Andersen, Hans Christian - Cuentos
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Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco,
pero sus ojos brillan como estrellas, slo que mucho ms hermosos, pues su
expresin es dulce, y da gusto mirarlos. Tambin sabe cuentos maravillosos y
tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje
cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchsimas cosas, pues viva ya mucho
antes que pap y mam, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cnticos con recias
cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa,
comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y
le asoman lgrimas a los ojos. Por qu abuelita mirar as la marchita rosa de
su devocionario? No lo sabes? Cada vez que las lgrimas de la abuelita caen
sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna
de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se
levanta el bosque, esplndido y verde, con los rayos del sol filtrndose entre el
follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y
redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa ms lozana, pero
sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y
ella sonre pero ya no es la sonrisa de abuelita! s, y vuelve a sonrer.
Ahora se ha marchado l, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y
muchas figuras; el hombre gallardo ya no est, la rosa yace en el libro de
cnticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita
guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una
larga y maravillosa historia.
Se ha terminado dijo y yo estoy muy cansada; dejadme echar un
sueecito.
Se recost respirando suavemente, y qued dormida; pero el silencio se volva
ms y ms profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habrase
dicho que lo baaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro atad, envuelta en lienzos blancos. Estaba tan hermosa,
a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas haban desaparecido, y
en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y
venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena
y tan querida. Colocaron el libro de cnticos bajo su cabeza, pues ella lo haba
pedido as, con la rosa entre las pginas. Y as enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreci
esplndidamente, y los ruiseores acudan a cantar all, y desde la iglesia el
rgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado
bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la
muerta no estaba all; los nios podan ir por la noche sin temor a coger una rosa
de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho ms de cuanto sabemos
todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causaran si
volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra
sobre el fretro, y tierra dentro de l. El libro de cnticos, con todas sus hojas, es
polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo tambin.
Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseores, y
enviando el rgano sus melodas. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y
la ve con sus ojos dulces, eternamente jvenes. Los ojos no mueren nunca. Los
nuestros vern a abuelita, joven y hermosa como antao, cuando bes por vez
primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.
Algo
Quiero ser algo! deca el mayor de cinco hermanos. Quiero servir de
algo en este mundo. Si ocupo un puesto, por modesto que sea, que sirva a mis
semejantes, ser algo. Los hombres necesitan ladrillos. Pues bien, si yo los
fabrico, har algo real y positivo.
S, pero eso es muy poca cosa replic el segundo hermano. Tu
ambicin es muy humilde: es trabajo de pen, que una mquina puede hacer.
No, ms vale ser albail. Eso s es algo, y yo quiero serlo. Es un verdadero
oficio. Quien lo profesa es admitido en el gremio y se convierte en ciudadano,
con su bandera propia y su casa gremial. Si todo marcha bien, podr tener
oficiales, me llamarn maestro, y mi mujer ser la seora patrona. A eso llamo
yo ser algo.
Tonteras! intervino el tercero. Ser albail no es nada. Quedars
excluido de los estamentos superiores, y en una ciudad hay muchos que estn
por encima del maestro artesano. Aunque seas un hombre de bien, tu condicin
de maestro no te librar de ser lo que llaman un patn . No, yo s algo mejor.
Ser arquitecto, seguir por la senda del Arte, del pensamiento, subir hasta el
nivel ms alto en el reino de la inteligencia. Habr de empezar desde abajo, s; te
lo digo sin rodeos: comenzar de aprendiz. Llevar gorra, aunque estoy
acostumbrado a tocarme con sombrero de seda. Ir a comprar aguardiente y
cerveza para los oficiales, y ellos me tutearn, lo cual no me agrada, pero
imaginar que no es sino una comedia, libertades propias del Carnaval. Maana,
es decir, cuando sea oficial, emprender mi propio camino, sin preocuparme de
los dems. Ir a la academia a aprender dibujo, y ser arquitecto. Esto s es algo.
Y mucho!. Acaso me llamen seora, y excelencia, y me pongan, adems, algn
ttulo delante y detrs, y venga edificar, como otros hicieron antes que yo. Y
entretanto ir construyendo mi fortuna. Ese algo vale la pena!
Pues eso que t dices que es algo, se me antoja muy poca cosa, y hasta te dir
que nada dijo el cuarto. No quiero tomar caminos trillados. No quiero ser
un copista. Mi ambicin es ser un genio, mayor que todos vosotros juntos.
Crear un estilo nuevo, levantar el plano de los edificios segn el clima y los
materiales del pas, haciendo que cuadren con su sentimiento nacional y la
evolucin de la poca, y les aadir un piso, que ser un zcalo para el pedestal
de mi gloria.
Y si nada valen el clima y el material? pregunt el quinto. Sera bien
sensible, pues no podran hacer nada de provecho. El sentimiento nacional
puede engrerse y perder su valor; la evolucin de la poca puede escapar de tus
manos, como se te escapa la juventud. Ya veo que en realidad ninguno de
vosotros llegar a ser nada, por mucho que lo esperis. Pero haced lo que os
plazca. Yo no voy a imitaros; me quedar al margen, para juzgar y criticar
vuestras obras. En este mundo todo tiene sus defectos; yo los descubrir y sacar
a la luz. Esto ser algo.
As lo hizo, y la gente deca de l: Indudablemente, este hombre tiene algo. Es
una cabeza despejada. Pero no hace nada . Y, sin embargo, por esto
precisamente era algo.
Como veis, esto no es ms que un cuento, pero un cuento que nunca se acaba,
que empieza siempre de nuevo, mientras el mundo sea mundo.
Pero, qu fue, a fin de cuentas, de los cinco hermanos? Escuchadme bien, que
es toda una historia.
El mayor, que fabricaba ladrillos, observ que por cada uno reciba una
monedita, y aunque slo fuera de cobre, reuniendo muchas de ellas se obtena un
brillante escudo. Ahora bien, dondequiera que vayis con un escudo, a la
panadera, a la carnicera o a la sastrera, se os abre la puerta y slo tenis que
pedir lo que os haga falta. He aqu lo que sale de los ladrillos. Los hay que se
rompen o desmenuzan, pero incluso de stos se puede sacar algo.
Una pobre mujer llamada Margarita deseaba construirse una casita sobre el
malecn. El hermano mayor, que tena un buen corazn, aunque no lleg a ser
ms que un sencillo ladrillero, le dio todos los ladrillos rotos, y unos pocos
enteros por aadidura. La mujer se construy la casita con sus propias manos.
Era muy pequea; una de las ventanas estaba torcida; la puerta era demasiado
baja, y el techo de paja hubiera podido quedar mejor. Pero, bien que mal, la
casuca era un refugio, y desde ella se gozaba de una buena vista sobre el mar,
aquel mar cuyas furiosas olas se estrellaban contra el malecn, salpicando con
sus gotas salobres la pobre choza, y tal como era, sta segua en pie mucho
tiempo despus de estar muerto el que haba cocido los ladrillos.
El segundo hermano conoca el oficio de albail, mucho mejor que la pobre
Margarita, pues lo haba aprendido tal como se debe.
Aprobado su examen de oficial, se ech la mochila al hombro y enton la
cancin del artesano:
Joven yo soy, y quiero correr mundo,
e ir levantando casas por doquier,
cruzar tierras, pasar el mar profundo,
confiado en mi arte y mi valer.
Y si a mi tierra regresara un da
atrado por el amor que all dej,
alrgame la mano, patria ma,
y t, casita que ma te llam.
Y as lo hizo. Regres a la ciudad, ya en calidad de maestro, y contruy casas y
ms casas, una junto a otra, hasta formar toda una calle. Terminada sta, que era
muy bonita y realzaba el aspecto de la ciudad, las casas edificaron para l una
casita, de su propiedad. Cmo pueden construir las casas? Pregntaselo a ellas.
Si no te responden, lo har la gente en su lugar, diciendo: S, es verdad, la
calle le ha construido una casa . Era pequea y de pavimento de arcilla, pero
bailando sobre l con su novia se volvi liso y brillante; y de
cada piedra de la pared brot una flor, con lo que las paredes parecan cubiertas
de preciosos tapices. Fue una linda casa y una pareja feliz. La bandera del
gremio ondeaba en la fachada, y los oficiales y aprendices gritaban Hurra por
nuestro maestro! . S, seor, aqul lleg a ser algo. Y muri siendo algo.
Vino luego el arquitecto, el tercero de los hermanos, que haba empezado de
aprendiz, llevando gorra y haciendo de mandadero, pero ms tarde haba
ascendido a arquitecto, tras los estudios en la Academia, y fue honrado con los
ttulos de Seora y Excelencia. Y si las casas de la calle haban edificado una
para el hermano albail, a la calle le dieron el nombre del arquitecto, y la mejor
casa de ella fue suya. Lleg a ser algo, sin duda alguna, con un largo ttulo
delante y otro detrs. Sus hijos pasaban por ser de familia distinguida, y cuando
muri, su viuda fue una viuda de alto copete... y esto es algo. Y su nombre
qued en el extremo de la calle y como nombre de calle sigui viviendo en
labios de todos. Esto tambin es algo, s seor.
Sigui despus el genio, el cuarto de los hermanos, el que pretenda idear algo
nuevo, aparte del camino trillado, y realzar los edificios con un piso ms, que
deba inmortalizarle. Pero se cay de este piso y se rompi el cuello. Eso s, le
hicieron un entierro solemnsimo, con las banderas de los gremios, msica,
flores en la calle y elogios en el peridico; en su honor se pronunciaron tres
panegricos, cada uno ms largo que el anterior, lo cual le habra satisfecho en
extremo, pues le gustaba mucho que hablaran de l. Sobre su tumba erigieron un
monumento, de un solo piso, es verdad, pero esto es algo.
El tercero haba muerto, pues, como sus tres hermanos mayores. Pero el ltimo,
el razonador, sobrevivi a todos, y en esto estuvo en su papel, pues as pudo
decir la ltima palabra, que es lo que a l le interesaba. Como deca la gente, era
la cabeza clara de la familia. Pero le lleg tambin su hora, se muri y se
present a la puerta del cielo, por la cual se entra siempre de dos en dos. Y he
aqu que l iba de pareja con otra alma que deseaba entrar a su vez, y result ser
la pobre vieja Margarita, la de la casa del malecn.
De seguro que ser para realzar el contraste por lo que me han puesto de
pareja con esta pobre alma dijo el razonador . Quien sois, abuelita?
Queris entrar tambin? le pregunt.
Inclinse la vieja lo mejor que pudo, pensando que el que le hablaba era San
Pedro en persona.
Soy una pobre mujer sencilla, sin familia, la vieja Margarita de la casita del
malecn.
Ya, y qu es lo que hicisteis all abajo?
Bien poca cosa, en realidad. Nada que pueda valerme la entrada aqu. Ser
una gracia muy grande de Nuestro Seor, si me admiten en el Paraso.
Y cmo fue que os marchasteis del mundo? sigui preguntando l, slo
por decir algo, pues al hombre le aburra la espera.
La verdad es que no lo s. El ltimo ao lo pas enferma y pobre. Un da no
tuve ms remedio que levantarme y salir, y me encontr de repente en medio del
fro y la helada. Seguramente no pude resistirlo. Le contar cmo ocurri: Fue
un invierno muy duro, pero hasta entonces lo haba aguantado. El viento se
calm por unos das, aunque haca un fro cruel, como Vuestra Seora debe
saber. La capa de hielo entraba en el mar hasta perderse de vista. Toda la gente
de la ciudad haba salido a pasear sobre el hielo, a patinar, como dicen ellos, y a
bailar, y tambin creo que haba msica y merenderos. Yo lo oa todo desde mi
pobre cuarto, donde estaba acostada. Esto dur hasta el anochecer. Haba salido
ya la luna, pero su luz era muy dbil. Mir al mar desde mi cama, y entonces vi
que de all donde se tocan el cielo y el mar suba una maravillosa nube blanca.
Me qued mirndola y vi un punto negro en su centro, que creca sin cesar; y
entonces supe lo que aquello significaba pues soy vieja y tengo experiencia,
aunque no es frecuente ver el signo. Yo lo conoc y sent espanto. Durante mi
vida lo haba visto dos veces, y saba que anunciaba una espantosa tempestad,
con una gran marejada que sorprendera a todos aquellos desgraciados que all
estaban, bebiendo, saltando y divirtindose. Toda la ciudad haba salido, viejos y
jvenes. Quin poda prevenirlos, si nadie vea el signo ni se daba cuenta de lo
que yo observaba! Sent una angustia terrible, y me entr una fuerza y un vigor
como haca mucho tiempo no habla sentido. Salt de la cama y me fui a la
ventana; no pude ir ms all. Consegu abrir los postigos, y vi a muchas
personas que corran y saltaban por el hielo y vi las lindas banderitas y o los
hurras de los chicos y los cantos de los mozos y mozas. Todo era bullicio y
alegra, y mientras tanto la blanca nube con el punto negro iba creciendo por
momentos. Grit con todas mis fuerzas, pero nadie me oy, pues estaban
demasiado lejos. La tempestad no tardara en estallar, el hielo se resquebrajara
y hara pedazos, y todos aqullos, hombres y mujeres, nios y mayores, se
hundiran en el mar, sin salvacin posible. Ellos no podan orme, y yo no poda
ir hasta ellos. Cmo conseguir que viniesen a tierra? Dios Nuestro Seor me
inspir la idea de pegar fuego a m cama.
Ms vala que se incendiara mi casa, a que todos aquellos infelices pereciesen.
Encend el fuego, vi la roja llama, sal a la puerta... pero all me qued tendida,
con las fuerzas agotadas. Las llamas se agrandaban a mi espalda, saliendo por la
ventana y por encima del tejado. Los patinadores las vieron y acudieron
corriendo en mi auxilio, pensando que iba a morir abrasada. Todos vinieron
hacia el malecn. Los o venir, pero al mismo tiempo o un estruendo en el aire,
como el tronar de muchos caones. La ola de marea levant el hielo y lo hizo
pedazos, pero la gente pudo llegar al malecn, donde las chispas me caan
encima. Todos estaban a salvo. Yo, en cambio, no pude resistir el fro y el
espanto, y por esto he venido aqu, a la puerta del cielo. Dicen que est abierta
para los pobres como yo. Y ahora ya no tengo mi casa. Qu le parece, me
dejarn entrar?
Abrise en esto la puerta del cielo, y un ngel hizo entrar a la mujer. De sta
cay una brizna de paja, una de las que haba en su cama cuando la incendi
para salvar a los que estaban en peligro. La paja se transform en oro, pero en
un oro que creca y echaba ramas, que se trenzaban en hermossimos arabescos.
Ves? dijo el ngel al razonador esto lo ha trado la pobre mujer. Y t,
qu traes? Nada, bien lo s. No has hecho nada, ni siquiera un triste ladrillo.
Podras volverte y, por lo menos, traer uno. De seguro que estara mal hecho,
siendo obra de tus manos, pero algo valdra la buena voluntad. Por desgracia, no
puedes volverte, y nada puedo hacer por ti.
Entonces, aquella pobre alma, la mujer de la casita del malecn, intercedi por
l:
Su hermano me regal todos los ladrillos y trozos con los que pude levantar
mi humilde casa. Fue un gran favor que me hizo. No serviran todos aquellos
trozos como un ladrillo para l? Es una gracia que pido. La necesita tanto, y
puesto que estamos en el reino de la gracia...
Tu hermano, a quien t creas el de ms cortos alcances dijo el ngel
aqul cuya honrada labor te pareca la ms baja, te da su bolo celestial. No
sers expulsado. Se te permitir permanecer ah fuera reflexionando y reparando
tu vida terrenal; pero no entrars mientras no hayas hecho una buena accin.
Yo lo habra sabido decir mejor pens el pedante, pero no lo dijo en voz
alta, y esto ya es algo.
Bajo el sauce
La comarca de Kjge es cida y pelada; la ciudad est a orillas del mar, y esto es
siempre una ventaja, pero es innegable que podra ser ms hermosa de lo que es
en realidad; todo alrededor son campos lisos, y el bosque queda a mucha
distancia. Sin embargo, cuando nos encontramos a gusto en un lugar, siempre
descubrimos algo de bello en l, y ms tarde lo echaremos de menos, aunque
nos hallemos en el sitio ms hermoso del mundo. Y forzoso es admitir que en
verano tienen su belleza los arrabales de Kjge, con sus pobres jardincitos
extendidos hasta el arroyo que all se vierte en el mar; y as lo crean en
particular Knud y Juana, hijos de dos familias vecinas, que jugaban juntos y se
reunan atravesando a rastras los groselleros. En uno de los jardines creca un
saco, en el otro un viejo sauce, y debajo de ste gustaban de jugar sobre todo
los nios; y se les permita hacerlo, a pesar de que el rbol estaba muy cerca del
ro, y los chiquillos corran peligro de caer en l. Pero el ojo de Dios vela sobre
los pequeuelos de no ser as, mal iran las cosas! . Por otra parte, los dos
eran muy prudentes; el nio tena tanto miedo al agua, que en verano no haba
modo de llevarlo a la playa, donde tan a gusto chapoteaban los otros rapaces de
su edad; eso lo haca objeto de la burla general, y l tena que aguantarla.
Un da la hijita del vecino, Juana, so que navegaba en un bote de vela en la
Baha de Kjge, y que Knud se diriga hacia ella vadeando, hasta que el agua le
lleg al cuello y despus lo cubri por entero. Desde el momento en que Knud
se enter de aquel sueo, ya no soport que lo tachasen de miedoso, aduciendo
como prueba al sueo de Juana. ste era su orgullo, mas no por eso se acercaba
al mar.
Los pobres padres se reunan con frecuencia, y Knud y Juana jugaban en los
jardines y en el camino plantado de sauces que discurra a lo largo de los fosos.
Bonitos no eran aquellos rboles, pues tenan las copas como podadas, pero no
los haban plantado para adorno, sino para utilidad; ms hermoso era el viejo
sauce del jardn a cuyo pie, segn ya hemos dicho, jugaban a menudo los dos
amiguitos. En la ciudad de Kjge hay una gran plazamercado, en la que,
durante la feria anual, se instalan verdaderas calles de puestos que venden cintas
de seda, calzados y todas las cosas imaginables. Haba entonces un gran gento,
y generalmente llova; adems, apestaba a sudor de las chaquetas de los
campesinos, aunque ola tambin a exquisito alaj, del que haba toda una tienda
abarrotada; pero lo mejor de todo era que el hombre que lo venda se alojaba,
durante la feria, en casa de los padres de Knud, y, naturalmente, lo obsequiaba
con un pequeo pan de especias, del que participaba tambin Juana. Pero haba
algo que casi era ms hermoso todava: el comerciante saba contar historias de
casi todas las cosas, incluso de sus turrones, y una velada explic una que
produjo tal impresin en los nios, que jams pudieron olvidarla;
por eso ser conveniente que la oigamos tambin nosotros, tanto ms, cuanto
que es muy breve.
Sobre el mostrador empez el hombre haba dos moldes de alaj, uno
en figura de un hombre con sombrero, y el otro en forma de mujer sin sombrero,
pero con una mancha de oropel en la cabeza; tenan la cara de lado, vuelta hacia
arriba, y haba que mirarlos desde aquel ngulo y no del revs, pues jams hay
que mirar as a una persona. El hombre llevaba en el costado izquierdo una
almendra amarga, que era el corazn, mientras la mujer era dulce toda ella.
Estaban para muestra en el mostrador, y llevaban ya mucho tiempo all, por lo
que se enamoraron; pero ninguno lo dijo al otro, y, sin embargo, preciso es que
alguien lo diga, si ha de salir algo de tal situacin.
Es hombre, y por tanto, tiene que ser el primero en hablar, pensaba ella; no
obstante, se habra dado por satisfecha con saber que su amor era correspondido.
Los pensamientos de l eran mucho ms ambiciosos, como siempre son los
hombres; soaba que era un golfo callejero y que tena cuatro chelines, con los
cuales se compraba la mujer y se la coma.
As continuaron por espacio de das y semanas en el mostrador, y cada da
estaban ms secos; y los pensamientos de ella eran cada vez ms tiernos y
femeninos: Me doy por contenta con haber estado sobre la mesa con l,
pens, y se rompi por la mitad.
Si hubiese conocido mi amor, de seguro que habra resistido un poco ms,
pens l.
Y sta es la historia y aqu estn los dos dijo el turronero. Son notables
por su vida y por su silencioso amor, que nunca conduce a nada. Vedlos ah!
y dio a Juana el hombre, sano y entero, y a Knud, la mujer rota; pero a los nios
les haba emocionado tanto el cuento, que no tuvieron nimos para comerse la
enamorada pareja.
Al da siguiente se dirigieron, con las dos figuras, al cementerio, y se detuvieron
junto al muro de la iglesia, cubierto, tanto en verano como en invierno, de un
rico tapiz de hiedra; pusieron al sol los pasteles, entre los verdes zarcillos, y
contaron a un grupo de otros nios la historia de su amor, mudo e intil, y todos
la encontraron maravillosa; y cuando volvieron a mirar a la pareja de alaj, un
muchacho grandote se haba comido ya la mujer despedazada, y esto, por pura
maldad. Los nios se echaron a llorar, y luego y es de suponer que lo
hicieron para que el pobre hombre no quedase solo en el mundo se lo
comieron tambin; pero en cuanto a la historia, no la olvidaron nunca.
Los dos chiquillos seguan reunindose bajo el sauce o junto al saco, y la nia
cantaba canciones bellsimas con su voz argentina. A Knud, en cambio, se le
pegaban las notas a la garganta, pero al menos se saba la letra, y ms vale esto
que nada. La gente de Kjge, y entre ella la seora de la quincallera, se detenan
a escuchar a Juana. Qu voz ms dulce! decan.
Aquellos das fueron tan felices, que no podan durar siempre. Las dos familias
vecinas se separaron; la madre de la nia haba muerto, el padre deseaba ir a
Copenhague, para volver a casarse y buscar trabajo; quera establecerse de
mandadero, que es un oficio muy lucrativo. Los vecinos se despidieron con
lgrimas, y sobre todo lloraron los nios; los padres se prometieron mutuamente
escribirse por lo menos una vez al ao.
Y Knud entr de aprendiz de zapatero; era ya mayorcito y no se le poda dejar
ocioso por ms tiempo. Entonces recibi la confirmacin.
Ah, qu no hubiera dado por estar en Copenhague aquel da solemne, y ver a
Juanita! Pero no pudo ir, ni haba estado nunca, a pesar de que no distaba ms de
cinco millas de Kjge. Sin embargo, a travs de la baha, y con tiempo
despejado, Knud haba visto sus torres, y el da de la confirmacin distingui
claramente la brillante cruz dorada de la iglesia de Nuestra Seora.
Oh, cmo se acord de Juana! Y ella, se acordara de l? S, se acordaba.
Hacia Navidad lleg una carta de su padre para los de Knud. Las cosas les iban
muy bien en Copenhague, y Juana, gracias a su hermosa voz, iba a tener una
gran suerte; haba ingresado en el teatro lrico; ya ganaba algn dinerillo, y
enviaba un escudo a sus queridos vecinos de Kjge para que celebrasen unas
alegres Navidades. Quera que bebiesen a su salud, y la nia haba aadido de su
puo y letra estas palabras: Afectuosos saludos a Knud!.
Todos derramaron lgrimas, a pesar de que las noticias eran muy agradables;
pero tambin se llora de alegra. Da tras da Juana haba ocupado el
pensamiento de Knud, y ahora vio el muchacho que tambin ella se acordaba de
l, y cuanto ms se acercaba el tiempo en que ascendera a oficial zapatero, ms
claramente se daba cuenta de que estaba enamorado de Juana y de que sta
deba ser su mujer; y siempre que le vena esta idea se dibujaba una sonrisa en
sus labios y tiraba con mayor fuerza del hilo, mientras tesaba el tirapi; a veces
se clavaba la lezna en un dedo, pero qu importa! Desde luego que no sera
mudo, como los dos moldes de alaj; la historia haba sido una buena leccin.
Y ascendi a oficial. Colgse la mochila al hombro, y por primera vez en su
vida se dispuso a trasladarse a Copenhague; ya haba encontrado all un maestro.
Qu sorprendida quedara Juana, y qu contenta! Contaba ahora 16 aos, y l,
19.
Ya en Kjge, se le ocurri comprarle un anillo de oro, pero luego pens que
seguramente los encontrara mucho ms hermosos en Copenhague. Se despidi
de sus padres, y un da lluvioso de otoo emprendi el camino de la capital; las
hojas caan de los rboles, y calado hasta los huesos lleg a la gran Copenhague
y a la casa de su nuevo patrn.
El primer domingo se dispuso a visitar al padre de Juana. Sac del bal su
vestido de oficial y el nuevo sombrero que se trajera de Kjge y que tan bien le
sentaba; antes haba usado siempre gorra. Encontr la casa que buscaba, y subi
los muchos peldaos que conducan al piso. Era para dar vrtigo la manera
cmo la gente se apilaba en aquella enmaraada ciudad!
La vivienda respiraba bienestar, y el padre de Juana lo recibi muy afablemente.
A su esposa no la conoca, pero ella le alarg la mano y lo invit a tomar caf.
Juana estar contenta de verte dijo el padre . Te has vuelto un buen
mozo. Ya la vers; es una muchacha que me da muchas alegras y, Dios
mediante, me dar ms an. Tiene su propia habitacin, y nos paga por ella .
Y el hombre llam delicadamente a la puerta, como si fuese un forastero, y
entraron qu hermoso era all! . Seguramente en todo Kjge no haba un
aposento semejante: ni la propia Reina lo tendra mejor. Haba alfombras; en las
ventanas, cortinas que llegaban hasta el suelo, un silln de terciopelo autntico y
en derredor flores y cuadros, adems de un espejo en el que uno casi poda
meterse, pues era grande como una puerta. Knud lo abarc todo de une ojeada,
y, sin embargo, slo vea a Juana; era una moza ya crecida, muy distinta de
como la imaginara, slo que mucho ms hermosa; en toda Kjge no se
encontrara otra como ella; qu fina y delicada! La primera mirada que dirigi a
Knud fue la de una extraa, pero dur slo un instante; luego se precipit hacia
l como si quisiera besarle. No lo hizo, pero poco le falt. S, estaba muy
contenta de volver a ver al amigo de su niez. No brillaban lgrimas en sus
ojos? Y despus empez a preguntar y a contar, pasando desde los padres de
Knud hasta el saco y el sauce; madre saco y padre sauce, como los llamaba,
cual si fuesen personas; pero bien podan pasar por tales, si lo haban sido los
pasteles de alaj. De stos habl tambin y de su mudo amor, cuando estaban en
el mostrador y se partieron... y la muchacha se rea con toda el alma, mientras la
sangre aflua a las mejillas de Knud, y su corazn palpitaba con violencia
desusada. No, no se haba vuelto orgullosa. Y ella fue tambin la causante
bien se fij Knud de que sus padres lo invitasen a pasar la velada con ellos.
Sirvi el t y le ofreci con su propia mano una taza luego cogi un libro y se
puso a leer en alta voz, y al muchacho le pareci que lo que lea trataba de su
amor, hasta tal punto concordaba con sus pensamientos. Luego cant una
sencilla cancin, pero cantada por ella se convirti en toda una historia; era
como si su corazn se desbordase en ella. S, indudablemente quera a Knud.
Las lgrimas rodaron por las mejillas del muchacho sin poder l impedirlo, y no
pudo sacar una sola palabra de su boca; se acusaba de tonto a s mismo, pero ella
le estrech la mano y le dijo:
Tienes un buen corazn, Knud. S siempre como ahora.
Fue una velada inolvidable. Son ocasiones despus de las cuales no es posible
dormir, y Knud se pas la noche despierto.
Buen Humor
Mi padre me dej en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen
humor. Y, quin era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor.
Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su
interior estaban en total contradiccin con su oficio. Y, cul era su oficio, su
posicin en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio
de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: Todo
esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no or hablar. Y, sin
embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario,
su profesin lo situ a la cabeza de los personajes ms conspicuos de la ciudad,
y all estaba en su pleno derecho, pues aqul era su verdadero puesto. Tena que
ir siempre delante: del obispo, de los prncipes de la sangre...; s, seor, iba
siempre delante, pues era cochero de las pompas fnebres.
Bueno, pues ya lo sabis. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando vean
a mi padre sentado all arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga
capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por
debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la
que representan al sol, no haba manera de pensar en el luto ni en la tumba.
Aquella cara deca: No os preocupis. A lo mejor no es tan malo como lo
pintan.
Pues bien, de l he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con
frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir all con un
espritu alegre, y otra cosa, todava: me llevo siempre el peridico, como l
haca tambin.
Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca,
pero, como ya he dicho, compro el peridico, y con l me basta; es el mejor de
los peridicos, el que lea tambin mi padre. Resulta muy til para muchas
cosas, y adems trae todo lo que hay que saber: quin predica en las iglesias, y
quin lo hace en los libros nuevos; dnde se encuentran casas, criados, ropas y
alimentos; quin efecta liquidaciones, y quin se marcha. Y luego, uno se
entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen dao
a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan
sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo
entierren a uno, cuando se tiene el Noticiero; al llegar al final de la vida se
tiene tantsimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado
descansar sobre virutas y serrn.
El Noticiero y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio
que ms han hablado a mi espritu, mis balnearios preferidos para conservar el
buen humor.
Ahora bien, por el peridico puede pasear cualquiera; pero venos conmigo al
cementerio. Vamos all cuando el sol brilla y los rboles estn verdes;
pasemonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro
cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el ttulo, que dice lo que la obra
contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intrngulis, lo s por mi
padre y por m mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he
compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En l estn todos juntos y an
algunos ms.
Ya estamos en el cementerio.
Detrs de una reja pintada de blanco, donde antao creca un rosal hoy no
est, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido
hasta aqu sus dedos, y ms vale esto que nada , reposa un hombre muy
desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o
sea, que no le faltaba su buena rentecita y an algo ms, pero se tomaba el
mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro
dispuesto a disfrutar con toda su alma, se pona frentico slo porque el
tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas
colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrs, o porque sala
una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte
de Noruega. Acaso tiene eso la menor importancia? Quin repara en estas
cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el pblico
aplauda demasiado, como no aplauda bastante. Esta lea est hmeda
deca, no quemar esta noche . Y luego se volva a ver qu gente haba, y
notaba que se rean a deshora, en ocasiones en que la risa no vena a cuento, y el
hombre se encolerizaba y sufra. No poda soportarlo, y era un desgraciado. Y
helo aqu: hoy reposa en su tumba.
Aqu yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y
sta fue su dicha, ya que, por lo dems, nunca habra sido nadie; pero en la
Naturaleza est todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello.
Iba siempre con bordados por delante y por detrs, y ocupaba su sitio en los
salones, como se coloca un costoso cordn de campanilla bordado en perlas, que
tiene siempre detrs otro cordn bueno y recio que hace el servicio. Tambin l
llevaba detrs un buen cordn, un hombre de paja encargado de efectuar el
servicio. Todo est tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que
alegrrsele las pajarillas.
Descansa aqu esto s que es triste! , descansa aqu un hombre que se pas
sesenta y siete aos reflexionando sobre la manera de tener una buena
ocurrencia. Vivi slo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena
a su juicio, y le dio una alegra tal, que se muri de ella, con lo que nadie pudo
aprovecharse, pues a nadie la comunic. Y mucho me temo que por causa de
aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se
trate de una ocurrencia de esas que slo pueden decirse a la hora del desayuno
pues de otro modo no producen efecto , y de que l, como buen difunto, y
segn es general creencia, slo puede aparecerse a medianoche, resulta que no
siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se re, y el hombre tiene
que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste.
Aqu reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar
para hacer creer a los vecinos que tena gatos; hasta tanto llegaba su avaricia!
Aqu yace una seorita de buena familia; se mora por lucir la voz en las veladas
de sociedad, y entonces cantaba una cancin italiana que deca: Mi manca la
voce! (Me falta la voz!). Es la nica verdad que dijo en su vida.
Yace aqu una doncella de otro cuo. Cuando el canario del corazn empieza a
cantar, la razn se tapa los odos con los dedos. La hermosa doncella entr en la
gloria del matrimonio... Es sta una historia de todos los das, y muy bien
contada adems. Dejemos en paz a los muertos!
Aqu reposa una viuda, que tena miel en los labios y bilis en el corazn.
Visitaba las familias a la caza de los defectos del prjimo, de igual manera que
en das pretritos el amigo polica iba de un lado a otro en busca de una placa
de cloaca que no estaba en su sitio.
Tenemos aqu un panten de familia. Todos los miembros de ella estaban tan
concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el peridico
dijesen: Es as, si el benjamn de la casa deca, al llegar de la escuela: Pues
yo lo he odo de otro modo, su afirmacin era la nica fidedigna, pues el chico
era miembro de la familia. Y no haba duda: si el gallo del corral acertaba a
cantar a media noche, era seal de que rompa el alba, por ms que el vigilante y
todos los relojes de la ciudad se empeasen en decir que era medianoche.
El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: Puede continuarse, Lo
mismo podramos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy all con
frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya
conmigo, me voy all, busco un buen trozo de csped y se lo consagro, a l o a
ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y all se estn
muertecitos e impotentes hasta que resucitan, nuevecitos y mejores. Su vida y
sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y as
debieran proceder todas las personas; no tendran que encolerizarse cuando
alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen
humor y el Noticiero, este peridico escrito por el pueblo mismo, aunque a
veces inspirado por otros.
Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y
depositarme en la tumba, poned esta inscripcin: Un hombre de buen humor.
sta es mi historia.
A muy poca distancia del camino haba una gran casa de campo. Aunque los
postigos de las ventanas estaban cerrados, por las rendijas se filtraba luz. Esa
gente me permitir pasar la noche aqu, pens Cols el Chico, y llam a la
puerta.
Abri la duea de la granja, pero al or lo que peda el forastero le dijo que
siguiese su camino, pues su marido estaba ausente y no poda admitir a
desconocidos.
Bueno, no tendr ms remedio que pasar la noche fuera -dijo Cols, mientras
la mujer le cerraba la puerta en las narices.
Haba muy cerca un gran montn de heno, y entre l y la casa, un pequeo
cobertizo con tejado de paja.
Puedo dormir all arriba dijo Cols el Chico, al ver el tejadillo; ser una
buena cama. No creo que a la cigea se le ocurra bajar a picarme las piernas
pues en el tejado haba hecho su nido una autntica cigea.
Subise nuestro hombre al cobertizo y se tumb, volvindose ora de un lado ora
del otro, en busca de una posicin cmoda. Pero he aqu que los postigos no
llegaban hasta lo alto de la ventana, y por ellos poda verse el interior.
En el centro de la habitacin haba puesta una gran mesa, con vino, carne asada
y un pescado de apetitoso aspecto. Sentados a la mesa estaban la aldeana y el
sacristn, ella le serva, y a l se le iban los ojos tras el pescado, que era su plato
favorito.
Quin estuviera con ellos!, pens Cols el Chico, alargando la cabeza hacia
la ventana. Y entonces vio que habla adems un soberbio pastel. Qu banquete,
santo Dios!
Oy entonces en la carretera el trote de un caballo que se diriga a la casa; era el
marido de la campesina, que regresaba.
El marido era un hombre excelente, y todo el mundo lo apreciaba; slo tena un
defecto: no poda ver a los sacristanes; en cuanto se le pona uno ante los ojos,
entrbale una rabia loca. Por eso el sacristn de la aldea haba esperado a que el
marido saliera de viaje para visitar a su mujer, y ella le haba obsequiado con lo
mejor que tena. Al or al hombre que volva asustronse los dos, y ella pidi al
sacristn que se ocultase en un gran arcn vaco, pues saba muy bien la inquina
de su esposo por los sacristanes. Apresurse a esconder en el horno las sabrosas
viandas y el vino, no fuera que el marido lo observara y le pidiera cuentas.
Qu pena! suspir Cols desde el tejado del cobertizo, al ver que
desapareca el banquete.
Quin anda por ah? pregunt el campesino mirando a Cols. Qu
haces en la paja? Entra, que estars mejor.
Entonces Cols le cont que se haba extraviado, y le rog que le permitiese
pasar all la noche.
No faltaba ms respondile el labrador, pero antes haremos algo por la
vida.
La mujer recibi a los dos amablemente, puso la mesa y les sirvi una sopera de
papillas. El campesino vena hambriento y coma con buen apetito, pero Nicols
no haca sino pensar en aquel suculento asado, el pescado y el pastel escondidos
en el horno.
Debajo de la mesa haba dejado el saco con la piel de caballo; ya sabemos que
iba a la ciudad para venderla. Como las papillas se le atragantaban, oprimi el
saco con el pie, y la piel seca produjo un chasquido.
Chit! dijo Cols al saco, al mismo tiempo que volva a pisarlo y produca
un chasquido ms ruidoso que el primero.
Oye! Qu llevas en el saco? pregunt el dueo de la casa. Nada, es un
brujo respondi el otro. Dice que no tenemos por qu comer papillas, con la
carne asada, el pescado y el pastel que hay en el horno.
Qu dices? exclam el campesino, corriendo a abrir el horno, donde
aparecieron todas las apetitosas viandas que la mujer haba ocultado, pero que l
supuso que estaban all por obra del brujo. La mujer no se atrevi a abrir la
boca; trajo los manjares a la mesa, y los dos hombres se regalaron con el
pescado, el asado, y el dulce. Entonces Cols volvi a oprimir el saco, y la piel
cruji de nuevo.
Qu dice ahora? pregunt el campesino.
Dice respondi el muy pcaro que tambin ha hecho salir tres botellas de
vino para nosotros; y que estn en aquel rincn, al lado del horno.
La mujer no tuvo ms remedio que sacar el vino que haba escondido, y el
labrador bebi y se puso alegre. Qu no hubiera dado, por tener un brujo como
el que Cols guardaba en su saco!
Es capaz de hacer salir al diablo? pregunt. Me gustara verlo, ahora
que estoy alegre.
Claro que s! replic Cols. Mi brujo hace cuanto le pido. Verdad, t?
pregunt pisando el saco y produciendo otro crujido. Oyes? Ha dicho que
s. Pero el diablo es muy feo; ser mejor que no lo veas.
No le tengo miedo. Cmo crees que es?
Pues se parece mucho a un sacristn.
Uf! exclam el campesino. S que es feo! Sabes?, una cosa que no
puedo sufrir es ver a un sacristn. Pero no importa. Sabiendo que es el diablo, lo
podr tolerar por una vez. Hoy me siento con nimos; con tal que no se me
acerque demasiado...
Como quieras, se lo pedir al brujo , dijo Cols, y, pisando el saco, aplic
contra l la oreja.
Qu dice?
Dice que abras aquella arca y vers al diablo; est dentro acurrucado. Pero no
sueltes la tapa, que podra escaparse.
Aydame a sostenerla pidile el campesino, dirigindose hacia el arca en
que la mujer haba metido al sacristn de carne y hueso, el cual se mora de
miedo en su escondrijo.
El campesino levant un poco la tapa con precaucin y mir al interior.
Uy! exclam, pegando un salto atrs. Ya lo he visto. Igual que un
sacristn! Espantoso!
Lo celebraron con unas copas y se pasaron buena parte de la noche empinando
el codo.
Tienes que venderme el brujo dijo el campesino. Pide lo que quieras; te
dar aunque sea una fanega de dinero.
No, no puedo replic Cols. Piensa en los beneficios que puedo sacar de
este brujo.
Me he encaprichado con l! Vndemelo! insisti el otro, y sigui
suplicando.
Bueno avnose al fin Cols. Lo har porque has sido bueno y me has
dado asilo esta noche. Te ceder el brujo por una fanega de dinero; pero ha de
ser una fanega rebosante.
La tendrs respondi el labriego. Pero vas a llevarte tambin el arca; no
la quiero en casa ni un minuto ms. Quin sabe si el diablo est an en ella!.
Cols el Chico dio al campesino el saco con la piel seca, y recibi a cambio una
fanega de dinero bien colmada. El campesino le regal todava un carretn para
transportar el dinero y el arca.
Adis! dijo Cols, alejndose con las monedas y el arca que contena al
sacristn.
Por el borde opuesto del bosque flua un ro caudaloso y muy profundo; el agua
corra con tanta furia, que era imposible nadar a contra corriente. No haca
mucho que haban tendido sobre l un gran puente, y cuando Cols estuvo en la
mitad dijo en voz alta, para que lo oyera el sacristn:
Qu hago con esta caja tan incmoda? Pesa como si estuviese llena de
piedras. Ya me voy cansando de arrastrarla; la echar al ro, Si va flotando hasta
mi casa bien, y si no, no importa.
Y la levant un poco con una mano, como para arrojarla al ro.
Detente, no lo hagas! grit el sacristn desde dentro. Djame salir
primero.
Dios me valga! exclam Cols, simulando espanto. Todava est aqu!
Echmoslo al ro sin perder tiempo, que se ahogue!
Oh, no, no! suplic el sacristn. Si me sueltas te dar una fanega de
dinero.
Bueno, esto ya es distinto acept Cols, abriendo el arca. El sacristn se
apresur a salir de ella, arroj el arca al agua y se fue a su casa, donde Cols
recibi el dinero prometido. Con el que le haba entregado el campesino tena
ahora el carretn lleno.
Me he cobrado bien el caballo, se dijo cuando de vuelta a su casa, desparram
el dinero en medio de la habitacin.
La rabia que tendr Cols el Grande cuando vea que me he hecho rico con mi
nico caballo!; pero no se lo dir.
El abecedario
rase una vez un hombre que haba compuesto versos para el abecedario,
siempre dos para cada letra, exactamente como vemos en la antigua cartilla.
Deca que haca falta algo nuevo, pues los viejos pareados estaban muy sobados,
y los suyos le parecan muy bien. Por el momento, el nuevo abecedario estaba
slo en manuscrito, guardado en el gran armariolibrera, junto a la vieja
cartilla impresa; aquel armario que contena tantos libros eruditos y entretenidos.
Pero el viejo abecedario no quera por vecino al nuevo, y haba saltado en el
anaquel pegando un empelln al intruso, el cual cay al suelo, y all estaba ahora
con todas las hojas dispersas. El viejo abecedario haba vuelto hacia arriba la
primera pgina, que era la ms importante, pues en ella estaban todas las letras,
grandes y pequeas. Aquella hoja contena todo lo que constituye la vida de los
dems libros: el alfabeto, las letras que, quirase o no, gobiernan al mundo. Qu
poder ms terrible! Todo depende de cmo se las dispone: pueden dar la vida,
pueden condenar a muerte; alegrar o entristecer. Por s solas nada son, pero
puestas en fila y ordenadas!... Cuando Nuestro Seor las hace intrpretes de su
pensamiento, leemos ms cosas de las que nuestra mente puede contener y nos
inclinamos profundamente, pero las letras son capaces de contenerlas.
Pues all estaban, cara arriba. El gallo de la A mayscula luca sus plumas rojas,
azules y verdes. Hinchaba el pecho muy ufano, pues saba lo que significaban
las letras, y era el nico viviente entre ellas.
Al caer al suelo el viejo abecedario, el gallo bati de alas, subise de una volada
a un borde del armario y, despus de alisarse las plumas con el pico, lanz al
aire un penetrante quiquiriqu. Todos los libros del armario, que, cuando no
estaban de servicio, se pasaban el da y la noche dormitando, oyeron la
estridente trompeta. Y entonces el gallo se puso a discursear, en voz clara y
perceptible, sobre la injusticia que acababa de cometerse con el viejo
abecedario.
Por lo visto ahora ha de ser todo nuevo, todo diferente dijo . El
progreso no puede detenerse. Los nios son tan listos, que saben leer antes de
conocer las letras. Hay que darles algo nuevo!, dijo el autor de los nuevos
versos, que yacen esparcidos por el suelo. Bien los conozco! Ms de diez veces
se los o leer en alta voz. Cmo gozaba el hombre! Pues no, yo defender los
mos, los antiguos, que son tan buenos, y las ilustraciones que los acompaan.
Por ellos luchar y cantar. Todos los libros del armario lo saben bien. Y ahora
voy a leer los de nueva composicin. Los leer con toda pausa y tranquilidad, y
creo que estaremos todos de acuerdo en lo malos que son.
A. Ama
B. Barquero
D. Dinamarca
F. Follaje
Despjase el bosque del follaje
En cuanto la tierra viste el blanco traje.
G. Gorila
H. Hurra
L. Len
O. Olivo
P. Pensador
Q. Queso
El queso se utiliza en la cocina,
donde con otros manjares se combina.
R. Rosa
Entre las flores, es la rosa bella
lo que en el cielo la ms brillante estrella.
S. Sabidura
Muchos creen poseer sabidura
cuando en verdad su mollera est vaca.
Permitidme que cante un poco! dijo el gallo . Con tanto leer se me
acaban las fuerzas. He de tomar aliento . Y se puso a cantar de tal forma, que
no pareca sino una corneta de latn. Daba gusto orlo al gallo, entendmonos
. Adelante.
T. Tetera
La tetera tiene rango en la cocina,
pero la voz del puchero es an ms fina.
U. Urbanidad
Virtud indispensable es la urbanidad,
si no se quiere ser un ogro en sociedad.
Ah debe haber mucho fondo observ el gallo , pero no doy con l, por
mucho que trato de profundizar.
V. Valle de lgrimas
El abeto
All en el bosque haba un abeto, lindo y pequeito. Creca en un buen sitio, le
daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compaeros
mayores, tanto abetos como pinos.
Pero el pequeo abeto slo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del
sol ni el frescor del aire, ni atenda a los nios de la aldea, que recorran el
bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando. A veces
llegaban con un puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas
ensartadas en una paja, y, sentndose junto al menudo abeto, decan: Qu
pequeo y qu lindo es!. Pero el arbolito se enfurruaba al orlo.
Al ao siguiente haba ya crecido bastante, y lo mismo al otro ao, pues en los
abetos puede verse el nmero de aos que tienen por los crculos de su tronco.
Ay!, por qu no he de ser yo tan alto como los dems? suspiraba el
arbolillo. Podra desplegar las ramas todo en derredor y mirar el ancho mundo
desde la copa. Los pjaros haran sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el
viento, podra mecerlas e inclinarlas con la distincin y elegancia de los otros.
ranle indiferentes la luz del sol, las aves y las rojas nubes que, a la maana y al
atardecer, desfilaban en lo alto del cielo.
Cuando llegaba el invierno, y la nieve cubra el suelo con su rutilante manto
blanco, muy a menudo pasaba una liebre, en veloz carrera, saltando por encima
del arbolito. Lo que se enfadaba el abeto! Pero transcurrieron dos inviernos ms
y el abeto haba crecido ya bastante para que la liebre hubiese de desviarse y
darle la vuelta. Oh, crecer, crecer, llegar a ser muy alto y a contar aos y aos:
esto es lo ms hermoso que hay en el mundo!, pensaba el rbol.
En otoo se presentaban indefectiblemente los leadores y cortaban algunos de
los rboles ms corpulentos. La cosa ocurra todos los aos, y nuestro joven
abeto, que estaba ya bastante crecido, senta entonces un escalofro de horror,
pues los magnficos y soberbios troncos se desplomaban con estridentes crujidos
y gran estruendo. Los hombres cortaban las ramas, y los rboles quedaban
desnudos, larguiruchos y delgados; nadie los habra reconocido. Luego eran
cargados en carros arrastrados por caballos, y sacados del bosque.
Adnde iban? Qu suerte les aguardaba?
En primavera, cuando volvieron las golondrinas y las cigeas, les pregunt el
abeto:
No sabis adnde los llevaron No los habis visto en alguna parte?
Las golondrinas nada saban, pero la cigea adopt una actitud cavilosa y,
meneando la cabeza, dijo:
S, creo que s. Al venir de Egipto, me cruc con muchos barcos nuevos, que
tenan mstiles esplndidos. Jurara que eran ellos, pues olan a abeto. Me dieron
muchos recuerdos para ti. Llevan tan alta la cabeza, con tanta altivez!
Ah! Ojal fuera yo lo bastante alto para poder cruzar los mares! Pero, qu
es el mar, y qu aspecto tiene?
Sera muy largo de contar! exclam la cigea, y se alej.
Algrate de ser joven decan los rayos del sol; algrate de ir creciendo
sano y robusto, de la vida joven que hay en ti.
Y el viento le prodigaba sus besos, y el roco verta sobre l sus lgrimas, pero el
abeto no lo comprenda.
Al acercarse las Navidades eran cortados rboles jvenes, rboles que ni
siquiera alcanzaban la talla ni la edad de nuestro abeto, el cual no tena un
momento de quietud ni reposo; le consuma el afn de salir de all. Aquellos
arbolitos y eran siempre los ms hermosos conservaban todo su ramaje;
los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque.
Adnde irn stos? preguntbase el abeto. No son mayores que yo; uno
es incluso ms bajito. Y por qu les dejan las ramas? Adnde van?.
Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! piaron los gorriones. All,
en la ciudad, hemos mirado por las ventanas. Sabemos adnde van. Oh! No
puedes imaginarte el esplendor y la magnificencia que les esperan. Mirando a
travs de los cristales vimos rboles plantados en el centro de una acogedora
habitacin, adornados con los objetos ms preciosos: manzanas doradas,
pastelillos, juguetes y centenares de velitas.
Y despus? pregunt el abeto, temblando por todas sus ramas. Y
despus? Qu sucedi despus?
Ya no vimos nada ms. Pero es imposible pintar lo hermoso que era.
Quin sabe si estoy destinado a recorrer tambin tan radiante camino?
exclam gozoso el abeto. Todava es mejor que navegar por los mares. Estoy
impaciente por que llegue Navidad. Ahora ya estoy tan crecido y desarrollado
como los que se llevaron el ao pasado. Quisiera estar ya en el carro, en la
habitacin calentita, con todo aquel esplendor y magnificencia. Y luego?
Porque claro est que luego vendr algo an mejor, algo ms hermoso. Si no,
por qu me adornaran tanto? Sin duda me aguardan cosas an ms esplndidas
y soberbias. Pero, qu ser? Ay, qu sufrimiento, qu anhelo! Yo mismo no s
lo que me pasa.
Gzate con nosotros! le decan el aire y la luz del sol goza de tu lozana
juventud bajo el cielo abierto.
Pero l permaneca insensible a aquellas bendiciones de la Naturaleza. Segua
creciendo, sin perder su verdor en invierno ni en verano, aquel su verdor oscuro.
Las gentes, al verlo, decan: Hermoso rbol! . Y he ah que, al llegar
Navidad, fue el primero que cortaron. El hacha se hinc profundamente en su
corazn; el rbol se derrumb con un suspiro, experimentando un dolor y un
desmayo que no lo dejaron pensar en la soada felicidad. Ahora senta tener que
alejarse del lugar de su nacimiento, tener que abandonar el terruo donde haba
crecido. Saba que nunca volvera a ver a sus viejos y queridos compaeros, ni a
las matas y flores que lo rodeaban; tal vez ni siquiera a los pjaros. La despedida
no tuvo nada de agradable.
El rbol no volvi en s hasta el momento de ser descargado en el patio junto
con otros, y entonces oy la voz de un hombre que deca:
Ese es magnfico! Nos quedaremos con l.
Y se acercaron los criados vestidos de gala y transportaron el abeto a una
hermosa y espaciosa sala. De todas las paredes colgaban cuadros, y junto a la
gran estufa de azulejos haba grandes jarrones chinos con leones en las tapas;
haba tambin mecedoras, sofs de seda, grandes mesas cubiertas de libros
ilustrados y juguetes, que a buen seguro valdran cien veces cien escudos; por lo
menos eso decan los nios. Hincaron el abeto en un voluminoso barril lleno de
arena, pero no se vea que era un barril, pues de todo su alrededor penda una
tela verde, y estaba colocado sobre una gran alfombra de mil colores. Cmo
temblaba el rbol! Qu vendra luego?
Criados y seoritas corran de un lado para otro y no se cansaban de colgarle
adornos y ms adornos. En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados;
en otra, confites y caramelos; colgaban manzanas doradas y nueces, cual si
fuesen frutos del rbol, y ataron a las ramas ms de cien velitas rojas, azules y
blancas. Muecas que parecan personas vivientes nunca haba visto el rbol
cosa semejante flotaban entre el verdor, y en lo ms alto de la cspide
centelleaba una estrella de metal dorado. Era realmente magnfico,
increblemente magnfico.
Esta noche decan todos, esta noche s que brillar.
Oh! pensaba el rbol, ojal fuese ya de noche! Ojal encendiesen
pronto las luces! Y qu suceder luego? Acaso vendrn a verme los rboles
del bosque? Volarn los gorriones frente a los cristales de las ventanas?
Seguir aqu todo el verano y todo el invierno, tan primorosamente
adornado?.
Crea estar enterado, desde luego; pero de momento era tal su impaciencia, que
sufra fuertes dolores de corteza, y para un rbol el dolor de corteza es tan malo
como para nosotros el de cabeza.
El alforfon
Si despus de una tormenta pasis junto a un campo de alforfn, lo veris a
menudo ennegrecido y como chamuscado; se dira que sobre l ha pasado una
llama, y el labrador observa: Esto es de un rayo . Pero, cmo sucedi? Os
lo voy a contar, pues yo lo s por un gorrioncillo, al cual, a su vez, se lo revel
un viejo sauce que crece junto a un campo de alforfn. Es un sauce corpulento y
venerable pero muy viejo y contrahecho, con una hendidura en el tronco, de la
cual salen hierbajos y zarzamoras. El rbol est muy encorvado, y las ramas
cuelgan hasta casi tocar el suelo, como una larga cabellera verde.
En todos los campos de aquellos contornos crecan cereales, tanto centeno como
cebada y avena, esa magnfica avena que, cuando est en sazn, ofrece el
aspecto de una fila de diminutos canarios amarillos posados en una rama. Todo
aquel grano era una bendicin, y cuando ms llenas estaban las espigas, tanto
ms se inclinaban, como en gesto de piadosa humildad.
Pero haba tambin un campo sembrado de alforfn, frente al viejo sauce. Sus
espigas no se inclinaban como las de las restantes mieses, sino que permanecan
enhiestas y altivas.
Indudablemente, soy tan rico como la espiga de trigo deca, y adems
soy mucho ms bonito; mis flores son bellas como las del manzano; deleita los
ojos mirarnos, a m y a los mos. Has visto algo ms esplndido, viejo sauce?
El rbol hizo un gesto con la cabeza, como significando: Qu cosas dices!.
Pero el alforfn, pavonendose de puro orgullo, exclam: Tonto de rbol!
De puro viejo, la hierba le crece en el cuerpo.
Pero he aqu que estall una espantosa tormenta; todas las flores del campo
recogieron sus hojas y bajaron la cabeza mientras la tempestad pasaba sobre
ellas; slo el alforfn segua tan engredo y altivo.
Baja la cabeza como nosotras! le advirtieron las flores.
Para qu! replic el alforfn.
Agacha la cabeza como nosotros! grit el trigo. Mira que se acerca el
ngel de la tempestad. Sus alas alcanzan desde las nubes al suelo, y puede
pegarte un aletazo antes de que tengas tiempo de pedirle gracia.
Que venga! No tengo por qu humillarme respondi el alforfn.
Cierra tus flores y baja tus hojas! le aconsej, a su vez, el viejo sauce.
No levantes la mirada al rayo cuando desgarre la nube; ni siquiera los hombres
pueden hacerlo, pues a travs del rayo se ve el cielo de Dios, y esta visin ciega
al propio hombre. Qu no nos ocurrira a nosotras, pobres plantas de la tierra,
que somos mucho menos que l!
Menos que l? protest el alforfn. Pues ahora mirar cara a cara al
cielo de Dios! . Y as lo hizo, cegado por su soberbia. Y tal fue el resplandor,
que no pareci sino que todo el mundo fuera una inmensa llamarada.
Pasada ya la tormenta, las flores y las mieses se abrieron y levantaron de nuevo
en medio del aire puro y en calma, vivificados por la lluvia; pero el alforfn
apareca negro como carbn, quemado por el rayo; no era ms que un hierbajo
muerto en el campo.
El viejo sauce meca sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes
caan gruesas gotas de agua, como si el rbol llorase, y los gorriones le
preguntaron:
Por qu lloras? Si todo esto es una bendicin! Mira cmo brilla el sol, y
cmo desfilan las nubes. No respiras el aroma de las flores y zarzas? Por qu
lloras, pues, viejo sauce?
Y el sauce les habl de la soberbia del alforfn, de su orgullo y del castigo que
le vali. Yo, que os cuento la historia, la o de los gorriones. Me la narraron una
tarde, en que yo les haba pedido que me contaran un cuento.
El Angel
Cada vez que muere un nio bueno, baja del cielo un ngel de Dios Nuestro
Seor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas
blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeuelo
am, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de
que luzcan all arriba ms hermosas an que en el suelo. Nuestro Seor se
aprieta contra el corazn todas aquellas flores, pero a la que ms le gusta le da
un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los
bienaventurados.
He aqu lo que contaba un ngel de Dios Nuestro Seor mientras se llevaba al
cielo a un nio muerto; y el nio lo escuchaba como en sueos. Volaron por
encima de los diferentes lugares donde el pequeo haba jugado, y pasaron por
jardines de flores esplndidas.
Cul nos llevaremos para plantarla en el cielo? pregunt el ngel.
Creca all un magnfico y esbelto rosal, pero una mano perversa haba
tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos
semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.
Pobre rosal! exclam el nio. Llvatelo; junto a Dios florecer.
Y el ngel lo cogi, dando un beso al nio por sus palabras; y el pequeuelo
entreabri los ojos.
Recogieron luego muchas flores magnficas, pero tambin humildes rannculos
y violetas silvestres.
Ya tenemos un buen ramillete dijo el nio; y el ngel asinti con la cabeza,
pero no emprendi enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un
silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por
uno de sus angostos callejones, donde yacan montones de paja y cenizas; haba
habido mudanza: veanse cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos
sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.
Entre todos aquellos desperdicios, el ngel seal los trozos de un tiesto roto; de
ste se haba desprendido un terrn, con las races, de una gran flor silvestre ya
seca, que por eso alguien haba arrojado a la calleja.
Vamos a llevrnosla dijo el ngel. Mientras volamos te contar por qu.
Remontaron el vuelo, y el ngel dio principio a su relato:
En aquel angosto callejn, en una baja bodega, viva un pobre nio enfermo.
Desde el da de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo
hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su
felicidad no pas de aqu. Algunos das de verano, unos rayos de sol entraban
hasta la bodega, nada ms que media horita, y entonces el pequeo se calentaba
al sol y miraba cmo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que
mantena levantados delante el rostro, diciendo: S, hoy he podido salir. Saba
del bosque y de sus bellsimos verdores primaverales, slo porque el hijo del
vecino le traa la primera rama de haya. Se la pona sobre la cabeza y soaba que
se encontraba debajo del rbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los
pjaros.
Un da de primavera, su vecinito le trajo tambin flores del campo, y, entre ellas
vena casualmente una con la raz; por eso la plantaron en una maceta, que
colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Haba plantado aquella flor una
mano afortunada, pues, creci, sac nuevas ramas y floreci cada ao; para el
muchacho enfermo fue el jardn ms esplndido, su pequeo tesoro aqu en la
Tierra. La regaba y cuidaba, preocupndose de que recibiese hasta el ltimo de
los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de
sus sueos, pues para l floreca, para l esparca su aroma y alegraba la vista; a
ella se volvi en el momento de la muerte, cuando el Seor lo llam a su seno.
Lleva ya un ao junto a Dios, y durante todo el ao la plantita ha seguido en la
ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de
la calle. Y sta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en
nuestro ramillete, pues ha proporcionado ms alegra que la ms bella del jardn
de una reina.
Pero, cmo sabes todo esto? pregunt el nio que el ngel llevaba al
cielo.
Lo s respondi el ngel, porque yo fui aquel pobre nio enfermo que se
sostena sobre muletas. Y bien conozco mi flor!
El pequeo abri de par en par los ojos y clav la mirada en el rostro
esplendoroso del ngel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de
Nuestro Seor, donde reina la alegra y la bienaventuranza. Dios apret al nio
muerto contra su corazn, y al instante le salieron a ste alas como a los dems
ngeles, y con ellos se ech a volar, cogido de las manos. Nuestro Seor apret
tambin contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la bes,
infundindole voz, y ella rompi a cantar con el coro de angelitos que rodean al
Altsimo, algunos muy de cerca otros formando crculos en torno a los primeros,
crculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y
todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y
la pobre flor silvestre que haba estado abandonada, entre la basura de la calleja
estrecha y oscura, el da de la mudanza.
El ave Fnix
En el jardn del Paraso, bajo el rbol de la sabidura, creca un rosal. En su
primera rosa naci un pjaro; su vuelo era como un rayo de luz, magnficos sus
colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogi el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y
Adn fueron arrojados del Paraso, de la flamgera espada del ngel cay una
chispa en el nido del pjaro y le prendi fuego. El animalito muri abrasado,
pero del rojo huevo sali volando otra ave, nica y siempre la misma: el Ave
Fnix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien aos se da la
muerte abrasndose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave
Fnix, la nica en el mundo.
El pjaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, esplndida de colores,
magnfica en su canto. Cuando la madre est sentada junto a la cuna del hijo, el
ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor
de la cabeza del nio. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor
de sol en l, y sobre la pobre cmoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fnix no es slo el ave de Arabia; aletea tambin a los resplandores
de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores
amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cuprferas de
Falun, en las minas de carbn de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada
sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se
desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hind se
iluminan al verla.
Ave Fnix! No la conoces? El ave del Paraso, el cisne santo de la cancin?
Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchn, agitando las alas
pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico
sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del
cuervo de Odin y le susurraba al odo: Inmortalidad! Cuando la fiesta de los
cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
Ave Fnix! No la conoces? Te cant la Marsellesa, y t besaste la pluma que
se desprendi de su ala; vino en todo el esplendor paradisaco, y t le volviste tal
vez la espalda para contemplar el gorrin que tena espuma dorada en las alas.
El Ave del Paraso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las
llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; t
misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha slo leyenda: el Ave
Fnix de Arabia.
En el jardn del Paraso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el
rbol de la sabidura, Dios te bes y te dio tu nombre verdadero: poesa!.
El caracol y el rosal
Alrededor del jardn haba un seto de avellanos, y al otro lado del seto se
extenda n los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en
el centro del jardn creca un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo viva un
caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazn, pues se llevaba a s
mismo.
Paciencia! deca el caracol. Ya llegar mi hora. Har mucho ms que
dar rosas o avellanas, muchsimo ms que dar leche como las vacas y las ovejas.
Esperamos mucho de ti dijo el rosal. Podra saberse cundo me
ensears lo que eres capaz de hacer?
Me tomo mi tiempo dijo el caracol; ustedes siempre estn de prisa. No,
as no se preparan las sorpresas.
Un ao ms tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que
antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozana de sus
rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sac medio cuerpo afuera,
estir sus cuernecillos y los encogi de nuevo.
Nada ha cambiado dijo. No se advierte el ms insignificante progreso. El
rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pas el verano y vino el otoo, y el rosal continu dando capullos y rosas hasta
que lleg la nieve. El tiempo se hizo hmedo y hosco. El rosal se inclin hacia
la tierra; el caracol se escondi bajo el suelo.
Luego comenz una nueva estacin, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo
lo mismo.
Ahora ya eres un rosal viejo dijo el caracol. Pronto tendrs que ir
pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenas dentro de ti. Si era o
no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero
est claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso
tendras frutos muy distintos que ofrecernos. Qu dices a esto? Pronto no sers
ms que un palo seco... Te das cuenta de lo que quiero decirte?
Me asustas dijo el rosal. Nunca he pensado en ello.
Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. Te preguntaste alguna vez
por qu florecas y cmo florecas, por qu lo hacas de esa manera y de no de
otra?
No contest el caracol. Floreca de puro contento, porque no poda
evitarlo.
El sol era tan clido, el aire tan refrescante!... Me beba el lmpido roco y la
lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, all abajo, me suba la
fuerza, que descenda tambin sobre m desde lo alto. Senta una felicidad que
era siempre nueva, profunda siempre, y as tena que florecer sin remedio.
Tal era mi vida; no poda hacer otra cosa.
Tu vida fue demasiado fcil dijo el caracol.
Cierto dijo el rosal. Me lo daban todo. Pero t tuviste ms suerte an. T
eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran
inteligencia que se proponen asombrar al mundo algn da.
No, no, de ningn modo dijo el caracol. El mundo no existe para m.
Qu tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de m mismo y
en m mismo.
Pero no deberamos todos dar a los dems lo mejor de nosotros, no
deberamos ofrecerles cuanto pudiramos? Es cierto que no te he dado sino
rosas; pero t, en cambio, que posees tantos dones, qu has dado t al mundo?
Qu puedes darle?
Darle? Darle yo al mundo? Yo lo escupo. Para qu sirve el mundo? No
significa nada para m. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo nico que
sirves. Deja que los castaos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las
ovejas den su leche; cada uno tiene su pblico, y yo tambin tengo el mo dentro
de m mismo. Me recojo en mi interior, y en l voy a quedarme! El mundo no
me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se meti dentro de su casa y la sell.
Qu pena! dijo el rosal. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho
que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez
en mis rosas. Sus ptalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cmo
una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cmo una
bonita muchacha se prenda otra al pecho, y cmo un nio besaba otra en la
primera alegra de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendicin.
Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continu floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dorma
all dentro de su casa. El mundo nada significaba para l.
Y pasaron los aos.
El caracol se haba vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la
memorable rosa del libro de oraciones haba desaparecido... Pero en el jardn
brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus
casas y escupan al mundo, que no significaba nada para ellos.
Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena;
siempre sera la misma.
El cerro de los elfos
Varios lagartos gordos corran con pie ligero por las grietas de un viejo rbol; se
entendan perfectamente, pues hablaban todos la lengua lagartea.
Qu ruido y alboroto en el cerro de los ellos! dijo un lagarto. Van ya
dos noches que no me dejan pegar un ojo. Lo mismo que cuando me duelen las
muelas, pues tampoco entonces puedo dormir.
Algo pasa all adentro observ otro. Hasta que el gallo canta, a la
madrugada, sostienen el cerro sobre cuatro estacas rojas, para que se ventile
bien, y sus muchachas han aprendido nuevas danzas. Algo se prepara!
S intervino un tercer lagarto. He hecho amistad con una lombriz de
tierra que vena de la colina, en la cual haba estado removiendo la tierra da y
noche. Oy muchas cosas. Ver no puede, la infeliz, pero lo que es palpar y or,
en esto se pinta sola. Resulta que en el cerro esperan forasteros, forasteros
distinguidos, pero, quines son stos, la lombriz se neg a decrmelo, acaso ella
misma no lo sabe. Han encargado a los fuegos fatuos que organicen una
procesin de antorchas, como dicen ellos, y todo el oro y la plata que hay en el
cerro y no es poco lo pulen y exponen a la luz de la luna.
Quines podrn ser esos forasteros? se preguntaban los lagartos. Qu
diablos debe suceder? Od, qu manera de zumbar!
En aquel mismo momento se parti el montculo, y una seorita elfa, vieja y
anticuada, aunque por lo dems muy correctamente vestida, sali andando a
pasitos cortos. Era el ama de llaves del anciano rey de los elfos, estaba
emparentada de lejos con la familia real y llevaba en la frente un corazn de
mbar. Mova las piernas con una agilidad!: trip, trip. Vaya modo de trotar! Y
march directamente al pantano del fondo, a la vivienda del chotacabras.
Estn ustedes invitados a la colina esta noche dijo. Pero quisiera pedirles
un gran favor, si no fuera molestia para ustedes. Podran transmitir la invitacin
a los dems? Algo deben hacer, ya que ustedes no ponen casa. Recibimos a
varios forasteros ilustres, magos de distincin; por eso hoy comparecer el
anciano rey de los elfos.
A quin hay que invitar? pregunt el chotacabras.
Al gran baile pueden concurrir todos, incluso las personas, con tal que hablen
durmiendo o sepan hacer algo que se avenga con nuestro modo de ser. Pero en
nuestra primera fiesta queremos hacer una rigurosa seleccin; slo asistirn
personajes de la ms alta categora. Hasta disput con el Rey, pues yo no quera
que los fantasmas fuesen admitidos. Ante todo, hay que invitar al Viejo del Mar
y a sus hijas. Tal vez no les guste venir a tierra seca, pero les prepararemos una
piedra mojada para asiento o quizs algo an mejor; supongo que as no tendrn
inconveniente en asistir, siquiera por esta vez. Queremos que vengan todos los
viejos trasgos de primera categora, con cola, el Genio del Agua y el Duende y,
a mi entender, no debemos dejar de lado al Cerdo de la Tumba, al Caballo de los
Muertos y al Enano de la Iglesia, todos los cuales pertenecen al elemento
clerical y no a nuestra clase. Pero se es su oficio; por lo dems, estn
emparentados de cerca con nosotros y nos visitan con frecuencia.
Muy bien! dijo el chotacabras, emprendiendo el vuelo para cumplir el
encargo.
Las doncellas elfas bailaban ya en el cerro, cubiertas de velos, y lo hacan con
tejidos de niebla y luz de la luna, de un gran efecto para los aficionados a estas
cosas. En el centro de la colina, el gran saln haba sido adornado
primorosamente; el suelo, lavado con luz de luna, y las paredes, frotadas con
grasa de bruja, por lo que brillaban como hojas de tulipn. En la colina haba, en
el asador, gran abundancia de ranas, pieles de caracol rellenas de dedos de nio
y ensaladas de semillas de seta y hmedos hocicos de ratn con cicuta, cerveza
de la destilera de la bruja del pantano, amn de fosforescente vino de salitre de
las bodegas funerarias. Todo muy bien presentado. Entre los postres figuraban
clavos oxidados y trozos de ventanal de iglesia.
El anciano Rey mand bruir su corona de oro con pizarrn machacado
(entindase pizarrn de primera); y no se crea que le es fcil a un rey de los elfos
procurarse pizarrn de primera. En el dormitorio colgaron cortinas, que fueron
pegadas con saliva de serpiente. Se comprende, pues, que hubiera all gran ruido
y alboroto.
Ahora hay que sahumar todo esto con orines de caballo y cerdas de puerco;
entonces yo habr cumplido con mi tarea dijo la vieja seorita.
Dulce padre mo! dijo la hija menor, que era muy zalamera, no podra
saber quines son los ilustres forasteros?
Bueno respondi el Rey, tendr que decrtelo. Dos de mis hijas deben
prepararse para el matrimonio; dos de ellas se casarn sin duda. El anciano
duende de all en Noruega, el que reside en la vieja roca de Dovre y posee
cuatro palacios acantilados de feldespato y una mina de oro mucho ms rica de
lo que creen por ah, viene con sus dos hijos, que viajan en busca de esposa. El
duende es un anciano nrdico, muy viejo y respetable, pero alegre y
campechano. Lo conozco de hace mucho tiempo, desde un da en que brindamos
fraternalmente con ocasin de su estancia aqu en busca de mujer. Ella muri;
era hija del rey de los Peascos gredosos de Men. Tom una mujer de yeso,
como suele decirse. Ah, y qu ganas tengo de ver al viejo duende nrdico!
Dicen que los chicos son un tanto mal criados e impertinentes; pero quizs
exageran. Tiempo tendrn de sentar la cabeza. A ver si sabis portaros con ellos
en forma conveniente.
Y cundo llegan? pregunt una de las hijas.
Eso depende del tiempo que haga respondi el Rey. Viajan en plan
econmico. Aprovechan las oportunidades de los barcos. Yo habra querido que
fuesen por Suecia, pero el viejo se inclin del otro lado. No sigue las mudanzas
de los tiempos, y esto no se lo perdono.
En esto llegaron saltando dos fuegos fatuos, uno de ellos ms rpido que su
compaero; por eso lleg antes.
Ya vienen, ya vienen! gritaron los dos.
Dadme la corona y dejad que me ponga a la luz de la luna! orden el Rey.
Las hijas, levantndose los velos, se inclinaron hasta el suelo. Entr el anciano
duende de Dovre con su corona de tarugos de hielo duro y de abeto pulido.
Formaban el resto de su vestido una piel de oso y grandes botas, mientras los
hijos iban con el cuello descubierto y pantalones sin tirantes, pues eran hombres
de pelo en pecho.
Esto es una colina? pregunt el menor, sealando el cerro de los elfos.
En Noruega lo llamaramos un agujero.
Muchachos! les ri el viejo. Un agujero va para dentro, y una colina
va para arriba. No tenis ojos en la cabeza?
Lo nico que les causaba asombro, dijeron, era que comprendan la lengua de
los otros sin dificultad.
Es para creer que os falta algn tornillo! refunfu el viejo. Entraron
luego en la mansin de los elfos, donde se haba reunido la flor y nata de la
sociedad, aunque de manera tan precipitada, que se hubiera dicho que el viento
los habla arremolinado; y para todos estaban las cosas primorosamente
dispuestas. Las ondinas se sentaban a la mesa sobre grandes patines acuticos, y
afirmaban que se sentan como en su casa. En la mesa todos observaron la
mxima correccin, excepto los dos duendecitos nrdicos, los cuales llegaron
hasta poner las piernas encima. Pero estaban persuadidos de que a ellos todo les
estaba bien.
Fuera los pies del plato! les grit el viejo duende, y ellos obedecieron,
aunque a regaadientes. A sus damas respectivas les hicieron cosquillas con
pias de abeto que llevaban en el bolsillo; luego se quitaron las botas para estar
ms cmodos y se las dieron a guardar. Pero el padre, el viejo duende de Dovre,
era realmente muy distinto.
El cofre volador
rase una vez un comerciante tan rico, que habra podido empedrar toda la calle
con monedas de plata, y an casi un callejn por aadidura; pero se guard de
hacerlo, pues el hombre conoca mejores maneras de invertir su dinero, y
cuando daba un ochavo era para recibir un escudo. Fue un mercader muy listo...
y luego muri.
Su hijo hered todos sus caudales, y viva alegremente: todas las noches iba al
baile de mscaras, haca cometas con billetes de banco y arrojaba al agua
panecillos untados de mantequilla y lastrados con monedas de oro en vez de
piedras. No es extrao, pues, que pronto se terminase el dinero; al fin a nuestro
mozo no le quedaron ms de cuatro perras gordas, y por todo vestido, unas
zapatillas y una vieja bata de noche. Sus amigos lo abandonaron; no podan ya ir
juntos por la calle; pero uno de ellos, que era un bonachn, le envi un viejo
cofre con este aviso: Embala!. El consejo era bueno, desde luego, pero como
nada tena que embalar, se meti l en el bal.
Era un cofre curioso: echaba a volar en cuanto se le apretaba la cerradura. Y as
lo hizo; en un santiamn, el muchacho se vio por los aires metido en el cofre,
despus de salir por la chimenea, y montse hasta las nubes, vuela que te vuela.
Cada vez que el fondo del bal cruja un poco, a nuestro hombre le entraba
pnico; si se desprendiesen las tablas, vaya salto! Dios nos ampare!
De este modo lleg a tierra de turcos. Escondiendo el cofre en el bosque, entre
hojarasca seca, se encamin a la ciudad; no llam la atencin de nadie, pues
todos los turcos vestan tambin bata y pantuflos. Encontrse con un ama que
llevaba un nio:
Oye, nodriza le pregunt, qu es aquel castillo tan grande, junto a la
ciudad, con ventanas tan altas?
All vive la hija del Rey respondi la mujer. Se le ha profetizado que
quien se enamore de ella la har desgraciada; por eso no se deja que nadie se le
acerque, si no es en presencia del Rey y de la Reina, Gracias dijo el hijo
del mercader, y volvi a su bosque. Se meti en el cofre y levant el vuelo; lleg
al tejado del castillo y se introdujo por la ventana en las habitaciones de la
princesa.
Estaba ella durmiendo en un sof; era tan hermosa, que el mozo no pudo
reprimirse y le dio un beso. La princesa despert asustada, pero l le dijo que era
el dios de los turcos, llegado por los aires; y esto la tranquiliz.
Sentronse uno junto al otro, y el mozo se puso a contar historias sobre los ojos
de la muchacha: eran como lagos oscuros y maravillosos, por los que los
pensamientos nadaban cual ondinas; luego historias sobre su frente, que
compar con una montaa nevada, llena de magnficos salones y cuadros; y
luego le habl de la cigea, que trae a los nios pequeos.
S, eran unas historias muy hermosas, realmente. Luego pidi a la princesa si
quera ser su esposa, y ella le dio el s sin vacilar.
Pero tendris que volver el sbado aadi, pues he invitado a mis padres
a tomar el t. Estarn orgullosos de que me case con el dios de los turcos. Pero
mira de recordar historias bonitas, que a mis padres les gustan mucho. Mi madre
las prefiere edificantes y elevadas, y mi padre las quiere divertidas, pues le gusta
rerse.
Bien, no traer ms regalo de boda que mis cuentos respondi l, y se
despidieron; pero antes la princesa le regal un sable adornado con monedas de
oro. Y bien que le vinieron al mozo!
Se march en volandas, se compr una nueva bata y se fue al bosque, donde se
puso a componer un cuento. Deba estar listo para el sbado, y la cosa no es tan
fcil.
Y cuando lo tuvo terminado, era ya sbado.
El Rey, la Reina y toda la Corte lo aguardaban para tomar el t en compaa de
la princesa. Lo recibieron con gran cortesa.
Vais a contarnos un cuento preguntle la Reina, uno que tenga
profundo sentido y sea instructivo?
Pero que al mismo tiempo nos haga rer aadi el Rey.
De acuerdo responda el mozo, y comenz su relato. Y ahora, atencin.
rase una vez un haz de fsforos que estaban en extremo orgullosos de su alta
estirpe; su rbol genealgico, es decir, el gran pino, del que todos eran una
astillita, haba sido un aoso y corpulento rbol del bosque. Los fsforos se
encontraban ahora entre un viejo eslabn y un puchero de hierro no menos viejo,
al que hablaban de los tiempos de su infancia. S, cuando nos hallbamos en
la rama verde decan estbamos realmente en una rama verde! Cada
amanecer y cada atardecer tenamos t diamantino: era el roco; durante todo el
da nos daba el sol, cuando no estaba nublado, y los pajarillos nos contaban
historias. Nos dbamos cuenta de que ramos ricos, pues los rboles de fronda
slo van vestidos en verano; en cambio, nuestra familia luca su verde ropaje, lo
mismo en verano que en invierno. Mas he aqu que se present el leador, la
gran revolucin, y nuestra familia se dispers. El tronco fue destinado a palo
mayor de un barco de alto bordo, capaz de circunnavegar el mundo si se le
antojaba; las dems ramas pasaron a otros lugares, y a nosotros nos ha sido
asignada la misin de suministrar luz a la baja plebe; por eso, a pesar de ser
gente distinguida, hemos venido a parar a la cocina.
Mi destino ha sido muy distinto dijo el puchero a cuyo lado yacan los
fsforos. Desde el instante en que vine al mundo, todo ha sido estregarme,
ponerme al fuego y sacarme de l; yo estoy por lo prctico, y, modestia aparte,
soy el nmero uno en la casa, Mi nico placer consiste, terminado el servicio de
mesa, en estarme en mi sitio, limpio y bruido, conversando sesudamente con
mis compaeros; pero si excepto el balde, que de vez en cuando baja al patio,
puede decirse que vivimos completamente retirados. Nuestro nico mensajero es
el cesto de la compra, pero se exalta tanto cuando habla del gobierno y del
pueblo!; hace unos das un viejo puchero de tierra se asust tanto con lo que
dijo, que se cay al suelo y se rompi en mil pedazos. Yo os digo que este cesto
es un revolucionario; y si no, al tiempo.
Hablas demasiado! intervino el eslabn, golpeando el pedernal, que
solt una chispa. No podramos echar una cana al aire, esta noche?
S, hablemos dijeron los fsforos, y veamos quin es el ms noble de
todos nosotros.
No, no me gusta hablar de mi persona objet la olla de barro.
Organicemos una velada. Yo empezar contando la historia de mi vida, y luego
los dems harn lo mismo; as no se embrolla uno y resulta ms divertido. En las
playas del Bltico, donde las hayas que cubren el suelo de Dinamarca...
Buen principio! exclamaron los platos. Sin duda, esta historia nos
gustar.
...pas mi juventud en el seno de una familia muy reposada; se limpiaban
los muebles, se restregaban los suelos, y cada quince das colgaban cortinas
nuevas.
Qu bien se explica! dijo la escoba de crin. Dirase que habla un ama
de casa; hay un no s que de limpio y refinado en sus palabras.
Exactamente lo que yo pensaba asinti el balde, dando un saltito de
contento que hizo resonar el suelo.
La olla sigui contando, y el fin result tan agradable como haba sido el
principio.
Todos los platos castaetearon de regocijo, y la escoba sac del bote unas
hojas de perejil, y con ellas coron a la olla, a sabiendas de que los dems
rabiaran. "Si hoy le pongo yo una corona, maana me pondr ella otra a m",
pens.
Voy a bailar! exclam la tenaza, y, dicho y hecho! Dios nos ampare, y
cmo levantaba la pierna! La vieja funda de la silla del rincn estall al verlo.
Me vais a coronar tambin a m? pregunto la tenaza; y as se hizo.
Vaya gentuza! pensaban los fsforos.
Tocbale entonces el turno de cantar a la tetera, pero se excus alegando que
estaba resfriada; slo poda cantar cuando se hallaba al fuego; pero todo aquello
eran remilgos; no quera hacerlo ms que en la mesa, con las seoras.
Haba en la ventana una vieja pluma, con la que sola escribir la sirvienta.
Nada de notable poda observarse en ella, aparte que la sumergan demasiado en
el tintero, pero ella se senta orgullosa del hecho.
Si la tetera se niega a cantar, que no cante dijo. Ah fuera hay un
ruiseor enjaulado que sabe hacerlo. No es que haya estudiado en el
Conservatorio, mas por esta noche seremos indulgentes.
Me parece muy poco conveniente objet la cafetera, que era una cantora
de cocina y hermanastra de la tetera tener que escuchar a un pjaro forastero.
Es esto patriotismo? Que juzgue el cesto de la compra.
Francamente, me habis desilusionado dijo el cesto. Vaya manera
estpida de pasar una velada! En lugar de ir cada cul por su lado, no sera
mucho mejor hacer las cosas con orden? Cada uno ocupara su sitio, y yo
dirigira el juego. Otra cosa seria!
S, vamos a armar un escndalo! exclamaron todos.
En esto se abri la puerta y entr la criada. Todos se quedaron quietos, nadie
se movi; pero ni un puchero dudaba de sus habilidades y de su distincin. "Si
hubisemos querido pensaba cada uno, qu velada ms deliciosa
habramos pasado!".
La sirvienta cogi los fsforos y encendi fuego. Cmo chisporroteaban, y
qu llamas echaban!
"Ahora todos tendrn que percatarse de que somos los primeros pensaban
. Menudo brillo y menudo resplandor el nuestro!". Y de este modo se
consumieron.
Qu cuento tan bonito! dijo la Reina. Me parece encontrarme en la
cocina, entre los fsforos. S, te casars con nuestra hija.
Desde luego asinti el Rey. Ser tuya el lunes por la maana . Lo
tuteaban ya, considerndolo como de la familia.
Fijse el da de la boda, y la vspera hubo grandes iluminaciones en la ciudad,
repartironse bollos de pan y rosquillas, los golfillos callejeros se hincharon de
gritar hurra! y silbar con los dedos metidos en la boca... Una fiesta
magnfica!
Tendr que hacer algo, pens el hijo del mercader, y compr cohetes,
petardos y qu s yo cuntas cosas de pirotecnia, las meti en el bal y
emprendi el vuelo.
Pim, pam, pum! Vaya estrpito y vaya chisporroteo!
Los turcos, al verlo, pegaban unos saltos tales que las babuchas les llegaban a
las orejas; nunca haban contemplado una traca como aquella, Ahora s que
estaban convencidos de que era el propio dios de los turcos el que iba a casarse
con la hija del Rey.
El compaero de viaje
El pobre Juan estaba muy triste, pues su padre se hallaba enfermo e iba a morir.
No haba ms que ellos dos en la reducida habitacin; la lmpara de la mesa
estaba prxima a extinguirse, y llegaba la noche.
Has sido un buen hijo, Juan dijo el doliente padre, y Dios te ayudar por
los caminos del mundo . Dirigile una mirada tierna y grave, respir
profundamente y expir; habrase dicho que dorma. Juan se ech a llorar; ya
nadie le quedaba en la Tierra, ni padre ni madre, hermano ni hermana. Pobre
Juan! Arrodillado junto al lecho, besaba la fra mano de su padre muerto, y
derramaba amargas lgrimas, hasta que al fin se le cerraron los ojos y se qued
dormido, con la cabeza apoyada en el duro barrote de la cama.
Tuvo un sueo muy raro; vio cmo el Sol y la Luna se inclinaban ante l, y vio a
su padre rebosante de salud y rindose, con aquella risa suya cuando se senta
contento. Una hermosa muchacha, con una corona de oro en el largo y reluciente
cabello, tendi la mano a Juan, mientras el padre le deca: Mira qu novia tan
bonita tienes! Es la ms bella del mundo entero. Entonces se despert: el alegre
cuadro se haba desvanecido; su padre yaca en el lecho, muerto y fro, y no
haba nadie en la estancia. Pobre Juan!
A la semana siguiente dieron sepultura al difunto; Juan acompa el fretro, sin
poder ver ya a aquel padre que tanto lo haba querido; oy cmo echaban tierra
sobre el atad, para colmar la fosa, y contempl cmo desapareca poco a poco,
mientras senta la pena desgarrarle el corazn. Al borde de la tumba cantaron un
ltimo salmo, que son armoniosamente; las lgrimas asomaron a los ojos del
muchacho; rompi a llorar, y el llanto fue un sedante para su dolor. Brill el sol,
esplndido, por encima de los verdes rboles; pareca decirle: No ests triste,
Juan; mira qu hermoso y azul es el cielo!. All arriba est tu padre pidiendo a
Dios por tu bien!.
Ser siempre bueno dijo Juan. De este modo, un da volver a reunirme
con mi padre. Qu alegra cuando nos veamos de nuevo! Cuntas cosas podr
contarle y cuntas me mostrar l, y me ensear la magnificencia del cielo,
como lo haca en la Tierra. Oh, qu felices seremos!
Y se lo imaginaba tan a lo vivo, que asom una sonrisa a sus labios. Los
pajarillos, posados en los castaos, dejaban or sus gorjeos. Estaban alegres, a
pesar de asistir a un entierro, pero bien saban que el difunto estaba ya en el
cielo, tena alas mucho mayores y ms hermosas que las suyas, y era dichoso,
porque ac en la Tierra haba practicado la virtud; por eso estaban alegres. Juan
los vio emprender el vuelo desde las altas ramas verdes, y sinti el deseo de
lanzarse al espacio con ellos. Pero antes hizo una gran cruz de madera para
hincarla sobre la tumba de su padre, y al llegar la noche, la sepultura apareca
adornada con arena y flores. Haban cuidado de ello personas forasteras, pues en
toda la comarca se tena en gran estima a aquel buen hombre que acababa de
morir.
De madrugada hizo Juan su modesto equipaje y se at al cinturn su pequea
herencia: cincuenta florines y unos peniques en total; con ella se dispona a
correr mundo. Sin embargo, antes volvi al cementerio, y, despus de rezar un
padrenuestro sobre la tumba dijo: Adis, padre querido! Ser siempre bueno, y
t le pedirs a Dios que las cosas me vayan bien.
Al entrar en la campia, el muchacho observ que todas las flores se abran
frescas y hermosas bajo los rayos tibios del sol, y que se mecan al impulso de la
brisa, como diciendo: Bienvenido a nuestros dominios! Verdad que son
bellos?. Pero Juan se volvi una vez ms a contemplar la vieja iglesia donde
recibiera de pequeo el santo bautismo, y a la que haba asistido todos los
domingos con su padre a los oficios divinos, cantando hermosas canciones; en lo
alto del campanario vio, en una abertura, al duende del templo, de pie, con su
pequea gorra roja, y resguardndose el rostro con el brazo de los rayos del sol
que le daban en los ojos. Juan le dijo adis con una inclinacin de cabeza; el
duendecillo agit la gorra colorada y, ponindose una mano sobre el corazn,
con la otra le envi muchos besos, para darle a entender que le deseaba un viaje
muy feliz y mucho bien.
Pens entonces Juan en las bellezas que vera en el amplio mundo y sigui su
camino, mucho ms all de donde llegara jams. No conoca los lugares por los
que pasaba, ni las personas con quienes se encontraba; todo era nuevo para l.
La primera noche hubo de dormir sobre un montn de heno, en pleno campo;
otro lecho no haba. Pero era muy cmodo, pens; el propio Rey no estara
mejor. Toda la campia, con el ro, la pila de hierba y el cielo encima, formaban
un hermoso dormitorio. La verde hierba, salpicada de florecillas blancas y
coloradas, haca de alfombra, las lilas y rosales silvestres eran otros tantos
ramilletes naturales, y para lavabo tena todo el ro, de agua lmpida y fresca,
con los juncos y caas que se inclinaban como para darle las buenas noches y
los buenos das. La luna era una lmpara soberbia, colgada all arriba en el
techo infinito; una lmpara con cuyo fuego no haba miedo de que se
encendieran las cortinas. Juan poda dormir tranquilo, y as lo hizo, no
despertndose hasta que sali el sol, y todas las avecillas de los contornos
rompieron a cantar: Buenos das, buenos das! No te has levantado an?.
Tocaban las campanas, llamando a la iglesia, pues era domingo. Las gentes iban
a escuchar al predicador, y Juan fue con ellas; las acompa en el canto de los
sagrados himnos, y oy la voz del Seor; le pareca estar en la iglesia donde
haba sido bautizado y donde haba cantado los salmos al lado de su padre.
En el cementerio contiguo al templo haba muchas tumbas, algunas de ellas
cubiertas de alta hierba. Entonces pens Juan en la de su padre, y se dijo que con
el tiempo presentara tambin aquel aspecto, ya que l no estara all para
limpiarla y adornarla. Se sent, pues en el suelo, y se puso a arrancar la hierba y
enderezar las cruces cadas, volviendo a sus lugares las coronas arrastradas por
el viento, mientras pensaba: Tal vez alguien haga lo mismo en la tumba de mi
padre, ya que no puedo hacerlo yo.
El cuello de camisa
rase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje posea un
calzador y un peine; pero tena un cuello de camisa que era el ms notable del
mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello
tena ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aqu que en el cesto de la
ropa coincidi con una liga.
Dijo el cuello:
Jams vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. Me permite que le
pregunte su nombre?
No se lo dir! respondi la liga.
Dnde vive, pues? insisti el cuello.
Pero la liga era muy tmida, y pens que la pregunta era algo extraa y que no
deba contestarla.
Es usted un cinturn, verdad? dijo el cuello, una especie de cinturn
interior?. Bien veo, mi simptica seorita, que es una prenda tanto de utilidad
como de adorno.
Haga el favor de no dirigirme la palabra! dijo la liga. No creo que le
haya dado pie para hacerlo.
S, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita replic el cuello- no hace falta
ms motivo.
No se acerque tanto! exclam la liga. Parece usted tan varonil!
Soy tambin un caballero fino dijo el cuello, tengo un calzador y un
peine . Lo cual no era verdad, pues quien los tena era su dueo; pero le
gustaba vanagloriarse.
No se acerque tanto! repiti la liga. No estoy acostumbrada.
Qu remilgada! dijo el cuello con tono burln; pero en stas los sacaron
del cesto, los almidonaron y, despus de haberlos colgado al sol sobre el
respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y lleg la
plancha caliente.
Mi querida seora exclamaba el cuello, mi querida seora! Qu calor
siento! Si no soy yo mismo! Si cambio totalmente de forma! Me va a quemar;
va a hacerme un agujero! Huy! Quiere casarse conmigo?
Harapo! replic la plancha, corriendo orgullosamente por encima del
cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los
vagones de un tren.
Harapo! repiti.
El cuello qued un poco deshilachado de los bordes; por eso acudi la tijera a
cortar los hilos.
Oh! exclam el cuello, usted debe de ser primera bailarina, verdad?.
Cmo sabe estirar las piernas! Es lo ms encantador que he visto. Nadie sera
capaz de imitarla.
Ya lo s respondi la tijera.
Merecera ser condesa! dijo el cuello. Todo lo que poseo es un seor
distinguido, un calzador y un peine. Si tuviese tambin un condado!
Se me est declarando, el asqueroso? exclam la tijera, y, enfadada, le
propin un corte que lo dej inservible.
Al fin tendr que solicitar la mano del peine. Es admirable cmo conserva
usted todos los dientes, mi querida seorita! dijo el cuello. No ha pensado
nunca en casarse?
Claro, ya puede figurrselo! contest el peine. Seguramente habr odo
que estoy prometida con el calzador.
Prometida! suspir el cuello; y como no haba nadie ms a quien
declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.
Pas mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacn de un fabricante de papel.
Haba all una nutrida compaa de harapos; los finos iban por su lado, los
toscos por el suyo, como exige la correccin. Todos tenan muchas cosas que
explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrn.
La de novias que he tenido! deca. No me dejaban un momento de
reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y
almidonado. Tena adems un calzador y un peine, que jams utilic. Tenan que
haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me
olvidar de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda;
por m se tir a una baera. Luego hubo una plancha que arda por mi persona;
pero no le hice caso y se volvi negra. Tuve tambin relaciones con una primera
bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; era terriblemente
celosa! Mi propio peine se enamor de m; perdi todos los dientes de mal de
amores. Uf!, la de aventuras que he corrido! Pero lo que ms me duele es la
liga, digo, la cinturilla, que se tir a la baera. Cuntos pecados llevo sobre la
conciencia! Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!
Y fue convertido en papel blanco, con todos los dems trapos; y el cuello es
precisamente la hoja que aqu vemos, en la cual se imprimi su historia. Y le
est bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad.
Tengmoslo en cuenta, para no comportarnos como l, pues en verdad no
podemos saber si tambin nosotros iremos a dar algn da al saco de los trapos
viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, an lo ms ntimo
y secreto de ella, ser impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que
contarla.
El duende de la tienda
rase una vez un estudiante, un estudiante de verdad, que viva en una
buhardilla y nada posea; y rase tambin un tendero, un tendero de verdad, que
habitaba en la trastienda y era dueo de toda la casa; y en su habitacin moraba
un duendecillo, al que todos los aos, por Nochebuena, obsequiaba aqul con un
tazn de papas y un buen trozo de mantequilla dentro. Bien poda hacerlo; y el
duende continuaba en la tienda, y esto explica muchas cosas.
Un atardecer entr el estudiante por la puerta trasera, a comprarse una vela y el
queso para su cena; no tena a quien enviar, por lo que iba l mismo. Dironle lo
que peda, lo pag, y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un
gesto de la cabeza. La mujer saba hacer algo ms que gesticular con la cabeza;
era un pico de oro.
El estudiante les correspondi de la misma manera y luego se qued parado,
leyendo la hoja de papel que envolva el queso. Era una hoja arrancada de un
libro viejo, que jams hubiera pensado que lo tratasen as, pues era un libro de
poesa.
Todava nos queda ms dijo el tendero; lo compr a una vieja por unos
granos de caf; por ocho chelines se lo cedo entero.
Muchas gracias repuso el estudiante. Dmelo a cambio del queso. Puedo
comer pan solo; pero sera pecado destrozar este libro. Es usted un hombre
esplndido, un hombre prctico, pero lo que es de poesa, entiende menos que
esa cuba.
La verdad es que fue un tanto descorts al decirlo, especialmente por la cuba;
pero tendero y estudiante se echaron a rer, pues el segundo haba hablado en
broma. Con todo, el duende se pic al or semejante comparacin, aplicada a un
tendero que era dueo de una casa y encima venda una mantequilla excelente.
Cerrado que hubo la noche, y con ella la tienda, y cuando todo el mundo estaba
acostado, excepto el estudiante, entr el duende en busca del pico de la duea,
pues no lo utilizaba mientras dorma; fue aplicndolo a todos los objetos de la
tienda, con lo cual stos adquiran voz y habla. y podan expresar sus
pensamientos y sentimientos tan bien como la propia seora de la casa; pero,
claro est, slo poda aplicarlo a un solo objeto a la vez; y era una suerte, pues
de otro modo, menudo barullo!
El duende puso el pico en la cuba que contena los diarios viejos. Es verdad
que usted no sabe lo que es la poesa?
Claro que lo s respondi la cuba. Es una cosa que ponen en la parte
inferior de los peridicos y que la gente recorta; tengo motivos para creer que
hay ms en m que en el estudiante, y esto que comparado con el tendero no soy
sino una cuba de poco ms o menos.
Luego el duende coloc el pico en el molinillo de caf. Dios mo, y cmo se
solt ste! Y despus lo aplic al barrilito de manteca y al cajn del dinero; y
todos compartieron la opinin de la cuba. Y cuando la mayora coincide en una
cosa, no queda mas remedio que respetarla y darla por buena.
Y ahora, al estudiante! pens; y subi callandito a la buhardilla, por la
escalera de la cocina. Haba luz en el cuarto, y el duendecillo mir por el ojo de
la cerradura y vio al estudiante que estaba leyendo el libro roto adquirido en la
tienda. Pero, qu claridad irradiaba de l!
De las pginas emerga un vivsimo rayo de luz, que iba transformndose en un
tronco, en un poderoso rbol, que desplegaba sus ramas y cobijaba al estudiante.
Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso, y cada flor, una hermosa
cabeza de doncella, de ojos ya oscuros y llameantes, ya azules y
maravillosamente lmpidos. Los frutos eran otras tantas rutilantes estrellas, y un
canto y una msica deliciosos resonaban en la destartalada habitacin.
Jams haba imaginado el duendecillo una magnificencia como aqulla, jams
haba odo hablar de cosa semejante. Por eso permaneci de puntillas, mirando
hasta que se apag la luz. Seguramente el estudiante haba soplado la vela para
acostarse; pero el duende segua en su sitio, pues continuaba oyndose el canto,
dulce y solemne, una deliciosa cancin de cuna para el estudiante, que se
entregaba al descanso.
Asombroso! se dijo el duende. Nunca lo hubiera pensado! A lo mejor
me quedo con el estudiante... . Y se lo estuvo rumiando buen rato, hasta que,
al fin, venci la sensatez y suspir. Pero el estudiante no tiene papillas, ni
mantequilla! . Y se volvi; se volvi abajo, a casa del tendero. Fue una suerte
que no tardase ms, pues la cuba haba gastado casi todo el pico de la duea, a
fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior, echada siempre de un
lado; y se dispona justamente a volverse para empezar a contar por el lado
opuesto, cuando entr el duende y le quit el pico; pero en adelante toda la
tienda, desde el cajn del dinero hasta la lea de abajo, formaron sus opiniones
calcndolas sobre las de la cuba; todos la ponan tan alta y le otorgaban tal
confianza, que cuando el tendero lea en el peridico de la tarde las noticias de
arte y teatrales, ellos crean firmemente que procedan de la cuba.
En cambio, el duendecillo ya no poda estarse quieto como antes, escuchando
toda aquella erudicin y sabihondura de la planta baja, sino que en cuanto vea
brillar la luz en la buhardilla, era como si sus rayos fuesen unos potentes cables
que lo remontaban a las alturas; tena que subir a mirar por el ojo de la
cerradura, y siempre se senta rodeado de una grandiosidad como la que
experimentamos en el mar tempestuoso, cuando Dios levanta sus olas; y rompa
a llorar, sin saber l mismo por qu, pero las lgrimas le hacan un gran bien.
Qu magnfico deba de ser estarse sentado bajo el rbol, junto al estudiante!
Pero no haba que pensar en ello, y se daba por satisfecho contemplndolo desde
el ojo de la cerradura. Y all segua, en el fro rellano, cuando ya el viento otoal
se filtraba por los tragaluces, y el fro iba arreciando. Slo que el duendecillo no
lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los melodiosos sones
eran dominados por el silbar del viento. Uj, cmo temblaba entonces, y bajaba
corriendo las escaleras para refugiarse en su caliente rincn, donde tan bien se
estaba! Y cuando volvi la Nochebuena, con sus papillas y su buena bola de
manteca, se declar resueltamente en favor del tendero.
Pero a media noche despert al duendecillo un alboroto horrible, un gran
estrpito en los escaparates, y gentes que iban y venan agitadas, mientras el
sereno no cesaba de tocar el pito. Haba estallado un incendio, y toda la calle
apareca iluminada. Sera su casa o la del vecino? Dnde? Haba una alarma
espantosa, una confusin terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada,
que se quit los pendientes de oro de las orejas y se los guard en el bolsillo,
para salvar algo. El tendero recogi sus lminas de fondos pblicos, y la criada,
su mantilla de seda, que se haba podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual
quera salvar lo mejor, y tambin el duendecillo; y de un salto subi las escaleras
y se meti en la habitacin del estudiante, quien, de pie junto a la ventana,
contemplaba tranquilamente el fuego, que arda en la casa de enfrente. El
duendecillo cogi el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y, metindoselo
en el gorro rojo lo sujet convulsivamente con ambas manos: el ms precioso
tesoro de la casa estaba a salvo. Luego se dirigi, corriendo por el tejado, a la
punta de la chimenea, y all se estuvo, iluminado por la casa en llamas,
apretando con ambas manos el gorro que contena el tesoro. Slo entonces se
dio cuenta de dnde tena puesto su corazn; comprendi a quin perteneca en
realidad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a
sus ideas normales, dijo:
Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero, por
causa de las papillas.
Y en esto se comport como un autntico ser humano. Todos procuramos estar
bien con el tendero... por las papillas.
El gollete de botella
En una tortuosa callejuela, entre varias mseras casuchas, se alzaba una de
paredes entramadas, alta y desvencijada. Vivan en ella gente muy pobre; y lo
ms msero de todo era la buhardilla, en cuya ventanuco colgaba, a la luz del
sol, una vieja jaula abollada que ni siquiera tena bebedero; en su lugar haba un
gollete de botella puesto del revs, tapado por debajo con un tapn de corcho y
lleno de agua. Una vieja solterona estaba asomada al exterior; acababa de
adornar con prmulas la jaula donde un diminuto pardillo saltaba de uno a otro
palo cantando tan alegremente, que su voz resonaba a gran distancia.
Ay, bien puedes t cantar! exclam el gollete. Bueno, no es que lo dijera
como lo decimos nosotros, pues un casco de botella no puede hablar, pero lo
pens a su manera, como nosotros cuando hablamos para nuestros adentros .
S, t puedes cantar, pues no te falta ningn miembro. Si t supieras, como yo lo
s, lo que significa haber perdido toda la parte inferior del cuerpo, sin quedarme
ms que cuello y boca, y aun sta con un tapn metido dentro... Seguro que no
cantaras. Pero vale ms as, que siquiera t puedas alegrarte. Yo no tengo
ningn motivo para cantar, aparte que no s hacerlo; antes s saba, cuando era
una botella hecha y derecha, y me frotaban con un tapn. Era entonces una
verdadera alondra, me llamaban la gran alondra. Y luego, cuando viva en el
bosque, con la familia del pellejero y celebraron la boda de su hija... Me acuerdo
como si fuese ayer. La de aventuras que he pasado, y que podra contarte! He
estado en el fuego y en el agua, metida en la negra tierra, y he subido a alturas
que muy pocos han alcanzado, y ah me tienes ahora en esta jaula, expuesta al
aire y al sol. A lo mejor te gustara or mi historia, aunque no la voy a contar en
voz alta, pues no puedo.
Y as el gollete de botella hablando para s, o por lo menos pensndolo para
sus adentros empez a contar su historia, que era notable de verdad.
Entretanto, el pajarillo cantaba su alegre cancin, y abajo en la calle todo el
mundo iba y vena, pensando cada cual en sus problemas o en nada. Pero el
gollete de la botella recuerda que recuerda.
Vio el horno ardiente de la fbrica donde, soplando, le haban dado vida;
record que haca un calor sofocante en aquel horno estrepitoso, lugar de su
nacimiento; que mirando a sus honduras le haban entrado ganas de saltar de
nuevo a ellas, pero que, poco a poco, al irse enfriando, se fue sintiendo bien y a
gusto en su nuevo sitio, en hilera con un regimiento entero de hermanos y
hermanas, nacidas todas en el mismo horno, aunque unas destinadas a contener
champaa y otras cerveza, lo cual no era poca diferencia. Ms tarde, ya en el
ancho mundo, cabe muy bien que en una botella de cerveza se envase el
exquisito lacrimae Christi, y que en una botella de champaa echen betn de
calzado; pero siempre queda la forma, como ejecutoria del nacimiento. El noble
es siempre noble, aunque por dentro est lleno de betn.
Despus de un rato, todas las botellas fueron embaladas, la nuestra con las
dems. No pensaba entonces ella que acabara en simple gollete y que servira
de bebedero de pjaro en aquellas alturas, lo cual no deja de ser una existencia
honrosa, pues siquiera se es algo. No volvi a ver la luz del da hasta que la
desembalaron en la bodega de un cosechero, junto con sus compaeras, y la
enjuagaron por primera vez, cosa que le produjo una sensacin extraa. Quedse
all vaca y sin tapar, presa de un curioso desfallecimiento. Algo le faltaba, no
saba qu a punto fijo, pero algo. Hasta que la llenaron de vino, un vino viejo y
de solera; la taparon y lacraron, pegndole a continuacin un papel en que se
lea: Primera calidad. Era como sacar sobresaliente en el examen; pero es que
en realidad el vino era bueno, y la botella, buena tambin. Cuando se es joven,
todo el mundo se siente poeta. La botella se senta llena de canciones y versos
referentes a cosas de las que no tena la menor idea: las verdes montaas
soleadas, donde maduran las uvas y donde las retozonas muchachas y los
bulliciosos mozos cantan y se besan. Ah, qu bella es la vida! Todo aquello
cantaba y resonaba en el interior de la botella, lo mismo que ocurre en el de los
jvenes poetas, que con frecuencia tampoco saben nada de todo aquello.
Un buen da la vendieron. El aprendiz del peletero fue enviado a comprar una
botella de vino del mejor, y as fue ella a parar al cesto, junto con jamn,
salchichas y queso, sin que faltaran tampoco una mantequilla de magnfico
aspecto y un pan exquisito. La propia hija del peletero vaci el cesto. Era joven
y linda; rean sus ojos azules, y una sonrisa se dibujaba en su boca, que hablaba
tan elocuentemente como sus ojos. Sus manos eran finas y delicadas, y muy
blancas, aunque no tanto como el cuello y el pecho. Vease a la legua que era
una de las mozas ms bellas de la ciudad, y, sin embargo, no estaba prometida.
Cuando la familia sali al bosque, la cesta de la comida qued en el regazo de la
hija; el cuello de la botella asomaba por entre los extremos del blanco pauelo;
cubra el tapn un sello de lacre rojo, que miraba al rostro de la muchacha. Pero
no dejaba de echar tampoco ojeadas al joven marino, sentado a su lado. Era un
amigo de infancia, hijo de un pintor retratista. Acababa de pasar felizmente su
examen de piloto, y al da siguiente se embarcaba en una nave con rumbo a
lejanos pases. De ello haban estado hablando largamente mientras
empaquetaban, y en el curso de la conversacin no se haba reflejado mucha
alegra en los ojos y en la boca de la linda hija del peletero.
Los dos jvenes se metieron por el verde bosque, enzarzados en un coloquio.
De qu hablaran? La botella no lo oy, pues se haba quedado en la cesta. Pas
mucho rato antes de que la sacaran, pero cuando al fin, lo hicieron, haban
sucedido cosas muy agradables; todos los ojos estaban sonrientes, incluso los de
la hija, la cual apenas abra la boca, y tena las mejillas encendidas como rosas
encarnadas.
El padre cogi la botella llena y el sacacorchos. Es extrao, s, la impresin que
se siente cuando a una la descorchan por vez primera. Jams olvid el cuello de
la botella aquel momento solemne; al saltar el tapn le haba escapado de dentro
un raro sonido, plump!, seguido de un gorgoteo al caer el vino en los vasos.
Por la felicidad de los prometidos! dijo el padre, y todos los vasos se
vaciaron hasta la ltima gota, mientras el joven piloto besaba a su hermosa
novia.
Dichas y bendiciones! exclamaron los dos viejos.
El mozo volvi a llenar los vasos. Por mi regreso y por la boda de hoy en un
ao! brind, y cuando los vasos volvieron a quedar vacos, levantando la
botella, aadi: Has asistido al da ms hermoso de mi vida; nunca ms
volvers a servir! . Y la arroj al aire.
Poco pens entonces la muchacha que an vera volar otras veces la botella; y,
sin embargo, as fue. La botella fue a caer en el espeso caaveral de un pequeo
estanque que haba en el bosque; el gollete recordaba an perfectamente cmo
haba ido a parar all y cmo haba pensado:
Les di vino y ellos me devuelven agua cenagosa; su intencin era buena, de
todos modos. No poda ya ver a la pareja de novios ni a sus regocijados padres,
pero durante largo rato los estuvo oyendo cantar y charlar alegremente. Llegaron
en esto dos chiquillos campesinos, que, mirando por entre las caas,
descubrieron la botella y se la llevaron a casa. Volva a estar atendida.
En la casa del bosque donde moraban los muchachos, la vspera haba llegado su
hermano mayor, que era marino, para despedirse, pues iba a emprender un largo
viaje. Corra la madre de un lado para otro empaquetando cosas y ms cosas; al
anochecer, el padre ira a la ciudad a ver a su hijo por ltima vez antes de su
partida, y a llevarle el ltimo saludo de la madre. Haba puesto ya en el hato una
botellita de aguardiente de hierbas aromticas, cuando se presentaron los
muchachitos con la botella encontrada, que era mayor y ms resistente. Su
capacidad era superior a la de la botellita, y el licor era muy bueno para el dolor
de estmago, pues entre otras muchas hierbas, contena corazoncillo. Esta vez
no llenaron la botella con vino, como la anterior, sino con una pocin amarga,
aunque excelente, para el estmago. La nueva botella reemplaz a la antigua, y
as reanud aqulla sus correras. Pas a bordo del barco propiedad de Peter
Jensen, justamente el mismo en el que serva el joven piloto, el cual no vio la
botella, aparte que lo ms probable es que no la hubiera reconocido ni pensado
que era la misma con cuyo contenido haban brindado por su noviazgo y su feliz
regreso.
Aunque no era vino lo que la llenaba, no era menos bueno su contenido. A Peter
Jensen lo llamaban sus compaeros El boticario, pues a cada momento sacaba
la botella y administraba a alguien la excelente medicina excelente para el
estmago, entendmonos ; y aquello dur hasta que se hubo consumido la
ltima gota. Fueron das felices, y la botella sola cantar cuando la frotaban con
el tapn. De entonces le vino el nombre de alondra, la alondra de Peter Jensen.
Haba transcurrido un largo tiempo, y la botella haba sido dejada, vaca, en un
rincn; mas he aqu que si la cosa ocurri durante el viaje de ida o el de
vuelta, la botella no lo supo nunca a punto fijo, pues jams desembarc se
levant una tempestad. Olas enormes negras y densas, se encabritaban,
levantaban el barco hasta las nubes y lo lanzaban en todas direcciones; quebrse
el palo mayor, un golpe de mar abri una va de agua, y las bombas resultaban
intiles. Era una noche oscura como boca de lobo, y el barco se iba a pique; en
el ltimo momento, el joven piloto escribi en una hoja de papel: En el
nombre de Dios, naufragamos!. Estamp el nombre de su prometida, el suyo
propio y el del buque, meti el papel en una botella vaca que encontr a mano
y, tapndola fuertemente, la arroj al mar tempestuoso. Ignoraba que era la
misma que haba servido para llenar los vasos de la alegra y de la esperanza.
Ahora flotaba entre las olas llevando un mensaje de adis y de muerte.
Hundise el barco, y con l la tripulacin, mientras la botella volaba como un
pjaro, llevando dentro un corazn, una carta de amor. Y sali el sol y se puso
de nuevo, y a la botella le pareci como si volviese a los tiempos de su infancia,
en que vea el rojo horno ardiente. Vivi perodos de calma y nuevas
tempestades, pero ni se estrell contra una roca ni fue tragada por un tiburn.
Ms de un ao estuvo flotando al azar, ora hacia el Norte, ora hacia Medioda, a
merced de las corrientes marinas. Por lo dems, era duea de s, pero al cabo de
un tiempo uno llega a cansarse incluso de esto.
La hoja escrita, con el ltimo adis del novio a su prometida, slo duelo habra
trado, suponiendo que hubiese ido a parar a las manos a que iba destinada. Pero,
dnde estaban aquellas manos, tan blancas cuando, all en el verde bosque, se
extendan sobre la jugosa hierba el da del noviazgo? Dnde estaba la hija del
peletero? Dnde se hallaba su tierra, y cul sera la ms prxima? La botella lo
ignoraba; segua en su eterno vaivn, y al fin se senta ya harta de aquella vida;
su destino era otro. Con todo, continu su viaje, hasta que, finalmente, fue
arrojada a la costa, en un pas extrao. No comprenda una palabra de lo que las
gentes hablaban; no era la lengua que oyera en otros tiempos, y uno se siente
muy desvalido cuando no entiende el idioma.
El intrpido soldadito de
plomo
ranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues los haban
fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil al hombro y miraban de
frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon
en cuanto se levant la tapa de la caja que los contena fue: Soldados de
plomo!. La pronunci un chiquillo, dando una gran palmada. Eran el regalo de
su cumpleaos, y los aline sobre la mesa. Todos eran exactamente iguales,
excepto uno, que se distingua un poquito de los dems: le faltaba una pierna,
pues haba sido fundido el ltimo, y el plomo no bastaba. Pero con una pierna,
se sostena tan firme como los otros con dos, y de l precisamente vamos a
hablar aqu.
En la mesa donde los colocaron haba otros muchos juguetes, y entre ellos
destacaba un bonito castillo de papel, por cuyas ventanas se vean las salas
interiores. Enfrente, unos arbolitos rodeaban un espejo que semejaba un lago, en
el cual flotaban y se reflejaban unos cisnes de cera. Todo era en extremo
primoroso, pero lo ms lindo era una muchachita que estaba en la puerta del
castillo. De papel tambin ella, llevaba un hermoso vestido y una estrecha banda
azul en los hombros, a modo de fajn, con una reluciente estrella de oropel en el
centro, tan grande como su cara. La chiquilla tena los brazos extendidos, pues
era una bailarina, y una pierna levantada, tanto, qu el soldado de plomo, no
alcanzando a descubrirla, acab por creer que slo tena una, como l.
He aqu la mujer que necesito pens. Pero est muy alta para m: vive en
un palacio, y yo por toda vivienda slo tengo una caja, y adems somos
veinticinco los que vivimos en ella; no es lugar para una princesa. Sin embargo,
intentar establecer relaciones.
Y se situ detrs de una tabaquera que haba sobre la mesa, desde la cual pudo
contemplar a sus anchas a la distinguida damita, que continuaba sostenindose
sobre un pie sin caerse.
Al anochecer, los soldados de plomo fueron guardados en su caja, y los
habitantes de la casa se retiraron a dormir. ste era el momento que los juguetes
aprovechaban para jugar por su cuenta, a "visitas", a "guerra", a "baile"; los
soldados de plomo alborotaban en su caja, pues queran participar en las
diversiones; mas no podan levantar la tapa. El cascanueces todo era dar
volteretas, y el pizarrn venga divertirse en la pizarra. Con el ruido se despert el
canario, el cual intervino tambin en el jolgorio, recitando versos. Los nicos
que no se movieron de su sitio fueron el soldado de plomo y la bailarina; sta
segua sostenindose sobre la punta del pie, y l sobre su nica pierna; pero sin
desviar ni por un momento los ojos de ella.
El reloj dio las doce y, pum!, salt la tapa de la tabaquera; pero lo que haba
dentro no era rap, sino un duendecillo negro. Era un juguete sorpresa.
Soldado de plomo dijo el duende, no mires as!
Pero el soldado se hizo el sordo.
Espera a que llegue la maana, ya vers! aadi el duende.
Cuando los nios se levantaron, pusieron el soldado en la ventana, y, sea por
obra del duende o del viento, abrise sta de repente, y el soldadito se precipit
de cabeza, cayendo desde una altura de tres pisos. Fue una cada terrible. Qued
clavado de cabeza entre los adoquines, con la pierna estirada y la bayoneta hacia
abajo.
La criada y el chiquillo bajaron corriendo a buscarlo; mas, a pesar de que casi lo
pisaron, no pudieron encontrarlo. Si el soldado hubiese gritado: Estoy aqu!,
indudablemente habran dado con l, pero le pareci indecoroso gritar, yendo de
uniforme.
He aqu que comenz a llover; las gotas caan cada vez ms espesas, hasta
convertirse en un verdadero aguacero. Cuando aclar, pasaron por all dos
mozalbetes callejeros
Mira! exclam uno. Un soldado de plomo! Vamos a hacerle navegar!
Con un papel de peridico hicieron un barquito, y, embarcando en l. al soldado,
lo pusieron en el arroyo; el barquichuelo fue arrastrado por la corriente, y los
chiquillos seguan detrs de l dando palmadas de contento. Dios nos proteja!
y qu olas, y qu corriente! No poda ser de otro modo, con el diluvio que haba
cado. El bote de papel no cesaba de tropezar y tambalearse, girando a veces tan
bruscamente, que el soldado por poco se marea; sin embargo, continuaba
impertrrito, sin pestaear, mirando siempre de frente y siempre arma al
hombro.
De pronto, el bote entr bajo un puente del arroyo; aquello estaba oscuro como
en su caja.
Dnde ir a parar? pensaba. De todo esto tiene la culpa el duende.
Ay, si al menos aquella muchachita estuviese conmigo en el bote! Poco me
importara esta oscuridad!.
De repente sali una gran rata de agua que viva debajo el puente.
Alto! grit. A ver, tu pasaporte!
Pero el soldado de plomo no respondi; nicamente oprimi con ms fuerza el
fusil.
La barquilla sigui su camino, y la rata tras ella. Uf! Cmo rechinaba los
dientes y gritaba a las virutas y las pajas:
Detenedlo, detenedlo! No ha pagado peaje! No ha mostrado el pasaporte!
La corriente se volva cada vez ms impetuosa. El soldado vea ya la luz del sol
al extremo del tnel. Pero entonces percibi un estruendo capaz de infundir
terror al ms valiente. Imaginad que, en el punto donde terminaba el puente, el
arroyo se precipitaba en un gran canal. Para l, aquello resultaba tan peligroso
como lo sera para nosotros el caer por una alta catarata.
Estaba ya tan cerca de ella, que era imposible evitarla. El barquito sali
disparado, pero nuestro pobre soldadito segua tan firme como le era posible.
Nadie poda decir que haba pestaeado siquiera! La barquita describi dos o
tres vueltas sobre s misma con un ruido sordo, inundndose hasta el borde; iba a
zozobrar. Al soldado le llegaba el agua al cuello. La barca se hunda por
momentos, y el papel se deshaca; el agua cubra ya la cabeza del soldado, que,
en aquel momento supremo, acordse de la linda bailarina, cuyo rostro nunca
volvera a contemplar. Parecile que le decan al odo:
Adis, adis, guerrero! Tienes que sufrir la muerte!.
Desgarrse entonces el papel, y el soldado se fue al fondo, pero
en el mismo momento se lo trag un gran pez.
All s se estaba oscuro! Peor an que bajo el puente del arroyo; y, adems, tan
estrecho! Pero el soldado segua firme, tendido cun largo era, sin soltar el fusil.
El pez continu sus evoluciones y horribles movimientos, hasta que, por fin, se
qued quieto, y en su interior penetr un rayo de luz. Hizose una gran claridad,
y alguien exclam: El soldado de plomo! El pez haba sido pescado,
llevado al mercado y vendido; y, ahora estaba en la cocina, donde la cocinera lo
abra con un gran cuchillo. Cogiendo por el cuerpo con dos dedos el soldadito,
lo llev a la sala, pues todos queran ver aquel personaje extrao salido del
estmago del pez; pero el soldado de plomo no se senta nada orgulloso.
Pusironlo de pie sobre la mesa y qu cosas ms raras ocurren a veces en el
mundo! encontrse en el mismo cuarto de antes, con los mismos nios y los
mismos juguetes sobre la mesa, sin que faltase el soberbio palacio y la linda
bailarina, siempre sostenindose sobre la punta del pie y con la otra pierna al
aire. Aquello conmovi a nuestro soldado, y estuvo a punto de llorar lgrimas de
plomo. Pero habra sido poco digno de l. La mir sin decir palabra.
En stas, uno de los chiquillos, cogiendo al soldado, lo tir a la chimenea, sin
motivo alguno; seguramente la culpa la tuvo el duende de la tabaquera.
El soldado de plomo qued todo iluminado y sinti un calor espantoso, aunque
no saba si era debido al fuego o al amor. Sus colores se haban borrado tambin,
a consecuencia del viaje o por la pena que senta; nadie habra podido decirlo.
Mir de nuevo a la muchacha, encontrronse las miradas de los dos, y l sinti
que se derreta, pero sigui firme, arma al hombro. Abrise la puerta, y una
rfaga de viento se llev a la bailarina, que, cual una slfide, se levant volando
para posarse tambin en la chimenea, junto al soldado; se inflam y desapareci
en un instante. A su vez, el soldadito se fundi, quedando reducido a una
pequea masa informe. Cuando, al da siguiente, la criada sac las cenizas de la
estufa, no quedaba de l ms que un trocito de plomo; de la bailarina, en
cambio, haba quedado la estrella de oropel, carbonizada y negra.
El jabal de bronce
En la ciudad de Florencia, no lejos de la Piazza del Granduca, corre una calle
transversal que, si mal no recuerdo, se llama Porta Rossa. En ella, frente a una
especie de mercado de hortalizas, se levanta la curiosa figura de un jabal de
bronce, esculpido con mucho arte. Agua lmpida y fresca fluye de la boca del
animal, que con el tiempo ha tomado un color verde oscuro. Slo el hocico
brilla, como si lo hubiesen pulimentado y as es en efecto por la accin de
los muchos centenares de chiquillos y pobres que, cogindose a l con las
manos, acercan la boca a la del animal para beber. Es un bonito cuadro el de la
bien dibujada fiera abrazada por un gracioso rapaz medio desnudo, que aplica su
fresca boca al hocico de bronce.
A cualquier forastero que llegue a Florencia le es fcil encontrar el lugar; no
tiene ms que preguntar por el jabal de bronce al primer mendigo que
encuentre, seguro que lo guiarn a l.
Era un anochecer del invierno; las montaas aparecan cubiertas de nieve, pero
en el cielo brillaba la luna llena; y la luna llena en Italia es tan luminosa como
un da gris de invierno de los pases nrdicos; y le gana an, pues el aire brilla y
adquiere relieve, mientras que en el Norte el techo de plomo, fro y lgubre,
deprime al hombre, lo aplasta contra el suelo, ese suelo hmedo y fro que un
da cubrir su atad.
Un chiquillo harapiento se haba pasado todo el da sentado en el jardn del Gran
Duque, bajo el tejado de pinos, donde incluso en invierno florecen las rosas por
millares; un chiquillo que poda pasar por la imagen de Italia, tal era de
hermoso, sonriente y, sin embargo, enfermizo de aspecto. Sufra hambre y sed,
nadie le daba un cntimo y al oscurecer hora de cerrar el jardn el portero
lo ech. Durante un largo rato se estuvo entregado a sus ensueos en el puente
que cruza el Arno, contemplando las estrellas que se reflejaban en el agua, entre
l y el magnfico puente de mrmol della Trinit.
Se dirigi luego hacia el jabal de bronce, hinc la rodilla al llegar a l y,
pasando los brazos alrededor del cuello de la figura, aplic la boca al reluciente
hocico y bebi a grandes tragos de su fresca agua. Al lado yacan unas hojas de
lechuga y dos o tres castaas; aquello fue su cena. En la calle no haba ni un
alma; el chiquillo estaba completamente solo; sentse sobre el dorso del jabal,
se apoy hacia delante, de manera que su rizada cabecita descansara sobre la del
animal, y, sin darse cuenta, quedse profundamente dormido.
Al sonar la medianoche, el jabal de bronce se estremeci, y el nio oy que
deca: agrrate bien, chiquillo, que voy a correr! . Y emprendi la carrera,
con l a cuestas. Extrao paseo! Primero llegaron a la Piazza del Granduca,
donde el caballo de bronce de la estatua del prncipe los acogi relinchando. El
policromo escudo de armas de las antiguas casas consistoriales brillaba como si
fuese transparente, mientras el David de Miguel ngel blanda su honda. Por
doquier rebulla una vida sorprendente. Los grupos de bronce que representan
Perseo y el rapto de las Sabinas se agitaban frenticamente; de la boca de las
mujeres surgi un grito de mortal angustia, que reson en la gran plaza solitaria.
El jabal de bronce se detuvo en el Palazzo degli Uffizi, bajo la arcada donde se
rene la nobleza en las fiestas de carnaval. Agrrate bien repiti el animal
, vamos a subir por esta escalera . El nio permaneca callado, entre
tembloroso y feliz.
Entraron en una larga galera, que l conoca muy bien; ya antes haba estado en
ella. De las paredes colgaban magnficos cuadros, y haba estatuas y bustos, todo
iluminado por vivsima luz, como en pleno da. Pero lo ms hermoso vino
cuando se abrieron las puertas que daban acceso a una sala contigua. El nio no
haba olvidado cun magnfico era aquello, pero nunca lo haba visto tan
esplendoroso como aquella noche.
Haba all una maravillosa mujer desnuda, como slo pueden moldearla la
Naturaleza y el cincel de los grandes maestros. Mova los graciosos miembros,
delfines saltaban a sus pies, la inmortalidad brillaba en sus ojos. El mundo la
llama la Venus de Mdicis. Todo en torno relucan las estatuas de mrmol, en
las que la piedra apareca animada por la vida del espritu: figuras de hombres
magnficos, uno afilando la espada por eso se le llama el Afilador , ms
all el grupo de los Pugilistas; la espada era aguzada, y los combatientes
luchaban por la Diosa de la Belleza.
El chiquillo estaba como deslumbrado por todo aquel esplendor; las paredes
ardan de color, y todo era vida y movimiento. Podan verse dos Venus,
representando la Venus terrena, turgente y ardorosa, tal como Tiziano la haba
apretado sobre su corazn. Eran dos soberbias figuras femeninas. Los bellos
miembros desnudos se extendan sobre los muelles almohadones; el pecho se
levantaba, y la cabeza se mova dejando caer los abundantes rizos en torno a los
bien curvados hombros, mientras los oscuros ojos expresaban ardientes
pensamientos. Pero ninguno de aquellos personajes osaba salir por completo de
su marco. La propia Diosa de la Belleza, los Pugilistas y el Afilador,
permanecan en sus puestos, pues la Gloria que irradiaba de la Madonna, de
Jess y San Juan, los mantena sujetos. Las imgenes de los santos no eran ya
imgenes, sino los santos en persona.
Qu esplendor y qu belleza de sala en sala! Y el nio lo vea todo; el jabal de
bronce avanzaba paso a paso por entre toda aquella magnificencia. Una visin
eclipsaba a la otra, pero una sola imagen se fij en el alma del nio, seguramente
por los nios alegres y dichosos que aparecan en ella, y que el pequeo ya haba
visto antes a la luz del da.
Son muchos los que pasan por delante de aquel cuadro sin apenas reparar en l,
y, sin embargo, encierra un tesoro de poesa. Es Cristo descendiendo a los
infiernos; pero a su alrededor no se ve a los condenados, sino a los paganos. El
florentino Angiolo Bronzino pint aquel cuadro, lo ms sublime del cual es la
certeza reflejada en el rostro de los nios, de que irn al cielo: dos de ellos se
abrazan ya; uno, muy chiquitn, tiende la mano a otro que est an en el abismo,
y se seala a s mismo, como diciendo: Me voy al cielo!. Todos los restantes
permanecen indecisos, esperando o inclinndose humildemente ante Jess
Nuestro Seor.
El nio emple en la contemplacin de aquel cuadro mucho ms rato que en
todos los dems. El jabal de bronce segua parado delante de l. Se percibi un
leve suspiro; sala de la pintura o del pecho del animal? El nio extendi el
brazo hacia los sonrientes pequeuelos del cuadro, y entonces el jabal prosigui
su camino, saliendo por el abierto vestbulo.
Gracias, y Dios te bendiga, buen animal! exclam el muchacho,
acariciando a su montura, que bajaba saltando las escaleras.
Gracias, y Dios te bendiga a ti! respondi el jabal . Yo te he prestado
un servicio, y t me has prestado otro a m, pues slo con una criatura inocente
sobre el lomo me son dadas fuerzas para correr. Ves?, hasta puedo entrar
dentro del crculo de luz que viene de la lmpara colgada ante el cuadro de la
Virgen. A todas partes puedo llevarte, excepto a la iglesia; pero si t ests
conmigo, puedo mirar a su interior a travs de la puerta abierta. No te apees de
mi espalda; si lo haces, caer muerto, tal como me ves durante el da en la calle
de la Porta Rossa.
Me quedar contigo, mi buen animal respondi el nio; y el jabal
emprendi veloz carrera por las calles de Florencia, no detenindose hasta llegar
a la plaza donde se levanta la iglesia de Santa Croce.
EL JARDINERO Y EL SEOR
EL LIBRO MUDO
EL LINO
El lino estaba florido. Tena hermosas flores azules, delicadas como las alas de
una polilla, y an mucho ms finas. El sol acariciaba las plantas con sus rayos, y
las nubes las regaban con su lluvia, y todo ello le gustaba al lino como a los
nios pequeos cuando su madre los lava y les da un beso por aadidura. Son
entonces mucho ms hermosos, y lo mismo suceda con el lino.
Dice la gente que me sostengo admirablemente dijo el lino- y que me
alargo muchsimo; tanto, que hacen conmigo una magnfica pieza de tela. Qu
feliz soy! Sin duda soy el ms feliz del mundo. Vivo con desahogo y tengo
porvenir. Cmo vivifica el sol, y cmo gusta y refresca la lluvia! Mi dicha es
completa. Soy el ser ms feliz del mundo entero.
S, s, s! dijeron las estacas de la valla, t no conoces el mundo, pero lo
que es nosotras, nosotras tenemos nudos y crujan lamentablemente:
Ronca que ronca carraca,
ronca con tesn.
Se termin la cancin.
No, no se termin dijo el lino. El sol luce por la maana, la lluvia
reanima. Oigo cmo crezco y siento cmo florezco. Soy dichoso, dichoso, ms
que ningn otro!
Pero un da vinieron gentes que, agarrando al lino por el copete, lo arrancaron de
raz, operacin que le doli. Lo pusieron luego al agua como para ahogarlo, y a
continuacin sobre el fuego, como para asarlo. Horrible!
No siempre pueden marchar bien las cosas suspir el lino. Hay que sufrir
un poco, as se aprende.
Pero las cosas se pusieron cada vez peor. El lino fue partido y roto, secado y
peinado. l ya no saba qu pensar de todo aquello. Luego fue a parar a la rueca,
y ronca que ronca! No haba manera de concentrar las ideas.
He sido enormemente feliz! pensaba en medio de sus fatigas. Hay que
alegrarse de las cosas buenas de que se ha gozado. Alegra, alegra, vamos!
. As gritaba an, cuando lleg al telar, donde se transform en una magnfica
pieza de tela. Todas las plantas de lino entraron en una pieza.
Pero esto es extraordinario! Jams lo hubiera credo. S, la fortuna me sigue
sonriendo, a pesar de todo. Las estacas saban bien lo que se decan con su
Ronca que ronca, carraca,
ronca con tesn.
La cancin no ha terminado an, ni mucho menos. No ha hecho ms que
empezar. Es magnfico! S, he sufrido, pero en cambio de m ha salido algo; soy
el ms feliz del mundo. Soy fuerte y suave, blanco y largo. Qu distinto a ser
slo una planta, incluso dando flores! Nadie te cuida, y slo recibes agua cuando
llueve. Ahora hay quien me atiende: la muchacha me da la vuelta cada maana,
y al anochecer me riega con la regadera. La propia seora del Pastor ha
pronunciado un discurso sobre m, diciendo que soy el lino mejor de la
parroquia. No puede haber una dicha ms completa.
Lleg la tela a casa y cay en manos de las tijeras. Cmo la cortaban, y qu
manera de punzarla con la aguja! Verdaderamente no daba ningn gusto! Pero
de la tela salieron doce prendas de ropa blanca, de aquellas que es incorrecto
nombrar, pero que necesitan todas las personas. Nada menos que doce prendas!
Mirad! Ahora s que de m ha salido algo! ste era, pues, mi destino. Es
esplndido; ahora presto un servicio al mundo, y as es como debe ser; esto da
gusto de verdad. Nos hemos convertido en doce, y, sin embargo, seguimos
siendo uno y el mismo, somos una docena. Qu sorpresas tiene la suerte!
Pasaron aos, ya no podan seguir sirviendo.
Algn da tendr que venir el final deca cada prenda. Bien me habra
gustado durar ms tiempo, pero no hay que pedir imposibles.
Fueron cortadas a trozos y convertidas en trapos, por lo que creyeron que
estaban listos definitivamente, pues los descuartizaron, estrujaron y cocieron
(qu s yo lo que hicieron con ellos!), y he aqu que quedaron transformados en
un hermoso papel blanco.
Caramba, vaya sorpresa! Y sorpresa agradable adems! dijo el papel.
Soy ahora ms fino que antes, y escribirn en m. Las cosas que van a escribir!
sta s que es una suerte fabulosa . Y, en efecto, escribieron en l historias
maravillosas, y la gente escuchaba embobada su lectura, pues eran narraciones
de la mejor ndole, de las que hacen a los hombres mejores y ms sabios de lo
que fueran antes; era una verdadera bendicin lo que decan aquellas palabras
escritas.
Esto es ms de cuanto haba soado mientras era una florecita del campo.
Cmo poda ocurrrseme que un da iba a llevar la alegra y el saber a los
hombres! An ahora no acierto a comprenderlo! Y, no obstante, es verdad. Dios
Nuestro Seor sabe que nada he hecho por m mismo, nada ms que lo que caa
dentro de mis humildes posibilidades. Y, con todo, me depara gozo tras gozo.
Cada vez que pienso: Se termin la cancin!, me encuentro elevado a una
condicin mejor y ms alta. Seguramente me enviarn ahora a viajar por el
mundo entero, para que todos los hombres me lean. Es lo ms probable. Antes
daba flores azules; ahora, en lugar de flores, tengo los ms bellos pensamientos.
Soy el ms feliz del mundo!
Pero el papel no sali de viaje, sino que fue enviado a la imprenta, donde todo lo
que tena escrito se imprimi para confeccionar un libro, o, mejor dicho, muchos
centenares de libros; pues de esta manera un nmero infinito de personas
podran extraer de ellos mucho ms placer y provecho que si el nico papel
original hubiese recorrido todo el Globo, con la seguridad de que a mitad de
camino habra quedado ya inservible.
S, esto es indudablemente lo ms satisfactorio de todo pens el papel
escrito. No se me haba ocurrido. Me quedo en casa y me tratan con todos los
honores, como si fuese el abuelo. Y han escrito sobre m; justamente sobre m
fluyeron las palabras salidas de la pluma. Yo me quedo, y los libros se marchan.
Ahora puede hacerse algo positivo. Qu contento estoy, y qu feliz me siento!.
Despus envolvieron el papel, formando un paquetito, y lo pusieron en un cajn.
Cumplida la misin, conviene descansar dijo el papel. Es lgico y
razonable recogerse y reflexionar sobre lo que hay en uno. Hasta ahora no supe
lo que se encerraba en m. Concete a ti mismo, ah est el progreso. Qu
vendr despus?. De seguro que algn adelanto; siempre adelante!
Un da echaron todo el papel a la chimenea, pues iban a quemarlo en vez de
venderlo al tendero para envolver mantequilla y azcar. Haban acudido los
chiquillos de la casa y formaban crculo; queran verlo arder, y contemplar las
rojas chispas en el papel hecho ceniza, aquellas chispas que parecan correr y
extinguirse una tras otra con gran rapidez son los nios que salen de la
escuela, y la ltima chispa es el maestro; a menudo cree uno que se ha marchado
ya, y resulta que vuelve a presentarse por detrs.
Y todo el papel formaba un montn en el fuego. Qu modo de echar llamas!
Uf!, dijo, y en un santiamn estuvo convertido todo l en una llama, que se
elev mucho ms de lo que hiciera jams la florecita azul del lino, y brill
mucho ms tambin que la blanca tela de hilo. Todas las letras escritas
adquirieron instantneamente un tono rojo, y todas las palabras e ideas quedaron
convertidas en llamas.
Ahora subo en lnea recta hacia el Sol! exclam en el seno de la llama, y
pareci como si mil voces lo dijeran al unsono; y la llama se elev por la
chimenea y sali al exterior. Ms sutiles que las llamas, invisibles del todo a los
humanos ojos, flotaban seres minsculos, iguales en nmero a las flores que
haba dado el lino. Eran ms ligeros an que la llama que hablan producido, y
cuando sta se extingui, quedando del papel solamente las negras cenizas,
siguieron ellos bailando todava un ratito, y all donde tocaban dejaban sus
huellas, las chispas rojas. Los nios salan de la escuela, y el maestro, el ltimo
de todos. Daba gozo verlo; los nios de la casa, de pie, cantaban junto a las
cenizas apagadas:
Ronca que ronca, carraca,
ronca con tesn.
Se termin la cancin!
Pero los minsculos seres invisibles decan a coro:
La cancin no ha terminado, y esto es lo ms hermoso de todo! Lo s, y por
eso soy el ms feliz del mundo.
Mas esto los nios no pueden orlo ni entenderlo, ni tienen por qu entenderlo,
pues los nios no necesitan saberlo todo.
EL NIDO DE CISNES
Entre los mares Bltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama
Dinamarca. En l nacieron y siguen naciendo cisnes que jams morirn.
En tiempos remotos, una bandada de estas aves vol, por encima de los Alpes,
hasta las verdes llanuras de Miln; aquella bandada de cisnes recibi el nombre
de longobardos.
Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigi a Bizancio,
donde se sent en el trono imperial y extendi sus amplias alas blancas a modo
de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.
En la costa de Francia reson un grito de espanto ante la presencia de los cisnes
sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:
Dios nos libre de los salvajes normandos!
Sobre el verde csped de Inglaterra se pos el cisne dans, con triple corona real
sobre la cabeza y extendiendo sobre el pas el cetro de oro.
Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses
llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.
Todo eso ocurri en pocas remotsimas dirs.
Tambin en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.
Hzose luz en el aire, hzose luz sobre los campos del mundo; con sus robustos
aleteos, el cisne disip la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado,
como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.
S, en aquel tiempo dices . Pero, y en nuestros das?
Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno puls con sus alas las
cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de
Noruega se levantaron ms altas, iluminadas por el sol de la Historia. Oyse un
murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nrdicos, sus hroes y sus
nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.
Vimos un cisne que bata las alas contra la pea marmrea, con tal fuerza que la
quebr, y las esplndidas figuras encerradas en la piedra avanzaron hasta quedar
inundadas de luz resplandeciente, y los hombres de las tierras circundantes
levantaron la cabeza para contemplar las portentosas estatuas.
Vimos un tercer cisne que hilaba la hebra del pensamiento, el cual da ahora la
vuelta al mundo de pas en pas, y su palabra vuela con la rapidez del rayo.
Dios Nuestro Seor ama al viejo nido de cisnes construido entre los mares
Bltico y Norte.
Dejad si no que otras aves prepotentes se acerquen por los aires con propsito de
destruirlo. No lo lograrn jams! Hasta las cras implumes se colocan en circulo
en el borde del nido; bien lo hemos visto. Recibirn los embates en pleno pecho,
del que manar la sangre; mas ellos se defendern con el pico y con las garras.
Pasarn an siglos, otros cisnes saldrn del nido, que sern vistos y odos en
toda la redondez del Globo, antes de que llegue la hora en que pueda decirse en
verdad:
- Es el ltimo de los cisnes, el ltimo canto que sale de su nido.
EL NIO TRAVIESO
rase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando
estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; fuera llova a cntaros, pero el
anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa, en la
que arda un buen fuego y se asaban manzanas.
Ni un pelo de la ropa les quedar seco a los infelices que este temporal haya
pillado fuera de casa dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.
brame! Tengo fro y estoy empapado! grit un nio desde fuera. Y
llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caa furiosa, y el viento haca
temblar todas las ventanas.
Pobrecillo! dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo
completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba
de fro; de no hallar refugio, seguramente habra sucumbido, vctima de la
inclemencia del tiempo.
Pobre pequeo! exclam el compasivo poeta, cogindolo de la mano.
Ven conmigo, que te calentar! Voy a darte vino y una manzana, porque eres
tan precioso.
Y lo era, en efecto. Sus ojos parecan dos lmpidas estrellas, y sus largos y
ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un
verdadero angelito, pero estaba plido de fro y tirtaba con todo su cuerpo.
Sostena en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la
humedad, los colores de sus flechas se haban borrado y mezclado unos con
otros.
El poeta se sent junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, escurrile el
agua del cabello, le calent las manitas en las suyas y le prepar vino dulce. El
pequeo no tard en rehacerse: el color volvi a sus mejillas, y, saltando al
suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.
Eres un rapaz alegre! dijo el viejo. Cmo te llamas?
Me llamo Amor respondi el pequeo. No me conoces? Ah est mi
arco, con el que disparo, puedes creerme. Mira, ya ha vuelto el buen tiempo, y la
luna brilla.
Pero tienes el arco estropeado observ el anciano.
Mala cosa sera! exclam el chiquillo, y, recogindolo del suelo, lo
examin con atencin. Bah!, ya se ha secado; no le ha pasado nada; la cuerda
est bien tensa. Voy a probarlo! . Tens el arco, psole una flecha y,
apuntando, dispar certero, atravesando el corazn del buen poeta. Ya ves
que mi arco no est estropeado! dijo, y, con una carcajada, se march.
Habase visto un chiquillo ms malo! Disparar as contra el viejo poeta, que lo
haba acogido en la caliente habitacin, se haba mostrado tan bueno con l y le
haba dado tan exquisito vino y sus mejores manzanas!
El buen seor yaca en el suelo, llorando; realmente le haban herido en el
corazn.
Oh, qu nio tan prfido es ese Amor! Se lo contar a todos los chiquillos
buenos, para que estn precavidos y no jueguen con l, pues procurar causarles
algn dao.
Todos los nios y nias buenos a quienes cont lo sucedido se pusieron en
guardia contra las tretas de Amor, pero ste continu haciendo de las suyas, pues
realmente es de la piel del diablo. Cuando los estudiantes salen de sus clases, l
marcha a su lado, con un libro debajo del brazo y vestido con levita negra. No lo
reconocen y lo cogen del brazo, creyendo que es tambin un estudiante, y
entonces l les clava una flecha en el pecho. Cuando las muchachas vienen de
escuchar al seor cura y han recibido ya la confirmacin l las sigue tambin. S,
siempre va detrs de la gente. En el teatro se sienta en la gran araa, y echa
llamas para que las personas crean que es una lmpara, pero qui!; demasiado
tarde descubren ellas su error. Corre por los jardines y en torno a las murallas.
S, un da hiri en el corazn a tu padre y a tu madre. Pregntaselo, vers lo que
te dicen. Creme, es un chiquillo muy travieso este Amor; nunca quieras tratos
con l; acecha a todo el mundo. Piensa que un da dispar, una flecha hasta a tu
anciana abuela; pero de eso hace mucho tiempo. Ya pas, pero ella no lo olvida.
Caramba con este diablillo de Amor! Pero ahora ya lo conoces y sabes lo malo
que es.
EL PACTO DE AMISTAD
No hace mucho que volvimos de un viajecito, y ya estamos impacientes por
emprender otro ms largo. Adnde? Pues a Esparta, a Micenas, a Delfos. Hay
cientos de lugares cuyo solo nombre os alboroza el corazn. Se va a caballo,
cuesta arriba, por entre monte bajo y zarzales; un viajero solitario equivale a
toda una caravana. l va delante con su argoyat, una acmila transporta el
bal, la tienda y las provisiones, y a retaguardia siguen, dndole escolta, una
pareja de gendarmes. Al trmino de la fatigosa jornada, no le espera una posada
ni un lecho mullido; con frecuencia, la tienda es su nico techo, en medio de la
grandiosa naturaleza salvaje. El argoyat le prepara la cena: un arroz pilav;
miradas de mosquitos revolotean en torno a la diminuta tienda; es una noche
lamentable, y maana el camino cruzar ros muy hinchados. Tente firme sobre
el caballo, si no quieres que te lleve la corriente!
Cul ser la recompensa para tus fatigas? La ms sublime, la ms rica. La
Naturaleza se manifiesta aqu en toda su grandeza, cada lugar est lleno de
recuerdos histricos, alimento tanto para la vista como para el pensamiento. El
poeta puede cantarlo, y el pintor, reproducirlo en cuadros opulentos; pero el
aroma de la realidad, que penetra en los sentidos del espectador y los impregna
para toda la eternidad, eso no pueden reproducirlo.
En muchos apuntes he tratado de presentar de manera intuitiva un rinconcito de
Atenas y de sus alrededores, y, sin embargo, qu plido ha sido el cuadro
resultante! Qu poco dice de Grecia, de este triste genio de la belleza, cuya
grandeza y dolor jams olvidar el forastero!
Aquel pastor solitario de all en la roca, con el simple relato de una incidencia
de su vida, sabra probablemente, mucho mejor que yo con mis pinturas, abrirte
los ojos a ti, que quieres contemplar la tierra de los helenos en sus diversos
aspectos.
Dejmosle, pues, la palabra dice mi Musa. El pastor de la montaa nos
hablar de una costumbre, una simptica costumbre tpica de su pas.
Nuestra casa era de barro, y por jambas tena unas columnas estriadas,
encontradas en el lugar donde se construy la choza. El tejado bajaba casi hasta
el suelo, y hoy era negruzco y feo, pero cuando lo colocaron esta a formado por
un tejido de florida adelfa y frescas ramas de laurel, tradas de las montaas. En
torno a la casa apenas quedaba espacio; las peas formaban paredes cortadas a
pico, de un color negro y liso, y en lo ms alto de ellas colgaban con frecuencia
jirones de nubes semejantes a blancas figuras vivientes. Nunca o all el canto de
un pjaro, nunca vi bailar a los hombres al son de la gaita; pero en los viejos
tiempos, este lugar era sagrado, y hasta su nombre lo recuerda, pues se llama
Delfos. Los montes hoscos y tenebrosos aparecan cubiertos de nieve; el ms
alto, aquel de cuya cumbre tardaba ms en apagarse el sol poniente, era el
Parnaso; el torrente que corra junto a nuestra casa bajaba de l, y antao haba
sido sagrado tambin. Hoy, el asno enturbia sus aguas con sus patas, pero la
corriente sigue impetuosa y pronto recobra su limpidez. Cmo recuerdo aquel
lugar y su santa y profunda soledad! En el centro de la choza encendan fuego, y
en su rescoldo, cuando slo quedaba un espeso montn de cenizas ardientes,
cocan el pan. Cuando la nieve se apilaba en torno a la casuca hasta casi
ocultarla, mi madre pareca ms feliz que nunca; me coga la cabeza entre las
manos, me besaba en la frente y cantaba canciones que nunca le oyera en otras
ocasiones, pues los turcos, nuestros amos, no las toleraban. Cantaba:
En la cumbre del Olimpo, en el bajo bosque de pinos, estaba un viejo ciervo
con los ojos llenos de lgrimas; lloraba lgrimas rojas, s, y hasta verdes y azul
celeste: Pas entonces un corzo:
Qu tienes, que as lloras lgrimas rojas, verdes y azuladas? El turco ha
venido a nuestra ciudad, cazando con perros salvajes, toda una jaura.
Los echar de las islas dijo el corzo, los echar de las islas al mar
profundo!. Pero antes de ponerse el sol el corzo estaba muerto; antes de que
cerrara la noche, el ciervo haba sido cazado y muerto.
Y cuando mi madre cantaba as, se le humedecan los ojos, y de sus largas
pestaas colgaba una lgrima; pero ella la ocultaba y volva el pan negro en la
ceniza. Yo entonces, apretando el puo, deca: Mataremos a los turcos!.
Mas ella repeta las palabras de la cancin: Los echar de las islas al mar
profundo! . Pero antes de ponerse el sol, el corzo estaba muerto; antes de que
cerrara la noche, el ciervo haba sido cazado y muerto.
Llevbamos varios das, con sus noches, solos en la choza, cuando lleg mi
padre; yo saba que iba a traerme conchas del Golfo de Lepanto, o tal vez un
cuchillo, afilado y reluciente. Pero esta vez nos trajo una criaturita, una nia
desnuda, bajo su pelliza. Iba envuelta en una piel, y al depositarla, desnuda,
sobre el regazo de mi madre, vimos que todo lo que llevaba consigo eran tres
monedas de plata atadas en el negro cabello. Mi padre dijo que los turcos haban
dado muerte a los padres de la pequea; tantas y tantas cosas nos cont, que
durante toda la noche estuve soando con ello. Mi padre vena tambin herido;
mi madre le vend el brazo, pues la herida era profunda, y la gruesa pelliza
estaba tiesa de la sangre coagulada. La chiquilla sera mi hermana, qu hermosa
era! Los ojos de mi madre no tenan ms dulzura que los suyos. Anastasia as
la llamaban sera mi hermana, pues su padre la haba confiado al mo, de
acuerdo con la antigua costumbre que seguamos observando. De jvenes haban
trabado un pacto de fraternidad, eligiendo a la doncella ms hermosa y virtuosa
de toda la comarca para tomar el juramento. Muy a menudo oa yo hablar de
aquella hermosa y rara costumbre.
Y, as, la pequea se convirti en mi hermana. La sentaba sobre mis rodillas, le
traa flores y plumas de las aves montaraces, bebamos juntos de las aguas del
Parnaso, y juntos dormamos bajo el tejado de laurel de la choza, mientras mi
madre segua cantando, invierno tras invierno, su cancin de las lgrimas rojas,
verdes y azuladas. Pero yo no comprenda an que era mi propio pueblo, cuyas
innmeras cuitas se reflejaban en aquellas lgrimas.
Un da vinieron tres hombres; eran francos y vestan de modo distinto a
nosotros. Llevaban sus camas y tiendas cargadas en caballeras, y los
acompaaban ms de veinte turcos, armados con sables y fusiles, pues los
extranjeros eran amigos del baj e iban provistos de cartas de introduccin.
Venan con el solo objeto de visitar nuestras montaas, escalar el Parnaso por
entre la nieve y las nubes, y contemplar las extraas rocas negras y escarpadas
que rodeaban nuestra choza. No caban en ella, aparte que no podan soportar el
humo que, deslizndose por debajo del techo, sala por la baja puerta; por eso
levantaron sus tiendas en el reducido espacio que quedaba al lado de la casuca, y
asaron corderos y aves, y bebieron vino dulce y fuerte; pero los turcos no podan
probarlo.
Al proseguir su camino, yo los acompa un trecho con mi hermanita Anastasia
a la espalda, envuelta en una piel de cabra. Uno de aquellos seores francos me
coloc delante de una roca y me dibuj junto con la nia, tan bien, que
parecamos vivos y como si fusemos una sola persona. Nunca haba yo pensado
en ello, y, sin embargo, Anastasia y yo ramos uno solo, pues ella se pasaba la
vida sentada en mis rodillas o colgada de mi espalda, y cuando yo soaba,
siempre figuraba ella en mis sueos.
EL PATITO FEO
EL PEQUEO TUK
Pues s, ste era el pequeo Tuk. En realidad no se llamaba as, pero ste era el
nombre que se daba a s mismo cuando an no saba hablar. Quera decir Carlos,
es un detalle que conviene saber. Resulta que tena que cuidar de su hermanita
Gustava, mucho menor que l, y luego tena que aprenderse sus lecciones; pero,
cmo atender a las dos cosas a la vez? El pobre muchachito tena a su hermana
sentada sobre las rodillas y le cantaba todas las canciones que saba, mientras
sus ojos echaban alguna que otra mirada al libro de Geografa, que tena abierto
delante de l. Para el da siguiente habra de aprenderse de memoria todas las
ciudades de Zelanda y saberse, adems, cuanto de ellas conviene conocer.
Lleg la madre a casa y se hizo cargo de Gustavita. Tuk corri a la ventana y se
estuvo leyendo hasta que sus ojos no pudieron ms, pues haba ido oscureciendo
y su madre no tena dinero para comprar velas.
Ah va la vieja lavandera del callejn dijo la madre, que se haba asomado
a la ventana. La pobre apenas puede arrastrarse y an tiene que cargar con el
cubo lleno de agua desde la bomba. Anda, Tuk, s bueno y ve a ayudar a la
pobre viejecita. Hars una buena accin.
Tuk corri a la calle a ayudarla, pero cuando estuvo de regreso la oscuridad era
completa, y como no haba que pensar en encender la luz, no tuvo ms remedio
que acostarse. Su lecho era un viejo camastro y, tendido en l estuvo pensando
en su leccin de Geografa, en Zelanda y todo lo que haba explicado el maestro.
Debiera haber seguido estudiando, pero era imposible, y se meti el libro debajo
de la almohada, porque haba odo decir que aquello ayudaba a retener las
lecciones en la mente; pero no hay que fiarse mucho de lo que se oye decir.
Y all se estuvo piensa que te piensa, hasta que de pronto le pareci que alguien
le daba un beso en la boca y en los ojos. Se durmi, y, sin embargo, no estaba
dormido; era como si la anciana lavandera lo mirara con sus dulces ojos y le
dijera: Sera un gran pecado que maana no supieses tus lecciones. Me has
ayudado, ahora te ayudar yo, y Dios Nuestro Seor lo har, en todo momento.
Y de pronto el libro empez a moverse y agitarse debajo de la almohada de
nuestro pequeo Tuk.
Quiquiriqu! Put, put! . Era una gallina que vena de Kjge.
Soy una gallina de Kjge! grit, y luego se puso a contar del nmero de
habitantes que all haba, y de la batalla que en la ciudad se haba librado,
aadiendo empero que en realidad no vala la pena mencionarla. Otro meneo
y zarandeo y, bum!, algo que se cae: un ave de madera, el papagayo del tiro al
pjaro de Prast. Dijo que en aquella ciudad vivan tantos habitantes como
clavos tena l en el cuerpo, y estaba no poco orgulloso de ello. Thorwaldsen
vivi muy cerca de m. Catapln! Qu bien se est aqu!
Pero Tuk ya no estaba tendido en su lecho; de repente se encontr montado
sobre un caballo, corriendo a galope tendido. Un jinete magnficamente vestido,
con brillante casco y flotante penacho, lo sostena delante de l, y de este modo
atravesaron el bosque hasta la antigua ciudad de Vordingborg, muy grande y
muy bulliciosa por cierto. Altivas torres se levantaban en el palacio real, y de
todas las ventanas sala vivsima luz; en el interior todo eran cantos y bailes: el
rey Waldemar bailaba con las jvenes damas cortesanas, ricamente ataviadas.
Despunt el alba, y con la salida del sol desaparecieron la ciudad, el palacio y
las torres una tras otra, hasta no quedar sino una sola en la cumbre de la colina,
donde se levantara antes el castillo. Era la ciudad muy pequea y pobre, y los
chiquillos pasaban con sus libros bajo el brazo, diciendo: Dos mil habitantes
. Pero no era verdad, no tena tantos.
Y Tuk segua en su camita, como soando, y, sin embargo, no soaba, pero
alguien permaneca junto a l.
Tuquito, Tuquito! dijeron. Era un marino, un hombre muy pequen,
semejante a un cadete, pero no era un cadete.
Te traigo muchos saludos de Korsr. Es una ciudad floreciente, llena de vida,
con barcos de vapor y diligencias; antes pasaba por fea y aburrida, pero sta es
una opinin anticuada.
Estoy a orillas del mar, dijo Korsr; tengo carreteras y parques y he sido la
cuna de un poeta que tena ingenio y gracia; no todos los tienen. Una vez quise
armar un barco para que diese la vuelta al mundo, mas no lo hice, aunque habra
podido; y, adems, huelo tan bien! Pues en mis puertas florecen las rosas ms
bellas.
Tuk las vio, y ante su mirada todo apareci rojo y verde; pero cuando se
esfumaron los colores, se encontr ante una ladera cubierta de bosque junto al
lmpido fiordo, y en la cima se levantaba una hermosa iglesia, antigua, con dos
altas torres puntiagudas. De la ladera brotaban fuentes que bajaban en espesos
riachuelos de aguas murmureantes, y muy cerca estaba sentado un viejo rey con
la corona de oro sobre el largo cabello; era el rey Hroar de las Fuentes, en las
inmediaciones de la ciudad de Roeskilde, como la llaman hoy da. Y todos los
reyes y reinas de Dinamarca, coronados de oro, se encaminaban, cogidos de la
mano, a la vieja iglesia, entre los sones del rgano y el murmullo de las fuentes.
Nuestro pequeo Tuk lo vea y oa todo.
No olvides los Estados! le dijo el rey Hroar.
De pronto desapareci todo. Dnde haba ido a parar? Daba exactamente la
impresin de cuando se vuelve la pgina de un libro. Y hete aqu una anciana,
una escardadera venida de Sor, donde la hierba crece en la plaza del mercado.
Llevaba su delantal de tela gris sobre la cabeza y colgndole de la espalda;
estaba muy mojado seguramente haba llovido . S que ha llovido dijo la
mujer, y le cont muchas cosas divertidas de las comedias de Holberg, as como
de Waldemar y Absaln. Pero de pronto se encogi toda ella y se puso a mover
la cabeza como si quisiera saltar. Cuac! dijo, est mojado, est mojado;
hay un silencio de muerte en Sor . Se haba transformado en rana; cuac!, y
luego otra vez en una vieja . Hay que vestirse segn el tiempo dijo. Est
mojado, est mojado! Mi ciudad es como una botella: se entra por el tapn y
luego hay que volver a salir. Antes tena yo corpulentas anguilas en el fondo de
la botella, y ahora tengo muchachos robustos, de coloradas mejillas, que
aprenden la sabidura: griego, hebreo, cuac, cuac! . Sonaba como si las ranas
cantasen o como cuando caminis por el pantano con grandes botas. Era siempre
la misma nota, tan fastidiosa, tan montona, que Tuk acab por quedarse
profundamente dormido, y le sent muy bien el sueo, porque empezaba a
ponerse nervioso.
Pero aun entonces tuvo otra visin, o lo que fuera. Su hermanita Gustava, la de
ojos azules y cabello rubio ensortijado, se haba convertido en una esbelta
muchacha, y, sin tener alas, poda volar. Y he aqu que los dos volaron por
encima de Zelanda, por encima de sus verdes bosques y azules lagos.
Oyes cantar el gallo, Tuquito? Quiquiriqu! Las gallinas salen volando de
Kjge. Tendrs un gallinero, un gran gallinero! No padecers hambre ni
miseria. Cazars el pjaro, como suele decirse; sers un hombre rico y feliz. Tu
casa se levantar altivamente como la torre del rey Waldemar, y estar adornada
con columnas de mrmol como las de Prast. Ya me entiendes. Tu nombre
famoso dar la vuelta a la Tierra, como el barco que deba partir de Korsr y en
Roeskilde no te olvides de los Estados! dijo el rey Hroar ; hablars con
bondad y talento, Tuquito, y cuando desciendas a la tumba, reposars tranquilo...
Como si estuviese en Sor! dijo Tuk, y se despert. Brillaba la luz del
da, y el nio no recordaba ya su sueo; pero era mejor as, pues nadie debe
saber cul ser su destino. Salt de la cama, abri el libro y en un periquete se
supo la leccin. La anciana lavandera asom la cabeza por la puerta y,
dirigindole un gesto carioso, le dijo:
Gracias, hijo mo, por tu ayuda! Dios Nuestro Seor haga que se
convierta en realidad tu sueo ms hermoso.
Tuk no saba lo que haba soado, pero comprendes? Nuestro Seor s lo saba.
EL PORQUERIZO
rase una vez un prncipe que andaba mal de dinero. Su reino era muy pequeo,
aunque lo suficiente para permitirle casarse, y esto es lo que el prncipe quera
hacer.
Sin embargo, fue una gran osada por su parte el irse derecho a la hija del
Emperador y decirle en la cara: Me quieres por marido?. Si lo hizo, fue
porque la fama de su nombre haba llegado muy lejos. Ms de cien princesas lo
habran aceptado, pero, lo querra ella?
Pues vamos a verlo.
En la tumba del padre del prncipe creca un rosal, un rosal maravilloso; floreca
solamente cada cinco aos, y aun entonces no daba sino una flor; pero era una
rosa de fragancia tal, que quien la ola se olvidaba de todas sus penas y
preocupaciones. Adems, el prncipe tena un ruiseor que, cuando cantaba,
habrase dicho que en su garganta se juntaban las ms bellas melodas del
universo. Decidi, pues, que tanto la rosa como el ruiseor seran para la
princesa, y se los envi encerrados en unas grandes cajas de plata.
El Emperador mand que los llevaran al gran saln, donde la princesa estaba
jugando a visitas con sus damas de honor. Cuando vio las grandes cajas que
contenan los regalos, exclam dando una palmada de alegra:
A ver si ser un gatito! pero al abrir la caja apareci el rosal con la
magnfica rosa.
Qu linda es! dijeron todas las damas.
Es ms que bonita precis el Emperador, es hermosa!
Pero cuando la princesa la toc, por poco se echa a llorar.
Ay, pap, qu lstima! dijo. No es artificial, sino natural!
Qu lstima! corearon las damas. Es natural!
Vamos, no te aflijas an, y veamos qu hay en la otra caja , aconsej el
Emperador; y sali entonces el ruiseor, cantando de un modo tan bello, que no
hubo medio de manifestar nada en su contra.
Superbe, charmant! exclamaron las damas, pues todas hablaban francs a
cual peor.
Este pjaro me recuerda la caja de msica de la difunta Emperatriz observ
un anciano caballero. Es la misma meloda, el mismo canto.
En efecto asinti el Emperador, echndose a llorar como un nio.
Espero que no sea natural, verdad? pregunt la princesa.
S, lo es; es un pjaro de verdad respondieron los que lo haban trado.
Entonces, dejadlo en libertad orden la princesa; y se neg a recibir al
prncipe.
Pero ste no se dio por vencido. Se embadurn de negro la cara y, calndose una
gorra hasta las orejas, fue a llamar a palacio.
Buenos das, seor Emperador dijo. No podrais darme trabajo en el
castillo?
Bueno replic el Soberano. Necesito a alguien para guardar los cerdos,
pues tenemos muchos.
Y as el prncipe pas a ser porquerizo del Emperador. Le asignaron un reducido
y msero cuartucho en los stanos, junto a los cerdos, y all hubo de quedarse.
Pero se pas el da trabajando, y al anochecer haba elaborado un primoroso
pucherito, rodeado de cascabeles, de modo que en cuanto empezaba a cocer las
campanillas se agitaban, y tocaban aquella vieja meloda:
Ay, querido Agustn,
todo tiene su fin!
Pero lo ms asombroso era que, si se pona el dedo en el vapor que se escapaba
del puchero, enseguida se adivinaba, por el olor, los manjares que se estaban
guisando en todos los hogares de la ciudad. Desde luego la rosa no poda
compararse con aquello!
He aqu que acert a pasar la princesa, que iba de paseo con sus damas y, al or
la meloda, se detuvo con una expresin de contento en su rostro; pues tambin
ella saba la cancin del "Querido Agustn". Era la nica que saba tocar, y lo
haca con un solo dedo.
Es mi cancin! exclam. Este porquerizo debe ser un hombre de gusto.
Oye, vete abajo y pregntale cunto cuesta su instrumento.
Tuvo que ir una de las damas, pero antes se calz unos zuecos.
Cunto pides por tu puchero? pregunt.
Diez besos de la princesa respondi el porquerizo.
Dios nos asista! exclam la dama.
ste es el precio, no puedo rebajarlo , observ l.
Qu te ha dicho? pregunt la princesa.
No me atrevo a repetirlo replic la dama. Es demasiado indecente.
Entonces dmelo al odo . La dama lo hizo as.
Es un grosero! exclam la princesa, y sigui su camino; pero a los pocos
pasos volvieron a sonar las campanillas, tan lindamente:
Ay, querido Agustn,
todo tiene su fin!
El ruiseor
En China, como sabes muy bien, el Emperador es chino, y chinos son todos los
que lo rodean. Hace ya muchos aos de lo que voy a contar, mas por eso
precisamente vale la pena que lo oigis, antes de que la historia se haya
olvidado.
El palacio del Emperador era el ms esplndido del mundo entero, todo l de la
ms delicada porcelana. Todo en l era tan precioso y frgil, que haba que ir
con mucho cuidado antes de tocar nada. El jardn estaba lleno de flores
maravillosas, y de las ms bellas colgaban campanillas de plata que sonaban
para que nadie pudiera pasar de largo sin fijarse en ellas. S, en el jardn imperial
todo estaba muy bien pensado, y era tan extenso, que el propio jardinero no
tena idea de dnde terminaba. Si seguas andando, te encontrabas en el bosque
ms esplndido que quepa imaginar, lleno de altos rboles y profundos lagos.
Aquel bosque llegaba hasta el mar, hondo y azul; grandes embarcaciones podan
navegar por debajo de las ramas, y all viva un ruiseor que cantaba tan
primorosamente, que incluso el pobre pescador, a pesar de sus muchas
ocupaciones, cuando por la noche sala a retirar las redes, se detena a escuchar
sus trinos.
Dios santo, y qu hermoso! exclamaba; pero luego tena que atender a sus
redes y olvidarse del pjaro; hasta la noche siguiente, en que, al llegar de nuevo
al lugar, repeta: Dios santo, y qu hermoso!
De todos los pases llegaban viajeros a la ciudad imperial, y admiraban el
palacio y el jardn; pero en cuanto oan al ruiseor, exclamaban: Esto es lo
mejor de todo!
De regreso a sus tierras, los viajeros hablaban de l, y los sabios escriban libros
y ms libros acerca de la ciudad, del palacio y del jardn, pero sin olvidarse
nunca del ruiseor, al que ponan por las nubes; y los poetas componan
inspiradsimos poemas sobre el pjaro que cantaba en el bosque, junto al
profundo lago.
Aquellos libros se difundieron por el mundo, y algunos llegaron a manos del
Emperador. Se hallaba sentado en su silln de oro, leyendo y leyendo; de vez en
cuando haca con la cabeza un gesto de aprobacin, pues le satisfaca leer
aquellas magnficas descripciones de la ciudad, del palacio y del jardn. Pero lo
mejor de todo es el ruiseor, deca el libro.
Qu es esto? pens el Emperador. El ruiseor? Jams he odo hablar de
l. Es posible que haya un pjaro as en mi imperio, y precisamente en mi
jardn? Nadie me ha informado. Est bueno que uno tenga que enterarse de
semejantes cosas por los libros!
Y mand llamar al mayordomo de palacio, un personaje tan importante, que
cuando una persona de rango inferior se atreva a dirigirle la palabra o hacerle
una pregunta, se limitaba a contestarle: P!. Y esto no significa nada.
Segn parece, hay aqu un pjaro de lo ms notable, llamado ruiseor dijo
el Emperador. Se dice que es lo mejor que existe en mi imperio; por qu no
se me ha informado de este hecho?
Es la primera vez que oigo hablar de l se justific el mayordomo.
Nunca ha sido presentado en la Corte.
Pues ordeno que acuda esta noche a cantar en mi presencia dijo el
Emperador. El mundo entero sabe lo que tengo, menos yo.
Es la primera vez que oigo hablar de l repiti el mayordomo. Lo
buscar y lo encontrar.
Encontrarlo?, dnde? El dignatario se cans de subir Y bajar escaleras y de
recorrer salas y pasillos. Nadie de cuantos pregunt haba odo hablar del
ruiseor. Y el mayordomo, volviendo al Emperador, le dijo que se trataba de
una de esas fbulas que suelen imprimirse en los libros.
Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe; son fantasas
y una cosa que llaman magia negra.
Pero el libro en que lo he ledo me lo ha enviado el poderoso Emperador del
Japn replic el Soberano; por tanto, no puede ser mentiroso. Quiero or al
ruiseor. Que acuda esta noche a, mi presencia, para cantar bajo mi especial
proteccin. Si no se presenta, mandar que todos los cortesanos sean pateados
en el estmago despus de cenar.
Tsingpe! dijo el mayordomo; y vuelta a subir y bajar escaleras y a
recorrer salas y pasillos, y media Corte con l, pues a nadie le haca gracia que
le patearan el estmago. Y todo era preguntar por el notable ruiseor, conocido
por todo el mundo menos por la Corte.
Finalmente, dieron en la cocina con una pobre muchachita, que exclam:
Dios mo! El ruiseor? Claro que lo conozco! qu bien canta! Todas las
noches me dan permiso para que lleve algunas sobras de comida a mi pobre
madre que est enferma. Vive all en la playa, y cuando estoy de regreso, me
paro a descansar en el bosque y oigo cantar al ruiseor. Y oyndolo se me
vienen las lgrimas a los ojos, como si mi madre me besase. Es un recuerdo que
me estremece de emocin y dulzura.
Pequea fregaplatos dijo el mayordomo, te dar un empleo fijo en la
cocina y permiso para presenciar la comida del Emperador, si puedes traernos al
ruiseor; est citado para esta noche.
Todos se dirigieron al bosque, al lugar donde el pjaro sola situarse; media
Corte tomaba parte en la expedicin. Avanzaban a toda prisa, cuando una vaca
se puso a mugir.
Oh! exclamaron los cortesanos. Ya lo tenemos! Qu fuerza para un
animal tan pequeo! Ahora que caigo en ello, no es la primera vez que lo oigo.
No, eso es una vaca que muge dijo la fregona An tenemos que andar
mucho.
Luego oyeron las ranas croando en una charca.
Magnfico! exclam un cortesano. Ya lo oigo, suena como las
campanillas de la iglesia.
No, eso son ranas contest la muchacha. Pero creo que no tardaremos en
orlo.
Y en seguida el ruiseor se puso a cantar.
Es l! dijo la nia. Escuchad, escuchad! All est! y seal un
avecilla gris posada en una rama.
Es posible? dijo el mayordomo. Jams lo habra imaginado as. Qu
vulgar! Seguramente habr perdido el color, intimidado por unos visitantes tan
distinguidos.
Mi pequeo ruiseor dijo en voz alta la muchachita, nuestro gracioso
Soberano quiere que cantes en su presencia.
Con mucho gusto! respondi el pjaro, y reanud su canto, que daba
gloria orlo.
Parece campanitas de cristal! observ el mayordomo.
Mirad cmo se mueve su garganta! Es raro que nunca lo hubisemos visto.
Causar sensacin en la Corte.
Queris que vuelva a cantar para el Emperador? pregunt el pjaro, pues
crea que el Emperador estaba all.
Mi pequeo y excelente ruiseor dijo el mayordomo -tengo el honor de
invitarlo a una gran fiesta en palacio esta noche, donde podr deleitar con su
magnfico canto a Su Imperial Majestad.
Suena mejor en el bosque objet el ruiseor; pero cuando le dijeron que
era un deseo del Soberano, los acompa gustoso.
En palacio todo haba sido pulido y fregado. Las paredes y el suelo, que eran de
porcelana, brillaban a la luz de millares de lmparas de oro; las flores ms
exquisitas, con sus campanillas, haban sido colocadas en los corredores; las idas
y venidas de los cortesanos producan tales corrientes de aire, que las
campanillas no cesaban de sonar, y uno no oa ni su propia voz.
En medio del gran saln donde el Emperador estaba, haban puesto una percha
de oro para el ruiseor. Toda la Corte estaba presente, y la pequea fregona
haba recibido autorizacin para situarse detrs de la puerta, pues tena ya el
ttulo de cocinera de la Corte. Todo el mundo llevaba sus vestidos de gala, y
todos los ojos estaban fijos en la avecilla gris, a la que el Emperador hizo signo
de que poda empezar.
El ruiseor cant tan deliciosamente, que las lgrimas acudieron a los ojos del
Soberano; y cuando el pjaro las vio rodar por sus mejillas, volvi a cantar
mejor an, hasta llegarle al alma. El Emperador qued tan complacido, que dijo
que regalara su chinela de oro al ruiseor para que se la colgase al cuello. Mas
el pjaro le dio las gracias, dicindole que ya se consideraba suficientemente
recompensado.
He visto lgrimas en los ojos del Emperador; ste es para mi el mejor premio.
Las lgrimas de un rey poseen una virtud especial. Dios sabe que he quedado
bien recompensado y reanud su canto, con su dulce y melodioso voz.
Es la lisonja ms amable y graciosa que he escuchado en mi vida!
exclamaron las damas presentes; y todas se fueron a llenarse la boca de agua
para gargarizar cuando alguien hablase con ellas; pues crean que tambin ellas
podan ser ruiseores. S, hasta los lacayos y camareras expresaron su
aprobacin, y esto es decir mucho, pues son siempre ms difciles de contentar.
Realmente, el ruiseor caus sensacin.
Se quedara en la Corte, en una jaula particular, con libertad para salir dos veces
durante el da y una durante la noche. Pusieron a su servicio diez criados, a cada
uno de los cuales estaba sujeto por medio de una cinta de seda que le ataron
alrededor de la pierna. La verdad es que no eran precisamente de placer aquellas
excursiones.
EL TULLIDO
rase una antigua casa seorial, habitada por gente joven y apuesta. Ricos en
bienes y dinero, queran divertirse y hacer el bien. Queran hacer feliz a todo el
mundo, como lo eran ellos.
Por Nochebuena instalaron un abeto magnficamente adornado en el antiguo
saln de Palacio. Arda el fuego en la chimenea, y ramas del rbol navideo
enmarcaban los viejos retratos.
Desde el atardecer reinaba tambin la alegra en los aposentos de la
servidumbre. Tambin haba all un gran abeto con rojas y blancas velillas
encendidas, banderitas danesas, cisnes recortados y redes de papeles de colores
y llenas de golosinas. Haban invitado a los nios pobres de la parroquia, y cada
uno haba acudido con su madre, a la cual, ms que a la copa del rbol, se le
iban los ojos a la mesa de Nochebuena, cubierta de ropas de lana y de hilo, y
toda clase de prendas de vestir. Aquello era lo que miraban las madres y los
hijos ya mayorcitos, mientras los pequeos alargaban los brazos hacia las
velillas, el oropel y las banderitas.
La gente haba llegado a primeras horas de la tarde, y fue obsequiada con la
clsica sopa navidea y asado de pato con berza roja. Una vez hubieron
contemplado el rbol y recibido los regalos, se sirvi a cada uno un vaso de
ponche y manzanas rellenas.
Regresaron entonces a sus pobres casas, donde se habl de la buena vida, es
decir, de la buena comida, y se pas otra vez revista a los regalos.
Entre aquella gente estaban GartenKirsten y GartenOle, un matrimonio que
tena casa y comida a cambio de su trabajo en el jardn de Sus Seoras. Cada
Navidad reciban su buena parte de los regalos. Tenan adems cinco hijos, y a
todos los vestan los seores.
Son bondadosos nuestros amos decan. Tienen medios para hacer el
bien, y gozan hacindolo.
Ah tienen buenas ropas para que las rompan los cuatro dijo Garten
Ole. Mas, por qu no hay nada para el tullido? Siempre suelen acordarse de
l, aunque no vaya a la fiesta.
Era el hijo mayor, al que llamaban El tullido, pero su nombre era Juan. De
nio haba sido el ms listo y vivaracho, pero de repente le entr una debilidad
en las piernas, como ellos decan, y desde entonces no pudo tenerse de pie ni
andar. Llevaba ya cinco aos en cama.
S, algo me han dado tambin para l dijo la madre. Pero es slo un libro,
para que pueda leer.
Eso no lo engordar! observ el padre.
Pero Hans se alegr de su libro. Era un muchachito muy despierto, aficionado a
la lectura, aunque aprovechaba tambin el tiempo para trabajar en las cosas
tiles en cuanto se lo permita su condicin. Era muy gil de dedos, y saba
emplear las manos; confeccionaba calcetines de lana, e incluso mantas. La
seora haba hecho gran encomio de ellas y las haba comprado.
Era un libro de cuentos el que acababan de regalar a Hans, y haba en l mucho
que leer, y mucho que invitaba a pensar.
De nada va a servirle dijeron los padres. Pero dejemos que lea, le
ayudar a matar el tiempo. No siempre ha de estar haciendo calceta.
Vino la primavera. Empezaron a brotar la hierba y las flores, y tambin los
hierbajos, como se suele llamar a las ortigas a pesar de las cosas bonitas que de
ellas dice aquella cancin religiosa:
Si los reyes se reuniesen
y juntaran sus tesoros,
no podran aadir
una sola hoja a la ortiga.
En el jardn de Sus Seoras haba mucho que hacer, no solamente para el
jardinero y sus aprendices, sino tambin para Garten-Kirsten y GartenOle.
Qu pesado! decan. An no hemos terminado de escardar y arreglar
los caminos, y ya los han pisado de nuevo. Hay un ajetreo con los invitados de
la casa! Lo que cuesta! Suerte que los seores son ricos.
Qu mal repartido est todo! deca Ole. Segn el seor cura, todos
somos hijos de Dios. Por qu estas diferencias?
Por culpa del pecado original responda Kirsten.
De eso hablaban una noche, sentados junto a la cama del tullido, que estaba
leyendo sus cuentos.
Las privaciones, las fatigas y los cuidados haban encallecido las manos de los
padres, y tambin su juicio y sus opiniones. No lo comprendan, no les entraba
en la cabeza, y por eso hablaban siempre con amargura y envidia.
Hay quien vive en la abundancia y la felicidad, mientras otros estn en la
miseria. Por qu hemos de purgar la desobediencia y la curiosidad de nuestros
primeros padres? Nosotros no nos habramos portado como ellos!
S, habramos hecho lo mismo dijo sbitamente el tullido Hans. Aqu
est, en el libro.
Qu es lo que est en el libro? preguntaron los padres.
Y entonces Hans les ley el antiguo cuento del leador y su mujer. Tambin
ellos decan pestes de la curiosidad de Adn y Eva, culpables de su desgracia.
He aqu que acert a pasar el rey del pas: Seguidme les dijo y viviris tan
bien como yo: siete platos para comer y uno para mirarlo. Est en una sopera
tapada, que no debis tocar; de lo contrario, se habr terminado vuestra buena
vida. Qu puede haber en la sopera?, dijo la mujer. No nos importa!,
replic el marido. No soy curiosa prosigui ella; slo quisiera saber por
qu no nos est permitido levantar la tapadera. Estoy segura que es algo
exquisito. Con tal que no haya alguna trampa, por ejemplo, una pistola que al
dispararse despierte a toda la casa. Tienes razn, dijo la mujer, sin tocar la
sopera. Pero aquella noche so que la tapa se levantaba sola y sala del
recipiente el aroma de aquel ponche delicioso que se sirve en las bodas y los
entierros. Y haba una moneda de plata con esta inscripcin: Si bebis de este
ponche, seris las dos personas ms ricas del mundo, y todos los dems hombres
se convertirn en pordioseros comparados con vosotros. Despertse la mujer y
cont el sueo a su marido. Piensas demasiado en esto, dijo l. Podramos
hacerlo con cuidado, insisti ella. Cuidado!, dijo el
hombre; y la mujer levant con gran cuidado la tapa. Y he aqu que saltaron dos
ligeros ratoncillos, y en un santiamn desaparecieron por una ratonera. Buenas
noches! dijo el Rey. Ya podis volveros a vuestra casa a vivir de lo vuestro.
Y no volvis a censurar a Adn y Eva, pues os habis mostrado tan curiosos y
desagradecidos como ellos.
Cmo habr venido a parar al libro esta historia! dijo GartenOle.
Dirase que est escrita precisamente para nosotros. Es cosa de pensarlo.
Al da siguiente volvieron al trabajo. Los tost el sol, y la lluvia los cal hasta
los huesos. Rumiaron sus melanclicos pensamientos.
No haba anochecido an, cuando ya haban cenado sus papillas de leche.
Vuelve a leernos la historia del leador! dijo GartenOle.
Hay otras que todava no conocis respondi Hans.
No me importan dijo GartenOle . Prefiero or la que conozco.
Y el matrimonio volvi a escucharla; y ms de una noche se la hicieron repetir.
No acabo de entenderlo dijo GartenOle . Con las personas ocurre lo
que con la leche: que se cuaja, y una parte se convierte en fino requesn, y la
otra, en suero aguado. Los hay que tienen suerte en todo, se pasan el da muy
repantingados y no sufren cuidados ni privaciones.
El tullido oy lo que deca. El chico era dbil de piernas, pero despejado de
cabeza, y les ley de su libro un cuento titulado El hombre sin necesidades ni
preocupaciones. Dnde estara ese hombre? Haba que dar con l.
EL ULTIMO DIA
De todos los das de nuestra vida, el ms santo es aquel en que morimos; es el
ltimo da, el grande y sagrado da de nuestra transformacin. Te has detenido
alguna vez a pensar seriamente en esa hora suprema, la ltima de tu existencia
terrena?
Hubo una vez un hombre, un creyente a machamartillo, segn decan, un
campen de la divina palabra, que era para l ley, un celoso servidor de un Dios
celoso. He aqu que la Muerte lleg a la vera de su lecho, la Muerte, con su cara
severa de ultratumba.
Ha sonado tu hora, debes seguirme le dijo, tocndole los pies con su dedo
glido; y sus pies quedaron rgidos. Luego la Muerte le toc la frente y el
corazn, que ces de latir, y el alma sali en pos del ngel exterminador.
Pero en los breves segundos que transcurrieron entre el momento en que sinti
el contacto de la Muerte en el pie y en la frente y el corazn, desfil por la
mente del moribundo, como una enorme oleada negra, todo lo que la vida le
haba aportado e inspirado. Con una mirada recorri el vertiginoso abismo y con
un pensamiento instantneo abarc todo el camino inconmensurable. As, en un
instante, vio en una ojeada de conjunto, la mirada incontable de estrellas,
cuerpos celestes y mundos que flotan en el espacio infinito.
En un momento as, el terror sobrecoge al pecador empedernido que no tiene
nada a que agarrarse; tiene la impresin de que se hunde en el vaco insondable.
El hombre piadoso, en cambio, descansa tranquilamente su cabeza en Dios y se
le entrega como un nio:
Hgase en m Tu voluntad!
Pero aquel moribundo no se senta como un nio; se daba cuenta de que era un
hombre. No temblaba como el pecador, pues se saba creyente. Se haba
mantenido aferrado a las formas de la religin con toda rigidez; eran millones, lo
saba, los destinados a seguir por el ancho camino de la condenacin; con el
hierro y el fuego habra podido destruir aqu sus cuerpos, como seran
destrozadas sus almas y seguiran sindolo por una eternidad. Pero su camino
iba directo al cielo, donde la gracia le abra las puertas, la gracia prometedora.
Y el alma sigui al ngel de la muerte, despus de mirar por ltima vez al lecho
donde yaca la imagen del polvo envuelta en la mortaja, una copia extraa del
propio yo. Y volando llegaron a lo que pareca un enorme vestbulo, a pesar de
que estaba en un bosque; la Naturaleza apareca recortada, distendida, desatada
y dispuesta en hileras, arreglada artificiosamente como los antiguos jardines
franceses; se celebraba una especie de baile de disfraces.
Ah tienes la vida humana! dijo el ngel de la muerte.
Todos los personajes iban ms o menos disfrazados; no todos los que vestan de
seda y oro eran los ms nobles y poderosos, ni todos los que se cubran con el
ropaje de la pobreza eran los ms bajos e insignificantes. Era una mascarada
asombrosa, y lo ms sorprendente de ella era que todos se esforzaban
cuidadosamente en ocultar algo debajo de sus vestidos; pero uno tiraba del otro
para dejar aquello a la vista, y entonces asomaba una cabeza de animal: en uno,
la de un mono, con su risa sardnica; en otro, la de un feo chivo, de una viscosa
serpiente o de un macilento pez.
Era la bestia que todos llevamos dentro, la que arraiga en el hombre; y pegaba
saltos, queriendo avanzar, y cada uno la sujetaba, con sus ropas, mientras los
dems la apartaban, diciendo: Mira! Ah est, ah est!, y cada uno pona al
descubierto la miseria del otro.
Qu animal viva en m? pregunt el alma errante; y el ngel de la muerte
le seal una figura orgullosa. Alrededor de su cabeza brillaba una aureola de
brillantes colores, pero en el corazn del hombre se ocultaban los pies del
animal, pies de pavo real; la aureola no era sino la cola abigarrada del ave.
Cuando prosiguieron su camino, otras grandes aves gritaron perversamente
desde las ramas de los rboles, con voces humanas muy inteligibles:
Peregrino de la muerte, no te acuerdas de m?
Eran los malos pensamientos y las concupiscencias de los das de su vida, que
gritaban: No te acuerdas de m?.
Por un momento se espant el alma, pues reconoci las voces, los malos
pensamientos y deseos que se presentaban como testigos de cargo.
Nada bueno vive en nuestra carne, en nuestra naturaleza perversa!
exclam el alma. Pero mis pensamientos no se convirtieron en actos, el
mundo no vio sus malos frutos . Y apresur el paso, para escapar de aquel
horrible gritero; mas los grandes pajarracos negros la perseguan, describiendo
crculos a su alrededor, gritando con todas sus fuerzas, como para que el mundo
entero los oyese. El alma se puso a brincar como una corza acosada, y a cada
salto pona el pie sobre agudas piedras, que le abran dolorosas heridas. De
dnde vienen estas piedras cortantes? Yacen en el suelo como hojas marchitas.
Cada una de ellas es una palabra imprudente que se escap de tus labios, y
que hiri a tu prjimo mucho ms dolorosamente de como ahora las piedras te
lastiman los pies.
Nunca pens en ello! dijo el alma.
No juzguis si no queris ser juzgados reson en el aire.
Todos hemos pecado! dijo el alma, volviendo a levantarse. Yo he
observado fielmente la Ley y el Evangelio; hice lo que pude, no soy como los
dems.
As llegaron a la puerta del cielo, y el ngel guardin de la entrada pregunt:
Quin eres? Dime cul es tu fe y prubamela con tus acciones.
He guardado rigurosamente los mandamientos. Me he humillado a los ojos
del mundo, he odiado y perseguido la maldad y a los malos, a los que siguen por
el ancho camino de la perdicin, y seguir hacindolo a sangre y fuego, si
puedo.
Eres entonces un adepto de Mahoma? pregunt el ngel.
Yo? Jams!
Quien empue la espada morir por la espada, ha dicho el Hijo. T no tienes
su fe. Eres acaso un hijo de Israel, de los que dicen con Moiss: Ojo por ojo,
diente por diente; un hijo de Israel, cuyo Dios vengativo es slo dios de tu
pueblo?
Soy cristiano!
No te reconozco ni en tu fe ni en tus hechos. La doctrina de Cristo es toda
ella reconciliacin, amor y gracia.
Gracia! reson en los etreos espacios; la puerta del cielo se abri, y el
alma se precipit hacia la incomparable magnificencia.
Pero la luz que de ella irradiaba eran tan cegadora, tan penetrante, que el alma
hubo de retroceder como ante una espada desnuda; y las melodas sonaban
dulces y conmovedoras, como ninguna lengua humana podra expresar. El alma,
temblorosa, se inclin ms y ms, mientras penetraba en ella la celeste claridad;
y entonces sinti lo que nunca antes haba sentido: el peso de su orgullo, de su
dureza y su pecado. Se hizo la luz en su pecho.
Lo que de bueno hice en el mundo, lo hice porque no supe hacerlo de otro
modo; pero lo malo... eso s que fue cosa ma!
Y el alma se sinti deslumbrada por la pursima luz celestial y desplomse
desmayada, envuelta en s misma, postrada, inmadura para el reino de los cielos,
y, pensando en la severidad y la justicia de Dios, no se atrevi a pronunciar la
palabra gracia.
Y, no obstante, vino la gracia, la gracia inesperada.
El cielo divino estaba en el espacio inmenso, el amor de Dios se derramaba, se
verta en l en plenitud inagotable.
Santa, gloriosa, dulce y eterna seas, oh, alma humana! cantaron los
ngeles.
Todos, todos retrocederemos asustados como aquella alma el da postrero de
nuestra vida terrena, ante la grandiosidad y la gloria del reino de los cielos. Nos
inclinaremos profundamente y nos postraremos humildes, y, no obstante, nos
sostendr Su Amor y Su Gracia, y volaremos por nuevos caminos, purificados,
ennoblecidos y mejores, acercndonos cada vez ms a la magnificencia de la
luz, y, fortalecidos por ella, podremos entrar en la eterna claridad.
ELVIEJO FAROL
Has odo la historia del viejo farol de la calle? No es muy alegre por cierto; sin
embargo, vale la pena orla.
Era un buen farol que haba estado alumbrando la calle durante muchos aos. Lo
dieron de baja, y aqulla era la ltima noche que, desde lo alto de su poste, deba
enviar su luz a la calle. Por eso su estado de nimo era algo parecido al de una
vieja bailarina que da su ltima representacin, sabiendo que al da siguiente
habr de encerrarse, olvidada, en su buhardilla. El farol tena miedo del da
siguiente, pues no ignoraba que sera llevado por primera vez a las casas
consistoriales, donde el ilustre Concejo municipal dictaminara si era an til
o intil. Decidiran entonces si lo enviaran a iluminar uno de los puentes o una
fbrica del campo; tal vez ira a parar a una fundicin, como chatarra, y entonces
podra convertirse en mil cosas diferentes; pero lo atormentaba la duda de si en
su nueva condicin conservara el recuerdo de su existencia como farol. Lo que
s era seguro es que debera separarse del vigilante y su mujer, a quienes
consideraba como su familia: se convirti en farol el da en que el hombre fue
nombrado vigilante. Por aquel entonces la mujer era muy peripuesta; slo al
anochecer, cuando pasaba por all, levantaba los ojos para mirarlo; pero de da
no lo haca jams. En cambio, en el curso de los ltimos aos, cuando ya los
tres, el vigilante, su mujer y el farol, haban envejecido, ella lo haba cuidado,
limpiado la lmpara y echado aceite. Era un matrimonio honrado, y a la lmpara
no le haban estafado ni una gota. Y he aqu que aqulla era su ltima noche de
calle; al da siguiente lo llevaran al ayuntamiento. Estos pensamientos tenan
muy perturbado al farol; imaginaos, pues, cmo ardera. Pero por su cabeza
pasaron tambin otros recuerdos; haba visto muchas cosas e iluminado otras
muchas, acaso tantas como el ilustre Concejo municipal; pero se lo callaba,
porque era un farol viejo y honrado y no quera despotricar contra nadie, y
menos contra una autoridad. Pens en muchas cosas, mientras oscilaba su llama;
era como si un presentimiento le dijese: S, tambin se acordarn de ti. All
estaba aquel apuesto joven ay, cuntos aos haban pasado! - que lleg con
una carta escrita en elegante papel color de rosa, con canto dorado y fina
escritura femenina. La ley dos veces, y, besndola, levant hasta m la mirada,
que deca: Soy el ms feliz de los hombres!. Slo l y yo supimos lo que
deca aquella primera carta de la amada. Recuerdo tambin otro par de ojos; es
curioso, los saltos que pueden darse con el pensamiento! En nuestra calle hubo
un da un magnfico entierro; la mujer, joven y bonita, yaca en el fretro, en el
coche fnebre tapizado de terciopelo. Lucan tantas flores y coronas, y brillaban
tantos blandones, que yo qued casi eclipsado. Toda la acera estaba llena de
personas que acompaaban al cadver; pero cuando todos los cirios se hubieron
alejado y yo mir a mi alrededor, quedaba solamente un hombre junto al poste,
llorando, y nunca olvidar aquellos ojos llenos de tristeza que me miraban.
Muchos pensamientos pasaron as por la mente del viejo farol, que alumbraba la
calle por vez postrera. El centinela que es relevado conoce por lo menos a su
sucesor y puede decirle unas palabras; pero el farol no conoca al suyo, y, sin
embargo, le habra proporcionado algunas informaciones acerca de la lluvia y la
niebla, de hasta dnde llegaba la luz de la luna en la acera, y de qu lado soplaba
el viento.
En el arroyo haba tres personajes que se haban presentado al farol, en la
creencia de que l tena atribuciones para designar a su sucesor. Uno de ellos era
una cabeza de arenque, que en la oscuridad es fosforescente, por lo cual pensaba
que representara un notable ahorro de aceite si lo colocaban en la cima del
poste de alumbrado. El segundo aspirante era un pedazo de madera podrida, el
cual luce tambin, y aun ms que un bacalao, segn afirmaba l, diciendo,
adems, que era el ltimo resto de un rbol, que antao haba sido la gloria del
bosque. El tercero era una lucirnaga. De dnde proceda, el farol lo ignoraba,
pero lo cierto era que se haba presentado y que era capaz de dar luz; sin
embargo, la cabeza de arenque y la madera podrida aseguraban que slo poda
brillar a determinadas horas, por lo que no mereca ser tomada en consideracin.
El viejo farol objet que ninguno de los tres posea la intensidad luminosa
suficiente para ser elevado a la categora de lmpara callejera, pero ninguno se
lo crey, y cuando se enteraron de que el farol no estaba facultado para otorgar
el puesto, manifestaron que la medida era muy acertada, pues realmente estaba
demasiado decrpito para poder elegir con justicia.
Entonces lleg el viento, que vena de la esquina y sopl por el tubo de
ventilacin del viejo farol.
Qu oigo! dijo. Qu maana te marchas? sta es la ltima noche que
nos encontramos? En ese caso voy a hacerte un regalo; voy a airearte la cabeza
de tal modo, que no slo recordars clara y perfectamente todo lo que has odo y
visto, sino que adems vers con la mayor lucidez cuanto se lea o se cuente en tu
presencia.
Bueno es esto! dijo el viejo farol. Muchas gracias. Con tal que no me
fundan!
No lo harn todava dijo el viento, y ahora voy a soplar en tu memoria.
Si consigues ms regalos de esta clase, disfrutars de una vejez dichosa.
Con tal que no me fundan! repiti el farol. Podras tambin en este
caso asegurarme la memoria?
Viejo farol, s razonable dijo el viento soplando. En aquel mismo
momento sali la luna. Y usted qu regalo trae? pregunt el viento.
Yo no regalo nada respondi la luna. Estoy en menguante, y los faroles
nunca me han iluminado, sino al contrario, soy yo quien he dado luz a los
faroles . Y as diciendo, la luna se ocult de nuevo detrs de las nubes, pues
no quera que la importunasen.
Cay entonces una gota de agua, como de una gotera, y fue a dar en el tubo de
ventilacin; pero dijo que proceda de las grises nubes, y era tambin un regalo,
acaso el mejor de todos.
Te penetro de tal manera, que tendrs la propiedad de transformarte, en una
noche, si lo deseas, en herrumbre, desmoronndote y convirtindote en polvo
. Al farol le pareci aqul un regalo muy poco envidiable, y el viento estuvo de
acuerdo con l. No tiene nada mejor? No tiene nada mejor? sopl con
toda su fuerza. En esto cay una brillante estrella fugaz, que dibuj una larga
estela luminosa.
Qu ha sido esto? exclam la cabeza de arenque. No acaba de caer
una estrella? Me parece que se meti en el farol. Caramba!, si personajes tan
encumbrados solicitan tambin el cargo, ya podemos nosotros retirarnos a casita
. Y as lo hizo, junto con sus compaeros. Pero el farol brill de pronto con
una intensidad asombrosa . ste s que ha sido un magnfico regalo! dijo
. Las estrellas rutilantes, que tanto me gustaron siempre y que brillan tan
maravillosamente, mucho ms de lo que yo haya podido hacerlo nunca a pesar
de todos mis deseos y esfuerzos, han reparado en m, pobre viejo farol, y me han
enviado un regalo por una de ellas. Y este regalo consiste en que todo lo que yo
pienso y veo tan claramente, tambin puede ser visto por todos aquellos a
quienes quiero. Y ste si que es un verdadero placer, pues la alegra compartida
es doble alegra.
Es un pensamiento muy digno dijo el viento, pero, no sabes que
tambin las velas pertenecen a esta clase? Si no encienden dentro de ti una vela,
no puedes ayudar a nadie a ver nada. En esto no han pensado las estrellas; creen
que todo lo que brilla tiene en s, por lo menos, una vela. Pero estoy cansado
aadi el viento voy a echarme un rato. Y se calm.
Al da siguiente bueno, el da podemos saltarlo, a la noche siguiente estaba
el farol en la butaca. Y dnde? Pues en casa del vigilante, el cual haba rogado
al ilustre Concejo Municipal que le permitiese guardarlo, en pago de sus muchos
y buenos servicios. Se rieron de l, pero se lo dieron, y ah tenis a nuestro farol
en la butaca, al lado de la estufa encendida; y pareca como si hubiese crecido,
tanto, que ocupaba casi todo el silln. Los viejos estaban cenando, y dirigan de
vez en cuando afectuosas miradas al farol, al que gustosos habran asignado un
puesto en la mesa. Su vivienda estaba en el stano, a dos buenas varas bajo
tierra. Para llegar a su habitacin haba que atravesar un corredor enlosado, pero
dentro la temperatura era agradable, pues haban puesto burlete en la puerta. El
cuarto tena un aspecto limpio y aseado, con cortinas en torno a las camas y en
las ventanitas, sobre las cuales se vean dos singulares macetas, que el marinero
Christian haba trado de las Indias Orientales u Occidentales. Eran dos elefantes
de arcilla, a los que faltaba el dorso; en el lugar de ste brotaban, de la tierra que
llenaba el cuerpo de los elefantes, un magnfico puerro y un gran geranio
florido: la primera maceta era el huerto del matrimonio; la segunda, su jardn.
De la pared colgaba un gran cuadro de vistosos colores: El Congreso de
Viena. De este modo tenan reunidos a todos los emperadores y reyes. Un reloj
de Bornholm, con sus pesas de plomo, cantaba su eterno tictac, adelantndose
siempre; pero mejor es un reloj que adelanta que uno que atrasa, pensaban los
viejos.
Estaban, pues, comiendo su cena, segn ya dijimos, con el farol depositado en el
silln, cerca de la estufa. Al farol parecale que aquello era el mundo al revs.
Pero cuando el vigilante, mirndolo, empez a hablar de lo que haban pasado
juntos, bajo la lluvia y la niebla, en las claras y breves noches de verano y la
poca de las nieves, en que tanto haba deseado l regresar a su stano, el farol
sinti que todo volva a estar en su sitio, pues vea todo lo que el otro contaba,
como si estuviese all mismo. Realmente el viento lo haba iluminado por
dentro.
Eran diligentes y despiertos los dos viejos; ni una hora permanecan ociosos. En
la tarde del domingo sacaban del armario algn libro, generalmente un relato de
viajes, y el viejo lea en voz alta acerca de frica, con sus grandes selvas y
elefantes salvajes, y la anciana escuchaba atentamente, dirigiendo miradas de
reojo a las macetas de arcilla en figura de elefantes . Me parece casi que los
veo! deca. Entonces, el farol experimentaba vivsimos deseos de tener all
una vela, para que la encendiesen en su interior; as, la mujer vera las cosas con
la misma claridad que l: los corpulentos rboles, las entrelazadas ramas, los
negros a caballo y grandes manadas de elefantes aplastando con sus anchos pies
los caaverales y los arbustos.
De qu me sirven todas mis aptitudes, si no hay aqu ninguna vela?
suspiraba el farol. Slo tienen aceite y luces de sebo, pero eso no es
suficiente.
Un da apareci en el stano todo un paquete de cabos de vela; los mayores
fueron encendidos, y los ms pequeos los utiliz la vieja para encerar el hilo
cuando cosa. Ya tenan luz de vela, pero a ninguno de los ancianos se le ocurra
poner un cabo en el farol.
Y yo aqu quieto, con mis raras aptitudes deca ste. Lo poseo todo y no
puedo compartirlo con ellos. No saben que podra transformar las blancas
paredes en hermossimos tapices, en ricos bosques, en todo cuanto pudieran
apetecer. No lo saben!
Por lo dems, el farol descansaba muy limpito y aseado en un rincn, bien
visible a todas horas; y aun cuando la gente deca que era un trasto viejo, el
vigilante y su mujer lo seguan guardando; le tenan afecto.
Un da era el cumpleaos del vigilante, la vieja se acerc al farol y dijo:
Voy a iluminar la casa en tu obsequio.
El farol hizo crujir el tubo de ventilacin, pensando: Ahora vern lo que es
luz!. Pero en lugar de una vela le pusieron aceite. Ardi toda la noche, pero
sabiendo que el don que le concedieran las estrellas, el mejor don de todos, seria
un tesoro muerto para esta vida. Y so cuando se poseen semejantes
facultades, bien se puede soar que los viejos haban muerto, y que l haba
ido a parar al fundidor e iba a ser fundido; tema tambin que lo llevasen al
ayuntamiento, y el ilustre Concejo Municipal lo condenase; pero aun cuando
posea la propiedad de convertirse en herrumbre y polvo a su antojo, no lo hizo.
As pas al horno de fundicin y fue transformado en hermossimo candelabro
de hierro, destinado a sostener un cirio. Dironle forma de ngel, un ngel que
sostena un ramo de flores; en el centro del ramo pusieron la vela, y el
candelabro fue colocado sobre una mesa escritorio cubierta de un pao verde. La
habitacin era acogedora; haba muchos libros, colgaban hermosos cuadros
era la morada de un poeta, y todo lo que deca y escriba se reflejaba en
derredor. La habitacin evocaba espesos bosques oscuros, prados baados de sol
donde se paseaba arrogante la cigea, cubiertas de naves mecidas por las olas...
Qu aptitudes tengo! dijo el farol al despertarse. Casi debera desear
que me fundieran. Pero no, no mientras vivan estos viejos. Me quieren por m
mismo. Vengo a ser un poco como su hijo, pues me cuidaron y me dieron aceite,
y lo paso tan bien como El Congreso, con todo y ser l tan noble.
Desde aquel da mengu su agitacin interior; y bien se lo mereca el viejo y
honrado farol.
EL YESQUERO
Por la carretera marchaba un soldado marcando el paso. Un, dos, un, dos!
Llevaba la mochila al hombro y un sable al costado, pues vena de la guerra, y
ahora iba a su pueblo.
Mas he aqu que se encontr en el camino con una vieja bruja. Uf!, qu
espantajo!, con aquel labio inferior que le colgaba hasta el pecho.
Buenas tardes, soldado! le dijo . Hermoso sable llevas, y qu mochila
tan grande! Eres un soldado hecho y derecho. Voy a ensearte la manera de
tener todo el dinero que desees.
Gracias, vieja bruja! respondi el soldado.
Ves aquel rbol tan corpulento? prosigui la vieja, sealando uno que
creca a poca distancia . Por dentro est completamente hueco. Pues bien,
tienes que trepar a la copa y vers un agujero; te deslizars por l hasta que
llegues muy abajo del tronco. Te atar una cuerda alrededor de la cintura para
volverte a subir cuando llames.
Y qu voy a hacer dentro del rbol? pregunt el soldado.
Sacar dinero! exclam la bruja . Mira; cuando ests al pie del tronco te
encontrars en un gran corredor muy claro, pues lo alumbran ms de cien
lmparas. Vers tres puertas; podrs abrirlas, ya que tienen la llave en la
cerradura. Al entrar en la primera habitacin encontrars en el centro una gran
caja, con un perro sentado encima de ella. El animal tiene ojos tan grandes como
tazas de caf; pero no te apures. Te dar mi delantal azul; lo extiendes en el
suelo, coges rpidamente al perro, lo depositas sobre el delantal y te embolsas
todo el dinero que quieras; son monedas de cobre. Si prefieres plata, debers
entrar en el otro aposento; en l hay un perro con ojos tan grandes como ruedas
de molino; pero esto no debe preocuparse. Lo pones sobre el delantal y coges
dinero de la caja. Ahora bien, si te interesa ms el oro, puedes tambin
obtenerlo, tanto como quieras; para ello debes entrar en el tercer aposento. Mas
el perro que hay en l tiene los ojos tan grandes como la Torre Redonda. A esto
llamo yo un perro de verdad! Pero nada de asustarte. Lo colocas sobre mi
delantal, y no te har ningn dao, y podrs sacar de la caja todo el oro que te
venga en gana.
No est mal! exclam el soldado . Pero, qu habr de darte, vieja
bruja? Pues supongo que algo querrs para ti.
No contest la mujer , ni un cntimo. Para m sacars un viejo
yesquero, que mi abuela se olvid ah dentro, cuando estuvo en el rbol la
ltima vez.
Bueno, pues tame ya la cuerda a la cintura convino el soldado.
Ah tienes respondi la bruja , y toma tambin mi delantal azul.
Subise el soldado a la copa del rbol, se desliz por el agujero y, tal como le
dijera la bruja, se encontr muy pronto en el espacioso corredor en el que ardan
las lmparas.
Y abri la primera puerta. Uf! All estaba el perro de ojos como tazas de caf,
mirndolo fijamente.
Buen muchacho! dijo el soldado, cogiendo al animal y depositndolo
sobre el delantal de la bruja. Llense luego los bolsillos de monedas de cobre,
cerr la caja, volvi a colocar al perro encima y pas a la habitacin siguiente.
En efecto, all estaba el perro de ojos como ruedas de molino.
Mejor haras no mirndome as le dijo. Te va a doler la vista . Y sent
al perro sobre el delantal. Al ver en la caja tanta plata, tir todas las monedas de
cobre que llevaba encima y se llen los bolsillos y la mochila de las del blanco
metal.
Pas entonces al tercer aposento. Aquello presentaba mal cariz; el perro tena,
en efecto, los ojos tan grandes como la Torre Redonda, y los mova como s
fuesen ruedas de molino.
Buenas noches! dijo el soldado llevndose la mano a la gorra, pues perro
como aquel no lo haba visto en su vida. Una vez lo hubo observado bien, pens:
Bueno, ya est visto, cogi al perro, lo puso en el suelo y abri la caja. Seor,
y qu montones de oro! Habra como para comprar la ciudad de Copenhague
entera, con todos los cerditos de mazapn de las pasteleras y todos los
soldaditos de plomo, ltigos y caballos de madera de balancn del mundo entero.
All s que haba oro, palabra!
Tir todas las monedas de plata que llevaba encima, las reemplaz por otras de
oro, y se llen los bolsillos, la mochila, la gorra y las botas de tal modo que
apenas poda moverse. No era poco rico, ahora! Volvi a poner al perro sobre
la caja, cerr la puerta y, por el hueco del tronco, grit
Sbeme ya, vieja bruja!
Tienes el yesquero? pregunt la mujer.
Caramba! exclam el soldado , pues lo haba olvidado! Y fue a buscar
la bolsita, con la yesca y el pedernal dentro. La vieja lo sac del rbol, y nuestro
hombre se encontr de nuevo en el camino, con los bolsillos, las botas, la
mochila y la gorra repletos de oro.
Para qu quieres el yesquero? pregunt el soldado.
Eso no te importa! replic la bruja . Ya tienes tu dinero; ahora dame la
bolsita.
Conque s, eh? exclam el mozo . Me dices enseguida para qu
quieres el yesquero, o desenvaino el sable y te corto la cabeza!
No! insisti la mujer.
Y el soldado le cercen la cabeza y dej en el suelo el cadver de la bruja. Puso
todo el dinero en su delantal, colgselo de la espalda como un hato, guard
tambin el yesquero y se encamin directamente a la ciudad.
Era una poblacin magnfica, y nuestro hombre entr en la mejor de sus posadas
y pidi la mejor habitacin y sus platos preferidos, pues ya era rico con tanto
dinero.
Al criado que recibi orden de limpiarle las botas ocurrisele que eran muy
viejas para tan rico caballero; pero es que no se haba comprado an unas
nuevas. Al da siguiente adquiri unas botas como Dios manda y vestidos
elegantes.
Y ah tenis al soldado convertido en un gran seor. Le contaron todas las
magnificencias que contena la ciudad, y le hablaron del Rey y de lo preciosa
que era la princesa, su hija.
Dnde se puede ver? pregunt el soldado.
No hay medio de verla le respondieron . Vive en un gran palacio de
cobre, rodeado de muchas murallas y torres. Nadie, excepto el Rey, puede entrar
y salir, pues existe la profeca de que la princesa se casar con un simple
soldado, y el Monarca no quiere pasar por ello.
Me gustara verla, pens el soldado; pero no haba modo de obtener una
autorizacin.
El hombre llevaba una gran vida: iba al teatro, paseaba en coche por el parque y
daba mucho dinero a los pobres, lo cual deca mucho en su favor. Se acordaba
muy bien de lo duro que es no tener una perra gorda. Ahora era rico, vesta
hermosos trajes e hizo muchos amigos, que lo consideraban como persona
excelente, un autntico caballero, lo cual gustaba al soldado. Pero como cada da
gastaba dinero y nunca ingresaba un cntimo, al final le quedaron slo dos
ochavos. Tuvo que abandonar las lujosas habitaciones a que se haba
acostumbrado y alojarse en la buhardilla, en un cuartucho srdido bajo el tejado,
limpiarse l mismo las botas y coserlas con una aguja saquera. Y sus amigos
dejaron de visitarlo; haba que subir tantas escaleras!.
EN EL MAR REMOTO
Varios grandes barcos haban sido enviados a las regiones del Polo Norte para
descubrir los lmites ms septentrionales entre la tierra y el mar, e investigar
hasta dnde podan avanzar los hombres en aquellos parajes. Llevaban ya
mucho tiempo abrindose paso por entre la niebla y los hielos, y sus
tripulaciones haban tenido que sufrir muchas penalidades. Ahora haba llegado
el invierno y desaparecido el sol; durante muchas, muchas semanas, rein la
noche continua; en derredor todo era un nico bloque de hielo, en el que los
barcos haban quedado aprisionados; la nieve alcanzaba gran altura, y con ella
haban construido casas en forma de colmena, algunas grandes como tmulos, y
otras, ms pequeas, capaces de albergar solamente de dos a cuatro hombres.
Sin embargo, la oscuridad no era completa, pues las auroras boreales enviaban
sus resplandores rojos y azules; era como un eterno castillo de fuegos
artificiales, y la nieve despeda un tenue brillo; la noche era all como un largo
crepsculo llameante. En los perodos de mayor claridad se presentaban grupos
de indgenas de singularsimo aspecto, con sus hirsutos abrigos de pieles; iban
montados en trineos construidos de trozos de hielo, y traan pieles en grandes
fardos, gracias a las cuales las casas de nieve pudieron ser provistas de calientes
alfombras. Las pieles servan, adems, de mantas y almohadas, y con ellas los
marineros se arreglaban camas bajo sus cpulas de nieve, mientras en el exterior
arreciaba el fro con una intensidad desconocida incluso en los ms rigurosos
inviernos nrdicos. En nuestra patria era todava otoo, y de ello se acordaban
aquellos hombres perdidos en tan altas latitudes; pensaban en el sol de su tierra
y en el follaje amarillo que colgaba an de sus rboles. El reloj les dijo que era
noche y hora de acostarse, y en una de las chozas de nieve dos hombres se
tendieron a descansar. El ms joven tena consigo el mejor y ms preciado
tesoro de la patria, regalo de su abuela en el momento de su partida: la Biblia.
Cada noche se la pona debajo de la cabeza; ya desde nio saba lo que en ella
estaba escrito. Lea un trozo cada da, y estando en el lecho le venan con gran
frecuencia a la memoria aquellas santas palabras de consuelo: Si tomase yo las
alas de la aurora y estuviese en el mar ms remoto, Tu mano me guiara hasta
all, y Tu diestra me sostendra. Y a estas palabras de verdad se cerraban sus
ojos y llegaba el sueo, la revelacin del espritu en Dios; el alma estaba viva
mientras el cuerpo reposaba; l lo senta, parecale como si resonasen viejas y
queridas melodas, como si le envolvieran tibias brisas estivales; y desde su
lecho vea cmo un gran resplandor se filtraba a travs de la nvea cpula.
Levantaba la cabeza, y aquel blanco refulgente no era pared ni techo, sino las
grandes alas de un ngel, a cuyo rostro dulce y radiante alzaba los ojos.
Como del cliz de un lirio sala el ngel de las pginas de la Biblia, extenda los
brazos, y las paredes de la choza se esfumaban a modo de un sutil y vaporoso
manto de niebla: los verdes prados y colinas de la patria, y sus bosques oscuros
y rojizos se extendan en derredor, al sol apacible de un bello da de otoo; el
nido de la cigea estaba vaco, pero colgaban todava frutos de los manzanos
silvestres, aunque haban cado ya las hojas; brillaban los rojos escaramujos, y el
estornino silbaba en su pequea jaula verde, colocada sobre la ventana de la casa
de campo, donde tena l su hogar; el pjaro silbaba como le haban enseado, y
la abuela le pona mijo en la jaula, segn viera hacer siempre al nieto; y la hija
del herrero, tan joven y tan linda, sacaba agua del pozo y diriga un saludo a la
abuela, quien le corresponda con un gesto de la cabeza, mostrndole al mismo
tiempo una carta llegada de muy lejos. Se haba recibido aquella misma maana;
vena de las heladas tierras del polo Norte, donde se encontraba el nieto en
manos de Dios . Y las dos mujeres rean y lloraban a la vez, y l, que todo lo
vea y oa desde aquellos parajes de hielo y nieve, en el mundo del espritu bajo
las alas del ngel, rea con ellas y con ellas lloraba. En la carta se lean aquellas
mismas palabras de la Biblia: En el mar ms remoto, su diestra me sostendr.
Son en derredor una sublime msica, como salida de un coro celeste, mientras
el ngel extenda sus alas, a modo de velo, sobre el mozo dormido... Se
desvaneci el sueo; en la choza reinaba la oscuridad, pero la Biblia segua bajo
su cabeza, la fe y la esperanza moraban en su corazn, Dios estaba con l, y
tambin la patria, en el mar remoto.
ES LA PURA VERDAD
Es un caso espantoso! exclam una gallina del extremo opuesto del
pueblo, donde el hecho no haba sucedido. Ha pasado algo espantoso en el
gallinero de all! Lo que es esta noche, no duermo sola. Menos mal que somos
tantas . Y les cont el caso, y a las dems gallinas se les erizaron las plumas, y
al gallo se le cay la cresta. Es la pura verdad!
Pero empecemos por el principio, pues la cosa sucedi en un gallinero del otro
extremo del pueblo. Se pona el sol, y las gallinas se suban a su percha; una de
ellas, blanca y paticorta, pona sus huevos con toda regularidad y era una gallina
de lo ms respetable. Una vez en su percha, se dedic a asearse con el pico, y en
la operacin perdi una pluma.
Ya vol una! dijo. Cuanto ms me desplumo, ms guapa estoy . Lo
dijo en broma, pues de todas las gallinas era la de carcter ms alegre; por lo
dems, como ya dijimos, era la respetabilidad personificada. Y luego se puso a
dormir.
El gallinero estaba a oscuras; las gallinas estaban alineadas en su percha, pero la
contigua a la nuestra permaneca despierta. Aquellas palabras las haba odo y
no las haba odo, como a menudo conviene hacer en este mundo, si uno quiere
vivir en paz y tranquilidad. Con todo, no pudo contenerse y dijo a la vecina del
otro lado:
No has odo? No quiero citar nombres, pero lo cierto es que hay aqu una
gallina que se despluma para parecer ms hermosa. Si yo fuese gallo, la
despreciara.
Pero he aqu que ms arriba de las gallinas viva la lechuza, con su marido y su
prole; todos los miembros de la familia tenan un odo finsimo y oyeron las
palabras de la gallina, y, oyndolas, revolvieron los ojos, y la madre lechuza se
puso a abanicarse con las alas.
No escuchis esas cosas! Pero habis odo lo que acaban de decir, verdad?.
Yo lo he odo con mis propias orejas; lo que oirn an, las pobres, antes de que
se me caigan! Hay una gallina que hasta tal punto ha perdido toda nocin de
decencia, que se est arrancando todas las plumas a la vista del gallo.
Prenez garde aux enfants! exclam el padre lechuza. Estas cosas no son
para que las oigan los nios.
Pero voy a contrselo a la lechuza de enfrente. Es la ms respetable de estos
alrededores . Y se ech a volar.
Juj, uj! y las dos se estuvieron as comadreando sobre el palomar del
vecino, y luego contaron la historia a las palomas: Habis odo, habis odo?
Uj! Hay una gallina que por amor del gallo se ha arrancado todas las plumas.
Y se morir helada, si no lo ha hecho ya! Uj!
Dnde, dnde? arrullaron las palomas.
En el corral de enfrente. Es como si lo hubiese visto con mis ojos. Es un caso
tan indecoroso, que una casi no se atreve a contarlo, pero es la pura verdad.
La purra, la purra verrdad! corearon las palomas, y, dirigindose al
gallinero de abajo: Hay una gallina dijeron, y hay quien afirma que son
dos, que se han arrancado todas las plumas para distinguirse de las dems y
llamar la atencin del gallo. Es el colmo... y peligroso, adems, pues se puede
pescar un resfriado y morirse de una calentura... Y parece que ya han muerto,
las dos!
Despertad, despertad! grit el gallo subindose a la valla con los ojos
soolientos, pero vociferando a todo pulmn: Tres gallinas han muerto
vctimas de su desgraciado amor por un gallo!. Se arrancaron todas las plumas.
Es una historia horrible, y no quiero guardrmela en el buche. Pasadla, que
corra!
Que corra! silbaron los murcilagos, y las gallinas cacarearon, y los gallos
cantaron: Que corra, que corra! . Y de este modo la historia fue pasando
de gallinero en gallinero, hasta llegar, finalmente, a aquel del cual haba salido.
Son cinco gallinas decan que se han arrancado todas las plumas para
que el gallo viera cmo haban adelgazado por su amor, y luego se picotearon
mutuamente hasta matarse, con gran bochorno y vergenza de su familia y gran
perjuicio para el dueo.
Como es natural, la gallina a la que se la haba soltado la plumita no se
reconoci como la protagonista del suceso, y siendo, como era, una gallina
respetable, dijo:
Este tipo de gallinas merecen el desprecio general. Desgraciadamente,
abundan mucho! stas cosas no deben ocultarse, y har cuanto pueda para que
el hecho se publique en el peridico; que lo sepa todo el pas. Se lo tienen bien
merecido las gallinas, y tambin su familia.
Y la cosa apareci en el peridico, en letras de molde, y es la pura verdad: Una
plumilla puede muy bien convertirse en cinco gallinas.
HOLGER EL DANS
IB Y CRISTINA
No lejos de Gudenaa, en la selva de Silkeborg, se levanta, semejante a un gran
muro, una loma llamada Aasen, a cuyo pie, del lado de Poniente, haba, y sigue
habiendo an, un pequeo cortijo, rodeado por una tierra tan rida, que la arena
brilla por entre las esculidas mieses de centeno y cebada.
Desde entonces han transcurrido muchos aos. La gente que viva all por aquel
tiempo cultivaba su msero terruo y criaba adems tres ovejas, un cerdo y dos
bueyes; de hecho, vivan con cierta holgura, a fuerza de aceptar las cosas tal
como venan.
Incluso habran podido tener un par de caballos, pero decan, como los dems
campesinos: El caballo se devora a s mismo.
Un caballo se come todo lo que gana. JeppeJnsen trabajaba en verano su
pequeo campo, y en invierno confeccionaba zuecos con mano hbil. Tena
adems, un ayudante; un hombre muy ducho en la fabricacin de aquella clase
de calzado: lo haca resistente, a la vez que ligero y elegante. Tallaban asimismo
cucharas de madera, y el negocio les renda; no poda decirse que aquella gente
fuesen pobres.
El pequeo Ib, un chiquillo de 7 aos, nico hijo de la casa, se sentaba a su lado
a mirarlo; cortaba un bastoncito, y sola cortarse tambin los dedos, pero un da
tall dos trozos de madera que parecan dos zuequitos. Dijo que iba a regalarlos
a Cristinita, la hija de un marinero, una nia tan delicada y encantadora, que
habra podido pasar por una princesa. Vestida adecuadamente, nadie hubiera
imaginado que proceda de una casa de turba del erial de Seis. All moraba su
padre, viudo, que se ganaba el sustento transportando lea desde el bosque a las
anguileras de Silkeborg, y a veces incluso ms lejos, hasta Randers. No tena a
nadie a quien confiar a Cristina, que tena un ao menos que Ib; por eso la
llevaba casi siempre consigo, en la barca y a travs del erial y los arndanos.
Cuando tena que llegarse a Randers, dejaba a Cristinita en casa de Jeppe
Jnsen.
Los dos nios se llevaban bien, tanto en el juego como a las horas de la comida;
cavaban hoyos en la tierra, se encaramaban a los rboles y corran por los
alrededores; un da se atrevieron incluso a subirse solos hasta la cumbre de la
loma y adentrarse un buen trecho en el bosque, donde encontraron huevos de
chocha; fue un gran acontecimiento.
Ib no haba estado nunca en el erial de Seis, ni cruzado en barca los lagos de
Gudenaa, pero ahora iba a hacerlo: el barquero lo haba invitado, y la vspera se
fue con l a su casa.
A la madrugada los dos nios se instalaron sobre la lea apilada en la barca y
desayunaron con pan y frambuesas. El barquero y su ayudante impulsaban la
embarcacin con sus prtigas; la corriente les facilitaba el trabajo, y as
descendieron el ro y atravesaron los lagos, que parecan cerrados por todas
partes por el bosque y los caaverales. Sin embargo, siempre encontraban un
paso por entre los altos rboles, que inclinaban las ramas hasta casi tocar el
suelo, y los robles que las alargaban a su encuentro, como si, habindose
recogido las mangas, quisieran mostrarles sus desnudos y nudosos brazos.
Viejos alisos que la corriente haba arrancado de la orilla, se agarraban
fuertemente al suelo por las races, formando islitas de bosque. Los nenfares se
mecan en el agua; era un viaje delicioso. Finalmente llegaron a las anguileras,
donde el agua ruga al pasar por las esclusas. Cuntas cosas nuevas estaban
viendo Ib y Cristina!
En aquel entonces no haba all ninguna fbrica ni ninguna ciudad, y tan slo se
vean la vieja granja, en la que trabajaban unos cuantos hombres. El agua, al
precipitarse por las esclusas, y el gritero de los patos salvajes, eran los nicos
signos de vida, que se sucedan sin interrupcin. Una vez descargada la lea, el
padre de Cristina compr un buen manojo de anguilas y un cochinillo recin
sacrificado, y lo guard todo en un cesto, que puso en la popa de la
embarcacin. Luego emprendieron el regreso, contra corriente, pero como el
viento era favorable y pudieron tender las velas, la cosa marchaba tan bien como
si un par de caballos tirasen de la barca.
Al llegar a un lugar del bosque cercano a la vivienda del ayudante, ste y el
padre de Cristina desembarcaron, despus de recomendar a los nios que se
estuviesen muy quietecitos y formales. Pero ellos no obedecieron durante mucho
rato; quisieron ver el interior del cesto que contena el lechoncito; sacaron el
animal, y, como los dos se empearon en sostenerlo, se les cay al agua, y la
corriente se lo llev. Fue un suceso horrible.
Ib salt a tierra y ech a correr un trecho; luego salt tambin Cristina.
Llvame contigo! grit, y se metieron saltando entre la maleza; pronto
perdieron de vista la barca y el ro. Continuaron corriendo otro pequeo trecho,
pero luego Cristina se cay y se ech a llorar; Ib acudi a ayudarla.
Ven conmigo dijo , la casa est all arriba . Pero no era as. Siguieron
errando por un terreno cubierto de hojas marchitas y de ramas secas cadas, que
crujan bajo sus piececitos. De pronto oyeron un penetrante grito. Se detuvieron
y escucharon. Entonces reson el chillido de un guila era un chillido
siniestro, que los asust en extremo. Sin embargo, delante de ellos, en lo
espeso del bosque, crecan en nmero infinito magnficos arndanos. Era
demasiado tentador para que pudieran pasar de largo, y se entretuvieron
comiendo las bayas, manchndose de azul la boca y las mejillas. En esto se oy
otra llamada.
Nos pegarn por lo del lechn! dijo Cristina.
Vmonos a casa respondi Ib ; est aqu en el bosque.
Se pusieron en marcha y llegaron a un camino de carros, pero que no conduca a
su casa. Mientras tanto haba oscurecido, y los nios tenan miedo. El singular
silencio que los rodeaba era slo interrumpido por el feo grito del bho o de
otras aves que no conocan los nios. Finalmente se enredaron entre la maleza.
Cristina rompi a llorar e Ib hizo lo mismo, y cuando hubieron llorado por
espacio de una hora, se tumbaron sobre las hojas y se quedaron dormidos.
El sol se hallaba ya muy alto en el cielo cuando despertaron; tenan fro, pero Ib
pens que subindose a una loma cercana a poca distancia, donde el sol brillaba
por entre los rboles, podran calentarse y, adems, veran la casa de sus padres.
Pero lo cierto es que se encontraban muy lejos de ella, en el extremo opuesto del
bosque. Treparon a la cumbre del montculo y se encontraron en una ladera que
descenda a un lago claro y transparente; los peces aparecan alineados, visibles
a los rayos del sol. Fue un espectculo totalmente inesperado, y por otra parte
descubrieron junto a ellos un avellano muy cargado de frutos, a veces siete en un
solo manojo. Cogieron las avellanas, rompieron las cscaras y se comieron los
frutos tiernos, que empezaban ya a estar en sazn. Luego vino una nueva
sorpresa, mejor dicho, un susto: del espesor de bosque sali una mujer vieja y
alta, de rostro moreno y cabello negro y brillante; el blanco de sus ojos resaltaba
como en los de un moro. Llevaba un lo a la espalda y un nudoso bastn en la
mano; era una gitana. Los nios, al principio, no comprendieron lo que dijo,
pero entonces la mujer se sac del bolsillo tres gruesas avellanas, en cada una de
las cuales, segn dijo, se contenan las cosas ms maravillosas; eran avellanas
mgicas.
Ib la mir; la mujer pareca muy amable, y el chiquillo, cobrando nimo, le
pregunt si le dara las avellanas. Ella se las dio, y luego se llen el bolsillo de
las que haba en el arbusto.
Ib y Cristina contemplaron con ojos abiertos las tres avellanas maravillosas.
Habr en sta un coche con caballos? pregunt Ib.
Hay una carroza de oro con caballos de oro tambin contest la vieja.
Entonces dmela! dijo Cristinita. Ib se la entreg, y la mujer la at en la
bufanda de la nia.
Y en sta, no habra una bufanda tan bonita como la de Cristina? inquiri
Ib.
Diez hay! contest la mujer y adems hermosos vestidos, medias y un
sombrero.
Pues tambin la quiero! dijo Cristina; e Ib le dio la segunda avellana. La
tercera era pequea y negra.
T puedes quedarte con sta dijo Cristina , tambin es bonita.
Y qu hay dentro? pregunt el nio.
Lo mejor para ti respondi la gitana.
Y el pequeo se guard la avellana. Entonces la mujer se ofreci a ensearles el
camino que conduca a su casa, y, con su ayuda, Ib y Cristina regresaron a ella,
encontrando a la familia angustiada por su desaparicin. Los perdonaron, pese a
que se haban hecho acreedores a una buena paliza, en primer lugar por haber
dejado caer al agua el lechoncito, y despus por su escapada.
Cristina se volvi a su casita del erial, mientras Ib se quedaba en la suya del
bosque. Al anochecer lo primero que hizo fue sacar la avellana que encerraba
lo mejor. La puso entre la puerta y el marco, apret, y la avellana se parti
con un crujido; pero dentro no tena carne, sino que estaba llena de una especie
de rap o tierra negra. Estaba agusanada, como suele decirse.
Ya me lo figuraba! pens Ib . Cmo en una avellana tan pequea, iba a
haber sitio para lo mejor de todo? Tampoco Cristina encontrar en las suyas ni
los lindos vestidos ni el coche de oro.
Lleg el invierno y el Ao Nuevo.
Pasaron otros varios aos. El nio tuvo que ir a la escuela de confirmandos, y el
prroco viva lejos. Por aquellos das presentse el barquero y dijo a los padres
de Ib que Cristina deba marcharse de casa, a ganarse el pan. Haba tenido la
suerte de caer en buenas manos, es decir, de ir a servir a la casa de personas
excelentes, que eran los ricos fondistas de la comarca de Herning. Entrara en la
casa para ayudar a la duea, y si se portaba bien, seguira con ellos una vez
recibida la confirmacin.
Ib y Cristina se despidieron; todo el mundo los llamaba los novios. Al
separarse le ense ella las dos nueces que l le diera el da en que se haban
perdido en el bosque, y que todava guardaba; y le dijo, adems, que conservaba
asimismo en su bal los zuequitos que l le haba hecho y regalado. Y luego se
separaron.
Ib recibi la confirmacin, pero se qued en casa de su madre; era un buen
oficial zuequero, y en verano cuidaba de la buena marcha de la pequea finca.
La mujer slo lo tena a l, pues el padre haba muerto.
Raras veces y aun stas por medio de un postilln o de un campesino de Aal
reciba noticias de Cristina. Estaba contenta en la casa de los ricos fondistas,
y el da de su confirmacin escribi a su padre, y en la carta, enviaba saludos
para Ib y su madre. Algo deca tambin de seis camisas nuevas y un bonito
vestido que le haban regalado los seores. Realmente eran buenas noticias.
A la primavera siguiente, un hermoso da llamaron a la puerta de Ib y su
madre. Eran el barquero y Cristina. Le haban dado permiso para hacer una
breve visita a su casa, y, habiendo encontrado una oportunidad para ir a Tem y
regresar el mismo da, la haba aprovechado. Era linda y elegante como una
autntica seorita, y llevaba un hermoso vestido, confeccionado con gusto
extremo y que le sentaba a las mil maravillas. All estaba ataviada como una
reina, mientras Ib la reciba en sus viejos indumentos de trabajo. No supo decirle
una palabra; cierto que le estrech la mano y, retenindola, sintise feliz, pero
sus labios no acertaban a moverse. No as Cristina, que habl y cont muchas
cosas y dio un beso a Ib.
Acaso no me conoces? le pregunt. Pero incluso cuando estuvieron solos
l, sin soltarle la mano, no saba decirle sino:
Te has vuelto una seorita, y yo voy tan desastrado! Cunto he pensado en
ti y en aquellos tiempos de antes!
Cogidos del brazo subieron al montculo y contemplaron, por encima del
Gudenaa, el erial de Seis con sus grandes colinas; pero Ib permaneca callado.
Sin embargo, al separarse vio bien claro en el alma que Cristina deba ser su
esposa; ya de nios los haban llamado los novios; le pareci que eran
prometidos, a pesar de que ni uno ni otro haban pronunciado la promesa.
JUAN EL LOBO
All en el campo, en una vieja mansin seorial, viva un anciano propietario
que tena dos hijos, tan listos, que con la mitad hubiera bastado. Los dos se
metieron en la cabeza pedir la mano de la hija del Rey. Estaban en su derecho,
pues la princesa haba mandado pregonar que tomara por marido a quien fuese
capaz de entretenerla con mayor gracia e ingenio.
Los dos hermanos estuvieron preparndose por espacio de ocho das; ste era el
plazo mximo que se les conceda, ms que suficiente, empero, ya que eran muy
instruidos, y esto es una gran ayuda. Uno se saba de memoria toda la
enciclopedia latina, y adems la coleccin de tres aos enteros del peridico
local, tanto del derecho como del revs. El otro conoca todas las leyes
gremiales prrafo por prrafo, y todo lo que debe saber el presidente de un
gremio. De este modo, pensaba, podra hablar de asuntos del Estado y de temas
eruditos. Adems, saba bordar tirantes, pues era fino y gil de dedos.
Me llevar la princesa afirmaban los dos; por eso su padre dio a cada uno
un hermoso caballo; el que se saba de memoria la enciclopedia y el peridico,
recibi uno negro como azabache, y el otro, el ilustrado en cuestiones gremiales
y diestro en la confeccin de tirantes, uno blanco como la leche. Adems, se
untaron los ngulos de los labios con aceite de hgado de bacalao, para darles
mayor agilidad. Todos los criados salieron al patio para verlos montar a caballo,
y entonces compareci tambin el tercero de los hermanos, pues eran tres, slo
que el otro no contaba, pues no se poda comparar en ciencia con los dos
mayores, y, as, todo el mundo lo llamaba el bobo.
Adnde vais con el traje de los domingos? pregunt.
A palacio, a conquistar a la hija del Rey con nuestros discursos. No oste al
pregonero? y le contaron lo que ocurra.
Demonios! Pues no voy a perder la ocasin exclam el bobo . Y los
hermanos se rieron de l y partieron al galope. Dadme un caballo, padre!
dijo Juan el bobo . Me gustara casarme. Si la princesa me acepta, me tendr,
y si no me acepta, ya ver de tenerla yo a ella.
Qu sandeces ests diciendo! intervino el padre. No te dar ningn
caballo. Si no sabes hablar! Tus hermanos es distinto, ellos pueden presentarse
en todas partes.
Si no me dais un caballo replic el bobo montar el macho cabro; es
mo y puede llevarme. Se subi a horcajadas sobre el animal, y, dndole con
el taln en los ijares, emprendi el trote por la carretera. Vaya trote!
Atencin, que vengo yo! gritaba el bobo; y se puso a cantar con tanta
fuerza, que su voz resonaba a gran distancia.
Los hermanos, en cambio, avanzaban en silencio, sin decir palabra;
aprovechaban el tiempo para reflexionar sobre las grandes ideas que pensaban
exponer.
Eh, eh! grit el bobo, aqu estoy yo! Mirad lo que he encontrado en la
carretera! . Y les mostr una corneja muerta.
Imbcil! exclamaron los otros , para qu la quieres?
Se la regalar a la princesa!
Haz lo que quieras! contestaron, soltando la carcajada y siguiendo su
camino.
Eh, eh!, aqu estoy yo! Mirad lo que he encontrado! No se encuentra
todos los das!
Los hermanos se volvieron a ver el raro tesoro.
Estpido! dijeron , es un zueco viejo, y sin la pala. Tambin se lo
regalars a la princesa?
Claro que s! respondi el bobo; y los hermanos, riendo ruidosamente,
prosiguieron su ruta y no tardaron en ganarle un buen trecho.
Eh, eh!, aqu estoy yo! volvi a gritar el bobo . Voy de mejor en
mejor! Arrea! Se ha visto cosa igual!
Qu has encontrado ahora? preguntaron los hermanos. Oh!
exclam el bobo . Es demasiado bueno para decirlo. Cmo se alegrar la
princesa!
Qu asco! exclamaron los hermanos . Si es lodo cogido de un hoyo!
Exacto, esto es asinti el bobo , y de clase finsima, de la que resbala
entre los dedos y as diciendo, se llen los bolsillos de barro.
Los hermanos pusieron los caballos al galope y dejaron al otro rezagado en una
buena hora. Hicieron alto en la puerta de la ciudad, donde los pretendientes eran
numerados por el orden de su llegada y dispuestos en fila de a seis de frente, tan
apretados que no podan mover los brazos. Y suerte de ello, pues de otro modo
se habran roto mutuamente los trajes, slo porque el uno estaba delante del otro.
Todos los dems moradores del pas se haban agolpado alrededor del palacio,
encaramndose hasta las ventanas, para ver cmo la princesa reciba a los
pretendientes. Cosa rara! No bien entraba uno en la sala, pareca como si se le
hiciera un nudo en la garganta, y no poda soltar palabra.
No sirve! iba diciendo la princesa . Fuera!
Lleg el turno del hermano que se saba de memoria la enciclopedia; pero con
aquel largo plantn se le haba olvidado por completo. Para acabar de complicar
las cosas, el suelo cruja, y el techo era todo l un espejo, por lo cual nuestro
hombre se vea cabeza abajo; adems, en cada ventana haba tres escribanos y
un corregidor que tomaban nota de todo lo que se deca, para publicarlo
enseguida en el peridico, que se venda a dos chelines en todas las esquinas.
Era para perder la cabeza. Y, por aadidura, haban encendido la estufa, que
estaba candente.
Qu calor hace aqu dentro! fueron las primeras palabras del
pretendiente.
Es que hoy mi padre asa pollos dijo la princesa.
Ah! y se qued clavado; aquella respuesta no la haba previsto; no le sala
ni una palabra, con tantas cosas ingeniosas que tena preparadas.
No sirve! Fuera! orden la princesa. Y el mozo hubo de retirarse, para
que pasase su hermano segundo.
Qu calor ms terrible! dijo ste.
S, asamos pollos! explic la hija del Rey.
Cmo di... di, cmo di... ? tartamude l, y todos los escribanos
anotaron: Cmo di... di, cmo di... ?.
No sirve! Fuera! decret la princesa.
Tocle entonces el turno al bobo, quien entr en la sala caballero en su macho
cabro.
Demonios, qu calor! observ.
Es que estoy asando pollos contest la princesa.
Al pelo! dijo el bobo. As, no le importar que ase tambin una
corneja, verdad?
Con mucho gusto, no faltaba ms respondi la hija del Rey . Pero,
traes algo en que asarla?; pues no tengo ni puchero ni asador.
Yo s los tengo exclam alegremente el otro. He aqu un excelente
puchero, con mango de estao y, sacando el viejo zueco, meti en l la
corneja.
Pues, vaya banquete! dijo la princesa . Pero, y la salsa?
La traigo en el bolsillo replic el bobo . Tengo para eso y mucho ms y
se sac del bolsillo un puado de barro.
Esto me gusta! exclam la princesa . Al menos t eres capaz de
responder y de hablar. T sers mi marido! Pero, sabes que cada palabra que
digamos ser escrita y maana aparecer en el peridico? Mira aquella ventana:
tres escribanos y un corregidor. Este es el peor, pues no entiende nada. Desde
luego, esto slo lo dijo para amedrentar al solicitante. Y todos los escribanos
soltaron la carcajada e hicieron una mancha de tinta en el suelo.
Aquellas seoras de all? pregunt el bobo . Ah va esto para el
corregidor! y, vacindose los bolsillos, arroj todo el barro a la cara del
personaje.
Magnfico! exclam la princesa. Yo no habra podido. Pero aprender.
Y de este modo Juan el bobo fue Rey. Obtuvo una esposa y una corona y se
sent en un trono y todo esto lo hemos sacado del diario del corregidor, lo
cual no quiere decir que debamos creerlo a pies juntillas.
LA AGUJA DE ZURCIR
rase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se crea ser una
aguja de coser.
Fijaos en lo que hacis y manejadme con cuidado deca a los dedos que la
manejaban. No me dejis caer, que si voy al suelo, las pasaris negras para
encontrarme. Soy tan fina!
Vamos, vamos, que no hay para tanto! dijeron los dedos sujetndola por
el cuerpo.
Mirad, aqu llego yo con mi squito prosigui la aguja, arrastrando tras s
una larga hebra, pero sin nudo.
Los dedos apuntaron la aguja a la zapatilla de la cocinera; el cuero de la parte
superior haba reventado y se disponan a coserlo.
Qu trabajo ms ordinario! exclam la aguja. No es para m. Me
rompo, me rompo! y se rompi. No os lo dije? suspir la vctima.
Soy demasiado fina!
Ya no sirve para nada pensaron los dedos; pero hubieron de seguir
sujetndola, mientras la cocinera le aplicaba una gota de lacre y luego era
clavada en la pechera de la blusa.
Toma! Ahora soy un prendedor! dijo la vanidosa. Bien saba yo que
con el tiempo hara carrera. Cuando una vale, un da u otro se lo reconocen .
Y se ro para sus adentros, pues por fuera es muy difcil ver cundo se re una
aguja de zurcir. Y se qued all tan orgullosa cmo si fuese en coche, y paseaba
la mirada a su alrededor.
Puedo tomarme la libertad de preguntarle, con el debido respeto, si acaso es
usted de oro? inquiri el alfiler, vecino suyo. Tiene usted un porte
majestuoso, y cabeza propia, aunque pequea. Debe procurar crecer, pues no
siempre se pueden poner gotas de lacre en el cabo.
Al or esto, la aguja se irgui con tanto orgullo, que se solt de la tela y cay en
el vertedero, en el que la cocinera estaba lavando.
Ahora me voy de viaje dijo la aguja. Con tal que no me pierda! .
Pero es el caso que se perdi.
Este mundo no est hecho para m pens, ya en el arroyo de la calle. Soy
demasiado fina. Pero tengo conciencia de mi valer, y esto siempre es una
pequea satisfaccin. Y mantuvo su actitud, sin perder el buen humor.
Por encima de ella pasaban flotando toda clase de objetos: virutas, pajas y
pedazos de peridico. Cmo navegan! deca la aguja. Poco se imaginan
lo que hay en el fondo!. Yo estoy en el fondo y aqu sigo clavada. Toma!, ahora
pasa una viruta que no piensa en nada del mundo como no sea en una "viruta", o
sea, en ella misma; y ahora viene una paja: qu manera de revolcarse y de girar!
No pienses tanto en ti, que dars contra una piedra. Y ahora un trozo de
peridico! Nadie se acuerda de lo que pone, y, no obstante, cmo se ahueca!
Yo, en cambio, me estoy aqu paciente y quieta; s lo que soy y seguir
sindolo....
Un da fue a parar a su lado un objeto que brillaba tanto, que la aguja pens que
tal vez sera un diamante; pero en realidad era un casco de botella. Y como
brillaba, la aguja se dirigi a l, presentndose como alfiler de pecho.
Usted debe ser un diamante, verdad?
Bueno... s, algo por el estilo.
Y los dos quedaron convencidos de que eran joyas excepcionales, y se
enzarzaron en una conversacin acerca de lo presuntuosa que es la gente.
Sabes? yo viv en el estuche de una seorita dijo la aguja de zurcir; era
cocinera; tena cinco dedos en cada mano, pero nunca he visto nada tan engredo
como aquellos cinco dedos; y, sin embargo, toda su misin consista en
sostenerme, sacarme del estuche y volverme a meter en l.
Brillaban acaso? pregunt el casco de botella.
Brillar? exclam la aguja. No; pero a orgullosos nadie los ganaba. Eran
cinco hermanos, todos dedos de nacimiento. Iban siempre juntos, la mar de
tiesos uno al lado del otro, a pesar de que ninguno era de la misma longitud. El
de ms afuera, se llamaba Pulgar, era corto y gordo, estaba separado de la
mano, y como slo tena una articulacin en el dorso, slo poda hacer una
inclinacin; pero afirmaba que si a un hombre se lo cortaban, quedaba intil
para el servicio militar. Luego vena el Lameollas, que se meta en lo dulce y
en lo amargo, sealaba el sol y la luna y era el que apretaba la pluma cuando
escriban. El Larguirucho se miraba a los dems desde lo alto; el Borde
dorado se paseaba con un aro de oro alrededor del cuerpo, y el menudo
Meique no haca nada, de lo cual estaba muy ufano. Todo era jactarse y
vanagloriarse. Por eso fui yo a dar en el vertedero.
Ahora estamos aqu, brillando dijo el casco de botella. En el mismo
momento lleg ms agua al arroyo, lo desbord y se llev el casco.
Vamos! A ste lo han despachado dijo la aguja. Yo me quedo, soy
demasiado fina, pero esto es mi orgullo, y vale la pena . Y permaneci altiva,
sumida en sus pensamientos.
De tan fina que soy, casi creera que nac de un rayo de sol. Tengo la
impresin de que el sol me busca siempre debajo del agua. Soy tan sutil, que ni
mi padre me encuentra. Si no se me hubiese roto el ojo, creo que llorara; pero
no, no es distinguido llorar.
Un da se presentaron varios pilluelos y se pusieron a rebuscar en el arroyo, en
pos de clavos viejos, perras chicas y otras cosas por el estilo. Era una ocupacin
muy sucia, pero ellos se divertan de lo lindo.
Ay! exclam uno; se haba pinchado con la aguja de zurcir. Esta
marrana!
Yo no soy ninguna marrana, sino una seorita! protest la aguja; pero
nadie la oy. El lacre se haba desprendido, y el metal estaba ennegrecido; pero
el negro hace ms esbelto, por lo que la aguja se crey an ms fina que antes.
Ah viene flotando una cscara de huevo! gritaron los chiquillos, y
clavaron en ella la aguja.
Negra sobre fondo blanco observ sta. Qu bien me sienta! Soy bien
visible. Con tal que no me maree, ni vomite! . Pero no se mare ni vomit.
Es una gran cosa contra el mareo tener estmago de acero. En esto s que
estoy por encima del vulgo. Me siento como si nada. Cunto ms fina es una,
ms resiste.
Crac! exclam la cscara, al sentirse aplastada por la rueda de un carro.
Uf, cmo pesa! aadi la aguja. Ahora s que me mareo. Me rompo,
me rompo! . Pero no se rompi, pese a haber sido atropellada por un carro.
Qued en el suelo, y, lo que es por m, puede seguir all muchos aos.
LA CAMPANA
A la cada de la tarde, cuando se pone el sol, y las nubes brillan como si fuesen
de oro por entre las chimeneas, en las estrechas calles de la gran ciudad sola
orse un sonido singular, como el taido de una campana; pero se perciba slo
por un momento, pues el estrpito del trnsito rodado y el gritero eran
demasiado fuertes.
Toca la campana de la tarde deca la gente, se est poniendo el sol.
Para los que vivan fuera de la ciudad, donde las casas estaban separadas por
jardines y pequeos huertos, el cielo crepuscular era an ms hermoso, y los
sones de la campana llegaban ms intensos; habrase dicho que procedan de
algn templo situado en lo ms hondo del bosque fragante y tranquilo, y la gente
diriga la mirada hacia l en actitud recogida.
Transcurri bastante tiempo. La gente deca: No habr una iglesia all en el
bosque? La campana suena con una rara solemnidad. Vamos a verlo?
Los ricos se dirigieron al lugar en coche, y los pobres a pie, pero a todos se les
hizo extraordinariamente largo el camino, y cuando llegaron a un grupo de
sauces que crecan en la orilla del bosque, se detuvieron a acampar y, mirando
las largas ramas desplegadas sobre sus cabezas, creyeron que estaban en plena
selva. Sali el pastelero y plant su tienda, y luego vino otro, que colg una
campana en la cima de la suya; por cierto que era una campana alquitranada,
para resistir la lluvia, pero le faltaba el badajo. De regreso a sus casas, las gentes
afirmaron que la excursin haba sido muy romntica, muy distinta a una simple
merienda. Tres personas aseguraron que se haban adentrado en el bosque,
llegando hasta su extremo, sin dejar de percibir el extrao taido de la campana;
pero les daba la impresin de que vena de la ciudad. Una de ellas compuso
sobre el caso todo un poema, en el que deca que la campana sonaba como la
voz de una madre a los odos de un hijo querido y listo. Ninguna meloda era
comparable al son de la campana.
El Emperador del pas se sinti tambin intrigado y prometi conferir el ttulo de
campanero universal a quien descubriese la procedencia del sonido, incluso
en el caso de que no se tratase de una campana.
Fueron muchos los que salieron al bosque, pero uno solo trajo una explicacin
plausible. Nadie penetr muy adentro, y l tampoco; sin embargo, dijo que aquel
sonido de campana vena de una viejsima lechuza que viva en un rbol hueco;
era una lechuza sabia que no cesaba de golpear con la cabeza contra el rbol. Lo
que no poda precisar era si lo que produca el sonido era la cabeza o el tronco
hueco. El hombre fue nombrado campanero universal, y en adelante cada ao
escribi un tratado sobre la lechuza; pero la gente se qued tan enterada como
antes.
Lleg la fiesta de la confirmacin; el predicador haba hablado con gran
elocuencia y uncin, y los nios quedaron muy enfervorizados. Para ellos era un
da muy importante, ya que de golpe pasaban de nios a personas mayores; el
alma infantil se transportaba a una personalidad dotada de mayor razn. Brillaba
un sol delicioso; los nios salieron de la ciudad y no tardaron en or, procedente
del bosque, el taido de la enigmtica campana, ms claro y recio que nunca. A
todos, excepto a tres, entrronles ganas de ir en su busca: una nia prefiri
volverse a casa a probarse el vestido de baile, pues el vestido y el baile haban
sido precisamente la causa de que la confirmaran en aquella ocasin, ya que de
otro modo no hubiera asistido; el segundo fue un pobre nio, a quien el hijo del
fondista haba prestado el traje y los zapatos, a condicin de devolverlos a una
hora determinada; el tercero manifest que nunca iba a un lugar desconocido sin
sus padres; siempre haba sido un nio obediente, y quera seguir sindolo
despus de su confirmacin. Y que nadie se burle de l, a pesar de que los
dems lo hicieron.
As, aparte los tres mencionados, los restantes se pusieron en camino. Luca el
sol y gorjeaban los pjaros, y los nios que acababan de recibir el sacramento
iban cantando, cogidos de las manos, pues todava no tenan dignidades ni
cargos, y eran todos iguales ante Dios. Dos de los ms pequeos no tardaron en
fatigarse, y se volvieron a la ciudad; dos nias se sentaron a trenzar guirnaldas
de flores, y se quedaron tambin rezagadas; y cuando los dems llegaron a los
sauces del pastelero, dijeron:
Toma, ya estamos en el bosque! La campana no existe; todo son fantasas.
De pronto, la campana son en lo ms profundo del bosque, tan magnfica y
solemne, que cuatro o cinco de los muchachos decidieron adentrarse en la selva.
El follaje era muy espeso, y resultaba en extremo difcil seguir adelante; las
asprulas y las anemonas eran demasiado altas, y las floridas enredaderas y las
zarzamoras colgaban en largas guirnaldas de rbol a rbol, mientras trinaban los
ruiseores y jugueteaban los rayos del sol. Qu esplndido! Pero las nias no
podan seguir por aquel terreno; se hubieran roto los vestidos. Haba tambin
enormes rocas cubiertas de musgos multicolores, y una lmpida fuente manaba,
dejando or su maravillosa cancin: gluc, gluc!
No ser sta la campana? pregunt uno de los confirmandos, echndose al
suelo a escuchar. Habra que estudiarlo bien -y se qued, dejando que los
dems se marchasen.
Llegaron a una casa hecha de corteza de rbol y ramas. Un gran manzano
silvestre cargado de fruto se encaramaba por encima de ella, como dispuesto a
sacudir sus manzanas sobre el tejado, en el que florecan rosas; las largas ramas
se apoyaban precisamente en el hastial, del que colgaba una pequea campana.
Sera la que haban odo? Todos convinieron en que s, excepto uno, que afirm
que era demasiado pequea y delicada para que pudiera orse a tan gran
distancia; eran distintos los sones capaces de conmover un corazn humano. El
que as habl era un prncipe, y los otros dijeron: Los de su especie siempre se
las dan de ms listos que los dems.
Prosigui, pues, solo su camino, y a medida que avanzaba senta cada vez ms
en su pecho la soledad del bosque; pero segua oyendo la campanita junto a la
que se haban quedado los dems, y a intervalos, cuando el viento traa los sones
de la del pastelero, oa tambin los cantos que de all procedan. Pero las
campanadas graves seguan resonando ms fuertes, y pronto pareci como si,
adems, tocase un rgano; sus notas venan del lado donde est el corazn.
Se produjo un rumoreo entre las zarzas y el prncipe vio ante s a un muchacho
calzado con zuecos y vestido con una chaqueta tan corta, que las mangas apenas
le pasaban de los codos. Se conocieron enseguida, pues el mocito result ser
aquel mismo confirmando que no haba podido ir con sus compaeros por tener
que devolver al hijo del posadero el traje y los zapatos. Una vez cumplido el
compromiso, se haba encaminado tambin al bosque en zuecos y pobremente
vestido, atrado por los taidos, tan graves y sonoros, de la campana.
Podemos ir juntos dijo el prncipe. Mas el pobre chico estaba avergonzado
de sus zuecos, y, tirando de las cortas mangas de su chaqueta, aleg que no
podra alcanzarlo; crea adems que la campana deba buscarse hacia la derecha,
que es el lado de todo lo grande y magnfico.
En este caso no volveremos a encontrarnos respondi el prncipe; y se
despidi con un gesto amistoso. El otro se introdujo en la parte ms espesa del
bosque, donde los espinos no tardaron en desgarrarle los ya mseros vestidos y
ensangrentarse cara, manos y pies. Tambin el prncipe recibi algunos
araazos, pero el sol alumbraba su camino. Lo seguiremos, pues era un mocito
avispado.
He de encontrar la campana! dijo aunque tenga que llegar al fin del
mundo.
Los malcarados monos, desde las copas de los rboles, le enseaban los dientes
con sus risas burlonas.
Y si le disemos una paliza? decan. Vamos a apedrearlo? Es un
prncipe!
Pero el mozo continu infatigable bosque adentro, donde crecan las flores ms
maravillosas. Haba all blancos lirios estrellados con estambres rojos como la
sangre, tulipanes de color azul celeste, que centelleaban entre las enredaderas, y
manzanos cuyos frutos parecan grandes y brillantes pompas de jabn. Cmo
refulgan los rboles a la luz del sol! En derredor, en torno a bellsimos prados
verdes, donde el ciervo y la corza retozaban entre la alta hierba, crecan
soberbios robles y hayas, y en los lugares donde se haba desprendido la corteza
de los troncos, hierbas y bejucos brotaban de las grietas. Haba tambin vastos
espacios de selva ocupados por plcidos lagos, en cuyas aguas flotaban blancos
cisnes agitando las alas. El prncipe se detena con frecuencia a escuchar; a
veces le pareca que las graves notas de la campana salan de uno de aquellos
lagos, pero muy pronto se percataba de que no venan de all, sino dems
adentro del bosque.
Se puso el sol, el aire tom una tonalidad roja de fuego, mientras en la selva el
silencio se haca absoluto. El muchacho se hinc de rodillas y, despus de cantar
el salmo vespertino, dijo:
Jams encontrar lo que busco; ya se pone el sol y llega la noche, la noche
oscura. Tal vez logre ver an por ltima vez el sol, antes de que se oculte del
todo bajo el horizonte. Voy a trepar a aquella roca; su cima es tan elevada como
la de los rboles ms altos.
Y agarrndose a los sarmientos y races, se puso a trepar por las hmedas
piedras, donde se arrastraban las serpientes de agua, y los sapos lo reciban
croando; pero l lleg a la cumbre antes de que el astro, visto desde aquella
altura, desapareciera totalmente.
Gran Dios, qu maravilla! El mar, inmenso y majestuoso, cuyas largas olas
rodaban hasta la orilla, extendase ante l, y el sol, semejante a un gran altar
reluciente, apareca en el punto en que se unan el mar y el cielo. Todo se
disolva en radiantes colores, el bosque cantaba, y cantaba el ocano, y su
corazn les haca coro; la Naturaleza entera se haba convertido en un enorme y
sagrado templo, cuyos pilares eran los rboles y las nubes flotantes, cuya
alfombra la formaban las flores y hierbas, y la esplndida cpula el propio cielo.
En lo alto se apagaron los rojos colores al desaparecer el sol, pero en su lugar se
encendieron millones de estrellas como otras tantas lmparas diamantinas, y el
prncipe extendi los brazos hacia el cielo, hacia el bosque y hacia el mar; y de
pronto, viniendo del camino de la derecha, se present el muchacho pobre, con
sus mangas cortas y sus zuecos; haba llegado tambin a tiempo, recorrida su
ruta. Los dos mozos corrieron al encuentro uno de otro y se cogieron de las
manos en el gran templo de la Naturaleza y de la Poesa, mientras encima de
ellos resonaba la santa campana invisible, y los espritus bienaventurados la
acompaaban en su vaivn cantando un venturoso aleluya.
LA CASA VIEJA
Haba en una callejuela una casa muy vieja, muy vieja; tena casi trescientos
aos, segn poda leerse en las vigas, en las que estaba escrito el ao, en cifras
talladas sobre una guirnalda de tulipanes y hojas de lpulo. Haba tambin
versos escritos en el estilo de los tiempos pasados, y sobre cada una de las
ventanas en la viga, se vea esculpida una cara grotesca, a modo de caricatura.
Cada piso sobresala mucho del inferior, y bajo el tejado haban puesto una
gotera con cabeza de dragn; el agua de lluvia sala por sus fauces, pero tambin
por su barriga, pues la canal tena un agujero.
Todas las otras casas de la calle eran nuevas y bonitas, con grandes cristales en
las ventanas y paredes lisas; bien se vea que nada queran tener en comn con la
vieja, y seguramente pensaban:
Hasta cundo seguir este viejo armatoste, para vergenza de la calle?
Adems, el balcn sobresale de tal modo que desde nuestras ventanas nadie
puede ver lo que pasa all. La escalera es ancha como la de un palacio y alta
como la de un campanario. La barandilla de hierro parece la puerta de un
panten, y adems tiene pomos de latn. Habrse visto!.
Frente por frente haba tambin casas nuevas que pensaban como las anteriores;
pero en una de sus ventanas viva un nio de coloradas mejillas y ojos claros y
radiantes, al que le gustaba la vieja casa, tanto a la luz del sol como a la de la
luna. Se entretena mirando sus decrpitas paredes, y se pasaba horas enteras
imaginando los cuadros ms singulares y el aspecto que aos atrs deba de
ofrecer la calle, con sus escaleras, balcones y puntiagudos hastiales; vea pasar
soldados con sus alabardas y correr los canalones como dragones y vestiglos.
Era realmente una casa notable. En el piso alto viva un anciano que vesta
calzn corto, casaca con grandes botones de latn y una majestuosa peluca.
Todas las maanas iba a su cuarto un viejo sirviente, que cuidaba de la limpieza
y haca los recados; aparte l, el anciano de los calzones cortos viva
completamente solo en la vetusta casona. A veces se asomaba a la ventana; el
chiquillo lo saludaba entonces con la cabeza, y el anciano le corresponda de
igual modo. As se conocieron, y entre ellos naci la amistad, a pesar de no
haberse hablado nunca; pero esto no era necesario.
El chiquillo oy cmo sus padres decan:
El viejo de enfrente parece vivir con desahogo, pero est terriblemente solo.
El domingo siguiente el nio cogi un objeto, lo envolvi en un pedazo de
papel, sali a la puerta y dijo al mandadero del anciano:
Oye, quieres hacerme el favor de dar esto de mi parte al anciano seor que
vive arriba? Tengo dos soldados de plomo y le doy uno, porque s que est muy
solo.
El viejo sirviente asinti con un gesto de agrado y llev el soldado de plomo a la
vieja casa. Luego volvi con el encargo de invitar al nio a visitar a su vecino, y
el nio acudi, despus de pedir permiso a sus padres.
Los pomos de latn de la barandilla de la escalera brillaban mucho ms que de
costumbre; dirase que los haban pulimentado con ocasin de aquella visita; y
pareca que los trompeteros de talla, que estaban esculpidos en la puerta saliendo
de tulipanes, soplaran con todas sus fuerzas y con los carrillos mucho ms
hinchados que lo normal. Taratatr! Que viene el nio! Taratatr!, tocaban;
y se abri la puerta. Todas las paredes del vestbulo estaban cubiertas de
antiguos cuadros representando caballeros con sus armaduras y damas vestidas
de seda; y las armas rechinaban, y las sedas crujan. Vena luego una escalera
que, despus de subir un buen trecho, volva a bajar para conducir a una azotea
muy decrpita, con grandes agujeros y largas grietas, de las que brotaban hierbas
y hojas. Toda la azotea, el patio y las paredes estaban revestidas de verdor, y aun
no siendo ms que un terrado, pareca un jardn. Haba all viejas macetas con
caras pintadas, y cuyas asas eran orejas de asno; pero las flores crecan a su
antojo, como plantas silvestres. De uno de los tiestos se desparramaban en todos
sentidos las ramas y retoos de una espesa clavellina, y los retoos hablaban en
voz alta, diciendo: He recibido la caricia del aire y un beso del sol, y ste me
ha prometido una flor para el domingo, una florecita para el domingo!.
Pas luego a una habitacin cuyas paredes estaban revestidas de cuero de cerdo,
estampado de flores doradas.
El dorado se desluce
pero el cuero queda,
decan las paredes.
Haba sillones de altos respaldos, tallados de modo pintoresco y con brazos a
ambos lados. Sintese! Tome asiento! decan. Ay! Cmo crujo!
Seguramente tendr la gota, como el viejo armario. La gota en la espalda, ay!.
Finalmente, el nio entr en la habitacin del mirador, en la cual estaba el
anciano.
Muchas gracias por el soldado de plomo, amiguito mo dijo el viejo. Y
mil gracias tambin por tu visita.
Gracias, gracias!, o bien crrac, crrac!, se oa de todos los muebles. Eran
tantos, que casi se estorbaban unos a otros, pues, todos queran ver al nio.
En el centro de la pared colgaba el retrato de una hermosa dama, de aspecto
alegre y juvenil, pero vestida a la antigua, con el pelo empolvado y las telas
tiesas y holgadas; no dijo ni gracias ni crrac, pero miraba al pequeo con
ojos dulces. ste pregunt al viejo:
De dnde lo has sacado?
Del ropavejero de enfrente respondi el hombre. Tiene muchos retratos.
Nadie los conoce ni se preocupa de ellos, pues todos estn muertos y enterrados;
pero a sta la conoc yo en tiempos; hace ya cosa de medio siglo que muri.
Bajo el cuadro colgaba, dentro de un marco y cubierto con cristal, un ramillete
de flores marchitas; seguramente habran sido cogidas tambin medio siglo
atrs, tan viejas parecan. El pndulo del gran reloj marcaba su tictac, y las
manecillas giraban, y todas las cosas de la habitacin se iban volviendo an ms
viejas; pero ellos no lo notaron.
En casa dicen observ el nio que vives muy solo.
Oh! sonri el anciano, no tan solo como crees. A menudo vienen a
visitarme los viejos pensamientos, con todo lo que traen consigo, y, adems,
ahora has venido t. No tengo por qu quejarme.
Entonces sac del armario un libro de estampas, entre las que figuraban largas
comitivas, coches singularsimos como ya no se ven hoy da, soldados y
ciudadanos con las banderas de las corporaciones: la de los sastres llevaba unas
tijeras sostenidas por dos leones; la de los zapateros iba adornada con un guila,
sin zapatos, es cierto, pero con dos cabezas, pues los zapateros lo quieren tener
todo doble, para poder decir: es un par. Qu hermoso libro de estampas!
El anciano pas a otra habitacin a buscar golosinas, manzanas y nueces; en
verdad que la vieja casa no careca de encantos.
- No lo puedo resistir! exclam de sbito el soldado de plomo desde su
sitio encima de la cmoda. Esta casa est sola y triste. No; quien ha
conocido la vida de familia, no puede habituarse a esta soledad. No lo
resisto! El da se hace terriblemente largo, y la noche, ms larga an.
Aqu no es como en tu casa, donde tu padre y tu madre charlan
alegremente, y donde t y los dems chiquillos estis siempre
alborotando. Cmo puede el viejo vivir tan solo? Imaginas lo que es
no recibir nunca un beso, ni una mirada amistosa, o un rbol de
Navidad? Una tumba es todo lo que espera. No puedo resistirlo!
LA GOTA DE AGUA
Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace
las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante
de los ojos, y se contempla a su travs una gota de agua de la balsa de all fuera,
se ven ms de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos;
y, sin embargo, estn all, no cabe duda. Dirase casi un plato lleno de cangrejos
que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y
patas, muslos y nalgas, y, no obstante, estn alegres y satisfechos a su manera.
Pues he aqu que viva en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban
CribleCrable, pues tal era su nombre. Quera siempre hacerse con lo mejor de
todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. As,
peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un da con un cristal de aumento ante los ojos,
examinando una gota de agua que haba extrado de un charco del foso. Dios
mo, que hormiguero! Un sinfn de animalitos yendo de un lado para otro, y
venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.
Qu asco! exclam el viejo CribleCrable . No habr modo de
obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus
cosas? . Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solucin, tuvo
que acudir a la brujera.
Hay que darles color, para poder verlos ms bien dijo, y les verti encima
una gota de un lquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de
hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos
quedaron teidos de rosa; pareca una ciudad llena de salvajes desnudos.
Qu tienes ah? le pregunt otro viejo brujo que no tena nombre, y esto
era precisamente lo bueno de l.
Si adivinas lo que es respondi CribleCrable , te lo regalo; pero no es
tan fcil acertarlo, si no se sabe.
El brujo innominado mir por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable
a una ciudad donde toda la gente corra desnuda. Era horrible, pero ms horrible
era an ver cmo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y araaban,
mordan y desgreaban. El que estaba arriba quera irse abajo, y viceversa.
Fjate, fjate!, su pata es ms larga que la ma. Paf! Fuera con ella! Ah va
uno que tiene un chichn detrs de la oreja, un chichoncito insignificante, pero
le duele, y todava le va a doler ms.
Y se echaban sobre l, y lo agarraban, y acababan comindoselo por culpa del
chichn. Otro permaneca quieto, pacfico como una doncellita; slo peda
tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincn: tuvo que
salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.
Es muy divertido! dijo el brujo.
S, pero qu crees que es? pregunt CribleCrable . Eres capaz de
adivinarlo?
Toma, pues es muy fcil respondi el otro. Es Copenhague o cualquiera
otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.
Es agua del charco! contest CribleCrable.
LA HUCHA
El cuarto de los nios estaba lleno de juguetes. En lo ms alto del armario estaba
la hucha; era de arcilla y tena figura de cerdo, con una rendija en la espalda,
naturalmente, rendija que haban agrandado con un cuchillo para que pudiesen
introducirse escudos de plata; y contena ya dos de ellos, amn de muchos
chelines. El cerditohucha estaba tan lleno, que al agitarlo ya no sonaba, lo
cual es lo mximo que a una hucha puede pedirse. All se estaba, en lo alto del
armario, elevado y digno, mirando altanero todo lo que quedaba por debajo de
l; bien saba que con lo que llevaba en la barriga habra podido comprar todo el
resto, y a eso se le llama estar seguro de s mismo.
Lo mismo pensaban los restantes objetos, aunque se lo callaban; pues no
faltaban temas de conversacin. El cajn de la cmoda, medio abierto, permita
ver una gran mueca, ms bien vieja y con el cuello remachado. Mirando al
exterior, dijo:
Ahora jugaremos a personas, que siempre es divertido. El alboroto que se
arm! Hasta los cuadros se volvieron de cara a la pared pues bien saban que
tenan un reverso , pero no es que tuvieran nada que objetar.
Era medianoche, la luz de la luna entraba por la ventana, iluminando gratis la
habitacin. Era el momento de empezar el juego; todos fueron invitados, incluso
el cochecito de los nios, a pesar de que contaba entre los juguetes ms bastos.
Cada uno tiene su mrito propio dijo el cochecito . No todos podemos
ser nobles. Alguien tiene que hacer el trabajo, como suele decirse.
El cerdohucha fue el nico que recibi una invitacin escrita; estaba
demasiado alto para suponer que oira la invitacin oral. No contest si pensaba
o no acudir, y de hecho no acudi. Si tena que tomar parte en la fiesta, lo hara
desde su propio lugar. Que los dems obraran en consecuencia; y as lo hicieron.
El pequeo teatro de tteres fue colocado de forma que el cerdo lo viera de
frente; empezaran con una representacin teatral, luego habra un t y debate
general; pero comenzaron con el debate; el caballocolumpio habl de
ejercicios y de pura sangre, el cochecito lo hizo de trenes y vapores, cosas todas
que estaban dentro de sus respectivas especialidades, y de las que podan
disertar con conocimiento de causa. El reloj de pared habl de los tiquismiquis
de la poltica. Saba la hora que haba dado la campana, aun cuando alguien
afirmaba que nunca andaba bien. El bastn de bamb se hallaba tambin
presente, orgulloso de su virola de latn y de su pomo de plata, pues iba
acorazado por los dos extremos. Sobre el sof yacan dos almohadones
bordados, muy monos y con muchos pajarillos en la cabeza. La comedia poda
empezar, pues.
Sentronse todos los espectadores, y se les dijo que podan chasquear, crujir y
repiquetear, segn les viniera en gana, para mostrar su regocijo. Pero el ltigo
dijo que l no chasqueaba por los viejos, sino nicamente por los jvenes y sin
compromiso.
Pues yo lo hago por todos replic el petardo.
Bueno, en un sitio u otro hay que estar opin la escupidera.
Tales eran, pues, los pensamientos de cada cual, mientras presenciaba la
funcin. No es que sta valiera gran cosa, pero los actores actuaban bien, todos
volvan el lado pintado hacia los espectadores, pues estaban construidos para
mirarlos slo por aquel lado, y no por el opuesto. Trabajaron estupendamente,
siempre en primer plano de la escena; tal vez el hilo resultaba demasiado largo,
pero as se vean mejor. La mueca remachada se emocion tanto, que se le
solt el remache, y en cuanto al cerdohucha, se impresion tambin a su
manera, por lo que pens hacer algo en favor de uno de los artistas; decidi
acordarse de l en su testamento y disponer que, cuando llegase su hora, fuese
enterrado con l en el panten de la familia.
Se divertan tanto con la comedia, que se renunci al t, contentndose con el
debate. Esto es lo que ellos llamaban jugar a hombres y mujeres, y no haba
en ello ninguna malicia, pues era slo un juego. Cada cual pensaba en s mismo
y en lo que deba pensar el cerdo; ste fue el que estuvo cavilando por ms
tiempo, pues reflexionaba sobre su testamento y su entierro, que, por muy lejano
que estuviesen, siempre llegaran demasiado pronto. Y, de repente, cataplum!,
se cay del armario y se hizo mil pedazos en el suelo, mientras los chelines
saltaban y bailaban, las piezas menores gruan, las grandes rodaban por el piso,
y un escudo de plata se empeaba en salir a correr mundo. Y sali, lo mismo
que los dems, en tanto que los cascos de la hucha iban a parar a la basura; pero
ya al da siguiente haba en el armario una nueva hucha, tambin en figura de
cerdo. No tena an ni un cheln en la barriga, por lo que no poda matraquear,
en lo cual se pareca a su antecesora; todo es comenzar, y con este comienzo
pondremos punto final al cuento.
LA LLAVE DE LA CASA
Todas las llaves tienen su historia, y hay tantas! Llaves de gentilhombre, llaves
de reloj, las llaves de San Pedro... Podramos contar cosas de todas, pero nos
limitaremos a hacerlo de la llave de la casa del seor Consejero.
Aunque sali de una cerrajera, cualquiera hubiese credo que haba venido de
una orfebrera, segn estaba de limada y trabajada. Siendo demasiado
voluminosa para el bolsillo del pantaln, haba que llevarla en la de la chaqueta,
donde estaba a oscuras, aunque tambin tena su puesto fijo en la pared, al lado
de la silueta del Consejero cuando nio, que pareca una albndiga de asado de
ternera.
Dcese que cada persona tiene en su carcter y conducta algo del signo del
zodaco bajo el cual naci: Toro, Virgen, Escorpin, o el nombre que se le d en
el calendario. Pero la seora Consejera afirmaba que su marido no haba nacido
bajo ninguno de estos signos, sino bajo el de la carretilla, pues siempre haba
que estar empujndolo.
Su padre lo empuj a un despacho, su madre lo empuj al matrimonio, y su
esposa lo condujo a empujones hasta su cargo de Consejero de cmara, aunque
se guard muy bien de decirlo; era una mujer cabal y discreta, que saba callar a
tiempo y hablar y empujar en el momento oportuno.
El hombre era ya entrado en aos, bien proporcionado, segn deca l mismo,
hombre de erudicin, buen corazn y con inteligencia de llave, trmino que
aclararemos ms adelante. Siempre estaba de buen humor, apreciaba a todos sus
semejantes y gustaba de hablar con ellos. Cuando iba a la ciudad, costaba Dios y
ayuda hacerle volver a casa, a menos que su seora estuviese presente para
empujarlo. Tena que pararse a hablar con cada conocido que encontraba; y sus
conocidos no eran pocos, por lo que siempre se enfriaba la comida.
La seora Consejera lo vigilaba desde la ventana.
Ah llega! deca la criada. Pon la sopa. Vamos! Ahora se ha detenido a
charlar con uno. Saca el puchero del fuego, que cocer demasiado! ahora
viene! Vuelve la olla al fuego! . Pero no llegaba.
A veces ya estaba debajo mismo de la ventana y haba saludado a su mujer con
un gesto de la cabeza; pero acertaba a pasar un conocido y no poda dejar de
dirigirle unas palabras. Y si luego sobrevena un tercero, sujetaba al anterior por
el ojal, y al segundo lo coga de la mano, al propio tiempo que llamaba a otro
que trataba de escabullirse.
Era para poner a prueba la paciencia de la Consejera.
Consejero, consejero! exclamaba. Ay! Este hombre naci bajo el signo
de la carretilla; no se mueve del sitio, como no le empujen.
Era muy aficionado a entrar en las libreras y ojear libros y revistas. Pagaba un
pequeo honorario a su librero a cambio de poderse llevar a casa los libros de
nueva publicacin. Se le permita cortar las hojas en sentido longitudinal, mas
no en el transversal, pues no hubieran podido venderse como nuevos. Era, en
todos los aspectos, un peridico viviente, pues estaba enterado de noviazgos,
bodas, entierros, crticas literarias y comadreras ciudadanas, y sola hacer
misteriosas alusiones a cosas que todo el mundo ignoraba. Las saba por la llave
de la casa.
Desde sus tiempos de recin casados, los Consejeros vivan en casa propia, y
desde entonces tenan la misma llave. Lo que no conocan an eran sus
maravillosas virtudes; stas no las descubrieron hasta ms tarde.
Reinaba a la sazn Federico VI. En Copenhague no haba an ni gas ni faroles
de aceite, como no existan tampoco el Tivoli ni el Casino, ni tranvas, ni
ferrocarriles. Haba pocas diversiones, en comparacin con las de hoy.
Los domingos era costumbre dar un paseo hasta la puerta del cementerio. All, la
gente lea las inscripciones funerarias, se sentaba en la hierba, merendaba y
echaba un traguito. O bien se llegaba hasta Friedrichsberg, a escuchar la banda
militar que tocaba frente a palacio, y donde se congregaba mucho pblico para
ver a la familia real remando en los estrechos canales, con el Rey al timn y la
Reina saludando desde la barca a todos los ciudadanos sin distincin de clases.
Las familias acomodadas de la capital iban all a tomar el t vespertino. En una
casita de campo situada delante del parque les suministraban agua hirviendo,
pero la tetera deban trarsela ellos.
All se dirigieron los Consejeros una soleada tarde de domingo; la criada los
preceda con la tetera, un cesto con la comida y la botella de aguardiente de
Spendrup.
Coge la llave de la calle dijo la Consejera, no sea que a la vuelta no
podamos entrar en casa. Ya sabes que cierran al oscurecer, y que esta maana se
rompi el cordn de la campanilla. Volveremos tarde. A la vuelta de
Frederichsberg tenemos que ir a Vesterbro, a ver la pantomima de Arlequn
en el teatro Casortis. Los personajes bajan en una nube. Cuesta dos marcos la
entrada.
Y fueron a Frederichsberg, oyeron la msica, vieron la lancha real con la
bandera ondeante, y vieron tambin al anciano monarca y los cisnes blancos.
Despus de una buena merienda se dirigieron al teatro, pero llegaron tarde.
Los nmeros de baile haban terminado, y empezado la pantomima. Como de
costumbre, llegaron tarde por culpa del Consejero, que se haba detenido
cincuenta veces en el camino a charlar con un conocido y otro. En el teatro
encontrse tambin con buenos amigos, y cuando termin la funcin hubo que
acompaar a una familia al puente a tomar un vaso de ponche; era
inexcusable, y slo tardaran diez minutos; pero estos diez minutos se
convirtieron en una hora; la charla era inagotable. De particular inters result
un barn sueco, o tal vez alemn, el Consejero no lo saba a punto fijo; en
cambio, retuvo muy bien el truco de la llave que aqul le ense, y que ya nunca
ms olvidara. Fue la mar de interesante! Consista en obligar a la llave a
responder a cuanto se le preguntara, aun lo ms recndito.
La llave del Consejero se prestaba de modo particular a la experiencia, pues
tena el paletn pesado. El barn pasaba el ndice por ,el ojo de la llave y dejaba
a sta colgando; cada pulsacin de la punta del dedo la pona en movimiento,
hacindole dar un giro, y si no lo haca, el barn se las apaaba para hacerle dar
vueltas disimuladamente a su voluntad.
Cada giro era una letra, empezando desde la A y llegando hasta la que se
quisiera, segn el orden alfabtico. Una vez obtenida la primera letra, la llave
giraba en sentido opuesto; buscbase entonces la letra siguiente, y as hasta
obtener, con palabras y frases enteras, la respuesta a la pregunta. Todo era pura
charlatanera, pero resultaba divertido. Este fue el primer pensamiento del
Consejero, pero luego se dej sugestionar por el juego.
Vamos, vamos! exclam, al fin, la Consejera. A las doce cierran la
puerta de Poniente. No llegaremos a tiempo, slo nos queda un cuarto de hora.
Ya podemos correr!
Tenan que darse prisa. Varias personas que se dirigan a la ciudad se les
adelantaron. Finalmente, cuando estaban ya muy cerca de la caseta del vigilante,
dieron las doce y se cerr la puerta, dejando a mucha gente fuera, entre ella a los
Consejeros con la criada, la tetera y la canasta vaca. Algunos estaban asustados,
otros indignados, cada cual se lo tomaba a su manera. Qu hacer?
Por fortuna, desde haca algn tiempo se haba dado orden de dejar abierta una
de las puertas: la del Norte. Por ella podan entrar los peatones en la ciudad,
atravesando la caseta del guarda.
El camino no era corto, pero la noche era hermosa, con un cielo sereno y
estrellado, cruzado de vez en cuando por estrellas fugaces. Croaban las ranas en
los fosos y en el pantano. La gente iba cantando, una cancin tras otra, pero el
Consejero no cantaba ni miraba las estrellas, y como tampoco miraba donde
pona los pies, se cay, cuan largo era, sobre el borde del foso. Cualquiera
habra dicho que haba bebido demasiado, mas lo que se le haba subido a la
cabeza no era el ponche, sino la llave.
Finalmente, llegaron a la puerta Norte, y por la caseta del guarda entraron en la
ciudad.
Ahora ya estoy tranquila! dijo la Consejera. Estamos en la puerta de
casa.
Pero, dnde est la llave? exclam el Consejero. No la tena ni en el
bolsillo trasero ni el lateral.
Dios nos ampare! dijo la Consejera. No tienes la llave? La habrs
perdido en tus juegos de manos con el barn. Cmo entraremos ahora? El
cordn de la campanilla se rompi esta maana, como sabes, y el vigilante no
tiene llave de la casa. Es para desesperarse!
La criada se puso a chillar. El Consejero era el nico que no perda la calma.
Hay que romper un vidrio de la droguera dijo. Despertaremos al
tendero y entraremos por su tienda. Me parece que ser lo mejor.
Rompi un cristal, rompi otro, y gritando: Petersen!, meti por el hueco el
mango del paraguas. Del interior lleg la voz de la hija del droguero, el cual
abri la puerta de la tienda, gritando: Vigilante!, y antes de que hubiese
tenido tiempo de ver y reconocer a la familia consejeril y de abrirle la puerta,
silb el vigilante, y de la calle contigua le respondi su compaero con otro
silbido. Empez a asomarse gente a las ventanas:
Dnde est el fuego? Qu es ese ruido? se preguntaban mutuamente, y
seguan preguntndoselo todava cuando ya el Consejero estaba en su piso, se
quitaba la chaqueta y... apareca la llave; no en el bolsillo, sino en el forro; se
haba metido por un agujero que, desde luego, no debiera de estar all.
Desde aquella noche, la llave de la calle adquiri una particular importancia, no
slo cuando se sala, sino tambin cuando la familia se quedaba en casa, pues el
Consejero, en una exhibicin de sus habilidades, formulaba preguntas a la llave
y reciba sus respuestas. Pensaba l antes la respuesta ms verosmil y la haca
dar a la llave. Al fin, l mismo acab por creer en las contestaciones, muy al
contrario del boticario, un joven prximo pariente de la Consejera.
Dicho boticario era una buena cabeza, lo que podramos llamar una cabeza
analtica. Ya de nio haba escrito crticas sobre libros y obras de teatro, aunque
guardando el anonimato, como hacen tantos. No crea en absoluto en los
espritus, y mucho menos en los de las llaves.
Ver usted, respetado seor Consejero deca: creo en la llave y en los
espritus de las llaves en general, tan firmemente como en esta nueva ciencia
que empieza a difundirse, en el velador giratorio y en los espritus de los
muebles viejos y nuevos. Ha odo, hablar de ello? Yo s. He dudado, sabe
usted?, pues soy algo escptico; pero me convert al leer una horripilante historia
en una prestigiosa revista extranjera. Imagnese seor Consejero! Voy a
relatrselo todo, tal como lo le. Dos muchachos muy listos vieron cmo sus
padres evocaban el espritu de una gran mesa del comedor. Estaban solos e
intentaron infundir vida a una vieja cmoda, imitando a sus padres. Y, en efecto,
brot la vida, despertse el espritu, pero no toleraba rdenes dadas por nios.
Levantse con tanta furia, que todo la cmoda cruja; abri todos los cajones, y
con las patas las patas de la cmoda meti a un chiquillo en cada cajn,
echando luego a correr con ellos escaleras abajo y por la calle, hasta el canal, en
el que se precipit; los pequeos murieron ahogados. Los cadveres recibieron
sepultura en tierra cristiana, pero la cmoda fue conducida ante el tribunal,
acusada de infanticidio y condenada a ser quemada viva en la plaza pblica.
As lo he ledo! dijo el boticario . Lo he ledo en una revista extranjera,
conste que no me lo he inventado. Que la llave me lleve, si no digo verdad! Lo
juro por ella!
El Consejero consider que se trataba de una broma demasiado grosera. Jams
los dos pudieron ponerse de acuerdo en materia de llaves; el boticario era
cerrado a ellas.
LA MARGARITA
Oid bien lo que os voy a contar: All en la campaa, junto al camino, hay una
casa de campo, que de seguro habris visto alguna vez. Delante tiene un
jardincito con flores y una cerca pintada. All cerca, en el foso, en medio del
bello y verde csped, creca una pequea margarita, a la que el sol enviaba sus
confortantes rayos con la misma generosidad que a las grandes y suntuosas
flores del jardn; y as creca ella de hora en hora.
All estaba una maana, bien abiertos sus pequeos y blanqusimos ptalos,
dispuestos como rayos en torno al solecito amarillo que tienen en su centro las
margaritas. No se preocupaba de que nadie la viese entre la hierba, ni se dola de
ser una pobre flor insignificante; se senta contenta y, vuelta de cara al sol,
estaba mirndolo mientras escuchaba el alegre canto de la alondra en el aire.
As, nuestra margarita era tan feliz como si fuese da de gran fiesta, y, sin
embargo, era lunes. Los nios estaban en la escuela, y mientras ellos estudiaban
sentados en sus bancos, ella, erguida sobre su tallo, aprenda a conocer la
bondad de Dios en el calor del sol y en la belleza de lo que la rodeaba, y se le
ocurri que la alondra cantaba aquello mismo que ella senta en su corazn; y la
margarita mir con una especie de respeto a la avecilla feliz que as saba cantar
y volar, pero sin sentir amargura por no poder hacerlo tambin ella. Veo y
oigo! pensaba; el sol me baa y el viento me besa. Cun bueno ha sido
Dios conmigo!.
En el jardn vivan muchas flores distinguidas y tiesas; cuanto menos aroma
exhalaban, ms presuman. La peonia se hinchaba para parecer mayor que la
rosa; pero no es el tamao lo que vale. Los tulipanes exhiban colores
maravillosos; bien lo saban y por eso se erguan todo lo posible, para que se les
viese mejor. No prestaban la menor atencin a la humilde margarita de all
fuera, la cual los miraba, pensando: Qu ricos y hermosos son! Seguramente
vendrn a visitarlos las aves ms esplndidas! Qu suerte estar tan cerca; as
podr ver toda la fiesta!. Y mientras pensaba esto, chirrit!, he aqu que baja
la alondra volando, pero no hacia el tulipn, sino hacia el csped, donde estaba
la pequea margarita. sta tembl de alegra, y no saba qu pensar.
El avecilla revoloteaba a su alrededor, cantando: Qu mullida es la hierba!
Qu linda florecita, de corazn de oro y vestido de plata!. Porque, realmente,
el punto amarillo de la margarita reluca como oro, y eran como plata los
diminutos ptalos que lo rodeaban.
Nadie podra imaginar la dicha de la margarita. El pjaro la bes con el pico y,
despus de dedicarle un canto melodioso, volvi a remontar el vuelo,
perdindose en el aire azul. Transcurri un buen cuarto de hora antes de que la
flor se repusiera de su sorpresa. Un poco avergonzada, pero en el fondo
rebosante de gozo, mir a las dems flores del jardn; habiendo presenciado el
honor de que haba sido objeto, sin duda comprenderan su alegra. Los
tulipanes continuaban tan envarados como antes, pero tenan las caras
enfurruadas y coloradas, pues la escena les haba molestado. Las peonias tenan
la cabeza toda hinchada. Suerte que no podan hablar! La margarita hubiera
odo cosas bien desagradables. La pobre advirti el malhumor de las dems, y lo
senta en el alma.
En stas se present en el jardn una muchacha, armada de un gran cuchillo,
afilado y reluciente, y, dirigindose directamente hacia los tulipanes, los cort
uno tras otro. Qu horror! suspir la margarita. Ahora s que todo ha
terminado para ellos!. La muchacha se alej con los tulipanes, y la margarita
estuvo muy contenta de permanecer fuera, en el csped, y de ser una humilde
florecilla. Y sinti gratitud por su suerte, y cuando el sol se puso, pleg sus
hojas para dormir, y toda la noche so con el sol y el pajarillo.
A la maana siguiente, cuando la margarita, feliz, abri de nuevo al aire y a la
luz sus blancos ptalos como si fuesen diminutos brazos, reconoci la voz de la
avecilla; pero era una tonada triste la que cantaba ahora. Buenos motivos tena
para ello la pobre alondra! La haban cogido y estaba prisionera en una jaula,
junto a la ventana abierta. Cantaba la dicha de volar y de ser libre; cantaba las
verdes mieses de los campos y los viajes maravillosos que hiciera en el aire
infinito, llevada por sus alas. La pobre avecilla estaba bien triste, encerrada en
la jaula!
Cmo hubiera querido ayudarla, la margarita! Pero, qu hacer? No se le
ocurra nada. Olvidse de la belleza que la rodeaba, del calor del sol y de la
blancura de sus hojas; slo saba pensar en el pjaro cautivo, para el cual nada
poda hacer.
De pronto salieron dos nios del jardn; uno de ellos empuaba un cuchillo
grande y afilado, como el que us la nia para cortar los tulipanes. Vinieron
derechos hacia la margarita, que no acertaba a comprender su propsito.
Podramos cortar aqu un buen trozo de csped para la alondra dijo uno,
ponindose a recortar un cuadrado alrededor de la margarita, de modo que la
flor qued en el centro.
Arranca la flor! dijo el otro, y la margarita tuvo un estremecimiento de
pnico, pues si la arrancaban morira, y ella deseaba vivir, para que la llevaran
con el csped a la jaula de la alondra encarcelada.
No, djala dijo el primero; hace ms bonito as y de esta forma la
margarita se qued con la hierba y fue llevada a la jaula de la alondra.
Pero la infeliz avecilla segua llorando su cautiverio, y no cesaba de golpear con
las alas los alambres de la jaula. La margarita no saba pronunciar una sola
palabra de consuelo, por mucho que quisiera. Y de este modo transcurri toda la
maana.
No tengo agua! exclam la alondra prisionera. Se han marchado todos, y
no han pensado en ponerme una gota para beber. Tengo la garganta seca y
ardiente, me ahogo, estoy calenturienta, y el aire es muy pesado. Ay, me
morir, lejos del sol, de la fresca hierba, de todas las maravillas de Dios!, y
hundi el pico en el csped, para reanimarse un poquitn con su humedad.
Entonces se fij en la margarita, y, saludndola con la cabeza y dndole un beso,
dijo: Tambin t te agostars aqu, pobre florecilla! T y este puado de hierba
verde es cuanto me han dejado de ese mundo inmenso que era mo. Cada tallito
de hierba ha de ser para m un verde rbol, y cada una de tus blancas hojas, una
fragante flor. Ah, t me recuerdas lo mucho que he perdido!
Quin pudiera consolar a esta avecilla desventurada! pensaba la margarita,
sin lograr mover un ptalo; pero el aroma que exhalaban sus hojillas era mucho
ms intenso del que suele serles propio. Lo advirti la alondra, y aunque senta
una sed abrasadora que le haca arrancar las briznas de hierba una tras otra, no
toc a la flor.
Lleg el atardecer, y nadie vino a traer una gota de agua al pobre pajarillo. ste
extendi las lindas alas, sacudindolas espasmdicamente; su canto se redujo a
un melanclico pip, pip!; agach la cabeza hacia la flor y su corazn se
quebr, de miseria y de nostalgia. La flor no pudo, como la noche anterior,
plegar las alas y entregarse al sueo, y qued con la cabeza colgando, enferma y
triste.
Los nios no comparecieron hasta la maana siguiente, y al ver el pjaro muerto
se echaron a llorar. Vertiendo muchas lgrimas, le excavaron una primorosa
tumba, que adornaron luego con ptalos de flores. Colocaron el cuerpo de la
avecilla en una hermosa caja colorada, pues haban
pensado hacerle un entierro principesco. Mientras vivi y cant se olvidaron de
l, dejaron que sufriera privaciones en la jaula; y, en cambio, ahora lo enterraban
con gran pompa y muchas lgrimas.
El trocito de csped con la margarita lo arrojaron al polvo de la carretera; nadie
pens en aquella florecilla que tanto haba sufrido por el pajarillo, y que tanto
habra dado por poderlo consolar.
LA NIA JUDIA
Asista a la escuela de pobres, entre otros nios, una muchachita juda, despierta
y buena, la ms lista del colegio. No poda tomar parte en una de las lecciones,
la de Religin, pues la escuela era cristiana.
Durante la clase de Religin le permitan estudiar su libro de Geografa o
resolver sus ejercicios de Matemticas, pero la chiquilla tena terminados muy
pronto sus deberes. Tena delante un libro abierto, pero ella no lo lea; escuchaba
desde su asiento, y el maestro no tard en darse cuenta de que segua con ms
atencin que los dems alumnos.
Ocpate de tu libro le dijo, con dulzura y gravedad; pero ella lo mir con
sus brillantes ojos negros, y, al preguntarle, comprob que la nia estaba mucho
ms enterada que sus compaeros. Haba escuchado, comprendido y asimilado
las explicaciones.
Su padre era un hombre de bien, muy pobre. Cuando llev a la nia a la escuela,
puso por condicin que no la instruyesen en la fe cristiana. Pero se temi que si
sala de la escuela mientras se daba la clase de enseanza religiosa, perturbara
la disciplina o despertara recelos y antipatas en los dems, y por eso se
quedaba en su banco; pero las cosas no podan continuar as.
El maestro llam al padre de la chiquilla y le dijo que deba elegir entre retirar a
su hija de la escuela o dejar que se hiciese cristiana.
No puedo soportar sus miradas ardientes, el fervor y anhelo de su alma por
las palabras del Evangelio aadi.
El padre rompi a llorar:
Yo mismo s muy poco de nuestra religin dijo , pero su madre era una
hija de Israel, firme en su fe, y en el lecho de muerte le promet que nuestra hija
nunca sera bautizada. Debo cumplir mi promesa, es para m un pacto con Dios.
Y la nia fue retirada de la escuela de los cristianos.
Haban transcurrido algunos aos.
En una de las ciudades ms pequeas de Jutlandia serva, en una modesta casa
de la burguesa, una pobre muchacha de fe mosaica, llamada Sara; tena el
cabello negro como bano, los ojos oscuros, pero brillantes y luminosos, como
suele ser habitual entre las hijas del Oriente. La expresin del rostro segua
siendo la de aquella nia que, desde el banco de la escuela, escuchaba con
mirada inteligente.
Cada domingo llegaban a la calle, desde la iglesia, los sones del rgano y los
cnticos de los fieles; llegaban a la casa donde la joven juda trabajaba, laboriosa
y fiel.
Guardars el sbado ordenaba su religin; pero el sbado era para los
cristianos da de labor, y slo poda observar el precepto en lo ms ntimo de su
alma, y esto le pareca insuficiente. Sin embargo, qu son para Dios los das y
las horas? Este pensamiento se haba despertado en su alma, y el domingo de los
cristianos poda dedicarlo ella en parte a sus propias devociones; y como a la
cocina llegaban los sones del rgano y los coros, para ella aquel lugar era santo
y apropiado para la meditacin. Lea entonces el Antiguo Testamento, tesoro y
refugio de su pueblo, limitndose a l, pues guardaba profundamente en la
memoria las palabras que dijeran su padre y su maestro cuando fue retirada de la
escuela, la promesa hecha a la madre moribunda, de que Sara no se hara nunca
cristiana, que jams abandonara la fe de sus antepasados. El Nuevo Testamento
deba ser para ella un libro cerrado, a pesar de que saba muchas de las cosas que
contena, pues los recuerdos de niez no se haban borrado de su memoria. Una
velada hallbase Sara sentada en un rincn de la sala, atendiendo a la lectura del
jefe de la familia; le estaba permitido, puesto que no lea el Evangelio, sino un
viejo libro de Historia; por eso se haba quedado. Trataba el libro de un
caballero hngaro que, prisionero de un baj turco, era uncido al arado junto con
los bueyes y tratado a latigazos; las burlas y malos tratos lo haban llevado al
borde de la muerte. La esposa del cautivo vendi todas sus alhajas e hipotec el
castillo y las tierras, a la vez que sus amigos aportaban cuantiosas sumas, pues el
rescate exigido era enorme; fue reunido, sin embargo, y el caballero, redimido
del oprobio y la esclavitud. Enfermo y achacoso, regres el hombre a su patria.
Poco despus son la llamada general a la lucha contra los enemigos de la
Cristiandad; el enfermo, al orla, no se dio punto de reposo hasta verse montado
en su corcel; sus mejillas recobraron los colores, parecieron volver sus fuerzas, y
parti a la guerra. Y ocurri que hizo prisionero precisamente a aquel mismo
baj que lo haba uncido al arado y lo haba hecho objeto de toda suerte de
burlas y malos tratos. Fue encerrado en una mazmorra, pero al poco rato acudi
a visitarlo el caballero y le pregunt:
Qu crees que te espera?
Bien lo s respondi el turco . Tu venganza!
S, la venganza del cristiano repuso el caballero. La doctrina de Cristo
nos manda perdonar a nuestros enemigos y amar a nuestro prjimo, pues Dios es
amor. Vuelve en paz a tu tierra y a tu familia, y aprende a ser compasivo y
humano con los que sufren.
El prisionero prorrumpi en llanto:
Cmo poda yo esperar lo que estoy viendo! Estaba seguro, de que me
esperaban el martirio y la tortura; por eso me tom un veneno que me matar en
pocas horas. Voy a morir, no hay salvacin posible! Pero antes de que termine
mi vida, explcame la doctrina que encierra tanto amor y tanta gracia, pues es
una doctrina grande y divina! Deja que en ella muera, que muera cristiano!
Su peticin fue atendida.
Tal fue la leyenda, la historia, que el dueo de la casa ley en alta voz. Todos la
escucharon con fervor, pero, sobre todo, llen de fuego, y de vida a aquella
muchacha sentada en el rincn: Sara, la joven juda. Grandes lgrimas asomaron
a sus brillantes ojos negros; en su alma infantil volvi a sentir, como ya la
sintiera antao en el banco de la escuela, la sublimidad del Evangelio. Las
lgrimas rodaron por sus mejillas.
No dejes que mi hija se haga cristiana!, haban sido las ltimas palabras de su
madre moribunda; y en su corazn y en su alma resonaban aquellas otras
palabras del mandamiento divino: Honrars a tu padre y a tu madre.
No soy cristiana! Me llaman la juda; an el domingo ltimo me lo llamaron
en son de burla los hijos del vecino, cuando me estaba frente a la puerta abierta
de la iglesia mirando el brillo de los cirios del altar y escuchando los cantos de
los fieles. Desde mis tiempos de la escuela hasta ahora he venido sintiendo en el
Cristianismo una fuerza que penetra en mi corazn como un rayo de sol aunque
cierre los ojos. Pero no te afligir en la tumba, madre, no ser perjura al voto de
mi padre: no leer la Biblia cristiana. Tengo al Dios de mis antepasados; ante l
puedo inclinar mi cabeza.
Y transcurrieron ms aos.
Muri el cabeza de la familia y dej a su esposa en situacin apurada. Haba que
renunciar a la muchacha; pero Sara no se fue, sino que acudi en su ayuda en el
momento de necesidad; contribuy a sostener el peso de la casa, trabajando
hasta altas horas de a noche y procurando el pan de cada da con la labor de sus
manos. Ningn pariente quiso acudir en auxilio de la familia; la viuda, cada da
ms dbil, haba de pasarse meses enteros en la cama, enferma. Sara la cuidaba,
la velaba, trabajaba, dulce y piadosa; era una bendicin para la casa hundida.
Toma la Biblia dijo un da la enferma. Leme un fragmento. Es tan
larga la velada y siento tantos deseos de or la palabra de Dios!
Sara baj la cabeza; dobl las manos sobre la Biblia y, abrindola, se puso a
leerla a la enferma. A menudo le acudan las lgrimas a los ojos, pero
aumentaba en ellos la claridad, y tambin en su alma: Madre, tu hija no puede
recibir el bautismo de los cristianos ni ingresar en su comunidad; lo quisiste as
y respetar tu voluntad; estamos unidos aqu en la tierra, pero ms all de ella...
estamos an ms unidos en Dios, que nos gua y lleva allende la muerte. l
desciende a la tierra, y despus de dejarla sufrir la hace ms rica. Lo
comprendo! No s yo misma cmo fue. Es por l, en l: Cristo!.
Estremecise al pronunciar su nombre, y un bautismo de fuego la recorri toda
ella con ms fuerza de la que el cuerpo poda soportar, por lo que cay
desplomada, ms rendida que la enferma a quien velaba.
Pobre Sara! dijeron , no ha podido resistir tanto trabajo y tantas velas.
La llevaron al hospital, donde muri. La enterraron, pero no al cementerio de los
cristianos; no haba en l lugar para la joven juda, sino fuera, junto al muro; all
recibi sepultura.
Y el Hijo de Dios, que resplandece sobre las tumbas de los cristianos, proyecta
tambin su gloria sobre la de aquella doncella juda que reposa fuera del
sagrado recinto; y los cnticos religiosos que resuenan en el camposanto
cristiano lo hacen tambin sobre su tumba, a la que tambin lleg la revelacin:
Hay una resurreccin ,en Cristo!, en l, el Seor, que dijo a sus discpulos:
Juan os ha bautizado con agua, pero yo os bautizar en el nombre del Espritu
Santo.
LA PAREJA DE ENAMORADOS
Un trompo y una pelota yacan juntos en una caja, entre otros diversos juguetes,
y el trompo dijo a la pelota:
Por qu no nos hacemos novios, puesto que vivimos juntos en la caja?
Pero la pelota, que estaba cubierta de un bello tafilete y presuma como una
encopetada seorita, ni se dign contestarle.
Al da siguiente vino el nio propietario de los juguetes, y se le ocurri pintar el
trompo de rojo y amarillo y clavar un clavo de latn en su centro. El trompo
resultaba verdaderamente esplndido cuando giraba.
Mreme! dijo a la pelota. Qu me dice ahora? Quiere que seamos
novios? Somos el uno para el otro. Usted salta y yo bailo. Puede haber una
pareja ms feliz?
Usted cree? dijo la pelota con irona. Seguramente ignora que mi padre
y mi madre fueron zapatillas de tafilete, y que mi cuerpo es de corcho espaol.
S, pero yo soy de madera de caoba respondi la peonza y el propio
alcalde fue quien me torne. Tiene un torno y se divirti mucho hacindome.
Es cierto lo que dice? pregunt la pelota.
Qu jams reciba un latigazo si miento! respondi el trompo.
Desde luego, sabe usted hacerse valer dijo la pelota; pero no es posible;
estoy, como quien dice, prometida con una golondrina. Cada vez que salto en el
aire, asoma la cabeza por el nido y pregunta: Quiere? Quiere?. Yo,
interiormente, le he dado ya el s, y esto vale tanto como un compromiso. Sin
embargo, aprecio sus sentimientos y le prometo que no lo olvidar.
Vaya consuelo! exclam el trompo, y dejaron de hablarse.
Al da siguiente, el nio jug con la pelota. El trompo la vio saltar por los aires,
igual que un pjaro, tan alta, que la perda de vista. Cada vez volva, pero al
tocar el suelo pegaba un nuevo salto sea por afn de volver al nido de la
golondrina, sea porque tena el cuerpo de corcho. A la novena vez desapareci y
ya no volvi; por mucho que el nio estuvo buscndola, no pudo dar con ella.
Yo s dnde est! suspir el trompo. Est en el nido de la golondrina y
se ha casado con ella!
Cuanto ms pensaba el trompo en ello tanto ms enamorado se senta de la
pelota. Su amor creca precisamente por no haber logrado conquistarla. Lo peor
era que ella hubiese aceptado a otro. Y el trompo no cesaba de pensar en la
pelota mientras bailaba y zumbaba; en su imaginacin la vea cada vez ms
hermosa. As pasaron algunos aos y aquello se convirti en un viejo amor.
El trompo ya no era joven. Pero he aqu que un buen da lo doraron todo.
Nunca haba sido tan hermoso! En adelante sera un trompo de oro, y saltaba
que era un contento. Haba que or su ronrn! Pero de pronto peg un salto
excesivo y... adis!
Lo buscaron por todas partes, incluso en la bodega, pero no hubo modo de
encontrarlo. Dnde estara?
Haba saltado al depsito de la basura, dnde se mezclaban toda clase de
cachivaches, tronchos de col, barreduras y escombros cados del canaln.
A buen sitio he ido a parar! Aqu se me despintar todo el dorado. Vaya
gentuza la que me rodea!. Y dirigi una mirada de soslayo a un largo troncho
de col que haban cortado demasiado cerca del repollo, y luego otra a un extrao
objeto esfrico que pareca una manzana vieja. Pero no era una manzana, sino
una vieja pelota, que se haba pasado varios aos en el canaln y estaba medio
consumida por la humedad.
Gracias a Dios que ha venido uno de los nuestros, con quien podr hablar!
dijo la pelota considerando al dorado trompo.
Tal y como me ve, soy de tafilete, me cosieron manos de doncella y tengo el
cuerpo de corcho espaol, pero nadie sabe apreciarme. Estuve a punto de
casarme con una golondrina, pero ca en el canaln, y en l me he pasado
seguramente cinco aos. Ay, cmo me ha hinchado la lluvia! Creme, es
mucho tiempo para una seorita de buena familia!
Pero el trompo no respondi; pensaba en su viejo amor, y, cuanto ms oa a la
pelota, tanto ms se convenca de que era ella.
Vino en stas la criada, para verter el cubo de la basura.
Anda, aqu est el trompo dorado! dijo.
El trompo volvi a la habitacin de los nios y recobr su honor y prestigio,
pero de la pelota nada ms se supo. El trompo ya no habl ms de su viejo amor.
El amor se extingue cuando la amada se ha pasado cinco aos en un canaln y
queda hecha una sopa; ni siquiera es reconocida al encontrarla en un cubo de
basura.
LA PASTORA Y EL
DESHOLLINADOR
Has visto alguna vez uno de estos armarios muy viejos, ennegrecidos por los
aos, adornados con tallas de volutas y follaje? Pues uno as haba en una sala;
era una herencia de la bisabuela, y de arriba abajo estaba adornado con tallas de
rosas y tulipanes. Presentaba los arabescos ms raros que quepa imaginar, y
entre ellos sobresalan cabecitas de ciervo con sus cornamentas. En el centro,
haban tallado un hombre de cuerpo entero; su figura era de verdad cmica, y en
su cara se dibujaba una mueca, pues aquello no se poda llamar risa. Tena patas
de cabra, cuernecitos en la cabeza y una luenga barba. Los nios de la casa lo
llamaban siempre el Sargentomayorymenormariscaldecampo
patadechivo; era un nombre muy largo, y son bien pocos los que ostentan
semejante titulo; y no debi de tener poco trabajo, el que lo esculpi!
Y all estaba, con la vista fija en la mesa situada debajo del espejo, en la que
haba una linda pastorcilla de porcelana, con zapatos dorados, el vestido
graciosamente sujeto con una rosa encarnada, un dorado sombrerito en la cabeza
y un bculo de pastor en la mano: era un primor. A su lado haba un pequeo
deshollinador, negro como el carbn, aunque asimismo de porcelana, tan fino y
pulcro como otro cualquiera; lo de deshollinador slo lo representaba: el
fabricante de porcelana lo mismo hubiera podido hacer de l un prncipe, qu
ms le daba!
He ah, pues, al hombrecillo con su escalera, y unas mejillas blancas y
sonrosadas como las de la muchacha, lo cual no dejaba de ser un contrasentido,
pues un poquito de holln le hubiera cuadrado mejor. Estaba de pie junto a la
pastora; los haban colocado all a los dos, y, al encontrarse tan juntos, se haban
enamorado. Nada haba que objetar: ambos eran de la misma porcelana e
igualmente frgiles.
A su lado haba an otra figura, tres veces mayor que ellos: un viejo chino que
poda agachar la cabeza. Era tambin de porcelana, y pretenda ser el abuelo de
la zagala, aunque no estaba en situacin de probarlo. Afirmaba tener autoridad
sobre ella, y, en consecuencia, haba aceptado, con un gesto de la cabeza, la
peticin que el Sargentomayorymenormariscaldecampo
patadechivo le haba hecho de la mano de la pastora.
Tendrs un marido dijo el chino a la muchacha que estoy casi
convencido, es de madera de bano; har de ti la Sargenta-mayory
menormariscaldecampopatadechivo. Su armario est repleto de
objetos de plata, y no digamos ya lo que deben contener los cajones secretos!
No quiero entrar en el oscuro armario! protest la pastorcilla. He odo
decir que guarda en l once mujeres de porcelana. En este caso, t sers la
duodcima replic el chino. Esta noche, en cuanto cruja el viejo armario, se
celebrar la boda, como yo soy chino! . E, inclinando la cabeza, se qued
dormido.
La pastorcilla, llorosa, levant los ojos al dueo de su corazn, el deshollinador
de porcelana.
Quisiera pedirte un favor. Quieres venirte conmigo por esos mundos de
Dios? Aqu no podemos seguir.
Yo quiero todo lo que t quieras respondile el mocito. Vmonos
enseguida, estoy seguro de que podr sustentarte con mi trabajo.
Oh, si pudisemos bajar de la mesa sin contratiempo! dijo ella. Slo me
sentir contenta cuando hayamos salido a esos mundos.
l la tranquiliz, y le ense cmo tena que colocar el piececito en las labradas
esquinas y en el dorado follaje de la pata de la mesa; sirvise de su escalera, y
en un santiamn se encontraron en el suelo. Pero al mirar al armario, observaron
en l una agitacin; todos los ciervos esculpidos alargaban la cabeza y,
levantando la cornamenta, volvan el cuello; el Sargentomayory
menormariscaldecampopatadechivo peg un brinco y grit al
chino:
Se escapan, se escapan!
Los pobrecillos, asustados, se metieron en un cajn que haba debajo de la
ventana.
Haba all tres o cuatro barajas, aunque ninguna completa, y un teatrillo de
tteres montado un poco a la buena de Dios. Precisamente se estaba
representando una funcin y todas las damas, oros y corazones, trboles y
espadas, sentados en las primeras filas, se abanicaban con sus tulipanes; detrs
quedaban las sotas, mostrando que tenan cabeza o, por decirlo mejor, cabezas,
una arriba y otra abajo, como es costumbre en los naipes. El argumento trataba
de dos enamorados que no podan ser el uno para el otro, y la pastorcilla se ech
a llorar, por lo mucho que el drama se pareca al suyo.
No puedo resistirlo! exclam. Tengo que salir del cajn! . Pero una
vez volvieron a estar en el suelo y levantaron los ojos a la mesa, el viejo chino,
despierto, se tambale con todo el cuerpo, pues por debajo de la cabeza lo tena
de una sola pieza.
Que viene el viejo chino! grit la zagala azorada, cayendo de rodillas.
Se me ocurre una idea dijo el deshollinador. Y si nos metisemos en
aquella gran jarra de la esquina? Estaremos entre rosas y espliego, y si se acerca
le arrojaremos sal a los ojos.
No servira de nada respondi ella. Adems, s que el chino y la jarra
estuvieron prometidos, y siempre queda cierta simpata en semejantes
circunstancias. No; el nico recurso es lanzarnos al mundo.
De verdad te sientes con valor para hacerlo? pregunt el deshollinador.
Has pensado en lo grande que es y que nunca podremos volver a este lugar?
S afirm ella.
El deshollinador la mir fijamente y luego dijo:
Mi camino pasa por la chimenea. De veras te sientes con nimo para
aventurarte en el horno y trepar por la tubera? Saldramos al exterior de la
chimenea; una vez all, ya sabra yo aparmelas. Subiremos tan arriba, que no
podrn alcanzarnos, y en la cima hay un orificio que sale al vasto mundo.
Y la condujo a la puerta del horno.
Qu oscuridad! exclam ella, sin dejar de seguir a su gua por la caja del
horno y por el tubo, oscuro como boca de lobo.
Estamos ahora en la chimenea explicle l. Fjate: all arriba brilla la
ms hermosa de las estrellas.
Era una estrella del cielo que les enviaba su luz, exactamente como para
mostrarles el camino. Y ellos venga trepar y arrastrarse. Horrible camino, y tan
alto! Pero el mozo la sostena, indicndole los mejores agarraderos para apoyar
sus piececitos de porcelana. As llegaron al borde superior de la chimenea y se
sentaron en l, pues estaban muy cansados, y no sin razn.
Encima de ellos extendase el cielo con todas sus estrellas, y a sus pies quedaban
los tejados de la ciudad. Pasearon la mirada en derredor, hasta donde alcanzaron
los ojos; la pobre pastorcilla jams habla imaginado cosa semejante; reclin la
cabecita en el hombro de su deshollinador y prorrumpi en llanto, con tal
vehemencia que se le saltaba el oro del cinturn.
Es demasiado! exclam. No podr soportarlo, el mundo es demasiado
grande. Ojal estuviese sobre la mesa, bajo el espejo! No ser feliz hasta que
vuelva a encontrarme all. Te he seguido al ancho mundo; ahora podras
devolverme al lugar de donde salimos. Lo hars, si es verdad que me quieres.
El deshollinador le record prudentemente el viejo chino y el Sargento
mayorymenormariscaldecampopatadechivo, pero ella no
cesaba de sollozar y besar a su compaerito, el cual no pudo hacer otra cosa que
ceder a sus splicas, aun siendo una locura.
Y as bajaron de nuevo, no sin muchos tropiezos, por la chimenea, y se
arrastraron por la tubera y el horno. No fue nada agradable.
Una vez en la caja del horno, pegaron la oreja a la puerta para enterarse de cmo
andaban las cosas en la sala. Reinaba un profundo silencio; miraron al interior
y... Dios mo!, el viejo chino yaca en el suelo. Se haba cado de la mesa
cuando trat de perseguirlos, y se rompi en tres pedazos; toda la espalda era
uno de ellos, y la cabeza, rodando, haba ido a parar a una esquina. El
Sargentomayorymenormariscaldecampopatadechivo
segua en su puesto con aire pensativo.
Horrible! exclam la pastorcita. El abuelo roto a pedazos, y nosotros
tenemos la culpa. No lo resistir! y se retorca las manos.
An es posible pegarlo dijo el deshollinador. Pueden pegarlo muy bien,
tranquilzate; si le ponen masilla en la espalda y un buen clavo en la nuca
quedar como nuevo; an nos dir cosas desagradables.
Crees? pregunt ella. Y treparon de nuevo a la mesa.
Ya ves lo que hemos conseguido dijo el deshollinador. Podamos
habernos ahorrado todas estas fatigas.
Si al menos estuviese pegado el abuelo! observ la muchacha. Costar
muy caro?
Pues lo pegaron, s seor; la familia cuid de ello. Fue encolado por la espalda y
clavado por el pescuezo, con lo cual qued como nuevo, aunque no poda ya
mover la cabeza.
Se ha vuelto usted muy orgulloso desde que se hizo pedazos dijo el
Sargentomayorymenormariscaldecampopatade-chivo .
Y la verdad que no veo los motivos. Me la va a dar o no?
El deshollinador y la pastorcilla dirigieron al viejo chino una mirada
conmovedora, temerosos de que agachase la cabeza; pero le era imposible
hacerlo, y le resultaba muy molesto tener que explicar a un extrao que llevaba
un clavo en la nuca. Y de este modo siguieron viviendo juntas aquellas
personitas de porcelana, bendiciendo el clavo del abuelo y querindose hasta
que se hicieron pedazos a su vez.
LA PIEDRA FILOSOFAL
LA SIRENITA
En alta mar el agua es azul como los ptalos de la ms hermosa centaura, y clara
como el cristal ms puro; pero es tan profunda, que sera intil echar el ancla,
pues jams podra sta alcanzar el fondo. Habra que poner muchos
campanarios, unos encima de otros, para que, desde las honduras, llegasen a la
superficie.
Pero no creis que el fondo sea todo de arena blanca y helada; en l crecen
tambin rboles y plantas maravillosas, de tallo y hojas tan flexibles, que al
menor movimiento del agua se mueven y agitan como dotadas de vida. Toda
clase de peces, grandes y chicos, se deslizan por entre las ramas, exactamente
como hacen las aves en el aire. En el punto de mayor profundidad se alza el
palacio del rey del mar; las paredes son de coral, y las largas ventanas
puntiagudas, del mbar ms transparente; y el tejado est hecho de conchas, que
se abren y cierran segn la corriente del agua. Cada una de estas conchas
encierra perlas brillantsimas, la menor de las cuales honrara la corona de una
reina.
Haca muchos aos que el rey del mar era viudo; su anciana madre cuidaba del
gobierno de la casa. Era una mujer muy inteligente, pero muy pagada de su
nobleza; por eso llevaba doce ostras en la cola, mientras que los dems nobles
slo estaban autorizados a llevar seis. Por lo dems, era digna de todos los
elogios, principalmente por lo bien que cuidaba de sus nietecitas, las princesas
del mar. Estas eran seis, y todas bellsimas, aunque la ms bella era la menor;
tena la piel clara y delicada como un ptalo de rosa, y los ojos azules como el
lago ms profundo; como todas sus hermanas, no tena pies; su cuerpo
terminaba en cola de pez.
Las princesas se pasaban el da jugando en las inmensas salas del palacio, en
cuyas paredes crecan flores. Cuando se abran los grandes ventanales de mbar,
los peces entraban nadando, como hacen en nuestras tierras las golondrinas
cuando les abrimos las ventanas. Y los peces se acercaban a las princesas,
comiendo de sus manos y dejndose acariciar.
Frente al palacio haba un gran jardn, con rboles de color rojo de fuego y azul
oscuro; sus frutos brillaban como oro, y las flores parecan llamas, por el
constante movimiento de los pecolos y las hojas. El suelo lo formaba arena
finsima, azul como la llama del azufre. De arriba descenda un maravilloso
resplandor azul; ms que estar en el fondo del mar, se tena la impresin de estar
en las capas altas de la atmsfera, con el cielo por encima y por debajo.
Cuando no soplaba viento, se vea el sol; pareca una flor purprea, cuyo cliz
irradiaba luz.
Cada princesita tena su propio trocito en el jardn, donde cavaba y plantaba lo
que le vena en gana. Una haba dado a su porcin forma de ballena; otra haba
preferido que tuviese la de una sirenita. En cambio, la menor hizo la suya
circular, como el sol, y todas sus flores eran rojas, como l. Era una chiquilla
muy especial, callada y cavilosa, y mientras sus hermanas hacan gran fiesta con
los objetos ms raros procedentes de los barcos naufragados, ella slo jugaba
con una estatua de mrmol, adems de las rojas flores semejantes al sol. La
estatua representaba un nio hermossimo, esculpido en un mrmol muy blanco
y ntido; las olas la haban arrojado al fondo del ocano. La princesa plant junto
a la estatua un sauce llorn color de rosa; el rbol creci esplndidamente, y sus
ramas colgaban sobre el nio de mrmol, proyectando en el arenoso fondo azul
su sombra violeta, que se mova a comps de aqullas; pareca como si las ramas
y las races jugasen unas con otras y se besasen.
Lo que ms encantaba a la princesa era or hablar del mundo de los hombres, de
all arriba; la abuela tena que contarle todo cuanto saba de barcos y ciudades,
de hombres y animales. Se admiraba sobre todo de que en la tierra las flores
tuvieran olor, pues las del fondo del mar no olan a nada; y la sorprenda
tambin que los bosques fuesen verdes, y que los peces que se movan entre los
rboles cantasen tan melodiosamente. Se refera a los pajarillos, que la abuela
llamaba peces, para que las nias pudieran entenderla, pues no haban visto
nunca aves.
Cuando cumplis quince aos dijo la abuela se os dar permiso para
salir de las aguas, sentaros a la luz de la luna en los arrecifes y ver los barcos
que pasan; entonces veris tambin bosques y ciudades.
Al ao siguiente, la mayor de las hermanas cumpli los quince aos; todas se
llevaban un ao de diferencia, por lo que la menor deba aguardar todava cinco,
hasta poder salir del fondo del mar y ver cmo son las cosas en nuestro mundo.
Pero la mayor prometi a las dems que al primer da les contara lo que viera y
lo que le hubiera parecido ms hermoso; pues por ms cosas que su abuela les
contase siempre quedaban muchas que ellas estaban curiosas por saber.
Ninguna, sin embargo, se mostraba tan impaciente como la menor, precisamente
porque deba esperar an tanto tiempo y porque era tan callada y retrada. Se
pasaba muchas noches asomada a la ventana, dirigiendo la mirada a lo alto,
contemplando, a travs de las aguas azuloscuro, cmo los peces correteaban
agitando las aletas y la cola. Alcanzaba tambin a ver la luna y las estrellas, que
a travs del agua parecan muy plidas, aunque mucho mayores de como las
vemos nosotros. Cuando una nube negra las tapaba, la princesa saba que era
una ballena que nadaba por encima de ella, o un barco con muchos hombres a
bordo, los cuales jams hubieran pensado en que all abajo haba una joven y
encantadora sirena que extenda las blancas manos hacia la quilla del navo.
LA SOMBRA
Es terrible lo que quema el sol en los pases clidos! Las gentes se vuelven muy
morenas, y en los pases ms trridos su piel se quema hasta hacerse negra. Pero
ahora vais a or la historia de un sabio que de los pases fros pas sin transicin
a los clidos, y crea que podra seguir viviendo all como en su tierra. Muy
pronto tuvo que cambiar de opinin. Durante el da tuvo que seguir el ejemplo
de todas las personas juiciosas: permanecer en casa, con los postigos de puertas
y ventanas bien cerrados. Hubirase dicho que la casa entera dorma o que no
haba nadie en ella. Para empeorar las cosas, la estrecha calle de altos edificios,
en la que resida nuestro hombre, estaba orientada de manera que en ella daba el
sol desde el medioda hasta el ocaso; era realmente inaguantable. El sabio de las
tierras fras era un hombre joven e inteligente; tena la impresin de estar
encerrado en un horno ardiente, y aquello lo afect de tal modo que adelgaz
terriblemente, tanto, que hasta su sombra se contrajo y redujo, volvindose
mucho ms pequea que cuando se hallaba en su pas; el sol la absorba
tambin. Slo se recuperaban al anochecer, una vez el astro se haba ocultado.
Era un espectculo que daba gusto. No bien se encenda la luz de la habitacin,
la sombra se proyectaba entera en la pared, en toda su longitud; deba estirarse
para recobrar las fuerzas. El sabio sala al balcn, para estirarse en l, y en
cuanto aparecan las estrellas en el cielo sereno y maravilloso, se senta pasar de
muerte a vida.
En todos los balcones de las casas en los pases clidos, todas las casas tienen
balcones se vea gente; pues el aire es imprescindible, incluso cuando se es
moreno como la caoba. Todo se animaba, arriba y abajo. Zapateros, sastres y
ciudadanos en general salan a la calle con sus mesas y sillas, y arda la luz, y
ms de mil luces, y todos hablaban unos con otros y cantaban, y algunos
paseaban, mientras rodaban coches y pasaban mulos, haciendo sonar sus
cascabeles. Desfilaban entierros al son de cantos fnebres, los golfillos
callejeros encendan petardos, repicaban las campanas; en suma, que en la calle
reinaba una gran animacin. Una sola casa, la fronteriza a la ocupada por el
sabio extranjero, se mantena en absoluto silencio, y, sin embargo, la habitaba
alguien, pues haba flores en el balcn, flores que crecan ubrrimas bajo el sol
ardoroso, cosa que habra sido imposible de no ser regadas; alguien deba
regarlas, pues, y, por tanto, alguien deba de vivir en la casa. Al atardecer abran
tambin el balcn, pero el interior quedaba oscuro, por lo menos las
habitaciones delanteras; del fondo llegaba msica. Al sabio extranjero aquella
msica le pareca maravillosa, pero tal vez era pura imaginacin suya, pues lo
encontraba todo estupendo en los pases clidos; lstima que el sol quemara
tanto! El patrn de la casa donde resida le dijo que ignoraba quin viva
enfrente; nunca se vea a nadie, y en cuanto a la msica, la encontraba aburrida.
Era como si alguien estudiase una pieza, siempre la misma, sin lograr
aprenderla. La sacar!, piensa; pero no lo conseguir, por mucho que toque.
Una noche el forastero se despert. Dorma con el balcn abierto, el viento
levant la cortina, y al hombre le pareci que del balcn fronterizo vena un
brillo misterioso; todas las flores relucan como llamas, con los colores ms
esplndidos, y en medio de ellas haba una esbelta y hermosa doncella; pareca
brillar ella tambin. El sabio se sinti deslumbrado, pero hizo un esfuerzo para
sacudiese el sueo y abri los ojos cuanto pudo. De un salto baj de la cama; sin
hacer ruido se desliz detrs de la cortina, pero la muchacha haba desaparecido,
y tambin el resplandor; las flores no relucan ya, pero seguan tan hermosas
como de costumbre; la puerta estaba entornada, y en el fondo resonaba una
msica tan deliciosa, que verdaderamente pareca cosa de sueo. Era como un
hechizo; pero, quin viva all? Dnde estaba la entrada propiamente dicha?
La planta baja estaba enteramente ocupada por tiendas, y no era posible que en
stas estuviera la entrada.
Un atardecer se hallaba el sabio sentado en su balcn; tena la luz a su espalda,
por lo que era natural que su sombra se proyectase sobre la pared de enfrente, al
otro lado de la calle, entre las flores del balcn; y cuando el extranjero se mova,
movase tambin ella, como ya se comprende.
Creo que mi sombra es lo nico viviente que se ve ah delante dijo el
sabio. Cuidado que est graciosa, sentada entre las flores! La puerta est
entreabierta. Es una oportunidad que mi sombra podra aprovechar para entrar
adentro; a la vuelta me contara lo que hubiese visto. Venga, sombra dijo
bromeando, anmate y srveme de algo! Entra, quieres? y le dirigi un
signo con la cabeza, signo que la sombra le devolvi. Bueno, vete, pero no te
marches del todo . El extranjero se levant, y la sombra, en el balcn
fronterizo, levantse a su vez; el hombre se volvi, y la sombra se volvi
tambin. Si alguien hubiese reparado en ello, habra observado cmo la sombra
se meta, por la entreabierta puerta del balcn, en el interior de la casa de
enfrente, al mismo tiempo que el forastero entraba en su habitacin, dejando
caer detrs de si la larga cortina.
A la maana siguiente nuestro sabio sali a tomar caf y leer los peridicos.
Qu significa esto? dijo al entrar en el espacio soleado. No tengo sombra!
Entonces ser cierto que se march anoche y no ha vuelto. Esto s que es
bueno!
Le fastidiaba la cosa, no tanto por la ausencia de la sombra como porque
conoca el cuento del hombre que haba perdido su sombra, cuento muy popular
en los pases fros. Y cuando el sabio volviera a su patria y explicara su
aventura, todos lo acusaran de plagiario, y no quera pasar por tal. Por eso
prefiri no hablar del asunto, y en esto obr muy cuerdamente.
Al anochecer sali de nuevo al balcn, despus de colocar la luz detrs de l,
pues saba que la sombra quiere tener siempre a su seor por pantalla; pero no
hubo medio de hacerla comparecer. Se hizo pequeo, se agrand, pero la sombra
no se dej ver. El hombre la llam con una tosecita significativa: ajem, ajem!,
pero en vano.
Era, desde luego, para preocuparse, aunque en los pases clidos todo crece con
gran rapidez, y al cabo de ocho das observ nuestro sabio, con gran
satisfaccin, que, tan pronto como sala el sol, le creca una sombra nueva a
partir de las piernas; por lo visto, haban quedado las races. A las tres semanas
tena una sombra muy decente, que, en el curso del viaje que emprendi a las
tierras septentrionales, fue creciendo gradualmente, hasta que al fin lleg ser
tan alta y tan grande, que con la mitad le habra bastado.
As lleg el sabio a su tierra, donde escribi libros acerca de lo que en el mundo
hay de verdadero, de bueno y de bello. De esta manera pasaron das y aos;
muchos aos.
Una tarde estaba nuestro hombre en su habitacin, y he aqu que llamaron a la
puerta muy quedito.
Adelante! dijo, pero no entr nadie. Se levant entonces y abri la puerta:
se present a su vista un hombre tan delgado, que realmente daba grima verlo.
Aparte esto, iba muy bien vestido, y con aire de persona distinguida.
Con quin tengo el honor de hablar? pregunt el sabio.
Ya deca yo que no me reconocera contest el desconocido. Me he
vuelto tan corprea, que incluso tengo carne y vestidos. Nunca pens usted en
verme en este estado de prosperidad. No reconoce a su antigua sombra? Sin
duda crey que ya no iba a volver. Pues lo he pasado muy bien desde que me
separ de usted. He prosperado en todos los aspectos. Me gustara comprar mi
libertad, tengo medios para hacerlo . E hizo tintinear un manojo de valiosos
dijes que le colgaban del reloj, y puso la mano en la recia cadena de oro que
llevaba alrededor del cuello. Cmo refulgan los brillantes en sus dedos! Y
todos autnticos, adems.
LA LTIMA PERLA
Era una casa rica, una casa feliz; todos, seores, criados e incluso los amigos
eran dichosos y alegres, pues acababa de nacer un heredero, un hijo, y tanto la
madre como el nio estaban perfectamente.
Se haba velado la luz de la lmpara que iluminaba el recogido dormitorio, ante
cuyas ventanas colgaban pesadas cortinas de preciosas sedas. La alfombra era
gruesa y mullida como musgo; todo invitaba al sueo, al reposo, y a esta
tentacin cedi tambin la enfermera, y se qued dormida; bien poda hacerlo,
pues todo andaba bien y felizmente. El espritu protector de la casa estaba a la
cabecera de la cama; dirase que sobre el nio, reclinado en el pecho de la
madre, se extenda una red de rutilantes estrellas, cada una de las cuales era una
perla de la felicidad. Todas las hadas buenas de la vida haban aportado sus
dones al recin nacido; brillaban all la salud, la riqueza, la dicha y el amor; en
suma, todo cuanto el hombre puede desear en la Tierra.
Todo lo han trado dijo el espritu protector.
No! oyse una voz cercana, la del ngel custodio del nio . Hay un
hada que no ha trado an su don, pero vendr, lo traer algn da, aunque sea de
aqu a muchos aos. Falta an la ltima perla.
Falta? Aqu no puede faltar nada, y si fuese as hay que ir en busca del hada
poderosa. Vamos a buscarla!
Vendr, vendr! Hace falta su perla para completar la corona.
Dnde vive? Dnde est su morada? Dmelo, ir a buscar la perla.
T lo quieres dijo el ngel bueno del nio yo te guiar dondequiera que
sea. No tiene residencia fija, lo mismo va al palacio del Emperador como a la
cabaa del ms pobre campesino; no pasa junto a nadie sin dejar huella; a todos
les aporta su ddiva, a unos un mundo, a otros un juguete. Habr de venir
tambin para este nio. Piensas t que no todos los momentos son iguales?
Pues bien, iremos a buscar la perla, la ltima de este tesoro.
Y, cogidos de la mano, se echaron a volar hacia el lugar donde a la sazn resida
el hada.
Era una casa muy grande, con oscuros corredores, cuartos vacos y
singularmente silenciosa; una serie de ventanas abiertas dejaban entrar el aire
fro, cuya corriente haca ondear las largas cortinas blancas.
En el centro de la habitacin se vea un atad abierto, con el cadver de una
mujer joven an. Lo rodeaban gran cantidad de preciosas y frescas rosas, de tal
modo que slo quedaban visibles las finas manos enlazadas y el rostro
transfigurado por la muerte, en el que se expresaba la noble y sublime gravedad
de la entrega a Dios.
Junto al fretro estaban, de pie, el marido y los nios, en gran nmero; el ms
pequeo, en brazos del padre. Era el ltimo adis a la madre; el esposo le bes
la mano, seca ahora como hoja cada, aquella mano que hasta poco antes haba
estado laborando con diligencia y amor. Gruesas y amargas lgrimas caan al
suelo, pero nadie pronunciaba una palabra; el silencio encerraba all todo un
mundo de dolor. Callados y sollozando, salieron de la habitacin.
Arda un cirio, la llama vacilaba al viento, envolviendo el rojo y alto pabilo.
Entraron hombres extraos, que colocaron la tapa del fretro y la sujetaron con
clavos; los martillazos resonaron por las habitaciones y pasillos de la casa, y
ms fuertemente an en los corazones sangrantes.
Adnde me llevas? pregunt el espritu protector . Aqu no mora
ningn hada cuyas perlas formen parte de los dones mejores de la vida.
Pues aqu es donde est, ahora, en este momento solemne replic el ngel
custodio, sealando un rincn del aposento; y all, en el lugar donde en vida la
madre se sentara entre flores y estampas, desde el cual, como hada bienhechora
del hogar haba acogido amorosa al marido, a los hijos y a los amigos, y desde
donde, cual un rayo de sol, haba esparcido la alegra por toda la casa, como el
eje y el corazn de la familia, en aquel rincn haba ahora una mujer extraa,
vestida con un largo y amplio ropaje: era la Afliccin, seora y madre ahora en
el puesto de la muerta. Una lgrima ardiente rod por su seno y se transform en
una perla, que brillaba con todos los colores del arco iris. Recogila el ngel, y
entonces, adquiri el brillo de una estrella de siete matices.
La perla de la afliccin, la ltima, que no puede faltar. Realza el brillo y el
poder de las otras. Ves el resplandor del arco iris, que une la tierra con el cielo?
Con cada una de las personas queridas que nos preceden en la muerte, tenemos
en el cielo un amigo ms con quien deseamos reunirnos. A travs de la noche
terrena miramos las estrellas, la ltima perfeccin. Contmplala, la perla de la
afliccin; en ella estn las alas de Psique, que nos levantarn de aqu.
LA VIEJA LOSA SEPULCRAL
En una pequea ciudad, toda una familia se hallaba reunida, un atardecer de la
estacin en que se dice que las veladas se hacen ms largas, en casa del
propietario de una granja. El tiempo era todava templado y tibio; haban
encendido la lmpara, las largas cortinas colgaban delante de las ventanas,
donde se vean grandes macetas, y en el exterior brillaba la luna; pero no
hablaban de ella, sino de una gran piedra situada en la era, al lado de la puerta de
la cocina, y sobre la cual las sirvientas solan colocar la vajilla de cobre bruida
para que se secase al sol, y donde los nios gustaban de jugar. En realidad era
una antigua losa sepulcral.
S deca el propietario, creo que procede de la iglesia derruida del viejo
convento. Vendieron el plpito, las estatuas y las losas funerarias. Mi padre, que
en gloria est, compr varias, que fueron cortadas en dos para baldosas; pero
sta sobr, y ah la dejaron en la era.
Bien se ve que es una losa sepulcral dijo el mayor de los nios. An
puede distinguirse en ella un reloj de arena y un pedazo de un ngel; pero la
inscripcin est casi borrada; slo queda el nombre de Preben y una S
mayscula detrs; un poco ms abajo se lee Marthe. Es cuanto puede sacarse, y
an todo eso slo se ve cuando ha llovido y el agua ha lavado la piedra.
Dios mo, pero si es la losa de Preben Svane y de su mujer! exclam un
hombre muy viejo; por su edad hubiera podido ser el abuelo de todos los
reunidos en la habitacin. S, aquel matrimonio fue uno de los ltimos que
recibieron sepultura en el cementerio del antiguo convento. Era una respetable
pareja de mis aos mozos. Todos los conocan y todos los queran; eran la pareja
ms anciana de la ciudad. Corra el rumor de que posean ms de una tonelada
de oro, y, no obstante, vestan con gran sencillez, con prendas de las telas ms
bastas, aunque siempre muy aseados. Formaban una simptica pareja de viejos,
Preben y su Marta. Daba gusto verlos sentados en aquel banco de la alta escalera
de piedra de la casa, bajo las ramas del viejo tilo, saludando y gesticulando, con
su expresin amable y bondadosa. En caritativos no haba quien les ganara;
daban de comer a los pobres y los vestan, y ejercan su caridad con delicadeza y
verdadero espritu cristiano. La mujer muri la primera; recuerdo muy bien el
da. Era yo un chiquillo y estaba con mi padre en casa del viejo Preben, cuando
su esposa acababa de fallecer; el pobre hombre estaba muy emocionado, y
lloraba como un nio. El cadver se hallaba an en el dormitorio contiguo;
Preben habl a mi padre y a varios vecinos de lo solo que iba a encontrarse en
adelante, de lo buena que ella haba sido, de los muchos aos que haban vivido
juntos y de cmo se haban conocido y enamorado. Yo era muy nio, como he
dicho, me limitaba a escuchar; pero me caus una enorme impresin or al viejo
y ver como iba animndose poco a poco y le volvan los colores a la cara al
contar sus das de noviazgo, y cun bonita haba sido ella, y los inocentes
ardides de que l se haba valido para verla. Y nos habl tambin del da de la
boda; sus ojos se iluminaron, y el buen hombre revivi aquel tiempo feliz... y he
aqu que ahora yaca ella muerta en el aposento contiguo, y l, viejo tambin,
hablando del tiempo de la esperanza... s, as van las cosas. Entonces era yo un
nio, y hoy soy viejo, tan viejo como Preben Svane. Pasa el tiempo y todo
cambia. Me acuerdo muy bien del entierro; el viejo Preben segua detrs del
fretro. Pocos aos antes, el matrimonio haba mandado esculpir su losa
sepulcral, con la inscripcin y los nombres, todo excepto el ao de la muerte; al
atardecer transportaron la piedra y la aplicaron sobre la tumba... para volver a
levantarla un ao ms tarde, cuando el viejo Preben fue a reunirse con su esposa.
No dejaron el tesoro del que hablaba la gente; lo que qued fue para una familia
que resida muy lejos y de la que nadie saba la menor cosa. La casa de
entramado de madera, con el banco en lo alto de la escalera de piedra bajo el
tilo, fue derribada por orden de la autoridad; era demasiado vieja y ruinosa para
dejarla en pie. Ms tarde, cuando la iglesia conventual corri la misma suerte, y
fue cerrado el cementerio, la losa sepulcral de Preben y su Marta fue a parar,
como todo lo dems de all, a manos de quien quiso comprarlo, y ha querido el
azar que esta piedra no haya sido rota a pedazos y usada para baldosa, sino que
se ha quedado en la era, lugar de juego para los nios, plataforma para la vajilla
fregada de las sirvientas. La carretera empedrada pasa hoy por encima del lugar
donde descansan el viejo Preben y su mujer. Quin se acuerda ya de ellos? .
Y el anciano mene la cabeza melanclicamente. Olvidados! Todo se olvida
concluy.
Y entonces se empez a hablar de otras cosas; pero el muchachito, un nio de
grandes ojos serios, se haba subido a una silla y miraba a la era, donde la luna
enviaba su blanca luz a la vieja losa, aquella piedra que antes le pareciera
siempre vaca y lisa, pero que ahora yaca all como una hoja entera de un libro
de Historia. Todo lo que el muchacho acaba de or acerca de Preben y su mujer
viva en aquella losa; y l la miraba, y luego levantaba los ojos hacia la clara
luna, colgada en el alto cielo pursimo; era como si el rostro de Dios brillase
sobre la Tierra.
Olvidado! Todo se olvida se oy en el cuarto, y en el mismo momento un
ngel invisible bes al nio en el pecho y en la frente y le murmur al odo:
Guarda bien la semilla que te han dado, gurdala hasta el da de su maduracin!
Por ti, hijo mo, esta inscripcin borrada, esta losa desgastada por la intemperie,
resucitar en trazos de oro para las generaciones venideras. El anciano
matrimonio volver a recorrer, cogido del brazo, las viejas calles, y se sentar de
nuevo, sonriente y con rojas mejillas, en la escalera bajo el tilo, saludando a
ricos y pobres. La semilla de esta hora germinar a lo largo de los aos, para
transformarse en un florido poema. Lo bueno y lo bello no cae en el olvido;
sigue viviendo en la leyenda y en la cancin.
LAS CIGEAS
Sobre el tejado de la casa ms apartada de una aldea haba un nido de cigeas.
La cigea madre estaba posada en l, junto a sus cuatro polluelos, que
asomaban las cabezas con sus piquitos negros, pues no se haban teido an de
rojo. A poca distancia, sobre el vrtice del tejado, permaneca el padre, erguido
y tieso; tena una pata recogida, para que no pudieran decir que el montar la
guardia no resultaba fatigoso. Se hubiera dicho que era de palo, tal era su
inmovilidad. Da un gran tono el que mi mujer tenga una centinela junto al nido
pensaba. Nadie puede saber que soy su marido. Seguramente pensar todo
el mundo que me han puesto aqu de vigilante. Eso da mucha distincin. Y
sigui de pie sobre una pata.
Abajo, en la calle, jugaba un grupo de chiquillos, y he aqu que, al darse cuenta
de la presencia de las cigeas, el ms atrevido rompi a cantar, acompaado
luego por toda la tropa:
Cigea, cigea, vulvete a tu tierra
ms all del valle y de la alta sierra.
Tu mujer se est quieta en el nido,
y todos sus polluelos se han dormido.
El primero morir colgado,
el segundo chamuscado;
al tercero lo derribar el cazador
y el cuarto ir a parar al asador.
Escucha lo que cantan los nios! exclamaron los polluelos. Cantan que
nos van a colgar y a chamuscar.
No os preocupis los tranquiliz la madre. No les hagis caso, dejadlos
que canten.
Y los rapaces siguieron cantando a coro, mientras con los dedos sealaban a las
cigeas burlndose; slo uno de los muchachos, que se llamaba Perico, dijo
que no estaba bien burlarse de aquellos animales, y se neg a tomar parte en el
juego. Entretanto, la cigea madre segua tranquilizando a sus pequeos:
No os apuris les deca, mirad qu tranquilo est vuestro padre,
sostenindose sobre una pata.
Oh, qu miedo tenemos! exclamaron los pequeos escondiendo la
cabecita en el nido.
Al da siguiente los chiquillos acudieron nuevamente a jugar, y, al ver las
cigeas, se pusieron a cantar otra vez.
El primero morir colgado,
el segundo chamuscado.
De veras van a colgarnos y chamuscamos? preguntaron los polluelos.
No, claro que no! dijo la madre. Aprenderis a volar, pues yo os
ensear; luego nos iremos al prado, a visitar a las ranas. Veris como se
inclinan ante nosotras en el agua cantando: coax, coax!; y nos las
zamparemos. Qu bien vamos a pasarlo!
Y despus? preguntaron los pequeos.
Despus nos reuniremos todas las cigeas de estos contornos y comenzarn
los ejercicios de otoo. Hay que saber volar muy bien para entonces; la cosa
tiene gran importancia, pues el que no sepa hacerlo como Dios manda, ser
muerto a picotazos por el general. As que es cuestin de aplicaros, en cuanto la
instruccin empiece.
Pero despus nos van a ensartar, como decan los chiquillos. Escucha, ya
vuelven a cantarlo.
Es a m a quien debis atender y no a ellos! regales la madre cigea.
Cuando se hayan terminado los grandes ejercicios de otoo, emprenderemos el
vuelo hacia tierras clidas, lejos, muy lejos de aqu, cruzando valles y bosques.
Iremos a Egipto, donde hay casas triangulares de piedra terminadas en punta,
que se alzan hasta las nubes; se llaman pirmides, y son mucho ms viejas de lo
que una cigea puede imaginar. Tambin hay un ro, que se sale del cauce y
convierte todo el pas en un cenagal. Entonces, bajaremos al fango y nos
hartaremos de ranas.
Aj! exclamaron los polluelos.
S, es magnfico! En todo el da no hace uno sino comer; y mientras nos
damos all tan buena vida, en estas tierras no hay una sola hoja en los rboles, y
hace tanto fro que hasta las nubes se hielan, se resquebrajan y caen al suelo en
pedacitos blancos. Se refera a la nieve, pero no saba explicarse mejor.
Y tambin esos chiquillos malos se hielan y rompen a pedazos? ,
preguntaron los polluelos.
No, no llegan a romperse, pero poco les falta, y tienen que estarse quietos en
el cuarto oscuro; vosotros, en cambio, volaris por aquellas tierras, donde crecen
las flores y el sol lo inunda todo.
Transcurri algn tiempo. Los polluelos haban crecido lo suficiente para poder
incorporarse en el nido y dominar con la mirada un buen espacio a su alrededor.
Y el padre acuda todas las maanas provisto de sabrosas ranas, culebrillas y
otras golosinas que encontraba. Eran de ver las exhibiciones con que los
obsequiaba! Inclinaba la cabeza hacia atrs, hasta la cola, castaeteaba con el
pico cual si fuese una carraca y luego les contaba historias, todas acerca del
cenagal.
Bueno, ha llegado el momento de aprender a volar dijo un buen da la
madre, y los cuatro pollitos hubieron de salir al remate del tejado. Cmo se
tambaleaban, cmo se esforzaban en mantener el equilibrio con las alas, y cun
a punto estaban de caerse Fijaos en m! dijo la madre. Debis poner la
cabeza as, y los pies as: Un, dos, Un, dos! As es como tenis que comportaros
en el mundo . Y se lanz a un breve vuelo, mientras los pequeos pegaban un
saltito, con bastante torpeza, y bum!, se cayeron, pues les pesaba mucho el
cuerpo.
No quiero volar! protest uno de los pequeos, encaramndose de nuevo
al nido. Me es igual no ir a las tierras clidas!
Prefieres helarte aqu cuando llegue el invierno? Ests conforme con que te
cojan esos muchachotes y te cuelguen, te chamusquen y te asen? Bien, pues voy
a llamarlos.
Oh, no! suplic el polluelo, saltando otra vez al tejado, con los dems.
Al tercer da ya volaban un poquitn, con mucha destreza, y, creyndose capaces
de cernerse en el aire y mantenerse en l con las alas inmviles, se lanzaron al
espacio; pero s, s...! Pum! empezaron a dar volteretas, y fue cosa de darse
prisa a poner de nuevo las alas en movimiento. Y he aqu que otra vez se
presentaron los chiquillos en la calle, y otra vez entonaron su cancin:
Cigea, cigea, vulvele a tu tierra!
Bajemos de una volada y saqumosles los ojos! exclamaron los pollos
No, dejadlos! replic la madre. Fijaos en m, esto es lo importante: Uno,
dos, tres! Un vuelo hacia la derecha. Uno, dos, tres! Ahora hacia la izquierda,
en torno a la chimenea. Muy bien, ya vais aprendiendo; el ltimo aleteo, ha
salido tan limpio y preciso, que maana os permitir acompaarme al pantano.
All conoceris varias familias de cigeas con sus hijos, todas muy simpticas;
me gustara que mis pequeos fuesen los ms lindos de toda la concurrencia;
quisiera poder sentirme orgullosa de vosotros. Eso hace buen efecto y da un
gran prestigio.
Y no nos vengaremos de esos rapaces endemoniados? preguntaron los
hijos.
Dejadlos gritar cuanto quieran. Vosotros os remontaris hasta las nubes y
estaris en el pas de las pirmides, mientras ellos pasan fro y no tienen ni una
hoja verde, ni una manzana.
S, nos vengaremos se cuchichearon unos a otros; y reanudaron sus
ejercicios de vuelo.
De todos los muchachuelos de la calle, el ms empeado en cantar la cancin de
burla, y el que haba empezado con ella, era precisamente un rapaz muy
pequeo, que no contara ms all de 6 aos. Las cigeitas, empero, crean que
tena lo menos cien, pues era mucho ms corpulento que su madre y su padre.
Qu saban ellas de la edad de los nios y de las personas mayores! Este fue el
nio que ellas eligieron como objeto de su venganza, por ser el iniciador de la
ofensiva burla y llevar siempre la voz cantante. Las jvenes cigeas estaban
realmente indignadas, y cuanto ms crecan, menos dispuestas se sentan a
sufrirlo. Al fin su madre hubo de prometerles que las dejara vengarse, pero a
condicin de que fuese el ltimo da de su permanencia en el pas.
Antes hemos de ver qu tal os portis en las grandes maniobras; si lo hacis
mal y el general os traspasa el pecho de un picotazo, entonces los chiquillos
habrn tenido razn, en parte al menos. Hemos de verlo, pues.
Si, ya vers! dijeron las cras, redoblando su aplicacin. Se ejercitaban
todos los das, y volaban con tal ligereza y primor, que daba gusto.
Y lleg el otoo. Todas las cigeas empezaron a reunirse para emprender
juntas el vuelo a las tierras clidas, mientras en la nuestra reina el invierno. Qu
de impresionantes maniobras!. Haba que volar por encima de bosques y
pueblos, para comprobar la capacidad de vuelo, pues era muy largo el viaje que
les esperaba. Los pequeos se portaron tan bien, que obtuvieron un
sobresaliente con rana y culebra. Era la nota mejor, y la rana y la culebra
podan comrselas; fue un buen bocado.
Ahora, la venganza! dijeron.
S, desde luego! asinti la madre cigea. Ya he estado yo pensando en
la ms apropiada. S donde se halla el estanque en que yacen todos los nios
chiquitines, hasta que las cigeas vamos a buscarlos para llevarlos a los padres.
Los lindos pequeuelos duermen all, soando cosas tan bellas como nunca mas
volvern a soarlas. Todos los padres suspiran por tener uno de ellos, y todos los
nios desean un hermanito o una hermanita. Pues bien, volaremos al estanque y
traeremos uno para cada uno de los chiquillos que no cantaron la cancin y se
portaron bien con las cigeas.
Pero, y el que empez con la cancin, aquel mocoso delgaducho y feo
gritaron los pollos, qu hacemos con l?
En el estanque yace un niito muerto, que muri mientras soaba. Pues lo
llevaremos para l. Tendr que llorar porque le habremos trado un hermanito
muerto; en cambio, a aquel otro muchachito bueno no lo habris olvidado, el
que dijo que era pecado burlarse de los animales , a aqul le llevaremos un
hermanito y una hermanita, y como el muchacho se llamaba Pedro, todos
vosotros os llamaris tambin Pedro.
Y fue tal como dijo, y todas las cras de las cigeas se llamaron Pedro, y
todava siguen llamndose as.
Lo ms increble
Quien fuese capaz de hacer lo ms increble, se casara con la hija del Rey y se
convertira en dueo de la mitad del reino.
Los jvenes y tambin los viejos pusieron a contribucin toda su
inteligencia, sus nervios y sus msculos. Dos se hartaron hasta reventar, y uno
se mat a fuerza de beber, y lo hicieron para realizar lo que a su entender era
ms increble, slo que no era aqul el modo de ganar el premio. Los golfillos
callejeros se dedicaron a escupirse sobre la propia espalda, lo cual consideraban
el colmo de lo increble.
Sealse un da para que cada cual demostrase lo que era capaz de hacer y que,
a su juicio, fuera lo ms increble. Se designaron como jueces, desde nios de
tres aos hasta cincuentones maduros. Hubo un verdadero desfile de cosas
increbles, pero el mundo estuvo pronto de acuerdo en que lo ms increble era
un reloj, tan ingenioso por dentro como por fuera. A cada campanada salan
figuras vivas que indicaban lo que el reloj acababa de tocar; en total fueron doce
escenas, con figuras movibles, cantos y discursos.
Esto es lo ms increble! exclam la gente.
El reloj dio la una y apareci Moiss en la montaa, escribiendo el primer
mandamiento en las Tablas de la Ley: Hay un solo Dios verdadero.
Al dar las dos viose el Paraso terrenal, donde se encontraron Adn y Eva,
felices a pesar de no disponer de armario ropero; por otra parte, no lo
necesitaban.
Cuando sonaron las tres, salieron los tres Reyes Magos, uno de ellos negro como
el carbn; qu remedio! El sol lo haba ennegrecido. Llevaban incienso y cosas
preciosas.
A las cuatro presentronse las estaciones: la Primavera, con el cuclillo posado en
una tierna rama de haya; el Verano, con un saltamontes sobre una espiga
madura; el Otoo, con un nido de cigeas abandonado pues el ave se haba
marchado ya, y el Invierno, con una vieja corneja que saba contar historias y
antiguos recuerdos junto al fuego.
Dieron las cinco y comparecieron los cinco sentidos: la Vista, en figura de
ptico; el Odo, en la de calderero; el Olfato venda violetas y asprulas; el
Gusto estaba representado por un cocinero, y el Tacto, por un sepulturero con un
crespn fnebre que le llegaba a los talones.
El reloj dio las seis, y apareci un jugador que ech los dados; al volver hacia
arriba la parte superior, sali el nmero seis.
Vinieron luego los siete das de la semana o los siete pecados capitales; los
espectadores no pudieron ponerse de acuerdo sobre lo que eran en realidad; sea
como fuere, tienen mucho de comn y no es muy fcil separarlos.
A continuacin, un coro de monjes cant la misa de ocho.
Con las nueve llegaron las nueve Musas; una de ellas trabajaba en Astronoma;
otra, en el Archivo histrico; las restantes se dedicaban al teatro.
A las diez sali nuevamente Moiss con las tablas; contenan los mandamientos
de Dios, y eran diez.
Volvieron a sonar campanadas y salieron, saltando y brincando, unos nios y
nias que jugaban y cantaban: Ahora, nios, a escuchar; las once acaban de
dar!.
Y al dar las doce sali el vigilante, con su capucha, y con la estrella matutina,
cantando su vieja tonadilla:
Era medianoche,
cuando naci el Salvador!
Y mientras cantaba brotaron rosas, que luego resultaron cabezas de angelillos
con alas, que tenan todos los colores del iris.
Result un espectculo tan hermoso para los ojos como para los odos. Aquel
reloj era una obra de arte incomparable, lo ms increble que pudiera
imaginarse, deca la gente.
El autor era un joven de excelente corazn, alegre como un nio, un amigo
bueno y leal, y abnegado con sus humildes padres. Se mereca la princesa y la
mitad del reino.
Lleg el da de la decisin; toda la ciudad estaba engalanada, y la princesa
ocupaba el trono, al que haban puesto crin nuevo, sin hacerlo ms cmodo por
eso. Los jueces miraban con pcaros ojos al supuesto ganador, el cual
permaneca tranquilo y alegre, seguro de su suerte, pues haba realizado lo ms
increble.
No, esto lo har yo! grit en el mismo momento un patn larguirucho y
huesudo. Yo soy el hombre capaz de lo ms increble . Y blandi un hacha
contra la obra de arte.
Cric, crac!, en un instante todo qued deshecho; ruedas y resortes rodaron por
el suelo; la maravilla estaba destruida.
sta es mi obra! dijo. Mi accin ha superado a la suya; he hecho lo ms
increble.
Destruir semejante obra de arte! exclamaron los jueces. Efectivamente,
es lo ms increble.
Todo el pueblo estuvo de acuerdo, por lo que le asignaron la princesa y la mitad
del reino, pues la ley es la ley, incluso cuando se trata de lo ms increble y
absurdo.
Desde lo alto de las murallas y las torres de la ciudad proclamaron los
trompeteros:
Va a celebrarse la boda!
La princesa no iba muy contenta, pero estaba esplndida, y ricamente vestida.
La iglesia era un mar de luz; anocheca ya, y el efecto resultaba maravilloso. Las
doncellas nobles de la ciudad iban cantando, acompaando a la novia; los
caballeros hacan lo propio con el novio, el cual avanzaba con la cabeza tan alta
como si nada pudiese romprsela.
Ces el canto e hzose un silencio tan profundo, que se habra odo caer al suelo
un alfiler. Y he aqu que en medio de aquella quietud se abri con gran estrpito
la puerta de la iglesia y, bum! bum!, entr el reloj y, avanzndo por la nave
central, fue a situarse entre los novios. Los muertos no pueden volver, esto ya lo
sabemos, pero una obra de arte s puede; el cuerpo estaba hecho pedazos, pero
no el espritu; el espectro del Arte se apareci, dejando ya de ser un espectro.
La obra de arte estaba entera, como el da que la presentaron, intacta y nueva.
Sonaron las campanadas, una tras otra, hasta las doce, y salieron las figuras.
Primero Moiss, cuya frente despeda llamas. Arroj las pesadas tablas de la ley
a los pies del novio, que quedaron clavados en el suelo.
No puedo levantarlas! dijo Moiss. Me cortaste los brazos. Qudate
donde ests.
Vinieron despus Adn y Eva, los Reyes Magos de Oriente y las cuatro
estaciones, y todos le dijeron verdades desagradables: Avergnzate!.
Pero l no se avergonz.
Todas las figuras que haban aparecido a las diferentes horas, salieron del reloj y
adquirieron un volumen enorme. Pareca que no iba a quedar sitio para las
personas de carne y hueso. Y cuando a las doce se present el vigilante con la
capucha y la estrella matutina, se produjo un movimiento extraordinario. El
vigilante, dirigindose al novio, le dio un golpe en la frente con la estrella.
Muere! le dijo Medida por medida! Estamos vengados, y el maestro
tambin! adis!
Y desapareci la obra de arte; pero las luces de la iglesia la transformaron en
grandes flores luminosas, y las doradas estrellas del techo enviaron largos y
refulgentes rayos, mientras el rgano tocaba solo. Todos los presentes dijeron
que aquello era lo ms increble que haban visto en su vida.
Llamemos ahora al vencedor dijo la princesa. El autor de la maravilla
ser mi esposo y seor.
Y el joven se present en la iglesia, con el pueblo entero por squito, entre las
aclamaciones y la alegra general. Nadie sinti envidia. Y esto fue precisamente
lo ms increble!
Los vecinos
Cualquiera habra dicho que algo importante ocurra en la balsa del pueblo, y,
sin embargo, no pasaba nada. Todos los patos, tanto los que se mecan en el
agua como los que se haban puesto de cabeza pues saben hacerlo , de
pronto se pusieron a nadar precipitadamente hacia la orilla; en el suelo cenagoso
quedaron bien visibles las huellas de sus pies y sus gritos podan orse a gran
distancia. El agua se agit violentamente, y eso que unos momentos antes estaba
tersa como un espejo, en el que se reflejaban uno por uno los rboles y arbustos
de las cercanas y la vieja casa de campo con los agujeros de la fachada y el nido
de golondrinas, pero muy especialmente el gran rosal cuajado de rosas, que
bajaba desde el muro hasta muy adentro del agua. El conjunto pareca un cuadro
puesto del revs. Pero en cuanto el agua se agitaba, todo se revolva, y la pintura
se esfumaba. Dos plumas que haban cado de los patos al desplegar las alas, se
balanceaban sobre las olas, como si soplase el viento; y, sin embargo, no lo
haba. Por fin quedaron inmviles: el agua recuper su primitiva tersura y volvi
a reflejar claramente la fachada con el nido de golondrinas y el rosal con cada
una de sus flores, que eran hermossimas, aunque ellas lo ignoraban porque
nadie se lo haba dicho. El sol se filtraba por entre las delicadas y fragantes
hojas; y cada rosa se senta feliz, de modo parecido a lo que nos sucede a las
personas cuando estamos sumidos en nuestros pensamientos.
Qu bella es la vida! deca cada una de las rosas. Lo nico que deseara
es poder besar al sol, por ser tan clido y tan claro.
Y tambin quisiera besar las rosas de debajo del agua: se parecen tanto a
nosotras! Y besara tambin a las dulces avecillas del nido, que asoman la
cabeza piando levemente; no tienen an plumas como sus padres. Son buenos
los vecinos que tenemos, tanto los de arriba como los de abajo. Qu hermosa es
la vida!
Aquellos pajarillos de arriba y de abajo los segundos no eran sino el reflejo
de los primeros en el agua eran gurriatos, hijos de gorriones; haban ocupado
el nido abandonado por las golondrinas el ao anterior, y se encontraban en l
como en su propia casa.
Son patitos los que all nadan? preguntaron los gurriatos al ver flotar en el
agua las plumas de las palmpedas.
No preguntis tonteras! replic la madre. No veis que son plumas,
prendas de vestir vivas como las que yo llevo y que vosotros llevaris tambin,
slo que las nuestras son ms finas? Por lo dems, me gustara tenerlas aqu en
el nido, pues son muy calientes. Quisiera saber de qu se espantaron los patos.
Habr sucedido algo en el agua. Yo no he sido, aunque confieso que he piado un
poco fuerte. Esas cabezotas de rosas deberan saberlo, pero no saben nada;
mirarse en el espejo y despedir perfume, eso es cuanto saben hacer. Qu
vecinas tan aburridas!
Escuchad los pajarillos de arriba! dijeron las rosas, hacen ensayos de
canto. No saben todava, pero ya vendr. Qu bonito debe ser saber cantar! Es
delicioso tener vecinos tan alegres.
En aquel momento llegaron, galopando, dos caballos; venan a abrevar; un zagal
montaba uno de ellos, despojado de todas sus prendas de vestir, excepto el
sombrero, grande y de anchas alas. El mozo silbaba como si fuese un pajarillo, y
se meti con su cabalgadura en la parte ms profunda de la balsa; al pasar junto
al rosal cort una de sus rosas, se la prendi en el sombrero, para ir bien
adornado, y sigui adelante. Las otras rosas miraban a su hermana y se
preguntaban mutuamente: Adnde va? pero ninguna lo saba.
A veces me gustara salir a correr mundo dijo una de las flores a sus
compaeras. Aunque tambin es muy hermoso este rincn verde en que
vivimos. Durante el da brilla el sol y nos calienta, y por la noche, el cielo es an
ms bello; podemos verlo a travs de los agujeritos que tiene.
Se refera a las estrellas; pensaba que eran agujeros del cielo. No llegaba a ms
la ciencia de las rosas!
Nosotros traemos vida y animacin a estos parajes dijo la gorriona. Los
nidos de golondrina son de buen agero, dice la gente; por eso se alegran de
tenernos. Pero aquel vecino, el gran rosal que se encarama por la pared, produce
humedad. Espero que se marche pronto, y en su lugar crezca trigo. Las rosas
slo sirven de adorno y para perfumar el ambiente; a lo sumo, para sujetarlas al
sombrero. Todos los aos se marchitan, lo s por mi madre. La campesina las
conserva en sal, y entonces tienen un nombre francs que no s pronunciar, ni
me importa; luego las esparce por la ventana cuando quiere que huela bien. Y
sta es toda su vida! No sirven ms que para alegrar los ojos y el olfato. Ya lo
sabis, pues.
Al anochecer, cuando los mosquitos empezaron a danzar en el aire tibio, y las
nubes adquirieron sus tonalidades rojas, presentse el ruiseor y cant a las
rosas que en este mundo lo bello se parece a la luz del sol y vive eternamente.
Pero las rosas creyeron que el ruiseor cantaba sus propias loanzas, y cualquiera
lo habra pensado tambin. No se les ocurri que eran ellas el objeto de su canto;
sin embargo, experimentaron un gran placer y se preguntaban si tal vez los
gurriatos no se volveran a su vez ruiseores.
He comprendido muy bien lo que cant el pjaro dijeron los gurriatos.
Slo una palabra quisiera que me explicasen: qu significa lo bello?
No es nada respondi la madre, es una simple apariencia. All arriba, en
la finca de los seores, donde las palomas tienen su casa propia y todos los das
se les reparten guisantes y grano yo he comido tambin con ellas, y algn da
vendris vosotros: dime con quin andas y te dir quin eres , pues en aquella
finca tienen dos pjaros de cuello verde y un mechoncito de plumas en la
cabeza. Pueden extender la cola como si fuese una gran rueda; tienen todos los
colores, hasta el punto de que duelen los ojos de mirarlos. Se llaman pavos
reales, y son la belleza. Slo con que los desplumasen un poquitn, casi no se
distinguiran de nosotros. Me entraban ganas de emprenderlas a picotazos con
ellos, pero eran tan grandotes!.
Pues yo los voy a picotear exclam el benjamn de los gurriatos; el mocoso
no tena an plumas.
En el cortijo viva un joven matrimonio que se quera tiernamente; los dos eran
laboriosos y despiertos, y su casa era un primor de bien cuidada. Los domingos
por la maana sala la mujer, cortaba un ramo de las rosas ms bellas y las pona
en un florero, en el centro del armario.
Ahora me doy cuenta de que es domingo! deca el marido, besando a su
esposa; y luego se sentaban y lean un salmo, cogidos de las manos, mientras el
sol penetraba por las ventanas, iluminando las frescas rosas y a la enamorada
pareja.
Este espectculo me aburre! dijo la gorriona, que lo contemplaba desde su
nido de enfrente; y ech a volar.
Lo mismo hizo una semana despus, pues cada domingo ponan rosas frescas en
el florero, y el rosal segua floreciendo tan hermoso. Los gorrioncitos, que ya
tenan plumas, hubieran querido lanzarse a volar con su madre, pero sta les
dijo: Quedaos aqu! y se estuvieron quietecitos. Ella se fue, pero, como
suele ocurrir con harta frecuencia, de pronto qued cogida en un lazo hecho de
crines de caballo, que unos muchachos haban colocado en una rama. Las crines
aprisionaron fuertemente la pata de la gorriona, tanto, que pareca que iban a
partirla. Qu dolor y qu miedo! Los chicos cogieron el pjaro, oprimindole
terriblemente: Slo es un gorrin! dijeron; pero no lo soltaron, sino que se
lo llevaron a casa, golpendolo en el pico cada vez que chillaba.
En la casa haba un viejo entendido en el arte de fabricar jabn para la barba y
para las manos, jabn en bolas y en pastillas. Era un viejo alegre y trotamundos;
al ver el gorrin que traan los nios, del que, segn ellos, no saban qu hacer,
preguntles:
Queris que lo pongamos guapo?
Un estremecimiento de terror recorri el cuerpo de la gorriona al or aquellas
palabras. El viejo abri su caja que contena colores bellsimos , tom una
buena porcin de purpurina y, cascando un huevo que le proporcionaron los
chiquillos, separ la clara y unt con ella todo el cuerpo del avecilla,
espolvorendolo luego con el oro. Y de este modo qued la gorriona dorada,
aunque no pensaba en su belleza, pues se mora de miedo. Despus, el jabonero
arranc un trapo rojo del forro de su vieja chaqueta, lo cort en forma de cresta
y lo peg en la cabeza del pjaro.
Ahora veris volar el pjaro de oro! dijo, soltando al animalito, el cual,
presa de mortal terror, emprendi el vuelo por el espacio soleado. Dios mo, y
cmo reluca! Todos los gorriones, y tambin una corneja que no estaba ya en la
primera edad, se asustaron al verlo, pero se lanzaron en su persecucin, vidos
de saber quin era aquel pjaro desconocido.
De dnde, de dnde? gritaba la corneja.
Espera un poco, espera un poco! decan los gorriones. Pero ella no estaba
para aguardar; dominada por el miedo y la angustia, se dirigi en lnea recta
hacia su casa. Poco le faltaba para desplomarse rendida, pero cada vez era
mayor el nmero de sus perseguidores, grandes y chicos; algunos se disponan
incluso a atacarla.
Fijaos en se, fijaos en se! gritaban todos.
Fijaos en se, Fijaos en se! gritaron tambin sus cras cuando a madre
lleg al nido. Seguramente es un pavito, tiene todos los colores, y hace dao a
los ojos, como dijo madre. Pip! Es la belleza! . Y arremetieron contra ella a
picotazos, impidindole posarse en el nido; y estaba la gorriona tan aterrorizada,
que no fue capaz de decir pip!, y mucho menos, claro est, soy vuestra madre!
Las otras aves la agredieron tambin, le arrancaron todas las plumas, y la pobre
cay ensangrentada en medio del rosal.
Pobre animal! dijeron las rosas. Ven, te ocultaremos! Apoya la
cabecita sobre nosotras!
La gorriona extendi por ltima vez las alas, luego las oprimi contra el cuerpo
y expir en el seno de la familia vecina de las frescas y perfumadas rosas.
Pip! decan los gurriatos en el nido , no entiendo dnde puede estar
nuestra madre. No ser una treta suya, para que nos despabilemos por nuestra
cuenta y nos busquemos la comida? Nos ha dejado en herencia la casa, pero,
quin de nosotros se quedar con ella, cuando llegue la hora de constituir una
familia?
Pues ya veris cmo os echo de aqu, el da en que ample mi hogar con
mujer e hijos dijo el ms pequeo.
Yo tendr mujer e hijos antes que t! replic el segundo. Yo soy el
mayor! grit un tercero. Todos empezaron a increparse, a propinarse aletazos
y picotazos, y, paf!, uno tras otro fueron cayendo del nido; pero an en el suelo
seguan pelendose. Con la cabeza de lado, guiaban el ojo dirigido hacia arriba:
era su modo de manifestar su enfado.
Saban ya volar un poquitn; luego se ejercitaron un poco ms y por ltimo,
convinieron en que, para reconocerse si alguna vez se encontraban por esos
mundos de Dios, diran tres veces pip! y rascaran otras tantas con el pie
izquierdo.
PEGAOJOS
En todo el mundo no hay quien sepa tantos cuentos como Pegaojos. Seor, los
que sabe!
Al anochecer, cuando los nios estn an sentados a la mesa o en su escabel,
viene un duende llamado Pegaojos; sube la escalera quedito, quedito, pues va
descalzo, slo en calcetines; abre las puertas sin hacer ruido y, chitn!, vierte en
los ojos de los pequeuelos leche dulce, con cuidado, con cuidado, pero siempre
bastante para que no puedan tener los ojos abiertos y, por tanto, verlo. Se desliza
por detrs, les sopla levemente en la nuca y los hace quedar dormidos. Pero no
les duele, pues Pegaojos es amigo de los nios; slo quiere que se estn
quietecitos, y para ello lo mejor es aguardar a que estn acostados. Deben
estarse quietos y callados, para que l pueda contarles sus cuentos.
Cuando ya los nios estn dormidos, Pegaojos se sienta en la cama. Va bien
vestido; lleva un traje de seda, pero es imposible decir de qu color, pues tiene
destellos verdes, rojos y azules, segn como se vuelva. Y lleva dos paraguas,
uno debajo de cada brazo.
Uno de estos paraguas est bordado con bellas imgenes, y lo abre sobre los
nios buenos; entonces ellos durante toda la noche suean los cuentos ms
deliciosos; el otro no tiene estampas, y lo despliega sobre los nios traviesos, los
cuales se duermen como marmotas y por la maana se despiertan sin haber
tenido ningn sueo.
Ahora veremos cmo Pegaojos visit, todas las noches de una semana, a un
muchachito que se llamaba Federico, para contarle sus cuentos. Son siete, pues
siete son los das de la semana.
Lunes
Martes
PULGARCITA
rase una mujer que anhelaba tener un nio, pero no saba dnde irlo a buscar.
Al fin se decidi a acudir a una vieja bruja y le dijo:
Me gustara mucho tener un nio; dime cmo lo he de hacer.
S, ser muy fcil respondi la bruja. Ah tienes un grano de cebada; no
es como la que crece en el campo del labriego, ni la que comen los pollos.
Plntalo en una maceta y vers maravillas.
Muchas gracias dijo la mujer; dio doce sueldos a la vieja y se volvi a
casa; sembr el grano de cebada, y brot enseguida una flor grande y
esplndida, parecida a un tulipn, slo que tena los ptalos apretadamente
cerrados, cual si fuese todava un capullo.
Qu flor tan bonita! exclam la mujer, y bes aquellos ptalos rojos y
amarillos; y en el mismo momento en que los tocaron sus labios, abrise la flor
con un chasquido. Era en efecto, un tulipn, a juzgar por su aspecto, pero en el
centro del cliz, sentada sobre los verdes estambres, vease una nia
pequesima, linda y gentil, no ms larga que un dedo pulgar; por eso la
llamaron Pulgarcita.
Le dio por cuna una preciosa cscara de nuez, muy bien barnizada; azules
hojuelas de violeta fueron su colchn, y un ptalo de rosa, el cubrecama. All
dorma de noche, y de da jugaba sobre la mesa, en la cual la mujer haba puesto
un plato ceido con una gran corona de flores, cuyos peciolos estaban
sumergidos en agua; una hoja de tulipn flotaba a modo de barquilla, en la que
Pulgarcita poda navegar de un borde al otro del plato, usando como remos dos
blancas crines de caballo. Era una maravilla. Y saba cantar, adems, con voz
tan dulce y delicada como jams se haya odo.
Una noche, mientras la pequeuela dorma en su camita, presentse un sapo, que
salt por un cristal roto de la ventana. Era feo, gordote y viscoso; y vino a saltar
sobre la mesa donde Pulgarcita dorma bajo su rojo ptalo de rosa.
Sera una bonita mujer para mi hijo!, dijose el sapo, y, cargando con la
cscara de nuez en que dorma la nia, salt al jardn por el mismo cristal roto.
Cruzaba el jardn un arroyo, ancho y de orillas pantanosas; un verdadero
cenagal, y all viva el sapo con su hijo. Uf!, y qu feo y asqueroso era el
bicho! igual que su padre! Croak, croak, brekkerekekex! , fue todo lo que
supo decir cuando vio a la niita en la cscara de nuez.
Habla ms quedo, no vayas a despertarla le advirti el viejo sapo. An
se nos podra escapar, pues es ligera como un plumn de cisne. La pondremos
sobre un ptalo de nenfar en medio del arroyo; all estar como en una isla,
ligera y menudita como es, y no podr huir mientras nosotros arreglamos la sala
que ha de ser vuestra habitacin debajo del cenagal.
Crecan en medio del ro muchos nenfares, de anchas hojas verdes, que
parecan nadar en la superficie del agua; el ms grande de todos era tambin el
ms alejado, y ste eligi el viejo sapo para depositar encima la cscara de nuez
con Pulgarcita.
Cuando se hizo de da despert la pequea, y al ver donde se encontraba
prorrumpi a llorar amargamente, pues por todas partes el agua rodeaba la gran
hoja verde y no haba modo de ganar tierra firme.
Mientras tanto, el viejo sapo, all en el fondo del pantano, arreglaba su
habitacin con juncos y flores amarillas; haba que adornarla muy bien para la
nuera. Cuando hubo terminado nad con su feo hijo hacia la hoja en que se
hallaba Pulgarcita. Queran trasladar su lindo lecho a la cmara nupcial, antes de
que la novia entrara en ella. El viejo sapo, inclinndose profundamente en el
agua, dijo:
Aqu te presento a mi hijo; ser tu marido, y viviris muy felices en el
cenagal.
Coax, coax, brekkerekekex! fue todo lo que supo aadir el hijo. Cogieron
la graciosa camita y echaron a nadar con ella; Pulgarcita se qued sola en la
hoja, llorando, pues no poda avenirse a vivir con aquel repugnante sapo ni a
aceptar por marido a su hijo, tan feo.
Los pececillos que nadaban por all haban visto al sapo y odo sus palabras, y
asomaban las cabezas, llenos de curiosidad por conocer a la pequea. Al verla
tan hermosa, les dio lstima y les doli que hubiese de vivir entre el lodo, en
compaa del horrible sapo. Haba que impedirlo a toda costal Se reunieron
todos en el agua, alrededor del verde tallo que sostena la hoja, lo cortaron con
los dientes y la hoja sali flotando ro abajo, llevndose a Pulgarcita fuera del
alcance del sapo.
En su barquilla, Pulgarcita pas por delante de muchas ciudades, y los pajaritos,
al verla desde sus zarzas, cantaban: Qu nia ms preciosa!. Y la hoja segua
su rumbo sin detenerse, y as sali Pulgarcita de las fronteras del pas.
Una bonita mariposa blanca, que andaba revoloteando por aquellos contornos,
vino a pararse sobre la hoja, pues le haba gustado Pulgarcita. sta se senta
ahora muy contenta, libre ya del sapo; por otra parte, era tan bello el paisaje! El
sol enviaba sus rayos al ro, cuyas aguas refulgan como oro pursimo. La nia
se desat el cinturn, at un extremo en torno a la mariposa y el otro a la hoja; y
as la barquilla avanzaba mucho ms rpida.
Ms he aqu que pas volando un gran abejorro, y, al verla, rode con sus garras
su esbelto cuerpecito y fue a depositarlo en un rbol, mientras la hoja de nenfar
segua flotando a merced de la corriente, remolcada por la mariposa, que no
poda soltarse.
SOPA DE PALILLO DE
MORCILLA
1. Sopa de palillo de morcilla
* Vaya comida la de ayer! comentaba una vieja dama de la familia ratonil
dirigindose a otra que no haba participado en el banquete . Yo ocup el
puesto vigsimoprimero empezando a contar por el anciano rey de los
ratones, lo cual no es poco honor. En cuanto a los platos, puedo asegurarte que
el men fue estupendo. Pan enmohecido, corteza de tocino, vela de sebo y
morcilla; y luego repetimos de todo.
Fue como si comiramos dos veces. Todo el mundo estaba de buen humor, y se
contaron muchos chistes y ocurrencias, como se hace en las familias bien
avenidas. No qued ni pizca de nada, aparte los palillos de las morcillas, y por
eso dieron tema a la conversacin. Imagnate que hubo quien afirm que poda
prepararse sopa con un palillo de morcilla. Desde luego que todos conocamos
esta sopa de odas, como tambin la de guijarros, pero nadie la haba probado, y
mucho menos preparado. Se pronunci un brindis muy ingenioso en honor de su
inventor, diciendo que mereca ser el rey de los pobres. Verdad que es una
buena ocurrencia? El viejo rey se levant y prometi elevar al rango de esposa y
reina a la doncella del mundo ratonil que mejor supiese condimentar la sopa en
cuestin. El plazo qued sealado para dentro de un ao.
No estara mal! opin la otra rata . Pero, cmo se prepara la sopa?
Eso es, cmo se prepara? preguntaron todas las damas ratoniles, viejas y
jvenes. Todas habran querido ser reinas, pero ninguna se senta con nimos de
afrontar las penalidades de un viaje al extranjero para aprender la receta, y, sin
embargo, era imprescindible. Abandonar a su familia y los escondrijos
familiares no est al alcance de cualquiera. En el extranjero no todos los das se
encuentra corteza de queso y de tocino; uno se expone a pasar hambre, sin
hablar del peligro de que se te meriende un gato.
Estas ideas fueron seguramente las que disuadieron a la mayora de partir en
busca de la receta. Slo cuatro ratitas jvenes y alegres, pero de casa humilde, se
decidieron a emprender el viaje.
Iran a los cuatro extremos del mundo, a probar quin tena mejor suerte. Cada
una se procur un palillo de morcilla, para no olvidarse del objeto de su
expedicin; sera su bculo de caminante.
Iniciaron el viaje el primero de mayo, y regresaron en la misma fecha del ao
siguiente. Pero slo volvieron tres; de la cuarta nada se saba, no haba dado
noticias de s, y haba llegado ya el da de la prueba.
No puede haber dicha completa! dijo el rey de los ratones; y dio orden de
que se invitase a todos los que residan a muchas millas a la redonda. Como
lugar de reunin se fij la cocina. Las tres ratitas expedicionarias se situaron en
grupo aparte; para la cuarta, ausente, se dispuso un palillo de morcilla envuelto
en crespn negro. Nadie deba expresar su opinin hasta que las tres hubiesen
hablado y el Rey dispuesto lo que proceda.
Vamos a ver lo que ocurri.
Cuando sal por esos mundos de Dios dijo la viajera iba creda, como
tantas de mi edad, que llevaba en m toda la ciencia del universo. Qu ilusin!
Hace falta un buen ao, y algn da de propina, para aprender todo lo que es
menester. Yo me fui al mar y embarqu en un buque que puso rumbo Norte. Me
haban dicho que en el mar conviene que el cocinero sepa cmo salir de apuros;
pero no es cosa fcil, cuando todo est atiborrado de hojas de tocino, toneladas
de cecina y harina enmohecida. Se vive a cuerpo de rey, pero de preparar la
famosa sopa ni hablar. Navegamos durante muchos das y noches; a veces el
barco se balanceaba peligrosamente, v otras las olas saltaban sobre la borda y
nos calaban hasta los huesos. Cuando al fin llegamos a puerto, abandon el
buque; estbamos muy al Norte.
Produce una rara sensacin eso de marcharse de los escondrijos donde hemos
nacido, embarcar en un buque que viene a ser como un nuevo escondrijo, y
luego, de repente, hallarte a centenares de millas y en un pas desconocido.
Haba all bosques impenetrables de pinos y abedules, que despedan un olor
intenso, desagradable para mis narices. De las hierbas silvestres se desprenda
un aroma tan fuerte, que haca estornudar y pensar en morcillas, quieras que no.
Haba grandes lagos, cuyas aguas parecan clarsimas miradas desde la orilla,
pero que vistas desde cierta distancia eran negras como tinta. Blancos cisnes
nadaban en ellos; al principio los tom por espuma, tal era la suavidad con que
se movan en la superficie; pero despus los vi volar y andar; slo entonces me
di cuenta de lo que eran. Por cierto que cuando andan no pueden negar su
parentesco con los gansos. Yo me junt a los de mi especie, los ratones de
bosque y de campo, que, por lo dems, son de una ignorancia espantosa,
especialmente en lo que a economa domstica se refiere; y, sin embargo, ste
era el objeto de mi viaje. El que fuera posible hacer sopa con palillos de morcilla
result para ellos una idea tan inaudita, que la noticia se esparci por el bosque
como un reguero de plvora; pero todos coincidieron en que el problema no
tena solucin. Jams hubiera yo pensado que precisamente all, y aquella misma
noche, tuviese que ser iniciada en la preparacin del plato. Era el solsticio de
verano; por eso, decan, el bosque exhalaba aquel olor tan intenso, y eran tan
aromticas las hierbas, los lagos tan lmpidos, y, no obstante, tan oscuros, con
los blancos cisnes en su superficie. A la orilla del bosque, entre tres o cuatro
casas, haban clavado una percha tan alta como un mstil, y de su cima colgaban
guirnaldas y cintas: era el rbol de mayo. Muchachas y mozos bailaban a su
alrededor, y rivalizaban en quin cantara mejor al son del violn del msico. La
fiesta dur toda la noche, desde la puesta del sol, a la luz de la Luna llena, tan
intensa casi como la luz del da, pero yo no tom parte. De qu le vendra a un
ratoncito participar en un baile en el bosque? Permanec muy quietecita en el
blando musgo, sosteniendo muy prieto mi palillo. La luna iluminaba
principalmente un lugar en el que creca un rbol recubierto de musgo, tan fino,
que me atrevo a sostener que rivalizaba con la piel de nuestro rey, slo que era
verde, para recreo de los ojos.
De pronto llegaron, a paso de marcha, unos lindsimos y diminutos personajes,
que apenas pasaban de mi rodilla; parecan seres humanos, pero mejor
proporcionados. Llambanse elfos y llevaban vestidos primorosos,
confeccionados con ptalos de flores, con adornos de alas de moscas y
mosquitos, todos de muy buen ver. Pareca como si anduviesen buscando algo,
no saba yo qu, hasta que algunos se me acercaron. El ms distinguido seal
hacia mi palillo y dijo:
Uno as es lo que necesitamos! Qu bien tallado! Es esplndido!, y
contemplaba mi palillo con verdadero arrobo.
Os lo prestar, pero tenis que devolvrmelo, les dije.
Te lo devolveremos!, respondieron a la una; lo cogieron y saltando y
brincando, se dirigieron al lugar donde el musgo era ms fino, y clavaron el
palillo en el suelo. Queran tambin tener su rbol de mayo, y aqul resultaba
como hecho a medida. Lo limpiaron y acicalaron; pareca nuevo!.
Unas araitas tendieron a su alrededor hilos de oro y lo adornaron con ondeantes
velos y banderitas, tan sutilmente tejidos y de tal inmaculada blancura a los
rayos lunares, que me dolan los ojos al mirarlos. Tomaron colores de las alas de
la mariposa, y los espolvorearon sobre las telaraas, que quedaron cubiertas
como de flores y diamantes maravillosos, tanto, que yo no reconoca ya mi
palillo de morcilla. En todo el mundo no se habr visto un rbol de mayo como
aqul. Y slo entonces se present la verdadera sociedad de los elfos; iban
completamente desnudos, y aquello era lo mejor de todo. Me invitaron a asistir a
la fiesta, aunque desde cierta distancia, porque yo era demasiado grandota.
Empez la msica. Era como si sonasen millares de campanitas de cristal, con
sonido lleno y fuerte; cre que eran cisnes los que cantaban, y parecime
distinguir tambin las voces del cuclillo y del tordo. Finalmente, fue como si el
bosque entero se sumase al concierto; era un conjunto de voces infantiles,
sonido de campanas y canto de pjaros. Cantaban melodas bellsimas, y todos
aquellos sones salan del rbol de mayo de los elfos. Era un verdadero concierto
de campanillas y, sin embargo, all no haba nada ms que mi palillo de
morcilla. Nunca hubiera credo que pudiesen encerrarse en l tantas cosas; pero
todo depende de las manos a que va uno a parar. Me emocion de veras; llor de
pura alegra, como slo un ratoncillo es capaz de llorar.
La noche result demasiado corta, pero all arriba, y en este tiempo, el sol
madruga mucho. Al alba se levant una ligera brisa; rizse la superficie del agua
de los lagos, y todos los delicados y ondeantes velos y banderas volaron por los
aires. Las balanceantes glorietas de tela de araa, los puentes colgantes y
balaustradas, o como quiera que se llamen, tendidos de hoja a hoja, quedaron
reducidos a la nada. Seis ellos volvieron a traerme el palillo y me preguntaron si
tena yo algn deseo que pudieran satisfacer. Entonces les ped que me
explicasen la manera de preparar la sopa de palillo de morcilla.
Ya habrs visto cmo hacemos las cosas dijo el ms distinguido, rindose
. A que apenas reconocas tu palillo?.
La verdad es que sois muy listos!, respond, y a continuacin les expliqu,
sin ms prembulos, el objeto de mi viaje y lo que en mi tierra esperaban de l.
Qu saldrn ganando el rey de los ratones y todo nuestro poderoso imperio
dije con que yo haya presenciado estas maravillas? No podr reproducirlas
sacudiendo el palillo y decir: Ved, ah est la maderita, ahora vendr la sopa. Y
aunque pudiera, sera un espectculo bueno para la sobremesa, cuando la gente
est ya harta.
Entonces el elfo introdujo sus minsculos dedos en el cliz de una morada
violeta y me dijo:
Fjate; froto tu varita mgica. Cuando ests de vuelta a tu pas y en el palacio
de tu rey, toca con la vara el pecho clido del Rey. Brotarn violetas y se
enroscarn a lo largo de todo el palo, aunque sea en lo ms riguroso del
invierno. As tendrs en tu pas un recuerdo nuestro y an algo ms por
aadidura.
Pero antes de dar cuenta de lo que era aquel algo ms, la ratita toc con el
palillo el pecho del Rey, y, efectivamente, brot un esplndido ramillete de
flores, tan deliciosamente olorosas, que el Soberano orden a los ratones que
estaban ms cerca del fuego, que metiesen en l sus rabos para provocar cierto
olor a chamusquina, pues el de las violetas resultaba irresistible. No era ste
precisamente el perfume preferido de la especie ratonil.
Pero, qu hay de ese algo ms que mencionaste? pregunt el rey de los
ratones.
Ahora viene lo que pudiramos llamar el efecto principal respondi la
ratita y haciendo girar el palillo, desaparecieron todas las flores y qued la
varilla desnuda, que entonces se empez a mover a guisa de batuta.
Las violetas son para el olfato, la vista y el tacto dijo el elfo ; pero
tendremos que darte tambin algo para el odo y el gusto.
Y la ratita se puso a marcar el comps, y empez a orse una msica, pero no
como la que haba sonado en la fiesta de los elfos del bosque, sino como la que
se suele or en las cocinas. Uf, qu barullo! Y todo vino de repente; era como si
el viento silbara por las chimeneas; cocan cazos y pucheros, la badila aporreaba
los calderos de latn, y de pronto todo qued en silencio. Oyse el canto del
puchero cuando hierve, tan extrao, que uno no saba si iba a cesar o si slo
empezaba. Y herva la olla pequea, y herva la grande, ninguna se preocupaba
de la otra, como si cada cual estuviese distrada con sus pensamientos. La ratita
segua agitando la batuta con fuerza creciente, las ollas espumeaban,
borboteaban, rebosaban, bufaba el viento, silbaba chimenea. Seor, la cosa se
puso tan terrible, que la propia ratita perdi el palo!
Vaya receta complicada! exclam el rey . Tardar mucho en estar
preparada la sopa?
Eso fue todo respondi la ratita con una reverencia.
Todo? En este caso, oigamos lo que tiene que decirnos la segunda dijo el
rey.
Una historia
En el jardn florecan todos los manzanos; se haban apresurado a echar flores
antes de tener hojas verdes; todos los patitos estaban en la era, y el gato con
ellos, relamindose el resplandor del sol, relamindoselo de su propia pata. Y si
uno diriga la mirada a los campos, vea lucir el trigo con un verde precioso, y
todo era trinar y piar de mil pajarillos, como si se celebrase una gran fiesta; y de
verdad lo era, pues haba llegado el domingo. Tocaban las campanas, y las
gentes, vestidas con sus mejores prendas, se encaminaban a la iglesia, tan
orondas y satisfechas. S, en todo se reflejaba la alegra; era un da tan tibio y tan
magnfico, que bien poda decirse:
Verdaderamente, Dios Nuestro Seor es de una bondad infinita para con sus
criaturas.
En el interior de la iglesia, el pastor, desde el plpito, hablaba, sin embargo, con
voz muy recia y airada; se lamentaba de que todos los hombres fueran unos
descredos y los amenazaba con el castigo divino, pues cuando los malos
mueren, van al infierno, a quemarse eternamente; y deca adems que su gusano
no morira, ni su fuego se apagara nunca, y que jams encontraran la paz y el
reposo. Daba pavor orlo, y se expresaba, adems, con tanta conviccin...!
Describa a los feligreses el infierno como una cueva apestosa, donde confluye
toda la inmundicia del mundo; all no hay ms aire que el de la llama ardiente
del azufre, ni suelo tampoco: todos se hundiran continuamente, en eterno
silencio. Era horrible or todo aquello, pero el prroco lo deca con toda su alma,
y todos los presentes se sentan sobrecogidos de espanto. Y, sin embargo, all
fuera los pajarillos cantaban tan alegres, y el sol enviaba su calor, y cada
florecilla pareca decir: Dios es infinitamente bueno para todos nosotros. S,
all fuera las cosas eran muy distintas de como las pintaba el prroco.
Al anochecer, a la hora de acostarse, el pastor observ que su esposa permaneca
callada y pensativa.
Qu te pasa? le pregunt.
Me pasa... respondi ella, pues me pasa que no puedo concretar mis
pensamientos, que no comprendo bien lo que dijiste, que haya tantas personas
impas y que han de ser condenadas al fuego eterno. Eterno...! Ay, qu largo es
esto! Yo no soy sino una pobre pecadora, y, sin embargo, no tendra valor para
condenar al fuego eterno ni siquiera al ms perverso de los pecadores. Cmo
podra, pues, hacerlo Dios Nuestro Seor, que es infinitamente bueno y sabe que
el mal viene de fuera y de dentro! No, no puedo creerlo, por ms que t lo digas.
Haba llegado el otoo, y las hojas caan de los rboles; el grave y severo
prroco estaba sentado a la cabecera de una moribunda: un alma creyente y
piadosa iba a cerrar los ojos; era su propia esposa.
...Si alguien merece descanso en la tumba y gracia ante Dios, sa eres t
dijo el pastor. Le cruz las manos sobre el pecho y rez una oracin para la
difunta.
La mujer fue conducida a su sepultura. Dos gruesas lgrimas rodaron por las
mejillas de aquel hombre grave. En la casa parroquial reinaban el silencio y la
soledad: el sol del hogar se haba apagado; ella se haba ido.
Era de noche; un viento fro azot la cabeza del clrigo. Abri los ojos y le
pareci como si la luna brillara en el cuarto, y, sin embargo, no era as. Pero
junto a su cama estaba de pie una figura humana: el espritu de su esposa
difunta, que lo miraba con expresin afligida, como si quisiera decirle algo.
El prroco se incorpor en el lecho y extendi hacia ella los brazos:
Tampoco t gozas del eterno descanso? Es posible que sufras, t, la mejor
y la ms piadosa?
La muerta baj la cabeza en signo afirmativo y se puso la mano en el pecho.
Podra yo procurarte el reposo en la sepultura?
Si lleg a sus odos.
De qu manera?
Dame un cabello, un solo cabello de la cabeza de un pecador cuyo fuego
jams haya de extinguirse, de un pecador a quien Dios haya de condenar a las
penas eternas del infierno.
Oh, ser fcil salvarte, mujer pura y piadosa! exclam l.
Sgueme, pues! contest la muerta. As nos ha sido concedido. Volars
a mi lado all donde quiera llevarte tu pensamiento; invisibles a los hombres,
penetraremos en sus rincones ms secretos, pero debers sealarme con mano
segura al condenado a las penas eternas, y tendrs que haberlo encontrado antes
de que cante el gallo.
En un instante, como llevados por el pensamiento, estuvieron en la gran ciudad,
y en las paredes de las casas vieron escritas en letras de fuego los nombres de
los pecados mortales: orgullo, avaricia, embriaguez, lujuria, en resumen, el iris
de siete colores de las culpas capitales.
S, ah dentro, como ya pensaba y saba dijo el prroco- moran los
destinados al fuego eterno . Y se encontraron frente a un portal
magnficamente iluminado, de anchas escaleras adornadas con alfombras y
flores; y de los bulliciosos salones llegaban los sones de msica de baile. El
portero luca librea de seda y terciopelo y empuaba un bastn con
incrustaciones de plata.
Nuestro baile compite con los del Palacio Real! dijo, dirigindose a la
muchedumbre estacionada en la calle. En su rostro y en su porte entero se
reflejaba un solo pensamiento: Pobre gentuza que miris desde fuera, para m
todos sois canalla despreciable!.
Orgullo! dijo la muerta. Lo ves?
Ese? contest el prroco. Pero se no es ms que un loco, un necio;
cmo ha de ser condenado a las penas eternas?
No ms que un loco! reson por toda la casa del orgullo. Todos en ella lo
eran.
Entraron volando al interior de las cuatro paredes desnudas del avariento.
Esculido como un esqueleto, tiritando de fro, hambriento y sediento, el viejo
se aferraba al dinero con toda su alma. Lo vieron saltar de su msero lecho,
como presa de la fiebre, y apartar una piedra suelta de la pared. All haba
monedas de oro metidas en un viejo calcetn. Lo vieron cmo palpaba su
chaqueta androjosa, donde tena cosidas ms monedas, y sus dedos hmedos
temblaban.
Est enfermo! Es puro desvaro, una triste demencia envuelta en angustia y
pesadillas.
Se alejaron rpidamente, y muy pronto se encontraron en el dormitorio de la
crcel, donde, en una larga hilera de camastros, dorman los reclusos. Uno de
ellos despert, y, como un animal salvaje, lanz un grito horrible, dando con el
codo huesudo en el costado del compaero, el cual, volvindose, exclam medio
dormido:
Cllate la boca, so bruto, y duerme! Todas las noches haces lo mismo!
Todas las noches! repiti el otro ...S, todas las noches se presenta y
lanza alaridos y me atormenta! En un momento de ira hice tal y cual cosa; nac
con malos instintos, y ellos me han llevado aqu por segunda vez; pero obr mal
y sufro mi merecido. Una sola cosa no he confesado. Cuando sal de aqu la
ltima vez, al pasar por delante de la finca de mi antiguo amo, se encendi en m
el odio. Frot un fsforo contra la pared, el fuego prendi en el tejado de paja y
las llamas lo devoraron todo. Me pas el arrebato, como suele ocurrirme, y
ayud a salvar el ganado y los enseres. Ningn ser vivo muri abrasado, excepto
una bandada de palomas que cayeron al fuego, y el perro mastn, en el que no
haba pensado. Se le oa aullar entre las llamas... y sus aullidos siguen
lastimndome los odos cuando me echo a dormir; y cuando ya duermo, viene el
perro, enorme e hirsuto, y se echa sobre m aullando y oprimindome,
atormentndome... Escucha lo que te cuento, pues! T puedes roncar, roncar
toda la noche, mientras yo no puedo dormir un cuarto de hora . Y en un
arrebato de furor, pego a su campanero un puetazo en la cara.
Ese Mads se ha vuelto loco otra vez! gritaron en torno; los dems presos
se lanzaron contra l, y, tras dura lucha, le doblaron el cuerpo hasta meterle la
cabeza entre las piernas, atndolo luego tan reciamente, que la sangre casi le
brotaba de los ojos y de todos los poros.
Vais a matarlo, infeliz! grit el prroco, y al extender su mano protectora
hacia aquel pecador que tanto sufra, cambi bruscamente la escena.
Volaron a travs de ricos salones y de modestos cuartos; la lujuria, la envidia y
todos los dems pecados capitales desfilaron ante ellos; un ngel del divino
tribunal daba lectura a sus culpas y a su defensa; cierto que ello contaba poco
ante Dios, pues Dios lee en los corazones, lo sabe todo, lo malo que viene de
dentro y de fuera; l, que es la misma gracia y el amor mismo. La mano del
pastor temblaba, no se atreva a alargarla para arrancar un cabello de la cabeza
de un pecador. Y las lgrimas manaban de sus ojos como el agua de la gracia y
del amor, que extinguen el fuego eterno del infierno.
En esto cant el gallo.
Dios misericordioso! Concdele paz en la tumba, la paz que yo no pude
darle!
Gozo de ella, ya! exclam la muerta. Lo que me ha hecho venir a ti han
sido tus palabras duras, tu sombra fe en Dios y en sus criaturas. Aprende a
conocer a los hombres! Aun en los malos palpita una parte de Dios, una parte
que apagar y vencer las llamas de infierno.
El sacerdote sinti un beso en sus labios; haba luz a su alrededor: el sol radiante
de Nuestro Seor entraba en la habitacin, donde su esposa, dulce y amorosa,
acababa de despertarlo de un sueo que Dios le haba enviado.
Una hoja de cielo
A gran altura, en el aire lmpido, volaba un ngel que llevaba en la mano una
flor del jardn del Paraso, y al darle un beso, de sus labios cay una minscula
hojita, que, al tocar el suelo, en medio del bosque, arraig en seguida y dio
nacimiento a una nueva planta, entre las muchas que crecan en el lugar.
Qu hierba ms ridcula! dijeron aqullas. Y ninguna quera reconocerla,
ni siquiera los cardos y las ortigas.
Debe de ser una planta de jardn aadieron, con una risa irnica, y
siguieron burlndose de la nueva vecina; pero sta venga crecer y crecer,
dejando atrs a las otras, y venga extender sus ramas en forma de zarcillos a su
alrededor.
Adnde quieres ir? preguntaron los altos cardos, armados de espinas en
todas sus hojas . Dejas las riendas demasiado sueltas, no es ste el lugar
apropiado. No estamos aqu para aguantarte.
Lleg el invierno, y la nieve cubri la planta; pero sta dio a la nvea capa un
brillo esplndido, como si por debajo la atravesara la luz del sol. En primavera
se haba convertido en una planta florida, la ms hermosa del bosque.
Vino entonces el profesor de Botnica; su profesin se adivinaba a la legua.
Examin la planta, la prob, pero no figuraba en su manual; no logr
clasificarla.
Es una especie hbrida dijo . No la conozco. No entra en el sistema.
No entra en el sistema! repitieron los cardos y las ortigas. Los grandes
rboles circundantes miraban la escena sin decir palabra, ni buena ni mala, lo
cual es siempre lo ms prudente cuando se es tonto.
Acercse en esto, bosque a travs, una pobre nia inocente; su corazn era puro,
y su entendimiento, grande, gracias a la fe; toda su herencia ac en la Tierra se
reduca a una vieja Biblia, pero en sus hojas le hablaba la voz de Dios: Cuando
los hombres se propongan causarte algn dao, piensa en la historia de Jos:
pensaron mal en sus corazones, mas Dios lo encamin al bien. Si sufres
injusticia, si eres objeto de burlas y de sospechas, piensa en l, el ms puro, el
mejor, Aqul de quien se mofaron y que, clavado en cruz, rogaba:
Padre, perdnalos, que no saben lo que hacen!".
La muchachita se detuvo delante de la maravillosa planta, cuyas hojas verdes
exhalaban un aroma suave y refrescante, y cuyas flores brillaban a los rayos del
sol como un castillo de fuegos artificiales, resonando adems cada una como si
en ella se ocultase el profundo manantial de las melodas, no agotado en el curso
de milenios. Con piadoso fervor contempl la nia toda aquella magnificencia
de Dios; torci una rama para poder examinar mejor las flores y aspirar su
aroma, y se hizo luz en su mente, al mismo tiempo que senta un gran bienestar
en el corazn. Le habra gustado cortar una flor, pero no se decida a hacerlo,
pues se habra marchitado muy pronto; as, se limit a llevarse una de las verdes
hojas que, una vez en casa, guard en su Biblia, donde se conserv fresca, sin
marchitarse nunca.
Qued oculta entre las hojas de la Biblia; en ella fue colocada debajo de la
cabeza de la muchachita cuando, pocas semanas ms tarde, yaca sta en el
atad, con la sagrada gravedad de la muerte reflejndose en su rostro piadoso,
como si en el polvo terrenal se leyera que su alma se hallaba en aquellos
momentos ante Dios.
Pero en el bosque segua floreciendo la planta maravillosa; era ya casi como un
rbol, y todas las aves migratorias se inclinaban ante ella, especialmente la
golondrina y la cigea.
Esto son artes del extranjero! dijeron los cardos y lampazos . Los que
somos de aqu no sabramos comportarnos de este modo.
Y los negros caracoles de bosque escupieron al rbol.
Vino despus el porquerizo a recoger cardos y zarcillos para quemarlos y
obtener ceniza. El rbol maravilloso fue arrancado de raz y echado al montn
con el resto:
Que sirva para algo tambin dijo, y as fue.
Mas he aqu que desde haca mucho tiempo el rey del pas vena sufriendo de
una hondsima melancola; era activo y trabajador, pero de nada le serva; le
lean obras de profundo sentido filosfico y le lean, asimismo, las ms ligeras
que caba encontrar; todo era intil. En esto lleg un mensaje de uno de los
hombres ms sabios del mundo, al cual se haban dirigido. Su respuesta fue que
exista un remedio para curar y fortalecer al enfermo: En el propio reino del
Monarca crece, en el bosque, una planta de origen celeste; tiene tal y cual
aspecto, es imposible equivocarse. Y segua un dibujo de la planta, muy fcil
de identificar: Es verde en invierno y en verano. Coged cada anochecer una
hoja fresca de ella, y aplicadla a la frente del Rey; sus pensamientos se
iluminarn y tendr un magnfico sueo que le dar fuerzas y aclarar sus ideas
para el da siguiente.
La cosa estaba bien clara, y todos los doctores, y con ellos el profesor de
Botnica, se dirigieron al bosque. S; mas, dnde estaba la planta?
Seguramente ha ido a parar a mi montn dijo el porquero y tiempo ha est
convertida en ceniza; pero, qu saba yo?
Qu sabas t? exclamaron todos . Ignorancia, ignorancia! . Estas
palabras deban llegar al alma de aquel hombre, pues a l y a nadie ms iban
dirigidas.
No hubo modo de dar con una sola hoja; la nica existente yaca en el fretro de
la difunta, pero nadie lo saba.
El Rey en persona, desesperado, se encamin a aquel lugar del bosque.
Aqu estuvo el rbol dijo . Sea ste un lugar sagrado!
Y lo rodearon con una verja de oro y pusieron un centinela. El profesor de
Botnica escribi un tratado sobre la planta celeste, en premio del cual lo
cubrieron de oro, con gran satisfaccin suya; aquel bao de oro le vino bien a l
y a su familia, y fue lo ms agradable de toda la historia, ya que la planta haba
desaparecido, y el Rey sigui preso de su melancola y afliccin.
Pero ya las sufra antes dijo el centinela.
LA HABICHUELAS MAGICAS
Periqun viva con su madre, que era viuda, en una cabaa del bosque.
Como con el tiempo fue empeorando la situacin familiar, la madre determin
mandar a Periqun a la ciudad, para que all intentase vender la nica vaca que
posean.
El nio se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se
encontr con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
Son maravillosas explic aquel hombre. Si te gustan,te las dar a cambio
de la
vaca.
As lo hizo Periqun, y volvi muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada
al
ver la necedad del muchacho, cogi las habichuelas y las arroj a la calle.
Despus se
puso a llorar.
Cuando se levant Periqun al da siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las
habichuelas haban crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdan de
vista.
Se puso Periqun a trepar por la planta, y sube que sube, lleg a un pas
desconocido.
Entr en un castillo y vio a un malvado gigante que tena una gallina que pona
un
huevo de oro cada vez que l se lo mandaba.
Esper el nio a que el gigante se
durmiera, y tomando la gallina, escap con ella. Lleg a las ramas de las
habichuelas,
y descolgndose, toc el suelo y entr en la cabaa.
La madre se puso muy contenta. Y as fueron vendiendo los huevos de oro, y
con su
producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se muri y
Periqun
tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigindose al castillo del gigante.
Se escondi tras una cortina y pudo observar como el dueo del castillo iba
contando
monedas de oro que sacaba de un bolsn de cuero.
En cuanto se durmi el gigante, sali Periqun y, recogindo el talego de oro,
echo a
correr hacia la planta gigantesca y baj a su casa. As la viuda y su hijo tuvieron
dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, lleg un da en que el bolsn de cuero del dinero qued
completamente
vaco.
Se cogi Periqun por tercera vez a las
ramas de la planta, y fue escalndolas hasta llegar a la cima.
Entonces vi al ogro guardar en un cajn una cajita que, cada vez que se
levantaba la
tapa, dejaba caer una moneda de oro.
Cuando el gigante sali de la estancia, cogi el nio la cajita prodigiosa y se la
guard.
Desde su escondite vi Periqun que el gigante se tumbaba en un sof, y un arpa,
oh
maravilla!, tocaba sla, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada
msica. El gigante, mientras escuchaba aquella meloda, fue cayendo en el
sueo
poco a poco.
Apenas le vi asi Periqun, cogi el arpa y ech a correr. Pero
el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periqun, empez a gritar:
Eh, seor amo, despierte usted, que me roban!
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle
los
gritos acusadores:
Seor amo, que me roban!
Viendo lo que ocurria, el gigante sali en persecusin de Periqun.
Resonaban a espaldas del nio pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas
empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que
tambin el gigante descenda hacia l.
No haba tiempo que perder, y as que grit Periqun a su madre, que estaba en
casa
preparando la comida:
Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!
Acudi la madre con el hacha, y Periqun, de un certero golpe, cort el tronco de
la trgica habichuela.
Al caer, el gigante se estrell, pagando as sus fechoras, y Periqun y su madre
vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una
moneda de oro.
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