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Andersen, Hans Christian - Cuentos

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Cuentos

Hans Cristian Andersen

Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco,
pero sus ojos brillan como estrellas, slo que mucho ms hermosos, pues su
expresin es dulce, y da gusto mirarlos. Tambin sabe cuentos maravillosos y
tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje
cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchsimas cosas, pues viva ya mucho
antes que pap y mam, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cnticos con recias
cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa,
comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y
le asoman lgrimas a los ojos. Por qu abuelita mirar as la marchita rosa de
su devocionario? No lo sabes? Cada vez que las lgrimas de la abuelita caen
sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna
de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se
levanta el bosque, esplndido y verde, con los rayos del sol filtrndose entre el
follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y
redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa ms lozana, pero
sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y
ella sonre pero ya no es la sonrisa de abuelita! s, y vuelve a sonrer.
Ahora se ha marchado l, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y
muchas figuras; el hombre gallardo ya no est, la rosa yace en el libro de
cnticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita
guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una
larga y maravillosa historia.
Se ha terminado dijo y yo estoy muy cansada; dejadme echar un
sueecito.
Se recost respirando suavemente, y qued dormida; pero el silencio se volva
ms y ms profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habrase
dicho que lo baaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro atad, envuelta en lienzos blancos. Estaba tan hermosa,
a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas haban desaparecido, y
en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y
venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena
y tan querida. Colocaron el libro de cnticos bajo su cabeza, pues ella lo haba
pedido as, con la rosa entre las pginas. Y as enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreci
esplndidamente, y los ruiseores acudan a cantar all, y desde la iglesia el
rgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado
bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la
muerta no estaba all; los nios podan ir por la noche sin temor a coger una rosa
de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho ms de cuanto sabemos
todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causaran si
volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra
sobre el fretro, y tierra dentro de l. El libro de cnticos, con todas sus hojas, es
polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo tambin.
Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseores, y
enviando el rgano sus melodas. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y
la ve con sus ojos dulces, eternamente jvenes. Los ojos no mueren nunca. Los
nuestros vern a abuelita, joven y hermosa como antao, cuando bes por vez
primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

Algo
Quiero ser algo! deca el mayor de cinco hermanos. Quiero servir de
algo en este mundo. Si ocupo un puesto, por modesto que sea, que sirva a mis
semejantes, ser algo. Los hombres necesitan ladrillos. Pues bien, si yo los
fabrico, har algo real y positivo.
S, pero eso es muy poca cosa replic el segundo hermano. Tu
ambicin es muy humilde: es trabajo de pen, que una mquina puede hacer.
No, ms vale ser albail. Eso s es algo, y yo quiero serlo. Es un verdadero
oficio. Quien lo profesa es admitido en el gremio y se convierte en ciudadano,
con su bandera propia y su casa gremial. Si todo marcha bien, podr tener
oficiales, me llamarn maestro, y mi mujer ser la seora patrona. A eso llamo
yo ser algo.
Tonteras! intervino el tercero. Ser albail no es nada. Quedars
excluido de los estamentos superiores, y en una ciudad hay muchos que estn
por encima del maestro artesano. Aunque seas un hombre de bien, tu condicin
de maestro no te librar de ser lo que llaman un patn . No, yo s algo mejor.
Ser arquitecto, seguir por la senda del Arte, del pensamiento, subir hasta el
nivel ms alto en el reino de la inteligencia. Habr de empezar desde abajo, s; te
lo digo sin rodeos: comenzar de aprendiz. Llevar gorra, aunque estoy
acostumbrado a tocarme con sombrero de seda. Ir a comprar aguardiente y
cerveza para los oficiales, y ellos me tutearn, lo cual no me agrada, pero
imaginar que no es sino una comedia, libertades propias del Carnaval. Maana,
es decir, cuando sea oficial, emprender mi propio camino, sin preocuparme de
los dems. Ir a la academia a aprender dibujo, y ser arquitecto. Esto s es algo.
Y mucho!. Acaso me llamen seora, y excelencia, y me pongan, adems, algn
ttulo delante y detrs, y venga edificar, como otros hicieron antes que yo. Y
entretanto ir construyendo mi fortuna. Ese algo vale la pena!
Pues eso que t dices que es algo, se me antoja muy poca cosa, y hasta te dir
que nada dijo el cuarto. No quiero tomar caminos trillados. No quiero ser
un copista. Mi ambicin es ser un genio, mayor que todos vosotros juntos.
Crear un estilo nuevo, levantar el plano de los edificios segn el clima y los
materiales del pas, haciendo que cuadren con su sentimiento nacional y la
evolucin de la poca, y les aadir un piso, que ser un zcalo para el pedestal
de mi gloria.
Y si nada valen el clima y el material? pregunt el quinto. Sera bien
sensible, pues no podran hacer nada de provecho. El sentimiento nacional
puede engrerse y perder su valor; la evolucin de la poca puede escapar de tus
manos, como se te escapa la juventud. Ya veo que en realidad ninguno de
vosotros llegar a ser nada, por mucho que lo esperis. Pero haced lo que os
plazca. Yo no voy a imitaros; me quedar al margen, para juzgar y criticar
vuestras obras. En este mundo todo tiene sus defectos; yo los descubrir y sacar
a la luz. Esto ser algo.
As lo hizo, y la gente deca de l: Indudablemente, este hombre tiene algo. Es
una cabeza despejada. Pero no hace nada . Y, sin embargo, por esto
precisamente era algo.
Como veis, esto no es ms que un cuento, pero un cuento que nunca se acaba,
que empieza siempre de nuevo, mientras el mundo sea mundo.
Pero, qu fue, a fin de cuentas, de los cinco hermanos? Escuchadme bien, que
es toda una historia.
El mayor, que fabricaba ladrillos, observ que por cada uno reciba una
monedita, y aunque slo fuera de cobre, reuniendo muchas de ellas se obtena un
brillante escudo. Ahora bien, dondequiera que vayis con un escudo, a la
panadera, a la carnicera o a la sastrera, se os abre la puerta y slo tenis que
pedir lo que os haga falta. He aqu lo que sale de los ladrillos. Los hay que se
rompen o desmenuzan, pero incluso de stos se puede sacar algo.
Una pobre mujer llamada Margarita deseaba construirse una casita sobre el
malecn. El hermano mayor, que tena un buen corazn, aunque no lleg a ser
ms que un sencillo ladrillero, le dio todos los ladrillos rotos, y unos pocos
enteros por aadidura. La mujer se construy la casita con sus propias manos.
Era muy pequea; una de las ventanas estaba torcida; la puerta era demasiado
baja, y el techo de paja hubiera podido quedar mejor. Pero, bien que mal, la
casuca era un refugio, y desde ella se gozaba de una buena vista sobre el mar,
aquel mar cuyas furiosas olas se estrellaban contra el malecn, salpicando con
sus gotas salobres la pobre choza, y tal como era, sta segua en pie mucho
tiempo despus de estar muerto el que haba cocido los ladrillos.
El segundo hermano conoca el oficio de albail, mucho mejor que la pobre
Margarita, pues lo haba aprendido tal como se debe.
Aprobado su examen de oficial, se ech la mochila al hombro y enton la
cancin del artesano:
Joven yo soy, y quiero correr mundo,
e ir levantando casas por doquier,
cruzar tierras, pasar el mar profundo,
confiado en mi arte y mi valer.

Y si a mi tierra regresara un da
atrado por el amor que all dej,
alrgame la mano, patria ma,
y t, casita que ma te llam.
Y as lo hizo. Regres a la ciudad, ya en calidad de maestro, y contruy casas y
ms casas, una junto a otra, hasta formar toda una calle. Terminada sta, que era
muy bonita y realzaba el aspecto de la ciudad, las casas edificaron para l una
casita, de su propiedad. Cmo pueden construir las casas? Pregntaselo a ellas.
Si no te responden, lo har la gente en su lugar, diciendo: S, es verdad, la
calle le ha construido una casa . Era pequea y de pavimento de arcilla, pero
bailando sobre l con su novia se volvi liso y brillante; y de
cada piedra de la pared brot una flor, con lo que las paredes parecan cubiertas
de preciosos tapices. Fue una linda casa y una pareja feliz. La bandera del
gremio ondeaba en la fachada, y los oficiales y aprendices gritaban Hurra por
nuestro maestro! . S, seor, aqul lleg a ser algo. Y muri siendo algo.
Vino luego el arquitecto, el tercero de los hermanos, que haba empezado de
aprendiz, llevando gorra y haciendo de mandadero, pero ms tarde haba
ascendido a arquitecto, tras los estudios en la Academia, y fue honrado con los
ttulos de Seora y Excelencia. Y si las casas de la calle haban edificado una
para el hermano albail, a la calle le dieron el nombre del arquitecto, y la mejor
casa de ella fue suya. Lleg a ser algo, sin duda alguna, con un largo ttulo
delante y otro detrs. Sus hijos pasaban por ser de familia distinguida, y cuando
muri, su viuda fue una viuda de alto copete... y esto es algo. Y su nombre
qued en el extremo de la calle y como nombre de calle sigui viviendo en
labios de todos. Esto tambin es algo, s seor.
Sigui despus el genio, el cuarto de los hermanos, el que pretenda idear algo
nuevo, aparte del camino trillado, y realzar los edificios con un piso ms, que
deba inmortalizarle. Pero se cay de este piso y se rompi el cuello. Eso s, le
hicieron un entierro solemnsimo, con las banderas de los gremios, msica,
flores en la calle y elogios en el peridico; en su honor se pronunciaron tres
panegricos, cada uno ms largo que el anterior, lo cual le habra satisfecho en
extremo, pues le gustaba mucho que hablaran de l. Sobre su tumba erigieron un
monumento, de un solo piso, es verdad, pero esto es algo.
El tercero haba muerto, pues, como sus tres hermanos mayores. Pero el ltimo,
el razonador, sobrevivi a todos, y en esto estuvo en su papel, pues as pudo
decir la ltima palabra, que es lo que a l le interesaba. Como deca la gente, era
la cabeza clara de la familia. Pero le lleg tambin su hora, se muri y se
present a la puerta del cielo, por la cual se entra siempre de dos en dos. Y he
aqu que l iba de pareja con otra alma que deseaba entrar a su vez, y result ser
la pobre vieja Margarita, la de la casa del malecn.
De seguro que ser para realzar el contraste por lo que me han puesto de
pareja con esta pobre alma dijo el razonador . Quien sois, abuelita?
Queris entrar tambin? le pregunt.
Inclinse la vieja lo mejor que pudo, pensando que el que le hablaba era San
Pedro en persona.
Soy una pobre mujer sencilla, sin familia, la vieja Margarita de la casita del
malecn.
Ya, y qu es lo que hicisteis all abajo?
Bien poca cosa, en realidad. Nada que pueda valerme la entrada aqu. Ser
una gracia muy grande de Nuestro Seor, si me admiten en el Paraso.
Y cmo fue que os marchasteis del mundo? sigui preguntando l, slo
por decir algo, pues al hombre le aburra la espera.
La verdad es que no lo s. El ltimo ao lo pas enferma y pobre. Un da no
tuve ms remedio que levantarme y salir, y me encontr de repente en medio del
fro y la helada. Seguramente no pude resistirlo. Le contar cmo ocurri: Fue
un invierno muy duro, pero hasta entonces lo haba aguantado. El viento se
calm por unos das, aunque haca un fro cruel, como Vuestra Seora debe
saber. La capa de hielo entraba en el mar hasta perderse de vista. Toda la gente
de la ciudad haba salido a pasear sobre el hielo, a patinar, como dicen ellos, y a
bailar, y tambin creo que haba msica y merenderos. Yo lo oa todo desde mi
pobre cuarto, donde estaba acostada. Esto dur hasta el anochecer. Haba salido
ya la luna, pero su luz era muy dbil. Mir al mar desde mi cama, y entonces vi
que de all donde se tocan el cielo y el mar suba una maravillosa nube blanca.
Me qued mirndola y vi un punto negro en su centro, que creca sin cesar; y
entonces supe lo que aquello significaba pues soy vieja y tengo experiencia,
aunque no es frecuente ver el signo. Yo lo conoc y sent espanto. Durante mi
vida lo haba visto dos veces, y saba que anunciaba una espantosa tempestad,
con una gran marejada que sorprendera a todos aquellos desgraciados que all
estaban, bebiendo, saltando y divirtindose. Toda la ciudad haba salido, viejos y
jvenes. Quin poda prevenirlos, si nadie vea el signo ni se daba cuenta de lo
que yo observaba! Sent una angustia terrible, y me entr una fuerza y un vigor
como haca mucho tiempo no habla sentido. Salt de la cama y me fui a la
ventana; no pude ir ms all. Consegu abrir los postigos, y vi a muchas
personas que corran y saltaban por el hielo y vi las lindas banderitas y o los
hurras de los chicos y los cantos de los mozos y mozas. Todo era bullicio y
alegra, y mientras tanto la blanca nube con el punto negro iba creciendo por
momentos. Grit con todas mis fuerzas, pero nadie me oy, pues estaban
demasiado lejos. La tempestad no tardara en estallar, el hielo se resquebrajara
y hara pedazos, y todos aqullos, hombres y mujeres, nios y mayores, se
hundiran en el mar, sin salvacin posible. Ellos no podan orme, y yo no poda
ir hasta ellos. Cmo conseguir que viniesen a tierra? Dios Nuestro Seor me
inspir la idea de pegar fuego a m cama.
Ms vala que se incendiara mi casa, a que todos aquellos infelices pereciesen.
Encend el fuego, vi la roja llama, sal a la puerta... pero all me qued tendida,
con las fuerzas agotadas. Las llamas se agrandaban a mi espalda, saliendo por la
ventana y por encima del tejado. Los patinadores las vieron y acudieron
corriendo en mi auxilio, pensando que iba a morir abrasada. Todos vinieron
hacia el malecn. Los o venir, pero al mismo tiempo o un estruendo en el aire,
como el tronar de muchos caones. La ola de marea levant el hielo y lo hizo
pedazos, pero la gente pudo llegar al malecn, donde las chispas me caan
encima. Todos estaban a salvo. Yo, en cambio, no pude resistir el fro y el
espanto, y por esto he venido aqu, a la puerta del cielo. Dicen que est abierta
para los pobres como yo. Y ahora ya no tengo mi casa. Qu le parece, me
dejarn entrar?
Abrise en esto la puerta del cielo, y un ngel hizo entrar a la mujer. De sta
cay una brizna de paja, una de las que haba en su cama cuando la incendi
para salvar a los que estaban en peligro. La paja se transform en oro, pero en
un oro que creca y echaba ramas, que se trenzaban en hermossimos arabescos.
Ves? dijo el ngel al razonador esto lo ha trado la pobre mujer. Y t,
qu traes? Nada, bien lo s. No has hecho nada, ni siquiera un triste ladrillo.
Podras volverte y, por lo menos, traer uno. De seguro que estara mal hecho,
siendo obra de tus manos, pero algo valdra la buena voluntad. Por desgracia, no
puedes volverte, y nada puedo hacer por ti.
Entonces, aquella pobre alma, la mujer de la casita del malecn, intercedi por
l:
Su hermano me regal todos los ladrillos y trozos con los que pude levantar
mi humilde casa. Fue un gran favor que me hizo. No serviran todos aquellos
trozos como un ladrillo para l? Es una gracia que pido. La necesita tanto, y
puesto que estamos en el reino de la gracia...
Tu hermano, a quien t creas el de ms cortos alcances dijo el ngel
aqul cuya honrada labor te pareca la ms baja, te da su bolo celestial. No
sers expulsado. Se te permitir permanecer ah fuera reflexionando y reparando
tu vida terrenal; pero no entrars mientras no hayas hecho una buena accin.
Yo lo habra sabido decir mejor pens el pedante, pero no lo dijo en voz
alta, y esto ya es algo.

Bajo el sauce
La comarca de Kjge es cida y pelada; la ciudad est a orillas del mar, y esto es
siempre una ventaja, pero es innegable que podra ser ms hermosa de lo que es
en realidad; todo alrededor son campos lisos, y el bosque queda a mucha
distancia. Sin embargo, cuando nos encontramos a gusto en un lugar, siempre
descubrimos algo de bello en l, y ms tarde lo echaremos de menos, aunque
nos hallemos en el sitio ms hermoso del mundo. Y forzoso es admitir que en
verano tienen su belleza los arrabales de Kjge, con sus pobres jardincitos
extendidos hasta el arroyo que all se vierte en el mar; y as lo crean en
particular Knud y Juana, hijos de dos familias vecinas, que jugaban juntos y se
reunan atravesando a rastras los groselleros. En uno de los jardines creca un
saco, en el otro un viejo sauce, y debajo de ste gustaban de jugar sobre todo
los nios; y se les permita hacerlo, a pesar de que el rbol estaba muy cerca del
ro, y los chiquillos corran peligro de caer en l. Pero el ojo de Dios vela sobre
los pequeuelos de no ser as, mal iran las cosas! . Por otra parte, los dos
eran muy prudentes; el nio tena tanto miedo al agua, que en verano no haba
modo de llevarlo a la playa, donde tan a gusto chapoteaban los otros rapaces de
su edad; eso lo haca objeto de la burla general, y l tena que aguantarla.
Un da la hijita del vecino, Juana, so que navegaba en un bote de vela en la
Baha de Kjge, y que Knud se diriga hacia ella vadeando, hasta que el agua le
lleg al cuello y despus lo cubri por entero. Desde el momento en que Knud
se enter de aquel sueo, ya no soport que lo tachasen de miedoso, aduciendo
como prueba al sueo de Juana. ste era su orgullo, mas no por eso se acercaba
al mar.
Los pobres padres se reunan con frecuencia, y Knud y Juana jugaban en los
jardines y en el camino plantado de sauces que discurra a lo largo de los fosos.
Bonitos no eran aquellos rboles, pues tenan las copas como podadas, pero no
los haban plantado para adorno, sino para utilidad; ms hermoso era el viejo
sauce del jardn a cuyo pie, segn ya hemos dicho, jugaban a menudo los dos
amiguitos. En la ciudad de Kjge hay una gran plazamercado, en la que,
durante la feria anual, se instalan verdaderas calles de puestos que venden cintas
de seda, calzados y todas las cosas imaginables. Haba entonces un gran gento,
y generalmente llova; adems, apestaba a sudor de las chaquetas de los
campesinos, aunque ola tambin a exquisito alaj, del que haba toda una tienda
abarrotada; pero lo mejor de todo era que el hombre que lo venda se alojaba,
durante la feria, en casa de los padres de Knud, y, naturalmente, lo obsequiaba
con un pequeo pan de especias, del que participaba tambin Juana. Pero haba
algo que casi era ms hermoso todava: el comerciante saba contar historias de
casi todas las cosas, incluso de sus turrones, y una velada explic una que
produjo tal impresin en los nios, que jams pudieron olvidarla;
por eso ser conveniente que la oigamos tambin nosotros, tanto ms, cuanto
que es muy breve.
Sobre el mostrador empez el hombre haba dos moldes de alaj, uno
en figura de un hombre con sombrero, y el otro en forma de mujer sin sombrero,
pero con una mancha de oropel en la cabeza; tenan la cara de lado, vuelta hacia
arriba, y haba que mirarlos desde aquel ngulo y no del revs, pues jams hay
que mirar as a una persona. El hombre llevaba en el costado izquierdo una
almendra amarga, que era el corazn, mientras la mujer era dulce toda ella.
Estaban para muestra en el mostrador, y llevaban ya mucho tiempo all, por lo
que se enamoraron; pero ninguno lo dijo al otro, y, sin embargo, preciso es que
alguien lo diga, si ha de salir algo de tal situacin.
Es hombre, y por tanto, tiene que ser el primero en hablar, pensaba ella; no
obstante, se habra dado por satisfecha con saber que su amor era correspondido.
Los pensamientos de l eran mucho ms ambiciosos, como siempre son los
hombres; soaba que era un golfo callejero y que tena cuatro chelines, con los
cuales se compraba la mujer y se la coma.
As continuaron por espacio de das y semanas en el mostrador, y cada da
estaban ms secos; y los pensamientos de ella eran cada vez ms tiernos y
femeninos: Me doy por contenta con haber estado sobre la mesa con l,
pens, y se rompi por la mitad.
Si hubiese conocido mi amor, de seguro que habra resistido un poco ms,
pens l.
Y sta es la historia y aqu estn los dos dijo el turronero. Son notables
por su vida y por su silencioso amor, que nunca conduce a nada. Vedlos ah!
y dio a Juana el hombre, sano y entero, y a Knud, la mujer rota; pero a los nios
les haba emocionado tanto el cuento, que no tuvieron nimos para comerse la
enamorada pareja.
Al da siguiente se dirigieron, con las dos figuras, al cementerio, y se detuvieron
junto al muro de la iglesia, cubierto, tanto en verano como en invierno, de un
rico tapiz de hiedra; pusieron al sol los pasteles, entre los verdes zarcillos, y
contaron a un grupo de otros nios la historia de su amor, mudo e intil, y todos
la encontraron maravillosa; y cuando volvieron a mirar a la pareja de alaj, un
muchacho grandote se haba comido ya la mujer despedazada, y esto, por pura
maldad. Los nios se echaron a llorar, y luego y es de suponer que lo
hicieron para que el pobre hombre no quedase solo en el mundo se lo
comieron tambin; pero en cuanto a la historia, no la olvidaron nunca.
Los dos chiquillos seguan reunindose bajo el sauce o junto al saco, y la nia
cantaba canciones bellsimas con su voz argentina. A Knud, en cambio, se le
pegaban las notas a la garganta, pero al menos se saba la letra, y ms vale esto
que nada. La gente de Kjge, y entre ella la seora de la quincallera, se detenan
a escuchar a Juana. Qu voz ms dulce! decan.
Aquellos das fueron tan felices, que no podan durar siempre. Las dos familias
vecinas se separaron; la madre de la nia haba muerto, el padre deseaba ir a
Copenhague, para volver a casarse y buscar trabajo; quera establecerse de
mandadero, que es un oficio muy lucrativo. Los vecinos se despidieron con
lgrimas, y sobre todo lloraron los nios; los padres se prometieron mutuamente
escribirse por lo menos una vez al ao.
Y Knud entr de aprendiz de zapatero; era ya mayorcito y no se le poda dejar
ocioso por ms tiempo. Entonces recibi la confirmacin.
Ah, qu no hubiera dado por estar en Copenhague aquel da solemne, y ver a
Juanita! Pero no pudo ir, ni haba estado nunca, a pesar de que no distaba ms de
cinco millas de Kjge. Sin embargo, a travs de la baha, y con tiempo
despejado, Knud haba visto sus torres, y el da de la confirmacin distingui
claramente la brillante cruz dorada de la iglesia de Nuestra Seora.
Oh, cmo se acord de Juana! Y ella, se acordara de l? S, se acordaba.
Hacia Navidad lleg una carta de su padre para los de Knud. Las cosas les iban
muy bien en Copenhague, y Juana, gracias a su hermosa voz, iba a tener una
gran suerte; haba ingresado en el teatro lrico; ya ganaba algn dinerillo, y
enviaba un escudo a sus queridos vecinos de Kjge para que celebrasen unas
alegres Navidades. Quera que bebiesen a su salud, y la nia haba aadido de su
puo y letra estas palabras: Afectuosos saludos a Knud!.
Todos derramaron lgrimas, a pesar de que las noticias eran muy agradables;
pero tambin se llora de alegra. Da tras da Juana haba ocupado el
pensamiento de Knud, y ahora vio el muchacho que tambin ella se acordaba de
l, y cuanto ms se acercaba el tiempo en que ascendera a oficial zapatero, ms
claramente se daba cuenta de que estaba enamorado de Juana y de que sta
deba ser su mujer; y siempre que le vena esta idea se dibujaba una sonrisa en
sus labios y tiraba con mayor fuerza del hilo, mientras tesaba el tirapi; a veces
se clavaba la lezna en un dedo, pero qu importa! Desde luego que no sera
mudo, como los dos moldes de alaj; la historia haba sido una buena leccin.
Y ascendi a oficial. Colgse la mochila al hombro, y por primera vez en su
vida se dispuso a trasladarse a Copenhague; ya haba encontrado all un maestro.
Qu sorprendida quedara Juana, y qu contenta! Contaba ahora 16 aos, y l,
19.
Ya en Kjge, se le ocurri comprarle un anillo de oro, pero luego pens que
seguramente los encontrara mucho ms hermosos en Copenhague. Se despidi
de sus padres, y un da lluvioso de otoo emprendi el camino de la capital; las
hojas caan de los rboles, y calado hasta los huesos lleg a la gran Copenhague
y a la casa de su nuevo patrn.
El primer domingo se dispuso a visitar al padre de Juana. Sac del bal su
vestido de oficial y el nuevo sombrero que se trajera de Kjge y que tan bien le
sentaba; antes haba usado siempre gorra. Encontr la casa que buscaba, y subi
los muchos peldaos que conducan al piso. Era para dar vrtigo la manera
cmo la gente se apilaba en aquella enmaraada ciudad!
La vivienda respiraba bienestar, y el padre de Juana lo recibi muy afablemente.
A su esposa no la conoca, pero ella le alarg la mano y lo invit a tomar caf.
Juana estar contenta de verte dijo el padre . Te has vuelto un buen
mozo. Ya la vers; es una muchacha que me da muchas alegras y, Dios
mediante, me dar ms an. Tiene su propia habitacin, y nos paga por ella .
Y el hombre llam delicadamente a la puerta, como si fuese un forastero, y
entraron qu hermoso era all! . Seguramente en todo Kjge no haba un
aposento semejante: ni la propia Reina lo tendra mejor. Haba alfombras; en las
ventanas, cortinas que llegaban hasta el suelo, un silln de terciopelo autntico y
en derredor flores y cuadros, adems de un espejo en el que uno casi poda
meterse, pues era grande como una puerta. Knud lo abarc todo de une ojeada,
y, sin embargo, slo vea a Juana; era una moza ya crecida, muy distinta de
como la imaginara, slo que mucho ms hermosa; en toda Kjge no se
encontrara otra como ella; qu fina y delicada! La primera mirada que dirigi a
Knud fue la de una extraa, pero dur slo un instante; luego se precipit hacia
l como si quisiera besarle. No lo hizo, pero poco le falt. S, estaba muy
contenta de volver a ver al amigo de su niez. No brillaban lgrimas en sus
ojos? Y despus empez a preguntar y a contar, pasando desde los padres de
Knud hasta el saco y el sauce; madre saco y padre sauce, como los llamaba,
cual si fuesen personas; pero bien podan pasar por tales, si lo haban sido los
pasteles de alaj. De stos habl tambin y de su mudo amor, cuando estaban en
el mostrador y se partieron... y la muchacha se rea con toda el alma, mientras la
sangre aflua a las mejillas de Knud, y su corazn palpitaba con violencia
desusada. No, no se haba vuelto orgullosa. Y ella fue tambin la causante
bien se fij Knud de que sus padres lo invitasen a pasar la velada con ellos.
Sirvi el t y le ofreci con su propia mano una taza luego cogi un libro y se
puso a leer en alta voz, y al muchacho le pareci que lo que lea trataba de su
amor, hasta tal punto concordaba con sus pensamientos. Luego cant una
sencilla cancin, pero cantada por ella se convirti en toda una historia; era
como si su corazn se desbordase en ella. S, indudablemente quera a Knud.
Las lgrimas rodaron por las mejillas del muchacho sin poder l impedirlo, y no
pudo sacar una sola palabra de su boca; se acusaba de tonto a s mismo, pero ella
le estrech la mano y le dijo:
Tienes un buen corazn, Knud. S siempre como ahora.
Fue una velada inolvidable. Son ocasiones despus de las cuales no es posible
dormir, y Knud se pas la noche despierto.

Buen Humor
Mi padre me dej en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen
humor. Y, quin era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor.
Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su
interior estaban en total contradiccin con su oficio. Y, cul era su oficio, su
posicin en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio
de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: Todo
esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no or hablar. Y, sin
embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario,
su profesin lo situ a la cabeza de los personajes ms conspicuos de la ciudad,
y all estaba en su pleno derecho, pues aqul era su verdadero puesto. Tena que
ir siempre delante: del obispo, de los prncipes de la sangre...; s, seor, iba
siempre delante, pues era cochero de las pompas fnebres.
Bueno, pues ya lo sabis. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando vean
a mi padre sentado all arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga
capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por
debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la
que representan al sol, no haba manera de pensar en el luto ni en la tumba.
Aquella cara deca: No os preocupis. A lo mejor no es tan malo como lo
pintan.
Pues bien, de l he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con
frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir all con un
espritu alegre, y otra cosa, todava: me llevo siempre el peridico, como l
haca tambin.
Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca,
pero, como ya he dicho, compro el peridico, y con l me basta; es el mejor de
los peridicos, el que lea tambin mi padre. Resulta muy til para muchas
cosas, y adems trae todo lo que hay que saber: quin predica en las iglesias, y
quin lo hace en los libros nuevos; dnde se encuentran casas, criados, ropas y
alimentos; quin efecta liquidaciones, y quin se marcha. Y luego, uno se
entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen dao
a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan
sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo
entierren a uno, cuando se tiene el Noticiero; al llegar al final de la vida se
tiene tantsimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado
descansar sobre virutas y serrn.
El Noticiero y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio
que ms han hablado a mi espritu, mis balnearios preferidos para conservar el
buen humor.
Ahora bien, por el peridico puede pasear cualquiera; pero venos conmigo al
cementerio. Vamos all cuando el sol brilla y los rboles estn verdes;
pasemonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro
cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el ttulo, que dice lo que la obra
contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intrngulis, lo s por mi
padre y por m mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he
compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En l estn todos juntos y an
algunos ms.
Ya estamos en el cementerio.
Detrs de una reja pintada de blanco, donde antao creca un rosal hoy no
est, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido
hasta aqu sus dedos, y ms vale esto que nada , reposa un hombre muy
desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o
sea, que no le faltaba su buena rentecita y an algo ms, pero se tomaba el
mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro
dispuesto a disfrutar con toda su alma, se pona frentico slo porque el
tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas
colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrs, o porque sala
una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte
de Noruega. Acaso tiene eso la menor importancia? Quin repara en estas
cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el pblico
aplauda demasiado, como no aplauda bastante. Esta lea est hmeda
deca, no quemar esta noche . Y luego se volva a ver qu gente haba, y
notaba que se rean a deshora, en ocasiones en que la risa no vena a cuento, y el
hombre se encolerizaba y sufra. No poda soportarlo, y era un desgraciado. Y
helo aqu: hoy reposa en su tumba.
Aqu yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y
sta fue su dicha, ya que, por lo dems, nunca habra sido nadie; pero en la
Naturaleza est todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello.
Iba siempre con bordados por delante y por detrs, y ocupaba su sitio en los
salones, como se coloca un costoso cordn de campanilla bordado en perlas, que
tiene siempre detrs otro cordn bueno y recio que hace el servicio. Tambin l
llevaba detrs un buen cordn, un hombre de paja encargado de efectuar el
servicio. Todo est tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que
alegrrsele las pajarillas.
Descansa aqu esto s que es triste! , descansa aqu un hombre que se pas
sesenta y siete aos reflexionando sobre la manera de tener una buena
ocurrencia. Vivi slo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena
a su juicio, y le dio una alegra tal, que se muri de ella, con lo que nadie pudo
aprovecharse, pues a nadie la comunic. Y mucho me temo que por causa de
aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se
trate de una ocurrencia de esas que slo pueden decirse a la hora del desayuno
pues de otro modo no producen efecto , y de que l, como buen difunto, y
segn es general creencia, slo puede aparecerse a medianoche, resulta que no
siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se re, y el hombre tiene
que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste.
Aqu reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar
para hacer creer a los vecinos que tena gatos; hasta tanto llegaba su avaricia!
Aqu yace una seorita de buena familia; se mora por lucir la voz en las veladas
de sociedad, y entonces cantaba una cancin italiana que deca: Mi manca la
voce! (Me falta la voz!). Es la nica verdad que dijo en su vida.
Yace aqu una doncella de otro cuo. Cuando el canario del corazn empieza a
cantar, la razn se tapa los odos con los dedos. La hermosa doncella entr en la
gloria del matrimonio... Es sta una historia de todos los das, y muy bien
contada adems. Dejemos en paz a los muertos!
Aqu reposa una viuda, que tena miel en los labios y bilis en el corazn.
Visitaba las familias a la caza de los defectos del prjimo, de igual manera que
en das pretritos el amigo polica iba de un lado a otro en busca de una placa
de cloaca que no estaba en su sitio.
Tenemos aqu un panten de familia. Todos los miembros de ella estaban tan
concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el peridico
dijesen: Es as, si el benjamn de la casa deca, al llegar de la escuela: Pues
yo lo he odo de otro modo, su afirmacin era la nica fidedigna, pues el chico
era miembro de la familia. Y no haba duda: si el gallo del corral acertaba a
cantar a media noche, era seal de que rompa el alba, por ms que el vigilante y
todos los relojes de la ciudad se empeasen en decir que era medianoche.
El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: Puede continuarse, Lo
mismo podramos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy all con
frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya
conmigo, me voy all, busco un buen trozo de csped y se lo consagro, a l o a
ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y all se estn
muertecitos e impotentes hasta que resucitan, nuevecitos y mejores. Su vida y
sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y as
debieran proceder todas las personas; no tendran que encolerizarse cuando
alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen
humor y el Noticiero, este peridico escrito por el pueblo mismo, aunque a
veces inspirado por otros.
Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y
depositarme en la tumba, poned esta inscripcin: Un hombre de buen humor.
sta es mi historia.

Cada cosa en su sitio


Hace de esto ms de cien aos.
Detrs del bosque, a orillas de un gran lago, se levantaba un viejo palacio,
rodeado por un profundo foso en el que crecan caaverales, juncales y carrizos.
Junto al puente, en la puerta principal, habla un viejo sauce, cuyas ramas se
inclinaban sobre las caas.
Desde el valle llegaban sones de cuernos y trotes de caballos; por eso la zagala
se daba prisa en sacar los gansos del puente antes de que llegase la partida de
cazadores. Vena sta a todo galope, y la muchacha hubo de subirse de un brinco
a una de las altas piedras que sobresalan junto al puente, para no ser
atropellada. Era casi una nia, delgada y flacucha, pero en su rostro brillaban
dos ojos maravillosamente lmpidos. Mas el noble caballero no repar en ellos; a
pleno galope, blandiendo el ltigo, por puro capricho dio con l en el pecho de la
pastora, con tanta fuerza que la derrib.
Cada cosa en su sitio! exclam. El tuyo es el estercolero! y solt una
carcajada, pues el chiste le pareci gracioso, y los dems le hicieron coro. Todo
el grupo de cazadores prorrumpi en un estruendoso gritero, al que se sumaron
los ladridos de los perros. Era lo que dice la cancin:
Borrachas llegan las ricas aves!.
Dios sabe lo rico que era.
La pobre muchacha, al caer, se agarr a una de las ramas colgantes del sauce, y
gracias a ella pudo quedar suspendida sobre el barrizal. En cuanto los seores y
la jaura hubieron desaparecido por la puerta, ella trat de salir de su atolladero,
pero la rama se quebr, y la muchachita cay en medio del caaveral, sintiendo
en el mismo momento que la sujetaba una mano robusta. Era un buhonero, que,
habiendo presenciado toda la escena desde alguna distancia, corri en su auxilio.
Cada cosa en su sitio! dijo, remedando al noble en tono de burla y
poniendo a la muchacha en un lugar seco. Luego intent volver a adherir la rama
quebrada al rbol; pero eso de cada cosa en su sitio no siempre tiene
aplicacin, y as la clav en la tierra reblandecida . Crece si puedes; crece
hasta convertirte en una buena flauta para la gente del castillo . Con ello
quera augurar al noble y los suyos un bien merecido castigo. Subi despus al
palacio, aunque no pas al saln de fiestas; no era bastante distinguido para ello.
Slo le permitieron entrar en la habitacin de la servidumbre, donde fueron
examinadas sus mercancas y discutidos los precios. Pero del saln donde se
celebraba el banquete llegaba el gritero y alboroto de lo que queran ser
canciones; no saban hacerlo mejor. Resonaban las carcajadas y los ladridos de
los perros. Se coma y beba con el mayor desenfreno. El vino y la cerveza
espumeaban en copas y jarros, y los canes favoritos participaban en el festn; los
seoritos los besaban despus de secarles el hocico con las largas orejas
colgantes. El buhonero fue al fin introducido en el saln, con sus mercancas;
slo queran divertirse con l. El vino se les haba subido a la cabeza,
expulsando de ella a la razn. Le sirvieron cerveza en un calcetn para que
bebiese con ellos, pero deprisa! Una ocurrencia por dems graciosa, como se
ve. Rebaos enteros de ganado, cortijos con sus campesinos fueron jugados y
perdidos a una sola carta.
Cada cosa en su sitio! dijo el buhonero cuando hubo podido escapar sano
y salvo de aquella Sodoma y Gomorra, como l la llam. Mi sitio es el
camino, bajo el cielo, y no all arriba . Y desde el vallado se despidi de la
zagala con un gesto de la mano.
Pasaron das y semanas, y aquella rama quebrada de sauce que el buhonero
plantara junto al foso, segua verde y lozana; incluso salan de ella nuevos
vstagos. La doncella vio que haba echado races, lo cual le produjo gran
contento, pues le pareca que era su propio rbol.
Y as fue prosperando el joven sauce, mientras en la propiedad todo decaa y
marchaba del revs, a fuerza de francachelas y de juego: dos ruedas muy poco
apropiadas para hacer avanzar el carro.
No haban transcurrido an seis aos, cuando el noble hubo de abandonar su
propiedad convertido en pordiosero, sin ms haber que un saco y un bastn. La
compr un rico buhonero, el mismo que un da fuera objeto de las burlas de sus
antiguos propietarios, cuando le sirvieron cerveza en un calcetn. Pero la
honradez y la laboriosidad llaman a los vientos favorables, y ahora el
comerciante era dueo de la noble mansin. Desde aquel momento quedaron
desterrados de ella los naipes. Mala cosa! deca el nuevo dueo. Viene
de que el diablo, despus que hubo ledo la Biblia, quiso fabricar una caricatura
de ella e ideo el juego de cartas.
El nuevo seor contrajo matrimonio con quin diras? Pues con la zagala,
que se haba conservado honesta, piadosa y buena. Y en sus nuevos vestidos
apareca tan pulcra y distinguida como si hubiese nacido en noble cuna. Cmo
ocurri la cosa? Bueno, para nuestros tiempos tan ajetreados sera sta una
historia demasiado larga, pero el caso es que sucedi; y ahora viene lo ms
importante.
En la antigua propiedad todo marchaba a las mil maravillas; la madre cuidaba
del gobierno domstico, y el padre, de las faenas agrcolas. Llovan sobre ellos
las bendiciones; la prosperidad llama a la prosperidad. La vieja casa seorial fue
reparada y embellecida; se limpiaron los fosos y se plantaron en ellos rboles
frutales; la casa era cmoda, acogedora, y el suelo, brillante y limpsimo. En las
veladas de invierno, el ama y sus criadas hilaban lana y lino en el gran saln, y
los domingos se lea la Biblia en alta voz, encargndose de ello el Consejero
comercial, pues a esta dignidad haba sido elevado el exbuhonero en los
ltimos aos de su vida. Crecan los hijos pues haban venido hijos , y
todos reciban buena instruccin, aunque no todos eran inteligentes en el mismo
grado, como suele suceder en las familias.
La rama de sauce se haba convertido en un rbol exuberante, y creca en plena
libertad, sin ser podado. Es nuestro rbol familiar! deca el anciano
matrimonio, y no se cansaban de recomendar a sus hijos, incluso a los ms
ligeros de cascos, que lo honrasen y respetasen siempre.
Y ahora dejamos transcurrir cien aos.
Estamos en los tiempos presentes. El lago se haba transformado en un cenagal,
y de la antigua mansin nobiliaria apenas quedaba vestigio: una larga charca,
con unas ruinas de piedra en uno de sus bordes, era cuanto subsista del
profundo foso, en el que se levantaba un esplndido rbol centenario de ramas
colgantes: era el rbol familiar. All segua, mostrando lo hermoso que puede ser
un sauce cuando se lo deja crecer en libertad. Cierto que tena hendido el tronco
desde la raz hasta la copa, y que la tempestad lo haba torcido un poco; pero
viva, y de todas sus grietas y desgarraduras, en las que el viento y la intemperie
haban depositado tierra fecunda, brotaban flores y hierbas; principalmente en lo
alto, all donde se separaban las grandes ramas, se haba formado una especie de
jardincito colgante de frambuesas y otras plantas, que suministran alimento a los
pajarillos; hasta un gracioso acerolo haba echado all races y se levantaba,
esbelto y distinguido, en medio del viejo sauce, que se miraba en las aguas
negras cada vez que el viento barra las lentejas acuticas y las arrinconaba en
un ngulo de la charca. Un estrecho sendero pasaba a travs de los campos
seoriales, como un trazo hecho en una superficie slida.
En la cima de la colina lindante con el bosque, desde la cual se dominaba un
soberbio panorama, se alzaba el nuevo palacio, inmenso y suntuoso, con
cristales tan transparentes, que habrase dicho que no los haba. La gran
escalinata frente a la puerta principal pareca una galera de follaje, un tejido de
rosas y plantas de amplias hojas. El csped era tan limpio y verde como si cada
maana y cada tarde alguien se entretuviera en quitar hasta la ms nfima brizna
de hierba seca. En el interior del palacio, valiosos cuadros colgaban de las
paredes, y haba sillas y divanes tapizados de terciopelo y seda, que parecan
capaces de moverse por sus propios pies; mesas con tablero de blanco mrmol y
libros encuadernados en tafilete con cantos de oro... Era gente muy rica la que
all resida, gente noble: eran barones.

Cinco en una vaina


Cinco guisantes estaban encerrados en una vaina, y como ellos eran verdes y la
vaina era verde tambin, crean que el mundo entero era verde, y tenan toda la
razn. Creci la vaina y crecieron los guisantes; para aprovechar mejor el
espacio, se pusieron en fila. Por fuera luca el sol y calentaba la vaina, mientras
la lluvia la limpiaba y volva transparente. El interior era tibio y confortable,
haba claridad de da y oscuridad de noche, tal y como debe ser; y los guisantes,
en la vaina, iban creciendo y se entregaban a sus reflexiones, pues en algo
deban ocuparse.
Nos pasaremos toda la vida metidos aqu? decan. Con tal de que no
nos endurezcamos a fuerza de encierro! Me da la impresin de que hay ms
cosas all fuera; es como un presentimiento.
Y fueron transcurriendo las semanas; los guisantes se volvieron amarillos, y la
vaina, tambin.
El mundo entero se ha vuelto amarillo! exclamaron; y podan afirmarlo
sin reservas.
Un da sintieron un tirn en la vaina; haba sido arrancada por las manos de
alguien, y, junto con otras, vino a encontrarse en el bolsillo de una chaqueta.
Pronto nos abrirn dijeron los guisantes, afanosos de que llegara el ansiado
momento.
Me gustara saber quin de nosotros llegar ms lejos dijo el menor de los
cinco. No tardaremos en saberlo.
Ser lo que haya de ser contest el mayor.
Zas!, estall la vaina y los cinco guisantes salieron rodando a la luz del sol.
Estaban en una mano infantil; un chiquillo los sujetaba fuertemente, y deca que
estaban como hechos a medida para su cerbatana. Y metiendo uno en ella, sopl.
Heme aqu volando por el vasto mundo! Alcnzame, si puedes! y sali
disparado.
Yo me voy directo al Sol dijo el segundo. Es una vaina como Dios
manda, y que me ir muy bien. Y all se fue.
Cuando lleguemos a nuestro destino podremos descansar un rato dijeron
los dos siguientes, pero nos queda an un buen trecho para rodar, y, en
efecto, rodaron por el suelo antes de ir a parar a la cerbatana, pero al fin dieron
en ella. Llegaremos ms lejos que todos!
Ser lo que haya de ser! dijo el ltimo al sentirse proyectado a las alturas.
Fue a dar contra la vieja tabla, bajo la ventana de la buhardilla, justamente en
una grieta llena de musgo y mullida tierra, y el musgo lo envolvi
amorosamente. Y all se qued el guisante oculto, pero no olvidado de Dios.
Ser lo que haya de ser! repiti.
Viva en la buhardilla una pobre mujer que se ausentaba durante la jornada para
dedicarse a limpiar estufas, aserrar madera y efectuar otros trabajos pesados,
pues no le faltaban fuerzas ni nimos, a pesar de lo cual segua en la pobreza. En
la reducida habitacin quedaba slo su nica hija, mocita delicada y linda que
llevaba un ao en cama, luchando entre la vida y la muerte.
Se ir con su hermanita! suspiraba la mujer. Tuve dos hijas, y muy duro
me fue cuidar de las dos, hasta que el buen Dios quiso compartir el trabajo
conmigo y se me llev una. Bien quisiera yo ahora que me dejase la que me
queda, pero seguramente a l no le parece bien que estn separadas, y se llevar
a sta al cielo, con su hermana.
Pero la doliente muchachita no se mora; se pasaba todo el santo da resignada y
quieta, mientras su madre estaba fuera, a ganar el pan de las dos.
Lleg la primavera; una maana, temprano an, cuando la madre se dispona a
marcharse a la faena, el sol entr piadoso a la habitacin por la ventanuca y se
extendi por el suelo, y la nia enferma dirigi la mirada al cristal inferior.
Qu es aquello verde que asoma junto al cristal y que mueve el viento?
La madre se acerc a la ventana y la entreabri.
Mira! dijo, es una planta de guisante que ha brotado aqu con sus
hojitas verdes. Cmo llegara a esta rendija? Pues tendrs un jardincito en que
recrear los ojos.
Acerc la camita de la enferma a la ventana, para que la nia pudiese
contemplar la tierna planta, y la madre se march al trabajo.
Madre, creo que me repondr! exclam la chiquilla al atardecer. El sol
me ha calentado tan bien, hoy! El guisante crece a las mil maravillas, y tambin
yo saldr adelante y me repondr al calor del sol.
Dios lo quiera! suspir la madre, que abrigaba muy pocas esperanzas. Sin
embargo, puso un palito al lado de la tierna planta que tan buen nimo haba
infundido a su hija, para evitar que el viento la estropease. Sujet en la tabla
inferior un bramante, y lo at en lo alto del marco de la ventana, con objeto de
que la planta tuviese un punto de apoyo donde enroscar sus zarcillos a medida
que se encaramase. Y, en efecto, se vea crecer da tras da.
Dios mo, hasta flores echa! exclam la madre una maana- y entrle
entonces la esperanza y la creencia de que su nia enferma se repondra.
Record que en aquellos ltimos tiempos la pequea haba hablado con mayor
animacin; que desde haca varias maanas se haba sentado sola en la cama, y,
en aquella posicin, se haba pasado horas contemplando con ojos radiantes el
jardincito formado por una nica planta de guisante.
La semana siguiente la enferma se levant por primera vez una hora, y se
estuvo, feliz, sentada al sol, con la ventana abierta; y fuera se haba abierto
tambin una flor de guisante, blanca y roja. La chiquilla, inclinando la cabeza,
bes amorosamente los delicados ptalos. Fue un da de fiesta para ella.
Dios misericordioso la plant y la hizo crecer para darte esperanza y alegra,
hijita! dijo la madre, radiante, sonriendo a la flor como si fuese un ngel
bueno, enviado por Dios.
Pero, y los otros guisantes? Pues vers: Aquel que sali volando por el amplio
mundo, diciendo: Alcnzame si puedes!, cay en el canaln del tejado y fue
a parar al buche de una paloma, donde encontrse como Jons en el vientre de la
ballena. Los dos perezosos tuvieron la misma suerte; fueron tambin pasto de las
palomas, con lo cual no dejaron de dar un cierto rendimiento positivo. En cuanto
al cuarto, el que pretenda volar hasta el Sol, fue a caer al vertedero, y all estuvo
das y semanas en el agua sucia, donde se hinch horriblemente.
Cmo engordo! exclamaba satisfecho. Acabar por reventar, que es
todo lo que puede hacer un guisante. Soy el ms notable de los cinco que
crecimos en la misma vaina.
Y el vertedero dio su beneplcito a aquella opinin.
Mientras tanto, all, en la ventana de la buhardilla, la muchachita, con los ojos
radiantes y el brillo de la salud en las mejillas, juntaba sus hermosas manos
sobre la flor del guisante y daba gracias a Dios.
El mejor guisante es el mo segua diciendo el vertedero.

Cols el chico y Cols el


grande
Vivan en un pueblo dos hombres que se llamaban igual: Cols, pero el uno
tena cuatro caballos, y el otro, solamente uno. Para distinguirlos llamaban Cols
el Grande al de los cuatro caballos, y Cols el Chico al otro, dueo de uno solo.
Vamos a ver ahora lo que les pas a los dos, pues es una historia verdadera.
Durante toda la semana, Cols el Chico tena que arar para el Grande, y prestarle
su nico caballo; luego Cols el Grande prestaba al otro sus cuatro caballos,
pero slo una vez a la semana: el domingo.
Haba que ver a Cols el Chico haciendo restallar el ltigo sobre los cinco
animales! Los miraba como suyos, pero slo por un da. Brillaba el sol, y las
campanas de la iglesia llamaban a misa; la gente, endomingada, pasaba con el
devocionario bajo el brazo para escuchar al predicador, y vea a Cols el Chico
labrando con sus cinco caballos; y al hombre le daba tanto gusto que lo vieran
as, que, pegando un nuevo latigazo, gritaba: Oho! Mis caballos!
No debes decir esto reprendile Cols el Grande. Slo uno de los
caballos es tuyo.
Pero en cuanto volva a pasar gente, Cols el Chico, olvidndose de que no
deba decirlo, volva a gritar: Oho! Mis caballos!.
Te lo advierto por ltima vez dijo Cols el Grande. Como lo repitas, le
arreo un trastazo a tu caballo que lo dejo seco, y todo eso te habrs ganado.
Te prometo que no volver a decirlo respondi Cols el Chico. Pero pas
ms gente que lo salud con un gesto de la cabeza y nuestro hombre, muy
orondo, pensando que era realmente de buen ver el que tuviese cinco caballos
para arar su campo, volvi a restallar el ltigo, exclamando: Oho! Mis
caballos!.
Ya te dar yo tus caballos! grit el otro, y, agarrando un mazo, diole en la
cabeza al de Cols el Chico, y lo mat.
Ay! Me he quedado sin caballo! se lament el pobre Cols, echndose a
llorar. Luego lo despellej, puso la piel a secar al viento, metila en un saco, que
se carg a la espalda, y emprendi el camino de la ciudad para ver si la venda.
La distancia era muy larga; tuvo que atravesar un gran bosque oscuro, y como el
tiempo era muy malo, se extravi, y no volvi a dar con el camino hasta que
anocheca; ya era tarde para regresar a su casa o llegar a la ciudad antes de que
cerrase la noche.

A muy poca distancia del camino haba una gran casa de campo. Aunque los
postigos de las ventanas estaban cerrados, por las rendijas se filtraba luz. Esa
gente me permitir pasar la noche aqu, pens Cols el Chico, y llam a la
puerta.
Abri la duea de la granja, pero al or lo que peda el forastero le dijo que
siguiese su camino, pues su marido estaba ausente y no poda admitir a
desconocidos.
Bueno, no tendr ms remedio que pasar la noche fuera -dijo Cols, mientras
la mujer le cerraba la puerta en las narices.
Haba muy cerca un gran montn de heno, y entre l y la casa, un pequeo
cobertizo con tejado de paja.
Puedo dormir all arriba dijo Cols el Chico, al ver el tejadillo; ser una
buena cama. No creo que a la cigea se le ocurra bajar a picarme las piernas
pues en el tejado haba hecho su nido una autntica cigea.
Subise nuestro hombre al cobertizo y se tumb, volvindose ora de un lado ora
del otro, en busca de una posicin cmoda. Pero he aqu que los postigos no
llegaban hasta lo alto de la ventana, y por ellos poda verse el interior.
En el centro de la habitacin haba puesta una gran mesa, con vino, carne asada
y un pescado de apetitoso aspecto. Sentados a la mesa estaban la aldeana y el
sacristn, ella le serva, y a l se le iban los ojos tras el pescado, que era su plato
favorito.

Quin estuviera con ellos!, pens Cols el Chico, alargando la cabeza hacia
la ventana. Y entonces vio que habla adems un soberbio pastel. Qu banquete,
santo Dios!
Oy entonces en la carretera el trote de un caballo que se diriga a la casa; era el
marido de la campesina, que regresaba.
El marido era un hombre excelente, y todo el mundo lo apreciaba; slo tena un
defecto: no poda ver a los sacristanes; en cuanto se le pona uno ante los ojos,
entrbale una rabia loca. Por eso el sacristn de la aldea haba esperado a que el
marido saliera de viaje para visitar a su mujer, y ella le haba obsequiado con lo
mejor que tena. Al or al hombre que volva asustronse los dos, y ella pidi al
sacristn que se ocultase en un gran arcn vaco, pues saba muy bien la inquina
de su esposo por los sacristanes. Apresurse a esconder en el horno las sabrosas
viandas y el vino, no fuera que el marido lo observara y le pidiera cuentas.
Qu pena! suspir Cols desde el tejado del cobertizo, al ver que
desapareca el banquete.
Quin anda por ah? pregunt el campesino mirando a Cols. Qu
haces en la paja? Entra, que estars mejor.
Entonces Cols le cont que se haba extraviado, y le rog que le permitiese
pasar all la noche.
No faltaba ms respondile el labrador, pero antes haremos algo por la
vida.
La mujer recibi a los dos amablemente, puso la mesa y les sirvi una sopera de
papillas. El campesino vena hambriento y coma con buen apetito, pero Nicols
no haca sino pensar en aquel suculento asado, el pescado y el pastel escondidos
en el horno.
Debajo de la mesa haba dejado el saco con la piel de caballo; ya sabemos que
iba a la ciudad para venderla. Como las papillas se le atragantaban, oprimi el
saco con el pie, y la piel seca produjo un chasquido.
Chit! dijo Cols al saco, al mismo tiempo que volva a pisarlo y produca
un chasquido ms ruidoso que el primero.
Oye! Qu llevas en el saco? pregunt el dueo de la casa. Nada, es un
brujo respondi el otro. Dice que no tenemos por qu comer papillas, con la
carne asada, el pescado y el pastel que hay en el horno.
Qu dices? exclam el campesino, corriendo a abrir el horno, donde
aparecieron todas las apetitosas viandas que la mujer haba ocultado, pero que l
supuso que estaban all por obra del brujo. La mujer no se atrevi a abrir la
boca; trajo los manjares a la mesa, y los dos hombres se regalaron con el
pescado, el asado, y el dulce. Entonces Cols volvi a oprimir el saco, y la piel
cruji de nuevo.
Qu dice ahora? pregunt el campesino.
Dice respondi el muy pcaro que tambin ha hecho salir tres botellas de
vino para nosotros; y que estn en aquel rincn, al lado del horno.
La mujer no tuvo ms remedio que sacar el vino que haba escondido, y el
labrador bebi y se puso alegre. Qu no hubiera dado, por tener un brujo como
el que Cols guardaba en su saco!
Es capaz de hacer salir al diablo? pregunt. Me gustara verlo, ahora
que estoy alegre.
Claro que s! replic Cols. Mi brujo hace cuanto le pido. Verdad, t?
pregunt pisando el saco y produciendo otro crujido. Oyes? Ha dicho que
s. Pero el diablo es muy feo; ser mejor que no lo veas.
No le tengo miedo. Cmo crees que es?
Pues se parece mucho a un sacristn.
Uf! exclam el campesino. S que es feo! Sabes?, una cosa que no
puedo sufrir es ver a un sacristn. Pero no importa. Sabiendo que es el diablo, lo
podr tolerar por una vez. Hoy me siento con nimos; con tal que no se me
acerque demasiado...
Como quieras, se lo pedir al brujo , dijo Cols, y, pisando el saco, aplic
contra l la oreja.
Qu dice?
Dice que abras aquella arca y vers al diablo; est dentro acurrucado. Pero no
sueltes la tapa, que podra escaparse.
Aydame a sostenerla pidile el campesino, dirigindose hacia el arca en
que la mujer haba metido al sacristn de carne y hueso, el cual se mora de
miedo en su escondrijo.
El campesino levant un poco la tapa con precaucin y mir al interior.
Uy! exclam, pegando un salto atrs. Ya lo he visto. Igual que un
sacristn! Espantoso!
Lo celebraron con unas copas y se pasaron buena parte de la noche empinando
el codo.
Tienes que venderme el brujo dijo el campesino. Pide lo que quieras; te
dar aunque sea una fanega de dinero.
No, no puedo replic Cols. Piensa en los beneficios que puedo sacar de
este brujo.
Me he encaprichado con l! Vndemelo! insisti el otro, y sigui
suplicando.
Bueno avnose al fin Cols. Lo har porque has sido bueno y me has
dado asilo esta noche. Te ceder el brujo por una fanega de dinero; pero ha de
ser una fanega rebosante.
La tendrs respondi el labriego. Pero vas a llevarte tambin el arca; no
la quiero en casa ni un minuto ms. Quin sabe si el diablo est an en ella!.
Cols el Chico dio al campesino el saco con la piel seca, y recibi a cambio una
fanega de dinero bien colmada. El campesino le regal todava un carretn para
transportar el dinero y el arca.
Adis! dijo Cols, alejndose con las monedas y el arca que contena al
sacristn.
Por el borde opuesto del bosque flua un ro caudaloso y muy profundo; el agua
corra con tanta furia, que era imposible nadar a contra corriente. No haca
mucho que haban tendido sobre l un gran puente, y cuando Cols estuvo en la
mitad dijo en voz alta, para que lo oyera el sacristn:
Qu hago con esta caja tan incmoda? Pesa como si estuviese llena de
piedras. Ya me voy cansando de arrastrarla; la echar al ro, Si va flotando hasta
mi casa bien, y si no, no importa.
Y la levant un poco con una mano, como para arrojarla al ro.
Detente, no lo hagas! grit el sacristn desde dentro. Djame salir
primero.
Dios me valga! exclam Cols, simulando espanto. Todava est aqu!
Echmoslo al ro sin perder tiempo, que se ahogue!
Oh, no, no! suplic el sacristn. Si me sueltas te dar una fanega de
dinero.
Bueno, esto ya es distinto acept Cols, abriendo el arca. El sacristn se
apresur a salir de ella, arroj el arca al agua y se fue a su casa, donde Cols
recibi el dinero prometido. Con el que le haba entregado el campesino tena
ahora el carretn lleno.
Me he cobrado bien el caballo, se dijo cuando de vuelta a su casa, desparram
el dinero en medio de la habitacin.
La rabia que tendr Cols el Grande cuando vea que me he hecho rico con mi
nico caballo!; pero no se lo dir.

Dentro de mil aos


S, dentro de mil aos la gente cruzar el ocano, volando por los aires, en alas
del vapor. Los jvenes colonizadores de Amrica acudirn a visitar la vieja
Europa. Vendrn a ver nuestros monumentos y nuestras decadas ciudades, del
mismo modo que nosotros peregrinamos ahora para visitar las decadas
magnificencias del Asia Meridional. Dentro de mil aos, vendrn ellos.
El Tmesis, el Danubio, el Rin, seguirn fluyendo an; el Mont-blanc continuar
enhiesto con su nevada cumbre, la auroras boreales proyectarn sus brillantes
resplandores sobre las tierras del Norte; pero una generacin tras otra se ha
convertido en polvo, series enteras de momentneas grandezas han cado en el
olvido, como aquellas que hoy dormitan bajo el tmulo donde el rico harinero,
en cuya propiedad se alza, se mand instalar un banco para contemplar desde
all el ondeante campo de mieses que se extiende a sus pies.
A Europa! exclamarn las jvenes generaciones americanas. A la
tierra de nuestros abuelos, la tierra santa de nuestros recuerdos y nuestras
fantasas! A Europa!
Llega la aeronave, llena de viajeros, pues la travesa es ms rpida que por el
mar; el cable electromagntico que descansa en el fondo del ocano ha
telegrafiado ya dando cuenta del nmero de los que forman la caravana area.
Ya se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se vislumbra, pero los
pasajeros duermen todava; han avisado que no se les despierte hasta que estn
sobre Inglaterra. All pisarn el suelo de Europa, en la tierra de Shakespeare,
como la llaman los hombres de letras; en la tierra de la poltica y de las
mquinas, como la llaman otros. La visita durar un da: es el tiempo que la
apresurada generacin concede a la gran Inglaterra y a Escocia.
El viaje prosigue por el tnel del canal hacia Francia, el pas de Carlomagno y
de Napolen. Se cita a Molire, los eruditos hablan de una escuela clsica y otra
romntica, que florecieron en tiempos remotos, y se encomia a hroes, vates y
sabios que nuestra poca desconoce, pero que ms tarde nacieron sobre este
crter de Europa que es Pars.
La aeronave vuela por sobre la tierra de la que sali Coln, la cuna de Corts, el
escenario donde Caldern cant sus dramas en versos armoniosos; hermosas
mujeres de negros ojos viven an en los valles floridos, y en estrofas
antiqusimas se recuerda al Cid y la Alhambra.
Surcando el aire, sobre el mar, sigue el vuelo hacia Italia, asiento de la vieja y
eterna Roma. Hoy est decada, la Campagna es un desierto; de la iglesia de San
Pedro slo queda un muro solitario, y aun se abrigan dudas sobre su
autenticidad.
Y luego a Grecia, para dormir una noche en el lujoso hotel edificado en la
cumbre del Olimpo; poder decir que se ha estado all, viste mucho. El viaje
prosigue por el Bsforo, con objeto de descansar unas horas y visitar el sitio
donde antao se alz Bizancio. Pobres pescadores lanzan sus redes all donde la
leyenda cuenta que estuvo el jardn del harn en tiempos de los turcos.
Contina el itinerario areo, volando sobre las ruinas de grandes ciudades que se
levantaron a orillas del caudaloso Danubio, ciudades que nuestra poca no
conoce an; pero aqu y all sobre lugares ricos en recuerdos que algn da
saldrn del seno del tiempo se posa la caravana para reemprender muy pronto
el vuelo.
Al fondo se despliega Alemania otrora cruzada por una denssima red de
ferrocarriles y canales el pas donde predic Lutero, cant Goethe y Mozart
empu el cetro musical de su tiempo. Nombres ilustres brillaron en las ciencias
y en las artes, nombres que ignoramos. Un da de estancia en Alemania y otro
para el Norte, para la patria de rsted y Linneo, y para Noruega, la tierra de los
antiguos hroes y de los hombres eternamente jvenes del Septentrin. Islandia
queda en el itinerario de regreso; el giser ya no bulle, y el Hecla est
extinguido, pero como la losa eterna de la leyenda, la prepotente isla rocosa
sigue inclume en el mar bravo.
Hay mucho que ver en Europa dice el joven americano y lo hemos visto
en ocho das. Se puede hacer muy bien, como el gran viajero aqu se cita un
nombre conocido en aquel tiempo ha demostrado en su famosa obra: Cmo
visitar Europa en ocho das.
Dos pisones
Has visto alguna vez un pisn? Me refiero a esta herramienta que sirve para
apisonar el pavimento de las calles. Es de madera todo l, ancho por debajo y
reforzado con aros de hierro; de arriba estrecho, con un palo que lo atraviesa, y
que son los brazos.
En el cobertizo de las herramientas haba dos pisonas, junto con palas, cubos y
carretillas; haba llegado a sus odos el rumor de que las pisonas no se
llamaran en adelante as, sino apisonadoras, vocablo que, en la jerga de los
picapedreros, es el trmino ms nuevo y apropiado para, designar lo que antao
llamaban pisonas.
Ahora bien; entre nosotros, los seres humanos, hay lo que llamamos mujeres
emancipadas, entre las cuales se cuentan directoras de colegios, comadronas,
bailarinas que por su profesin pueden sostenerse sobre una pierna ,
modistas y enfermeras; y a esta categora de emancipadas se sumaron tambin
las dos pisonas del cobertizo; la Administracin de obras pblicas las llamaba
pisonas, y en modo alguno se avenan a renunciar a su antiguo nombre y
cambiarlo por el de apisonadoras.
Pisn es un nombre de persona decan , mientras que apisonadora lo
es de cosa, y no toleraremos que nos traten como una simple cosa; esto es
ofendernos!
Mi prometido est dispuesto a romper el compromiso aadi la ms
joven, que tena por novio a un martinete, una especie de mquina para clavar
estacas en el suelo, o sea, que hace en forma tosca lo que la pisona en forma
delicada . Me quiere como pisona, pero no como apisonadora, por lo que en
modo alguno puedo permitir que me cambien el nombre.
Ni yo! dijo la mayor . Antes dejar que me corten los brazos.
La carretilla, sin embargo, sustentaba otra opinin; y no se crea de ella que fuera
un don nadie; se consideraba como una cuarta parte de coche, pues corra sobre
una rueda.
Debo advertirles que el nombre de pisonas es bastante ordinario, y mucho
menos distinguido que el de apisonadora, pues este nuevo apelativo les da cierto
parentesco con los sellos, y slo con que piensen en el sello que llevan las leyes,
vern que sin l no son tales. Yo, en su lugar, renunciara al nombre de pisona.
Jams! Soy demasiado vieja para eso dijo la mayor.
Seguramente usted ignora eso que se llama necesidad europea intervino
el honrado y viejo cubo . Hay que mantenerse dentro de sus lmites,
supeditarse, adaptarse a las exigencias de la poca, y si sale una ley por la cual
la pisona debe llamarse apisonadora, pues a llamarse apisonadora tocan. Cada
cosa tiene su medida.
En tal caso preferira llamarme seorita, si es que de todos modos he de
cambiar de nombre dijo la joven . Seorita sabe siempre un poco a pisona.
Pues yo antes me dejar reducir a astillas proclam la vieja. En esto lleg
la hora de ir al trabajo; las pisonas fueron cargadas en la carretilla, lo cual
supona una atencin; pero las llamaron apisonadoras.
Pis! exclamaban al golpear sobre el pavimento , pis! , y estaban a
punto de acabar de pronunciar la palabra pisona, pero se mordan los labios y
se tragaban el vocablo, pues se daban cuenta de que no podan contestar. Pero
entre ellas siguieron llamndose pisonas, alabando los viejos tiempos en que
cada cosa era llamada por su nombre, y cuando una era pisona la llamaban
pisona; y en eso quedaron las dos, pues el martinete, aquella maquinaza, rompi
su compromiso con la joven, negndose a casarse con una apisonadora.

El abecedario
rase una vez un hombre que haba compuesto versos para el abecedario,
siempre dos para cada letra, exactamente como vemos en la antigua cartilla.
Deca que haca falta algo nuevo, pues los viejos pareados estaban muy sobados,
y los suyos le parecan muy bien. Por el momento, el nuevo abecedario estaba
slo en manuscrito, guardado en el gran armariolibrera, junto a la vieja
cartilla impresa; aquel armario que contena tantos libros eruditos y entretenidos.
Pero el viejo abecedario no quera por vecino al nuevo, y haba saltado en el
anaquel pegando un empelln al intruso, el cual cay al suelo, y all estaba ahora
con todas las hojas dispersas. El viejo abecedario haba vuelto hacia arriba la
primera pgina, que era la ms importante, pues en ella estaban todas las letras,
grandes y pequeas. Aquella hoja contena todo lo que constituye la vida de los
dems libros: el alfabeto, las letras que, quirase o no, gobiernan al mundo. Qu
poder ms terrible! Todo depende de cmo se las dispone: pueden dar la vida,
pueden condenar a muerte; alegrar o entristecer. Por s solas nada son, pero
puestas en fila y ordenadas!... Cuando Nuestro Seor las hace intrpretes de su
pensamiento, leemos ms cosas de las que nuestra mente puede contener y nos
inclinamos profundamente, pero las letras son capaces de contenerlas.
Pues all estaban, cara arriba. El gallo de la A mayscula luca sus plumas rojas,
azules y verdes. Hinchaba el pecho muy ufano, pues saba lo que significaban
las letras, y era el nico viviente entre ellas.
Al caer al suelo el viejo abecedario, el gallo bati de alas, subise de una volada
a un borde del armario y, despus de alisarse las plumas con el pico, lanz al
aire un penetrante quiquiriqu. Todos los libros del armario, que, cuando no
estaban de servicio, se pasaban el da y la noche dormitando, oyeron la
estridente trompeta. Y entonces el gallo se puso a discursear, en voz clara y
perceptible, sobre la injusticia que acababa de cometerse con el viejo
abecedario.
Por lo visto ahora ha de ser todo nuevo, todo diferente dijo . El
progreso no puede detenerse. Los nios son tan listos, que saben leer antes de
conocer las letras. Hay que darles algo nuevo!, dijo el autor de los nuevos
versos, que yacen esparcidos por el suelo. Bien los conozco! Ms de diez veces
se los o leer en alta voz. Cmo gozaba el hombre! Pues no, yo defender los
mos, los antiguos, que son tan buenos, y las ilustraciones que los acompaan.
Por ellos luchar y cantar. Todos los libros del armario lo saben bien. Y ahora
voy a leer los de nueva composicin. Los leer con toda pausa y tranquilidad, y
creo que estaremos todos de acuerdo en lo malos que son.
A. Ama

Sale el ama endomingada


Por un nio ajeno honrada.

B. Barquero

Pas penas y fatigas el barquero,


Mas ahora reposa placentero.
Este pareado no puede ser ms soso. dijo el gallo Pero sigo leyendo.
C. Coln

Lanzse Coln al mar ingente,


y ensanchse la tierra enormemente.

D. Dinamarca

De Dinamarca hay ms de una saga bella,


No cargue Dios la mano sobre ella.
Muchos encontrarn hermosos estos versos observ el gallo pero yo
no. No les veo nada de particular. Sigamos.
E. Elefante

Con mpetu y arrojo avanza el elefante,


de joven corazn y buen talante.

F. Follaje
Despjase el bosque del follaje
En cuanto la tierra viste el blanco traje.

G. Gorila

Por ms que traigis gorilas a la arena,


se ven siempre tan torpes, que da pena.

H. Hurra

Cuntas veces, gritando en nuestra tierra,


puede un hurra ser causa de una guerra!
Cmo va un nio a comprender estas alusiones! protest el gallo . Y,
sin embargo, en la portada se lee: Abecedario para grandes y chicos. Pero los
mayores tienen que hacer algo ms que estarse leyendo versos en el abecedario,
y los pequeos no lo entienden.
Esto es el colmo! Adelante.
J. Jilguero

Canta alegre en su rama el jilguero,


de vivos colores y cuerpo ligero.

L. Len

En la selva, el len lanza su rugido;


vedlo luego en la jaula entristecido.

Maana (sol de)

Por la maana sale el sol muy puntual,


mas no porque cante el gallo en el corral.
Ahora las emprende conmigo exclam el gallo . Pero yo estoy en buena
compaa, en compaa del sol. Sigamos.
N. Negro

Negro es el hombre del sol ecuatorial;


por mucho que lo laven, siempre ser igual.

O. Olivo

Cul es la mejor hoja, lo sabis? A fe,


la del olivo de la paloma de No.

P. Pensador

En su mente, el pensador mueve todo el mundo,


desde lo ms alto hasta lo ms profundo.

Q. Queso
El queso se utiliza en la cocina,
donde con otros manjares se combina.

R. Rosa
Entre las flores, es la rosa bella
lo que en el cielo la ms brillante estrella.

S. Sabidura
Muchos creen poseer sabidura
cuando en verdad su mollera est vaca.
Permitidme que cante un poco! dijo el gallo . Con tanto leer se me
acaban las fuerzas. He de tomar aliento . Y se puso a cantar de tal forma, que
no pareca sino una corneta de latn. Daba gusto orlo al gallo, entendmonos
. Adelante.
T. Tetera
La tetera tiene rango en la cocina,
pero la voz del puchero es an ms fina.

U. Urbanidad
Virtud indispensable es la urbanidad,
si no se quiere ser un ogro en sociedad.

Ah debe haber mucho fondo observ el gallo , pero no doy con l, por
mucho que trato de profundizar.
V. Valle de lgrimas

Valle de lgrimas es nuestra madre tierra.


A ella iremos todos, en paz o en guerra.
Esto es muy crudo! dijo el gallo.
X. Xantipa
Aqu no ha sabido encontrar nada nuevo:
En el matrimonio hay un arrecife,
al que Scrates da el nombre de Xantipe.
Al final, ha tenido que contentarse con Xantipe.
Y. Ygdrasil

En el rbol de Ygdrasil los dioses nrdicos vivieron,


mas el rbol muri y ellos enmudecieron.
Estamos casi al final dijo el gallo . No es poco consuelo! Va el ltimo:
Z. Zephir

En dans, el cfiro es viento de Poniente,


te hiela a travs del pao ms caliente.
Por fin se acab! Pero an no estamos al cabo de la calle. Ahora viene
imprimirlo. Y luego leerlo. Y lo ofrecern en sustitucin de los venerables
versos de mi viejo abecedario! Qu dice la asamblea de libros eruditos e
indoctos, monografas y manuales? Qu dice la biblioteca? Yo he dicho; que
hablen ahora los dems.
Los libros y el armario permanecieron quietos, mientras el gallo volva a situarse
bajo su A, muy orondo.
He hablado bien, y cantado mejor. Esto no me lo quitar el nuevo abecedario.
De seguro que fracasa. Ya ha fracasado. No tiene gallo!.

El abeto
All en el bosque haba un abeto, lindo y pequeito. Creca en un buen sitio, le
daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compaeros
mayores, tanto abetos como pinos.
Pero el pequeo abeto slo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del
sol ni el frescor del aire, ni atenda a los nios de la aldea, que recorran el
bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando. A veces
llegaban con un puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas
ensartadas en una paja, y, sentndose junto al menudo abeto, decan: Qu
pequeo y qu lindo es!. Pero el arbolito se enfurruaba al orlo.
Al ao siguiente haba ya crecido bastante, y lo mismo al otro ao, pues en los
abetos puede verse el nmero de aos que tienen por los crculos de su tronco.
Ay!, por qu no he de ser yo tan alto como los dems? suspiraba el
arbolillo. Podra desplegar las ramas todo en derredor y mirar el ancho mundo
desde la copa. Los pjaros haran sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el
viento, podra mecerlas e inclinarlas con la distincin y elegancia de los otros.
ranle indiferentes la luz del sol, las aves y las rojas nubes que, a la maana y al
atardecer, desfilaban en lo alto del cielo.
Cuando llegaba el invierno, y la nieve cubra el suelo con su rutilante manto
blanco, muy a menudo pasaba una liebre, en veloz carrera, saltando por encima
del arbolito. Lo que se enfadaba el abeto! Pero transcurrieron dos inviernos ms
y el abeto haba crecido ya bastante para que la liebre hubiese de desviarse y
darle la vuelta. Oh, crecer, crecer, llegar a ser muy alto y a contar aos y aos:
esto es lo ms hermoso que hay en el mundo!, pensaba el rbol.
En otoo se presentaban indefectiblemente los leadores y cortaban algunos de
los rboles ms corpulentos. La cosa ocurra todos los aos, y nuestro joven
abeto, que estaba ya bastante crecido, senta entonces un escalofro de horror,
pues los magnficos y soberbios troncos se desplomaban con estridentes crujidos
y gran estruendo. Los hombres cortaban las ramas, y los rboles quedaban
desnudos, larguiruchos y delgados; nadie los habra reconocido. Luego eran
cargados en carros arrastrados por caballos, y sacados del bosque.
Adnde iban? Qu suerte les aguardaba?
En primavera, cuando volvieron las golondrinas y las cigeas, les pregunt el
abeto:
No sabis adnde los llevaron No los habis visto en alguna parte?
Las golondrinas nada saban, pero la cigea adopt una actitud cavilosa y,
meneando la cabeza, dijo:
S, creo que s. Al venir de Egipto, me cruc con muchos barcos nuevos, que
tenan mstiles esplndidos. Jurara que eran ellos, pues olan a abeto. Me dieron
muchos recuerdos para ti. Llevan tan alta la cabeza, con tanta altivez!
Ah! Ojal fuera yo lo bastante alto para poder cruzar los mares! Pero, qu
es el mar, y qu aspecto tiene?
Sera muy largo de contar! exclam la cigea, y se alej.
Algrate de ser joven decan los rayos del sol; algrate de ir creciendo
sano y robusto, de la vida joven que hay en ti.
Y el viento le prodigaba sus besos, y el roco verta sobre l sus lgrimas, pero el
abeto no lo comprenda.
Al acercarse las Navidades eran cortados rboles jvenes, rboles que ni
siquiera alcanzaban la talla ni la edad de nuestro abeto, el cual no tena un
momento de quietud ni reposo; le consuma el afn de salir de all. Aquellos
arbolitos y eran siempre los ms hermosos conservaban todo su ramaje;
los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque.
Adnde irn stos? preguntbase el abeto. No son mayores que yo; uno
es incluso ms bajito. Y por qu les dejan las ramas? Adnde van?.
Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! piaron los gorriones. All,
en la ciudad, hemos mirado por las ventanas. Sabemos adnde van. Oh! No
puedes imaginarte el esplendor y la magnificencia que les esperan. Mirando a
travs de los cristales vimos rboles plantados en el centro de una acogedora
habitacin, adornados con los objetos ms preciosos: manzanas doradas,
pastelillos, juguetes y centenares de velitas.
Y despus? pregunt el abeto, temblando por todas sus ramas. Y
despus? Qu sucedi despus?
Ya no vimos nada ms. Pero es imposible pintar lo hermoso que era.
Quin sabe si estoy destinado a recorrer tambin tan radiante camino?
exclam gozoso el abeto. Todava es mejor que navegar por los mares. Estoy
impaciente por que llegue Navidad. Ahora ya estoy tan crecido y desarrollado
como los que se llevaron el ao pasado. Quisiera estar ya en el carro, en la
habitacin calentita, con todo aquel esplendor y magnificencia. Y luego?
Porque claro est que luego vendr algo an mejor, algo ms hermoso. Si no,
por qu me adornaran tanto? Sin duda me aguardan cosas an ms esplndidas
y soberbias. Pero, qu ser? Ay, qu sufrimiento, qu anhelo! Yo mismo no s
lo que me pasa.
Gzate con nosotros! le decan el aire y la luz del sol goza de tu lozana
juventud bajo el cielo abierto.
Pero l permaneca insensible a aquellas bendiciones de la Naturaleza. Segua
creciendo, sin perder su verdor en invierno ni en verano, aquel su verdor oscuro.
Las gentes, al verlo, decan: Hermoso rbol! . Y he ah que, al llegar
Navidad, fue el primero que cortaron. El hacha se hinc profundamente en su
corazn; el rbol se derrumb con un suspiro, experimentando un dolor y un
desmayo que no lo dejaron pensar en la soada felicidad. Ahora senta tener que
alejarse del lugar de su nacimiento, tener que abandonar el terruo donde haba
crecido. Saba que nunca volvera a ver a sus viejos y queridos compaeros, ni a
las matas y flores que lo rodeaban; tal vez ni siquiera a los pjaros. La despedida
no tuvo nada de agradable.
El rbol no volvi en s hasta el momento de ser descargado en el patio junto
con otros, y entonces oy la voz de un hombre que deca:
Ese es magnfico! Nos quedaremos con l.
Y se acercaron los criados vestidos de gala y transportaron el abeto a una
hermosa y espaciosa sala. De todas las paredes colgaban cuadros, y junto a la
gran estufa de azulejos haba grandes jarrones chinos con leones en las tapas;
haba tambin mecedoras, sofs de seda, grandes mesas cubiertas de libros
ilustrados y juguetes, que a buen seguro valdran cien veces cien escudos; por lo
menos eso decan los nios. Hincaron el abeto en un voluminoso barril lleno de
arena, pero no se vea que era un barril, pues de todo su alrededor penda una
tela verde, y estaba colocado sobre una gran alfombra de mil colores. Cmo
temblaba el rbol! Qu vendra luego?
Criados y seoritas corran de un lado para otro y no se cansaban de colgarle
adornos y ms adornos. En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados;
en otra, confites y caramelos; colgaban manzanas doradas y nueces, cual si
fuesen frutos del rbol, y ataron a las ramas ms de cien velitas rojas, azules y
blancas. Muecas que parecan personas vivientes nunca haba visto el rbol
cosa semejante flotaban entre el verdor, y en lo ms alto de la cspide
centelleaba una estrella de metal dorado. Era realmente magnfico,
increblemente magnfico.
Esta noche decan todos, esta noche s que brillar.
Oh! pensaba el rbol, ojal fuese ya de noche! Ojal encendiesen
pronto las luces! Y qu suceder luego? Acaso vendrn a verme los rboles
del bosque? Volarn los gorriones frente a los cristales de las ventanas?
Seguir aqu todo el verano y todo el invierno, tan primorosamente
adornado?.
Crea estar enterado, desde luego; pero de momento era tal su impaciencia, que
sufra fuertes dolores de corteza, y para un rbol el dolor de corteza es tan malo
como para nosotros el de cabeza.
El alforfon
Si despus de una tormenta pasis junto a un campo de alforfn, lo veris a
menudo ennegrecido y como chamuscado; se dira que sobre l ha pasado una
llama, y el labrador observa: Esto es de un rayo . Pero, cmo sucedi? Os
lo voy a contar, pues yo lo s por un gorrioncillo, al cual, a su vez, se lo revel
un viejo sauce que crece junto a un campo de alforfn. Es un sauce corpulento y
venerable pero muy viejo y contrahecho, con una hendidura en el tronco, de la
cual salen hierbajos y zarzamoras. El rbol est muy encorvado, y las ramas
cuelgan hasta casi tocar el suelo, como una larga cabellera verde.
En todos los campos de aquellos contornos crecan cereales, tanto centeno como
cebada y avena, esa magnfica avena que, cuando est en sazn, ofrece el
aspecto de una fila de diminutos canarios amarillos posados en una rama. Todo
aquel grano era una bendicin, y cuando ms llenas estaban las espigas, tanto
ms se inclinaban, como en gesto de piadosa humildad.
Pero haba tambin un campo sembrado de alforfn, frente al viejo sauce. Sus
espigas no se inclinaban como las de las restantes mieses, sino que permanecan
enhiestas y altivas.
Indudablemente, soy tan rico como la espiga de trigo deca, y adems
soy mucho ms bonito; mis flores son bellas como las del manzano; deleita los
ojos mirarnos, a m y a los mos. Has visto algo ms esplndido, viejo sauce?
El rbol hizo un gesto con la cabeza, como significando: Qu cosas dices!.
Pero el alforfn, pavonendose de puro orgullo, exclam: Tonto de rbol!
De puro viejo, la hierba le crece en el cuerpo.
Pero he aqu que estall una espantosa tormenta; todas las flores del campo
recogieron sus hojas y bajaron la cabeza mientras la tempestad pasaba sobre
ellas; slo el alforfn segua tan engredo y altivo.
Baja la cabeza como nosotras! le advirtieron las flores.
Para qu! replic el alforfn.
Agacha la cabeza como nosotros! grit el trigo. Mira que se acerca el
ngel de la tempestad. Sus alas alcanzan desde las nubes al suelo, y puede
pegarte un aletazo antes de que tengas tiempo de pedirle gracia.
Que venga! No tengo por qu humillarme respondi el alforfn.
Cierra tus flores y baja tus hojas! le aconsej, a su vez, el viejo sauce.
No levantes la mirada al rayo cuando desgarre la nube; ni siquiera los hombres
pueden hacerlo, pues a travs del rayo se ve el cielo de Dios, y esta visin ciega
al propio hombre. Qu no nos ocurrira a nosotras, pobres plantas de la tierra,
que somos mucho menos que l!
Menos que l? protest el alforfn. Pues ahora mirar cara a cara al
cielo de Dios! . Y as lo hizo, cegado por su soberbia. Y tal fue el resplandor,
que no pareci sino que todo el mundo fuera una inmensa llamarada.
Pasada ya la tormenta, las flores y las mieses se abrieron y levantaron de nuevo
en medio del aire puro y en calma, vivificados por la lluvia; pero el alforfn
apareca negro como carbn, quemado por el rayo; no era ms que un hierbajo
muerto en el campo.

El viejo sauce meca sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes
caan gruesas gotas de agua, como si el rbol llorase, y los gorriones le
preguntaron:
Por qu lloras? Si todo esto es una bendicin! Mira cmo brilla el sol, y
cmo desfilan las nubes. No respiras el aroma de las flores y zarzas? Por qu
lloras, pues, viejo sauce?
Y el sauce les habl de la soberbia del alforfn, de su orgullo y del castigo que
le vali. Yo, que os cuento la historia, la o de los gorriones. Me la narraron una
tarde, en que yo les haba pedido que me contaran un cuento.

El Angel
Cada vez que muere un nio bueno, baja del cielo un ngel de Dios Nuestro
Seor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas
blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeuelo
am, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de
que luzcan all arriba ms hermosas an que en el suelo. Nuestro Seor se
aprieta contra el corazn todas aquellas flores, pero a la que ms le gusta le da
un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los
bienaventurados.
He aqu lo que contaba un ngel de Dios Nuestro Seor mientras se llevaba al
cielo a un nio muerto; y el nio lo escuchaba como en sueos. Volaron por
encima de los diferentes lugares donde el pequeo haba jugado, y pasaron por
jardines de flores esplndidas.
Cul nos llevaremos para plantarla en el cielo? pregunt el ngel.
Creca all un magnfico y esbelto rosal, pero una mano perversa haba
tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos
semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.
Pobre rosal! exclam el nio. Llvatelo; junto a Dios florecer.
Y el ngel lo cogi, dando un beso al nio por sus palabras; y el pequeuelo
entreabri los ojos.
Recogieron luego muchas flores magnficas, pero tambin humildes rannculos
y violetas silvestres.
Ya tenemos un buen ramillete dijo el nio; y el ngel asinti con la cabeza,
pero no emprendi enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un
silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por
uno de sus angostos callejones, donde yacan montones de paja y cenizas; haba
habido mudanza: veanse cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos
sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.
Entre todos aquellos desperdicios, el ngel seal los trozos de un tiesto roto; de
ste se haba desprendido un terrn, con las races, de una gran flor silvestre ya
seca, que por eso alguien haba arrojado a la calleja.
Vamos a llevrnosla dijo el ngel. Mientras volamos te contar por qu.
Remontaron el vuelo, y el ngel dio principio a su relato:
En aquel angosto callejn, en una baja bodega, viva un pobre nio enfermo.
Desde el da de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo
hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su
felicidad no pas de aqu. Algunos das de verano, unos rayos de sol entraban
hasta la bodega, nada ms que media horita, y entonces el pequeo se calentaba
al sol y miraba cmo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que
mantena levantados delante el rostro, diciendo: S, hoy he podido salir. Saba
del bosque y de sus bellsimos verdores primaverales, slo porque el hijo del
vecino le traa la primera rama de haya. Se la pona sobre la cabeza y soaba que
se encontraba debajo del rbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los
pjaros.
Un da de primavera, su vecinito le trajo tambin flores del campo, y, entre ellas
vena casualmente una con la raz; por eso la plantaron en una maceta, que
colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Haba plantado aquella flor una
mano afortunada, pues, creci, sac nuevas ramas y floreci cada ao; para el
muchacho enfermo fue el jardn ms esplndido, su pequeo tesoro aqu en la
Tierra. La regaba y cuidaba, preocupndose de que recibiese hasta el ltimo de
los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de
sus sueos, pues para l floreca, para l esparca su aroma y alegraba la vista; a
ella se volvi en el momento de la muerte, cuando el Seor lo llam a su seno.
Lleva ya un ao junto a Dios, y durante todo el ao la plantita ha seguido en la
ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de
la calle. Y sta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en
nuestro ramillete, pues ha proporcionado ms alegra que la ms bella del jardn
de una reina.
Pero, cmo sabes todo esto? pregunt el nio que el ngel llevaba al
cielo.
Lo s respondi el ngel, porque yo fui aquel pobre nio enfermo que se
sostena sobre muletas. Y bien conozco mi flor!
El pequeo abri de par en par los ojos y clav la mirada en el rostro
esplendoroso del ngel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de
Nuestro Seor, donde reina la alegra y la bienaventuranza. Dios apret al nio
muerto contra su corazn, y al instante le salieron a ste alas como a los dems
ngeles, y con ellos se ech a volar, cogido de las manos. Nuestro Seor apret
tambin contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la bes,
infundindole voz, y ella rompi a cantar con el coro de angelitos que rodean al
Altsimo, algunos muy de cerca otros formando crculos en torno a los primeros,
crculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y
todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y
la pobre flor silvestre que haba estado abandonada, entre la basura de la calleja
estrecha y oscura, el da de la mudanza.

El ave Fnix
En el jardn del Paraso, bajo el rbol de la sabidura, creca un rosal. En su
primera rosa naci un pjaro; su vuelo era como un rayo de luz, magnficos sus
colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogi el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y
Adn fueron arrojados del Paraso, de la flamgera espada del ngel cay una
chispa en el nido del pjaro y le prendi fuego. El animalito muri abrasado,
pero del rojo huevo sali volando otra ave, nica y siempre la misma: el Ave
Fnix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien aos se da la
muerte abrasndose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave
Fnix, la nica en el mundo.
El pjaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, esplndida de colores,
magnfica en su canto. Cuando la madre est sentada junto a la cuna del hijo, el
ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor
de la cabeza del nio. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor
de sol en l, y sobre la pobre cmoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fnix no es slo el ave de Arabia; aletea tambin a los resplandores
de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores
amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cuprferas de
Falun, en las minas de carbn de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada
sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se
desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hind se
iluminan al verla.
Ave Fnix! No la conoces? El ave del Paraso, el cisne santo de la cancin?
Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchn, agitando las alas
pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico
sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del
cuervo de Odin y le susurraba al odo: Inmortalidad! Cuando la fiesta de los
cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
Ave Fnix! No la conoces? Te cant la Marsellesa, y t besaste la pluma que
se desprendi de su ala; vino en todo el esplendor paradisaco, y t le volviste tal
vez la espalda para contemplar el gorrin que tena espuma dorada en las alas.
El Ave del Paraso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las
llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; t
misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha slo leyenda: el Ave
Fnix de Arabia.
En el jardn del Paraso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el
rbol de la sabidura, Dios te bes y te dio tu nombre verdadero: poesa!.

El caracol y el rosal
Alrededor del jardn haba un seto de avellanos, y al otro lado del seto se
extenda n los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en
el centro del jardn creca un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo viva un
caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazn, pues se llevaba a s
mismo.
Paciencia! deca el caracol. Ya llegar mi hora. Har mucho ms que
dar rosas o avellanas, muchsimo ms que dar leche como las vacas y las ovejas.
Esperamos mucho de ti dijo el rosal. Podra saberse cundo me
ensears lo que eres capaz de hacer?
Me tomo mi tiempo dijo el caracol; ustedes siempre estn de prisa. No,
as no se preparan las sorpresas.
Un ao ms tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que
antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozana de sus
rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sac medio cuerpo afuera,
estir sus cuernecillos y los encogi de nuevo.
Nada ha cambiado dijo. No se advierte el ms insignificante progreso. El
rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pas el verano y vino el otoo, y el rosal continu dando capullos y rosas hasta
que lleg la nieve. El tiempo se hizo hmedo y hosco. El rosal se inclin hacia
la tierra; el caracol se escondi bajo el suelo.
Luego comenz una nueva estacin, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo
lo mismo.
Ahora ya eres un rosal viejo dijo el caracol. Pronto tendrs que ir
pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenas dentro de ti. Si era o
no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero
est claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso
tendras frutos muy distintos que ofrecernos. Qu dices a esto? Pronto no sers
ms que un palo seco... Te das cuenta de lo que quiero decirte?
Me asustas dijo el rosal. Nunca he pensado en ello.
Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. Te preguntaste alguna vez
por qu florecas y cmo florecas, por qu lo hacas de esa manera y de no de
otra?
No contest el caracol. Floreca de puro contento, porque no poda
evitarlo.
El sol era tan clido, el aire tan refrescante!... Me beba el lmpido roco y la
lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, all abajo, me suba la
fuerza, que descenda tambin sobre m desde lo alto. Senta una felicidad que
era siempre nueva, profunda siempre, y as tena que florecer sin remedio.
Tal era mi vida; no poda hacer otra cosa.
Tu vida fue demasiado fcil dijo el caracol.
Cierto dijo el rosal. Me lo daban todo. Pero t tuviste ms suerte an. T
eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran
inteligencia que se proponen asombrar al mundo algn da.
No, no, de ningn modo dijo el caracol. El mundo no existe para m.
Qu tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de m mismo y
en m mismo.
Pero no deberamos todos dar a los dems lo mejor de nosotros, no
deberamos ofrecerles cuanto pudiramos? Es cierto que no te he dado sino
rosas; pero t, en cambio, que posees tantos dones, qu has dado t al mundo?
Qu puedes darle?
Darle? Darle yo al mundo? Yo lo escupo. Para qu sirve el mundo? No
significa nada para m. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo nico que
sirves. Deja que los castaos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las
ovejas den su leche; cada uno tiene su pblico, y yo tambin tengo el mo dentro
de m mismo. Me recojo en mi interior, y en l voy a quedarme! El mundo no
me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se meti dentro de su casa y la sell.
Qu pena! dijo el rosal. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho
que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez
en mis rosas. Sus ptalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cmo
una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cmo una
bonita muchacha se prenda otra al pecho, y cmo un nio besaba otra en la
primera alegra de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendicin.
Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continu floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dorma
all dentro de su casa. El mundo nada significaba para l.
Y pasaron los aos.
El caracol se haba vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la
memorable rosa del libro de oraciones haba desaparecido... Pero en el jardn
brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus
casas y escupan al mundo, que no significaba nada para ellos.
Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena;
siempre sera la misma.
El cerro de los elfos
Varios lagartos gordos corran con pie ligero por las grietas de un viejo rbol; se
entendan perfectamente, pues hablaban todos la lengua lagartea.
Qu ruido y alboroto en el cerro de los ellos! dijo un lagarto. Van ya
dos noches que no me dejan pegar un ojo. Lo mismo que cuando me duelen las
muelas, pues tampoco entonces puedo dormir.
Algo pasa all adentro observ otro. Hasta que el gallo canta, a la
madrugada, sostienen el cerro sobre cuatro estacas rojas, para que se ventile
bien, y sus muchachas han aprendido nuevas danzas. Algo se prepara!
S intervino un tercer lagarto. He hecho amistad con una lombriz de
tierra que vena de la colina, en la cual haba estado removiendo la tierra da y
noche. Oy muchas cosas. Ver no puede, la infeliz, pero lo que es palpar y or,
en esto se pinta sola. Resulta que en el cerro esperan forasteros, forasteros
distinguidos, pero, quines son stos, la lombriz se neg a decrmelo, acaso ella
misma no lo sabe. Han encargado a los fuegos fatuos que organicen una
procesin de antorchas, como dicen ellos, y todo el oro y la plata que hay en el
cerro y no es poco lo pulen y exponen a la luz de la luna.
Quines podrn ser esos forasteros? se preguntaban los lagartos. Qu
diablos debe suceder? Od, qu manera de zumbar!
En aquel mismo momento se parti el montculo, y una seorita elfa, vieja y
anticuada, aunque por lo dems muy correctamente vestida, sali andando a
pasitos cortos. Era el ama de llaves del anciano rey de los elfos, estaba
emparentada de lejos con la familia real y llevaba en la frente un corazn de
mbar. Mova las piernas con una agilidad!: trip, trip. Vaya modo de trotar! Y
march directamente al pantano del fondo, a la vivienda del chotacabras.
Estn ustedes invitados a la colina esta noche dijo. Pero quisiera pedirles
un gran favor, si no fuera molestia para ustedes. Podran transmitir la invitacin
a los dems? Algo deben hacer, ya que ustedes no ponen casa. Recibimos a
varios forasteros ilustres, magos de distincin; por eso hoy comparecer el
anciano rey de los elfos.
A quin hay que invitar? pregunt el chotacabras.
Al gran baile pueden concurrir todos, incluso las personas, con tal que hablen
durmiendo o sepan hacer algo que se avenga con nuestro modo de ser. Pero en
nuestra primera fiesta queremos hacer una rigurosa seleccin; slo asistirn
personajes de la ms alta categora. Hasta disput con el Rey, pues yo no quera
que los fantasmas fuesen admitidos. Ante todo, hay que invitar al Viejo del Mar
y a sus hijas. Tal vez no les guste venir a tierra seca, pero les prepararemos una
piedra mojada para asiento o quizs algo an mejor; supongo que as no tendrn
inconveniente en asistir, siquiera por esta vez. Queremos que vengan todos los
viejos trasgos de primera categora, con cola, el Genio del Agua y el Duende y,
a mi entender, no debemos dejar de lado al Cerdo de la Tumba, al Caballo de los
Muertos y al Enano de la Iglesia, todos los cuales pertenecen al elemento
clerical y no a nuestra clase. Pero se es su oficio; por lo dems, estn
emparentados de cerca con nosotros y nos visitan con frecuencia.
Muy bien! dijo el chotacabras, emprendiendo el vuelo para cumplir el
encargo.
Las doncellas elfas bailaban ya en el cerro, cubiertas de velos, y lo hacan con
tejidos de niebla y luz de la luna, de un gran efecto para los aficionados a estas
cosas. En el centro de la colina, el gran saln haba sido adornado
primorosamente; el suelo, lavado con luz de luna, y las paredes, frotadas con
grasa de bruja, por lo que brillaban como hojas de tulipn. En la colina haba, en
el asador, gran abundancia de ranas, pieles de caracol rellenas de dedos de nio
y ensaladas de semillas de seta y hmedos hocicos de ratn con cicuta, cerveza
de la destilera de la bruja del pantano, amn de fosforescente vino de salitre de
las bodegas funerarias. Todo muy bien presentado. Entre los postres figuraban
clavos oxidados y trozos de ventanal de iglesia.
El anciano Rey mand bruir su corona de oro con pizarrn machacado
(entindase pizarrn de primera); y no se crea que le es fcil a un rey de los elfos
procurarse pizarrn de primera. En el dormitorio colgaron cortinas, que fueron
pegadas con saliva de serpiente. Se comprende, pues, que hubiera all gran ruido
y alboroto.
Ahora hay que sahumar todo esto con orines de caballo y cerdas de puerco;
entonces yo habr cumplido con mi tarea dijo la vieja seorita.
Dulce padre mo! dijo la hija menor, que era muy zalamera, no podra
saber quines son los ilustres forasteros?
Bueno respondi el Rey, tendr que decrtelo. Dos de mis hijas deben
prepararse para el matrimonio; dos de ellas se casarn sin duda. El anciano
duende de all en Noruega, el que reside en la vieja roca de Dovre y posee
cuatro palacios acantilados de feldespato y una mina de oro mucho ms rica de
lo que creen por ah, viene con sus dos hijos, que viajan en busca de esposa. El
duende es un anciano nrdico, muy viejo y respetable, pero alegre y
campechano. Lo conozco de hace mucho tiempo, desde un da en que brindamos
fraternalmente con ocasin de su estancia aqu en busca de mujer. Ella muri;
era hija del rey de los Peascos gredosos de Men. Tom una mujer de yeso,
como suele decirse. Ah, y qu ganas tengo de ver al viejo duende nrdico!
Dicen que los chicos son un tanto mal criados e impertinentes; pero quizs
exageran. Tiempo tendrn de sentar la cabeza. A ver si sabis portaros con ellos
en forma conveniente.
Y cundo llegan? pregunt una de las hijas.
Eso depende del tiempo que haga respondi el Rey. Viajan en plan
econmico. Aprovechan las oportunidades de los barcos. Yo habra querido que
fuesen por Suecia, pero el viejo se inclin del otro lado. No sigue las mudanzas
de los tiempos, y esto no se lo perdono.
En esto llegaron saltando dos fuegos fatuos, uno de ellos ms rpido que su
compaero; por eso lleg antes.
Ya vienen, ya vienen! gritaron los dos.
Dadme la corona y dejad que me ponga a la luz de la luna! orden el Rey.
Las hijas, levantndose los velos, se inclinaron hasta el suelo. Entr el anciano
duende de Dovre con su corona de tarugos de hielo duro y de abeto pulido.
Formaban el resto de su vestido una piel de oso y grandes botas, mientras los
hijos iban con el cuello descubierto y pantalones sin tirantes, pues eran hombres
de pelo en pecho.
Esto es una colina? pregunt el menor, sealando el cerro de los elfos.
En Noruega lo llamaramos un agujero.
Muchachos! les ri el viejo. Un agujero va para dentro, y una colina
va para arriba. No tenis ojos en la cabeza?
Lo nico que les causaba asombro, dijeron, era que comprendan la lengua de
los otros sin dificultad.
Es para creer que os falta algn tornillo! refunfu el viejo. Entraron
luego en la mansin de los elfos, donde se haba reunido la flor y nata de la
sociedad, aunque de manera tan precipitada, que se hubiera dicho que el viento
los habla arremolinado; y para todos estaban las cosas primorosamente
dispuestas. Las ondinas se sentaban a la mesa sobre grandes patines acuticos, y
afirmaban que se sentan como en su casa. En la mesa todos observaron la
mxima correccin, excepto los dos duendecitos nrdicos, los cuales llegaron
hasta poner las piernas encima. Pero estaban persuadidos de que a ellos todo les
estaba bien.
Fuera los pies del plato! les grit el viejo duende, y ellos obedecieron,
aunque a regaadientes. A sus damas respectivas les hicieron cosquillas con
pias de abeto que llevaban en el bolsillo; luego se quitaron las botas para estar
ms cmodos y se las dieron a guardar. Pero el padre, el viejo duende de Dovre,
era realmente muy distinto.

El cofre volador
rase una vez un comerciante tan rico, que habra podido empedrar toda la calle
con monedas de plata, y an casi un callejn por aadidura; pero se guard de
hacerlo, pues el hombre conoca mejores maneras de invertir su dinero, y
cuando daba un ochavo era para recibir un escudo. Fue un mercader muy listo...
y luego muri.
Su hijo hered todos sus caudales, y viva alegremente: todas las noches iba al
baile de mscaras, haca cometas con billetes de banco y arrojaba al agua
panecillos untados de mantequilla y lastrados con monedas de oro en vez de
piedras. No es extrao, pues, que pronto se terminase el dinero; al fin a nuestro
mozo no le quedaron ms de cuatro perras gordas, y por todo vestido, unas
zapatillas y una vieja bata de noche. Sus amigos lo abandonaron; no podan ya ir
juntos por la calle; pero uno de ellos, que era un bonachn, le envi un viejo
cofre con este aviso: Embala!. El consejo era bueno, desde luego, pero como
nada tena que embalar, se meti l en el bal.
Era un cofre curioso: echaba a volar en cuanto se le apretaba la cerradura. Y as
lo hizo; en un santiamn, el muchacho se vio por los aires metido en el cofre,
despus de salir por la chimenea, y montse hasta las nubes, vuela que te vuela.
Cada vez que el fondo del bal cruja un poco, a nuestro hombre le entraba
pnico; si se desprendiesen las tablas, vaya salto! Dios nos ampare!
De este modo lleg a tierra de turcos. Escondiendo el cofre en el bosque, entre
hojarasca seca, se encamin a la ciudad; no llam la atencin de nadie, pues
todos los turcos vestan tambin bata y pantuflos. Encontrse con un ama que
llevaba un nio:
Oye, nodriza le pregunt, qu es aquel castillo tan grande, junto a la
ciudad, con ventanas tan altas?
All vive la hija del Rey respondi la mujer. Se le ha profetizado que
quien se enamore de ella la har desgraciada; por eso no se deja que nadie se le
acerque, si no es en presencia del Rey y de la Reina, Gracias dijo el hijo
del mercader, y volvi a su bosque. Se meti en el cofre y levant el vuelo; lleg
al tejado del castillo y se introdujo por la ventana en las habitaciones de la
princesa.
Estaba ella durmiendo en un sof; era tan hermosa, que el mozo no pudo
reprimirse y le dio un beso. La princesa despert asustada, pero l le dijo que era
el dios de los turcos, llegado por los aires; y esto la tranquiliz.
Sentronse uno junto al otro, y el mozo se puso a contar historias sobre los ojos
de la muchacha: eran como lagos oscuros y maravillosos, por los que los
pensamientos nadaban cual ondinas; luego historias sobre su frente, que
compar con una montaa nevada, llena de magnficos salones y cuadros; y
luego le habl de la cigea, que trae a los nios pequeos.
S, eran unas historias muy hermosas, realmente. Luego pidi a la princesa si
quera ser su esposa, y ella le dio el s sin vacilar.
Pero tendris que volver el sbado aadi, pues he invitado a mis padres
a tomar el t. Estarn orgullosos de que me case con el dios de los turcos. Pero
mira de recordar historias bonitas, que a mis padres les gustan mucho. Mi madre
las prefiere edificantes y elevadas, y mi padre las quiere divertidas, pues le gusta
rerse.
Bien, no traer ms regalo de boda que mis cuentos respondi l, y se
despidieron; pero antes la princesa le regal un sable adornado con monedas de
oro. Y bien que le vinieron al mozo!
Se march en volandas, se compr una nueva bata y se fue al bosque, donde se
puso a componer un cuento. Deba estar listo para el sbado, y la cosa no es tan
fcil.
Y cuando lo tuvo terminado, era ya sbado.
El Rey, la Reina y toda la Corte lo aguardaban para tomar el t en compaa de
la princesa. Lo recibieron con gran cortesa.
Vais a contarnos un cuento preguntle la Reina, uno que tenga
profundo sentido y sea instructivo?
Pero que al mismo tiempo nos haga rer aadi el Rey.
De acuerdo responda el mozo, y comenz su relato. Y ahora, atencin.
rase una vez un haz de fsforos que estaban en extremo orgullosos de su alta
estirpe; su rbol genealgico, es decir, el gran pino, del que todos eran una
astillita, haba sido un aoso y corpulento rbol del bosque. Los fsforos se
encontraban ahora entre un viejo eslabn y un puchero de hierro no menos viejo,
al que hablaban de los tiempos de su infancia. S, cuando nos hallbamos en
la rama verde decan estbamos realmente en una rama verde! Cada
amanecer y cada atardecer tenamos t diamantino: era el roco; durante todo el
da nos daba el sol, cuando no estaba nublado, y los pajarillos nos contaban
historias. Nos dbamos cuenta de que ramos ricos, pues los rboles de fronda
slo van vestidos en verano; en cambio, nuestra familia luca su verde ropaje, lo
mismo en verano que en invierno. Mas he aqu que se present el leador, la
gran revolucin, y nuestra familia se dispers. El tronco fue destinado a palo
mayor de un barco de alto bordo, capaz de circunnavegar el mundo si se le
antojaba; las dems ramas pasaron a otros lugares, y a nosotros nos ha sido
asignada la misin de suministrar luz a la baja plebe; por eso, a pesar de ser
gente distinguida, hemos venido a parar a la cocina.
Mi destino ha sido muy distinto dijo el puchero a cuyo lado yacan los
fsforos. Desde el instante en que vine al mundo, todo ha sido estregarme,
ponerme al fuego y sacarme de l; yo estoy por lo prctico, y, modestia aparte,
soy el nmero uno en la casa, Mi nico placer consiste, terminado el servicio de
mesa, en estarme en mi sitio, limpio y bruido, conversando sesudamente con
mis compaeros; pero si excepto el balde, que de vez en cuando baja al patio,
puede decirse que vivimos completamente retirados. Nuestro nico mensajero es
el cesto de la compra, pero se exalta tanto cuando habla del gobierno y del
pueblo!; hace unos das un viejo puchero de tierra se asust tanto con lo que
dijo, que se cay al suelo y se rompi en mil pedazos. Yo os digo que este cesto
es un revolucionario; y si no, al tiempo.
Hablas demasiado! intervino el eslabn, golpeando el pedernal, que
solt una chispa. No podramos echar una cana al aire, esta noche?
S, hablemos dijeron los fsforos, y veamos quin es el ms noble de
todos nosotros.
No, no me gusta hablar de mi persona objet la olla de barro.
Organicemos una velada. Yo empezar contando la historia de mi vida, y luego
los dems harn lo mismo; as no se embrolla uno y resulta ms divertido. En las
playas del Bltico, donde las hayas que cubren el suelo de Dinamarca...
Buen principio! exclamaron los platos. Sin duda, esta historia nos
gustar.
...pas mi juventud en el seno de una familia muy reposada; se limpiaban
los muebles, se restregaban los suelos, y cada quince das colgaban cortinas
nuevas.
Qu bien se explica! dijo la escoba de crin. Dirase que habla un ama
de casa; hay un no s que de limpio y refinado en sus palabras.
Exactamente lo que yo pensaba asinti el balde, dando un saltito de
contento que hizo resonar el suelo.
La olla sigui contando, y el fin result tan agradable como haba sido el
principio.
Todos los platos castaetearon de regocijo, y la escoba sac del bote unas
hojas de perejil, y con ellas coron a la olla, a sabiendas de que los dems
rabiaran. "Si hoy le pongo yo una corona, maana me pondr ella otra a m",
pens.
Voy a bailar! exclam la tenaza, y, dicho y hecho! Dios nos ampare, y
cmo levantaba la pierna! La vieja funda de la silla del rincn estall al verlo.
Me vais a coronar tambin a m? pregunto la tenaza; y as se hizo.
Vaya gentuza! pensaban los fsforos.
Tocbale entonces el turno de cantar a la tetera, pero se excus alegando que
estaba resfriada; slo poda cantar cuando se hallaba al fuego; pero todo aquello
eran remilgos; no quera hacerlo ms que en la mesa, con las seoras.
Haba en la ventana una vieja pluma, con la que sola escribir la sirvienta.
Nada de notable poda observarse en ella, aparte que la sumergan demasiado en
el tintero, pero ella se senta orgullosa del hecho.
Si la tetera se niega a cantar, que no cante dijo. Ah fuera hay un
ruiseor enjaulado que sabe hacerlo. No es que haya estudiado en el
Conservatorio, mas por esta noche seremos indulgentes.
Me parece muy poco conveniente objet la cafetera, que era una cantora
de cocina y hermanastra de la tetera tener que escuchar a un pjaro forastero.
Es esto patriotismo? Que juzgue el cesto de la compra.
Francamente, me habis desilusionado dijo el cesto. Vaya manera
estpida de pasar una velada! En lugar de ir cada cul por su lado, no sera
mucho mejor hacer las cosas con orden? Cada uno ocupara su sitio, y yo
dirigira el juego. Otra cosa seria!
S, vamos a armar un escndalo! exclamaron todos.
En esto se abri la puerta y entr la criada. Todos se quedaron quietos, nadie
se movi; pero ni un puchero dudaba de sus habilidades y de su distincin. "Si
hubisemos querido pensaba cada uno, qu velada ms deliciosa
habramos pasado!".
La sirvienta cogi los fsforos y encendi fuego. Cmo chisporroteaban, y
qu llamas echaban!
"Ahora todos tendrn que percatarse de que somos los primeros pensaban
. Menudo brillo y menudo resplandor el nuestro!". Y de este modo se
consumieron.
Qu cuento tan bonito! dijo la Reina. Me parece encontrarme en la
cocina, entre los fsforos. S, te casars con nuestra hija.
Desde luego asinti el Rey. Ser tuya el lunes por la maana . Lo
tuteaban ya, considerndolo como de la familia.
Fijse el da de la boda, y la vspera hubo grandes iluminaciones en la ciudad,
repartironse bollos de pan y rosquillas, los golfillos callejeros se hincharon de
gritar hurra! y silbar con los dedos metidos en la boca... Una fiesta
magnfica!
Tendr que hacer algo, pens el hijo del mercader, y compr cohetes,
petardos y qu s yo cuntas cosas de pirotecnia, las meti en el bal y
emprendi el vuelo.
Pim, pam, pum! Vaya estrpito y vaya chisporroteo!
Los turcos, al verlo, pegaban unos saltos tales que las babuchas les llegaban a
las orejas; nunca haban contemplado una traca como aquella, Ahora s que
estaban convencidos de que era el propio dios de los turcos el que iba a casarse
con la hija del Rey.

No bien lleg nuestro mozo al bosque con su bal, se dijo: Me llegar a la


ciudad, a observar el efecto causado.
Era una curiosidad muy natural.
Qu cosas contaba la gente! Cada una de las personas a quienes pregunt haba
presenciado el espectculo de una manera distinta, pero todos coincidieron en
calificarlo de hermoso.
Yo vi al propio dios de los turcos afirm uno. Sus ojos eran como
rutilantes estrellas, y la barba pareca agua espumeante.
Volaba envuelto en un manto de fuego dijo otro. Por los pliegues
asomaban unos angelitos preciosos.
S, escuch cosas muy agradables, y al da siguiente era la boda.
Regres al bosque para instalarse en su cofre; pero, dnde estaba el cofre? El
caso es que se haba incendiado. Una chispa de un cohete haba prendido fuego
en el forro y reducido el bal a cenizas. Y el hijo del mercader ya no poda volar
ni volver al palacio de su prometida.
Ella se pas todo el da en el tejado, aguardndolo; y sigue an esperando,
mientras l recorre el mundo contando cuentos, aunque ninguno tan regocijante
como el de los fsforos.

El compaero de viaje
El pobre Juan estaba muy triste, pues su padre se hallaba enfermo e iba a morir.
No haba ms que ellos dos en la reducida habitacin; la lmpara de la mesa
estaba prxima a extinguirse, y llegaba la noche.
Has sido un buen hijo, Juan dijo el doliente padre, y Dios te ayudar por
los caminos del mundo . Dirigile una mirada tierna y grave, respir
profundamente y expir; habrase dicho que dorma. Juan se ech a llorar; ya
nadie le quedaba en la Tierra, ni padre ni madre, hermano ni hermana. Pobre
Juan! Arrodillado junto al lecho, besaba la fra mano de su padre muerto, y
derramaba amargas lgrimas, hasta que al fin se le cerraron los ojos y se qued
dormido, con la cabeza apoyada en el duro barrote de la cama.
Tuvo un sueo muy raro; vio cmo el Sol y la Luna se inclinaban ante l, y vio a
su padre rebosante de salud y rindose, con aquella risa suya cuando se senta
contento. Una hermosa muchacha, con una corona de oro en el largo y reluciente
cabello, tendi la mano a Juan, mientras el padre le deca: Mira qu novia tan
bonita tienes! Es la ms bella del mundo entero. Entonces se despert: el alegre
cuadro se haba desvanecido; su padre yaca en el lecho, muerto y fro, y no
haba nadie en la estancia. Pobre Juan!
A la semana siguiente dieron sepultura al difunto; Juan acompa el fretro, sin
poder ver ya a aquel padre que tanto lo haba querido; oy cmo echaban tierra
sobre el atad, para colmar la fosa, y contempl cmo desapareca poco a poco,
mientras senta la pena desgarrarle el corazn. Al borde de la tumba cantaron un
ltimo salmo, que son armoniosamente; las lgrimas asomaron a los ojos del
muchacho; rompi a llorar, y el llanto fue un sedante para su dolor. Brill el sol,
esplndido, por encima de los verdes rboles; pareca decirle: No ests triste,
Juan; mira qu hermoso y azul es el cielo!. All arriba est tu padre pidiendo a
Dios por tu bien!.
Ser siempre bueno dijo Juan. De este modo, un da volver a reunirme
con mi padre. Qu alegra cuando nos veamos de nuevo! Cuntas cosas podr
contarle y cuntas me mostrar l, y me ensear la magnificencia del cielo,
como lo haca en la Tierra. Oh, qu felices seremos!
Y se lo imaginaba tan a lo vivo, que asom una sonrisa a sus labios. Los
pajarillos, posados en los castaos, dejaban or sus gorjeos. Estaban alegres, a
pesar de asistir a un entierro, pero bien saban que el difunto estaba ya en el
cielo, tena alas mucho mayores y ms hermosas que las suyas, y era dichoso,
porque ac en la Tierra haba practicado la virtud; por eso estaban alegres. Juan
los vio emprender el vuelo desde las altas ramas verdes, y sinti el deseo de
lanzarse al espacio con ellos. Pero antes hizo una gran cruz de madera para
hincarla sobre la tumba de su padre, y al llegar la noche, la sepultura apareca
adornada con arena y flores. Haban cuidado de ello personas forasteras, pues en
toda la comarca se tena en gran estima a aquel buen hombre que acababa de
morir.
De madrugada hizo Juan su modesto equipaje y se at al cinturn su pequea
herencia: cincuenta florines y unos peniques en total; con ella se dispona a
correr mundo. Sin embargo, antes volvi al cementerio, y, despus de rezar un
padrenuestro sobre la tumba dijo: Adis, padre querido! Ser siempre bueno, y
t le pedirs a Dios que las cosas me vayan bien.
Al entrar en la campia, el muchacho observ que todas las flores se abran
frescas y hermosas bajo los rayos tibios del sol, y que se mecan al impulso de la
brisa, como diciendo: Bienvenido a nuestros dominios! Verdad que son
bellos?. Pero Juan se volvi una vez ms a contemplar la vieja iglesia donde
recibiera de pequeo el santo bautismo, y a la que haba asistido todos los
domingos con su padre a los oficios divinos, cantando hermosas canciones; en lo
alto del campanario vio, en una abertura, al duende del templo, de pie, con su
pequea gorra roja, y resguardndose el rostro con el brazo de los rayos del sol
que le daban en los ojos. Juan le dijo adis con una inclinacin de cabeza; el
duendecillo agit la gorra colorada y, ponindose una mano sobre el corazn,
con la otra le envi muchos besos, para darle a entender que le deseaba un viaje
muy feliz y mucho bien.
Pens entonces Juan en las bellezas que vera en el amplio mundo y sigui su
camino, mucho ms all de donde llegara jams. No conoca los lugares por los
que pasaba, ni las personas con quienes se encontraba; todo era nuevo para l.
La primera noche hubo de dormir sobre un montn de heno, en pleno campo;
otro lecho no haba. Pero era muy cmodo, pens; el propio Rey no estara
mejor. Toda la campia, con el ro, la pila de hierba y el cielo encima, formaban
un hermoso dormitorio. La verde hierba, salpicada de florecillas blancas y
coloradas, haca de alfombra, las lilas y rosales silvestres eran otros tantos
ramilletes naturales, y para lavabo tena todo el ro, de agua lmpida y fresca,
con los juncos y caas que se inclinaban como para darle las buenas noches y
los buenos das. La luna era una lmpara soberbia, colgada all arriba en el
techo infinito; una lmpara con cuyo fuego no haba miedo de que se
encendieran las cortinas. Juan poda dormir tranquilo, y as lo hizo, no
despertndose hasta que sali el sol, y todas las avecillas de los contornos
rompieron a cantar: Buenos das, buenos das! No te has levantado an?.
Tocaban las campanas, llamando a la iglesia, pues era domingo. Las gentes iban
a escuchar al predicador, y Juan fue con ellas; las acompa en el canto de los
sagrados himnos, y oy la voz del Seor; le pareca estar en la iglesia donde
haba sido bautizado y donde haba cantado los salmos al lado de su padre.
En el cementerio contiguo al templo haba muchas tumbas, algunas de ellas
cubiertas de alta hierba. Entonces pens Juan en la de su padre, y se dijo que con
el tiempo presentara tambin aquel aspecto, ya que l no estara all para
limpiarla y adornarla. Se sent, pues en el suelo, y se puso a arrancar la hierba y
enderezar las cruces cadas, volviendo a sus lugares las coronas arrastradas por
el viento, mientras pensaba: Tal vez alguien haga lo mismo en la tumba de mi
padre, ya que no puedo hacerlo yo.

Ante la puerta de la iglesia haba un mendigo anciano que se sostena en sus


muletas; Juan le dio los peniques que guardaba en su bolso, y luego prosigui su
viaje por el ancho mundo, contento y feliz.
Al caer la tarde, el tiempo se puso horrible, y nuestro mozo se dio prisa en
buscar un cobijo, pero no tard en cerrar la noche oscura. Finalmente, lleg a
una pequea iglesia, que se levantaba en lo alto de una colina. Por suerte, la
puerta estaba slo entornada y pudo entrar. Su intencin era permanecer all
hasta que la tempestad hubiera pasado.
Me sentar en un rincn dijo, estoy muy cansado y necesito reposo .
Se sent, pues, junt las manos para rezar su oracin vespertina y antes de que
pudiera darse cuenta, se qued profundamente dormido y transportado al mundo
de los sueos, mientras en el exterior fulguraban los relmpagos y retumbaban
los truenos.
Despertse a medianoche. La tormenta haba cesado, y la luna brillaba en el
firmamento, enviando sus rayos de plata a travs de las ventanas. En el centro
del templo haba un fretro abierto, con un difunto, esperando la hora de recibir
sepultura. Juan no era temeroso ni mucho menos; nada le reprochaba su
conciencia, y saba perfectamente que los muertos no hacen mal a nadie; los
vivos son los perversos, los que practican el mal. Mas he aqu que dos
individuos de esta clase estaban junto al difunto depositado en el templo antes
de ser confiado a la tierra. Se proponan cometer con l una fechora: arrancarlo
del atad y arrojarlo fuera de la iglesia.
Por qu queris hacer esto? pregunt Juan. Es una mala accin. Dejad
que descanse en paz, en nombre de Jess.
Tonteras! replicaron los malvados. Nos enga! Nos deba dinero y
no pudo pagarlo; y ahora que ha muerto no cobraremos un cntimo. Por eso
queremos vengarnos. Vamos a arrojarlo como un perro ante la puerta de la
iglesia.
Slo tengo cincuenta florines dijo Juan; es toda mi fortuna, pero os la
dar de buena gana si me prometis dejar en paz al pobre difunto. Yo me las
arreglar sin dinero. Estoy sano y fuerte, y no me faltar la ayuda de Dios.
Bien replicaron los dos impos. Si te avienes a pagar su deuda no le
haremos nada, te lo prometemos . Embolsaron el dinero que les dio Juan, y,
rindose a carcajadas de aquel magnnimo infeliz, siguieron su camino. Juan
coloc nuevamente el cadver en el fretro, con las manos cruzadas sobre el
pecho, e, inclinndose ante l, alejse contento bosque a travs.
En derredor, dondequiera que llegaban los rayos de luna filtrndose por entre el
follaje, vea jugar alegremente a los duendecillos, que no huan de l, pues
saban que era un muchacho bueno e inocente; son slo los malos, de quienes
los duendes no se dejan ver. Algunos no eran ms grandes que el ancho de un
dedo, y llevaban sujeto el largo y rubio cabello con peinetas de oro. De dos en
dos se balanceaban en equilibrio sobre las abultadas gotas de roco, depositadas
sobre las hojas y los tallos de hierba; a veces, una de las gotitas caa al suelo por
entre las largas hierbas, y el incidente provocaba grandes risas y alboroto entre
los minsculos personajes. Qu delicia! Se pusieron a cantar, y Juan reconoci
enseguida las bellas melodas que aprendiera de nio. Grandes araas
multicolores, con argnteas coronas en la cabeza, hilaban, de seto a seto, largos
puentes colgantes y palacios que, al recoger el tenue roco, brillaban como ntido
cristal a los claros rayos de la luna. El espectculo dur hasta la salida del sol.
Entonces, los duendecillos se deslizaron en los capullos de las flores, y el viento
se hizo cargo de sus puentes y palacios, que volaron por los aires convertidos en
telaraas.
En stas, Juan haba salido ya del bosque cuando a su espalda reson una recia
voz de hombre:
Hola, compaero!, adnde vamos?
Por esos mundos de Dios respondi Juan. No tengo padre ni madre y
soy pobre, pero Dios me ayudar.
Tambin yo voy a correr mundo dijo el forastero. Quieres que lo
hagamos en compaa?
Bueno! asinti Juan, y siguieron juntos. No tardaron en simpatizar, pues
los dos eran buenas personas. Juan observ muy pronto, empero, que el
desconocido era mucho ms inteligente que l. Haba recorrido casi todo el
mundo y saba de todas las cosas imaginables.
El sol estaba ya muy alto sobre el horizonte cuando se sentaron al pie de un
rbol para desayunarse; y en aquel mismo momento se les acerc una anciana
que andaba muy encorvada, sostenindose en una muletilla y llevando a la
espalda un haz de lea que haba recogido en el bosque. Llevaba el delantal
recogido y atado por delante, y Juan observ que por l asomaban tres largas
varas de sauce envueltas en hojas de helecho. Llegada adonde ellos estaban,
resbal y cay, empezando a quejarse lamentablemente; la pobre se haba roto
una pierna.
Juan propuso enseguida trasladar a la anciana a su casa; pero el forastero,
abriendo su mochila, dijo que tena un ungento con el cual, en un santiamn,
curara la pierna rota, de tal modo que la mujer podra regresar a su casa por su
propio pie, como si nada le hubiese ocurrido. Slo peda, en pago, que le
regalase las tres varas que llevaba en el delantal.
Mucho pides! objet la vieja, acompaando las palabras con un raro gesto
de la cabeza. No le haca gracia ceder las tres varas; pero tampoco resultaba muy
agradable seguir en el suelo con la pierna fracturada. Dile, pues, las varas, y
apenas el ungento hubo tocado la fractura se incorpor la abuela y ech a andar
mucho ms ligera que antes. Y todo por virtud de la pomada; pero hay que
advertir que no era una pomada de las que venden en la botica.
Para qu quieres las varas? pregunt Juan a su compaero.
Son tres bonitas escobas contest el otro. Me gustan, qu quieres que te
diga; yo soy as de extrao.
Y prosiguieron un buen trecho.
Se est preparando una tormenta! exclam Juan, sealando hacia
delante. Qu nubarrones ms cargados!
No respondi el compaero. No son nubes, sino montaas, montaas
altas y magnficas, cuyas cumbres rebasan las nubes y estn rodeadas de una
atmsfera serena. Es maravilloso, creme. Maana ya estaremos all.
Pero no estaban tan cerca como pareca. Un da entero tuvieron que caminar
para llegar a su pie. Los oscuros bosques trepaban hasta las nubes, y haban
rocas enormes, tan grandes como una ciudad. Deba de ser muy cansado subir
all arriba, y, as, Juan y su compaero entraron en la posada; tenan que
descansar y reponer fuerzas para la jornada que les aguardaba.
En la sala de la hostera se haba reunido mucho pblico, pues estaba actuando
un titiretero. Acababa de montar su pequeo escenario, y la gente se hallaba
sentada en derredor, dispuesta a presenciar el espectculo. En primera fila estaba
sentado un gordo carnicero, el ms importante del pueblo, con su gran perro
mastn echado a su lado; el animal tena aspecto feroz y los grandes ojos
abiertos, como el resto de los espectadores.
Empez una linda comedia, en la que intervenan un rey y una reina, sentados en
un trono magnfico, con sendas coronas de oro en la cabeza y vestidos con
ropajes de larga cola, como corresponda a tan ilustres personajes. Lindsimos
muecos de madera, con ojos de cristal y grandes bigotes, aparecan en las
puertas, abrindolas y cerrndolas, para permitir la entrada de aire fresco. Era
una comedia muy bonita, y nada triste; pero he aqu que al levantarse la reina y
avanzar por la escena, sabe Dios lo que creerla el mastn, pero lo cierto es que se
solt de su amo el carnicero, plantse de un salto en el teatro y, cogiendo a la
reina por el tronco, crac!, la despedaz en un momento. Espantoso!
El pobre titiretero qued asustado y muy contrariado por su reina, pues era la
ms bonita de sus figuras; y el perro la haba decapitado. Pero cuando, ms
tarde, el pblico se retir, el compaero de Juan dijo que reparara el mal, y,
sacando su frasco, unt la mueca con el ungento que tan maravillosamente
haba curado la pierna de la vieja. Y, en efecto; no bien estuvo la mueca
untada, qued de nuevo entera, e incluso poda mover todos los miembros sin
necesidad de tirar del cordn; habrase dicho que era una persona viviente, slo
que no hablaba. El hombre de los tteres se puso muy contento; ya no necesitaba
sostener aquella mueca, que hasta saba bailar por s sola: ninguna otra figura
poda hacer tanto.

El cuello de camisa
rase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje posea un
calzador y un peine; pero tena un cuello de camisa que era el ms notable del
mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello
tena ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aqu que en el cesto de la
ropa coincidi con una liga.
Dijo el cuello:
Jams vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. Me permite que le
pregunte su nombre?
No se lo dir! respondi la liga.
Dnde vive, pues? insisti el cuello.
Pero la liga era muy tmida, y pens que la pregunta era algo extraa y que no
deba contestarla.
Es usted un cinturn, verdad? dijo el cuello, una especie de cinturn
interior?. Bien veo, mi simptica seorita, que es una prenda tanto de utilidad
como de adorno.
Haga el favor de no dirigirme la palabra! dijo la liga. No creo que le
haya dado pie para hacerlo.
S, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita replic el cuello- no hace falta
ms motivo.
No se acerque tanto! exclam la liga. Parece usted tan varonil!
Soy tambin un caballero fino dijo el cuello, tengo un calzador y un
peine . Lo cual no era verdad, pues quien los tena era su dueo; pero le
gustaba vanagloriarse.
No se acerque tanto! repiti la liga. No estoy acostumbrada.
Qu remilgada! dijo el cuello con tono burln; pero en stas los sacaron
del cesto, los almidonaron y, despus de haberlos colgado al sol sobre el
respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y lleg la
plancha caliente.
Mi querida seora exclamaba el cuello, mi querida seora! Qu calor
siento! Si no soy yo mismo! Si cambio totalmente de forma! Me va a quemar;
va a hacerme un agujero! Huy! Quiere casarse conmigo?
Harapo! replic la plancha, corriendo orgullosamente por encima del
cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los
vagones de un tren.
Harapo! repiti.
El cuello qued un poco deshilachado de los bordes; por eso acudi la tijera a
cortar los hilos.
Oh! exclam el cuello, usted debe de ser primera bailarina, verdad?.
Cmo sabe estirar las piernas! Es lo ms encantador que he visto. Nadie sera
capaz de imitarla.
Ya lo s respondi la tijera.
Merecera ser condesa! dijo el cuello. Todo lo que poseo es un seor
distinguido, un calzador y un peine. Si tuviese tambin un condado!
Se me est declarando, el asqueroso? exclam la tijera, y, enfadada, le
propin un corte que lo dej inservible.
Al fin tendr que solicitar la mano del peine. Es admirable cmo conserva
usted todos los dientes, mi querida seorita! dijo el cuello. No ha pensado
nunca en casarse?
Claro, ya puede figurrselo! contest el peine. Seguramente habr odo
que estoy prometida con el calzador.
Prometida! suspir el cuello; y como no haba nadie ms a quien
declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.
Pas mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacn de un fabricante de papel.
Haba all una nutrida compaa de harapos; los finos iban por su lado, los
toscos por el suyo, como exige la correccin. Todos tenan muchas cosas que
explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrn.
La de novias que he tenido! deca. No me dejaban un momento de
reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y
almidonado. Tena adems un calzador y un peine, que jams utilic. Tenan que
haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me
olvidar de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda;
por m se tir a una baera. Luego hubo una plancha que arda por mi persona;
pero no le hice caso y se volvi negra. Tuve tambin relaciones con una primera
bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; era terriblemente
celosa! Mi propio peine se enamor de m; perdi todos los dientes de mal de
amores. Uf!, la de aventuras que he corrido! Pero lo que ms me duele es la
liga, digo, la cinturilla, que se tir a la baera. Cuntos pecados llevo sobre la
conciencia! Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!
Y fue convertido en papel blanco, con todos los dems trapos; y el cuello es
precisamente la hoja que aqu vemos, en la cual se imprimi su historia. Y le
est bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad.
Tengmoslo en cuenta, para no comportarnos como l, pues en verdad no
podemos saber si tambin nosotros iremos a dar algn da al saco de los trapos
viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, an lo ms ntimo
y secreto de ella, ser impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que
contarla.

El duende de la tienda
rase una vez un estudiante, un estudiante de verdad, que viva en una
buhardilla y nada posea; y rase tambin un tendero, un tendero de verdad, que
habitaba en la trastienda y era dueo de toda la casa; y en su habitacin moraba
un duendecillo, al que todos los aos, por Nochebuena, obsequiaba aqul con un
tazn de papas y un buen trozo de mantequilla dentro. Bien poda hacerlo; y el
duende continuaba en la tienda, y esto explica muchas cosas.
Un atardecer entr el estudiante por la puerta trasera, a comprarse una vela y el
queso para su cena; no tena a quien enviar, por lo que iba l mismo. Dironle lo
que peda, lo pag, y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un
gesto de la cabeza. La mujer saba hacer algo ms que gesticular con la cabeza;
era un pico de oro.
El estudiante les correspondi de la misma manera y luego se qued parado,
leyendo la hoja de papel que envolva el queso. Era una hoja arrancada de un
libro viejo, que jams hubiera pensado que lo tratasen as, pues era un libro de
poesa.
Todava nos queda ms dijo el tendero; lo compr a una vieja por unos
granos de caf; por ocho chelines se lo cedo entero.
Muchas gracias repuso el estudiante. Dmelo a cambio del queso. Puedo
comer pan solo; pero sera pecado destrozar este libro. Es usted un hombre
esplndido, un hombre prctico, pero lo que es de poesa, entiende menos que
esa cuba.
La verdad es que fue un tanto descorts al decirlo, especialmente por la cuba;
pero tendero y estudiante se echaron a rer, pues el segundo haba hablado en
broma. Con todo, el duende se pic al or semejante comparacin, aplicada a un
tendero que era dueo de una casa y encima venda una mantequilla excelente.
Cerrado que hubo la noche, y con ella la tienda, y cuando todo el mundo estaba
acostado, excepto el estudiante, entr el duende en busca del pico de la duea,
pues no lo utilizaba mientras dorma; fue aplicndolo a todos los objetos de la
tienda, con lo cual stos adquiran voz y habla. y podan expresar sus
pensamientos y sentimientos tan bien como la propia seora de la casa; pero,
claro est, slo poda aplicarlo a un solo objeto a la vez; y era una suerte, pues
de otro modo, menudo barullo!
El duende puso el pico en la cuba que contena los diarios viejos. Es verdad
que usted no sabe lo que es la poesa?
Claro que lo s respondi la cuba. Es una cosa que ponen en la parte
inferior de los peridicos y que la gente recorta; tengo motivos para creer que
hay ms en m que en el estudiante, y esto que comparado con el tendero no soy
sino una cuba de poco ms o menos.
Luego el duende coloc el pico en el molinillo de caf. Dios mo, y cmo se
solt ste! Y despus lo aplic al barrilito de manteca y al cajn del dinero; y
todos compartieron la opinin de la cuba. Y cuando la mayora coincide en una
cosa, no queda mas remedio que respetarla y darla por buena.
Y ahora, al estudiante! pens; y subi callandito a la buhardilla, por la
escalera de la cocina. Haba luz en el cuarto, y el duendecillo mir por el ojo de
la cerradura y vio al estudiante que estaba leyendo el libro roto adquirido en la
tienda. Pero, qu claridad irradiaba de l!
De las pginas emerga un vivsimo rayo de luz, que iba transformndose en un
tronco, en un poderoso rbol, que desplegaba sus ramas y cobijaba al estudiante.
Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso, y cada flor, una hermosa
cabeza de doncella, de ojos ya oscuros y llameantes, ya azules y
maravillosamente lmpidos. Los frutos eran otras tantas rutilantes estrellas, y un
canto y una msica deliciosos resonaban en la destartalada habitacin.
Jams haba imaginado el duendecillo una magnificencia como aqulla, jams
haba odo hablar de cosa semejante. Por eso permaneci de puntillas, mirando
hasta que se apag la luz. Seguramente el estudiante haba soplado la vela para
acostarse; pero el duende segua en su sitio, pues continuaba oyndose el canto,
dulce y solemne, una deliciosa cancin de cuna para el estudiante, que se
entregaba al descanso.
Asombroso! se dijo el duende. Nunca lo hubiera pensado! A lo mejor
me quedo con el estudiante... . Y se lo estuvo rumiando buen rato, hasta que,
al fin, venci la sensatez y suspir. Pero el estudiante no tiene papillas, ni
mantequilla! . Y se volvi; se volvi abajo, a casa del tendero. Fue una suerte
que no tardase ms, pues la cuba haba gastado casi todo el pico de la duea, a
fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior, echada siempre de un
lado; y se dispona justamente a volverse para empezar a contar por el lado
opuesto, cuando entr el duende y le quit el pico; pero en adelante toda la
tienda, desde el cajn del dinero hasta la lea de abajo, formaron sus opiniones
calcndolas sobre las de la cuba; todos la ponan tan alta y le otorgaban tal
confianza, que cuando el tendero lea en el peridico de la tarde las noticias de
arte y teatrales, ellos crean firmemente que procedan de la cuba.
En cambio, el duendecillo ya no poda estarse quieto como antes, escuchando
toda aquella erudicin y sabihondura de la planta baja, sino que en cuanto vea
brillar la luz en la buhardilla, era como si sus rayos fuesen unos potentes cables
que lo remontaban a las alturas; tena que subir a mirar por el ojo de la
cerradura, y siempre se senta rodeado de una grandiosidad como la que
experimentamos en el mar tempestuoso, cuando Dios levanta sus olas; y rompa
a llorar, sin saber l mismo por qu, pero las lgrimas le hacan un gran bien.
Qu magnfico deba de ser estarse sentado bajo el rbol, junto al estudiante!
Pero no haba que pensar en ello, y se daba por satisfecho contemplndolo desde
el ojo de la cerradura. Y all segua, en el fro rellano, cuando ya el viento otoal
se filtraba por los tragaluces, y el fro iba arreciando. Slo que el duendecillo no
lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los melodiosos sones
eran dominados por el silbar del viento. Uj, cmo temblaba entonces, y bajaba
corriendo las escaleras para refugiarse en su caliente rincn, donde tan bien se
estaba! Y cuando volvi la Nochebuena, con sus papillas y su buena bola de
manteca, se declar resueltamente en favor del tendero.
Pero a media noche despert al duendecillo un alboroto horrible, un gran
estrpito en los escaparates, y gentes que iban y venan agitadas, mientras el
sereno no cesaba de tocar el pito. Haba estallado un incendio, y toda la calle
apareca iluminada. Sera su casa o la del vecino? Dnde? Haba una alarma
espantosa, una confusin terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada,
que se quit los pendientes de oro de las orejas y se los guard en el bolsillo,
para salvar algo. El tendero recogi sus lminas de fondos pblicos, y la criada,
su mantilla de seda, que se haba podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual
quera salvar lo mejor, y tambin el duendecillo; y de un salto subi las escaleras
y se meti en la habitacin del estudiante, quien, de pie junto a la ventana,
contemplaba tranquilamente el fuego, que arda en la casa de enfrente. El
duendecillo cogi el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y, metindoselo
en el gorro rojo lo sujet convulsivamente con ambas manos: el ms precioso
tesoro de la casa estaba a salvo. Luego se dirigi, corriendo por el tejado, a la
punta de la chimenea, y all se estuvo, iluminado por la casa en llamas,
apretando con ambas manos el gorro que contena el tesoro. Slo entonces se
dio cuenta de dnde tena puesto su corazn; comprendi a quin perteneca en
realidad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a
sus ideas normales, dijo:
Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero, por
causa de las papillas.
Y en esto se comport como un autntico ser humano. Todos procuramos estar
bien con el tendero... por las papillas.

El Elfo del rosal


En el centro de un jardn creca un rosal, cuajado de rosas, y en una de ellas, la
ms hermosa de todas, habitaba un elfo, tan pequen, que ningn ojo humano
poda distinguirlo. Detrs de cada ptalo de la rosa tena un dormitorio. Era tan
bien educado y tan guapo como pueda serlo un nio, y tena alas que le llegaban
desde los hombros hasta los pies. Oh, y qu aroma exhalaban sus habitaciones,
y qu claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los ptalos de
la flor, de color rosa plido.
Se pasaba el da gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando
sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar
para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son
lo que nosotros llamamos las nervaduras; para l eran caminos y sendas, y no
poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se haba puesto el sol; claro que
haba empezado algo tarde.
Se enfri el ambiente, cay el roco, mientras soplaba el viento; lo mejor era
retirarse a casa. El elfo ech a correr cuando pudo, pero la rosa se haba cerrado
y no pudo entrar, y ninguna otra quedaba abierta. El pobre elfo se asust no
poco. Nunca haba salido de noche, siempre haba permanecido en casita,
dormitando tras los tibios ptalos. Ay, su imprudencia le iba a costar la vida!
Sabiendo que en el extremo opuesto del jardn haba una glorieta recubierta de
bella madreselva cuyas flores parecan trompetillas pintadas, decidi refugiarse
en una de ellas y aguardar la maana.
Se traslad volando a la glorieta. Cuidado! Dentro haba dos personas, un
hombre joven y guapo y una hermossima muchacha; sentados uno junto al otro,
deseaban no tener que separarse en toda la eternidad; se queran con toda el
alma, mucho ms de lo que el mejor de los hijos pueda querer a su madre y a su
padre.
Y, no obstante, tenemos que separarnos deca el joven- Tu hermano nos
odia; por eso me enva con una misin ms all de las montaas y los mares.
Adis, mi dulce prometida, pues lo eres a pesar de todo!
Se besaron, y la muchacha, llorando, le dio una rosa despus de haber
estampado en ella un beso, tan intenso y sentido, que la flor se abri. El elfo
aprovech la ocasin para introducirse en ella, reclinando la cabeza en los
suaves ptalos fragantes; desde all pudo or perfectamente los adioses de la
pareja. Y se dio cuenta de que la rosa era prendida en el pecho del doncel. Ah,
cmo palpitaba el corazn debajo! Eran tan violentos sus latidos, que el elfo no
pudo pegar el ojo.
Pero la rosa no permaneci mucho tiempo prendida en el pecho. El hombre la
tom en su mano, y, mientras caminaba solitario por el bosque oscuro, la besaba
con tanta frecuencia y fuerza, que por poco ahoga a nuestro elfo. ste poda
percibir a travs de la hoja el ardor de los labios del joven; y la rosa, por su
parte, se haba abierto como al calor del sol ms clido de medioda.
Acercse entonces otro hombre, sombro y colrico; era el perverso hermano de
la doncella. Sacando un afilado cuchillo de grandes dimensiones, lo clav en el
pecho del enamorado mientras ste besaba la rosa. Luego le cort la cabeza y la
enterr, junto con el cuerpo, en la tierra blanda del pie del tilo.
Helo aqu olvidado y ausente pens aquel malvado; no volver jams.
Deba emprender un largo viaje a travs de montes y ocanos. Es fcil perder la
vida en estas expediciones, y ha muerto. No volver, y mi hermana no se
atrever a preguntarme por l.
Luego, con los pies, acumul hojas secas sobre la tierra mullida, y se march a
su casa a travs de la noche oscura. Pero no iba solo, como crea; lo acompaaba
el minsculo elfo, montado en una enrollada hoja seca de tilo que se haba
adherido al pelo del criminal, mientras enterraba a su vctima. Llevaba el
sombrero puesto, y el elfo estaba sumido en profundas tinieblas, temblando de
horror y de indignacin por aquel abominable crimen.
El malvado lleg a casa al amanecer. Quitse el sombrero y entr en el
dormitorio de su hermana. La hermosa y lozana doncella, yaca en su lecho,
soando en aqul que tanto la amaba y que, segn ella crea, se encontraba en
aquellos momentos caminando por bosques y montaas. El perverso hermano se
inclin sobre ella con una risa diablica, como slo el demonio sabe rerse.
Entonces la hoja seca se le cay del pelo, quedando sobre el cubrecamas, sin que
l se diera cuenta. Luego sali de la habitacin para acostarse unas horas. El elfo
salt de la hoja y, entrndose en el odo de la dormida muchacha, contle, como
en sueos, el horrible asesinato, describindole el lugar donde el hermano lo
haba perpetrado y aquel en que yaca el cadver. Le habl tambin del tilo
florido que creca all, y dijo: Para que no pienses que lo que acabo de contarte
es slo un sueo, encontrars sobre tu cama una hoja seca.
Y, efectivamente, al despertar ella, la hoja estaba all.
Oh, qu amargas lgrimas verti! Y sin tener a nadie a quien poder confiar su
dolor!
La ventana permaneci abierta todo el da; al elfo le hubiera sido fcil irse a las
rosas y a todas las flores del jardn; pero no tuvo valor para abandonar a la
afligida joven. En la ventana haba un rosal de Bengala; instalse en una de sus
flores y se estuvo contemplando a la pobre doncella. Su hermano se present
repetidamente en la habitacin, alegre a pesar de su crimen; pero ella no os
decirle una palabra de su cuita.
No bien hubo oscurecido, la joven sali disimuladamente de la casa, se dirigi al
bosque, al lugar donde creca el tilo, y, apartando las hojas y la tierra, no tard
en encontrar el cuerpo del asesinado. Ah, cmo llor, y cmo rog a Dios
Nuestro Seor que le concediese la gracia de una pronta muerte!
Hubiera querido llevarse el cadver a casa, pero al serle imposible, cogi la
cabeza lvida, con los cerrados ojos, y, besando la fra boca, sacudi la tierra
adherida al hermoso cabello.
La guardar! dijo, y despus de haber cubierto el cuerpo con tierra y
hojas, volvi a su casa con la cabeza y una ramita de jazmn que floreca en el
sitio de la sepultura.
Llegada a su habitacin, cogi la maceta ms grande que pudo encontrar,
deposit en ella la cabeza del muerto, la cubri de tierra y plant en ella la rama
de jazmn.
Adis, adis! susurr el geniecillo, que, no pudiendo soportar por ms
tiempo aquel gran dolor, vol a su rosa del jardn. Pero estaba marchita; slo
unas pocas hojas amarillas colgaban an del cliz verde.
Ah, qu pronto pasa lo bello y lo bueno! suspir el elfo. Por fin encontr
otra rosa y estableci en ella su morada, detrs de sus delicados y fragantes
ptalos.
Cada maana se llegaba volando a la ventana de la desdichada muchacha, y
siempre encontraba a sta llorando junto a su maceta. Sus amargas lgrimas
caan sobre la ramita de jazmn, la cual creca y se pona verde y lozana,
mientras la palidez iba invadiendo las mejillas de la doncella. Brotaban nuevas
ramillas, y florecan blancos capullitos, que ella besaba. El perverso hermano no
cesaba de reirle, preguntndole si se haba vuelto loca. No poda soportarlo, ni
comprender por qu lloraba continuamente sobre aquella maceta. Ignoraba qu
ojos cerrados y qu rojos labios se estaban convirtiendo all en tierra. La
muchacha reclinaba la cabeza sobre la maceta, y el elfo de la rosa sola
encontrarla all dormida; entonces se deslizaba en su odo y le contaba de aquel
anochecer en la glorieta, del aroma de la flor y del amor de los elfos; ella soaba
dulcemente. Un da, mientras se hallaba sumida en uno de estos sueos, se
apag su vida, y la muerte la acogi, misericordiosa. Encontrse en el cielo,
junto al ser amado.
Y los jazmines abrieron sus blancas flores y esparcieron su maravilloso aroma
caracterstico; era su modo de llorar a la muerta.
El mal hermano se apropi la hermosa planta florida y la puso en su habitacin,
junto a la cama, pues era preciosa, y su perfume, una verdadera delicia. La
sigui el pequeo elfo de la rosa, volando de florecilla en florecilla, en cada una
de las cuales habitaba una almita, y les habl del joven inmolado cuya cabeza
era ahora tierra entre la tierra, y les habl tambin del malvado hermano y de la
desdichada hermana.
Lo sabemos deca cada alma de las flores, lo sabemos! No brotamos
acaso de los ojos y de los labios del asesinado? Lo sabemos, lo sabemos! . Y
hacan con la cabeza unos gestos significativos.
El elfo no lograba comprender cmo podan estarse tan quietas, y se fue volando
en busca de las abejas, que recogan miel, y les cont la historia del malvado
hermano, y las abejas lo dijeron a su reina, la cual dio orden de que, a la maana
siguiente, dieran muerte al asesino.
Pero la noche anterior, la primera que sigui al fallecimiento de la hermana, al
quedarse dormido el malvado en su cama junto al oloroso jazmn, se abrieron
todos los clices; invisibles, pero armadas de ponzoosos dardos, salieron todas
las almas de las flores y, penetrando primero en sus odos, le contaron sueos de
pesadilla; luego, volando a sus labios, le hirieron en la lengua con sus venenosas
flechas. Ya hemos vengado al muerto! dijeron, y se retiraron de nuevo a
las flores blancas del jazmn.
Al amanecer y abrirse sbitamente la ventana del dormitorio, entraron el elfo de
la rosa con la reina de las abejas y todo el enjambre, que vena a ejecutar su
venganza.
Pero ya estaba muerto; varias personas que rodeaban la cama dijeron: El
perfume del jazmn lo ha matado.
El elfo comprendi la venganza de las flores y lo explic a la reina de las abejas,
y ella, con todo el enjambre, revolote zumbando en torno a la maceta. No haba
modo de ahuyentar a los insectos, y entonces un hombre se llev el tiesto afuera;
mas al picarle en la mano una de las abejas, solt l la maceta, que se rompi al
tocar el suelo.
Entonces descubrieron el lvido crneo, y supieron que el muerto que yaca en el
lecho era un homicida.
La reina de las abejas segua zumbando en el aire y cantando la venganza de las
flores, y cantando al elfo de la rosa, y pregonando que detrs de la hoja ms
mnima hay alguien que puede descubrir la maldad y vengarla.

El gollete de botella
En una tortuosa callejuela, entre varias mseras casuchas, se alzaba una de
paredes entramadas, alta y desvencijada. Vivan en ella gente muy pobre; y lo
ms msero de todo era la buhardilla, en cuya ventanuco colgaba, a la luz del
sol, una vieja jaula abollada que ni siquiera tena bebedero; en su lugar haba un
gollete de botella puesto del revs, tapado por debajo con un tapn de corcho y
lleno de agua. Una vieja solterona estaba asomada al exterior; acababa de
adornar con prmulas la jaula donde un diminuto pardillo saltaba de uno a otro
palo cantando tan alegremente, que su voz resonaba a gran distancia.
Ay, bien puedes t cantar! exclam el gollete. Bueno, no es que lo dijera
como lo decimos nosotros, pues un casco de botella no puede hablar, pero lo
pens a su manera, como nosotros cuando hablamos para nuestros adentros .
S, t puedes cantar, pues no te falta ningn miembro. Si t supieras, como yo lo
s, lo que significa haber perdido toda la parte inferior del cuerpo, sin quedarme
ms que cuello y boca, y aun sta con un tapn metido dentro... Seguro que no
cantaras. Pero vale ms as, que siquiera t puedas alegrarte. Yo no tengo
ningn motivo para cantar, aparte que no s hacerlo; antes s saba, cuando era
una botella hecha y derecha, y me frotaban con un tapn. Era entonces una
verdadera alondra, me llamaban la gran alondra. Y luego, cuando viva en el
bosque, con la familia del pellejero y celebraron la boda de su hija... Me acuerdo
como si fuese ayer. La de aventuras que he pasado, y que podra contarte! He
estado en el fuego y en el agua, metida en la negra tierra, y he subido a alturas
que muy pocos han alcanzado, y ah me tienes ahora en esta jaula, expuesta al
aire y al sol. A lo mejor te gustara or mi historia, aunque no la voy a contar en
voz alta, pues no puedo.
Y as el gollete de botella hablando para s, o por lo menos pensndolo para
sus adentros empez a contar su historia, que era notable de verdad.
Entretanto, el pajarillo cantaba su alegre cancin, y abajo en la calle todo el
mundo iba y vena, pensando cada cual en sus problemas o en nada. Pero el
gollete de la botella recuerda que recuerda.
Vio el horno ardiente de la fbrica donde, soplando, le haban dado vida;
record que haca un calor sofocante en aquel horno estrepitoso, lugar de su
nacimiento; que mirando a sus honduras le haban entrado ganas de saltar de
nuevo a ellas, pero que, poco a poco, al irse enfriando, se fue sintiendo bien y a
gusto en su nuevo sitio, en hilera con un regimiento entero de hermanos y
hermanas, nacidas todas en el mismo horno, aunque unas destinadas a contener
champaa y otras cerveza, lo cual no era poca diferencia. Ms tarde, ya en el
ancho mundo, cabe muy bien que en una botella de cerveza se envase el
exquisito lacrimae Christi, y que en una botella de champaa echen betn de
calzado; pero siempre queda la forma, como ejecutoria del nacimiento. El noble
es siempre noble, aunque por dentro est lleno de betn.
Despus de un rato, todas las botellas fueron embaladas, la nuestra con las
dems. No pensaba entonces ella que acabara en simple gollete y que servira
de bebedero de pjaro en aquellas alturas, lo cual no deja de ser una existencia
honrosa, pues siquiera se es algo. No volvi a ver la luz del da hasta que la
desembalaron en la bodega de un cosechero, junto con sus compaeras, y la
enjuagaron por primera vez, cosa que le produjo una sensacin extraa. Quedse
all vaca y sin tapar, presa de un curioso desfallecimiento. Algo le faltaba, no
saba qu a punto fijo, pero algo. Hasta que la llenaron de vino, un vino viejo y
de solera; la taparon y lacraron, pegndole a continuacin un papel en que se
lea: Primera calidad. Era como sacar sobresaliente en el examen; pero es que
en realidad el vino era bueno, y la botella, buena tambin. Cuando se es joven,
todo el mundo se siente poeta. La botella se senta llena de canciones y versos
referentes a cosas de las que no tena la menor idea: las verdes montaas
soleadas, donde maduran las uvas y donde las retozonas muchachas y los
bulliciosos mozos cantan y se besan. Ah, qu bella es la vida! Todo aquello
cantaba y resonaba en el interior de la botella, lo mismo que ocurre en el de los
jvenes poetas, que con frecuencia tampoco saben nada de todo aquello.
Un buen da la vendieron. El aprendiz del peletero fue enviado a comprar una
botella de vino del mejor, y as fue ella a parar al cesto, junto con jamn,
salchichas y queso, sin que faltaran tampoco una mantequilla de magnfico
aspecto y un pan exquisito. La propia hija del peletero vaci el cesto. Era joven
y linda; rean sus ojos azules, y una sonrisa se dibujaba en su boca, que hablaba
tan elocuentemente como sus ojos. Sus manos eran finas y delicadas, y muy
blancas, aunque no tanto como el cuello y el pecho. Vease a la legua que era
una de las mozas ms bellas de la ciudad, y, sin embargo, no estaba prometida.
Cuando la familia sali al bosque, la cesta de la comida qued en el regazo de la
hija; el cuello de la botella asomaba por entre los extremos del blanco pauelo;
cubra el tapn un sello de lacre rojo, que miraba al rostro de la muchacha. Pero
no dejaba de echar tampoco ojeadas al joven marino, sentado a su lado. Era un
amigo de infancia, hijo de un pintor retratista. Acababa de pasar felizmente su
examen de piloto, y al da siguiente se embarcaba en una nave con rumbo a
lejanos pases. De ello haban estado hablando largamente mientras
empaquetaban, y en el curso de la conversacin no se haba reflejado mucha
alegra en los ojos y en la boca de la linda hija del peletero.
Los dos jvenes se metieron por el verde bosque, enzarzados en un coloquio.
De qu hablaran? La botella no lo oy, pues se haba quedado en la cesta. Pas
mucho rato antes de que la sacaran, pero cuando al fin, lo hicieron, haban
sucedido cosas muy agradables; todos los ojos estaban sonrientes, incluso los de
la hija, la cual apenas abra la boca, y tena las mejillas encendidas como rosas
encarnadas.
El padre cogi la botella llena y el sacacorchos. Es extrao, s, la impresin que
se siente cuando a una la descorchan por vez primera. Jams olvid el cuello de
la botella aquel momento solemne; al saltar el tapn le haba escapado de dentro
un raro sonido, plump!, seguido de un gorgoteo al caer el vino en los vasos.
Por la felicidad de los prometidos! dijo el padre, y todos los vasos se
vaciaron hasta la ltima gota, mientras el joven piloto besaba a su hermosa
novia.
Dichas y bendiciones! exclamaron los dos viejos.
El mozo volvi a llenar los vasos. Por mi regreso y por la boda de hoy en un
ao! brind, y cuando los vasos volvieron a quedar vacos, levantando la
botella, aadi: Has asistido al da ms hermoso de mi vida; nunca ms
volvers a servir! . Y la arroj al aire.
Poco pens entonces la muchacha que an vera volar otras veces la botella; y,
sin embargo, as fue. La botella fue a caer en el espeso caaveral de un pequeo
estanque que haba en el bosque; el gollete recordaba an perfectamente cmo
haba ido a parar all y cmo haba pensado:
Les di vino y ellos me devuelven agua cenagosa; su intencin era buena, de
todos modos. No poda ya ver a la pareja de novios ni a sus regocijados padres,
pero durante largo rato los estuvo oyendo cantar y charlar alegremente. Llegaron
en esto dos chiquillos campesinos, que, mirando por entre las caas,
descubrieron la botella y se la llevaron a casa. Volva a estar atendida.
En la casa del bosque donde moraban los muchachos, la vspera haba llegado su
hermano mayor, que era marino, para despedirse, pues iba a emprender un largo
viaje. Corra la madre de un lado para otro empaquetando cosas y ms cosas; al
anochecer, el padre ira a la ciudad a ver a su hijo por ltima vez antes de su
partida, y a llevarle el ltimo saludo de la madre. Haba puesto ya en el hato una
botellita de aguardiente de hierbas aromticas, cuando se presentaron los
muchachitos con la botella encontrada, que era mayor y ms resistente. Su
capacidad era superior a la de la botellita, y el licor era muy bueno para el dolor
de estmago, pues entre otras muchas hierbas, contena corazoncillo. Esta vez
no llenaron la botella con vino, como la anterior, sino con una pocin amarga,
aunque excelente, para el estmago. La nueva botella reemplaz a la antigua, y
as reanud aqulla sus correras. Pas a bordo del barco propiedad de Peter
Jensen, justamente el mismo en el que serva el joven piloto, el cual no vio la
botella, aparte que lo ms probable es que no la hubiera reconocido ni pensado
que era la misma con cuyo contenido haban brindado por su noviazgo y su feliz
regreso.
Aunque no era vino lo que la llenaba, no era menos bueno su contenido. A Peter
Jensen lo llamaban sus compaeros El boticario, pues a cada momento sacaba
la botella y administraba a alguien la excelente medicina excelente para el
estmago, entendmonos ; y aquello dur hasta que se hubo consumido la
ltima gota. Fueron das felices, y la botella sola cantar cuando la frotaban con
el tapn. De entonces le vino el nombre de alondra, la alondra de Peter Jensen.
Haba transcurrido un largo tiempo, y la botella haba sido dejada, vaca, en un
rincn; mas he aqu que si la cosa ocurri durante el viaje de ida o el de
vuelta, la botella no lo supo nunca a punto fijo, pues jams desembarc se
levant una tempestad. Olas enormes negras y densas, se encabritaban,
levantaban el barco hasta las nubes y lo lanzaban en todas direcciones; quebrse
el palo mayor, un golpe de mar abri una va de agua, y las bombas resultaban
intiles. Era una noche oscura como boca de lobo, y el barco se iba a pique; en
el ltimo momento, el joven piloto escribi en una hoja de papel: En el
nombre de Dios, naufragamos!. Estamp el nombre de su prometida, el suyo
propio y el del buque, meti el papel en una botella vaca que encontr a mano
y, tapndola fuertemente, la arroj al mar tempestuoso. Ignoraba que era la
misma que haba servido para llenar los vasos de la alegra y de la esperanza.
Ahora flotaba entre las olas llevando un mensaje de adis y de muerte.
Hundise el barco, y con l la tripulacin, mientras la botella volaba como un
pjaro, llevando dentro un corazn, una carta de amor. Y sali el sol y se puso
de nuevo, y a la botella le pareci como si volviese a los tiempos de su infancia,
en que vea el rojo horno ardiente. Vivi perodos de calma y nuevas
tempestades, pero ni se estrell contra una roca ni fue tragada por un tiburn.
Ms de un ao estuvo flotando al azar, ora hacia el Norte, ora hacia Medioda, a
merced de las corrientes marinas. Por lo dems, era duea de s, pero al cabo de
un tiempo uno llega a cansarse incluso de esto.
La hoja escrita, con el ltimo adis del novio a su prometida, slo duelo habra
trado, suponiendo que hubiese ido a parar a las manos a que iba destinada. Pero,
dnde estaban aquellas manos, tan blancas cuando, all en el verde bosque, se
extendan sobre la jugosa hierba el da del noviazgo? Dnde estaba la hija del
peletero? Dnde se hallaba su tierra, y cul sera la ms prxima? La botella lo
ignoraba; segua en su eterno vaivn, y al fin se senta ya harta de aquella vida;
su destino era otro. Con todo, continu su viaje, hasta que, finalmente, fue
arrojada a la costa, en un pas extrao. No comprenda una palabra de lo que las
gentes hablaban; no era la lengua que oyera en otros tiempos, y uno se siente
muy desvalido cuando no entiende el idioma.

El gorro de dormir del soltern


Hay en Copenhague una calle que lleva el extrao nombre de Hyskenstraede
(Callejn de Hysken). Por qu se llama as y qu significa su nombre? Hay
quien dice que es de origen alemn, aunque esto sera atropellar esta lengua,
pues en tal caso Hysken sera: Huschen, palabra que significa casitas. Las
tales casitas, por espacio de largos aos, slo fueron barracas de madera, casi
como las que hoy vemos en las ferias, tal vez un poco mayores, y con ventanas,
que en vez de cristales tenan placas de cuerno o de vejiga, pues el poner vidrios
en las ventanas era en aquel tiempo todo un lujo. De esto, empero, hace tanto
tiempo, que el bisabuelo deca, al hablar de ello: Antiguamente.... Hoy hace
de ello varios siglos.
Los ricos comerciantes de Brema y Lubeck negociaban en Copenhague. Ellos
no venan en persona, sino que enviaban a sus dependientes, los cuales se
alojaban en los barracones de la Calleja de las casitas, y en ellas vendan su
cerveza y sus especias. La cerveza alemana era entonces muy estimada, y la
haba de muchas clases: de Brema, de Prssinger, de Ems, sin faltar la de
Brunswick. Vendan luego una gran variedad de especias: azafrn, ans, jengibre
y, especialmente, pimienta. sta era la ms estimada, y de aqu que a aquellos
vendedores se les aplicara el apodo de pimenteros. Cuando salan de su pas,
contraan el compromiso de no casarse en el lugar de su trabajo. Muchos de
ellos llegaban a edad avanzada y tenan que cuidar de su persona, arreglar su
casa y apagar la lumbre cuando la tenan . Algunos se volvan huraos,
como nios envejecidos, solitarios, con ideas y costumbres especiales. De ah
viene que en Dinamarca se llame pimentero a todo hombre soltero que ha
llegado a una edad ms que suficiente para casarse. Hay que saber todo esto para
comprender mi cuento.
Es costumbre hacer burla de los pimenteros o solterones, como decimos aqu;
una de sus bromas consiste en decirle que se vayan a acostar y que se calen el
gorro de dormir hasta los ojos.
Corta, corta, madera,
ay de ti, soltern!
El gorro de dormir se acuesta contigo,
en vez de un tesorito lindo y fino.
S, esto es lo que les cantan. Se burlan del soltern y de su gorro de noche,
precisamente porque conocen tan mal a uno y otro. Ay, no deseis a nadie el
gorro de dormir! Por qu? Escuchad:
Antao, la Calleja de las Casitas no estaba empedrada; salas de un bache para
meterte en un hoyo, como en un camino removido por los carros, y adems era
muy angosta. Las casuchas se tocaban, y era tan reducido el espacio que
mediaba entre una hilera y la de enfrente, que en verano solan tender una
cuerda desde un tenducho al opuesto; toda la calle ola a pimienta, azafrn y
jengibre. Detrs de las mesitas no sola haber gente joven; la mayora eran
solterones, los cuales no creis que fueran con peluca o gorro de dormir,
pantaln de felpa, y chaleco y chaqueta abrochados hasta el cuello, no; aunque
sta era, en efecto, la indumentaria del bisabuelo de nuestro bisabuelo, y as lo
vemos retratado. Los pimenteros no contaban con medios para hacerse
retratar, y es una lstima que no tengamos ahora el cuadro de uno de ellos,
retratado en su tienda o yendo a la iglesia los das festivos. El sombrero era alto
y de ancha ala, y los ms jvenes se lo adornaban a veces con una pluma; la
camisa de lana desapareca bajo un cuello vuelto, de hilo blanco; la chaqueta
quedaba ceida y abrochada de arriba abajo; la capa colgaba suelta sobre el
cuerpo, mientras los pantalones bajaban rectos hasta los zapatos, de ancha punta,
pues no usaban medias. Del cinturn colgaban el cuchillo y la cuchara para el
trabajo de la tienda, amn de un pual para la propia defensa, lo cual era muy
necesario en aquellos tiempos. Justamente as iba vestido los das de fiesta el
viejo Antn, uno de los solterones ms empedernidos de la calleja; slo que en
vez del sombrero alto llevaba una capucha, y debajo de ella un gorro de punto,
un autntico gorro de dormir. Se haba acostumbrado a llevarlo, y jams se lo
quitaba de la cabeza; y tena dos gorros de stos. Su aspecto peda a voces el
retrato: era seco como un huso, tena la boca y los ojos rodeados de arrugas,
largos dedos huesudos y cejas grises y erizadas. Sobre el ojo izquierdo le
colgaba un gran mechn que le sala de un lunar; no puede decirse que lo
embelleciera, pero al menos serva para identificarlo fcilmente. Se deca de l
que era de Brema, aunque en realidad no era de all, pero s viva en Brema su
patrn. l era de Turingia, de la ciudad de Eisenach, en la falda de la Wartburg.
El viejo Antn sola hablar poco de su patria chica, pero tanto ms pensaba en
ella.
No era usual que los viejos vendedores de la calle se reunieran, sino que cada
cual permaneca en su tenducho, que se cerraba al atardecer, y entonces la
calleja quedaba completamente oscura; slo un tenue resplandor sala por la
pequea placa de cuerno del rejado, y en el interior de la casucha, el viejo,
sentado generalmente en la cama con su libro alemn de cnticos, entonaba su
cancin nocturnal o trajinaba hasta bien entrada la noche, ocupado en mil
quehaceres. Divertido no lo era, a buen seguro. Ser forastero en tierra extraa es
condicin bien amarga. Nadie se preocupa de uno, a no ser que le estorbe. Y
entonces la preocupacin lleva consigo el quitrselo a uno de encima.
En las noches oscuras y lluviosas, la calle apareca por dems lgubre y desierta.
No haba luz; slo un diminuto farol colgaba en el extremo, frente a una imagen
de la Virgen pintada en la pared. Se oa tamborilear y chapotear el agua sobre el
cercano baluarte, en direccin a la presa de Slotholm, cerca de la cual
desembocaba la calle. Las veladas as resultan largas y aburridas, si no se busca
en qu ocuparlas: no todos los das hay que empaquetar o desempaquetar, liar
cucuruchos, limpiar los platillos de la balanza; hay que idear alguna otra cosa,
que es lo que haca nuestro viejo Antn: se cosa sus prendas o remendaba los
zapatos. Por fin se acostaba, conservando puesto el gorro; se lo calaba hasta los
ojos, y unos momentos despus volva a levantarlo, para cerciorarse de que la
luz estaba bien apagada. Palpaba el pbilo, apretndolo con los dedos, y luego se
echaba del otro lado, volviendo a encasquetarse el gorro. Pero muchas veces se
le ocurra pensar: no habr quedado un ascua encendida en el braserillo que hay
debajo de la mesa? Una chispita que quedara encendida, poda avivarse y
provocar un desastre. Y volva a levantarse, bajaba la escalera de mano pues
otra no haba y, llegado al brasero y comprobado que no se vea ninguna
chispa, regresaba arriba. Pero no era raro que, a mitad de camino, le asaltase la
duda de si la barra de la puerta estara bien puesta, y las aldabillas bien echadas.
Y otra vez abajo sobre sus esculidas piernas, tiritando y castaetendole los
dientes, hasta que volva a meterse en cama, pues el fro es ms rabioso que
nunca cuando sabe que tiene que marcharse. Cubrase bien con la manta, se
hunda el gorro de dormir hasta ms abajo de los ojos y procuraba apartar sus
pensamientos del negocio y de las preocupaciones del da. Mas no siempre
consegua aquietarse, pues entonces se presentaban viejos recuerdos y
descorran sus cortinas, las cuales tienen a veces alfileres que pinchan. Ay!,
exclama uno; y se la clavan en la carne y queman, y las lgrimas le vienen a los
ojos. As le ocurra con frecuencia al viejo Antn, que a veces lloraba lgrimas
ardientes, clarsimas perlas que caan sobre la manta o al suelo, resonando como
acordes arrancados a una cuerda dolorida, como si salieran del corazn. Y al
evaporarse, se inflamaban e iluminaban en su mente un cuadro de su vida que
nunca se borraba de su alma. Si se secaba los ojos con el gorro, quedaban rotas
las lgrimas y la imagen, pero no su fuente, que brotaba del corazn. Aquellos
cuadros no se presentaban por el orden que haban tenido en la realidad; lo
corriente era que apareciesen los ms dolorosos, pero tambin acudan otros de
una dulce tristeza, y stos eran los que entonces arrojaban las mayores sombras.
Todos reconocen cun magnficos son los hayedos de Dinamarca, pero en la
mente de Antn se levantaba ms magnfico todava el bosque de hayas de
Wartburg; ms poderosos y venerables le parecan los viejos robles que
rodeaban el altivo castillo medieval, con las plantas trepadoras colgantes de los
sillares; ms dulcemente olan las flores de sus manzanos que las de los
manzanos daneses; perciba bien distintamente su aroma. Rod una lgrima,
sonora y luminosa, y entonces vio claramente dos muchachos, un nio y una
nia. Estaban jugando. El muchacho tena las mejillas coloradas, rubio cabello
ondulado, ojos azules de expresin leal. Era el hijo del rico comerciante,
Antoito, l mismo. La nia tena ojos castaos y pelo negro; la mirada, viva e
inteligente; era Molly, hija del alcalde. Los dos chiquillos jugaban con una
manzana, la sacudan y oan sonar en su interior las pepitas. Cortaban la fruta y
se la repartan por igual; luego se repartan tambin las semillas y se las coman
todas menos una; tenan que plantarla, haba dicho la nia.
Vers lo que sale! Saldr algo que nunca habras imaginado. Un manzano
entero, pero no enseguida.
Y depositaron la semilla en un tiesto, trabajando los dos con gran entusiasmo. El
nio abri un hoyo en la tierra con el dedo, la chiquilla deposit en l la semilla,
y los dos la cubrieron con tierra.
Ahora no vayas a sacarla maana para ver si ha echado races advirti Molly
; eso no se hace. Yo lo prob por dos veces con mis flores; quera ver si
crecan, tonta de m, y las flores se murieron.
Antn se qued con el tiesto, y cada maana, durante todo el invierno, sali a
mirarlo, mas slo se vea la negra tierra. Pero al llegar la primavera, y cuando el
sol ya calentaba, asomaron dos hojitas verdes en el tiesto.
Son yo y Molly exclam Antn . Es maravilloso!
Pronto apareci una tercera hoja; qu significaba aquello? Y luego sali otra, y
todava otra. Da tras da, semana tras semana, la planta iba creciendo, hasta que
se convirti en un arbolillo hecho y derecho.
Y todo eso se reflejaba ahora en una nica lgrima, que se desliz y desapareci;
pero otras brotaran de la fuente, del corazn del viejo Antn.
En las cercanas de Eisenach se extiende una lnea de montaas rocosas; una de
ellas tiene forma redondeada y est desnuda, sin rboles, matorrales ni hierba.
Se llama Venusberg, la montaa de Venus, una diosa de los tiempos paganos a
quien llamaban Dama Holle; todos los nios de Eisenach lo saban y lo saben
an. Con sus hechizos haba atrado al caballero Tannhuser, el trovador del
crculo de cantores de Wartburg.
La pequea Molly y Antn iban con frecuencia a la montaa, y un da dijo ella:
A que no te atreves a llamar a la roca y gritar: Dama Holle, Dama Holle,
abre, que aqu est Tannhuser!?.
Antn no se atrevi, pero s Molly, aunque slo pronunci las palabras: Dama
Holle, Dama Holle! en voz muy alta y muy clara; el resto lo dijo de una manera
tan confusa, en direccin del viento, que Antn qued persuadido de que no
haba dicho nada. Qu valiente estaba entonces! Tena un aire tan resuelto,
como cuando se reuna con otras nias en el jardn, y todas se empeaban en
besarlo, precisamente porque l no se dejaba, y la emprenda a golpes, por lo
que ninguna se atreva a ello. Nadie excepto Molly, desde luego.
Yo puedo besarlo! deca con orgullo, rodendole el cuello con los brazos;
en ello pona su pundonor. Antn se dejaba, sin darle mayor importancia. Qu
bonita era, y qu atrevida! Dama Holle de la montaa deba de ser tambin muy
hermosa, pero su belleza, decase, era la engaosa belleza del diablo. La mejor
hermosura era la de Santa Isabel, patrona del pas, la piadosa princesa turingia,
cuyas buenas obras eran exaltadas en romances y leyendas; en la capilla estaba
su imagen, rodeada de lmparas de plata; pero Molly no se le pareca en nada.
El manzano plantado por los dos nios iba creciendo de ao en ao, y lleg a ser
tan alto, que hubo que trasplantarlo al aire libre, en el jardn, donde ca el roco y
el sol calentaba de verdad. All tom fuerzas para resistir al invierno. Despus
del duro agobio de ste, pareca como si en primavera floreciese de alegra. En
otoo dio dos manzanas, una para Molly y otra para Antn; menos no hubiese
sido correcto.
El rbol haba crecido rpidamente, y Molly no le fue a la zaga; era fresca y
lozana como una flor del manzano; pero no estaba l destinado a asistir por
mucho tiempo a aquella floracin. Todo cambia, todo pasa. El padre de Molly se
march de la ciudad, y Molly se fue con l, muy lejos. En nuestros das, gracias
al tren, sera un viaje de unas horas, pero entonces llevaba ms de un da y una
noche el trasladarse de Eisenach hasta la frontera oriental de Turingia, a la
ciudad que hoy llamamos todava Weimar.
Llor Molly, y llor Antn; todas aquellas lgrimas se fundan en una sola, que
brillaba con los deslumbradores matices de la alegra. Molly le haba dicho que
prefera quedarse con l a ver todas las bellezas de Weimar.

El intrpido soldadito de
plomo
ranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues los haban
fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil al hombro y miraban de
frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon
en cuanto se levant la tapa de la caja que los contena fue: Soldados de
plomo!. La pronunci un chiquillo, dando una gran palmada. Eran el regalo de
su cumpleaos, y los aline sobre la mesa. Todos eran exactamente iguales,
excepto uno, que se distingua un poquito de los dems: le faltaba una pierna,
pues haba sido fundido el ltimo, y el plomo no bastaba. Pero con una pierna,
se sostena tan firme como los otros con dos, y de l precisamente vamos a
hablar aqu.
En la mesa donde los colocaron haba otros muchos juguetes, y entre ellos
destacaba un bonito castillo de papel, por cuyas ventanas se vean las salas
interiores. Enfrente, unos arbolitos rodeaban un espejo que semejaba un lago, en
el cual flotaban y se reflejaban unos cisnes de cera. Todo era en extremo
primoroso, pero lo ms lindo era una muchachita que estaba en la puerta del
castillo. De papel tambin ella, llevaba un hermoso vestido y una estrecha banda
azul en los hombros, a modo de fajn, con una reluciente estrella de oropel en el
centro, tan grande como su cara. La chiquilla tena los brazos extendidos, pues
era una bailarina, y una pierna levantada, tanto, qu el soldado de plomo, no
alcanzando a descubrirla, acab por creer que slo tena una, como l.
He aqu la mujer que necesito pens. Pero est muy alta para m: vive en
un palacio, y yo por toda vivienda slo tengo una caja, y adems somos
veinticinco los que vivimos en ella; no es lugar para una princesa. Sin embargo,
intentar establecer relaciones.
Y se situ detrs de una tabaquera que haba sobre la mesa, desde la cual pudo
contemplar a sus anchas a la distinguida damita, que continuaba sostenindose
sobre un pie sin caerse.
Al anochecer, los soldados de plomo fueron guardados en su caja, y los
habitantes de la casa se retiraron a dormir. ste era el momento que los juguetes
aprovechaban para jugar por su cuenta, a "visitas", a "guerra", a "baile"; los
soldados de plomo alborotaban en su caja, pues queran participar en las
diversiones; mas no podan levantar la tapa. El cascanueces todo era dar
volteretas, y el pizarrn venga divertirse en la pizarra. Con el ruido se despert el
canario, el cual intervino tambin en el jolgorio, recitando versos. Los nicos
que no se movieron de su sitio fueron el soldado de plomo y la bailarina; sta
segua sostenindose sobre la punta del pie, y l sobre su nica pierna; pero sin
desviar ni por un momento los ojos de ella.
El reloj dio las doce y, pum!, salt la tapa de la tabaquera; pero lo que haba
dentro no era rap, sino un duendecillo negro. Era un juguete sorpresa.
Soldado de plomo dijo el duende, no mires as!
Pero el soldado se hizo el sordo.
Espera a que llegue la maana, ya vers! aadi el duende.
Cuando los nios se levantaron, pusieron el soldado en la ventana, y, sea por
obra del duende o del viento, abrise sta de repente, y el soldadito se precipit
de cabeza, cayendo desde una altura de tres pisos. Fue una cada terrible. Qued
clavado de cabeza entre los adoquines, con la pierna estirada y la bayoneta hacia
abajo.
La criada y el chiquillo bajaron corriendo a buscarlo; mas, a pesar de que casi lo
pisaron, no pudieron encontrarlo. Si el soldado hubiese gritado: Estoy aqu!,
indudablemente habran dado con l, pero le pareci indecoroso gritar, yendo de
uniforme.
He aqu que comenz a llover; las gotas caan cada vez ms espesas, hasta
convertirse en un verdadero aguacero. Cuando aclar, pasaron por all dos
mozalbetes callejeros
Mira! exclam uno. Un soldado de plomo! Vamos a hacerle navegar!
Con un papel de peridico hicieron un barquito, y, embarcando en l. al soldado,
lo pusieron en el arroyo; el barquichuelo fue arrastrado por la corriente, y los
chiquillos seguan detrs de l dando palmadas de contento. Dios nos proteja!
y qu olas, y qu corriente! No poda ser de otro modo, con el diluvio que haba
cado. El bote de papel no cesaba de tropezar y tambalearse, girando a veces tan
bruscamente, que el soldado por poco se marea; sin embargo, continuaba
impertrrito, sin pestaear, mirando siempre de frente y siempre arma al
hombro.
De pronto, el bote entr bajo un puente del arroyo; aquello estaba oscuro como
en su caja.
Dnde ir a parar? pensaba. De todo esto tiene la culpa el duende.
Ay, si al menos aquella muchachita estuviese conmigo en el bote! Poco me
importara esta oscuridad!.
De repente sali una gran rata de agua que viva debajo el puente.
Alto! grit. A ver, tu pasaporte!
Pero el soldado de plomo no respondi; nicamente oprimi con ms fuerza el
fusil.
La barquilla sigui su camino, y la rata tras ella. Uf! Cmo rechinaba los
dientes y gritaba a las virutas y las pajas:
Detenedlo, detenedlo! No ha pagado peaje! No ha mostrado el pasaporte!
La corriente se volva cada vez ms impetuosa. El soldado vea ya la luz del sol
al extremo del tnel. Pero entonces percibi un estruendo capaz de infundir
terror al ms valiente. Imaginad que, en el punto donde terminaba el puente, el
arroyo se precipitaba en un gran canal. Para l, aquello resultaba tan peligroso
como lo sera para nosotros el caer por una alta catarata.
Estaba ya tan cerca de ella, que era imposible evitarla. El barquito sali
disparado, pero nuestro pobre soldadito segua tan firme como le era posible.
Nadie poda decir que haba pestaeado siquiera! La barquita describi dos o
tres vueltas sobre s misma con un ruido sordo, inundndose hasta el borde; iba a
zozobrar. Al soldado le llegaba el agua al cuello. La barca se hunda por
momentos, y el papel se deshaca; el agua cubra ya la cabeza del soldado, que,
en aquel momento supremo, acordse de la linda bailarina, cuyo rostro nunca
volvera a contemplar. Parecile que le decan al odo:
Adis, adis, guerrero! Tienes que sufrir la muerte!.
Desgarrse entonces el papel, y el soldado se fue al fondo, pero
en el mismo momento se lo trag un gran pez.
All s se estaba oscuro! Peor an que bajo el puente del arroyo; y, adems, tan
estrecho! Pero el soldado segua firme, tendido cun largo era, sin soltar el fusil.
El pez continu sus evoluciones y horribles movimientos, hasta que, por fin, se
qued quieto, y en su interior penetr un rayo de luz. Hizose una gran claridad,
y alguien exclam: El soldado de plomo! El pez haba sido pescado,
llevado al mercado y vendido; y, ahora estaba en la cocina, donde la cocinera lo
abra con un gran cuchillo. Cogiendo por el cuerpo con dos dedos el soldadito,
lo llev a la sala, pues todos queran ver aquel personaje extrao salido del
estmago del pez; pero el soldado de plomo no se senta nada orgulloso.
Pusironlo de pie sobre la mesa y qu cosas ms raras ocurren a veces en el
mundo! encontrse en el mismo cuarto de antes, con los mismos nios y los
mismos juguetes sobre la mesa, sin que faltase el soberbio palacio y la linda
bailarina, siempre sostenindose sobre la punta del pie y con la otra pierna al
aire. Aquello conmovi a nuestro soldado, y estuvo a punto de llorar lgrimas de
plomo. Pero habra sido poco digno de l. La mir sin decir palabra.
En stas, uno de los chiquillos, cogiendo al soldado, lo tir a la chimenea, sin
motivo alguno; seguramente la culpa la tuvo el duende de la tabaquera.
El soldado de plomo qued todo iluminado y sinti un calor espantoso, aunque
no saba si era debido al fuego o al amor. Sus colores se haban borrado tambin,
a consecuencia del viaje o por la pena que senta; nadie habra podido decirlo.
Mir de nuevo a la muchacha, encontrronse las miradas de los dos, y l sinti
que se derreta, pero sigui firme, arma al hombro. Abrise la puerta, y una
rfaga de viento se llev a la bailarina, que, cual una slfide, se levant volando
para posarse tambin en la chimenea, junto al soldado; se inflam y desapareci
en un instante. A su vez, el soldadito se fundi, quedando reducido a una
pequea masa informe. Cuando, al da siguiente, la criada sac las cenizas de la
estufa, no quedaba de l ms que un trocito de plomo; de la bailarina, en
cambio, haba quedado la estrella de oropel, carbonizada y negra.

El jabal de bronce
En la ciudad de Florencia, no lejos de la Piazza del Granduca, corre una calle
transversal que, si mal no recuerdo, se llama Porta Rossa. En ella, frente a una
especie de mercado de hortalizas, se levanta la curiosa figura de un jabal de
bronce, esculpido con mucho arte. Agua lmpida y fresca fluye de la boca del
animal, que con el tiempo ha tomado un color verde oscuro. Slo el hocico
brilla, como si lo hubiesen pulimentado y as es en efecto por la accin de
los muchos centenares de chiquillos y pobres que, cogindose a l con las
manos, acercan la boca a la del animal para beber. Es un bonito cuadro el de la
bien dibujada fiera abrazada por un gracioso rapaz medio desnudo, que aplica su
fresca boca al hocico de bronce.
A cualquier forastero que llegue a Florencia le es fcil encontrar el lugar; no
tiene ms que preguntar por el jabal de bronce al primer mendigo que
encuentre, seguro que lo guiarn a l.
Era un anochecer del invierno; las montaas aparecan cubiertas de nieve, pero
en el cielo brillaba la luna llena; y la luna llena en Italia es tan luminosa como
un da gris de invierno de los pases nrdicos; y le gana an, pues el aire brilla y
adquiere relieve, mientras que en el Norte el techo de plomo, fro y lgubre,
deprime al hombre, lo aplasta contra el suelo, ese suelo hmedo y fro que un
da cubrir su atad.
Un chiquillo harapiento se haba pasado todo el da sentado en el jardn del Gran
Duque, bajo el tejado de pinos, donde incluso en invierno florecen las rosas por
millares; un chiquillo que poda pasar por la imagen de Italia, tal era de
hermoso, sonriente y, sin embargo, enfermizo de aspecto. Sufra hambre y sed,
nadie le daba un cntimo y al oscurecer hora de cerrar el jardn el portero
lo ech. Durante un largo rato se estuvo entregado a sus ensueos en el puente
que cruza el Arno, contemplando las estrellas que se reflejaban en el agua, entre
l y el magnfico puente de mrmol della Trinit.
Se dirigi luego hacia el jabal de bronce, hinc la rodilla al llegar a l y,
pasando los brazos alrededor del cuello de la figura, aplic la boca al reluciente
hocico y bebi a grandes tragos de su fresca agua. Al lado yacan unas hojas de
lechuga y dos o tres castaas; aquello fue su cena. En la calle no haba ni un
alma; el chiquillo estaba completamente solo; sentse sobre el dorso del jabal,
se apoy hacia delante, de manera que su rizada cabecita descansara sobre la del
animal, y, sin darse cuenta, quedse profundamente dormido.
Al sonar la medianoche, el jabal de bronce se estremeci, y el nio oy que
deca: agrrate bien, chiquillo, que voy a correr! . Y emprendi la carrera,
con l a cuestas. Extrao paseo! Primero llegaron a la Piazza del Granduca,
donde el caballo de bronce de la estatua del prncipe los acogi relinchando. El
policromo escudo de armas de las antiguas casas consistoriales brillaba como si
fuese transparente, mientras el David de Miguel ngel blanda su honda. Por
doquier rebulla una vida sorprendente. Los grupos de bronce que representan
Perseo y el rapto de las Sabinas se agitaban frenticamente; de la boca de las
mujeres surgi un grito de mortal angustia, que reson en la gran plaza solitaria.
El jabal de bronce se detuvo en el Palazzo degli Uffizi, bajo la arcada donde se
rene la nobleza en las fiestas de carnaval. Agrrate bien repiti el animal
, vamos a subir por esta escalera . El nio permaneca callado, entre
tembloroso y feliz.
Entraron en una larga galera, que l conoca muy bien; ya antes haba estado en
ella. De las paredes colgaban magnficos cuadros, y haba estatuas y bustos, todo
iluminado por vivsima luz, como en pleno da. Pero lo ms hermoso vino
cuando se abrieron las puertas que daban acceso a una sala contigua. El nio no
haba olvidado cun magnfico era aquello, pero nunca lo haba visto tan
esplendoroso como aquella noche.
Haba all una maravillosa mujer desnuda, como slo pueden moldearla la
Naturaleza y el cincel de los grandes maestros. Mova los graciosos miembros,
delfines saltaban a sus pies, la inmortalidad brillaba en sus ojos. El mundo la
llama la Venus de Mdicis. Todo en torno relucan las estatuas de mrmol, en
las que la piedra apareca animada por la vida del espritu: figuras de hombres
magnficos, uno afilando la espada por eso se le llama el Afilador , ms
all el grupo de los Pugilistas; la espada era aguzada, y los combatientes
luchaban por la Diosa de la Belleza.
El chiquillo estaba como deslumbrado por todo aquel esplendor; las paredes
ardan de color, y todo era vida y movimiento. Podan verse dos Venus,
representando la Venus terrena, turgente y ardorosa, tal como Tiziano la haba
apretado sobre su corazn. Eran dos soberbias figuras femeninas. Los bellos
miembros desnudos se extendan sobre los muelles almohadones; el pecho se
levantaba, y la cabeza se mova dejando caer los abundantes rizos en torno a los
bien curvados hombros, mientras los oscuros ojos expresaban ardientes
pensamientos. Pero ninguno de aquellos personajes osaba salir por completo de
su marco. La propia Diosa de la Belleza, los Pugilistas y el Afilador,
permanecan en sus puestos, pues la Gloria que irradiaba de la Madonna, de
Jess y San Juan, los mantena sujetos. Las imgenes de los santos no eran ya
imgenes, sino los santos en persona.
Qu esplendor y qu belleza de sala en sala! Y el nio lo vea todo; el jabal de
bronce avanzaba paso a paso por entre toda aquella magnificencia. Una visin
eclipsaba a la otra, pero una sola imagen se fij en el alma del nio, seguramente
por los nios alegres y dichosos que aparecan en ella, y que el pequeo ya haba
visto antes a la luz del da.
Son muchos los que pasan por delante de aquel cuadro sin apenas reparar en l,
y, sin embargo, encierra un tesoro de poesa. Es Cristo descendiendo a los
infiernos; pero a su alrededor no se ve a los condenados, sino a los paganos. El
florentino Angiolo Bronzino pint aquel cuadro, lo ms sublime del cual es la
certeza reflejada en el rostro de los nios, de que irn al cielo: dos de ellos se
abrazan ya; uno, muy chiquitn, tiende la mano a otro que est an en el abismo,
y se seala a s mismo, como diciendo: Me voy al cielo!. Todos los restantes
permanecen indecisos, esperando o inclinndose humildemente ante Jess
Nuestro Seor.
El nio emple en la contemplacin de aquel cuadro mucho ms rato que en
todos los dems. El jabal de bronce segua parado delante de l. Se percibi un
leve suspiro; sala de la pintura o del pecho del animal? El nio extendi el
brazo hacia los sonrientes pequeuelos del cuadro, y entonces el jabal prosigui
su camino, saliendo por el abierto vestbulo.
Gracias, y Dios te bendiga, buen animal! exclam el muchacho,
acariciando a su montura, que bajaba saltando las escaleras.
Gracias, y Dios te bendiga a ti! respondi el jabal . Yo te he prestado
un servicio, y t me has prestado otro a m, pues slo con una criatura inocente
sobre el lomo me son dadas fuerzas para correr. Ves?, hasta puedo entrar
dentro del crculo de luz que viene de la lmpara colgada ante el cuadro de la
Virgen. A todas partes puedo llevarte, excepto a la iglesia; pero si t ests
conmigo, puedo mirar a su interior a travs de la puerta abierta. No te apees de
mi espalda; si lo haces, caer muerto, tal como me ves durante el da en la calle
de la Porta Rossa.
Me quedar contigo, mi buen animal respondi el nio; y el jabal
emprendi veloz carrera por las calles de Florencia, no detenindose hasta llegar
a la plaza donde se levanta la iglesia de Santa Croce.

EL JARDINERO Y EL SEOR

A una milla de distancia de la capital haba una antigua residencia seorial


rodeada de gruesos muros, con torres y hastiales.
Viva all, aunque slo en verano, una familia rica y de la alta nobleza. De todos
los dominios que posea, esta finca era la mejor y ms hermosa. Por fuera
pareca como acabada de construir, y por dentro todo era cmodo y agradable.
Sobre la puerta estaba esculpido el blasn de la familia. Magnficas rocas se
enroscaban en torno al escudo y los balcones, y una gran alfombra de csped se
extenda por el patio. Haba all oxiacantos y acerolos de flores encarnadas, as
como otras flores raras, adems de las que se criaban en el invernadero.
El propietario tena un jardinero excelente; daba gusto ver el jardn, el huerto y
los frutales. Contiguo quedaba todava un resto del primitivo jardn del castillo,
con setos de arbustos, cortados en forma de coronas y pirmides. Detrs
quedaban dos viejos y corpulentos rboles, casi siempre sin hojas; por el aspecto
se hubiera dicho que una tormenta o un huracn los haba cubierto de grandes
terrones de estircol, pero en realidad cada terrn era un nido.
Moraba all desde tiempos inmemoriales un montn de cuervos y cornejas. Era
un verdadero pueblo de aves, y las aves eran los verdaderos seores, los
antiguos y autnticos propietarios de la mansin seorial. Despreciaban
profundamente a los habitantes humanos de la casa, pero toleraban la presencia
de aquellos seres rastreros, incapaces de levantarse del suelo. Sin embargo,
cuando esos animales inferiores disparaban sus escopetas, las aves sentan un
cosquilleo en el espinazo; entonces, todas se echaban a volar asustadas, gritando
rab, rab!.
Con frecuencia el jardinero hablaba al seor de la conveniencia de cortar
aquellos rboles, que afeaban al paisaje. Una vez suprimidos, deca, la finca se
librara tambin de todos aquellos pajarracos chillones, que tendran que
buscarse otro domicilio. Pero el dueo no quera desprenderse de los rboles ni
de las aves; eran algo que formaba parte de los viejos tiempos, y de ningn
modo quera destruirlo.
Los rboles son la herencia de los pjaros; haramos mal en quitrsela, mi
buen Larsen.
Tal era el nombre del jardinero, aunque esto no importa mucho a nuestra
historia.
No tienes an bastante campo para desplegar tu talento, amigo mo?
Dispones de todo el jardn, los invernaderos, el vergel y el huerto.
Cierto que lo tena, y lo cultivaba y cuidaba todo con celo y habilidad,
cualidades que el seor le reconoca, aunque a veces no se recataba de decirle
que, en casas forasteras, coma frutos y vea flores que superaban en calidad o
en belleza a los de su propiedad; y aquello entristeca al jardinero, que hubiera
querido obtener lo mejor, y pona todo su esfuerzo en conseguirlo. Era bueno en
su corazn y en su oficio.
Un da su seor lo mand llamar, y, con toda la afabilidad posible, le cont que
la vspera, hallndose en casa de unos amigos, le haban servido unas manzanas
y peras tan jugosas y sabrosas, que haban sido la admiracin de todos los
invitados. Cierto que aquella fruta no era del pas, pero convena importarla y
aclimatarla, a ser posible. Se saba que la haban comprado en la mejor frutera
de la ciudad; el jardinero debera darse una vuelta por all, y averiguar de dnde
venan aquellas manzanas y peras, para adquirir esquejes.
El jardinero conoca perfectamente al frutero, pues a l le venda, por cuenta del
propietario, el sobrante de fruta que la finca produca.
Se fue el hombre a la ciudad y pregunt al frutero de dnde haba sacado
aquellas manzanas y peras tan alabadas.
Si son de su propio jardn! respondi el vendedor, mostrndoselas; y el
jardinero las reconoci en seguida.
No se puso poco contento el jardinero! Corri a decir a su seor que aquellas
peras y manzanas eran de su propio huerto.
El amo no poda creerlo.
No es posible, Larsen. Podra usted traerme por escrito una confirmacin
del frutero?
Y Larsen volvi con la declaracin escrita.
Es extrao! dijo el seor.
En adelante, todos los das fueron servidas a la mesa de Su Seora grandes
bandejas de las esplndidas manzanas y peras de su propio jardn, y fueron
enviadas por fanegas y toneladas a amistades de la ciudad y de fuera de ella;
incluso se exportaron. Todo el mundo se haca lenguas. Hay que observar, de
todos modos, que los dos ltimos veranos haban sido particularmente buenos
para los rboles frutales; la cosecha haba sido esplndida en todo el pas.
Transcurri algn tiempo; un da el seor fue invitado a comer en la Corte. A la
maana siguiente, Su Seora mand llamar al jardinero. Haban servido unos
melones producidos en el invernadero de Su Majestad, jugosos y sabrossimos.
Mi buen Larsen, vaya usted a ver al jardinero de palacio y pdale semillas de
estos exquisitos melones.
Pero si el jardinero de palacio recibi las semillas de aqu! respondi
Larsen, satisfecho.
En este caso, el hombre ha sabido obtener un fruto mejor que el nuestro
replic Su Seora. Todos los melones resultaron excelentes.
Pues me siento muy orgulloso de ello dijo el jardinero. Debo manifestar
a Vuestra Seora, que este ao el hortelano de palacio no ha tenido suerte con
los melones, y al ver lo hermosos que eran los nuestros, y despus de haberlos
probado, encarg tres de ellos para palacio.
No, no Larsen! No vaya usted a imaginarse que aquellos melones eran de
esta propiedad.
Pues estoy seguro de que lo eran . Y se fue a ver al jardinero de palacio, y
volvi con una declaracin escrita de que los melones servidos en la mesa real
procedan de la finca de Su Seora.
Aquello fue una nueva sorpresa para el seor, quien divulg la historia,
mostrando la declaracin. Y de todas partes vinieron peticiones de que se les
facilitaran pepitas de meln y esquejes de los rboles frutales.
Recibironse noticias de que stos haban cogido bien y de que daban frutos
excelentes, hasta el punto de que se les dio el nombre de Su Seora, que, por
consiguiente, pudo ya leerse en francs, ingls y alemn.
Quin lo hubiera pensado!
Con tal de que al jardinero no se le suban los humos a la cabeza!, pens el
seor.
Pero el hombre se lo tom de modo muy distinto. Deseoso de ser considerado
como uno de los mejores jardineros del pas, esforzse por conseguir ao tras
ao los mejores productos. Mas con frecuencia tena que or que nunca
consegua igualar la calidad de las peras y manzanas de aquel ao famoso. Los
melones seguan siendo buenos, pero ya no tenan aquel perfume. Las fresas
podan llamarse excelentes, pero no superiores a las de otras fincas, y un ao en
que no prosperaron los rbanos, slo se habl de aquel fracaso, sin mencionarse
los productos que haban constituido un xito autntico.
El dueo pareca experimentar una sensacin de alivio cuando poda decir:
Este ao no estuvo de suerte, amigo Larsen! . Y se le vea contentsimo
cuando poda comentar: Este ao s que hemos fracasado.
Un par de veces por semana, el jardinero cambiaba las flores de la habitacin,
siempre con gusto exquisito y muy bien dispuestas; las combinaba de modo que
resaltaran sus colores.
Tiene usted buen gusto, Larsen decale Su Seora . Es un don que le ha
concedido Dios, no es obra suya.
Un da se present el jardinero con una gran taza de cristal que contena un
ptalo de nenfar; sobre l, y con el largo y grueso tallo sumergido en el agua,
haba una flor radiante, del tamao de un girasol.
El loto del Indostn! exclam el dueo.
Jams haban visto aquella flor; durante el da la pusieron al sol, y al anochecer
a la luz de una lmpara. Todos los que la vean la encontraban esplndida y
rarsima; as lo manifest incluso la ms distinguida de las seoritas del pas,
una princesa, inteligente y bondadosa por aadidura.
Su Seora tuvo a honor regalrsela, y la princesa se la llev a palacio.
Entonces el propietario se fue al jardn con intencin de coger otra flor de la
especie, pero no encontr ninguna, por lo que, llamando al jardinero, le pregunt
de dnde haba sacado el loto azul.
La he estado buscando intilmente dijo el seor . He recorrido los
invernaderos y todos los rincones del jardn.
No, desde luego all no hay dijo el jardinero . Es una vulgar flor del
huerto. Pero, verdad que es bonita? Parece un cacto azul y, sin embargo, no es
sino la flor de la alcachofa.
Pues tena que habrmelo advertido exclam Su Seora. Cremos que
se trataba de una flor rara y extica. Me ha hecho usted tirarme una plancha con
la princesa. Vio la flor en casa, la encontr hermosa; no la conoca, a pesar de
que es ducha en Botnica, pero esta Ciencia nada tiene de comn con las
hortalizas. Cmo se le ocurri, mi buen Larsen, poner una flor as en la
habitacin? Es ridculo!
Y la hermosa flor azul procedente del huerto fue desterrada del saln de Su
Seora, del que no era digna, y el dueo fue a excusarse ante la princesa,
dicindole que se trataba simplemente de una flor de huerto trada por el
jardinero, el cual haba sido debidamente reconvenido.
Pues es una lstima y una injusticia replic la princesa. Nos ha abierto
los ojos a una flor de adorno que desprecibamos, nos ha mostrado la belleza
donde nunca la habamos buscado. Quiero que el jardinero de palacio me traiga
todos los das, mientras estn floreciendo las alcachofas, una de sus flores a mi
habitacin.
Y la orden se cumpli.
Su Seora mand decir al jardinero que le trajese otra flor de alcachofa.
Bien mirado, es bonita observ y muy notable . Y encomi al
jardinero.
Esto le gusta a Larsen pens. Es un nio mimado.
Un da de otoo estall una horrible tempestad, que arreci an durante la
noche, con tanta furia que arranc de raz muchos grandes rboles de la orilla
del bosque y, con gran pesar de Su Seora un gran pesar lo llam el seor
, pero con gran contento del jardinero, tambin los dos rboles pelados llenos
de nidos. Entre el fragor de la tormenta pudo orse el graznar alborotado de los
cuervos y cornejas; las gentes de la casa afirmaron que golpeaban con las alas en
los cristales.
Ya estar usted satisfecho, Larsen dijo Su Seora; la tempestad ha
derribado los rboles, y las aves se han marchado al bosque. Aqu nada queda ya
de los viejos tiempos; ha desaparecido toda huella, toda seal de ellos. Pero a m
esto me apena.
El jardinero no contest. Pensaba slo en lo que habla llevado en la cabeza
durante mucho tiempo: en utilizar aquel lugar soleado de que antes no dispona.
Lo iba a transformar en un adorno del jardn, en un objeto de gozo para Su
Seora.
Los corpulentos rboles abatidos haban destrozado y aplastado los antiqusimos
setos con todas sus figuras. El hombre los sustituy por arbustos y plantas
recogidas en los campos y bosques de la regin.
A ningn otro jardinero se le haba ocurrido jams aquella idea. l dispuso los
planteles teniendo en cuenta las necesidades de cada especie, procurando que
recibiesen el sol o la sombra, segn las caractersticas de cada una. Cuid la
plantacin con el mayor cario, y el conjunto creci magnficamente.
Por la forma y el color, el enebro de Jutlandia se elev de modo parecido al
ciprs italiano; luca tambin, eternamente verde, tanto en los fros invernales
como en el calor del verano, la brillante y espinosa oxiacanta. Delante crecan
helechos de diversas especies, algunas de ellas semejantes a hijas de palmeras, y
otras, parecidas a los padres de esa hermosa y delicada planta que llamamos
culantrillo. Estaba all la menospreciada bardana, tan linda cuando fresca, que
habra encajado perfectamente en un ramillete. Estaba en tierra seca, pero a
mayor profundidad que ella y en suelo hmedo creca la acedera, otra planta
humilde y, sin embargo, tan pintoresca y bonita por su talla y sus grandes hojas.
Con una altura de varios palmos, flor contra flor, como un gran candelabro de
muchos brazos, levantbase la candelaria, trasplantada del campo. Y no faltaban
tampoco las asprulas, dientes de len y muguetes del bosque, ni la selvtica
cala, ni la acederilla trifolia. Era realmente magnfico.
Delante, apoyadas en enrejados de alambre, crecan, en lnea, perales enanos de
procedencia francesa. Como reciban sol abundante y buenos cuidados, no
tardaron en dar frutos tan jugosos como los de su tierra de origen.
En lugar de los dos viejos rboles pelados erigieron un alta asta de bandera, en
cuya cima ondeaba el Danebrog, y a su lado fueron clavadas otras estacas, por
las que, en verano y otoo, trepaban los zarcillos del lpulo con sus fragantes
inflorescencias en bola, mientras en invierno, siguiendo una antigua costumbre,
se colgaba una gavilla de avena con objeto de que no faltase la comida a los
pajarillos del cielo en la venturosa poca de las Navidades.
En su vejez, nuestro buen Larsen se nos vuelve sentimental! deca Su
Seora. Pero nos es fiel y adicto.
Por Ao Nuevo, una revista ilustrada de la capital public una fotografa de la
antigua propiedad seorial. Apareca en ella el asta con la bandera danesa y la
gavilla de avena para las avecillas del cielo en los alegres das navideos. El
hecho fue comentado y alabado como una idea simptica, que resucitaba, con
todos sus honores, una vieja costumbre.
Resuenan las trompetas por todo lo que hace ese Larsen. Es un hombre
afortunado! Casi hemos de sentirnos orgullosos de tenerlo.
Pero no se senta orgulloso el gran seor. Se senta slo el amo que poda
despedir a Larsen, pero que no lo haca. Era una buena persona, y de esta clase
hay muchas, para suerte de los Larsen.
Y sta es la historia del jardinero y el seor.
Detente a pensar un poco en ella.

EL LIBRO MUDO

Junto a la carretera que cruzaba el bosque se levantaba una granja solitaria; la


carretera pasaba precisamente a su travs. Brillaba el sol, todas las ventanas
estaban abiertas; en el interior reinaba gran movimiento, pero en la era, entre el
follaje de un saco florido, haba un fretro abierto, con un cadver que deba
recibir sepultura aquella misma maana. Nadie velaba a su lado, nadie lloraba
por el difunto, cuyo rostro apareca cubierto por un pao blanco. Bajo la cabeza
tena un libro muy grande y grueso; las hojas eran de grandes pliegos de papel
secante, y en cada una haba, ocultas y olvidadas, flores marchitas, todo un
herbario, reunido en diferentes lugares. Deba ser enterrado con l, pues as lo
haba dispuesto su dueo. Cada flor resuma un captulo de su vida.
Quin es el muerto? preguntamos, y nos respondieron:
Aquel viejo estudiante de Upsala. Parece que en otros tiempos fue hombre
muy despierto, que estudi las lenguas antiguas, cant e incluso compuso
poesas, segn decan. Pero algo le ocurri, y se entreg a la bebida. Decay su
salud, y finalmente vino al campo, donde alguien pagaba su pensin. Era dulce
como un nio mientras no lo dominaban ideas lgubres, pero entonces se volva
salvaje y echaba a correr por el bosque como una bestia acosada. En cambio,
cuando haban conseguido volverlo a casa y lo persuadan de que hojease su
libro de plantas secas, era capaz de pasarse el da entero mirndolas, y a veces
las lgrimas le rodaban por las mejillas; sabe Dios en qu pensara entonces.
Pero haba rogado que depositaran el libro en el fretro, y all estaba ahora.
Dentro de poco rato clavaran la tapa, y descansara apaciblemente en la tumba.
Quitaron el pao mortuorio: la paz se reflejaba en el rostro del difunto, sobre el
que daba un rayo de sol; una golondrina penetr como una flecha en el follaje y
dio media vuelta, chillando, encima de la cabeza del muerto.
Qu maravilloso es todos hemos experimentado esta impresin sacar a la
luz viejas cartas de nuestra juventud y releerlas! Toda una vida asoma entonces,
con sus esperanzas y cuidados. Cuntas veces creemos que una persona con la
que estuvimos unidos de corazn, est muerta hace tiempo, y, sin embargo, vive
an, slo que hemos dejado de pensar en ella, aunque un da pensamos que
seguiremos siempre a su lado, compartiendo las penas y las alegras.
La hoja de roble marchita de aquel libro recuerda al compaero, al condiscpulo,
al amigo para toda la vida; prendise aquella hoja a la gorra de estudiante aquel
da que, en el verde bosque, cerraron el pacto de alianza perenne. Dnde est
ahora? La hoja se conserva, la amistad se ha desvanecido. Hay aqu una planta
extica de invernadero, demasiado delicada para los jardines nrdicos... Dirase
que las hojas huelen an. Se la dio la seorita del jardn de aquella casa noble. Y
aqu est el nenfar que l mismo cogi y reg con amargas lgrimas, la rosa de
las aguas dulces. Y ah una ortiga; qu dicen sus hojas? Qu estara pensando
l cuando la arranc para guardarla? Ved aqu el muguete de la soledad
selvtica, y la madreselva arrancada de la maceta de la taberna, y el desnudo y
afilado tallo de hierba.
El florido saco inclina sus umbelas tiernas y fragantes sobre la cabeza del
muerto; la golondrina vuelve a pasar volando y lanzando su trino... Y luego
vienen los hombres provistos de clavos y martillo; colocan la tapa encima del
difunto, de manera que la cabeza repose sobre el libro... conservado... deshecho.

EL LINO
El lino estaba florido. Tena hermosas flores azules, delicadas como las alas de
una polilla, y an mucho ms finas. El sol acariciaba las plantas con sus rayos, y
las nubes las regaban con su lluvia, y todo ello le gustaba al lino como a los
nios pequeos cuando su madre los lava y les da un beso por aadidura. Son
entonces mucho ms hermosos, y lo mismo suceda con el lino.
Dice la gente que me sostengo admirablemente dijo el lino- y que me
alargo muchsimo; tanto, que hacen conmigo una magnfica pieza de tela. Qu
feliz soy! Sin duda soy el ms feliz del mundo. Vivo con desahogo y tengo
porvenir. Cmo vivifica el sol, y cmo gusta y refresca la lluvia! Mi dicha es
completa. Soy el ser ms feliz del mundo entero.
S, s, s! dijeron las estacas de la valla, t no conoces el mundo, pero lo
que es nosotras, nosotras tenemos nudos y crujan lamentablemente:
Ronca que ronca carraca,
ronca con tesn.
Se termin la cancin.
No, no se termin dijo el lino. El sol luce por la maana, la lluvia
reanima. Oigo cmo crezco y siento cmo florezco. Soy dichoso, dichoso, ms
que ningn otro!
Pero un da vinieron gentes que, agarrando al lino por el copete, lo arrancaron de
raz, operacin que le doli. Lo pusieron luego al agua como para ahogarlo, y a
continuacin sobre el fuego, como para asarlo. Horrible!
No siempre pueden marchar bien las cosas suspir el lino. Hay que sufrir
un poco, as se aprende.
Pero las cosas se pusieron cada vez peor. El lino fue partido y roto, secado y
peinado. l ya no saba qu pensar de todo aquello. Luego fue a parar a la rueca,
y ronca que ronca! No haba manera de concentrar las ideas.
He sido enormemente feliz! pensaba en medio de sus fatigas. Hay que
alegrarse de las cosas buenas de que se ha gozado. Alegra, alegra, vamos!
. As gritaba an, cuando lleg al telar, donde se transform en una magnfica
pieza de tela. Todas las plantas de lino entraron en una pieza.
Pero esto es extraordinario! Jams lo hubiera credo. S, la fortuna me sigue
sonriendo, a pesar de todo. Las estacas saban bien lo que se decan con su
Ronca que ronca, carraca,
ronca con tesn.
La cancin no ha terminado an, ni mucho menos. No ha hecho ms que
empezar. Es magnfico! S, he sufrido, pero en cambio de m ha salido algo; soy
el ms feliz del mundo. Soy fuerte y suave, blanco y largo. Qu distinto a ser
slo una planta, incluso dando flores! Nadie te cuida, y slo recibes agua cuando
llueve. Ahora hay quien me atiende: la muchacha me da la vuelta cada maana,
y al anochecer me riega con la regadera. La propia seora del Pastor ha
pronunciado un discurso sobre m, diciendo que soy el lino mejor de la
parroquia. No puede haber una dicha ms completa.
Lleg la tela a casa y cay en manos de las tijeras. Cmo la cortaban, y qu
manera de punzarla con la aguja! Verdaderamente no daba ningn gusto! Pero
de la tela salieron doce prendas de ropa blanca, de aquellas que es incorrecto
nombrar, pero que necesitan todas las personas. Nada menos que doce prendas!
Mirad! Ahora s que de m ha salido algo! ste era, pues, mi destino. Es
esplndido; ahora presto un servicio al mundo, y as es como debe ser; esto da
gusto de verdad. Nos hemos convertido en doce, y, sin embargo, seguimos
siendo uno y el mismo, somos una docena. Qu sorpresas tiene la suerte!
Pasaron aos, ya no podan seguir sirviendo.
Algn da tendr que venir el final deca cada prenda. Bien me habra
gustado durar ms tiempo, pero no hay que pedir imposibles.
Fueron cortadas a trozos y convertidas en trapos, por lo que creyeron que
estaban listos definitivamente, pues los descuartizaron, estrujaron y cocieron
(qu s yo lo que hicieron con ellos!), y he aqu que quedaron transformados en
un hermoso papel blanco.
Caramba, vaya sorpresa! Y sorpresa agradable adems! dijo el papel.
Soy ahora ms fino que antes, y escribirn en m. Las cosas que van a escribir!
sta s que es una suerte fabulosa . Y, en efecto, escribieron en l historias
maravillosas, y la gente escuchaba embobada su lectura, pues eran narraciones
de la mejor ndole, de las que hacen a los hombres mejores y ms sabios de lo
que fueran antes; era una verdadera bendicin lo que decan aquellas palabras
escritas.
Esto es ms de cuanto haba soado mientras era una florecita del campo.
Cmo poda ocurrrseme que un da iba a llevar la alegra y el saber a los
hombres! An ahora no acierto a comprenderlo! Y, no obstante, es verdad. Dios
Nuestro Seor sabe que nada he hecho por m mismo, nada ms que lo que caa
dentro de mis humildes posibilidades. Y, con todo, me depara gozo tras gozo.
Cada vez que pienso: Se termin la cancin!, me encuentro elevado a una
condicin mejor y ms alta. Seguramente me enviarn ahora a viajar por el
mundo entero, para que todos los hombres me lean. Es lo ms probable. Antes
daba flores azules; ahora, en lugar de flores, tengo los ms bellos pensamientos.
Soy el ms feliz del mundo!
Pero el papel no sali de viaje, sino que fue enviado a la imprenta, donde todo lo
que tena escrito se imprimi para confeccionar un libro, o, mejor dicho, muchos
centenares de libros; pues de esta manera un nmero infinito de personas
podran extraer de ellos mucho ms placer y provecho que si el nico papel
original hubiese recorrido todo el Globo, con la seguridad de que a mitad de
camino habra quedado ya inservible.
S, esto es indudablemente lo ms satisfactorio de todo pens el papel
escrito. No se me haba ocurrido. Me quedo en casa y me tratan con todos los
honores, como si fuese el abuelo. Y han escrito sobre m; justamente sobre m
fluyeron las palabras salidas de la pluma. Yo me quedo, y los libros se marchan.
Ahora puede hacerse algo positivo. Qu contento estoy, y qu feliz me siento!.
Despus envolvieron el papel, formando un paquetito, y lo pusieron en un cajn.
Cumplida la misin, conviene descansar dijo el papel. Es lgico y
razonable recogerse y reflexionar sobre lo que hay en uno. Hasta ahora no supe
lo que se encerraba en m. Concete a ti mismo, ah est el progreso. Qu
vendr despus?. De seguro que algn adelanto; siempre adelante!
Un da echaron todo el papel a la chimenea, pues iban a quemarlo en vez de
venderlo al tendero para envolver mantequilla y azcar. Haban acudido los
chiquillos de la casa y formaban crculo; queran verlo arder, y contemplar las
rojas chispas en el papel hecho ceniza, aquellas chispas que parecan correr y
extinguirse una tras otra con gran rapidez son los nios que salen de la
escuela, y la ltima chispa es el maestro; a menudo cree uno que se ha marchado
ya, y resulta que vuelve a presentarse por detrs.
Y todo el papel formaba un montn en el fuego. Qu modo de echar llamas!
Uf!, dijo, y en un santiamn estuvo convertido todo l en una llama, que se
elev mucho ms de lo que hiciera jams la florecita azul del lino, y brill
mucho ms tambin que la blanca tela de hilo. Todas las letras escritas
adquirieron instantneamente un tono rojo, y todas las palabras e ideas quedaron
convertidas en llamas.
Ahora subo en lnea recta hacia el Sol! exclam en el seno de la llama, y
pareci como si mil voces lo dijeran al unsono; y la llama se elev por la
chimenea y sali al exterior. Ms sutiles que las llamas, invisibles del todo a los
humanos ojos, flotaban seres minsculos, iguales en nmero a las flores que
haba dado el lino. Eran ms ligeros an que la llama que hablan producido, y
cuando sta se extingui, quedando del papel solamente las negras cenizas,
siguieron ellos bailando todava un ratito, y all donde tocaban dejaban sus
huellas, las chispas rojas. Los nios salan de la escuela, y el maestro, el ltimo
de todos. Daba gozo verlo; los nios de la casa, de pie, cantaban junto a las
cenizas apagadas:
Ronca que ronca, carraca,
ronca con tesn.
Se termin la cancin!
Pero los minsculos seres invisibles decan a coro:
La cancin no ha terminado, y esto es lo ms hermoso de todo! Lo s, y por
eso soy el ms feliz del mundo.
Mas esto los nios no pueden orlo ni entenderlo, ni tienen por qu entenderlo,
pues los nios no necesitan saberlo todo.

EL NIDO DE CISNES

Entre los mares Bltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama
Dinamarca. En l nacieron y siguen naciendo cisnes que jams morirn.
En tiempos remotos, una bandada de estas aves vol, por encima de los Alpes,
hasta las verdes llanuras de Miln; aquella bandada de cisnes recibi el nombre
de longobardos.
Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigi a Bizancio,
donde se sent en el trono imperial y extendi sus amplias alas blancas a modo
de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.
En la costa de Francia reson un grito de espanto ante la presencia de los cisnes
sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:
Dios nos libre de los salvajes normandos!
Sobre el verde csped de Inglaterra se pos el cisne dans, con triple corona real
sobre la cabeza y extendiendo sobre el pas el cetro de oro.
Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses
llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.
Todo eso ocurri en pocas remotsimas dirs.
Tambin en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.
Hzose luz en el aire, hzose luz sobre los campos del mundo; con sus robustos
aleteos, el cisne disip la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado,
como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.
S, en aquel tiempo dices . Pero, y en nuestros das?
Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno puls con sus alas las
cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de
Noruega se levantaron ms altas, iluminadas por el sol de la Historia. Oyse un
murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nrdicos, sus hroes y sus
nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.
Vimos un cisne que bata las alas contra la pea marmrea, con tal fuerza que la
quebr, y las esplndidas figuras encerradas en la piedra avanzaron hasta quedar
inundadas de luz resplandeciente, y los hombres de las tierras circundantes
levantaron la cabeza para contemplar las portentosas estatuas.
Vimos un tercer cisne que hilaba la hebra del pensamiento, el cual da ahora la
vuelta al mundo de pas en pas, y su palabra vuela con la rapidez del rayo.
Dios Nuestro Seor ama al viejo nido de cisnes construido entre los mares
Bltico y Norte.
Dejad si no que otras aves prepotentes se acerquen por los aires con propsito de
destruirlo. No lo lograrn jams! Hasta las cras implumes se colocan en circulo
en el borde del nido; bien lo hemos visto. Recibirn los embates en pleno pecho,
del que manar la sangre; mas ellos se defendern con el pico y con las garras.
Pasarn an siglos, otros cisnes saldrn del nido, que sern vistos y odos en
toda la redondez del Globo, antes de que llegue la hora en que pueda decirse en
verdad:
- Es el ltimo de los cisnes, el ltimo canto que sale de su nido.

EL NIO TRAVIESO

rase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando
estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; fuera llova a cntaros, pero el
anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa, en la
que arda un buen fuego y se asaban manzanas.
Ni un pelo de la ropa les quedar seco a los infelices que este temporal haya
pillado fuera de casa dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.
brame! Tengo fro y estoy empapado! grit un nio desde fuera. Y
llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caa furiosa, y el viento haca
temblar todas las ventanas.
Pobrecillo! dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo
completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba
de fro; de no hallar refugio, seguramente habra sucumbido, vctima de la
inclemencia del tiempo.
Pobre pequeo! exclam el compasivo poeta, cogindolo de la mano.
Ven conmigo, que te calentar! Voy a darte vino y una manzana, porque eres
tan precioso.
Y lo era, en efecto. Sus ojos parecan dos lmpidas estrellas, y sus largos y
ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un
verdadero angelito, pero estaba plido de fro y tirtaba con todo su cuerpo.
Sostena en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la
humedad, los colores de sus flechas se haban borrado y mezclado unos con
otros.
El poeta se sent junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, escurrile el
agua del cabello, le calent las manitas en las suyas y le prepar vino dulce. El
pequeo no tard en rehacerse: el color volvi a sus mejillas, y, saltando al
suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.
Eres un rapaz alegre! dijo el viejo. Cmo te llamas?
Me llamo Amor respondi el pequeo. No me conoces? Ah est mi
arco, con el que disparo, puedes creerme. Mira, ya ha vuelto el buen tiempo, y la
luna brilla.
Pero tienes el arco estropeado observ el anciano.
Mala cosa sera! exclam el chiquillo, y, recogindolo del suelo, lo
examin con atencin. Bah!, ya se ha secado; no le ha pasado nada; la cuerda
est bien tensa. Voy a probarlo! . Tens el arco, psole una flecha y,
apuntando, dispar certero, atravesando el corazn del buen poeta. Ya ves
que mi arco no est estropeado! dijo, y, con una carcajada, se march.
Habase visto un chiquillo ms malo! Disparar as contra el viejo poeta, que lo
haba acogido en la caliente habitacin, se haba mostrado tan bueno con l y le
haba dado tan exquisito vino y sus mejores manzanas!
El buen seor yaca en el suelo, llorando; realmente le haban herido en el
corazn.
Oh, qu nio tan prfido es ese Amor! Se lo contar a todos los chiquillos
buenos, para que estn precavidos y no jueguen con l, pues procurar causarles
algn dao.
Todos los nios y nias buenos a quienes cont lo sucedido se pusieron en
guardia contra las tretas de Amor, pero ste continu haciendo de las suyas, pues
realmente es de la piel del diablo. Cuando los estudiantes salen de sus clases, l
marcha a su lado, con un libro debajo del brazo y vestido con levita negra. No lo
reconocen y lo cogen del brazo, creyendo que es tambin un estudiante, y
entonces l les clava una flecha en el pecho. Cuando las muchachas vienen de
escuchar al seor cura y han recibido ya la confirmacin l las sigue tambin. S,
siempre va detrs de la gente. En el teatro se sienta en la gran araa, y echa
llamas para que las personas crean que es una lmpara, pero qui!; demasiado
tarde descubren ellas su error. Corre por los jardines y en torno a las murallas.
S, un da hiri en el corazn a tu padre y a tu madre. Pregntaselo, vers lo que
te dicen. Creme, es un chiquillo muy travieso este Amor; nunca quieras tratos
con l; acecha a todo el mundo. Piensa que un da dispar, una flecha hasta a tu
anciana abuela; pero de eso hace mucho tiempo. Ya pas, pero ella no lo olvida.
Caramba con este diablillo de Amor! Pero ahora ya lo conoces y sabes lo malo
que es.

EL PACTO DE AMISTAD
No hace mucho que volvimos de un viajecito, y ya estamos impacientes por
emprender otro ms largo. Adnde? Pues a Esparta, a Micenas, a Delfos. Hay
cientos de lugares cuyo solo nombre os alboroza el corazn. Se va a caballo,
cuesta arriba, por entre monte bajo y zarzales; un viajero solitario equivale a
toda una caravana. l va delante con su argoyat, una acmila transporta el
bal, la tienda y las provisiones, y a retaguardia siguen, dndole escolta, una
pareja de gendarmes. Al trmino de la fatigosa jornada, no le espera una posada
ni un lecho mullido; con frecuencia, la tienda es su nico techo, en medio de la
grandiosa naturaleza salvaje. El argoyat le prepara la cena: un arroz pilav;
miradas de mosquitos revolotean en torno a la diminuta tienda; es una noche
lamentable, y maana el camino cruzar ros muy hinchados. Tente firme sobre
el caballo, si no quieres que te lleve la corriente!
Cul ser la recompensa para tus fatigas? La ms sublime, la ms rica. La
Naturaleza se manifiesta aqu en toda su grandeza, cada lugar est lleno de
recuerdos histricos, alimento tanto para la vista como para el pensamiento. El
poeta puede cantarlo, y el pintor, reproducirlo en cuadros opulentos; pero el
aroma de la realidad, que penetra en los sentidos del espectador y los impregna
para toda la eternidad, eso no pueden reproducirlo.
En muchos apuntes he tratado de presentar de manera intuitiva un rinconcito de
Atenas y de sus alrededores, y, sin embargo, qu plido ha sido el cuadro
resultante! Qu poco dice de Grecia, de este triste genio de la belleza, cuya
grandeza y dolor jams olvidar el forastero!
Aquel pastor solitario de all en la roca, con el simple relato de una incidencia
de su vida, sabra probablemente, mucho mejor que yo con mis pinturas, abrirte
los ojos a ti, que quieres contemplar la tierra de los helenos en sus diversos
aspectos.
Dejmosle, pues, la palabra dice mi Musa. El pastor de la montaa nos
hablar de una costumbre, una simptica costumbre tpica de su pas.
Nuestra casa era de barro, y por jambas tena unas columnas estriadas,
encontradas en el lugar donde se construy la choza. El tejado bajaba casi hasta
el suelo, y hoy era negruzco y feo, pero cuando lo colocaron esta a formado por
un tejido de florida adelfa y frescas ramas de laurel, tradas de las montaas. En
torno a la casa apenas quedaba espacio; las peas formaban paredes cortadas a
pico, de un color negro y liso, y en lo ms alto de ellas colgaban con frecuencia
jirones de nubes semejantes a blancas figuras vivientes. Nunca o all el canto de
un pjaro, nunca vi bailar a los hombres al son de la gaita; pero en los viejos
tiempos, este lugar era sagrado, y hasta su nombre lo recuerda, pues se llama
Delfos. Los montes hoscos y tenebrosos aparecan cubiertos de nieve; el ms
alto, aquel de cuya cumbre tardaba ms en apagarse el sol poniente, era el
Parnaso; el torrente que corra junto a nuestra casa bajaba de l, y antao haba
sido sagrado tambin. Hoy, el asno enturbia sus aguas con sus patas, pero la
corriente sigue impetuosa y pronto recobra su limpidez. Cmo recuerdo aquel
lugar y su santa y profunda soledad! En el centro de la choza encendan fuego, y
en su rescoldo, cuando slo quedaba un espeso montn de cenizas ardientes,
cocan el pan. Cuando la nieve se apilaba en torno a la casuca hasta casi
ocultarla, mi madre pareca ms feliz que nunca; me coga la cabeza entre las
manos, me besaba en la frente y cantaba canciones que nunca le oyera en otras
ocasiones, pues los turcos, nuestros amos, no las toleraban. Cantaba:
En la cumbre del Olimpo, en el bajo bosque de pinos, estaba un viejo ciervo
con los ojos llenos de lgrimas; lloraba lgrimas rojas, s, y hasta verdes y azul
celeste: Pas entonces un corzo:
Qu tienes, que as lloras lgrimas rojas, verdes y azuladas? El turco ha
venido a nuestra ciudad, cazando con perros salvajes, toda una jaura.
Los echar de las islas dijo el corzo, los echar de las islas al mar
profundo!. Pero antes de ponerse el sol el corzo estaba muerto; antes de que
cerrara la noche, el ciervo haba sido cazado y muerto.
Y cuando mi madre cantaba as, se le humedecan los ojos, y de sus largas
pestaas colgaba una lgrima; pero ella la ocultaba y volva el pan negro en la
ceniza. Yo entonces, apretando el puo, deca: Mataremos a los turcos!.
Mas ella repeta las palabras de la cancin: Los echar de las islas al mar
profundo! . Pero antes de ponerse el sol, el corzo estaba muerto; antes de que
cerrara la noche, el ciervo haba sido cazado y muerto.
Llevbamos varios das, con sus noches, solos en la choza, cuando lleg mi
padre; yo saba que iba a traerme conchas del Golfo de Lepanto, o tal vez un
cuchillo, afilado y reluciente. Pero esta vez nos trajo una criaturita, una nia
desnuda, bajo su pelliza. Iba envuelta en una piel, y al depositarla, desnuda,
sobre el regazo de mi madre, vimos que todo lo que llevaba consigo eran tres
monedas de plata atadas en el negro cabello. Mi padre dijo que los turcos haban
dado muerte a los padres de la pequea; tantas y tantas cosas nos cont, que
durante toda la noche estuve soando con ello. Mi padre vena tambin herido;
mi madre le vend el brazo, pues la herida era profunda, y la gruesa pelliza
estaba tiesa de la sangre coagulada. La chiquilla sera mi hermana, qu hermosa
era! Los ojos de mi madre no tenan ms dulzura que los suyos. Anastasia as
la llamaban sera mi hermana, pues su padre la haba confiado al mo, de
acuerdo con la antigua costumbre que seguamos observando. De jvenes haban
trabado un pacto de fraternidad, eligiendo a la doncella ms hermosa y virtuosa
de toda la comarca para tomar el juramento. Muy a menudo oa yo hablar de
aquella hermosa y rara costumbre.
Y, as, la pequea se convirti en mi hermana. La sentaba sobre mis rodillas, le
traa flores y plumas de las aves montaraces, bebamos juntos de las aguas del
Parnaso, y juntos dormamos bajo el tejado de laurel de la choza, mientras mi
madre segua cantando, invierno tras invierno, su cancin de las lgrimas rojas,
verdes y azuladas. Pero yo no comprenda an que era mi propio pueblo, cuyas
innmeras cuitas se reflejaban en aquellas lgrimas.
Un da vinieron tres hombres; eran francos y vestan de modo distinto a
nosotros. Llevaban sus camas y tiendas cargadas en caballeras, y los
acompaaban ms de veinte turcos, armados con sables y fusiles, pues los
extranjeros eran amigos del baj e iban provistos de cartas de introduccin.
Venan con el solo objeto de visitar nuestras montaas, escalar el Parnaso por
entre la nieve y las nubes, y contemplar las extraas rocas negras y escarpadas
que rodeaban nuestra choza. No caban en ella, aparte que no podan soportar el
humo que, deslizndose por debajo del techo, sala por la baja puerta; por eso
levantaron sus tiendas en el reducido espacio que quedaba al lado de la casuca, y
asaron corderos y aves, y bebieron vino dulce y fuerte; pero los turcos no podan
probarlo.
Al proseguir su camino, yo los acompa un trecho con mi hermanita Anastasia
a la espalda, envuelta en una piel de cabra. Uno de aquellos seores francos me
coloc delante de una roca y me dibuj junto con la nia, tan bien, que
parecamos vivos y como si fusemos una sola persona. Nunca haba yo pensado
en ello, y, sin embargo, Anastasia y yo ramos uno solo, pues ella se pasaba la
vida sentada en mis rodillas o colgada de mi espalda, y cuando yo soaba,
siempre figuraba ella en mis sueos.

EL PATITO FEO

Qu hermosa estaba la campia! Haba llegado el verano: el trigo estaba


amarillo; la avena, verde; la hierba de los prados, cortada ya, quedaba recogida
en los pajares, en cuyos tejados se paseaba la cigea, con sus largas patas rojas,
hablando en egipcio, que era la lengua que le enseara su madre. Rodeaban los
campos y prados grandes bosques, y entre los bosques se escondan lagos
profundos. Qu hermosa estaba la campia! Baada por el sol levantbase una
mansin seorial, rodeada de hondos canales, y desde el muro hasta el agua
crecan grandes plantas trepadoras formando una bveda tan alta que dentro de
ella poda estar de pie un nio pequeo, mas por dentro estaba tan enmaraado,
que pareca el interior de un bosque. En medio de aquella maleza, una gansa,
sentada en el nido, incubaba sus huevos. Estaba ya impaciente, pues tardaban
tanto en salir los polluelos, y reciba tan pocas visitas!
Los dems patos preferan nadar por los canales, en vez de entrar a hacerle
compaa y charlar un rato.
Por fin empezaron a abrirse los huevos, uno tras otro. Pip, pip!, decan los
pequeos; las yemas haban adquirido vida y los patitos asomaban la cabecita
por la cscara rota.
cuac, cuac! gritaban con todas sus fuerzas, mirando a todos lados por
entre las verdes hojas. La madre los dejaba, pues el verde es bueno para los ojos.
Qu grande es el mundo! exclamaron los polluelos, pues ahora tenan
mucho ms sitio que en el interior del huevo.
Creis que todo el mundo es esto? dijo la madre. Pues andis muy
equivocados. El mundo se extiende mucho ms lejos, hasta el otro lado del
jardn, y se mete en el campo del cura, aunque yo nunca he estado all. Estis
todos? prosigui, incorporndose. Pues no, no los tengo todos; el huevo
gordote no se ha abierto an. Va a tardar mucho? Ya estoy hasta la coronilla
de tanto esperar!
Bueno, qu tal vamos? pregunt una vieja gansa que vena de visita.
Este huevo que no termina nunca! respondi la clueca. No quiere salir.
Pero mira los dems patitos: verdad que son lindos? Todos se parecen a su
padre; y el sinvergenza no viene a verme.
Djame ver el huevo que no quiere romper dijo la vieja. Creme, esto es
un huevo de pava; tambin a mi me engaaron una vez, y pas muchas fatigas
con los polluelos, pues le tienen miedo al agua. No pude con l; me desgait y
lo puse verde, pero todo fue intil. A ver el huevo. S, es un huevo de pava.
Djalo y ensea a los otros a nadar.
Lo empollar un poquitn ms dijo la clueca. Tanto tiempo he estado
encima de l, que bien puedo esperar otro poco!
Cmo quieras! contest la otra, despidindose.
Al fin se parti el huevo. Pip, pip! hizo el polluelo, saliendo de la cscara.
Era gordo y feo; la gansa se qued mirndolo:
Es un pato enorme dijo; no se parece a ninguno de los otros; ser un
pavo? Bueno, pronto lo sabremos; del agua no se escapa, aunque tenga que
zambullirse a trompazos.
El da siguiente amaneci esplndido; el sol baaba las verdes hojas de la
enramada. La madre se fue con toda su prole al canal y, plas!, se arroj al agua.
Cuac, cuac! gritaba, y un polluelo tras otro se fueron zambullendo
tambin; el agua les cubri la cabeza, pero enseguida volvieron a salir a flote y
se pusieron a nadar tan lindamente. Las patitas se movan por s solas y todos
chapoteaban, incluso el ltimo polluelo gordote y feo.
Pues no es pavo dijo la madre. Fjate cmo mueve las patas, y qu bien
se sostiene! Es hijo mo, no hay duda. En el fondo, si bien se mira, no tiene nada
de feo, al contrario. Cuac, cuac! Venid conmigo, os ensear el gran mundo, os
presentar a los patos del corral. Pero no os alejis de mi lado, no fuese que
alguien os atropellase; y mucho cuidado con el gato!
Y se encaminaron al corral de los patos, donde haba un barullo espantoso, pues
dos familias se disputaban una cabeza de anguila. Y al fin fue el gato quien se
qued con ella.
Veis? As va el mundo dijo la gansa madre, afilndose el pico, pues
tambin ella hubiera querido pescar el botn. Servos de las patas! y a ver si
os despabilis. Id a hacer una reverencia a aquel pato viejo de all; es el ms
ilustre de todos los presentes; es de raza espaola, por eso est tan gordo. Ved la
cinta colorada que lleva en la pata; es la mayor distincin que puede otorgarse a
un pato. Es para que no se pierda y para que todos lo reconozcan, personas y
animales. Ala, sacudiros! No metis los pies para dentro. Los patitos bien
educados andan con las piernas esparrancadas, como pap y mam. As!, veis?
Ahora inclinad el cuello y decir: cuac!.
Todos obedecieron, mientras los dems gansos del corral los miraban, diciendo
en voz alta:
Vaya! slo faltaban stos; como si no fusemos ya bastantes! Y, qu asco!
Fijaos en aquel pollito: a se s que no lo toleramos! . Y enseguida se
adelant un ganso y le propin un picotazo en el pescuezo.
Djalo en paz! exclam la madre. No molesta a nadie.
S, pero es gordote y extrao replic el agresor; habr que sacudirlo.
Tiene usted unos hijos muy guapos, seora dijo el viejo de la pata
vendada. Lstima de este gordote; se s que es un fracaso. Me gustara que
pudiese retocarlo.
No puede ser, Seora dijo la madre. Cierto que no es hermoso, pero
tiene buen corazn y nada tan bien como los dems; incluso dira que mejor. Me
figuro que al crecer se arreglar, y que con el tiempo perder volumen. Estuvo
muchos das en el huevo, y por eso ha salido demasiado robusto . Y con el
pico le pellizc el pescuezo y le alis el plumaje . Adems, es macho
prosigui, as que no importa gran cosa. Estoy segura de que ser fuerte y se
despabilar.
Los dems polluelos son encantadores de veras dijo el viejo.
Considrese usted en casa; y si encuentra una cabeza de anguila, haga el favor
de trarmela.
Y de este modo tomaron posesin de la casa.
El pobre patito feo no reciba sino picotazos y empujones, y era el blanco de las
burlas de todos, lo mismo de los gansos que de las gallinas. Qu ridculo!, se
rean todos, y el pavo, que por haber venido al mundo con espolones se crea el
emperador, se hencha como un barco a toda vela y arremeta contra el patito,
con la cabeza colorada de rabia. El pobre animalito nunca saba dnde meterse;
estaba muy triste por ser feo y porque era la chacota de todo el corral.
As transcurri el primer da; pero en los sucesivos las cosas se pusieron an
peor. Todos acosaban al patito; incluso sus hermanos lo trataban brutalmente, y
no cesaban de gritar: As te pescara el gato, bicho asqueroso!; y hasta la
madre deseaba perderlo de vista. Los patos lo picoteaban; las gallinas lo
golpeaban, y la muchacha encargada de repartir el pienso lo apartaba a
puntapis.

EL PEQUEO TUK
Pues s, ste era el pequeo Tuk. En realidad no se llamaba as, pero ste era el
nombre que se daba a s mismo cuando an no saba hablar. Quera decir Carlos,
es un detalle que conviene saber. Resulta que tena que cuidar de su hermanita
Gustava, mucho menor que l, y luego tena que aprenderse sus lecciones; pero,
cmo atender a las dos cosas a la vez? El pobre muchachito tena a su hermana
sentada sobre las rodillas y le cantaba todas las canciones que saba, mientras
sus ojos echaban alguna que otra mirada al libro de Geografa, que tena abierto
delante de l. Para el da siguiente habra de aprenderse de memoria todas las
ciudades de Zelanda y saberse, adems, cuanto de ellas conviene conocer.
Lleg la madre a casa y se hizo cargo de Gustavita. Tuk corri a la ventana y se
estuvo leyendo hasta que sus ojos no pudieron ms, pues haba ido oscureciendo
y su madre no tena dinero para comprar velas.
Ah va la vieja lavandera del callejn dijo la madre, que se haba asomado
a la ventana. La pobre apenas puede arrastrarse y an tiene que cargar con el
cubo lleno de agua desde la bomba. Anda, Tuk, s bueno y ve a ayudar a la
pobre viejecita. Hars una buena accin.
Tuk corri a la calle a ayudarla, pero cuando estuvo de regreso la oscuridad era
completa, y como no haba que pensar en encender la luz, no tuvo ms remedio
que acostarse. Su lecho era un viejo camastro y, tendido en l estuvo pensando
en su leccin de Geografa, en Zelanda y todo lo que haba explicado el maestro.
Debiera haber seguido estudiando, pero era imposible, y se meti el libro debajo
de la almohada, porque haba odo decir que aquello ayudaba a retener las
lecciones en la mente; pero no hay que fiarse mucho de lo que se oye decir.
Y all se estuvo piensa que te piensa, hasta que de pronto le pareci que alguien
le daba un beso en la boca y en los ojos. Se durmi, y, sin embargo, no estaba
dormido; era como si la anciana lavandera lo mirara con sus dulces ojos y le
dijera: Sera un gran pecado que maana no supieses tus lecciones. Me has
ayudado, ahora te ayudar yo, y Dios Nuestro Seor lo har, en todo momento.
Y de pronto el libro empez a moverse y agitarse debajo de la almohada de
nuestro pequeo Tuk.
Quiquiriqu! Put, put! . Era una gallina que vena de Kjge.
Soy una gallina de Kjge! grit, y luego se puso a contar del nmero de
habitantes que all haba, y de la batalla que en la ciudad se haba librado,
aadiendo empero que en realidad no vala la pena mencionarla. Otro meneo
y zarandeo y, bum!, algo que se cae: un ave de madera, el papagayo del tiro al
pjaro de Prast. Dijo que en aquella ciudad vivan tantos habitantes como
clavos tena l en el cuerpo, y estaba no poco orgulloso de ello. Thorwaldsen
vivi muy cerca de m. Catapln! Qu bien se est aqu!
Pero Tuk ya no estaba tendido en su lecho; de repente se encontr montado
sobre un caballo, corriendo a galope tendido. Un jinete magnficamente vestido,
con brillante casco y flotante penacho, lo sostena delante de l, y de este modo
atravesaron el bosque hasta la antigua ciudad de Vordingborg, muy grande y
muy bulliciosa por cierto. Altivas torres se levantaban en el palacio real, y de
todas las ventanas sala vivsima luz; en el interior todo eran cantos y bailes: el
rey Waldemar bailaba con las jvenes damas cortesanas, ricamente ataviadas.
Despunt el alba, y con la salida del sol desaparecieron la ciudad, el palacio y
las torres una tras otra, hasta no quedar sino una sola en la cumbre de la colina,
donde se levantara antes el castillo. Era la ciudad muy pequea y pobre, y los
chiquillos pasaban con sus libros bajo el brazo, diciendo: Dos mil habitantes
. Pero no era verdad, no tena tantos.
Y Tuk segua en su camita, como soando, y, sin embargo, no soaba, pero
alguien permaneca junto a l.
Tuquito, Tuquito! dijeron. Era un marino, un hombre muy pequen,
semejante a un cadete, pero no era un cadete.
Te traigo muchos saludos de Korsr. Es una ciudad floreciente, llena de vida,
con barcos de vapor y diligencias; antes pasaba por fea y aburrida, pero sta es
una opinin anticuada.
Estoy a orillas del mar, dijo Korsr; tengo carreteras y parques y he sido la
cuna de un poeta que tena ingenio y gracia; no todos los tienen. Una vez quise
armar un barco para que diese la vuelta al mundo, mas no lo hice, aunque habra
podido; y, adems, huelo tan bien! Pues en mis puertas florecen las rosas ms
bellas.
Tuk las vio, y ante su mirada todo apareci rojo y verde; pero cuando se
esfumaron los colores, se encontr ante una ladera cubierta de bosque junto al
lmpido fiordo, y en la cima se levantaba una hermosa iglesia, antigua, con dos
altas torres puntiagudas. De la ladera brotaban fuentes que bajaban en espesos
riachuelos de aguas murmureantes, y muy cerca estaba sentado un viejo rey con
la corona de oro sobre el largo cabello; era el rey Hroar de las Fuentes, en las
inmediaciones de la ciudad de Roeskilde, como la llaman hoy da. Y todos los
reyes y reinas de Dinamarca, coronados de oro, se encaminaban, cogidos de la
mano, a la vieja iglesia, entre los sones del rgano y el murmullo de las fuentes.
Nuestro pequeo Tuk lo vea y oa todo.
No olvides los Estados! le dijo el rey Hroar.
De pronto desapareci todo. Dnde haba ido a parar? Daba exactamente la
impresin de cuando se vuelve la pgina de un libro. Y hete aqu una anciana,
una escardadera venida de Sor, donde la hierba crece en la plaza del mercado.
Llevaba su delantal de tela gris sobre la cabeza y colgndole de la espalda;
estaba muy mojado seguramente haba llovido . S que ha llovido dijo la
mujer, y le cont muchas cosas divertidas de las comedias de Holberg, as como
de Waldemar y Absaln. Pero de pronto se encogi toda ella y se puso a mover
la cabeza como si quisiera saltar. Cuac! dijo, est mojado, est mojado;
hay un silencio de muerte en Sor . Se haba transformado en rana; cuac!, y
luego otra vez en una vieja . Hay que vestirse segn el tiempo dijo. Est
mojado, est mojado! Mi ciudad es como una botella: se entra por el tapn y
luego hay que volver a salir. Antes tena yo corpulentas anguilas en el fondo de
la botella, y ahora tengo muchachos robustos, de coloradas mejillas, que
aprenden la sabidura: griego, hebreo, cuac, cuac! . Sonaba como si las ranas
cantasen o como cuando caminis por el pantano con grandes botas. Era siempre
la misma nota, tan fastidiosa, tan montona, que Tuk acab por quedarse
profundamente dormido, y le sent muy bien el sueo, porque empezaba a
ponerse nervioso.
Pero aun entonces tuvo otra visin, o lo que fuera. Su hermanita Gustava, la de
ojos azules y cabello rubio ensortijado, se haba convertido en una esbelta
muchacha, y, sin tener alas, poda volar. Y he aqu que los dos volaron por
encima de Zelanda, por encima de sus verdes bosques y azules lagos.
Oyes cantar el gallo, Tuquito? Quiquiriqu! Las gallinas salen volando de
Kjge. Tendrs un gallinero, un gran gallinero! No padecers hambre ni
miseria. Cazars el pjaro, como suele decirse; sers un hombre rico y feliz. Tu
casa se levantar altivamente como la torre del rey Waldemar, y estar adornada
con columnas de mrmol como las de Prast. Ya me entiendes. Tu nombre
famoso dar la vuelta a la Tierra, como el barco que deba partir de Korsr y en
Roeskilde no te olvides de los Estados! dijo el rey Hroar ; hablars con
bondad y talento, Tuquito, y cuando desciendas a la tumba, reposars tranquilo...
Como si estuviese en Sor! dijo Tuk, y se despert. Brillaba la luz del
da, y el nio no recordaba ya su sueo; pero era mejor as, pues nadie debe
saber cul ser su destino. Salt de la cama, abri el libro y en un periquete se
supo la leccin. La anciana lavandera asom la cabeza por la puerta y,
dirigindole un gesto carioso, le dijo:
Gracias, hijo mo, por tu ayuda! Dios Nuestro Seor haga que se
convierta en realidad tu sueo ms hermoso.
Tuk no saba lo que haba soado, pero comprendes? Nuestro Seor s lo saba.

EL PORQUERIZO
rase una vez un prncipe que andaba mal de dinero. Su reino era muy pequeo,
aunque lo suficiente para permitirle casarse, y esto es lo que el prncipe quera
hacer.
Sin embargo, fue una gran osada por su parte el irse derecho a la hija del
Emperador y decirle en la cara: Me quieres por marido?. Si lo hizo, fue
porque la fama de su nombre haba llegado muy lejos. Ms de cien princesas lo
habran aceptado, pero, lo querra ella?
Pues vamos a verlo.
En la tumba del padre del prncipe creca un rosal, un rosal maravilloso; floreca
solamente cada cinco aos, y aun entonces no daba sino una flor; pero era una
rosa de fragancia tal, que quien la ola se olvidaba de todas sus penas y
preocupaciones. Adems, el prncipe tena un ruiseor que, cuando cantaba,
habrase dicho que en su garganta se juntaban las ms bellas melodas del
universo. Decidi, pues, que tanto la rosa como el ruiseor seran para la
princesa, y se los envi encerrados en unas grandes cajas de plata.
El Emperador mand que los llevaran al gran saln, donde la princesa estaba
jugando a visitas con sus damas de honor. Cuando vio las grandes cajas que
contenan los regalos, exclam dando una palmada de alegra:
A ver si ser un gatito! pero al abrir la caja apareci el rosal con la
magnfica rosa.
Qu linda es! dijeron todas las damas.
Es ms que bonita precis el Emperador, es hermosa!
Pero cuando la princesa la toc, por poco se echa a llorar.
Ay, pap, qu lstima! dijo. No es artificial, sino natural!
Qu lstima! corearon las damas. Es natural!
Vamos, no te aflijas an, y veamos qu hay en la otra caja , aconsej el
Emperador; y sali entonces el ruiseor, cantando de un modo tan bello, que no
hubo medio de manifestar nada en su contra.
Superbe, charmant! exclamaron las damas, pues todas hablaban francs a
cual peor.
Este pjaro me recuerda la caja de msica de la difunta Emperatriz observ
un anciano caballero. Es la misma meloda, el mismo canto.
En efecto asinti el Emperador, echndose a llorar como un nio.
Espero que no sea natural, verdad? pregunt la princesa.
S, lo es; es un pjaro de verdad respondieron los que lo haban trado.
Entonces, dejadlo en libertad orden la princesa; y se neg a recibir al
prncipe.
Pero ste no se dio por vencido. Se embadurn de negro la cara y, calndose una
gorra hasta las orejas, fue a llamar a palacio.
Buenos das, seor Emperador dijo. No podrais darme trabajo en el
castillo?
Bueno replic el Soberano. Necesito a alguien para guardar los cerdos,
pues tenemos muchos.
Y as el prncipe pas a ser porquerizo del Emperador. Le asignaron un reducido
y msero cuartucho en los stanos, junto a los cerdos, y all hubo de quedarse.
Pero se pas el da trabajando, y al anochecer haba elaborado un primoroso
pucherito, rodeado de cascabeles, de modo que en cuanto empezaba a cocer las
campanillas se agitaban, y tocaban aquella vieja meloda:
Ay, querido Agustn,
todo tiene su fin!
Pero lo ms asombroso era que, si se pona el dedo en el vapor que se escapaba
del puchero, enseguida se adivinaba, por el olor, los manjares que se estaban
guisando en todos los hogares de la ciudad. Desde luego la rosa no poda
compararse con aquello!
He aqu que acert a pasar la princesa, que iba de paseo con sus damas y, al or
la meloda, se detuvo con una expresin de contento en su rostro; pues tambin
ella saba la cancin del "Querido Agustn". Era la nica que saba tocar, y lo
haca con un solo dedo.
Es mi cancin! exclam. Este porquerizo debe ser un hombre de gusto.
Oye, vete abajo y pregntale cunto cuesta su instrumento.
Tuvo que ir una de las damas, pero antes se calz unos zuecos.
Cunto pides por tu puchero? pregunt.
Diez besos de la princesa respondi el porquerizo.
Dios nos asista! exclam la dama.
ste es el precio, no puedo rebajarlo , observ l.
Qu te ha dicho? pregunt la princesa.
No me atrevo a repetirlo replic la dama. Es demasiado indecente.
Entonces dmelo al odo . La dama lo hizo as.
Es un grosero! exclam la princesa, y sigui su camino; pero a los pocos
pasos volvieron a sonar las campanillas, tan lindamente:
Ay, querido Agustn,
todo tiene su fin!

Escucha dijo la princesa. Pregntale si aceptara diez besos de mis


damas.
Muchas gracias fue la rplica del porquerizo. Diez besos de la princesa
o me quedo con el puchero.
Es un fastidio! exclam la princesa . Pero, en fin, poneos todas delante
de m, para que nadie lo vea.
Las damas se pusieron delante con los vestidos extendidos; el porquerizo recibi
los diez besos, y la princesa obtuvo la olla.
Dios santo, cunto se divirtieron! Toda la noche y todo el da estuvo el puchero
cociendo; no haba un solo hogar en la ciudad del que no supieran lo que en l se
cocinaba, as el del chambeln como el del remendn. Las damas no cesaban de
bailar y dar palmadas.
Sabemos quien comer sopa dulce y tortillas, y quien comer papillas y
asado. Qu interesante!
Interesantsimo asinti la Camarera Mayor.
S, pero de eso, ni una palabra a nadie; recordad que soy la hija del
Emperador.
No faltaba ms! respondieron todas. Ni que decir tiene!
El porquerizo, o sea, el prncipe pero claro est que ellas lo tenan por un
porquerizo autntico no dejaba pasar un solo da sin hacer una cosa u otra. Lo
siguiente que fabric fue una carraca que, cuando giraba, tocaba todos los valses
y danzas conocidos desde que el mundo es mundo.
Oh, esto es superbe! exclam la princesa al pasar por el lugar.
Nunca o msica tan bella! Oye, entra a preguntarle lo que vale el
instrumento; pero nada de besos, eh?
Pide cien besos de la princesa fue la respuesta que trajo la dama de honor
que haba entrado a preguntar.
Este hombre est loco! grit la princesa, echndose a andar; pero se
detuvo a los pocos pasos. Hay que estimular el Arte observ. Por algo
soy la hija del Emperador. Dile que le dar diez besos, como la otra vez; los
noventa restantes los recibir de mis damas.
Oh, seora, nos dar mucha vergenza! manifestaron ellas.
Ridiculeces! replic la princesa. Si yo lo beso, tambin podis hacerlo
vosotras. No olvidis que os mantengo y os pago. Y las damas no tuvieron
ms remedio que resignarse.
Sern cien besos de la princesa replic l o cada uno se queda con lo
suyo.
Poneos delante de m orden ella; y, una vez situadas las damas
convenientemente, el prncipe empez a besarla.
Qu alboroto hay en la pocilga? pregunt el Emperador, que acababa de
asomarse al balcn. Y, frotndose los ojos, se cal los lentes. Las damas de la
Corte que estn haciendo de las suyas; bajar a ver qu pasa.
Y se apret bien las zapatillas, pues las llevaba muy gastadas.
Demonios, y no se dio poca prisa!
Al llegar al patio se adelant callandito, callandito; por lo dems, las damas
estaban absorbidas contando los besos, para que no hubiese engao, y no se
dieron cuenta de la presencia del Emperador, el cual se levant de puntillas.
Qu significa esto? exclam al ver el besuqueo, dndole a su hija con la
zapatilla en la cabeza cuando el porquerizo reciba el beso nmero ochenta y
seis.
Fuera todos de aqu! grit, en el colmo de la indignacin. Y todos
hubieron de abandonar el reino, incluso la princesa y el porquerizo.
Y he aqu a la princesa llorando, y al porquerizo regandole, mientras llova a
cntaros.
Ay, msera de m! exclamaba la princesa. Por qu no acept al apuesto
prncipe? Qu desgraciada soy!
Entonces el porquerizo se ocult detrs de un rbol, y, limpindose la tizne que
le manchaba la cara y quitndose las viejas prendas con que se cubra, volvi a
salir esplndidamente vestido de prncipe, tan hermoso y gallardo, que la
princesa no tuvo ms remedio que inclinarse ante l.
He venido a decirte mi desprecio exclam l. Te negaste a aceptar a un
prncipe digno. No fuiste capaz de apreciar la rosa y el ruiseor, y, en cambio,
besaste al porquerizo por una bagatela. Pues ah tienes la recompensa!
Y entr en su reino y le dio con la puerta en las narices. Ella tuvo que quedarse
fuera y ponerse a cantar:
Ay, querido Agustn,
todo tiene su fin!

El ruiseor
En China, como sabes muy bien, el Emperador es chino, y chinos son todos los
que lo rodean. Hace ya muchos aos de lo que voy a contar, mas por eso
precisamente vale la pena que lo oigis, antes de que la historia se haya
olvidado.
El palacio del Emperador era el ms esplndido del mundo entero, todo l de la
ms delicada porcelana. Todo en l era tan precioso y frgil, que haba que ir
con mucho cuidado antes de tocar nada. El jardn estaba lleno de flores
maravillosas, y de las ms bellas colgaban campanillas de plata que sonaban
para que nadie pudiera pasar de largo sin fijarse en ellas. S, en el jardn imperial
todo estaba muy bien pensado, y era tan extenso, que el propio jardinero no
tena idea de dnde terminaba. Si seguas andando, te encontrabas en el bosque
ms esplndido que quepa imaginar, lleno de altos rboles y profundos lagos.
Aquel bosque llegaba hasta el mar, hondo y azul; grandes embarcaciones podan
navegar por debajo de las ramas, y all viva un ruiseor que cantaba tan
primorosamente, que incluso el pobre pescador, a pesar de sus muchas
ocupaciones, cuando por la noche sala a retirar las redes, se detena a escuchar
sus trinos.
Dios santo, y qu hermoso! exclamaba; pero luego tena que atender a sus
redes y olvidarse del pjaro; hasta la noche siguiente, en que, al llegar de nuevo
al lugar, repeta: Dios santo, y qu hermoso!
De todos los pases llegaban viajeros a la ciudad imperial, y admiraban el
palacio y el jardn; pero en cuanto oan al ruiseor, exclamaban: Esto es lo
mejor de todo!
De regreso a sus tierras, los viajeros hablaban de l, y los sabios escriban libros
y ms libros acerca de la ciudad, del palacio y del jardn, pero sin olvidarse
nunca del ruiseor, al que ponan por las nubes; y los poetas componan
inspiradsimos poemas sobre el pjaro que cantaba en el bosque, junto al
profundo lago.
Aquellos libros se difundieron por el mundo, y algunos llegaron a manos del
Emperador. Se hallaba sentado en su silln de oro, leyendo y leyendo; de vez en
cuando haca con la cabeza un gesto de aprobacin, pues le satisfaca leer
aquellas magnficas descripciones de la ciudad, del palacio y del jardn. Pero lo
mejor de todo es el ruiseor, deca el libro.
Qu es esto? pens el Emperador. El ruiseor? Jams he odo hablar de
l. Es posible que haya un pjaro as en mi imperio, y precisamente en mi
jardn? Nadie me ha informado. Est bueno que uno tenga que enterarse de
semejantes cosas por los libros!
Y mand llamar al mayordomo de palacio, un personaje tan importante, que
cuando una persona de rango inferior se atreva a dirigirle la palabra o hacerle
una pregunta, se limitaba a contestarle: P!. Y esto no significa nada.
Segn parece, hay aqu un pjaro de lo ms notable, llamado ruiseor dijo
el Emperador. Se dice que es lo mejor que existe en mi imperio; por qu no
se me ha informado de este hecho?
Es la primera vez que oigo hablar de l se justific el mayordomo.
Nunca ha sido presentado en la Corte.
Pues ordeno que acuda esta noche a cantar en mi presencia dijo el
Emperador. El mundo entero sabe lo que tengo, menos yo.
Es la primera vez que oigo hablar de l repiti el mayordomo. Lo
buscar y lo encontrar.
Encontrarlo?, dnde? El dignatario se cans de subir Y bajar escaleras y de
recorrer salas y pasillos. Nadie de cuantos pregunt haba odo hablar del
ruiseor. Y el mayordomo, volviendo al Emperador, le dijo que se trataba de
una de esas fbulas que suelen imprimirse en los libros.
Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe; son fantasas
y una cosa que llaman magia negra.
Pero el libro en que lo he ledo me lo ha enviado el poderoso Emperador del
Japn replic el Soberano; por tanto, no puede ser mentiroso. Quiero or al
ruiseor. Que acuda esta noche a, mi presencia, para cantar bajo mi especial
proteccin. Si no se presenta, mandar que todos los cortesanos sean pateados
en el estmago despus de cenar.
Tsingpe! dijo el mayordomo; y vuelta a subir y bajar escaleras y a
recorrer salas y pasillos, y media Corte con l, pues a nadie le haca gracia que
le patearan el estmago. Y todo era preguntar por el notable ruiseor, conocido
por todo el mundo menos por la Corte.
Finalmente, dieron en la cocina con una pobre muchachita, que exclam:
Dios mo! El ruiseor? Claro que lo conozco! qu bien canta! Todas las
noches me dan permiso para que lleve algunas sobras de comida a mi pobre
madre que est enferma. Vive all en la playa, y cuando estoy de regreso, me
paro a descansar en el bosque y oigo cantar al ruiseor. Y oyndolo se me
vienen las lgrimas a los ojos, como si mi madre me besase. Es un recuerdo que
me estremece de emocin y dulzura.
Pequea fregaplatos dijo el mayordomo, te dar un empleo fijo en la
cocina y permiso para presenciar la comida del Emperador, si puedes traernos al
ruiseor; est citado para esta noche.
Todos se dirigieron al bosque, al lugar donde el pjaro sola situarse; media
Corte tomaba parte en la expedicin. Avanzaban a toda prisa, cuando una vaca
se puso a mugir.
Oh! exclamaron los cortesanos. Ya lo tenemos! Qu fuerza para un
animal tan pequeo! Ahora que caigo en ello, no es la primera vez que lo oigo.
No, eso es una vaca que muge dijo la fregona An tenemos que andar
mucho.
Luego oyeron las ranas croando en una charca.
Magnfico! exclam un cortesano. Ya lo oigo, suena como las
campanillas de la iglesia.
No, eso son ranas contest la muchacha. Pero creo que no tardaremos en
orlo.
Y en seguida el ruiseor se puso a cantar.
Es l! dijo la nia. Escuchad, escuchad! All est! y seal un
avecilla gris posada en una rama.
Es posible? dijo el mayordomo. Jams lo habra imaginado as. Qu
vulgar! Seguramente habr perdido el color, intimidado por unos visitantes tan
distinguidos.
Mi pequeo ruiseor dijo en voz alta la muchachita, nuestro gracioso
Soberano quiere que cantes en su presencia.
Con mucho gusto! respondi el pjaro, y reanud su canto, que daba
gloria orlo.
Parece campanitas de cristal! observ el mayordomo.
Mirad cmo se mueve su garganta! Es raro que nunca lo hubisemos visto.
Causar sensacin en la Corte.
Queris que vuelva a cantar para el Emperador? pregunt el pjaro, pues
crea que el Emperador estaba all.
Mi pequeo y excelente ruiseor dijo el mayordomo -tengo el honor de
invitarlo a una gran fiesta en palacio esta noche, donde podr deleitar con su
magnfico canto a Su Imperial Majestad.
Suena mejor en el bosque objet el ruiseor; pero cuando le dijeron que
era un deseo del Soberano, los acompa gustoso.
En palacio todo haba sido pulido y fregado. Las paredes y el suelo, que eran de
porcelana, brillaban a la luz de millares de lmparas de oro; las flores ms
exquisitas, con sus campanillas, haban sido colocadas en los corredores; las idas
y venidas de los cortesanos producan tales corrientes de aire, que las
campanillas no cesaban de sonar, y uno no oa ni su propia voz.
En medio del gran saln donde el Emperador estaba, haban puesto una percha
de oro para el ruiseor. Toda la Corte estaba presente, y la pequea fregona
haba recibido autorizacin para situarse detrs de la puerta, pues tena ya el
ttulo de cocinera de la Corte. Todo el mundo llevaba sus vestidos de gala, y
todos los ojos estaban fijos en la avecilla gris, a la que el Emperador hizo signo
de que poda empezar.
El ruiseor cant tan deliciosamente, que las lgrimas acudieron a los ojos del
Soberano; y cuando el pjaro las vio rodar por sus mejillas, volvi a cantar
mejor an, hasta llegarle al alma. El Emperador qued tan complacido, que dijo
que regalara su chinela de oro al ruiseor para que se la colgase al cuello. Mas
el pjaro le dio las gracias, dicindole que ya se consideraba suficientemente
recompensado.
He visto lgrimas en los ojos del Emperador; ste es para mi el mejor premio.
Las lgrimas de un rey poseen una virtud especial. Dios sabe que he quedado
bien recompensado y reanud su canto, con su dulce y melodioso voz.
Es la lisonja ms amable y graciosa que he escuchado en mi vida!
exclamaron las damas presentes; y todas se fueron a llenarse la boca de agua
para gargarizar cuando alguien hablase con ellas; pues crean que tambin ellas
podan ser ruiseores. S, hasta los lacayos y camareras expresaron su
aprobacin, y esto es decir mucho, pues son siempre ms difciles de contentar.
Realmente, el ruiseor caus sensacin.
Se quedara en la Corte, en una jaula particular, con libertad para salir dos veces
durante el da y una durante la noche. Pusieron a su servicio diez criados, a cada
uno de los cuales estaba sujeto por medio de una cinta de seda que le ataron
alrededor de la pierna. La verdad es que no eran precisamente de placer aquellas
excursiones.

EL TULLIDO
rase una antigua casa seorial, habitada por gente joven y apuesta. Ricos en
bienes y dinero, queran divertirse y hacer el bien. Queran hacer feliz a todo el
mundo, como lo eran ellos.
Por Nochebuena instalaron un abeto magnficamente adornado en el antiguo
saln de Palacio. Arda el fuego en la chimenea, y ramas del rbol navideo
enmarcaban los viejos retratos.
Desde el atardecer reinaba tambin la alegra en los aposentos de la
servidumbre. Tambin haba all un gran abeto con rojas y blancas velillas
encendidas, banderitas danesas, cisnes recortados y redes de papeles de colores
y llenas de golosinas. Haban invitado a los nios pobres de la parroquia, y cada
uno haba acudido con su madre, a la cual, ms que a la copa del rbol, se le
iban los ojos a la mesa de Nochebuena, cubierta de ropas de lana y de hilo, y
toda clase de prendas de vestir. Aquello era lo que miraban las madres y los
hijos ya mayorcitos, mientras los pequeos alargaban los brazos hacia las
velillas, el oropel y las banderitas.
La gente haba llegado a primeras horas de la tarde, y fue obsequiada con la
clsica sopa navidea y asado de pato con berza roja. Una vez hubieron
contemplado el rbol y recibido los regalos, se sirvi a cada uno un vaso de
ponche y manzanas rellenas.
Regresaron entonces a sus pobres casas, donde se habl de la buena vida, es
decir, de la buena comida, y se pas otra vez revista a los regalos.
Entre aquella gente estaban GartenKirsten y GartenOle, un matrimonio que
tena casa y comida a cambio de su trabajo en el jardn de Sus Seoras. Cada
Navidad reciban su buena parte de los regalos. Tenan adems cinco hijos, y a
todos los vestan los seores.
Son bondadosos nuestros amos decan. Tienen medios para hacer el
bien, y gozan hacindolo.
Ah tienen buenas ropas para que las rompan los cuatro dijo Garten
Ole. Mas, por qu no hay nada para el tullido? Siempre suelen acordarse de
l, aunque no vaya a la fiesta.
Era el hijo mayor, al que llamaban El tullido, pero su nombre era Juan. De
nio haba sido el ms listo y vivaracho, pero de repente le entr una debilidad
en las piernas, como ellos decan, y desde entonces no pudo tenerse de pie ni
andar. Llevaba ya cinco aos en cama.
S, algo me han dado tambin para l dijo la madre. Pero es slo un libro,
para que pueda leer.
Eso no lo engordar! observ el padre.
Pero Hans se alegr de su libro. Era un muchachito muy despierto, aficionado a
la lectura, aunque aprovechaba tambin el tiempo para trabajar en las cosas
tiles en cuanto se lo permita su condicin. Era muy gil de dedos, y saba
emplear las manos; confeccionaba calcetines de lana, e incluso mantas. La
seora haba hecho gran encomio de ellas y las haba comprado.
Era un libro de cuentos el que acababan de regalar a Hans, y haba en l mucho
que leer, y mucho que invitaba a pensar.
De nada va a servirle dijeron los padres. Pero dejemos que lea, le
ayudar a matar el tiempo. No siempre ha de estar haciendo calceta.
Vino la primavera. Empezaron a brotar la hierba y las flores, y tambin los
hierbajos, como se suele llamar a las ortigas a pesar de las cosas bonitas que de
ellas dice aquella cancin religiosa:
Si los reyes se reuniesen
y juntaran sus tesoros,
no podran aadir
una sola hoja a la ortiga.
En el jardn de Sus Seoras haba mucho que hacer, no solamente para el
jardinero y sus aprendices, sino tambin para Garten-Kirsten y GartenOle.
Qu pesado! decan. An no hemos terminado de escardar y arreglar
los caminos, y ya los han pisado de nuevo. Hay un ajetreo con los invitados de
la casa! Lo que cuesta! Suerte que los seores son ricos.
Qu mal repartido est todo! deca Ole. Segn el seor cura, todos
somos hijos de Dios. Por qu estas diferencias?
Por culpa del pecado original responda Kirsten.
De eso hablaban una noche, sentados junto a la cama del tullido, que estaba
leyendo sus cuentos.
Las privaciones, las fatigas y los cuidados haban encallecido las manos de los
padres, y tambin su juicio y sus opiniones. No lo comprendan, no les entraba
en la cabeza, y por eso hablaban siempre con amargura y envidia.
Hay quien vive en la abundancia y la felicidad, mientras otros estn en la
miseria. Por qu hemos de purgar la desobediencia y la curiosidad de nuestros
primeros padres? Nosotros no nos habramos portado como ellos!
S, habramos hecho lo mismo dijo sbitamente el tullido Hans. Aqu
est, en el libro.
Qu es lo que est en el libro? preguntaron los padres.
Y entonces Hans les ley el antiguo cuento del leador y su mujer. Tambin
ellos decan pestes de la curiosidad de Adn y Eva, culpables de su desgracia.
He aqu que acert a pasar el rey del pas: Seguidme les dijo y viviris tan
bien como yo: siete platos para comer y uno para mirarlo. Est en una sopera
tapada, que no debis tocar; de lo contrario, se habr terminado vuestra buena
vida. Qu puede haber en la sopera?, dijo la mujer. No nos importa!,
replic el marido. No soy curiosa prosigui ella; slo quisiera saber por
qu no nos est permitido levantar la tapadera. Estoy segura que es algo
exquisito. Con tal que no haya alguna trampa, por ejemplo, una pistola que al
dispararse despierte a toda la casa. Tienes razn, dijo la mujer, sin tocar la
sopera. Pero aquella noche so que la tapa se levantaba sola y sala del
recipiente el aroma de aquel ponche delicioso que se sirve en las bodas y los
entierros. Y haba una moneda de plata con esta inscripcin: Si bebis de este
ponche, seris las dos personas ms ricas del mundo, y todos los dems hombres
se convertirn en pordioseros comparados con vosotros. Despertse la mujer y
cont el sueo a su marido. Piensas demasiado en esto, dijo l. Podramos
hacerlo con cuidado, insisti ella. Cuidado!, dijo el
hombre; y la mujer levant con gran cuidado la tapa. Y he aqu que saltaron dos
ligeros ratoncillos, y en un santiamn desaparecieron por una ratonera. Buenas
noches! dijo el Rey. Ya podis volveros a vuestra casa a vivir de lo vuestro.
Y no volvis a censurar a Adn y Eva, pues os habis mostrado tan curiosos y
desagradecidos como ellos.
Cmo habr venido a parar al libro esta historia! dijo GartenOle.
Dirase que est escrita precisamente para nosotros. Es cosa de pensarlo.
Al da siguiente volvieron al trabajo. Los tost el sol, y la lluvia los cal hasta
los huesos. Rumiaron sus melanclicos pensamientos.
No haba anochecido an, cuando ya haban cenado sus papillas de leche.
Vuelve a leernos la historia del leador! dijo GartenOle.
Hay otras que todava no conocis respondi Hans.
No me importan dijo GartenOle . Prefiero or la que conozco.
Y el matrimonio volvi a escucharla; y ms de una noche se la hicieron repetir.
No acabo de entenderlo dijo GartenOle . Con las personas ocurre lo
que con la leche: que se cuaja, y una parte se convierte en fino requesn, y la
otra, en suero aguado. Los hay que tienen suerte en todo, se pasan el da muy
repantingados y no sufren cuidados ni privaciones.
El tullido oy lo que deca. El chico era dbil de piernas, pero despejado de
cabeza, y les ley de su libro un cuento titulado El hombre sin necesidades ni
preocupaciones. Dnde estara ese hombre? Haba que dar con l.

EL ULTIMO DIA
De todos los das de nuestra vida, el ms santo es aquel en que morimos; es el
ltimo da, el grande y sagrado da de nuestra transformacin. Te has detenido
alguna vez a pensar seriamente en esa hora suprema, la ltima de tu existencia
terrena?
Hubo una vez un hombre, un creyente a machamartillo, segn decan, un
campen de la divina palabra, que era para l ley, un celoso servidor de un Dios
celoso. He aqu que la Muerte lleg a la vera de su lecho, la Muerte, con su cara
severa de ultratumba.
Ha sonado tu hora, debes seguirme le dijo, tocndole los pies con su dedo
glido; y sus pies quedaron rgidos. Luego la Muerte le toc la frente y el
corazn, que ces de latir, y el alma sali en pos del ngel exterminador.
Pero en los breves segundos que transcurrieron entre el momento en que sinti
el contacto de la Muerte en el pie y en la frente y el corazn, desfil por la
mente del moribundo, como una enorme oleada negra, todo lo que la vida le
haba aportado e inspirado. Con una mirada recorri el vertiginoso abismo y con
un pensamiento instantneo abarc todo el camino inconmensurable. As, en un
instante, vio en una ojeada de conjunto, la mirada incontable de estrellas,
cuerpos celestes y mundos que flotan en el espacio infinito.
En un momento as, el terror sobrecoge al pecador empedernido que no tiene
nada a que agarrarse; tiene la impresin de que se hunde en el vaco insondable.
El hombre piadoso, en cambio, descansa tranquilamente su cabeza en Dios y se
le entrega como un nio:
Hgase en m Tu voluntad!
Pero aquel moribundo no se senta como un nio; se daba cuenta de que era un
hombre. No temblaba como el pecador, pues se saba creyente. Se haba
mantenido aferrado a las formas de la religin con toda rigidez; eran millones, lo
saba, los destinados a seguir por el ancho camino de la condenacin; con el
hierro y el fuego habra podido destruir aqu sus cuerpos, como seran
destrozadas sus almas y seguiran sindolo por una eternidad. Pero su camino
iba directo al cielo, donde la gracia le abra las puertas, la gracia prometedora.
Y el alma sigui al ngel de la muerte, despus de mirar por ltima vez al lecho
donde yaca la imagen del polvo envuelta en la mortaja, una copia extraa del
propio yo. Y volando llegaron a lo que pareca un enorme vestbulo, a pesar de
que estaba en un bosque; la Naturaleza apareca recortada, distendida, desatada
y dispuesta en hileras, arreglada artificiosamente como los antiguos jardines
franceses; se celebraba una especie de baile de disfraces.
Ah tienes la vida humana! dijo el ngel de la muerte.
Todos los personajes iban ms o menos disfrazados; no todos los que vestan de
seda y oro eran los ms nobles y poderosos, ni todos los que se cubran con el
ropaje de la pobreza eran los ms bajos e insignificantes. Era una mascarada
asombrosa, y lo ms sorprendente de ella era que todos se esforzaban
cuidadosamente en ocultar algo debajo de sus vestidos; pero uno tiraba del otro
para dejar aquello a la vista, y entonces asomaba una cabeza de animal: en uno,
la de un mono, con su risa sardnica; en otro, la de un feo chivo, de una viscosa
serpiente o de un macilento pez.
Era la bestia que todos llevamos dentro, la que arraiga en el hombre; y pegaba
saltos, queriendo avanzar, y cada uno la sujetaba, con sus ropas, mientras los
dems la apartaban, diciendo: Mira! Ah est, ah est!, y cada uno pona al
descubierto la miseria del otro.
Qu animal viva en m? pregunt el alma errante; y el ngel de la muerte
le seal una figura orgullosa. Alrededor de su cabeza brillaba una aureola de
brillantes colores, pero en el corazn del hombre se ocultaban los pies del
animal, pies de pavo real; la aureola no era sino la cola abigarrada del ave.
Cuando prosiguieron su camino, otras grandes aves gritaron perversamente
desde las ramas de los rboles, con voces humanas muy inteligibles:
Peregrino de la muerte, no te acuerdas de m?
Eran los malos pensamientos y las concupiscencias de los das de su vida, que
gritaban: No te acuerdas de m?.
Por un momento se espant el alma, pues reconoci las voces, los malos
pensamientos y deseos que se presentaban como testigos de cargo.
Nada bueno vive en nuestra carne, en nuestra naturaleza perversa!
exclam el alma. Pero mis pensamientos no se convirtieron en actos, el
mundo no vio sus malos frutos . Y apresur el paso, para escapar de aquel
horrible gritero; mas los grandes pajarracos negros la perseguan, describiendo
crculos a su alrededor, gritando con todas sus fuerzas, como para que el mundo
entero los oyese. El alma se puso a brincar como una corza acosada, y a cada
salto pona el pie sobre agudas piedras, que le abran dolorosas heridas. De
dnde vienen estas piedras cortantes? Yacen en el suelo como hojas marchitas.
Cada una de ellas es una palabra imprudente que se escap de tus labios, y
que hiri a tu prjimo mucho ms dolorosamente de como ahora las piedras te
lastiman los pies.
Nunca pens en ello! dijo el alma.
No juzguis si no queris ser juzgados reson en el aire.
Todos hemos pecado! dijo el alma, volviendo a levantarse. Yo he
observado fielmente la Ley y el Evangelio; hice lo que pude, no soy como los
dems.
As llegaron a la puerta del cielo, y el ngel guardin de la entrada pregunt:
Quin eres? Dime cul es tu fe y prubamela con tus acciones.
He guardado rigurosamente los mandamientos. Me he humillado a los ojos
del mundo, he odiado y perseguido la maldad y a los malos, a los que siguen por
el ancho camino de la perdicin, y seguir hacindolo a sangre y fuego, si
puedo.
Eres entonces un adepto de Mahoma? pregunt el ngel.
Yo? Jams!
Quien empue la espada morir por la espada, ha dicho el Hijo. T no tienes
su fe. Eres acaso un hijo de Israel, de los que dicen con Moiss: Ojo por ojo,
diente por diente; un hijo de Israel, cuyo Dios vengativo es slo dios de tu
pueblo?
Soy cristiano!
No te reconozco ni en tu fe ni en tus hechos. La doctrina de Cristo es toda
ella reconciliacin, amor y gracia.
Gracia! reson en los etreos espacios; la puerta del cielo se abri, y el
alma se precipit hacia la incomparable magnificencia.
Pero la luz que de ella irradiaba eran tan cegadora, tan penetrante, que el alma
hubo de retroceder como ante una espada desnuda; y las melodas sonaban
dulces y conmovedoras, como ninguna lengua humana podra expresar. El alma,
temblorosa, se inclin ms y ms, mientras penetraba en ella la celeste claridad;
y entonces sinti lo que nunca antes haba sentido: el peso de su orgullo, de su
dureza y su pecado. Se hizo la luz en su pecho.
Lo que de bueno hice en el mundo, lo hice porque no supe hacerlo de otro
modo; pero lo malo... eso s que fue cosa ma!
Y el alma se sinti deslumbrada por la pursima luz celestial y desplomse
desmayada, envuelta en s misma, postrada, inmadura para el reino de los cielos,
y, pensando en la severidad y la justicia de Dios, no se atrevi a pronunciar la
palabra gracia.
Y, no obstante, vino la gracia, la gracia inesperada.
El cielo divino estaba en el espacio inmenso, el amor de Dios se derramaba, se
verta en l en plenitud inagotable.
Santa, gloriosa, dulce y eterna seas, oh, alma humana! cantaron los
ngeles.
Todos, todos retrocederemos asustados como aquella alma el da postrero de
nuestra vida terrena, ante la grandiosidad y la gloria del reino de los cielos. Nos
inclinaremos profundamente y nos postraremos humildes, y, no obstante, nos
sostendr Su Amor y Su Gracia, y volaremos por nuevos caminos, purificados,
ennoblecidos y mejores, acercndonos cada vez ms a la magnificencia de la
luz, y, fortalecidos por ella, podremos entrar en la eterna claridad.

EL ULTIMO SUEO DEL VIEJO ROBLE


Haba una vez en el bosque, sobre los acantilados que daban al mar, un vetusto
roble, que tena exactamente trescientos sesenta y cinco aos. Pero todo este
tiempo, para el rbol no significaba ms que lo que significan otros tantos das
para nosotros, los hombres.
Nosotros velamos de da, dormimos de noche y entonces tenemos nuestros
sueos. La cosa es distinta con el rbol, pues vela por espacio de tres estaciones,
y slo en invierno queda sumido en sueo; el invierno es su tiempo de descanso,
es su noche tras el largo da formado por la primavera, el verano y el otoo.
Aquel insecto que apenas vive veinticuatro horas y que llamamos efmera, ms
de un caluroso da de verano haba estado bailando, viviendo, flotando y
disfrutando en torno a su copa. Despus, el pobre animalito descansaba en
silenciosa bienaventuranza sobre una de las verdes hojas de roble, y entonces el
rbol le deca siempre:
Pobre pequea! Tu vida entera dura slo un momento. Qu breve! Es un
caso bien triste.
Triste? responda invariablemente la efmera . Qu quieres decir?
Todo es tan luminoso y claro, tan clido y magnfico, y yo me siento tan
contenta...
Pero slo un da y todo termin.
Termin? replicaba la efmera . Qu es lo que termina? Has
terminado t, acaso?
No, yo vivo miles y miles de tus das, y mi da abarca estaciones enteras. Es
un tiempo tan largo, que t no puedes calcularlo.
No te comprendo, la verdad. T tienes millares de mis das, pero yo tengo
millares de instantes para sentirme contenta y feliz. Termina acaso toda esa
magnificencia del mundo, cuando t mueres?
No deca el roble . Contina ms tiempo, un tiempo infinitamente ms
largo del que puedo imaginar.
Entonces nuestra existencia es igual de larga, slo que la contamos de modo
diferente.
Y la efmera danzaba y se meca en el aire, satisfecha de sus alas sutiles y
primorosas, que parecan hechas de tul y terciopelo. Gozaba del aire clido,
impregnado del aroma de los campos de trbol y de las rosas silvestres, las lilas
y la madreselva, para no hablar ya de la asprula, las primaveras y la menta
rizada. Tan intenso era el aroma, que la efmera senta como una ligera
embriaguez. El da era largo y esplndido, saturado de alegra y de aire suave, y
en cuanto el sol se pona, el insecto se senta invadido de un agradable
cansancio, producido por tanto gozar. Las alas se resistan a sostenerlo, y, casi
sin darse cuenta, se deslizaba por el tallo de hierba, blando y ondeante, agachaba
la cabeza como slo l sabe hacerlo, y se quedaba alegremente dormido. sta
era su muerte.
Pobre, pobre efmera! exclamaba el roble . Qu vida tan breve!
Y cada da se repeta la misma danza, el mismo coloquio, la misma respuesta y
el mismo desvanecerse en el sueo de la muerte. Repetase en todas las
generaciones de las efmeras, y todas se mostraban igualmente felices y
contentas.
El roble haba estado en vela durante toda su maana primaveral, su medioda
estival y su ocaso otoal. Llegaba ahora el perodo del sueo, su noche.
Acercbase el invierno.
Venan ya las tempestades, cantando: Buenas noches, buenas noches! Cay
una hoja, cay una hoja! Cosechamos, cosechamos! Vete a acostar. Te
cantaremos en tu sueo, te sacudiremos, pero, verdad que eso le hace bien a las
viejas ramas? Crujen de puro placer. Duerme dulcemente, duerme dulcemente!
Es tu noche nmero trescientos sesenta y cinco; en realidad, eres docemesino.
Duerme dulcemente! La nube verter nieve sobre ti. Te har de sbana, una
caliente manta que te envolver los pies. Duerme dulcemente, y suea.
Y el roble se qued despojado de todo su follaje, dispuesto a entregarse a su
prolongado sueo invernal y soar; a soar siempre con las cosas vividas,
exactamente como en los sueos de los humanos.
Tambin l haba sido pequeo. Su cuna haba sido una bellota. Segn el
cmputo de los hombres, se hallaba ahora en su cuarto siglo. Era el roble ms
corpulento y hermoso del bosque; su copa rebasaba todos los dems rboles, y
era visible desde muy adentro del mar, sirviendo a los marinos de punto de
referencia. No pensaba l en los muchos ojos que lo buscaban. En lo ms alto de
su verde copa instalaban su nido las palomas torcaces, y el cuclillo gritaba su
nombre. En otoo, cuando las hojas parecan lminas de cobre forjado, acudan
las aves de paso y descansaban en ella antes de emprender el vuelo a travs del
mar. Mas ahora haba llegado el invierno; el rbol estaba sin hojas, y quedaban
al desnudo los ngulos y sinuosidades que formaban sus ramas. Venan las
cornejas y los grajos a posarse a bandadas sobre l, charlando acerca de los
duros tiempos que empezaban y de lo difcil que resultara procurarse la pitanza.
Fue precisamente en los das santos de las Navidades cuando el roble tuvo su
sueo ms bello. Vais a orlo.
El rbol se daba perfecta cuenta de que era tiempo de fiesta. Crea or en
derredor el taido de las campanas de las iglesias, y se senta como en un
esplndido da de verano, suave y caliente. Verde y lozana extenda su poderosa
copa, los rayos del sol jugueteaban entre sus hojas y ramas, el aire estaba
impregnado del aroma de hierbas y matas olorosas. Pintadas mariposas jugaban
a la gallinita ciega, y las efmeras danzaban como si todo hubiese sido creado
slo para que ellas pudiesen bailar y alegrarse. Todo lo que el rbol haba vivido
y visto en el curso de sus aos desfilaba ante l como un festivo cortejo. Vea
cabalgar a travs del bosque gentileshombres y damas de tiempos remotos, con
plumas en el sombrero y halcones en la mano. Resonaba el cuerno de caza, y
ladraban los perros. Vio luego soldados enemigos con armas relucientes y
uniformes abigarrados, con lanzas y alabardas, que levantaban, sus tiendas y
volvan a plegarlas; ardan fuegos de vivaque, y bajo las amplias ramas del rbol
los hombres cantaban y dorman. Vio felices parejas de enamorados que se
encontraban a la luz de la luna y entallaban en la verdosa corteza las iniciales de
sus nombres. Un da haban transcurrido ya muchos aos , unos alegres
estudiantes colgaron una ctara y un arpa elica de las ramas del roble; y he aqu
que ahora reaparecan y sonaban melodiosamente. Las palomas torcaces
arrullaban como si quisieran contar lo que senta el rbol, y el cuclillo pregonaba
a voz en grito los das de verano que le quedaban an de vida.
Fue como si un nuevo flujo de vida recorriese el rbol, desde las ltimas fibras
de la raz hasta las ramas ms altas y las hojas. Sinti el roble como si se estirara
y extendiera. Por las races notaba, que tambin bajo tierra hay vida y calor.
Senta crecer su fuerza, creca sin cesar. Elevbase el tronco continuamente,
ganando altura por momentos. La copa se haca ms densa, ensanchndose y
subiendo. Y cuanto ms creca el rbol, tanto mayor era su sensacin de
bienestar y su anhelo, impregnado de felicidad indecible, de seguir elevndose
hasta llegar al sol resplandeciente y ardoroso.
Rebasaba ya en mucho las nubes, que desfilaban por debajo de l cual oscuras
bandadas de aves migratorias o de blancos cisnes.
Y cada una de las hojas del rbol estaba dotada de vista, como, si tuviese un ojo
capaz de ver. Las estrellas se hicieron visibles de da, tal eran de grandes y
brillantes; cada una luca como un par de ojos, unos ojos muy dulces y lmpidos.
Recordaban queridos ojos conocidos, ojos de nios, de enamorados, cundo se
encontraban bajo el rbol.
Eran momentos de infinita felicidad, y, sin embargo, en medio de su ventura
sinti el roble un vivo afn de que todos los restantes rboles del bosque, matas,
hierbas y flores, pudieran elevarse con l, para disfrutar tambin de aquel
esplendor y de aquel gozo. Entre tanta magnificencia, una cosa faltaba a la
felicidad del poderoso roble: no poder compartir su dicha con todos, grandes y
pequeos, y este sentimiento haca vibrar las ramas y las hojas con tanta
intensidad como un pecho humano.
Movise la copa del rbol como si buscara algo, como si algo le faltara. Mir
atrs, y la fragancia de la asprula y la an ms intensa de la madreselva y la
violeta, subieron hasta ella; y el roble crey, or la llamada del cuclillo.
Y he aqu que empezaron a destacar por entre las nubes las verdes cimas del
bosque, y el roble vio cmo crecan los dems rboles hasta alcanzar su misma
altura. Las hierbas y matas suban tambin; algunas se desprendan de las races,
para encaramarse ms rpidamente. El abedul fue el ms ligero; cual blanco
rayo proyect a lo alto su esbelto tronco, mientras las ramas se agitaban como
un tul verde o como banderas. Todo el bosque creca, incluso la caa de pardas
hojas, y las aves seguan cantando, y en el tallito que ondeaba a modo de una
verde cinta de seda, el saltamontes jugaba con el ala posada sobre la pata.
Zumbaban los abejorros y las abejas, cada pjaro entonaba su cancin, y todo
era meloda y regocijo en las regiones del ter.
Pero tambin deberan participar la florecilla del agua dijo el roble , y la
campanilla azul, y la diminuta margarita . S, el roble deseaba que todos, hasta
los ms humildes, pudiesen tomar parte en la fiesta.
Aqu estamos, aqu estamos! se oy gritar.
Pero la hermosa asprula del ltimo verano (el ao pasador hubo aqu una
verdadera alfombra de lirios de los valles) y el manzano, silvestre, tan hermoso
como era!, y toda la magnificencia de aos atrs... qu lstima que haya muerto
todo, y no puedan gozar con nosotros!
Aqu estamos, aqu estamos! oyse el coro, ms alto an que antes.
Pareca como si se hubiesen adelantado en su vuelo.
Qu hermoso! exclam, entusiasmado, el viejo roble Los tengo a todos,
grandes y chicos, no falta ni uno! Cmo es posible tanta dicha?
En el reino de Dios todo es posible oyse una voz.
Y el rbol, que segua creciendo incesantemente, sinti que las races se soltaban
de la tierra.
Esto es lo mejor de todo exclam el rbol . Ya no me sujeta nada all
abajo. Ya puedo elevarme hasta el infinito en la luz y la gloria. Y me rodean
todos los que quiero, chicos y grandes.
Todos!
ste fue el sueo del roble; y mientras soaba, una furiosa tempestad se
desencaden por mar y tierra en la santa noche de Navidad. El ocano lanzaba
terribles olas contra la orilla, cruji el rbol y fue arrancado de raz,
precisamente mientras soaba que sus races se desprendan del suelo. Sus
trescientos sesenta y cinco aos no representaban ya ms que el da de la
efmera.
La maana de Navidad, cuando volvi a salir el sol, la tempestad se haba
calmado. Todas las campanas doblaban en son de fiesta, y de todas las
chimeneas, hasta la del jornalero, que era la ms pequea y humilde, elevbase
el humo azulado, como del altar en un sacrificio de accin de gracias. El mar se
fue tambin calmando progresivamente, y en un gran buque que aquella noche
haba tenido que capear el temporal, fueron izados los gallardetes.
No est el rbol, el viejo roble que nos sealaba la tierra! decan los
marinos . Ha sido abatido en esta noche tempestuosa. Quin va a sustituirlo?
Nadie podr hacerlo.
Tal fue el panegrico, breve pero efusivo, que se dedic al rbol, el cual yaca
tendido en la orilla, bajo un manto de nieve. Y sobre l resonaba un solemne
coro procedente del barco, una cancin evocadora de la alegra navidea y de la
redencin del alma humana por Cristo, y de la vida eterna:
Regocjate, grey cristiana.
Vamos ya a bajar anclas.
Nuestra alegra es sin par.
Aleluya, aleluya!
As deca el himno religioso, y todos los tripulantes se sentan elevados a su
manera por el canto y la oracin, como el viejo roble en su ltimo sueo, el
sueo ms bello de su Nochebuena.

ELVIEJO FAROL
Has odo la historia del viejo farol de la calle? No es muy alegre por cierto; sin
embargo, vale la pena orla.
Era un buen farol que haba estado alumbrando la calle durante muchos aos. Lo
dieron de baja, y aqulla era la ltima noche que, desde lo alto de su poste, deba
enviar su luz a la calle. Por eso su estado de nimo era algo parecido al de una
vieja bailarina que da su ltima representacin, sabiendo que al da siguiente
habr de encerrarse, olvidada, en su buhardilla. El farol tena miedo del da
siguiente, pues no ignoraba que sera llevado por primera vez a las casas
consistoriales, donde el ilustre Concejo municipal dictaminara si era an til
o intil. Decidiran entonces si lo enviaran a iluminar uno de los puentes o una
fbrica del campo; tal vez ira a parar a una fundicin, como chatarra, y entonces
podra convertirse en mil cosas diferentes; pero lo atormentaba la duda de si en
su nueva condicin conservara el recuerdo de su existencia como farol. Lo que
s era seguro es que debera separarse del vigilante y su mujer, a quienes
consideraba como su familia: se convirti en farol el da en que el hombre fue
nombrado vigilante. Por aquel entonces la mujer era muy peripuesta; slo al
anochecer, cuando pasaba por all, levantaba los ojos para mirarlo; pero de da
no lo haca jams. En cambio, en el curso de los ltimos aos, cuando ya los
tres, el vigilante, su mujer y el farol, haban envejecido, ella lo haba cuidado,
limpiado la lmpara y echado aceite. Era un matrimonio honrado, y a la lmpara
no le haban estafado ni una gota. Y he aqu que aqulla era su ltima noche de
calle; al da siguiente lo llevaran al ayuntamiento. Estos pensamientos tenan
muy perturbado al farol; imaginaos, pues, cmo ardera. Pero por su cabeza
pasaron tambin otros recuerdos; haba visto muchas cosas e iluminado otras
muchas, acaso tantas como el ilustre Concejo municipal; pero se lo callaba,
porque era un farol viejo y honrado y no quera despotricar contra nadie, y
menos contra una autoridad. Pens en muchas cosas, mientras oscilaba su llama;
era como si un presentimiento le dijese: S, tambin se acordarn de ti. All
estaba aquel apuesto joven ay, cuntos aos haban pasado! - que lleg con
una carta escrita en elegante papel color de rosa, con canto dorado y fina
escritura femenina. La ley dos veces, y, besndola, levant hasta m la mirada,
que deca: Soy el ms feliz de los hombres!. Slo l y yo supimos lo que
deca aquella primera carta de la amada. Recuerdo tambin otro par de ojos; es
curioso, los saltos que pueden darse con el pensamiento! En nuestra calle hubo
un da un magnfico entierro; la mujer, joven y bonita, yaca en el fretro, en el
coche fnebre tapizado de terciopelo. Lucan tantas flores y coronas, y brillaban
tantos blandones, que yo qued casi eclipsado. Toda la acera estaba llena de
personas que acompaaban al cadver; pero cuando todos los cirios se hubieron
alejado y yo mir a mi alrededor, quedaba solamente un hombre junto al poste,
llorando, y nunca olvidar aquellos ojos llenos de tristeza que me miraban.
Muchos pensamientos pasaron as por la mente del viejo farol, que alumbraba la
calle por vez postrera. El centinela que es relevado conoce por lo menos a su
sucesor y puede decirle unas palabras; pero el farol no conoca al suyo, y, sin
embargo, le habra proporcionado algunas informaciones acerca de la lluvia y la
niebla, de hasta dnde llegaba la luz de la luna en la acera, y de qu lado soplaba
el viento.
En el arroyo haba tres personajes que se haban presentado al farol, en la
creencia de que l tena atribuciones para designar a su sucesor. Uno de ellos era
una cabeza de arenque, que en la oscuridad es fosforescente, por lo cual pensaba
que representara un notable ahorro de aceite si lo colocaban en la cima del
poste de alumbrado. El segundo aspirante era un pedazo de madera podrida, el
cual luce tambin, y aun ms que un bacalao, segn afirmaba l, diciendo,
adems, que era el ltimo resto de un rbol, que antao haba sido la gloria del
bosque. El tercero era una lucirnaga. De dnde proceda, el farol lo ignoraba,
pero lo cierto era que se haba presentado y que era capaz de dar luz; sin
embargo, la cabeza de arenque y la madera podrida aseguraban que slo poda
brillar a determinadas horas, por lo que no mereca ser tomada en consideracin.
El viejo farol objet que ninguno de los tres posea la intensidad luminosa
suficiente para ser elevado a la categora de lmpara callejera, pero ninguno se
lo crey, y cuando se enteraron de que el farol no estaba facultado para otorgar
el puesto, manifestaron que la medida era muy acertada, pues realmente estaba
demasiado decrpito para poder elegir con justicia.
Entonces lleg el viento, que vena de la esquina y sopl por el tubo de
ventilacin del viejo farol.
Qu oigo! dijo. Qu maana te marchas? sta es la ltima noche que
nos encontramos? En ese caso voy a hacerte un regalo; voy a airearte la cabeza
de tal modo, que no slo recordars clara y perfectamente todo lo que has odo y
visto, sino que adems vers con la mayor lucidez cuanto se lea o se cuente en tu
presencia.
Bueno es esto! dijo el viejo farol. Muchas gracias. Con tal que no me
fundan!
No lo harn todava dijo el viento, y ahora voy a soplar en tu memoria.
Si consigues ms regalos de esta clase, disfrutars de una vejez dichosa.
Con tal que no me fundan! repiti el farol. Podras tambin en este
caso asegurarme la memoria?
Viejo farol, s razonable dijo el viento soplando. En aquel mismo
momento sali la luna. Y usted qu regalo trae? pregunt el viento.
Yo no regalo nada respondi la luna. Estoy en menguante, y los faroles
nunca me han iluminado, sino al contrario, soy yo quien he dado luz a los
faroles . Y as diciendo, la luna se ocult de nuevo detrs de las nubes, pues
no quera que la importunasen.
Cay entonces una gota de agua, como de una gotera, y fue a dar en el tubo de
ventilacin; pero dijo que proceda de las grises nubes, y era tambin un regalo,
acaso el mejor de todos.
Te penetro de tal manera, que tendrs la propiedad de transformarte, en una
noche, si lo deseas, en herrumbre, desmoronndote y convirtindote en polvo
. Al farol le pareci aqul un regalo muy poco envidiable, y el viento estuvo de
acuerdo con l. No tiene nada mejor? No tiene nada mejor? sopl con
toda su fuerza. En esto cay una brillante estrella fugaz, que dibuj una larga
estela luminosa.
Qu ha sido esto? exclam la cabeza de arenque. No acaba de caer
una estrella? Me parece que se meti en el farol. Caramba!, si personajes tan
encumbrados solicitan tambin el cargo, ya podemos nosotros retirarnos a casita
. Y as lo hizo, junto con sus compaeros. Pero el farol brill de pronto con
una intensidad asombrosa . ste s que ha sido un magnfico regalo! dijo
. Las estrellas rutilantes, que tanto me gustaron siempre y que brillan tan
maravillosamente, mucho ms de lo que yo haya podido hacerlo nunca a pesar
de todos mis deseos y esfuerzos, han reparado en m, pobre viejo farol, y me han
enviado un regalo por una de ellas. Y este regalo consiste en que todo lo que yo
pienso y veo tan claramente, tambin puede ser visto por todos aquellos a
quienes quiero. Y ste si que es un verdadero placer, pues la alegra compartida
es doble alegra.
Es un pensamiento muy digno dijo el viento, pero, no sabes que
tambin las velas pertenecen a esta clase? Si no encienden dentro de ti una vela,
no puedes ayudar a nadie a ver nada. En esto no han pensado las estrellas; creen
que todo lo que brilla tiene en s, por lo menos, una vela. Pero estoy cansado
aadi el viento voy a echarme un rato. Y se calm.
Al da siguiente bueno, el da podemos saltarlo, a la noche siguiente estaba
el farol en la butaca. Y dnde? Pues en casa del vigilante, el cual haba rogado
al ilustre Concejo Municipal que le permitiese guardarlo, en pago de sus muchos
y buenos servicios. Se rieron de l, pero se lo dieron, y ah tenis a nuestro farol
en la butaca, al lado de la estufa encendida; y pareca como si hubiese crecido,
tanto, que ocupaba casi todo el silln. Los viejos estaban cenando, y dirigan de
vez en cuando afectuosas miradas al farol, al que gustosos habran asignado un
puesto en la mesa. Su vivienda estaba en el stano, a dos buenas varas bajo
tierra. Para llegar a su habitacin haba que atravesar un corredor enlosado, pero
dentro la temperatura era agradable, pues haban puesto burlete en la puerta. El
cuarto tena un aspecto limpio y aseado, con cortinas en torno a las camas y en
las ventanitas, sobre las cuales se vean dos singulares macetas, que el marinero
Christian haba trado de las Indias Orientales u Occidentales. Eran dos elefantes
de arcilla, a los que faltaba el dorso; en el lugar de ste brotaban, de la tierra que
llenaba el cuerpo de los elefantes, un magnfico puerro y un gran geranio
florido: la primera maceta era el huerto del matrimonio; la segunda, su jardn.
De la pared colgaba un gran cuadro de vistosos colores: El Congreso de
Viena. De este modo tenan reunidos a todos los emperadores y reyes. Un reloj
de Bornholm, con sus pesas de plomo, cantaba su eterno tictac, adelantndose
siempre; pero mejor es un reloj que adelanta que uno que atrasa, pensaban los
viejos.
Estaban, pues, comiendo su cena, segn ya dijimos, con el farol depositado en el
silln, cerca de la estufa. Al farol parecale que aquello era el mundo al revs.
Pero cuando el vigilante, mirndolo, empez a hablar de lo que haban pasado
juntos, bajo la lluvia y la niebla, en las claras y breves noches de verano y la
poca de las nieves, en que tanto haba deseado l regresar a su stano, el farol
sinti que todo volva a estar en su sitio, pues vea todo lo que el otro contaba,
como si estuviese all mismo. Realmente el viento lo haba iluminado por
dentro.
Eran diligentes y despiertos los dos viejos; ni una hora permanecan ociosos. En
la tarde del domingo sacaban del armario algn libro, generalmente un relato de
viajes, y el viejo lea en voz alta acerca de frica, con sus grandes selvas y
elefantes salvajes, y la anciana escuchaba atentamente, dirigiendo miradas de
reojo a las macetas de arcilla en figura de elefantes . Me parece casi que los
veo! deca. Entonces, el farol experimentaba vivsimos deseos de tener all
una vela, para que la encendiesen en su interior; as, la mujer vera las cosas con
la misma claridad que l: los corpulentos rboles, las entrelazadas ramas, los
negros a caballo y grandes manadas de elefantes aplastando con sus anchos pies
los caaverales y los arbustos.
De qu me sirven todas mis aptitudes, si no hay aqu ninguna vela?
suspiraba el farol. Slo tienen aceite y luces de sebo, pero eso no es
suficiente.
Un da apareci en el stano todo un paquete de cabos de vela; los mayores
fueron encendidos, y los ms pequeos los utiliz la vieja para encerar el hilo
cuando cosa. Ya tenan luz de vela, pero a ninguno de los ancianos se le ocurra
poner un cabo en el farol.
Y yo aqu quieto, con mis raras aptitudes deca ste. Lo poseo todo y no
puedo compartirlo con ellos. No saben que podra transformar las blancas
paredes en hermossimos tapices, en ricos bosques, en todo cuanto pudieran
apetecer. No lo saben!
Por lo dems, el farol descansaba muy limpito y aseado en un rincn, bien
visible a todas horas; y aun cuando la gente deca que era un trasto viejo, el
vigilante y su mujer lo seguan guardando; le tenan afecto.
Un da era el cumpleaos del vigilante, la vieja se acerc al farol y dijo:
Voy a iluminar la casa en tu obsequio.
El farol hizo crujir el tubo de ventilacin, pensando: Ahora vern lo que es
luz!. Pero en lugar de una vela le pusieron aceite. Ardi toda la noche, pero
sabiendo que el don que le concedieran las estrellas, el mejor don de todos, seria
un tesoro muerto para esta vida. Y so cuando se poseen semejantes
facultades, bien se puede soar que los viejos haban muerto, y que l haba
ido a parar al fundidor e iba a ser fundido; tema tambin que lo llevasen al
ayuntamiento, y el ilustre Concejo Municipal lo condenase; pero aun cuando
posea la propiedad de convertirse en herrumbre y polvo a su antojo, no lo hizo.
As pas al horno de fundicin y fue transformado en hermossimo candelabro
de hierro, destinado a sostener un cirio. Dironle forma de ngel, un ngel que
sostena un ramo de flores; en el centro del ramo pusieron la vela, y el
candelabro fue colocado sobre una mesa escritorio cubierta de un pao verde. La
habitacin era acogedora; haba muchos libros, colgaban hermosos cuadros
era la morada de un poeta, y todo lo que deca y escriba se reflejaba en
derredor. La habitacin evocaba espesos bosques oscuros, prados baados de sol
donde se paseaba arrogante la cigea, cubiertas de naves mecidas por las olas...
Qu aptitudes tengo! dijo el farol al despertarse. Casi debera desear
que me fundieran. Pero no, no mientras vivan estos viejos. Me quieren por m
mismo. Vengo a ser un poco como su hijo, pues me cuidaron y me dieron aceite,
y lo paso tan bien como El Congreso, con todo y ser l tan noble.
Desde aquel da mengu su agitacin interior; y bien se lo mereca el viejo y
honrado farol.

EL YESQUERO
Por la carretera marchaba un soldado marcando el paso. Un, dos, un, dos!
Llevaba la mochila al hombro y un sable al costado, pues vena de la guerra, y
ahora iba a su pueblo.
Mas he aqu que se encontr en el camino con una vieja bruja. Uf!, qu
espantajo!, con aquel labio inferior que le colgaba hasta el pecho.
Buenas tardes, soldado! le dijo . Hermoso sable llevas, y qu mochila
tan grande! Eres un soldado hecho y derecho. Voy a ensearte la manera de
tener todo el dinero que desees.
Gracias, vieja bruja! respondi el soldado.
Ves aquel rbol tan corpulento? prosigui la vieja, sealando uno que
creca a poca distancia . Por dentro est completamente hueco. Pues bien,
tienes que trepar a la copa y vers un agujero; te deslizars por l hasta que
llegues muy abajo del tronco. Te atar una cuerda alrededor de la cintura para
volverte a subir cuando llames.
Y qu voy a hacer dentro del rbol? pregunt el soldado.
Sacar dinero! exclam la bruja . Mira; cuando ests al pie del tronco te
encontrars en un gran corredor muy claro, pues lo alumbran ms de cien
lmparas. Vers tres puertas; podrs abrirlas, ya que tienen la llave en la
cerradura. Al entrar en la primera habitacin encontrars en el centro una gran
caja, con un perro sentado encima de ella. El animal tiene ojos tan grandes como
tazas de caf; pero no te apures. Te dar mi delantal azul; lo extiendes en el
suelo, coges rpidamente al perro, lo depositas sobre el delantal y te embolsas
todo el dinero que quieras; son monedas de cobre. Si prefieres plata, debers
entrar en el otro aposento; en l hay un perro con ojos tan grandes como ruedas
de molino; pero esto no debe preocuparse. Lo pones sobre el delantal y coges
dinero de la caja. Ahora bien, si te interesa ms el oro, puedes tambin
obtenerlo, tanto como quieras; para ello debes entrar en el tercer aposento. Mas
el perro que hay en l tiene los ojos tan grandes como la Torre Redonda. A esto
llamo yo un perro de verdad! Pero nada de asustarte. Lo colocas sobre mi
delantal, y no te har ningn dao, y podrs sacar de la caja todo el oro que te
venga en gana.
No est mal! exclam el soldado . Pero, qu habr de darte, vieja
bruja? Pues supongo que algo querrs para ti.
No contest la mujer , ni un cntimo. Para m sacars un viejo
yesquero, que mi abuela se olvid ah dentro, cuando estuvo en el rbol la
ltima vez.
Bueno, pues tame ya la cuerda a la cintura convino el soldado.
Ah tienes respondi la bruja , y toma tambin mi delantal azul.
Subise el soldado a la copa del rbol, se desliz por el agujero y, tal como le
dijera la bruja, se encontr muy pronto en el espacioso corredor en el que ardan
las lmparas.
Y abri la primera puerta. Uf! All estaba el perro de ojos como tazas de caf,
mirndolo fijamente.
Buen muchacho! dijo el soldado, cogiendo al animal y depositndolo
sobre el delantal de la bruja. Llense luego los bolsillos de monedas de cobre,
cerr la caja, volvi a colocar al perro encima y pas a la habitacin siguiente.
En efecto, all estaba el perro de ojos como ruedas de molino.
Mejor haras no mirndome as le dijo. Te va a doler la vista . Y sent
al perro sobre el delantal. Al ver en la caja tanta plata, tir todas las monedas de
cobre que llevaba encima y se llen los bolsillos y la mochila de las del blanco
metal.
Pas entonces al tercer aposento. Aquello presentaba mal cariz; el perro tena,
en efecto, los ojos tan grandes como la Torre Redonda, y los mova como s
fuesen ruedas de molino.
Buenas noches! dijo el soldado llevndose la mano a la gorra, pues perro
como aquel no lo haba visto en su vida. Una vez lo hubo observado bien, pens:
Bueno, ya est visto, cogi al perro, lo puso en el suelo y abri la caja. Seor,
y qu montones de oro! Habra como para comprar la ciudad de Copenhague
entera, con todos los cerditos de mazapn de las pasteleras y todos los
soldaditos de plomo, ltigos y caballos de madera de balancn del mundo entero.
All s que haba oro, palabra!
Tir todas las monedas de plata que llevaba encima, las reemplaz por otras de
oro, y se llen los bolsillos, la mochila, la gorra y las botas de tal modo que
apenas poda moverse. No era poco rico, ahora! Volvi a poner al perro sobre
la caja, cerr la puerta y, por el hueco del tronco, grit
Sbeme ya, vieja bruja!
Tienes el yesquero? pregunt la mujer.
Caramba! exclam el soldado , pues lo haba olvidado! Y fue a buscar
la bolsita, con la yesca y el pedernal dentro. La vieja lo sac del rbol, y nuestro
hombre se encontr de nuevo en el camino, con los bolsillos, las botas, la
mochila y la gorra repletos de oro.
Para qu quieres el yesquero? pregunt el soldado.
Eso no te importa! replic la bruja . Ya tienes tu dinero; ahora dame la
bolsita.
Conque s, eh? exclam el mozo . Me dices enseguida para qu
quieres el yesquero, o desenvaino el sable y te corto la cabeza!
No! insisti la mujer.
Y el soldado le cercen la cabeza y dej en el suelo el cadver de la bruja. Puso
todo el dinero en su delantal, colgselo de la espalda como un hato, guard
tambin el yesquero y se encamin directamente a la ciudad.
Era una poblacin magnfica, y nuestro hombre entr en la mejor de sus posadas
y pidi la mejor habitacin y sus platos preferidos, pues ya era rico con tanto
dinero.
Al criado que recibi orden de limpiarle las botas ocurrisele que eran muy
viejas para tan rico caballero; pero es que no se haba comprado an unas
nuevas. Al da siguiente adquiri unas botas como Dios manda y vestidos
elegantes.
Y ah tenis al soldado convertido en un gran seor. Le contaron todas las
magnificencias que contena la ciudad, y le hablaron del Rey y de lo preciosa
que era la princesa, su hija.
Dnde se puede ver? pregunt el soldado.
No hay medio de verla le respondieron . Vive en un gran palacio de
cobre, rodeado de muchas murallas y torres. Nadie, excepto el Rey, puede entrar
y salir, pues existe la profeca de que la princesa se casar con un simple
soldado, y el Monarca no quiere pasar por ello.
Me gustara verla, pens el soldado; pero no haba modo de obtener una
autorizacin.
El hombre llevaba una gran vida: iba al teatro, paseaba en coche por el parque y
daba mucho dinero a los pobres, lo cual deca mucho en su favor. Se acordaba
muy bien de lo duro que es no tener una perra gorda. Ahora era rico, vesta
hermosos trajes e hizo muchos amigos, que lo consideraban como persona
excelente, un autntico caballero, lo cual gustaba al soldado. Pero como cada da
gastaba dinero y nunca ingresaba un cntimo, al final le quedaron slo dos
ochavos. Tuvo que abandonar las lujosas habitaciones a que se haba
acostumbrado y alojarse en la buhardilla, en un cuartucho srdido bajo el tejado,
limpiarse l mismo las botas y coserlas con una aguja saquera. Y sus amigos
dejaron de visitarlo; haba que subir tantas escaleras!.

EN EL MAR REMOTO
Varios grandes barcos haban sido enviados a las regiones del Polo Norte para
descubrir los lmites ms septentrionales entre la tierra y el mar, e investigar
hasta dnde podan avanzar los hombres en aquellos parajes. Llevaban ya
mucho tiempo abrindose paso por entre la niebla y los hielos, y sus
tripulaciones haban tenido que sufrir muchas penalidades. Ahora haba llegado
el invierno y desaparecido el sol; durante muchas, muchas semanas, rein la
noche continua; en derredor todo era un nico bloque de hielo, en el que los
barcos haban quedado aprisionados; la nieve alcanzaba gran altura, y con ella
haban construido casas en forma de colmena, algunas grandes como tmulos, y
otras, ms pequeas, capaces de albergar solamente de dos a cuatro hombres.
Sin embargo, la oscuridad no era completa, pues las auroras boreales enviaban
sus resplandores rojos y azules; era como un eterno castillo de fuegos
artificiales, y la nieve despeda un tenue brillo; la noche era all como un largo
crepsculo llameante. En los perodos de mayor claridad se presentaban grupos
de indgenas de singularsimo aspecto, con sus hirsutos abrigos de pieles; iban
montados en trineos construidos de trozos de hielo, y traan pieles en grandes
fardos, gracias a las cuales las casas de nieve pudieron ser provistas de calientes
alfombras. Las pieles servan, adems, de mantas y almohadas, y con ellas los
marineros se arreglaban camas bajo sus cpulas de nieve, mientras en el exterior
arreciaba el fro con una intensidad desconocida incluso en los ms rigurosos
inviernos nrdicos. En nuestra patria era todava otoo, y de ello se acordaban
aquellos hombres perdidos en tan altas latitudes; pensaban en el sol de su tierra
y en el follaje amarillo que colgaba an de sus rboles. El reloj les dijo que era
noche y hora de acostarse, y en una de las chozas de nieve dos hombres se
tendieron a descansar. El ms joven tena consigo el mejor y ms preciado
tesoro de la patria, regalo de su abuela en el momento de su partida: la Biblia.
Cada noche se la pona debajo de la cabeza; ya desde nio saba lo que en ella
estaba escrito. Lea un trozo cada da, y estando en el lecho le venan con gran
frecuencia a la memoria aquellas santas palabras de consuelo: Si tomase yo las
alas de la aurora y estuviese en el mar ms remoto, Tu mano me guiara hasta
all, y Tu diestra me sostendra. Y a estas palabras de verdad se cerraban sus
ojos y llegaba el sueo, la revelacin del espritu en Dios; el alma estaba viva
mientras el cuerpo reposaba; l lo senta, parecale como si resonasen viejas y
queridas melodas, como si le envolvieran tibias brisas estivales; y desde su
lecho vea cmo un gran resplandor se filtraba a travs de la nvea cpula.
Levantaba la cabeza, y aquel blanco refulgente no era pared ni techo, sino las
grandes alas de un ngel, a cuyo rostro dulce y radiante alzaba los ojos.
Como del cliz de un lirio sala el ngel de las pginas de la Biblia, extenda los
brazos, y las paredes de la choza se esfumaban a modo de un sutil y vaporoso
manto de niebla: los verdes prados y colinas de la patria, y sus bosques oscuros
y rojizos se extendan en derredor, al sol apacible de un bello da de otoo; el
nido de la cigea estaba vaco, pero colgaban todava frutos de los manzanos
silvestres, aunque haban cado ya las hojas; brillaban los rojos escaramujos, y el
estornino silbaba en su pequea jaula verde, colocada sobre la ventana de la casa
de campo, donde tena l su hogar; el pjaro silbaba como le haban enseado, y
la abuela le pona mijo en la jaula, segn viera hacer siempre al nieto; y la hija
del herrero, tan joven y tan linda, sacaba agua del pozo y diriga un saludo a la
abuela, quien le corresponda con un gesto de la cabeza, mostrndole al mismo
tiempo una carta llegada de muy lejos. Se haba recibido aquella misma maana;
vena de las heladas tierras del polo Norte, donde se encontraba el nieto en
manos de Dios . Y las dos mujeres rean y lloraban a la vez, y l, que todo lo
vea y oa desde aquellos parajes de hielo y nieve, en el mundo del espritu bajo
las alas del ngel, rea con ellas y con ellas lloraba. En la carta se lean aquellas
mismas palabras de la Biblia: En el mar ms remoto, su diestra me sostendr.
Son en derredor una sublime msica, como salida de un coro celeste, mientras
el ngel extenda sus alas, a modo de velo, sobre el mozo dormido... Se
desvaneci el sueo; en la choza reinaba la oscuridad, pero la Biblia segua bajo
su cabeza, la fe y la esperanza moraban en su corazn, Dios estaba con l, y
tambin la patria, en el mar remoto.

ES LA PURA VERDAD
Es un caso espantoso! exclam una gallina del extremo opuesto del
pueblo, donde el hecho no haba sucedido. Ha pasado algo espantoso en el
gallinero de all! Lo que es esta noche, no duermo sola. Menos mal que somos
tantas . Y les cont el caso, y a las dems gallinas se les erizaron las plumas, y
al gallo se le cay la cresta. Es la pura verdad!
Pero empecemos por el principio, pues la cosa sucedi en un gallinero del otro
extremo del pueblo. Se pona el sol, y las gallinas se suban a su percha; una de
ellas, blanca y paticorta, pona sus huevos con toda regularidad y era una gallina
de lo ms respetable. Una vez en su percha, se dedic a asearse con el pico, y en
la operacin perdi una pluma.
Ya vol una! dijo. Cuanto ms me desplumo, ms guapa estoy . Lo
dijo en broma, pues de todas las gallinas era la de carcter ms alegre; por lo
dems, como ya dijimos, era la respetabilidad personificada. Y luego se puso a
dormir.
El gallinero estaba a oscuras; las gallinas estaban alineadas en su percha, pero la
contigua a la nuestra permaneca despierta. Aquellas palabras las haba odo y
no las haba odo, como a menudo conviene hacer en este mundo, si uno quiere
vivir en paz y tranquilidad. Con todo, no pudo contenerse y dijo a la vecina del
otro lado:
No has odo? No quiero citar nombres, pero lo cierto es que hay aqu una
gallina que se despluma para parecer ms hermosa. Si yo fuese gallo, la
despreciara.
Pero he aqu que ms arriba de las gallinas viva la lechuza, con su marido y su
prole; todos los miembros de la familia tenan un odo finsimo y oyeron las
palabras de la gallina, y, oyndolas, revolvieron los ojos, y la madre lechuza se
puso a abanicarse con las alas.
No escuchis esas cosas! Pero habis odo lo que acaban de decir, verdad?.
Yo lo he odo con mis propias orejas; lo que oirn an, las pobres, antes de que
se me caigan! Hay una gallina que hasta tal punto ha perdido toda nocin de
decencia, que se est arrancando todas las plumas a la vista del gallo.
Prenez garde aux enfants! exclam el padre lechuza. Estas cosas no son
para que las oigan los nios.
Pero voy a contrselo a la lechuza de enfrente. Es la ms respetable de estos
alrededores . Y se ech a volar.
Juj, uj! y las dos se estuvieron as comadreando sobre el palomar del
vecino, y luego contaron la historia a las palomas: Habis odo, habis odo?
Uj! Hay una gallina que por amor del gallo se ha arrancado todas las plumas.
Y se morir helada, si no lo ha hecho ya! Uj!
Dnde, dnde? arrullaron las palomas.
En el corral de enfrente. Es como si lo hubiese visto con mis ojos. Es un caso
tan indecoroso, que una casi no se atreve a contarlo, pero es la pura verdad.
La purra, la purra verrdad! corearon las palomas, y, dirigindose al
gallinero de abajo: Hay una gallina dijeron, y hay quien afirma que son
dos, que se han arrancado todas las plumas para distinguirse de las dems y
llamar la atencin del gallo. Es el colmo... y peligroso, adems, pues se puede
pescar un resfriado y morirse de una calentura... Y parece que ya han muerto,
las dos!
Despertad, despertad! grit el gallo subindose a la valla con los ojos
soolientos, pero vociferando a todo pulmn: Tres gallinas han muerto
vctimas de su desgraciado amor por un gallo!. Se arrancaron todas las plumas.
Es una historia horrible, y no quiero guardrmela en el buche. Pasadla, que
corra!
Que corra! silbaron los murcilagos, y las gallinas cacarearon, y los gallos
cantaron: Que corra, que corra! . Y de este modo la historia fue pasando
de gallinero en gallinero, hasta llegar, finalmente, a aquel del cual haba salido.
Son cinco gallinas decan que se han arrancado todas las plumas para
que el gallo viera cmo haban adelgazado por su amor, y luego se picotearon
mutuamente hasta matarse, con gran bochorno y vergenza de su familia y gran
perjuicio para el dueo.
Como es natural, la gallina a la que se la haba soltado la plumita no se
reconoci como la protagonista del suceso, y siendo, como era, una gallina
respetable, dijo:
Este tipo de gallinas merecen el desprecio general. Desgraciadamente,
abundan mucho! stas cosas no deben ocultarse, y har cuanto pueda para que
el hecho se publique en el peridico; que lo sepa todo el pas. Se lo tienen bien
merecido las gallinas, y tambin su familia.
Y la cosa apareci en el peridico, en letras de molde, y es la pura verdad: Una
plumilla puede muy bien convertirse en cinco gallinas.

HISTORIA DE UNA MADRE


Estaba una madre sentada junto a la cuna de su hijito, muy afligida y angustiada,
pues tema que el pequeo se muriera. ste, en efecto, estaba plido como la
cera, tena los ojitos medio cerrados y respiraba casi imperceptiblemente, de vez
en cuando con una aspiracin profunda, como un suspiro. La tristeza de la
madre aumentaba por momentos al contemplar a la tierna criatura.
Llamaron a la puerta y entr un hombre viejo y pobre, envuelto en un holgado
cobertor, que pareca una manta de caballo; son mantas que calientan, pero l
estaba helado. Se estaba en lo ms crudo del invierno; en la calle todo apareca
cubierto de hielo y nieve, y soplaba un viento cortante.
Como el viejo tiritaba de fro y el nio se haba quedado dormido, la madre se
levant y puso a calentar cerveza en un bote, sobre la estufa, para reanimar al
anciano. ste se haba sentado junto a la cuna, y meca al nio. La madre volvi
a su lado y se estuvo contemplando al pequeo, que respiraba fatigosamente y
levantaba la manita.
Crees que vivir? pregunt la madre. El buen Dios no querr
quitrmelo!
El viejo, que era la Muerte en persona, hizo un gesto extrao con la cabeza; lo
mismo poda ser afirmativo que negativo. La mujer baj los ojos, y las lgrimas
rodaron por sus mejillas. Tena la cabeza pesada, llevaba tres noches sin dormir
y se qued un momento como aletargada; pero volvi en seguida en s,
temblando de fro.
Qu es esto? grit, mirando en todas direcciones. El viejo se haba
marchado, y la cuna estaba vaca. Se haba llevado al nio! El reloj del rincn
dej or un ruido sordo, la gran pesa de plomo cay rechinando hasta el suelo,
paf!, y las agujas se detuvieron.
La desolada madre sali corriendo a la calle, en busca del hijo. En medio de la
nieve haba una mujer, vestida con un largo ropaje negro, que le dijo:
La Muerte estuvo en tu casa; lo s, pues la vi escapar con tu hijito. Volaba
como el viento. Jams devuelve lo que se lleva!
Dime por dnde se fue! suplic la madre. Ensame el camino y la
alcanzar!
Conozco el camino respondi la mujer vestida de negro pero antes de
decrtelo tienes que cantarme todas las canciones con que meciste a tu pequeo.
Me gustan, las o muchas veces, pues soy la Noche. He visto correr tus lgrimas
mientras cantabas.
Te las cantar todas, todas! dijo la madre, pero no me detengas, para
que pueda alcanzarla y encontrar a mi hijo.
Pero la Noche permaneci muda e inmvil, y la madre, retorcindose las manos,
cant y llor; y fueron muchas las canciones, pero fueron an ms las lgrimas.
Entonces dijo la Noche:
Ve hacia la derecha, por el tenebroso bosque de abetos. En l vi desaparecer
a la Muerte con el nio.
Muy adentro del bosque se bifurcaba el camino, y la mujer no saba por dnde
tomar. Levantbase all un zarzal, sin hojas ni flores, pues era invierno, y las
ramas estaban cubiertas de nieve y hielo.
No has visto pasar a la Muerte con mi hijito?
S respondi el zarzal pero no te dir el camino que tom si antes no me
calientas apretndome contra tu pecho; me muero de fro, y mis ramas estn
heladas.
Y ella estrech el zarzal contra su pecho, apretndolo para calentarlo bien; y las
espinas se le clavaron en la carne, y la sangre le fluy a grandes gotas. Pero del
zarzal brotaron frescas hojas y bellas flores en la noche invernal: tal era el ardor
con que la acongojada madre lo haba estrechado contra su corazn! Y la planta
le indic el camino que deba seguir.
Lleg a un gran lago, en el que no se vea ninguna embarcacin. No estaba
bastante helado para sostener su peso, ni era tampoco bastante somero para
poder vadearlo; y, sin embargo, no tena ms remedio que cruzarlo si quera
encontrar a su hijo. Echse entonces al suelo, dispuesta a beberse toda el agua;
pero qu criatura humana sera capaz de ello! Mas la angustiada madre no
perda la esperanza de que sucediera un milagro.
No, no lo conseguirs! dijo el lago. Mejor ser que hagamos un trato.
Soy aficionado a coleccionar perlas, y tus ojos son las dos perlas ms puras que
jams he visto. Si ests dispuesta a desprenderte de ellos a fuerza de llanto, te
conducir al gran invernadero donde reside la Muerte, cuidando flores y rboles;
cada uno de ellos es una vida humana.
Ay, qu no diera yo por llegar a donde est mi hijo! exclam la pobre
madre, y se ech a llorar con ms desconsuelo an, y sus ojos se le
desprendieron y cayeron al fondo del lago, donde quedaron convertidos en
preciossimas perlas. El lago la levant como en un columpio y de un solo
impulso la situ en la orilla opuesta. Se levantaba all un gran edificio, cuya
fachada tena ms de una milla de largo. No poda distinguirse bien si era una
montaa con sus bosques y cuevas, o si era obra de albailera; y menos lo poda
averiguar la pobre madre, que haba perdido los ojos a fuerza de llorar.
Dnde encontrar a la Muerte, que se march con mi hijito? pregunt.
No ha llegado todava dijo la vieja sepulturera que cuida del gran
invernadero de la Muerte. Quin te ha ayudado a encontrar este lugar?
El buen Dios me ha ayudado dijo la madre. Es misericordioso, y t lo
sers tambin. Dnde puedo encontrar a mi hijo?
Lo ignoro replic la mujer, y veo que eres ciega. Esta noche se han
marchitado muchos rboles y flores; no tardar en venir la Muerte a
trasplantarlos. Ya sabrs que cada persona tiene su propio rbol de la vida o su
flor, segn su naturaleza. Parecen plantas corrientes, pero en ellas palpita un
corazn; el corazn de un nio puede tambin latir. Atiende, tal vez reconozcas
el latido de tu hijo, pero, qu me dars si te digo lo que debes hacer todava?
Nada me queda para darte dijo la afligida madre pero ir por ti hasta el fin
del mundo.
Nada hay all que me interese respondi la mujer pero puedes cederme tu
larga cabellera negra; bien sabes que es hermosa, y me gusta. A cambio te dar
yo la ma, que es blanca, pero tambin te servir.
Nada ms? dijo la madre. Tmala enhorabuena . Dio a la vieja su
hermoso cabello, y se qued con el suyo, blanco como la nieve.
Entraron entonces en el gran invernadero de la Muerte, donde crecan rboles y
flores en maravillosa mezcolanza. Haba preciosos, jacintos bajo campanas de
cristal, y grandes peonas fuertes como rboles; y haba tambin plantas
acuticas, algunas lozanas, otras enfermizas. Serpientes de agua las rodeaban, y
cangrejos negros se agarraban a sus tallos. Crecan soberbias palmeras, robles y
pltanos, y no faltaba el perejil ni tampoco el tomillo; cada rbol y cada flor
tenia su nombre, cada uno era una vida humana; la persona viva an: ste en la
China, ste en Groenlandia o en cualquier otra parte del mundo. Haba grandes
rboles plantados en macetas tan pequeas y angostas, que parecan a punto de
estallar; en cambio, veanse mseras florecillas emergiendo de una tierra grasa,
cubierta de musgo todo alrededor. La desolada madre fue inclinndose sobre las
plantas ms diminutas, oyendo el latido del corazn humano que haba en cada
una; y entre millones reconoci el de su hijo.
Es ste! exclam, alargando la mano hacia una pequea flor azul de
azafrn que colgaba de un lado, gravemente enferma.
No toques la flor! dijo la vieja. Qudate aqu, y cuando la Muerte
llegue, pues la estoy esperando de un momento a otro, no dejes que arranque la
planta; amenzala con hacer t lo mismo con otras y entonces tendr miedo. Es
responsable de ellas, ante Dios; sin su permiso no debe arrancarse ninguna.
De pronto sintise en el recinto un fro glacial, y la madre ciega comprendi que
entraba la Muerte.
Cmo encontraste el camino hasta aqu? pregunt. Cmo pudiste
llegar antes que yo?
Soy madre! respondi ella.
La Muerte alarg su mano huesuda hacia la flor de azafrn, pero la mujer
interpuso las suyas con gran firmeza, aunque temerosa de tocar una de sus hojas.
La Muerte sopl sobre sus manos y ella sinti que su soplo era ms fro que el
del viento polar. Y sus manos cedieron y cayeron inertes.
Nada podrs contra m! dijo la Muerte.
Pero s lo puede el buen Dios! respondi la mujer.
Yo hago slo su voluntad! replic la Muerte. Soy su jardinero. Tomo
todos sus rboles y flores y los trasplanto al jardn del Paraso, en la tierra
desconocida; y t no sabes cmo es y lo que en el jardn ocurre, ni yo puedo
decrtelo.
Devulveme mi hijo! rog la madre, prorrumpiendo en llanto.
Bruscamente puso las manos sobre dos hermosas flores, y grit a la Muerte:
Las arrancar todas, pues estoy desesperada!
No las toques! exclam la Muerte. Dices que eres desgraciada, y
pretendes hacer a otra madre tan desdichada como t.
Otra madre! dijo la pobre mujer, soltando las flores. Quin es esa
madre?
Ah tienes tus ojos dijo la Muerte, los he sacado del lago; brillaban
tanto! No saba que eran los tuyos. Tmalos, son ms claros que antes. Mira
luego en el profundo pozo que est a tu lado; te dir los nombres de las dos
flores que queras arrancar y vers todo su porvenir, todo el curso de su vida.
Mira lo que estuviste a punto de destruir.
Mir ella al fondo del pozo; y era una delicia ver cmo una de las flores era una
bendicin para el mundo, ver cunta felicidad y ventura esparca a su alrededor.
La vida de la otra era, en cambio, tristeza y miseria, dolor y privaciones.
Las dos son lo que Dios ha dispuesto dijo la Muerte.
Cul es la flor de la desgracia y cul la de la ventura? pregunt la madre.
Esto no te lo dir contest la Muerte. Slo sabrs que una de ellas era la
de tu hijo. Has visto el destino que estaba reservado a tu propio hijo, su porvenir
en el mundo.
La madre lanz un grito de horror: Cul de las dos era mi hijo? Dmelo,
scame de la incertidumbre! Pero si es el desgraciado, lbralo de la miseria,
llvaselo antes. Llvatelo al reino de Dios! Olvdate de mis lgrimas, olvdate
de mis splicas y de todo lo que dije e hice!
No te comprendo dijo la Muerte. Quieres que te devuelva a tu hijo o
prefieres que me vaya con l adonde ignoras lo que pasa?
La madre, retorciendo las manos, cay de rodillas y elev esta plegaria a Dios
Nuestro Seor:
No me escuches cuando te pida algo que va contra Tu voluntad, que es la
ms sabia! No me escuches! No me escuches!
Y dej caer la cabeza sobre el pecho, mientras la Muerte se alejaba con el nio,
hacia el mundo desconocido.

HOLGER EL DANS

Hay en Dinamarca un viejo castillo llamado Kronborg. Est junto al resund,


estrecho que cruzan diariamente centenares de grandes barcos, lo mismo
ingleses que rusos y prusianos, saludando al viejo castillo con salvas de
artillera, bum!, y l contesta con sus caones: bum! Pues de esta forma los
caones dicen Buenos das! y Muchas gracias!. En invierno no pasa por
all ningn buque, ya que entonces est todo cubierto de hielo, hasta muy arriba
de la costa sueca; pero en la buena estacin es una verdadera carretera. Ondean
las banderas danesa y sueca, y las poblaciones de ambos pases se dicen
Buenos das! y Muchas gracias!, pero no a caonazos, sino con un
amistoso apretn de manos, y unos llevan pan blanco y rosquillas a los otros,
pues la comida forastera siempre sabe mejor. Pero lo ms estupendo de todo es
el castillo de Kronborg, en cuyas cuevas, profundas y tenebrosas, a las que nadie
baja, reside Holger el Dans. Va vestido de hierro y acero, y apoya la cabeza en
sus robustos brazos; su larga barba cuelga por sobre la mesa de mrmol, a la que
est pegada. Duerme y suea, pero en sueos ve todo lo que ocurre all arriba,
en Dinamarca. Por Nochebuena baja siempre un ngel de Dios y le dice que es
cierto lo que ha soado, y que puede seguir durmiendo tranquilamente, pues
Dinamarca no se encuentra an en verdadero peligro. Si este peligro se
presentara, Holger, el viejo dans, se levantara, y rompera la mesa al retirar la
barba. Volvera al mundo y pegara tan fuerte, que sus golpes se oiran en todos
los mbitos de la Tierra.
Un anciano explic a su nietecito todas estas cosas acerca de Holger, y el
pequeo saba que todo lo que deca su abuelo era la pura verdad. Mientras
contaba, el viejo se entretena tallando una gran figura de madera que
representara a Holger, destinada a adornar la proa de un barco; pues el abuelo
era escultor de madera, o sea, un hombre que talla figuras para espolones de
barcos, figuras que van de acuerdo con el nombre del navo. Y en aquella
ocasin haba representado a Holger, erguido y altivo, con su larga barba, la
ancha espada de combate en una mano, mientras la otra se apoyaba en el escudo
adornado con las armas danesas.
El abuelo cont tantas y tantas cosas de hombres y mujeres notables de
Dinamarca, que el nieto crey al fin que saba tanto como el propio Holger, el
cual, adems, se limitaba a soarlas; y cuando se fue a acostar, psose a pensar
tanto en aquello, que aplic la barbilla contra la colcha y se dio a creer que tena
una luenga barba pegada a ella.
El abuelo se haba quedado para proseguir su trabajo, y realizaba la ltima parte
del mismo, que era el escudo dans. Cuando ya estuvo listo contempl su obra,
pensando en todo lo que leyera y oyera, y en lo que aquella noche haba
explicado al muchachito. Hizo un gesto con la cabeza, se limpi las gafas y,
volviendo a sentarse, dijo:
Durante el tiempo que me queda de vida, seguramente no volver Holger;
pero ese pequeo que duerme ah tal vez lo vea y est a su lado el da que sea
necesario.
Y el viejo abuelo repiti su gesto, y cuanto ms examinaba su Holger, ms se
convenca de que haba hecho una buena talla; parecile que cobraba color, y
que la armadura brillaba como hierro y acero; en el escudo de armas, los
corazones se enrojecan gradualmente, y los leones coronados, saltaban.
Es el escudo ms hermoso de cuantos existen en el mundo entero dijo el
viejo. Los leones son la fuerza, y los corazones, la piedad y el amor.
Contempl el primer len y pens en el rey Knud, que incorpor la gran
Inglaterra al trono de Dinamarca; y al considerar el segundo record a
Waldemar, unificador de Dinamarca y conquistador de los pases vendos; el
tercer len le trajo a la memoria a Margarita, que uni Dinamarca, Suecia y
Noruega. Y cuando se fij en los rojos corazones, parecironle que brillaban an
ms que antes; eran llamas que se movan, y sus, pensamientos fueron en pos de
cada uno de ellos.
La primera llama lo condujo a una estrecha y oscura crcel, ocupada por una
prisionera, una hermosa mujer, hija de Cristin IV: Leonora Ulfeldt; y la llama
se pos, cual una rosa, en su pecho, floreciendo y brillando con el corazn de la
mejor y ms noble de todas las mujeres danesas.
S, es uno de los corazones del escudo de Dinamarca dijo el abuelo. Y
luego su mente se dirigi a la llama segunda, que lo llev a alta mar, donde los
caones tronaban, y los barcos aparecan envueltos en humo; y la llama se fij,
como una condecoracin, en el pecho de Hvitfeldt cuando, para salvar la flota,
vol su propio barco con l a bordo.
La tercera llama lo transport a las mseras cabaas de Groenlandia, donde el
prroco Hans Egede realizaba su apostolado de amor con palabras y obras; la
llama era una estrella en su pecho, un corazn en las armas danesas.
Y los pensamientos del abuelo se anticiparon a la llama flotante, pues saba
adnde iba sta. En la pobre vivienda de la campesina, Federico VI, de pie,
escriba con tiza su nombre en las vigas. La llama temblaba sobre su pecho y en
su corazn; en aquella humilde estancia, su corazn pas a forzar parte del
escudo dans. Y el viejo se sec los ojos, pues haba conocido al rey Federico,
con sus cabellos de plata y sus nobles ojos azules, y por l haba vivido. Y
juntando las manos se qued inmvil, con la mirada fija. Entr entonces su
nuera a decir al anciano que era ya muy tarde y hora de descansar, y que la mesa
estaba puesta.
Pero, qu hermosa estatua has hecho, abuelo! exclam la joven.
Holger y nuestro escudo completo! Dira que esta cara la he visto ya antes.
No, t no la has visto dijo el abuelo, pero yo s, y he procurado tallarla
en la madera, tal y como la tengo en la memoria. Cuando los ingleses estaban en
la rada el da 2 de abril, supimos demostrar que ramos los antiguos daneses. A
bordo del Dinamarca, donde yo serva en la escuadra de Steen Bille, haba a
mi lado un hombre; habrase dicho que las balas le tenan miedo. Cantaba
alegremente viejas canciones, mientras disparaba y combata como si fuese un
ser sobrehumano. Me acuerdo todava de su rostro; pero no s, ni lo sabe nadie,
de dnde vino ni adnde fue. Muchas veces he pensado si sera Holger, el viejo
dans, en persona, que habra salido de Kronborg para acudir en nuestra ayuda a
la hora del peligro. Esto es lo que pens, y ah est su efigie.
Y la figura proyectaba una gran sombra en la pared e incluso sobre parte del
techo; pareca como si all estuviese el propio Holger, pues la sombra se mova;
claro que poda tambin ser debido a que la llama de la lmpara arda de manera
irregular. La nuera dio un beso al abuelo y lo acompa hasta el gran silln
colocado delante de la mesa, y ella y su marido, hijo del viejo y padre del
chiquillo que dorma en la cama, se sentaron a cenar. El anciano habl de los
leones y de los daneses, de la fuerza y la clemencia, y explic de modo bien
claro que exista otra fuerza, adems de la espada, y seal el armario que
guardaba viejos libros; all estaban las comedias completas de Holberg, tan
ledas y reledas, que uno crea conocer desde haca muchsimo tiempo a todos
sus personajes.
Veis? ste tambin supo zurrar dijo el abuelo. Hizo cuanto pudo por
acabar con todo lo disparatado y torpe que haba en la gente y, sealando el
espejo sobre el cual estaba el calendario con la Torre Redonda, dijo: Tambin
Tico Brahe manej la espada, pero no con el propsito de cortar carne y quebrar
huesos, sino para trazar un camino ms preciso entre las estrellas del cielo. Y
luego aquel cuyo padre fue de mi profesin, el hijo del viejo escultor, aquel a
quien yo mismo he visto, con su blanco cabello y anchos hombros, aquel cuyo
nombre es famoso en todos los pases de la Tierra. S, l saba esculpir, yo slo
s tallar. S, Holger puede aparecrsenos en figuras muy diversas, para que en
todos los pueblos se hable de la fuerza de Dinamarca. Brindamos a la salud de
Bertel?.
Pero el pequeo, en su cama, vea claramente el viejo Kronborg y el resund, y
vea al verdadero Holger all abajo, con su barba pegada a la mesa de mrmol,
soando con todo lo que sucede ac arriba. Y Holger soaba tambin en la
reducida y pobre vivienda del imaginero, oa cuanto en ella se hablaba, y, con un
movimiento de la cabeza, sin despertar de su sueo, deca:
S, acordaos de m, daneses, retenedme en vuestra memoria. No os
abandonar en la hora de la necesidad.
All, ante el Kronborg, brillaba la luz del da, y el viento llevaba las notas del
cuerno de caza a las tierras vecinas; los barcos, al pasar, enviaban sus salvas:
bum! bum!, y desde el castillo contestaban: bum! bum! Pero Holger no se
despertaba, por ruidosos que fuesen los caonazos, pues slo decan: Buenos
das!, Muchas gracias!. De un modo muy distinto tendran que disparar para
despertarlo; pero un da u otro despertar, pues Holger el dans es de recia
madera.

IB Y CRISTINA
No lejos de Gudenaa, en la selva de Silkeborg, se levanta, semejante a un gran
muro, una loma llamada Aasen, a cuyo pie, del lado de Poniente, haba, y sigue
habiendo an, un pequeo cortijo, rodeado por una tierra tan rida, que la arena
brilla por entre las esculidas mieses de centeno y cebada.
Desde entonces han transcurrido muchos aos. La gente que viva all por aquel
tiempo cultivaba su msero terruo y criaba adems tres ovejas, un cerdo y dos
bueyes; de hecho, vivan con cierta holgura, a fuerza de aceptar las cosas tal
como venan.
Incluso habran podido tener un par de caballos, pero decan, como los dems
campesinos: El caballo se devora a s mismo.
Un caballo se come todo lo que gana. JeppeJnsen trabajaba en verano su
pequeo campo, y en invierno confeccionaba zuecos con mano hbil. Tena
adems, un ayudante; un hombre muy ducho en la fabricacin de aquella clase
de calzado: lo haca resistente, a la vez que ligero y elegante. Tallaban asimismo
cucharas de madera, y el negocio les renda; no poda decirse que aquella gente
fuesen pobres.
El pequeo Ib, un chiquillo de 7 aos, nico hijo de la casa, se sentaba a su lado
a mirarlo; cortaba un bastoncito, y sola cortarse tambin los dedos, pero un da
tall dos trozos de madera que parecan dos zuequitos. Dijo que iba a regalarlos
a Cristinita, la hija de un marinero, una nia tan delicada y encantadora, que
habra podido pasar por una princesa. Vestida adecuadamente, nadie hubiera
imaginado que proceda de una casa de turba del erial de Seis. All moraba su
padre, viudo, que se ganaba el sustento transportando lea desde el bosque a las
anguileras de Silkeborg, y a veces incluso ms lejos, hasta Randers. No tena a
nadie a quien confiar a Cristina, que tena un ao menos que Ib; por eso la
llevaba casi siempre consigo, en la barca y a travs del erial y los arndanos.
Cuando tena que llegarse a Randers, dejaba a Cristinita en casa de Jeppe
Jnsen.
Los dos nios se llevaban bien, tanto en el juego como a las horas de la comida;
cavaban hoyos en la tierra, se encaramaban a los rboles y corran por los
alrededores; un da se atrevieron incluso a subirse solos hasta la cumbre de la
loma y adentrarse un buen trecho en el bosque, donde encontraron huevos de
chocha; fue un gran acontecimiento.
Ib no haba estado nunca en el erial de Seis, ni cruzado en barca los lagos de
Gudenaa, pero ahora iba a hacerlo: el barquero lo haba invitado, y la vspera se
fue con l a su casa.
A la madrugada los dos nios se instalaron sobre la lea apilada en la barca y
desayunaron con pan y frambuesas. El barquero y su ayudante impulsaban la
embarcacin con sus prtigas; la corriente les facilitaba el trabajo, y as
descendieron el ro y atravesaron los lagos, que parecan cerrados por todas
partes por el bosque y los caaverales. Sin embargo, siempre encontraban un
paso por entre los altos rboles, que inclinaban las ramas hasta casi tocar el
suelo, y los robles que las alargaban a su encuentro, como si, habindose
recogido las mangas, quisieran mostrarles sus desnudos y nudosos brazos.
Viejos alisos que la corriente haba arrancado de la orilla, se agarraban
fuertemente al suelo por las races, formando islitas de bosque. Los nenfares se
mecan en el agua; era un viaje delicioso. Finalmente llegaron a las anguileras,
donde el agua ruga al pasar por las esclusas. Cuntas cosas nuevas estaban
viendo Ib y Cristina!
En aquel entonces no haba all ninguna fbrica ni ninguna ciudad, y tan slo se
vean la vieja granja, en la que trabajaban unos cuantos hombres. El agua, al
precipitarse por las esclusas, y el gritero de los patos salvajes, eran los nicos
signos de vida, que se sucedan sin interrupcin. Una vez descargada la lea, el
padre de Cristina compr un buen manojo de anguilas y un cochinillo recin
sacrificado, y lo guard todo en un cesto, que puso en la popa de la
embarcacin. Luego emprendieron el regreso, contra corriente, pero como el
viento era favorable y pudieron tender las velas, la cosa marchaba tan bien como
si un par de caballos tirasen de la barca.
Al llegar a un lugar del bosque cercano a la vivienda del ayudante, ste y el
padre de Cristina desembarcaron, despus de recomendar a los nios que se
estuviesen muy quietecitos y formales. Pero ellos no obedecieron durante mucho
rato; quisieron ver el interior del cesto que contena el lechoncito; sacaron el
animal, y, como los dos se empearon en sostenerlo, se les cay al agua, y la
corriente se lo llev. Fue un suceso horrible.
Ib salt a tierra y ech a correr un trecho; luego salt tambin Cristina.
Llvame contigo! grit, y se metieron saltando entre la maleza; pronto
perdieron de vista la barca y el ro. Continuaron corriendo otro pequeo trecho,
pero luego Cristina se cay y se ech a llorar; Ib acudi a ayudarla.
Ven conmigo dijo , la casa est all arriba . Pero no era as. Siguieron
errando por un terreno cubierto de hojas marchitas y de ramas secas cadas, que
crujan bajo sus piececitos. De pronto oyeron un penetrante grito. Se detuvieron
y escucharon. Entonces reson el chillido de un guila era un chillido
siniestro, que los asust en extremo. Sin embargo, delante de ellos, en lo
espeso del bosque, crecan en nmero infinito magnficos arndanos. Era
demasiado tentador para que pudieran pasar de largo, y se entretuvieron
comiendo las bayas, manchndose de azul la boca y las mejillas. En esto se oy
otra llamada.
Nos pegarn por lo del lechn! dijo Cristina.
Vmonos a casa respondi Ib ; est aqu en el bosque.
Se pusieron en marcha y llegaron a un camino de carros, pero que no conduca a
su casa. Mientras tanto haba oscurecido, y los nios tenan miedo. El singular
silencio que los rodeaba era slo interrumpido por el feo grito del bho o de
otras aves que no conocan los nios. Finalmente se enredaron entre la maleza.
Cristina rompi a llorar e Ib hizo lo mismo, y cuando hubieron llorado por
espacio de una hora, se tumbaron sobre las hojas y se quedaron dormidos.
El sol se hallaba ya muy alto en el cielo cuando despertaron; tenan fro, pero Ib
pens que subindose a una loma cercana a poca distancia, donde el sol brillaba
por entre los rboles, podran calentarse y, adems, veran la casa de sus padres.
Pero lo cierto es que se encontraban muy lejos de ella, en el extremo opuesto del
bosque. Treparon a la cumbre del montculo y se encontraron en una ladera que
descenda a un lago claro y transparente; los peces aparecan alineados, visibles
a los rayos del sol. Fue un espectculo totalmente inesperado, y por otra parte
descubrieron junto a ellos un avellano muy cargado de frutos, a veces siete en un
solo manojo. Cogieron las avellanas, rompieron las cscaras y se comieron los
frutos tiernos, que empezaban ya a estar en sazn. Luego vino una nueva
sorpresa, mejor dicho, un susto: del espesor de bosque sali una mujer vieja y
alta, de rostro moreno y cabello negro y brillante; el blanco de sus ojos resaltaba
como en los de un moro. Llevaba un lo a la espalda y un nudoso bastn en la
mano; era una gitana. Los nios, al principio, no comprendieron lo que dijo,
pero entonces la mujer se sac del bolsillo tres gruesas avellanas, en cada una de
las cuales, segn dijo, se contenan las cosas ms maravillosas; eran avellanas
mgicas.
Ib la mir; la mujer pareca muy amable, y el chiquillo, cobrando nimo, le
pregunt si le dara las avellanas. Ella se las dio, y luego se llen el bolsillo de
las que haba en el arbusto.
Ib y Cristina contemplaron con ojos abiertos las tres avellanas maravillosas.
Habr en sta un coche con caballos? pregunt Ib.
Hay una carroza de oro con caballos de oro tambin contest la vieja.
Entonces dmela! dijo Cristinita. Ib se la entreg, y la mujer la at en la
bufanda de la nia.
Y en sta, no habra una bufanda tan bonita como la de Cristina? inquiri
Ib.
Diez hay! contest la mujer y adems hermosos vestidos, medias y un
sombrero.
Pues tambin la quiero! dijo Cristina; e Ib le dio la segunda avellana. La
tercera era pequea y negra.
T puedes quedarte con sta dijo Cristina , tambin es bonita.
Y qu hay dentro? pregunt el nio.
Lo mejor para ti respondi la gitana.
Y el pequeo se guard la avellana. Entonces la mujer se ofreci a ensearles el
camino que conduca a su casa, y, con su ayuda, Ib y Cristina regresaron a ella,
encontrando a la familia angustiada por su desaparicin. Los perdonaron, pese a
que se haban hecho acreedores a una buena paliza, en primer lugar por haber
dejado caer al agua el lechoncito, y despus por su escapada.
Cristina se volvi a su casita del erial, mientras Ib se quedaba en la suya del
bosque. Al anochecer lo primero que hizo fue sacar la avellana que encerraba
lo mejor. La puso entre la puerta y el marco, apret, y la avellana se parti
con un crujido; pero dentro no tena carne, sino que estaba llena de una especie
de rap o tierra negra. Estaba agusanada, como suele decirse.
Ya me lo figuraba! pens Ib . Cmo en una avellana tan pequea, iba a
haber sitio para lo mejor de todo? Tampoco Cristina encontrar en las suyas ni
los lindos vestidos ni el coche de oro.
Lleg el invierno y el Ao Nuevo.
Pasaron otros varios aos. El nio tuvo que ir a la escuela de confirmandos, y el
prroco viva lejos. Por aquellos das presentse el barquero y dijo a los padres
de Ib que Cristina deba marcharse de casa, a ganarse el pan. Haba tenido la
suerte de caer en buenas manos, es decir, de ir a servir a la casa de personas
excelentes, que eran los ricos fondistas de la comarca de Herning. Entrara en la
casa para ayudar a la duea, y si se portaba bien, seguira con ellos una vez
recibida la confirmacin.
Ib y Cristina se despidieron; todo el mundo los llamaba los novios. Al
separarse le ense ella las dos nueces que l le diera el da en que se haban
perdido en el bosque, y que todava guardaba; y le dijo, adems, que conservaba
asimismo en su bal los zuequitos que l le haba hecho y regalado. Y luego se
separaron.
Ib recibi la confirmacin, pero se qued en casa de su madre; era un buen
oficial zuequero, y en verano cuidaba de la buena marcha de la pequea finca.
La mujer slo lo tena a l, pues el padre haba muerto.
Raras veces y aun stas por medio de un postilln o de un campesino de Aal
reciba noticias de Cristina. Estaba contenta en la casa de los ricos fondistas,
y el da de su confirmacin escribi a su padre, y en la carta, enviaba saludos
para Ib y su madre. Algo deca tambin de seis camisas nuevas y un bonito
vestido que le haban regalado los seores. Realmente eran buenas noticias.
A la primavera siguiente, un hermoso da llamaron a la puerta de Ib y su
madre. Eran el barquero y Cristina. Le haban dado permiso para hacer una
breve visita a su casa, y, habiendo encontrado una oportunidad para ir a Tem y
regresar el mismo da, la haba aprovechado. Era linda y elegante como una
autntica seorita, y llevaba un hermoso vestido, confeccionado con gusto
extremo y que le sentaba a las mil maravillas. All estaba ataviada como una
reina, mientras Ib la reciba en sus viejos indumentos de trabajo. No supo decirle
una palabra; cierto que le estrech la mano y, retenindola, sintise feliz, pero
sus labios no acertaban a moverse. No as Cristina, que habl y cont muchas
cosas y dio un beso a Ib.
Acaso no me conoces? le pregunt. Pero incluso cuando estuvieron solos
l, sin soltarle la mano, no saba decirle sino:
Te has vuelto una seorita, y yo voy tan desastrado! Cunto he pensado en
ti y en aquellos tiempos de antes!
Cogidos del brazo subieron al montculo y contemplaron, por encima del
Gudenaa, el erial de Seis con sus grandes colinas; pero Ib permaneca callado.
Sin embargo, al separarse vio bien claro en el alma que Cristina deba ser su
esposa; ya de nios los haban llamado los novios; le pareci que eran
prometidos, a pesar de que ni uno ni otro haban pronunciado la promesa.

JUAN EL LOBO
All en el campo, en una vieja mansin seorial, viva un anciano propietario
que tena dos hijos, tan listos, que con la mitad hubiera bastado. Los dos se
metieron en la cabeza pedir la mano de la hija del Rey. Estaban en su derecho,
pues la princesa haba mandado pregonar que tomara por marido a quien fuese
capaz de entretenerla con mayor gracia e ingenio.
Los dos hermanos estuvieron preparndose por espacio de ocho das; ste era el
plazo mximo que se les conceda, ms que suficiente, empero, ya que eran muy
instruidos, y esto es una gran ayuda. Uno se saba de memoria toda la
enciclopedia latina, y adems la coleccin de tres aos enteros del peridico
local, tanto del derecho como del revs. El otro conoca todas las leyes
gremiales prrafo por prrafo, y todo lo que debe saber el presidente de un
gremio. De este modo, pensaba, podra hablar de asuntos del Estado y de temas
eruditos. Adems, saba bordar tirantes, pues era fino y gil de dedos.
Me llevar la princesa afirmaban los dos; por eso su padre dio a cada uno
un hermoso caballo; el que se saba de memoria la enciclopedia y el peridico,
recibi uno negro como azabache, y el otro, el ilustrado en cuestiones gremiales
y diestro en la confeccin de tirantes, uno blanco como la leche. Adems, se
untaron los ngulos de los labios con aceite de hgado de bacalao, para darles
mayor agilidad. Todos los criados salieron al patio para verlos montar a caballo,
y entonces compareci tambin el tercero de los hermanos, pues eran tres, slo
que el otro no contaba, pues no se poda comparar en ciencia con los dos
mayores, y, as, todo el mundo lo llamaba el bobo.
Adnde vais con el traje de los domingos? pregunt.
A palacio, a conquistar a la hija del Rey con nuestros discursos. No oste al
pregonero? y le contaron lo que ocurra.
Demonios! Pues no voy a perder la ocasin exclam el bobo . Y los
hermanos se rieron de l y partieron al galope. Dadme un caballo, padre!
dijo Juan el bobo . Me gustara casarme. Si la princesa me acepta, me tendr,
y si no me acepta, ya ver de tenerla yo a ella.
Qu sandeces ests diciendo! intervino el padre. No te dar ningn
caballo. Si no sabes hablar! Tus hermanos es distinto, ellos pueden presentarse
en todas partes.
Si no me dais un caballo replic el bobo montar el macho cabro; es
mo y puede llevarme. Se subi a horcajadas sobre el animal, y, dndole con
el taln en los ijares, emprendi el trote por la carretera. Vaya trote!
Atencin, que vengo yo! gritaba el bobo; y se puso a cantar con tanta
fuerza, que su voz resonaba a gran distancia.
Los hermanos, en cambio, avanzaban en silencio, sin decir palabra;
aprovechaban el tiempo para reflexionar sobre las grandes ideas que pensaban
exponer.
Eh, eh! grit el bobo, aqu estoy yo! Mirad lo que he encontrado en la
carretera! . Y les mostr una corneja muerta.
Imbcil! exclamaron los otros , para qu la quieres?
Se la regalar a la princesa!
Haz lo que quieras! contestaron, soltando la carcajada y siguiendo su
camino.
Eh, eh!, aqu estoy yo! Mirad lo que he encontrado! No se encuentra
todos los das!
Los hermanos se volvieron a ver el raro tesoro.
Estpido! dijeron , es un zueco viejo, y sin la pala. Tambin se lo
regalars a la princesa?
Claro que s! respondi el bobo; y los hermanos, riendo ruidosamente,
prosiguieron su ruta y no tardaron en ganarle un buen trecho.
Eh, eh!, aqu estoy yo! volvi a gritar el bobo . Voy de mejor en
mejor! Arrea! Se ha visto cosa igual!
Qu has encontrado ahora? preguntaron los hermanos. Oh!
exclam el bobo . Es demasiado bueno para decirlo. Cmo se alegrar la
princesa!
Qu asco! exclamaron los hermanos . Si es lodo cogido de un hoyo!
Exacto, esto es asinti el bobo , y de clase finsima, de la que resbala
entre los dedos y as diciendo, se llen los bolsillos de barro.
Los hermanos pusieron los caballos al galope y dejaron al otro rezagado en una
buena hora. Hicieron alto en la puerta de la ciudad, donde los pretendientes eran
numerados por el orden de su llegada y dispuestos en fila de a seis de frente, tan
apretados que no podan mover los brazos. Y suerte de ello, pues de otro modo
se habran roto mutuamente los trajes, slo porque el uno estaba delante del otro.
Todos los dems moradores del pas se haban agolpado alrededor del palacio,
encaramndose hasta las ventanas, para ver cmo la princesa reciba a los
pretendientes. Cosa rara! No bien entraba uno en la sala, pareca como si se le
hiciera un nudo en la garganta, y no poda soltar palabra.
No sirve! iba diciendo la princesa . Fuera!
Lleg el turno del hermano que se saba de memoria la enciclopedia; pero con
aquel largo plantn se le haba olvidado por completo. Para acabar de complicar
las cosas, el suelo cruja, y el techo era todo l un espejo, por lo cual nuestro
hombre se vea cabeza abajo; adems, en cada ventana haba tres escribanos y
un corregidor que tomaban nota de todo lo que se deca, para publicarlo
enseguida en el peridico, que se venda a dos chelines en todas las esquinas.
Era para perder la cabeza. Y, por aadidura, haban encendido la estufa, que
estaba candente.
Qu calor hace aqu dentro! fueron las primeras palabras del
pretendiente.
Es que hoy mi padre asa pollos dijo la princesa.
Ah! y se qued clavado; aquella respuesta no la haba previsto; no le sala
ni una palabra, con tantas cosas ingeniosas que tena preparadas.
No sirve! Fuera! orden la princesa. Y el mozo hubo de retirarse, para
que pasase su hermano segundo.
Qu calor ms terrible! dijo ste.
S, asamos pollos! explic la hija del Rey.
Cmo di... di, cmo di... ? tartamude l, y todos los escribanos
anotaron: Cmo di... di, cmo di... ?.
No sirve! Fuera! decret la princesa.
Tocle entonces el turno al bobo, quien entr en la sala caballero en su macho
cabro.
Demonios, qu calor! observ.
Es que estoy asando pollos contest la princesa.
Al pelo! dijo el bobo. As, no le importar que ase tambin una
corneja, verdad?
Con mucho gusto, no faltaba ms respondi la hija del Rey . Pero,
traes algo en que asarla?; pues no tengo ni puchero ni asador.
Yo s los tengo exclam alegremente el otro. He aqu un excelente
puchero, con mango de estao y, sacando el viejo zueco, meti en l la
corneja.
Pues, vaya banquete! dijo la princesa . Pero, y la salsa?
La traigo en el bolsillo replic el bobo . Tengo para eso y mucho ms y
se sac del bolsillo un puado de barro.
Esto me gusta! exclam la princesa . Al menos t eres capaz de
responder y de hablar. T sers mi marido! Pero, sabes que cada palabra que
digamos ser escrita y maana aparecer en el peridico? Mira aquella ventana:
tres escribanos y un corregidor. Este es el peor, pues no entiende nada. Desde
luego, esto slo lo dijo para amedrentar al solicitante. Y todos los escribanos
soltaron la carcajada e hicieron una mancha de tinta en el suelo.
Aquellas seoras de all? pregunt el bobo . Ah va esto para el
corregidor! y, vacindose los bolsillos, arroj todo el barro a la cara del
personaje.
Magnfico! exclam la princesa. Yo no habra podido. Pero aprender.
Y de este modo Juan el bobo fue Rey. Obtuvo una esposa y una corona y se
sent en un trono y todo esto lo hemos sacado del diario del corregidor, lo
cual no quiere decir que debamos creerlo a pies juntillas.

LA AGUJA DE ZURCIR
rase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se crea ser una
aguja de coser.
Fijaos en lo que hacis y manejadme con cuidado deca a los dedos que la
manejaban. No me dejis caer, que si voy al suelo, las pasaris negras para
encontrarme. Soy tan fina!
Vamos, vamos, que no hay para tanto! dijeron los dedos sujetndola por
el cuerpo.
Mirad, aqu llego yo con mi squito prosigui la aguja, arrastrando tras s
una larga hebra, pero sin nudo.
Los dedos apuntaron la aguja a la zapatilla de la cocinera; el cuero de la parte
superior haba reventado y se disponan a coserlo.
Qu trabajo ms ordinario! exclam la aguja. No es para m. Me
rompo, me rompo! y se rompi. No os lo dije? suspir la vctima.
Soy demasiado fina!
Ya no sirve para nada pensaron los dedos; pero hubieron de seguir
sujetndola, mientras la cocinera le aplicaba una gota de lacre y luego era
clavada en la pechera de la blusa.
Toma! Ahora soy un prendedor! dijo la vanidosa. Bien saba yo que
con el tiempo hara carrera. Cuando una vale, un da u otro se lo reconocen .
Y se ro para sus adentros, pues por fuera es muy difcil ver cundo se re una
aguja de zurcir. Y se qued all tan orgullosa cmo si fuese en coche, y paseaba
la mirada a su alrededor.
Puedo tomarme la libertad de preguntarle, con el debido respeto, si acaso es
usted de oro? inquiri el alfiler, vecino suyo. Tiene usted un porte
majestuoso, y cabeza propia, aunque pequea. Debe procurar crecer, pues no
siempre se pueden poner gotas de lacre en el cabo.
Al or esto, la aguja se irgui con tanto orgullo, que se solt de la tela y cay en
el vertedero, en el que la cocinera estaba lavando.
Ahora me voy de viaje dijo la aguja. Con tal que no me pierda! .
Pero es el caso que se perdi.
Este mundo no est hecho para m pens, ya en el arroyo de la calle. Soy
demasiado fina. Pero tengo conciencia de mi valer, y esto siempre es una
pequea satisfaccin. Y mantuvo su actitud, sin perder el buen humor.
Por encima de ella pasaban flotando toda clase de objetos: virutas, pajas y
pedazos de peridico. Cmo navegan! deca la aguja. Poco se imaginan
lo que hay en el fondo!. Yo estoy en el fondo y aqu sigo clavada. Toma!, ahora
pasa una viruta que no piensa en nada del mundo como no sea en una "viruta", o
sea, en ella misma; y ahora viene una paja: qu manera de revolcarse y de girar!
No pienses tanto en ti, que dars contra una piedra. Y ahora un trozo de
peridico! Nadie se acuerda de lo que pone, y, no obstante, cmo se ahueca!
Yo, en cambio, me estoy aqu paciente y quieta; s lo que soy y seguir
sindolo....
Un da fue a parar a su lado un objeto que brillaba tanto, que la aguja pens que
tal vez sera un diamante; pero en realidad era un casco de botella. Y como
brillaba, la aguja se dirigi a l, presentndose como alfiler de pecho.
Usted debe ser un diamante, verdad?
Bueno... s, algo por el estilo.
Y los dos quedaron convencidos de que eran joyas excepcionales, y se
enzarzaron en una conversacin acerca de lo presuntuosa que es la gente.
Sabes? yo viv en el estuche de una seorita dijo la aguja de zurcir; era
cocinera; tena cinco dedos en cada mano, pero nunca he visto nada tan engredo
como aquellos cinco dedos; y, sin embargo, toda su misin consista en
sostenerme, sacarme del estuche y volverme a meter en l.
Brillaban acaso? pregunt el casco de botella.
Brillar? exclam la aguja. No; pero a orgullosos nadie los ganaba. Eran
cinco hermanos, todos dedos de nacimiento. Iban siempre juntos, la mar de
tiesos uno al lado del otro, a pesar de que ninguno era de la misma longitud. El
de ms afuera, se llamaba Pulgar, era corto y gordo, estaba separado de la
mano, y como slo tena una articulacin en el dorso, slo poda hacer una
inclinacin; pero afirmaba que si a un hombre se lo cortaban, quedaba intil
para el servicio militar. Luego vena el Lameollas, que se meta en lo dulce y
en lo amargo, sealaba el sol y la luna y era el que apretaba la pluma cuando
escriban. El Larguirucho se miraba a los dems desde lo alto; el Borde
dorado se paseaba con un aro de oro alrededor del cuerpo, y el menudo
Meique no haca nada, de lo cual estaba muy ufano. Todo era jactarse y
vanagloriarse. Por eso fui yo a dar en el vertedero.
Ahora estamos aqu, brillando dijo el casco de botella. En el mismo
momento lleg ms agua al arroyo, lo desbord y se llev el casco.
Vamos! A ste lo han despachado dijo la aguja. Yo me quedo, soy
demasiado fina, pero esto es mi orgullo, y vale la pena . Y permaneci altiva,
sumida en sus pensamientos.
De tan fina que soy, casi creera que nac de un rayo de sol. Tengo la
impresin de que el sol me busca siempre debajo del agua. Soy tan sutil, que ni
mi padre me encuentra. Si no se me hubiese roto el ojo, creo que llorara; pero
no, no es distinguido llorar.
Un da se presentaron varios pilluelos y se pusieron a rebuscar en el arroyo, en
pos de clavos viejos, perras chicas y otras cosas por el estilo. Era una ocupacin
muy sucia, pero ellos se divertan de lo lindo.
Ay! exclam uno; se haba pinchado con la aguja de zurcir. Esta
marrana!
Yo no soy ninguna marrana, sino una seorita! protest la aguja; pero
nadie la oy. El lacre se haba desprendido, y el metal estaba ennegrecido; pero
el negro hace ms esbelto, por lo que la aguja se crey an ms fina que antes.
Ah viene flotando una cscara de huevo! gritaron los chiquillos, y
clavaron en ella la aguja.
Negra sobre fondo blanco observ sta. Qu bien me sienta! Soy bien
visible. Con tal que no me maree, ni vomite! . Pero no se mare ni vomit.
Es una gran cosa contra el mareo tener estmago de acero. En esto s que
estoy por encima del vulgo. Me siento como si nada. Cunto ms fina es una,
ms resiste.
Crac! exclam la cscara, al sentirse aplastada por la rueda de un carro.
Uf, cmo pesa! aadi la aguja. Ahora s que me mareo. Me rompo,
me rompo! . Pero no se rompi, pese a haber sido atropellada por un carro.
Qued en el suelo, y, lo que es por m, puede seguir all muchos aos.
LA CAMPANA
A la cada de la tarde, cuando se pone el sol, y las nubes brillan como si fuesen
de oro por entre las chimeneas, en las estrechas calles de la gran ciudad sola
orse un sonido singular, como el taido de una campana; pero se perciba slo
por un momento, pues el estrpito del trnsito rodado y el gritero eran
demasiado fuertes.
Toca la campana de la tarde deca la gente, se est poniendo el sol.
Para los que vivan fuera de la ciudad, donde las casas estaban separadas por
jardines y pequeos huertos, el cielo crepuscular era an ms hermoso, y los
sones de la campana llegaban ms intensos; habrase dicho que procedan de
algn templo situado en lo ms hondo del bosque fragante y tranquilo, y la gente
diriga la mirada hacia l en actitud recogida.
Transcurri bastante tiempo. La gente deca: No habr una iglesia all en el
bosque? La campana suena con una rara solemnidad. Vamos a verlo?
Los ricos se dirigieron al lugar en coche, y los pobres a pie, pero a todos se les
hizo extraordinariamente largo el camino, y cuando llegaron a un grupo de
sauces que crecan en la orilla del bosque, se detuvieron a acampar y, mirando
las largas ramas desplegadas sobre sus cabezas, creyeron que estaban en plena
selva. Sali el pastelero y plant su tienda, y luego vino otro, que colg una
campana en la cima de la suya; por cierto que era una campana alquitranada,
para resistir la lluvia, pero le faltaba el badajo. De regreso a sus casas, las gentes
afirmaron que la excursin haba sido muy romntica, muy distinta a una simple
merienda. Tres personas aseguraron que se haban adentrado en el bosque,
llegando hasta su extremo, sin dejar de percibir el extrao taido de la campana;
pero les daba la impresin de que vena de la ciudad. Una de ellas compuso
sobre el caso todo un poema, en el que deca que la campana sonaba como la
voz de una madre a los odos de un hijo querido y listo. Ninguna meloda era
comparable al son de la campana.
El Emperador del pas se sinti tambin intrigado y prometi conferir el ttulo de
campanero universal a quien descubriese la procedencia del sonido, incluso
en el caso de que no se tratase de una campana.
Fueron muchos los que salieron al bosque, pero uno solo trajo una explicacin
plausible. Nadie penetr muy adentro, y l tampoco; sin embargo, dijo que aquel
sonido de campana vena de una viejsima lechuza que viva en un rbol hueco;
era una lechuza sabia que no cesaba de golpear con la cabeza contra el rbol. Lo
que no poda precisar era si lo que produca el sonido era la cabeza o el tronco
hueco. El hombre fue nombrado campanero universal, y en adelante cada ao
escribi un tratado sobre la lechuza; pero la gente se qued tan enterada como
antes.
Lleg la fiesta de la confirmacin; el predicador haba hablado con gran
elocuencia y uncin, y los nios quedaron muy enfervorizados. Para ellos era un
da muy importante, ya que de golpe pasaban de nios a personas mayores; el
alma infantil se transportaba a una personalidad dotada de mayor razn. Brillaba
un sol delicioso; los nios salieron de la ciudad y no tardaron en or, procedente
del bosque, el taido de la enigmtica campana, ms claro y recio que nunca. A
todos, excepto a tres, entrronles ganas de ir en su busca: una nia prefiri
volverse a casa a probarse el vestido de baile, pues el vestido y el baile haban
sido precisamente la causa de que la confirmaran en aquella ocasin, ya que de
otro modo no hubiera asistido; el segundo fue un pobre nio, a quien el hijo del
fondista haba prestado el traje y los zapatos, a condicin de devolverlos a una
hora determinada; el tercero manifest que nunca iba a un lugar desconocido sin
sus padres; siempre haba sido un nio obediente, y quera seguir sindolo
despus de su confirmacin. Y que nadie se burle de l, a pesar de que los
dems lo hicieron.
As, aparte los tres mencionados, los restantes se pusieron en camino. Luca el
sol y gorjeaban los pjaros, y los nios que acababan de recibir el sacramento
iban cantando, cogidos de las manos, pues todava no tenan dignidades ni
cargos, y eran todos iguales ante Dios. Dos de los ms pequeos no tardaron en
fatigarse, y se volvieron a la ciudad; dos nias se sentaron a trenzar guirnaldas
de flores, y se quedaron tambin rezagadas; y cuando los dems llegaron a los
sauces del pastelero, dijeron:
Toma, ya estamos en el bosque! La campana no existe; todo son fantasas.
De pronto, la campana son en lo ms profundo del bosque, tan magnfica y
solemne, que cuatro o cinco de los muchachos decidieron adentrarse en la selva.
El follaje era muy espeso, y resultaba en extremo difcil seguir adelante; las
asprulas y las anemonas eran demasiado altas, y las floridas enredaderas y las
zarzamoras colgaban en largas guirnaldas de rbol a rbol, mientras trinaban los
ruiseores y jugueteaban los rayos del sol. Qu esplndido! Pero las nias no
podan seguir por aquel terreno; se hubieran roto los vestidos. Haba tambin
enormes rocas cubiertas de musgos multicolores, y una lmpida fuente manaba,
dejando or su maravillosa cancin: gluc, gluc!
No ser sta la campana? pregunt uno de los confirmandos, echndose al
suelo a escuchar. Habra que estudiarlo bien -y se qued, dejando que los
dems se marchasen.
Llegaron a una casa hecha de corteza de rbol y ramas. Un gran manzano
silvestre cargado de fruto se encaramaba por encima de ella, como dispuesto a
sacudir sus manzanas sobre el tejado, en el que florecan rosas; las largas ramas
se apoyaban precisamente en el hastial, del que colgaba una pequea campana.
Sera la que haban odo? Todos convinieron en que s, excepto uno, que afirm
que era demasiado pequea y delicada para que pudiera orse a tan gran
distancia; eran distintos los sones capaces de conmover un corazn humano. El
que as habl era un prncipe, y los otros dijeron: Los de su especie siempre se
las dan de ms listos que los dems.
Prosigui, pues, solo su camino, y a medida que avanzaba senta cada vez ms
en su pecho la soledad del bosque; pero segua oyendo la campanita junto a la
que se haban quedado los dems, y a intervalos, cuando el viento traa los sones
de la del pastelero, oa tambin los cantos que de all procedan. Pero las
campanadas graves seguan resonando ms fuertes, y pronto pareci como si,
adems, tocase un rgano; sus notas venan del lado donde est el corazn.
Se produjo un rumoreo entre las zarzas y el prncipe vio ante s a un muchacho
calzado con zuecos y vestido con una chaqueta tan corta, que las mangas apenas
le pasaban de los codos. Se conocieron enseguida, pues el mocito result ser
aquel mismo confirmando que no haba podido ir con sus compaeros por tener
que devolver al hijo del posadero el traje y los zapatos. Una vez cumplido el
compromiso, se haba encaminado tambin al bosque en zuecos y pobremente
vestido, atrado por los taidos, tan graves y sonoros, de la campana.
Podemos ir juntos dijo el prncipe. Mas el pobre chico estaba avergonzado
de sus zuecos, y, tirando de las cortas mangas de su chaqueta, aleg que no
podra alcanzarlo; crea adems que la campana deba buscarse hacia la derecha,
que es el lado de todo lo grande y magnfico.
En este caso no volveremos a encontrarnos respondi el prncipe; y se
despidi con un gesto amistoso. El otro se introdujo en la parte ms espesa del
bosque, donde los espinos no tardaron en desgarrarle los ya mseros vestidos y
ensangrentarse cara, manos y pies. Tambin el prncipe recibi algunos
araazos, pero el sol alumbraba su camino. Lo seguiremos, pues era un mocito
avispado.
He de encontrar la campana! dijo aunque tenga que llegar al fin del
mundo.
Los malcarados monos, desde las copas de los rboles, le enseaban los dientes
con sus risas burlonas.
Y si le disemos una paliza? decan. Vamos a apedrearlo? Es un
prncipe!
Pero el mozo continu infatigable bosque adentro, donde crecan las flores ms
maravillosas. Haba all blancos lirios estrellados con estambres rojos como la
sangre, tulipanes de color azul celeste, que centelleaban entre las enredaderas, y
manzanos cuyos frutos parecan grandes y brillantes pompas de jabn. Cmo
refulgan los rboles a la luz del sol! En derredor, en torno a bellsimos prados
verdes, donde el ciervo y la corza retozaban entre la alta hierba, crecan
soberbios robles y hayas, y en los lugares donde se haba desprendido la corteza
de los troncos, hierbas y bejucos brotaban de las grietas. Haba tambin vastos
espacios de selva ocupados por plcidos lagos, en cuyas aguas flotaban blancos
cisnes agitando las alas. El prncipe se detena con frecuencia a escuchar; a
veces le pareca que las graves notas de la campana salan de uno de aquellos
lagos, pero muy pronto se percataba de que no venan de all, sino dems
adentro del bosque.
Se puso el sol, el aire tom una tonalidad roja de fuego, mientras en la selva el
silencio se haca absoluto. El muchacho se hinc de rodillas y, despus de cantar
el salmo vespertino, dijo:
Jams encontrar lo que busco; ya se pone el sol y llega la noche, la noche
oscura. Tal vez logre ver an por ltima vez el sol, antes de que se oculte del
todo bajo el horizonte. Voy a trepar a aquella roca; su cima es tan elevada como
la de los rboles ms altos.
Y agarrndose a los sarmientos y races, se puso a trepar por las hmedas
piedras, donde se arrastraban las serpientes de agua, y los sapos lo reciban
croando; pero l lleg a la cumbre antes de que el astro, visto desde aquella
altura, desapareciera totalmente.
Gran Dios, qu maravilla! El mar, inmenso y majestuoso, cuyas largas olas
rodaban hasta la orilla, extendase ante l, y el sol, semejante a un gran altar
reluciente, apareca en el punto en que se unan el mar y el cielo. Todo se
disolva en radiantes colores, el bosque cantaba, y cantaba el ocano, y su
corazn les haca coro; la Naturaleza entera se haba convertido en un enorme y
sagrado templo, cuyos pilares eran los rboles y las nubes flotantes, cuya
alfombra la formaban las flores y hierbas, y la esplndida cpula el propio cielo.
En lo alto se apagaron los rojos colores al desaparecer el sol, pero en su lugar se
encendieron millones de estrellas como otras tantas lmparas diamantinas, y el
prncipe extendi los brazos hacia el cielo, hacia el bosque y hacia el mar; y de
pronto, viniendo del camino de la derecha, se present el muchacho pobre, con
sus mangas cortas y sus zuecos; haba llegado tambin a tiempo, recorrida su
ruta. Los dos mozos corrieron al encuentro uno de otro y se cogieron de las
manos en el gran templo de la Naturaleza y de la Poesa, mientras encima de
ellos resonaba la santa campana invisible, y los espritus bienaventurados la
acompaaban en su vaivn cantando un venturoso aleluya.

LA CASA VIEJA
Haba en una callejuela una casa muy vieja, muy vieja; tena casi trescientos
aos, segn poda leerse en las vigas, en las que estaba escrito el ao, en cifras
talladas sobre una guirnalda de tulipanes y hojas de lpulo. Haba tambin
versos escritos en el estilo de los tiempos pasados, y sobre cada una de las
ventanas en la viga, se vea esculpida una cara grotesca, a modo de caricatura.
Cada piso sobresala mucho del inferior, y bajo el tejado haban puesto una
gotera con cabeza de dragn; el agua de lluvia sala por sus fauces, pero tambin
por su barriga, pues la canal tena un agujero.
Todas las otras casas de la calle eran nuevas y bonitas, con grandes cristales en
las ventanas y paredes lisas; bien se vea que nada queran tener en comn con la
vieja, y seguramente pensaban:
Hasta cundo seguir este viejo armatoste, para vergenza de la calle?
Adems, el balcn sobresale de tal modo que desde nuestras ventanas nadie
puede ver lo que pasa all. La escalera es ancha como la de un palacio y alta
como la de un campanario. La barandilla de hierro parece la puerta de un
panten, y adems tiene pomos de latn. Habrse visto!.
Frente por frente haba tambin casas nuevas que pensaban como las anteriores;
pero en una de sus ventanas viva un nio de coloradas mejillas y ojos claros y
radiantes, al que le gustaba la vieja casa, tanto a la luz del sol como a la de la
luna. Se entretena mirando sus decrpitas paredes, y se pasaba horas enteras
imaginando los cuadros ms singulares y el aspecto que aos atrs deba de
ofrecer la calle, con sus escaleras, balcones y puntiagudos hastiales; vea pasar
soldados con sus alabardas y correr los canalones como dragones y vestiglos.
Era realmente una casa notable. En el piso alto viva un anciano que vesta
calzn corto, casaca con grandes botones de latn y una majestuosa peluca.
Todas las maanas iba a su cuarto un viejo sirviente, que cuidaba de la limpieza
y haca los recados; aparte l, el anciano de los calzones cortos viva
completamente solo en la vetusta casona. A veces se asomaba a la ventana; el
chiquillo lo saludaba entonces con la cabeza, y el anciano le corresponda de
igual modo. As se conocieron, y entre ellos naci la amistad, a pesar de no
haberse hablado nunca; pero esto no era necesario.
El chiquillo oy cmo sus padres decan:
El viejo de enfrente parece vivir con desahogo, pero est terriblemente solo.
El domingo siguiente el nio cogi un objeto, lo envolvi en un pedazo de
papel, sali a la puerta y dijo al mandadero del anciano:
Oye, quieres hacerme el favor de dar esto de mi parte al anciano seor que
vive arriba? Tengo dos soldados de plomo y le doy uno, porque s que est muy
solo.
El viejo sirviente asinti con un gesto de agrado y llev el soldado de plomo a la
vieja casa. Luego volvi con el encargo de invitar al nio a visitar a su vecino, y
el nio acudi, despus de pedir permiso a sus padres.
Los pomos de latn de la barandilla de la escalera brillaban mucho ms que de
costumbre; dirase que los haban pulimentado con ocasin de aquella visita; y
pareca que los trompeteros de talla, que estaban esculpidos en la puerta saliendo
de tulipanes, soplaran con todas sus fuerzas y con los carrillos mucho ms
hinchados que lo normal. Taratatr! Que viene el nio! Taratatr!, tocaban;
y se abri la puerta. Todas las paredes del vestbulo estaban cubiertas de
antiguos cuadros representando caballeros con sus armaduras y damas vestidas
de seda; y las armas rechinaban, y las sedas crujan. Vena luego una escalera
que, despus de subir un buen trecho, volva a bajar para conducir a una azotea
muy decrpita, con grandes agujeros y largas grietas, de las que brotaban hierbas
y hojas. Toda la azotea, el patio y las paredes estaban revestidas de verdor, y aun
no siendo ms que un terrado, pareca un jardn. Haba all viejas macetas con
caras pintadas, y cuyas asas eran orejas de asno; pero las flores crecan a su
antojo, como plantas silvestres. De uno de los tiestos se desparramaban en todos
sentidos las ramas y retoos de una espesa clavellina, y los retoos hablaban en
voz alta, diciendo: He recibido la caricia del aire y un beso del sol, y ste me
ha prometido una flor para el domingo, una florecita para el domingo!.
Pas luego a una habitacin cuyas paredes estaban revestidas de cuero de cerdo,
estampado de flores doradas.
El dorado se desluce
pero el cuero queda,
decan las paredes.
Haba sillones de altos respaldos, tallados de modo pintoresco y con brazos a
ambos lados. Sintese! Tome asiento! decan. Ay! Cmo crujo!
Seguramente tendr la gota, como el viejo armario. La gota en la espalda, ay!.
Finalmente, el nio entr en la habitacin del mirador, en la cual estaba el
anciano.
Muchas gracias por el soldado de plomo, amiguito mo dijo el viejo. Y
mil gracias tambin por tu visita.
Gracias, gracias!, o bien crrac, crrac!, se oa de todos los muebles. Eran
tantos, que casi se estorbaban unos a otros, pues, todos queran ver al nio.
En el centro de la pared colgaba el retrato de una hermosa dama, de aspecto
alegre y juvenil, pero vestida a la antigua, con el pelo empolvado y las telas
tiesas y holgadas; no dijo ni gracias ni crrac, pero miraba al pequeo con
ojos dulces. ste pregunt al viejo:
De dnde lo has sacado?
Del ropavejero de enfrente respondi el hombre. Tiene muchos retratos.
Nadie los conoce ni se preocupa de ellos, pues todos estn muertos y enterrados;
pero a sta la conoc yo en tiempos; hace ya cosa de medio siglo que muri.
Bajo el cuadro colgaba, dentro de un marco y cubierto con cristal, un ramillete
de flores marchitas; seguramente habran sido cogidas tambin medio siglo
atrs, tan viejas parecan. El pndulo del gran reloj marcaba su tictac, y las
manecillas giraban, y todas las cosas de la habitacin se iban volviendo an ms
viejas; pero ellos no lo notaron.
En casa dicen observ el nio que vives muy solo.
Oh! sonri el anciano, no tan solo como crees. A menudo vienen a
visitarme los viejos pensamientos, con todo lo que traen consigo, y, adems,
ahora has venido t. No tengo por qu quejarme.
Entonces sac del armario un libro de estampas, entre las que figuraban largas
comitivas, coches singularsimos como ya no se ven hoy da, soldados y
ciudadanos con las banderas de las corporaciones: la de los sastres llevaba unas
tijeras sostenidas por dos leones; la de los zapateros iba adornada con un guila,
sin zapatos, es cierto, pero con dos cabezas, pues los zapateros lo quieren tener
todo doble, para poder decir: es un par. Qu hermoso libro de estampas!
El anciano pas a otra habitacin a buscar golosinas, manzanas y nueces; en
verdad que la vieja casa no careca de encantos.
- No lo puedo resistir! exclam de sbito el soldado de plomo desde su
sitio encima de la cmoda. Esta casa est sola y triste. No; quien ha
conocido la vida de familia, no puede habituarse a esta soledad. No lo
resisto! El da se hace terriblemente largo, y la noche, ms larga an.
Aqu no es como en tu casa, donde tu padre y tu madre charlan
alegremente, y donde t y los dems chiquillos estis siempre
alborotando. Cmo puede el viejo vivir tan solo? Imaginas lo que es
no recibir nunca un beso, ni una mirada amistosa, o un rbol de
Navidad? Una tumba es todo lo que espera. No puedo resistirlo!

LA ESPINOSA SENDA DEL


HONOR
Circula todava por ah un viejo cuento titulado: La espinosa senda del honor,
de un cazador llamado Bryde, que lleg a obtener grandes honores y dignidades,
pero slo a costa de muchas contrariedades y vicisitudes en el curso de su
existencia. Es probable que algunos de vosotros lo hayis odo contar de nios,
y tal vez ledo de mayores, y acaso os haya hecho pensar en los abrojos de
vuestro propio camino y en sus muchas adversidades. La leyenda y la realidad
tienen muchos puntos de semejanza, pero la primera se resuelve armnicamente
ac en la Tierra, mientras que la segunda las ms de las veces lo hace ms all
de ella, en la eternidad.
La Historia Universal es una linterna mgica que nos ofrece en una serie de
proyecciones, el oscuro trasfondo de lo presente; en ellas vemos cmo caminan
por la espinosa senda del honor los bienhechores de la Humanidad, los mrtires
del genio.
Estas luminosas imgenes irradian de todos los tiempos y de todos los pases,
cada una durante un solo instante, y, sin embargo, llenando toda una vida, con
sus luchas y sus victorias. Consideremos aqu algunos de los componentes de
esta hueste de mrtires, que no terminar mientras dure la Tierra.
Vemos un anfiteatro abarrotado. Las Nubes, de Aristfanes, envan a la
muchedumbre torrentes de stira y humor; en escena, el hombre ms notable de
Atenas, el que fue para el pueblo un escudo contra los treinta tiranos, es
ridiculizado espiritual y fsicamente: Scrates, el que en el fragor de la batalla
salv a Alcibades y a Jenofonte, el hombre cuyo espritu se elev por encima de
los dioses de la Antigedad, l mismo se halla presente; se ha levantado de su
banco de espectador y se ha adelantado para que los atenienses que se ren
puedan comprobar si se parece a la caricatura que de l se presenta al pblico.
All est erguido, destacando muy por encima de todos. T, amarga y ponzoosa
cicuta, habas de ser aqu el emblema de Atenas, no el olivo.
Siete ciudades se disputan el honor de haber sido la cuna de Homero; despus
que hubo muerto, se entiende. Fijaos en su vida: Va errante por las ciudades,
recitando sus versos para ganarse el sustento, sus cabellos encanecen a fuerza de
pensar en el maana. l, el ms poderoso vidente con los odos del espritu, es
ciego y est solo; la acerada espina rasga y destroza el manto del rey de los
poetas. Sus cantos siguen vivos, y slo por l viven los dioses y los hroes de la
Antigedad.
De Oriente y Occidente van surgiendo, imagen tras imagen, remotas y apartadas
entre s por el tiempo y el espacio, y, sin embargo, siempre en la senda espinosa
del honor, donde el cardo no florece hasta que ha llegado la hora de adornar la
tumba.
Bajo las palmeras avanzan los camellos, ricamente cargados de ndigo y de otros
valiosos tesoros. El Rey los enva a aquel cuyos cantos constituyen la alegra del
pueblo y la gloria de su tierra; se ha descubierto el paradero de aquel a quien la
envidia y la falacia enviaron al destierro... La caravana se acerca a la pequea
ciudad donde hall asilo; un pobre cadver conducido a la puerta la hace
detener. El muerto es precisamente el hombre a quien busca: Firdusi... Ha
recorrido toda la espinosa senda del honor.
El africano de toscos rasgos, gruesos labios y cabello negro y lanoso, mendiga
en las gradas de mrmol de palacio de la capital lusitana; es el fiel esclavo de
Camoens; sin l y sin las limosnas que le arrojan, morira de hambre su seor, el
poeta de Las Lusiadas.
Sobre la tumba de Camoens se levanta hoy un magnfico monumento.
Una nueva proyeccin.
Detrs de una reja de hierro vemos a un hombre, plido como la muerte, con
larga barba hirsuta.
He realizado un descubrimiento, el mayor desde hace siglos grita , y
llevo ms de veinte aos encerrado aqu!
Quin es?
Un loco! dice el guardin . A lo que puede llegar un hombre! Est
empeado en que es posible avanzar al impulso del vapor!
Salomn de Caus, descubridor de la fuerza del vapor, cuyas imprecisas palabras
de presentimiento no fueron comprendidas por un Richelieu, muri en el
manicomio.
Ah tenemos a Coln, burlado y perseguido un da por los golfos callejeros
porque se haba propuesto descubrir un nuevo mundo, y lo descubri! Las
campanas de jbilo doblan a su regreso victorioso, pero las de la envidia no
tardarn en ahogar los sones de aqullas. El descubridor de mundos, que levant
del mar la tierra americana y la ofreci a su rey, es recompensado con cadenas
de hierro, que pedir sean puestas en su atad, como testimonios del mundo y de
la estima de su poca.
Las imgenes se suceden; est muy concurrida la senda espinosa del honor.
He aqu, en el seno de la noche y las tinieblas, aquel que calcul la altitud de las
montaas de la Luna, que recorri los espacios hasta las estrellas y los planetas,
el coloso que vio y oy el espritu de la Naturaleza, y sinti que la Tierra se
mova bajo sus pies: Galileo. Ciego y sordo est, un anciano, traspasado por la
espina del sufrimiento en los tormentos del ments, con fuerzas apenas para
levantar el pie, que un da, en el dolor de su alma, golpe el suelo al ser borradas
las palabras de la verdad: Y, sin embargo, se mueve!.
Ah est una mujer de alma infantil, llena de entusiasmo y de fe, a la cabeza del
ejrcito combatiente, empuando la bandera y llevando a su patria a la victoria y
la salvacin. Estalla el jbilo... y se enciende la hoguera: Juana de Arco, la
bruja, es quemada viva.
Peor an, los siglos venideros escupirn sobre el blanco lirio: Voltaire, el stiro
de la razn, cantar La pucelle.
En el Congreso de Viborg, la nobleza danesa quema las leyes del Rey: brillan en
las llamas, iluminan la poca y al legislador, proyectan una aureola en la
tenebrosa torre donde l est aprisionado, envejecido, encorvado, araando
trazos con los dedos en la mesa de piedra; l, otrora seor de tres reinos, el
monarca popular, el amigo del burgus y del campesino: Cristin II, de recio
carcter en una dura poca. Sus enemigos escriben su historia. Pensemos en sus
veintisiete aos de cautiverio, cuando nos venga a la mente su crimen. All se
hace a la vela una nave de Dinamarca; en alto mstil hay un hombre que
contempla por ltima vez la Isla Hveen: es Tycho Brahe, que levantar el
nombre de su patria hasta las estrellas y ser recompensado con la ofensa y el
disgusto. Emigra a una tierra extraa: El cielo est en todas partes, qu ms
necesito?, son sus palabras; parte el ms ilustre de nuestros hombres, para
verse honrado y libre en un pas extranjero.
Ah, libre, incluso de los insoportables dolores del cuerpo!, omos suspirar a
travs de los tiempos. Qu cuadro! Griffenfeld, un Prometeo dans, encadenado
a la rocosa Isla de Munkholm.
Nos hallamos en Amrica, al borde de un caudaloso ro; se ha congregado una
muchedumbre, un barco va a zarpar contra viento y marea, desafiando los
elementos. Roberto Fulton se llama el hombre que se cree capaz de esta hazaa.
El barco inicia el viaje; de pronto se queda parado, y la multitud re, silba y
grita; su propio padre silba tambin: Orgullo, locura! Has encontrado tu
merecido! Qu encierren a esta cabeza loca! . Entonces se rompe un
diminuto clavo que por unos momentos haba frenado la mquina, las ruedas
giran, las palas vencen la resistencia del agua, el buque arranca... La lanzadera
del vapor reduce las horas a minutos entre las tierras del mundo.
Humanidad, comprendes cun sublime fue este despertar de la conciencia, esta
revelacin al alma de su misin, este instante en que todas las heridas del
espinoso sendero del honor incluso las causadas por propia culpa se
disuelven en cicatrizacin, en salud, fuerza y claridad, la disonancia se
transforma en armona, los hombres ven la manifestacin de la gracia de Dios,
concedida a un elegido y por l transmitida a todos?
As la espinosa senda del honor aparece como una aureola que nimba la Tierra.
Feliz el que aqu abajo ha sido designado para emprenderla, incorporado
graciosamente a los constructores del puente que une a los hombres con Dios!
Sostenido por sus alas poderosas, vuela el espritu de la Historia a travs de los
tiempos mostrando para estmulo y consuelo, para despertar una piedad que
invita a la meditacin , sobre un fondo oscuro, en cuadros luminosos, el
sendero del honor, sembrado de abrojos, que no termina, como en la leyenda, en
esplendor y gozo aqu en la Tierra, sino ms all de ella, en el tiempo y en la
eternidad.
LA FAMILIA FELIZ
La hoja verde ms grande de nuestra tierra es seguramente la del lampazo. Si te
la pones delante de la barriga, parece todo un delantal, y si en tiempo lluvioso te
la colocas sobre la cabeza, es casi tan til como un paraguas; ya ves si es
enorme. Un lampazo nunca crece solo. Donde hay uno, seguro que hay muchos
ms. Es un goce para los ojos, y toda esta magnificencia es pasto de los
caracoles, los grandes caracoles blancos, que en tiempos pasados, la gente
distinguida haca cocer en estofado y, al comrselos, exclamaba: Aj, qu bien
sabe!, persuadida de que realmente era apetitoso; pues, como digo, aquellos
caracoles se nutran de hojas de lampazo, y por eso se sembraba la planta.
Pues bien, haba una vieja casa solariega en la que ya no se coman caracoles.
Estos animales se haban extinguido, aunque no los lampazos, que crecan en
todos los caminos y bancales; una verdadera invasin. Era un autntico bosque
de lampazos, con algn que otro manzano o ciruelo; por lo dems, nadie habra
podido suponer que aquello haba sido antao un jardn. Todo eran lampazos, y
entre ellos vivan los dos ltimos y matusalmicos caracoles.
Ni ellos mismos saban lo viejos que eran, pero se acordaban perfectamente de
que haban sido muchos ms, de que descendan de una familia oriunda de
pases extranjeros, y de que todo aquel bosque haba sido plantado para ellos y
los suyos. Nunca haban salido de sus lindes, pero no ignoraban que ms all
haba otras cosas en el mundo, una, sobre todo, que se llamaba la casa
seorial, donde ellos eran cocidos y, vueltos de color negro, colocados en una
fuente de plata; pero no tenan idea de lo que ocurra despus. Por otra parte, no
podan imaginarse qu impresin deba causar el ser cocido y colocado en una
fuente de plata; pero seguramente sera delicioso, y distinguido por dems. Ni
los abejorros, ni los sapos, ni la lombriz de tierra, a quienes haban preguntado,
pudieron informarles; ninguno haba sido cocido ni puesto en una fuente de
plata.
Los viejos caracoles blancos eran los ms nobles del mundo, de eso s estaban
seguros. El bosque estaba all para ellos, y la casa seorial, para que pudieran ser
cocidos y depositados en una fuente de plata.
Vivan muy solos y felices, y como no tenan descendencia, haban adoptado un
caracolillo ordinario, al que educaban como si hubiese sido su propio hijo; pero
el pequeo no creca, pues no pasaba de ser un caracol ordinario. Los viejos,
particularmente la madre, la Madre Caracola, crey observar que se
desarrollaba, y pidi al padre que se fijara tambin; si no poda verlo, al menos
que palpara la pequea cascara; y l la palp y vio que la madre tena razn.
Un da se puso a llover fuertemente.
Escucha el rampatapln de la lluvia sobre los lampazos dijo el viejo.
S, y las gotas llegan hasta aqu observ la madre. Bajan por el tallo.
Vers cmo esto se moja. Suerte que tenemos nuestra buena casa, y que el
pequeo tiene tambin la suya. Salta a la vista que nos han tratado mejor que a
todos los restantes seres vivos; que somos los reyes de la creacin, en una
palabra. Poseemos una casa desde la hora en que nacemos, y para nuestro uso
exclusivo plantaron un bosque de lampazos. Me gustara saber hasta dnde se
extiende, y que hay ah afuera.
No hay nada fuera de aqu respondi el padre . Mejor que esto no puede
haber nada, y yo no tengo nada que desear.
Pues a m dijo la vieja me gustara llegarme a la casa seorial, que me
cocieran y me pusieran en una fuente de plata. Todos nuestros antepasados
pasaron por ello y, creme, debe de
ser algo excepcional.
Tal vez la casa est destruida objet el caracol padre, o quizs el bosque
de lampazos la ha cubierto, y los hombres no pueden salir. Por lo dems, no
corre prisa; t siempre te precipitas, y el pequeo sigue tu ejemplo. En tres das
se ha subido a lo alto del tallo; realmente me da vrtigo, cuando levanto la
cabeza para mirarlo.
No seas tan regan dijo la madre. El chiquillo trepa con mucho
cuidado, y estoy segura de que an nos dar muchas alegras; al fin y a la postre,
no tenemos ms que a l en la vida. Has pensado alguna vez en encontrarle
esposa? No crees que si nos adentrsemos en la selva de lampazos, tal vez
encontraramos a alguno de nuestra especie?
Seguramente habr por all caracoles negros dijo el viejo caracoles
negros sin cscara; pero, son tan ordinarios!, y, sin embargo, son orgullosos.
Pero podramos encargarlo a las hormigas, que siempre corren de un lado para
otro, como si tuviesen mucho que hacer. Seguramente encontraran una mujer
para nuestro pequeo.
Yo conozco a la ms hermosa de todas dijo una de las hormigas, pero
me temo que no haya nada que hacer, pues se trata de una reina.
Y eso qu importa? dijeron los viejos. Tiene una casa?
Tiene un palacio! exclam la hormiga, un bellsimo palacio
hormiguero, con setecientos corredores.
Muchas gracias dijo la madre. Nuestro hijo no va a ir a un nido de
hormigas. Si no sabis otra cosa mejor, lo encargaremos a los mosquitos
blancos, que vuelan a mucho mayor distancia, tanto si llueve como si hace sol, y
conocen el bosque de lampazos por dentro y por fuera.
Tenemos esposa para l! exclamaron los mosquitos. A cien pasos de
hombre en un zarzal, vive un caracolito con casa; es muy pequen, pero tiene la
edad suficiente para casarse. Est a no ms de cien pasos de hombre de aqu.
Muy bien, pues que venga dijeron los viejos. l posee un bosque de
lampazos, y ella, slo un zarzal.
Y enviaron recado a la seorita caracola. Invirti ocho das en el viaje, pero ah
estuvo precisamente la distincin; por ello pudo verse que perteneca a la
especie apropiada.
Y se celebr la boda. Seis lucirnagas alumbraron lo mejor que supieron; por lo
dems, todo discurri sin alboroto, pues los viejos no soportaban francachelas ni
bullicio. Pero Madre Caracola pronunci un hermoso discurso; el padre no pudo
hablar, por causa de la emocin. Luego les dieron en herencia todo el bosque de
lampazos y dijeron lo que haban dicho siempre, que era lo mejor del mundo, y
que si vivan honradamente y como Dios manda, y se multiplicaban, ellos y sus
hijos entraran algn da en la casa seorial, seran cocidos hasta quedar negros
y los pondran en una fuente de plata.
Terminado el discurso, los viejos se metieron en sus casas, de las cuales no
volvieron ya a salir; se durmieron definitivamente. La joven pareja rein en el
bosque y tuvo una numerosa descendencia; pero nadie los coci ni los puso en
una fuente de plata, de lo cual dedujeron que la mansin seorial se haba
hundido y que en el mundo se haba extinguido el gnero humano; y como nadie
los contradijo, la cosa deba de ser verdad. La lluvia caa slo para ellos sobre
las hojas de lampazo, con su rampatapln, y el sol brillaba nicamente para
alumbrarles el bosque y fueron muy felices. Toda la familia fue muy feliz, de
veras.

LA GOTA DE AGUA
Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace
las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante
de los ojos, y se contempla a su travs una gota de agua de la balsa de all fuera,
se ven ms de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos;
y, sin embargo, estn all, no cabe duda. Dirase casi un plato lleno de cangrejos
que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y
patas, muslos y nalgas, y, no obstante, estn alegres y satisfechos a su manera.
Pues he aqu que viva en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban
CribleCrable, pues tal era su nombre. Quera siempre hacerse con lo mejor de
todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. As,
peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un da con un cristal de aumento ante los ojos,
examinando una gota de agua que haba extrado de un charco del foso. Dios
mo, que hormiguero! Un sinfn de animalitos yendo de un lado para otro, y
venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.
Qu asco! exclam el viejo CribleCrable . No habr modo de
obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus
cosas? . Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solucin, tuvo
que acudir a la brujera.
Hay que darles color, para poder verlos ms bien dijo, y les verti encima
una gota de un lquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de
hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos
quedaron teidos de rosa; pareca una ciudad llena de salvajes desnudos.
Qu tienes ah? le pregunt otro viejo brujo que no tena nombre, y esto
era precisamente lo bueno de l.
Si adivinas lo que es respondi CribleCrable , te lo regalo; pero no es
tan fcil acertarlo, si no se sabe.
El brujo innominado mir por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable
a una ciudad donde toda la gente corra desnuda. Era horrible, pero ms horrible
era an ver cmo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y araaban,
mordan y desgreaban. El que estaba arriba quera irse abajo, y viceversa.
Fjate, fjate!, su pata es ms larga que la ma. Paf! Fuera con ella! Ah va
uno que tiene un chichn detrs de la oreja, un chichoncito insignificante, pero
le duele, y todava le va a doler ms.
Y se echaban sobre l, y lo agarraban, y acababan comindoselo por culpa del
chichn. Otro permaneca quieto, pacfico como una doncellita; slo peda
tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincn: tuvo que
salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.
Es muy divertido! dijo el brujo.
S, pero qu crees que es? pregunt CribleCrable . Eres capaz de
adivinarlo?
Toma, pues es muy fcil respondi el otro. Es Copenhague o cualquiera
otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.
Es agua del charco! contest CribleCrable.

LA GRAN SERPIENTE DE MAR


rase un pececillo marino de buena familia, cuyo nombre no recuerdo; pero esto
te lo dirn los sabios. El pez tena mil ochocientos hermanos, todos de la misma
edad. No conocan a su padre ni a su madre, y desde un principio tuvieron que
gobernrselas solos, nadando de un lado para otro, lo cual era muy divertido.
Agua para beber no les faltaba: todo el ocano, y en la comida no tenan que
pensar, pues vena sola. Cada uno segua sus gustos, y cada uno estaba destinado
a tener su propia historia, pero nadie pensaba en ello.
La luz del sol penetraba muy al fondo del agua, clara y luminosa, e iluminaba un
mundo de maravillosas criaturas, algunas enormes y horribles, con bocas
espantosas, capaces de tragarse de un solo bocado a los mil ochocientos
hermanos; pero a ellos no se les ocurra pensarlo, ya que hasta el momento
ninguno haba sido engullido.
Los pequeos nadaban en grupo apretado, como es costumbre de los arenques y
caballas. Y he aqu que cuando ms a gusto nadaban en las aguas lmpidas y
transparentes, sin pensar en nada, de pronto se precipit desde lo alto, con un
ruido pavoroso, una cosa larga y pesada, que pareca no tener fin. Aquella cosa
iba alargndose y alargndose cada vez ms, y todo pececito que tocaba quedaba
descalabrado o tan mal parado, que se acordara de ello toda la vida. Todos los
peces, grandes y pequeos, tanto los que habitaban en la superficie como los del
fondo del mar, se apartaban espantados, mientras el pesado y largusimo objeto
se hunda progresivamente, en una longitud de millas y millas a travs del
ocano.
Peces y caracoles, todos los seres vivientes que nadan, se arrastran o son
llevados por la corriente, se dieron cuenta de aquella cosa horrible, aquella
anguila de mar monstruosa y desconocida que de repente descenda de las
alturas.
Qu era pues? Nosotros lo sabemos. Era el gran cable submarino, de millas y
millas de longitud, que los hombres tendan entre Europa y Amrica.
Dondequiera que cay se produjo un pnico, un desconcierto y agitacin entre
los moradores del mar. Los peces voladores saltaban por encima de la superficie
marina a tanta altura como podan; el salmonete sala disparado como un tiro de
escopeta, mientras otros peces se refugiaban en las profundidades marinas,
echndose hacia abajo con tanta prisa, que llegaban al fondo antes que all
hubieran visto el cable telegrfico, espantando al bacalao y a la platija, que
merodeaban apaciblemente por aquellas regiones, zampndose a sus semejantes.
Unos cohombros de mar se asustaron tanto, que vomitaron sus propios
estmagos, a pesar de lo cual siguieron vivos, pues para ellos esto no es un
grave trastorno. Muchas langostas y cangrejos, a fuerza de revolverse, se
salieron de su buena coraza, dejndose en ella sus patas.
Con todo aquel espanto y barullo, los mil ochocientos hermanos se dispersaron y
ya no volvieron a encontrarse nunca; en todo caso, no se reconocieron. Slo
media docena se qued en un mismo lugar, y, al cabo de unas horas de estarse
quietecitos, pasado ya el primer susto, empezaron a sentir el cosquilleo de la
curiosidad.
Miraron a su alrededor, arriba y abajo, y en las honduras creyeron entrever el
horrible monstruo, espanto de grandes y chicos. La cosa estaba tendida sobre el
suelo del mar, hasta ms lejos de lo que alcanzaba su vista; era muy delgada,
pero no saban hasta qu punto podra hincharse ni cun fuerte era. Se estaba
muy quieta, pero, teman ellos, a lo mejor era un ardid.
Dejadlo donde est. No nos preocupemos de l dijeron los pececillos ms
prudentes; pero el ms pequeo estaba empeado en saber qu diablos era
aquello. Puesto que haba venido de arriba, arriba le informaran seguramente, y
as el grupo se remont nadando hacia la superficie. El mar estaba encalmado,
sin un soplo de viento. All se encontraron con un delfn; es un gran saltarn, una
especie de payaso que sabe dar volteretas sobre el mar. Tena buenos ojos, debi
de haberlo visto todo y estara enterado. Lo interrogaron, pero result que slo
haba estado atento a s mismo y a sus cabriolas, sin ver nada; no supo contestar,
y permaneci callado con aire orgulloso.
Dirigironse entonces a la foca, que en aquel preciso momento se sumerga. sta
fue ms corts, a pesar de que se come los peces pequeos; pero aquel da estaba
harta. Saba algo ms que el saltarn.
Me he pasado varias noches echada sobre una piedra hmeda, desde donde
vea la tierra hasta una distanciada varias millas. All hay unos seres muy
taimados que en su lengua se llaman hombres. Andan siempre detrs de nosotros
pero generalmente nos escapamos de sus manos. Eso es lo que yo he hecho, y de
seguro que lo mismo hizo la anguila marina por quien preguntis. Estuvo en su
poder, en la tierra firme, Dios sabe cunto tiempo. Los hombres la cargaron en
un barco para transportarla a otra tierra, situada al otro lado del mar. Yo vi cmo
se esforzaban y lo que les cost dominarla, pero al fin lo consiguieron, pues ella
estaba muy dbil fuera del agua. La arrollaron y dispusieron en crculos; o el
ruido que hacan para sujetarla, pero, con todo, ella se les escap, deslizndose
por la borda. La tenan agarrada con todas sus fuerzas, muchas manos la
sujetaban, pero se escabull y pudo llegar al fondo. Y supongo que all se
quedar hasta nueva orden.
Est algo delgada dijeron los pececillos.
La han matado de hambre respondi la foca, pero se repondr pronto y
recobrar su antigua gordura y corpulencia. Supongo que es la gran serpiente de
mar, que tanto temen los hombres y de la que tanto hablan. Yo no la haba visto
nunca, ni crea en ella; ahora pienso que es sta y as diciendo, se zambull.
Lo que sabe sa! Y cmo se explica! dijeron los peces. Nunca supimos
nosotros tantas cosas. Con tal que no sean mentiras!
Vmonos abajo a averiguarlo dijo el ms pequen. En camino oiremos
las opiniones de otros peces.
No daremos ni un coletazo por saber nada replicaron los otros, dando la
vuelta.
Pues yo, all me voy afirm el pequeo, y puso rumbo al fondo del mar.
Pero estaba muy lejos del lugar donde yaca el gran objeto sumergido. El
pececillo todo era mirar y buscar a uno y otro lado, a medida que se hunda en el
agua.
Nunca hasta entonces le haba parecido tan grande el mundo. Los arenques
circulaban en grandes bandadas, brillando como una gigantesca embarcacin de
plata, seguidos de las caballas, todava ms vistosas. Pasaban peces de mil
formas, con dibujos de todos los colores; medusas semejantes a flores
semitransparentes se dejaban arrastrar, perezosas, por la corriente. Grandes
plantas crecan en el fondo del mar, hierbas altas como el brazo y rboles
parecidos a palmeras, con las hojas cubiertas de luminosos crustceos.
Por fin el pececillo distingui all abajo una faja oscura y larga, y a ella se
dirigi; pero no era ni un pez ni el cable, sino la borda de un gran barco
naufragado, partido en dos por la presin del agua. El pececillo estuvo nadando
por las cmaras y bodegas. La corriente se haba llevado todas las vctimas del
naufragio, menos dos: una mujer joven yaca extendida, con un nio en brazos.
El agua los levantaba y meca; parecan dormidos. El pececillo se llev un gran
susto; ignoraba que ya no podan despertarse. Las algas y plantas marinas
colgaban a modo de follaje sobre la borda y sobre los hermosos cuerpos de la
madre y el hijo. El silencio y la soledad eran absolutos. El pececillo se alej con
toda la ligereza que le permitieron sus aletas, en busca de unas aguas ms
luminosas y donde hubiera otros peces. No haba llegado muy lejos cuando se
top con un ballenato enorme.
No me tragues! rogle el pececillo. Soy tan pequeo, que no tienes ni
para un diente, y me siento muy a gusto en la vida.
Qu buscas aqu abajo, dnde no vienen los de tu especie? le pregunt el
ballenato.
Y el pez le cont lo de la anguila maravillosa o lo que fuera, que se haba
sumergido desde la superficie, asustando incluso a los ms valientes del mar.
Oh, oh! exclam la ballena, tragando tanta agua, que hubo de disparar un
chorro enorme para remontarse a respirar. Entonces eso fue lo que me
cosquilleo en el lomo cuando me volv. Lo tom por el mstil de un barco que
hubiera podido usar como estaca.
Pero eso no pas aqu; fue mucho ms lejos. Voy a enterarme. As como as, no
tengo otra cosa que hacer.
Y se puso a nadar, y el pececito lo sigui, aunque a cierta distancia, pues por
donde pasaba el ballenato se produca una corriente impetuosa.

LA HUCHA
El cuarto de los nios estaba lleno de juguetes. En lo ms alto del armario estaba
la hucha; era de arcilla y tena figura de cerdo, con una rendija en la espalda,
naturalmente, rendija que haban agrandado con un cuchillo para que pudiesen
introducirse escudos de plata; y contena ya dos de ellos, amn de muchos
chelines. El cerditohucha estaba tan lleno, que al agitarlo ya no sonaba, lo
cual es lo mximo que a una hucha puede pedirse. All se estaba, en lo alto del
armario, elevado y digno, mirando altanero todo lo que quedaba por debajo de
l; bien saba que con lo que llevaba en la barriga habra podido comprar todo el
resto, y a eso se le llama estar seguro de s mismo.
Lo mismo pensaban los restantes objetos, aunque se lo callaban; pues no
faltaban temas de conversacin. El cajn de la cmoda, medio abierto, permita
ver una gran mueca, ms bien vieja y con el cuello remachado. Mirando al
exterior, dijo:
Ahora jugaremos a personas, que siempre es divertido. El alboroto que se
arm! Hasta los cuadros se volvieron de cara a la pared pues bien saban que
tenan un reverso , pero no es que tuvieran nada que objetar.
Era medianoche, la luz de la luna entraba por la ventana, iluminando gratis la
habitacin. Era el momento de empezar el juego; todos fueron invitados, incluso
el cochecito de los nios, a pesar de que contaba entre los juguetes ms bastos.
Cada uno tiene su mrito propio dijo el cochecito . No todos podemos
ser nobles. Alguien tiene que hacer el trabajo, como suele decirse.
El cerdohucha fue el nico que recibi una invitacin escrita; estaba
demasiado alto para suponer que oira la invitacin oral. No contest si pensaba
o no acudir, y de hecho no acudi. Si tena que tomar parte en la fiesta, lo hara
desde su propio lugar. Que los dems obraran en consecuencia; y as lo hicieron.
El pequeo teatro de tteres fue colocado de forma que el cerdo lo viera de
frente; empezaran con una representacin teatral, luego habra un t y debate
general; pero comenzaron con el debate; el caballocolumpio habl de
ejercicios y de pura sangre, el cochecito lo hizo de trenes y vapores, cosas todas
que estaban dentro de sus respectivas especialidades, y de las que podan
disertar con conocimiento de causa. El reloj de pared habl de los tiquismiquis
de la poltica. Saba la hora que haba dado la campana, aun cuando alguien
afirmaba que nunca andaba bien. El bastn de bamb se hallaba tambin
presente, orgulloso de su virola de latn y de su pomo de plata, pues iba
acorazado por los dos extremos. Sobre el sof yacan dos almohadones
bordados, muy monos y con muchos pajarillos en la cabeza. La comedia poda
empezar, pues.
Sentronse todos los espectadores, y se les dijo que podan chasquear, crujir y
repiquetear, segn les viniera en gana, para mostrar su regocijo. Pero el ltigo
dijo que l no chasqueaba por los viejos, sino nicamente por los jvenes y sin
compromiso.
Pues yo lo hago por todos replic el petardo.
Bueno, en un sitio u otro hay que estar opin la escupidera.
Tales eran, pues, los pensamientos de cada cual, mientras presenciaba la
funcin. No es que sta valiera gran cosa, pero los actores actuaban bien, todos
volvan el lado pintado hacia los espectadores, pues estaban construidos para
mirarlos slo por aquel lado, y no por el opuesto. Trabajaron estupendamente,
siempre en primer plano de la escena; tal vez el hilo resultaba demasiado largo,
pero as se vean mejor. La mueca remachada se emocion tanto, que se le
solt el remache, y en cuanto al cerdohucha, se impresion tambin a su
manera, por lo que pens hacer algo en favor de uno de los artistas; decidi
acordarse de l en su testamento y disponer que, cuando llegase su hora, fuese
enterrado con l en el panten de la familia.
Se divertan tanto con la comedia, que se renunci al t, contentndose con el
debate. Esto es lo que ellos llamaban jugar a hombres y mujeres, y no haba
en ello ninguna malicia, pues era slo un juego. Cada cual pensaba en s mismo
y en lo que deba pensar el cerdo; ste fue el que estuvo cavilando por ms
tiempo, pues reflexionaba sobre su testamento y su entierro, que, por muy lejano
que estuviesen, siempre llegaran demasiado pronto. Y, de repente, cataplum!,
se cay del armario y se hizo mil pedazos en el suelo, mientras los chelines
saltaban y bailaban, las piezas menores gruan, las grandes rodaban por el piso,
y un escudo de plata se empeaba en salir a correr mundo. Y sali, lo mismo
que los dems, en tanto que los cascos de la hucha iban a parar a la basura; pero
ya al da siguiente haba en el armario una nueva hucha, tambin en figura de
cerdo. No tena an ni un cheln en la barriga, por lo que no poda matraquear,
en lo cual se pareca a su antecesora; todo es comenzar, y con este comienzo
pondremos punto final al cuento.

LA LLAVE DE LA CASA
Todas las llaves tienen su historia, y hay tantas! Llaves de gentilhombre, llaves
de reloj, las llaves de San Pedro... Podramos contar cosas de todas, pero nos
limitaremos a hacerlo de la llave de la casa del seor Consejero.
Aunque sali de una cerrajera, cualquiera hubiese credo que haba venido de
una orfebrera, segn estaba de limada y trabajada. Siendo demasiado
voluminosa para el bolsillo del pantaln, haba que llevarla en la de la chaqueta,
donde estaba a oscuras, aunque tambin tena su puesto fijo en la pared, al lado
de la silueta del Consejero cuando nio, que pareca una albndiga de asado de
ternera.
Dcese que cada persona tiene en su carcter y conducta algo del signo del
zodaco bajo el cual naci: Toro, Virgen, Escorpin, o el nombre que se le d en
el calendario. Pero la seora Consejera afirmaba que su marido no haba nacido
bajo ninguno de estos signos, sino bajo el de la carretilla, pues siempre haba
que estar empujndolo.
Su padre lo empuj a un despacho, su madre lo empuj al matrimonio, y su
esposa lo condujo a empujones hasta su cargo de Consejero de cmara, aunque
se guard muy bien de decirlo; era una mujer cabal y discreta, que saba callar a
tiempo y hablar y empujar en el momento oportuno.
El hombre era ya entrado en aos, bien proporcionado, segn deca l mismo,
hombre de erudicin, buen corazn y con inteligencia de llave, trmino que
aclararemos ms adelante. Siempre estaba de buen humor, apreciaba a todos sus
semejantes y gustaba de hablar con ellos. Cuando iba a la ciudad, costaba Dios y
ayuda hacerle volver a casa, a menos que su seora estuviese presente para
empujarlo. Tena que pararse a hablar con cada conocido que encontraba; y sus
conocidos no eran pocos, por lo que siempre se enfriaba la comida.
La seora Consejera lo vigilaba desde la ventana.
Ah llega! deca la criada. Pon la sopa. Vamos! Ahora se ha detenido a
charlar con uno. Saca el puchero del fuego, que cocer demasiado! ahora
viene! Vuelve la olla al fuego! . Pero no llegaba.
A veces ya estaba debajo mismo de la ventana y haba saludado a su mujer con
un gesto de la cabeza; pero acertaba a pasar un conocido y no poda dejar de
dirigirle unas palabras. Y si luego sobrevena un tercero, sujetaba al anterior por
el ojal, y al segundo lo coga de la mano, al propio tiempo que llamaba a otro
que trataba de escabullirse.
Era para poner a prueba la paciencia de la Consejera.
Consejero, consejero! exclamaba. Ay! Este hombre naci bajo el signo
de la carretilla; no se mueve del sitio, como no le empujen.
Era muy aficionado a entrar en las libreras y ojear libros y revistas. Pagaba un
pequeo honorario a su librero a cambio de poderse llevar a casa los libros de
nueva publicacin. Se le permita cortar las hojas en sentido longitudinal, mas
no en el transversal, pues no hubieran podido venderse como nuevos. Era, en
todos los aspectos, un peridico viviente, pues estaba enterado de noviazgos,
bodas, entierros, crticas literarias y comadreras ciudadanas, y sola hacer
misteriosas alusiones a cosas que todo el mundo ignoraba. Las saba por la llave
de la casa.
Desde sus tiempos de recin casados, los Consejeros vivan en casa propia, y
desde entonces tenan la misma llave. Lo que no conocan an eran sus
maravillosas virtudes; stas no las descubrieron hasta ms tarde.
Reinaba a la sazn Federico VI. En Copenhague no haba an ni gas ni faroles
de aceite, como no existan tampoco el Tivoli ni el Casino, ni tranvas, ni
ferrocarriles. Haba pocas diversiones, en comparacin con las de hoy.
Los domingos era costumbre dar un paseo hasta la puerta del cementerio. All, la
gente lea las inscripciones funerarias, se sentaba en la hierba, merendaba y
echaba un traguito. O bien se llegaba hasta Friedrichsberg, a escuchar la banda
militar que tocaba frente a palacio, y donde se congregaba mucho pblico para
ver a la familia real remando en los estrechos canales, con el Rey al timn y la
Reina saludando desde la barca a todos los ciudadanos sin distincin de clases.
Las familias acomodadas de la capital iban all a tomar el t vespertino. En una
casita de campo situada delante del parque les suministraban agua hirviendo,
pero la tetera deban trarsela ellos.
All se dirigieron los Consejeros una soleada tarde de domingo; la criada los
preceda con la tetera, un cesto con la comida y la botella de aguardiente de
Spendrup.
Coge la llave de la calle dijo la Consejera, no sea que a la vuelta no
podamos entrar en casa. Ya sabes que cierran al oscurecer, y que esta maana se
rompi el cordn de la campanilla. Volveremos tarde. A la vuelta de
Frederichsberg tenemos que ir a Vesterbro, a ver la pantomima de Arlequn
en el teatro Casortis. Los personajes bajan en una nube. Cuesta dos marcos la
entrada.
Y fueron a Frederichsberg, oyeron la msica, vieron la lancha real con la
bandera ondeante, y vieron tambin al anciano monarca y los cisnes blancos.
Despus de una buena merienda se dirigieron al teatro, pero llegaron tarde.
Los nmeros de baile haban terminado, y empezado la pantomima. Como de
costumbre, llegaron tarde por culpa del Consejero, que se haba detenido
cincuenta veces en el camino a charlar con un conocido y otro. En el teatro
encontrse tambin con buenos amigos, y cuando termin la funcin hubo que
acompaar a una familia al puente a tomar un vaso de ponche; era
inexcusable, y slo tardaran diez minutos; pero estos diez minutos se
convirtieron en una hora; la charla era inagotable. De particular inters result
un barn sueco, o tal vez alemn, el Consejero no lo saba a punto fijo; en
cambio, retuvo muy bien el truco de la llave que aqul le ense, y que ya nunca
ms olvidara. Fue la mar de interesante! Consista en obligar a la llave a
responder a cuanto se le preguntara, aun lo ms recndito.
La llave del Consejero se prestaba de modo particular a la experiencia, pues
tena el paletn pesado. El barn pasaba el ndice por ,el ojo de la llave y dejaba
a sta colgando; cada pulsacin de la punta del dedo la pona en movimiento,
hacindole dar un giro, y si no lo haca, el barn se las apaaba para hacerle dar
vueltas disimuladamente a su voluntad.
Cada giro era una letra, empezando desde la A y llegando hasta la que se
quisiera, segn el orden alfabtico. Una vez obtenida la primera letra, la llave
giraba en sentido opuesto; buscbase entonces la letra siguiente, y as hasta
obtener, con palabras y frases enteras, la respuesta a la pregunta. Todo era pura
charlatanera, pero resultaba divertido. Este fue el primer pensamiento del
Consejero, pero luego se dej sugestionar por el juego.
Vamos, vamos! exclam, al fin, la Consejera. A las doce cierran la
puerta de Poniente. No llegaremos a tiempo, slo nos queda un cuarto de hora.
Ya podemos correr!
Tenan que darse prisa. Varias personas que se dirigan a la ciudad se les
adelantaron. Finalmente, cuando estaban ya muy cerca de la caseta del vigilante,
dieron las doce y se cerr la puerta, dejando a mucha gente fuera, entre ella a los
Consejeros con la criada, la tetera y la canasta vaca. Algunos estaban asustados,
otros indignados, cada cual se lo tomaba a su manera. Qu hacer?
Por fortuna, desde haca algn tiempo se haba dado orden de dejar abierta una
de las puertas: la del Norte. Por ella podan entrar los peatones en la ciudad,
atravesando la caseta del guarda.
El camino no era corto, pero la noche era hermosa, con un cielo sereno y
estrellado, cruzado de vez en cuando por estrellas fugaces. Croaban las ranas en
los fosos y en el pantano. La gente iba cantando, una cancin tras otra, pero el
Consejero no cantaba ni miraba las estrellas, y como tampoco miraba donde
pona los pies, se cay, cuan largo era, sobre el borde del foso. Cualquiera
habra dicho que haba bebido demasiado, mas lo que se le haba subido a la
cabeza no era el ponche, sino la llave.
Finalmente, llegaron a la puerta Norte, y por la caseta del guarda entraron en la
ciudad.
Ahora ya estoy tranquila! dijo la Consejera. Estamos en la puerta de
casa.
Pero, dnde est la llave? exclam el Consejero. No la tena ni en el
bolsillo trasero ni el lateral.
Dios nos ampare! dijo la Consejera. No tienes la llave? La habrs
perdido en tus juegos de manos con el barn. Cmo entraremos ahora? El
cordn de la campanilla se rompi esta maana, como sabes, y el vigilante no
tiene llave de la casa. Es para desesperarse!
La criada se puso a chillar. El Consejero era el nico que no perda la calma.
Hay que romper un vidrio de la droguera dijo. Despertaremos al
tendero y entraremos por su tienda. Me parece que ser lo mejor.
Rompi un cristal, rompi otro, y gritando: Petersen!, meti por el hueco el
mango del paraguas. Del interior lleg la voz de la hija del droguero, el cual
abri la puerta de la tienda, gritando: Vigilante!, y antes de que hubiese
tenido tiempo de ver y reconocer a la familia consejeril y de abrirle la puerta,
silb el vigilante, y de la calle contigua le respondi su compaero con otro
silbido. Empez a asomarse gente a las ventanas:
Dnde est el fuego? Qu es ese ruido? se preguntaban mutuamente, y
seguan preguntndoselo todava cuando ya el Consejero estaba en su piso, se
quitaba la chaqueta y... apareca la llave; no en el bolsillo, sino en el forro; se
haba metido por un agujero que, desde luego, no debiera de estar all.
Desde aquella noche, la llave de la calle adquiri una particular importancia, no
slo cuando se sala, sino tambin cuando la familia se quedaba en casa, pues el
Consejero, en una exhibicin de sus habilidades, formulaba preguntas a la llave
y reciba sus respuestas. Pensaba l antes la respuesta ms verosmil y la haca
dar a la llave. Al fin, l mismo acab por creer en las contestaciones, muy al
contrario del boticario, un joven prximo pariente de la Consejera.
Dicho boticario era una buena cabeza, lo que podramos llamar una cabeza
analtica. Ya de nio haba escrito crticas sobre libros y obras de teatro, aunque
guardando el anonimato, como hacen tantos. No crea en absoluto en los
espritus, y mucho menos en los de las llaves.
Ver usted, respetado seor Consejero deca: creo en la llave y en los
espritus de las llaves en general, tan firmemente como en esta nueva ciencia
que empieza a difundirse, en el velador giratorio y en los espritus de los
muebles viejos y nuevos. Ha odo, hablar de ello? Yo s. He dudado, sabe
usted?, pues soy algo escptico; pero me convert al leer una horripilante historia
en una prestigiosa revista extranjera. Imagnese seor Consejero! Voy a
relatrselo todo, tal como lo le. Dos muchachos muy listos vieron cmo sus
padres evocaban el espritu de una gran mesa del comedor. Estaban solos e
intentaron infundir vida a una vieja cmoda, imitando a sus padres. Y, en efecto,
brot la vida, despertse el espritu, pero no toleraba rdenes dadas por nios.
Levantse con tanta furia, que todo la cmoda cruja; abri todos los cajones, y
con las patas las patas de la cmoda meti a un chiquillo en cada cajn,
echando luego a correr con ellos escaleras abajo y por la calle, hasta el canal, en
el que se precipit; los pequeos murieron ahogados. Los cadveres recibieron
sepultura en tierra cristiana, pero la cmoda fue conducida ante el tribunal,
acusada de infanticidio y condenada a ser quemada viva en la plaza pblica.
As lo he ledo! dijo el boticario . Lo he ledo en una revista extranjera,
conste que no me lo he inventado. Que la llave me lleve, si no digo verdad! Lo
juro por ella!
El Consejero consider que se trataba de una broma demasiado grosera. Jams
los dos pudieron ponerse de acuerdo en materia de llaves; el boticario era
cerrado a ellas.

LA MARGARITA
Oid bien lo que os voy a contar: All en la campaa, junto al camino, hay una
casa de campo, que de seguro habris visto alguna vez. Delante tiene un
jardincito con flores y una cerca pintada. All cerca, en el foso, en medio del
bello y verde csped, creca una pequea margarita, a la que el sol enviaba sus
confortantes rayos con la misma generosidad que a las grandes y suntuosas
flores del jardn; y as creca ella de hora en hora.
All estaba una maana, bien abiertos sus pequeos y blanqusimos ptalos,
dispuestos como rayos en torno al solecito amarillo que tienen en su centro las
margaritas. No se preocupaba de que nadie la viese entre la hierba, ni se dola de
ser una pobre flor insignificante; se senta contenta y, vuelta de cara al sol,
estaba mirndolo mientras escuchaba el alegre canto de la alondra en el aire.
As, nuestra margarita era tan feliz como si fuese da de gran fiesta, y, sin
embargo, era lunes. Los nios estaban en la escuela, y mientras ellos estudiaban
sentados en sus bancos, ella, erguida sobre su tallo, aprenda a conocer la
bondad de Dios en el calor del sol y en la belleza de lo que la rodeaba, y se le
ocurri que la alondra cantaba aquello mismo que ella senta en su corazn; y la
margarita mir con una especie de respeto a la avecilla feliz que as saba cantar
y volar, pero sin sentir amargura por no poder hacerlo tambin ella. Veo y
oigo! pensaba; el sol me baa y el viento me besa. Cun bueno ha sido
Dios conmigo!.
En el jardn vivan muchas flores distinguidas y tiesas; cuanto menos aroma
exhalaban, ms presuman. La peonia se hinchaba para parecer mayor que la
rosa; pero no es el tamao lo que vale. Los tulipanes exhiban colores
maravillosos; bien lo saban y por eso se erguan todo lo posible, para que se les
viese mejor. No prestaban la menor atencin a la humilde margarita de all
fuera, la cual los miraba, pensando: Qu ricos y hermosos son! Seguramente
vendrn a visitarlos las aves ms esplndidas! Qu suerte estar tan cerca; as
podr ver toda la fiesta!. Y mientras pensaba esto, chirrit!, he aqu que baja
la alondra volando, pero no hacia el tulipn, sino hacia el csped, donde estaba
la pequea margarita. sta tembl de alegra, y no saba qu pensar.
El avecilla revoloteaba a su alrededor, cantando: Qu mullida es la hierba!
Qu linda florecita, de corazn de oro y vestido de plata!. Porque, realmente,
el punto amarillo de la margarita reluca como oro, y eran como plata los
diminutos ptalos que lo rodeaban.
Nadie podra imaginar la dicha de la margarita. El pjaro la bes con el pico y,
despus de dedicarle un canto melodioso, volvi a remontar el vuelo,
perdindose en el aire azul. Transcurri un buen cuarto de hora antes de que la
flor se repusiera de su sorpresa. Un poco avergonzada, pero en el fondo
rebosante de gozo, mir a las dems flores del jardn; habiendo presenciado el
honor de que haba sido objeto, sin duda comprenderan su alegra. Los
tulipanes continuaban tan envarados como antes, pero tenan las caras
enfurruadas y coloradas, pues la escena les haba molestado. Las peonias tenan
la cabeza toda hinchada. Suerte que no podan hablar! La margarita hubiera
odo cosas bien desagradables. La pobre advirti el malhumor de las dems, y lo
senta en el alma.
En stas se present en el jardn una muchacha, armada de un gran cuchillo,
afilado y reluciente, y, dirigindose directamente hacia los tulipanes, los cort
uno tras otro. Qu horror! suspir la margarita. Ahora s que todo ha
terminado para ellos!. La muchacha se alej con los tulipanes, y la margarita
estuvo muy contenta de permanecer fuera, en el csped, y de ser una humilde
florecilla. Y sinti gratitud por su suerte, y cuando el sol se puso, pleg sus
hojas para dormir, y toda la noche so con el sol y el pajarillo.
A la maana siguiente, cuando la margarita, feliz, abri de nuevo al aire y a la
luz sus blancos ptalos como si fuesen diminutos brazos, reconoci la voz de la
avecilla; pero era una tonada triste la que cantaba ahora. Buenos motivos tena
para ello la pobre alondra! La haban cogido y estaba prisionera en una jaula,
junto a la ventana abierta. Cantaba la dicha de volar y de ser libre; cantaba las
verdes mieses de los campos y los viajes maravillosos que hiciera en el aire
infinito, llevada por sus alas. La pobre avecilla estaba bien triste, encerrada en
la jaula!
Cmo hubiera querido ayudarla, la margarita! Pero, qu hacer? No se le
ocurra nada. Olvidse de la belleza que la rodeaba, del calor del sol y de la
blancura de sus hojas; slo saba pensar en el pjaro cautivo, para el cual nada
poda hacer.
De pronto salieron dos nios del jardn; uno de ellos empuaba un cuchillo
grande y afilado, como el que us la nia para cortar los tulipanes. Vinieron
derechos hacia la margarita, que no acertaba a comprender su propsito.
Podramos cortar aqu un buen trozo de csped para la alondra dijo uno,
ponindose a recortar un cuadrado alrededor de la margarita, de modo que la
flor qued en el centro.
Arranca la flor! dijo el otro, y la margarita tuvo un estremecimiento de
pnico, pues si la arrancaban morira, y ella deseaba vivir, para que la llevaran
con el csped a la jaula de la alondra encarcelada.
No, djala dijo el primero; hace ms bonito as y de esta forma la
margarita se qued con la hierba y fue llevada a la jaula de la alondra.
Pero la infeliz avecilla segua llorando su cautiverio, y no cesaba de golpear con
las alas los alambres de la jaula. La margarita no saba pronunciar una sola
palabra de consuelo, por mucho que quisiera. Y de este modo transcurri toda la
maana.
No tengo agua! exclam la alondra prisionera. Se han marchado todos, y
no han pensado en ponerme una gota para beber. Tengo la garganta seca y
ardiente, me ahogo, estoy calenturienta, y el aire es muy pesado. Ay, me
morir, lejos del sol, de la fresca hierba, de todas las maravillas de Dios!, y
hundi el pico en el csped, para reanimarse un poquitn con su humedad.
Entonces se fij en la margarita, y, saludndola con la cabeza y dndole un beso,
dijo: Tambin t te agostars aqu, pobre florecilla! T y este puado de hierba
verde es cuanto me han dejado de ese mundo inmenso que era mo. Cada tallito
de hierba ha de ser para m un verde rbol, y cada una de tus blancas hojas, una
fragante flor. Ah, t me recuerdas lo mucho que he perdido!
Quin pudiera consolar a esta avecilla desventurada! pensaba la margarita,
sin lograr mover un ptalo; pero el aroma que exhalaban sus hojillas era mucho
ms intenso del que suele serles propio. Lo advirti la alondra, y aunque senta
una sed abrasadora que le haca arrancar las briznas de hierba una tras otra, no
toc a la flor.
Lleg el atardecer, y nadie vino a traer una gota de agua al pobre pajarillo. ste
extendi las lindas alas, sacudindolas espasmdicamente; su canto se redujo a
un melanclico pip, pip!; agach la cabeza hacia la flor y su corazn se
quebr, de miseria y de nostalgia. La flor no pudo, como la noche anterior,
plegar las alas y entregarse al sueo, y qued con la cabeza colgando, enferma y
triste.
Los nios no comparecieron hasta la maana siguiente, y al ver el pjaro muerto
se echaron a llorar. Vertiendo muchas lgrimas, le excavaron una primorosa
tumba, que adornaron luego con ptalos de flores. Colocaron el cuerpo de la
avecilla en una hermosa caja colorada, pues haban
pensado hacerle un entierro principesco. Mientras vivi y cant se olvidaron de
l, dejaron que sufriera privaciones en la jaula; y, en cambio, ahora lo enterraban
con gran pompa y muchas lgrimas.
El trocito de csped con la margarita lo arrojaron al polvo de la carretera; nadie
pens en aquella florecilla que tanto haba sufrido por el pajarillo, y que tanto
habra dado por poderlo consolar.

LA NIA DE LOS FOSFOROS


Qu fro haca!; nevaba y comenzaba a oscurecer; era la ltima noche del ao,
la noche de San Silvestre. Bajo aquel fro y en aquella oscuridad, pasaba por la
calle una pobre nia, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir
de su casa llevaba zapatillas, pero, de qu le sirvieron! Eran unas zapatillas que
su madre haba llevado ltimamente, y a la pequea le venan tan grandes, que
las perdi al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venan a
toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se
la haba puesto un mozalbete, que dijo que la hara servir de cuna el da que
tuviese hijos.
Y as la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente
amoratados por el fro. En un viejo delantal llevaba un puado de fsforos, y un
paquete en una mano. En todo el santo da nadie le haba comprado nada, ni le
haba dado un msero cheln; volvase a su casa hambrienta y medio helada, y
pareca tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caan sobre su largo
cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubran el cuello; pero no estaba ella para
presumir.
En un ngulo que formaban dos casas una ms saliente que la otra, se sent
en el suelo y se acurruc hecha un ovillo. Encoga los piececitos todo lo posible,
pero el fro la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atreva a volver a casa,
pues no haba vendido ni un fsforo, ni recogido un triste cntimo. Su padre le
pegara, adems de que en casa haca fro tambin; slo los cobijaba el tejado, y
el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que haban
procurado tapar las rendijas. Tena las manitas casi ateridas de fro. Ay, un
fsforo la aliviara seguramente! Si se atreviese a sacar uno solo del manojo,
frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sac uno: ritch!. Cmo
chispe y cmo quemaba! Dio una llama clara, clida, como una lucecita,
cuando la resguard con la mano; una luz maravillosa. Parecile a la pequeuela
que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de
latn; el fuego arda magnficamente en su interior, y calentaba tan bien! La
nia alarg los pies para calentrselos a su vez, pero se extingui la llama, se
esfum la estufa, y ella se qued sentada, con el resto de la consumida cerilla en
la mano.
Encendi otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvi a sta
transparente como si fuese de gasa, y la nia pudo ver el interior de una
habitacin donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanqusimo mantel y
fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y
manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato salt fuera de la fuente y,
anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigi
hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apag el fsforo, dejando
visible tan slo la gruesa y fra pared.
Encendi la nia una tercera cerilla, y se encontr sentada debajo de un
hermossimo rbol de Navidad. Era an ms alto y ms bonito que el que viera
la ltima Nochebuena, a travs de la puerta de cristales, en casa del rico
comerciante. Millares de velitas, ardan en las ramas verdes, y de stas colgaban
pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequea
levant los dos bracitos... y entonces se apag el fsforo. Todas las lucecitas se
remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del
cielo; una de ellas se desprendi y traz en el firmamento una larga estela de
fuego.
Alguien se est muriendo pens la nia, pues su abuela, la nica persona
que la haba querido, pero que estaba muerta ya, le haba dicho: Cuando una
estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frot una nueva cerilla contra la pared; se ilumin el espacio inmediato, y
apareci la anciana abuelita, radiante, dulce y cariosa.
Abuelita! exclam la pequea. Llvame, contigo! S que te irs
tambin cuando se apague el fsforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el
asado y el rbol de Navidad. Apresurse a encender los fsforos que le
quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fsforos brillaron con luz ms
clara que la del pleno da. Nunca la abuelita haba sido tan alta y tan hermosa;
tom a la nia en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas
de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequea sintiera ya
fro, hambre ni miedo. Estaban en la mansin de Dios Nuestro Seor.
Pero en el ngulo de la casa, la fra madrugada descubri a la chiquilla, rojas las
mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de fro en la ltima noche del Ao
Viejo. La primera maana del Nuevo Ao ilumin el pequeo cadver, sentado,
con sus fsforos, un paquetito de los cuales apareca consumido casi del todo.
Quiso calentarse!, dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que haba
visto, ni el esplendor con que, en compaa de su anciana abuelita, haba subido
a la gloria del Ao Nuevo.

LA NIA JUDIA
Asista a la escuela de pobres, entre otros nios, una muchachita juda, despierta
y buena, la ms lista del colegio. No poda tomar parte en una de las lecciones,
la de Religin, pues la escuela era cristiana.
Durante la clase de Religin le permitan estudiar su libro de Geografa o
resolver sus ejercicios de Matemticas, pero la chiquilla tena terminados muy
pronto sus deberes. Tena delante un libro abierto, pero ella no lo lea; escuchaba
desde su asiento, y el maestro no tard en darse cuenta de que segua con ms
atencin que los dems alumnos.
Ocpate de tu libro le dijo, con dulzura y gravedad; pero ella lo mir con
sus brillantes ojos negros, y, al preguntarle, comprob que la nia estaba mucho
ms enterada que sus compaeros. Haba escuchado, comprendido y asimilado
las explicaciones.
Su padre era un hombre de bien, muy pobre. Cuando llev a la nia a la escuela,
puso por condicin que no la instruyesen en la fe cristiana. Pero se temi que si
sala de la escuela mientras se daba la clase de enseanza religiosa, perturbara
la disciplina o despertara recelos y antipatas en los dems, y por eso se
quedaba en su banco; pero las cosas no podan continuar as.
El maestro llam al padre de la chiquilla y le dijo que deba elegir entre retirar a
su hija de la escuela o dejar que se hiciese cristiana.
No puedo soportar sus miradas ardientes, el fervor y anhelo de su alma por
las palabras del Evangelio aadi.
El padre rompi a llorar:
Yo mismo s muy poco de nuestra religin dijo , pero su madre era una
hija de Israel, firme en su fe, y en el lecho de muerte le promet que nuestra hija
nunca sera bautizada. Debo cumplir mi promesa, es para m un pacto con Dios.
Y la nia fue retirada de la escuela de los cristianos.
Haban transcurrido algunos aos.
En una de las ciudades ms pequeas de Jutlandia serva, en una modesta casa
de la burguesa, una pobre muchacha de fe mosaica, llamada Sara; tena el
cabello negro como bano, los ojos oscuros, pero brillantes y luminosos, como
suele ser habitual entre las hijas del Oriente. La expresin del rostro segua
siendo la de aquella nia que, desde el banco de la escuela, escuchaba con
mirada inteligente.
Cada domingo llegaban a la calle, desde la iglesia, los sones del rgano y los
cnticos de los fieles; llegaban a la casa donde la joven juda trabajaba, laboriosa
y fiel.
Guardars el sbado ordenaba su religin; pero el sbado era para los
cristianos da de labor, y slo poda observar el precepto en lo ms ntimo de su
alma, y esto le pareca insuficiente. Sin embargo, qu son para Dios los das y
las horas? Este pensamiento se haba despertado en su alma, y el domingo de los
cristianos poda dedicarlo ella en parte a sus propias devociones; y como a la
cocina llegaban los sones del rgano y los coros, para ella aquel lugar era santo
y apropiado para la meditacin. Lea entonces el Antiguo Testamento, tesoro y
refugio de su pueblo, limitndose a l, pues guardaba profundamente en la
memoria las palabras que dijeran su padre y su maestro cuando fue retirada de la
escuela, la promesa hecha a la madre moribunda, de que Sara no se hara nunca
cristiana, que jams abandonara la fe de sus antepasados. El Nuevo Testamento
deba ser para ella un libro cerrado, a pesar de que saba muchas de las cosas que
contena, pues los recuerdos de niez no se haban borrado de su memoria. Una
velada hallbase Sara sentada en un rincn de la sala, atendiendo a la lectura del
jefe de la familia; le estaba permitido, puesto que no lea el Evangelio, sino un
viejo libro de Historia; por eso se haba quedado. Trataba el libro de un
caballero hngaro que, prisionero de un baj turco, era uncido al arado junto con
los bueyes y tratado a latigazos; las burlas y malos tratos lo haban llevado al
borde de la muerte. La esposa del cautivo vendi todas sus alhajas e hipotec el
castillo y las tierras, a la vez que sus amigos aportaban cuantiosas sumas, pues el
rescate exigido era enorme; fue reunido, sin embargo, y el caballero, redimido
del oprobio y la esclavitud. Enfermo y achacoso, regres el hombre a su patria.
Poco despus son la llamada general a la lucha contra los enemigos de la
Cristiandad; el enfermo, al orla, no se dio punto de reposo hasta verse montado
en su corcel; sus mejillas recobraron los colores, parecieron volver sus fuerzas, y
parti a la guerra. Y ocurri que hizo prisionero precisamente a aquel mismo
baj que lo haba uncido al arado y lo haba hecho objeto de toda suerte de
burlas y malos tratos. Fue encerrado en una mazmorra, pero al poco rato acudi
a visitarlo el caballero y le pregunt:
Qu crees que te espera?
Bien lo s respondi el turco . Tu venganza!
S, la venganza del cristiano repuso el caballero. La doctrina de Cristo
nos manda perdonar a nuestros enemigos y amar a nuestro prjimo, pues Dios es
amor. Vuelve en paz a tu tierra y a tu familia, y aprende a ser compasivo y
humano con los que sufren.
El prisionero prorrumpi en llanto:
Cmo poda yo esperar lo que estoy viendo! Estaba seguro, de que me
esperaban el martirio y la tortura; por eso me tom un veneno que me matar en
pocas horas. Voy a morir, no hay salvacin posible! Pero antes de que termine
mi vida, explcame la doctrina que encierra tanto amor y tanta gracia, pues es
una doctrina grande y divina! Deja que en ella muera, que muera cristiano!
Su peticin fue atendida.
Tal fue la leyenda, la historia, que el dueo de la casa ley en alta voz. Todos la
escucharon con fervor, pero, sobre todo, llen de fuego, y de vida a aquella
muchacha sentada en el rincn: Sara, la joven juda. Grandes lgrimas asomaron
a sus brillantes ojos negros; en su alma infantil volvi a sentir, como ya la
sintiera antao en el banco de la escuela, la sublimidad del Evangelio. Las
lgrimas rodaron por sus mejillas.
No dejes que mi hija se haga cristiana!, haban sido las ltimas palabras de su
madre moribunda; y en su corazn y en su alma resonaban aquellas otras
palabras del mandamiento divino: Honrars a tu padre y a tu madre.
No soy cristiana! Me llaman la juda; an el domingo ltimo me lo llamaron
en son de burla los hijos del vecino, cuando me estaba frente a la puerta abierta
de la iglesia mirando el brillo de los cirios del altar y escuchando los cantos de
los fieles. Desde mis tiempos de la escuela hasta ahora he venido sintiendo en el
Cristianismo una fuerza que penetra en mi corazn como un rayo de sol aunque
cierre los ojos. Pero no te afligir en la tumba, madre, no ser perjura al voto de
mi padre: no leer la Biblia cristiana. Tengo al Dios de mis antepasados; ante l
puedo inclinar mi cabeza.
Y transcurrieron ms aos.
Muri el cabeza de la familia y dej a su esposa en situacin apurada. Haba que
renunciar a la muchacha; pero Sara no se fue, sino que acudi en su ayuda en el
momento de necesidad; contribuy a sostener el peso de la casa, trabajando
hasta altas horas de a noche y procurando el pan de cada da con la labor de sus
manos. Ningn pariente quiso acudir en auxilio de la familia; la viuda, cada da
ms dbil, haba de pasarse meses enteros en la cama, enferma. Sara la cuidaba,
la velaba, trabajaba, dulce y piadosa; era una bendicin para la casa hundida.
Toma la Biblia dijo un da la enferma. Leme un fragmento. Es tan
larga la velada y siento tantos deseos de or la palabra de Dios!
Sara baj la cabeza; dobl las manos sobre la Biblia y, abrindola, se puso a
leerla a la enferma. A menudo le acudan las lgrimas a los ojos, pero
aumentaba en ellos la claridad, y tambin en su alma: Madre, tu hija no puede
recibir el bautismo de los cristianos ni ingresar en su comunidad; lo quisiste as
y respetar tu voluntad; estamos unidos aqu en la tierra, pero ms all de ella...
estamos an ms unidos en Dios, que nos gua y lleva allende la muerte. l
desciende a la tierra, y despus de dejarla sufrir la hace ms rica. Lo
comprendo! No s yo misma cmo fue. Es por l, en l: Cristo!.
Estremecise al pronunciar su nombre, y un bautismo de fuego la recorri toda
ella con ms fuerza de la que el cuerpo poda soportar, por lo que cay
desplomada, ms rendida que la enferma a quien velaba.
Pobre Sara! dijeron , no ha podido resistir tanto trabajo y tantas velas.
La llevaron al hospital, donde muri. La enterraron, pero no al cementerio de los
cristianos; no haba en l lugar para la joven juda, sino fuera, junto al muro; all
recibi sepultura.
Y el Hijo de Dios, que resplandece sobre las tumbas de los cristianos, proyecta
tambin su gloria sobre la de aquella doncella juda que reposa fuera del
sagrado recinto; y los cnticos religiosos que resuenan en el camposanto
cristiano lo hacen tambin sobre su tumba, a la que tambin lleg la revelacin:
Hay una resurreccin ,en Cristo!, en l, el Seor, que dijo a sus discpulos:
Juan os ha bautizado con agua, pero yo os bautizar en el nombre del Espritu
Santo.

LA PAREJA DE ENAMORADOS
Un trompo y una pelota yacan juntos en una caja, entre otros diversos juguetes,
y el trompo dijo a la pelota:
Por qu no nos hacemos novios, puesto que vivimos juntos en la caja?
Pero la pelota, que estaba cubierta de un bello tafilete y presuma como una
encopetada seorita, ni se dign contestarle.
Al da siguiente vino el nio propietario de los juguetes, y se le ocurri pintar el
trompo de rojo y amarillo y clavar un clavo de latn en su centro. El trompo
resultaba verdaderamente esplndido cuando giraba.
Mreme! dijo a la pelota. Qu me dice ahora? Quiere que seamos
novios? Somos el uno para el otro. Usted salta y yo bailo. Puede haber una
pareja ms feliz?
Usted cree? dijo la pelota con irona. Seguramente ignora que mi padre
y mi madre fueron zapatillas de tafilete, y que mi cuerpo es de corcho espaol.
S, pero yo soy de madera de caoba respondi la peonza y el propio
alcalde fue quien me torne. Tiene un torno y se divirti mucho hacindome.
Es cierto lo que dice? pregunt la pelota.
Qu jams reciba un latigazo si miento! respondi el trompo.
Desde luego, sabe usted hacerse valer dijo la pelota; pero no es posible;
estoy, como quien dice, prometida con una golondrina. Cada vez que salto en el
aire, asoma la cabeza por el nido y pregunta: Quiere? Quiere?. Yo,
interiormente, le he dado ya el s, y esto vale tanto como un compromiso. Sin
embargo, aprecio sus sentimientos y le prometo que no lo olvidar.
Vaya consuelo! exclam el trompo, y dejaron de hablarse.
Al da siguiente, el nio jug con la pelota. El trompo la vio saltar por los aires,
igual que un pjaro, tan alta, que la perda de vista. Cada vez volva, pero al
tocar el suelo pegaba un nuevo salto sea por afn de volver al nido de la
golondrina, sea porque tena el cuerpo de corcho. A la novena vez desapareci y
ya no volvi; por mucho que el nio estuvo buscndola, no pudo dar con ella.
Yo s dnde est! suspir el trompo. Est en el nido de la golondrina y
se ha casado con ella!
Cuanto ms pensaba el trompo en ello tanto ms enamorado se senta de la
pelota. Su amor creca precisamente por no haber logrado conquistarla. Lo peor
era que ella hubiese aceptado a otro. Y el trompo no cesaba de pensar en la
pelota mientras bailaba y zumbaba; en su imaginacin la vea cada vez ms
hermosa. As pasaron algunos aos y aquello se convirti en un viejo amor.
El trompo ya no era joven. Pero he aqu que un buen da lo doraron todo.
Nunca haba sido tan hermoso! En adelante sera un trompo de oro, y saltaba
que era un contento. Haba que or su ronrn! Pero de pronto peg un salto
excesivo y... adis!
Lo buscaron por todas partes, incluso en la bodega, pero no hubo modo de
encontrarlo. Dnde estara?
Haba saltado al depsito de la basura, dnde se mezclaban toda clase de
cachivaches, tronchos de col, barreduras y escombros cados del canaln.
A buen sitio he ido a parar! Aqu se me despintar todo el dorado. Vaya
gentuza la que me rodea!. Y dirigi una mirada de soslayo a un largo troncho
de col que haban cortado demasiado cerca del repollo, y luego otra a un extrao
objeto esfrico que pareca una manzana vieja. Pero no era una manzana, sino
una vieja pelota, que se haba pasado varios aos en el canaln y estaba medio
consumida por la humedad.
Gracias a Dios que ha venido uno de los nuestros, con quien podr hablar!
dijo la pelota considerando al dorado trompo.
Tal y como me ve, soy de tafilete, me cosieron manos de doncella y tengo el
cuerpo de corcho espaol, pero nadie sabe apreciarme. Estuve a punto de
casarme con una golondrina, pero ca en el canaln, y en l me he pasado
seguramente cinco aos. Ay, cmo me ha hinchado la lluvia! Creme, es
mucho tiempo para una seorita de buena familia!
Pero el trompo no respondi; pensaba en su viejo amor, y, cuanto ms oa a la
pelota, tanto ms se convenca de que era ella.
Vino en stas la criada, para verter el cubo de la basura.
Anda, aqu est el trompo dorado! dijo.
El trompo volvi a la habitacin de los nios y recobr su honor y prestigio,
pero de la pelota nada ms se supo. El trompo ya no habl ms de su viejo amor.
El amor se extingue cuando la amada se ha pasado cinco aos en un canaln y
queda hecha una sopa; ni siquiera es reconocida al encontrarla en un cubo de
basura.

LA PASTORA Y EL
DESHOLLINADOR
Has visto alguna vez uno de estos armarios muy viejos, ennegrecidos por los
aos, adornados con tallas de volutas y follaje? Pues uno as haba en una sala;
era una herencia de la bisabuela, y de arriba abajo estaba adornado con tallas de
rosas y tulipanes. Presentaba los arabescos ms raros que quepa imaginar, y
entre ellos sobresalan cabecitas de ciervo con sus cornamentas. En el centro,
haban tallado un hombre de cuerpo entero; su figura era de verdad cmica, y en
su cara se dibujaba una mueca, pues aquello no se poda llamar risa. Tena patas
de cabra, cuernecitos en la cabeza y una luenga barba. Los nios de la casa lo
llamaban siempre el Sargentomayorymenormariscaldecampo
patadechivo; era un nombre muy largo, y son bien pocos los que ostentan
semejante titulo; y no debi de tener poco trabajo, el que lo esculpi!
Y all estaba, con la vista fija en la mesa situada debajo del espejo, en la que
haba una linda pastorcilla de porcelana, con zapatos dorados, el vestido
graciosamente sujeto con una rosa encarnada, un dorado sombrerito en la cabeza
y un bculo de pastor en la mano: era un primor. A su lado haba un pequeo
deshollinador, negro como el carbn, aunque asimismo de porcelana, tan fino y
pulcro como otro cualquiera; lo de deshollinador slo lo representaba: el
fabricante de porcelana lo mismo hubiera podido hacer de l un prncipe, qu
ms le daba!
He ah, pues, al hombrecillo con su escalera, y unas mejillas blancas y
sonrosadas como las de la muchacha, lo cual no dejaba de ser un contrasentido,
pues un poquito de holln le hubiera cuadrado mejor. Estaba de pie junto a la
pastora; los haban colocado all a los dos, y, al encontrarse tan juntos, se haban
enamorado. Nada haba que objetar: ambos eran de la misma porcelana e
igualmente frgiles.
A su lado haba an otra figura, tres veces mayor que ellos: un viejo chino que
poda agachar la cabeza. Era tambin de porcelana, y pretenda ser el abuelo de
la zagala, aunque no estaba en situacin de probarlo. Afirmaba tener autoridad
sobre ella, y, en consecuencia, haba aceptado, con un gesto de la cabeza, la
peticin que el Sargentomayorymenormariscaldecampo
patadechivo le haba hecho de la mano de la pastora.
Tendrs un marido dijo el chino a la muchacha que estoy casi
convencido, es de madera de bano; har de ti la Sargenta-mayory
menormariscaldecampopatadechivo. Su armario est repleto de
objetos de plata, y no digamos ya lo que deben contener los cajones secretos!
No quiero entrar en el oscuro armario! protest la pastorcilla. He odo
decir que guarda en l once mujeres de porcelana. En este caso, t sers la
duodcima replic el chino. Esta noche, en cuanto cruja el viejo armario, se
celebrar la boda, como yo soy chino! . E, inclinando la cabeza, se qued
dormido.
La pastorcilla, llorosa, levant los ojos al dueo de su corazn, el deshollinador
de porcelana.
Quisiera pedirte un favor. Quieres venirte conmigo por esos mundos de
Dios? Aqu no podemos seguir.
Yo quiero todo lo que t quieras respondile el mocito. Vmonos
enseguida, estoy seguro de que podr sustentarte con mi trabajo.
Oh, si pudisemos bajar de la mesa sin contratiempo! dijo ella. Slo me
sentir contenta cuando hayamos salido a esos mundos.
l la tranquiliz, y le ense cmo tena que colocar el piececito en las labradas
esquinas y en el dorado follaje de la pata de la mesa; sirvise de su escalera, y
en un santiamn se encontraron en el suelo. Pero al mirar al armario, observaron
en l una agitacin; todos los ciervos esculpidos alargaban la cabeza y,
levantando la cornamenta, volvan el cuello; el Sargentomayory
menormariscaldecampopatadechivo peg un brinco y grit al
chino:
Se escapan, se escapan!
Los pobrecillos, asustados, se metieron en un cajn que haba debajo de la
ventana.
Haba all tres o cuatro barajas, aunque ninguna completa, y un teatrillo de
tteres montado un poco a la buena de Dios. Precisamente se estaba
representando una funcin y todas las damas, oros y corazones, trboles y
espadas, sentados en las primeras filas, se abanicaban con sus tulipanes; detrs
quedaban las sotas, mostrando que tenan cabeza o, por decirlo mejor, cabezas,
una arriba y otra abajo, como es costumbre en los naipes. El argumento trataba
de dos enamorados que no podan ser el uno para el otro, y la pastorcilla se ech
a llorar, por lo mucho que el drama se pareca al suyo.
No puedo resistirlo! exclam. Tengo que salir del cajn! . Pero una
vez volvieron a estar en el suelo y levantaron los ojos a la mesa, el viejo chino,
despierto, se tambale con todo el cuerpo, pues por debajo de la cabeza lo tena
de una sola pieza.
Que viene el viejo chino! grit la zagala azorada, cayendo de rodillas.
Se me ocurre una idea dijo el deshollinador. Y si nos metisemos en
aquella gran jarra de la esquina? Estaremos entre rosas y espliego, y si se acerca
le arrojaremos sal a los ojos.
No servira de nada respondi ella. Adems, s que el chino y la jarra
estuvieron prometidos, y siempre queda cierta simpata en semejantes
circunstancias. No; el nico recurso es lanzarnos al mundo.
De verdad te sientes con valor para hacerlo? pregunt el deshollinador.
Has pensado en lo grande que es y que nunca podremos volver a este lugar?
S afirm ella.
El deshollinador la mir fijamente y luego dijo:
Mi camino pasa por la chimenea. De veras te sientes con nimo para
aventurarte en el horno y trepar por la tubera? Saldramos al exterior de la
chimenea; una vez all, ya sabra yo aparmelas. Subiremos tan arriba, que no
podrn alcanzarnos, y en la cima hay un orificio que sale al vasto mundo.
Y la condujo a la puerta del horno.
Qu oscuridad! exclam ella, sin dejar de seguir a su gua por la caja del
horno y por el tubo, oscuro como boca de lobo.
Estamos ahora en la chimenea explicle l. Fjate: all arriba brilla la
ms hermosa de las estrellas.
Era una estrella del cielo que les enviaba su luz, exactamente como para
mostrarles el camino. Y ellos venga trepar y arrastrarse. Horrible camino, y tan
alto! Pero el mozo la sostena, indicndole los mejores agarraderos para apoyar
sus piececitos de porcelana. As llegaron al borde superior de la chimenea y se
sentaron en l, pues estaban muy cansados, y no sin razn.
Encima de ellos extendase el cielo con todas sus estrellas, y a sus pies quedaban
los tejados de la ciudad. Pasearon la mirada en derredor, hasta donde alcanzaron
los ojos; la pobre pastorcilla jams habla imaginado cosa semejante; reclin la
cabecita en el hombro de su deshollinador y prorrumpi en llanto, con tal
vehemencia que se le saltaba el oro del cinturn.
Es demasiado! exclam. No podr soportarlo, el mundo es demasiado
grande. Ojal estuviese sobre la mesa, bajo el espejo! No ser feliz hasta que
vuelva a encontrarme all. Te he seguido al ancho mundo; ahora podras
devolverme al lugar de donde salimos. Lo hars, si es verdad que me quieres.
El deshollinador le record prudentemente el viejo chino y el Sargento
mayorymenormariscaldecampopatadechivo, pero ella no
cesaba de sollozar y besar a su compaerito, el cual no pudo hacer otra cosa que
ceder a sus splicas, aun siendo una locura.
Y as bajaron de nuevo, no sin muchos tropiezos, por la chimenea, y se
arrastraron por la tubera y el horno. No fue nada agradable.
Una vez en la caja del horno, pegaron la oreja a la puerta para enterarse de cmo
andaban las cosas en la sala. Reinaba un profundo silencio; miraron al interior
y... Dios mo!, el viejo chino yaca en el suelo. Se haba cado de la mesa
cuando trat de perseguirlos, y se rompi en tres pedazos; toda la espalda era
uno de ellos, y la cabeza, rodando, haba ido a parar a una esquina. El
Sargentomayorymenormariscaldecampopatadechivo
segua en su puesto con aire pensativo.
Horrible! exclam la pastorcita. El abuelo roto a pedazos, y nosotros
tenemos la culpa. No lo resistir! y se retorca las manos.
An es posible pegarlo dijo el deshollinador. Pueden pegarlo muy bien,
tranquilzate; si le ponen masilla en la espalda y un buen clavo en la nuca
quedar como nuevo; an nos dir cosas desagradables.
Crees? pregunt ella. Y treparon de nuevo a la mesa.
Ya ves lo que hemos conseguido dijo el deshollinador. Podamos
habernos ahorrado todas estas fatigas.
Si al menos estuviese pegado el abuelo! observ la muchacha. Costar
muy caro?
Pues lo pegaron, s seor; la familia cuid de ello. Fue encolado por la espalda y
clavado por el pescuezo, con lo cual qued como nuevo, aunque no poda ya
mover la cabeza.
Se ha vuelto usted muy orgulloso desde que se hizo pedazos dijo el
Sargentomayorymenormariscaldecampopatade-chivo .
Y la verdad que no veo los motivos. Me la va a dar o no?
El deshollinador y la pastorcilla dirigieron al viejo chino una mirada
conmovedora, temerosos de que agachase la cabeza; pero le era imposible
hacerlo, y le resultaba muy molesto tener que explicar a un extrao que llevaba
un clavo en la nuca. Y de este modo siguieron viviendo juntas aquellas
personitas de porcelana, bendiciendo el clavo del abuelo y querindose hasta
que se hicieron pedazos a su vez.

LA PIEDRA FILOSOFAL

Sin duda conoces la historia de Holger Danske. No te la voy a contar, y slo te


preguntar si recuerdas que Holger Danske conquist la vasta tierra de la India
Oriental, hasta el trmino del mundo, hasta aquel rbol que llaman rbol del
Sol, segn narra Christen Pedersen. Sabes quin es Christen Pedersen? No
importa que no lo conozcas. All, Holger Danske confiri al Preste Juan poder y
soberana sobre la tierra de la India. Conoces al Preste Juan? Bueno eso
tampoco tiene importancia, pues no ha de salir en nuestra historia. En ella te
hablamos del rbol del Sol de la tierra de Indias Orientales, en el extremo del
mundo, segn crean entonces los que no haban estudiado Geografa como
nosotros. Pero tampoco esto importa.
El rbol del Sol era un rbol magnfico, como nosotros nunca hemos visto ni lo
vers t. Su copa abarcaba un radio de varias millas; en realidad era todo un
bosque, y cada rama, an la ms pequea, era como un rbol entero. Haba
palmeras, hayas, pinos, en fin, todas las especies de rboles que crecen en el
vasto mundo, brotaban all cual ramitas de las ramas grandes, y stas, con sus
curvaturas y nudos, parecan a su vez valles y montaas, y estaban revestidas de
un verdor aterciopelado y cuajado de flores. Cada rama era como un gran prado
florido o un hermossimo jardn.
El sol enviaba sus rayos bienhechores; por algo era el rbol del Sol, y en l se
reunan las aves de todos los confines del mundo: las procedentes de las selvas
vrgenes americanas, las que venan de las rosaledas de Damasco y de los
desiertos y sabanas del frica, donde el elefante y el len creen reinar como
nicos soberanos. Venan las aves polares y tambin la cigea y la golondrina,
naturalmente. Pero no slo acudan las aves: el ciervo, la ardilla, el antlope y
otros mil animales veloces y hermosos se sentan all en su casa. La copa del
rbol era un gran jardn perfumado, y en ella, el centro de donde las ramas
mayores irradiaban cual verdes colinas, levantbase un palacio de cristal, desde
cuyas ventanas se vean todos los pases del mundo. Cada torre se ergua como
un lirio, y se suba a su cima por el interior del tallo, en el que haba una
escalera. Como se puede comprender fcilmente, las hojas venan a ser como
unos balcones a los que uno poda asomarse, y en lo ms alto de la flor haba
una gran sala circular, brillante y maravillosa, cuyo techo era el cielo azul, con
el sol y las estrellas. No menos soberbios, aunque de otra forma, eran los vastos
salones del piso inferior del palacio, en cuyas paredes se reflejaba el mundo
entero. En ellas poda verse todo lo que suceda, y no haca falta leer los
peridicos, los cuales, por otra parte, no existan. Todos los sucesos desfilaban
en imgenes vivientes sobre la pared; claro que no era posible atender a todas,
pues cada cosa tiene sus lmites, valederos incluso para el ms sabio de los
hombres, y el hecho es que all moraba el ms sabio de todos. Su nombre es tan
difcil de pronunciar, que no sabras hacerlo aunque te empearas, de manera
que vamos a dejarlo. Saba todo lo que un hombre puede saber y todo lo que se
sabr en esta Tierra nuestra, con todos los inventos realizados y los que an
quedan por realizar; pero no ms, pues, como ya dijimos, todo tiene sus lmites.
El sabio rey Salomn, con ser tan sabio, no le llegaba en ciencia ni a la mitad.
Ejerca su dominio sobre las fuerzas de la Naturaleza y sobre poderosos
espritus. La misma Muerte tena que presentrsele cada maana con la lista de
los destinados a morir en el transcurso del da; pero el propio rey Salomn tuvo
un da que fallecer, y ste era el pensamiento que, a menudo y con extraa
intensidad, ocupaba al sabio, al poderoso seor del palacio del rbol del Sol.
Tambin l, tan superior a todos los dems humanos en sabidura, estaba
condenado a morir. No lo ignoraba; y sus hijos moriran asimismo; como las
hojas del bosque, caeran y se convertiran en polvo. Como desaparecen las
hojas de los rboles y su lugar es ocupado por otras, as vea desvanecerse el
gnero humano, y las hojas cadas jams renacen; se transforman en polvo, o en
otras partes del vegetal. Qu es de los hombres cuando viene el ngel de la
Muerte? Qu significa en realidad morir? El cuerpo se disuelve, y el alma... s,
qu es el alma? Qu ser de ella? Adnde va? A la vida eterna, responda,
consoladora, la Religin. Pero, cmo se hace el trnsito? Dnde se vive y
cmo? All en el cielo contestaban las gentes piadosas , all es donde
vamos. All arriba! repeta el sabio, levantando los ojos al sol y las
estrellas , all arriba! y vea, dada la forma esfrica de la Tierra, que el
arriba y el abajo eran una sola y misma cosa, segn el lugar en que uno se halle
en la flotante bola terrestre. Si suba hasta el punto culminante del Planeta, el
aire, que ac abajo vemos claro y transparente, el cielo luminoso se converta
en un espacio oscuro, negro como el carbn y tupido como un pao, y el sol
apareca sin rayos ardientes, mientras nuestra Tierra estaba como envuelta en
una niebla de color anaranjado. Qu limitado era el ojo del cuerpo! Qu poco
alcanzaba el del alma! Qu pobre era nuestra ciencia! El propio sabio saba bien
poco de lo que tanto nos importara saber.
En la cmara secreta del palacio se guardaba el ms precioso tesoro de la tierra:
El libro de la Verdad. Lo lea hoja tras hoja. Era un libro que todo hombre
puede leer, aunque slo a fragmentos. Ante algunos ojos las letras bailan y no
dejan descifrar las palabras. En algunas pginas la escritura se vuelve a veces
tan plida y borrosa, que parecen hojas en blanco. Cuanto ms sabio se es, tanto
mejor se puede leer, y el ms sabio es el que ms lee. Nuestro sabio poda
adems concentrar la luz de las estrellas, la del sol, la de las fuerzas ocultas y la
del espritu. Con todo este brillo se le haca an ms visible la escritura de las
hojas. Mas en el captulo titulado La vida despus de la muerte no se
distingua ni la menor manchita. Aquello lo acongojaba. No conseguira
encontrar ac en la Tierra una luz que le hiciese visible lo que deca El libro de
la Verdad?
Como el sabio rey Salomn, comprenda el lenguaje de los animales, oa su
canto y su discurso, mas no por ello adelantaba en sus conocimientos. Descubri
en las plantas y los metales fuerzas capaces de alejar las enfermedades y la
muerte, pero ninguna capaz de destruirla. En todo lo que haba sido creado y l
poda alcanzar, buscaba la luz capaz de iluminar la certidumbre de una vida
eterna, pero no la encontraba. Tena abierto ante sus ojos El libro de la
Verdad, mas las pginas estaban en blanco. El Cristianismo le ofreca en la
Biblia la consoladora promesa de una vida eterna, pero l se empeaba
vanamente en leer en su propio libro.
Tena cinco hijos, instruidos como slo puede instruirlos el padre ms sabio, y
una hija hermosa, dulce e inteligente, pero ciega. Esta desgracia apenas la senta
ella, pues su padre y sus hermanos le hacan de ojos, y su sentimiento ntimo le
daba la seguridad suficiente.
Nunca los hijos se haban alejado ms all de donde se extendan las ramas de
los rboles, y menos an la hija; todos se sentan felices en la casa de su niez,
en el pas de su infancia, en el esplndido y fragante rbol del Sol. Como todos
los nios, gustaban de or cuentos, y su padre les contaba muchas cosas que
otros nios no habran comprendido; pero aqullos eran tan inteligentes como
entre nosotros suelen ser la mayora de los viejos. Explicbales los cuadros
vivientes que vean en las paredes del palacio, las acciones de los hombres y los
acontecimientos en todos los pases de la Tierra, y con frecuencia los hijos
sentan deseos de encontrarse en el lugar de los sucesos y de participar en las
grandes hazaas. Mas el padre les deca entonces lo difcil y amarga que es la
vida en la Tierra, y que las cosas no discurran en ella como las vean desde su
maravilloso mundo infantil. Hablbales de la Belleza, la Verdad y la Bondad,
diciendo que estas tres cosas sostenan unido al mundo y que, bajo la presin
que sufran, se transformaban en una piedra preciosa ms lmpida que el
diamante. Su brillo tena valor ante Dios, lo iluminaba todo, y esto era en
realidad la llamada piedra filosofal. Decales que, del mismo modo que
partiendo de lo creado se deduca la existencia de Dios, as tambin partiendo de
los mismos hombres se llegaba a la certidumbre de que aquella piedra sera
encontrada. Ms no poda decirles, y esto era cuanto saba acerca de ella. Para
otros nios, aquella explicacin hubiera sido incomprensible, pero los suyos s la
entendieron, y andando el tiempo es de creer que tambin la entendern los
dems.
No se cansaban de preguntar a su padre acerca de la Belleza, la Bondad y la
Verdad, y l les explicaba mil cosas, y les dijo tambin que cuando Dios cre al
hombre con limo de la tierra, estamp en l cinco besos de fuego salidos del
corazn, frvidos besos divinos, y ellos son lo que llamamos los cinco sentidos:
por medio de ellos vemos, sentimos y comprendemos la Belleza, la Bondad y la
Verdad; por ellos apreciamos y valoramos las cosas, ellos son para nosotros una
proteccin y un estmulo. En ellos tenemos cinco posibilidades de percepcin,
interiores y exteriores, raz y cima, cuerpo y alma.
Los nios pensaron mucho en todo aquello; da y noche ocupaba sus
pensamientos. El hermano mayor tuvo un sueo maravilloso y extrao, que
luego tuvo tambin el segundo, y despus el tercero y el cuarto. Todos soaron
lo mismo: que se marchaban a correr mundo y encontraban la piedra filosofal.
Como una llama refulgente, brillaba en sus frentes cuando, a la claridad del alba,
regresaban, montados en sus velocsimos corceles, al palacio paterno, a travs
de los prados verdes y aterciopelados del jardn de su patria. Y la piedra preciosa
irradiaba una luz celestial y un resplandor tan vivo sobre las hojas del libro, que
se haca visible lo que en ellas estaba escrito acerca de la vida de ultratumba. La
hermana no so en irse al mundo, ni le pas la idea por la mente; para ella, el
mundo era la casa de su padre.
Me marcho a correr mundo dijo el mayor . Tengo que probar sus azares
y su modo de vida, y alternar con los hombres. Slo quiero lo bueno y lo
verdadero; con ellos encontrar lo bello. A mi regreso cambiarn muchas cosas.
Sus pensamientos eran audaces y grandiosos, como suelen serlo los nuestros
cuando estamos en casa, junto a la estufa, antes de salir al mundo y
experimentar los rigores del viento y la intemperie y las punzadas de los abrojos.
En l, como en sus hermanos, los cinco sentidos estaban muy desarrollados,
tanto interior como exteriormente, pero cada uno tena un sentido que superaba
en perfeccin a los restantes. En el mayor era el de la vista, y buen servicio le
prestara. Tena ojos para todas las pocas, deca ojos para todos los
pueblos, ojos capaces de ver incluso en el interior de la tierra, donde yacen los
tesoros, y en el interior del corazn humano, como si ste estuviera slo
recubierto por una lmina de cristal; es decir, que en una mejilla que se sonroja
o palidece, o en un ojo que llora o re, vea mucho ms de lo que vemos
nosotros. El ciervo y el antlope lo acompaaron hasta la frontera occidental, y
all se les juntaron los cisnes salvajes, que volaban hacia el Noroeste. l los
sigui, y pronto se encontr en el vasto mundo, lejos de la tierra de su padre, la
cual se extiende por Oriente hasta el confn del mundo..

LA PRINCESA DEL GUISANTE


rase una vez un prncipe que quera casarse con una princesa, pero que fuese
una princesa de verdad. En su busca recorri todo el mundo, mas siempre haba
algn pero. Princesas haba muchas, mas nunca lograba asegurarse de que lo
fueran de veras; cada vez encontraba algo que le pareca sospechoso. As
regres a su casa muy triste, pues estaba empeado en encontrar a una princesa
autntica.
Una tarde estall una terrible tempestad; sucedanse sin interrupcin los rayos y
los truenos, y llova a cntaros; era un tiempo espantoso. En stas llamaron a la
puerta de la ciudad, y el anciano Rey acudi a abrir.
Una princesa estaba en la puerta; pero santo Dios, cmo la haban puesto la
lluvia y el mal tiempo! El agua le chorreaba por el cabello y los vestidos, se le
meta por las caas de los zapatos y le sala por los tacones; pero ella afirmaba
que era una princesa verdadera.
"Pronto lo sabremos", pens la vieja Reina, y, sin decir palabra, se fue al
dormitorio, levant la cama y puso un guisante sobre la tela metlica; luego
amonton encima veinte colchones, y encima de stos, otros tantos edredones.
En esta cama deba dormir la princesa.
Por la maana le preguntaron qu tal haba descansado.
Oh, muy mal! exclam. No he pegado un ojo en toda la noche. Sabe
Dios lo que habra en la cama! Era algo tan duro, que tengo el cuerpo lleno de
cardenales! Horrible!.
Entonces vieron que era una princesa de verdad, puesto que, a pesar de los
veinte colchones y los veinte edredones, haba sentido el guisante. Nadie, sino
una verdadera princesa, poda ser tan sensible.
El prncipe la tom por esposa, pues se haba convencido de que se casaba con
una princesa hecha y derecha; y el guisante pas al museo, donde puede verse
todava, si nadie se lo ha llevado.
Esto s que es una historia, verdad?.
LA PRINCESA Y EL FRIJOL
Haba una vez un prncipe que quera casarse con una princesa, pero que no se
contentaba sino con una princesa de verdad. De modo que se dedic a buscarla
por el mundo entero, aunque intilmente, ya que a todas las que le presentaban
les hallaba algn defecto. Princesas haba muchas, pero nunca poda estar seguro
de que lo fuesen de veras: siempre haba en ellas algo que no acababa de estar
bien. As que regres a casa lleno de sentimiento, pues deseaba tanto una
verdadera princesa!
Cierta noche se desat una tormenta terrible. Menudeaban los rayos y los
truenos y la lluvia caa a cntaros aquello era espantoso! De pronto tocaron a la
puerta de la ciudad, y el viejo rey fue a abrir en persona.
En el umbral haba una princesa. Pero, santo cielo, cmo se haba puesto con el
mal tiempo y la lluvia! El agua le chorreaba por el pelo y las ropas, se le colaba
en los zapatos y le volva a salir por los talones. A pesar de esto, ella insista en
que era una princesa real y verdadera.
"Bueno, eso lo sabremos muy pronto", pens la vieja reina.
Y, sin decir una palabra, se fue a su cuarto, quit toda la ropa de la cama y puso
un frijol sobre el bastidor; luego coloc veinte colchones sobre el frjol, y
encima de ellos, veinte almohadones hechos con las plumas ms suaves que uno
pueda imaginarse. All tendra que dormir toda la noche la princesa.
A la maana siguiente le preguntaron cmo haba dormido.
Oh, terriblemente mal! dijo la princesa. Apenas pude cerrar los ojos en
toda la noche. Vaya usted a saber lo que haba en esa cama! Me acost sobre
algo tan duro que amanec llena de cardenales por todas partes. Fue
sencillamente horrible!
Oyendo esto, todos comprendieron enseguida que se trataba de una verdadera
princesa, ya que haba sentido el frjol nada menos que a travs de los veinte
colchones y los veinte almohadones. Slo una princesa poda tener una piel tan
delicada.
Y as el prncipe se cas con ella, seguro de que la suya era toda una princesa.
Y el frjol fue enviado a un museo, donde se le puede ver todava, a no ser que
alguien se lo haya robado.
Vaya, ste s que fue todo un cuento, verdad?

LA REINA DE LAS NIEVES


PRIMER EPISODIO
Trata del espejo y del trozo de espejo
Atencin, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte
sabremos ms que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de
los peores, como que era el diablo en persona! Un da estaba de muy buen
humor, pues haba construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo
lo bueno y lo bello que en l se reflejaba se encoga hasta casi desaparecer,
mientras que lo intil y feo destacaba y an se intensificaba. Los paisajes ms
hermosos aparecan en l como espinacas hervidas, y las personas ms virtuosas
resultaban repugnantes o se vean en posicin invertida, sin tronco y con las
caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tena una
peca, poda tener la certeza de que se le extendera por la boca y la nariz. Era
muy divertido, deca el diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la
mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardnica, y el diablo se
retorca de puro regocijo por su ingeniosa invencin. Cuantos asistan a su
escuela de brujera pues mantena una escuela para duendes contaron en
todas partes que haba ocurrido un milagro; desde aquel da, afirmaban, poda
verse cmo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo
con el espejo, y, finalmente, no qued ya un solo pas ni una sola persona que no
hubiese aparecido desfigurada en l. Luego quisieron subir al mismo cielo,
deseosos de rerse a costa de los ngeles y de Dios Nuestro Seor. Cuanto ms
se elevaban con su espejo, tanto ms se rea ste sarcsticamente, hasta tal punto
que a duras penas podan sujetarlo. Siguieron volando y acercndose a Dios y a
los ngeles, y he aqu que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se solt de sus
manos y cay a la Tierra, donde qued roto en cien millones, qu digo, en
billones de fragmentos y an ms. Y justamente entonces caus ms trastornos
que antes, pues algunos de los pedazos, del tamao de un grano de arena, dieron
la vuelta al mundo, detenindose en los sitios donde vean gente, la cual se
reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir
slo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minsculos fragmentos
conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de
aquellos pedacitos lleg a metrseles en el corazn, y el resultado fue horrible,
pues el corazn se les volvi como un trozo de hielo. Varios pedazos eran del
tamao suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy desagradable
mirar a los amigos a travs de ellos. Otros fragmentos se emplearon para montar
anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes para ver bien y con
justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se rea a reventar, divirtindose de
lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron ms lejos. Ahora vais a orlo.
LA ROSA MAS BELLA DEL
MUNDO
rase una reina muy poderosa, en cuyo jardn lucan las flores ms hermosas de
cada estacin del ao. Ella prefera las rosas por encima de todas; por eso las
tena de todas las variedades, desde el escaramujo de hojas verdes y olor de
manzana hasta la ms magnfica rosa de Provenza. Crecan pegadas al muro del
palacio, se enroscaban en las columnas y los marcos de las ventanas y,
penetrando en las galeras, se extendan por los techos de los salones, con gran
variedad de colores, formas y perfumes.
Pero en el palacio moraban la tristeza y la afliccin. La Reina yaca enferma en
su lecho, y los mdicos decan que iba a morir.
Hay un medio de salvarla, sin embargo afirm el ms sabio de ellos.
Traedle la rosa ms esplndida del mundo, la que sea expresin del amor puro y
ms sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morir.
Y ya tenis a viejos y jvenes acudiendo, de cerca y de lejos, con rosas, las ms
bellas que crecan en todos los jardines; pero ninguna era la requerida. La flor
milagrosa tena que proceder del jardn del amor; pero incluso en l, qu rosa
era expresin del amor ms puro y sublime?
Los poetas cantaron las rosas ms hermosas del mundo, y cada uno celebraba la
suya. Y el mensaje corri por todo el pas, a cada corazn en que el amor
palpitaba; corri el mensaje y lleg a gentes de todas las edades y clases
sociales.
Nadie ha mencionado an la flor afirmaba el sabio. Nadie ha designado el
lugar donde florece en toda su magnificencia. No son las rosas de la tumba de
Romeo y Julieta o de la Walburg, a pesar de que su aroma se exhalar siempre
en leyendas y canciones; ni son las rosas que brotaron de las lanzas
ensangrentadas de Winkelried, de la sangre sagrada que mana del pecho del
hroe que muere por la patria, aunque no hay muerte ms dulce ni rosa ms roja
que aquella sangre. Ni es tampoco aquella flor maravillosa para cuidar la cual el
hombre sacrifica su vida velando de da y de noche en la sencilla habitacin: la
rosa mgica de la Ciencia.
Yo s dnde florece dijo una madre feliz, que se present con su hijito a la
cabecera de la Reina. S dnde se encuentra la rosa ms preciosa del mundo,
la que es expresin del amor ms puro y sublime. Florece en las rojas mejillas
de mi dulce hijito cuando, restaurado por el sueo, abre los ojos y me sonre con
todo su amor.
Bella es esa rosa contest el sabio pero hay otra ms bella todava.
S, otra mucho ms bella! dijo una de las mujeres. La he visto; no existe
ninguna que sea ms noble y ms santa. Pero era plida como los ptalos de la
rosa de t. En las mejillas de la Reina la vi. La Reina se haba quitado la real
corona, y en las largas y dolorosas noches sostena a su hijo enfermo, llorando,
besndolo y rogando a Dios por l, como slo una madre ruega a la hora de la
angustia.
Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco
es la requerida.
No; la rosa ms incomparable la vi ante el altar del Seor afirm el
anciano y piadoso obispo. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ngel.
Las doncellas se acercaban a la sagrada mesa, renovaban el pacto de alianza de
su bautismo, y en sus rostros lozanos se encendan unas rosas y palidecan otras.
Haba entre ellas una muchachita que, henchida de amor y pureza, elevaba su
alma a Dios: era la expresin del amor ms puro y ms sublime.
Bendita sea! exclam el sabio, mas ninguno ha nombrado an la rosa
ms bella del mundo.
En esto entr en la habitacin un nio, el hijito de la Reina; haba lgrimas en
sus ojos y en sus mejillas, y traa un gran libro abierto, encuadernado en
terciopelo, con grandes broches de plata.
Madre! dijo el nio. Oye lo que acabo de leer! . Y, sentndose junto
a la cama, se puso a leer acerca de Aqul que se haba sacrificado en la cruz para
salvar a los hombres y a las generaciones que no haban nacido.
Amor ms sublime no existe!
Encendise un brillo rosado en las mejillas de la Reina, sus ojos se agrandaron y
resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro sala la rosa ms
esplndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brot del
rbol de la Cruz.
- Ya la veo! exclam. Jams morir quien contemple esta rosa, la
ms bella del mundo.

LA SIRENITA
En alta mar el agua es azul como los ptalos de la ms hermosa centaura, y clara
como el cristal ms puro; pero es tan profunda, que sera intil echar el ancla,
pues jams podra sta alcanzar el fondo. Habra que poner muchos
campanarios, unos encima de otros, para que, desde las honduras, llegasen a la
superficie.
Pero no creis que el fondo sea todo de arena blanca y helada; en l crecen
tambin rboles y plantas maravillosas, de tallo y hojas tan flexibles, que al
menor movimiento del agua se mueven y agitan como dotadas de vida. Toda
clase de peces, grandes y chicos, se deslizan por entre las ramas, exactamente
como hacen las aves en el aire. En el punto de mayor profundidad se alza el
palacio del rey del mar; las paredes son de coral, y las largas ventanas
puntiagudas, del mbar ms transparente; y el tejado est hecho de conchas, que
se abren y cierran segn la corriente del agua. Cada una de estas conchas
encierra perlas brillantsimas, la menor de las cuales honrara la corona de una
reina.
Haca muchos aos que el rey del mar era viudo; su anciana madre cuidaba del
gobierno de la casa. Era una mujer muy inteligente, pero muy pagada de su
nobleza; por eso llevaba doce ostras en la cola, mientras que los dems nobles
slo estaban autorizados a llevar seis. Por lo dems, era digna de todos los
elogios, principalmente por lo bien que cuidaba de sus nietecitas, las princesas
del mar. Estas eran seis, y todas bellsimas, aunque la ms bella era la menor;
tena la piel clara y delicada como un ptalo de rosa, y los ojos azules como el
lago ms profundo; como todas sus hermanas, no tena pies; su cuerpo
terminaba en cola de pez.
Las princesas se pasaban el da jugando en las inmensas salas del palacio, en
cuyas paredes crecan flores. Cuando se abran los grandes ventanales de mbar,
los peces entraban nadando, como hacen en nuestras tierras las golondrinas
cuando les abrimos las ventanas. Y los peces se acercaban a las princesas,
comiendo de sus manos y dejndose acariciar.
Frente al palacio haba un gran jardn, con rboles de color rojo de fuego y azul
oscuro; sus frutos brillaban como oro, y las flores parecan llamas, por el
constante movimiento de los pecolos y las hojas. El suelo lo formaba arena
finsima, azul como la llama del azufre. De arriba descenda un maravilloso
resplandor azul; ms que estar en el fondo del mar, se tena la impresin de estar
en las capas altas de la atmsfera, con el cielo por encima y por debajo.
Cuando no soplaba viento, se vea el sol; pareca una flor purprea, cuyo cliz
irradiaba luz.
Cada princesita tena su propio trocito en el jardn, donde cavaba y plantaba lo
que le vena en gana. Una haba dado a su porcin forma de ballena; otra haba
preferido que tuviese la de una sirenita. En cambio, la menor hizo la suya
circular, como el sol, y todas sus flores eran rojas, como l. Era una chiquilla
muy especial, callada y cavilosa, y mientras sus hermanas hacan gran fiesta con
los objetos ms raros procedentes de los barcos naufragados, ella slo jugaba
con una estatua de mrmol, adems de las rojas flores semejantes al sol. La
estatua representaba un nio hermossimo, esculpido en un mrmol muy blanco
y ntido; las olas la haban arrojado al fondo del ocano. La princesa plant junto
a la estatua un sauce llorn color de rosa; el rbol creci esplndidamente, y sus
ramas colgaban sobre el nio de mrmol, proyectando en el arenoso fondo azul
su sombra violeta, que se mova a comps de aqullas; pareca como si las ramas
y las races jugasen unas con otras y se besasen.
Lo que ms encantaba a la princesa era or hablar del mundo de los hombres, de
all arriba; la abuela tena que contarle todo cuanto saba de barcos y ciudades,
de hombres y animales. Se admiraba sobre todo de que en la tierra las flores
tuvieran olor, pues las del fondo del mar no olan a nada; y la sorprenda
tambin que los bosques fuesen verdes, y que los peces que se movan entre los
rboles cantasen tan melodiosamente. Se refera a los pajarillos, que la abuela
llamaba peces, para que las nias pudieran entenderla, pues no haban visto
nunca aves.
Cuando cumplis quince aos dijo la abuela se os dar permiso para
salir de las aguas, sentaros a la luz de la luna en los arrecifes y ver los barcos
que pasan; entonces veris tambin bosques y ciudades.
Al ao siguiente, la mayor de las hermanas cumpli los quince aos; todas se
llevaban un ao de diferencia, por lo que la menor deba aguardar todava cinco,
hasta poder salir del fondo del mar y ver cmo son las cosas en nuestro mundo.
Pero la mayor prometi a las dems que al primer da les contara lo que viera y
lo que le hubiera parecido ms hermoso; pues por ms cosas que su abuela les
contase siempre quedaban muchas que ellas estaban curiosas por saber.
Ninguna, sin embargo, se mostraba tan impaciente como la menor, precisamente
porque deba esperar an tanto tiempo y porque era tan callada y retrada. Se
pasaba muchas noches asomada a la ventana, dirigiendo la mirada a lo alto,
contemplando, a travs de las aguas azuloscuro, cmo los peces correteaban
agitando las aletas y la cola. Alcanzaba tambin a ver la luna y las estrellas, que
a travs del agua parecan muy plidas, aunque mucho mayores de como las
vemos nosotros. Cuando una nube negra las tapaba, la princesa saba que era
una ballena que nadaba por encima de ella, o un barco con muchos hombres a
bordo, los cuales jams hubieran pensado en que all abajo haba una joven y
encantadora sirena que extenda las blancas manos hacia la quilla del navo.

Lleg, pues, el da en que la mayor de las princesas cumpli quince aos, y se


remont hacia la superficie del mar.
A su regreso traa mil cosas que contar, pero lo ms hermoso de todo, dijo, haba
sido el tiempo que haba pasado bajo la luz de la luna, en un banco de arena, con
el mar en calma, contemplando la cercana costa con una gran ciudad, donde las
luces centelleaban como millares de estrellas, y oyendo la msica, el ruido y los
rumores de los carruajes y las personas; tambin le haba gustado ver los
campanarios y torres y escuchar el taido de las campanas.
Ah, con cunta avidez la escuchaba su hermana menor! Cuando, ya
anochecido, sali a la ventana a mirar a travs de las aguas azules, no pensaba
en otra cosa sino en la gran ciudad, con sus ruidos y su bullicio, y le pareca or
el son de las campanas, que llegaba hasta el fondo del mar.
Al ao siguiente, la segunda obtuvo permiso para subir a la superficie y nadar en
todas direcciones. Emergi en el momento preciso en que el sol se pona, y
aquel espectculo le pareci el ms sublime de todos. De un extremo el otro, el
sol era como de oro dijo, y las nubes, oh, las nubes, quin sera capaz de
describir su belleza! Haban pasado encima de ella, rojas y moradas, pero con
mayor rapidez volaba an, semejante a un largo velo blanco, una bandada de
cisnes salvajes; volaban en direccin al sol; pero el astro se ocult, y en un
momento desapareci el tinte rosado del mar y de las nubes.
Al cabo de otro ao tocle el turno a la hermana tercera, la ms audaz de todas;
por eso remont un ro que desembocaba en el mar. Vio deliciosas colinas
verdes cubiertas de pmpanos, y palacios y cortijos que destacaban entre
magnficos bosques; oy el canto de los pjaros, y el calor del sol era tan
intenso, que la sirena tuvo que sumergirse varias veces para refrescarse el rostro
ardiente. En una pequea baha se encontr con una multitud de chiquillos que
corran desnudos y chapoteaban en el agua. Quiso jugar con ellos, pero los
pequeos huyeron asustados, y entonces se le acerc un animalito negro, un
perro; jams haba visto un animal parecido, y como ladraba terriblemente, la
princesa tuvo miedo y corri a refugiarse en alta mar. Nunca olvidara aquellos
soberbios bosques, las verdes colinas y el tropel de chiquillos, que podan nadar
a pesar de no tener cola de pez.
La cuarta de las hermanas no fue tan atrevida; no se movi del alta mar, y dijo
que ste era el lugar ms hermoso; desde l se divisaba un espacio de muchas
millas, y el cielo semejaba una campana de cristal. Haba visto barcos, pero a
gran distancia; parecan gaviotas; los graciosos delfines haban estado haciendo
piruetas, y enormes ballenas la haban cortejado proyectando agua por las
narices como centenares de surtidores.
Al otro ao toc el turno a la quinta hermana; su cumpleaos caa justamente en
invierno; por eso vio lo que las dems no haban visto la primera vez. El mar
apareca intensamente verde, v en derredor flotaban grandes icebergs, parecidos
a perlas dijo y, sin embargo, mucho mayores que los campanarios que
construan los hombres. Adoptaban las formas ms caprichosas y brillaban como
diamantes. Ella se haba sentado en la cspide del ms voluminoso, y todos los
veleros se desviaban aterrorizados del lugar donde ella estaba, con su larga
cabellera ondeando al impulso del viento; pero hacia el atardecer el cielo se
haba cubierto de nubes, y haban estallado relmpagos y truenos, mientras el
mar, ahora negro, levantaba los enormes bloques de hielo que brillaban a la roja
luz de los rayos. En todos los barcos arriaban las velas, y las tripulaciones eran
presa de angustia y de terror; pero ella habla seguido sentada tranquilamente en
su iceberg contemplando los rayos azules que zigzagueaban sobre el mar
reluciente.
La primera vez que una de las hermanas sali a la superficie del agua, todas las
dems quedaron encantadas oyendo las novedades y bellezas que haba visto;
pero una vez tuvieron permiso para subir cuando les viniera en gana, aquel
mundo nuevo pas a ser indiferente para ellas. Sentan la nostalgia del suyo, y al
cabo de un mes afirmaron que sus parajes submarinos eran los ms hermosos de
todos, y que se sentan muy bien en casa.
Algn que otro atardecer, las cinco hermanas se cogan de la mano y suban
juntas a la superficie. Tenan bellsimas voces, mucho ms bellas que cualquier
humano y cuando se fraguaba alguna tempestad, se situaban ante los barcos que
corran peligro de naufragio, y con arte exquisito cantaban a los marineros las
bellezas del fondo del mar, animndolos a no temerlo; pero los hombres no
comprendan sus palabras, y crean que eran los ruidos de la tormenta, y nunca
les era dado contemplar las magnificencias del fondo, pues si el barco se iba a
pique, los tripulantes se ahogaban, y al palacio del rey del mar slo llegaban
cadveres.
Cuando, al anochecer, las hermanas, cogidas del brazo, suban a la superficie del
ocano, la menor se quedaba abajo sola, mirndolas con ganas de llorar; pero
una sirena no tiene lgrimas, y por eso es mayor su sufrimiento.
Ay si tuviera quince aos! deca . S que me gustar el mundo de all
arriba, y amar a los hombres que lo habitan.
Y como todo llega en este mundo, al fin cumpli los quince aos. Bien, ya
eres mayor le dijo la abuela, la anciana reina viuda. Ven, que te ataviar
como a tus hermanas. Y le puso en el cabello una corona de lirios blancos;
pero cada ptalo era la mitad de una perla, y la anciana mand adherir ocho
grandes ostras a la cola de la princesa como distintivo de su alto rango.
Duele! exclamaba la doncella.
Hay que sufrir para ser hermosa contest la anciana.
La doncella de muy buena gana se habra sacudido todas aquellos adornos y la
pesada diadema, para quedarse vestida con las rojas flores de su jardn; pero no
se atrevi a introducir novedades. Adis! dijo, elevndose, ligera y
difana a travs del agua, como una burbuja.
El sol acababa de ocultarse cuando la sirena asom la cabeza a la superficie;
pero las nubes relucan an como rosas y oro, y en el rosado cielo brillaba la
estrella vespertina, tan clara y bella; el aire era suave y fresco, y en el mar
reinaba absoluta calma. Haba a poca distancia un gran barco de tres palos; una
sola vela estaba izada, pues no se mova ni la ms leve brisa, y en cubierta se
vean los marineros por entre las jarcias y sobre las prtigas. Haba msica y
canto, y al oscurecer encendieron centenares de farolillos de colores; pareca
como si ondeasen al aire las banderas de todos los pases. La joven sirena se
acerc nadando a las ventanas de los camarotes, y cada vez que una ola la
levantaba, poda echar una mirada a travs de los cristales, lmpidos como
espejos, y vea muchos hombres magnficamente ataviados. El ms hermoso,
empero, era el joven prncipe, de grandes ojos negros. Seguramente no tendra
mas all de diecisis aos; aquel da era su cumpleaos, y por eso se celebraba
la fiesta. Los marineros bailaban en cubierta, y cuando sali el prncipe se
dispararon ms de cien cohetes, que brillaron en el aire, iluminndolo como la
luz de da, por lo cual la sirena, asustada, se apresur a sumergirse unos
momentos; cuando volvi a asomar a flor de agua, le pareci como si todas las
estrellas del cielo cayesen sobre ella. Nunca haba visto fuegos artificiales.
Grandes soles zumbaban en derredor, magnficos peces de fuego surcaban el
aire azul, reflejndose todo sobre el mar en calma. En el barco era tal la claridad,
que poda distinguirse cada cuerda, y no digamos los hombres. Ay, qu guapo
era el joven prncipe! Estrechaba las manos a los marinos, sonriente, mientras la
msica sonaba en la noche.
Pasaba el tiempo, y la pequea sirena no poda apartar los ojos del navo ni del
apuesto prncipe. Apagaron los faroles de colores, los cohetes dejaron de
elevarse y cesaron tambin los caonazos, pero en las profundidades del mar
aumentaban los ruidos. Ella segua mecindose en la superficie, para echar una
mirada en el interior de los camarotes a cada vaivn de las olas. Luego el barco
aceler su marcha, izaron todas las velas, una tras otra, y, a medida que el oleaje
se intensificaba, el cielo se iba cubriendo de nubes; en la lejana zigzagueaban
ya los rayos. Se estaba preparando una tormenta horrible, y los marinos
hubieron de arriar nuevamente las velas. El buque se balanceaba en el mar
enfurecido, las olas se alzaban como enormes montaas negras que amenazaban
estrellarse contra los mstiles; pero el barco segua flotando como un cisne,
hundindose en los abismos y levantndose hacia el cielo alternativamente,
juguete de las aguas enfurecidas. A la joven sirena le pareca aquello un
delicioso paseo, pero los marineros pensaban muy de otro modo. El barco cruja
y crepitaba, las gruesas planchas se torcan a los embates del mar. El palo mayor
se parti como si fuera una caa, y el barco empez a tambalearse de un costado
al otro, mientras el agua penetraba en l por varios puntos. Slo entonces
comprendi la sirena el peligro que corran aquellos hombres; ella misma tena
que ir muy atenta para esquivar los maderos y restos flotantes. Unas veces la
oscuridad era tan completa, que la sirena no poda distinguir nada en absoluto;
otras veces los relmpagos daban una luz vivsima, permitindole reconocer a
los hombres del barco. Buscaba especialmente al prncipe, y, al partirse el navo,
lo vio hundirse en las profundidades del mar. Su primer sentimiento fue de
alegra, pues ahora iba a tenerlo en sus dominios; pero luego record que los
humanos no pueden vivir en el agua, y que el hermoso joven llegara muerto al
palacio de su padre. No, no era posible que muriese; por eso ech ella a nadar
por entre los maderos y las planchas que flotaban esparcidas por la superficie,
sin parar mientes en que podan aplastarla. Hundindose en el agua y elevndose
nuevamente, lleg al fin al lugar donde se encontraba el prncipe, el cual se
hallaba casi al cabo de sus fuerzas; los brazos y piernas empezaban a
entumecrsele, sus bellos ojos se cerraban, y habra sucumbido sin la llegada de
la sirenita, la cual sostuvo su cabeza fuera del agua y se abandon al impulso de
las olas.

LA SOMBRA
Es terrible lo que quema el sol en los pases clidos! Las gentes se vuelven muy
morenas, y en los pases ms trridos su piel se quema hasta hacerse negra. Pero
ahora vais a or la historia de un sabio que de los pases fros pas sin transicin
a los clidos, y crea que podra seguir viviendo all como en su tierra. Muy
pronto tuvo que cambiar de opinin. Durante el da tuvo que seguir el ejemplo
de todas las personas juiciosas: permanecer en casa, con los postigos de puertas
y ventanas bien cerrados. Hubirase dicho que la casa entera dorma o que no
haba nadie en ella. Para empeorar las cosas, la estrecha calle de altos edificios,
en la que resida nuestro hombre, estaba orientada de manera que en ella daba el
sol desde el medioda hasta el ocaso; era realmente inaguantable. El sabio de las
tierras fras era un hombre joven e inteligente; tena la impresin de estar
encerrado en un horno ardiente, y aquello lo afect de tal modo que adelgaz
terriblemente, tanto, que hasta su sombra se contrajo y redujo, volvindose
mucho ms pequea que cuando se hallaba en su pas; el sol la absorba
tambin. Slo se recuperaban al anochecer, una vez el astro se haba ocultado.
Era un espectculo que daba gusto. No bien se encenda la luz de la habitacin,
la sombra se proyectaba entera en la pared, en toda su longitud; deba estirarse
para recobrar las fuerzas. El sabio sala al balcn, para estirarse en l, y en
cuanto aparecan las estrellas en el cielo sereno y maravilloso, se senta pasar de
muerte a vida.
En todos los balcones de las casas en los pases clidos, todas las casas tienen
balcones se vea gente; pues el aire es imprescindible, incluso cuando se es
moreno como la caoba. Todo se animaba, arriba y abajo. Zapateros, sastres y
ciudadanos en general salan a la calle con sus mesas y sillas, y arda la luz, y
ms de mil luces, y todos hablaban unos con otros y cantaban, y algunos
paseaban, mientras rodaban coches y pasaban mulos, haciendo sonar sus
cascabeles. Desfilaban entierros al son de cantos fnebres, los golfillos
callejeros encendan petardos, repicaban las campanas; en suma, que en la calle
reinaba una gran animacin. Una sola casa, la fronteriza a la ocupada por el
sabio extranjero, se mantena en absoluto silencio, y, sin embargo, la habitaba
alguien, pues haba flores en el balcn, flores que crecan ubrrimas bajo el sol
ardoroso, cosa que habra sido imposible de no ser regadas; alguien deba
regarlas, pues, y, por tanto, alguien deba de vivir en la casa. Al atardecer abran
tambin el balcn, pero el interior quedaba oscuro, por lo menos las
habitaciones delanteras; del fondo llegaba msica. Al sabio extranjero aquella
msica le pareca maravillosa, pero tal vez era pura imaginacin suya, pues lo
encontraba todo estupendo en los pases clidos; lstima que el sol quemara
tanto! El patrn de la casa donde resida le dijo que ignoraba quin viva
enfrente; nunca se vea a nadie, y en cuanto a la msica, la encontraba aburrida.
Era como si alguien estudiase una pieza, siempre la misma, sin lograr
aprenderla. La sacar!, piensa; pero no lo conseguir, por mucho que toque.
Una noche el forastero se despert. Dorma con el balcn abierto, el viento
levant la cortina, y al hombre le pareci que del balcn fronterizo vena un
brillo misterioso; todas las flores relucan como llamas, con los colores ms
esplndidos, y en medio de ellas haba una esbelta y hermosa doncella; pareca
brillar ella tambin. El sabio se sinti deslumbrado, pero hizo un esfuerzo para
sacudiese el sueo y abri los ojos cuanto pudo. De un salto baj de la cama; sin
hacer ruido se desliz detrs de la cortina, pero la muchacha haba desaparecido,
y tambin el resplandor; las flores no relucan ya, pero seguan tan hermosas
como de costumbre; la puerta estaba entornada, y en el fondo resonaba una
msica tan deliciosa, que verdaderamente pareca cosa de sueo. Era como un
hechizo; pero, quin viva all? Dnde estaba la entrada propiamente dicha?
La planta baja estaba enteramente ocupada por tiendas, y no era posible que en
stas estuviera la entrada.
Un atardecer se hallaba el sabio sentado en su balcn; tena la luz a su espalda,
por lo que era natural que su sombra se proyectase sobre la pared de enfrente, al
otro lado de la calle, entre las flores del balcn; y cuando el extranjero se mova,
movase tambin ella, como ya se comprende.
Creo que mi sombra es lo nico viviente que se ve ah delante dijo el
sabio. Cuidado que est graciosa, sentada entre las flores! La puerta est
entreabierta. Es una oportunidad que mi sombra podra aprovechar para entrar
adentro; a la vuelta me contara lo que hubiese visto. Venga, sombra dijo
bromeando, anmate y srveme de algo! Entra, quieres? y le dirigi un
signo con la cabeza, signo que la sombra le devolvi. Bueno, vete, pero no te
marches del todo . El extranjero se levant, y la sombra, en el balcn
fronterizo, levantse a su vez; el hombre se volvi, y la sombra se volvi
tambin. Si alguien hubiese reparado en ello, habra observado cmo la sombra
se meta, por la entreabierta puerta del balcn, en el interior de la casa de
enfrente, al mismo tiempo que el forastero entraba en su habitacin, dejando
caer detrs de si la larga cortina.
A la maana siguiente nuestro sabio sali a tomar caf y leer los peridicos.
Qu significa esto? dijo al entrar en el espacio soleado. No tengo sombra!
Entonces ser cierto que se march anoche y no ha vuelto. Esto s que es
bueno!
Le fastidiaba la cosa, no tanto por la ausencia de la sombra como porque
conoca el cuento del hombre que haba perdido su sombra, cuento muy popular
en los pases fros. Y cuando el sabio volviera a su patria y explicara su
aventura, todos lo acusaran de plagiario, y no quera pasar por tal. Por eso
prefiri no hablar del asunto, y en esto obr muy cuerdamente.
Al anochecer sali de nuevo al balcn, despus de colocar la luz detrs de l,
pues saba que la sombra quiere tener siempre a su seor por pantalla; pero no
hubo medio de hacerla comparecer. Se hizo pequeo, se agrand, pero la sombra
no se dej ver. El hombre la llam con una tosecita significativa: ajem, ajem!,
pero en vano.
Era, desde luego, para preocuparse, aunque en los pases clidos todo crece con
gran rapidez, y al cabo de ocho das observ nuestro sabio, con gran
satisfaccin, que, tan pronto como sala el sol, le creca una sombra nueva a
partir de las piernas; por lo visto, haban quedado las races. A las tres semanas
tena una sombra muy decente, que, en el curso del viaje que emprendi a las
tierras septentrionales, fue creciendo gradualmente, hasta que al fin lleg ser
tan alta y tan grande, que con la mitad le habra bastado.
As lleg el sabio a su tierra, donde escribi libros acerca de lo que en el mundo
hay de verdadero, de bueno y de bello. De esta manera pasaron das y aos;
muchos aos.
Una tarde estaba nuestro hombre en su habitacin, y he aqu que llamaron a la
puerta muy quedito.
Adelante! dijo, pero no entr nadie. Se levant entonces y abri la puerta:
se present a su vista un hombre tan delgado, que realmente daba grima verlo.
Aparte esto, iba muy bien vestido, y con aire de persona distinguida.
Con quin tengo el honor de hablar? pregunt el sabio.
Ya deca yo que no me reconocera contest el desconocido. Me he
vuelto tan corprea, que incluso tengo carne y vestidos. Nunca pens usted en
verme en este estado de prosperidad. No reconoce a su antigua sombra? Sin
duda crey que ya no iba a volver. Pues lo he pasado muy bien desde que me
separ de usted. He prosperado en todos los aspectos. Me gustara comprar mi
libertad, tengo medios para hacerlo . E hizo tintinear un manojo de valiosos
dijes que le colgaban del reloj, y puso la mano en la recia cadena de oro que
llevaba alrededor del cuello. Cmo refulgan los brillantes en sus dedos! Y
todos autnticos, adems.

LA LTIMA PERLA
Era una casa rica, una casa feliz; todos, seores, criados e incluso los amigos
eran dichosos y alegres, pues acababa de nacer un heredero, un hijo, y tanto la
madre como el nio estaban perfectamente.
Se haba velado la luz de la lmpara que iluminaba el recogido dormitorio, ante
cuyas ventanas colgaban pesadas cortinas de preciosas sedas. La alfombra era
gruesa y mullida como musgo; todo invitaba al sueo, al reposo, y a esta
tentacin cedi tambin la enfermera, y se qued dormida; bien poda hacerlo,
pues todo andaba bien y felizmente. El espritu protector de la casa estaba a la
cabecera de la cama; dirase que sobre el nio, reclinado en el pecho de la
madre, se extenda una red de rutilantes estrellas, cada una de las cuales era una
perla de la felicidad. Todas las hadas buenas de la vida haban aportado sus
dones al recin nacido; brillaban all la salud, la riqueza, la dicha y el amor; en
suma, todo cuanto el hombre puede desear en la Tierra.
Todo lo han trado dijo el espritu protector.
No! oyse una voz cercana, la del ngel custodio del nio . Hay un
hada que no ha trado an su don, pero vendr, lo traer algn da, aunque sea de
aqu a muchos aos. Falta an la ltima perla.
Falta? Aqu no puede faltar nada, y si fuese as hay que ir en busca del hada
poderosa. Vamos a buscarla!
Vendr, vendr! Hace falta su perla para completar la corona.
Dnde vive? Dnde est su morada? Dmelo, ir a buscar la perla.
T lo quieres dijo el ngel bueno del nio yo te guiar dondequiera que
sea. No tiene residencia fija, lo mismo va al palacio del Emperador como a la
cabaa del ms pobre campesino; no pasa junto a nadie sin dejar huella; a todos
les aporta su ddiva, a unos un mundo, a otros un juguete. Habr de venir
tambin para este nio. Piensas t que no todos los momentos son iguales?
Pues bien, iremos a buscar la perla, la ltima de este tesoro.
Y, cogidos de la mano, se echaron a volar hacia el lugar donde a la sazn resida
el hada.
Era una casa muy grande, con oscuros corredores, cuartos vacos y
singularmente silenciosa; una serie de ventanas abiertas dejaban entrar el aire
fro, cuya corriente haca ondear las largas cortinas blancas.
En el centro de la habitacin se vea un atad abierto, con el cadver de una
mujer joven an. Lo rodeaban gran cantidad de preciosas y frescas rosas, de tal
modo que slo quedaban visibles las finas manos enlazadas y el rostro
transfigurado por la muerte, en el que se expresaba la noble y sublime gravedad
de la entrega a Dios.
Junto al fretro estaban, de pie, el marido y los nios, en gran nmero; el ms
pequeo, en brazos del padre. Era el ltimo adis a la madre; el esposo le bes
la mano, seca ahora como hoja cada, aquella mano que hasta poco antes haba
estado laborando con diligencia y amor. Gruesas y amargas lgrimas caan al
suelo, pero nadie pronunciaba una palabra; el silencio encerraba all todo un
mundo de dolor. Callados y sollozando, salieron de la habitacin.
Arda un cirio, la llama vacilaba al viento, envolviendo el rojo y alto pabilo.
Entraron hombres extraos, que colocaron la tapa del fretro y la sujetaron con
clavos; los martillazos resonaron por las habitaciones y pasillos de la casa, y
ms fuertemente an en los corazones sangrantes.
Adnde me llevas? pregunt el espritu protector . Aqu no mora
ningn hada cuyas perlas formen parte de los dones mejores de la vida.
Pues aqu es donde est, ahora, en este momento solemne replic el ngel
custodio, sealando un rincn del aposento; y all, en el lugar donde en vida la
madre se sentara entre flores y estampas, desde el cual, como hada bienhechora
del hogar haba acogido amorosa al marido, a los hijos y a los amigos, y desde
donde, cual un rayo de sol, haba esparcido la alegra por toda la casa, como el
eje y el corazn de la familia, en aquel rincn haba ahora una mujer extraa,
vestida con un largo y amplio ropaje: era la Afliccin, seora y madre ahora en
el puesto de la muerta. Una lgrima ardiente rod por su seno y se transform en
una perla, que brillaba con todos los colores del arco iris. Recogila el ngel, y
entonces, adquiri el brillo de una estrella de siete matices.
La perla de la afliccin, la ltima, que no puede faltar. Realza el brillo y el
poder de las otras. Ves el resplandor del arco iris, que une la tierra con el cielo?
Con cada una de las personas queridas que nos preceden en la muerte, tenemos
en el cielo un amigo ms con quien deseamos reunirnos. A travs de la noche
terrena miramos las estrellas, la ltima perfeccin. Contmplala, la perla de la
afliccin; en ella estn las alas de Psique, que nos levantarn de aqu.
LA VIEJA LOSA SEPULCRAL
En una pequea ciudad, toda una familia se hallaba reunida, un atardecer de la
estacin en que se dice que las veladas se hacen ms largas, en casa del
propietario de una granja. El tiempo era todava templado y tibio; haban
encendido la lmpara, las largas cortinas colgaban delante de las ventanas,
donde se vean grandes macetas, y en el exterior brillaba la luna; pero no
hablaban de ella, sino de una gran piedra situada en la era, al lado de la puerta de
la cocina, y sobre la cual las sirvientas solan colocar la vajilla de cobre bruida
para que se secase al sol, y donde los nios gustaban de jugar. En realidad era
una antigua losa sepulcral.
S deca el propietario, creo que procede de la iglesia derruida del viejo
convento. Vendieron el plpito, las estatuas y las losas funerarias. Mi padre, que
en gloria est, compr varias, que fueron cortadas en dos para baldosas; pero
sta sobr, y ah la dejaron en la era.
Bien se ve que es una losa sepulcral dijo el mayor de los nios. An
puede distinguirse en ella un reloj de arena y un pedazo de un ngel; pero la
inscripcin est casi borrada; slo queda el nombre de Preben y una S
mayscula detrs; un poco ms abajo se lee Marthe. Es cuanto puede sacarse, y
an todo eso slo se ve cuando ha llovido y el agua ha lavado la piedra.
Dios mo, pero si es la losa de Preben Svane y de su mujer! exclam un
hombre muy viejo; por su edad hubiera podido ser el abuelo de todos los
reunidos en la habitacin. S, aquel matrimonio fue uno de los ltimos que
recibieron sepultura en el cementerio del antiguo convento. Era una respetable
pareja de mis aos mozos. Todos los conocan y todos los queran; eran la pareja
ms anciana de la ciudad. Corra el rumor de que posean ms de una tonelada
de oro, y, no obstante, vestan con gran sencillez, con prendas de las telas ms
bastas, aunque siempre muy aseados. Formaban una simptica pareja de viejos,
Preben y su Marta. Daba gusto verlos sentados en aquel banco de la alta escalera
de piedra de la casa, bajo las ramas del viejo tilo, saludando y gesticulando, con
su expresin amable y bondadosa. En caritativos no haba quien les ganara;
daban de comer a los pobres y los vestan, y ejercan su caridad con delicadeza y
verdadero espritu cristiano. La mujer muri la primera; recuerdo muy bien el
da. Era yo un chiquillo y estaba con mi padre en casa del viejo Preben, cuando
su esposa acababa de fallecer; el pobre hombre estaba muy emocionado, y
lloraba como un nio. El cadver se hallaba an en el dormitorio contiguo;
Preben habl a mi padre y a varios vecinos de lo solo que iba a encontrarse en
adelante, de lo buena que ella haba sido, de los muchos aos que haban vivido
juntos y de cmo se haban conocido y enamorado. Yo era muy nio, como he
dicho, me limitaba a escuchar; pero me caus una enorme impresin or al viejo
y ver como iba animndose poco a poco y le volvan los colores a la cara al
contar sus das de noviazgo, y cun bonita haba sido ella, y los inocentes
ardides de que l se haba valido para verla. Y nos habl tambin del da de la
boda; sus ojos se iluminaron, y el buen hombre revivi aquel tiempo feliz... y he
aqu que ahora yaca ella muerta en el aposento contiguo, y l, viejo tambin,
hablando del tiempo de la esperanza... s, as van las cosas. Entonces era yo un
nio, y hoy soy viejo, tan viejo como Preben Svane. Pasa el tiempo y todo
cambia. Me acuerdo muy bien del entierro; el viejo Preben segua detrs del
fretro. Pocos aos antes, el matrimonio haba mandado esculpir su losa
sepulcral, con la inscripcin y los nombres, todo excepto el ao de la muerte; al
atardecer transportaron la piedra y la aplicaron sobre la tumba... para volver a
levantarla un ao ms tarde, cuando el viejo Preben fue a reunirse con su esposa.
No dejaron el tesoro del que hablaba la gente; lo que qued fue para una familia
que resida muy lejos y de la que nadie saba la menor cosa. La casa de
entramado de madera, con el banco en lo alto de la escalera de piedra bajo el
tilo, fue derribada por orden de la autoridad; era demasiado vieja y ruinosa para
dejarla en pie. Ms tarde, cuando la iglesia conventual corri la misma suerte, y
fue cerrado el cementerio, la losa sepulcral de Preben y su Marta fue a parar,
como todo lo dems de all, a manos de quien quiso comprarlo, y ha querido el
azar que esta piedra no haya sido rota a pedazos y usada para baldosa, sino que
se ha quedado en la era, lugar de juego para los nios, plataforma para la vajilla
fregada de las sirvientas. La carretera empedrada pasa hoy por encima del lugar
donde descansan el viejo Preben y su mujer. Quin se acuerda ya de ellos? .
Y el anciano mene la cabeza melanclicamente. Olvidados! Todo se olvida
concluy.
Y entonces se empez a hablar de otras cosas; pero el muchachito, un nio de
grandes ojos serios, se haba subido a una silla y miraba a la era, donde la luna
enviaba su blanca luz a la vieja losa, aquella piedra que antes le pareciera
siempre vaca y lisa, pero que ahora yaca all como una hoja entera de un libro
de Historia. Todo lo que el muchacho acaba de or acerca de Preben y su mujer
viva en aquella losa; y l la miraba, y luego levantaba los ojos hacia la clara
luna, colgada en el alto cielo pursimo; era como si el rostro de Dios brillase
sobre la Tierra.
Olvidado! Todo se olvida se oy en el cuarto, y en el mismo momento un
ngel invisible bes al nio en el pecho y en la frente y le murmur al odo:
Guarda bien la semilla que te han dado, gurdala hasta el da de su maduracin!
Por ti, hijo mo, esta inscripcin borrada, esta losa desgastada por la intemperie,
resucitar en trazos de oro para las generaciones venideras. El anciano
matrimonio volver a recorrer, cogido del brazo, las viejas calles, y se sentar de
nuevo, sonriente y con rojas mejillas, en la escalera bajo el tilo, saludando a
ricos y pobres. La semilla de esta hora germinar a lo largo de los aos, para
transformarse en un florido poema. Lo bueno y lo bello no cae en el olvido;
sigue viviendo en la leyenda y en la cancin.
LAS CIGEAS
Sobre el tejado de la casa ms apartada de una aldea haba un nido de cigeas.
La cigea madre estaba posada en l, junto a sus cuatro polluelos, que
asomaban las cabezas con sus piquitos negros, pues no se haban teido an de
rojo. A poca distancia, sobre el vrtice del tejado, permaneca el padre, erguido
y tieso; tena una pata recogida, para que no pudieran decir que el montar la
guardia no resultaba fatigoso. Se hubiera dicho que era de palo, tal era su
inmovilidad. Da un gran tono el que mi mujer tenga una centinela junto al nido
pensaba. Nadie puede saber que soy su marido. Seguramente pensar todo
el mundo que me han puesto aqu de vigilante. Eso da mucha distincin. Y
sigui de pie sobre una pata.
Abajo, en la calle, jugaba un grupo de chiquillos, y he aqu que, al darse cuenta
de la presencia de las cigeas, el ms atrevido rompi a cantar, acompaado
luego por toda la tropa:
Cigea, cigea, vulvete a tu tierra
ms all del valle y de la alta sierra.
Tu mujer se est quieta en el nido,
y todos sus polluelos se han dormido.
El primero morir colgado,
el segundo chamuscado;
al tercero lo derribar el cazador
y el cuarto ir a parar al asador.
Escucha lo que cantan los nios! exclamaron los polluelos. Cantan que
nos van a colgar y a chamuscar.
No os preocupis los tranquiliz la madre. No les hagis caso, dejadlos
que canten.
Y los rapaces siguieron cantando a coro, mientras con los dedos sealaban a las
cigeas burlndose; slo uno de los muchachos, que se llamaba Perico, dijo
que no estaba bien burlarse de aquellos animales, y se neg a tomar parte en el
juego. Entretanto, la cigea madre segua tranquilizando a sus pequeos:
No os apuris les deca, mirad qu tranquilo est vuestro padre,
sostenindose sobre una pata.
Oh, qu miedo tenemos! exclamaron los pequeos escondiendo la
cabecita en el nido.
Al da siguiente los chiquillos acudieron nuevamente a jugar, y, al ver las
cigeas, se pusieron a cantar otra vez.
El primero morir colgado,
el segundo chamuscado.
De veras van a colgarnos y chamuscamos? preguntaron los polluelos.
No, claro que no! dijo la madre. Aprenderis a volar, pues yo os
ensear; luego nos iremos al prado, a visitar a las ranas. Veris como se
inclinan ante nosotras en el agua cantando: coax, coax!; y nos las
zamparemos. Qu bien vamos a pasarlo!
Y despus? preguntaron los pequeos.
Despus nos reuniremos todas las cigeas de estos contornos y comenzarn
los ejercicios de otoo. Hay que saber volar muy bien para entonces; la cosa
tiene gran importancia, pues el que no sepa hacerlo como Dios manda, ser
muerto a picotazos por el general. As que es cuestin de aplicaros, en cuanto la
instruccin empiece.
Pero despus nos van a ensartar, como decan los chiquillos. Escucha, ya
vuelven a cantarlo.
Es a m a quien debis atender y no a ellos! regales la madre cigea.
Cuando se hayan terminado los grandes ejercicios de otoo, emprenderemos el
vuelo hacia tierras clidas, lejos, muy lejos de aqu, cruzando valles y bosques.
Iremos a Egipto, donde hay casas triangulares de piedra terminadas en punta,
que se alzan hasta las nubes; se llaman pirmides, y son mucho ms viejas de lo
que una cigea puede imaginar. Tambin hay un ro, que se sale del cauce y
convierte todo el pas en un cenagal. Entonces, bajaremos al fango y nos
hartaremos de ranas.
Aj! exclamaron los polluelos.
S, es magnfico! En todo el da no hace uno sino comer; y mientras nos
damos all tan buena vida, en estas tierras no hay una sola hoja en los rboles, y
hace tanto fro que hasta las nubes se hielan, se resquebrajan y caen al suelo en
pedacitos blancos. Se refera a la nieve, pero no saba explicarse mejor.
Y tambin esos chiquillos malos se hielan y rompen a pedazos? ,
preguntaron los polluelos.
No, no llegan a romperse, pero poco les falta, y tienen que estarse quietos en
el cuarto oscuro; vosotros, en cambio, volaris por aquellas tierras, donde crecen
las flores y el sol lo inunda todo.
Transcurri algn tiempo. Los polluelos haban crecido lo suficiente para poder
incorporarse en el nido y dominar con la mirada un buen espacio a su alrededor.
Y el padre acuda todas las maanas provisto de sabrosas ranas, culebrillas y
otras golosinas que encontraba. Eran de ver las exhibiciones con que los
obsequiaba! Inclinaba la cabeza hacia atrs, hasta la cola, castaeteaba con el
pico cual si fuese una carraca y luego les contaba historias, todas acerca del
cenagal.
Bueno, ha llegado el momento de aprender a volar dijo un buen da la
madre, y los cuatro pollitos hubieron de salir al remate del tejado. Cmo se
tambaleaban, cmo se esforzaban en mantener el equilibrio con las alas, y cun
a punto estaban de caerse Fijaos en m! dijo la madre. Debis poner la
cabeza as, y los pies as: Un, dos, Un, dos! As es como tenis que comportaros
en el mundo . Y se lanz a un breve vuelo, mientras los pequeos pegaban un
saltito, con bastante torpeza, y bum!, se cayeron, pues les pesaba mucho el
cuerpo.
No quiero volar! protest uno de los pequeos, encaramndose de nuevo
al nido. Me es igual no ir a las tierras clidas!
Prefieres helarte aqu cuando llegue el invierno? Ests conforme con que te
cojan esos muchachotes y te cuelguen, te chamusquen y te asen? Bien, pues voy
a llamarlos.
Oh, no! suplic el polluelo, saltando otra vez al tejado, con los dems.
Al tercer da ya volaban un poquitn, con mucha destreza, y, creyndose capaces
de cernerse en el aire y mantenerse en l con las alas inmviles, se lanzaron al
espacio; pero s, s...! Pum! empezaron a dar volteretas, y fue cosa de darse
prisa a poner de nuevo las alas en movimiento. Y he aqu que otra vez se
presentaron los chiquillos en la calle, y otra vez entonaron su cancin:
Cigea, cigea, vulvele a tu tierra!
Bajemos de una volada y saqumosles los ojos! exclamaron los pollos
No, dejadlos! replic la madre. Fijaos en m, esto es lo importante: Uno,
dos, tres! Un vuelo hacia la derecha. Uno, dos, tres! Ahora hacia la izquierda,
en torno a la chimenea. Muy bien, ya vais aprendiendo; el ltimo aleteo, ha
salido tan limpio y preciso, que maana os permitir acompaarme al pantano.
All conoceris varias familias de cigeas con sus hijos, todas muy simpticas;
me gustara que mis pequeos fuesen los ms lindos de toda la concurrencia;
quisiera poder sentirme orgullosa de vosotros. Eso hace buen efecto y da un
gran prestigio.
Y no nos vengaremos de esos rapaces endemoniados? preguntaron los
hijos.
Dejadlos gritar cuanto quieran. Vosotros os remontaris hasta las nubes y
estaris en el pas de las pirmides, mientras ellos pasan fro y no tienen ni una
hoja verde, ni una manzana.
S, nos vengaremos se cuchichearon unos a otros; y reanudaron sus
ejercicios de vuelo.
De todos los muchachuelos de la calle, el ms empeado en cantar la cancin de
burla, y el que haba empezado con ella, era precisamente un rapaz muy
pequeo, que no contara ms all de 6 aos. Las cigeitas, empero, crean que
tena lo menos cien, pues era mucho ms corpulento que su madre y su padre.
Qu saban ellas de la edad de los nios y de las personas mayores! Este fue el
nio que ellas eligieron como objeto de su venganza, por ser el iniciador de la
ofensiva burla y llevar siempre la voz cantante. Las jvenes cigeas estaban
realmente indignadas, y cuanto ms crecan, menos dispuestas se sentan a
sufrirlo. Al fin su madre hubo de prometerles que las dejara vengarse, pero a
condicin de que fuese el ltimo da de su permanencia en el pas.
Antes hemos de ver qu tal os portis en las grandes maniobras; si lo hacis
mal y el general os traspasa el pecho de un picotazo, entonces los chiquillos
habrn tenido razn, en parte al menos. Hemos de verlo, pues.
Si, ya vers! dijeron las cras, redoblando su aplicacin. Se ejercitaban
todos los das, y volaban con tal ligereza y primor, que daba gusto.
Y lleg el otoo. Todas las cigeas empezaron a reunirse para emprender
juntas el vuelo a las tierras clidas, mientras en la nuestra reina el invierno. Qu
de impresionantes maniobras!. Haba que volar por encima de bosques y
pueblos, para comprobar la capacidad de vuelo, pues era muy largo el viaje que
les esperaba. Los pequeos se portaron tan bien, que obtuvieron un
sobresaliente con rana y culebra. Era la nota mejor, y la rana y la culebra
podan comrselas; fue un buen bocado.
Ahora, la venganza! dijeron.
S, desde luego! asinti la madre cigea. Ya he estado yo pensando en
la ms apropiada. S donde se halla el estanque en que yacen todos los nios
chiquitines, hasta que las cigeas vamos a buscarlos para llevarlos a los padres.
Los lindos pequeuelos duermen all, soando cosas tan bellas como nunca mas
volvern a soarlas. Todos los padres suspiran por tener uno de ellos, y todos los
nios desean un hermanito o una hermanita. Pues bien, volaremos al estanque y
traeremos uno para cada uno de los chiquillos que no cantaron la cancin y se
portaron bien con las cigeas.
Pero, y el que empez con la cancin, aquel mocoso delgaducho y feo
gritaron los pollos, qu hacemos con l?
En el estanque yace un niito muerto, que muri mientras soaba. Pues lo
llevaremos para l. Tendr que llorar porque le habremos trado un hermanito
muerto; en cambio, a aquel otro muchachito bueno no lo habris olvidado, el
que dijo que era pecado burlarse de los animales , a aqul le llevaremos un
hermanito y una hermanita, y como el muchacho se llamaba Pedro, todos
vosotros os llamaris tambin Pedro.
Y fue tal como dijo, y todas las cras de las cigeas se llamaron Pedro, y
todava siguen llamndose as.

LAS FLORES DE LA PEQUEA


IDA
Mis flores se han marchitado! exclam la pequea Ida.
Tan hermosas como estaban anoche, y ahora todas sus hojas cuelgan mustias.
Por qu ser esto? pregunt al estudiante, que estaba sentado en el sof. Le
tena mucho cario, pues saba las historias ms preciosas y divertidas, y era
muy hbil adems en recortar figuras curiosas: corazones con damas bailando,
flores y grandes castillos cuyas puertas podan abrirse. Era un estudiante muy
simptico.
Por qu ponen una cara tan triste mis flores hoy? dijo, sealndole un
ramillete completamente marchito.
No sabes qu les ocurre? respondi el estudiante. Pues que esta noche
han ido al baile, y por eso tienen hoy las cabezas colgando.
Pero si las flores no bailan! repuso Ida.
Claro que s! dijo el estudiante. En cuanto oscurece y nosotros nos
acostamos, ellas empiezan a saltar y bailar. Casi todas las noches tienen sarao.
Y los nios no pueden asistir?
Claro que s contest el estudiante. Las margaritas y los muguetes muy
pequeitos.
Dnde bailan las flores? sigui preguntando la nia.
No has ido nunca a ver las bonitas flores del jardn del gran palacio donde el
Rey pasa el verano?. Claro que has ido, y habrs visto los cisnes que acuden
nadando cuando haces seal de echarles migas de pan. Pues all hacen unos
bailes magnficos, te lo digo yo.
Ayer estuve con mam dijo Ida; pero haban cado todas las hojas de los
rboles, ya no quedaba ni una flor. Dnde estn? Tantas como haba en
verano!
Estn dentro del palacio respondi el estudiante. Has de saber que en
cuanto el Rey y toda la corte regresan a la ciudad, todas las flores se marchan
corriendo del jardn y se instalan en palacio, donde se divierten de lo lindo.
Tendras que verlo! Las dos rosas ms preciosas se sientan en el trono y hacen
de Rey y de Reina. Las rojas gallocrestas se sitan de pie a uno y otro lado y
hacen reverencias; son los camareros. Vienen luego las flores ms lindas y
empieza el gran baile; las violetas representan guardias marinas, y bailan con los
jacintos y los azafranes, a los que llaman seoritas. Los tulipanes y las grandes
azucenas de fuego son damas viejas que cuidan de que se baile en debida forma
y de que todo vaya bien.
Pero pregunt la pequea Ida, nadie les dice nada a las flores por bailar
en el palacio real?
El caso es que nadie est en el secreto , respondi el estudiante. Cierto
que alguna vez que otra se presenta durante la noche el viejo guardin del
castillo, con su manojo de llaves, para cerciorarse de que todo est en regla; pero
no bien las flores oyen rechinar la cerradura, se quedan muy quietecitas,
escondidas detrs de los cortinajes y asomando las cabecitas. Aqu huele a
flores, dice el viejo guardin, pero no veo ninguna.
Qu divertido! exclam Ida, dando una palmada. Y no podra yo ver
las flores?
S dijo el estudiante. Slo tienes que acordarte, cuando salgas, de mirar
por la ventana; enseguida las vers. Yo lo hice hoy. En el sof haba estirado un
largo lirio de Pascua amarillo; era una dama de la corte.
Y las flores del Jardn Botnico pueden ir tambin, con lo lejos que est?
Sin duda respondi el estudiante , ya que pueden volar, si quieren. No
has visto las hermosas mariposas, rojas, amarillas y blancas? Parecen flores, y
en realidad lo han sido. Se desprendieron del tallo, y, agitando las hojas cual si
fueran alas, se echaron a volar; y como se portaban bien, obtuvieron permiso
para volar incluso durante el da, sin necesidad de volver a la planta y quedarse
en sus tallos, y de este modo las hojas se convirtieron al fin en alas de veras. T
misma las has visto. Claro que a lo mejor las flores del Jardn Botnico no han
estado nunca en el palacio real, o ignoran lo bien que se pasa all la noche.
Sabes qu? Voy a decirte una cosa que dejara pasmado al profesor de Botnica
que vive cerca de aqu lo conoces, no? Cuando vayas a su jardn contars a una
de sus flores lo del gran baile de palacio; ella lo dir a las dems, y todas
echarn a volar hacia all. Si entonces el profesor acierta a salir al jardn, apenas
encontrar una sola flor, y no comprender adnde se han metido.
Pero, cmo va la flor a contarlo a las otras? Las flores no hablan.
Lo que se dice hablar, no admiti el estudiante, pero se entienden con
signos No has visto muchas veces que, cuando sopla un poco de brisa, las
flores se inclinan y mueven sus verdes hojas? Pues para ellas es como si
hablasen.
Y el profesor entiende sus signos? pregunt Ida.
Supongo que s. Una maana sali al jardn y vio cmo una gran ortiga haca
signos con las hojas a un hermoso clavel rojo. Eres muy lindo; te quiero,
deca. Mas el profesor, que no puede sufrir a las ortigas, dio un manotazo a la
atrevida en las hojas que son sus dedos; mas la planta le pinch, producindole
un fuerte escozor, y desde entonces el buen seor no se ha vuelto a meter con las
ortigas.
Qu divertido! exclam Ida, soltando la carcajada.
Qu manera de embaucar a una criatura! refunfu el aburrido consejero
de Cancillera, que haba venido de visita y se sentaba en el sof. El estudiante le
era antiptico, y siempre grua al verle recortar aquellas figuras tan graciosas:
un hombre colgando de la horca y sosteniendo un corazn en la mano pues
era un robador de corazones , o una vieja bruja montada en una escoba,
llevando a su marido sobre las narices. Todo esto no poda sufrirlo el anciano
seor, y deca, como en aquella ocasin:
Qu manera de embaucar a una criatura! Vaya fantasas tontas!
Mas la pequea Ida encontraba divertido lo que le contaba el estudiante acerca
de las flores, y permaneci largo rato pensando en ello. Las flores estaban con
las cabezas colgantes, cansadas, puesto que haban estado bailando durante toda
la noche. Seguramente estaban enfermas. Las llev, pues, junto a los dems
juguetes, colocados sobre una primorosa mesita cuyo cajn estaba lleno de cosas
bonitas. En la camita de muecas dorma su mueca Sofa, y la pequea Ida le
dijo:
Tienes que levantarte, Sofa; esta noche habrs de dormir en el cajn, pues
las pobrecitas flores estn enfermas y las tengo que acostar en la cama, a ver si
se reponen . Y sac la mueca, que pareca muy enfurruada y no dijo ni po;
le fastidiaba tener que ceder su cama.
Ida acost las flores en la camita, las arrop con la diminuta manta y les dijo que
descansasen tranquilamente, que entretanto les preparara t para animarlas y
para que pudiesen levantarse al da siguiente. Corri las cortinas en torno a la
cama para evitar que el sol les diese en los ojos.
Durante toda la velada estuvo pensando en lo que le haba contado el estudiante;
y cuando iba a acostarse, no pudo contenerse y mir detrs de las cortinas que
colgaban delante de las ventanas, donde estaban las esplndidas flores de su
madre, jacintos y tulipanes, y les dijo en voz muy queda:
Ya s que esta noche bailaris! . Las flores se hicieron las desentendidas y
no movieron ni una hoja. Mas la pequea Ida saba lo que saba.
Ya en la cama, estuvo pensando durante largo rato en lo bonito que deba ser ver
a las bellas flores bailando all en el palacio real. Quin sabe si mis flores no
bailarn tambin?. Pero qued dormida enseguida.
Despert a medianoche; haba soado con las flores y el estudiante a quien el
seor Consejero haba regaado por contarle cosas tontas. En el dormitorio de
Ida reinaba un silencio absoluto; la lmpara de noche arda sobre la mesita, y
pap y mam dorman a pierna suelta.
Estarn mis flores en la cama de Sofa? se pregunt. Me gustara
saberlo . Se incorpor un poquitn y mir a la puerta, que estaba entreabierta.
En la habitacin contigua estaban sus flores y todos sus juguetes. Aguz el odo
y le pareci or que tocaban el piano, aunque muy suavemente y con tanta
dulzura como nunca lo haba odo. Sin duda todas las flores estn bailando
all, pens. Cmo me gustara verlo!. Pero no se atreva a levantarse, por
temor a despertar a sus padres.
Si al menos entrasen en mi cuarto! dijo; pero las flores no entraron, y la
msica sigui tocando primorosamente. Al fin, no pudo resistir ms, aquello era
demasiado hermoso. Baj quedita de su cama, se dirigi a la puerta y mir al
interior de la habitacin. Dios santo, y qu maravillas se vean!

Lo ms increble
Quien fuese capaz de hacer lo ms increble, se casara con la hija del Rey y se
convertira en dueo de la mitad del reino.
Los jvenes y tambin los viejos pusieron a contribucin toda su
inteligencia, sus nervios y sus msculos. Dos se hartaron hasta reventar, y uno
se mat a fuerza de beber, y lo hicieron para realizar lo que a su entender era
ms increble, slo que no era aqul el modo de ganar el premio. Los golfillos
callejeros se dedicaron a escupirse sobre la propia espalda, lo cual consideraban
el colmo de lo increble.
Sealse un da para que cada cual demostrase lo que era capaz de hacer y que,
a su juicio, fuera lo ms increble. Se designaron como jueces, desde nios de
tres aos hasta cincuentones maduros. Hubo un verdadero desfile de cosas
increbles, pero el mundo estuvo pronto de acuerdo en que lo ms increble era
un reloj, tan ingenioso por dentro como por fuera. A cada campanada salan
figuras vivas que indicaban lo que el reloj acababa de tocar; en total fueron doce
escenas, con figuras movibles, cantos y discursos.
Esto es lo ms increble! exclam la gente.
El reloj dio la una y apareci Moiss en la montaa, escribiendo el primer
mandamiento en las Tablas de la Ley: Hay un solo Dios verdadero.
Al dar las dos viose el Paraso terrenal, donde se encontraron Adn y Eva,
felices a pesar de no disponer de armario ropero; por otra parte, no lo
necesitaban.
Cuando sonaron las tres, salieron los tres Reyes Magos, uno de ellos negro como
el carbn; qu remedio! El sol lo haba ennegrecido. Llevaban incienso y cosas
preciosas.
A las cuatro presentronse las estaciones: la Primavera, con el cuclillo posado en
una tierna rama de haya; el Verano, con un saltamontes sobre una espiga
madura; el Otoo, con un nido de cigeas abandonado pues el ave se haba
marchado ya, y el Invierno, con una vieja corneja que saba contar historias y
antiguos recuerdos junto al fuego.
Dieron las cinco y comparecieron los cinco sentidos: la Vista, en figura de
ptico; el Odo, en la de calderero; el Olfato venda violetas y asprulas; el
Gusto estaba representado por un cocinero, y el Tacto, por un sepulturero con un
crespn fnebre que le llegaba a los talones.
El reloj dio las seis, y apareci un jugador que ech los dados; al volver hacia
arriba la parte superior, sali el nmero seis.
Vinieron luego los siete das de la semana o los siete pecados capitales; los
espectadores no pudieron ponerse de acuerdo sobre lo que eran en realidad; sea
como fuere, tienen mucho de comn y no es muy fcil separarlos.
A continuacin, un coro de monjes cant la misa de ocho.
Con las nueve llegaron las nueve Musas; una de ellas trabajaba en Astronoma;
otra, en el Archivo histrico; las restantes se dedicaban al teatro.
A las diez sali nuevamente Moiss con las tablas; contenan los mandamientos
de Dios, y eran diez.
Volvieron a sonar campanadas y salieron, saltando y brincando, unos nios y
nias que jugaban y cantaban: Ahora, nios, a escuchar; las once acaban de
dar!.
Y al dar las doce sali el vigilante, con su capucha, y con la estrella matutina,
cantando su vieja tonadilla:
Era medianoche,
cuando naci el Salvador!
Y mientras cantaba brotaron rosas, que luego resultaron cabezas de angelillos
con alas, que tenan todos los colores del iris.
Result un espectculo tan hermoso para los ojos como para los odos. Aquel
reloj era una obra de arte incomparable, lo ms increble que pudiera
imaginarse, deca la gente.
El autor era un joven de excelente corazn, alegre como un nio, un amigo
bueno y leal, y abnegado con sus humildes padres. Se mereca la princesa y la
mitad del reino.
Lleg el da de la decisin; toda la ciudad estaba engalanada, y la princesa
ocupaba el trono, al que haban puesto crin nuevo, sin hacerlo ms cmodo por
eso. Los jueces miraban con pcaros ojos al supuesto ganador, el cual
permaneca tranquilo y alegre, seguro de su suerte, pues haba realizado lo ms
increble.
No, esto lo har yo! grit en el mismo momento un patn larguirucho y
huesudo. Yo soy el hombre capaz de lo ms increble . Y blandi un hacha
contra la obra de arte.
Cric, crac!, en un instante todo qued deshecho; ruedas y resortes rodaron por
el suelo; la maravilla estaba destruida.
sta es mi obra! dijo. Mi accin ha superado a la suya; he hecho lo ms
increble.
Destruir semejante obra de arte! exclamaron los jueces. Efectivamente,
es lo ms increble.
Todo el pueblo estuvo de acuerdo, por lo que le asignaron la princesa y la mitad
del reino, pues la ley es la ley, incluso cuando se trata de lo ms increble y
absurdo.
Desde lo alto de las murallas y las torres de la ciudad proclamaron los
trompeteros:
Va a celebrarse la boda!
La princesa no iba muy contenta, pero estaba esplndida, y ricamente vestida.
La iglesia era un mar de luz; anocheca ya, y el efecto resultaba maravilloso. Las
doncellas nobles de la ciudad iban cantando, acompaando a la novia; los
caballeros hacan lo propio con el novio, el cual avanzaba con la cabeza tan alta
como si nada pudiese romprsela.
Ces el canto e hzose un silencio tan profundo, que se habra odo caer al suelo
un alfiler. Y he aqu que en medio de aquella quietud se abri con gran estrpito
la puerta de la iglesia y, bum! bum!, entr el reloj y, avanzndo por la nave
central, fue a situarse entre los novios. Los muertos no pueden volver, esto ya lo
sabemos, pero una obra de arte s puede; el cuerpo estaba hecho pedazos, pero
no el espritu; el espectro del Arte se apareci, dejando ya de ser un espectro.
La obra de arte estaba entera, como el da que la presentaron, intacta y nueva.
Sonaron las campanadas, una tras otra, hasta las doce, y salieron las figuras.
Primero Moiss, cuya frente despeda llamas. Arroj las pesadas tablas de la ley
a los pies del novio, que quedaron clavados en el suelo.
No puedo levantarlas! dijo Moiss. Me cortaste los brazos. Qudate
donde ests.
Vinieron despus Adn y Eva, los Reyes Magos de Oriente y las cuatro
estaciones, y todos le dijeron verdades desagradables: Avergnzate!.
Pero l no se avergonz.
Todas las figuras que haban aparecido a las diferentes horas, salieron del reloj y
adquirieron un volumen enorme. Pareca que no iba a quedar sitio para las
personas de carne y hueso. Y cuando a las doce se present el vigilante con la
capucha y la estrella matutina, se produjo un movimiento extraordinario. El
vigilante, dirigindose al novio, le dio un golpe en la frente con la estrella.
Muere! le dijo Medida por medida! Estamos vengados, y el maestro
tambin! adis!
Y desapareci la obra de arte; pero las luces de la iglesia la transformaron en
grandes flores luminosas, y las doradas estrellas del techo enviaron largos y
refulgentes rayos, mientras el rgano tocaba solo. Todos los presentes dijeron
que aquello era lo ms increble que haban visto en su vida.
Llamemos ahora al vencedor dijo la princesa. El autor de la maravilla
ser mi esposo y seor.
Y el joven se present en la iglesia, con el pueblo entero por squito, entre las
aclamaciones y la alegra general. Nadie sinti envidia. Y esto fue precisamente
lo ms increble!

Lo que hace el padre, bien hecho


est
Voy a contaros ahora una historia que o cuando era muy nio, y cada vez que
me acuerdo de ella me parece ms bonita. Con las historias ocurre lo que con
ciertas personas: embellecen a medida que pasan los aos, y esto es muy
alentador.
Algunas veces habrs salido a la campia y habrs visto una casa de campo, con
un tejado de paja en el que crecen hierbas y musgo; en el remate del tejado no
puede faltar un nido de cigeas. Las paredes son torcidas; las ventanas, bajas, y
de ellas slo puede abrirse una. El horno sobresale como una pequea barriga
abultada, y el saco se inclina sobre el seto, cerca del cual hay una charca con
un pato o unos cuantos patitos bajo el achaparrado sauce. Tampoco, falta el
mastn, que ladra a toda alma viviente.
Pues en una casa como la que te he descrito viva un viejo matrimonio, un pobre
campesino con su mujer. No posean casi nada, y, sin embargo, tenan una cosa
superflua: un caballo, que sola pacer en los ribazos de los caminos. El padre lo
montaba para trasladarse a la ciudad, y los vecinos se lo pedan prestado y le
pagaban con otros servicios; desde luego, habra sido ms ventajoso para ellos
vender el animal o trocarlo por algo que les reportase mayor beneficio. Pero,
por qu lo podan cambiar?.
T vers mejor lo que nos conviene dijo la mujer. Precisamente hoy es
da de mercado en el pueblo. Vete all con el caballo y que te den dinero por l,
o haz un buen intercambio. Lo que haces, siempre est bien hecho. Vete al
mercado.
Le arregl la bufanda alrededor del cuello, pues esto ella lo haca mejor, y le
puso tambin una corbata de doble lazo, que le sentaba muy bien; cepillle el
sombrero con la palma de la mano, le dio un beso, y el hombre se puso
alegremente en camino montado en el caballo que deba vender o trocar. El
viejo entiende de esas cosas pensaba la mujer. Nadie lo har mejor que l.
El sol quemaba, y ni una nubecilla empaaba el azul del cielo. El camino estaba
polvoriento, animado por numerosos individuos que se dirigan al mercado, en
carro, a caballo o a pie. El calor era intenso, y en toda la extensin del camino
no se descubra ni un puntito de sombra.
Nuestro amigo se encontr con un paisano que conduca una vaca, todo lo bien
parecida que una vaca puede ser. De seguro que da buena leche pens. Tal
vez sera un buen cambio.
Oye t, el de la vaca! dijo. Y si hiciramos un trato? Ya s que un
caballo es ms caro que una vaca; pero me da igual. De una vaca sacara yo ms
beneficio. Quieres que cambiemos?
Muy bien dijo el hombre de la vaca; y trocaron los animales.
Cerrado el trato; nada impeda a nuestro campesino volverse a casa, puesto que
el objeto del viaje quedaba cumplido. Pero su intencin primera haba sido ir a
la feria, y decidi llegarse a ella, aunque slo fuera para echar un vistazo. As
continu el hombre conduciendo la vaca. Caminaba ligero, y el animal tambin,
por lo que no tardaron en alcanzar a un individuo con una oveja. Era un buen
ejemplar, gordo y con un buen toisn.
Esa oveja s que me gustara! pens el campesino. En nuestros ribazos
nunca le faltara hierba, y en invierno podramos tenerla en casa. Yo creo que
nos conviene ms mantener una oveja que una vaca.
Amigo! dijo al otro, quieres que cambiemos?.
El propietario de la oveja no se lo hizo repetir; efectuaron el cambio, y el
labrador prosigui su camino, muy contento con su oveja. Mas he aqu que,
viniendo por un sendero que cruzaba la carretera, vio a un hombre que llevaba
una gorda oca bajo el brazo.
Caramba! Vaya oca cebada que traes! le dijo. Qu cantidad de grasa y
de pluma! No estara mal en nuestra charca, atada de un cabo. La vieja podra
echarle los restos de comida. Cuntas veces le he odo decir: Ay, si tuvisemos
una oca! Pues sta es la ocasin. Quieres cambiar? Te dar la oveja por la oca,
y muchas gracias encima.
El otro acept, no faltaba ms; hicieron el cambio, y el campesino se qued con
la oca. Estaba ya cerca de la ciudad, y el bullicio de la carretera iba en aumento;
era un hormiguero de personas y animales, que llenaban el camino y hasta la
cuneta. Llegaron al fin al campo de patatas del portazguero. ste tena una
gallina atada para que no se escapara, asustada por el ruido. Era una gallina
derrabada, bizca y de bonito aspecto. Cluc, cluc, gritaba. No s lo que ella
quera significar con su cacareo, el hecho es que el campesino pens al verla:
Es la gallina ms hermosa que he visto en mi vida; es mejor que la clueca del
seor rector; me gustara tenerla. Una gallina es el animal ms fcil de criar;
siempre encuentra un granito de trigo; puede decirse que se mantiene ella sola.
Creo sera un buen negocio cambiarla por la oca.
Y si cambiramos? pregunt.
Cambiar? dijo el otro. Por m no hay inconveniente y acept la
proposicin. El portazguero se qued con la oca, y el campesino, con la gallina.
La verdad es que haba aprovechado bien el tiempo en el viaje a la ciudad. Por
otra parte, arreciaba el calor, y el hombre estaba cansado; un trago de
aguardiente y un bocadillo le vendran de perlas. Como se encontrara delante de
la posada, entr en ella en el preciso momento en que sala el mozo, cargado con
un saco lleno a rebosar.
Qu llevas ah? pregunt el campesino.
Manzanas podridas respondi el mozo; un saco lleno para los cerdos.
Qu hermosura de manzanas! Cmo gozara la vieja si las viera! El ao
pasado el manzano del corral slo dio una manzana; hubo que guardarla, y
estuvo sobre la cmoda hasta que se pudri. Esto es signo de prosperidad, deca
la abuela. Menuda prosperidad tendra con todo esto! Quisiera darle este gusto.
Cunto me dais por ellas? pregunt el hombre.
Cunto os doy? Os las cambio por la gallina y dicho y hecho, entreg la
gallina y recibi las manzanas. Entr en la posada y se fue directo al mostrador.
El saco lo dej arrimado a la estufa, sin reparar en que estaba encendida. En la
sala haba mucha gente forastera, tratante de caballos y de bueyes, y entre ellos
dos ingleses, los cuales, como todo el mundo sabe, son tan ricos, que los
bolsillos les revientan de monedas de oro. Y lo que ms les gusta es hacer
apuestas. Escucha si no.
Chuf, chuf! Qu ruido era aqul que llegaba de la estufa? Las manzanas
empezaban a asarse.
Qu pasa ah?
No tard en propagarse la historia del caballo que haba sido trocado por una
vaca y, descendiendo progresivamente, se haba convertido en un saco de
manzanas podridas.
Espera a llegar a casa, vers cmo la vieja te recibe a puadas dijeron los
ingleses.
Besos me dar, que no puadas replic el campesino. La abuela va a
decir: Lo que hace el padre, bien hecho est.
Hacemos una apuesta? propusieron los ingleses. Te apostamos todo el
oro que quieras: onzas de oro a toneladas, cien libras, un quintal.
Con una fanega me contento contest el campesino. Pero slo puedo
jugar una fanega de manzanas, y yo y la abuela por aadidura. Creo que es
medida colmada. Qu pensis de ello?
Conforme exclamaron los ingleses. Trato hecho.
Engancharon el carro del ventero, subieron a l los ingleses y el campesino, sin
olvidar el saco de manzanas, y se pusieron en camino. No tardaron en llegar a la
casita.
Buenas noches, madrecita!
Buenas noches, padrecito!
He hecho un buen negocio con el caballo.
Ya lo deca yo; t entiendes de eso! dijo la mujer, abrazndolo, sin reparar
en el saco ni en los forasteros.
He cambiado el caballo por una vaca.
Dios sea loado! La de leche que vamos a tener! Por fin volveremos a ver en
la mesa mantequilla y queso. Buen negocio!
S, pero luego cambi la vaca por una oveja.
Ah! Esto est an mejor! exclam la mujer. T siempre piensas en
todo. Hierba para una oveja tenemos de sobra. No nos faltar ahora leche y
queso de oveja, ni medias de lana, y aun batas de dormir. Todo eso la vaca no lo
da; pierde el pelo. Eres una perla de marido.
Pero es que despus cambi la oveja por una oca.
As tendremos una oca por San Martn, padrecito. Slo piensas en darme
gustos! Qu idea has tenido! Ataremos la oca fuera, en la hierba, y lo que
engordar hasta San Martn!
Es que he cambiado la oca por una gallina prosigui el hombre.
Una gallina? ste s que es un buen negocio! exclam la mujer. La
gallina pondr huevos, los incubar, tendremos polluelos y todo un gallinero.
Es lo que yo ms deseaba!
S, pero es que luego cambi la gallina por un saco de manzanas podridas.
Ven que te d un beso! exclam la mujer, fuera de s de contento.
Gracias, marido mo! Quieres que te cuente lo que me ha ocurrido? En cuanto
te hubiste marchado, me puse a pensar qu comida podra prepararte para la
vuelta; se me ocurri que lo mejor sera tortilla de puerros. Los huevos los tena,
pero me faltaban los puerros. Me fui, pues, a casa del maestro. S de cierto que
tienen puerros, pero ya sabes lo avara que es la mujer. Le ped que me prestase
unos pocos. Prestar? me respondi. No tenemos nada en el huerto, ni una
mala manzana podrida. Ni una manzana puedo prestaros. Pues ahora yo puedo
prestarle diez, qu digo! todo un saco. qu gusto, padrecito! . Y le dio otro
beso.
Magnfico dijeron los ingleses. Siempre para abajo y siempre contenta!
Esto no se paga con dinero . Y pagaron el quintal de monedas de oro al
campesino, que reciba besos en vez de puadas.
S, seor, siempre se sale ganando cuando la mujer no se cansa de declarar que
el padre entiende en todo, y que lo que hace, bien hecho est.
sta es la historia que o de nio. Ahora t la sabes tambin, y no lo olvides: lo
que el padre hace, bien hecho est.
LOS CAMPEONES DE SALTO
La pulga, el saltamontes y el huesecillo saltarn apostaron una vez a quin
saltaba ms alto, e invitaron a cuantos quisieran presenciar aquel campeonato.
Hay que convenir que se trataba de tres grandes saltadores.
Dar mi hija al que salte ms alto! dijo el Rey, pues sera muy triste que
las personas tuviesen que saltar de balde.
Presentse primero la pulga. Era bien educada y empez saludando a diestro y a
siniestro, pues por sus venas corra sangre de seorita, y estaba acostumbrada a
no alternar ms que con personas, y esto siempre se conoce.
Vino en segundo trmino el saltamontes. Sin duda era bastante ms pesadote
que la pulga, pero sus maneras eran tambin irreprochables; vesta el uniforme
verde con el que haba nacido. Afirm, adems, que tena en Egipto una familia
de abolengo, y que era muy estimado en el pas. Lo haban cazado en el campo y
metido en una casa de cartulina de tres pisos, hecha de naipes de color, con las
estampas por dentro. Las puertas y ventanas haban sido cortadas en el cuerpo
de la dama de corazones.
S cantar tan bien dijo, que diecisis grillos indgenas que vienen
cantando desde su infancia a pesar de lo cual no han logrado an tener una
casa de naipes , se han pasmado tanto al orme, que se han vuelto an ms
delgados de lo que eran antes.
Como se ve, tanto la pulga como el saltamontes se presentaron en toda forma,
dando cuenta de quines eran, y manifestando que esperaban casarse con la
princesa.
El huesecillo saltarn no dijo esta boca es ma; pero se rumoreaba que era de
tanto pensar, y el perro de la Corte slo tuvo que husmearlo, para atestiguar que
vena de buena familia. El viejo consejero, que haba recibido tres
condecoraciones por su mutismo, asegur que el huesecillo posea el don de
profeca; por su dorso poda vaticinarse si el invierno sera suave o riguroso,
cosa que no puede leerse en la espalda del que escribe el calendario.
De momento, yo no digo nada manifest el viejo Rey. Me quedo a ver
venir y guardo mi opinin para el instante oportuno.
Haba llegado la hora de saltar. La pulga salt tan alto, que nadie pudo verla, y
los dems sostuvieron que no haba saltado, lo cual estuvo muy mal.
El saltamontes lleg a la mitad de la altura alcanzada por la pulga, pero como
casi dio en la cara del Rey, ste dijo que era un asco.
El huesecillo permaneci largo rato callado, reflexionando; al fin ya pensaban
los espectadores que no saba saltar.
Mientras no se haya mareado! dijo el perro, volviendo a husmearlo.
Rutch!, el hueso peg un brinco de lado y fue a parar al regazo de la princesa,
que estaba sentada en un escabel de oro.
Entonces dijo el Rey:
El salto ms alto es el que alcanza a mi hija, pues ah est la finura; mas para
ello hay que tener cabeza, y el huesecillo ha demostrado que la tiene. A eso
llamo yo talento.
Y le fue otorgada la mano de la princesa.
Pero si fui yo quien salt ms alto! protest la pulga. Bah, qu
importa! Que se quede con el hueso! Yo salt ms alto que los otros, pero en
este mundo hay que ser corpulento, adems, para que os vean.
Y se march a alistarse en el ejrcito de un pas extranjero, donde perdi la vida,
segn dicen.
El saltamontes se instal en el ribazo y se puso a reflexionar sobre las cosas del
mundo; y dijo a su vez:
Hay que ser corpulento, hay que ser corpulento!
Luego enton su triste cancin, por la cual conocemos la historia. Sin embargo,
yo no la tengo por segura del todo, aunque la hayan puesto en letras de molde.

LOS CHANCLOS DE LA SUERTE


1. Cmo empez la cosa
En una casa de Copenhague, en la calle del Este, no lejos del Nuevo Mercado
Real, se celebraba una gran reunin, a la que asistan muchos invitados. No hay
ms remedio que hacerlo alguna vez que otra, pues lo exige la vida de sociedad,
y as otro da lo invitan a uno. La mitad de los contertulios estaban ya sentados a
las mesas de juego y la otra mitad aguardaba el resultado del Qu vamos a
hacer ahora? de la seora de la casa. En sas estaban, y la tertulia segua
adelante del mejor modo posible. Entre otros temas, la conversacin recay
sobre la Edad Media. Algunos la consideraban mucho ms interesante que
nuestra poca. Knapp, el consejero de Justicia, defenda con tanto celo este
punto de vista, que la seora de la casa se puso enseguida de su lado, y ambos se
lanzaron a atacar un ensayo de Orsted, publicado en el almanaque, en el que,
despus de comparar los tiempos antiguos y los modernos, terminaba
concediendo la ventaja a nuestra poca. El consejero afirmaba que el tiempo del
rey dans Hans haba sido el ms bello y feliz de todos.
Mientras se discute este tema, interrumpido slo un momento por la llegada de
un peridico que no trae nada digno de ser ledo, entrmonos nosotros en el
vestbulo, donde estaban guardados los abrigos, bastones, paraguas y chanclos.
En l estaban sentadas dos mujeres, una de ellas joven, vieja la otra. Habra
podido pensarse que su misin era acampanar a su seora, una vieja solterona o
tal vez una viuda; pero observndolas ms atentamente, uno se daba cuenta de
que no eran criadas ordinarias; tenan las manos demasiado finas, su porte y
actitud eran demasiado majestuosos pues eran, en efecto, personas reales ,
y el corte de sus vestidos revelaba una audacia muy personal. Eran, ni ms ni
menos, dos hadas; la ms joven, aunque no era la Felicidad en persona, s era, en
cambio, una camarera de una de sus damas de honor, las encargadas de
distribuir los favores menos valiosos de la suerte. La ms vieja pareca un tanto
sombra, era la Preocupacin. Sus asuntos los cuida siempre personalmente; as
est segura de que se han llevado a trmino de la manera debida.
Las dos hadas se estaban contando mutuamente sus andanzas de aquel da. La
mensajera de la Suerte slo haba hecho unos encargos de poca monta:
preservado un sombrero nuevo de un chaparrn, procurado a un seor honorable
un saludo de una nulidad distinguida, etc.; pero le quedaba por hacer algo que se
sala de lo corriente.
Tengo que decirle an prosigui que hoy es mi cumpleaos, y para
celebrarlo me han confiado un par de chanclos para que los entregue a los
hombres. Estos chanclos tienen la propiedad de transportar en el acto, a quien
los calce, al lugar y la poca en que ms le gustara vivir. Todo deseo que
guarde relacin con el tiempo, el lugar o la duracin, es cumplido al acto, y as
el hombre encuentra finalmente la felicidad en este mundo.
Eso crees t replic la Preocupacin. El hombre que haga uso de esa
facultad ser muy desgraciado, y bendecir el instante en que pueda quitarse los
chanclos.
Por qu dices eso? respondi la otra. Mira, voy a dejarlos en el umbral;
alguien se los pondr equivocadamente y vers lo feliz que ser.
sta fue la conversacin.

2. Qu tal le fue al consejero

Se haba hecho ya tarde. El consejero de Justicia, absorto en su panegrico de la


poca del rey Hans, se acord al fin de que era hora de despedirse, y quiso el
azar que, en vez de sus chanclos, se calzase los de la suerte y saliese con ellos a
la calle del Este; pero la fuerza mgica del calzado lo traslad al tiempo del rey
Hans, y por eso se meti de pies en la porquera y el barro, pues en aquellos
tiempos las calles no estaban empedradas.
Es espantoso cmo est de sucia esta calle! exclam el Consejero. Han
quitado la acera, y todos los faroles estn apagados.
La luna estaba an baja sobre el horizonte, y el aire era adems bastante denso,
por lo que todos los objetos se confundan en la oscuridad. En la primera
esquina brillaba una lamparilla debajo de una imagen de la Virgen, pero la luz
que arrojaba era casi nula; el hombre no la vio hasta que estuvo junto a ella, y
sus ojos se fijaron en la estampa pintada en que se representaba a la Virgen con
el Nio.
Debe anunciar una coleccin de arte, y se habrn olvidado de quitar el cartel,
pens.
Pasaron por su lado varias personas vestidas con el traje de aquella poca.
Vaya fachas! Saldrn de algn baile de mscaras.
De pronto resonaron tambores y pfanos y brillaron antorchas. El Consejero se
detuvo, sorprendido, y vio pasar una extraa comitiva. A la cabeza marchaba
una seccin de tambores aporreando reciamente sus instrumentos; seguanles
alabarderos con arcos y ballestas. El ms distinguido de toda la tropa era un
sacerdote. El Consejero, asombrado, pregunt qu significaba todo aquello y
quin era aquel hombre.
Es el obispo de Zelanda le respondieron.
Dios santo! Qu se le ha ocurrido al obispo?, suspir nuestro hombre,
meneando la cabeza. Pero era imposible que fuese aqul el obispo. Cavilando y
sin ver por dnde iba, sigui el Consejero por la calle del Este y la plaza del
Puente Alto. No hubo medio de dar con el puente que lleva a la plaza de Palacio.
Slo vea una ribera baja, y al fin divis dos individuos sentados en una barca.
Desea el seor que le pasemos a la isla? preguntaron.
Pasar a la isla? respondi el Consejero, ignorante an de la poca en que
se encontraba. Adonde voy es a Christianshafen, a la calle del Mercado.
Los individuos lo miraron sin decir nada.
Decidme slo dnde est el puente prosigui. Es vergonzoso que no
estn encendidos los faroles; y, adems, hay tanto barro que no parece sino que
camine uno por un cenagal.
A medida que hablaba con los barqueros, se le hacan ms y ms
incomprensibles.
No entiendo vuestra jerga dijo, finalmente, volvindoles la espalda. No
lograba dar con el puente, y ni siquiera haba barandilla. Esto es una
vergenza de dejadez!, dijo. Nunca le haba parecido su poca ms miserable
que aquella noche. Creo que lo mejor ser tomar un coche, pens; pero,
coches me has dicho? No se vea ninguno. Tendr que volver al Nuevo
Mercado Real; de seguro que all los hay; de otro modo, nunca llegar a
Christianshafen.
Volvi a la calle del Este, y casi la haba recorrido toda cuando sali la luna.
Dios mo, qu esperpento han levantado aqu!, exclam al distinguir la puerta
del Este, que en aquellos tiempos se hallaba en el extremo de la calle.
Entretanto encontr un portalito, por el que sali al actual Mercado Nuevo; pero
no era sino una extensa explanada cubierta de hierba, con algunos matorrales,
atravesada por una ancha corriente de agua. Varias mseras barracas de madera,
habitadas por marineros de Halland, de quienes vena el nombre de Punta de
Halland, se levantaban en la orilla opuesta.
O lo que estoy viendo es un espejismo o estoy borracho suspir el
Consejero. Qu diablos es eso?.
Volvise persuadido de que estaba enfermo; al entrar de nuevo en la calle
observ las casas con ms detencin; la mayora eran de entramado de madera,
y muchas tenan tejado de paja.
No, yo no estoy bien! exclam, y, sin embargo, slo he tomado un vaso
de ponche; cierto que es una bebida que siempre se me sube a la cabeza.
Adems, fue una gran equivocacin servirnos ponche con salmn caliente; se lo
dir a la seora del Agente. Y si volviese a decirle lo que me ocurre? Pero sera
ridculo, y, por otra parte, tal vez estn ya acostados.
Busc la casa, pero no apareca por ningn lado.
Pero esto es espantoso, no reconozco la calle del Este, no hay ninguna tienda!
Slo veo casas viejas, mseras y semiderruidas, como si estuviese en Roeskilde
o Ringsted. Yo estoy enfermo! Pero de nada sirve hacerse imaginaciones.
Dnde diablos est la casa del Agente? sta no se le parece en nada, y, sin
embargo, hay gente an. Ah, no hay duda, estoy enfermo!.
Empuj una puerta entornada, a la que llegaba la luz por una rendija. Era una
posada de los viejos tiempos, una especie de cervecera. La sala presentaba el
aspecto de una taberna del Holstein; cierto nmero de personas, marinos,
burgueses de Copenhague y dos o tres clrigos, estaban enfrascados en
animadas charlas sobre sus jarras de cerveza, y apenas se dieron cuenta del
forastero.
Usted perdone dijo el Consejero a la posadera, que se adelant a su
encuentro. Me siento muy indispuesto. No podra usted proporcionarme un
coche que me llevase a Christianshafen? La mujer lo mir, sacudiendo la
cabeza; luego dirigile la palabra en lengua alemana. Nuestro consejero,
pensando que no conoca la danesa, le repiti su ruego en alemn. Aquello,
aadido a la indumentaria del forastero, afirm en la tabernera la creencia de
que trataba con un extranjero; comprendi, sin embargo, que no se encontraba
bien, y le trajo un jarro de agua; y por cierto que saba un tanto a agua de mar, a
pesar que era del pozo de la calle.
El Consejero, apoyando la cabeza en la mano, respir profundamente y se puso
a cavilar sobre todas las cosas raras que le rodeaban.
Es ste El Da de esta tarde? pregunt, slo por decir, algo, viendo que
la mujer apartaba una gran hoja de papel.
Ella, sin comprender la pregunta, alargle la hoja, que era un grabado en madera
que representaba un fenmeno atmosfrico visto en Colonia.
Es un grabado muy antiguo exclam el Consejero, contento de ver un
ejemplar tan raro. Cmo ha venido a sus manos este rarsimo documento? Es
de un inters enorme, aunque slo se trata de una fbula. Se afirma que estos
fenmenos lumnicos son auroras boreales, y probablemente son efectos de la
electricidad atmosfrica.
Los que se hallaban sentados cerca de l, al or sus palabras lo miraron con
asombro; uno se levant, y, quitndose respetuosamente el sombrero, le dijo
muy serio:
Seguramente sois un hombre de gran erudicin, Monsieur.
Oh, no! respondi el Consejero. Slo s hablar de unas cuantas cosas
que todo el mundo conoce.
La modestia es una hermosa virtud observ el otro Por lo dems, debo
contestar a vuestro discurso: mihi secus videtur; pero dejo en suspenso mi juicio.
Tendrais la bondad de decirme con quin tengo el honor de hablar?
pregunt el Consejero.
Soy bachiller en Sagradas Escrituras respondi el hombre.
Aquella respuesta bast al magistrado; el ttulo se corresponda con el traje.
Seguramente pens se trata de algn viejo maestro de pueblo, un original
de sos que uno encuentra con frecuencia en Jutlandia.
Aunque esto no es en realidad un locus docendi rosigui el hombre, os
ruego que os dignis hablar. Indudablemente habis ledo mucho sobre la
Antigedad.
Desde luego contest el Consejero. Me gusta leer escritos antiguos y
tiles, pero tambin soy aficionado a las cosas modernas, con excepcin de esas
historias triviales, tan abundantes en verdad.
Historias triviales? pregunt el bachiller.
S, me refiero a estas novelas de hoy, tan corrientes.
Oh! dijo, sonriendo, el hombre, sin embargo, tienen mucho ingenio y se
leen en la Corte. El Rey gusta de modo particular de la novela del Seor de
Iffven y el Seor Gaudian, con el rey Arts y los Caballeros de la Tabla
Redonda; se ha redo no poco con sus altos dignatarios.
Pues yo no la he ledo dijo el Consejero. Debe de ser alguna edicin
recientsima de Heiberg.
No rectific el otro. No es de Heiberg, sino de Godofredo de Gehmen.
Ya. As, ste es el autor? pregunt el magistrado. Es un nombre
antiqusimo; as se llama el primer impresor que hubo en Dinamarca, verdad?
S, es nuestro primer impresor asinti el hombre.
Hasta aqu todo marchaba sin tropiezos; luego, uno de los buenos burgueses se
puso a hablar de la grave peste que se haba declarado algunos aos antes,
refirindose a la de 1494; pero el Consejero crey que se trataba de la epidemia
de clera, con lo cual la conversacin prosigui como sobre ruedas. La guerra de
los piratas de 1490, tan reciente, sali a su vez a colacin. Los corsarios ingleses
haban capturado barcos en la rada, dijeron; y el Consejero, que haba vivido los
acontecimientos de 1801, se sum a los vituperios contra los ingleses. El resto
de la charla, en cambio, ya no discurri tan llanamente, y en ms de un
momento pusieron los unos y el otro caras agrias; el buen bachiller resultaba
demasiado ignorante, y las manifestaciones ms simples del magistrado le
sonaban a atrevidas y exageradas. Se consideraban mutuamente de reojo, y
cuando las cosas se ponan demasiado tirantes, el bachiller hablaba en latn con
la esperanza de ser mejor comprendido; pero nada se sacaba en limpio.
Qu tal se siente? pregunt la posadera tirando de la manga al Consejero.
Entonces ste volvi a la realidad; en el calor de la discusin haba olvidado por
completo lo que antes le ocurriera.
Dios mo! pero, dnde estoy? pregunt, sintiendo que le daba vueltas la
cabeza.
Vamos a tomar un vaso de lo caro! Hidromiel y cerveza de Brema pidi
uno de los presentes, y vos beberis con nosotros.
Entraron dos mozas, una de ellas cubierta con una cofia bicolor; sirvieron la
bebida y saludaron con una inclinacin. Al Consejero le pareci que un extrao
fro le recorra el espinazo.
Pero qu es esto, qu es esto? repeta; pero no tuvo ms remedio que
beber con ellos, los cuales se apoderaron del buen seor. Estaba completamente
desconcertado, y al decir uno que estaba borracho, no lo puso en duda, y se
limit a pedirles que le procurasen un coche. Entonces pensaron los otros que
hablaba en moscovita.
Nunca se haba encontrado en una compaa tan ruda y tan ordinaria. Es para
pensar que el pas ha vuelto al paganismo dijo para s. Estoy pasando el
momento ms horrible de mi vida. De repente le vino la idea de meterse debajo
de la mesa y alcanzar la puerta andando a gatas. As lo hizo, pero cuando ya
estaba en la salida, los otros se dieron cuenta de su propsito, lo agarraron por
los pies y se quedaron con los chanclos en la mano... afortunadamente para l,
pues al quitarle los chanclos ces el hechizo.
El Consejero vio entonces ante l un farol encendido, y detrs, un gran edificio;
todo le resultaba ya conocido y familiar; era la calle del Este, tal como nosotros
la conocemos. Se encontr tendido en el suelo con las piernas contra una puerta,
frente al dormido vigilante nocturno.
Dios bendito! Es posible que haya estado tendido en plena calle y soando?
dijo. S, sta es la calle del Este! Qu bonita, qu clara y pintoresca! Es
terrible el efecto de un vaso de ponche!.
Dos minutos ms tarde se hallaba en un coche de punto, que lo conduca a
Christianshafen; pensaba en las angustias sufridas y daba gracias de todo
corazn a la dichosa realidad de nuestra poca, que, con todos sus defectos, es
infinitamente mejor que la que acababa de dejar; y, bien mirado, el consejero de
Justicia era muy discreto al pensar de este modo.

Los cisnes salvajes


Lejos de nuestras tierras, all adonde van las golondrinas cuando el invierno
llega a nosotros, viva un rey que tena once hijos y una hija llamada Elisa. Los
once hermanos eran prncipes; llevaban una estrella en el pecho y sable al cinto
para ir a la escuela; escriban con pizarrn de diamante sobre pizarras de oro, y
aprendan de memoria con la misma facilidad con que lean; en seguida se
notaba que eran prncipes. Elisa, la hermana, se sentaba en un escabel de
reluciente cristal, y tena un libro de estampas que haba costado lo que vala la
mitad del reino.
Qu bien lo pasaban aquellos nios! Lstima que aquella felicidad no pudiese
durar siempre.
Su padre, Rey de todo el pas, cas con una reina perversa, que odiaba a los
pobres nios. Ya al primer da pudieron ellos darse cuenta. Fue el caso, que
haba gran gala en todo el palacio, y los pequeos jugaron a visitas; pero en
vez de recibir pasteles y manzanas asadas como se suele en tales ocasiones, la
nueva Reina no les dio ms que arena en una taza de t, dicindoles que
imaginaran que era otra cosa.
A la semana siguiente mand a Elisa al campo, a vivir con unos labradores, y
antes de mucho tiempo le haba ya dicho al Rey tantas cosas malas de los
prncipes, que ste acab por desentenderse de ellos.
A volar por el mundo y apaaros por vuestra cuenta! exclam un da la
perversa mujer; a volar como grandes aves sin voz!. Pero no pudo llegar al
extremo de maldad que habra querido; los nios se transformaron en once
hermossimos cisnes salvajes. Con un extrao grito emprendieron el vuelo por
las ventanas de palacio, y, cruzando el parque, desaparecieron en el bosque.
Era an de madrugada cuando pasaron por el lugar donde su hermana Elisa
yaca dormida en el cuarto de los campesinos; y aunque describieron varios
crculos sobre el tejado, estiraron los largos cuellos y estuvieron aleteando
vigorosamente, nadie los oy ni los vio. Hubieron de proseguir, remontndose
basta las nubes, por esos mundos de Dios, y se dirigieron hacia un gran bosque
tenebroso que se extenda hasta la misma orilla del mar.
La pobre Elisita segua en el cuarto de los labradores jugando con una hoja
verde, nico juguete que posea. Abriendo en ella un agujero, mir el sol a su
travs y parecile como si viera los ojos lmpidos de sus hermanos; y cada vez
que los rayos del sol le daban en la cara, crea sentir el calor de sus besos.
Pasaban los das, montonos e iguales. Cuando el viento soplaba por entre los
grandes setos de rosales plantados delante de la casa, susurraba a las rosas:
Qu puede haber ms hermoso que vosotras? . Pero las rosas meneaban la
cabeza y respondan: Elisa es ms hermosa . Cuando la vieja de la casa,
sentada los domingos en el umbral, lea su devocionario, el viento le volva las
hojas, y preguntaba al libro: Quin puede ser ms piadoso que t? Elisa
es ms piadosa replicaba el devocionario; y lo que decan las rosas y el libro
era la pura verdad. Porque aquel libro no poda mentir.
Haban convenido en que la nia regresara a palacio cuando cumpliese los
quince aos; pero al ver la Reina lo hermosa que era, sinti rencor y odio, y la
habra transformado en cisne, como a sus hermanos; sin embargo, no se atrevi
a hacerlo en seguida, porque el Rey quera ver a su hija.
Por la maana, muy temprano, fue la Reina al cuarto de baile, que era todo l de
mrmol y estaba adornado con esplndidos almohadones y cortinajes, y,
cogiendo tres sapos, los bes y dijo al primero:
Sbete sobre la cabeza de Elisa cuando est en el bao, para que se vuelva
estpida como t. Ponte sobre su frente dijo al segundo, para que se vuelva
como t de fea, y su padre no la reconozca . Y al tercero: Sintate sobre su
corazn e infndele malos sentimientos, para que sufra . Ech luego los sapos
al agua clara, que inmediatamente se ti de verde, y, llamando a Elisa, la
desnud, mandndole entrar en el bao; y al hacerlo, uno de los sapos se le puso
en la cabeza, el otro en la frente y el tercero en el pecho, sin que la nia
pareciera notario; y en cuanto se incorpor, tres rojas flores de adormidera
aparecieron flotando en el agua. Aquellos animales eran ponzoosos y haban
sido besados por la bruja; de lo contrario, se habran transformado en rosas
encarnadas. Sin embargo, se convirtieron en flores, por el solo hecho de haber
estado sobre la cabeza y sobre el corazn de la princesa, la cual era, demasiado
buena e inocente para que los hechizos tuviesen accin sobre ella.
Al verlo la malvada Reina, frotla con jugo de nuez, de modo que su cuerpo
adquiri un tinte pardo negruzco; untle luego la cara con una pomada apestosa
y le desgre el cabello. Era imposible reconocer a la hermosa Elisa.
Por eso se asust su padre al verla, y dijo que no era su hija. Nadie la reconoci,
excepto el perro mastn y las golondrinas; pero eran pobres animales cuya
opinin no contaba.
La pobre Elisa rompi a llorar, pensando en sus once hermanos ausentes. Sali,
angustiada, de palacio, y durante todo el da estuvo vagando por campos y
eriales, adentrndose en el bosque inmenso. No saba adnde dirigirse, pero se
senta acongojada y anhelante de encontrar a sus hermanos, que a buen seguro
andaran tambin vagando por el amplio mundo. Hizo el propsito de buscarlos.
Llevaba poco rato en el bosque, cuando se hizo de noche; la doncella haba
perdido el camino. Tendise sobre el blando musgo, y, rezadas sus oraciones
vespertinas, reclin la cabeza sobre un tronco de rbol. Reinaba un silencio
absoluto, el aire estaba tibio, y en la hierba y el musgo que la rodeaban lucan
las verdes lucecitas de centenares de lucirnagas, cuando tocaba con la mano
una de las ramas, los insectos luminosos caan al suelo como estrellas fugaces.
Toda la noche estuvo soando en sus hermanos. De nuevo los vea de nios,
jugando, escribiendo en la pizarra de oro con pizarrn de diamante y
contemplando el maravilloso libro de estampas que haba costado medio reino;
pero no escriban en el tablero, como antes, ceros y rasgos, sino las osadsimas
gestas que haban realizado y todas las cosas que haban visto y vivido; y en el
libro todo cobraba vida, los pjaros cantaban, y las personas salan de las
pginas y hablaban con Elisa y sus hermanos; pero cuando volva la hoja
saltaban de nuevo al interior, para que no se produjesen confusiones en el texto.
Cuando despert, el sol estaba ya alto sobre el horizonte. Elisa no poda verlo,
pues los altos rboles formaban un techo de espesas ramas; pero los rayos
jugueteaban all fuera como un ondeante velo de oro. El campo esparca sus
aromas, y las avecillas venan a posarse casi en sus hombros; oa el chapoteo del
agua, pues fluan en aquellos alrededores muchas y caudalosas fuentes, que iban
a desaguar en un lago de lmpido fondo arenoso. Haba, si, matorrales muy
espesos, pero en un punto los ciervos haban hecho una ancha abertura, y por
ella baj Elisa al agua. Era sta tan cristalina, que, de no haber agitado el viento
las ramas y matas, la muchacha habra podido pensar que estaban pintadas en el
suelo; tal era la claridad con que se reflejaba cada hoja, tanto las baadas por el
sol como las que se hallaban en la sombra.
Al ver su propio rostro tuvo un gran sobresalto, tan negro y feo era; pero en
cuanto se hubo frotado los ojos y la frente con la mano mojada, volvi a brillar
su blanqusima piel. Se desnud y metise en el agua pura; en el mundo entero
no se habra encontrado una princesa tan hermosa como ella.
Vestida ya de nuevo y trenzado el largo cabello, se dirigi a la fuente
borboteante, bebi del hueco de la mano y prosigui su marcha por el bosque, a
la ventura, sin saber adnde. Pensaba en sus hermanos y en Dios misericordioso,
que seguramente no la abandonara: El haca crecer las manzanas silvestres para
alimentar a los hambrientos; y la gui hasta uno de aquellos rboles, cuyas
ramas se doblaban bajo el peso del fruto. Comi de l, y, despus de colocar
apoyos para las ramas, adentrse en la parte ms oscura de la selva. Reinaba all
un silencio tan profundo, que la muchacha oa el rumor de sus propios pasos y el
de las hojas secas, que se doblaban bajo sus pies. No se vea ni un pjaro: ni un
rayo de sol se filtraba por entre las corpulentas y densas ramas de los rboles,
cuyos altos troncos estaban tan cerca unos de otros, que, al mirar la doncella a lo
alto, parecale verse rodeada por un enrejado de vigas. Era una soledad como
nunca haba conocido.
La noche siguiente fue muy oscura; ni una diminuta lucirnaga brillaba en el
musgo. Ella se ech, triste, a dormir, y entonces tuvo la impresin de que se
apartaban las ramas extendidas encima de su cabeza y que Dios Nuestro Seor
la miraba con ojos bondadosos, mientras unos angelitos le rodeaban y asomaban
por entre sus brazos.
Al despertarse por la maana, no saba si haba soado o si todo aquello haba
sido realidad.
Anduvo unos pasos y se encontr con una vieja que llevaba bayas en una cesta.
La mujer le dio unas cuantas, y Elisa le pregunt si por casualidad haba visto a
los once prncipes cabalgando por el bosque. No respondi la vieja, pero
ayer vi once cisnes, con coronas de oro en la cabeza, que iban ro abajo.
Acompa a Elisa un trecho, hasta una ladera a cuyo pie serpenteaba un
riachuelo. Los rboles de sus orillas extendan sus largas y frondosas ramas al
encuentro unas de otras, y all donde no se alcanzaban por su crecimiento
natural, las races salan al exterior y formaban un entretejido por encima del
agua.
Elisa dijo adis a la vieja y sigui por la margen del ro, hasta el punto en que
ste se verta en el gran mar abierto.
Frente a la doncella se extenda el soberbio ocano, pero en l no se divisaba ni
una vela, ni un bote. Cmo seguir adelante? Consider las innmeras
piedrecitas de la playa, redondeadas y pulimentadas por el agua. Cristal, hierro,
piedra, todo lo acumulado all haba sido moldeado por el agua, a pesar de ser
sta mucho ms blanda que su mano. La ola se mueve incesantemente y as
alisa las cosas duras; pues yo ser tan incansable como ella. Gracias por vuestra
leccin, olas claras y saltarinas; algn da, me lo dice el corazn, me llevaris al
lado de mis hermanos queridos.
Entre las algas arrojadas por el mar a la playa yacan once blancas plumas de
cisne, que la nia recogi, haciendo un haz con ellas. Estaban cuajadas de
gotitas de agua, roco o lgrimas, quin sabe?. Se hallaba sola en la orilla, pero
no senta la soledad, pues el mar cambiaba constantemente; en unas horas se
transformaba ms veces que los lagos en todo un ao. Si avanzaba una gran
nube negra, el mar pareca decir: Ved, qu tenebroso puedo ponerme!. Luego
soplaba viento, y las olas volvan al exterior su parte blanca. Pero si las nubes
eran de color rojo y los vientos dorman, el mar poda compararse con un ptalo
de rosa; era ya verde, ya blanco, aunque por mucha calma que en l reinara, en
la orilla siempre se perciba un leve movimiento; el agua se levantaba
dbilmente, como el pecho de un nio dormido.
A la hora del ocaso, Elisa vio que se acercaban volando once cisnes salvajes
coronados de oro; iban alineados, uno tras otro, formando una larga cinta blanca.
Elisa remont la ladera y se escondi detrs de un matorral; los cisnes se
posaron muy cerca de ella, agitando las grandes alas blancas.

Los vecinos
Cualquiera habra dicho que algo importante ocurra en la balsa del pueblo, y,
sin embargo, no pasaba nada. Todos los patos, tanto los que se mecan en el
agua como los que se haban puesto de cabeza pues saben hacerlo , de
pronto se pusieron a nadar precipitadamente hacia la orilla; en el suelo cenagoso
quedaron bien visibles las huellas de sus pies y sus gritos podan orse a gran
distancia. El agua se agit violentamente, y eso que unos momentos antes estaba
tersa como un espejo, en el que se reflejaban uno por uno los rboles y arbustos
de las cercanas y la vieja casa de campo con los agujeros de la fachada y el nido
de golondrinas, pero muy especialmente el gran rosal cuajado de rosas, que
bajaba desde el muro hasta muy adentro del agua. El conjunto pareca un cuadro
puesto del revs. Pero en cuanto el agua se agitaba, todo se revolva, y la pintura
se esfumaba. Dos plumas que haban cado de los patos al desplegar las alas, se
balanceaban sobre las olas, como si soplase el viento; y, sin embargo, no lo
haba. Por fin quedaron inmviles: el agua recuper su primitiva tersura y volvi
a reflejar claramente la fachada con el nido de golondrinas y el rosal con cada
una de sus flores, que eran hermossimas, aunque ellas lo ignoraban porque
nadie se lo haba dicho. El sol se filtraba por entre las delicadas y fragantes
hojas; y cada rosa se senta feliz, de modo parecido a lo que nos sucede a las
personas cuando estamos sumidos en nuestros pensamientos.
Qu bella es la vida! deca cada una de las rosas. Lo nico que deseara
es poder besar al sol, por ser tan clido y tan claro.
Y tambin quisiera besar las rosas de debajo del agua: se parecen tanto a
nosotras! Y besara tambin a las dulces avecillas del nido, que asoman la
cabeza piando levemente; no tienen an plumas como sus padres. Son buenos
los vecinos que tenemos, tanto los de arriba como los de abajo. Qu hermosa es
la vida!
Aquellos pajarillos de arriba y de abajo los segundos no eran sino el reflejo
de los primeros en el agua eran gurriatos, hijos de gorriones; haban ocupado
el nido abandonado por las golondrinas el ao anterior, y se encontraban en l
como en su propia casa.
Son patitos los que all nadan? preguntaron los gurriatos al ver flotar en el
agua las plumas de las palmpedas.
No preguntis tonteras! replic la madre. No veis que son plumas,
prendas de vestir vivas como las que yo llevo y que vosotros llevaris tambin,
slo que las nuestras son ms finas? Por lo dems, me gustara tenerlas aqu en
el nido, pues son muy calientes. Quisiera saber de qu se espantaron los patos.
Habr sucedido algo en el agua. Yo no he sido, aunque confieso que he piado un
poco fuerte. Esas cabezotas de rosas deberan saberlo, pero no saben nada;
mirarse en el espejo y despedir perfume, eso es cuanto saben hacer. Qu
vecinas tan aburridas!
Escuchad los pajarillos de arriba! dijeron las rosas, hacen ensayos de
canto. No saben todava, pero ya vendr. Qu bonito debe ser saber cantar! Es
delicioso tener vecinos tan alegres.
En aquel momento llegaron, galopando, dos caballos; venan a abrevar; un zagal
montaba uno de ellos, despojado de todas sus prendas de vestir, excepto el
sombrero, grande y de anchas alas. El mozo silbaba como si fuese un pajarillo, y
se meti con su cabalgadura en la parte ms profunda de la balsa; al pasar junto
al rosal cort una de sus rosas, se la prendi en el sombrero, para ir bien
adornado, y sigui adelante. Las otras rosas miraban a su hermana y se
preguntaban mutuamente: Adnde va? pero ninguna lo saba.
A veces me gustara salir a correr mundo dijo una de las flores a sus
compaeras. Aunque tambin es muy hermoso este rincn verde en que
vivimos. Durante el da brilla el sol y nos calienta, y por la noche, el cielo es an
ms bello; podemos verlo a travs de los agujeritos que tiene.
Se refera a las estrellas; pensaba que eran agujeros del cielo. No llegaba a ms
la ciencia de las rosas!
Nosotros traemos vida y animacin a estos parajes dijo la gorriona. Los
nidos de golondrina son de buen agero, dice la gente; por eso se alegran de
tenernos. Pero aquel vecino, el gran rosal que se encarama por la pared, produce
humedad. Espero que se marche pronto, y en su lugar crezca trigo. Las rosas
slo sirven de adorno y para perfumar el ambiente; a lo sumo, para sujetarlas al
sombrero. Todos los aos se marchitan, lo s por mi madre. La campesina las
conserva en sal, y entonces tienen un nombre francs que no s pronunciar, ni
me importa; luego las esparce por la ventana cuando quiere que huela bien. Y
sta es toda su vida! No sirven ms que para alegrar los ojos y el olfato. Ya lo
sabis, pues.
Al anochecer, cuando los mosquitos empezaron a danzar en el aire tibio, y las
nubes adquirieron sus tonalidades rojas, presentse el ruiseor y cant a las
rosas que en este mundo lo bello se parece a la luz del sol y vive eternamente.
Pero las rosas creyeron que el ruiseor cantaba sus propias loanzas, y cualquiera
lo habra pensado tambin. No se les ocurri que eran ellas el objeto de su canto;
sin embargo, experimentaron un gran placer y se preguntaban si tal vez los
gurriatos no se volveran a su vez ruiseores.
He comprendido muy bien lo que cant el pjaro dijeron los gurriatos.
Slo una palabra quisiera que me explicasen: qu significa lo bello?
No es nada respondi la madre, es una simple apariencia. All arriba, en
la finca de los seores, donde las palomas tienen su casa propia y todos los das
se les reparten guisantes y grano yo he comido tambin con ellas, y algn da
vendris vosotros: dime con quin andas y te dir quin eres , pues en aquella
finca tienen dos pjaros de cuello verde y un mechoncito de plumas en la
cabeza. Pueden extender la cola como si fuese una gran rueda; tienen todos los
colores, hasta el punto de que duelen los ojos de mirarlos. Se llaman pavos
reales, y son la belleza. Slo con que los desplumasen un poquitn, casi no se
distinguiran de nosotros. Me entraban ganas de emprenderlas a picotazos con
ellos, pero eran tan grandotes!.
Pues yo los voy a picotear exclam el benjamn de los gurriatos; el mocoso
no tena an plumas.
En el cortijo viva un joven matrimonio que se quera tiernamente; los dos eran
laboriosos y despiertos, y su casa era un primor de bien cuidada. Los domingos
por la maana sala la mujer, cortaba un ramo de las rosas ms bellas y las pona
en un florero, en el centro del armario.
Ahora me doy cuenta de que es domingo! deca el marido, besando a su
esposa; y luego se sentaban y lean un salmo, cogidos de las manos, mientras el
sol penetraba por las ventanas, iluminando las frescas rosas y a la enamorada
pareja.
Este espectculo me aburre! dijo la gorriona, que lo contemplaba desde su
nido de enfrente; y ech a volar.
Lo mismo hizo una semana despus, pues cada domingo ponan rosas frescas en
el florero, y el rosal segua floreciendo tan hermoso. Los gorrioncitos, que ya
tenan plumas, hubieran querido lanzarse a volar con su madre, pero sta les
dijo: Quedaos aqu! y se estuvieron quietecitos. Ella se fue, pero, como
suele ocurrir con harta frecuencia, de pronto qued cogida en un lazo hecho de
crines de caballo, que unos muchachos haban colocado en una rama. Las crines
aprisionaron fuertemente la pata de la gorriona, tanto, que pareca que iban a
partirla. Qu dolor y qu miedo! Los chicos cogieron el pjaro, oprimindole
terriblemente: Slo es un gorrin! dijeron; pero no lo soltaron, sino que se
lo llevaron a casa, golpendolo en el pico cada vez que chillaba.
En la casa haba un viejo entendido en el arte de fabricar jabn para la barba y
para las manos, jabn en bolas y en pastillas. Era un viejo alegre y trotamundos;
al ver el gorrin que traan los nios, del que, segn ellos, no saban qu hacer,
preguntles:
Queris que lo pongamos guapo?
Un estremecimiento de terror recorri el cuerpo de la gorriona al or aquellas
palabras. El viejo abri su caja que contena colores bellsimos , tom una
buena porcin de purpurina y, cascando un huevo que le proporcionaron los
chiquillos, separ la clara y unt con ella todo el cuerpo del avecilla,
espolvorendolo luego con el oro. Y de este modo qued la gorriona dorada,
aunque no pensaba en su belleza, pues se mora de miedo. Despus, el jabonero
arranc un trapo rojo del forro de su vieja chaqueta, lo cort en forma de cresta
y lo peg en la cabeza del pjaro.
Ahora veris volar el pjaro de oro! dijo, soltando al animalito, el cual,
presa de mortal terror, emprendi el vuelo por el espacio soleado. Dios mo, y
cmo reluca! Todos los gorriones, y tambin una corneja que no estaba ya en la
primera edad, se asustaron al verlo, pero se lanzaron en su persecucin, vidos
de saber quin era aquel pjaro desconocido.
De dnde, de dnde? gritaba la corneja.
Espera un poco, espera un poco! decan los gorriones. Pero ella no estaba
para aguardar; dominada por el miedo y la angustia, se dirigi en lnea recta
hacia su casa. Poco le faltaba para desplomarse rendida, pero cada vez era
mayor el nmero de sus perseguidores, grandes y chicos; algunos se disponan
incluso a atacarla.
Fijaos en se, fijaos en se! gritaban todos.
Fijaos en se, Fijaos en se! gritaron tambin sus cras cuando a madre
lleg al nido. Seguramente es un pavito, tiene todos los colores, y hace dao a
los ojos, como dijo madre. Pip! Es la belleza! . Y arremetieron contra ella a
picotazos, impidindole posarse en el nido; y estaba la gorriona tan aterrorizada,
que no fue capaz de decir pip!, y mucho menos, claro est, soy vuestra madre!
Las otras aves la agredieron tambin, le arrancaron todas las plumas, y la pobre
cay ensangrentada en medio del rosal.
Pobre animal! dijeron las rosas. Ven, te ocultaremos! Apoya la
cabecita sobre nosotras!
La gorriona extendi por ltima vez las alas, luego las oprimi contra el cuerpo
y expir en el seno de la familia vecina de las frescas y perfumadas rosas.
Pip! decan los gurriatos en el nido , no entiendo dnde puede estar
nuestra madre. No ser una treta suya, para que nos despabilemos por nuestra
cuenta y nos busquemos la comida? Nos ha dejado en herencia la casa, pero,
quin de nosotros se quedar con ella, cuando llegue la hora de constituir una
familia?
Pues ya veris cmo os echo de aqu, el da en que ample mi hogar con
mujer e hijos dijo el ms pequeo.
Yo tendr mujer e hijos antes que t! replic el segundo. Yo soy el
mayor! grit un tercero. Todos empezaron a increparse, a propinarse aletazos
y picotazos, y, paf!, uno tras otro fueron cayendo del nido; pero an en el suelo
seguan pelendose. Con la cabeza de lado, guiaban el ojo dirigido hacia arriba:
era su modo de manifestar su enfado.
Saban ya volar un poquitn; luego se ejercitaron un poco ms y por ltimo,
convinieron en que, para reconocerse si alguna vez se encontraban por esos
mundos de Dios, diran tres veces pip! y rascaran otras tantas con el pie
izquierdo.

Los vestidos nuevos del emperador


Hace de esto muchos aos, haba un Emperador tan aficionado a los trajes
nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la mxima elegancia. No se
interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el
campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tena un vestido distinto
para cada hora del da, y de la misma manera que se dice de un rey: "Est en el
Consejo", de nuestro hombre se deca: "El Emperador est en el vestuario". La
ciudad en que viva el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los das
llegaban a ella muchsimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes
que se hacan pasar por tejedores, asegurando que saban tejer las ms
maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermossimos,
sino que las prendas con ellas confeccionadas posean la milagrosa virtud de ser
invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera
irremediablemente estpida.
Deben ser vestidos magnficos! pens el Emperador. Si los tuviese,
podra averiguar qu funcionarios del reino son ineptos para el cargo que
ocupan. Podra distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan
enseguida a tejer la tela. Y mand abonar a los dos pcaros un buen adelanto
en metlico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenan nada en la
mquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas ms finas y el oro de
mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguan haciendo como
que trabajaban en los telares vacos hasta muy entrada la noche.
Me gustara saber si avanzan con la tela, pens el Emperador. Pero habla
una cuestin que lo tena un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera
estpido o inepto para su cargo no podra ver lo que estaban tejiendo. No es que
temiera por s mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso,
prefera enviar primero a otro, para cerciorarse de cmo andaban las cosas.
Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de
aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qu punto su vecino era
estpido o incapaz.
Enviar a mi viejo ministro a que visite a los tejedores pens el
Emperador. Es un hombre honrado y el ms indicado para juzgar de las
cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempee el cargo
como l.
El viejo y digno ministro se present, pues, en la sala ocupada por los dos
embaucadores, los cuales seguan trabajando en los telares vacos. Dios nos
ampare! pens el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como
naranjas. Pero si no veo nada!. Sin embargo, no solt palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase le preguntaron si no encontraba
magnficos el color y el dibujo. Le sealaban el telar vaco, y el pobre hombre
segua con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada haba.
Dios santo! pens. Ser tonto acaso? Jams lo hubiera credo, y nadie
tiene que saberlo. Es posible que sea intil para el cargo? No, desde luego no
puedo decir que no he visto la tela.
Qu? No dice Vuecencia nada del tejido? pregunt uno de los tejedores.
Oh, precioso, maravilloso! respondi el viejo ministro mirando a travs de
los lentes. Qu dibujo y qu colores! Desde luego, dir al Emperador que me
ha gustado extraordinariamente.
Nos da una buena alegra respondieron los dos tejedores, dndole los
nombres de los colores y describindole el raro dibujo. El viejo tuvo buen
cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al
Emperador; y as lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces ms dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban
para seguir tejiendo. Todo fue a parar a su bolsillo, pues ni una hebra se emple
en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las mquinas vacas.
Poco despus el Emperador envi a otro funcionario de su confianza a
inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedara pronto lista. Al
segundo le ocurri lo que al primero; mir y mir, pero como en el telar no
haba nada, nada pudo ver.
Verdad que es una tela bonita? preguntaron los dos tramposos, sealando
y explicando el precioso dibujo que no exista.
Yo no soy tonto pens el hombre, y el empleo que tengo no lo suelto.
Sera muy fastidioso. Es preciso que nadie se d cuenta. Y se deshizo en
alabanzas de la tela que no vea, y ponder su entusiasmo por aquellos hermosos
colores y aquel soberbio dibujo.
Es digno de admiracin! dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnfica tela, tanto, que el
Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar.
Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los
dos probos funcionarios de marras, se
encamin a la casa donde paraban los pcaros, los cuales continuaban tejiendo
con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
Verdad que es admirable? preguntaron los dos honrados dignatarios.
Fjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos y sealaban el telar
vaco, creyendo que los dems vean la tela.
Cmo! pens el Emperador. Yo no veo nada! Esto es terrible! Ser
tonto? Acaso no sirvo para emperador? Sera espantoso.
Oh, s, es muy bonita! dijo. Me gusta, la apruebo. Y con un gesto de
agrado miraba el telar vaco; no quera confesar que no vea nada. Todos los
componentes de su squito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en
limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: oh, qu bonito!
, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela,
en la procesin que deba celebrarse prximamente. Es preciosa,
elegantsima, estupenda! corra de boca en boca, y todo el mundo pareca
extasiado con ella. El Emperador concedi una condecoracin a cada uno de los
dos bellacos para que se la prendieran en el ojal, y los nombr tejedores
imperiales.
Durante toda la noche que precedi al da de la fiesta, los dos embaucadores
estuvieron levantados, con diecisis lmparas encendidas, para que la gente
viese que trabajaban activamente en la confeccin de los nuevos vestidos del
Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla
con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: Por fin, el vestido est listo!
Lleg el Emperador en compaa de sus caballeros principales, y los
dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
Esto son los pantalones. Ah est la casaca. Aqu tenis el manto... Las
prendas son ligeras como si fuesen de telaraa; uno creera no llevar nada sobre
el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
S! asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no vean nada, pues
nada haba.
Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva dijeron los
dos bribones para que podamos vestiros el nuevo delante del espejo?
Quitse el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas
piezas del vestido nuevo, que pretendan haber terminado poco antes. Y
cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola
seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
Dios, y qu bien le sienta, le va estupendamente! exclamaban todos.
Vaya dibujo y vaya colores! Es un traje precioso! El palio bajo el cual ir
Vuestra Majestad durante la procesin, aguarda ya en la calle anunci el
maestro de Ceremonias.
Muy bien, estoy a punto dijo el Emperador. Verdad que me sienta
bien? y volvise una vez ms de cara al espejo, para que todos creyeran que
vea el vestido.
Los ayudas de cmara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo
como para levantarla, y avanzaron con ademn de sostener algo en el aire; por
nada del mundo hubieran confesado que no vean nada. Y de este modo ech a
andar el Emperador bajo el magnfico palio, mientras el gento, desde la calle y
las ventanas, decan:
Qu preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! Qu magnfica cola!
Qu hermoso es todo!. Nadie permita que los dems se diesen cuenta de que
nada vea, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estpido. Ningn
traje del Monarca haba tenido tanto xito como aqul.
Pero si no lleva nada! exclam de pronto un nio. Dios bendito, escuchad
la voz de la inocencia! dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al
odo lo que acababa de decir el pequeo.
No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
Pero si no lleva nada! grit, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquiet al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tena razn; mas
pens: Hay que aguantar hasta el fin. Y sigui ms altivo que antes; y los
ayudas de cmara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

Los zapatos rojos


rase una vez una nia muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano
andaba siempre descalza, y en invierno tena que llevar unos grandes zuecos,
por lo que los piececitos se le ponan tan encarnados, que daba lstima.
En el centro del pueblo habitaba una anciana, viuda de un zapatero. Tena unas
viejas tiras de pao colorado, y con ellas cosi, lo mejor que supo, un par de
zapatillas. Eran bastante patosas, pero la mujer haba puesto en ellas toda su
buena intencin. Seran para la nia, que se llamaba Karen.
Le dieron los zapatos rojos el mismo da en que enterraron a su madre; aquel da
los estren. No eran zapatos de luto, cierto, pero no tena otros, y calzada con
ellos acompa el humilde fretro.
Acert a pasar un gran coche, en el que iba una seora anciana. Al ver a la
pequeuela, sinti compasin y dijo al seor cura:
Dadme la nia, yo la criar.
Karen crey que todo aquello era efecto de los zapatos colorados, pero la dama
dijo que eran horribles y los tir al fuego. La nia recibi vestidos nuevos y
aprendi a leer y a coser. La gente deca que era linda; slo el espejo deca:
Eres ms que linda, eres hermosa.
Un da la Reina hizo un viaje por el pas, acompaada de su hijita, que era una
princesa. La gente afluy al palacio, y Karen tambin. La princesita sali al
balcn para que todos pudieran verla. Estaba preciosa, con un vestido blanco,
pero nada de cola ni de corona de oro. En cambio, llevaba unos magnficos
zapatos rojos, de tafilete, mucho ms hermosos, desde luego, que los que la
viuda del zapatero haba confeccionado para Karen. No hay en el mundo cosa
que pueda compararse a unos zapatos rojos.
Lleg la nia a la edad en que deba recibir la confirmacin; le hicieron vestidos
nuevos, y tambin haban de comprarle nuevos zapatos. El mejor zapatero de la
ciudad tom la medida de su lindo pie; en la tienda haba grandes vitrinas con
zapatos y botas preciosos y relucientes. Todos eran hermossimos, pero la
anciana seora, que apenas vea, no encontraba ningn placer en la eleccin.
Haba entre ellos un par de zapatos rojos, exactamente iguales a los de la
princesa: qu preciosos! Adems, el zapatero dijo que los haba confeccionado
para la hija de un conde, pero luego no se haban adaptado a su pie.
Son de charol, no? pregunt la seora. Cmo brillan!
Verdad que brillan? dijo Karen; y como le sentaban bien, se los
compraron; pero la anciana ignoraba que fuesen rojos, pues de haberlo sabido
jams habra permitido que la nia fuese a la confirmacin con zapatos
colorados. Pero fue.
Todo el mundo le miraba los pies, y cuando, despus de avanzar por la iglesia,
lleg a la puerta del coro, le pareci como si hasta las antiguas estatuas de las
sepulturas, las imgenes de los monjes y las religiosas, con sus cuellos tiesos y
sus largos ropajes negros, clavaran los ojos en sus zapatos rojos; y slo en ellos
estuvo la nia pensando mientras el obispo, ponindole la mano sobre la cabeza,
le habl del santo bautismo, de su alianza con Dios y de que desde aquel
momento deba ser una cristiana consciente. El rgano toc solemnemente,
resonaron las voces melodiosas de los nios, y cant tambin el viejo maestro;
pero Karen slo pensaba en sus magnficos zapatos.
Por la tarde se enter la anciana seora alguien se lo dijo- de que los zapatos
eran colorados, y declar que aquello era feo y contrario a la modestia; y
dispuso que, en adelante, Karen debera llevar zapatos negros para ir a la iglesia,
aunque fueran viejos.
El siguiente domingo era de comunin. Karen mir sus zapatos negros, luego
contempl los rojos, volvi a contemplarlos y, al fin, se los puso.
Brillaba un sol magnfico. Karen y la seora anciana avanzaban por la acera del
mercado de granos; haba un poco de polvo.
En la puerta de la iglesia se haba apostado un viejo soldado con una muleta y
una largusima barba, ms roja que blanca, mejor dicho, roja del todo. Se inclin
hasta el suelo y pregunt a la dama si quera que le limpiase los zapatos. Karen
present tambin su piececito.
Caramba, qu preciosos zapatos de baile! exclam el hombre. Ajustad
bien cuando bailis y con la mano dio un golpe a la suela.
La dama entreg una limosna al soldado y penetr en la iglesia con Karen.
Todos los fieles miraban los zapatos rojos de la nia, y las imgenes tambin; y
cuando ella, arrodillada ante el altar, llev a sus labios el cliz de oro, estaba
pensando en sus zapatos colorados y le pareci como si nadaran en el cliz; y se
olvid de cantar el salmo y de rezar el padrenuestro.
Salieron los fieles de la iglesia, y la seora subi a su coche. Karen levant el
pie para subir a su vez, y el viejo soldado, que estaba junto al carruaje, exclam:
Vaya preciosos zapatos de baile! . Y la nia no pudo resistir la tentacin
de marcar unos pasos de danza; y he aqu que no bien hubo empezado, sus
piernas siguieron bailando por s solas, como si los zapatos hubiesen adquirido
algn poder sobre ellos. Bailando se fue hasta la esquina de la iglesia, sin ser
capaz de evitarlo; el cochero tuvo que correr tras ella y llevarla en brazos al
coche; pero los pies seguan bailando y pisaron fuertemente a la buena anciana.
Por fin la nia se pudo descalzar, y las piernas se quedaron quietas.
Al llegar a casa los zapatos fueron guardados en un armario; pero Karen no
poda resistir la tentacin de contemplarlos.
Enferm la seora, y dijeron que ya no se curara. Hubo que atenderla y
cuidarla, y nadie estaba ms obligado a hacerlo que Karen. Pero en la ciudad
daban un gran baile, y la muchacha haba sido invitada. Mir a la seora, que
estaba enferma de muerte, mir los zapatos rojos, se dijo que no cometa ningn
pecado. Se los calz qu haba en ello de malo? y luego se fue al baile y
se puso a bailar.
Pero cuando quera ir hacia la derecha, los zapatos la llevaban hacia la
izquierda; y si quera dirigirse sala arriba, la obligaban a hacerlo sala abajo; y as
se vio forzada a bajar las escaleras, seguir la calle y salir por la puerta de la
ciudad, danzando sin reposo; y, sin poder detenerse, lleg al oscuro bosque.
Vio brillar una luz entre los rboles y pens que era la luna, pues pareca una
cara; pero result ser el viejo soldado de la barba roja, que hacindole un signo
con la cabeza, le dijo:
Vaya hermosos zapatos de baile!
Se asust la muchacha y trat de quitarse los zapatos para tirarlos; pero estaban
ajustadsimos, y, aun cuando consigui arrancarse las medias, los zapatos no
salieron; estaban soldados a los pies. Y hubo
de seguir bailando por campos y prados, bajo la lluvia y al sol, de noche y de
da. De noche, especialmente, era horrible!

NO ERA BUENA PARA NADA!


El alcalde estaba de pie ante la ventana abierta; luca camisa de puos
planchados y un alfiler en la pechera, y estaba recin afeitado. Lo haba hecho
con su propia mano, y se haba producido una pequea herida; pero la haba
tapado con un trocito de papel de peridico.
Oye, chaval! grit.
El chaval era el hijo de la lavandera; pasaba por all y se quit respetuosamente
la gorra, cuya visera estaba doblada de modo que pudiese guardarse en el
bolsillo. El nio, pobremente vestido pero con prendas limpias y
cuidadosamente remendadas, se detuvo reverente, cual si se encontrase ante el
Rey en persona.
Eres un buen muchacho dijo el alcalde , y muy bien educado. Tu madre
debe de estar lavando ropa en el ro. Y t irs a llevarle eso que traes en el
bolsillo, no? Mal asunto, ese de tu madre. Cunto le llevas?
Medio cuartillo contest el nio a media voz, en tono asustado.
Y esta maana se bebi otro tanto? prosigui el hombre.
No, fue ayer corrigi el pequeo.
Dos cuartos hacen un medio. No vale para nada. Es triste la condicin de esa
gente. Dile a tu madre que debiera avergonzarse. Y t procura no ser un
borracho, aunque mucho me temo que tambin lo sers. Pobre chiquillo! Anda,
vete.
El nio sigui su camino, guardando la gorra en la mano, por lo que el viento le
agitaba el rubio cabello y se lo levantaba en largos mechones. Torci al llegar al
extremo de la calle, y por un callejn baj al ro, donde su madre, de pies en el
agua junto a la banqueta, golpeaba la pesada ropa con la pala. El agua bajaba en
impetuosa corriente pues haban abierto las esclusas del molino,
arrastrando las sbanas con tanta fuerza, que amenazaba llevarse banqueta y
todo. A duras penas poda contenerla la mujer.
Por poco se me lleva a m y todo! dijo . Gracias a que has venido, pues
necesito reforzarme un poquitn. El agua est fra, y llevo ya seis horas aqu.
Me traes algo?
El muchacho sac la botella, y su madre, aplicndosela a la boca, bebi un
trago.
Ah, qu bien sienta! Qu calorcito da! Es lo mismo que tomar un plato de
comida caliente, y sale ms barato. Bebe, pequeo! Ests plido, debes de tener
fro con estas ropas tan delgadas; estamos ya en otoo. Uf, qu fra est el agua!
Con tal que no caiga yo enferma! Pero no ser. Dame otro trago, y bebe t
tambin, pero un sorbito solamente; no debes acostumbrarte, pobre hijito mo.
Y subi a la pasarela sobre la que estaba el pequeo y pas a la orilla; el agua le
manaba de la estera de junco que, para protegerse, llevaba atada alrededor del
cuerpo, y le goteaba tambin de la falda.
Trabajo tanto, que la sangre casi me sale por las uas; pero no importa, con
tal que pueda criarte bien y hacer de ti un hombre honrado, hijo mo.
En aquel momento se acerc otra mujer de ms edad, pobre tambin, a juzgar
por su porte y sus ropas. Cojeaba de una pierna, y una enorme grea postiza le
colgaba encima de un ojo, con objeto de taparlo, pero slo consegua hacer ms
visible que era tuerta. Era amiga de la lavandera, y los vecinos la llamaban la
coja del rizo.
Pobre, cmo te fatigas, metida en esta agua tan fra! Necesitas tomar algo
para entrar en calor; y an te reprochan que bebas unas gotas! . Y le cont el
discurso que el alcalde haba dirigido a su hijo. La coja lo haba odo, indignada
de que al nio se le hablase as de su madre, censurndola por los traguitos que
tomaba, cuando l se daba grandes banquetazos en el que el vino se iba por
botellas enteras.
Sirven vinos finos y fuertes dijo , y muchos beben ms de lo que la sed
les pide. Pero a eso no lo llaman beber. Ellos son gente de condicin, y t no
vales para nada.
Conque esto te dijo, hijo mo! balbuce la mujer con labios temblorosos
. Que tienes una madre que no vale nada! Tal vez tenga razn, pero no debi
decrselo a la criatura. Con lo que tuve que aguantar, en casa del alcalde!
Serviste en ella, verdad? cuando an vivan sus padres; muchos aos han
pasado desde entonces. Muchas fanegas de sal han consumido, y les habr dado
mucha sed y la coja solt una risa amarga . Hoy se da un gran convite en
casa del alcalde; en realidad debieran haberlo suspendido, pero ya era tarde, y la
comida estaba preparada. Hace una hora lleg una carta notificando que el ms
joven de los hermanos acaba de morir en Copenhague. Lo s por el criado.
Ha muerto! exclam la lavandera, palideciendo.
S respondi la otra . Tan a pecho te lo tomas? Claro, lo conociste,
pues servas en la casa.
Ha muerto! Era el mejor de los hombres. No van a Dios muchos como l
y las lgrimas le rodaban por las mejillas . Dios mo! Me da vueltas la
cabeza. Debe ser que me he bebido la botella, y es demasiado para m. Me
siento tan mal! y se agarr a un vallado para no caerse.
Santo Dios, ests enferma, mujer! dijo la coja . Pero tal vez se te pase.
No, de verdad ests enferma! Lo mejor ser que te acompae a casa.
Pero, y la ropa?
Djala de mi cuenta. Cgete a mi brazo. El pequeo se quedar a guardar la
ropa; luego yo volver a terminar el trabajo; ya quedan pocas piezas.
La lavandera apenas poda sostenerse.
Estuve demasiado tiempo en el agua fra. Desde la madrugada no haba
tomado nada, ni seco ni mojado. Tengo fiebre. Oh, Jess mo, aydame a llegar
a casa! Mi pobre hijito! exclam, prorrumpiendo a llorar.
Al nio se le saltaron tambin las lgrimas, y se qued solo junto a la ropa
mojada. Las dos mujeres se alejaron lentamente, la lavandera con paso inseguro.
Remontaron el callejn, doblaron la esquina y, cuando pasaban por delante de la
casa del alcalde, la enferma se desplom en el suelo. Acudi gente.
La coja entr en la casa a pedir auxilio, y el alcalde y los invitados se asomaron
a la ventana.
Otra vez la lavandera! dijo . Habr bebido ms de la cuenta; no vale
para nada. Lstima por el chiquillo. Yo le tengo simpata al pequeo; pero la
madre no vale nada.
Reanimaron a la mujer y la llevaron a su msera vivienda, donde la acostaron
enseguida.
Su amiga corri a prepararle una taza de cerveza caliente con mantequilla y
azcar; segn ella, no haba medicina como sta. Luego se fue al lavadero,
acab de lavar la ropa, bastante mal por cierto, pero hay que aceptar la buena
voluntad y, sin escurrirla, la guard en el cesto.
Al anochecer se hallaba nuevamente a la cabecera de la enferma. En la cocina de
la alcalda le haban dado unas patatas asadas y una buena lonja de jamn, con
lo que cenaron opparamente el nio y la coja; la enferma se dio por satisfecha
con el olor, y lo encontr muy nutritivo.
Acostse el nio en la misma cama de su madre, atravesado en los pies y
abrigado con una vieja alfombra toda zurcida y remendada con tiras rojas y
azules.
La lavandera se encontraba un tanto mejorada; la cerveza caliente la haba
fortalecido, y el olor de la sabrosa cena le haba hecho bien.
Gracias, buen alma! dijo a la coja . Te lo contar todo cuando el
pequeo duerma. Creo que est ya dormido. Qu hermoso y dulce est con los
ojos cerrados! No sabe lo que sufre su madre. Quiera Dios Nuestro Seor que
no haya de pasar nunca por estos trances! Cuando yo serva en casa del padre
del alcalde, que era Consejero, regres el ms joven de los hijos, que entonces
era estudiante. Yo era joven, alborotada y fogosa pero honrada, eso s que puedo
afirmarlo ante Dios dijo la lavandera . El mozo era alegre y animado, y
muy bien parecido. Hasta la ltima gota de su sangre era honesta y buena. Jams
dio la tierra un hombre mejor. Era hijo de la casa, y yo slo una criada, pero nos
prometimos fidelidad, siempre dentro de la honradez. Un beso no es pecado
cuando dos se quieren de verdad. l lo confes a su madre; para l representaba
a Dios en la Tierra, y la seora era tan inteligente, tan tierna y amorosa. Antes de
marcharse me puso en el dedo su anillo de oro. Cuando hubo partido, la seora
me llam a su cuarto. Me habl con seriedad, y no obstante con dulzura, como
slo el bondadoso Dios hubiera podido hacerlo, y me hizo ver la distancia que
mediaba entre su hijo y yo, en inteligencia y educacin. Ahora l slo ve lo
bonita que eres, pero la hermosura se desvanece. T no has sido educada como
l; no sois iguales en la inteligencia, y ah est el obstculo. Yo respeto a los
pobres prosigui ; ante Dios muchos de ellos ocuparn un lugar superior al
de los ricos, pero aqu en la Tierra no hay que desviarse del camino, si se quiere
avanzar; de otro modo, volcar el coche, y los dos seris vctimas de vuestro
desatino. S que un buen hombre, un artesano, se interesa por ti; es el guantero
Erich. Es viudo, no tiene hijos y se gana bien la vida. Piensa bien en esto. Cada
una de sus palabras fue para m una cuchillada en el corazn, pero la seora
estaba en lo cierto, y esto me oblig a ceder. Le bes la mano llorando amargas
lgrimas, y llor an mucho ms cuando, encerrndome en mi cuarto, me ech
sobre la cama. Fue una noche dolorosa; slo Dios sabe lo que sufr y luch. Al
siguiente domingo acud a la Sagrada Misa a pedir a Dios paz y luz para mi
corazn. Y como si l lo hubiera dispuesto, al salir de la iglesia me encontr con
Erich, el guantero. Yo no dudaba ya; ramos de la misma clase y condicin, y l
gozaba incluso de una posicin desahogada. Por eso fui a su encuentro y
cogindole la mano, le dije: Piensas todava en m?. S, y mis pensamientos
sern siempre para ti sola, me respondi. Ests dispuesto a casarte con una
muchacha que te estima y respeta, aunque no te ame? Pero quizs el amor venga
ms tarde. Vendr!, dijo l, y nos dimos las manos. Me volv yo a la casa de
mi seora; llevaba pendiente del cuello, sobre el corazn, el anillo de oro que
me haba dado su hijo; de da no poda ponrmelo en el dedo, pero lo hice a la
noche al acostarme, besndolo tan fuertemente que la sangre me sali de los
labios. Despus lo entregu a la seora, comunicndole que la prxima semana
el guantero pedirla mi mano. La seora me estrech entre sus brazos y me bes;
no dijo que no vala para nada, aunque reconozco que entonces yo era mejor que
ahora; pero saba tan poco del mundo y de sus infortunios! Nos casamos por la
Candelaria, y el primer ao lo pasamos bien; tuvimos un criado y una criada; t
serviste entonces en casa.
Oh, y qu buen ama fuiste entonces para m! exclam la coja . Nunca
olvidar lo bondadosos que fuisteis t y tu marido. Eran buenos tiempos
aquellos... No tuvimos hijos por entonces. Al estudiante, no volv a verlo jams.
O, mejor dicho, s, lo vi una vez, pero no l a m. Vino al entierro de su madre.
Lo vi junto a su tumba, blanco como yeso y muy triste, pero era por su madre.
Cuando, ms adelante, su padre muri, l estaba en el extranjero; no vino ni ha
vuelto jams a su ciudad natal. Nunca se cas, lo s de cierto. Era abogado. De
m no se acordaba ya, y si me hubiese visto, difcilmente me habra reconocido.
Me he vuelto tan fea! Y es as como debe ser.
Luego le cont los das difciles de prueba, en que se sucedieron las desgracias.
Posean quinientos florines, y en la calle haba una casa en venta por doscientos,
pero slo sera rentable derribndola y construyendo una nueva. La compraron,
y el presupuesto de los albailes y carpinteros elevse a mil veinte florines.
Erich tena crdito; le prestaron el dinero en Copenhague, pero el barco que lo
traa naufrag, perdindose aquella suma en el naufragio.
Fue entonces cuando naci este hijo mo, que ahora duerme aqu. A su padre
le acometi una grave y larga enfermedad; durante nueve meses, tuve yo que
vestirlo y desnudarlo. Las cosas marchaban cada vez peor; aumentaban las
deudas, perdimos lo que nos quedaba, y mi marido muri. Yo me he matado
trabajando, he luchado y sufrido por este hijo, he fregado escaleras y lavado
ropa, basta o fina, pero Dios ha querido que llevase esta cruz. l me redimir y
cuidar del pequeo.
Y se qued dormida.
A la maana sintise ms fuerte; pens que podra reanudar el trabajo. Estaba de
nuevo con los pies en el agua fra, cuando de repente le cogi un desmayo.
Alarg convulsivamente la mano, dio un paso hacia la orilla y cay, quedando
con la cabeza en la orilla y los pies en el agua. La corriente se llev los zuecos
que calzaba con un manojo de paja en cada uno. All la encontr la coja del rizo
cuando fue a traerle un poco de caf.
Entretanto, el alcalde le haba enviado recado a su casa para que acudiese a verlo
cuanto antes, pues tena algo que comunicarle. Pero lleg demasiado tarde. Fue
un barbero para sangrarla, pero la mujer haba muerto.
Se ha matado de una borrachera! dijo el alcalde.
La carta que daba cuenta del fallecimiento del hermano contena tambin copia
del testamento, en el cual se legaban seiscientos florines a la viuda del guantero,
que en otro tiempo sirviera en la casa de sus padres. Aquel dinero debera
pagarse, contante y sonante, a la legataria o a su hijo.
Algo hubo entre ellos dijo el alcalde . Menos mal que se ha marchado;
toda la cantidad ser para el hijo; lo confiar a personas honradas, para que
hagan de l un artesano bueno y capaz.
Dios dio su bendicin a aquellas palabras.
El alcalde llam al nio a su presencia, le prometi cuidar de l, y le dijo que era
mejor que su madre hubiese muerto, pues no vala para nada.
Condujeron el cuerpo al cementerio, al cementerio de los pobres; la coja plant
un pequeo rosal sobre la tumba, mientras el muchachito permaneca de pie a su
lado.
Madre ma! dijo, deshecho en lgrimas . Es verdad que no vala para
nada?
Oh, s, vala! exclam la vieja, levantando los ojos al cielo.
Hace muchos aos que yo lo saba, pero especialmente desde la noche
ltima. Te digo que s vala, y que lo mismo dir Dios en el cielo. No importa
que el mundo siga afirmando que no vala para nada!.

PEGAOJOS
En todo el mundo no hay quien sepa tantos cuentos como Pegaojos. Seor, los
que sabe!
Al anochecer, cuando los nios estn an sentados a la mesa o en su escabel,
viene un duende llamado Pegaojos; sube la escalera quedito, quedito, pues va
descalzo, slo en calcetines; abre las puertas sin hacer ruido y, chitn!, vierte en
los ojos de los pequeuelos leche dulce, con cuidado, con cuidado, pero siempre
bastante para que no puedan tener los ojos abiertos y, por tanto, verlo. Se desliza
por detrs, les sopla levemente en la nuca y los hace quedar dormidos. Pero no
les duele, pues Pegaojos es amigo de los nios; slo quiere que se estn
quietecitos, y para ello lo mejor es aguardar a que estn acostados. Deben
estarse quietos y callados, para que l pueda contarles sus cuentos.
Cuando ya los nios estn dormidos, Pegaojos se sienta en la cama. Va bien
vestido; lleva un traje de seda, pero es imposible decir de qu color, pues tiene
destellos verdes, rojos y azules, segn como se vuelva. Y lleva dos paraguas,
uno debajo de cada brazo.
Uno de estos paraguas est bordado con bellas imgenes, y lo abre sobre los
nios buenos; entonces ellos durante toda la noche suean los cuentos ms
deliciosos; el otro no tiene estampas, y lo despliega sobre los nios traviesos, los
cuales se duermen como marmotas y por la maana se despiertan sin haber
tenido ningn sueo.
Ahora veremos cmo Pegaojos visit, todas las noches de una semana, a un
muchachito que se llamaba Federico, para contarle sus cuentos. Son siete, pues
siete son los das de la semana.
Lunes

* Atiende dijo Pegaojos, cuando ya Federico estuvo acostado, vers cmo


arreglo todo esto.
Y todas las flores de las macetas se convirtieron en altos rboles, que
extendieron las largas ramas por debajo del techo y por las paredes, de modo
que toda la habitacin pareca una maravillosa glorieta de follaje; las ramas
estaban cuajadas de flores, y cada flor era ms bella que una rosa y exhalaba un
aroma delicioso; y si te daba por comerla, saba ms dulce que mermelada.
Haba frutas que relucan como oro, y no faltaban pasteles llenos de pasas. Un
espectculo inolvidable! Pero al mismo tiempo salan unas lamentaciones
terribles del cajn de la mesa, que guardaba los libros escolares de Federico.
Qu pasa ah? inquiri Pegaojos, y, dirigindose a la mesa, abri el cajn.
Algo se agitaba en la pizarra, rascando y chirriando: era una cifra equivocada
que se haba deslizado en la operacin de aritmtica, y todo andaba revuelto, que
no pareca sino que la pizarra iba a hacerse pedazos. El pizarrn todo era saltar y
brincar atado a la cinta, como si fuese un perrillo ansioso de corregir la falta;
mas no lo lograba. Pero lo peor era el cuaderno de escritura. Qu de lamentos y
quejas! Partan el alma. De arriba abajo, en cada pgina, se sucedan las letras
maysculas, cada una con una minscula al lado; servan de modelo, y a
continuacin venan unos garabatos que pretendan parecrseles y eran obra de
Federico; estaban como cadas sobre las lneas que deban servirles para tenerse
en pie.
Mirad, os tenis que poner as deca la muestra. Veis? As, inclinadas,
con un trazo vigoroso.
Ay! qu ms quisiramos nosotras! gimoteaban las letras de Federico.
Pero no podemos; somos tan raquticas!
Entonces os voy a dar un poco de aceite de hgado de bacalao dijo
Pegaojos.
Oh, no! exclamaron las letras, y se enderezaron que era un primor. Pues
ahora no hay cuento dijo el duende. Ejercicio es lo que conviene a esas
mocosuelas. Un, dos, un, dos! . Y sigui ejercitando a las letras, hasta que
estuvieron esbeltas y perfectas como la propia muestra. Mas por la maana,
cuando Pegaojos se hubo marchado, Federico las mir y vio que seguan tan
raquticas como la vspera.

Martes

No bien estuvo Federico en la cama, Pegaojos, con su jeringa encarnada, roci


los muebles de la habitacin, y enseguida se pusieron a charlar todos a la vez,
cada uno hablando de s mismo. Slo callaba la escupidera, que, muda en su
rincn se indignaba al ver la vanidad de los otros, que no saban pensar ni hablar
ms que de sus propias personas, sin ninguna consideracin a ella, que se estaba
tan modesta en su esquina, dejando que todo el mundo le escupiera.
Encima de la cmoda colgaba un gran cuadro en un marco dorado; representaba
un paisaje, y en l se vean viejos y corpulentos rboles, y flores entre la hierba,
y un gran ro que flua por el bosque, pasando ante muchos castillos para
verterse, finalmente, en el mar encrespado.
Pegaojos toc el cuadro con su jeringa mgica, y los pjaros empezaron a
cantar; las ramas, a moverse, y las nubes, a desfilar, segn poda verse por las
sombras que proyectaban sobre el paisaje.
Entonces Pegaojos levant a Federico hasta el nivel del marco y lo puso de pie
sobre el cuadro, entre la alta hierba; y el sol le llegaba por entre el ramaje de los
rboles. Ech a correr hacia el ro y subi a una barquita; estaba pintada de
blanco y encarnado, la vela brillaba como plata, y seis cisnes, todos con coronas
de oro en torno al cuello y una radiante estrella azul en la cabeza, arrastraban la
embarcacin a lo largo de la verde selva; los rboles hablaban de bandidos y
brujas, y las flores, de los lindos silfos enanos y de lo que les haban contado las
mariposas.
Peces magnficos, de escamas de oro y plata, nadaban junto al bote, saltando de
vez en cuando fuera del agua con un fuerte chapoteo, mientras innmeras aves
rojas y azules, grandes y chicas, lo seguan volando en largas filas, y los
mosquitos danzaban, y los abejorros no paraban de zumbar: Bum, bum!.
Todos queran seguir a Federico, y todos tenan una historia que contarle.
Vaya excursioncita! Tan pronto el bosque era espeso y oscuro, como se abra
en un maravilloso jardn, baado de sol y cuajado de flores. Haba vastos
palacios de cristal y mrmol con princesas en sus terrazas, y todas eran nias a
quienes Federico conoca y con las cuales haba jugado. Todas le alargaban la
mano y le ofrecan pastelillos de mazapn, mucho mejores que los que venda la
mujer de los pasteles. Federico agarraba el dulce por un extremo, pero la
princesa no lo soltaba del otro, y as, al avanzar la barquita se quedaban cada
uno con una parte: ella, la ms pequea; Federico, la mayor. Y en cada palacio
haba prncipes de centinela que, sables al hombro, repartan pasas y soldaditos
de plomo.
Bien se vea que eran prncipes de veras!
El barquito navegaba ora por entre el bosque, ora a travs de espaciosos salones
o por el centro de una ciudad; y pas tambin por la ciudad de su nodriza, la que
lo haba llevado en brazos cuando l era muy pequen y lo haba querido tanto;
y he aqu que la buena mujer le hizo seas con la cabeza y le cant aquella
bonita cancin que haba compuesto y enviado a Federico:
Cunto te recuerdo, mi nio querido,
Mi dulce Federico, jams te olvido!
Bes mil veces tu boquita sonriente,
Tus prpados suaves y tu blanca frente.
O de tus labios la palabra primera
Y hube de separarme de tu vera.
Bendgate Dios en toda ocasin,
ngel que llev contra mi corazn!
Y todas las avecillas le hacan coro, y las flores bailaban sobre sus peciolos, y
los viejos rboles inclinaban, complacidos, las copas, como si tambin a ellos les
contase historias Pegaojos.

PULGARCITA
rase una mujer que anhelaba tener un nio, pero no saba dnde irlo a buscar.
Al fin se decidi a acudir a una vieja bruja y le dijo:
Me gustara mucho tener un nio; dime cmo lo he de hacer.
S, ser muy fcil respondi la bruja. Ah tienes un grano de cebada; no
es como la que crece en el campo del labriego, ni la que comen los pollos.
Plntalo en una maceta y vers maravillas.
Muchas gracias dijo la mujer; dio doce sueldos a la vieja y se volvi a
casa; sembr el grano de cebada, y brot enseguida una flor grande y
esplndida, parecida a un tulipn, slo que tena los ptalos apretadamente
cerrados, cual si fuese todava un capullo.
Qu flor tan bonita! exclam la mujer, y bes aquellos ptalos rojos y
amarillos; y en el mismo momento en que los tocaron sus labios, abrise la flor
con un chasquido. Era en efecto, un tulipn, a juzgar por su aspecto, pero en el
centro del cliz, sentada sobre los verdes estambres, vease una nia
pequesima, linda y gentil, no ms larga que un dedo pulgar; por eso la
llamaron Pulgarcita.
Le dio por cuna una preciosa cscara de nuez, muy bien barnizada; azules
hojuelas de violeta fueron su colchn, y un ptalo de rosa, el cubrecama. All
dorma de noche, y de da jugaba sobre la mesa, en la cual la mujer haba puesto
un plato ceido con una gran corona de flores, cuyos peciolos estaban
sumergidos en agua; una hoja de tulipn flotaba a modo de barquilla, en la que
Pulgarcita poda navegar de un borde al otro del plato, usando como remos dos
blancas crines de caballo. Era una maravilla. Y saba cantar, adems, con voz
tan dulce y delicada como jams se haya odo.
Una noche, mientras la pequeuela dorma en su camita, presentse un sapo, que
salt por un cristal roto de la ventana. Era feo, gordote y viscoso; y vino a saltar
sobre la mesa donde Pulgarcita dorma bajo su rojo ptalo de rosa.
Sera una bonita mujer para mi hijo!, dijose el sapo, y, cargando con la
cscara de nuez en que dorma la nia, salt al jardn por el mismo cristal roto.
Cruzaba el jardn un arroyo, ancho y de orillas pantanosas; un verdadero
cenagal, y all viva el sapo con su hijo. Uf!, y qu feo y asqueroso era el
bicho! igual que su padre! Croak, croak, brekkerekekex! , fue todo lo que
supo decir cuando vio a la niita en la cscara de nuez.
Habla ms quedo, no vayas a despertarla le advirti el viejo sapo. An
se nos podra escapar, pues es ligera como un plumn de cisne. La pondremos
sobre un ptalo de nenfar en medio del arroyo; all estar como en una isla,
ligera y menudita como es, y no podr huir mientras nosotros arreglamos la sala
que ha de ser vuestra habitacin debajo del cenagal.
Crecan en medio del ro muchos nenfares, de anchas hojas verdes, que
parecan nadar en la superficie del agua; el ms grande de todos era tambin el
ms alejado, y ste eligi el viejo sapo para depositar encima la cscara de nuez
con Pulgarcita.
Cuando se hizo de da despert la pequea, y al ver donde se encontraba
prorrumpi a llorar amargamente, pues por todas partes el agua rodeaba la gran
hoja verde y no haba modo de ganar tierra firme.
Mientras tanto, el viejo sapo, all en el fondo del pantano, arreglaba su
habitacin con juncos y flores amarillas; haba que adornarla muy bien para la
nuera. Cuando hubo terminado nad con su feo hijo hacia la hoja en que se
hallaba Pulgarcita. Queran trasladar su lindo lecho a la cmara nupcial, antes de
que la novia entrara en ella. El viejo sapo, inclinndose profundamente en el
agua, dijo:
Aqu te presento a mi hijo; ser tu marido, y viviris muy felices en el
cenagal.
Coax, coax, brekkerekekex! fue todo lo que supo aadir el hijo. Cogieron
la graciosa camita y echaron a nadar con ella; Pulgarcita se qued sola en la
hoja, llorando, pues no poda avenirse a vivir con aquel repugnante sapo ni a
aceptar por marido a su hijo, tan feo.
Los pececillos que nadaban por all haban visto al sapo y odo sus palabras, y
asomaban las cabezas, llenos de curiosidad por conocer a la pequea. Al verla
tan hermosa, les dio lstima y les doli que hubiese de vivir entre el lodo, en
compaa del horrible sapo. Haba que impedirlo a toda costal Se reunieron
todos en el agua, alrededor del verde tallo que sostena la hoja, lo cortaron con
los dientes y la hoja sali flotando ro abajo, llevndose a Pulgarcita fuera del
alcance del sapo.
En su barquilla, Pulgarcita pas por delante de muchas ciudades, y los pajaritos,
al verla desde sus zarzas, cantaban: Qu nia ms preciosa!. Y la hoja segua
su rumbo sin detenerse, y as sali Pulgarcita de las fronteras del pas.
Una bonita mariposa blanca, que andaba revoloteando por aquellos contornos,
vino a pararse sobre la hoja, pues le haba gustado Pulgarcita. sta se senta
ahora muy contenta, libre ya del sapo; por otra parte, era tan bello el paisaje! El
sol enviaba sus rayos al ro, cuyas aguas refulgan como oro pursimo. La nia
se desat el cinturn, at un extremo en torno a la mariposa y el otro a la hoja; y
as la barquilla avanzaba mucho ms rpida.
Ms he aqu que pas volando un gran abejorro, y, al verla, rode con sus garras
su esbelto cuerpecito y fue a depositarlo en un rbol, mientras la hoja de nenfar
segua flotando a merced de la corriente, remolcada por la mariposa, que no
poda soltarse.

Qu susto el de la pobre Pulgarcita, cuando el abejorro se la llev volando hacia


el rbol! Lo que ms la apenaba era la linda mariposa blanca atada al ptalo,
pues si no lograba soltarse morira de hambre. Al abejorro, en cambio, le tena
aquello sin cuidado. Posse con su carga en la hoja ms grande y verde del
rbol, regal a la nia con el dulce nctar de las flores y le dijo que era muy
bonita, aunque en nada se pareca a un abejorro. Ms tarde llegaron los dems
compaeros que habitaban en el rbol; todos queran verla. Y la estuvieron
contemplando, y las damitas abejorras exclamaron, arrugando las antenas.

SOPA DE PALILLO DE
MORCILLA
1. Sopa de palillo de morcilla
* Vaya comida la de ayer! comentaba una vieja dama de la familia ratonil
dirigindose a otra que no haba participado en el banquete . Yo ocup el
puesto vigsimoprimero empezando a contar por el anciano rey de los
ratones, lo cual no es poco honor. En cuanto a los platos, puedo asegurarte que
el men fue estupendo. Pan enmohecido, corteza de tocino, vela de sebo y
morcilla; y luego repetimos de todo.
Fue como si comiramos dos veces. Todo el mundo estaba de buen humor, y se
contaron muchos chistes y ocurrencias, como se hace en las familias bien
avenidas. No qued ni pizca de nada, aparte los palillos de las morcillas, y por
eso dieron tema a la conversacin. Imagnate que hubo quien afirm que poda
prepararse sopa con un palillo de morcilla. Desde luego que todos conocamos
esta sopa de odas, como tambin la de guijarros, pero nadie la haba probado, y
mucho menos preparado. Se pronunci un brindis muy ingenioso en honor de su
inventor, diciendo que mereca ser el rey de los pobres. Verdad que es una
buena ocurrencia? El viejo rey se levant y prometi elevar al rango de esposa y
reina a la doncella del mundo ratonil que mejor supiese condimentar la sopa en
cuestin. El plazo qued sealado para dentro de un ao.
No estara mal! opin la otra rata . Pero, cmo se prepara la sopa?
Eso es, cmo se prepara? preguntaron todas las damas ratoniles, viejas y
jvenes. Todas habran querido ser reinas, pero ninguna se senta con nimos de
afrontar las penalidades de un viaje al extranjero para aprender la receta, y, sin
embargo, era imprescindible. Abandonar a su familia y los escondrijos
familiares no est al alcance de cualquiera. En el extranjero no todos los das se
encuentra corteza de queso y de tocino; uno se expone a pasar hambre, sin
hablar del peligro de que se te meriende un gato.
Estas ideas fueron seguramente las que disuadieron a la mayora de partir en
busca de la receta. Slo cuatro ratitas jvenes y alegres, pero de casa humilde, se
decidieron a emprender el viaje.
Iran a los cuatro extremos del mundo, a probar quin tena mejor suerte. Cada
una se procur un palillo de morcilla, para no olvidarse del objeto de su
expedicin; sera su bculo de caminante.
Iniciaron el viaje el primero de mayo, y regresaron en la misma fecha del ao
siguiente. Pero slo volvieron tres; de la cuarta nada se saba, no haba dado
noticias de s, y haba llegado ya el da de la prueba.
No puede haber dicha completa! dijo el rey de los ratones; y dio orden de
que se invitase a todos los que residan a muchas millas a la redonda. Como
lugar de reunin se fij la cocina. Las tres ratitas expedicionarias se situaron en
grupo aparte; para la cuarta, ausente, se dispuso un palillo de morcilla envuelto
en crespn negro. Nadie deba expresar su opinin hasta que las tres hubiesen
hablado y el Rey dispuesto lo que proceda.
Vamos a ver lo que ocurri.

2. De lo que haba visto y aprendido la primera ratita en el curso de su viaje

Cuando sal por esos mundos de Dios dijo la viajera iba creda, como
tantas de mi edad, que llevaba en m toda la ciencia del universo. Qu ilusin!
Hace falta un buen ao, y algn da de propina, para aprender todo lo que es
menester. Yo me fui al mar y embarqu en un buque que puso rumbo Norte. Me
haban dicho que en el mar conviene que el cocinero sepa cmo salir de apuros;
pero no es cosa fcil, cuando todo est atiborrado de hojas de tocino, toneladas
de cecina y harina enmohecida. Se vive a cuerpo de rey, pero de preparar la
famosa sopa ni hablar. Navegamos durante muchos das y noches; a veces el
barco se balanceaba peligrosamente, v otras las olas saltaban sobre la borda y
nos calaban hasta los huesos. Cuando al fin llegamos a puerto, abandon el
buque; estbamos muy al Norte.
Produce una rara sensacin eso de marcharse de los escondrijos donde hemos
nacido, embarcar en un buque que viene a ser como un nuevo escondrijo, y
luego, de repente, hallarte a centenares de millas y en un pas desconocido.
Haba all bosques impenetrables de pinos y abedules, que despedan un olor
intenso, desagradable para mis narices. De las hierbas silvestres se desprenda
un aroma tan fuerte, que haca estornudar y pensar en morcillas, quieras que no.
Haba grandes lagos, cuyas aguas parecan clarsimas miradas desde la orilla,
pero que vistas desde cierta distancia eran negras como tinta. Blancos cisnes
nadaban en ellos; al principio los tom por espuma, tal era la suavidad con que
se movan en la superficie; pero despus los vi volar y andar; slo entonces me
di cuenta de lo que eran. Por cierto que cuando andan no pueden negar su
parentesco con los gansos. Yo me junt a los de mi especie, los ratones de
bosque y de campo, que, por lo dems, son de una ignorancia espantosa,
especialmente en lo que a economa domstica se refiere; y, sin embargo, ste
era el objeto de mi viaje. El que fuera posible hacer sopa con palillos de morcilla
result para ellos una idea tan inaudita, que la noticia se esparci por el bosque
como un reguero de plvora; pero todos coincidieron en que el problema no
tena solucin. Jams hubiera yo pensado que precisamente all, y aquella misma
noche, tuviese que ser iniciada en la preparacin del plato. Era el solsticio de
verano; por eso, decan, el bosque exhalaba aquel olor tan intenso, y eran tan
aromticas las hierbas, los lagos tan lmpidos, y, no obstante, tan oscuros, con
los blancos cisnes en su superficie. A la orilla del bosque, entre tres o cuatro
casas, haban clavado una percha tan alta como un mstil, y de su cima colgaban
guirnaldas y cintas: era el rbol de mayo. Muchachas y mozos bailaban a su
alrededor, y rivalizaban en quin cantara mejor al son del violn del msico. La
fiesta dur toda la noche, desde la puesta del sol, a la luz de la Luna llena, tan
intensa casi como la luz del da, pero yo no tom parte. De qu le vendra a un
ratoncito participar en un baile en el bosque? Permanec muy quietecita en el
blando musgo, sosteniendo muy prieto mi palillo. La luna iluminaba
principalmente un lugar en el que creca un rbol recubierto de musgo, tan fino,
que me atrevo a sostener que rivalizaba con la piel de nuestro rey, slo que era
verde, para recreo de los ojos.
De pronto llegaron, a paso de marcha, unos lindsimos y diminutos personajes,
que apenas pasaban de mi rodilla; parecan seres humanos, pero mejor
proporcionados. Llambanse elfos y llevaban vestidos primorosos,
confeccionados con ptalos de flores, con adornos de alas de moscas y
mosquitos, todos de muy buen ver. Pareca como si anduviesen buscando algo,
no saba yo qu, hasta que algunos se me acercaron. El ms distinguido seal
hacia mi palillo y dijo:
Uno as es lo que necesitamos! Qu bien tallado! Es esplndido!, y
contemplaba mi palillo con verdadero arrobo.
Os lo prestar, pero tenis que devolvrmelo, les dije.
Te lo devolveremos!, respondieron a la una; lo cogieron y saltando y
brincando, se dirigieron al lugar donde el musgo era ms fino, y clavaron el
palillo en el suelo. Queran tambin tener su rbol de mayo, y aqul resultaba
como hecho a medida. Lo limpiaron y acicalaron; pareca nuevo!.
Unas araitas tendieron a su alrededor hilos de oro y lo adornaron con ondeantes
velos y banderitas, tan sutilmente tejidos y de tal inmaculada blancura a los
rayos lunares, que me dolan los ojos al mirarlos. Tomaron colores de las alas de
la mariposa, y los espolvorearon sobre las telaraas, que quedaron cubiertas
como de flores y diamantes maravillosos, tanto, que yo no reconoca ya mi
palillo de morcilla. En todo el mundo no se habr visto un rbol de mayo como
aqul. Y slo entonces se present la verdadera sociedad de los elfos; iban
completamente desnudos, y aquello era lo mejor de todo. Me invitaron a asistir a
la fiesta, aunque desde cierta distancia, porque yo era demasiado grandota.
Empez la msica. Era como si sonasen millares de campanitas de cristal, con
sonido lleno y fuerte; cre que eran cisnes los que cantaban, y parecime
distinguir tambin las voces del cuclillo y del tordo. Finalmente, fue como si el
bosque entero se sumase al concierto; era un conjunto de voces infantiles,
sonido de campanas y canto de pjaros. Cantaban melodas bellsimas, y todos
aquellos sones salan del rbol de mayo de los elfos. Era un verdadero concierto
de campanillas y, sin embargo, all no haba nada ms que mi palillo de
morcilla. Nunca hubiera credo que pudiesen encerrarse en l tantas cosas; pero
todo depende de las manos a que va uno a parar. Me emocion de veras; llor de
pura alegra, como slo un ratoncillo es capaz de llorar.
La noche result demasiado corta, pero all arriba, y en este tiempo, el sol
madruga mucho. Al alba se levant una ligera brisa; rizse la superficie del agua
de los lagos, y todos los delicados y ondeantes velos y banderas volaron por los
aires. Las balanceantes glorietas de tela de araa, los puentes colgantes y
balaustradas, o como quiera que se llamen, tendidos de hoja a hoja, quedaron
reducidos a la nada. Seis ellos volvieron a traerme el palillo y me preguntaron si
tena yo algn deseo que pudieran satisfacer. Entonces les ped que me
explicasen la manera de preparar la sopa de palillo de morcilla.
Ya habrs visto cmo hacemos las cosas dijo el ms distinguido, rindose
. A que apenas reconocas tu palillo?.
La verdad es que sois muy listos!, respond, y a continuacin les expliqu,
sin ms prembulos, el objeto de mi viaje y lo que en mi tierra esperaban de l.
Qu saldrn ganando el rey de los ratones y todo nuestro poderoso imperio
dije con que yo haya presenciado estas maravillas? No podr reproducirlas
sacudiendo el palillo y decir: Ved, ah est la maderita, ahora vendr la sopa. Y
aunque pudiera, sera un espectculo bueno para la sobremesa, cuando la gente
est ya harta.
Entonces el elfo introdujo sus minsculos dedos en el cliz de una morada
violeta y me dijo:
Fjate; froto tu varita mgica. Cuando ests de vuelta a tu pas y en el palacio
de tu rey, toca con la vara el pecho clido del Rey. Brotarn violetas y se
enroscarn a lo largo de todo el palo, aunque sea en lo ms riguroso del
invierno. As tendrs en tu pas un recuerdo nuestro y an algo ms por
aadidura.
Pero antes de dar cuenta de lo que era aquel algo ms, la ratita toc con el
palillo el pecho del Rey, y, efectivamente, brot un esplndido ramillete de
flores, tan deliciosamente olorosas, que el Soberano orden a los ratones que
estaban ms cerca del fuego, que metiesen en l sus rabos para provocar cierto
olor a chamusquina, pues el de las violetas resultaba irresistible. No era ste
precisamente el perfume preferido de la especie ratonil.
Pero, qu hay de ese algo ms que mencionaste? pregunt el rey de los
ratones.
Ahora viene lo que pudiramos llamar el efecto principal respondi la
ratita y haciendo girar el palillo, desaparecieron todas las flores y qued la
varilla desnuda, que entonces se empez a mover a guisa de batuta.
Las violetas son para el olfato, la vista y el tacto dijo el elfo ; pero
tendremos que darte tambin algo para el odo y el gusto.
Y la ratita se puso a marcar el comps, y empez a orse una msica, pero no
como la que haba sonado en la fiesta de los elfos del bosque, sino como la que
se suele or en las cocinas. Uf, qu barullo! Y todo vino de repente; era como si
el viento silbara por las chimeneas; cocan cazos y pucheros, la badila aporreaba
los calderos de latn, y de pronto todo qued en silencio. Oyse el canto del
puchero cuando hierve, tan extrao, que uno no saba si iba a cesar o si slo
empezaba. Y herva la olla pequea, y herva la grande, ninguna se preocupaba
de la otra, como si cada cual estuviese distrada con sus pensamientos. La ratita
segua agitando la batuta con fuerza creciente, las ollas espumeaban,
borboteaban, rebosaban, bufaba el viento, silbaba chimenea. Seor, la cosa se
puso tan terrible, que la propia ratita perdi el palo!
Vaya receta complicada! exclam el rey . Tardar mucho en estar
preparada la sopa?
Eso fue todo respondi la ratita con una reverencia.
Todo? En este caso, oigamos lo que tiene que decirnos la segunda dijo el
rey.

3. De lo que cont la otra ratita

Nac en la biblioteca del castillo comenz la segunda ratita . Ni yo ni


otros varios miembros de mi familia tuvimos jams la suerte de entrar en un
comedor, y no digamos ya en una despensa. Slo al partir, y hoy nuevamente, he
visto una cocina. En la biblioteca pasbamos hambre, y eso muy a menudo, pero
en cambio adquirimos no pocos conocimientos. Llegnos el rumor de la
recompensa ofrecida por la preparacin de una sopa de palillos de morcilla, y
ante la noticia, mi vieja abuela sac un manuscrito. No es que supiera leer, pero
haba odo a alguien leerlo en voz alta, y le haba chocado esta observacin:
Cuando se es poeta, se sabe preparar sopa con palillos de morcilla. Me
pregunt si yo era poetisa; djele yo que ni por asomo, y entonces ella me
aconsej que procurase llegar a serlo. Me inform de lo que haca falta para ello,
pues descubrirlo por mis propios medios se me antojaba tan difcil como guisar
la sopa. Pero mi abuela haba asistido a muchas conferencias, y enseguida me
respondi que se necesitaban tres condiciones: inteligencia, fantasa y
sentimiento. Si logras hacerte con estas tres cosas aadi sers poetisa y
saldrs adelante con tu palillo de morcilla. As, me lanc por esos mundos
hacia Poniente, para llegar a ser poetisa.
La inteligencia, bien lo saba, es lo principal para todas las cosas: las otras dos
condiciones no gozan de tanto prestigio; por eso fui, ante todo, en busca de ella.
Pero, dnde habita? Ve a las hormigas y sers sabio; as dijo un da un gran rey
de los judos. Lo saba tambin por la biblioteca, y ya no descans hasta que
hube encontrado un gran nido de hormigas. Me puse al acecho, dispuesta a
adquirir la sabidura.

Tia dolor de muelas


Qu de dnde hemos sacado esta historia? Quieres saberlo?
Pues la hemos sacado del barril que contiene el papel viejo.
Ms de un libro bueno y raro ha ido a parar a la mantequera y a la abacera, no
precisamente para ser ledo, sino como articulo utilitario. Lo emplean para liar
cucuruchos de almidn y caf o para envolver arenques, mantequilla y queso.
Las hojas escritas son tambin tiles.
Y a menudo ocurre que va a parar al cubo lo que no debiera.
Conozco a un dependiente de una verdulera, hijo de un mantequero; ascendi
de la bodega a la planta baja; es hombre muy ledo, con cultura de bolsas de
abacera, tanto impresas como manuscritas. Posee una interesante coleccin, de
la que forman parte notables documentos extrados de la papelera de tal o cual
funcionario demasiado ocupado y distrado; cartas confidenciales de un amigo a
la amiga; comunicaciones escandalosas que no debieran circular ni ser
comentadas por nadie. Es una especie de estacin de salvamento para una parte
no despreciable de la literatura, y su campo de accin es muy amplio, pues
dispone de la tienda de sus padres y de la del dueo, donde ha salvado ms de
un libro, u hojas de l, que bien merecan ser ledas y reledas.
Me ense su coleccin de cosas impresas y manuscritas sacadas del cubo, la
mayora de ellas de la mantequera. Haba all varias hojas de un cuaderno
relativamente abultado, del que me llam la atencin el carcter de letra, muy
cuidado y claro.
Lo escribi un estudiante me dijo. Un estudiante que viva enfrente y
que muri hace un mes. Padeca mucho de dolor de muelas, por lo que aqu se
ve. Es muy divertida su lectura! Esto es slo una pequea parte de lo que
escribi, pues haba todo un libro y an algo ms. Por l, mis padres dieron a la
patrona del estudiante media libra de jabn verde. Esto es todo lo que pude
salvar.
Se lo ped prestado, lo le y ahora voy a contarlo. El ttulo era:
Ta Dolor de Muelas
De nio, mi ta me regalaba golosinas. Mis dientes resistieron, sin estropearse.
Ahora soy mayor, soy ya estudiante, y ella sigue regalndome con dulces; soy
poeta, dice.
Cierto que hay algo de poeta en m, pero no lo bastante. A menudo, yendo por
las calles de la ciudad, me parece como si anduviese por el interior de una gran
biblioteca; las casas son las estanteras de los libros, y cada piso es un anaquel.
Aqu hay una historia cotidiana, all una buena comedia u obras cientficas de
todas las ramas, acull literatura, buena o de pacotilla. Y puedo fantasear y
filosofar sobre todos esos libros.
Hay algo de poeta en m, pero no lo bastante. Muchas personas tienen de ello
tanto como yo, y, sin embargo, no ostentan ningn escudo ni collar con el ttulo
de poeta.
Para ellos y para m es un don de Dios, una gracia concedida, bastante para uno
mismo, pero demasiado pequea para que merezca ser comunicada a los dems.
Viene como un rayo de sol, llena el alma y el pensamiento; viene como aroma
de flores, como una meloda que uno conoce sin acertar a recordar de dnde
procede.
Una noche, hace poco, en mi habitacin, senta ganas de leer, pero no tena
ningn libro; y he aqu que de pronto cay del tilo una hoja verde y tierna. Un
soplo de aire la introdujo en mi cuarto.
Contempl sus numerosas y ramificadas nervaduras; por su superficie se mova
un gusanillo, como interesado en estudiar la hoja a conciencia. Aquello me hizo
pensar en la ciencia humana. Tambin nosotros nos arrastramos sobre la
superficie de una hoja, no conocemos otra cosa, y en seguida nos sentimos con
nimos para pronunciar una conferencia acerca del rbol entero, con su raz,
tronco y copa, el gran rbol: Dios, el mundo y la inmortalidad. Y, sin embargo,
de todo ello no conocemos sino una hoja.
Mientras estaba as ocupado, recib la visita de ta Mille. Le ense la hoja con
el gusano, le comuniqu mis pensamientos y vi que sus ojos brillaban.
Eres un poeta! exclam. Quizs el ms grande que tenemos! Qu
contenta bajara a la tumba, si yo pudiera verlo! Desde el entierro del cervecero
Rasmussen, me has estado asombrando con tu poderosa imaginacin.
As dijo ta Mille, y me bes.
Quin era ta Mille y quin el cervecero Rasmussen?
Cuando ramos nios, llambamos ta a la que lo era de nuestra madre; no la
conocamos por otro nombre.
Nos regalaba confituras y azcar, a pesar del peligro que suponan para nuestros
dientes; pero, como ella deca, los pequeos eran su debilidad. Habra sido cruel
privarlos de aquel poquitn de golosinas que tanto les gustaban.
Por eso queramos tanto a nuestra ta.
Era una vieja solterona. Siempre la conoc vieja. Se haba plantado en una
misma edad.
Haba sufrido mucho de dolor de muelas, y hablaba constantemente de ello; por
eso su amigo el cervecero Rasmussen, hombre muy chistoso, la llamaba Ta
Dolor de Muelas.
ste hacia varios aos que haba dejado el negocio, para vivir de sus rentas;
frecuentaba la casa de la ta y era ms viejo que ella. No le quedaba ni un diente,
aparte dos o tres negros raigones.
De joven haba comido mucho azcar, nos deca; por eso se vea de aquel modo.
Por lo visto, ta nunca debi de haber comido azcar de pequea, pues tena
unos dientes magnficos y blanqusimos.
Los cuidaba bien, por otra parte; nunca se iba a dormir con ellos, deca el
cervecero Rasmussen.
Los nios saban que aquello era pura malicia, pero ta afirmaba que lo deca sin
mala intencin.
Una maana, a la hora del desayuno, cont un sueo desagradable que haba
tenido por la noche: que se le haba cado un diente.
Esto significa dijo que perder un buen amigo o una buena amiga.
Si el diente era postizo observ el cervecero con una sonrisa burlona, tal
vez sea un falso amigo.
Es usted un viejo grosero! replic ta, enfadada como nunca la he visto.
Posteriormente dijo que haba sido una broma de su viejo amigo, quien, a su
juicio, era el hombre ms noble de la Tierra, y que cuando muriese sera un
angelito de Dios en el cielo.
Aquella presunta transformacin me dio mucho que pensar. Podra reconocerlo
bajo su nueva figura?
De joven haba pretendido a mi ta. Ella se lo pens demasiado tiempo,
permaneci indecisa y se qued soltera, pero siempre fue para l una fiel amiga.
Luego muri el cervecero Rasmussen.
Lo llevaron a la tumba en el coche fnebre ms caro, y hubo nutrido
acompaamiento; incluso personajes condecorados y en uniforme.
Ta presenci la comitiva desde la ventana, vestida de luto, rodeada de todos
nosotros, sin que faltase mi hermanito menor, trado por la cigea una semana
antes.
Cuando hubieron desfilado la carroza fnebre y el squito, y la calle qued
desierta, ta quiso marcharse, pero yo me opuse; aguardaba al ngel, el cervecero
Rasmussen. Estara convertido en un angelillo alado y no poda dejar de
aparecrsenos.
Ta! dije, no crees que va a venir? O que cuando la cigea nos traiga
otro hermanito ser el cervecero Rasmussen?
Ta qued anonadada ante mi fantasa, y exclam: Este nio ser un gran
poeta!. Y lo estuvo repitiendo durante todos mis aos escolares aun despus de
mi confirmacin y cuando era ya estudiante.
Fue y sigue siendo para m la amiga que ms simpatiza con el dolor potico y el
dolor de muelas. Yo sufro accesos de uno y otro.
Anota todos tus pensamientos deca y gurdalos en el cajn de la mesa;
as lo haca JeanPaul. Lleg a ser un gran poeta, del cual recuerdo muy poca
cosa, lo confieso; no es bastante interesante. T debes ser interesante. Y lo
sers!
La noche que sigui a aquella conversacin me la pas dominado por el anhelo
y el tormento, el afn y la ilusin de ser el gran poeta que mi ta vea y adivinaba
en m. Pero existe un dolor peor que aqul: el dolor de muelas. ste me
atormentaba; me convirti en un gusano que me retorca entre vejigatorios y
cataplasmas.
Yo s lo que es eso! deca la ta; y su boca dibujaba una triste sonrisa.
Cmo brillaban sus dientes!
Pero debo empezar un nuevo captulo de la historia de mi ta.

Llevaba un mes en una nueva casa. Un da hablaba de ello con mi ta.


Es una familia muy tranquila. No se preocupan de m ni cuando llamo tres
veces. Enfrente hay un barullo infernal, con los ruidos del viento y de la gente.
Vivo exactamente encima del portal; cada coche que entra o sale hace mover los
cuadros de las paredes. Tiembla toda la casa, como en un terremoto. Desde la
cama siento la vibracin en todo el cuerpo, pero supongo que esto fortifica los
nervios. Cada vez que hay tormenta y cuidado que aqu son frecuentes!,
los ganchos de las ventanas oscilan y golpean contra las paredes. A cada rfaga
suena la campanilla de la puerta del patio vecino.
Nuestros inquilinos regresan a casa a gotas, ya anochecido o muy avanzada la
noche. El que reside encima de mi cuarto, que durante el da da lecciones de
trombn, es el que vuelve ms tarde y antes de acostarse se da un paseto por la
habitacin, con paso recio y botas claveteadas.
No hay doble ventana, y s en cambio un cristal roto, sobre el cual la patrona ha
pegado un papel. El viento sopla por la raja, con notas comparables a las del
zumbido del tbano. Es mi cancin de cuna. Y si llego a dormirme, no tarda en
despertarme el canto del gallo. Los pollos y gallinas del gallinero del tendero del
stano me anuncian que pronto ser da. Los caballitos que, a falta de establo,
estn atados en el cuartucho de debajo la escalera, no paran de cocear contra la
puerta y el panel para desentumecerse.
En cuanto alborea, el portero, que duerme con su familia en la buhardilla, baja
las escaleras con gran ruido: matraquean sus abarcas, sus portazos hacen temblar
la casa, y una vez pasado el temporal el inquilino de arriba empieza con su
gimnasia, levantando con cada mano una bola de hierro que no puede sostener,
por lo que se le cae una vez y otra, mientras la chiquillera de la casa, que debe
ir a la escuela, se precipita por las escaleras saltando y gritando. Yo me voy a la
ventana, la abro para que entre aire puro, y me doy por satisfecho cuando puedo
obtenerlo, cosa que slo sucede cuando la solterona del piso trasero no est
lavando guantes con agua de leja, pues tal es su oficio. Aparte esto, es una casa
estupenda, y la familia es muy tranquila.
ste fue el relato que hice a mi ta acerca de mi pensin. Claro que le di algo
ms de vivacidad, pues la exposicin oral tiene siempre acentos ms vivos y
amenos que la escrita.
Eres un poeta! exclam mi ta. Pon esta descripcin por escrito, eres tan
bueno como Dickens. Y mucho ms interesante! Pintas, cuando hablas.
Describes tu casa tan bien, que me parece verla. Me entran escalofros! No te
quedes ah: ponle algo vivo, personas, personas que conmuevan, de preferencia
desgraciados.
Y, efectivamente, traslad al papel la descripcin de la casa tal como era,
ruidosa y alborotada, pero slo conmigo en ella, sin accin. sta vendr
despus.

Tiene que haber diferencias


Era el mes de mayo. Soplaba an un viento fresco, pero la primavera haba
llegado; as lo proclamaban las plantas y los rboles, el campo y el prado. Era
una orga de flores, que se esparcan hasta por debajo de los verdes setos; y
justamente all la primavera llevaba a cabo su obra, manifestndose desde un
diminuto manzano del que haba brotado una nica ramita, pero fresca y lozana,
y cuajada toda ella de yemas color de rosa a punto de abrirse. Bien saba la
ramita lo hermosa que era, pues eso est en la hoja como en la sangre; por eso
no se sorprendi cuando un coche magnfico se detuvo en el camino frente a
ella, y la joven condesa que lo ocupaba dijo que aquella rama de manzano era lo
ms encantador que pudiera soarse; era la primavera misma en su
manifestacin ms delicada. Y quebraron la rama, que la damita cogi con la
mano y resguard bajo su sombrilla de seda. Continuaron luego hacia palacio,
aquel palacio de altos salones y esplndidos aposentos; sutiles cortinas blancas
aleteaban en las abiertas ventanas, y maravillosas flores lucan en jarros opalinos
y transparentes; en uno de ellos habrase dicho fabricado de nieve recin
cada colocaron la ramita del manzano entre otras de haya, tiernas y de un
verde claro. Daba alegra mirarla.
A la ramita se le subieron los humos a la cabeza; es tan humano eso!. Pasaron
por las habitaciones gentes de toda clase, y cada uno, segn su posicin y
categora, permitise manifestar su admiracin. Unos permanecan callados,
otros hablaban demasiado, y la rama del manzano pudo darse cuenta de que
tambin entre los humanos existen diferencias, exactamente lo mismo que entre
las plantas. Algunas estn slo para adorno, otras sirven para la alimentacin, e
incluso las hay completamente superfluas, pens la ramita; y como sea que la
haban colocado delante de una ventana abierta, desde su sitio poda ver el jardn
y el campo, lo que le daba oportunidad para contemplar una multitud de flores y
plantas y efectuar observaciones a su respecto. Ricas y pobres aparecan
mezcladas; y, an se vean, algunas en verdad insignificantes.
Pobres hierbas descastadas! exclam la rama del manzano. La verdad
es que existe una diferencia. Qu desgraciadas deben de sentirse, suponiendo
que esas criaturas sean capaces de sentir como nosotras. Naturalmente, es
forzoso que haya diferencias; de lo contrario todas seramos iguales.
Nuestra rama consider con cierta compasin una especie de flores que crecan
en nmero incontable en campos y ribazos. Nadie las coga para hacerse un
ramo, pues eran demasiado ordinarias. Hasta entre los adoquines crecan: como
el ltimo de los hierbajos, asomaban por doquier, y para colmo tenan un
nombre de lo mas vulgar: diente de len.
Pobre planta despreciada! exclam la rama del manzano. T no tienes
la culpa de ser como eres, tan ordinaria, ni de que te hayan puesto un nombre tan
feo. Pero con las plantas ocurre lo que con los hombres: tiene que haber
diferencias.
Diferencias! replic el rayo de sol, mientras besaba al mismo tiempo la
florida rama del manzano y los mseros dientes de len que crecan en el campo;
y tambin los hermanos del rayo de sol prodigaron sus besos a todas las flores,
pobres y ricas.
Nuestra ramita no haba pensado nunca sobre el infinito amor de Dios por su
mundo terrenal, y por todo cuanto en l se mueve y vive; nunca haba
reflexionado sobre lo mucho de bueno y de bello que puede haber en l
oculto, pero no olvidado . Pero, acaso no es esto tambin humano?
El rayo de sol, el mensajero de la luz, lo saba mejor. No ves bastante lejos,
ni bastante claro. Cul es esa planta tan menospreciada que as compadeces?
El diente de len contest la rama. Nadie hace ramilletes con ella; todo
el mundo la pisotea; hay demasiados. Y cuando dispara sus semillas, salen
volando en minsculos copos como de blanca lana y se pegan a los vestidos de
los viandantes. Es una mala hierba, he ah lo que es. Pero hasta de eso ha de
haber. Cunta gratitud siento yo por no ser como l!
De pronto lleg al campo un tropel de chiquillos; el menor de todos era an tan
pequeo, que otros tenan que llevarlo en brazos. Y cuando lo hubieron sentado
en la hierba en medio de todas aquellas flores amarillas, se puso a gritar de
alegra, a agitar las regordetas piernecillas y a revolcarse por la hierba, cogiendo
con sus manitas los dorados dientes de len y besndolos en su dulce inocencia.
Mientras tanto los mayores rompan las cabecitas floridas, separndolas de los
tallos huecos y doblando stos en anillo para fabricar con ellos cadenas, que se
colgaron del cuello, de los hombros o en torno a la cintura; se los pusieron
tambin en la cabeza, alrededor de las muecas y los tobillos qu
preciosidad de cadenas y grilletes verdes! . Pero los mayores recogan
cuidadosamente las flores encerradas en la semilla, aquella ligera y vaporosa
esfera de lana, aquella pequea obra de arte que parece una nubecilla blanca
hecha de copitos minsculos. Se la ponan ante la boca, y de un soplo tenan que
deshacerla enteramente. Quien lo consiguiera tendra vestidos nuevos antes de
terminar el ao lo haba dicho abuelita.
Y de este modo la despreciada flor se converta en profeta.
Ves? preguntle el rayo de sol a la rama de manzano. Ves ahora su
belleza y su virtud?
S, para los nios! replic la rama.
En esto lleg al campo una ancianita, y, con un viejo y romo cuchillo de cocina,
se puso a excavar para sacar la raz de la planta. Quera emplear parte de las
races para una infusin de caf; el resto pensaba llevrselas al boticario para
sacar unos cntimos.
Pero la belleza es algo mucho ms elevado exclam la rama del
manzano. A su reino van slo los elegidos. Existe una diferencia entre las
plantas, de igual modo como la hay entre las personas.
Entonces el rayo de sol le habl del infinito amor de Dios por todas sus
criaturas, amor que abraza con igual ternura a todo ser viviente; y le habl
tambin de la divina justicia, que lo distribuye todo por igual en tiempo y
eternidad.
S, eso cree usted! respondi la rama.
En eso entr gente en el saln, y con ella la condesita que tan lindamente haba
colocado la rama florida en el transparente jarrn, sobre el que caa el fulgurante
rayo de sol. Traa una flor, o lo que fuese, cuidadosamente envuelta en tres o
cuatro grandes hojas, que la rodeaban como un cucurucho, para que ni un hlito
de aire pudiese darle y perjudicarla: y la llevaba con un cuidado tan amoroso!
Mucho mayor del que jams se haba prestado a la ramita del manzano. La
sacaron con gran precaucin de las hojas que la envolvan y apareci... la
pequea esferita de blancos copos, la semilla del despreciado diente de len!
Esto era lo que la condesa con tanto cuidado haba cogido de la tierra y trado
para que ni una de las sutilsimas flechas de pluma que forman su vaporosa
bolita fuese llevada por el viento. La sostena en la mano, entera e intacta; y
admiraba su hermosa forma, aquella estructura area y difana, aquella
construccin tan original, aquella belleza que en un momento disipara el viento.
Daba lstima pensar que pudiera desaparecer aquella hermosa realidad.
Fijaos que maravillosamente hermosa la ha creado Dios! dijo. La
pintar junto con la rama del manzano. Todo el mundo, encuentra esta rama
primorosa; pero la pobre florecilla, a su manera, ha sido agraciada por Dios con
no menor hermosura. Qu distintas son, y, sin embargo, las dos son hermanas
en el reino de la belleza!
Y el rayo de sol bes al humilde diente de len, exactamente como besaba a la
florida rama del manzano, cuyos ptalos parecan sonrojarse bajo la caricia.

Una historia
En el jardn florecan todos los manzanos; se haban apresurado a echar flores
antes de tener hojas verdes; todos los patitos estaban en la era, y el gato con
ellos, relamindose el resplandor del sol, relamindoselo de su propia pata. Y si
uno diriga la mirada a los campos, vea lucir el trigo con un verde precioso, y
todo era trinar y piar de mil pajarillos, como si se celebrase una gran fiesta; y de
verdad lo era, pues haba llegado el domingo. Tocaban las campanas, y las
gentes, vestidas con sus mejores prendas, se encaminaban a la iglesia, tan
orondas y satisfechas. S, en todo se reflejaba la alegra; era un da tan tibio y tan
magnfico, que bien poda decirse:
Verdaderamente, Dios Nuestro Seor es de una bondad infinita para con sus
criaturas.
En el interior de la iglesia, el pastor, desde el plpito, hablaba, sin embargo, con
voz muy recia y airada; se lamentaba de que todos los hombres fueran unos
descredos y los amenazaba con el castigo divino, pues cuando los malos
mueren, van al infierno, a quemarse eternamente; y deca adems que su gusano
no morira, ni su fuego se apagara nunca, y que jams encontraran la paz y el
reposo. Daba pavor orlo, y se expresaba, adems, con tanta conviccin...!
Describa a los feligreses el infierno como una cueva apestosa, donde confluye
toda la inmundicia del mundo; all no hay ms aire que el de la llama ardiente
del azufre, ni suelo tampoco: todos se hundiran continuamente, en eterno
silencio. Era horrible or todo aquello, pero el prroco lo deca con toda su alma,
y todos los presentes se sentan sobrecogidos de espanto. Y, sin embargo, all
fuera los pajarillos cantaban tan alegres, y el sol enviaba su calor, y cada
florecilla pareca decir: Dios es infinitamente bueno para todos nosotros. S,
all fuera las cosas eran muy distintas de como las pintaba el prroco.
Al anochecer, a la hora de acostarse, el pastor observ que su esposa permaneca
callada y pensativa.
Qu te pasa? le pregunt.
Me pasa... respondi ella, pues me pasa que no puedo concretar mis
pensamientos, que no comprendo bien lo que dijiste, que haya tantas personas
impas y que han de ser condenadas al fuego eterno. Eterno...! Ay, qu largo es
esto! Yo no soy sino una pobre pecadora, y, sin embargo, no tendra valor para
condenar al fuego eterno ni siquiera al ms perverso de los pecadores. Cmo
podra, pues, hacerlo Dios Nuestro Seor, que es infinitamente bueno y sabe que
el mal viene de fuera y de dentro! No, no puedo creerlo, por ms que t lo digas.
Haba llegado el otoo, y las hojas caan de los rboles; el grave y severo
prroco estaba sentado a la cabecera de una moribunda: un alma creyente y
piadosa iba a cerrar los ojos; era su propia esposa.
...Si alguien merece descanso en la tumba y gracia ante Dios, sa eres t
dijo el pastor. Le cruz las manos sobre el pecho y rez una oracin para la
difunta.
La mujer fue conducida a su sepultura. Dos gruesas lgrimas rodaron por las
mejillas de aquel hombre grave. En la casa parroquial reinaban el silencio y la
soledad: el sol del hogar se haba apagado; ella se haba ido.
Era de noche; un viento fro azot la cabeza del clrigo. Abri los ojos y le
pareci como si la luna brillara en el cuarto, y, sin embargo, no era as. Pero
junto a su cama estaba de pie una figura humana: el espritu de su esposa
difunta, que lo miraba con expresin afligida, como si quisiera decirle algo.
El prroco se incorpor en el lecho y extendi hacia ella los brazos:
Tampoco t gozas del eterno descanso? Es posible que sufras, t, la mejor
y la ms piadosa?
La muerta baj la cabeza en signo afirmativo y se puso la mano en el pecho.
Podra yo procurarte el reposo en la sepultura?
Si lleg a sus odos.
De qu manera?
Dame un cabello, un solo cabello de la cabeza de un pecador cuyo fuego
jams haya de extinguirse, de un pecador a quien Dios haya de condenar a las
penas eternas del infierno.
Oh, ser fcil salvarte, mujer pura y piadosa! exclam l.
Sgueme, pues! contest la muerta. As nos ha sido concedido. Volars
a mi lado all donde quiera llevarte tu pensamiento; invisibles a los hombres,
penetraremos en sus rincones ms secretos, pero debers sealarme con mano
segura al condenado a las penas eternas, y tendrs que haberlo encontrado antes
de que cante el gallo.
En un instante, como llevados por el pensamiento, estuvieron en la gran ciudad,
y en las paredes de las casas vieron escritas en letras de fuego los nombres de
los pecados mortales: orgullo, avaricia, embriaguez, lujuria, en resumen, el iris
de siete colores de las culpas capitales.
S, ah dentro, como ya pensaba y saba dijo el prroco- moran los
destinados al fuego eterno . Y se encontraron frente a un portal
magnficamente iluminado, de anchas escaleras adornadas con alfombras y
flores; y de los bulliciosos salones llegaban los sones de msica de baile. El
portero luca librea de seda y terciopelo y empuaba un bastn con
incrustaciones de plata.
Nuestro baile compite con los del Palacio Real! dijo, dirigindose a la
muchedumbre estacionada en la calle. En su rostro y en su porte entero se
reflejaba un solo pensamiento: Pobre gentuza que miris desde fuera, para m
todos sois canalla despreciable!.
Orgullo! dijo la muerta. Lo ves?
Ese? contest el prroco. Pero se no es ms que un loco, un necio;
cmo ha de ser condenado a las penas eternas?
No ms que un loco! reson por toda la casa del orgullo. Todos en ella lo
eran.
Entraron volando al interior de las cuatro paredes desnudas del avariento.
Esculido como un esqueleto, tiritando de fro, hambriento y sediento, el viejo
se aferraba al dinero con toda su alma. Lo vieron saltar de su msero lecho,
como presa de la fiebre, y apartar una piedra suelta de la pared. All haba
monedas de oro metidas en un viejo calcetn. Lo vieron cmo palpaba su
chaqueta androjosa, donde tena cosidas ms monedas, y sus dedos hmedos
temblaban.
Est enfermo! Es puro desvaro, una triste demencia envuelta en angustia y
pesadillas.
Se alejaron rpidamente, y muy pronto se encontraron en el dormitorio de la
crcel, donde, en una larga hilera de camastros, dorman los reclusos. Uno de
ellos despert, y, como un animal salvaje, lanz un grito horrible, dando con el
codo huesudo en el costado del compaero, el cual, volvindose, exclam medio
dormido:
Cllate la boca, so bruto, y duerme! Todas las noches haces lo mismo!
Todas las noches! repiti el otro ...S, todas las noches se presenta y
lanza alaridos y me atormenta! En un momento de ira hice tal y cual cosa; nac
con malos instintos, y ellos me han llevado aqu por segunda vez; pero obr mal
y sufro mi merecido. Una sola cosa no he confesado. Cuando sal de aqu la
ltima vez, al pasar por delante de la finca de mi antiguo amo, se encendi en m
el odio. Frot un fsforo contra la pared, el fuego prendi en el tejado de paja y
las llamas lo devoraron todo. Me pas el arrebato, como suele ocurrirme, y
ayud a salvar el ganado y los enseres. Ningn ser vivo muri abrasado, excepto
una bandada de palomas que cayeron al fuego, y el perro mastn, en el que no
haba pensado. Se le oa aullar entre las llamas... y sus aullidos siguen
lastimndome los odos cuando me echo a dormir; y cuando ya duermo, viene el
perro, enorme e hirsuto, y se echa sobre m aullando y oprimindome,
atormentndome... Escucha lo que te cuento, pues! T puedes roncar, roncar
toda la noche, mientras yo no puedo dormir un cuarto de hora . Y en un
arrebato de furor, pego a su campanero un puetazo en la cara.
Ese Mads se ha vuelto loco otra vez! gritaron en torno; los dems presos
se lanzaron contra l, y, tras dura lucha, le doblaron el cuerpo hasta meterle la
cabeza entre las piernas, atndolo luego tan reciamente, que la sangre casi le
brotaba de los ojos y de todos los poros.
Vais a matarlo, infeliz! grit el prroco, y al extender su mano protectora
hacia aquel pecador que tanto sufra, cambi bruscamente la escena.
Volaron a travs de ricos salones y de modestos cuartos; la lujuria, la envidia y
todos los dems pecados capitales desfilaron ante ellos; un ngel del divino
tribunal daba lectura a sus culpas y a su defensa; cierto que ello contaba poco
ante Dios, pues Dios lee en los corazones, lo sabe todo, lo malo que viene de
dentro y de fuera; l, que es la misma gracia y el amor mismo. La mano del
pastor temblaba, no se atreva a alargarla para arrancar un cabello de la cabeza
de un pecador. Y las lgrimas manaban de sus ojos como el agua de la gracia y
del amor, que extinguen el fuego eterno del infierno.
En esto cant el gallo.
Dios misericordioso! Concdele paz en la tumba, la paz que yo no pude
darle!
Gozo de ella, ya! exclam la muerta. Lo que me ha hecho venir a ti han
sido tus palabras duras, tu sombra fe en Dios y en sus criaturas. Aprende a
conocer a los hombres! Aun en los malos palpita una parte de Dios, una parte
que apagar y vencer las llamas de infierno.
El sacerdote sinti un beso en sus labios; haba luz a su alrededor: el sol radiante
de Nuestro Seor entraba en la habitacin, donde su esposa, dulce y amorosa,
acababa de despertarlo de un sueo que Dios le haba enviado.
Una hoja de cielo
A gran altura, en el aire lmpido, volaba un ngel que llevaba en la mano una
flor del jardn del Paraso, y al darle un beso, de sus labios cay una minscula
hojita, que, al tocar el suelo, en medio del bosque, arraig en seguida y dio
nacimiento a una nueva planta, entre las muchas que crecan en el lugar.
Qu hierba ms ridcula! dijeron aqullas. Y ninguna quera reconocerla,
ni siquiera los cardos y las ortigas.
Debe de ser una planta de jardn aadieron, con una risa irnica, y
siguieron burlndose de la nueva vecina; pero sta venga crecer y crecer,
dejando atrs a las otras, y venga extender sus ramas en forma de zarcillos a su
alrededor.
Adnde quieres ir? preguntaron los altos cardos, armados de espinas en
todas sus hojas . Dejas las riendas demasiado sueltas, no es ste el lugar
apropiado. No estamos aqu para aguantarte.
Lleg el invierno, y la nieve cubri la planta; pero sta dio a la nvea capa un
brillo esplndido, como si por debajo la atravesara la luz del sol. En primavera
se haba convertido en una planta florida, la ms hermosa del bosque.
Vino entonces el profesor de Botnica; su profesin se adivinaba a la legua.
Examin la planta, la prob, pero no figuraba en su manual; no logr
clasificarla.
Es una especie hbrida dijo . No la conozco. No entra en el sistema.
No entra en el sistema! repitieron los cardos y las ortigas. Los grandes
rboles circundantes miraban la escena sin decir palabra, ni buena ni mala, lo
cual es siempre lo ms prudente cuando se es tonto.
Acercse en esto, bosque a travs, una pobre nia inocente; su corazn era puro,
y su entendimiento, grande, gracias a la fe; toda su herencia ac en la Tierra se
reduca a una vieja Biblia, pero en sus hojas le hablaba la voz de Dios: Cuando
los hombres se propongan causarte algn dao, piensa en la historia de Jos:
pensaron mal en sus corazones, mas Dios lo encamin al bien. Si sufres
injusticia, si eres objeto de burlas y de sospechas, piensa en l, el ms puro, el
mejor, Aqul de quien se mofaron y que, clavado en cruz, rogaba:
Padre, perdnalos, que no saben lo que hacen!".
La muchachita se detuvo delante de la maravillosa planta, cuyas hojas verdes
exhalaban un aroma suave y refrescante, y cuyas flores brillaban a los rayos del
sol como un castillo de fuegos artificiales, resonando adems cada una como si
en ella se ocultase el profundo manantial de las melodas, no agotado en el curso
de milenios. Con piadoso fervor contempl la nia toda aquella magnificencia
de Dios; torci una rama para poder examinar mejor las flores y aspirar su
aroma, y se hizo luz en su mente, al mismo tiempo que senta un gran bienestar
en el corazn. Le habra gustado cortar una flor, pero no se decida a hacerlo,
pues se habra marchitado muy pronto; as, se limit a llevarse una de las verdes
hojas que, una vez en casa, guard en su Biblia, donde se conserv fresca, sin
marchitarse nunca.
Qued oculta entre las hojas de la Biblia; en ella fue colocada debajo de la
cabeza de la muchachita cuando, pocas semanas ms tarde, yaca sta en el
atad, con la sagrada gravedad de la muerte reflejndose en su rostro piadoso,
como si en el polvo terrenal se leyera que su alma se hallaba en aquellos
momentos ante Dios.
Pero en el bosque segua floreciendo la planta maravillosa; era ya casi como un
rbol, y todas las aves migratorias se inclinaban ante ella, especialmente la
golondrina y la cigea.
Esto son artes del extranjero! dijeron los cardos y lampazos . Los que
somos de aqu no sabramos comportarnos de este modo.
Y los negros caracoles de bosque escupieron al rbol.
Vino despus el porquerizo a recoger cardos y zarcillos para quemarlos y
obtener ceniza. El rbol maravilloso fue arrancado de raz y echado al montn
con el resto:
Que sirva para algo tambin dijo, y as fue.
Mas he aqu que desde haca mucho tiempo el rey del pas vena sufriendo de
una hondsima melancola; era activo y trabajador, pero de nada le serva; le
lean obras de profundo sentido filosfico y le lean, asimismo, las ms ligeras
que caba encontrar; todo era intil. En esto lleg un mensaje de uno de los
hombres ms sabios del mundo, al cual se haban dirigido. Su respuesta fue que
exista un remedio para curar y fortalecer al enfermo: En el propio reino del
Monarca crece, en el bosque, una planta de origen celeste; tiene tal y cual
aspecto, es imposible equivocarse. Y segua un dibujo de la planta, muy fcil
de identificar: Es verde en invierno y en verano. Coged cada anochecer una
hoja fresca de ella, y aplicadla a la frente del Rey; sus pensamientos se
iluminarn y tendr un magnfico sueo que le dar fuerzas y aclarar sus ideas
para el da siguiente.
La cosa estaba bien clara, y todos los doctores, y con ellos el profesor de
Botnica, se dirigieron al bosque. S; mas, dnde estaba la planta?
Seguramente ha ido a parar a mi montn dijo el porquero y tiempo ha est
convertida en ceniza; pero, qu saba yo?
Qu sabas t? exclamaron todos . Ignorancia, ignorancia! . Estas
palabras deban llegar al alma de aquel hombre, pues a l y a nadie ms iban
dirigidas.
No hubo modo de dar con una sola hoja; la nica existente yaca en el fretro de
la difunta, pero nadie lo saba.
El Rey en persona, desesperado, se encamin a aquel lugar del bosque.
Aqu estuvo el rbol dijo . Sea ste un lugar sagrado!
Y lo rodearon con una verja de oro y pusieron un centinela. El profesor de
Botnica escribi un tratado sobre la planta celeste, en premio del cual lo
cubrieron de oro, con gran satisfaccin suya; aquel bao de oro le vino bien a l
y a su familia, y fue lo ms agradable de toda la historia, ya que la planta haba
desaparecido, y el Rey sigui preso de su melancola y afliccin.
Pero ya las sufra antes dijo el centinela.

Una rosa de la tumba de Homero


En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruiseor por la rosa; en las
noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a
la fragante reina de las flores.
No lejos de Esmirna, bajo los altos pltanos adonde el mercader gua sus
cargados camellos, que levantan altivos el largo cuello y caminan pesadamente
sobre una tierra sagrada, vi un rosal florido; palomas torcaces revoloteaban entre
las ramas de los corpulentos rboles, y sus alas, al resbalar sobre ellas los
oblicuos rayos del sol, despedan un brillo como de madreperla.
Tena el rosal una flor ms bella que todas las dems, y a ella le cantaba el
ruiseor su cuita amorosa; pero la rosa permaneca callada; ni una gota de roco
se vea en sus ptalos, como una lgrima de compasin; inclinaba la rama sobre
unas grandes piedras, Aqu reposa el ms grande de los cantores dijo la
rosa. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la
tempestad me deshoje. El cantor de la Ilada se torn tierra, en esta tierra de la
que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada
para florecer slo para un pobre ruiseor.
Y el ruiseor sigui cantando hasta morir.
Lleg el camellero, con sus cargados animales y sus negros esclavos; su hijito
encontr el pjaro muerto, y lo enterr en la misma sepultura del gran Homero;
la rosa temblaba al viento. Vino la noche, la flor cerr su cliz y so:
Era un da magnfico, de sol radiante; acercbase un tropel de extranjeros, de
francos, que iban en peregrinacin a la tumba de Homero. Entre ellos iba un
cantor del Norte, de la patria de las nieblas y las auroras boreales. Cogi la rosa,
la comprimi entre las pginas de un libro y se la llev consigo a otra parte del
mundo a su lejana tierra. La rosa se marchit de pena en su estrecha prisin del
libro, hasta que el hombre, ya en su patria, lo abri y exclam: Es una rosa de
la tumba de Homero!.
Tal fue el sueo de la flor, y al despertar tembl al contacto del viento, y una
gota de roco desprendida de sus hojas fue a caer sobre la tumba del cantor.
Sali el sol, y la rosa brill ms que antes; el da era trrido, propio de la
calurosa Asia. Se oyeron pasos, se acercaron extranjeros francos, como aquellos
que la flor viera en sueos, y entre ellos vena un poeta del Norte que cort la
rosa y, dndole un beso, se la llev a la patria de las nieblas y de las auroras
boreales.
Como una momia reposa ahora el cadver de la flor en su Ilada, y, como en un
sueo, lo oye abrir el libro y decir: He aqu una rosa de la tumba de
Homero!.

Vision del baluarte


Es otoo. Estamos en lo alto del baluarte contemplando el mar, surcado por
numerosos barcos, y, a lo lejos, la costa sueca, que se destaca, altiva, a la luz del
sol poniente. A nuestra espalda desciende, abrupto, el bosque, y nos rodean
rboles magnficos, cuyo amarillo follaje va desprendindose de las ramas. Al
fondo hay casas lbregas, con empalizadas, y en el interior, donde el centinela
efecta su montono paseo, todo es angosto y ttrico; pero ms tenebroso es
todava del otro lado de la enrejada crcel, donde se hallan los presidiarios, los
delincuentes peores.
Un rayo del sol poniente entra en la desnuda celda, pues el sol brilla sobre los
buenos y los malos. El preso, hosco y rudo, dirige una mirada de odio al tibio
rayo. Un pajarillo vuela hasta la reja. El pjaro canta para los buenos y los
malos. Su canto es un breve trino, pero el pjaro se queda all, agitando las alas.
Se arranca una pluma y se esponja las del cuello; y el mal hombre encadenado lo
mira. Una expresin ms dulce se dibuja en su hosca cara; un pensamiento que
l mismo no comprende claramente, brota en su pecho; un pensamiento que
tiene algo de comn con el rayo de sol que entra por la reja, y con las violetas
que tan abundantes crecen all fuera en primavera. Luego resuena el cuerno de
los cazadores, meldicos y vigorosos. El pjaro se asusta y se echa a volar,
alejndose de la reja del preso; el rayo de sol desaparece, y vuelve a reinar la
oscuridad en la celda, la oscuridad en el corazn de aquel hombre malo; pero el
sol ha brillado, y el pjaro ha cantado.
Seguid resonando, hermosos toques del cuerno de caza! El atardecer es
apacible, el mar est en calma, terso como un espejo.

LA HABICHUELAS MAGICAS
Periqun viva con su madre, que era viuda, en una cabaa del bosque.
Como con el tiempo fue empeorando la situacin familiar, la madre determin
mandar a Periqun a la ciudad, para que all intentase vender la nica vaca que
posean.
El nio se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se
encontr con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
Son maravillosas explic aquel hombre. Si te gustan,te las dar a cambio
de la
vaca.
As lo hizo Periqun, y volvi muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada
al
ver la necedad del muchacho, cogi las habichuelas y las arroj a la calle.
Despus se
puso a llorar.
Cuando se levant Periqun al da siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las
habichuelas haban crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdan de
vista.
Se puso Periqun a trepar por la planta, y sube que sube, lleg a un pas
desconocido.
Entr en un castillo y vio a un malvado gigante que tena una gallina que pona
un
huevo de oro cada vez que l se lo mandaba.
Esper el nio a que el gigante se
durmiera, y tomando la gallina, escap con ella. Lleg a las ramas de las
habichuelas,
y descolgndose, toc el suelo y entr en la cabaa.
La madre se puso muy contenta. Y as fueron vendiendo los huevos de oro, y
con su
producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se muri y
Periqun
tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigindose al castillo del gigante.
Se escondi tras una cortina y pudo observar como el dueo del castillo iba
contando
monedas de oro que sacaba de un bolsn de cuero.
En cuanto se durmi el gigante, sali Periqun y, recogindo el talego de oro,
echo a
correr hacia la planta gigantesca y baj a su casa. As la viuda y su hijo tuvieron
dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, lleg un da en que el bolsn de cuero del dinero qued
completamente
vaco.
Se cogi Periqun por tercera vez a las
ramas de la planta, y fue escalndolas hasta llegar a la cima.
Entonces vi al ogro guardar en un cajn una cajita que, cada vez que se
levantaba la
tapa, dejaba caer una moneda de oro.
Cuando el gigante sali de la estancia, cogi el nio la cajita prodigiosa y se la
guard.
Desde su escondite vi Periqun que el gigante se tumbaba en un sof, y un arpa,
oh
maravilla!, tocaba sla, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada
msica. El gigante, mientras escuchaba aquella meloda, fue cayendo en el
sueo
poco a poco.
Apenas le vi asi Periqun, cogi el arpa y ech a correr. Pero
el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periqun, empez a gritar:
Eh, seor amo, despierte usted, que me roban!
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle
los
gritos acusadores:
Seor amo, que me roban!
Viendo lo que ocurria, el gigante sali en persecusin de Periqun.
Resonaban a espaldas del nio pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas
empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que
tambin el gigante descenda hacia l.
No haba tiempo que perder, y as que grit Periqun a su madre, que estaba en
casa
preparando la comida:
Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!
Acudi la madre con el hacha, y Periqun, de un certero golpe, cort el tronco de
la trgica habichuela.
Al caer, el gigante se estrell, pagando as sus fechoras, y Periqun y su madre
vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una
moneda de oro.

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