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Magistrado de la república literaria: Una antología general
Magistrado de la república literaria: Una antología general
Magistrado de la república literaria: Una antología general
Libro electrónico759 páginas8 horas

Magistrado de la república literaria: Una antología general

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Magistrado de la república literaria continúa con la colección Viajes al siglo XIX; una muestra de las más importantes obras de Vicente Riva Palacio, epístolas, cuentos, novelas, poesía y teatro, se acompañan del estudio introductorio de Esther Martínez Luna que enriquece cada uno de los textos. Esta antología, que por primera vez reúne poesía, narrativa y correspondencia de un escritor prolijo y de escritura versátil, ejemplifica la calidad de su producción.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2016
ISBN9786071644268
Magistrado de la república literaria: Una antología general
Autor

Vicente Riva Palacio

Vicente Florencio Carlos Riva Palacio Guerrero fue un político, militar, jurista y escritor mexicano, nacido en la Ciudad de México el 16 de octubre de 1832, hijo de Mariano Riva Palacio, abogado defensor de Maximiliano de Habsburgo. A los quince años de edad, en pleno periodo de la invasión norteamericana, formó parte de una guerrilla en contra de los invasores.Más adelante, participó en la publicación de los periódicos La Orquesta, y La Chinaca, opuestos a la perspectiva conservadoraContra la invasión francesaDurante la Segunda Intervención Francesa en México organizó una guerrilla por su propia cuenta para unirse a la lucha con el general Ignacio Zaragoza. Tomó parte en varias acciones militares, entre ellas, la batalla de Barranca Seca y la caída de Puebla. En 1863, siguió a Benito Juárez a San Luis Potosí y fue nombrado gobernador del Estado de México, donde se reagrupó y reúne tropas para realizar las tomas de Tulillo y Zitácuaro.En 1865 fue nombrado gobernador de Michoacán. A la muerte del general José María Arteaga se le confirió el mando de general en jefe del Ejército Republicano del Centro y al término de la campaña republicana en Michoacán, entregó las tropas a su mando al general Nicolás Régules. Logró organizar una nueva brigada, con la que asaltó la ciudad de Toluca y con la que después participa en el sitio de Querétaro.Al mismo tiempo de su actuación militar editó los periódicos El Monarca (1863) y El Pito Real. Compuso los versos del himno burlesco Adiós, mamá Carlota (una paráfrasis de Adiós, oh patria mía, de Ignacio Rodríguez Galván), mismo que cantaran treinta mil chinacos en Querétaro durante el viaje de Maximiliano al fusilamiento.En 1883, fue detenido y llevado a la Prisión Militar de Santiago Tlatelolco por ir en contra del gobierno de Manuel González, "El Manco", en ese entonces presidente de México. En aquella prisión escribió gran parte del segundo tomo, Historia del virreinato (1521-1807) de México a través de los siglos, obra por él coordinada.En 1885, tras la publicación de su libro Los ceros, desaparecieron las aspiraciones presidenciales que tenía, quedó desterrado "honorablemente" por Porfirio Díaz y se le nombró ministro de México en España y Portugal. Murió en Madrid el 22 de noviembre de 1896. Sus restos fueron repatriados en 1936 para ser depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres.

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    Magistrado de la república literaria - Vicente Riva Palacio

    nombres

    ESTUDIO PRELIMINAR

    VICENTE RIVA PALACIO:

    EL POLÍTICO QUE QUISO SER ESCRITOR

    ESTHER MARTÍNEZ LUNA

    Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM

    Riva Palacio profesa hábitos de verdadero republicano. Es en sus maneras sencillo, afable, cortés y abierto: accesible a todo el mundo, sabe hacerse a todos simpático. Nació para ser el magistrado de una democracia, en el sentido genuino de la palabra.

    MANUEL SÁNCHEZ MÁRMOL

    PERFIL DEL HOMBRE PÚBLICO, MAGISTRADO DE LA REPÚBLICA LITERARIA

    Entre los escritores mexicanos del siglo XIX, Vicente Florencio Carlos Riva Palacio y Guerrero ha merecido una gran atención por parte de estudiosos educados en diversas disciplinas. Su temperamento y la época que le tocó vivir le permitieron desarrollarse en áreas tanto del ámbito político como literario, ya que fue un destacado general, novelista, dramaturgo, periodista, político y ministro. A este retrato, de por sí interesante, habría que agregar que Vicente Riva Palacio provenía de un complejo familiar digno de resaltarse, pues nuestro general fue nada más y nada menos que nieto de Vicente Guerrero, uno de los héroes nacionales que contribuyeron a la consumación de la Independencia; asimismo, su padre fue Mariano Riva Palacio, un político liberal destacado que ocupó importantes cargos públicos, desde diputado hasta gobernador del Estado de México (por tres ocasiones), pasando por el Ministerio de Hacienda. En consecuencia, nuestro personaje se moverá con naturalidad en los círculos más influyentes de la sociedad mexicana, recogiendo los privilegios que le correspondían no sólo por su mérito personal, sino por su condición familiar. Don Mariano se casó con Dolores Guerrero, procrearon seis hijos: cinco hombres y una mujer, Vicente fue el primogénito. Así lo expresó don Mariano en su testamento:

    Declaro que en diciembre de mil ochocientos y uno contraje matrimonio según el orden de nuestra Santa Madre Iglesia con la señora Dolores Guerrero y que durante el tiempo que permanecimos casados tuvimos seis hijos a saber: don Vicente, don Carlos, doña Javiera, don José María, don Manuel y don Antonino. De éstos murieron mi hija Javiera en junio de mil ochocientos sesenta y cuatro y mi hijo José María en agosto de mil ochocientos sesenta y nueve y viven los otros cuatro siendo todos mayores de edad. También falleció mi señora en febrero de mil ochocientos cincuenta y cuatro.¹

    Los estudios de Vicente se iniciaron en la pequeña escuela de los hermanos Sierra, Isidro y José Ignacio, donde también se dice que aprendió música. Contamos con el testimonio de que José Ignacio Sierra pidió al padre de Vicente que les prestara un piano para enseñar el do re mi a su vástago, además de solicitarle con frecuencia emolumentos para poder llevar a cabo adecuadamente sus labores docentes. El aprendizaje de la lengua francesa no fue ajeno para el niño Vicente, ya que desde la edad de 6 años se dedicó a tomar lecciones bajo la tutela de los hermanos Richardet. Del mismo modo, la enseñanza de la religión y la buena moral del niño estuvo guiada bajo los tradicionales preceptos del catecismo del padre Ripalda.

    La presencia clerical por esos años aún era evidentemente dominante, por ello son dignas de transcribir las palabras de Riva Palacio publicadas en el periódico La República del 14 de febrero de 1882, en las cuales el autor nos recuerda de manera graciosa cómo los sacerdotes influían entre los niños para repetir ciertos comportamientos que acentuaban los rasgos de una educación autoritaria, por decir lo menos: "El niño tenía que salir de mal corazón, porque víctima siempre de la tiranía, el premio de su laboriosidad era ser elegido para verdugo. Siempre el más aplicado ministraba el recetado castigo, ya con la palmeta en las blandas manos de sus compañeros, ya con la disciplina sobre las desnudas posaderas del que no acertaba a sacar una cuenta".²

    Vicente tenía 13 años cuando ingresó en el Colegio de San Gregorio para continuar una educación formal. Su aprendizaje se centrará en el estudio de la gramática y la filosofía, materias exigidas de acuerdo con los planes de estudio de la época, todavía trazados sobre la base de una matriz cultural de raíz escolástica, aun cuando ya se abrían paso las primeras orientaciones científicas. Recordemos que por esos años de formación educativa para nuestro escritor, Santa Anna fue desterrado de nuestro país y dio inicio la guerra con Estados Unidos, cuya consecuencia más palpable fue la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio. Así, en estos años convulsos, Riva Palacio concluirá su paso por el Colegio de San Gregorio con notas de excelencia por parte de todos sus profesores. Al ser testigo de estos cruentos sucesos, años más tarde Riva Palacio tomará la pluma para dar una visión de estos hechos comprometida con el pensamiento liberal.

    Al hablar de su formación escolar, podemos agregar que asistió a cursos en el Instituto Literario de Toluca, donde, por esa época, sobresalía como estrella rutilante Ignacio Ramírez, uno de los renovadores más radicales de la enseñanza de disciplinas que hoy constituyen las humanidades. Puesto que Riva Palacio provenía de una familia que consideraba la educación formal como una prioridad en la vida de un individuo, se le brindaron todas las facilidades para seguir el camino de la abogacía. El descendiente de un político y un litigante notable no tenía otra opción que seguir los pasos del padre y continuar con el prestigio adunado a la familia. Debido a que en 1850 enferma, será sólo hasta 1851 cuando Vicente retomará sus estudios de manera sistemática.³

    Por otro lado, un acontecimiento que es digno de destacarse dentro de la educación sentimental de nuestro escritor, es cuando conoce a la mujer que sería su futura esposa, hija de una familia notable de la sociedad mexicana cuyos integrantes, por cierto, merecen continuas referencias por parte de Guillermo Prieto, el autobiógrafo, en virtud del peso que ejercían en la vida económica y comercial de México. Según testimonios contenidos en un número importante de poemas y en más de una carta de la correspondencia entre Vicente Riva Palacio y Josefina Bros,⁴ la vida afectiva de este joven habría de cambiar el 20 de abril de 1853, cuando conoce a la hija de la familia Bros, Josefinita.

    Adoradísima Josefinita, mi primero, mi solo, mi eterno amor, ángel mío […] Anoche, mi bien, creía tener el gusto de verte en Las Cadenas, alma de mi alma, pero nada, nada. Josefinita, ¿cuándo te llevarán para que tengamos el inmenso placer de hablar de nuestro amor en el mismo lugar en que se oyeron nuestros primeros juramentos, en la felicísima noche del 20 de abril de 1853?

    La enamorada de Vicente era hija de Blas Bros y Carmen Villaseñor, familia acaudalada y distinguida del siglo XIX mexicano. Cuando Vicente Riva Palacio comienza su relación amorosa y epistolar tiene apenas 21 años, es un estudiante sobresaliente de leyes que está a punto de graduarse en el Nacional Colegio de Abogados, pero que ya lleva bajo el brazo un portafolios repleto de inquietudes políticas y literarias. Josefina Bros, por su parte, es una guapa adolescente que está cerca de cumplir los 15 años. El enlace matrimonial sellará, como era común en estos casos durante el siglo XIX, una alianza estratégica entre las familias de los jóvenes enamorados.

    En noviembre de 1854, Vicente concluirá sus estudios y el licenciado José María Rodríguez Villanueva, secretario del Ilustre y Nacional Colegio de Abogados, extenderá el certificado que lo acredita para ejercer dicha profesión; ese mismo año, para desgracia de nuestro escritor, morirá su madre.

    Como es comprensible, dado su ámbito social y familiar, se puede decir que a partir de 1855 la carrera de Vicente rápidamente irá en ascenso. Se casará con la distinguida señorita Bros, al tiempo que se desempeñará como regidor y secretario del Ayuntamiento de la ciudad de México.

    Por otro lado, en nuestro país la vida política y social sigue tan álgida que llega a tener consecuencias graves para la vida del joven político. Recordemos que por estos años, Antonio López de Santa Anna fue derrocado del poder debido al éxito de la rebelión de Ayutla, que condujo al partido liberal a la primera magistratura de la nación y a emprender un ambicioso programa de reformas políticas y sociales inscritas en la tradición del liberalismo mexicano que, con altibajos, cruza todo el siglo XIX. Benito Juárez decreta la llamada ley que lleva su apellido y que defiende la igualdad del ciudadano mediante la limitación enérgica de la jurisdicción de los tribunales especiales. Miguel Lerdo de Tejada escribe y promueve la ley que reconocemos bajo la invocación de su apellido y que como recordamos consistió en desamortizar los bienes inmuebles que las corporaciones de toda índole, especialmente eclesiásticas, poseían como obstáculo (de acuerdo con la doctrina del legislador liberal) para la construcción de un mercado ágil, próspero y fuerte, base de la felicidad pública. Este programa de reforma de la sociedad mexicana mediante los instrumentos del derecho continuó entre obstáculos de diversa índole hasta que los actores sociales del antiguo régimen consiguieron organizarse y dejar sentir su oposición a la Constitución liberal (moderada) de 1857 gracias al pronunciamiento del Plan de Tacubaya, encabezado militarmente por Félix Zuloaga. Así, Zuloaga destituye al moderado, débil y vacilante Ignacio Comonfort, y Benito Juárez es nombrado presidente como consecuencia de la orden constitucional adosada a las prerrogativas de su magistratura en la Suprema Corte de Justicia de la nación mexicana. El escenario de este ejercicio de gobierno es la guerra de Reforma, en cuyo desarrollo se juegan los dados del destino del país y de la orientación definitiva de su orden constitucional: ¿liberal o conservador? Entre estas tensiones históricas que se traducen en el campo de la guerra, Vicente Riva Palacio, congruente con el credo liberal de sus apellidos y con las redes políticas de las cuales ya forma parte como profesional y político en ascenso, se alinea del lado de los liberales. Durante los años 1858 y 1859 es encarcelado un par de veces, tanto por el gobierno de Miguel Miramón como por el de Félix Zuloaga.

    Para el autor de Martín Garatuza los años siguientes serán la confirmación de una efervescente vida pública, tanto en el ámbito político como literario, pues como sabemos la fórmula hombre público-hombre de letras estaba íntimamente ligada con las actividades que desarrollaban las minorías letradas del siglo XIX, ya que la política y la literatura iban de la mano en un matrimonio bien avenido. Para sustentar lo dicho traigamos a nuestra memoria los casos ejemplares de otros escritores que vivieron entre la literatura y su preocupación por servir a la patria de manera activa, como Andrés Quintana Roo, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Manuel Payno, José María Vigil, por mencionar sólo algunos. El campo de la literatura y el de la política todavía no lograban distinguirse entre sí con claridad en los tiempos de nuestro autor.

    Pero continuando con la vida del general diremos que éste fue nombrado diputado propietario, lo que le permitió ensanchar sus relaciones políticas y sociales con base en el sistema de representación popular y administración pública del país. Puesto que en la época prevalecía un fuerte espíritu anticlerical, por orden del presidente Juárez, a Vicente Riva Palacio, junto con Juan Antonio Mateos, se le encargó la custodia de los archivos de la Inquisición con el propósito de seleccionar y publicar un libro que evidenciara las injusticias y excesos que había cometido la Iglesia. Este encargo formaba parte de la serie de recursos simbólicos por medio de los cuales el gobierno liberal esperaba consolidar su triunfo en la guerra de Reforma; sin embargo, la amenaza de las potencias extranjeras y la crisis generalizada que oscurecieron la vida del país luego de 1861 determinaron que dicha publicación no ocurriera sino años más tarde. Entonces, el novelista encontraría en los archivos una fuente caudalosa para narrar el pasado colonial. Por esos años, entre 1861 y 1862, con el también abogado liberal Juan A. Mateos, Vicente escribirá, a cuatro manos, obras de teatro con un fuerte tono militante de extracción liberal.⁶ Se dice que estas obras fueron un total de 15, entre las que se encuentran Odio hereditario, Borrascas de un sobretodo, Temporal y eterno, La catarata del Niágara, La hija del cantero y La politicomanía; éstas fueron reunidas y publicadas bajo el título de Las liras hermanas en 1871. Las otras obras de las cuales sólo se conocen fragmentos son El incendio del portal de Mercaderes, La ley de uno por ciento, El abrazo de Acatémpam o el primer día de la bandera nacional, Una tormenta y un iris, La política casera (que bien podría ser La politicomanía), El tirano doméstico, Nadar y a la orilla ahogar, Un drama anónimo y Martín el demente.

    Las actividades de Riva Palacio también abarcaron el servir a la patria como soldado al incorporarse al Ejército de Oriente, en cuyas filas el general González Ortega lo hizo jefe de su estado mayor. Su destacada participación en la batalla de Barranca Seca contra los franceses hará que se le recuerde como un honroso combatiente. En los años que van de 1863 a 1867, la colaboración militar de Vicente Riva Palacio es digna de consideración, ya que el presidente Juárez lo nombrará gobernador del Estado de México (1863) y, en 1865, el general Arteaga lo convertirá en gobernador del Michoacán. Tras el fusilamiento de Arteaga (en octubre del mismo año), tomará su sitio como general en jefe del Ejército del Centro. Durante este periodo fundará un par de publicaciones: El Monarca y El Pito Real, este último publicado en Huetamo, en cuyas páginas verá la luz su famoso poema Adiós mamá Carlota, dedicado a la emperatriz del mismo nombre. No olvidemos que esta composición tiene como antecedente el poema Adiós oh patria mía, de otro destacado escritor romántico: Ignacio Rodríguez Galván.

    Del mismo modo, hacia 1867 sus colaboraciones de un acusado tono satírico y crítico serán más frecuentes en las páginas del periódico La Orquesta,⁸ que dirigiera el sobresaliente caricaturista Constantino Escalante. Incluso este impreso le servirá a nuestro general de tribuna el 26 de junio del mismo año para publicar su renuncia a las filas del ejército que, a su decir, le imponía cierta contención para ejercer con mayor libertad sus tareas periodísticas. Con esta renuncia llegaba a su fin la brillante participación de Riva Palacio en la guerra de Intervención, gracias a la cual fortaleció su estatuto como hombre de letras, hombre de gobierno y guerrero al servicio de la causa liberal. Su renuncia decía así:

    Vicente Riva Palacio.

    Dice al cuartel general:

    Ejército Republicano.

    General de Brigada. Terminada felizmente la guerra con la toma de la capital de la República, creo no faltar a mis deberes como mexicano retirándome a la vida privada. Por lo mismo, suplico a usted se sirva admitir la dimisión que hago ante usted del empleo de general, y del gobierno del Primer Distrito del Estado de México que me confió el Supremo Gobierno.

    Cuando Vicente Riva Palacio fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia, en 1868, comenzaron a aparecer sus novelas. La primera de ellas, Calvario y Tabor. Novela histórica de costumbres, que abordaría como tema central los hechos recientemente acontecidos con motivo de la Intervención francesa, lo que le granjeó a nuestro novelista fama y reconocimiento. A partir de entonces comenzaría una larga y exitosa serie de novelas de corte histórico y folletinesco que reclamarían el interés de un público lector muy considerable no sólo por sus atributos literarios, sino también por sus resonancias históricas. Gracias a esta capacidad fabuladora, Riva Palacio se destacaría como pocos hombres de letras por su contribución en el aparato simbólico que el Estado liberal instrumentó a partir de 1867 en beneficio de la consolidación de su poder. Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición serían novelas escritas bajo el influjo del tema colonial, cuya base argumental se nutría con las historias extraídas de los archivos de la Inquisición que continuaban bajo la custodia del prolífico novelista y publicista. Todas estas novelas fueron publicadas por entregas semanales, una práctica común de la época. Recordemos que la intriga y el suspenso eran la sal y la pimienta de este tipo de narraciones y que las novelas de folletín forjaron un público lector como nunca antes había existido, además de elevar considerablemente la cultura general de capas sociales que incluso eran analfabetas. Desde el punto de vista del contenido, la novela de folletín se orientó desde muy pronto hacia los asuntos de enredo mezclados con crímenes, amores contrariados, bajos fondos, vidas secretas, venganzas lentas, justicias más lentas aún, secuestros, hijos de padres desconocidos, herencias, envidias, etc. Todo este mundo tenebroso, iluminado aquí y allá por doncellas virginales, niños angelicales, padres sacrificados y bandidos generosos se alternaba con descripciones meticulosas de la vida y costumbres de las diversas capas sociales del México de la época. La estructura general de las novelas de Riva Palacio se constituyó en 20 entregas que estaban conformadas por 32 páginas en cuarto de folio. El editor de las siete novelas fue Manuel C. Villegas. Las novelas de folletín, junto con el periodismo, la folletería, la oratoria cívica, la poesía de circunstancias y el teatro constituyeron un complejo y vivo aparato simbólico que acompañó la consolidación del triunfo de la república liberal. En el desarrollo de este aparato de índole cultural, Vicente Riva Palacio desempeñó un papel muy destacado. Las obras que escribió con este propósito deberían hoy restituirse a este horizonte ideológico, del cual forman parte legítima a pesar de la distancia que lo iría separando de Benito Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada, a quienes combatió ideológicamente para favorecer a Porfirio Díaz.

    Como todo letrado de la época, no podían faltar en el haber de nuestro novelista los viajes. Ante el fracaso de su proyecto de distribuir de manera igualitaria el presupuesto de los egresos entre los funcionarios de la federación, los del ejecutivo y los del congreso,¹⁰ Riva Palacio se embarca el 13 de julio de 1870 a Europa, donde visitará países como Francia, España, Inglaterra, Italia y Bélgica. Regresará a México el 24 de mayo de 1871. La acogida que tuvo en las capitales del viejo mundo, a decir de Francisco Sosa, se caracterizó por grandes muestras de simpatía, pues le precedía un nombre honroso como general y literato. Gracias a sus amigos y a los colaboradores de la prensa de la época, pero sobre todo por sus colegas de La Orquesta, tenemos testimonio del activo periplo que siguió Riva Palacio por las tierras del otro lado del Atlántico. Agreguemos también que él mismo se dio a la tarea de redactar, tiempo después, algunas de sus experiencias en las páginas de El Radical. Entre dichas experiencias, se destaca la que corresponde al asesinato de Juan Prim y Prats, que presenció desde su balcón en la calle de las Infantas, la noche del 27 de diciembre de 1870.

    Su intensa labor literaria continúa los siguientes años al publicar La vuelta de los muertos y El libro rojo: hogueras, horcas, patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras 1520-1867, en colaboración con Rafael Martínez de la Torre, Manuel Payno y Juan A. Mateos. A diferencia de sus otras novelas, El libro rojo, dados su amplio formato y las ilustraciones que lo acompañaban fue un libro con un precio alto que impidió, pese a su atractivo tema de nota roja, llegar a un gran público. Por su parte, Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México, novela histórica, publicada en 1872, correría con mejor suerte, según nos dice Leticia Algaba en el estudio aquí incluido. Este texto sería la despedida como novelista de Riva Palacio, por ello echaría mano de los recursos narrativos probados con anterioridad, pero además enriquecería su novela con la biografía del propio Guillén de Lampart.

    No podemos dejar de relatar en estas páginas la jocosa anécdota que ha fortalecido como ninguna otra la fama de bromista que tenía nuestro escritor; nos referimos al episodio que éste protagonizó cuando se hizo pasar por una joven mujer jalisciense que escribía versos, así se lo hizo saber al editor de El Imparcial:

    Guadalajara, 8 de diciembre de 1872.

    Señor editor de El Imparcial.

    Muy apreciable señor mío: dedicada al difícil estudio de la poesía desde hace algún tiempo, no me había atrevido a publicar mis humildes producciones por temor de que no fueran dignas de la ilustración pública; hoy me decido a hacerlo, aunque con temor, porque así me lo ruegan personas a quienes por gratitud estoy obligada.

    Me permito manifestar a usted que tengo 16 años, que pertenezco a una pobre pero digna familia y que, al escribir, no me mueve otro resorte que mi voluntad demasiado impresionable.

    Dígnese usted acoger mis primeros ensayos con benevolencia y pedirla al ilustrado público mexicano, remitiéndome a la vez un ejemplar con la siguiente dirección: A. Rosa Espino, que es la humilde y S[egura] S[ervidora] de usted que S[u] M[ano] B[esa]. Rosa Espino.¹¹

    Los poemas de Rosa Espino fueron publicados no sólo en El Imparcial sino también por otros periódicos capitalinos como El Radical, La Reconstrucción, El Federalista, cuyos editores estaban gratamente sorprendidos por el talento poético de esta joven mujer. El colmo de la broma llegó cuando los miembros del Liceo Hidalgo se reunieron para incorporar en sus filas de destacados literatos a Rosa Espino como socia honoraria de esta corporación de varones letrados. Francisco Sosa relata la anécdota así:

    Recuerdo que una noche, en el Liceo Hidalgo, que a la sazón era presidido por el ilustre Ramírez, por el Nigromante, el señor don Anselmo de la Portilla, aquel eminente escritor español cuya muerte nunca acabaremos de llorar, presentó una proposición para que a Rosa Espino se le extendiese el diploma de socia honoraria del Liceo. El señor De la Portilla fundó su proposición haciendo el más cumplido elogio de la poetisa colaboradora de El Imparcial, y como en cada socio del Liceo tenía ella un entusiasta admirador, por aclamación fue acordado el nombramiento, comisionándoseme para remitírselo, toda vez que por conducto mío hacía llegar al Imparcial sus bellísimas producciones. El señor De la Portilla, dirigiéndose al general Riva Palacio que estaba ahí presente, sin hacer demostración alguna, le dijo: Para escribir como Rosa Espino escribe, se necesita tener alma de mujer, y de mujer virgen. Esa ternura y ese sentimiento no lo expresa así jamás un hombre.¹²

    Luis Mario Schneider, estudioso de la poesía de Riva Palacio, consideraba que el último poema que publicó el general disfrazado de Rosa fue La fiesta de Chepetlán, que se dio a conocer en El Domingo el 24 de agosto de 1873. Este mismo poema sería leído por Riva Palacio en representación de la joven Espino con motivo del homenaje luctuoso de Manuel Acuña.¹³

    Sin embargo, no todo era alegría y diversión fáciles para Riva Palacio y su personaje literario, ya que en el mundo de la política era derrotado por José María Iglesias y se le impedía, de este modo, ocupar la presidencia de la Suprema Corte, a pesar de haber sido el candidato más fuerte y popular de la época. Su distanciamiento respecto del grupo de Juárez y de Lerdo en un periodo de reacomodos constantes en la distribución del poder político había llegado a su punto máximo. No obstante esta derrota, el temple de su carácter lo condujo a continuar realizando interesantes empresas editoriales, entre las que se encuentran la edición de varios periódicos con el mismo tono satírico y de confrontación con el que tanto le gustaba expresarse al general. En consecuencia, El Constitucional, El Radical y El Ahuizote publicaron artículos y, sobre todo, feroces caricaturas para criticar el desempeño y la figura presidencial de Sebastián Lerdo de Tejada. En las páginas de estos periódicos, Riva Palacio utilizó la pluma para poner en entredicho cualquier actividad del gobierno lerdista, al cual consideraba una verdadera tiranía. Así, el general retirado daba cauce a su inconformidad política y establecía poco a poco el escenario ideológico de sus intereses, necesario para ocupar en un futuro próximo la posición destacada que le estaba destinada como integrante de los opositores liberales de Juárez, ya muerto, y del presidente Lerdo. El periodismo y la literatura mexicanos a partir de 1867, y especialmente luego del año del fallecimiento de Juárez, 1872, no podrían interpretarse cabalmente sino como parte de este horizonte de fuertes y cambiantes tensiones ideológicas y conceptuales que ni siquiera el porfiriato podrá resolver del todo.

    De estos tres periódicos, El Constitucional, El Radical y El Ahuizote, resaltemos grosso modo su carácter contestatario y de oposición. En esas páginas brilla con intensidad el talento publicístico de nuestro personaje. El Radical vio la luz el 3 de noviembre de 1873 y dejó de aparecer el 28 de junio de 1874.¹⁴ Sin saber a ciencia cierta en lo que se convertiría el gobierno del general Porfirio Díaz, esta fortaleza de papel, como llamaba al periódico Riva Palacio, apoyó ampliamente al partido del oaxaqueño; cabe decir que muchos escritores de la época se sumaron a este proyecto antilerdista. Por su parte, en El Ahuizote. Semanario feroz aunque de buenos instintos. Pan, pan; y vino, vino: palo de ciego y garrotazo de credo, y cuero, tente tieso, no hay más que detenerse a leer su título completo para conocer su tenor irreverente y burlesco que criticó duramente la administración del presidente Lerdo de Tejada; este semanario subió en más de una ocasión el tono de sus reproches y reclamos, especialmente en sus caricaturas, que fueron de lo más mordaces. El Ahuizote apareció el 5 de febrero de 1874 para desaparecer un 29 de diciembre de 1876; Juan N. Mirafuentes acompañó en esta empresa a Riva Palacio. La mancuerna hizo temblar a más de un político de la época.

    La participación activa de nuestro periodista político para demostrar su descontento al parecer no se limitó al uso exclusivo de la pluma, ya que en junio de 1876 se sumó a la revolución de Tuxtepec para ir en contra de la reelección de Lerdo de Tejada. El Ahuizote publicó los argumentos que lo llevaron a tomar esta determinación. He aquí algunos fragmentos:

    Al entrar en la arena revolucionaria, necesito explicar los móviles de mi conducta […] Tomo parte en la revolución regeneradora, profundamente convencido de que el mal de la guerra civil es necesario hoy, como último recurso de los hombres libres contra una tiranía ominosa y sanguinaria, que ya no reconoce valla alguna en la ley, ni en la opinión pública, ni en los principios más respetables de la humanidad […]

    Un grito unánime resuena por todos los ámbitos de México: no reelección[…]

    El derecho de insurrección es el más santo de los derechos del pueblo[…]

    ¡Conciudadanos! ¡A las armas! ¡Guerra a los tiranos!¹⁵

    Una vez en el poder Porfirio Díaz, éste nombró a Vicente Riva Palacio ministro de Fomento, Colonización, Industria y Comercio; este ministerio era de una gran complejidad e importancia en el diseño institucional del Estado mexicano, ya que se ocupaba desde la administración de telégrafos hasta de cuestiones relativas a terrenos baldíos, monumentos y obras diversas, pasando por la minería y casas de moneda. El espectro de las materias que serían de la competencia del flamante ministro era muy amplio. Bastante trabajo se le deparaba al nieto del general Guerrero al frente de este ministerio, así como también una gran influencia en el gabinete de Díaz. El periodista opositor a Lerdo, el brillante publicista se había convertido en un hombre de gobierno que ejercería una autoridad muy considerable y, a su vez, recibiría los dardos de la crítica política.

    Dentro de las múltiples actividades desarrolladas por el ministro Riva Palacio, destaquemos la remodelación del Paseo de la Reforma y el Observatorio Astronómico Central, por el que recibió severas críticas, pues a decir de sus adversarios existían otras obras de mayor prioridad para el país. Una actividad fundamental de esta administración fue impulsar el sistema ferroviario, ya que éste sería el proyecto más ambicioso y estratégico del gobierno de Porfirio Díaz; finalmente, en 1879, dejó el ministerio con un balance positivo de su desempeño. El ministro Riva Palacio había sucumbido en medio de las intrigas que caracterizaron la primera sucesión presidencial de Porfirio Díaz, desprovisto de la protección y del favor del divisionario de Oaxaca.

    En 1880, Riva Palacio se encargó de dirigir la campaña presidencial de Manuel González; para lograr mejor su cometido, al parecer fundó el semanario El Coyote, cuya corta vida fue de sólo nueve meses; sus esfuerzos de propaganda se vieron recompensados, pues en diciembre ganó la presidencia González. Entonces pasa a ocupar una curul en el congreso, puesto estratégico de las operaciones políticas del régimen. Allí se reúne con quienes constituyeron uno de los periodos más brillantes de la oratoria parlamentaria y el debate político, apenas estudiado entre nosotros en virtud del prejuicio en contra de la complejidad e importancia de esta instancia del poder público, alimentado por el pretendido poder omnímodo del presidente. Estos días también serán grises para nuestro general, ya que su padre muere ese mismo año.

    Su intensa carrera periodística sigue adelante además de la encomienda, por parte de Manuel González, de escribir la historia de la Intervención y el Imperio. Entre las colaboraciones periodísticas del autor de Calvario y Tabor, sobresale la galería de retratos que hizo de sus contemporáneos y firmó bajo el seudónimo de Cero, más por discreción que por temor. Estos artículos tendrán cierta peculiaridad, pues dentro de la trayectoria literaria de Riva Palacio aquí veremos un acusado impulso por retratar con sarcasmo e ironía el ambiente público del periodo; sin embargo, la burla y la maledicencia, curiosamente bajo su pluma, no provocaron una respuesta agresiva por parte de los involucrados, puesto que la sátira fue ejecutada a la usanza ilustrada, es decir, respetando la intimidad y el decoro de la persona.¹⁶ Estos textos aparecieron en el periódico La República del 3 de enero al 30 de marzo de 1882; Hilario Gabilondo y Pedro Castera en mancuerna dirigían el cotidiano.

    Por otro lado, recordemos que las tareas políticas de Riva Palacio lo llevaron en 1883 a ser diputado propietario, y su carácter combativo y crítico a ser encarcelado (por haberse distinguido en la oposición de la llamada cuestión del níquel) por el propio Manuel González, a quien había dado prendas de amistad y apoyo eficaz para que llegara a la presidencia. En la prisión de Santiago Tlatelolco pasará sus días trabajando en la redacción del segundo tomo de México a través de los siglos, en la parte concerniente al virreinato. Una vez que abandona la cárcel y pierde de manera definitiva su licencia del ejército, su ánimo vigoroso no decae y se aboca a editar El Parnaso Mexicano en colaboración con Rafael Ortega. Esta antología poética gozaría de gran éxito durante el siglo XIX y la mayoría de sus volúmenes pronto se agotarían. En sus páginas se incluyeron poetas de los distintos bandos, es decir, tanto liberales como conservadores, y si bien la intención era sobre todo reunir una muestra representativa de los poetas contemporáneos, también ocuparon un lugar en esas páginas sor Juana Inés y José Joaquín Fernández de Lizardi. Sus ejemplares comenzaron a circular el 15 de mayo de 1885 y concluirían el 15 de julio de 1886.

    Los 10 años siguientes y finales de su vida Vicente Riva Palacio los pasará en Europa como embajador, ya que Porfirio Díaz lo designa ministro plenipotenciario del gobierno de México ante España y Portugal:

    Porfirio Díaz, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, a todos los que las presentes vieren, sabed:

    Que deseando cultivar y estrechar cada vez más las buenas relaciones que felizmente existen entre los Estados Unidos Mexicanos y el reino de España, he tenido a bien nombrar al señor licenciado don Vicente Riva Palacio para que con carácter de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario resida cerca de aquel gobierno, otorgándole por las presentes el pleno poder necesario a ese fin, suplicando a su majestad la Reina Regente lo reciba con tal carácter y le guarde y haga guardar las consideraciones, privilegios e inmunidades anexas a su elevada representación.

    Dado en el Palacio Nacional de México, firmado de mi mano, autorizado por el gran sello de la nación y refrendado por el secretario de Estado y del despacho de Relaciones Exteriores, a los dos días del mes de julio del año de mil ochocientos ochenta y seis.

    Porfirio Díaz

    Ignacio Mariscal.¹⁷

    No es de extrañar que Porfirio Díaz le diera a Riva Palacio esta encomienda aun en contra de sus combativos antecedentes políticos; sin duda, su permanencia en nuestro país lo convertía en un peligro latente para la tranquilidad de Díaz, razón por la que había que alejarlo de la escena política, ya que nuestro escritor tenía toda la capacidad y las cualidades que se requerían para convertirse en un fuerte opositor del régimen del general oaxaqueño, pues ya había dado muestras de ello años antes al abandonar el ministerio de Fomento. Además, Vicente Riva Palacio no carecía de virtudes familiares, personales ni políticas para desempeñar en España la embajada que se le confiaba, parte estratégica de la brillante diplomacia desplegada por el régimen de Porfirio Díaz con el propósito de integrarse definitivamente en el sistema internacional. En este caso, como en el correspondiente a la diputación obtenida luego de la elección de Manuel González, Vicente Riva Palacio, pareciendo perder relieve político, en realidad cobraba un peso real en el entramado de una administración pública cada vez más compleja y diferenciada en sus funciones. El diseño institucional del Estado mexicano de este periodo dista mucho de reducirse a la imagen de los buenos (liberales) en contra de los malos (conservadores, positivistas). Nuestro escritor y político parece haber entendido muy bien el mensaje y no le causa molestia esta designación; así le contaba al peruano Ricardo Palma el 22 de junio de 1886:

    Como indiqué a usted en una anterior, el gobierno me ha nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario para las cortes de España y Portugal. Ya sobre esto le escribí largamente, me resta sólo decirle que es casi seguro que cuando usted reciba esta carta estaré lejos de México. He determinado salir en los primeros días del mes que entra, tomando el ferrocarril del norte que me lleva de México a Nueva York y embarcándome de allí para Liverpool.¹⁸

    Ya instalado en Madrid, además de sus múltiples actividades diplomáticas, colaborará en La Ilustración Española y Americana, donde aparecieron algunos de sus cuentos, parte del libro Los cuentos del general, publicado póstumamente.

    Para nadie es un secreto lo alegre, sociable y mundano que fue Vicente Riva Palacio, tono propio de un señorío que lo caracterizó (para bien y para mal) desde su primera juventud, por eso a nadie extrañó que partiera sin su esposa o familiar alguno rumbo al viejo continente. Ya en Madrid, la calle de Serrano número 8 sería testigo de las pícaras andanzas del general convertido en diplomático. Existe una anécdota graciosa respecto de la vida que llevaba don Vicente ya que fue dado a requiebros y lides de amor; según nos cuenta Pedro Serrano, en una ocasión, en casa del escritor Juan Valera le preguntó la duquesa de Nájera: Mi general —le dijo—, ¿qué diría su esposa si viera que hace usted vida de soltero? A lo que respondió: Peor sería si la hiciera de casado.¹⁹ Nuestro recién estrenado ministro parece justificar su comportamiento ligero en una misiva también dirigida a Ricardo Palma: Hasta ahora nada he escrito en Madrid, y todo ha sido perder el tiempo en convites, bailes, recepciones, teatros y todo eso que constituye la vida de los diplomáticos, pero estoy hastiado y prometo enmendarme, y comenzar a trabajar. Sin embargo, el autor de las Tradiciones peruanas parece no convencido del todo y así le responde: "Después de largo silencio suyo, he recibido su carta del 3 de marzo. Veo por ella que sigue usted entregado al dolce far niente, lo que es de lamentar. Lleva usted ya casi dos años de fiestas y holganza, y ya es tiempo de que limpie el moho que ha debido crear su pluma, y vuelva a la actividad antigua".²⁰

    Los reconocimientos a Riva Palacio en la villa y corte incluyeron su participación en la Academia de la Lengua y en la Academia de Historia,²¹ lo mismo que su paso por el Ateneo de Madrid y el Círculo de Bellas Artes; sin embargo, uno de los nombramientos dignos de destacar, durante su labor diplomática, fue cuando la reina lo nombra vocal de la junta directiva que habría de conmemorar el IV Centenario del Descubrimiento de América. Esta representación le serviría para estrechar aún más los lazos de amistad literaria y coincidencias políticas con el escritor peruano Ricardo Palma. De la misma manera, Vicente Riva Palacio sería nombrado vicepresidente de honor de la junta organizadora del IX Congreso de Americanistas. Tenemos testimonio escrito de que las diligencias realizadas por el autor de Los Ceros respecto de las fiestas del Centenario llegaron a buen fin, a pesar de las piedras que nunca faltan en el camino, pues Joaquín Baranda así nos lo hace saber:

    El amigo Pancho Sosa, con eficacia digna de todo encomio, me ha estado poniendo al tanto de las fiestas del Centenario, y por sus cartas y por sus recortes de la prensa que me ha enviado, he visto, con la tierna y patriótica satisfacción que debe usted suponer, que nuestro país ha ocupado honroso lugar en dichas fiestas; que nuestros comisionados han recibido honores y distinciones excepcionales; que nuestro participio en la Exposición Histórica ha superado a nuestras esperanzas, y que la banda mexicana ha causado furor, contando sus ovaciones por el número de las veces que se ha hecho oír desde que pisó tierra española. Este resultado plausible se debe a usted, y me complazco en repetírselo; porque sin la acertada dirección de usted, sin sus valiosas relaciones oficiales y privadas, sin sus reiterados esfuerzos, nuestra patria no hubiera obtenido el éxito completo que nos lisonjea y obliga. Reciba usted, pues, mis cordiales felicitaciones.²²

    Finalmente, Vicente Riva Palacio murió el 22 de noviembre de 1896 en Madrid a la edad de 64 años. Sus restos fueron primero llevados al cementerio de San Justo y Pastor. Cuarenta años más tarde fueron trasladados a México a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

    Como habrá podido percibir el lector, Vicente Florencio Carlos Riva Palacio y Guerrero tuvo un espíritu inquieto y comprometido. Su temperamento lo hizo involucrarse constantemente en los complicados sucesos a los que se enfrentaba la naciente república. Participando con la pluma, con el fusil o en la tribuna, nuestro general fue un vivo representante de la sociedad que le tocó vivir. Por eso resulta injusto cuando más de algún crítico ha querido menospreciar su talante aguerrido para reducir su personalidad inquieta y compleja a simples adjetivos como locuaz, alegre, simpático, inestable, o calificarlo de espíritu epigramático. No olvidemos que los años que le tocó vivir a Vicente Riva Palacio fueron años de una evidente inestabilidad para nuestro país; inestabilidad reflejada en guerras, intervenciones, pérdidas del territorio y, por si fuera poco, en esos años se llevó a cabo parte sustantiva del enorme esfuerzo intelectual que implicó la constitución del orden político mexicano. En ese sentido se comprenderá que la trayectoria social, política, cultural y literaria de nuestro escritor haya transitado por caminos llenos de vericuetos que se vieron reflejados en su agitada vida.

    LITERATO DE EXCELENTES DOTES

    Como literato le debe el país gran número de obras, y ha tomado parte en la redacción de algunos periódicos. Es miembro de casi todas las sociedades que existen en la capital, de varios de los estados y del extranjero; como caudillo del pueblo ha sido grande y generoso; como magistrado, íntegro; como periodista, defensor de las leyes; como literato, novelista fecundo y poeta de excelentes dotes.

    JOSÉ DOMINGO CORTÉS

    Si en la primera parte de este estudio nos detuvimos en la vida de Vicente Riva Palacio, en este segundo apartado nos dedicaremos a comentar, brevemente, el quehacer literario respecto de la muestra de textos que se incluyen en la presente antología.

    En nuestra historia literaria, Vicente Riva Palacio ha convivido con un puñado de escritores cuya preocupación central fue crear una literatura nacional, una literatura que mostrara que teníamos un pasado digno y que a pesar de los conflictos bélicos caminábamos hacia adelante y con paso firme. Estos escritores constituyeron una generación a la cual le tocó en suerte vivir hechos determinantes en la historia y la conformación de nuestro país durante el siglo XIX. Me refiero al complicado periodo en el cual tuvo lugar la consolidación del Estado mexicano después de la guerra de Independencia. Estos políticos letrados estaban convencidos de que había que insertar a México dentro del discurso de la cultura de Occidente. Si bien teníamos un pasado indígena, éste no debía ser un obstáculo para crear una literatura que nos expresara como nación; por el contrario, había que nutrirse de todo aquello que nos definiera como mexicanos. Los escritores tenían entonces una misión que cumplir, su literatura iba de la mano con la gestión pública y social.

    Así, bajo estas premisas, nuestro político liberal tomó la pluma para ser poeta, dramaturgo, periodista, historiador, novelista, cuentista, y empapó su pluma con una tinta cuyo color era el espíritu patriótico y liberal. En efecto, lo que escribió Riva Palacio tuvo como objeto crear un discurso que nos diera identidad propia y convirtiera nuestra historia en el sustento de dicha identidad. En sus novelas, por ejemplo, Riva Palacio dio rienda suelta a su imaginación para poner en boca de sus personajes anhelos incipientes de emancipación desde los primeros años de la Conquista. Los archivos del Santo Tribunal de la Inquisición fueron para Riva Palacio, como bien sabemos, fuente valiosísima para retratar y evidenciar las injusticias, las desmesuras, los privilegios y el mal funcionamiento de las instituciones religiosas durante la época colonial, pero también, como lo señala Leticia Algaba (en el estudio aquí incluido), para justificar o comprender mejor las Leyes de Reforma, de las que nuestro escritor fue un activo promotor. De tal manera que los personajes de Riva Palacio, como buenos románticos, se caracterizaron por haber sido creados con base en un exacerbado espíritu de libertad. Así, criollos y mestizos estuvieron comprometidos, desde los primeros años de la Colonia, de acuerdo con el relato construido en estas novelas, en la búsqueda por independizarse de sus antepasados peninsulares.

    A pesar del vigor y eficacia temática de las novelas que hoy llamamos históricas, los críticos e historiadores de la literatura no siempre han coincidido en sus juicios respecto de la obra narrativa de Vicente Riva Palacio. Por un lado, tenemos a este respecto a los primeros comentaristas y casi coetáneos —entre los que se encuentran Francisco Sosa, Ignacio Manuel Altamirano y Manuel Sánchez Mármol—, que no dudaron en dispensar elogios y calificar las novelas de Riva Palacio como joyas valiosas de la literatura nacional, o en decir que la novela mexicana floreció gracias a sus habilidades, o en llamar a Riva Palacio impulsor regulador de nuestra evolución literaria. Por otro lado, tenemos a Julio Jiménez Rueda, Carlos González Peña

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