Psicoanalisis Del Humor Judio
Psicoanalisis Del Humor Judio
Psicoanalisis Del Humor Judio
PSICOANALISIS DEL
HUMOR JUDIO
THEODOR REIK
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PRESENTACION
El primer libro de Freud que leyó Reik fue "La interpretación de los
sueños". Lo marcó y ya desde muy joven, a los 22 años, se relacionó
con Freud. Este lo orientó hacia Abraham, psicoanalista de Berlín, y
con él se trató para luego ejercer como psicoanalista, primero en Berlín,
luego en La Haya y finalmente en New York a partir de 1938.
La figura de Reik nos es doblemente significativa, por su pensa-
miento profundo al ser uno de los primeros psicoanalistas que incor-
poró el concepto de contratransferencia y por haber sido el psicoana-
lista de Angel Garma, nuestro pionero recientemente fallecido.
Reik, en su análisis magistral del Humorismo judío, se inspira en el
descubrimiento de Freud, quien logra demostrar la virtualidad de la
existencia del inconsciente a través de los actos fallidos, lapsus, olvidos,
sueños y chistes. Freud lo fundamenta en sus libros La interpretación
de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su re-
lación con el inconsciente.
Las observaciones de Freud sobre el humor tienen como una de sus
fuentes la frecuencia de los chistes en los sueños. Al mismo tiempo, la
colección de chistes de los cuales se nutre Freud se refiere en su mayo-
ria a chistes judíos.
Ya en 1905, en El chiste y su relación con el inconsciente, Freud
demuestra cómo el chiste desacraliza de una manera tolerable ciertos
valores aceptados socialmente. Es como una anticipación a muchos
desarrollos posteriores del psicoanálisis sobre la expresión desconocida
del inconsciente a través de producciones mediatizadas.
Hoy día sabemos que el hombre, el sujeto, no es el centro sino que,
al revés, el sujeto es excéntrico, o sea es un sujeto que está "sujeto a".
CAPITULO I
EL INTERES PSICOLOGICO DEL TEMA
INTRODUCCIÓN
Unas pocas frases que Freud escribió en dos oportunidades distintas
volvieron a mi mente con frecuencia, y deben haber actuado como cata-
lizadores. Unas estaban en el prefacio de la traducción al hebreo de
"Tótem y Tabú", y fueron escritas originariamente en diciembre de
19201. Me afectaron en forma especial porque mis sentimientos res-
pecto al judaísmo coincidían con los suyos. Freud afirmaba que no en-
tendía el hebreo, que estaba completamente apartado de la religión de
sus antepasados -y de toda otra religión- y que era incapaz de compartir
la fe de los ideales nacionales. Sin embargo, nunca había negado ser
judío ni quiso diferenciarse de éstos. Entonces -argüía- qué respuesta
daría si alguien le preguntase qué era lo que seguía siendo en él judío
después de abandonar los rasgos comunes a su pueblo. Pues, sólo esto:
-Mucho, todavía. Quizá lo más importante de mi personalidad.- Admitía
que era imposible expresar en palabras esta cualidad esencial, y agrega-
ba -No hay duda de que algún día esto resultará accesible al análisis
científico.
Esta última frase fue la que más me interesó. La sentí como un lla-
mado personal y me recordó algunas conversaciones sobre la cuestión
judía que había mantenido con Freud.
Otra impresión, acaso más intensa aún, me la produjo el discurso
que Freud escribió en 1926, con ocasión de cumplir setenta años, para
la Logia B'nei Brith.2 Sólo tres de los psicoanalistas vieneses éramos
miembros de la B'nei Brith: Freud, el doctor Eduard Hitschmann y yo.
En ese discurso, afirmó Freud que ni la fe religiosa ni el orgullo nacio-
nal lo ligaban al judaísmo. Siempre había sido ateo y, si alguna vez ex-
perimentó cierta inclinación hacia los sentimientos de superioridad na-
cional, los reprimió "por desastrosos e injustificados", alertado por el
ejemplo de aquellos entre quienes vivían los judíos. Sin embargo -
continuó-, subsistían en proporción suficiente otros factores que ''hacían
irresistible la atracción del judaísmo y de los judíos; muchas oscuras
fuerzas emocionales tanto más poderosas cuanto menos se las podía
traducir en palabras; y también la nítida percepción de una identidad
íntima, el secreto de la misma estructuración interior".
Lo que me conmovió en mayor grado fueron las palabras "la nítida
percepción de una identidad íntima, el secreto de la misma estructura-
ción interior", y la reiterada confesión de que esas oscuras fuerzas emo-
cionales escapaban a la definición y descripción verbal.
En mi juventud había publicado el libro "Das Ritual"3, cuya parte
principal se refiere a los problemas de la primitiva religión hebrea y de
la organización social. Luego se produjo una pausa de casi cuarenta
años, durante la cual me dediqué a otros problemas de psicología psi-
coanalítica y a escribir libros sobre los mismos. Freud, que había prolo-
gado mi obra y me había concedido por uno de esos primeros ensayos
el premio a la mejor tesis sobre psicoanálisis aplicado, me animaba con
frecuencia para que continuase mis investigaciones sobre los orígenes
hebreos.
Sólo después de haber llegado a los setenta años de edad, volví a los
temas de los que me había ocupado cuando era un joven psicoanalista.
Encaré los problemas de la prehistoria hebrea desde un punto de vista
estrictamente científico, comparable al del arqueólogo que trata de re-
construir el pasado desconocido de un pueblo a partir de los restos que
han sobrevivido a cambios radicales. Remontándome a la forma y signi-
ficado originarios de los mitos hebreos más importantes, traté de re-
construir la prehistoria de esas tribus semitas durante un período muy
anterior a su transformación en un pueblo. El resultado de este intento
lejos de mi espíritu que las bromas y las burlas. Me sentía algo malhu-
morado, pero no triste.
Mis pensamientos daban vueltas alrededor del paciente que me ha-
bía dejado media hora antes, y las primeras palabras que había pro-
nunciado el mismo en su sesión de psicoanálisis repercutían todavía en
mí de un modo extraño. Este hombre, de elevada inteligencia, había
permanecido unos minutos en silencio para luego manifestar: -Hacemos
una pausa para identificar la estación.- La frase, que es habitual en las
transmisiones radiales, tenía sentido en el caso porque él experimentaba
con frecuencia una sensación de enajenación, de búsqueda de la identi-
dad.
Sus palabras volvieron reiteradamente a mi memoria, y descubrí a
poco que tenían relación con mis repetidos y frustrados esfuerzos por
indagar el secreto de la análoga estructuración interior de los judíos que
había mencionado Freud. En consecuencia, ese "Hacemos una pausa
para identificar la estación" era importante para mi labor de investi-
gación. La pausa había durado mucho tiempo, demasiado tiempo.
Las paredes de mi despacho están cubiertas con retratos de Freud.
Creo que hay aproximadamente cincuenta fotos, grabados y dibujos,
imágenes de su infancia, de su juventud y vejez. La última foto lo
muestra en Londres, un año antes de su muerte. Desde mi asiento, de-
trás del escritorio, miraba los retratos que me rodeaban, como buscando
ayuda. Pero no me "hablaban". Era en vano. Entonces se me ocurrió
una idea extraña: todas las fotos y dibujos muestran a Freud con ex-
presión seria, a veces incluso amarga. No hay una sola foto en la que
aparezca sonriendo.
En seguida recordé algunas oportunidades en las que lo vi sonreír.
Recordé incluso casos en los que se rio. Yo mismo lo hice sonreír unas
pocas veces con una observación graciosa. Y sabía festejar con ganas
los chistes judíos contados por alguien de nuestro círculo.
Era una lástima que ninguno de nosotros, los psicoanalistas, hubiese
ahondado en las magníficas observaciones sobre el humor judío conte-
nidas en el libro de Freud El Chiste y Su Relación con lo Inconsciente.
RECOPILACION Y SELECCION
El escritor que tiene ciertas ideas acerca de un tema, o nociones que
se pueden verificar, debe encarar dos trabajos antes de poner a prueba
su teoría en cierne: ante todo tiene que reunir la mayor cantidad de he-
chos entre el material que está a su disposición y luego, seleccionar
cierta cantidad de esos hechos para realizar dicha verificación.
Leí muchas colecciones de chistes judíos en alemán, ídish, francés,
holandés e inglés; les pedí a mis amigos y relaciones que me contasen
anécdotas judías y anoté todos los cuentos de ese tipo que conservaba
en la memoria.
En el curso de mi tarea tuve algunas experiencias sorprendentes. Si
hay un caso en el que no se puede aplicar la frase "cuantos más mejor",
es el de tales chistes. Todos conocemos al hombre o a la mujer dis-
5 Para una historia de los abanicos, ver S. Blondel, L'histoire des Eventails,
1875; C. W. Rhead, History of the Fan, 1910; y M. E. Percival, The Fan Book,
1920.
tados Unidos; pero ahora han sido superados por otros métodos de
ventilación.
EL HUMORISMO JUDIO
Por fin después de haber llegado a la forma "moderna" del abanico
plegable, el investigador reunirá la mayor cantidad posible de los mis-
mos y examinará los dibujos e inscripciones de sus pliegues. Además de
los poemas tradicionales que reiteran que las rosas son rojas, las viole-
tas son azules, etc., hallará muchas inscripciones románticas originales,
y a veces disfrutará de las agudas e ingeniosas reflexiones trazadas en
sus pliegues por algún admirador. Sobre el abanico de mi hermana me-
nor hallé las estrofas alemanas que siguen, pergeñadas por mí cuando
niño:
EL INTERES PSICOLÓGICO
Desde el lugar donde estaba sentado, o sea, frente a los retratos de
Freud, la idea de un libro sobre el humorismo judío fue concebida en un
primer momento como una contribución a la literatura de un pueblo.
En mi mente no había dudas de que el conjunto de los chistes y
anécdotas judíos pertenece al área de la literatura, con el mismo dere-
cho que las canciones populares y los cuentos de hadas que nunca se
publicaron. Hace poco tiempo, un escritor norteamericano definió a la
literatura, como "la forma en que una sociedad se habla a sí misma so-
bre sí misma"6. Si esta definición (o caracterización) es correcta, ¿quien
negará que en los chistes judíos "una sociedad se habla a sí misma sobre
sí misma"? ¡Y cómo habla! No sólo con centenares de distintas inflexio-
nes de la voz, sino también con ademanes elocuentes y cambiantes ex-
presiones del rostro.
Sí, incluso se podría afirmar que estos chistes son la continuación de
la sabia literatura antigua del judaísmo. Y esto se debe no sólo a que las
expresiones wit (humorismo) y wisdom (sabiduría) derivan de la misma
raíz, sino también a que con frecuencia se dicen en broma las cosas más
ciertas y sensatas.
Tanto por el tema como por la forma, los chistes están emparen-
tados con los proverbios hebreos que originariamente eran trasmitidos
por vía oral y que no fueron aceptados sino gradualmente como una
variante literaria.
Es cierto que son pocas las oportunidades en que los chistes son
analizados en libros o artículos sobre literatura judía; pero esto no debe
impedir que los aceptemos como parte integrante de las bellas letras que
en buena medida sigue sin ser trasladada al papel.
En algunos aspectos los chistes judíos ocupan una posición similar a
la del esprit francés. Además de los éxitos literarios, artísticos y científi-
cos de Francia, I'esprit es, según la frase de Sacha Guitry, "un testimo-
nio precioso y permanente de su presencia en el mundo"7.
En el mejor de los casos, los estudiosos mostraron condescendencia,
ocupándose de los chistes y anécdotas, por tratarse de expresiones hu-
morísticas. Sin embargo, es indudable que merecen mayor aprecio. Ha-
ce poco afirmó Mark Van Doren que en el hombre no hay nada más
serio que su sentido del humor8. Este es "el signo de que aspira a la
verdad total y de que ve en ésta más facetas que las que se puede enu-
merar seria y sistemáticamente". Los chistes judíos revelan a menudo
estos aspectos ocultos de la verdad.
Después de abandonar mi escritorio y pasearme por el cuarto, com-
prendí que mi interés por los chistes judíos no era de tipo literario, sino
en primer término psicológico. Sólo entonces capté en toda su magni-
tud la relación con la búsqueda de la identidad y con el significado que
inconscientemente había tomado para mí la frase de mi paciente: "Ha-
cemos una pausa para identificar la estación". El propósito de este libro
se aclaraba, pues. Sería un enfoque novedoso del estudio psicológico,
mejor dicho, psicoanalítico, del pueblo judío.
Al llegar a este punto se me plantearon nuevos problemas; por
ejemplo, el tan discutido en Israel: "¿Que es un judío? ¿Somos una co-
munidad nacional, religiosa o cultural?" Pero esto es algo que podemos
dejar a un lado. Coincido con lrving Feldman9, quien escribió reciente-
mente que vive en una "comunidad que se extiende en el espacio y el
CAPITULO II
EL ALCANCE
OBSERVACIONES PRELIMINARES
Los párrafos siguientes están agrupados según los tópicos a que se
refieren. Presentan un relevamiento de los temas centrales de los chistes
judíos; algunos de ellos son encarados en forma de ensayos, en tanto
que otros son comentados superficialmente en unas pocas líneas, que en
ciertos casos escasamente superan la magnitud de una mera nota. Esta
desigualdad en la consideración responde a varios motivos: Algunos
grupos de chistes -las anécdotas de Schadjen y Schnorrer, por ejemplo-
han sido tratados con tanta frecuencia que no es necesario analizarlos
en detalle. Otros tipos de chistes no han sido estudiados desde el punto
de vista psicológico en la medida en que lo merecen. En este trabajo me
ocuparé de las facetas más descuidadas de los chistes judíos.
Otro factor que me impulsó a hacer hincapié en ciertas humoradas y
a relegar otras a un lugar secundario, fue la cuestión de su sentido psi-
cológico. Algunos chistes constituyen una fuente abundante de reve-
laciones sobre la vida emocional y mental del pueblo que los crea, en
tanto que otros brindan resultados menos fructíferos. Tampoco se po-
dría negar que hubo motivos personales que influyeron en la selección.
Yo tenía más que decir sobre unos chistes que sobre otros, y también
tenía que decir más de lo dicho anteriormente.
Este estudio de los chistes judíos por grupos, se diferenciará tam-
bién en otros aspectos de muchos compendios de este tipo. No será una
antología de cuentos, sino un análisis de los mismos. Lo que significa
que la presentación de los diversos grupos de cuentos será seguida por
comentarios y conclusiones psicológicas. Al analizar estos problemas,
es a veces inevitable reiterar ejemplos ya mencionados. Su reaparición
en un contexto distinto podrá en ocasiones dar la impresión de repeti-
ción; pero habrá de justificarla el hecho de que agrega aclaraciones re-
trospectivas.
EL ALCANCE
Al preparar este libro tuve que realizar desde luego algunos trabajos
de investigación, parte de los cuales consistieron en revisar unas cuantas
colecciones de chistes judíos. Al leer los cuentos típicos ("Dos judíos se
encontraron en la calle y...") experimenté súbitamente la impresión de
que eran monótonos y cansadores. (Un cuento refiere que Caín mató a
Abel porque éste le había contado a su hermano un chiste que él cono-
cía desde su infancia). Inmediatamente después recordé una obra que
había visto más de cuarenta años en el teatro de Reinhart, en Berlín.
También encontré un articulo semiolvidado que había escrito muchos
años más tarde sobre esa obra, y al leerlo revivieron en mí las difusas
impresiones de la representación.
-Desde hace diez años -comenta-, deseo que todos mis relojes den
la hora simultáneamente, en el mismo momento. Pero esto no sería po-
sible nunca. Se parecen a los seres humanos... no pueden entenderse.
El hecho de que ésta fuese una obra mediocre, una especie de éxito
circunstancial sin grandes valores humanos o artísticos, explica que no
haya sobrevivido y esté casi olvidada. Se explica, por otra parte, que la
pieza perdiese su impacto en una época que presenció las torturas y el
asesinato de seis millones de judíos. ¿Por qué no me causó una impre-
sión más profunda esta obra sobre la destrucción de los judíos, ligados a
mí por la sangre y la fe? ¿Por qué el efecto inmediato de la representa-
ción se disipó con tanta rapidez? ¿Dónde está la reacción retardada que
sobrevive a la emoción de las escasas horas pasadas en el teatro?
Creo que está allí, conservada en el recuerdo de esos pocos comen-
tarios ingeniosos. Las emociones provocadas por la obra ya no queda-
ron ligadas a su argumento, sino que fueron inconscientemente transfe-
ridas a estas frases que mi memoria retuvo como si contuviesen lo más
valioso de aquello que el autor tenía que decir. La atracción personal, el
tua res agitur se desconectaron de los acontecimientos trágicos pre-
sentados en el escenario v se desplazaron hacia los detalles humorísticos
de la experiencia. Todas las profundas emociones despertadas en noso-
tros se concentraron en algunas frases pasajeras de los diálogos de
aquel primer acto. No puede ser casual que la carga emotiva se traslade
de lo trágico a lo cómico. Esto significa que el centro de las emociones
ha cambiado, pero no revela una disminución de su intensidad.
Los personajes me conmueven más con sus chanzas que con sus
acusaciones y lamentos. Mientras los vemos confortarse en determinada
forma, nos parecen marionetas, agitadas aquí y allá por la mano omni-
potente del destino, que finalmente las deja caer. Pero cuando bromean,
los muñecos se convierten en seres humanos. Jehová le ha prohibido al
judío de nuestros tiempos expresar sus experiencias trágicas en una
forma que conmueva a un mundo hostil o, en el mejor de los casos,
indiferente. Pero al conferirle al judío el don del humorismo, su Dios le
otorgó el poder de hablar acerca de lo que sufre.
cuencia mas allá de los límites de la vida familiar, porque los judíos de
todos los países formaban una única y gran familia. Las alusiones indi-
rectas, los chistes y los comentarios ingeniosos se fusionan fácilmente
los unos con los otros y frecuentemente es imposible distinguirIos entre
sí. La familiaridad demostrada en estas bromas es un reflejo de la con-
fianza mutua y de la buena voluntad entre las personas. Este tipo de
chiste judío es de espíritu mundano e ilustra las modalidades de la natu-
raleza humana. En este caso la familiaridad no engendra desprecio sino
simpatía y generosidad. Mucho después de habernos sonreído por uno
de estos chistes, percibimos su profundidad. Tampoco es casual que las
humoradas de este tipo se refieran a la vida en el ámbito familiar.
Tomemos la historia de Aarón Frankel sobre el incidente del ce-
menterio en el ghetto de su aldea. Nos enteramos de la decisión supe-
rior de no enterrar a los muertos fuera del ghetto ni dentro de su viejo
cementerio. Viene luego el amargo comentario de que un pobre judío
imposibilitado de esperar el desenlace del pleito tuvo la osadía de mo-
rirse. Veamos un ejemplo de otro tipo: el del sentido sarcástico del hu-
mor judío. El pathos, en su sentido griego original de sufrimiento, se in-
vierte aquí y encuentra su expresión en una mueca de burla y rebeldía.
Aquí habla Ahasvero, el eterno judío errante, y luego se calla. Sabe que
para él no hay paz sobre la tierra ni -en este caso- debajo de ella. No
hay descanso para él, ni siquiera en eso que la tradición judía designa
eufemísticamente como "el buen lugar". Aarón Frankel murmura al pa-
sar un comentario irónico y se encoge de hombros. No grita a voces su
indignación ni embiste furioso y desesperado. Sin embargo, su humor
sarcástico hiere con la precisión de una espada y esgrimido con la pode-
rosa mano del odio. Es la misma ironía que castiga en las palabras de
los profetas bíblicos y que se percibe en la prosa y la poesía de Heinrich
Heine y en los libros de los escritores judíos hasta nuestros días.
Tomemos esa escena del primer acto de la obra: un instante de si-
lencio, después de los argumentos vibrantes, apasionados, de los faná-
ticos, y luego de la estridencia de los exaltados. Los relojes empiezan a
dar las campanadas y el viejo Reb Leiser se pone de pie, y señalándolos,
das que son nuestras pequeñas disputas por cuestiones que en nuestra
imaginación aparecen como irreconciliables. Cada uno de los relojes
que el anciano ha tratado en vano de armonizar con los restantes está
convencido acaso de la infalibilidad de su hora y menosprecia orgullo-
samente a los otros. Sin embargo, no pasará mucho tiempo sin que los
mecanismos de todos ellos se detengan. Para los relojes, igual que para
los hombres, al final llega el silencio.
En estos ejemplos de humorismo judío una espesa sombra cae sobre
el brillo de las palabras. La burla usurpa el reino de la tragedia. Los
dominios de lo cómico son tan vastos como los de lo trágico, y en el
humorismo judío son aún más vastos porque abarcan lo desesperado, lo
catastrófico. Donde alguna vez hubo lamentos, ahora hay risas.
MULTIPLICIDAD DE IDIOMAS
Hasta hace pocos años el ingenio judío no tenía cabida en los gran-
des medios de difusión. Estaba restringido al judío y podía con-
siderárselo poco menos que una especie de comunicación tribal. Los
chistes eran contados por un judío a otro judío, sin tomar en cuenta el
auditorio gentil. Amén de ciertos motivos psicológicos que vedaban el
referir tales historias a los gentiles -motivos a los que no haremos refe-
rencia aquí-, se presentaba el obstáculo casi insuperable de la barrera
idiomática. La generalidad de los chistes judíos son narrados en ídish,
que la mayoría de los gentiles no hablan ni entienden. (Desde luego, hay
excepciones. Un periodista vienés gentil hablaba un ídish tan perfecto
que lo tomaban frecuentemente por judío. Cuando otro de sus colegas
se burló de él en cierta oportunidad por su aptitud para el ídish, le con-
testó: -Yo puedo, usted debe).
Pero como ahora se oyen tantos chistes judíos en la radio, la tele-
visión y el teatro, el público aumentó rápidamente, sobre todo en Nor-
teamérica, en tanto que ciertas locuciones dialectales han sido absorbi-
das por el lenguaje diario y familiar norteamericano. En la actualidad los
gentiles utilizan liberalmente términos como meshugue, shmock, etc.
Más aun, tales palabras se han abierto paso en el vocabulario de re-
vistas y diarios e incluso en obras literarias. Cuando llegué a los Estados
En la carta de Freud hay dos detalles que nos interesan para el tema
en discusión. El primero es la expresión Goim, que significa, como es
natural, no-judíos. Estas expresiones en hebreo e ídish aparecen en las
cartas de Freud muy espaciadamente, tan sólo en su correspondencia
con parientes y amigos. El otro detalle es la presentación de la frase
francesa "a qui dites-vous ça" como un chiste judío. ¿Lo es en realidad?
Ya volveremos sobre este punto. Por ahora seguiremos abordando
otros problemas interesantes que se plantean aquí.
Hablando con propiedad, los chistes judíos impresos están incom-
pletos. En realidad hay que oírlos y verlos. Su transmisión no es sólo
verbal. Los gestos y la expresión del rostro, así como la modulación de
la voz del relator, son partes esenciales de la narración. Estas anécdotas
no son sólo contadas, sino también representadas, y cuando se habla de
su lenguaje, hay que pensar también en esos factores externos. El poeta
Nono, que vivió en la época de Teodosio, comparaba los gestos con el
lenguaje y decía de las manos que son bocas y de los dedos que son
voces.
El factor lenguaje aparece en un enfoque distinto cuando pensamos
en un ejemplo representativo como el siguiente: Un médico que había
sido requerido para asistir a la baronesa Feilchenteld en el parto inmi-
nente, anuncia que aún no ha llegado el momento crítico. Le sugiere al
barón que jueguen un partido de cartas en la habitación vecina, mientras
esperan. Después de un rato llega hasta los hombres el grito dolorido de
la baronesa: "¡Ah, mon dieu, comme je souffre!" El esposo se incorpora
de un salto, pero el obstetra lo tranquiliza: -No es nada; sigamos jugan-
do. Un poco más tarde vuelve a oírse a la parturienta: -¡Dios mío, qué
dolores! El esposo quiere correr junto a ella. El médico insiste: -No,
aún no ha llegado el momento. Por fin, llega desde el cuarto contiguo el
14 Londres, 1881.
I
Entre las palabras hebreas y judías utilizadas por los gentiles nor-
teamericanos y alemanes, no hay que olvidar la expresión "Shlemihl".
Hace más de un siglo, un poeta alemán introdujo esta palabra incluso en
la literatura. Adalbert von Chamisso escribió la historia fantástica de
Peter Schlemihl. El protagonista de esta novela es un hombre que per-
dió su sombra. ¿Cuál es el significado originario de la palabra hebrea
Shlemihl? Según la definición de un experto15, se trata de una persona
que "encara una situación de la peor forma posible o que es perseguida
por una mala suerte derivada en mayor o menor grado de su propia
ineptitud". En consecuencia, un Shlemihl es la víctima de su propia es-
tupidez o simpleza.
Los eruditos remontan el origen de la palabra al nombre de un per-
sonaje que aparece en un relato bíblico (Números, 25). En él se cuenta
que en Shittim, el pueblo de Israel empezó a fornicar con las hijas de
Moab. Cuando el sacerdota Fineas vio esto, "levantóse en medio de la
congregación y tomó una lanza en su mano. Y vino tras el varón de
Israel a la tienda, y lanceólos a ambos, al varón de Israel y a la mujer,
por su vientre... Y el nombre del varón muerto que fue muerto con la
Medianita era Zimvi, hijo de Salu..."
Según otras fuentes, el nombre deriva del de un hombre que fue el
infortunado protagonista de una historia medieval. Este hombre, She-
rebelde. A veces son arruinados quizá por el éxito, pero entonces los
rescata el fracaso. Esta es la otra cara de la valiosa moneda.
Los judíos son los Shlemihls de la historia, pero con una diferencia:
se aferran a la indestructible esperanza de que no siempre serán las víc-
timas humilladas de un destino cruel, y de que finalmente se transforma-
rán en vencedores vengados.
EGOCENTRISMO
Un cuento judío refiere que un médico entra al cuarto de su paciente
y le pregunta al enfermero cómo pasó aquél la noche. El enfermero
responde: -El paciente estuvo intranquilo, tuvo 40 grados de temperatu-
ra y no pudo conciliar el sueño. Le puse una compresa. Al día siguiente
el médico le repite la misma pregunta a otro enfermero, que esta vez es
judío: -¡Oh, que mala noche pasé! es la respuesta.
El cuento no se limita a hacer contrastar el informe objetivo con el
extremadamente subjetivo, sino que refleja el hilarante egocentrismo del
enfermero judío. El hecho de que se refiera en primer término a su pro-
pio estado no excluye el que haya brindado la mejor atención al pa-
ciente. Lo único que demuestra es con cuánta ingenuidad expone sus
quejas.
Este mismo egocentrismo sale a relucir en mucho mayor proporción
en otros chistes judíos que se refieren, no al verdadero antisemitismo,
sino al que se supone o se imagina que existe en el mundo circundante.
Estas humoradas parecen satirizar la costumbre que tienen muchos ju-
díos de olfatear el antisemitismo por todas partes, aun cuando no exista
el menor motivo par experimentar tal desconfianza. Tales chistes impli-
can una caricatura de la actitud de algunos judíos, pero tienen su razón
de ser. Hay un amargo pasado contra el cual resaltan estos chistes. Los
judíos son frecuentemente acusados y atacados en las circunstancias
más absurdas, y no es extraño que ocasionalmente se sientan víctimas
de la agresión en situaciones en las que no existen intenciones hostiles.
He aquí una historia demostrativa de este tipo. Un judío se encuen-
tra con su amigo Itzik en el preciso instante en que éste sale de una
estación de radio, y le pregunta:
* Los Yankees y los Dodgers son los dos equipos más famosos de béisbol
profesional en los EE.UU. (N. del T.).
los que cuentan los judíos. Freud explica que los chistes que ridiculizan
a los judíos son "casi todos brutales bufonadas en las cuales el humor es
desvirtuado por el hecho de que el judío aparece como una figura cómi-
ca ante un extraño". Los chistes judíos también hacen mofa de las debi-
lidades de su pueblo, "pero reconocen los méritos además de los de-
fectos".
Sólo conozco algunas que otras opiniones o impresiones emitidas
por observadores gentiles respecto al humor judío. Sin embargo, sería
muy interesante averiguar cómo reaccionan los gentiles ante los chistes
judíos y cuál es la actitud emocional que adoptan al escuchar las chan-
zas de este tipo. La conferencia de Robert Graves sobre La sensación
de ser un Goy pronunciada en Tel Aviv y publicada en la revista Com-
mentary17, es de carácter general y no se refiere a la reacción de los
gentiles ante los chistes judíos. Y como limitamos nuestra discusión a
este tema en particular, tenemos que eliminar del debate este interesante
artículo del poeta inglés.
Otro estudio realizado recientemente por un psicoanalista gentil en-
cara de modo específico este problema y contiene muchas observa-
ciones psicológicas del tipo que nos interesa. Me refiero a la conferen-
cia aún inédita de Martin Grotjahn18. Su título es: El Psicoanálisis y el
Chiste Judío: Una Contribución a la Comprensión del Masoquismo.
En otro lugar de este libro tendremos oportunidad de discutir sus enfo-
ques científicos sobre la naturaleza de los chistes judíos. La actitud per-
sonal del autor se expresa claramente en los comentarios que hace en la
introducción. El doctor Grotjahn opina que en la actualidad la pobla-
ción judía es tan sensible y está tan sensibilizada respecto al antisemi-
tismo, que el no-judío que habla sobre los chistes judíos le resulta inme-
diatamente sospechoso. El personalmente no necesita defenderse contra
17 Mayo de 1959.
18 Pronunciada en el National Council of Jewish Women, en San Gabriel Va-
lley, California, en febrero de 1960. La conferencia es una ampliación de un capí-
tulo del libro de Grotjahn, Beyond Laughter. Nueva York, 1957.
19 En Six Stories Written in the First Person Singular, Nueva York, 1923.
amor propio. Los chistes de este tipo lo afectaron más tarde de manera
distinta, porque percibió su sabiduría y melancolía. Entonces empezó a
pensar que había que tomar estos chistes muy en serio. Algunos de ellos
se inspiran sin duda en situaciones cómicas o satirizan la estupidez hu-
mana, pero en otros hay algo especial y específico. Estos son los que
conducen a un terreno antes de llegar al cual se detienen los chistes de
otros pueblos. Schmid apunta al contraste de la ley y la vida con sus
creencias y necesidades, a la comprensión de que la vida tiene sus pro-
pias probabilidades que no coinciden necesariamente con sus realidades
ni con las reglas que nosotros establecemos. Estos chistes reconocen y
al mismo tiempo ridiculizan la creencia en el poder del pensamiento y
afirman que una situación puede ser ocasionalmente transformada en su
contraria. En algunos de ellos, el amor a la humanidad o la caridad
triunfan sobre la rigidez de la ley. El ingenio judío demuestra una y otra
vez que en un mundo al que se lo puede comprender mejor con las he-
rramientas de la lógica, no siempre se pueden resolver las ecuaciones
sin dejar residuos.
Cualquiera que sea la opinión sobre las formulaciones del profesor
Schmid, es necesario admitir que significan un esfuerzo por obtener un
conocimiento real y favorable del carácter del humorismo judío. Este
esfuerzo por comprender las distingue de otros intentos de carac-
terización y va más allá de esa "íntima sensación de incomodidad" expe-
rimentada por Somerset Maugham.
El príncipe de Gales, que más tarde fuera el rey Eduardo VII, dis-
frutaba con los chistes judíos y se reía a carcajadas al oírlos. Compartía
esta pasión con su amigo Lord Nathaniel Rothschild. Un biógrafo nos
cuenta que en esa época la casa de los Rothschild era no sólo un gran
centro financiero internacional, sino también un cofre repleto de chistes
judíos21. Un noble prusiano, el barón von Eckhardstein, tenía orden
permanente de recoger y asentar todos los buenos chistes, y de comuni-
carlos a los Rothschild, en New Court, "desde donde no tardarían en
EL JUDIO ERRANTE
La historia judía es una crónica de migraciones interrumpida por
afincamientos breves o prolongados. Desde los tiempos primitivos los
hebreos constituyeron tribus nómades. Este tipo de existencia de grupo
se remonta a su período prehistórico, cuando se vieron obligados a
abandonar su morada en Africa del Norte porque la sequía y la aridez
los forzaron a desplazarse.
Esta fue, a mi juicio, la experiencia traumática de su primera época,
comparable a los hechos traumáticos de la etapa infantil de un indivi-
duo, como, por ejemplo, la separación forzada del niño respecto de su
madre. Esta similitud se da tanto por la naturaleza del hecho como por
sus consecuencias. A partir de entonces, el pueblo judío estuvo someti-
do a esa compulsión inconsciente de la repetición, a la ineludible ten-
dencia a repetir la prueba de la migración. En su mayoría, estos peregri-
najes son impuestos a los hijos de Israel por la persecución, y con fre-
cultades. En un país había que contar con cierta suma de dinero para
poder entrar, en otro exigían un permiso de trabajo o un certificado de
empleo. En otro país el pasaporte carecía de validez, o no querían inmi-
grantes, y siempre la misma historia. Mientras los hombres estudiaban
los diversos países, hacían girar el globo terráqueo que estaba junto al
escritorio. Por fin, el desesperado judío preguntó: -¿No tiene otro glo-
bo?
EL ETERNO FUGITIVO
La historia del Judío Errante deriva de pasajes de los evangelios que
han sido ampliados, dramatizados y con frecuencia melodramatizados.
Las migraciones de los judíos fueron concebidas como consecuencias
de la misteriosa maldición que Jesús lanzó contra el zapatero (que no
permitió que el Mesías descansase mientras llevaba Su cruz hacia el
Calvario). Byron cantó en sus Melodías Hebreas:
levantar ese monumento al gran escritor que se había burlado con tanta
frecuencia del partido nacionalista alemán, predecesor de los nazis. En
el poema de Beda, el difunto Heine recibe la noticia del grosero recha-
zo, y decide volverse en su tumba para presentar la espalda al magistra-
do. Dice que ahora podrá "sich ausstrecken" (estirarse, desperezarse) y
termina con estas líneas:
II
Como ya hemos hablado de Viena, permítaseme que preceda los
comentarios siguientes con una anécdota que se contaba acerca de esta
capital; que ahora parece una ciudad fantasma embrujada por los es-
pectros de los parientes asesinados por los nazis. Dos judíos se sentaban
todos los días en un café, para jugar a las cartas. Cierto día riñen y Mo-
ritz le grita con furia a su amigo: -¡Qué clase de tipo debes de ser para
sentarte todas las noches a jugar a las cartas con un tipo que se sienta a
jugar a las cartas con un tipo como tú! Al volver la agresión contra el
interlocutor queda en pie el autoenvilecimiento de la persona que habla.
Más aun, el autodesprecio se convierte en un arma con la que se puede
insultar y degradar a la otra persona, puesto que esta se halla relaciona-
da con un sujeto tan desdeñable y vil. (En sus Cartas de Berlín, Heine
cuenta una historia en la que el efecto cómico se logra por medio de la
misma dinámica psíquica. El autor presenta la crónica de un baile de
gala en el Teatro de la Opera de Berlín. Una dama de antifaz que asiste
a la fiesta le dice a un joven: -¡Te conozco, bello enmascarado! Y el
joven le responde, con muy poca galantería: -Si me conoces, hermosa,
no debes valer mucho).
Permanecemos en Viena, aunque en una Viena de otro ambiente so-
cial, cuando nos referimos a un fragmento de la conversación mantenida
por el escritor judío Heinrich Berman con su aristocrático amigo Geor-
ge von Werkenthin, en la novela de Schnitzler Der Weg ins Freie. Hein-
rich dice que ya no soporta a cierto tipo de judío, y le cuenta a su amigo
la historia de un judío polaco que está sentado en un compartimiento
del tren en compañía de un caballero desconocido, y se comporta en
forma tímida y convencional hasta que a través de un comentario des-
cubre que su compañero de viaje también es judío. Apoya entonces
inmediatamente sus piernas sobre el asiento de enfrente mientras suspira
con alivio: -Azoi ("Así").
George opina que la anécdota es "excelente" pero Heinrich afirma
que es algo más que eso, que es muy profunda, como tantos otros re-
latos judíos: "Expresa la eterna verdad de que ningún judío siente jamás
auténtico respeto por su semejante judío, así como los prisioneros en un
país hostil no sienten mucho respeto el uno por el otro, particularmente
cuando han perdido las esperanzas. Envidia, odio, así; muchas veces
admiración, e incluso amor. Todo esto puede existir entre ellos, pero
como Goim Najes, lo que significa "placer de gentiles". (La frase fran-
cesa correspondiente es: Le goy s'amuse).
Todos los chistes judíos de esa época afirmaban que los judíos ale-
manes eran iguales a los gentiles ante la ley, "excepto, gracias a Dios,
que no se les permite ser oficiales". Algunas décadas antes del periodo
en que florecieron las humoradas judías de este tipo, Heinrich Heine
escribía: "Así como en Madagascar sólo los nobles tenían el privilegio
de llegar a carniceros, la aristocracia de Hannover tenía aún antes un
privilegio análogo, puesto que sólo los nobles podían ocupar los cargos
de oficiales".
Para demostrar la extensión del desagrado por las ideas y el espíritu
militares de ese período, bastará conque me refiera a un hombre que al
igual que Heine era judío-alemán, y que como el poeta, vivió y trabajó
en París: Jacques Offenbach. Permítaseme recordar al lector esa precio-
sa parodia del espíritu militar incluida en La Duquesa de Gerolstein.
Todavía recuerdo la tonada de ese "couplet du sabre" y veo al ampu-
loso general Boum, que personificaba la estupidez y el valor:
Finaliza diciendo:
29 "¿Y qué pensaban hacer con el Graal cuando lo encontrasen, señor Ro-
setti?" (Jowett a Rosetti, citado de Disraeli, de André Maurois, Nueva York, 1928,
pág. 166).
Sin embargo, a pesar de enfrentar la vida aquí abajo con la vida por
venir, el poeta confiesa tristemente que le gustaría ser recordado des-
pués de la muerte. ("Keine Messe wird man singen, keinen Kaddisch
wird man sagen...") Al mismo tiempo que desecha la creencia en la vida
en el más allá, rechaza como supersticiosa la idea de la resurrección:
No esté próxima.
EL DINERO
Hay muchos chistes judíos sobre el dinero que se refieren a la irre-
mediable y extremada pobreza de las masas en la Europa Oriental. La
preocupación por el dinero se refleja en la abundancia de cuentos de
Schnorrers, y en las humoradas acerca de cómo los judíos indigentes
imaginan la vida de sus pocos correligionarios ricos y acerca de las ma-
niobras y triquiñuelas que ponían en práctica para evitar el pago de sus
deudas, o de las pequeñas defraudaciones que cometían, o de los enga-
ños, desfalcos y trapisondas mutuas... Una lista despiadada de procedi-
mientos deshonestos y embustes condicionados por su miseria material.
Permítaseme citar dos ejemplos relativamente benévolos. Lilienblatt
espera su tren. Allí ve a Wendriner, que desde hace mucho tiempo le
debe doscientos marcos. No quiere presionar al moroso para que se los
pague, pero desea recordarle la deuda con la mayor delicadeza posible.
Se acerca a él, le da una palmadita en el hombro, y le dice amablemente:
-Me alegro de verlo, Wendriner. ¿Como se encuentra su esposa... qué
novedades tiene de sus chicos? Y Wendriner le responde: -usted habla
de esas cosas, señor Lilienblatt... ¿Pero es que acaso alguien me paga lo
que me debe?
Uno de los judíos más ricos le muestra a su amigo su nueva casita y
la huerta, y le explica: -He asegurado todo contra incendio, robo y gra-
nizo. Su amigo le pregunta, sorprendido: -Lo del incendio y el robo lo
II
El Conde de Charolais es una tragedia de Richard Beer-Hofmann,
publicada en 1905 y representada con frecuencia en Austria y Alemania,
pero casi desconocida en Norteamérica y no traducida aún al inglés.
La trama se desarrolla en la capital de Borgoña, hace varios siglos.
El primer acto transcurre en una posada. Con anterioridad a la escena
de la que extraeré mi cita, el anciano general Charolais ha sido muerto
el mismo día en que se firmó la paz con el enemigo, pero no habrá so-
lemnes funerales en la catedral para este gran hombre, porque había
inmensas deudas para poder alimentar, vestir y pagar a sus soldados. El
consejo se niega a saldar estas deudas de honor, y de acuerdo con una
antigua ley de la época los acreedores se apoderan del cadáver del ge-
CHAROLAIS
Los otros han acordado seguirte.
Por eso, todo depende de ti, y aunque eres
judío, eres tan hombre como nosotros, Itzik.
ITZIK
¿Hombre? ¿Como vosotros? ¡Jamás había oído algo igual!
En ningún instante de mi vida me permitieron sentir
Que soy humano. ¿Acaso debo serlo hoy
Porque ello se acomoda a vuestra necesidad?
Por los cinco minutos de vuestra conveniencia?
Hoy, me niego.
¡Soy judío! ¿Qué deseáis de un judío?
¡Porque algo pretendéis con vuestra amabilidadl
CHAROLAIS:
32 Citado de una traducción al inglés aún inédita por el difunto Ludwig Lewi-
sohn.
ITZIK
El ordenar es privilegio de condes; el implorar... es mi deber.
Bien, mi señor, dadme mi dinero... ¡Dádmelo!
Mi vida depende de ello. Oh, no digo "Mi vida"
Como lo decís vos, para significar que os duele el alma.
Si yo no tengo un centavo, ¿quién me defenderá
Contra los amos, los tribunales y los condes? Me harían inmo-
lar
Con la conciencia tranquila. Como veis, en mi caso es cierto
Que mi vida depende de ello... sí, mi vida.
He aquí una explicación histórica y sociológica de por qué el judío
de los siglos pasados se aferraba al dinero con una tenacidad tan obsti-
nada y desesperada. No era por amor al lujo o a la holgazanería: era un
medio para salvar la vida.
La impresión de este diálogo fragmentario se intensificará a medida
que sigamos la conversación entre el noble Charolais y el prestamista
judío, porque el pasaje citado no es más que una pequeña parte del cua-
dro que empieza a desplegarse. El joven conde le pide al Rojo Itzik que
recuerde que él debe soportar el espectáculo que ofrece el cadáver de
su padre al pudrirse en la prisión, el cadáver de un hombre que contrajo
esas deudas con tanta generosidad para su país. Le pide al judío que
piense en esto.
(ríe amargamente)
CHAROLAIS:
Si puedes sentir como dices, ¿dónde está tu sentimiento
Por mi profunda pena?
ITZIK:
¿Mi sentimiento? ¿Y por vos?
¿Para que el sentimiento de mi corazón corra la misma suerte
Que le estuvo reservada a mi dinero? ¿Pretendéis que os dé
Mi sentimiento -en su peso justo, bello, límpido y transparente-
ITZIK:
"¡Un hombre perverso!" ¿Y por qué
Habría de ser bondadoso con vos? Dadme un motivo...
¡Uno solo! ¿O acaso pensáis que debería
pocos los casos en que las emociones contenidas se abren paso a través
de una misteriosa barrera. El resto es silencio.
UN VISTAZO RAPIDO
En la vieja Viena se contaban muchas anécdotas hilarantes acerca de
la señora Pollack; había salido del ghetto y su marido se hizo rico du-
rante la Primera Guerra Mundial. La señora Pollack pertenecía al grupo
de las nouvelles riches que estaban ansiosas de ser vistas en el teatro y
en la sala de conciertos, pero que no podían ocultar su falta de educa-
ción. Durante el intervalo le preguntaron si le había gustado la tragedia
a cuyo estreno asistía en el Burgtheater de Viena. Su respuesta fue: -La
obra es hermosa, pero no es adecuada para un estreno. Una de sus ami-
gas se quejó de que al día siguiente tendría que asistir a Las Bodas de
Fígaro. -¿No puedes enviar un telegrama? -le preguntó la señora Po-
llack.
El espacio del que disponemos nos permite apenas echar un vistazo
rápido sobre personajes como la señora Pollack y su generación, que se
caracteriza por la asimilación demasiado rápida a la civilización occi-
dental. Los chistes judíos zahieren también a estos nuevos ricos por su
TlPOS DE DEFECTOS
El humorismo judío toma a broma una variedad de "debilidades" y
defectos de su pueblo, pero la mayoría de los chistes de esta categoría
se refiere al mal comportamiento de los judíos en los lugares públicos, a
su falta de aseo, a la presunta tendencia a eludir la higiene y los baños.
El tema de la falta de limpieza personal, y aun de la indiferencia ante las
sabandijas, chinches y piojos, se agrega a los blancos favoritos del hu-
morismo judío en su sentido más restringido.
Cuando se examina esta categoría de chistes judíos se siente uno se-
riamente tentado a pensar que la falta de asco linda con la santidad,
porque las personas zaheridas en ellos preferentemente son los judíos
más devotos y ortodoxos. Pero no es éste el caso. Estos chistes se refie-
ren en especial a los judíos que vivían en los ghettos de la Europa
Oriental, en la más absoluta indigencia y hacinados como sardinas en
lata. No se los describe en su propio ambiente, sino en contraste con la
civilización occidental y con sus exigencias de aseo corporal. En esta
confrontación que toma a veces la forma de un conflicto, el judío apare-
ce como un ser atrasado, sucio -"judío sucio" era casi una expresión
familiar- y despreciable. Con frecuencia se describe a esta pobre gente
como tan inculta y poco educada que a veces no entiende siquiera lo
que quieren decir los demás cuando hablan de bañarse. He aquí dos
rizados por los chistes judíos. Además de los que pueden ser compren-
didos con facilidad, hay otros que son inconscientes y pasan poco me-
nos que inadvertidos. No dudo de que en muchos ejemplos de esta ca-
tegoría se manifiesta una especie de bravata o desafío rebelde. Natural-
mente, esta obstinación desesperada y esta continua oposición están
dirigidas contra el mundo hostil que rodea al ghetto, en el mismo sen-
tido que Shakespeare da a la frase: "Sea Kent grosero, cuando Lear está
loco".
EL MESIAS
El judaísmo no reconoce salvación individual alguna, sino sólo la
salvación de todo el pueblo, la era mesiánica. La idea de la redención no
fue ajena al judaísmo, pero sólo concernía al futuro, cuando el lobo y el
cordero serán apacentados juntos. La realidad del mundo persistía y no
EL SIONISMO
En un paisaje de la novela de Schnitzler Der Weg in Freie, citada
ya, varios personajes se enzarzan en una animada discusión sobre el
Sionismo. El escritor, Heinrich Berman, polemiza con su amigo más
joven, Leo Ehrenberg, que es un apasionado partidario de Theodor
Herzl. A Heinrich, el sionismo se le presenta como "la peor calamidad
que haya caído sobre los judíos". Los sentimientos nacionales y la reli-
EL AMOR
Es dudoso que el amor tenga ascendencia gitana, como se afirma en
Carmen de Bizet, pero es casi seguro que no nació en los barrios ju-
díos. (A pesar de que el tema del amor romántico debe haber resonado
de vez en cuando en el ghetto ¿Dónde escuché esta canción de mucha-
chitas?:
puede afirmar "me casé con un ángel". Esto no le ocurre a nadie. Usted
y yo nos hemos casado con una mujer, lo que significa un ser humano
con fallas y flaquezas, con imperfecciones y "debilidades". Finalmente el
Shadjen revela la verdad, destapa la olla. Pero éste no es más que el
lado cómico de la historia. El otro lado es la seria reflexión de que el
amor y la belleza no son lo principal en el matrimonio. Un matrimonio
puede ser muy feliz -si es que un matrimonio puede ser feliz- aun cuan-
do el marido y la mujer no estén enamorados. En consecuencia, el enfo-
que del Shadjen es realista. Sabe que el amor es pasajero y que la belle-
za se evapora. Sabe que: El amor hace pasar eI tiempo, el tiempo hace
pasar el amor.
Los mejores chistes de Shadjen no provienen quizá de la época del
antiguo ghetto, sino del período de transición que presentó el cambio
inevitable bajo la influencia de la emancipación incipiente. La vida en el
viejo ghetto era controlada por el espíritu de la estricta religión tradi-
cional, con el que se compenetraban no sólo el culto y los servicios reli-
giosos, sino también todas las actividades seculares. El Talmud y el
Shulján Aruj regulaban las actividades de la vida familiar e incluso las
relaciones sexuales. Cuando el espíritu moderno del iluminismo empezó
a invadir los estrechos callejones del ghetto, afectó también la institu-
ción del Shadjen, y muchos de los chistes que se refieren a los casa-
menteros judíos critican maliciosamente no sólo sus modales, sino el
propio oficio del Shadjen.
Los casamientos y la procreación a edad temprana constituían una
exigencia moral y religiosa para los hombres y mujeres del ghetto, deri-
vada del mandato patriarcal de que los judíos se multiplicasen. Dentro
de esta estructura, la elección de un compañero individual o de un ob-
jeto sexual individual tenía sólo una importancia secundaria, si es que la
tenía en algún grado. En la etapa de transición, la nueva libertad debilita
no sólo las normas tradicionales sino que produjo también una relaja-
ción general de la moral sexual. La fidelidad marital, especialmente de
las mujeres, había sido hasta entonces un principio indiscutible. En los
tiempos del antiguo ghetto habría sido inconcebible un chiste como és-
te: la esposa del rabino se asoma por la ventana, y uno de los discípulos
de su esposo (un bujer en ídish) aprovecha la oportunidad para pal-
mearle el trasero a modo de grosera incitación sexual. La mujer se vuel-
ve y lo insulta violentamente. -¿No quieres?- le pregunta el bujer. -
¿Quién habla de no querer? Se trata sólo de la jutzpe (insolencia).
Antes de ese período habría sido igualmente imposible encontrar
una variación de los chistes de Shadjen como la que aparece en este
cuento: un joven al que el Shadien le organizó el casamiento insiste en
que tiene que ver a la muchacha desnuda antes de adoptar la decisión
final. Por fin logran vencer la resistencia de la chica y ésta aparece com-
pletamente desnuda delante del muchacho, el cual comenta: -No me
gusta su nariz.
En ese período de transición, la misma monogamia se convierte en
blanco de ataques ingeniosos y empieza a manifestarse la tendencia de
los hombres a la variación y la promiscuidad en las relaciones sexuales.
-¿Cómo se encuentra tu esposa?- le preguntaron a un hombre. Mir ge-
zogt -responde. ("Mir gezogt" es una formula mágica judía, que se po-
dría traducir quizá como "ojalá se pudiera decir otro tanto de mí"). -
¿Por qué dices eso? -pregunta el amigo, y aquél le explica: -Sabes, cada
semana toma una nueva doncella. (Esta misma fórmula ha sufrido ca-
sualmente una ingeniosa variante. En una escena escrita por el satírico
vienés Karl Kraus, dos hombres se encuentran con una muchacha muy
bonita. -Unter mir gesagt -murmura uno de ellos, o sea: -Ojalá se pu-
diera decir que está debajo de mí. Aquí el efecto humorístico se intensi-
fica por el significado alterado de la frase judía).
En los poemas de Heinrich Heine, cuyos antepasados vivieron en el
ghetto, la promiscuidad del hombre ya se hace evidente. Actualmente
no hay más rastros de transición: él círculo ha dado la vuelta completa.
Los escritores judíos modernos hacen contrastar una y otra vez la vida
matrimonial con las libres relaciones sexuales. En cierta oportunidad, el
escritor vienés Alfred Polgat describió en un ingenioso epigrama la
aritmética paradójica que determina las relaciones del hombre con la
mujer: "Muchas son demasiado poco, y una es un exceso". Otro autor
37 Uno de mis primeros libros sobre psicoanálisis fue Arthur Schnitzler als
Psychologe, Minden, 1913.
para protestar contra el sistema de Peel. Con voz suave, casi monótona,
preparó Disraeli cuidadosamente el ataque: "Si a veces el Honorabilísi-
mo Caballero cree oportuno sermonear a uno de sus partidarios del ala
derecha, es probable que sea con razón. Yo por mi parte estoy plena-
mente dispuesto a inclinarme ante el bastón de mando; pero en realidad,
si en lugar de recurrir a circunloquios, el Honorabilísimo Caballero por
lo menos se atuviese estrictamente a las citas, podría estar seguro de
que éstas serían un arma más segura. Un arma que esgrime siempre con
mano maestra, y cuando recurre a una autoridad, en prosa o en verso,
está persuadido de que lo hará con éxito, en parte porque nunca cita un
pasaje que no haya recibido antes el galardón del Parlamento, y en parte
y principalmente porque sus citas son tan felices. El Honorabilísimo
Caballero sabe el efecto que produce en un debate la mención de un
gran nombre... lo importantes que son sus efectos, que ocasionalmente
llegan a ser electrizantes. Nunca menciona a un autor que no sea céle-
bre, y aun a veces amado... Cunnings, por ejemplo. Este es un nombre
que, de ello estoy seguro, jamás se podría pronunciar en la Cámara de
los Comunes sin despertar emoción. Todos admiramos su genio. Todos,
o por lo menos la mayoría de nosotros deploramos su muerte pre-
matura, y todos simpatizamos con él en su lucha feroz contra el prejui-
cio supremo y la mediocridad sublime, contra los enemigos inveterados
y los amigos cándidos. ¡Maravillosos versos, por ejemplo, los que Mr.
Cunnings escribiera sobre la amistad y el Honorabilísimo Caballero cita-
ra aquí! El tema, el poeta, el recitador... ¡qué combinación feliz! Su
efecto, en el debate, debe ser abrumador; y si me fueran dirigidos a mí
estoy seguro de que no me quedaría más que felicitar públicamente al
Honorabilísimo Caballero no solo por su ágil memoria sino también por
su valerosa conciencia".
Es fácil imaginar el tremendo efecto que este discurso produjo en la
Cámara. Los dardos emponzoñados fueron disparados con precisión
mortal. He aquí una obra maestra de agresión sarcástica, lentamente
expuesta en tono suave, desde el comienzo de fingida humildad hasta la
culminación en esa frase: "El tema, el poeta, el recitador... ¡qué combi-
nación feliz!" Las palabras son puñales, acompañadas por una reveren-
cia. El efecto sobre Peel fue verdaderamente aplastante.
En su granja de Bradenham, el padre de Disraeli, Isaac Disraeli, an-
ciano y ciego, sentado junto a su esposa Sarah, no cesaba de repetir:
"El tema, el poeta, el recitador".
No es casual que estos estallidos de sarcasmo sean reacciones con-
tra afrentas e insultos de la autoridad. Son expresiones de un vehemente
espíritu vengativo. Más de dos siglos antes de que Disraeli pronunciara
su discurso, Shylock reaccionó con idéntico sarcasmo ante los ultrajes
del grosero noble veneciano, cuando le preguntó si un perro podía po-
seer dinero y si un perro podía prestar tres mil ducados. Cuando le pre-
guntan de qué le serviría una libra de carne humana, el mismo Shylock
responde: "Para cebar a los peces. Alimentará mi venganza si no puede
servir para nada mejor".
Se puede hablar de "cordial ironía". Pero la expresión "sarcasmo
cordial" no resulta posible, porque el sarcasmo es tajante y mordiente y
llega al extremo de los impulsos elementales. Su carácter no es menos
primitivo cuando aparece en forma verbal. También es mortífero en las
palabras. El mismo término sarcasmo deriva de una palabra griega que
significa lacerar o mutilar. El ridículo también mata.
EL ESPIRITU ESCEPTICO
Hace poco leí un comentario cínico de Oscar Levant, quien dice
respecto a Hollywood: "Desnúdenlo de sus falsos oropeles y encontra-
rán los verdaderos oropeles que hay debajo". El aspecto psicológica-
mente interesante de esta frase dicha como al descuido no es su pene-
trante cinismo sino su introducción, o sea, el escepticismo que se niega
a dejarse impresionar por el valor aparente de las cosas y desea espiar
detrás de la fachada del fenómeno. Esta actitud prevalece en la men-
talidad judía, se trate de ideas básicas o de cuestiones insignificantes.
Este escepticismo penetrante no es producto de los tiempos mo-
dernos. Ya se observaba su presencia cuando Isaías describió al car-
pintero pagano que se había tallado un dios propio en un bloque de
madera, cuyas astillas utilizaba para preparar su comida. También esta-
II
En toda religión totalmente desarrollada aparecen herejías y blas-
femias que desafían la tradición oficial y proclaman apasionadamente
que poseen una verdad más sublime. En los primeros tiempos de la
cristiandad, los cainitas afirmaban que la mortificación de la carne se
lograba precipitándose a la orgía sexual. Otra secta cristiana glorificaba
a Judas porque merced a su traición se hizo posible la salvación de la
humanidad, y sus adictos lo reverenciaban como San Judas. El judaísmo
conoce también herejías parecidas. Si hubiéramos de creer a ciertas
dogmáticas autoridades cristianas, la misma existencia del judaísmo
significa una herejía porque niega la divinidad de Jesucristo.
Algunos chistes judíos demuestran que la línea divisoria entre la fe y
la blasfemia no está marcada con mucha precisión. Más aun, prueban
que ocasionalmente se santifica la blasfemia o el sacrilegio y se repudia
la creencia tradicional. A veces el diablo cita las Escrituras y tienta al
devoto para que lo siga. En algunas oportunidades la misma duda es
puesta al servicio de la fe religiosa.
La conclusión que quiero inferir a esta altura -conclusión apoyada
por muchos chistes judíos- es la siguiente: en ciertas circunstancias el
hombre que viola la ley sagrada merece mayor estima que aquellos que
la observan fielmente. Tenemos, por ejemplo, la historia del rabino jasí-
dico del que se cree que subió al cielo en día sábado y que es sorprendi-
do mientras corta leña para una viuda pobre durante el día de descanso.
Gracias a este acto sacrílego, según se dice, ascendió aún a mayores
alturas. La caridad vence aquí a la Sagrada Torá.
Tenemos también la maravillosa anécdota del judío pobre al que le
habría gustado asistir al servicio de la sinagoga, pero no podía pagar el
* Bedel.
PALABRAS CHOCANTES
Una investigación sobre el humorismo judío no sería completa si no
se tomase en cuenta el grupo de chistes que se refieren a los procesos
de la evacuación intestinal y del acto sexual. Estos chistes judíos se va-
len frecuentemente de estas necesidades físicas para contrastarlas con
las reglas de la civilización occidental. Ciertos deseos físicos elementa-
les y vitales, que no están restringidos en el ghetto, aparecen en con-
flicto con las delicadezas y convenciones de otro mundo. En los chistes
judíos de este tipo no se hallará nada similar a las obscenidades de Sha-
kespeare o a la lascivia de Rabelais. Por otra parte, tampoco tienen los
rasgos de sutileza y sofisticación propios del humor francés moderno.
Para que la diferencia resulte inconfundiblemente clara, he aquí un
ejemplo. En la novela de Anatole France, La Rebelión de los Angeles,
Arcade y Gastón visitan a su amigo, el joven aristócrata Maurice, que
está enfermo. Los caballeros conversan sobre diversos problemas de
religión y filosofía. En el curso de la conversación se intercalan algunos
Monsieur, pero acabamos de hacer una apuesta. ¿Que edad tiene usted?
Capus las mira y les contesta amablemente: -Mesdames, eso depende de
vuestras intenciones.
Naturalmente, en un primer momento esta respuesta parece tonta,
porque la edad o la cantidad de años constituye un hecho objetivo. La
contestación del escritor resulta totalmente inesperada, pero suponemos
que lleva implícito que la curiosidad de las mujeres tiene un oculto ca-
rácter sexual. La frase tiene las propiedades específicas de los chistes
parisienses y está acuñada al estilo francés. Es legítimo dudar seria-
mente de que los chistes de este tipo pudieran florecer en el ambiente
del ghetto judío.
Cuando llega el momento de tener que hacer frente a la verdad, ¿es
la verdad la que enfrentamos? Este es el problema que surge aquí, y el
humorismo judío lo plantea una y otra vez. En cierta oportunidad vi una
ilustración en la que un hombre le decía impacientemente a su amante:
-¡Deja de mentir! ¡Ya te creo! Sabemos que los mortales no estamos
hechos para aceptar la verdad íntegra cuando la reconocemos como tal;
sin embargo, ¿podemos aceptar y admitir una mentira, aunque veamos
claramente que se trata de una tergiversación? Esto es precisamente lo
que hace el hombre cuando le pide a la muchacha que no siga mintiendo
porque él ya cree sus embustes. Según esta frase, uno puede aceptar sin
discusión una mentira siempre que desee fervientemente creer en ella.
La verdad tiene muchas caras; ocurre otro tanto con la mentira.
Ocasionalmente la verdad puede disfrazarse de embuste, como ocurre
en la anécdota de los dos judíos que se encuentran en una estación de
ferrocarril, en Galitzia. Uno pregunta: -¿A dónde viajas? -A Cracovia -
responde el otro. ¡Un momento, grandísimo mentiroso! -exclama el
primero con tono indignado. -Cuando dices que viajas a Cracovia, en
realidad quieres que yo crea que estás viajando a Lemberg. Bien, pero
estoy seguro de que viajas verdaderamente a Cracovia; ¿qué necesidad
tienes pues de andar con embustes? Freud, que analizó la técnica de
esta "preciosa historia" en su libro sobre el humorismo, señala que el
chiste demuestra la inestabilidad de una de nuestras ideas más arraiga-
REDUCCION A LA LOGICA
Muchos autores que se ocupan de los chistes judíos citan una reco-
pilación que Alexander Moszkowski publicó hace casi cuarenta años,
con el título de Der jüdische Witz und seine Philosophie. El autor no se
limitó a reunir los chistes, sino que también trató de configurar una filo-
sofía del humorismo judío. Afirmó que los judíos constituyen el pueblo
ingenioso por excelencia, que son ingeniosos como pueblo, y designó al
chiste judío como "el soberano" de todos los chistes. A su juicio, "la
noción del humorismo judío desemboca en un pleonasmo, en una tau-
tología, porque los elementos básicos de esta noción son inseparables.
Lo que determina la naturaleza del humorismo, que es el contraste,
constituye también el signo distintivo del judaísmo, en lo bueno y en lo
malo, en su significado elegiaco y cómico. El inflamado sistema de pen-
samiento, que emite chispas de ingenio, se desarrolló en el martirio de
este contraste".
El amor es ciego, incluyendo el amor por el propio pueblo. Con la
misma justificación con que Moszkowski declaró que el humorismo
judío constituye el soberano de todas las variedades de humorismo, los
franceses atribuirán este mérito a "l'esprit" y los británicos destacarán
las sobresalientes cualidades de sus satíricos, desde Jonathan Swift
hasta G. Bernard Shaw. No criticaremos el estilo metafórico de Mosz-
kowski y su artificial emoción ("El inflamado sistema de pensamiento,
que emite chispas de ingenio, se desarrolló en el martirio de este con-
traste"), sino que nos limitaremos a manifestar que en tanto que la re-
copilación de chistes judíos tiene una gran riqueza, su filosofía es deci-
didamente pobre.
Hay oportunidades en las que todas las reglas de la lógica son ridi-
culizadas. Por ejemplo, cuando el tímido judío dice: -Sí, ya sé que el
perro que ladra no muerde, ¿pero acaso también lo saben los perros?
Más aún, hay situaciones en las que la realidad excluye la aplicación de
la lógica, como ocurre por ejemplo en la historia del soldado judío heri-
do de muerte. Un sacerdote católico se acerca a él y le muestra una
cruz con el Cristo. -¿Sabes lo que significa esto? -le pregunta. Pero el
soldado responde: -¡Tengo una bala en el estómago y él viene a plan-
tearme una charada! El efecto jocoso está claramente ligado a un ataque
al cristianismo.
Pero queríamos discutir el papel que la lógica, como tema, des-
empeña en los chistes judíos. Tenemos un excelente ejemplo en el
cuento del rabino que ha perdido sus anteojos y los encuentra a través
de un largo, muy largo rodeo. La concatenación de sus razonamientos
(que aquí está abreviada y traducida del ídish) es la siguiente: "Puesto
que los anteojos no están aquí, tienen que haberse escapado o alguien
se los llevó. Es ridículo, ¿cómo podrían haberse escapado? No tienen
piernas. Puesto que alguien debe de haberlos robado, tiene que tratarse
o de una persona que tiene anteojos o de alguien que no los tiene. Si
fuera una persona que ya tiene anteojos, no se habría llevado los míos.
Si se los llevó alguien que no tiene anteojos, será que no ve sin ellos. Si
no tuviese gafas y viese, ¿para qué necesitaría las mías? Debe de ser
alguien que no tiene anteojos y tampoco ve. ¿Pero si no tiene anteojos y
no ve, cómo pudo encontrar los míos? Puesto que no se los llevó al-
guien que tuviese anteojos y viese, ni se los llevó alguien que no tenía
anteojos ni veía, y puesto que no se fueron solos porque no tienen pier-
nas, los anteojos deben estar aquí. Pero yo veo que no están aquí. ¿Dije
que veo? Entonces tengo anteojos. ¡Puesto que tengo anteojos, deben
ser los míos o los de otra persona! ¿Pero cómo es posible que los an-
III
-¿Por qué los judíos responden a una pregunta con otra pregunta? -
inquiere un gentil. -¿Por qué no habríamos de responder con una pre-
gunta? -contesta el judío. Esto parece cómico, pero nadie ha tratado de
explicar -que yo sepa- esta peculiaridad judía. Es fácil referirse a la mo-
dalidad de los debates talmúdicos, que a veces producen la impresión de
un juego de preguntas, respuestas y nuevas preguntas. Pero ésta no es
una explicación sino más bien un nuevo motivo para plantearse el inte-
rrogante.
Quizá la semántica nos ofrezca una pista significativa. Decimos que
disparamos, lanzamos, descargamos preguntas contra alguien; que tur-
bamos, aguijoneamos, humillamos a alguien con preguntas, y a veces el
término "interrogatorio" es empleado como sinónimo de "tormento".
En la época medieval, la tortura era designada como interrogatorio
("Peinliche Frage").
Sólo podremos llegar a una explicación satisfactoria de esta pe-
culiaridad a través de la aplicación de métodos psicológicos. Ciertas
experiencias realizadas en la práctica psicoanalítica nos enseñaron que
un tipo determinado de pregunta repetida por el paciente tiene con fre-
cuencia un carácter inconsciente de agresión disimulada como si el pa-
ciente quisiese poner a prueba o turbar al psicoanalista. Estas preguntas
se aproximan a veces a una especie de ataque velado.
En estos casos la mejor táctica consiste en devolver la pelota por
encima de la red, en contestar, por ejemplo, dentro del estilo de "¿Y
qué piensa usted de eso?" Hay, además, casos neuróticos que reaccio-
nan con desconfianza ante cada pregunta. A uno de mis pacientes, un
conocido con el que se había encontrado en la calle le inquirió: -¿Qué
anda haciendo ahora? Esto le hizo sospechar que la pregunta estaba
dirigida a averiguar si todavía se seguía masturbando. Dejando de lado
estos casos patológicos, muchas personas consideran que las preguntas,
aunque no sean de tipo personal, constituyen una intromisión.
LO PARADÓJlCO
La discusión del uso y abuso de la lógica constituye quizá el mo-
mento oportuno para mencionar la noción de "paradoja", o sea una
afirmación que puede ser cierta, pero que parece encerrar dos signi-
ficados opuestos. En la literatura talmúdica y postalmúdica abundan
estas afirmaciones paradójicas, y cualquier colección de chistes judíos
I
Muchas veces hemos confesado que los poetas previeron una buena
parte de los conocimientos que los psicólogos adquirimos posterior-
mente a través de laboriosas investigaciones empíricas. Pocas veces se
ha notado que el humorismo contiene también con frecuencia una per-
cepción psicológica que generalmente es difícil de alcanzar. Este cono-
cimiento anticipado de los procesos emocionales y mentales -conoci-
miento anticipado que, claro está, es de un tipo especial- va de la esfera
de lo inconsciente, que puede llegar a sernos familiar, al área de lo re-
primido, que nos resulta extraño y a veces hasta pavoroso.
Para descubrir esa realidad oculta del humorismo -con frecuencia
olvidamos que el humorismo y la sabiduría están emparentados- es
necesario espiar por cierto detrás de la fachada del chiste y analizar su
significado latente. Uno de los fenómenos físicos inconscientes que se
convirtió en tema de los chistes judíos es la creencia en la omnipotencia
de un pensamiento o deseo. El psicoanálisis sostiene que incons-
cientemente tenemos una confianza inmensa en el poder de nuestros
propios procesos emotivos y que seguimos suponiendo que nuestros
deseos gobiernan el curso de los acontecimientos en el mundo exterior.
Esta creencia primitiva en el poder de nuestro pensamiento se origina en
el mundo del niño, quien al principio está convencido de que todo lo
que desee se cumplirá.
El humorismo judío hace mofa a veces de esta superstición, pero en
ciertos casos confirma su existencia y su eficacia. Tomemos, por ejem-
plo, la historia dialectal, también citada por Freud, que se refiere al muy
conocido rabino N., quien en una oportunidad estaba sentado en la si-
nagoga de Cracovia y de pronto lanzó un grito. Cuando sus discípulos,
angustiados, le preguntaron por qué aullaba de ese modo, respondió: -
¡En este preciso instante acaba de morir en Lemberg el gran rabino L.
La congregación se puso luto por el famoso rabino. Los viajeros de
asistir a la muerte del otro hombre desde una distancia tan grande y con
nitidez visionaria?
Aquí tenemos entonces la sustancia, psicológicamente interesante de
ese chiste judío. La visión del rabino se convierte en una manifestación
de un deseo inconsciente de que el rival desaparezca. Lo que se piensa y
desea aparece como un hecho terminado, igual que en un sueño.
Los psicoanalistas han descubierto que la intensidad de esta fe en el
poder de los propios deseos depende también del arraigo de los impul-
sos que la despiertan y la mantienen. Aquel discípulo podría haber con-
testado: -No tiene importancia que el rabino de Lemberg siga con vida.
En realidad ya está muerto. El poder del deseo de mi rabino lo ha mata-
do.
El contexto de la respuesta es importante. Es la reacción del dis-
cípulo a las burlas de su interlocutor. Cuando uno deja de lado el con-
tenido manifiesto del comentario y la respuesta, y toma en considera-
ción su significado oculto, muchas veces ignorado aun por la persona
que habla, se reconocerá el carácter amenazante de la reacción. Desde
este punto de vista, la respuesta del discípulo significa: -¡Cuidado con-
migo! Yo soy alumno del rabino que es tan poderoso cuando odia! El
chiste sacrifica al rabino de Cracovia como telépata, pero prueba la in-
tensidad de sus emociones e impulsos. En la historia, se le admira por
su capacidad de odiar.
II
Ahora estamos buscando otro ejemplo de humorismo, un ejemplo
que ponga de manifiesto otra emoción intensa en relación con la creen-
cia primitiva en la omnipotencia de la mente. Los judíos polacos se ha-
llan en la cuarta galería de la Opera de Viena y están fascinados por la
diva Marie J., famosa por su voz maravillosa y por su seductora belleza.
Durante el intervalo dice uno de ellos: -Me gustaría volver a acostarme
con J. -¿Cómo? -le pregunta su sorprendido amigo- ¿Ya te acostaste
una vez con ella? -No, pero ya deseé hacerlo...
También aquí las ilusiones están encaradas como si fuesen hechos
reales, pero en este ejemplo es más comprensible dicha relación que la
MALDlClONES CÓMICAS
La historia de la señora Meyer, citada en un párrafo anterior, parece
confirmar la confianza inconsciente en el poder mágico de la palabra.
Como lo demuestra el Antiguo Testamento, esta convicción era parte
integral de la religión hebrea y su manifestación más clara residía en la
fe en la inevitable eficacia de las bendiciones y maldiciones. La maldi-
ción era una plegaria o invocación para que la mala suerte cayese sobre
SU PROPIO MEDICO
Hay unos cuantos chistes judíos sobre los médicos y las enferme-
dades. He aquí un ejemplo. "Cuando un goy tiene mucha sed, bebe unos
cuantos litros de cerveza. Cuando un judío tiene mucha sed, va al médi-
co para que lo examine por si sufre de diabetes". Esta preocupación por
la propia salud es contrastada con una especie de indiferencia hacia la
enfermedad, que con frecuencia es producto de la ignorancia. Este es el
contra-ejemplo. Después de someterlo a un detenido examen, el médico
le comunica a su paciente: -Señor Lefkovitz, lamento informarle que
tiene cáncer. El viejo Lefkovitz responde: -Cáncer, shmáncer... lo im-
portante es estar sano.
He aquí un ejemplo en el que la fe mágica en la oración compite con
la fe religiosa. En casos de emergencia, los piadosos judíos orientales
rezaban recitando el texto de los Salmos. En los círculos judíos, la lec-
tura o recitado de los Salmos era conocido como "decir Tehilim". Una
madre judía acude al rabino y se queja de que su hijo sufre de una dia-
rrea imposible de contener. El rabino le aconseja: "Debe decir Tehilim".
Tres días más tarde la misma mujer vuelve a presentarse ante el rabino,
y se queja de que ahora su niño sufre de los síntomas contrarios. El
rabino le recomienda: -Vuelva a decir Tehilim. -¡Pero rabino! -exclama
horrorizada la mujer. -¡Los Tehilim producen constipación!
Liberado de estas supersticiones, el judaísmo siguió considerando
que la vida era el bien más valioso concedido a los hombres. La falta de
una fe en el más allá hacía que la vida y la supervivencia resultasen más
MESHUGUE
Para entender y apreciar en forma completa muchos chistes judíos,
necesitaríamos un glosario de expresiones hebreas e ídish. Sin embargo,
aIgunas de estas palabras se han hecho tan comunes que su significado
resulta inmediatamente claro para todos. Se han abierto paso en el Ien-
guaje diario, en los idiomas vernáculos de Europa y América. El térmi-
no hebreo "meshugué" pertenece a esta categoría. Generalmente se lo
emplea en el sentido de "chiflado". Pero el significado de esta palabra
abarca adjetivos tales como: aturdido, confundido, loco y demente, y va
desde el excéntrico o neurótico hasta el lunático y el psicópata. Para
ilustrar la ambigüedad semántica de esta palabra, recordaremos un inte-
rrogante jocoso, una especie de frase proverbial. Cuando se comenta
que un hombre es meshugue, otra persona que tenga dudas al respecto
podrá preguntar: "Si está meshugue, ¿por qué no besó la estufa caliente
en lugar de la chica bonita?" Entonces es probable que la respuesta sea:
"Tan meshugue no es". Cuando se aplica la palabra en el sentido de
demencia, no hay duda de que existen ciertos casos de psicopatía y neu-
rosis de agudo carácter masoquista cuyas tendencias autodestructivas lo
llevarían a besar la estufa caliente y no a la chica bonita.
La misma ambigüedad verbal surge en otra frase familiar. Una per-
sona cuyo pariente próximo se comporte en forma caprichosa o tonta
reaccionará a veces de modo típico ante la hilaridad de los otros y co-
mentará: -Yo también me reiría, si el tonto no fuese mío. Lo que equi-
vale a decir que a eIla también lo divertiría la insensatez de ese hombre
GESTlCULAClONES
No creo que los judíos que han vivido varios siglos en Italia, España
y otros países del Mediterráneo se hayan dado mucha cuenta de que
acompañan sus palabras con vehementes gesticulaciones. Sólo el con-
traste con el comportamiento de los pueblos nórdicos y las burlas e
imitaciones a que fueron sometidos los judíos hicieron que estos presta-
sen atención a sus ademanes. Cuando su debilidad en este sentido que-
dó al descubierto, el humorismo judío empezó a ocuparse de los gestos
vivos y expresivos, actitud ésta muy característica de la autocrítica de
los judíos. En el cuento de Abraham Cahan44 el totalmente norteameri-
canizado David Levinsky sigue luchando a brazo partido contra el há-
bito de las "gesticulaciones talmúdicas", que lo preocupa como si fuera
un defecto físico. En el mismo cuento aparece otro hombre que nunca
abre la boca cuando está tan oscuro como para que no se le puedan ver
las manos. Mandelbaum lee el anuncio del teatro y le pregunta a su
amigo: -¿Qué es esto que acá llaman pantomima?- Y su amigo le res-
ponde: -Nu, es muy sencillo. Todos hablan a la vez, pero nadie dice ni
una palabra.
Los gestos constituyen en realidad un lenguaje por sí mismo y son
muchas las cosas que dicen. Charlie Chaplin no aprendió este lenguaje
en el East End londinense, sino que simplemente llevó a su más elevada
expresión artística la gesticulación que era propia de su pueblo. Por
medio del empleo de los ademanes, cubrió toda la gama de las emocio-
nes, desde la desesperación hasta el júbilo, y podía describir un objeto
ausente con unos pocos movimientos de sus manos.
Los chistes judíos no se refieren al hábito de emplear ademanes, sino
más bien a lo indispensables que son. -Hoy estás muy aburrido -le dice
LA COCINA
II
El cliente que estaba delante de mí en una rotisería dijo: -Déme una
libra de fiambre kosher-. Sin decir palabra, el empleado le pesó una libra
dirigida contra la camarera que le hizo una pregunta tonta. ¿Qué hay de
específicamente judío en este chiste? Se origina en una combinación
tradicional de ciertos platos que muy bien pueden ser designados como
platos tradicionales o religiosos.
Al llegar a este punto queda al descubierto una nueva visión general
y nos vemos enfrentados con un interrogante que casi nunca fue plan-
teado. ¿El efecto cómico, la risa que provoca, son los únicos elementos
para medir las excelencias de un chiste? Hay una cantidad considerable
de chistes judíos cuyo efecto es menos intenso que duradero, chistes
que flotan en nuestra mente y que no sólo provocan risa, sino que ade-
más alimentan los pensamientos. La risa no es más que la reacción más
ruidosa y conspicua ante un buen chiste, pero no es necesariamente la
única. Algunas de las mejores humoradas judías son aquéllas en las
cuales otras reacciones emocionales o mentales siguen a la risa y que
producen un prolongado efecto posterior.
III
Para mantenernos dentro de los límites del problema que nos ocupa,
he aquí otro chiste judío. El señor Knoepfelmacher, que ha sido bauti-
zado poco tiempo atrás, vuelve una vez más al restaurante donde sabo-
rea la pechuga picada de ganso y suspira melancólicamente: "¡Y pensar
que uno debe abandonar semejante religión!" Al principio esta frase
parece extraña o absurda, pero si uno se detiene a analizarla le en-
cuentra sentido. Nos recuerda también la figura de Don Abarbanel de
Heine quien visita el ghetto "no para orar sino para comer".
¿Hay aquí verdaderamente un contraste y un conflicto? ¿Tiene algún
sentido la lamentación del señor Knoepfelmacher por haber abandonado
"semejante religión"? La respuesta es evidente: aquí están en discusión
no sólo los simples problemas culinarios de importancia secundaria,
sino cuestiones que en una época tuvieron gran impacto religioso y na-
cional. Un eco de las antiguas disposiciones y prohibiciones alimenta-
rias, de todo aquello que en otros tiempos formó la unidad y la comuni-
dad de las tribus hebreas, penetra aquí en el mundo de la judería eman-
cipada de Occidente. En última instancia, los tabús alimentarios espe-
LA VAGA RESONANCIA
Ya han transcurrido más de treinta años desde que viví en La Haya,
en Holanda; fue en esa época cuando escuché el siguiente cuento cómi-
co judío mientras visitaba mi ciudad natal de Viena. En mitad de la no-
che, el conserje de la casa del embajador español es despertado por la
II
Se sostiene con frecuencia que el efecto del humorismo depende
siempre de un contraste inesperado. Si a modo de ensayo aprobásemos
esta teoría, ¿cuál sería el contraste que provoca el efecto cómico en el
chiste sobre los dos nobles españoles? Inmediatamente pensamos en la
frase "Mir zyn zwo Spanisch Granden". El contenido de esta afirmación
contradice desconcertantemente a la expresión en ídish. Acá hallamos el
elemento de sorpresa común a todo el humorismo. Si lo que yo expuse
III
Hay otro tipo de anécdotas hilarantes debidas a los judíos o acerca
de ellos, que pertenece al mismo género. El duque de Lign, primer judío
que fue elevado al rango de la nobleza, era ingeniosamente llamado en
Viena le premier varon de l'Ancienne Testament, pero sin duda alguna
él no imaginaba lo que significaba en realidad este mote burlón. El An-
tiguo Testamento habla de reyes, sacerdotes y héroes cuya aristocracia
47 Molly and Me, Nueva York, 1961, pág. 44. Der Überraschte Psychologe,
Leiden, 1935.
48 Rejoice in Thy Festival, Nueva York, 1956.
Ignoro al Dios
Que ustedes suelen llamar el Cristo.
Ni tengo el honor
De conocer a su madre virginal.
Que los judíos lo hayan asesinado
Es difícil de probar ahora
Puesto que el cuerpo del delito
Desapareció al tercer día.
Resulta igualmente dudoso
Que tuviese parentesco
Con nuestro Dios, quien por lo que sabemos
No tiene hijos.
Ya no en las alturas de la polémica abstracta, sino en un terreno más
próximo a la vida diaria, encontramos otro chiste judío que choca con
aspectos solemnes del ritual cristiano. Un pintor judío de brocha gorda
es enviado a un convento para realizar algunos trabajos. La madre supe-
riora del convento le muestra qué es y donde está lo que debe pintar.
Cuando la mayor parte del trabajo está hecha, le dice que está satisfecha
con el mismo y le pide que continúe, pero agrega: -Por favor, acuérdese
de quitarse el sombrero mientras trabaja en la iglesia. No se lave las
manos en el agua bendita y llámeme "Madre Superiora" y no "señora
Shapiro". Naturalmente, la falta de respeto a los ritos de la Iglesia im-
plícitos en la actitud del pintor sólo puede atribuirse a su ingenuidad
desde un punto de vista superficial. El comportamiento del hombre no
deja ninguna duda respecto a su intención.
Está el cuento del sacerdote católico que le dice a un rabino: -
Ustedes tienen una religión extraña. Explíqueme por que sus sinagogas
están tan sucias, en tanto que nosotros mantenernos nuestras iglesias
tan limpias. -Oh, eso es muy sencillo -responde el rabino. Ustedes tie-
nen un ama de llaves que las friega y las barre, pero nuestro Dios no
tiene una esposa que pueda hacer esto en Su casa. -Dígame -continúa el
cura-, por qué gritan ustedes a voz de cuello cuando se dirigen a su
Dios en tanto que nosotros rezamos en voz baja. -Nuestro Dios ya es
viejo y no tiene buen oído. En cambio el Dios de ustedes es joven y oye
bien. -Dígame, por qué sus funerales son tan tristes, en tanto que en los
II
Hasta ahora, he tratado de abreviar todos los cuentos judíos largos,
pero la historia siguiente será una excepción a la regla observada en este
libro. Un judío ha sido rozado por un camión y afirma estar gravemente
lesionado. Demanda por daños a la empresa propietaria del vehículo y
exige una suma exorbitante porque el accidente lo ha dejado paralizado
y no puede trabajar. Después de una minuciosa investigación, la com-
pañía donde está asegurada la empresa de transportes le paga una su-
culenta indemnización. Pero le previene que en el futuro se lo vigilará
atentamente. Si puede caminar un solo paso, lo procesarán por perjurio
y defraudación. El judío le contesta al agente de seguros: -Ya tomé mis
medidas para que una ambulancia venga a buscarme y me lleve al aeró-
dromo. Iré en avión a Francia. Después otra ambulancia me trasladará a
Lourdes. Y termina la descripción de sus planes con estas palabras: -
¡Hermano, entonces sí que verá un milagro!
EL judío que espera ostensiblemente que la virgen de Lourdes lo fa-
vorezca con un milagro se burla simultáneamente de esta idea. Se ríe
sarcásticamente del milagro y de los cristianos que creen en él al mani-
festar su mordaz coincidencia con ellos.
LA VIOLENCIA
Un psicólogo clínico realizó recientemente una investigación sobre
las diferencias psicológicas entre los estudiantes gentiles y los judíos y
publicó algunos de los interesantes resultados. Descubrió, que la mayo-
ría de los jóvenes judíos manifestaban una clara aversión a la violencia.
El desagrado y aun la repugnancia por la fuerza bruta no puede haber
sido una actitud primaria del pueblo judío. Los relatos bíblicos sobre su
historia primitiva, especialmente la que corresponde al período poste-
rior a la invasión de Canaán, no revelan ninguna prueba de un fuerte
aborrecimiento originario contra la violencia. Casualmente, estas prime-
ras etapas están saturadas de hechos atroces y brutales cometidos por
las tribus judías, cuyo temperamento era sin duda igual al de los otros
semitas de la antigüedad.
Parece que con la gran reforma religiosa mosaica, y en forma aun
más efectiva con las enseñanzas de los profetas, la originaria propensión
a la acción violenta fue dejando lugar lentamente a una reacción contra
la sed de sangre y los impulsos asesinos. Es difícil estimar hasta qué
punto son permanentes estas formaciones emocionales por reacción,
pero está claro que en ciertas circunstancias sociológicas se producen
retornos a una actitud primitiva y elemental. Si se pueden creer las noti-
cias que llegan de lsrael, no son escasos los actos de represalia y ven-
ganza de la nueva generación israelí, el asesinato, la brutalidad como
respuesta a la agresión árabe.
Sin embargo, hay diferencias en la forma y dimensión de los actos
brutales entre el gentil medio y el judío medio. Los compararemos esta-
bleciendo el contraste entre una anécdota vienesa y una frase pronun-
ciada por un judío. Cuando yo era niño, vivía en Viena un atleta y lu-
chador llamado Jagendorfer. Una noche les contó a sus amigos algo que
había sucedido ese mismo día. -Imaginen que cuando llegué por la tarde
a la cafetería y quise jugar al billar, mi taco no estaba allí. Lo busqué
por todas partes, pero no lo encontré. Entonces vi a un hombre que
jugaba en otra mesa y estaba usando mi taco. Me acerqué a él y le dije:
-Señor, ése es mi taco. -No, es mío -me respondió. -Yo insistí: Señor,
devuélvame mi taco. ¡Le repito que es mío! Pero el tipo no quería res-
tituirlo y seguía diciendo que era suyo. Sólo cuando terminaron de lavar
al tipo con vinagre me di cuenta de que efectivamente no era mi taco.
Más que un chiste, este es un cuento humorístico. Nuestra primera im-
presión consiste en que el gigante grosero que aporrea a una persona
49 Jean Piaget, The Child's Conception of the World, Nueva York, 1929, pág.
88.
ejemplo, hemos oído la frase "tiene una gorra para ir a caballo". Esto se
decía de alguien que carecía de toda preparación para realizar determi-
nada tarea, y que se había provisto sólo de algún atributo superficial,
como un jockey que no tuviese caballo ni montura sino tan sólo la go-
rra.
En la vida diaria judía, la línea demarcatoria entre los fenómenos
contiguos del refrán y el chiste se diluye con frecuencia. Hay pruebas de
que proverbios y preceptos de las épocas bíblica y talmúdica fueron
sometidos más tarde a aplicaciones y variaciones farsescas. En este
punto se podría argüir que deberíamos agregar al efecto emotivo pasa-
jero la decisión acerca de si lo que está en consideración es un pro-
verbio, un cuento gracioso o una frase humorística. Pero aún este crite-
rio resulta ambiguo. Lo que tenemos entre manos es, por ejemplo, una
máxima que en otros casos sería respetable y que ahora adopta un dis-
fraz de payaso, o simplemente un chiste que pretende ser didáctico y
posa como proverbio. Sonreímos, como si la diferencia tuviera poca
importancia. Y a veces ni siquiera sonreímos. Mi abuelo acostumbraba
decir que los niños nacen con los puños apretados y el hombre muere
con las manos abiertas. Eso sonaba como una metáfora destinada a ex-
presar la idea de que la criatura desea aferrar el mundo entero y final-
mente lo deja escapar de sus manos como si no valiese nada. A los ni-
ños, esto no nos parecía muy gracioso.
Sin embargo, la mayoría de los proverbios judíos que escuchábamos
nos resultaban divertidos. ¿Acaso no era cómico que a uno le dijesen
"lava mi piel de abrigo, pero no la mojes"? (Naturalmente, esto ocurría
en una época en que eran desconocidos otros procedimientos químicos
de limpieza.) Sin embargo, con bastante frecuencia las frases dejaban un
sabor residual, porque muchas de ellas nos resultaban detestables. A
veces entraban en un extraño contraste con nuestros sentimientos, así
como con los preceptos morales que nos impartían en el hogar y la es-
cuela. Estaba, por ejemplo, la frase "Matar una gallina y no lastimarla".
Como es lógico, nosotros los niños lo interpretábamos como que no se
debía hacer daño sin necesidad a un animal. Sólo muchos años más tar-
II
Al recordar estos proverbios y muchas otras frases que oí en mi
temprana juventud, es fácil evocar la imagen de las personas que los
empleaban. Muchos espectros amados -y también otros aborrecidos-
surgen del pasado en sombras. Estos proverbios fueron pronunciados
en muchas oportunidades por nuestros padres, parientes, amigos y rela-
ciones, pero el que se llevaba el premio en la competencia, con mucha
ventaja a su favor, era nuestro abuelo. Ahora debo relatar algunos he-
chos que se refieren a él.
En mi memoria sobrevive como un anciano muy alto, de cabellos
blancos siempre cubiertos por un pequeño gorro, y con Ientes por en-
cima de los cuales nos miraba. Todavía lo veo con su bata anticuada, un
poco desprolija, arrastrando los pies por nuestro departamento, pelliz-
III
abuelos que en una época los enunciaron? Son una advertencia de que
vamos a internarnos por el sendero que recorrieron nuestros antepasa-
dos. Nos convocan hacia nuestros antepasados antes que nos reunamos
con ellos.
I
En el capítulo anterior se planteó el interrogante de por qué los pro-
verbios escuchados en alguna oportunidad y olvidados hace ya mucho
tiempo vuelven a aflorar. Nos sorprenden a menudo con su reaparición
y a veces sentimos la tentación de hacerlos a un lado. Sin embargo, la
mayoría de ellos son coherentes con el contexto en el que se presentan.
Cuando resuenan sólo es necesario prestarles atención sin interferir y
reconocerlo. (Recientemente un irlandés afirmó que su esposa tiene la
última palabra incluso después del eco).
En esta misma forma reaparecen no sólo los proverbios, sino tam-
bién los chistes y las frases graciosas o peculiares. Es como si llegasen a
modo de mensajes enviados desde un territorio extranjero, pero no es
extranjero sino sólo extraño. Forman una música de fondo para nues-
tros pensamientos. Es interesante analizar las oportunidades en que
salen a luz. He aquí unos pocos casos. Durante una función teatral re-
cordé súbitamente un chiste judío. En el escenario había estallado una
intensa tormenta de granizo. Contemplando la escena volvió a mi me-
moria el cuento en que un judío le dice a otro que se ha asegurado con-
tra incendio y granizo. Su interlocutor comenta: -Lo del incendio lo
entiendo. ¿Pero cómo haces para provocar granizo?-. El significado está
muy claro. Se trata de una alusión al propósito futuro de defraudar a la
compañía de seguros prendiendo fuego a la casa para poder cobrar el
dinero de la póliza. ¿Pero cómo se puede seguir este procedimiento en
el caso de los daños producidos por el granizo? La reaparición de este
chiste en mi mente se debió a la curiosidad que me causó el procedi-
miento técnico empleado para producir granizo sobre el escenario. Na-
turalmente, detrás de mi asombro debía haber una forma de descrei-
He aquí, para variar, un chiste judío que recordé durante una sesión de
psicoanálisis. El paciente acababa de describirme una actitud que en
seguida me intrigó: en la noche de la jornada durante la cual había sido
enterrada su esposa, se sintió súbitamente invadido por una ola de de-
seo sexual y visitó a una prostituta. Al llegar a este punto pensé en un
cuento judío. No encuentran por ninguna parte al esposo de una mujer
cuyo funeral está a punto de comenzar. Finalmente, su cuñado lo halla
en la habitación de la mucama, con la que acababa de tener relaciones
II
Todos los ejemplos anteriores se explican como consecuencia de un
curso de ideas que acompañaba a mis reflexiones conscientes mientras
escuchaba a mis pacientes. Los recuerdos de los refranes y chistes ju-
díos en los que no había pensado durante mucho tiempo constituían,
por así decir, comentarios ocasionales sobre la historia de la persona
que me relataba sus experiencias. Nuestros conocimientos sobre las
leyes que rigen las asociaciones de ideas bastan para explicar la apari-
ción de estos proverbios y cuentos parcialmente olvidados. Estos casos
no tienen nada de misterioso. Las oportunidades en que ocurrieron, su
relación con el tema en discusión y su significado ofrecen información
psicológica suficiente para explicar su afloramiento. El fenómeno no es
muy distinto de la situación en la cual recuerdo súbitamente que he de-
jado en tal o cual lugar un libro que echo de menos desde hace algún
tiempo.
Ahora enfocaremos desde otro punto de vista los casos de aflora-
miento sorpresivo. Lo que nos intriga no es la oportunidad de la reapa-
rición, sino la fuente originaria de donde procede el cuento o el chiste.
En el capítulo anterior dije que muchos de esos proverbios o refranes se
los oí a mi abuelo o a otros parientes. Sin embargo, en algunos casos el
origen de las frases o chanzas recordadas permanece sumido en el mis-
terio. A veces es fácil responder al interrogante de por qué reaparecen
en determinado momento, pero ¿de dónde provienen, dónde y de labios
de quién los oímos por primera vez?
Mientras escribía sobre los chistes en los cuales los judíos se burlan
de sus propios vicios, con gran sorpresa de mi parte pensé en una frase
que, a pesar de estar incompleta, tenía relación con ese tema. Había un
III
En una carta fechada el 3 de mayo de 1819, John Keats escribió lo
siguiente a Fanny George y Georgiana Keats: "Nunca nada se torna real
mientras no ha sido experimentado... incluso un proverbio no es tal para
una persona hasta que su vida se lo ha ilustrado". A veces nuestros pa-
dres citaban un refrán judío: "El amor de los padres se vuelve hacia sus
hijos; el amor de estos hijos se vuelve hacia sus hijos". Unicamente la
primera parte de la frase tenía sentido para nosotros, cuando niños. La
ciación ligeramente vienesa. Sin embargo, sabía que era yo quien había
murmurado esta frase significativa que contenía la esencia de lo sucedi-
do con mis propias hijas.
Durante un momento se produjo la resurrección del pasado y la voz
de mi padre fue la que brotó en mí. ¿Nuestros padres siguen viviendo a
través de nosotros y dentro de nosotros mucho después de haber
muerto? La persona tiene alguna dimensión profunda de la que no te-
nemos conciencia y en la cual habita el pasado inmortal, y junto con
éste las personalidades de aquellos que motivaron nuestro carácter.
Transcurrieron más de diez años desde aquella oportunidad en que
me oí pronunciar ese proverbio judío. La desvinculación emocional que
marca el proceso de envejecimiento ha barrido con muchas experien-
cias, pero todavía sé que aquella hora me ayudó en un desarrollo hacia
la identidad personal. "Nous mourons tous inconnues", comentó Balzac
en una oportunidad. En realidad todos morimos como seres desco-
nocidos, desconocidos incluso para nosotros mismos, pero a través de
la oscuridad cruzan chispazos de autocomprensión como el que me
alumbró en el instante en que resurgió el proverbio olvidado.
IV
Ahora me gustaría volver al comentario jocoso sobre el robo de la
locomotora que escuché en mi primera infancia, pero solo podría arribar
a ello dando un rodeo.
Alexander Moszkowski trató de definir un día el chiste judío:
Un chiste judío
Con acento judío
Que un goy no entiende,
y un judío siempre conoce ya.
sino de que "partes de ella -deseos reprimidos y rasgos que no han teni-
do oportunidad de desarrollarse- son empleadas para representar al
personaje escogido. Esta parte oculta de la propia personalidad en-
cuentra expresión en la representación dramática y le da el sello de la
veracidad realista".
En otra carta52 al esposo de Ivette Guilbert, el doctor Max Schiller,
Freud defiende su teoría. Se refiere esta vez al gran artista Charlie Cha-
plin, a quien admiraba. Chaplin siempre representa el mismo papel, el
tipo pobre, débil, torpe. "Pues bien -comenta Freud-, ¿cree usted que él
debe olvidar su propia personalidad para interpretar este papel?'' No, no
hace más que representarse a sí mismo, concretamente a la personalidad
de su amarga juventud; Chaplin descubre las huellas de esa época, sus
humillaciones y privaciones. En consecuencia, Freud sostiene que los
éxitos de un artista están condicionados internamente.
Se podría encontrar un argumento contra esta teoría en el hecho de
que Madame Guilbert interpretaba con igual maestría toda clase de ti-
pos, santas y pecadoras, coquetas y amas de casa, delincuentes y apa-
ches, etc., pero Freud responde que esto no hace más que probar que la
actriz tenía una vida psíquica excepcionalmente rica y adaptable y se
inclina a remontar los orígenes de todo su repertorio a experiencias y
conflictos de sus primeros años.
Naturalmente, esta incipiente teoría (Freud se refiere en este con-
texto a su ensayo sobre Leonardo da Vinci) está incompleta, y debería
ser ahondada; pero lo que se dice en estas cartas es suficiente para
arrojar luz sobre la naturaleza del relator, o con mayor precisión, el
actor de los chistes judíos, quien representa varios papeles mientras los
cuenta. Sin duda alguna, su interpretación y su relato también están
determinados por sus propias impresiones, vicisitudes, represiones y
desilusiones infantiles, pero yo me inclino a ir mas allá de este punto de
la teoría de Freud, enfilando hacia dos nuevas direcciones. Yo afirmaría
que en esta representación de personajes distintos, del schnorrer y el
V
Durante esa misma tarde volvió dos veces a mi memoria un prover-
bio que había escuchado con frecuencia cuando niño. La primera vez,
ocurrió esto mientras escuchaba a un paciente en una sesión psicoanalí-
tica. Quejábase amargamente de varias circunstancias externas, como
CAPITULO III
EN BUSCA DE CARACTERISTICAS
INTRODUCCION
La segunda parte de este libro presentaba una tipología de chistes
judíos manifiestamente incompleta. Lo que debe seguir a continuación
es un estudio de sus rasgos característicos, de las peculiaridades mani-
fiestas y latentes que los distinguen de los chistes de otros grupos. Que
yo sepa, hasta ahora no se ha intentado tal presentación sistemática. La
mejor caracterización del humorismo judío está contenida en los co-
mentarios que hizo Freud en el análisis de su técnica y sus relaciones
con lo inconsciente. Recientemente, Ernst Simon destiló la esencia de
dichas observaciones de Freud y pudo definir ciertas peculiaridades
psicológicas comunes a los chistes judíos. Volveremos más adelante al
valioso ensayo de Simon en nuestra reseña sobre la literatura psicológi-
ca que se ocupa de este tema.
Las caracterizaciones ocasionales del humorismo judío realizadas
después del trabajo de Freud no abren nuevos horizontes y pueden ser
desechadas en este trabajo. La única excepción destacada es el artículo
de Martín Grotjahn sobre su carácter masoquista, que discutiremos
luego.
¿Es posible descubrir otro rasgo característico del humorismo judío,
que hasta ahora haya pasado inadvertido o no haya sido psicológica-
mente evaluado? Alguien dijo que la madre de los inventos es la dis-
conformidad con el "statu quo". Esta es también la fuente de nuevos
descubrimientos psicológicos, como, por ejemplo, los que se refieren a
características inadvertidas de las peculiaridades judías. Descontentos
de los resultados obtenidos hasta ahora por la investigación psicológica,
buscaremos características aún no identificadas. No se emprende esta
tarea por la búsqueda en sí, sino para que allane el camino y facilite la
aproximación a la médula de esta obra, o sea las nuevas revelaciones
sobre la psicología y psicopatología del humorismo judío.
II
III
El nivel común mantenido está determinado en primer término to-
mando como punto de referencia al judaísmo, ya sea concebido éste
como una comunidad religiosa o nacional, o como una relación para el
apoyo mutuo, o como la dependencia del individuo respecto de otros.
Todos estos factores son consecuencias de la situación social de todos
los judíos, de su pasado común e inmensamente trágico y de las perse-
cuciones de que fueron y son víctimas. Aquí se hace evidente la nece-
sidad de estudiar el humorismo judío en lo que atañe a su origen y desa-
rrollo a partir de determinadas situaciones sociales y psicológicas. Se
comprenderá que su carácter fue modificado por varias transformacio-
nes adaptadas a los cambios sufridos por el destino del pueblo judío. El
lV
Este género de intimidad, o mejor dicho el afán de restaurarla, pue-
de constituir un análisis válido de los chistes, ¿pero representa el carác-
ter esencial de todo el humorismo judío? Bien, comentarán algunos,
parece con frecuencia la expresión de un deseo por alcanzar emocio-
nalmente a otros pueblos colocados en la misma situación social que los
judíos. Schnitzler apunta hacia la analogía con los prisioneros ence-
rrados en la misma cárcel. ¿Pero qué decir acerca del grupo conside-
rable de chistes judíos que se refieren a otros sectores nacionales o reli-
giosos? En el primer grupo de humoradas se establecen las característi-
cas de una actitud básica o de una mentalidad en materia de relaciones
sociales. En el segundo grupo de chistes que se refieren a la civilización
occidental no encontramos las premisas psicológicas para tal intimidad.
Tenemos que estar prevenidos, porque la introducción de este nuevo
elemento alterará quizá nuestro concepto de esa peculiaridad social del
humorismo judío.
Volveremos a preceder los comentarios siguientes con la aseve-
ración de que la naturaleza de los chistes judíos no ha permanecido in-
mutable; durante los últimos dos siglos se han producido cambios deci-
sivos en su contenido y tono. Existen, sin lugar a dudas, varios chistes
originados en la primera generación, en los cuales no se percibe nada, o
sólo se encuentra muy poco, de esa intimidad especial.
Lo que se coloca en primer plano en estos chistes es más la es-
tupidez o aturdimiento de los gentiles que la propia superioridad. Se
cuenta, por ejemplo, que un judío que abandonó el ghetto y permaneció
en Lemberg durante varios años, escribió un libro titulado Los goim,
sus costumbres y modales, como si los gentiles fuesen una tribu nativa
con insólitas peculiaridades y una moral extraña. Pero estas observacio-
nes despectivas se tornan muy escasas a medida que se llega al fin del
aislamiento.
En los chistes del decenio siguiente, ese rasgo particular de la lucha
por una intimidad emocional está presente a pesar de todos los pronós-
ticos en contrario; el carácter ajeno y diferente de los gentiles es puesto
de relieve y con frecuencia la misma distancia que los separa de los ju-
díos constituye el tema del chiste. En la mayoría de los casos, el de-
senmascaramiento de la otra persona está destinado aquí también a
acercarla más, a ponerla en el mismo nivel en el que se encuentra uno.
En estos chistes la tendencia a la agresión y el sarcasmo es demasiado
obvia para que merezca un análisis especial. Por lo que sé, todavía no se
ha reconocido que la tendencia oculta a restaurar la intimidad de senti-
* En inglés, "to be" expresa el infinito del verbo "ser", pero antepuesta a "Be-
el", la preposición "to" significa "hacia". (N. del T.).
humor no excluye, sino que más bien incluye, una gran estima por las
cualidades morales e intelectuales del individuo, y esta evaluación cho-
caría con un exceso de aprecio por la posición socialmente elevada.
Permítaseme que recuerde simplemente un comentario burlón de origen
judío oriental: "¿Cómo crece el hombre? De abajo hacia arriba... porque
por abajo todas las personas son iguales, pero por arriba una es más alta
y otra más baja". El reconocimiento de las diferencias individuales, es-
pecialmente las de orden intelectual y moral, está implícito en frases
jocosas como ésta.
Uno está más próximo a comprender la irrespetuosidad del hu-
morismo judío cuando lo compara, por ejemplo, con el atrevimiento de
los chistes berlineses, con la tosquedad del humorismo campesino aus-
triaco o con la blague de los chistes parisienses. La insolencia que nos
hace reír en el humor judío tiene algo de provocativo y demostrativo.
No solo produce desconcierto, sino que además aguijonea el impulso de
la inmediata reacción y defensa. La persona atacada experimenta una
intensa sensación de fastidio y hostilidad. En general, esta insolencia no
es tan inofensiva, estúpida y taimada como la del campesino, sino que
es más bien sofisticada y sensible. Observa y discierne con agudeza la
naturaleza humana. Tampoco es impasible y controlada, sino que está
acompañada con vivas expresiones del rostro y gestos dramáticos.
No es posible deducir de estas características la dinámica de tal ac-
titud, pero cuando uno emplea los conocimientos de la práctica psi-
coanalítica, adivina que la insolencia es en sí misma una expresión de
impulsos inconscientes que pretenden fastidiar y quieren provocar el
ultraje y el castigo. Esta deducción paradójica parece más probable
cuando uno recuerda la explicación psicoanalítica de la actitud maso-
quista individual. Esta particular insolencia no es en muchos casos la
causa sino el efecto de un sentimiento inconsciente de culpa derivado de
la represión de impulsos agresivos. Las tribulaciones del judío han brin-
dado múltiples oportunidades para despertar estas tendencias malignas
y vengativas, pero las severas leyes religiosas y éticas del judaísmo las
condenaron al ostracismo en la zona ignorada del inconsciente. En con-
VI
En ciertos casos se eleva la intimidad del humorismo judío a la altu-
ra de un amor sonriente por la humanidad. La burla amarga se bate en
retirada y la insolencia se desvanece. Lo que se conserva es una expre-
sión de amor sublimado por el hombre y de excelso humanitarismo. Una
de las humoradas que incluyo en este grupo constituye un hermoso
ejemplo de esa sorprendente cualidad de intimidad que considero un in-
grediente fundamental del humorismo judío; pero en este caso particular
el chiste revela también un rasgo oculto: que todos los hombres son
concebidos como objetos de amor. En 1914, en los comienzos de la
Primera Guerra Mundial, llega un judío por casualidad a un territorio de
la frontera rusa custodiado por un centinela. Este levantó su rifle cuan-
do vio que se acercaba el hombre en cuestión y gritó "¡Alto o tiro!" El
judío hizo un gesto de irritación y respondió: -¿Estás meshughe? Deja
esa arma. ¿No ves que aquí hay un Mensch (hombre)?- Es evidente que
el cuento refleja lo ajenos que son la guerra y los actos bélicos a la
mentalidad judía. El judío no puede imaginar que el otro pueda tirar
verdaderamente y en consecuencia ridiculiza algo más que el mi-
litarismo. Con su falta de comprensión realmente sublime, con su nega-
tiva a aceptar que sea posible matar a una persona por una diferencia de
nacionalidades, denuncia la crueldad y barbarie de la guerra con mayor
eficacia que los manifiestos pacifistas.
Esta intimidad, que se niega a reconocer la existencia de un abismo
profundo e insalvable entre un hombre y sus semejantes; esta intimidad
que derriba todo aquello que separa a unos hombres de otros, ha halla-
do aquí su medio de expresión más natural. La frase del judío no es
menos humorística por el hecho de que sea algo más que una humo-
rada. También proclama que "Todos los hombres son hermanos" y no
resulta menos impresionante y enérgica cuando se la oye, no en el coro
solemne del himno de Beethoven, sino en el tonillo de la jerga ídish.
Esta frase transmite un eco en el que resuenan, se amplifican y vibran
las voces de los profetas bíblicos. La impresión que queda grabada es la
de la seriedad de este humorismo.
Una última mirada a los judíos que producen y cuentan estas histo-
rias: aquí están las indomables figuras envueltas en sus caftanes, que se
arrastran a través de los siglos, rebeldes clandestinos con una causa
cuyo impacto sobre la humanidad superó a todos los otros. El presente
y el pasado, lo trivial y lo trascendente, se arremolinan juntos en mu-
chos de sus chistes.
II
Ya discutimos en párrafos anteriores la actitud ambivalente que se
encuentra en la raíz de la ambigüedad de las palabras y frases en hebreo,
pero este rasgo característico es común a los idiomas más antiguos que
conocemos, y no puede brindar una explicación psicológica para los
procesos mentales a través de contrastes que reconocimos como típicos
de los chistes judíos. Sólo puede proporcionar el telón de fondo para
esta forma especial de proceso mental.
Si queremos descubrir qué es lo que determina la típica alternación
de posiciones en los chistes judíos, deberemos buscar sus premisas psi-
cológicas en las tribulaciones únicas y singulares de este pueblo. Aun
antes del comienzo de la historia registrada, su destino lo alejó de su
patria originaria y lo trasplantó a otros países cuyos habitantes habían
progresado más de dos mil años en su civilización y eran por lo tanto
superiores a las nómades tribus hebreas. Los israelitas, vehementes y
orgullosos, se asimilaron sólo parcialmente y conservaron su identidad e
independencia a pesar de que tenían que inclinarse una y otra vez ante
sus vecinos más poderosos.
Más tarde, dispersos por los países europeos y rodeados por la civi-
lización occidental, se encontraron en permanente situación defensiva.
No podían dejar de sentirse impresionados por las muchas ventajas
culturales y materiales de las que gozaban los gentiles, y tuvieron con-
ciencia de su condición minoritaria así como de su misión religiosa y
ética particular. También reconocieron claramente los defectos y las
debilidades de los pueblos entre los cuales vivían y que eran sus enemi-
gos irreconciliables. Esta situación emocional que oscilaba entre la
atracción y la antipatía no cambió fundamentalmente.
Entre las armas que quedaban a disposición de los judíos estaba el
humorismo, ya que debido tanto a las condiciones externas como a las
internas les estaba vedado el uso de la fuerza. Dividida entre la admira-
ción y la repugnancia, su crítica de los puntos débiles de la civilización
occidental se expresaba en forma de chistes. Los chistes de este tipo
eran actos traducidos en palabras, una forma de ataque verbal disfra-
zado. Freud definió los pensamientos como acciones en dosis mínimas.
Puesto que los actos críticos y agresivos de otro tipo resultaban im-
posibles, las inclinaciones indagadoras de los judíos tendieron a expre-
sarse en términos antitéticos cuando se referían a las normas culturales
de los pueblos en cuyo seno habitaban. Cierto género de oposición in-
telectual evolucionó hacia una hostilidad satírica respecto a sus valores.
Esta falta de verecundia (reverencia o respeto) que Arthur Schopen-
hauer atribuyó a la mentalidad judía, se expresaba en términos velados a
través de los chistes sobre sus enemigos. Así, la forma antitética de pen-
sar fue puesta al servicio del humorismo judío.
Me gustaría citar a Freud para demostrar lo que hay de "típico" en
esta situación. Freud dijo: "Por ser judío, me encontraba desligado de
los prejuicios que restringen en otros el empleo del intelecto; como ju-
dío, estaba preparado para colocarme en la oposición y renunciar al
acuerdo con la mayoría". Esta posición singular dentro de un medio
hostil favorece así una actitud crítica y de independencia intelectual, que
CAPITULO IV
PSICOLOGIA Y PSICOPATOLOGIA DEL
HUMORISMO
LITERATURA SOBRE EL TEMA
Se han escrito muchos libros sobre la filosofía y la sociología de los
chistes judíos, pero por lo que sé no hay ninguno que se refiera a su
psicología. Esto es extraño y tanto más sorprendente cuanto que es
notorio que el aspecto psicológico del problema es el más importante.
Deben tomarse en cuenta los factores históricos y sociológicos, pero el
carácter y las cualidades de los chistes judíos siguen siendo ininteligibles
mientras no se los examina desde el punto de vista psicológico.
Entramos en el área de la psicología comprada de un pueblo. ¿Qué
puede decir sobre el humorismo judío esta rama relativamente nueva de
la investigación psicológica? Prácticamente no existen estudios profun-
dos sobre este tipo de humor. Las mejores y más penetrantes observa-
ciones siguen siendo las del libro de Freud El Chiste y su relación con
lo Inconsciente. Sus comentarios sobre los chistes judíos constituyen la
gema central en el pequeño collar de contribuciones psicológicas a este
tema.
En un artículo reciente62 sobre Freud, Ernst Simon resumió inteli-
gentemente las observaciones que en este libro se hacen respecto de los
chistes judíos. Estos presentan los siguientes rasgos característicos: 1)
aguda crítica del propio pueblo; 2) forma de pensar democrática; 3)
énfasis sobre los principios sociales de la religión judía; 4) rebelión
contra la religión judía; 5) reflexiones sobre la desgraciada condición de
las masas judías y sobre su agobiante y desesperada pobreza; 6) la at-
mósfera espiritual que impregna el humor judío es de escepticismo ge-
neral.
62 Sigmund Freud, the Jew, en Publications of the Leo Baeck Institute Year-
book, Vol. 11, 1957, pág. 282.
Und lass dir sagen: habe die Sonnie nicht zu lieb und
nich die Sterne! Komm, folge mir ins dunkle Reich hinab,
¡Y deja que te diga: no quieras demasiado al sol ni a las estre-
llas!
Ven, desciende conmigo al reino de las tinieblas
El estudio de Martín Grothjahn, Psychoanalysis and the Jewish Jo-
ke, al que debemos otros valiosos aportes psicológicos, llama la aten-
ción por la valentía con que penetra en la médula del problema. Sea lo
que fuere cuanto se diga sobre los chistes judíos -y es mucho lo que se
Una sencilla asociación de ideas nos conduce desde este punto hasta
las diferencias que existen entre los dramas viejos y nuevos. En las
obras de teatro posteriores a Ibsen no hay monólogos, y tampoco hay
comentarios marginales cuando el personaje está solo en escena: esos
parler a part, como los llaman los franceses. La principal diferencia,
correctamente señalada por el eminente crítico alemán Alfred Kerr70,
consiste en que el drama moderno evita la caracterización directa. Esto
significa que el nuevo dramaturgo se resiste manifiestamente a emplear
la técnica de permitir que otros expliquen la naturaleza del carácter de
sus personajes. Los autores de nuestra época prefieren permitir que el
público descubra por sí mismo cómo son sus personajes, a través de sus
actos o sus palabras.
Sí, también se identifican por las palabras, pero no en la misma for-
ma en que lo hacían en los dramas de los siglos pasados. Incluso en las
obras de Shakespeare, aparece con frecuencia un personaje que se des-
cribe a sí mismo, explica lo que piensa, lo que siente, lo que lo hace
palpitar. Pero esto también corresponde al método de la caracterización
directa. Se supone que el público debe tomar seriamente estas auto-
descripciones y que debe creer en ellas. A este tipo de auto-
descripciones primitivas de los personajes, Alfred Kerr la llama técnica
"así soy yo", porque recuerda a una antigua institutriz francesa que
acostumbraba repetir "Voila comme je suis". Algunos personajes de
Shakespeare se presentan a través del diálogo, y otros, como por ejem-
plo Ricardo III, a través del monólogo. Aceptamos sin discutir lo que
ellos nos dicen, y así el más extraordinario dramaturgo no rechaza la
caracterización directa, a pesar de que emplea frecuentemente y con la
mayor eficiencia la otra técnica de caracterizacion indirecta.
Se ha dicho a menudo que el drama moderno trata de ser realista y
que es muy poco usual que en la vida diaria la gente describa su carác-
ter a otras personas. Pero esto sucede, y aun puede ocurrir que creamos
lo que esas gentes nos dicen, aunque sólo sea una pequeña parte de
RElVlNDICACIONES INCONSCIENTES
En el capítulo anterior presenté como ejemplo representativo de
cierto tipo de comportamiento masoquista el caso de la criatura que
trató de reconquistar el cariño de su padre. Quienquiera que haya leído
la Biblia y haya seguido con un agudo sentido de percepción, el curso
de la historia judía, comprenderá que la actitud de los judíos con res-
pecto a su Dios presenta una perfecta analogía con la conducta de la
73 Citado de Martin Buber, Israel and the World, Nueva York, 1948.
Das Ewig-Weibliche
Zieht uns hinan...
Lo Eterno Femenino
Nos atrae hacia lo alto...
Alfred Kerr comentó en cierta oportunidad las obras de Bernard
Shaw, en quien reconocía la habilidad para ver la faceta humorística de
lo sublime. Shaw, quien a menudo desenmascara lo excelso, sólo se
muestra medroso en muy pocas ocasiones; por ejemplo, cuando idealiza
a la señora Cándida Morrell (en su comedia Cándida). Kerr se pregunta
"¿Por qué precisamente ella? ¿Se trata acaso del culto a la Virgen Ma-
ría?", y continúa: "El recuerdo de su falo, que ahora tiene cincuenta
años de edad, influye aquí sobre una evaluación moral". Susurra junto
con Wolfgang Goethe: "Nos eleva hacia lo alto", en lugar de decir au-
dazmente: "Lo eleva hacia lo alto". Esta es una clara referencia a la
erección del pene.
otro judío incrédulo o aun escéptico disfrutará con los chistes que
zahieren las ceremonias o creencias religiosas.
Lo que quiero demostrar es que para regocijarse con los mismos
chistes se requiere previamente una uniformidad o armonía básica emo-
cional de largo alcance. A partir de estas premisas debe uno llegar a la
conclusión de que el hecho de contar chistes judíos también expresa el
propósito inconsciente de cohesionar el vínculo que se fundaba origina-
riamente sobre ciertos valores comunes y sobre la percepción del ais-
lamiento de los judíos dentro de las naciones en cuyo seno viven. El
contarse estos chistes los unos a los otros equivale, por así decir, a ten-
der los brazos al otro camarada. En este sentido, el hecho de contar
chistes judíos a otros judíos es no sólo una prueba de fraternidad emo-
cional y espíritu de camaradería, sino también de afecto. En el mismo
sentido sólo se puede tomar por un progreso la circunstancia de que
sean cada día más los chistes judíos que amplios círculos de gentiles
norteamericanos disfrutan y valoran. Hace unas décadas no se habría
podido afirmar con justicia "ríe y el mundo reirá contigo", al referir
chistes judíos ante un auditorio gentil. Hoy sí.
Respecto a los judíos del ghetto que siguen viviendo en el ais-
lamiento y la miseria, se debe agregar otra motivación psicológica para
el hecho de contar estos chistes. A la pobreza le gusta estar acompaña-
da, según dicen, y podemos agregar que también le gusta bromear
acompañada respecto de si misma.
MIRADA RETROSPECTlVA
Ahora, cuando este libro llega a su fin, miramos hacia sus co-
mienzos. Procuré ofrecer una contribución a la psicología comparada, y
78 Myth and Guilt, Nueva York, 1958; The Cration of Woman, Nueva York,
1959; The Temptation, Nueva York, 1961; Mystery on the Mountain, Nueva York,
1960.
FIN