contest Faramalla.
- 1 mas de srias, un poco anti-catlicas, como que
usted habla del diablo con una especie de inclina
cion benvola ...
-Aqu no hai mas diablo que yo, dijo Santiago
rindose i pasando copas de buen aguardiente hecho
mistela.
-Si, agreg Juana, tu:cara ya se va asemejando a
diablo en lo desaliada.
-1 digame, seor Faramalla, pregunt el cura, qu
juzga usted de los acontecimientos tan raros que pa-
san en esta comarca? Por mi parte creo que una
lejion de demonios ha tomado posesion de Alhu des-
de hace mui largos aos.
-Los diablos estn en todas partes, respondi Fa-
r ~ m a l l a . Los que creen en la existencia de los esp-
rItus, tendrn que convenir en que aquellos son es-
piritus como los njeles buenos, i por esto pueden es-
tar en todos los lugares del universo. Aqu, en esta
~ a 8 a , anda ahora un cardmen de duendes invisibles
1 en el cementerio de este pueblo suelen rezar en voz
alta en algunas noches.
-122 -
-AlgURO de esos ser. el que viene a trastornar
mi casa, dijo Juana con temor.
-Debe ser algun enamorado, contest Faramalla.
-Esplqueme, interrumpi el cura a ste, qu
idea tiene usted del diablo?
-Pues, ya hemos hablado de esto. Agrego que el
personaje que comunmente se llama diablo, reina en
el mundo i ocupa la ateneion del jnero humano en
todos los siglos i en toda la redondez del planeta i
con l tiene que v ~ r la msica, la poesa, las letras,
las ciencias, las artes, etc. TIene tantos nombres que
no bai quien los cuente. La idea del diablo varia en
los diversos pueblos con sus diversas creencias. Los
paganos creyeron en la existencia de un jeno del
mal, jugueton, alegre, vengativo i hasta terrible;
pero no lo tuvieron como njel degradado o conde-
nado a eterno castigo. Los cristianos tienen diversas
ideas sobre este punto, mintras que los indios no
han credo ni creen en un diablo sino en muchos.
-As es la verdad, dijeron el cura i Santiago.
-Desde los tiempos de la conquista, continu Fa
ramalla, se sabe que en Amrica los indios observa
ban un culto a divinidades diversas. Los brujos, los
duendes, los encantados, eran temidos como cosa
corriente. Un brujo era un diablo disfrazado a quien
habia que temer i respetar, i un duende solia ser el
amigo de la casa, especialmente cuando se enamo
raba.
-Tambin tienen amor los diablos? dijo Juana, a
tiempo que entraba Dolores, mui envuelta en un pa
uelo de rebozo.
-Cuando se v una flor hermosa como esta que
aparece aqu, alegrando los corazones, no puede uno
dejar de pensar que el amor, hijo del cielo, es heren-
cia comun a todos los seres i a todos los espritus.
El infierno no es m.s que 1a privacion del amor. Por
eso el diablo gusta pasear por el mundo en formas
humanas diversas, porque as puede tener sensacio-
nes i as puede ser querido.
-11 quin va a querer al diablo! interrumpic Do-
lores, sentndose en el estrado alIado de su madre.
-123 -
Faramalla se sinti contrariado i casi con rabia, i
con un tanto de soberbia, agreg:
-El diablo, como es poderoso, se molesta con los
amores difciles; no puede tener la calma, la pacien-
cia, la constancia que los hombres, i, por consiguien-
te, se cree autorizado para obrar violentamente.
-Por mi parte, dijo el cura, voi a poner en cono-
cimiento del seor Obispo lo que est pasando en
este lugar. Aqu andan los diablos sueltos como en
pleno carnaval diablico. Se visten como jente, toman
la forma de animales, se meten de templados a las
viviendas honradas, juegan en las tabernas, remue
len en las chinganas i hasta tienen abogado que los
defienden. .
1 el cura mir con intencion a Faramalla.
III
Juana se sinti mui contenta con la actitud solemne
tomada por el cura. Deseaba aquella concluir con la
amistad de Faramalla, personaje que nunca habia
querido decir quin era, i que bien podia ser el dia
blo mismo.
El cura, agreg:
-1 para que los buenos cristianos procuren deste-
rrar al enemigo malo, voi a preparar una penitencia
pblica, mintras la autoridad eclesistica determine
lo conveniente.
-Mui bien pensado, dijo Juana. Santiago ser de
los primeros en acudir al llamado de Dios...
Faramalla hizo una pirueta, como el que se siente
nervioso i sorprendido por algo sbito i estraordi-
nario.
-He notado, seor Faramalla, continu Juana,
que usted no nombra ni gusta que le nombren a
Dios, que nos cri i que lo cri a 'Usted...
Puso aqul una cara avinagrada i de jesto tan ho-
rrible, que Dolores di un pequeo grito escla
mando:
-Por Dios, qu hombre tan espantable... !
Juana la pellizc fuerte para que se callara, en
-124 -
tanto que el cura se paraba con gravedad i decia a
Faramalla, mirndolo fijamente:
- N e c e ~ i t o .aber si usted es hombre bueno o es a1-
gun enemigo de la f catlica i de DJos Nuestro
Senor....
Faramalla di
un salto at as
como si hubie-
ra tocado su
pecho la punta
de una espada.
- Usted, res-
pondi stemui
ajitado, es un
insolente, un in-
truso i unfraile
indecente qUi
por corrompi-
do en Santiago
lo han manda-
do a Alhu, co-
mo quien dice
a domar po-
tros chcaros;
i aqui viene ha-
cindose el san-
to, con cara hi-
pcrita. Son us-
tedes los que
hacen tarea corruptora mejor que el diablo mismo;
ustedes desquician la moral; ustedes convierten la
confesion en chacota. Lo que le ha pasado la
negra, es reflejo, es casi copia de lo que hacen uste-
des en el confesionario, el gran recurso...
-Este hombre es el diablo en persona! dijo el cura
entre furioso i asustado interrumpiendo.
-Que se acabe el asunto! grit Santiago.
-Bueno, agreg Faramalla: que se acabe, pero
dicindole yo a este santo varon, que se asemeja a
cterlos jardineros u hortelados los cuales se comen
las mejores frutas i agarran a palos al pobre hom
-125 -
re que llega a recojer una del suelo. As son estos
ailes: llegan a las casas donde hai muchachas, que
Ja son sus confesadas i... se comen las mejores fru-
as del jardin humanol
-Usted es un salvaje! grit el cura.
Juana se par entonces con grande enojo.
-Usted cree, dijo a Faramalla, que el compadre
cura viene a corromper a mi casa? Pues, se equivoca
medio a medio...
-En eso, interrumpi aqul, usted. tiene mucha
razon, porque en lo de medio a medio pnede equi vo-
carse todo homure con calzones, i hasta el diablo
mismo; pero estos hombres con polleras .no se equi-
vocan nunca, porque son astutos, cavilosos, reserva
dos i maosos, hasta el estremo de que cuando entr
al infierno el primer mocho de sotanas, el diablo
huy de miedo; i le dej el campo libre. Desde en-
tonces el infierno es la morada predilecta de esta
jante...
- Terminemos el asunto, i no se hable mas de todo
esto. dijo Santiago.
-Por mi parte me retiro, agreg Faramalla. No
quiero hablar con este padre atrevido.
1 sali, sin despedirse, seguido de Santiago, que lo
acompa hasta la puerta.
IV
-Qu tal! qued diciendo el cura pasendose de
un lado a otro. Ese hombre sospecho que DO puede
ser cosa de esta vida, i es un peligro que siga vinien
do aqui... .
-No vendr mas, le respondiJuana.
-Ese hombre es el diablo...
-Pero, dgame compadre, espuso Juana, cmo
es que mat a tanta jente anoche? Yo creo que el
diablo DO tiene permiso de Dios para matar a nadie,
porque de lo contraro podra acabar con 91 mundo.
-As, es comadre; pero ha de saber usted, i esto
DO habia tenido yo oportunidad de decirlo, que aque-
llos muertos no han sido tales, pues Dinguno ha sido
sepultado en el cementerio.
-U6-
-1 qu puede ser eso? dijo Santiago entrando,
mintras Juana i Dolores quedaban sorprendidas
mirando al cura i esperando que concluyera de ha
blar sobre tan raro asunto.
-Es mui sencillo como ha pasado, aunque fuera
de lo natural. Esos mineros, incluso el tal Faramalla,
son todos unos brujos o diablos que han querido di-
vertirse, i para esto han formado un alboroto con
todas las apariencias de verdad. No han existido ni
muertos ni heridos i todo ha sido pura farsa. Tal
es mi opinion.
-Pero ]0 que no ha sido Husion, interrumpi San-
tiago, es que me quebraron vasos i botellas i por na
da no me quiebras una costilla.
-Ser eso lo nico real i natural que haya ocurri
do, dijo el cura. Ahora, lo que ustedes deben ha
cer en prevision de llegada de espritus malos,
es que acostumbren sus oraciones de siempre i no
admitan mas en la casa sino a personas que ustedes
conozcan que son buenas. Esto de dar entrada i cier-
ta confianza a sujetos que tienen las apariencias de
decentes, tiene muchos peligros. Yna familia honra-
da no debe nunca dar confianza sino a los amigos
probados de los padres o jefes de la casa, sobre todo
cuando hai mujeres menores. La lijereza de llstedes,
compadre Santiago, ha sido la causa de que se les haya
introducido una visita que ahora no solo les costar
echarla, sino que puede irse enojada i hacerles a]gun
mal. 1 todo por]a ambicion de un poco de negocio.
-Asi he pensado yo, dijo Juana. Ese oro que ha
guardado Santiago se desapare er como lleg.
-1 ahora esto pensando, agreg ste, en que mi
oro se va disminuyendo; yo creo que alguna mallO
misteriosa va sacanuo pepitas...
-Es el diablo, compadre. Mucho cuidado.
A ese tiempo daba el reloj las once de la noche i
las chiquillas empezaban a sacar las camas para el
dormitorio de los padres, conforme lo habia dispueE-
to Juana. Por esto el cura se fu a su capilla, en tan-
to que aqulla tomaba todas las precauciones que
crey prudente para evitar que el diablo entrara a la
casa i molestara a las chiquillas.
CAPITULO XIV
Amores i astucias diablicas
1
En aquella noche, la familia se acost mas o mnos
I las doce, las tres menores en una cama i Dolores
con su madre. Santiago puso cama junto a stas i
Isi durmironse todos sin preocupacion, ni miedo
algnno.
A eso de las tres de la maana, Dolores di un gri-
to. Juana la cubri con su cuerpo casi inmediatamen-
te, preguntndole qu de nuevo haba.
-Me han tocado la cara, dijo aqulla, con mano
helada i lguien me habl sin que yo le entendiera.
Juana mir a Santiago a tiempo que ste encen-
dia luz.
-Esta chiquilla est soando con brujos todas las
noches, dijo ste incomodado.
-Esto pasa de castao a oscuro, agreg Juana le-
antndose a buscar un tiesto que tena con agua
bendita.
Roci con ella la cama i luego se abrig en ella,
quedando la pieza con luz i la familia en quietud corno
Antes.
Pero Juana no poda dormirse, pensando en el dia-
lo. Las continuas alarmas de Dolores no podian ser
. asiones, porque all estaban las hermanas para ates-
~ u a r que lguien andaba tras de nocturnos amores.
~ n luz i despierta, era intil que el diablo llegara a
lDcomodarla. .
Pero no contaba con las astucias del diablico ena-
rado.
-128 -
11
-Oyes, Santiago? dijo Juana de un repente a su
marido, que parece empezaba a dormirse.
Santiago se descubri la cara, mir a Juana i puso
atencion.
-S, respondi; parece que mucha jente pasa por
la calle rezando.
En efecto, se senta como el acompaamiento fne
bre que suele seguir a un muerto que llevan a sepul.
tar, o como las proce iones tan comunes en la poca
de estos sucesos.
-Es mui raro, dijo Juana, que a esta hora ande
tanta jente. Pero quin habr muerto?
-Parece que el compadre tambien va rezando en
voz alta, agreg Santiago.
Asmate a ver qu es eso.
Santiago se apresur a complacer a Juana para
salir tambien l de dudas.
Medio vestido i envuelto en UBa frazada, se diriji
a la ventana que daba a la calle. Juana seguia po-
niendo atencion, mientras que las cuatro hijas dor-
mian al parecer.
Abri la ventana Santiago lo suficiente para que
pudiese mirar con un ojo, por prudencia, y qued
sorprendido al ver una procesin con velas encendi
das, semejante a muchas que organizaba el padre
cura. Las velas apnas alumbraban, porque un vien-
tecillo soplaba lo suficiente para dificultar la perma
nencia de la luz, que oscilaba envuelta en pequeas
espirales de humo. Aque las velas eran enormes, de
larga i negra mecha i producian un olor desagradable.
Esa procesion murmuraba rezos que no se enten
dan i que era compuesta por personas envueltas en
ponchos como abrigos. En realidad, la noche estaba
fria.
Curioso Santiago por aquel espectculo, abri un
poco mas la ventana para ver el fin de la procesion.
Divis un mar de jeote andando con calma i a su tr-
mlDo, o mejor dicho, hcia atrs de la larga fila, vi
9
Pi r muchos
eotarios que
eron del asunto, no pudieron encontrar la causa
adera de aquella funcion relijiosa a tales horas i
Dtanto acompaamiento.
Pero el compadre deseaba que lo acompaasen si-
'era adentro de la. casa, i era necesario dar-
gusto. En consecuencia, Juana se puso vestida i se
ig con una colrha de la cama i encima uo paue
de robozo, tom la vela i se diriji0 a la ventana.
liago fu a la puerta COl forme se lo hbia dicho
desconocido.
III
- 129-
ir 11n ataud levantado en Era aqueil<1
estraordinario de algun rico propietario
mIDas.
,De dnde salia aquella ma"a de jente? Tal era lo
e a Santiago, cuando se le acerr un
8conoCldo, cuya fisonoma era dificil descubrir i
De le dijo:
-Cuida tu pu-
ta de caBe,
rque la multi
d la empujar
abrir, si as
Olo haces, i Ha
ma a tu mujer
ra que alum-
re esta venta-
U. As te lo en
ia a decir tu
compadre cura,
-Est bien,
pondJ San-
iO.
Cerr la ven
Da i fu a co-
uDicar a Juana
uella novedad
- 1::l0-
LK pieza qued a oscuras i las chiquillas, que es-
taban ya despiertas con esos trajines, se abrigaron
en sus camas mas bien con deseo de dormir que de
curiosear sobre lo que pasaba en la calle.
Mientras Santiago i Juana se ocupaban de lo que
queda referido, sobre lo cual trataremos a su tiem-
po, Dolores pas por apuros i sorpresas inespe.
radas.
Se empezaba a quedar dormida, cuando dos manos
le apretaron la garganta. Una voz desconocida le
dijo mUl quedo:
-Promteme que no gritars i te quito las manos;
si gritas, te ahogo: soi tu padre.
Dolores tembl de miedo. Calcul que el di(lblo en
figura de su padre seria el que as trataba de abusar
de la ausencia momentnea de la madre, i por eso
tuvo un gran temor de perder la vida. Al principio
crey prudente el no contestar hasta que Juana vol-
viera a la cama; pero por el rllfdo que se senta en la
calle, la procesion no solo duraba aun, sino que lle-
vaba trazas de no terminar tan pronto.
-Es usted mi padre?... pregunt aquella.
-La voz que oyes es la de tu padre; no tengas te
mor.
Diciendo esto, la solt la garganta i empez a que
rer levantarle las frazadas.
-Que es lo que quiere conmigo? le pregunt Do-
lores.
-Casi nada, le respondi el desconocido; busco
calor, porque siento dentro de mi un frio tal que no
me bastar a quitarlo ni todas las frazadas de Chile;
pero tu tienes el calor medicinal que no tienen las
trazadas, i por eso vengo a que me lo des, sin que
nadie sepa. En cambio, aqn debajo de la almohada
tienes un regalito de oro que te servir para muchas
buenas cosas...
-Pero yo no quiero oro; saber qu miste
rio es este. Si es usted mi padre, hbleme de da; si
no es, llamo a mi madre i no me podr hablar
mas.
-No me preguntes tanto, respondi aquel tomn-
-131 -
ola del pescur>zo otra vez; djate de hablar i cllate
a boca.
Esta conversacion era mui callada. Dolores hubiera
deseado hablar fuerte para que Juana la oyese, pero
el miedo al desconocido la hacia desistir.
Entre tanto, ste procuraba aCl)starse cmodamen-
te; pero Dolores resistia envolvindose en las ropas
como en las ocasiones anteriores. En un momento en
que esta lucha amenazaba con meter alguna bulla, el
desconocido tom de la almohada un puado de nro
i se IQ tir a las manos para que lo tocase i se con-
venciese que no habia engao. Dolores sinti el fria
del metal, pero le asalto la duda de que su pad e no
podia ofrecerle riqueza porque habra. sido una ridi-
culez, i luego Santiago estaba con Juana en ese mo-
ment .
La voz de sta se sentia no mui distante) lo cual
hacia que Dolores no tuviera tanto miedo como en
otras circunstancias.
-Retrese de aqu, dijo al bulto cuya barba le ro-
saba l? cara; sea usted o no sea mi padre, espere a
mi madre.
-Te equivocas, norque qu'ero estar si-
quiera un lOstante.
1 volvi al ataque. Dolores empez a luchar con
ambas manos) mientras aquel le tap .ba fuertemente
la boca. La batalla era d sigual, la del gavilan con-
tra Hmida. avecilla.
IV
Era imposible dejar de sucumbir en aquella par-
ada insistencia de un amor tan extrao i a todas
uces emprendido bajo el n ,mbre supuesto del padre.
"'antiago, ofr ciendo dinero a una hija a quien
ia dado 'e el mas evidente buen ejemplo, era
Igo tan. monstruoso que no poda concebirse i por
o mismo inadJsible.
Pero all estaba su barba i tamben su voz. Solo el
uerpo Jo senta Dolores mu blando, como fabricado
e lana i as no era el cuerpo de su padre.
132 -
Sudaba ella por desacirse de aquellas manos i por
separ r su ro 'tro de aquellas barbas tan speras.
1 Juana no llegaba con la luz. En qu se demora
ba tanto? Ni aun las chiquillas habian despertado.
Parece que todos se haban conjuraao para dejarla
sola, a oscuras i con un fantasma que si no la mata-
ba, a ID menos podia efermarla de terror.
Ya se iba cansando. Sus manos adoloridas, tem-
bloro as, hacian los ltImos esfuerzos; us ojos eran
dos rios de lgrimas I su lengua pareeiale convertida
en cuero seco spero.
Pens en rezar; pero los inc' dentes de la lucha,
aquellas barbas puntuas, aquella voz hueca,i ds
agradable, i los resolhdos que. e le acercaban () reti
raban, le impedan ac.ordar:e de oracion alguna.
Hasta DIos parece que la ::tbandonaba.
Estaba p.ra rendirse a las fuerzas bratales de
aquel demonio, cuando determin el todo por
el todo. Dando un fuerte grito, toda la familfa corre-
ria a socorrerla, antes que el desconOCIdo la hublese
aseginado, cama se lo habia dicho. 1 se alistaba a
gritar, tomando lo mejor que pudo en medio
de la opresion flue sufria, cuando el diablo compren-
dile la intencion i le estrech la garganta. Luego se
la dej libre para no ahogarla, pero e eambio le
tp 1.. boca con la mano izquierda, continuando asi
esta lucha de.:;gual.
DJ10res se crey irremediablementtl perdida. Des
falleci, solt los brazos i lanz un jemido con un
dbil grito, casi perdido entre los dedos del crimi
nal; grito que pudo orse en la cama de las hermanas.
-Dios mio! dijo D0lorf's quedando como muerta.
Pero DIOS le oy. Al mismo tiempo de pronunciar
esa palabras, sintise del laoo del patio el aleteo de
un gallo i luego u rbusto canto.
Al instante el fantasma abandon a Dolores i .ta
qued libre, aunque de.;:m yada. Las herm,'tnas des
pertaron, i creyendo Maria que D')lores sufl'a algo,
la llam. Como no obtuvie e re<:puesta, grit !Jaman-
do a Juana.
Esta ocurri presurosa a ver de qu se trataba.
- 1.33-
Vi medio sentada a M'lria i pregunt. por Dolores, ,
que pareca sepultada en el medio de la ;'cama, lejos
de las almohadas. .
-Qu es esto! dijo Juana alumbrando con la vela;
Yen, Santiago.
Al destapar a Dolores, Juana di un alarido i por
nada cae desmayada sobre el cuerpo de su hija.
v
La alarma dada por Juana hizo levantar de sus
camas a las chiquillas i correr a Santiago, que aun
permaneca en la puerta de salle del negocio o des-
pacho. Pero ntes de pasar adelante, es oportuno re-
ferir Jos sucesos en qne tomaron parte aqullos.
Juana lleg calmadamente, con la vela encendida,
a la ventana de la pieza vecina que daba a la calle,
segun queda referido. Se asom con precaucin hcia
afuera para no ser vista jente:que;pasaba en la
procesion, i solo cuid de interior, colo-
cando la vela detrs de la hoja de la ventana.
Bastaba, segun ella, con que el compadre acom
paantes amigos que por alJi pudieran pasar supie-
ran que en la casa los acompa,ban despiertos desde
ese lugar.
Era un acto de cortesa mu 3costumbrado
ces en las ciudades y en los campos. A cualquiera
bora de la noche que se senta. pasar el Sacramento,
una procesion religio$a o el acompaamiento de un
entierro, las jentes devotas salan a las puertas o ven
tanas con luz y desde all acompaaban relijiosa-
mente a 108 que pasaban a su frente, i se hincaban o
permanecian de pi, segun los casos.
Si hubiera sido el Sc;.cramento el que por alli pasa-
ba ahora con aquel largo acompaamiento, JUc,na ha-
bria hecho levantar a las hijas para qt e se hincasen
or lo menos en sus misma:; camas.
Divis Juana de velas encendidas y le es
ao ver tanta jAnte. Se puso a rezar por el alma del
e lIe aban al cementerio o a la capilla, cuando uno
e los de la procesion se le acerc apagando la vela
- 134-
que tenia en sus manos con un sacudon fuerte hcia
abajo.
-Buena cristiana es usted, seora Juanita, le dijo
el recien llegado arrimndose a la ventana medio
abierta.
-1 buena lo he de ser siempre. Digame qu signi-
fica esta funcion? respondi la
Costumbre entnces, como ahora, en las poblacio.
nes pequeas i en los campos i en la capital misma,
que aun sigue siendo la gran aldea de Chile, era la
de trabar conversacion con cierta llaneza, sin COne)
cerse, no importando el sexo ni la edad. 1 apesar de
esta libertad de hablar, habia un respeto mtuo,
porque cada cual a su manera trataba a los demas
casi de ipal a igual, sin distinguir fortuna. Solo en
las ceremonias, convites o reuniones de sociedad ha
bia marcada y distincion.
Juana, aun cuando no distingui la cara del que la
hablaba, juzg qae seria algun trabajador vecino de
los mUvhos que frecuentaban el negocio.
Aquel le habl con cierta intimidad i le respondi
dici[ldoL:
-Esta funcion es formada por casi todos ls mine-
ros de estas vecindades. Se trata de ir a velar a
un hombre que viene vivo en aquel ataud...
-Que est. usted diciendo! le interru-npi Juana
asomandose en la direccion que se le indicaba.
-Ha de saber usted, que se ha encontrado a un
hombre endemoniado, el cual hzo pacto con el dia-
blo para recibir en cambio alguna fortuna en oro;
pero que arrepentido de haber perdido liIU alma, ha
querido que se ]e lleve a una quebrada vecina para
ser velado all conforme se suele acostumbrar, i re
conciliarse con la iglesia catlica de la cual se aparo
t en un rato de demencia.
-Pobrecito! dijo Juana.
-Si, es digno de lstima; pero nos estraa tanta
jente cuando se necesita mucha moo . Solo cuatro
hombres pueden llegar al lug'lr en donde vamos a
dejar el ataud. Estos hombres lo dejarn en el suelo i
solo uno podr velarlo hasta que venga el dia. A esa
-135 -
hora saldr libre el infeliz; pero ntes el que lo cuida
tendr que presenciar las mas horribles visiones.
VI
1 a todo esto la procesion continuaba i el ataud
tardaba en pasar.
-Tengo frio, dijo Jualla, voi a cerrar la ventana i
cuando sieuta que pasa el ataud abrir para darle
usto a mi compadre cura.
-Dgame, le dijo el hombre, dnde est don San
tiago?
-Lo han llamado a la puerta i all est, no se con
quin.
-Mucho cuidado con l, agreg aqul; su marido
se la est pegando escandalosamente.
Juana hizo un movimiento brusco de sorpresa y
conte8tG:
-1 qu es lo que hace?
-Oh! se enamora de todas perdidamente i gasta
eon mujeres un dineral, porque ahora est en la bue-
na i tiene mucho oro.
1 el desconocido empez a contarle historias de
amoros con muchas. vecinas, para llegar a decirle
que RO se estraara si tambien se enamoraba de al
una de sus hijas.
-Jesus Marial dijo Juana al oir esto; voi a ver a
este bribon... Pero, agurdese usted... parece que he
sentido como grito de las chiquillas.
-No, le dijo el desconocido; no ha habido grito al
uno. Icomo le deca, don Santiago es el mismo diablo.
-Pero, dgame por Dios santo...
Aquel hizo un movimiento de nervios como tocado
por agudo alfiler. Juana sac la vela para ver aquella
cara que empezaba a infundirle cierta desconfianza;
pero not con asombro que el desconocido huta de
la luz.
-Voi a rezar, dijo Juana astutamente para saber
i estaba tratando con cristiano o con algun herejote.
-No, a Jos endemoniados no se le reza, espuso el
desconocido: cuando pasan se les dice la oracion del
alcatraz.
- 136-
-Qu oracion es esa, que no la conozco ni de
nombre?
-Es mui sencilla, dice asi:-Santisimo i reveren-
ciado alcatraz; tu, que das vida a perros muertos i
que te entras sin milagro... ,
-No me veng-t u ted con esas bromas! le inte-
rrumpi Juana; yo rezar conforme a mis creencias
en Dios...
A ese tiempo oy un grito de alguna de las chiqui-
llas. Entnces Juana cerr violentamente la ventana,
sin oir mas conversacion, i corri al dormitorio.
VII
Dolores estaba se ha referido ntes, en tal
estado, que ocasion un grito de dolor de la madre
Yacia plida i temblorosa, con algunas manchas
moradas en las manos, en el'cuel1o i en un lado de
]a cara. Recostada del lado derecho, sus piero:\s eu-
cojidas f las rodillas casi tocando la barriga, Dolores
parecia un bulto de carne.
Santiago lleg preguntando qu ocurra, cuando
Juana, anegada en llant, corria hacia el agua bendi-
ia i rociaba todo"el cuerpo de la hija.
-Pero qu es lo que hai, mujer, por Dios? dijo
Santiago mirando con espanto a Dolores.
Juana lloraba sin poder pronunciar palabra; pero
las chiquillas contaron que habian sentido a su her
mana como muy aflijida i que por eso habian llamado
a su madre.
Esta tom-en las faldas a su hija, cubrindola de
besos i de lgrimas. Dolores seguia desmayada.
-El diablo ha venido mintras yo me descuid,
habl Juana sollozando.
Con abrigos i fricciones en todo el cuerpo, Dolores
se estir dando fuertes resoplidos, como quien bata-
lla por no ahogarse.
-Esto es mui singular, dijo Santiago: yo DO he
oido ni maliciado nada, por llevarme en esa
oyendo a un diablo que no s quin es.
-1 a mi me daba conversacion otro en la ventana,
137 -
"eg Juana contndome lesuras, i la tal procesion
D acab nunca de pasar, hasta que esta chiquilla
rit i vine corriendo. -
-Las cosas que estn pasando en esta tierra pare
ceD cuentos de brujas i duendes. Porpue quin de
monio puede venir a molestar a esta pobre Dolores,
i no es algun espritu que la quiere mal?
Se conoci, a ese tiempo, que la paciente estaba
fuera de peligro mediante los grandes cuidados de
luana. Pero sta se acord de la funcion de la calle,
i entnces dijo a Santiago:
-Asmate a ver si ya pas el ataud.
-Tienes razono
1 Santiago corri a la ventana puso el oido i no sin-
ti ruido alguno. .
Ya no hai nada, volvi diciendo aqul. Al fin, yo no
supe qu cosa era esa multitud de jente.
-Era un endemoniado que llevaban a velar para
salvar su alma, segun as me lo dijo el hombre que
vino a la ventana, pero cuya cara no pude distinguir-
le. 1lo raro es, continu Juana, que no vi cara algu.
Da entre tantos hombres que pasaban con trajes ra
os.
El hombre que me sujet hablndome en la puer
ta, dijo Santiago, me dijo que te estaban galanteando
eD la ventana; pere como yo no soy celoso, no hice
caso. Cre qne eso era buena broma.
-1 el otro me dijo que t andabas con galanteos
con todas las mujeres del lugar.
- Estamos frescos, agreg Santiago; tras de los
diablos i duendes, vienen los cuentos i chismes. Bibn
ea que hay en todo esto algun plan diablico para
perdernos, para hundirnos. Somos vctimas nocen
tes de alguna jente envidiosa que quiere nuestra
ruina.
-Mui temprano voi a dar cuenta a mi compadre
e este suceso, para que venga a bendecir a nuestra
hija. No encuentro mejor modo de librarla de peligros
i de quedarnos en paz. Lo demas que yo s, con l lo
rreglar.
-Pero, tqu mas sabes?
-138 -
ada! dejemos que duerma mi hijita.
VIII
La ajitacion i el bullicio de la casa tu cesando i
todos volvieron a las camas. Eso si que nadie pudo
dormir.
Viento fnerte soplaba entnces, remeciendo los r-
boles del patio y dando suaves oleadas contra las
puertas i ventanas, que crujian como empujadas por
man(\s invisibles.
Era que se haba trabado lucha desigual entre los
espritus que defendan la casa o que trataban de
asaltarla, segun la creencia vulgar de aquella poca?
El nuevo dia trajo la tranqnilidad absoluta a la fa
milia menor. Juana esper la hora conveniente i sali
en busca del cura, sin hablar palabra con Santiago.
Llevaba aquella un infierno de celos en su pecho i
deseos de rabiosa v e n ~ a n z a .
Cul era la causa? Primero lo que le dijo el des-
conocido de la ventana, i luego algunas palabras que
p do decirle Dolores.
En efecto, sta habl una vez restablecida de su
penoso accidente. Cont a su madre los incidentes
del ataque de que tu vctima i de cmo el bulto le
habla dicho que era su padre, encontrando en com-
pr b:mte algunas pepitas de oro en la cama.
Juana casi perdi el juicio. Le pareci que era evi-
dente que el marido fuera causante de aquellos es-
cndalos. 1 habia uua circunstancia para que pensa-
se asi. Santiago se habia apartado de Juana durante
todo el tiempo que sta habia estado en la ventana;
luego, no cabia duda de que habia aprovechado el
tiempo para irse a ver a Dolores.
-Te repito que sois un brujo, un diablo, un con
denado, un bribon! grit JuaDa a Santiago saliendo.
Santiago salt hcia adelante impidindole el paso.
-Te has propuesto aburrirme con tus insultos i tu
mal modo? Qu significa tu cambio de carcter, an-
tes blando i bueno, i ahora trocado en el mas endia
blado mal humor? Tengo yo la culpa de que el diablo
venso a atormentar a esa pobre chiquilla?
- 1:;9 -
-No me digas una palabra mas! grit Juana; todo
arreglar con el nico que aqu puede tomar cono
olmiento de los escndalos que estn sucediendo, i
e es el cura.
-Pues, habla t con l lo que quieras, que yo tamo
ien procurar verlo mas tarde, dijo Santiago po-
nindose de un jenio endemoniado cual nunca lo ha
bia experimentado.
Pero a ese tiempo pasaba a caballo el compadre,
de ida o vuelta de alguna confesion, Casi simultnea-
mente lo llamaron Santiago i Juana i luego se si-
gui unk. conferencia que el lector conocer en el
captulo siguiente.
IX
Los curas o prrocos ejercan una influencia po-
derosa en las familias i vigilaban a todos los que for-
maban parte de la parroquia, espaoles e indios, que
no era otra la division de clases sociales que existia
entonces en Chile, o sea blancos i negros, amos i es-
clavos, patrones i trabajadores.
Los curas el'an los j neces en el hogar i los consul
tares i Jos mdicos de almas, en los confesionarios.
Tal era la creencia popular i tal lo que se enseaba
desde la cuna a todas las jeneraeiones que venan
poblando el terf'itorio desde la poca de la conquista.
Por lo dema!;>, no pretende el autor de este trabajo
estudiar aqueUa sociedad, sino narrar sucesos que
e cuentan basta ahora i que tuvieron como base un
ruidoso proceso contra Santiago Barreta, segun se
leer a su tiempo.
Aquellos acontecimientos, fantsticos i a veces des-
Jumbl'antes. son el reflejo de las creencias populares
sobre los espiritus buenos i malos. Es asunto este
bsolutamente chileno, i por esto no hemos querido
quitarle su sabor naci ;n<11 con estudios sociales ni
con comparadooes de pocas ni de civilizaciones
que desfiguraran la narracion i cambiarian por com
pleto la naturaleza de esta obra, e crita: nicamente
para entretener al lector con las orijinalisimas tradi-
ciones de Alhu, el Alhu mapu de los indjenas, o
1 pais del diablo, segun lo hemos contado en el co
lDienzo de esta endiablada historia.
CAPITULO XV
Tiene la palabra el eDra de Alhu
I
Como en procesion entr a la casa de Santiago Ba-
rreta el buen cura prroco i compadre por la Igle
sia. Su edad de cerca de setenta aos, su traje humil
de de fraile i sus maneras siempre srias, aunque
alegre con los amigos, le atraian simpatas. Era que-
rido en el lug. r, aun de los mas alza.dos mine
ros. Gu taba de la pobreza, comia pero ali
mento bien cocinado i suculento, i tenia una conver-
sacion tan agradable como instructi va.
Su mirada era penetrant\'. Bastaba que vie e o
hablase con una persona para que la juzga e con
juicio certero.
El cura de Alhu no era de la pasta de muchos
otros curas, amigos del lujo, de la sin
caridad, orgullosos, mundanos e.ignorantes.
Entr alegre saludando a sus buenos amigos, i a
8U encuentro salieron, dando saltos de gusto, las tres
chiquillas menores, contentas i hablantinas.
- Tenemos que hablar cosas demasiado srias con
usted. compadrito, dijo Juana.
-Si, mui srias, agreg Santiago.
-Pues, vamos a ver de qu se trata, espu.:o el
cura, sentndose cerca de un brasero en donde her
via un tiesto con leche.
-Todas las chiquillas se retiran de aqu! grit
Juana.
Les tres, el cura, Juana i Santiago, quedaloo dis-
puestos para conferenciar, en tanto que el ltimo
ordenaba a la negra i a Maria que fueran al negocio
a e idar i a vender.
II
-141
-Ha de saber, compadre, dijo Juana, que anoche
i me han muerto a mi hijita Dolores, que all est
ina en cama. Mintras me estuve en la ventana,
mpliendo con el recado que usted nos mand para
compaar el entierro o velorio...
-Pero, qu recado ni qu entierro ni qu nio
nerto! interrumpi [rai Manuel, arrogando la
nte.
SantIago i Jllana quedaron mirndolo i mirndose.
-Entnces no nos mand llamar anoche? dijo San-
go abriendo tamaos
-Si me he aeostado como a las siete de la noche i
me he movido hasta la rrJ3drugada!
- 1 esa gl'an proccsion con tant.'ima jente que
5 por la calle...
-Estn ustedes contndome alguna historia o sue
, dijo el cura.
Entnces i Juana le refirieron el aconte-
miento, quedando el cura admiradsimo del suceso
estr' n.
- Sent muchos aullidos de perrrs i lo me
'eron 8"ta maana, agreg aqul.
-Ht.'mo sido engaados, repu o pero falta
el' qu cosa era lo que Vimos.
-8m duda iluSlOn diablica. El diablo ha tomado
la tierras como propias, i a pesar de las peniten
'as pblicas i del buen ejemplo que doi i que hago
actJcar en la mayora de los habt:mtes del pue-
o, el maldito bu ca astutamente rn:- nera de perver-
i de engaar. Satans ha querido reirse de ustedes
mientras que los entretenia lpjos de la familia chi
l vendria a sorprender a Dolores. Eso es todo.
-Buena cosa compadre! dijo Juana; el demonio
B per.;igue i pblicamente celebra fiestas i cereo
OolaR,
- Hoi escribo al seor Obispo sobre esto i sobre
o lo demas que slhemos.
- 1 dfgame, compadre, de dnde ha salido este
- 142
cardmen de diablos que ha omado posesion de este
Jugar? .
-Es mui sabedo, contest el cura a San-
tiago. Donde hai riquezas, alli est el demonio des.
la codICia 110s demas vicios de los hombres.
Pseme, compadre, aqueJ libro grueso que usted tie-
ne all con tapas de cuero.
-La Polftica Indiana de Solrzano?
-La IDI r:-a. E e autor es mui recomendable, como
qU8 fu en su tiempo el consultor de los reyes de Es-
paa i de sus mas altos tribunales.
1 el ('.ura relistr algunas pjinas, hasta que encono
tr lo que
-- Dwe en la pjina 169:
al no son Folos estos peligros 1m; que suelen hallar
en las minas, que de muchos se lee que lag habitan
demoDlos que Bamamos duendes, en diferentes i es-
traas figuras, que muchas veces hacen grandes da-
os a los que las labran, otras se contentan con ha
cerles burlas i traerlos mquietos y alborotados.
-Esto dice Solrzano, que fu oidor de Lrna en
1608 i uno de los eminentes jurisconsultos espaoles
de su 1 lo que dice e. te abio autor, es lo mis
mo que les repito 3 hora. Desde antr.s del descubri
mipnto de la Amrica, el dIablo reinaba en las minas
ne Mjico, Per, Chile, i en todas partes, i aun IDnra
ba en los entierros de riqueza que hacian indios
juntos con los muertos, o . ea en las huacas...
-Digame, compadre, pregunt Juana, qu es eso
de huacas, de que siempre he oido hablal'?
-Tiene este nombre la siguiente historia, que
tambin la cuenta Solrzano:
El emperador del Per Gllainacava no tenia fami-
lia, i aunque era inmensamente rico, su fortuna no
le daba hijos. Pero le naci uno despus de largo
tiempo de espera, i entnces le mand construir UD
palacio maravilloso i movible, es decir, capaz de po-
derlo trasportar de nu lugar a otro. Ese palacio era
de oro i plata, con habitaciones, jardines i animales
fabricados de los mismos metales. Era aquello una
riqueza imponderable. Para resguardar la habitaci(ln
-143 -
nio con un signo de grandeza, el padre hizo fa-
car una especie de cadena de oro tan gruesa i lar
, que doscientos ind.ios apenas la podian levantar.
-Acortela, compadre, dijo Juana de buen humor
bando un mate.
_Pero si aqu est Solrzano que lo dice, pjina
,. i agrega que al nio principe le pusieron por
~ b r e el ql e tenia esa cadena, que en esp8ol es
oga i entre los
dios erf!.lIu-
car o Guas-
, i que esto
'Difica. Cuan-
los espao
descubrip-
n al Per, los
dios escon-
'eron aquplla
queza ente-
ndo conelia
muchos horr.-
rescomo para
De la cuida-
D.L... riqueza
unca se hal!
ar los esoa-
oJes, pero' el
ambre esp::l-
olizado de
huaca quedo
plicado para todos los entie 'ros indjenas de oro o
lata que se hacia entnces cuando se moria algun
or principal. E os sitios psaban a ser templos o
oratorios llenos de figuras e dolos, ordinariamen-
mui feos i disformes, porque el demonio, en cuya
8neracion los hacian, gustaba de hacerse adorar en
lauras mal ajestadas, las ruales 'solian hablar i res
ponder como si estuvieran vivas.
- Pero cmo e ~ posible, compadre, que haya tan-
08 diablos para tantos paises i lugares? dijo Juana,
tanto que el cura i Santiago tomaban una copita
aguardiente.
- 1 ~ 4 -
-Es que los 'njeles malos i las almas de los que
Jes ban acompaado despues. son muchsimos. Un
autor flamenco, luan de Wier, discpulO del gran
brujo i nigromante Corn.3lio A.grippa, que vi vi del
ao de 1515 al de 1588, escribi una obra que titul:
De la seudo monarqua de los demollios. Hablando
del reino univers 1 del diablo, asegura que en esa
poca tenia el rei de los infiernos una monarqua
compuesta de 72 prncipes i de 7 millones 405,906
diablos.
-Por Dios, compadre!
-1 otro autor agrega que una lejon infernal, 0,
como diramos en Espaa, un cuerpo de ejrcito, es
compuesta de 6,666 diablos.
-Caracoles con el ejrcito ese! dijo Santiago.
-Desde el siglo doce hasta el dlezlsels, eontinu el
cura, el diablo fu estudiado por Jos hombres como
en ninguna otra poca del mundo; se escribi esten
samente sobre sus costumbres, sus gu tes, sus amo
ros, i desde entnces aparece como rei del mal con
cuerpo bumano, pero con cuernos i cola. No duden
ustedes que el diablo anda en e ~ t a casa, i si no en-
miendan su manera de viVIr, el diablo se los llevar.
- Pero !Si el nico ma.lo aqu es Santiago, dijo
Juana.
-Esta mujer anda desde hace das de manera que
ni el mismo diablo la aguantara.
-Arreglemos las cosas en poz, interrumpi el cura.
lIT
1 empez a tomar averiguaciones minuciosas de
todo lo que habia pasado.
Para esto habl con cada una de las personas de la
casa, s paradamentE'. Cuando le toc el turno a lua-
na, sta culpo de todo a Santiago.
El cura mismo tuvo dudas a este respecto; pero
como hombre prudente, no dl opinion alguna sobre
esto, sino que se limit a poner l(ls hechos en cono-
cimiento del obispo, para lo cual iba a despacbar un
correo a la capital.
- 145-
Santiago alcanz a oir o a comprender que su muo
lo acusaba, i como se creia inocente, empez a
sperarse, mucho mas pensando en su condicion
estranjero, por cuya circunstancia no esperaba
er consideracion de nadie en este pais.
El cura se retir a su casa, llevando la conviccion
e que el espritu maligno fomentaba alarmas i sos-
chas en ese hogar que siempre habia conocido hon
do i virtuoso. Al despedirse dijo a Juana i a San-
go.
-No duerman a oscuras; pongan una vela encen-
'da al frente de alguna imjen; procuren la paz i
Dena armonia; eviten las visitas de personas cuyos
ntecedentes no les conste a ustedes que son honra-
os; no teman al demonio, porque Dios es el nico
ei i seor de nuestras vidas i de nuestras almas; i
obre todo, procuren el buen ejemplo i djense de
mbicionar el oro, porque esta aIlJbicion es la causa
de casi lodoR los males que aflijen al mundo.
Por ese da los nimos quedaron con cierta tran-
quilidad i hasta algunas noches se pas en la quieta
az de otros tiempos, gri\cias al oportuno sermon del
ra,
10
CAPITULO XVI
n. cmo Dolores iu encerrada en una
caja con llave
1
No estaba el diablo para intimidarse por los sanos
consejos del cura ni por las cristianas intenciones de
la familia de Santiago Garreta. Busc nuevos pretes-
tos para poner en desacuerdo a los esposos i revol-
ver otra vez la casa.
Nuevas alarmas de Dolores determinaron a Juana
a tomar el partido estremo de decirle a Santiago que
!"a\iera de la casa siquiera por algun tiempo. El pue
blo tenia conocimiento de las novedades que estaban
ocurriendo, i no era posible quedar insensibles ante
lAS habladur;as de un vecindario en donde habian
muchas malas lenguas.
Santiago casi perdi el juicio. Despues de un vio-
lento altercado con su mujer, aqul tom una soga i
se march al campo-resuelto a ahorcarse. La vida le
era insoportable ya i queria dejar tranquila a la fa-
milia i tranquilo al pueblo que ya empezaba a juz-
garlo criminal.
1 para colmo de desgracia, conocia que el cura se
inclinaba a creer en las sospechas que le contaba
Juana. Santiago estaba pasando por criminal den-
tro i fuera de su caaa.
II
El mismo dia en que Santiago salia al campo Dolo-
res era mandada por Juana a una casa vecina a bus-
car un encargo insignificante. A su vuelta recibi de
un nio el regalo de unas flores, dicindole ste:
-Toma, Dolores, estas flores te las manda mi pa-
dre Faramalla i me dice que no seas inlrata...
-147 -
-No tomo flores, contest Dolores marchando
casa de prisa.
El niito sigui tras ella, la tom del vestido i le
ijo:
-Sers feliz conmigo, entnces...
Pero DJlores ech a correr i as lleg a su casa.
Cont a Juana el suceso i sta le aplaudi su resis-
tencia para recibir regalo de un desconocido.
-Ese debe ser algun diablo chico, dijo Juana.
1 luego pens en que ya volvian otra vez las apari-
ciones tentadoras. Por precaucion llam a un carpin-
tero i le hizo fabricar una caja de madera de lamo
con estas dimensiones, apuntadas aqu lo mismo que
,-parece en el espediente de que son tomadas estas
noticias: largo vara i tercia; ancho dos tercias; alto,
dos tercios menos una pulgada.
El pensamiento de Juana era encerrar all a Dolo-
es para saber con certeza si en realidad algun esp-
itu era el enamorado, porque en este caso podia en-
trar facilmente en la caja i asi podia sorprendrsele.
La oC3sion era favorable puesto que Santiago habia
dicho que no volvera.
Juana qued administrando el negocio i como due-
lia absoluta de toda la casa.
Hizo acompaarse en la tarde, para que siguieran
urmiendo en las noches en los diversos departa-
mentos de la casa, de las siguientes personas que vi-
.ian en un fundo de Santiago i que por esto eran de
Confianza: esclavas Ins i Trnsito Rnjas, esta ltima
parda libre i lavandera; Antonio Soto, esclavo i via-
ro, los peones Jos Crlos i Bernardo Orellana i
ntooio Perez, a los cuales se agreg un amigo, Juan
Garbea. '
La casa qued as bien resguardada.
In
Determin Juana pasar en vela todas las noches i
ormir de dia; pero la costumbre pudo mas que la
oluntad. Llegada las doce de la noche, el sueo era
vencible.
-148 -
No p o d ~ a aquella habituarse a este nuevo jnero de
vida, de modo que en la noche siguiente puso en
prctica su plan de encerrar a Dolores en esa espe-
cie de ataud que habia hecho construir.
Asi podia descansar tranquila de las fatigas del dia.
De esta manera dejaba a cubierto a su hija de ata-
ques sorpresivos. Estando encerrada ya podrian to-
dos dormirse sin temor alguno.
Se le ocurri a luana otra idea, la de que sera PI)
sible pillar al diablo o duende si entraba a la caja, i
se hizo este argumento: si su hija era perseguida por
algun espritu, no habia cuidado de que Dolores su
friera, pero si el espiritu tomaba forma humana, en
tonces luana podria pillarlo i hacerlo pedazos con
unas tijeras podadoras que dej ocultas debajo de su
almohada.
Ni al cura quiso comunicar este plan, porque tuvo
vergenza. Le parecia ridculo todo esto, pero desea
ba valientemente encontrar al sujeto que atormenta
ba a su bija para darle una buena leccion con sus ti-
jeras i con sus puos, que eran fornidos i mui capaces
de luchar con veutaja i buen xito con cualquier
diablo.
Dolores sinti miedo a la caja, cuando su madre le
esplic el plan, pero habia que someterse, so pena
de que aqulla lo pasara peor con 1uana que coa el
desconoCldo,
Santiago no lleg esa otra noche i esto favorecia el
proyecto aqul.
IV
A la hora de costumbre la familia se retir, cada
cual a su cama, quedando en pie luana i Dolores.
Cuando todo estaba en silencio, aqulla acomod una
camita dentro de la caja i en ella hizo acostar vesti-
da a la hija, despues de hacerla rezar i de signarlSe
con agua bendIta.
Silenciosamente cerr la caja i le puso llave. La
pieza qued alumbrada con larga vela que luana co-
loc en la vecina mesa, llena de santos i de Oores.
Era aquello una especie de altar en mmiatura, en cu'
- f49-
parte superior se levantaba un crucifijo cubierto
D gasa negra.
La caja qued a dos varas de distancia dE: la cama
e Juana. Este pequeo espacio era suficiente para
Ivarlo de un salto en caso de peligro.
Para mavor precaucion, hizo levantar a la negra
es, sin formar ruido, i con su cama la puso tendida
ebajo del catre para que le avisase de cualquier rui-
o que notase en la caj a. Mientras Juana durmiese,
qulla tendria que estar despierta. Tal era la rden
de sta.
Con tales precaucioDes, Juana durmise como a la
na de la maana, sin cuidado i completamente se-
sura que al primer amago que hiciera el brujo o dia-
blo contra Dolores o contra cualquiera otra de la
casa, seria sorprendido en el acto.
Juana ardia en deseos de ver a aquel ser e3trao
que tanto incomodaba, i soando con l estaba cuan-
do la negra Ines sinti un pequeo ruido que le pa-
reci salir dentro de la caja.
Levant la cabeza i pu o atento oido. La vela pro-
orcionaba entnces la mitad mnos de su luz, por
que gruesa mecha negra se levantaba casi tan alta
como la llama, a la cual dividia en dos pequeos tro-
lOs que alumbraban tristemente la habitacion.
Parecia que all estaban velando un muerto.
V
Ines se arrastr como culebra en direccion de la
caja, hasta quedar escuchando a una media vara de
distancia.
Sinti, en efecto, que Dolores se movia i como que
cia esfuerzos por romper la caja. Entnces la neo
ra volvi atrs i tir fuerte de la frazada que cubria
Juana. Paro sta continu dormida tranquilamente.
Ins levant la cabeza a la altura de la cama i vi
Juana que daba leves ronquidos. Aquella estir una
lJlano i .remeci el cuerpo de su ama, i como viese
e esto era intil, se levant i resueltamente se acer-
a la cabeza de la dormida, dicindola al oido, mui
lladito:
-150 -
-Amita... ! despierte... ! amita... !
1 luana dormia, soando con escuadrones de dia.
blos que comb.tian en contra de ella furiosamente.
As dormida, tenia sus manos empuadas i temblo
rosas, como defendindose de aquel diablico ataque.
Ins, que perdi la esperanza de que su ama sin-
tiese su llamado, la tom de la cara i la sacudi de
manera que luana tenia que despertar.
Pero sta se flgUl' realmente asaltada por el dia
blo mayor, i abrir los ojos i dar de bofetadas al dia
blo, tu todo uno i rpido, como pantera que se ve
asaltada de improviso por audaz enemigo.
-Te pill, diablo bribn! grit Juana agarrando
al enemigo malo i zurrndole furiosamente hasta
caerse de la cama.
-Mi amita, soi yol por DlOsito, mi amita! gritaba
la negra Ins.
luana estaba que no oia; sus ansas eran hacer pe-
dazos, desmenuzar el duende o diablo que habia te-
nido la osadia de tocarla en su cama. Ambas forma
ron un ovillo humano en el suelo, atacando la Ilna i
defendindose la otra, hasta que el alboroto hizo le
vantar a todos los de la casa.
La dormida 1uana se vi apartada por manos ner-
vudas, i entnces vino a disiprsele la pesadilla,
cuando la pobre negra yacfa llorando a gritos, des
greado el pelo i cubierta la cara de sangre. Las uas
de luana habian dejado muestras de ser tan ofensi-
vas como las de gata enojada.
Aflijida qued luana con este desagradable inci
dente. Mintras unos reian, las chiquillas gritaban
de lstima al ver a Ins en tan lamentable estado.
Per aquella tenia que ver a Dolores para saber qu
novedad babia ocurrido, i por esto, luana mand a
sus camas a todos, lamentando su pesado sueo.
-Ya s, decia, que el diablo me dej tan dormida
para que descuidase a Dolores.
1abri la caja, encontrando a su hija entre asusta-
da i risuea.
-Te ha ocurrido algo? pregunt Juana,
-Sentf un pequeo ruido como de raton que muer-
de la tabla; pero nada mas.
- 151 -
-Pobre I D ~ s ! casi la mat, dijo Juana con honda
tima.
-Senti en el patio una gran carcajada, agreg Do
res, tal vez de alguno de los peones.
-Ese ha sido el diablo que prepar este sainete,
puso Juana, porque todos estn con sus camas aqu
otro, repartidos en las piezas, i nadie ha podido
rerse afuera, salvo el espiritu malo.
VI
Por esa noche no hubo mas novedad. Para disipar
el sueo i para reir cada cual en su cama, habia de
obra con lo acontecido.
Saotiago no lleg al siguiente dia. Su ausencia mor
iftcaba ya a Juana, porque habia sido rpida, im-
pensada.
Las mismas precauciones se repitieron en la noche,
esta vez cambiando el turno: Juana 'permanecera
despierta i la. negra cuidadora dormiria. Como Ins
habia quedado inutilizada, la reemplaz Petronila.
Esta negra creia que todo lo que pasaba era obra
diablica i de encantamientos; pero tenia miedo de
hablar una palabra sobre esto.
Como de costumbre, Petronila dormia a pierna
elta, sin importarle un diablo ni cien mil diablos lo
que pasaba.
Dolores recibi repetidas instrucciones para dar
cuenta inmediata de lo que le ocurriese. No tenia
mas que dar dos golpes fuertes con un pi chocado
contra algun lado de la caja, pa\"a que Juana se lan
zAra a abrir la cerradura llevando listas las tijeras
para inutilizar al diablo en sus futuros amoros.
El plan quedaba bien combinado. Faltaba que el
diablo lo ignorara, i solo as podia caer en la trampa.
VlI
Cercana la una i media de la maana no dormia
Dolores. Todas las tardes tenia hasta tres horas de
ueo i esto la mantenia en la noche despierta dentro
de su ataud, en medio del silencio sepulcral que rei-
aba a su alrededor.
-152 -
Asf estaba cuando una dbil luz, fugaz coo1o un re
lmpago, ilumin al intprior de la caja. Dolores ya-
cia con los ojos cerrados, pero not la claridad. Tu
vo miedo i qued sin moverse i en actitud de estar
durmiendo, lista para avisar el peligro.
Entnces oy una voz apagada i hasta timida que
le decia:
-Dolores, no tengas miedo...
Esta di un estremezon de todo el cuerpo. Esa voz
tan suave i casi agradable parece que entraba por la
cerradura de la llave, que era grande i nica parte
por donde penetraba aire.
La miedosa nia hubiera querido dar voz de alar
ma, contnviniendo a las rdenes recibidas; pero te
mia el doble enojo del diablo i de la madre. Este era
un caso singular, especialisimo. Agradar, siquiera
un instante, a dos voluntades opuestas, la una de es-
te mundo i la otra del mundo desconocido de los es-
piritus, era asunto el mas grave entre los graves
asuntos que se habian venido sucediendo desde ha
cia alguo tiempo.
1 la pobre Dolores tenia que sufrir horriblemente
el martirio de tener que oir a un ser descon6cido, que
no lo veia i que sin embargo la perseguida sola o
acompaada, con tenacidad increible.
La voz misteriosa, siempre tranquila, continu:
-Si me oyes todo pasar sin bulla. Te traigo
un lindo regalo habla despacio i yeme...
-Est bien, dijo Dolores, quiero saber quien me
habla...
Esto decia mui despacio, estendiendo la pierna de-
recha para tocar la caja con la punta del pi.
-Oye, dijo la voz desconocida, te mortifican intil
mente; si quieres, ~ llevo para que seas reina i se-
ora...
Diciendo esto, la voz se iba acercando, i luego Do
lores sinti peso estrao, pero blando, sobre las fra
zadas. Era que llegaba el brujo, duende o diablo que
se trataba de encontrar. Un poco de entereza i de va-
lor por parte de Dolores, bastaba para que Juana hi
ciera 8U obra i lo pillara.
-153 -
El duende se acerc i se dej caer
IObre Dolores como un colchon de lana. Ese peso no
era el de hombre sino de algo mui liviano.
La voz se acerc a la boca de Dolores i le dijo:
-No tienes miedo es verdad?
VIII
Dolores no tenia valor para esperar mas tiempo la
proteccion de la madre. Pens que ya era momento
oportuno para que aquella aprisionara al duende i lo
castigara conforme se habia proyectado.
Por esto. apret el resuello, se encoji, di un sa-
cudon a la ropa que la cubria i dej libre la punta
del pi derecho, en actitud de empujarlo, tocar la
pared de la caja i producir la llamada convenida.
Dolores percibi una fragancia que casi la trostor-
n, un placer nunca sentido la invadi, al mismo
tiempo que la voz estraa llegaba hasta sus labios
como para impedirle que hablara. .
Qued aquella casi insensible; pero record que su
madre aguardaba anhelante esa aventura, i entn-
ces determin dar la seal convenida.
Temblando de miedo i ansiosa por el buen xito,
Dolores di dos golpes con el pi, mientras un calor
como el que produce un brasero prximo, invadia la
caja. El duende continuaba oprimindola i hablndo-
la siempre en tono suave.
Juana oy los golpes, tom las tijeras i se baj de
la cama con el cuidado i silencio que empleara un
lato que tratase de asaltar su presa.
Lleg la caja andando en puntillas, meti la lla
Ye en la chapa con el mayor tiento, puso oido i per-
cibi rumor dentro.
Entnces di vuelta a la llave violentamente, mien-
tras que con la otra mano alistaba las tijeras.
IX
-A ver este diablo! dijo Juana en alta voz levan
tando la tapa i apuntando con las tijeras abiertas.
Una sombrita se desenvolvi i salt hcia afuera,
- -154 -
al mismo tiempo que Dolores hacia un brusco movi.
miento para levantarse, daado un pequeo grito.
La sombrita no se movi mas rpida que las tij e
ras de Juaaa, las cuales alcanzaron a cerrarie rpi
das, produciendo UD sonido chillan del hierro cho-
cando fuerte contra el hierro.
-Te cort ia cola, bribon! grit Juana.
La sombra, en efecto, aparecia dividida en dos par
tes, .ada cual corriendo en distintas direcciones.
La casa se alarm, i todos corrieron a ver la nove-
dad de aqu l1a inesperada funciono
Juana corri a tijeretazo.:; al pedazo de sombra
mas grande, gritando para que atajasen el otro en
forma de cola que huia como raton descabezado, con
movimientos vacilantes.
Pero por mas esfuerzos que hacian hombres i mu-
Jeres para pillar esos restos de duende, no lo conse-
guian. Los OrelJanas eran los que mas batallaban pa-
ra atrapar aquellas sombritas que se escabullian de
los dedos, i en este afan cayeron atropelladas i re
vueltas las negras, entre las cuales Petronila era la
mejor vestida, i andaba con solo media camisa.
Las chiquillas gritaban, i gritaban las negras pa-
taleaddo en el suelo. La que trataba de levantarae,
era volteada violentemente por los hombres que pa
saban i repasabaD en la mas furiosa carrera, dando
puetazos i puntapies para todos lados.
Entre tantas piernas jirando ya en el aire i cule-
breando como serpientes, aparecian las cabezas es
trepeadas de las esclavas, negras i revueltas como
cordones quemados. En otras direcciones sonaban
las tijeras i se bacan oir entre el bullicio.
La calma movi a todos cuando vieron que eran
intiles los esfuerzos para atrapar el duende des-
cuartizado.
-No te quedarn ganas de volverl dijo Juana, dan
do grandes resoplidos despues de tan fatigoaa tarea.
1 J08 ,,-omentarios i habladurlas interminables se
siguieron, hasta que el sol del nuevo dia hizo pene-
trar sus rayos de oro por entre las rendijas de una
de las puertas del comedor.
155
X
Dolores no caba de gusto. Aquella especie de fies
con que se habi procurado la huida dei importu-
duende o diabb ,era para eBa un triunfo, porque
no volveria a hacerla p a d e ~ e r ni temeria nuevas
oras de miedo i sobre$alto.
Su naturaleza habia sufrIdo mucho de3de que em
zaron estas novedades. Se habia puesto delgada,
bia perdido los colores rosados qu ~ hermoseaban
cutis blanco como la lecl1e
t
i en todo demostraba
e la melancolta
t
que es la tisis loort?l del alma, es-
ba echando raices.
Santiago ausente era para ella un motivo mas de
isteza. Rabia sido tan bueno siempre, tan carioso
n todas
t
de manera que las hijas lo amaban de.co-
zon. Su desaparicion las tenia llorosas a veces
t
i
olore3 salia llevarse horas enteras sumida en amar
llanto.
Esa pobre nia caminaba derecho a la tisis i a la
uerte.
CAPTULO XVII
La soga del diablo i el machete
de San Miguel
1
Es necesario retroceder en la narracion de estos
suceses para seguir la pista a Santiago Barreta.
El dia aquel en se encontraba mas aburrido con
las sospechas que Juana hacia valer ante el cura,
lleg mui embozado Faramalla a beber un buen trago
de aguardiente.
Santiago le comunic el alboroto en que estaba la
casa i la determinacion que habia tomado de irse
ljos i matarse.
-Mui bien pensado, le dijo Faramalla; es lo mis
mo que aconsejo siempre a. todos los aburridos. Eso
s que lea recomiendo la horca, porque asi se muere
mejor.
Faramalla hablaba con un desplante como quien
aconseja un buen negocio.
-Esta mujer me tiene tan desesperado, dijo San
tiago, que deseo hoi mismo acabar con esta vida de
sinsabores i de rabias...
-1 boi es bonito dia, le interrumpi aquel hombre
sin entraas; no tienes mas que tomar una soga, salir
al campito i busear un rbol donde colgarte. Si quie-
res, yo te acompao; tambien me siento aburridsi
mo i deseo ahorcarme. Quirep, que lo hagamos
juntos' ,
Cualquiera etra persona habria reflexionado ante
aquellos satnicos consejos; pero Santiago estaba
o f u s ~ a d o , casi fuera de si, i no pensaba mas que en
desaparecer de la casa i del mundo.
-Decdete pronto, le dijo Faramalla; te espero en
- 157-
el bosquecillo que est a media legua de aqu. All
voi a colgar con esta soga
1Faramalla sac debajo del poncho una soga en-
cada cuidadosamente. Santiago mir la soga un
stante, i rpido, sin hablar palabra, entr al patio
buscar otra que tenia guardada en el corredor. La
ovol vi en un paiuelo i sali a la calle, dejando so-
Oel negocio.
Poco despues, Juana, not la desaparicion del ma-
'do i se hiZO cargo del negocio i de toda la casa, se
lUo queda di0ho en otro lugar.
II
Cuando sali Santiago a la cllle, Faramalla habia
desaparecido. Aqul tom el rumbo del bosquecillo
iD hablar con nadie, la cabeza baja i paso hjero. El
demonio lo llevaba a una muerte inevitabl.e, a un
uicidio a que lo empujaban los sucesos de la casa.
Santiago se aproximaba al lugar del crimen sin
ver ni oir nada. Encontr algunos peones, ovejeros i
jeote conocida que lo hablaron, sin ubtener respues-
ta, Aqul solo pensaba en acabar una vida de marti-
os. :::le le acusaba por su mujer i por el vedndario
deslenguado de ser el autor de atropellos contra el
honor de las hijas, i, sin embargo, se juzgaba ino-
nle, absolutamente inocente.
La liJereza con que era acusado ijuzgado, sin oirlo,
'n quererle escuuhar escusa ni defensa alguna, no
ra para proporcionar calma ni refi('xion a aquel ce-
ebro volcnico.
Poco ntes de llegar al lugar indicado, Santiago
ivis a Faramalla que salia a encontrarlo con la soga
n la mano.
-Aqui te estaba esperando, le dijo risueo a San-
. go.
Este continu mudo en direccion al bosquecillo, en
uyo centro se levantaba un frondoso i ramudo
molle.
-Quieres cambiar de soga? dijo Faramalla; esta
viene mejor porque tu pescuezo es mas gordo que
el mio.
- 158-
-Bueno, cambiemos, respondi Santiago despus
de examinar silenciosamente ambas sogas.
La de Faramalla era, en realidad, mas suave i fle-
xible, mas corrediza como dicen los campesinos.
Aquel se la entreg haciendo un jesto de contento
que apnas not Santiago.
Ambos llegaron al pi del molle, i entnces Fara
malla dijo:
- Mira, Santiago, aqu hai dos buenas ramas, aqu
te cuelgas sin cUIdado de caerte i all yo. Vamos a
quedar perfectamente, sin que nadie nos vea.
-Pero. dfgame, seor Faramalla, qu motivos
tiene usted para acabar su vida como yo?
-Estoi fastidiado del mundo; nada me gusta, ni
riquezas, ni mujeres, ni nuda, escepto el aguardien.
. te. Este es el gran consolador de los tristes, el reme
dio de mU0hos males. Bebamos un buen trago i en
seguida a baIlar en el aire!
1 Faramalla sac una botella casi llena de aguar-
diente comprado al mismo Santiago. Entre ambos
vaciaron el liquido en las gargantas, saborendolo
con placer.
111
Faramalla se acerco al molle para subirse a la
rama destinada a Santiago. Como gato se sujet de
las uas i en un instante se sent arriba.
-As lo vamos a hacer, habl desde la rama; te
subes i te sientas aqu; luego con esta lazada te en
vuelves el pescuezo; amarras la otra punta, asi fuer
temente, i ~ i n mas, te dejas caer i quedas colgado.
No te har sufrir, porque el ahorcado no siente nada;
es la muerte mas deliciosa que puede haber. El que
se ahorca tiene la seguridad d , entrar a la gloria des
de que queda colgando.
1 diciendo esto, Faramalla tomaba el cordel i es-
plicaba la operaclon conforme iba hablando.
Santiago miraba desde abajo a aquel hablantin,
meda con la vista la distancia de la rama al suelo, la
facilidad de subirse i los demas detalles; pero no ba-
biaba palabra. Estaba como idiota.
- 159-
-Ya est todo listo, dijo Faramalla; ahora voi a
modarme en la otra rama; sube, Santiago i vers
cerca un cielo hermossimo. Nos va a acompaar
a linda orquesta cuyos artistas ya e.stn llegando...
ralos.
1 Faramalla seal entusiasmado una porcion de
jarillos que llegaban revoloteando, entonando sus
orosas canciones. Santiago se sonri, diciendo:
-Esa orquesta i esos artistas bien pueden lucirse
un teatro real.
IV
Faramalla se baj con la misma lijereza con que
abia subido. De unos cuantos saltos tom soga
con ella subise a la rama eJejlda por l. Santiago
empez a subir el tronco del molle con alguna difi
cultad, mientras su compapro continuaba
ablando sin pararle la lengua. Era una cotorra par-
lera como ninguna.
-Sabes, Santiago, que aun queda una
para Juana? dijo Faramalla.
-Es verdad, respondi Santiago, pero esa es una
avispa capaz de corterle Ja cola al diablo...
Faramalla hizo un jesto de desagrado i agreg:
-Dejemos ese asunto i oigamos a Jos
Santiago llegaba a la alta rama a ese tiempo i oy
sombrado el canto armonioso de un nmero ineal
nlable de cantores alados, los cuales llenaron casi
do el bosquecillo. Aquel era un espectculo curio-
o. Los jilguerillos de doradas alas i de barbita ne-
ra, e',m los que llevaban las primeras voces en
quel Cntico alado, el cual produjo en SantJago un
ran placer.
-Animo Santiago, dijo Faramalla.
- Estoi resueltol esclam aquel mirando al cielo
eomo para despedirse del mundo.
-Ese cielo te espera; oh! que lindo es morir col
ado de un moUe repleto de canoras aves. Estamuer
e la envidiarian tantos lesos que se matan, SiD
cordarse de los bosques frondosos, de este cielo
ul, ni de estas sombras que convidan al placer.. al
- 160 - .
gran placer de colgarse para ir a buscar mejor vida..
- Ya estoi listol interrumpi Santiago.
-.1 yo tambien, dijo Faramalla; entDces... nos
vamos... a la una... a las dos...
-Aguarda, hombrel dijo Santiago;, es!a l a z ~ d a se
me escapa del pescuezo; ahor(ya esta... ~ q u e DIOS me
perdone...
- No hables
esas palabrotas,
dijo Faramalla
con acento hue
co. Ahora s,
Santiago; siga la
msica i el can-
') to... a la una... a
las dos... a las
tres ...
Santiago se a
rroj al vacio i
qued colgando.
Faramalla se
di una vuelta
en la rama i que-
d conforme es-
taba, sentado en
ella.
--Esprate ah
no mas, grit a
Santiago; voi a
buscar a Juana
.. para que se cuelo
gue de la rama que queda vacan te..... i luego
vuelvo...
1 Faramalla se baj al suelo de un salto, dando
grandes risotadas, en tanto que el infeliz Santiago
hacia en el aIre movimientos nerviosos de brazos i
piernas. Eran los estertores de la agona, los ltimos
alientos del infeliz que asi iba muriendo entre el cie-
lo i la tierra, acompaado por el cntico de las aves
alli agrupadas como a ver una gran novedad i por
las risas satnicas de Faramalla.
11
..... 161 -
V
Pero ste vise de un repente sorprendido por dos
mpesinos que por all cerca pasaban i los cuales
'visaron algo sospechoso por entre el ram<lje.
-Aqui hai un hom1re ahorcnd06el grit el mas
ven, que era un muchacho' robusto i de mirada
trevida.
1dirijindose a Faramalla le dijo:
- 1 usted que hace aqu, so animaL.
Dijo esto el joven agregando una enrjica palbro-
; al mIsmo tiempo que desenvainaba un afilado
ual.
-Corra, taitita! grit al que le acampo aba, diri-
jindose de dos saltos a la soga para cortarla.
Faramalla corri tambien a interponrsele cuando
a ese lugar llegaba el otro campesino, quien vIendo
lo que pasaba, sac tambien un largo machete. grue
80 i pesado, pero capaz de partir en dos a cualquier
rjIffio.
Se trab entnces tremenda lucha entre Farama
, que no tenia arma alguna i el padre del joven, en
tanto que ste se esforzaba por cortar en firme cordel.
Era este campesino un hombre de sesenta aos,
anchas espaldas, nervudos brazos, mirada de
uila i frente preada como signo de osadia i de r-
pida resalucin. Calcul que aquel sujeto, Faramalla,
taria asesinando al infeliz que yacJa colgado i por
to carg furioso a pualadas. 1 tales eran stas i
nrpidas, que Faramalla fu retrocediendo i bara-
j do con el poncho los terribles machetazos.
Eljoven, hijo de aquel bravo hombre, grit a ese
mpo:
-Esta es la soga del diablo, taitita, porque no se
p ede cortar.
1le daba cuchilladas desesperadamente. El padre
1) esto, i entnces di una final arremetida a Fara-
Ha, cuyo poncho estaba ya hecho pedazos, i corri
lado del hijo, dicindole:
Anda a entenderte con aquel bribon i djame
soga del diablo... ; Padremio San Miguel... acur,
de tu siervo...
-162 -
I diciendo esto, ambos, padre e hijo cambiaron de
lugar. El primero se subi al rbol i se coloc en la
rama que sostenia a Santiago, mintra ue el hijo
corria tras de Faramalla, que se retiraba de mal
humor.
El campesino empez a dar tales machetazos, que
de cada golpe estremecia el rbol, haciendo huir
a los pocos pajarillos que aun quedaban en las altas
ramas.
VI
El cuadro que presentaba entnces el interior del
bosquecillo, ;era aterrante. Mlntras el muchacho
arremetia tremendo contra Faramalla, el cual esta-
ba ahora sin su pual acostumbrado, el padre casi
lloraba de desesperacion por no poder librar de la
muerte al infeliz que aun daba seales de vida.
Santiago Barreta, en efectO, mostraba entnces ro-
busta vida mantenindose colgado, con la cara amo-
ratada, Jos ojos saltados, la lengua salindosele rene
grida i espumosa, las manos crispadas, la pierna de
recha medio encojida i la izquierda algo suelta i temo
blorosa.
Sonidos secos, guturales, se dejaban oir desde po
ca distancia. Esos sonidos iban debilitndose i solo
aumentaban de re- ente cuando un estremecimiento
jeneral de todo el cuerpo, como fuerte sacudida, ve-
nia a demostrar la resistencia que oponia la natura-
leza vigorosa del suicida al cordel estrangulador.
Aquella soga corrediza parece que habia sido: fa
bricada para ahorcar.
Su rejido"era tan flexible i tan duro, que al tocar-
la el campesino, no pudo mnos esclamar ra
-Esta soga deb baberla hecho el mismo diablo! ...
I la.nz una fras enrjica, dando a Faramalla una
mirada terrible, al que gritaba al hijo,
animndolo:
-Atrcale fuerte, hombre! Rai que llevarlo ama-
rrado si no se rinde.
-Faramalla rendirse? No se habr turbado, don
machete, hijo de una grandsima perra?
163-
El del machete lanz desde el rbol un rujido de
clera.
-Esprate un momento, contest el aludido; lue-
guito ir a hacerte una cadcia mi machete.
VII
Subia ste i bajaba rpido centelleando; pero la
soga apnas mostraba una hendidura. Quiso desatar
el nudo que la sujetaba en la rama, i vi que esto
era operacion mas larga.
Aquel nudo estaba formado de tal manera que se
babra necesitado no corto tiempo para desatarlo.
Hizo entnces lo de Alejandro el Grande: o di de
hachazos para cortarlo.
I sigui furios\:> en la tarea, rezando una especie de
oracion, cuyas pausas eran otros tantos machetazos:
-Padre mio San Miguel. .. arcanjel gloriotio... prin
cipe de las milicias .. t que vencistes...
al dragon infernal. .. ven en mi ayuda ... i trueca mi
machete... por tu invencible espada... en el nombre
de Dios todo poderoso...
Concluyendo estas palabras, reuni todas sus fuer
zas, tom su arma con las dos manos, contuvo el re-
suello i echndose para atrs para tomar distanca, .
di un tan desesperado machetazo, qne reson como
el golpe estruendoso dado por algun jigante de las
elvas.
El rbol se sacudi fuertemente como si 'u aoso
tronco hubiese sido dislocado por algun violento te-
remoto; se oy el chillido de lad astillas al quebrar-
se saltando i la rama cay al suelo.
I all quedaron tendidos Santiago i su jene oso sal-
vador, cuyo porrazo apnas le hlZO dar un quejido.
Se levant ste de un salto i corri a el cor-
del de la garganta del suicida. .
SantiaBo qued como muerto. inmvil; pero esta-
a salvado.
VIII
Faramalla di una especie de alarido cuando VlO
er la rama i sus dos hombres, i a ese grito estrao
- '164 -
el jven bizo un brus:::o movimiento de doble sorpre-
sa, por la caida de SantIago I por la fisonoma que
present aquel.
En efecto, Faramalla abri los ojos, mostrndolos
disformes, sanguinolentos; pero tenian un brillo apa-
gado como los de un muerto.
Arrug toda la cara, hizo un jesto horrible i qued
defendindose detra:: de unas ramas.
Su contrario paraliz un instante el ataque, sor
prendido, casi a 'ustado con aquella cara'9stravagante.
-Este creo que es el mismo demonio! dijo mirn-
dolo fijamente.
En ese instante el campesino libraba a Santiago de
la soga que 10 e trangulaba.
Faramalla logr la oportunidad de la sorpresa. de
su contrario para lanzarle a la cara casi medio pon-
cho, despues de haberlo divid do con un movimiento
del brazo derecho.
El jven quiso evitar e que le cayera en la c' ra
aquel trozo de poncho; pero cuando levant el brazo
izquierdo con tal onjet(\, ya el trozo habia lleg do
como balazo a los ojos.
Al instante lo quit, un poco por
prec
r
ucion. EmncelS qued corno enclavado, con los
ojos 1 la boca abiertos: era que Far.lmalla habia des-
aparecido en el ramaje.
-Se me fu e..,'e dIablo, grit cuando ya se dirijia
a ese lado el padre, ansioso de rendir a. aquel ho .
bre tan e'trao i desconoci iD.
Ambos quedaron lldos de sorpresa. No:se dlvi-
saba a FaNimalla por lJillguna dlreccionj solo se oia
un rujido como de fiera embravtcida no a mucha du;-
tancid, i un ruido de ramas chocando entre si, como
cuanno pasa lijero por entre ellas algun animal.
-No lo ::.igams, dijo el jven; e'e hombre puede
llamar a una lejioo de dIablos que acabarian con
I&osotros.
-Lo pru Jente es que saquemo:: de aqu a este po-
bre hombre, dijo el padre sealando a Santiago.
165
IX
Ambos volvieron a prestar 6US oportunos auxilios
a aquel infeliz, que yacia en el suelo teniendo por al
mohada lo mas grueso de la ra.ma.
-Saqumoslo fuera de este lugar, dijo el jven.
-1 en seguida, agreg el padre, lo conduciremos
a nuestra casa. hasta que le vuelva el sentido. Quin
ser este pobre hombre!
Entre Jos dos lo tomaron de los brazos i de las pier-
nas i lo sacaron hcia afupra del bosquecillo. All, a
la luz del sol, podian acomodar algunos palos para
llevar sobre ellos el cuerpo del suicida.
Con el machete pudo prepararse un par de palo!ll
largos, con algunos chicos atravesados, en forma de
angarillas.
-Anda i trae las sogas, dijo el padre al jven.
Este march al bosquecillo; pero qued admirad-
sima de no encontrar ninguna de aquellas.
El diablo no ba dejado as la muestra del crimen,
lleg diciendo aqul.
-Pues, qu hai? respondi el padre.
-Que ha de haber, pues, sino que la soga ha des-
aparecido.
-Este hombre ha escapado de las garras del
enemigo malo, agreg el campesino mirando a San-
tiago que ya revivia i empezaba. a moverse.
-Llevmoslo como podamos; en seguida juntemos
algunos vecinos i volvamos a arrasar este bosqueci-
to para que el diablo huya de ~ s t o s lugares.
- Mui bien dicho taitta.
Diciendo esto, tomaron a Santiago 1. 10 colocaron
sobre los palos i aS, en posicin nada cmoda, lo
llevaron a la casa, situada a varias cuadras, pero
siempre distante del pueblo.
X
Aquellos dos humildes hombres iban contentos con
aquella pesada carga. Creian haber hecho una obra
de misericordia l';al va oda la vida a aquel sujeto, i esto
cre:an que agradaria a Dios.
- 166-
Una mujer larga i flaca los recibi asustada. Ente-
rada del asunto, busc un local cmodo i all le aco-
mod una pobre cama.
San Miguel habia heeilo el milagro pedido por el
devoto campesino. Este mir sonriendo a su mache
te, esclamando:
-Con este no hai quien pegue ni quien diga dos
veces: aqu estoi yo!
Los cuidados mas prolijos se esmeraron en hacer
aquellas caritativas jente . Si bien miraban con ls-
tima a Santiago. sp.ntian satislaccion intima por ha-
ber librado la vida a un pr6.jimo.
Se ntiago daba seales de vida i no pasaron dos
horas sin que se creyera estaba fuera de peligro.
CAPITULO XVIII
La procesion de penitencia
1
Santiago Barreta pudo hablar despues de varias
horas de descanso en la tranquila vivienda de los
campesinps. .
All se respiraban aires de paz. La bo dad i cari-
dad resplandecian en aquellos rostros francos i rudos.
El jefe de la casa, aquel campesino tan bravo como
enrjico, se llamaba Migu 1Cceres, su mujer Marti-
na, del mismo apellido, i Jos Miguel el hijo.
Todos prodigaron a Santiago grandes cuidados;
pero estos fueron mayores cuando se di a conocer
aquel.
-Don Santiago Barreta! dijo Miguel abrazndolo;
cmo es posible que sea usted?
1 lo miraba por todos lados. La verdad era que
Santiago Raba quedado con la cara i garganta hin-
chada i por esto no se le conoca.
Santiago cont su aventura i Miguel refiri a l lo
demas i que el lector sabe.
-El diablo entrO en mi casa, dijo con acento triste
Santiago; mi mujer di crdito a ilusiones o sueos
de las chiquillas i a mi me culp de crmenes imaji-
narios. Hasta el cura, que es mi compadre, parece
que tambien ha creido los absurdos mas grandes.
-He oido hablar, espuso Martina de esas noveda-
des. La jente dice que su hija Dolores est endemo-
niada i eso no puede ser cierto, cuando esa casa ha
Bido siempre de la primeras del pueblo i la familia
conocida por honesta i bien tratada.
-Es que se entr como de visita a mi casa, agreg
Santiago, un maldito Faramalla, i este ha sido la
causa de que todos los jenios se hayan revuelto. Mi
-168 -
mujer era buena, trabajadora i bien hablada, pero
ahora est cambiada i ella misma creo que apenas se
aguanta. Pfrticip del perd la cabeza i el tal
Faramalla me ayud a que acabase csn mi vida, por
medio de sus malos consejos. Oh! las malas ca pl-
as, las malas visitas i las falsas amistades, s rn
siempre la causa de 1.1 ruina de medio mundo, si no
del mundo entero.
-Tiene ustP-d razon, don S ntiago. dijo Miguel.
Ese Faramalla que uste nombra no pudo haber sido
s amigo, porque ese es el diablo en pe ona.
-Mui ciertito. agreg Jos Miguel' la prueba es
que hizo desaparecer la E:oga j q e batallaba porque
a u ted que se ahorcara.
-Ya e t dando miedo vivir en estos Jugares, in-
terrumpi M1 tina, porque no se oye hablar mas
dA slflteo, rohos: pualadas, asesinatos i tantos
otros crmenes que n.
-Sin contar Jo brujos, que abundan aqu mas que
las lombrices en invierno,
Pt>r el el r'ta les va a poner un remedio, por'lull
tiene citado al vecindario ara una gran proce:;ion d
pnitencia, a la cual asistirn tal vez todos Jos de al
mados del ]uga.r a purgH sus culpas. 1usted don Slln
iago, es necsario que asista i tome parte en la fLln-
cion. p ec; va " ser un!t penitencia jenera!.
-Pue o a.. i tir secretamente. porque dE'seo ausen
tarme del Jugar or tiempo. Es posible que me
vuelva a Europa. Les encargo que no digan nada de
de ]0 que h'\ pae; do e'1 el b squecillo. Desoues de la
penitencia me marcho a la capital.
Dtiago pe maneci6 en esa casa sin preocuparle la
suya i sin so pechar que .Tua a e taria ya empezando
a por su ausencia.
II
El cura h bil organizado, efectivamente. una pro-
cesin de penitencia por e] e:tilo de laf:; que entnces
se solian:-!c stumbrar en descargo de gr:mdes culpas.
Esta noticia habia corrido en los campos de esa
jurisdicioD tambien en las minas, i mucha jente se
-- 109 -
preparaba para asistir, La funcin iba a ser de noche,
i esta circunstancia er favor ble para Santiago, que
deseaba ir de incgnito.
Tan comun era entnc s oir hablar del diablo, o
verlo en cualquier forma, que ya no se encontraba
medio de hacerlo 'luir, ni por los conjuros, ni por
oraciones.
Los pecados de las hombres eran enormes, i para
desagraviar al o habia mas que deramar san-
gre humana. As la clera divina desapareceria i
cualquier prjimo podria morirse sin miedo de irsp
al infierno.
III
Los sacrificios humanos, recuerdo tal vez de los
que ordenaba la Inquisicion, se ejecutaban peridica-
mente, ya por mandato de la autoridad eclesistica, o
ya voluntariamente por algun pecador que deseaba
hacer pblica ostentacion de la faaldad de sus culpas,
mostrando lo horrible de la penitencia.
De aqu el orjen de los crueificados, i martiriza
dos en pblicas relijiosas i de aqu las
demas penitencias que ocasionaban derramamiento
de sangre humana.
Solia acontecer que algun pecador de cutis delica-
do no aguantaba alguna de eo;as atroces torturas, i
entonces echaba personero, algun inqui ino o indio,
el cu 1la pagaba doble, por l i por el patrono o
amo.
En Alhu era desconocido este cmodo sistema de
sacar el cuerpo a una fiera penitencia, i era regla
je eral que los hombres se sortearan para aceptar
aquellos martirios.
En el sorteo verificado en la ocasion de que tra
tamos, le cupo a Jos Miguel Cceres la peor loteria:
la del crucificado.
Santiago Barreta, arrepontido de su delito de sui
cIdio, i en agradecimiento a sus jenerosos i desinte-
resados salvadores, se ofreci a desempear aquel
cargo.
- 170
. IV
El cura habia fijado un dia sbado para llevar a
cabo la pentiencia, porque sbado es escojido por los
esprItus malos para hacer bellaquerias i diabluras
por el mundo.
Desde la tarde comenz el apronte de la ceremo-
nia. Esta debia consistir en rosario i letanias canta-
das i en varias oraciones, mintras se organizara la
funcion, la cual se formaria come sigue, i en este
rden:
1.0 Un Cristo, llevado en alto por algun comedido
i rodeado de ramas de olivo i velas encendidas.
2. o Los cricificados.
3. o Los azotados i coronados de espinas.
4. o Los arrodillados, o sea los que andaban con las
rodillas.
5. Las nimas.
6. El cura i acompaantes.
Esta vez los mineros de Alhu sacaron la mayor
parte de las cdulas sorteadas.
Por e"'to. como decamos, desde la tarde empeza-
ron los aprestos, i ya a las siete i media de la noche
el pueblo estaba repleto de jente.
V
L&.s campanas de la capilla llamaban a los fieles a
esa hora. Larga fila de hombres con velas encendidas
empez a formarse desde la puerta de la iglesia h-
cia la calle, hasta una cuadra de estension.
Por entre estas dos hileras de alumbrantes iban a
pasar los penitentes.
Cuando aun se ordenaban las filas i el pueblo to-
maba su colocacion conveniente, apareci un padre
con hbito franciscano i capucha calada, pero 110 tan-
to que no dejara ver una parte de su rostro. Con una
rapidez asombrosa aline a los alumbrantes dndoles
tirones i hacindolos chocar unos con otros como
muecos; pero a los que hablaba, se quedab n hela-
dos de sorpresa.
-- 171 -
Aquel fraile tenia exactamente la cara de un ma-
co, i para que fuera mas exacto el parecido, por
ebajo del hbito le asomaba una robusta cola.
Algunas jentes gritaron que ese era el diablo, i tal
ez por eso el fraile avanz acomodando la proce-
'on hasta llegar \ 11
1
\
1 otro estremo. \P .
All se. perdi i no !tI .\11 ; I 1
se le VIO mas. I \
La faro 'lia de
Santiago Barreta ,. \,J '0" 1/{
asistia al comen- <- :I h \
10 de las hileras t
h
ffI 11'
de velas i con.ella . '1 Jf I I \.' k
las SlrVlen- 11 V!:J. 1\...= I
tas 1 esclavas. La 1" . ,.
negra Petronila, t 11\ \
al ver pasa).' el :- ,\ 1\
fraile, mi- T.ul
rndolo 1 luego 1
habl calladita a
u vecina i ." .::::=:=::
Ins. dicindole: .
-Ese es... Si-
roco!
1 las dos negras
quedaron con las
ocas abiertaF:, si- ./'_,C:::-
..
,uiendo con la -<::.
ista a aquel es-
ao personaje que nadie conocia.
Siroco tambien quera hacer penitencia, (para esto
e disfrazaba a fin de hacer mas aceptable su fea fi
ura. Sin embargo, no lo cop..segua, segun dejamos
contado.
VI
Sonaron campanillas i un cntico se oy desd(la
lazuela. Eran las letanias.
El crucifijo que habria la marcha era llevado en
lto por un muchacho, rodeado de meda docena de
ios que sostenan ramas de olivos,
- 172-
Algunos pasos despues aparecieron los crucificados.
Eran estos tres hombres amarrados de manos i
pies en una cruz. Iban desnudos i solo cubiertos
con un lienzo blanco desde la cintura a las rodillas.
Hombres -fornidos levant'Jban dos varas 'a os cru-
cificados, los cuales iban rezando en alta voz las siete
palabras.
Aquel espectculo, alumbrad por las luces ama-
rillentas de las velas, era aterrante. Los gritos que-
jumbrosos de los penitentes infundian miedo, espe
cialmente en las mujeres, i de un sentimipnto jeneral
de compasion se hacia alarde en m tiples escla-
m:1ciones.
El suplicio de la cruz era terrible. Los hombres que
se aventuraban a soportarlo, quedaban con las muo
ecas de las manos i los pies hinchados, ioti.les para
el trabajo por algunos dias. A los mas delicados 80-
lian romperles el cutis las fuertes ligaduras, i entn
ces esas heridas iban profundizndose i arrojando
en abundancia, al mismo tiemoo que los pe-
nitentes as torturados daban gritos de dolor.
Para aliviarlos en se disp ni, echar l s elo
la cruz, quedando hcia arriba el j as
en esa posicion era arrastrado con cord'31es cuadras
entera".
El primero de aquellos tres horo res ql1e hacan
tan encumbrada penitencia, era Santiago Barreta, al
cual nadie conoci porque habia tenido la precaucion
de disfrazarse.
VII
Seguian los azotados i coronados de espinas. Eran
tos siete, todo.;; ellos vestidos de tnica azul u otro
color oscuro, descalzos, amarrados de las maDOS por
detras, con una corona de espinl;ls en la cabeza i en
)a boca frenos pa a cabalgaduras sujetos con fuertes
cordeles.
Algunos muchachos tiraban con de esos fre-
nos, tratando a los pe itentes como animales, a quie-
nes les daba de palos de cuando en cuando.
Los tres crucificados representaban el castigo por
.....:.. t73 -
mal uso de las tres potencias del alma, memoria,
tendimiento i voluntad.
Los siete siguientes figuraban los pecados capitales.
Entre los d.iez penitentes andaban con diversos
mbos dos mujeres del pueblo, vestidas de negro i
nica blanca que les cubria de la cabeza a la cintu
por detrs.
Representaban, una algo retaca, a la Vernica, i
Ora mas alta, a Maria Magdalena.
Esta ltima era la encargada de arreglar los trajes
de los penitentes cuando se descomponan por efecto
de los incidentes variados de la marcha. Como se
er. mas a d e l a n t ~ , algunos oe esos trajes solian caer
hechos pedazos o se convertian en jirones que apnas
CUbrian las carnes.
VIII
Maria Magdalena tenia obligacion de andar lloran
do, i a veces lloraba de veras. En una ocasion en que
se acerc al segundo penitente a comodarle la tnica
que se le iba desprendiendo, le dijo ste con tono en-
e aflijido i resignado, pero con voz despacio para
que ella sola oyera i en forma de poesia.
Oiga ust a Magdalena:
PaBe un trago i no haya pena.
Magdalena era desde ti mpo atrs una de las mas
mmas taberlJer(ls del lugar, de aquf.Has que no se
acostaban a dormir tranquilo sueo si no vendian en
l dia dos arroblls de anche como mnimnn, fuera
otras cosas.
Como pecadora estaba all haciendo penitencia
escalza, teniendo por todo vestido un traje -de ne-
o sayal, hecho de tela burda i sumamente spera.
La que usaba este traje sufria picaduras insopor-
les en todo el cu rpo, i su tejido parecia de crines
e Innumerables pa,s. La comezon mas tremenda
eguia inmediatamente de ponerse el traje, el cual
ni pocas mujeres podian soportarlo sin que se de-
sperran i prorrumpieran en gritos.
- 174 -
Maria Magdalena no gritaba; pero se restregaba el
cuerpo desesperadamente. Al oir al penitente, lo nn
r afiij ida, i despues de dar una especie de bufido pa-
ra dar de. ahogo al escozor que la atormentaba, reR
pondi coo aire de buen humor, al que la habia ha-
blado:
Tngase firme en la poscion,
Como yo aguanto la comezon.
IX
Atormentaban a los penitentes tres hombres disfra
zados de diablos, con cuernos i colas. Manejaban ra
mas espinudas de rosas i especialmente de trevo.
Este ltimo es un arbusto que forma matorrales
en los mdanos i costas i sirve para cercas o res-
guardos de propiedades. Sus ramas, largas o curvas,
contienen espinas slidas, a veces de gran tamao.
Las coronas de los pecados capitales eran forma-
das de estas ramas.
Los btanicos llaman 1'mneas a la familia a que
pertenece el trevo i aseguran que forma parte de la
miema el zizyphus de la Palestina, del cual se cree
que trabajaron los judios la corona de Cristo.
Los diablos agarraban del nacimiento del tallo la
espinuda rama i con ella castigaban pausadamente
en las espaldas a los diez penitentes, pero solo cuan
do sonaban las campanillas.
Se remecian stas cada minuto, mas o mnos, i
producian descompasados ruidos, momentos que es
peraban los diablos para hacer su obra.
Representaban stos al mundo, demonio i carne, i
sus figuras eran tan estravagantes que algunas mo-
vian a risa.
El que hacia de demonio, especialmente, llamaba
la atencion del gran concurso de jente, el cual se
atropellaba para ver a aquel diablo de caracoleados
cuernos, de nariz grande i corva, ojos redondos, bo-
ca de tiburon, mejillas hundidas, pescuezo mu del
gado i el resto del cuerpo enjuto o seco. Sus brazos
eran largos i peludos, lo mismo que sus piernas, i le
adornaba una cola que so ia envolvrsela en el cue..
110.
Cuando se acercaba a los acompaantes con velas,
apagaba con ese largo apndice cuatro o seis Inces.
-Creo que es el diablo de veras! solan escla mr
algunas mujeres, a quienes alcanzaba a tocar en la
cara con las crines de aquella cola descomunal.
Seguian las penitentes arrodilladas.
Eran stas varias mujeres, cuyo nmero no bajaba
de veinte. Hacan la penitencia de andar de rodillas
toda la procesion las sospechadas de brujas, de chis
mosas, las sandungueras i todas las que no llevaban
una vida correcta.
Por lo jeneral, el cura imponia esta penitencia a
~ confesadas, al reves de los hombres, los cuales
se ofrecian a castigarse brutalmente en la creencia
de que eran mui pecadores.
En esto no andaban equivocados. Las mujeres huian
de aquellos castigos, i las que los cumplian solan cu-
brirse la cara con un velo para no ser conocidas.
A lo mnos la vergenza no se haba perdido en
aquellas jentes, que vivian en un lastimoso estado
de conciencia.
Algunas de las penitentes a daban sobre los vesti-
dos, pero otras se los levantaban arremangados por
delante. Sus rodillas la cubran con cueros bien
amarrados a los muslos 1 pantorrillas, i as no se es-
tropeaban aquella.:::.
Aqu llegaba el diablo levantndol's repentina-
mente las polleras i aplicndoles fuertes ramazos. La
que no tenia ropas interiores, sufra el suplicio al
desnudo, i entnces eran los alarido i las burlas
que hacian los diablos.
Semejaban estas escenas, al decir de las devotas,
las que suelen acontecer en el infierno a la llegada de
cada alma pecadora.
XI
Las nimas seguian a las arrodilladas. Las repre-
sentaban u n a ~ quince muchachas vestidas de blanco,
- 176-
con una especie de cami a, sin adorno alguno. La
cabeza estaba Hena de cinta lacres, que caan enros
o
cadas por todos lados, lo ml:5mO que el cabello, suel-
to i nsortljado. Corona de palo de sujetaba el
cabello i cintas en la cabeza.
Las cintas figuraban las Hamas del Purgatorio i el
pelo significab3 los afeites i composturas a que son
tan aficion.J.das las nias.
Las nimas purgaban faltas menores i no tenian
mas tortura que caminar descalzas.
Hasta ellas no llegaban Jos diablos.
Una de esas nimas era Dolores Barreta, la cual
hacia penitencia para libra?se del diablo que la pero
seguia i porque volviese la paz de otro tiempo a su
casa.
XII
El cura i aclitos cerraban la larga procesion, can-
ando
Cuando se hubo recorrido unas tres cuadras, el
cura termin el cntico i SlO paralizar la caminata,
empez a predicar en alta voz. EI'a un sermon sobre
la marcha i al aire libre.
-Hermanos mios, decia: si no abandonamos nues-
tra mala vida, el diablo continuar viviando en est03
lugares como e11 su propia casa.
Ji:l cura di un tosido; sin duda se habria consti-
pado con el fria de la noche.
Una mujer de las que iban a la cabeza del acom-
paaminto, dijo a e te tiempo:
-No se le oye nada al curita.
-Apnas el murmullo, agreg otra.
Entnces el demonio, rpido comu el mi::lmo dia-
blo, dijo con cmicos ademanes i fuerte para que se
le oyera en ese estremo:
-Esto dice el curita:-Parientes mios: si nos fre-
gamos en esta aporreada vida, e porque el diablo
no nos ha favorecido con una visita en nuestra pro-
pia casa.
Una esclamacion de sor resa se oy a 8U lado;
pero la marcha continuaba i el cura ignoraba lo que
ocurra P. tanta distancia.
-177 -
Este continu:
-N nos dejemos engaar por el espritu -malig.
no, cuando sabemos ciertamente que nos ha de con
denar.
1 el diablo tradujo, con muecas i ajitaciones de
brazos:
-No debemos equivocarnos i tomar espritu de
vino cuando tenemos buen agua,rdiente que saborear.
Una carcajada reson en sus inmediaciones en-
tnces. El eco reproducia las yoces del cura, de tal
suerte que a la distancia parecian ser las mismas pa-
labras que pronunciaba el demonio. Los de adelante
se admiraban de cmo el cura podia estar predican-
do esas bromas; pero lo cierto era que se oian i ha
bia que creer.
El cura continu:
-1 tenemos que armarnos bien para resistir las
astucias del enemigo malo, si queremos salvar nues-
tra alma i gozar la gloriosa dicha de la eterna vida.
El diablo repiti inmediatamente:
-1 debemos prepararnos para admitir hasta del
diablo un trago, si queremos beber en calma i que
nos dejen gozar la sabrosa chicha que encanta la
vida...
Gran algazara se form, i de tal estruendo, que el
cura mand ver de qu se trataba.
El que hacia de demonio se meti entre el concur-
so de jente i se perdi de vista, cuando ya los acom-
paantes con las velas se le iban acercando con no
buenas intenciones.
Calculaban que ese diablo trocaba las palabras del
cura de propsito para producir alboroto entre aqueo
lla jente, siempre dispuesta a las diabluras a pesar
de las penitencias.
XIII
Del suceso tuvo conocimiento el juez, el cual, de
acuerdo con el cura, hizo volver la procesion a la
iglesia, pero en el mismo orden acompasado.
Se trataba de que el pblico no recibiera mala im-
presion con el suceso del sujeto que hacia las veces
de demenio, cuyo nombre no se pudo averiguar.
12
- 178-
Los penitentes i fieles acompaantes no daban sus
nombres, ni habia para qu conocerlos.
Los crucificados vol vian estenuados de fatigas.
Caras plidas, amarillentas i ojos que parecian salr-
seles, presentaban al pueblo que los rodeaba.
La compasion popular habia impedido que los dos
diablos que quedaban siguiesen azotndolos, porque
los penitentes chorreaban sangre i sus escasas vesti-
duras se estaban volviendo jirones.
El tercer crucificado, a quien le habian cargado
mas la mano los diablos, tenia rasguadas las espal-
das i piernas de tal suert(i., que a la luz de las velas
aparecia cubierto como por gasa colorada.
Maria Magdalena not que a ese estaba a punto de
desprendrsele la tnica, sujeta a la cintura i casi
cortada con las pas de los ramazos, i entonces pidi
que los que lo conducian se parasen un instante.
-Bjenlo para acomodarlo, dijo, antes que se le
caiga el lienzo.
1 con tiento empez a tocarlo, tirndolo de un lado,
amarrndolo de otro; pero con torpeza, porque la
tnica seguia desprendindose.
-Ni) me tire tanto, a Maalena! decia el penitente.
-Agurdese, hijito, i tenga paciencia, contestaba
la pecadora arrepentida.
-Pa pior; a Maalena! pa pior! decia aflijido aquel,
notando que el trapo se le caia a pesar de los cuida-
dos de Maria Magdalena.
1 tanto tir sta, que al fin se qued con la tnica
en las maoos i el pemtente como Adan.
Un murmullo de sorpresa reson al ver aquel es-
pectculo no previsto en el programa.
Maria Magdalena se sac el "elo con rapidez i con
l cub i6 al penitente.
1 la procesion continu hasta entrar en la capilla,
entre cnticos i nubes de incienso.
XIV
Los penitentes fueron librados de sus tormentos
en el patio interior de la capilla, en tanto que en sta
- 179 -
se entonaba el Magnficat como conclu ion de la ce
remonia. " """
Cada uno de ellos' fu llevado por sus familas o
amigos, una vez reconocidos por estos, a fin de pres-
tarles los .uxilios del,caso., Para el
ple angarillas de
cuero o improvi-
sados con gruesas
telas.
Santiago fucui-
dado por la fami-
lia en donde se
encontraba aloja-
do. Miguel con su
hijo i dos amigos
mas, lo colocaron
sobre un gran pon-
cho tendido en el
5uelo i cubierto
con hojas de ma-
tico i otras tan
medieinales como
estas, amarraron
las puntas en dos
palos largos i as
10 sacaron con to-
da comodidad, ca- ---
mino de la lejana
choza.
Mientras las ceremonias relijiosas concluan, los
penitentes de ambos sexos tomaban camino de sus
casas a reponerse de las ftigas i tormentos.
'V
La procesion de penitencia pblica terminaba con
gran contento del cura i tambien del pueblo devoto.
Aunque faltaban en Alhu elementos para hacer una
lucida funcion, sobraban, no obstante, los volunta
rios penitentes.
A pesar de que aquella poblacion minera estab a
acostumbrada a la vida alegre i al mas desenfrena-
- 10-
do libertinaje, un sentimiento relijioso quedaba en el
fondo de las almas.
La idea de Dios i de sus futuros castigos se les ve-
nia a la memoria al sonido de la campana, cuyas vi
braciones sonoras, repercutiendo de noche hasta en
los mas apartados ranchos de aquella comarca, solia
estremecerlos como tocados por una corriente elc-
trica.
La sangre haba corrido en Alhu; sacrificios hu-
manos se habian ofrecido a la Divinidad, i era justo
esperar que en compensacion quedran sus habitan-
tes libres de los demonios que en variadas formas
habian establecido casa propia en el lugar.
El cura lo habia dicho al despedir a sus f e l i ~ r e s e s .
-Dios ha de concedernos el que nuestra tierra se
vea libre del e pritu infernal, i que solo sea frecuen-
tada por aquellos espiritus buenos que en vida nos
han acompaado en ca ne mortal i que, despus de
muertos, Dios les permite vivir entre nosotros para
inspirarnos en las buena. obras.
CAPTULO XI
La danza de las hadas
1
La familia de Santiago Barreta volvi a la casa lle-
vando en medio a Dolores. Pero JDaDa habia logrado
la oportunidad de la concurrencia estraordinaria de
jente para averiguar el paradedero de aqul.
Querill hablarlo i referirle lo sucedido ltimamen-
te con diablo o duende tijetereado, en lo cual Santia
go no podia ser culpado. Creia indudable que el buen
marido era inocente. Pero el asunto habia pasado ya
en denuncio a la capital. El cura habia despachado
el oficio correspondiente al obispo, i mui pro"nto ten-
drian que aguardarse las con. ecuencias.
La ausencia de Santiago la inquietaba. Se habria
marchado a la ciudad a reclamar contra ella? Se ha
bria ido para no volver?
Tal era lo que pensaba, vendiendo en el negocio
i vidose obligada a contestar a cada rato las pre
guntas que le dirijian los parroquianos.
Es de advertir que ya el pblico sabia mucho de lo
que acontecia en la casa, i las habladuras aumenta-
ban a medida que p.asaba el tiampo i continuaba la
ausencia de Santiago.
Juana respondia a todas las preguntas diciendo que
su marido andaba comprando mercaderias.
Pero senta el ten r que mentir. Casi se avergon
zaba de haber sospechado de un hombre tan bl eno
como habia sido Santiago. Hubiera pagado UDa bue
na suma por saber su paradero o
-No est en este lugar, se decia Juana; habra
concurrido a la procesion i hasta habria figurado co-
mo uno de los penitentes.
-182 -
1 pensando en esto se afiijia 1 lagrimeaba ocul-
tamente.
11
Ya al tiempo de cerrar el negocio, abierto algunos
momentos solo para despachar a los que golpeaban
buscando algo qu comer para retirarse a sus leja-
nas viviendas, entr una mujer vestida pobremente,
de ojos vivaces, medio encorvada, el pelo blanco,
color plida, i su cara cruzada de surcos que denota-
ban a lo mnos noventa aos de edad, pero con cier
to aire no comun en la jente del pueblo. Pareca jente
de buena raza.
-Tiene pan, seora? pregunt la anciana.
-Se acab hasta la ltima miga, contest Juana.
-Seora, tengo mucha hambre; hgame el favor
de hacerme la caridad con lo que tenga para su gasto.
No le pese hacer una gracia, que ser como li-
mosna.
Juana tenia pan escaso para el consumo de esa
noche. La familia iba luego a empezar a tomar el
mate acostumbrado; sobre todo esa noche de tantos
trabajo'l, la bebida era un necesidad, i tomarla sin
pan seria tan desagradable que equivaldria a beber
agua caliente. Pero aquella anciana le pedia caridad,
i en la casa de Santiago la caridad brill siempre pa-
ra todo el que la buscaba.
Di vueltas i corri adentro. Tom un par de panes
i se los pas a la viejita, dicindole:
-Tome usted, se los regalo; son los que yo tenia
para mi mate.
La anciana derram dos lgrimas, recibi los pa-
Des i los envolvi en un pauelo. Levant la cabeza i
fij en Juana dos ojos chi peantes, dicindole:
-Benditos sean los corazones caritativos i bonda-
dosos, porque de ellos ser el reino celestial. Maana
pagar a usted este favor ...
-No, respondi Juana, es regalo sin vuelta ni paga;
vaya con Dios.
-Maana vendr a darle una buena noticia, ya
que usted es tan buena conmigo, agreg la anciana.
- 183 -
A continuacion se acerc sta con misterio para
hablar a Juana mui despacio.
-Esa noticia, se refiere a su marido...
Juana di un pequeo grito, apresurndose a decir:
- Por Dios, seora, sabe usted donde est San-
tiago?
-Calladito! maana le contar i guarde secreto.
I diciendo esto, la anciana se retir, quedando Jua-
na mui contenta con la noticia.
-En adelante, entr diciendo Juana a la familia
agrupada al rededor de un gran brasero, todo el que
pida limosna en mi casa, ser atendido, especialmen-
te los viejitos i viejitas.
Nadie comprendi el alcance de estos sanos conse
jos, acostumbradas las chiquillas a oirlos parecidos
casi todos los dias.
En verdad que Santiago i Juana eran modelos de
enseanza cristiana i de buen ejemplo, escepto en
las ocasiones anteriores en que el diablo habia entra
do trastornndolo todo en aquella casa.
nI
Pero es necesario referir los grandes sucesos ocu-
rridos con motivo de la vuelta de Santiago a casa de
sus bienhechores. .
Segun queda referido, los caritativos campesinos
tomaron rumbo de su vivienda llevando a Santiago
lo mejor posible. Iba ste como molido a palos en to-
do el cuerpo i con punzantes dolores en las espaldas
i piernas.
La penitencia la habia soportado con santa re5ig-
nacion. Las muecas de las manos parece que se re-
ventaban o quebraban, i para aliviarlo sus conduc-
tores paralizaban la marcha a fin de ofrecerle algun
cordial.
Las heridas i peladuras cuidarian de sanarlas en la
casa.
Muchos transeuntes encontraban por el camino;
algunos de los cuales les ayudaban a cargar aquel
cuerpo.
- 184-
Uno de esos comedidos se acerc a Santiago, lo
mir fijamente i luego desapareci diciendo que pron-
to trataria de aliviarlo. '
Miguel i su jente desvi rumbo por camino solo
para llegar rectamente a la casa. Como en la media-
nh del camido los encontr el sujeto aquel, trayendo
un fra quito de remedio.
-Aqu estoi de vuelta, dijo; tome usted un buen
trago.
Santiago mir al que le hablaba. Era un hombre de
aspecto respetable, regvJarmente vestido i al pare-
cer algun propietario de Alhu.
Eran mui comun entonces los mdicos i las mdi
cas que curaban con remedios caseros, con coci-
mientos de yerbas medicinales i con diversas sustan-
cias combinadas. Santiago deseaba hablar lo menos
posible, i creyendo que tenia delante uno de esos
mdicos, bizo lo que aquel le dijo, sin pronunciar pa-
labra.
Aquel trago le desat la lengua i le acomed todo
lo malo' que sentia interiormente.
-Qu licor tan particular! dijo saboreando otro
trago.
-Tmese usted la mitad i se le quitarn las dolen
cias, agreg el mdico.
-Ohl si as fueran todos los mdicos, en el mun
do no habrian mas que sanos; yo no quisiera mas
fortuna que este licorcito.
Diciendo e to bebi con nuevas ganas otros dos
traaos, mintras MIguel se mezclaba en la conversa
cion:
- o hai mejor mdico que uno mismo; la natura-
leza nos brinda las medicinas en cada rbol, en cada
arbu 'lo, en cada planta, i si nos enfermamos es por
q1Je ROS falta la costumbre de saber vivir arreglada-
mente.
-Mui cierto, agreg otro dc los acompaantes, que
era un hombre de respetable edad i agricultor; el
hombre solo debiera morir de vejz que es el destino
de la naturaleza humana; nuestras pasiones, capri-
c h o ~ , descuidos i tambien la estremada pobreza, nos
- 185-
condlicen a acortar la vida mucho ntes del trmino
natural de ella.
-Ahora ya la voi alargando, dijo entustasm do
Santiago; creo que si me aeabo el frasco, salgo a pi-
ruetas... Paren un poco me siento con nimo de
andar a pie como ustedes .
Todos pararon la marcha, haciendo comentarios
di versos sobre las vrrtudes medicinales del frasco i
su agua, cuando Santiago se levant envuelto en las
ajas, pero cubierto con una frazada. Sus ropas quita-
das en la capilla para su penitencia de la cruz, eran
llevadas en un que Jos Miguel, el hijo del cam-
pesino, se habia colocado en las espaldas, como las
mochilas de soldados en campaa.
-Puedo irme slo, dijo en medio del asombro de
todos, mnos del mdico.
IV
Se aproximaban a la vivienda de Miguel a ese tiem-
po. All adelante se divisaba iluminada la cocina i se
oia el mujido de bueyes encerrados en vecinos corra
les i listos para las faenas del dia siguiente.
-Falta ahora que sane de las peladuras i ramazos,
dijo Santiago.
-Eso no ser difcil, le contest el mdico cami-
nando al lado de aquel.
-Pero este licor es una maravillal, alguna bebida
de los dioses para hacerse inmortales, esclam San-
tiago cada vez mas entusiastamente admirado, lo
mismo que sus acompaantes.
-Este es el licor de las hadas, dijo el mdico.
-De las hadas! esclamaron todos casi a un tiempo,
entrando al patio esterior de la vivienda.
Aqui el mdico quiso despedirse llevndose el fras-
co; pero Santiago colm a aquel de agradecimientos,
i lo mismo hizo Miguel, i luego la mujer de ste, en
terada rpidamente de lo sucedido en la procesion i
en el viaje de regreso. Entre tanto, Santiago habia
pasado a ponerse alguna ropa lijera, sacndose las
hojas ayudado de Jos i quedndose siempre
con la frazada puesta.
- 186-
-Aunque somos pobres, dijo Martina al mdico
no falta una buena cucharada de caldo i con sabros
trocito de gallina.
-Sin contar con que tengo un vinito... que ya lo
estoi paladeando, dijo Miguel.
-De veras que los estmagos estn pidiendo mise-
ricordia, agreR Jos Miguel.
-Como que es mui cierto el dicho antiguo de que
Despues de la fiesta el hambre
1 mas tarde los calambres.
Todos convinieron en sentarse al rededor de una
modesta mesa alumbrada por un par de velas, des-
pues de oir las anteriores palabras del mdico.
V
Estaba aquella en una pieza pequea contigl!la a la
cocina, con la cual comunicaba por una abertura de
la muralla en forma de puerta, del alto i ancho de
una persona de regular porte.
Un olorcillo agradable llegaba hasta aquel rstico
pero limpio comedor, en donde se veian dos jarros
Henos de vino, abundante pan hecho en la casa i un
macetero de barro con diversas flores de campo.
Era una mesa que de verla abria el apetito, mucho
mas en aquella noche de larga caminata.
Santiago empez la conversacion:
-Siento aliviado mi espiritu por la penitencia que
acabo de hacer; sin embargo, me acuerdo de mi
casa...
-En su casa estn tranquilas todas, le dijo el m-
dico.
-Con que es licor de las hadas? interrumpi Mi-
guel examinando el frasquito, en cuyo fondo queda-
ba buena porcion de un I1quido amarillento.
-1 lejtimo, agreg el mdico, aceptando un trago
que le pasaba aquel en un vasito de greda cocida.
-Falta saber si las hadas que han fabricado esta
maravilla, que casi me han. sanado del todo, son chi-
lenas o estranjeras...
- 187-
--Pero, vamos por partes, mi don Santiago, le in
rrumpi Miguel; sepamos primero cul es el asun-
de las hadas...
-El asunto primero es este que aqu viene! inte
rumpi con cara alegre Martina, entrando con una
an fuente de humeante i olorosa.
- Abrrse, niosl dijo Miguel, facilitando a su mu
"er la pasada para que colocara la fuente en I edio
de la mesa; i agreg, bebiendo con Martina
vasos de vino:
-Al lado del licor de los dioses, ste de los hom-
bres!
VI
Martina empez a servir la cazuela en platos de
rubia greda, mintras Miguel volvia a reanudar la
conversacion de las hadas.
-DoQ Santiago es el mas letrado, dijo.
-El de mas garabateado pellejo, contest ste.
-Como sea, agreg el mdico; le oiremos con gus-
to lo que el buen amigo Miguel desea saber.
-Los nombres de hadas, dijo Santiago, son deBO'
minaciones de remotos siglos. Antes del cristianis-
mo, los poetas, los supersticiosos i los amigos de las
fantasas, atribuyeron a la natura ieza, en sus diver
as formas, el poder de muchos dioses. Cada cosa te-
Dia un dios especial. Los mares, los rios, las monta
fias, los tesoros, el aire, la luz, todo era manejado
or espritus que a veces se hacian visibles a los
ombres i que eran como dioses pequeos. De aqu
inieron las que pasaron de jeneracion en
jeneracion respecto de la existencia de tan multipli
cados dispensadores de dones i mercedes, a los cua-
s salia acostumbrarse celebrarles fiestas pblicas.
l cristiansimo conden esos errores, pero las tra-
iciones han seguido manteniendo la creencia en los
eres sobrenaturales que pueblan la tierra.
-Esa tradicion inmemorial, dijo el mdico, sobre
los espritus que llenan el mundo, es una manifesta-
ion de la creencia en el alma i en su segunda vida
espues de ser compaera de la carne.
- 188 -
-Es verdad, continu Santiago; i tanto es as, que
el cristianismo solo ha condenado la creencia en los
dioses, pero n la de los espiritus. La venida de Jesu.
cristo ech por tierra los dolos i los cultos pagano e
idlatras, restableci la adoracion de un solo Dios
proclam su poder universal absoluto i dividi
espritus en dos porciones, los njeles i los diablos.
-Pero con distinciones, interrumpi el mdico'
los njeles tienen jerarquas i di visiones, lo mismo
los espritus que no po een la gracia divina.
- Es cierto, i de aqu viene que se hayan conser.
vado los nombres de stiros, nereidas, ninfas, hadas,
duendes i muchos otros aplicados a espri-
ritus que tienen diversas tendencias i que desempe-
an dIversa mision en el mundo corpreo. Hai espi
ritus malos i buenos, intermediarios entre los diablos
i los njeles; forman el medio entre 16s estremos del
mundo espiritual, en uno de cuyos lados est el cielo
i en el opuesto el infierno.
-Mui bien esplicado! grit Miguel pasando un trago.
-No hai que dejar enfriar la cazuela, agreg Mar
tina con un zancarron atravesado en la boca.
-Podemos comer, beber i conversar, dijo el mdi
co en medio del contento i bullicio de todos.
VII
-1 digame, amigo, pregunt Miguel al mdico
dnde obtuvo usted este lquido?
-E mi secreto, por ahora.
.- Por ahora? dijo Santiago.
- , por ahora; es posible que usted lo vea fa
bricar.
-Yo! pes, estoi listo.
-No me lleve a don Santiago a ver las hadas, dij(
rindose Miguel, porque es mui capaz de olvidar JJ
penitencia i de espiritu...
- N, contest el aludido, todava no quie-
ro vol verme espritu hasta que la vej ez venga a en
tibiar mis afecciones juveDlles...
-Miren cmo habla el penitente! dijo Martina dl
buen humor i en medio de la risa de todos.
- 189-
Pero, qu cosas son las hadas? agreg sta.
~ L a s hadas, respondi Santiago, son espritus.
s almas de los que mueren sin merecer ni la glo-
ni el infierno, o sea que no pueden gozar de la
ta del Creador ni que quedan privadas de ella
rnamente. Ese es el premio o el castigo, nada mas.
s espritus que los hombres han convenido en 11a-
l' hadas, so inofensivos. i al contrario alegres,
e buscan las soledades de los bosques, de los va
1es, las orillas de los esteros, all bailan al son de
sicas formando reUl.liones del mas fantastico
ecto.
-Qu bueno ser te el' hada amiga! dijo Martina.
-Los antiguos de siglos atras tambien pensaban
mo usted, continu Santiago; por cario a ellas
lebraban en los bosques grandes fiestas, en Fran-
a, Alemania i demas pueblos del norte de Europa.
CarIo Magno las prohibi por decreto, porque con
as ceremonias olvidaban al verdadero Dios i habia
ligI'O de que volviera la idolatria o sea la a ora
on de dio. es falsos. En mi pais, la bella Suiza, las
adas a ~ a r e c e n en noches de luna i hasta suelen
convidar a algunos mortales a sus funciones.
-N es dificil ver esas funciones, dijo el mdico.
-Pero no s si en Chile hai tambien estos espiri-
tus que se muestran a los vivos. Solo oigo hablar del
iablo, de duendes i de apariciones horrorosas, mas
unca he sabido palabra sobre hadas. Al reves de
mi tierra, aqu los bosques i bosquecillos suelen ser
Ilabtaciones diablicas...
-Como que dan ganas de colgarse en el medio de
Uos, interrumpi MIguel guiando un ojo a San-
'ago.
-En Chile hay espritus como en to as partes, dijo
mdico; la cueston est en saberlos estudiar i
mprendl"r, i eso no pueden hacerlo sino pocas per-
nas.
La conversacion di trmino porque manifestaron
eos de retirarse los dos campesinos acompa-
ntes.
- 190 -
VIII
Mientras stos salian conversando con Miguel hcia
afuera, el mdico llam aparte a Santiago i le dijo:
-Usted est mui mal herido...
- Cierto, i se me habia olvidado; me voi a acostar
pronto...
-N, porque deseo llevarlo a que lo sanen esta
misma noche.
-Pero a qu parte, seor mdico?
-Al bosquecillo vecino...
-Jasus, Maria i Jos... ! dijo Santiago retrocedien
do asustadsimo. Si usted s piera lo que me ha acon
tecido en ese lugar.
-Lo s mui bIen; pero el bosquecillo ya no es mo
rada del espiritu malo, porque aJli tienen esta noche
una fiesta las hadas, de las cuales usted ha hablado
con perfecta verdad hace poco rato.
-De modo que usted desea presentarme a esas
hadas, de las cuales no tengo ni noticias en Chile?
ref.pOndl el mdico; por eso es
conveniente que las conozca.
-1 digame, seor mdico, porque mdico ha de ser
i de los mas afamados del mundo, me conoce usted?
-Oh! lo conozco tanto, que en Suiza no es usted
Santiago, ni mnos Barreta...
-Calle usted, por dijo Santiago, mirando
hacia la casa, como miedoso de que MIguel pudie-
se oir.
Pero aqui not6 con sorpresa que la luz del fogon
de la clJcina se divisaba mui distante.
-Don Santiago! don SantiagQ! oy a lo lejos que
gritaban.
-Qu es esto! dijo Santiago, mirando al mdico;
nos hemos apartado mucho conversando.
1 antes de esperar contestacion de esto, grit:
-Aqu estoil DO tengan cuidado!
-Con quin est usted hablando a gritos? dijo el
mdico.
-Con Martina, que ha notado mi ausencia i me
llama.
- 191 -
-Est usted equivocado; las hadas lo llaman.
-Qu hadas! contest rindose 5antiago; si es
artina que creo que all viene en mi bu ca.
El mdIco di un silbido, i al punto resonaron cien
n distintas direccione;;. La escena cambi brusca
ente.
IX
Santiago qued con un ruledo atroz. Crey encono
trarse con alguna banda de salteadores, de los que
olian aparecer para robar e el oro de los transeun-
tes o de los minerales, i a l mismo le babian salido
en otras ocasiones; pero como lo que necesitaban
qullos era nicamente oro, con entregarselo habia
quedado libre. Pero ahora no tenia mas que los bol-
illos pelados.
1 se crey perdido cuando vi que bultos negr s le
rodeaban en silencio i que el mdico se escabullia
entre ellos i desaparecia.
-No me maten! grit Slntiago, apretndose con la
frazada i envolvindosela fuertemente.
Unas risas comprimidas oy a su lado. Varias ma-
nos lo tomaron de pie.nas i brazos, lo levantaron
tendindolo en el aire i echaron acorrer. Sdntiago
empez a decirles en tono suplicante:
-Si no tengo dinero! no me maten!; miren que es-
loi herido en todo el cuerpo; ese mdico los ha enga
ado sin duda...
Una oleada de viento fuerte azot su rostro, sin-
tiendo como el ruido que producen ramas i hojas al
chocar.
Iba derecho al sacrificio i de miedo cerr los ojos
. se encomend a todos los santos de quienes pudo
acordarse, pues era catlico convencido.
Pero di un grito de sorpresa al oir que un golpe
e msica no lejana hacia estremecer parece que has
a el suelo, al mismo tiempo que resonaba el mas
legre bullicio.
Abri los ojos i se encontr penetrando hcia un
do del bosquecillo que ya conocia, pero trasforma-
o ahora en una morada esplndida, cruzada de be
bimas mujeres.
-192 -
1los que lo conducan eran tambien mujeres, cu-
biertas con una especie de capa negra que les caia
desde la cabeza a los pies.
-];)on Santiago! es usted don Santiago?, se le acer-
caron dicindole las encapotadas, quitndose sus tra-
jes i colocando a aquel en un cmodo asiento.
Las del rapto se habian convertido en las mas lin-
das muchachas.
Era esa la reunion de las hadas de quienes le ha
bia bablado el mdico.
X
Santiago se encontr sentado, sin saber cmo, de-
bajo de un pabelln formado de gasa celeste. Esten
di la vista i vi algo como gran sala de baile. Los
rboles estaban inconocibles de adornos i de
multicolores.
El bosquecillo se babia ensanchado; era un bosque
con avenidas caprichosas; de rboles altsimos cua-
jados de luces que dbil, rumorosa i perfumada brisa
remecia i formaba el mas encantador efecto.
All todo era alegria. Flores, festones de telas ri
qusimas, guirnaldas cayendo de las ramas en incal-
culable nmero i como coronando a la concurrencia
esplndida que cruzaba en grupos bulliciosos; tal era
el conjunto, la primera impresiono que ocasion en
Santiago la vista de aquel campestre trocado en
algo mejor que el paraiso terrenal.
concurrencia era f0rmada de mujeres, casi too
das en trajes blancos, coronadas de azahares, con flo-
res de los campos en los hombros i los pechos, ros-
tros risueos, cabellos negros, rubios o castaos. Pa-
rece que no tocaban el suelo, cubierto por tapiz na
tural verde esmeralda.
En los mas ramudos rboles estaban sentadas n-
as brillantes de hermosura i aderezadas con flores
i piedras preciosas que despedian rayos de luces vi
vlsimas. Cada cual tenia un instrumento musical en
sus manos descollando entre todos el arpa; maneja-
da por dos muchachas de sencillos trajes, los mas
sencillos de toda aquella reunion. Talvez por esto pa--
recian los mas hermosos.
-193 -
Al centro del bosque, i a gran altura, estaba fija
una luz blanca que iluminaba los contornos de aquel
salon campestre, estendiendo sus rayos mas all de
los limites de las luces de colores. De esta manera no
quedaba un solo punto oscuro entre el ramaje.
Parecia que la luna llena se habia colocado sobre
las copas de los rboles para iluminar con luz risuea
aquel sitio encantador.
XI
Santiago qued como quien v visiones; pero se le
concluy el miedo, porque visiones eran las
mas agradables que jams haLia visto ni en sueos.
Grupitos de dos o roas damas se le acercaban ya a
por su nombre, ya a ofrecerle dulces i
bebidas. La que mas se le acerc, )e ofreci una gran
copa de cristal con un licor semejante al que habia
probado ntes, d'cindole:
-Tome usted por la salud de sus amigas que estn
a su lado; con esto sanar de sus males.
Santiago levantarse para contestar i recibir
el regalo; pero aquella se lo impidi estendiendo la
mano derecha abierta casi hasta tocarle el pecho.
-Seorita o njel, dijo Santiago, adelantando su
mano para recibir la copa; me siento agradablemen-
te sorprendidG; no s con quienes estoi, ni mnos s
a qu debo ese favor, este gran honor que se me dis-
pensa al colocarme en un sitio en donde reina la her-
mosura, la juventud i la felicidad...
-Oh!, don Santiago, es usted galante; aqu corres-
ponderemos los buenos conceptos que usted ha es
puesto en algunas ocasiones respecto de las hadas...
-Entnces ustedes son hadas... ! no son de carne
i hueso como yo, pobre mortal. ..
La hada se ri i fij en Santiago su par de ojos co-
lor de cielo, los cuales amenazaron trastornarle el
corazon i la cabeza.
-No pregunte eso,don Santiago;beba por nosotras.
1 la hada, al decir est.o, le indicaba con la maDO
para que se sirviera.
13
- 194-
Santiago se creia trasportado al cielo. Cuando be-
bi, se ere un njel. Arroj su t sca frazada, i se
iba a levantar, cuando su buena aLuiga lo contuvo
dicindole:
-No se mueva usted; ,qu le parece esa ms'ca?
En ese momento parece que cala de los rboles una
cascada de notas musIcales, cuyos agradabilsimos
sonidos trajo a la memoria de SlDtiago afiuel trisajio
que la Biblia refiere que oy Isaias cantar por un
coro de njeles.
Aquella melodia sin igual tocaba el alma de San-
tiago i lo trasportaba a un mundo ideal.
XII
-D1game, bada, p egunt aque , no puedo mez-
clarme con ustedes? no puedo bailar all donde ya
diVISO que se alistan a un baile?
-Si, contest aquella; pero necesita usted dos co-
sas: un traje i UDa promesa de que no se desmedir
con nadie aqu.
-j Lo prufIleto! dijo al instante Santiago, que arda
en deseos de conversar con las hadas.
Entnce-; reson un silbido, i luego cuatro hadas
aparecieron trayendo u la gran capa blanca pintada
de flore . Era una tela suave, al parecer de seda, per-
fumada i bellsima.
La hada primera quit la frazada a Santiago i en
su lugar le coloc aquella capa, dicindole:
-Abl)ra puede usted tomar parte en la fiesta; pero
cuidado con no observar prudencia Advierta usted
que e ~ una gracia especia!sima la que se le concede
invi tndolo.
-Un millon de gracias, dijo Santiago levantndose;
i digame, bada, loor qu se me hace este sealado
favor?
-Porque sabemos que usted ha hablado siempre
en favor de las hadas, especialmente hace poco en
casa del campesino Miguel.
-Entnces aquel mdico que sali darme reme-
dios i que me trajo basta aqu. .
-195 -
-Ese es nuestro ajente, por ahora, un encantado
inofensi vo para los hombres i para nosotras.
-Es decir. no es hombre. interrumpi Santiago,
cada vez mirando con mas aficin a aquella hermo-
sura.
-No tiene de hombre mas que la figura. Era un
prncipe cuando vivo, i hoL.. es algo como el sirvien-
te de los espri.
tus, incluso de Sao
-------- - A - r-
tanas. -: __ .:..ri"
-Ustedes cono- ( -:/" __ <- _.
cen al diablo per- ':: ....:- ---'" '-o __ - '-=--=:':::-
sonalmente? pre-
gunt Santiago,
con cierta candi-
dez.
-Vaya si lo co-
nocemos! contei'\t
sonriendo la ha-
da, i usted tam
bien, en la proce-
d
J
sion e peniten- ..
ca...
-Cmo! alli an-
daba el dlabl01
-S, don San-
tiago; aquel que
hacia de demonio
era el demonio
mismo, aquel Far-
amalla...
-Por Dios Santo! esclam Santiagu asustadsimo i
abriendo tamaos ojos.
-Pero, venga a ver la danza de las hadas. I di-
ciendo esto la hada, tom de la capa a Santago,
mintras otra le ponia sobre la cabeza una especie
de corona entretejida con mirto, rosas i diversas
otras flores.
XIII
Santiago abandon el pabellon cuando ]a orquesta
hacia or los compases de un baile orjjinalsmo. Le
-196 -
parecia que no pisaba en el suelo i que nadaba para-
do en el aire, como arrastrado por mjico poder de
atraccion de )a hada que )e servia de guia.
I el baile empez, al mismo tiempo que centenares
de voces cantaban desde los rboles acompaando
aquella orquesta suspendida entre el cielo i la tierra.
-H ahi los pajarillos que can aron a usted en
hora desgraciada, le dijo la haa.
Santiago mir los rboles i all vi unos doscientos
rostros anjelicales, resp!andeciente;; con la luz cen-
tral que los inundaba.
A este tiempo, la danza de las hadas tomaba for-
ma, porque al principio no parecia SiDO un baile des-
ordenado. Multitud de jvenes se tomaban de las ma-
nos de a pares, luego de a seis, i as jiraban como
mariposas al redeJor de un punto cntrico.
I este punto cntrico era Santiago, el cual se vi
arrastrado como pluma siguiendo la danza. Era sta
en torma de caracoJ, que empezaba del centro i se-
guia en crculos hcia el esterior, pero combinadas
las danzantes de tal manera que las ltimas parejas
del circulo mas distante del punt central volvian a
ste jirando sobre si mismas, era esa una corriente
de rostros anjelicales que jiradan ya cantando al
comps de la msica, ya lanzando risas sonoras i pe-
queos gritos de alegria. Las hadas danzaban como
en un mar de liquida i resplandeciente plata forma-
da por sus vestiduras ondulantes ilumino, as. I en
medio de esas olas suavsirnas i perfumadas estaba
Santiago, casi convertido en espiritu.
Seguian las parejas un movimienio que se asemeja-
ba al de rotacion i traslacion de la tierra al rededor
del 801, con la diferencia mencionada.
no encontraba palabras como espresarse
delante de aquellas hermosuras que pasaban a su la
do, saludndolo con sonrisas i con ademanes cario-
sos Permaneci mudo, movindose siD saber cm('),
ajitndose con el mismo movimiento de la danza.
Cuando queria hablar a alguna, cincuenta pasaban
acaricindolo, llamndolo, de manera la hada
amiga no llega a sostenerlo, de seguro cae aturdido
i aplastado por tantas emociones.
- f97-
XIV
-Beba usted la copa del placer, le dijo la hada
amiga, aquella de la primera opa.
I pas a Santiago, que casi lloraba de gusto, una
copa de plata cincelada i cuyos puntos salientes pa-
recian de finos brillantes. Tenia la forma de un bo
ton de rosa de grandes dimensiones, pero abriendo
ya su capullo.
-Qu licor es este? pregunt Santiago examinan-
do un lquido incoloro.
-Este es el estracto de la risa de las hadas; pro-
porciona un placer que mataria a los hombres si lo
bebieran dos veces. La naturaleza humana no puede
resistir las emociones de los espritus, que siempre
son fuertes, ardientes i tambien apasionados...
Dijo esto la hada con tan fina gracia, que el cara-
Ion de Santiago lati con fuerza, esclamando:
-Tambien las hadas tienen pasiones? Es decir
que tambien aman?
-jOh! en el mundo espiritual es donde reina el
amor mas intenso. El espritu recorre las mas largas
distancias con rapidez increible; v todas las maravi-
llas de la inmensa creacion; comprende la verdad de
las cosas, desconocida para los hombres, y siente re-
concentrado en s el sumo de esas maravillas, el va-
lor de todos los valores, el amor de todos los amo-
res. Beba usted, i entnces podr comprender mejor.
Santiago estaba entonces verdaderamente encan-
tado. Sinti el aliento perfumado de las hadas, que
se le acercaban cada vez mas, que lo estrechaban al
punto de levantarlo, siempre j irando, en una especie
de cuna formada por un cruzamiento fenomenal de
piernas y brazos, como el tejido e una hamaca de
mimbres.
Aquellos miembros suavsimos, sonrosados, de las
mas esplndidas formas, apnas eran cubiertos por
telas trasparentes que semejaban a la blancura i bri-
llantez de la nieve reflejando los rayos del sol. La
voluptuosidad de esas diosas de hermosura, siempre
risueas, llevando a un pobre mortal en un mar de
-198 -
placer imposible de 'oarlo siquiera, habia pue lo a
SaDtiago como atontado.
-Beba u, ted; pero mucha prudencia, le decian
centenares de vocccitas.
Santiago no aguard mas; necesitaba un reconsti-
tUYE'nte poderoso para tener las fuerzas
rias sufic1entes en aquel apurado ca.so. Alz la copa i
dijo:
-Por las hadas cariosas i benficas, que me en-
cantan, que me enloquec .n...
1 no dljf'l mas, porque se le anud la voz en ]a gar-
gllDta i hubiera querido llorar. Levant la copa, co-
mo supremo recurso para trasformarse, i bebi.
Inmedidamente se sint.i otro hombre, hiEro como
si hubieran nacido alas i con todas las alegrias del
mundo.
XV
Las hadas palmotearon bulliciosamente; ces el
canto i la msica cambi de compaso Multitud de co-
pas se alzaron por todas partes, en tanto que la red
de piernasi brazos se de hacia suavemente i Santiago
quedaba flotando en el aire por su propia virtud.
Cbocronse las copas i las hadaR empezaron a ascen
der en espiral formando un rio de tnicas brillantes,
entra cuyos pliegues asomaban cabezas i brazos. To-
das bebian cantando i produciendo con las copas so-
nides musicales como las de un nuevo concierto que
iba derramando torrentes de armonias.
-Abora si que estoi en el otro mundo, dijo San-
tiago a su hada que se le aproximaba.
-Esta en medio de los espiritus que danzan hcia
el cielo, contest aquella tomndolo del brazo.
-Dgame, hada, ya que estoi como espiritualizado.
no podria saber yo algunos secretos de los espiritus?
-Segun sean eUos; porque hai asuntos que los
hombres no podrn comprender bien hasta tanto no
tengan la vida espiritual, es decir, hasta que se
mueran.
- Deseo saber si tantas hermosas jovenes que hai
aqui, no sientpn como sintieron en un tiempo, si
aman como amaron en vida.
-199 -
-Esa es uest'on sria i larga, reE ondi la bad3,
elevndose suav mente eon Santiago en Jinei1. recta.
Pero bst.a]e sa er que tambien amamos; Jero ... 010
cuando tomamos forma humana.
-Es decir que ahora... podemos sentir iguales .
i quien sabe SI tambien... podrIamo entendernos .
- Conozco a dende v su pensamiento, dijo rindo-
se la hada.
-Seria el colmo de mi felicidad el que usted me
\ mltiera... darle una muestra den,i rendido home-
naje...
1 Santiago tom la mano izquierda de la bada. Es-
ta se estremeci corno tocada p r una chispa elctri-
ca; mir a Santiago con t'n amorosa intencion, que
ste se atrevi a estampar un beso en aquel a roano
que no tenia la dureza ni aun la blandura e la carne,
pero que con!O:ervaba sus formas, su color.
Era una mano anjelical.
-Nada mas! dijo la bada retirando la mano.
-Oh! las hada!) no deben ser crueles con los po-
bres mortales como yo; dejarme en el comienzo de la
felicidad... no puede ser... as sufro...
-Calle usted! que yo tambien estoi sufriendo...
1Usted tambie.nl dijo Santihgo casi brio de am(\r;
entonces... aqu... nos entrelazamos... espiritual-
mente...
1 Santiago avanz a abrazar a la hada. Esta le to-
m la copa, le puso un instante la mano sobre los
ojos, i le dijo:
-Imposible!. .. sintese aqu. ..
Santiago se encontr bajo el pabellon, al lado de
su frazada. Habia ~ i d o tras12dado all por obra de
hadas, como que su amiga all se encontraba.
-Buen amigo! dijo sta; ha llegado la hora de la
despedida...
XVI
Santiago cay al asiento como quien recibe un gol-
pe en la cabeza.
-Es posible que esta alegria coocluya tan pron-
to/. .. apenas media hora/. .. dijo aqul.
- 200-
-Media hora? respondi la hada; hace ocho dias
de sol lleg usted a este lugar...
-Ocho dhsl dijo Santiago asombrado,
A este tiempo, las hadas pasaban como volando de-
ante de Santiago, formando torbellinos de formas
medio humanas i de gasas luminosas. La corriente
salia del bosque i se perdia a la distancia. Las luces
comenzaban a apagarse i el bullicio llevaba camino
de terminar.
-Vuelva usted al mundo, dijo la hada,
cambiando de traje como por efecto mjico; la natu-
raleza de usted no puede resistir mas emociones, i si
yo le hubiera dado otras gotas mas de aquel licor,
usted habria sucumbido. Habria dejado una viuda e
hijas...
-Qu viuda, ni qu nada!. .. yo no quiero mundo,
ni carne, ni demonio!... quiero hadast. ..
le dijo la hada; est en el mundo i
tiene que sufrir sus consecuencias. Va a suceder e
1;na gran desgracia; pero cuente con mi auxilio.
-A. m, desgracia? le interrumpi Santiago.
-S; deje osa capa i pngase la frazada que traia
cuando Beg.
Santiago mir con repugnancia aquella frazada
burda i mugrienta con que se habia abrigado en casa
de Miguel. Smti escalofrio i su cuerpo empez a tem-
blar. En ese momento llegaron cuatro hadas con tra-
jes negros i le quitaron la capa. <
-Sea hombre de resolucion, le dijo la hada amiga;
afronte todas las situaciones i todos los peligros, si
lleva vida honrada como hasta aqu.
-Acepto su consejo, le re 'pondi Santiago.
-Sufra con paciencia las persecuciones que le har
la ignorancia de los hombres i los celos i ceguera...
de su mujer.
XVII
Santiago estaba a ese tiempo cambiado de nimo.
Ya volvia a ser el hombre de antes. Sa dej, caer en
el asiento entristecido, porque comprendia que las
- 201-
hadas se iban i que l quedaba vagando n el mundo
sin luz ni consuelo. Al or hablar de su mujer, di un
estremezon i mir a la hada. Esta iba ya perdiendo
sus formas, para convertirse lentamente en figura de
mujer enlutada.
-Ya que ha prometido ser hombre de resolucion,
oiga: la. naturaleza lo condena i nosotras somos im-
potentes para resistir la corriente que viene en con-
tra de usted. La InquislCion ha decretado para usted
la crcel i los tormentos, i los tribunales de la capi-
tal han enviado la fuerza pblica para prenderlo.
-Pero, eso no puede '3erl dijo Santiago, en tanto
que todo se trasformaba a su lado.
Luz de la maana sucedia a las luces, i rboles so-
litarios quedaban Qn lugar de la fantstica visiono
Era aquello como haber bajado del cielo a la tierra.
Sombra vaporosa se retiraba de su lado, alcanzn-
dOf;q a. oir lastimeros ayes i frases tristsimas que le
decan:
-Sufra con paciencia; ... ser usted enjuiciado i
engrillado; morir de sentimiento su hija Dolores... ;
pero una hada cuidar de fortalecerlo...
XVIII
Santiago sinti fria en el alma; honda tristeza in-
vadi su corazon i hubiera pensado en suicidarse otra
vez para volver al mundo de los espiritus, si la esce-
na no hubiera cambiado bruscamente.
Se encontraba sentdo en un palo, envuelto en la
frazada de Miguel, con la cabeza entre las manos i
con un mar de amargura en la garganta. Casi se aho
gaba de pena.
Estaba inconocible con su semblante cadavrico.
La hada huia de ese sitio i Santiago empezaba_a re
cordal' como un sueo las delicias ..
Pens seguir esa que se escabullia entre
las malezas i que se alejaba cada vez nuevo
tormento le tortur el alma entonces, porque al le-
Yantar la vista reconoci el rbol maldito en cuya
rama habia buscado la muerte.
- 202-
1 el miedo al diablo lo hizo dar un movimiento de
horror i un jesto al recuerdo de Fara
malla. Trat de abandonar ese sitio; pero el prons
tico de la hada iba a cumplirse mas pronto de lo que
podia haber pensado.
XIX
Ruido de armas i de voces sintiroDse entnces.
Santiago quiso huir, temiendo alguna desgracia;
pero de un repente se le aparecieron al trote. varios
soldados armados de fusile algunos paisanos.
-Este es! dijo uno. ,
-Santiago! grit una voz de mujer, no a mucha
distancia.
Santiago se 1 .vant temblando i diriji su vista a
aquellos aparecides como vision diablica, cuando
todavia tenia en la cabeza todo un mundo de ilusio-
nes. Mir a la que lo habia nombrado i reconoci a
luana su mujer, la cual caia como desmayada al
suelo en instante.
Al ver caer a sta, Santiago crey que su mujer lo
traicionaba i lo vendia.
Aun filas, pens que era buscado por ella para dar
como ciertos los rumores que corrian sobre su ende
moniamicnto, de lo cual se senlla inocente como el
que mafl. Pero su mujer en e e con soldados i
con el aparato con que sUf-Ie buscarse a un gran
malvado, le pareci horrible.
-Qu es... esto! tartamude Santiago, retroce
diendo.
Entnces se adelant el juez de AJhu, i con acento
grave i tocadole con una espad desnuda el hombro
izquierdo, le dijo:
-No es usted Santiago Barreta?
El aludido abri los ojos desmesuradamente, por-
que acababa de reconocer a su vecino i amigo.
-Yo... soi, le contest Santiago.
El juez agreg con tono solemne estas palabras,
pronunciadas con sequedad:
- 203-
- En nombre del rei i de la santa inquisicion, que-
da usted reo por corruptor, po- brujo i por endemo-
niado!
Los soldados se acercaron a Santiago para pren-
derlo, oyndose el ruido estridente, desagradable de
los grillos que llevaba un soldado en las manos para
colocarlos en las piernas del reo; pero ste perdi la
cabeza, se le nubl la vista, le zumbaron los oidos,
lanz un alarido que reson a larga distancia i cay
desplomado al suelo como herido de muerte por un
rayo.
CAPITULO XX
Eplogo
1
Conducido el infeliz Santiago Barreta ante el
Tribunal de la Inquisicion, el fiscal le acus por bru-
jo i endemoniado 1 por corruptor de su hija Dolores.
La ignorancia i la maldad acumularon pruebas en
contra del desgraciado, resultando intitiles su defen-
sa i sus protestas de inocencia.
El Santo Oficio, en nombre de la Santa Relijon i
del Re, conden a Ba.rreta a ser quemado vivo e
hizo ejecutar la sentencia.
11
Juana Putiel, convencida de la inocencia de su
marido, muri desesperada en vista del irreparable
mal causado con sus infames sospechas i criminales
celos.
III
La sensible Dolores, debilitada pJr cruel dolencia,
desde que empez a ser victima de la persecucion
amorosa de seres invisibles i sobrenaturales, no
pudo resistir las fuertes emociones que le produjeron
el proceso i la sentencia de su bondadoso padre i fa-
lleci momant03 antes del S1lplicio de ste.
'IV
.
Juana M'J.ria, Maria 4eJ?oGonce.nGion i Maria Jess,
acompaadas de la negra Petronila-que no olvidaba
u corona de reina i su porrazo-espantadas por los
- 205-
horrores desarrollados en ]a familia, huyeron del
pais sin que en ste jamas se tuvieran noticias suyas.
V
Los bienes de Santiago Barreta fueron ocupados.
por los representantes de la monarqua, pasando a in-
crementar los tesoros del rei.
VI
Tal tu el fin de una familia digna de ser feliz, pOl"
sus virtudes i fortuna, i que, sin embargo, pereci
en la roa horrenda del:gracia. siendo de ello princi-
pal causa: los celos de u,na mujer.
FIN
INDICE
DVERTENCIA. .
CAPTULO l.-De cmo el diablo promovi a fuerza de
riquezas i diabluras la fundacion del
pueblo de Alhu
n.-Santiago Barreta
IH.-Faramalla.
IV.-La Cena. . .
V.-El trovador .
VI.-La cabra encantada
VIl.-Pftronila en el palacio del prncipe Osear
VIII.-Chon chon chon chon. .
IX.-La sombra barbuda . .
X.-La confesion de la negra
XL-El pulal del Diablo . .
XII.-El Diablo en calzoncillos
XIII.-Lo que el cura i Faramalla dijeron del
Diablo . . . . . . . . .
XIV.-Amores i astucias diablicas. .
XV.-Tiene la palabra el cura de Alhu
XVI.-De cmo Dolores fue encerrada en Una
caja con llave . . . . . . .
XVII.-La soga del Diablo i el machete de San
Miguel. . . . , . .
XVIII.-La procesion de penitencia
XIX..-La danza de las hadas
XX.-EpLOGO
Pgia&B
/
5
15
20
27
35
46
53
67
75
87
95
109
118
127
14.0
146
156
167
181
204:
/
o
Ca
BABA'.rO B
" LA K_......,.. t,
o.......
mtl LiLla y Camp.a
S
LITOGRAFA, LIBRERA Y EN ADER ACIN
3 5 3. - 'V.r.Il,"
y VARIADO SURTIDO DE OBRAS
ALEBY EXTRA JER S * * * * *
UTILES DE E.5CRITORIO
ULOS PARA COLEGIALES
VE TAS POR MAYOR y ME OR
FUERA DE TOD COMPETE eIA
GRA DES DESCUEN'ros LOS
SE: ORE COMERCIANl'E:
_."lil.o. de pro la ., lo. de pat d. &ID6rica, acompa.
de .11 ... ea I'h'o. po8tal.. 5 de fcil cambio,
debe 41ripne ...