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Catalogo Poemas Oficiales - Poesía Patriotica Mexicana

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Índice

CINCO DE MAYO (fragmento) 3


Manuel Acuña

¡A LAS ARMAS! (fragmento) 6


Manuel M. Flores

MI BANDERA 7
Juan de Dios Peza

A JUÁREZ 10
Juan de Dios Peza

LA SUAVE PATRIA (fragmento) 12


Ramón López Velarde

EL INDULTO 16
Gustavo Baz

TEMPESTAD Y CALMA EN HONOR A MORELOS (fragmento) 18


Carlos Pellicer

DISCURSO POR EL INSTITUTO 21


Carlos Pellicer

PRESENCIA DE JUÁREZ EN LA PATRIA (fragmento) 24


Agenor González Valencia

CREDO 27
Ricardo López Méndez

ANTE EL ALTAR DE LOS CAUDILLOS DE LA INDEPENDENCIA 29

Manuel Brioso y Candiani

2
CINCO DE MAYO
(fragmento)

Manuel Acuña
I

Tres eran, más la Inglaterra


volvió a lanzarse a las olas,
y las naves españolas
tomaron rumbo a su tierra
Sólo Francia gritó: “¡Guerra!
soñando ¡oh patria! En vencerte,
sirviéndose en su provecho
el derecho del más fuerte.

II

Sin ver que en lid tan sangrienta


tu brazo era más pequeño
la lid encarnó en su empeño
la redención de tu afrenta.
Brotó en luz amarillenta
la llama de sus cañones,
y el mundo vio a tus legiones
entrar al combate rudo,
llevando por solo escudo
su escudo de corazones.

III

Y entonces fue cuando al grito


lanzado por tu denuedo
tembló la Francia de miedo
comprendiendo su delito.
Cuando a tu aliento infinito
se oyó la palabra sea,
y cuando al ver la pelea
terrible y desesperada
se alzó en tu mano la espada
y en tu conciencia la idea.
IV

Desde que ardió en el oriente

3
la luz de ese sol eterno
cuyo rayo puro y tierno
viene a besarte en la frente,
tu bandera independiente,
flotaba ya en las montañas,
mientras las huestes extrañas
alzaban la suya airosa,
que agitaba orgullosa
del brillo de las hazañas

Y llegó la hora y el cielo


nublado y oscurecido
desapareció escondido
como en los pliegues de un velo.
La muerte tendió su vuelo
sobre la espantada tierra
y entre el francés que se aterra
y el mexicano iracundo,
se alzó estremeciendo al mundo
tu inmenso grito de guerra.

VI

Y allí el francés, el primero


de los soldados del orbe,
el que en sus glorias absorbe
todas las del mundo entero,
tres veces pálido y fiero
se vio a correr obligado,
frente al pueblo denodado
que para salvar tu nombre,
te dio un soldado en cada hombre
¡y un héroe en cada soldado!

IX

¡Sí, patria!, desde ese día


tú no eres ya para el mundo
lo que en su desdén profundo
la Europa se suponía,
desde entonces, patria mía,
has entrado a una nueva era,
la era noble y duradera
de la gloria y del progreso,
que bajan hoy, como un beso
de amor, sobre tu bandera.

Sobre esa insignia bendita


que hoy viene a cubrir de flores
la gente que en sus amores
en torno suyo se agita,
la que en la dicha infinita
con que en tu suelo la clava,
te jura animosa y brava,
como ante el francés un día,
morir por ti, patria mía,
primero que verte esclava.
¡A LAS ARMAS!
(fragmento)

Manuel M. Flores

No tenemos más rey que las leyes


¡No tenemos los libres señor!
¡Que con sangre se tiñe de reyes
Nuestro bello pendón tricolor!

¿Hasta cuándo en vil ocio, hasta cuándo


Yaceréis , mexicanos, dormidos?
¿Hasta cuándo seréis, tan sufridos
Que se os pueda venir a insultar?
¡No de paz, no de fiestas y danzas
Es esta hora que pasa tremenda…
Aquí mismo, en la patria, su tienda
Ha venido el francés a plantar!

¡A las armas! Oid cuál resuenan


De conquista los hurras salvajes…
¿Hasta cuándo vengáis los ultrajes?
¿Para cuándo queréis el valor?
El que lleva en su pecho grabada
De la patria la imagen,
Nunca piensa que juega la vida,
Sólo piensa que gana el honor.

Sólo piensa cuando entra en la lucha


Que el oprobio al cobarde le queda;
Sólo busca lugar en que pueda
La ancha espada mortífera hundir.
Sólo sabe, ya tinto en su sangre,
Que morir por el niño, la anciana,
La misión más sublime del hombre;
Por la madre, la esposa, la hermana,
Por su Dios y su hogar… ¡No es morir!

¡Es cumplir por la patria bendita


Es quizá bautizar con su nombre
Una página de oro triunfal;
Es vivir como vive la fama,
Es vivir como vive la gloria,
Es comprar a la excelsa victoria
El derecho de ser inmortal!

¡A las armas! El grito de guerra


Como el trueno los ámbitos llene,
Y del Gila al Grijalva resuene,
Del Pacífico al golfo también
Y cual llama de incendio que el soplo
De impetuoso arrebata,
Como tromba que el rayo desata,
¡Se desplome la guerra doquier!

¡A las armas! ¡Los montes, los valles,


Las ciudades vomitan guerreros!...
¡Luz nos den en el día los aceros, Y
en las noches alumbre el cañón!
Y que corra la sangre agostando
Flor y mies en la vasta campiña…
Cuando el agua de rojo se tiña
Ya podremos lavar el baldón.

¡No hay paz! El flamígero incendio


Del combate la atmósfera abrase;
¡Cada pecho que el hierro traspase
Multiplique en los otros la fe!
Y no quede un pedazo de tierra
Que no moje la sangre enemiga…
Si es preciso no quede quien diga
De nosotros: ¡La Patria aquí fue!...
MI BANDERA

Juan de Dios Peza

Bandera que adoraron mis mayores


Y que aprendí a dorar cuando era niño,
Tú formas el amor de mis amores,
No hay un cariño igual a tu cariño,
Me llenan de entusiasmo tus colores
Aún más inmaculado que el armiño,
Y al verte tremolar libre y entera,
Te adoro como a un Dios, ¡Oh mi bandera!

Símbolo de la tierra en que he nacido


Emblema del honor y de la gloria,
Quien muere por haberte defendido
Vida inmortal alcanza en nuestra historia.
Las legiones que libres te han seguido
Viven de nuestro pueblo en la memoria,
Un templo encontrará en cada pecho,
¡Oh, emblema del honor y del derecho!

¡Con que orgullo filial siempre te mira


Quien a tu sombra suspendió su cuna!
¡Con qué dolor el corazón suspira
Cuando de ti lo aleja la fortuna!
Tu ausencia amarga, tu presencia inspira:
No hay comparable a ti joya ninguna;
Y si te ofende el poderoso, el fuerte,
Por defender tu honor, nada es la muerte.

Yo juro por mis horas más serenas,


Por los amantes padres que yo adoro,
Dar gustoso la sangre de mis venas
Por defender tu nombre y tu decoro;
Juro luchar con tigres o con hienas
Que mancillar pretendan tu tesoro,
Y morir a tu sombra ¡oh santa elegida!
Y amante bendecirte al dar la vida.
Flota libre y feliz, ¡bandera santa!
Tú nos das los mayores regocijos,
Y siempre que una mano te levanta
Los anhelos del pueblo en ti están fijos;
Y antes que hollarte la extranjera planta,
Morirán junto a ti todos tus hijos:
¡que mientras haya patria y haya gloria,
Sin manchas flotarás sobre la Historia!
A JUÁREZ

Juan de Dios Peza

Dadle a mi voz el huracán rugiente


El poder no domado y estruendoso,
Que así quiero cantar de gente en gente
Las inmortales glorias de un coloso.

Si la muerte, que a todos nos aterra,


Un trono sobre el ancho firmamento
Guarda a los semidioses de la tierra,
Juárez el inmortal tiene ese asiento.

Nacido en el peñón de una montaña,


Bajo el dosel del azulado espacio,
Su alcázar infantil fue una cabaña,
Y el abierto horizonte su palacio.

Por su indígena raza, firme, austero;


Por su oscuro nacer, del pueblo hermano,
La tez de bronce, el corazón de acero,
Griego el pensar, y el alma de romano.

Los más brillantes lauros de la gloria


Estaban a su frente destinados,
Los grandes caracteres de la historia
Estaban en el suyo condensados.

El alma de Catón, el gran civismo


De Leónidas, y de Agis la justicia,
De Temístocles, todo el patriotismo,
De Licurgo el saber y la pericia.

Todo en aquel humilde pequeñuelo


Que la tierra de Ixtlán pobre crecía,
Como en un arca lo guardaba el cielo
¡Sólo el Dios de los libres lo sabía!

Águila audaz que sobre abrupta peña


Y en muda soledad cuelga su nido,
Cuando más tarde la extensión domeña,
El valle ante tus pies queda vencido.
Así Juárez, así; sin esas galas
Falsas con que la corte irradia bella,
Águila de Anáhuac, abrió sus alas,
Miró a su patria y combatió por ella.

La lucha era terrible; usos y leyes


íbanse a derrocar; el antro oscuro,
Nido de encomenderos y virreyes,
Iba a crujir con su imponente muro.

Aún vagaba en la atmósfera el aliento


De otras edades a la luz lejanas;
íbase a desatar el pensamiento, A
dejar el derecho sin cadenas.

Juárez, sereno en su saber profundo,


Fija en el porvenir su audaz mirada,
Y ve, como Colón, un nuevo mundo
Entre las sombras de la edad pasada.

A describir sus luchas no me atrevo;


Ante tanta grandeza yo me inclino,
Aquel reformador gigante y nuevo
Tuvo un Gólgota horrible por camino

La muerte, al arroparlo en negro manto,


Le arrebató de la familia humana,
Pero su nombre ha de vivir en tanto
Haya un palmo de tierra mexicana.

Fue el plebeyo humillado a la nobleza;


Fue el derecho imponiéndose a la historia;
Donde acaba el hombre, el inmortal
empieza;
Su fama universal se llama gloria.
LA SUAVE PATRIA
(fragmento)

Ramón López Velarde

Proemio

Yo que sólo canté de la exquisita


partitura el íntimo decoro,
alzo la voz a la mitad del foro,
a la manera del tenor que imita la
gutural modulación del bajo, para
cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles


con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina:


La patria es impecable y diamantina.

Suave patria: permite que te envuelva


en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.

Intermedio

Cuauhtémoc

Joven abuelo: escúchame loarte,


Único héroe a la altura del arte.

Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal:
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de ceniza de tus plantas.

No como a César el rubio patricio


Te cubre el rostro en medio del suplicio:
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente, de moneda.

Moneda espiritual en que se fragua


todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.

Segundo Acto

Suave Patria: tú vales por el río


de las virtudes de tu mujerío;
tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.

Suave Patria: te amo no cual mito,


sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

Inaccesible al deshonor, floreces;


creeré en ti mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.

Como la sota moza, Patria mía,


el piso del metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.

Tu imagen, el Palacio Nacional,


con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.

Te dará, frente al hambre y el obús,


un higo San Felipe de Jesús.

Suave Patria, vendedora de chía:


quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.

Tus entrañas no niegan un asilo


para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti, el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.

Si me ahogo en tus julios, a mí baja


desde el vergel de tu peinado denso,
frescura de reboso y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Por tu balcón de palmas bendecidas


El Domingo de Ramos, yo desfilo
Lleno de sombra, porque tú trepidas.

Quieren morir tu ánima y tu estilo,


Cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.

Patria, te doy de tu dicha la clave:


sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el Ave
que taladra el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, suave Patria.

Sé igual y fiel; pupilas de abandono;


sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
¡la carreta alegórica de paja! -
EL INDULTO

Gustavo Baz

Desde el grito de Dolores


eran dos lustros pasados, y
sólo un hombre luchaba
contra el poder del tirano;
un hombre cuyas acciones,
cuyo civismo preclaro,
cuyo valor y virtudes
fama eterna conquistaron.
Él guardó por largo tiempo
del patriotismo sagrado
y del honor insurgentes el
sublime fuego intacto. De
la sierra a la ciudades, de
los montes a los llanos iba
al frente de sus tropas
y de Guerrero ante el nombre
se asustaban sus contrarios,
como se asustan los tigres
con el estruendo del rayo.
Mas. Un día memorable
de la crueldad en los fastos,
de su valor y constancia
quiso vengarse el tirano,
a su hija inocente y pura
y a su esposa encarcelando
para ver si así domaba
su noble pecho esforzado:
y no pudiendo abatirlo
ni con viles represalias
ni con arteros engaños,
le ofreció riquezas, honores,
y quiso para sarcasmo,
que el padre del héroe fuera
de aquel indulto emisario.
Explicar es imposible
en ningún lenguaje humano,
los tormentos y las dudas
que su pecho desgarraron,
al ver que su mismo padre
le suplicaba llorando,
que tracionase a su patria,
que marchitara sus lauros;
más era su alma de bronce,
de aquellas que proclamaron
que es preferible la muerte
a la paz con los tiranos.
“Padre, mi padre –le dijo
con acento sofocado,
mientras con filial ternura
bésale frente y manos;
“Que sacrifique en buena hora
el déspota sanguinario,
para calmar su despecho
los seres a quienes amo.
Cada lágrima que viertan,
En ese martirio santo,
la vengaré en los combates
con sangre de sus soldados,
pero no logrará nunca
que ante su yugo nefando
se humille mi altiva frente
ni se humedezcan mis labios.
¡Libertad, Independencia!
me verás siempre clamando,
mientras tenga por baluarte
estos altivos peñascos;
hasta que cumplido sea
mi juramento sagrado,
o me conduzca el destino
a morir en un cadalso”.
Y estrechándose en su seno,
y conteniendo sus penas,
se despidió del anciano.
Largo tiempo todavía
después del postrer abrazo,
estuvo el guerrero ilustre
a su padre contemplando…
Y cuando le vio perderse
tras el último barranco,
camino de la montaña
se fue triste y cabizbajo.
TEMPESTAD Y CALMA EN HONOR A MORELOS
(fragmento)

Carlos Pellicer

Imaginad:
una espada
en medio de un jardín.

Eso es Morelos

Imaginad:
una pedrada
sobre la alfombra de una triste fiesta.

Eso es Morelos

Imaginad:
una llamarada
en almacén logrado por avaricia y robo.

Eso es Morelos

Ya tengo las imágenes pero no las palabras.


Pero hay aceros, y piedras, y llamas.
Porque nada hay más hondamente hermoso
para el humano oído, que la palabra.
Si las palabras vinieran para decir: Morelos,
vendrían ocultas en esos nubarrones de piedra
que a unos cuantos kilómetros nos miran:
La tempestad de rocas de Tepoztlán, vecina,
el huracán de piedra de Tepoztlán, que avanza,
esas gargantas que vociferan árboles,
esos peldaños a pájaros y lluvias
cuando pasa la noche de resonantes piedras
y el sol sacude el sueño de la luz, allá arriba.
Aún hay aceros. Y piedras. Y llamas.
Ésta es la hora de las palabras
terriblemente cristianas.
Las que hieren, las que arden, las que aplastan.
¡Ah! ¡Si yo pudiera arrojar mi corazón
Y provocar una grieta en la montaña!
¡Hablar en piedra y escribir en llamas!
La espada silenciosa que abrió el cerrado pecho:
ni un corazón que surja: todo estaba desierto.
La zumbadora piedra que el cuerpo ha
derrumbado:
era sólo una cáscara y polvo dentro de ella.
El siempre fuego que a la ciudad ardió:
halló sólo papeles, y el humo, no duró…
Éstas son las palabras terriblemente buenas,
palabras vivas, hechas de llamas sobre las piedras.

Grité ¡Morelos!, hace quince años desde las rocas de


Tepoztlán
¡Olor a Cuautla! Y entre palmeras hechas laureles
salté al abismo del heroísmo; grité ¡Morelos!
Y vi la tierra abajo desde el verde al azul.
Y unas botas sin ruido lo estremecieron todo
y sudaba una frente su pañuelo de luz.
Grité ¡Morelos!, hace quince años en Acapulco.
Y clamoroso mar me atropelló
Una raya de verde movida en cuatro azules
espiral rumor blanco dentro de ella enrolló.
Y un trueno hizo caer el roble de los vientos.
Y oí en mi mismo cuando mi pecho grito ¡Morelos!
Y a un alto en mis arterias fue mi sangre a parar.
Bajar del monte, querer el mar.
Vivir con pocas palabras;
Pero en cada palabra tener una tempestad.
Ah, si yo pudiera haberlas dicho,
Acero, piedra, llama.

Gritar Morelos y sentir la flama.


Gritar Morelos y lanzar la piedra.
Gritar Morelos y escalofriar la espada.
Tú fuiste una espada de Cristo,
Que alguna vez, tal vez, tocó el demonio.
Gloria a ti por la tierra repartida.
Perdón a tu crueldad de mármol negro.
Gloria a ti porque hablaste tu voz diciendo
América.
Perdón a tu flaqueza en el martirio.
Gloria a ti al igualar indios, negros y blancos.
Gloria a ti, mexicano y hombre continental.
Gloria a ti que empobreciste a los ricos
y te hiciste comer de los humildes,
procurador de Cristo en el Magníficat.
Gritar Morelos es escuchar la Gloria
y sentir el perdón.
DISCURSO POR EL INSTITUTO

Carlos Pellicer

En un alud de tiempo, hoy tallado en diamante


pongo a mi voz el tono vivaz de una variante
en que lo joven tiene la inconstante actitud
de un pájaro cantante o de un cuerpo desnudo.
Esta casa es lo joven que en toda ciudad vive.
Vive de la presencia de una ilusión futura.
Fuera prescribirá. Dentro jamás prescribe:
la desnudez de un día todo musculatura.
Su enfermedad de tiempo se le ve al tiempo afuera.
Aquí dentro se quema de juventud la hoguera
de alistarse a la vida con la cabeza clara:
luces para la sombra que a tumba se equipara.
Tres veces juvenil de veinticinco años,
no pierde el ritmo esbelto de sus nobles peldaños,
ella atesora el tiempo de aquel primer noviazgo
que después es leyenda de nuestro propio hallazgo.
A los selectos números o a la vibrante historia
se abre como una playa tropical la memoria.
La ciencia deshojada ligeramente cae
cual un otoño joven que al tiempo se sustrae.
Toda la simpatía o el rencor al estudio
Marca indeleblemente nuestro humano preludio.
Un brotar de conciencias como nuevo plantío
de los primero grados de calor o de frío.
Auras magisteriales recorren este día
con las voces solemnes de su cronografía.
Hay nombres envidiables pero entre todos uno
da el goce inaugural de hambriento desayuno.
En sombras vegetales se acomodó la ciencia
y entre la rectitud de su verde milicia,
juntó la fría mano de vertical pericia.

El verdadero ramo antiguo de elegancia sin par


es la fecha sonriente de un numeral tan grave
que cuesta mucha sombra llegar hasta su clave.
Quien ve la alternativa de sus hojas, escucha
lo silencioso y fino de su atinada lucha.
Entre las sepulturas minerales dibuja
la figura cimbreante que su línea encarruja.
Dada su antigüedad, su juvenil presencia
es laurel del planeta por el arte y la ciencia
con que se ha colocado
como una irrevocable presencia del pasado.
Y entre un bosque de helechos sin edad, Rovirosa
pasea su mirada fiel y voluminosa.
Bien haya la arboleda que lo alojó nocturna:
era como un tesoro guardado en una urna.
Viajando por Tabasco, por el monto y el río,
he leído su nombre húmedo de rocío.
¿Qué mucho que al diamante de esta fecha reúna
los caudales de luz de su nombre y su cuna?
Sólo un hombre a Tabasco le da gloria señera
y es el suyo. Parece cosa primavera
sin otoño. Parece que el Reino Vegetal
entre sus manos crece.
Gente de toda edad que este día congrega
en esta casa grande donde nada se niega,
donde dar es consigna, reforzad estos muros
con voluntad de árboles cuyos frutos seguros
pan den al hambre pura de la sabiduría.
Amar también es ser sabio. Y es la alegría
triunfante de la envidia y del rencor que puedo
hallar el corazón que todo lo concede.
Tabasco es joven tierra y hace miles de años
los hombres de La Venta subieron por peldaños
que sólo el genio puede transitar. Y después
de lo maya al través
se supo del prodigio del tiempo calculado:
resuelta fue en los cielos la ecuación.
¿De qué grado?
Un imperio esculpido junto al Usumacinta:
se modela en Jonuta y en Bonampak se pinta.
Venados y tortugas en color se comió
y la bebida príncipe que se achocolató.
Más tarde en Centla gente tabasqueña fue lava
Que entorpeció un instante de la Conquista traba.
Por fin en una noche de luces tenebrosas
Cuauhtémoc en Tabasco vio acabarse las cosas,
gente de toda edad que este día congrega
en esta casa grande donde nada se niega:
con generosa mano la casa haced más grande:
será como sentir que el corazón se expande.

Quién tenga corazón siempre tendrá qué dar.


El que es buen hijo luego del padre es tutelar.

Amigos: mis palabras ya están de despedida.


Yo soy bien pobre cosa, más Tabasco es mi vida.
PRESENCIA DE JUÁREZ EN LA PATRIA
(Fragmento)

Agenor González Valencia

Era un carrizo musical la aurora.


Una nota morena era la raza.
Eran los ojos del nativo origen
que iban hollando las plantas del silencio.

La noche zapoteca entre dialectos


parió la luz que iluminó este suelo.
Una hermosa semilla sufrimiento
entre huaraches y la piel del pueblo
olorosa a rebaños fue creciendo.

Y llegó la edad de la memoria.


Ovejas de pavor se humedecieron
cuando entre islotes de impaciencia, vieron
viajar al carrizal de la inocencia.

II

Ambuló mi pensamiento hasta las ruinas


que se acomodan en Teotitlán
y en un vaso moldeado por el tacto
descendió mi conciencia al reino mineral.

De las piedras salieron los rostros de los hombres


que una joven cultura vinieron a dictar.
Llevaban el espíritu del tigre
envuelto en tradiciones y pintura mural.

(El sol con su figura guacamaya


borró la oscuridad.
Dejó en aquella parte del planeta
su presencia solar)
III

Irrumpió la primavera sonrosada,


arrancando su fuerza de la Sierra de Ixtlán.
Vino a expender sus frutos desde Oaxaca
y a exhibir la cerámica de Monte Albán.

(La tarde gris de la primera tarde


puso cuatro peldaños a regia ofrenda piramidal)

IV

¡Ah! la Primavera Mexicana


que se inicia con Juárez para nunca acabar.
Tiende sus alas recias y tutelares,
allende el mar.
Tiende su ley de bronce –toga y balanza-,
sonoramente vegetal.
Y abre montañas y cordilleras cantando:
Y abre montañas y cordilleras cantando
¡América!,
con su carrizo musical.

(Desde la cumbre del Cempoaltépetl


el fuego de una raza
comenzó por arder)

Miré la adolescencia tristemente olvidada


en medio de su medio natural.
Sentí más cerca la presencia de Juárez
y del barro, el comienzo racional.

¡Ah! la encantada arcilla que allá en Guelatao


al agua silenciosa le dobla las rodillas.
Todo lo que humedece desde el sol a la luna
en el sencillo encanto ingenuamente provincial,
convertido en laguna primaveral.
VI

Huérfano de alfabeto crece el árbol silvestre


que a todos maravilla.
Y en su mirar concreto,
se va impregnando el pueblo del idioma Castilla.

Transpira vida su noble arquitectura


en la selva del tiempo que le tocó vivir.
A golpe de inquietudes florece la cultura
y al corazón conmueve la Gran Luz por venir.
CREDO

Ricardo López Méndez

México, creo en ti,


como el vértice de un juramento.
tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo, ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.

México, creo en ti,


sin que te represente en una forma
porque te llevo dentro; sin que se sepa
lo que tú eres en mí; pero presiento
que mucho te pareces a mi alma,
que sé que existe pero no la veo.

México, creo en ti,


en el vuelo sutil de tus canciones
que nace porque sí; en la plegaria
que yo aprendí para llamarte patria,
algo que es mío en mí, como tu sombra
que se tiende con vida sobre el mapa.

México, creo en ti,


en forma tal que tienes de mi amada
la promesa y el beso que son míos,
sin que sepa por qué se me entregaron:
no sé si por ser bueno o por ser malo,
o porque del perdón nazca el milagro.

México, creo en ti,


sin preocuparme del oro de tu entraña:
es bastante la vida de tu barro
que refresca lo claro de las aguas,
en el jarro que llora por los poros
la opresión de la carne de tu raza.

México, creo en ti,


porque creyendo te me vuelves ansia
y castidad y celo y esperanza,
si yo conozco el cielo es por tu cielo, si
conozco el dolor es por tus lágrimas
que están en mí aprendiendo a ser lloradas.

México, creo en ti,


en tus cosechas de milagrería
que sólo son deseos en las palabras, te
contagias de auroras que te cantan,
¡y todo el bosque se te vuelve carne!
¡y todo el hombre se te vuelve selva!

México, creo en ti,


porque nací de ti, como la flama
es compendio de fuego y de la brasa;
porque me puse a meditar que existes
en el sueño y materia que me forman
y en el delirio de escalar montañas.

México, creo en ti,


porque escribes tu nombre con la X
que algo tiene de cruz y de clavario;
porque el águila brava de tu escudo
se divierte jugando a los “volados”
con la vida y, a veces, con la muerte.

México, creo en ti,


como creo en los clavos que te sangran;
en las espinas que hay en tu corona,
y en el mar que te aprieta la cintura
para que tomes en la forma humana
hechuras de sirena en las espumas.

México, creo en ti,


porque si no creyera que eres mío
el propio corazón me lo gritara,
y te arrebataría con mis brazos
a todo intento de volverte ajeno,
¡sintiendo que a mi mismo me salvaba!

México, creo en ti,


porque eres el alto de mi marcha
y el punto de partida de mi impulso.
¡Mi credo, patria, tiene que ser tuyo,
como la voz que salva y como el ancla…!
ANTE EL ALTAR DE LOS CAUDILLOS DE LA INDEPENDENCIA

Manuel Brioso y Candiani


México, al recordar la ardiente guerra
a que debió su sacra autonomía,
convoca a las naciones de la tierra
a convivir con ella en armonía.

Ya no es el español el hombre odiado


que provocara cólera o rencores;
es el colono, por la ley llamado,
para entregarse en paz a sus labores.

¿Qué mejor oblación en los altares


de Hidalgo, de Morelos y Guerrero,
que ofrecer nuestra mano y nuestros lares,
transformando en nativo al extranjero?

La sangre por doquiera derramada


de aquella lucha, en los heroicos hechos,
da su fruto en la tierra liberada:
por eso surgen ya nuevos derechos.

México en otro tiempo campo rojo,


sin ley augusta y sin precisa norma,
que incitaba al pillaje y al despojo,
en pueblo laborioso se transforma.

Abre los brazos al obrero honrado


y de la servidumbre lo redime
para que viva siempre emancipado
de la miseria amarga que lo oprime.

Al que la tierra con afán cultiva,


lo alienta para ser un propietario,
y su esperanza y su trabajo aviva,
librándolo de todo victimario.

Si antes nos agobió el encomendero


con su avaricia y su crueldad odiosa,
ya no hay trabas que opriman al obrero,
ni al campesino en la heredad fructuosa.

Escuelas, bibliotecas y talleres


impulsan ya al estudio o la tarea
a ignaras mas no inútiles mujeres,
y al indio analfabeto de la aldea.

Tales son los presentes redentores


traídos de la patria a los altares
son los frutos más sanos, los mejores
de las grandes contiendas seculares.

¡Que venga hacia este suelo el que confíe


en la rica cosecha del mañana,
que ya una nueva aurora nos sonríe
en esta fértil tierra mexicana!

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