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El nido de jilgueros y otros cuentos
El nido de jilgueros y otros cuentos
El nido de jilgueros y otros cuentos
Libro electrónico56 páginas56 minutos

El nido de jilgueros y otros cuentos

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Abogado, diputado, guerrillero, general, ministro, magistrado y diplomático, Vicente Riva Palacio fue también un polígrafo: poeta, novelista, dramaturgo, periodista, crítico, historiador y autor de cuentos -amenos, irónicos, sencillos- que se presentan en este volumen.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2018
ISBN9786071653512
El nido de jilgueros y otros cuentos
Autor

Vicente Riva Palacio

Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero fue un político, militar, jurista y escritor mexicano, nacido en la Ciudad de México el 16 de octubre de 1832, hijo de Mariano Riva Palacio, abogado defensor de Maximiliano de Habsburgo. A los quince años de edad, en pleno periodo de la invasión norteamericana, formó parte de una guerrilla en contra de los invasores.Más adelante, participó en la publicación de los periódicos La Orquesta, y La Chinaca, opuestos a la perspectiva conservadoraContra la invasión francesaDurante la Segunda Intervención Francesa en México organizó una guerrilla por su propia cuenta para unirse a la lucha con el general Ignacio Zaragoza. Tomó parte en varias acciones militares, entre ellas, la batalla de Barranca Seca y la caída de Puebla. En 1863, siguió a Benito Juárez a San Luis Potosí y fue nombrado gobernador del Estado de México, donde se reagrupó y reúne tropas para realizar las tomas de Tulillo y Zitácuaro.En 1865 fue nombrado gobernador de Michoacán. A la muerte del general José María Arteaga se le confirió el mando de general en jefe del Ejército Republicano del Centro y al término de la campaña republicana en Michoacán, entregó las tropas a su mando al general Nicolás Régules. Logró organizar una nueva brigada, con la que asaltó la ciudad de Toluca y con la que después participa en el sitio de Querétaro.Al mismo tiempo de su actuación militar editó los periódicos El Monarca (1863) y El Pito Real. Compuso los versos del himno burlesco Adiós, mamá Carlota (una paráfrasis de Adiós, oh patria mía, de Ignacio Rodríguez Galván), mismo que cantaran treinta mil chinacos en Querétaro durante el viaje de Maximiliano al fusilamiento.En 1883, fue detenido y llevado a la Prisión Militar de Santiago Tlatelolco por ir en contra del gobierno de Manuel González, "El Manco", en ese entonces presidente de México. En aquella prisión escribió gran parte del segundo tomo, Historia del virreinato (1521-1807) de México a través de los siglos, obra por él coordinada.En 1885, tras la publicación de su libro Los ceros, desaparecieron las aspiraciones presidenciales que tenía, quedó desterrado "honorablemente" por Porfirio Díaz y se le nombró ministro de México en España y Portugal. Murió en Madrid el 22 de noviembre de 1896. Sus restos fueron repatriados en 1936 para ser depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres.

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    El nido de jilgueros y otros cuentos - Vicente Riva Palacio

    fallecimiento.

    El nido de jilgueros

    Eran días negros para España.

    Los carros de la invasión se guarecían a la sombra de los palacios de Carlos V y Felipe II; y cruzaban por las carreteras tropas sombrías de soldados extranjeros, levantando nubes de polvo que se cernían pesadamente, y se alzaban, condensándose, como para formar la lápida de un sepulcro sobre el cadáver de un héroe.

    El extranjero iba dominando por todas partes; su triunfo se celebraba como seguro. El pueblo dormía el sueño de la enfermedad; pero un día el león rugió, sacudiendo la melena, y comenzó la lucha gloriosa. España caminaba sangrando, con su bandera hecha jirones por la metralla de los franceses, por ese doloroso via crucis que debía terminar en el Tabor y no en el Calvario.

    Prodigios de astucia y de valor hacían los guerrilleros, y los días se contaban por los combates y por los triunfos, por los sacrificios y los dolores.

    El ruido de la guerra no había penetrado, sin embargo, hasta la pobre aldea en donde vivía la tía Jacoba con sus tres hijos, Juan, Antonio y Salvador, robustos mocetones y honrados trabajadores.

    La tía Jacoba había tenido otro hijo también, que murió, dejando a la viuda con tres pequeñuelos, sin amparo y sin bienes de fortuna.

    Recogiólos la tía Jacoba, y todos juntos vivían tranquilos, porque la abuela tenía lo suficiente para no necesitar del trabajo personal de las mujeres ni de los niños.

    Pero la tía Jacoba era una mujer de gran corazón y de gran inteligencia, y sin haber concurrido a la escuela, ni haber cultivado el trato de personas instruidas, sabía leer, y leía y procuraba siempre adquirir noticias de los acontecimientos de la guerra y de la marcha que llevaban los negocios públicos, entonces de tanta importancia.

    Y no por dejar de manifestarlo dejaba de estar profundamente triste; pero no quería turbar la tranquilidad de los que la rodeaban, comprendiendo que muchas veces la ignorancia es un elemento de felicidad.

    ***

    Un día los niños cogieron un nido de jilgueros, y con una alegría indescriptible llegaron a la casa, encendidos y sudorosos, cuidando a los pajaritos como una madre puede cuidar a sus hijos; y arrebatándose la palabra y pudiendo apenas seguir el hilo de la relación, contaron a la abuelita, que tomaba el sol a la puerta de la casa, cómo había sido el hallazgo, y las peripecias de la aventura para alcanzar el nido, y con gran admiración agregaban que, por todo el camino, los padres de los pajaritos habían llegado tras ellos hasta la casa, volando de rama en rama y piando lastimosamente.

    —Míralos, abuelita —dijo uno de los chicos, mostrando un bardal cercano, sobre el que se habían posado los jilgueros.

    —Estos pajaritos —dijo la abuela— quieren mucho a sus hijos y no los abandonan; ponedlos en una jaula, en un lugar en donde la madre pueda acercarse, y veréis cómo todos los días vienen a darles de comer.

    Contentísimos los chicos, siguieron el consejo, y ya conocían a la madre, y se retiraban prudentemente, para no espantarla, cada vez que la veían revolotear encima de la casa para traer el alimento a sus polluelos.

    ***

    Se pasaron así más de quince días; los pajaritos estaban perfectamente emplumados, comenzaban a sacudir las alas, como queriendo volar, y ya buscaban con afán un lugar por donde escaparse de la prisión.

    La madre no les abandonaba, y todos los días también lo primero que hacían los niños era ir a visitar la jaula, comentando a su modo los progresos de

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