Tropa Vieja
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VIEJA
FRANCISCO
L.
URQUIZO
TROFA
VIEJA
POPULIBROS "LA PRENSA
Divisin de Editora d Peridicos, S. C. L.
Mxico, J>. F.
Todos los
derechos
reservados.
SOBRE
EL
AUTOR
De recia raigambre nortea, el general Francisco L. UTquizo, a quien con justicia se ha llamado el "novelista del
soldado", vio la primera luz en San Pedro de las Colonias,
Coahuila, en junio de 1891, hijo de agricultores algodoneros de la regin.
Curs sus primeros estudios en Torren pasando ms.
tarde al Liceo Fournier de Mxico para los secundarios y
superiores, siguiendo una carrera comercial hasta que en
1910 se lanz a la Revolucin al frente de un grupo de
peones de su hacienda.
Al triunfo de Madero ostentaba ya el grado de capitn
primero, bajo las rdenes del general e ingeniero Emilio
Madero. El Presidente electo don Francisco I. Madero le
llev al Ejrcito regular con el grado de subteniente de
Caballera, formando parte de la Guardia Presidencial.
Continu al lado del Presidente Madero hasta la muerte
de ste durante la Decena Trgica, incorporndose despus
a las fuerzas de don Venustiano Carranza, de cuyo Estado
Mayor form parte acompaando al Caudillo de Cuatro
Cinegas hasta su muerte en Tlaxcalaniango.
Durante ese tiempo alcanz el grado de general de
brigada, participando en las campaas contra Victoriano
Huerta primero y posteriormente contra las fuerzas convencionalistas y felixistas en Veracruz.
Tuvo a su mando un Batalln de Zapadores, y posteriormente organiz la Brigada "Supremos Poderes" y ms
tarde la divisin que llev el mismo nombre.
En su larga y brillante carrera militar ha desempeado
multitud de puestos importantes, entre ellos los de Co-
o
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I
Mi compadre Celedonio era el carnicero ms conocido
en todo aquel rumbo de la comarca lagunera. En su carnicera de la hacienda de Lequeitio, en donde vivamos los
dos, "siempre tena por lo menos un chivo destazado y
lo? domingos tena adems una buena pierna de res. y un
costillar de marrano aparte" de los chicharrones que frea
en la puerta del jacal, cada ocho das. Buenas ventas lograba los domingos entre la gente de la hacienda y entre los
que llegaban aquel da all, de los ranchos cercanos.
Entre semana ensillaba su caballito colorado cuatralbo,
amarraba en los tientos de la montura un chivo destazado
y una balanza vieja y se largaba a los ranchitos a menudear
la carne, a hacer cambalaches o a comprar animales para
el abasto.
Buenos centavos haca mi compadre Celedonio en su
negocio y buen agujero le haca tambin a la tienda de
raya de la hacienda, por lo menos en el ramo de carne.
Los gachupines de la casa grande no lo queran y hacan
todo lo posible por correrlo de all. Tampoco a m me queran, de seguro por la amistad que tenamos y porque yo
nunca me dej de ninguno de ellos cintarcar ni babosear,
y tambin porque yo les llevaba sus cuentas a los peones
para que no se los tantearan los sbados, das de raya. Buenas alegatas les haca yo, cada vez que queran mangonearle algunos pesos a algunos de mis conocidos y amigos, que
me buscaban para que les ayudara yo en lo que poda y
que haba logrado aprender en el poco tiempo que pude ir
a la escuela de San Pedro de las Colonias, cuando m i padre, que en' paz descanse, poda darnos a mi hermano Jos
y a m alguna comodidad.
Aquella tarde mi compadre haba vuelto de por el rumbo de Vega Larga con un morralito retacado de pesos.
Estaba muy contento y con ganas de divertirse un rato.
Apenas me encontr, me dijo:
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Yo ?= por qu?
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Fue en vano que rogramos y suplicramos mi compadre y yo. El por tener que perder la comodidad de su
negocio de carnicera y yo por perder mi libertad. Cinco
aos de soldado a fuerzas!; como si hubiera hecho una
muerte, como si hubiera robado una fortuna!
Nada conseguimos; aquellos hombres los de la Acordada y los espaoles, tenan un corazn de piedra. Acostumbrados a tratar a golpes a la peonada de las fincas, se
les revolva el alma cuando se encontraban con alguno que
se levantara tantito, siquiera para verlos cara a cara. Bien
saba yo que aquello no tena remedio ni apelacin en
nada. M compadre en la ruina y desterrado; a batallar por
ah en otros ranchos lejanos, sin crdito y de paso con
malas recomendaciones. Cua.ndo llegara. con sus chivas a
otro lugar distante a querer establecerse o a pedir trabajo,
lueguito habran de pedirle sus cartas de recomendacin y
lo sujetaran a miles de preguntas: de dnde viene?, por
qu sali de all? A lo mejor tiene cuentas con la justicia
o con sus patrones anteriores.. Una batalla grandsima para
poder conseguir o ganar un taco de frijoles. Y yo, a cargar
el muser como Lucas Prez, que tambin se lo llevaron de
soldado y perdi la tierra para siempre; se lo llevaron
hasta el fin del mundo, hasta ms all de Yucatn, y por
all estaba enfermo de fros o cre que se haba muerto.
Nadie tuvo nunca razn de lo que fue d l. Soldado y
muerto, era decir lo mismo.
A mi compadre lo dejaron salir desde luego. Fu y me
trajo mi cobija y me ech veinte reales en la bolsa del
pantaln.
Ya le dije a su mam que tenga resignacin, que se
lo van a llevar a usted de soldado. Pobrecita seora; viera
noms cmo se puso; se le rodaron las lgrimas entre la
masa que estaba en el metate, pero sigui torteando, ahora
de seguro para hacerle a usted su ltimo "itacate" pal camino. Pobre de Asuncioncita, cmo lo va a extraar a usted, compadre, porque lo que es su otro hijo Jos, se,
con esto que nos ha pasado, no va a parar aqu; se,
acurdese de lo que le digo, pierde la tierra. Pero vayase
sin cuidado, compadre; a su mam nada ha de faltarle
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Qu quiere hacer?
Djame, voy a ver a don Julin.
No mam!, por lo que ms quiera, no lo haga. No
se rebaje a esa gente. Cmase sus lgrimas; rece por m
y cheme su bendicin, que ya vienen a llevarme.
Hijo!...
Bendgame!
Ay, Dios mo! Hncate pues, as; como cuando eras
chiquito; hincadito as. Reza conmigo: Padre nuestro que
ests en los cielos...
Se acercaron dos de los montados; uno de ellos llevaba
un mecate.
Lo amarramos, mi comandante?
Claro!, no vez que es pollo de cuenta? Mientras
est por su tierra hay peEgro de que se nos pele.
Me amarraron las manos en la espalda mientras mi madre haca sobre mi frente el signo de la cruz. Despus sus
lgrimas me mojaron la cara y se revolvieron con las mas.
Vamonos! grit Njera.
Vmanos! grit yo, enronquecido y con ganas de
dejar cuanto antes a la viejita, que me conmovi y que
pareca que me quitaba lo hombre que llevaba dentro.
Don Julin, rodeado de los dependientes, fumaba satisfecho en el poyuelo del zagun de la hacienda.
Me sacaron de la galera. Colgado del sobaco llevaba yo
el morral de las gordas y el sarape terciado en el hombro.
Los caballos se pusieron a caminar y yo iba entre los
dos de adelante.
Todava tuve tiempo d ver cmo mi madrecita se fue
corriendo a arrodillarse y a besarle las manos a don Julin,
pidindole mi libertad.
Un nudo se me hizo en la garganta y le grit casi ahogado:
Levntese, mam, no le niegue a ese hijo de la tiznada!
El caballo de uno de los de la Acordada se me ech encima y me hizo rodar por el suelo sin poder siquiera meter
las manos que llevaba atadas. Varios sablazos cayeron so'
bre mis espaldas.
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II
El camino iba al lado de una acequia grande. Un vintecito suave mova las hojas de los lamos y las urracas
revoloteaban alegres, volando de la copa de un rbol a
la de otro. El sol, a media maana, haca reverberar las
tablas de laboro anegadas por el riego y las hojas verdenegras de las matas de algodn. La peonada, sembrada
por entre el campo, se enderezaba curiosa al paso de la
tropa; muchos de aquellos hombres me conocan bien;
pero ninguno de ellos se atrevi a decirme siquiera alguna
palabra de despedida.
Haba llovido en la madrugada y-el suelo estaba mojado y resbaloso.
Adelante, en su caballo retinto de sobre-paso, iba Marcos Njer; detrs iba yo, pie a tierra; a mis dos lados y
atrs de m, los doce nombres montados de la Acordada
de San Pedro.
El camino era malo para andar a pie. A veces tropezaba o resbalaba y casi siempre caa. Me levantaban a cintarazos y segua caminando adolorido, callado pero con la
resignacin que tiene el pobre cuando le llega la de malas.
Las cadas al suelo y los cintarazos me dolan, pero ms le
tema yo a las patas de los caballos cuando resbalaban en
el lodo. Una pisada o una coz me podan dejar cojo y eso
s haba de ser terrible: caminar cojeando entre los caballos, en suelo malo y a punta de golpes. Qu falta hacen
las manos para caminar seguro!, hasta entonces lo sent.
Ya para salir de los linderos de la hacienda, encontramos al rayador Juan Lorenzana; de seguro nos haba divisado y fue a hacerse el encontradizo, a curiosear. Era un
gachupn como todos: coloradote y gero; sombrero de
jipi, buena pistola, pantaln de pana; caballo inquieto y
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Los gendarmes platicaban fumando sus cigarros de hoja; ya casi no hacan caso de m, que segua coma un perrito detrs del amo Marcos. Hablaban de sus cosas.
T e acuerdas de aquel "endevido" que tronamos por
aqu mero?
Un pelotazo noms fue menester. Le entr aqu ansina
noms.
Y aquel otro que colgamos?, te acuerdas qu cara
puso cuando le echamos la reata en el pescuezo?
Qu ojotes nos pelaba. Si los ojos hubieran sido cuchillos, all mismo nos mataba.
Qu duro para morirse, cmo pataleaba!
Hombre!, y si vieras; despus pude indagar que era
inocente, que el asesino haba sido otro que logr escaparse.
Pues s, si no era seguro lo que decan de l, pero
ya viste cmo lo "criminaron" los espaoles y el jaez.
Bueno, l no matara a aquel "dijunto", pero ya deba otras muertes, de suerte que de cualquier modo pag
lo que deba.
Y, cmo ves?, ste que llevamos aqu, llegar a
San Pedro?
Pues ya oste lo que dijo el comandante; si se porta
bien llega, si no, se queda columpiando en el camino.
Parece lebroncito.
No s que aiga matado a ninguno, pero tiene la pinta
de macho.
D e macho?, de mocho dirs. Qu bien le va a caer
el chac y el rnuser.
Cinco aitos noms.
Yo noms meta oreja y segua caminando muy sumiso,
no fuera a ser que les diera por meterme un balazo por
la espalda como a tantos otros que salan de la hacienda
presos y nunca llegaban a la crcel de San Pedro. Era la
Ley Fuga que manejaba a su antoj el juea de la Acordada.
Como a las tres o cuatro de la tarde llegamos a Santa
Teresa. Ya los espaoles nos estaban esperando en el za>
gun de la casa grande, pues les haban avisado de Lequeitio que llegaramos all ese mismo da.
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La tienda de raya se vea llena de gente que, al sentirnos llegar, se puso a observarnos desde lejos. Siempre
que llegaba la Acordada a cualquier rancho, se le vea con
recelo y temor.
Nos paramos enfrente de la casa y un espaol gordo y
con barba se acerc a saludar a Njera y habl con l en
secreto. Se entendieron muy pronto^ pues a poco rato tres
peones armados de garrotes sacaron de una galera a dos
infelices muchachos, que de seguro estaban presos all.
Apenas los vio Njera, sac su machete, les ech el
caballo encima y les dio una cintarcada como nunca lo
haba yo visto hacer. Pobres muchachos, cmo gritaban
a cada golpe que reciban en la cabeza, en las costillas o
en la espalda! Tuvieron que meterlos a la galera casi en
peso, pues no podan ni andar.
La gente que nos vea, estaba azorada.
A m jme metieron a aquella misma galera; me desataron las manos, echaron llave a la puerta y se fueron todos
los de la Acordada a comer con los espaoles dejndonos
al cuidado de la patrulla de la hacienda.
Qu feliz me sent cuando pude tirarme en el suelo y
estirar los brazos libres de las cuerdas!
En un rincn estaban acurrucados los dos muchachos
quejndose de sus golpes. Yo ni caso les hice; tan cansado
as estaba que ms prefer dormir que platicar o comer
lo que llevaba en mi itacate.
Despert cuando ya estaba cayendo el sol. Apenas me
vieron despierto se acercaron a platicar conmigo los dos
compaeros. Eran ms jvenes que yo; apenas les pintaba
un bocito en los labios. En un momento me contaron su
historia:
Los dos eran hermanos; se llamaban Jess y Eulalia
Villegas. El mayor y el nico que hablaba, pues el otro
era muy callado, era Jess. Slo le sacaba un ao de diferencia a su hermano.
Venimos desde el Real de Sombrerete, Zacatecas. All
ya no se poda vivir; no haba trabajo ni en qu ganarse
la vida. A ms, nuestra madre se muri y nuestro padre
se fue con otra mujer para el interior. El da menos pensa-
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tidos de dril; tenan sus mochilas y sus cartucheras y empuaban los museres. Nadie hablaba ni palabra.
A los pocos momentos comenz el tren a caminar; poco
a poco se fue quedando atrs la vega eon sus lamos verdes, la estacin llena de gente y de fruteros, los de la Acordada de Njera, las casas de San Pedro, terregosas; todo
lo que yo quera u odiaba, todo: Lequeitio, mi compadre
Celedonio, los gachupines, mi viejita; todo junto y fevuelto, lo bueno con lo malo. All se quedaba todo: el
pueblo en que nac y la hacienda en que me cri; me
pareca como si me hubiera muerto y como si hubiera
vuelto a nacer otra vez. De all para adelante otra vida, un
puo de tierra a lo pasado, al camposanto del pueblo y
un aliento nuevo para la vida que iba a comenzar all
mismo, a bordo de aquel tren.
Eran diez soldados los que iban all; uno de ellos llevaba en las mangas dos cintas coloradas, pues era el sargento; otro haba que era el cabo que noms llevaba una sola.
Fuera de aquello, todos ellos parecan enteramente iguales;
las mismas caras de indios requemados; todos enjutos,
pelones al rape; uniformados hasta con el mismo gesto de
resignacin. El oficial entraba y sala, parece que ms le
gustaba sentarse en los asientos del carro de primera.
Aparte de nosotros, cuatro o cinco gentes apenas viajaban all; en la puerta del carro el agente de publicaciones
acomodaba su mercanca.
El sol caa a plomo sobre el arenal de la desierta Laguna de Mayrn. Ni un huisachito, ni un mezquite, ni una
res; ni una labor ni un rancho; tierra, polvo y remolinos
a lo lejos y de vez en cuando, cada cinco leguas, una estacin, pelona metida en un carro sin ruedas de ferrocarril
y una casa de piedra, como fortaleza para los trabajadores
de la va: Benvides, Minerva, Tala, C e r e s . . . todas enteramente iguales con la sola diferencia de un letrero. El
camino derecho, largo, largo y tendido sobre un arenal que
all a lo lejos pareca un espejo de agua clara y cristalina.
Ni pjaros, ni bueyes, ni conejos; de seguro noms all
vivan las vboras revueltas en la tierra de su mismo color.
Tierra abandonada de la mano de Dios, sin agua ni verdor; tierra suelta hecha polvo, como para cobijar de un
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Traca, tratraca, tratraca; el campo negro por las ventanillas; sombras en el carro, ruido de fierros; cada vez
ms tirantes los lazos de las manos ya amoratadas.
Seores, afljennos las manos tantito para poder dormir. As, gracias amigos, compaeros de aqu para adelante, gracias.
Traca, tratraca, tratraca, las sombras se crecen, los ojos
se cierran. Con aquel cansancio los palos tan duros parecen colchones.
Monterrey!
III
Era pasada la medianoche cuando se detuvo el tren en
la estacin. El andn estaba bien iluminado y casi vaco
de gente, apenas uno que otro cargador que se ofreca a
los de primera para llevarles sus maletas. Bajamos en medio de los soldados y nos formamos hasta que lleg el oficial ; dio las voces de mando y salimos todos de la estacin
con rumbo al cuartel; bamos los tres presos encajonados
dentro de las dos hileras de soldados.
All comenc a darme cuenta de la instruccin de los
soldados; qu parejos en todos sus movimientos!; los pasos acompasados; un solo golpe de las armas al cambiarlas
de posicin; parecan soldados de juguete hechos en un
mismo molde y movidos por un solo mecanismo.
Ni quien hablara media palabra; noms se oa por la
calle desierta el paso acompasado de la tropa. All de
cuando en cuando encontrbamos en alguna esquina la
linternita de un*' sereno y al polica embozado cerca de ella.
Recorrimos una calzada muy larga, llena de rboles;
salimos al descampado y dimos vista al cuartel, un casern
negro y pesado; s me figur que bamos a llegar al cseo
de alguna hacienda como aquellas de La Laguna. El portn muy grande y abierto de par en par; una lu alumbraba
apenas a un soldado que con su arma en el hombro daba
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Pasaron por delante de nosotros muchos soldados armados; iban de a cuatro en cuatro, uniformados de dril
y con chac de cuero negro con bolita de estambre colorado. La banda iba por delante; a los lados, de trecho en
trecho, los oficiales con las espadas desnudas. Iban tocando
las cornetas y redoblando los tambores como si fueran de
camino. Se perdi el ruido all a lo lejos en el campo.
Un soldado de los que estaban de guardia nos regal
unos cigarros y convers con nosotros. Nos confes de
cabo a rabo y algo nos cont de aquella nueva yida que
comenzaba para nosotros.
Esa tropa que sali, era todo el batalln; estarn
como unas dos horas por ai haciendo instruccin; luego
han de volver con la lengua de fuera. Y esto es todos los
das, a maana y tarde. Despus aqu adentro n o falta que
hacer; ya lo vern ustedes y todo siempre se hace en medio de golpes y de malas razones. A punta de trancazos lo
hacen a unos soldado. Aqu han cado gente como ustedes,
agarrados de leva o que han trado de las crceles porque
ya no los aguantaban por lebrones o asesinos y aqu son
corderitos mansos. Ni quien chiste entre las filas del ejrcito: malas palabras por cualquier cosa, que es lo de menos, o chicotazos, procesos y hasta fusiladas.
"Aqu se acab todo lo de afuera; los tenates se quedaron all en el campo. De cabo arriba, todos mandan y
qu modo de mandar! Pobres de ustedes que apenas van
a comenzar!
"A m me faltan dos aos para cumplir el tiempo de mi
enganche; llevo tres aos de cargar el muser y de aguantar esta vida como los hombres; bueno!, como los hombres n o ; aqu no hay hombres; de la puerta del cuartel
para adentro se acabaron los hombres, todos sernos borregos atemorizados delante de las cintas coloradas de las
clases o de las espiguillas o de los galones de los oficiales
o de los. jefes."
Y , de dnde es usted, amigo?
D e dnde he de ser?, de Guanajuato.
"Guanajuato, tierra de Len,
donde se forma la Federacin.
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rato "llamada de instruccin" por toda la banda; nuevamente "lista"; a ponerse el correaje, a armarse y a
marchar. A nosotros, los nuevos, que ramos seis en la segunda compaa, nos sac un cabo al patio a darnos
instruccin sin armas; no nos daran uniformes, ni correaje, ni muser, hasta que no supiramos marchar.
Mi ropa ya estaba seca y hasta bien me caa fresquecita
como estaba, con el calor que haca.
Estbamos los seis alineados enfrente del cabo. No
paraba de hablar como si fuera un fongrafo; siempre lo
mismo, lo mismo. Saba lo que nos estaba enseando de
memoria; cuntas veces lo haba dicho a tardes y a maanas a los reclutas primerizos! A veces paraba de hablar;
nos correga las posturas a patadas o a guantadas; cuando
no le entendamos se pona hecho una furia y nos pona
del asco.
El noms hablaba; hablaba sin parar, como un disco:
Fjense bien; destpense las orejas. Cuidado y no
me hagan caso porque nos arreglamos de otro modo. Las
voces de mando son de tres clases: de advertencia, ,preventivas y ejecutivas. Cuando yo mande atencin!, toman
ustedes la posicin militar, es decir: los talones juntos, las
puntas de los pies separadas; el cuerpo derecho, el pecho
echado para adelante; los hombros retirados para atrs;
las manos cadas naturalmente de manera que el dedo chiquito de cada mano est en la lnea de la costura del pantaln. . . bueno, del pantaln cuando lo tengan puesto. Los
dedos juntos; la cabeza derecha, la barba recogida y la
vista al frente.
Cuando yo ordene: En su lugar, descanso!, adelantan el pie izquierdo unos veinte centmetros; es decir, una
cuarta; y se carga todo el peso del cuerpo sobre la pierna
derecha.
Cuando mande y o : Firmes!, vuelven todos a tomar
la posicin que tenan. Me entendieron? Vamos a ver:
Atencin!, en su lugar, descanso! Firmes! Muy
mal, qu atajo de animales son ustedes! Voy a repetir otra
vez, pnganse aguzados.
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Repeta exactamente lo mismo; volva a majidar y volva a salir defectuoso el movimiento. Se enfureca; gritaba
y nos haca ponernos firmes a patadas.
Vuelta a repetir y vuelta a mandar. .
Despus de mucho rato de corajes del cabo y de paciencia y resignacin de nosotros, pasbamos a otra cosa,
Estando firmes, se manda: Saludo! A esta voz s
levantar el brazo derecho con la mano extendida, los dedos juntos y la palma vuelta al frente, de manera que el
dedo ndice toque el extremo derecho de la visera del
chac; la cabza levantada y la vista al frente. As. Lo
vieron? Como lo hago yo, hganlo ustedes. A ver! Firmes! Saludo! Mal; muy mal. Cmo sern atascados; no
saben cul es el dedo ndice? El que sigue al dedo gordo,
carbones. A ver!
'
Saludo! Firmes! Saludo! F i r m e s ! . . . as se saluda de cabo arriba, a todo el mundo; - ya lo saben.
Ahora, vamos a marchar; fjense bien cmo lo hago
yo para que as lo hagan ustedes. La voz de mando preventiva es: de frente! A esta voz, se carga el peso del
cuerpo sobre la pierna derecha, inclinndose tantito adelante y doblando la rodilla izquierda. A la voz de marchen!, se adelanta el pie izquierdo con la punta ligeramente vuelta para afuera; el paso h a de ser de setenta y cinco
centmetros. Despus se levanta el taln derecho y se cargar el peso del cuerpo sobre el pie izquierdo; en seguida
se llevar la pierna derecha para adelante y se sentar en
el suelo, adelante del pie izquierdo. Luego, despus, otra
vez el izquierdo y luego el otro. El cuerpo sin inclinarlo
n i a la derecha ni a la izquierda, sin voltear los hombros ni
cruzar las piernas; los brazos sueltos; la cabeza derecha y
la vista al frente. Entendieron?
Todos estbamos azorados con aquella explicacin. Seguro que ninguno habamos entendido; as lo comprendi
el cabo.
Bueno, en pocas palabras; se trata de caminar para
adelante; cuando yo mande.altp, se paran de un golpe. A
ver: De- frente!, marchen! Pas largo: uno, dos; uno,
dos. Uno para el pie izquierdo, dos para el derecho. Uno,
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IV
1 primer da de mi vida de soldado, fue malo; los
dems fueron peores. Fui conociendo todo aquello en medio de golpes y de regaadas; los pobres reclutas tenamos siempre encima a los cabos, a los sargentos y a los
oficiales; malas palabras siempre guantadas y cintarazos
por el menor motivo. Pareca como si .quisieran amansarnos o curtirnos a malas pasadas; ya ni fuerza nos hacan
las malas palabras, apenas los golpes lograban lastimarnos
el cuerpo; con el tiempo, seguro que tampoco los golpes
nos haran ya dao en fuerza de la costumbre de recibirlos a cada momento.
Fui conociendo aquella vida por lo que vea y por lo
que me contaban; siempre era lo mismo, siempre haba
sido as y as seguira siendo quin sabe hasta cundo.
Desde el tiempo de Santa Auna, me decan, haba habido
siempre leva y golpes y malas pasadas. El recluta sufra
cuando llegaba y segua sufriendo cuando era soldado hasr
ta que lograba ascender a cabo; all comenzaba a desquitarse, con los de abajo, de los golpes que antes recibi,
aporreando a los nuevos o a los antiguos compaeros. De
sargento era peor; ms se le suba y ms duro era; si llegaba a ser oficial, era como si hubiera llegado hasta la
gloria.
Haba muchos que le agarraban cario a aquella vida;
se les olvidaba o se acostumbraban a todo aquello; cumplan dcilmente los cinco aos de su enganche y en lugar
de salir escapados para su tierra, volvan a reengancharse;
otros se daban de alta en los cuerpos rurales o en los
batallones de "carnitas" de los Estados, o aunque fuera,
se metan de policas en los pueblos; los segua jalando
el muser y la 'vida militar. Qu bien dice el dicho que
todos sernos hijos de la mala vida!
Muchos que parecan tener un rencor muy hondo, decan en sus malos ratos:
Cuando yo llegue a ascender a cabo, qu gusto me
voy a dar agarrndome a golpes con el cabo Lpez.
Y ascendan, llegaban a ponerse en las mangas la cinta
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haba novedad; todo estaba completo, los museres al corriente y las doce paradas de cartuchos en la cartuchera.
Aquellos das, a la hora de las revistas, mientras el capitn y los oficiales revisaban las armas y municiones o
mientras pedan una a una las prendas del equipo: "Kep
de pao, en r e v i s t a ! . . . maletn de lona, en r e v i s t a ! . . .
Par de puos, en revista!", y cada soldado iba mostrando
la prenda pedida y ponindola, despus de revisada, detrs
de l; en un lado del patio tocaba la msica del batalln
piezas alegres.
Los das domingos haba tranquilidad, la tropa vieja
sala franca. Desde muy temprano se haban baado todos en la pileta y uniformados de dril, si era tiempo de calor
o de pao en tiempo de fro, salan formados y sin armas
a pasear a la calle, acompaados de sus viejas y al cuidado
de los oficiales y sargentos. En la guardia de prevencin
contaban las hileras a la salida y volvan a contarlas al
regreso.
j Salen tantas hileras de tropa franca! gritaba el
oficial de guardia.
Conforme! responda el oficial encargado de la
custodia.
Toda la maana se andaban fuera por las calles y las
plazas de Monterrey y volvan hasta la lista de doce, cargados de caas, naranjas y cacahuates. Aquel era el nico
rato alegre de la juanada; iban por las calles contentos,
agarrados de las manos de sus viejas, curioseando todo:
las gentes, las casas, los carruajes; contentos, sin llevar el
paso igual ni el fusil en el hombro, ni la mochila en la
espalda. Los pobres reclutas los veamos salir y tenamos
la esperanza de que all algn da, cuando pasaran siquiera unos tres aos o quin sabe si antes, cuando ya nos tuvieran ms confianza, podramos salir tambin a la call
a pasear un rato.
A -veces, cuando haba funciones de circo o de toros,
la tropa vieja franca peda que la llevaran all; soltaba el
oficial los centavitos que haba juntado y todos se iban a
meter a la funcin. Siempre decan los programas: "Nj
os y tropa formada, media paga".
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Los tres jefes del batalln fueron a colocarse a la derecha del oficial abanderado, que haba dado cuatro pasos
al frente del batalln formado. El capitn ayudante sac
a todos los reclutas de las compaas y nos llev a la izquierda de nuestro pabelln.
El coronel mand de nuevo presentar las armas y el
mayor, clavndonos los ojos, como queriendo vernos hasta
mero adentro, nos pregunt solemne:
Soldados!: protestis seguir con constancia y fidelidad esta bandera, representacin de nuestra patria, para
la que todo mexicano tiene deberes y obligaciones que cumplir ?
S, protestamos! contestamos los reclutas.
Protestis defenderla a riesgo de vuestra vida, en
accin de guerra o circunstancias de peligro y fatigas del
servicio?
S, protestamos.
-Si as lo hiciereis, que la nacin os lo premie, y si
no, que os lo demande.
Los ojos nos brillaban de emocin. El capitn ayudante nos hizo desfilar por debajo de la bandera que tena
el subayudante y que levantaba apenas con la punta de su
espada el coronel. Al pasar por abajo, el trapo tricolor nos
rozaba el chac como si acariciara en la cabeza a cada
uno de sus hijos.
En aquellos momentos se me olvidaron los golpes y
las patadas; las malas razones de los cabos y de los sargentos. Se me olvid mi rancho, mi madre, Marcos Njera,
mi compadre Celedonio y slo tena en mi cabeza la bandera tricolor.
Con qu ganas hubiera gritado con toda mi alma un
viva Mxico!, con qu rabia hubiera peleado contra un
invasor!
All estaba toda la juanada; todos los pelones uniformados, hermanados por el sufrimiento y por el hambre;
hurfanos desamparados de todos, con una sola madre,
con una sola cobija t r i c o l o r . . .
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Llegaron los interventores: el de Hacienda y el de Guerra, y juntos con el coronel y el pagador fueron a sentarse enfrente de la mesa.
El teniente coronel mand:
Seores oficiales, sargentos, cabos y banda, a la cabeza de sus compaas!
El batalln, de dos a dos en fondo, comenz a desfilar
poco a poco por delante de la mesa. El comisario iba llamando en voz alta a cada oficial y el nombrado pasaba
delante de l y lo saludaba con su espada. Cuando pasaron los oficiales sigui la tropa; el sargento primero de cada compaa iba leyendo en la lista de revista el nombre
de cada uno y el llamado pasaba por delante de la mesa y
responda con su apellido.
Sargente segundo Pedro. . .
Gutirrez!
Cabo Joaqun. . .
Lpez!
Cabo Arnulf o . . .
Guzmn!
Soldado Juan. . .
Martnez!
Soldado Evaristo. . .
Gonzlez!
As todos los ochocientos hombres.
Los jefes todos estaban en la mesa y la bandera junto
con ellos.
Cuando acab la revista, ya cerca del medioda, se le
volvieron a hacer honores a la bandera para volverla a
llevar a la guardia de prevencin. Se fueron los interventores y el batalln desfil para el cuartel al paso redoblado; las gentes curiosas que se haban amontonado se fueron retirando poco a poco tambin.
All adentro otra vez a lo mismo. Todo haba pasado
como en un sueo; se acab el relumbrn, el aparato y
de nuevo a sufrir, colocar las armas, guardar el uniforme,
los zapatos y quedar otra vez en calzones y en huaraches
como siempre.
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V
Era.un da domingo en la tarde cuando me entregaron
una carta de mi madre. Casi me hizo llorar. La pobre
debi haber batallado mucho para hacer aquellas letras;
alguna alma caritativa le ayud seguro para escribirme;
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era una carta con una letra muy grande y llena de faltas,
pero que me llegaba muy adentro:
"Orispnte, Cuaguila 15 de mallo de 1910.
Seor Espiridion Sifuentes.
Cuartel del Nobeno Batalln
en Monterrey. N. L.
Cerido igo:
Le pido a Dios yala birgen santicima que te aigan alludado y te cigan alludando en ese infierno en que as de
estar tu. Llame afiguro los asotes que estaras resibiendo
alia y las malas pasadas que tendrs que sufrir igo asta
quando te bolbere aber seme afigura que primero me
muero lia estoi bieja i abandonada i enferma. Todas las
nochis meda un dolor en un costado i por mas que me
pongo llerbas i tomo perlas deter nada no seme quita i
tengo que aguantarme callada la boca para no quejarme
i dejar dormir ala probecita gente conquien bibo i que
tanto trabaja en el da i tanta falta lase descansar en la
nochi.
Estoi aqui bibiendo de la carida que mease tu compadre Celedonio el me da de comer i arrimo en su jacal
lio precuro desquitar en lo que puedo i me acomido en
todo el pobre de tu compadre tubo que benirse con todos
nosotros para ac en una carreta de huelles que le enprestaron para trair todos los triquis. Estamos qui en el
Orisonte tu compadre esta de pin i como el nos taba
acostumbrado aeso pues se fatiga mucho, dice que no
pierde laesperansa de bolber a bender carne.
Tuermano Jos se julio desde queteagarraron ati de
leva por ai andar quen sabe en donde lio no tengo noticias del ni pa un remedio los amos de aqui tambin son
gachupines i les gusta sintariar alos piones.
Igo seme afigura que lia no te buelbo a ber stoi como
si se me ubieran muerto mis dos igos. Ha nada me queda
en este mundo sienpre stoi resando por ustedes dos i inbiandoles mis bendiciones.
Que dios nos allude a todos.
Tu madre que te ciere.
Amada Cifuentes."
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Zas! Yo con la pena que tengo, para olvidarla aunque sea un rato noms, hago el trato contigo. T tambin
cmo te llamas?, Sifuentes? Conoce lo que es bueno^
ora que hay modo.
Bueno, probar de eso a ver si se me borra la carta
de mi madre. A falta de v i n o . . .
El vino es nada junto con la yerba. Ora vers.
Se sent Otamendi a nuestro lado; sac los tres cigarros del forro del chac, prendi un cerillo y a poco las
tres brasas brillaban en lo oscuro del rincn de la cuadra.
Yo nunca haba fumado ms que cigarros de hoja con
tabaco del Tigre, pero aquel de papel de estraza y yerba
humedecida, no me supo mal.
El oficial de semana, el sargento y el cabo de cuartel,
estaban muy distrados jugando a la baraja en la puerta
de la cuadra; el soldado cuartelero se ocupaba en remendar un pantaln, slo nosotros estbamos en el rincn, entretenidos con nuestros recuerdos.
Otamendi tena la palabra, se conoce que la yerba le
soltaba la lengua, pareca un poeta.
Yerbita libertaria!, consuelo del agobiado, del triste
y del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando
tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la
tirana del cuerpo y el malestar del a l m a . . . Sacudes la pesadez del tiempo; haces volar y soar en lo que puede ser
el bien supremo. Eres el consuelo del infeliz encarcelado;
blsamo del corazn y de las ideas. Humo blanco que se
eleva como la ilusin; msica del corazn que canta la
cancin de la vida del hombre inmensamente libre; libre
de los dems hombres, libre del cuerpo, absolutamente libre. Yerbita santa que crea Dios en los campos para alimentar a las aunas y elevarlas hasta l! Yerbita que tienes el don de darnos alivio y de hacernos olvidar, quisiera
decirte un v e r s o . . .
Otamendi segua hablando, pero su voz ya no llegaba
a mis odos; me haba yo vuelto sordo y ciego para las cosas mundanas. Primero fue una especie de estupor, despus
una ceguera; un zumbido en la cabeza muy fuerte y al ratita algo como si fuera un despertar, pero un despertar
muy raro y muy bonito; sin cuerpo y sin ganas de nada,
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VI
Ya haban pasado dos meses y medio desde que comenc la carrera de las armas y me encontraba en condiciones de dejar de ser un recluta y ser ya un soldado raso,
como todos los dems. Saba manejar el muser y hasta
en dos ocasiones ya me haba tocado asistir a los ejercicios
de tiro al blanco, por el rumbo de las lomas del Topo Chico. No era ya tan malo; la primera vez, de los cinco cartuchos de la parada, met dos en el centro y la segunda,
logr acertar otros dos.
La instruccin estaba muy fuerte a tardes y maanas,
porque se acercaba el 16 de septiembre del ao del Centenario de la Independencia y decan que iba a haber un
gran desfile.
Yo y mis otros dos compaeros de leva, aquellos muchachos Jess y Eulalio Villegas y todos los dems reclutas, estbamos ya en condiciones de formar y de hacer
todo el servicio. Buenos golpes habamos recibido de todos
los superiores y habamos soportado tambin un chorro
diario de insolencia. Habamos llegado a acostumbrarnos
a todo aquello, y recibamos los golpes con resignacin, y
oamos las malas razones como quien oye llover y no se
moja. El periodista opinaba que a eso se le dice filosofa.
Cuestin de no sulfurarse y de pensar tantito. "Tizna a
tu madre!" grita-un sargento. Digo yo en mi interior:
qu culpa tiene mi madre del coraje de este tal?, y adems, no porque l ordene una cosa como esa, la voy a
cumplir yo. "Carbn!" grita enojado-un cabo.Y
yo me digo: no porque ste .me diga eso lo soy yo, pues
en tal caso todos lo seramos en el cuartel, ya que las m u jeres que viven entre nosotros rolan entre, todos; o lo sernos todos, y entonces todos sernos iguales, o no lo es nin-
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En cambio el capitn segundo, Rogelio Orduuela, fiacucho y medio picado de viruelas, con un bigotito al estilo chino, tena mala alma, traa del rabo a los oficiales
y a los sargentos y no paraba regaando todo el da.
Todos le tenan temor y mala voluntad en la compaa;
era del sur de la Repblica y decan que tena buenas
agarraderas en la Secretara de Guerra.
El teniente de mi seccin se llamaba Bruno Gloria y
era nativo de mi mismo Estado, de Coahuila; de algn pueblo de los de la orilla del Ro Bravo. Comenz por ser oficial reservista y despus entr a las filas. Moreno y alto;
serio, reposado y de buen corazn hasta donde era posible,
en medio de aquel infierno. Su asistente nos contaba que
era buensimo.
El subteniente era otra cosa; haba ascendido desde
tropa y tena todas las maas y los malos modos del cabo
Reynaldo; se llamaba Pedro Rodrguez, pero todos lo conocamos con el apodo de "El Chicote". Feo como l solo:
prieto, bigotn, chaparro y barrigudo. Siempre estaba con
una insolencia en la boca y sus ojos colorados decan muy
claro que le gustaba el trago a todas horas.
Los sargentos Lpez y Lira y los cabos Astorga, Bauelos y Perales, todos iguales; cortados por la misma tijera, uniformados con los mismos trapos, con parecidas
caras y con iguales modos; imposible diferenciar a uno de
los otros. Se entendan todos muy bien y obraban siempre
todos ellos de la misma manera.
Los dems oficiales y clases del batalln, me parecan
todos iguales; uno que otro de los oficiales blanco y gero,
la mayora prietits; algunos haban salido del Colegio Militar de Chapultepec, otros de aspirantes; los ms viejos
eran ascendidos de la clase de tropa. Todos ramos como
la maquinaria de un reloj, como ruedas engranadas que se
movan a un tiempo sin perder el comps; las ruedas ms
grandes eran los jefes y los oficiales, las ms chicas la tropa.
El Noveno Batalln era uno solo, pero dentro del mismo, la primera compaa era rival de la segunda y los de
la tercera no podan ver a los x retaguardias de la cuarta.
Dentro de cada compaa, la primera seccin era la buena y siempre estaba de puntas con las otras dos y dentro
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La tarde fue de descanso completo; casi todos los oficiales, menos los de servicio, se fueron a la calle; tambin
dejaron salir a muchos cabos y sargentos de los de ms
confianza. A todas las viejas las dejaron entrar desde el
medioda y les dieron el toque de "media vuelta" hasta
despus de la "retreta",
Toda la tropa y las mujeres estaban en el patio formando grupitos, platicando y comindose, todos contentos
y satisfechos, los muchos cacahuates y naranjas que nos
haban regalado los de la Junta Patritica.
Otamendi, Juan Carmona, los muchachos Villegas y yo,
tenamos nuestro rancho aparte. Juan Carmona estaba con
su mujer, Juanita, y con la criatura de ellos, que ya tena
cerca de unos dos meses de edad.
Todos estbamos contentos; hasta el cabo Reynaldo haba dejado su chicote y andaba platicando por all, en todos
los grupos.
Y qu nombre le vas a poner, hermano, a tu criatura?
Pues si yo me llamo Juan y su madre es Juana, tiene
l, por fuerza, que llamarse Juanito.
-.Cundo lo vas a bautizar?
Ai'st la dificultad. No hay modo de que entre un
cura al cuartel ni mucho menos de que yo pueda ir a buscarlo; tendr que ir la vieja sola a la iglesia o de otro
modo que se quede judo hasta que yo salga y pueda volver a mi tierra, Pachuca, y bautizarlo en la misma Iglesia
de San Francisco, en que me cristianaron _a m. Aparte del
cura, me faltara tambin buscar a un compadre.
Quieres que yo sea tu compadre, compaero? grit entusiasmado Otamendi.
Con toda mi alma!, quin mejor que t que eres
gente de Ierras .y que un da u otro, cuando salgas de soldado, sers algo en la vida?
Bueno; pues ahorita mismo hacemos el bautizo. Y
mira noms en qu da va a ser la fiesta; el mero diecisis
de septiembre del ano del Centenario de la Independencia
de Mxico. Qu tal?
Bonito da, pero cmo?
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VII
Con las fiestas de septiembre pas lo ms duro de la
instruccin; ya no eran tantas las marchas de formacin
en .pelotones, secciones y compaas. Del orden cerrado
pasamos al-orden disperso, como decan que se llamaban
los ejercicios de combate. Me gust ms esta parte de la
instruccin que la primera; eran menos las regaadas aunque a veces era mayor la fatiga, pues casi todos los movimientos eran al paso veloz.
Los llanos cercanos al Topo Chico se prestaban muy
bien para los ejercicios; daba gusto ver a todo el batalln
desparramado en tiradores con sus sostenes y con sus reservas; pareca de veras que furamos a entrar en combate real.
Cuando maniobraba todo el cuerpo, el teniente coronel
llevaba el mando, pero ms bien los ejercicios se hacan
por compaas, bajo el mando, cada una, de su capitn
primero. Todo se haca al toque de corneta.
Casi siempre era lo mismo: bamos marchando por el
flanco, es decir de a cuatro en fondo, y de all pasbamos
a formar en lnea desplegada; el corneta de rdenes tocaba
"lnea de columnas de compaa" y en cada una de ellas
se formaban las tres secciones, una detrs de la otra. Despus vena siempre el toque de "atencin, fajina y marcha",
que quera decir: orden de combate al frente. Las primeras
secciones de las compaas, avanzaban abrindose efl cfcio&
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VIII
El da -20 de noviembre estall la bola formal. Ya desde
el da 18 decan que haba habido en Puebla una trifulca
en que unos pronunciados maderistas, encabezados por un
Aquiles Serdn, haban resistido a las fuerzas federales y
a la polica matando a mucha gente. Sofocaron aquel motn, pero en Ciudad Guerrero, Chihuahua y en Gmez Palacio, cerca de Torren, salieron otros rebeldes atacando
a los del gobierno al grito de Viva Madero!
En el cuartel todo era barullo entre los jefes y los oficiales; caras plidas y plticas acaloradas leyendo los peridicos. Los de tropa noms los veamos y nos dbamos
, cuenta de que la cosa se pona color 3e hormiga y pensbamos que se acercaba una zurra d e golpes en los -que
seguramente iban a sobrar muchos chacos. El servicio de
vigilancia-se redobl y todos los superiores se pusieron
ms pesados de como ya lo eran.
A los dos -das lleg la orden de marcha: todo el 9o.
Batalln sala para Torren^ dos compaas del 23o. se iban
tambin hasta Chihuahua y el Regimiento de Caballera
iba a repartirse en destacamentos en los pueblos cercanos.
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Arreglados ?
Arreglados.
Venga esa mano.
Ai est.
Matrimonio arreglado a lo puro militar.
Carmena le haca carios a su chamaco que iba dormido. Otamendi trataba de platicar con el indio Calequi
y apenas se entendan.
P o r qu te dicen a ti Calequi?
-Qu?
Que por qu te dicen Calequi?
Qun sabe!
D e dnde eres?
De un rancho.
Qu tan grande?
Chiquito noms.
T qu clase de indio eres?
Yo no soy indio, no seas hablador.
Pues entonces?
Soy de la Sierra de Ixtln, Estado de Oaxaca, de la
merita miel en penca.
Eres de-la tierra de Jurez.
Cul Jurez?
Don Benito.
No lo conozco.
Cmo se dice en indio "qu bruto eres"?
N o te digo que no soy indio?
Entonces qu, eres espaol?
Soy noms tu padre, pa que te lo sepas, tal.
No, no; no te salgas por la tangente.
Qu gente?
N o te digo!, eres un animal.
Ya te dije que soy tu padre.
Noms eso saber decir.
Y t noms sabes preguntar. Pregunta y pregunta
como si* fueras cabo, como si fueras sargento, como si
fueras coronel.
Los muchachos Villegas se rean, Otamendi, aburrido,
comenz a bostezar y Calequi segua refunfuando.
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IX
La Revolucin iba creciendo. Haban trado desde Tlalnepantla, cerca de Mxico, al Sptimo Regimiento de Caballera para que fuera a batir a las partidas rebeldes que
andaban por Durango; su matriz la haban radicado en
Cuencam.
Durango ya andaba mal; los hermanos Arrieta, Calixto
Contreras y Martn Triana traan revuelto aquello, y cada
da juntaban ms gente. El da que se descompusiera La
Laguna, lo bamos a pasar mal nosotros, con lo endemoniado de la gente de la regin.
Mi comadre Juanita nos llev un da unos escapularios
de lana color caf, con la imagen del Divino Rostro.
Aqu les traigo esto a los cinco, para que los cuide
Dios; estn benditos: me los bendijo el cura de la Parroquia
y dicen que son rete milagrossimos; pnganselos debajo
de las camisas, en el cuero vivo han de ir.
Me han dicho que los revolucionarios andan tambin llenos de santos. Uno de los del 17 me cont que a
unos que mataron iban con imgenes de la Virgen de
Guadalupe en los sombreros y que en el pecho llevaban
tambin cuadros de santos y muchas medallas.
Vaya usted a saber, comadrita, a quin van a ayudar
los santos en esta guerra. Se van a volver locos Dios y todos los santos en este enredo en que los metemos unos y
otros, si todos les pedimos lo mismo y con su ayuda les
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pedimos que nos salve y que nos deje matar a los del otro
lado. Qu van a hacer?
Nada me supo contestar mi comadre, ni el mismo cura
hubiera podido resolver aquella confusin. As ha de andar Dios por all arriba, sin saber a veces qu hacer cuando le piden cosas tan contrarias: los enfermos le piden
salud, los mdicos enfermedades; los pobres dinero, los
ricos no perder lo que tienen; aios moribundos vida y los de
las agencias fnebres muertos, para ganarse la vida y que
no les falte lo necesario. Con alguno tiene por fuerza
que quedar mal.
-Dios ha de oir a todos, le dar a cada uno lo que sea
justo.
Y cul es lo justo?
Slo Dios!
Una tarde lleg el teniente Zorrilla con su partida del
8o. de Caballera al cuartel; llevaba a un prisionero, un
ranchero como todos los de La Laguna, "con sombrero de
palma ribeteado de negro, en camisa, con pantalones ajustados de casimir azul marino y con huaraches reforzados.
Decan que lo haban agarrado con las armas en la mano
en uno de los ranchos del Tlahualilo, despus de un tiroteo.
Lo metieron en la comandancia y all estuvo hablando
mucho con el coronel, jefe de las armas. Quin sabe cunto contara! Cuando acab la pltica, era ya entrada la
noche; el coronel sali preocupado y estuvo platicando en
voz baja con los oficiales; al reo lo pusieron en la sala de
banderas con centinela de vista.
El hombre estaba indiferente; en su cara renegrida no
se adivinaba nada, ni siquiera podra uno saber la edad
que tuviera; lo mismo podan ser treinta aos que cuarenta. Estaba serio, recogido; sentado en cuclillas y chupando
cigarros de hoja, uno detrs de otro.
Le metieron de cenar y rio prob bocado; el oficial de
guardia y el sargento quisieron platicar con l y no le
sacaron ni una sola palabra, noms se les quedaba viendo
y escupa en el suelo fumando su cigarro. Pareca mudo
o corito si estuviera enojado o muy triste all, en su pecho,
porque su cara nada deca.
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A los tres das lleg a Torren el coronel Manuel Gordillo Escudero con el 17o. Batalln y con una compaa
de ametralladoras que proceda de Monclova. El 17o. Batalln nos relev y salimos todos los del 9o. a Cuencam
a relevar a nuestra vez al 7o. Regimiento de Caballera
del coronel Tllez, para que se fueran ellos tambin a Chihuahua.
En aquellos das hubo mucho movimiento de fuerzas,
todas con rumbo a Chihuahua. Cuando nosotros nos embarcbamos en nuestro tren, pasaron los convoyes del general Luque con el Dcimo Batalln, con el Dcimo Regimiento, con caones de grueso calibre y con ametralladoras.
Detrs pas el coronel Antonio Rbago con la matriz del
10o. Regimiento y con el 3er. Cuerpo Rural de la Federacin.
En otros trenes pasaron tambin el 14o. Regimiento, el
18o. Batalln con su jefe, el coronel Valds; el 2o. Regimiento de Caballera del coronel Dorantes; mucha artillera, municiones y ambulancias. La guerra estaba en toda
su fuerza en el norte.
Pareca que la cosa tambin empezaba a arder en el
Estado de Durango. Antes de que llegramos a Velardea, s tuvo que detener nuestro tren, porque haba un
puente quemado y hubo que repararlo, haciendo huacales
con durmientes de los que bamos bien provistos en una
plataforma. Los peones ferrocarrileros sudaron la gota
gorda y lo mismo la fajina de soldados que les ayud en
su trabajo. Una parte de la tropa tom posiciones a los
lados para protegerlos en caso de que saliera enemigo.
Tres largas horas demoramos reparando el puente.
Desembarcamos en Velardea y desde luego se dispuso
la marcha, pie a tierra, para Cuencam. Sabamos de cierto que por all podra haber enemigo y se tomaron precauciones; un pelotn por delante para exploracin, como
a un kilmetro de distancia el grueso, y atrs la impedimenta y el viejero. Nuestra escuadra formaba parte de
la descubierta, y el teniente Gloria, que mandaba el pelotn, dispuso que nosotros furamos todava ms adelante.
El cabo Panfilo nos dijo:
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X
El da siguiente de nuestra llegada a Cuencam sali el
7o. Regimiento de Caballera para Parral, Chihuahua; ellos
se fueron por un camino diferente al que habamos trado
nosotros, que de Torren habamos ido por ferrocarril
hasta la estacin de Velardea y all, por tierra, hasta
aquel pueblo. Los del 7o. se fueron por el camino ms
largo de Cuencam al Mineral de Descubridora y all se
iban a embarcar en los trenes que ya los esperaban para
sacarlos hasta la estacin de Conejos para d all seguir
hasta el Estado de Chihuahua.
Nos dejaban un hueso duro; estaba aquello infestado
de partidas de rebeldes que recorran toda la regin duranguea dando golpes en donde podan y asaltando los
pueblos desguarnecidos. Calixto Contreras y Martn Triara eran los cabecillas ms conocidos y decan que por
Ind y por Santiago Papasquiaro andaban tambin dando
mucha guerra los hermanos Arrieta, con mucha gente de
la sierra.
Quedbamos all en Cuencam los del 9o. Batalln y
una parte del 2o. Cuadro del Regimiento de Caballera,
que eran los que ms se tallaban saliendo diariamente en
partidas por los alrededores. Casi siempre se agarraban
con los alzados y a veces volvan con heridos y hasta con
muertos. Toda la gente del rumbo estaba de parte de los
revoltosos y bien claro notbamos sus simpatas por ellos.
Dos o tres das haban pasado apenas de nuestra llegada cuando le toc salir a expedicionar a nuestra Seccin, bamos por el mismo camino que habamos trado
y se trataba de proteger la llegada de un pagador que
iba de Torren con haberes para las fuerzas del 2o. Cua
dro.
Seguramente que todos nosotros, al volver a pasar por
aquellos terrenos, bamos pensando en la escaramuza ltima y ms especialmente en la muerte del cabo Ruiz y
en la huida de Otamendi. Cuando pasamos otra vez por
el mogote en que fue la emboscada, apretamos con ms
fuerza el muser y nos pusimos todos ms aguzados como si a fuerza hubiera de haber enemigo en aquel mismo
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Dentro de poco tiempo se acabara el mal olor, se comeran la carne muerta los animales en venganza de la
carne de los animalea que nos comemos los hombres cuando vivimos. Las calaveras, los huesos todos, quedaran
blanqueando por mucho tiempo en el campo y despus,
poco a poco, se iran haciendo polvo blanco como la misma tierra y al fin se iran en cualquier remolino a recorrer
el desierto, dando vueltas a toda prisa, con el nimo de
llegar hasta las nubes, o ms alto todava: hasta el cielo.
Volvimos de la partida sin novedad. Pronto corri la
noticia por el cuartel de la muerte de Otamendi; las viejas
de nuestra escuadra le rezaron su rosario y nosotros, los
soldados que habamos sido sus amigos y sus compadres,
nos echamos un. buen trago de mezcal en el estmago y
entre cigarro y cigarro, hicimos recuerdos de aquel amigo
bueno que estaba ail en el campo tirado a flor de tierra,
con los ojos abiertos, apagados, mirando para arriba como
si quisiera enterarse de todo lo que existe detrs del cielo
azul.
Mi vieja Micaela ya no nos traa tantas noticias; no
haba all, en Cuencam, ferrocarrileros que la informaran
como en Torren. Llegaban nada ms los peridicos y los
lean slo los oficiales o la gente acomodada del pueblo;
era ahora Gregorio Prez, el asistente del capitn Salas,
el que husmeaba algo en la casa del capitn, el que nos
contaba lo que oa decir a su jefe cuando conversaba l
con los oficiales o con su seora. Logr saber que en Chihuahua la cosa segua mal, que el Sexto Batalln casi se
lo haban acabado los rebeldes en un punto que se llamaba Malpaso, por donde tenan que pasar sus trenes en
su viaje a Pedernales en auxilio de la columna del general
Navarro. Decan que haba sido aquella una sorpresa,
aprovechando el enemigo el paso forzoso de los federales
por aquel can angosto y rodeado de buenas posiciones
en los cerros; que haba muerto mucha tropa y que el
Cuerpo en un momento se qued sin jefes, pues haban
matado al coronel Martn L. Guzmn y haban herido de
gravedad al teniente coronel ngel Vallejo y al mayor
Vito Alessip Robles. Que dondequiera pegaban duro los
rancheros rebeldes de Chihuahua y que ya se contaban
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XI
Me haban herido.
Cuando volv en m, estaba acostado sobre una cama
de madera, en un cuarto del cuartel, que haban habilitado como hospital. En el mismo cuarto haba tres o cuatro camas con compaeros tambin heridos en la misma
accin.
Me pareci como si hubiera despertado de un sueo
largo. Qu cuarto es ste que no reconozco?, por qu
ahora estoy acostado en una cama y no en el vil suelo
de la cuadra? Quise levantarme y me doli la pierna derecha, que sent muy apretada en el vendaje.
Este es un trancazo que atinaron pens. Menos
mal que fue en una pierna; tengo otra de refaccin; si me
ha tocado en la cabeza entonces s me amuelan, a estas
horas estara platicando en el otro barrio con el difunto
Otamendi.
Estaba yo medio ido; no pensaba bien, algo me acordaba del combate, pero no muy claro; las ideas pasaban
a la carrera y no se detenan siquiera un ratito para precisarlas mejor.
Mi Chata Micaela lleg al poco rato y se puso muy
animosa a platicar conmigo.
Quibole?
Quiubo?
Y a despertaste?
P o s qu estaba yo dormido?
N o te acuerdas de nada?
Dnde andabas t?
Cmo t e j i e n t e s ? , ya mejor?
T cmo me ves, quedar chueco?
-Cmo te sientes por dentro?
P o r dentro?
Ests bien?
P o r dentro de dnde?
D e dnde quieres que sea?, de la pierna.
D e la pierna?
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Me puse a rezar una oracin por el alma de aquel compaero y a pedirle a Dios que se lo llevara pronto y que
ya no lo hiciera sufrir ms.
Cuando empezaron a entrar los primeros rayos de la
claridad del da por las rendijas de la ventana, me qued
dormido y el compaero herido del estmago dej tambin
de quejarse.
Cuando despert era ya media maana; La Chata Micaela estaba junto a mi cama y dos camas estaban ya vacas; el herido en el estmago y el de la cabeza, haban
pasado a mejor vida.
No senta yo ganas de hablar; la desvelada o mi debilidad, me tenan postrado: La Chata era la que haca el
gasto.
Quedaron dos camas vacas, pero para de aqu a la
tarde se van a ocupar; hace un rato que ya se estaban
tiroteando las avanzadas y es seguro que no ha de tardar
un agarrn en forma. T te imaginas si llegaran a tomar
el pueblo los rebeldes? Estoy casi segura que lo primero
que haban de hacer era venir a rematar a los heridos.
Bonito consuelo!
Eso es lo que yo, pienso, por eso digo que estoy casi
segura, pero no quiero decir que est segura de a tiro. Pero
no tengas cuidado, que mientras aqu aiga pelones, toman
una pura. . . Pero yo no s en qu piensan estos jefes de
nosotros que no mandan a los heridos para Torren; aqu
no hay ni medicinas, ni nada; si no se muere la gente de
los balazos, se va a morir de cualquier infeccin.
"Dicen que Calixto Contreras trae mucha gente y que
ha prometido tomar Cuencam, cueste lo que cueste; cada
rato manda a pedir la plaza, que le hagan favor de entregrsela y de aqu noms le dicen: "Tenga su plaza!",
como si noms fuera cosa d pedir. Si vieras, viejo, qu
escasa est aqu la yerba! Cmo ser la cosa que ni los
de la banda han podido conseguir nada! Mezcal s hay
mucho, y tambin hacen aquL muy buenos chicharrones;
calientitos y con unas tortillas tambin bien calientes y con
tantito chilito picoso y una rama de p e r e j i l . . . "
P e r o , no ves qu estoy a dieta?
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Dispnsame, viejo, pero ahorita se me estaba antojando; lstima que no puedas comer, pero para que no
te salga un grano y se te haga agua la boca, en la tarde
te voy a dar una mordida de un taco; una mordida noms
y un traguito de mezcal para que te mojes la lengua.
De veras?
Ya lo vers.
Pues ndale, vete para que no te dilates.
Hasta que no den el toque, esprate un ratn. Mientras te contar algo de mis andanzas: conoces Guadalajara? Yo estuve all en el Cuartel Colorado...
Pasados algunos das se condolieron de nosotros y nos
mandaron a Torren.
Una maana temprano salimos a Cuencam, los quince
o veinte heridos que nos habamos ido juntando del 9o.
Batalln o del 2o. Cuadro de Regimiento y que la malpasbamos amontonados en un cuarto destartalado que haban
improvisado de enfermera, al cuidado del Mayor Mdico
del Batalln, que casi ni nos tomaba en cuenta. Su receta
era el yodo para las heridas y la dieta para el estmago.
Nos llevaban a Torren en donde decan que haba
buen hospital, medicinas y mdicos ms considerados. En
unos guayines con capacetes de lona nos apilaron a los
enfermos; un oficial con una escuadra de soldados nos daba
escolta y las viejas, como era la costumbre, iban por tierra,
junto con la tropa.
El camino era malo para los carros; estaba en trechos
cubierto de piedras y en partes haban hecho zanjas en la
tierra las rodadas de otros carros, que pasaban de seguro
cuando la tierra estuvo mojada por las lluvias y se formaron atascaderos.
Las muas iban al paso de la infantera, como si ya
estuvieran cansadas desde antes de salir. Sonaban las cadenas de las guarniciones, rechinaban las ruedas de los
carros y gritaban a cada rato los carreros mientras adentro
los enfermos se quejaban con las zangoloteadas del camino.
Si no nos morimos en el pueblo con el mdico, vamos
estacar la zalea en este camino.
Siquiera hubieran puesto tantita paja en el piso.
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fuera. Seguro que los tiros del enemigo iban a ser para los
carros, que eran los que presentaban mejor blanco. Si perdan los de nosotros, que s haban de perder por ser tan
pocos, all nos iban a rematar a todos los heridos. Fue un
rato de incertidumbre.
Nada veamos los que bamos adentro de los carros. Es
lo peor sentir el peligro y no verlo de frente. Me parecieron
siglos aquellos momentos. Cunto mejor hubiera querido
estar con los de afuera, para poder pelear!
Ya estn ai!, ya estn ai!, gritaban asustadas las
mujeres, tirndose de barriga debajo de las ruedas de los
carros.
Mejor, para que de una buena vez nos lleve la tostada!, deca el herido grave, como si para l fuera aquello
el nico remedio de sus males.
Sonaron unos tiros c e r c a . . . y unas cuantas balas pasaron silbando por sobre nosotros. Se me oprimi el corazn y me resign con mi suerte.
Las muas se espantaron y los carreros, amedrentados,
se bajaron del pescante abandonando las riendas y tratando
de escapar.
Eso faltaba noms -pens en mis adentros, que
se encabriten las muas y que arranquen desbocadas; la
muerte en cualquier parte, a tiros o aplastados.
Me quise enderezar para brincar al suelo, pero el dolor
de mi pierna me contuvo.
El oficial comandante se dio cuenta y les grit a los
paisanos:
Al primero que corra, lo mato!
Se oyeron dos o tres tiros ms de la pistola escuadra del
oficial, que seguro les tiraba a los carreros para meterles
miedo.
Se hizo la calma en un momento. El enemigo se haba
ido y haba sido aquello noms una escaramuza pasajera.
Nos volvi el alma al cuerpo y seguimos el viaje.
Dios quiera y lleguemos pronto a Velardea, se oa
en dondequiera.
Algunas mujeres, mientras caminaban al trote, iban rezando en alta voz.
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Caminaban ahora los caros ms de prisa y el movimiento de ellos era cada vez mayor; se trataba de llegar
pronto al destino, por lo que pudiera acontecer.
El herido del 2o. volvi a berrear ms fuerte y a echar
maldiciones y quejidos con toda su alma adolorida o encorajinada.
La Chata Micaela tuvo una puntada buena: se encaram
en el carro, encendi un cigarro y se lo puso en la boca
al quejumbroso, que estaba ya medio desmayado.
Q u me das?, pregunt.
Un cigarro de mariguana para que te lo chupes, a
ver si as se calman tus dolores y aguantas bien el viaje
le dijo en voz baja la Chata.
Dios te lo pague, mujer.
Le dio unas cuantas chupadas y se calm.
Los carros arreciaron el camino y noms se oan el
ruido de las cadenas, el rechinar de las ruedas y las malas
razones de los carreteros. Ya no sentamos tanto los golpes,
como si el camino se hubiera hecho mejor o como si nos
hubiramos ya curtido, a fuerza de sufrirlos tanto.
El sol tostaba las lonas de los toldos y eran hornos los
carros, buenos para amasar; afuera una nube de polvo
envolvi a la caravana de heridos y a la escolta que cansada
cargaba el muser y sacaba la lengua.
Los carros seguan caminando y a lo lejos brillaban ya
los rieles del ferrocarril.
XII
Otra vez en Torren.
Es el Hospital Civil, cerca de La Metalrgica, el que
me cobija ahora en el lugar del Cuartel del Barrio de la
Paloma Azul. Ha pasado ms de un mes, como si fuera
un momento desde que llegu a Cuencam. Aquella plaza
se perdi; la tomaron los rebeldes apenas salieron de all
las fuerzas del 9o., que tambin ya estaban de nuevo en
Torren. El Once Regimiento que nos relev, segua pelean-
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XIII
A principios del mes de abril me dieron de alta. No
pude aguantarme ms, a pesar de todas las luchas que me
fue posible hacer.
Una buena tarde me llevaron al cuartel a la hora justa
en que estaban pasando la "lista de seis". Haba poca fuerza, casi todos andaban en partidas o en retenes en los pues-
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tos avanzados; cuando gritaron mi nombre y contest: presente!, todas las caras se voltearon a verme con curiosidad
y con cario; el mismo capitn de cuartel me dijo por lo
bajo:
Te prob la herida, vienes hasta gordo y cachetn.
Cuando rompimos filas, me abrazaron los compaeros
de la misma escuadra y en un momento me pusieron al
tanto de cuanto ocurra:
La plaza de Torren estaba amenazada y era seguro
que iba a haber un gran combate en cualquier da cercano. Haban hecho ya trincheras en el Cerro de la Cruz
y en los de enfrente del Can del Huarache y las bocacalles
del rumbo de La Alameda, por el lado de la Metalrgica, tenan alambradas de pas bien tupidas y trincheras
de tierra y de costales de arena; haban trado ametralladoras que las mandaba un teniente Miguel Velzquez,
y tambin haba otras fuerzas de infantera que estaban
acuarteladas por el lado contrario al de nuestro Cuartel
de la Paloma Azul. Haba unos voluntarios del Estado de
Nuevo Len, de caballera, que les decan los "amarillos",
porque as era el color del uniforme que traan; decan
que stos eran de veras bravos y que la mayor talla en
todas partes la llevaban ellos; buenos tiradores, atrabancados y de a caballo, en todas partes, se agarraban macizo.
El jefe de la plaza era un general de brigada que haba
mandado desde Mxico el mismo don Porfirio; haba sido
su compaero en otras pocas lejanas, y se llamaba Emiliano Lojero; era ya viejito, con el pelo ya blanco en su
cabeza y en sus bigotes; chaparro, con sombrero ancho tej a n o ; uniforme gris y botas de cuero amarillo. Usaba buen
caballo y un clarn de artillera le serva' de asistente.
Me contaban que casi no haba da que no hubiera
novedad.
Recib esa misma noche mi equipo, mi arma y la dotacin de cartuchos. Me estren en la maana siguiente con
un servicio de partida yendo a proteger a una cuadrilla de
trabajadores del ferrocarril que iban a levantar un puente
quemado por el rumbo de San Carlos, sobre la va del
camino a Durango; me dijeron los compaeros de la escuadra, que casi diario eran esos servicios. Por delante
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las caras de los jefes y de los oficiales estaban preocupadas; los sargentos y los cabos se mostraban muy amigables
y decan las mujeres que la gente del pueblo andaba aprovisionndose a toda carrera de lo que haban de menester
para comer en muchos das.
Desde muy temprano salimos varias partidas fuertes a
expedicionar por los alrededores. Algunos salieron con direccin a Jimulco, otros a Matamoros, o al Can del
Huarache, y a mi compaa le toc, toda entera, salir en
tranvas hasta Lerdo. bamos municionados a doscientos
cartuchos por plaza y ocupbamos una larga ringla de coches de segunda y plataformas.
Llegamos hasta la Plaza de Armas y no se va una
alma en las calles. Siempre fue triste el pueblo de Lerdo,
pero entonces me pareci a m un cementerio; noms los
chanates revoloteaban en los rboles armando ruido. Pareca como si el pueblo estuviera adolorido y en cada casa
estuviera tendido un difunto.
Nos formaron para emprender la marcha a las afueras.
Las caras de todos estaban serias, como si presintieran el
peligro. Apenas empezbamos a caminar por una calle con
rumbo a las huertas, cuando comenzaron los balazos; ya
haba rebeldes por all escandidos.
No se vea enemigo, pero las balas zumbaban tupidas.
Nos abrimos en dos hileras, cada una repegada a las paredes de cada lado y aguantamos el chaparrn; no haba
a quien tirarle.
Hubo un momento de destanteo y el mismo capitn Salas no saba qu mandar; era lo peor aquello de no ver al
enemigo. Algunos comenzaron a tirar al aire. Estoy seguro
de que todos sentimos miedo y que en todos domin el
mismo sentir de ponernos a salvo, para organizar mejor el
ataque.
Casi sin orden, nos replegamos hasta los trenes elctricos y nos trepamos volando con ganas de salir al campo
raso.
Los trenes se movieron ms que de prisa; en un instante dejamos atrs la Plaza de Armas, la Plaza de Toros
y el Parque Victoria; por fin estbamos en el campo libre y
en buenas condiciones para defendernos.
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XIV
Como a las tres de la tarde empezamos a ver las polvaredas por el lado de Gmez Palacio. Eran siempre esas
polvaredas la demostracin de que el enemigo estaba encima. Venan al galope tendido en sus caballos.
La cosa no tena remedio ya. Era un mundo de gente
la que iba a atacarnos; bien podan ser como unos tres
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XV
Nos detuvimos todos los fugitivos en una hacienda que
se llama Nazareno. En la casa grande se hizo el cuartel.
Al pie de un montecito, cerca del casero, con mi marrazo hice un hoyo hondo y all enterramos a la criatura,
a aquel Juanito que habamos bautizado en el cuartel de
Monterrey. Mi comadre lo acost en el fondo con mucho
cuidado, como si estuviera dormido y no quisiera espantarle el ltimo sueo. Lo arropamos con la tierra, muy despacio al principio, como para no hacerle dao; despus
con furia, con mucha tierra apisonada, para que no pudieran escarbar los coyotes y se fueran a comer aquellos despojos. Encima de la sepultura del angelito le pusimos una
cruz de ramas frescas de mezquite, unas gobernadoras y
las pocas flores amarillas que all encontramos.
Ya sin el peso en la espalda, mi comadre me abraz y
rompi a llorar con mucha amargura; yo noms la vea
y hubiera querido darle algn consuelo con palabras cariosas, pero nada se me ocurra; un nudo se atravesaba en
mi garganta, que me impeda hablar.
Llegamos a un jacal; un perro alborotado no cesaba
de ladrar. Le ped un trago de agua y algo de comer por
caridad, a la mujer que sali a indagar qu era lo que buscbamos.
No haba tomado bocado yo desde haca ms de veinticuatro horas; tampoco senta ya el hambre, noms un
desconsuelo que no acertaba siquiera a definir. Sentados
en el suelo, nos comimos los dos aquel taco de tortillas
con frijoles que nos dieron, sin decir ni una sola palabra.
Cuando las penas son grandes, mejor se calla la boca.
Despus nos fuimos a meter en la casa de la hacienda.
Era aquel patio una revoltura d e soldados y paisanos, de
caballos de oficiales'y-'muas 1 don parque. No exista all
ningn orden y pareca como si furamos ya todos libres,
sin jefes y sin clases. Ventajas de la derrota, que nos daba
libertad!
Cada quien haca lo que le pareca mejor: unos estaban tirados en el suelo, rendidos de fatiga; otros, sentados,
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Qu horas son?
Cerca del medioda.
Hace sol?
En toda su fuerza.
Y a . . . n o . . . lo v e o . . .
Mi c a p i t n . . . mi c a p i t n . . . mi capitn.
Tena los ojos abiertos y la cara triste; respiraba ya con
mucha dificultad.
Ya entr en agona me dijo Juanita.
Pobre capitn.
Al poco rato, comenz a boquear.
El aire se iba saliendo poco a poco del cuerpo. La vida
es aire que se vuelve al viento.
Juanita se hinc y se puso a rezar con mucho fervor.
No dur mucho la agona; se fue aquel hombre que
haba sido bueno.
En la tarde lo enterramos; qued junto a Juanito, con
una cruz ms grande y mejor pulida.
A media tarde se vieron polvaredas por el lado de Torren. Otra vez el enemigo.
Por propia conservacin, casi sin mando, todos agarramos posiciones en las bardas de los corrales de adobe de la
finca. Tenamos por delante un campo descubierto, muy
bonito.
Cuando los tuvimos a tiro, rompimos el fuego. No nos
contestaron, dieron media vuelta y se fueron al galope.
Todos pensamos que aquello no era sino una treta para
jugarnos una mala pasada.
Convena seguir caminando; as lo entendimos todos y
emprendimos la marcha, apenas cerr la noche. Era casi
el mismo desorden de por la maana; cada quien por su
cuenta^ pero todos por el mismo camino, por todo el bordo
del ferrocarril.
Conmigo iba Juanita; me haba cogido de una mano,
como p a r a sentirse ms consolada.
bamos al paso, sin prisa alguna; qu ms daba quedarse a dormir en un lugar o en otro, si todos los sitios
eran malos.
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Quin?
Chonita, la mujer de Gregorio Prez, el asistente del
capitn Salas; nuestra compaera, no te acuerdas de ella?
Era ella que llegaba echando el alma de cansancio.
Chonita!, eres t ? le dijo Juanita.
branse, que vengo herida!
Me apresur yo a agarrarla.
Prese!, a ver, en dnde la hirieron?, te toc algn trancazo en la refriega?
No me contest, no fue en la refriega; fue entre
la refriega y el ombligo; aqu, en el mero cuadril. Creo
que noms es un rozn; pero no pude seguirlos la misma
noche y me tuve que quedar all todo el da. De buena
se escaparon, cmo est aquello!
Sintese, a ver; cuntenos.
Dnde est mi viejo, mi Gregorio?
Est bueno; ah va adelante.
Entonces, todava no soy viuda?
Todava no, quin sabe ms delante.
A lo mejor el muy desgraciado ya se estar creyendo
libre.
Ni lo creas, con lo apesadumbrado que est.
P o r qu, pues?
Mataron al capitn; se muri en sus brazos.
Virgen Santsima!, mira noms; hijos de. . . Dnde mero le dieron?, a ver, cuntenme. Y t, por qu ests
sola?, qu pas con Carmona?, el chamaco?
Tuvimos que contarle todo. Ella despus nos dijo lo
que saba.
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No cuente usted ya con la Chata Micaela; all andaba celebrando el triunfo montada en la cabeza de la
silla de un rebelde. Pobre caballo con tanto peso encima!
Porque la Chata est gordita, o no? Usted lo ha de saber
bien. Cambi chaqueta la muy jija. No era de ley. Vieran noms cuntas atrocidades han hecho aquellas gentes,
all en Torren. Hay un saqueo all, que da gusto: pianos
en las calles, camas de latn, piezas de manta, pares de
zapatos, chalinas. Yo creo que por eso se qued La Chata;
ora es cuando se va a hacer de rebozo nuevo. No ha quedado una tienda en buenas condiciones, y tan buen comercio que haba! Ya no queda nada; bueno, s; quedan los
armazones. Buenos para la rateada!, quin lo iba a pensar.
"Y no noms es eso; han hecho una matazn que da
horror. Los pobres chinos son los que han pagado el pato.
Tienen la creencia que todos ellos, los que tenan hortalizas en las afueras, estaban armados para defender el pueblo, y con ese cuento se pusieron a matar a los pobres
chales. Los sacaban, arrastrando de las trenzas, de sus hortalizas o de sus lavanderas y en la mitad de la calle los
mataban a tiros y a pualadas. Se acuerdan del Banco
Chino? Tiene tres pisos; pues cuando los pobres que estaban all dentro se dieron cuenta de la furia de los maderistas, se escondieron a toda prisa en el ltimo piso, y
hasta all subieron a buscarlos una turba de desalmados;
los agarraron de los cabellos y los aventaron por las ventanas hasta el suelo de la calle. Hay ahorita en Torren
ms chinos muertos que soldados federales. En mi vida
hubiera yo podido pensar en tanto horror. Algunos corran
desesperados por las calles, tratando de escapar y gritando
en su idioma, quin sabe qu cosas raras; detrs de ellos,
todo el peladaje, eso s, muy llenos de escapularios y de
santos, los doblaban a tiros. Dicen que los espaoles estn
muy temerosos, con miedo de que les pueda pasar una
cosa igual. Ora es cuando todo el pueblo echa de menos a
los federales con aquel desorden. Los burdeles estn llenos
de "latrofacciosos" y las gilas no se dan abasto; por cierto que toda esa bola de gorrudos ni traen nada de dinero,
andan viendo noms a ver qu agarran. Hay una borrache-
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ra que para qu les cuento; por eso a ustedes no les hicieron nada ayer los que salieron a perseguirlos, porque todos
los que venan no estaban en su juicio y pensaron seguro
que estaban mejor all en Torren, que andando por ac,
con el riesgo de doblar el pico. Y es un hervidero; yo no
s de dnde sali tanto desgraciado; con razn entraron,
si son un diablal de gente."
Y qu cuentan ellos?
Dicen que no van a dejar a un solo peln ni para
remedio. Bueno, pero vamonos, que yo tengo ganas de alcanzar a mi viejo.
Continuamos la marcha; yo comenc a renguear como
si me doliera la pierna herida, lo que hizo que Chonita
se aburriera de ir tan despacio y se adelantara a nosotros.
IBa yo pensando en otra vida nueva, en pueblos diferentes, en Pachuca, en Mxico.
SEGUNDA
PARTE
I
Dicen que todo cuanto le pasa a uno, se encuentra escrito; ser cierto o no, pero el caso es que mi sino era
seguir siendo soldado y seguir marcando el paso. Ya pareca que me iba escapando, que iba a poder ser posible
dejar el chac y el fusil, pero las cosas se pusieron de modo
que no hubo ms remedio que seguir la carrera.
Desde aquella triste jornada de Torren, ha pasado ya
cerca de' un ao y medio. Con ser tan largo ese tiempo,
para el que tiene que soportar las malas pasadas de la
vida militar, para m ha sido la mejor poca que he podido tener.
En nada se parece esta vida a aquella de al principio,
en que me engancharon de leva en el 9o. Batalln; no
quiere decir esto que el 24o. Batalln, al que ahora pertenezco, sea mejor que el otro, ni que el trato que recibe
la tropa sea diferente al que les den en los dems cuerpos
del Ejrcito; en todas partes ha de ser igual, porque esa
es la costumbre y hasta llego a creer que si no fuera as,
puede que no hubiera Ejrcito. N o ; no han de ser diferentes los cabos, sargentos y oficiales de este batalln a
los del 9o., lo que pasa es que yo he tenido la suerte de
no tener que soportarlos. Soy asistente de un jefe y me
la paso muy regaladamente.
El tiempo que h a transcurrido me parece un soplo y
.mi deseo ms grande sera el poder seguir tal y como me
encuentro, hasta llegar al final de los cinco irremediables
aos del "tiempo de mi empeo".
La suerte me socorri cuando tuve el pensamiento de
desertarme despus de la toma de Torren por los revolucionarios maderistas, entusiasmado por mi nuevo amor
y por la esperanza de poder aprovechar la oportunidad de
la guerra y largarme a otra tierra lejana, a trabajar en lo
que me saliera al paso.
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Soy de La Laguna.
Magnfico; me gusta ms la gente del norte que toda
esta bola de indios. No te gusta ser mi asistente?
Cmo no, mi mayor!
Entonces cllate ya y deja venir las co:as.
As fue como mejor mi condicin.
Mientras el tren en que viajbamos haca el recorrido
hasta Mxico, pude enterarme de muchas cosas: que aquel
Sexto Batalln que antes de la revolucin estuvo de guarnicin en Quertaro, lo haban hecho casi pedazos los rebeldes de Chihuahua, en el Can de Malpaso; all haban
matado a su coronel Guzmn y herido al teniente coronel
Vallejo y al mayor Alessio Robles, y haba habido muchsimas bajas. Que con la toma de Ciudad Jurez por los
revolucionarios, se haba firmado la paz y don Porfirio
Daz haba dejado el poder y se haba embarcado para
Europa. Que haba un nuevo Presidente, que se llamaba
Len de la Barra, pero que el mero bueno era el ehaparrito don Francisco I. Madero, quin se lo iba a decir!
A m me dieron mucho gusto aquellas noticias porque
les vea el lado bueno para m.
-Si ya ganaron los revolucionarios, pensaba yo, son
ellos los que van a formar ahora el Ejrcito y a nosotros,
los pelones, nos van a echar a patadas para la calle. No
nos han de tragar y apenas tienen razn, nosotros haramos
lo mismo. De suerte que apenas lleguemos a Mxico, nos
dan nuestro pasaporte y se acab cargar el muser y la
mochila.
Eso pensaba yo al principio, pero pronto me convenc
de que todo era al revs: a nosotros no nos licenciaron,
al contrario, nos apergollaron m s ; y a los que mandaron
a sus casas fue a los que se crean vencedores, a los maderistas. Les dieron cuarenta pesos a cada uno de los que
no cayeron en los combates, les quitaron sus carabinas y
sus caballos y creo que ni las gracias les dieron. Todos los
licenciado^ iban echando lumbre, pues creanse ya con
derecho a todo. A los que les fue mejor los metieron a
formar Cuerpos Rurales, pero sin darles uniformes ni ar-
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odio noms para nosotros los pelones, ora abarcaba tambin al mismo Madero que se haba confiado en los federales y haba hecho menos a los suyos, a los que le ayudaron a tirar a don Porfirio y a subirlo a l a la silla. Se
despeda de m, mandndome un abrazo.
Aquella carta tena que ser la ltima, para qu ms
noticias malas? A mi madre la di por muerta, a mi hermano por perdido y de mi compadre, para qu quera ver
sus letras plaideras y llenas de dolor? Un chorro de lgrimas, el papel escrito roto en mil pedazos como haba
de estar mi corazn, un puo de tierra tirado al aire con
direccin a La Laguna y. . . a seguir viviendo como se
pudiera.
Mi compadre tena razn. Comenzaba la bola de nuevo,
mejor dicho, no haba parado de rodar.
Emiliano Zapata, general maderista, no se dej que le
licenciaran a su gente en el Estado de Morelos y se fue
al monte, pronunciado, levantando la bandera de "Tierra
y Libertad". Sobre aquellos nuevos rebeldes cargaron muchas fuerzas federales a batirlos. Primero fue el general
Victoriano Huerta y despus Juvencio Robles, los que tuvieron el mando de aquella campaa.
Platicaban los compaeros que las rdenes eran muy
duras; primero, concentrar en los pueblos a la gente campesina y despus, matar a cuanto calzonudo anduviera
fuera de garita. Cuanta gente anduviera desperdigada de
los caseros, era considerada nada ms por eso, como enemiga del Gobierno. Los jacales del campo, los bosques y
los caaverales eran incendiados y la tropa federal andaba
en campaa, como si anduviera en una cacera acosando
alimaas salvajes. Por su parte, los rebeldes no se quedaban atrs; estaban encorajinados, conocan bien su terreno
lleno de cerros y de tupidos bosques, y tenan ms mala
sangre que los del norte; peleaban a la mala, daban golpes seguros y cuando menos se esperaban; se fingan gente
pacfica cuando les convena y sacaban los rifles apenas
pasaban las columnas federales, para darles por la espalda.
Prisionero que lograban agarrar, lo matirizaban con saa
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II
Todo es pasajero en el mundo y la buena vida dura
poco.
El tiempo corre muy de prisa cuando se est a gusto
y los malos ratos se alargan y parecen aos o siglos. Eso
de que el tiempo corre igual para todos, es un cuento.
Tambin dicen que las noticias malas nunca van solas;
una mala noticia va aparejada por lo menos con otra.
En un momento pasaron volando los meses como si
fueran un soplo del viento y lleg la de malas. Mi mayor
recibi orden de cambiar de Cuerpo y ni modo de que me
llevara con l; era cosa muy difcil conseguir el cambio
de un soldado de un batalln a otro; en todas partes puede haber asistentes y nadie es indispensable en la vida.
Ya lo ves me dijo mi mayor me tengo que ir al
Once. Te voy a extraar, pero no tiene remedio. Ahora
me arrepiento de no haberte hecho siquiera cabo, podras
volver a tu Compaa siquiera con una cinta colorada y
ya en mejores condiciones.
Yo no hubiera aceptado, mi mayor; mil veces hubiera preferido estar como su asistente que ser clase.
Me voy al Once, que manda Jimnez Castro y me va
a tocar entrar, desde luego, en campaa.
S e va usted a Morelos?
N o ; vamos a Veracruz, a batir a Flix Daz, que se
acaba de pronunciar con el 19o. y con el 21o. Batalln en
el puerto.
Arregle usted que me dejen ir a acompaarlo; ahora
le puedo ser ms necesario. Yo le cuidar la espalda.
Bien lo quisiera, pero no es fcil conseguirlo.
Arrglelo, mi mayor. No me deje.
Voy a intentarlo, pero no me parece nada fcil.
Habl con el coronel del 24o., habl con el teniente
coronel, y despus de miles de trmites apenas consigui
que me dejaran comisionado con l, mientras pasaba la
campaa aquella que apenas iba a comenzar. Cuando lo
supe, tuve la esperanza de que haba de conseguirse ms
tarde que me dejaran de una buena vez al lado de aquel
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olor a flores le jardn, a tierra mojada, a rica pina, a azahar de los naranjales, a caf y a pltano.
Agua por todas partes, caaverales, barrancas y tneles y montaas. Metlac, con su Infiernillo; (Drizaba, con
sus fbricas. Ro Blanco, Nogales, Santa Rosa; las Cumbres de Maltrata, el Pico de Orizaba, como si fuera un
faro en el camino y por fin, la tierra conocida de la Mesa
Central.
En la noche llegamos a Mxico. El rebelde Flix Daz
qued encerrado en la Penitenciara y los militares traidores en la Prisin de Santiago Tlatelolco.
Unos dos das de descanso y una mala nueva para m :
orden de incorporarme a mi Compaa del 24o. Batalln.
Se acababa all la buena vida y otra vez a sufrir.
Nada pudo hacer ya mi mayor y no tuve ms remedio
que agarrar mis pocas chivas y presentarme al servicio,
pronto para hacer lo que me mandaran y dispuesto otra
vez a recibir los golpes o soportar las maldiciones de todos los que fueran mis superiores. Otra vez a darle a la
instruccin y al servicio y a las malas pasadas, o marcar
el paso o a caminar siempre al son del tambor y al comps de la voz de los sargentos:
Uno, dos; uno, dos; uno, d o s . . .
III
Cuartel de San Pedro y San Pablo; vieja iglesia o
convento de tiempos antiguos en la esquina de una calle;
encrucijadas y galerones que antes han de haber sido celdas de frailes; paredes viejas mal encaladas, amontonamiento de indios, soldados y oficiales presumidos.
Los mismos modos, los mismos toques de las cornetas
y de los tambores a las mismas horas; entrada y salida de
viejas, contrabandos de chnguere y de mariguana, guantadas y maldiciones; revistas, instruccin, arrestos y plantones. Rancho malo, servicio duro y costumbres las mismas de todos los cuarteles.
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Y t lo crees?
Yo no creo nada, pero la verdad es que Madero nos
tanti diatiro. Noms lo subimos y si te he visto no me
acuerdo. No hay derecho. Por eso don Emiliano anda en
el monte; le cay muy mal la tanteada y ai anda viendo el
modo de defenderse como puede: a veces pelea, a veces
corre. Qu va a hacer si no tiene a r m a s ? ; ni modo que
se ponga frente a frente con los federales; no es tan
tarugo y ms que ya los conoce y les sabe sus maas.
Por ai anda entre los cerros y entre los matorrales criando sangrita y cuando puede dar un golpe lo da. Yo lo
nico que siento es que a lo' mejor cualquier da me va
a tocar a m echarles tiros a los que son mis paisanos y
compaeros.
Qu remedio, aqu caminas o cabresteas.
Ni s qu hacer.
Aguantar, vale, aguantar noms; qu remedio!
Aquel Simn Lpez pareca ser el ms "leido" de entre todos los reclutas sureos; a lo mejor fue antes cabecilla de ellos, all en el monte. Todos le decan "Don Simn", as como l, a su vez, les deca a los cabecillas de
la revuelta: don Emiliano, don Eufemio, don Genovevo.
Entre los soldados ms viejos, estaba uno que le decan
"El Barretero", con todas las maas de los que ya tienen
tiempo en el servicio; no haba pasado de soldado raso a
pesar de tener ya dos reenganches; deca que en sus buenos tiempos haba sido minero, como aquel mi difunto
compadre Carmona, pero qu diferencia! Aqul era hombre cabal y este otro era maoso, ratero y mariguano empedernido.
A otro soldado de la misma escuadra le decan "El
Tlacuache", seguro sera porque tena el hocico muy parado y era prieto como l solo. Uno rechoncho, entenda
por el apodo de "Melencu" y nadie saba qu quera decir
aquello y a qu vena aquel sobrenrirbre.
El sargento Prudencio Lpez y el cabo Doroteo Mendoza, eran como todos los cabos y todos los sargentos:
golpeadores, mal hablados y abusadores con los de abajo.
Muy parecido aquel 24o. al 9o.; todos los cuerpos de
seguro estaban cortados con la misma tijera.
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Aquel era mi cuerpo y all tena que estar hasta cumplir la condena. Decan que era un batalln ameritado que
haba hecho muchas campaas y que en tiempos lejanos
haba sido su jefe el general Lauro Villar, cuando le
decan, de apodo "El Capitn Remington". Era el mismo
que haba ido a los campos de Morelos a quemarles los
jacales a los zapatistas.
Aquel era mi cuerpo y dentro de l tena yo que seguir
marcando el paso, hasta que Dios fuera servido.
IV
Cuando lleg la Compaa a la Prisin de Santiago
Tlatelolco, ya haban salido de la Aduana casi todos los
carros de pulque y slo uno que otro rezagado sala por
el portn de rejas, cargado de barricas repletas de licor,
hasta los topes.
El sol brillaba ya alto y calentaba amoroso a los centinelas encapotados del presidio, como para resarcirlos de
la desvelada fra de la noche anterior.
Ya nos esperaban los compaeros del "14", formados
en lnea desplagada, a la derecha de la puerta principal.
Los cornetas, entrante y saliente, tocaron el acostumbrado
"Paso redoblado"; se saludaron con las espadas los oficiales de las dos fuerzas y fuimos a colocarnos tambin en
igual forma que la tropa saliente, a la izquierda del Cuerpo de Guardia.
El relevo se haca all, ms minucioso que en cualquiera
otra guardia de las de la Plaza. Era un largo cordn de
centinelas y vigilantes apostados, que tenamos que relevar. Adentro, en la prisin, decan los veteranos que haba
no menos de trescientos encausados, algunos de ellos peligrosos y de cuidado.
La consigna era' dura: riada de contemplaciones, a la
menor tentativa de' huida de cualquier preso: fuego!
Las diez primeras hileras, con dos sargentos y cuatro
cabos, entraron desde luego de servicio. Se fueron los
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jer. Creo que se estaba volviendo esto una bola de maricones y cuarenta y unos y pensaron con acierto, que el
Ejrcito siempre es el Ejrcito, est como est; y que era
mejor que tuvieran entrada libre las pizcapochas que n o
se fuera a volver esto un baile de la Coyuya o algo as.
As est muy bien, para nosotros y para las mujeres; para
ellas mejor. Hay viejas que en la pura tarde se llevan hasta sus cinco pesos. Qu te parece? Estoy seguro que a lo
mejor sacan ms de aqu de entre la tropa, que de los
oficiales.
"T ya sabes que esos "arregladitos", sobre todo los
tenientes, muchachitos perfumados, siempre han sido mantenidos de las "pizcas" de los burdeles buenos. Estoy seguro que no les cobran, antes creo que ms bien les han de
dar algo. Yo conoca a un teniente gerito de mi batalln
que andaba mejor vestido que el coronel. Se traa de la
cola a dos o tres viejas; una de ellas creo que era duea
de una casa, le daba cuanto quera, y le adivinaba el pensamiento. Qu buenas canastas de comida le mandaba cuando estaba de guardia! Buenas hartadas me daba yo con las
sobras, cuando era su asistente.
"Voy por all adentro; orita vuelvo. Ah!, oye, dentro
de un rato va a venir mi vieja con tantita yerba muy bien
escondida; hazte tarugo para que me la meta, que me est
haciendo muncha falta. No me digas nada; si quieres me
la dejas pasar y si te pones gordo, pues ya vendr otro
ms riata. A m, de cualquier modo, no me ha de faltar
qu chupar y menos ora que's mircoles".
"Tiagonones" se fue a seguir conversando, seguramente con los otros reclusos.
En el centro del patio, sobre el borde circular de cemento de lo que posiblemente haba sido una pila para
agua, varios presos, de los de tropa, sentados, tomaban el
sol. Arriba, en el segundo piso, tras de las rejas de las
ventanas que daban al patio, pasaban pausadamente los
oficiales-procesados que seguramente distraan el tiempo
caminando incesantemente, de un lado al otro del corredor
de sus celdas.
A poco rato, el corneta de guardia toc "rancho" y
desde luego, la tropa presa se aline en el patio, provista
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Mira lo que son las cosas: a estas curras s me gustara registrarlas bien. Te fijaste qu bien huelen y qu
bien vestidas van?
S, mi cabo, pero esas pulgas no brincan en el petate
de la tropa.
Estuvieron llegando ms y ms. Se completaron como
unas veinticinco cuzcas de todos pelos; unas regularcitas
y otras deatiro redrojos.
El cabo ya no se aguantaba de tanto manoseo. Yo estoy
seguro de que con una de aquellas se entretuvo ms de la
cuenta y desahog sus deseos mal contenidos.
All en el interior de la prisin, todo era tranquilidad
aparente; el patio estaba casi vaco d e presos, pues la mayora estaba en las cuadras refocilndose con las mujeres
o echando verso y vacilada.
De pronto, cuando menos lo esperbamos, se form un
escndalo en la cuadia de la tropa. Se oyeron gritos y salieron corriendo por el patio muchos presos y mujeres.
Q u pasa? grit el cabo, desde la reja.
Ai viene!, ai viene! gritaban azorados los presos, corriendo por todo el patio.
Auxilio!, guardia!; auxilio!
Las mujeres chillaban y queran salir atropelladamente
por la reja; los presos corran desaforados.
Q u pasa, con un demonio?
Un mariguano, que ya mat a uno y anda con un
cuchillo, queriendo echarse a otros ms.
Auxilio!, djenos salir.
Cabo de cuarto!
Acudi el capitn en persona; la guardia se puso sobre las armas; rpidamente se reforzaron las azoteas; el
corneta de guardia toc "generala" y se present al poco
rato el coronel, jefe de la prisin. Se oyeron los ruidos de
cerrojos de los museres y las caras de todos estaban plidas.
A todas las mujeres se les dio salida pronta, mientras
que en el patio, el mariguano, que no era otro que el "Tiagonones", cuchillo en mano, correteaba a los presos, que
asustados corran en todas direcciones. Pareca un toro
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lbrega y slo los foquitos de luz como lucirnagas sembradas en la noche. Los soldados, envueltos en las sombras, parecan negros africanos y el centinela de la puerta
pasendose siempre, siempre, como un perrito amarrado,
en todo lo largo de su cadena.
Cmo duraba el tiempo entre la "retreta" y el "silencio"!
Cuando toc la corneta el ltimo mandato del da, pareca como si estuviera llorando su "silencio", largo, largo, largusimo, por los muertos y por los pobres prisioneros. Como si" bostezara, como si tuviera mucho sueo y
unas ganas muy grandes de dormir, pero de dormir mucho, mucho; para toda la vida.
En el primer cuarto de la noche fui destinado para
un rondn. Al recorrer los puestos de los centinelas, me
pareci la crcel ms grande de lo que seguramente era.
Qu muros tan pesados; qu barrotes de hierro tan gruesos; qu triste casern, lleno de penas!
Parecamos los rondines almas en pena recorriendo el
penal, mientras all abajo, en las cuadras, dorman los presos amontonados, con las luces encendidas como era de
rigor.
Comenz la letana de siempre, de correr la palabra:
Uno, alerta!
Dos, alerta!
Tres, aaalerta!
Y as, hasta el nmero catorce, y despus los rondines
y los vigilantes. Y apenas acababa de cantar el ltimo nmero, daba comienzo el primero.
Toda la santa noche fue gritar y vigilar, a veces de
centinela, a veces de rondn, a ratos de vigilante. Y en el
curso de la noche, el jefe de da, los capitanes de vigilancia, el capitn de guardia, el comandante de la compaa
destacada, el coronel jefe de la prisin, los oficiales, los
sargentos, los cabos; una plaga enorme de gente dispuesta
a no dejar cabecear al pobre soldado de guardia en la
prisin.
Al amanecer, el frillito de la madrugada, entumecedor
y endemoniado. Las orejas y las narices como si fueran de
hielo; los dedos engarabitados en el guardamonte del mu-
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Estaba saliendo el mes de enero de 1913 y casi todo
nuestro 24o. Batalln sali a destacamentos, fuera de la
capital. Se fueron todos aquellos indios y el zapatista Simn
entre ellos. Al capitn Bruno Gloria, que haba ascendido
y estaba recin llegado a nuestro batalln, tambin le toc
salir. Por cierto que con su buen carcter se haba granjeado ya la buena voluntad de toda aquella gente con quienes ahora iba.
Nada ms nos quedamos unos sesenta hombres con h
matriz del cuerpo en nuestro cuartel de San Pedro y San
Pablo, a las rdenes del jefe del detall, mayor Casto Arguelles y del capitn segundo Pompilio Aldana. Nos quedbamos nosotros para recibir reemplazos y completar la
fuerza de las otras compaas.
Escaseaba el servicio y apenas cubramos el de la guardia de prevencin, dedicndose toda la" tropa sobrante a
hacer ejercicio diario a tardes y a maanas, para entrenar
a los reclutas recin ingresados. La vida estaba llena de
aburrimiento, se notaba una calma grande en todas partes,
pero, al mismo tiempo, se tena el presentimiento de que
aquello no poda durar. Dicen que la gente de mar presiente el huracn aunque las aguas estn en calma, y as ha de
ser. Los pensamientos de la gente alebrestada bullen el viento y llevan indicios hasta a aquellos que nada saben; barruntos, sospechas de algo que puede suceder y que ya se
est tramando.
Fuera de aquel malestar que se adivinaba, yo viva
feliz, en lo que puede ser, con mi Juana.
Qu diferencia de sta a aquella Chata Micaela! En
nada la extraaba yo. Esta no tendra la experiencia de la
otra, pero era ms mujer; le rendan ms los centavos y
me daba ms gusto; hubiera yo querido ser libre y vivir
con ella como viven los matrimonios, como Dios manda;
aunque fuera en un jacal de los ms pobres, en lo alto de
algn cerro, o en lo espeso de un monte. Con qu gusto la
hubiera visto hincada enfrente de un metate echando tortillas o atizando las brasas del fogn. Ella no era para la
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vida del cuartel, ni yo tampoco; nos hicieron torcer nuestro camino y as nos encontramos; algn da habrn de
cambiar las cosas; no hay mal que dure cien aos y todo
tiene su fin. Algn da dejaramos de or el toque alegre
de la "diana", que para nosotros era triste, porque indicaba que nos habamos de separar, despus de pasar la
noche acurrucados, muy juntos debajo de la misma cobija.
Ya no tendra ella que estar pendiente del toque de "media
vuelta" del medioda, ni la manosearan los cabos y los sargentos en cada entrada al cuartel. Algn da dejaramos
de ser como animales para convertirnos en gentes. No ms
mariguana para 'olvidar las penas, no ms mezcal para entonar el cuerpo, no ms cargar la mochila y el fusil.
Qu bien ha de ser aquello de poder decir: "Hoy no
tengo ganas de trabajar y no trabajo"; "maana me quedo
acostado hasta el mero medioda, porque as se me antoj a " ; "Juana, vamos para otra tierra, porque sta ya me
aburri". Qu bien disponer cada quien de su persona y
sentir la libertad! Con razn las gentes y los pueblos pelean por su libertad, por conseguirla y para no perderla.
Y despus de todo, con ser tan grande la libertad, se
puede convertir en cualquier cosa: un techo, para no
mojarse con las lluvias y para cubrirse el sol, una mujer
que se quiera, cualquier cosa que comer, y una lumbre que
arda y que caliente; con eso es suficiente y nada ms.
Dos aos me faltaban de servicio; dos aos y a vivir.
Tantita paciencia y aguantar con resignacin los malos
ratos, eso era todo; era medio camino recorrido ya, y se
poda pensar que lo ms malo haba pasado.
Cuando menos lo esperbamos, una maana tron el
cohete. Era el da 9 de febrero, domingo por cierto.
Apenas acabbamos de comer el rancho, despus de la
primera lista del da, cuando se present en persona y sin
anuncio alguno, el. comandante militar de la plaza de Mxico, general de divisin don Lauro Villar. Piocha larga,
fornido; cara de hombre resuelto y acostumbrado a mandar siempre; aunque anduviera vestido d. paisano, cualquiera que lo viera haba de pensar que aquel hombre no
poda ser sino un genera)
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despus, los que quedaran con vida pensaran en todo aquello y platicaran muy largo sobre lo que haba pasado.
Nos orden el mayor forzar una puerta que daba del
cuartel de zapadores al jardn interior del palacio. La puerta estaba bien cerrada y fue menester casi romperla con
unas barretas que por all encontramos. Algunos compaeros subieron a la azotea a tomar posiciones y a cuidarnos
de cualquier ataque que pudieran hacernos los sublevados.
La tropa de caballera mont en sus caballos y fue a formarse "en batalla" en el Zcalo, enfrente de la tienda
conocida por el nombre de "La Colmena".
Franca la puerta, nos metimos con las armas embrazadas y listas para disparar; los jefes llevaban las pistolas
en la mano. Iba a comenzar lo bueno.
Nos habamos metido en la boca del lobo, pero llevbamos la ventaja de la sorpresa que les bamos a dar, ya
que les llegbamos por la retaguardia, por donde de seguro
no esperaban enemigo.
En un momento llegamos al Patio de Honor y mientras
un pelotn nuestro, al paso veloz, se echaba sobre la guardia de la puerta, compuesta todava por gente del 20o., y
los desarmaba, los dems seguimos al Patio Central y nos
hicimos de los pilares de la arquera. Haba all ms de
cien cadetes de infantera de los aspirantes; muchachos
todos ellos fuertes, resueltos y bien instruidos. Los tenamos a boca de j a r r o ; no iba a haber tiros perdidos all y
de seguro todos iban a dar en el blanco.
Sin embargo, no pas nada.
El general Villar, qu hombre!, se adelant l solo y
les habl a los muchachos rebeldes. No recuerdo cuntas
cosas les dijo, que logr lo que de seguro se haba propuesto. Les habl del honor militar, de la carrera, de la
patria y los muchachos aquellos noms le oan asombrados.
Cuando habla un general, el que es soldado obedece; no
importa que se le tenga por enemigo, siempre es un jefe y
la disciplina no se pierde en un mal rato, y si ese general
es del pelo y la presencia de don Lauro Villar, el triunfo
est seguro de su parte.
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Primero les habl por la buena, los convenci, y despus, ya seguro de su dominio, les mand como saba
hacerlo.
A formar!; empabellonen, armas!
Los hizo desfilar, ya desarmados, hasta las caballerizas de palacio y all los encerr. El Palacio Nacional era
ya nuestro, pues los del 20o., ya con su jefe, el coronel
Morelos, que haba llegado all, volvieron sobre sus pasos
y se aprestaron a defender al Gobierno, junto con nosotros.
Otro general, Francisco de P. Mndez, segn supe despus que se llamaba, tambin se hizo presente al general
Villar en aquellos momentos.
El primer golpe estaba bien dado y no se haba disparado un solo tiro, gracias a la audacia y el valor del general Villar.
Dicen que las malas noticias vuelan, y aquellas corrieron como plvora encendida; los muchachos aspirantes
presos, los del 20o., o algunos curiosos, nos pusieron al
tanto de todo.
Se haba pronunciado en la madrugada casi toda la
guarnicin de Mxico; los aspirantes de infantera, desde
Tlalpan, haban ocupado a la fuerza los trenes elctricos y
se haban venido a Mxico, ocupando el Palacio Nacional
por sorpresa y sin resistencia alguna. Los de caballera se
haban juntado con las fuerzas con que estaban ya de
acuerdo sus jefes para dar el golpe y que eran, la artillera de Tacubaya, todo el Primer Regimiento de Caballera, menos el escuadrn que habamos encontrado de
zapadores a las rdenes del teniente coronel Torrea, y tambin el Primer Regimiento de Artillera del cuartel de la
calle de'la Libertad.
Toda aquella fuerza, mandada por el general Gregorio
Ruiz, se haba ido directamente a la Prisin Militar de
Santiago Tlatlblco, pues la tropa que estaba all de guardia, que era tambin del Primero de Caballera, desde luego haba hecho causa con los suyos. Pusieron en libertad
al general Bernardo Reyes y toda aquella columna, ya mandada entonces por este prestigiado general, se fue derecha
hasta la Penitenciara y all obligaron al director que pu-
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siera tambin libre a Flix Daz. No haba habido tampoco ningn tiro. Estbamos hasta aquellos momentos ya en
guerra, pero sin tiros y slo a golpes de audacia; la bola
aquella tena que reventar muy pronto.
En la calle andaban los de la rebelin y era seguro que
iban al Palacio Nacional; nosotros estbamos listos: en la
puerta central, dos ametralladoras emplazadas, al mando
de un teniente gero y gordo de apellido Carazao, rodeadas de costales de tierra como trincheras, con sus cabos
sentados en los banquillos, listos para romper el fuego y
con todos sus sirvientes en sus puestos. En las banquetas
del frente del palacio, los del 20o. y nosotros los del 24o.,
pecho a tierra y todos dispuestos para la pelea; en el costado sur, enfrente de "La Colmena", el escuadrn del Primer Regimiento, pie a tierra y con sus caballos en mano,
tambin dispuestos a lo que viniera. Enfrente, entre la arboleda del Zcalo y hasta arriba del kiosco de la msica,
cientos de curiosos apiados como si fueran a ver una
formacin en da de fiesta patria.
Eran como las siete d la maana.
El enemigo apareci por donde menos lo esperbamos
y en una forma que ms bien parecan compaeros nuestros que gente que estuviera en nuestra contra. A lo mejor
aquella juanada ni saba que andaba ya en contra del Gobierno.
Fueron los del Primer Regimiento de Caballera los que
iban saliendo en columna de a cuatro por las calles que estn a un costado del Palacio Nacional que se llaman de
la Moneda; llevaban los sables envainados y las carabinas
en guardia. Avanzaban al paso tardo de sus caballos; al
frente de aquella fuerza iba su coronel Luis G. Anaya y
otro que despus supe que era el general Gregorio Ruiz;
iba vestido de gris y con sombrero ancho. Aquella fuerza
no pareca que llevara la intencin de pelear con nosotros;
ni siquiera nos daba el frente; salieron por las calles de
la Moneda como si fueran a atravesar el Zcalo y de pronto se detuvieron; la cabeza de aquella columna estaba casi
enfrente del kiosco.
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fcilmente o crean que el general Villar haba de secundarlos a la primera invitacin que le hiciera.
Otra vez volvi a salir a la calle el general Villar acorn
panado de su gente. Apenas haban pasado unos cuantos
minutos.
Una nueva columna de rebeldes apareci de pronto.
Sala tambin de las calles de la Moneda, pero sta no sigui para el Zcalo, sino que avanz por la acera de Palacio pasando por enfrente mismo de las bocas de nuestros
fusiles. Iba al frente el general Bernardo Reyes, vestido de
paisano y montado en un brioso caballo retinto que manejaba muy bien; detrs de l iba un grupo de gente sin
formacin militar: paisanos y oficiales revueltos y siguindolo, como si fueran en una manifestacin o en un convite.
El general Villar, que estaba en la puerta central, se
adelant a recibirlo.
Aquello fue rapidsimo.
Rndase usted! ~^le grit el general Bernardo Reyes,
tratando de rodear con su caballo al general Villar para
aislarlo de su gente.
Quien debe rendirse es usted! -le contest nuestro
general y al verse amenazado con el caballo encima, nos
orden a nosotros.
Fuego!
Se desat la balacera de nuestros fusiles y traquetearon
las ametralladoras.
El caballo retinto del general Reyes se encabrit y lo
sac de la montura a tiempo que el fuego de una de las
ametralladoras le clare el pecho. Cay al suelo, bien muerto, y l caballo sali disparado por entre los rboles del
Zcalo.
En iin momentito se llen de muertos aquello. Nuestros
tiros eran seguros. De los que iban con el general Reyes
no qued ninguno; los que no quedaron all sin vida, corrieron.' Los rebeldes del Primer Regimiento se desparramaron por todas partes y en el Zcalo -quedaron montones
de cuerpos de paisanos curiosos.
Muchos caballos sin jinetes salieron corriendo por las
calles del 16 de Septiembre, con Tumbo a su cuartel de
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Tacubaya, a donde tenan su querencia. No menos de quinientos muertos entre rebeldes y gente curiosa, hicimos en
aquellos cuantos minutos de fuego intenso.
Cuando tocaron "alto el fuego", era aquello un tendedero d e muertos como nunca los haba visto en tanto nmero y en tanta revoltura. Militares, gente del pueblo, catrines, papelerillos, caballos y hasta perros, cayeron en
aquel momento, para no levantarse ms.
Una tormenta se haba desatado con toda su furia y
haba pasado en un momento dejando un tendedero de
difuntos.
Entre la arboleda del Zcalo y de la Catedral se oan
lamentos de gente herida y a lo lejos se perda el tropel de
los caballos sueltos que iban sin jinetes con rumbo a su
cuartel. All, enfrente de nosotros, a unos cuantos pasos,
estaba el cuerpo del que fuera el arrogante general Bernardo Reyes: un cuerpo chaparro, encogido y un copete
y una barba canosos, teidos en sangre.
A nuestro general Villar le manaba sangre de un hombro, que en vano traba de contener con un pauelo. Casi
no haba habido novedad de nuestra parte.
A poco rato, por las calles de Plateros, se oy un
fuerte rumor de gente que se acercaba. Cremos que sera
otra nueva columna de rebeldes que ira a atacarnos y nos
dispusimos a pelear de nuevoPero no, era el propio Presidente Madero el que llegaba montado en un caballo tordillo rodado y con una bandera nacional empuada; a sus lados una turba de gente
que lo vitoreaba y, como guardia para su persona, todos
los cadetes del Colegio Militar. Me cay muy bien entonces aquel chaparrito sin sombrero, sonriente, y con la
bandera de la patria en la mano; lo rodeaba pura gente del
pueblo y unos cientos de muchachos que pronto iran a
ser oficiales del Ejrcito.
Apenas lleg enfrente de nosotros, se adelant a saludarlo y a darle las novedades el general Villar.
Qu hombrote es usted, general! le dijo Madero.
No, seor le contest Villar; los hombrotes son
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VI
Al medioda, llegaron las viejas con las canastas de la
comida y con muchas noticias. Saban ms que nosotros,
con todo y que nos haba tocado andar en medio de toda
aquella bola desde en la maana. Nos lo contaron todo en
un momento. Aquello apenas iba comenzando con todo y
lo duro que haba estado; faltaba lo mejor.
Otra columna de rebeldes encabezada por Flix Daz
y por Manuel Mondragn, que iba detrs de la gente que
segua al general Bernardo Reyes, al ver que ste no pudo
entrar al Palacio Nacional, torci por otras calles y fue
a dar hasta la Ciudadela en donde estaban metidos y hechos fuertes; all haba habido tambin su matazn; a un
general Villarreal que la defenda por cuenta del Gobierno,
lo haban matado los mismo por detrs y tambin haban
matado con ametralladoras a muchos policas que estaban
all habilitados como soldados, defendiendo aquella vieja
fortaleza. Flix Daz estaba all con mucha artillera, con
las fuerzas sublevadas y con mucha gente simpatizadora
que lo segua.
Juana me daba detalles:
Si vieras cunto gachupn hay all metido adentro.
Por qu les gustar tanto meterse en nuestras cosas, a
esa gente? Te acuerdas de los "ratones"?
Cules ratones?
Esos soldados voluntarios del Batalln de Seguridad
que les dicen "los ratones" por los uniformes grises que
traen; esos que estn destinados noms para cuidar a los
presos de Beln.
Ah, s!
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otros tampoco de salir de all; sin embargo, no por eso dejbamos de echar balas y de matar cristianos. * Era una
pelotera aquella que pareca como si fuera un solo trueno
que no se acababa nunca; un trueno compuesto de tiros
de fusilera, de ametralladoras y de can que repercuta
en los aires y que agujereaba casas y segaba vidas.
Aquello de haber metido a los maderistas a caballo por
una calle para que los mataran como a borregos, estaba
bien claro, pues slo siendo muy animal se poda creer que
pudiera tomarse una fortaleza montados a caballo y caminando por un lugar barrido por el fuego de las ametralladoras. Queran acabar con Madero porque no era de los
suyos? Bueno; para luego era tarde, qu esperaban?,
para qu hacan matar tanta gente inocente?
Yo no entenda aquellas cosas ni me pareca fcil que
habindose derramado ya tanta sangre fueran a ponerse
de acuerdo unos jefes con otros. No; aquellas no eran
sino suposiciones del "Tlacuache" que siempre fue- malicioso y amante del chisme; tena fama en el batalln de
enredador y me vino la memoria que en una ocasin
me cont a m y a otros varios que el sargento Paulino
Arredondo, dejaba que su mujer lo engaara con uno de
los tenientes, noms para que ste se contagiara de los
males que llevaba ella y para que as pagara el oficial su
propia falta.
All lo que haba de suceder sera de seguro que el general Huerta era ms precavido y menos audaz que el
general Villar y por eso bamos poco a poco para dar un
golpe a lo seguro.
A\ tercer da todo segua igual: fuego por las dos partes, muy duro, muertos y heridos a montones y la situacin en el mismo estado que al comenzar la pelea. Aquello
lleva trazas d e eternizarse; ya hasta me estaba yo acostumbrando a aquel traqueteo y pensaba que haba de salir
con bien de todo, cuando me toc la de malas. Fue en la
maana del mircoles cuando me pegaron.
Estaba yo apuntndole, desde la azotea de una casa de
la Calle Ancha a unos que estaban como a una cuadra
de distancia, cuando me sent herido; sent como si me hu-
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