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TGD y Autismo

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TRASTORNOS GENERALIZADOS DEL DESARROLLO:

UNA PERSPECTIVA NEUROPEDIÁTRICA

CURSO SOCIEDAD VALENCIANA PEDIATRÍA 2001

Dra. Amparo Morant Gimeno


Neuropediatra.
Servicio de Neuropediatría Hospital Infantil La Fe.
Instituto Valenciano de Neurología Pediátrica (INVANEP). Valencia.
LOS TRASTORNOS GENERALIZADOS DEL DESARROLLO
Cuando hablamos de Trastorno generalizado del desarrollo (TGD) nos referimos a
una serie de entidades con tres grupos de manifestaciones comunes a todas ellas:
1. Trastorno de la relación social; 2. Trastorno de la comunicación, incluyendo
expresión y comprensión del lenguaje; y 3. Falta de flexibilidad mental, que
condiciona un espectro restringido de conductas y una limitación en las
actividades que requieren cierto grado de imaginación.
Los TGD fueron incluidos inicialmente en las clasificaciones internacionales de
enfermedades como pervasive developmental disorder, traducido posteriormente a
Trastornos profundos del desarrollo y más tarde a Trastornos generalizados del
desarrollo.
Los TGD incluyen el Trastorno autista, el Trastorno de Rett, el Trastorno
desintegrativo infantil, el Trastorno de Asperger y el Trastorno generalizado del
desarrollo no especificado, siendo el nexo común de todos ellos las tres
características citadas anteriormente. Sin embargo el Trastorno de Rett, por sus
características clínicas y evolutivas, se aparta bastante del resto de trastornos. El
Trastorno desintegrativo infantil, tiene como característica determinante la
existencia de un periodo de desarrollo normal que alcanza por lo menos hasta los
dos años, a partir de ahí y antes de los 10 años comienza una pérdida
clínicamente significativa de las habilidades adquiridas anteriormente, tanto en el
lenguaje, como sociales, en el juego, motoras o esfinterianas. A veces es difícil de
diferenciar con el trastorno autista en los casos en los que existe una regresión
después de un periodo de normalidad, cuyo inicio es difícil de precisar. En cuanto
al Trastorno de Asperger también es difícil de diferenciarlo del trastorno autista;
según los criterios del DSM-IV la diferencia viene dada por las habilidades en el
lenguaje, mejor desarrolladas en el Trastorno de Asperger pero con alteraciones
en el mismo bien definidas. A veces es difícil diferenciarlo del autismo de
funcionamiento elevado. El Trastorno generalizado del desarrollo no especificado
(TGD-NE), a diferencia de los demás carece de criterios positivos para su
diagnóstico, apareciendo como un diagnóstico residual, limitándose a dar cabida a
trastornos que cumplen las características principales pero que no cumplen los
criterios propios de estos trastornos. A pesar de estos problemas los TGD-NE
tienen un gran interés por dos motivos. En primer lugar es la categoría más
frecuente, puesto que permite ubicar muchos pacientes que no cumplen
estrictamente todos los criterios del Trastorno autista o del Trastorno de Asperger;
y en segundo lugar porque puede ofrecer una visión global del espectro autista
más comprensiva y ajustada a la realidad clínica.
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TRASTORNO AUTISTA
El autismo es un trastorno generalizado del desarrollo, de inicio precoz, que
presenta alteraciones en: 1. La relación social; 2. La comunicación/lenguaje; y 3.
Espectro restringido de conductas e intereses. Constituye una de las alteraciones
más graves del desarrollo, la conducta y la comunicación.
El autismo fue descrito por el psiquiatra austríaco Leo Kanner en 1943, y a pesar
de las investigaciones realizadas desde entonces sus causas no se han
determinado con exactitud y el diagnóstico continúa siendo clínico, esto unido al
desconocimiento general de la enfermedad ha hecho que los autistas hayan sido
incorrectamente tratados en muchos casos.
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Podemos considerar al autismo como una disfunción del sistema nervioso central
que ocasiona una serie de síntomas clínicos que son los que se tienen en cuenta
para realizar el diagnóstico. Para complicar más el tema se sabe que niños con
anomalías genéticas, rubeola congénita, esclerosis tuberosa, malformación
cerebral u otras entidades pueden cursar con autismo. Por lo que se presupone
que en unos años el autismo será una descripción de la conducta que irá asociado
a diversas patologías concretas, es decir será un diagnóstico conductual.
En la actualidad se tiende a considerar el autismo como un espectro amplio de
trastornos que comparten aspectos comunes, pero ante los cuales está por definir
de forma definitiva cuáles son los subtipos que lo integran.
La prevalencia del autismo es incierta debido a las grandes dificultades que
existen para su diagnóstico y varía mucho según se consideren únicamente
formas puras de autismo o bien se acepten niños que cumplan criterios suficientes
pero no todos.
Los diferentes estudios realizados ofrecen cifras que oscilan entre 2 y 5 casos por
10.000 individuos, y otros entre 0,33 y 5 casos por 1.000 niños, siendo entre tres
y cuatro veces más frecuente en niños que en niñas. Hay que indicar también que
el riesgo de recurrencia para una familia con un niño autista de etiología
desconocida es del 8,6%.

MANIFESTACIONES CLINICAS
El autismo, por definición, se inicia antes de los 3 años, aunque en muchas
ocasiones los niños llegan a la consulta mucho más tarde.
Podríamos distinguir dos grupos de niños: uno en los que la sintomatología es
precoz ya desde el nacimiento; y otro en los que los niños fueron normales al
nacimiento y comenzaron a presentar síntomas característicos a partir de los 18
meses, acentuándose a partir del año y medio o dos, que es cuando el niño debe
evolucionar rápidamente en la adquisición del lenguaje. Precisamente el retraso o
la anomalía en la adquisición del lenguaje es el motivo más frecuente de consulta
de los niños que al final son diagnosticados de autismo.
Hay que tener en cuenta que esta regresión a veces coincide con acontecimientos
en la vida del niño que pueden atribuírseles un mecanismo causal pero que no es
así, son hechos coincidentes en el tiempo. De todas maneras también hay que
tener en cuenta los factores ambientales que podrían influir sobre el niño con una
predisposición genética.
Ejemplos de frases que con frecuencia dicen los padres serían:
- “cuando nació la hermana empezó a ser así”
- “al empezar el colegio comenzó a cambiar”
- “desde que estuvo ingresado no le notamos igual”

Vamos a ir describiendo las características del Trastorno autista siguiendo las


directrices diagnósticas del DSM-IV, siendo lo más prácticos posibles poniendo
ejemplos vividos en la consulta.

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1.- Alteración cualitativa de la interacción social, manifestada al menos por
dos de las siguientes características:
(a) Importante alteración del uso de múltiples comportamientos no verbales, como
son contacto ocular, expresión facial, posturas corporales y gestos reguladores
de la interacción social.
(b) Incapacidad para desarrollar relaciones con compañeros adecuadas al nivel de
desarrollo.
(c) Ausencia de la tendencia espontánea para compartir con otras personas
disfrutes, intereses y objetivos.
(d) Falta de reciprocidad social o emocional

El síntoma más típico del autismo es la falta de reciprocidad en la relación social.


Las claves de la empatía están ausentes o son rudimentarias, con incapacidad
para compartir las sensaciones que experimenta con sus semejantes por lo que su
alegría o enfado pueden aparentar ser enigmáticos.
Una característica de estos niños es su mirada, que suele recorrer el espacio
prescindiendo de la mirada de las otras personas. El contacto, que puede existir
en algunos casos, es frío y fugaz sin contenido comunicativo. La forma de mirar
dota a su cara de un aspecto inexpresivo o enigmático, imposibilitando el
conocimiento de lo que ocurre en su interior.
La alteración en la mirada no suele ser motivo de consulta pero en una ocasión
nos fue remitido un niño de 8 meses porque “no veía”. El pediatra, tras la
insistencia de los padres, lo había enviado al oftalmólogo quien nos lo
remitió con urgencia. El niño, gemelo de otro normal, no es que no viera sino
que no fijaba la mirada junto con otros síntomas que nos permitieron realizar
el diagnóstico de Trastorno autista. En comparación con el hermano gemelo,
a los padres sólo les había llamado la atención que “no veía” y que era más
tranquilo sin requerir atención, habiendo por supuesto muchas más
diferencias.
Existe, en la mayoría de los casos, una ausencia de expresión facial ya sea en
situaciones agradables o desagradable. Una madre decía: “parece que no
llegue a mi hija, como si no tuviéramos comunicación entre las dos, no sé lo
que puede estar pensando”.
Cuando preguntas por la relación que tiene con otros niños la mayoría de las
veces te encuentras con la misma contestación: “siempre suele estar solo pero
en todo caso le gusta estar con niños más pequeños que él”; “va a su aire”;
“es distinto”. Por lo general prefieren a los adultos en vez de a los niños,
posiblemente por la mayor tolerancia de los primeros con el comportamiento
autista.
Generalmente van a la suya y no comparten nada con los demás. Esto se puede
observar más en los niños que presentan algo de lenguaje: “nunca me cuenta
nada, tengo que preguntarle yo”.
Existe un completo desinterés por las personas de su alrededor, que son
ignoradas o tratadas como objetos. El autista utiliza al adulto como un medio
mecánico que le satisfaga sus deseos. ”Si quiere agua, me coge de la mano

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como si fuera un simple instrumento y me lleva a donde están los vasos,
todo ello sin decir nada y sin mirarme a los ojos”.
En otros casos puede producirse una repetición constante de preguntas con el fin
de mantener una interacción social en movimiento. Y, aunque no es frecuente, hay
niños que tienen tendencia a invadir el campo del otro, acercándose demasiado,
tocándoles inapropiadamente, besándolos u oliéndolos. A otros les encanta que
ser afectuosos incluso con desconocidos.

2.- Alteración cualitativa de la comunicación manifestada al menos por dos


de las siguientes características:
(a) Retraso o ausencia total del desarrollo del lenguaje oral (no acompañado de
intentos para compensarlo mediante modos alternativos de comunicación,
tales como gestos o mímica)
(b) En sujetos con un habla adecuada, alteración importante de la capacidad para
iniciar o mantener una conversación con otros
(c) Utilización estereotipada y repetitiva del lenguaje o lenguaje idiosincrásico
(d) Ausencia de juego realista espontáneo, variado, o de juego imitativo social
propio del nivel de desarrollo.

El trastorno del lenguaje es la causa más frecuente de consulta médica en los


niños autistas y va desde la ausencia del lenguaje en un niño de 2-3 años hasta la
alteración en la comprensión y la pragmática del lenguaje, es decir en su uso
social. Muchos de ellos tienen una jerga que imita el lenguaje del adulto, pero sin
contenido semántico y son incluso capaces de decir palabras o frases sofisticadas,
pero totalmente fuera de contexto. Carecen del uso social del lenguaje.
El padre, médico, de un niño autista nos decía: “ el motivo de venir es que el
nene emplea el lenguaje sin un uso social, dice muchas cosas pero sin
sentido y sin venir a cuento; además dice frases hechas dichas por mí ante
las mismas situaciones, por ejemplo, cada vez que sube al tobogán y antes
de bajar dice: Cuidado, no te vayas a caer”.
Otro niño era capaz de repetir canciones enteras del programa La parodia
nacional, o anuncios enteros de televisión.
Otros padres dicen: “está en su mundo y cuando se le habla parece que no
comprenda lo que se le dice”.
Estos dos casos podrían corresponder al Síndrome de Asperger ya que si que
existe lenguaje pero sólo son repeticiones hechas de frases que se les ha
enseñado y fragmentos de anuncios de televisión o canciones.
Otras alteraciones del lenguaje son las ecolalias, inmediatas o retardadas, la
ausencia de interlocutor durante los discursos que acompañan al juego infantil
(discurso vacío de contenido, pero con entonación y pudiendo mezclar anuncios o
frases hechas), la falta de gesticulación y de expresión facial, o el uso del “tú” o el
“él” en sustitución del “yo”. Cuando un niño quería agua le decía a su madre:
“toma agua”, que era la frase que ella le decía para ofrecerle a él el agua,
hablando así en tercera persona.
Los trastornos del lenguaje que podemos encontrar en el autismo son: la agnosia
auditiva verbal, el síndrome fonológico-sintántico, el síndrome léxico-sintáctico,
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trastorno semántico-pragmático, trastorno de la prosodia, mutismo selectivo,
alteración en el turno de palabra, alteración en el inicio de la conversación,
alteración en el lenguaje figurado, hiperlexia.
Las manifestaciones de un niño autista en cuanto al juego es el empobrecimiento
del mismo. En general lo que hacen es manipular los juguetes en vez de jugar con
ellos; a veces los acumulan o realizan maniobras con ellos imitadas; se sienten
bien jugando solos.
“Generalmente juega solo y con juguetes concretos que nadie le puede
tocar”.
“Le encantan las pinzas de la ropa”.
“Se pasa el día rodando las ruedas de los coches.”

3.- Patrones de comportamiento, intereses y actividades restringidos,


repetitivos y estereotipados y restrictivos de interés que resulta anormal, sea
en su intensidad, sea en su objetivo:
(a) preocupación absorbente por uno o más patrones estereotipados y restrictivos
de interés que resulta anormal, sea en su intensidad, sea en su objetivo
(b) adhesión aparentemente inflexible a rutinas o rituales específicos, no
funcionales
(c) manierismos motores estereotipados y repetitivos
(d) preocupación persistente por parte de objetos

Son inflexibles a rutinas o rituales específicos. A veces llevan cosas como


“amuletos” de las que no se pueden separar, sin dotarles de ninguna función que
en la de ser algo que le pertenece. Tuvimos un niño que no se podía separar
de una almohada en ningún momento, incluso estando dormido.
El niño autista no admite cambios de su rutina, todo estará bien si se hace a su
manera, pero sino todo son problemas con peleas, gritos y comportamientos
agresivos o autoagresivos, todo ello representando la gran ansiedad de estos
niños ante los cambios. En general parece como si el niño se sintiera amenazado
ante cualquier cambio que se produce en su vida habitual. La obsesión por el
orden conduce a conductas ritualistas, patrones comportamentales repetitivos que
se aproximan mucho a la conducta del trastorno obsesivo-compulsivo, siendo a
veces difícil de diferenciar un trastorno obsesivo-compulsivo y un trastorno de
Asperger.
Una madre nos decía que el problema estaba cuando iba alguien iba a su
casa: “cuando viene alguien a casa, aunque sean sus abuelos, se vuelve
“como loco” y no hay forma de controlarlo, le altera cualquier cambio”.
Todo esto lo sufre la familia del autista que debe de girar en torno al niño, siendo
él quien determina lo que se va a hacer, lo que se va a comer, etc.
Las estereotipias están presentes en todos los niños autistas y en todas las
edades y a veces son difíciles de diferenciar de las conductas obsesivas. Pueden
consistir en andar de puntillas o contraer los músculos cuando se excitan. Otras
veces tienen carácter rítmico como mecerse en la cama mientras concilian el
sueño, balancearse de un pie a otro, patear, dar golpes repetidamente, girar sobre
sí mismos, correr en círculos, abrir y cerrar una puerta. Las estereotipias manuales
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consisten en aplaudir, entrecruzar los dedos, aletear con las manos, o coger los
objetos mediante un patrón peculiar de movimiento.
Una explicación a todas estas actividades es que cumplen la función de
autoestimulación en relación con una posible alteración de los neurotransmisores
en los ganglios basales.
La preocupación persistente por parte de objetos la vemos en la atracción que
tienen por las cosas que giran, como los ventiladores, la lavadora o las ruedas de
los coches.

DIAGNOSTICO
Antes que nada habría que plantearse ¿quién diagnostica al niño con un trastorno
generalizado del desarrollo?
La persona que más conoce al niño, dejando a parte a su familia, es su pediatra,
pero la dificultad que conlleva la sospecha de este tipo de problemas y su
desconocimiento hace que en muchas ocasiones el diagnóstico se haga
tardíamente y lleguen a la consulta del neuropediatra cuando ya han pasado por
otros especialistas como otros pediatras, otorrinolaríngologos, oftalmólogos,
psicólogos, logopedas, etc.
Son comentarios comunes: “nosotros veíamos algo raro, pero nos decían, ya
hablará”; “eso que hace el niño no es nada, son manías”; “todo lo que hace
es porque está muy consentido”; “eso es por culpa de beber mucha coca-
cola”; “todo eso es por culpa de los padres y en concreto de la madre, ya
que es la que más tiempo pasa con el niño”...
Mayoritariamente son los profesionales de las guarderías o colegios los que dan la
voz de alarma, muchas veces sin repercusión ya que los padres hacen caso y no
consultan adecuadamente ya que es información que a nadie le gusta oírse de su
hijo.
Como en casi todas las patologías, el diagnóstico precoz es esencial para aplicar
un tratamiento correcto y eficaz. Sin embargo, en el caso del autismo esto es
complicado ya que no existe una prueba biológica que nos lo de, siendo por tanto
un diagnóstico estrictamente clínico. Debido a esto se produce una peregrinación
de los padres de un niño autista por diversos especialistas hasta encontrar la
ayuda adecuada.
El papel de neuropediatra es realizar un diagnóstico adecuado lo antes posible,
descartando una serie de problemas o enfermedades que puedan relacionarse
con el espectro autista. Para ello se necesita un conocimiento adecuado de los
TGD y un elevado grado de sospecha ante los distintos y variados motivos de
consulta de los niños que al final van a ser diagnosticados de un TGD. Entre éstos
los más frecuentes son: los problemas del lenguaje, las alteraciones en la relación
social o aislamiento, el comportamiento “raro”, los problemas de visión y el retraso
escolar.
Nuestra actuación inicial es la misma ante todos los niños que consultan por un
problema neuropediátrico. Primeramente se pregunta por el motivo de consulta y
la preocupación que los padres tienen por el niño, mientras tanto vas observando
al niño que lo tienes delante.

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Historia clínica
La evaluación inicial comienza con una historia clínica completa haciendo hincapié
en que la descripción del problema actual no se debe de realizar de una forma
aislada sino en el contexto del desarrollo neuroevolutivo del niño tanto desde el
punto de vista psíquico como motor y del lenguaje por lo que es muy importante el
conocimiento del desarrollo completo del niño hasta ese momento. Muchas veces
nos ayuda las grabaciones de vídeo antiguas.
En todos los casos en los que se pueda sospechar un TGD preguntamos a los
padres a cerca de las tres grandes características de estos trastornos (relación
social, lenguaje y conducta) para orientar más el diagnóstico.
En cuanto a los antecedentes personales hay que conocer todos los datos
concernientes a la gestación, al parto y al periodo perinatal, y otros antecedentes
como: infecciones como la meningitis, el empleo de fármacos ototóxicos, los
traumatismos craneoencefálicos, las crisis epilépticas, las otitis medias crónicas
serosas, etc.
Conocer el ambiente psicosocial del niño hasta ese momento ya que niños con
una gran deprivación afectiva como los niños que han estado en orfanatos que
posteriormente son adoptados, pueden presentar problemas relacionados.
Hay que incidir en los hitos del desarrollo psicomotor para valorar la existencia o
no de retrasos o problemas en esta área así como el desarrollo del lenguaje.
También hay que conocer los antecedentes familiares de problemas de este tipo o
que pudieran estar relacionados.

Exploración clínica
La exploración se inicia observando al niño como se desenvuelve en el entorno,
alrededor de sus padres y con los juguetes que hay en la consulta.
Realizamos una exploración clínica pediátrica general descartando posibles
malformaciones o dismorfias que nos orienten hacia patología concreta,
incluyendo una adecuada somatometría.
La exploración neurológica será detallada comenzando por el perímetro cefálico,
exploración de los pares craneales, así como asimetrías o signos clínicos focales
neurológicos, valorando anomalías del tono, de la fuerza muscular, de los reflejos
normales y patológicos y de la marcha, todo ello dependiendo de la edad del niño.
También es importante la visualización del fondo de ojo.
Valoraremos el lenguaje y la audición aunque de forma somera.

Pruebas complementarias
Neurofisiológicas
Realizamos un trazado electroencefalográfico (EEG) de sueño a todos los niños
con sospecha de este tipo de problema. La mayoría de los mismos son
patológicos observándose una alteración del ritmo con ondas agudas, sobre todo
durante el sueño, incluso aunque no hayan tenido nunca crisis. El control EEG
debe de hacerse de forma periódica ya que hasta el 33% de los autistas adultos
tienen crisis, sobre todo los que presentan una lesión cerebral estructural,
ausencia de lenguaje o retraso mental severo. Las crisis suelen ser generalizadas
y difíciles de controlar.
Esta práctica es fundamental para descartar la afasia adquirida o Landau- Kleffner.
Consiste en una afasia global que suele instaurarse en un niño de 3 a 8 años con
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desarrollo lingüístico previamente normal o retrasado. El inicio puede ser abrupto,
progresivo o en brotes sucesivos con remisiones parciales intercaladas. En el 90%
de los casos tienen crisis epilépticas y en todos los casos se objetivan alteraciones
paroxísticas uni o bilaterales en el EEG sobre las regiones temporales con
tendencia a la generalización secundaria. Tras la instauración del proceso el niño
suele mostrar una conducta excitada y desorganizada que luego tiende a la
normalización permaneciendo la afasia de forma más o menos intensa. Las crisis
epilépticas generalmente son refractarias al tratamiento, pudiendo mejorar el
trazado EEG pero no tanto la afasia.
Los potenciales evocados auditivos de tronco (PEA) los solicitamos como prueba
audiológica para descartar hipoacusias.

Neuroimagen
A todos los niños se les solicita una prueba de neuroimagen, concretamente una
Resonancia Magnética (RM) para descartar patologías malformativas o displásicas
en el sistema nervioso central que se han visto relacionadas con el autismo sin ser
específicas del mismo. Entre estas se encuentran: mayor volumen de los
hemisferios cerebrales, displasias corticales.
Más recientemente se están haciendo RM con espectroscopia ya que se han
descrito casos de alteraciones metabólicas en los hemisferios cerebelosos de los
niños autistas. Nosotros lo hemos solicitado en un caso y se ha confirmado la
sospecha, que siempre es clínica.

Estudios metabólicos cerebrales


La tomografía por emisión de positrones (PET) y otras técnicas de funcionalismo
cerebral no tienen un gran papel para el diagnóstico aunque si para orientar
posibles terapias sobre todo las del lenguaje. En las imágenes de PET se observa
una disminución de la captación talámica, con alteraciones hipometabólicas en los
lóbulos frontal y temporal.

Estudios genéticos
Les solicitamos un cariotipo convencional y un estudio citogenético para descartar
un síndrome del cromosoma X frágil. Esto tiene importancia en cuanto a la
recurrencia y en cuanto a la fertilidad de las hermanas del niño autista.

Valoración psicológica y del nivel de inteligencia.


En general existe dificultad para encontrar a especialistas que valoren a los niños
autistas de forma adecuada por lo que muchas veces los remitimos a centros
específicos.
Hay que recordar que la mayoría de los niños autistas, hasta el 70%, asocian
retraso mental con un cociente de inteligencia menor de 70.
En estos niños hay problemas para realizar las psicometrías convencionales y sólo
se puede valorar tras la observación de la conducta espontánea y eventualmente
de su juego en varias sesiones. Además las puntuaciones son más bajas en las
habilidades verbales que en las no verbales, por lo que se eligen test que valoren
sobre todo estas últimas.

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También estaría indicada una valoración auditiva y una del lenguaje por parte de
los especialistas oportunos.

PRONÓSTICO
El curso de trastorno autista es continuo. Un pronóstico favorable está relacionado
con: la ausencia de patología neurológica concreta, un nivel normal de
inteligencia, el desarrollo del lenguaje antes de los 5 años, las habilidades, la
ausencia de crisis epilépticas y el ambiente donde el niño se desarrolla. Precisan
una estructura y una disciplina coherente con una intervención temprana que
implique la familia para minimizar las rabietas, favorecer la interacción social y la
terapia del lenguaje.
La educación de un autista difiere enormemente de la de un niño normal, pues a
sus dificultades para adquirir lenguaje y comunicarse, hay que unir, el retraso
mental en la mayoría de los casos.
Aunque algunos niños autistas pueden llegar a integrarse en colegios normales, e
incluso desarrollar ciertas actividades profesionales, la mayoría sigue necesitando
cuidados especiales en la edad adulta. Muy raras veces llegan a ser totalmente
independientes y necesitan un ambiente que continúe con el orden establecido en
la etapa escolar.

TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO EN LOS NIÑOS AUTISTAS


Hay que tener en cuenta que no existe tratamiento específico para el autismo en
sí, pero sí se pueden tratar distintos problemas asociados como la epilepsia, la
agresividad, la atención, la manejabilidad, las obsesiones y estereotipias, la
ansiedad. Muchas veces estos niños sólo vuelven a la consulta, una vez están ya
encauzados, si presentan algún problema de este tipo.
Por todo esto no es de extrañar que algunos niños autistas lleven algún
tratamiento farmacológico que nosotros somos partidarios de mantener siempre
teniendo en cuenta la sintomatología que presente, la respuesta farmacológica y la
edad del niño, ya que hay muchos fármacos de los que se carece de experiencia
en niños pequeños.
Nosotros utilizamos tres grupos de fármacos: los antiepilépticos, los neurolépticos
y los psicoestimulantes

Antiepilépticos
Dentro de los antiepilépticos los más empleados son dentro de los clásicos el
valproato sódico y la carbamacepina, y de los más modernos la lamotrigina y el
topiramato. Por supuesto que la elección del fármaco antiepiléptico va a depender
sobre todo de la edad del niño, del tipo de crisis que presente y de la existencia o
no de patología estructural en el sistema nervioso central. No hay estudios que
informen que fármacos antiepilépticos estarían más indicados en el caso del
autismo, por lo que nos guiamos por las directrices de las crisis y no por el
diagnóstico de TGD.
En los casos en los que existen alteraciones en la actividad eléctrica cerebral sin
crisis epilépticas se puede plantear un tratamiento con fármacos antiepilépticos si
existen problemas de lenguaje o alteraciones graves de la conducta. En estos
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casos se suele emplear el valproato sódico observándose una mejoría del niño a
medida que mejora el trazado del EEG.

Psicoestimulantes
Los psicoestimulantes potencian la acción de distintos neurotransmisores
induciendo su liberación de la neurona presináptica, bloqueando su recaptación
y/o inhibiendo la acción de la monoamino-oxidasa. Estimulan el sistema reticular,
el sistema límbico, el núcleo estriado y otras regiones del cerebro relacionadas
con la atención, la activación y los procesos de inhibición.
Empleamos el metilfenidato que es un estimulante leve del SNC con propiedades
similares a las anfetaminas, con predominante actividad central y mínimo efecto
sobre el sistema cardiovascular. El mecanismo de acción, por el cual el
metilfenidato ejerce un efecto en la conducta de los niños no es todavía bien
conocido. Se piensa que reduce el umbral de los sistemas de alerta dejando al
individuo en disposición de responder con más facilidad o prontitud a los estímulos
exógenos y endógenos, posiblemente porque inhibe el transporte de la dopamina
incrementándose el tiempo de actuación de la misma.
La dosis estaría comprendida entre 0,3 y 0,5 mg/Kg./día, administrada en dos
dosis (mañana y mediodía), unos 30-40 minutos antes del inicio de las clases. La
instauración se debe hacer de forma progresiva con incrementos cada 3 días
hasta alcanzar la dosis óptima. Generalmente sólo se administra los días con
actividad escolar, descansando los fines de semana y los periodos vacacionales.
En algunos casos empleado en los niños autistas mejoran la concentración, la
hiperactividad y los movimientos estereotipados, pero en hay que administrarlo
con precaución pues se han descrito casos de agitación psicomotora. Si existe
epilepsia asociada no está indicado salvo que ya no existan crisis y se mantenga
el tratamiento anticonvulsivante de base.

Neurolépticos
Nosotros manejamos dos neurolépticos: la tiaprida y la risperidona.
La tiaprida (Tiaprizal ) en un neuroléptico menor atípico de la familia de las
benzamidas. Es un antagonista (bloqueante) selectivo de los receptores
dopaminérgicos D2 por lo que facilita la acción de la dopamina. No provoca
sedación, ni dependencia física ni psíquica y carece de acción antipsicótica. La
dosis estaría entre 2,5-5 mg/Kg./día repartida en tres dosis. Lo indicamos
inicialmente en los problemas de comportamiento e incluso de la atención como
primera medida, con mejoría en la mayoría de las veces en la inquietud motora
que presentan estos niños.
La risperidona (Risperdal ®) es un neuroléptico antagonista monoaminérgico con
alta afinidad por los receptores 5-HT2 serotoninérgicos y D2 dopaminérgicos. Es un
fármaco que no está indicado en niños aunque se están haciendo estudios al
respecto en la actualidad. Nosotros lo usamos generalmente en niños mayores y a
dosis bajas de 0,5 a 1 mg al día, siendo la dosis media para los adultos de 4 mg al
día. Está indicado en los problemas graves de comportamiento que impliquen una
imposibilidad en el manejo de los pacientes, siendo los resultados muy buenos
teniendo en cuenta la poca experiencia que existe todavía.

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SIGNOS DE ALARMA

1. Lactantes muy tranquilos, pasivos. Niños muy quietos, sin requerir atención,
“sin dar guerra”.
2. Aislamiento y concentración en sí mismo con autoestimulaciones, fijación-
atracción anormal por sus propias manos, escasa reacción a estímulos
externos, rechazo a coger objetos, no respuesta a la llamada, no respuesta a
estímulos sonoros, rechazo del contacto físico, balanceamiento.
3. Atracción-fijación por objetos muy determinados; como la luz, objetos redondos
y que giren, atracción-miedo por agujeros y ruidos intensos.
4. Estereotipias y tendencia a la repetición, con resistencia a los cambios
ambientales o hábitos del niño.
5. Hipotonía y problemas instrumentales.
6. Berrinches inconsolables, disforia, pánicos inexplicables.
7. Tristeza, ausencia-escasez de sonrisa, mirada perdida, ausencia de fijación de
la mirada.
8. Falta de conductas anticipatorias.
9. Autoagresiones.
10. Insensibilidad al dolor y a los momentos angustiosos o respuesta paradójica a
los mismos.
11. Dificultades alimentarias, con succión alterada, rechazo a los cambios
alimenticios y a gran parte de los alimentos, oposición a la masticación.
12. Ausencia, desaparición del poco lenguaje adquirido o desarrollo atípico del
mismo. Como ecolalias, no utilización de la primera y segunda persona,
utilización frecuente de la tercera persona para referirse a sí mismo,
dificultades para decir “sí” o “no”.

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