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Tropa Vieja

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TROPA

VIEJA

FRANCISCO

L.

URQUIZO

TROFA
VIEJA
POPULIBROS "LA PRENSA
Divisin de Editora d Peridicos, S. C. L.
Mxico, J>. F.

Publicado mediante acuerdo


especial con el autor.

Todos los
derechos
reservados.

SOBRE

EL

AUTOR

De recia raigambre nortea, el general Francisco L. UTquizo, a quien con justicia se ha llamado el "novelista del
soldado", vio la primera luz en San Pedro de las Colonias,
Coahuila, en junio de 1891, hijo de agricultores algodoneros de la regin.
Curs sus primeros estudios en Torren pasando ms.
tarde al Liceo Fournier de Mxico para los secundarios y
superiores, siguiendo una carrera comercial hasta que en
1910 se lanz a la Revolucin al frente de un grupo de
peones de su hacienda.
Al triunfo de Madero ostentaba ya el grado de capitn
primero, bajo las rdenes del general e ingeniero Emilio
Madero. El Presidente electo don Francisco I. Madero le
llev al Ejrcito regular con el grado de subteniente de
Caballera, formando parte de la Guardia Presidencial.
Continu al lado del Presidente Madero hasta la muerte
de ste durante la Decena Trgica, incorporndose despus
a las fuerzas de don Venustiano Carranza, de cuyo Estado
Mayor form parte acompaando al Caudillo de Cuatro
Cinegas hasta su muerte en Tlaxcalaniango.
Durante ese tiempo alcanz el grado de general de
brigada, participando en las campaas contra Victoriano
Huerta primero y posteriormente contra las fuerzas convencionalistas y felixistas en Veracruz.
Tuvo a su mando un Batalln de Zapadores, y posteriormente organiz la Brigada "Supremos Poderes" y ms
tarde la divisin que llev el mismo nombre.
En su larga y brillante carrera militar ha desempeado
multitud de puestos importantes, entre ellos los de Co-

o
o

FRANCISCO L. URQUIZO

mandante Militar en la Plaza de Mxico, Jefe de las Armas


en el puerto de Veracruz y de Operaciones en el mismo
Estado; Jefe del Departamento de Estado Mayor en la
entonces Secretara de Guerra; Oficial Mayor de la misma
y Subsecretario Encargado del Despacho, ltima comisin
que desempe al lado del seor Carranza.
A raz de la muerte de ste, qued postergado y estuvo
fuera del Ejrcito por largos aos. Desde su reingreso, al
mismo ha desempeado tambin importantes comisiones,
tales como Jefe del Estado Mayor del Secretario de la
Defensa Nacional; comandante de dos zonas militares;
Subsecretario y ms tarde titular de la propia dependencia.
Alternando sus deberes militares con el hbil manejo de
la pluma, con la cual ha trazado con vividos rasgos la gran
mayora de los episodios y sucesos revolucionarios en los
cuales particip tan activamente, el general Urquizo tiene
en su haber como novelista n o menos de veinte obras, sin
contar su labor como tratadista y comentarista militar,
igualmente cuantiosa y bien documentada.
Dueo de un estilo vigoroso pero ameno, con sabor de
ancdota contada al calor de los vivacs a cuyo fuego tantas
noches pernoct, toda la obra del general Urquizo est impregnada del amor a la patria, a la Revolucin y a los humildes que militaron en ella en un gesto de suprema rebelda. Su prosa sencilla y sin rebuscamientos, tiene todo el
sabroso sabor campirano y popular.
TROPA VIEJA, que hoy nos honramos en publicar,
guarda todas estas caractersticas y es una de las obras
ms intensas brotadas de su pluma. Desfila por sus pginas, sincera y estruj antemente, la vida cuartelera de principios de siglo, con todas sus lacras y crueldades, preludio
a la gran conmocin que habra de sacudir nuestro pas al
levantarse Madero. El soldado de leva, sufrido y sin esperanzas, es el hroe principal de la jornada y su vida dura,
resignada, amarga, es relatada a vivos trazos, perfectamente enmarcada dentro de la poca y costumbres que lo produjeron.

TROPA

VIEJA

Pintorescamente va dibujando la mano del autor los


distintos sucesos que marcaron la vida de Espiridin Sifuentes, ,el humilde mozo de hacienda que de la noche a
la maana se ve uniformado y sujeto 'a la rgida disciplina
militar del porfirismo. Luego su pluma se vuelve violenta
para darnos una clara idea de los primeros combates revolucionarios y alcanza proporciones de tragedia para narrarnos el infierno de fuego y tremendas pasiones que se
desatan en la toma de Torren y la Decena Trgica, para
concluir, en un ambiente mezclado a partes iguales de pesimismo y esperanza, con el lento redoblar de los tambores
que se pierden por la calle, sonando como el latir de un
corazn...

I
Mi compadre Celedonio era el carnicero ms conocido
en todo aquel rumbo de la comarca lagunera. En su carnicera de la hacienda de Lequeitio, en donde vivamos los
dos, "siempre tena por lo menos un chivo destazado y
lo? domingos tena adems una buena pierna de res. y un
costillar de marrano aparte" de los chicharrones que frea
en la puerta del jacal, cada ocho das. Buenas ventas lograba los domingos entre la gente de la hacienda y entre los
que llegaban aquel da all, de los ranchos cercanos.
Entre semana ensillaba su caballito colorado cuatralbo,
amarraba en los tientos de la montura un chivo destazado
y una balanza vieja y se largaba a los ranchitos a menudear
la carne, a hacer cambalaches o a comprar animales para
el abasto.
Buenos centavos haca mi compadre Celedonio en su
negocio y buen agujero le haca tambin a la tienda de
raya de la hacienda, por lo menos en el ramo de carne.
Los gachupines de la casa grande no lo queran y hacan
todo lo posible por correrlo de all. Tampoco a m me queran, de seguro por la amistad que tenamos y porque yo
nunca me dej de ninguno de ellos cintarcar ni babosear,
y tambin porque yo les llevaba sus cuentas a los peones
para que no se los tantearan los sbados, das de raya. Buenas alegatas les haca yo, cada vez que queran mangonearle algunos pesos a algunos de mis conocidos y amigos, que
me buscaban para que les ayudara yo en lo que poda y
que haba logrado aprender en el poco tiempo que pude ir
a la escuela de San Pedro de las Colonias, cuando m i padre, que en' paz descanse, poda darnos a mi hermano Jos
y a m alguna comodidad.
Aquella tarde mi compadre haba vuelto de por el rumbo de Vega Larga con un morralito retacado de pesos.
Estaba muy contento y con ganas de divertirse un rato.
Apenas me encontr, me dijo:

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FRANCISCO L. URQUIZO

ndele compadrito, vngase; vamos a echar un trago


de mezcal y a comer unos chicharroncitos. Mire noms
hasta dnde me lleg Tagua.
Nos fuimos a su casa y entre taco y taco y trago y trago, nos acabarnos una canasta de tortillas, dos libras de
chicharrones y tras botellas de mezcal de Pinos.
Al pardear la tarde ya estbamos bien borrachos; comenz por contarme todas sus andanzas por los ranchos
y haciendas, y acab por abrazarme queriendo llorar. Era
muy amoroso mi compadre en la borrachera, a diferencia
ma, que me daba siempre por querer pelear. En una cosa
estbamos siempre de acuerdo: en hablar mal de los gachupines dueos de la hacienda. No podamos ver a don
Julin Ibargengoitia, el administrador, ni a los dependientes don Salustio Miralles y don Agapito Solares.
En la borrachera nos daba, como a todos los peones
de La Laguna, por cantar tragedias y canciones rancheras
con sus correspondientes gritos y sus maldiciones. Ese es
el consuelo de los hombres de trabajo cuando se sienten
aliviados por un trago que les raspe el gaote.
A la hora del canco, yo llevaba siempre la voz primera
y l me haca muy bien la^segunda.
Dec a Macario Romero
Oiga mi gsnera Plata,
concdame una licencia,
para ir a ver a irri chata.
O si no aquello de:
Tolentino, hombre valiente,
valiente y muy afamado,
aqu se encontr a su padre
que es Toribio Regalado.
0 la tragedia de don Juan Garca y Luis Banderas:
Tambin Octavio Meraz,
tambin era hombre capaz,
y al mentado Luis Banderas,
le dio un tiro por detrs.

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13

Ya de noche y con ms tragos y acostados ios dos en


el montn de la semilla del algodn, cerca del despepitador, y acompaados de otros tres a cuatro peones que se
divertan oyndonos, acabamos con la cancin alborotadora que dice:
No tiene tierra la mata
ni barranco el padern,
ni chiches tena la rata,
con qu se criara el ratn?
En esa cancin estbamos muy animados, cuando lleg
el mayordomo a reconvenirnos.
Que dice el amo que a ver si ya se callan. Que ya es
buena hora para que se vayan a sus casas y dejen dormir
a la gente.
Dgale al amo que no nos dan ganas de callarnos
contest yo.
_
.
Mira, Espiridin, no seas bozaln. T ya sabes que
a ti y a tu compadre los traen los espaoles entre ojos. No
vaya a ser que les echen a la patrulla encima.
'Dgale, don Amado, a su patrn, que vaya y vuelva
a la tarde. Ajajay! Viva Mxico, gachupines h i j o s . . . !
El mayordomo se fue asustado porque ya me conoca
cmo era yo de lebrn con dos o tres tragos en el estmago.
A poquito rato, de vers llegaron los dos de la patrulla
con sus machetes viejos, a meternos al orden. Uno de ellos
era tambin el juez y llevaba como siempre la vara de la
justicia en la mano. Apenas lo mandaba el amo a cualquier
diligencia, luego mego agarraba una vara que, deca que
era el respeto de la justicia.
^Amigos, vayanse a acostar y ya cllense la boca.
Mi compadre, muy sumiso, se levant para irse. Los
peones que nos acompaaban se fueron yendo despacito
para sus'jacales, pero yo, <jue ya traa al diablo metido,
agarr una piedra y le sorraj un trancazo al mero juez,
arriba del estmago. Noms dio un pujido y cay sentado.
El otro corri y no par hasta la casa grande.
Compadre, ora lo van a usted a perjudicar. Mire
noms qu pedrada la dio a la autoridad.

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FRANCISCO L. URQUIZO

Usted tiene la culpa.

Yo ?= por qu?

P a qu me dio tanto mezcal si ya me conoce.


Vngase; vamonos por ai, antes que esto se ponga
pior.
Nos fuimos yendo los dos muy seriecitos por entre los
jacales con la intencin de ganar el tajo del Cuije para ir
a caer hasta el rancho de La Pinta. El juez se qued all
sentado agarrndose la barriga y echando habladas:
Ya vern, desgraciados, dentro de un rato que llegue
Njera con la Acordada de San Pedro.
Usted cree, compadre, que vaya a venir Njera?
Bien pudiera ser; vamonos yendo por las dudas; vngase, vamonos por adentro del tajo y salimos a La Pinta,
all pasamos la noche en casa de Eladio Lpez.
Pronto pasamos por los jacales y agarramos la alameda
del tajo. La luna se andaba escondiendo por entre unas
nubecitas negras. Nos ladraron los perros y se qued Lequeitio atrs.
Caminamos como un cuarto de legua y nos sentamos
en un bordo a chupar un cigarro de hoja. Nos agarr el
sueo y nos quedamos all dormidos con la borrachera
sin acordarnos ya ms de Njera, del juez ni de los gachupines d Lequeitio.
Cuando despertamos al tropel de los caballos, ya tenamos encima a la Acordada de Marcos Njera. Nos echaron los animales encima y nos agarraron a cintarazos. Noms veamos brillar con la luna las hojas de los sables y
sentamos los fajazos en la espalda y en el pecho. En un
instantito ms nos tiraron al suelo y cayeron con nosotros
hasta la crcel de la hacienda.
Ya era bien entrada la maana cuando despert. Con
la borrachera y la mala pasada que nos dieron los montados, haba cado yo redondo como un tronco. Mi compadre Celedonio estaba tirado en un rincn, y yo en otro,
de la galera que serva de crcel en la hacienda.
Me puse a reflexionar: buena se me esperaba de all
en adelante. Con la mala voluntad que me tenan los espaoles y la trifulca de la noche anterior, de seguro que tan-

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V I EJA

"15

to yo, como mi compadre, bamos a dar a la crcel de San


Pedro de las Colonias para una temporada.
Mi compadre estaba" roncando; tena un machetazo en
la cara que casi le haba partido la oreja. Yo tambin tena
un golpe por la frente, una descalabrada en la cabeza y
todo el cuerpo dolorido por la cintareada.
Despert a mi compadre.
Quibo, qu pas, compadre?
Pues ya lo ve, aqu estamos encerrados y en espera
de que nos lleven presos a San Pedro.
Qu no estar ya bueno con la cintareada que nos
dieron?
Qu va a estar! Ya ver cmo nos vamos a pasar
unos meses en la sombrita. Si no se le hubiera a usted
ocurrido sacar la primera botella aquella de mezcal, otra
cosa hubiera sido.
Y si usted no hubiera tenido la ocurrencia de ponrsele "josco" al mayordomo y de apedrear al juez, otra cosa
sera tambin.
B u e n o ; pues ahora ya ni remedio.
Usted cree que nos vayan a fregar mucho?
A h ! , eso ni duda tiene. Ya lo ver; acurdese de lo
que le digo.
Y si nos juyramos de aqu? Est fcil; mire, noms con meterle un fierro de esos que estn ai tirados, al
candado, podemos pelarnos.
Usted se arriesga a perder lo que tiene y a perder
la tiera noms por la borracherita de anoche?
Pues s; la verdad; no jnerece la pena. Pu que conviniera mejor sobajarnos a don Julin, el patrn, y pedirle
que os perdone.
Ese gachupn no perdona..Acurdese de Panfilo Reyes. Lo sambuti en la chirona por cerca de medio ao.
Vamos a probarlo; nada se pierde.
Yo no espero nada; pero en fin, hgale la lucha antes
de que sea ms tarde.
Mi compadre se asom por la ventanita de barrotes que
daba al patio grande y llam al mozo <ue casualmente
andana por aH barriendo. Se acerc un poco tftmeroso.

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FRANCISCO L. URQUIZO

Oye Manuel, haznos un favor.


Pos segn de lo que se trate, ya ve que ustedes estn
presos.
-No tengas miedo; se trata noms de que le digas a
don Julin, que nos deje hablar con l. Que por lo que
ms quiera nos haga ese favor.
Hum!, ni crea que va a querer. Est rete enojado.
Y a ms, orita est almorzando con todos los espaoles y
con Marcos Njera. Ustedes la van a pasar mal, segn yo
he olido.
Anda, anda; dile que nos deje hablar. Dile que no
tenga el corazn tan duro, que venga.
Y si no quiere venir?
-Hazle la lucha, anda. No creas que yo me voy a dar
por bien servido contigo. Ya me conoces.
No, si por m, qu ms quisiera sino que a ustedes
los echaran libres, pero, la verdad, la veo muy difcil.
Quin sabe cuntas pedradas le sorrajaron al juez y crioque, segn dicen, hasta se les pusieron ustedes de fierro
malo a los de la Acordada.
Ahi'st, ya ves? Eso que crees t, a lo mejor lo cree
tambin don Julin y no es cierto; con verdad de Dios. Una
piedrita cualquiera que le tir mi compadre al juez y ni
siquiera le peg. Y con la Acordada, ret mansitos, nos
pegaron hasta que les dio la gana y ni las manos metimos.
-Ustedes dos siempre han sido muy lebrones. Eso se
sacan por andar de buscapleitos y altaneros.
Bueno, oye, pero nos vas a hacer el favor, o nos vas
v
a regaar.
No le digo que de nada sirve, que est muy enojado
don JtHn.
A ti qu te importa; anda. Despus nos arreglamos
yo y t.
Yo le estoy debiendo a usted doce reales de carne y .-.
Bueno, pues ya no me debes nada, pero hazle la
lucha a don Julin que venga.
Ir a ver qu me dice; est muy enojado.
All como a la media hora vimos venir a don Julin
acompaado por Marcos Njera y dos de la montada.

TROPA

VIEJA

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Abrieron la puerta y se nos quedaron viendo.


Por la cara que les vi, yo nada esperaba de ellos.
Mi compadre, buen comerciante, se adelant muy meloso.
Seor don Julin: anoche mi compadre Espiridin
Sifuentes y yo tomamos unos tragos ms de los que es costumbre y la verd, pos, se nos subieron a la cabeza. Fui
a vender unos marranitos y traa mucho gusto por los centavos que gan: Nos fuimos a comer mi compadre y yo
unos chicharroneitos y . . .
Shi, shi; ya lo s, remoo!, os emborrachasteis y
despus de dar la* lata, y de desobedecer al mayordomo,
habis faltado a la autoridad con vas de hecho, y ya tenis pa rato, rediez!
Pero seor don Julin, yo creo que con la cintareada
que nos dieron ya es bastante. Mire noms cmo estamos.
Yo le pido a usted por lo que ms quiera que nos d su
perdn y nos deje salir a seguir luchando. Est usted seguro de que no volver a suceder esto.
C! Cualquier da os dejo! Ya que ha dado la casualidad que lleg oportunamente el comandante Njera,
os entreg a l para ver lo que hace con vosotros. Ya sabr
l, ya, lo que deber de hacer. Yo me lavo las manos como
Poncio Pilatos.
Pero seor, qu piensa usted hacer por tan poquita
cosa?
Poquita cosa!, eh? Ya lo veris. Ah los tiene usted, don Marcos.
Yo ya tengo resuelto ese asunto. Ya tom toda la informacin debida dijo Njera. A usted dijo dirigindose a mi compadre Celedonio le doy hasta el da
de maana a estas horas para que salga de esta hacienda
y no vuelva a poner los pies ms aqu. Entendido de que
si la prxima vez que vuelva con mi gente, me lo encuentro por aqu, lo enjuicio y le va a pesar por toda su vida.
Y str ti dijo dirigindose a m como ests muchachn
y pareces medio atrabancado, te voy a meter de soldado.
Estn haciendo falta hombres de tu pelo en el ejrcito.

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FRANCISCO L. URQUIZO

Fue en vano que rogramos y suplicramos mi compadre y yo. El por tener que perder la comodidad de su
negocio de carnicera y yo por perder mi libertad. Cinco
aos de soldado a fuerzas!; como si hubiera hecho una
muerte, como si hubiera robado una fortuna!
Nada conseguimos; aquellos hombres los de la Acordada y los espaoles, tenan un corazn de piedra. Acostumbrados a tratar a golpes a la peonada de las fincas, se
les revolva el alma cuando se encontraban con alguno que
se levantara tantito, siquiera para verlos cara a cara. Bien
saba yo que aquello no tena remedio ni apelacin en
nada. M compadre en la ruina y desterrado; a batallar por
ah en otros ranchos lejanos, sin crdito y de paso con
malas recomendaciones. Cua.ndo llegara. con sus chivas a
otro lugar distante a querer establecerse o a pedir trabajo,
lueguito habran de pedirle sus cartas de recomendacin y
lo sujetaran a miles de preguntas: de dnde viene?, por
qu sali de all? A lo mejor tiene cuentas con la justicia
o con sus patrones anteriores.. Una batalla grandsima para
poder conseguir o ganar un taco de frijoles. Y yo, a cargar
el muser como Lucas Prez, que tambin se lo llevaron de
soldado y perdi la tierra para siempre; se lo llevaron
hasta el fin del mundo, hasta ms all de Yucatn, y por
all estaba enfermo de fros o cre que se haba muerto.
Nadie tuvo nunca razn de lo que fue d l. Soldado y
muerto, era decir lo mismo.
A mi compadre lo dejaron salir desde luego. Fu y me
trajo mi cobija y me ech veinte reales en la bolsa del
pantaln.
Ya le dije a su mam que tenga resignacin, que se
lo van a llevar a usted de soldado. Pobrecita seora; viera
noms cmo se puso; se le rodaron las lgrimas entre la
masa que estaba en el metate, pero sigui torteando, ahora
de seguro para hacerle a usted su ltimo "itacate" pal camino. Pobre de Asuncioncita, cmo lo va a extraar a usted, compadre, porque lo que es su otro hijo Jos, se,
con esto que nos ha pasado, no va a parar aqu; se,
acurdese de lo que le digo, pierde la tierra. Pero vayase
sin cuidado, compadre; a su mam nada ha de faltarle

TROPA

V I E J A

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conmigo. La tortilla que yo me busque la he de repartir


con ella. Y ojal y tuviera yo dinero bastante para buscarle a usted un reemplazo y salvarlo de ser mocho, pero
pos, dnde?
Yo nada deca, dejaba hablar a mi compadre que al fin
y al cabo tena humor para hacerlo. Qu me ganaba yo
con decir algo!, qu remedio tena aquel mal ruedo!
La gente de Njera ya estaba acabando de ensillar.
Estaban todos ellos contentos; haban comido bien y de
seguro llevaban su buena propina en plata y en gneros de la tienda de raya.
A poquito lleg mi mam de prisa, temerosa seguro de
no ir a encontrarme ya. Iba muy arropadita con su rebozo
como si fuera a rezar el rosario y al velorio de un difunto.
- Llevaba el morral colorado de estambre, aquel que haba
sido de mi pap y que guardbamos como reliquia, lleno
de gordas recin salidas del comal.
Como la puerta se haba quedado abierta, ya que los
montados estaba all enfrente, se meti ella hasta donde
estaba yo.
Mira noms, hijito, cmo nos trata Dios!
Qu le vamos a hacer, mam.
Qu voy a hacer yo sin ti!
Ai est Jos, mi hermano; aqu est mi compadre,
que ya me prometi que la cuidar a usted cuanto pueda.
P e r o crees que ser igual? Cundo te volver a
ver! Si no hubieras crecido, si te hubieras quedado chiquito, no me daras esta pena que se me figura que no voy
a resistir.
As es la vida, mam; qu remedio tiene!
Aqu en este morral de tu pap te puse unos tacos;
cmetelos hijito, aunque los sientas hmedos, es que se
me salieron las lgrimas y fueron a dar a la masa.
No llore, mam; vayase. Djeme aqu solo mejor.
Qu se gana con llorar y que se ran esas gentes de nosotros? Vayase, mamacita, ndele; cheme la bendicin y
vayase con mi compadre.
N o ; djame hacer la ltima lucha, a ver si les ablando el corazn.

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FRANCISCO L. URQUIZO

Qu quiere hacer?
Djame, voy a ver a don Julin.
No mam!, por lo que ms quiera, no lo haga. No
se rebaje a esa gente. Cmase sus lgrimas; rece por m
y cheme su bendicin, que ya vienen a llevarme.
Hijo!...
Bendgame!
Ay, Dios mo! Hncate pues, as; como cuando eras
chiquito; hincadito as. Reza conmigo: Padre nuestro que
ests en los cielos...
Se acercaron dos de los montados; uno de ellos llevaba
un mecate.
Lo amarramos, mi comandante?
Claro!, no vez que es pollo de cuenta? Mientras
est por su tierra hay peEgro de que se nos pele.
Me amarraron las manos en la espalda mientras mi madre haca sobre mi frente el signo de la cruz. Despus sus
lgrimas me mojaron la cara y se revolvieron con las mas.
Vamonos! grit Njera.
Vmanos! grit yo, enronquecido y con ganas de
dejar cuanto antes a la viejita, que me conmovi y que
pareca que me quitaba lo hombre que llevaba dentro.
Don Julin, rodeado de los dependientes, fumaba satisfecho en el poyuelo del zagun de la hacienda.
Me sacaron de la galera. Colgado del sobaco llevaba yo
el morral de las gordas y el sarape terciado en el hombro.
Los caballos se pusieron a caminar y yo iba entre los
dos de adelante.
Todava tuve tiempo d ver cmo mi madrecita se fue
corriendo a arrodillarse y a besarle las manos a don Julin,
pidindole mi libertad.
Un nudo se me hizo en la garganta y le grit casi ahogado:
Levntese, mam, no le niegue a ese hijo de la tiznada!
El caballo de uno de los de la Acordada se me ech encima y me hizo rodar por el suelo sin poder siquiera meter
las manos que llevaba atadas. Varios sablazos cayeron so'
bre mis espaldas.

T R O PA

VIEJA

21

Me levant como pude y salimos todos al trote de la


hacienda por el bordo del tajo, camino de Santa Teresa.

II
El camino iba al lado de una acequia grande. Un vintecito suave mova las hojas de los lamos y las urracas
revoloteaban alegres, volando de la copa de un rbol a
la de otro. El sol, a media maana, haca reverberar las
tablas de laboro anegadas por el riego y las hojas verdenegras de las matas de algodn. La peonada, sembrada
por entre el campo, se enderezaba curiosa al paso de la
tropa; muchos de aquellos hombres me conocan bien;
pero ninguno de ellos se atrevi a decirme siquiera alguna
palabra de despedida.
Haba llovido en la madrugada y-el suelo estaba mojado y resbaloso.
Adelante, en su caballo retinto de sobre-paso, iba Marcos Njer; detrs iba yo, pie a tierra; a mis dos lados y
atrs de m, los doce nombres montados de la Acordada
de San Pedro.
El camino era malo para andar a pie. A veces tropezaba o resbalaba y casi siempre caa. Me levantaban a cintarazos y segua caminando adolorido, callado pero con la
resignacin que tiene el pobre cuando le llega la de malas.
Las cadas al suelo y los cintarazos me dolan, pero ms le
tema yo a las patas de los caballos cuando resbalaban en
el lodo. Una pisada o una coz me podan dejar cojo y eso
s haba de ser terrible: caminar cojeando entre los caballos, en suelo malo y a punta de golpes. Qu falta hacen
las manos para caminar seguro!, hasta entonces lo sent.
Ya para salir de los linderos de la hacienda, encontramos al rayador Juan Lorenzana; de seguro nos haba divisado y fue a hacerse el encontradizo, a curiosear. Era un
gachupn como todos: coloradote y gero; sombrero de
jipi, buena pistola, pantaln de pana; caballo inquieto y

22

FRANCISCO L. URQUIZO

una buena espada toledana de funda niquelada que brillaba


con el sol, en la montura charra.
Me conoca bien porque en una ocasin haba querido
golpearme y no me dej. Cunto gusto le dio verme maniatado en medio de los gendarmes!
Hola, don Marcos!, qu tal?, por fin nos quita usted a esta alhaja de encima.
:S, mi amigo, ste no para hasta ser soldado de la
Federacin y eso si no da guerra en el camino, porque tambin se puede quedar por ah colgado si intenta huirse.
A ver si ahora vas a ser tan valiente como lo eras
aqu, carbn! Si no se lo lleva usted tan a tiempo, don
Marcos, un da de estos lo iba a pasar muy mal. Vaya
una alhaja!
Usted gusta seguir hasta Santa Teresa?
Que les vaya bien; all creo que tambin tienen a
algn recomendado. A ver cundo vuelven por ac. Mucho
gusto de verlos. Adis.
Ms adelante nos paramos un ratito para que mearan
los caballos. Mir para atrs, apenas se distingua ya, por
entre los lamos, la chimenea del despepitador.de Lequeitio. All estara la pobre viejita llorando y mi compadre
arreglando sus triques para largarse a otra parte. Se vean
blanquear a los peones agachados sobre las matas de algodn dndole tapapi a las matas con el azadn, bien escarmentados con mi ejemplo y pensando seguro que aquella
vida no haba de tener remedio nunca; deudas de abuelos que pasaban a los padres y despus a los hijos; nica
herencia de los mexicanos pobres; de sol a sol; da con
da y ao con ao hasta acabar con la vida, hasta que Dios
quisiera, y Dios estaba muy alto y no vea para abajo nunca.
El Cura Hidalgo dej las cosas a medias, seguan los
gachupines mandando en nuestra tierra quin sabe hasta
cundo.
Vuelta a caminar; el sol caliente y la cobija y el morra,! pesados lo mismo que los pies que se arrastraban ya
por entre el lodo del camino y las piedras y los hoyos.

TROPA

V I E J A

23

Los gendarmes platicaban fumando sus cigarros de hoja; ya casi no hacan caso de m, que segua coma un perrito detrs del amo Marcos. Hablaban de sus cosas.
T e acuerdas de aquel "endevido" que tronamos por
aqu mero?
Un pelotazo noms fue menester. Le entr aqu ansina
noms.
Y aquel otro que colgamos?, te acuerdas qu cara
puso cuando le echamos la reata en el pescuezo?
Qu ojotes nos pelaba. Si los ojos hubieran sido cuchillos, all mismo nos mataba.
Qu duro para morirse, cmo pataleaba!
Hombre!, y si vieras; despus pude indagar que era
inocente, que el asesino haba sido otro que logr escaparse.
Pues s, si no era seguro lo que decan de l, pero
ya viste cmo lo "criminaron" los espaoles y el jaez.
Bueno, l no matara a aquel "dijunto", pero ya deba otras muertes, de suerte que de cualquier modo pag
lo que deba.
Y, cmo ves?, ste que llevamos aqu, llegar a
San Pedro?
Pues ya oste lo que dijo el comandante; si se porta
bien llega, si no, se queda columpiando en el camino.
Parece lebroncito.
No s que aiga matado a ninguno, pero tiene la pinta
de macho.
D e macho?, de mocho dirs. Qu bien le va a caer
el chac y el rnuser.
Cinco aitos noms.
Yo noms meta oreja y segua caminando muy sumiso,
no fuera a ser que les diera por meterme un balazo por
la espalda como a tantos otros que salan de la hacienda
presos y nunca llegaban a la crcel de San Pedro. Era la
Ley Fuga que manejaba a su antoj el juea de la Acordada.
Como a las tres o cuatro de la tarde llegamos a Santa
Teresa. Ya los espaoles nos estaban esperando en el za>
gun de la casa grande, pues les haban avisado de Lequeitio que llegaramos all ese mismo da.

24

FRANCISCO L. URQUIZO

La tienda de raya se vea llena de gente que, al sentirnos llegar, se puso a observarnos desde lejos. Siempre
que llegaba la Acordada a cualquier rancho, se le vea con
recelo y temor.
Nos paramos enfrente de la casa y un espaol gordo y
con barba se acerc a saludar a Njera y habl con l en
secreto. Se entendieron muy pronto^ pues a poco rato tres
peones armados de garrotes sacaron de una galera a dos
infelices muchachos, que de seguro estaban presos all.
Apenas los vio Njera, sac su machete, les ech el
caballo encima y les dio una cintarcada como nunca lo
haba yo visto hacer. Pobres muchachos, cmo gritaban
a cada golpe que reciban en la cabeza, en las costillas o
en la espalda! Tuvieron que meterlos a la galera casi en
peso, pues no podan ni andar.
La gente que nos vea, estaba azorada.
A m jme metieron a aquella misma galera; me desataron las manos, echaron llave a la puerta y se fueron todos
los de la Acordada a comer con los espaoles dejndonos
al cuidado de la patrulla de la hacienda.
Qu feliz me sent cuando pude tirarme en el suelo y
estirar los brazos libres de las cuerdas!
En un rincn estaban acurrucados los dos muchachos
quejndose de sus golpes. Yo ni caso les hice; tan cansado
as estaba que ms prefer dormir que platicar o comer
lo que llevaba en mi itacate.
Despert cuando ya estaba cayendo el sol. Apenas me
vieron despierto se acercaron a platicar conmigo los dos
compaeros. Eran ms jvenes que yo; apenas les pintaba
un bocito en los labios. En un momento me contaron su
historia:
Los dos eran hermanos; se llamaban Jess y Eulalia
Villegas. El mayor y el nico que hablaba, pues el otro
era muy callado, era Jess. Slo le sacaba un ao de diferencia a su hermano.
Venimos desde el Real de Sombrerete, Zacatecas. All
ya no se poda vivir; no haba trabajo ni en qu ganarse
la vida. A ms, nuestra madre se muri y nuestro padre
se fue con otra mujer para el interior. El da menos pensa-

TROPA

V I E J A

25

do agarramos, mi hermano y yo, el camino de fierro y nos


venimos contando durmientes hasta Torren.
"Mucho se hablaba por all de que en Torren haba
bonanza y una porcin de gente hizo camino con este
rumbo. No traamos nada que comer y ni siquiera, una
cobija. Viera noms qu hambreadas y qu frillazos pasamos en el camino! En las noches dormamos acurrucados
cerca de la lumbrita que hacamos. Qu noches tan largas
y tan fras! Qu envidia les tenamos a los coyotes que
llevan su buen pellejo cubierto de pelo caliente, mucho ms
caliente y abrigador que nuestras camisas y calzones desgarrados. A veces nos daban un taco los peones de la va;
en las estaciones alguna tortilla dura. Trabajo, nada; qu
trabajo va a haber en ese desierto!
"Camine y camine das y das. Pareca que no se acababan nunca aquellas rayas derechas de fierro brillante y
aquellos alambres de los postes del telgrafo. Tierra colorada, despus tierra amarilla, despus tierra gris; remolinos de polvo all a lo lejos y cerros lejanos que primero
eran azules, despus, ya ms cerquitas, cafeses, despus se
volvan a hacer azules all atrs, con rumb a nuestra tierra.
"Por fin llegamos al mentado Torren. Tampoco haba
trabajo all para nosotros; el quehacer estaba, segn decan, aqu en los ranchos. Otra vez a caminar y a recorrer
las rancheras y las haciendas. A veces trabajamos un da,
a veces una semana'. Parece que nuestra facha no les daba
confianza a los patrones.
"Ayer ya nos andaba de hambre y nos comimos unos
elotes de un maizal. Nos cay un dependiente, nos golpe
y carg con nosotros hasta esta galera. Ora creo que nos
achacan todas las gallinas que se han perdido; dicen que
sernos rateros y vagabundos; que nadie nos conoce y que hace falta ponernos en buen recaudo."
Yo tambin les cont lo que me haba pasado. Eramos
compaeros desde all hasta quin sabe cundo. Les convid de mis gordas; ellos tenan ms. hambre que yo. Nos
comimos aquellas tortillas amasadas con las lgrimas de
mi viejita.
Era ya de noche; afuera ladraban los perros, brillaban
las luces en los jacales y pardadeaban las estrellitas en el

26

FRANCISCO L. URQUIZO

cielo. Nos abrigamos los tres con la cobija ma como si


furamos hermanos.
A la madrugada nos levantaron a puntapis. Queran
los de la Acordada caminar con la fresca para llegar a
buena hora a San Pedro de las Colonias. Nos amarraron
las manos a los tres y nos sacaron a empujones. Todava
estaba oscuro; apenas se vea el cainino; en uno que otro
jacal haba lumbre prendida, de seguro eran aquellas casas en que los hombres eran muy madrugadores y queran
agarrar los mejores troncos de muas para el trabajo del da.
Se alborotaron todos los perros con el tropel de los caballos; haba unos muy bravos que nos llegaban hasta las
pantorrillas, tenamos que quitrnolos de encima a puras
patadas.
Nos fue a amanecer ya cerca de La Concordia. All, paramos un rato para que los del Gobierno tomaran caf. La
gente ensarapada nos miraba con curiosidad y con lstima.
Qu pensaran de nosotros?, que ramos ladrones, que
ramos asesinos?
La curiosidad de la gente de aquella hacienda les sirvi
a los de la Acordada para lucirse dndonos delante de
todos ellos la primera cintarcada de aquel da. Ya no recib
yo tantos golpes; como ramos tres, me tocaron a menos.
De all para adelante el camino era bueno; seco y amplio. M sent yo ms consolado yendo con los otros dos,
que bien dicen que mal de muchos, consuelo de tontos.
El camino fue ms corto. Cerca del medioda llegamos
a Bolvar, el rancho aquel de los alemanes que tiene un
papalote de viento, que se ve desde muy lejos. Desde all
ya se vean las casas aterradas de San Pedro, de mi pueblo. Un cuarto de legua ms y entramos a las calles llenas
de tierra suelta; aquellas calles en donde se mete uno
hasta las rodillas como si fuera atascadero; aquellas calles
que recorra yo cuando era chiquillo y que iba a la escuela
oficial en los buenos tiempos de mi padre.
Entramos por el barrio del Mesquite Charro, por el
mismo barrio en que yo haba nacido en un ao en que
deca mi abuelita que haba habido muchas calabazas de
agua.

TROPA

VIETA

27

Un eilindrero tocaba en una esquina "El Abandonado".


Don Cleofas, el de "El Piln de Oro", estaba despachando
en su tendajo a una mujer enrebozada. Un melcochero con
su tabla de dulces en la cabeza iba gritando por una banqueta, a grito abierto: Las correosas, quin compra
correosas?
En un momento llegamos a la plaza de armas, fresca
bajo las ramas de las lilas tupidas de hojas y alegres con
el canto de los pjaros. All estaba don Cristbal, el viejito
de la barba blanca, sentado en la misma banca de siempre;
aquella que deca que era de l y que la reclamaba cuando
la vea ocupada por alguna otra gente. All, por la banqueta de la casa de los Madero, iba atravesando de prisa
el doctor Meave con su saco de dril blanco muy holgado
y su sombrero de paja.
Una pipa con agua, arrastrada por la calle por una mulilla flaca desde la vega grande, haca los "entregos" en las
casas ricas. El reloj pblico de la Escuela de Nias, la
Presidencia Municipal pintada de amarillo, la iglesia pintada de blanco, la crcel con su reja de manera de mezquite. El mismo San Pedro de cuando tena yo siete aos,
el mismo de ahora, el mismo de cuando llegara a viejo.
Cuando nos avist el polica que haca de centinela en
la puerta de la crcel, grit con toda la fuerza que ms
pudo:
Guardia, tropa armada!
Como si hubiera por all ms hombres armados como
acostumbra haber en los cuarteles, El nico que sali fue
el alcaide a recibirnos.
Nos metieron a la alcaida y nos soltaron las manos.
Estaba fresco el cuartito, recin regados los ladrillos del
suelo. All haba una mesa llena de papeles, dos sillas, un
retrato de Morelos y otros de don Porfirio Daz. Nos preguntaron el nombre, la edad y una porcin de cosas y
queran que firmramos; los muchachos no saban escribir
y yo no quise hacerlo.
Usted no sabe escribir?S s.
Pues firme.
Firmo qu?

28

FRANCISCO L. URQUIZO

Aqu. Firme que est conforme.


Conforme con qu?
Con lo que no le importa. Firme, con una tiznada.
No firmo.
Ah!, no firma?
No, seor.
-Y cree que con eso se escapa? Firme o no firme,
cinco aos de mocho no se los quita ni Dios Padre.
Nos esculcaron y me quitaron lo nico que llevaba: los
veinte reales que me haba dado mi compadre. El morral
y la cobija, me los dejaron.
Se abri la puerta de adentro y nos empujaron al galern de los presos.
Apenas entramos se alborot la gallera. Eran como unos
diez o doce, pero gritaban como si hubieran sido cincuenta.
Ya pari la leona!, ya pari la leona! Llegaron
tres gorrudos! Ese de las greas, rpenlo! Ora t de los
calzones ajustados.
Gritos, chillidos y pedradas fue nuestro recibimiento.
Nosotros estbamos azorados, parados junto a la puerta
sin atrevernos a entrar ms adentro. Cuando se cansaron
de insultarnos y de tirarnos cuanto tenan a la mano, se
acercaron a saludarnos como si nada hubiera pasado.
Quibo, amigos?, ustedes por qu cayeron?, de
dnde los traen? Dequen un cigarro.
A la media hora ya ramos todos amigos.
Yo encontr una tranquilidad muy grande dentro de
aquel galern fresco. Nos dieron un cigarro; nos dieron
a escondidas un trago de mezcal y nos consolaron en nuestro infortunio.
Ese carbn de Njera, algn da ha de pagar todas
las que debe.
-Algn da, algn da.
La tarde s fue de prisa; llevaron el perol del rancho
y nos dieron, a cadia uno un cucharn de frijoles aguados y
un par_ de tortillas. Despus, ya oscurecido, vimos pasar
por delante de la puerta, con destino a sus bocacalles, a
los diez o doce serenos del pueblo con sus linternas encendidas; parecan lucirnagas volando por entre los: troncos

TROPA

VIEJA

29

de los rboles de la plazuela oscura. En el galern encendieron una linterna de petrleo.


All como a las diez de la noche se oyeron los pitos de
los serenos repartidos en las calles.
A la madrugada metieron a un borracho que fue dando
traspis por entre todos los que estbamos acostados y que
hacamos por dormir.
Cuando me venci el sueo, se me figur que estaba
en mi casa durmiendo muy tranquilo.
En la maana me levant a escobazos uno de los presos.
Era el encargado de regar y barrer el galern aquel; tena
una cicatriz muy grande desde cerca de un ojo hasta la
boca; era muy mal hablado y parece que le teman todos
all.
A poco rato nos dieron el rancho: un cucharn de atole
y dos tortillas. Unos de los compaeros nos prestaron unas
tazas de hojalata para que tomramos aquel alimento.
El preso que andaba barriendo y que pareca ser el
capataz, me dijo:
Ahora les hubiera tocado a ustedes por derecho tirar
el caballo, pero el alcaide me dijo que ustedes son de cuidado, que no pueden salir a la calle si no es amarrados.
Quin sabe lo que debern ustedes tan grande, que les tienen tanta desconfianza.
Nada debemos, pero dgame, qu cosa es el caballo
ese de que me est hablando?
El caballo? Orita lo va a ver; mire, ai lo llevan
para la calle.
Se acercaba una pestilencia atroz; era de una barrica
llena de suciedad que llevaban dos presos cargando en
una especie de parihuela. Era all donde hacan sus necesidades los detenidos y su lugar acostumbrado era en el
fondo del galern; todos los das, dos presos al cuidado
de un polica, salan con el contenido de aquella barrica
hasta las afueras del pueblo.
-Pues mire, amigo le dije el capataz, nada ms
por eso me alegro de que me tengan desconfianza; primero
me dejo matar que hacer un trabajo de esos.
Ni diga eso, amigo, no diga eso. Ya ver all en el
cuartel cmo lo van a tratar.

30

FRANCISCO L. URQUIZO

Cerca del medioda, llegaron los de la Acordada y el


polica que cuidaba la puerta nos llam a gritos:
Ese Espiridin Sifuentes, ese Jess Villegas, ese Eulalio Villegas, a la reja con todo y cueros!
Nos llamaban a nosotros, a los tres que habamos llegado el da anterior.
Nos acercamos a la puerta. Nuestros compaeros de
prisin se dieron cuenta de lo que pasaba.
Ya se los van a llevar; los van entregar a los soldados federales para que se los lleven hasta Monterrey.
Adis, amigos, adis, adis.
Nos amarraron otra vez las manos, pero esta vez no
por la espalda, sino por delante; as podramos sentarnos
en los asientos del tren. Se abri la puerta y salimos a la
calle. Cuntas veces no saldran por all mismo los hombres ya libres!, con qu gusto veran el sol de la calle!
Nosotros salamos tristes, amarrados; salamos de una crcel que puede que fuera buena en comparacin con la que
nos esperaba en Monterrey.
Nos llevaron por toda la calle larga hasta la estacin,
Haba mucha gente: vendedores, pasajeros curiosos nada
ms; todos nos miraban con lstima; los policas que nos
llevaban Custiodiados parecan complacerse de su trabajo.
De qu triste manera iba a salir yo de mi pueblo!
Al mrito medioda lleg el tren de pasajeros de Torren. Apenas acabaron de bajar los que llegaban, el comandante Njera se acerc al carro de segunda en que iba
una escolta de soldados de la Federacin; habl largamente
con el oficial y nos seal a nosotros. Haba llegado nuestra hora; de all para adelante nos soltaban los gendarmes
y nos agarraban los soldados. El oficial baj y nos mir
de arriba abajo como quien tantea a unos animales que va
a comprar; ley el papel lleno de sellos que le dio Njera
y nos mand subir.
Llevaba un kep negro con una cinta dorada; en la cv
tura colgaba una espada reluciente; pareca muy joven todava y era casi lampio. Los soldados que estaba en el
carro nos miraron con curiosidad, pareca que tenan lstima de nosotros; nos dieron acomodo entre ellos; todos
llevaban chac de cuero con bolita colorada y estaban ves-

TROPA

V I E J A

31

tidos de dril; tenan sus mochilas y sus cartucheras y empuaban los museres. Nadie hablaba ni palabra.
A los pocos momentos comenz el tren a caminar; poco
a poco se fue quedando atrs la vega eon sus lamos verdes, la estacin llena de gente y de fruteros, los de la Acordada de Njera, las casas de San Pedro, terregosas; todo
lo que yo quera u odiaba, todo: Lequeitio, mi compadre
Celedonio, los gachupines, mi viejita; todo junto y fevuelto, lo bueno con lo malo. All se quedaba todo: el
pueblo en que nac y la hacienda en que me cri; me
pareca como si me hubiera muerto y como si hubiera
vuelto a nacer otra vez. De all para adelante otra vida, un
puo de tierra a lo pasado, al camposanto del pueblo y
un aliento nuevo para la vida que iba a comenzar all
mismo, a bordo de aquel tren.
Eran diez soldados los que iban all; uno de ellos llevaba en las mangas dos cintas coloradas, pues era el sargento; otro haba que era el cabo que noms llevaba una sola.
Fuera de aquello, todos ellos parecan enteramente iguales;
las mismas caras de indios requemados; todos enjutos,
pelones al rape; uniformados hasta con el mismo gesto de
resignacin. El oficial entraba y sala, parece que ms le
gustaba sentarse en los asientos del carro de primera.
Aparte de nosotros, cuatro o cinco gentes apenas viajaban all; en la puerta del carro el agente de publicaciones
acomodaba su mercanca.
El sol caa a plomo sobre el arenal de la desierta Laguna de Mayrn. Ni un huisachito, ni un mezquite, ni una
res; ni una labor ni un rancho; tierra, polvo y remolinos
a lo lejos y de vez en cuando, cada cinco leguas, una estacin, pelona metida en un carro sin ruedas de ferrocarril
y una casa de piedra, como fortaleza para los trabajadores
de la va: Benvides, Minerva, Tala, C e r e s . . . todas enteramente iguales con la sola diferencia de un letrero. El
camino derecho, largo, largo y tendido sobre un arenal que
all a lo lejos pareca un espejo de agua clara y cristalina.
Ni pjaros, ni bueyes, ni conejos; de seguro noms all
vivan las vboras revueltas en la tierra de su mismo color.
Tierra abandonada de la mano de Dios, sin agua ni verdor; tierra suelta hecha polvo, como para cobijar de un

32

FRANCISCO L. URQUIZO

solo soplo de aire a los viandantes hambrientos y cansados


que por all pasaran. Tierra maldita, castrada, infecunda
como las muas que nunca han de parir. Tierra sin consuelo, tierra triste y sedienta como el pobre, como el gan
que vive y que vegeta y que no espera nada porque nada
han de darle. Tierra Manca, pardusca y sucia como los
calzones de manta de los hombres del campo; tierra que
se adelant a la muerte y que se hizo polvo antes de morir.
Aquel camino largo y pesado termin en Hiplito, estacin de importancia con restaurante de chinos, agua para
las mquinas y dos docenas de casas con paredes de palosgatuo enjarradas con zoquete. Eran como las cuatro de
la tarde. o habamos hablado ni palabra en el camino.
El tren se detuvo largo rato y las gentes bajaron a
comer; la mquina hizo movimiento; ya se desenganchaba,
ya se volva a enganchar. Qu cosa tan misteriosa son los
trenes; van, vienen; se pegan, se despegan; se vuelven a
pegar y al final parece que quedan siempre igual. Slo los
ferrocarrileros saben lo que hacen con, sus carros. Las mquinas de patio parece que andan jugando, tantito para
adelante, tantito para atrs; de prisa, despacio, solas o con
carros; bonito juego para los ferrocarrileros que parece
que juegan al ferrocarril.
Ms de una hora de parada y ya casi al meterse el sol
partimos de Hiplito. Al poco caminar oscureci; en el
techo prendieron las lamparitas de petrleo para dar sombras al carro y hacer ms duras las caras de los soldados
y ms grandes los chacos.
Jess Villegas me dijo casi en secreto:
-Primera vez que ando en tren sin boleto.
Yo tambin.
Siquiera eso salimos ganando.
El movimiento del tren nos haca cabecear; el ruido
adormeca; trac, tractrs, trac; siempre igual.
De qu cuerpo sern estos soldados?
Hasta entonces me fij en los chacos. Eran del nueve.
Noveno de Monterrey; bonito nmero, non, tres veces tres,
da de mi cumpleaos.

TROPA

VIEJA

33

Traca, tratraca, tratraca; el campo negro por las ventanillas; sombras en el carro, ruido de fierros; cada vez
ms tirantes los lazos de las manos ya amoratadas.
Seores, afljennos las manos tantito para poder dormir. As, gracias amigos, compaeros de aqu para adelante, gracias.
Traca, tratraca, tratraca, las sombras se crecen, los ojos
se cierran. Con aquel cansancio los palos tan duros parecen colchones.
Monterrey!

III
Era pasada la medianoche cuando se detuvo el tren en
la estacin. El andn estaba bien iluminado y casi vaco
de gente, apenas uno que otro cargador que se ofreca a
los de primera para llevarles sus maletas. Bajamos en medio de los soldados y nos formamos hasta que lleg el oficial ; dio las voces de mando y salimos todos de la estacin
con rumbo al cuartel; bamos los tres presos encajonados
dentro de las dos hileras de soldados.
All comenc a darme cuenta de la instruccin de los
soldados; qu parejos en todos sus movimientos!; los pasos acompasados; un solo golpe de las armas al cambiarlas
de posicin; parecan soldados de juguete hechos en un
mismo molde y movidos por un solo mecanismo.
Ni quien hablara media palabra; noms se oa por la
calle desierta el paso acompasado de la tropa. All de
cuando en cuando encontrbamos en alguna esquina la
linternita de un*' sereno y al polica embozado cerca de ella.
Recorrimos una calzada muy larga, llena de rboles;
salimos al descampado y dimos vista al cuartel, un casern
negro y pesado; s me figur que bamos a llegar al cseo
de alguna hacienda como aquellas de La Laguna. El portn muy grande y abierto de par en par; una lu alumbraba
apenas a un soldado que con su arma en el hombro daba

34

FRANCISCO L.

URQUIZO

vueltas de un lado al otra como si lo tuvieran amarrado y


no pudiera separarse de all.
De pronto, cuando se dio cuenta de que nos acercbamos, se detuvo y grit con toda su alma:
Alto ah!, quin vive?
Mxico! contest el oficial.
Nos detuvimos.
Qu regimiento?
Guardia!, tropa armada!
Se form una lnea de soldados adentro del zagun
y entramos nosotros hasta enfrente de ellos. Un oficial
como el que nos llevaba, estaba all alineado tambin. Otro
oficial de ms mando, despus supe que era el capitn de
cuartel, recibi a nuestra fuerza. Era hombre ya maduro
y con bigote espeso.
Presente, mi capitn, procedente del destacamento
de Torren, con cinco hileras de tropa y tres reemplazos
-dijo cuadrndose nuestro oficial.
Gracias compaero; que descanse la fuerza en su
cuadra y que los reemplazos pasen la noche aqu en la
prevencin.
Nos metieron al cuarto de la prevencin; los soldados
que nos traan se fueron por all adentro; los de la guardia
dejaron sus fusiles en el banco de armas y entraron tambin junto con nosotros.
_
-Sargento, qutele los mecates a esa pobre gente, orden el capitn.
El sargento y dos soldados ms, prontamente nos desataron las manos. El sargento pareca conmovido.
Pobres amigos!, miren noms qu bien amarrados
los traen; como si hubieran asesinado a alguno; como si
fueran ladrones del camino real. T, Juan, aprate.
Est muy apretado el udo, mi sargento.
Mtele el marrazo. Ya estn; ahora durmanse amigos; todava falta mucho para de aqu a % diana. Hasta
que no venga el mayor no los filiarn. Voy a llevarme
estos mecates con que venan amarrados, dicen que son de
buen agero en las mochilas. Durmanse por ai como
puedan.

TROPA

V I E J A

35

Nos acostamos los tres juntos en un rincn, envueltos


en mi misma cobija como la nqche anterior. Afuera el
silencio de la noche se rompa de cuando en cuando segn
lo ordenaba el oficial de guardia, que arropado en su capote detrs de una mesa, mandaba al cabo de cuarto:
Cabo, que corran la palabra!
El cabo ordenaba a su vez al centinela de la puerta
y ste gritaba:
Uo, alerta!
Segua, detrs de l, una letana de voces; unas ms
cerca y otras ms alejadas, pero todas en el mismo tono:
Dos, alerta!
Tres, aalerta!
Cuatro, aalerta!
Primer rondn, aalerta!; segundo rondn, aalerta!
Primera compaa, aalerta!, segunda compaa,
aalerta!; plana mayor, aalerta!
Pasaba un cuarto de hora; a veces slo diez minutos
y volva la misma grita:
^ .
- Cabo, que corran la palabra!
Uno, alerta!, dos, aalerta!, tres, a a l e r t a ! . . .
Y no poda conciliar el-sueo; apenas me estaba queriendo quedar dormido, me despertaba la gritera de los
centinelas.
Mi compaero Jess, tampoco poda dormir; slo su
hermano dorma como un bendito.
P a r a qu gritarn tanto?
Sabr Dios.
A lo mejor pasa alguna cosa por all afuera.
Fjate cmo los ltimos hacen el grito muy largo:
aaalerta!
Un soldado de los que estaban acostado en el camastro de madera, que estaba impaciente con nuestra conversacin, nos grit en las orejas.
CllenseJ'ocico; dejen dormir!
Oiga amigo, por qu son tantos gritos all afuera?
As es siempre; ya tendrn tiempo de saborearlo
en cinco aos que tienen por delante.
Cada dos horas entraba el cabo y levantaba a algunos
de los soldados que dormitaban en la tarima y sala con

36

FRANCISCO L. URQUEO

ellos; iban a relevar centinelas. Los que salan de su ser-,/


vicio, entraban a dormitar.
As toda la noche, hasta que cantaron los gallos. Una
corneta toc e la puerta del cuartel y a los pocos momentos se oy el paso acompasado de una tropa que pasaba
por el patio y que sala a la calle. Era la banda de guerra;
unos veinte hombres entre cornetas y tambores.
Nunca haba yo odo la diana tan de cerca; qu cosa
ms bonita es ese toque!; es tan alegre como el canto del ;
gallo; son las maanitas del cuartel. Qu bien redoblan
los doce tambores, qu fuerte y alegre suenan las cornetas!
Recorren todo el cuartel, cuadra por cuadra, ensordeciendo a todos; al acabar el toqu que se alarga un buen
rato, todo mundo est en pie.
Despus se oye por all adentro que estn pasando lista:
Presente!
Preesente!
Presente!
Un toque muy conocido sigue despus, el nico que yo
saba desde chiquillo con su letra y todo:
A comer, a comer,
sinvergenzas del cuartel.
A poco rato el sargento de la guardia nos mand con
un soldado nuestro rancho; en tres botes de hojalata nos
llevaron atole blanco y frijoles; tambin nos dieron una
pieza de pan.
Mientras la tropa coma su rancho, y obedeciendo seguramente a un toque que dio el corneta de la guardia, salieron de las cuadras para la calle un cnorro de viejas; seguramente se haban quedado all adentro a pasar la noche
con sus hombres.
A poco rato toda la banda de cornetas y tambores toc
un aire muy alegre; supe despus que aquello era la "Llamada de Instruccin". Unos minutos ms tarde se oy l
paso acompasado de mucha gente.
Guardia, tropa armada! grit el centinela de la
puerta.
<

TROPA

V I E J A

37

Pasaron por delante de nosotros muchos soldados armados; iban de a cuatro en cuatro, uniformados de dril
y con chac de cuero negro con bolita de estambre colorado. La banda iba por delante; a los lados, de trecho en
trecho, los oficiales con las espadas desnudas. Iban tocando
las cornetas y redoblando los tambores como si fueran de
camino. Se perdi el ruido all a lo lejos en el campo.
Un soldado de los que estaban de guardia nos regal
unos cigarros y convers con nosotros. Nos confes de
cabo a rabo y algo nos cont de aquella nueva yida que
comenzaba para nosotros.
Esa tropa que sali, era todo el batalln; estarn
como unas dos horas por ai haciendo instruccin; luego
han de volver con la lengua de fuera. Y esto es todos los
das, a maana y tarde. Despus aqu adentro n o falta que
hacer; ya lo vern ustedes y todo siempre se hace en medio de golpes y de malas razones. A punta de trancazos lo
hacen a unos soldado. Aqu han cado gente como ustedes,
agarrados de leva o que han trado de las crceles porque
ya no los aguantaban por lebrones o asesinos y aqu son
corderitos mansos. Ni quien chiste entre las filas del ejrcito: malas palabras por cualquier cosa, que es lo de menos, o chicotazos, procesos y hasta fusiladas.
"Aqu se acab todo lo de afuera; los tenates se quedaron all en el campo. De cabo arriba, todos mandan y
qu modo de mandar! Pobres de ustedes que apenas van
a comenzar!
"A m me faltan dos aos para cumplir el tiempo de mi
enganche; llevo tres aos de cargar el muser y de aguantar esta vida como los hombres; bueno!, como los hombres n o ; aqu no hay hombres; de la puerta del cuartel
para adentro se acabaron los hombres, todos sernos borregos atemorizados delante de las cintas coloradas de las
clases o de las espiguillas o de los galones de los oficiales
o de los. jefes."
Y , de dnde es usted, amigo?
D e dnde he de ser?, de Guanajuato.
"Guanajuato, tierra de Len,
donde se forma la Federacin.

38

FRANCISCO L. URQUIZO

"As dice la cancin y es lo cierto; de all de mi tierra


salemos miles y miles a formar batallones y regimientos;
si no fuera por el Bajo, de dnde sacaban tanta gente?
A ustedes, por ac, siquiera los consignan por malas voluntades o porque debern algo, pero all no batallan tanto; noms llegan patrullas de soldados y echan realada;
noms cortan a un lado como a rebaos de cabras."
De modo que esto es dur ?
D u r o ? , pior que la crcel ms mala. Ya lo vern.
Por lo pronto ustedes lo van a pasar muy mal el primer
ao, el segundo ya se van acostumbrando; despus, despus
es lo mismo.
Volvi la tropa sudorosa, cansada.
Ms toques de banda y relevo de guardias. Salieron
escoltas para hacer seguro servicios all en la ciudad.
Comenzaron a llegar los jefes: el mayor, el teniente
coronel, el coronel; a todos ellos se les formaba la guardia
y les daban novedades.
A media maana nos llamaron.
Esos que llegaron anoche, a filiarse al detall!
All vamos detrs de un cabo chaparrito atravesando
los patios del cuartel; los soldados que andaban por all,
nos miraban y se rean.
O r a sombrerudos!; ora greudos, se acabaron las
mechas de aqu pal real!
Se conoce que se sentan contentos de que llegaran
otros desgraciados al montn.
En la oficina a que nos llevaron, enfrente de un escritorio, estaba un jefe bigotn y entrecano, m u y uniformado
de negro y con galones en las mangas. Dos o tres clases
estaban manejando papeles en otras mesas cercanas. Haba
en la pared un retrato grande de don Porfirio Daz. Aquel
jefe era el mayor. Se nos qued mirando de arriba abajo
un buen rato con sus ojillos saltones como si nos quisiera
comer con la vista.
Qutense l sombrero, tarugos, no ven que estn en
una oficina? Sombreros anchos para el sol!, aqu le van
a salir al sol a cuerno limpio.
Nos quitamos los sombreros, avergonzados.
i T!, cmo te flamas?

TROPA

VIEJA

39

Espiridin Sifuentes, para servir a su merced.


A m?, de cabo arriba vas a servir a todo el mundo.
De dnde eres?
De San Pedro de las Colonias.
Cundo naciste?
No me acuerdo.
Con una tal!, ya te refrescar la memoria.
No lo s, seor.
Cuntos aos tienes?
Dieciocho.
Uno de los escribientes estaba apuntando cuanto yo iba
diciendo, los nombres de mis padres, las seas que me encontraron y la estatura que me midieron.
Si sabes firmar, pon ah tu nombre, si no, lo mismo
da.
Despus les toc a los muchachos que iban conmigo;
tambin los rega, los puso verdes.
-Bueno, ya estn listos. Sargento!
-Ordene, mi mayor.
.
Causan alta los tres con esta fecha en la segunda
compaa; rpalos, unifrmalos de reclutas y llvalos al
capitn Sales. Recomindale a ese lagunero que parece
medio "levantado.
El sargento nos hizo entrar en otro cuarto lleno de
monturas y de correajes. All, en un banquito nos hizo sentar a uno por uno y con una mquina nos pel al rape en
un momento.
Nunca me haban pelado a m tan de prisa y tan de
mala forma. Como siempre haba yo usado el pelo largo,
se enredaba en la mquina y me tironeaba.
Cunto piojero traern ustedes en esas greas; as
siquiera van a andar frescos. Ya estn listos los tres de
la cabeza; ahora encurense.
Tenamos, una poca de vergenza.
Encurense, con una. tiznada!
Quedamos en pelota.
Ai tiene cada cual una camisa, unos calzones, huaraches, un chac de cuero y una manta d cajna; ese es el
uniforme de los reclutas hasta que lleguen a ser soldados.

40

FRANCISCO L. URQUIZO

Cuidado y se pongan otras cosas y vayan a estropear lo


que les entrego. Ah dejen todo lo que train; sganme.
Pueda llevar mi morral y mi cobija?
El morral n o ; la cobija, bueno, te dejar que la
lleves, a ver cunto te va a durar.
-El morralito es un recuerdo de mi padre.
Aqu se acabaron los recuerdos. Vamonos!
Atravesamos otra vez el patio siguiendo al sargento.
Senta yo los huaraches broncos y el chac me bailaba en
la cabeza. Parecamos changos los tres, de esos de los circos.
En un galern muy grande estaba la cuadra de la segunda compaa a que bamos destinados. El capitn nos
recibi con indiferencia. Era un hombre alto y delgado, de
mirada tranquila. Me dio la impresin de que haba de ser
mejor que el mayor.
El capitn nos llev con el oficial de semana; ste nos
entreg al sargento primero de la compaa para que anotara nuestros nombres para la hora de la lista. El sargento
primero nos puso en manos del sargento de semana para
que nos leyera las leyes penales militares.
Se sent tranquilamente en un banco, nos pas enfrente de l y comenz a leer en un libro, hojas y ms
hojas:
"Comete
milado que
al respeto o
mando, que
conocer.

el delito de insubordinacin, el militar o asicon palabras, ademanes, gestos o seas, falte


sujecin debidas a un superior en categora o
porte sus insignias, a quien conozca- o deba

"Cometen el delito de desercin los que faltaren durante


tres das consecutivos a las listas del da.
"Cometen el delito de ;tfMcini.".. " !
"Cometen el delito de p i l l a j e . . .
"Violencia contra las personas.
"Veinte aos de prisin; pena de muerte; veinte aos
d prisin; pena de muerte, pena de muerte, pena de
muerte..."

TROPA

V I E J A

41

El soldado no tiene ms obligacin que sufrir ni ms


derecho que a que le den cinco tiros.
Cuando se cans de leernos el sargento, nos llev con
el cabo de cuartel; el cabo nos llev con el soldado cuartelero, ltimo eslabn en la cadena del servicio interior; el
encargado de cuidar las cosas en la cuadra, de barrer y
regar aquello.
Aqu tienen su lugar, compaeros; cada uno de ustedes tiene derecho a un metro de terreno. Igual que una sepultura: un metro no ms. Ai pueden dejar sus cobijas;
fjense bien en el nmero de las matrculas para que no se
les pierdan. Cuando lleguen a juntar algunos centavos podrn comprar un petate, porque el suelo siempre no deja
de ser fro.
Nos sentamos un momento en el suelo; estbamos en
la mera orilla del galern. Por unas ventanas altas con
rejas, entraba apenas la luz del da, como si ya hubiera
oscurecido. All en la puerta, al otro extremo de nosotros,
sentado en una mesa estaba el oficial- de semana; cerca
de l, el sargento; a media cuadra el cabo junto al banco de las armas y el cuartelero por all barriendo.
Afuera se oa la corneta de cuando en cuando y casi
siempre de diferente manera; ya conoceramos ms delante todos aquellos toques.
En el patio se oan cubetazos de agua y ruido de escobas.
El oficial de semana le grit al cuartelero:
T, cuartelero!; chame afuera a esos nuevos, que
vayan por ah a ayudar en algo.
Salimos escabullidos, sin saber cmo se tendra que hacer para pasar por delante del oficial y del sargento.
El patio estaba lleno de soldados con chac y en calzoncillos como nosotros, atareados en echar agua en el
suelo, que sacaban de unos barriles que traan otros desde
una fuente, o barriendo con; unas escobas largas de ramas
que arrastraban de un lado a Qtro.
Apenas nos estbamos dando cuenta d aquello, cuando al mismo tiempo recibimos los tres un bao helado.
Nos haban agarrado de sorpresa por detrs los soldados
aguadores y nos haban empapado con sus baldes de arri-

42

FRANCISCO L. URQUIZO

ba a abajo. Quedamos hechos una sopa; los chacos se


fueron rodando y una carcajada sali de todas las bocas.
Nos dimos cuenta de que estbamos pagando el noviciado;
quin sabe qu ms vendra despus.
Un cabo, con un chirrin en la mano, nos mand qu
nos pusiramos a acarrear agua de la fuente.
Jess llenaba el barril y Eullio y yo lo cargbamos,
llevndolo hasta el centro del patio para all regarlo.
Segua la broma; a Jess lo acostaron a la fuerza entre el agua de la pila; a Eulalio y a m nos volvieron a
baar cuando llevbamos el barril al hombro.
Consider yo que de nada vala enojarse y agarr las
cosas por el lado bueno; le ech el ojo al que me pareci
ms travieso y le sorraj un cubetazo de agua por el pecho.
Nunca lo hubiera hecho!, se me ech encima el cabo del
chirrin y me agarr a golpes sin consideracin; en donde
caa el chicote: en la cara, en la cabeza, en la espalda.
Despus supe que aquel a quien haba yo baado, era
tambin un cabo. Yo no le vi ninguna cinta, andaba vestido igual que todos; yo no lo conoca.
Cuando se acab el aseo del patio, nos dejaron entrar
a todos en las cuadras; bamos los tres con ganas de quitarnos la ropa para exprimirla y secarnos el cuerpo con
nuestras cobijas.
Me quit la ropa y busqu mi cobija, aquella que traa
del rancho, y no la encontr por ninguna parte; le pregunt por ella al cuartelero.
-Oiga, amigo: a dnde fue a dar mi cobija colorada?
Cul cobija? Aqu no hay ninguna cobija colorada;
toditas son plomas.
Cmo cul? La que traiba yo del rancho; ya s que
las ralas que dan aqu son plomas, pero la ma es colorada y es de pura lana. Aqu la dej cuando andaba usted
barriendo, no se acuerda pues?
Por ai estar; bsquela.
Ya la busqu. Usted es el que cuida aqu; usted me
responde de ella.
Y o ? , pues qu soy su mozo?

TROPA

V I E J A

43

Usted la ha de haber escondido. Dmela o le va a


pesar.
A poco es usted la lumbre, carbn!
Me tir un manazo por la cara y all fue a dar por el
suelo otra vez el chac de cuero. Le tir una guantada
que le alcanz a una oreja.
Se puso furioso y nos agarramos a golpes. Los que estaban por all cerca empezaron a chiflar y a gritarnos.
Lleg al instante el cabo de cuartel hecho una fiera. Nos
dijo un mil de malas razones y con una vara que agarr
por all, me zumb fuerte por la espalda.
Yo te voy a quitar lo lebrn, hijo de la tal. Los tenates se quedan all afuera; aqu noms los mos mandan.
Pero mire usted, seor; aqu dej mi cobija colorada.
Aqu no hay ninguna cobija colorada. Enrdate en
esa otra y vente para ac, para que aprendas, tal!
Me sac para el patio a punta de golpes, envuelto en
la cobija rala que me haban dado; me llev para un rincn del patio. Echaba lumbre por los ojos.
Parado aqu, firme!, hasta que yo lo ordene. Si te
mueves, te va a costar ms caro.
Era un cabo, un superior; haba que aguantar todo y
obedecer. Me qued parado donde me lo orden; sumiso,
cado, agorzomado.
No me quedaba ya nada de lo mo: primero los veinte
reales en la crcel de San P e d r o ; despus el sombrero, la
ropa y el morral; por ltimo la cobija. Nada me quedaba
de lo que tena-: el pelo, el nimo, la esperanza; todo perdido para siempre. Un chac de cuero negro con una bolita colorada, una camisa y unos calzones de manta; una
cobija rala y unos huaraches. Eso era yo: una piltrafa de
hombre sambutido en una crcel; una especie de animal
indefenso y acorralado.
A cada rato sonaba la corneta de la guardia diversos
toques. Al medioda toda la banda de cornetas y tambores toc llamada y lista.
Me llev para la cuadra el cabo que me tena de plantn y me form : junto con los que ramos los de la segunda compaa.

44

FRANCISCO L. URQUIZO

El sargento pasaba lista; cada uno iba respondiendo


"presente" cuando decan su nombre.
Despus tocaron "parte" y el sargento fue a dar las
novedades al oficial de semana; el oficial, al capitn de
cuartel.
A poco rato, "rancho". De a dos en dos fuimos pasando delante de unos peroles que echaban humo y que
olan sabroso. Cada quien aprontaba sus trastes de hojalata y los rancheros les servan un cucharn de frijoles
y otro de atole con chile; les daban tambin una pieza de
pan y tres tortillas.
~
"
'
Mis dos compaeros y yo estbamos ya provistos de
los mismos trastes que nos dio un sargento para nuestro
uso.
A la voz de "rompan filas" nos desperdigamos todos a
comer nuestro alimento. La corneta de la puerta toc
"atencin" y entraron las viejas con las canastas ya bien
revisadas.
Mis compaeros y yo estbamos juntos, sentados en un
rincn, comiendo aquello que nos haban dado. Era bien
poco.
-Tendremos que buscarnos viejas que nos traigan algo
ms de comer, dijo el mayor de los Villegas.
Y con qu fierros? pregunt el menor.
Adis!, con lo que nos paguen, igual que los otros.
Creo que les dan dos o tres reales diarios todas las maan a s ; as o decir all a algunos.
-^Ah!, luego nos van a pagar?
Claro!, todos los das, y dicen tambin que cuando
pierda uno algo de lo que le dan de ropa o de otras cosas*
que se lo descuentan. Creo que hay algunos muy lanzas que
le roban a uno lo que pueden y luego lo negocean; hay>
que andar guilas.
Ya que pas el rato de la comida, la corneta de lapuerta toc "media vuelta",, y salieron para la calle las
soldaderas; la tropa fue a la pileta del agua a lavar los
trastes. Nosotros hacamos lo que los dems.
Otra vez a las cuadras a s e n t a s e un rato y a ponerse
los uniformes de dril, los que eran y a tropa vieja. A poco

TROPA

V I E J A

45

rato "llamada de instruccin" por toda la banda; nuevamente "lista"; a ponerse el correaje, a armarse y a
marchar. A nosotros, los nuevos, que ramos seis en la segunda compaa, nos sac un cabo al patio a darnos
instruccin sin armas; no nos daran uniformes, ni correaje, ni muser, hasta que no supiramos marchar.
Mi ropa ya estaba seca y hasta bien me caa fresquecita
como estaba, con el calor que haca.
Estbamos los seis alineados enfrente del cabo. No
paraba de hablar como si fuera un fongrafo; siempre lo
mismo, lo mismo. Saba lo que nos estaba enseando de
memoria; cuntas veces lo haba dicho a tardes y a maanas a los reclutas primerizos! A veces paraba de hablar;
nos correga las posturas a patadas o a guantadas; cuando
no le entendamos se pona hecho una furia y nos pona
del asco.
El noms hablaba; hablaba sin parar, como un disco:
Fjense bien; destpense las orejas. Cuidado y no
me hagan caso porque nos arreglamos de otro modo. Las
voces de mando son de tres clases: de advertencia, ,preventivas y ejecutivas. Cuando yo mande atencin!, toman
ustedes la posicin militar, es decir: los talones juntos, las
puntas de los pies separadas; el cuerpo derecho, el pecho
echado para adelante; los hombros retirados para atrs;
las manos cadas naturalmente de manera que el dedo chiquito de cada mano est en la lnea de la costura del pantaln. . . bueno, del pantaln cuando lo tengan puesto. Los
dedos juntos; la cabeza derecha, la barba recogida y la
vista al frente.
Cuando yo ordene: En su lugar, descanso!, adelantan el pie izquierdo unos veinte centmetros; es decir, una
cuarta; y se carga todo el peso del cuerpo sobre la pierna
derecha.
Cuando mande y o : Firmes!, vuelven todos a tomar
la posicin que tenan. Me entendieron? Vamos a ver:
Atencin!, en su lugar, descanso! Firmes! Muy
mal, qu atajo de animales son ustedes! Voy a repetir otra
vez, pnganse aguzados.

46

FRANCISCO L. URQUIZO

Repeta exactamente lo mismo; volva a majidar y volva a salir defectuoso el movimiento. Se enfureca; gritaba
y nos haca ponernos firmes a patadas.
Vuelta a repetir y vuelta a mandar. .
Despus de mucho rato de corajes del cabo y de paciencia y resignacin de nosotros, pasbamos a otra cosa,
Estando firmes, se manda: Saludo! A esta voz s
levantar el brazo derecho con la mano extendida, los dedos juntos y la palma vuelta al frente, de manera que el
dedo ndice toque el extremo derecho de la visera del
chac; la cabza levantada y la vista al frente. As. Lo
vieron? Como lo hago yo, hganlo ustedes. A ver! Firmes! Saludo! Mal; muy mal. Cmo sern atascados; no
saben cul es el dedo ndice? El que sigue al dedo gordo,
carbones. A ver!
'
Saludo! Firmes! Saludo! F i r m e s ! . . . as se saluda de cabo arriba, a todo el mundo; - ya lo saben.
Ahora, vamos a marchar; fjense bien cmo lo hago
yo para que as lo hagan ustedes. La voz de mando preventiva es: de frente! A esta voz, se carga el peso del
cuerpo sobre la pierna derecha, inclinndose tantito adelante y doblando la rodilla izquierda. A la voz de marchen!, se adelanta el pie izquierdo con la punta ligeramente vuelta para afuera; el paso h a de ser de setenta y cinco
centmetros. Despus se levanta el taln derecho y se cargar el peso del cuerpo sobre el pie izquierdo; en seguida
se llevar la pierna derecha para adelante y se sentar en
el suelo, adelante del pie izquierdo. Luego, despus, otra
vez el izquierdo y luego el otro. El cuerpo sin inclinarlo
n i a la derecha ni a la izquierda, sin voltear los hombros ni
cruzar las piernas; los brazos sueltos; la cabeza derecha y
la vista al frente. Entendieron?
Todos estbamos azorados con aquella explicacin. Seguro que ninguno habamos entendido; as lo comprendi
el cabo.
Bueno, en pocas palabras; se trata de caminar para
adelante; cuando yo mande.altp, se paran de un golpe. A
ver: De- frente!, marchen! Pas largo: uno, dos; uno,
dos. Uno para el pie izquierdo, dos para el derecho. Uno,

TROPA

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dos; uno, dos. No se vean las patas; levanten la cabeza.


Muevan tambin los brazos, no sean agitados. Uno, dos.
Alto! Prense!, qu no oyen? Ni siquiera saben caminar, qu brutos son! Los voy a tener toda la noche
caminando a ver si se ensean. Prefiero tratar con animales, Dios me d paciencia. Vamos a ver: de frente!,
Marchen! Uno, dos; uno, d o s . . . Alto!, con un tal; no
entienden?
Zarande a uno, le dio una cachetada a otro y una
patada al de ms all.
Me lleva el tren! De frente!, marchen! Uno para
el pie izquierdo, dos para el derecho: un. . . do. . . un. . .
do. Alto! A ver, t, cul es tu pierna derecha?
Esta, seor.
N o les digo? Me lleva!. . . , has de ser t zurdo de
las pezuas. La pierna derecha es sta; mrala bien, sta,
est. De f r e n t e ! . . . marchen! Uno, d o s . . . No miren
el suelo, babosos. La cabeza levantada; los brazos sueltos;
el paso largo. Parecen changos, merecan andar en cuatro
patas. Uno, dos; uno, dos.
Toda la tarde estuvimos caminando por el patio del
cuartel, hasta que lleg la tropa que haba salido. Eran
ya las seis de la tarde.
Toc la banda y nos pasaron lista. All estaba todo el
batalln en el patio; desde el coronel hasta el ltimo soldado. Los sargentos primeros iban leyendo la lista y cada
uno iba contestando presente, cuando le llegaba su turno.
La banda toc "parte" y los sargentos le dieron las novedades a los subtenientes, los subtenientes a los tenientes,
los tenientes a los capitanes segundos y los segundos a los
primeros. Despus al mayor, el mayor al teniente coronel
y el teniente coronel al coronel. Una escalera de abajo para
arriba hasta llegar a las estrellas.
El capitn ayudante ley la Orden del Da, que todos
omos haciendo el saludo.
Despus tocaron rancho; la tropa se fue a desarmar y
a buscar sus nforas de hojalata para la comida Lo mismo del medioda: atoje y frijoles; una pieza de pan y un
trago de caf.' Entraron las viejas con las canastas.

48

FRANCISCO L. URQUIZO

Haba oscurecido y cada quien estaba ya en su lugar,


en la cuadra; unos foquitos chicos y empaados, medio
alumbraban l galern lleno de gente apestosa a sudor. El
tiempo se hizo pesado; largo como la cadena de un condenado. Conversaban en grupitos los soldados y las viejas;
nosotros tres tenamos nuestro mundo aparte; estbamos
como apestados sin tener cabida entre los dems.
A dnde hemos venido a caer.
Y son cinco aos, mano.
Cinco aos!, quin los ver acabar!
Aqu todo lo arreglan a golpes.
A golpes y a mentadas.
El corneta de la puerta toc "media vuelta" y algunas*
de las mujeres salieron d e la cuadra; eran las que no iban
a pasar la noche all; la mayora se iba a quedar a dormir con sus hombres.
Ya entrada la 'noche toc toda la banda "retreta" y
otra vez nos volvieron a formar para pasar lista. Cunta
lista!, como si pudiera alguien faltar all, donde todos
estbamos encerrados!
Otro tirn de aburrimiento y "silencio"; un toque largo,
largo como el quejido de un agonizante; un toque triste,
cansado, que parece que no se acaba nunca.
Comienza la gritera de los centinelas, de los rondines
y de los cuarteleros. Todos los dems se acuestan a dor
mir mientras llega la diana, para volver a empezar.
Los foquitos no se apagan, curiosean los bultos envuel
tos en los sarapes plomos de la tropa; oyen los ronquidos
los besos de las parejas entrepier nadas; ven, oyen y huele
lo que en otra parte dara vergenza ver, or y oler.
All, en la puerta de la cuadra, el oficial y el sargento
de semana, platican; el cabo de cuartel cabecea y el cuai
telero ronca. Los bultos plomos de soldados y soldaderas
se revuelcan por el suelo.
Mi compaero me dice:
Fjate noms, parecemos marranos.
Peor, porque los marranos no tienen cabos ni sa;
gentos y pueden revolcarse entre ellos a mordidas y
trompadas.

TROPA

VIEJA

49

IV
1 primer da de mi vida de soldado, fue malo; los
dems fueron peores. Fui conociendo todo aquello en medio de golpes y de regaadas; los pobres reclutas tenamos siempre encima a los cabos, a los sargentos y a los
oficiales; malas palabras siempre guantadas y cintarazos
por el menor motivo. Pareca como si .quisieran amansarnos o curtirnos a malas pasadas; ya ni fuerza nos hacan
las malas palabras, apenas los golpes lograban lastimarnos
el cuerpo; con el tiempo, seguro que tampoco los golpes
nos haran ya dao en fuerza de la costumbre de recibirlos a cada momento.
Fui conociendo aquella vida por lo que vea y por lo
que me contaban; siempre era lo mismo, siempre haba
sido as y as seguira siendo quin sabe hasta cundo.
Desde el tiempo de Santa Auna, me decan, haba habido
siempre leva y golpes y malas pasadas. El recluta sufra
cuando llegaba y segua sufriendo cuando era soldado hasr
ta que lograba ascender a cabo; all comenzaba a desquitarse, con los de abajo, de los golpes que antes recibi,
aporreando a los nuevos o a los antiguos compaeros. De
sargento era peor; ms se le suba y ms duro era; si llegaba a ser oficial, era como si hubiera llegado hasta la
gloria.
Haba muchos que le agarraban cario a aquella vida;
se les olvidaba o se acostumbraban a todo aquello; cumplan dcilmente los cinco aos de su enganche y en lugar
de salir escapados para su tierra, volvan a reengancharse;
otros se daban de alta en los cuerpos rurales o en los
batallones de "carnitas" de los Estados, o aunque fuera,
se metan de policas en los pueblos; los segua jalando
el muser y la 'vida militar. Qu bien dice el dicho que
todos sernos hijos de la mala vida!
Muchos que parecan tener un rencor muy hondo, decan en sus malos ratos:
Cuando yo llegue a ascender a cabo, qu gusto me
voy a dar agarrndome a golpes con el cabo Lpez.
Y ascendan, llegaban a ponerse en las mangas la cinta

50

FRANCISCO L. URQUIZO

colorada; todos los que seguan de soldados crean que


iban a tener la ocasin de ver un pleito bueno y de gozar
viendo cmo el compaero ascendido iba a desquitarse con
el cabo Lpez, y nada; de all para adelante eran ya muy
amigos. Eran ya de la misma carnada; eran ya otros muy diferentes de cuando eran soldados rasos. Lo mismo eran los
sargentos y los oficiales. Una escalera en la que el de ms
arriba, pisaba al de ms abajo.
Fui conociendo aquello: primero el cuartel, la casa en
que mal vivamos los ochocientos cincuenta hombres de
tropa, los treinta y seis oficiales y los tres jefes de batalln, sin contar las soldaderas, los chamacos, las muas
de la impedimenta y los perros de los pelotones. Era un
casern hecho de piedra y de ladrillo, tan grande como
una manzana de casas; en medio, un zagun enorme con
un garitn a cada lado; en toda la fachada ventanas altas
con rejas de fierro; arriba, en la azotea, el astabandera,
almenas y garitones. Todo lo dems: tapias muy altas de
piedra para que nadie pudiera escaparse; cuatro cuadras
muy espaciosas para las compaas; una chica para la plana mayor; cuartos para las oficinas y para que vivieran
los oficiales y un patio enorme, grandsimo; atrs un corraln para las bestias, unos lavaderos de piedra y una
ringla de barriles junto a la pared para el excusado de la
tropa. A aqullos les decan "los caballos" y haba que
sacarlos a tirar hasta el campo, todos los das, antes de la
diana.
Afuera, encima del portn, estaba pintada un guila
parada sobre un nopal y comindose una vbora; arriba
de ella haba un letrero que deca: "9o. Batalln de Infantera". La tropa mal intencionada deca que el guila
representaba al general y la vbora a la tropa bien apergollada.
Adentro, en el cuerpo de guardia, haba un letrero muy
grande; deca as: "Todo servicio de armas o econmico,
en paz y en guerra, se har con igual puntualidad y esmero
que al frente del enemigo. Artculo 527 de la Ordenanza
General del Ejrcito".
En el interior de las cuadras tambin haba letreros

TROPA

V I E J A

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por el mismo estilo: "Todo militar se manifestar siempre


conforme con el sueldo que goce y con el empleo que
ejerza". "Todo inferior que se exprese mal de su superior,
en cualquier forma, ser castigado severamente". "El que
tuviere orden de conservar un puesto, a toda costa lo har,
hasta perder la vida".
Cada cuadra con su letrero enseando qu compaa
estaba all; letreros tambin en la plana mayor, en el detal!, comandancia, la ayudanta, la msica, el depsito, la
sala de banderas y la prevencin.
As como estaba de bien dividido el cuartel, as tambin lo estaba el batalln: un cabo y diez soldados, una
escuadra; tres escuadras ms un sargento segundo, un pelotn; dos pelotones con un teniente y un subteniente, una
seccin; tres secciones con un sargento primero, un capitn
primero y un segundo, una compaa; cuatro compaas,
la plana mayor; jefes, banda, msica, impedimenta, el batalln: novecientos hombres, ms o menos,, entre jefes, oficiales y tropa. Novecientas armas para echar bala en caso
de guerra o de trifulca entre extranjeros o contra paisanos,
en defensa y_ apoyo de don Porfirio Daz.
Todo se haca al toque de corneta:
Al amanecer, "diana" por toda la banda de cornetas y
tambores. Un toque largo y alegre como el comienzo del
da. Los banderos viejos decan que aquel toque, que duraba cerca de diez minutos, en otros tiempos, all muy
lejanos, duraba cerca de media hora y se compona aquella diana antigua de treinta y seis partes.
Todo el mundo arriba, a sacudir las cobijas. Despus
lista, que la pasaba siempre el sargento de semana en cada compaa y con el toque que le segua que era el de
"parte", daban las novedades que hubieran ocurrido, a los
superiores. El sargento primero socorra a la tropa dndole
en mano a cada uno sus treinta y cinco centavos de haber.
Cuando terminaba, preguntaba siempre: Quin falta de
haber? y todos respondamos a una voz: Satisfechos!
El sargento de semana se armaba y se iba a dar el
parte de las novedades al comandante de la guardia de
prevencin.
El corneta de guardia tocaba "media vuelta" y era

52

FRANCISCO L. URQUIZO

entonces cuando salan para la calle todas las viejas que


haban pasado la noche con los soldados.
Despus, un toque alegre: "rancho", para repartir la
comida de siempre.
El oficial de semana pasaba una revista a la tropa para
que estuviera lista a salir al campo, al toque de "llamada
de instruccin".
A las ocho de la maana "asamblea" para relevar las
guardias.
Segua despus el aseo del cuartel con todos los arrestados y con fajinas cuando no alcanzaban los castigados;
el cabo de polica de cuartel, o como le decan mejor, el
cabo de presos, chirrin en mano, traa a la gente al trote,
haciendo limpieza.
Acabado el aseo, la banda tocaba "fajina", y cada uno
iba a ocuparse de arreglar su equipo, remendar uniformes y pegar y limpiar botones.
A las diez de la maana "llamada de sargentos", para
darle academias el capitn ayudante. "Llamada de banda
para hacer escoleta".
A las once, "orden". De once a doce, limpiar el armamento.
El mdico vea a los enfermos al toque de "hospital".
A las doce, "llamada de banda", "llamada de tropa" y
"lista". Otra vez a formar y pasar lista. "Parte"; "rancho"; "atencin", para la entrada de las viejas con. las
canastas y completar, con lo que ellas llevaban, la comida
escasa que daba el batalln. Al poco rato "media vuelta";
salida de viejas a la calle.
Desde esa hora hasta las tres de la tarde, los oficiales
lean a la tropa sus obligaciones, la Ley Penal Militar y las
Ordenes Generales. A aquellas horas oamos siempre aquello de: "^ . .Cometen el delito de insubordinacin, el militar o asimilado que con palabras, ademanes, gestos o seas,
falte al respeto y sujecin debidas a un superior en categora, o mando que porte sus insignias o a quien conozca
o deba conocer... pena de muerte, pena de muerte; veinte aos de prisin; pena de muerte".
A las tres "llamadas de instruccin", hasta las seis de

TROPA

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la tarde, en que toda la banda tocaba otra vez "llamada


de tropa, lista, parte y fajina". Esta era la lista ms importante; all estbamos presentes todos, desde el ms infeliz recluta, hasta el coronel. El capitn ayudante lea la
Orden del Da, de la plaza y la del cuerpo, as como daba
noticia de los castigos que se haban impuesto a la tropa
aquel da.
"Rancho" otra vez. "Retreta" a las ocho de la noche,
para pasar la ltima lista del da; "atencin", para la entrada de las viejas a pasar la noche y por ltimo, "silencio" a las nueve, para descansar.
Los martes y los sbados eran das de revista; toda la
banda tocaba a la una de la tarde de esos das, "paso
redoblado"; era el primer toque para la revista; a las dos
volvan a tocar "asamblea", segundo toque para la revista
y a las tres de la tarde, el tercero y ltimo toque: "llamada
de tropa y reunin". La tropa sala a formarse al patio,
armada si eran tardes de das martes, para pasar revista
de armamento, correaje y municiones; sur armas, pero con
todo el equipo, si eran las tardes de los sbados. Cada uno
extenda su manta de cama en el suelo y encima pona todas las prendas de equipo: el kep de pao negro, la funda
blanca con el pao azul, el par de zapatos, el cuello y los
puos de celuloide, la muda de ropa interior, el capote, la
mochila de cuero; la pala-pico, el nfora; el pedazo d e lona
para la tienda de campaa, el maletn, el saco de racin; el saco de avos con sus correspondientes agujas, hilo,
botones, trapitos, grasas para los zapatos, cepillos, guantes
de hilo blancos y los palos emplomados para armar la tienda en campamento.
Cada quien procuraba que no le faltara nada de lo que
deba tener, porque inmediatamente se ordenaba el descuento del valor de la prenda. Durante toda la semana
unos se robaban las cosas para venderlas a buen precio a
la hora de la hora. Noms volaban por el aire, a escondidas de los oficiales, las cajas de grasa, los cepillos y los
sacos de avos. El que era ms guila, cuidaba mejor sus
cosas; los cabos y los sargentos siempre haca los sbados
su negocito.
En las revistas de armamento y municiones, casi nunca

54

FRANCISCO L. URQUIZO

haba novedad; todo estaba completo, los museres al corriente y las doce paradas de cartuchos en la cartuchera.
Aquellos das, a la hora de las revistas, mientras el capitn y los oficiales revisaban las armas y municiones o
mientras pedan una a una las prendas del equipo: "Kep
de pao, en r e v i s t a ! . . . maletn de lona, en r e v i s t a ! . . .
Par de puos, en revista!", y cada soldado iba mostrando
la prenda pedida y ponindola, despus de revisada, detrs
de l; en un lado del patio tocaba la msica del batalln
piezas alegres.
Los das domingos haba tranquilidad, la tropa vieja
sala franca. Desde muy temprano se haban baado todos en la pileta y uniformados de dril, si era tiempo de calor
o de pao en tiempo de fro, salan formados y sin armas
a pasear a la calle, acompaados de sus viejas y al cuidado
de los oficiales y sargentos. En la guardia de prevencin
contaban las hileras a la salida y volvan a contarlas al
regreso.
j Salen tantas hileras de tropa franca! gritaba el
oficial de guardia.
Conforme! responda el oficial encargado de la
custodia.
Toda la maana se andaban fuera por las calles y las
plazas de Monterrey y volvan hasta la lista de doce, cargados de caas, naranjas y cacahuates. Aquel era el nico
rato alegre de la juanada; iban por las calles contentos,
agarrados de las manos de sus viejas, curioseando todo:
las gentes, las casas, los carruajes; contentos, sin llevar el
paso igual ni el fusil en el hombro, ni la mochila en la
espalda. Los pobres reclutas los veamos salir y tenamos
la esperanza de que all algn da, cuando pasaran siquiera unos tres aos o quin sabe si antes, cuando ya nos tuvieran ms confianza, podramos salir tambin a la call
a pasear un rato.
A -veces, cuando haba funciones de circo o de toros,
la tropa vieja franca peda que la llevaran all; soltaba el
oficial los centavitos que haba juntado y todos se iban a
meter a la funcin. Siempre decan los programas: "Nj
os y tropa formada, media paga".

TROPA

V I E J A

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Cuando llegaba a desertarse alguno, aprovechndose de


cualquier barullo, el oficial que los cuidaba pagaba el pato: le levantaban acta y lo metan en un proceso.
A todas horas, durante todo el santo da, instruccin y
lectura de la ordenanza, del reglamento o de las leyes
penales, especialmente para los reclutas. Lectura a gritos,
instruccin a golpes; era de urgencia hacer soldados pronto; meterles en la cabeza aquellos libros para que no pensaran ms que en aquello; volverlos locos a fuerza de
amenazas grandes y de maltratadas. El soldado no tiene
que pensar ms que en lo suyo, no tiene que hacer ms que
lo que le manden; es como si llevara la cabeza metida en
un costal y no viera, ni oyera ni pensara en nada que no
fuera lo que all mismo llevara metido adentro. Haba que
ir a donde estirara la cuerda, siempre tirante.
En dos meses haba que ser soldado ya completo y listo
para montar guardia, y en un mes estar ya pronto para
manejar el arma y formar con el batalln en la revista de
comisario.
Los cabos no descanzaban, nos traan al remolque. Si
alguno de nosotros no entenda por las buenas, tena que
entender a la fuerza, por las malas. Parecamos animales
amaestrados a la voz de mando y siempre con un chicote
enfrente o un puo cerrado que no amenazaba, sino que se
iba de veras al bulto.
Uno, dos; uno, d o s . . . ; pena de m u e r t e . . . uno, dos;
uno, d o s . . . ; veinte aos de p r i s i n . . . un. . . do. . .
Nos dieron a los reclutas el equipo completo. Tenamos que estar listos y arreglados para, la revista. De all
para adelante muy guilas para que no se perdiera nada
o en caso contrario, sufrir el descuento de los veinticinco
centavos del haber diario; pues aunque pareca ser de treinta y siete centavos, doce se quedaban para nuestro rancho.
El da dos del primer mes de mi enganche, fue la revista' de comisario. Era por cierto el' mes de julio.
A las ocho de la maana toc la banda "paso redoblado" y a las nueve "asamblea", segundo toque para la
revista. Toda la tropa embetunaba sus chacos, su correaje
y sus zapatos; el uniforme era el de pao azul.

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FRANCISCO L. URQUIZO

Desfilaron las compaas armadas afuera del cuartel y


all enfrente se form todo el batalln en lnea desplegada.
Cuntos hombres estbamos all!; nos perdamos de vista; negreaba la calle y relucan los fusiles con el sol maanero.
A un lado del euerpo de guardia, estaba una mesa con
un tapete colorado y unas tres sillas enfrente de ella. All
estaban entre nosotros el coronel, los otros jefes, la banda
de guerra, la msica; los oficiales en sus puestos con la
espada desnuda.
Qu bien se va el Noveno Batalln!, con razn a los
muchachos les gustan los soldados: todos iguales, limpios
y relucientes. Qu bien luce por fuera la tropa y qu pocos saben lo que toda esta apariencia cuesta, puerta adentro
del cuartel. Pomponcitos colorados, guantes blancos, marrazos como espejos, qu bien luce la tropa en la calle!
Nosotros, los reclutas, estbamos emocionados; un soldado viejo nos haba prevenido que en esa primera revista de comisario, tendramos que jurar la bandera, los
nuevos. La Bandera Nacional, la que se defiende a tiros
en los combates y por la que se mata tanta gente!
Senta curiosidad por ver aquello y el corazn me golpeaba adentro, como si quisiera salrseme.
El corneta de rdenes del coronel toc "atencin" y
dos puntos agudos ms. A este toque uno de los subtenientes subayudantes, fue a buscar la Bandera al cuerpo de
guardia; el capitn primero ayudante se hizo cargo de la
primera seccin de la primera compaa y la hizo desfilar
por el flanco derecho doblando, seguida de la msica y de
la banda de guerra. Al paso redoblado, marcharon hasta el
cuerpo de guardia; all hicieron alto.
El coronel, con voz clara y muy fuerte, que todos le
omos, grit:
Batalln!, a r m e n . . . armas!
Un solo golpe de fierros se oy y todos los marrazos
quedaron afianzados en las bocas de los fusiles. La escolta
tambin haba armado sus armas y despus las present
a la voz de mando del capitn ayudante; la banda de gue?
r r a toc "Marcha de Honor" y la msica el "Himno Naci-

TROPA

V I E. J A

57

nal". El subteniente subayudante fue saliendo lentamente


del cuerpo de guardia, llevando en su mano derecha la
bandera tricolor. Flameaba la bandera y latan los corazones.
El abanderado se coloc entre las cuatro primeras hileras de la seccin; la escolta terci las armas y al toque de
"reunin" por toda la banda, fueron a incorporarse al batalln.
El coronel mand:
Presenten... armas!
Un solo golpe de ochocientos hombres y todos los fusiles verticales. El corneta de rdenes tocaba "Marcha de
Honor"; la escolta hizo alto enfrente de la cabeza de la
tercera compaa y mientras toda la banda de guerra tocaba "Marcha de Honor" y la msica el "Himno Nacional",
el subayudante abanderado fue a tomar su lugar en medio
del batalln.
Ya la bandera estaba entre nosotros y la msica segua
tocando:
"Piensa oh patria! querida que el cielo,
un soldado en cada hijo te dio,
un soldado en cada hijo te dio."
Aquella bandera, verda, blanca y colorada, era la de
Mxico; la nuestra. Pero era algo ms; no era slo la
bandera de la patria, no; era la del Noveno Batalln de
Infantera; era como nuestra madre, como nuestra mujer, como nuestra hija; por ella habamos de morir uno
por uno y habamos de matar y habamos de sufrir. Aquel
trapito viejo y de tres colores, era nuestra honra; nuestro
honor estaba all y nuestras vidas haban de defenderla
antes que todo y por encima de todo.
Terciamos las armas a la voz de mando de nuestro coronel y al paso redoblado volvieron' a ,sus lugares las bandas de guerra y msica, as como la seccin de la primera
compaa.
Ahora nos tocaba el turno a nosotros. Me golpeaba el
corazn.

58

FRANCISCO L. URQUIZO

Los tres jefes del batalln fueron a colocarse a la derecha del oficial abanderado, que haba dado cuatro pasos
al frente del batalln formado. El capitn ayudante sac
a todos los reclutas de las compaas y nos llev a la izquierda de nuestro pabelln.
El coronel mand de nuevo presentar las armas y el
mayor, clavndonos los ojos, como queriendo vernos hasta
mero adentro, nos pregunt solemne:
Soldados!: protestis seguir con constancia y fidelidad esta bandera, representacin de nuestra patria, para
la que todo mexicano tiene deberes y obligaciones que cumplir ?
S, protestamos! contestamos los reclutas.
Protestis defenderla a riesgo de vuestra vida, en
accin de guerra o circunstancias de peligro y fatigas del
servicio?
S, protestamos.
-Si as lo hiciereis, que la nacin os lo premie, y si
no, que os lo demande.
Los ojos nos brillaban de emocin. El capitn ayudante nos hizo desfilar por debajo de la bandera que tena
el subayudante y que levantaba apenas con la punta de su
espada el coronel. Al pasar por abajo, el trapo tricolor nos
rozaba el chac como si acariciara en la cabeza a cada
uno de sus hijos.
En aquellos momentos se me olvidaron los golpes y
las patadas; las malas razones de los cabos y de los sargentos. Se me olvid mi rancho, mi madre, Marcos Njera,
mi compadre Celedonio y slo tena en mi cabeza la bandera tricolor.
Con qu ganas hubiera gritado con toda mi alma un
viva Mxico!, con qu rabia hubiera peleado contra un
invasor!
All estaba toda la juanada; todos los pelones uniformados, hermanados por el sufrimiento y por el hambre;
hurfanos desamparados de todos, con una sola madre,
con una sola cobija t r i c o l o r . . .

TROPA

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Llegaron los interventores: el de Hacienda y el de Guerra, y juntos con el coronel y el pagador fueron a sentarse enfrente de la mesa.
El teniente coronel mand:
Seores oficiales, sargentos, cabos y banda, a la cabeza de sus compaas!
El batalln, de dos a dos en fondo, comenz a desfilar
poco a poco por delante de la mesa. El comisario iba llamando en voz alta a cada oficial y el nombrado pasaba
delante de l y lo saludaba con su espada. Cuando pasaron los oficiales sigui la tropa; el sargento primero de cada compaa iba leyendo en la lista de revista el nombre
de cada uno y el llamado pasaba por delante de la mesa y
responda con su apellido.
Sargente segundo Pedro. . .
Gutirrez!
Cabo Joaqun. . .
Lpez!
Cabo Arnulf o . . .
Guzmn!
Soldado Juan. . .
Martnez!
Soldado Evaristo. . .
Gonzlez!
As todos los ochocientos hombres.
Los jefes todos estaban en la mesa y la bandera junto
con ellos.
Cuando acab la revista, ya cerca del medioda, se le
volvieron a hacer honores a la bandera para volverla a
llevar a la guardia de prevencin. Se fueron los interventores y el batalln desfil para el cuartel al paso redoblado; las gentes curiosas que se haban amontonado se fueron retirando poco a poco tambin.
All adentro otra vez a lo mismo. Todo haba pasado
como en un sueo; se acab el relumbrn, el aparato y
de nuevo a sufrir, colocar las armas, guardar el uniforme,
los zapatos y quedar otra vez en calzones y en huaraches
como siempre.

60

FRANCISCO L. URQUIZO

El rancho: tantita carne una vez al mes y el mismo atole


y los frijoles sin guisar de todos los das.
Un soldado ms viejo que yo, uno que despus supe
que se llamaba Jacobo Otamendi y que haba sido consignado por andar de periodista revoltoso, al verme contento,
se me acerc y me dijo:
Ora s, compaero; ya eres soldado de veras, dejaste
de ser recluta, as como antes tambin dejaste de ser libre.
Te arrancaron como a m, la libertad; te cerraron la boca,
to sacaron los sesos y ahora te embadurnaron el corazn
tambin. Te atontaron a golpes y a mentadas; te castraron
y ya ests listo, ya eres un soldado. Ya puedes matar gente
y defender a los tiranos. Ya eres un instrumento de homicidio, ya eres otro.
Para que no faltara nada en aquel da, cuando dieron
el toque de "atencin" despus de la "retreta" y entraron las viejas a pasar la noche, una de ellas, que ya la
conoca yo bien porque dorma con el compaero de junto
a m, se acerc cuando no la vea su hombre y repagndose
mucho, como para que la sintiera yo muy bien, me dijo:
Si me das un par de pesos, paso media noche contigo.
No estaba mala y yo estaba muy muchaehn.
Y tu hombre?
Lo dejo dormido; es muy dormiln de la media noche para delante.
No te puedo dar ms que un peso.
Para que veas que te tengo ganas, dame noms uno
cincuenta.
Bueno; arreglado.

V
Era.un da domingo en la tarde cuando me entregaron
una carta de mi madre. Casi me hizo llorar. La pobre
debi haber batallado mucho para hacer aquellas letras;
alguna alma caritativa le ayud seguro para escribirme;

TROPA

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61

era una carta con una letra muy grande y llena de faltas,
pero que me llegaba muy adentro:
"Orispnte, Cuaguila 15 de mallo de 1910.
Seor Espiridion Sifuentes.
Cuartel del Nobeno Batalln
en Monterrey. N. L.
Cerido igo:
Le pido a Dios yala birgen santicima que te aigan alludado y te cigan alludando en ese infierno en que as de
estar tu. Llame afiguro los asotes que estaras resibiendo
alia y las malas pasadas que tendrs que sufrir igo asta
quando te bolbere aber seme afigura que primero me
muero lia estoi bieja i abandonada i enferma. Todas las
nochis meda un dolor en un costado i por mas que me
pongo llerbas i tomo perlas deter nada no seme quita i
tengo que aguantarme callada la boca para no quejarme
i dejar dormir ala probecita gente conquien bibo i que
tanto trabaja en el da i tanta falta lase descansar en la
nochi.
Estoi aqui bibiendo de la carida que mease tu compadre Celedonio el me da de comer i arrimo en su jacal
lio precuro desquitar en lo que puedo i me acomido en
todo el pobre de tu compadre tubo que benirse con todos
nosotros para ac en una carreta de huelles que le enprestaron para trair todos los triquis. Estamos qui en el
Orisonte tu compadre esta de pin i como el nos taba
acostumbrado aeso pues se fatiga mucho, dice que no
pierde laesperansa de bolber a bender carne.
Tuermano Jos se julio desde queteagarraron ati de
leva por ai andar quen sabe en donde lio no tengo noticias del ni pa un remedio los amos de aqui tambin son
gachupines i les gusta sintariar alos piones.
Igo seme afigura que lia no te buelbo a ber stoi como
si se me ubieran muerto mis dos igos. Ha nada me queda
en este mundo sienpre stoi resando por ustedes dos i inbiandoles mis bendiciones.
Que dios nos allude a todos.
Tu madre que te ciere.
Amada Cifuentes."

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FRANCISCO L. URQUIZO

Se me rodaron las lgrimas. Pobrecita de mi mam;


tan lejos, tan pobre y tan abandonada. Cundo podra
yo verla y ayudarla?, cundo? Tanto como haba sufrido
para criarnos a nosotros y ahora que ya ramos hombres
sus dos hijos, ora que ya estbamos fuertes para, mantenerla y para darle un bienestar, siquiera lo necesario, ganado a fuerza de trabajo, nada; un hijo, de soldado por
cinco aos, el otro huyendo y ella arrimada de limosna,
trabajando y enferma. Qu poda hacer yo?, qu poda
hacer nadie como no fuera Dios?
Un soldado que me vio tan triste, acurrucado en un
rincn con la carta entre las manos, se me acerc a darme
algn consuelo. Yo lo conoca de vista; saba que se llamaba Juan Carmona, que era nativo de Pachuca y que formaba parte de mi misma seccin.
Q u te pasa compaero, por qu tan triste?
Le ense la carta y le cont lo que me suceda.
Tienes razn, no es para menos. Y ni remedio tiene
eso, compaero, qu le vaste hacer? Aqu se acab todito y ni llorar es bueno. Yo tambin tengo mi pena y me
la como y me la bebo a tragos, como si fuera rancho de
todos los das.
Tambin tienes tu madre abandonada por all en
tu tierra?
N o ; yo perd a mis viejos desde hace muchos aos,
desde que era yo escuincle. Mi pesar es otro que puede
que sea pior. Te voy a contar lo mo; a veces hace falta
contarle a alguien lo que uno lleva adentro, siquiera para
tener el consuelo de que otra gente lo sepa tambin y lo
compadezca a uno. T, como eres nuevo, comprenders
lo que sufro, pareces buena gente y todava no te han maleado los golpes y las malas pasadas.
"Yo soy de Pachuca, t ya lo sabes; de all de un mineral muy lejos de estas tierras, cercas de Mxico, de la
mera capital de la Repblica. All era yo minero como
casi toda la gente pobre de la poblacin. Mi padre era
barretero, mi abuelo tambin lo fue; tena yo que ser a
fuerza del mismo oficio que aprend con ellos desde chico.
Tambin aquela vida es dura; es dura y peligrosa; cientos
de metros abajo de la tierra, poniendo barrenos y tirando

TROPA

V I E J A

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piedras; a veces con el agua hasta la rodilla, a veces hasta


el pecho; sudando a chorros y respirando polvo; lejos del
sol y aluzndose apenas con las lamparitas de mano que
no llegan a romper nunca la negrura de las piedras. Son
las minas infiernos por lo caliente y por lo lbregas que
estn. Los hombres parecen condenados; desnudos, baados en sudor y en agua, gastando el alma con el pico y con
la pala, como si fueran a acabar con todas las piedras de
los cerros y llegar hasta el fondo de la tierra; salir a flor
de ella quin sabe hasta dnde. Se acaban Jos hombres, se
gastan los pulmones y se hacen piedras adentro en fuerza
de respirar puro polvo, y adelante, adelante, detrs de las
vetas, que se ensanchan y se angostan y se vuelven a ensanchar ; piedras y ms piedras; oro y plata revueltas con el
sudor y con sangre de la pobre gente que vive como topos
en la tierra lejos, muy lejos de la luz del sol. All en lo
hondo se va quedando la vida entre las piedras, all se
quedan los cuerpos enterrados cuando ya no pueden ms.
Piedras que despus son pesos y onzas de oro; pesos que
ruedan por el mundo y que sirven para todo y onzas de
oro que se guardan en las cajas fuertes como reliquias,
quin sabe para qu.
"En una de aquellas minas qued enterrado mi abuelo
el da que menos lo esperaba. Qued en la raya como buen
minero, un trueno acab con l y le ech encima todo el
tiro de una mina. Tiene all una sepultura de oro y plata
de mucha ley, que no han de tener seguro ni los reyes. Un
sepulcro que tiene encima a un cerro lleno de rboles, que
se mira desde muchas leguas antes de llegar a Pachuca. All
ha de estar mi abuelo, dormido en una cama de plata.
"Mi padre tambin cay en las mismas andanzas; estaba ya viejo, la mina le haba acabado los pulmones, su salud se haba quedado regada en los tiros, en los socavones
y entre las piedras ricas del mineral de la Compaa del
Real del Monte. El da menos pensado le quitaron el trabajo sin ms razn que la de estar viejo y enfermo de
la silicosis. Qu iba a hacer el pobre viejo fuera de la
mina? Toda su vida se la haba pasado all, nunca supo
hacer otra cosa que escarbar las piedras y poner barrenos; ni modo que fuera a comenzar a aprender otro oficio

64

FRANCISCO L. URQUIZO

ya a su aos, qu iba a hacer? Hizo lo que todo minero


viejo y desahuciado: bajar a la mina dndole una vuelta
al camino derecho; bajar por donde se pudiera y como
hubiere lugar; por las buenas o por las malas. Era necesario comer y habra comida en la casa mientras hubiera
fuerzas en los brazos y empuje en el alma. Fue lo que all
le dicen, "un metalero", un trabajador de las minas que
se roba los metales de la compaa. Bueno; robar, es como le dicen a eso, pero mi padre, que en paz descanse,
y yo que le acompaaba desde entonces, nunca robamos
nada; nuestro buen trabajo nos costaba arrancar las piedras y sacarlas para afuera. A quin le robbamos el metal?, a la tierra? La tierra es de todos, es de quien la trabaja. Es nuestra madre grande, la- nica; de donde hemos
salido y a donde hemos de volver tarde o temprano.
"Nuestro trabajo nos costaba arrancar el metal; y qu
trabajo! Mi madre nos echaba tacos de tortillas con carne
y con frijoles que nos aguantaran cinco o hasta diez das;
salamos con el itacate bien relleno y con nuestras herramientas, mi" padre y yo; nos juntbamos con otros compaeros iguales a nosotros y todos juntos, con la oscuridad de la noche nos metamos por los tiros olvidados de
las minas. No nos faltaba a cada quien nuestro cuchillo
por si sala algn guarda que se nos pusiera enfrente. Bajbamos los tiros por escaleras viejas que a cada momento se podan romper y matarnos a todos; tiros como
el de San Rafael, como el de El Bordo, como el de San
Juan Pachuca, como los de Dos Carlos; de ms de seiscientos metros de hondo. Una' pasada mala, una resbaladita o un escaln podrido que se rompe y hasta el otro
mundo. A veces ni siquiera haba escalera y tenamos que
bajar por los cables o pisando en las mismas piedras del
ademe.
"As que logrbamos bajar, haba que buscar en medio
de la oscuridad, con nuestras linternas, las vetas buenas
para trabajar all y arrancar el metal.
"El trabajo del minero es duro y peligroso, peor, mil
veces peor es el que tiene que hacer el metalero: para l
no hay seguridades, ni luz elctrica, ni ventilacin, ni jornal; por su cuenta ha de hacer todo y lleva el riesgo en el

TROPA

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trabajo y en que lo puedan sorprender y meterlo en la


crcel por mucho tiempo.
"All adentro, a seiscientos o setecientos metros de hondo, con el agua a la cintura, sudando a chorros, duro y
duro con los picos, para arrancar las piedras buenas. Durbamos a veces hasta una semana sin salir a flor de tier r a ; hasta que se acababan los tacos y tambin hasta que
completbamos los treinta o cuarenta kilos que podamos
cargar en el espinazo. Algunas veces, con nuestro costal
al hombro, salamos de la mina, deslumhrados con la luz
del sol y no era raro encontrarnos de pronto con que nos
cerraban el paso un guarda o dos; bamos decididos a todo y cuchillo en mano nos abramos paso. En una ocasin
mi padre tuvo que matar a uno que se puso de fierros malos; en otra vez nos tirotearon.
"El metal lo vendamos a escondidas a un seor que
nos lo compraba a buen precio. Tenamos siempre encima
a los guardas de la compaa y a todos los policas del
pueblo; en muchas ocasiones fuimos a dar a la crcel, enredados en un proceso largo de meses y de meses.
"La ltima vez, la tengo metida en la cabeza como si
fuera ahorita mismo: habamos estado trabajando mi padre y yo tres das seguidos en un tiro viejo de la mina de
Santa Gertrudis; la carga estaba lista y ya bamos a salir.
Iba yo por delante, subiendo por una escalera carcomida;
mi seor padre iba detrs. De pronto tron la escalera
vieja y se desprendi del muro la parte por la que iba subiendo mi padre. Sent el fro de la muerte. Mi padre se balanceaba agarrado con una mano de un barrote y tratando
con la otra de buscar un apoyo en las piedras del tiro. Con
el susto se me cay el costal de las piedras. Sbele aprisa y bscate una reata pa que me vengas a sacar!, grit
mi padre.
"En un instantito traspuse el tramo que me faltaba para
salir; estbamos a unos cincuenta metros distantes del boquete y como a unos ciento y pico del fondo de la mina.
"Ni un alma haba por all afuera; tendra yo que ir
a buscar la reata hasta las casas del pueblo o ir a pedir
auxilio a la misma gente de la compaa. Me asom para

66

FRANCISCO L. URQUIZO

decrselo a mi padre: No voy a tardar; aguntese lo ms


que pueda. Aguntese tantito; voy a buscar la reata.
"Apenas pude oir las ltimas palabras de mi padre;
salan por el boquete de la mina como si fueran de una
sepultura: No te dilates mucho, que miro a esto muy
feo; voy a tratar de bajarme otra vez.
"Despus o un traquidazo de palos que se quiebran y
de piedras desprendidas. Todo qued en silencio.
"Grit, llor, rec las oraciones que saba, a toda prisa:
"Virgen Santsima, que no le aiga pasado nada a mi padre,
que no le aiga pasado nada; que no le aiga pasado n a d a ! "
"Iba yo desesperado buscando a alguien; a quien fuera:
minero, gringo o polica; alguien que tuviera una reata y
me ayudara a sacar a mi padre, aunque despus nos sambutieran a los dos en la crcel.
"Di con un guarda y me llev con uno de los ingeniero
de la mina. Cmo se ri el gringo aquel de mi dolor!
Cunto batall para convencerlo que salvara a mi padre!
"Yo mismo baj por la reata hasta el fondo del tiro.
All estaba el pobrecito viejo hecho pedazos; cerquitas de
l, estaban regadas las piedras del metal que habamos
desprendido.
"Despus fui a dar a la crcel una temporada larga y
"cuando ya pensaba yo que iba a salir, para seguir batallando, me metieron de soldado; primero me llevaron a
Mxico, al Depsito de Reemplazos y despus me vine a dar
hasta aqu, hasta Monterrey. Mi pobre viejita se muri a
los dos meses justos de mi padre; se juntaron los dos all
en la eternidad."
Si ya no tienes padres, qu te aflige, pues? tu
libertad ?
Liberta!, quin sabe nunca lo que es eso? Yo creo
que los nicos libres slo son los muertos, que ya se libertaron de sus mismos cuerpos. Nadie es libre en este mundo;
a unos hombres, los mandan otros hombres y los que aparecen ms libres, los mandan sus mujeres, o sus dolencias,
o sus vicios, o sus necesidades. El estmago manda, la cabeza manda, cada cosa del cuerpo manda. Qu ms da
estar aqu o en otra parte!
Pos entonces, pues?

TROPA

V I E J A

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Tengo un hijo que acaba de nacer; uno ms que


viene a sufrir y que ni conozco siquiera. Conmigo se vino
una muchacha de Pachuca que me tena ley; me ha seguido
desde entonces y acaba de salir de su cuidado en esta
maana. Ella sola por ai, sin un doctor siquiera, y yo
aqu apergollado, sin poderle arrimar siquiera un jarro de
agua; si no fuera por una vieja tambin soldadera, puede
que hasta se hubiera muerto y puede que hubiera sido
mejor, no te parece?
Y qu piensas hacer?
Aguantar. Pobre criatura con un padre tan infeliz
como yo!
De veras que los hijos debieran ser noms para los
ricos, pa los que les puedan dar de comer y vestir, qu
se ganar Dios con mandar muchachos a los pobres?
Pobre criaturita, ojal y se muriera mejor, antes de
que crezca.
Hombre, no; ha de ser un consuelo siempre, tener
un hijo.
U n hijo, un soldado como nosotros?, para q u ? ;
para que venga a dormir en estos chiqueros apestosos
Henos de piojos, para que aprenda en lugar de buenas
cosas, puritas maldiciones; para que vea, cuando pueda
darse cuenta, cmo aporrean a su padre y cmo manosean
a su madre y cmo rola ella entre toda la t r o p a ? ; para
que coma rancho y siga al batalln como los perritos langucientos de los pelotones?, para que sirva noms de risa
a todos y para que les meta de contrabando la mariguana?
Para eso noms? No! Mejor que se lo lleve el sarampin o la escarlatina, o lo que salga ms pronto; que se
vaya el angelito, asina como vino. Mejor; ojal y mejor
se vaya.
P e r o cmo han de servir las criaturas para contrabandear la mariguana?
Uf!; como eres nuevo, no sabes de estas triquiuelas de la tropa vieja. Mira: cuando son de pecho y los
traen cargados en la espalda sus madres, les meten entre
los paales las tripas de aguardiente o de mezcal o los
manojitos de yerba. A ellos no los esculcan los cabos y
los sargentos, noms a las viejas. Cuando ya son mayor-

68

FRANCISCO L. URQUIZO

citos y pueden caminar, no les faltan argucias para hacer


lo mismo, no te has fijado en un escuinclillo mugriento
que trae un kep viejo y que casi siempre anda jugando
montado en un carrizo, que le sirve de caballito? Pues
all, entre los cautos del carrizo, mete la yerba y hasta
tambin buenos tragos de mezcal y ni quien se las espante.
Ya ms grandecillos se juntan con los de la banda, cuando
hacen escoleta lejos del batalln y con el pretexto de que
les enseen a tocar las cajas, les meten debajo de los
parches las hojas o las tripas. Pronto aprenden tambin
a emborracharse; las viejas soldaderas les ensean a robarse las gallinas, y de robar voltiles a robar otra cosa,
no hay ms que un pasito. Al fin de cuentas, ya de muchachones acaban como nosotros, de soldados; soldados veteranos desde que comienzan la carrera, porque ya antes
pasaron por todo; ya estn curtidos en el cuartel y saben
todas las maas de la tropa vieja; son como los gatos que
se aquerencian, no con los que son sus amos, sino con
las casas en donde se criaron. T crees que a los que
as crecieron, les importan los golpes y las maltratadas?
Ni mella les hacen; si nunca oyeron hablar palabras buenas, ni vieron otra cosa que las cuadras cuarteleras. Les
gusta el uniforme; el ruido de la banda y las mochilas;
conocen mejor los toques que muchos de los viejos y pueden corregir hasta a los oficiales. Y como son rete guilas,
pronto ascienden clases, y, qu clases!; son los peores,
los que ms maltratan a los reclutas y los que ms pegan.
El cabo de presos, ese del chirrin qiie ya te ha aporreado
a ti, que se llama el cabo Reynaldo Aguirre; ese es de esos.
Tiene una alma negra y una mano pesada; goza el hombre
golpiando a la gente y mentndoles la madre. Es tan duro,
tan duro, que ya pronto lo han de ir a hacer sargento;
algn da puede "que llegue hasta oficial tambin Dicen
que naci aqu en el cuartel y que nunca lleg a saber,
bien a bien, quin fue su padre; su madre rolaba por todo
el batalln. Presume de veterano porque cuando apenas tena unos siete u ocho aos le toc aquella accin del Tomochic, all en Chihuahua; sabes de eso?
Nada.

TROPA

V I E J A

69

Pues all por el ao del 93 se sublevaron unos indios


chihuahuenses en un pueblo que se llama Tomochic; que
dizque haba entre ellos una muchacha india que decan
que era la Virgen de Cabora y que predicaba a todos
ellos que haban de acabar con todas las gentes que no la
adoraran. Aquellos indios dicen que eran muy bravos y
muy buenos tiradores; que noms agarraban la carabina
y se la ponan en la cintura, como si tuvieran los ojos en
el ombligo, y sin apuntar nunca, no fallaban los tiros; siempre atinaban a la pura cabeza de las gentes. Al grito de
Viva la Virgen de Cabora y arriba el Gran Poder! mataron mucha gente pacfica y tuvo que ir la Federacin a
meterlos al orden. Le toc al Noveno,' a este mismo batall en que ahora estamos, ir a aquella campaa; tambin
fueron unas compaas del Once, que estaba en Sonora.
Aquellos doscientos indios bravos casi acabaron con toda
la j uanada que les echaron. El Noveno se acab. Mataron
al teniente coronel Pablo Ypez, a muchos oficiales, y de
tropa, ni se diga. Sobraron muchos chacos y dicen que
todos los tiros dieron slo en la cabeza o en el pecho. Nada
de heridos; muertos todos. Acabaron por fin con la indiad a ; no qued ni uno, pero ellos tambin casi barrieron con
la Federacin. El cabo Aguirre, cuando est de buenas,
cuenta unas cosas de entonces que se queda uno con la
boca bierta.
I De modo que el Noveno, tuvo ya su agarrn?
Se acab entonces casi todo y nuestra bandera tiene
una porcin de agujeritos, de las balas de los indios, desde
aquella vez.
Compaeros, aqu huele a tortilla tostada.
Era Otamendi, el que haba sido periodista, que lleg
entre nosotros.
T sers el que vienes oliendo; aqu, este nuevo, ni
siquiera conoce la yerba.
- Cmo!, qu es eso de tortilla tostada? pregunt
yo curioso.
Es este periodista que ha de querer chupar mariguana.
Traigo aqu tres cigarros de los buenos, que les saqu a los muchachos de la banda, y si maana me dan ustedes sus dos reales del haber, les doy uno a cada uno.

70

FRANCISCO L. URQUIZO

Zas! Yo con la pena que tengo, para olvidarla aunque sea un rato noms, hago el trato contigo. T tambin
cmo te llamas?, Sifuentes? Conoce lo que es bueno^
ora que hay modo.
Bueno, probar de eso a ver si se me borra la carta
de mi madre. A falta de v i n o . . .
El vino es nada junto con la yerba. Ora vers.
Se sent Otamendi a nuestro lado; sac los tres cigarros del forro del chac, prendi un cerillo y a poco las
tres brasas brillaban en lo oscuro del rincn de la cuadra.
Yo nunca haba fumado ms que cigarros de hoja con
tabaco del Tigre, pero aquel de papel de estraza y yerba
humedecida, no me supo mal.
El oficial de semana, el sargento y el cabo de cuartel,
estaban muy distrados jugando a la baraja en la puerta
de la cuadra; el soldado cuartelero se ocupaba en remendar un pantaln, slo nosotros estbamos en el rincn, entretenidos con nuestros recuerdos.
Otamendi tena la palabra, se conoce que la yerba le
soltaba la lengua, pareca un poeta.
Yerbita libertaria!, consuelo del agobiado, del triste
y del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando
tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la
tirana del cuerpo y el malestar del a l m a . . . Sacudes la pesadez del tiempo; haces volar y soar en lo que puede ser
el bien supremo. Eres el consuelo del infeliz encarcelado;
blsamo del corazn y de las ideas. Humo blanco que se
eleva como la ilusin; msica del corazn que canta la
cancin de la vida del hombre inmensamente libre; libre
de los dems hombres, libre del cuerpo, absolutamente libre. Yerbita santa que crea Dios en los campos para alimentar a las aunas y elevarlas hasta l! Yerbita que tienes el don de darnos alivio y de hacernos olvidar, quisiera
decirte un v e r s o . . .
Otamendi segua hablando, pero su voz ya no llegaba
a mis odos; me haba yo vuelto sordo y ciego para las cosas mundanas. Primero fue una especie de estupor, despus
una ceguera; un zumbido en la cabeza muy fuerte y al ratita algo como si fuera un despertar, pero un despertar
muy raro y muy bonito; sin cuerpo y sin ganas de nada,

TROPA

V I E J A

71

como si todito lo tuviera yo. Andar por el aire sin ruido


alguno; volar por encima del cuartel, de los pueblos, al
travs de las paredes. Y un sol, qu sol! Un sol de todos
colores: azul, verde, amarillo, colorado, carmes. Pajaritos
cantadores; msica en todas las cosas, sones alegres, canciones. As ha de ser la gloria, suavecita; de todos colores
y de todos sonidos. Ahorita, si me dieran un balazo, si me
mataran, ni fuerza me hara: seguir volando, seguir oyendo, seguir mirando, qu puede haber mejor?
Y yo que pensaba, tan triste, en mi madre; creyendo
que estaba afligida y sufriendo! Est muy* feliz, llena de
gusto, contenta, bien vestida y llena de salud. Qu bien
le ha sentado el cambio de rancho!, ya ni canas tiene;
est muy derecha y hasta con sus chapitas coloradas. Compadre, compadre; qu buen cuaco trai ast ora; aquel coloradito no le sirve a ste ni para el arranque, cundo
vamos a San Pedro a darnos un resbaln con las muchachas? Se acuerda de aquella chata, caderoncita? Vindolo
bien, los gachupines de Lequeitio no eran tan peores; a
veces pegaban y eran mal hablados, pero tambin soltaban
la fierrada, cuando se haca necesario. Don Julin, por
cada mentada de madre que echaba a los peones, les soltaba un peso; as hasta ganas dan de ser maltratado. Cuatro o cinco pesos d i a r i o s ! . . . ai noms!
Bonitas gringots con sus piernas blancas y su pelo
gero. Ni falta que les hace la ropa, bien a bien, pa qu
sirve al ropa?, noms pa embrollar a las gentes y para estorbar. Me abrazan con sus brazos, me aprietan con sus
piernas blancas y lisitas; qu bien huelen!, qu sabroso
b e s a n ! . . . La vida, la vida, la vida es n b e s o . . .
De dnde sern estas gringas ? Yo nunca las haba vicentiado antes. Qu cosas hace Dios para nosotros!
El dinero, pa qu sirve?, qu gana el rico con sus
pesos? Nada,. Junta y junta dinero en el lodazal en que
vive; montones de plata que se vuelven h u m o ; humo que se
lleva el viento, como el humo de este cigarrito, que siquiera
emborracha, y hace, ver y oir y sentir como ninguno.
Tengo todo l que quiero y como todo tengo, no quiero
nada.

72

FRANCISCO L. URQUIZO

Parece como si fuera bajando de un globo. Oigo all


abajo la voz de Otamendi, que sigue recitando:
. . .Indio infeliz!, levntate y golpea! El tirano caer cuando tu brazo quiera. Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan; mi plumaje es de esos... Gan
soldado, empua tu fusil y apunta; apunta a los tiranos.
Sacude el yugo, pueblo infeliz, envilecido y hambriento;
yrguete y mata. En un charco de sangre, all estaba tendida; para siempre callada, para siempre dormida... Pueblo: qu le debes a Hidalgo?, qu le debes a Jurez?
Nada le debes a nadie, porque sigues sumido en la ignominia. Nada te mereces y por eso nada tienes, qu se puede esperar de un pueblo que le debe su independencia a
uri cura? De noche cuando pongo mis sienes en la almohada
y tu recuerdo vuelve a mi alma aparecer, camino mucho,
mucho, y al fin de la jornada. Ya nunca volveris, noches
de plata...
Baj de mi globo completamente y me par en el suelo.
All estaban enfrente de nosotros el oficial de semana, el
sargento, y el mentado cabo Reynaldo Aguirre con su chirrin en la mano.
Ya se enmariguanaron estos hijos de la tiznada; mtales dur, cabo.
Orita ver noms, mi teniente.
Nos llovan los zurriagazos por el pecho y por la espalda en medio de lo insultos del cabo enfurecido.
A punta de golpes nos sacaron hasta el pato a los tres;
nos baaron a cubetazos y nos hicieron tragar, a viva
fuerza, una caramaola de agua a cada uno.
Hasta que revienten, alrededor del patio! Paso veloz! Marchen!
Y ah estamos corre y corre con la lengua de fuera y
empapados. Duro con los chirrionazos, duro, duro. Cuando ya bamos a azotar de cansancio, otra caramaola de
agua, como si nos estuviramos muriendo de sed, y a correr, a correr otra vez por todo el patio, a punta de chicote y de malas razones.
Quin sabe cuntas horas corrimos y quin sabe tambin cuntos golpes nos dieron esa noche.

TROPA

VIEJA

73

Por primera vez en mi vida haba probado un cigarro


de yerba y haba sabido, tambin, cmo se corta la borra*
chera a fuerza de agua, de correr y de golpes.

VI
Ya haban pasado dos meses y medio desde que comenc la carrera de las armas y me encontraba en condiciones de dejar de ser un recluta y ser ya un soldado raso,
como todos los dems. Saba manejar el muser y hasta
en dos ocasiones ya me haba tocado asistir a los ejercicios
de tiro al blanco, por el rumbo de las lomas del Topo Chico. No era ya tan malo; la primera vez, de los cinco cartuchos de la parada, met dos en el centro y la segunda,
logr acertar otros dos.
La instruccin estaba muy fuerte a tardes y maanas,
porque se acercaba el 16 de septiembre del ao del Centenario de la Independencia y decan que iba a haber un
gran desfile.
Yo y mis otros dos compaeros de leva, aquellos muchachos Jess y Eulalio Villegas y todos los dems reclutas, estbamos ya en condiciones de formar y de hacer
todo el servicio. Buenos golpes habamos recibido de todos
los superiores y habamos soportado tambin un chorro
diario de insolencia. Habamos llegado a acostumbrarnos
a todo aquello, y recibamos los golpes con resignacin, y
oamos las malas razones como quien oye llover y no se
moja. El periodista opinaba que a eso se le dice filosofa.
Cuestin de no sulfurarse y de pensar tantito. "Tizna a
tu madre!" grita-un sargento. Digo yo en mi interior:
qu culpa tiene mi madre del coraje de este tal?, y adems, no porque l ordene una cosa como esa, la voy a
cumplir yo. "Carbn!" grita enojado-un cabo.Y
yo me digo: no porque ste .me diga eso lo soy yo, pues
en tal caso todos lo seramos en el cuartel, ya que las m u jeres que viven entre nosotros rolan entre, todos; o lo sernos todos, y entonces todos sernos iguales, o no lo es nin-

74

FRANCISCO L. URQUIZO

guriQ. Las dems malas razones son de menos categora y


casi ni vale la pena pensar en ellas.
Es tan cierto esto que digo, que el mismo cabo Reynaldo Aguirre, que es tan mal hablado, viendo que ya nadie se pica con su palabrera insolente, ha tenido que inventar algo ms nuevo y enredado: l no dice noms:
"Tizna a tu madre", sino que dice: -"Anda y retizna a
tu rejijo de un tiznado madre, tal por cual". Hasta bonito
se oye la retajila de insolencias; algunos a quienes se las
mienta, hasta se ren en sus meritas barbas.
El chicote es el nico que logra conmover a veces.
Si toda la gente que est afuera de los cuarteles pensara como nosotros, el mundo andara mejor. Si nadie se
ofendiera por las habladas, no habra nunca pleitos; ni
cuchilladas, ni balazos, ni muertos o heridos en ria. Menos carrascalosos y valientes, y ms tranquilidad en la vida.
De algo ha de servir el cuartel, aunque sea para pensar
tantito y hacer la' vida llevadera, como la hacen los burros
que no se pican por las malas razones que siempre les estn diciendo y que apenas voltean el pescuezo para un
lado, cuando les dan un garrotazo. Mala o buena la comparacin, los soldados de leva sernos igualitos.
Al levantarse la tropa, al toque de diana y despus de
persignarse los que tenan esa costumbre, en lugar de decir:
"En el nombre sea de Dios", pensando en las mentadas y
en los golpes, decan mejor: "Veinte ms por todas las que
vengan".
Me toc hacer la primera fatiga de guardia en prevencin. Entramos al servicio, un pelotn completo: el oficial,
el sargento segundo, dos cabos y cuatro soldados por cada
puesto de centinela.
Yo siempre haba tenido curiosidad por saber lo que
se decan n secreto los centinelas cuando eran relevados;
me pareca como si estuvieran rezando una oracin muy
larga; me toc el turno de aprenderla y guardarla en la
memoria; es as:
Con permiso de usted, mi cabo, recibo el puesto dice el entrante.
Y el saliente dice:
Con permiso de usted, mi cabo, entrego mi puesto.

T R O PA

V I E J A

75

Y luego dice el soldado que entra, muy despacio y con


voz queda:
Mi estimado compaero: delante de mi cabo de cuarto que presente est, le entrego a usted este puesto sin ninguna novedad. Vigilar usted al frente, a derecha y a izquierda. No se dejar relevar si no es con la presencia del
cabo de cuarto. Si viere venir tropa armada o pelotn de
gente, llamar a la guardia. Si oyere tiros,* mirase incendio
u observase pendencia, llamar a la guardia. Slo recibir
usted rdenes del cabo de cuarto o del comandante de la
guardia. No podr sentarse, dormir, comer, beber, fumar,
ni hacer cosa alguna que pueda distraerle; s puede pasearse hasta a diez pasos de este puesto sin dejar de echar ojo
para todos lados. Cuando vea venir a los jefes del batalln,
al jefe de da o a los capitanes de vigilancia, llamar a la
guardia. Har respetar su persona por encima de todo; el
centinela es sagrado y ha de morir en su puesto si llega la
ocasin. Tambin hay orden de esto, de lo otro y de lo de
ms all.
Cualquier cosa noms, es el rezo de los centinelas!
Todo aquello no era ms que una parte de las obligaciones que marcaba la ordenanza que siempre estaba leyendo y repitiendo el sargento de guardia a los soldados
de descanso, para que lo tuvieran bien presente.
A las horas d la entrada de las viejas al cuartel, el
sargento y los cabos revisaban las canastas y esculcaban
a todas para que no metieran el chnguere o la mariguana;
buenas aprovechadas que se daban! Eran muy minuciosos en el registro, pero con todo, siempre entraba el contrabando, pues las mujeres y los Juanes se daban siempre
maa para meter el licor o la yerba: a veces, eran tripas
como chorizos, rellenas de aguardiente o de mezcal, metidas entre los corpinos, en las naguas, o entre los paales
de las criaturas de pecho; en otras ocasiones, lo que pareca que era caldo en una olla, no era sino alcohol; la
ollita del caf era slo aguardiente pintado de negro y entre
las tortillas o entre el pan, iba la yerba.
Supe all que un chiquillo de siete aos que siempre andaba jugando, montado en un carrizo como si fuera un
caballito, lo llevaba relleno de mezcal. Que los de la banda

76

FRANCISCO L. URQIZO

metan la yerba en los pabellones de las cornetas o debajo


de los parches de las cajas, cuando volvan de la.escoleta;
que muchos soldados llevaban la mariguana en el forro
del chac, en el elevador del muser o en la cartuchera.
Supe todas las triquiuelas y artimaas de la tropa y de
las soldaderas, para burlar la vigilancia de la guardia.
Tenamos la obligacin de conocer por sus nombres a
los jefes del batalln; a todos los oficiales y a las clases
de nuestra compaa; pero eran tantos, que unos cuantos
poda yo retener en la memoria; aquellos que me caan
ms bien y de quienes los compaeros me daban buenas
referencias, o los que nos molestaban ms con sus malos
tratos; puede que conociera ms a stos que a los otros.
El coronel, jefe del batalln, era un hombre ya entrado en aos; no muy alto, de bigote grueso y entrecano;
de apellido Villarreal, y los soldados decan que no era
"mala gente; que tena un rancho y unas casas, y que los
soldados eran sus peones y sus albailes cuando le haca
falta. Algunos llegaban a asegurar que no slo agarraba a
la tropa para sus quehaceres, sino que la rentaba tambin
a quien se lo peda. A m nunca me toc ir a ninguna de
aquellas fajinas.
El teniente coronel Rodrguez Lpez, era un gero de
bigotes alacranados y retorcidos con goma, como si fueran
de alambre; decan que no se llevaba bien con el coronel
y que a cada rato se peleaban por cualquier cosa.
Al mayor, jefe del detall, ya lo haba conocido cuando
caus alta. Malos hgados y hil desparramada.
El capitn primero de mi compaa se llamaba Agustn J. Salas. Hombre de unos cuarenta y tantos aos; un
poco cargado de hombros, medio canoso y muy buena persona. Tena tres hijos chicos en la escuela y una seora
que pareca tan buena como l. A m me pareca que hubiera estado mejor"eiFuriatienda vendiendo algo detrs de
un mostrador, que,'Tnandando soldados como nosotros. Yo
adivinaba que aquella persona sufra cuando tena que pegar o regaar. Era un hombre cansado, con ganas seguro
mejor de reposar en una buena casa, qu. de estar en el
cuartel.

TROPA

V I KJ A

77

En cambio el capitn segundo, Rogelio Orduuela, fiacucho y medio picado de viruelas, con un bigotito al estilo chino, tena mala alma, traa del rabo a los oficiales
y a los sargentos y no paraba regaando todo el da.
Todos le tenan temor y mala voluntad en la compaa;
era del sur de la Repblica y decan que tena buenas
agarraderas en la Secretara de Guerra.
El teniente de mi seccin se llamaba Bruno Gloria y
era nativo de mi mismo Estado, de Coahuila; de algn pueblo de los de la orilla del Ro Bravo. Comenz por ser oficial reservista y despus entr a las filas. Moreno y alto;
serio, reposado y de buen corazn hasta donde era posible,
en medio de aquel infierno. Su asistente nos contaba que
era buensimo.
El subteniente era otra cosa; haba ascendido desde
tropa y tena todas las maas y los malos modos del cabo
Reynaldo; se llamaba Pedro Rodrguez, pero todos lo conocamos con el apodo de "El Chicote". Feo como l solo:
prieto, bigotn, chaparro y barrigudo. Siempre estaba con
una insolencia en la boca y sus ojos colorados decan muy
claro que le gustaba el trago a todas horas.
Los sargentos Lpez y Lira y los cabos Astorga, Bauelos y Perales, todos iguales; cortados por la misma tijera, uniformados con los mismos trapos, con parecidas
caras y con iguales modos; imposible diferenciar a uno de
los otros. Se entendan todos muy bien y obraban siempre
todos ellos de la misma manera.
Los dems oficiales y clases del batalln, me parecan
todos iguales; uno que otro de los oficiales blanco y gero,
la mayora prietits; algunos haban salido del Colegio Militar de Chapultepec, otros de aspirantes; los ms viejos
eran ascendidos de la clase de tropa. Todos ramos como
la maquinaria de un reloj, como ruedas engranadas que se
movan a un tiempo sin perder el comps; las ruedas ms
grandes eran los jefes y los oficiales, las ms chicas la tropa.
El Noveno Batalln era uno solo, pero dentro del mismo, la primera compaa era rival de la segunda y los de
la tercera no podan ver a los x retaguardias de la cuarta.
Dentro de cada compaa, la primera seccin era la buena y siempre estaba de puntas con las otras dos y dentro

78

FRANCISCO L. URQUIZO

de cada seccin, el primer pelotn tena siempre pique con


el segundo. Todos con malas querencias, unos contra los
otros, y todos al mismo tiempo juntos. Atizaban aquellas
malas voluntades los mismos oficiales; decan que aquello
se llamaba espritu de pelotn, espritu de seccin, espritu
de compaa o espritu de batalln, pues los del Noveno
considerbamos puro mua je a los del Veintitrs de Infantera, tambin de guarnicin en la misma plaza.
Llegaron las fiestas patrias. El batalln estaba como navaja de barba, filoso y listo. Todo el da quince nos lo
pasamos en el aseo: bao, corte de pelo al rape, embetunada del chac, de todo el correaje y del calzado; limpieza
de las armas; todo bien dispuesto para el desfile del da
diecisis.
A las cuatro de la maana, tocaron "levante"; a poco
rato "rancho", a las cinco el primer toque de marcha, a
las seis el segundo y a las siete el ltimo.
Los jefes y los oficiales estrenaban ese da sus uniformes nuevos de estilo alemn; estaban desconocidos y muy
fachosos con sus cascos de charol y sus penachos negros;
sus charreteras o caponas doradas y sus cinturones y bandoleras del mismo color; una hilera de botones nada ms
en la guerrera negra, y cuello, marruecos y franjas, color
rojo chilln. Parecan otros, todos ellos con aquel porte
extranjero. Qu diferencia de sus levitas largas hasta las
rodillas con dos hileras tie botones, kep achaparrado y su
pantaln con dos vivitos rojos! Hasta los chaparritos se
vean grandotes con los penachos de cerda negra. Parecan
gallos de pelea.
Slo la pobre tropa segua con la misma pelambre de
siempre; la misma del tiempo del general Santa Anna, del
seor Jurez y ahora de don Porfirio Daz: chac de cuero
negro; vestido azul con vivos colorados y diez botones
amarillos aplanados en el chaquetn cruzado. Deberamos
de andar todos iguales; o- todos hijos o todos entenados.
Se form el batalln, se incorpor la bandera y en columna de pelotones, al paso redoblado y al comps de la
msica, fuimos a formarnos en lnea desplegada en la Calzada Unin.

TROPA

V I E J A

79

Casi al mismo tiempo que nosotros, lleg tambin all


a formarse el 23o. Batalln. El jefe de ellos era ms que el
nuestro, era un general, el general Juvencio Robles. Iba
marchando bien la primera compaa, las de atrs ya no
tanto.
Yo sent el "espritu de cuerpo" y realmente consider
que estaba mejor en todo el Noveno que el Veintitrs.
Llegaron detrs de ellos los del Quinto Regimiento de
Caballera. Los jefes y los oficiales con uniformes tambin
nuevos, iguales a los de infantera pero con sus arreos plateados. Delante iba la banda de trompetas tocando la Marcha Dragona, acompaada por su msica y atrs los cuatro
escuadrones de caballos todos retintos. Sables relucientes,
carabinas a la granadera; ruidos de estribos, relinchos de
caballos y peste de estircol fresco.
Me dio envidia ver a los montados; ms me hubiera
gustado ser de aqullos que no sardo de a pie. Despus
supe que los de caballera no queran a los infantes, que
los vean con desprecio y que les decan "patas rajadas";
tambin me convenc con el tiempo de que no era tan envidiable su situacin. Aqullos, adems de todo lo malo
nuestro, tenan la monserga del caballo y la montura: dar
agua, dar forraje, limpiar al animal y a la montura; darle
en todo el primer lugar al caballo antes que a ellos mismos.
En la caballera, lo primero eran los animales, lo ltimo las
gentes.
Tambin llegaron los de la Polica de Monterrey con
uniformes nuevos de vivos verdes y con cordones blancos.
Esos s eran reclutones de a tiro. Qu buena falta les hubieran hecho nuestros cabos y sargentos para darles una
entrada de golpes y hacerlos marchar bien! Tecolotada
dispareja con macanas, pistolas viejas y vivos verdes, puf!
Queran presumir marchando, pero, de dnde junto a la
Federacin?
Era un gento de paisanos en toda la Calzada Unin,
admirando a las tropas. Nosotros ramos el punto de vista
de todos los ojos, los que ms les llamaba la atencin. Hubiera yo querido que estuvieran all mi compadre Celedonio, todos los del rancho y la gachupinada de La Laguna.

80

FRANCISCO L. URQUIZO

Un plantn a pie firme hasta las diez de la maana;


el sol ya calentaba ms de la cuenta y las mochilas se encajaban en los hombros.
Por fin, all en la cabeza de las tropas formadas, toc
el corneta de rdenes un punto de atencin.
El general comandante' de las fuerzas dio la voz de
mando:
Batallones y escuadrones!: Por pelotones a la derecha, para marchar en..columna!
Cada corneta de rdenes de los cuerpos repiti el toque de atencin, y cada coronel repiti tambin la voz de
mando del general.
A poco rato, la voz ejecutiva:
Marchen!
Despus el corneta de rdenes mand "vanguardia de
frente y columna de frente al paso redoblado".
Comenz el desfile.
Calzada Unin, calle de Zaragoza, Plaza Principal. En
el balcn central del Palacio de Gobierno estaba el general
de divisin don Gernimo Trevio, jefe de la Tercera Zona
Militar: un viejito arrugadito ya, lleno de condecoraciones;
junto a l, el Gobernador del Estado, el presidente municipal y una bola de seores vestidos de negro con sombreros de seda relucientes. Todas las calles llenas de gente y
de banderas; las campanas de todas las iglesias echadas a
vuelo; cohetes en el aire y muchos aplausos.
La juanada contenta, garbosa; redobles de tambores,
paso redoblado y Marcha Dragona, msicas y espadas, sables y bayonetas brillando con el sol. Da de fiesta para todos, cien aos de Independencia y en todas partes retratos
del general Porfirio Daz, cuajado de medallas. Fatiga y
cansancio revueltos con alegra y satisfaccin.
A la una, al cuartel.
La sociedad de Monterrey haba costeado un banquete
para la tropa federal: caldo, arroz, mole de guajolote, enchiladas y frijoles. Una cerveza de botella para cada J u a n ;
naranjas, caas, cacahuates y hasta una buena caja de
cigarros de papel, marca "Canela Pura".
Da feliz; uno cada Centenario de la Independencia.

TROPA

VIEJA

81

La tarde fue de descanso completo; casi todos los oficiales, menos los de servicio, se fueron a la calle; tambin
dejaron salir a muchos cabos y sargentos de los de ms
confianza. A todas las viejas las dejaron entrar desde el
medioda y les dieron el toque de "media vuelta" hasta
despus de la "retreta",
Toda la tropa y las mujeres estaban en el patio formando grupitos, platicando y comindose, todos contentos
y satisfechos, los muchos cacahuates y naranjas que nos
haban regalado los de la Junta Patritica.
Otamendi, Juan Carmona, los muchachos Villegas y yo,
tenamos nuestro rancho aparte. Juan Carmona estaba con
su mujer, Juanita, y con la criatura de ellos, que ya tena
cerca de unos dos meses de edad.
Todos estbamos contentos; hasta el cabo Reynaldo haba dejado su chicote y andaba platicando por all, en todos
los grupos.
Y qu nombre le vas a poner, hermano, a tu criatura?
Pues si yo me llamo Juan y su madre es Juana, tiene
l, por fuerza, que llamarse Juanito.
-.Cundo lo vas a bautizar?
Ai'st la dificultad. No hay modo de que entre un
cura al cuartel ni mucho menos de que yo pueda ir a buscarlo; tendr que ir la vieja sola a la iglesia o de otro
modo que se quede judo hasta que yo salga y pueda volver a mi tierra, Pachuca, y bautizarlo en la misma Iglesia
de San Francisco, en que me cristianaron _a m. Aparte del
cura, me faltara tambin buscar a un compadre.
Quieres que yo sea tu compadre, compaero? grit entusiasmado Otamendi.
Con toda mi alma!, quin mejor que t que eres
gente de Ierras .y que un da u otro, cuando salgas de soldado, sers algo en la vida?
Bueno; pues ahorita mismo hacemos el bautizo. Y
mira noms en qu da va a ser la fiesta; el mero diecisis
de septiembre del ano del Centenario de la Independencia
de Mxico. Qu tal?
Bonito da, pero cmo?

82

FRANCISCO L. URQUIZO

A lo militar, aqu con tantita agua.


Zas!, zas! gritamos todos.
Uno corri y se trajo una caramaola llena de agua;
otro trajo una vela encendida; yo llev una cobija.
Todos los que estaban por all, no muy distantes, que
se dieron cuenta de la ocurrencia, se acercaron a nosotros;
el cabo Reynaldo tambin se acerc a inquirir qu era
aquel mitote.
Los muchachos Villegas cogieron al nio entre los dos,
yo tena la vela prendida en la mano y Otamendi haca de
cura con la caramaola del agua.
El periodista tom en serio su papel.
Compatriotas, compaeros de infortunio, hermanos
de armas:
"Hay aqu un nio que tuvo la desgracia de venir al
mundo; son culpables convictos y confesos de este delito,
el soldado Juan Carmona y la soldadera Juana Torres; nadie los puede castigar por lo que hicieron, dndole vida a
un ser predestinado al sufrimiento, slo su conciencia ser
la que los llame a cuentas all en lo ms hondo de su ser.
Ha sido costumbre que un sacerdote eche el agua bautismal a los infantes y les imponga el nombre que han de
llevar a cuestas en la vida; no sindonos posible asistir a
una iglesia, ni que est entre nosotros un oficiante, invoquemos en este da inolvidable la memoria de aquel anciano cura que dio, hace cien aos justos, el Grito de
Independencia, en Dolores, Guanajuato; que su espritu descienda hasta nosotros, pobres soldados mexicanos reclutados
de leva, y que por mi despreciable conducto se pose en la
cabeza de este infante; de esta criatura inocente, nacida en
mala hora, y que me inspire estas palabras finales:
"En nombre de la Nacin Mexicana, que quise yo hacer
libre e independiente, sin que hasta ahora todava logre
serlo, yo te bautizo, compatriota recin llegado, nacido entre la tropa del Noveno Batalln de Infantera. Eres de la
juanada y Juan te has de llamar. Si Hegas a ser hombre
cabal, procura ser libre, y si tus manos empuan un fusil,
que no sea para matar a tus hermanos en defensa de tiranos; que slo sepa dispararse contra el enemigo extranjero

TROPA

VIEJA

83

que se atreva a hollar tu suelo patrio; ten presente, que


piensa la patria, que un soldado en cada hijo le dio. Amn."
A algunas mujeres se les salan las lgrimas; los hombres estaban serios; pareca como si todos nos sintiramos
responsables de aquella criatura.
Uno de los de la banda que tena su corneta en la mano,
se puso a tocar de pronto, con toda su alma, "diana de
combate".
Hubo gritos de entusiasmo, risas y abrazos para los
compadres.
Carmona, emocionado, rodndosele una lgrima en la
cara, les dijo a todos:
Compaeros: aqu, por derecho, de ahora para adelante, Otamendi es mi compadre, pero yo aqu, delante de
Dios que nos mira y de nuestro padre Hidalgo, digo que
este nio es tambin ahijado de todos mis compaeros de
armas; todos ustedes son mis compadres de aqu para adelante.
Ms gritos, ms diana y ms abrazos."
El cabo Reynaldo se puso a platicar con Otamendi.
Por ah andan diciendo que ha salido un tal Madero;
quiere ser Presidente de la Repblica y tumbar a don Porfirio.
No me diga, de veras?
'Eso dicen; falta que sea cierto; no creo yo que haya
ninguno que pueda-con el viejo. Ha de estar loco ese Madero, si es-que es cierto lo que cuentan.
-Hace falta valor.
Eso no es valor, eso es pura tarugada y ganas de morirse pronto.
Algn da tena que ser!
Que?
No; nada.
Juanita me dijo:
Y usted, compadre Sifuentes, no piensa enredarse
con alguna mujer?
Yo?, pero si todas tienen a su hombre!
Ya le ensear por ah a alguna.

84

FRANCISCO L. URQUIZO

Pues mire; la verdad yo creo que ni falta hace en


el relajo que veo aqu todas las noches.
Claro que lo hay; ni quien diga otra cosa, pero no
todas sernos iguales.
Ah!, pues si yo encontrara a alguna como usted; pero igualita a usted, de modo de ser, de cuerpo y de carita. ..
Y me puse a considerar el vuelo que se dara Carmona
con su chaparrita apionada.

VII
Con las fiestas de septiembre pas lo ms duro de la
instruccin; ya no eran tantas las marchas de formacin
en .pelotones, secciones y compaas. Del orden cerrado
pasamos al-orden disperso, como decan que se llamaban
los ejercicios de combate. Me gust ms esta parte de la
instruccin que la primera; eran menos las regaadas aunque a veces era mayor la fatiga, pues casi todos los movimientos eran al paso veloz.
Los llanos cercanos al Topo Chico se prestaban muy
bien para los ejercicios; daba gusto ver a todo el batalln
desparramado en tiradores con sus sostenes y con sus reservas; pareca de veras que furamos a entrar en combate real.
Cuando maniobraba todo el cuerpo, el teniente coronel
llevaba el mando, pero ms bien los ejercicios se hacan
por compaas, bajo el mando, cada una, de su capitn
primero. Todo se haca al toque de corneta.
Casi siempre era lo mismo: bamos marchando por el
flanco, es decir de a cuatro en fondo, y de all pasbamos
a formar en lnea desplegada; el corneta de rdenes tocaba
"lnea de columnas de compaa" y en cada una de ellas
se formaban las tres secciones, una detrs de la otra. Despus vena siempre el toque de "atencin, fajina y marcha",
que quera decir: orden de combate al frente. Las primeras
secciones de las compaas, avanzaban abrindose efl cfcio&

TROPA

V I E J A

85

na de tiradores; las segundas secciones se agrupaban en las


alas como sostenes y las terceras quedaban como reservas.
El corneta de rdenes iba llamando a cada uno de los
tres elementos, con un toque de atencin para la cadena
de tiradores, dos toques de atencin para los sostenes y
tres para las reservas.
La cadena avanzaba casi siempre haciendo fuego simulado, al toque de fuego: "Turur, turur, turur!" Los
marrazos guardados en sus vainas y cada soldado simulando que cargaba, apuntaba y disparaba al enemigo que
estara por all, en las lomiras del rumbo de San Nicols
de los Garza.
Despus, pecho a tierra; fuego a discrecin. Los sostenes que avancen a reforzar la cadena, a cubrir las bajas
que ya pueda haber. La reserva que avance tambin a
reforzar la cadena. Que avance toda la lnea al frente por
escalones: las primeras secciones avanzan un tramo al paso
veloz y se tienden pecho a tierra; las segundas tambin
avanzan y rebasan a las primeras y despus las terceras
siguen avanzando y rebasando a las dems. Cada seccin,
pecho a tierra, no deja de hacer fuego hasta que los dems
compaeros avancen y a su vez sostienen a los dems.
El enemigo ya deba de estar casi derrotado con tanto,
avance y tanto fuego; una carga a la bayoneta y se acab.
Reunin!
A r m e n . . . armas!
Toda la banda de guerra tocaba "ataque" y los oficiales gritaban: A ellos!
En estos casos cada soldado tena libertad de gritar lo
que quisiera y haba que oir a la juanada llena de gusto,
echando maldiciones y corriendo todos desaforados, para
acabar a cuchilladas de marrazo con el enemigo.
Otras veces nos ejercitbamos tambin para la derrota:
la cadena de tiradores cambiando de frente; los sostenes
reforzando a la cadena y las reservas cubriendo las alas
del combate. Despus, suponiendo que el combate era muy
fuerte, se emprenda la retirada por escalones, protegindose unos a otros. Cuando ya se supona muy perdida
la accin, se formaban los cuadros contra l caballera:

86

FRANCISCO L. URQUIZO

adentro del cuadro, los jefes, los oficiales, la banda y la


impedimenta, y los cuatro lados cubiertos .por la tropa
apiada en dos filas con los fusiles armados de marrazos
y listos para defendernos a la bayoneta de los sablazos de
la caballera.
Siempre resultaban muy entretenidos estos ejercicios de
combate, que les decan "de orden disperso". Todo al toque de corneta; toques combinados que eran en nmero
de treinta y cinco, esto nada ms para las maniobras de
combate, pues todos los toques de corneta del Reglamento
llegaban hasta sesenta y hueve sin contar diecisis toques
diferentes del tambor y diez toques ms que podan los
jefes y oficiales, dar con el silbato. Slo los de la banda
o la tropa muy viejos, tenan en la cabeza tanta msica.
A las pocas semanas estbamos re-truchas todos los
nuevos, en los ejercicios de combate.
Como para terminar toda la instruccin, nos hacan
hacer tambin por compaas, cada una al mando de su
capitn, ejercicios de la esgrima del marrazo, que resultaban tambin muy entretenidos. La tropa quedaba formada en cuatro filas espaciadas de manera que cada soldado
pudiera hacer sus movimientos sin estorbar al compaero de junto. Todos en guardia, con las piernas abiertas
y el fusil armado embrazado con las dos manos. Todo era
a la voz de mando y los movimientos que se ejecutaban resultaban parejitos, como si fuera un solo hombre, y no
ciento cincuenta los que los estaban haciendo.
En guardia!
Doble paso al frente y golpe libre! Marchen! Al
mismo tiempo dbamos todos los pasos cortos al frente y
aventbamos la cuchillada con el fusil.
Protejan la cabeza!
Todos los fusiles quedaban levantados con las dos manos, encjma de los chacos.
"Parada a la izquierda! Parada a la derecha!
A veces, cuando ya estbamos muy diestros, el capitn mandaba una retahila de rdenes seguiditas, que haba
que retenerlas todas en la cabeza y hacer todo cuanto pe
da, en su debido orden. Deca por ejemplo:

TROPA

VIEJA

87

Un paso al frente y golpe; parada a la derecha; un


paso a la izquierda; protejan la cabeza y doble pasa al
frente y golpe libre! Marchen!
O si no:
Doble paso a retaguardia y golpe; parada baja a la
izquierda; parada a la derecha y golpe. Frente a retaguardia; protejan la cabeza y dobl paso al frente y golpe Ubre!
Marchen!
Con la prctica sala todo redondito; toda la gente que
nos vea hacer instruccin se entusiasmaba y ya mero hasta nos aplauda. Slo Otamendi, que siempre andaba refluir
fuando, nos deca cuando llegbamos al cuartel:
Todo eso son puras tarugadas. El da que lleguemos
a entrar a un combate, no va a haber ningn oficial que a
la hora de la hora ande all entre la trifulca mandando:
doble paso al frente y golpe libre o protejan la cabeza. Cada uno tirar por donde pueda y se proteger la cabeza,
o lo que pueda, como Dios le d a entender.
Todos los que le oamos pensbamos que aquello era
muy cierto; las marchas, los tiradores y el tiro al blanco,
eso s era efectivo de veras.
En el cuartel seguamos con nuestra vida acostumbrada, pero parece que afuera las cosas se ponan mal. El
chaparro Madero segua con su cuento de hacerle contra
a don Porfirio; primero lo juzgaron loco, pero despus
parece que siempre le tenan algn recelo* pues lo metieron
preso en San Luis Potos, y de all logr pelrseles y pas
el Ro Bravo, metindose en los Estados Unidos. Las cosas
se iban poniendo color de hormiga; una vez que salimos
francos a la calle, custodiados como era costumbre por los
oficiales y por las clases, nos dieron unos chiquillos unos
papeles de propaganda y en varias ocasiones aventaron
pedradas al interior del cuartel, envueltas con papeles de
imprenta; los oficiales y los sargentos no se daban abasto
en recogernos todo aquel papelero, pero algunos de ellos
siempre se quedaron, entre la tropa.
Otamendi era el que ms se interesaba por todo aquello y a veces iba a juntarse con nosotros, con Carmena^,

88

FRANCISCO L. URQUIZO

con los muchachos Villegas y conmigo, a platicar sobre


aquel negocio.
Yo estoy segursimo de que va a haber carbonazos,
nos deca; ese chaparro Madero va a armar la bola.
P e r o qu tamao va a tener ese hombre para pararle bola al general don Porfirio Daz?
El cuerpo es lo de menos; lo que hace falta son tompiates y parece que l los tiene.
Bueno, pero qu pelea?, qu quiere?
Cmo que qu quiere? Que haya cambio de Presidente, que ya basta del mismo. Treinta aos del mismo
mandn, ya hace falta otro.
Y qu ms nos da uno que otro? Cmo va a ser
posible que se le pare enfrente uno cualquiera a un general
tan ameritado y tan lleno de condecoraciones como el viejo
don Porfirio?
Pues por lo mismo; porque ya est viejo y ya hace
falta otro. Hace falta que el sufragio sea efectivo y que
ya no haya reeleccin; que repartan tierras, que ya no
haya tanto pobre.
H u m ! ; eso nunca lo ha sido ni lo ser.
Estos papeles que reparten dicen que va a haber
revolucin; el da menos pensado comienzan los trancazos;
ya lo vern, compaeros. Ese va a ser mi da; mis anhelos
desde 1906, se van a realizar. Todo lo que yo deca en mi
peridico se ha de realizar. Ese ser mi da. El pueblo
entero se levantar contra el tirano, las tropas que l cree
que son suyas, irn en contra de l. Se derrumbar el castillo de su podero y nacer la democracia.
T ests tan loco como Madero, compadre le contestaba Carmona-, la juanada le tiene miedo a la pena
de muerte; admira a don Porfirio cuajado de medallas y
no espera nada de nadie. T crees que toda esa indiada
de la tercera y de la cuarta compaas, que apenas saben
hablar en nuestro idioma, son capaces de pensar en algo
ms que en l rancho y en sus viejas? Esos no entienden
de nada ni les importa nada. Si les llegan a dar a ms del
rancho, un buen trago de mezcal, son capaces de morirse
en la raya matando a los otros indios que se atrevan a

TROPA

V I E J A

89

sublevarse. T crees que los que ya son clases y que ya


estn.mejor, van a perder sus cintas coloradas porque s
noms? Y los jefes y los oficiales, a poco van a dejar
su carrera noms porque los convide un cualquiera, que n i
siquiera es general? Y los ricos van a exponer su dinero
y su bienestar y los pobres sus familias? No, compadre;
el que se levante aqu, fracasa como fracasaron los Flores
Magn en Las Vacas y en Viesca. Aqu en Mxico no hay
ms tompiates que los de don Porfirio, con sus diez mil
bayonetas.
As es la apariencia, pero no puedes llegar a leer en
el fondo del alma de los de abajo, de los del verdadero
pueblo que sufre.
A poco yo soy, pues, de la aristocracia?
T eres un infeliz esclavizado que primero fue un
indolente y despus u n buey uncido; como t habr muchos, pueden llegar tal vez a los diez mil que t mencionas, pero contra esos diez mil castrados, hay varios
millones de hombres adormecidos que algn da han de
despertar por su propia conveniencia. Son como animales
mansos, inofensivos, mientras estn dormidos, pero leones
de pelea cuando se les despierta. No hace falta ser un
general para despertar a un rebao; un nio de buena voluntad y con buen modo, lo puede hacer muy bien.
Una criatura puede desatar a un perro bravo para
"cuchillrselo" a alguien, pero puede suceder que el mismo
perro lo muerda a l primero, y que el otro, ms listo, le
meta una bala al animal y lo deje all mismo tirado.
Es-posible que el perro muerda al nio, pero ten la
seguridad que el animal libertado prinero se va sobre el
que lo amarr.
Pero el que lo amarr, por algo lo hizo; Seguramente
porque era bravo y perjuicioso. Por algo lo tiene apergollado, porque ya lo conoce.
-*-Es decir que entonces, el que naci perro tiene que
soportar constantemente a sus verdugos? N o ; todos. los
hombres somos iguales; todos somos hijos de Dios y todostenemos derecho a la vida. Los mismos animales, los verdaderos animales, un da llegar en que se revuelvan justi-

90

FRANCISCO L. URQUIZO

cieramente contra nosotros los hombres; un da llegar en


que digan: ya basta de esa mentida superioridad del gnero humano. P o r qu hemos de ser siempre nosotros
el alimento del hombre? dirn los borregos y los bueyes,
las vacas y las aves de corral. Por qu hemos de ser
nosotros los guardianes de los hombres? -dirn los perros.
Y los caballos, las muas y los burdos protestarn por ser
bestias de carga; y embestirn todos a topes, a mordidas,
a picotazos o a coces a los hombres y se irn al monte a
ser libres, como los otros animales que tuvieron la entereza de no dejarse dominar por los enanos de dos patas.
Se irn al monte, est bueno, a sacudirse el yugo del
hombre, pero all van a ser libres de veras? De dnde?
All en el monte van a comerse unos a otros para poder
vivir; el perro no va a comer yerbas, ni el gato va a dejar
de comer ratones. All en el monte sigue la matanza y
puede que les vaya peor all, que encadenados como estaban cerca del hombre.
'No te ofendas, compadre, pero hablas como si fueras
de veras un buey; es decir, como si estuvieras castrado,
como si no tuvieras hijos ni mujer y como si tu misin
sobre la tierra fuera no ms comer y trabajar. No te atreves a sacudir la coyunda y a, ver ms all de la labor, ms
all del cuartel en que te tienen encerrado. Si tienes una
cabeza aunque sea pelada al rape, no es slo para que te
pongas un chac, y si tienes un arma no es para defender
a un tirano, sino para conseguir tu libertad. Piensa tantito,
no ya para ti mismo, sino para los dems, para tu hijo, para
tu vieja, para los que han ienido todava la suerte de no
caer de leva, pero, que viven de idntica manera a todos
nosotros. El hombre no nada ms ha de recibir, tambin
tiene que dar lo que pueda y lo que tenga, y si no tiene
nada, puede dar aunque sea s sangre y su vida para los
dems.
-Compadre, acurdate de la ordenanza; 'acurdate de
las leyes penales: pena de muerte y pena de muerte para
todo. El da que metas la pata, te fusilamos tus mismos
-compaeros, si nos lo mandan los que pueden; lo -sentiremos mucho, pero la vida es como es y no la tuerce cual-

TROPA

V I E J A

91

quiera. Eres un eslabn de la cadena y no te vas a poder


zafar de ella, tenlo por seguro.
Me zafar llegada la ocasin, tenlo por seguro. Soy
un eslabn rebelde y mal unido que no encaja en este afianzamiento.
Yo y mis compaeros pensbamos en aquellas plticas
y encontrbamos que era aquello una balanza muy pareja,
en que se volva loco el fiel y en que los dos platillos parecan tener el mismo peso.
Mientras tanto, el cabo Reynaldo segua golpeando o
insultando; los oficiales seguan cihtareando y el sargento
Gutirrez, en fuerza de buscar palabras duras, hasta haba
inventado una maldicin muy enredada que deca: "Vayan
y retiznen a su rejijo de un tiznado madre".

VIII
El da -20 de noviembre estall la bola formal. Ya desde
el da 18 decan que haba habido en Puebla una trifulca
en que unos pronunciados maderistas, encabezados por un
Aquiles Serdn, haban resistido a las fuerzas federales y
a la polica matando a mucha gente. Sofocaron aquel motn, pero en Ciudad Guerrero, Chihuahua y en Gmez Palacio, cerca de Torren, salieron otros rebeldes atacando
a los del gobierno al grito de Viva Madero!
En el cuartel todo era barullo entre los jefes y los oficiales; caras plidas y plticas acaloradas leyendo los peridicos. Los de tropa noms los veamos y nos dbamos
, cuenta de que la cosa se pona color 3e hormiga y pensbamos que se acercaba una zurra d e golpes en los -que
seguramente iban a sobrar muchos chacos. El servicio de
vigilancia-se redobl y todos los superiores se pusieron
ms pesados de como ya lo eran.
A los dos -das lleg la orden de marcha: todo el 9o.
Batalln sala para Torren^ dos compaas del 23o. se iban
tambin hasta Chihuahua y el Regimiento de Caballera
iba a repartirse en destacamentos en los pueblos cercanos.

92

FRANCISCO L. URQUIZO

Toda una noche trajinamos las fajinas acarreando la


impedimenta del cuartel a los carros del tren en la estacin; los asistentes estuvieron tambin llevando las chivas
de sus oficiales y todo el viejero andaba alborotado previnindose con bastimento para llevarles a sus Juanes "la de
adentro".
Nos municionaron a ciento veinte cartuchos por plaza,
dndonos una carrillera adems de la cartuchera y a las
seis de la maana, sin hacer mucho ruido, fuimos desfilando del cuartel por compaas a tomar acomodo en los
carros de segunda de los trenes preparados.
En poco rato quedamos embarcados los del 9o. y los
del 23o. en los tres largos trenes. Cada coche con sus centinelas en las puertas y sus oficiales de guardia, y en un
carro de primera los jefes y los capitanes acompaados
de sus familias. Las soldaderas iban con sus hombres y hasta los perritos de los pelotones iban tambin all. Cada
carro tena la semejanza de una lata de sardinas por lo
apretados que bamos, pero tambin como si al mismo
tiempo aquella lata estuviera en descomposicin, por lo
mal que ola; peste de sudor de sobacos, de pies, de correajes, de ventosidades, de eructos y ruido del traquetear
del tren; revuelto con maldiciones, con risotadas, con llantos de chiquillos y con ladridos de perros. Aquella era la
fuerza del gobierno que iba a sofocar a los revoltosos.
bamos juntos, como siempre, los de la misma escuadra: el cabo Panfilo Ruiz que nos mandaba, y Otamendi,
Carmona, los muchachos Villegas, un indio de Oaxaca que
le decan Calequi, y yo. Junto con Carmona iba mi comadre Juanita, y al chamaco lo llevaban acostado entre ellos
dos.
Junto a mi asiento iba parada una vieja no tan pior que
yo no haba visto antes. Iba recargada de a tiro junto a m
y en cada golpe del tren, se me acomodaba ms; acab
por sentarse en mis rodillas.
Vaya!, as s estar cmoda; como si fuera en asiento de primera, con cojn de pana, blandito y todo.
A poco se creaste muy blandito? Puros huesos y
nervios.

TROPA

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Pero forraditos con carne sabrosa.


A p o c o ! . . .
Pos luego! Ya tendr ust ocasin de probarla.
A m no me gusta probar. O me dan todo o nada.
Ah!, pues todo; para qu batallamos.
Y si se pone de fierros malos mi viejo?
Cul viejo?
El sargento con quien vivo.
Ah, canijo! Yo con sargentos no quiero enredos,
mejor levntese y no me est ai noms calentando.
No tenga miedo, mi sargento no es del 9o., es del 23o.
Y entonces ust qu anda haciendo aqu?
Me equivoqu de tren. Bueno, no es que me aiga
equivocado, sino que yo no tengo ganas de ir a Chihuahua
y me quiero mejor quedar en Torren noms. Los del 23o.
se van a ir derechito a Chihuahua y ustedes los del 9o. se
van a quedar all, en Torren.
Cmo lo sabe?
Tengo una palomita que me lo cuenta todo. Por eso
vine a dar aqu, conque aprovchese, ora que hay modo.
'ndale compadre, no te rajes me dijo Carmona.
Ai tiene lo que necesita me dijo Juanita.
Agrrale la palabra dijo Otamendi, y as tendremos mujer los que estamos solteros. Teniendo mujer t,
tenemos los dems, porque mi comadre Juana no cuenta,
porque ella tiene su chamaco a quien cuidar.
Conmigo tampoco cuentan, yo soy fiel a un solo
hombre.
Yo no quiero decir ms que siendo usted mujer de
Sifuentes, nos podr convidar lo que consiga de comer.
A h ! , eso s, porque si es por otro lado, no hay nada.
Yo la estaba mirando y tentando, y me pareci muy
pasaderita. Carne dura, gerej illa, con una cicatriz en la
boca, como si siempre se estuviera riendo, y un poco chata.
Adems, haba de tener ya mucha experiencia en la vida
militar.
Cmo te llamas, Chata?
Micaela Chvez, y t?
-Espiridin Sifuentes.

94

FRANCISCO L. URQUIZO

Arreglados ?
Arreglados.
Venga esa mano.
Ai est.
Matrimonio arreglado a lo puro militar.
Carmena le haca carios a su chamaco que iba dormido. Otamendi trataba de platicar con el indio Calequi
y apenas se entendan.
P o r qu te dicen a ti Calequi?
-Qu?
Que por qu te dicen Calequi?
Qun sabe!
D e dnde eres?
De un rancho.
Qu tan grande?
Chiquito noms.
T qu clase de indio eres?
Yo no soy indio, no seas hablador.
Pues entonces?
Soy de la Sierra de Ixtln, Estado de Oaxaca, de la
merita miel en penca.
Eres de-la tierra de Jurez.
Cul Jurez?
Don Benito.
No lo conozco.
Cmo se dice en indio "qu bruto eres"?
N o te digo que no soy indio?
Entonces qu, eres espaol?
Soy noms tu padre, pa que te lo sepas, tal.
No, no; no te salgas por la tangente.
Qu gente?
N o te digo!, eres un animal.
Ya te dije que soy tu padre.
Noms eso saber decir.
Y t noms sabes preguntar. Pregunta y pregunta
como si* fueras cabo, como si fueras sargento, como si
fueras coronel.
Los muchachos Villegas se rean, Otamendi, aburrido,
comenz a bostezar y Calequi segua refunfuando.

TROPA

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95

Este noms sabe preguntar; pregunta y pregunta y


pregunta, nada sabe y todo lo" pregunta.
Los trenes llevaban va libre; haba prisa por llegar al
destino. Pasaban los postes del telgrafo, los rboles y los
cerros; de los jacales y de las estaciones salan las gentes
curiosas y miraban llenas de asombro a los convoyes militares, hacindose seguramente miles de conjeturas.
Al medioda se detuvieron las mquinas en Paredn,
para tomar agua y carbn. Nos bajaron a todos y nos formaron para repartir el rancho: dos pambazos, un chicharrn de chivo de los que les dicen en el norte "de matanza"
y un cucharn de caf ralo. A la media hora seguimos el
viaje por el camino desierto, lleno de polvo y de calor. Otra
vez las estaciones que antes recorr, cuando me llevaron de
San Pedro de las Colonias a Monterrey, maniatado, a causar alta en el Noveno; entonces iba apesadumbrado, lleno
de pena y ahora me senta yo otro, a pesar de que seguramente nos llevaban a la muerte, a matar gente o a buscar
un balazo.
Con el traqueto del tren y con el bochorno del amontonamiento de gente, la vieja se me haba dormido, recostada en mi pecho. Casi todos bostezaban de aburrimiento.
El cabo Panfilo Ruiz era ahora el que tena la voz
de la conversacin en la escuadra; le oamos como quien
oye llover, puede que all en su interior se arrepintiera
de los golpes que nos haba dado en el cuartel y como si
quisiera congratularse con nosotros por remordimiento d
conciencia o por temor a una bala nuestra en la primera
trifulca.
Dicen que esos pronunciados andan al grito de viva
Madero y mueran los mochos, mueran los pelones! Pelones est bien porque as nos han dejado, pero mochos,
de dnde? A ninguno nos falta nada, ni un brazo, ni una
pata. Yo no saba de dnde encontraban eso de mochos,
hasta ayer que oa que contaba el teniente Gloria que eso
viene de que no traemos sombrero sino chac, y que el
chac no es otra cosa que un sombrero mocho, al que le
cortaron la copa y lo dejaron chato y le cortaron tambin
la falda por detrs y noms le dejaron una viserita por
delante.

FRANCISCO L. URQUIZO

Otamendi, bromeador, le pregunt al cabo:


Oiga usted mi cabo. Por qu a usted cuando est:
de guardia, le dicen cabo de cuarto?
-Hombre, pues porque es un cuarto.
Un cuarto de qu, un cuarto de cabo?
N o ; un cuarto de da.
Y los jefes de da porqu andan de noche?
Calequi encontr el modo de meter su baza y salir con
su cancin.
No te digo que t no sabes nada y noms ests pregunta y pregunta.
-Cuando t seas clase continuaba Panfilo Ruiz ya
vers las cosas de otro modo diferente a como las ves de
soldado; a veces tiene uno la necesidad de dar un manazo
o echar una mala razn, pero es porque eso hace falta para la disciplina. T eres hombre inteligente y pronto has
de ascender.
P e r o usted cree que yo pueda ser cabo?
Hasta sargento.
Usted cree que yo pueda pegarle a un hombre, as
como acostumbran hacerlo las clases?
Es porque hace falta la disciplina y tambin para
desquitarse con alguien de lo que antes se recibi. No
te gustara mejor pegar en lugar de que te pegaran?
Me gustara ser algo ms que todo eso.
A poco quisiera ser oficial?
Ms todava: quisiera ser libre.
El que es pobre nunca es libre; son puros cuentos
eso de la libertad, pero en fin, si t eso piensas, te voy a
dar noms un consejo y tenlo muy presente: procura ser
libre por el buen camino; cumpliendo el tiempo de tu enganche o buscando un relevo, no se te vaya a ocurrir la
desercin y menos ahora que estamos en tiempo de guerra, acurdate siempre de las leyes penales que son muy
duras.
Y no cree usted qu la mejor libertad tambin pudiera ser la muerte?
Djate de cuentos de peridicos y libros; los difuntos son los difuntos y noms.

TROPA

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97

Comenzaba a atardecer y en la otra punta del carro


unos compaeros empezaron a cantar el corrido aquel de
"Juan Soldado".
De edad de quince aos me agarran de leva
Y me hacen soldado del Quince d Puebla.
A las seis de la tarde llegamos a Torren. Nuestros trenes se pararon enfrente del Hotel de los Chinos y nos hicieron bajar y formar a todos los del 9o.; el tren del 23o.
sigui su viaje para Chihuahua.
Desfilamos por las calles en columna de viaje desde la
estacin hasta el cuartel del barrio de la Paloma Azul;
las calles estaban llenas de gente vindonos marchar; nos
esperaban las autoridades y el jefe de las armas de la
plaza, teniente coronel Enrique Sardaneta, que haca dos
das se haba agarrado a balazos con los revoltosos en
Gmez Palacio. Apenas entramos al cuartel, nuestra msica se fue a dar serenata a la Plaza de Armas y los oficiales que no estaban de servieio, se fueron a parrandear
a la casa de la mentada Mara Ortega.
All en el cuartel haba unos cuantos compaeros del
8o. Regimiento de Caballera, que haba tomado parte en
la accin del da 21 y nos contaron cmo fueron las cosas:
en la madrugada de ese da unos cincuenta rebeldes, al grito de Viva Madero!, haban dado el golpe en Gmez Palacio atacando y tomando el cuartel de la polica de all;
haban matado al comandante y a algunos policas y rurales. Muy tempranito, apenas lo supieron, salieron los federales de Torren a atacar a los rebeldes; eran apenas veinte
hombres del 8o. Regimiento, al mando del teniente Juan
Zorrila Guerrero y veinte del destacamento del 23o. Batalln a las rdenes del capitn primero Arnulfo Grtiz. Se
dieron su agarrn y los rebeldes se fueron en corrida por
toda la alameda del camino por donde iban antes los tranvas de mulitas; dejaron seis muertos en el campo y mataron a dos rurales de la Federacin, uno de ellos; oficial.y
tambin hirieron a dos cabos del 8o. y a un rural ms.
Los pronunciados eran gente conocida de por all: Jess Agustn Castro, inspector de los tranvas de Torren

98

FRANCISCO L. URQUIZO

a Lerdo; Orestes Pereyra, hojalatero de Torren; Martn


Triana, carnicero de los ranchos; Sixto Ugalde, mayordomo de por all de las haciendas algodoneras; Mariano y
Manuel Lpez Ortiz, Gregorio Garca, Adame Macas, los
hijos de Pereyra y unos treinta o cuarenta ms. Despus d
la trifunca se remontaron al cerro y ya andaban detrs
de ellos los del 8o. de Caballera y los del 5o. de Rurales.
Nosotros seguramente bamos a salir pronto para Chihuahua en donde andaba un tal Pascual Orozco, o para
Durango en donde tambin decan que haba pronunciados. El asunto comenzaba apenas, con brotes en varias
partes al mismo tiempo.
El servicio se hizo riguroso y mandaron avanzadas a
las orillas del pueblo. Me toc la suerte de quedarme en el
cuartel, sin ningn servicio y pude celebrar a gusto mi
primera noche de bodas.
La Chata Micaela me sali buena. Mejor "la de adent r o " ; ya no era noms el rancho malo del cuartel lo que
yo saboreaba; ella se daba habilidad con los tres reales
para conseguirse buenas cosas en la calle; la canasta siempre la traa con. guisitos sabrosos y de cuando en cuando
.meta un trago de vino bien escondido entre el jarro del
caldo o en alguna tripa entre sus enaguas. Tena mucha
experiencia en la vida del cuartel, y en la calle siempre
andaba por ah husmeando noticias de lo que pasaba afuera. Otamendi le haba puesto por sobrenombre "La Prensa", dizque porque as s e denomina a los peridicos de
las noticias diarias. Era ella todo lo contrario de mi comadre Juana, la de.Carmona, que noms estaba dedicada a
su hijo y a su hombre. La ma se conoce que haba ya rolado mucho, en muchos cuerpos y con muchos hombres.
Por ella supimos muchas cosas de las que estaban pasando
afuera- del cuartel y hasta d la vida de los jefes y de los
oficiales, que hasta entonces ignoraba por lo menos yo.
Siempre que llegaba al cuartel la acorralbamos a preguntas, sohre todo Otamendi^ que era el que ms curiosidad
tena por saber cmo andaban las cosas.
P a r e c e que donde de veras anda la cosa fea^ es por
Chihuahua; han salido muchos pronunciados y el primer
golpe se lo dieron a un destacamento del Tercero de Ca-

TROPA

V I E J A

99

ballera, en un punto que se llama Guerrero; dicen que se


los acabaron y que a dos compaas del Doce Batalln,
que las mandaron de auxilio desde Chihuahua, que cayeron en una emboscada en un lugar que le nombran San
Andrs, en donde mataron al teniente coronel Pablo Ypez,
y que a los que quedaron les dieron el mate en otro punto
que le dicen Pedernales. Estn mandando muchas tropas
para Chihuahua; casi no hay da que no pasen trenes militares por la estacin, con rumbo al norte. El segundo
cuadro de regimiento, que estaba en Cuencam, pas antes
de ayer; el Trece Regimiento de Caballera del coronel
Trucy Aubert pas ayer todo completo, apenas se detuvieron para darle agua a la caballada; orita mismo en la maana acaban de pasar los trenes del Veinte Batalln que
viene al mando del general Navarro, de Mxico; llevan
hasta caones de montaa.
Y t cmo le haces, Chata, para enterarte de tanto?
Me pongo changa; noms me ando por ai por la
estacin husmeando y preguntndoles a los ferrocarrileros,
que son los que ms saben; les digo que tengo a mi viejo
en Chihuahua y que ando viendo el modo de irme con l,
y me lo cuentan todo. Uno me dice tantito, otro ms y as
me informo de todo.
Y de nosotros, del Noveno, qu has sabido?
Estoy casi segura que de un rato a otro mandan lo
menos la mitad del batalln tambin para Chihuahua, de
modo que si a ti te toca, no cuentes conmigo; yo no me
voy de aqu porque Chihuahua "me Gai muy gorda";
bastante me malpas cuando anduve en el Doce. Tendrs
que buscarte otra por ai. Dicen que viene de Mxico un
general Loj ero a hacerse cargo de esta plaza, que es uno
de los viejos compaeros de don Porfirio. Por aqu no
hay nada; los revoltosos de Gmez Palacio se fueron pal
monte y ni quien los encuentre con pesar d e toda la gente
que no quiere a los "mochos", sin pensar que los "mochos"
les tenemos que dar en la madre a todos jcuantos salgan.
Despus de todo es bonito que aiga trancazos, siquiera as
se sacude la modorra y se cambia de aires; ya estaba yo
harta de pura instruccin y de encierro. Ahora es cuando, pelones, le han de dar sabor al caldo!

100

FRANCISCO L. URQUIZO

Se entusiasmaba la vieja y despus segua diciendo:


A m el que me da lstima es el capitn primero de
la compaa, el capitn Salas; parece tan buena gente!
Ai anda el pobre asistente cargando con el colchn de la
familia, casa por casa, buscando acomodo barato para
que alcance el sueldo del capitn para pagar casa y comida para l, su seora y sus dos criaturas. Y con la
mala voluntad que le tienen aqu a la Federacin! Este
pobre seor deba estar mejor en alguna otra ocupacin.
Qu ganas ha de tener de pelear con tanta familia! El
coronel, el teniente coronel y el mayor, estn en un hotel
y se dan buena vida; si acaso tienen familia, la han de haber dejado por all, en Monterrey. Los dems oficiales;
los oficialitos, de pura parranda cuando no estn de servicio; noms padroteando en los burdeles; se traan de la
cola a todas las gilas que se mueren por el uniforme.
Cuando no estn ellos por all abajo, son ellas las que suben a buscarlos en coche. Hacen bien todos; estn muchachos y hay que darle a la vida antes de que le acomoden a
uno un plomazo. La nica amolada aqu es la tropa, para
eso es tropa.
Al da siguiente de esta pltica, nos convencimos de
que la Chata Micaela tena razn; mandaron para Chihuahua a dos compaas de nuestro batalln; les toc a
la tercera, a la cuarta y a unos cuantos de la banda. Se fue
con ellos el teniente coronel. Esos s iban a entrar al combate pronto.
Adis compaeros, adis! -nos decan; a ver
si volvemos a juntarnos ms adelante!
Quin sabe cuntos no iran a volver, o quin sabe
tambin si a lo mejor nos iba a reventar el cohete primero
a los que nos quedramos all en Torren!
Estaba yo como quien dice en mi tierra, all en el centro de la regin lagunera, pero era igual como si no estuviera, encerrado como estaba en el cuartel o haciendo el
servicio en guardias o retenes. Si no hubiera sido p e mi
vieja, nada sabra siquiera de lo que pasaba afuera.
Le puse una carta a mi compadre Celedonio a la hacienda del Horizonte, le deca: "Compadre: Aqu me tiene
en Torren; estoy cerca de ustedes, pero casi es lo mismo

TROPA

V I E J A

101

que si estuviera lejos; ni modo de verlo. Noms le pido


me d noticias de mi madre y si es posible de mi hermano
tambin. Ni le digo que haga la lucha por venir a verme
porque no lo han de dejar y puede comprometerse o comprometerme, tampoco le pido que me consiga un reemplazo porque, quin ha de querer meterse en esta vida, menos
ahora que las cosas andan mal y que no me han de soltar
de ningn modo! Si me puede conseguir algo de dinero,
se lo he de agradecer, pero ms quiero que me d las noticias que le pido. Escrbame a lista de correos a la seora
Micaela Chvez, que es mi vieja, y ella me har conocer
lo que me diga usted. Al cuartel no me escriba porque as
me conviene. Su compadre que lo quiere y estima.Espiridin Sifuentes, soldado del 9o. Batalln".
A los pocos das lleg muy puntual la contestacin a
la lista de correos; vena un billetito de a cinco pesos, que
slo Dios sabe con qu trabajos lo conseguira mi compadre. Me deca que l estaba bien de salud y trabajando
mucho; que mi madre estaba enferma la pobre y llena de
achaques y que mi hermano Jos haba ido a verlo unos
das antes para decirle que lo andaban convidando a meterse en la bola. Deca mi compadre que aun cuando l
lo haba convencido de que no se fuera a meter, tena cierto recelo porque ya conoca lo atravesado que era y porque muchos conocidos ya andaban levantados, corriendo
por el monte y viendo el modo de revolucionar. Me aconsejaba que si vea yo el modo, que procurara irme, porque l vea la cosa mal. Qu bien me daba cuenta yo
de que mi compadre no conoca ni de odas las leyes militares !
Cuando me dio la carta la Chata Micaela, me inform
de que el segundo cuadro del regimiento que apenas acababa de salir de Cuencam para Chihuahua, lo haban devuelto otra vez a su matriz porque haban salido tambin
rebeldes en el Estado de Durango. Me dijo tambin que
se saba que el teniente Zorrilla, del 8o. Regimiento, que
siempre andaba de partida por los ranchos de la regin,
a cada rato se agarraba con alzados y que siempre los echaba en corrida. Todos los ferrocarrileros parecan estar de
parte de los rebeldes maderistas.

102

FRANCISCO L. URQUIZO

Otamendi estaba al tanto de todo y una vez nos dijo


misteriosamente a Carmona y a m :
Hermanos, en la primera oportunidad que se me presente, me voy con los rebeldes; si ustedes quieren seguirme, bien, si no cada quien por su camino, el mo es el del
otro lado. Yo tengo que ser consecuente con mis ideas y
con mis sentimientos que expres en los peridicos y por
lo que me metieron de soldado; yo no puedo disparar un
solo tiro sobre los de la Revolucin.

IX
La Revolucin iba creciendo. Haban trado desde Tlalnepantla, cerca de Mxico, al Sptimo Regimiento de Caballera para que fuera a batir a las partidas rebeldes que
andaban por Durango; su matriz la haban radicado en
Cuencam.
Durango ya andaba mal; los hermanos Arrieta, Calixto
Contreras y Martn Triana traan revuelto aquello, y cada
da juntaban ms gente. El da que se descompusiera La
Laguna, lo bamos a pasar mal nosotros, con lo endemoniado de la gente de la regin.
Mi comadre Juanita nos llev un da unos escapularios
de lana color caf, con la imagen del Divino Rostro.
Aqu les traigo esto a los cinco, para que los cuide
Dios; estn benditos: me los bendijo el cura de la Parroquia
y dicen que son rete milagrossimos; pnganselos debajo
de las camisas, en el cuero vivo han de ir.
Me han dicho que los revolucionarios andan tambin llenos de santos. Uno de los del 17 me cont que a
unos que mataron iban con imgenes de la Virgen de
Guadalupe en los sombreros y que en el pecho llevaban
tambin cuadros de santos y muchas medallas.
Vaya usted a saber, comadrita, a quin van a ayudar
los santos en esta guerra. Se van a volver locos Dios y todos los santos en este enredo en que los metemos unos y
otros, si todos les pedimos lo mismo y con su ayuda les

TROPA

VIEJA

103

pedimos que nos salve y que nos deje matar a los del otro
lado. Qu van a hacer?
Nada me supo contestar mi comadre, ni el mismo cura
hubiera podido resolver aquella confusin. As ha de andar Dios por all arriba, sin saber a veces qu hacer cuando le piden cosas tan contrarias: los enfermos le piden
salud, los mdicos enfermedades; los pobres dinero, los
ricos no perder lo que tienen; aios moribundos vida y los de
las agencias fnebres muertos, para ganarse la vida y que
no les falte lo necesario. Con alguno tiene por fuerza
que quedar mal.
-Dios ha de oir a todos, le dar a cada uno lo que sea
justo.
Y cul es lo justo?
Slo Dios!
Una tarde lleg el teniente Zorrilla con su partida del
8o. de Caballera al cuartel; llevaba a un prisionero, un
ranchero como todos los de La Laguna, "con sombrero de
palma ribeteado de negro, en camisa, con pantalones ajustados de casimir azul marino y con huaraches reforzados.
Decan que lo haban agarrado con las armas en la mano
en uno de los ranchos del Tlahualilo, despus de un tiroteo.
Lo metieron en la comandancia y all estuvo hablando
mucho con el coronel, jefe de las armas. Quin sabe cunto contara! Cuando acab la pltica, era ya entrada la
noche; el coronel sali preocupado y estuvo platicando en
voz baja con los oficiales; al reo lo pusieron en la sala de
banderas con centinela de vista.
El hombre estaba indiferente; en su cara renegrida no
se adivinaba nada, ni siquiera podra uno saber la edad
que tuviera; lo mismo podan ser treinta aos que cuarenta. Estaba serio, recogido; sentado en cuclillas y chupando
cigarros de hoja, uno detrs de otro.
Le metieron de cenar y rio prob bocado; el oficial de
guardia y el sargento quisieron platicar con l y no le
sacaron ni una sola palabra, noms se les quedaba viendo
y escupa en el suelo fumando su cigarro. Pareca mudo
o corito si estuviera enojado o muy triste all, en su pecho,
porque su cara nada deca.

104

FRANCISCO L. URQUIZO

La noche refresc y el hombre aquel se envolvi en su


cobija colorada; era un bulto chaparro no ms, como si
fuera un costal bien lleno, cubierto con una cobija colorada y con un sombrero de palma encima. Estara despierto
o estara dormido; adentro de aquel bulto un hombre pensaba quin sabe en cuntas cosas.
La noche de diciembre se hizo larga y se hizo fra; las
estrellitas en el cielo parpadeaban como si temblaran y
quisieran apagarse con el soplo del viento.
Despus del toque de diana se arm la tropa y nos formaron en el patio del cuartel. Era la primera vez que hacamos un cuadro de fusilamiento: tres lados noms de
soldados en lnea desplegada y el cuarto era el paredn
para que lo ocupara el reo. Una escuadra con su cabo est
lista y un subteniente a su lado.
La cosa fue de prisa: los de imaginaria trajeron al ensarapado embozado hasta los ojos y con el sombrero charro encasquetado hasta las orejas; era una raya unida la
falda del sombrero de palma y la punta del sarape colorado. Iba caminando el reo despacio, lo mismo que si en
lugar de ir a la muerte hubiera ido detrs de un tronco de
muas, pegado a un arado barbechando tierra. El slito se
fue a poner en el lugar desocupado.
Quisieron vendarle los ojos y ech una maldicin.
La tropa terci las armas. Seguramente que sentamos
ms emocin todos nosotros que l mismo, que iba a ser
ajusticiado.
El subteniente de la escuadra ejecutora levant la espada y los cinco fusiles apuntaron; enfrente estaba, sin
moverse, un sarape colorado y un sombrero de palma, como si estuvieran en una percha colgados. Baj la espada
el oficial y sali la descarga; el sombrero bot por un lado y el sarape cay al suelo; una cabeza melenuda manaba sangre ms colorada que la cobija.
El sargento se acerc al cado; mene el cerrojo del
muser y peg el can en la sien; un disparo apagado
y se acab un rebelde.
La primera salida a campaa la hicimos un da domingo. Le toc a nuestra seccin; corri el rumor entre nosotros que bamos a pelear contra una partida de rebeldes

TROPA

V I E J A

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que se haban acercado hasta el rancho de Las Huertas.


Salimos municionados a doscientos cartuchos por plaza.
Columna de viaje con uniformes de dril y chac enfundado con paos de sol; los marrazos envainados. Adelante iban tres rancheros voluntarios en buenos caballos;
atrs los cincuenta hombres de la seccin, con sus dos oficiales y con sus clases; las viejas al trote por los lados,
listas para conseguir que comer en los ranchos.
Salimos por la Casa Colorada; atravesamos el arenal
del Ro Nazas y agarramos por uno de los bordos de un
tajo sin agua. Apenas salimos del poblado nos mandaron
llevar las armas a discrecin y caminar cada quien a su
gusto, sin llevar el paso acompasado. La maana estaba
fresca y el airecito mova las hojas amarillentas de los
lamos; en el campo blanqueaban los capullos de algodn
ya buenos para la pizca. bamos de a dos en fondo y los
oficiales adelante.
A la hora de descansar hicimos un alto y nos dejaron
estarnos en el suelo un rato y platicar. _ Las mujeres se
arrimaron.
Juanita, la Chata Micaela, y una muchachona a la que
le decan Tromprtas, iban juntas.
T debas de haberte quedado, a dnde vas con el
muchacho en la espalda? le reconvino Carmona a su
mujer.
Cmo me haba de quedar!, tengo que ir a donde
t vayas.
Seguro argy Micaela, si es soldadera tiene que
seguir a su hombre, sea donde sea.
Y si hay trifulca?
No le aunque; es la obligacin. Es la diferencia que
hay entre las otras mujeres y nosotras.
Paso por las mujeres, pero el pobre chamaco, qu
culpa tiene?-Es hijo de soldado y es su sino.
No vuelvas a salir; no por ti, sino por la criatura..
Me dejas solo y si me toca,.qu le vamos a hacer.
Tiene razn mi compadre dijo Otamendi, tu no
debes de salir; al fin y al cabo para conseguir una gorda
en el camino, lo hace la Chata Micaela para todos nosotros

106

FRANCISCO L. URQTJIZO

los compadres, y puede que mejor que t, ella tiene ms


experiencia. Verdad, Chata?
Clarn! Conmigo sobra para todos y si no, aqu tengo una ayudante que reclut y que me ha de ayudar bien.
Ah!, la Trompitas es tu ayudanta?
Simn!, verdad, t?
Claro que s, noms me dices con cul de todos stos te he de ayudar, o si se vale escoger, escojo al periodista.
Mira, Trompitas le contest Otamendi yo no
pienso hacer huesos viejos; fjate mejor en otro. Me gusta
ser libre y mejor me los voy revoleando con las mujeres
de los dems.
Sers de los otros.
N o ; soy de stos, pero no me gustan querencias ni
enredos.
El teniente dio la voz de marcha y seguimos el camino. Otamendi nos dijo en voz baja a Carmona y a m, sin
quitarle el ojo al cabo:
No se les olvide, muchachos, que en la primera ocasin que se presente, me pelo. chenme una mano noms.
Estamos en lo dicho; pero fjate '"bien antes de la
huida y no te vaya a alcanzar un tiro del cabo o de cualquiera otro.
El sol comenzaba a calentar y las mochilas se iban haciendo ms pesadas.
A media maana avistamos el rancho de Las Huertas.
Hicimos alto y se mand una exploracin. Reinaba entre
nosotros un cierto recelito en espera de los primeros tiros.
Las mujeres se haban metido en el fondo del tajo en donde estaban bien seguras. Si haba rebeldes haban de estar
en las casas afortinados y seguro iban a hacer buenos blancos en nuestros uniformes.
Pas un buen rato y nada de tiros. Los de la exploracin hicieron seas con un pauelo de que podamos entrar. Las primeras en llegar a las casas fueron las viejas;
cuando llegamos nosotros, las soldaderas andaban ya todas desparramadas por entre los jacales, comprando tortillas y tambin viendo el modo de ratearse las gallinas o
aunque fuera los huevos de los nidales.

TROPA

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Los oficiales hablaron con los dueos del rancho. Nada


saban por all de rebeldes.
Despus de comer un taco, seguimos para la hacienda
de Las Leocadias, distante unas dos leguas de Las Huertas;
tampoco all haba gente levantada, slo los peones que
como era da domingo, estaban todos en la plazuela jugando a la rayuela o al rebote.
Los espaoles de la hacienda nos recibieron llenos de
gusto; a los dos oficiales los convidaron a tomar cerveza y
a nosotros, a la tropa, nos mandaron repartir unos tercios
de caas de azcar que vendan en la placita. Se agarraron
a la pltica con nuestros jefes y comenz a meterse el sol.
Toda la gente de la hacienda estaba all reunida, admirando a la tropa como si furamos animales raros. Los cabos y los sargentos aprovecharon aquella ocasin para presumir delante de la gente, insultndonos y repartiendo una
que otra guantada.
Aquella misma tarde hubo all la primera trifulca: los
perros del rancho, ms sinceros que las gentes, desconocieron a nuestros perros y se agarraron a las mordidas. La
gente paisana se alarm y ante el temor seguro de que
aquella demostracin de mala voluntad nos fuera a caer
mal a los soldados, repartieron pedradas y palos slo entre
sus perros; los nuestros, pues, fueron los de la victoria.
Como ya se haba hecho de noche, all nos quedamos.
Nos dieron una galera de la destinadas al algodn para
hacer cuartel.
Se pas lista; se estableci el servicio y nos desparramamos adentro de la galera a descansar.
Los espaoles andaban rete contentos con los oficiales
y a nosotros tambin nos atendieron bien: mandaron darnos una lata de sardinas a cada uno, hartas galletas, un
piloncillo de dulce, caf y carne asada de una res que mandaron matar. Todos estbamos muy contentos y nuestras
viejas almacenaron cuanto pudieron para el otro da. Micaela le consigui al chamaco de Garmona un buen j a r r o
de atole y unas botellas de leche.
Cuando lleg la noche, llevaron linternas a la galera;
comenz el ladrero de los perros del rancho y camos rendidos. Si esa noche hubiera habido combate, de seguro

108

FRANCISCO L. URQUIZO

que hubiramos peleado con muchas ganas, bien comidos


y contentos como estbamos.
Parece que en la noche aquella se arreglaron Eulalio
Villegas y la Trompitas; amanecieron muy amartelados.
Con qu tristeza tuvimos que dejar aquella comodidad
al otro da, temprano.
Volvimos a Torren sin niguna novedad, con ganas
de seguir saliendo a excursionar a los ranchos, en donde
se poda comer mejor y en donde nuestras viejas encontraban el modo de cogerse alguna cosa de las que estaban
mal paradas. Parecan hngaras de esas que dicen la buena ventura, metindose en todas partes. Si as iba a ser la
campaa, no poda pedirse nada mejor.
Otros compaeros tambin haban salido de partida
por diferentes partes de la regin. Unos fueron en tren
hasta Jimulco y anduvieron all por los ranchos; otros
salieron en el tren ranchero con rumbo a San Pedro de las
Colonias y recorrieron, pie a tierra, algunas de las haciendas cercanas a la estacin de La Concordia. En ninguna
parte hubo novedad; poda asegurarse que no haba todava ningn rebelde por aquellas tierras.
Los das pasaban tranquilos y pareca como si nada
ms la bola estuviera all lejos, en Chihuahua. Empezaba
el fro fuerte de diciembre y las noches se hacan muy largas, sobre todo cuando eran de servicio, que se haba redoblado con la alarma que haba en todas partes.
As como los soldados que ramos de la misma escuadra ramos buenos amigos y hasta nos decamos compadres, as nuestras mujeres tambin haban hecho muy buena amistad: Juanita la de Carmena, mi Chata Micaela y
la Trompitas que ya era compromiso de Eulalio Villegas,
siempre andaban juntas y las tres haban simpatizado con
una veterana que era mujer del asistente del capitn Salas. Era ella una mujer como de cuarenta aos, gorda y
morena; era muy ocurrente y entretena a las mujeres con
sus dicharachos.
Un da supimos que haba pasado en varios trenes
todo el Sexto Batalln, que iba desde Quertaro a Chihuahua, en donde los golpes seguan duros.

TROPA

V I E J A

109

A los tres das lleg a Torren el coronel Manuel Gordillo Escudero con el 17o. Batalln y con una compaa
de ametralladoras que proceda de Monclova. El 17o. Batalln nos relev y salimos todos los del 9o. a Cuencam
a relevar a nuestra vez al 7o. Regimiento de Caballera
del coronel Tllez, para que se fueran ellos tambin a Chihuahua.
En aquellos das hubo mucho movimiento de fuerzas,
todas con rumbo a Chihuahua. Cuando nosotros nos embarcbamos en nuestro tren, pasaron los convoyes del general Luque con el Dcimo Batalln, con el Dcimo Regimiento, con caones de grueso calibre y con ametralladoras.
Detrs pas el coronel Antonio Rbago con la matriz del
10o. Regimiento y con el 3er. Cuerpo Rural de la Federacin.
En otros trenes pasaron tambin el 14o. Regimiento, el
18o. Batalln con su jefe, el coronel Valds; el 2o. Regimiento de Caballera del coronel Dorantes; mucha artillera, municiones y ambulancias. La guerra estaba en toda
su fuerza en el norte.
Pareca que la cosa tambin empezaba a arder en el
Estado de Durango. Antes de que llegramos a Velardea, s tuvo que detener nuestro tren, porque haba un
puente quemado y hubo que repararlo, haciendo huacales
con durmientes de los que bamos bien provistos en una
plataforma. Los peones ferrocarrileros sudaron la gota
gorda y lo mismo la fajina de soldados que les ayud en
su trabajo. Una parte de la tropa tom posiciones a los
lados para protegerlos en caso de que saliera enemigo.
Tres largas horas demoramos reparando el puente.
Desembarcamos en Velardea y desde luego se dispuso
la marcha, pie a tierra, para Cuencam. Sabamos de cierto que por all podra haber enemigo y se tomaron precauciones; un pelotn por delante para exploracin, como
a un kilmetro de distancia el grueso, y atrs la impedimenta y el viejero. Nuestra escuadra formaba parte de
la descubierta, y el teniente Gloria, que mandaba el pelotn, dispuso que nosotros furamos todava ms adelante.
El cabo Panfilo nos dijo:

110

FRANCISCO L. URQUIZO

Muy guilas, muchachos, parece que ahora s va a


haber algo.
Estaba medio receloso y no nos quitaba el ojo de encima; ms nos vea a nosotros que al camino y al monte,
bamos los seis soldados abiertos en tiradores y atrs el
cabo.
El camino era pedregoso y el campo estaba cubierto
de chaparral de mezquite y de gobernadora. Era ms de
medioda y el sol caa parejo y tendido; en el cielo no haba ni una nubecita y a lo lejos se vean de vez en cuando
remolinos de polvo que se alejaban como sacndonos la
vuelta. Atrs la polvareda aplanada de la infantera en
marcha.
Pas una hora; pasaron dos. Traspusimos una lomita despus de registrarla bien y seguimos por el camino,
que se retorca como culebra por entre los chaparros.
bamos con el ojo y con el odo atentos y con el fusil
embrazado, listos para hacer fuego. Entre Carmona y yo
iba Otamendi; al otro lado los Villegas y el indio Calequi.
Ya me estaba yo acostumbrando a aquellas precauciones
y crea que no iba a pasar nada, cuando de pronto, de entre un matorral, son un disparo y una bala pas silbando
por encima de nosotros.
Pecho a tierra y fuego! grit el cabo.
Sonaron otros tiros entre el monte y al mismo tiempo
omos muy claro los gritos de los revoltosos d Viva Madero, pelones hijos de la tal!
Rompimos el fuego nosotros tirando a la buena de
Dios, pues no se vea a ningn cristiano y slo aventbamos all donde se oan los disparos de las armas enemigas.
Otamendi nos dijo de prisa a Carmona y a m:
Hermanos, sta es la ma. Me voy a ir arrastrando
hasta meterme en el chaparral, para luego juntarme con
los otros. Cudenme la espalda. Ya saben que no los olvido y los he de buscar.
Estaba emocionado y considero que tuvo ganas de abrazarnos, antes de irse. Todo fue en un momento.
Que Dios te ayude y date la maa de avisarnos algo le dije yo.

TROPA

VIEJA

111

Adis, compadre; no se olvide de nosotros le dijo


Carmona.
Se fue arrastrando de prisa por entre el chaparral por
el rumbo contrario de la balacera.
Hijo de la tal! Orita se va a morir, por traidor!
Voltearnos azorados Carmona y yo; era el cabo que se
haba dado cuenta de todo. Apunt el muser sobre el
fugitivo y dispar; err el tiro y Otamendi tuvo tiempo de
alcanzar el matorral de gobernadora y ocultarse.
El cabo echaba lumbre por los ojos. Carg otra vez
el fusil y se dej ir detrs del desertor. Ms le interesaba
matar al desertor que contestar el fuego del enemigo emboscado.
Carmona y yo nos miramos y sin decirnos ni una palabra nos pusimos inmediatamente de acuerdo.
El cabo haba llegado cerca del matorral y se haba
detenido a apuntar con mucho cuidado; se conoca que
haba encuadrado a Otamendi y que tena la seguridad de
clarearlo. Sabamos nosotros que tiraba bien al blanco y
no pareca que estuviera nada nervioso; de seguro que iba
a hacer blanco en Otamendi sin remedio.
Carmona apunt tambin con cuidado, pero ms de
prisa y dispar. El cabo cay redondo con un balazo en
la cabeza; su chac rebot por entre las piedras y su fusil
se dispar solo cuando se le zaf de las manos extendidas;
cay con los pies muy juntos. Estaba bien muerto.
Los dems soldados de la escuadra no se haban dado
cuenta de nada y seguan disparando. A los pocos momentos lleg el teniente Gloria con el grueso de la vanguardia, al paso veloz y nos mand avanzar haciendo fuego nutrido.
El corneta de rdenes de nuestra compaa toc "Enemigo al frente" y despus "Atencin, fajina y marcha".
No les vimos la cara a los rebeldes; pelearon un rato
ms, agazapados seguro en buenos escondites y despus
se retiraron en silencio. El silbido de las balas s dej de
oir y poco despus se suspendi el fuego entre nosotros.
El corneta toc "alto el fuego" y "reunin".
Se levant el campo en un momento. El cabo Panfilo
Ruiz muerto y un rebelde herido en una pierna, que es-

112

FRANCISCO L. URQUIZO

taba todava agazapado detrs de una piedra y que no


haba podido huir o que lo abandonaron sus compaeros.
Sin ms ni ms, el sargento Gutirrez le dio un tiro en
la cabeza; le recogi la carabina 30-30 que tena en las
manos y, por ltimo, lo bolse y se qued con los pocos
centavos que logr encontrarle.
En un parihuela cargamos al cabo Ruiz y se sigui
la marcha, ya sin ninguna novedad. Todava nadie se
daba cuenta de la desaparicin de Otamendi; hasta que
no se pas lista a la llegada al pueblo, fue cuando se
percataron de su desercin; entonces cayeron en la cuenta
tambin los jefes, que bien pudo el mismo Otamendi haber matado al cabo Panfilo Ruiz porque ste se le hubiera
opuesto a su huida. Desercin frente al enemigo, revuelta
con insubordinacin con vas de hecho, causando la muerte de un superior. Pena de muerte de esas que no tienen
escapatoria ninguna.
Pobre Otamendi si le echaban mano. Por fortuna l
debera estar ya muy tranquilo entre sus gentes, sin chac
ya y sin uniforme; libre como l quera ser; como el aire
o como los pjaros del monte. Puede que a lo mejor fuera
ya hasta cabecilla y que en lugar de agarrarlo a l, fuera l mismo quien agarrara a alguno de nuestros jefes u
oficiales.
Carmona y yo, por las dudas, no cruzbamos palabra
sobre todo lo pasado. Nos entendamos bien con la mirada noms y no le tenamos confianza ni a los muchachos
Villegas, ni a nuestras viejas siquiera. Lugar tendramos
para hablar cuando pasara el tiempo.
En la noche velaron al cabo. Cuatro velas ardieron
en la cuadra, junto .a su cadver, hasta que amaneci. A
nosotros, a los de su escuadra, nos toc enterrarlo en el
camposanto del pueblo de Cuencam, Durango. Quin le
iba a decir a l que ira a quedar tan lejos de su tierra,
Guanajuato!
Ni vieja tena siquiera que lo extraara y entre todas
las mujeres de la tropa rezaron un rosario y le soltaron
unas cuantas lagrimitas, como por obligacin.

TROPA

V I E J A

113

X
El da siguiente de nuestra llegada a Cuencam sali el
7o. Regimiento de Caballera para Parral, Chihuahua; ellos
se fueron por un camino diferente al que habamos trado
nosotros, que de Torren habamos ido por ferrocarril
hasta la estacin de Velardea y all, por tierra, hasta
aquel pueblo. Los del 7o. se fueron por el camino ms
largo de Cuencam al Mineral de Descubridora y all se
iban a embarcar en los trenes que ya los esperaban para
sacarlos hasta la estacin de Conejos para d all seguir
hasta el Estado de Chihuahua.
Nos dejaban un hueso duro; estaba aquello infestado
de partidas de rebeldes que recorran toda la regin duranguea dando golpes en donde podan y asaltando los
pueblos desguarnecidos. Calixto Contreras y Martn Triara eran los cabecillas ms conocidos y decan que por
Ind y por Santiago Papasquiaro andaban tambin dando
mucha guerra los hermanos Arrieta, con mucha gente de
la sierra.
Quedbamos all en Cuencam los del 9o. Batalln y
una parte del 2o. Cuadro del Regimiento de Caballera,
que eran los que ms se tallaban saliendo diariamente en
partidas por los alrededores. Casi siempre se agarraban
con los alzados y a veces volvan con heridos y hasta con
muertos. Toda la gente del rumbo estaba de parte de los
revoltosos y bien claro notbamos sus simpatas por ellos.
Dos o tres das haban pasado apenas de nuestra llegada cuando le toc salir a expedicionar a nuestra Seccin, bamos por el mismo camino que habamos trado
y se trataba de proteger la llegada de un pagador que
iba de Torren con haberes para las fuerzas del 2o. Cua
dro.
Seguramente que todos nosotros, al volver a pasar por
aquellos terrenos, bamos pensando en la escaramuza ltima y ms especialmente en la muerte del cabo Ruiz y
en la huida de Otamendi. Cuando pasamos otra vez por
el mogote en que fue la emboscada, apretamos con ms
fuerza el muser y nos pusimos todos ms aguzados como si a fuerza hubiera de haber enemigo en aquel mismo

114

FRANCISCO L. URQUIZO

lugar. La vanguardia camin ms despacio ojeando para


todos lados, y los dems esperbamos que en cualquier
momento volvieran a silbar las balas.
Dicen que no hay camino ms seguro que el que acaban de robar y ese dicho es muy cierto; no tuvimos novedad por lo que hace a balazos, pero s nos lleg un
olor insoportable de cuerpos descompuestos. De seguro que
con la prisa no levantamos bien el campo y se quedaron
por all regados algunos difuntos.
Nuestro teniente mand hacer alto y nos orden a algunos a explorar a uno y otro lado del camino.
Recorrimos los comisionados todos aquellos breales y
fuimos encontrando regados, primero dos caballos muertos, ya con las barrigas infladas y a punto de reventar;
despus a un rebelde, tambin ya hinchado y con la boca
abierta y llena de moscas; ms adelante al rebelde a quien
remat el sargento y al ltimo, en un lugar despejado de
matorral, encontramos la sorpresa ms grande que podamos esperar. All estaba el pobre de Otamendi, fusilado;
una bola de tiros tena en el cuerpo, y en la cabeza; se
haban ensaado en l y lo haban hecho una criba a punta de balazos.
Todos estbamos perplejos sin podernos explicar aquello. Y era l, no tena la menor dura; all estaba su chaquetn ensangrentado con el nmero de su matrcula. Claro
que los rebeldes se haban llevado su fusil y su correaje
con las municiones y hasta el chac, seguro para ir a presumir de su victoria; pero las prendas de ropa, aquellos
ojos claros, abiertos y espantados, eran de Otamendi, de
aquel soldado de leva que antes haba sido periodista,
de aquel que pensaba que su lugar estaba del lado de la
contra al Gobierno.
Estoy seguro que todos comprendimos aquello aun
cuando nadie dijo una sola palabra. El difunto no haba
tenido tiempo de darse a conocer a los rebeldes, lo haban
tomado por un mocho cualquiera y en el calor de la refriega lo haban achicharrado sin ms ni ms, muy ajenos
de que l, en su interior, era ms rebelde que todos, que
todos los que all estaban juntos. Qu tristes han de haber sido los ltimos momentos de aquel hombre! Cunto

TROPA

V I E J A

115

ha de haber pensado el pobre, si es que le dieron tiempo,


en lo intil de su vida y de su sacrificio!
Nadie de nosotros deca una palabra, como si a todos
nos hubieran de pronto atravesado un palo en la boca.
Era aquel un ejemplo con el que no contbamos ninguno.
Arriba de nuestras cabezas, revoloteaban media docena de zopilotes impacientes, esperando que nos furamos
para bajar a picotearles la barriga a los muertos. El sol,
como una brasa ardiendo, tatemaba la carne prieta sin
vida; las hormigas haban hecho un camino desde el arenalito de su hormiguero hasta los pies del cuerpo; las
moscas entraban y salan zumbando por los agujeros de
las balas, y al derredor, un enjambre de chicharras cantaban en todos los tonos la cancin de todos los das. "Catuche", el perrito de nuestro pelotn, se acerc hasta el
muerto, lo oli primero; reconoci al difunto; lo lami y
despus mene la colita como cuando en vida se acercaba
a Otamendi para pedirle un taco de las sobras del rancho.
El primero en hablar fue el sargento:
Miren noms lo que es la vida. A ste debamos de
haberlo fusilado nosotros y nos ganaron la delantera los
rebeldes; primera cosa buena qUe les reconozco.
Me dieron ganas de haberle metido una bala all mismo al sargento.
Carmona noms me mir y apret las manos.
El teniente vea al muerto con lstima, apretndose las
narices con un pauelo.
Jess Villegas se atrevi a solicitar:
Mi cabo, nos permite que sepultemos a este compaero ?
El sargento respondi por todos los superiores all presentes :
Los desertores no merecen nada.
El teniente hizo la seal de marcha y seguimos nuestro camino para Velardea. Atrs se quedaron los hombres y los caballos muertos, tirados en la tierra, y las
chicharras, las moscas, las hormigas, los zopilotes y los
gusanos tambin, pelendose todos ellos por los despojos
de los que tuvieron vida y que parecan antes poder ms
que todos los animales chicos.

116

FRANCISCO L. URQUIZO

Dentro de poco tiempo se acabara el mal olor, se comeran la carne muerta los animales en venganza de la
carne de los animalea que nos comemos los hombres cuando vivimos. Las calaveras, los huesos todos, quedaran
blanqueando por mucho tiempo en el campo y despus,
poco a poco, se iran haciendo polvo blanco como la misma tierra y al fin se iran en cualquier remolino a recorrer
el desierto, dando vueltas a toda prisa, con el nimo de
llegar hasta las nubes, o ms alto todava: hasta el cielo.
Volvimos de la partida sin novedad. Pronto corri la
noticia por el cuartel de la muerte de Otamendi; las viejas
de nuestra escuadra le rezaron su rosario y nosotros, los
soldados que habamos sido sus amigos y sus compadres,
nos echamos un. buen trago de mezcal en el estmago y
entre cigarro y cigarro, hicimos recuerdos de aquel amigo
bueno que estaba ail en el campo tirado a flor de tierra,
con los ojos abiertos, apagados, mirando para arriba como
si quisiera enterarse de todo lo que existe detrs del cielo
azul.
Mi vieja Micaela ya no nos traa tantas noticias; no
haba all, en Cuencam, ferrocarrileros que la informaran
como en Torren. Llegaban nada ms los peridicos y los
lean slo los oficiales o la gente acomodada del pueblo;
era ahora Gregorio Prez, el asistente del capitn Salas,
el que husmeaba algo en la casa del capitn, el que nos
contaba lo que oa decir a su jefe cuando conversaba l
con los oficiales o con su seora. Logr saber que en Chihuahua la cosa segua mal, que el Sexto Batalln casi se
lo haban acabado los rebeldes en un punto que se llamaba Malpaso, por donde tenan que pasar sus trenes en
su viaje a Pedernales en auxilio de la columna del general
Navarro. Decan que haba sido aquella una sorpresa,
aprovechando el enemigo el paso forzoso de los federales
por aquel can angosto y rodeado de buenas posiciones
en los cerros; que haba muerto mucha tropa y que el
Cuerpo en un momento se qued sin jefes, pues haban
matado al coronel Martn L. Guzmn y haban herido de
gravedad al teniente coronel ngel Vallejo y al mayor
Vito Alessip Robles. Que dondequiera pegaban duro los
rancheros rebeldes de Chihuahua y que ya se contaban

TROPA

V I E J A

117

por cientos los muertos y los heridos en los combates. Que


un tal Pascual Orozco era el mero jefe y que con l andaban el mismo don Pancho Madero y otros muchos cabecillas ms.
De nuestro Batalln comenzaron a sacar destacamentos para los pueblos cercanos y para algunas estaciones
del ferrocarril. En el pueblo slo quedamos una parte de
nuestra Compaa. La caballera del 2o. Cuadro siempre
andaba de excursin.
A cada rato haba alarmas y el cuartel todos las noches se quedaba casi solo, pues la mayor parte de la tropa
nos tenan en los puestos avanzados, afuera del pueblo.
La gente de all tena la seguridad de que un da con
otro los rebeldes nos atacaran y que tenan que ganarnos.
Una tarde, por fin, nos agarramos: las mujeres nos
fueron a decir que la gente pacfica estaba asustada y
que andaba comprando provisiones a toda carrera, pues
se deca que Calixto Contreras haba pedido la plaza y
que la iba a tomar ese mismo da a sangre y fuego; que
las tiendas estaban cerrando sus puertas y que los ricachones, con sus mozos de confianza armados de carabinas,
se estaban subiendo a las azoteas para ayudarnos en la
defensa.
La cosa haba de andar mal de veras, porque el capitn
Salas nos mand que a toda prisa hiciramos unas fortificaciones de tierra como Dios nos diera a entender, ya
que no contbamos con herramienta alguna.
Con sus anteojos no dejaba de observar el campo y las
polvaredas que hacan all a lo lejos.
Mandamos a las mujeres que se fueran para el pueblo,
y el capitn mand a su asistente que fuera a hacerle
compaa a su familia; el pobre capitn tena un ojo en
lo que pudiera haber de enemigo y otro en la gente de
su casa.
Un pelotn de caballera del 2o. Cuadro, al mando de
un subteniente, sali a explorar; los vimos pasar al paso
de sus caballos, con la carabina en guardia y medio preocupados con los ojos pendientes a lo lejos del campo.
Vimos cmo se iban haciendo chiquitos entre el polvo
que formaban sus caballos al andar. Ms a lo lejos vea-

118

FRANCISCO L. URQUIZO

mos otra polvareda ms grande que pareca acercarse a


darle encuentro a los del 2o. Cuadro. A poco, la polvareda
grande se extendi y omos tiroteo muy apenitas, por la
distancia.
El capitn no dejaba de observar con sus anteojos;
los oficiales y las clases nos comenzaron a hacer recomendaciones amistosas:
Cuando se mande romper el fuego, hganlo con precisin, como cuando iban a tirar al blanco. Nada de
nervios; procuren aprovechar bien los tiros. . .
Se segua oyendo el tiroteito ya ms cerca y las polvaredas tambin pareca que se acercaban.
El capitn dej de ver en sus gemelos; estaba plido.
Nos vio a todos agazapados en las loberas y ya listos
para la pelea y nos dijo con voz suave:
Muchachos: se viene retirando la caballera de nosotros ; apenas hayan entrado al pueblo, vamos a romper
el fuego por descargas cerradas. Pongan las alzas de sus
fusiles a dos mil metros; aprovechen bien los cartuchos
y junten los cascos vacos. El enemigo, si acaso, estar
armado con rifles de 30-30; y sos no alcanzan ms que a
unos doscientos metros; nuestras armas tienen ms alcance
y podemos no dejarlos llegar.
Atrs de nosotros, el pueblo pareca un cementerio
triste y callado.
La caballera de nosotros vena al galope tendido; se
podan ver ya los soldados voltendose de vez en cuando
para hacer fuego y se vean tambin algunos caballos
sin jinete que seguan corriendo con sus compaeros.
En pocos minutos pasaron por delante de nosotros llenos de polvo y se metieron entre las casas del pueblo
sofrenando sus caballos; algunos haban largado sus sobres y otros pareca que iban heridos. Apenas nos fijamos,
nuestra vista estaba en la otra polvareda, que se iba acercando a toda prisa.
Los oficiales sacaron las espadas como si fueran a
mandar una ejecucin.
El capitn orden:
A mil quinientos metros!, fuego por descargas
cerradas!, a p u n t e n ! . . .

TROPA

V I E J A

119

Todos arreglamos las alzas y apuntamos a la polvareda


que se acercaba.
Fuego!
Repercuti en el aire un estruendo; despus otro y
otro, y otro ms. Todo un cargador de cinco cartuchos
gastamos en las descargas cerradas.
La polvareda se detuvo y se extendi a lo ancho en
todo nuestro frente.
Se van a dejar venir en tiradores dijo uno, junto
a m.
Puede que vayan a encadenar su caballada dije yo.
Comenzaron a sonar los tiros del lado del enemigo,
pero no oamos silbar sus balas. Se adivinaba al enemigo, pero no logrbamos verlo; haban de venir seguramente
agazapndose por entre los chaparros para acercarse ms
y tenernos ms a tiro. Cuntos seran?
El capitn buscaba atento con sus anteojos. La polvareda se haba acabado y slo quedaba, el monte al parecer tranquilo y una que otra nubecita en el cielo.
Venan avanzando ocultndose entre los matorrales.
Comenz de pronto el fuego de ellos muy nutrido; entonces s oamos el silbido de las balas como si fueran
alambres del telgrafo bien tirantes que de pronto se rompieran.
Todos estbamos agazapados, temerosos, y los mismos
oficiales haban envainado sus espadas y rodilla en tierra, empuaban sus pistolas.
A discrecin!, rompan el fuego! orden el capitn.
Se hizo el fuego graneado.
Muchos de los compaeros seguan escondidos detrs
del bordo de tierra y hacan fuego con sus fusiles al aire
sin apuntar a nadie.
'Apunten al enemigo, con una tiznada! gritaban
las clases.
Viva el Supremo Gobierno! Viva el INoveno Batalln! gritaba el capitn.
Viva Madero, pelones hijos de tales! gritaban los
del enemigo.

120

FRANCISCO L. URQUIZO

El capitn segua gritando para levantarles el nimo


a los temerosos. Las balas zumbaban por todos lados.
Pasado el primer momento se fue acabando el miedo
que todos tenamos en un principio. Los soldados atemorizados comenzaron a sacar la cabeza y a apuntar con
cuidado; otros ms animosos gritaban mentadas de madre
para los revoltosos y vivas para el Gobierno.
El teniente Gloria recorra la lnea nuestra haciendo
recomendaciones.
Apunten bien; no desperdicien cartuchos. No les
tengan miedo a las balas que chiflan ni se encojan de
hombros, porque esas ya se fueron; tnganles miedo a las
balas que no han salido, que esas son las malas. Duro,
muchachos; duro con ellos!
Poco a poco bamos teniendo ms confianza y peleando mejor; el tiroteo era ms suave y espaciado, pero ms
preciso.
El enemigo tambin pareca estar tranquilo, disparando
despacio, desde sus escondrijos. El sol comenzaba ya a
quererse meter. Si se nos vena la noche encima, la cosa
se iba a poner fea con aquel enemigo que conoca el
terreno y que haba de aprovechar la oscuridad p a r a
hacernos una mala jugada entre las casas mismas del
pueblo, a donde podra entrar sin que nadie lo sintiera y
agarrarnos por la retaguardia.
Nuestro teniente de seguro comprendi aquello, porque le dijo al capitn.
Mi capitn, permtame con mi Seccin darles una
carga a la bayoneta; en un momento nos los quitamos de
encima.
Podemos perder muchos soldados.
Yo le garantizo que el efecto es decisivo; nuestra tropa ya est animada y lo va a hacer bien; no hemos tenido
todava ninguna baja y ver usted que tampoco hgnis
de tener ninguna en el choque. Me autoriza usted?
Bueno, hgalo! A ver los de la banda, listos aqu
con sus instrumentos para tocar ataque a la hora que se
les mande.
El teniente nos mand:

TROPA

V I E J A

121

Segunda Seccin!, retiren, armas!; armen, armas!


Metan un cargador en la recmara y prevnganse para
dar una carga.
El capitn Salas orden a los dems:
Fuego muy nutrido para preparar la salida de los
que van a cargar a la bayoneta! Suspendan el fuego en
el momento en que la banda toque ataque.
El fuego arreci y nosotros, los de la Segunda Seccin,
seguamos agazapados, pero con los fusiles armados y
prontos para avanzar al paso veloz.
Listos?
Listos, mi capitn!
Adelante, muchachos; buena suerte.
La banda de guerra rompi a tocar "Ataque" y al grito de: "A ellos!", nos les echamos encima a los rebeldes.
Viva el Supremo Gobierno! Viva el Noveno Batalln, hijos de la tal! Aqu van sus padres!
Y saltbamos disparando por entre las piedras con
ganas de llegar cuanto antes hasta el enemigo y agrrarlo
a cuchilladas.
Junto a m, vi caer a un compaero redondito; al otro
lado comenz uno a renguear con una pata herida seguramente.
La balacera atrs de nosotros se haba acabado y la del
enemigo ya casi no se oa.
Nosotros seguamos avanzando a toda carrera.
Me zumbaban los odos y senta que el sudor me corra por la cara. No llegbamos nunca a donde estaban
los rebeldes y el chaparral. Se me nublaba la vista y se me
agarrotaban los dedos de tanto tener apretado el muser.
All a lo lejos o a una corneta que tocaba "Alto" y
a poco rato despus "Diana de Combate", toda la banda
junta.;
Habamos .ganado.
Me detuve y apenas me par, se me doblaron las piernas y me ca sentando en el suelo; el fusil se me sali de
las manos y me qued como. si estuviera dormido; a mi
lado ladraba contento el perrito "Catuche"

122

FRANCISCO L. URQUIZO

XI
Me haban herido.
Cuando volv en m, estaba acostado sobre una cama
de madera, en un cuarto del cuartel, que haban habilitado como hospital. En el mismo cuarto haba tres o cuatro camas con compaeros tambin heridos en la misma
accin.
Me pareci como si hubiera despertado de un sueo
largo. Qu cuarto es ste que no reconozco?, por qu
ahora estoy acostado en una cama y no en el vil suelo
de la cuadra? Quise levantarme y me doli la pierna derecha, que sent muy apretada en el vendaje.
Este es un trancazo que atinaron pens. Menos
mal que fue en una pierna; tengo otra de refaccin; si me
ha tocado en la cabeza entonces s me amuelan, a estas
horas estara platicando en el otro barrio con el difunto
Otamendi.
Estaba yo medio ido; no pensaba bien, algo me acordaba del combate, pero no muy claro; las ideas pasaban
a la carrera y no se detenan siquiera un ratito para precisarlas mejor.
Mi Chata Micaela lleg al poco rato y se puso muy
animosa a platicar conmigo.
Quibole?
Quiubo?
Y a despertaste?
P o s qu estaba yo dormido?
N o te acuerdas de nada?
Dnde andabas t?
Cmo t e j i e n t e s ? , ya mejor?
T cmo me ves, quedar chueco?
-Cmo te sientes por dentro?
P o r dentro?
Ests bien?
P o r dentro de dnde?
D e dnde quieres que sea?, de la pierna.
D e la pierna?

TROPA

V I E J A

123

Contstame algo; no me preguntes t tambin porque asina no nos entendemos.


T tambin contesta y no preguntes tanto. Vamos
con orden. Cmo dice por ai el mdico, o el curandero,
o el que sea, que estoy yo?, qu tengo?
Ests herido de un tiro en una pierna. Dice el mdico que el balazo no te lleg al hueso y dentro de un
mes a lo ms, ya ests listo para seguir cargando la mochila y el muser.
Y con qu me han estado curando?
Con puro yodo; te pusieron algodones y te vendaron.
Te van a tener a dieta.
Qu novedad! Siempre ha estado toda la tropa a
dieta, casi igual que los caballos de los regimientos.
Perdiste mucha sangre y por eso estabas amodorrado
como si te las hubieras tronado muy fuerte. Te trajeron en
camilla desde all donde caste.
A quin ms le dieron?
El teniente Gloria sac un rozn en una m a n o ; al
cabo Pedro de la Cruz, aquel chaparrito, le toc un pelotazo en la maceta y all se qued; a aquel soldado muy
picado de viruelas, alto y seco, tambin le toc y a otros
dos ms. Heridos, aparte del teniente, salieron ustedes cinco
que estn aqu. T eres el que est mejor, pues dicen que
vas a quedar bueno pronto; aquel del rincn tiene un tiro
cerca de la boca y en cualquier rato se va de este cochino
mundo; aquel del otro rincn tiene un balazo en el estmago y todo el da se est quejando, puede que tambin se
vaya; los otros dos tienen tiros en las piernas como t,
pero parece que van a quedar cojos porque les llegaron a
los huesos.
Y del enemigo?
Uf!, daba gusto ver aquel campo sembrado de muertos. No hubo heridos, puros muertos. Dejaron como veinte.
Pero no train nada!, andan a la quinta pregunta como
nosotros. Aqu les dan tres reales a cada soldado, pues a
ellos creo que ni eso. Unos cuantos santos en el pecho y
no ms.
Pero cmo acab aquello? Porque yo no me doy
cuenta de lo que pas a lo ltimo.

124

FRANCISCO L. URQUIZO

Pos dicen que ustedes, los de la Segunda Seccin,


dieron una carga al marrazo, pero que los otros no los
esperaron, que pelaron gallo, agarraron sus caballos y se
fueron al monte.
Y no los persiguieron?
Quin, los de la caballera? Estaban muertos de miedo con la pela que les dieron en la tarde. De los quince
que fueron a explorar, volvieron cinco heridos y dejaron
tirados a dos muertos.
D e manera que los rebeldes huyeron?
Qu va! Se fueron de momento, pero all estn casi
en donde mismo y ora andan ms enchilados que antes.
Y por qu no salen los de la caballera a perseguirlos?
Por por eso, porque. . . bueno, yo no s por qu.
Y los nuestros?
Porque si salimos de aqu se meten al pueblo.
D e modo que estamos lo mismo que antes?
Pior, porque tuvimos muertos y heridos y se gast
mucho parque.
Y entonces?
Dicen que ya viene el Once Regimiento completo, a
hacer campaa.
Viene el Once?
Esos tienen que ser buenos, no has odo mentar a
los lebrones del Once? A ver si el nmero no falla.
Los dems compaeros cmo estn?
Buenos. El cabo Reynaldo Aguirre echando habladas
como siempre. Carmona apesadumbrado porque su chamaco
tiene tos ferina; la pesc con estos friazos; Eulalio Villegas
empelotado con la Trompitas; el capitn Salas, lo hubieras
visto cuando volvi a su casa despus del combate! Su mujer lloraba del contento al verlo sano y salvo y sus criaturas
lo abrazaban de las piernas. Debi haber dejado a sus gentes en Torren o en Monterrey. Ese pobre seor ha de sufrir
mucho, all en su interior, Dios quiera y que no le toque
un trancazo. El servicio sigue igual: guardia y puestos
avanzados-; desveladas todas las noches y fro hasta para
aventar para arriba. T te puedes dar de santos mientras
dure lo de tu herida; buena cama y teposo completo. Quin

TROPA

VIEJA

125

te iba a decir que te habas de acostar en buen colchn!


Esa ha de ser la nica ventaja de que le acierten a
uno, lstima que no me puedas acompaar.
Mejor, as vas a descansar de todo. Ojal y nos manden otra vez a Torren, ya me cay mal este desgraciado
pueblo; aqu no sabe uno de nada y ni se puede conseguir
nada.
La corneta toc "media vuelta" y La Chata tuvo que
irse junto con las otras mujeres, para volver hasta el otro
da.
Era tanta la diferencia que senta entre el suelo duro
de la cuadra y aquel colchn en que estaba acostado, que
se me espant el sueo. Toda la noche, desde el "silencio"
hasta la madrugada, estuve oyendo el quejido del compaero
herido en el estmago; se conoce que ha de haber sufrido
mucho el pobre amigo con su dolor, pues no paraba su
lamento. Era un ay!, largo, largo, que no se acababa nunca. Me dola que aquel hombre se quejara tanto y que no
hubiera ni una alma caritativa que estuviera junto a l.
Su lamento era hondo y largo, como han de ser los lamentos de las nimas en pena; era como una bolsa de aire que
se estuviera desinflando poco a poco.
Al principio su voz era fuerte, casi se oa tanto como
las de los centinelas del recinto del cuartel; se fue haciendo
despus ms lenta como un murmullo, como el chorrito de
agua de algn arroyo del monte. Se iba acabando el hombre, iba entregando su alma muy lentamente.
Se est muriendo ese pobre compaero, pensaba yo,
sin que nadie le d ni un trago de agua y sin una mano que
se ponga en su frente o le cierre los ojos.
Pareca que ya todo haba acabado y respiraba yo satisfecho de que hubiera por fin encontrado el descanso,
cuando otra vez volva a orse el quejido de dolor. Cunto
tarda a veces en salir el alma del cuerpo! Como si no
quisiera abandonar el cuerpo cansado, su compaero de
muchos aos!
La noche fra de diciembre se estiraba como si no quisiera irse nunca y la obscuridad del cuarto se haca ms
negra, como si ya estuviera vestida de luto, por el difunto
aquel que no haba llegar al toque de la "diana".

126

FRANCISCO L. URQUIZO

Me puse a rezar una oracin por el alma de aquel compaero y a pedirle a Dios que se lo llevara pronto y que
ya no lo hiciera sufrir ms.
Cuando empezaron a entrar los primeros rayos de la
claridad del da por las rendijas de la ventana, me qued
dormido y el compaero herido del estmago dej tambin
de quejarse.
Cuando despert era ya media maana; La Chata Micaela estaba junto a mi cama y dos camas estaban ya vacas; el herido en el estmago y el de la cabeza, haban
pasado a mejor vida.
No senta yo ganas de hablar; la desvelada o mi debilidad, me tenan postrado: La Chata era la que haca el
gasto.
Quedaron dos camas vacas, pero para de aqu a la
tarde se van a ocupar; hace un rato que ya se estaban
tiroteando las avanzadas y es seguro que no ha de tardar
un agarrn en forma. T te imaginas si llegaran a tomar
el pueblo los rebeldes? Estoy casi segura que lo primero
que haban de hacer era venir a rematar a los heridos.
Bonito consuelo!
Eso es lo que yo, pienso, por eso digo que estoy casi
segura, pero no quiero decir que est segura de a tiro. Pero
no tengas cuidado, que mientras aqu aiga pelones, toman
una pura. . . Pero yo no s en qu piensan estos jefes de
nosotros que no mandan a los heridos para Torren; aqu
no hay ni medicinas, ni nada; si no se muere la gente de
los balazos, se va a morir de cualquier infeccin.
"Dicen que Calixto Contreras trae mucha gente y que
ha prometido tomar Cuencam, cueste lo que cueste; cada
rato manda a pedir la plaza, que le hagan favor de entregrsela y de aqu noms le dicen: "Tenga su plaza!",
como si noms fuera cosa d pedir. Si vieras, viejo, qu
escasa est aqu la yerba! Cmo ser la cosa que ni los
de la banda han podido conseguir nada! Mezcal s hay
mucho, y tambin hacen aquL muy buenos chicharrones;
calientitos y con unas tortillas tambin bien calientes y con
tantito chilito picoso y una rama de p e r e j i l . . . "
P e r o , no ves qu estoy a dieta?

TROPA

VIEJA

127

Dispnsame, viejo, pero ahorita se me estaba antojando; lstima que no puedas comer, pero para que no
te salga un grano y se te haga agua la boca, en la tarde
te voy a dar una mordida de un taco; una mordida noms
y un traguito de mezcal para que te mojes la lengua.
De veras?
Ya lo vers.
Pues ndale, vete para que no te dilates.
Hasta que no den el toque, esprate un ratn. Mientras te contar algo de mis andanzas: conoces Guadalajara? Yo estuve all en el Cuartel Colorado...
Pasados algunos das se condolieron de nosotros y nos
mandaron a Torren.
Una maana temprano salimos a Cuencam, los quince
o veinte heridos que nos habamos ido juntando del 9o.
Batalln o del 2o. Cuadro de Regimiento y que la malpasbamos amontonados en un cuarto destartalado que haban
improvisado de enfermera, al cuidado del Mayor Mdico
del Batalln, que casi ni nos tomaba en cuenta. Su receta
era el yodo para las heridas y la dieta para el estmago.
Nos llevaban a Torren en donde decan que haba
buen hospital, medicinas y mdicos ms considerados. En
unos guayines con capacetes de lona nos apilaron a los
enfermos; un oficial con una escuadra de soldados nos daba
escolta y las viejas, como era la costumbre, iban por tierra,
junto con la tropa.
El camino era malo para los carros; estaba en trechos
cubierto de piedras y en partes haban hecho zanjas en la
tierra las rodadas de otros carros, que pasaban de seguro
cuando la tierra estuvo mojada por las lluvias y se formaron atascaderos.
Las muas iban al paso de la infantera, como si ya
estuvieran cansadas desde antes de salir. Sonaban las cadenas de las guarniciones, rechinaban las ruedas de los
carros y gritaban a cada rato los carreros mientras adentro
los enfermos se quejaban con las zangoloteadas del camino.
Si no nos morimos en el pueblo con el mdico, vamos
estacar la zalea en este camino.
Siquiera hubieran puesto tantita paja en el piso.

128

FRANCISCO L. URQUIZO

Amigos carreros, tengan cuidado con las piedras del


camino.
Algunos, ms renegados, echaban maldiciones y otros
hasta bufaban de dolor con aquel traqueteo. Un pobre,
de los de caballera, que iba herido en la caja del cuerpo
y que se conoce que sufra mucho, estaba como loco y gritaba con todas sus fuerzas cada vez que senta un tropezn.
Ay!, aaay! Paren; ya est bueno, para qu tanto
martirio?
No hay modo de parar, hay que seguir adelante.
Djenme aqu tirado; tengan compasin, no sean
herejes.
Aguntate, qu no eres hombre? Llegando a Velardea se acaba esto y all el tren muy cmodo para seguir
a Torren.
Yo no quiero nada; no quiero nada. Ay!, aaay!
Bjenme!, mtenme de una vez de un desgraciado balazo
en la cabeza. Ay!, aaay!, compaeros que van ai a pie:
denme un balazo, por su madrecita; acaben de una vez
conmigo. Fuslenme! Ay, Dios!, no me oyen?; a ustedes les hablo hijos de la tal. Mochos muas!, collones,
voy a que no me dan un tiro! No son hombres ninguno
de ustedes. Ninguno de los que van ai afuera tiene alma
para acabar conmigo. Les faltan tompiates; jotos tales!
aay, ay! Ay Diosito!, por qu no me muero, por qu no
me matan mejor? Ora oficial mua, h i j o . . . ! Ese cabo
que va ai caminando es puro t a l ! . . . No estn contando
siempre en el cuartel que al que se insubordina lo afusilan?
Pos qu esperan pues, carbones? Aaay! Ay Dios!, por
qu no me muero?
Mucho ha de haber sufrido el pobre, cuando mejor
quera que le dieran la muerte.
Y seguamos traqueteando sobre las tablas duras de los
carros que rebotaban cada vez que las ruedas pasaban por
sobre las piedras"'hludas del camino aquel.
Como a la media maana se detuvo el convoy; las mujeres nos dijeron que se vean unas polvaredas que podan
ser del enemigo. Los soldados de la escolta se prepararon
para resistir y nosotros, sin armas y sin poder caminar,
tenamos que resignarnos a aguantar la parada, fuera como

TROPA

V I E J A

129

fuera. Seguro que los tiros del enemigo iban a ser para los
carros, que eran los que presentaban mejor blanco. Si perdan los de nosotros, que s haban de perder por ser tan
pocos, all nos iban a rematar a todos los heridos. Fue un
rato de incertidumbre.
Nada veamos los que bamos adentro de los carros. Es
lo peor sentir el peligro y no verlo de frente. Me parecieron
siglos aquellos momentos. Cunto mejor hubiera querido
estar con los de afuera, para poder pelear!
Ya estn ai!, ya estn ai!, gritaban asustadas las
mujeres, tirndose de barriga debajo de las ruedas de los
carros.
Mejor, para que de una buena vez nos lleve la tostada!, deca el herido grave, como si para l fuera aquello
el nico remedio de sus males.
Sonaron unos tiros c e r c a . . . y unas cuantas balas pasaron silbando por sobre nosotros. Se me oprimi el corazn y me resign con mi suerte.
Las muas se espantaron y los carreros, amedrentados,
se bajaron del pescante abandonando las riendas y tratando
de escapar.
Eso faltaba noms -pens en mis adentros, que
se encabriten las muas y que arranquen desbocadas; la
muerte en cualquier parte, a tiros o aplastados.
Me quise enderezar para brincar al suelo, pero el dolor
de mi pierna me contuvo.
El oficial comandante se dio cuenta y les grit a los
paisanos:
Al primero que corra, lo mato!
Se oyeron dos o tres tiros ms de la pistola escuadra del
oficial, que seguro les tiraba a los carreros para meterles
miedo.
Se hizo la calma en un momento. El enemigo se haba
ido y haba sido aquello noms una escaramuza pasajera.
Nos volvi el alma al cuerpo y seguimos el viaje.
Dios quiera y lleguemos pronto a Velardea, se oa
en dondequiera.
Algunas mujeres, mientras caminaban al trote, iban rezando en alta voz.

130

FRANCISCO L. URQUIZO

Caminaban ahora los caros ms de prisa y el movimiento de ellos era cada vez mayor; se trataba de llegar
pronto al destino, por lo que pudiera acontecer.
El herido del 2o. volvi a berrear ms fuerte y a echar
maldiciones y quejidos con toda su alma adolorida o encorajinada.
La Chata Micaela tuvo una puntada buena: se encaram
en el carro, encendi un cigarro y se lo puso en la boca
al quejumbroso, que estaba ya medio desmayado.
Q u me das?, pregunt.
Un cigarro de mariguana para que te lo chupes, a
ver si as se calman tus dolores y aguantas bien el viaje
le dijo en voz baja la Chata.
Dios te lo pague, mujer.
Le dio unas cuantas chupadas y se calm.
Los carros arreciaron el camino y noms se oan el
ruido de las cadenas, el rechinar de las ruedas y las malas
razones de los carreteros. Ya no sentamos tanto los golpes,
como si el camino se hubiera hecho mejor o como si nos
hubiramos ya curtido, a fuerza de sufrirlos tanto.
El sol tostaba las lonas de los toldos y eran hornos los
carros, buenos para amasar; afuera una nube de polvo
envolvi a la caravana de heridos y a la escolta que cansada
cargaba el muser y sacaba la lengua.
Los carros seguan caminando y a lo lejos brillaban ya
los rieles del ferrocarril.

XII
Otra vez en Torren.
Es el Hospital Civil, cerca de La Metalrgica, el que
me cobija ahora en el lugar del Cuartel del Barrio de la
Paloma Azul. Ha pasado ms de un mes, como si fuera
un momento desde que llegu a Cuencam. Aquella plaza
se perdi; la tomaron los rebeldes apenas salieron de all
las fuerzas del 9o., que tambin ya estaban de nuevo en
Torren. El Once Regimiento que nos relev, segua pelean-

TROPA

V I E J A

131

do en el Estado de Durango contra los Arrieta o Calixto


Contreras, y cada vez perda ms terreno.
Decan los mdicos que mi herida se haba infectado
algo y que se haca necesario canalizarla bien; que iba
todava para largo y que por lo menos me soplara un
mes ms, all en el hospital. Yo estaba feliz y mi mayor
gusto hubiera sido pasarme all la vida o aunque fuera
siquiera el tiempo que durara mi enganche. Qu diferencia aquella vida a la del cuartel! Todo el da tirado en
buena cama o tomando el sol en los arcos del corredor, con
un buen camisn blanco de manta limpia. Los mdicos,
buenas gentes, me curaban con cuidado y a veces hasta
me regalaban con cigarros; las enfermeras buenas mozas
y la comida mil veces mejor que aquel rancho siempre
igual de atole, frijoles y caf; en el hospital haba todos
los das caldo, un pedazo de carnita, arroz y alguna verdura. Olor a yodoformo y a medicinas siempre, pero buenos
modos y mejores palabras.
Un retn de soldados cuidaba el j u n t o , que era un
puesto avanzado de la Plaza, y a la vez nos cuidaba a los
heridos, para que no furamos a desertarnos de all, aprovechando alguna mejora en nuestras heridas. Yo creo que
nadie de nosotros pensaba en irse. A dnde?, para qu?
La Chata Micaela me vea todos los das y me llevaba
las noticias de la calle. Mi comadre Juana con su chamaco,
la Trompitas y la mujer del asistente del capitn Salas,
tambin me fueron a visitar un da y se estuvieron conmigo
toda una tarde, contndome todas las minucias del cuartel.
Hasta la pobrecita vieja de mi madre y mi compadre
Celedonio fueron a verme. Mi compadre, el pobre, me llev
un puo de centavos amarrados en la punta de un pauelo
paliacate; mi madre me llev unas medallitas milagrosas
de la Virgen del Carmen y una oracin del Santo Nio de
Atocha. Vindolos a ellos dos, me pareca que haba yo
vuelto al rancho, despus de u n a m u y larga ausencia. Cuntas cosas nos contamos! Conocieron por mi boca toda la
vida dura del soldado^ les vea yo en la cara la lstima
que me tenan; me figuraba yo ser uno de esos pobres
perros que se huyen de la casa en que han vivido y que
a poco vuelven aporreados de la calle y con mucha hambre,

132

FRANCISCO L. URQUIZO

flacos y enteleridos; que reconocen el lugar de la querencia


en donde siempre tienen un hueso que roer y una mano
cariosa que les alise la cabeza. Me oan contar mi vida,
mi vida apenas de ocho meses de ausencia, como quien oye
contar los recuerdos de las gentes viejas. Estaban pendientes de mis palabras y les notaba el asombro que les causaba
cuanto yo les deca; nunca se imaginaron ellos dos que
pudieran estar los hombres tan sobajados en la vida, ni que
pudiera malpasarse nadie tanto. Ms se asombraron cuando les aseguraba yo que muchos de nosotros, los de tropa,
estaban ya tan hechos a esa vida que ni fuerzas les hacan
los trabajos y que seguramente ni se iran ya a hallar fuera
de todo aquello, cuando cumplieran el tiempo de su enganche y pudieran libremente volverse para sus ranchos o sus
pueblos. Son hijos de la mala vida, les deca; a todo se
acostumbra la gente y en todo acaba uno por encontrarle
el lado mejor a las cosas y sobrellevar el trago amargo del
infortunio y hasta hacer que se vuelva o parezca placentero
lo que en realidad no es sino un infierno.
A mi madre se le rodaban las lgrimas oyndome hablar y mi compadre me vea enternecido.
'Hemos tenido la suerte de vernos ahora que estoy
herido; aqu no hay quien nos cuide tan de cerca y podemos
hablar tranquilamente y sobre todo, me ven como a cualquier otro hombre que ande libre. Cunto hubiera yo sufrido en mi interior, si delante de ustedes dos, un cabo cualquiera, o un sargento, me pegara o me insultara! Pronto
me han de dar de alta y volver al cuartel. No vuelvan averme hasta que yo est libre, hganme esa caridad; cuando i
cumpla mi tiempo, si es que no me toca un mal trago en
esta guerra, all estar con ustedes para seguir la vida;
tranquila que han de llevar aunque sea con miseria, perocon una poca ms de tranquilidad que todo esto.
Aquella visita de mi compadre y de mi madre me cau-s
saba mucho gusto, pero al mismo tiempo me martirizaba-:)
el alma. No s por qu se me puso una idea aferrada en^
la cabeza como con unas pinzas muy fuertes: se me figu-
raba que estaba yo en capilla, en vsperas de ser fusilado!
y que aquella visita que estaba recibiendo sera la ltiigft

TROPA

V I E J A

133

en mi vida; que yndose aquellos familiares mos de mi


lado, empezaba la noche de la muerte, el viaje a lo hondo.
Senta gusto de ver y de oir a los mos y al mismo
tiempo, me daba cuenta de que su presencia me acobardaba
y me quitaba todo lo de hombre que tuviera yo adentro.
Les toc su turno de contar a ellos; fue mi compadre
el que llev la voz; mi madre noms asenta o deca alguna
que otra palabra de comentario:
"Seguan viviendo en la hacienda del Horizonte; haba
ya pasado la pizca del algodn y toda la familia haba tomado parte, como siempre, en el trabajo; hasta mi ahijado que ya tena de edad seis aos y se acomeda tambin
en recoger capullos para aumentar la 'pesada' y ganar unos
cuantos centavos ms. Ahora estaban ya rompiendo las
tierras para prepararlas para la siembra que haba de comenzar, como siempre, el mero da de La Candelaria. Se
haba regado mucho terreno, pero los jornales eran los
mismos de hambre de todos los aos; todo para los gachupines dueos de la finca y para los pobres la tienda de
raya y una deuda que no se acababa nunca y que antes bien
pareca crecer semana con semana; aquella deuda que pesaba sobre mi compadre, seguira con sus hijos y con los
hijos de sus hijos, hasta el fin de los siglos. Cansancio,
enfermedades y miseria; jacales de jara y cobijas ralas; ni
una huerta de sandas, ni unos- surcos de maz, ni unos
elotes o calabacitas; nada, la racin medida en la tienda de
raya y trabajo, trabajo todo el da.
Mi hermano Jos se haba huido de la casa; saban
que andaba de rebelde con la gente de don Sixto Ugalde.
Mi madre pensaba con tristeza en el da en que nos furamos a encontrar los dos hermanos con las armas en la
mano, cada uno en diferente lado. Si las miserias y los sufrimientos no acababan con la vida de nuestra pobre viejecita, aquel dolor seguro se la iba a llevar al camposanto.
La regin lagunera ya andaba revuelta: Sixto Ugalde,
aquel que haba sido mayordomo de haciendas, levantaba
a las peonadas del campo; con l decan que andaban
Benjamn Argumedo, uno que haba sido sastre en la hacienda de Santa Teresa, los hermanos Livas, de San Nicols de las Habas, Luis Murillo que fue Cabo de Serenos

134

FRANCISCO L. URQUIZO

en San Pedro de las Colonias, el Chueco Margarita, del


rancho de San Salvador, Pancho Tapia, el que fue polica,
y una bola de gente conocida de aquellos lugares. Todava
no presentaban combates formales porque andaban mal
armados, pero no dejaban de recorrer ranchos y haciendas
levantando gente y hacindoles promesas; buscaban carabinas y se robaban caballos y monturas.
Marcos Njera, el Juez de la Acordada de San Pedro
de las Colonias, que casi siempre andaba junto con el
teniente Zorrilla Guerrero del 8o. Regimiento de la Federacin, ya se haba dado algunos agarrones con los alzados
y les haba hecho algunos muertos. A muchos peones pacficos, noms por sospechas, los haba matado y haban
colgado sus cuerpos con reatas de las ramas de los lamos
de los tajos de riego. Los espaoles estaban temerosos y
haban armado con carabinas a mozos de sus confianzas
para resguardar sus fincas; algunos de ellos mejor se haban
ido a refugiar al mismo Torren ante el temor de la venganza de los rebeldes que antes fueron sus peones, a quienes muchas veces cintarcaron. Era la idea en todas partes
de que la revolucin haba de triunfar.
Las ltimas palabras de mi compadre Celedonio, al despedirse, fueron:
No se le olvide, compadre, que en el otro lado anda
su hermano Jos, procure no pelear; si puede seguir
hacindose guaje aqu en el hospital, mejor; si no, vea el
modo de pelarse cuando le sea fcil. Piense que cada balazo que tire le puede pegar a su hermano.
Mi madre me dio su bendicin y se fueron los dos muy
despacito con rumbo a la estacin.
Yo me qued pensando en los consejos de mi compadre
Celedonio: que procurara no pelear, que cada balazo que
yo tirara pensara que pudiera pegarle a mi hermano. . .
Aquello tambin debiera de haberlo odo mi hermano: no
pelear, no disparar para donde yo estuviera; l podra
escapar de la pelea, largarse para otro parte, pero y o ? . . .
No matar a los de enfrente, y entonces qu?, dejarse
matar por unos o por otros? Fcil es aconsejar desde lejos
y torcer una vida que no es la de uno. No mates a tu her
mano, djate matar por l; no tires sobre los oprimidos;

TROPA

V I E J A

135

como si todos no furamos oprimidos por el mismo yugo


y no sufriramos todos de manera parecida. Desertar?,
para que me mataran como al pobre de Otamendi o para
que me fusilaran los mos? Mi compadre Celedonio no
alcanzaba a comprender lo que cada uno llevbamos adentro, ni a distinguir el surco de cada sembradora
Estbamos en guerra los pobres desamparados y hambrientos de los campos, contra otros pobres tambin desamparados y hambrientos, pero apergollados por una disciplina militar': la misma necesidad tenamos todos de
justicia y en la desesperacin de unos y de otros, pelebamos hasta matarnos, con toda nuestra alma, para acabar de una vez no con los opresores de arriba, sino con
nosotros mismos; acabar una vida que nunca haba de ser
mejor, para ver si era cierto que en el otro mundo se
poda encontrar lo que aqu escaseaba para todos. A poco
crean los rebeldes que ganando ellos iban a acabar con los
poderosos, con los patrones, con los que tuvieron la suerte
de educarse bien? Podran tirar a un mandn, pero no
sera sino para poner a algn otro en su lugar. La iguald a d ? ; imposible; siempre habra de haber ricos y pobres,
desmedrados y opulentos; igualdad, slo en la muerte y
aun eso mismo estaba todava por verse. Quin sabe el
ms all? Y si era cierto lo que decan los curas, tambin
en la otra vida habra de haber un infierno para los desafortunados y una gloria para los que tuvieron mejor suerte; y en vez de patrones espaoles, jefes polticos, y cabos
y sargentos, puede que hicieran all sus veces los santos y
ios profetas y los mrtires o como se llamaran, los que pudieran ms en poder o en influencia. Los pobres de esta
tierra puede que fueran los pecadores o los condenados en
la otra vida; no ramos los pobres aqu los que matbamos
y robbamos y hacamos todo el mal? No eran los ricos
aqu los que no derramaban la sangre de la gente y los
nicps que podan rezar en una iglesia y hacer la caridad
con su dinero? Forzosamente en el otro mundo tendramos
que seguir de igual manera.
No matar!; al contrario, matar mucho y pronto para
acabar cuanto antes y ver si acaso en el otro mundo cogamos mejor lugar; quien quita y en un descuido nos tocara

136

FRANCISCO L. URQUIZO

ser mandones y tener el sartn por el cabo. Si Otamendi


nos pudiera contar -l que tan bien deca las cosas lo
que estaba pasando en la otra vida, cunto bueno habramos de saber. Pero no; los que se mueren no vuelven y por
algo ha de ser; bueno ha de estar aquello y algn da,
tarde o temprano, lo hemos de saber.
Los das pasaban tranquilos, parejitos, siempre iguales, como si nada ocurriera fuera de aquel lugar: curacin,
comida, sol, dormir. De vez en cuando se mora algn
herido, en otras ocasiones salan ya sanos, para volver
otra vez a batallar con sus cuerpos. Yo me iba capoteando
mi pierna sin ganas de aliviarme para no perder aquel
bienestar; a veces me pareca que ya no era yo soldado
y que cuando me hicieran, a la fuerza, salir de all ira
a quedar ya libre. Era aquel un sueo del que no quera
yo despertar.
Mi vieja me llev unos libros para que me entretuviera,
ya que saba yo leer. Eran "Genoveva de Brabante" y
"Los Doce Pares de Francia". A mis compaeros enfermos les diverta qjue yo les leyera en voz alta y que les
explicara aquello que no lograban entender; la misma Micaela dejaba de pensar en la tropa y estaba muy atenta
oyendo mis palabras con ms atencin, seguro, que cuando
en su vida lleg a oir a algn predicador.
Era aquel un remanso tranquilo, una enramada fresca
en medio del calorn del desierto.
Cama suave, comida la necesaria, cobija calentadora,
buenas palabras, descanso, para qu ms?

XIII
A principios del mes de abril me dieron de alta. No
pude aguantarme ms, a pesar de todas las luchas que me
fue posible hacer.
Una buena tarde me llevaron al cuartel a la hora justa
en que estaban pasando la "lista de seis". Haba poca fuerza, casi todos andaban en partidas o en retenes en los pues-

TROPA

V I E J A

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tos avanzados; cuando gritaron mi nombre y contest: presente!, todas las caras se voltearon a verme con curiosidad
y con cario; el mismo capitn de cuartel me dijo por lo
bajo:
Te prob la herida, vienes hasta gordo y cachetn.
Cuando rompimos filas, me abrazaron los compaeros
de la misma escuadra y en un momento me pusieron al
tanto de cuanto ocurra:
La plaza de Torren estaba amenazada y era seguro
que iba a haber un gran combate en cualquier da cercano. Haban hecho ya trincheras en el Cerro de la Cruz
y en los de enfrente del Can del Huarache y las bocacalles
del rumbo de La Alameda, por el lado de la Metalrgica, tenan alambradas de pas bien tupidas y trincheras
de tierra y de costales de arena; haban trado ametralladoras que las mandaba un teniente Miguel Velzquez,
y tambin haba otras fuerzas de infantera que estaban
acuarteladas por el lado contrario al de nuestro Cuartel
de la Paloma Azul. Haba unos voluntarios del Estado de
Nuevo Len, de caballera, que les decan los "amarillos",
porque as era el color del uniforme que traan; decan
que stos eran de veras bravos y que la mayor talla en
todas partes la llevaban ellos; buenos tiradores, atrabancados y de a caballo, en todas partes, se agarraban macizo.
El jefe de la plaza era un general de brigada que haba
mandado desde Mxico el mismo don Porfirio; haba sido
su compaero en otras pocas lejanas, y se llamaba Emiliano Lojero; era ya viejito, con el pelo ya blanco en su
cabeza y en sus bigotes; chaparro, con sombrero ancho tej a n o ; uniforme gris y botas de cuero amarillo. Usaba buen
caballo y un clarn de artillera le serva' de asistente.
Me contaban que casi no haba da que no hubiera
novedad.
Recib esa misma noche mi equipo, mi arma y la dotacin de cartuchos. Me estren en la maana siguiente con
un servicio de partida yendo a proteger a una cuadrilla de
trabajadores del ferrocarril que iban a levantar un puente
quemado por el rumbo de San Carlos, sobre la va del
camino a Durango; me dijeron los compaeros de la escuadra, que casi diario eran esos servicios. Por delante

138

FRANCISCO L. URQUIZO

de nosotros, por tierra, haban salido desde la medianoche


los "amarillos". bamos los cincuenta hombres de la Segunda Seccin, de la segunda compaa, al mando del teniente
Gloria, que ya estaba aliviado de su herida en la mano,
desde haca ms de un mes. El convoy era chico: una mquina, dos plataformas con durmientes y con los peones
acomodados encima de la madera, dos gndolas de fierro
para nosotros y un cabs para la tripulacin del tren.
bamos despacio; casi a vuelta de rueda, como si no
hubiera cuidado o no tuviramos prisa por llegar.
El puente quemado, a poca distancia del casero de la
hacienda de San Carlos, todava estaba humeando y con
las brasas encendidas; lo haban quemado los rebeldes apenas la tarde anterior y haba de andar por all cerca la
partida que hizo la fechora.
Tomamos posiciones a los lados de la va mientras la
gente trabajadora haca su obra. En los postes del telgrafo tres hombres recin muertos se campaneaban colgados del pescuezo con reatas nuevas.
Carmona, mi compaero de siempre, me dijo:
Mira, a lo mejor esos tres infelices puede que ni siquiera fueran rebeldes.
Entonces por qu los mataron?
Son cosas de los "amarillos"; siempre lo hacen as.
Cada vez que salimos con ellos van haciendo diabluras.
Cuando agarran rebeldes no les perdonan, y cuando no encuentran enemigo se emparejan aunque sea con los que
encuentran, sean o no de la revolucin; dicen que lo hacen
por aquello de las dudas y porque creen que al fin y al
cabo todos son de los mismos, en cuanto ellos vuelven la
espalda.
Tendrn o no razn, pero pobre gente.
Ya podrs figurarte lo malquistos que estamos todos
los de la Federacin por estos terrenos. Yo estoy seguro,
que los que no son rebeldes, se hacen con todas estas tropelas.
La guerra es dura.
Y ms que la hacen; yo hasta creo que es con toda
intencin todo eso; ha de ser para que quedemos todos

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tan mal parados, que no nos sea posible escapar y tengamos


a fuerzas que pelear con ganas.
Pudiera ser que eso fuera estudiado.
Quin se va a desertar?, para dnde?
Imagnate que mi compadre Celedonio, el del rancho,
aqul que te he contado, me aconsejaba que viera el modo
de desertarme; me dijo que mi hermano Jos anda del otro
lado.
Ni lo pienses. Acurdate del pobre compadre Otamendi; y eso que l era rebelde en el fondo de su alma;
ya viste lo que le pas! Mocho que agarran, mocho que
matan; de "amarillos" ni se diga.
Qu remedio nos queda, pues?
Aguantar la parada y matar mejor, antes que nos
maten. Hay que ganar, porque el que pierda se muere y
de morir fusilado a morir peleando, ms vale que mejor
sea as.
Los peones trabajaban con temor, pero de prisa, como
con ganas de acabar cuanto antes. A lo lejos, sobre la va,
se divisaba una humareda, sera un tren que caminaba para donde estbamos nosotros, o tal vez algn otro puente
que estuviera ardiendo.
Entre el casero del rancho se oy de pronto un tiroteo;
eran los "amarillos" que se estaban agarrando con alguna
partida del enemigo. Los peones dejaron su trabajo a toda
carrera y fueron a esconderse detrs del terrapln del ferrocarril; la mquina del tren comenz a moverse despacio, para atrs. Nuestro subteniente Pedro Rodrguez, de
un salto se encaram en la locomotora y le apunt con su
pistola escuadra al maquinista, que lleno de espanto se detuvo. Se qued all un pelotn y avanzamos los dems en
tiradores para el lado del tiroteo.
Pronto vimos a algunos a caballo que andaban corriendo por entre las casas.
Disparen con confianza sobre los que no anden vestidos de amarillo!, mand el teniente. Cuiden de no pegarles a los nuestros!
Empezamos a tirar y el fuego nutrido se hizo en un
momento. Llegamos a las casas y nos hacamos de las ta-

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FRANCISCO L. URQUIZO

pias de adobe o de los bordos de la tierra. Muy claro se


oan los gritos de viva Madero y mueran los mochos!
Las balas zumbaban por todas partes.
La partida rebelde era corta; no nos pararon bola mucho rata; apenas alcanzaramos a gastar unos tres cargadores cada uno de nosotros. Empezaron a correr para el
monte. Uno de ellos ha de haber sido alguno de los ms
lebrones, vestido de charro y en buen caballo alazn, pas
a toda carerra, echando gritos, por la placita de la hacienda; llevaban lazado y arrastrando a uno de los "amarillos",
Detrs de l, hechos unas fieras, le iban echando balazos
muy tupidos todos los "amarillos". Seguramente que varios tiros le tocaron al charro al mismo tiempo; abri los
brazos y cay de espaldas, primero en las ancas del caballo y despus al suelo; el caballo sali de estampida a
alcanzar a sus compaeros.
Los "amarillos", enfurecidos, llegaron hasta donde haba cado el charro rebelde y le descargaron con furia sus
carabinas y le dieron culatazos en la cabeza. El "amarillo"
que llevaba arrastrando el charro, estaba bien muerto.
En un portalito de un tendejn, estaba otro rebelde muerto y detrs del tronco de un rbol haba un herido de los
de Nuevo Len.
Nos metimos despus por todas las casas del pueblo y
no encontramos un solo hombre; todos haban huido, hasta
las mujeres y los perros.
Volvimos al puente quemado; el 9o. sin novedad y los
"amarillos" con su muerto y con su herido, y tambin con
los dos cuerpos de los rebeldes que cayeron, para colgarlos
de los postes del telgrafo a hacerles compaa a los que
ya estaban all desde en la maana.
Se reanud el trabajo de reparacin con ganas y acabamos la fatiga a media tarde y nos volvimos a Torren
con la mquina caminando para atrs, pero ahora ms de
prisa.
Apenas habamos salido de San Carlos, el puente reparado comenz a arder otra vez, pero ya no regresamos
porque se haba hecho de noche y Ja .noche es mala para
las sorpresas.

TROPA

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Otras partidas de nuestro batalln que haban salido


tambin desde en la maana a proteger trabajadores en
reparacin de puentes quemados, llegaron al cuartel poco
despus que nosotros; unos haba ido por el rumbo de
Jimulco y otros por el de Bermejillo; tambin se haban
tiroteado con guerrillas del enemigo; haba habido un muerto y dos heridos de los nuestros y decan que haban matado a tres o cuatro de los otros. La cosa andaba mal.
Esa noche, despus de la "retreta", lleg al cuartel el
comandante de la Polica de Torren, un seor alto y fornido, de espesos bigotes negros, que se apellidaba Larriba,
llevando entre varios policas a tres presos. Los entreg en
la prevencin y habl despus, confidencialmente, con nuestro coronel.
Esos no amanecen, me dijo Eulalio Villegas.
T crees?
Como si lo estuviera viendo. Casi todos los das pasa
lo mismo. Los agarran los policas por ai, por sospechosos y los meten aqu; no tienen el valor de matarlos ellos
y se lavan las manos con nosotros. Nosotros los pelones,
sernos los que ejecutamos.
Y sern enemigos de veras?
Ve t a saber! A lo mejor son noms puras venganzas o denuncios de adoloridos. Creen los de arriba que metiendo miedo o apretando fuerte se va a acabar esta bola.
Puede que sea peor.
Ah!, eso tenlo por seguro.
A la madrugada hubo descargas en el patio.
Se haba agarrado ya costumbre de fusilar sin el aparato de antes. Nada de cuadro j_ los tiradores y noms.
Cuando me llev la canasta mi vieja Micaela al Cerro
de la Cruz, en donde estaba de servicio, me cont una
porcin de novedades:
Ora s se va poniendo esto refeo. Imagnate que ya no
lleg ningn tren a la estacin. Por dondequiera puentes
quemados; no se dan abasto los peones de las secciones
para repararlos, ni tampoco hay tropa para protegerlos bien.
Dicen los ferrocarrileros que con Durango ya no se cuenta,
que los rebeldes tomaron Santiago Papasquiaro, y Cuencam lo tienen sitiado y que ya quedan pocos del Once. En

142

FRANCISCO L.

URQUIZO

Chihuahua estn peleando muy duro, en Ciudad Jurez y


en Zacatecas han salido montones de rancheros que los
manda un tal Luis Moya, que creo que es la viva fiebre.
Cualquier da los tenemos aqu.
No pasa la semana y van a sobrar muchos chacos.
Yo, la verdad, a este viejito general lo veo ya muy caduco;
ya no puede con su alma. Puede que all en sus tiempos
fuera bueno, pero, qu aos hace! Qu bueno que ya ests t sano, si no all te rematan.
Y t me habas de extraar, verdad?
Hombre, cmo no! Te tengo ley, no crees que te
aiga ya dado pruebas?
Puede que s.
Ah!, seguro; te asisto como es debido; te he seguido por ai. y aunque no me faltara con quin enredarme,
te doy mi palabra de macha de que te soy fiel y de que
"no le revuelvo". Pregunta y vers.
N o ; si te lo creo.
Oye, aqu en confianza; yo antes tena mucha seguridad en la Federacin, pero ya no veo muy claro. A lo
mejor perdemos.
i Qu ms da!
Pero se trata del pellejo.
P a r a qu sirve el pellejo?, ni pa'huaraches.
Pos a m el mo s me sirve.
Tambin a m, pero si lo pierdo, qu le vamos a
hacer ?
-Si no te importa perder el pellejo, menos te importar perder a la mujer.
Todo me viene guango.
Y a m trombn, pero siempre no dejes de hacer la
luchita cuando llegue la hora.
A poco soy maniado!
Parece como si cada da, de los malos, llevara escritas las cosas que han de suceder mientras dure. Despierta
uno inquieto, temeroso, sin saber ni de qu, y comienzan
las malas noticias, y los sinsabores.
Aquel da, 14 de mayo, vsperas de San Isidro Labrador, comenz el rejuego duro y eantiado. Amaneci alegre, con mucho sol, pero se notaba un desaliento en todo;

TROPA

V I E J A

143

las caras de los jefes y de los oficiales estaban preocupadas; los sargentos y los cabos se mostraban muy amigables
y decan las mujeres que la gente del pueblo andaba aprovisionndose a toda carrera de lo que haban de menester
para comer en muchos das.
Desde muy temprano salimos varias partidas fuertes a
expedicionar por los alrededores. Algunos salieron con direccin a Jimulco, otros a Matamoros, o al Can del
Huarache, y a mi compaa le toc, toda entera, salir en
tranvas hasta Lerdo. bamos municionados a doscientos
cartuchos por plaza y ocupbamos una larga ringla de coches de segunda y plataformas.
Llegamos hasta la Plaza de Armas y no se va una
alma en las calles. Siempre fue triste el pueblo de Lerdo,
pero entonces me pareci a m un cementerio; noms los
chanates revoloteaban en los rboles armando ruido. Pareca como si el pueblo estuviera adolorido y en cada casa
estuviera tendido un difunto.
Nos formaron para emprender la marcha a las afueras.
Las caras de todos estaban serias, como si presintieran el
peligro. Apenas empezbamos a caminar por una calle con
rumbo a las huertas, cuando comenzaron los balazos; ya
haba rebeldes por all escandidos.
No se vea enemigo, pero las balas zumbaban tupidas.
Nos abrimos en dos hileras, cada una repegada a las paredes de cada lado y aguantamos el chaparrn; no haba
a quien tirarle.
Hubo un momento de destanteo y el mismo capitn Salas no saba qu mandar; era lo peor aquello de no ver al
enemigo. Algunos comenzaron a tirar al aire. Estoy seguro
de que todos sentimos miedo y que en todos domin el
mismo sentir de ponernos a salvo, para organizar mejor el
ataque.
Casi sin orden, nos replegamos hasta los trenes elctricos y nos trepamos volando con ganas de salir al campo
raso.
Los trenes se movieron ms que de prisa; en un instante dejamos atrs la Plaza de Armas, la Plaza de Toros
y el Parque Victoria; por fin estbamos en el campo libre y
en buenas condiciones para defendernos.

144

FRANCISCO L. URQUIZO

Los trenes se pararon; cremos que eso era porque as


lo hubieran ordenado nuestros jefes y se supo despus que
fue porque se acab la corriente. Nos tendieron en tiradores por sobre la alameda del viejo camino de los tranvas
de mulitas.
A lo lejos, con direccin de los ranchos del Permetro
de los Lavn, se vean polvaredas tupidas que no podan
ser ms que del enemigo. Las polvaredas avanzaban como
si las levantaran muchos caballos al galope tendido.
Estbamos en malas condiciones; el enemigo en las casas de Lerdo, en Gmez Palacio tambin, pues desde all
haban quitado ya la corriente elctrica y en gran nmero
avanzaban por el frente.
La polvareda segua adelante y ya se distinguan a los
caballos corriendo. Hicimos unas descargas cerradas y pareci que aquello los contena. Pensamos que iran seguramente a echar pie a tierra y a encadenar su caballada para
echrsenos encima, pero no fue as; cambiaron de rumbo
y en lugar de seguir sobre nosotros, torcieron para Gmez
Palacio.
Casi matando su caballo, lleg a todo escape un oficial
de rdenes de! general Lojero.
El enemigo est entrando ya a Gmez Palacio; hay
que replegarse inmediatamente.
Podamos quedar cortados y dieron desde luego la orden de retirada.
Los que ya estaban en Lerdo, rompieron el fuego desde la arboleda del Parque Victoria; un pelotn de nosotros
form un ala defensiva para contestarles y empezamos a
retroceder, no ya con el rumbo de Gmez Palacio, sino
dejndolo a un lado y tomando por la Hacienda de Santa
Rosa y la Presa de las Calabazas.
Nos dejaron ir tranquilos; los de Lerdo no se atrevieron
a abandonar sus rboles y los de Gmez Palacio estaban seguro entrando, ms que al pueblo, a las cantinas del mismo.
El oficial ayudante que nos haba ido a retirar, pareca
que tena mucha prisa, pues a cada rato le urga al capitn
para que apretramos el paso.
El da estaba tranquilo, con mucho sol, sin aire y veamos polvaredas por todos lados; se estaban juntando todos

TROPA

V I E J A

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los rebeldes laguneros para atacar a Torren. Seguramente


que ya antes haban tomado San Pedro de las Colonias y
avanzaban en triunfo.
En medio de lo feo que estaba la cosa, me alegraba en
mi interior, deseando que hubieran atrapado en aquellas
andanzas a Marcos Njera, el de la Acordada de San Pedro,
y le hubieran dado su agua, a l y a toda su gente; apenas
as habra pagado todas sus fechoras.
Atravesamos el arenal del seco Ro Nazas; pasamos por
enfrente de las tapias del camposanto y entramos a Torren por el Barrio de la Constancia.
Cuando llegamos, s oa tiroteo por el rumbo del Can
del Huarache, de seguro por all tambin se acercaba el
enemigo que anduviera por San Carlos.
Entramos en columna de viaje por la Avenida Hidalgo;
al voltear por enfrente del Hotel Iberia, con rumbo al cuartel, estaba una percha de espaoles parados en la banqueta, mirndonos azorados; entre ellos estaba aquel maldito
don Julin de la hacienda de Lequeitio, aquel a quien le
deba yo ser soldado, el que me entreg a Marcos Njera. Con qu ganas me hubiera yo descolgado el fusil y
le hubiera metido una bala en la mera cabeza de pelos
colorados! Slo por verlo as, lleno de miedo, me dio gusto
que acabaran los rebeldes con todos nosotros para ver si
de paso les tocaba a todos ellos tambin. Me acord de mi
madre cuando de rodillas le peda que me pusiera libre y
que tuviera compasin.
En el cuartel la gente que se haba quedado, estaba
sobre las armas. Nos dieron un buen rancho; pan francs,
galletas, carne y unas latas de sardinas. A cada uno nos
dieron una buena racin para en la noche, dado el caso
que bien pudiera ser que para entonces ya estuviramos
combatiendo y no hubiera manera de repartirnos ms, durante la refriega.
All estaban todas las viejas espantadas como si fuera
aquel el da del juicio final. Puras caras largas se vean
por todas partes en espera del agarrn macho que era seguro haba de llegar.

146

FRANCISCO L. URQUIZO

Mientras comamos el rancho sin dejar de la mano los


fusiles, todos hablaban; algunos se rean y sus risas ms
bien parecan gestos. Todos hablaban.
Ahora s va lo bueno.
Smanse bien los chacos, no los vayan a perder.
Apritense las correas de los huaraches.
No tomen mucha agua porque es mala p'al combate;
si los llegan a herir se desangran luego, luego.
Cudate, viejo, no saques la cabeza.
Aqu se va a decidir de qu cuero salen ms correas.
Todas eran habladas y risas sin ganas.
A formar y a salir a la calle a tomar posiciones.
A mi seccin le toc defender el Cerro de la Cruz;
otros subieron a las azoteas del cuartel; otros ganaron con
rumbo a La Alameda. Los del 23 estaban por La Fe y los
cerros del Can del Huarache; los "amarillos" y la polica,
andaban patrullando por las calles para auxiliar donde fuera necesario. Las dos ametralladoras estaban con nosotros
emplazadas y apuntando para la orilla del ro, por donde
a fuerza tena que pasar el enemigo que viniera de Gmez
Palacio. El general y su estado mayor recorran a caballo
todos los puntos de defensa. Ninguna sea de preocupacin
se vea en el viejito aquel, que seguro recordaba sus buenos tiempos de las guerras pasadas al lado de don Porfirio
Daz.
Todos estbamos listos, bien pertrechados, esperando el
agarrn.

XIV
Como a las tres de la tarde empezamos a ver las polvaredas por el lado de Gmez Palacio. Eran siempre esas
polvaredas la demostracin de que el enemigo estaba encima. Venan al galope tendido en sus caballos.
La cosa no tena remedio ya. Era un mundo de gente
la que iba a atacarnos; bien podan ser como unos tres

TROPA

V I E J A

147

mil o ms, contra los trescientos o cuatrocientos, que estbamos adentro.


Apenas se acercaron a la orilla del arenal del ro, rompieron el fuego los compaeros apostados en la Casa Colorada, en las azoteas del cuartel y en la lnea del Tajo del
Coyote. Los del enemigo no trataban de pasar el ro; agarraron por la orilla del otro lado, con rumbo del Rancho
del Pajonal y de las hortalizas de los chinos, que estaban
en las afueras de Torren. Iban a toda carrera y bien claro se vean sus caballos tendido y a ellos con sus carabinas en la mano y picndole espuelas a sus pencos.
Una de las ametralladoras nuestras del Cerro de la Cruz,
comenz a traquetear echando un chorro de balas, que polveaban en las patas de los caballos del enemigo o all a lo
lejos, si es que pasaban altas por encima de sus cabezas.
Algunos animales caan redondos con todo y sus jinetes,
como si de pronto se hubieran tropezado con el agujero de
alguna tuza o de algn tejn; otras veces pareca como s
los cuacos se aplastaran a los reparos, tiraran a sus hombres y despus siguieran, ya libres, en la misma carrera
de sus compaeros.
Caan hombres y caballos heridos o muertos, pero no
se detena la avalancha aquella desaforada, que se iba chorreando con rumbo a las ltimas casas de la poblacin.
Qu bonito sonaba la ametralladora! En un instante
quedaban vacos los peines de a treinta cartuchos. Ni un
tiro todava parta del lado del enemigo; era aquella primera parte, como si estuviramos tirndole al blanco a monigotes en movimiento, que nos hubieran puesto adrede
para ejercitarnos.
Nosotros desde lo alto del cerro, veamos todo aquello
con mucha claridad; pasaron a toda carrera muchos cientos de jinetes y a lo lejos, por los rumbos de Las Huertas,
de Matamoros y de Lerdo, otras polvaredas nuevas se haban desprendido y se acercaban a Torren.
Cuando acab de pasar toda aquella caballera enemiga,
hubo una calma. Iba a comenzar lo mero bueno. Hasta entonces noms los nuestros haban disparado; les tocaba el
turno a ellos, cuando hubieran dejado sus caballos escondidos y encadenados y avanzaran pie a tierra, sobre la plaza.

148

FRANCISCO L. URQUIZO

No tard mucho en comenzar con fuerza aquello.


Media hora escasa desde que haban pasado y dio principio el combate. El "esquitero" estaba nutrido por el lado
de La Alameda; se conoce que el enemigo se haba posesionado de las casas que quedaban afuera de las bocacalles
atrincheradas o de los rboles de La Alameda y desde all
haban comenzado a pelear. Oamos, los del cero, el ruido
de la fusilera y el zumbido de las balas, pero todava no
entrbamos en juego nosotros; el combate estaba en el otro
lado de la poblacin.
Nuestro turno va a llegar, pensaba yo, cuando lleguen esos de la polvareda del rumbo de Lerdo; esos se
vienen de seguro sobre nosotros.
As ha de haber pensado tambin nuestro capitn Salas, pues nos orden cambiar de frente y emplazar la ametralladora, apuntando al composanto que vena a quedar
all abajo, en la falda del cerro, en lugar del frente que
antes tenamos, hacia el lado del ro.
Este enemigo nuestro no llegaba con tanta prisa; iba
con precauciones, si acaso apenas al trote.
Hubo un momento en que se nos perdi de vista; hasta
creamos que se habra ido por algn otro lado. Era que se
haban ocultado entre los carrizales de los barrancos, de la
orilla del ro, para dejar all su caballada.
No se. dejaron venir sobre nosotros como llegamos a
tener la esperanza de que as fuera, para barrerlos en un
momento desde aquella posicin tan formidable, como era
aquel Cerro de la Cruz; limpio de arboleda, casi liso y
muy inclinado. No eran tan tontos; se fueron por detrs
de los cerros de enfrente del Barrio de La Constancia y de
La Fe, para tomar tambin las alturas y tenernos as como
quien dice: mano a mano.
Viendo aquello, volvimos a cambiar de frente, para esperar al enemigo que tena que aparecer en los cerros de
enfrente. No caba duda que los que nos atacaban no eran
tan maniados y que tomaban sus precauciones, para no meterse a lo loco.
Las trincheras nos cubran bien y estbamos listos con
nuestras armas, esperando que sacaran la cabeza los otros,
para darles juego. Haba temorcillo; puede que hasta tiic-

TROPA

V I E J A

149

do; as sucede siempre en todos los combates, cuando van


a comenzar; las primeras balas son las que ms enchinan
el cuerpo; pasado un rato, se ven venir las cosas ms malas como si no tuvieran importancia y fueran las ms naturales del mundo. El que diga que nunca ha tenido miedo
en un combate, no dice la verdad; todos hemos sentido
fro en el espinazo, aunque fuera al comenzar la pelea.
Cuando silban las primeras balas, no hay uno que no se
encoja y que no suma la cabeza entre los hombros. Dan
ganas de orinar y algunos, impacientes, lo hacen hasta en
sus mismos calzones. "El miedo es familia" y el que diga
lo contrario, miente; unos lo confiesan y otros se las dan
de muy machos, pero todos lo sienten, aunque no lo digan.
Esas balitas que pasan en lo alto y que hacen siempre,
tzn, tzn!, van ya de pasada, pero tienen el privilegio
de arrugar el cuero de quien las oye. Esos fogonazos que
v uno a los lejos salir de las carabinas, y que no se sabe
todava para dnde ir a ganar la bala que soltaron, y que
bien puede ir a clavarse en el cuerpo de uno, enchinan el
cuero, digan lo que quieran los que se las dan de lebrones
o de muy baleados.
A m, que me ha tocado pelear mucho, unas veces ganando y otras perdiendo, me consta que el temor grande
se siente al comenzar la pelea o cuando llega la derrota;
el miedo se acaba en medio del combate y vuelve a salir
cuando se tiene que soportar la persecucin de los gananciosos, que se ensaan con los que perdieron y que, en el
calor de la lucha, matan a lo fro, a los que ya vencieron.
Siempre me dieron lstima a m los "perdidosos". El miedo lo tienen hasta ios animales, cuantims la gente. El hombre que est en su sano juicio, es lo ms natural que sienta
el miedo. Dicen que el hombre de vergenza domina al
miedo, ser el sereno!, pero yo he visto a gentes que los
tenan por hombres de mucho amor propio, ponerse cenizos con los primeros tiros: despus haran de tripas corazn y se pondran a la altura que deban; pero al principio
estoy seguro que sentan lo mismo que el ms cobarde.
Comenzaron los tiros entre el cerro de enfrente de la
Constancia y el Cerro de la Cruz; dentro de mi temor muy

150

FRANCISCO L. URQUIZO

natural, me dio aquello la idea como si furamos muchachos


de escuela, que nos estuviramos agarrando a las pedradas.
En un momento se trab el combate con furia; de prisa, como si tuviramos los dos bandos ganas de acabar
pronto. Les tirbamos a las camisas blancas y a los sombreros de palma; nuestra ametralladora funcionaba sin
cesar, mandndoles la muerte; las balas zumbaban en el
aire o se estrellaban contra las piedras. All adelante, enfrente, los puntos blancos se movan buscando parapeto
entre las peas y disparando sus carabinas sobre nosotros;
una banderita tricolor ondeaba en un picacho: bandera mexicana, como la nuestra, como la que habamos jurado defender hasta perder la vida o alcanzar la victoria; era igual
en sus colores, qu diferencia haba entre la una y la otra?
La visin de aquella bandera me hizo recordar que si
acaso entre nosotros haba algn enemigo, haba de ser
otro diferente a aquel que tenamos enfrente. Volte mi rifle
y ech unos cuantos tiros para las ventanas del Hotel Iberia, quin quita y algn tiro se fuera a meter en la cabeza
colorada del gachupn don Julin!
El tiroteo estaba nutrido por todas partes.
Recorra el viejito general Lojero todos los puntos, seguido por unos oficiales del Estado Mayor y por una escolta de caballera; iba en su caballo muy tranquilo, como
si aquello no tuviera mucha importancia. Todos estbamos
en nuestros puestos bien atrincherados y con bastante parque para resistir. Se peleaba al mismo tiempo en el Cerro
de la Cruz, en el cuartel, en toda la lnea del Tajo del Coyote, en La Alameda y en el rumbo de la estacin; el agarrn era parejo por todas partes, pues era mucho el enemigo que nos atacaba, Los "amarillos", al galope, recorran
las calles, reforzando los lugares en que haca ms falta su
ayuda.
Yo notaba a nuestro capitn Salas temeroso, como siempre, pero tambin como siempre, cumpliendo como bueno;
era seguro que en medio del combate pensaba en su familia. El teniente Bruno Gloria y el subteniente Pedro Rodrguez, animosos y valientes; .todos los de tropa decididos y
con ganas.

TROPA

V I E J A

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Era una balacera cerrada que no paraba ni un instante;


se conoca que los revolucionarios estaban decididos a entrar en la plaza en esa misma noche, segn se apreciaba
el empuje que traan.
Toda la tarde se pele muy duro y se nos ech la noche
encima; haban cortado la luz elctrica y estaba todo en
la ms completa oscuridad. Aquello era imponente, noms
fogonazos por todas partes y un estruendo como si estuviera desatada una gran tempestad.
La noche es una oportunidad en los combatea, porque
se puede hacer mucho entre las tinieblas, pero tambin se
puede perder todo; no se sabe, bien a bien, en qu terreno
se pisa, se presta a las confusiones y en un momento puede
uno hacer pedazos a los mismos compaeros, confundindolos con el enemigo. De noche tambin, el peligro se ve
ms grande y se encoge ms el cuerpo, ante el temor de lo
que no se ve a las claras.
Como era de esperarse, el enemigo aprovech las sombras de la noche, para metrsenos entr las casas; esa, seguramente, era su tirada. Apenas entrada la noche, comenzamos a sentir fuego por nuestra retaguardia, los que
estbamos en lo alto del cerro; los rebeldes se haban metido por el jacalero de la falda del cerro, por el lado de la
poblacin; es decir, nos cortaban de nuestros compaeros
de la plaza. Era de urgencia retirarnos de all, porque nos
iban a agarrar a todos los defensores, entre dos fuegos.
A nuestra seccin le toc echrseles encima. Nos remunicionamos y bajamos del cerro haciendo fuego muy
nutrido sobre los jacales de la falda, sin saber con certeza
a quines les tirbamos, pues nada se vea. Como se les
ocurriera meterse en esos momentos por all a los "amarillos", se iban a acabar todos, muertos por nuestras manos.
Ante el temor de que pudiera haber confusin y para
no perder el contacto entre nosotros, entre disparo y disparo, gritbamos vivas al Supremo Gobierno; ellos nos
echaban maldiciones y vitoreaban a Madero. Pesado estuvo aquello: pelebamos entre los jacales a diez metros
de distancia unos y otros y a ratos hasta ms cerca. Matamos a muchos y tambin de nosotros nos tiraron a varios;
puede ser que tambin haya cado mucha gente pacfica,

152

FRANCISCO L. URQUIZO

porque las balas de los museres, atravesaban las paredes


de los jacales y de seguro, les dieron a los que estaban
adentro. Ni modo de saber cul era enemigo y cul no era.
Cerca de la medianoche sera, cuando logramos desalojarlos y ponernos en comunicacin con la gente de
nosotros. Supimos entonces que algo por el mismo estilo,
estaba ocurriendo por el rumbo de La Alameda; que ya
haba enemigos en muchas de las azoteas de las casas, metido adentro de nuestras lneas, y que la cosa se estaba poniendo fea para nosotros; recibimos orden de no abandonar por nada el Cerro de la Cruz, que era la posicin
ms fuerte que tena la plaza.
Se pele toda la noche muy duro; el fuego no par ni
un solo momento, tirando todos a la buena de Dios, pues
nadie alcanzaba a ver nada en aquella espantosa oscuridad.
Todos queramos, con toda el alma, que amaneciera
para darnos cuenta cabal de nuestra situacin. Qu pesados son los combates entre las tinieblas, slo quien los
ha sufrido, sabe lo que es eso!
La claridad del da nos trajo una poca de tranquilidad;
por lo menos podamos ver con quin tenamos que -entendernos. Habamos perdido terreno y bastante gente entre
muertos y heridos, pero podamos defendernos mejor. El
fuego aminor, como si unos y otros estuviramos cansados.
Con la luz del da, empezamos a darnos cuenta de quines nos faltaban. Los comentarios se hacan de prisa, sin
dejar de atender el fusil:
Al subteniente Rodrguez se lo echaron de un tiro en
la cabeza.
Al indio Calequi tambin le toc.
El capitn segundo no aparece.
La falda del cerro estaba sembrada de muertos de unos
y otros, y noms blanqueaban los uniformes de la tropa
federal o la ropa de manta de los revoltosos; pareca aquello como si fuera un tendedero de prendas de vestir, que se
hubieran echado al suelo, para secarlas al sol.
Todos los cerros, desde los del Can del Huarache,
hasta los de enfrente de La Metalrgica, estaban en poder
de los rebeldes; slo tenamos nosotros el Cerro de la Cruz.
Por el lado de enfrente, haban agarrado los bordos del

TROPA

V I E J A

153

Tajo del Coyote y tambin, muchas de las casas del rumbo


de La Alameda. Es decir, que estbamos ms apretados en
el cerco que nos haban puesto; la noche les haba favorecido a ellos.
Los valientes "amarillos" seguan recorriendo los puntos al tranco de sus caballos, cansados ya por la traqueteada que estaban soportando; faltaban ya muchos de aquellos hombres y algunos andaban heridos por "rozones" de
balas, pero todava muy enteros en el combate.
No paraba el fragor de la batalla. Haba momentos en
que disminua el tiroteo nutrido, como si se resintiera el
cansancio y en ratos se recrudeca la contienda, como si al
mismo tiempo se levantara el nimo en los dos bandos,
despus de un resuello, y quisiramos todos acabar de una
buena vez con todo.
Ni quien pensara en comer, ni mucho menos en levantar el campo. Montones de casquillos vacos estaban regados por el suelo; "peines" de ametralladora y cajas de
madera, abiertas a culatazos.
Pareca el combate como oleada de viento, que de rato
en rato alborotara la jicotera. A veces, se apaciguaba el
estruendo y slo quedaban tiritos aislados, que pareca
que no haban de hacer nada, pero, qu seguros eran!
Esos eran los que mataban o los que heran; eran los disparos de los cazadores de venados o de los tiradores al
blanco; bien apuntados, con calma, con precisin; pausados, como relojes y seguros como piquetes de avispa.
Tambin nosotros hacamos nuestros blancos en vas de
entretenimiento: Jess Villegas se dio cuenta de que a unos
cien pasos de nosotros, cuesta abajo, con direccin al camposanto, un herido rebelde, abandonado por los suyos, se
mova, con el nimo seguro de ocultarse mejor, en espera
de salvar la vida escapando de aquella lluvia de balas.
Mira, me dijo, cunto vas a que le pego a aqul, en
la mera cabeza.
T siempre fuiste amargoso para el tiro al blanco.
Al blanco s, pero esto es diferente, ste est reteprieto.
A ver!
Ora lo vers.

154

FRANCISCO L. URQUIZO

El herido mova un brazo tratando de empujar su


cuerpo. Apunt despacio Jess y apret el gatillo; la bala
fue a levantar polvo adelante del cado.
Quiubo?
Le jerr tantito, pero del otro no se me escapa.
Volvi a apuntar con ms cuidado y en esa vez, s le
atin, pues el brazo aquel ya no se movi ms.
Ora s le pegaste.
Quin sabe, a la mejor se est Tiaciendo el muerto.
Le dispar todo un cargador por las dudas.
- Ora te apuesto un da de haber a que mato al primero que salga por aquella calle de all, de La Constancia,
sea quien sea.
Aunque sea mujer?
Lo que fuere. Si no mato al primer tiro, pierdo.
Zas!
Estuvo tanteando con su rifle tendido hacia la calle solitaria. Pas un buen rato.
Por fin, sali un individuo: un hombre chaparrito o
algn muchacho; ro se vea bien, por la distancia.
Apunt con tranquilidad y dobl al cristiano de un tiro.
Quin sabe quin sera: rebelde o pacfico, viejo o muchacho ; treinta y siete centavos de un da de haber cost
aquella vida.
Ora otro da de haber, a que no le metes un tiro al
cabo Aguirre, que est all cerquita.
Ai si no!, porque me tuestan; pero si me la haces
buena para la noche, juega.
Juega!
Un tiro de los rebeldes peg en el mero nueve del
chac del otro Villegas y se lo tir al suelo; tres dedos
ms abajo y all se muere.
Hijos de la tiznada!, ya me agujerearon mi sombrero; ora cuando llueva me voy a mojar.
No le toc a Eulalio Villegas en esa ocasin, pero a
otro compaero de la tercera seccin le atinaron un pelotazo en un ojo. Era bala expansiva y la cabeza le qued
hecha un asco: sesos revueltos con pelos de la cabeza y con
dientes. Lueguito le echamos tierra a aquello para no ver
ms aquel horror.

TROPA

VIEJA

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Todo el da batallamos en empujes y repliegues. Las


dos ametralladoras no paraban de sonar.
A las tres de la tarde, en medio de un solazo quemador,
se recrudeci el combate, como si ya se fuera a acabar
aquello.
Poco haba de faltar. .
Ms polvaredas se divisaban a lo lejos, de fuerzas que
haban de ser ms gente del enemigo, que llegaban en
auxilio de los suyos.
La tarde iba cayendo y el combate segua con la misma
fuerza con que haba comenzado desde el da anterior.
El capitn nos deca:
Muchachos, no se desanimen; de un momento a otro
ha de llegar el refuerzo y entonces es la nuestra.
Refuerzo s, pero para los otros.
Apenas oscureci, lleg, con miles de precauciones y
de trabajos, un oficial de rdenes, y estuvo hablando largo
rato con el capitn. Los dos vieron sus relojes y se conoce
que los igualaron en la misma hora. Se volvi a ir con las
mismas precauciones con que haba llegado.
El capitn estaba preocupado seguro por lo que le haba dicho el ayudante; algo grave bamos a hacer. Nunca
haba yo visto tan triste a mi capitn como en aquel momento; yo hubiera querido darle el nimo que tenamos los
que ramos ms muchachos que l y que veamos la vida
como cualquier cosa.
Cerr la noche. Iba lo bueno; aquello se tena que terminar forzosamente, por angas o por mangas.
Fue por mangas: el capitn haba recibido la orden de
evacuar el punto a las diez de la noche; la misma orden
tenan todos los dems comandantes de lneas y de puestos, as nos lo dijo el capitn:
Muchachos, el parque est para agotarse ya; no habra de alcanzarnos para resistir durante el da de maana.
Vamos a evacuar la plaza; ya volveremos despus, con
buenos refuerzos, a recuperarla. Municinense lo ms que
puedan; retaquen las cananas y las cartucheras y canse
en el cuerpo las de los que han muerto. Procuren que no
se quede ninguna arma en buen estado que pueda utilizar el enemigo; agarren los fusiles que ya no tienen dueo

156

FRANCISCO L. URQUIZO

y qutenles los cerrojos y entirrenlos, despus de haber


embalado los caones, disparando contra las piedras o como
Dios les d a entender. A las diez en punto dejamos el cerro y buscamos la salida; que no se vaya a quedar ninguno, porque es seguro que se va morir.
Lo hicimos todo como se nos orden. Nos abastecimos
bien de parque y todava qued mucho, que no podamos
ya cargar.
A las nueve de la noche, era un solo tronido el disparo
sin parar, de nuestras armas. Se trataba de gastar, lo ms
que se pudiera, las municiones, para dejar lo menos posible, y tambin de sorprender al enemigo con un fuego muy
nutrido para preparar la evacuacin. Era un infierno aquello a esa hora; la noche estaba oscura y buena para la escapada.
Cuando fueron las diez, el capitn nos dijo:
Lleg la hora muchachos; la ms peligrosa. Algunos
podemos caer, pero los dems se salvarn. Que Dios nos
ayude, vamonos! Cadena de tiradores, no se amontonen
y tengan calma, la noche es nuestra compaera y nos ayudar bien. Adelante!
Hicimos hilo; por delante iba la ametralladora desarmada y aparcada en una mua; despus, las otras bestias
con los cofres del parque; ms atrs, todos los que quedbamos; el capitn en medio de la tropa y junto a l, su
asistente, Gregorio Prez.
Estoy seguro de que todos sentamos temor.
En un momento bajamos hasta las casas y nos metimos
por la calle larga y derecha que le dicen Avenida Hidalgo,
bamos por las banquetas de la calle casi sin hacer ruido,
sin disparar las armas, pero listos para repeler cualquier
ataque; queramos avanzar lo ms posible sin que nos sintieran. El punto de salida era por La Metalrgica, en donde se estaba oyendo muy fuerte el tiroteo. Era, seguramente, la que iba a ser vanguardia, que ya se estaba abriendo1
paso, por entre las lneas de los revolucionarios. Las casas
nos protegan y slo las bocacalles, que eran chiflones de
balas, las pasbamos a todo correr.
Dicen que el miedo no anda en burros y as, pues, bamos bastante aprisa.

TROPA

V I E J A

157

En un momento llegamos a las orillas de Torren y


entramos en fuego para forzar la salida.
Nunca en mi vida he visto la muerte tan de cerca. Era
aquello algo como un derrumbadero, en que caan los hombres como si de pronto se tropezaran para no levantarse.
Una balacera como nunca lo hubiera podido pensar siquiera. Fuego nutridsimo por todas partes, un camino marcado por fogonazos en la oscuridad de la noche y los hombres doblndose o corriendo en ansias de salvacin. Fue
noms un momento, pero, qu momento!; para muchos
el ltimo de su vida y para los que quedaban, una marca
de esas que no se han de borrar en toda la existencia.
Pasbamos por sobre los muertos, pisando a los heridos y atentos slo a escapar de aquel fuego terrible.
Si alguna vez se acaba el mundo, lo que suceda ha de
ser algo as como lo que pasamos entonces.
A los pocos minutos estbamos ya al otro lado del cerco, los que salimos con vida; los rebeldes,-aglomerados en
gran nmero, seguan disparando sobre los que les tocaba
pasar por aquel portillo infernal y no se ocupaban por el
momento de los que ya habamos pasado.
El que sali, sali; y el que venga atrs, que salga
como pueda! Cada uno para su santo y Dios con todos.
No exista ya ninguna formacin ni mando alguno; se
trataba noms de salir de la quema y de ganar terreno;
era aquello de slvese el que pueda!, la derrota con todo
su horror.
bamos al paso veloz; ms bien a la carrera, como un
rebao de cabras correteadas por los lobos.
En un momento se quedaron atrs las casas de Torren,
y el fragor del combate se iba aminorando con la distancia.
Lo que no habamos perdido de gente en los das de combatir, con seguridad que la habamos dejado tirada a la
salida.
El temor a la persecucin nos haca caminar de prisa,
pero el cansancio nos iba dominando. Cuando ya consideramos que estbamos a salvo, fuera del tiro del enemigo,
seguimos caminando al paso natural.

158

FRANCISCO L. URQUIZO

Mi vieja herida de la pierna, me empez a doler; na-<


da ms eso me faltaba para acabarla de amolar, cuando
ya estaba casi a salvo de lo peor!
En medio de aquella oscuridad, pareca como si renaciera el nimo y el gusto por la vida; nos buscbamos unos
a otros dando gritos:
Esos del Noveno, no se desperdiguen!
Por ac pelones, sigan los rieles de la va!
Jntense todos, por las dudas, quin sabe lo que
pueda todava venir!
-Teodomirooo!
Rgulooo!, dnde ests?
Sifuenteees!
Aqu voy!
Esprate!
Quin es el que me grita?
Carmona: esprame!
Era mi compadre, que haba salido con bien. Me detuve
a esperarlo; me pareci que iba herido pues renqueaba al
caminar.
Qu te pas?
Un tiro en el cuadril, pero creo que no es gran cosa.
Y los dems?
A Jess Villegas lo vide caer en la refriega. Eulalio
ai va, ms adelante. Sabes a quin tambin le toc?
A quin?
Al cabo Aguirre; cay redondito.
Quin lo matara?
Saber quin! Ni modo que un rayo.
N o ; porque yo tena una apuesta con Jess Villegas,
a que l se lo iba a echar.
Ni tiempo ha de haber tenido; bastante hara l para
atravesar aquello.
Mira quien va ai.
Quin?
Una vieja, jlala!
-Oiga!
Qu quiere?; no me jalonee, que voy de prisa.
Quin se ocupa de usted!, dnde estn las dems
mujeres?

TROPA

V I E J A

159

Por ai vienen atrs, todas regadas. Sulteme, que


voy a buscar a mi viejo.
Oste? me dijo Carmona las mujeres tambin
se salieron; qu machas son! Vamonos deteniendo a esperar a las nuestras.
: A ver si no les toc morirse!
Dios haya querido que no.
Nos paramos y empezamos a gritar:
Juanaaa!, Juanaaa!, ac estoy.
Chata Micaelaaa!, por aqu, vente.
Gritbamos mi compadre y yo, de rato en rato, y pelbamos los ojos con ganas de taladrar la oscuridad y encontrar a nuestras mujeres.
Seguan pasando soldados dispersos. All a lo lejos se
segua oyendo el tiroteo, pero ya muy menguado en su
fuerza.
Pas un buen rato.
A cada mujer que pasaba, tratbamos de reconocerla,
para ver si era alguna de las nuestras.
Adelante de nosotros, comenzaban ya a oirse los silbatos de los oficiales que trataban de reunir a la gente.
Qu hacemos, seguimos o no?
Esprate otro rato, compadre, tengo ansia por mi
chamaco.
A lo lejos se iba perdiendo ya el ruido de nuestros compaeros; bamos quedando solos dos dos. Empec a sentir
otra vez miedo de que llegara el enemigo y acabara con
nosotros.
Comenz a esclarecer.
Despus de mucho batallar, ya haba yo convencido a
mi compadre que siguiramos adelante, cuando apareci
la comadre Juana, con la criatura a cuestas en la espalda,
amarrada con su rebozo.
Carmona dio un grito de contento.
Y a ves? me dijo lleno de gozo ya apareci mi
familia.
Y corri a abrazarlos.
Lo que sigui fue ms duro que el combate y que todo.
Unas cuantas palabras noms, y un dolor de esos que
acaban con un hombre.

160

FRANCISCO L. URQUIZO

Cmo les fue?


Bien, me pude salir con la criatura, cuando aminor
la balacera. Ni guerra me ha dado el pobrecito; mralo
noms ai en mi espalda, puede que hasta se aiga dormido.
A ver!
El nio estaba con la cabeza cada y las manos sueltas.
P e r o qu es esto?
-Qu!!
Virgen santa!
-Qu?
Est muerto!
Cmo?
Muerto! Mira noms su cabecita, llena de sangre!
Muerto? Lo mataron de un tiro. . . como si fuera
Un h o m b r e . . .
Hijos de la tiznadla!...
Carmona estaba como loco; la mujer aterrada, y yo
senta como si se me quisiera salir el corazn del pecho
y como si se me nublaran los ojos.
Besaba el padre a la criatura y apretaba su rifle con las
manos, como si quisiera destrozarlo.
De pronto dio un grito; un grito muy grande como de
un gigante herido en lo ms hondo. Meti un cargador en
la recmara de su fusil y ech a correr con rumbo a Torren.
A dnde vas?
Prate!, a dnde vas?
A matar y a que me maten!
Y .se perdi entre las sombras de la madrugada.
Quise seguirlo. Titube; era ir a la muerte seguro; a
matarse intilmente.
A lo lejos, con direccin a Jimulco, se oan apenas los
silbatos de los oficiales tocando reunin. Atrs, hacia Torren, a la distancia en que seguramente ira mi compadre
buscando la muerte, se oy un* tiroteo.
Despus rein el silencio.
Mi comadre Juana, con su hijo muerto en la espalda,
y yo, empezamos a caminar despacio por el terrapln del
ferrocarril, sin decirnos palabra.
Comenzaba a salir el sol alegre.

TROPA

V I E J A

161

XV
Nos detuvimos todos los fugitivos en una hacienda que
se llama Nazareno. En la casa grande se hizo el cuartel.
Al pie de un montecito, cerca del casero, con mi marrazo hice un hoyo hondo y all enterramos a la criatura,
a aquel Juanito que habamos bautizado en el cuartel de
Monterrey. Mi comadre lo acost en el fondo con mucho
cuidado, como si estuviera dormido y no quisiera espantarle el ltimo sueo. Lo arropamos con la tierra, muy despacio al principio, como para no hacerle dao; despus
con furia, con mucha tierra apisonada, para que no pudieran escarbar los coyotes y se fueran a comer aquellos despojos. Encima de la sepultura del angelito le pusimos una
cruz de ramas frescas de mezquite, unas gobernadoras y
las pocas flores amarillas que all encontramos.
Ya sin el peso en la espalda, mi comadre me abraz y
rompi a llorar con mucha amargura; yo noms la vea
y hubiera querido darle algn consuelo con palabras cariosas, pero nada se me ocurra; un nudo se atravesaba en
mi garganta, que me impeda hablar.
Llegamos a un jacal; un perro alborotado no cesaba
de ladrar. Le ped un trago de agua y algo de comer por
caridad, a la mujer que sali a indagar qu era lo que buscbamos.
No haba tomado bocado yo desde haca ms de veinticuatro horas; tampoco senta ya el hambre, noms un
desconsuelo que no acertaba siquiera a definir. Sentados
en el suelo, nos comimos los dos aquel taco de tortillas
con frijoles que nos dieron, sin decir ni una sola palabra.
Cuando las penas son grandes, mejor se calla la boca.
Despus nos fuimos a meter en la casa de la hacienda.
Era aquel patio una revoltura d e soldados y paisanos, de
caballos de oficiales'y-'muas 1 don parque. No exista all
ningn orden y pareca como si furamos ya todos libres,
sin jefes y sin clases. Ventajas de la derrota, que nos daba
libertad!
Cada quien haca lo que le pareca mejor: unos estaban tirados en el suelo, rendidos de fatiga; otros, sentados,

162

FRANCISCO L.

URQUIZO

acariciaban a sus viejas. En un rincn, Gregorio Prez, el


asistente del capitn Salas, atenda a un herido; nos acercamos a verlo.
Era el pobre capitn Salas el que estaba tirado, con un
tiro en la mitad del pecho. Su asistente no hallaba qu
hacer; no se le haba ocurrido ms que arrimar una montura y ponrsela de cabecera al enfermo, desabotonarle
la guerrera y romperle la ropa interior para que estuviera
con ms comodidad. Con la presencia de nosotros dos, tom
nimos Gregorio Prez.
No s ni qu pudiera hacer con mi capitn. Tiene
un tiro bien dado; la bala no le sali. Por todo el camino
se me desangr mucho; miren noms cmo traigo la espalda. Y dnde que pesa mucho!; ya sacaba yo la lengua.
Qu les parece?, qu buena friega nos dieron!, o no?
Bueno, y qu le has hecho?, qu le has dado?
Pues nada; yo no entiendo de heridas. Si fuera siquiera alguna torcedura, s podra hacerle algo. El mdico
quin sabe dnde jijos estar; lo he buscado por todas
partes y ni sus luces. Se me est ocurriendo ir a buscar
por ai tantito yodo y unas vendas. Ai se los encargo,
orita vengo.
Ya se iba cuando el capitn, que estaba como adormecido, abri los ojos y dijo:
Gregorio, no te vayas.
Voy a buscar tantito yodo, mi capitn.
P a r a qu quieres el yodo?
Para curar a usted, mi capitn.
Djate de todo eso. Esto no tiene remedio, me voy
a ir de aqu a un ratito; yo entiendo bien de heridas y s
lo que tengo. Mejor qudate para hablar contigo mientras
tenga todava alientos. No hay por all algn oficial de
la compaa o algn jefe?
S ha de haber, cmo no! Voy a buscarlos.
N o ; no vale ya la pena, para qu?
Como usted lo ordene.
Mira: esto ya se acab, por lo menos para m. Dentro de un momento se me ha de nublar la vista y se me ha
de entorpecer la lengua; ha de llegar el silencio de todo.

TROPA

V I E J A

163

yeme bien y no me digas nada, porque el tiempo se


viene encima. Cuando puedas, cuando ya no haya peligro,
vete a Torren, busca a mi familia y diles que aqu me
qued; que mi pensamiento estuvo con ellos siempre. Dile
a mi mujer que quiero que el nio no vaya a ser soldado
de grande; que sea cualquier otra cosa, menos soldado; que
a las nias las cuide mucho, pues con ellas tendr un refugio en su vejez. Que cunta razn tuvo en los consejos que
me daba; que ahorita me acuerdo muy bien de todo lo
que hablamos. No se te olvide; recurdalo bien. T has
sido, Gregorio, mi ltimo amigo, mi nico amigo, yo siempre te quise en el fondo, y si alguna vez te hice algn
dao, perdname; te lo pide un hombre que est ya a las
puertas de la muerte.
Mi c a p i t n . . .
Djame decir y no te conmuevas. Si puedes y quieres, si me has tenido t tambin algn cario, te voy a
pedir un favor muy grande, me lo podrs hacer?
Mi c a p i t n . . . mi capitn. . . Usted ordene y doy la
vida.
No llores. Te pido que cuides a mi familia; t bien
te das cuenta de lo desamparados que van a quedar. Vete
con los mos cuando yo me haya muerto y cudalos como
si fueras su padre; como si fuera tu familia aqulla. T
bien sabes que mis hijos te quieren mucho. Vive con ellos;
juega con los nios como antes, como cuando yo estaba
vivo. Vindote a ti, estoy seguro de que se* harn la cuenta
de que no me he muerto. Cudamelos; Gregorio, me lo
prometes?
Mi c a p i t n . . . qu soy yo?, nadie. Mi vida es de
usted y de los suyos. Le doy mi palabra.
Con eso tengo y me voy tranquilo. Diles que si en
el otro mundo algo puedo hacer por ellos, que no duden
que lo har. . . No te lo deca?; ya se me comienza a nublar la vista. Dentro de muy poco voy a dejar de hablar,
pero ya qu se le hace; ya te lo dije todo y parece mentira, me voy contento.
'Pero, qu fuerza es que se muera, mi capitn; anmese.

164

FRANCISCO L. URQUIZO

Qu horas son?
Cerca del medioda.
Hace sol?
En toda su fuerza.
Y a . . . n o . . . lo v e o . . .
Mi c a p i t n . . . mi c a p i t n . . . mi capitn.
Tena los ojos abiertos y la cara triste; respiraba ya con
mucha dificultad.
Ya entr en agona me dijo Juanita.
Pobre capitn.
Al poco rato, comenz a boquear.
El aire se iba saliendo poco a poco del cuerpo. La vida
es aire que se vuelve al viento.
Juanita se hinc y se puso a rezar con mucho fervor.
No dur mucho la agona; se fue aquel hombre que
haba sido bueno.
En la tarde lo enterramos; qued junto a Juanito, con
una cruz ms grande y mejor pulida.
A media tarde se vieron polvaredas por el lado de Torren. Otra vez el enemigo.
Por propia conservacin, casi sin mando, todos agarramos posiciones en las bardas de los corrales de adobe de la
finca. Tenamos por delante un campo descubierto, muy
bonito.
Cuando los tuvimos a tiro, rompimos el fuego. No nos
contestaron, dieron media vuelta y se fueron al galope.
Todos pensamos que aquello no era sino una treta para
jugarnos una mala pasada.
Convena seguir caminando; as lo entendimos todos y
emprendimos la marcha, apenas cerr la noche. Era casi
el mismo desorden de por la maana; cada quien por su
cuenta^ pero todos por el mismo camino, por todo el bordo
del ferrocarril.
Conmigo iba Juanita; me haba cogido de una mano,
como p a r a sentirse ms consolada.
bamos al paso, sin prisa alguna; qu ms daba quedarse a dormir en un lugar o en otro, si todos los sitios
eran malos.

TROPA

V I E J A

165

Caminamos como unas cinco leguas; era ya medianoche


y nos sentamos cansados. En un arenalito blando, nos sentamos primero y nos acostamos despus. Las estrellas parpadeaban como si fueran ojos que nos estuvieran haciendo
seas; los grillos cantaban por todas partes y la noche era
oscura como si estuviera vestida de luto.
El sueo nos venci. A la madrugada, el fro nos empuj a juntar nuestros cuerpos para buscar calor a falta
de cobijas. Nuestras bocas se encontraron en un beso y
quedamos unidos fuertemente. Las estrellas guiaban sus
ojos con malicia y la noche, como si fuera una sbana pudorosa, nos tapaba.
Con la fresca de la maana seguimos nuestro viaje.
Estbamos ya, como deca la tropa, "arrejuntados"; los
muertos a la tierra y los vivos a seguir la vida; as es el
mundo.
P o r qu no te desertas ora que hay modo? Ya basta
de esta perra vida.
P a r a qu?, para que me maten unos u otros?
(Nos vamos a mi tierra, a Mxico o a Pachuca. Mira:
ni siquiera te han de echar de menos; pueden creer que te
mataron, quin lo va a saber? No te gustara mejor
trabajar por ai en cualquier cosa? A m nunca me ha gustado esto y menos ahora con lo que he pasado.
Bueno, s; a m tampoco me gusta; pero, cmo le
hacemos?
Pues, mira; para que no le arriesgues, nos vamos caminando por aqu, por el mismo rumbo, despacio; como si
furamos rezagados. Si no hay modo de escapar, qu se le
va a hacer; pero si se puede, cuando pase ya el peligro,
largas las armas y lo que te queda de uniforme y seguimos
a pie hasta Mxico; algn da hemos de llegar. ndale!,
anmate! Los dos solitos y tranquilos, no quieres?, o a
poco suspiras por tu Chata Micaela.
Y o ? , cmo te voy a comparar a ti con ella. No
sabes t las ganas que yo te tena.
Entonces?...
Arreglado. Que Dios nos ayude.

166

FRANCISCO L. URQUIZO

bamos caminando despacio, agarrados de la mano, sin


ganas de llegar hasta los compaeros, pero tratando de
huirle al enemigo que pudiera alcanzarnos. A veces, nos
parbamos a descansar un poco o simplemente a platicar;
tenamos tanto que contarnos!
Caminbamos distrados, casi pensando slo en nosotros; una mujer nos alcanz.
branse, que vengo herida!
Volteamos sorprendidos.
Mira quin viene aqu, Chonita.

Quin?
Chonita, la mujer de Gregorio Prez, el asistente del
capitn Salas; nuestra compaera, no te acuerdas de ella?
Era ella que llegaba echando el alma de cansancio.
Chonita!, eres t ? le dijo Juanita.
branse, que vengo herida!
Me apresur yo a agarrarla.
Prese!, a ver, en dnde la hirieron?, te toc algn trancazo en la refriega?
No me contest, no fue en la refriega; fue entre
la refriega y el ombligo; aqu, en el mero cuadril. Creo
que noms es un rozn; pero no pude seguirlos la misma
noche y me tuve que quedar all todo el da. De buena
se escaparon, cmo est aquello!
Sintese, a ver; cuntenos.
Dnde est mi viejo, mi Gregorio?
Est bueno; ah va adelante.
Entonces, todava no soy viuda?
Todava no, quin sabe ms delante.
A lo mejor el muy desgraciado ya se estar creyendo
libre.
Ni lo creas, con lo apesadumbrado que est.
P o r qu, pues?
Mataron al capitn; se muri en sus brazos.
Virgen Santsima!, mira noms; hijos de. . . Dnde mero le dieron?, a ver, cuntenme. Y t, por qu ests
sola?, qu pas con Carmona?, el chamaco?
Tuvimos que contarle todo. Ella despus nos dijo lo
que saba.

TROPA

V I E J A

167

No cuente usted ya con la Chata Micaela; all andaba celebrando el triunfo montada en la cabeza de la
silla de un rebelde. Pobre caballo con tanto peso encima!
Porque la Chata est gordita, o no? Usted lo ha de saber
bien. Cambi chaqueta la muy jija. No era de ley. Vieran noms cuntas atrocidades han hecho aquellas gentes,
all en Torren. Hay un saqueo all, que da gusto: pianos
en las calles, camas de latn, piezas de manta, pares de
zapatos, chalinas. Yo creo que por eso se qued La Chata;
ora es cuando se va a hacer de rebozo nuevo. No ha quedado una tienda en buenas condiciones, y tan buen comercio que haba! Ya no queda nada; bueno, s; quedan los
armazones. Buenos para la rateada!, quin lo iba a pensar.
"Y no noms es eso; han hecho una matazn que da
horror. Los pobres chinos son los que han pagado el pato.
Tienen la creencia que todos ellos, los que tenan hortalizas en las afueras, estaban armados para defender el pueblo, y con ese cuento se pusieron a matar a los pobres
chales. Los sacaban, arrastrando de las trenzas, de sus hortalizas o de sus lavanderas y en la mitad de la calle los
mataban a tiros y a pualadas. Se acuerdan del Banco
Chino? Tiene tres pisos; pues cuando los pobres que estaban all dentro se dieron cuenta de la furia de los maderistas, se escondieron a toda prisa en el ltimo piso, y
hasta all subieron a buscarlos una turba de desalmados;
los agarraron de los cabellos y los aventaron por las ventanas hasta el suelo de la calle. Hay ahorita en Torren
ms chinos muertos que soldados federales. En mi vida
hubiera yo podido pensar en tanto horror. Algunos corran
desesperados por las calles, tratando de escapar y gritando
en su idioma, quin sabe qu cosas raras; detrs de ellos,
todo el peladaje, eso s, muy llenos de escapularios y de
santos, los doblaban a tiros. Dicen que los espaoles estn
muy temerosos, con miedo de que les pueda pasar una
cosa igual. Ora es cuando todo el pueblo echa de menos a
los federales con aquel desorden. Los burdeles estn llenos
de "latrofacciosos" y las gilas no se dan abasto; por cierto que toda esa bola de gorrudos ni traen nada de dinero,
andan viendo noms a ver qu agarran. Hay una borrache-

168

FRANCISCO L. URQUIZO

ra que para qu les cuento; por eso a ustedes no les hicieron nada ayer los que salieron a perseguirlos, porque todos
los que venan no estaban en su juicio y pensaron seguro
que estaban mejor all en Torren, que andando por ac,
con el riesgo de doblar el pico. Y es un hervidero; yo no
s de dnde sali tanto desgraciado; con razn entraron,
si son un diablal de gente."
Y qu cuentan ellos?
Dicen que no van a dejar a un solo peln ni para
remedio. Bueno, pero vamonos, que yo tengo ganas de alcanzar a mi viejo.
Continuamos la marcha; yo comenc a renguear como
si me doliera la pierna herida, lo que hizo que Chonita
se aburriera de ir tan despacio y se adelantara a nosotros.
IBa yo pensando en otra vida nueva, en pueblos diferentes, en Pachuca, en Mxico.

SEGUNDA

PARTE

I
Dicen que todo cuanto le pasa a uno, se encuentra escrito; ser cierto o no, pero el caso es que mi sino era
seguir siendo soldado y seguir marcando el paso. Ya pareca que me iba escapando, que iba a poder ser posible
dejar el chac y el fusil, pero las cosas se pusieron de modo
que no hubo ms remedio que seguir la carrera.
Desde aquella triste jornada de Torren, ha pasado ya
cerca de' un ao y medio. Con ser tan largo ese tiempo,
para el que tiene que soportar las malas pasadas de la
vida militar, para m ha sido la mejor poca que he podido tener.
En nada se parece esta vida a aquella de al principio,
en que me engancharon de leva en el 9o. Batalln; no
quiere decir esto que el 24o. Batalln, al que ahora pertenezco, sea mejor que el otro, ni que el trato que recibe
la tropa sea diferente al que les den en los dems cuerpos
del Ejrcito; en todas partes ha de ser igual, porque esa
es la costumbre y hasta llego a creer que si no fuera as,
puede que no hubiera Ejrcito. N o ; no han de ser diferentes los cabos, sargentos y oficiales de este batalln a
los del 9o., lo que pasa es que yo he tenido la suerte de
no tener que soportarlos. Soy asistente de un jefe y me
la paso muy regaladamente.
El tiempo que h a transcurrido me parece un soplo y
.mi deseo ms grande sera el poder seguir tal y como me
encuentro, hasta llegar al final de los cinco irremediables
aos del "tiempo de mi empeo".
La suerte me socorri cuando tuve el pensamiento de
desertarme despus de la toma de Torren por los revolucionarios maderistas, entusiasmado por mi nuevo amor
y por la esperanza de poder aprovechar la oportunidad de
la guerra y largarme a otra tierra lejana, a trabajar en lo
que me saliera al paso.

170

FRANCISCO L. URQUIZO

Todo aquello lo tengo muy presente.


Ya haban pasado varios das de lo de Torren, y mi
nueva vieja y yo seguamos caminando por toda la va del
ferrocarril, con direccin a Mxico; nos habamos rezagado intencionalmente del grueso de los compaeros, que iban
muy adelante, o que tal vez ya hasta habran torcido por
algn otro camino, o se habran embarcado en algn tren
que hubieran encontrado o que les hubieran mandado para
levantarlos.
Me consideraba ya casi a salvo y estaba con ganas de
tirar en cualquier chaparral las prendas militares, cuando
una madrugada se detuvo un tren militar en la estacioncita
en que nos habamos quedado a dormir aquella noche. Se
haban parado para que la mquina tomara agua; iba el
tren testo de tropa.
Por mi desgracia, dio conmigo un oficial que se haba
bajado a recorrer el convoy; yo estaba todava dormido y
me despert a patadas y echando ajos y cebollas.
Sal del sueo real y de aquel otro que me haba ya
formado en la imaginacin, de dejar de ser soldado.
Soy del 9o. Batalln, mi teniente; me pude escapar
de la quema de Torren y aqu voy chorreando, siguiendo
a los mos, que han de ir por delante.
-Del Noveno! Ests muy tarugo t, para que me engaes.
Es la mera verdad, mi teniente; vea usted los nmeros en mi chac y en la cartuchera.
Del Noveno!; no cabe duda que eres un guila, pero
yo ya tengo el colmillo grande. Qu dijiste; noms volteo
el seis para abajo y ya es nueve? No?
Imposible hacerle creer la verdad; para l, y para los
dems jefes y oficiales, era yo del Sexto y quera pelarme.
Aquel tren, precisamente, llevaba al Sexto de Infantera
con destino a Mxico; volvan de Chihuahua y a su paso
por Torren, despus de ya firmada la paz en Ciudad Jurez, se haban amotinado aprovechando una fiesta en que
se juntaron todos los oficiales federales y los maderistas,
y en la ocasin en que Benjamn Argumedo, con su gente
borracha, trat de atacar el cuartel en que estaban aloja-

T R O PA

V I E J A

171

dos. La juanada, casi todos reclutas, se haban aprovechado


de aqulla para querer pelarse en bola y muchos lograr
escapar. Los maderistas tuvieron que auxiliar a los oficiales
para meter el orden y desarmar a todo el batalln. Haban
quemado todos los papeles del detall y era aquella una
bola de todos los diablos; all no obedecan a nadie y a la
fuerza, con auxilio de los maderistas, los haban embarcado
en aquel tren y los llevaban a Mxico a reorganizarlos o
a refundirlos en otros cuerpos.
Como todos los soldados son iguales y no haba modo
de probar lo que yo deca, entr a formar parte de la bola
aquella. Qu iba yo a hacer sino conformarme con mi
suerte! Siquiera me ira a tocar cambiar de aires y de paso, conocer a la mentada capital de la Repblica.
Aquello era un desbarajuste enorme; toda la tropa desarmada; ni quin le hiciera caso a cabos ni a sargentos,
ni a oficiales; la mariguana y el mezcal rolaban por todas
partes; la oficialidad y los jefes estaban temerosos y no
hacan ms que consecuentar a la tropa, en espera de llegar
a alguna poblacin en que tuvieran algn respaldo para poder obrar.
Sera porque iba armado y bien municionado o porque
tena cara de ms obediente, tuve la suerte de caerle bien
a un mayor y me orden que me quedara como su asistente. Ms que de ordenanza le serv yo, en aquel entonces, para cuidarle las espaldas. Tema y con razn,
que le fueran a dar un golpe, alguno de los de la tropa
alebrestada.
Me cay aquello como anillo al dedo, pero tena siempre el temorcilo de que se aclararan las cosas y me mandaran a mi cuerpo. Cuando tuve una poca de confianza
con mi jefe, le insista yo en mi dicho:
Mi mayor, yo pertenezco al Noveno, que antes estaba en Monterrey y que nos pegaron en Torren, el mero
da de San Isidro.
T eres del Sexto.
Soy del Noveno, mi mayor.
T eres del Sexto; te conviene a ti ms, y a m tambin. De dnde eres, dnde naciste?

172

FRANCISCO L. URQUIZO

Soy de La Laguna.
Magnfico; me gusta ms la gente del norte que toda
esta bola de indios. No te gusta ser mi asistente?
Cmo no, mi mayor!
Entonces cllate ya y deja venir las co:as.
As fue como mejor mi condicin.
Mientras el tren en que viajbamos haca el recorrido
hasta Mxico, pude enterarme de muchas cosas: que aquel
Sexto Batalln que antes de la revolucin estuvo de guarnicin en Quertaro, lo haban hecho casi pedazos los rebeldes de Chihuahua, en el Can de Malpaso; all haban
matado a su coronel Guzmn y herido al teniente coronel
Vallejo y al mayor Alessio Robles, y haba habido muchsimas bajas. Que con la toma de Ciudad Jurez por los
revolucionarios, se haba firmado la paz y don Porfirio
Daz haba dejado el poder y se haba embarcado para
Europa. Que haba un nuevo Presidente, que se llamaba
Len de la Barra, pero que el mero bueno era el ehaparrito don Francisco I. Madero, quin se lo iba a decir!
A m me dieron mucho gusto aquellas noticias porque
les vea el lado bueno para m.
-Si ya ganaron los revolucionarios, pensaba yo, son
ellos los que van a formar ahora el Ejrcito y a nosotros,
los pelones, nos van a echar a patadas para la calle. No
nos han de tragar y apenas tienen razn, nosotros haramos
lo mismo. De suerte que apenas lleguemos a Mxico, nos
dan nuestro pasaporte y se acab cargar el muser y la
mochila.
Eso pensaba yo al principio, pero pronto me convenc
de que todo era al revs: a nosotros no nos licenciaron,
al contrario, nos apergollaron m s ; y a los que mandaron
a sus casas fue a los que se crean vencedores, a los maderistas. Les dieron cuarenta pesos a cada uno de los que
no cayeron en los combates, les quitaron sus carabinas y
sus caballos y creo que ni las gracias les dieron. Todos los
licenciado^ iban echando lumbre, pues creanse ya con
derecho a todo. A los que les fue mejor los metieron a
formar Cuerpos Rurales, pero sin darles uniformes ni ar-

TROPA

V I E J A

173

mas nuevas y ponindolos en los lugares en que no hubiera


guarniciones federales.
Nuestros jefes y oficiales no tragaban a aquellas gentes; no les caba en la cabeza que cualquier pelado sin
escuela, de pronto, anduviera presumiendo por ai, de capitn y hasta de coronel. Todas eran habladas y cuchufletas y en no pocas ocasiones se agarraban a los golpes y
hasta llegaba a haber muertos y heridos, como en la misma
campaa que acaba de pasar.
En Puebla, les dio una llegada muy buena el famoso
29o. Batalln del coronel Blanquet, a una bola de maderistas que estaban en la Plaza de Toros; se dieron gusto
matando all. En Cuernavaca, Morelos, tambin se agarraron otros compaeros con la gente de un cabecilla Zapata. En las calles, ni se diga; siempre haba diferencias
entre los oficiales de un lado y otro. Y nosotros, la juanada, veamos venir los golpes duros un da u otro; todo
era cuestin de que as lo determinaran- los de arriba.
Cuando llegamos a Mxico, al Sexto lo reorganizaron
y a toda la tropa insubordinada la refundieron en otros
cuerpos; a m y a mi jefe, el mayor Fernando Acua, nos
destinaron al 24o. Batalln, que estaba de guarnicin all,
en la capital.
Mi vida era otra muy diferente de la anterior; no tena
obligacin de ir al cuartel de San Pedro y San Pablo, en
donde se alojaba el batalln, ms que a hacerme presente
en las listas de las seis de la tarde o en la maana a recibir
el haber, y en los das de las revistas de equipo y armamento o en las de comisario de cada mes; de ai en ms,
me la pasaba yo en la casa de la familia de mi jefe, que
viva en la Colonia de Santa Mara la Ribera, haciendo
los mandados que se les ofrecan a las seoras, o cuidando
y entreteniendo a los dos nios que me haban tomado cario, porque jugaba con ellos, hacindolos pasar el tiempo
muy a su gusto.
Tuve
gusto de
dejar de
mir con

la oportunidad de conocer a Mxico y senta el


andar libre por las calles. Ni ganas senta ya de
ser soldado. Buena comida, un cuarto para dormi vieja y uno que otro tostoncillo, de vez en

174

FRANCISCO L. URQUIZO

cuando, adems del haber, que tambin ya nos lo haban


aumentado. Me ingeniaba yo siempre por acomedirme en
todo, para no ir a perder aquel hueso tan sabroso, que
me haba dado la suerte.
As que pas algn tiempo y me acomod ya bien en
mi nueva vida, le escrib a mi compadre Celedonio dndole noticias mas y pidindole tambin que me dijera algo
de por all, especialmente de mis gentes.
La contestacin la recib ya pasados muchos meses;
cuando ya estaba perdiendo la esperanza de recibir noticias. Era una carta larga y con letra muy tupida. La le
despacio una vez, dos veces, muchas veces; me dio en
el corazn que aquella carta era la ltima que iba a recibir; que era algo as como una despedida para siempre
de una vida a la que ya nunca habra de volver. Aquella
carta, con sus noticias, era para m la ltima que haba
de recibir; yo mismo no quera saber ya ms de mi tierra.
Deca mi compadre que no contara ya con mi madre,
porque estaba muy enferma y que era lo seguro que fuera
a entregar su alma al Creador; tanto por su edad avanzada, por la vida de amarguras y por los golpes ltimos,
se haba enfermado y no le encontraban remedio por ms
luchas que haban hecho. Que la pobre viejita, seguro se
iba a morir con el dolor de haber perdido a sus dos hijos,
pues de Jos, que se haba metido de maderista, no saban
nada, por ms luchas que le hacan. Haba desaparecido,
como si se lo hubiera tragado la tierra; estaban seguros
que lo habran matado y que su cuerpo, abandonado en el
campo, se lo habran comido los coyotes, o lo habran enterrado en alguna zanja, junto con otros muchos ms. De
m, tuvieron la certeza de que tambin haba muerto en la
toma de Torren, pues que hasta la misma Chata Micaela,
a quien lograron ver despus de la refriega, les cont que
ella misma me haba visto caer bien muerto. Para mi
compadre y para mi mam, no tena la menor duda la
muerte ma.
Deca en su carta que les caus mucho gusto saber que
yo estaba bueno y sano, y que la pobre viejita se haba
alegrado mucho, aunque eso no le acarreaba bienestar al-

TROPA

V I E J A

175

guno a sus dolencias. Que daba ella gracias a Dios por


haberme salvado la vida en aquel trance tan fuerte y que
me mandaba su bendicin; que ella hubiera querido que
tanto mi hermano Jos como yo, hubiramos sido siempre
chiquitos y no hubiramos crecido nunca, para habernos
tenido siempre a su lado, que aquella anciana se estaba
muriendo ms que de la enfermedad, de la tristeza; que no
haba remedio y que la encomendara a Dios.
Despus me contaba todo lo que all haba pasado con
la Revolucin, todo lo que estaba pasando y lo que l
crea que vendra: el saqueo que hubo en Torren, la matanza de chinos; los desrdenes de la plebe y el licenciamiento de los maderistas. Nunca pensaron que la guerra
fueran tan dura, ni que los hombres fueran tan crueles; me
contaba de casos de hombres que eran bien conocidos como buenas personas, incapaces d e hacerle un dao a nadie,
que de pronto se haba vuelto perversos y asesinos. Que
haban muerto muchos conocidos y que otros haban logrado escapar; que aquel Marcos Njer, jefe de la Acordada de San Pedro de las Colonias, haba cado prisionero
de los rebeldes, en un combate que hubo en la Hacienda de
San Marcos, antes de que tomaran la plaza de San Pedro
y que, ya a punto de que lo fueran a matar, le haba salvado la vida don Emilio Madero. Que las cosas en los ranchos seguan igual: el mismo trabajo, los mismos jornales,
los mismos patrones. La Revolucin no haba sido nada
ms que una" matanza de gente, sin provecho alguno; una
explosin de odios acumulados y vuelta otra vez a lo mismo de antes.
Los que haban andado con las armas en la mano estaban echando lumbre al ver que todo haba sido intil y
que era muy fcil que fueran a reventar otra vez, pero
mucho ms fuerce, para pelear por una mejora que no lograron alcanzar la vez primera; que muchos alebrestados
ya andaban por el monte y que a algunos espaoles los
haban matado.
Mi compadre vea las cosas peores que la primera ocasin y pensaba que en la bola que se aproximaba se iban
a meter todos los que antes no lo hicieron. Ya no era el

176

FRANCISCO L. URQUIZO

odio noms para nosotros los pelones, ora abarcaba tambin al mismo Madero que se haba confiado en los federales y haba hecho menos a los suyos, a los que le ayudaron a tirar a don Porfirio y a subirlo a l a la silla. Se
despeda de m, mandndome un abrazo.
Aquella carta tena que ser la ltima, para qu ms
noticias malas? A mi madre la di por muerta, a mi hermano por perdido y de mi compadre, para qu quera ver
sus letras plaideras y llenas de dolor? Un chorro de lgrimas, el papel escrito roto en mil pedazos como haba
de estar mi corazn, un puo de tierra tirado al aire con
direccin a La Laguna y. . . a seguir viviendo como se
pudiera.
Mi compadre tena razn. Comenzaba la bola de nuevo,
mejor dicho, no haba parado de rodar.
Emiliano Zapata, general maderista, no se dej que le
licenciaran a su gente en el Estado de Morelos y se fue
al monte, pronunciado, levantando la bandera de "Tierra
y Libertad". Sobre aquellos nuevos rebeldes cargaron muchas fuerzas federales a batirlos. Primero fue el general
Victoriano Huerta y despus Juvencio Robles, los que tuvieron el mando de aquella campaa.
Platicaban los compaeros que las rdenes eran muy
duras; primero, concentrar en los pueblos a la gente campesina y despus, matar a cuanto calzonudo anduviera
fuera de garita. Cuanta gente anduviera desperdigada de
los caseros, era considerada nada ms por eso, como enemiga del Gobierno. Los jacales del campo, los bosques y
los caaverales eran incendiados y la tropa federal andaba
en campaa, como si anduviera en una cacera acosando
alimaas salvajes. Por su parte, los rebeldes no se quedaban atrs; estaban encorajinados, conocan bien su terreno
lleno de cerros y de tupidos bosques, y tenan ms mala
sangre que los del norte; peleaban a la mala, daban golpes seguros y cuando menos se esperaban; se fingan gente
pacfica cuando les convena y sacaban los rifles apenas
pasaban las columnas federales, para darles por la espalda.
Prisionero que lograban agarrar, lo matirizaban con saa

TROPA

V I E J A

177

y lo mataban ya de mucho que lo haban hecho sufrir. Era


una campaa. dura y difcil, porque nunca presentaban
combate bien a bien, y el enemigo estaba en todas partes
y en ninguna. Era all enemiga toda la gente, enemigo el
clima abrasador, el terreno montuoso y hasta el animalero
chico y grande que abundaba en todas partes.
Muchos crean que cuando subiera Madero a la Presidencia se compondra aquello. Subi y las cosas en vez de
arreglarse se pusieron peores, pues su mismo consentido
de antes, aquel mentado general Pascual Orozco, que tanto
lo ayud en Chihuahua, se le volte con toda la gente que
tena a sus rdenes y en La Laguna, como un solo hombre,
se levant toda la peonada de los ranchos, encabezada por
los que antes tambin haban sido maderistas, como Luis
Murillo, los Livas, Benjamn Argumedo u otros nuevos cabecillas como Cheche Campos y Emilio Campa.
La nueva revolucin tom en un instante ms fuerza
que la de 1910; todo el Estado de Chihuahua estaba en
poder de los orozquistas y tambin toda la regin de La
Laguna, en tanto que el Estado de Morelos casi lo dominaba Zapata con su gente y hasta se haban metido ya en
parte de Puebla y en Guerrero.
Una poderosa columna militar, al mando del mismo
Secretario de Guerra, general Gonzlez Salas, fue mandada a dominar a los rebeldes del norte. Iban all las mejores fuerzas de la Federacin y todo el mundo que vio
aquella columna tan potente, pens que el triunfo habra
de ser del Gobierno. La columna sali de Mxico, fuerte;
se reforz ms todava en Torren on gente de los maderistas y avanz, decidida, sobre Chihuahua.
En los cerritos de Rellano los hicieron pedazos los orozquistas; en un momento qued hecha garras aquella tropa
flamante y el mismo general en jefe, Gonzlez Salas, de
pura vergenza, se dio un. tiro en la cabeza. Aquello fue
un desastre espantoso; el Gobierno de Madero estaba en
un hilo a punto de romperse.
Otra nueva columna militar, ms fuerte que la primera,

178

FRANCISCO L. URQUIZO

formada con todo lo ms que pudieron, fue mandada al


norte. Iba como general en jefe el general Victoriano Huerta, a jugar la ltima carta en favor del Gobierno; lo mejor
del Ejrcito Federal iba all: los generales Rbago, Blanquet, Trucy Aubert, Tllez; el famoso coronel Rubio Navarrete con la artillera y los generales maderistas Emilio
Madero, hermano del Presidente y un Pancho Villa, que
decan que era la fiebre para los balazos.
Tuve yo la suerte de que no me tocaran esos golpes;
los que nos quedamos en Mxico noms estbamos pendientes, leyendo los peridicos, para ver cmo se ponan
las cosas en el norte.
El general Huerta iba despacio, con calma, para que
no le fuera a pasar lo que a su compaero Gonzlez Salas;
pareca a primera vista como si tuviera recelo de entrar
en combate, pero era que tena su plan y que no le corra
prisa llegar, a donde quera, un mes o dos ms tarde.
Lleg a Torren con sus fuerzas, descans; tom datos,
reorganiz su gente y hasta que no estuvo seguro de todo,
hizo el avance.
Conejos, Rellano, Bachimba; tres batallas de las buenas y acab con el asunto que le haban encomendado;
le dio el triunfo al Gobierno y lo hizo de veras fuerte.
Yo casi ya ni me senta soldado; iba al cuartel como
si fuera a una visita y mi vida toda la haca en la casa de
mi jefe o en la calle. Apenas si conoca a mis nuevos compaeros. Vea los combates de lejos; oa hablar de ellos
como quien oye llover y no se moja, como quien ve los
toros desde la barrera. Ya podran pelear cuanto quisieran
y ganar unos u otros con tal que nos dejaran, a m y mi
mayor, tranquilos, gozando de nuestro apartamiento.
Para m, la vida pasaba tranquila como el remanso de
un arroyo en la falda de un monte solitario. El cuartel
con su juanada, con la mariguana, con las viejas mitoteras, con los sargentos insultativos y golpeadores, estaba
all cerca, a unas cuantas cuadras, pero yo lo senta muy
lejos, muy lejos de m.

TROPA

VIEJA

179

II
Todo es pasajero en el mundo y la buena vida dura
poco.
El tiempo corre muy de prisa cuando se est a gusto
y los malos ratos se alargan y parecen aos o siglos. Eso
de que el tiempo corre igual para todos, es un cuento.
Tambin dicen que las noticias malas nunca van solas;
una mala noticia va aparejada por lo menos con otra.
En un momento pasaron volando los meses como si
fueran un soplo del viento y lleg la de malas. Mi mayor
recibi orden de cambiar de Cuerpo y ni modo de que me
llevara con l; era cosa muy difcil conseguir el cambio
de un soldado de un batalln a otro; en todas partes puede haber asistentes y nadie es indispensable en la vida.
Ya lo ves me dijo mi mayor me tengo que ir al
Once. Te voy a extraar, pero no tiene remedio. Ahora
me arrepiento de no haberte hecho siquiera cabo, podras
volver a tu Compaa siquiera con una cinta colorada y
ya en mejores condiciones.
Yo no hubiera aceptado, mi mayor; mil veces hubiera preferido estar como su asistente que ser clase.
Me voy al Once, que manda Jimnez Castro y me va
a tocar entrar, desde luego, en campaa.
S e va usted a Morelos?
N o ; vamos a Veracruz, a batir a Flix Daz, que se
acaba de pronunciar con el 19o. y con el 21o. Batalln en
el puerto.
Arregle usted que me dejen ir a acompaarlo; ahora
le puedo ser ms necesario. Yo le cuidar la espalda.
Bien lo quisiera, pero no es fcil conseguirlo.
Arrglelo, mi mayor. No me deje.
Voy a intentarlo, pero no me parece nada fcil.
Habl con el coronel del 24o., habl con el teniente
coronel, y despus de miles de trmites apenas consigui
que me dejaran comisionado con l, mientras pasaba la
campaa aquella que apenas iba a comenzar. Cuando lo
supe, tuve la esperanza de que haba de conseguirse ms
tarde que me dejaran de una buena vez al lado de aquel

180

FRANCISCO L. URQUIZO

buen jefe, a quien le deba una tranquilidad y un bienestar


que nunca se me haban de olvidar.
Todos los preparativos del viaje se hicieron de prisa,
como en los buenos tiempos de campaa; las maletas de
lona, la caja de madera con equipaje de mi jefe, el albardn, el caballo, las armas; todo listo en la estacin del
Ferrocarril Mexicano, en Buenavista, para esperar el convoy del Once que tena que llegar a Mxico, de Morelos.
A media tarde del da 16 de octubre del ao de 1912,
salimos de Mxico. En un tren muy largo iba amontonada
la tropa del Once Batalln del coronel Jimnez Castro y
tambin la del Segundo, del teniente coronel Ocaranza;
todos iban bien municionados; llevbamos ametralladoras
y decan que atrs de nosotros iba a salir tambin artillera.
Los del Once llevaban uniformes de caqui de color verde
y en lugar del chac de cuero enfundado de blanco, los
kep de pao negro. Menos blanco para las balas; cmo
no se les ocurri todo eso en la bola de 1910!
Salimos por la Villa de Guadalupe. Los trenes iban de prisa con rdenes de va libre; ese da no haba llegado
ya a Mxico el tren de Veracruz, pues los pronunciados
no lo haban dejado salir de all.
Saba yo, por referencia, que el camino de Mxico a
Veracruz era precioso y por eso iba muy aguzado observando cuanto poda por los vidrios de las ventanillas.
A la mitad del camino, ya para bajar a la tierra
caliente, estn las Cumbres de Maltrata, fjate bien -me
haba dicho un compaero que ya conoca aquello.
Seguramente bamos a pasar de noche por all; mientras tanto, yo vea la orilla del Lago de Texcoco como un
espejo muy grande, en trechos plateado y en trechos dorado por los rayos del sol, que ya se. acostaba all a lo
lejos. Los dos volcanes cubiertos de nieve, por el Tumboi
de Puebla; al otro lado de la va, magueyeras alineadas,
como si fueran cabezas con pocos pelos pero bien peinadas para aparecer menos pelonas.
San Juan Teotihuacn con sus pirmides. Ometusco,
los llanos de Apan. Magueyes y magueyes; establos de

TROPA

V I E J A

181

leguas y leguas de vacas verdes, que en lugar de leche,


dan pulque.
Cerr la noche antes de llegar a Apizaco. Mi jefe platicaba con el coronel y yo iba cerca de l, bien acomodado en un asiento de primera, cuidndole* sus "chivas" y
las mas. Por fuera, en el campo, estaba todo oscuro;
nada se vea ya, como no fueran los bultos de los rboles
ms negros que la noche sin luna. Hablaban ellos de la
campaa de Morelos de donde venan los del Once y del
agarrn que nos bamos a dar al da siguiente, con seguridad, con los compaeros sublevados del Veintiuno y del
Diecinueve Batallones que estaban en Veracruz, a favor
de Flix Daz. Eso s que iba a estar bueno: pelones contra pelones, con iguales armas y con la misma disciplina.
Quin lo haba de decir!
Como a la media noche, paramos en la Estacin de
Esperanza; all comenzaba la sierra de Acultzingo, que
haba que bajar para llegar al plan.
Los jefes bajaron y fueron a ponerse a las rdenes del
general Joaqun Beltrn, que era el que mandaba a las
fuerzas del Estado de Veracruz y que andaba haciendo la
campaa contra otro general, que antes haba sido de la
Federacin, pero que andaba sublevado desde das antes
por aquellas sierras de Maltrata y Acultzingo, que se 11abama don Higinio Aguilar.
El general Beltrn era un hombre flaco y de escaso
bigote; le camos como anillo al dedo, pues estaba ya saliendo, con la poca gente que tena a sus rdenes, para
avanzar a Orizaba a ver si poda tomar la plaza que estaba guarnecida con gente de uno de los batallones de
Veracruz.
Con la llegada de las fuerzas del Once y del Segundo,
tuvo ya seguridad y seguimos la marcha apenas cambiaron
los ferrocarrileros mquinas a los trenes, para poder bajar
las cumbres.
El primer combate lo bamos a tener aquella misma
noche entre aquellas montaas que rodeaban a Orizaba.
Combatir entre las sombras y con gente de la misma;
duro iba a ser aquello. A lo mejor nos bamos a matar
unos con otros, creyndonos enemigos sin serlo.

182

FRANCISCO L. URQUIZO

Los trenes militares iban pujando, cuesta abajo de las


montaas; vueltas y vueltas por la va, que se retorca
por entre caadas, tneles y precipicios.
Hasta cerca de la media noche, bajamos la montaa;
estbamos en el plano y se vea brillar muy cerca los
focos elctricos de la mentada Orizaba.
Toda la fuerza baj de los trenes y la distribuyeron
en columnas para avanzar al ataque; a unos, les toc ir
por el Cerro del Borrego, a otros, por el que le dicen
Escamela y a nosotros por el centro, es decir, por el
mismo camino del ferrocarril, para tomar la Cervecera
Moctezuma.
A las dos de la maana debamos comenzar el asalto;
yo esperaba a cada momento oir el tiroteo y nada. El
enemigo se haba ido a concentrar a Veracruz.
Entramos en la plaza que estaba desierta; ni un alma
por las calles.
A poco rato se incorpor una fuerza de caballera; eran
maderistas de aquellos rumbos, que estaban a las rdenes
de Rafael Tapia y que ya para entonces estaban como rurales de la Federacin. Primera vez que me iba a tocar a
m pelear junto_ con los que antes haban sido enemigos
y cosa rara, contra compaeros de cuerpos de lnea iguales en todo a nosotros.
Tambin se incorpor un general Rafael Dvila.
Esa noche dormimos en las calles de Orizaba para
seguir al da siguiente, a Veracruz.
Todo el da siguiente lo pasamos all, en espera de la
artillera, que lleg hasta en la tarde. Se dio un descanso
a la mulada que vena en malas condiciones y en la noche emprendimos el viaje por tren.
Estaba visto que no me tocaba conocer aquellas montaas con la luz del da. Ms tneles y ms barrancas
profundas en la obscuridad de la noche.
Fortn: una oleada de aroma de gardenias. Crdoba:
un enjambre de focos de luz elctrica, sembrado entre una
arboleda tupida, como si fueran lucirnagas.
Atoyac: ruido de agua cayendo por entre las piedras
de los cerros.

TROPA

V I E J A

183

La noche negra y los trenes a toda mquina con rumbo


al mar.
A la madrugada llegamos a Tejera; un tiro de can
y estbamos ya en Veracruz.
All dejamos los trenes.
El general dispuso que de Soledad llevaran bastantes
provisiones.
Avanzaron todas las fuerzas a posesionarse de los mdanos de arena que rodean a Veracruz. Los artilleros all
sudaron la gota gorda para subir sus piezas; aquella arena
movediza apenas los dejaba avanzar. All me di cuenta de
lo duro que es ser de artillera cuando los caminos son
malos; lo que no pueden hacer las bestias de tiro, le toca
hacer a los hombres.
Pujidos y maldiciones, baarse en sudor y hacer caminar las ruedas por un suelo que se mueve y que se hunde.
El camino era duro y nuestro avance lento; mientras
la artillera no estuviera posesionada, tenamos que esperar. Hubo necesidad de dar un descans largo.
Los de adentro de la plaza pareca que estaban muy
confiados. Flix Daz, el sublevado sobrino de don Porfirio, tena la seguridad de que no habra fuerzas federales
que fueran a atacarlo y que antes bien se le uniran a
l, cuantas mandaran. Creo que estuvo mandando emisarios a nuestro generaj convidndolo a que se fuera con l.
Vi, por primera vez en mi vida, el mar. Desde lo alto
de aquellos mdanos se dominaba la inmensidad azul;
all a lo lejos, una raya derechita en donde se juntaban
cielo y agua; dos azules diferentes, pero parecidos.
Abajo de los mdanos el mentado Puerto de la Santa
Veracruz: un casero grande por el que sobresalan las
torres de la Parroquia, el Faro nuevo, el Faro viejo y el
Fuertecito del Baluarte; el mar tranquilo de la baha llegando hasta los pies del faro; metido entre las olas el
famoso Castillo de San Juan de Ula, aquella prisin en
donde caan los hombres muy temidos y los pollos muy
gordos; aquella prisin de donde decan que no sala nadie.
En medio de la. baha, los barcos de guerra, que segn
decan, estaban de' nuestra parte, pues no haban querido
seguir a Flix Daz. Ellos nos iban a ayudar en el ataque.

184

FRANCISCO L. URQUIZO

Por la distancia, parecan unas mosquitas, que no haran


ningn dao.
Despus de todo aquello, el mar. Mxico llegaba noms
que hasta el Castillo de San Juan de Ula; de all, para
adelante, el mar inmenso, que no es de nadie. La riqueza
de la tierra, el podero, las ambiciones, llegaban hasta
all; para adelante, mar y cielo, el,poder de los hombres;
cascaras de nuez, juguetes de las olas y del viento.
Me pareca que el mar era una enorme fuerza dormida/
un gigante acostado que respirara apenas; el da que des
pertara, el da que lo quisiera, se tragara a la tierra con
todo y sus montaas y volcanes, y sera todo de l. Un
gigante que respiraba con sus olas y que roncaba con sus
tempestades. Cielo y mar, hembra y macho dueos de todo el mundo.
Estbamos listos para el ataque. La caballera maderista se haba ido para entrar por la playa norte; la artillera en los mdanos y todos los infantes para entrar de
frente.
El da 23 de octubre, a las seis de la maana, se oy
el primer caonazo de nosotros y comenz el combate.
A la fuerza que llevaba mi mayor, le toc entrar por
los Cocos. Unas avanzadas del enemigo quisieron detenernos; rompimos el fuego y nos les echamos encima. Eramos muchos y no tuvieron ms remedio que correr.
Estaban ellos parapetados en las casas ms altas, en
las torres de la iglesia y en el faro Benito Jurez.
Qu bonito sonaban los caones!, qu confianza nos
daban! Las granadas reventaban siempre adelante de nosotros y nos protegan el avance. Aquello era pan comido.
Yo haba credo antes que el agarrn iba a ser duro, por
tratarse de la misma gente nuestra, pero no fue as.
He conocido a muchos hombres valientes, pero ninguno como el Jefe del Once, el coronel Jimnez Castro.
Qu hombre! Adelante, en su caballo, pistola en mano,
echando tiros como cualquier soldado y con mucho ms
riesgo, por el blanco que presentaba siempre.
En la calle principal, que le dicen de La Independencia, se agarr l solo a tiros con uno de los jefes enemigos y le toc recibir un balazo que por poco lo mata; tuvo

TROPA

V I E J A

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la suerte de que la bala le pegara en su reloj y que por


eso no le hiciera tanto dao.
Los caonazos y el tiroteo nutrido de al principio, comenzaron a disminuir, y a las dos de la tarde la victoria
ya era nuestra. Flix Daz se haba rendido y estaba prisionero, lo mismo que todos los jefes, oficiales y tropa de
los batallones sublevados: Veintiuno y Diecinueve.
Apenas unos cuantos das pude disfrutar de Veracruz,
de todo aquello que era tan nuevo para m y que tanto me
llamaba la atencin: el mar inmenso, las palmeras, los platanares, la gente alegre y hablando de una manera tan diferente a la nuestra; se me figuraba como que aquello
fuera otro pas muy distinto a nuestro Mxico, como si
all ya no fuera patria nuestra. Se me iban los ojos viendo
el mar; all adelante, muy lejos, hasta donde se acabara
toda aquella agua zul y siempre alborotada, estaban otras
tierras; las de los espaoles, las de los alemanes, las de
los ingleses. Quin pudiera meterse en un buque y conocer el mundo!
Un calor endemoniado; toda la gente vestida de blanco,
los hombres en camisa y las mujeres en bata, chancleteando por las calles; morenas requemadas, algunas negras deatiro, ojos grandes maliciosos, bocas gruesas que
daban ganas de morderlas y las batas delgaditas, puestas
a raz del cuerpo, como con la intencin de sealar bien
las piernas gruesas y provocadoras. Calor por fuera y
calor por dentro; en el aire y en el cuerpo; ganas de
dormir, de meterse entre las olas del mar y de estrujar a
una mulata d aquellas.
Pocos das me dur aquello; a mi mayor lo mandaron
para Mxico con una fuerte escolta, llevando a los prisioneros para que los encausaran. Ni remedio!, haba que
dejar aquello que tanto me estaba ya gustando.
Una maana temprano dejamos el puerto. En un tren
especial salimos dos Compaas del Once y todos los presos. Siquiera me toc conocer de da aquel camino tan
famoso.
Atoyac, con su ro y con sus cascadas; Crdoba, entre
platanares y cafetales; el Fortn, gardenias y* magnolias;

186

FRANCISCO L. URQUIZO

olor a flores le jardn, a tierra mojada, a rica pina, a azahar de los naranjales, a caf y a pltano.
Agua por todas partes, caaverales, barrancas y tneles y montaas. Metlac, con su Infiernillo; (Drizaba, con
sus fbricas. Ro Blanco, Nogales, Santa Rosa; las Cumbres de Maltrata, el Pico de Orizaba, como si fuera un
faro en el camino y por fin, la tierra conocida de la Mesa
Central.
En la noche llegamos a Mxico. El rebelde Flix Daz
qued encerrado en la Penitenciara y los militares traidores en la Prisin de Santiago Tlatelolco.
Unos dos das de descanso y una mala nueva para m :
orden de incorporarme a mi Compaa del 24o. Batalln.
Se acababa all la buena vida y otra vez a sufrir.
Nada pudo hacer ya mi mayor y no tuve ms remedio
que agarrar mis pocas chivas y presentarme al servicio,
pronto para hacer lo que me mandaran y dispuesto otra
vez a recibir los golpes o soportar las maldiciones de todos los que fueran mis superiores. Otra vez a darle a la
instruccin y al servicio y a las malas pasadas, o marcar
el paso o a caminar siempre al son del tambor y al comps de la voz de los sargentos:
Uno, dos; uno, dos; uno, d o s . . .

III
Cuartel de San Pedro y San Pablo; vieja iglesia o
convento de tiempos antiguos en la esquina de una calle;
encrucijadas y galerones que antes han de haber sido celdas de frailes; paredes viejas mal encaladas, amontonamiento de indios, soldados y oficiales presumidos.
Los mismos modos, los mismos toques de las cornetas
y de los tambores a las mismas horas; entrada y salida de
viejas, contrabandos de chnguere y de mariguana, guantadas y maldiciones; revistas, instruccin, arrestos y plantones. Rancho malo, servicio duro y costumbres las mismas de todos los cuarteles.

TROPA

V I E J A

187

Me pareca como si hubiera andado yo libre en una


temporada y de pronto me hubieran aprehendido y me
hubieran vuelto a meter, otra vez consignado, al servicio
de las armas; como si hubiera vuelto a causar alta y comenzara la vida aquella desde su principio. Todo lo pasado, un sueo; la realidad iba a comenzar apenas, despus de despertar de un reposo tranquilo y agradable.
Dos aos muy largos todava por delante, de cargar
el muser y de marcar el paso. Dura vida del cuartel me
esperaba. Si siquiera hubiera bola y continuara la campaa, menos mal que aquel encierro agobiador de preso.
Me entr un desaliento grande; ni siquiera tena ya la
curiosidad de all al principio, de conocer a fondo a mis
nuevos compaeros o mis jefes; para qu, si todos haban de ser lo mismo? Seguir la vida y cumplir de la
mejor manera para esquivar los malos ratos.
A aquel 24o. le haba pasado lo que al 9o., lo que al
6o., y lo que a casi todos los cuerpos federales que haban
andado en las campaas del Norte, - que en fuerza de
perder gente por muerte o por desercin, los haban completado de nueva cuenta con reclutas agarrados de leva.
En el 24o. haba mucha gente nueva, la mayora eran surianos del Estado de Morelos o de Guerrero; muchos de
ellos haban sido zapatistas, o por lo menos les agradaban
los planes de aquel jefe.
En ratos perdidos, me pona yo a platicar con algunos
de ellos, siquiera para enterarme de su vida de antes. Uno
haba que se llamaba Simn Lpez, que me pareca a m
el ms aguzado de entre todos.
T de dnde eres nativo?
De un pueblo que se llama San Miguel Anenecuilco,
cerca de Villa Ayala.
Del Estado de Morelos?
S, cmo n o ! ; soy paisano del mentado don Emiliano
Zapata; es de mi mero pueblo. Puede que por eso noms
me aigan metido aqu, de peln. Yo qu culpa tengo de
haber nacido all. Y mira noms lo que son las cosas, yo
tena que haber sido poblano porque para Puebla iba a
ir mi madre a tenerme a m, pero me cuentan que por
aquellos das se vinieron unos aguaceros de esos que por all

183

FRANCISCO L. URQUIZO

se acostumbran y los caminos se pusieron que ni modo


de andar por ellos. No hubo ms remedio que nac yo
en San Miguel Anenecuilco, pero a m, por derecho, me
tocaba ser de la mera Puebla.
Y t conoces a Zapata?
S, cmo n o ! ; conozco a los dos: a don Emiliano
y a don Eufemio. No te digo que son de mi pueblo?
H a s andado con ellos?
Les ayud tantito, all por el ao de mil novecientos
diez, despus ya no. Y eso que nos convidaban a todos a
que siguiramos en la bola, pero no, yo ya no quise seguir
en la compaa. A m me agarraron, la verdad de Dios,
inocentemente.
Eso dices t.
Palabra que yo no andaba de zapatista ni de revoltoso. Yo lo que haca era noms sacarles la vuelta a los
pelones cuando iban por all, pero eso lo haca noms por
las desgraciadas dudas; no fuera a ser que me fueran a
fregar como a muchos otros. Vieras cunto estropicio han
hecho todas las tropas federales; as nunca van a acabar
aquello. A mis pobres viejos los dejaron sin jacal, se los
quemaron estos tales; a un hermano mo se lo echaron. A
muchos del pueblo los colgaron.
Y a ti, cmo te agarraron?
Pos as, como dicen que le cayeron al Tigre de Santa
Julia; alguien me ech de cabeza y yo ya me supongo
quin ha de ser, y algn da me la ha de pagar. Y lo que
ms coraje me da es que me aigan metido a este batalln
que tantos males ha hecho en mi tierra. Para que ms me
arda, me meten de compaero entre los mismos que menos puedo ver. No le hace; tambin don Emiliano fue soldado federal.
Tambin?
Cmo n o ! ; soldado de caballera del 9o. Regimient o ; ha cargado el np^user y sabe lo que es todo esto.
Y qu tal es-l?
Buena gente: con unos bigotes as de grandes; siempre bien vestido de charro y montado en buenos caballos.
Dice que a todos nos tiene que dar nuestra tierra, que ya
basta de que noms los ricos sean los gananciosos.

TROPA

V I E J A

189

Y t lo crees?
Yo no creo nada, pero la verdad es que Madero nos
tanti diatiro. Noms lo subimos y si te he visto no me
acuerdo. No hay derecho. Por eso don Emiliano anda en
el monte; le cay muy mal la tanteada y ai anda viendo el
modo de defenderse como puede: a veces pelea, a veces
corre. Qu va a hacer si no tiene a r m a s ? ; ni modo que
se ponga frente a frente con los federales; no es tan
tarugo y ms que ya los conoce y les sabe sus maas.
Por ai anda entre los cerros y entre los matorrales criando sangrita y cuando puede dar un golpe lo da. Yo lo
nico que siento es que a lo' mejor cualquier da me va
a tocar a m echarles tiros a los que son mis paisanos y
compaeros.
Qu remedio, aqu caminas o cabresteas.
Ni s qu hacer.
Aguantar, vale, aguantar noms; qu remedio!
Aquel Simn Lpez pareca ser el ms "leido" de entre todos los reclutas sureos; a lo mejor fue antes cabecilla de ellos, all en el monte. Todos le decan "Don Simn", as como l, a su vez, les deca a los cabecillas de
la revuelta: don Emiliano, don Eufemio, don Genovevo.
Entre los soldados ms viejos, estaba uno que le decan
"El Barretero", con todas las maas de los que ya tienen
tiempo en el servicio; no haba pasado de soldado raso a
pesar de tener ya dos reenganches; deca que en sus buenos tiempos haba sido minero, como aquel mi difunto
compadre Carmona, pero qu diferencia! Aqul era hombre cabal y este otro era maoso, ratero y mariguano empedernido.
A otro soldado de la misma escuadra le decan "El
Tlacuache", seguro sera porque tena el hocico muy parado y era prieto como l solo. Uno rechoncho, entenda
por el apodo de "Melencu" y nadie saba qu quera decir
aquello y a qu vena aquel sobrenrirbre.
El sargento Prudencio Lpez y el cabo Doroteo Mendoza, eran como todos los cabos y todos los sargentos:
golpeadores, mal hablados y abusadores con los de abajo.
Muy parecido aquel 24o. al 9o.; todos los cuerpos de
seguro estaban cortados con la misma tijera.

190

FRANCISCO L. URQUIZO

Aquel era mi cuerpo y all tena que estar hasta cumplir la condena. Decan que era un batalln ameritado que
haba hecho muchas campaas y que en tiempos lejanos
haba sido su jefe el general Lauro Villar, cuando le
decan, de apodo "El Capitn Remington". Era el mismo
que haba ido a los campos de Morelos a quemarles los
jacales a los zapatistas.
Aquel era mi cuerpo y dentro de l tena yo que seguir
marcando el paso, hasta que Dios fuera servido.

IV
Cuando lleg la Compaa a la Prisin de Santiago
Tlatelolco, ya haban salido de la Aduana casi todos los
carros de pulque y slo uno que otro rezagado sala por
el portn de rejas, cargado de barricas repletas de licor,
hasta los topes.
El sol brillaba ya alto y calentaba amoroso a los centinelas encapotados del presidio, como para resarcirlos de
la desvelada fra de la noche anterior.
Ya nos esperaban los compaeros del "14", formados
en lnea desplagada, a la derecha de la puerta principal.
Los cornetas, entrante y saliente, tocaron el acostumbrado
"Paso redoblado"; se saludaron con las espadas los oficiales de las dos fuerzas y fuimos a colocarnos tambin en
igual forma que la tropa saliente, a la izquierda del Cuerpo de Guardia.
El relevo se haca all, ms minucioso que en cualquiera
otra guardia de las de la Plaza. Era un largo cordn de
centinelas y vigilantes apostados, que tenamos que relevar. Adentro, en la prisin, decan los veteranos que haba
no menos de trescientos encausados, algunos de ellos peligrosos y de cuidado.
La consigna era' dura: riada de contemplaciones, a la
menor tentativa de' huida de cualquier preso: fuego!
Las diez primeras hileras, con dos sargentos y cuatro
cabos, entraron desde luego de servicio. Se fueron los

TROPA

V I E J A

191

compaeros del " 1 4 " a su cuartel, y los que quedamos


sin servicio inmediato, entramos a la prevencin a colocar
nuestras armas en el banco aplomado, de vieja madera.
Los oficiales se fueron al poyo de afuera, a platicar
o a leer los peridicos de la maana, que acababan de
salir y que voceaban escandalosamente varios chiquillos
desarrapados. Los de tropa quedamos adentro apiados en
los camastros de la Prevencin, que todava conservaban
el calor, el humor y la peste de los soldados que acabbamos de relevar.
Apenas entramos, all, Godnez frunci las narices y
dijo:
Yo creo que estos del " 1 4 " apestan ms que nosotros. Qu comern que dejan tan malos aires?
Es que t no te has olido.
Ser eso, o ser que ya me acostumbr.
Bueno, y aqu en este carbn cuarto, nos van a
tener encerrados todo el da pregunt, pues hasta entonces nunca me haba tocado hacer aquel servicio y slo
lo conoca por vagas referencias.
Esprate noms me dijo riendo "El Melencu".
Ya vers lo que es canela y lo redobladito que se viene el
golpe. Noms te digo que, dentro de un rato, vas a ver
con gusto que te dejen estar aqu un momento para descansar. Y lo duro no es el servicio, es que hay que estar
muy aguzado porque por nadita as, de centinela vas a
parar en preso. Aqu est uno siempre en un hilo.
Y qu conque estar preso!, poca diferencia habr
de ellos a nosotros.
Poca, s; pero a estos presos los tienen a medio chivo
y el rancho que les dan es pior quel de nosotros.
P i o r ? , pos qu es posible que pueda haber algo
pior?
Ujule!, ya lo vers al medioda: atole, frijoles, dos
tortillas y se acab. El atole est acedo, los frijoles con
gorgojos y las tortillas nejas, y todo o lo comen o lo dejan.
Estos pobres hombres ya no tienen ni vieja que los remedien en algo; se les han ido p o r q u e . . . pos qu van a
hacer con un real diario?
Me lleva!. . Siempre hay alguien pior que uno.

192

FRANCISCO L. URQUIZO

En el cuarto estbamos apretados. Cmo ira a estar


aquello en la noche, a la hora de dormir?
Unas ventanitas muy altas y bien enrejadas, apenas
dejaban entrar una poca de la luz del sol maanero; apenas la suficiente para mirar revolotear el polvito tupido
del cuarto y para mirar los letreros y los monos pintados
en las paredes.
Como siempre, dnde haba de faltar?, all estaban
las mentadas de madre y las malas razones de los compaeros de otros cuerpos.
Todo eso es lo que dice mi teniente Ruiz Lpez que
es el "espritu de cuerpo": ponderar que nuestro batalln es
el mejor, que todos los dems les vienen flojos; insultar a
los otros, y despus, cuando ya no haya ms que decirles,
entonces entra el "espritu de compaa"; las peleas y los
insultos entre los de la primera y los de la segunda, o entre
los de la tercera y los retaguardiados de la cuarta. Por si
fuere poco, siguen todava las diferencias entre las secciones de cada compaa, y entre los pelotones, y entre las
escuadras, y por ltimo, hombre a hombre de uno por uno,
en cuanto se pasan unos tragos de ms o se les dan dos o
tres chupadas a la mariguana. Parece mentira y creo que
es la condicin de todos nosotros: todos estamos amolados
igualmente y en vez de avenirnos unos con otros de buena
manera, nos insultamos y nos peleamos en cuanto podemos
hacerlo.
"El Tlacuache", que tambin vea como yo los monos
y los letreros del cuarto, pidi presuroso:
A ver!, quin tiene un lpiz pa contestarles aqu
mismo a estos hijos de la tal, del "14"?
No falt quien le prestara el lpiz y se dio vuelo pintando cochinadas y palabras de las fuertes. Era "El Tlacuache" el que mejor escriba de entre nosotros, haciendo
a un lado al sargento Rodrguez; pero le faltaba inspiracin.
Mientras l dibujaba los monos y las letras nuevas, todos le aconsejbamos; ponles esto, ponles l'otro; refrscales lo ms podrido; diles que a nuestro " 2 4 " le sirven los
del " 1 4 " para lo de ms all; ponle algo que les arda.

TROPA

V I E J A

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Despus de mucho dibujar en la pared, "El Tlacuache"


dej perpetuada la expresin de nosotros los del " 2 4 " respecto a los compaeros a quienes acabbamos de relevar.
Deca as el letrero: "Tizne a su madre el Catorce y el
que se pique, son quince". Despus de las letras seguan
una bola de monigotes encuerados y miembros viriles arrogantes, todo ello como obsequio a aquellos que nuevamente iran a aquel mismo cuarto en que estbamos, al da
siguiente. Ya se encargaran ellos de leer a temprana hora
nuestro mensaje y era seguro que no andaran tardos en
dejarnos a su vez escrito algo, all mismo.
Afuera del cuarto de la prevencin, era un trajn agitado. Los centinelas de la puerta grande, no se daban abasto gritando a cada momento: cabo de cuarto!, cabo de
cuarto!, cada vez que alguien deseaba entrar a la prisin.
Por la puerta entraban y salan ordenanzas con oficios de
los juzgados, escoltas custodiando presos o viejas con canastas para sus hombres detenidos. El sargento y los cabos
de servicio se daban vuelo esculcando a las mujeres para
impedir que introdujeran mariguana o chnguere.
Nosotros curiosebamos desde la puerta de la prevencin aquel batiboleo tan tupido.
Mira al sargento Lpez; noms le brillan los ojitos
cada vez que le mete mano a una vieja.
Claro!, las compara con el redrojo que l tiene.
Pero, mralo cmo se esmera en esculcar a las ms
buenas mozas.
Pos a la gea si va a perder el tiempo con las veteranas.
^ N o ; sas se las deja a los cabos, por algo tiene en
las mangas una cinta colocada ms.
A las dos horas, me toc entrar de centinela, junto con
otros compaeras ms. Me toc en turno un puesto ms
o menos tranquilo, en la reja que da al interior del patio
de la tropa encausada. El centinela saliente me entreg el
puesto al rezarme al odo toda la letana de consignas y
me dijo disimuladamente:
Ponte chango con aquel ensarapado que est all;
siempre anda queriendo conchabarse a los centinelas para

194

FRANCISCO L. URQUIZO

que le dejen entrar yerba; no te dejes enredar, que es


rnuy labioso.
Efectivamente, apenas se fue el cabo con el saliente, se
me acerc el ensarapado a la reja y empez a platicarme
como si me conociera desde mucho tiempo atrs. Estaba
todo greudo y bigotn; andaba descalzo, deshilachado y
lleno de mugre.
Quibole, m a n o ! ; aqu siquiera ests ms descans a d l o y entretenido que en la puerta de afuera o en la
azotea. Ora te toc buen da; ya sabes por qu, verd?
Me le qued viendo sin contestarle, temeroso de que
llegara el cabo
Se conoce que eres nuevo, mano. No hace falta que
me digas nada; ya conozco yo el rol). Imagnate, quince
aos de sardo, y cinco entradas en esta prisin! Qu no
sabr! Me llamo Santiago Quiones y me dicen por mal
nombre "Tiagonones". Yo era del Once, de los "Tiznones
del Once". Aqu tengo para un rato largo; se me fue la
mano con un cabo de mi compaa y lo desgraci y me
desgraci tambin yo. Me quieren ajusilar, qu te parece
noms? La verd es que yo no estaba en mi juicio; haba
chupado un cigarro con la yerba y en mala hora me
dieron despus un trago de mezcal. Me puse hecho un
veneno y de buena suerte que noms me ech a uno, porque como estaba, era pa haber acabado con todo el rondn
que me echaron a meterme al orden. Ves a aquel que est
all agarrando sol?, aquel del capotito rabn?, tambin
hiri a un sargento, pero es que el otro tambin lo traiba
de encargo y lo tena agorzomado a golpes. A ese no lo
ajusilan; a m puede que s.
El hombre hablaba y hablaba tratando de ganarse mi
confianza o por lo menos mi simpata. Para m era interesante su, conversacin. Por lo menos, por su boca me enteraba de todo lo de la prisin.
Hay otros diez o doce que tambin estn aqu por
insubordinados, pero sin llegar a las vas de hecho, como
le dicen cuando llega a haber sangre. Y en cambio, mira
all ariba, todos aquellos que estn all, asomndose a las
ventanas, son jefes y oficiales: esos estn al revs de nosotros: esos estn casi todos por abuso de autoridad. Lo

TROPA

V I E J A

195

mismo la yerra uno de abajo pa arriba, que de arriba pa


abajo. All en aquel otro lado, en aquellas ventanas altas,
es el departamento de los generales. Ora no hay ms que
uno preso, pero es de los buenos; es el general Bernardo
Reyes. A juerza lo has de haber odo mentar; fue Ministro
de la Guerra y fue aquel que hizo a los reservistas. Le tienen su recelo; es chaparrito, pero creo que muy tompiatudo.
"Yo, aqu abajo, entre la tropa, soy el amo. A m no
hay quien me grite aqu. A todos los tengo debajo a puros
carambazos. Aqu, de la reja pa dentro, mando yo, noms.
Mi trabajo me ha costado dominar a los que estaban presos, cuando yo llegu y a todos los que van entrando despus.
"Aqu no se est mal. La verd es que estoy mejor que
en el cuartel. No hago servicio ni tengo encima a los cabos; me convidan todos de las canastas que entran y no
me falta un trago, ni una chupada de yerba de vez en
cuando; ni tampoco una refocilada con mi vieja o con las
que vienen aqu a hacer el comercio, los-das mircoles.
"Por eso te deca yo que ste era buena da, porque es
mircoles hoy, y en la tarde tienen entrada libre todas las
pizcapochas que vienen con nosotros, cada ocho das."
No pude menos de asombrarme de lo que oa en la
charla del hombre aquel y aprovechando que el cabo estaba platicando con uno de los ordenanzas, le pregunt a
"Tiagonones":
D e modo que ora en la tarde van a dejar entrar
mujeres de la calle, all adentro, con ustedes?
Claro que s ! ; esa es la costumbre desde hace tiempo. Dentro de un rato, ya cercas del medioda, cada quien
comienza a arreglar su camita, all en las cuadras, o a poner paredes con peridicos o con cobijas para reposar con
las visitas. Tambin a los jefes y a los oficiales los vienen
a ver, ya vers; sas son ms elegantiosas; traen medias
caladas y zapatos con tacn y hay unas q u e . . . que les rezumba. Esas les han de cobrar no menos que unos dos o
tres pesos.
"Dicen que ms antes no entraban las mujeres aqu, y
que en el rancho echaban alcanfor y quin sabe qu otras
tarugadas, para que a la gente no le dieran ganas de mu-

196

FRANCISCO L. URQUIZO

jer. Creo que se estaba volviendo esto una bola de maricones y cuarenta y unos y pensaron con acierto, que el
Ejrcito siempre es el Ejrcito, est como est; y que era
mejor que tuvieran entrada libre las pizcapochas que n o
se fuera a volver esto un baile de la Coyuya o algo as.
As est muy bien, para nosotros y para las mujeres; para
ellas mejor. Hay viejas que en la pura tarde se llevan hasta sus cinco pesos. Qu te parece? Estoy seguro que a lo
mejor sacan ms de aqu de entre la tropa, que de los
oficiales.
"T ya sabes que esos "arregladitos", sobre todo los
tenientes, muchachitos perfumados, siempre han sido mantenidos de las "pizcas" de los burdeles buenos. Estoy seguro que no les cobran, antes creo que ms bien les han de
dar algo. Yo conoca a un teniente gerito de mi batalln
que andaba mejor vestido que el coronel. Se traa de la
cola a dos o tres viejas; una de ellas creo que era duea
de una casa, le daba cuanto quera, y le adivinaba el pensamiento. Qu buenas canastas de comida le mandaba cuando estaba de guardia! Buenas hartadas me daba yo con las
sobras, cuando era su asistente.
"Voy por all adentro; orita vuelvo. Ah!, oye, dentro
de un rato va a venir mi vieja con tantita yerba muy bien
escondida; hazte tarugo para que me la meta, que me est
haciendo muncha falta. No me digas nada; si quieres me
la dejas pasar y si te pones gordo, pues ya vendr otro
ms riata. A m, de cualquier modo, no me ha de faltar
qu chupar y menos ora que's mircoles".
"Tiagonones" se fue a seguir conversando, seguramente con los otros reclusos.
En el centro del patio, sobre el borde circular de cemento de lo que posiblemente haba sido una pila para
agua, varios presos, de los de tropa, sentados, tomaban el
sol. Arriba, en el segundo piso, tras de las rejas de las
ventanas que daban al patio, pasaban pausadamente los
oficiales-procesados que seguramente distraan el tiempo
caminando incesantemente, de un lado al otro del corredor
de sus celdas.
A poco rato, el corneta de guardia toc "rancho" y
desde luego, la tropa presa se aline en el patio, provista

TROPA

V I E J A

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de sus escudillas de hojalata. Seis rancheros salieron de la


cocina llevando el alimento. Un cabo de presos, chirrin
en mano, haca la distribucin de la "de adentro". La tropa desfilaba, igual que nosotros en el cuartel, aprontando
sus trastos delante de los peroles, que humeaban sabroso.
Escaso "forraje" para los detenidos: un cucharn de atole,
uno de caf aguado y dos tortillas nejas. Cada uno de los
presos fue a sentarse en cuclillas a comerse despacio la
escasa racin. Apenas lo necesario para no morirse de
hambre.
Todos ellos estaban sucios, greudos, y muchos andaban casi en cueros, cubrindose el cuerpo con una rala cobija de las del desecho del equipo.
Las canastas que mandaban algunas viejas de los ms
afortunados, comenzaron a llegar. Los canasteros, presos
escogidos de buena conducta, llevaban tres o cuatro canastas en cada viaje, ya bien revisadas, desde la puerta principal, por el sargento y el cabo del primer turno. El cabo
Mendoza, de mi puesto, todava le daba otra revisada ms
a los jarros y a las cazuelas, picando los trastos con su
marrazo, por si algo se le hubiera escapado a los de la
puerta.
Comenz el gritero de los canasteros:
Ese Pedro Lpez, a la reja, por su canasta!
Ese Lorenzo Retes, a la reja!
E s e Liborio Jurez!
Cada uno de los que llamaban, ocurra a recoger su
canasta y se iba a consumir su contenido a algn rincn
del patio. Con aquello que les llevaban de fuera, completaban su sustento, los que podan hacerlo; los que tenan
vieja que pudiera conseguirse la vida por all afuera, haciendo su lucha para vivir y para llevarle alguna cosa de
comida a su hombre.
Cuando lleg la canasta del "Tiagonones", llam al
cabo de cuarto.
Qu ocurre?
Tenga usted cuidado, mi cabo; en esa canasta puede
ir algo de yerba; me dieron de consigna que vigilara bien
todo lo de ese amigo. Dicen que es mariguano, de los meros.

198

FRANCSCO L. URQUIZO

Ya lo conozco. A m no se me pasa nada.


El cabo revis con escrpulo y dej pasar la canasta.
El "Tiagonones", que ya la estaba esperando, me cerr
un ojo y le dijo descaradamente al cabo:
Est seguro, mi cabo, de que no trai nada?
Seguro. Pasa.
Bueno, pues que conste, eh?
Se meti con su canasta para adentro de la cuadra
de la tropa y se entretuvo all mucho rato; ya cuando me
estaban relevando de mi cuarto, se acerc a la reja a devolverla con los trastos vacos. Tena los ojos colorados
y parece que ya no tena ganas de hablar, como antes.
Me toc despus un turno de vigilante, junto del banco
de armas. Despus, algo de descanso en la prevencin. Dos
o tres escoltas conduciendo presos a los juzgados y en el
turno de la tarde, entre cuatro y- seis, volva otra vez de
centinela a la reja interior; el cabo Mendoza tambin estaba en mi turno.
Casualmente me tocaba la hora animada de aquel da
mircoles: la llegada de las mujeres que iban a hacer visitas carnales a 'sus hombres o simplemente iban a hacer su
lucha entre los presos, a ver quin haba juntado algo de
centavos y quera gastarlos a cambio de un rato d e gozo.
Noms le brillaban los ojos al cabo Mendoza y se relama los bigotillos al pensar que iba a pasarse un buen
rato manoseando a las pizcapochas que iban a llegar. Ya
tena instrucciones del sargento de esculcarlas bien, para
que no fueran a meter mariguana entre las ropas. Yo me
puse chango aunque fuera para ver desde lejos las vaciladas del cabo con las mujeres en el cuartito cercano, en
que las iba metiendo para el esculque.
La-primera en llegar fue una gprdita pantorrilluda, con
medias color de rosa y zapatos bayos; cchetoncita y con un
diente de oro. Llevaba en la mano la boleta del pase de la
direccin.
Psale aqu, al cuarto, para ver qu llevas le dijo
el cabo.
Y o ? , qu quere que lleve?, noms lo que tengo.
A ver!, a ver; veremos.

TROPA

V I E J A

199

Al poco rato salieron; ella componindose la ropa y l


muy colorado.
Pasa!
La reja se abri y entr la mujer rezongando:
Diablo d cabo, tan sobn!, me registr todita.
Despus llegaron dos juntas: una descalza y otra retinta, cabos prietos, toda desgreada. Entraron al cuarto
con el cabo. Se oyeron risas y maldiciones.
Pasan las dos!
Ai donde ves me dijo el cabo al odo la pretota no est mala; tiene unas piernas que parecen troncos
de rbol.
Ay, mi cabo!, qu vacilada est usted dando!
Pos, si no es ora, cundo?
Y no llevan nada?
N a d a . . . bueno; la descalza puede que lleve hartos
piojos.
Lleg una rezongona, mascando chicle.
Psale pa dentro, mi alma, pa darte una registradita.
A poco es usted el consejo, o qu?
Anda, anda.
A m no me registra nadie de balde.
Entonces, no entras.
P o r qu?, adis!, vaya! No es la primera vez que
vengo a hacer mi lucha.
Si no te dejas registrar, no hay paso.
Me lleva la tristeza! De cundo ac tanto aspaviento ?
Entras o n o entras?
Me canso de entrar con los presos.
'Primero tengo que registrarte, all adentro.
Y pa qu tanto misterio. Mire, no llevo nada.
Se levant las enaguas all mismo y nos ense a todos
los presentes cuanto tena.
^Pasa, pasa!
Lueguito la arrebat-uno de los presos y' carg con ella
para la cuadra.
Llegaron tres juntas, muy emperifolladas y elegantes;
i b a n ' a visitar a los oficiales del segundo piso.'El pase que
llevaban las pona a salvo del registro.

200

FRANCISCO L. URQUIZO

Mira lo que son las cosas: a estas curras s me gustara registrarlas bien. Te fijaste qu bien huelen y qu
bien vestidas van?
S, mi cabo, pero esas pulgas no brincan en el petate
de la tropa.
Estuvieron llegando ms y ms. Se completaron como
unas veinticinco cuzcas de todos pelos; unas regularcitas
y otras deatiro redrojos.
El cabo ya no se aguantaba de tanto manoseo. Yo estoy
seguro de que con una de aquellas se entretuvo ms de la
cuenta y desahog sus deseos mal contenidos.
All en el interior de la prisin, todo era tranquilidad
aparente; el patio estaba casi vaco d e presos, pues la mayora estaba en las cuadras refocilndose con las mujeres
o echando verso y vacilada.
De pronto, cuando menos lo esperbamos, se form un
escndalo en la cuadia de la tropa. Se oyeron gritos y salieron corriendo por el patio muchos presos y mujeres.
Q u pasa? grit el cabo, desde la reja.
Ai viene!, ai viene! gritaban azorados los presos, corriendo por todo el patio.
Auxilio!, guardia!; auxilio!
Las mujeres chillaban y queran salir atropelladamente
por la reja; los presos corran desaforados.
Q u pasa, con un demonio?
Un mariguano, que ya mat a uno y anda con un
cuchillo, queriendo echarse a otros ms.
Auxilio!, djenos salir.
Cabo de cuarto!
Acudi el capitn en persona; la guardia se puso sobre las armas; rpidamente se reforzaron las azoteas; el
corneta de guardia toc "generala" y se present al poco
rato el coronel, jefe de la prisin. Se oyeron los ruidos de
cerrojos de los museres y las caras de todos estaban plidas.
A todas las mujeres se les dio salida pronta, mientras
que en el patio, el mariguano, que no era otro que el "Tiagonones", cuchillo en mano, correteaba a los presos, que
asustados corran en todas direcciones. Pareca un toro

TROPA

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201

furioso; saltaba, corra y bufaba con los ojos colorados y


con la boca llena de espuma.
A un pobre, que al correr se resbal, le dio una pualada en la barriga y lo dej all muerto.
Entraba por la cuadra, sala al patio, se encaramaba
por las rejas de las ventanas, y volva a entrar de nuevo a
la cuadra y a salir otra vez, corriendo siempre, cuchillo
en mano, detrs de sus compaeros que le huan muertos
de miedo.
A uno que no poda correr ligero porque le estorbaba
la cobija o porque tendra los fros, lo tir al suelo de un
golpe en el pecho; cay en el mero borde de la pila seca.
El mariguano, encorajinado, se le ech encima y lo cosi
a pualadas. Noms veamos entrar y salir el cuchillo en
el cuerpo de aquel infeliz.
Todo pas en un momento.
El coronel me grit, casi en las mismas orejas:
Hgale fuego y mtelo!
Apenas me daba cuenta de lo que haca; tan asombrado
as estaba.
Met el fusil por entre los cuadros de la reja; volte
la aleta-; apunt apenas y jal el gatillo.
El "Tiagonones", herido, cay sentado en el interior
de la pila seca.
Volv a cargar.
Otros compaeros,'desde la azotea, ya estaban tambin
apuntando. Casi al mismo tiempo, disparamos diez o doce
balazos.
El mariguano se qued acostado, muerto, junto can el
pobre encobijado.
Sali un suspiro muy grande de alivio, de toda la prisin.
Fue renaciendo la-calma poco a poco. Una escolta entr a la prisin a meter orden entre los presos y a hacer
un esculque de armas; salieron muchas chavetas y "puntas".
Los. ambulantes que haban llegado a toda prisa en un
carro, recogieron a los muertos y a dos heridos que encontraron en la cuadra de la tropa. El capitn, comandante de la guardia, ayudado por los tenientes, se puso a levantar el' acta de los hechos en el cuarto de la prevencin.

202

FRANCISCO L. URQUIZO

Me relevaron de mi puesto, para que fuera a declarar.


Una bola de preguntas y un relato muy grande de lo que
pas, apenas en un instante.
Despus, las conversaciones con los compaeros francos.
Dnde mero le metiste la bala?
N o te tembl la mano?
^ L o que es la yerba, revuelta con margallate!; quin
le iba a decir al "Tiagonones" que haba de acabar ajusilado, como un perro del mal!
Nadien sabe en dnde estaca la zalea.
Ya tienes que contar, mano, porque esa muerte la
debes t.
Yo la verdad, no saba ni qu contestar a tanta cosa.
Pas todo tan de prisa que casi ni me acordaba de cmo
fue el suceso
La tarde se hizo larga. Apenas prob la comida que me
llev la vieja; tena un nudo en el estmago y una inapetencia como si estuviera enfermo. Por todos lados se oa el
cuchicheo de los que hablaban noms de los muertos.
En los rboles de la plaza de enfrente todava se vea
el sol y adentro de los paredones, ya casi estaba oscurecido.
Si vieras, mano me dijo el "Tlacuache" qu grandes son las tardes aqu, en la prisin. Parece que nunca se
va a meter el sol; como si tuviera una pachorra de esas
que ya ni se usan. Pa los pobres presos y pa sus custodios,
cada da es como si fuera una semana entera. De aqu a
que se mete el sol y llega la noche, pasa una eternidad.
All en el cuartel de artillera de la esquina, tocaron
"llamada de banda" y a poco rato "lista de seis".
Nuestro corneta de guardia tambin toc "lista", primero afuera y despus en el interior de la prisin. Hasta
donde yo estaba se oan los gritos de los presos que respondan a sus nombres:
Preeesente. . . preeesente. . . sent. . . esente. . . Sent!
Parte:
"Guardia, sin novedad. Prisin: cuatro muertos y dos
heridos."
Otro jaln de tiempo largo y pasmoso, desde las seis
de la tarde hasta el toque de retreta. La prisin ya oscura,

TROPA

V I E J A

203

lbrega y slo los foquitos de luz como lucirnagas sembradas en la noche. Los soldados, envueltos en las sombras, parecan negros africanos y el centinela de la puerta
pasendose siempre, siempre, como un perrito amarrado,
en todo lo largo de su cadena.
Cmo duraba el tiempo entre la "retreta" y el "silencio"!
Cuando toc la corneta el ltimo mandato del da, pareca como si estuviera llorando su "silencio", largo, largo, largusimo, por los muertos y por los pobres prisioneros. Como si" bostezara, como si tuviera mucho sueo y
unas ganas muy grandes de dormir, pero de dormir mucho, mucho; para toda la vida.
En el primer cuarto de la noche fui destinado para
un rondn. Al recorrer los puestos de los centinelas, me
pareci la crcel ms grande de lo que seguramente era.
Qu muros tan pesados; qu barrotes de hierro tan gruesos; qu triste casern, lleno de penas!
Parecamos los rondines almas en pena recorriendo el
penal, mientras all abajo, en las cuadras, dorman los presos amontonados, con las luces encendidas como era de
rigor.
Comenz la letana de siempre, de correr la palabra:
Uno, alerta!
Dos, alerta!
Tres, aaalerta!
Y as, hasta el nmero catorce, y despus los rondines
y los vigilantes. Y apenas acababa de cantar el ltimo nmero, daba comienzo el primero.
Toda la santa noche fue gritar y vigilar, a veces de
centinela, a veces de rondn, a ratos de vigilante. Y en el
curso de la noche, el jefe de da, los capitanes de vigilancia, el capitn de guardia, el comandante de la compaa
destacada, el coronel jefe de la prisin, los oficiales, los
sargentos, los cabos; una plaga enorme de gente dispuesta
a no dejar cabecear al pobre soldado de guardia en la
prisin.
Al amanecer, el frillito de la madrugada, entumecedor
y endemoniado. Las orejas y las narices como si fueran de
hielo; los dedos engarabitados en el guardamonte del mu-

204

FRANCISCO L. URQUIZO

ser y los capotes azules delgaditos, que no cobijan nada.


Calienta ms como deca el sargento una mentada de
madre.
El gritero de los alertas, el fro, un malestar de crudez
en el estmago y las estrellas brillando y parpadeando muy
hondas adentro de la noche negra, negra.
Todava con las estrellas muy altas, pas por la calle
solitaria, rechinando en el empedrado, el primer carro de
pulque con direccin a la aduana. Se oan los chicotazos
y las malas razones de los carreros, revueltos con el rechinar de los ejes y con el rodar de las ruedas sobre las piedras boludas de la calle. Las muas tiraban cansadas del
armatoste lleno de barricas, como los pobres soldados tirbamos tambin del fusil y del equipo, y del fro y de la
desgracia, que nos encadenaban de igual manera que a los
animales.
Pasaron otros carros; se fueron las estrellas a dormir
y lleg la vieja del puesto de hojas.
Qu bien sabe un jarro de hojas calientes con refino,
despus de una desvelada!, se siente como un consuelo; el
alma que llega al cuerpo; un calorcito suave que baa por
dentro y que nos da nimo y vida, mientras que aparece el
sol.
La diana alegre; el da que llega.
Y al poco rato, el relevo; otros que van a comenzar la
misma jornada que acaba de pasar.
Cuando, ya de regreso al cuartel, dejamos las armas y
fuimos a descansar a la cuadra, se me acerc el "Barreter o " y me dijo:
Ya me contaron que te toc matar a un mariguano,
all en Santiago.
S, hombre, vieras noms qu pena tengo.
P o r qu?
Por eso, porque-debo yo esa muerte.
Qu lstima y que no me hubiera tocado a m!
T e Tiubiera gustado?
Claro, hombre!, claro! Se'ha- de sentir bonito matar a alguno y que no le pase a uno nada.

TROPA

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205

V
Estaba saliendo el mes de enero de 1913 y casi todo
nuestro 24o. Batalln sali a destacamentos, fuera de la
capital. Se fueron todos aquellos indios y el zapatista Simn
entre ellos. Al capitn Bruno Gloria, que haba ascendido
y estaba recin llegado a nuestro batalln, tambin le toc
salir. Por cierto que con su buen carcter se haba granjeado ya la buena voluntad de toda aquella gente con quienes ahora iba.
Nada ms nos quedamos unos sesenta hombres con h
matriz del cuerpo en nuestro cuartel de San Pedro y San
Pablo, a las rdenes del jefe del detall, mayor Casto Arguelles y del capitn segundo Pompilio Aldana. Nos quedbamos nosotros para recibir reemplazos y completar la
fuerza de las otras compaas.
Escaseaba el servicio y apenas cubramos el de la guardia de prevencin, dedicndose toda la" tropa sobrante a
hacer ejercicio diario a tardes y a maanas, para entrenar
a los reclutas recin ingresados. La vida estaba llena de
aburrimiento, se notaba una calma grande en todas partes,
pero, al mismo tiempo, se tena el presentimiento de que
aquello no poda durar. Dicen que la gente de mar presiente el huracn aunque las aguas estn en calma, y as ha de
ser. Los pensamientos de la gente alebrestada bullen el viento y llevan indicios hasta a aquellos que nada saben; barruntos, sospechas de algo que puede suceder y que ya se
est tramando.
Fuera de aquel malestar que se adivinaba, yo viva
feliz, en lo que puede ser, con mi Juana.
Qu diferencia de sta a aquella Chata Micaela! En
nada la extraaba yo. Esta no tendra la experiencia de la
otra, pero era ms mujer; le rendan ms los centavos y
me daba ms gusto; hubiera yo querido ser libre y vivir
con ella como viven los matrimonios, como Dios manda;
aunque fuera en un jacal de los ms pobres, en lo alto de
algn cerro, o en lo espeso de un monte. Con qu gusto la
hubiera visto hincada enfrente de un metate echando tortillas o atizando las brasas del fogn. Ella no era para la

206

FRANCISCO L. URQUIZO

vida del cuartel, ni yo tampoco; nos hicieron torcer nuestro camino y as nos encontramos; algn da habrn de
cambiar las cosas; no hay mal que dure cien aos y todo
tiene su fin. Algn da dejaramos de or el toque alegre
de la "diana", que para nosotros era triste, porque indicaba que nos habamos de separar, despus de pasar la
noche acurrucados, muy juntos debajo de la misma cobija.
Ya no tendra ella que estar pendiente del toque de "media
vuelta" del medioda, ni la manosearan los cabos y los sargentos en cada entrada al cuartel. Algn da dejaramos
de ser como animales para convertirnos en gentes. No ms
mariguana para 'olvidar las penas, no ms mezcal para entonar el cuerpo, no ms cargar la mochila y el fusil.
Qu bien ha de ser aquello de poder decir: "Hoy no
tengo ganas de trabajar y no trabajo"; "maana me quedo
acostado hasta el mero medioda, porque as se me antoj a " ; "Juana, vamos para otra tierra, porque sta ya me
aburri". Qu bien disponer cada quien de su persona y
sentir la libertad! Con razn las gentes y los pueblos pelean por su libertad, por conseguirla y para no perderla.
Y despus de todo, con ser tan grande la libertad, se
puede convertir en cualquier cosa: un techo, para no
mojarse con las lluvias y para cubrirse el sol, una mujer
que se quiera, cualquier cosa que comer, y una lumbre que
arda y que caliente; con eso es suficiente y nada ms.
Dos aos me faltaban de servicio; dos aos y a vivir.
Tantita paciencia y aguantar con resignacin los malos
ratos, eso era todo; era medio camino recorrido ya, y se
poda pensar que lo ms malo haba pasado.
Cuando menos lo esperbamos, una maana tron el
cohete. Era el da 9 de febrero, domingo por cierto.
Apenas acabbamos de comer el rancho, despus de la
primera lista del da, cuando se present en persona y sin
anuncio alguno, el. comandante militar de la plaza de Mxico, general de divisin don Lauro Villar. Piocha larga,
fornido; cara de hombre resuelto y acostumbrado a mandar siempre; aunque anduviera vestido d. paisano, cualquiera que lo viera haba de pensar que aquel hombre no
poda ser sino un genera)

TROPA

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207

Habl con el mayor unas cuantas palabras de prisa, y


a toda carrera nos hicieron armar y nos municionaron a
doscientos cartuchos. En menos que el aire, estbamos ya
en la calle marchando camino a los trancazos.
En un momento corri la voz. Se haban sublevado varios cuerpos de la plaza; haba habido un cuartelazo y
tenamos que pelear, a los pocos minutos, con los mismos
de nosotros.
bamos al Palacio Nacional, que decan que estaba ya
en manos de los muchachos de la Escuela de Aspirantes,
que desde Tlalpan haban llegado sublevados y se haban
apoderado de l, desarmando a los del 20o. Batalln que
daban guardia en las tres puertas principales. Tenamos
que recuperarlo nosotros, aquellos sesenta hombres no muy
buenos que ramos nosotros, supuesto que llevbamos muchos reclutas faltos todava de experiencia.
En columna de viaje salimos a la calle y en vez de
agarrar por todas las calles del Reloj, para llegar ms
pronto al palacio, tomamos por las calles del Carmen, y
las del Correo Mayor despus, para caer en el cuartel de
zapadores de la calle de la Acequia. Aquel cuartel daba
al Palacio Nacional por la parte de atrs y estaba entonces
como quien dice desocupado, pues los zapadores estaban
fuera de la capital y all slo se alojaba por aquellos das
un escuadrn de Primer Regimiento de Caballera, a las
rdenes del teniente coronel Juan Manuel Torrea, que estaba de parte del Gobierno.
Apenas comenzaba a ser de da. A la cabeza de nuestra columnata iban el general Villar, nuestro mayor Arguelles, el capitn segundo y unos dos civiles, acompaantes
del general.
Entramos sin, ninguna dificultad al interior del cuartel;
en el patio estaban los del Primer Regimiento al pie de sus
caballos, con su teniente coronel Torrea, al frente de ellos.
Conferenciaron de prisa los jefes con. el general y de
seguro, acordaron el plan que tenamos que seguir y que
lo hicimos desde luego. Casi no tuvimos tiempo ni de pensar en nada y todo pas en un instante. Comenzbamos
desde ese momento a vivir de prisa; haba que obrar y ya

208

FRANCISCO L. URQUIZO

despus, los que quedaran con vida pensaran en todo aquello y platicaran muy largo sobre lo que haba pasado.
Nos orden el mayor forzar una puerta que daba del
cuartel de zapadores al jardn interior del palacio. La puerta estaba bien cerrada y fue menester casi romperla con
unas barretas que por all encontramos. Algunos compaeros subieron a la azotea a tomar posiciones y a cuidarnos
de cualquier ataque que pudieran hacernos los sublevados.
La tropa de caballera mont en sus caballos y fue a formarse "en batalla" en el Zcalo, enfrente de la tienda
conocida por el nombre de "La Colmena".
Franca la puerta, nos metimos con las armas embrazadas y listas para disparar; los jefes llevaban las pistolas
en la mano. Iba a comenzar lo bueno.
Nos habamos metido en la boca del lobo, pero llevbamos la ventaja de la sorpresa que les bamos a dar, ya
que les llegbamos por la retaguardia, por donde de seguro
no esperaban enemigo.
En un momento llegamos al Patio de Honor y mientras
un pelotn nuestro, al paso veloz, se echaba sobre la guardia de la puerta, compuesta todava por gente del 20o., y
los desarmaba, los dems seguimos al Patio Central y nos
hicimos de los pilares de la arquera. Haba all ms de
cien cadetes de infantera de los aspirantes; muchachos
todos ellos fuertes, resueltos y bien instruidos. Los tenamos a boca de j a r r o ; no iba a haber tiros perdidos all y
de seguro todos iban a dar en el blanco.
Sin embargo, no pas nada.
El general Villar, qu hombre!, se adelant l solo y
les habl a los muchachos rebeldes. No recuerdo cuntas
cosas les dijo, que logr lo que de seguro se haba propuesto. Les habl del honor militar, de la carrera, de la
patria y los muchachos aquellos noms le oan asombrados.
Cuando habla un general, el que es soldado obedece; no
importa que se le tenga por enemigo, siempre es un jefe y
la disciplina no se pierde en un mal rato, y si ese general
es del pelo y la presencia de don Lauro Villar, el triunfo
est seguro de su parte.

TROPA

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Primero les habl por la buena, los convenci, y despus, ya seguro de su dominio, les mand como saba
hacerlo.
A formar!; empabellonen, armas!
Los hizo desfilar, ya desarmados, hasta las caballerizas de palacio y all los encerr. El Palacio Nacional era
ya nuestro, pues los del 20o., ya con su jefe, el coronel
Morelos, que haba llegado all, volvieron sobre sus pasos
y se aprestaron a defender al Gobierno, junto con nosotros.
Otro general, Francisco de P. Mndez, segn supe despus que se llamaba, tambin se hizo presente al general
Villar en aquellos momentos.
El primer golpe estaba bien dado y no se haba disparado un solo tiro, gracias a la audacia y el valor del general Villar.
Dicen que las malas noticias vuelan, y aquellas corrieron como plvora encendida; los muchachos aspirantes
presos, los del 20o., o algunos curiosos, nos pusieron al
tanto de todo.
Se haba pronunciado en la madrugada casi toda la
guarnicin de Mxico; los aspirantes de infantera, desde
Tlalpan, haban ocupado a la fuerza los trenes elctricos y
se haban venido a Mxico, ocupando el Palacio Nacional
por sorpresa y sin resistencia alguna. Los de caballera se
haban juntado con las fuerzas con que estaban ya de
acuerdo sus jefes para dar el golpe y que eran, la artillera de Tacubaya, todo el Primer Regimiento de Caballera, menos el escuadrn que habamos encontrado de
zapadores a las rdenes del teniente coronel Torrea, y tambin el Primer Regimiento de Artillera del cuartel de la
calle de'la Libertad.
Toda aquella fuerza, mandada por el general Gregorio
Ruiz, se haba ido directamente a la Prisin Militar de
Santiago Tlatlblco, pues la tropa que estaba all de guardia, que era tambin del Primero de Caballera, desde luego haba hecho causa con los suyos. Pusieron en libertad
al general Bernardo Reyes y toda aquella columna, ya mandada entonces por este prestigiado general, se fue derecha
hasta la Penitenciara y all obligaron al director que pu-

210

FRANCISCO L. URQUIZO

siera tambin libre a Flix Daz. No haba habido tampoco ningn tiro. Estbamos hasta aquellos momentos ya en
guerra, pero sin tiros y slo a golpes de audacia; la bola
aquella tena que reventar muy pronto.
En la calle andaban los de la rebelin y era seguro que
iban al Palacio Nacional; nosotros estbamos listos: en la
puerta central, dos ametralladoras emplazadas, al mando
de un teniente gero y gordo de apellido Carazao, rodeadas de costales de tierra como trincheras, con sus cabos
sentados en los banquillos, listos para romper el fuego y
con todos sus sirvientes en sus puestos. En las banquetas
del frente del palacio, los del 20o. y nosotros los del 24o.,
pecho a tierra y todos dispuestos para la pelea; en el costado sur, enfrente de "La Colmena", el escuadrn del Primer Regimiento, pie a tierra y con sus caballos en mano,
tambin dispuestos a lo que viniera. Enfrente, entre la arboleda del Zcalo y hasta arriba del kiosco de la msica,
cientos de curiosos apiados como si fueran a ver una
formacin en da de fiesta patria.
Eran como las siete d la maana.
El enemigo apareci por donde menos lo esperbamos
y en una forma que ms bien parecan compaeros nuestros que gente que estuviera en nuestra contra. A lo mejor
aquella juanada ni saba que andaba ya en contra del Gobierno.
Fueron los del Primer Regimiento de Caballera los que
iban saliendo en columna de a cuatro por las calles que estn a un costado del Palacio Nacional que se llaman de
la Moneda; llevaban los sables envainados y las carabinas
en guardia. Avanzaban al paso tardo de sus caballos; al
frente de aquella fuerza iba su coronel Luis G. Anaya y
otro que despus supe que era el general Gregorio Ruiz;
iba vestido de gris y con sombrero ancho. Aquella fuerza
no pareca que llevara la intencin de pelear con nosotros;
ni siquiera nos daba el frente; salieron por las calles de
la Moneda como si fueran a atravesar el Zcalo y de pronto se detuvieron; la cabeza de aquella columna estaba casi
enfrente del kiosco.

TROPA

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El general Ruiz se separ de la columna y avanz al


tranco de su caballo con direccin a la Puerta de Honor.
Nosotros, los del 24o., estbamos precisamente all, pecho
a tierra y listos para romper el fuego. Avanz lleno de
confianza como si fuera a pedir la venia para entrar.
El general Lauro Villar, acompaado por el otro general, Mndez, por su ayudante, el mayor Malagamba, por
nuestro mayor Arguelles y por los dos civiles que le acompaaban desde antes, avanz a recibirlo.
Se encontraron como a una distancia de unos tres metros enfrente de nuestra cadena de tiradores. Clarito pude
or lo que dijeron.
Vamos a derrocar al Gobierno dijo el general
Ruiz. Usted debe unirse con nosotros. Contamos con toda la artillera y las fuerzas de la plaza; vienen detrs de
nosotros los generales Bernardo Reyes, Flix Daz y Mondragn.
El general Villar le contest:
Por ningn motivo defeccionara.
Rndase! grit Ruiz, queriendo echar mano de una
de las pistolas que llevaba en la cabeza de su montura.
-Quien debe rendirse es usted! Yo por ningn motivo faltar a mis deberes, ni traicionar al Gobierno del
seor Madero. Un militar no traiciona ni se debe meter en
asuntos polticos; yo me sostendr hasta perder la vida.
Rndase !volvi a gritar el general Ruiz, agarrando una de sus pistolas.
Rndase usted! grit ms fuerte el general Villar,
a tiempo que sacaba de su bolsa una pistola chica y le
apuntaba con su mano derecha al mismo tiempo que le agarraba el caballo por las bridas.
Dse preso! volvi a gritar el general Villar.
Y entonces todos sus acompaantes obligaron a la fuerza a bajarse del caballo al general Ruiz y bien sujeto le
metieron arrestado por la puerta central.
La fuerza sublevada del Primero de Caballera estaba
sin hacer la menor demostracin de amago para nosotros.
Han de haber estado sorprendidos por lo que acababan de
ver; de seguro que nunca pensaron perder a su jefe tan

212

FRANCISCO L. URQUIZO

fcilmente o crean que el general Villar haba de secundarlos a la primera invitacin que le hiciera.
Otra vez volvi a salir a la calle el general Villar acorn
panado de su gente. Apenas haban pasado unos cuantos
minutos.
Una nueva columna de rebeldes apareci de pronto.
Sala tambin de las calles de la Moneda, pero sta no sigui para el Zcalo, sino que avanz por la acera de Palacio pasando por enfrente mismo de las bocas de nuestros
fusiles. Iba al frente el general Bernardo Reyes, vestido de
paisano y montado en un brioso caballo retinto que manejaba muy bien; detrs de l iba un grupo de gente sin
formacin militar: paisanos y oficiales revueltos y siguindolo, como si fueran en una manifestacin o en un convite.
El general Villar, que estaba en la puerta central, se
adelant a recibirlo.
Aquello fue rapidsimo.
Rndase usted! ~^le grit el general Bernardo Reyes,
tratando de rodear con su caballo al general Villar para
aislarlo de su gente.
Quien debe rendirse es usted! -le contest nuestro
general y al verse amenazado con el caballo encima, nos
orden a nosotros.
Fuego!
Se desat la balacera de nuestros fusiles y traquetearon
las ametralladoras.
El caballo retinto del general Reyes se encabrit y lo
sac de la montura a tiempo que el fuego de una de las
ametralladoras le clare el pecho. Cay al suelo, bien muerto, y l caballo sali disparado por entre los rboles del
Zcalo.
En iin momentito se llen de muertos aquello. Nuestros
tiros eran seguros. De los que iban con el general Reyes
no qued ninguno; los que no quedaron all sin vida, corrieron.' Los rebeldes del Primer Regimiento se desparramaron por todas partes y en el Zcalo -quedaron montones
de cuerpos de paisanos curiosos.
Muchos caballos sin jinetes salieron corriendo por las
calles del 16 de Septiembre, con Tumbo a su cuartel de

TROPA

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Tacubaya, a donde tenan su querencia. No menos de quinientos muertos entre rebeldes y gente curiosa, hicimos en
aquellos cuantos minutos de fuego intenso.
Cuando tocaron "alto el fuego", era aquello un tendedero d e muertos como nunca los haba visto en tanto nmero y en tanta revoltura. Militares, gente del pueblo, catrines, papelerillos, caballos y hasta perros, cayeron en
aquel momento, para no levantarse ms.
Una tormenta se haba desatado con toda su furia y
haba pasado en un momento dejando un tendedero de
difuntos.
Entre la arboleda del Zcalo y de la Catedral se oan
lamentos de gente herida y a lo lejos se perda el tropel de
los caballos sueltos que iban sin jinetes con rumbo a su
cuartel. All, enfrente de nosotros, a unos cuantos pasos,
estaba el cuerpo del que fuera el arrogante general Bernardo Reyes: un cuerpo chaparro, encogido y un copete
y una barba canosos, teidos en sangre.
A nuestro general Villar le manaba sangre de un hombro, que en vano traba de contener con un pauelo. Casi
no haba habido novedad de nuestra parte.
A poco rato, por las calles de Plateros, se oy un
fuerte rumor de gente que se acercaba. Cremos que sera
otra nueva columna de rebeldes que ira a atacarnos y nos
dispusimos a pelear de nuevoPero no, era el propio Presidente Madero el que llegaba montado en un caballo tordillo rodado y con una bandera nacional empuada; a sus lados una turba de gente
que lo vitoreaba y, como guardia para su persona, todos
los cadetes del Colegio Militar. Me cay muy bien entonces aquel chaparrito sin sombrero, sonriente, y con la
bandera de la patria en la mano; lo rodeaba pura gente del
pueblo y unos cientos de muchachos que pronto iran a
ser oficiales del Ejrcito.
Apenas lleg enfrente de nosotros, se adelant a saludarlo y a darle las novedades el general Villar.
Qu hombrote es usted, general! le dijo Madero.
No, seor le contest Villar; los hombrotes son

214

FRANCISCO L. URQUIZO

stos que estn aqu, en la cadena de tiradores y nos seal a nosotros.


Entraron todos a palacio y a poco rato supimos que
herido como estaba el general Villar, no poda seguir en
su cargo y que en su lugar haba puesto al general Victoriano Huerta, aquel que tanto se haba distinguido en la
campaa de Chihuahua contra Pascual Orozco.
Se tomaron algunas otras providencias contando ya con
el refuerzo del Colegio Militar y de la gente voluntaria,
tomando las alturas de las torres de la Catedral y las azoteas del palacio. A m me toc quedar en la puerta central,
all en donde haban metido preso al general Gregorio
Ruiz; me toc custodiarlo a las rdenes de otro general
que se haba presentado unos momentos antes como leal;
un viejito de barba blanca, que se llamaba Eduardo Cauz.
Ayudantes del Estado Mayor Presidencial suban y bajaban, dando rdenes, y muchos de los oficiales del general Huerta tambin eran todo actividad.
El general Ruiz pareca estar tranquilo y si algn temor senta, su cara no lo demostraba; le haba fallado
su golpe y tena que esperar las consecuencias, que, por
cierto, no se hicieron esperar; una orden transmitida desde
mero arriba, lleg hasta abajo, hasta nosotros y nos puso
en movimiento.
Nuestro capitn, Pompilio Aldana, le mand al general
Ruiz que se dispusiera a salir con una escolta que formbamos cinco soldados y el sargento Juvencio Lpez, todos
del 24o. Batalln.
Esperbamos con las armas terciadas que se levantara
el reo de su asiento.
A .dnde me van a llevar? pregunt inquieto el
general Ruiz.
Tengo orden de pasarlo a usted por las armas.
Eso no puede ser, quin dio esa orden?
Es una orden superior y mi deber es cumplirla.
Dganle al Presidente de la Repblica que soy diputado y que tengo fuero.
Tengo orden de ejecutarlo a usted inmediatamente.
Tengo fuero; soy diputado del Congreso de la Unin;

TROPA

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quiero que lo sepa el Presidente. Adems, tengo algunos


bienes de fortuna y necesito a un notario para arreglar mis
cosas. Ms todava, soy catlico y necesito a un sacerdote
para bien morir.
Nada puedo hacer yo; hgame favor de acompaarme desde luego.
Se conoce que aquel hombre viejo, veterano de quin
sabe cuntas guerras extranjeras y contra hermanos, se
resign con su suerte; sacudi su temor y su esperanza y
se levant tranquilo, sereno, dispuesto a ir a la muerte. Se
puso en su lugar, en el que ya conoca que se destinaba
a los presos, quin sabe desde cunto tiempo atrs, desde
que l tambin hara fusilar a sus prisioneros de guerra.
Voces breves del capitn:
De f r e n t e . . . hileras a la derecha!, marchen! Derecha ! . ' . . Oblicuo a la i z q u i e r d a ! . . .
Salimos del cuerpo de guardia, atravesamos el patio
central, y seguimos el mismo camino que habamos recorrido haca un rato apenas; fuimos a dar al jardn trasero
de palacio. Frente al paredn del fondo hicimos alto. El
general Gregorio Ruiz, sin que nadie se lo indicara, avanz y se puso de espaldas a l, dndonos frente a nosotros.
Nos formamos en fila; el capitn Aldana desenvain su
espada. El asunto realmente iba de prisa, como si no tuviera la menor importancia. Entreg el general Ruiz al capitn unos papeles que llevaba en su bolsa y unas alhajas.
Pidi como ltima gracia, que le permitieran mandar
su ejecucin. No hubo ningn inconveniente, por qu haba de haberlo? El caso era que se muriera y lo mismo
daba que mandara el capitn o que mandara l.
Tom la postura militar sacando bien el pecho y antes
de dar las voces de mando nos dijo:
Muchachos, les pido que no me tiren a la cara; apunten bien al corazn.
Despus, despacio, fue dando las voces con toda entereza, como si en vez de mandar su ejecucin, estuviera
mejor instruyendo a una escuadra de reclutas.
Preparen!. . apunten T . . . fuego!
Una descarga cerrada y cay redondo.

216

FRANCISCO L. URQUIZO

Lpez, el sargento, le dio el tiro de gracia a aquel viejo


general.
Aquello se haba acabado.
A otra cosa.

VI
Al medioda, llegaron las viejas con las canastas de la
comida y con muchas noticias. Saban ms que nosotros,
con todo y que nos haba tocado andar en medio de toda
aquella bola desde en la maana. Nos lo contaron todo en
un momento. Aquello apenas iba comenzando con todo y
lo duro que haba estado; faltaba lo mejor.
Otra columna de rebeldes encabezada por Flix Daz
y por Manuel Mondragn, que iba detrs de la gente que
segua al general Bernardo Reyes, al ver que ste no pudo
entrar al Palacio Nacional, torci por otras calles y fue
a dar hasta la Ciudadela en donde estaban metidos y hechos fuertes; all haba habido tambin su matazn; a un
general Villarreal que la defenda por cuenta del Gobierno,
lo haban matado los mismo por detrs y tambin haban
matado con ametralladoras a muchos policas que estaban
all habilitados como soldados, defendiendo aquella vieja
fortaleza. Flix Daz estaba all con mucha artillera, con
las fuerzas sublevadas y con mucha gente simpatizadora
que lo segua.
Juana me daba detalles:
Si vieras cunto gachupn hay all metido adentro.
Por qu les gustar tanto meterse en nuestras cosas, a
esa gente? Te acuerdas de los "ratones"?
Cules ratones?
Esos soldados voluntarios del Batalln de Seguridad
que les dicen "los ratones" por los uniformes grises que
traen; esos que estn destinados noms para cuidar a los
presos de Beln.
Ah, s!

TROPA

V I E J A

217

Pues iban dizque a defender la Ciudadela y noms


llegaron y voltearon chaqueta. La Polica Montada tambin est all y hasta el mismo inspector general de Polica, que por cierto que dicen que es del Estado Mayor de
Madero y que es mayor y se apellida Lpez Figueroa
No me digas!, tambin se?
Y un chorro de catrines y hasta la misma Guardia
Presidencial.
L a de Madero?
La misma que antes tambin fue de don Porfirio.
Me l l e v a ! . . .
Y como dicen que all en la Ciudadela hay tantsima
arma y tantas municiones, se va a poner esto terrible. De
seguro que van a sobrar muchos sombreros.
T dirs noms!
Todo el resto del da se pas sin novedad y si hubiramos atacado desde luego la Ciudadela de seguro la habramos tomado, pues segn decan las viejas era aquello un
desorden y una borrachera en grande, pero el general Huerta no era de los arranques del general Villar, que en mala
hora fue herido. Esperaba el general Huerta ms fuerzas
y el mismo Presidente Madero fue a traerle, hasta Morolos,
a las tropas del general Felipe Angeles.
Las ambulancias recogieron a los heridos y a los muertos del Zcalo y a no'sotros nos mandaron avanzar bastantes calles adelante del palacio para, darle mayor seguridad.
Pasamos la nocRe en vela; al otro da iba a ser el combate duro.
Se organizaron al da siguiente muy temprano las columnas de ataque y a nosotros nos toc' ir a las rdenes
del general Sangins. Avanzamos por las calles de Nuevo
Mxico, abiertos en dos hileras.
A las diez de la maana se rompi el fuego.
Nos tiraban con ametralladoras y con fusiles desde las
azoteas de las casas y desde las bocacalles; nosotros nos
protegamos en los quicios d las puertas y tratbamos de
avanzar. La cos.a estaba dura.
En un momento se desat la tormenta de fuego; caonazos, traqueteo de muchas ametralladoras y fusilera, he-

218

FRANCISCO L. URQUIZO

ran el aire. Les habamos dado tiempo a los rebeldes y se


haban hecho ya fuertes; iba a costar mucha sangre aquello.
El asunto se presentaba difcil, porque todas las calles
que iban a dar a la Ciudadela y por las que tenamos que
avanzar, estaban barridas por las balas. En el primer empuje que dur toda la maana, nada hicimos y si perdimos
bastante gente.
Despus pensaron nuestros jefes, con acierto, que ms
nos vala seguir otro camino y dispusieron que nos metiramos en las casas y que furamos avanzando unos por
las azoteas y otros por el interior, haciendo agujeros en
las paredes.
La gente pacfica que viva en las casas en que tenamos que entrar, nos reciban espantadas o de plano no
nos abran las puertas y tenamos que echarlas abajo. No
era para menos su temor, pues bamos a hacerles agujeros
y a estropearles sus muebles, aparte del peligro que les representaba nuestra vecindad porque los de la Ciudadela tiraban caonazos para todas partes, pero con ms seguridad
para las casas que bamos tomando. Sus tiros eran siempre
seguros y si no mataban gente, a las casas no les erraban.
Muchas veces los mismos agujeros que abran sus granadas
nos servan a nosotros para avanzar por ellos.
Pasbamos por patios de vecindad, por casas humildes
y por residencias lujosas. Qu diferencia de maneras de
vivir de una gente a otra! Una pared de por medio, y
dos familias enteramente diferentes una de otra, tanto en
la pudiencia como hasta en el mismo modo de ser y de
sentir.
El trabajo era duro y el avance lento; cada dos o tres
horas nos turnbamos, los tiradores de las azoteas con los
trabajadores, los picos y barretas con que agujerbamos
las paredes. No saba uno qu cosa preferir, si exponerse
a recibir un balazo o sudar la gota gorda con el pico y la
barreta.
El fragor del combate no paraba un instante. Empezamos a tener bajas, muertos y heridos, todos con tiros en
la cabeza, lo cual era lo natural porque estando como estaban parapetados en los pretiles de las azoteas de las casas,

TROPA

V I E J A

219

las balas slo podan pegarle en lo nico que sacaban, qu


era la cabeza. Con toda seguridad que muchos de los del
otro bando deberan de caer con heridas semejantes.
Me di cuenta all de cmo se desperdicia el parque en
los combates; la mayora de la gente dispara sin apuntar y muchos reclutas ni siquiera sacaba la cabeza, sino
que disparaban para el cielo. Gasto de municiones sin objeto y slo con el afn noms de meter ruido.
Lleg la noche y el combate sigui con la misma fuerza
sin que se viera por ningn lado de parte de quines se
pona la victoria. Nunca pens yo que pudieran resistir
tanto los de la Ciudadela; pensbamos nosotros que aquello sera cosa de un combate de unas tres o cuatro horas y
nada ms; cmo poda creerse que gente, parapetada en
una casa de un solo piso, como lo es la Ciudadela, pudieran
resistir el fuego de alturas mayores y el empuje de fuerzas
ms grandes que las que haba all adentro.
Lo ms dur de todo aquello era que no saba uno ni
contra quin peleaba; el enemigo poda ser cualquier paisano o cualquier soldado de los mismos; haba en los dos
bandos de la misma gente, de los mismos nmeros de
cuerpos y hasta con los mismos uniformes. A lo mejor le
pegaba uno a un compaero creyndolo enemigo o dejaba
ir tranquilamente a uno que verdaderamente lo era, pensando que era de los mismos de uno.
La mera verdad era que a nosotros los de tropa, nos
daba igual un lado que otro; en una y otra parte haba
jefes, oficiales, sargentos y cabos; en las dos partes habamos forzados, que por nuestra propia voluntad jams hubiramos peleado contra nadie. Qu culpa tenamos nosotros de las diferencias o dificultades de los de arriba?,
por qu no se agarraban ellos, unos con otros y nos dejaban a nosotros en entera libertad? Pero, n o ; Madero, por
un lado, mandando desde el Palacio Nacional y Flix Daz,
por el otro, escondido en la Ciudadela, mandando desde all
tambin a su gente. Los generales y los jefes, tambin dizque dirigiendo, pero bien protegidos por las paredes y
nosotros, la "juanada", a exponer la barriga, a tirar casas,
a echar balazos, a dar o recibir la muerte de manos de

220

FRANCISCO L. URQUIZO

otros Juanes iguales a uno, a quien no odibamos y de


quien sabamos que tampoco nos haban de querer mal.
Sernos los soldados como esos aros con que juegan los chiquillos, que se van por donde los avientan: a veces ruedan
por las banquetas, por los caminos, por los jardines y otras
veces van a dar contra los carros que pasan por la calle
o contra los otros aros que manejan enfrente otros muchachos. Por donde les d la gana echarnos, por all nos vamos los de tropa como borregos, a matar a quien nos dicen.
Sernos carne de can de todos los tiempos; de los presentes, de los que han pasado y de los que vengan tambin;
matando o muriendo, slo servimos para ser escaln de los
que nos echaron por delante. Hasta cundo dejaremos de
ser bueyes y embestiremos a los que nos arrean?
A la madrugada amain un poco el fuego y a media
maana del martes se solt otra vez con la misma fuerza
de antes. Todo el santo da peleamos y apenas logramos
avanzar unas cuantas casas. Nos municionaban mal y la
comida escaseaba; las pobres viejas nuestras lograron dar
con nosotros hasta ya bien entrada la noche; nos llevaban,
como siempre, lo que buenamente haban podido conseguir, que era mucho menos de lo acostumbrado, ya que
todo el comercio estaba cerrado y escaseaba todo. Ms que
comida nos llevaron noticias malas:
Que las fuerzas del Gobierno iban muy despacio y que
no se notaba ningn empuje; que el 7o. Batalln que mandaba un coronel Castillo y que haba llegado del Estado
de Morelos, lo haban metido por una de las calles cercanas a la Ciudadela y que lo haban hecho pedazos las ametralladoras enemigas; que el mismo coronel haba encontrado all la muerte, el teniente coronel y ms de ciento
cincuenta hombres; que a un Regimiento de Rurales maderistas lo haban hecho cargar a caballo por las calles de
Balderas y que tambin lo haban barrido; que la cosa
estaba de toditos los diablos.
El "Tlacuache" haca sus comentarios conmigo:
Yo estoy viendo esto muy rar
me deca, cmo
es posible que las fuerzas del Gobierno no puedan tomar

TROPA

V I E J A

221

esa casa? Aqu hay gato encerrado y algo han de estar


tramando los de arriba, no te quepa la menor duda.
P e r o qu puede ser?
Sabr Dios, pero esto no me cuadra. Dicen por ai
que all en tiempos viejos aquel mentado general Sostenes
Rocha tom esa misma fortaleza en slo dos horas y eso
que entonces estaba la cosa peor porque no haba tantas
casas y la Ciudadela estaba en un llano y hasta rodeada
por un foso muy grande, y con todo y eso en un momento
logr meter a sus fuerzas hasta adentro y acabar con todos
los rebeldes que estaban all parapetados, igual que stos.
Pero, entonces n o haba ametralladoras.
Tampoco pienses que tiraban con migajn; lo mismo
se mora la gente y se haca buen uso de la bayoneta, no
como ora que para todo sirven, menos para dar cuchilladas
a la gente.
Oye noms cmo gastan parque.
Claro, lo que les sobra son balas; tienen en su poder
todos los almacenes.
Bueno, pero, por qu si se sienten tan fuertes no
salen ellos y se echan sobre nosotros?
Pues ai est lo que te digo, que veo muy raro esto.
E n qu ir a parar este rejuego?
A m se me ocurre que ltimamente nos vamos a
juntar todos y vamos a hacernos todos unos.
Y en favor de quin?
Pues ni modo que de Madero.
Entonces?
De Flix Daz o de algn otro. Acurdate de lo que
te digo y vers si tengo narices y las huelo bien. Fjate:
esta maana o, ai en la azotea, a uno de los oficiales que
deca que haba orden de no avanzar, qu sacas t de eso?
Ah, canijo!
P a r a lo que va a resultar d e esto, no vale la pena
matar compaeros y exponerse uno a que le den un trancazo.
No se me olvidaron las palabras del "Tlacuaohe" y pude
comprobar que era cierto lo que deca: nuestros altos jefes
no tenan ningn empeo en tomar la Ciudadela, n i los

222

FRANCISCO L. URQUIZO

otros tampoco de salir de all; sin embargo, no por eso dejbamos de echar balas y de matar cristianos. * Era una
pelotera aquella que pareca como si fuera un solo trueno
que no se acababa nunca; un trueno compuesto de tiros
de fusilera, de ametralladoras y de can que repercuta
en los aires y que agujereaba casas y segaba vidas.
Aquello de haber metido a los maderistas a caballo por
una calle para que los mataran como a borregos, estaba
bien claro, pues slo siendo muy animal se poda creer que
pudiera tomarse una fortaleza montados a caballo y caminando por un lugar barrido por el fuego de las ametralladoras. Queran acabar con Madero porque no era de los
suyos? Bueno; para luego era tarde, qu esperaban?,
para qu hacan matar tanta gente inocente?
Yo no entenda aquellas cosas ni me pareca fcil que
habindose derramado ya tanta sangre fueran a ponerse
de acuerdo unos jefes con otros. No; aquellas no eran
sino suposiciones del "Tlacuache" que siempre fue- malicioso y amante del chisme; tena fama en el batalln de
enredador y me vino la memoria que en una ocasin
me cont a m y a otros varios que el sargento Paulino
Arredondo, dejaba que su mujer lo engaara con uno de
los tenientes, noms para que ste se contagiara de los
males que llevaba ella y para que as pagara el oficial su
propia falta.
All lo que haba de suceder sera de seguro que el general Huerta era ms precavido y menos audaz que el
general Villar y por eso bamos poco a poco para dar un
golpe a lo seguro.
A\ tercer da todo segua igual: fuego por las dos partes, muy duro, muertos y heridos a montones y la situacin en el mismo estado que al comenzar la pelea. Aquello
lleva trazas d e eternizarse; ya hasta me estaba yo acostumbrando a aquel traqueteo y pensaba que haba de salir
con bien de todo, cuando me toc la de malas. Fue en la
maana del mircoles cuando me pegaron.
Estaba yo apuntndole, desde la azotea de una casa de
la Calle Ancha a unos que estaban como a una cuadra
de distancia, cuando me sent herido; sent como si me hu-

TROPA

V I E J A

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hieran dado un golpe en el brazo y a poco me vi correr la


sangre. Fue en el brazo izquierdo, abajo del hombro; quise mover la mano y me di cuenta de que no poda hacer
movimiento; me haba quebrado el hueso la bala.
Ni modo de seguir peleando; estaba yo intil por el
momento y quin sabe si por toda la vida. Me enviaron
al hospital.
Estaba el Hospital Militar testo de heridos y los mdicos no se daban abasto para atender a todos. No alcanr
zaban las camas para los que iban llegando a cada rato y
nos dejaban los ambulantes en donde haba sitio en el suelo.
Apenas llegu a aquel lugar, sent un dolor muy fuerte;
se me haba enfriado la herida y apenas poda yo soportar
el. sufrimiento que me causaba.
Recuerdo como en sueos, que un mayor mdico me
examin el brazo y me hizo sufrir ms todava con sus
manipulaciones.
No hay ms remedio que, operar dijo.
Me montaron en una carretilla y me metieron a un
cuarto blanco. Alguien me dio a oler no s qu cosa muy
fuerte, sent que me iba de este mundo. No supe ya de m.
Como en un sueo recuerdo que batallaba yo con toda
mi alma para sacudir la modorra que se aferraba en mi
cuerpo y que oa, muy apenas los lamentos de los otros
heridos y all, ms lejos, el estruendo del combate, igual
que el primer da. Segua la danza de la muerte y yo era
de los pisoteados. A ratos, los lamentos se hacan muy dbiles, como si les faltara el aliento a los quejumbrosos
y el caoneo y el ruido de la fusilera se perda en la distancia; me zumbaban los odos y en medio de aquel barullo oa claramente el redoble de los tambores al "paso
de camino" que pasaban por dentro de mi cabeza y se
perdan a lo lejos. Despus, una corneta que me tocaba
en las orejas hasta ensordecerme, "atencin, fajina y marcha"; luego, la cabeza que me daba vueltas, como si fuera
un trompo y visiones como relmpagos de combates, de
fusilamientos, de victorias y de derrotas. Tatar, tatar,
tatar!; fuego!, fuego por descargas, fuego nutrido; cargas de caballera, fuego de rfagas de los caones. Grana-

224

FRANCISCO L. URQUIZO

das de tiempo explotando, ametralladoras tartamudeando


sones de muerte, marchas al paso veloz, gente que cae y
que ya no se levanta; sudor, sangre, maldiciones y lamentos largos, largos, que no se acababan nunca. Mi cabeza
volva a detenerse despus de aquel baile de perinola y
los lamentos seguan, pero no eran ya los lamentos de los
sueos, eran los que daban los compaeros heridos del
hospital.
Cuando pude darme cuenta bien de todo, se haba acabado ya el combate. A un lado de mi cama estaba mi vieja
fiel, mi Juana sufrida. Pens en aquella otra vez que me
hirieron, all en Cuencam, y que tambin estuvo a mi lado la Chata Micaela. Qu diferencia de mujeres y tambin
qu diferencia de heridas! En aquel entonces fue un rozn
noms en una pierna y ahora despertaba con un brazo
menos. Estaba invlido y ya no volvera ms a cargar el
fusil. Qu gusto, dejar esa vida y qu desgracia no servir
ya para nada!
Vieja, viejita querida!, ai ests?
Aqu estoy, mi viejo, crees que te pudiera abandonar?
Mrame noms, ora s soy "mocho" de veras.
Pobre " J u a n " ! . . .
Se acab todo.
Todo no, te quedo yo.
P o b r e J u a n a ! . . . Qu vas a hacer con un hombre
invlido ?
Ya no cargars el muser, se te acabar el servicio
y ya no te harn que pelees ms contra nadie.
Ya no cargar el fusil, ni podr manejar la pala, ni
el azadn, ni el arado.
Me tienes a m, viejito querido.
Acrcate junto a m, junto a mi brazo mocho, para
no echarlo tanto de menos.
Me cogi la cara, me bes y me hizo caricias como si
fuera un nio; mis ojos se llenaron de lgrimas y me sent
como si fuera una criatura dbil, incapaz de nada.
A lo lejos sonaban campanas alegres y redobles de tambores que tocaban diana.
Ganaron los nuestros?

TROPA

V I E J A

225

Ganaron unos y otros. Tena razn el "Tlacuache".


Entonces...
Lo que tena que suceder, mataron a Madero y ya
hay nuevo Presidente.
Flix Daz o Huerta?
Huerta.
Lo mismo da uno que otro. Pobre chaparro Madero,
tena que suceder. Qu ms novedades hay?
Ahorita estn quemando montones enormes de muertos, aqu, en los llanos de Zoquipa, no te llega hasta aqu
el olor a chicharrn?
Muchos deben de ser.
Miles; se retuercen los brazos y las piernas de los
difuntos al achicharrarse; d a horror ver aquello. Te acuerdas del capitn Gloria?
Q u le pas?
A l nada. Toda la guarnicin del 24 que estaba en
Amecameca, aprovechando estos das de. combates aqu en
la capital, como casi todos haban sido antes zapatistas,
encabezados por aquel don Simn, se sublevaron y mataron a todos los oficiales menos al capitn Gloria, a quien
queran, y se fueron al monte.
D e modo que el capitn Gloria anda ahora de zapatista?
Por la buena o por la mala, pero all anda. Se fueron
al monte porque no queran a Madero y la erraron, aqu
acabaron con l. Todo est tranquilo, ya se acabaron los
combates.
S e acabaron?, quin sabe si sea ahora cuando van
a comenzar de veras!
Todo el Ejrcito est con Huerta.
El Ejrcito, los agarrados de leva, pero quedan los
libres, los que pqlean por su gusto, t crees que la gente
se va a conformar? Otro Madero saldr y e n t o n c e s . . . entonces, quin sabe!
Por la calle pasaba una tropa de infantera al paso
acompasado de sus tambores; el sonido parejo de los parches lo sent muy triste, como si fuera a un entierro, como
si aquellos golpes iguales fueran los latidos de mi propio
corazn.

Este Populibrp se termin de Imprimir en el mes Octubre


de 1992, en Compaa Editorial L A P R E N S A ,
Tels 512-83-97. Basilio Vadillo Nm. 29, 9 piso, Col.
Tabacalera 06030 Mxico, D.F. La edicin consta de
25,000 ejemplares, ms sobrantes para reposicin.

L GENERAL Francisco L. Urquizo se le


ha llamado con justicia, "novelista del
soldado". Militar y revolucionario de larga
ejecutoria, une con singular destreza sus vividas experiencias militares a una frtil imaginacin de novelista, para brijflf' tre- en pginas amenas y sencillas, la trt pQl '< .'-- de
nuestras luchas internas que a
por afinidad de hermanos, !? de io<
pueblos indolatinos que hab
nente.

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