Mitos y Leyendas Valledupar
Mitos y Leyendas Valledupar
Mitos y Leyendas Valledupar
La Llorona era una joven adolescente que empujaba la corriente del amor y se entregó sin reserva
alguna a su amante, y de esa entrega quedó embarazada. El protagonista evadió totalmente la
responsabilidad y huyó del poblado. Ella ante esta circunstancia, se llena de tristeza y no hallando
salida alguna comienza a planear su aborto a orillas de caño Tagoto, donde se encuentra regada la
planta de altamisa; por la noche cuando todos duermen se levanta sigilosa, prepara un brebaje y
lo consume tendida bajo una ceiba, allí espera los espasmos y agonía que le espera el brebaje.
Llena de dolor observa aterrada el pedazo de vida que acaba de malparir, desquiciada por el dolor
y tal vez por su crimen lo tomo en brazo al feto sanguinolento, con su ojos trastornados por la
locura camina lento hacia la orilla del caño Tagoto donde lo abandona arrojándolo a las
tormentosas aguas.
Loca, totalmente desquiciada vaga por la orilla del Tagoto todo el día y parte de la noche, hasta
que decide en su locura volver al pueblo; allí recorre las calles lanzando alaridos sobrehumanos,
acompañados de sollozos, donde pregunta por su hijo.
Dice la leyenda que en ciertas noches, no en todas, se escuchaba un grito desgarrador de alguien
que recorría las calles del pueblo. Los gritos aterraban a la población y ningún parroquiano quería
salir a la calle. Los ancianos de ese pueblo decían que en las épocas que se escuchaban esos gritos
sobrevenían muertos, miseria, y ruinas en la región.
Leyenda de la Sirena
Cuentan una vez que en Semana Santa una niña muy linda pidió permiso a su mamá para irse a
bañar a las profundas y frías aguas del Río Guatapuri, pozo de Hurtado; la madre de la niña, por
ser Jueves Santo, le negó el permiso, pero la niña desobediente se marchó a escondidas, llegó a las
rocas de la orilla, se quitó sus ropas y se lanzó al agua desde la altura; inmediatamente quedó
convertida en Sirena. Su madre la llamó por toda la orilla del rió creyéndola ahogada, pero ella en
la mañana, al salir el sol dijo adiós con la cola antes de sonreír por última vez, entonces, todos
comprendieron la realidad.
Cuentan los abuelos que antes la sirena salía a las rocas los jueves santo y emitía su hermosos
canto que se escuchaba por todo el valle, al tiempo que brindaba a su madre las lagrimas de la
desobediencia.
Leyenda de Francisco El Hombre
Narra la leyenda que una noche después de una parranda de varios días y al ir en marcha hacia su
pueblo, para distraerse en la soledad de la noche, abrió el acordeón y, sobre su burro, como era
usual en aquella época, empezó a interpretar sus melodías; de pronto al terminar una pieza surgió
de inmediato el repertorio de otro acordeonero que desafiante trataba de superarlo; de inmediato
Francisco marchó hacia él hasta tenerlo a la vista; su competidor para sorpresa, era Satanás, quien
al instante se sentó sobre la raíces de un gran árbol, abrió su acordeón, y con las notas que le
brotaban hizo apagar la luna y toda las estrellas.
El mundo se sumergió en una oscuridad tal, que sólo los ojos de Satanás resplandecían como
tizones. Sus notas eran las de un gran maestro; algunos dicen que de ahí nació, de la inspiración
del demonio, el canto del amor amor. Francisco, dueño de su virtudes y poseído de gran fe, lejos
de acobardarse con la abrazadora oscuridad, abrió su acordeón y extrajo tan hermosa melodía que
su magia devolvió la luz a la luna y a las estrellas, infligiendo temor al demonio. Después clamo a
Dios y entonó el credo con su voz de cantador taumaturgo, el demonio exaltó un terrible alarido y
con su acordeón a rastras irrumpió un gran bullicio hacia las montañas donde se perdió para
siempre.
Con este hecho, cuentan los ancianos, Francisco derrotó la era del mal y erigió a la música
vallenata en símbolo de la nueva vida. Con la huida de Satanás se acabaron en esta región la buba,
la fiebre amarilla, las niguas y los indios que flechaban a los viajeros, como los males que antes
causaban dolor y espanto. Entonces dentro de la música vallenata, por cada uno de aquellos
cuatro males surgió un aire musical; fue así como nacieron la puya, el merengue, el son y el paseo.
El Niño Solitario
Un espanto que dio mucho de qué hablar, ya que enervaba la piel de quien tuviese la desgracia de
topárselo en su camino, fue el Niño Solitario, quien en noches muy oscuras aparecía en la Calle 20
de Julio del municipio de La Jagua de Ibirico, exactamente en la esquina del antiguo bar El
Cocodrilo. La aparición era un niño de unos 7 años aproximadamente, el cual se acercaba a la
persona que a media noche se dirigía a su casa a recogerse; el niño lloraba lastimeramente,
articulando sonidos extraños por su boca, con unos ojos que brillaban en la oscuridad como dos
tizones encendidos, con el cuerpo completamente desnudo, el cual se veía con meridiana nitidez
en la oscuridad, del que se desprendía una fetidez de carne podrida.
Seguía al sujeto a pocos pasos, lanzando al viento su llanto que sobrecogía de pánico al peregrino
y si éste se precipitaba a la carrera, la infernal criatura también lo hacía; a veces el fugitivo debía
detenerse en seco porque allá al frente en su camino estaba la aparición, de pie, mirándole. El
prójimo se regresaba a toda prisa para encontrarse de nuevo con la criatura que le cerraba otra
vez el paso haciéndole enloquecer de terror hasta que la víctima perdía el sentido y el habla,
siendo encontrado al día siguiente tirado en el suelo. Era reanimado pero casi siempre quedaba
con la mirada perdida, la mente ausente como idiotizado por el horror vivido.
Espantos aparecidos
Cuenta la gente de antaño que en épocas de luna nueva y luna llena aparecía por las noches un
caballo sin jinete, bien aperado con adornos en la cabeza de color plateado, el repicar de sus pasos
recorría calles, callejones y con un resplandor que iluminaba a su paso y antes de amanecer
desaparecía.
En épocas pasadas no existía la luz por interconexión eléctrica, se escuchaba y se sentía en las
noches muy oscuras al arrastre de un cuero seco, fétido plagado de moscas, por las calles de las
poblaciones. Asustaba a borrachos, serenateros y desprevenidos transeúntes.
En las noches lúgubres, desde la loma de la Virgen o de Nacho, a lo lejos, más o menos a la altura
de la loma de San Pedro se veían las luces y se escuchaba el ruido de un carro y al llegar a la curva
que conduce a la entrada del pueblo desaparecía. Muchos temblaron de pánico ante aquello
inexplicable.