La vocación es una expresión de la personalidad que se manifiesta en la disposición natural a realizar ciertas actividades. Aunque no es algo innato, la vocación auténtica hace que las responsabilidades profesionales se acepten con facilidad y gusto. El amor a los ideales de la vocación hace que sea llevadera, mientras que sin amor la vocación decae. Una vocación vigorosa implica continuar enfrentando las responsabilidades morales propias de la profesión.
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La vocación es una expresión de la personalidad que se manifiesta en la disposición natural a realizar ciertas actividades. Aunque no es algo innato, la vocación auténtica hace que las responsabilidades profesionales se acepten con facilidad y gusto. El amor a los ideales de la vocación hace que sea llevadera, mientras que sin amor la vocación decae. Una vocación vigorosa implica continuar enfrentando las responsabilidades morales propias de la profesión.
La vocación es una expresión de la personalidad que se manifiesta en la disposición natural a realizar ciertas actividades. Aunque no es algo innato, la vocación auténtica hace que las responsabilidades profesionales se acepten con facilidad y gusto. El amor a los ideales de la vocación hace que sea llevadera, mientras que sin amor la vocación decae. Una vocación vigorosa implica continuar enfrentando las responsabilidades morales propias de la profesión.
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La vocación es una expresión de la personalidad que se manifiesta en la disposición natural a realizar ciertas actividades. Aunque no es algo innato, la vocación auténtica hace que las responsabilidades profesionales se acepten con facilidad y gusto. El amor a los ideales de la vocación hace que sea llevadera, mientras que sin amor la vocación decae. Una vocación vigorosa implica continuar enfrentando las responsabilidades morales propias de la profesión.
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La vocación (del latín: vocāre; llamar) es una forma de
expresar nuestra personalidad frente al mundo del trabajo, del
estudio, y todos los ámbitos, que se manifiesta como disposición "natural" al realizar ciertas actividades y a preferir determinados ambientes y contextos de actividad.
Sin embargo, la vocación no es algo innato. Se puede
englobar bajo la denominación proyecto de vida. Cuando la vocación es auténtica, entonces el ejercicio profesional crea una segunda naturaleza, y las actividades propias de la profesión se facilitan hasta hacerse muchas de ellas de manera casi automática. Entonces las responsabilidades profesionales se aceptan sin dificultad.
La carga extra de responsabilidades no se resiente como un
gravamen que pesa sobre la conciencia y que podría inhibir la actuación, sino que se toma gustosamente como el acompañamiento natural del trabajo libremente emprendido. Si no fuere por la especial ayuda de la vocación, muchas personas responsables no se atreverían a asumir los compromisos peculiares a determinadas profesiones. La fuerza última y definitiva que hace posible una vocación y las responsabilidades morales que se siguen de ella es el amor a los ideales propios de la vocación, con amor todo es llevadero, sin amor la vocación decae en un compromiso social que apenas se puede soportar.
De ahí que los aspectos normativos que regulan la conducta
humana no se agotan en las disposiciones jurídicas, sino que, al lado de las reglas del Derecho, existen las normas del trato externo y las normas morales o éticas, por tanto, si las normas de la ética profesional son normas morales, corresponden a un ámbito no típicamente jurídico. La vocación, por perfecta que sea, no exime del cuidado de mantenerla viva, no sólo debe ser cultivada sino que, una vez lograda, debe seguir siendo atendida. La vocación que no se ejercita y vigila acaba decayendo y se puede perder, las responsabilidades morales que se asumen por ella son inyecciones que la revitalizan, y, al contrario, cuando se rehuye una responsabilidad moral propia de la vocación, ésta se debilita.
Así una vocación vigorosa es aquella que continuamente se
enfrenta a las responsabilidades morales que le son propias, las asimila con naturalidad y se complace en ellas, los que tienen auténtica vocación no esperan recompensas materiales de su ejercicio profesional; para ello es suficiente la satisfacción del trabajo profesional bien cumplido, una vida así se siente llena, a pesar de los contratiempos e ingratitudes , porque se vive por un ideal mucho más elevado que uno mismo, un ideal que se ama y que merece todos los sacrificios. Las reglas de ética pertenecen al dominio de la moral y ello es suficiente para que lleven en sí la necesidad de cumplirse, so pena de merecer el desprecio de la sociedad, el establecimiento y cumplimiento de estas reglas son tan indispensables al decoro de la abogacía que la preocupación por su efectividad ha existido siempre. Las reglas de ética pertenecen al dominio de la moral y ello es suficiente para que lleven en sí la necesidad de cumplirse, so pena de merecer el desprecio de la sociedad, el establecimiento y cumplimiento de estas reglas son tan indispensables al decoro de la abogacía que la preocupación por su efectividad ha existido siempre. La ética tiene una plena configuración moral y no jurídica, ya que como lo establece el Diccionario de la Lengua Española, “es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre.
Por lo que se refiere a la ética profesional, es el conjunto de
reglas de naturaleza moral que tienden a la realización del bien, en el ejercicio de las actividades propias de la persona física que se dedica a una profesión determinada”. La ética profesional está integrada por normas de conducta de naturaleza moral, lo que significa que se trata de reglas de conducta con las características propias de las normas morales, es decir; son unilaterales porque frente al sujeto obligado no existe un sujeto pretensor con facultades para exigir el acatamiento de las reglas de conducta. Son internas porque no basta con que la persona se pliegue a la exigencia de la norma, sino que es preciso que en su fuero interno considere que con plena convicción, ha aceptado la procedencia de la obligatoriedad y no se le forzará al cumplimiento de la conducta debida. Esta característica va ligada a la autonomía, porque la propia persona la hace suya, y por último, no es coercible porque no tiene sanción. Desde el punto de vista teleológico las normas éticas tienen como finalidad la realización del bien. El ser humano, poseedor de la libertad, está capacitado conforme a su propia naturaleza y libre albedrío, para conocer la suprema virtud del bien y para identificar el mal. Aplicado a una profesión, la rectitud de la conducta obliga a una actitud de respeto a todo lo positivo, ya sea desde una perspectiva personal o desde la perspectiva de nuestros semejantes.
La intervención de la ética profesional en el desenvolvimiento de la
conducta humana de los profesionales es muy conveniente para el beneficio común de los integrantes de la comunidad. n un verdadero sentido, la moralidad es el establecimiento de una jerarquía de valores supremos que han de gobernar a una sociedad.