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Boileau - Narcejac - Las Diablicas

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LAS DIABLICAS

(LA QUE NO EXISTA)





Boileau Narcejac


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I NTRODUCCI N

Entre La que no exista... y la pelcula que esta novela ha inspirado a H. G. Clouzot, Las
diablicas, slo hay una relacin, tan ligera que podra considerarse la pelcula ajena al libro, y
tan slida que uno se ve, sin embargo, obligado a reconocer su ntimo parentesco. En realidad,
ambas desarrollan la misma idea con mtodos diferentes, y puede incluso decirse que cuanto
ms la pelcula se esforzase en mantenerse fiel a la novela, ms obligada estara a apartarse de
ella. En este sentido, la pelcula de Clouzot es mucho menos una adaptacin que una nueva
creacin de la que es oportuno subrayar la originalidad.

Los autores del libro han imaginado una novela policaca clsica, pero en lugar de
empezar por el crimen, han empezado por la maquinacin que conduce a l. El relato est
escrito enteramente desde el punto de vista de la vctima, lo que constituye la misma esencia del
suspense. La angustia nace de la soledad asediada de un ser condenado desde hace mucho
tiempo, y es precisamente esa soledad lo que la novela trata de hacer sensible mediante una
tcnica compleja en sus efectos, pero sencilla por su naturaleza, puesto que no utiliza ms que
palabras.

En cuanto al director, ste trabaja con imgenes, y la imagen es mucho ms rebelde que
la palabra. Imposibles los monlogos interiores, imposible el claroscuro sicolgico. La imagen
es el mundo real, el de los objetos y de los rostros. Clouzot no poda aislar al personaje clave y,
no obstante, deba hacer sensible su drama. Le era preciso, pues, inventar una historia en que las
imgenes, a su vez, fuesen capaces de mentir sin perder ese carcter de verdad que es la esencia
del crimen. En El cuervo la realidad era enigmtica; en El salario del miedo estaba
profundamente corroda por la amenaza de una catstrofe inminente. En este caso se convierte
en una mscara. Clouzot, gracias a una intriga notablemente ajustada, alcanza esa perfidia de la
imagen que rene de manera torturante el realismo con el expresionismo. Con ello hace estallar
la vulgaridad de la pelcula policaca y confirma de manera totalmente independiente sus
extraordinarias dotes de brujo.

Pero la ambigedad de la pelcula corresponde a la de la novela. En sta el mundo es
tambin una mscara y la mentira corrompe invisiblemente hasta los aspectos ms familiares de
la vida. El hroe del libro es un hombre sobre quien se ha lanzado una maldicin y que, poco a
poco, se ve aplastado por apariencias que ya no comprende. Los autores han querido en la
medida de sus posibilidades, que son modestas, desembarazarse de los lugares comunes de la
novela policaca.

As, pues, es cierto que Clouzot se ha apartado deliberadamente de nuestra novela.
Como todos los grandes creadores, ha hecho gala de una gran independencia. Pero es
igualmente cierto que no nos ha traicionado, pues lo que nosotros tratbamos de aportar como
novedad es exactamente lo que l ha desarrollado, profundizado, ilustrado con esa fuerza, ese
punch que caracterizan su estilo. Y porque tenemos una nocin exacta de lo que le debemos,
hemos querido, al principio de este libro, rendir homenaje al realizador de Las diablicas.
Gracias, seor Clouzot.
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CAPTULO I

Fernando, te lo suplico, cesa de pasearte!
Ravinel se detuvo ante la ventana y apart el visillo. La niebla se espesaba. Era
amarillenta alrededor de los faroles que iluminaban el muelle, verdosa bajo las luces de gas de
la calle. A veces se hinchaba en forma de humareda y otras se converta en polvillo de agua, en
lluvia muy fina cuyas gotitas brillaban en el aire. El castillo de proa del Smoelen apareca
confusamente por los agujeros de la niebla, con sus ventanillos iluminados. Cuando Ravinel
permaneca inmvil, se escuchaba a rachas la msica de un gramfono. Se adivinaba que era un
gramfono porque cada pieza duraba unos tres minutos. Luego se suceda un silencio muy
breve. El tiempo de cambiar el disco. Y la msica se reanudaba. Proceda del mercante.
Peligroso! observ Ravinel. Supn que alguien del barco vea entrar aqu a
Mireya.
Qu va! exclam Luciana. No va a rodearse de tantas precauciones... Y adems,
son extranjeros. Qu podran contar ellos?

Con el dorso de la mano, l limpi el cristal, que su respiracin empaaba. Su mirada,
pasando por encima de la verja del minsculo jardincillo, descubra a la izquierda un punteado
de luces plidas y de extraas constelaciones rojas y verdes. Unas, parecidas a ruedecitas
dentadas, como llamas de cirios en el fondo de una iglesia, las otras casi fosforescentes como
lucirnagas. Ravinel reconoca sin dificultad la curva del muelle de la Fosse, el semforo de la
antigua estacin de la Bolsa y la farola del paso a nivel, la linterna suspendida de las cadenas
que por la noche impiden el acceso al puente transbordador, y las luces de posicin del Cantal,
del Cassard y del Smoelen. A la derecha empezaba el muelle Ernest Renaud. El resplandor de
un farol de gas proyectaba sus plidos reflejos sobre las vas, descubra el hmedo adoquinado.
A bordo del Smoeen, el gramfono tocaba valses vieneses.
Tal vez coja un taxi, por lo menos hasta la esquina dijo Luciana.
Ravinel solt el visillo y se volvi.
Es demasiado ahorradora murmur.
El silencio se hizo de nuevo. Ravinel. reemprendi sus paseos. Once pasos de la
ventana a la puerta. Luciana se limaba las uas y, de vez en cuando, alzaba la mano hacia la
lmpara, y la haca girar lentamente como si se tratase de un objeto de valor. Conservaba puesto
el abrigo, pero haba insistido en que l se pusiese el batn, se quitase el cuello y la corbata y se
calzara las zapatillas.
Acabas de llegar. Ests cansado. Ponte cmodo antes de comer... Comprendes?
Ravinel comprenda perfectamente. E incluso comprenda demasiado bien, con una especie de
lucidez desesperada. Luciana lo haba previsto todo. Al ver que l se dispona a sacar un mantel
del cajn del bufete, ella lo haba detenido con su voz ronca, acostumbrada a mandar.
No, nada de mantel. Acabas de llegar. Ests solo. Come rpidamente sobre el hule.
Ella ya haba dispuesto su cubierto: la loncha de jamn, en su bolsa, haba sido echada
descuidadamente entre la botella de vino y el jarro. La naranja estaba colocada sobre la caja de
camembert.
Una bonita naturaleza muerta, haba pensado Ravinel. Y se haba quedado helado durante un
largo momento, incapaz de moverse, con las manos llenas de sudor.
Falta algo haba dicho Luciana. Veamos. Te desvistes... Te dispones a comer...
solo... No tienes puesta la radio... Ya caigo! Echas una ojeada a los pedidos del da. Es
normal! Pero te aseguro... Dame la cartera!
Haba esparcido sobre una esquina de la mesa las hojas mecanografiadas cuya cabecera
representaba una caa de pescar y un salabardo cruzado como unas espadas. Maison Blanche et
Lehud 145, Boulevard de Magenta - Pars.

En aquel momento eran las nueve y veinte. Ravinel hubiese podido relatar minuto a
minuto todo lo que haban hecho desde las ocho. Ante todo, haban inspeccionado el cuarto de
bao, se haban asegurado de que todo funcionaba bien, que no exista el riesgo de que algo
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fallase en el ltimo momento. Fernando hubiese incluso querido llenar en seguida la baera,
pero Luciana se haba opuesto.
Reflexiona... Ella querr visitarlo todo. Se preguntar a qu viene tanta agua...
Haban estado a punto de pelearse. Luciana estaba de mal humor. Pese a toda su sangre fra se la
notaba tensa, inquieta.
Cualquiera dira que no la conoces... Hace cinco aos, mi pobre Fernando.

Pero, justamente, l no estaba muy seguro de conocerla bien. Una esposa! Se la
encuentra a la hora de las comidas. Se duerme con ella. Los domingos se la lleva al cine. Se
hacen economas para comprar una casita en los arrabales. Buenos das, Fernando. Buenas
noches, Mireya. Tiene los labios frescos y diminutas pecas junto a la nariz. Slo se las ve al
darle un beso. No pesa gran cosa cuando se la coge en brazos. Delgaducha pero robusta,
nerviosa. Una amable mujercita, insignificante. Por qu se ha casado con ella? Acaso uno
sabe por qu se casa? La edad que se echa encima. Se tienen treinta y tres aos. Uno est
cansado de los hoteles, de las tascas y de los restaurantes. No es agradable ser representante de
comercio. Cuatro das por esos mundos. Cuando llega el sbado, uno se alegra de volver a
encontrar la casita de Enghien y a Mireya, sonriente, que cose en la cocina. Once pasos desde la
puerta a la ventana. Los ventanillos del Smoelen, tres discos dorados que descendan poco a
poco, porque la marea bajaba. Procedente de Chantenay, un tren de mercancas desfil
lentamente. Las ruedas chirriaban sobre los rieles, los techos de los vagones se deslizaban con
un movimiento suave, pasaban bajo el semforo en medio de un halo de lluvia. Un viejo vagn
alemn, con garita, se alej en ltimo trmino, con un farol rojo colgado por encima de los
topes. La msica del gramfono volvi a hacerse perceptible.

A las nueve menos cuarto haban bebido un vasito de coac para darse nimos. A
continuacin, Ravinel se haba descalzado, se haba puesto el viejo batn, agujereado por delante
a causa de las chispas desprendidas de su pipa. Luciana haba dispuesto la mesa. No haban
encontrado nada ms que decirse. El autova de Rennes haba pasado a las nueve y diecisis,
haciendo correr por el techo del comedor un rosario de luces, y durante mucho rato se haba
odo el traqueteo preciso de sus ruedas.

El tren de Pars no llegaba hasta las diez y treinta y un minutos. Todava una hora!
Luciana manejaba sin ruido la lima. El despertador, sobre la chimenea, lata precipitadamente y,
a veces, su ritmo se alteraba, el mecanismo pareca dar un paso en falso, luego se reanudaba el
latido con una sonoridad algo distinta. Ambos alzaban la vista, se miraban. Ravinel se sacaba las
manos de los bolsillos, se las juntaba por la espalda, continuaba andando, llevndose la imagen
de una Luciana desconocida, de rasgos tensos, de frente preocupada. Estaban cometiendo una
locura. Una locura...! Y si la carta de Luciana no hubiese sido entregada...? Si Mireya
estuviese enferma... Si...
Ravinel se dej caer en una silla, junto a Luciana.
No puedo ms.
Tienes miedo?
l se irgui inmediatamente.
Miedo! Miedo! No ms que t.
Ojal.
Es esta espera. Me crispa los nervios.
Ella le palp la mueca con su mano dura, experta, hizo una mueca.
Es como te digo prosigui l. Como veras, estoy enfermando.Estaramos
apaados.
Todava estamos a tiempo dijo Luciana.
Se levant. Se abroch lentamente el abrigo, se pas el peine por sus cabellos morenos,
rizados, muy cortos.
Qu haces? balbuci Ravinel.
Me marcho.
No!
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Entonces, domnate un poco ms... De qu tienes miedo?

La eterna discusin iba a reanudarse. Ah!, se saba de memoria los argumentos de
Luciana. l los haba examinado, estudiado uno por uno durante das y ms das. Por algo haba
vacilado tanto antes de decidirse. Le pareca estar viendo a Mireya, en la cocina. Se hallaba
planchando y, de vez en cuando, iba a dar unas vueltas a una salsa que preparaba en una
cacerola. Qu bien haba sabido mentir! Casi sin esfuerzo.
Me he encontrado con Gradre, un antiguo camarada de regimiento. Ya te he hablado
de l alguna vez, verdad...? Est metido en seguros. Parece que gana mucho.

Mireya planchaba unos calzoncillos. La brillante punta de la plancha se introduca
delicadamente entre los botones dejando tras de ella como una pista blanca de la que se
desprenda un ligero vapor.
Me ha estado hablando largo y tendido sobre un seguro de vida... Oh, te confieso que,
al principio, me senta ms bien escptico... Ya te puedes imaginar que los conozco bien. En lo
primero que piensan es en su comisin. Es natural! Pero, de todos modos, reflexionando bien...
Ella dejaba la plancha en el soporte y desenchufaba el cordn.
En mi profesin, no hay retiro para las viudas. Ahora bien, yo circulo mucho y voy
en toda clase de vehculos... Un accidente llega cuando menos se piensa. Qu sera de ti? No
tenemos dinero... Gradre me ha presentado un proyecto... La prima no es enorme y las ventajas
son verdaderamente atractivas... Si yo llegase a desaparecer... Caramba, nunca se sabe quin
puede sobrevivir, y quin morirse...! Cobraras dos millones.
Aquello constitua una prueba de amor. Mireya se haba conmovido.
Qu bueno eres, Fernando!
Quedaba ahora la parte difcil: hacer firmar a Mireya una pliza anloga a beneficio de l. Pero,
cmo abordar este tema delicado?
Y fue la pobre Mireya quien una semana ms tarde, espontneamente, lo propuso.
Cario! Yo tambin quiero suscribir un seguro. Como muy bien dices, nunca se sabe
quin puede morirse antes de los dos... E imagnate completamente solo, sin criada, sin nadie...
l haba protestado. Slo lo justo. Y Mireya haba firmado. Y de eso haca ya un poco
ms de dos aos.
Dos aos! El plazo exigido por las compaas para asegurar el fallecimiento por
suicidio. Pues Luciana no haba dejado nada a la casualidad. Quin saba a qu conclusin
podan llegar los investigadores? Ahora bien, era preciso que la compaa de seguros no tuviera
dnde cogerse.
Todos los dems detalles haban sido perfilados con el mismo cuidado exquisito. En dos
aos se tiene tiempo para reflexionar, para pesar los pros y los contras. No, no haba nada que
temer.
Las diez.
Ravinel se levant a su vez, colocse junto a Luciana, ante la ventana. La calle estaba vaca,
reluciente. Cogi a su amante por el brazo.
Es ms de lo que puedo resistir. Se trata de los nervios. Cuando pienso...
Pues no pienses.

Permanecieron inmviles, el uno junto al otro, con el enorme silencio de la casa
pesando sobre sus hombros y, detrs de ellos, el febril tictac del despertador. Los ventanillos del
Smoelen flotaban como lunas blanquecinas, cada vez ms plidas. La niebla se iba espesando.
La msica del gramfono se haca brumosa a su vez, se asemejaba a a gangosidad de un
telfono. Ravinel acababa por no saber ya si estaba vivo. Cuando era pequeo se imaginaba de
esta manera el limbo: una larga espera en medio de la niebla. Una larga y aterrorizada espera.
Cerraba los ojos y, siempre, tena la impresin de que se caa. Era vertiginoso, terrible, y, sin
embargo, bastante agradable. Su madre lo sacuda:
Qu haces, tonto? Estoy jugando.
Abra los ojos, atontado, desencajado. Se senta vagamente culpable. Ms tarde, en el momento
de su primera comunin, cuando el abate J ousseaume le haba interrogado: Ningn mal
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pensamiento? Ninguna accin contra la pureza?, l haba pensado inmediatamente en el juego
de la niebla. S, ciertamente era algo impuro, prohibido, y, sin embargo, nunca haba
renunciado. El juego se haba incluso perfeccionado con los aos. Ravinel tena la sensacin de
hacerse invisible, de evaporarse como una nube. El da en que haba enterrado a su padre, por
ejemplo... Aquel da haba una niebla verdadera, tan densa, que el coche fnebre pareca los
restos de un naufragio que se hundiesen sin sacudidas a travs de pegajosas espesuras. Se viva
ya en otro mundo... No era ni triste ni alegre... Una gran paz... El otro lado de una frontera
prohibida.
Las diez y veinte.
Qu?

Ravinel volvi a encontrarse en una habitacin mal iluminada, pobremente amueblada,
junto a una mujer que llevaba un abrigo negro, que sacaba de su bolsillo un frasquito. Luciana!
Mireya! Respir profundamente y volvi a vivir.
Vamos, Fernando! Despablate. Trae el jarro.
Ella le hablaba como a un nio. Por eso precisamente amaba a la doctora Luciana
Mogard. Otro pensamiento extrao, desplazado. La doctora era su amante! Haba momentos
en que esto le pareca casi increble, monstruoso. Luciana vaci el contenido del frasquito en el
agua del jarro y agit un poco la mezcla.
Comprubalo t mismo. Ningn olor.
Ravinel olfate la garrafa. En efecto: ningn olor. La interrog:
Ests segura de que la dosis no es demasiado fuerte?
Luciana se encogi de hombros.
Si se bebiese toda el agua, no digo que no. Y aun as y todo... Pero se contentar con
uno o dos vasos. Imagnate si conocer los efectos! Se dormir en seguida, puedes creerme.
Y... en caso de autopsia, no se encontrar ninguna traza de... .
No se trata de un veneno, mi pobre Fernando. Es slo un soporfero. Se digiere
rpidamente... Ponte a la mesa. Toma!
Tal vez podramos esperar un poco ms.

Miraron el despertador. Las diez y veinticinco. El tren de Pars deba de estar cruzando
la estacin distribuidora de Blottereau. Al cabo de cinco minutos se detendra en la estacin de
Nantes. Mireya andara aprisa. No necesitara ms de veinte minutos. Algo menos si coga el
tranva hasta la plaza del Comercio.
Ravinel s sent, desenvolvi el jamn. Experiment nuseas al ver aquella carne de color
rosado enfermizo. Luciana le sirvi vino y ech una ltima ojeada a su alrededor. Pareci
satisfecha.
Ya es hora de que te deje... No te alteres; mustrate natural y todo saldr bien. Ya
vers.
Apoy las manos en los hombros de Ravinel y roz su frente con un rpido beso. Lo mir de
nuevo antes de abrir la puerta. Resueltamente, l cort un pedazo de jamn y se puso a
masticarlo. No oy salir a Luciana, pero, por cierta calidad del silencio, supo que estaba solo y
la angustia volvi a invadirlo. Era intil que Ravinel repitiese sus ademanes de todos los das,
desmigase el pan, tamborilease sobre el hule con la punta del cuchillo y contemplase
distradamente las hojas mecanografiadas:

Molinetes Luxor (10) ......... 30.000 francos
Botas, modelo Sologne (20 pares)........................ 31.500
Cuas Flexor (6) ............ 22.300

Era incapaz de tragar un bocado. Un tren silb a lo lejos, tal vez hacia el lado de
Chantenay. Quizs hacia el puente de Vende. Imposible estar seguro con aquella niebla. Huir?
Luciana deba de estar esperando en algn lugar del muelle. Era demasiado tarde. Nada poda
salvar ya a Mireya.
Y todo por dos millones! Todo para satisfacer la ambicin de Luciana, que quera establecerse
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"por su cuenta en Antibes. Los planos de la instalacin estaban listos. Ella tena un cerebro de
negociante, semejante a un fichero ultra perfeccionado. Todos sus proyectos estaban ordenados
impecablemente en su cabeza. Nunca se produca ni el menor error. Entrecerraba los ojos y
murmuraba: Cuidado, no nos confundamos!, y el mecanismo funcionaba, los engranajes
giraban, la respuesta surga completa, precisa. En tanto que l... Se confunda en sus cuentas,
deba pasar horas ordenando y seleccionando sus papeles, sin saber ya quin haba encargado
cartuchos y quin los bambes japoneses. Estaba harto de su profesin. Mientras que en
Antibes...

Ravinel contemplaba el brillante jarro a travs del cual su rebanada de pan se deformaba
semejando una esponja... Antibes! Una tienda elegante... En el escaparate, fusiles de aire
comprimido para la pesca submarina, gafas, mscaras, escafandras ligeras... Una clientela de
ricos aficionados... Y el mar enfrente, el sol... Slo pensamientos ligeros, fciles, de los que uno
no puede avergonzarse. Terminadas las nieblas del Loira, del Vilaine... Terminado el juego de
la niebla! Otro hombre. Luciana lo haba prometido. El porvenir apareca en la bola de cristal.
Ravinel se vea con unos pantalones de franela y una camisa deportiva. Estaba bronceado.
Atraa las miradas...

El tren silb casi bajo la ventana, y Ravinel se frot los ojos y fue a levantar una punta
del visillo. Era desde luego el Paris-Quimper que se diriga hacia Redon tras una parada de
cinco minutos. Mireya haba viajado en uno de aquellos vagones iluminados que hacan correr
por la calzada una hilera de grandes rectngulos claros. Haba compartimientos vacos, con
encajes, espejos, fotografas por encima de los asientos. Haba compartimientos llenos de
marineros que coman. Las imgenes se sucedan, apenas reales, sin relacin con Mireya. En el
ltimo compartimiento, un hombre dorma con un diario desdoblado sobre la cabeza. El furgn
de cola desapareci, y Ravinel not que la msica haba cesado a bordo del Smoelen. Ya no se
vean los ventanillos. Mireya estaba sola, sin duda no muy lejos de all, en la calle desierta,
andando rpidamente sobre sus altos tacones. Llevara tal vez en su bolso un revlver, e! que l
le dejaba cuando sala de viaje? Pero ella no saba utilizarlo. Y tampoco tendra motivo para
hacerlo. Ravinel cogi la garrafa por el cuello, la levant hacia la luz. El agua era lmpida; la
droga no haba dejado ningn poso. Moj el dedo, lo acerc a la lengua. El agua tena un dbil
regusto. Pero tan dbil! Para notarlo haba que saberlo.

Las diez y cuarenta.

Ravinel se oblig a comer algunos bocados de jamn. Ahora no se atreva a moverse.
Mireya deba sorprenderlo as, cenando en un extremo de la mesa, solo, triste, cansado.
Y de repente la oy andar por la acera. Imposible equivocarse. Sus pasos eran casi
imperceptibles. Sin embargo, los hubiese reconocido entre otros mil: un paso ligero, desigual,
entorpecido por la estrecha falda del traje sastre. La verja apenas chirri. Luego, el silencio.
Mireya atravesaba de puntillas el diminuto jardn, daba vuelta al pomo de la puerta. Ravinel se
olvidaba de comer. Volvi a coger jamn. A su pesar, se mantena un poco de lado en la silla.
Tena miedo de la puerta, que quedaba a su espalda. Mireya estaba ciertamente junto a ella, con
la oreja pegada a la madera, espiando. Ravinel carraspe, hizo chocar el gollete de la botella de
vino contra el borde de su vaso, arrug unos papeles. Si ella esperaba or ruido de besos...
La puerta se abri con fuerza, Ravinel se volvi.

-T?

Dentro de su traje sastre azul marino, con su abrigo de viaje completamente abierto,
Mireya apareca esbelta como un muchachito. Llevaba bajo el brazo su gran bolso negro
marcado con sus dos iniciales: M. R., y retorca los guantes entre sus delgados dedos. No miraba
a su esposo, sino al aparador, las sillas, la ventana cerrada, luego el cubierto, la naranja en
equilibrio sobre la caja del queso, el jarro. Avanz dos pasos, levant su velillo, sobre el que
quedaban presas unas gotitas de agua, como en una tela de araa.
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Dnde est? Quieres decirme dnde est ella?

Ravinel se levant lentamente, con aire sorprendido.
Quin?
Esa mujer... Lo s todo... Es intil mentirme.

Maquinalmente, l adelant su silla y, con los hombros algo inclinados y una arruga de
sorpresa en la frente, las manos colgantes, con las palmas hacia arriba, se oy decir:

Mi pequea Mireya... Qu te ocurre? Qu significa todo esto?

Entonces ella se dej caer en la silla y con el rostro apoyado en su brazo doblado, sus
cabellos rubios cayendo sobre el plato de jamn, se puso a sollozar. Y Ravinel, cogido de
sorpresa, muy conmovido, le daba palmaditas en el hombro.

Ea! Ea! Clmate, vamos. Qu es esa historia sobre una mujer? Creas que te
engaaba... Mi pobre pequea! Bueno, ven a verlo... S, s! Insisto. Despus ya te explicars...
La haca levantarse, la sostena por el talle, la obligaba a andar mientras ella lloraba con la
cabeza apoyada en el pecho de l.

Mira bien por todas partes. No tengas miedo.

Con el pie abri la puerta del dormitorio y palp para encontrar el interruptor. Hablaba
en voz alta, con una especie de amistosidad burlona.
Reconoces la habitacin, verdad? Slo la cama y el armario. Nadie bajo el lecho, ni
nadie en el armario. Huele! Olfatea con ms fuerza... S, huele a tabaco, porque fumo antes de
dormirme. Pero es intil que trates de descubrir un rastro de perfume. Ahora, el cuarto de bao...
Y la cocina, s, insisto.
Abri la alacena. Mireya se enjugaba los ojos, empezaba a sonrer a travs de sus
lgrimas. Le hizo dar media vuelta y le cuchiche junto a la oreja:
Qu! Convencida? Chiquilla! En el fondo no me desagrada que seas celosa. Pero
hacer un viaje as. En noviembre! Te habrn contado cosas horribles!
Haban regresado al comedor.
Caramba! Nos olvidbamos del garaje!
Haces mal en burlarte balbuci Mireya.
Y, de nuevo, estuvo a punto de echarse a llorar.
Bueno, ven a contarme ese gran drama. Acomdate en la butaca mientras yo enchufo
el radiador. Muy cansada? Ya noto que no puedes ms. Por lo menos, ponte cmoda.
Acerc el radiador a las piernas de su esposa, la desembaraz de su sombrero y se sent en el
brazo de su butaca.
Una carta annima, eh?
Si slo se tratase de una carta annima! Es Luciana quien me ha escrito.
Luciana...! Tienes la carta?
Ya lo creo.
Abri el bolso y sac un sobre. l se lo arranc de las manos.
Es desde luego su escritura. Caramba, qu raro!
Oh! Y no ha tenido inconveniente en firmar.

l fingi que lea. Se las saba de memoria aquellas tres pginas que Luciana haba
escrito la antevspera en su presencia: ...una mecangrafa del "Crdit Lyonnais", una pelirroja
muy joven, que va a verlo todas las noches. He vacilado mucho tiempo antes de decidirme a
advertirte, pero....
Ravinel andaba de un lado para otro, agitando las manos.
Es inimaginable! Luciana debe haberse vuelto repentinamente loca...
Desliz la carta en su bolsillo, con un ademn que quera ser maquinal, y consult el
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despertador.
Evidentemente es un poco tarde... y adems, mircoles; ella debe de estar en el
Hospital... Lstima! Habramos aclarado inmediatamente este embrollo. En todo caso, nada
perdemos con esperar.
Se detuvo bruscamente y abri los brazos en seal de perplejidad.
Una mujer que se titula amiga nuestra... Que consideramos como de la familia... Por
qu? Por qu?
Se sirvi un vaso de vino y lo bebi de un trago.
Quieres comer algo? De todos modos, no es una razn que porque Luciana...
No, gracias.
Entonces, un poco de vino?
No. Slo un vaso de agua.
Como quieras.
Cogi el jarro, sin temblar, llen el vaso y lo dej ante Mireya.
Y si alguien hubiese imitado su escritura, su firma?
Vamos, vamos! La conozco demasiado bien. Y este papel? En fin, la carta ha sido
enviada desde aqu. Fjate en el matasellos: Nantes. Fue depositada ayer. La he recibido por el
correo de las cuatro. Oh, qu sorpresa!
Se pas el pauelo por las mejillas y alarg la mano hacia el vaso.
Ah! No he vacilado ni un momento.
En eso te reconozco bien.
Ravinel le acarici suavemente el cabello.
En el fondo, tal vez Luciana est sencillamente celosa murmur. Ve que estamos
unidos... Hay personas que no pueden soportar la felicidad de los dems. Al fin y al cabo,
sabemos lo que ella piensa? Te cuid admirablemente hace tres aos. Oh, de eso no puede
haber duda. Incluso puede afirmarse que te salv la vida. Porque estabas bastante enferma,
sabes? Pero, en fin, su oficio es salvar a la gente. Y luego, tal vez se tratase de un caso de
suerte. No todas las fiebres tifoideas son mortales.
S, pero recuerda lo amable que fue... Hasta hizo que me llevaran a Pars en la-
ambulancia del hospital.
De acuerdo! Pero, quin podra asegurar que ya desde entonces no pensara en
interponerse entre nosotros? Ahora que medito en ello, me ha hecho algunas insinuaciones. Me
sorprenda encontrrmela tan a menudo... Oye, Mireya, y si estuviese enamorada de m?
Por primera vez, el rostro de Mireya se ilumin. De ti? dijo. De un vejestorio? Quin
te crees que eres?
Bebi a pequeos sorbos, dej el vaso vaco y, al ver a Ravinel muy plido y con los
ojos brillantes, agreg mientras le coga la mano:
No te enfades, cario! He dicho eso para hacerte rabiar. Ahora me tocaba a m!
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CAPTULO II

Por supuesto, no habrs ido a contrselo a tu hermano...
Figrate! Hubiese tenido demasiada vergenza. Aparte que apenas si he tenido
tiempo para correr a la estacin.
En resumen, nadie est al corriente de tu viaje.
Nadie. No tengo por qu dar explicaciones.
Ravinel alarg la mano hacia el jarro.
Otro poquito de agua?
Llen el vaso sin apresurarse, luego recogi las hojas mecanografiadas esparcidas por la
mesa: Maison Blche el Lehud... Durante un momento permaneci pensativo:
No obstante, no se me ocurre otra explicacin. Luciana quiere separarnos.
Acurdate... Ahora hace justamente un ao, cuando pas unos das en Pars. Confiesa que
hubiese podido encontrar alojamiento en el hospital o en el hotel. Pero no. Quiso instalarse en
nuestra casa.
Para corresponder a todas las atenciones que haba tenido conmigo, era
imprescindible invitarla.
No digo lo contrario. Pero por qu se qued tanto tiempo? Y por un poco ms se
hubiese puesto a mangonearlo todo. T acabaste obedecindola como si fueras una criada.
Oh, vaya quin habla. Acaso no te haca bailar tambin a ti al son que quera?
De todos modos, no era yo quien le cocinaba sus platos favoritos.
No. Pero le escribas a mquina su correspondencia.
Es una mujer extraa dijo Ravinel. Qu puede proponerse al enviarte esta
carta? Bien ha debido pensar que t vendras en seguida... y saba que me encontraras solo.
Entonces? Su falsedad se pona inmediatamente en evidencia.
Mireya pareci alterarse y Ravinel experiment un spero placer. No poda aceptar que ella
confiase ms en Luciana que en l.
Por qu? murmur Mireya. S, por qu...? Sin embargo, ella es buena.
Buena...! Bien se ve que no la conoces.
La conozco tan bien como t!
Mi pobre pequea! Yo la he visto en su ambiente. Pero t no tienes idea. Por
ejemplo, sus enfermeras. Si supieses de qu manera las trata...
No te creo!
Quiso levantarse, debi agarrarse al silln; luego volvi a caer y se pas el dorso de la
mano por la frente.
Qu te sucede?
Nada... Un vahdo.
Slo te faltaba eso. Si caes enferma... En todo caso, no ser Luciana quien te cuidar.
Mireya bostez y se recogi los cabellos con un ademn lnguido.
Aydame, por favor, voy a tenderme un poco.
De repente me ha entrado un sueo terrible.
Ravinel la cogi por los sobacos. Ella estuvo a punto de caer de bruces y se agarr al
borde de la mesa.
Querida! Mira que ponerte en este estado!

La llev hacia el dormitorio. Las piernas de Mireya se doblaban, se le quedaban
flcidas. Sus pies se arrastraron por el parquet y perdi un zapato. Ravinel, casi sin aliento, la
dej caer en la cama. Ella estaba lvida y pareca respirar con dificultad.
Creo que... he hecho mal...
Su voz era un cuchicheo, pero sus ojos conservaban una pequea llama de vida.
No debas ver uno de estos das a Germn o a Marta? pregunt Ravinel.
No... Hasta la semana prxima, no.
Coloc el cubrecama por encima de las piernas de su mujer. Los ojos de Mireya no
cesaban de mirarle. Unos ojos de repente angustiados, en el fondo de los cuales se adivinaba la
oscura elaboracin de un pensamiento a punto de desfallecer.
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Fernando!
Qu ms quieres? Descansa de una vez.
...el vaso...
No vala la pena mentir. Ravinel quiso apartarse de la cama. Los ojos le seguan,
implorantes.
Duerme! exclam.

Los prpados de Mireya se movieron una vez, dos veces. No se vislumbraba ms que un
minsculo punto de claridad en el centro de las pupilas, luego aquel brillo se apag y los ojos se
cerraron lentamente. Ravinel se pas la mano por el rostro, con un ademn brusco, como un
hombre que siente sobre la piel una telaraa. Mireya ya no se mova. Entre sus pintados labios
apareca la nacarada lnea de los dientes.
Ravinel sali del dormitorio y avanz a tientas por el vestbulo. La cabeza le vacilaba un poco y
tena pegada a la retina la imagen de los ojos de Mireya, una imagen amarilla, tan pronto
brillante como confusa, que se colocaba ante l en todas partes, como una mariposa de pesadilla.
Atraves el jardincillo en tres zancadas. Empuj la verja que Mireya haba dejado entreabierta y
llam a media voz: Luciana!
sta sali inmediatamente de entre las sombras.
Ven! dijo l. Ya est hecho. Ella le precedi para entrar en la casa. Ocpate
de la baera.

Pero l la sigui al dormitorio, al pasar recogi el zapato y lo coloc sobre la chimenea,
en la que debi apoyarse. Luciana levantaba los prpados de Mireya uno tras de otro. Se vea el
globo blanquecino del ojo, la pupila inerte y como pintada sobre la esclertica. Y Ravinel,
fascinado, no poda volver la cabeza. Senta que cada gesto de Luciana penetraba en su memoria
y se imprima en ella como un tatuaje horrible. Haba ledo en revistas, artculos y reportajes
sobre el suero de la verdad. Si la Polica... Tembl, uni las manos; luego, asustado por aquel
suplicante ademn, las coloc a su espalda. Luciana examinaba con atencin el pulso de Mireya.
Sus dedos largos y nerviosos corran a lo largo de la mueca blanca como una gil bestia que
busca la arteria antes de picar o de morder. Se detuvieron, se juntaron. Luciana, sin moverse,
orden:
La baera. Aprisa!
Haba adoptado su voz profesional de doctora, una voz un poco seca que tena la
costumbre de pronunciar frases indiscutibles, la voz que tranquilizaba a Ravinel cuando se
quejaba del corazn. Se arrastr hasta el cuarto de bao, abri el grifo y el agua crepit con gran
ruido contra el fondo de la baera. Temeroso, lo cerr a medias.
Y bien grit Luciana, qu es lo que no marcha?
Y como Ravinel no contestaba, ella se acerc hasta la puerta.
El ruido dijo l. Vamos a despertarla.

Luciana ni se molest en contestar, pero a manera de desafo abri al mximo el grifo
del agua fra, luego el del agua caliente. Despus volvi al dormitorio. El agua suba lentamente
en la baera, un agua un poco verde, atravesada por burbujas, y un vaho ligero se formaba por
encima de la superficie, se condensaba en gotitas bien redondas, apretadas las unas junto a las
otras sobre las paredes de esmalte blanco, sobre la pared y hasta el estante de vidrio del lavabo.
El espejo, empaado, slo mostraba a Ravinel una silueta confusa, irreconocible. Toc el agua,
como si se hubiese tratado de un verdadero bao y, de repente, se enderez, mientras las sienes
le latan con fuerza. Una vez ms, la verdad acababa de golpearle, pues era un verdadero golpe.
Un golpe y al mismo tiempo una iluminacin. Comprenda lo que estaba haciendo y temblaba
de pies a cabeza... Afortunadamente, esta impresin no dur. Muy pronto dej de comprender
que l, Ravinel, era culpable. Mireya haba bebido un soporfero. Una baera se llenaba. Nada
de esto se pareca a un crimen. Nada de esto era terrible. Haba echado agua en un vaso, llevado
a su mujer hasta la cama... Ademanes de todos los das. Mireya morira, por as decir, por su
propia culpa, como de una enfermedad contrada a causa de una imprudencia. No haba ningn
responsable. Nadie odiaba a aquella pobre Mireya. Era demasiado insignificante... Y sin
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embargo, cuando Ravinel hubo regresado al dormitorio... Era una especie de sueo absurdo. Ya
no estaba muy seguro de si no soaba. No. No soaba. El agua caa pesadamente en la baera.
El cuerpo segua all sobre la cama, y en la chimenea haba un zapato de mujer. Luciana
registraba tranquilamente el bolso de Mireya.
Qu haces? pregunt Ravinel.
Busco su billete explic Luciana. Supn que haya cogido uno de ida y vuelta.
Hay que preverlo todo... Y mi carta? La has recuperado?
S. La tengo en el bolsillo.
Qumala. En seguida. Seras capaz de olvidarlo Coge el cenicero que hay en la
mesilla de noche.
Ravinel encendi una esquina del sobre con su encendedor y no dej la carta hasta que
las llamas le lamieron los dedos. El papel se torci en el cenicero, se contrajo, bordeado de un
hilillo rojizo que pareca moverse.
No ha hablado a nadie de este viaje?
A nadie.
Ni siquiera a Germn?
No.
Dame su zapato.
Ravinel cogi el zapato de la chimenea y se lo entreg; una especie de sollozo le hinch
la garganta.
Luciana calz diestramente el pie de Mireya.
El agua orden. Ya debe de haber bastante.
Ravinel andaba ahora como un sonmbulo.
Cerr los grifos y el brusco silencio lo atolondr. Vio el reflejo de su rostro, deformado
por las ligeras ondulaciones. Un crneo calvo, cejas espesas, tiesas, vagamente rojizas, y un
bigote en forma de cepillo bajo la nariz irregular. El rostro de un hombre enrgico, casi brutal.
Una sencilla mscara que acostumbraba engaar a la gente, que haba engaado al propio
Ravinel durante aos, pero que ni por un segundo haba confundido a Luciana.
Date prisa dijo sta.
l se sobresalt y regres junto a la cama. Luciana haba levantado el busto de Mireya y
se esforzaba en quitarle el abrigo. La cabeza de Mireya se bamboleaba, doblndose ya sobre un
hombro, ya sobre el otro.
Sujtala!
Ravinel debi apretar los dientes, en tanto que Luciana, con precisin, haca resbalar las
mangas de la prenda.
Enderzala!

Ravinel sujetaba a su esposa contra s, en una especie de abrazo amoroso que lo
atemoriz. Volvi a dejarla caer sobre la almohada, se enjug las manos, respir pesadamente,
Luciana doblaba el abrigo con esmero, lo llevaba al comedor, donde haba quedado el sombrero
de Mireya. Ravinel tuvo que sentarse. Haba llegado el momento. Ahora era imposible pensar:
An hay tiempo para detenerse, para cambiar de opinin! este pensamiento, en varias
ocasiones, se le haba presentado, lo haba incluso alentado. Se haba dicho que, tal vez, en el
ltimo momento... Siempre lo dejaba para ms tarde, porque un acontecimiento que se imagina
conserva una fluidez tranquilizadora. Se le puede dominar. No es autntico. Esta vez, el
acontecimiento estaba all. Luciana regres, palp la mano de Ravinel.
Esto no marcha... murmur l. Sin embargo, hago lo que puedo.
Yo la coger por los hombros dijo ella. T slo tendrs que sostenerle las
piernas.

Esto se converta en una cuestin de amor propio. Casi de dignidad. Ravinel se decidi.
Rode con sus dedos los tobillos de Mireya. Frases absurdas le cruzaban por la cabeza: Te
aseguro que no sentirs nada, mi pobre Mireya... Ya ves... Estoy obligado... Sin embargo, te juro
que no te deseo ningn mal... Yo tambin estoy enfermo... Uno de estos das reventar... Un
sncopa cardaco. Senta ganas de llorar. De un taconazo, Luciana abri la puerta del cuarto de
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bao. Era vigorosa como un hombre y estaba acostumbrada a transportar enfermos.
Apyala en el borde... As... Ya basta. Djame hacer.
Ravinel retrocedi tan precipitadamente, que golpe con el codo el estante de encima del lavabo
y estuvo a punto de romper el vaso para lavarse los dientes. Luciana empuj primero las piernas
de Mireya, luego dej resbalar todo el cuerpo; saltaron unas salpicaduras que cayeron sobre el
mosaico.
Bueno dijo Luciana, date prisa... Ve a buscar los morillos de la chimenea. Los
del comedor, s.
Ravinel se alej. Ya est listo..., listo... Est muerta. Las palabras le golpeaban el
crneo. No consegua andar derecho y bebi un gran vaso de vino cuando lleg al comedor. Un
tren silb bajo la ventana. El mnibus de Rennes, sin duda... En los morillos haba un poco de
grasa. Era preciso limpiarlos? Aunque nadie lo sabra nunca.
Cogi los morillos, se detuvo en el dormitorio, sin atreverse a avanzar ms. Luciana estaba
inclinada sobre la baera, inmvil. No se vea su brazo izquierdo, que permaneca sumergido en
el agua.
Djalos ah orden ella.
Ravinel no reconoci su voz. Abandon los morillos junto a la puerta del cuarto de bao
y Luciana se agach, los cogi uno tras otro con la mano libre. Pese a su turbacin, no haca
ningn ademn intil. Los morillos iban a mantener como un lastre, el cadver en el fondo del
agua Ravinel, con pasos vacilantes, se acerc a la cama, hundi la cabeza en la almohada y dej
estallar su congoja. Ante sus ojos, desfilaban las imgenes de otros tiempos: Mireya visitando la
casita de Enghien: Pondremos la radio en el dormitorio, verdad, cario? Mireya
palmoteando cuando l compr el coche: Podramos incluso dormir en l; es bastante grande,
y tambin otras imgenes, algo menos lmpidas: una barca con motor, en Antibes, un jardn
lleno de flores, una palmera...
Luciana haca correr el agua en el lavabo. Luego Ravinel oy el tintineo de la botella
del agua de Colonia. Ella se limpiaba las manos, los brazos, metdicamente, como despus de
una operacin, De todos modos, Luciana haba tenido miedo! Las teoras son muy bonitas. Se
finge menospreciar la vida humana. Se exponen opiniones atrevidas. Quien persigue un
propsito... S, desde luego. Pero cuando la muerte est all, incluso la muerte dulce, la
eutanasia, como ella dice, pues bien, las cosas son distintas. No, no olvidara la mirada de
Luciana en el momento en el momento que recoga los morillos, una mirada turbada,
extraviada... Una mirada que tranquiliz a Ravinel. Ahora eran cmplices. Ella no podra
dejarlo. Al cabo de unos meses, se casaran. En fin, eso estaba por ver. No haban adoptado
ninguna decisin definitiva.
Ravinel se sec los ojos, sorprendido al comprobar que haba llorado tanto. Se sent en
la cama.
Luciana?
Qu hay?
Ella haba vuelto a hallar su voz habitual. En aquel momento l hubiese jurado que
Luciana se empolvaba y se pona un poco de carmn en los labios.
Y si terminsemos esta noche?
De repente, ella sali del cuarto de bao, con la barrita de carmn en los dedos.
Y si nos la llevsemos? prosigui Ravinel.
Oh, ya vuelves a perder la cabeza. Entonces no hubiese valido la pena de preparar un
plan semejante.
Tengo tanta prisa de que... todo haya terminado.
Luciana ech una ltima ojeada a la baera. Apag la luz y cerr la puerta muy
suavemente.
Y tu coartada...? La Polica puede muy bien sospechar de ti, y sobre todo la
compaa de seguros. Es preciso que haya testigos que te vean esta noche. Y maana... y
pasado.
Desde luego dijo l, abrumado.
Vamos! Cario mo, lo ms difcil ya ha pasado. No irs a flaquear ahora.
Le acarici las mejillas. Sus dedos olan a agua de Colonia. Ravinel se levant y se
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apoy en el hombro de su amiga.
Tienes razn. As, pues, no volver a verte antes del... viernes.
Por desdicha. Bien lo sabes..., tengo el hospital... Y adems, dnde nos
encontraramos? Aqu no, desde luego.
Oh, no!
Habl literalmente a gritos.
Hazte cargo... No es el momento ms oportuno para que nos vean juntos. Sera
estpido comprometerlo todo por una chiquillada.
Entonces, hasta pasado maana a las ocho?
A las ocho, en el muelle de l'le-Gloriette, segn lo acordado. Esperemos que la
noche sea oscura, como hoy.
Fue a buscar los zapatos y la corbata de Ravinel y le ayud a ponerse el abrigo.
Qu vas a hacer durante estos dos das, Fernando?
No lo s.
An deben de quedarte algunos clientes que visitar por estos alrededores.
Oh, en cuanto a eso, siempre los tengo.
T maleta est en el auto? Tu maquinilla de afeitar? El cepillo de dientes?
S. Todo est listo.
Entonces, largumonos. Me dejars en la plaza del Comercio.
Luciana cerr tranquilamente las puertas, dio dos vueltas con llave a la cancela mientras
l iba a abrir el garaje. Los faroles parecan brillar a travs de unas telas. La niebla era tibia; ola
a moho. Un motor ronroneaba en algn sitio, hacia el lado del ro, un Diesel que tena fallos.
Luciana mont en la camioneta, al lado de Ravinel, que manejaba nerviosamente el cambio de
marchas. Dej el vehculo de cualquier modo, junto a la acera, baj la puerta ondulada del
garaje, manipul la cerradura; luego, alzando la cabeza, mir la casa y se subi el cuello del
abrigo.
En marcha!
El auto avanz pesadamente, cortando una sustancia blanduzca que se apartaba en
forma de velos amarillentos, se pegaba al parabrisas, pese a los movimientos de los limpiadores.
Se cruzaron con una locomotora que desapareci en seguida, formando en la bruma una avenida
ms clara en la que brillaron los rieles, los desvos.
Nadie me ver bajar cuchiche Luciana.
Un farol rojo les indic el edificio de la Bolsa y al mismo tiempo distinguieron las luces
de los tranvas alineados alrededor de la plaza del Comercio.
Djame aqu.
Luciana se inclin y bes a Ravinel en la sien.
Nada de imprudencias. Ten mucha calma. Te consta que era inevitable, cario.

Cerr de golpe la portezuela y se hundi en el muro grisceo en el que su paso hizo
nacer lentas volutas de humo. Ravinel se qued solo, con las manos crispadas sobre el volante.
Entonces tuvo la certidumbre de que aquella niebla... No! No era una casualidad, aquella niebla
tena un significado preciso. l, Ravinel, estaba all, en aquella caja de metal, como en el umbral
del juicio postrero... Ravinel... Un pobre diablo que en el fondo no era malo. Se vea con sus
gruesas y frondosas cejas... Fernando Ravinel..., atravesando la existencia con las manos
extendidas, como un ciego... Siempre la niebla...! Apenas algunas siluetas entrevistas..., siluetas
engaosas... Mireya... Y el sol no surga nunca. Estaba seguro. No escapara de aquel pas sin
fronteras. Un alma en pena. Un fantasma! No era la primera vez que esta idea atormentaba a
Ravinel. Y si, pese a todo, no era ms que un fantasma?

Embrag, dio la vuelta a la plaza en primera. Detrs de los cristales empaados de los
cafs se distinguan sombras chinescas, una nariz, una gran pipa, una mano abierta que,
bruscamente, aumentaba de volumen, se asemejaba a una rotura, y luces, luces... Ravinel tena
necesidad de ver luces, de llenar de luz aquel envoltorio de carne, de repente demasiado grande
para l. Se detuvo ante la Cervecera de la Fosse, franque la puerta giratoria siguiendo los
pasos de una muchacha alta y rubia, que se rea. Se encontr envuelto en otra humareda, la de
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las pipas y los cigarrillos, que se esparca entre los rostros, se aferraba a las botellas que un
camarero paseaba sobre una bandeja. Las cabezas se alzaban. Los dedos chasqueaban.
Fermn! Y mi aguardiente?
Las monedas tintineaban en el mostrador, sobre las mesas, y una mquina registradora
trituraba cifras entre el tumulto de los encargos.
Y tres cafs, tres!
Las bolas rodaban sobre el billar, entrechocaban con un ruido discreto. El ruido! El
ruido de la vida. Ravinel se dej caer en la esquina de una banqueta, y relaj todos sus
msculos.
Ya he llegado, pens.
Tena las manos ante su vista, sobre el velador, junto al cenicero cuadrado que llevaba
en cada uno de sus lados la palabra Byrrh en letras oscuras.
Era agradable al tacto.
Qu tomar el seor?
El camarero se inclinaba con una deferencia llena de cordialidad. Entonces, Ravinel
tuvo una inspiracin.
Un ponche, Fermn dijo. Un ponche bien grande!
Bien, seor.
Ravinel olvidaba lentamente la noche y la casa de all abajo. Tena calor. Fumaba un
cigarrillo que ola bien. El camarero actuaba con movimientos cuidadosos y glotones. El azcar,
el ron... Y muy pronto el licor arda. Una hermosa llama que pareca nacer espontneamente en
el aire, por encima del lquido. Una llama al principio azul, luego anaranjada, con temblores y
pequeos rastros de color de fuego. Los ojos se animaban. Ravinel record un calendario que
haba contemplado largamente cuando era pequeo: una negra arrodillada en un bosquecillo de
rboles exticos, junto a una playa dorada que baaba un mar azul. Volva a encontrar las
mismas tonalidades exaltadas en la llama del ponche. Y cuando bebi trago a trago el ardiente
brebaje, fue como si vertiese oro en su interior, como un sol tranquilo que rechazaba los
temores, los escrpulos, la angustia. l tambin tena derecho a vivir plenamente,
poderosamente, sin rendir cuentas a nadie. Se senta liberado de algo que le ahogaba desde haca
tiempo. Por primera vez mir sin temor al otro Ravinel, al que se le enfrentaba desde el espejo.
Treinta y ocho aos. Un rostro de viejo y sin embargo todava no haba empezado a vivir. Era
contemporneo del chiquillo que contemplaba a la negra y al mar azul. Pero an no era
demasiado tarde.
Fermn! Otro! Y una gua de ferrocarriles.
Bien, seor.
Ravinel sac del bolsillo una tarjeta postal. Naturalmente, era Luciana quien haba
tenido aquella idea de enviar unas palabras a Mireya. Llegare el sbado por la maana...
Sacudi su estilogrfica. El camarero regresaba.
Dime, Fermn. A cunto estamos hoy?
Pues... a cuatro, seor.
A cuatro... Es verdad! A cuatro. Y eso que lo he estado escribiendo todo el da. No
tendras por casualidad un sello?
La gua estaba grasienta, manchada por las esquinas. Pero Ravinel ya no era sensible a
tales detalles. Busc el cuadro de los trenes que iban al Mediterrneo. Evidentemente, saldran
de Pars. Y por tren! Ni hablar de la camioneta! Estaba fascinado con los nombres que su
dedo descubra: Dijon, Lyon, todas las ciudades del valle del Rdano... Nmero 35 - Riviera-
Express - Primera y segunda clase - Antibes 7,44... Haba rpidos, como aquel que llegaba hasta
Ventimiglia, oros que pasaban directamente a Italia por Mdena. Haba trenes con vagn
restaurante, otros con coches-camas... Los largos coches-camas azules... Los vea en la
humareda de sus cigarrillos. Imaginaba su lento balanceo y la noche en las portezuelas, una
noche clara, llena de estrellas, una noche a la que puede mirarse de frente.
El alcohol le llenaba la boca de un gusto de caramelo. En su cabeza haba como un rumor de
viaje. La puerta giratoria haca dar vueltas a ramilletes de luz.
Vamos a cerrar, seor.
Ravinel echa a su vez dinero sobre el velador, desprecia el cambio. Con un ademn,
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aparta a Fermn, aparta a la cajera, que lo est mirando, aparta el pasado. La puerta lo engulle, lo
lanza a la acera. Vacila, se apoya un instante en la pared. Sus pensamientos se oscurecen. Una
palabra le acude a los labios, sin motivo: Tipperary. No sabe lo que quiere decir Tipperary.
Sonre con cansancio.
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CAPTULO III

Nada ms que un da y medio! Slo un da! Y ahora, Ravinel va a contar por horas.
Haba temido que esta espera sera terrible. No. No lo es. Pero, en un sentido, tal vez sea peor.
Es interminable y montona. El tiempo ha perdido su ritmo. El prisionero condenado a cinco
aos debe experimentar al principio un sentimiento parecido. Y el prisionero condenado a
cadena perpetua... Ravinel rechaza este pensamiento que zumba obstinadamente en su cerebro,
como una mosca atrada por la podredumbre.
Bebe. Mas no para hacerse notar. No para emborracharse. Slo para modificar la
cadencia de su vida. Entre dos vasos de aguardiente, uno se da cuenta de que ha transcurrido
mucho tiempo, sin que se sepa cmo. Uno medita en detalles minsculos. Por ejemplo: el hotel
en que ha debido dormir la vspera. Mala cama. Caf infecto. Gentes que van y vienen sin cesar.
Trenes que silban. Hubiese sido preciso dejar Nantes, darse una vuelta por Redon, por Anceny.
Pero imposible marcharse. Tal vez porque el despertar va unido a una lucidez aguda,
descorazonadora. Uno calcula las probabilidades. Parecen tan mnimas que verdaderamente no
vale la pena de luchar. Hacia las diez, de repente, la confianza retorna. Es como una luz nueva
que ilumina con extraeza las razones de dudar y las convierte en razones para confiar.
Entonces, valerosamente, se empuja la puerta del Caf Francais. Uno se enfrenta con los
amigos. Siempre estn all, dos o tres, tomando caf y copa.
Ese viejo Fernando!
Pero, oye, qu mala cara tienes!
Hay que sentarse entre ellos, sonrer. Afortunadamente, aceptan la primera explicacin
que se les da. Mentir es muy fcil. Basta explicar que se ha tenido dolor de muelas, que uno se
ha atontado a fuerza de analgsicos.
Yo dice Tamisier-, el ao pasado tuve una muela del juicio... "Si hubiese
continuado, creo que me habra arrojado al agua, tan grande era el sufrimiento.
Es curioso, incluso reflexiones como sa uno las acoge sin pestaear. Uno se persuade de que
tiene dolor de muelas y todo ocurre como si verdaderamente lo tuviese. Ya la otra noche, con
Mireya... La otra noche era... Dios mo! Era ayer... Es que uno miente? No! Es mucho ms
complicado que eso. Uno se convierte bruscamente en el hombre de otra vida, como un actor.
Slo que el actor, una vez cado el teln, deja de confundirse con sus personajes. En tanto que
para algunos... imposible saber quin es el hombre y quin es el personaje.
Oye, Ravinel, es importante el nuevo molinete Rotor? He visto el anuncio en la
Pesca Ilustrada.
No est mal. Sobre todo para pescar en el mar.
Una maana de noviembre, con un sol blanco al fondo de la niebla y aceras mojadas.
De vez en cuando, en el mismo ngulo del caf, un tranva toma la curva y sus ruedas chirran
sobre los rieles con un sonido agudo, prolongado, no desagradable.
Qu tal por tu casa? Bien.
Y tampoco esta vez ha mentido. Resulta un poco alucinante este desdoblamiento.
Extraa vida observa Belloeil. Siempre viajando! Nunca has sentido deseos de
coger la regin parisiense?
No. Ante todo, la regin de Pars est reservada a los viajantes ms antiguos. Y
adems, aqu mi cifra de ventas es mucho ms interesante.
Siempre me he preguntado por qu has escogido esta profesin comenta
Tamisier. Con tu instruccin!
Y explica a Belloeil que Ravinel es licenciado en derecho. Cmo hacerles comprender
lo que uno mismo no ha acabado de aclarar? El atractivo del agua...
Han transcurrido las horas. Por la tarde, el cine. Por la noche, el cine. Luego otro hotel, ste
demasiado tranquilo. Presencia obsesionante de Mireya. No de Mireya en la baera, sino de
Mireya en Enghien. Una Mireya bien viva, a la que de buena gana hubiese explicado sus
temores. Qu haras t, Mireya, en mi lugar? Obligado a comprender que la ama todava, o
ms bien que empieza a amarla tmidamente. Es grotesco! Es odioso hasta el infinito, y sin
embargo... Caramba! Pero... si es Ravinel.
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Qu?
Son dos los que se detienen ante l. Cadiou y otro, uno alto y delgado, con una chaqueta
de piel, que lo mira fijamente, como si...
Te presento a Larmingeat dice Cadiou.
Larmingeat! Ravinel ha conocido bien a Larmingeat en otra poca, un muchachito con
delantal negro que le explicaba sus problemas. Se observan. Larmingeat alarga la mano el
primero.
Fernando! Vaya sorpresa... Caramba, si hace por lo menos veinticinco aos...
Cadiou da unas palmadas.
Tres coacs!
A pesar de todo, se produce un instante de incomodidad. Larmingeat, ese tipo alto de
nariz aguilea y ojos fros?
Qu es de tu vida? pregunta Ravinel.
Soy arquitecto... Y t?
Oh! Yo, representante de comercio.
Esto establece inmediatamente una distancia. Larmingeat le mira de reojo, se dirige a
Cadiou.
Fuimos juntos a la escuela en Brest. Creo recordar que pasamos a la vez el examen de
Estado... Qu lejos queda todo eso!
Calienta su coac con la palma de las manos, vuelve a dirigirse a Ravinel.
Y tus padres?
Han muerto.
Larmingeat suspira y explica en obsequio de Cadiou:
Su padre era profesor en el instituto. Me parece an verlo, con su paraguas y su
cartera. No sonrea a menudo.

No. No sonrea a menudo. Estaba tuberculoso. Pero eso, Larmingeat no tiene necesidad
de saberlo. No hablemos de ese padre siempre de negro, apodado Sardina por los chicos del
instituto. En el fondo, es l quien ha hecho que Ravinel aborrezca los estudios. De tanto repetir:
Cuando yo no est ya aqu... Cuando ya no me tengas... Y era preciso trabajar, trabajar... En
la mesa, dejaba de comer; examinaba a su hijo con atencin. Fernando, la fecha de Campo-
Formio...? La frmula del butano...? La concordancia de los tiempos en latn? Era un hombre
preciso, minucioso, que todo lo pona en fichas. Para l, la Geografa era una lista de ciudades,
la Historia una lista de fechas, el hombre una lista de nombres de huesos y de nervios. A
Ravinel le entran an unos sudores fros cuando piensa en su bachillerato. Y a menudo nombres
extraos le vuelven a la memoria, como briznas de una pesadilla: Pointe--Pitre..., cretceo...,
monocotilednea... No se es impunemente hijo de el Sardina. Qu dira Larmingeat si Ravinel
le confesase que ha rogado para que su padre muriese, que ha acechado todos los sntomas de su
prximo fin? Ah! Est bien empollado en medicina. Sabe lo que significa un poco de espuma
en la comisura de los labios, una cierta manera de toser durante la noche. Sabe tambin lo que
significa ser el hijo de un enfermo. Temblar siempre por su salud, vigilar su temperatura en los
cambios de estacin. Como deca su madre: En nuestra casa pocos llegan a viejos. Ella muri
algunos meses despus que su marido, sin alboroto, agotada por los clculos y las economas.
Como Ravinel era hijo nico, a pesar de su edad tuvo la impresin de ser un hurfano. Y ha
seguido sindolo. Algo en su interior no ha conseguido desarrollarse y siempre se sobresalta
cuando una puerta se cierra de golpe o cuando alguien lo llama de improviso. Teme las
preguntas a quemarropa. Nadie le pregunta ya por la fecha de Campo-Formio, evidentemente,
pero contina teniendo miedo de no saber qu contestar, de ignorar un dato esencial. Y en
efecto, le ha sucedido olvidar su nmero de telfono o la matrcula de su vehculo. Un da
olvidar su nombre. No ser ya hijo, ni marido, ni nada... Un hombre entre los otros y, ese da,
quin sabe, tal vez sea feliz, con una felicidad prohibida.

Recuerdas nuestros paseos a la punta de los Espaoles?
Ravinel vuelve lentamente a la superficie. Ah! S, Larmingeat.
Me hubiese gustado conocer a Ravinel en aquella poca dice Cadiou. Imagino
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que sera un tipo duro, verdad?
Un tipo duro?
Larmingeat y Ravinel se miran. Sonren a la vez y es como si acabasen de sellar un
pacto. Porque Cadiou no podra comprender...
Un tipo duro, s, desde luego asiente Larmingeat, quien interroga: Ests
casado?
Ravinel mira su alianza y se ruboriza.
S. Vivimos en Enghien, junto a Pars.
Conozco aquello.
Se producen baches en la conversacin. Hay tiempo de sobra para examinarse.
Larmingeat lleva tambin una alianza. A veces se seca los ojos porque no tiene la costumbre de
beber alcohol. Podra interrogarlo, mas para qu? La vida de los dems nunca le ha interesado
a Ravinel.
Marcha bien la reconstruccin? pregunta Cadiou.
No va mal responde Larmingeat.
Qu costar una planta baja mediana pero confortable?
Eso depende. Cuatro habitaciones y cuarto de bao, alrededor de los dos millones.
Naturalmente, me refiero a un cuarto de bao de lo ms moderno.
Ravinel llama al camarero.
Tomemos otra ronda responde Cadiou.
No. Tengo una cita. Disclpame, Larmingeat.
Estrecha unas manos flccidas. Larmingeat adopta un aire un poco fro.-Desde luego,
no quiere mostrarse indiscreto.
Bien mirado grue Cadiou, hubieses podido almorzar con nosotros.
En otra ocasin.
Cuento con ello. Te ensear el terreno que acabo de comprar en el puente de Cens.

Ravinel se va con pasos rpidos. Se reprocha su falta de sangre fra, pero qu culpa
tiene l de ser sensible hasta lo absurdo? Es que otro en su lugar...?
Transcurren las horas. Conduce su camioneta a la estacin de servicios de Erdre Engrase. Pleno
de carburante. Por precaucin, hace llenar dos latas adicionales. Luego se dirige a la plaza del
Comercio, pasa frente a la Bolsa, cruza la explanada de la isla J oliette. Ve el puerto a su
izquierda, las luces de un mercante que se aleja, el Loira, lleno de reflejos. Nunca se ha sentido
tan prximo a las cosas, tan liberado de s mismo y, sin embargo, su pecho se crispa
dolorosamente, sus nervios se tensan para soportar la prueba inminente. Desfila un interminable
tren de mercancas. Ravinel cuenta los vagones. Treinta y uno. Luciana ha debido salir del
hospital. La dejar terminar el trabajo. Al fin y al cabo, es ella quien lo ha combinado todo".
Ah! La tela encerada! Sabe que est detrs de l, doblada en un ngulo de la camioneta, y, no
obstante, se vuelve para mirarla. Una tela encerada California lo que l presenta como
muestra pura el material de camping. Cuando se endereza, distingue a Luciana que llega sin
ruido, con sus suelas de crep.
Buenas noches, Fernando... Qu tal? Te sientes cansado?
Incluso antes de abrir la portezuela se ha quitado los guantes para palpar la mano de
Ravinel. Hace una mueca.
Me das la impresin de que ests muy nervioso... Y noto que has bebido.
Era inevitable grue l mientras tira del botn de arranque. T misma me has
recomendado que me dejase ver.

El auto sigue el muelle de la Fosse. Es la hora de la desbandada. Docenas de lucecillas
redondas, zigzagueantes, se cruzan en la noche: los ciclistas. Hay que ir con los ojos bien
abiertos, pero Ravinel, si no es un mecnico muy bueno, sabe conducir con habilidad. Se desliza
diestramente. Ms all del transbordador, la circulacin es mucho ms fcil.
Dame las llaves murmura Luciana.
Ravinel maniobra, hace marcha atrs, y ella cierra la puerta del garaje. Ravinel se
bebera de buena gana un coac.
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La tela encerada pide Luciana.

Abre la otra puerta, la del fondo. Escucha. Luego asciende los dos escalones, entra en la
casa mientras Ravinel saca la tela, la despliega, la enrolla. Y de repente oye el ruido que tema...
El agua... El agua que se vaca de la baera... El tubo de desage pasa por el garaje. En varias
ocasiones ha visto personas ahogadas. En su profesin se circula mucho a lo largo de los ros.
No resulta un bonito espectculo un ahogado. Aparece negro, hinchado por todas partes. La piel
estalla bajo l bichero... Asciende los dos escalones. All, al fondo de la casa silenciosa, la
baera se vaca con hipos, con gorgoteos... Ravinel se mete por el corredor, se detiene en el
umbral del dormitorio. La puerta del cuarto de bao est abierta. Luciana se halla inclinada
sobre la baera, de la que se escapa un ltimo gorgoteo. Est mirando alguna cosa... La tela
encerada cae, Ravinel no sabe si la ha soltado, si ha resbalado... Da media vuelta, entra en el
comedor. El litro de vino sigue sobre la mesa, al lado del jarro. Bebe de la botella hasta que
pierde el aliento. Qu caramba! Bien hay que decidirse. Retrocede, recoge la tela.
Extindela bien llana ordena Luciana. -Qu?
La tela encerada.
Ostenta un rostro duro, implacable, que l no le conoca an. Ravinel desenrolla el
tejido impermeable. Forma una inmensa alfombra verdosa, demasiado grande para el cuarto de
bao. Qu hay? cuchichea Ravinel. Luciana se ha quitado el abrigo, se ha remangado la
blusa.
Qu hay? repite Ravinel. Imagnate! dice ella. Despus de cuarenta y
ocho horas...
Extrao poder de las palabras! Ravinel siente bruscamente fro. Tiene fro por Mireya.
Quiere ver. Se inclina sobre la baera como un hombre presa del vrtigo. Descubre la falda
pegada a las piernas, los brazos doblados, las manos apretadas alrededor de la garganta... Ah!
la angustia. Cierra la portezuela de golpe, embraga. Conduce en direccin a la estacin, escoge
las calles mal iluminadas, llega a la del General Buat. La camioneta se balancea sobre el
adoquinado, adelanta tranvas traqueteantes.
No hay necesidad de ir tan aprisa! recomienda Luciana.
Pero Ravinel tiene deseos de abandonar la ciudad, de rodar por la campia oscura. Los
surtidores de gasolina, rojos, blancos, desfilan... Los barrios obreros... Las paredes de las
fbricas. Al extremo de una avenida las barreras de un paso a nivel se bajan despidiendo
destellos. Es ahora cuando el miedo asciende, asciende. Ravinel se detiene detrs de un camin,
apaga sus faros.
Por lo menos, respeta el cdigo.
Es, pues, de madera, esta mujer? El tren pasa, un tren de carga remolcado por una vieja
locomotora cuyo hogar incendia la noche. El camin arranca. El camino est libre. Ravinel
rezara si no hubiese olvidado todas las oraciones.
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CAPTULO IV

Ravinel viaja a menudo de noche. Por gusto.. Se est solo. Uno se hunde en la oscuridad
a toda marcha. No hay que frenar mientras se atraviesa los pueblos. Los faros iluminan
extraamente la carretera, que parece un canal recorrido por una ligera ondulacin. Se tiene la
impresin de ir en canoa. Y luego, de repente, la de deslizarse por un tobogn: los postes
blancos que balizan las curvas desfilan vertiginosamente, con resplandores de piedras
preciosas.. Uno dirige, casi a su gusto, una fantasa turbadora; uno se convierte en una especie
de mago que, con la punta de su varita, roza objetos informes en el fondo de un horizonte
incierto y saca al vuelo guirnaldas de fuego, resplandores descoloridos, ramilletes de estrellas,
de soles. Uno suea. Sale lentamente de la propia piel. No se es ms que un alma a la deriva,
que rueda por el mundo dormido. Calles, praderas, iglesias, estaciones que se deslizan sin ruido,
se desvanecen. Tal vez no han existido nunca? Se es el dueo de las formas. Basta con
acelerar: no se ven ms que lneas horizontales, flexibles, que silban en los cristales como en las
paredes de un tnel. Pero si el pie fatigado se levanta, es otra decoracin, igualmente irreal, un
rosario de imgenes de las que algunas permanecen en la retina, pegadas por la velocidad, como
esas hojas que se adhieren al radiador o parabrisas: un pozo, una carreta, la casita de un
guardabarreras o los brillantes frascos de una farmacia. Ravinel ama la noche. Angers se aleja;
en el retrovisor ya no es ms que una constelacin de luces animada de un lento movimiento de
rotacin que la hace salir poco a poco del espejo. La carretera est desierta. Luciana permanece
silenciosa, con las manos metidas en las mangas, la barbilla hundida en el cuello de su abrigo.
Ravinel va a una velocidad moderada desde que ha salido de Mants. Toma suavemente las
curvas. Siente pena" por el cuerpo, atrs, que los baches deben sacudir. No tiene necesidad de
consultar el velocmetro. Sabe que circula a una media de cincuenta por hora. A esta marcha
llegar a Enghien antes de que amanezca, segn lo previsto. Si todo sale bien...! El motor ha
tenido unas toses hace un rato, durante el cruce de Angers. Un golpe de acelerador y todo se ha
puesto en orden. Qu estpido ha sido de no haber hecho limpiar el carburador! Una avera esta
noche los dejara bien arreglados. No hay que distraerse. Es preciso vigilar el motor. Son como
aviadores por encima del Atlntico. La avera significa...

Ravinel cierra los ojos un segundo. Hay pensamientos que atraen la mala suerte. All a
lo lejos, una luz roja. Es un camin. Escupe una espesa humareda deaceite pesado. Se aparta a
medias, dejando a la izquierda un paso estrecho por el que deben meterse, findose del azar.
Ravinel vuelve al centro, siente que est plenamente iluminado por los faros del camin. Desde
su cabina, el chfer debe distinguir el interior del vehculo. Ravinel acelera, y el motor vacila
un poco. Seguramente hay polvo en el inyector. Luciana no sospecha nada. Est somnolienta.
Ella no es sensible a todo lo que conmueve a Ravinel. Es curioso lo poco femenina que es
Incluso cuando ama. Cmo ha podido convertirse en su amante? Quin de los dos ha escogido
al otro? Al principio, pareca no verlo. Slo se interesaba por Mireya. La trataba mucho menos
como clienta que como camarada. Mireya tena la misma edad que ella... Comprendi que el
matrimonio no era muy slido? Cedi a un impulso brusco? Pero l sabe de sobra que dista de
ser guapo. Tampoco es espiritual. Como amante, es ms bien mediocre. J ams se hubiese
atrevido a tocar a Luciana... Luciana pertenece a otro universo, distinguido, refinado, culto. El
universo que su padre, el pequeo profesor del instituto de Brest, miraba desde lejos, con ojos
de pobre. Durante algunas semanas, Ravinel ha credo que era un capricho de mujer. Extrao
capricho...! Breves contactos, a veces en una cama de consulta, al lado de la mesa de vidrio
cubierta de instrumentos niquelados, tapados con gasas. Y en algunas ocasiones Luciana le
tomaba la tensin, despus, pues le inspiraba miedo su corazn. Ella tema... No. Ni siquiera
eso era seguro. Pues si a menudo lo rodeaba de cuidados y pareca verdaderamente inquieta,
tambin a veces se desembarazaba de l con una sonrisa: No, cario, le aseguro que no
es nada. Esta incertidumbre haba terminado por desquiciarlo completamente. Lo ms
probable... Cuidado! Este cruce es malo... Lo ms probable es que desde el primer da ella
hubiese mirado a lo lejos... Muy lejos. Le era necesario un cmplice. Desde el principio, desde
la primera mirada, fueron cmplices... El amor no cuenta mucho, el amor tal como se le
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entiende normalmente... Lo que los une no es el capricho, es algo ms profundo que afecta un
dominio tenebroso del espritu. Es el dinero, slo el dinero lo que atrae a Luciana? Ms bien el
poder que da el dinero, la autoridad, el derecho a mandar. Ella necesita reinar. Por eso l se ha
sometido en seguida. Pero esto no es todo. Hay tambin en Luciana una especie de inquietud. Es
algo fugitivo, apenas si se siente, y sin embargo no hay manera de equivocarse. La inquietud de
un ser que est en falso, no del todo normal... He aqu por qu se han encontrado. Pues l
tampoco es normal, normal a la manera de Larmingeat, por ejemplo. Vive como los otros, entre
los otros, pasa incluso por ser un excelente representante, pero es una apariencia... Condenada
cuesta! Decididamente este motor no va bien... Qu estaba diciendo...? S, vivo en el lindero,
como un evadido que trata de encontrar su hogar. Y ella tambin busca, sufre, carece de algo. A
veces parece aferrarse a m como si estuviese aterrorizada. A veces me mira como si se
preguntase quin soy yo. Podremos vivir juntos alguna vez? Es que deseo vivir con ella?
Frenazo. Dos faros deslumbradores. Un vehculo pasa con un latigazo de aire. Luego, de nuevo,
la carretera libre, los rboles pintados de blanco hasta la altura de un hombre, la lnea amarilla
en medio de la calzada. De vez en cuando, una hoja muerta que desciende, completamente
negra, parece de lejos una gran piedra o un hoyo en el alquitrn. Ravinel vuelve a repasar los
mismos pensamientos. Olvida a la muerta. Olvida a Luciana. Tiene calambres en la pierna
izquierda y deseara encender un cigarrillo. Se siente protegido en este vehculo bien cerrado,
como antao se senta abrigado, cuando iba a la escuela, en su esclavina bien abrochada, bajo el
capuchn, desde el que vea sin ser visto. Entonces se imaginaba que era un velero, se ordenaba
a s mismo maniobras complicadas: Izad los juanetes! Largad el trinquete! Se inclinaba,
obedeca al viento, se dejaba guiar hasta el colmado donde iba a comprar un litro de vino. Desde
aquella poca haba deseado estar en otro sitio, fuera del mundo de las personas mayores que
slo predican virtudes ridas.

Luciana cruza las piernas, se cubre cuidadosamente las rodillas con el abrigo, y Ravinel
debe realizar un esfuerzo para recordar que transporta un cadver.
Hubiramos ido ms aprisa por Tours.
Luciana ha hablado sin volver la cabeza. Ravinel tampoco se mueve, pero responde con
rabia;
La carretera est en reparacin despus de Angers. Y adems, qu importancia
tiene?
Si ella insistiese, l aceptara la disputa, sin razn. Luciana se contenta con sacar los
mapas de la bolsa de la portezuela y ponerse a estudiarlos, inclinndose hacia la luz del
salpicadero. Tambin este ademn irrita a Ravinel. Los mapas son algo que le conciernen a l.
Acaso l mete la nariz en los cajones de ella? De hecho, nunca ha visto el apartamento de
Luciana. Estn los dos demasiado ocupados. Slo disponen del tiempo para almorzar juntos, por
aqu o por all, o de encontrarse, de pasada, en el hospital, adonde l finge que acude a visitarse.
Lo ms corriente es que Luciana vaya a la pequea casa del muelle. Es all donde lo han
combinado todo. Qu sabe l de Luciana, de su pasado? Ella no es muy propensa a las
confidencias! Un da le cont que su padre haba sido juez en el Tribunal de Aix. Muri durante
la guerra. Las privaciones. En cuanto a su madre, nunca habla de ella. Ha sido intil que l
hiciera alguna alusin. Un fruncimiento de cejas. Eso es todo! Es fcil de adivinar que Luciana
ya no la ve. Sin duda, alguna pelea familiar. En todo caso, Luciana no ha vuelto nunca all. Y
sin embargo, esa regin debe atraerla mucho, puesto que es en Antibes donde quiere
establecerse. No tiene hermanos ni hermanas. En su consultorio hay una pequea fotografa, o
mejor dicho, la haba, pues hace mucho tiempo que desapareci; la fotografa de una joven muy
hermosa, rubia, de tipo escandinavo. Ms adelante, Ravinel se informar. Despus de su
matrimonio. La palabra suena rara! Ravinel no se imagina casado con Luciana. Luciana y l, es
curioso, pero hay que decirlo, tienen tipos de solterones. Tienen tambin manas de tales. En
cuanto a l, sus manas forman parte de su persona. Las quiere. Pero detesta las de Luciana. Su
perfume. Un perfume acre que huele a flor, pero tambin a bestia. El anillo al que hace dar
vueltas mientras habla; un anillo macizo que sentara muy bien en el dedo meique de un
banquero o de un industrial. Su manera de comer, a grandes bocados, y siempre es preciso que
la carne est sangrienta. A veces, hay algo vulgar en sus movimientos, en sus expresiones. Ella
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se vigila a s misma. Est perfectamente bien educada. Pero a veces re sonoramente o mira a las
personas con una especie de insolencia canalla. Tiene muecas gruesas, tobillos macizos, casi
carece de senos. Es algo chocante. Y cuando est sola fuma unos delgados cigarros negros que
apestan. A lo que parece, es una costumbre adquirida en Espaa. Qu ha estado haciendo
Luciana en Espaa? Por lo menos, el pasado de Mireya careca de misterio!

Despus de La Fleche, el paisaje se vuelve ondulado. Hay concavidades en las que flota
una niebla que se deposita sobre los vidrios, en forma de gotitas. Ravinel debe trepar en segunda
algunas cuestas. Esta mezcla binaria es un verdadero timo. Destroza los motores y no funciona
mejor que un gasgeno. El cielo est cubierto. Las diez y media. Nadie en la carretera. Si
hiciesen un hoyo en el campo para enterrar el cuerpo, nadie vendra a molestarlos. Ni visto, ni
conocido... Pero no se trata de eso...! Pobre Mireya! No merece que se piense en ella de esa
forma. Ravinel la evoca con una ternura apenada. Por qu no sera de la misma raza que l?
Una pequea ama de casa tan segura de s misma! Y que instintivamente prefera todo lo que
era rococ: las pelculas en color, los almacenes de precio nico, el Correo de la mujer, las
plantas grasas interiores, en macetas minsculas. Ella se juzgaba superior a l. Criticaba sus
corbatas, se burlaba de su calvicie. No comprenda por qu, ciertos das, l erraba por la casa,
con la frente arrugada, las manos hundidas en los bolsillos, los ojos sombros: Qu te ocurre,
cario? Quieres que vayamos al cine...? Si te aburres, dilo. De ninguna manera, no se estaba
aburriendo. Era mucho peor! Senta rabia contra la vida, he aqu la frase. Ahora sabe que
siempre la tendr. Es profundo, sin remedio. Mireya est muerta. Qu cambio ha representado?
Tal vez ms tarde, cuando estn instalados en Antibes.

A ambos lados de la carretera se extiende una llanura inmensa. Se tiene la impresin de
que el coche no avanza. Luciana, con su mano enguantada, frota el vidrio, contempla pasar el
mismo talud montono. Las luces de Le Mans aparecen all abajo, en el borde del lejano
horizonte.
No tienes fro?
No! dice Luciana.

Tampoco con Mireya, Ravinel haba tenido suerte. Lo mismo que con Luciana. O bien
carece de experiencia o bien slo tropieza con mujeres indiferentes. Era intil que Mireya
aparentase que se conmova. Nunca lo haba engaado: permaneca profundamente insensible,
incluso cuando gema y se aferraba a l, tratando de perder la cabeza. Luciana no trata de fingir.
Es evidente que el amor la irrita. Pero la pobre Mireya se crea obligada a fingir la seduccin, se
lo tomaba en serio. Su alejamiento proceda de ah. l ya no toma nada en serio. Lo que habra
que tomar verdaderamente en serio no tiene nombre ni forma Es un peso. Es tambin un vaco.
Luciana lo sabe. A menudo tiene una mirada dilatada, fija, que no engaa. Querra tal vez
Mireya haber aprendido esto, como deseaba aprender a amar? Puede el amor ser un camino
hacia ese lugar interior? Ravinel piensa en el juego de la niebla. Hubiese hecho falta esmerarse
ms con Mireya. Ciertamente era sensible y muy femenina. Lo contrario que Luciana.
Ravinel se prohbe estos pensamientos. Pues al fin y al cabo ha matado a Mireya!
Precisamente, es el punto turbador. No llega a persuadirse de que ha cometido un crimen. Un
crimen le pareca monstruoso, se lo sigue pareciendo. Hay que ser salvaje, sanguinario. Y l no
es en absoluto sanguinario. Hubiese sido incapaz de coger un cuchillo... o incluso de apretar el
gatillo de su revlver. En Enghien, en su escritorio, hay un Browning cargado. Es Davril, el
director, quien le ha aconsejado que vaya armado... Las carreteras..., la noche..., nunca se sabe
con quin puede uno encontrarse. Al cabo de un mes ha acabado por meter en un cajn el
revlver, cuya grasa manchaba los mapas. Pero nunca se le hubiese ocurrido la idea de disparar
contra Mireya! Su crimen es un encadenamiento de pequeas circunstancias, de diminutas
cobardas consentidas por indiferencia. Si un juez, un individuo como el padre de Luciana, le
interrogase, contestara con completa buena fe: No he hecho nada! Y como no ha hecho
nada, nada lamenta. Para lamentar, habra que arrepentirse. Arrepentirse de qu? Pasando de
una cosa a la otra, habra que arrepentirse de ser lo que uno es. Y esto carece de sentido.

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Un rtulo: Le Mans 1 Km. 500. Estaciones de servicio, todas blancas. La carretera pasa
bajo un puente metlico, discurre entre casas bajas.
Evitas el centro?
No. Cojo por el camino ms corto. Eso es todo.
Las once y veinticinco. La gente sale de los cines. Las aceras estn mojadas. El motor
despierta ecos en las calles vacas. De tarde en tarde, una taberna an iluminada. A la izquierda,
una plaza que atraviesan dos policas que empujan sus bicicletas. Luego otro barrio iluminado
con faroles de gas. De nuevo casas bajas y estaciones de gasolina. Se deja atrs el adoquinado.
Otro puente, que atraviesa una locomotora de maniobras. Se cruza un camin de mudanzas.
Ravinel acelera un poco, corre a setenta y cinco. Al cabo de unos instantes van a llegar a la
Beauce. La carretera es fcil hasta Nogent-le-Rotrou.
Llevamos un coche detrs dice Luciana.
Ya lo he visto.
El reflejo de los faros parece depositar sobre el volante, sobre el salpicadero, un polvillo
dorado que uno siente deseos de rechazar con la mano, y de repente la carretera, por delante,
parece ms negra. El auto los adelanta, un Peugeot que se endereza demasiado aprisa. Ravinel
blasfema, deslumbrado. Ya el Peugeot se aleja, como una silueta que empequeeciese en una
pantalla. Luego se iza, muy lejos, contra el cielo, empujando dos cuernos luminosos. Va por lo
menos a ciento diez. Precisamente en ese momento, el motor tose, jadea. Ravinel tira del botn
de arranque. El motor se detiene. El vehculo sigue avanzando por inercia. Intuitivamente,
Ravinel lo mete en la cuneta, frena, apaga los faros y enciende las luces de posicin.
Qu te sucede? pregunta Luciana, agresiva.
Una avera! T no lo comprendes, claro! Hemos sufrido una avera. Sin duda es el
carburador.
Vaya gracia!
Como si l lo hubiese hecho adrede. Y muy cerca de Le Mans. En un lugar donde el
trfico es intenso, incluso de noche. Ravinel se apea del vehculo, con el pecho oprimido. Un
vientecillo agrio silba entre los rboles desnudos. Todos los ruidos son claros,
sorprendentemente prximos. Se oyen perfectamente los vagones que se golpean, luego un
convoy que arranca. El grito de una bocina atraviesa, sin prisas, la campia. Hay personas que
viven, que se desplazan, a menos de un kilmetro, Ravinel levant el cap del coche.
Dame la linterna.
Luciana se la trae, se inclina sobre el motor caliente y oscuro, sobre el que resbala el
destornillador.
Date prisa!
Ravinel no tiene necesidad de consejos. Resopla y se esfuerza, en medio de un vapor
sofocante que huele a gasolina y a aceite. La frgil pieza reposa en su mano. Ser preciso
desmontar el inyector, dejar en algn sitio los minsculos tornillos. Su seguridad depende de
una sola de estas pequeas partculas metlicas. El sudor empapa la frente de Ravinel, le
escuecen los ojos. Se sienta en el estribo, ordena cuidadosamente ante l los fragmentos del
carburador. Luciana deja sujeta la linterna entre unos trapos y anda por la carretera.
Haras mejor en ayudarme observa Ravinel.
En efecto, tal vez iramos ms aprisa. Nunca se sabe...
Nunca se sabe qu?
Pero no se te ocurre que el primer automovilista que pase puede preguntarnos si
tenemos necesidad de algo?
Y qu?
Qu? Puede apearse para echarnos una mano...
Ravinel sopla en diminutos tubitos de cobre que llenan su boca de un sabor acre, cido. Ya no
oye las observaciones de Luciana. Slo escucha su sangre que golpea, golpea, tal es su
excitacin. Finalmente recupera el aliento.
La Polica!
Qu est diciendo Luciana? Ravinel se seca los ojos, la mira. Ella tiene miedo. No hay
duda!
Revienta de miedo! Saca su bolso del auto. Al instante, Ravinel se levanta, tartamudea
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con el inyector entre los dientes:
No irs a... dejarme?
Escucha, imbcil!
Un vehculo. Procede de Le Mans. Est junto a ellos antes de que hayan podido hacer
un ademn. Se sienten desnudos ante la capa de claridad que los rodea con un trazo
brillante. El vehculo no es ms que una masa negra que se agranda y frena poco a poco.
Algo grave? grita una voz risuea.
Adivinan la forma de un gran camin. El hombre se asoma por la portezuela. La puntita
roja de su cigarrillo es claramente visible.
No! exclama Ravinel. Ya he terminado.
Porque si la seora quiere venir conmigo...
El hombre se re, agita la mano al pasar. El camin se aleja entre el chirrido de las
marchas cambiadas sucesivamente.
Luciana se desliza en el asiento, debilitada por la emocin. Pero Ravinel est, sobre todo,
furioso. Es la primera vez que ella lo trata de imbcil.
Vas a hacerme el favor de permanecer tranquila, eh? Y de guardarte tus reflexiones.
Si estamos aqu, tanta culpa tienes t como yo.
Ha pensado ella verdaderamente en huir, hace un rato? En regresar a Le Mans? Como
si no estuviesen atados el uno al otro. Como si la fuga hubiese podido ponerla a salvo a ella
sola.
Luciana se calla. Por su actitud, es fcil comprender que est decidida a no moverse
ms. Que l se las arregle! Y sin embargo, es un trabajo difcil montar un carburador casi sin
luz, con una linterna colocada en equilibrio sobre los acumuladores, sobre el eje o sobre el
delco. A cada instante los tornillos estn a punto de caer, de rodar entre la grava. Pero la clera
da a los dedos de Ravinel una seguridad, una habilidad, un sentido de la maniobra que nunca ha
posedo. Da vuelta al vehculo, acciona la puesta en marcha. Ya est! El motor funciona, con
sus cuatro tiempos bien marcados. Entonces, por bravata, Ravinel coge uno de los bidones y, sin
darse prisa, llena el depsito de bencina.

Un camin cisterna los adelanta, ilumina violentamente el interior del vehculo, el largo
paquete de un verde pegajoso. Luciana se acurruca en el asiento. Tanto peor! Ravinel deja el
enorme bidn sobre el entarimado, que resuena, y cierra cuidadosamente la puerta. El camino!
Las doce y media. Ravinel aplasta el acelerador. Est casi contento. Luciana ha tenido miedo.
Se ha asustado mucho ms que en el momento de la baera, que en cualquier otro momento.
Por qu? El riesgo es siempre el mismo. En todo caso, entre ellos hay algo que sbitamente se
ha modificado. La mujer ha estado a punto de traicionarle. Nunca volver a hablarse de eso,
pero Ravinel se promete mirarla de cierta manera, cuando ella adopte su voz cortante. La
lucecilla roja del camin cisterna se aproxima. El camin es adelantado, se desliza hacia airas.
He aqu la Beauce. El cielo se ha despejado. Est lleno de estrellas que se desplazan lentamente
en las portezuelas. En qu pensaba Luciana cuando ha cogido su bolso? En su situacin, en su
categora? Ella lo desprecia un poco. Viajante de Comercio? Hace mucho que Ravinel lo ha
advertido. Lo considera como un infeliz y no sospecha que l .lo ha adivinado. No es tan tonto
como cree!
Nogent-le-Rotrou! Una calle que nunca termina, tortuosa, sonora, un puentecito y una
superficie de agua negra que se ilumina al pasar. Precaucin-Escueta. Por la noche no hay
escuela. Ravinel no frena. Llega a la pendiente que sube a la meseta. El motor ronca
maravillosamente.
Maldita sea! Gendarmes. Tres, cuatro. Un Citroen detenido de travs, formando
barrera, motocicletas en la cuneta, todo ello sin relieve, con una luz cruda que embadurna de
amarillo las botas, los correajes, los rostros. Agitan los brazos. Hay que detenerse. Ravinel
apaga los faros. Unas bruscas ganas de vomitar le hacen retorcerse, como all, en el cuarto de
bao. Maquinalmente, frena con fuerza, y Luciana debe sujetarse con ambas manos. Ella gime.
No se ve nada, excepto el ojo redondo de una lmpara elctrica que barre el cap. Se pasea
sobre la carrocera. Un quepis surge por la portezuela. Los ojos del gendarme estn muy cerca
de los de Ravinel.
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De dnde vienen? De Nantes. Soy viajante de comercio.
Ravinel ha pensado que esta aclaracin puede salvarlos.
No han adelantado a una gran camioneta cerca de Le Mans?
Es posible. Uno acaba por no prestar atencin.
Los ojos del gendarme miran a Luciana. Ravinel pregunta con toda la naturaleza
posible.
Bandidos?
El otro echa una ojeada por encima del asiento y apaga su linterna.
Contrabandistas! Transportan un alambique.
Extrao oficio dice Ravinel. Prefiero el mo.
El gendarme se aparta y Ravinel arranca suavemente, luego pasa ante los hombres
alineados. Aumenta progresivamente la velocidad.
Esta vez s que haba credo... murmura.
Yo tambin confiesa Luciana.
Apenas si reconoce la voz de ella.
En todo caso, lo que no es imposible es que haya anotado nuestra matrcula.
Y qu?
Claro, es verdad! Qu importa? Ravinel no tiene intencin de ocultar este viaje
nocturno. En un sentido, incluso sera deseable que el gendarme hubiese anotado la matrcula.
As, en caso de necesidad, el hombre podra testimoniar... De todos modos, hay un
inconveniente. La presencia de una mujer a su lado. Pero cmo va a acordarse el gendarme. .. ?
El reloj de bordo sigue avanzando montonamente. Las tres. Las cuatro. Chartres queda lejos,
hacia el Sudoeste. Llegan a la curva de Rambouillet. La noche sigue siendo muy negra. Con esta
idea han escogido el mes de noviembre. Pero ahora los vehculos se multiplican. Camiones de
lecheros, carretas, una furgoneta de correos. A Ravinel ya no le queda tiempo de meditar. Vigila
la carretera con mirada tensa. He aqu la entrada de Versalles. La ciudad duerme. Unos
barrenderos avanzan en lnea, detrs de un enorme camin con los remaches aparentes, como un
tanque. La fatiga pesa sobre los hombros de Ravinel. Siente sed.
Ville d'Avray... Saint Cloud... Puteaux... Casas por todas partes. Pero an no se distingue luz
alguna detrs de las persianas bajadas. Luciana no ha movido ni la punta de los dedos desde el
incidente con los gendarmes. Mas no duerme. Mira fijamente ante ella a travs del parabrisas
empaado.

Un agujero de sombras sin fondo. El Sena. Y pronto, las primeras casitas de Enghien.
Ravinel viv no lejos del lago, al extremo de una callejuela que no conduce a parte alguna. Coge
un viraje e inmediatamente desembraga, corta el contacto. El auto contina avanzando sin ruido,
por inercia. Ravinel se detiene en la especie de placita circular que forma la extremidad de la
calle. Se apea. Tiene las manos tan entumecidas que no puede ni coger la llave. Por fin empuja
los dos batientes de la cancela, hace entrar el coche, cierra apresuradamente. A la derecha, la
sombra de la casita, a la izquierda, la del garaje, bajo y macizo, con aire de fortn. Al extremo de
un camino que desciende, entre un bosquecillo, el trazo oblicuo de un cobertizo.
Luciana vacila, se coge al pomo de la portezuela. Se ve obligada a mover las piernas una
despus de la otra, a doblarlas, tan anquilosada est. Tiene el rostro hermtico, sombro, de los
das malos. Ravinel ha levantado ya el tablero posterior de la camioneta.
Aydame!
El paquete est intacto. Un extremo de la tela ha resbalado ligeramente y descubre un
zapato arrugado por el agua. Ravinel tira hacia s. Luciana coge el otro extremo.
Vamos?
Ella asiente con la cabeza. Hop! Uno tras otro, medio curvados, descienden por el
camino, bordean los perales que forman una especie de verja. El cobertizo es un pequeo
lavadero. Un arroyuelo, casi sin corriente, roza el borde de la tabla inclinada. Se remansa hasta
llegar a un rebosadero, cae formando una cascada irrisoria y va a perderse en el lago', tras un
enorme recodo.
Tu linterna!
Luciana recupera el mando. Extienden el paquete sobre las piedras del lavadero.
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Ravinel enfoca su linterna elctrica en tanto que Luciana empieza a desenvolver la tela. El
cuerpo rueda sobre s mismo en medio de un desorden de vestimentas arrugadas. Bajo los
cabellos, que se han secado y se alborotan, el rostro de Mireya aparece gesticulante. Basta ahora
con un empujn, el cuerpo se desliza sobre la tabla, forma una ola que llega hasta la orilla.
Todava otro poco. Luciana lo aparta con el pie, se hunde. Ella recoge la tela a tientas, pues ya
Ravinel ha apagado su linterna. Se ve obligada a arrastrarlo. Las cinco y veinte.
Dispongo del tiempo justo murmura Luciana.
Entran en la casa, cuelgan en un perchero del recibidor el abrigo y el sombrero de Mireya y
dejan su bolso encima de la mesa del comedor.
Date prisa! cuchichea Luciana, que recupera el nimo. El expreso de Nantes
sale a las seis y cuatro minutos. No podemos permitir que se me escape.
Vuelven a subir a la camioneta. Ravinel siente que ahora se ha quedado viudo.
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CAPTULO V

Ravinel baj lentamente la escalinata de la estacin de Montparnasse, compr un
paquete de tabaco a la entrada del vestbulo y se dirigi a casa Dupont. En casa Dupont todo es
bueno. El letrero luminoso tena un color rosado anmico en la humedad del alba. A travs de
los amplios cristales se distingua una hilera de espaldas junto al bar, y una enorme cafetera, con
volantes, manecillas y cuadrantes que un camarero pula mientras bostezaba. Ravinel se sent
detrs de una puerta, se puso cmodo. Cuntas veces, a aquella misma hora se haba detenido
de igual manera? Daba un rodeo por Pars para no llegar demasiado temprano, para no despertar
a Mireya. Una maana semejante a las otras...
Un caf... y tres croissants.
Es muy sencillo: l era como un convaleciente. Tena conciencia de sus costillas, de sus
codos, de sus rodillas, de cada uno de sus msculos.
Al menor movimiento, una ola de fatiga lo recorra. Haba en su cabeza una sustancia ardiente
que lata, que le oprima los ojos, que resecaba la piel de su rostro y la tensaba dolorosamente
sobre los pmulos y las mandbulas. Poco le hubiese costado dormirse en aquella silla, en la
ruidosa tibieza del caf. Y sin embargo, lo ms difcil quedaba por hacer. Le era preciso
descubrir el cadver. Pero tena tanto sueo... Todo el mundo se lo imaginara abatido por el
dolor. En un sentido, su agotamiento le servira.
Ech dinero sobre la mesa, moj un croissant. Encontr que el caf tena gusto a bilis.
Reflexionando, el incidente del gendarme perda toda su importancia, incluso si el hombre
recordaba la presencia de una mujer en el vehculo. Tal mujer era una desconocida que haca
autostop. La haba encontrado a la salida de Angers. Se haba apeado en Versalles. Ninguna
relacin con la muerte de Mireya ... Y luego, quin pensara en investigar acerca de su viaje de
regreso? Admitiendo incluso que se sospechase de l por un momento, lo nico que trataran de
comprobar sera su coartada. Ravinel no haba abandonado la regin de Nantes. Treinta testigos
lo afirmaran. Podra comprobarse su empleo del tiempo hora por hora, o casi. Ni un fallo. El
mircoles, cuatro pues la autopsia permitira precisar la fecha, ya que no la hora precisa de la
muerte, el mircoles, cuatro...? Aguarden! Pas la velada en la Cervecera de la Fosse.
Estuve all hasta despus de medianoche. Interroguen a Fermn, el camarero, seguramente lo
recordar. Y el cinco por la maana charl con... Pero por qu remover de nuevo todos esos
pensamientos? Luciana se lo haba vuelto a repetir antes de subir al tren. La versin del
accidente se impondr. Un vahdo, la cada en el arroyuelo, la asfixia inmediata... Esto ocurre
todos los das. Evidentemente, Mireya llevaba vestidos de calle. As, pues, qu haba ido a
hacer al lavadero? Unas prendas que deba de haber olvidado, o un pedazo de jabn. Por lo
dems, nadie se hara tales preguntas. Y si alguien prefiere el suicidio, a su gusto. Ya han
transcurrido los dos aos, estos dos aos antes de los cuales la compaa de seguros no acepta...
Las siete menos diez. En pie! Deba irse. Ravinel no pudo resolverse comer el ltimo
croissant. Los otros dos formaban an en su boca una pasta grasienta, repugnante, que no
consegua tragar. Vacil al borde de la acera. Los autobuses y los taxis circulaban en todos los
sentidos. Una muchedumbre de empleados, de habitantes de los arrabales, sala corriendo de la
estacin. Ruido de neumticos, ruido de pies. Un da cubierto, grisceo, enfermizo. Toda la
desolacin de Pars al amanecer. En marcha! Deba irse.
La camioneta se hallaba aparcada muy cerca de las taquillas de la estacin. En una
especie de escaparate haba un gran mapa de Francia semejante a una mano abierta con lneas de
arriba abajo. Pars-Burdeos, Pars-Toulouse, Pars-Niza... Lneas de suerte, lneas de vida. La
fortuna! El destino! Ravinel sali en marcha atrs. Habra que avisar a la compaa lo antes
posible. Enviar un telegrama a Germn. Habra que arreglar la cuestin del funeral. Mireya
hubiese deseado algo digno y la ceremonia en la iglesia, sin duda alguna... Ravinel conduca
como un autmata. Se saba de memoria las calles, los bulevares..., y la circulacin no era an
muy abundante... Mireya no era creyente, pero de todos modos iba a misa. De preferencia, a la
misa mayor, a causa de los rganos, del canto, del vestuario de los feligreses. Y nunca se dejaba
escapar un sermn del padre Riquet, por la radio, durante la cuaresma. No siempre comprenda,
pero s que el orador hablaba bien. Y adems, un deportado...! La puerta de Clignancourt. Algo
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rosado trataba de horadar el cielo... Y si el alma existiese, sin embargo? Dicen que los muertos
nos ven. Quiz Mireya lo estaba viendo en aquel mismo momento. Entonces, sabra que l no
haba actuado por maldad. Ridculo...! Y ninguna prenda negra que ponerse. Tendra que correr
a la tintorera, pedirle a una vecina que le cosiese un brazal. En cuanto a Luciana, aguardara
muy tranquila en Nantes. No era justo!
Ravinel dej de pensar porque ante l haba un viejo Peugeot que rehusaba dejarse
adelantar. Por ltimo lo pas, un poco antes de Epinay, pero aminor la marcha
inmediatamente. Veamos! Llego de Nantes. Ignoro que mi mujer ha muerto. Eso era lo ms
difcil. Ignoro...
Enghien. Se detuvo ante un estanco.
Buenos das, Morin.
Buenos das, seor Ravinel... Va usted ms bien retrasado! Tengo la impresin de
que, por lo general, le veo pasar ms pronto.
Es la niebla que me ha entretenido. Una niebla condenada! Sobre todo hacia Angers.
Si yo tuviese necesidad de conducir toda una noche...!
Es una sencilla cuestin de entrenamiento. Deme cerillas... Nada nuevo por aqu?
No, nada... Qu quiere usted que ocurra de nuevo en este lugar? ,
Ravinel sali. Ya no poda retrasarse ms. Si por lo menos no estuviese solo, cunto
ms sencillo y menos temible parecera todo! Y luego, sera magnfico que alguien confirmase...
Ah! Caramba! El to Goutre. Vaya oportunidad!
Cmo est usted, seor Ravinel? Voy tirando... Me alegro mucho de encontrarle.
Precisamente deseaba verle. En qu puedo servirle? Mi cobertizo apenas se aguanta. Uno
de estos das nos caer encima. Como dice mi mujer: Deberas hablar con el to Goutre.
Ah! El pequeo lavadero del fondo. S. Dispone de un minuto...? Vamos! Nos tomaremos
un vasito para empezar bien el da. Es que... tengo qu ir al taller. Un moscatel de Basse-
Goulaine. Comprado directamente al propietario. Ya ver usted lo que es bueno.
Goutre se dej meter en el auto. Slo un minuto, eh? Tailhade me espera. Recorrieron en
silencio algunos centenares de metros, entre lujosos hotelitos. Ravinel fren ante la verja
adornada con un rtulo esmaltado: Villa Alegra. Toc prolongadamente la bocina. No, no.
No se apee. Mi mujer nos abrir. Tal vez no est levantada todava dijo Goutre.
A esta hora? Usted bromea. Y sobre todo en sbado.
Trat de sonrer y oprimi de nuevo la bocina. Las persianas estn an cerradas observ
Goutre.
Ravinel sali de la camioneta y llam: Mireya!
Goutre, a su vez, se ape. Tal vez est ya en el mercado. Me sorprendera. Tanto ms
cuanto que le he anunciado mi regreso. Siempre que puedo se lo advierto.
Ravinel abri. Las nubes se desflecaban, descubriendo el azul del cielo a travs de agujeros
cambiantes.
El veranillo de San Martn coment Goutre. Y agreg: Su reja se est
estropeando, seor Ravinel. Necesitara una buena mano de minio.
Por el buzn asomaba a medias un diario. Ravinel lo sac, arrastrando con l una tarjeta postal,
una de cuyas esquinas se haba metido entre la faja y el peridico.
Mi tarjetamurmur. Mireya no est. Ha debido de ir a casa de su hermano. Con
tal de que, no le haya ocurrido nada a Germn... Desde la guerra, siempre est algo delicado.
Se dirigi hacia la casa.
Voy a desabrigarme y en seguida le alcanzo. Ya conoce usted el camino.
La casa ola a cerrado. A humedad. Ravinel encendi la lmpara del pasillo, una lmpara
provista de una pantalla de seda rosa, con colgaduras. Mireya la haba confeccionado ella misma
de acuerdo con un modelo encontrado en Modas y Pasatiempos. Goutre permaneca plantado
ante la puerta.
Camine! Camine! exclam Ravinel. En seguida estoy con usted.
Se entretena en la cocina, dejaba que Goutre se adelantase, y el otro, desde lejos, deca:
Tiene unas escarolas preciosas. Ha sido usted muy afortunado.
Ravinel sali, dejando la puerta abierta. Encendi un cigarrillo para dominar sus nervios. Goutre
llegaba al lavadero. Entr y Ravinel se detuvo en mitad del camino, incapaz de dar otro paso,
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incapaz incluso de respirar, mientras un poco de humo le sala por la nariz,
Oh! Seor Ravinel!
Goutre lo llamaba, y Ravinel ordenaba intilmente a sus piernas que se pusieran en
marcha. Sera preciso gritar, llorar? O bien agarrarse a Goutre, como un hombre abrumado?
Goutre compareci en la entrada del lavadero.
Oiga, ha visto usted?
Ravinel se dio cuenta de que estaba corriendo.
Qu? Qu sucede?
Oh! No vale la pena poner esa cara. Es reparable. Mire!
Sealaba un punto del maderamen y, con el extremo de su metro plegable, hurgaba en el.
Podrida! Completamente podrida. Esa viga ha de cambiarse en toda su longitud.
Ravinel, de espaldas al arroyuelo, no se atreva a volverse.
S, s... Ya veo... Completamente... podrida...
Tartamudeaba.
Hay tambin... la tabla... junto al agua...
Goutre dio media vuelta, y Ravinel ces de ver la viga. Todo el conjunto, con sus macizos
pilares, se puso a girar como una rueda, lentamente, de una manera mareante. Voy a
desvanecerme, pens.
El cemento es bueno observaba Goutre con su voz ms natural. La tabla
evidentemente... Qu quiere usted? Todo se gasta!
El muy imbcil! Al precio de un esfuerzo agotador, Ravinel mir decididamente y solt su
cigarrillo. El arroyuelo se remansaba ante el lavadero. Se distinguan claramente los guijarros
del fondo, un arco de barril, oxidado, delgadas hierbas estiradas y el borde del rebosadero,
donde el agua se llenaba de luz antes de derramarse. Goutre palpaba la tabla, se enderezaba,
diriga una mirada circular al lavadero, y Ravinel mira-
Un momento, to Goutre. Bajo a la bodega.
Maldito fuese, tendra al cabo su moscatel, y a continuacin se largara, o de lo
contrario... Ravinel apretaba los puos. Un trastorno indescriptible lo sacuda, como un
espasmo. A la puerta de la bodega, se detuvo. La bodega...! Pero por qu tena que encontrar a
Mireya en la bodega? A qu vena ese estpido terror? Encendi la luz. La bodega estaba
desierta, desde luego. Sin embargo, Ravinel no se entretuvo. Cogi una botella y volvi a subir
precipitadamente. No poda evitar el hacer ruido, golpeando las puertas del aparador al coger los
vasos, tropezando en. el borde de la mesa con la botella. Sus movimientos carecan de
seguridad. Estuvo a punto de romper el gollete al quitar el tapn.
Sirva usted, to Goutre. Mis manos tiemblan.,. Ocho horas de coche...
Sera una lstima desperdiciarlo convino Goutre con la mirada brillante.
Llen lentamente los dos vasos, como un experto, y se levant para hacer honor al moscatel.
A su salud, seor Ravinel. Y a la de su esposa... Espero que su cuado no est
enfermo. Aunque con esta humedad... A m me ataca en la pierna.
Ravinel vaci de golpe su vaso, volvi a llenarlo, lo vaci, dos veces, tres veces.
Vaya dijo Goutre, buen provecho. Se ve que est usted acostumbrado.
Cuando siento mucha fatiga, esto me reanima. - Oh, esto convino Goutre.
Esto reanimara a un muerto.
Ravinel se agarr a la mesa. En aquel momento la cabeza le daba vueltas en serio.
To Goutre, disclpeme, pero es preciso...
Tengo el tiempo justo... No me aburro con usted, pero ya sabe lo que ocurre...
Goutre se encasquet la gorra.
Bien, bien! Me marcho. Por otra parte, en el taller me esperan para empezar.
Inclin la botella para leer la etiqueta: Moscatel superior Basse-Goulaine.
Felicite usted a quien ha recolectado este vinillo, seor Ravinel. No es un ignorante,
puede usted creerme.
En el umbral hubo an otro intercambio de saludos; luego Ravinel cerr la puerta, dio la
vuelta a la llave, se arrastr hasta la cocina y vaci el resto del vino. Imposible!, murmuraba.
Estaba perfectamente lcido, pero lcido como un hombre dormido: ve una puerta, la toca, sabe
que existe y sin embargo pasa a travs de ella, siente que pasa por ella, experimenta en el
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interior del cuerpo la dureza de las fibras de la madera y encuentra eso completamente natural.
El reloj, sobre la chimenea, segua con su tictac, recordndole el ruido de otro reloj all en el
comedor de Nantes.
Imposible!
Ravinel se enderez, entr en el comedor. El bolso de Mireya continuaba all. Y
tampoco se haban movido del recibidor el abrigo ni el sombrero. Seguan colgando del
perchero. Subi al primer piso. La casita estaba vaca, rigurosa, totalmente vaca y silenciosa.
Entonces Ravinel not que empuaba la botella vaca por el gollete como si fuese una maza.
Estaba asustado hasta el tutano. Dej la botella en el suelo, suavemente, como si el menor
ruido estuviese prohibido a partir de entonces. Abri su escritorio, evitando los chirridos. El
revlver segua all, envuelto en un trapo grasiento. Lo sec, tir de la culata para meter una
bala en la recmara. Se oy un clic y Ravinel dio media vuelta. Fue algo superior a sus fuerzas.
Qu iba a imaginar? Y aquel revlver, para qu servira? Es que puede matarse a tiros a un
resucitado? Suspir y desliz el arma en el bolsillo del pantaln. Era tal vez ridculo, pero se
senta un poco tranquilizado. Se sent en el borde de la cama, con las manos cruzadas entre las
rodillas. Por dnde empezar? El cuerpo de Mireya no estaba ya en el arroyuelo. Eso era todo.
La evidencia del hecho empezaba a penetrar en su cerebro. Ni en el arroyuelo, ni en el lavadero,
ni en la casa. Maldicin! Haba olvidado examinar el garaje.
Ravinel baj los escalones de dos en dos, cruz el patio, y abri el garaje. Nada! Era
incluso cmico! El garaje slo contena tres o cuatro latas de aceite y unos trapos llenos de
mugre. Otra idea se le ocurri a Ravinel. Recorri lentamente el camino. Sus huellas y las de
Goutre aparecan claramente visibles. Pero no haba ninguna otra. Por lo dems, Ravinel no
saba exactamente lo que buscaba, lo que pensaba. Ceda a bruscos impulsos porque era preciso
actuar. Hacer algo. Desesperado, mir a su alrededor. Tanto a derecha como a izquierda se
extendan terrenos no edificados. Sus vecinos ms inmediatos nicamente podan ver, desde la
calle; la fachada de Villa Alegre. Ravinel regres a la cocina. Buscar por los alrededores?
Decir: He matado a mi mujer... No ha encontrado su cadver? Era grotesco! Luciana...?
Pero Luciana estaba en el tren. Imposible telefonearle antes del medioda. Regresar a Nantes?
Bajo qu pretexto? Y si el cuerpo fuese hallado en algn sitio durante aquel da? Cmo
justificar su marcha, su fuga?
El crculo! El crculo infernal. Imposible moverse. Imposible saber. Ravinel consult
el reloj. Las diez! Tena que pasar por el bulevar de Magenta, por casa Blache y Lehud.
Ravinel cerr cuidadosamente la puerta de la casa, sac el coche, reemprendi el camino hacia
Pars. El ambiente era suave, ligero. Aquel principio de noviembre tena calidades primaverales.
Un 203 se cruz con Ravinel. Sus pasajeros haban plegado la capota. Rean, con los cabellos
al viento, y Ravinel se sinti dbil, viejo, culpable. Senta rabia contra Mireya. Acababa de
traicionarlo de mala manera. Haba tenido xito a la primera intentona en lo que l siempre
haba fracasado: haba franqueado la misteriosa frontera; estaba al otro lado, invisible,
inalcanzable, como un fantasma, como uno de aquellos jirones de niebla que ascendan de la
carretera. Se puede estar a la vez muerto y vivo. A menudo haba sentido aquello. S, pero y el
cuerpo?
Sus ideas se entremezclaban. Tena sueo. Un extrao manejaba los mandos,
maniobraba infaliblemente, reconoca las calles, los cruces. La camioneta pareci detenerse por
s sola ante el almacn.
Desde el bulevar de Magenta, el auto lo condujo hacia el centro, hacia el Louvre, Un
lugar al que no iba casi nunca. Slo que aquel da no era completamente dueo de sus
decisiones. Calculaba, se confunda con las cifras... Veamos, el tren llegaba a las once y
veinte..., o a las once y cuarenta... El viaje dura cinco horas..., es decir, las once y diez... Y el
hospital est a cinco minutos de la estacin. Luciana debera haber llegado ya.
Se detuvo ante un pequeo caf restaurante.
El seor almuerza?
S, si le parece.
Cmo? Si a m...
El camarero contempl a aquel cliente mal afeitado que se pasaba la mano por encima
de los ojos. Bien mirado, los hay que tienen una pinta bien extraa...
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El telfono?
En el fondo, a la derecha.
Puedo pedir una conferencia?
Dirjase a la cajera.
La puerta de la cocina se mova sin cesar detrs de Ravinel. Tres entremeses...! Y
enviad un solomillo! La lnea haca ruido. Apenas si poda reconocer la voz de
Luciana. Proceda de lejos, de tan lejos que era abrumador. E imposible entenderse bien
en medio de aquel alboroto.
Oye...? Oye, Luciana...? S, soy yo, Fernando... Ella ha desaparecido... No! Nadie
ha venido a buscarla... Ella ha desaparecido... Esta maana ya no estaba all...
A su espalda, alguien quiere telefonear y que se entretiene peinndose ante el espejo del lavabo.
Luciana! Me oyes bien...? Es preciso que regreses... Un parto? Me importa un
bledo... No, no estoy enfermo... y no he bebido... S lo que me digo... No! Ni rastro...
Cmo...? Bueno, no imaginars que invento una historia as para hacerte regresar... Qu...?
Claro que lo hubiese preferido. En fin, si te es completamente imposible marcharte esta noche...
Entonces, hasta maana, a las doce y cuarenta... Eh? Que vuelva all...? A mirar...? Y dnde
quieres que mire...? Yo tampoco lo entiendo... S! De acuerdo. Hasta maana.

Ravinel colg y se fue a sentar junto a una ventana. Era comprensible la actitud de
Luciana. Si alguien le hubiese telefoneado la noticia a l, Ravinel, la hubiese credo? Comi
maquinalmente y volvi a subir al auto. De nuevo la puerta de Clignancourt, la carretera de
Enghien. Luciana tena razn. Ms vala regresar all, buscar de nuevo y a falta de otra cosa,
dejarse ver por los vecinos. Ganar tiempo. Sobre todo, aparentar un aspecto normal, como si no
tuviese nada que reprocharse.
Ravinel abri la puerta. Segua cerrada con llave. Qued vagamente decepcionado.
Qu esperaba? A decir verdad, ya no esperaba nada. Deseaba la calma, la paz, el olvido. Se
trag una pldora, subi al dormitorio, se encerr, coloc el revlver sobre la mesita de noche y
se durmi sin ni siquiera desnudarse. Se sumergi inmediatamente en un sueo embrutecido.
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CAPITULO VI

Ravinel se despert hacia las cinco, anquilosado, con el estmago pesado, el rostro
abotargado, las manos hmedas. Pero cuando se plante la pregunta: Qu se ha hecho del
cuerpo?, la respuesta lleg, inmediata, evidente: El cuerpo ha volado. Y, por el momento,
Ravinel se sinti algo tranquilizado. Se levant, se lav cuidadosamente con agua fra, se afeit
sin demasiado nerviosismo. Lo haban robado, pardiez! Era grave, muy grave, pero, en fin, el
peligro cambiaba de naturaleza. Con un ladrn es posible- arreglarse. Basta con fijar el precio.
Las ltimas brumas del sueo acababan de disiparse en su cabeza. Volva a establecer
contacto con el dormitorio, los muebles, la vida. Comprobaba sus piernas: se mostraban firmes.
La casa lo rodeaba, familiar, amistosa, sin misterio. Veamos, con un poco de sangre fra, mucha
casualidad sera que... Lo haban robado, caramba...! No haba que darle vueltas! Pero a
medida que examinaba esta idea ms detenidamente, surgan las dudas, cada vez ms
numerosas. Robar un cadver? Para qu? -Y qu riesgos para el ladrn! Conoca bien a sus
vecinos inmediatos: a la derecha, segn se sale, Bigaux, empleado de los ferrocarriles, cincuenta
aos, un tipejo sin ninguna personalidad. Su trabajo, su jardn, su partida de cartas. Nunca una
palabra ms alta que otra. Bigaux escondiendo un cadver! Era grotesco. Y su mujer tena una
lcera de estmago. Se la hubiese podido ahogar con un cabello... A la izquierda, Poniatowski,
contable en una fbrica de muebles, divorciado, casi siempre ausente. Incluso se susurraba que
tena intencin de vender su casita... Por lo dems, ni Bigaux ni el contable hubiesen podido ser
testigos de la escena del lavadero. Era posible que descubriesen el cuerpo ms tarde? Pero no
haba acceso al arroyuelo. A menos de cruzar los terrenos en barbecho o la pradera de enfrente.
Adems, para qu apoderarse del cadver, si se ignoraba el crimen...? Pues slo exista un
motivo que explicase el robo: el chantaje. Pero nadie estaba al corriente de la pliza de seguro.
Entonces? Qu se puede sacar de un viajante de comercio? Todo el mundo sabe que Ravinel
se gana honradamente la vida, sin ms... Verdad es que ciertos chantajistas se conforman con
poco. Una pequea cantidad fija..., una renta. A pesar de todo...! Sin hablar del valor necesario.
Quin sabe si el primer venido es capaz de convertirse en ladrn de cadveres. Ravinel,
ciertamente, no hubiese tenido las agallas suficientes.

Barajaba todas estas hiptesis sin formar un razonamiento concreto, y el sentimiento de
su impotencia lo abrumaba de nuevo. No, el cadver no haba sido robado. Y sin embargo ya no
estaba all. Por lo tanto, lo haban robado. Pero no exista razn alguna para que lo robasen.
Ravinel sinti un dolorcillo en la sien izquierda y se frot la frente. No poda en absoluto caer
enfermo en un momento as. Pero qu hacer. Dios mo, qu hacer?

Daba vueltas por el dormitorio, mordindose los labios, apabullado por la soledad. Ni
siquiera tuvo fuerzas para alisar el cubrecama, completamente arrugado, para vaciar el lavabo
lleno, de agua griscea, para recoger la botella olvidaba, que se content con empujar bajo un
armario con la punta del pie. Cogi el revlver, baj la escalera. A dnde ir? A quin
dirigirse? Abri la puerta. La noche empezaba a caer. Largas pinceladas rosadas se extendan
por el cielo y un avin zumbaba a lo lejos. Un crepsculo vulgar y solemne, que hinchaba el
corazn de pena, de rencor, de remordimientos. Un crepsculo como el de su primer encuentro
con Mireya, en el mundo de los Grands-Augustins, muy cerca de la plaza Saint-Michel. l
hurgaba en el puesto de un librero. Ella estaba all hojeando un volumen... Las luces se
encendan alrededor de ellos y poda orse el silbato del urbano, ante el puente. Qu estupidez
recordar aquellas cosas! Hacen dao!

Ravinel anduvo hacia el lavadero. El arroyuelo espumaba un poco, bajo el rebosadero,
removiendo reflejos rojizos. Una. cabra bal en el prado, en la otra orilla; la cabra del cartero.
Ravinel experiment una pequea sacudida. La cabra del cartero... Cada maana, la pequea la
traa, la ataba a una estaca mediante una larga cuerda. Todas las noches volva a recogerla. Y
si...?

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El cartero era viudo. No tena ningn otro hijo. La pequea se llamaba Enriqueta. En
general, se quedaba en la casa, porque era un poco atrasada mental. Se cuidaba de la cocina, de
la limpieza. Se las arreglaba bien para sus doce aos.
Quisiera un informe, seorita.
Nadie la llamaba seorita. Intimidada, no se atreva a hacer entrar a Ravinel, y l, incmodo,
trataba de sosegar su respiracin, porque haba corrido, y no saba por dnde empezar.
Ha sido usted quien ha llevado la cabra al prado esta maana?
La pequea se ruboriz, inmediatamente alarmada.
Qu ha hecho?
Vivo enfrente... Villa Alegra... El pequeo lavadero me pertenece.
Como ella bizqueaba un poco, Ravinel le miraba ambos ojos sucesivamente, tratando de
adivinar una posible mentira.
Mi mujer haba dejado unos pauelos para que se secasen... Una rfaga de aire ha
debido llevrselos...
Era un pretexto absurdo, ridculo, pero estaba demasiado agotado para mostrarse sutil.
Esta maana... No ha visto nada que flotase delante del lavadero?
La nia tena una carita larga y estrecha, entre dos trenzas rgidas, y los dientes le asomaban,
pese a que tena la boca cerrada. Ravinel senta vagamente que haba algo pattico en aquel
encuentro.
Usted ata su cabra muy cerca del arroyuelo. Nunca se le ha ocurrido mirar hacia el
lavadero?
S.
Pues bien, trate de acordarse. Esta maana...
No... No he visto nada.
A qu hora ha ido usted al prado?
No lo s.
Del fondo del pasillo lleg una especie de chisporroteo. Ella se puso ms colorada y
retorci su delantal.
Es la sopa aclar la pequea. Puedo ir a ver?
Desde luego... Dse prisa...
Ella sali corriendo, y Ravinel penetr en el pasillo para hurtarse a las miradas de los
Vecinos. Distingua un rincn de la cocina y unas servilletas extendidas en una cuerda. Ms le
valdra marcharse. No era nada bonito interrogar as a aquella chiquilla.
Era la sopa confirm Enriqueta. Se ha escapado.
Mucho?
No. Un poco... Tal vez pap no lo note.
Las aletas de su nariz se haban contrado. Tena pequeas pecas alrededor de aqulla,
como Mireya.
La rie? pregunt Ravinel.
Inmediatamente lament haber dicho aquello, comprendiendo que la pequea, no obstante sus
doce aos, deba tener una experiencia de vieja.
A qu hora se levanta usted?
Ella frunca el ceo, se estiraba las trenzas. Tal vez buscaba las palabras.
Cuando se levanta, es todava de noche?
S.
Y va en seguida a llevar la cabra?
S.
No se pasea un poco por el prado?
No.
Por qu?
La muchachita se sec los labios con el dorso de la mano y balbuci algo mientras
volva la cabeza.
Eh?
Tengo miedo.
A los doce aos, l tambin tena miedo cuando se diriga a la escuela. La hmeda
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oscuridad, el barrillo, las calles estrechas y obstruidas por los cubos de la basura... Siempre tena
la impresin de que alguien andaba detrs de l. Entonces, si hubiese debido llevar una cabra a
un prado... Contemplaba la vieja carita, ya corroda por los escrpulos y el temor. Vea de
repente al pequeo Ravinel, aquel desconocido del que nadie le haba hablado nunca, en el que
no le gustaba pensar, pero que siempre lo acompaaba, como un testigo, y no encontraba nada
ms que decir. Si l hubiese visto flotar algo sobre el agua...
Imposible saberlo. Era como un secreto entre ellos.
No haba nadie en el prado?
No... No lo creo.
Y en el lavadero... Ha visto a alguien?
No.
Encontr en su bolsillo una moneda de diez francos y abri la mano de la pequea.
Para usted.
l me la quitar.
No. Ya encontrar algn lugar donde esconderla.
La nia sacudi pensativamente la cabeza, luego cerr los dedos sin conviccin.
Ya volver a verla prometi Ravinel.
Era preciso despedirse con una frase de confianza, con una impresin de optimismo,
hacer como si no existiese la cabra ni el lavadero. Ravinel sali, tropez con el cartero, un
hombrecillo seco que llevaba una cartera por delante, como una mujer encinta.
Buenos das, seor... Deseaba verme? dijo
el cartero. Supongo que es para el neumtico.
No. Es..., espero una carta certificada... Ha dudo un neumtico?
El otro le observaba por debajo de la rota visera de su gorra.
S. He llamado, pero nadie me ha abierto. Entonces lo he dejado en el buzn. Est
ausente la patrona?
Ha ido a Pars.
Nada le obligaba a responder, pero ahora se senta humilde. Deba reconciliarse con demasiadas
personas.
Hasta la vista! se despidi el cartero, quien entr y cerr de un portazo.
Un neumtico? Sin duda no proceda de Blache y Lehud, pues haba estado all haca
poco. De Germn, acaso? Muy poco probable. A menos que el neumtico viniese dirigido a
Mireya.
Ravinel regresaba a su casa siguiendo las calles iluminadas. De repente se haba puesto
a hacer fro, y los pensamientos circulaban ms aprisa en su cabeza. La hija del cartero no haba
visto nada, o si haba distinguido algo no lo haba entendido, y si incluso lo haba entendido, se
callara. Todo el mundo conoca a Mireya. Si alguien hubiese descubierto su cuerpo, sin duda
alguna lo habran avisado.
Pero haba el mensaje neumtico. Tal vez era el ladrn quien escriba para dictar sus
condiciones.
El sobre estaba en el buzn, cado de travs. Ravinel fue a examinarlo bajo la lmpara de la
cocina. Seor Fernando Ravinel. Aquella escritura...! Cerr los ojos, cont hasta diez, pens
que tal vez estaba enfermo, muy enfermo. Volvi u abrir los ojos, los fij en la direccin.
Alteraciones de la memoria..., de la personalidad. Antao
haba aprendido esto en filosofa, en el viejo libro de Malapert... Las personalidades alternativas,
la esquizofrenia... No era la, escritura de Mireya. Vlgame Dios! No poda ser su escritura!
El sobre estaba cuidadosamente pegado. Ravinel busc en el cajn del aparador, extrajo el
cuchillo de trinchar. Lo sujetaba como un arma mientras se acercaba a la mesa sobre la que
descansaba el sobre malva, entre los reflejos del linleo. La punta del cuchillo busc vanamente
una grieta. Entonces Ravinel destrip la carta, con un ademn salvaje, la ley una vez, de un
tirn, sin entenderlo:

Cario:

Me veo obligada a ausentarme por dos o tres das. Pero no te inquietes. No es
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nada grave. Ya te explicar. Encontrars provisiones en el armario de la bodega.
Termina el tarro de mermelada empezado antes de abrir otro, y no te olvides de
cerrar bien la espita del gas cuando ya no necesites el fogn. Siempre se te olvida.
Hasta pronto!
Recibe un fuerte abrazo de tu

MIREYA.

Ravinel volvi a leer, ms lentamente, luego empez de nuevo. Un error postal. Mireya
haba debido ausentarse a principios de la semana. Busc el matasellos en el sobre. Parts 7 de
noviembre, 16 horas. El 7 de noviembre era... Es hoy! Pardiez. Por qu no? Mireya estaba en
Pars, con toda evidencia. Era bien lgico! Algo se anud en su garganta. Rea, rea como quien
vomita. Las lgrimas le oscurecan la mirada y de repente, con toda su fuerza, lanz el cuchillo a
travs de la cocina. La hoja se hundi profundamente en la puerta, vibrante como una flecha, y
Ravinel permaneci atnito, con la boca abierta, el rostro torcido; luego el suelo pareci alzarse,
su cabeza golpe contra l y permaneci inmvil, entre la mesa y el fogn, con una saliva
espesa en la comisura de los labios.

Su primer pensamiento, al cabo de un espacio de tiempo probablemente muy largo, fue
que iba a morir. Reflexionando, le pareci incluso que deba estar muerto. Emerga poco a poco
de una especie de fatiga confusa, flotaba; era ligero, como desprovisto de densidad. Se divida
como una mezcla de aceite y de agua que se separa en dos capas. En una parte de s mismo
experimentaba una liberacin, un alivio infinito, y en la otra se senta an pesado, catico,
espeso, pegajoso. Un pequeo esfuerzo; iba a horadar una delgada pared, abri los ojos en otro
sitio. Pero sus ojos ya no le pertenecan. Haba una transmisin que no llegaba a funcionar. Y
luego, de repente, tuvo conciencia de una extensin incolora. El. limbo. Por fin estaba liberado.
Se encontraba intacto; su cerebro no estaba bien despejado... Se asemejaba a una materia muy
fluida que puede adoptar cualquier forma... Un alma... Se haba convertido en un alma... Podra
empezar de nuevo... Empezar qu? La pregunta no tena de momento ninguna importancia. Lo
esencial era vigilar aquella blancura, impregnarse de ella, sentirse luminoso, como un agua
animada hasta el fondo por un reflejo. Ser agua, agua pura. La blancura, all delante, se tea de
dorado. No era un espacio cualquiera. Comprenda zonas ms sombras y, sobre todo, una gran
playa opaca de donde llegaba un ruido regular, mecnico, tal vez el ruido de la vida anterior.
Algo se movi en medio de la blancura, un punto negro, giratorio. Bastaba con una palabra para
saber. Una sola palabra y la frontera sera franqueada definitivamente. El sentimiento de esta
gran paz cesara de ser precario. Se trocara en una alegra tranquila, algo melanclica. La
palabra se formaba en alguna parte. Naca muy lejos. Acuda durmiendo. Disimulaba una
amenaz que iba a estallar: mosca! Mosca. Era una mosca. En el techo haba una mosca... La
gran mancha negra del rincn era el aparador. Todo volva a empezar en el silencio y el fro.
Palpo el mosaico a mi alrededor. Estoy helado. Estoy tendido. Soy Ravinel. Hay una carta
encima de la mesa...
Sobre todo, no comprenderlo. No interrogarse. Mantener todo el tiempo posible esta
especie de indiferencia desesperada. Es difcil. Es agotador. Pero no hay que pensar. Hay que
contentarse con mover un msculo despus del otro... Los msculos obedecen bien. Los brazos
se alzan si uno lo desea. Los dedos se doblan. Los ojos miran objetos agradables de ver. Uno
deseara deletrear estos objetos: E-l f-o-g--n... El m-o-s-a-i-c-o... Eso no miente. En tanto que
sobre la mesa, ese papel malva, ese sobre abierto... Peligro! Hay que pasar bien apartado,
arrimado a la pared, abrir la puerta a tientas, cerrarla de un solo impulso, aherrojarla, una vuelta,
dos vueltas. Ahora uno ya no sabe lo que ocurre detrs de esta puerta. Ms vale no saberlo. Tal
vez vera cmo las palabras de la carta se hinchan, se separan, se dividen en trozos que,
colocados unos detrs de otros, formaran una silueta terrible.
Al llegar al extremo de la calle, Ravinel se vuelve. All abajo, la casa parece habitada, a
causa de las luces que han quedado encendidas. A menudo, por la noche, vea pasar detrs de las
persianas la sombra de Mireya cuando l regresaba. Pero ahora est demasiado lejos. Incluso si
la sombra pasa, no podr verla. Se dirige a la estacin. Lleva la cabeza descubierta. Se bebe dos
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cervezas en el caf vecino. Vctor, el camarero del mostrador, est muy ocupado; de lo
contrario, sin duda, entablara una conversacin. Guia un ojo, sonre. Cmo explicar que una
cerveza tan fresca pueda quemar el pecho como si fuera alcohol? Huir? Eso ya no significaba
nada. Otra carta malva puede llegar a la comisara de Polica y descubrir el crimen. Mireya
puede quejarse de haber sido asesinada. Alto! Pensamiento prohibido! Hay mucha gente en el
andn. Los colores daan la vista. La seal roja es demasiado roja y la seal verde es dulzona
como un jarabe. Los diarios del quiosco huelen a tinta fresca. La propia gente se pone a exhalar
un olor de bestia salvaje y el tren apesta como el Metro. Ya est! Aquello deba terminar de esa
manera. Un da u otro, fatalmente, deba percibir lo que permanece oculto a los dems. Los
vivos, los muertos, son siempre la misma gente. Porque nuestros sentidos son groseros,
imaginamos corrientemente que los muertos estn en otra parte, creemos que hay dos mundos.
En absoluto! Estn ah, invisibles, mezclados a nuestra vida, prosiguiendo sus pequeas tareas.
No te olvides de cerrar bien la espita del gas. Hablan con su boca de sombras; escriben con sus
manos de humo. Todo eso no es perceptible para las gentes distradas, pero se hace evidente en
ciertas ocasiones. Basta sin duda con no haber nacido del todo, no haberse sumergido por
completo en la vida ruidosa, colorida, en la tempestad de sonidos, de colores, de formas... Esta
carta no es ms que el principio de una iniciacin. Por qu asustarse? Los billetes, por favor.
El revisor. Es rubicundo, con dos pliegues en la nuca. Aparta los viajeros con un ademn
impaciente. No sospecha que aparta tambin una muchedumbre de sombras mezcladas con los
vivos. No todo el mundo puede vivir bien limitado. Ahora Mireya no tardar en mostrarse. Esa
carta es una advertencia. No ha querido venir por s misma. Se ha ausentado dos o tres das, por
una especie de discrecin. Me veo obligada a ausentarme; la argucia es infantil. No es nada
grave. Ya te explicar. La muerte no es nada grave, en suma, la vida sin el fro, sin la
preocupacin, sin la angustia de estar en una situacin falsa. Mireya no es desdichada! Ella
explicar todo esto. Oh! No tendr que explicar muchas cosas. Ravinel lo sabe. De la misma
manera que, repentinamente, comprende bien su pasado. Los otros, padre, madre, amigos,
siempre han intentado ligarlo, enraizado, distraerlo de lo esencial. Exmenes, ofici, otras
tantas trampas. Incluso Luciana no comprende. El dinero, el dinero! No piensa ms que en
eso. Como si el dinero no fuese el principio de la pesadez. No ha sido ella quien ha hablado en
primer lugar de Antibes?

Si hubiese sol, mucho sol, todo cambiara. Mireya no se manifestara ms. No son las
estrellas borradas por la luz? Y sin embargo, las estrellas siguen existiendo. Antibes! La nica
manera de matar a Mireya. Es decir, de borrarla. Luciana saba bien lo que se haca. Pero ahora
l ha comprendido y ya no siente deseos de huir, de evadirse hacia la luminosidad del Sur. Un
miedo atroz que slo espera una ocasin favorable para saltar. Ser difcil acostumbrarse. Tal
vez ser preciso pensar, sin estremecerse, en la baera, en Mireya muerta, rgida, fra, con los
cabellos pegados por el agua.

Los rieles se anudan y desanudan a toda velocidad a lo largo del tren. Convoyes,
estaciones, puentes, almacenes, desaparecen rpidamente. El vagn se balancea suavemente,
iluminado por lmparas azuladas. Uno tiene la sensacin de que ha emprendido un viaje muy
largo. De hecho, uno ha salido hace mucho tiempo y no llegar a ninguna parte, puesto que
desembocar entre los vivos.
Llueve. Las humaredas de las locomotoras se abaten, se esparcen, y los faquines entorpecen el
paso. Hombres y mujeres corren, se hacen signos, se renen, se abrazan. Recibe un fuerte
abrazo de tu Mireya. Pero Mireya an no puede estar ah Su hora no ha llegado. El
departamento de telfonos.
Quisiera hablar con Nantes!
En las paredes hay infinitos borrones, nmeros, dibujos obscenos.
Oiga? Nantes...? El hospital... La doctora Luciana Mogard.
Alrededor de la cabina no se oye ms que el rumor de la muchedumbre, como el de un
ro que se divide ante el pilar de un puente.
Oiga...? Eres t...? Ella me ha escrito. Regresar dentro de algunos das... Pues
Mireya! Es Mireya quien me ha escrito... Un neumtico... Te afirmo que es ella... No, no. Estoy
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completamente cuerdo... No trato en absoluto de atormentarte, pero prefiero que lo sepas... S,
me doy cuenta. Pero yo empiezo a comprender bastantes
cosas... Oh! Sera demasiado largo de explicar... Lo que voy a hacer? Acaso por ventura lo
s...? S, entendido. Hasta maana!
Pobre Luciana! Esta necesidad de querer siempre razonar... Ya lo comprobar, como
ha hecho l... Tocar el misterio con la mano. Ver la carta.
Pero podr ver la carta? Evidentemente, puesto que el cartero la ha trado, que un
empleado de correos la ha sellado, que otro empleado la ha recogido de un buzn. La carta es
bien real. Es slo su significado lo que no est adaptado al entendimiento de cualquiera. Es
necesario saber pensar en los dos mundos a la vez.
El bulevar de Denain. Los dardos luminosos de la lluvia. El rebao reluciente de los
autos. .La ronda de las apariencias. Los cafs son como grandes cuevas rutilantes, de
profundidades multiplicadas hasta el infinito mediante espejos invisibles. La frontera pasa por
aqu, separando las imgenes y los reflejos sin que nadie preste atencin.
La noche llena el bulevar como un lquido agitado por remolinos, como un agua
fangosa que transporta mezclados los olores, las luces y los hombres. Vamos! S franco. Has
soado innumerables veces que eres un ahogado perdido en el fondo de estas grandes fosas que
son las calles. O bien eras un pez y te divertas en topar con la nariz contra las vitrinas, en
contemplar estas nasas que las iglesias, colocadas en plena corriente, estos herbarios que las
plazas, donde las formas se buscan, se persiguen, se devoran entre las redes de sombras. Si has
aceptado la idea de la baera, es a causa del agua, no es cierto? De esa superficie brillante y
lisa por debajo de la cual ocurre algo que te da vrtigo. Has querido que Mireya participe en el
juego. Y ahora te sientes a tu vez tentado.
Es que quiz la envidias?
Ravinel ha caminado al azar, mucho rato, mucho. Y helo aqu que llega al borde del
Sena. Bordea un parapeto de piedra que se alza casi hasta su hombro. Ms adelante hay un
puente, un gran arco que abriga un hormiguero de reflejos grasientos. La ciudad parece
abandonada. Sopla un viento persistente que huele a exclusa y abrevadero. Mireya est ah, en
algn sitio, mezclada con la noche. Los dos existen, cada uno sumergido en un elemento
distinto, e incapaces de reunirse. Viven en planos cuyas caractersticas difieren. Pero las
interferencias son posibles, los cruces, las seales que intercambian, como los pasajeros de los
barcos que se alejan.
Mireya!
Pronuncia la palabra suavemente. No puede dejarlo para ms tarde. Tiene necesidad de
huir a su vez, de romper el espejo.
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CAPTULO VII

Al despertarse, Ravinel reconoci una habitacin de hotel, record que haba andado
mucho rato, volvi a encontrar la imagen de Mireya y suspir. Necesit varios minutos para
decidir que aquel da era probablemente domingo. Por fuerza tena que serlo, puesto que
Luciana iba a llegar en el tren de las doce y pico. Deba estar en camino. Qu hacer mientras la
esperaba? Qu puede hacerse el domingo? Es un da muerto, cado a travs de la semana,
impidiendo el paso, y Ravinel tena prisa. Senta deseos de llegar!
Las nueve!
Se levant, se visti, apart el rado visillo que cubra la ventana. Un cielo gris. Techos.
Claraboyas, algunas de las cuales estaban an pintadas con el azul de la defensa pasiva. No
tena gracia! Descendi, pag la nota a una vieja con rizadores. Ya en la acera, se dio cuenta de
que se encontraba en el barrio del Mercado Central, a dos pasos de la casa de Germn. Por qu
no Germn? Esto le permitira esperar...
El hermano de Mireya viva en el cuarto piso y, como el encendido automtico de la luz
estaba estropeado, haba que subir a tientas, entre los ruidos y los olores del domingo. Detrs de
los delgados tabiques haba personas que canturreaban, que encendan la radio, que pensaban en
el partido de la tarde, en la pelcula de la noche; la leche se verta chisporroteando sobre un
fogn, los chiquillos gritaban. Ravinel quedaba excluido de la fiesta. Era una especie de
extranjero. La llave estaba .en la puerta. La llave siempre estaba en la puerta. Pero Ravinel
nunca la utilizaba. Llam. Fue Germn quien abri.
Caramba, Fernando! Qu tal te va!
Y a ti?
Un poco carraca... Disculpa el desorden. Acabo de levantarme. Tomars un poco de
caf? S, hombre, tmalo!
Preceda a Ravinel hacia el comedor, apartaba las sillas, haca desaparecer un salto de cama.
Y Marta? pregunt Ravinel.
Ha ido a misa, pero no tardar en regresar... Sintate, Fernando. No te pregunto por tu
salud. Mireya me ha dicho que estabas en plena forma. Tienes suerte! En tanto que yo... Por
cierto, que no has visto mi ltima radiografa... Toma, srvete; el caf est en el fuego. Voy a
buscrtela.
Ravinel husmeaba con desconfianza un olorcillo a eucalipto y a farmacia. Al lado de la cafetera
haba una pequea cacerola que contena agujas y una jeringa, y Ravinel lament haber ido a
casa de su cuado. Germn buscaba en su habitacin. De vez en cuando gritaba:
Ya vers lo clara que es... Como ha dicho el doctor... Con cuidado...
Cuando uno se casa, uno cree unirse a una mujer, y se une a una familia. A todas las historias
de una familia: Uno se casa con la cautividad de Germn, con las confidencias de Germn, con
los bacilos de Germn. La vida es mentirosa. Cuando se es pequeo parece llena de maravillas,
y luego... Germn regresaba con unos enormes sobres amarillos que hacan pensar en el correo
de un poltico.
Bueno, srvete, amigo mo...! Claro que acaso ya te habrs desayunado... El doctor
Leize es un , hacha. Saca unos cliss...! Y sabe interpretarlos! Uno mira y no ve ms que
manchas blancas y negras; l te descifra todos estos signos como si leyese en un libro.
Levant ante la ventana, a contraluz, la crujiente fotografa.
Ah, fjate, por encima del corazn... S, esa mancha blanca es el corazn. A fuerza de
verlo, yo mismo acabo por entenderlo... J usto por encima del corazn, esa especie de lnea
corta... Ests demasiado lejos. Acrcate
Ravinel detestaba aquello. No deseaba saber cmo estn hechos los rganos humanos.
Experimentaba siempre un extrao malestar ante esos fragmentos de esqueleto que la
radiografa revela y poetiza a la vez. Hay cosas que deben permanecer ocultas. Uno no tiene
derecho a mostrarlas. Uno no tiene derecho a violar ciertos secretos. Germn siempre le haba
repugnado a causa de aquella curiosidad monstruosa.
La cicatrizacin est muy adelantada explicaba Germn. Slo que, desde luego,
hay que tener precaucin. De todos modos, es para animarse... Espera, voy a ensearte el
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anlisis de los esputos... Dnde he metido el papel del laboratorio...? La pobre Marta lo pierde
todo... A menos que lo haya enviado ya al Seguro... Pero, por otra parte, Mireya ya te contar.
S, s.
Germn, amorosamente, deslizaba la fotografa dentro del sobre y, por puro placer, sac otra
copia, que contempl inclinando la cabeza.
Tres mil francos cada foto...! Afortunadamente, me van a aumentar la pensin.
Pardiez, es un trabajo bien hecho. Como dice el doctor: Es usted un caso.
La llave dio vuelta en la cerradura. Marta regresaba de misa.
Buenos das, Fernando. Eres muy amable al haber venido. No se te ve a menudo por
aqu.
Marta era un poco agridulce. Se quitaba el sombrero, cuyo velillo doblaba con precaucin.
Siempre llevaba luto por alguien y le gustaba el negro, por lo que tiene de digno y de
distinguido. No ha tenido suerte, murmuraba la gente a sus espaldas.
Van bien los negocios? pregunt Marta, con un deje de sospecha en la voz.
No van mal. No puedo quejarme.
Tienes suerte... Germn, tu medicina.
Ya se haba puesto un delantal y quitaba la mesa, con ademanes vivos y precisos.
Cmo sigue Mireya?
Ha estado aqu hace un, rato dijo Germn. Acababas de irte a misa.
Se ha vuelto muy madrugadora observ Marta.
Ravinel realizaba esfuerzos para comprender.
Perdn, perdn... murmur. Mireya ha venido...? Cundo?
Germn continuaba contando sus gotas, que dejaba caer en un vaso de agua;-diez..., once...,
doce... Arrugaba la frente, rehusaba dejarse distraer...-Trece..., catorce..., quince...
Cundo? repuso Germn con voz ausente. Pues bien, hace una hora. Tal vez un
poco ms... Diecisis..., diecisiete..., dieciocho...
Mireya?
Diecinueve, veinte.
Germn envolvi el cuentagotas en un pedazo de algodn, luego en un papel de seda, alz la
cabeza.
Mireya, s. Qu tiene de extrao...? Qu te ocurre, Fernando...? Qu he dicho?
Espera! cuchiche Ravinel. Espera...! Ha entrado aqu? La has visto?
Pardiez! Que si la he visto? Estaba an en la cama. Ha entrado como de costumbre.
Me ha dado un beso.
Ests bien seguro de que te ha besado?
Vamos, Fernando, no te entiendo.
Marta, que haba entrado en el dormitorio, se acerc un momento a la puerta para observar a los
dos hombres, y Ravinel sac un cigarrillo de su pitillera para ocultar su confusin.
No dijo Germn. Ya sabes, el humo... El doctor me lo ha prohibido..
Es verdad. Disclpame.
Ravinel daba maquinalmente vueltas al cigarrillo entre sus dedos.
Es curioso consigui decir. No me haba advertido.
Quera conocer el resultado de mi radiografa precis Germn.
La has encontrado... normal?
S.
Cuando te ha dado el beso, su piel... En fin, era como de costumbre?
No te comprendo... Pero, bueno, qu te ocurre, Fernando...? Escucha, Marta,
Fernando no parece creer que Mireya haya venido.
Marta se aproxim y Ravinel comprendi en seguida que ella saba algo. Se puso rgido, como
un acusado ante su juez.
Cundo has regresado de Nantes, Fernando?
Ayer..., ayer maana.
Y no haba nadie en la casa?
Ravinel la mir. Nunca haba tenido los ojos ms brillantes, la boca ms apretada.
No. Mireya no estaba.
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Marta asinti con la cabeza varias veces.
Crees t? murmur Germn.
Seguramente es eso afirm Marta.
Ravinel no pudo contenerse.
Hablad, maldita sea! Qu sabis vosotros...? Fuisteis ayer a casa?
Oh! protest Germn, ofendido. En el estado en que estoy!
-Sera mejor que se lo explicases observ Marta, y desapareci silenciosamente en
el dormitorio.
Explicarme qu? pregunt Ravinel. A qu viene todo este misterio?
Clmate recomend Germn. Marta tiene razn... Es mejor que lo sepas... En
realidad, hubiese debido advertrtelo cuando os casasteis. Slo que pens que el matrimonio
precisamente lo arreglara todo. El doctor haba afirmado que...
Germn! Desembucha y terminemos de una vez
Lamento causarte pena, mi pobre Fernando. Bueno, Mireya siente deseos de fugarse.
Marta, desde el fondo del dormitorio, vigilaba a Ravinel. ste senta su mirada, que lo espiaba.
Completamente asombrado, repiti:
Fugarse...? Fugarse?
Oh, no muy a menudo dijo Germn . Eso lo cogi hacia los catorce aos.
Y se iba con hombres?
De ninguna manera. Qu te figuras? Ya te he dicho que son fugas. No sabes lo que
es...? Mireya abandona bruscamente la casa. El mdico nos explic que se trataba de una
perturbacin del carcter. A lo que parece; es frecuente en el momento de la formacin. Tomaba
el tren o bien andaba hasta caer agotada... Cada vez era preciso avisar a la Polica.
Lo que resultaba muy bonito para los vecinos intervino Marta mientras sacuda una
almohada.
Germn se encogi de hombros.
En todas las familias hay alguna cosa. Incluso en las mejores... Despus, la pobre
pequea lo senta mucho... Pero era algo superior a ella. Cuando le daba eso, tena que
marcharse.
Y qu? dijo Ravinel.
Y qu...? Tienes buenas ocurrencias, Fernando. Pues me da la impresin de que
Mireya est sufriendo una crisis. Su ausencia de casa, su paso fugaz por aqu esta maana... En
todo caso, regresar dentro de pocos das, puedo asegurrtelo.
Pero eso es imposible! estall Ravinel.
Germn suspir:
He aqu lo que yo tema. No quiere creernos... Marta, no quiere creernos.
Marta alz una mano, como para prestar juramento.
Me pongo en su lugar. No es una noticia agradable. Yo, cuando he sabido que
Mireya..., en fin... Pobre pequea!, no experimento nada contra ella... Slo que si yo hubiese
tenido voz y voto en el asunto, te habra advertido desde el primer da... Y an, no puedes
quejarte. No tenis hijos. Hubieseis podido tener un rorro con el labio leporino.
Marta!
S lo que me digo. Una vez se lo pregunt al mdico.
Otra vez el mdico! Y las radiografas en una esquina de la mesa. El cuentagotas envuelto en su
papel de seda. Y Mireya que se. fugaba a los catorce aos! Ravinel se cogi la cabeza con
ambas manos.
Basta! murmur. Vais a volverme loco.
As que he llegado me he dado cuenta de que las cosas no iban bien prosegua
Marta. Yo no soy como Germn. l nunca nota nada. Si hubiese estado antes aqu, yo en
seguida habra visto que Mireya no se encontraba en su estado habitual.
Ravinel desmenuzaba su cigarrillo, que no formaba ms que un montoncito negro y blanco
encima de la mesa. Senta tentaciones de coger a los esposos, de golpear una contra la otra sus
cabezas falsamente conmiserativas. Una fuga! Como si Mireya pudiese huir an. Mireya, a
quien l, con sus propias manos, haba enrollado en la tela encerada. Era una confabulacin.
Estaban todos de acuerdo... Pero no... Germn era demasiado estpido. Ya habra metido la
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pata.
Cmo iba vestida?
Aguarda... La he visto un poco a contraluz. Me parece que llevaba el abrigo gris con
el cuello de piel. S, estoy seguro... Y el sombrero. En el primer momento he pensado que iba
muy abrigada para este tiempo. Corre el peligro de pescar un constipado.
Iba tal vez a coger el tren? insinu Marta.
Oh, no. No me ha dado esa impresin, en absoluto. Cuanto ms lo pienso, ms me
extraa no haberle notado un aire un poco raro. Antes, en el momento de sus crisis, se pona
nerviosa, crispada. Lloraba por cualquier tontera. En tanto que esta maana pareca muy
tranquila...
Y, como Ravinel contraa los puos, agreg:
Es una buena muchacha, Fernando.
Marta remova las cacerolas detrs de su cuado y repeta de vez en cuando:
No te molestes... Puedo pasar muy bien.
Pero Ravinel deba cambiar incesantemente de sitio su silla, y cada movimiento le resultaba
costoso de ejecutar. El reloj, un relojito absurdo sostenido por dos ninfas con los senos al aire,
marcaba las diez y veinte. Luciana deba salir de Le Mans. La habitacin se iluminaba poco a
poco con una claridad triste que dejaba los rincones a oscuras y depositaba como un fino
polvillo sobre las paredes, los muebles y los rostros.
Ya s lo que piensas dijo Germn.
Ravinel tuvo un sobresalto.
Crees que ella te engaa, verdad?
Qu imbcil! No, seguramente no estaba fingiendo.
Haras mal si te obcecaras con ideas as. Conozco bien a Mireya. Tal vez en ciertos
momentos sea difcil de comprender, pero es honesta.
Pobre Germn! suspir Marta, que mondaba patatas.
Y eso significaba claramente: Pobre Germn! Qu sabes t de las mujeres?
Germn se irgui.
Mireya? Vamos, vamos! No piensa ms que en su casa y en sus labores. Basta
verla.
Est demasiado a menudo sola murmur Marta. Oh, no es un reproche,
Fernando. T te ves obligado a viajar, desde luego, mas para una mujer joven, imagino que no
siempre resultar divertido. Me replicars que nunca te alejas mucho. Es verdad. Pero la
ausencia siempre es la ausencia.
Yo, cuando estaba prisionero... empez Germn.

Era precisamente esa frase la que hubiese hecho falta evitar. Ahora, Germn, ya
lanzado, iba a contar relatos veinte veces odos. Ravinel ya no escuchaba. Tampoco
reflexionaba. Se sumergi suavemente hasta el fondo de un ensueo algo doloroso. Se
desdoblaba. Regresaba a Enghien, deambulaba por las habitaciones vacas. Si alguien se hubiese
encontrado all, en el mismo instante, sin duda pudiese podido ver flotar una silueta indecisa
semejante a Ravinel. Es que se conocen todos los misterios de la telepata? Germn afirmaba
haberla visto! Pero todos los que han visto apariciones, y forman legin, han credo al principio
que tenan ante ellos seres vivos y reales. Mireya, muerta, haba preferido aparecerse a su
hermano en el preciso instante en que ste, acababa de despertar, no era an capaz de prestar
una atencin suficiente a lo que crea ver. Un caso clsico. Ravinel haba ledo muchos otros,
todos parecidos, en la Revista Metafsica, a la que estaba suscrito antes de su matrimonio. Por
otra parte, estas fugas demostraban que Mireya tena cualidades de mdium. Deba de ser
extremadamente sensible a todas las sugestiones. Incluso ahora! Tal vez bastara pensar en ella
con mucha intensidad, con mucho amor, para inducirla a que se materializase.
Qu ha dicho ella exactamente? pregunt Ravinel.
Germn estaba contando sus embrollos con los enfermeros del stalag. Se interrumpi, algo
ofendido.
Que qu ha dicho ella...? Oh, hazte cargo, no he anotado sus palabras... He sido ms
bien yo quien he hablado, puesto que Mireya quera saber lo de mi radiografa...
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Se ha quedado mucho rato?
Unos minutos.
Hubiese podido esperarme gru Marta.
Precisamente! Si Marta hubiese estado en el apartamento, Mireya no se habra mostrado.
Tambin lo sobrenatural tiene su lgica.
No se te ha ocurrido abrir la ventana, observar en qu direccin se marchaba?
No. Por qu tena que hacerlo?
Lstima! Si Germn hubiese acechado la salida de Mireya, sin duda hubiese comprobado que
su hermana no abandonaba el edificio... Qu magnfica prueba!
No te preocupes demasiado, amigo mo -recomend Germn. Quieres un
consejo...? Pues bien, regresa a Villa Alegra. Tal vez ella est ya all esperndote... Y si est
apenada, ya sabrs consolarla, eh?
Trat de rer sonoramente, tosi, y Marta lo mir con severidad.
Cuando era pequea dijo Ravinel, no fue nunca sonmbula?
Germn volvi a ponerse serio.
Ella, no... Pero yo s, alguna vez. No corra por los tejados al claro de luna, desde
luego,, aunque hablaba dormido, gesticulaba,.. A veces me levantaba y me despertaba en un
pasillo, en otra habitacin. No saba dnde estaba. Era necesario que me acostasen de nuevo y
que me sujetasen las manos. No me atreva a volverme a dormir.
Cualquiera dira que eso te causa placer, Fernando observ Marta con su voz ms
custica.
Y ahora prosigui Ravinel, ya no sufres crisis?
Dios no lo quiera... Bebe con nosotros, Fernando. No te invito a almorzar porque mi
rgimen es bastante especial...
Es preciso que regrese a su casa interrumpi Marta. No puede dejar sola a su
mujer.
Germn sacaba del aparador una botella y vasos minsculos, con pie de plata.
Ya sabes lo que te ha recomendado el mdico observ Marta.
Oh, slo una gota.
Ravinel hizo acopio de todo su valor.
Y si Mireya no ha regresado esta noche? pregunt. Qu os parece que debera
hacer?
Yo esperara. No crees t, Marta? Al fin y al cabo, nada te obliga a salir de viaje
maana mismo. Tal vez de ello dependa tu felicidad, sabes? Cuando ella regrese, si encuentra
la casa vaca... Ponte en su lugar... Creme, pide ocho das de permiso y haz averiguaciones
discretas. Si verdaderamente est sufriendo una crisis, sin duda se ocultar en Pars. Antes,
cuando hua, era siempre para ir a Pars. Pars la atraa, era formidable.
Ravinel, a su pesar, perda pie, acababa por no saber si su mujer estaba muerta o viva.
Brindaron.
A la tuya, Germn.
A la salud de Mireya.
Por su pronto regreso dijo Marta.
Ravinel se bebi de una vez el licor y se pas la mano por encima de los ojos. No. No estaba
soltando. El alcohol le calentaba la garganta. El reloj toc las once. Segua estando en el mismo
lati de la frontera. Saba lo que haba visto con sus ojos, tocado con sus dedos... Por ejemplo,
los morillos. Eso no se refuta fcilmente, unos morillos que pesan bastantes kilos.
Y saldala de parte nuestra.
-Qu...?
Era Marta, que lo acompaaba hasta la puerta. l se haba levantado sin darse cuenta.
Y dale un beso de la ma recomendaba Germn.
S, s.
Senta deseos de gritarle: Si est muerta, muerta... Lo s bien, puesto que he sido yo quien la
ha matado. Se contuvo, porque Marta se sentina demasiado dichosa...
Adis, Marta. No te molestes. Ya conozco el camino.
Ella lo escuchaba bajar, asomada a la barandilla de la escalera.
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Cuando sepas algo de nuevo, avsanos, Fernando!

Ravinel entra en la primera tasca, bebe dos vasos de aguardiente. El tiempo pasa. Da
igual. Con un taxi, llegar a la hora. Lo que cuenta, lo primordial es meditar inmediatamente.
Veamos, yo, Ravinel, estoy en pie, ante un bar. No desvaro. Razono framente. Ya no tengo
miedo. Ayer noche s que lo tena. Era presa de una especie de delirio. Pero ha pasado. Bien!
Examinemos los hechos con toda la calma posible... Mireya ha muerto. Estoy seguro de ello,
porque lo estoy de Ravinel, porque no hay ni una sola laguna en mis recuerdos, porque he
tocado su cadver, porque en este momento estoy bebiendo un vaso de aguardiente y porque
todo esto es la realidad... Mireya est viva. Tambin de eso estoy seguro, porque con su propia
mano ha escrito una carta neumtica que el cartero ha trado, porque Germn la ha visto. No hay
motivo para poner en duda su afirmacin. Slo que, se es el problema! Cmo puede estar a la
vez viva y muerta...? Es preciso que est medio viva y medio muerta... Es preciso que sea un
fantasma. La lgica lo requiere as. No soy yo quien trata de tranquilizarse. Por otra parte, no es
nada tranquilizador. Quiz se me aparezca pronto a m. Yo acepto el hecho porque s que es
posible. Pero Luciana no lo aceptar. A causa de su formacin universitaria. De su manera de
razonar. Entonces? Qu vamos a decirnos?
Bebe un tercer vaso de aguardiente porque tiene fro en su interior. Si no existiese Luciana...
Paga, busca una parada de taxis. Slo faltara que ahora no se encontrase con Luciana.
A Montparnasse, aprisa!
Se reclina en el asiento, se abandona. Empieza a preguntarse si lo que pensaba hace un
instante no es una divagacin de su cerebro fatigado. Y empieza lentamente a convencerse de
que se halla en una situacin sin salida. De todos modos, es una presa fcil para la Polica. Se
siente fatigado. Ayer hubiese querido ver a Mireya. Senta que era posible. Ahora la teme.
Adivina que va a atormentarlo. Cmo podra ella haber olvidado...? Por qu los muertos no
han de recordar...? Otra vez estos pensamientos...! Afortunadamente, el coche se detiene.
Ravinel no espera el cambio. Se precipita. Tropieza con las personas, llega a los andenes. Una
mquina elctrica avanza con lentitud se detiene ante la topera y una marea de viajeros emana
del tren, se esparce por los andenes. Ravinel se acerca al revisor.
-Es el tren de Nantes?
-S.
Una extraa impaciencia lo invade. Se pone de puntillas, casi se disloca el cuello, la
distingue Luciana, sobriamente vestida con un traje oscuro, tocada con una boina, tranquila en
apariencia.
-Luciana!
Se estrechan la mano, sin duda por prudencia.
-Tienes una cara que da miedo, Fernando.
Fernando sonre tristemente.
Es que tengo miedo contesta.



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CAPITULO VIII


Se arrimaron a la barandilla del Metro para escapar a las apreturas..
No he tenido tiempo de reservar una habitacin se disculp Ravinel. Pero no
tendremos dificultad.
Una habitacin! Pero si es absolutamente preciso que me marche a las seis. Tengo
servicio esta noche.
Oh! No irs a...
Qu es lo que no voy a hacer...? A abandonarte? Es lo que quieres decir. Te crees
en peligro... Veamos, no hay por aqu un caf tranquilo donde poder hablar libremente? Porque
he venido sobre todo para hablar, sabes? Para ver si no estas enfermo.
Se quit un guante, cogi la mueca de Ravinel, lo hizo sin hacer caso de los transentes, le
palp el rostro, le pellizc una mejilla.

Has adelgazado, palabra. Tienes la piel amarillenta, blanda, los ojos preocupados.
sa era la fuerza de Luciana. No se preocupaba nunca de la opinin de los otros. Se burlaba de
lo que podan pensar de ella. En medio de los vendedores de peridicos que vociferaban su
mercanca, era capaz de contar los latidos de su corazn, de examinar su lengua o de palpar sus
ganglios. Y ya Ravinel se senta seguro. Luciana, cmo decir... Era la anttesis de la blandura,
de la nebulosidad. Luciana era decidida, incisiva, casi agresiva. Su voz era firme, nunca
vacilaba. Algunas veces hubiese deseado ser Luciana... Y otras la detestaba por los mismos
motivos... Porque haca pensar en un instrumento quirrgico, fro, pulido, niquelado, inslito.
De todos modos, hoy le sera difcil explicar...
Vayamos a la calle de Rennes propuso l. Seguramente encontraremos all
alguna tasca desierta.
Cruzaron la plaza. Era ella quien lo sostena por el brazo, como para guiarlo o impedirle que se
cayese.
No he entendido en absoluto tus dos llamadas telefnicas. Ante todo, se oa mal. Y
luego, hablabas demasiado aprisa. Procedamos con orden. Cuando ayer maana regresaste a tu
casa, el cadver de Mireya haba desaparecido. Es eso?
Eso es, exactamente.
l la acechaba de reojo, preguntndose cmo resolvera el problema ella, que siempre repeta:
No nos precipitemos... Con un poco de sentido comn... Andaban sin dejarse distraer, sin
dejar que sus miradas vagasen por la profunda perspectiva de la calle que se volva azulada
hacia la plaza Saint-Germain, como el fondo de un valle. Ravinel se tranquilizaba. Ahora le
tocaba a ella llevar la carga.
No existen muchas soluciones dijo Luciana. Ha podido la corriente arrastrar el
cuerpo?
Ravinel sonri.
Imposible! Ante todo, casi no hay corriente, lo sabes tan bien como yo. E incluso
admitindolo, el cadver hubiese quedado encallado despus del rebosadero. Lo hubiesen
descubierto a la primera mirada. Ya puedes figurarte que he buscado por todas partes antes de
telefonearte.
Me lo figuro, s.
Empezaba a fruncir las cejas, y l, pese a su inquietud mal disimulada, experimentaba una
verdadera alegra al notar que se quedaba sin saber qu decir, como un candidato sorprendido
por una pregunta fuera de programa.
Quizs alguien ha robado el cuerpo para hacerte un chantaje sugiri Luciana sin
conviccin.
Imposible!
Dejaba caer la palabra con una ligera condescendencia, para humillar a Luciana.
Imposible! He examinado con lupa tal hiptesis; puedo asegurarlo. He llegado
incluso a interrogar a la hija del cartero, una chiquilla que cada maana lleva su cabra a pacer al
prado que queda frente al lavadero.
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Eso has hecho...? No ha sospechado nada, por lo menos?
He tomado precauciones. Por lo dems, la pequea es medio idiota... En resumen, la
hiptesis carece de base. Por qu tena nadie que robar el cadver? Para hacerme chantaje,
como dices, o sencillamente para perjudicarme. Ahora bien, nadie se preocupa de m... Y luego,
date cuenta, robar un cadver... Mira, ah hay un pequeo caf que nos vendr de perlas...
Dos macetas con hortensias, una barra minscula, tres mesas agrupadas alrededor de una estufa,
El dueo lea un diario deportivo ante la caja.
No. No servimos almuerzos... Pero si desean ustedes bocadillos... Muy bien! Y dos
dobles.
El hombre penetr en la trastienda, que se adivinaba exigua. Ravinel apart una mesa para que
Luciana pudiera sentarse. Los autobuses se detenan chirriando ante el caf, soltaban dos o tres
viajeros y reemprendan la marcha. Su masa produca una sombra rpida. Luciana se haba
destocado y apoyaba los codos en el velador.
Y ahora, qu es esa historia del neumtico?
Avanzaba ya la mano. El mene la cabeza.
Se ha quedado all. No he vuelto a acercarme a casa. Pero me s de memoria el
contenido. Escucha: Me veo obligada a ausentarme por dos o tres das. Pero no te inquietes. No
es nada grave... Ejem...! Encontrars provisiones en el armario... Termina el tarro de
mermelada empezado...
Cmo?
S bien lo que digo: Termina el tarro de mermelada empezado antes de abrir otro, y
no te olvides de cerrar bien la espita del gas cuando no necesites ya el fogn. Siempre se te
olvida. Hasta pronto. Recibe un fuerte beso...
Luciana dirigi a su amante una aguda mirada. Despus de un momento de silencio, interrog:
Naturalmente, habrs reconocido la letra.
Naturalmente.
Eso puede imitarse a la perfeccin.
Ya s. Pero no es slo la letra, es el tono. Estoy seguro de que esa carta procede de
Mireya.
Y el matasellos? Es verdadero?
Ravinel se encogi de hombros.
Puestos a preguntar, pregntame si el cartero era un verdadero cartero.
En tal caso, slo se me ocurre una explicacin. Mireya te haba escrito antes de
marcharse a Mants.
Te olvidas de la fecha del matasellos. El neumtico ha sido depositado en Pars el
mismo da. Quin lo hubiese echado al correo?
El dueo regres con bocadillos amontonados en un plato. Sirvi los dos dobles y volvi a
sumergirse en la lectura de su diario. Ravinel baj la voz.
Y adems, si Mireya hubiera sentido el ms pequeo temor, nos habra denunciado.
No se hubiese contentado con comunicarme que quedaba un tarro de mermelada abierto.
Para empezar, no hubiese ido a Nantes observ Luciana. No, conforme a todas
las evidencias no ha podido ser escrita... antes.
Peg un mordisco a un bocadillo. Ravinel se bebi la mitad de su cerveza. Nunca haba
comprendido tan claramente lo absurdo de su situacin. Y senta que Luciana perda poco a
poco su seguridad. Ella dej el bocadillo y empuj el plato.
No tengo hambre. Es tan... inesperado eso que me explicas... Porque, en fin, si esa
carta no ha podido ser escrita antes, an menos la ha podido escribir... despus. Y no contiene
ninguna amenaza, como si quien la ha redactado estuviese privado de memoria.
Muy bien cuchiche Ravinel. Llegas a ello.
Cmo?
Yo ya me entiendo. Prosigue.
Es que precisamente... no lo comprendo.
Se miraron largamente, profundamente. Luciana volvi por ltimo la cabeza y aventur:
Tal vez es un error de identidad.
Esta vez, Luciana se confesaba vencida. Un error de identidad! Haban ahogado a otra
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persona!
No prosigui ella inmediatamente. Es ridculo...! Suponiendo que una mujer
pueda parecerse extraordinariamente a Mireya, cmo podras t haberte confundido...? E
incluso, yo, cuando la he visto muerta... Y esa mujer hubiese acudido a ofrecerse a nuestros
golpes!
Ravinel le dej an un poco de tiempo para que reflexionase. Los autobuses rozaban la acera, se
alejaban con su carga de viajeros, suavemente balanceados en la plataforma. De vez en cuando
entraba un hombre, peda una bebida, lanzaba una ojeada hacia aquella pareja inmvil, que no
coma, que no beba, que no pareca estar jugando al ajedrez.
An no te lo he dicho todo prosigui bruscamente Ravinel. Esta maana Mireya
ha visitado a su hermano.
Una expresin de estupor, luego de miedo, pas por los ojos de Luciana. La orgullosa Luciana!
Ahora la camisa no le llegaba al cuerpo.
Ha subido; le ha dado un beso; han charlado un momento.
Evidentemente convino Luciana, pensativa, la mujer que se le parece poda ser
la otra, la segunda. Pero Germn, lo mismo que nosotros, no se hubiese engaado con una
sustitucin. Dices que le ha hablado, que lo ha besado... Es que otra mujer podra tener la
misma voz, la misma entonacin, los mismos ademanes...? No! Es increble. Las personas tan
idnticas que se confunden son cosas que solamente suceden en las novelas,
Habra an una solucin dijo Ravinel. La catalepsia! Mireya habra presentado
todos los
sntomas de la muerte... y habra recuperado el conocimiento en el lavadero.
Y como ella no pareca comprenderlo: La catalepsia existe prosigui. Hace tiempo le
unos artculos sobre ella.
La catalepsia, despus de cuarenta y ocho horas bajo el agua!
Ravinel presinti que Luciana iba a enfadarse, y, con la mano, le hizo seas para que no alzara
la voz.
Escucha dijo Luciana. Si se tratase de un caso de catalepsia, yo dejara
inmediatamente de ejercer, me entiendes? Porque la medicina no sera ya una ciencia, porque...
Pareca herida en lo vivo. Su boca temblaba. Nosotros los mdicos sabemos reconocer la
muerte. Quieres que te d pruebas? Que te explique cmo he comprobado...? De modo que
te imaginas que firmamos permisos de inhumacin as, de cualquier modo?
Clmate, te lo ruego, Luciana. Se callaron, con los ojos brillantes. Luciana se senta
orgullosa de sus conocimientos, de su posicin. Saba que lo dominaba desde toda la altura de
su profesin. Siempre haba tenido necesidad de la admiracin de l. Y helo aqu que se
permita... Ella lo vigilaba, en espera de una palabra o de un ademn de disculpa.
No hay necesidad de discutir prosigui con su voz de hospital. Mireya est
muerta. El resto, explcalo como quieras.
Mireya est muerta. Y sin embargo, Mireya est viva.
Hablo en serio.
Yo tambin. Creo que Mireya...
Deba confesrselo a Luciana... ? Nunca le haba revelado sus pensamientos ms secretos, pero
saba que ella lo conoca a fondo, sin duda de una manera algo novelesca, pero muy segura. Se
decidi.
Mireya es un fantasma susurr.
Qu?
Lo que oyes: un fantasma. Aparece donde quiere, cuando quiere... Se materializa.
Luciana le cogi otra vez la mueca y l se ruboriz.
Nunca me atrevera a decir una cosa as a segn quin. Te confo un presentimiento,
una suposicin... A m me parece plausible.
Ser preciso que te examine con detenimiento murmur Luciana. Empiezo a
creer que tienes un complejo. No me explicaste un da que tu padre...?
Su rostro se endureci de repente y sus dedos apretaron la mueca de Ravinel hasta hacerle
dao.
Fernando, mrame...! No estars, por ventura, representando una comedia?
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Ri nerviosamente, cruz los brazos, se inclin hacia delante. Desde la calle habra podido
creerse que ofreca la boca a su amante.
No me tomars por una estpida...? Tienes intencin de engaarme por mucho
rato? Mireya est muerta. Lo s. Y querras hacerme creer que su cadver ha sido robado, que
ha resucitado, que se pasea por Pars... Y yo, porque..., s, bien puedo confesarlo, porque te
amo..., me estoy torturando el cerebro.
Ms bajo, Luciana, te lo ruego.
Empiezo a entenderlo... En suma, puedes explicarme lo que quieras. Yo no estaba
presente! Pero, de todos modos, hay lmites que no se pueden sobrepasar. Vamos! Por una vez,
s franco, qu te propones con esto?
Ravinel no la haba visto nunca tan alterada. Casi tartamudeaba de ira, y una mancha plida se
extenda alrededor de las aletas de su nariz.
Luciana! Te juro que no te engao.
Ah, no. No insistas. Estoy dispuesta a aceptar muchas cosas, pero no a creer que un
crculo es cuadrado, que un muerto est vivo, que lo imposible es posible.
El dueo del bar lea, indiferente. Haba visto tantas parejas! Haba escuchado tantas
conversaciones estrambticas! Pero Ravinel, inquieto al sentir aquella presencia detrs de l,
agit un billete.
Oiga, por favor...
Estuvo a punto de disculparse por no haber tocado los bocadillos. Luciana se empolvaba, con el
rostro oculto detrs del bolso. Se levant la primera; sali sin mirar si l la segua.
Escucha, Luciana... Te juro que he dicho la verdad.
Ella andaba con la cabeza vuelta hacia los escaparates, y l no se atreva a levantar la voz, a
causa de los transentes.
Escchame, Luciana!
Resultaba demasiado estpida esta escena que no haba sabido prever. Y el tiempo transcurra,
transcurra. Muy pronto, ella regresara a la estacin, abandonndolo a todas las amenazas,
todos los peligros... Desesperado, le cogi un brazo.
Luciana..., sabes de sobra que no tengo inters...
No? Y el seguro?
Qu quieres decir?
Es bien sencillo. Sin cadver no hay seguro.
Entonces me explicars que la compaa aseguradora no ha pagado. Que t no has cobrado
nada.
Un hombre los contempl con insistencia. Habra tal vez odo la frase de Luciana? Ravinel
mir a su alrededor con ojos atemorizados. Aquella discusin en la calle... Era lo peor de todo!
Luciana! Te lo suplico! Si pudieses imaginar todo lo que he soportado ya...
Entremos ah.
Acababan de cruzar la plaza de Saint-Germain y pasaban junto al jardincillo pegado a la iglesia.
Los bancos estaban mojados. Una luz triste penetraba a travs de las ramas desnudas de los
rboles.
Sin cadver no haba indemnizacin. Ravinel no haba considerado ni un solo instante este
aspecto del problema. Se sent en el extremo de un banco. Esta vez era el final. Luciana
permaneca de pie. junto a l, y con la punta del zapato apartaba las hojas muertas. Los pitidos
de los guardias, el deslizamiento de los vehculos, tenues melodas de rganos que se filtraban a
travs de la puerta acolchada de la iglesia... La vida de los dems! Ah! No ser ms que
Ravinel!
Me abandonas, Luciana?
Perdn, creo que eres t quien...
Ravinel extendi sobre el banco un faldn de su impermeable.
Ven aqu... No iremos a pelearnos precisamente ahora?
Luciana se sent a su vez. Unas mujeres que cruzaban el jardincillo los observaron con
desconfianza. No, aquellos dos no eran unos enamorados como los otros.
Para m, esto nunca ha sido una cuestin de dinero, y t lo sabes bien prosigui l
con cansancio. Y luego, reflexiona un poco... Admitamos que quiera engaarte. Podra
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esperar en serio que t no te enterases nunca de la verdad...? No tendras ms que venir a
Enghien para informarte y lo sabras en seguida.
Luciana se encogi rabiosamente de hombros.
Dejemos lo del seguro. Y si hubieses tenido miedo de llegar hasta el final? Y si
hubieses flaqueado, si hubieses preferido ocultar el cuerpo, enterrarlo?
Pero eso sera an ms peligroso para m. Ya no podra tratarse de un accidente y en
seguida se sospechara de m... En fin, por qu habra inventado el neumtico o la visita a
Germn?
Los escaparates se iluminaban ante la creciente oscuridad. Las luces de posicin de los
vehculos empezaban a brillar, pero an haba claridad en el jardincillo. Era la hora indecisa que
l tema siempre, la hora que, antao, pona punto final a sus juegos en la habitacin estrecha
donde su madre haca calceta, junto a la ventana que se oscureca lentamente, hasta convertirse
en un perfil negro cuyas manos de sombra parecan jugar con cuchillos. Comprenda
bruscamente que ya no podra huir. Estaba listo lo de Antibes!
Es que no te das cuenta murmur l. Si la compaa de seguros no paga, nunca
tendr el valor de.., de...
Siempre ests pensando en ti, mi pobre amigo dijo ella. Si por lo menos
hicieses algo! Pero no. Te refugias en no s qu ensueos fantsticos. Estoy dispuesta a admitir
que el cuerpo ha desaparecido. Qu has hecho para encontrarlo? Un cadver no se pasea solo.
Mireya ha sido siempre propensa a las fugas.
Cmo? Te ests burlando de m!
Desde luego, l comprenda lo absurdo de su observacin. Y sin embargo, adivinaba que aquella
historia de las fugas tena importancia, se relacionaba en cierto modo con la desaparicin del
cadver. Repiti las palabras de Germn, y Luciana se encogi nuevamente de hombros.
Sea! Mireya tena tendencia a huir cuando estaba viva. Pero siempre olvidas que est
muerta. Prescindamos de la carta, de la visita a su hermano...
Era una expresin muy de Luciana: Prescindamos! Fcil de decir.
Lo que importa es el cuerpo. Forzosamente est en algn sitio.
Germn no est loco.
Lo ignoro. Y no quiero saberlo. Me limito a los hechos. Mireya est muerta. Su
cadver ha desaparecido. Todo lo dems no significa nada. As, pues, es preciso buscar y
encontrar ese cadver. Si t no lo buscas, eso demuestra que nuestros proyectos no te interesan.
En ese caso...
El tono significaba claramente que Luciana proseguira por s sola aquellos proyectos, que se
marchara sola. Pas un sacerdote, envuelto en una larga manta. Desapareci por una puertecilla
como un conjurado.
Si lo hubiese sabido dijo Luciana, habra preparado mis planes de otra manera.
Est bien. Volver a buscar.
Ella peg una patada en el suelo.
No se trata de buscar sin conviccin, Fernando. Pareces no comprender que esta
desaparicin es muy peligrosa. Ser preciso que te resignes a avisar a la Polica, un da
u otro.
La Polica repiti l, asustado.
Caramba! Tu mujer no da seales de vida...
Pero y la carta?
La carta...! S, en rigor, puede proporcionarte un pretexto para esperar... Lo mismo
que esa historia de las fugas. Pero, en definitiva, el resultado ser siempre el mismo. Una
sencilla cuestin de tiempo. Habr que decidirse.
La Polica!
S, la Polica... No hay medio de evitarlo. De modo que, creme, no esperes,
Fernando, busca. Busca en serio. Ah, si yo no viviese tan lejos, te aseguro que la encontrara.
Se levant, se estir el abrigo, se meti el bolso bajo el brazo con un ademn seco.
Es la hora y no me interesa viajar de pie.
Ravinel se levant pesadamente. Bueno! No se poda contar ya con Luciana. No haba estado
a punto de abandonarlo cuando la avera de la carretera...? En suma, era normal. No, nunca
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haban sido ms que dos asociados, dos cmplices.
Naturalmente, me tendrs al corriente.
Desde luego suspir Ravinel.
No haban hablado ms que de Mireya y el tema pareca agotado, de modo que no tenan nada
ms que decirse. Ascendieron por la calle de Rennes en silencio. En realidad, ya no estaban
juntos. Bastaba mirarla para comprender que ella siempre conseguira escabullirse. Si la Polica
se volva demasiado curiosa, sera l solo quien pagara, y le constaba. Estaba acostumbrado.
Pagaba desde haca tanto tiempo!
Tambin deseara que te cuidases dijo Luciana.
Oh, sabes...
No bromeo.
Exacto! Luciana no bromeaba nunca. Cundo la haba visto tranquila, sonriente, confiada?
Viva a largo plazo, a semanas y meses de distancia. El porvenir era su refugio, como, para la
mayora de los otros, el pasado. Qu esperaba del porvenir? l nunca se lo haba preguntado,
por una especie de temor supersticioso. No estaba muy seguro de ocupar un lugar importante en
ese porvenir.
Lo que me has dicho antes me inquieta prosigui ella.
Ravinel comprendi a lo que se refera y, bajando la voz, asegur:
Sin embargo, eso lo explicara todo.
Luciana le cogi el brazo y se le aproxim un poco.
Has credo ver la carta, no es cierto? S, cario, empiezo a comprender lo que te
ocurre. He hecho mal en excitarme. Siempre debera razonar como mdico... Los mentirosos no
existen. Slo hay personas enfermas. De momento he credo que queras hacerme una jugarreta.
Hubiese debido pensar que el viaje de la otra noche... Y todo lo que precedi ha agotado tu
resistencia.
Pero, puesto que Germn, por su parte... .
Deja a Germn. Su testimonio es de lo ms dudoso, y t seras el primero en
reconocerlo si estuvieses en estado de reflexionar. Tendr que enviarte a que te vea Brichet. Te
har un psicoanlisis.
Y si hablo? Y si lo cuento todo?
Luciana alz la cabeza con un movimiento brusco que hizo sobresalir su barbilla. Desafiaba a
Brichet y a todos los confesores; desafiaba al bien y al mal.
Si tienes miedo de Brichet, no lo tendrs de m. Yo misma te examinar. Y te
prometo que no vers ms fantasmas. Entretanto, voy a darte una receta.
Se detuvo bajo un farol, sac una libreta de su bolso y se puso a escribir. Ravinel senta
confusamente lo chocante y falsa que era aquella escena. Luciana intentaba tranquilizarlo. Pero
sin duda pensaba ya en que no regresara, que no lo vera ms y que l estaba perdido sin
remedio, como un soldado a quien se abandona en su puesto, en la tierra de nadie, mientras se le
afirma que el relevo no tardar en llegar.
Toma...! Receto casi nicamente calmantes. Trata de dormir, cario. Desde hace
cinco das vives con los nervios de punta. Eso puede acabar mal, sabes?
Llegaban a la estacin. El Dupont estaba iluminado. Los vendedores de diarios, los taxis, la
muchedumbre... De segundo en segundo, Luciana se converta en una extraa. Compr unas
cuantas revistas. Se vea capaz de leer!
Y si yo tambin me marchase?
Fernando, ests loco? Tienes que desempear tu papel.
Y pronunci esta asombrosa frase:
Al fin y al cabo, Mireya era tu mujer.
Cualquiera creera que ella no experimentaba ningn sentimiento de culpabilidad. l haba
deseado que su mujer desapareciese. Luciana le haba prestado su inteligencia, su iniciativa, a
cambio de una participacin en los beneficios. Su responsabilidad no pasaba de ah. All se las
arreglara l. Pens lo que no era menos asombroso que Mireya y l estaban muy solos.
Sac un billete de andn y sigui a Luciana.
Vas a regresar a Enghien? pregunt ella. Sera preferible. Y desde maana,
empieza a buscar a fondo.
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A fondo repiti l con irona dolorosa.
Pasaron junto a una hilera de vagones desiertos y franquearon por un puente una larga avenida
balizada con luces que parecan unirse, muy lejos, bajo un cielo gris de hinchazones plidas.
No te olvides de pasar por tu casa. Pdeles un permiso. No te lo negarn... Y luego,
lee los diarios. Es posible que te enteres de algo.
Todo eso no eran ms que consuelos. Palabras vacas. Una manera de llenar el silencio, de
lanzar entre ambos una pasarela frgil que se hundira al cabo de unos pocos minutos para caer
en un profundo abismo. Ravinel hizo cuestin de honor el jugar el juego hasta el final. Busc un
compartimiento; encontr un rincn en un vagn nuevo que ola a barniz. Y Luciana insisti en
permanecer en el andn todo el tiempo posible. Fue preciso que un empleado le hiciese un
ademn. Bes a Ravinel con una violencia que lo dej sorprendido.
Ten valor, cario. Telefoname!
El tren arranc muy lentamente. El rostro de Luciana se alejaba: no era ms que una mancha
blanca. Otros rostros, en las ventanillas, pasaban, y todos los ojos miraban a Ravinel. Se subi el
cuello del abrigo. Se senta mal. El tren se precipitaba hacia una lejana agujereada por seales
policromas. Ravinel dio media vuelta e irgui la cabeza.
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CAPTULO IX

Antes de dormirse, Ravinel pens durante mucho rato en las palabras de Luciana: Un
cadver no se pasea solo. A la maana siguiente, tras las primeras vacilaciones del despertar,
descubri de repente un detalle que hasta entonces se le haba escapado. Algo tan sencillo que le
hizo permanecer inmvil, con el rostro crispado y la cabeza llena de tumulto. Los documentos
de identidad de Mireya estaban en su bolso, y ste se encontraba en Enghien, en la casa. As,
pues, no haba nada que permitiese identificar el cuerpo. Si los ladrones se haban
desembarazado de su fardo comprometedor, si se le hubiese descubierto... Pardiez! Y adonde
van los cadveres annimos? Al depsito!

Ravinel se arregl apresuradamente y luego telefone al bulevar de Magenta para
solicitar varios das de permiso. Ninguna dificultad. A continuacin busc en el listn telefnico
la direccin del depsito, y record a tiempo que se llama oficialmente Instituto Mdico-Legal...
En la plaza Mazas, es decir, en el muelle do La Rap, a dos pasos del puente de Austerlitz. Por
fin! Iba a saber...

Haba dormido en el hotel de Bretaa y al salir volvi a encontrar la explanada de la
estacin Montparnasse, pero tuvo dificultad en orientarse. Una espesa niebla verdosa
transformaba la plaza en una especie de meseta submarina, surcada de formas extraamente
luminosas. El Dupont se asemejaba a un trasatlntico hundido con todas las luces encendidas:
Brillaba muy lejos, en el fondo de las aguas, y Ravinel debi andar mucho rato para alcanzarlo.
Se bebi un caf, en pie junto al mostrador, al lado de un empleado de ferrocarriles que
explicaba al camarero que todos los trenes llevaban retraso y que el 602, procedente de Le
Mans, haba descarrilado en las proximidades de Versalles.

Y el servicio meteorolgico afirma que esta basura va a durar varios das. A lo que
parece, en Londres los transentes han de circular con linternas elctricas.
Ravinel experiment una inquietud sorda. Por qu la niebla? Por qu precisamente hoy?
Cmo reconocer, entre las siluetas que nos rozan, las que pertenecen a los vivos y las que...?
Absurdo! Pero, cmo hacer para impedir que esta bruma viscosa penetre en el pecho, d
vueltas lentamente en el interior de la cabeza como una nube de opio? Alternativamente, todo se
vuelve falso o verdadero.

Ech un billete en el mostrador, se aventur sobre la acera. Ya a sus espaldas las luces
perdan todo el vigor, cesaban de ser protectoras. J unto al paso de peatones empezaba el vaco
hmedo, la extensin indistinta donde yacan mezclados los motores, los faros blancos como
ojos sin mirada, los ruidos de pasos, ruidos de pasos hasta el infinito, sin que hubiera medio de
saber quin andaba. Un taxi se detuvo ante el Dupont y Ravinel se apresur. No se atrevi a
decir:
Al depsito de cadveres! y balbuceo explicaciones confusas que el taxista
escuch con aire de aburrimiento.
Bueno, mejor ser que se decida. A dnde quiere ir?
Al muelle de La Rape.
El taxi arranc tan brutalmente que Ravinel cay de espaldas sobre al asiento. Lament
en seguida su decisin. Qu iba a hacer en el depsito? Qu dira? En qu trampa ira a caer?
Porque haba una trampa en algn sitio. Una trampa cebada con un cadver. De repente le
pareci ver los garlitos, los extraos mecanismos de alambre cuyo manejo explicaba a sus
clientes. Ah ata usted un pedazo de carne o de tripa de gallina... Lo sumerge de cara a la
corriente, entre las hierbas... El pez ni siquiera nota que est preso. Haba una trampa en alguna
parte.
Un frenazo hizo chirriar los neumticos, y Ravinel casi cay de bruces. El taxista,
asomado a la portezuela, lanzaba invectivas contra la niebla, contra el transente invisible.
Reemprendi la marcha con una sacudida. De vez en cuando limpiaba el parabrisas, ante sus
ojos, con el canto de la mano, sin cesar de murmurar. Ravinel no reconoca el bulevar. No saba
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ya en qu barrio estaban. Acaso el propio taxista formaba parte de la trampa? Porque Luciana
tena razn: un cuerpo no se volatiliza. Mireya era tal vez capaz de manifestarse, de reaparecer,
pero era un problema aparte, un asunto entre Mireya y l. Mientras que el cuerpo... Por qu
tenan que haberlo robado y luego abandonado? Qu se proponan? La amenaza proceda de
Mireya, del cuerpo de Mireya, o de ambos a la vez? Planteada as, la pregunta tena algo de
alucinante, pero cmo plantearla de otra forma?

Unas luces desfilaron por la derecha, confusas, temblorosas, sin duda la estacin de
Austerlitz. El taxi vir y se sumergi en una especie de algodn donde la luz de los faros
quedaba ahogada. El Sena deba discurrir muy prximo, pero por la portezuela no se vea ms
que una nube inmvil y, cuando el taxi se detuvo, un gran silencio, apenas turbado por el motor
a marcha lenta, rode a Ravinel, un silencio de bodega, de subterrneo, un silencio que adquira
el valor de un aviso. El auto, oculto por la bruma, se alej lentamente y Ravinel distingui el
ruido del agua, el de las gotas que caan de los aleros, los chapoteos de la tierra empapada, el
murmullo de un arroyo, rumores vagos, fluidos como los de un pantano. Record el lavadero y
su mano se dirigi al revlver. Era el nico objeto duro en el que poda apoyarse, en medio de la
descomposicin universal del espacio. Tante a lo largo del parapeto. La niebla le rozaba los
pies, se enrollaba alrededor de sus tobillos como una hilacha fra. Levantaba las piernas
instintivamente, como un pescador que se aventura sobre un fondo movedizo. El edificio se
irgui de repente ante l como surgido de la tierra. Ascendi los escalones, entrevi al fondo de
un vestbulo una camilla con ruedas de goma y empuj una puerta.

Un escritorio, unos archivadores y una lmpara verde que formaba en el suelo un gran
crculo luminoso. Un radiador sobre el que ronroneaba una cacerola llena de agua. Haba vapor,
humo de tabaco y niebla. La pieza ola a humedad y a desinfectante. El empleado estaba sentado
detrs de la mesa, con su gorra, provista de un escudo de plata, echada hacia la nuca. Un hombre
haca como que se calentaba ante el radiador. Llevaba un abrigo remendado y brillante a la
altura de los riones, pero tena zapatos nuevos que crujan cuando andaba. Los dos observaron
a Ravinel, que se adelant con desconfianza.
Qu desea? pregunt el empleado mientras se balanceaba en su silla.
Era exasperante sentir la presencia del otro, detrs, escuchar el ligero chirrido de sus zapatos.
Vengo por mi mujer dijo Ravinel. He regresado de un viaje y no est en casa. Su
ausencia me inquieta.
El empleado ech una ojeada al hombre, y Ravinel tuvo la impresin de que se esforzaba para
no sonrer.
Habr dado parte a la comisara... Dnde vive usted?
En Enghien... No. Todava no he avisado a nadie.
Ha hecho usted mal.
No lo saba.
La prxima vez lo sabr.
Desconcertado, Ravinel se volvi hacia el hombre. ste, con las manos muy prximas
al radiador, paseaba distradamente su mirada por el vaco. Era grueso, con bolsas bajo los ojos
y una papada color de cera que casi ocultaba el cuello de la camisa.
Cunto hace que ha regresado usted de viaje?
Dos das.
Es la primera vez que su esposa se ausenta?
S... Es decir, no... Cuando era muy joven.
alguna vez se fugaba. Pero hace aos que...
Qu teme usted exactamente...? Un suicidio?
No lo s.
Cmo se llama usted? Aquello se pareca cada vez ms a un interrogatorio. Ravinel
estuvo a punto de protestar, de poner en su sitio a aquel individuo que lo examinaba de arriba
abajo, mientras se pasaba la lengua por los dientes. Pero tena que enterarse a cualquier precio.
Ravinel... Fernando Ravinel. Cmo es su esposa...? Qu edad tiene?
Veintinueve aos. Alta...? Baja?
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Mediana. Aproximadamente un metro sesenta.
Cabello, de qu color? Rubio.

El empleado segua balancendose con las manos apoyadas en el borde de la mesa. Sus
uas aparecan mordidas, y Ravinel se volvi hacia la ventana, cuyos cristales eran opacos.
Cmo va vestida?
Lleva un traje sastre azul marino. En fin, lo supongo.
Era tal vez un error, pues el empleado mir hacia el radiador, como si tomase al desconocido
por testigo.
No sabe cmo va vestida su esposa? No. En general lleva un traje sastre azul,
pero a veces se pone encima un abrigo con cuello de piel.
Debera haberlo comprobado. El empleado se alz la gorra, se rasc el crneo, volvi
a ponrsela.
La nica que veo es la ahogada del puente de Bercy...
Ah! Han encontrado...
Todos los diarios de anteayer hablaron de ello. Es que usted no los lee?
Ravinel tena la impresin de que el hombre que estaba a su espalda no dejaba de mirarlo.
Esprese dijo el empleado.

Dio un cuarto de vuelta apoyado en una pata de la silla, se levant y desapareci por
una puerta junto a la que haba dos percheros. Ravinel, algo perdido, no se atreva a moverse. El
otro segua examinndolo, estaba seguro. A veces chirriaba un zapato, casi imperceptiblemente.
La espera se haca horrible. Ravinel imaginaba hileras de cuerpos en las estanteras. El sujeto de
la gorra deba pasearse ante esas estanteras como un bodeguero que busca un Haut-Brion
1939 o un champaa de etiqueta dorada. La puerta se abri.
Quiere usted pasar?

Haba un corredor y se desembocaba en una sala con mosaicos en las paredes, dividida
en dos por un cristal inmenso. El menor ruido despertaba un eco interminable. De la lmpara
que colgaba del techo descenda una luz cruda, que se multiplicaba en reflejos lvidos. Haca
pensar en una pescadera despus de la hora de mercado. Ravinel senta casi tentaciones de
buscar por el suelo restos de algas y pedazos de hielo. Distingui a un guardin que empujaba
un carrito.
Acerqese. No tenga miedo.
Ravinel se apoy en el cristal. El cuerpo se deslizaba hacia l, y crey ver a Mireya saliendo de
la baera, con los cabellos pegados y su ropa mojada dibujndole los muslos. Reprimi una
especie de hipo; sus manos se posaron sobre el cristal; su aliento empa la pared transparente.
Bueno, qu! Examnela! dijo el empleado jovialmente.
No. No era Mireya. Y era an ms terrible.
Qu?
No.
El empleado hizo un ademn, y el carrito desapareci remolcado por el guardin.
Ravinel se sec el sudor de su rostro.
La primera vez impresiona un poco coment el de la gorra. Pero puesto que no
es su esposa...
Volvi a conducir a Ravinel al despacho y se sent.
Lo lamento. En fin, es una manera de hablar. Si tenemos algo nuevo, ya le
avisaremos. Su direccin?
Villa Alegra, en Enghien.
La pluma raspaba. El otro segua junto al radiador, inmvil.
En su lugar, yo avisara a la Polica.
Muy agradecido balbuci Ravinel.
Oh, no hay de qu.
Se encontr fuera, con las piernas flccidas y los odos silbantes. La niebla continuaba siendo
igualmente espesa, pero un resplandor rojizo la penetraba, la tea, le confera una consistencia
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de muselina, de tela mojada. Ravinel pens en el Metro, muy cercano. Se orient, cruz la calle.
Los vehculos ya no circulaban. Los ruidos, deformados, parecan bogar en el silencio,
caminando a lo largo de complicadas pistas. Algunos procedan de muy lejos; otros moran en
seguida, y uno tena la impresin de ir escoltado por presencias, formar parte de un mundo en
marcha, de una especie de entierro solemne y secreto. De vez en cuando, un farol brillaba
tenuemente, velado por un crespn grisceo y flotante. Mireya no estaba en el depsito. Qu
dira Luciana...? Y la compaa de seguros? Haba que avisarla.,.? Ravinel se detuvo. Se
senta ahogar. Entonces oy chirriar unos zapatos cerca de l. Tosi. Los pasos se detuvieron.
Dnde? A la derecha? A la izquierda...? Ravinel reemprendi la marcha. El chirrido volvi a
orse, algunos metros ms atrs. Ah! Eran muy listos. Qu bien haban sabido atraerlo al
depsito...! Pero no... Nadie poda saber... Ravinel tropez con un bordillo. Vislumbr una
silueta que se apartaba y se sumerga en la bruma. La boca del Metro deba abrirse a poca
distancia. Ravinel corri, cruzndose con otras siluetas, sorprendiendo rostros que parecan
modelarse en aquel mismo lugar, en la propia materia de la niebla, para luego deformarse y
derretirse como cera. El chirrido segua siendo perceptible. Querra tal vez matarlo el hombre?
Un cuchillo que surge de la bruma, un dolor agudo, nunca : experimentado... Pero por qu?
Por qu? Ravinel no tena enemigos..., exceptuada Mireya. Cmo poda ser Mireya su
enemiga? No, no era eso.

El Metro... Y de repente los cuerpos volvan a ser visibles, hombres y mujeres que se
recomponan, que brillaban a causa de las mil gotitas adheridas a sus abrigos, a sus cabellos, a
sus cejas. Ravinel esper al hombre al pie de la escalera. Vio sus zapatos en el borde del escaln
ms alto, su abrigo de bolsillos abultados. Pas al andn. El hombre lo segua. Sera tal vez l
quien haba robado el cadver? Y ahora se dispona a dictar sus condiciones.
Ravinel subi en el coche delantero; adivin el abrigo que se meta dos puertas ms atrs. Al
lado de Ravinel, un guardia lea L'Equipe. Estuvo a punto de tirarle de la manga, de decirle:
Me siguen. Estoy en peligro. Pero no se burlaran de l? Y si por casualidad lo tomaban en
serio y le pedan explicaciones? No. No haba nada que hacer. Nada.

Las estaciones desfilaban con sus anuncios gigantescos. Las curvas apretaban el cuerpo de
Ravinel contra el del guardia, que contemplaba la airosa silueta de un saltador de prtiga.
Despistar el perseguidor? Esto representaba demasiados esfuerzos, astucia, fintas. Era
preferible esperar. Mereca la vida ser defendida con tanta aspereza?
Ravinel se ape en la estacin del Norte. No tena necesidad de volverse. El hombre segua
detrs. As que la muchedumbre se haca menos densa, se alargaba por los corredores, el
chirrido se reanudaba, obstinado. Quieren azararme!, pens Ravinel. Lleg al vestbulo de la
estacin, adquiri su billete delante del desconocido, que igualmente pidi uno para Enghien. El
reloj de la estacin sealaba las diez y cinco. Ravinel busc un coche desocupado. El hombre se
vera obligado a descubrirse a mostrar su juego. Ravinel se instal, coloc un diario frente a l,
sobre el asiento, como para reservar el sitio. Y el hombre apareci. Seal el rincn.
Me permite?
Le estaba esperando dijo Ravinel.
El hombre se sent pesadamente, despus de haber apartado el diario.
Deseado Merlin murmur. Inspector de Polica retirado.
Retirado?
Ravinel no haba podido reprimir la pregunta. Comprenda cada vez menos.
S afirm Merlin. Le pido perdn por haberle seguido.
Tena ojos azules, muy plidos, muy vivos, que contrastaban con el abotargamiento de
su rostro. Pareca bonachn, con los codos apoyados en sus enormes muslos y la cadena del
reloj cruzndole el chaleco. Mir a su alrededor y luego, inclinndose hacia delante, habl:
Hace un rato, por una verdadera casualidad, he escuchado su conversacin y he
pensado que podra serle til. Dispongo de muchas horas libres y de veinticinco aos de
experiencia. En fin, me he encontrado con docenas de casos como el suyo. Una mujer
desaparece, su marido la cree muerta, y luego, el da menos pensado... Crame, querido seor, a
menudo es preferible esperar antes de poner en movimiento a la Polica oficial.
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El tren arranc, arranc lentamente por un paisaje sin contornos en el que se
desplazaban manchas luminosas. Merlin toc la rodilla de Ravinel y prosigui con voz de
confesor:
Estoy muy bien situado para efectuar ciertas investigaciones y puedo indagar sin
ruido, sin alboroto, discretamente... Desde luego, no hara nada ilegal, pero no existe motivo
alguno para suponer. ..
Ravinel pens en los zapatos chirriantes y se tranquiliz. Aquel Merlin tena cara de buena
persona. Deba estar al acecho de pequeos asuntillos, lo que explicaba su presencia en el
Instituto Mdico-Legal. La jubilacin de un inspector no deba de ser muy importante. Pues
bien, llegaba a tiempo el tal Merlin. Tal vez l conseguira encontrar...
En efecto, creo que podra usted ayudarme asinti Ravinel. Soy viajante de
comercio, y en general regreso a mi casa todos los sbados.
Pues bien, anteayer no encontr a mi esposa en casa. He tenido paciencia durante dos das, y
esta maana...
Permtame ante todo que le haga unas preguntas cuchiche Merlin tras una nueva
mirada circular. Cunto tiempo llevan ustedes casados?
Cinco aos. Mi mujer se ha mostrado siempre muy formal y no creo que... Merlin
levant su mano rolliza. Aguarde! Tienen hijos? No.
Y los padres de usted? Han muerto. Pero no relaciono... Djeme hablar. Estoy
acostumbrado. Y los de su esposa?
Tambin han muerto. Mireya no tiene ms familia que un hermano, casado, que vive
en Pars. Bien. Ya veo... Una mujer joven, que vive sola... Alguna enfermedad importante?
Ninguna. Hace tres aos padeci fiebre tifoidea. Es muy robusta. Con toda seguridad
mucho ms que yo.
All en el depsito ha hablado usted de fugas. Las ha observado personalmente?
No. Mireya siempre me ha parecido muy equilibrada. A menudo estaba nerviosa,
irritable. Pero, en el fondo, no ms de lo corriente.
Habr que verlo! De momento, trato de hacerme una idea... Se ha llevado algn
arma? No. Y sin embargo haba un revlver en la casa.
Ha cogido dinero?
No. Incluso olvid su bolso. Contiene varios billetes de mil. Guardamos poco dinero
en efectivo.
Era... Quiero decir: es ahorradora?
S, bastante.
Observe que, a espaldas de usted, muy bien ha podido hacer economas importantes.
Recuerdo un caso ocurrido en mil novecientos cuarenta y siete...
Ravinel escuchaba cortsmente. Miraba el cristal rayado por las gotas, la va descendente, poco
a poco visible entre la niebla, que se aclaraba en ciertos puntos. Tena razn? Estaba
equivocado? Ya no lo saba. Desde el punto de vista de Luciana, proceda sensatamente, sin
duda alguna. Pero y desde el punto de vista de Mireya...? Se sobresalt. Aquella reflexin era
estpida. Y no obstante... Soportara Mireya la intrusin de aquel polica? Merlin hablaba,
volcaba con nostalgia sus recuerdos, y Ravinel se esforzaba en no pensar ms, en no prever ms.
Ya se vera. Las circunstancias indicaran la decisin que haba que tomar.
Qu?
Le pregunto si su esposa no se ha llevado en realidad ningn documento.
No. Tanto su tarjeta de identidad como su tarjeta electoral estn en el bolso.
El vagn traquete al pasar un desvo y aminor la marcha.
Estamos llegando dijo Ravinel.
Merlin se levant y busc su billete entre los papeluchos que se amontonaban en sus bolsillos.
Evidentemente, la primera hiptesis que a uno se le ocurre es la de su fuga. Si su
esposa se hubiese suicidado, se habra encontrado el cadver. Imagnese! Al cabo de dos das...
Sin embargo, era ese cuerpo lo que haba que encontrar. Pero cmo explicrselo a Merlin? La
pesadilla empezaba de nuevo. Ravinel sinti deseos de pedir al hombretn sus documentos de
identidad. Pero el otro deba de haber adoptado sus precauciones. La peticin no lo cogera por
sorpresa. Aparte que, por qu dudar? No era lo ms verosmil que se tratase de verdad de un
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inspector? No, no haba nada que hacer. Merlin saltaba ya al andn y esperaba a Ravinel.
Imposible huir.
Vamos! dijo Ravinel con un suspiro. La casa est a unos minutos de
camino.
Anduvieron entre la niebla, que los aislaba mejor que una pared. Los zapatos chirriaban
con ms fuerza, y Ravinel deba hacer acopio de toda su fuerza y voluntad para no ceder al
pnico. La trampa! Estaba en la trampa, Merlin... Es usted verdaderamente... ? Qu?
No, nada... Mire, sta es la entrada de la calle. La casa queda al fondo.
Es usted afortunado al poderse orientar en medio de esta negrura.
Es la costumbre, inspector. Regresara a mi casa con los ojos cerrados.
Sus pasos resonaron sobre el cemento, ante la verja, y Ravinel sac las llaves.
Nunca se sabe... Tal vez haya algo en el buzn del correo dijo Merlin.
Ravinel abri la portezuela, y el polica desliz la mano en el buzn. Nada.
Me hubiese sorprendido gru Ravinel. Abri la puerta de la casita y entr
rpidamente en la cocina, donde escamote la carta que haba quedado encima de la mesa, y
quit el cuchillo hundido en la puerta.
Es una casita agradable coment Merlin. Un diminuto hogar como ste fue mi
sueo en otro tiempo.
Se frot las manos y se quit el sombrero, descubriendo un crneo casi calvo, donde el
sombrero haba dejado una seal roja.
Ensemela, quiere?
Ravinel lo introdujo en el comedor, despus de haber apagado la luz de la cocina, por
costumbre.
Ah! He aqu el bolso! exclam Merlin.
Lo abri y, sacudindolo boca abajo, vaci el contenido sobre la mesa.
No hay llaves? pregunt mientras esparca con un dedo la polvera, el mechero, el
pauelo, la barrita de carmn y un paquete empezado de cigarrillos High-Life.
Las llaves? Ravinel haba olvidado completamente ese detalle.
No! neg para zanjar el asunto. La escalera est por aqu.
Subieron al piso. En el dormitorio, la cama mostraba an las huellas del cuerpo de Ravinel.
Ya veo! dijo Merlin. Qu es esa puerta?
El armario empotrado.
Ravinel lo abri y apart los vestidos.
No falta nada, a excepcin de un abrigo con el cuello de piel, pero mi mujer tena
intencin de hacerlo teir y es muy posible...
Y el traje sastre azul? Usted ha dicho en el depsito...
S, s... El traje sastre falta tambin.
Zapatos?
Estn todos aqu, por lo menos los nuevos. Mireya regalaba sus prendas usadas. De
modo que, cmo saberlo?
Y esa habitacin?
Mi despacho. Entre, inspector. Disculpe el desorden,.. Sintese en esta butaca. Tengo
ah una botella de licor. Eso nos reconfortar.
Sac de un archivador una botella que contena todava un poco de coac. Pero no haba ms
que un vaso.
Sintese. Ahora vuelvo. Voy a buscar otro vaso.
La presencia de Merlin lo tranquilizaba un poco, le permita sentirse confiado en la casa. Baj la
escalera, atraves el comedor, entr en la cocina y se detuvo bruscamente ante la ventana. All,
detrs de la verja, aquella silueta...
Merlin!
El grito debi de ser espantoso, pues el inspector se precipit, baj dando tumbos y compareci,
muy plido.
Qu? Sucede algo?
All...! Mireya!
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CAPTULO X

No haba nadie en la calle. Ravinel saba ya que Merlin perda el tiempo, que era intil
correr, buscar.
En fin, est usted seguro, Ravinel?
El polica regresaba sin aliento. Haba ido hasta el extremo de la calle.
No. Ravinel no estaba seguro. Haba credo... se esforzaba por revivir su impresin exacta, pero
hubiese necesitado calma, silencio, y el otro acababa de aturdirlo con sus preguntas, sus idas y
venidas, sus amplios ademanes. La casa resultaba demasiado pequea, demasiado frgil para un
hombre como Merlin.
Veamos, Ravinel haba suprimido espontneamente el seor, me distingue
usted?
El inspector se haba alejado, se haba colocado detrs de la verja y deba gritar para
hacerse or. Era ridculo. Pareca que estuviesen jugando al escondite.
Venga... Contsteme.
No. No veo nada.
Y aqu?
Tampoco.
Merlin regres a la cocina. Vamos, Ravinel. Confiselo. No ha visto usted nada. Est
alterado. Tontamente, ha confundido el poste con...
El poste? Al fin y al cabo, quizs era la explicacin sensata... Y sin embargo, no.
Ravinel recordaba que la sombra se haba movido. Se dej caer en una silla. Merlin, a su vez,
pegaba el rostro al cristal de la ventana.
En todo caso, no poda usted reconocer... Por qu ha gritado Mireya?
El inspector se volvi. Aplastaba su papada contra el pecho y miraba a Ravinel con aire
suspicaz.
Oiga! No estar tratando de engaarme? Se lo juro, inspector!
Ya ayer haba jurado a Luciana. Qu les ocurra a todos que desconfiaban de l?
Bueno, reflexione un poco. Si hubiese habido alguien en la calle, forzosamente habra
odo sus pasos. No he tardado ni diez segundos en llegar a la verja.
No es seguro. Usted mismo haca mucho ruido.
Eso es! Ahora resultar que la culpa es ma. Merlin respiraba ruidosamente y sus
mejillas temblaban. Para calmarse trat de liar un cigarrillo.
Y adems, me he detenido un instante en la acera para escuchar. Y qu?
Qu? No creo que la niebla impida or los pasos.
De qu serva insistir, discutir, explicarle que Mireya se haba vuelto silenciosa como
la noche, impalpable, inalcanzable como el aire? Tal vez ella estuviese all, muy prxima a
ellos, esperando la marcha del importuno para manifestarse de nuevo. Hacer buscar un alma
por un inspector de Polica! Grotesco! Cmo haba podido esperar en serio que aquel
Merlin...?
No existen demasiadas soluciones prosigui el polica. Ha sufrido usted una
alucinacin. Yo, en su lugar, ira a ver un mdico. Se lo explicara todo...: mis sospechas, mis
temores, mis visiones...
Pas la lengua por el cigarrillo, dej vagar lentamente la mirada por las paredes, por el techo,
como si quisiera impregnarse bien de la atmsfera de la casa.
No deba de ser muy agradable para su esposa estar siempre aqu observ. Y
adems, un marido... Hum...
Volvi a ponerse el sombrero, se abroch con calma el abrigo, dominando con su estructura a
Ravinel, que permaneca sentado.
Su esposa se ha marchado, sencillamente y tengo la impresin de que no toda la culpa
es de ella.
He aqu lo que pensara la gente, puesto que no era posible decirles: He matado a mi mujer.
Est muerta. No poda ya contar con nadie. Estaba bien listo.
Cunto le debo, inspector?
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Merlin dio un respingo.
Pero... Perdn. Yo no quera... En fin, si est usted seguro de haber visto algo...
Ah, no! No iban a empezar de nuevo. Ravinel sac su billetero.
Tres mil? Cuatro mil?
Merlin aplast su cigarrillo en el suelo. De repente pareci muy viejo, necesitado,
lastimoso.
Lo que le parezca murmur, y mir hacia otra parte, mientras su mano palpaba la
mesa y se cerraba sobre los billetes.
Hubiese deseado serle til, seor Ravinel... En fin, si se produce algn nuevo
acontecimiento, desde luego estoy a su disposicin Aqu tiene mi tarjeta.

Ravinel lo acompa hasta la verja. El inspector desapareci inmediatamente entre la
bruma. Pero el chirrido de sus zapatos continu siendo audible mucho rato. Desde su punto de
vista, tena razn. La niebla no impide or los pasos de alguien que ande.
Ravinel regres a la casa, cerr la puerta, y el silencio se abati sobre l. Estuvo a punto de
gemir y se apoy en la pared del recibidor; Esta vez, estaba seguro, algo se haba movido. Tanto
daba que todos lo creyesen enfermo. l saba que lo haba visto. Y tambin Germn afirmaba
haber visto. Pero y Luciana? Ella no slo haba visto. Haba tocado, palpado la carne helada.
Haba hecho la prueba. Entonces?

Ravinel se pellizc, se mir las manos. No haba error posible. Un hecho es un hecho.
Regres a la cocina y se dio cuenta de que el reloj estaba parado. Experiment una especie de
satisfaccin amarga. Si se encontrase enfermo, se habra fijado en aquel detalle? Se detuvo ante
la ventana para revivir la experiencia. Ah! El buzn. Haba una mancha blanca detrs de la reja
del mismo. Ravinel sali, se acerc con pasos lentos, como para sorprender una bestia
dormida... Una carta! Y aquel idiota de Merlin no haba visto nada. Ravinel abri el buzn. No
era una carta, sino un pedazo de papel doblado por la mitad.

Cario:

Lamento muchsimo no podrtelo explicar an... Pero sin duda regresar
esta tarde o esta noche. Besos.

La letra de Mireya...! La nota estaba escrita con lpiz, pero no haba duda posible.
Cundo la haba escrito? Dnde? Apoyando el papel en su rodilla? Contra la pared...?
Como si Mireya tuviese una rodilla! Como si las paredes pudiesen ofrecer resistencia a su
mano! No obstante, el papel era verdadero papel, rasgado apresuradamente. Quedaba incluso un
fragmento del membrete, impreso con letras azules: ...Calle Saint-Benoit... Qu quera
significar calle Saint-Benoit?

Ravinel deja el papel en la mesa de la cocina, lo alisa con la mano. Calle Saint-Benoit.
Le arde la frente pero resistir. Tiene que resistir. Con calma! Nada de crispaciones. Retener su
pensamiento, que trata de escapar, como el vapor demasiado comprimido en la caldera. Ante
todo, beber. En el aparador hay una botella de coac. La coge, busca el sacacorchos. Tanto da!
No hay tiempo. Rompe el gollete con un golpe seco contra el borde del fregadero, y el alcohol
salpica un poco por todas partes, pegajoso como la sangre. Llena un vaso del que se bebe la
mitad. Arde, se hincha. Rebosa de lava, como un volcn. Calle Saint-Benoit. La direccin de un
hotel. La hoja parece haber sido arrancada apresuradamente de un bloc de notas. As, pues, es
preciso encontrar ese hotel. Y luego, qu...? Luego, ya ver. Mireya no ha podido alquilar una
habitacin, de acuerdo. Pero sin duda quiere que l se informe, que descubra ese hotel. Se
reserva acaso ese momento para hacerle el signo decisivo, para atraerlo junto a ella?

Se sirve ms licor, lo vierte sobre el linleo. No tiene importancia. Ahora nota
claramente que se adelanta hacia una especie de iniciacin religiosa. Lamento muchsimo no
podrtelo explicar an... Hay secretos que no pueden transmitirse sin precauciones, es evidente.
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Y hace tan poco tiempo que Mireya est al corriente! Sin duda, an no sabe muy bien cmo
hacerlo. Regresar esta tarde o esta noche. Bien! Pero de todos modos se ha tomado la molestia
de venir a dejar aquella nota. As, pues, significa algo, algo esencial. Significa que cada uno
debe hacer un esfuerzo para reunirse con el otro. Van a tientas, cada uno por un lado del cristal,
como all, en el depsito, donde una pared de vidrio separa a los vivos de los muertos. Pobre
Mireya! Qu bien comprende el tono de sus dos cartas! Ella no est nada enfadada. Se siente
feliz en ese mundo desconocido en el que lo espera. No piensa ms que en hacerle compartir su
dicha. Y l que tena miedo! Y Luciana que hablaba del cuerpo! El cuerpo no cuenta. El
cuerpo es un pensamiento, una preocupacin de los vivos. Luciana es materialista, impermeable
al misterio. Por lo dems, todo el mundo se ha vuelto materialista... Bien mirado, es curioso que
Merlin no haya descubierto la carta. Pero, precisamente, las personas como l no pueden ver
ciertas cosas. En marcha!

Son ms de las dos. Ravinel entra en el garaje y sube la puerta metlica. Ya almorzar
ms tarde. Tambin los alimentos son algo despreciable. Pone en marcha el motor de la
furgoneta y saca el vehculo. La niebla ha cambiado de color. Es de un gris azulado, como si la
noche empezase a empaparla. Los faros trazan en esa ceniza en suspensin como una especie de
surco lquido de luz grasienta. Ravinel cierra el garaje, por hbito, y se instala tras el volante.
Extrao, viaje! Ya no hay ni tierra, ni carretera, ni casas, sino slo luces errantes,
constelaciones vagabundas, aerolitos que gravitan en un infinito de niebla fra. nicamente las
ruedas transmiten indicaciones tiles, sealan mediante ruidos familiares la cuneta con su grava,
el adoquinado, los rieles, luego un bulevar por el que uno parece deslizarse sobre una sustancia
encerada. Hay que inclinarse, vigilar la opacidad inmaterial de las fachadas para distinguir el
hueco de una avenida, semejante a la entrada d un fiordo. Ravinel est pesado, entumecido,
dolorido interiormente. Se detiene al tuntn, despus de la plaza Saint-Germain.

La calle Saint-Benoit! Afortunadamente, no es larga. Ravinel sigue la acera izquierda,
encuentra en seguida el primer hotel, un pequeo hotel para clientes fijos, con un tablero donde
slo hay colgadas una veintena de llaves.
Puede decirme si la seora Ravinel se aloja aqu?
Se le quedan mirando. Va vestido de cualquier modo y no est afeitado. Su aspecto debe ser
ligeramente inquietante. Sin embargo, se consulta por fin el fichero.
No. No la encuentro. Debe usted equivocarse.
Gracias.
Segundo hotel, de aspecto modesto. Nadie en la recepcin. Entra en un saloncito, junto a la caja.
Algunas butacas de mimbre, una planta, guas arrugadas sobre una mesita baja.
Hay alguien?
La voz de Ravinel resuena, irreconocible. De repente se pregunta lo que viene a hacer a
aquel,

hotel donde no hay nadie. Cualquiera podra registrar los cajones de la caja, o bien
deslizarse por la escalera que conduce a las habitaciones.
Hay alguien?
Unos zapatos que se arrastran. Un viejo de ojos lacrimosos sale por una puertecilla. Un
gato negro se mueve entre sus piernas, con la cola vertical y vibrante.
Puede decirme si la seora Ravinel se aloja aqu?
El hombre coloca la mano junto a su oreja, formando pantalla, y adelanta la cabeza..
La seora Ravinel!
S, s. Ya lo he odo.
Camina a pasos menudos hasta la recepcin. El gato salta sobre la caja, entorna sus ojos
verdes y observa a Ravinel. El viejo abre un libro y se pone unas gafas metlicas.
Ravinel... Bueno, debera estar aqu.
Los ojos del gato no forman ms que una estrecha rendija. Recoge frioleramente la cola
y la apoya sobre sus patas manchadas de blanco. Ravinel se desabrocha el impermeable, la
americana, se pasa un dedo por el cuello de la camisa.
Digo la seora Ravinel!
S, s. No soy sordo. La seora Ravinel. Desde luego!
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Est?
El hombre se quita las gafas. Sus acuosas pupilas se fijan en los casilleros en donde se
cuelgan las llaves y se deposita la correspondencia de los clientes.
Ha salido. Ah est su llave.
A qu casillero est mirando?
Hace mucho que ha salido?
El viejo se encoge de hombros.
Si cree que dispongo de tiempo para contemplar cmo los clientes pasan... Van y
vienen. Es asunto de ellos.
Ha visto usted a la seora Ravinel?
El vejete acaricia maquinalmente la cabeza del gato. Alrededor de sus ojos se dibujan
unas arrugas, mientras reflexiona.
Espere...! No es una rubia..., joven..., con un abrigo de cuello de piel?
Ha hablado usted con ella?
No. Yo no. Es mi mujer quien la ha inscrito.
Pero... la ha odo hablar?
El viejo se suena, se seca los ojos.
Es usted de la Polica?
No, no tartamudea Ravinel. Se trata de una amiga... Hace varios das que la
busco. Lleva equipaje?
No.
El tono se ha vuelto seco. Ravinel arriesga la ltima pregunta.
Sabe cundo regresar?
El viejo cierra de golpe su libro, desliza las gafas en un estuche verdoso.
sa... Nunca se sabe. Se la cree fuera y est dentro. Se la cree dentro y est fuera...
No puedo precisrselo.
Se aleja, encorvado, renqueante, y el gato le sigue, enarcando el lomo a lo largo de la
pared.
Aguarde! grita Ravinel.
Saca de su cartera una tarjeta de visita.
De todos modos, voy a dejarle esto.
Oh, como usted guste.
Y el viejo pone de travs la tarjeta en un casillero. Numero 19. Ravinel sale y se mete en
un caf vecino. Tiene la sensacin de que su boca es de cuero. Se sienta en un rincn.
Coac! pide.

Est ella all verdaderamente? Ha parecido el viejo estar completamente seguro de su
existencia? Y ningn equipaje, ni siquiera un maletn. Se la cree dentro y est fuera. Se la cree
fuera y est dentro. Es eso exactamente. Si el pobre vejete supiese qu clase de ser aloja... Tal
vez hubiese sido conveniente hablar con su esposa, la nica persona que ha conversado con la
husped del abrigo con cuello de piel. Pero precisamente no estaba. De esa manera existan una
serie de testimonios que parecan incontrovertibles y que, no obstante, as que se los examinaba,
perdan fuerza, densidad.

Ravinel echa un billete encima de la mesa y se precipita hacia la calle. La niebla le
humedece el rostro, una niebla que huele a sebo, a arroyo, a rancio. Ravinel camina tres pasos.
El vestbulo del hotel se halla vaco. Empuja la puerta, que un muelle cierra suavemente.. La
llave yace bajo el nmero de cobre, y la tarjeta no se ha movido. Avanza de puntillas. Apenas si
respira. Descuelga la llave, sin hacer tintinear la placa que va unida a ella. El 19 debe de estar en
el segundo piso, o quizs en el tercero. La alfombra que cubre los peldaos de la escalera brilla
de tan gastada, pero la madera no cruje. Slo que no hay luz. Es curioso este hotel dormido! He
aqu el descansillo del primer piso. Est negro como boca de lobo. Ravinel busca su encendedor,
lo alza por encima de su cabeza. Una alfombra oscura se hunde en la penumbra de un corredor.
Probablemente, no hay ms de cuatro o cinco habitaciones a cada lado. Ravinel prosigue la
ascensin. De vez en cuando se asoma por la barandilla y distingue, all abajo, en una
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repugnante e insegura luz, algo que podra ser una bicicleta. Mireya saba lo que haca al venir a
buscar refugio aqu. Pero por qu pensar que ella busca refugio? Es ms bien l quien, si
tuviese valor...
El descansillo del segundo. A la luz del encendedor, Ravinel ilumina las luces de las
habitaciones. 15..., 17..., 19... Lo apaga, escucha. En algn sitio, un lavabo se vaca. Debe
entrar? No va a descubrir encima de la cama un cadver an empapado de agua? No! Tiene
que rechazar tales ideas... Ravinel trata de contar, de fijar su atencin en un objeto cualquiera.
Tiembla. Desde el interior debe orsele.

Vuelve a encender el .mechero y descubre la cerradura. Introduce la llave, espera. Nada
se mueve. Es estpido ese terror sin nombre, puesto que no tiene nada qu temer, puesto que
ahora Mireya es una amiga. Da vuelta al pomo de la puerta y se desliza en la habitacin.
La pieza est vaca, oscura. Entonces rene todas sus fuerzas, la atraviesa, descorre las cortinas
y enciende la lmpara. Una luz amarillenta ilumina pobremente la cama de hierro, la mesa
cubierta con un tapete manchado, el armario pintado, la butaca deslucida. Sin embargo, hay algo
que revela una presencia: el perfume de Mireya, Imposible equivocarse. Ravinel da media
vuelta, aspira delicadamente el aire. Es desde luego su perfume, tan pronto apenas perceptible,
tan pronto concentrado, casi penetrante. Un perfume econmico de la casa City. Muchas
mujeres lo utilizan. Se trata de una sencilla coincidencia? Pero y ese peine, en el estante del
lavabo?

Ravinel lo tiene en la mano, lo sospesa. Es esto una coincidencia? l lo ha comprado
en Nantes, en un almacn de la calle de la Fosse. Y la ltima pa est rota por la mitad. En todo
Pars no hay otro peine semejante. Y los cabellos dorados, enrollados an en torno al mango! Y
esa caja de bi-oxyne, cuya tapadera, utilizada como cenicero, sostiene un cigarrillo apenas
quemado, un High-Life. Porque Mireya se obstinaba en fumar cigarrillos High-Life. No le
gustan, pero encuentra bonito su nombre. Ravinel se ve obligado a sentarse en la cama. Querra
llorar, sollozar, con la cabeza hundida en la almohada, como haca antao,, cuando no haba
sabido contestar alguna de las preguntas de su padre. Tampoco hoy sabe contestar. Repite en
voz baja: Mireya..., Mireya..., mientras contempla el peine y los cabellos que brillan. Sino
estuviesen esos cabellos, tal vez sera menos desdichado. Vuelve a ver los cabellos, los otros,
los que el agua haba oscurecido y que se pegaban a la piel del rostro como un tatuaje. Y ahora
slo queda ese peine y ese cigarrillo manchado de carmn. Es preciso que descifre tal indicio,
que comprenda lo que Mireya espera de l.

Se levanta. Abre el armario, los cajones. Nada. Se guarda el peine en el bolsillo. Al
principio de su matrimonio, a veces peinaba a Mireya por la maana. Cunto amaba aquellos
cabellos que caan sobre los hombros desnudos! A veces los acercaba a sus labios para aspirar
su olor de hierba cortada, de tierra salvaje. se es el indicio! Mireya no ha querido dejar ese
peine all, en la casa, donde hubiese quedado desprovisto de todo significado, y ha venido a
depositarlo en esta habitacin annima para recordar el tiempo de su amor. Est claro, ella no
poda explicar nada. Era preciso que l se adentrase paso a paso, por el Camino sombro, que
tratase de alcanzarla. Y la nota le da una cita: Sin duda regresar esta tarde o esta noche.

Ahora no puede dudar ya; ver a Mireya. Ella se volver visible a sus ojos. La
iniciacin casi ha terminado. La fiesta es para esa noche. Tiene fiebre, y de repente se queda
tranquilo. Se lleva el cigarrillo a los labios. No quiere saber qu labios lo han sujetado y reprime
la nusea que le hincha la garganta en el instante en que l lo chupa a su vez. Mireya encenda a
menudo los cigarrillos antes de drselos. Prende el encendedor, aspira la primera bocanada de
humo. Est dispuesto. Una ltima mirada a aquella habitacin donde acaba de adoptar, a pesar
suyo, una resolucin que no se atreve a formular.

Sale, cierra con llave, distingue dos puntos fosforescentes en el extremo del pasillo.
Unos minutos antes, sin duda hubiera perdido el sentido, tan grande era su tensin nerviosa.
Ahora se adelanta hacia aquellos dos ojos inmensos que le observan desde el fondo de la noche,
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y distingue el gato negro sentado frente a la escalera. El gato desciende con l, se vuelve, y las
dos lunas plidas permanecen inmviles un segundo. Ravinel ni siquiera procura ahogar el ruido
de sus pasos sobre los peldaos. Llega a la planta baja, y el gato malla una vez, una sola, de
una manera que llega al corazn. El viejo aparece por la puertecilla.
No est arriba? se limita a murmurar.
S dice Ravinel, volviendo a colgar la llave.
Ya se lo haba advertido prosigue el viejo. Se la cree fuera y est dentro. Es su
esposa, verdad?
S dice Ravinel. Es mi mujer.
El viejo menea la cabeza, cual si hubiese previsto lo que ocurre. Como hablando
consigo mismo, agrega:
Con las mujeres hay que tener mucha paciencia.
Da media vuelta, seguido por el gato. Ravinel ya no se sorprende. Se da bien cuenta de que
acaba de entrar en un mundo donde las leyes de la existencia vulgar ya no se aplican de la
misma manera. Cruza el vestbulo. Su corazn late muy aprisa, como ocurre cuando se han
bebido varias tazas de caf muy cargado. La niebla se ha espesado. Su frescor llega hasta el
fondo de los pulmones. La niebla es fraternal. Uno deseara impregnarse de ella y borrarse poco
a poco. Un indicio ms. Empez en Nantes, la noche en que... Est all, como una barrera
protectora. Slo que es necesario conocer el sentido de todo eso.
Ravinel busca su vehculo. Se ver obligado a correr en segunda hasta Enghien. Arranca,
oprime la bocina. Los faros, colocados a la altura de los ejes, esparcen una luz enfermiza sobre
la calzada. Acaban de dar las cinco.

Este regreso es apacible. Ravinel tiene la impresin de estar libre. No de una carga, sino
del aburrimiento que se arrastra por todo su pasado como una niebla tenaz. Esa profesin
absurda, esa vida imposible, de cliente en cliente, de aperitivo en aperitivo. Piensa en Luciana,
pero sin el menor afecto. Luciana est lejos. Se vuelve borrosa. Slo ha servido para
aproximarlo a la verdad. Y si no la hubiese encontrado, de todos modos, a la larga, habra
acabado por comprender.

El limpiaparabrisas zumba y acelera sus rgidos vaivenes. Ravinel sabe que circula por
el buen camino. Un sentido de orientacin infalible lo gua en medio de la bruma. Por otra
parte, es casi el nico que circula. Los otros tienen miedo. Necesitan mucha luz, los itinerarios
bien marcados, los guardias en los cruces. Ravinel, por primera vez, se arriesga por caminos
poco frecuentados, adopta una decisin de hombre. Evita pensar en lo que le espera all, en la
cita de Enghien, pero est lleno de suavidad y casi de misericordia. Acelera un poco en la
carretera. Uno de los cilindros falla. Normalmente, debera acudir al mecnico. Pero ya nada es
normal. Y todas esas pequeas preocupaciones materiales quedan sobrepasadas a partir de
entonces.

Un vehculo lo deslumbra, lo roza, y l experimenta una oleada de pavor,
inmediatamente amortiguada. Pero frena. Sera muy estpido sufrir un accidente esa noche. Le
interesa llegar a su casa consciente y resuelto. Aborda el ltimo viraje con precaucin, descubre
las primeras luces de Enghien, plidas como lucirnagas. Cambia de marcha; he aqu su calle.
Siente un poco de fro. El auto corre por inercia. Frena ante la verja. A pesar de la bruma,
distingue luz detrs de las persianas.
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CAPITULO XI

Hay luz detrs de las persianas. Ravinel vacila un poco. Si se sintiese menos cansado,
tal vez en el ltimo momento no entrara. Es posible que incluso huyera gritando. Toca el peine,
que yace en su bolsillo, mira hacia lo alto de la calle. Nadie puede verlo ya, e incluso si le
viesen, nicamente pensaran: Caramba! El seor Ravinel regresa, sin preocuparse ya ms
por el hecho. Se ha apeado de la camioneta y est ante la verja. Todo ocurre exactamente como
de costumbre. Encontrar a Mireya en el comedor, cosiendo. Ella levantar la cabeza.
Hola, cario, has tenido buen viaje?
Y l se descalzar para no ensuciar la escalera cuando suba a cambiarse. Sus zapatillas
estarn colocadas en el primer peldao. Luego...
Ravinel mete la llave en la cerradura. Regresa. Todo se ha borrado. l no ha matado
nunca. Ama a Mireya. Siempre la ha amado. A causa de la rutina de la vida, se haba
imaginado... Pero no. Esa Mireya a quien ama. Nunca volver a ver a Luciana. Entra.
El recibidor est iluminado. En la cocina, la bombilla luce encima del fregadero. Cierra la puerta
y dice maquinalmente:
Soy yo..., Fernando!
Olfatea. Huele a estofado. Penetra en la cocina. Sobre el fogn hay dos cacerolas que
humean. La llama ha sido graduada por una mano diestra y ahorradora. Apenas si forma una
gotita azulada alrededor de cada agujero. El mosaico ha sido lavado. Han dado cuerda al reloj.
Seala las siete y diez. Todo aparece limpio, reluciente, y el olor a estofado embalsama la pieza.
A su pesar, Ravinel levanta la tapadera de una cacerola. Cordero con habichuelas, su plato
preferido. Mas por qu precisamente cordero? Todo eso es demasiado ntimo, demasiado...
amable. Tanta paz suave, de calma ambigua... Preferira un poco de drama. Se apoya un instante
en el aparador. La cabeza le da vueltas. Tendr que pedir un remedio a Luciana. A Luciana?
Pero entonces... Inspira con fuerza, como un buceador que asciende de Dios sabe qu
profundidades.

La puerta del comedor se halla entornada. Ravinel distingue una silla, una esquina de la
mesa, un fragmento de la tapicera azul. Una tapicera sembrada de pequeas carrozas y de
minsculos torreones. Es Mireya quien ha escogido este dibujo, que recuerda los cuentos de
hadas. La mayor parte del tiempo, ella se instala junto a la chimenea, donde enciende el fuego
cuando hay humedad. Ravinel permanece ante la puerta, con la cabeza gacha, como un culpable.
Y sin embargo, no, fi busca palabras, no trata de hallar una excusa. Espera que su cuerpo
obedezca, y su cuerpo se pone rgido, se rebela, se aferra al suelo, suplica, se debate en una luz
inmvil y silenciosa. De repente existen dos Ravinel, como existen dos Mireyas. Hay dos
espritus que se buscan y dos cuerpos que se repelen. Hay algo que cruje y chisporrotea en el
comedor. El fuego. La chimenea est encendida. Pobre Mireya! Debe de tener tanto fro!
Instantneamente, surge la imagen de la baera. No! No! Es falso! .
Tembloroso, Ravinel empuja ligeramente la puerta. Distingue mejor la mesa. Est
dispuesta. Reconoce su servilleta por el servilletero de madera. La luz de la araa relampaguea
sobre la panza del jarro. Cada objeto es acogedor y temible.
Mireya!

Es l quien murmura, quien pide permiso para entrar. Qu aspecto ha escogido ella? El
que tena antes de... o el de despus..., con los cabellos pegados, la nariz contrada... O tal vez
otro distinto, el aspecto fluido y blanquecino de los ectoplasmas. Veamos! No hay que dejarse
aplanar. No perder... Es el mecnico quien dice esto: No perder los pedales.

Acaba de empujar la puerta, la abre de par en par hasta que da contra la pared. El silln
est vaco, junto al fuego que arde tras el parachispas de cobre. En la mesa hay dos cubiertos.
Por qu dos? Pero por qu no? Se quita el impermeable y lo deja sobre el silln. Ah! Una
nota en el plato de Mireya. Esta vez, ella ha utilizado el papel de cartas de la casa.


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Cario mo:
Decididamente, no estamos de suerte. Cena sin m. En seguida vuelvo.

En seguida vuelvo! Qu palabra ms extraa! Ella no lo ha hecho adrede, y, sin
embargo, eso lo explica todo. Examina otra vez la escritura, como si pudiese dudar. Pero por
qu Mireya no ha firmado sus dos ltimas misivas? Tal vez, all donde se encuentra ahora, ya no
tiene una personalidad definida. Lo que la individualizaba se ha atenuado... Si fuese cierto! Si
uno pudiese soltar de golpe toda su carga, pasado, destino y hasta el nombre! No ser ya Ravinel.
No llevar ms el apellido ridculo de aquel profesorcillo manitico que aterroriz su infancia.
Ah, Mireya, qu esperanza!

Cae pesadamente en el silln, y sus manos, tranquilizadas ya, desabrochan los zapatos y
luego atizan el fuego. Se est calentito junto al hogar. Como en una incubadora. Cuando
Mireya llegue, deber explicrselo todo... Tendr que hablarle de Brest, pues fue en Brest
donde todo empez... Nunca se han atrevido a contarse su infancia. Qu sabe l de Mireya?
Ella ha entrado en su vida a los veinticuatro aos, como una desconocida. Qu haca diez aos
antes, cuando no era ms que una muchachita con trenzas? Saba jugar sola? A qu juegos
secretos? Tal vez tambin al juego de la niebla. Tena miedo por las noches? Se vea
perseguida en sueos por una especie de ogro que empuaba unas tijeras parecidas a dos hoces
cruzadas? Qu se contaban entre ellas las jovencitas? Por qu se senta Mireya de repente
obligada a marcharse, a irse muy lejos, quin sabe si hasta Antibes? El uno junto al otro han
vivido ignorando que padecan la misma enfermedad sin nombre. Habitaban all, en aquella
casa demasiado silenciosa, y hubiesen deseado encontrarse en otro sitio, no importaba dnde,
con tal de que hubiese sol, flores, de que fuese un paraso. Ravinel sigue creyendo en el paraso.
Recuerda a sor Magdalena, que le enseaba el catecismo. Hablaba del pecado con un aire feroz.
Bajo su toca puntiaguda, se la vea muy vieja y, a veces, pareca mala. Pero cuando hablaba del
paraso, uno se vea obligado a creerla. Lo describa como si lo conociera: un gran parque
deslumbrante de luz..., con bestias por todas partes, dciles bestias de ojos tiernos y extraas
flores azules y blancas. Y agregaba, posando la mirada en sus viejas manos desgastadas y
ennegrecidas en las arrugas: Y no se trabajar ms, nunca ms. Y. l se senta a la vez triste y
dichoso. Estaba ya seguro de que sera muy difcil entrar en el paraso.

Se levanta, lleva los zapatos a la cocina. Los deja en su sitio, encima de una tabla
inmediata al aparador. Sus zapatillas lo aguardan al pie de la escalera, unas zapatillas que ha
comprado en Nantes, cerca de la Plaza Real. Es absurdo recordar todos esos detalles, pero su
memoria est sobreexcitada. Tiene la cabeza llena de imgenes. Apaga el gas. No tiene apetito.
Mireya tampoco lo tendr. Por lo dems, ella no puede ya tenerlo. Asciende los escalones
lentamente, con una mano oprimida sobre el costado. La lmpara de la escalera est encendida.
Tambin en el dormitorio hay luz, as como en el despacho". Eso imprime a la casa un aire de
fiesta. Cuando fueron a vivir a ella, l haba tenido la precaucin de iluminarla por completo
para que la sorpresa fuese an ms total y conmovedora. Y Mireya palmeteaba, tocaba los
muebles, las paredes, como para persuadirse de que no soaba. Va y viene, desorientado, con
una ligera jaqueca detrs de la sien. La cama ha sido rehecha. La botella vaca ya no est bajo el
armario. Tambin el despacho ha sido ordenado. Se sienta ante la mesa, donde se amontonan
carpetas multicolores. En Blache et Lehud le han pedido un informe... Un informe sobre
qu? Lo ha olvidado. Todo esto queda tan lejos, es tan intil! Fuera se oye un ligero ruido.
Cruza el despacho, luego el dormitorio, y escucha junto a la ventana que da a la calle. Se oye un
paso de hombre, luego una puerta se cierra. Es el empleado de ferrocarriles que vuelve a su
casa.
Ravinel regresa al despacho. Ha dejado todas las puertas abiertas para no ser
sorprendido. Probablemente, reconocer la presencia de Mireya por un deslizamiento, por un
roce. Por qu registra los cajones de su escritorio? Por necesidad de recapitular su existencia,
de hacer un balance? O por necesidad de distraer la espera, de remover papeluchos para fijar
una atencin que se desva dolorosamente? Abajo, el reloj desgrana sordamente los segundos.
Acaban de dar las siete y media. Los cajones estn llenos de papeles. Prospectos, borradores de
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informes, anuncios de cebos, de molinetes, de caas, de anzuelos... Fotografas de pescadores, al
borde de un canal, de un estanque, de un ro... Recortes de prensa: El concurso de pesca de
Nort-sur-Erdre... Un pescador de la Gaule ha capturado un lucio de doce libras. Ha utilizado el
sedal Ariane. Tantas futilidades para llegar a esta velada! Una vida sin importancia!
En el cajn de la izquierda, el material para fabricar las moscas. Ravinel experimenta un pesar
fugaz. De todos modos, a su manera, ha sido un artista. Ha inventado moscas artificiales como
otros inventan nuevas flores. En el catlogo de la casa hay una pgina en colores dedicada a las
moscas Ravinel. Los compartimientos del cajn aparecen llenos de pelos, de vellos, de plumas,
de cuerpecillos temblorosos que se amontonan, como un enjambre friolero, como una eclosin
de efmeras que el frescor de la noche derriba a montones al pie de una pared. Resulta un poco
repugnante este amontonamiento de bestezuelas velludas. Aunque se sepa que estn hechas de
hilo, de plumas y de metal. Hacen pensar, sobre todo las verdes, en las cantridas sobre un
despojo sangriento.
Ravinel cierra el cajn. No tendr ya tiempo para escribir el libro que meditaba sobre
las moscas. Va a perderse algo que hubiese podido... Vamos! Nada de debilidades. Escucha. El
silencio es tan profundo, tan uniforme, que le parece or el murmullo del arroyuelo, junto al
lavadero. Evidentemente, es una ilusin: Una ilusin desagradable, que hay que rechazar por
todos los medios. Mete la mano en otro cajn, saca papeles mecanografiados, copias, encuentra
en el fondo un montn de recetas. Ah, s! Qu antiguo es! Es anterior a su nacimiento. Se
haba imaginado que tena un cncer porque no poda comer, y permaneca noches enteras
despierto, estremecido, con un gusto de sangre en la boca. Y luego comprendi que se daba
miedo con una palabra, que se impona una especie de castigo, como si hubiese sido justo que
una enfermedad le royese las entraas da tras da. Se representaba el cncer bajo la forma de
una araa, porque de muy pequeo desfalleca a la vista de tales insectos, que abundaban en la-
casa de Brest, abundaban increblemente. Quin sabe incluso si no se ha interesado por las
moscas porque...
La escalera ha crujido, y Ravinel se queda inmvil, al acecho. Un crujido seco, y luego
nada ms, excepto el tictac del reloj. Es probablemente el roble que hace algn movimiento.
Todas esas lmparas encendidas adquieren de repente un aspecto lgubre. Y si Mireya
apareciese ah, en el umbral del despacho, siente que algo se rompera tambin en su interior,
crujira con un sonido claro, y l se derrumbara, fulminado. Siente, pero esto no quiere decir
nada. Bien que senta el cncer, y no obstante sigue estando vivo. No se muere tan fcilmente.
La prueba es que han sido preciso dos morillos... Basta! Basta!

Se levanta, echa el silln hacia atrs para hacer ruido y romper el encantamiento.
Anda de un lado para otro, luego entra en el dormitorio, abre el armario. Los vestidos estn all
colgando de sus perchas, envueltos en el acre olor de la naftalina. Otro ademn estpido. Qu
esperaba descubrir? Cierra la puerta de una patada, baja la escalera. Tanta calma...! Por lo
general, se oyen pasar los trenes, pero la niebla ha extinguido cualquier forma de vida. No
hay ms que ese reloj maldito! Las nueve menos cuarto. Ella nunca ha regresado tan tarde! Es
decir, que... Se encoge de hombros. Se ve moverse. Se oye hablar y, al mismo tiempo, ideas
absurdas estallan en su cerebro. Seguramente le ha ocurrido algo a Mireya... Un accidente!
Ideas de antes que se mezclan con las de despus... Y todo eso zumba, gira, oprime las paredes
de su crneo. Pasa por el comedor. El fuego se apaga. Tendra que ir a buscar ms lea al
stano. Pero le falta valor para bajar al stano. Estar tal vez la trampa preparada all? Qu
trampa? No existe ninguna trampa.

Se escancia un poco de vino, que bebe a sorbitos parsimoniosos. Cunto tarda Mireya!
Vuelve a subir. Se siente pesado, pesado. Y si ella no viene? Deber esperarla hasta la
maana y, de nuevo, hasta la noche, y an ms, y ms...? Llega al lmite de toda resistencia
posible. Si Mireya no viene, l ir a su encuentro. Saca el revlver, tibio por el contacto de su
cuerpo. Est en su mano, como un juguete brillante e inofensivo. Con el pulgar levanta la
palanca de seguridad. No consigue entender ya el mecanismo del percutor, la explosin. No se
imagina en absoluto arrimando este can azul a su pecho o a su sien. No! Segn todas las
evidencias, no es as como han de ocurrir las cosas.
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Vuelve a meter el arma en el bolsillo, se instala otra vez ante su escritorio. Sera tal vez
conveniente escribir a Luciana? Pero ella no le creera. Pensara que miente. Qu piensa de l,
exactamente? Vamos! Hay que desengaarse. Luciana lo considera como un pobre diablo. Son
cosas que se adivinan a primera vista. Ella no lo desprecia, no. Aunque... Pero no es desprecio.
Ms bien lo considera un... Ha utilizado una palabra extraa... Un ablico. Un hombre sin
nervio, vaya. Y en el fondo, es eso precisamente. Se ha pensado, se ha actuado demasiado en su
lugar. Demasiado a menudo se ha dispuesto de l sin consultarle. La misma Mireya... Un
ablico! No obstante, Luciana se ha sentido siempre atrada por... Por qu? l bien vea que
ella lo estudiaba sin cesar, que trataba de definir su carcter y, a veces, la doctora tena un
impulso de verdadera ternura. Sus ojos parecan decir: Valor! O bien ella le hablaba
amablemente del porvenir, sin precisar nada, pero a pesar de todo era mucho ms que una
promesa. Verdad es que tambin se mostraba amable con Mireya. Tal vez es fraternal con todas
sus enfermas cuando van a morir. Adis, Luciana!

Distradamente remueve los papeles esparcidos. Y helo aqu que saca a la luz otras
fotografas. Fotos de Mireya, tomadas con la Kodak que le regal l precisamente pocos das
antes de que cayese enferma de tifus. Hay tambin fotos de Luciana, que datan casi de la misma
poca. Alinea las cartulinas heladas, de bordes irregulares, las compara. Qu fina es Mireya!
Delgada como un muchachito, atractiva, con sus grandes ojos cndidos, fijos en el objetivo,
pero que miran ms lejos, mucho ms lejos, ms all de la espalda de l, como si hubiese
ocultado sin querer la imagen de la felicidad. Como si se hubiese interpuesto torpemente entre
Mireya y algo que Mireya esperaba desde haca mucho tiempo. Luciana no est tal como
siempre la ha visto. Severa, impersonal, con los hombros casi cuadrados, la barbilla algo
abultada, hermosa a pesar de todo, con una especie de belleza fra y peligrosa. En cuanto a l...
No, no hay ninguna foto suya. Mireya nunca ha tenido la ocurrencia de coger el aparato para
fotografiarlo. Luciana tampoco. Revuelve la espesa capa de papeles, de sobres. Acaba por
encontrar una foto de carnet, amarillenta. Se la sac para el permiso de conducir. Qu edad
tena entonces? Veinticinco, veintids aos? Entonces no era calvo. Su rostro era delgado,
vido y decepcionado a la vez. El rostro aparece confuso. No queda de l ms que ese vestigio
medio borrado. Suea ante las fotos que, as aproximadas, contienen una historia que nadie
sabr jams. Debe de ser tarde. Las diez? Las diez y media? La humedad exterior se infiltra
lentamente por las paredes demasiado delgadas. Siente fro. Se amodorra en su butaca. No le
queda la energa suficiente para dirigir sus pensamientos. Est como preso en una gelatina de
silencio y de luz cruda. Va a dormirse all? Se propone Mireya aprovechar ese sueo? Abre
desesperadamente los ojos, se levanta gimiendo. El despacho le parece inslito, irreal. Ha
debido dormir unos segundos. No hay que dormir. A ningn precio. Arrastrando los pies,
desciende la escalera, regresa a la cocina. El reloj seala las diez menos diez. La fatiga cae
ahora sobre Ravinel, lo aplasta. Hace noches y noches que no duerme. Sus manos tiemblan sin
cesar, como las de los alcohlicos, y tiene sed, est seco, rido, se siente interiormente
requemado. Pero renuncia a buscar el bot de caf, el triturador. Tardara demasiado. Se limita a
ponerse el abrigo y a subirse el cuello. Con su barba, sus zapatillas, qu aspecto debe de tener?
Hace un rato, con el gas encendido y la mesa puesta, todo le ha parecido fantstico y terrible.
Ahora tiene la impresin de andar en sueos por una casa que ya no es completamente suya. Se
han invertido los papeles. El fantasma es l. Mireya es la que est viva, la que goza de buena
salud. Bastar que ella entre para que Ravinel se vea rechazado hacia la nada.
Anda en torno a la mesa, cada vez menos aprisa. Va con la cabeza desnuda, pero le parece que
un sombrero demasiado estrecho le oprime la frente. Por fin, agotado, apaga la luz de la planta
baja y sube al piso. En el dormitorio reina tambin la oscuridad, por lo que se refugia en el
despacho, cuya puerta cierra. No volver a bajar. No tendra fuerzas para afrontar las tinieblas
de la escalera y de la cocina. De todos modos, ya oir...

Transcurre el tiempo. Acurrucado en su silln, Ravinel se ve invadido poco a poco por
un entumecimiento angustiado. Recuerdos incoherentes desfilan por su mente. Pero no duerme.
Espa el silencio enorme que, en ciertos momentos, se convierte en zumbido, en ronquido. Est
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solo en el centro de una isla de claridad, como un nufrago. Es un nufrago. Va a ahogarse, a
descender al mundo plido, traicionero y viscoso de los peces. Un sueo vivido muchas veces.
Tambin ha soado a menudo que era invisible, que atravesaba las paredes, que vea sin ser
visto. Era incluso un sistema de escapar a la preocupacin de los deberes, de los exmenes.
Desapareca. Se le crea ausente, pero l lo observaba todo. Tal vez, gracias a su contacto,
Mireya haya conseguido la facultad de estar en varios sitios a la vez. Algo se ha movido.
Se arranca a la somnolencia que le quema los ojos y le hiela la epidermis como una pelcula de
la. que se hubiese momentneamente alejado. Ha sido un ruido? Ha tenido la impresin de que
proceda del jardn. Del jardn, o tal vez del porche.

A lo lejos se oye un pitido. Los trenes vuelven a circular. Sin duda, la niebla se disipa.
Esta vez lo oye. La puerta acaba de cerrarse. Alguien tantea. El clic del conmutador...
Ravinel jadea suavemente, como un moribundo. El aire silba en su garganta, se la desgarra.
La puerta de la cocina es a su vez empujada. Y de repente se escucha el paso ligero, desigual,
entorpecido por la falda estrecha del traje sastre. Es Mireya. Los tacones golpean el mosaico.
Luego el interruptor da un chasquido, y l crispa dolorosamente el rostro, como si la luz de la
cocina lo deslumbrara. Un silencio. Ella debe quitarse el sombrero. Todo ocurre como de
costumbre, como antes... Ella se dirige hacia el comedor.
Ravinel gime, se siente ahogar, se retuerce para ponerse en pie..Mireya...! No. Ella est a punto
de entrar... No hay que...
El atizador vibra. Los troncos se derrumban, luego tintinean los platos. Un lquido llena
un vaso. Los objetos se ponen a hablar, a moverse. Los zapatos caen uno tras otro. Las zapatillas
bajan de su tabla y hacen flip-flap a travs de la cocina, en direccin a la escalera. Flip en el
primer peldao, flap en el segundo.

Ravinel llora, doblado sobre s mismo. No podr levantarse, andar hasta la puerta para
dar vuelta a la llave. Sabe que est vivo, que es culpable, que va a morir.
Flip en el tercero, flap en el siguiente. Flip-flap. Flip-flap. Se acerca, sube, sube hasta el
descansillo. Hay que huir, franquear el lmite, perforar la delgada pared de la vida. Se palpa. Sus
dedos se ponen nerviosos, se azaran.
Al otro lado del pasillo, unos pies se deslizan por el mosaico del dormitorio. La lmpara
se enciende. La parte baja de la puerta del despacho se ilumina. Ella est detrs, exactamente
detrs, y sin embargo es imposible que haya alguien. A travs del obstculo,! el vivo y el muerto
se escuchan. Pero, de qu lado est el vivo y de qu lado el muerto?

Y luego, el pomo de la puerta empieza a girar, lentamente, y Ravinel se relaja. Toda su
vida ha estado esperando ese instante. Ahora debe convertirse otra vez en una sombra. Ser
hombre es demasiado difcil. Ya no quiere saber. La propia Mireya ya no le interesa. Cierra la
boca en torno al can del revlver para aspirar la muerte como un bebedizo. Para olvidar.
Aprieta con fuerza el gatillo.
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EPLOGO

Falta mucho para Antibes? pregunt la viajera.
Cinco minutos contest el revisor.
Al otro lado de los cristales rayados por la lluvia no se vean ms que luces errantes, y
de vez en cuando, mientras el expreso corra a lo largo de un terrapln, la lnea temblorosa de
sus vagones iluminados. No se saba ya si el mar quedaba a la derecha o a la izquierda, si el tren
avanzaba hacia Italia o regresaba a Marsella. Una rfaga brutal azot los cristales.
Granizo murmur alguien. Compadezco a los turistas que este ao vengan a la
Costa.
No habra alguna intencin oculta en aquella observacin? La viajera volvi a abrir los
ojos, se fij en el hombre sentado ante ella. ste la miraba. Ella hundi ms profundamente las
manos en los bolsillos de su abrigo, pero cmo impedir que temblasen? Deba notarse que tena
fiebre, que estaba enferma, enferma... Siempre haba sabido que caera enferma, que no tendra
fuerzas para resistir hasta el final. Aquel hombre, sentado all delante desde haca tanto rato...,
desde Lyn a Dijon..., tal vez desde Pars... Ya no se acordaba... Le costaba un trabajo infinito
concentrar sus ideas... Pero estaba convencida de una cosa: de que basta reflexionar un instante
para comprender que una mujer que tose, que tirita de fiebre, ha cogido fro. Y si ha cogido fro
es que ha estado mojada... A partir de ah el primer curioso que se presentase podra comprender
todo el resto, hasta la noche pasada bajo la tela encerada... No hubiese tenido que caer enferma.
Era estpido. Era injusto. Y era tal vez peligroso, pues ahora ya no se trataba de un constipado
mal cuidado.

Tosi. Le dola la espalda. Record a una antigua compaera que se haba vuelto
tuberculosa porque haba cogido fro al salir de un baile. Todo el mundo deca: La pobre
chica! Qu cruz para su marido! Una mujer siempre en cama no tiene nada de agradable...
El tren traquete sobre diversos desvos, y el hombre se levant. Gui un ojo... Haba
verdaderamente guiado un ojo? Era tal vez una mota de polvo que trataba de eliminar?
Antibes! murmur el individuo.
El vagn se deslizaba a lo largo de un andn cubierto por una sustancia rojiza. Haba
que permanecer en el tren, esperar... Una mujer siempre en cama no tiene nada de agradable.
Esa frase iba a volverse obsesionante. Lo era ya. Quin la estaba recitando con una voz baja,
tan baja, tan baja, tan llena de aprensin? La viajera cogi su maleta, perdi el equilibrio, se
agarr al portaequipajes. Ms vala apearse, realizar un ltimo esfuerzo, luchar contra el vrtigo.
Ah! Dormir, dormir...!
La lluvia era fra. El andn se alargaba, interminable, con su cemento rojizo. Cunto
rato debera andar para alcanzar la silueta inmvil de all lejos, que ni siquiera alargaba los
brazos? El hombre haba desaparecido. En el mundo no quedaban ms que dos mujeres, aquel
pavimento color de sangre seca y la lluvia que brillaba sobre los rieles. Diez metros todava...
Otros diez pasos...
Mireya...! Pero si ests enferma...! Lloras...?
Luciana es fuerte. Una puede apoyarse en ella, dejarse conducir. Ella sabe dnde hay
que ir y lo que hay que hacer. S, Mireya llora... La fatiga, la angustia... No oye bien lo que dice
Luciana, a causa del ruido que produce el viento.
Me escuchas? pregunta Mireya. Nos sigue l?
Pierde un poco la nocin de las cosas, pero tiene perfecta conciencia de que es palpada
por una mano nerviosa, sostenida por un brazo que le impide caerse.
Aydeme... La portezuela...
Es Luciana quien acaba de hablar, y despus slo hay un agujero negro. Y sin embargo,
Mireya comprende que viajan en taxi, luego que un ascensor se la lleva. Sigue habiendo ese
ruido de viento que ahoga las palabras de Luciana. Luciana no comprende que todo se ha
perdido. Es preciso explicarle, es preciso...
Estte quieta, Mireya!
Mireya no se mueve. Pero siente que debe hablar, que debe explicar a Luciana cosas de una
importancia primordial. Ese hombre...
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Acustate, querida. Te aseguro que nadie te segua... Nadie se preocupaba de ti.
El viento es menos fuerte. Y por lo dems, cmo podra haber viento en esa habitacin
apacible, iluminada por una mariposa? Luciana prepara una jeringuilla. No! Sobre, todo, nada
de jeringuillas! Nada de inyecciones! Mireya ha absorbido ya tantas drogas!

Luciana aparta las sbanas. La aguja penetra. Apenas si se siente como un pellizco
rpido. La sbana vuelve a cubrirla. Est fresca, y Mireya se acuerda de la baera en la que ha
debido hundirse la primera vez cuando Fernando la crea narcotizada, y luego, una segunda vez,
cuando Fernando la crea ahogada, muerta desde das antes. De repente vuelve a ver todos los
detalles. Ella se mantena estirada y rgida. Tena miedo..., miedo de parecer demasiado viva.
Pero Luciana haba preparado la tela encerada...-Fernando no haba visto ms que un cuerpo
chorreante que deba ser envuelto con la mxima rapidez. La noche terrible haba empezado un
poco ms tarde...: el fro, los calambres y, para terminar, el resbaln oblicuo hacia el arroyuelo;
ya en el lavadero, el pecho que se oprime, el agua que penetra por la nariz... Tan pronto como
Fernando se hubo alejado, hubiese sido preciso seguir las prescripciones de Luciana, en lugar de
dejarlas para ms tarde... Mireya se jura que va a ser dcil. Empieza ya a experimentar una
sensacin de bienestar y de seguridad. Le parece que su frente est menos ardiente. Si hubiese
obedecido siempre las recomendaciones de Luciana...! Acaso Luciana no sabe, a cada instante,
de una manera infalible, lo que conviene hacer? No haba previsto, hasta el menor ademn,
todas las reacciones de Fernando? l no poda entretenerse en el cuarto de bao..., l no poda
contemplar por ltima vez a la que estaba muerta..., l no poda comprender el misterio, incluso
razonando, sobre todo razonando... Luciana velaba, dispuesta a intervenir, dispuesta a encarrilar
la fatalidad por el buen camino. Y si, a pesar de todo, Fernando hubiese descubierto... Qu
arriesgaban ellas? El asesino era l. Esa noche Luciana sigue velando. Se inclina sobre la cama.
Mireya cierra los ojos. Se siente bien. Perdn, Luciana, por haberte desobedecido... Perdn,
Luciana, por haber ido a visitar a mi hermano sin tu permiso, a riesgo de comprometerlo todo...
Perdn por haber dudado de ti alguna vez... Eres dura, Luciana. Nunca se sabe si obras
impulsada por el amor o el inters...
Cllate! murmura Luciana.
De modo que ella lo oye todo, incluso los pensamientos ms secretos, o bien Mireya
ha hablado en voz alta, aturdida por el sueo que se aproxima? Mireya vuelve a abrir los ojos.
Muy prximo a ella distingue confusamente el rostro de Luciana. Entonces trata de reaccionar.
Ha olvidado lo esencial... Su misin an no ha terminado. Se aferra a las sbanas, se incorpora.
Luciana... Ya lo he dejado todo en orden..., en el comedor..., en la cocina... Nadie
puede sospechar que...
Y las notas en que le anunciabas tu regreso?
Se las he sacado de los bolsillos.
Luciana no sabr nunca lo que tal accin le ha costado a Mireya. Haba sangre por todas
partes. Pobre Fernando! Luciana coloca la mano sobre la frente de Mireya.
Duerme... No pienses ms en l... Estaba condenado. Un da u otro hubiese ocurrido.
No poda vivir ms.

Qu segura estaba de s misma! Mireya se agita. Hay algo que la atormenta an... Una
idea algo vaga... Se duerme, pero, en un postrer relmpago de lucidez, tiene tiempo de pensar:
Puesto que l no ha sospechado nada... Puesto que l nunca ha vuelto pensar en la primera
pliza de seguro, la que haba suscrito en mi beneficio, para inducirme a que firmase la otra...
Sus prpados se cierran; su respiracin se hace uniforme. Siempre ignorar que el
remordimiento la ha rozado.

Ahora hay sol. Ahora la vida vuelve a emprender su curso al cabo de horas y horas de
inconsciencia. Mireya gira la cabeza, a derecha e izquierda. Est muy fatigada, pero sonre
porque distingue una palmera en un jardn, una gran palmera cuyo tronco est cubierto de una
estopa negruzca. Agita sobre las cortinas un abanico de sombras. Sus hojas crujen suavemente.
Da una impresin de lujo. Mireya no piensa ya en las preocupaciones de la vspera. Es rica. Son
ricas. Dos millones! La compaa de seguros no pondr ninguna dificultad. No ha sido
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respetado el plazo de dos aos previsto para el suicidio? Todo est perfectamente en regla. Slo
falta restablecerse.

Una frase zumba de repente en el cerebro de Mireya. Una mujer siempre en cama no
tiene nada de agradable. Un ligero rubor le sube a las mejillas. No! No tiene nada de
agradable para nadie. Pero ella no estar siempre en cama. Luciana debe conocer remedios
eficaces. Es su oficio. A su pesar vuelve a ver la casa del muelle "de la Fosse y a Fernando
levantando el jarro... Una mujer siempre en cama no tiene nada de agradable... En la mesilla
de noche hay una botella de agua. Mireya la contempla. La botella se irisa con luces delicadas,
como esas bolas de cristal en que las adivinas distinguen la silueta del porvenir. Mireya no sabe
leer el porvenir en el cristal, se estremece y, cuando la puerta se abre, aparta rpidamente la
mirada, como cogida en falta.
Buenos das, Mireya... Has dormido bien?
Luciana va vestida de negro. Sonre, se acerca con su paso hombruno, firme. Coge la mueca de
Mireya.
Qu tengo? cuchichea Mireya.
Luciana la contempla fijamente, como si calculara sus probabilidades de vivir o de morir. Se
calla.
Es grave?
La arteria late bajo los dedos que rodean la mueca.
Ser cosa larga suspira finalmente Luciana.
Dime lo que es!
Chitn!

Luciana coge la botella y se la lleva para cambiar el agua. Mireya se incorpora sobre los
codos, vuelve su carita curiosa hacia la puerta entreabierta, que descubre la clara alfombra del
vestbulo. Por los ruidos, sigue todos los movimientos de Luciana. El ltimo gorgoteo en el
lavabo, la ligera modulacin del chorro que cae dentro de la botella y cuyo tono cambia
bruscamente cuando el agua llega al gollete. Tanto tiempo hace falta para llenar una botella?
Con una risa forzada, que termina en un arrebat de tos, grita:
Es igual! Ha hecho falta que tuviese mucha confianza en ti... Porque, en fin, hasta el
ltimo segundo, podas escoger.
Luciana cierra el grifo y seca lentamente la botella con el trapo que cuelga de la pared. Entre
dientes, en tono muy bajo, murmura:
Quin te dice que no vacil?
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