Historia de Los Dos Que Soñaron
Historia de Los Dos Que Soñaron
Historia de Los Dos Que Soñaron
como una sbana, estos dos trminos disparatados: amor y dieta? No era
todo eso una promesa de dicha, por cierto. Diettico...! No, por Dios! Si
algo debe comer, y comer bien, es el amor. Amor y dieta... No, con mil
diablos!
Esto era ayer de maana. Hoy las cosas han cambiado. La he vuelto
a encontrar, en la misma calle, y sea por la belleza del da o por haber
adivinado en mis ojos quin sabe qu religiosa vocacin diettica, lo cierto
es que me ha mirado.
"Hoy la he visto... la he visto... y me ha mirado..."
Ah, no! Confieso que no pensaba precisamente en el final de la
estrofa. Lo que yo pensaba era esto: cul debe ser la tortura de un grande
y noble amor, constantemente sometido a los xtasis de una inefable
dieta...
Pero que me ha mirado, esto no tiene duda. La segu, como el da
anterior; y como el da anterior, mientras con una idiota sonrisa iba
soando tras los zapatos de charol, tropec con la placa de bronce:
DOCTOR SWINDENBORG
FSICO DIETTICO
Ah! Es decir, que nada de lo que yo iba soando podra ser verdad?
;Era posible que tras los aterciopelados ojos de mi muchacha no hubiera
sino una celestial promesa de amor diettico?
Debo creerlo as, sin duda, porque hoy, hace apenas una hora, ella
acaba de mirarme en la misma calle y en la misma cuadra; y he ledo claro
en sus ojos el alborozo de haber visto subir lmpido a mis ojos un fraternal
amor diettico...
Han pasado cuarenta das. No s ya qu decir, a no ser que estoy
muriendo de amor a los pies de mi chica de traje oscuro... Y si no a sus
pies, por lo menos a su lado, porque soy su novio y voy a su casa todos los
das.
Muriendo de amor... Y s, muriendo de amor, porque no tiene otro
nombre esta exhausta adoracin sin sangre. La memoria me falta a veces;
pero me acuerdo muy bien de la noche que llegu a pedirla.
me dijo, al fin.
Durante una semana entera no puedo decir que haya sido feliz. Hay
en el fondo de todos nosotros un instinto de rebelin bestial que muy
difcilmente es vencido. A las tres de la tarde comenzaba la lucha; y ese
rencor del estmago dirigindose a s mismo de hambre; esa constante
protesta de la sangre convertida a su vez en una sopa fra y clara, son
cosas stas que no se las deseo a ninguna persona, aunque est
enamorada.
Una semana entera la bestia originaria pugn por clavar los dientes.
Hoy estoy tranquilo. Mi corazn tiene cuarenta pulsaciones en vez de
sesenta. No s ya lo que es tumulto ni violencia, y me cuesta trabajo
pensar que los bellos ojos de una muchacha evoquen otra cosa que una
inefable y helada dicha sobre el humo de dos tazas de t.
De maana no tomo nada, por paternal consejo del doctor. A
medioda tomamos caldo y t, y de noche caldo y t. Mi amor, purificado de
este modo, adquiere da a da una transparencia que slo las personas que
vuelven en s despus de una honda hemorragia pueden comprender.
Nuevos das han pasado. Las filosofas tienen cosas regulares y a
veces algunas cosas malas. Pero la del doctor Swindenborg -con su
sobretodo peludo y el pauelo al cuello- est impregnada de la ms alta
idealidad. De todo cuanto he sido en la calle, no queda rastro alguno. Lo
nico que vive en m, fuera de mi inmensa debilidad, es mi amor. Y no
puedo menos de admirar la elevacin de alma del doctor, cuando sigue con
ojos de orgullo mi vacilante paso para acercarme a su hija.
Alguna vez, al principio, trat de tomar la mano de mi Nora, y ella lo
consinti por no disgustarme. El doctor lo vio y me mir con paternal
ternura. Pero esa noche, en vez de hacerlo a las ocho, cenamos a las once.
Tomamos solamente una taza de t.
No s, sin embargo, qu primavera mortuoria haba aspirado yo esa
tarde en la calle. Despus de cenar quise repetir la aventura, y slo tuve
fuerzas para levantar la mano y dejarla caer inerte sobre la mesa,
sonriendo de debilidad como una criatura.
El doctor haba dominado la ltima sacudida de la fiera.
Nada ms desde entonces. En todo el da, en toda la casa, no somos
sino dos sonmbulos de amor. No tengo fuerzas ms que para sentarme a