Cuentos Arabes
Cuentos Arabes
Cuentos Arabes
Aquiles Julián
Compilación y presentación
Cuentos
árabes
Libros de Regalo
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Cuentos árabes
Aquiles Julián
Compilación y presentación
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Contenido
Siempre han existido en todas las religiones grupos que las manipulan e
instrumentalizan para oprimir, asesinar, destruir y excluir. Eso no condena
a las religiones, condena a quienes hacen un aprovechamiento inmoral de
ellas. Es El Corán que dice: “No ha de haber coacción en la religión”. Y el
gran poeta árabe Ibn Arabi escribió: “Yo sigo la religión del amor”.
Aquiles Julián
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La excesiva ambición mató a los hombres
Salieron tres ciudadanos a buscar leña y
cuando estaban destroncando el árbol seco se
encontraron con un cofre que contenía un
tesoro en piedras preciosas. Ante la agradable
sorpresa y después de la emoción lógica,
pensaron qué hacer y como, ya que si las
autoridades se enteraban, podían llegar a
confiscarlos; también estaba el peligro de que
se lo roben si la gente se enteraba.
Pensando como hacer, deciden que uno vaya a
buscar comida y los otros dos se quedaron;
sortearon y el que fue por la comida decide
envenenarla y eliminar a sus socios, estos lo
esperaron con planes para matarlo y repartir el
tesoro entre dos. En suma, el que fue por la
comida es muerto, y sus compañeros comen
hasta morir envenenados.
Un sabio reflexionó sobre la historia y dijo que
la excesiva ambición mató a los hombres, el
tesoro sigue esperando que la estupidez humana siga por parámetros
menos egoístas, crueles y extremadamente ambiciosos.
El sol y el huracán
El sol y el huracán discutían con un árabe, quien de los dos era capaz de
hacerle quitar el abehi (la túnica) tejida de pelos de cabras que el beduino
usa para protegerse del sol. El sol le dio la primacía al huracán para que
comience a presionar con fuertes ráfagas, con tormentas de arena, etc., pero
el árabe se hizo fuerte con su abehi y resistió, fracasando el huracán en sus
intentos.
Entonces dijo el sol: "Ahora me toca a mí", paró el viento y el sol comenzó a
irradiar calor intenso, tan intenso que el beduino no tenía más salida que
desprenderse de su abehi y así le ganó la apuesta al huracán. Moraleja: "No
siempre la fuerza es la que logra los objetivos".
Partió una tercera, y ebria, ebria se posó moviendo las alas, sobre la llama.
Estiró las patas y la abrazó, perdiéndose alegremente en ella.
Envuelta completamente por el fuego, sus miembros se pusieron rojos
como el fuego. Cuando una sabia mariposa la vio desde lejos, convertida en
una sola cosa con la llama, ya del color de la luz, dijo:
“Sólo ésta ha alcanzado el objeto. Sólo ésa, ahora, sabe algo de la llama”.
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El amigo oso
Un hombre bueno, viendo que una serpiente venenosa atacaba a un oso, fue
a socorrerlo y lo libró de la serpiente.
El oso fue tan sensible a la bondad que había demostrado el hombre con él,
que le siguió por donde quiera que fue y se hizo su esclavo fiel,
protegiéndole de cualquier cosa que le molestara y haciéndole muchos
favores.
La moraleja es: “Hay que saber ayudar a los demás con inteligencia”.
Así hizo por algún día y el sabio no se alteró ni lo más mínimo. Después la
sirvienta compadecida volvió a hacer la cama. Pero el sabio le dijo: “¿Por
qué has vuelto a hacerme la cama? ¡Yo ya me he acostumbrado a la cama
deshecha, y duermo mejor que antes!”
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El humo del guiso
En las ciudades orientales hay
calles en las cuales los cocineros
preparan los platos más
exquisitos en la calle, y la gente
se agolpa alrededor de sus
puestos para comer y comprar.
Así se hizo. A cambio del humo del guisado, el cocinero tuvo el sonido de la
moneda.
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Peregrinos por la vida
Un sufí de impresionante aspecto llegó a las puertas del palacio. Caminaba
decidido y sin reparar en los guardias que custodiaban la entrada.
Tan decidido iba y con tanta dignidad que nadie se atrevió a detenerle
mientras se dirigía resueltamente hacia el trono, sobre el que se sentaba
Ibrahim ben Adam, el rey de aquella comarca.
— ¿Y antes de él?
PROVERBIO ÁRABE
Castiga a los que te envidian haciéndoles el bien.
Saber lo importante
"Había una vez un anciano muy sabio, tan sabio era que todos decían que
en su cara se podía ver la sabiduría. Un buen día ese hombre sabio decidió
hacer un viaje en barco, y en ese mismo viaje iba un joven estudiante. El
joven estudiante era arrogante y entró en el barco dándose aires de
importancia, mientras que el anciano sabio se limitó a sentarse en la proa
de barco a contemplar el paisaje y cómo los marineros trabajaban.
- Todo eso está muy bien. - dijo el estudiante - Pero... habrá estado usted
estudiando en la escuela de astronomía. -
El estudiante se llevó las manos a la cabeza sin poder creer lo que estaba
oyendo: - ¡Pero entonces ha perdido media vida! -
Al rato el anciano vio en la otra punta del barco que entraba agua entre las
tablas el barco. Entonces el anciano preguntó:
"Cuando un amigo nos ofende debemos escribir donde el viento del olvido y
el perdón borren la ofensa. Pero cuando nos ayude debemos escribirlo en
algún lugar en que ningún viento pueda borrarlo".
Ésta iba todos los días a los baños de Hammam y siempre encontraba a
alguien allí que la producía celos. Un día espió a una señora que vestía
un traje espléndido, joyas en todos los dedos de la mano y perlas en las
orejas y a la que atendían muchas personas. Cuando preguntó quién podía
ser aquella dama, la contestaron: ‘La mujer del jefe de los astrólogos’,
’¡Ciertamente eso es lo que el desastre de mi Ahmed debe llegar a ser,
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un astrólogo!’, pensó la mujer del zapatero y corrió a su casa tan
rápido como la llevaron sus pies.
’Ni sé, ni me importa cómo lo hagas, pero para mañana tienes que ser
astrólogo, si no volveré a la casa de mi padre y pediré el divorcio’,
dijo ella.
Sucedió que la joya había sido escondida por la mujer del joyero quien,
sintiéndose culpable del robo, había mandado a una esclava para que
siguiese a su marido a todas partes. Esta esclava al oír al nuevo
astrólogo gritar algo sobre una serpiente creyó que todo se había
descubierto y volvió corriendo a la casa a contárselo a su señora: ‘Os
han descubierto, querida señora’, le dijo jadeando, ‘¡Os ha descubierto
un odioso astrólogo!. Ve a él y suplícale que sea misericordioso con el
desdichado pues si se lo cuenta a vuestro marido, estaréis perdida’.
’¡Oh, nada que no sepas ya!’, sollozó, ‘Sabes muy bien que yo robé el
rubí. Lo hice para castigar a mi marido, ¡él me trata con tanta
crueldad!. Pero tu, el mejor de los hombres, para quien no existe ningún
secreto, ordéname y haré lo que me pidas con tal que este secreto nunca
salga a la luz’.
Ahmed pensó deprisa, luego dijo: ‘Sé todo lo que has hecho y para
salvarte te pido que hagas esto: coloca el rubí en seguida bajo la
almohada de tu marido y olvídate de todo’.
Como la vez anterior gritaba en voz alta: ‘¡Soy astrólogo. Puedo ver lo
que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y
las estrellas!’.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y
dijo: ‘Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los
pendientes que perdí ayer?. No me atrevo a decírselo a mi marido que es
un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante.
¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada!. Si me das la
respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en
seguida cincuenta piezas de oro’.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas
de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada
de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
Ahmed fue llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia
ante el soberano.
- Muy bien, dijo el Rey, -¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con
mis joyas?.
Los ladrones
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad,
habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para
descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a
buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto
de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los
ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero
rezase su oración de la noche, le oyó decir: ‘¡Ah, aquí está el primero
de los cuarenta!’. Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido
vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los
transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la
ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues
estaban bien escondidos en las sombras.
- ¡Ya se a qué habéis venido!, gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo
cantaba y salía el sol. -Tened paciencia, ahora salgo a vuestro
encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!, y avanzó
valientemente.
- ¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal
injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?’, dijo
Ahmed.
Desenlace
¿Resultaría?, Ahmed sabía que tenía poco tiempo para descubrirlo. Era
una posibilidad remota, pero estaba en grave peligro.
Al poco tiempo aparecieron los cuarenta cofres con los sellos reales
intactos.
La hermosa princesa que era tan bonita como la luna en su décimo cuarta
noche, estuvo de acuerdo con la elección de su padre, pues había visto a
Ahmed de lejos y le había amado en secreto desde la primera vez que lo
vio.
Final
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La rueda de la fortuna había dado una vuelta completa. Al amanecer,
Ahmed estaba conversando con los ladrones, negociando con ellos y, para
el crepúsculo, era el señor de un rico palacio y el esposo de una mujer
joven, bonita y de alto rango, que lo adoraba.
Pero esto no hizo cambiar su carácter y fue tan feliz siendo príncipe,
como la había sido siendo un pobre zapatero.
Deseos
Un emperador estaba saliendo de su palacio para dar un paseo matutino
cuando se encontró con un mendigo.
Le preguntó:
-¿Qué quieres?
-Por supuesto que puedo satisfacer tu deseo. ¿Qué es? Simplemente dímelo.
Y el mendigo dijo:
Insistió:
-Te daré cualquier cosa que pidas. Soy un emperador muy poderoso. ¿Qué
puedes desear que yo no pueda darte?
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El mendigo le dijo:
-Es un deseo muy simple. ¿Ves aquella escudilla? ¿Puedes llenarla con algo?
Todo el palacio se reunió. El rumor se corrió por toda la ciudad y una gran
multitud se reunió allí. El prestigio del emperador estaba en juego. Les dijo
a sus servidores
Le dijo:
-Has ganado, pero antes de que te vayas, satisface mi curiosidad. ¿De qué
está hecha tu escudilla?
-Está hecha del mismo material que la mente humana. No hay ningún
secreto... simplemente está hecha de deseos humanos.
Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun al-Rasid,
y se puso en camino hacia Bagdad. A su llegada, tras un penoso viaje, le
contó su historia a a los guardias, según la práctica establecida, y fue
admitido ante el califa. Harith se postró ante el Comendador de los
Creyentes y le dijo:
-No soy más que un pobre beduino, ligado al desierto donde el destino me
ha hecho nacer. No conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien.
Conozco todas la aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido
traértela para que la pruebes.
Harun al-Rasid se hizo traer un cubilete y probó el agua del río amargo.
Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó
ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y entonces con fuerza
repentina pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden
estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado,
fue encerrado en una celda.
-Lo que nada es para nosotros lo es todo para él. Lo que para él es el agua
del Paraíso no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero
tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre -dijo el califa a las
personas de su entorno, curiosos por su decisión.
Al caer la noche hizo llamar al beduino. Dio la orden a sus guardias de que
lo acompañasen de inmediato fuera de la ciudad, hasta la entrada del
desierto, sin permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la
ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber. Cuando el beduino se iba
del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le
dio mil monedas de oro y le dijo:
-Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La
administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros
sepan que te he nombrado para tal puesto.
-Aquí abajo cada uno tiene su cielo -dijo el gorrión-. Vete... tú no lo puedes
comprender...
Y desapareció.
Moyut fue a ver a su superior, conmovido por este encuentro, y le dijo que
tenía que partir. Todo el mundo en la aldea se enteró pronto de esta
decisión, y dijeron: "Pobre Moyut, se ha vuelto loco". Pero como había
muchos candidatos para su puesto no tardaron en olvidarlo. En el día
señalado Moyut se encontró con el Jádir, quien le dijo:
Moyut dijo:
-Realmente no lo sé.
Moyut lo siguió. Trabajó para el agricultor durante casi dos años, tiempo
en el cual aprendió bastante sobre agricultura, pero sobre ninguna otra
cosa. Un atardecer, mientras estaba limpiando algodón, se le apareció el
Jádir y le dijo:
Él decía:
-Pero esta conducta inexplicable no ilumina para nada tus dones tan
extraños y tus ejemplos maravillosos, decían los biógrafos.
De tal suerte, los biógrafos organizaron para Moyut una historia muy
excitante y maravillosa, porque todos los santos deben tener su historia, y
la historia debe estar de acuerdo con el apetito del oyente, no con las
realidades de la vida. Y nadie puede hablar del Jádir directamente. Tal es la
razón por la cual esa historia no es cierta. Es una representación de la vida.
Esta es la verdadera vida de uno de los más grandes sufíes.
-Abdal, ¿cuál es ese buen consejo que me darás a cambio de cien dinares?
El sufí le dijo:
-Este es mi consejo: nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado
cuál será el final de ello.
-No tienen motivo para reírse del buen consejo que este Abdal me ha dado.
Nadie ignora que deberíamos reflexionar antes de hacer cualquier cosa. Sin
embargo, diariamente somos culpables de no recordarlo y las
consecuencias son nefastas. Aprecio mucho este consejo del derviche.
Así, el Rey decidió recordar siempre el consejo y ordenó que fuese escrito
en las paredes con letras de oro, e incluso grabadas en su vajilla de plata.
El autor de la intriga fue capturado; el Rey reunió a todas las personas que
habían estado presentes cuando el Abdal le dio el consejo, y les dijo:
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-¿Todavía se ríen del derviche?
Perfume de alcantarilla
Tajar era alcantarillero y, dada su profesión, pasaba gran parte de su tiempo
en medio de olores de excrementos y putrefacción. Sin embargo, se había
acostumbrado y tales hedores le resultaban familiares y en absoluto
desagradables. Formaban parte de su trabajo diario.
Partieron los tres juntos a las montañas. Sin tener idea de lo que le
aguardaba, el anciano charlaba con su nieto y compartía la alegría del viaje
con él. Al final llegaron a un bosque solitario. El hombre extendió unas
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mantas en el suelo, acostó al padre, y puso algo de comida y agua a su lado.
“Quédate acostado aquí, padre”, dijo, “mientras nosotros vamos a cortar un
poco de leña”.
Sin darse cuenta de lo que le había sucedido, el pobre anciano abuelo quedó
abandonado en el desconcierto.
Pero cuando pasaron varias horas sin que nadie viniera a buscarlo, captó la
razón de por qué había sido abandonado. Sus ojos se llenaron de lágrimas,
pero en vano. ¿Qué podía hacer un desdichado viejo?
Pero finalmente el niño lo hizo entrar en razón con estas palabras: “Muy
bien, cuando yo sea grande, tú estarás viejo y enfermizo como mi Abuelo.
Cuando llegue ese momento, ¿debo dejarte en las montañas como tú dejaste
a mi Abuelo?”.
Dándose cuenta del gran pecado que había cometido, el hombre regresó
llorando. Encontrando a su padre en donde lo había dejado, cayó a sus pies.
El anciano acarició la cabeza de su hijo. Diciendo: “No llores, hijo. Yo no
abandoné a mi padre en las montañas, de modo que por qué haría Allah que
tú me abandones a mí aquí?”.
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2008