TGD y Autismo
TGD y Autismo
TGD y Autismo
MANIFESTACIONES CLINICAS
El autismo, por definición, se inicia antes de los 3 años, aunque en muchas
ocasiones los niños llegan a la consulta mucho más tarde.
Podríamos distinguir dos grupos de niños: uno en los que la sintomatología es
precoz ya desde el nacimiento; y otro en los que los niños fueron normales al
nacimiento y comenzaron a presentar síntomas característicos a partir de los 18
meses, acentuándose a partir del año y medio o dos, que es cuando el niño debe
evolucionar rápidamente en la adquisición del lenguaje. Precisamente el retraso o
la anomalía en la adquisición del lenguaje es el motivo más frecuente de consulta
de los niños que al final son diagnosticados de autismo.
Hay que tener en cuenta que esta regresión a veces coincide con acontecimientos
en la vida del niño que pueden atribuírseles un mecanismo causal pero que no es
así, son hechos coincidentes en el tiempo. De todas maneras también hay que
tener en cuenta los factores ambientales que podrían influir sobre el niño con una
predisposición genética.
Ejemplos de frases que con frecuencia dicen los padres serían:
- “cuando nació la hermana empezó a ser así”
- “al empezar el colegio comenzó a cambiar”
- “desde que estuvo ingresado no le notamos igual”
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1.- Alteración cualitativa de la interacción social, manifestada al menos por
dos de las siguientes características:
(a) Importante alteración del uso de múltiples comportamientos no verbales, como
son contacto ocular, expresión facial, posturas corporales y gestos reguladores
de la interacción social.
(b) Incapacidad para desarrollar relaciones con compañeros adecuadas al nivel de
desarrollo.
(c) Ausencia de la tendencia espontánea para compartir con otras personas
disfrutes, intereses y objetivos.
(d) Falta de reciprocidad social o emocional
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como si fuera un simple instrumento y me lleva a donde están los vasos,
todo ello sin decir nada y sin mirarme a los ojos”.
En otros casos puede producirse una repetición constante de preguntas con el fin
de mantener una interacción social en movimiento. Y, aunque no es frecuente, hay
niños que tienen tendencia a invadir el campo del otro, acercándose demasiado,
tocándoles inapropiadamente, besándolos u oliéndolos. A otros les encanta que
ser afectuosos incluso con desconocidos.
DIAGNOSTICO
Antes que nada habría que plantearse ¿quién diagnostica al niño con un trastorno
generalizado del desarrollo?
La persona que más conoce al niño, dejando a parte a su familia, es su pediatra,
pero la dificultad que conlleva la sospecha de este tipo de problemas y su
desconocimiento hace que en muchas ocasiones el diagnóstico se haga
tardíamente y lleguen a la consulta del neuropediatra cuando ya han pasado por
otros especialistas como otros pediatras, otorrinolaríngologos, oftalmólogos,
psicólogos, logopedas, etc.
Son comentarios comunes: “nosotros veíamos algo raro, pero nos decían, ya
hablará”; “eso que hace el niño no es nada, son manías”; “todo lo que hace
es porque está muy consentido”; “eso es por culpa de beber mucha coca-
cola”; “todo eso es por culpa de los padres y en concreto de la madre, ya
que es la que más tiempo pasa con el niño”...
Mayoritariamente son los profesionales de las guarderías o colegios los que dan la
voz de alarma, muchas veces sin repercusión ya que los padres hacen caso y no
consultan adecuadamente ya que es información que a nadie le gusta oírse de su
hijo.
Como en casi todas las patologías, el diagnóstico precoz es esencial para aplicar
un tratamiento correcto y eficaz. Sin embargo, en el caso del autismo esto es
complicado ya que no existe una prueba biológica que nos lo de, siendo por tanto
un diagnóstico estrictamente clínico. Debido a esto se produce una peregrinación
de los padres de un niño autista por diversos especialistas hasta encontrar la
ayuda adecuada.
El papel de neuropediatra es realizar un diagnóstico adecuado lo antes posible,
descartando una serie de problemas o enfermedades que puedan relacionarse
con el espectro autista. Para ello se necesita un conocimiento adecuado de los
TGD y un elevado grado de sospecha ante los distintos y variados motivos de
consulta de los niños que al final van a ser diagnosticados de un TGD. Entre éstos
los más frecuentes son: los problemas del lenguaje, las alteraciones en la relación
social o aislamiento, el comportamiento “raro”, los problemas de visión y el retraso
escolar.
Nuestra actuación inicial es la misma ante todos los niños que consultan por un
problema neuropediátrico. Primeramente se pregunta por el motivo de consulta y
la preocupación que los padres tienen por el niño, mientras tanto vas observando
al niño que lo tienes delante.
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Historia clínica
La evaluación inicial comienza con una historia clínica completa haciendo hincapié
en que la descripción del problema actual no se debe de realizar de una forma
aislada sino en el contexto del desarrollo neuroevolutivo del niño tanto desde el
punto de vista psíquico como motor y del lenguaje por lo que es muy importante el
conocimiento del desarrollo completo del niño hasta ese momento. Muchas veces
nos ayuda las grabaciones de vídeo antiguas.
En todos los casos en los que se pueda sospechar un TGD preguntamos a los
padres a cerca de las tres grandes características de estos trastornos (relación
social, lenguaje y conducta) para orientar más el diagnóstico.
En cuanto a los antecedentes personales hay que conocer todos los datos
concernientes a la gestación, al parto y al periodo perinatal, y otros antecedentes
como: infecciones como la meningitis, el empleo de fármacos ototóxicos, los
traumatismos craneoencefálicos, las crisis epilépticas, las otitis medias crónicas
serosas, etc.
Conocer el ambiente psicosocial del niño hasta ese momento ya que niños con
una gran deprivación afectiva como los niños que han estado en orfanatos que
posteriormente son adoptados, pueden presentar problemas relacionados.
Hay que incidir en los hitos del desarrollo psicomotor para valorar la existencia o
no de retrasos o problemas en esta área así como el desarrollo del lenguaje.
También hay que conocer los antecedentes familiares de problemas de este tipo o
que pudieran estar relacionados.
Exploración clínica
La exploración se inicia observando al niño como se desenvuelve en el entorno,
alrededor de sus padres y con los juguetes que hay en la consulta.
Realizamos una exploración clínica pediátrica general descartando posibles
malformaciones o dismorfias que nos orienten hacia patología concreta,
incluyendo una adecuada somatometría.
La exploración neurológica será detallada comenzando por el perímetro cefálico,
exploración de los pares craneales, así como asimetrías o signos clínicos focales
neurológicos, valorando anomalías del tono, de la fuerza muscular, de los reflejos
normales y patológicos y de la marcha, todo ello dependiendo de la edad del niño.
También es importante la visualización del fondo de ojo.
Valoraremos el lenguaje y la audición aunque de forma somera.
Pruebas complementarias
Neurofisiológicas
Realizamos un trazado electroencefalográfico (EEG) de sueño a todos los niños
con sospecha de este tipo de problema. La mayoría de los mismos son
patológicos observándose una alteración del ritmo con ondas agudas, sobre todo
durante el sueño, incluso aunque no hayan tenido nunca crisis. El control EEG
debe de hacerse de forma periódica ya que hasta el 33% de los autistas adultos
tienen crisis, sobre todo los que presentan una lesión cerebral estructural,
ausencia de lenguaje o retraso mental severo. Las crisis suelen ser generalizadas
y difíciles de controlar.
Esta práctica es fundamental para descartar la afasia adquirida o Landau- Kleffner.
Consiste en una afasia global que suele instaurarse en un niño de 3 a 8 años con
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desarrollo lingüístico previamente normal o retrasado. El inicio puede ser abrupto,
progresivo o en brotes sucesivos con remisiones parciales intercaladas. En el 90%
de los casos tienen crisis epilépticas y en todos los casos se objetivan alteraciones
paroxísticas uni o bilaterales en el EEG sobre las regiones temporales con
tendencia a la generalización secundaria. Tras la instauración del proceso el niño
suele mostrar una conducta excitada y desorganizada que luego tiende a la
normalización permaneciendo la afasia de forma más o menos intensa. Las crisis
epilépticas generalmente son refractarias al tratamiento, pudiendo mejorar el
trazado EEG pero no tanto la afasia.
Los potenciales evocados auditivos de tronco (PEA) los solicitamos como prueba
audiológica para descartar hipoacusias.
Neuroimagen
A todos los niños se les solicita una prueba de neuroimagen, concretamente una
Resonancia Magnética (RM) para descartar patologías malformativas o displásicas
en el sistema nervioso central que se han visto relacionadas con el autismo sin ser
específicas del mismo. Entre estas se encuentran: mayor volumen de los
hemisferios cerebrales, displasias corticales.
Más recientemente se están haciendo RM con espectroscopia ya que se han
descrito casos de alteraciones metabólicas en los hemisferios cerebelosos de los
niños autistas. Nosotros lo hemos solicitado en un caso y se ha confirmado la
sospecha, que siempre es clínica.
Estudios genéticos
Les solicitamos un cariotipo convencional y un estudio citogenético para descartar
un síndrome del cromosoma X frágil. Esto tiene importancia en cuanto a la
recurrencia y en cuanto a la fertilidad de las hermanas del niño autista.
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También estaría indicada una valoración auditiva y una del lenguaje por parte de
los especialistas oportunos.
PRONÓSTICO
El curso de trastorno autista es continuo. Un pronóstico favorable está relacionado
con: la ausencia de patología neurológica concreta, un nivel normal de
inteligencia, el desarrollo del lenguaje antes de los 5 años, las habilidades, la
ausencia de crisis epilépticas y el ambiente donde el niño se desarrolla. Precisan
una estructura y una disciplina coherente con una intervención temprana que
implique la familia para minimizar las rabietas, favorecer la interacción social y la
terapia del lenguaje.
La educación de un autista difiere enormemente de la de un niño normal, pues a
sus dificultades para adquirir lenguaje y comunicarse, hay que unir, el retraso
mental en la mayoría de los casos.
Aunque algunos niños autistas pueden llegar a integrarse en colegios normales, e
incluso desarrollar ciertas actividades profesionales, la mayoría sigue necesitando
cuidados especiales en la edad adulta. Muy raras veces llegan a ser totalmente
independientes y necesitan un ambiente que continúe con el orden establecido en
la etapa escolar.
Antiepilépticos
Dentro de los antiepilépticos los más empleados son dentro de los clásicos el
valproato sódico y la carbamacepina, y de los más modernos la lamotrigina y el
topiramato. Por supuesto que la elección del fármaco antiepiléptico va a depender
sobre todo de la edad del niño, del tipo de crisis que presente y de la existencia o
no de patología estructural en el sistema nervioso central. No hay estudios que
informen que fármacos antiepilépticos estarían más indicados en el caso del
autismo, por lo que nos guiamos por las directrices de las crisis y no por el
diagnóstico de TGD.
En los casos en los que existen alteraciones en la actividad eléctrica cerebral sin
crisis epilépticas se puede plantear un tratamiento con fármacos antiepilépticos si
existen problemas de lenguaje o alteraciones graves de la conducta. En estos
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casos se suele emplear el valproato sódico observándose una mejoría del niño a
medida que mejora el trazado del EEG.
Psicoestimulantes
Los psicoestimulantes potencian la acción de distintos neurotransmisores
induciendo su liberación de la neurona presináptica, bloqueando su recaptación
y/o inhibiendo la acción de la monoamino-oxidasa. Estimulan el sistema reticular,
el sistema límbico, el núcleo estriado y otras regiones del cerebro relacionadas
con la atención, la activación y los procesos de inhibición.
Empleamos el metilfenidato que es un estimulante leve del SNC con propiedades
similares a las anfetaminas, con predominante actividad central y mínimo efecto
sobre el sistema cardiovascular. El mecanismo de acción, por el cual el
metilfenidato ejerce un efecto en la conducta de los niños no es todavía bien
conocido. Se piensa que reduce el umbral de los sistemas de alerta dejando al
individuo en disposición de responder con más facilidad o prontitud a los estímulos
exógenos y endógenos, posiblemente porque inhibe el transporte de la dopamina
incrementándose el tiempo de actuación de la misma.
La dosis estaría comprendida entre 0,3 y 0,5 mg/Kg./día, administrada en dos
dosis (mañana y mediodía), unos 30-40 minutos antes del inicio de las clases. La
instauración se debe hacer de forma progresiva con incrementos cada 3 días
hasta alcanzar la dosis óptima. Generalmente sólo se administra los días con
actividad escolar, descansando los fines de semana y los periodos vacacionales.
En algunos casos empleado en los niños autistas mejoran la concentración, la
hiperactividad y los movimientos estereotipados, pero en hay que administrarlo
con precaución pues se han descrito casos de agitación psicomotora. Si existe
epilepsia asociada no está indicado salvo que ya no existan crisis y se mantenga
el tratamiento anticonvulsivante de base.
Neurolépticos
Nosotros manejamos dos neurolépticos: la tiaprida y la risperidona.
La tiaprida (Tiaprizal ) en un neuroléptico menor atípico de la familia de las
benzamidas. Es un antagonista (bloqueante) selectivo de los receptores
dopaminérgicos D2 por lo que facilita la acción de la dopamina. No provoca
sedación, ni dependencia física ni psíquica y carece de acción antipsicótica. La
dosis estaría entre 2,5-5 mg/Kg./día repartida en tres dosis. Lo indicamos
inicialmente en los problemas de comportamiento e incluso de la atención como
primera medida, con mejoría en la mayoría de las veces en la inquietud motora
que presentan estos niños.
La risperidona (Risperdal ®) es un neuroléptico antagonista monoaminérgico con
alta afinidad por los receptores 5-HT2 serotoninérgicos y D2 dopaminérgicos. Es un
fármaco que no está indicado en niños aunque se están haciendo estudios al
respecto en la actualidad. Nosotros lo usamos generalmente en niños mayores y a
dosis bajas de 0,5 a 1 mg al día, siendo la dosis media para los adultos de 4 mg al
día. Está indicado en los problemas graves de comportamiento que impliquen una
imposibilidad en el manejo de los pacientes, siendo los resultados muy buenos
teniendo en cuenta la poca experiencia que existe todavía.
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SIGNOS DE ALARMA
1. Lactantes muy tranquilos, pasivos. Niños muy quietos, sin requerir atención,
“sin dar guerra”.
2. Aislamiento y concentración en sí mismo con autoestimulaciones, fijación-
atracción anormal por sus propias manos, escasa reacción a estímulos
externos, rechazo a coger objetos, no respuesta a la llamada, no respuesta a
estímulos sonoros, rechazo del contacto físico, balanceamiento.
3. Atracción-fijación por objetos muy determinados; como la luz, objetos redondos
y que giren, atracción-miedo por agujeros y ruidos intensos.
4. Estereotipias y tendencia a la repetición, con resistencia a los cambios
ambientales o hábitos del niño.
5. Hipotonía y problemas instrumentales.
6. Berrinches inconsolables, disforia, pánicos inexplicables.
7. Tristeza, ausencia-escasez de sonrisa, mirada perdida, ausencia de fijación de
la mirada.
8. Falta de conductas anticipatorias.
9. Autoagresiones.
10. Insensibilidad al dolor y a los momentos angustiosos o respuesta paradójica a
los mismos.
11. Dificultades alimentarias, con succión alterada, rechazo a los cambios
alimenticios y a gran parte de los alimentos, oposición a la masticación.
12. Ausencia, desaparición del poco lenguaje adquirido o desarrollo atípico del
mismo. Como ecolalias, no utilización de la primera y segunda persona,
utilización frecuente de la tercera persona para referirse a sí mismo,
dificultades para decir “sí” o “no”.
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