La Nube en Pantalones
La Nube en Pantalones
La Nube en Pantalones
Y la noche
escap de la ventana
al horror nocturno,
sombro,
decembrino.
A mi decrpita espalda carcajean y relinchan
los candelabros.
Maldita!
No te basta con esto?
Pronto los gritos lastimarn mi boca.
Y oigo esto:
silenciosamente,
como baja un enfermo de su cama,
salta un nervio.
Primero
camina un poco
y luego
comienza a correr
nervioso,
con paso firme.
Y ahora este y otros dos ms
se lanzan a un zapateo desesperado.
Se desprende el enlucido en el piso de abajo.
Nervios
grandes y
pequeos,
muchos ahora,
galopan enloquecidos
hasta que
a ellos mismos les fallan las piernas.
Entraste t,
rotunda como un ah tienen,
torturando la gamuza de tus guantes
dijiste:
Sabe usted?
Me caso.
Qu tiene? Csese.
No importa.
Resistir.
No ve usted lo tranquilo que estoy?
Como el puso
de un difunto.
Recuerda?
Usted deca:
Jack London,
dinero,
amor, pasin,
pero yo slo vea esto:
Usted es una Gioconda
que alguien debe robar!
Y as ocurri.
Se burla de m?
Posee menos esmeraldas de locura
que kopeks un indigente.>>
Pero no olvide
que Pompeya pereci
cuando irrit al Vesubio!
Ey!
Seores
amantes
de los sacrlego,
del crimen,
han visto lo
ms terrible!
Mi rostro
cuando
estoy
del todo calmo?
Y ya siento que
mi yo
me queda estrecho.
Que alguien pugna por salir de m.
Hola!
Quin habla?
Mam?
Vuestro hijo est bellamente enfermo.
Mam!
Sufre un incendio de su corazn!
Dgale a sus hermanas, a Liuda y a Olia,
que ya no tiene adnde ir.
Cada palabra suya
hasta la broma
que regurgita de su boca requemada,
se lanza afuera como una prostituta desnuda
de un prostbulo en llamas.
La gente husmea
y les huele a quemado!
Trajeron a ciertos tipos.
Relucientes!
Con cascos!
Pero adnde van con esas botas?!
Hganle saber a los bomberos
que a un corazn ardiente se sube con caricias.
Djenme, mejor yo mismo
achicar mis ojos llorosos con barriles.
Permtanme apoyarme en la costilla.
Voy a saltar! Voy a saltar! Voy a saltar!
Y slo caen los bomberos.
No es posible dejar de un salto el corazn!
En el rostro quemado,
de entre las grietas de mis labios,
un beso abrazado quiere alzarse.
Mam!
No puedo ya cantar!
En la pequea iglesia de mi corazn se quema el coro.
Glorifquenme!
No puedo compararme a los grandes. Y en todo lo que han hecho pongo nihil.
Jams
quiero volver a leer nada. Un libro?
Qu me importan los libros!
Antes crea
que los libros se hacan de este modo:
llegaba el poeta,
entreabra fcilmente los labios
y al momento comenzaba a cantar el simpln inspirado ah les va! Pero resulta
que antes de que se comience a cantar
caminan largo rato, les salen callos de tanto fermentarse,
y en silencio chapotea en el limo del alma
el tonto pez de la imaginacin.
Y mientras hierven, revolviendo con rimas
cierto guiso de amor y ruiseores,
la calle se retuerce atrofiada, sin lengua,
sin tener con qu gritar ni conversar.
Y cuando!
De todos modos!
La calle escupi la turba a la plaza
sacndose el atrio que aprisionaba su garganta,
he pensado:
entre un coro de arcngeles Dios, saqueado, va a castigar.
Maquillan a la ciudad los Krupps y los kruppitos, amenazan enarcando las cejas. En la boca
se pudren los cadveres de palabras muertas,
slo dos viven y engordan:
canalla
y alguna otra ms, borsh, creo.
Los poetas
reblandecidos en llanto y en sollozos abandonan la calle, los cabellos hirsutos: cmo tan slo
con esas dos cantarles a las seoritas, al amor,
Yo
el pico de oro,
de quien cada palabra
renueva el alma
y celebra el cuerpo,
les digo:
la ms diminuta mota de lo vivo
es ms valioso que lo que he hecho y har!
Escuchen!
Predica
convulso y quejoso
Zaratustra, el labio-gritn de hoy.
Nosotros
con cara como sbanas soolientas,
con labios colgantes como lmparas,
nosotros,
presidiarios de ciudades-leprosarios,
donde el oro y el lodo han llagado a la lepra,
estamos ms limpios que el azul celeste de Venecia
que baan a diario los mares y el sol!
Me importa un bledo
que ni en Homero ni en Ovidio
aparezcan gentes como nosotros,
picados por la viruela del holln.
S
que el sol palidecera
si pudiera ver las reservas de oro que guardan nuestras almas.
Yo,
escarnecido por las tribus de hoy
como un chiste largo y escabroso,
veo cmo avanza a travs de montaas de tiempo
alguien para todos invisible.
Donde el ojo de los hombres se desploma segado,
cual un jefe de hordas hambrientas
con la corona de espinas de las revoluciones
llegar el ao diecisis.
Yo soy su profeta entre las gentes,
estoy donde est el dolor: en todas partes;
me he crucificado
en cada lgrima.
Ya no puedo perdonar nada.
He quemado almas donde cultivaban la ternura.
Algo ms difcil que tomar
miles y miles de Bastillas!
Y cuando,
proclamando con una revuelta su arribo,
salgan a recibir al salvador, yo
me sacar el alma, la pisotear
para hacerla ms grande!,
y as ensangrentada se la dar como estandarte.
III
Qu sentido tiene todo esto?
De dnde aparece en la luminosa
alegra este blandir los puos sucios?
Llegaste,
y tu desespero corri sobre mi cabeza
una cortina que me evit pensar en el manicomio.
Y
como en la tragedia de un acorazado
entre espasmos asfixiantes
los marineros se lanzan por la escotilla abierta:
a travs de
mi ojo desgarrado hasta el grito
sala, enloquecido, Burliuk.
Casi ensangrentados sus sufridos prpados
sali,
se incorpor, se acerc
y con ternura inesperada en
un hombre grueso de pronto dijo: Qu bueno!.
Usted
a quien inquieta este solo pensamiento
A ustedes
por el amor reblandecidos,
que durante siglos
slo han vertido lgrimas,
los dejar,
me pondr el sol de monculo en el ojo bien abierto.
De pronto
los nubarrones
y todo lo dems nuboso
levanta en el cielo una gran agitacin
como si obreros vestidos de blanco se dispersaran
tras declararle una airada huelga al cielo.
De detrs de una nube, un trueno, furioso,
sali y se son las narices desafiante.
El rostro del cielo se crisp por un segundo
con la mueca severa del frreo Bismark.
Y alguien
enredado en los lazos del cielo alarg
sus brazos a un caf: de una manera algo femenina,
como tiernamente,
y tambin como la curea de un can.
Saqense, transentes,
las manos de los bolsillos:
cojan una piedra, un cuchillo, una bomba,
y si alguien no tiene manos
que venga a golpear con su frente.
Blasfemando,
implorando,
acuchillando,
pasando por sobre alguien,
para hundir sus dientes en el costado,
La locura absoluta.
Pero no pasar nada.
No ve
que el cielo vuelve a ofrecer como un Judas
un puado de estrellas salpicadas de traicin?
Dales a ellos
enmohecidos en su alegra
la muerte rpida del tiempo.
Para que haya nios los jvenes deben
crecer, hacerse padres,
las jvenes, embarazarse.
IV
Mara! Mara! Mara!
Djame entrar, Mara,
no puedo vivir en las calles!
No quieres?
Esperas
que mis mejillas se hundan, que degustado por todos, soso, venga
y masculle sin dientes que hoy
ser asombrosamente honesto?
Mara, ves?,
ya comienzo a encorvarme.
Por la calle
las gentes agujerean la grasa en sus buches de cuatro pisos,
asoman por all unos ojos
rados por el trajn de cuarenta aos
y chismorrean socarrones
porque entre mis dientes sostengo
-otra vez!el panecillo seco de una caricia de ayer.
La jeta de la lluvia ha chupado a todos los transentes. En los carruajes un atleta sigue a otro
atleta gordo. Revientan las gentes de tanto comer
y a travs de sus grietas gotea el sebo un ro turbio que fluye de los carruajes junto con un
panecillo cubierto de saliva y la masa masticada de viejas croquetas.
Mara!
Cmo hacer entrar en sus odos grasientos una sencilla
palabra? El pjaro
pide limosnas con sus trinos; canta,
hambriento y sonoro,
pero yo soy un hombre, Mara,
un hombre simple,
que la tsica noche escupi en la sucia mano de la calle.
Mara!
Has abierto!
No temas, criatura,
si ves en mi cuello,
como una bestia sudorosa, la montaa hmeda de
mujeres: es que yo arrastro por la vida millones de amores puros, enormes, y un milln de
millones de sucios amorcitos. No temas si otra vez desgraciado e infiel vuelvo a sobar las caritas
preciosas de las miles que aman a Maiakovski, esas que ya son una dinasta de reinas
entronizadas en mi alma de loco.
y en toda mi vida
hay slo un centsimo abril.
Mara!
El poeta de sonetos canta a Tiana
pero yo,
hecho slo de carne, hombre todo, slo pido tu cuerpo, como un cristiano pide: Danos el pan
nuestro de cada da.
Mara!
Temo olvidar tu nombre
como el poeta teme olvidar
la palabra nacida
en el tormento de la noche
y que le recuerda a Dios por su grandeza.
Mara, no quieres?
No?
Ja!
Bien: otra vez, entonces, sombro y cabizbajo tomo mi corazn baado en lgrimas para
llevrmelo, como el perro que arrastra hasta su cubil
la pata aplastada por un tren.
Riego el camino con sangre de mi corazn
que se pega como flores de polvo en la guerrera.
Como la hija de Herodas,
el sol danzar mil veces rodeando la tierra,
como al crneo del Bautista.
Ubicuo, estar en cada armario y pondremos vino por toda la mesa, para que hasta al taciturno
apstol Pedro le entren ganas de bailar el ki-ka-pu.
Quieres?
No?
Sacudes la cabeza, desgreado?
Enarcas tu ceja canosa?
De verdad crees que ese
detras de ti, ese alado, sabe qu es el amor?
Djenme ir!
No me detendrn.
Les miento,
no s si con razn,
pero no puedo estar tranquilo.
Miren:
han decapitado de nuevo a las estrellas
y la matanza ha ensangrentado todo el cielo!
Silencio.
1914 1915