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Psicoanalisis Del Humor Judio

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PSICOANALISIS DEL
HUMOR JUDIO

THEODOR REIK

Título del original inglés:


JEWISH WIT

PsiKolibro
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elaleph.com

 1999 – Copyrigth www.elaleph.com


Todos los Derechos Reservados

2
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PRESENTACION

El primer libro de Freud que leyó Reik fue "La interpretación de los
sueños". Lo marcó y ya desde muy joven, a los 22 años, se relacionó
con Freud. Este lo orientó hacia Abraham, psicoanalista de Berlín, y
con él se trató para luego ejercer como psicoanalista, primero en Berlín,
luego en La Haya y finalmente en New York a partir de 1938.
La figura de Reik nos es doblemente significativa, por su pensa-
miento profundo al ser uno de los primeros psicoanalistas que incor-
poró el concepto de contratransferencia y por haber sido el psicoana-
lista de Angel Garma, nuestro pionero recientemente fallecido.
Reik, en su análisis magistral del Humorismo judío, se inspira en el
descubrimiento de Freud, quien logra demostrar la virtualidad de la
existencia del inconsciente a través de los actos fallidos, lapsus, olvidos,
sueños y chistes. Freud lo fundamenta en sus libros La interpretación
de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su re-
lación con el inconsciente.
Las observaciones de Freud sobre el humor tienen como una de sus
fuentes la frecuencia de los chistes en los sueños. Al mismo tiempo, la
colección de chistes de los cuales se nutre Freud se refiere en su mayo-
ria a chistes judíos.
Ya en 1905, en El chiste y su relación con el inconsciente, Freud
demuestra cómo el chiste desacraliza de una manera tolerable ciertos
valores aceptados socialmente. Es como una anticipación a muchos
desarrollos posteriores del psicoanálisis sobre la expresión desconocida
del inconsciente a través de producciones mediatizadas.
Hoy día sabemos que el hombre, el sujeto, no es el centro sino que,
al revés, el sujeto es excéntrico, o sea es un sujeto que está "sujeto a".

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Ya el advenimiento del inconsciente, la revelación del hombre di-


vidido en un yo consciente y un yo incontrolable, desacraliza al Hombre
con mayúscula, al "gran hombre". Esta labor desacralizante se reforzó
con la lectura sistemática de El chiste y su relación con el inconsciente
y los aportes esclarecedores de Jacques Lacan a posteriori.
Volviendo al libro de Reik, resulta realmente interesante comprobar
cómo los padecimientos de los que eran objeto los judíos quedan desa-
cralizados a través de la visión del humor, donde el chiste permite vi-
sualizar y tolerar el dolor. Curiosamente lo podemos relacionar con uno
de los elementos esenciales para ser un buen psicoanalista: tener sentido
del humor.
Lo que no se puede decir directamente se comunica a través de una
mediación, como el humor, que permite evidenciar el contenido latente
-según la terminología psicoanalítica- de una verdad indecible.
Es probable que todo el trabajo desarrollado por Reik en el Humo-
rismo judío vierte a través de un abanico de chistes mucho de la perso-
nalidad del judío errante o de la diáspora, del judío melancólico, del
judío filosófico. Uno de los intereses fundamentales de Reik era la his-
toria judía. En efecto, provenía de una familia judía con un abuelo su-
mamente religioso, aunque su padre era ateo. Reik mantuvo permanen-
temente esta dualidad: su interés por interrogar a ese pueblo y al mismo
tiempo una actitud de cierta despreocupación por el rito religioso.
El padre marcó mucho la vida de Reik, pero su encuentro con
Freud, a los 22 años, lo marcó doblemente, precisamente porque Freud
era de procedencia judía pero francamente ateo. Esta postura de Freud
que mantuvo también Reik a lo largo de toda su vida, se fundamentaba
en la afirmación de Freud: que se sentia muy judío pero que le resultaba
difícil precisar y explicar la condición judía, justamente porque era algo
que estaba más allá o más acá del sentimiento religioso.
Junto con Reik, podemos pensar que la verdad, frecuentemente, o
tal vez casi siempre, aparece a través del chiste (witz).

GILDA SABSAY FOKS

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CAPITULO I
EL INTERES PSICOLOGICO DEL TEMA
INTRODUCCIÓN
Unas pocas frases que Freud escribió en dos oportunidades distintas
volvieron a mi mente con frecuencia, y deben haber actuado como cata-
lizadores. Unas estaban en el prefacio de la traducción al hebreo de
"Tótem y Tabú", y fueron escritas originariamente en diciembre de
19201. Me afectaron en forma especial porque mis sentimientos res-
pecto al judaísmo coincidían con los suyos. Freud afirmaba que no en-
tendía el hebreo, que estaba completamente apartado de la religión de
sus antepasados -y de toda otra religión- y que era incapaz de compartir
la fe de los ideales nacionales. Sin embargo, nunca había negado ser
judío ni quiso diferenciarse de éstos. Entonces -argüía- qué respuesta
daría si alguien le preguntase qué era lo que seguía siendo en él judío
después de abandonar los rasgos comunes a su pueblo. Pues, sólo esto:
-Mucho, todavía. Quizá lo más importante de mi personalidad.- Admitía
que era imposible expresar en palabras esta cualidad esencial, y agrega-
ba -No hay duda de que algún día esto resultará accesible al análisis
científico.
Esta última frase fue la que más me interesó. La sentí como un lla-
mado personal y me recordó algunas conversaciones sobre la cuestión
judía que había mantenido con Freud.
Otra impresión, acaso más intensa aún, me la produjo el discurso
que Freud escribió en 1926, con ocasión de cumplir setenta años, para
la Logia B'nei Brith.2 Sólo tres de los psicoanalistas vieneses éramos
miembros de la B'nei Brith: Freud, el doctor Eduard Hitschmann y yo.
En ese discurso, afirmó Freud que ni la fe religiosa ni el orgullo nacio-

1 Gesammelte Schriften, Vol. XII, pág. 385.


2 Aparecido en Commentary, marzo de 1946, pág. 23.

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nal lo ligaban al judaísmo. Siempre había sido ateo y, si alguna vez ex-
perimentó cierta inclinación hacia los sentimientos de superioridad na-
cional, los reprimió "por desastrosos e injustificados", alertado por el
ejemplo de aquellos entre quienes vivían los judíos. Sin embargo -
continuó-, subsistían en proporción suficiente otros factores que ''hacían
irresistible la atracción del judaísmo y de los judíos; muchas oscuras
fuerzas emocionales tanto más poderosas cuanto menos se las podía
traducir en palabras; y también la nítida percepción de una identidad
íntima, el secreto de la misma estructuración interior".
Lo que me conmovió en mayor grado fueron las palabras "la nítida
percepción de una identidad íntima, el secreto de la misma estructura-
ción interior", y la reiterada confesión de que esas oscuras fuerzas emo-
cionales escapaban a la definición y descripción verbal.
En mi juventud había publicado el libro "Das Ritual"3, cuya parte
principal se refiere a los problemas de la primitiva religión hebrea y de
la organización social. Luego se produjo una pausa de casi cuarenta
años, durante la cual me dediqué a otros problemas de psicología psi-
coanalítica y a escribir libros sobre los mismos. Freud, que había prolo-
gado mi obra y me había concedido por uno de esos primeros ensayos
el premio a la mejor tesis sobre psicoanálisis aplicado, me animaba con
frecuencia para que continuase mis investigaciones sobre los orígenes
hebreos.
Sólo después de haber llegado a los setenta años de edad, volví a los
temas de los que me había ocupado cuando era un joven psicoanalista.
Encaré los problemas de la prehistoria hebrea desde un punto de vista
estrictamente científico, comparable al del arqueólogo que trata de re-
construir el pasado desconocido de un pueblo a partir de los restos que
han sobrevivido a cambios radicales. Remontándome a la forma y signi-
ficado originarios de los mitos hebreos más importantes, traté de re-
construir la prehistoria de esas tribus semitas durante un período muy
anterior a su transformación en un pueblo. El resultado de este intento

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de reconstrucción fue presentado en una tetralogía bíblica cuyas partes


se titulan Myth and Guilt (Mito y culpa), The Creation of Woman (La
creación de la mujer), Mystery on the Mountain (Misterio en la Monta-
ña) y The Temptation (La tentación)
Fue más tarde cuando comprendí que esta tetralogía constituía un
intento por descubrir el origen de esa estructuración interior secreta que
había mencionado Freud, buscándola en la historia, mejor dicho, en la
prehistoria de los judíos, en el período de sus años de formación, si-
guiendo un método semejante al que se emplea cuando se indaga en la
temprana infancia de un individuo. ¿Pero a dónde iré, a partir de aquí?
ESTE LIBRO
Los psicólogos y los sociólogos discuten con mucho empeño en la
actualidad los problemas de la creatividad, y estudian la cualidad inasi-
ble de la "persona creadora", los rasgos característicos del "proceso
creador" y de la "situación creadora". Incurriría en presuntuosidad si
denominase ''situación creadora" a las circunstancias en que fue conce-
bido este libro.
Hace poco tiempo, un grupo del Instituto de Investigaciones Socia-
les de la Universidad de Michigan, formuló una hipótesis sobre las con-
diciones que parecen conducir a la actividad científica creadora. Sólo
una de dichas condiciones estuvo presente en la situación en que nació
la idea de este libro. La cito textualmente: "En términos generales los
hombres de ciencia son más creativos cuando están un poco incómodos.
Necesitan ser forzados a una reacción desusada (o creadora) por una
condición de «incertidumbre» o «agitación» intelectual"4.
Yo estaba verdaderamente incómodo (no sólo un poco) y en una
condición de incertidumbre intelectual, pero por lo que sé no se daba
ninguna otra de las cualidades de una "situación creadora". Estaba sen-
tado frente a mi mesa de trabajo, distraído e inquieto. Nada más lejos de
mis pensamientos que la psicología del humorismo judío, ni nada más

3 Vienna Psychoanalytic Press, 1919.


4 Carnegie Corporation of New York Quarterly, julio de 1961, pág. 7.

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lejos de mi espíritu que las bromas y las burlas. Me sentía algo malhu-
morado, pero no triste.
Mis pensamientos daban vueltas alrededor del paciente que me ha-
bía dejado media hora antes, y las primeras palabras que había pro-
nunciado el mismo en su sesión de psicoanálisis repercutían todavía en
mí de un modo extraño. Este hombre, de elevada inteligencia, había
permanecido unos minutos en silencio para luego manifestar: -Hacemos
una pausa para identificar la estación.- La frase, que es habitual en las
transmisiones radiales, tenía sentido en el caso porque él experimentaba
con frecuencia una sensación de enajenación, de búsqueda de la identi-
dad.
Sus palabras volvieron reiteradamente a mi memoria, y descubrí a
poco que tenían relación con mis repetidos y frustrados esfuerzos por
indagar el secreto de la análoga estructuración interior de los judíos que
había mencionado Freud. En consecuencia, ese "Hacemos una pausa
para identificar la estación" era importante para mi labor de investi-
gación. La pausa había durado mucho tiempo, demasiado tiempo.
Las paredes de mi despacho están cubiertas con retratos de Freud.
Creo que hay aproximadamente cincuenta fotos, grabados y dibujos,
imágenes de su infancia, de su juventud y vejez. La última foto lo
muestra en Londres, un año antes de su muerte. Desde mi asiento, de-
trás del escritorio, miraba los retratos que me rodeaban, como buscando
ayuda. Pero no me "hablaban". Era en vano. Entonces se me ocurrió
una idea extraña: todas las fotos y dibujos muestran a Freud con ex-
presión seria, a veces incluso amarga. No hay una sola foto en la que
aparezca sonriendo.
En seguida recordé algunas oportunidades en las que lo vi sonreír.
Recordé incluso casos en los que se rio. Yo mismo lo hice sonreír unas
pocas veces con una observación graciosa. Y sabía festejar con ganas
los chistes judíos contados por alguien de nuestro círculo.
Era una lástima que ninguno de nosotros, los psicoanalistas, hubiese
ahondado en las magníficas observaciones sobre el humor judío conte-
nidas en el libro de Freud El Chiste y Su Relación con lo Inconsciente.

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En esta obra analiza Freud el humorismo en general, y sus comentarios


sobre los chistes judíos sólo eran una parte del tema más amplio. Pero
habría que separar los cuentos judíos de los otros y estudiarlos desde
ángulos psicológicos; es decir, que se debería enfocarlos desde el án-
gulo de lo que revelan sobre la psicología del pueblo judío. Esta tarea
significaría una contribución a la psicología comparada de los grupos
humanos.
A mí mismo se me habían ocurrido algunas ideas sobre este tema y
había tomado varios apuntes al respecto. Debían estar en una carpeta,
dentro de uno de los cajones que se hallaban al alcance de mi mano.
¿Pero esta investigación no significaría perder el rumbo, apartarme del
camino que siempre había seguido? Dedicar varios meses a semejante
estudio, equivaldría quizás a una desviación similar a la que en términos
deportivos recibe el nombre de "tiempo descontado"... Y se dice que el
tiempo descontado es tiempo perdido. ¿Pero qué importancia tiene esto
cuando uno ronda los setenta años y vive de todos modos tiempo pres-
tado? Sigo pensando que la oportunidad en que surgió la idea de este
libro no merece el calificativo de "situación creadora". A veces incluso
me parecía un hecho gracioso; sin embargo, tal como lo demuestra esta
obra, encaré la tarea au grand serieux.

RECOPILACION Y SELECCION
El escritor que tiene ciertas ideas acerca de un tema, o nociones que
se pueden verificar, debe encarar dos trabajos antes de poner a prueba
su teoría en cierne: ante todo tiene que reunir la mayor cantidad de he-
chos entre el material que está a su disposición y luego, seleccionar
cierta cantidad de esos hechos para realizar dicha verificación.
Leí muchas colecciones de chistes judíos en alemán, ídish, francés,
holandés e inglés; les pedí a mis amigos y relaciones que me contasen
anécdotas judías y anoté todos los cuentos de ese tipo que conservaba
en la memoria.
En el curso de mi tarea tuve algunas experiencias sorprendentes. Si
hay un caso en el que no se puede aplicar la frase "cuantos más mejor",
es el de tales chistes. Todos conocemos al hombre o a la mujer dis-

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puestos, a la menor indicación, a disparar un arsenal completo de chis-


tes judíos, algunos de ellos los conoce ya uno desde antes que el narra-
dor hubiese nacido. En tales circunstancia uno se siente como si hubiese
"vuelto a Matusalén", amén de que el locuaz cuentista le resulta inmen-
samente aburrido, En este caso se podría afirmar que "los menos val-
drían más".
No hay reglas que orienten el trabajo preparatorio de la recopila-
ción. Sin embargo, hay ciertos factores conscientes e inconscientes que
determinan cuáles son los casos que se deben seleccionar para una in-
terpretación psicológica. Por ejemplo, uno de estos factores deter-
minantes es de carácter estético, es decir, que la decisión depende del
valor del chiste: se escogen los "buenos" y se omiten los de calidad in-
ferior. Al fin y al cabo esos chistes pertenecen al campo de la literatura.
El hecho de que no sean impresos o editados con frecuencia no cambia
la situación. Muchas bellas canciones populares y significativos cuentos
de hadas no fueron publicados nunca. Nadie negará, sin embargo, que
pertenecen a la literatura de una nación.
Otra objeción posible -la de que muchos chistes judíos son inventa-
dos sobre la marcha y son también rápidamente olvidados- no disminu-
ye su valor. Tampoco las mariposas suelen permanecer mucho tiempo
en un mismo lugar, y siempre se alejan volando rápidamente, pero si se
las destruyese echaríamos de menos su belleza.
Existe un riesgo adicional: concretamente, que omitimos ciertos
chistes, porque ofenderían nuestras ideas convencionales o porque po-
drían parecer objetables al lector debido a prejuicios sexuales u otros
similares. Tenemos, por ejemplo, los cuentos que se mofan de la falta
de higiene y aseo físico, los que zahieren la deshonestidad del ghetto,
los que satirizan ciertas formas de inconducta de los judíos orientales.
¿Habríamos de excluir estas historias porque pudieran resultar ofen-
sivas? La mente afirma que la limpieza está próxima a la divinidad, pero
son precisamente estos cuentos judíos los que demuestran que muchas
veces existe entre una y otra una distancia mayor que la imaginada, en
tanto que, frecuentemente, el hecho de estar sucio acerca más a la santi-

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dad. No, semejante omisión sería inadmisible. El área de exploración


psicológica en la que nos sentimos como en nuestra casa no reconoce
limitaciones de este tipo. Esa área es un territorio libre.
¿Cuáles son, entonces, los principios que determinan la selección?
¿Debemos preferir, por ejemplo, los nuevos cuentos judíos, desechando
los viejos y conocidos por todos? Claro que no, porque así eliminaría-
mos mucho material importante. Sin embargo, los cuentos nuevos tam-
bién deben ser tomados en consideración. La selección, tal como la
concebimos, debe orientarse con un espíritu parecido al que se emplea
para confeccionar un vestido de bodas: "Algo antiguo, algo nuevo, algo
azul, algo prestado".
Otra limitación es la exigida por el espacio disponible: en este libro
traté de abreviar los cuentos judíos largos.
Utilizaré un símil para ilustrar mejor los pasos de la recopilación y
selección que preceden a la investigación psicológica. Cuando llegaba al
fin de mi adolescencia, las mujeres usaban todavía abanicos para prote-
gerse contra el sol y los insectos. Los conservaban en sus manos mien-
tras estaban en los salones de baile y a veces los agitaban, levantando
una pequeña corriente de aire antes o después de la cena.
Supongamos ahora que un investigador realiza un estudio acerca del
empleo de estos abanicos. Como es lógico, indagará la historia de los
hoy anticuados abanicos5 y descubrirá a sus predecesores de hojas de
palma o de plumas de pavo real en Egipto y Asiria; se encontrará tam-
bién con los abanicos romanos, etc., hasta llegar a la forma moderna del
abanico plegable. Descubrirá que también las damas francesas se re-
frescaban con abanicos, y estudiará sus decoraciones e ilustraciones,
pintadas a veces por artistas famosos como Ingres y Corot. En 1891 se
enviaban todavía más de siete millones de abanicos del Japón a los Es-

5 Para una historia de los abanicos, ver S. Blondel, L'histoire des Eventails,
1875; C. W. Rhead, History of the Fan, 1910; y M. E. Percival, The Fan Book,
1920.

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tados Unidos; pero ahora han sido superados por otros métodos de
ventilación.

EL HUMORISMO JUDIO
Por fin después de haber llegado a la forma "moderna" del abanico
plegable, el investigador reunirá la mayor cantidad posible de los mis-
mos y examinará los dibujos e inscripciones de sus pliegues. Además de
los poemas tradicionales que reiteran que las rosas son rojas, las viole-
tas son azules, etc., hallará muchas inscripciones románticas originales,
y a veces disfrutará de las agudas e ingeniosas reflexiones trazadas en
sus pliegues por algún admirador. Sobre el abanico de mi hermana me-
nor hallé las estrofas alemanas que siguen, pergeñadas por mí cuando
niño:

Zur Feder greifen und Verse schreiben


Was sind das fur närrische G'schichten!
Tänzern soll man was pfeifen,
Aber nicht was dichten.

¿Tomar la pluma y escribir poemas?


¡Qué tonterías!
A los bailarines hay que brindarles música,
Y no componer versos.

A través del estudio de estos dibujos e inscripciones, así como de la


lectura de novelas y tratados de ese período dedicados a las modas, el
investigador descubrirá que el abanico servía para muchos fines insos-
pechados, y no sólo para brindar alivio contra el calor del verano o la
atmósfera agobiante del salón de baile. Los relatos oídos y leídos, los
grabados de la época antigua y el estudio de las mencionadas inscripcio-
nes, le harán comprender que los abanicos fueron utilizados por las da-
mas tanto para atraer a los hombres como para alejarlos; tanto para
demostrar ciertas emociones como para ocultarlas.

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La comparación del humor judío con estos abanicos se debe quizá


también a que ambos producen solamente un alivio momentáneo. Ade-
más, el cambio producido por el abanico en la presión del aire es pe-
queño. Y los chistes judíos ejercen ciertas funciones sociales que al
principio no habríamos imaginado.

EL INTERES PSICOLÓGICO
Desde el lugar donde estaba sentado, o sea, frente a los retratos de
Freud, la idea de un libro sobre el humorismo judío fue concebida en un
primer momento como una contribución a la literatura de un pueblo.
En mi mente no había dudas de que el conjunto de los chistes y
anécdotas judíos pertenece al área de la literatura, con el mismo dere-
cho que las canciones populares y los cuentos de hadas que nunca se
publicaron. Hace poco tiempo, un escritor norteamericano definió a la
literatura, como "la forma en que una sociedad se habla a sí misma so-
bre sí misma"6. Si esta definición (o caracterización) es correcta, ¿quien
negará que en los chistes judíos "una sociedad se habla a sí misma sobre
sí misma"? ¡Y cómo habla! No sólo con centenares de distintas inflexio-
nes de la voz, sino también con ademanes elocuentes y cambiantes ex-
presiones del rostro.
Sí, incluso se podría afirmar que estos chistes son la continuación de
la sabia literatura antigua del judaísmo. Y esto se debe no sólo a que las
expresiones wit (humorismo) y wisdom (sabiduría) derivan de la misma
raíz, sino también a que con frecuencia se dicen en broma las cosas más
ciertas y sensatas.
Tanto por el tema como por la forma, los chistes están emparen-
tados con los proverbios hebreos que originariamente eran trasmitidos
por vía oral y que no fueron aceptados sino gradualmente como una
variante literaria.
Es cierto que son pocas las oportunidades en que los chistes son
analizados en libros o artículos sobre literatura judía; pero esto no debe

6 En una crítica aparecida en The New York Times, 4 de setiembre, 1961.

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impedir que los aceptemos como parte integrante de las bellas letras que
en buena medida sigue sin ser trasladada al papel.
En algunos aspectos los chistes judíos ocupan una posición similar a
la del esprit francés. Además de los éxitos literarios, artísticos y científi-
cos de Francia, I'esprit es, según la frase de Sacha Guitry, "un testimo-
nio precioso y permanente de su presencia en el mundo"7.
En el mejor de los casos, los estudiosos mostraron condescendencia,
ocupándose de los chistes y anécdotas, por tratarse de expresiones hu-
morísticas. Sin embargo, es indudable que merecen mayor aprecio. Ha-
ce poco afirmó Mark Van Doren que en el hombre no hay nada más
serio que su sentido del humor8. Este es "el signo de que aspira a la
verdad total y de que ve en ésta más facetas que las que se puede enu-
merar seria y sistemáticamente". Los chistes judíos revelan a menudo
estos aspectos ocultos de la verdad.
Después de abandonar mi escritorio y pasearme por el cuarto, com-
prendí que mi interés por los chistes judíos no era de tipo literario, sino
en primer término psicológico. Sólo entonces capté en toda su magni-
tud la relación con la búsqueda de la identidad y con el significado que
inconscientemente había tomado para mí la frase de mi paciente: "Ha-
cemos una pausa para identificar la estación". El propósito de este libro
se aclaraba, pues. Sería un enfoque novedoso del estudio psicológico,
mejor dicho, psicoanalítico, del pueblo judío.
Al llegar a este punto se me plantearon nuevos problemas; por
ejemplo, el tan discutido en Israel: "¿Que es un judío? ¿Somos una co-
munidad nacional, religiosa o cultural?" Pero esto es algo que podemos
dejar a un lado. Coincido con lrving Feldman9, quien escribió reciente-
mente que vive en una "comunidad que se extiende en el espacio y el

7 I 'Esprit, París. 1958, pág. 11.


8 Faces of the Truth, Nueva York, 1961.
9 Commentary, abril de 1961

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tiempo mucho más allá de mis propias circunstancias biográficas." A


esto lo llama una "sociedad de imaginación".
También se plantea otro interrogante: ¿estos chistes son verdader-
amente un material adecuado para la investigación psicológica? La res-
puesta es que no lo sabemos. Hay tratados sobre la filosofía, la socio-
logía y la historia del humor judío. Pero, que yo sepa, no hay hasta aho-
ra libro alguno sobre su psicología. Un estudio piloto como el que me
gustaría presentar equivaldría a la exploración de un medio descono-
cido.
Un último problema: ¿Es posible que el conjunto de los chistes ju-
díos constituya una fuente suficientemente rica como para promover
nuevos descubrimientos psicológicos? Estas humoradas son un pro-
ducto natural de la imaginación y la actividad intelectual del pueblo,
respetan sus alegrías y amarguras, revelan lo que aprecia y lo que repu-
dia. Resulta lógico suponer que la investigación de estos chistes sacará
a luz significativas vivencias psicológicas. Los estudiosos que sólo pres-
tan atención a la faz consciente de los fenómenos se ocuparon de la
psicología del humor judío, pero únicamente en forma superficial, de
modo que esto no debe desanimar a los psicoanalistas.
Nosotros trabajamos en otra región, la de los recovecos del mundo
interior. No nos preocupa que los chistes y anécdotas no formen el nú-
cleo de la actividad intelectual judía y que estén relegados a lo marginal.
¿Freud no dedicó acaso su atención a subproductos de la conducta hu-
mana, como lo son los sueños y los deslices de la palabra y de la pluma?
Como dijimos en cierta oportunidad, el psicoanálisis está "acostumbra-
do a desglosar circunstancias secretas y ocultas de los detalles que no se
toman en cuenta y se pasan por alto, de lo que podríamos llamar la pila
de desperdicios de nuestra observación"10. Los chistes judíos pertene-
cen también al área de la "pila de desperdicios" en la que con frecuencia
se encuentran cosas extrañas. Los franceses lo dicen en un proverbio:
"Le Bon Dieu est dans les details".

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Sea que triunfe o fracase en mi investigación, estoy convencido de


que un estudio del carácter del humorismo judío agregará una nueva
dimensión a la comprensión psicológica del pueblo que lo engendró. Al
igual que los abanicos, estos chistes, además de brindar un fugaz con-
suelo a sus redactores y escuchas, tratan de revelar ciertos pensamien-
tos y emociones y de disimular otros; también ellos aspiran a atraer y a
mantener alejada a la gente. Quizá ocultan ciertos detalles a los mismos
judíos.
Los chistes que citaremos se parecen a las inscripciones y dibujos
hallados en los pliegues de los abanicos. Fueron seleccionados con el
único propósito de estudiar la psicología del humorismo judío. Lo que
sigue es, en consecuencia, un examen de los diversos grupos de chistes
judíos, similar al examen de las inscripciones que aparecen en los plie-
gues de los abanicos.

10 Collected Papers, Vol. IV, pág. 271.

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CAPITULO II
EL ALCANCE
OBSERVACIONES PRELIMINARES
Los párrafos siguientes están agrupados según los tópicos a que se
refieren. Presentan un relevamiento de los temas centrales de los chistes
judíos; algunos de ellos son encarados en forma de ensayos, en tanto
que otros son comentados superficialmente en unas pocas líneas, que en
ciertos casos escasamente superan la magnitud de una mera nota. Esta
desigualdad en la consideración responde a varios motivos: Algunos
grupos de chistes -las anécdotas de Schadjen y Schnorrer, por ejemplo-
han sido tratados con tanta frecuencia que no es necesario analizarlos
en detalle. Otros tipos de chistes no han sido estudiados desde el punto
de vista psicológico en la medida en que lo merecen. En este trabajo me
ocuparé de las facetas más descuidadas de los chistes judíos.
Otro factor que me impulsó a hacer hincapié en ciertas humoradas y
a relegar otras a un lugar secundario, fue la cuestión de su sentido psi-
cológico. Algunos chistes constituyen una fuente abundante de reve-
laciones sobre la vida emocional y mental del pueblo que los crea, en
tanto que otros brindan resultados menos fructíferos. Tampoco se po-
dría negar que hubo motivos personales que influyeron en la selección.
Yo tenía más que decir sobre unos chistes que sobre otros, y también
tenía que decir más de lo dicho anteriormente.
Este estudio de los chistes judíos por grupos, se diferenciará tam-
bién en otros aspectos de muchos compendios de este tipo. No será una
antología de cuentos, sino un análisis de los mismos. Lo que significa
que la presentación de los diversos grupos de cuentos será seguida por
comentarios y conclusiones psicológicas. Al analizar estos problemas,
es a veces inevitable reiterar ejemplos ya mencionados. Su reaparición
en un contexto distinto podrá en ocasiones dar la impresión de repeti-
ción; pero habrá de justificarla el hecho de que agrega aclaraciones re-
trospectivas.

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En esta búsqueda de las propiedades psicológicas del humorismo


judío, y en este análisis de las mismas, no me preocupan las diferencias
de tiempo y lugar; estoy decidido a ir de un extremo de la tierra al otro,
y desde el despertar del mundo hasta el presente. Los cuentos del
ghetto ruso o polaco son tratados aquí en la misma forma que los chis-
tes de Viena, París y Nueva York, y las anécdotas anónimas reciben el
mismo trato que las ingeniosas ocurrencias de escritores modernos de
fama. Mi tarea principal consistió en valorar la continuidad, o por lo
menos la similitud, de las características psicológicas de los chistes ju-
díos.
Si hubiese conocido un chiste sobre Adán y Eva hecho aproxima-
damente en el año 850 a. C. por uno de los relatores de la leyenda, no
habría titubeado en asentarlo junto a la humorada que George Jessel
lanzó el otro día en el banquete de los Bonos Israelíes en Londres.
Jessel, que en esta oportunidad era el invitado de honor, escuchó aten-
tamente al presidente de la institución, quien describía y elogiaba con
entusiasmo los éxitos de Israel en el cultivo de las zonas áridas. Por
primera vez desde el día de la creación -afirmó el presidente- crecen
manzanas en algunas regiones del país. Al hablar a continuación, el in-
corregible George Jessel preguntó, disconforme: "¿Quién dice que nun-
ca tuvieran manzanas? ¿Qué fue lo que mordió Adán... un «pickle»?".

EL ALCANCE
Al preparar este libro tuve que realizar desde luego algunos trabajos
de investigación, parte de los cuales consistieron en revisar unas cuantas
colecciones de chistes judíos. Al leer los cuentos típicos ("Dos judíos se
encontraron en la calle y...") experimenté súbitamente la impresión de
que eran monótonos y cansadores. (Un cuento refiere que Caín mató a
Abel porque éste le había contado a su hermano un chiste que él cono-
cía desde su infancia). Inmediatamente después recordé una obra que
había visto más de cuarenta años en el teatro de Reinhart, en Berlín.
También encontré un articulo semiolvidado que había escrito muchos
años más tarde sobre esa obra, y al leerlo revivieron en mí las difusas
impresiones de la representación.

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La obra en tres actos se llamaba "Los judíos" y había sido escrita


por un autor ruso que yo no conocía: Eugen Tschirikow. Describía la
vida en una colonia judía de Rusia septentrional a comienzos de este
siglo. Sólo recuerdo vagamente el argumento y los personajes, que te-
nían muy pocas cualidades propias. Transcurría en la vivienda y el taller
del relojero Leiser Frankel. Muy pronto se quedaría solo el anciano. Su
hijo había ingresado al partido socialista e iba a partir, en tanto que su
hija se había convertido en la amante de un estudiante cristiano. La lu-
cha entre las generaciones era tanto más amarga cuanto que los senti-
mientos familiares son en el ghetto más profundos y tenaces y el vínculo
entre los miembros de la familia es muy íntimo.
Mi memoria, que siempre fue más auditiva que visual, sólo puede
revivir una única imagen nítida: la del momento en que llega la noticia
de que ha estallado un pogrom en las aldeas vecinas. Conservo la vio-
lenta impresión de las escenas finales: los gritos de la turba fanática, el
murmullo creciente que se convierte en el rugido de las fieras, el miedo
cada vez mayor de los judíos que están en el taller del viejo relojero. La
multitud entra como torrente que destruye y mata. La joven hija es vio-
lada y muere, y los hombres son asesinados. Por fin, cuando todo está
completamente destruido, llegan los cosacos y dispersan a la turba cri-
minal.
Sólo la impresión de las últimas escenas de la obra sobrevivió du-
rante más tiempo. Sus protagonistas casi no son seres humanos vivien-
tes. Ahora aparecen más bien como tipificaciones, como personajes
teatrales estereotipados. Hay una joven dulce pero de recia voluntad.
Ama a su padre, pero debe causarle pena y dolor. Está el hijo, que se
dedicó a la causa revolucionaria y fue expulsado de la universidad. Hay
un médico liberal que siguió siendo religioso; hay un maestro de escue-
la, cansado y enfermo, que se aferra al sionismo y lo defiende con la
misma pasión con que el hijo y sus amigos defienden el programa socia-
lista. En mi memoria no subsiste ninguno de los fogosos argumentos ni
de las discusiones a que se entregaron todas estas personas. Si los dis-
cursos de estas figuras judías encerraban algún mensaje, a mi se me

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escapó como si fuese irreal y estuviese fuera de lugar. En una visión


retrospectiva las polémicas de los tres actos me parecen tan oscuras
como los personajes de la obra. No habría sucedido lo mismo si ésta
hubiese sido algo más que una eficaz pieza teatral toscamente armada.
Era la obra de segunda categoría de un autor que sabía crear algunos
fuertes efectos dramáticos.
¿Qué sobrevive en mi memoria, además de los lineamientos del ar-
gumento? ¿Qué surge de la oscuridad, qué palabras siguen resonando
cuando recuerdo la representación? Sólo unas pocas frases y los silen-
cios posteriores; nada más. Pero en contraste con toda la cháchara de la
obra, estas frases no han sido escritas por un autor del montón: se basan
en la experiencia, fueron percibidas no sólo por el oído, sino también
por el corazón.
Hay una escena en la cual el hermano del relojero, Aaron Frankel,
que ha venido de visita desde una aldea vecina, está conversando con la
muchacha. Esta le cuenta a su tío que ella y su hermano han sido expul-
sados de la universidad porque participaron en tumultos socialistas.
"¡Ay, ay, ay" -exclama Aaron-, siempre fuiste una chiquilla tan tranqui-
la!" La bonita sobrina le asegura que sigue siendo una muchacha tran-
quila, pero el tío responde:
-Será mejor que te cases. Entonces tendrás hijos y a tus propios re-
beldes entre manos.
En la misma escena le cuenta el tío lo que sucede en su pueblo. Ca-
da ciudad y cada aldea tiene su ghetto. Los judíos sólo pueden vivir
dentro de sus límites. Vegetan en este estrecho distrito. Es cierto que
los judíos están sumidos en la pobreza, "pero, gracias a Dios, tienen
muchos hijos".
La gran cantidad de niños hace que las viviendas resulten insufi-
cientes. El cementerio judío se extiende hasta la ciudad. Los habitantes
concibieron la esperanza de poder comprar tierras para establecer un
nuevo cementerio fuera de ella. Pero las autoridades no lo permiten
porque esta nueva propiedad ampliaría la superficie del ghetto esti-
pulada para los judíos. Los funcionarios deciden que el judío muerto

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también debe ser considerado parte de la población. Los judíos realizan


esfuerzos desesperados hasta que finalmente el ministro cede y permite
la compra de tierras para sepultar a los muertos. Entonces surge un
nuevo obstáculo. El cementerio debe tener un cuidador. Pero como es
lógico, éste debe ser judío. Ningún judío puede vivir fuera del ghetto.
Alguien que escucha el informe de Aarón exclama:
-Queda una sola solución: designen cuidador a un judío muerto.
La situación provoca, sin embargo, otras dificultades. Las autorida-
des no permiten la permanencia de un cuidador judío en los terrenos del
nuevo cementerio. Ni permiten tampoco que los judíos entierren a sus
muertos en el cementerio viejo. Fundan la prohibición en motivos sani-
tarios. La frase que Aarón Frankel pronuncia a continuación y su acento
judío resuenan aún en mis oídos: "Pero los judíos no pudieron seguir es-
perando y uno de ellos se tomó la libertad de morir".
Sólo recuerdo otra escena hacia el final del primer acto, y luego, na-
da más que la caída del telón. La escena se desarrolla en el taller del
relojero, un sótano con techo bajo. Cubren las paredes relojes de todas
clases, grandes y pequeños, viejos y nuevos. A todo lo largo de la esce-
na se escucha el incesante tic-tac del péndulo, cada vez que hay un
momento de silencio. En el cuarto tiene lugar una discusión. El hijo de
Leiser Frankel y su amigo gentil argumentan apasionadamente que sólo
las enseñanzas de Carlos Marx pueden brindar una solución al problema
judío. Por su parte, el maestrito neurótico insiste en que el sionismo
representa el único camino que les queda a los judíos. En la polémica,
que se convierte en una acalorada disputa entre esas personas exaltadas
e irritables, se esgrimen argumentos inteligentes y tontos. De las alusio-
nes indirectas se deriva a los ataques fogosos, de las ironías sutiles a los
insultos iracundos y groseros. El maestro fanático pasa de la risa a los
sollozos histéricos. De pronto, todos los relojes del taller, uno después
de otro, empiezan a dar las doce. El silencio que sigue a continuación es
interrumpido por la voz serena del anciano relojero, Reb Leiser. Este se
yergue en el centro del cuarto, y con su larga barba blanca y las cejas
alborotadas parece un patriarca bíblico.

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-Desde hace diez años -comenta-, deseo que todos mis relojes den
la hora simultáneamente, en el mismo momento. Pero esto no sería po-
sible nunca. Se parecen a los seres humanos... no pueden entenderse.
El hecho de que ésta fuese una obra mediocre, una especie de éxito
circunstancial sin grandes valores humanos o artísticos, explica que no
haya sobrevivido y esté casi olvidada. Se explica, por otra parte, que la
pieza perdiese su impacto en una época que presenció las torturas y el
asesinato de seis millones de judíos. ¿Por qué no me causó una impre-
sión más profunda esta obra sobre la destrucción de los judíos, ligados a
mí por la sangre y la fe? ¿Por qué el efecto inmediato de la representa-
ción se disipó con tanta rapidez? ¿Dónde está la reacción retardada que
sobrevive a la emoción de las escasas horas pasadas en el teatro?
Creo que está allí, conservada en el recuerdo de esos pocos comen-
tarios ingeniosos. Las emociones provocadas por la obra ya no queda-
ron ligadas a su argumento, sino que fueron inconscientemente transfe-
ridas a estas frases que mi memoria retuvo como si contuviesen lo más
valioso de aquello que el autor tenía que decir. La atracción personal, el
tua res agitur se desconectaron de los acontecimientos trágicos pre-
sentados en el escenario v se desplazaron hacia los detalles humorísticos
de la experiencia. Todas las profundas emociones despertadas en noso-
tros se concentraron en algunas frases pasajeras de los diálogos de
aquel primer acto. No puede ser casual que la carga emotiva se traslade
de lo trágico a lo cómico. Esto significa que el centro de las emociones
ha cambiado, pero no revela una disminución de su intensidad.
Los personajes me conmueven más con sus chanzas que con sus
acusaciones y lamentos. Mientras los vemos confortarse en determinada
forma, nos parecen marionetas, agitadas aquí y allá por la mano omni-
potente del destino, que finalmente las deja caer. Pero cuando bromean,
los muñecos se convierten en seres humanos. Jehová le ha prohibido al
judío de nuestros tiempos expresar sus experiencias trágicas en una
forma que conmueva a un mundo hostil o, en el mejor de los casos,
indiferente. Pero al conferirle al judío el don del humorismo, su Dios le
otorgó el poder de hablar acerca de lo que sufre.

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Me parece que la transferencia emocional no está restringida a este


caso particular, sino que tiene un significado general y se le puede se-
guir la pista hasta encontrar una pauta conocida. Esta transferencia
efectiva moldea el humorismo judío y le concede una cualidad (que
pasó casi completamente inadvertida y es por ello tanto más notable).
Con frecuencia la vida es trágica, pero su angustia se refleja muy clara-
mente en las bromas. No, no es casual que hayan cruzado por mi cere-
bro unas pocas frases humorísticas en lugar de las terribles escenas del
pogrom descrito en la obra, porque son estas frases las que contienen la
quintaesencia del drama.
Estas pocas frases, que surgen de las profundidades de un destino
único entre los pueblos, nos ofrecen ciertas claves para lograr una pene-
tración psicológica en la naturaleza del chiste judío. En los mejores
ejemplos de este tipo de humor, detrás de la fachada cómica aparece no
sólo algo serio, que también está presente en el humor de otros pueblos,
sino el horror desnudo. La transferencia emocional inconsciente que
creó el humor judío y se prolongó como una de sus características defi-
nidas v distintivas, se repite en el escucha y determina su profundo
efecto emotivo.
Los ejemplos tomados de la obra de Tschirikow no han sido ele-
gidos por su significado típico ni por su valor estético. Sin embargo,
pueden representar vastas categorías del chiste judío, y definen quizá su
alcance. El consejo que el tío le da a la muchacha para que se case en
lugar de intervenir en los tumultos socialistas es, por su significativa
alusión ("Tendrás hijos y a tus propios rebeldes entre manos"), un de-
licioso ejemplo de humorismo familiar de los judíos. Antes de la Se-
gunda Guerra Mundial, éstos constituían en Europa Oriental un grupo
cultural y social unificado, con una firme y perdurable solidaridad fami-
liar. Los chistes y comentarios ingeniosos del tipo de los que hacía Aa-
rón Frankel brotaban en la vida cotidiana y se desvanecían junto con el
día.
Las observaciones cordiales y burlonas de este tipo encontraban su
terreno más fértil en la atmósfera hogareña, y se extendían con fre-

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cuencia mas allá de los límites de la vida familiar, porque los judíos de
todos los países formaban una única y gran familia. Las alusiones indi-
rectas, los chistes y los comentarios ingeniosos se fusionan fácilmente
los unos con los otros y frecuentemente es imposible distinguirIos entre
sí. La familiaridad demostrada en estas bromas es un reflejo de la con-
fianza mutua y de la buena voluntad entre las personas. Este tipo de
chiste judío es de espíritu mundano e ilustra las modalidades de la natu-
raleza humana. En este caso la familiaridad no engendra desprecio sino
simpatía y generosidad. Mucho después de habernos sonreído por uno
de estos chistes, percibimos su profundidad. Tampoco es casual que las
humoradas de este tipo se refieran a la vida en el ámbito familiar.
Tomemos la historia de Aarón Frankel sobre el incidente del ce-
menterio en el ghetto de su aldea. Nos enteramos de la decisión supe-
rior de no enterrar a los muertos fuera del ghetto ni dentro de su viejo
cementerio. Viene luego el amargo comentario de que un pobre judío
imposibilitado de esperar el desenlace del pleito tuvo la osadía de mo-
rirse. Veamos un ejemplo de otro tipo: el del sentido sarcástico del hu-
mor judío. El pathos, en su sentido griego original de sufrimiento, se in-
vierte aquí y encuentra su expresión en una mueca de burla y rebeldía.
Aquí habla Ahasvero, el eterno judío errante, y luego se calla. Sabe que
para él no hay paz sobre la tierra ni -en este caso- debajo de ella. No
hay descanso para él, ni siquiera en eso que la tradición judía designa
eufemísticamente como "el buen lugar". Aarón Frankel murmura al pa-
sar un comentario irónico y se encoge de hombros. No grita a voces su
indignación ni embiste furioso y desesperado. Sin embargo, su humor
sarcástico hiere con la precisión de una espada y esgrimido con la pode-
rosa mano del odio. Es la misma ironía que castiga en las palabras de
los profetas bíblicos y que se percibe en la prosa y la poesía de Heinrich
Heine y en los libros de los escritores judíos hasta nuestros días.
Tomemos esa escena del primer acto de la obra: un instante de si-
lencio, después de los argumentos vibrantes, apasionados, de los faná-
ticos, y luego de la estridencia de los exaltados. Los relojes empiezan a
dar las campanadas y el viejo Reb Leiser se pone de pie, y señalándolos,

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enuncia con voz serena sus memorables palabras. Ya no habla la fuerza


del odio, sino el poder del amor. Cuando se rompe el silencio el anciano
relojero explica que durante años ha tratado de armonizar todos los
relojes, pero en vano, porque al igual que los hombres que no pueden
entenderse, no es él el único en hablar. En este hombre tocado con una
túnica parecen revivir sacerdotes y profetas, sabios que a lo largo de
muchos siglos indagaron las leyes del destino humano. Sus tres frases
sencillas, su símil aparentemente chistoso, cubren el abismo de dos mil
años que nos separa del proverbio de los Padres y de las palabras de
Isaías. No habíamos dejado de sonreír cuando empezamos a sentir una
turbación creciente. A partir de una broma de la vida diaria nos senti-
mos transportados al reino de lo inmortal. Un trivial fragmento de me-
lodía resuena hasta convertirse en una música eterna. En unas palabras
pronunciadas con espíritu superficial e intrascendente, palabras que
suenan como una chanza y fueron concebidas posiblemente como tal,
están enunciados el ansia y el dolor esenciales del hombre. En este tipo
de humorismo judío hay algo que nos impulsa a la reverencia.
Es el humorismo en la sabiduría y la sabiduría en el humorismo, lo
que los judíos han rescatado, generación tras generación, de la expe-
riencia de sus propias vidas y de las ajenas. Hallamos aquí la voz que
resonó en muchos pasajes del Talmud y de los comentaristas rabínicos,
en los símiles, leyendas y parábolas de la Halajá y en los relatos de los
jasidim. No hay una diferencia esencial entre las ingeniosas compara-
ciones del tipo de las que hace Leiser Frankel y los hondos pensa-
mientos de los sabios judíos, provenientes del rico acervo de la antigua
experiencia. Un niño le preguntó a Rabí Mendel Kotzker: -¿Dónde ha-
bita Dios?- Y el rabino le respondió: -Dondequiera El sea admitido.- En
los epigramas de este género está presente el mismo espíritu que emana
de los comentarios del anciano relojero Reb Leiser.
Si se echa una mirada retrospectiva a estos ejemplos de la amable
broma hogareña y a los ejemplos de las categorías de humor judío
amargamente sarcástico, profundo y mundano, se obtiene un claro pa-
norama del alcance de este tipo de humor. Y se torna comprensible al

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mismo tiempo la dinámica emocional de la transferencia inconsciente.


¿Qué expresan sutilmente estos chistes, sino precisamente las mismas
cosas que trataba de presentar en vano la obra llevada a escena, con sus
efectismos brutales? Naturalmente, nos sentimos conmovidos cuando,
al terminar la pieza, una tempestad de pillaje, asesinato v destrucción
barre con todo lo que esos pobres judíos tenían por suyo. Pero la trage-
dia es más patética en sus matices de humorismo. La noticia de que
tantas o cuantas personas fueron asesinadas durante un pogrom nos
llena de cólera, repugnancia y desesperación. Lo que se dice en estos
chistes nos sacude hasta las raíces y no puede olvidarse.
Aarón Leiser cuenta la historia del cementerio, la odisea tragicómica
de una minoría pobre y perseguida, acorralada en un minúsculo rincón
de la vida despojada hasta de un puñado de tierra al morir. La tragedia
se nos presenta con mayor precisión en este incidente que en la cruenta
y tronante escena del pogrom final. Un relato como el del cementerio
repercute durante más tiempo y con mayor nitidez que el tumultuoso
rugido de la turba salvaje que penetra en las casas del ghetto.
El tío experimentado le aconseja a la joven que engendre hijos y que
olvide así, con los rebeldes en su propia casa, la necesidad de sublevarse
contra el Estado. Sus comentarios, tan humanos y tan humorísticos,
expresan el carácter efímero de los movimientos más claramente que los
debates fogosos que se desarrollan en las escenas siguientes de la obra.
Sus advertencias sugieren una noción de los valores auténticos de
nuestra vida personal y del significado de las fuerzas que rigen el desti-
no de todas las generaciones. ¿Es tan importante rebelarse contra el
orden y la forma de gobierno, contra la insolencia de los funcionarios?
¿Es tan importante derrocar el régimen, reemplazarlo por otro, si des-
pués que todo haya sido dicho habrán de seguir nuestras vidas descri-
biendo el mismo pequeño círculo de alegrías y penas?
Es indudable que la comparación establecida por Reb Leiser entre
los relojes y las personas no tenía ningún propósito altisonante, pero se
eleva y alcanza un ritmo solemne. Encierra una referencia tácita a la
fugacidad de nuestra permanencia sobre la tierra, y nos revela lo absur-

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das que son nuestras pequeñas disputas por cuestiones que en nuestra
imaginación aparecen como irreconciliables. Cada uno de los relojes
que el anciano ha tratado en vano de armonizar con los restantes está
convencido acaso de la infalibilidad de su hora y menosprecia orgullo-
samente a los otros. Sin embargo, no pasará mucho tiempo sin que los
mecanismos de todos ellos se detengan. Para los relojes, igual que para
los hombres, al final llega el silencio.
En estos ejemplos de humorismo judío una espesa sombra cae sobre
el brillo de las palabras. La burla usurpa el reino de la tragedia. Los
dominios de lo cómico son tan vastos como los de lo trágico, y en el
humorismo judío son aún más vastos porque abarcan lo desesperado, lo
catastrófico. Donde alguna vez hubo lamentos, ahora hay risas.

MULTIPLICIDAD DE IDIOMAS
Hasta hace pocos años el ingenio judío no tenía cabida en los gran-
des medios de difusión. Estaba restringido al judío y podía con-
siderárselo poco menos que una especie de comunicación tribal. Los
chistes eran contados por un judío a otro judío, sin tomar en cuenta el
auditorio gentil. Amén de ciertos motivos psicológicos que vedaban el
referir tales historias a los gentiles -motivos a los que no haremos refe-
rencia aquí-, se presentaba el obstáculo casi insuperable de la barrera
idiomática. La generalidad de los chistes judíos son narrados en ídish,
que la mayoría de los gentiles no hablan ni entienden. (Desde luego, hay
excepciones. Un periodista vienés gentil hablaba un ídish tan perfecto
que lo tomaban frecuentemente por judío. Cuando otro de sus colegas
se burló de él en cierta oportunidad por su aptitud para el ídish, le con-
testó: -Yo puedo, usted debe).
Pero como ahora se oyen tantos chistes judíos en la radio, la tele-
visión y el teatro, el público aumentó rápidamente, sobre todo en Nor-
teamérica, en tanto que ciertas locuciones dialectales han sido absorbi-
das por el lenguaje diario y familiar norteamericano. En la actualidad los
gentiles utilizan liberalmente términos como meshugue, shmock, etc.
Más aun, tales palabras se han abierto paso en el vocabulario de re-
vistas y diarios e incluso en obras literarias. Cuando llegué a los Estados

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Unidos en 1938, leí la crítica de una opereta en la que se comentaba que


las melodías tenían schmalz. Pues bien, la palabra alemana schmalz sig-
nifica "grasa". No es el término que se emplea para caracterizar una
melodía emocionante, lánguida o dulce. Es como si uno hablase de una
melodía "chorreante". En alemán se emplea el adjetivo schmelzend
("que se derrite") para describir la naturaleza de esta melodía. La pala-
bra schmalz, utilizada en este sentido, ha sido tomada sin duda alguna
de la jerga del ídish norteamericano, y no del alemán.
La distorsión del idioma alemán fue a veces tema de mofa para los
escritores judío-alemanes. Por ejemplo, el satírico vienés Karl Kraus se
burló en cierta oportunidad de una de las primeras convenciones sio-
nistas, reunida en Bad Ischl, cerca de Salzburgo. Refiriéndose a los ju-
díos que participaban en tal convención y conversaban a orillas del
Ischl, transformó el comienzo de una canción de Schubert: "Ich hort ein
Bächlein rauschen" ("Oí murmurar a un arroyo"), en "lch hort ein
Bächlein mauschen, para indicar que las conversaciones tenían lugar en
ídish11.
Como es lógico, las frases en ídish predominan en los relatos hu-
morísticos y cómicos judíos, pero a veces se infiltran en ciertas conver-
saciones y cartas de los grandes escritores judeo-alemanes. Aquí men-
cionaré sólo dos ejemplos representativos: Heinrich Heine y Sigmund
Freud. Nadie cuya lengua natal sea el alemán y que haya realizado un
estudio literario de las obras de estos dos hombres, podrá negar que
eran magníficos estilistas.
En el caso de Heine, los críticos literarios han señalado que aun
ciertos pasajes de su prosa tienen una entonación ídish característica.
Incluso en sus primeros escritos se pueden descubrir rastros de antiguas
formas lingüísticas, y una confusión de casos gramaticales y una falsa
sintaxis que son propias del ídish. Especialmente cuando el escritor
habla en pantoufles, aparece, como lo observó hace poco tiempo un
historiador literario, una "intensa coloración" de su lenguaje familiar

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con palabras hebreas y judeo-alemanas12. "Heine empleó con fruición


estas palabras hasta el final, en sus cartas a la madre, a su hermano, a su
hermana y a ciertos amigos judíos". Estas circunstancias deben ser dife-
renciadas de otras, en las cuales el poeta emplea la fraseología hebrea o
judía para lograr efectos humorísticos.
Citaré un solo ejemplo, particularmente significativo, de las cartas
de Sigmund Freud. Y he aquí una historia que es necesario comprender,
para poder valorar esta carta que me escribió Freud. El pastor doctor
Oskar Pfister, que era uno de los más fervientes adictos a Freud en Sui-
za, había publicado un artículo sobre psicoanálisis en la Theologische
Literaturzeitung, en 1914. Yo escribí una crítica a esta nota para el
Zentralblatt für Psychoanalyse. En mi artículo hice algunos co-
mentarios sarcásticos respecto a Pfister, quien se dedicaba a explicar a
sus lectores que el psicoanálisis no se ocupa sólo de los impulsos agre-
sivos y sexuales, sino también de las tendencias morales inconscientes.
Sandor Ferenczi, editor del Zentralblatt, le mostró el manuscrito de mi
nota a Freud, quien lo leyó. Las observaciones críticas que Freud hace
en la carta que me envió, se refieren a una frase familiar francesa que yo
había utilizado en mi artículo. Este es el texto de la carta de Freud, fe-
chada en Karlsbad el 24 de julio de 191413.
"Estimado Señor doctor:
Su necesidad de crítica despiadada quedó satisfecha en mi con-
versación con Ferenczi, durante la cual acusé a Ud. de cometer varios
deslices en su artículo. El "à qui dites-vous ça" es una broma judía de-
masiado buena para esos Goim, y causa mala impresión. Naturalmente,
estoy de acuerdo con el contenido de su crítica.
Le pregunté a Pfister por su artículo en la Theologische Li-
teraturzeitung; entonces recibí la nota, y la carta adjunta. Por favor,

11 En el folleto Eine Krone für Zion.


12 Hugo Bieber. Heinrich Heine, Filadelfia, 1956, pág. 49.
13 Citado con autorización del editor, Farrar, Straus and Cudahy, de mi libro
The Search Within, Nueva York, 1956, pág. 637.

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devuélvamela. Quizás ella lo decidirá a ser más comprensivo en su críti-


ca al alma del pobre pastor que vacila entre el cielo y el infierno.
Saludos afectuosos, Freud".

En la carta de Freud hay dos detalles que nos interesan para el tema
en discusión. El primero es la expresión Goim, que significa, como es
natural, no-judíos. Estas expresiones en hebreo e ídish aparecen en las
cartas de Freud muy espaciadamente, tan sólo en su correspondencia
con parientes y amigos. El otro detalle es la presentación de la frase
francesa "a qui dites-vous ça" como un chiste judío. ¿Lo es en realidad?
Ya volveremos sobre este punto. Por ahora seguiremos abordando
otros problemas interesantes que se plantean aquí.
Hablando con propiedad, los chistes judíos impresos están incom-
pletos. En realidad hay que oírlos y verlos. Su transmisión no es sólo
verbal. Los gestos y la expresión del rostro, así como la modulación de
la voz del relator, son partes esenciales de la narración. Estas anécdotas
no son sólo contadas, sino también representadas, y cuando se habla de
su lenguaje, hay que pensar también en esos factores externos. El poeta
Nono, que vivió en la época de Teodosio, comparaba los gestos con el
lenguaje y decía de las manos que son bocas y de los dedos que son
voces.
El factor lenguaje aparece en un enfoque distinto cuando pensamos
en un ejemplo representativo como el siguiente: Un médico que había
sido requerido para asistir a la baronesa Feilchenteld en el parto inmi-
nente, anuncia que aún no ha llegado el momento crítico. Le sugiere al
barón que jueguen un partido de cartas en la habitación vecina, mientras
esperan. Después de un rato llega hasta los hombres el grito dolorido de
la baronesa: "¡Ah, mon dieu, comme je souffre!" El esposo se incorpora
de un salto, pero el obstetra lo tranquiliza: -No es nada; sigamos jugan-
do. Un poco más tarde vuelve a oírse a la parturienta: -¡Dios mío, qué
dolores! El esposo quiere correr junto a ella. El médico insiste: -No,
aún no ha llegado el momento. Por fin, llega desde el cuarto contiguo el

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grito: -¡Ay-ay-vei-iz mir!". El médico abandona apresuradamente las


cartas y exclama: -Ha llegado el momento.
Freud, que analizó esta anécdota en su libro sobre el humorismo,
señala que el dolor del parto hace que la naturaleza original de la mujer
se abra paso a través de las capas de su educación. Los cambios sucesi-
vos de su grito ofrecen la clave de este proceso. La transición del fran-
cés al ídish en los gritos nos interesa aquí porque el retorno a la lengua
materna o al dialecto primitivamente hablado, restaura la atmósfera
emocional de la infancia y barre con toda superestructura.
El humorismo judío utiliza la mezcla y confusión de idiomas para
lograr su efecto también en otra dirección. Cuando el descendiente del
último Kaiser Karl de Austria vivía en Nueva York, esperaba que vol-
viesen a convocarlo como emperador de Austria o Hungría. Un humo-
rista judío de Nueva York bautizó al pretendiente como el "Quizásbur-
go"*. Recordando la Austria de preguerra, vuelve a la memoria un jue-
go de palabras en el cual el nombre alemán es transformado por una
expresión judía. En la época en que Viena era todavía un centro cultural
y la sede de una élite intelectual y artística, la duquesa Paulina Metter-
nich desempeñaba un importante papel en la sociedad. Aristócratas y
artistas se reunían en su salón y formaban un círculo encantador que
refulgía espectacularmente. Una dama que estaba mucho menos dotada
para esa emocionante actuación social, pero que trataba de competir
con la duquesa, fue apodada "Metternebbich" por los judíos vieneses
(nebbich: digno de compasión).
En algunas anécdotas judías los personajes confunden el significado
de palabras alemanas o francesas con expresiones en ídish. Como con-
secuencia, estos errores sirven para demostrar con intención satírica la
falta de educación o conocimientos de las personas que son blanco de la
broma. Estos errores o equivocaciones involuntarios difieren considera-
blemente de aquellas bromas en las cuales los nombres o las palabras
son transformados y distorsionados para exponer a ciertas personas a la

* En inglés "Perhapsburg", en lugar de "Hapsburg". (N. del T.).

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burla. Un ejemplo de esto: el protagonista de la obra Der Spiegel-


mensch, de Franz Werfel, representada en el Burgtheater de Viena,
tenía el nombre tracio de Thamal. Karl Kraus, al comentar el drama,
escribió que no le gustaba ese Unthamal. (Tam es una palabra hebrea:
"sabor". Por lo tanto Unthamal significaría hombre insípido).
III
No hace mucho tiempo, leí el interesante libro The Wandering Jew,
de Moncure Daniel Conway, que sigue hasta sus fuentes la leyenda del
Judío Eterno14. En él, se informa que en 1547 el obispo Paulus von
Eizen vio la misteriosa figura de Ahasvero en Hamburgo. "Cualquiera
fuese el país en que entraba, conocía el idioma de inmediato. En esa
época hablaba la lengua sajona como si hubiese nacido allí. Unos fun-
cionarios alemanes también encontraron al zapatero judío que había
estado presente durante la crucifixión de Cristo y que vagaba incansa-
blemente por muchos países. Les asombró oirle hablar en perfecto cas-
tellano, así como en alemán. Un turco le comunica a un amigo que se ha
encontrado con Ahasvero en 1644: -Un día tuve la curiosidad de discu-
tir con él en varios idiomas y descubrí que dominaba todos los que yo
conocía.
Mis pensamientos me conducen por un extraño desvío a una sesión
de psicoanálisis que había tenido lugar el día anterior. El paciente, un
judío holandés de edad intermedia, muy inteligente, me dijo: -¡Qué
agradable es saltar de un idioma a otro y ser entendido! El psicoanálisis
se efectuaba en inglés, pero a veces el paciente citaba frases que había
leído en francés o la letra de canciones vienesas. También insertaba con
frecuencia palabras hebreas o utilizaba expresiones en ídish. En esta
sesión en particular recordó algunas escenas de su infancia en Amster-
dam y repitió un diálogo que había oído antes en su idioma materno. (El
sabía que yo había pasado varios años en Holanda. En aquella época
hablaba holandés mejor de lo que ahora hablo inglés, y si bien hacía mu-
cho que no practicaba, entendí perfectamente lo que dijo).

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Siguiendo el hilo de mis pensamientos, medité acerca de que casi


todos los judíos son por lo menos bilingües, y hablan ídish o una jerga
castellana además del idioma del país en que viven. El mismo ídish es
esencialmente el idioma alemán medieval, con intercalación de palabras
y frases eslavas, hebreas y arameas. El ídish es el idioma ideal para el
humorismo judío y llama la atención que estos chistes sean narrados en
una antigua lengua que en un tiempo fue alemana, y que los judíos
mantuvieran una extraña lealtad al idioma del país que en una época
consideraron su patria, a pesar de que los alemanes los sometieron a un
terrible martirio tanto en la Edad Media como en los tiempos modernos.
Echando una mirada retrospectiva a la historia de los israelitas, uno
se pregunta por qué adoptaban con tanta frecuencia una lengua extraña.
Incluso después de la invasión de Palestina preferían el cananeo a su
hebreo originario. El arameo, emparentado con el hebreo, idioma en el
que fue escrita buena parte de la literatura posbíblica, era la lengua que
hablaba Jesús. Se convirtió en el idioma vernáculo de su pueblo desde
su exilio en Babilonia. A partir de entonces, los judíos adoptaron en sus
migraciones de un país a otro la lengua del pueblo en cuyo seno vivían.
El hecho cierto es que en pocas oportunidades los judíos pasaban
toda su vida en un país, y en cambio se convertían en refugiados una
vez tras otra. Basta pensar en los genios judíos de nuestra época: Hein-
rich Heine, Karl Marx, Ludwig Borne, Sigmund Freud y Albert Eins-
tein, fueron todos refugiados de Alemania. A raíz de sus migraciones,
los judíos se hicieron muy versados en varios idiomas. Con frecuencia el
ingenio judío aprovecha esta aptitud políglota para lograr un efecto
humorístico especial. Al igual que el paciente cuyas palabras acabo de
citar, el ingenio judío parece complacerse con estas transiciones casua-
les de una zona lingüística a otra.
A continuación presentamos un ejemplo de esta transición y de su
intenso poder cómico. Los primeros versos de un poema de Heinrich
Heine, que es quizá el mejor representante del ingenio judío, dicen:

14 Londres, 1881.

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"Sterbend sprach zu Salomo


Konig David: à propos..."

"Ya moribundo le habló a Salomón


el rey David: à propos..."

El poeta logra el efecto humorístico al poner en boca del rey bíblico


una frase francesa moderna.

SHLEMIHL CON UNA DIFERENCIA

I
Entre las palabras hebreas y judías utilizadas por los gentiles nor-
teamericanos y alemanes, no hay que olvidar la expresión "Shlemihl".
Hace más de un siglo, un poeta alemán introdujo esta palabra incluso en
la literatura. Adalbert von Chamisso escribió la historia fantástica de
Peter Schlemihl. El protagonista de esta novela es un hombre que per-
dió su sombra. ¿Cuál es el significado originario de la palabra hebrea
Shlemihl? Según la definición de un experto15, se trata de una persona
que "encara una situación de la peor forma posible o que es perseguida
por una mala suerte derivada en mayor o menor grado de su propia
ineptitud". En consecuencia, un Shlemihl es la víctima de su propia es-
tupidez o simpleza.
Los eruditos remontan el origen de la palabra al nombre de un per-
sonaje que aparece en un relato bíblico (Números, 25). En él se cuenta
que en Shittim, el pueblo de Israel empezó a fornicar con las hijas de
Moab. Cuando el sacerdota Fineas vio esto, "levantóse en medio de la
congregación y tomó una lanza en su mano. Y vino tras el varón de
Israel a la tienda, y lanceólos a ambos, al varón de Israel y a la mujer,
por su vientre... Y el nombre del varón muerto que fue muerto con la
Medianita era Zimvi, hijo de Salu..."
Según otras fuentes, el nombre deriva del de un hombre que fue el
infortunado protagonista de una historia medieval. Este hombre, She-

15 Herschel Revel en Universal Jewish Encyclopedia, Vol. IX, pág. 511

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muliel, regresó a su hogar después de un año de ausencia, descubriendo


que su esposa había dado a luz a un niño. El rabino decidió que el hijo
era legítimo, en tanto que los vecinos tenían muchas dudas acerca de la
paternidad. El hombre tuvo que aceptar la decisión rabínica, y se con-
virtió en el prototipo del Shlemihl que se enreda en situaciones compli-
cadas de las que no puede zafarse.
El gran poeta hebreo-español Ibn Ezra (1092-1167) se vio expuesto
a las vicisitudes de un destino tan desgraciado como el de cualquier
Shlemihl. Llevado de un lugar a otro por la pobreza y el espíritu vaga-
bundo, escribió este poema autobiográfico: "Si me dedicase a vender
velas, el sol jamás se pondría; si vendiese mortajas, nadie se moriría...".
Hay una línea directa que une estos versos de un poeta del siglo XII
con las patéticas figuras creadas por Charles Chaplin y cuya morada
está en el East End judío de Londres.
Al referirse a Ibn Ezra y otros poetas judeo-españoles, Heinrich
Heine pensó en el Shmelihl, y compuso una ingeniosa variación del
relato bíblico. En las Melodías Hebreas, el poeta explica que Israel for-
nicaba con frecuencia con las hijas de Canaán y que el sacerdote Fineas
estaba enardecido por la caída del Señor. Pero según una tradición oral
que circulaba entre el pueblo,

En realidad no fue a Zimri


A quien alcanzó la lanza de Fineas,
Sino que la mala suerte quiso que éste,
Ciego de cólera
Matase por azar
En lugar del pecador
A un inocente,
Llamado Schlemihl ben Zuria Schaday.
El, pues, este Schlemihl, el Primero,
Fue el antecesor de toda
La raza Schlemihliana. Somos descendientes
De Schlemihl ben Zuri Schaday.

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Así remontó Heine el origen de la palabra a este Shlemihl, el Prime-


ro, cuyos descendientes fueron Ibn Ezra y otros poetas contemporáneos
judeo-españoles, y, en último término, el mismo Heine.
II
Tevie el Lechero, uno de los personajes mejor logrados de Scholem
Aléijem, dice en alguna parte: "Con la ayuda de Dios me morí de ham-
bre". La mala suerte es atribuida aquí a la malquerencia divina, pero el
Shlemihl sabe íntimamente que él mismo está colocado entre bambali-
nas para orquestar su propio destino. Sabe, con Heráclito, que el ca-
rácter de un hombre determina su destino. Muchos proverbios judíos
hacen hincapié en la reiteración de la mala suerte, como si reconociesen
que el Shlemihl tiene propensión a las desgracias. He aquí algunos
ejemplos: "Cuando un Shlemihl mata un pollo, éste camina; cuando le
da cuerda a un reloj, se para". O: "Se cae de espaldas y se rompe la
nariz".
El psicoanálisis caracterizaría al Shlemihl como un personaje ma-
soquista impulsado por un fuerte deseo inconsciente de fracasar v echar
a perder sus posibilidades. En consecuencia, el Shlemihl es un tipo de-
terminado, fácil de definir o caracterizar psicológicamente, y que se
encuentra no sólo entre los judíos sino también entre los gentiles. Sin
embargo, el hecho de que exista esta precisa denominación hebrea para
este tipo parece apuntar en otra dirección. El significado del término
Shlemihl no es idéntico al del "tipo de mala suerte" (unlucky fellow)
inglés o al de "Pechvogel" alemán, porque la palabra hebrea incluye una
calificación de ineptitud o candidez. EL proverbio antedicho parece
implicar que el Shlemihl tiene un propósito inconsciente al organizar su
mala suerte. Un proverbio alemán afirma: "Jeder ist seines Gluckes
Schmied'' ("Cada hombre es el forjador de su propia fortuna"). El
Schlemihl es el arquetipo oculto de su desgracia. La frase irónica
"Suerte judía" apunta a una generalización que escapa a los estrechos
límites de un tipo de judío torpe.
III

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No hemos olvidado que el objeto de esta recopilación y comentario


de chistes judíos consiste en acumular material para la exploración psi-
coanalítica del grupo judío. ¿Los judíos son los Shlemihls entre las na-
ciones? ¿Son, por así decirlo, la imagen colectiva de los Shlemihls?
Cuando uno sigue su historia a lo largo de 4.000 años, siente la tenta-
ción de aceptar esta idea. ¿No parecería notarse acaso en su destino una
secreta compulsión a repetirse? Se desplazan de un lugar a otro, de una
nación a otra, y sus vicisitudes parecen seguir en todas partes el mismo
curso. Son aceptados, trabajan para abrirse camino y muchos de ellos
llegan a posiciones sociales elevadas, y hacen contribuciones notables y
a veces extraordinarias a la civilización de las naciones que los han reci-
bido y de todo el mundo. Entonces los alcanzan inevitablemente la ex-
pulsión, los pogroms y la aniquilación. Es como si estuviesen buscando
los problemas y las tribulaciones, y los encontraran. Y esto no sólo vale
para la historia sino también, para emplear una frase de Somerset Mau-
gham, para el "eterno presente" de los judíos.
Si los judíos parecen ser por todo ello los Shlemihl entre las nacio-
nes, lo son con una notable diferencia. ¿No constituyen acaso la única
nación que sobrevivió desde la remota antigüedad, no sólo con su nom-
bre sino también con su sustancia? Es como si la férrea voluntad de
vivir y mantener su existencia los impulsara a levantarse una y otra vez,
igual que el perpetuo muñeco de una caja de sorpresas. Su número de-
crece, se los puede contar, pero no es posible suprimirlos.
El antiguo enfoque teológico mencionaba su "misión" en el mundo.
Nosotros preferimos decir que tuvieron y tienen una función definida
como catalizadores dentro del proceso civilizador. Considerábamos que
el Shlemihl era un personaje masoquista, y efectivamente tiene todos
los rasgos propios de este tipo caracterológico, incluyendo esa tenden-
cia que en cierta oportunidad resumimos en la fórmula "Victoria por
medio de la derrota''16: la irresistible voluntad de controlar un destino

16 En mi libro Masochism in Modern Man, Nueva York, 1941, pág. 427.

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rebelde. A veces son arruinados quizá por el éxito, pero entonces los
rescata el fracaso. Esta es la otra cara de la valiosa moneda.
Los judíos son los Shlemihls de la historia, pero con una diferencia:
se aferran a la indestructible esperanza de que no siempre serán las víc-
timas humilladas de un destino cruel, y de que finalmente se transforma-
rán en vencedores vengados.

EGOCENTRISMO
Un cuento judío refiere que un médico entra al cuarto de su paciente
y le pregunta al enfermero cómo pasó aquél la noche. El enfermero
responde: -El paciente estuvo intranquilo, tuvo 40 grados de temperatu-
ra y no pudo conciliar el sueño. Le puse una compresa. Al día siguiente
el médico le repite la misma pregunta a otro enfermero, que esta vez es
judío: -¡Oh, que mala noche pasé! es la respuesta.
El cuento no se limita a hacer contrastar el informe objetivo con el
extremadamente subjetivo, sino que refleja el hilarante egocentrismo del
enfermero judío. El hecho de que se refiera en primer término a su pro-
pio estado no excluye el que haya brindado la mejor atención al pa-
ciente. Lo único que demuestra es con cuánta ingenuidad expone sus
quejas.
Este mismo egocentrismo sale a relucir en mucho mayor proporción
en otros chistes judíos que se refieren, no al verdadero antisemitismo,
sino al que se supone o se imagina que existe en el mundo circundante.
Estas humoradas parecen satirizar la costumbre que tienen muchos ju-
díos de olfatear el antisemitismo por todas partes, aun cuando no exista
el menor motivo par experimentar tal desconfianza. Tales chistes impli-
can una caricatura de la actitud de algunos judíos, pero tienen su razón
de ser. Hay un amargo pasado contra el cual resaltan estos chistes. Los
judíos son frecuentemente acusados y atacados en las circunstancias
más absurdas, y no es extraño que ocasionalmente se sientan víctimas
de la agresión en situaciones en las que no existen intenciones hostiles.
He aquí una historia demostrativa de este tipo. Un judío se encuen-
tra con su amigo Itzik en el preciso instante en que éste sale de una
estación de radio, y le pregunta:

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-¿Qué estabas haciendo ahí adentro?


-A-a-ac-abo de s-soli-licitar u-un emp-emp-empleo, u-un nom-nom-
nombram-m-m-miento -contesta Itzik.
-¿Solicitaste un empleo?
-S-s-sí -responde Itzik-, u-u-un emp-emp-empleo de l-lo-locutor.
-¿Y lo conseguiste?
Indignado, exclama Itzik: -N-n-no. e-e-es-esos ti-ti-tipos s-s-s-son
to-to-todos a-a-a-antisemitas.
Esta actitud de desconfianza respecto del medio ambiente se mani-
fiesta en forma exagerada o patológica en los tipos paranoides que cre-
en ver en todas partes una actitud hostil o agresiva de los demás res-
pecto de ellos. Los pacientes desarrollan ciertas nociones que la psi-
quiatría llama "ideas de referencia". Se imaginan que todos -a veces
incluso los objetos inanimados- centran constantemente sus actos y
palabras en la intención de lastimarlos, de degradarlos y de humillarlos.
Especialmente entre la vieja generación se manifiesta cierta actitud
que se aproxima a una especie de idea de referencia colectiva. He aquí
un ejemplo de la vida norteamericana, nuevamente tomado en broma.
Al llegar a su casa, un niño le anuncia muy excitado a su padre: -Esta
tarde los Yankees fueron derrotados por los Dodgers"* . Y el padre le
pregunta: -¿Esto es bueno o malo para los judíos?

LOS CHISTES JUDÍOS Y LOS GENTILES


Ya dijimos que los chistes judíos eran esencialmente una especie de
comunicación de grupo que en Norteamérica se transformó durante las
últimas décadas en parte de la comunicación de masas, debido a que
tantos cómicos judíos repetían sus chistes en la radio la televisión y el
teatro. Este cambio es en sí mismo algo digno de ser destacado porque
indica una nueva actitud hacia los judíos y su mentalidad.
En El chiste y su relación con lo inconsciente, publicado en 1905,
señaló Freud que hay una diferencia entre los chistes de los gentiles y

* Los Yankees y los Dodgers son los dos equipos más famosos de béisbol
profesional en los EE.UU. (N. del T.).

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los que cuentan los judíos. Freud explica que los chistes que ridiculizan
a los judíos son "casi todos brutales bufonadas en las cuales el humor es
desvirtuado por el hecho de que el judío aparece como una figura cómi-
ca ante un extraño". Los chistes judíos también hacen mofa de las debi-
lidades de su pueblo, "pero reconocen los méritos además de los de-
fectos".
Sólo conozco algunas que otras opiniones o impresiones emitidas
por observadores gentiles respecto al humor judío. Sin embargo, sería
muy interesante averiguar cómo reaccionan los gentiles ante los chistes
judíos y cuál es la actitud emocional que adoptan al escuchar las chan-
zas de este tipo. La conferencia de Robert Graves sobre La sensación
de ser un Goy pronunciada en Tel Aviv y publicada en la revista Com-
mentary17, es de carácter general y no se refiere a la reacción de los
gentiles ante los chistes judíos. Y como limitamos nuestra discusión a
este tema en particular, tenemos que eliminar del debate este interesante
artículo del poeta inglés.
Otro estudio realizado recientemente por un psicoanalista gentil en-
cara de modo específico este problema y contiene muchas observa-
ciones psicológicas del tipo que nos interesa. Me refiero a la conferen-
cia aún inédita de Martin Grotjahn18. Su título es: El Psicoanálisis y el
Chiste Judío: Una Contribución a la Comprensión del Masoquismo.
En otro lugar de este libro tendremos oportunidad de discutir sus enfo-
ques científicos sobre la naturaleza de los chistes judíos. La actitud per-
sonal del autor se expresa claramente en los comentarios que hace en la
introducción. El doctor Grotjahn opina que en la actualidad la pobla-
ción judía es tan sensible y está tan sensibilizada respecto al antisemi-
tismo, que el no-judío que habla sobre los chistes judíos le resulta inme-
diatamente sospechoso. El personalmente no necesita defenderse contra

17 Mayo de 1959.
18 Pronunciada en el National Council of Jewish Women, en San Gabriel Va-
lley, California, en febrero de 1960. La conferencia es una ampliación de un capí-
tulo del libro de Grotjahn, Beyond Laughter. Nueva York, 1957.

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el reproche de ser antijudío. Ya en Alemania se había identificado con


sus amigos judíos y luego emigró a América. Al prologar de este modo
su tesis psicoanalítica, desarrolla una teoría acerca del carácter psicoló-
gico del humor judío. Su enfoque es objetivo y científico, pero sus sen-
timientos básicos de simpatía hacia los judíos resultan evidentes. Ya
volveremos al tema de su conferencia psicoanalítica.
Ahora preferiría referirme a dos tipos de reacciones frente al humo-
rismo judío, expresadas ambas por gentiles. Una corresponde a un fa-
moso escritor británico, la otra a un renombrado profesor alemán de
sociología. Su yuxtaposición y contraposición presentan un cuadro inte-
resante: Las impresiones transmitidas por los dos autores llegan en for-
ma tan vívida y clara que, después de expuestas, no es necesario expli-
carlas. También reflejan un cambio en el concepto de los chistes judíos,
determinado no sólo por la personalidad individual del observador, sino
también por el hecho de que pertenecen a generaciones distintas.
En uno de sus cuentos, El Maíz Ajeno19, Somerset Maugham des-
cribe a un intelectual judío, Fred Robenstein, quien tiene una colección
inagotable de chistes judíos, y por ser un buen mímico imita a la perfec-
ción el acento ídish y los gestos judíos. El autor inglés añade que el
espectáculo era tan bueno como el de una representación teatral, por-
que el mismo Robenstein era judío e insistía en que el auditorio riese sin
reservas, pero que por su parte él, el invitado gentil, no podía reírse sin
una íntima sensación de incomodidad. "No me sentía muy seguro de un
sentido del humor que se burlaba tan cruelmente de su propia raza".
Permitan que compare este comentario con la reacción de otro gen-
til frente al humor judío. En su prólogo a una reciente colección de
chistes judíos20, el profesor Carlo Schmid nos cuenta que conoció el
humor judío después de la Primera Guerra Mundial. Tuvo la impresión
de que los chistes sobre los judíos habían sido inventados por gentiles,
porque no era posible que emanasen de judíos que conservasen aún su

19 En Six Stories Written in the First Person Singular, Nueva York, 1923.

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amor propio. Los chistes de este tipo lo afectaron más tarde de manera
distinta, porque percibió su sabiduría y melancolía. Entonces empezó a
pensar que había que tomar estos chistes muy en serio. Algunos de ellos
se inspiran sin duda en situaciones cómicas o satirizan la estupidez hu-
mana, pero en otros hay algo especial y específico. Estos son los que
conducen a un terreno antes de llegar al cual se detienen los chistes de
otros pueblos. Schmid apunta al contraste de la ley y la vida con sus
creencias y necesidades, a la comprensión de que la vida tiene sus pro-
pias probabilidades que no coinciden necesariamente con sus realidades
ni con las reglas que nosotros establecemos. Estos chistes reconocen y
al mismo tiempo ridiculizan la creencia en el poder del pensamiento y
afirman que una situación puede ser ocasionalmente transformada en su
contraria. En algunos de ellos, el amor a la humanidad o la caridad
triunfan sobre la rigidez de la ley. El ingenio judío demuestra una y otra
vez que en un mundo al que se lo puede comprender mejor con las he-
rramientas de la lógica, no siempre se pueden resolver las ecuaciones
sin dejar residuos.
Cualquiera que sea la opinión sobre las formulaciones del profesor
Schmid, es necesario admitir que significan un esfuerzo por obtener un
conocimiento real y favorable del carácter del humorismo judío. Este
esfuerzo por comprender las distingue de otros intentos de carac-
terización y va más allá de esa "íntima sensación de incomodidad" expe-
rimentada por Somerset Maugham.
El príncipe de Gales, que más tarde fuera el rey Eduardo VII, dis-
frutaba con los chistes judíos y se reía a carcajadas al oírlos. Compartía
esta pasión con su amigo Lord Nathaniel Rothschild. Un biógrafo nos
cuenta que en esa época la casa de los Rothschild era no sólo un gran
centro financiero internacional, sino también un cofre repleto de chistes
judíos21. Un noble prusiano, el barón von Eckhardstein, tenía orden
permanente de recoger y asentar todos los buenos chistes, y de comuni-
carlos a los Rothschild, en New Court, "desde donde no tardarían en

20 S. Landman, Der Jüdische Witz, Breisgau, 1960, pág. 9.

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seguir su camino hasta Marlborough House", donde residía el Príncipe


de Gales.
Si se desea medir el proceso psicológico seguido por los gentiles en
la comprensión del humorismo judío, habría que recordar que no hace
mucho tiempo dos eminentísimos hombres de ciencia negaron que los
judíos tuvieran sentido alguno del humor. Ernest Renan22 afirmó que
los pueblos semitas carecen de la facultad de reír, y Carlyle23 manifestó
que los judíos no dieron la más mínima muestra de humor en período
alguno de su historia. Estos hombres, como tantos otros de su genera-
ción, no vieron que al igual que la abundancia y la felicidad, la miseria
también tiene su alegría. Un proverbio judío asevera que Leid macht
auch Lachen (El dolor también hace reír). Incluso un "scherzo". puede
conmover en tono menor.

EL JUDIO ERRANTE
La historia judía es una crónica de migraciones interrumpida por
afincamientos breves o prolongados. Desde los tiempos primitivos los
hebreos constituyeron tribus nómades. Este tipo de existencia de grupo
se remonta a su período prehistórico, cuando se vieron obligados a
abandonar su morada en Africa del Norte porque la sequía y la aridez
los forzaron a desplazarse.
Esta fue, a mi juicio, la experiencia traumática de su primera época,
comparable a los hechos traumáticos de la etapa infantil de un indivi-
duo, como, por ejemplo, la separación forzada del niño respecto de su
madre. Esta similitud se da tanto por la naturaleza del hecho como por
sus consecuencias. A partir de entonces, el pueblo judío estuvo someti-
do a esa compulsión inconsciente de la repetición, a la ineludible ten-
dencia a repetir la prueba de la migración. En su mayoría, estos peregri-
najes son impuestos a los hijos de Israel por la persecución, y con fre-

21 Frederic Morton, "The House of Rothschild", Holiday, diciembre de 1961.


22 Citado por Herman Adler en la revista The Nineteenth Century, marzo de
1953.
23 M. Froude, A History of Thomas Carlyle, Vol. II, Nueva York, 1884.

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cuencia se traducen en la expulsión del país que consideraban su patria.


En todas partes están amenazados por el destierro. Son extranjeros en
todos los lugares y deben resignarse a su suerte, y aceptarla como su
destino particular. No hay duda alguna de que al principio fueron los
factores externos de segregación y persecución los que provocaron los
peregrinajes forzados. La dispersión por todo el mundo, la diáspora, es
el resultado de estas migraciones obligadas.
La oscura compulsión de la repetición llegó a tener un poder tan
irresistible que ahora las migraciones son voluntarias. En cierta oportu-
nidad un conocidísimo dirigente sionista declaró que es más fácil liberar
a los judíos del exilio que al exilio de los judíos.
Una de las consecuencias de estas migraciones forzadas consiste en
que los inmigrantes conservan durante mucho tiempo un lazo emocional
con el país que han abandonado. Cuando los vieneses llegamos a los
Estados Unidos como refugiados, traíamos con nosotros vívidos re-
cuerdos de la ciudad que ya no era nuestro terruño, sino apenas, según
los pasaportes, nuestra ciudad natal. Habíamos sufrido demasiado para
hablar como lo hacían los refugiados alemanes, que en Francia eran
conocidos como les chez nous, porque se referían con mucha frecuencia
a Alemania como bei uns; pero nuestro afecto volvía una y otra vez a la
Viena de nuestra infancia y de nuestros años maduros. Algunos de los
refugiados en Estados Unidos decíamos: -Nos duele tener que estar
aquí, pero nos sentimos felices de que nos admitan. -Desde entonces
entonamos con los norteamericanos su himno nacional, y sabemos que
hemos encontrado una nueva patria y que aquí está "la tierra de nues-
tros hijos".
Desde la época de Hitler, la migración de los judíos, especialmente
la de los que son obligados a desplazarse por la persecución, se ha con-
vertido en tema de muchos chistes. He aquí un ejemplo que data de los
días en que Hitler entró en Austria. Un judío pidió en la agencia de via-
jes que lo asesorasen acerca del lugar adonde podía emigrar. Entre él y
el empleado estudiaron las posibilidades que ofrecían varios países y
descubrieron que el ingreso en cada uno de ellos estaba erizado de difi-

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cultades. En un país había que contar con cierta suma de dinero para
poder entrar, en otro exigían un permiso de trabajo o un certificado de
empleo. En otro país el pasaporte carecía de validez, o no querían inmi-
grantes, y siempre la misma historia. Mientras los hombres estudiaban
los diversos países, hacían girar el globo terráqueo que estaba junto al
escritorio. Por fin, el desesperado judío preguntó: -¿No tiene otro glo-
bo?

CASTIGO PARA HITLER


¿Cómo reaccionó el chiste judío ante Hitler y los nazis? Este es un
interesante problema psicológico. Las observaciones siguientes se limi-
tan a un tema particular: el castigo de ese monstruo humano, el supera-
sesino Adolf Hitler. Es indudable que muchos judíos imaginaron toda
clase de torturas que debían ser infligidas a esa fiera, tormentos que
iban desde la agonía permanente hasta abandonarlo en una isla desierta.
Otros pensaban en un confinamiento solitario perpetuo o en trabajos
forzados. Pero todo esto era tema de discusiones serias y no cuestión
de chistes.
Lo que nos interesa aquí es la forma en que el posible castigo de
Hitler se refleja en el humor judío. He aquí dos ejemplos de chistes ju-
díos de la época de la Gran Guerra. El primero circulaba por Viena,
mucho antes de que Hitler ocupara Austria. Para apreciar la vis cómica
del cuento, uno debe recordar que en esa época los clientes de las cafe-
terías vienesas se llevaban varios diarios a sus mesas y los leían uno
después del otro. A veces sucedía que un parroquiano tenía que esperar
largo rato el diario gue deseaba hasta que otro cliente hubiese termi-
nado de leerlo. Un judío imagina que Hitler esta sentado en una cafe-
tería de Viena mientras él lee todos los diarios y los va dejando a un
lado después de haber terminado la lectura. En la imaginación del judío,
Hitler se acerca entonces a su mesa y le pregunta amablemente: -Por
favor, ¿está libre el Wiener Journal? A lo que el judío contestaría: -¡No
para usted, Herr Hitler! Lo interesante no es que el castigo para el cri-
minal sea tan inofensivo, sino que el judío no podía imaginar una tortura

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más cruel y refinada que la de retener el diario deseado y la de imponer


un suspenso agonizante al aborrecido enemigo.
El otro ejemplo es acaso menos inofensivo, aunque sigue sin ser ser
brutal en el sentido de lo que debe ser un castigo adecuado. Durante la
guerra, una revista para soldados organizó un concurso referido a una
pregunta acerca de cuál debía ser la pena apropiada para Hitler después
de su captura. El premio lo ganó un soldado judío del ejército nortea-
mericano estacionado en Italia. Su respuesta fue:
-Debería vivir con mi familia política en el Bronx. Diríase que los
tormentos del Infierno de Dante no eran para este joven casado más que
un juego de niños si se los comparaba con una existencia tan diabólica-
mente cruel. En estos chistes hay dos elementos que parecen dignos de
atención: la benignidad de la pena impuesta al odiado asesino de seis
millones de judíos, y el color local (Viena y Nueva York) que tenía la
idea del castigo imaginado para ese archiasesino.

EL ETERNO FUGITIVO
La historia del Judío Errante deriva de pasajes de los evangelios que
han sido ampliados, dramatizados y con frecuencia melodramatizados.
Las migraciones de los judíos fueron concebidas como consecuencias
de la misteriosa maldición que Jesús lanzó contra el zapatero (que no
permitió que el Mesías descansase mientras llevaba Su cruz hacia el
Calvario). Byron cantó en sus Melodías Hebreas:

Si mi corazón fuese tan falso como


Tú lo imaginas
Sólo abjurando de mi fe podría borrar
La maldición que ante tus ojos es el crimen de mi raza.

Pero lo trágico no es la peregrinación del judío, sino su desarraigo,


o mejor dicho el hecho paradójico de que lo consideren un extraño en
todas partes. Sería más apropiado hablar del eterno fugitivo y no del
eterno errante. En el cuento del refugiado que le preguntó al empleado
de la agencia de viajes: "¿No tiene otro globo?", la nota tragicómica no
es, como parece superficialmente, la existencia de las dificultades de

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inmigración y los permisos de trabajo, sino la conciencia de que uno no


tiene patria.
¿Hasta qué punto de la historia judía se puede seguir la pista de este
particular destino? La respuesta es: resulta imposible seguirla todo lo
necesario, porque existía ya aún antes de que la historia escrita hubiese
comenzado. Un documento tan antiguo como el Pentateuco ya reco-
mienda bondad con "el forastero que cruce tus puertas" y les recuerda a
los hijos de Israel que ellos fueron extranjeros en Egipto. ¿Y antes de
los años pasados en las tierras del Faraón? No estuvieron en su patria
en Babilonia, ni tampoco en Canaám.
Esta conciencia de que fueron y son extranjeros en todas partes es la
que trasmite a tantos chistes judíos un tenue ribete de amargura. ("Pue-
do sorber la melancolía de una canción como la comadreja sorbe los
huevos", dijo Shakespeare)24. A esta altura, podría citar muchas frases
de las obras de autores modernos, desde Heinrich Heine hasta Arthur
Schnitzler, frases que demuestran que ellos tenían conciencia de esta
sensación de desarraigo, y podría cotejarlas con algunas humoradas
judías.
En lugar de emplear estas citas, recurriré a algunas frases que co-
rresponden a tres judíos prominentes, quienes expresaron esta experien-
cia emotiva en palabras que a veces parecen humorísticas si bien son
inconsolablemente amargas. Cito a judíos contemporáneos, de genio
creador, cuya magnitud no puede ser discutida. En los tres casos, la
faceta tragicómica de este "desarraigo" consiste en que estos hombres
nacieron y se criaron en países que debieron abandonar, en que com-
partieron la civilización de esos países y pasaron en ellos la mayor parte
de sus años adultos, y en que sin lugar a dudas se sintieron allí como
"en su terruño" durante muchos años. Permítaseme agregar que ningu-
no de los tres encontró una valoración y reconocimiento total en su
respectivo país natal durante los mejores años de su vida.

24 "Como gustéis", II-5.

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En cierta oportunidad Gustav Mahler comentó: "Soy un hombre


tres veces apátrida: soy bohemio entre los austriacos, austriaco entre los
alemanes, y judío entre los pueblos de todo el mundo"25. Sigmund
Freud, que pasó la mayor parte de su vida en Viena, desde la primera
infancia hasta que los nazis lo expulsaron a los ochenta años de edad,
señaló en una conversación con un colega suyo que él no era ni austria-
co ni alemán, sino judío. En una oportunidad, cuando la oficina de im-
puestos le envió una nota sugiriéndole que quizá no había declarado
bastantes ingresos, y agregando que su fama llegaba mucho más allá de
las fronteras de Austria, Freud respondió: "Precisamente es en éstas
donde empieza"26.
Albert Einstein decía: "Si mi teoría resultara correcta, Alemania me
reclamará como alemán y Francia afirmará que soy un ciudadano del
mundo. Si mi teoría resultara equivocada, Francia dirá que soy alemán y
Alemania que soy judío".
¿Dónde se siente en su patria este pueblo misterioso? ¿A qué nación
pertenece? Ese chiste amargo: "¿No tiene otro globo?" nos brinda la
respuesta. En ninguna parte se siente en su patria y no pertenece a nin-
guna nación. Pero en otro sentido es heraldo de una época futura en
que las distancias entre los países y los continentes se habrán reducido
aun más que ahora, y en que las diferencias de nacionalidades se habrán
atenuado hasta hacerse insignificantes.

NOTA SOBRE EL ORIGEN DEL


HUMORISMO JUDÍO

En un reciente libro, la doctora Salcia Landmann27 afirma que el


origen del humorismo judío está íntimamente ligado con ciertas situa-

25 Alma Mahler, Gustav Mahler, Amsterdam, 1940, Vol. I.* Referencia a la


poesía The Ancien Mariner, de Samuel Taylor Coleridge.
26 Ernest Jones, The Life and Work of Sigmund Freud, Nueva York, 1957,
pág. 184.
27 S. Landman, op. cit., pág. 34.

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ciones históricas y sociales de los tiempos modernos; nace con ellas y se


desvanece con ellas. Expresa que ciertas circunstancias propias de la
diáspora del judaísmo en Europa son las promotoras de los chistes ju-
díos y que no parece haber relación entre este fenómeno y la Biblia y el
Talmud. El típico chiste judío sólo podría haber surgido entre los israe-
litas de la Europa Oriental y de la Europa Central después del comienzo
de la emancipación, con el iluminismo, y habría muerto con la aniquila-
ción de los judíos en estos lugares.
No estoy de acuerdo con la autora respecto de las circunstancias
geográficas e históricas en las que ubica el nacimiento del humorismo
judío. Más aun, afirmo que hay lazos fácilmente identificables con los
chistes bíblicos y talmúdicos y creo que, parodiando a Mark Twain, la
noticia de la muerte del humorismo judío constituye una grosera exage-
ración. Este no es el lugar adecuado para discutir el problema, pero me
parece oportuno agregar a las observaciones precedentes sobre las ca-
racterísticas especiales de los chistes judíos, una nota relativa a otra
cuestión.
Se ha comentado con frecuencia que muchos de los cuentos y anéc-
dotas presentados como típicos chistes judíos aparecen también en
fuentes alemanas y eslavas, o sea, en otras palabras, que fueron toma-
dos de estos pueblos y, por así decir, traducidos al ídish o a la jerga
judeo-alemana. No hay duda de que si bien no siempre es así, lo es en
muchos casos que se repiten a menudo, en los que existe una evidente
similitud.
Otro hecho que, por lo que sé, no ha sido observado ni evaluado
debidamente nunca, pero que debe ser tomado en consideración al ana-
lizar este problema, es la asimilación a las formas culturales de los gen-
tiles entre los que los judíos vivieron durante muchos siglos. ¿Es posible
imaginar acaso que los judíos se asimilen a los hábitos y costumbres de
la vida diaria de estos pueblos, y se sustraigan a su literatura, su música
y sus chistes? Los judíos asimilados compartían la atmósfera intelectual
y emotiva de París, Viena y Berlín, y la influencia del humorismo con-
temporáneo sobre la creación de los chistes judíos no puede ser subes-

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timada, aunque según mis investigaciones casi nunca fue expresamente


reconocida y tratada.
¿Es casual que Heinrich Heine, el judío de Düsseldorf, haya escrito
la balada "Lorelei", tan típicamente alemana que los nazis negaron que
Heine hubiese sido su autor y la declararon canto nacional? ¿Es casual
que después de haber sido trasplantado a París, desde Colonia a orillas
del Rin, el judío Jacques Offenbach, compusiese música francesa típica
y crease el genre canaille? Algunas de las melodías de Gustav Mahler -
por ejemplo los aires de danza de su Cuarta Sinfonía- son característi-
camente vieneses. Los valses de los judíos Leo Fall, Oscar Straus, Ed-
mund Eysler, Emmerich Kálman, etc., son genuinamente vieneses, y un
judío compuso una de las más populares canciones vienesas, el Fia-
ker-lied.
Lo que me gustaría demostrar y hacer entender es lo siguiente: mu-
chos de los chistes judíos asumen el color y el sabor locales de sus paí-
ses de origen, a tal punto que a menudo se los clasifica como típicos de
Berlín, Viena, París o Nueva York, y no pierden sin embargo por eso en
forma total su carácter judío. El resultado de semejante proceso de asi-
milación y absorción es consiguientemente un compuesto ger-
mano-judío o franco-judío en el que intervienen dos o más ingredientes.
A mi entender, hay una sola excepción significativa a la tendencia
general a poner en tela de juicio que el humorismo de los judíos es fre-
cuentemente una mezcla de muchos ingredientes, y es el notable estudio
sobre el humorismo de Heine que Erich Eckertz28 publicó hace más de
cincuenta años. El autor, que estaba especialmente interesado en la his-
toria de la literatura, investigó los distintos componentes que participa-
ban en la integración del humorismo de Heine. Eckertz captó los ele-
mentos propios de la tensión semita, que está emparentada con la viva-
cidad temperamental francesa a la que se acerca por su tipo de razo-
namiento antitético y por la gracia de la forma. También aparece el ele-
mento renano-alemán, aportado por el poeta desde su hogar de Düssel-

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dorf, y el elemento parisiense que siempre atrajo a Heine y que éste


asimiló fácilmente desde la época en que llegó a París como refugiado y
a lo largo de los muchos años que vivió en la amada ciudad.
Eckertz, que era un historiador de la literatura, no sólo definió estos
tres elementos decisivos, sino que también dio ejemplos representativos
de cada uno de ellos, citando pasajes de la poesía y la prosa de Heine.
Afirmó que esta heterogeneidad racial es la condición más importante
del humorismo de Heine, o por lo menos la más característica: "El mis-
mo desarraigo que subyace en el efecto común de las tres razas, impide
la formación de una grande y unificada obra de arte, y facilita el humo-
rismo pequeño, concentrado, polifacético; pero los elementos indivi-
duales en sí mismos, el judío, el renano y el francés, son los más venta-
josos que se pueda imaginar para el humor".
Me resulta imposible transcribir el análisis de estos elementos y ten-
go que remitir al lector al interesante estudio de Eckertz, donde hallará
abundantes ejemplos sobre estos componentes de las humoradas de
Heine. Prefiero ofrecer muestras contemporáneas del humorismo judío
con distinto color local, y por razones prácticas me limito a ejemplos
tomados de Berlín y Viena. He aquí algunos de la ciudad situada a ori-
llas del Spree, pertenecientes a una época previa a la aniquilación de sus
habitantes judíos por los nazis. El famoso pintor Max Liebermann, de
setenta y cinco años, que en una época fuera presidente de la Academia
Prusiana de Arte, conduce a una mujer joven y bonita por su estudio y
le muestra sus cuadros. Después de una interesante conversación la
muchacha afirma: -Maestro, ésta fue la hora más feliz de mi vida. El
anciano le responde sonriendo: -Sería mejor desear que no fuera así.-
Es indudable que este intencionado comentario tiene algo del auténtico
sabor berlinés, y no es accidental que haya sido hecho en dialecto berli-
nés ("Dat woll'n wer doch nich hoffen"). No menos típica de Berlín es
una anécdota que aparece en la novela Die Nacht des Dr. Herzfeld, del
escritor judío Georg Herman, otrora muy conocido. Varios solterones
de edad madura se reúnen regularmente a cierta hora en una cafetería

28 Heine und Sein Witz, Berlín, 1908.

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de Berlín. Un oficial de sexo femenino del Ejército de Salvación se


aproxima a su mesa y tendiéndoles la alcancía les dice: -¡Por favor, para
las mujeres caídas! -Uno de los solterones responde: -Yo lo entrego
personalmente. La ocurrencia tiene un inconfundible carácter berlinés,
sin negar por ello que quien hablaba era judío.
Permítaseme contrastar estos ejemplos con otros tomados de Viena,
aproximadamente en esa misma época, ejemplos que corresponden a
chistes judíos de típico cuño vienés. He aquí pasajes de la obra El País
Lejano, de Arthur Schnitzler. El protagonista, Friedrich Hofreiter, tuvo
una aventura con Adela Natter, la esposa de su banquero. La aventura -
que no fue ni la primera ni la última de la dama- había terminado no
mucho tiempo atrás. Adele le dice que está enterada de que última-
mente él ha estado flirteando en forma descarada con otra joven, pero
Friedrich niega tener alguna intención sexual respecto a la muchacha, a
la que conoce desde hace muchos años, y considera que las sospechas
de Adele son ridículas: -¡Con una chica a la que mecí sobre mi rodilla!
Pero Adele responde: -Es muy probable que haya chicas de distintas ge-
neraciones que pasaron por esa situación contigo. En el diálogo que
sigue, Adele le pide a Hofreiter que no la tutee: -Lo que ha terminado
ha terminado. Soy partidaria de tener relaciones claras -agrega. A lo
que su antiguo amante contesta: -Lo que no sabía era que también
tenían que ser claras.
Adele le ha lanzado una cruel indirecta a Hofreiter con su comen-
tario mordaz pero él se venga: ella es irónica, pero él es sarcástico. La
atmósfera de la obra es inconfundiblemente vienesa, lo mismo que el
diálogo entre los personajes. Sin embargo, hay un sabor claramente
perceptible de fraseología judía.
Podría agregar aquí que en Viena, Berlín, Nueva York, Paris y Ro-
ma hay muchos modismos y frases hechas que llevan en su totalidad el
sello del auténtico idioma local y son, sin embargo, de indudable origen
judío. Creo que los ejemplos citados en este libro son suficientes, si no
para probar, al menos para apoyar mi tesis de que gran cantidad de
chistes judíos demuestran que los israelitas también se asimilaron en

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este género de literatura transitoria al país y a la estructura cultural


dentro de los cuales vivían. El color local no deja dudas de que esta
asimilación, o incautación incluso, de ciertos rasgos de la mentalidad
gentil, ha tenido mucho éxito. Se dice con frecuencia que ciertas tona-
das populares y valses de compositores judíos son quizá más vieneses
que los de los gentiles, nacidos y educados en Viena. A pesar de los ex-
celentes resultados de la asimilación intelectual y emocional, persistió
una parte esencial cuyo carácter sigue siendo judío. Heinrich Heine es
un gran poeta alemán y Jacques Offenbach es un destacado repre-
sentante de la ópera cómica francesa. No obstante, tal como lo demos-
tró la investigación científica, su obra sigue marcada por el sello inde-
leble de su pasado judío. Cualesquiera que sean los ingredientes que se
agreguen a un plato, uno podrá seguir descubriendo por el sabor si tiene
o no tiene sal.

LOS ISRAELITAS Y OTROS ANTISEMITAS


El título de este capítulo ha sido tomado de un librito de poemas sa-
tíricos escrito por el vienés Fritz Loehner, y publicado hace más de cua-
renta años con el seudónimo de Beda. Los poemas se refieren en su
mayoría a problemas judíos contemporáneos y particularmente a aque-
llos judíos que desmentían u ocultaban su origen y ascendencia y se
comportaban y hablaban frecuentemente como si fueran auténticos ale-
manes, o más aún, teutones. Los estudiantes de la Universidad de Viena
citábamos a menudo algunos de los versos que desnudaban con despia-
dada ironía a ese sector considerable de la judeidad austriaca. Nos reía-
mos junto con el autor de esa farsa nacionalista y cristiana y del simula-
dor desenmascarado, ingeniosamente retratado en versos que hacían
recordar a veces los poemas de Heine.
Uno de los poemas de Beda (el libro, desgraciadamente, ya no está
a nuestro alcance) invocaba precisamente el espectro de Heine. En esa
época surgió la iniciativa de erigir un monumento a Heine en Hambur-
go. El senado de Hamburgo rechazó por unanimidad la propuesta de

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levantar ese monumento al gran escritor que se había burlado con tanta
frecuencia del partido nacionalista alemán, predecesor de los nazis. En
el poema de Beda, el difunto Heine recibe la noticia del grosero recha-
zo, y decide volverse en su tumba para presentar la espalda al magistra-
do. Dice que ahora podrá "sich ausstrecken" (estirarse, desperezarse) y
termina con estas líneas:

Jetzt kann mich der ganze Hamburger Senat...


Nie mehrt aus dem Schlafe erwecken.

Los versos en alemán, que ya no recuerdo literalmente, explican que


ahora el senado de Hamburgo ya no podrá volver a despertar al poeta
de su sueño en su tumba de París. Sin embargo, el texto alemán alude a
otra alternativa que queda abierta para el senado. Oculta detrás de los
versos está la frase conocida por todo alemán: Kann mich im Arsch lec-
ken ("puede besarme el trasero").
Otros versos de Beda ponen en ridículo la conducta de dos judíos
que se encuentran en los Alpes. Ambos visten auténticas indumentarias
tirolesas ("breeches" hasta la rodilla, mochila, etc.) y se comportan co-
mo escaladores de montañas nativos. Durante su conversación des-
cubren que provienen de la misma ciudad de Moravia, y cuando se re-
cuerdan el uno al otro sus relaciones comunes (Kennen Sie die Familie
Cohn), ya no queda duda de que son judíos; entonces expresa uno de
ellos en jerga judía su sorpresa por la forma en que tropezaron el uno
con el otro: Wie man sich trefft im Ampezzota! ("¡Qué curioso como se
encuentra la gente en el valle de Ampezzo!").
Pero aquí no discutiremos los encuentros cómicos y las distintas
formas de desenlace ideadas para estos casos, sino un problema, empa-
rentado con éste, referido a una forma especial de contacto social en
ciertas capas de la sociedad judía.

II
Como ya hemos hablado de Viena, permítaseme que preceda los
comentarios siguientes con una anécdota que se contaba acerca de esta
capital; que ahora parece una ciudad fantasma embrujada por los es-

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pectros de los parientes asesinados por los nazis. Dos judíos se sentaban
todos los días en un café, para jugar a las cartas. Cierto día riñen y Mo-
ritz le grita con furia a su amigo: -¡Qué clase de tipo debes de ser para
sentarte todas las noches a jugar a las cartas con un tipo que se sienta a
jugar a las cartas con un tipo como tú! Al volver la agresión contra el
interlocutor queda en pie el autoenvilecimiento de la persona que habla.
Más aun, el autodesprecio se convierte en un arma con la que se puede
insultar y degradar a la otra persona, puesto que esta se halla relaciona-
da con un sujeto tan desdeñable y vil. (En sus Cartas de Berlín, Heine
cuenta una historia en la que el efecto cómico se logra por medio de la
misma dinámica psíquica. El autor presenta la crónica de un baile de
gala en el Teatro de la Opera de Berlín. Una dama de antifaz que asiste
a la fiesta le dice a un joven: -¡Te conozco, bello enmascarado! Y el
joven le responde, con muy poca galantería: -Si me conoces, hermosa,
no debes valer mucho).
Permanecemos en Viena, aunque en una Viena de otro ambiente so-
cial, cuando nos referimos a un fragmento de la conversación mantenida
por el escritor judío Heinrich Berman con su aristocrático amigo Geor-
ge von Werkenthin, en la novela de Schnitzler Der Weg ins Freie. Hein-
rich dice que ya no soporta a cierto tipo de judío, y le cuenta a su amigo
la historia de un judío polaco que está sentado en un compartimiento
del tren en compañía de un caballero desconocido, y se comporta en
forma tímida y convencional hasta que a través de un comentario des-
cubre que su compañero de viaje también es judío. Apoya entonces
inmediatamente sus piernas sobre el asiento de enfrente mientras suspira
con alivio: -Azoi ("Así").
George opina que la anécdota es "excelente" pero Heinrich afirma
que es algo más que eso, que es muy profunda, como tantos otros re-
latos judíos: "Expresa la eterna verdad de que ningún judío siente jamás
auténtico respeto por su semejante judío, así como los prisioneros en un
país hostil no sienten mucho respeto el uno por el otro, particularmente
cuando han perdido las esperanzas. Envidia, odio, así; muchas veces
admiración, e incluso amor. Todo esto puede existir entre ellos, pero

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nunca respeto, porque el juego de toda su vida emocional se desarrolla


en una atmósfera de familiaridad, por así decir, en la que no se puede
evitar que el respeto sea sofocado".
Freud, que cita el mismo fragmento, sostiene que este refleja la
orientación democrática de la mentalidad judía, que no reconoce dife-
rencia alguna entre amo y sirviente y que lamentablemente perturba la
disciplina. Ve en esta anécdota la base de la actitud democrática judía
junto con sus aspectos sombríos. Berman subraya que lo esencial de la
historia está en la "verdad eterna" (¿una contradictio in adjecto) de que
un judío no puede experimentar auténtico respeto hacia otro judío y
remonta esta característica de la relación entre los judíos hasta su co-
mún situación social.
Esta anécdota, que es una joya, tiene otra faceta. Pero antes de vol-
ver nuestra atención hacia ella, nos gustaría recordarle al lector que la
actitud descrita aquí tiene raices más profundas que las originadas por
la situación social contemporánea. Me agradaría recurrir aquí a una
reminiscencia literaria. Mucho antes de la época de Freud y Schnitzler,
el famoso dramaturgo vienés Johann Nepomuk Nestroy (1801-1862)
escribió una parodia de la tragedia de Hebbel "Judith y Holofernes". En
una de las escenas de esta comedia burlesca, los soIdados judíos están
haciendo maniobras entre los muros de la antigua Betulia, cercada por
el ejército asirio. El sargento ordena: -¡Atención! Entonces uno de los
reclutas pregunta: -¿Qué significa eso de "Atención"? ¿Acaso él es más
que nosotros? ¿Acaso un judío no es igual a otro?
Indudablemente, el gentil Nestroy, que era un buen observador y
conocía a muchos judíos vieneses de su época, no tenía noción de que
este breve diálogo chistoso se ajusta a un antiguo enroque bíblico.

DESTRUCClON DEL IDEAL DEL HEROE


Nos parece importante demostrar que el humorismo judío obedece a
determinadas tendencias para escoger sus blancos, y responde también a
ellas en la forma burlona de atacar ese blanco. Me parece significativo
que los chistes judíos tengan cierta continuidad y constancia, que con-
serven esencialmente el mismo carácter a través de los siglos y que no

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estén limitados por diferencias de clases sociales o niveles culturales. En


otras palabras, estas tendencias han atravesado distintas épocas y dis-
tintos lugares. Han penetrado la superficie en todas partes e impregnan
los distintos estratos de las sociedades judías. El mismo espíritu con que
los profetas del Antiguo testamento atacaban a los dioses paganos sigue
haciendo mofa de la trinidad cristiana en los chistes del ghetto y en las
palabras del rabino que protagoniza el poema de Heine La Disputa.
Tomemos uno de los blancos favoritos de los chistes judíos: el mili-
tarismo. He aquí un ejemplo representativo. El oficial le pregunta al
recluta Isaac Katzenstein:
-¿Por que debe el soldado sacrificar su vida por la Patria?
-¡Tiene mucha razón, teniente! ¿Por que debería hacerlo? La res-
puesta del soldado judío es una pregunta retórica. La plantea como sí el
oficial hubiese expresado la misma duda que tiene el recluta. La patria o
el país natal es para éste una abstracción mítica y casi una noción absur-
da. Hay una relación directa entre este chiste y el poema de Heine que
contiene el verso: "Lebenblei wie das Sterben für das Vaterland is
süss" ("Sobrevivir es tan dulce como morir por la patria"). En los chis-
tes de este tipo se pone al descubierto no sólo lo qué hay de ridículo en
la idea de patriotismo, sino también en la de morir por ese fantasma o
ilusión. El amor a la muerte, que Clemenceau atribuyó en una oportuni-
dad a la milicia alemana, contrasta aquí con la veneración a la vida que
es para el judío el bien mayor.
Además y por encima de la discutible noción de patriotismo, la dis-
ciplina militar y los deberes del soldado son también ajenos a la men-
talidad judía. El espíritu marcial se le aparece como una especie de lo-
cura y cualquiera que ansíe ser soldado le resulta un excéntrico. Karl
Kraus señaló en cierta ocasión que es significativo que los niños jue-
guen a los soldados, ¿pero por qué los soldados se comportan como
niños? No sólo la profesión militar es ajena a los judíos, sino que los
propios ideales a los que se aferra el soldado le parecen ridículos y qui-
méricos.

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Hace más de un siglo, Friedrich Hebbel hizo decir a Kandaules, rey


de Lidia, en "Gyges und sein Ring":

Ich weiss gewiss, die Zeit wird einmal kommen,


Wo alles denkt wie ich; was steckt denn auch
In Schleiern, Kronen, oder rost'gen Schwertern,
Das ewig wäre?

Sé con certeza que llegará el día


En que todos pensarán como yo:
¿Qué hay en los velos, las coronas o las espadas herrumbradas,
Que pueda considerarse eterno?
Los chistes judíos pertenecen a esa vanguardia del pensamiento que
profesa la misma profunda convicción.
Los judíos demuestran por lo general poca estima por el entrena-
miento militar y los hechos heroicos del campo de batalla. Esto no sig-
nifica que este pueblo sea cobarde. En cada oportunidad y en cada lugar
en que una idea le parece digna de ello, sacrifica su vida. Los judíos
lucharon a muerte no sólo en los tiempos antiguos, cuando se atrevie-
ron a enfrentar a las grandes potencias del Medio Oriente, sino también
en nuestros días, cuando se batieron contra los nazis en el ghetto de
Varsovia y contra el ejército egipcio en Suez. Pero sus ideas o ideales
eran distintos de los que sustentan los estados modernos. El judío, ese
eterno disconforme, es incapaz de compartir los ideales bélicos de los
gentiles. Utilizando las palabras de la Cuadrilla de las Langostas, de
Lewis Carrol, "no podría, no querría, no podría, no querría sumarse a la
danza".
Los chistes judíos no aprecian los honores concedidos a la profesión
militar, ni a la alta estima en que se tienen los hechos del campo de ba-
talla. Cuando murió el emperador alemán Guillermo I, uno de sus gene-
rales, el mariscal W., de ochenta años, llevaba el sable del Kaiser sobre
un almohadón mientras marchaba detrás del ataúd en la procesión fúne-
bre, a lo largo de un trayecto de varias millas. Los judíos de Berlín cali-
ficaban la satisfacción que experimentaba el oficial ante esos honores,

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como Goim Najes, lo que significa "placer de gentiles". (La frase fran-
cesa correspondiente es: Le goy s'amuse).
Todos los chistes judíos de esa época afirmaban que los judíos ale-
manes eran iguales a los gentiles ante la ley, "excepto, gracias a Dios,
que no se les permite ser oficiales". Algunas décadas antes del periodo
en que florecieron las humoradas judías de este tipo, Heinrich Heine
escribía: "Así como en Madagascar sólo los nobles tenían el privilegio
de llegar a carniceros, la aristocracia de Hannover tenía aún antes un
privilegio análogo, puesto que sólo los nobles podían ocupar los cargos
de oficiales".
Para demostrar la extensión del desagrado por las ideas y el espíritu
militares de ese período, bastará conque me refiera a un hombre que al
igual que Heine era judío-alemán, y que como el poeta, vivió y trabajó
en París: Jacques Offenbach. Permítaseme recordar al lector esa precio-
sa parodia del espíritu militar incluida en La Duquesa de Gerolstein.
Todavía recuerdo la tonada de ese "couplet du sabre" y veo al ampu-
loso general Boum, que personificaba la estupidez y el valor:

Voici le sabre de mon père,


Tu vas le mettre a ton coté
Ton bras est fort, ton âme est fière,
Ce glaive sera bien porté...

He aquí el sable de mi padre,


Lo pondrás a tu lado,
Tu brazo es fuerte, tu alma arrogante,
Esta espada será bien llevada.

Finaliza diciendo:

Que pronto te lleve a la victoria


Y pronto, pronto, vuelva orgullosa contigo.
En sus Retratos de Viaje ("La Ciudad de Lucca"), Heinrich Heine se
refiere al contraste entre su enfoque y el de Cervantes, y afirma que la
"locura y las ideas fijas" que él, Heine, creó en sus libros, son de signo

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opuesto a la locura y a las ideas fijas del ingenioso hidalgo de la Man-


cha: "Él deseaba volver a imponer la caballería en decadencia; yo, por el
contrario, deseo fervientemente aniquilar lo que de ella ha sobrevivido
hasta mis días, y esto por motivos totalmente distintos. Mi colega con-
fundió los molinos de viento con gigantes. Yo, por el contrario, sólo
veo molinos de viento vociferantes en nuestros colosos modernos. El
confundió un odre de vino con un mago astuto; yo sólo veo odres de
vino en nuestros magos modernos. El confundía cada posada para men-
digos con un castillo, cada montador de burro con un caballero, cada
moza de establo con una dama de la corte. Yo, por el contrario veo
nuestros castillos como posadas disfrazadas, veo a nuestros caballeros
como montadores de burros y a nuestras damas de la corte como mozas
de establo. Así como él confundió una farsa de títeres con un asunto de
estado, yo también tomo nuestros asuntos de estado por una deplorable
farsa de títeres".
El judío se enfrenta solo contra un mundo de feudalismo, de sis-
temas militares, y contra una nobleza derivada de tales sistemas. El hu-
morismo judío se burla de estos valores que parecen pertenecer a otra
era. He aquí la anécdota de Rothschild, en cuya oficina de Francfort
entra el duque de Gramont.
-Tome asiento, barón -dice Rothschild, que está muy atareado.
-Soy el duque de Gramont -hace notar el indignado visitante.
-Tome otro asiento -responde el banquero.
En un pasaje de su Mar del Norte, Heine expresa que el amor por la
caza está en la sangre. "Cuando los antepasados de tiempos in-
memoriales cazaban venados, el descendiente sigue encontrando placer
en esta legítima ocupación. Pero mis antepasados no pertenecían tanto a
la legión de los cazadores como a la de los cazados, y la idea de atacar
a los descendientes de aquellos que fueron nuestros compañeros de
desgracia repugna a nuestro carácter". Esta es una referencia a los os-
curos recuerdos raciales como fuente de inclinaciones y antagonismos.
Los chistes judíos violan a veces los estrechos limites de la crítica
social, dirigida contra una arrogante sociedad feudal, y apuntan más

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alto, a la Weltanschauung situada detrás de ese sistema. Tenemos, por


ejemplo, la historia del judío que asiste a la representación de Parsifal en
Bayreuth y se vuelve desesperado hacia su vecino para decirle: -¡No
puedo reír. Esto parecería un disparate; a nadie se le ocurriría aguardar
que un espectador de esta solemne ópera se ría mientras contempla los
trágicos acontecimientos que se desarrollan en el escenario. Quien quie-
ra disfrutar de esta humorada deberá compartir inconscientemcnte la
forma de pensar del espectador judío, debería imaginar también que las
significativas escenas de la tragedia son cómicas y tomar en broma a los
héroes de la obra como si fuesen caballeros de la triste figura.
Es indudable que esta chanza encontrará eco no sólo entre los ju-
díos. Nietzsche se habría reído a carcajadas al oírla, y quizá también
Zola, a pesar de todos los Recuerdos de Bayreuth. Los judíos no son
los únicos que hallarán divertido el misterio de Parsifal29. (En una
oportunidad, mientras conversábamos, Freud calificó las ideas del
maestro sajón, Wagner, como expresiones de un típico idealismo de
libertad. Las únicas obras de Wagner que tocaban la sensibilidad de
Freud eran Los Maestros Cantores y El Idilio de Sigfrido),
El humorismo judío considera que el ideal del heroísmo es hilarante
y absurdo, y no aprecia la fama de los caballeros. Sin embargo, la histo-
ria judía tiene su propio tipo de gloria.

EL AQUÍ Y EL MAS ALLA


En cierta ocasión, hace muchas décadas, mientras pasaba mis vaca-
ciones de verano en Edlach, Austria, cerca del Semmering, trabé rela-
ción con un médico que se había desempeñado allí y había atendido a
Theodor Herzl durante su última enfermedad. El médico. cuyo nombre
ya no recuerdo, era un excelente profesional gue tenía además muchas
inquietudes ajenas a su especialidad. En esa época se dedicaba a escribir
una serie de artículos en los que trataba de probar, recurriendo al análi-

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sis de fragmentos de obras de Shakespeare, que éste debía haber sufrido


de insomnio. Todavía recuerdo algunas caminatas que hicimos juntos
mientras él elaboraba su tesis. En una de estas conversaciones llegó, por
medio de un rodeo, a deducir del monólogo de Hamlet una compara-
ción entre el sueño y la muerte.
El médico afirmaba que la idea de un más allá era ajena a los judíos.
Lo contradije y señalé que en el judaísmo se pueden hallar todavía mu-
chos significativos vestigios de la antigua creencia en una vida después
de la muerte. Estos vestigios son, por ejemplo, la plegaria del Kadish, la
observancia del lortzait, la reverenciación de los muertos, la solemnidad
de los descubrimientos de lápidas mortuorias, etc. El origen de algunos
de ellos puede remontarse hasta la época en que las tribus hebreas vi-
vían en el antiguo Egipto; en otros hay huellas de un primitivo culto
semita de los antepasados. Durante nuestra conversación señalé la posi-
bilidad de que la nueva religión del Jehovismo hubiera eliminado des-
piadadamente las viejas supersticiones que eran comunes a los egipcios
y a las tribus hebreas que vivieron durante algunos siglos en la región
del Nilo30.
El médico y yo coincidimos en que los judíos tenían opiniones divi-
didas sobre la existencia de una vida más allá de la muerte, y en que la
antigua creencia supersticiosa en el más allá estaba en conflicto con el
concepto más moderno: el de que allende la tumba no hay prolongación
de la vida individual. En el momento oportuno recordó el médico un
cuento judío que confirmaba esta ambigüedad. Antes de morir, el viejo
Schloime les habla a sus hijos que lo rodean: -Durante toda mi vida me
empeñé en vivir de acuerdo con la ley, me privé de la mayoría de los
placeres y mi existencia fue pobre y miserable. Siempre albergué la es-
peranza de que sería recompensado en el más allá. Sería de reír si des-
pués de todo, no hubiese ningún más allá. -El episodio es característi-

29 "¿Y qué pensaban hacer con el Graal cuando lo encontrasen, señor Ro-
setti?" (Jowett a Rosetti, citado de Disraeli, de André Maurois, Nueva York, 1928,
pág. 166).

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camente judío por su composición, capaz de conmover las fibras más


íntimas de la sensibilidad y llenar de melancolía a cualquiera. Como mu-
chos cuentos judíos, no es cómico sino tragicómico en su protesta con-
tra el gran Desconocido que siempre exige sacrificios personales y re-
nunciamientos y sólo ofrece promesas cuyo cumplimiento es muy dudo-
so. Es una versión sonriente de lo que cierto cuadro de Goya refleja con
amarga seriedad. Representa un esqueleto que se levanta de la tumba,
ostentando una única inscripción: Niente.
El chiste judío toma partido por el racionalismo y el iluminismo; se
resiste a creer en el más allá. No quiere escuchar el viejo sonsonete del
renunciamiento, la "canción de cuna" con que se adormece a los deshe-
redados cuando sufren sobre este diminuto planeta. El humorismo judío
no admite que exista una vida posterior a la muy terrenal, admite tan
sólo una breve permanencia aquí abajo. Heine expresa a menudo la idea
de que nuestro reino está restringido a esta tierra y prevé un futuro sin
consolación alguna en el más allá:
Sí, guisantes en abundancia para cada hombre
Tan pronto como su cosecha esté en sazón,
Los cielos los dejaremos con gusto
A los ángeles y los gorriones.

Sin embargo, a pesar de enfrentar la vida aquí abajo con la vida por
venir, el poeta confiesa tristemente que le gustaría ser recordado des-
pués de la muerte. ("Keine Messe wird man singen, keinen Kaddisch
wird man sagen...") Al mismo tiempo que desecha la creencia en la vida
en el más allá, rechaza como supersticiosa la idea de la resurrección:

Doch mir ist bang, ja mir ist bang,


Das Auferstehen wird nicht so rasch von statten gehen.

No obstante, me da miedo sí, me da miedo,


Que la Resurrección

30 Desarrollé esta hipótesis cincuenta años más tarde en Mystery on the


Mountain, Nueva York, 1958.

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No esté próxima.

(Los escépticos franceses tienen un proverbio: Si on est mort, c'est


pour longtemps).
Muchas décadas después de la muerte de Heine, le preguntaron a un
escritor francés, Tristán Bernard, judío al igual que Heine, qué opinaba
acerca de la vida en el más allá. Respondió: "En materia de clima, elegi-
ría el cielo, pero si se trata de la compañía, preferiría el infierno".
No obstante, el compositor judío Gustav Mahler creó en el último
movimiento de la Segunda Sinfonía una maravillosa visión del mas allá
y de la resurrección de los muertos.

EL DINERO
Hay muchos chistes judíos sobre el dinero que se refieren a la irre-
mediable y extremada pobreza de las masas en la Europa Oriental. La
preocupación por el dinero se refleja en la abundancia de cuentos de
Schnorrers, y en las humoradas acerca de cómo los judíos indigentes
imaginan la vida de sus pocos correligionarios ricos y acerca de las ma-
niobras y triquiñuelas que ponían en práctica para evitar el pago de sus
deudas, o de las pequeñas defraudaciones que cometían, o de los enga-
ños, desfalcos y trapisondas mutuas... Una lista despiadada de procedi-
mientos deshonestos y embustes condicionados por su miseria material.
Permítaseme citar dos ejemplos relativamente benévolos. Lilienblatt
espera su tren. Allí ve a Wendriner, que desde hace mucho tiempo le
debe doscientos marcos. No quiere presionar al moroso para que se los
pague, pero desea recordarle la deuda con la mayor delicadeza posible.
Se acerca a él, le da una palmadita en el hombro, y le dice amablemente:
-Me alegro de verlo, Wendriner. ¿Como se encuentra su esposa... qué
novedades tiene de sus chicos? Y Wendriner le responde: -usted habla
de esas cosas, señor Lilienblatt... ¿Pero es que acaso alguien me paga lo
que me debe?
Uno de los judíos más ricos le muestra a su amigo su nueva casita y
la huerta, y le explica: -He asegurado todo contra incendio, robo y gra-
nizo. Su amigo le pregunta, sorprendido: -Lo del incendio y el robo lo

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entiendo... ¿pero cómo haces para hacer caer granizo? El humorismo


judío no perdona a aquellos que lograron ponerse a salvo de las tribula-
ciones económicas y se aseguraron una vida cómoda e incluso rumbosa
por medio de una asimilación demasiado fácil o a través de dudosos
métodos financieros. Oí que un hombre decía respecto a estos arribistas
judíos, con un tono entre admirado y burlón: -¡Del club de Polonia al
club de Polo en una sola generación! Los chistes judíos denuncian y
revelan ingenuamente todas las variedades de engaños y malicias, super-
cherías y triquiñuelas, que los judíos idearon y pusieron en práctica ya
sea para ganar dinero o para evitar pagarlo.
Con semejante concentración sobre el tema del prestamista y el
deudor, del pago y la morosidad, y con tantas variaciones sobre e! mis-
mo, sorprenderá observar que hay cierto tema que parece ser evitado;
concretamente, el chiste sobre el cruel y duro usurero o prestamista
judío en su relación con los gentiles, con el mundo de Occidente.
Si hay chistes judíos de este tipo, son escasos y están muy espa-
ciados. Este vacío resulta tanto más notable cuanto que, como hemos
explicado ya, la mayoría de los chistes judíos sobre cuestiones de dinero
desnudan implacablemente la inescrupulosidad y la falta de honestidad
de los judíos en sus transacciones monetarias con los gentiles y con su
propia comunidad. El motivo de esta ausencia no puede provenir de una
forma particularmente cautelosa de encarar el tema del prestatario gentil
y el prestamista judío.
Hay varias otras razones de peso para que nos interesemos por la
falta de chistes judíos de este tipo. La primera es la abundancia de
cuentos y chistes cómicos judíos sobre choques entre gentiles y judíos,
algunos de Ies cuales se refieren a distintas clases de relaciones comer-
ciales. La segunda es que no hay duda alguna de que durante la Edad
Media los judíos se dedicaban con frecuencia -tal como lo señala la his-
toria- a realizar préstamos y conversiones de dinero, con su secuela de
créditos, pagarés, acciones entabladas para el cobro de deudas, etc. Los
banqueros y financistas no son más que Ios modernos herederos de esa
actividad de tipo inferior a la que muchos judíos se dedicaban en la épo-

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ca medieval. Indudablemente debía haber entre ellos algunos que cobra-


ban el dinero despiadadamente y que imponían rígidamente los pagos,
ya fuera con procedimientos legales o por medios ilícitos.
Más aun, entre ellos también debe de haber habido usureros, cono-
cidos como tales en el ghetto y en su propia comunidad. ¿Por qué en-
tonces no hay, o casi no hay, chistes judíos acerca de estos prestamistas
en su relación con los gentiles, a pesar de que existen tantas historias
sobre la inconducta económica entre ellos mismos?
Al escribir que los usureros debían ser conocidos en el ghetto, estu-
ve a punto de cometer un desliz porque quería escribir "en el Rialto".
Esto está ligado, como es lógico, a El mercader de Venecia, de Sha-
kespeare. Y aquí llego al último hecho que nos intriga, aunque no es
por cierto el de menor importancia. En la literatura -y no sólo en la in-
glesa- la figura del usurero judío despiadado e insensible, que no de-
muestra ninguna consideración humana hacia el deudor gentil, es muy
conocida y es también, por así decir, un prototipo judío. Su extremada
dureza y repulsiva crueldad no está expuesta solamente en el judío que
Shakespeare describió, sino en muchos otros personajes. ¿Por qué estos
tipos, o sus continuadores en los tiempos modernos, no aparecen en las
manifestaciones de humorismo judío, a pesar de que éste es tan inexo-
rable y riguroso en su crítica de los defectos y fallas de los judíos?
Ni siguiera me arriesgaría a conjeturar sobre los motivos de la lla-
mativa ausencia de este tema en el humor judío si yo mismo, y por
cierto que otros psicoanalistas antes que yo, no hubiésemos arribado a
cierta presunción basada en observaciones psicoanalíticas acumuladas
durante nuestra práctica clínica31. En la imaginación inconsciente de los
gentiles, el judío representa el papel del castrador, puesto que circunci-
da a sus hijos. La circuncisión es conocida inconscientemente como una
forma más leve de castración. Superficialmente parece haber una gran
distancia entre la figura del judío castrador y la del usurero cruel e im-

31 Ver mis observaciones sobre "El Mercader de Venecia", de Shakespeare


en The Secret Self, Nueva York, 1952.

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placable que impone despiadadamente el pago de su deuda, pero esto


no viene al caso en los procesos inconscientes. La exigencia de Shylock,
que pretende cortar una libra de carne del cuerpo de Antonio, es una
imagen inconscientemente desplazada de la amenaza de castración que
se cierne sobre los gentiles y que convierte al judío en una figura terrible
y espantosa.
Indudablemente hay otros motivos psicológicos que explican la au-
sencia de chistes judíos sobre el tipo descrito, pero me atrevo a afirmar
que el motivo principal es el que se encuentra en este terreno. Para el
judío, la noción de sí mismo como castrador, idea que desempeña un
papel tan importante en la imaginación inconsciente de los gentiles, ca-
rece de validez y no lo afecta. Para él, el dinero puede tener algún otro
significado inconsciente, pero éste no se relaciona con nociones como la
de la castración.
"¿Qué otro significado?", se preguntará el lector. La discusión de
estos temas nos llevaría demasiado lejos; pero doy al menos una pista
en un pasaje que citaré en los párrafos siguientes.
En este punto me apartaré audazmente del marco de mi tema -el
humorismo judío- y saltaré a otro terreno, aparentemente antagónico: el
de la tragedia.

II
El Conde de Charolais es una tragedia de Richard Beer-Hofmann,
publicada en 1905 y representada con frecuencia en Austria y Alemania,
pero casi desconocida en Norteamérica y no traducida aún al inglés.
La trama se desarrolla en la capital de Borgoña, hace varios siglos.
El primer acto transcurre en una posada. Con anterioridad a la escena
de la que extraeré mi cita, el anciano general Charolais ha sido muerto
el mismo día en que se firmó la paz con el enemigo, pero no habrá so-
lemnes funerales en la catedral para este gran hombre, porque había
inmensas deudas para poder alimentar, vestir y pagar a sus soldados. El
consejo se niega a saldar estas deudas de honor, y de acuerdo con una
antigua ley de la época los acreedores se apoderan del cadáver del ge-

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neral y lo encierran en la cárcel para deudores a la espera de que sea


rescatado con un pago efectivo.
El joven conde de Charolais, que amaba entrañablemente a su padre
y está desolado, trata de hacer todo lo posible para que se tributen los
últimos honores a su difunto padre. Pero no tiene un centavo y nadie lo
ayuda. Los tres acreedores, un molinero, un decorador y un judío, están
decididos a conservar el cadáver hasta que la deuda sea saldada, y de-
signan al Rojo Itzik para que los represente en las negociaciones con el
joven conde. El judío sabe que los otros dos acreedores quieren que él
hable en su nombre para que ellos puedan seguir siendo considerados
caballeros, en tanto que él habrá de aparecer como el duro y malvado
usurero. A pesar de esto, acepta la designación.
Las frases siguientes corresponden al diálogo entre el joven Charo-
lais y el Rojo Itzik32. El conde le dice con tono suave al judío:

CHAROLAIS
Los otros han acordado seguirte.
Por eso, todo depende de ti, y aunque eres
judío, eres tan hombre como nosotros, Itzik.

ITZIK
¿Hombre? ¿Como vosotros? ¡Jamás había oído algo igual!
En ningún instante de mi vida me permitieron sentir
Que soy humano. ¿Acaso debo serlo hoy
Porque ello se acomoda a vuestra necesidad?
Por los cinco minutos de vuestra conveniencia?
Hoy, me niego.
¡Soy judío! ¿Qué deseáis de un judío?
¡Porque algo pretendéis con vuestra amabilidadl

CHAROLAIS:

32 Citado de una traducción al inglés aún inédita por el difunto Ludwig Lewi-
sohn.

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¡Entrégame el cuerpo de mi padre, entrégamelo!


¡Mi vida depende de ello! ¡Te lo imploro! ¡Oh cree
Que implorar no me resulta fácil,
Itzik!

ITZIK
El ordenar es privilegio de condes; el implorar... es mi deber.
Bien, mi señor, dadme mi dinero... ¡Dádmelo!
Mi vida depende de ello. Oh, no digo "Mi vida"
Como lo decís vos, para significar que os duele el alma.
Si yo no tengo un centavo, ¿quién me defenderá
Contra los amos, los tribunales y los condes? Me harían inmo-
lar
Con la conciencia tranquila. Como veis, en mi caso es cierto
Que mi vida depende de ello... sí, mi vida.
He aquí una explicación histórica y sociológica de por qué el judío
de los siglos pasados se aferraba al dinero con una tenacidad tan obsti-
nada y desesperada. No era por amor al lujo o a la holgazanería: era un
medio para salvar la vida.
La impresión de este diálogo fragmentario se intensificará a medida
que sigamos la conversación entre el noble Charolais y el prestamista
judío, porque el pasaje citado no es más que una pequeña parte del cua-
dro que empieza a desplegarse. El joven conde le pide al Rojo Itzik que
recuerde que él debe soportar el espectáculo que ofrece el cadáver de
su padre al pudrirse en la prisión, el cadáver de un hombre que contrajo
esas deudas con tanta generosidad para su país. Le pide al judío que
piense en esto.

No pienses en nosotros. O piensa mejor que eres tú


Quien ruega... y que el cadáver es el de tu padre.

Itzik responde que esto es lo que él ha estado pensando durante to-


do ese tiempo. Su padre:

no se pudrió en la prisión, eso es cierto.

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¡La ciudad donde había nacido le brindó


El más costoso de los funerales!
Aun antes de que amaneciese se pusieron en marcha
Soldados, sociedades, fraternidades, en gran muchedumbre,
Y todo el clero. Era un inmenso honor
Para un simple judío. Su Majestad el Rey
En persona, estaba presente, en esa plaza barrida por el viento,
Con toda su corte... ¡y todo esto por un judío!
Y todas las campanas de todas las iglesias repicaban
A medida que las procesiones desfilaban con sus banderas
Frente a mi padre y hubo solemnes discursos
En latín y en castellano, y durante todo el día
Aguantaron el calor de julio en esa plaza
Sólo en mérito a mi padre. Cuando cayeron las sombras
Y la noche,
(con fingido orgullo)

El rey con su propia mano encendió


Por fin los haces de leña que rodeaban la estaca
A cuyo pie se hallaba mi padre. ¡Y como ni siquiera esto
Fuera homenaje suficiente para él,
Rogaron que se entonaran sus cantos, y también,
Como era judío, y debía ser homenajeado,
Le cantaron nuestros eternos salmos,
Y en su honor alabaron al Señor, nuestro Dios!

(con una sonrisa crispada)

No sé qué vio él de todo esto,


Porque para ese entonces había empezado a arder,
Primero por abajo, y había empezado a gritar,
Y seguía gritando con fuerza, con fuerza terrible,
Mi padre -oh, con tanta fuerza- y mis oídos lo escuchaban:
¡Shemá Israel!

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(se seca el sudor de la frente)

¿Todavía deseáis, mi señor,


Que piense en mi padre, para así
apiadarme de vos, porque el cuerpo del vuestro
Se pudre en una mazmorra?

El joven conde responde que el judío nunca podrá entender lo que


su padre significaba para él. Pero Itzik, que está cerca de Charolais, le
dice con tono muy dulce y confidencial:

¿No podré? No es tan difícil...


¿Y si lo fuera? ¿Creéis que soy tonto?
¡os probaré que lo entiendo!
Queréis significar que no teníais a nadie en el mundo.
Ningún hermano. Nadie. Y no parecéis
Hombre dado a los festines con vino y muchachas,
Y como sois pobre de solemnidad y por ello tenéis poco
Para deleitaros, y también sois bastante adulto
Para comprender...
¿Eh? Dos días atrás
Había en este mundo un ser humano
Para el que no había más esperanza o preocupación
Que la que vos le dabais.
Vos podríais haber hecho con él lo que quisierais,
Sin que esto disminuyera su amor.
habría implorado, y con gusto, por vos.
Tenía una ilusión, una ilusión muy modesta,
Y era que vos vivierais para cerrar sus ojos el día fatal
Y que no tuviera que ser él quien cerrara los vuestros.
Cada noche elevaba una plegaria...
Para que Dios lo dejase morir diez mil muertes
Antes que mal alguno hiriese a su hijo.
Y aunque peregrinéis alrededor de todo el mundo
Y aunque viviereis hasta los cien años...

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¡Jamás encontrareis un amor semejante!


Desaparecido para siempre... ¡Ojalá no! ¿Un amigo? Los co-
nocemos. Y una mujer...
No es más que una mujer. Los hijos...

(ríe amargamente)

Así son nuestros padres, así sienten nuestras madres...

Indudablemente no es distinto entre nuestra gente.


Bien, ¿os he entendido, conde, mi señor?

CHAROLAIS:
Si puedes sentir como dices, ¿dónde está tu sentimiento
Por mi profunda pena?

ITZIK:
¿Mi sentimiento? ¿Y por vos?
¿Para que el sentimiento de mi corazón corra la misma suerte
Que le estuvo reservada a mi dinero? ¿Pretendéis que os dé
Mi sentimiento -en su peso justo, bello, límpido y transparente-

Tal como os di mi dinero? Lo tomaréis,


Tal como hicisteis con mi oro. Y cuando venga
Para pediros que me lo devolváis,
Diréis, tal como dijisteis
Sobre mi dinero: "Judío, le escupo encima".

Ahora el conde está alarmado porque el judío lo mira con expresión


malévola.
-Vete -le grita-, ¡eres un hombre perverso, perverso!

ITZIK:
"¡Un hombre perverso!" ¿Y por qué
Habría de ser bondadoso con vos? Dadme un motivo...
¡Uno solo! ¿O acaso pensáis que debería

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Ser bondadoso porque todos los seres humanos deben


Amarse los unos a los otros? Antes, mi señor,
Arrancad este corazón crispado y convulsionado
Por haber padecido mil agravios;
Quitadme estos ojos y dadme otros
Que no estén lacerados de tanto llorar.
Alzad mi espalda que está encorvada
Por las reverencias de humildad forzada;
Y dadme otros pies que no se sientan agotados
Por el eterno errar del exilio;
Taladrad mi cráneo, arrancad el cerebro que se oculta en él
Para que así pueda olvidar, y por fin
Cortadme estas venas y dejad que mi sangre fluya
Hasta que no quede una gota de la que perteneció a mi padre
O al padre de mi padre o al de éste o a su...
Ni una gota de toda esa sangre, de toda esa pena...
Y cuando hayáis hecho todo esto, conde, mi señor,
Y yo esté todavía entre los vivos... entonces
Dialogaré con vos humanamente... ¡O sea
Como un buen hombre debería dialogar con su hermano!
...Hasta entonces dejad que sea lo que para vos soy
Y debería ser aunque fuese yo no sé qué:
Un judío. Un judío, un judío común y vulgar.

Todavía veo la magra figura de Itzik, con su pelo y su barba rojos,


envuelto en el caftán, y todavía oigo su voz ronca que se eleva, se apa-
ga y deja lugar al silencio.
Los judíos, ese pueblo de mártires, han articulado muy pocas la-
mentaciones y protestas. Es como si sus labios, en otros casos tan lige-
ros, quedasen sellados cuando deben expresar las penas y sufrimientos
con los que fueron agobiados durante dos mil años.
Sólo en alguna oportunidad dentro de un largo período, su tristeza y
su amargura rompen los diques y estallan en palabras quemantes, como
sucede en el pleonástico episodio de "El Conde de Charolais". Son muy

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pocos los casos en que las emociones contenidas se abren paso a través
de una misteriosa barrera. El resto es silencio.

EL SAGRADO DEBER DE LA CARIDAD


Para la mentalidad judía oriental, la caridad constituye in-
dudablemente la mayor de las tres virtudes teologales. El hecho de
contribuir a las campañas de filantropía general, así como el de prestar
ayuda individual a los pobres se reconocen como un deber religioso.
Sólo en muy pocos casos podría relacionarse esta actitud con lo que se
entiende por "tierno"; es algo que corresponde a los deberes públicos
inexcusables de los ricos y privilegiados.
Se ha repetido con frecuencia que el donante judío no otorga venta-
jas al pobre cuando le da dinero y que sus actos no merecen la califica-
ción de benevolencia o generosidad. Al proceder así se limita el judío a
cumplir con su deber religioso, y el beneficiario no tiene por qué estarle
agradecido, en el sentido literal de la palabra. Por el contrario, el do-
nante le debe cierta gratitud a aquél a quien ayuda, porque éste le brin-
da una oportunidad para alcanzar un elevado mérito religioso. Esta es la
significación de las incontables anécdotas acerca de los Schnorrer, de su
avidez e insolencia y de las exigencias que plantean a quien les da li-
mosna. Los Schnorrer tratan a veces a sus benefactores como si los
papeles estuvieran invertidos, como si les estuviesen haciendo un favor
al aceptar su dinero. Se conoce la antigua anécdota del mendigo al que
le aconsejan cierto día que no visite al rico porque está de mal humor.
El mendigo, desbordante de indignación, exclama: -¿Qué me quiere
decir con eso, acaso yo debería regalarle ese dinero? ¿El me da algo
acaso? Hay otro cuento de un schnorrer que se entera de que su bene-
factor se ha ido de viaje a un lugar de descanso y comenta amargamen-
te: -¿De modo que con mi dinero se va a las termas?
El hecho de ser rico no se considera entre los judíos pobres un pri-
vilegio sino casi una carga, porque los reclamos y exigencias de estos se
hacen tan persistentes y rigurosos, y suelen plantearse en tono tan impe-
rativo y arrogante, que el benefactor se siente agobiado. Incluso es po-
sible que su turbada compasión se trasforme a veces, bruscamente, en

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una cruel negativa. En una de estas historias, el schnorrer refiere al


millonario en forma muy realista la absoluta indigencia en que se halla y
la miseria que padece su familia. El poderoso se siente profundamente
conmovido. Toca la campanilla para que venga su mayordomo y le di-
ce: -¡Jean, echa a éste de aquí! ¡Me está destrozando el corazón!
En estos chistes judíos, la actitud cínica no corresponde siempre al
mendigo. A veces aparece sorpresivamente en la persona que el Schno-
rrer importuna de modo irritante. Un Schnorrer se queja ante el rico de
que hace tres días que no come. El millonario le contesta: -A veces uno
debe hacer un sacrificio.

LOS POSEEDORES Y LOS DESPOSEIDOS


El examen de los chistes judíos sobre los schnorrers no sería com-
pleto si uno los encarase exclusivamente como manifestaciones de es-
tricta caridad, en el sentido de la Torá, la ley religiosa. No hay duda de
que el dar limosnas al pobre constituye un deber sagrado de los ricos
que cumplen lo dispuesto por la religión judía, y que la insolencia del
schnorrer lo distorsiona en forma tal que casi aparece como un favor
hecho por el mendigo al benefactor, como una exigencia obvia y justifi-
cada. Sin embargo, se pueden analizar los chistes de Schnorrers desde
otros puntos de vista: proclaman que la justicia social debe ser llevada a
la práctica y que su aplicación significa que hay que atenuar la división
entre los poseedores y los desposeidos... y que en última instancia se
debe abolirla por su carácter injusto e injustificable.
El humorismo judío se vuelve por un lado contra los reclamos exa-
gerados o ridículos impuestos a quienes son más ricos que el mendigo,
y por otro, apoya dichos reclamos y los declara válidos en nombre de
una mejor distribución de todo lo bueno que hay en la vida. En estos
chistes de los Schnorrers se percibe un eco de los antiguos ideales e
ideas de los profetas. De lo ridículo a lo sublime no hay más que un
paso.
El contraste entre los judíos ricos y los pobres está tan agudizado y
acentuado en algunos de estos chistes que otras tendencias ocultas
brotan a la superficie. El próspero banquero Veilchenblum les muestra a

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sus amigos las habitaciones de su nueva mansión. Abre la puerta de un


enorme comedor y comenta: -En este salón, Dios no lo permita, pueden
cenar ochenta personas. A primera vista, el chiste constituye una burla
del personaje tacaño, pero si profundizamos el examen, veremos un
reflejo de la continua inseguridad financiera que también experimenta-
ban los judíos ricos. Sospecho que el rico tiene un sentimiento supersti-
cioso o inconsciente. Acaso se ve reducido junto con su familia a la
condición de mendigo, intuye vagamente quizá lo frágil que es la barre-
ra que lo separa del schnorrer y piensa: -Allí estaría yo, si no fuese por
la gracia de Dios.
La contraparte de esta historia es el chiste del schnorrer que está
frente al magnífico monumento funerario de Rothschild y exclama: -
¡Esta gente sí que sabe vivir! Cuando uno escarba detrás de la fachada
cómica, se reconoce la melancólica moraleja del cuento. ¿Para qué sirve
la riqueza? Al final todos volvemos al polvo de donde surgimos! La
contemplación del impresionante monumento funerario de Rothschild
no evoca sólo la idea de la maravillosa vida de los ricos -ello no es más
que el barniz humorístico de la historia- sino también la idea de que el
fin de todos los seres mortales es inevitable.
La voz interior que ordena compartir las riquezas con los menos
privilegiados encuentra su expresión en una carta que el joven Heine le
envió a su rico tío Salomón, de Hamburgo. Este banquero había reali-
zado una afortunada operación financiera y tuvo la generosidad de
compartir en cierta medida sus ganancias con el sobrino. Al agradecer y
elogiar la actitud de su tío, Heine le recordó el proverbio: "No se debe
permitir que un niño judío se conforme con mirar cómo otro come una
golosina", lo que significa, naturalmente, que hay que darle una parte a
la criatura.
El poeta remontaba también a veces el origen de la conducta no
siempre muy generosa de su tío Salomón aun más allá de la infancia.
lncluso atribuyó en cierta oportunidad la elección de su carrera a in-
fluencias prenatales. Estableciendo un contraste entre su propia madre y
la de Salomón, Heine expresa: "Mi madre se sentía complacida cada vez

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que leía poemas. Su hijo fue poeta. A la madre de él le gustaba leer


historias de salteadores; consecuentemente, su hijo fue banquero".
Un proverbio judío, que solía oír cuando aún era un niño, tenía el
carácter de un anatema o imprecación. Decía: "Serás el más rico de tu
familia". Los niños no entendíamos al principio que esta frase pudiera
emplearse como maldición. ¿Acaso no valía la pena desear con entu-
siasmo que uno fuera el más rico de la familia? ¿Acaso no brindaba esto
la oportunidad de ayudar a los miembros pobres de la misma? Nosotros,
que éramos a nuestra vez los hijos de una familia pobre, no entendíamos
que ser el más rico en una familia judía implica estar siempre preocupa-
do acerca de si los medios que uno tiene a su alcance bastarán para
ayudar a todos los parientes pobres, y que uno no podrá gozar de su
riqueza porque recordará constantemente que hay en su familia indi-
gentes que deben ser socorridos. Pero esta solidaridad y este recuerdo
no abarca solamente a la propia familia ni a los judíos: no les están per-
mitidas las discriminaciones de nacionalidad o religión. En última ins-
tancia abarcan a toda la familia humana.

UN VISTAZO RAPIDO
En la vieja Viena se contaban muchas anécdotas hilarantes acerca de
la señora Pollack; había salido del ghetto y su marido se hizo rico du-
rante la Primera Guerra Mundial. La señora Pollack pertenecía al grupo
de las nouvelles riches que estaban ansiosas de ser vistas en el teatro y
en la sala de conciertos, pero que no podían ocultar su falta de educa-
ción. Durante el intervalo le preguntaron si le había gustado la tragedia
a cuyo estreno asistía en el Burgtheater de Viena. Su respuesta fue: -La
obra es hermosa, pero no es adecuada para un estreno. Una de sus ami-
gas se quejó de que al día siguiente tendría que asistir a Las Bodas de
Fígaro. -¿No puedes enviar un telegrama? -le preguntó la señora Po-
llack.
El espacio del que disponemos nos permite apenas echar un vistazo
rápido sobre personajes como la señora Pollack y su generación, que se
caracteriza por la asimilación demasiado rápida a la civilización occi-
dental. Los chistes judíos zahieren también a estos nuevos ricos por su

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exhibicionismo ridículo v por su presuntuosidad fundada en la opulen-


cia. Uno de los últimos cuentos de Nueva York refiere que una mujer le
preguntó a una amiga dónde hacia limpiar sus diamantes cuando se le
ensuciaban. -En Tiffany's- fue la respuesta. -Yo los llevo a Cartier's -
manifestó la primera interlocutora; entonces se volvió hacia una tercera
amiga para inquirir: -¿Y tú, a dónde llevas tus diamantes para que los
limpien, Belle? -¿Quién habla de limpiar diamantes? -contestó Belle, -
Yo tiro los míos cuando se ensucian.
Otro grupo de chistes judíos se basa en los errores de interpretación,
intencionales o involuntarios. He aquí un ejemplo: Un hombre detiene a
un anciano judío en Broadway y le pregunta: -¿Cómo se hace para lle-
gar al Carnegie Hall? La lenta respuesta que le da el judío es ésta: -
Deberá practicar sin pausa, jovencito. Otro chiste del mismo tipo. Un
hombre se encuentra con un amigo en la calle y le pregunta: -¿Cómo es-
tás, Joe? ¿Cómo sigue tu dolor de cabeza? Su interlocutor contesta: -
Está jugando al bridge con sus amigas. El chiste nace a veces de un
lapsus linguae. Veamos un ejemplo: La señora Goldstein está en el
vestíbulo del Hotel y le pregunta al conserje: -¿Donde se ha metido
ahora el goy del ascensor?*

EL RABINO COMO FIGURA PATETICA Y COMICA


En otra época, ya fuera en los buenos tiempos o en los malos tiem-
pos pasados, el rabino era no sólo el sacerdote y dirigente espiritual de
la congregación, sino también la autoridad que arbitraba en todos los
asuntos civiles y en las crisis familiares de importancia. Esto ha cambia-
do: su posición y sus funciones se han visto reducidas. Hay numerosos
ejemplos de este descenso social, entre ellos esta queja del rabino de
una congregación muy pequeña -Primero fui rabino en Mannheim... allí
había judíos, pero no dinero. Después fui rabino en Londres... allí había
dinero, pero no judíos. Ahora, en esta congregación, no hay ni dinero ni

* Juego de palabras: boy (muchachito) y goy (gentil). (N. del T.).

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judíos. He aquí otro chiste, que también se refiere al problema financie-


ro: -¿Qué honorarios percibe? -le pregunta un amigo al rabino de una
pequeña congregación. -Tres florines por semana- responde el rabino,
quien se apresura a especificar con mayor precisión -Lo que significa,
tres florines la semana en que recibo algo. El rabino se convirtió en una
figura patética y graciosa incluso cuando de vez en cuando se burlaba
de sí mismo. Durante su sermón, un rabino cuenta una anécdota jocosa.
Todos los presentes se ríen. Sólo un judío permanece imperturbable-
mente serio. -¿Qué le sucede? -le pregunta el judío que ocupa el asiento
vecino en la sinagoga. -¿Se siente enfermo? A lo que el otro hombre
contesta: -No, Dios no lo permita. Pero no pertenezco a esta congrega-
ción.

TlPOS DE DEFECTOS
El humorismo judío toma a broma una variedad de "debilidades" y
defectos de su pueblo, pero la mayoría de los chistes de esta categoría
se refiere al mal comportamiento de los judíos en los lugares públicos, a
su falta de aseo, a la presunta tendencia a eludir la higiene y los baños.
El tema de la falta de limpieza personal, y aun de la indiferencia ante las
sabandijas, chinches y piojos, se agrega a los blancos favoritos del hu-
morismo judío en su sentido más restringido.
Cuando se examina esta categoría de chistes judíos se siente uno se-
riamente tentado a pensar que la falta de asco linda con la santidad,
porque las personas zaheridas en ellos preferentemente son los judíos
más devotos y ortodoxos. Pero no es éste el caso. Estos chistes se refie-
ren en especial a los judíos que vivían en los ghettos de la Europa
Oriental, en la más absoluta indigencia y hacinados como sardinas en
lata. No se los describe en su propio ambiente, sino en contraste con la
civilización occidental y con sus exigencias de aseo corporal. En esta
confrontación que toma a veces la forma de un conflicto, el judío apare-
ce como un ser atrasado, sucio -"judío sucio" era casi una expresión
familiar- y despreciable. Con frecuencia se describe a esta pobre gente
como tan inculta y poco educada que a veces no entiende siquiera lo
que quieren decir los demás cuando hablan de bañarse. He aquí dos

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ejemplos de estos chistes: Teitelbaum pide una habitación en un hotel.


El conserje le pregunta: -¿Con baño? Y Teitelbaum le responde indig-
nado: -¿Qué quiere significar con eso? ¿acaso soy una trucha? En un
centro turístico, un caballero le pregunta a su vecino de mesa: -¿Usted
tomó un baño esta mañana?- Cohn inquiere boquiabierto: -¿Por qué?
¿Falta uno?
En su obra antedicha, la doctora Landman se inclina a suponer que
los chistes sobre el baño no son de origen judío, sino que fueron idea-
dos por los antisemitas. Entonces los tomaron los escarnecidos judíos y
los modificaron como elementos de autoironía. (¿Pero por qué habrían
de hacer eso? Este es el obstáculo, o mejor dicho el abismo, con que se
tropieza. Aquí el problema psicológico aflora como el aspecto más im-
portante. La mayoría de los autores evitan responder a esta pregunta,
muchos ni siquiera la plantean, en tanto que algunos la reclaman).
La doctora Landman señala que los principios religiosos, que pres-
criben el frecuente lavado de las manos y los baños en determinadas
ocasiones, impedían ya un descuido total del cuerpo humano. La indi-
ferencia por el aseo de la persona fue introducida por la primitiva cris-
tiandad junto con el rechazo de lo corporal y mundano. La inquisición
española veía en el hecho de que los judíos o musulmanes recién bauti-
zados tuviesen una bañera, una prueba de reincidencia y herejía, que
debía ser castigada con la muerte en la hoguera.
Simpatizamos con estas argumentaciones, pero seguimos conside-
rando que los chistes sobre el baño son auténticamente judíos. Podría-
mos responder que la purificación ritual, tal como la prescribe el ju-
daísmo, así como el Islam y el hinduismo, no excluye la posibilidad de
que los fieles permanezcan sucios. El argumento histórico, especial-
mente la referencia a la antigua cristiandad, no es exacto. La burla se
originó en una época en que la atmósfera del ghetto contrastaba con la
civilización occidental que invadía el mundo del judío ortodoxo.
El significado de todos estos chistes consiste sencillamente en que el
desaseo y la suciedad de los judíos del ghetto entran en contraposición
con las costumbres del mundo exterior, e incluso con la nueva conducta

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de la judeidad emancipada. Creo que el efecto cómico de esas humora-


das deriva simplemente de ese contraste y de ese conflicto, intensificado
por la actitud conservadora y reaccionaria de los judíos del ghetto.
Es más acertado comparar la repugnancia y el rechazo ante las exi-
gencias del aseo, orden y medidas higiénicas, con la actitud de los niños
que las rehuyen y deben ser educados para que sean limpios y prolijos.
Me contaron no hace mucho que mientras observaba a la abuela que
quitaba el polvo de los cuadros colgados en la pared, un niño le pre-
guntó: ¿Por qué no me haces lo mismo por la mañana? ¿Qué necesidad
tengo de lavarme? Este mismo espíritu es el que late en los chistes ju-
díos, y se pierde la esencia de los mismos si se pasa por alto el hecho de
que la decidida resistencia contra las exigencias del aseo impuestas por
la civilización occidental, es similar a la enunciada por las criaturas que
no quieren ser lavadas por la madre. Los judíos del ghetto, que vivían
en los confines de la civilización occidental, se rebelaron contra esas
reglas de higiene como si ellas amenazasen la continuidad del viejo or-
den y la supervivencia misma del judaismo.
Los defectos que el humorismo judío atribuye a su pueblo son de
distintos tipos. Tenemos, por ejemplo, la informalidad, la desaprensión
y la torpeza en las reuniones sociales. Un caso de esta deplorable falla
en el comportamiento son los malos modales en la mesa. El humorismo
judío establece, por ejemplo, un contraste revelador en la diferencia
entre un restaurante judío y otro no judío. En el restaurante no judío se
ve comer a la gente y se la oye hablar; en el restorán judío se ve hablar a
la gente y se la oye comer.
Entre paréntesis, hay muchos chistes que ponen de relieve la inso-
lencia de los mozos de los restaurantes judíos. He aquí un ejemplo. Un
comensal llama al mozo, después de haber sido servido, y le dice -Oiga,
¿qué le pasa al pollo que me trajo? Tiene una pata mucho más corta que
la otra. Y el mozo le contesta: -¿Usted pidió el pollo para comerlo o
para bailar con él?
Varios factores sociológicos y psicológicos aparecen como causas
determinantes del origen y subsistencia de estos tipos de defectos sati-

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rizados por los chistes judíos. Además de los que pueden ser compren-
didos con facilidad, hay otros que son inconscientes y pasan poco me-
nos que inadvertidos. No dudo de que en muchos ejemplos de esta ca-
tegoría se manifiesta una especie de bravata o desafío rebelde. Natural-
mente, esta obstinación desesperada y esta continua oposición están
dirigidas contra el mundo hostil que rodea al ghetto, en el mismo sen-
tido que Shakespeare da a la frase: "Sea Kent grosero, cuando Lear está
loco".

LAS MADRES JUDIAS


Los hombres de todas las naciones glorifican a las madres en la can-
ción y la poesía. Los judíos también lo hacen, pero lo que los distingue
de otros pueblos es que sus madres son blanco de chistes y burlas hu-
morísticas extrañamente combinadas con afecto.
Ya había observado esta característica de mi pueblo aun antes de
escuchar el relato que me hizo un paciente de edad madura. El hombre
describía con frecuencia la forma en que se comportaba la madre cuan-
do él la visitaba y cenaba con ella los viernes por la noche, cómo lo
obligaba a comer más y cómo le demostraba en diversas formas su espí-
ritu dominador. Le hablaba invariablemente de los múltiples males que
la aquejaban. -Cada enfermedad que no padece es revajn (ganancia)-
comentaba su hijo. A éste le resultaba evidente que las dolencias eran
descritas por la madre sólo para suscitar su compasión y atarlo más a
el!a. La noche anterior la había visitado preguntándole cómo se sentía.
Con gran sorpresa de su parte, ella le respondió "compungida": -Muy
bien.
Cuando en alguna oportunidad el hijo se sentía mal, dísponía ella, al
igual que tantas madres judías, de un cúralotodo: la sopa de gallina; éste
era para ella el remedio para todos los males y enfermedades, desde el
resfrío hasta el cáncer, y desde la bronquitis hasta una pierna fracturada.
Hay otros rasgos característicos. Los chistes judíos atribuyen a las
madres cierta tendencia a hartar de alimentos a sus hijos, y a preocupar-
se si no comen lo suficiente y lo más adecuado. Es como si las madres
tratasen de realizar la simbiosis nutricia de la infancia y de lograr a tra-

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vés de ésta la permanente dependencia de sus hijos respecto de ellas. De


ahí que su principal preocupación se oriente hacia la comida. Una his-
toria que recientemente circuló por Nueva York demuestra las formas
grotescas en que puede llegar a expresarse dicha preocupación. Un
"gangster" judío cayó en una emboscada y recibió varias heridas de bala
graves. Empleando sus últimas energías, subió por la escalera hasta el
departamento de la madre y tocó el timbre. -¡Mamá! -gritó, cuando ella
abrió la puerta. Pero la madre, ajena al estado de su hijo, exclamó: -
Primero come, y después hablarás.
Me gustaría incluir aquí algunos versos de un Cuento de invierno,
de Heinrich Heine, escrito en 1844. En ellos se refleja esta tendencia de
las madres judías, dándole carácter universal. El poeta viajó a Hambur-
go para visitar a la madre, después de una ausencia de muchos años:

Y cuando encontré a mi madre en el hogar,


Podía derribársela con una pluma.
¡Hijo mío, hijo mío! -exclamó, palmoteando con sus viejas ma-
nos.
-¡Hijo mío! ¡Han pasado trece años!
Déjame ver, ¿estás más robusto o más delgado?
Trece años: No hay duda de que debes tener apetito,
¿Y bien, qué quieres que prepare para cenar?

A pesar de la actitud autoritaria que muchas madres judías adoptan


respecto a sus hijos, siempre reconocen el privilegio de ser hombre y
aceptan su superioridad intelectual. Su respeto por la educación y el
estudio, así como su orgullo por los progresos logrados por sus hijos.
se expresan en forma muy ingenua. Tenemos el cuento archiconocido
de la madre desesperada que corre frenéticamente por la playa, con los
brazos tendidos hacia el mar, mientras grita: -¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi
hijo, el doctor, se está ahogando! Las palabras "Mi hijo, el doctor"
brotan casi automáticamente. Es así como la anciana judía habla siem-
pre de su hijo. La absoluta confianza que las madres depositan en sus
hijos queda magníficamente ilustrada en una anécdota de Rothschild.
Una vecina del ghetto fue a visitar en cierta oportunidad a la matriarcal

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Gutele Rothschild. Corrían rumores de que había amenazas de guerra y


la mujer, cuyo hijo acababa de cumplir la edad del servicio militar, esta-
ba preocupada. Ansiosamente, le preguntó a la señora Rothschild si ella
tenía alguna noticia de que estallaría la guerra.
-¿La guerra? ¡Pamplinas! -respondió Gutele. -Mis muchachos no lo
permitirán.
Grotjahn recalca que la madre judía es distinta de la madre espar-
tana, la cual espera que su hijo se convierta en un héroe, vivo o muerto.
La madre judía desea la victoria, pero se conforma con la derrota; su
principal preocupación consiste en que su hijo se salve.
El ejemplo siguiente pone en descubierto otro rasgo propio de las
madres a través del humorismo judío. Una madre le regala dos corbatas
a su hijo. Queriendo demostrar su satisfacción, se pone éste una de las
corbatas en la primera ocasión en que va a visitarla. Al verlo, la madre
le pregunta: -¿Qué sucede? ¿No te gustó la otra?
Las madres judías sienten por sus hijos el mismo amor incondicional
que las madres de otros pueblos, pero al margen de ello tienen ciertos
rasgos particulares de que los chistes hacen mofa; por ejemplo, su natu-
raleza primitiva, que deriva en su mayor parte de la falta de educación.
El contraste entre este atraso y el progreso de los hijos proporciona
material para muchos chistes. En una de las deliciosas conversaciones
telefónicas entre madre e hijo reproducidas por George Jessel33, el hijo
explica que está junto a Wendell Wilkie* ("No, mamá, Menden no...
Wendell"), quien le ha hablado de las cuatro libertades. Mamá desea
saber qué dijo de los vecinos del piso de arriba, los Friedmans** . El
hijo le comunica que esa noche irá a dar una vuelta por la galería de
arte, y debe asegurarle que éste es un lugar honorable. Promete que
traerá a casa a La Madre, de Whistler, para la sala, pero su madre le
contesta que allí no hay lugar y que la madre de Whistler tendrá que

33 Jessel Anyone? Englewood, Nueva Jersey, 1960, pág. 56.


* Político norteamericano, candidato a la presidencia por el Partido Re-
publicano. (N. del T.)

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dormir con la hermana de George. El hijo le explica que se trata de un


cuadro. Cuando él agrega que ha elegido un Rubens, su madre piensa
que se refiere a Rubin, el confitero. Entonces le explica que Rubens es
un pintor, y la madre le pregunta cuánto le cobrará por pintarle la coci-
na.
En cuanto a los hijos, el hecho de que a veces se burlen de las debi-
lidades y peculiaridades de las madres, no significa que éstas no les ins-
piren profundo cariño. Claro que se lo inspiran. En esta agresividad
juguetona hay una inmensa ternura. Los chistes no son ofensivos jamás,
sino apenas pícaros y desbordantes de compasión afectuosa y protecto-
ra. Se ha dicho que el verdadero amor sigue amando al objeto de sus
sentimientos en sus limitaciones y debilidades.
Cada lector habrá evocado la memoria de su propia madre. También
la he evocado yo, y una de sus frases vuelve a mi mente: "Cualquier
vaca puede convertirse en madre, pero no toda mujer puede ser ma-
dre".
En los días en que yo era un joven psicoanalista, Freud me contó
que uno de sus primeros pacientes fue un judío de mediana edad, del
bajo East Side de Nueva York. Cuando Freud le explicó por primera
vez que la mayoría de sus conflictos neuróticos tenían sus raíces en las
relaciones con la familia, el paciente no se mostró tan sorprendido como
podría uno suponer. -Pero si eso lo supe siempre -respondió. -Todos
nosotros sufrimos de mischpojitis. Al emplear la palabra ídish mis-
chpoje (familia), este hombre acuñó una nueva expresión, comparable a
bronquitis y a otros nombres de enfermedades, definiendo de este modo
el origen y el carácter de su trastorno emocional.
Cuando se observan los íntimos e indisolubles lazos familiares de los
judíos, no puede uno dejar de extrañarse de que sólo sean blanco muy
ocasional del humorismo judío. Constituyen acaso la única excepción
las relaciones entre madres e hijos, que a veces son enfocadas con espí-
ritu de picardía más que de burla. Permítaseme insertar una historia
suplementaria, que oí recientemente. Una joven visitadora social discute

** Juego de palabras entre "freedoms" (libertades) y Friedmans. (N. del T.)

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con una amiga y colega sobre algunos de sus clientes neuróticos. La


anciana madre, que oyó la conversación, le dice a la hija después que la
otra muchacha se hubo retirado: -Yo sé lo que es un mantel para mesa.
¿Pero qué es un caso mantel? Es evidente que esta historia se mofa de
la falta de educación evidenciada en la confusión entre los términos
"mantel" y "mental".
Sí, existe incluso un contraste profundamente sentido entre las rela-
ciones con los ajenos y las relaciones con los miembros de la propia
familia, tal como lo ilustran los proverbios judíos. Tomemos aquel di-
cho: "Got zol mij benchn; ij zol nisht broijn menchn'' ("Ojalá Dios me
bendiga, y no necesite de la gente"). Comparemos este dicho con otro:
"Atenme de pies y manos, pero déjenme entre los míos". Esto significa,
como es obvio, que sea cual fuere su impotencia, no le faltarán cuida-
dos a uno si está entre los miembros de su familia.
La relación entre padres e hijos no se convierte casi nunca en tema
del humorismo judío. Parecería que dicha relación se eIude cuando de
chistes se trata y que esta renuencia a mencionarla deriva del manda-
miento: "Honrarás a tu padre y a tu madre..." Sin embargo, se encuen-
tran ciertos chispazos de comprensión intuitiva del carácter de esa rela-
ción; lo prueba ese proverbio que al principio desconcierta y suena co-
mo una paradoja, pero que refleja una gran penetración psicológica:
"Cuando el padre da al hijo, ambos ríen; cuando el hijo da al padre,
ambos lloran". Pero observaciones como ésta, que sorprenden por lo
profundas, son muy escasas en los chistes sobre la propia familia.
Si se aspira a descubrir el carácter auténtico de un fenómeno como
el del humorismo judío, resulta legítimo explorar no sólo sus rasgos
peculiares, sino también compararlo con fenómenos similares y señalar
qué es lo que falta en uno o en otro. El investigador perspicaz observa-
rá, por ejemplo, que la burla a la invalidez, a los defectos físicos y a la
fealdad, así como a la edad avanzada con sus múltiples problemas, son
temas insólitos en el humor judío. Nos encontramos aquí con una barre-
ra psicológica para los chistes, una especie de bloqueo en el camino del
humor. Me parece que un escrúpulo de tipo similar impide que los ju-

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díos ridiculicen a los miembros de su familia, y especialmente a los pa-


dres. El humor judío, que por lo demás no respeta nada, se detiene aquí.
Esta restricción tiene un significado extraordinario. El honrar a los pa-
dres no es sólo un mandamiento religioso, sino también una de las pre-
misas esenciales de la supervivencia judía,
En cierta oportunidad, cuando les preguntaron a los pioneros judíos
que trabajaban intensamente en regiones desoladas: -¿Vale la pena so-
meterse a todos estos sacrificios?, su respuesta fue: -Quizá no vivamos
para ver el fruto de nuestros esfuerzos, pero nuestros hijos sí vivirán
para verlos. Y qué bello es el reverso de esta respuesta, tal como lo
expresaron los muchachos y muchachas que fueron recientemente a
defender la Tierra Santa contra el enemigo: -Bien, quizá no veamos el
fruto de nuestros esfuerzos, pero nuestros padres lo verán. Todas las
otras relaciones humanas son transitorias y perecederas. Los padres
sobreviven.

CORRlENTES DEL JUDAISMO


Con los cambios introducidos por la irrupción de la civilización oc-
cidental en el ghetto, la actitud de sus habitantes hacia la religión expe-
rimentó también una transformación radical, llegando hasta el extremo
de abandonar la fe de los padres. El camino los condujo a menudo des-
de el agnosticismo al ateísmo, con muchas estaciones intermedias entre
el punto de partida y el de llegada. Aquí tenemos dos ejemplos repre-
sentativos de chistes que reflejan esta transformación en materia religio-
sa. Un judío recurre a un rabino ortodoxo y le pide que pronuncie su
berajá (bendición) sobre el coche "Jaguar" que acaba de comprar. El
rabino ortodoxo se niega a impartir la bendición a una fiera salvaje. El
rabino conservador al que acude entonces el judío en busca de la bendi-
ción, se niega porque no quiere dar la berajá a un automóvil. El rabino
de la congregación reformista, a quien recurre en último término, res-
ponde: -Sé lo que es un "Jaguar", ¿pero qué es una berajá? De los
chistes de este tipo fluye la moraleja de que cuando se aflojan los lazos

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que atan a la rigidez de la ley, la consecuencia inevitable es la renuncia a


la fe en sí misma.
Hay un segundo cuento que apunta al mismo blanco, y demuestra
que el proceso se excede a veces del objetivo fijado. Varios judíos dis-
cuten cuál de sus respectivas sinagogas es la más progresista. Uno de
ellos dice que en su templo hay un cenicero junto a la Torá para que
quienes rezan puedan seguir fumando. El segundo explica: -Nosotros
somos mucho más progresistas. Para Iom Kipur servimos "sand-
wiches"... "sandwiches" de jamón, entiéndase bien. El tercer judío argu-
menta: -Nosotros somos tan progresistas que cerramos en los Días
Santos. Tal como lo señala Martin Grotjahn, de quien tomo este ejem-
plo, el último y categórico comentario "liquida limpiamente el judaís-
mo". De acuerdo con lo que ya dijimos, hay toda clase de transiciones
entre uno y otro extremo.
Muchos chistes judíos se dirigen contra el judaísmo reformista. Uno
de los más antiguos refiere que un judío de una comunidad remota acu-
dió al rabino reformista Aarón Chorin, en Arad, Hungría, y le informó
que quería entablar demanda contra Dios, porque le parecía que éste
había sido injusto con él. -¿Acaso no tienes rabino en tu congregación,
para que debas recurrir a mí? -le preguntó Aarón Chorin. -Claro que te-
nemos un rabino -fue la respuesta-, pero es un hombre muy piadoso y
temeroso de Dios y no se atrevería a iniciar un juicio contra El. Pero
usted no le teme a Dios, y por eso vine a buscarlo.- La historia es indu-
dablemente ingeniosa, aunque no podamos saborearla acaso tanto como
la generación judía que nos precedió. Como es natural, el humorismo
está dirigido en este caso contra el movimiento reformador en la etapa
de transición.
La alusión al temor a Dios es el alma de esta historia que ataca a los
judíos reformistas, insinuando su inadvertencia de que el Dios al que
todavía rezan, se ha perdido. Se los contrapone a los judíos ortodoxos,
que observan fielmente las antiguas leyes religiosas y temen a Dios. Le
temen incluso cuando a veces se sienten inclinados a protestar contra
El, como lo hiciera Job. Permanecen fieles a El aun cuando se sientan

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abandonados por El, e imploran Su ayuda, incluso cuando afirman que


no es generoso con ellos. De allí el suspiro del judío: -¡Ayúdame, Dios
mío! Te apiadas de los completamente ajenos. ¿Por qué no te compade-
ces de mí?- Sólo los firmes lazos familiares por los que el judío se siente
unido a Dios diferencian esta piadosa exclamación del reproche que
dirigía Santa Teresa de Avila al Todopoderoso: "Tienes tan pocos ami-
gos por lo mal que los tratas".
La distancia que separa al joven Heinrich Heine del judaísmo refor-
mista, del que se burló tantas veces porque lo entristecía, está repre-
sentada apenas por una breve etapa cultural. Durante los últimos años
de su vida, su actitud estuvo aun más próxima a la de los judíos leales
que a la de los agnósticos. Entonces el pobre mártir de la Rue d'Ams-
terdam expresó su deseo de presentar demanda contra Dios, tal como el
judío del cuento. El poeta paralítico, torturado por dolores incesantes,
declaró que quería acusar a Dios de ser cruel con los animales. Cuando
antes de su muerte el sacerdote le exhortó a arrepentirse, pues entonces
Dios lo perdonaría, Heine protestó con estas palabras: "Certainement il
me pardonnera; c'est son metier".
Al llegar a este punto, me rendiré a la tentación de repetir un chiste
que hice recientemente. Para hablar con propiedad, yo no inventé el
chiste: éste me tomó por sorpresa. Generalmente no soy bromista, pero
la ocasión incitaba a arriesgar un comentario jocoso. En el pasado se-
tiembre un psiquiatra me invitó a cenar. Exceptuándome a mí, sólo
asistía a esa comida informal otro invitado, una dama ya entrada en
años que era visitante asidua de la familia. Después de la cena empeza-
mos a conversar sobre generalidades. Sólo recuerdo que llegamos al
tema del Año Nuevo judío (Rosh Hashaná), que había sido celebrado
pocas semanas antes. La dama, que era de ascendencia catóIica irlan-
desa, nos contó una divertida anécdota sobre un judío de su relación a
quien había conocido hacía muchos años. El caballero le enviaba una
tarjeta de felicitación todos los años, para Rosh Hashaná, y ella siempre
se la agradecía cortésmente. Y sucedió que ese año la encontró el caba-

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llero en el momento en que ella salía de la iglesia donde había asistido a


misa, pocos días después del año nuevo judío.
Según parece, el caballero ignoraba por completo que ella era gentil,
y quedó visiblemente turbado por el encuentro. Ella hizo todo lo posible
por tranquilizarlo. -Al fin y al cabo -le explicó la dama-, todos creemos
en un solo Dios. Al llegar a este punto, me sorprendí al oirme decir: -A
lo sumo... La dama exclamó: -¡Ateo horrible!-, y me palmeó cordial-
mente el brazo.
Al echar un vistazo retrospectivo, me parece que con esta humorada
continué la tradición del judío infiel, al suponer que el Dios único es lo
que está más próximo a la ausencia de toda deidad.

DlFlCULTAD PARA BAUTIZARSE


Uno de los temas favoritos del humorismo judío es la conversión al
cristianismo y su rito simbólico, el bautismo. A los judíos les parece
completamente increíble que este sacramento pueda realizar el milagro
de un cambio radical. Pero cuando apunta a esta transformación, el hu-
morismo judío tiene más de una flecha en su arco. En primer lugar, nie-
ga la posibilidad de una modificación de este tipo y afirma: "quien fue
judío una vez, lo será siempre". En Nueva York se cuenta la historia del
banquero Otto Kahn y del humorista Marshall P. Wilder, que era gibo-
so. Mientras se paseaban por la Quinta Avenida, Kahn señaló una igle-
sia v dijo: -Esa es la iglesia a la que pertenezco, Marshall. ¿Usted sabe
que en una época fui judío? -Sí Otto, y en una época yo fui jorobado-
respondió Wilder. La convicción de que el ser judío constituye un he-
cho inalterable está mejor expresada en esta seca frase que en muchos
tratados. Parece que al judío le resulta tan difícil desprenderse de su
judaísmo como al viejo marinero desprenderse de su albatros* .
Pasó la época en que el bautismo era, según las palabras de Heine,
"la tarjeta de entrada a la civilización europea". Los que se cristianaban
admitían ya entonces que su conversión al catolicismo estaba inspirada

* Referencia a la poesía The Ancient Mariner, de Samuel Taylor Coleridge.


(N. del T.).

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por el propósito de asegurarse ciertas ventajas. Comentando que "Paris


vaut bien une messe", el mismo Heine expresó: "Las pocas gotas del
agua bautismal se secan rápidamente". Nunca se cansaba de burlarse de
su propia conversión y de la de otras personas. En una carta que escri-
bió el 26 de setiembre de 1829, dijo respecto a Moritz Oppeheimer, el
mayor de los yernos de Salomón Heine: "No lo quiero, a pesar de que
como cristiano debería amar a mis enemigos; pero soy un novicio de-
masiado reciente en el amor cristiano. En cambio Moritz Oppenheimer
es un cristiano más antiguo y debería quererme a mí..."
Muy pocos judíos afirmaron que su conversión al cristianismo fue
por convicción y son aún menos los judíos que les creerían (una frase
familiar dice: ¡Cuéntale eso a un Goy!". Dichos comentarios de Heine
tienen el mismo sentido que las palabras que un cliente muy pobre le
dijo a su abogado recién convertido: -No sé si todavía debo apelar a su
tierno corazón judío o si ya debo recurrir a su amor cristiano por el
prójimo. Y recordemos el cuento de la señora Spiro, quien al descubrir
que el pretendiente católico de su hija era un hijo del señor Cohn, co-
mentó: -Me siento muy feliz. Siempre quise tener un yerno que fuese un
simpático joven cristiano de una buena familia judía. En el ambiente
difuso de la judeidad asimilada las fronteras parecen borrarse. La pe-
queña Ilse Kohn le pregunta a su madre: -¿Mamita, los gentiles también
tienen árboles de Navidad?
El judío ansioso por recibir el sacramento del bautismo sufre de vez
en cuando hiriente rechazo, como le ocurrió al doctor Eisenstein, quien
le consultó a un colega cristiano: -Dígame, por favor, ¿qué se pone uno
cuando lo bautizan? El interrogado se rascó la cabeza y respondió: -
Bien, el problema es complicado. Nosotros usábamos pañales.
Por otra parte, muchas personas que trataron de convertir a los ju-
díos al cristianismo vieron rebatidos sus argumentos. Hace más de dos
siglos, un sacerdote llamado Teller hizo todo lo posible por convertir al
cristianismo al famoso filósofo Moisés Mendelssohn. Con alusión hu-
morística a las prácticas comerciales de la época, conforme a las cuales
se otorgaba crédito al hijo mientras su padre estaba con vida aún, con la

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esperanza de que el hijo pagase al heredar, Teller le escribió a Mendel-


ssohn estos versos:

An Gott der Vater glaubt Ihr schon


So glaubt doch auch an Seinen Sohn,
Ihr pflegt doch sonst bei Vater's Leben
Dem Sohne gern Kredit zu geben.

Lo que podría traducirse acaso como sigue:


En Dios el Padre ya creéis,
Creed también entonces en el Hijo,
En otros casos solíais ya en vida del padre
Dar crédito al hijo.

La respuesta de Mendelssohn es indudablemente ingeniosa:


Wie koennten wir Kredit ihm geben?
Der Vater wird ja ewig leben.

¿Cómo podríamos otorgar crédito al hijo


Si el padre ha de vivir eternamente?
Moritz Saphir, el periodista vienés, nació judío en 1795; después se
convirtió al catolicismo y finalmente al protestantismo. Cuando le pre-
guntaron los motivos de cambios tan sorprendentes en su fe, dio la si-
guiente explicación: "Cuando era judío, Dios podía verme, pero yo no
lo podía ver a él (aludiendo al carácter incorpóreo de Jehová); entonces
me hice católico y pude verlo a él, pero él no podía verme a mí (refi-
riéndose a las figuras e imágenes de Cristo). Ahora soy protestante y ni
yo lo veo a él ni él me ve a mí". En esta forma se liberó por completo de
toda noción de Dios.

EL MESIAS
El judaísmo no reconoce salvación individual alguna, sino sólo la
salvación de todo el pueblo, la era mesiánica. La idea de la redención no
fue ajena al judaísmo, pero sólo concernía al futuro, cuando el lobo y el
cordero serán apacentados juntos. La realidad del mundo persistía y no

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debía ser despreciada. El misticismo de la escatología judía también


tenía una respuesta al por qué todos debían volver a sufrir, y los judíos
más que los otros. La inminente llegada del Mesías se anuncia por un
aumento de la miseria y la oscuridad. La venida del Mesías es precedida
por mayores injurias y depravaciones sangrientas, por los "dolores del
parto del Mesías" (en hebreo. Jevlé Meshíaj). Esta idea corresponde
íntegramente al factor de suspenso en el masoquismo social o psíquico
del individuo, tal como lo presenté en Masoquismo en el Hombre Mo-
derno.
¿Cómo se puede explicar que la venida del Mesías, la mayor idea
escatológica del judaísmo, se haya convertido en un motivo de dubita-
ción y aun de humorismo? Es muy fácil responder que el sentido de la
realidad, así como el escepticismo permanente, contradecían esa con-
cepción tan misteriosa. Sin embargo, esta respuesta no llega al fondo
del problema.
El sionismo también era un tema favorito del humorismo judío; no
obstante, se convirtió a lo menos en un hecho real y efectivo. El argu-
mento de que la idea mesiánica es una utopía quimérica y de color de
rosa no tiene fuerza suficiente para explicar por qué, incluso dentro del
ghetto judío, esta idea era tratada jocosamente. En su esencia había algo
que los judíos rechazaban.
He aquí algunos chistes que ejemplifican ese rechazo. -Date cuenta,
Jaim, pronto vendrá el Mesías- dice el rabino. Y Jaim le contesta: -
¡Dios no lo permita! ¡Entonces resucitarían todos mis parientes y que-
rrían vivir conmigo! Veamos otro diálogo:
-La gente dice que el Mesías no tardará en llegar. ¿Sabes una cosa?
Esta idea no me seduce mucho. En ese caso deberíamos dejar todo y
volver a Israel. Precisamente ahora cuando por fin tenemos una casita
tan linda.
-No te preocupes, Moishe. Dios nos salvó del Faraón, nos protegió
de Hamán... también nos defenderá del Mesías.
Incluso la era tenebrosa y atroz que precedería a la llegada del Me-
sías tenía un aspecto humorístico. Un judío comentaba: -Ya tenemos

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aquí todas las señales de la época mesiánica: el régimen de insolencia y


brutalidad.... Sólo falta el asno sobre el cual llegará montado el Mesías,
porque mientras tanto todos los asnos se han convertido en dirigentes
políticos judíos.
¡Basta de ejemplos! La idea del Mesías no podrá triunfar jamás
dentro del judaísmo en tanto éste mantenga su integridad, porque esta
concepción contradice el espíritu de la fe mosaica. La figura del Mesías
es esencialmente una forma especial de hijo divino de la deidad, de una
figura similar a la de Jesús de Nazareth. En una época, antes de las radi-
cales reformas sociales y religiosas de Moisés, en la etapa prehistórica
previa al Jehovismo, las tribus hebreas reverenciaban un dios hijo de
este tipo, idéntico a Attis, Adonis y Osiris de los pueblos vecinos. Moi-
sés, y con él, aunque de mala gana, las tribus judías, rechazaron la figu-
ra-hijo divino y la proscribieron a un submundo inconsciente hasta que
resurgió de allí en la forma del Salvador. El judaísmo se convirtió en
una religión-padre neta y se conservó así hasta ahora. La noción pos-
terior del Mesías que vendrá como redentor, no sólo de lsrael, implicó
una superación de la forma reprimida, de la figura-hijo divino. Como tal
estaba destinada a morir o, lo que equivale a lo mismo, a ser pospuesta
hasta el infinito. La idea tuvo una vida fugaz dentro del judaísmo y fue
destruida en el brote.
Quizá sea adecuado un jocoso punto final a estos comentarios, ci-
tando un chiste reciente: un israelí que realizaba una campaña contra el
primer ministro Ben Gurión antes de las elecciones, decía: "La diferen-
cia entre el Mesías y Ben Gurión consiste en que el Mesías se niega a
venir y Ben Gurión se niega a irse".

EL SIONISMO
En un paisaje de la novela de Schnitzler Der Weg in Freie, citada
ya, varios personajes se enzarzan en una animada discusión sobre el
Sionismo. El escritor, Heinrich Berman, polemiza con su amigo más
joven, Leo Ehrenberg, que es un apasionado partidario de Theodor
Herzl. A Heinrich, el sionismo se le presenta como "la peor calamidad
que haya caído sobre los judíos". Los sentimientos nacionales y la reli-

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gión fueron siempre palabras que lo irritaban por su ambigüedad ma-


ligna. La noción de una patria es una ficción, una idea política cam-
biante, intangible, que flota en el aire. El hogar, y no la patria, es lo úni-
co que tiene un significado auténtico. Heinrich aparece diciendo que en
lo que respecta a la religión, le agradaban tanto la cristiana y la judía
como la griega y la hindú, pero que apenas trataban de imponerle sus
dogmas las hallaba igualmente intolerables y repulsivas.
La conciencia de una persecución que afectaba a todos los judíos, y
de un odio cuyo peso caía sobre todos ellos, no lo ligaba a hombres de
los que se sentía muy distante. No tenía inconveniente en aceptar el
sionismo como un principio moral y un movimiento social, pero la idea
de la fundación de un Estado Judío sobre una base religiosa y nacional
le parecía un desafío absurdo a "todo el espíritu de la evolución históri-
ca". Enfrentando a Leo, su amigo sionista, le pregunta: -¿Qué es tu
patria, Palestina? Una idea geográfica. ¿Qué significa para ti la fe de tus
padres? Un conjunto de costumbres que has abandonado y algunas de
las cuales te resultan tan ridículas y de tan mal gusto como me resultan
a mí.
Uno podría pensar que ésta es también, por lo menos en parte, la
opinión de Schnitzler. Se cuenta que en cierta oportunidad Theodor
Herlz le pidió a Schnitzler que fuese a Palestina. Ahí, el escritor echaría
raices. Schnitzler le respondió: -¿Para qué necesito raices? Yo tengo
alas.
¿Cómo trata el humor judío al sionismo? La contestación es, natu-
ralmente, que lo trata en diversas formas. En los viejos tiempos se defi-
nía al sionismo como la oportunidad de que un judío designe a otro para
que le pida dinero a un tercero a fin de enviar a un cuarto judío a Pales-
tina.
También es conocida la sarcástica observación de un judío berlinés,
quien afirmaba que le gustaría ser embajador del nuevo Estado Judío en
Berlín.
En una obra reciente, Salcia Landman, que por lo demás es una ob-
servadora perspicaz, afirma que él israelí mismo no ha producido casi

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ningún humorismo nuevo y original34. Explica que el israelí no tiene


humor porque éste no le sirve para nada. Traduzco un párrafo de su
libro: "Cuando uno ataca a los judíos en Israel, ellos pueden defenderse
nuevamente con las armas, tal como lo hicieron sus antepasados en los
tiempos bíblicos; de manera que reemplazan al humorismo. En conse-
cuencia, el nuevo Israel está tan desprovisto de humorismo como la
Biblia".
¿Pero es esto cierto acaso? En la Biblia puede uno encontrar chistes,
e indudablemente hay humorismo en el nuevo Israel. Los chistes judíos
se perpetuarán mientras Israel exista como un grupo nacional o religio-
so con características propias. Son entes frágiles y efímeros como las
luciérnagas y ciertas flores, pero son vivaces y animados y nos compla-
cen su inquietud y bullicio aunque sólo duren un momento. El hu-
morismo judío es un enfoque original y sorprendente de la vida, princi-
palmente de la vida judía, aunque con frecuencia abre horizontes más
amplios.
Nunca se debe contradecir a una dama, pero yo disiento radical-
mente de la señora Landman, quien habla de la "muerte" del humorismo
judío y no cree que haya una producción creadora de chistes en el nue-
vo Estado de Israel. El cambio de las circunstancias sociales y naciona-
les provocará una trasformación de los chistes, pero las chispas siguen
resplandeciendo y creciendo. He aquí un ejemplo del humorismo judío
en Palestina tomado de la época en que una vasta corriente inmigratoria
afluyó de Europa35. Un ómnibus que marcha a gran velocidad serpen-
tea entre las colinas en el trayecto de Jerusalem a Tel Aviv. Uno de los
pasajeros siente náuseas cada vez más intensas. Un compañero de viaje
le pregunta: -¿Puedo ayudarlo en algo? Soy médico. El conductor de-
tiene el vehículo y ofrece ayuda a su vez. El también es médico. El pa-
sajero descompuesto gruñe y dice: -¡Déjenme tranquilo! También yo

34 S. Landman, op. cit., pág. 111.


35 Tomado de Robert Gessner, Some of My Best Friends Are Jews, Nueva
York, 1936, pág. 280.

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soy médico. La anécdota ilustra con espíritu humorístico la situación


que imperaba hacia 1930 en Palestina, donde vivían más de un millar de
médicos que no practicaban la profesión.
He aquí un cuento de la época en que la importación de todos los
artículos de uso doméstico de los inmigrantes que entraban al nuevo
Estado de Israel estaba todavía exenta de impuestos. Entonces era difí-
cil aún conseguir heladeras en Israel y por lo tanto se podía venderlas a
un precio muy elevado. Un inmigrante llega con su esposa, los niños y
siete heladeras. El vista de aduana sólo deja pasar una de ellas libre de
impuestos, y explica:
-Usted no necesita más que una.
-No, -protesta el inmigrante-, necesito una para los jarros de leche,
otra para la carne y otra para lo que no es ni leche ni carne.
-Muy bien, suman tres; ¿pero qué me dice de las otras? inquiere el
desconfiado funcionario.
-¿Y no ha pensado en Pésaj?- pregunta con tono de indignación el
inmigrante. ¿Acaso no debo guardar aparte todas las fuentes y platos?
-Muy bien- admite el vista de aduana. Ha justificado seis heladeras.
¿Para que quiere la última?
-¿Que para qué la quiero?- exclama el inmigrante, sorprendido. ¿Pa-
ra qué, dice usted? ¿No está permitido acaso comer un poco de jamón
de vez en cuando?
He aquí un chiste judío más reciente. José Stalin, Harry Truman y
Chaim Weizmann discutían la complejidad de sus respectivos cargos.
Stalin explicó que el Partido Comunista tenía dos millones de afiliados,
lo que hacía que su tarea fuera muy difícil. Truman dijo: "En los Esta-
dos Unidos hay 150 millones de personas y soy responsable ante cada
una de ellas". Weizmann comentó sonriendo: "las tareas de ustedes son
sencillas si se las compara con la mía". ¿Se imaginan ustedes lo que
significa ser presidente de un millón de presidentes?".
En una reciente anécdota del Israel contemporáneo, surge el inte-
rrogante de por qué Ben Gurión no quiso que lo proclamaran rey de su
país. La respuesta es que no le atraía la idea de que lo llamasen Su Ma-

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jestad David II. El humorismo judío no murió con la aniquilación del


ghetto ruso y polaco. Sigue viviendo en Europa, América e Israel36.

EL AMOR
Es dudoso que el amor tenga ascendencia gitana, como se afirma en
Carmen de Bizet, pero es casi seguro que no nació en los barrios ju-
díos. (A pesar de que el tema del amor romántico debe haber resonado
de vez en cuando en el ghetto ¿Dónde escuché esta canción de mucha-
chitas?:

Correré por todas las calles


Y gritaré: "¡Se lavan sábanas y ropa blanca!"
Con tal de estar a tu lado,
Con tal de estar a tu lado.
No, el amor y el romance eran ajenos a la Judengasse. Las pre-
sentaciones y la formación de las parejas corrían por cuenta del Shadjen
(intermediario, casamentero). En su libro sobre el humor, Freud ha ana-
lizado muchos cuentos sobre este tema y nos ha demostrado que el
blanco de estos chistes no son ni las mentiras, ni la insolencia, ni las
fantásticas exageraciones de aquellos pobres diablos que se dedican a
un oficio que cosecha tan poco agradecimiento. El verdadero sentido de
los chistes de Shadjen es moral. El profundo significado de estos relatos
jocosos, todos los cuales tienen una estructura similar, resulta claro
cuando, al final, el Shadjen confiesa la verdad, o mejor dicho cuando lo
sorprenden revelando la verdad que ha deformado u ocultado tan cui-
dadosamente. La verdad sale a luz. El hombre no está hecho para guar-
dar secretos; lo oculto rezuma por todos los poros.
Sin embargo, el significado más profundo de los chistes de Shadjen
reside en la observación de que en realidad no es importante para la
vida matrimonial que el compañero que el Shadjen propone elogio-
samente tenga "debilidades" y defectos. Sólo una canción sentimental

36 Otros ejemplos en Israel Laughs, de Paul Steiner, Nueva York, 1960.

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puede afirmar "me casé con un ángel". Esto no le ocurre a nadie. Usted
y yo nos hemos casado con una mujer, lo que significa un ser humano
con fallas y flaquezas, con imperfecciones y "debilidades". Finalmente el
Shadjen revela la verdad, destapa la olla. Pero éste no es más que el
lado cómico de la historia. El otro lado es la seria reflexión de que el
amor y la belleza no son lo principal en el matrimonio. Un matrimonio
puede ser muy feliz -si es que un matrimonio puede ser feliz- aun cuan-
do el marido y la mujer no estén enamorados. En consecuencia, el enfo-
que del Shadjen es realista. Sabe que el amor es pasajero y que la belle-
za se evapora. Sabe que: El amor hace pasar eI tiempo, el tiempo hace
pasar el amor.
Los mejores chistes de Shadjen no provienen quizá de la época del
antiguo ghetto, sino del período de transición que presentó el cambio
inevitable bajo la influencia de la emancipación incipiente. La vida en el
viejo ghetto era controlada por el espíritu de la estricta religión tradi-
cional, con el que se compenetraban no sólo el culto y los servicios reli-
giosos, sino también todas las actividades seculares. El Talmud y el
Shulján Aruj regulaban las actividades de la vida familiar e incluso las
relaciones sexuales. Cuando el espíritu moderno del iluminismo empezó
a invadir los estrechos callejones del ghetto, afectó también la institu-
ción del Shadjen, y muchos de los chistes que se refieren a los casa-
menteros judíos critican maliciosamente no sólo sus modales, sino el
propio oficio del Shadjen.
Los casamientos y la procreación a edad temprana constituían una
exigencia moral y religiosa para los hombres y mujeres del ghetto, deri-
vada del mandato patriarcal de que los judíos se multiplicasen. Dentro
de esta estructura, la elección de un compañero individual o de un ob-
jeto sexual individual tenía sólo una importancia secundaria, si es que la
tenía en algún grado. En la etapa de transición, la nueva libertad debilita
no sólo las normas tradicionales sino que produjo también una relaja-
ción general de la moral sexual. La fidelidad marital, especialmente de
las mujeres, había sido hasta entonces un principio indiscutible. En los
tiempos del antiguo ghetto habría sido inconcebible un chiste como és-

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te: la esposa del rabino se asoma por la ventana, y uno de los discípulos
de su esposo (un bujer en ídish) aprovecha la oportunidad para pal-
mearle el trasero a modo de grosera incitación sexual. La mujer se vuel-
ve y lo insulta violentamente. -¿No quieres?- le pregunta el bujer. -
¿Quién habla de no querer? Se trata sólo de la jutzpe (insolencia).
Antes de ese período habría sido igualmente imposible encontrar
una variación de los chistes de Shadjen como la que aparece en este
cuento: un joven al que el Shadien le organizó el casamiento insiste en
que tiene que ver a la muchacha desnuda antes de adoptar la decisión
final. Por fin logran vencer la resistencia de la chica y ésta aparece com-
pletamente desnuda delante del muchacho, el cual comenta: -No me
gusta su nariz.
En ese período de transición, la misma monogamia se convierte en
blanco de ataques ingeniosos y empieza a manifestarse la tendencia de
los hombres a la variación y la promiscuidad en las relaciones sexuales.
-¿Cómo se encuentra tu esposa?- le preguntaron a un hombre. Mir ge-
zogt -responde. ("Mir gezogt" es una formula mágica judía, que se po-
dría traducir quizá como "ojalá se pudiera decir otro tanto de mí"). -
¿Por qué dices eso? -pregunta el amigo, y aquél le explica: -Sabes, cada
semana toma una nueva doncella. (Esta misma fórmula ha sufrido ca-
sualmente una ingeniosa variante. En una escena escrita por el satírico
vienés Karl Kraus, dos hombres se encuentran con una muchacha muy
bonita. -Unter mir gesagt -murmura uno de ellos, o sea: -Ojalá se pu-
diera decir que está debajo de mí. Aquí el efecto humorístico se intensi-
fica por el significado alterado de la frase judía).
En los poemas de Heinrich Heine, cuyos antepasados vivieron en el
ghetto, la promiscuidad del hombre ya se hace evidente. Actualmente
no hay más rastros de transición: él círculo ha dado la vuelta completa.
Los escritores judíos modernos hacen contrastar una y otra vez la vida
matrimonial con las libres relaciones sexuales. En cierta oportunidad, el
escritor vienés Alfred Polgat describió en un ingenioso epigrama la
aritmética paradójica que determina las relaciones del hombre con la
mujer: "Muchas son demasiado poco, y una es un exceso". Otro autor

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vienés, al enfocar este problema desde el punto de vista sexual, llegó a


esta audaz comparación: "Una esposa es como un paraguas; finalmente,
uno toma un ómnibus". (Omnibus en latín significa "para todos". En
este contexto, naturalmente, una mujer para todos es una prostituta).
Karl Kraus describió la sucesión de pensamientos de una mujer vienesa
en estos términos: "Dormir con él, sí... pero nada de intimidad".
Pero volvamos al amor, que no era considerado una condición nece-
saria para el matrimonio dentro del ghetto y que pasó a ser tan aprecia-
do durante el período de la emancipación. Incluso durante esta etapa de
transición la vieja generación tenía el concepto de que el amor sólo se
encuentra en las novelas y las obras de teatro. Cuando yo era niño, en
Viena, se contaba la siguiente historia: un hijo le comunicó a su padre
que quería casarse con la señorita Sarah Federleicht, de la que se había
enamorado. El padre se mostró muy poco comprensivo y le preguntó: -
¿Qué significa eso de que te has enamorado de ella? ¿Acaso eres Son-
nenthal? (Adolf von Sonnenthal, 1834-1909, era un famoso actor que
representaba los principales papeles de enamorado en el Burgtheater de
Viena).
Sólo a comienzos de este siglo se desarrolló un nuevo tema en las
novelas y obras de teatro de autores judíos: la íntima relación entre el
amor y la muerte. Se comprobará que esta idea influye sobre las pri-
meras obras de Hofmansthal y Beer-Hofmann, pero se convirtió en el
motivo dominante de las novelas y dramas de Arthur Schnitzler37.
Después de mucho tiempo volví a leer Der Weg ins Freie de Schnit-
zler. En esta novela hay muchas partes que nos producen la impresión
de ser piezas de época, pero otras tienen tanta actualidad como si hu-
bieran sido escritas en nuestros días. Hay cierto pasaje de la novela en el
que se infiltran los recuerdos, y a mí me pareció estar escuchando la
misma voz del autor. Por una fracción de segundo creí que estaba mi-
rando una vez más sus severos ojos azul-acero y que oía la voz cuyo

37 Uno de mis primeros libros sobre psicoanálisis fue Arthur Schnitzler als
Psychologe, Minden, 1913.

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timbre tanto me gustaba. Recuerdo la primera vez que lo visité en su


hermosa casa de la Sternwartestrasse, y las muchas conversaciones que
mantuvimos más tarde. Volvimos a encontrarnos en el Semmering, el
centro de turismo próximo a Viena, pocas semanas antes de su muerte.
Nuestra conversación se había desviado hacia algunos temas psico-
lógicos y llegó al tema de la muerte, igual que en muchas oportunidades
anteriores. -No -manifestó él, permaneciendo inmóvil-, usted se equivo-
ca. A pesar de todo, nuestra muerte es imaginable. Sin embargo, cuan-
do tratamos de vernos muertos, no nos vemos a nosotros mismos, sino
a una marioneta caída.
De pronto salta a la memoria el espectáculo de marionetas Zumz
Grossen Wurstl, (los holandeses lo llaman eufónicamente "poppenkast")
de Schnitzler, en el cual la Muerte aparece como el último de los muñe-
cos, y se burla de sí misma. Caen las últimas caretas, el final es un gran
desenmascaramiento. Lo que aparecía como una figura trágica y sinies-
tra asume un aspecto cómico en la obra de Schnitzler. La sombra de la
muerte proyectada sobre las obras de este poeta, podía saltar a veces en
piruetas grotescas.
Es innegable que el amor y la muerte se le presentan a Schnitzler
como un problema único, y que la muerte se inclina sobre cada pareja
en éxtasis sexual. Aun en las escenas humorísticas aparece la muerte
como una casamentera en la puerta de una alcoba. En Reigen, hay una
fugaz escena erótica entre una mujer casada y un joven, en un departa-
mento de soltero de la Schwindgasse de Viena. Cuando la mujer trata
de mantener alejadas las manos del hombre, que amenazan con aventu-
rarse demasiado, se escucha el siguiente fragmento de diálogo:

El muchacho: -La vida es tan breve.


La joven: -Pero eso no es motivo...
El muchacho: -Sí, lo es...
Incluso para la frívola insulsez de este muchacho de la jeunesse do-
rée vienesa, el poder elemental de la sexualidad saca provecho de la
proximidad de la muerte. Eros y Thanathos forma un gran arco aún
sobre esta cómica danza macabra. Los dos temas del amor y la muerte

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se repiten en renovadas variaciones y en significativas elaboraciones, y


son enfrentados y entrelazados. Der Weg ins Freie se refiere en buena
parte al problema judío, y la mayoría de los protagonistas de la novela
son escritores, médicos y políticos judíos. Un escritor maduro, que en
otra época tuvo mucho éxito y que ahora, hastiado y decepcionado, se
ha retirado a su refugio, es rodeado en una de las escenas por autores
jóvenes y ambiciosos. Uno de ellos le pregunta: -Entre paréntesis,
Nuemberger, ¿Usted cree todavía en la muerte? En cuanto al amor ni
siquiera le preguntaré ya.
Arthur Schnitzler, que podía bromear así sobre los problemas más
trascendentales, sabía como pocos otros autores de nuestra época que
todos nuestros pensamientos y actos están determinados por dos impul-
sos opuestos: el deseo de ser amados y el temor a morir.

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE EL SARCASMO

Un erudito observó38 que la risa de la Biblia "es casi siempre una


expresión de escarnio y no de alegría". Una investigadora moderna, la
doctora S. Landmann, afirma que el documento judío mas antiguo -la
Biblia- contiene algunos relatos divertidos, pero casi ningún humoris-
mo. Señala que los profetas rechazan y condenan al hombre mordaz.
Esto no les impidió, sin embargo, referirse en los términos más pun-
zantes a los dioses de sus vecinos, ni zaherirlos en la forma más sar-
cástica. Recordemos el consejo de Elías a los paganos; recordemos asi-
mismo a Amós (III, 7), a Oseas y a Isaías. No hay ironías más mor-
dientes en la literatura del mundo antiguo. Las palabras que dedica Job
a quienes se supone que desean consolarlo están cargadas, a veces, de
amarga mordacidad ("Vosotros sois el pueblo y la sabiduría morirá con
vosotros'').

38 C. Lloyd Morgan en la Encyclopedia of Religion and Ethics, Vol. VII, pág.


803.

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Este tono sarcástico peculiar caracteriza también un cierto tipo de


humorismo judío de los tiempos modernos. Para probar su constancia y
continuidad, saltamos sobre un lapso de tres mil años y volvemos a en-
contrar este espíritu irónico, por ejemplo, en la siguiente escena del juez
que le pregunta al testigo: -¿Cómo se llama? La respuesta es: -Menajem
Iomtef. Nueva pregunta: -¿De qué trabaja? -Soy ropavejero. -¿Dónde
vive? -En Rzcezow. -¿Cuál es su religión? -Me llamo Menajem lomtef,
soy ropavejero, vivo en Rzcezow... ¿acaso le parece que puedo ser hu-
sita?
Pero cambiemos radicalmente de lugar y lenguaje. Trasladémonos a
Inglaterra, durante el período que corresponde a hace más de cien años
y a la muy respetable atmósfera de la Cámara de los Comunes. El idio-
ma que oiremos aquí está muy lejos del ídish, y tiene la dicción culta y
cuidadosa propia del debate parlamentario39. La situación con la que
nos encontramos aproximadamente en el año 1843 es la siguiente: Sir
Robert Peel, que había combatido a su antecesor George Cunnings,
dominaba la Cámara de los Comunes después de la muerte de éste. El
joven Disraeli, que pertenecía al partido de Peel, se dirigió en cierta
oportunidad al ministro y le pidió que no viese en sus palabras una críti-
ca sino cordial franqueza. Sir Robert Peel se volvió desdeñosamente
hacia Disraeli y citó unos versos escritos por el Honorable George
Cunnings:

Dadme al enemigo jurado, erguido, viril,


Aquél que puedo enfrentar audazmente, aun castigar quizá.
Pero entre todas las plagas, Santo Cielo, que tu ira puede en-
viar,
¡Líbrame, líbrame, oh líbrame del amigo cándido!
La cita de Peel no fue muy feliz, puesto que precisamente él había
representado el papel de amigo traicionero en la vida de Cunnings. Dis-
raeli no respondió, pero pocos días más tarde se incorporó nuevamente

39 Ver André Maurois, Disraeli, Nueva York, 1928, pág. 178.

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para protestar contra el sistema de Peel. Con voz suave, casi monótona,
preparó Disraeli cuidadosamente el ataque: "Si a veces el Honorabilísi-
mo Caballero cree oportuno sermonear a uno de sus partidarios del ala
derecha, es probable que sea con razón. Yo por mi parte estoy plena-
mente dispuesto a inclinarme ante el bastón de mando; pero en realidad,
si en lugar de recurrir a circunloquios, el Honorabilísimo Caballero por
lo menos se atuviese estrictamente a las citas, podría estar seguro de
que éstas serían un arma más segura. Un arma que esgrime siempre con
mano maestra, y cuando recurre a una autoridad, en prosa o en verso,
está persuadido de que lo hará con éxito, en parte porque nunca cita un
pasaje que no haya recibido antes el galardón del Parlamento, y en parte
y principalmente porque sus citas son tan felices. El Honorabilísimo
Caballero sabe el efecto que produce en un debate la mención de un
gran nombre... lo importantes que son sus efectos, que ocasionalmente
llegan a ser electrizantes. Nunca menciona a un autor que no sea céle-
bre, y aun a veces amado... Cunnings, por ejemplo. Este es un nombre
que, de ello estoy seguro, jamás se podría pronunciar en la Cámara de
los Comunes sin despertar emoción. Todos admiramos su genio. Todos,
o por lo menos la mayoría de nosotros deploramos su muerte pre-
matura, y todos simpatizamos con él en su lucha feroz contra el prejui-
cio supremo y la mediocridad sublime, contra los enemigos inveterados
y los amigos cándidos. ¡Maravillosos versos, por ejemplo, los que Mr.
Cunnings escribiera sobre la amistad y el Honorabilísimo Caballero cita-
ra aquí! El tema, el poeta, el recitador... ¡qué combinación feliz! Su
efecto, en el debate, debe ser abrumador; y si me fueran dirigidos a mí
estoy seguro de que no me quedaría más que felicitar públicamente al
Honorabilísimo Caballero no solo por su ágil memoria sino también por
su valerosa conciencia".
Es fácil imaginar el tremendo efecto que este discurso produjo en la
Cámara. Los dardos emponzoñados fueron disparados con precisión
mortal. He aquí una obra maestra de agresión sarcástica, lentamente
expuesta en tono suave, desde el comienzo de fingida humildad hasta la
culminación en esa frase: "El tema, el poeta, el recitador... ¡qué combi-

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nación feliz!" Las palabras son puñales, acompañadas por una reveren-
cia. El efecto sobre Peel fue verdaderamente aplastante.
En su granja de Bradenham, el padre de Disraeli, Isaac Disraeli, an-
ciano y ciego, sentado junto a su esposa Sarah, no cesaba de repetir:
"El tema, el poeta, el recitador".
No es casual que estos estallidos de sarcasmo sean reacciones con-
tra afrentas e insultos de la autoridad. Son expresiones de un vehemente
espíritu vengativo. Más de dos siglos antes de que Disraeli pronunciara
su discurso, Shylock reaccionó con idéntico sarcasmo ante los ultrajes
del grosero noble veneciano, cuando le preguntó si un perro podía po-
seer dinero y si un perro podía prestar tres mil ducados. Cuando le pre-
guntan de qué le serviría una libra de carne humana, el mismo Shylock
responde: "Para cebar a los peces. Alimentará mi venganza si no puede
servir para nada mejor".
Se puede hablar de "cordial ironía". Pero la expresión "sarcasmo
cordial" no resulta posible, porque el sarcasmo es tajante y mordiente y
llega al extremo de los impulsos elementales. Su carácter no es menos
primitivo cuando aparece en forma verbal. También es mortífero en las
palabras. El mismo término sarcasmo deriva de una palabra griega que
significa lacerar o mutilar. El ridículo también mata.

EL ESPIRITU ESCEPTICO
Hace poco leí un comentario cínico de Oscar Levant, quien dice
respecto a Hollywood: "Desnúdenlo de sus falsos oropeles y encontra-
rán los verdaderos oropeles que hay debajo". El aspecto psicológica-
mente interesante de esta frase dicha como al descuido no es su pene-
trante cinismo sino su introducción, o sea, el escepticismo que se niega
a dejarse impresionar por el valor aparente de las cosas y desea espiar
detrás de la fachada del fenómeno. Esta actitud prevalece en la men-
talidad judía, se trate de ideas básicas o de cuestiones insignificantes.
Este escepticismo penetrante no es producto de los tiempos mo-
dernos. Ya se observaba su presencia cuando Isaías describió al car-
pintero pagano que se había tallado un dios propio en un bloque de
madera, cuyas astillas utilizaba para preparar su comida. También esta-

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ba presente cuando Oseas se burlaba de los idólatras que sacrificaban a


los hombres y besaban a los becerros. Se manifestó en la escena amar-
gamente jocosa del Monte Carmelo, cuando el profeta lsaías desafió a
los sacerdotes de Baal: "Y aconteció al mediodía que Isaías se burlaba
de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque es un dios; quizá está ha-
blando o está persiguiendo o está en viaje, o por azar duerme, y debéis
despertarlo". (I Reyes, XVllI:27).
Esto ocurría en el siglo IX a. C. y el dios del que se hacía mofa era
Baal. Pero este espíritu no se detiene ante Jehová ni ante la religión
judía. Es evidente que vivimos el crepúsculo de la fe religiosa, y el des-
tino futuro de esta ilusión, como Freud llamaba a la religión, ya no ins-
pira dudas.
En incontables chistes judíos se toman en broma las enseñanzas del
mosaísmo y el monoteísmo. Es digno de hacer resaltar que esta misma
incredulidad se asusta de su propia audacia. Tenemos, por ejemplo, la
historia de lánkele el remendón, ateo confeso que se reía de todas las
prácticas religiosas. El Día del Perdón, lánkele aparece en la sinagoga,
reza y se golpea el pecho en señal de arrepentimiento. El sorprendido
rabino le dice: -Yo pensaba que no creías en Dios. ¿Por qué rezas? Sin
inmutarse Iánkele le contesta: -Claro que soy ateo. ¿Pero cómo podría
estar seguro de que no me equivoco?
Frecuentemente, estas manifestaciones de escepticismo son el temor
a la tentación de trasgredir los severos mandamientos religiosos, a ser
castigado por el Dios cuya misma existencia es puesta en duda. Uno de
estos relatos cómicos refiere, por ejemplo, que ltzik, que cumple las
veinticuatro horas de ayuno en el Día del Perdón, se siente torturado
por el hambre, sale de la sinagoga y entra a un restaurante. Allí le pre-
gunta a la camarera: -¿Cuánto cuesta un sandwich de queso? En ese
preciso instante estalla una tormenta eléctrica que hace temblar el edifi-
cio, y los relámpagos surcan el cielo. Itzik, aterrorizado, exclama: -Nu,
nu, ¿Acaso hay algo de malo en preguntar?
El espíritu escéptico, combinado con la avidez por la investigación,
convirtió a los judíos en enemigos de todo tipo de superstición. Esto

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empezó con un enérgico rechazo de todas las farsas y simulaciones,


como medio de defensa contra cualquiera que intentase impresionarlos
recurriendo a las ostentosas apariencias de los falsos valores. Un pro-
verbio francés proclama que no se puede engañar a los escépticos.

II
En toda religión totalmente desarrollada aparecen herejías y blas-
femias que desafían la tradición oficial y proclaman apasionadamente
que poseen una verdad más sublime. En los primeros tiempos de la
cristiandad, los cainitas afirmaban que la mortificación de la carne se
lograba precipitándose a la orgía sexual. Otra secta cristiana glorificaba
a Judas porque merced a su traición se hizo posible la salvación de la
humanidad, y sus adictos lo reverenciaban como San Judas. El judaísmo
conoce también herejías parecidas. Si hubiéramos de creer a ciertas
dogmáticas autoridades cristianas, la misma existencia del judaísmo
significa una herejía porque niega la divinidad de Jesucristo.
Algunos chistes judíos demuestran que la línea divisoria entre la fe y
la blasfemia no está marcada con mucha precisión. Más aun, prueban
que ocasionalmente se santifica la blasfemia o el sacrilegio y se repudia
la creencia tradicional. A veces el diablo cita las Escrituras y tienta al
devoto para que lo siga. En algunas oportunidades la misma duda es
puesta al servicio de la fe religiosa.
La conclusión que quiero inferir a esta altura -conclusión apoyada
por muchos chistes judíos- es la siguiente: en ciertas circunstancias el
hombre que viola la ley sagrada merece mayor estima que aquellos que
la observan fielmente. Tenemos, por ejemplo, la historia del rabino jasí-
dico del que se cree que subió al cielo en día sábado y que es sorprendi-
do mientras corta leña para una viuda pobre durante el día de descanso.
Gracias a este acto sacrílego, según se dice, ascendió aún a mayores
alturas. La caridad vence aquí a la Sagrada Torá.
Tenemos también la maravillosa anécdota del judío pobre al que le
habría gustado asistir al servicio de la sinagoga, pero no podía pagar el

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precio de un asiento para las Festividades Santas. Le pide al shames*


que está en la puerta, que lo deje entrar porque tiene que entregarle un
importante mensaje comercial al señor Eisenstein, quien se encuentra
adentro. Pero el shames, que conoce a su gente, le niega terminante-
mente la entrada con estas palabras: "Sé quién eres, ganev (ladrón, pí-
caro). Sólo quieres entrar a dávenen (rezar)". En este caso se emplea
un pretexto mundano y materialista como pantalla para que el judío
pobre pueda entrar a rezar, lo que es su deber, amén de una necesidad
emocional. Esta es, en realidad una mentira piadosa. Solo por medio del
engaño podrá satisfacer sus exigencias espirituales.
El proverbio judío sabe que los violentos remordimientos por un pe-
cado son inútiles y a veces incluso perniciosos, porque impulsan a la
repetición del acto pecaminoso. El proverbio aconseja: "Cuando comas
jazer (carne de cerdo) cuida que sea gordo". Esto significa: si pecas,
cuando lo hagas, por lo menos disfruta. Un acto prohibido que se reali-
za con remordimientos, vale por un doble pecado. Nietzsche ya co-
mentó que el remordimiento es estúpido y comparó su inutilidad con la
idiotez del perro que muerde una piedra.
Las anécdotas y los chistes judíos no son los únicos que justifican
una ocasional infracción a la Torá; la misma tradición glorifica a veces
tales violaciones a la Ley. El Talmud cuenta que Resh Lakish bendijo a
Moisés por el coraje conque rompió las Tablas de la Ley. El gran con-
ductor que vio cómo los israelitas bailaban alrededor del Becerro de
Oro, no quería que las tablas sagradas cayesen en malas manos y previo
que los hijos de Israel les darían un uso equivocado. "¡Alabado seas por
haberlas roto!". En estas historias y anécdotas se oyen voces de todas
clases que expresan duda, escepticismo e incertidumbre: a veces se trata
incluso de la Voz de las Voces.

LA VASTA RED DE LA DUDA

* Bedel.

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Hay ciertas perturbaciones neuróticas que se caracterizan por una


serie de dudas que persisten durante toda la vida mental del sujeto. Es-
tas neurosis obsesivas presentan dudas de toda clase que en su mayoría
permanecen ocultas y que salen a luz durante el tratamiento psicoanalí-
tico. Las dudas obsesivas no se refieren frecuentemente a los grandes
problemas de la vida, sino a pequeñas cuestiones de la existencia diaria.
Los contenidos inconscientes de las dudas obsesivas son múltiples, pero
en las exploraciones psicoanalíticas siempre se les puede seguir la pista
hasta unas pocas cuestiones de carácter general y reflejan los conflictos
interiores decisivos del paciente. Cualesquiera sean los blancos de estas
dudas -y son muchos- siempre se concentran en la duda en uno mismo,
que resulta de un conflicto entre las exigencias de los impulsos perso-
nales y las de la conciencia personal. Su carácter muchas veces trivial se
debe a un desplazamiento inconsciente hacia los detalles minúsculos.
Los chistes judíos se refieren con frecuencia a toda clase de dudas,
especialmente las de tipo religioso y social. Sin embargo, no son esca-
sos los chistes que manifiestan incertidumbre, desconfianza e increduli-
dad respecto de las experiencias de la vida diaria. Un ejemplo es este
diálogo en el mostrador de informaciones de una estación ferroviaria: -
¿Cuándo sale el tren para Pincew?- Todos los días, excepto los domin-
gos, a las 23.30. -¿También los miércoles? Comparen esta duda con la
del paciente neurótico que visitó un banco para preguntar cuántos dóla-
res recibiría si cambiaba cierta cantidad de billetes europeos. Después
de obtener la información tuvo que repetirle la pregunta a cada uno de
los cajeros del mismo banco porque dudaba de que la información fuese
correcta.
Otro ejemplo: un judío que viaja en un compartimiento de un tren
empieza a lamentarse súbitamente porque ha perdido la cartera. Los
otros pasajeros lo ayudan a buscarla, pero no la encuentran. Por fin, un
viajero cansado de registrar debajo de los asientos, pregunta: -¿Buscó
bien en todos los bolsillos de su abrigo? Y el judío, muy alarmado, ex-
clama: -¿Qué es lo que acaba de decir? Si comprobase que tampoco la
tengo en mi abrigo, estaría totalmente arruinado. La norma de compor-

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tamiento correspondiente, cuya característica es el rehuir la certidumbre


final, aparecerá con frecuencia en la sintomatología de las neurosis ob-
sesivas. Un paciente proyecta durante varios años escribir una novela
cuyos lineamientos ha trazado ya. Se queja de que puede escribir algu-
nos cuentos cortos y varios artículos para revistas, pero evita comenzar
la novela. Tiene muchos y variados pretextos y "racionalizaciones" para
eludir así "lo definitivo", como él lo califica. Finalmente explica que no
se atreve a pensar en escribir la novela porque si la comenzase, descu-
briría quizá que no es un verdadero escritor y se desvanecerían sus úl-
timas esperanzas. De este modo evita la certidumbre final en la misma
forma en que el viajero se sostenía para no buscar la cartera en su abri-
go. El mismo paciente compara su actitud con la de un hombre que está
enamorado de determinada joven y espera que ella comparta sus senti-
mientos, pero rehuye el trabar relación con ella porque teme no gustar-
le.

PALABRAS CHOCANTES
Una investigación sobre el humorismo judío no sería completa si no
se tomase en cuenta el grupo de chistes que se refieren a los procesos
de la evacuación intestinal y del acto sexual. Estos chistes judíos se va-
len frecuentemente de estas necesidades físicas para contrastarlas con
las reglas de la civilización occidental. Ciertos deseos físicos elementa-
les y vitales, que no están restringidos en el ghetto, aparecen en con-
flicto con las delicadezas y convenciones de otro mundo. En los chistes
judíos de este tipo no se hallará nada similar a las obscenidades de Sha-
kespeare o a la lascivia de Rabelais. Por otra parte, tampoco tienen los
rasgos de sutileza y sofisticación propios del humor francés moderno.
Para que la diferencia resulte inconfundiblemente clara, he aquí un
ejemplo. En la novela de Anatole France, La Rebelión de los Angeles,
Arcade y Gastón visitan a su amigo, el joven aristócrata Maurice, que
está enfermo. Los caballeros conversan sobre diversos problemas de
religión y filosofía. En el curso de la conversación se intercalan algunos

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comentarios obscenos que habrían hecho ruborizar, no sólo a un sar-


gento, "sino también a una mujer parisiense". En beneficio de un ex-
perimento intelectual traslademos la situación al ambiente de un ghetto.
En ese medio resultaría inconcebible hacer una comparación tan inge-
niosa como la de Anatole France y decir que los comentarios eran tan
escabrosos que habrían hecho ruborizar no sólo a un sargento, sino
incluso a una mujer judía de Tarnopol. La modestia y castidad de la
mujer del ghetto excluye una posibilidad que es muy fácil de imaginar
en la atmósfera mundana de la sociedad parisiense.
Los descarnados chistes judíos enfrentan a los hombres del ghetto
con las convenciones de la civilización occidental, especialmente en
aquellas oportunidades en las que se experimenta la necesidad de un
desahogo físico en forma de evacuación. Por ejemplo, un judío acude a
consultar a un médico y se queja: -Doctor, no puedo orinar. El médico
le ofrece una bacinilla y le pide que trate de orinar. El paciente lo hace
sin ninguna dificultad y el médico se manifiesta sorprendido de lo que el
hombre le había dicho. El judío explica: -Claro que puedo, si me dejan.
En los callejones del ghetto podía satisfacer esta necesidad sin restric-
ciones, pero ello resulta imposible en las calles de la gran ciudad.
Pertenecen a la misma esfera, o a otra muy próxima a ella, chistes
como el siguiente: El médico le pregunta al paciente: -¿Usted sufre de
flatos, señor Eisenstein? -¿Sufrir? ¿Por qué tienen que hacerme sufrir,
doctor? -pregunta el paciente, que evidentemente siente un gran alivio
cuando puede expeler ventosidades.
Estos son chistes que sólo se repiten en presencia de hombres. Me
contó uno de ellos el difunto doctor Hans Sachs. ''Cuando uno tiene seis
años, piensa que el miembro sirve sólo para orinar. Cuando tiene se-
senta, está seguro de ello". Este chiste no pertenece, en términos es-
trictos, al grupo de las humoradas propias de un pueblo, pero no titubeo
en insertarlo aquí, porque es de un tipo similar. Una observación que
me hizo un hombre de edad avanzada tiene el mismo carácter: "Cuando
uno se pone viejo, se olvida de abrocharse la bragueta; cuando se pone
aun más viejo, se olvida de abrirla".

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Chistes como estos últimos marcan ya la transición de la región uri-


naria al área sexual. También aquí hay una marcada diferencia entre los
chistes judíos cuyo origen está en el mundo del ghetto y los originados
entre los judíos que viven en las grandes ciudades. Comparemos los
ejemplos siguientes con los más modernos. Durante un pogrom, la es-
posa de un rabino es violada por un cosaco delante de los ojos de su
marido. Después, implora ella humildemente a su esposo que la perdo-
ne, asegurándole que estaba inerme y no podía impedir la violación. El
rabino reconoce que el violador era más fuerte que ella, pero pregunta:
-Sin embargo, ¿por qué meneabas el trasero?
He aquí una ingeniosa comparación tomada de la comedia Die
glücklichste Zeit, de Raoul Auernheimer. La obra, que presencié en el
Burgtheater de Viena, transcurre a comienzos de este siglo, cuando los
automóviles fueron introducidos en la sociedad austriaca. Un hombre le
dice a su amigo: -Verás, con las mujeres ocurre lo mismo que con los
coches. No tener auto es incómodo, tener auto es costoso y a veces
arriesgado. Lo mejor es tener un amigo que tenga auto. Está el cuento
del viudo judío que ya ha pasado los setenta, y que decide casarse sin
atender las objeciones de sus hijos adultos. Consulta a un médico que le
certifica su buen estado de salud. El hijo mayor le pregunta entonces
qué ha dicho el médico acerca de las relaciones sexuales y el anciano
responde: -El doctor recomienda un contacto semestral-, y agrega
¿Cuántas veces por semana es eso? El diálogo siguiente refleja ya la
vida en la América actual: -¿Tú realizas viajes de negocios a París?
¿Cuánto gastas allí por semana? La respuesta es: -Eso depende: Cuando
llevo a mi esposa, me cuesta unos cuantos cientos de dólares. Cuando
voy solo, unos cuantos miles.
En el Fausto de Goethe, Mefistófeles dice: "Junto a los castos oídos
uno no se atreve a mencionar aquello sin lo cual los castos corazones
no puedan pasarse". El humorismo judío se atreve a decir estas cosas
chocantes, a veces en estilo culto y a veces en forma grosera.

LAS CARAS DE LA VERDAD

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Es muy significativo que los chistes judíos eludan ciertos temas de


mofa. El descubrir la ausencia de estos temas ayudará a veces, más que
cualquier otro enfoque, al observador que trata de comparar los rasgos
distintivos de los judíos con los de otros grupos. Los chistes judíos casi
nunca hacen burla, por ejemplo, de los defectos o fallas físicas, casi
nunca se mofan de las deformidades corporales, ni de la fealdad. La
belleza está en los ojos de quien contempla, y otro tanto ocurre con la
fealdad. Este pueblo no tiene chistes crueles o enfermizos. Permítaseme
comparar, por ejemplo, este humor con el de los bonachones vieneses,
quienes se ríen a veces de los dolores físicos utilizando frases humorís-
ticas judías. Tomemos la anécdota de los dos mozos de cordel que de-
ben trasportar un piano. En la escalera, el piano resbala y cae sobre el
pie de uno de los hombres, que lanza un grito de dolor. El otro le pre-
gunta: -¿Desde cuándo eres tan delicado? (En la jerga vienesa original:
¿Seit wann bist'denn so haklig?).
Es muy poco probable que uno encuentre chistes parecidos entre los
judíos, ni siquiera entre los estibadores judíos del puerto de Salónica.
Pero aun los mismos temas que proveen motivos para los chistes y
las burlas universales son tratados en forma distinta por el humor judío.
Se ha dicho que nada es tan resistente como un hecho, ni tan tenaz o
difícil de rebatir. El humorismo hace lo aparentemente imposible cuando
pone en duda la naturaleza de la verdad y demuestra su relatividad.
Sin embargo, aun en esta duda audaz hay sutiles diferencias entre
los chistes de los judíos y los de otros grupos. Tomemos la siguiente
anécdota francesa: En un salón de París varias damas discuten la edad
del autor teatral Alfred Capus. Pocos días después del estreno de una
de sus comedias, una dama comenta: -Tiene el aspecto de un hombre de
cuarenta años. -No -exclama otra con vivacidad-, ya tiene cuarenta y
cinco. Y una tercera dice: -Ustedes están bromeando; apenas tiene
treinta y siete. En ese preciso instante entra al salón el autor de La Vei-
ne y una de las damas decide interrogarlo directamente. Después de
haber presentado sus saludos a la anfitriona, el comediógrafo se acerca
al grupo y le plantean la pregunta: -Le pareceremos muy indiscretas,

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Monsieur, pero acabamos de hacer una apuesta. ¿Que edad tiene usted?
Capus las mira y les contesta amablemente: -Mesdames, eso depende de
vuestras intenciones.
Naturalmente, en un primer momento esta respuesta parece tonta,
porque la edad o la cantidad de años constituye un hecho objetivo. La
contestación del escritor resulta totalmente inesperada, pero suponemos
que lleva implícito que la curiosidad de las mujeres tiene un oculto ca-
rácter sexual. La frase tiene las propiedades específicas de los chistes
parisienses y está acuñada al estilo francés. Es legítimo dudar seria-
mente de que los chistes de este tipo pudieran florecer en el ambiente
del ghetto judío.
Cuando llega el momento de tener que hacer frente a la verdad, ¿es
la verdad la que enfrentamos? Este es el problema que surge aquí, y el
humorismo judío lo plantea una y otra vez. En cierta oportunidad vi una
ilustración en la que un hombre le decía impacientemente a su amante:
-¡Deja de mentir! ¡Ya te creo! Sabemos que los mortales no estamos
hechos para aceptar la verdad íntegra cuando la reconocemos como tal;
sin embargo, ¿podemos aceptar y admitir una mentira, aunque veamos
claramente que se trata de una tergiversación? Esto es precisamente lo
que hace el hombre cuando le pide a la muchacha que no siga mintiendo
porque él ya cree sus embustes. Según esta frase, uno puede aceptar sin
discusión una mentira siempre que desee fervientemente creer en ella.
La verdad tiene muchas caras; ocurre otro tanto con la mentira.
Ocasionalmente la verdad puede disfrazarse de embuste, como ocurre
en la anécdota de los dos judíos que se encuentran en una estación de
ferrocarril, en Galitzia. Uno pregunta: -¿A dónde viajas? -A Cracovia -
responde el otro. ¡Un momento, grandísimo mentiroso! -exclama el
primero con tono indignado. -Cuando dices que viajas a Cracovia, en
realidad quieres que yo crea que estás viajando a Lemberg. Bien, pero
estoy seguro de que viajas verdaderamente a Cracovia; ¿qué necesidad
tienes pues de andar con embustes? Freud, que analizó la técnica de
esta "preciosa historia" en su libro sobre el humorismo, señala que el
chiste demuestra la inestabilidad de una de nuestras ideas más arraiga-

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das. No basta decir la verdad si no se tiene en cuenta la mente del in-


terlocutor. Uno debe preocuparse también por la forma en que el es-
cucha interpretaría las palabras que se le dicen y por la forma en que
reaccionará ante ellas. Este grupo de chistes no ataca a una persona o a
una institución, sino a la certidumbre de nuestro conocimiento, a la na-
turaleza de la verdad misma.
Pero si es así, ¿las dudas no se extinguirán nunca? Si todas las afir-
maciones de los otros seres humanos se tornan inciertas, el escepticismo
extremo no se detendrá ante la palabra de Dios, y la veracidad de Su
revelación podrá ser discutida.

REDUCCION A LA LOGICA
Muchos autores que se ocupan de los chistes judíos citan una reco-
pilación que Alexander Moszkowski publicó hace casi cuarenta años,
con el título de Der jüdische Witz und seine Philosophie. El autor no se
limitó a reunir los chistes, sino que también trató de configurar una filo-
sofía del humorismo judío. Afirmó que los judíos constituyen el pueblo
ingenioso por excelencia, que son ingeniosos como pueblo, y designó al
chiste judío como "el soberano" de todos los chistes. A su juicio, "la
noción del humorismo judío desemboca en un pleonasmo, en una tau-
tología, porque los elementos básicos de esta noción son inseparables.
Lo que determina la naturaleza del humorismo, que es el contraste,
constituye también el signo distintivo del judaísmo, en lo bueno y en lo
malo, en su significado elegiaco y cómico. El inflamado sistema de pen-
samiento, que emite chispas de ingenio, se desarrolló en el martirio de
este contraste".
El amor es ciego, incluyendo el amor por el propio pueblo. Con la
misma justificación con que Moszkowski declaró que el humorismo
judío constituye el soberano de todas las variedades de humorismo, los
franceses atribuirán este mérito a "l'esprit" y los británicos destacarán
las sobresalientes cualidades de sus satíricos, desde Jonathan Swift
hasta G. Bernard Shaw. No criticaremos el estilo metafórico de Mosz-
kowski y su artificial emoción ("El inflamado sistema de pensamiento,
que emite chispas de ingenio, se desarrolló en el martirio de este con-

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traste"), sino que nos limitaremos a manifestar que en tanto que la re-
copilación de chistes judíos tiene una gran riqueza, su filosofía es deci-
didamente pobre.
Hay oportunidades en las que todas las reglas de la lógica son ridi-
culizadas. Por ejemplo, cuando el tímido judío dice: -Sí, ya sé que el
perro que ladra no muerde, ¿pero acaso también lo saben los perros?
Más aún, hay situaciones en las que la realidad excluye la aplicación de
la lógica, como ocurre por ejemplo en la historia del soldado judío heri-
do de muerte. Un sacerdote católico se acerca a él y le muestra una
cruz con el Cristo. -¿Sabes lo que significa esto? -le pregunta. Pero el
soldado responde: -¡Tengo una bala en el estómago y él viene a plan-
tearme una charada! El efecto jocoso está claramente ligado a un ataque
al cristianismo.
Pero queríamos discutir el papel que la lógica, como tema, des-
empeña en los chistes judíos. Tenemos un excelente ejemplo en el
cuento del rabino que ha perdido sus anteojos y los encuentra a través
de un largo, muy largo rodeo. La concatenación de sus razonamientos
(que aquí está abreviada y traducida del ídish) es la siguiente: "Puesto
que los anteojos no están aquí, tienen que haberse escapado o alguien
se los llevó. Es ridículo, ¿cómo podrían haberse escapado? No tienen
piernas. Puesto que alguien debe de haberlos robado, tiene que tratarse
o de una persona que tiene anteojos o de alguien que no los tiene. Si
fuera una persona que ya tiene anteojos, no se habría llevado los míos.
Si se los llevó alguien que no tiene anteojos, será que no ve sin ellos. Si
no tuviese gafas y viese, ¿para qué necesitaría las mías? Debe de ser
alguien que no tiene anteojos y tampoco ve. ¿Pero si no tiene anteojos y
no ve, cómo pudo encontrar los míos? Puesto que no se los llevó al-
guien que tuviese anteojos y viese, ni se los llevó alguien que no tenía
anteojos ni veía, y puesto que no se fueron solos porque no tienen pier-
nas, los anteojos deben estar aquí. Pero yo veo que no están aquí. ¿Dije
que veo? Entonces tengo anteojos. ¡Puesto que tengo anteojos, deben
ser los míos o los de otra persona! ¿Pero cómo es posible que los an-

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teojos de otra persona estén sobre mi nariz? Y puesto que no pueden


ser anteojos ajenos, tienen que ser los mios. ¡Acá están!".
La cadena de agudas preguntas que el rabino se plantea y contesta
con perspicacia aplicando siempre en forma estricta el principio lógico
de la tercera posibilidad excluida, lo condujo finalmente a encontrar
sobre su nariz los anteojos perdidos.
En este caso y en otros muchos similares, no es el triunfo de la lógi-
ca o el éxito de una mente ingeniosa lo que nos hace reír, sino el exage-
rado esfuerzo intelectual y lo que hay detrás de él.
Esta breve historia nos demuestra pues cómo se realiza un tremendo
desgaste mental para arribar a un resultado que podría obtenerse por
simple percepción o por una ruta intelectual mucho más breve. Enten-
demos que el rabino inmensamente sabio aplica en su búsqueda de los
anteojos la forma típica de razonamiento deductivo que aprendió en el
estudio del Talmud. Detrás de la fachada cómica se oculta la burla al
tremendo esfuerzo intelectual dedicado al estudio del Talmud y de otros
textos de la ley, y a las discusiones que abundan en sutilezas y sofismas.
La argumentación empleada en la búsqueda de los anteojos no difie-
re esencialmente de la forma de discusión detallada y exhaustiva en
cuanto a si se puede comer un huevo puesto en sábado, o si está permi-
tido levantar una astilla de leña en ese día, y otras cuestiones por el es-
tilo. Este estudio, cuyos métodos lógicos aplica el rabino de nuestro
cuento, enfilaba hacia ideas que en una época tuvieron gran importancia
para la religión y la ley judías, y que son insignificantes para nosotros y
para el mundo donde vivimos. El respeto que nos inspiran otros logros
intelectuales judíos de este tipo, ha desaparecido como consecuencia de
la pequeñez de las causas por las que se ha efectuado esta labor inte-
lectual.
Sin embargo, aún este relato humorístico encierra una oculta lección
para los gentiles que atacan la literatura religiosa y legal de los judíos
sin tener la menor noción acerca de la multiplicidad y variedad de temas
que entran en su estudio, ni de las muchas huellas indelebles que deja-
ron en el pensamiento y los sentimientos de este pueblo que, despojado

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de tierra y sin suerte alguna, llevaba consigo su país portátil en la forma


de un libro. Es como si esta anécdota quisiese decir: "Quizá estén en lo
cierto, todo este estudio es ahora superfluo y anticuado. Es inútil y
constituye un ridículo desgaste mental, ¿pero comprenden que ésta es
también una rígida escuela de pensamiento, de precisión lógica y ver-
bal?". El escaso respeto con que se trata en esta historia la dialéctica
talmúdica es compatible con un gran orgullo subyacente por sus exce-
lentes cualidades y por sus ventajas, ocultas a los ajenos.
El duque de Wellington dijo que la victoria de Waterloo se obtuvo
en los campos de juego de Eton. Las numerosas victorias intelectuales
de los sabios y estudiosos judíos modernos fueron alcanzadas en las
escuelas talmúdicas, las ieschivot de Europa Oriental donde ellos, o
mejor dicho sus antepasados, estudiaron.
La tradición bíblica y talmúdica se prolonga en las metáforas con-
tundentes y las comparaciones festivas de los tiempos modernos. He
aquí un ejemplo: "La vida se parece a una camisa de niño: corta y llena
de excrementos". Algunas reflexiones sobre el mismo tema parecen
querer anticiparse a la filosofía existencial, y caricaturizarla.
Escuchemos esta exclamación: "La vida es terrible. Piensen en cómo
uno se acuesta muy sano por la noche y a la mañana siguiente se des-
pierta muerto".
En algunas frases de este amplio género la profundidad hace una pi-
rueta y termina por convertirse en un disparate. Tomemos, por ejemplo,
esta meditación: "La vida se parece a un puente colgante". ¿Por qué? -
pregunta alguien. -¿Y como quieres que lo sepa? -es la respuesta. Esto
constituye desde luego una autocaricatura y toma a burla las pretendi-
das reflexiones filosóficas. Comparemos el ejemplo anterior con otro de
origen francés. El comediógrafo Alfred Capus se encuentra con un
hombre que le explica, como si éste fuera el resultado de una larga y
profunda meditación: Mi estimado Capus, todo está en todo". Y el es-
critor le responde: "Y viceversa". El adverbio se trasforma aquí en un
comentario ingenioso. La diferencia entre este tipo de esprit y los casos
análogos judíos reside en que el sarcástico rechazo de la falsa profundi-

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dad es atribuido en el ejemplo francés a otra persona, en tanto que el


judío mismo se mofa de sus oscuras especulaciones filosóficas.

III
-¿Por qué los judíos responden a una pregunta con otra pregunta? -
inquiere un gentil. -¿Por qué no habríamos de responder con una pre-
gunta? -contesta el judío. Esto parece cómico, pero nadie ha tratado de
explicar -que yo sepa- esta peculiaridad judía. Es fácil referirse a la mo-
dalidad de los debates talmúdicos, que a veces producen la impresión de
un juego de preguntas, respuestas y nuevas preguntas. Pero ésta no es
una explicación sino más bien un nuevo motivo para plantearse el inte-
rrogante.
Quizá la semántica nos ofrezca una pista significativa. Decimos que
disparamos, lanzamos, descargamos preguntas contra alguien; que tur-
bamos, aguijoneamos, humillamos a alguien con preguntas, y a veces el
término "interrogatorio" es empleado como sinónimo de "tormento".
En la época medieval, la tortura era designada como interrogatorio
("Peinliche Frage").
Sólo podremos llegar a una explicación satisfactoria de esta pe-
culiaridad a través de la aplicación de métodos psicológicos. Ciertas
experiencias realizadas en la práctica psicoanalítica nos enseñaron que
un tipo determinado de pregunta repetida por el paciente tiene con fre-
cuencia un carácter inconsciente de agresión disimulada como si el pa-
ciente quisiese poner a prueba o turbar al psicoanalista. Estas preguntas
se aproximan a veces a una especie de ataque velado.
En estos casos la mejor táctica consiste en devolver la pelota por
encima de la red, en contestar, por ejemplo, dentro del estilo de "¿Y
qué piensa usted de eso?" Hay, además, casos neuróticos que reaccio-
nan con desconfianza ante cada pregunta. A uno de mis pacientes, un
conocido con el que se había encontrado en la calle le inquirió: -¿Qué
anda haciendo ahora? Esto le hizo sospechar que la pregunta estaba
dirigida a averiguar si todavía se seguía masturbando. Dejando de lado
estos casos patológicos, muchas personas consideran que las preguntas,
aunque no sean de tipo personal, constituyen una intromisión.

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En bastantes mitos, cuentos fantásticos y relatos populares, el tema


de la pregunta aparece en forma de la proposición de un enigma. Desde
el enigma de la Esfinge hasta Turandot de Schiller se repite el caso de
una figura femenina que plantea una adivinanza y mata al hombre que
no puede resolverla. No se puede poner en el carácter agresivo de este
tema40.
Si volvemos ahora al chiste de la contrapregunta del judío. -¿Por
qué no habríamos de responder con una pregunta?- ya no resultará difí-
cil explicar esta faceta del comportamiento social. El carácter crítico o
agresivo de la pregunta es innegable. El judío responde a su vez con
otro interrogante, como si éste fuese no sólo una defensa sino también
un contraataque. Para decirlo en términos vulgares, le paga al gentil con
su propia moneda.
Ahora, al estudiar nuevamente el problema, vemos que éste revela
su carácter. El judío sospecha que cada pregunta encierra. un ataque
franco o encubierto y toma las medidas adecuadas para la autodefensa o
para devolver la agresión. Siente que está sometido a la presión de de-
terminadas normas a las que debe adaptarse. Estos valores le resultan
ajenos y se siente escudriñado por el interrogatorio. En estas cir-
cunstancias, su cautela se trasforma fácilmente en desconfianza. Así,
sospecha que la pregunta encierra hostilidad, y con frecuencia está en lo
cierto. Esta agresión real o supuesta del gentil sólo se refiere al com-
portamiento social del judío. Pero a veces hay algo más en juego. Ser o
no ser: éste es el dilema para el judío.

LO PARADÓJlCO
La discusión del uso y abuso de la lógica constituye quizá el mo-
mento oportuno para mencionar la noción de "paradoja", o sea una
afirmación que puede ser cierta, pero que parece encerrar dos signi-
ficados opuestos. En la literatura talmúdica y postalmúdica abundan
estas afirmaciones paradójicas, y cualquier colección de chistes judíos

40 Me ocupé de este tema en The Secret Self, Nueva York, 1952

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incluye una variada gama de las mismas. Lo paradójico parece ser a


menudo la antítesis de la razón, y, a primera vista, crea a veces la im-
presión de lo antinatural y disparatado. Sin embargo, se revela con fre-
cuencia como una verdad oculta o que contradice todas las formas con-
vencionales del pensamiento. Me parece que una de las características
esenciales de la paradoja es su índole sorpresiva. Puede ser grosera o
sutil, divertida o dolorosa, incluso cruel, frívola o seria, Pero tiene que
ser sorpresiva o pierde sus cualidades. Este rasgo distintivo es más im-
portante que su atributo lógico o ilógico. Hay emociones y experiencias
paradójicas. He aquí un ejemplo de un sentimiento paradójico que pare-
ce contradecir todas nuestras ideas sobre la actitud judía típica. El pe-
queño Moritz ve una película histórica que muestra las persecuciones
primitivas a los cristianos. Durante una escena en el circo romano, en la
cual muchos cristianos son arrojados a los leones, Moritz estalla en
sollozos y le dice a su madre: -¡Mira a ese pobre Ieón que está allí... no
tiene ningún goy para comer! Bajo la máscara de la piedad que le inspi-
ra la fiera abandonada, se manifiesta un viejo odio y una crueldad re-
primida contra los gentiles. Aflora aquí, sorpresivamente, y llega a la
superficie emotiva.
La escena del circo me recuerda otra historia en la cual sale a luz un
sentimiento paradójico o completamente inesperado. Un viejo judío es
llevado al circo, donde ve a un acróbata que cuelga con las piernas de
un elevado trapecio, cabeza abajo y tocando el violín. En lugar de admi-
rar al acróbata, el espectador comenta: -No es un Mischa Elman. Esta
sorpresiva afirmación demuestra que el judío no se siente muy emocio-
nado por el espectáculo, o que por lo menos se niega a manifestar este
sentimiento. Quizá sea oportuno añadir aquí que los judíos del ghetto se
asustan con facilidad, pero que casi nunca se muestran turbados.
Con la libertad propia de las asociaciones de ideas, al hablar de los
violinistas recuerdo una frase de un escritor neoyorquino. Este amigo
de la buena vida comentó: "La única de las festividades judías que ob-
servo son los conciertos de Jascha Heifetz". Esta acotación casi sacríle-
ga coloca a los conciertos del celebrado violinista en el lugar de las fes-

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tividades religiosas de los judíos, y expresa que una función ofrecida


por este artista es presenciada por sus admiradores judíos con el mismo
espíritu reverente con que antes asistieron a las ceremonias de la sina-
goga. Por así decir, reúne a los judíos en una nueva colectividad o co-
munidad.
Acaso se me permita intercalar aquí algunos comentarios que hizo
Freud en una conversación conmigo. Discutíamos el caso de un pa-
ciente norteamericano que Freud me había pasado. El matrimonio de
este hombre parecía un fracaso hasta que su hijo mayor fue atacado por
la parálisis infantil y murió. Conmovidos por este trágico suceso, mari-
do y mujer se reconciliaron y volvieron a unirse. Freud, que escuchaba
atentamente mi informe, comentó secamente: "Los caminos del Señor
son inescrutables, pero pocas veces agradables".
Durante el período de los tumultos políticos, en los últimos años de
la república austriaca, Freud nos dijo a sus discípulos vieneses que de-
bíamos proceder con cautela en el tratamiento de los pacientes que fue-
sen fanáticos de extrema derecha o extrema izquierda. El color simbóli-
co del partido Socialista era el rojo, y el del reaccionario partido Católi-
co era el negro. Freud comentó que no era necesario ser "rojo o negro.
El hombre debe tener el color de la carne".
Volviendo al libro de Alexander Moszkowski, mencionado antes,
digamos que este autor trata de demostrar que la base de los chistes
judíos es la lógica. Moszkowski supone que por medio de sucesivas
deducciones de las posibilidades se arriba en forma precisa a una idea
central. Esta reducción concéntrica de los círculos lógicos nos obliga a
hallar la idea central con precisión matemática.
Pero esta interpretación del chiste judío se limita a describir la cás-
cara mientras deja intacta la.pulpa. El goce esencial del "escucha" no
proviene de una inferencia lógica. Este placer existe, pero tiene las ca-
racterísticas de un preplacer y en cierto modo oculta las fuentes más
profundas de la satisfacción. Comparemos, por ejemplo. este tipo de
satisfacción con la que deriva de la elegante solución de un problema
matemático o con el placer que se obtiene al seguir un sistema de de-

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finiciones, axiomas, corolarios, etc., tales como los ofrecidos en el sis-


tema de la "Etica" de Spinoza. La complacencia que se experimenta al
examinar procedimientos lógicos o matemáticos se diferencia mucho
por su cualidad de la que se obtiene al compartir un chiste. Es obvio
que el placer que sentimos está determinado por las premisas emotivas
del chiste.
Una interpretación que presta atención sólo a la fachada lógica y no
toma en cuenta los procesos emotivos inconscientes no atraviesa la su-
perficie y no reconocerá la esencia de la humorada. Permitan que les
recuerde la historia del judío que, cuando le preguntaron si era cierto
que lo habían abofeteado en las calles de Krotoschin contestó: "¡Kro-
toschin... vaya lugar!". Tal como Moszkowski apunta con justicia, hay
una transferencia del hecho a la localidad, y como él dice, es cierto que
ésta es la única correlación que promete una ventaja a la persona abo-
chornada. ¿Pero se agotan los estratos profundos del chiste cuando se
nos dice que las características desagradables del hecho "se desvanecen
ante la idea prevaleciente de que no se puede tomar en cuenta ese lugar
como ciudad comercial"?
¿El efecto especial del chiste no está condicionado por nuestra iden-
tificación inconsciente con la persona castigada y con la venganza que
ésta se toma al rebajar la ciudad y a sus habitantes? Entendemos que el
significado de esta reacción es típico en cuanto a los judíos, y compren-
demos que la única arma de la que disponen contra la brutalidad de un
medio ambiente poderoso es un desprecio feroz y amargo por la violen-
cia de la turba.
Es indudablemente cierto que en algunos chistes judíos se puede re-
conocer con nitidez un gran orgullo por el poder intelectual, y espe-
cialmente por el pensamiento lógico. Sin embargo, es igualmente cierto
que en muchos de ellos se zahiere y se ridiculiza cierto tipo de lógica
talmúdica. Es verídico que el humorismo judío se ocupa a menudo de
los usos y abusos de la lógica, pero no se interesa verdaderamente por
los problemas puramente intelectuales. Estos forman a veces la fachada
de los chistes que van "al fondo del problema".

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LA CREENCIA EN LA OMNIPOTENCIA DEL PENSAMIENTO

I
Muchas veces hemos confesado que los poetas previeron una buena
parte de los conocimientos que los psicólogos adquirimos posterior-
mente a través de laboriosas investigaciones empíricas. Pocas veces se
ha notado que el humorismo contiene también con frecuencia una per-
cepción psicológica que generalmente es difícil de alcanzar. Este cono-
cimiento anticipado de los procesos emocionales y mentales -conoci-
miento anticipado que, claro está, es de un tipo especial- va de la esfera
de lo inconsciente, que puede llegar a sernos familiar, al área de lo re-
primido, que nos resulta extraño y a veces hasta pavoroso.
Para descubrir esa realidad oculta del humorismo -con frecuencia
olvidamos que el humorismo y la sabiduría están emparentados- es
necesario espiar por cierto detrás de la fachada del chiste y analizar su
significado latente. Uno de los fenómenos físicos inconscientes que se
convirtió en tema de los chistes judíos es la creencia en la omnipotencia
de un pensamiento o deseo. El psicoanálisis sostiene que incons-
cientemente tenemos una confianza inmensa en el poder de nuestros
propios procesos emotivos y que seguimos suponiendo que nuestros
deseos gobiernan el curso de los acontecimientos en el mundo exterior.
Esta creencia primitiva en el poder de nuestro pensamiento se origina en
el mundo del niño, quien al principio está convencido de que todo lo
que desee se cumplirá.
El humorismo judío hace mofa a veces de esta superstición, pero en
ciertos casos confirma su existencia y su eficacia. Tomemos, por ejem-
plo, la historia dialectal, también citada por Freud, que se refiere al muy
conocido rabino N., quien en una oportunidad estaba sentado en la si-
nagoga de Cracovia y de pronto lanzó un grito. Cuando sus discípulos,
angustiados, le preguntaron por qué aullaba de ese modo, respondió: -
¡En este preciso instante acaba de morir en Lemberg el gran rabino L.
La congregación se puso luto por el famoso rabino. Los viajeros de

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Lemberg que llegaron a la ciudad al día siguiente, no sabían nada acerca


del fallecimiento de su rabino. finalmente se tuvo la certeza de que no
había muerto cuando el rabino N. de Cracovia captó telepáticamente su
defunción, y de que seguía con vida. Un judío de Lemberg aprovechó lo
sucedido para burlarse del rabino de Cracovia ante uno de sus discípu-
los. -Tu rabino hizo un papel de grandísimo tonto cuando vio morir al
rabino L. de Lemberg. Nuestro rabino sigue con vida. -Esto no importa
-respondió el discípulo. -¡El Kuck (la visión) desde Cracovia hasta
Lemberg sigue siendo maravillosa !".
Naturalmente, esto significa que la telepatía, como tal, es admirable,
sin que importe que sus resultados correspondan o no a la verdad. Acá
tenemos un evidente error sofístico, puesto que el valor de la fantasía y
el de la realidad material son puestos en pie de igualdad. Se trata de un
chiste cínico o crítico que ataca la creencia en los milagros que floreció
en los círculos jasídicos de la Europa Oriental. Todavía nos sirve como
prueba de la tenacidad de esta creencia, aun en aquellos casos en que la
realidad la contradecía. Los restos de la superstición sobreviven incluso
cuando hay que hacer frente a la verdad. Freud destaca este hecho, pero
no creo que su comentario llegue a las profundidades de este chiste.
El psicoanalista tiene que tomar en consideración otro aspecto, psi-
cológicamente más importante. Es obvio que la explicación del dis-
cípulo que figura en la historia constituye una reacción al intento de su
interlocutor de mofarse de la fe supersticiosa en los poderes mágicos de
su rabino. Esta respuesta es algo más que una ingenua confesión del
deseo de conservar la superstición. El discípulo no aguanta el ataque
con las defensas bajas sino que dice: -Sin duda, el rabino de Lemberg
está todavía vivo, a pesar de que mi rabino lo ha visto muerto. ¿Pero
qué me cuenta del hecho de que haya presenciado su muerte? La admi-
ración por el Kuck desde Cracovia hasta Lemberg tiene su significado
psicológico, más allá del problema de la fe en los milagros.
En la expresión de los procesos inconscientes esta respuesta sig-
nifica: ¿qué odio intenso bulle en mi rabino contra su colega de Lem-
berg, qué terribles tempestades secretas rugen en él, para que pueda

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asistir a la muerte del otro hombre desde una distancia tan grande y con
nitidez visionaria?
Aquí tenemos entonces la sustancia, psicológicamente interesante de
ese chiste judío. La visión del rabino se convierte en una manifestación
de un deseo inconsciente de que el rival desaparezca. Lo que se piensa y
desea aparece como un hecho terminado, igual que en un sueño.
Los psicoanalistas han descubierto que la intensidad de esta fe en el
poder de los propios deseos depende también del arraigo de los impul-
sos que la despiertan y la mantienen. Aquel discípulo podría haber con-
testado: -No tiene importancia que el rabino de Lemberg siga con vida.
En realidad ya está muerto. El poder del deseo de mi rabino lo ha mata-
do.
El contexto de la respuesta es importante. Es la reacción del dis-
cípulo a las burlas de su interlocutor. Cuando uno deja de lado el con-
tenido manifiesto del comentario y la respuesta, y toma en considera-
ción su significado oculto, muchas veces ignorado aun por la persona
que habla, se reconocerá el carácter amenazante de la reacción. Desde
este punto de vista, la respuesta del discípulo significa: -¡Cuidado con-
migo! Yo soy alumno del rabino que es tan poderoso cuando odia! El
chiste sacrifica al rabino de Cracovia como telépata, pero prueba la in-
tensidad de sus emociones e impulsos. En la historia, se le admira por
su capacidad de odiar.

II
Ahora estamos buscando otro ejemplo de humorismo, un ejemplo
que ponga de manifiesto otra emoción intensa en relación con la creen-
cia primitiva en la omnipotencia de la mente. Los judíos polacos se ha-
llan en la cuarta galería de la Opera de Viena y están fascinados por la
diva Marie J., famosa por su voz maravillosa y por su seductora belleza.
Durante el intervalo dice uno de ellos: -Me gustaría volver a acostarme
con J. -¿Cómo? -le pregunta su sorprendido amigo- ¿Ya te acostaste
una vez con ella? -No, pero ya deseé hacerlo...
También aquí las ilusiones están encaradas como si fuesen hechos
reales, pero en este ejemplo es más comprensible dicha relación que la

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presentada en la anécdota del rabino telépata. El deseo que sólo podía


ser satisfecho en la fantasía era tan intenso que se lo concebía como
idéntico a la realidad, con cierta justificación subjetiva por parte del
devoto. Para el hombre locamente enamorado y su ardiente deseo los
sueños de contacto sexual tenían características tan reales que casi no
podía distinguir la distancia que los separaba de los hechos. El efecto
equivalía a haber gozado ya de los favores de la mujer admirada, porque
ya había imaginado vívidamente esta circunstancia. Este es un caso de
identidad entre la fantasía y los hechos.
Otro ejemplo nos conducirá más allá de la faceta presentada acá y
seguirá la pista de la fe en el poder de los propios deseos hasta el área
donde toma la forma de la fe en el poder de la palabra. Hay que agregar
la magia de las palabras pronunciadas a la magia de la imaginación. Isi-
dor Mayer sufre una apoplejía mientras juega a las cartas en una cafete-
ría, y muere. Se produce una gran confusión entre los presentes y deli-
beran sobre cuál de ellos deberá comunicarle la terrible noticia a la se-
ñora Mayer. Por fin, le confían la misión a uno de los participantes en la
partida. Al llegar al departamento, el portador de la triste nueva saluda:
-¿Cómo se encuentra, señora Meyer? Sólo quería informarle que hoy su
esposo estuvo jugando a los naipes en la cafetería y perdió una suma
muy importante. -Ojalá le diera un síncope- grita la señora Meyer, in-
dignada. -Ya le dio- se apresura a decir su visitante.
Aquí se establece el contraste entre los deseos que expresamos dia-
riamente, sin tomarlos en serio, cuando estamos irritados, y el verdade-
ro significado y trascendencia de las palabras que empleamos. ¿No se
experimenta la impresión de que las palabras de la mujer, al ser pronun-
ciadas, se hubieran convertido en realidad, como ocurrió con las del
Creador en el Libro del Génesis? Su esposo había muerto casualmente
un rato antes, pero el chiste encara con espíritu juguetón la posibilidad
fantástica y fantasiosa de que hubiese fallecido como consecuencia de
los malos deseos de su esposa.
El contraste entre este deseo expresado en forma apresurada y sin
titubeos y la macabra realidad no desembocaría en un chiste si no supié-

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semos que en la mujer se produce otro conflicto. detrás de la vehemen-


cia de los furiosos impulsos a los que, por así decir, se les atribuye mo-
mentáneamente el poder de convertirse en realidad, podemos presupo-
ner la existencia de sentimientos afectuosos de la esposa hacia su ma-
rido. El humorismo reside en el afloramiento de impulsos, afloramiento
del que se desprende que nuestros anhelos, a menudo contradictorios
entre sí, tienen una intensidad y potencia particulares.
En este y otros chistes de tipo parecido, la situación excepcional que
constituye la premisa del humor se aproxima a otra forma artística que
parece muy remota: concretamente, el cuento de hadas. El deseo se
convierte en realidad apenas es expresado, y hasta cuando es apenas
elaborado. Acaso recuerdan ustedes el cuento de hadas de los tres de-
seos: en un momento de turbación, un hombre desea que una salchicha
cuelge de la nariz de su esposa, y debe utilizar el único deseo restante
para sacarla de allí.
En los chistes del género antedicho observamos con escalofriante
claridad, los daños potenciales que causaríamos si nosotros, que somos
inconstantes y estamos solicitados por deseos tan violentos, obtuviése-
mos realmente un poder absoluto sobre los acontecimientos mundiales.
Todos somos asesinos, pero no todos cometemos asesinatos... excepto
con el pensamiento.
No resulta sorprendente que el chiste judío, que zahiere la fe en la
omnipotencia del pensamiento, la admita sin embargo en cierta medida.
El mismo humorismo pertenece al gran puente de creaciones materiales
que conduce de las neurosis a los sueños y a las diversas formas de arte,
de las fantasías del demente a la vida diaria. Al igual que estos produc-
tos de la imaginación, reniega -aunque sólo sea por una fracción de
segundo- de la desagradable realidad que debemos enfrentar, o trata de
mejorarla en el nivel del pensamiento. Además, y finalmente, cuando el
humorismo se burla de la fe infantil que personas adultas depositan en la
omnipotencia del pensamiento, no puede dejar de reconocer -aunque
sólo sea a regañadientes- las emociones que dan origen a esta fe: la
fuerza del odio y el poder del amor.

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La fe en el poder del pensamiento no se expresa sólo en los chistes.


Todavía subsisten entre los judíos orientales manifestaciones más sutiles
de estas supersticiones. Se pueden encontrar resonancias de éstas en sus
costumbres y en proverbios de la vida diaria. Se cuenta la historia del
anciano judío que se presenta como testigo en un tribunal. El juez le
pregunta:
-¿Cuántos años tiene, señor Eisenberg?
-Setenta y dos hasta los cien -responde el testigo.
-¿Qué significa eso de hasta los cien? ¿Cuántos años tiene en reali-
dad? -inquiere el juez, sorprendido.
El hombre repite la misma información. El juez empieza a im-
pacientarse, pero el abogado de la defensa interviene:
-Señor juez, permita que yo interrogue al testigo. ¿Cuántos años
tiene hasta los cien?
El señor Eisenberg responde: -Setenta y dos.
Naturalmente, la frase "hasta los cien" es una fórmula supersticiosa
popular y está dirigida contra los malos deseos potenciales del interlo-
cutor. Como medida de defensa similar a las que se aplican contra el
mal de ojo, esta fórmula debería impedir que otros deseen que la vida
de la persona en cuestión se abrevie. Al pronunciar la fórmula "hasta los
cien", el judío se protege contra los malos pensamientos que podrían
reducir su período posible de vida, expresando el deseo de vivir hasta
los cien años.
El perspicuo abogado no practicó la magia cuando interrogó al ju-
dío, agregando esta fórmula "hasta los cien"; sólo se limitó a utilizar la
idea supersticiosa para obtener la respuesta correcta.

MALDlClONES CÓMICAS
La historia de la señora Meyer, citada en un párrafo anterior, parece
confirmar la confianza inconsciente en el poder mágico de la palabra.
Como lo demuestra el Antiguo Testamento, esta convicción era parte
integral de la religión hebrea y su manifestación más clara residía en la
fe en la inevitable eficacia de las bendiciones y maldiciones. La maldi-
ción era una plegaria o invocación para que la mala suerte cayese sobre

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determinada persona u objeto, y tenía una segura dinámica emocional.


La palabra y el hecho se integraban en ella. En la Biblia se prohibe ex-
presamente maldecir a Dios, a los padres, a las autoridades y al sordo
indefenso. Más tarde se dio por sobrentendido que la maldición inmere-
cida no surte efecto y que Dios puede trasformarla en una bendición
(Prov. XXII: 23; XXVI: 2; Deut. XXIII: 5). Finalmente, la tradición
rabínica prohibe maldecir a cualquier ser humano.
C. Leviacs señala que los orientales tienen tendencia a maldecir ante
la menor provocación de la vida diaria41. AI judío, extraordinariamente
temperamental, no le resultó fácil suprimir su propensión a maldecir, y
fracasó con frecuencia en este esfuerzo por autocontrolarse.
Las maldiciones no tienen nada de divertido. Sin embargo, algunas
de ellas son indiscutiblemente cómicas; por ejemplo: "Ojalá seas como
una lámpara: que estés colgado durante el día y ardas por la noche". El
carácter hilarante de estos dichos está determinado hasta cierto punto
por la vehemente imaginación de quienes crearon estas figuras. Otro
factor emotivo que contribuye al efecto cómico o lo intensifica es la
divertida exageración encerrada en algunas maldiciones. Una maldición
que oí en Holanda expresa: "¡Ojalá gastes un banco de shivá de hie-
rro!" (En el original holandés: "Jij zult een ijzer schivestooltyje versli-
jten!"). Shivá es el período de siete días de duelo por un pariente pró-
ximo. Durante esta semana la persona que guarda luto debe ir descalza
o en medias y sentarse sobre bancos bajos. El significado de esta maldi-
ción es, en consecuencia, que la persona odiada debería sentarse tantas
veces al estilo shivá, como para gastar un banco de hierro.
El único ejemplo de maldición que recuerdo de mi infancia es el de
un anciano judío que visitó a mi abuelo y que imprecó con furia a cierta
persona: ''Ojalá tengas un síncope en tu mejor iomtef!" Yo conocía la
expresión iomtef; significa feriado o día festivo. Esto significaba conse-
cuentemente: ojalá tengas una apoplejía en tu día más alegre.

41 En la Jewish Encyclopedia (artículo sobre maldiciones).

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Este ejemplo dirige nuestra atención hacia un nuevo factor o hacia


un nuevo tipo de maldición; aquélla en que la mala suerte que se le de-
sea a una persona aparece contrastada o combinada con una ocasión
que en otro caso sería especialmente afortunada. Recordé este tipo de
maldición cuando asistí a la representación de la obra El Décimo Hom-
bre, de Paddy Chayefsky. Esta obra extraordinariamente original tiene
por escenario una sinagoga ortodoxa muy pobre. El primer acto se de-
sarrolla en un día de invierno muy frío, antes de la plegaria matutina.
Dos hombres, Schlissel y Zitorsky, ambos de apenas un poco más de
setenta años, entran resoplando a la sinagoga. He aquí un fragmento de
su diálogo. Zitorsky dice: -¡Ojalá mi nuera haga una gruesa inversión en
General Motors y todo se vaya a la quiebra! En una escena posterior,
Zitorsky expresa este deseo: -¡Ah, ojalá mi nuera coma bellotas y las
ramas le broten por las orejas!
¿No llama la atención que estas maldiciones disparatadamente fan-
tásticas y risueñamente farsescas estén todas dirigidas contra las nueras,
que generalmente son apreciadas por los suegros? Uno debería adivinar
que las circunstancias obligan a ambos ancianos a vivir con sus nueras,
y que ellas los han tratado mal o se han mostrado desconsideradas con
ellos. Naturalmente, éstas no son más que conjeturas, pero por lo me-
nos hay algunas pruebas psicológicas ocasionales que corroboran nues-
tra suposición. En la misma escena, Schlissel lanza otra maldición:
"Ojalá mi nuera viva hasta los ciento veinte años y ojalá tenga que pasar
toda su vida en la casa de su nuera". Esta maldición furibunda también
contrasta y combina los dos elementos antes mencionados: un buen de-
seo y una maldición ¿Pero acaso no percibimos en estas palabras la
amargura de un desengaño? Me parece que incluso hay indicios de lo
que los franceses llaman dépit amoureux, de la dolorida desilusión y el
desesperado desafío de un padre cariñoso.
Al regresar a Brownsville, su ciudad natal, Alfred Kazin recuerda
cómo las madres atracaban con abundantes porciones de comida los

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gaznates de sus vástagos, mientras éstos pataleaban inútilmente42. To-


davía le parece oír cómo las madres judías maldecían a las criaturas.
"¡Come! ¡Come! ¡Ojalá revientes si no comes! ¿Qué pecado he cometi-
do para que Dios me haya castigado contigo? ¡Come! ¿Qué será de ti si
no comes? ¡Demonio de las tinieblas, ojalá te hundas diez brazas en la
tierra si no comes! ¡Come!"

SU PROPIO MEDICO
Hay unos cuantos chistes judíos sobre los médicos y las enferme-
dades. He aquí un ejemplo. "Cuando un goy tiene mucha sed, bebe unos
cuantos litros de cerveza. Cuando un judío tiene mucha sed, va al médi-
co para que lo examine por si sufre de diabetes". Esta preocupación por
la propia salud es contrastada con una especie de indiferencia hacia la
enfermedad, que con frecuencia es producto de la ignorancia. Este es el
contra-ejemplo. Después de someterlo a un detenido examen, el médico
le comunica a su paciente: -Señor Lefkovitz, lamento informarle que
tiene cáncer. El viejo Lefkovitz responde: -Cáncer, shmáncer... lo im-
portante es estar sano.
He aquí un ejemplo en el que la fe mágica en la oración compite con
la fe religiosa. En casos de emergencia, los piadosos judíos orientales
rezaban recitando el texto de los Salmos. En los círculos judíos, la lec-
tura o recitado de los Salmos era conocido como "decir Tehilim". Una
madre judía acude al rabino y se queja de que su hijo sufre de una dia-
rrea imposible de contener. El rabino le aconseja: "Debe decir Tehilim".
Tres días más tarde la misma mujer vuelve a presentarse ante el rabino,
y se queja de que ahora su niño sufre de los síntomas contrarios. El
rabino le recomienda: -Vuelva a decir Tehilim. -¡Pero rabino! -exclama
horrorizada la mujer. -¡Los Tehilim producen constipación!
Liberado de estas supersticiones, el judaísmo siguió considerando
que la vida era el bien más valioso concedido a los hombres. La falta de
una fe en el más allá hacía que la vida y la supervivencia resultasen más

42 A Walker in the City, Nueva York, 1951, pág. 32.

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deseables. En esa época de transición entre el ghetto y los tiempos mo-


dernos, nunca disminuyó la tradicional veneración por la vida. La madre
del fundador de la banca Rothschild consultó en una oportunidad a un
médico, al que le habló de los muchos problemas que tenía. El médico
le respondió a la dama, ya muy anciana: -Bien, lamentablemente no
puedo rejuvenecerla. -Doctor -manifestó la anciana- yo sólo quiero lle-
gar a ser más vieja.
Esa antigua convicción en el valor de la vida subsiste y conserva su
profundidad incluso en las expresiones cínicas de la judeidad eman-
cipada. El famoso pintor impresionista Max Liebermann se encontró
con el conocido banquero berlinés Fürstenberg, y le preguntó: -¿Sabe
quién murió hoy?- Y Fürstenberg respondió: -Para mí, todos son bien-
venidos.

VENERACION POR LA VIDA


Los vieneses tenían un dicho que se repetía en sus canciones: "Sólo
se vive una vez". Naturalmente, en esta frase estaba implícita la reco-
mendación: "¡Disfrutad, disfrutad!" El escritor judío vienés Carl Kraus
parodió este dicho, comentando: "¡Ni siquiera se vive una vez!" A pesar
de estas ocasiona!es expresiones pesimistas, el adagio judío proclama
una y otra vez: "¡Vive y deja vivir!"
El humorismo judío refleja un decidido repudio al ansia de matar
que aparece con tanta frecuencia en las palabras y los hechos de los
alemanes. La generalizada veneración por la vida que se manifiesta en
tantos chistes judíos rara vez falta entre los judíos del mundo. Es como
si la hubiesen heredado, aunque se trata sin duda de una actitud deriva-
da de la educación individual a lo largo de muchas generaciones.
Podemos seguir la trayectoria de esta veneración por la vida desde
la Biblia hasta los proverbios y chistes del ghetto, y desde los ritos y
ceremonias hasta la vida diaria de los judíos orientales. La reconocemos
como parte inseparable de la Weltanschauung de los judíos emanci-
pados de Europa y América.
He aquí dos ejemplos. Un judío de Galitzia le previene a un policía
judío que un peligroso asesino ha sido visto en uno de los oscuros ca-

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llejones laterales. -Gracias- le responde el policía-, yo sé cómo cuidar-


me.
Este es otro chiste del ghetto. Un policía le ordena a un judío que
recoja la basura que ha dejado caer en medio de la calle. El judío sigue
caminando como si no lo hubiese oído: ¡Recójala o lo llevaré a la comi-
saría!- le grita el policía, pero el judío continúa sin prestarle atención.
Por fin el policía le ordena con tono áspero: -¡Por la vida de sus hijos,
recoja la basura! A lo que el judío responde: -Puesto que recurre a la
fuerza... Y se agacha y levanta los papeles que ha dejado caer.
En el primer ejemplo, cuando le hablan al policía del asesino, aquél
piensa sólo en su propia vida. Su atención se dirige en primer lugar ha-
cia su autoseguridad, y no hacia la protección de sus semejantes, ni ha-
cia la idea abstracta de la ejecución de la ley. ¡Primero lo más impor-
tante!
El segundo chiste hace hincapié en otro aspecto de esa veneración
por la vida. El judío conminado en nombre de la vida de sus hijos se
asusta y obedece al policía. El concepto original hebreo de la vida apa-
rece aquí en su más vívida expresión, ese concepto expresado en el
mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre para que tus días sean
muchos sobre la tierra que el Señor tu Dios te otorga" (Ex. XX: 12).
Acá no se hace referencia a una vida en particular, sino a la vida de las
generaciones que se suceden. La veneración por la vida está expresada
aquí en la devoción por la familia y está implícita en la supervivencia de
los antepasados en la persona de sus descendientes. Esta misma idea
básica es la que eleva maravillosamente su voz en los últimos versos de
la Canción de Cuna para Miriam, de Richard Hofmann.

"¿Duermes, Miriam, mi pequeña?


Somos como ríos; ora serenos, ora agitados,
Y llevaremos muy profunda la semilla de nuestros antepasados
Su orgullo y su pena, su visión, su obra,
Su pasado que nos vuelve niños y herederos.
No estás sola, y tu vida es la de ellos.
¡Miriam, vida mía.. hija mía, buenas noches!

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Para volver del área de los chistes a la de la Weltanschauung: Tal


como lo relata un biógrafo moderno y perspicaz43, Albert Einstein le
preguntaba "dónde se originaba su resistencia a derramar sangre y su
falta de propensión a causar sufrimientos, y entonces comprendía que
tenía un rasgo más en común con otros judíos... el respeto por la inte-
gridad de todo ser viviente".

MESHUGUE
Para entender y apreciar en forma completa muchos chistes judíos,
necesitaríamos un glosario de expresiones hebreas e ídish. Sin embargo,
aIgunas de estas palabras se han hecho tan comunes que su significado
resulta inmediatamente claro para todos. Se han abierto paso en el Ien-
guaje diario, en los idiomas vernáculos de Europa y América. El térmi-
no hebreo "meshugué" pertenece a esta categoría. Generalmente se lo
emplea en el sentido de "chiflado". Pero el significado de esta palabra
abarca adjetivos tales como: aturdido, confundido, loco y demente, y va
desde el excéntrico o neurótico hasta el lunático y el psicópata. Para
ilustrar la ambigüedad semántica de esta palabra, recordaremos un inte-
rrogante jocoso, una especie de frase proverbial. Cuando se comenta
que un hombre es meshugue, otra persona que tenga dudas al respecto
podrá preguntar: "Si está meshugue, ¿por qué no besó la estufa caliente
en lugar de la chica bonita?" Entonces es probable que la respuesta sea:
"Tan meshugue no es". Cuando se aplica la palabra en el sentido de
demencia, no hay duda de que existen ciertos casos de psicopatía y neu-
rosis de agudo carácter masoquista cuyas tendencias autodestructivas lo
llevarían a besar la estufa caliente y no a la chica bonita.
La misma ambigüedad verbal surge en otra frase familiar. Una per-
sona cuyo pariente próximo se comporte en forma caprichosa o tonta
reaccionará a veces de modo típico ante la hilaridad de los otros y co-
mentará: -Yo también me reiría, si el tonto no fuese mío. Lo que equi-
vale a decir que a eIla también lo divertiría la insensatez de ese hombre

43 Antonina Vallentin, The Drama of Albert Einstein, Londres, 1957.

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o mujer, si no fuese un miembro muy cercano de su familia, hecho que


lo llena de preocupación y amargura.
Los judíos de la generación del ghetto manifiestan en general una
actitud tolerante hacia las personas mentalmente deficientes y también
soportan sin incomodarse a los tontos. Incluso hay eIla recopilaciones
de bromas y chanzas de bufones o rabinos muy sofisticados que tienen
similitud con las historias de Till Eulenspiegel. Las necedades y actos
disparatados que el folklore alemán atribuye a los ciudadanos de Schilds
no difieren de lo que se cuenta sobre los nativos de la pequeña ciudad
polaca de Jelm.
La mayoría de los chistes relacionados con personas que están
Meshugue tienen otra faceta humorística. Cuando los cuentan, los ju-
díos se regocijan al revelar las intenciones y motivos ocultos de la per-
sona supuestamente meshúgene. Tenemos, por ejemplo, la historia -
sobre la cual hay muchas variaciones- del judío internado en un asilo
para enfermos mentales, quien insiste en que deben servirle la comida
de acuerdo con las eIla dietéticas impuestas por la Torá. Finalmente, el
director deI establecimiento atiende los urgentes reclamos del paciente.
El sábado siguiente, el director ve que el internado se pase por el jardín
fumando un cigarro. El director le grita, indignado: -Eres tan religioso
que hay que servirte los alimentos kosher y ahora fumas en eIla? A lo
que el paciente responde: -¿Y para qué soy meshugue?
Freud me contó esta historia cuando le hablé del caso de un paciente
compulsivo que sufría de temor a la infección ("délire de toucher") y
utilizaba medios complicados de protección o defensa para desinfectar
todos los objetos que creía contaminados por gérmenes peIigrosos,
como por ejemplo los asientos del coche de la familia en los cuales en
una eIla se había sentado una persona supuestamente infectada. Sus re-
clamos continuos por incidentes de este tipo se hicieron finalmente tan
intolerables que sus padres accedieron a su pedido y le compraron un
coche para su uso personal. Freud me hizo ver que el paciente utilizaba
su temor neurótico a las infecciones para obtener una evidente ventaja.
Los psicoanalistas designan con el nombre de "beneficios secundarios" a

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estas ventajas inconscientemente apetecidas por quienes padecen afec-


ciones neuróticas. La pregunta "¿Y para qué soy meshugue?" revela una
similar tendencia oculta.

GESTlCULAClONES
No creo que los judíos que han vivido varios siglos en Italia, España
y otros países del Mediterráneo se hayan dado mucha cuenta de que
acompañan sus palabras con vehementes gesticulaciones. Sólo el con-
traste con el comportamiento de los pueblos nórdicos y las burlas e
imitaciones a que fueron sometidos los judíos hicieron que estos presta-
sen atención a sus ademanes. Cuando su debilidad en este sentido que-
dó al descubierto, el humorismo judío empezó a ocuparse de los gestos
vivos y expresivos, actitud ésta muy característica de la autocrítica de
los judíos. En el cuento de Abraham Cahan44 el totalmente norteameri-
canizado David Levinsky sigue luchando a brazo partido contra el há-
bito de las "gesticulaciones talmúdicas", que lo preocupa como si fuera
un defecto físico. En el mismo cuento aparece otro hombre que nunca
abre la boca cuando está tan oscuro como para que no se le puedan ver
las manos. Mandelbaum lee el anuncio del teatro y le pregunta a su
amigo: -¿Qué es esto que acá llaman pantomima?- Y su amigo le res-
ponde: -Nu, es muy sencillo. Todos hablan a la vez, pero nadie dice ni
una palabra.
Los gestos constituyen en realidad un lenguaje por sí mismo y son
muchas las cosas que dicen. Charlie Chaplin no aprendió este lenguaje
en el East End londinense, sino que simplemente llevó a su más elevada
expresión artística la gesticulación que era propia de su pueblo. Por
medio del empleo de los ademanes, cubrió toda la gama de las emocio-
nes, desde la desesperación hasta el júbilo, y podía describir un objeto
ausente con unos pocos movimientos de sus manos.
Los chistes judíos no se refieren al hábito de emplear ademanes, sino
más bien a lo indispensables que son. -Hoy estás muy aburrido -le dice

44 The Rise of David Levinsky, Nueva York, 1900.

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un hombre a su amigo.- ¿Por qué no dices algo? Y la contrapregunta es:


-¿Pretendes que con este frío saque las manos de los bolsillos?
Krotoshiner, que visita por primera vez una gran ciudad, observa al
policía que dirige el tránsito con el movimiento de sus manos. Por fin se
le acerca y le dice: -Yo lo veo completamente solo aquí. Explíqueme,
¿con quién hablaba durante todo este tiempo?
Los ademanes son un medio de comunicación que originariamente
fue tan importante como las palabras, y aun más que ellas, pero más
tarde quedaron relegados a un segundo plano. Los judíos trajeron con
ellos desde su pasado oriental las gesticulaciones, junto con las expre-
siones cambiantes del rostro, y las introdujeron en la civilización occi-
dental. Al principio, la conversación sin ademanes les resultaba a los
judíos tan extraña como un rostro impasible. Para entender los chistes
judíos hay que ser todo oreja y todo ojos.

DOS GENIOS CONTEMPORANEOS


En los párrafos siguientes cito el humor de dos hombres que influye-
ron más que cualquier otro sabio sobre el pensamiento y la Weltans-
chauung de nuestro tiempo. Me refiero a Albert Einstein y Sigmund
Freud. Mi contacto personal con Einstein estuvo restringido a unas po-
cas oportunidades durante los treinta años que fui discípulo y amigo de
Freud. Ambos genios podían resultar divertidos durante la conversación
aunque por lo que sé, pocas veces hacían intervenir el humor en sus
escritos. Ambos hombres disfrutaban de los chistes judíos y eran capa-
ces de reír a carcajadas al oírlos. Durante una conferencia, Einstein dis-
cutió en una oportunidad el procedimiento matemático de Verjüngung
(rejuvenecimiento) empleado en el cálculo tensorial y agregó: "He tra-
tado el tema del rejuvenecimiento con tanta frecuencia que muchas ve-
ces se me ha confundido con Steinach". (Se refería al biólogo vienés
Steinach, cuyo método de rejuvenecimiento causó gran sensación en
tiempos pasados), En otra oportunidad, cuando Einstein ya había llega-
do a una edad avanzada, le preguntaron por qué nunca visitaba a Israel.
El dio una buena explicación y agregó: "Cuando era joven, quería ir allá
para observar a la gente, y ahora temo que allá la gente quiera obser-

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varme a mi". En esta humorada, que utiliza la técnica de la inversión,


resulta palpable que la fama no fue siempre una fuente de satisfacciones
para el grande hombre. En su ancianidad se refería a veces a sí mismo
como a alguien "que fue".
Podría repetir muchos ejemplos de los chistes de Freud, pero por
razones de simetría sólo mencionaré aquí dos de ellos. Los primeros
discípulos de Freud eran en su mayoría judíos y a él mismo le gustaba
contar chistes judíos. (Recuerdo algunas reuniones de la Sociedad Psi-
coanalítica de Viena que se efectuaron hace cuarenta años, y en las
cuales a veces Ernest Jones aparecía como huésped. El doctor Eduard
Hitschmann, que estaba sentado a mi lado, acostumbraba murmurar:
"Boruj ató Adonoi (aquí viene el honorable Goy)".
Cuando el doctor Dorian Feigenbaum, el psicoanalista neoyorquino,
dio una conferencia como invitado en la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, se refirió al lenguaje aparentemente desatinado de los pacientes
esquizofrénicos y demostró que, si se lo examina con métodos psicoa-
nalíticos, incluso esta "ensalada de palabras" tiene algún sentido. Al
finalizar el debate que se entabló a continuación, Freud comentó que las
frases absurdas que algunas personas murmuran mientras juegan a las
cartas también tiene algún sentido, si se las psicoanaliza. Y agregó: "En
general parece muy difícil producir conscientemente un disparate total,
en tanto que los libros de muchos estudiosos alemanes están llenos de
disparates inconscientes que no exigieron ningún esfuerzo".
En otra oportunidad, Freud nos dijo a sus discípulos que para con-
vencerse de la veracidad de muchas revelaciones psicoanalíticas es ne-
cesario luchar con ellas y vencer las propias resistencias. "Las convic-
ciones y las mujeres fáciles de conquistar no nos merecen un concepto
elevado".
Los triunfos de estos dos grandes hombres pertenecen al mundo,
pero sus comentarios humorísticos, hechos en el círculo de sus parien-
tes o amigos, contribuirán a dibujar el retrato de sus personalidades,
que tenían un perceptible sabor judío.

LA COCINA

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No se pueden comprender los chistes judíos como fenómeno aisla-


do; hay que verlos en su contexto social e histórico. Incluso la situación
geográfica puede alcanzar importancia en este problema.
En cierta oportunidad Jonathan Swift comentó que un determinado
chiste podía ser muy ingenioso, pero que al trasplantárselo solía perder
toda la gracia. Hay chistes, agregó, que no deben trasponer el área de
Covent Garden, y hay otros que sólo son comprensibles en la esquina
de Hyde Park.
El humorismo, dice Freud en su libro ya citado, es, por así decir, "la
contribución a lo cómico desde la esfera del inconsciente". Sus mejores
indagaciones en la dinámica del humorismo las logró a través de la
comparación con la técnica de la elaboración de los sueños, pero no
dejó de señalar las diferencias radicales que hay entre ambas. En algu-
nos aspectos, el humorismo está emparentado con las ideas obsesivas en
las últimas fases de su desarrollo, cuando los pensamientos e impulsos
prohibidos quiebran por fin el muro de la censura consciente.
Es imposible entender muchas ideas obsesivas si no se sigue su pista
hasta su origen infantil. En forma similar, sólo es posible entender y
apreciar en su significado más profundo algunos excelentes chistes ju-
díos cuando uno explora sus antecedentes históricos o aun prehistóri-
cos.
Este ensayo y los dos siguientes presentan algunos ejemplos de este
tipo de cuento judío como material ilustrativo. Los introducimos aquí
para demostrar la forma en que la interpretación psicoanalítica llega a la
médula del humorismo judío atravesando su superficie y reconstruyendo
sus ocultas bases históricas y prehistóricas. Espero que las tres inter-
pretaciones analíticas presentadas en los capítulos siguientes demostra-
rán también que la psicología profunda, que difiere de otros tipos de
exploración, puede lograr un género de comprensión inaccesible por
otros métodos.

II
El cliente que estaba delante de mí en una rotisería dijo: -Déme una
libra de fiambre kosher-. Sin decir palabra, el empleado le pesó una libra

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de pastrome. Esta humorada muy inocente servirá como primera nota


para la melodía de la cocina judía, de las preferencias de su pueblo en
materia de alimentos y de las especialidades de la maison d'lsrael.
Las preferencias judías en materia de comidas han sido blanco de
chistes durante varios siglos. Heinrich Heine les dedicó muchos versos y
párrafos ingeniosos de su prosa. En su libro sobre Boerne, publicado en
1840, Heine hace aparecer a Boerne deplorando que la iglesia cristiana,
que se apropió de tantas cosas buenas del antiguo judaísmo, no haya
adoptado también el cholent. Sospecha que reservó esta apropiación
para el futuro. "Cuando las cosas anden mal, cuando sus símbolos más
sagrados, incluida la cruz, hayan perdido su fuerza, entonces la iglesia
cristiana deberá volver al cholent, y aquéllos que se hubiesen alejado de
ella volverán a su seno con renovado apetito. Los judíos, por lo menos,
se adherirían entonces a la cristiandad con convicción... porque tal co-
mo lo percibo con claridad, es sólo el cholent lo que los mantiene uni-
dos en su Antiguo Testamento". Boerne llegó a asegurarle a Heine "que
los apóstatas que se pasaron al Nuevo Testamento sólo necesitaban el
cholent para experimentar cierta nostalgia por la sinagoga. El cholent
es, por así decir, el mensaje hogareño de los judíos".
Heine comparte este entusiasmo por el plato y parodia los primeros
versos del himno de Beethoven diciendo:

"Cholent, schoener Goetterfunken,


Tochter aus Elysium".

Cholent, hermosa chispa divina,


Hija del Elíseo.
En la novela histórica Der Rabbi von Bacherach, Heine hace apare-
cer a un renegado, el caballero Don Isaac Abarbanel, de una antigua
familia judía española. En este relato de la Alemania medieval, Don
Abarbanel hace las veces de representante de Heine. El caballero con-
fiesa que es la fragancia del mesón judío lo que lo atrae una y otra vez
al ghetto. Ha abandonado la religión de sus padres, pero "mi nariz con-

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servó la fe". No siente "especial simpatía por la compañia del pueblo de


Dios, y en realidad visita la calle judía no para oir, sino para comer".
También fueron "sabrosos recuerdos infantiles" los que se des-
pertaron en el poeta cuando en 1844 visitó a su madre en Hamburgo.
Esta es la descripción de lo que su madre le dio para comer:
Es stand auf dem Tische eine Gans,
Ein stilles, gemütliches Wesen.
Sie hat vielleicht mich einst geliebt
Als wir beide noch jung gewesen.

Había sobre la mesa una gansa,


Un ser tranquilo y cómodo.
Quizá me había amado en días lejanos
Cuando ambos éramos jóvenes45.
El ganso era un plato favorito no sólo de la Alemania septentrional
sino también de los judíos vieneses antes de Hitler. Siempre se lo comía
con ciertas verduras. Durante mi infancia en Viena, se contaba la anéc-
dota de un señor Feigenbaum, quien entra a un restaurante para cenar,
como todas las noches. No está de buen humor.
-Tráigame pechuga de gansa- le pide a la camarera. Esta pregunta: -
¿Con repollo colorado, señor Feigenbaum? -No- responde el cliente-,
con un prendedor. La sarcástica respuesta expresa más de lo que dicen
las palabras. La pregunta le parece al cliente no sólo necia y superflua,
pues la pechuga de gansa siempre se sirve con repollo colorado, sino
que como en los versos de Heine citados más arriba, por una fracción
de segundo el ave revive y se transforma en mujer. La respuesta del
malhumorado señor Feigenbaum significa: "Usted es una gansa estúpi-
da". Es como si por medio de una serie de libres asociaciones de ideas
hubiese llegado a la imagen de un pecho de mujer y después a la idea de
un prendedor. La tendencia de la frase es obvia: está agresivamente

45 Deutschland, ein Wintermärchen, versión inglesa de Herman Salinger,


Nueva York, 1941.

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dirigida contra la camarera que le hizo una pregunta tonta. ¿Qué hay de
específicamente judío en este chiste? Se origina en una combinación
tradicional de ciertos platos que muy bien pueden ser designados como
platos tradicionales o religiosos.
Al llegar a este punto queda al descubierto una nueva visión general
y nos vemos enfrentados con un interrogante que casi nunca fue plan-
teado. ¿El efecto cómico, la risa que provoca, son los únicos elementos
para medir las excelencias de un chiste? Hay una cantidad considerable
de chistes judíos cuyo efecto es menos intenso que duradero, chistes
que flotan en nuestra mente y que no sólo provocan risa, sino que ade-
más alimentan los pensamientos. La risa no es más que la reacción más
ruidosa y conspicua ante un buen chiste, pero no es necesariamente la
única. Algunas de las mejores humoradas judías son aquéllas en las
cuales otras reacciones emocionales o mentales siguen a la risa y que
producen un prolongado efecto posterior.

III
Para mantenernos dentro de los límites del problema que nos ocupa,
he aquí otro chiste judío. El señor Knoepfelmacher, que ha sido bauti-
zado poco tiempo atrás, vuelve una vez más al restaurante donde sabo-
rea la pechuga picada de ganso y suspira melancólicamente: "¡Y pensar
que uno debe abandonar semejante religión!" Al principio esta frase
parece extraña o absurda, pero si uno se detiene a analizarla le en-
cuentra sentido. Nos recuerda también la figura de Don Abarbanel de
Heine quien visita el ghetto "no para orar sino para comer".
¿Hay aquí verdaderamente un contraste y un conflicto? ¿Tiene algún
sentido la lamentación del señor Knoepfelmacher por haber abandonado
"semejante religión"? La respuesta es evidente: aquí están en discusión
no sólo los simples problemas culinarios de importancia secundaria,
sino cuestiones que en una época tuvieron gran impacto religioso y na-
cional. Un eco de las antiguas disposiciones y prohibiciones alimenta-
rias, de todo aquello que en otros tiempos formó la unidad y la comuni-
dad de las tribus hebreas, penetra aquí en el mundo de la judería eman-
cipada de Occidente. En última instancia, los tabús alimentarios espe-

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ciales nos retrotraen a la religión primitiva y organización tribal que


conocemos como totemismo. Gran cantidad de factores climáticos y
sociales han transformado el carácter sagrado originario del totemismo.
Pero en las preferencias y rechazos culinarios se mantiene un residuo,
una supervivencia de la antigua y primitiva religión totémica.
Todavía se encuentran rastros de ese enfoque atávico en la ca-
ricatura que presenta al alemán comiendo salchichas con chucrut, y al
inglés como un devorador de bifes, en tanto que al húngaro se lo pinta
como adicto al tocino con pimienta. La vieja religión totémica sobrevive
en este desplazamiento hacia el detalle de los gustos alimentarios reco-
nocibles aún en su carácter originario. Las predilecciones alimentarias
nos recuerdan los festejos en común en los que se preferían ciertos pla-
tos y combinaciones de los mismos. En forma similar, la gente recorda-
ba sus festines totémicos originarios, en los cuales las tribus establecían
y renovaban su comunidad. Robertson W. Smith dice en su libro
Kinship and Marriage, publicado en 1885, que "las identificaciones que
yacen en la raíz del sentimiento de clan descansan sobre el reconoci-
miento de una sustancia común, y por lo tanto pueden manifestarse
incluso a través de una comida en común". Sí, en la primitiva infancia
de la humanidad esta comida totémica en común era el único rito reli-
gioso y social.
Las huellas de la evolución primitiva son indelebles. Penetran inclu-
so hasta un estrato tan profundo como lo son los gestos del pueblo.
Cuando aquel judío convertido al catolicismo come pechuga de ganso
en el restaurante y dice con tono de lamentación; "Y pensar que uno
debe abandonar semejante religión", dice mucho más de lo que cree.
Por una fracción de segundo, regresa a una etapa primitiva en la cual las
comidas en común y la religión eran casi la misma cosa.

LA VAGA RESONANCIA
Ya han transcurrido más de treinta años desde que viví en La Haya,
en Holanda; fue en esa época cuando escuché el siguiente cuento cómi-
co judío mientras visitaba mi ciudad natal de Viena. En mitad de la no-
che, el conserje de la casa del embajador español es despertado por la

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insistente estridencia de la campanilla del palacio. Finalmente abre la


puerta y ve dos caballeros muy elegantes y de digno porte que repiten
animadamente una frase. Al principio no alcanza a entender lo que di-
cen, pero sus ademanes y los nombres que mencionan le permiten dedu-
cir que desean hablar con mucha urgencia con el embajador español. La
única frase que ambos repiten con tono excitado le suena como si fuera
auténtico ídish Dice así: "Mir zin zwo Spanich Granden" ("somos dos
grandes de España"). El sencillo conserje vienés tiene la impresión de
que estos dos hombres quieren burlarse de él y, furioso, se dispone a
echarlos. Pero sus apremiantes reclamos de ver al embajador le hacen
dudar, y finalmente despierta al secretario del diplomático, a quien le
comunica la aparición de los dos caballeros y su extraño modo de ex-
presarse, El funcionario recibe a los dos hombres con grandes muestras
de respeto, y el desconcertado conserje los oye conversar con el secre-
tario en castellano puro. Son en realidad dos nobles españoles de alto
rango que han traído un importante mensaje del rey. Cuando se los inte-
rroga respecto a la graciosa frase, explican que en el tren que venía de
Madrid se encontraron con un judío polaco. Le hicieron entender quie-
nes eran y le preguntaron qué debían decir cuando llegasen a Viena,
pues no sabían hablar alemán. El judío les enseñó a pronunciar esa frase
para que se presentasen ante el conserje vienés.
Después de mi regreso a Holanda, el recuerdo de la divertida anéc-
dota no tardó en diluirse, pero volvió a mi mente en dos oportunidades.
Pocas semanas más tarde, en un ómnibus de Amsterdam, no pude evitar
el oír a dos judíos sefaradíes que conversaban acerca de las festividades
próximas. Cuando se separaron, se desearon mutuamente "Buenas
Fiestas"*. Me quedé pensando en la frase, que indudablemente había
sido utilizada muchos siglos atrás por los antepasados de estos hom-
bres, y en la tenacidad de los modismos. Poco después, leí una historia
de los judíos sefaradíes en holandés. Refería en detalle las vicisitudes de
los judíos de España. Al llegar a cierto punto volvió a emerger el re-

* En castellano en el original. (N. del T.)

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cuerdo de aquel cuento chistoso, y a partir de entonces acompañó con


frecuencia mi lectura desde prudente distancia, como un bufón de la
corte en una deslumbrante procesión. ¿Qué significaba el hecho de que
el eco de esa historia cómica siguiese resonando en mí? Me había diver-
tido, pero ahora me parecía más extraña que graciosa.
Durante otra visita a Viena le conté la anécdota a Freud, quien me
expuso su significado oculto. Esto resulta evidente cuando uno ve a los
grandes de España en su íntima relación con el judío polaco con el que
se han encontrado. En otras palabras, cuando uno imagina que los dos
nobles españoles eran descendientes de judíos sefaradíes, comprende
que había una afinidad secreta entre ellos y el judío de Polonia. La im-
presión que me causó la interpretación de Freud se hizo más intensa
cuando volví a La Haya y seguí leyendo la historia de los judíos espa-
ñoles y holandeses.
En las vicisitudes de los judíos durante su dispersión a lo largo de
los siglos que vivieron bajo el dominio de soberanos moros o cas-
tellanos, se encuentra una de las etapas que abarca desde el mayor apo-
geo hasta la caída más baja. En este sentido, resulta significativo el pro-
verbio "Quien dice España, dice todo". La imagen de uno de los perío-
dos más maravillosos de la civilización medieval emergió de las páginas
del libro que estaba leyendo. Los planetas resplandecientes siguen len-
tamente su curso y los cometas atraviesan la noche con extraordinaria
rapidez. Los judíos eran designados para los puestos más elevados y
vivían en un íntimo intercambio intelectual con los reyes y la nobleza,
no sólo bajo el dominio de los Almoravides y Almohades, sino también
en territorio de los reyes de Castilla y Aragón. Eran muy apreciados por
su talento y su erudición, por su laboriosidad y su rectitud.
En la Castilla de la Reconquista, los centros culturales judíos de
Córdoba y Sevilla volvieron a florecer al máximo. Cuando al dar la
bienvenida al rey Fernando en la ciudad los judíos le obsequiaron con
una cuenta de plata con la inscripción "Deo abrirá, Rey entrará", se
inició un período feliz para los judíos de la península ibérica.

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Surgen las grandes figuras de poetas y pensadores medievales, de


Yehudá Haleví, lbn Gabirol y Maimónides; junto con ellos, y después de
ellos, aparece una serie continua de eruditos e investigadores, de esta-
distas y financistas. La mayoría de ellos se encuentran en la corte de los
reyes de España o están ligados a éstos por lazos de amistad. Tenemos
por ejemplo a Josef Benveniste, quien, como administrador del tesoro y
privado (consejero) dirigía, junto con dos nobles, la política del joven
rey Alfonso Xl. Vivía en su morada a semejanza de los otros grandes de
Castilla. Cuando iba a ver al rey, al que aconsejaba, era acompañado
por una escolta de hombres de a caballo. El ministro de Finanzas de
Pedro lV era Samuel Halevi Abulafia; el médico de servicio de Su Ma-
jestad era Abraham Zarzah. La cordialidad de Pedro con los judíos era
tan grande que a veces decía el pueblo que él mismo era judío. Al ver al
derrotado Pedro, su rival Enrique exclamó: "Helo aquí, a este judío,
este hijo de perra que se hace llamar rey de Castilla". Aún hoy hay en
Toledo una calle llamada "Calle de Samuel Levi".
Allí, en un palacio con inscripciones en caracteres hebreos, vivía el
ministro de finanzas de Alfonso Vl, quien se designaba a sí mismo como
"soberano de gente de dos religiones". Abraham Ibn Ezra, uno de los
grandes pensadores del judaísmo, nació en la Ciudad de las Siete Coli-
nas, y allí Yehudá Haleví escribió sus apasionados poemas. Allí también
están las sinagogas Santa María In Blanca y El Tránsito, monumentos
de arquitectura medieval mundialmente famosos. En esta misma ciudad
los nobles tomaron las armas para proteger a los judíos cuando los cru-
zados franceses los atacaron en 1212. Y allí se alojaba con frecuencia
Alfonso VlII, el amante de la bella Raquel. Este rey gustaba de los ju-
díos y los apreciaba y podría haber pronunciado en realidad las frases
que Franz Grillparger puso en sus labios:

En esta tribu de pastores errantes, fugitivos,


Hay, Garcerón, algo excepcional.
Nosotros pertenecemos al tiempo actual,
Pero ellos se remontan a la cuna de la creación,
Cuando Dios, con figura aún humana, recorría el Paraíso.

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Cuando los querubines eran huéspedes de los patriarcas,


Y el Dios único era juez y legislador.
Allí trabajo Alfonso X sobre las tabletas astronómicas con el astró-
logo Don Zag lbn Said y le pidió al erudito judío que pusiese las obras
de Galeno al alcance de occidente. Sin embargo, miles de judíos fueron
arrastrados por la Vía Dolorosa de esta ciudad y quemados en la Gran
Plaza. Junto con las melodías de los salmos piadosos entonados por los
sacerdotes del Santo Oficio, los espectadores oían el Shemá lsrael de
los judíos moribundos.
Una caminata por la Judería de Córdoba, donde una calle conserva
todavía el nombre de "Calle Maimónides", y por algunos barrios de
Granada y Sevilla, despierta recuerdos de un período grandioso de la
cultura española y judía. Sí, en aquella época muchos judíos fueron
grandes de España.
Muchos de ellos tenían todos los defectos y malas costumbres que
copiaban con tanta facilidad del medio circundante y que con tanta fre-
cuencia caricaturizaban inconscientemente debido a la exageración de
los rasgos característicos, su fatuidad, vanagloria y jactancia, y su vacuo
deseo de lujosa ostentación y exceso de formalismo.
Los marranos, que se habían sometido al bautismo pero conserva-
ban en secreto su fe judía, se emparentaron por lazos matrimoniales con
los círculos mas elevados de la sociedad, con la corte y la iglesia. Sí,
muchos de ellos eran incluso nobles y sacerdotes. Cuando la lnquisición
empezó a destruir el judaísmo hacía tres siglos que la sangre gentil se
estaba mezclando con la judía. Entonces empezó alguien a investigar
con la ayuda de los registros genealógicos, quién tenía marranos o cris-
tianos nuevos entre sus antepasados, y se comenzó a exigir el "certifi-
cado de limpieza de sangre" para cualquier cargo. ¿No se repite, acaso,
la historia?
Los lazos familiares que unían a los judíos con los niveles sociales
más elevados se habían hecho inextricables. El marqués de Pombal, uno
de los estadistas más distinguidos, quien destruyó el poder del Santo
Oficio y sancionó los derechos de igualdad civil para los marranos, le

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envió en una oportunidad a José lI tres grandes sombreros del tipo de


los que debían usar los marranos, según el decreto real, para demostrar
que eran distintos de los cristianos auténticos. Cuando el rey le pre-
guntó para quiénes eran esos sombreros, el marqués de Pombal respon-
dió: -El primero es para mí. ¿Y el segundo? -Para el cardenal. ¿Y el
tercero? -El tercero es... para Su Majestad.
La sangre de los conversos estaba mezclada con la de la alta aristo-
cracia española y portuguesa, y los judíos eran grandes señores con
todos los atributos de la nobleza española. Retuvieron, no obstante,
buena parte de su magnificencia; siguieron siendo orgullosos, ambi-
ciosos, obstinados y con frecuencia intolerantes, al convertirse en refu-
giados. Un eco de este período se percibe todavía en muchos de sus
descendientes, entre los sefaradíes que arribaron a Holanda e lnglaterra,
a Africa del Norte y América. La dignidad y porte aristocrático del no-
ble o del hidalgo, así como su ansia de gloria siguieron reflejándose en
Josef Nasi quien se hacía llamar "Príncipe de Naxos" y "Duque del Mar
Egeo"; en Menase Ben lsrael, quien negoció con Oliver Cromwell; en
Lord Beaconsfield (Disraeli); en Uriel Acosta; en Baruj Spinoza y José
Caro.
Los bisnietos de los judíos torturados y perseguidos que habían
muerto en las piras de España, siguieron aferrándose durante mucho
tiempo a aquella arrogancia aristocrática y permanecieron fieles al idio-
ma del país que en una época habían considerado su patria.

II
Se sostiene con frecuencia que el efecto del humorismo depende
siempre de un contraste inesperado. Si a modo de ensayo aprobásemos
esta teoría, ¿cuál sería el contraste que provoca el efecto cómico en el
chiste sobre los dos nobles españoles? Inmediatamente pensamos en la
frase "Mir zyn zwo Spanisch Granden". El contenido de esta afirmación
contradice desconcertantemente a la expresión en ídish. Acá hallamos el
elemento de sorpresa común a todo el humorismo. Si lo que yo expuse

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en una teoría psicoanalítica es cierto46, o sea, que una sorpresa de este


tipo representa una reacción ante la aparición de algo inconsciente-
mente esperado), llegaríamos a la conclusión de que la frase jocosa de
los dos caballeros contiene la confirmación de algo que habíamos pre-
visto inconscientemente.
La confirmación debe estar contenida en el hecho de que los dos
nobles españoles hablan ídish. Ahora el significado oculto de esta esce-
na resulta fácil de adivinar. Los nobles españoles son en realidad judíos.
O para ser más precisos, los antepasados de estos nobles eran judíos y
una parte de su gloriosa tradición sobrevive en sus descendientes. La
médula de este chiste queda al descubierto cuando uno se atreve a con-
siderar seriamente su aspecto absurdo o grotesco. Comprobamos que la
sospecha del conserje vienés queda confirmada en parte, estos nobles
españoles son judíos. En esta alusión, se revela la confirmación de un
hecho inconscientemente esperado, tal como presuponíamos.
Si tratásemos de reemplazar la frase en ídish por otra en alemán
culto, no subsistiría el menor efecto hilarante. Para producir el efecto
completo es necesaria la introducción de la jerga en este contexto. Es
como si el empleo de la jerga midiese la distancia que separa a los ju-
díos actuales, en su situación humillante, de la gloria de sus antepasa-
dos.
Ahora adquiere importancia otro elemento secundario de esta histo-
ria cómica. En el relato aparecen dos caballeros. Si uno está convencido
del estricto determinismo de los signos mínimos dentro del campo de lo
psicológico, este hecho menudo también se torna trascendente y debe
ser acomodado a la situación. Los dos caballeros representan, por así
decir, a los dos grupos principales de judíos: los ashkenazim y los se-
faradim.
Aquí se puede prever una objeción; ¿uno de los caballeros re-
presenta realmente a los ashkenazim, esos judíos que más tarde emi-
graron a Rusia y Polonia hacia Alemania y el Oeste? Este grupo de ju-

46 Der Überraschte Psycologe, Leiden, 1935.

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díos es muy diferente del de los españoles. Sus antepasados no vivieron


nunca sobre las orillas del Ebro. Su comportamiento no refleja nada de
la magnificencia y grandeza de la aristocracia española. Sin embargo, no
se puede despreciar el hecho de que el judío polaco haga las veces de
una especie de intérprete de los dos nobles, ni el hecho de que se hayan
encontrado con él mientras viajaban hacia el Este, alejándose de su te-
rruño. Es como si la distancia geográfica tuviese significado propio,
simbolizando el abismo con el ghetto y la conexión con éste. Los judíos
orientales y los judíos de la corte española... ambos integrantes de la
Diáspora y ambos con un pasado digno de orgullo. Ahora resulta obvio
que carece de importancia, lo que revela la fachada del chiste, en este
caso el hecho de que los dos caballeros sean nobles españoles. Lo único
significativo es la trama interior de la historia, el hecho de que pertene-
cieran a una nobleza más antigua, ligada a esa auténtica aristocracia que
sólo la espiritualidad y la civilización pueden otorgar.
Tal como ocurre en nuestro ejemplo, el chiste judío presenta a veces
en su fachada el contraste entre una gloriosa situación social pasada y la
miseria presente de una minoría pobre despojada de los derechos civiles
elementales.
La médula de éste y de otros chistes judíos similares queda al des-
cubierto sólo cuando se comprende que el contraste no existe en la rea-
lidad, que se trata aquí de un pueblo que aduce con justicia el pertene-
cer al linaje de los primeros pilares de la civilización y el tener por ante-
pasados a miembros de una aristocracia espiritual edificada sobre sus
esfuerzos y sus logros. En la penetración analítica de este chiste judío el
contraste se revela a menudo con el disfraz de una verdad oculta.

III
Hay otro tipo de anécdotas hilarantes debidas a los judíos o acerca
de ellos, que pertenece al mismo género. El duque de Lign, primer judío
que fue elevado al rango de la nobleza, era ingeniosamente llamado en
Viena le premier varon de l'Ancienne Testament, pero sin duda alguna
él no imaginaba lo que significaba en realidad este mote burlón. El An-
tiguo Testamento habla de reyes, sacerdotes y héroes cuya aristocracia

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es no sólo más añeja sino también de un fondo más inatacable que la de


las más tradicionales casas europeas de alto rango.
Este sarcasmo sólo se podía justificar si se refería a esa lucha por los
honores exteriores y superficiales que significan tan poco si se los com-
para con un patrimonio cultural que pesa más que los pertrechos, los
escudos de armas y otros distintivos de una clase social advenediza y
relativamente nueva.
Esta es una historia jocosa, ¿pero es acaso la historia completa? La
degradación del propio pueblo, que resulta tan conspicua en el con-
traste derivado de la fachada del chiste, oculta un orgullo insospechado
por un pasado del que el individuo no debe tener conciencia necesaria-
mente. Cuando uno mira detrás de la fachada, encuentra un escenario
poblado por reyes, sacerdotes y sabios.
Para probar que la historia de los dos nobles españoles no cons-
tituye un caso aislado y que representa por su fachada y por su médula
oculta a un grupo definido de chistes judíos, agregaremos allí otro
ejemplo de estos relatos (que, según lo que las apariencias indican, pro-
viene de un área muy distante. El viejo Elkan Zuckerfarb toma el tren
en Cracovia con un billete de segunda clase, pero se introduce en un
compartimiento de primera. Permanece allí sin ser molestado hasta que
el tren llega a la estación de Prerau. En este lugar reina gran excitación
porque se espera que el arzobispo de Olmütz viaje a Viena. El compar-
timiento de primera clase estaba reservado para el príncipe de la iglesia.
En su interior encuentran a Zuckerfarb, que está fumando tranquila-
mente su pipa. -Tiene que salir de aquí- le grita el guarda del tren.
¡Este compartimiento está reservado para el arzobispo!- ¿El obispo? -
responde Zuckerfarb sin dejar de fumar. ¿Y quien dijo que yo no soy el
obispo?
Después de reírse del sorpresivo desenlace humorístico del cuento,
uno comprende que también se puede descubrir en él un significado
oculto, apenas nos atrevamos a tomar en serio lo que dice.
Verdaderamente, ¿como puede saber el guarda del tren que el viejo
judío vestido con un caftán no es el alto dignatario de la iglesia? Al

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principio nos reímos de la insolencia del judío polaco y no nos inte-


resamos por su imperturbable sangre fría. Como es lógico, su respuesta
resulta ridícula si uno la toma literalmente y presta atención solo a su
aspecto superficial. Pero esta apariencia cambia cuando uno escucha las
resonancias ocultas de la frase.
Al fundarse la iglesia, había judíos entre sus primeros obispos.
Los doce apóstoles, los portadores de la salvación a quienes Cristo
confió su tesoro para que éste fuese trasmitido a la posteridad, eran
todos judíos. El hilo de la tradición no fue roto; el renacimiento medie-
val e incluso los tiempos modernos vieron en el sillón episcopal a varios
judíos bautizados. Por muy gracioso que parezca, y por mucho que
todos los signos exteriores puedan contradecir esta suposición, los
apóstoles y los primeros custodios de la antigua comunidad cristiana
deben haber tenido un aspecto similar al del judío polaco del tren (¿El
tren será nuevamente una pista simbólica de un pasado remoto?) Quie-
nes escuchan el chiste piensan sólo en el presente y se quedan perplejos
ante la situación creada en el compartimiento. Pero el que escucha con
la "tercera oreja", percibe al punto el vuelo que ha cobrado y el abismo
de dos milenios que ha salvado.
Aprendimos de Freud que el humorismo- incluido el humorismo ju-
dío- sirve inevitablemente como medio de expresión de los instintos e
impulsos reprimidos y negados. En los dos ejemplos citados aquí el
elemento de los impulsos subyacentes que afloran de sus escondites es
fácil de identificar. Se manifiesta en el grotesco absurdo de la presenta-
ción en ídish de los dos nobles y en la sugerida posibilidad de que el an-
ciano judío polaco pueda ser un obispo. Tal como lo ha demostrado el
psicoanálisis, lo absurdo en los sueños así como en las ideas obsesivas
significa una burla inconsciente. (¿Piensan ustedes en este momento en
la escena de la tragedia de Shakespeare en la que el príncipe de Dina-
marca zahiere a los cortesanos con afirmaciones y comparaciones dispa-
ratadas?) El significado oculto de estos chistes judíos sólo puede ser
captado si uno hace a un lado las objeciones del llamado "sentido co-
mún" y toma en serio lo que en el contenido manifiesto del humorismo

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aparece como absurdo. El observador psicoanalítico penetrará hasta la


médula del chiste cuando a modo de prueba acepte como cierta la frase
ridícula o disparatada.
Desde un punto de vista superficial, los dos cuentos judíos se mofan
de los judíos y de sus tribulaciones, pero en su aspecto más profundo se
mofan de los gentiles que han olvidado que deben algunos de sus mejo-
res éxitos culturales al pueblo de la Biblia.
Además del afloramiento de impulsos reprimidos en el humorismo
judío, como queda ejemplificado en los dos casos citados ante-
riormente, aparecen otros factores emocionales que hasta ahora han
sido completamente olvidados en la literatura sobre el tema. Cuando
atravesamos todos los velos del humorismo judío de este tipo, pene-
tramos en un territorio de sombras espesas, el reino de los recuerdos
residuales inconscientes. Al escuchar los dos cuentos, ¿pensamos que
contienen vanas rememoraciones de un pasado olvidado que emergen
de oscuros recovecos y vuelven a despertar? La aplicación de los méto-
dos psicoanalíticos de investigación permite remontar el contenido la-
tente de los chistes de este género a un recuerdo histórico, inconsciente
o reprimido. Ahora, el recuerdo nos retrotrae muy lejos, hasta un pasa-
do histórico cuya gloria contrasta conmovedoramente con la miseria
constante de la vida judía actual. El juego mental de contradicciones
que resulta de la exhibición simultánea del pasado y el presente, le otor-
ga al humorismo judío de este tipo su condición manifiestamente cómi-
ca y disimuladamente trágica.
Los recuerdos residuales inconscientes caracterizan de este modo
los chistes judíos del tipo que nos ocupa, refiriéndose a un pasado que
no se encuentra en la reminiscencia consciente. El efecto placentero de
estos chistes no está determinado sólo por el afloramiento disimulado
de impulsos reprimidos, sino también por la reactualización y reani-
mación de recuerdos residuales inconscientes. Lo mismo que en el psi-
coanálisis de ciertas ideas obsesivas y síntomas compulsivos, no es po-
sible una indagación más profunda de la naturaleza de este tipo de hu-
morismo si uno no se remonta a las fuentes históricas de su contenido..

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Los recuerdos residuales inconscientes de un pasado común unen


más íntimamente a los miembros de la comunidad judía que la tradición
consciente. Producen un sentimiento de solidaridad que está determina-
do en sentido vertical, y no horizontal, por las vicisitudes de generacio-
nes sucesivas cuya herencia es trasmitida al individuo. La sensación
subyacente de una comunidad de destino, que el individuo no siempre
percibe, no puede referirse a la posesión de un país o a la participación
en una comunidad nacional. Los judíos no pueden decir orgullosamente
"Mi país, tenga o no tenga razón", ni recurrir a su nacionalidad cuando
reclaman sus derechos. Su búsqueda de identidad debe responder no
sólo al interrogante de quiénes son, sino también al de quiénes fueron y
hacia donde se dirigen.

DE REGRESO A LAS RAICES


En un párrafo anterior traté de analizar el cuento judío de los dos
nobles españoles, y espero haber conseguido demostrar con éxito que
sólo es posible entenderlo con mayor profundidad si uno sigue la pista
de su contexto a lo largo de la historia. Hay chistes judíos, aunque más
escasos, que se adentran aun más en la historia, incluso en la prehisto-
ria, en la era primitiva de la mitología hebrea. Un hermoso ejemplo de
este curioso tipo de chiste es el que se refiere al campesino que se lle-
vaba muy bien con su vecino judío. Enfermó gravemente y prometió
que si se curaba haría un crucifijo con el árbol que tenía frente a su ca-
sa. Le fue devuelta la salud y cumplió su promesa. En una oportunidad
el campesino observó que el judío no se quitaba el sombrero ante el
Salvador crucificado y lo llamó para que le rindiese cuentas de su acti-
tud. -Pero mi querido amigo -respondió el judío -si yo ya lo conocía
cuando era un árbol.
Desde un punto de vista superficial, esta explicación no pasa de ser
un comentario irónico, y se justifica el no ahondarla. Sin embargo, la
persona a la que le gusta penetrar en las profundidades del chiste, es-
carbará debajo de esta superficie y llegará a una conclusión sorpren-
dente.

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En un libro sobre psicoanálisis, Myth and Guilt, publicado en 1957,


traté de demostrar que el sentido del pecado original debe ser entendido
como un crimen contra Dios, quien al principio fue imaginado como un
árbol-tótem. La caída de Adán fue originariamente una violación a las
leyes del culto al árbol de los antiguos semitas: comió el fruto del árbol
tabú de la vida al que, en las religiones más primitivas del antiguo
Oriente, se le atribuía carácter divino. El devorar al Dios en Su forma
originaria de un árbol-tótem constituye la sustitución de un acto brutal
de canibalismo. Cristo es designado una y otra vez "el segundo Adán",
redime a la humanidad y la libera al cargar sobre sí el pecado original
("Porque a la manera que todos en Adán mueren, así también todos en
Cristo serán vivificados"... Corint. XV: 22). El Arbol de la Vida no fue
contrastado con la Cruz, sino que ambos eran primitivamente idénticos.
El sentido más profundo de la crucifixión de Cristo queda en claro
cuando se sigue la línea que conduce desde el dios-árbol totémico, dis-
frazado de Arbol de la Vida, hasta la cruz, que finalmente se convirtió
en un objeto de adoración. Jesucristo murió en la Cruz, que es una he-
redera tardía del dios-árbol totémico.
El judío que comenta que conoció al Cristo crucificado cuando to-
davía era árbol vuelve, sin saberlo, a los orígenes de las religiones semí-
ticas. En este chiste se reconoce un vestigio del primitivo culto al árbol
de los hebreos, en la misma forma en que a veces ve uno vestigios de un
rostro infantil en los rasgos de un hombre muy anciano.

CON LEVADURA Y SIN ELLA


Con frecuencia se sorprende la gente al comprobar que las festi-
vidades religiosas son evaluadas en forma muy distinta en la infancia y
en la edad adulta. En nuestras propias fantasías y asociaciones de ideas,
así como en las de nuestros pacientes neuróticos, las festividades siem-
pre tuvieron importancia propia, independientemente del significado
religioso que los maestros y sacerdotes de las diversas religiones les
atribuyeron más tarde.

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Hallé una nueva confirmación de este hecho al leer la autobiografía


de Gertrude Berg47, una de nuestras populares estrellas de la televisión
y las tablas. Recordaba nítidamente las Noches del Viernes, pero la fa-
vorita de las festividades religiosas durante su infancia era Pesaj o Pas-
cua. "Había algo indescriptible, una emoción, un ímpetu que conducía
hacia Pésaj... Para una criatura, la celebración de Pésaj significaba una
fiesta en la que se reunía toda la familia, riendo y entonando canciones y
prolongando la velada hasta tarde".
Las festividades aparecen también con mayor o menor frecuencia en
los chistes que se hacen sobre el tema, de acuerdo con esta diferencia
de significado. Los chistes judíos toman muy pocas veces por blanco el
Día del Perdón o la Festividad de Año Nuevo. Naturalmente, también
hay humoradas en las que estas fechas son enfocadas desde un punto de
vista jocoso. Tenemos, por ejemplo, la historia del anciano que al ver a
un hombre más joven que se golpea el pecho incesantemente durante el
servicio religioso, le advierte: -¡Con la violencia no obtendrás nada del
Señor! Y está el otro cuento relacionado con el mandamiento de re-
conciliarse con amigos v enemigos en las Fiestas Sagradas. Después del
servicio religioso un judío hace las paces con su peor enemigo, y le di-
ce: -Te deseo todo lo que tú me deseas a mí. A lo cual el otro judío
responde indignado: -¿Ya vuelves a las andadas?
Pero para volver a la autobiografía de la señora Berg, digamos que
exceptuando las celebraciones del Sábado y de la Pascua, las otras fes-
tividades religiosas no ocupan mucho espacio en sus memorias, a me-
nudo deliciosas. Philip Goodman publicó recientemente una Antología
de sabiduría, ingenio y humorismo para el sábado y las festividades
judías48. No escasean los chistes sobre otras celebraciones religiosas,
pero no hay duda de que la festividad de Pesaj es la que mayor impre-
sión causa entre los niños. La imaginación de éstos es estimulada por

47 Molly and Me, Nueva York, 1961, pág. 44. Der Überraschte Psychologe,
Leiden, 1935.
48 Rejoice in Thy Festival, Nueva York, 1956.

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los relatos sobre el Exodo de Egipto, que se conmemora comiendo


matzot y otros alimentos distintos de los de todos los días, y con otras
formas características del Séder. El niño más pequeño debe hacer cua-
tro preguntas, que comienzan con la interrogación: "¿En qué es esta
noche distinta de todas las otras noches?" ("¿Ma nishtaná?") A partir
de lo cual comienza la narración del Exodo.
En los chistes judíos repercuten a menudo los ecos de estas cere-
monias. Tenemos, por ejemplo, la anécdota moderna del judío que,
después de tener relaciones sexuales con una joven durante muchos
años, se casó finalmente con ella. Un amigo le envió un telegrama de
felicitación en la noche de la boda, agregando la pregunta de la cere-
monia: "¿Ma nishtaná?" (o sea, "¿en qué se diferencia esta noche de
todas las otras noches?").
Un buen ejemplo de asociaciones de ideas relacionadas con la comi-
da de Pésaj, está representado por un cómico juego de palabras que
puede ser interpretado como un lapsus linguae, pero que más proba-
blemente deba ser tomado por un ataque ingenioso. Una de las cantan-
tes de la Metropolitan Opera que había roto todos sus lazos con el ju-
daísmo, tuvo que cantar en su adolescencia en restaurantes judíos. En
una oportunidad, cuando se discutían esos primeros años de la carrera
de la cantante, un viejo judío del bajo East Side de Nueva York, co-
mentó: "Oh, ya entonces tenía una voz maravillosa de matza-soprano".
Me parece que otra confirmación de la fuerte impresión causada por
las ceremonias de Pésaj sobre los niños está dada por la frecuencia de
las asociaciones de ideas que se refieren a ellas.
Permítaseme agregar a modo de viñeta algunos casuales recuerdos
sobre los treinta años que pasé junto a Freud. En tanto me desempeñaba
como secretario de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, un psicoanalista
invitado pronunció en cierta oportunidad una conferencia que, si bien
desarrollaba su tema en forma exhaustiva, resultó bastante tediosa y no
agregó nada interesante u original. Yo estaba sentado a la izquierda de
Freud, y éste me deslizó un papelito en el que había escrito: "Es tan
insípido como la matzá". Otro ejemplo del mismo género: Un día le

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pregunté a Freud cuál de los dos métodos de psicoanálisis era preferible


para el tratamiento de cierto paciente. "Uno puede comer pan con o sin
levadura", fue su respuesta.
Otro recuerdo: En su conferencia sobre el fenómeno primitivo del
Tabú, Freud aludió a la celebración del Séder en una digresión que no
apareció en su libro, publicado más tarde. (Si la memoria no me falla,
esta conferencia fue pronunciada en la Sociedad Psicoanalítica de Vie-
na, a fines de 1911). Al discutir el desplazamiento y el carácter trasferi-
ble del tabú, Freud citó de La rama Dorada de Frazer la Historia del
reyezuelo maorí que no quería soplar una llama bajo ningún pretexto,
porque su aliento sagrado trasmitiría su poder al fuego, éste a la vasija
colocada sobre el fuego, la vasija al alimento cocinado en su interior, el
alimento a la persona gue lo ingeriría. En consecuencia, esta persona
debía morir, porque había comido el alimento cocinado en la vasija que
se calentaba sobre el fuego en el que el reyezuelo había soplado con su
sagrado y peligroso aliento.
Freud se volvió hacia mí y me preguntó: -¿Esto no le recuerda la
Hagadá? Se refería a esos versos arameos recitados en la noche del
Séder. Se trata de la historia de un padre que compra un cabrito. Vino
el gato y se lo comió. Después vino el perro y mordió al gato, vino la
vara y castigó al perro, el fuego consumió la vara, el agua apagó el fue-
go, un buey bebió el agua, el matarife sacrificó al buey, pero el Angel de
la Muerte mató al matarife. Por fin, Dios destruyó al Angel que mató al
matarife que había sacrificado al buey que bebió el agua que apagó el
fuego que consumió la vara que golpeó al perro que mordió al gato que
se comió al cabrito. El estribillo es Jad Gadiá (un cabrito).
El miedo al tabú de las razas primitivas le recordó a Freud estos
versos arameos. En su asociación de ideas salió a nuestro encuentro un
pasado parcialmente olvidado.

EL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO


En el conflicto entre la sinagoga y la iglesia que ha durado casi dos
mil años, ambos bandos emplearon armas muy diversas. Los judíos, que
estaban a la defensiva, debieron controlarse al principio y mantener una

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digna reserva frente a un adversario tan poderoso. Se resignaron a una


simulada humildad y a parar los golpes que llovían incesantemente so-
bre ellos. Esta defensa tomaba a veces formas humorísticas, como lo
comprobamos en la literatura hebrea de los primeros siglos del cristia-
nismo triunfante. En los escritos satíricos de comienzos de la Edad Me-
dia, los judíos se mostraron más audaces y a veces se aventuraron a
contraatacar. Podemos seguir el desarrollo de esta actitud hasta los
tiempos modernos, cuando ciertos ritos y dogmas cristianos también se
convirtieron en blanco del humorismo judío.
Permítaseme citar como ejemplo moderno de esta ironía la frase del
gran estadista Isaac Adolphe Cremieux (1796-1880), a quien sus adver-
sarios atacaban con el pretexto de que pertenecía al pueblo acusado de
haber matado a Cristo. Cremieux replicó: "Para terminar con esta dis-
puta, permitiremos que ustedes también maten a nuestro Dios cuando
se encuentran con El". Aproximadamente en la misma época en que
Cremieux paraba el golpe de sus antagonistas en Francia, el filósofo
alemán Lazarus Geiger debió contestar a la pregunta de un sacerdote
católico que le dijo: -¿Cuándo abandonarán por fin ese viejo prejuicio y
empezarán a comer también carne de cerdo? Geiger respondió: -El día
de su boda, reverendo. (Henriette Herz, la esposa del doctor Markus
Herz, el famoso estudioso de Kant, estaba en una fiesta y súbitamente
no pudo contener un bostezo. Su vecino, el conde F., le dijo: -¡Por
favor, no me coma! -No tema -le contestó la señora Herz-, los judíos no
comemos cerdo).
Hay varias formas sarcásticas de desacreditar los dogmas básicos
del Nuevo Testamento, irreverentes unas y chistosas otras. Tenemos,
por ejemplo, la antigua historia de una conversación entre el sacerdote
católico y el rabino que deciden fundar una religión común. Para llegar
a este objetivo, ambos bandos deben hacer concesiones y aceptar com-
promisos. El sacerdote pide cambios en el ritual, tales como reemplazar
el hebreo por el latín en los servicios, y convertir al domingo en lugar
del sábado en día de descanso. En lugar de Pésaj se debe celebrar la
Pascua cristiana. El rabino acepta éstas y muchas otras reformas sin

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hacer objeción alguna. Por fin, el sacerdote católico le pregunta al rabi-


no qué cambios propone. El judío responde: -Uno solo: la figura de
Jesucristo debe ser eliminada por completo. Según este chiste, todos los
otros cambios y reformas carecen de importancia, pero si se suprimiese
la presencia del Salvador, ¿qué quedaría sino el judaísmo puro?
En otro chiste, un rabino y un sacerdote católico conversan acerca
de las carreras futuras de la joven generación. El sobrino del sacerdote
concurre a un seminario teológico para seguir la carrera de su tío. El
rabino desea saber qué futuro tendrá el muchacho. -Bien -responde el
cura-, podrá llegar a ser capellán.- ¿Y después? -pregunta el judío. A lo
que el cura contesta: -Incluso con el tiempo podrá llegar a ser cardenal.
-¿Y después? -Bien, hasta podría llegar a ser Papa. -¿Y después? -¿Qué
más quiere? ¿Acaso piensa que puede convertirse en Dios? -inquiere el
sacerdote, con tono impaciente. -Vaya -responde el rabino-, uno de
nuestros muchachos llegó a serlo.
Con mayor delicadeza que en este cuento, el rabino que aparece en
el poema de Heinrich Heine "La Disputa" desacredita las doctrinas reli-
giosas fundamentales de la cristiandad en su respuesta serena pero sar-
cástica al monje franciscano que tiene por rival.

"Unbekannt ist mir der Gott


Den ihr Christum pflegt zu nennen.
Seine Jungfer Mutter gleichfells
Hab ich nicht die Ehr zu kennen.
0b die Juden ihn getötet
Das ist schwer jetzt zu erkunden
Da ja das Corpus delicti
Schon am dritten Tag verschwnnden.
Dass er ein Verwandter sei
Unsres Gottes ist nicht minder zweifelhaft
So viel wir wissen,
Hat der letzte keine Kinder.

Ignoro al Dios
Que ustedes suelen llamar el Cristo.

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Ni tengo el honor
De conocer a su madre virginal.
Que los judíos lo hayan asesinado
Es difícil de probar ahora
Puesto que el cuerpo del delito
Desapareció al tercer día.
Resulta igualmente dudoso
Que tuviese parentesco
Con nuestro Dios, quien por lo que sabemos
No tiene hijos.
Ya no en las alturas de la polémica abstracta, sino en un terreno más
próximo a la vida diaria, encontramos otro chiste judío que choca con
aspectos solemnes del ritual cristiano. Un pintor judío de brocha gorda
es enviado a un convento para realizar algunos trabajos. La madre supe-
riora del convento le muestra qué es y donde está lo que debe pintar.
Cuando la mayor parte del trabajo está hecha, le dice que está satisfecha
con el mismo y le pide que continúe, pero agrega: -Por favor, acuérdese
de quitarse el sombrero mientras trabaja en la iglesia. No se lave las
manos en el agua bendita y llámeme "Madre Superiora" y no "señora
Shapiro". Naturalmente, la falta de respeto a los ritos de la Iglesia im-
plícitos en la actitud del pintor sólo puede atribuirse a su ingenuidad
desde un punto de vista superficial. El comportamiento del hombre no
deja ninguna duda respecto a su intención.
Está el cuento del sacerdote católico que le dice a un rabino: -
Ustedes tienen una religión extraña. Explíqueme por que sus sinagogas
están tan sucias, en tanto que nosotros mantenernos nuestras iglesias
tan limpias. -Oh, eso es muy sencillo -responde el rabino. Ustedes tie-
nen un ama de llaves que las friega y las barre, pero nuestro Dios no
tiene una esposa que pueda hacer esto en Su casa. -Dígame -continúa el
cura-, por qué gritan ustedes a voz de cuello cuando se dirigen a su
Dios en tanto que nosotros rezamos en voz baja. -Nuestro Dios ya es
viejo y no tiene buen oído. En cambio el Dios de ustedes es joven y oye
bien. -Dígame, por qué sus funerales son tan tristes, en tanto que en los

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nuestros hay gallardetes, imágenes y flores. -Es cierto -confiesa el rabi-


no-, que nuestros funerales son tristes, y que los de ustedes son relati-
vamente animados. Por eso prefiero asistir al entierro de un goy. El
rabino termina por pasar de la defensa al ataque. Observamos junto con
él la agresividad encerrada en las preguntas del sacerdote católico. El
rabino las contesta en la mejor forma posible en defensa propia y de su
fe y contraataca a su vez al final.

II
Hasta ahora, he tratado de abreviar todos los cuentos judíos largos,
pero la historia siguiente será una excepción a la regla observada en este
libro. Un judío ha sido rozado por un camión y afirma estar gravemente
lesionado. Demanda por daños a la empresa propietaria del vehículo y
exige una suma exorbitante porque el accidente lo ha dejado paralizado
y no puede trabajar. Después de una minuciosa investigación, la com-
pañía donde está asegurada la empresa de transportes le paga una su-
culenta indemnización. Pero le previene que en el futuro se lo vigilará
atentamente. Si puede caminar un solo paso, lo procesarán por perjurio
y defraudación. El judío le contesta al agente de seguros: -Ya tomé mis
medidas para que una ambulancia venga a buscarme y me lleve al aeró-
dromo. Iré en avión a Francia. Después otra ambulancia me trasladará a
Lourdes. Y termina la descripción de sus planes con estas palabras: -
¡Hermano, entonces sí que verá un milagro!
EL judío que espera ostensiblemente que la virgen de Lourdes lo fa-
vorezca con un milagro se burla simultáneamente de esta idea. Se ríe
sarcásticamente del milagro y de los cristianos que creen en él al mani-
festar su mordaz coincidencia con ellos.

LA VIOLENCIA
Un psicólogo clínico realizó recientemente una investigación sobre
las diferencias psicológicas entre los estudiantes gentiles y los judíos y
publicó algunos de los interesantes resultados. Descubrió, que la mayo-
ría de los jóvenes judíos manifestaban una clara aversión a la violencia.
El desagrado y aun la repugnancia por la fuerza bruta no puede haber

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sido una actitud primaria del pueblo judío. Los relatos bíblicos sobre su
historia primitiva, especialmente la que corresponde al período poste-
rior a la invasión de Canaán, no revelan ninguna prueba de un fuerte
aborrecimiento originario contra la violencia. Casualmente, estas prime-
ras etapas están saturadas de hechos atroces y brutales cometidos por
las tribus judías, cuyo temperamento era sin duda igual al de los otros
semitas de la antigüedad.
Parece que con la gran reforma religiosa mosaica, y en forma aun
más efectiva con las enseñanzas de los profetas, la originaria propensión
a la acción violenta fue dejando lugar lentamente a una reacción contra
la sed de sangre y los impulsos asesinos. Es difícil estimar hasta qué
punto son permanentes estas formaciones emocionales por reacción,
pero está claro que en ciertas circunstancias sociológicas se producen
retornos a una actitud primitiva y elemental. Si se pueden creer las noti-
cias que llegan de lsrael, no son escasos los actos de represalia y ven-
ganza de la nueva generación israelí, el asesinato, la brutalidad como
respuesta a la agresión árabe.
Sin embargo, hay diferencias en la forma y dimensión de los actos
brutales entre el gentil medio y el judío medio. Los compararemos esta-
bleciendo el contraste entre una anécdota vienesa y una frase pronun-
ciada por un judío. Cuando yo era niño, vivía en Viena un atleta y lu-
chador llamado Jagendorfer. Una noche les contó a sus amigos algo que
había sucedido ese mismo día. -Imaginen que cuando llegué por la tarde
a la cafetería y quise jugar al billar, mi taco no estaba allí. Lo busqué
por todas partes, pero no lo encontré. Entonces vi a un hombre que
jugaba en otra mesa y estaba usando mi taco. Me acerqué a él y le dije:
-Señor, ése es mi taco. -No, es mío -me respondió. -Yo insistí: Señor,
devuélvame mi taco. ¡Le repito que es mío! Pero el tipo no quería res-
tituirlo y seguía diciendo que era suyo. Sólo cuando terminaron de lavar
al tipo con vinagre me di cuenta de que efectivamente no era mi taco.
Más que un chiste, este es un cuento humorístico. Nuestra primera im-
presión consiste en que el gigante grosero que aporrea a una persona

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inocente por semejante insignificancia tiene que ser un torpe atolondra-


do.
Tratemos de reelaborar su relato. "Cuando lo desmayé de un puñe-
tazo y la gente intentó hacerlo volver en sí, me di cuenta de...". Todavía
queda una dosis de comicidad, pero el efecto humorístico depende de la
ausencia de la explicación, de la elipsis, de la omisión de las palabras
que deriva en el salto de una situación a otra sin tomar en cuenta el pa-
so intermedio. Entonces la frase siguiente contiene una alusión a la ex-
plicación omitida, al vacío que ha quedado en el relato.
Comparemos esta anécdota de Jagendorfer con una humorada que
circuló por Viena en la misma época. Karl Kraus, el agudo y belicoso
editor de la revista polémica Die Fackel, atacaba con frecuencia a per-
sonalidades poderosas e influyentes, en artículos cargados de mordaz
ironía. A veces, el agresor verbal era físicamente maltratado por aque-
llos a quienes había atacado. En cierta oportunidad, cuando se divul-
gaba por los círculos vieneses el rumor sobre una nueva trapisonda de
uno de los antiguos enemigos de Karl Kraus, alguien comentó: -Cuando
Karl Kraus se entere de esto va a recibir una nueva bofetada.
Nuestro desconcierto inicial ante esta incongruencia no tarda en di-
siparse cuando adivinamos qué es lo que ha sido omitido en la frase.
Cuando Kraus se entere de esto, escribirá uno de sus cáusticos artículos
y su víctima se vengará abofeteándolo. Naturalmente, la técnica de este
chiste también es elíptica.
Pero lo que queríamos señalar era que existen diferencias entre el
cuento gentil y la humorada judía. En ambos, el tema está representado
por la violencia física y en los dos casos nos reímos porque nos senti-
mos a salvo de tener que sentir compasión por la víctima de una agre-
sión contundente. Sin embargo, en la anécdota de Jagendorfer, el ata-
que es de naturaleza muy brutal, injusta y exagerada. El comentario
ingenioso acerca del castigo previsto para el escritor vienés por parte de
la persona ofendida también apunta a un acto violento, pero menos gro-
sero y bárbaro, además de que la bofetada tiene por lo menos ciertos
visos de justificación. A pesar de ello, ambos hechos, o mejor dicho

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ambas fechorías, se relacionan con actitudes drásticas en las cuales se


recurre a la fuerza física.
Su característica básica común es más obvia que sus diferencias.
Aquí se podría plantear el interrogante: ¿qué se hizo de esos impulsos
violentos y agresivos de los judíos después que fueron enérgicamente
reprimidos por los mandamientos religiosos y las enseñanzas éticas?
esto escapa, por cierto, a los límites de nuestra investigación, enca-
minada hacia la exploración psicológica del humorismo judío. Por lo
menos trataremos de referirnos a una de las transformaciones de estas
tendencias agresivas, a un cambio que se manifestó en cierto grupo de
chistes judíos.
He aquí dos ejemplos representativos, uno, ya relatado, del am-
biente del ghetto, y el otro de la etapa de transición hacia la judeidad
emancipada. Un judío le pregunta a otro si es cierto que recibió una
paliza en Krotoshin, en medio de la plaza del mercado. -Bah -es la des-
pectiva respuesta-, Krotoshin... vaya ciudad. En lugar de dar la infor-
mación que se le pide, la víctima menosprecia desdeñosamente el lugar
donde lo abofetearon, calificándolo de insignificante e indigno. En el
otro cuento, un judío llega a una fiesta y saluda a los invitados: -¡Hola,
caballeros! ¡Por favor, péguenme ya mismo! Los hombres, sorprendi-
dos, le preguntan por que tienen que hacerlo y él les explica que dos
días atrás asistió a una reunión social. Se discutían temas políticos y le
preguntaron a qué partido pertenecía. -Soy liberal -respondió el inter-
pelado. Entonces todos gritaron: -¡Péguenle! Al día siguiente concurrió
a otra fiesta en la que le repitieron la misma pregunta. Entonces con-
testó que era conservador y los hombres gritaron: -¡Péguenle! Y a con-
tinuación agrega: -Aquí me tienen hoy, y por eso les digo: ¿Para qué
tantas preguntas? ¡Péguenme ya mismo!
Pasaremos por alto aquí una faceta del chiste que demuestra que al
judío le pegan indistintamente si profesa una idea u otra. Lo que nos
interesa en este momento son las experiencias de los impulsos agresivos
y sádicos del judío. Los dos chistes lo dicen con claridad: estas tenden-
cias violentas y crueles se volcaron hacia adentro y se trasformaron en

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una inclinación masoquista, en una especie de satisfacción inconsciente


por el sufrimiento y en ciertos casos incluso en la búsqueda del castigo,
de las lesiones y los insultos.
Parece que durante el terrible período de la dispersión, los judíos
aprendieron que es mejor soportar persecuciones que ser perseguidores.
En su afán de superación, el cristianismo proclamó que la persona agre-
dida debe ofrecer la otra mejilla.

CON CUALQUIER OTRO NOMBRE


En los procesos mentales primitivos, el objeto y la palabra que los
representa son inseparables. Para los iletrados y los niños, el nombre de
una persona constituye una parte tan sustancial de ella como su propio
cuerpo. En consecuencia, un cambio de nombre significa que ya no es la
misma persona sino otra. Un destacado psicólogo que estudió las ca-
racterísticas de los procesos mentales infantiles, afirmó que para el niño
el pensar significa barajar palabras. "Hasta la edad de seis o siete años,
los nombres provienen de las cosas en sí"49. He aquí dos ejemplos de
estos conceptos infantiles sobre el significado de los nombres. Mi hijo
Arthur, que ahora tiene cuarenta y seis años, ya no recuerda que cuando
pequeño se extrañaba de que uno de sus compañeros de juego se lla-
mase Herman. A Arthur le resultaba inconcebible que una criaturita se
llamase Herr (señor) y Mann (hombre). Arthur, que se mostró interesa-
do por la música desde la primera infancia, nos sorprendió en cierta
oportunidad con esta pregunta: "¿Mozart se llama así porque sus melo-
días son tan zart?" (zart, en alemán, significa tierno, delicado).
La indivisibilidad del nombre y el individuo, tan característica del
pensamiento primitivo, explica por qué inconscientemente atribuimos
gran importancia al nombre de una persona. El estudio psicoanalítico de
los sueños y síntomas neuróticos demuestra que todavía creemos in-

49 Jean Piaget, The Child's Conception of the World, Nueva York, 1929, pág.
88.

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conscientemente que el nombre de una persona está tan íntimamente


ligado a ella como su piel.
En los tiempos antiguos los nombres judíos eran patronímicos. Un
hombre, por ejemplo, se llamaba Moses Mendelssohn, y uno de sus
descendientes, Felix Mendelssohn. Otros nombres, como Cohn, Levi,
Rabinowitz, etc., apuntan a tradiciones religiosas. Sólo a comienzos del
siglo XIX los nombres familiares judíos fueron finalmente determinados
por los funcionarios gentiles. Algunos de los nuevos nombres eran ino-
fensivos. Los funcionarios alemanes elegían las designaciones según los
países o ciudades de donde provenía la persona en cuestión, por ejem-
plo, Oesterreicher o Hamburger. Los funcionarios, especialmente los de
la monarquía austro-húngara, escogían con frecuencia nombres ridícu-
los e incluso vulgares, de modo que la nueva selección de nombres se
trasformaba a veces en una forma de insulto. El humorismo judío em-
pleaba con frecuencia estos nombres como material para sus sátiras. En
muchísimos chistes el efecto hilarante está ligado al nombre del perso-
naje presentado en ellos.
Permítaseme citar un ejemplo tomado de mi propia experiencia. Ha-
ce varios años fui invitado a pronunciar una conferencia en el departa-
mento de psicología del Adelphi College. Cuando el doctor Donald
Milman, catedrático de psicología de esa facultad, fue a buscarme en su
coche, pasamos frente a una gran cantidad de hermosos chalets, de
Long Island. Yo expresé mi sorpresa ante estas casas suburbanas tan
bien ciudadas. El doctor Milman me respondió: -Sí, esta gente trata de
mantenerse a la altura de los Cohens. El efecto humorístico de la frase
proviene de la variación introducida en una frase popular norteamerica-
na. Al reemplazar el típico apellido "Jones" de esa frase por "Cohen", el
doctor Milman aludía al hecho de que la mayoría de los habitantes de
ese suburbio eran judíos.
Así, el apellido de un individuo no tardó en convertirse en prueba de
que pertenecía a determinada comunidad religiosa. En una escena de
una pieza teatral ya olvidada (si la memoria no me engaña, se trataba de
Herthas Hochzei, de Max Bernstein) un personaje dice: -Eso es tan

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cierto como el Evangelio. Su interlocutor hace una inclinación de cabe-


za y responde: -Mi apellido es Rosenthal. Indica con ello que es judío.
Y agregaré otra anécdota humorística que gira alrededor de un nombre.
Un matrimonio visita la exposición de un famoso pintor moderno.
Cuando entran a la sala, la mujer señala un cuadro y comenta: -Ese es
un lindo retrato. -Pero si se trata de un paisaje- la contradice el esposo.
Se aproximan al cuadro y leen su título, que es: Nussbaum an der Ri-
viera* .
En muchos chistes judíos la burla apunta hacia los esfuerzos más o
menos exitosos de muchos judíos por cambiar sus apellidos para poder
asimilarse así a la sociedad gentil. Esta variedad de estratagema pro-
tectora en la cual el individuo trata de ocultar su origen judío provoca
risas irónicas. En un ejemplo norteamericano, el cantante Rosen se pre-
senta al director Conried, de la Metropolitan Opera. -¿Donde dejó el
Feld de su apellido?- le pregunta sarcásticamente Conried al cantante. -
En el mismo lugar donde usted encontró el Ried del suyo- responde el
artista. Naturalmente, la alusión contenida en la pregunta del director
sugiere que el cantante se llamaba Rosenfeld, v la respuesta de éste in-
sinúa la posibilidad de que el apellido del director haya sido en otros
tiempos Cohn o Cohen.
Bruno Walter, cuya familia se apellidara antes Schlesinger, era lla-
mado mordazmente "Herr Schlesinger von der Vogelweid", con lo que
se hacía alusión al verso de Los Maestros Cantores de Wagner: Herr
Walter von der Vogelweid, der ist mein Meister gewesen.
Un cambio total del apellido originario no impide que el individuo
resulte sospechoso. Se cuenta la siguiente historia que tiene por escena-
rio la antigua Hungría. Cuatro hombres entablan conversación en el
compartimiento de un tren, y en el transcurso de la misma hacen las
presentaciones:
-Kamory- dice el primero.

* Juego de palabras entre el apellido "Nussbaum" y la palabra Nussbaun (no-


gal). Efectivamente era un paisaje: Nogal en la Rivera. (N. del T.)

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-Kemeny- se presenta el segundo.


-Kratvany -anuncia el tercero.
-Yo también me llamo Cohn- informa el cuarto.
Otro cuento húngaro demuestra que la posibilidad de cambiar el
apellido había empezado a obsesionar a la población judía. Un amigo
lleva a Sammy Fischer de paseo por Budapest. Los dos hombres se
detienen frente al monumento del famoso poeta húngaro Alexander
Petöfy. Sammy Fischer escucha el esbozo biográfico trazado por su
amigo y pregunta: -¿Y como se llamaba antes? He aquí dos variaciones
modernas del mismo tema. En una oportunidad se realizó una cruza
entre las razas bovinas Guernsey y Holstein y se obtuvo una vaca
Goldstein. En lugar de decir "¡Muuuu!", la vaca producto de la cruza
decía "¿Nuuu....?" (modismo popular judío que equivale a "¿y enton-
ces?"). Y por fin una anécdota del nuevo estado de Israel. En una reu-
nión social, varios oficiales del ejército hacen sus presentaciones. El
primero dice: -Jacob Shulamith, antes Edelstein"; el segundo: -Jacob
Kadera, antes Katzenelbogen. Un mayor del ejército israelí que está
presente, comenta; -Lo que Israel necesita es un Quién Era Quién.

EL ECO DEL PROVERBIO


A mi hermana Margaret
I
Mi hermana mayor y yo experimentábamos una sensación bastante
extraña cada vez que escuchábamos un proverbio en la conversación de
los adultos. Cuando alguien decía: "Los gatos siempre caen parados", el
significado resultaba muy claro. Esto era algo que sabíamos, porque
nosotros mismos habíamos repetido el experimento una y otra vez. ¿Pe-

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ro por qué se empleaba este proverbio cuando uno de los participantes


de la conversación se obstinaba en volver siempre al mismo tema? ¿Qué
relación tenía esto con la agilidad acrobática de los gatos?
Muchos proverbios nos resultaban completamente ininteligibles y
siguieron intrigándonos durante mucho tiempo. Por ejemplo, qué signi-
ficaba la frase: "¡Arrástrame, que me siento muy feliz de venir!". Esto
parecía absurdo. Mucho más tarde comprendimos que ésta era una alu-
sión al comportamiento de una muchacha que simula resistirse, cuando
en realidad le encanta que la conquisten. Qué extraño y gracioso nos
parecía a los niños el proverbio 'Toda madre es una madre". Natu-
ralmente, toda madre es una madre desde el momento que tiene un ni-
ño. La frase suena en la actualidad como si se hubiese anticipado al
latiguillo estilístico de Gertrude Stein. "Una rosa es una rosa es una
rosa". En esa época no nos dábamos cuenta de que la frase no se refería
a la condición material de la maternidad, sino que tendía a subrayar la
importancia psicológica de la misma.
Según creo, tanto para la gente sencilla de pueblo como para los ni-
ños, no hay más que un paso de lo desusado e incomprensible a lo far-
sesco y regocijante. Ante algunos de los refranes y dichos judíos que
escuchábamos en nuestra infancia nos limitábamos a reír. Nos reíamos
de ellos como lo hacíamos al oir un chiste
Las diferencias entre un chiste y un proverbio resultan tan evidentes
que nos sentimos tentados de cerrar los ojos ante el hecho de que am-
bos fenómenos son vecinos desde el punto de vista de su origen y con-
secuencias. Existe una relación genética de índole precisa; se puede
probar que muchos refranes han cristalizado a partir de un cuento cómi-
co o un chiste. "Pescado podrido y, para remate, una paliza", era una
frase que se oía ocasionalmente. Es evidente que su origen está en una
anécdota o un relato hilarante sobre un hombre que compra mercaderías
averiadas y que, al proclamar su disconformidad, recibe además una
zurra.
Por otra parte, muchos chistes deben su popularidad a la ingeniosa
presentación o distorsión de proverbios y dichos muy conocidos. Por

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ejemplo, hemos oído la frase "tiene una gorra para ir a caballo". Esto se
decía de alguien que carecía de toda preparación para realizar determi-
nada tarea, y que se había provisto sólo de algún atributo superficial,
como un jockey que no tuviese caballo ni montura sino tan sólo la go-
rra.
En la vida diaria judía, la línea demarcatoria entre los fenómenos
contiguos del refrán y el chiste se diluye con frecuencia. Hay pruebas de
que proverbios y preceptos de las épocas bíblica y talmúdica fueron
sometidos más tarde a aplicaciones y variaciones farsescas. En este
punto se podría argüir que deberíamos agregar al efecto emotivo pasa-
jero la decisión acerca de si lo que está en consideración es un pro-
verbio, un cuento gracioso o una frase humorística. Pero aún este crite-
rio resulta ambiguo. Lo que tenemos entre manos es, por ejemplo, una
máxima que en otros casos sería respetable y que ahora adopta un dis-
fraz de payaso, o simplemente un chiste que pretende ser didáctico y
posa como proverbio. Sonreímos, como si la diferencia tuviera poca
importancia. Y a veces ni siquiera sonreímos. Mi abuelo acostumbraba
decir que los niños nacen con los puños apretados y el hombre muere
con las manos abiertas. Eso sonaba como una metáfora destinada a ex-
presar la idea de que la criatura desea aferrar el mundo entero y final-
mente lo deja escapar de sus manos como si no valiese nada. A los ni-
ños, esto no nos parecía muy gracioso.
Sin embargo, la mayoría de los proverbios judíos que escuchábamos
nos resultaban divertidos. ¿Acaso no era cómico que a uno le dijesen
"lava mi piel de abrigo, pero no la mojes"? (Naturalmente, esto ocurría
en una época en que eran desconocidos otros procedimientos químicos
de limpieza.) Sin embargo, con bastante frecuencia las frases dejaban un
sabor residual, porque muchas de ellas nos resultaban detestables. A
veces entraban en un extraño contraste con nuestros sentimientos, así
como con los preceptos morales que nos impartían en el hogar y la es-
cuela. Estaba, por ejemplo, la frase "Matar una gallina y no lastimarla".
Como es lógico, nosotros los niños lo interpretábamos como que no se
debía hacer daño sin necesidad a un animal. Sólo muchos años más tar-

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de descubrimos cuál era e! verdadero significado de la frase: que si uno


desea alcanzar un objetivo no debe tener sentimientos exageradamente
delicados. Los escrúpulos no deben detener a una persona que ambicio-
na el éxito.
Otra frase nos parecía aún más extraña. Se discutía sobre una per-
sona que inspiraba la antipatía general, y alguien comentaba: "Si Dios lo
quiere tanto, sería mejor que lo llevase a Su lado." Esto era completa-
mente ininteligible. No había nada de extraño en el hecho del que Dios
debiera llevar a Su lado a una persona a la que quería, ¿pero por qué se
decía esto en un tono tan extraño? Mucho más tarde descubrimos que
éste era un eufemismo para expresar el deseo de que esa persona murie-
se y rechazamos la frase, sobre todo porque era articulada en relación
con "nuestro Señor".
También nos oponíamos enérgicamente a la frase: "Quien se hace
bien a sí mismo se lo hace a los demás". Nos habían enseñado a no tra-
tar de promover nuestros propios intereses sino los del prójimo, y a
contener en favor de éste nuestros impulsos egoístas. Este proverbio
recomendaba prácticamente lo contrario. Tardamos mucho tiempo en
comprender la justificación psicológica de estas palabras. El estudio de
la propia vida y de la vida de los demás demuestra que es imposible
descuidar los intereses personales en grado excesivo para favorecer los
de los otros. El tener demasiada consideración con los semejantes, la
tendencia al autosacrificio, deben desembocar en un deseo desmedido
de desquitarse de estos semejantes por tales privaciones y sacrificios
que terminaron por ser demasiado agobiantes. Inconscientemente, uno
dará entonces rienda suelta a sus impulsos malignos y vengativos.
Sin embargo, esta máxima no debe ser confundida de ningún modo
con una declaración de sacro egoísmo. Se trata más bien del aflora-
miento de un egoísmo por reacción, de una advertencia surgida de la
percepción interior y coincidente con los descubrimientos de la práctica
psicoanalítica. Por ser la naturaleza humana lo que es -incluidos noso-
tros mismos- también debemos ser tolerantes con nuestros impulsos

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egoístas, hasta cierto punto, en la medida en que no hagamos daño al


prójimo.
El interés personal bien encarado también estaba comprendido en el
consejo que oímos dar: "Uno no debe apartar a nadie de un empujón,
sólo debe ponerlo gentilmente a un lado".
Prestábamos excepcional atención a los proverbios que se referían a
la familia... La mayor parte de ellos también eran incomprensibles o
contradecían nuestros sentimientos infantiles. Por ejemplo, de una pa-
reja que reñía constantemente se decía: "En realidad, no disputan el uno
con el otro; los que pelean son sus dales". La palabra judía dales, que
oíamos con frecuencia, significa pobreza, indigencia; verdadera pri-
vación. La vida nos demostró más tarde qué papel importante desem-
peña en el origen de los conflictos conyugales una difícil situación eco-
nómica.
Algunos refranes ponían en estrecho contacto la comida y la salud.
Por ejemplo, se repetía: "Se pregunta a los enfermos, y a los sanos se
les convida", lo que significa que a una persona sana se le da cualquier
comida que haya, sin averiguar si la desea, en tanto que sólo a los en-
fermos se les pregunta si desean determinado plato. Nos intrigaba la
frase: "Cuando un judío come pollo, el judío está enfermo o lo está el
pollo". A veces comíamos pollo, aunque en muy pocas oportunidades, y
nos lo servían aunque no estuviésemos enfermos y nos hallábamos con-
vencidos de que nuestra madre no habría cocinado un pollo enfermo.
¿Qué significaba el proverbio: "Ni diez enemigos podrían infligirle a
un hombre el daño que él se causa a sí mismo"?
Conocíamos el refrán: "Koved a la izquierda, dinero a la derecha".
La palabra Koved significaba honor, aprecio, incluso admiración, y la
frase implica que con frecuencia el homenaje rendido a una persona
puede estar acompañado por la pobreza, o que es aconsejable no luchar
con espíritu demasiado ambicioso por la estima, sino que es mejor bus-
car una vida confortable. (¡Con cuánta frecuencia recordé este refrán en
los años que siguieron!)

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A veces oíamos frases proverbiales sobre las mucamas -por ejemplo,


que eran "enemigas a sueldo"- y nos quedábamos desconcertados por-
que ellas siempre nos parecían nuestras amigas. En relación con este
tema se presentaba sorprendentemente la hipotética posibilidad de que
Dios tuviera familia. Se decía: "Si la hermana de Dios fuera sirvienta, no
sería mejor que ésta", lo que significaba que había que conservar la sir-
vienta que se tenía en ese momento, porque la siguiente no sería mejor.
En términos generales, era asombroso comprobar el extraño papel
que Dios desempeñaba en estos refranes. A veces se oía la queja: "¡Dios
no debería cargar sobre una persona todo el peso que El puede sopor-
tar!" Un refrán parecía confirmar la omnipotencia de Dios al afirmar:
"Si Dios quisiera, una escoba podría hacer fuego". En realidad, la idea
de que una escoba pudiese funcionar como un rifle era divertida. Des-
pués de todo no resultaba muy claro por qué Dios debía utilizar una
escoba cuando podía, en Su omnipotencia, hacer que se disparase un
rifle o un revólver. Por otro lado, había una frase que parecía expresar
serias dudas respecto de la omnipotencia divina. Se asemejaba a un sus-
piro: "Está bien, lejos me ayudará, ¿pero quién me ayudará hasta que El
lo haga?" ¿Quién si no El mismo debería prestar auxilio, mientras tanto,
si esto resultaba necesario?

II
Al recordar estos proverbios y muchas otras frases que oí en mi
temprana juventud, es fácil evocar la imagen de las personas que los
empleaban. Muchos espectros amados -y también otros aborrecidos-
surgen del pasado en sombras. Estos proverbios fueron pronunciados
en muchas oportunidades por nuestros padres, parientes, amigos y rela-
ciones, pero el que se llevaba el premio en la competencia, con mucha
ventaja a su favor, era nuestro abuelo. Ahora debo relatar algunos he-
chos que se refieren a él.
En mi memoria sobrevive como un anciano muy alto, de cabellos
blancos siempre cubiertos por un pequeño gorro, y con Ientes por en-
cima de los cuales nos miraba. Todavía lo veo con su bata anticuada, un
poco desprolija, arrastrando los pies por nuestro departamento, pelliz-

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cando con bastante frecuencia rapé de un estuche diminuto, negro, y


hablando o gritando en la jerga judeo-alemana. Más tarde me contaron
que era un talmudista conocido e incluso famoso. Yo mismo recuerdo
que con frecuencia venían a visitarlo estudiosos y devotos judíos, para
leer o discutir con él. Desde nuestras alcobas oíamos hasta horas avan-
zadas de la noche sus voces fuertes y excitadas que nadie se esforzaba
por moderar.
Nuestro abuelo había pasado la mayor parte de su vida dedicado a
los negocios y a los estudios sobre judaísmo en una aldea próxima a la
frontera austro-húngara, donde todavía existía una especie de ghetto.
Los niños habíamos pasado con frecuencia nuestras vacaciones allí (en
Nagy-Marton, ahora llamada Mattersdorf, en Austria) y nos in-
terrogábamos a menudo sobre las extrañas prácticas y costumbres de la
pequeña comunidad judía. Nuestro abuelo nos inducía a participar en
los ritos religiosos que apenas podíamos seguir defectuosamente, pero
que nos impresionaban hasta lo más hondo de nuestro ser. La Pascua, el
Año Nuevo, el Día del Perdón, el comienzo y el fin del Sábado, dejaron
marcas indelebles en nuestras mentes. La antiquísima música coral, que
oí en aquella época en la sinagoga, vuelve a veces a mi memoria, con
gran sorpresa de mi parte.
Después de la muerte de su esposa, mi abuelo, ya anciano y débil,
se encontró solo, sin medios suficientes de subsistencia. Se mudó a
Viena para vivir con nosotros en nuestro departamento relativamente
estrecho. Recuerdo muy bien el día de su llegada, por que lo primero
que hizo nos conmovió bastante a los niños. Sobre el aparador había un
busto de mármol que representaba no sé si a Júpiter o a Apolo. Su pre-
sencia debió trastornar a nuestro abuelo cuando recorrió por primera
vez nuestros aposentos. Tomó una silla, se trepó a ella bastante torpe-
mente, y con un martillo hizo saltar la nariz del busto. Como es lógico,
este acto incomprensible tenía un motivo religioso: mi abuelo, que era
fanáticamente devoto, no estaba dispuesto a aceptar bajo ningún pre-
texto la presencia de imágenes en las habitaciones donde él moraba,

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puesto que estas imágenes estaban estrictamente prohibidas por los


mandamientos judíos. ("No te harás imagen".).
Esta actitud marcó el comienzo de una amarga lucha entre mi
abuelo y mi padre, lucha que duró muchos años y sólo fue interrumpida
por treguas más o menos prolongadas. Estallaban violentas discusiones
sobre la religión, su objetivo y justificación, su actitud hacia la civiliza-
ción moderna y el progreso. No había puente alguno que uniese una
costa con la otra, que uniese el punto de vista de un prosélito temeroso
de Dios con el de un agnóstico, una mentalidad medieval con otra mo-
derna.
Pero el tema en debate no era sólo teórico. Se producían acaloradas
disputas sobre el cumplimiento de las leyes dietéticas en la cocina, y mi
abuelo insistía con obstinación en la rigidez ritual de las mismas. Como
su yerno no estaba dispuesto a someterse a su dictadura, y como había
una sola cocina, era extraordinariamente difícil mantener una estricta
división entre lo kosher y lo treif. Era casi imposible impedir que los
platos con carne entrasen en contacto con los que contenían leche, y ni
siquiera la más ínfima de estas trasgresiones escapaba a la incesante
vigilancia de mi abuelo. Cada descubrimiento de este tipo terminaba con
una escena en la cual el anciano intentaba imponer su voluntad despóti-
ca sobre toda la familia.
Nuestro padre, sublevado por esta tiranía, pero compadecido a pe-
sar de todo ante este hombre anciano y solitario, no podía renunciar a
sus opiniones avanzadas. La que más sufría en el conflicto entre su pa-
dre y su esposo era mi madre. Sin embargo, ella no podía decidirse a
enviar al anciano a un asilo. Los niños empezamos a detestar gradual-
mente a nuestro abuelo. No obstante lo cual subsisten recuerdos de
nuestra más tierna infancia que demuestran que, a pesar de todo, lo
queríamos y admirábamos, y que su afecto, que muchas veces se expre-
saba en forma torpe, debe haber encontrado un eco en nosotros.
No siempre los altercados entre nuestro abuelo y nuestro padre to-
maban un cariz violento. De vez en cuando los dos hombres mantenían
conversaciones pacíficas, hasta cordiales, y sé que algunas de las frases

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cómicas o ingeniosas del viejo hacían reír de buena gana a mi padre.


Pero en general las opiniones encontradas provocaban, demasiado
pronto, una ruptura de las discusiones.
Cuando las cosas llegaban a este punto, era frecuente que mi padre
se turbara y se negase a hablar con su suegro. En estas oportunidades
los dos hombres que, después de todo, experimentaban la necesidad de
expresar sus puntos de vista, vivían como dos extraños el uno junto al
otro. Entonces nuestro abuelo permanecía en su cuarto durante la ma-
yor parte dcl día, representando melancólicamente el papel del rey Lear.
Aparentemente, su sentimiento de culpa y su deseo de reconciliación
debían ser bastante intensos, porque siempre se las ingeniaba para hacer
que mi padre, que era irritable, pero excepcionalmente bueno, empezase
a hablar nuevamente. Recuerdo que durante uno de estos períodos de
ruptura temporaria de relaciones diplomáticas, oímos por casualidad
una serie de ruidos extraños en el cuarto del abuelo. Caminaba de un
extremo al otro de la habitación y hablaba a solas, diciendo "ba, ba, ba,
ba..." Mi padre y los niños entramos corriendo a la pieza, exclamando: -
¿Qué sucede? ¿Que es lo que dices? -Nada -respondió él-, simplemente
practico para no olvidarme por completo de cómo se habla. Nadie quie-
re conversar conmigo.
Todavía puedo ver la figura del anciano en la hora de la muerte de
mi padre. Entró rezando en alta voz en la habitación donde yacía en su
último sueño el hombre que era muchos años menor que él. De acuerdo
con los ritos religiosos, mi abuelo empezó por cubrir el espejo y abrir
las ventanas, para que el alma del muerto pudiese ascender al cielo.
Después de este hecho pareció tornarse más callado y melancólico. Mu-
rió pocos años más tarde en medio de una manía de persecución pobla-
da de delirios religiosos. Fue de labios de este abuelo tiránico, detestado
y sin embargo también muy admirado, que oí muchos de estos prover-
bios judíos. Pasó mucho tiempo antes de que llegase a comprender su
agudeza y encanto.

III

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Frecuentemente, algo dicho al pasar reaparece después de muchos


años como si fuera un eco demorado. Los refranes y modismos que los
niños escuchamos hace mucho tiempo fueron rápidamente "olvidados".
Se sumergieron en los recovecos del alma, de donde a veces emergen
sorpresivamente. Los motivos que fuerzan a estas frases a volver a la
superficie son tan misteriosos como las causas que determinaron su de-
saparición. Con frecuencia en la situación práctica no se discierne el
lazo que establece esa relación. Nuestra memoria no nos recuerda que
hayamos buscado esas frases. Afloran sencillamente por sí solas. El
efecto ulterior de estos proverbios oídos en la infancia puede resultar
más significativo que el efecto del momento, el eco puede ser más im-
portante que el sonido original.
He aquí un ejemplo. Existe un conflicto entre los fuertes impulsos
derivados de motivos biológicos y las fuerzas adversas provocadas por
el desarrollo de la civilización y enfiladas a reprimir y desplazar esos
impulsos. En este conflicto, los impulsos prohibidos se han provisto de
un desahogo inconsciente. Bajo el efecto de las dos fuerzas opuestas se
presenta una posibilidad de emisión y expresión identificable. Aquéllas
engendran una manifestación de transacción, una admisión inconsciente
de estos impulsos reprimidos. A esta tendencia emotiva que se abre
paso por medio de tales actitudes de transacción la he designado como
compulsión a confesar. Su carácter compulsivo se reveló, en su mayor
parte, por el carácter instintivo de los impulsos originarios, reprimidos,
y también por la intensa presión de la sensación de culpa que actuó so-
bre ellos. La lucha para dar expresión a los impulsos reprimidos ha con-
ducido, bajo la influencia de determinados factores culturales, al desa-
rrollo de una compulsión inconsciente a confesar que exhibe claramente
todas las características de su origen y se presenta a sí misma como algo
intermedio entre la ocultación y la expresión.
Algún tiempo después de haber hecho públicas mis experiencias y
opiniones analíticas en la obra Geständniszwang und Unbewusstes

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Strafbedürfnis, editada en 192650, recordé súbitamente una de esas


frases frecuentemente empleadas por mi abuelo. Se la oíamos con fre-
cuencia cuando mi padre, ofendido por algunos de los comentarios he-
chos por mi abuelo durante una de esas acaloradas discusiones, salía de
la habitación. Entonces el anciano suspiraba profundamente y mur-
muraba: "Cuando estamos vivos, nos prohiben hablar. Cuando estamos
muertos, no podemos hacerlo". Los niños nos reíamos disi-
muladamente, porque sólo entendíamos el significado literal de la frase,
que nos parecía una perogrullada. No comprendíamos que de esta afir-
mación se desprendía el interrogante: ¿Y entonces, cuándo se puede ha-
blar? ¿Cuándo gozamos de libertad para expresar nuestras opiniones?
Fue esta frase la que me animó a reconocer el desarrollo de mi teo-
ría de la compulsión a confesar, cuyo carácter toma la forma de un
compromiso debido a la cooperación y oposición de factores biológicos
y culturales.
Lo que oímos en una época temprana resuena en nosotros mucho
más tarde. Creo que no alcanza a sorprendemos suficientemente el que
frases de la época de nuestra niñez retornen después de un largo inter-
valo, cuando de pronto repetimos expresiones oídas en una época que
ha quedado muy atrás y con las que nunca volvimos a tener contacto,
cuando vuelven a nuestra mente dichos desconocidos para nuestros
pensamientos conscientes y proverbios que habíamos olvidado por
completo y que habríamos buscado en vano hurgando en nuestra me-
moria. Es como si encontrásemos inesperadamente, después de mucho
tiempo, a un amigo de la infancia. Es como si alguna otra persona pro-
nunciase estas palabras cuando en realidad se trata del Ego, una parte
de la personalidad que se ha segregado de nosotros.
Después de dormir durante muchos años en profundidades des-
conocidas, vuelven cada vez con mayor frecuencia a medida que en-
vejecemos. Exigen que les prestemos atención y nos atengamos a ellos.
¿Cuál es su propósito? ¿Recordarnos nuestra niñez, a nuestros padres y

50 Versión inglesa en The Compulsion to Confess, Nueva York, 1959.

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abuelos que en una época los enunciaron? Son una advertencia de que
vamos a internarnos por el sendero que recorrieron nuestros antepasa-
dos. Nos convocan hacia nuestros antepasados antes que nos reunamos
con ellos.

VOCES AJENAS QUE SE REPITEN EN UNO

I
En el capítulo anterior se planteó el interrogante de por qué los pro-
verbios escuchados en alguna oportunidad y olvidados hace ya mucho
tiempo vuelven a aflorar. Nos sorprenden a menudo con su reaparición
y a veces sentimos la tentación de hacerlos a un lado. Sin embargo, la
mayoría de ellos son coherentes con el contexto en el que se presentan.
Cuando resuenan sólo es necesario prestarles atención sin interferir y
reconocerlo. (Recientemente un irlandés afirmó que su esposa tiene la
última palabra incluso después del eco).
En esta misma forma reaparecen no sólo los proverbios, sino tam-
bién los chistes y las frases graciosas o peculiares. Es como si llegasen a
modo de mensajes enviados desde un territorio extranjero, pero no es
extranjero sino sólo extraño. Forman una música de fondo para nues-
tros pensamientos. Es interesante analizar las oportunidades en que
salen a luz. He aquí unos pocos casos. Durante una función teatral re-
cordé súbitamente un chiste judío. En el escenario había estallado una
intensa tormenta de granizo. Contemplando la escena volvió a mi me-
moria el cuento en que un judío le dice a otro que se ha asegurado con-
tra incendio y granizo. Su interlocutor comenta: -Lo del incendio lo
entiendo. ¿Pero cómo haces para provocar granizo?-. El significado está
muy claro. Se trata de una alusión al propósito futuro de defraudar a la
compañía de seguros prendiendo fuego a la casa para poder cobrar el
dinero de la póliza. ¿Pero cómo se puede seguir este procedimiento en
el caso de los daños producidos por el granizo? La reaparición de este
chiste en mi mente se debió a la curiosidad que me causó el procedi-
miento técnico empleado para producir granizo sobre el escenario. Na-
turalmente, detrás de mi asombro debía haber una forma de descrei-

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miento burlón, una negativa a aceptar la ilusión creada por el director


de escena. El tipo de asociación de ideas que despertó el recuerdo del
chiste en este caso resulta muy claro.
He aquí el ejemplo de un proverbio en el que no había pensado du-
rante muchos años y que recordé súbitamente durante una sesión de
psicoanálisis. Hacía varios años que escuchaba a un paciente neurótico
que me describía durante muchas horas la vergüenza que le inspiraba su
familia. Me explicaba que desde su infancia lo abochornaba que sus pa-
rientes, inmigrantes rusos, no pudiesen hablar correctamente el inglés y
siguiesen siendo judíos ortodoxos que observaban todas las festividades
religiosas. Más tarde se cambió el apellido porque éste sonaba a judío.
El mismo paciente se quejaba de que había tenido mala suerte en su
profesión, de que su matrimonio había sido un fracaso y que sus amigos
lo habían abandonado en una situación crítica. Mientras lo escuchaba, la
siguiente frase cruzó por mi memoria, aparentemente sin un origen
identificable:

Wer sich schämt von seiner Mischpoche


Auf dem ist ka broche.
Mischpoche es la palabra hebrea que significa familia y broche sig-
nifica bendición. En consecuencia, el proverbio podría traducirse así:
Aquel que se avergüenza de su familia, será infortunado. El refrán rela-
ciona -en un sentido religioso o metafísico- el infortunio con el bochor-
no por la propia familia. La frase tiene un correcto sentido psicológico:
uno puede elegir a sus amigos o a su cónyuge, pero no puede escoger a
los padres o antepasados. Hay que aceptarlos con sus virtudes y sus
defectos y es imposible librarse de ellos. Una sensación permanente de
vergüenza por ellos debe desembocar necesariamente en ciertas conse-
cuencias caracterológicas desfavorables: la persona no se aceptará a sí
misma, porque nuestros padres continúan viviendo en nosotros, están
introyectados en nosotros y forman parte de nuestra personalidad. Con-
secuentemente se produce una especie de huida de uno mismo. Esto se
liga con la resultante sensación inconsciente de culpa que conduce a la
persona a estropear sus propias oportunidades en la vida, a sabotearse a

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sí misma y a organizar inconscientemente su propia mala suerte. Estas


impresiones deben haber cruzado por mi mente mientras escuchaba al
paciente y hallaron su cristalización en el afloramiento de ese proverbio
olvidado durante mucho tiempo.
Otro refrán me sorprendió cuando lo recordé súbitamente durante
una consulta. Se trataba de un paciente al que había visto varios meses
atrás y que yo había enviado a uno de mis discípulos para un trata-
miento psicoanalítico. Volvió para una consulta en el curso de la cual se
quejó de que su psicoanalista tenía una actitud indiferente; casi nunca le
daba aliento y no lo ayudaba a resolver los graves conflictos en los que
se veía envuelto. En determinado momento volvieron a mi memoria dos
versos que no recordaba desde hacía mucho tiempo:

Einem Stein soll man's klagen,


Nur nicht bei sick soll man's tragenl

Yo debía haber oído este refrán en mi niñez. Su significado, en tra-


ducción libre, es:

Será mejor que transmitas tus cuitas a una piedra


Antes que encerrarlas en ti mismo.
En el caso en cuestión esto quería decir: es mejor tener este psicote-
rapeuta silencioso y aparentemente insensible que hacer frente solo a los
problemas emocionales, sin confiar en nadie. A pesar de las quejas debo
haber observado en el paciente alguna mejoría que atribuyó al efecto
liberador, catártico, del tratamiento.

He aquí, para variar, un chiste judío que recordé durante una sesión de
psicoanálisis. El paciente acababa de describirme una actitud que en
seguida me intrigó: en la noche de la jornada durante la cual había sido
enterrada su esposa, se sintió súbitamente invadido por una ola de de-
seo sexual y visitó a una prostituta. Al llegar a este punto pensé en un
cuento judío. No encuentran por ninguna parte al esposo de una mujer
cuyo funeral está a punto de comenzar. Finalmente, su cuñado lo halla
en la habitación de la mucama, con la que acababa de tener relaciones

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sexuales. Desbordante de cólera e indignación, el cuñado lo apostrofa


por su conducta. El viudo se defiende con estas palabras: -¿Acaso sé
qué es lo que hago en medio de tanta pena?- No hay duda de que el re-
cuerdo entre serio y jocoso del cuento judío volvió a mí como una es-
pecie de interpretación psicológica para la conducta del paciente.

II
Todos los ejemplos anteriores se explican como consecuencia de un
curso de ideas que acompañaba a mis reflexiones conscientes mientras
escuchaba a mis pacientes. Los recuerdos de los refranes y chistes ju-
díos en los que no había pensado durante mucho tiempo constituían,
por así decir, comentarios ocasionales sobre la historia de la persona
que me relataba sus experiencias. Nuestros conocimientos sobre las
leyes que rigen las asociaciones de ideas bastan para explicar la apari-
ción de estos proverbios y cuentos parcialmente olvidados. Estos casos
no tienen nada de misterioso. Las oportunidades en que ocurrieron, su
relación con el tema en discusión y su significado ofrecen información
psicológica suficiente para explicar su afloramiento. El fenómeno no es
muy distinto de la situación en la cual recuerdo súbitamente que he de-
jado en tal o cual lugar un libro que echo de menos desde hace algún
tiempo.
Ahora enfocaremos desde otro punto de vista los casos de aflora-
miento sorpresivo. Lo que nos intriga no es la oportunidad de la reapa-
rición, sino la fuente originaria de donde procede el cuento o el chiste.
En el capítulo anterior dije que muchos de esos proverbios o refranes se
los oí a mi abuelo o a otros parientes. Sin embargo, en algunos casos el
origen de las frases o chanzas recordadas permanece sumido en el mis-
terio. A veces es fácil responder al interrogante de por qué reaparecen
en determinado momento, pero ¿de dónde provienen, dónde y de labios
de quién los oímos por primera vez?
Mientras escribía sobre los chistes en los cuales los judíos se burlan
de sus propios vicios, con gran sorpresa de mi parte pensé en una frase
que, a pesar de estar incompleta, tenía relación con ese tema. Había un

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nombre de un lugar o una ciudad que se me escapaba, pero la continua-


ción de la frase era una pregunta: "...¿No es ésa la ciudad donde han
gueganvet (en ídish, robado) una locomotora?" Sólo lograba recordar
que debía haber oído decir esto cuando era una criatura pequeña y que
más tarde volví a pensar en la frase. Traté de establecer quién había
dicho esto, y a quién se lo había dicho. Lo único que puedo recordar es
que sucedió en alguna calle de Viena, y me veo como un niñito que está
cerca del hombre que hizo la pregunta en su conversación con otro
hombre. La reconstrucción que intenté nunca pasó de este punto, pero
sé que ninguno de los dos hombres era mi padre o mi abuelo. Se trataba
acaso de otro pariente que me había sacado a pasear. No sé por qué,
pero tengo la impresión de que la pregunta hizo reír al otro adulto. Pa-
rece que yo tomé en serio la historia de que los judíos de P. habían ro-
bado una locomotora. Quizá desde mi punto de vista, la risa era una re-
acción inadecuada.
Ahora comprendo, como es lógico, que la grotesca historia de que
los judíos de P. habían robado una locomotora era una alusión descabe-
lladamente exagerada a la deshonestidad de los judíos de esa ciudad,
pero estoy casi seguro de que el aspecto moral del cuento careció de
interés para mí cuando era niño. Yo escuchaba como si se tratase de
una noticia interesante.
Hemos comparado esos otros casos de resurrección de chistes y
proverbios olvidados con la situación en que una persona que ha olvi-
dado dónde colocó un objeto determinado -por ejemplo un libro- re-
cuerda súbitamente el lugar. El caso que acabo de exponer es muy dis-
tinto: sólo después de haber percibido esa frase en mi oído interior,
recordé que debía haberla escuchado en cierta oportunidad, hacía casi
setenta años. Para continuar con el símil empleado, es como si encon-
trásemos un objeto, un libro, por ejemplo, que nunca hubiésemos ima-
ginado poseer. Voy a dar un ejemplo aclaratorio de este género, tam-
bién relacionado con la literatura. Yo quería citar unas líneas de Gyges
und sein Ring, la obra de Friedrich Hebbel, pero no sabía con certeza si
conservaba fielmente el texto en mi memoria. Tomé de mi biblioteca ese

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volumen de las obras de Hebbel, y busqué el pasaje. Hacía muchos años


que no leía la tragedia, pero sabía que se trataba de palabras pronuncia-
das por Kandaules, rey de la antigua Lidia. Mientras buscaba este pasa-
je, y al volver las hojas del libro, descubrí, con gran sorpresa de mi
parte, una orden de pago a mi nombre, que nunca había cobrado, y que
databa de casi veinte años atrás. Lo que es más, durante todo ese lapso
nunca la había recordado y no reconocí el nombre del remitente. Senci-
llamente no sabía que esta orden de pago existía y que estaba en mi
poder. Este caso es psicológicamente muy distinto del otro en el cual
uno coloca un objeto fuera de su lugar y no recuerda luego dónde lo
puso.
En el caso de la historia de la locomotora la oportunidad en que
afloró es obvia. Yo acababa de escribir el capítulo sobre los chistes re-
lativos a las malas acciones de los judíos (incluido en esta obra). Tam-
bién es conocido el eslabón de enlace entre las ideas, ¿pero quiénes son
los dos interlocutores que participan en la conversación? ¿Y cuál era el
significado que tenía esa frase, que se había sumergido en el olvido du-
rante setenta años quizá, para mí, que era entonces un niño de cuatro
años? Hasta ahora nos interesamos por la naturaleza del proceso mental
por cuyo intermedio estos recuerdos son revividos, pero casi no pres-
tamos atención al aspecto emocional de este reafloramiento. Sin embar-
go, debe haber algunas tendencias emocionales que los ayudan a atra-
vesar el umbral del inconsciente y quizá estos factores determinantes
tienen más importancia para la comprensión de su reaparición que las
leyes de la asociación de ideas. Pronto volveremos a este tema.

III
En una carta fechada el 3 de mayo de 1819, John Keats escribió lo
siguiente a Fanny George y Georgiana Keats: "Nunca nada se torna real
mientras no ha sido experimentado... incluso un proverbio no es tal para
una persona hasta que su vida se lo ha ilustrado". A veces nuestros pa-
dres citaban un refrán judío: "El amor de los padres se vuelve hacia sus
hijos; el amor de estos hijos se vuelve hacia sus hijos". Unicamente la
primera parte de la frase tenía sentido para nosotros, cuando niños. La

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noción de tener hijos propios nos resultaba inconmensurablemente ne-


bulosa. Sólo después que nos convertimos a nuestra vez en padres y
abuelos, pudimos comprender cuán cierto y profundo era ese proverbio.
En The Secret Self describí detalladamente una escena que presenta
un ejemplo nítido de una experiencia de este tipo, en la cual un prover-
bio cobró vida para mí. Los refranes que el escritor francés Joubert lla-
mó en una oportunidad "compendios de sabiduría", no son productos
del esfuerzo intelectual, sino experiencias jocosas o melancólicas acu-
muladas a lo largo de las generaciones, y sólo se puede obtener una
profunda comprensión de su significado gracias a la experiencia vivida
por una persona que no sólo constata la veracidad del proverbio, sino
que además se sorprende ante su penetración y franqueza.
La quintaesencia de esa escena consistía en que una noche me sentí
menospreciado y ofendido por mis hijas, que entonces eran adolescen-
tes, y no pude conciliar el sueño, meditando sobre este problema. Y de
pronto me descubrí murmurando: "Kleine Kinder, kleine Sorgen...
grosse Kinder, grosse Sorgen" ("Niños pequeños, penas pequeñas...
niños grandes, penas grandes"). Lo que acababa de leer me tomó de
sorpresa. ¿Había sido yo quien había pensado en eso o había sido otra
voz? De pronto se me presentó la imagen vívida de mi padre, visto co-
mo en el centro de una ilustración rembrandtesca. Debe haber habido
otras personas en los lindes de esta escena, quizá una tía mía a la que mi
padre le estaba hablando. lndudablemente yo estaba allí. Mi padre debía
haberse quejado de mí (yo tenía entonces la misma edad de mi hija me-
nor en el momento de la experiencia). Había una referencia directa al
niño, yo mismo, que había causado pena a su padre y lo había desilusio-
nado. La imagen no duró más que un momento, pero yo oí claramente
la voz que resonaba en mí.
Fue un instante de revelación personal. El tumulto emocional agu-
damente percibido se había revelado súbitamente, y su lugar fue ocupa-
do por esa imagen visual y esa voz. Era indudablemente la voz de mi
padre la que había dicho: "Kleine Kinder, kleine Sorgen... grosse Kin-
der, grosse Sorgen". lncluso reconocí el timbre de su voz y su pronun-

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ciación ligeramente vienesa. Sin embargo, sabía que era yo quien había
murmurado esta frase significativa que contenía la esencia de lo sucedi-
do con mis propias hijas.
Durante un momento se produjo la resurrección del pasado y la voz
de mi padre fue la que brotó en mí. ¿Nuestros padres siguen viviendo a
través de nosotros y dentro de nosotros mucho después de haber
muerto? La persona tiene alguna dimensión profunda de la que no te-
nemos conciencia y en la cual habita el pasado inmortal, y junto con
éste las personalidades de aquellos que motivaron nuestro carácter.
Transcurrieron más de diez años desde aquella oportunidad en que
me oí pronunciar ese proverbio judío. La desvinculación emocional que
marca el proceso de envejecimiento ha barrido con muchas experien-
cias, pero todavía sé que aquella hora me ayudó en un desarrollo hacia
la identidad personal. "Nous mourons tous inconnues", comentó Balzac
en una oportunidad. En realidad todos morimos como seres desco-
nocidos, desconocidos incluso para nosotros mismos, pero a través de
la oscuridad cruzan chispazos de autocomprensión como el que me
alumbró en el instante en que resurgió el proverbio olvidado.

IV
Ahora me gustaría volver al comentario jocoso sobre el robo de la
locomotora que escuché en mi primera infancia, pero solo podría arribar
a ello dando un rodeo.
Alexander Moszkowski trató de definir un día el chiste judío:

Ein judischer Witz


Mit judischem Akzent:
Was ein Goy nicht versteht
Und ein Jud Immer schon kennt.

Un chiste judío
Con acento judío
Que un goy no entiende,
y un judío siempre conoce ya.

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Desde este enfoque la pregunta sobre el lugar donde la gente había


gueganvet una locomotora no es un chiste judío, sino un comentario
jocoso supuestamente encaminado a solicitar información.
Para que el carácter de esta historia aparezca en un foco más nítido,
uno debe imaginar al judío que hace la desconcertante pregunta. El y
todos los otros judíos que cuentan chistes no se limitan a contarlos, sino
que además los interpretan. Representan un monodrama en el que hacen
el papel del schnorrer y del banquero rico, del estudioso del Talmud y
sus huéspedes, del casamentero y del joven o la muchacha en cuestión,
y siempre así. No deberíamos hablar de los relatores de cuentos judíos,
sino más exactamente de sus actores.
¿Cuál es el proceso psicológico que se desarrolla en este actor que,
parafraseando a Shakespeare, "representa muchos papeles a un tiem-
po"? ¿Se trata simplemente de una identificación con los diversos per-
sonajes que aparecen en su relato? ¿Renuncia a su identidad y asume en
cambio alguna otra?
Yvette Guilbert, la famosa diseuse francesa, le comunicó a Freud -
quien no sólo era uno de sus admiradores, sino que además fue su ami-
go durante muchos años- que planeaba escribir un libro en el que de-
seaba explicar los secretos de su actuación dramática. Madame Guilbert
pensaba que su técnica consistía en eliminar su propia personalidad y en
reemplazarla por el personaje que representaba.
En su carta de respuesta51, Freud dice saber poco sobre este proce-
so, por lo que sólo puede hacer unas pocas sugerencias. Este concepto
del mecanismo psicológico del actor había sido proclamado en forma
casi universal, pero nunca lo había satisfecho totalmente. La idea "de la
obliteración de la personalidad propia y su reemplazo por otra imagi-
naria" brinda muy poca información acerca del proceso y no explica por
qué un actor logra este objetivo con mucho más éxito que otro. Freud
sospecha en cambio que aquí interviene un elemento del mecanismo
opuesto: no se trata de que la propia personalidad quede obliterada,

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sino de que "partes de ella -deseos reprimidos y rasgos que no han teni-
do oportunidad de desarrollarse- son empleadas para representar al
personaje escogido. Esta parte oculta de la propia personalidad en-
cuentra expresión en la representación dramática y le da el sello de la
veracidad realista".
En otra carta52 al esposo de Ivette Guilbert, el doctor Max Schiller,
Freud defiende su teoría. Se refiere esta vez al gran artista Charlie Cha-
plin, a quien admiraba. Chaplin siempre representa el mismo papel, el
tipo pobre, débil, torpe. "Pues bien -comenta Freud-, ¿cree usted que él
debe olvidar su propia personalidad para interpretar este papel?'' No, no
hace más que representarse a sí mismo, concretamente a la personalidad
de su amarga juventud; Chaplin descubre las huellas de esa época, sus
humillaciones y privaciones. En consecuencia, Freud sostiene que los
éxitos de un artista están condicionados internamente.
Se podría encontrar un argumento contra esta teoría en el hecho de
que Madame Guilbert interpretaba con igual maestría toda clase de ti-
pos, santas y pecadoras, coquetas y amas de casa, delincuentes y apa-
ches, etc., pero Freud responde que esto no hace más que probar que la
actriz tenía una vida psíquica excepcionalmente rica y adaptable y se
inclina a remontar los orígenes de todo su repertorio a experiencias y
conflictos de sus primeros años.
Naturalmente, esta incipiente teoría (Freud se refiere en este con-
texto a su ensayo sobre Leonardo da Vinci) está incompleta, y debería
ser ahondada; pero lo que se dice en estas cartas es suficiente para
arrojar luz sobre la naturaleza del relator, o con mayor precisión, el
actor de los chistes judíos, quien representa varios papeles mientras los
cuenta. Sin duda alguna, su interpretación y su relato también están
determinados por sus propias impresiones, vicisitudes, represiones y
desilusiones infantiles, pero yo me inclino a ir mas allá de este punto de
la teoría de Freud, enfilando hacia dos nuevas direcciones. Yo afirmaría
que en esta representación de personajes distintos, del schnorrer y el

51 Letters of Sigmund Freud, Nueva York, 1960, pág. 404.

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banquero, del rabino y la viuda pobre, no sólo actualiza experiencias de


su propia primera infancia, sino también las vicisitudes de las personas
que lo rodeaban y que él incorporó o asimiló en sí mismo. Más aun, me
atrevería a pensar que en los personajes que describe en sus cuentos, y
que retrata vívidamente en sus gesticulaciones, modulaciones, locucio-
nes y expresiones del rostro, otorga vida a muchas potencialidades, a
diversas alternativas que no tuvieron existencia real, a posibles actitudes
y actos que no fueron concretados, pero que podrían haberlo sido. Mu-
chas de estas actitudes y actos fueron desmentidos o reprimidos, su-
mergidos en el olvido. No titubearía en formular la teoría de que el re-
lator o actor, al interpretar estos múltiples papeles, revive las aventuras
de sus antepasados entre los cuales hubo indudablemente schnorrers y
rabinos, estudiosos del Talmud y también delincuentes, etc. Pero entra-
mos en un territorio muy vasto y al llegar a este punto debo detenerme.
Hay otro aspecto de la representación de múltiples personajes por el
relator de chistes judíos que por lo menos debemos mencionar. Su re-
lato o interpretación es en la mayoría de los casos muy realista, pero a
veces no se puede negar la existencia de una burla subyacente. Si mi
teoría es correcta, este hecho tendría características de autocaricatura.
Sin embargo, este es un problema delicado que merece ser tratado
aparte.
Y ahora tenemos allanado ya el camino de retorno a la investigación
psicológica de la historia de la locomotora robada. Hemos dicho que el
niño tomó en un sentido literal el absurdo relato y creyó que los judíos
de ese lugar habían robado efectivamente una máquina. Lo que es más,
admiró quizá a los ladrones y se identificó con ellos. Esto significa que
probablemente deseó estar en el lugar de ellos y poder robar una lo-
comotora. A la criatura no se le ocurrió preguntarse por qué y con qué
fin los judíos habrían podido apoderarse de la máquina. Es significativo
el hecho de que en ningún momento haya pensado qué haría el ladrón
con la locomotora. Así, retrospectivamente, aventuraré una hipótesis de

52 Ibid., pág. 905.

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la causa por la que nunca me pregunté eso entonces, cuando no había


cumplido aún los cuatro años.
Al igual que muchos otros niños de esta edad, yo deseaba apasio-
nadamente ser maquinista. No conservo ningún recuerdo consciente de
este deseo. ¿Hay alguna prueba circunstancial de su existencia y su
efecto psicológico? Hay dos hechos cuya interpretación psicoanalítica
permitiría llegar a una conclusión razonable. Mi padre era funcionario
de la empresa ferroviaria austriaca y todavía recuerdo que yo solía re-
lacionar mentalmente en forma íntima este cargo con los trenes. Apro-
ximadamente en esa época obtuvo mi hermano, veinte años mayor que
yo, un empleo en una dependencia de una línea ferroviaria, y yo escu-
chaba sus relatos sobre este tema con el interés y la admiración propios
de un hermano menor.
El segundo hecho que podría aprovecharse como prueba circuns-
tancial psicológica fue la oportunidad en que la frase olvidada sobre la
locomotora robada reapareció en mi memoria. Esto sucedió mientras
leía la novela de Zola, La bestia humana. En la escena final de esta no-
vela, una locomotora sin gobierno avanza a toda marcha, atravesando
velozmente la campiña "como una bestia salvaje enloquecida, con la ca-
beza gacha", desplazándose hacia la catástrofe. Mientras leía la descrip-
ción de la épica escena, experimenté por una fracción de segundo la
emoción que siente un niño cuando se identifica con la poderosa máqui-
na en movimiento.
El resultado de la interpretación analítica del significado que tuvo
para mí cuando niño esta descabellada pregunta, consiste en que yo
deseé robar una locomotora, para hacer lo que se suponía que habían
hecho los judíos de esa ciudad. El robo no me inspiraba asombro, y mi
deseo no estaba acompañado por escrúpulo moral alguno.

V
Durante esa misma tarde volvió dos veces a mi memoria un prover-
bio que había escuchado con frecuencia cuando niño. La primera vez,
ocurrió esto mientras escuchaba a un paciente en una sesión psicoanalí-
tica. Quejábase amargamente de varias circunstancias externas, como

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por ejemplo su situación financiera, el carácter de las mujeres con las


que debía tratar y cosas por el estilo, a las que hacía responsables de sus
fracasos. Terminó sus lamentaciones con las frases: "Bien, éste es el
destino del hombre blanco. ¡Vaya uno a protestar al gobierno!"
Sentí deseos de contradecir, no su afirmación implícita de que es
inútil discutir con la autoridad, sino su opinión de que estos diversos
factores externos eran los responsables de su infortunio. Sentí deseos de
recordarle hasta qué punto él mismo contribuía inconscientemente a sus
fracasos y pensé en algunos rasgos de personalidad que influían en este
caso y que no podían ser reformados. Naturalmente me abstuve de ex-
presar esta opinión, pero cuando él dijo "¡Vaya uno a protestar al go-
bierno!", esta vieja frase, que había escuchado cuando niño y que estaba
olvidada desde hacía mucho tiempo, volvió a mi mente. Cuando era
pequeño, a veces me quejaba injustamente por algo, y mi abuelo excla-
maba "Schlag' dich mit Gott herum!" ("¡Ve a reñir con Dios!") He aquí
un contraste entre el gobierno y la divinidad. Ambos tienen en común el
hecho de que es en vano tratar de modificar su voluntad, pero el con-
traste reside en que Dios es la máxima instancia cuya voluntad debe ser
aceptada.
Pocas horas más tarde escuché por radio una interpretación de la
opereta de Johann Strauss, Die Fledermaus ("El Murciélago"). El aria
Glucklich ist, wer vergisst
Was nicht mehr zu ändern ist
Afortunado aquél que sabe olvidar
Lo que ya no puede cambiar,
me siguió acompañada por la reiteración de la frase "Schlag dich Mit
Gott herum". Naturalmente, el sentido de la frase es el mismo que el del
aria, o sea que el resultado final de la faena humana ha de ser la resigna-
ción.

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CAPITULO III

EN BUSCA DE CARACTERISTICAS

INTRODUCCION
La segunda parte de este libro presentaba una tipología de chistes
judíos manifiestamente incompleta. Lo que debe seguir a continuación
es un estudio de sus rasgos característicos, de las peculiaridades mani-
fiestas y latentes que los distinguen de los chistes de otros grupos. Que
yo sepa, hasta ahora no se ha intentado tal presentación sistemática. La
mejor caracterización del humorismo judío está contenida en los co-
mentarios que hizo Freud en el análisis de su técnica y sus relaciones
con lo inconsciente. Recientemente, Ernst Simon destiló la esencia de
dichas observaciones de Freud y pudo definir ciertas peculiaridades
psicológicas comunes a los chistes judíos. Volveremos más adelante al
valioso ensayo de Simon en nuestra reseña sobre la literatura psicológi-
ca que se ocupa de este tema.
Las caracterizaciones ocasionales del humorismo judío realizadas
después del trabajo de Freud no abren nuevos horizontes y pueden ser
desechadas en este trabajo. La única excepción destacada es el artículo
de Martín Grotjahn sobre su carácter masoquista, que discutiremos
luego.
¿Es posible descubrir otro rasgo característico del humorismo judío,
que hasta ahora haya pasado inadvertido o no haya sido psicológica-
mente evaluado? Alguien dijo que la madre de los inventos es la dis-
conformidad con el "statu quo". Esta es también la fuente de nuevos
descubrimientos psicológicos, como, por ejemplo, los que se refieren a
características inadvertidas de las peculiaridades judías. Descontentos
de los resultados obtenidos hasta ahora por la investigación psicológica,
buscaremos características aún no identificadas. No se emprende esta
tarea por la búsqueda en sí, sino para que allane el camino y facilite la
aproximación a la médula de esta obra, o sea las nuevas revelaciones
sobre la psicología y psicopatología del humorismo judío.

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Los capítulos siguientes enfocan una cantidad de características dis-


tintivas prevalecientes que, de acuerdo con mis conocimientos, no han
sido develadas hasta el momento.

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LA INTIMIDAD EN EL HUMORISMO JUDIO


Me produce una gran satisfacción que Freud haya valorado una
obrita titulada Nachdenkliche Heiterkeit53 (publicada en 1933, no tra-
ducida al inglés), como un valioso complemento para sus teorías sobre
el humorismo. No sólo una carta que me escribió54, sino también una
conversación que recuerdo vívidamente, probaron que Freud había ha-
llado en este pequeño volumen algunas ideas originales que prolonga-
ban y complementaban sus propios conceptos.
En un capítulo anterior de este libro se analiza extensamente la re-
veladora historia del judío que exclama "¡Azoy!" Nos enteramos de que
Arthur Schnitzler, al referirse a este cuento, encontraba su esencia en la
falta de respeto que impregna los contactos sociales entre judíos. La
anécdota demuestra efectivamente que al descubrirse que la otra per-
sona también es judía, uno no necesita "esmerarse" y puede echar por la
borda todas las convenciones y explayarse. Es muy posible que esta
historia describa los contactos de los judíos entre sí, ¿pero es lo bas-
tante representativa como para reflejar el carácter general del humoris-
mo judío como noción específica? Uno se inclina a negar que en este
cuento en particular haya alguna característica representativa. Según
parece, el cuento ejemplifica un grupo de chistes judíos, que ilustra las
relaciones dentro de la comunidad judía, pero hay muchas humoradas
judías que se ocupan de otros temas; tal es el caso de los cuentos que
enfocan las relaciones con otros sectores o los que presentan y con fre-
cuencia denuncian peculiaridades de la vida religiosa y profesional de
los judíos. Una investigación que se oriente a determinar las ca-
racterísticas psicológicas del humorismo judío, se esforzará por recono-
cer los rasgos particulares que sean válidos para todos los grupos de
chistes, o que por lo menos se repitan en la investigación del mayor
número posible de ejemplos.

53 Internationaler Psychoanalytischer Verlag, Viena.


54 Publicada en The Search Within, Nueva York, 1956, pág. 651.

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Yo me inclino a aprovechar el contenido latente de esta historia


("¡Azoy!'') en una forma que excede el significado de este ejemplo par-
ticular. A mi juicio, este chiste, tomado al azar, contiene en su médula
uno de los rasgos distintivos más significativos; me refiero a una cate-
goría de intimidad que es común a todos los tipos de chistes judíos. Es
cierto que la noción de intimidad es ambigua y nuestra tarea consiste en
definir lo que significa aquí. Cuando se habla de intimidad, refiérese uno
por lo general a la proximidad y el calor humano de una relación. Pero
esta cualidad también existe, por ejemplo, entre el creyente y su padre
confesor, entre el paciente y su psicoanalista, a veces incluso entre el
alumno y su maestro. No, ésta no es la intimidad a la que nos referimos
y que desearíamos definir como una peculiaridad del humorismo judío.
Al personaje de Schnitzler le oímos decir que el tipo especial de in-
timidad propio del contacto social entre judíos excluye el sentimiento de
respeto. No debemos rendirnos incondicionalmente ante este punto de
vista, pero admitiremos que esta afirmación es el resultado de una ob-
servación exacta. La relación íntima entre el creyente y el sacerdote, en-
tre el alumno y el maestro, incluye cierta dosis de respeto. Más aun,
diríase que es casi imposible imaginarla sin ella. La intimidad que se
atribuye al humorismo judío es decididamente de otra índole.
Ahora, si tratamos de hallar en el chiste judío el sello del pensa-
miento democrático, no hay duda de que podremos reunir muchos
ejemplos, pero este carácter general no es el rasgo distintivo y decisivo
que identifica los chistes judíos. El humorismo de los norteamericanos
también es democrático en su ambiente y su carácter, pero nadie diría
que es precisamente esta forma de pensar democrática lo que constituye
su rasgo esencial, descollante.
Quizá nos acercaremos más a la naturaleza de esta intimidad cuando
la comparemos con el género de confianza y cordialidad que existe en-
tre los miembros de una familia. Se ha observado con frecuencia el sen-
timiento de comunidad y de cohesión entre los miembros de una familia
judía. ¿Es esta atmósfera de familiaridad, esta percepción del origen
común y de la identidad de destino lo que otorga su sello distintivo al

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humorismo judío? Tenemos la impresión de que en esta sugerencia hay


algo de correcto, pero estamos dispuestos a hacer frente a las objecio-
nes que habrán de formularse contra ella.
El humorismo judío se caracteriza por una burla despiadada de las
debilidades, defectos y fallas de los judíos. A veces parece apuntar es-
pecialmente a la revelación de sus facetas más débiles, a la indagación
de todas las imperfecciones de su carácter. ¿En qué familia tratará una
persona incesantemente de someter a las otras a una crítica cruel y hará
grandes esfuerzos para rebajar a los seres más próximos y queridos? Es
cierto que la variedad y la complicación de los lazos familiares hacen
posible que de vez en cuando se produzcan casos semejantes, pero
coincidiremos en que éstos no representan las manifestaciones comunes
de la vida familiar. Ya habíamos pensado que podría definirse el carác-
ter de la intimidad en el humorismo judío como producto de la atmós-
fera familiar, pero el factor de agresión persistente que le es propio hace
que esta suposición se torne muy dudosa.
Sólo subsiste la posibilidad de buscar las características de esta inti-
midad precisamente donde está más conspicuamente desubicada, por-
que es evidente que se trata de una circunstancia paradójica: nos referi-
mos al área de la agresividad. Freud ha hecho hincapié en que hay pocas
personas que se ridiculicen a sí mismas en una forma tan intolerante y
despiadada como suelen hacerlo los judíos. Lo que llama la atención es
este tipo de burla dirigida al propio pueblo. Se trata de una exhibición
de defectos y fallas asociada con cierto orgullo "familiar". Nos asom-
brará que esta agresión pueda conjugar la crítica permanente y cruel
con un inconfundible afecto hacia el objeto vapuleado, hasta el punto de
formar una expresión única. Este tipo de agresión es doloroso. Sin em-
bargo, no afloja los lazos de unión con la otra persona y no debilita la
sensación de comunidad. lncluso reconoce la existencia de estos lazos
por la misma naturaleza del ataque y la caricatura.
Sería mejor no discutir este problema en abstracto, sino someterlo a
prueba por medio de una selección de chistes de este género. El primer
ejemplo de una humorada que representa a este grupo es una anécdota

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de dos periodistas que conocí. Egon Erwin Kisch, que se ha trasladado


hace algunos años de su anterior domicilio en Viena a otro en Berlín, se
encuentra con su amigo Anton Kuh, quien ha llegado a Berlín hace muy
poco tiempo. Los dos periodistas discuten la posibilidad de concertar
una cita en breve. Ergon Erwin Kisch dice:
-Espera un momento; el jueves tengo un compromiso, el viernes hay
una reunión de editores en la oficina, ¿quizá el Sonnabend?...
-¿Sonnabend? -lo interrumpe sorprendido Anton Kuh-, ¿Sonna-
bend? Yo te conozco cuando ni siquiera lo llamabas sábado...
En Alemania, la gente solía denominar al sábado Sonnabend, voca-
blo que los oídos austriacos encontraban afectado. En Viena, donde
ambos periodistas habían vivido durante muchos años, solía llamarse al
sábado Samstag. Naturalmente, el comentario mordaz de Anton Kuh
zahería la asimilación demasiado rápida y artificial de Kisch a la capital
berlinesa y a sus modismos, y lo logró en forma efectiva al escoger este
modismo idiomático para utilizarlo como proyectil. La observación
lingüistica de Kuh significaba, en realidad: "Amigo mío, en el lugar de
donde ambos venimos ese día de la semana tenía un nombre más próxi-
mo a su origen hebreo. No pretendas pasar por nativo de Berlín, tú,
nacido y criado en Rusia". No hay duda de que la intención agresiva, la
tendencia a desenmascarar y humillar al amigo, están presentes en la
frase; a pesar de ello no aspira ésta a alejar al interlocutor sino, aunque
parezca extraño, desea acercarlo más íntimamente a su crítico.
Nos aproximamos así al meollo de esta interioridad cuyo carácter
tratábamos de definir. Sin embargo, no podemos captar su peculiaridad.
En la anécdota queda claramente expuesto que la expresión sarcástica
no implica hostilidad y rechazo, sino confianza e intimidad. Más aun: si
podemos confiar en nuestra impresión, es esta familiaridad precisamente
la que da el coraje para criticar, para atacar. ¿Pero qué significa esto?
¿La intimidad como premisa de la agresión? Esto es psicológicamente
difícil de asimilar. La vaga comprensión que parecía aflorar a la superfi-
cie amenaza con sumergirse nuevamente.

II

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Cuando se explora el tipo de intimidad que se desprende del humo-


rismo judío, cabe pensar en primer término en los chistes con determi-
nada tendencia. El humor inofensivo no prospera entre los judíos. En
los chistes eróticos que deben ser estudiados aquí junto a los agresivos,
también hallamos, como es lógico, esta intimidad. Sin embargo, existe
una notable diferencia psicológica: en los chistes sexuales la intimidad
es una consecuencia natural del contenido y el carácter de la humorada,
y en los chistes agresivos está contrapuesta a este contenido y carácter.
En el primer grupo, la intimidad concuerda con la dirección del impulso
sexual que procura aproximar el objeto; en el segundo grupo la intimi-
dad entra en oposición con la dirección del impulso.
El ataque, así como la crítica vehemente, aspira a eliminar el objeto.
Sin embargo, en el humorismo judío la agresión no provoca alejamiento
sino que pone fin al mismo, lo cancela. En este grupo de chistes no se
tolerará la melancolía de la distancia. Sí, el humorismo judío obtiene sus
mejores efectos por la forma en que son salvadas las diferencias sociales
o religiosas u otras distancias. Nuevamente estamos enfrentados con
una situación paradójica: la proximidad humana no es sólo una premisa
de este tipo de chiste, sino que su obtención o reconquista constituye un
objetivo fundamental de la agresión.
Volvamos por un momento a los dos chistes ya citados: el cuento
del Azoy y la anécdota del Sonnabend. En ambos se percibe la tendencia
agresiva, pero ésta apunta en dos direcciones opuestas: en la anécdota
del periodista se satiriza la artificiosidad de la asimilación en un medio
extraño. En el cuento del tren, la tenacidad con que los judíos se aferran
a una vieja familiaridad es ridiculizada a través de sus derivaciones. En
este caso se presenta la intimidad entre un judío y otro, pero ésta es
caricaturizada también. El chiste expresa que esta familiaridad es exage-
rada, que constituye una insolencia intolerable. Pero incluso esta auda-
cia no es más que una manifestación desagradable de una intimidad
sentida.
Al llegar a este punto la contradicción que observamos está fi-
nalmente resuelta, la paradoja empieza a tener sentido lógico. Co-

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metimos un error al suponer que la intimidad existe desde un principio,


el humorismo judío trata más bien de rescatar una familiaridad que
amenaza con desaparecer, de afianzar nuevamente los lazos que empie-
zan a relajarse. La intimidad es el resultado o la consecuencia de esta
misión humorísticamente presentada, del esfuerzo exitoso por salvar un
abismo.
Ahora comprendemos que la diferencia social desempeña un papel
determinado en estos chistes. Tenemos, naturalmente, la contraposición
del pobre y el rico en los cuentos de Schnorrer, pero ésta no es la única
desigualdad presentada en los chistes judíos, ni tampoco la más signifi-
cativa. Mucho más importante parece ser la diferencia en la actitud in-
dividual hacia el judaísmo y hacia otros grupos nacionales o religiosos.
El caballero que aparece en el cuento del tren se había asimilado total-
mente a la civilización occidental. En su aspecto o su conducta no había
nada que permitiese adivinar que todavía era judío. Lo que el relato
presenta drásticamente y con la necesaria exageración es la superación
de todas las limitaciones convencionales desde el momento en que el
judío polaco descubre que el otro hombre es un correligionario.
La desfachatez que se pone de manifiesto entonces no está sub-
jetivamente pensada como una insolencia, sino que es una expresión de
confianza, una demostración de camaradería que se refleja en el hecho
de tomarse ciertas libertades. Es indudable que en el chiste hay una ten-
dencia agresiva. Pero si la intención agresiva u ofensiva fuese su motivo
principal, el chiste tendría necesariamente otro texto. La conducta des-
carada del judío polaco no apunta a lastimar o insultar al compañero de
viaje, sino a disminuirlo con un espíritu de igualación, a colocarlo en el
mismo nivel que él ocupa. Esto no significa una degradación, sino más
exactamente una desjerarquización para acercarlo más a él. El judío
polaco trata de hacer que el otro se le parezca y procura tratarlo como
a un Alter Ego.
No pretenderé que estas observaciones hayan logrado penetrar la
médula de esta especie de intimidad. Es más fácil expresar su carácter
con términos negativos que con una descripción positiva. Esta familiari-

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dad no tiende a la propia exaltación a expensas de la otra persona, ni


degrada al otro a expensas de su personalidad, sino que coloca a esa
persona al nivel de uno mismo.
Este proceso está psicológicamente emparentado con otro que per-
tenece a un área muy diferente de la vida social. Tal como lo ha de-
mostrado Freud, hay cierto tipo de hombres cuya peculiaridad hace que
les resulte imposible mantener relaciones sexuales felices con una mujer
considerada casta y virtuosa. La mujer de estas características, que in-
conscientemente suele ser comparada con la madre o hermana de este
hombre, se convierte en intocable. Ocupa una posición demasiado ele-
vada para que se pueda imaginarla como objeto sexual. Muchos hom-
bres que pertenecen a dicho grupo, deben degradar antes a la mujer de
hecho o palabra para transformarla en objeto de satisfacción sexual y
para que resulte sexualmente abordable.
Un paciente neurótico que traté era impotente con su esposa si no
se dirigía antes a ella con términos sexuales vulgares. En esta desjerar-
quización obra un mecanismo emocional similar al que encontramos en
los chistes judíos, con el propósito de acercar más al objeto a uno mis-
mo. La diferencia significativa consiste en que en este caso el propósito
es de naturaleza sexual, mientras que en el chiste judío esta nivelación
facilita o, más aun, posibilita, las relaciones sociales.

III
El nivel común mantenido está determinado en primer término to-
mando como punto de referencia al judaísmo, ya sea concebido éste
como una comunidad religiosa o nacional, o como una relación para el
apoyo mutuo, o como la dependencia del individuo respecto de otros.
Todos estos factores son consecuencias de la situación social de todos
los judíos, de su pasado común e inmensamente trágico y de las perse-
cuciones de que fueron y son víctimas. Aquí se hace evidente la nece-
sidad de estudiar el humorismo judío en lo que atañe a su origen y desa-
rrollo a partir de determinadas situaciones sociales y psicológicas. Se
comprenderá que su carácter fue modificado por varias transformacio-
nes adaptadas a los cambios sufridos por el destino del pueblo judío. El

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sentido y el contenido de los chistes judíos fue alterado varias veces en


los últimos doscientos años, a pesar de que su carácter esencial siguió
siendo el mismo. En consecuencia, el humorismo judío se convierte en
el fiel reflejo de la evolución cultural, de las modificaciones sociales y
también de los cambios de actitud hacia el propio pueblo.
En su etapa revolucionaria, el humorismo judío se volvió contra las
múltiples restricciones y privaciones que hacían que la vida en el ghetto
estuviese determinada por la religión y la tradición. Así, el humorismo
constituyó un intento de abrir boquetes desde adentro en los muros del
ghetto, de abandonar el prolongado aislamiento y de encontrar el cami-
no hacia una vida cultural común con otros pueblos. Las tendencias re-
beldes de los chistes de este tipo apuntan sobre todo contra las tradicio-
nes y autoridades que exigen completa fidelidad a la Torá, lo que equi-
vale a privarse de todo goce en la vida.
En la civilización occidental, donde los judíos están emancipados,
no subsisten muchos ejemplos de este tipo de humorismo. Los chistes
de la segunda o tercera generación de judíos asimilados conservan sólo
ecos del humorismo de este género, que está ligado al estrato social que
se desplaza con esfuerzo de la vida del ghetto a la civilización moderna.
Sin embargo, estos ecos resuenan profundamente y rondan todavía
por una etapa en la que la emancipación judía ya ha sido lograda. Pro-
claman una tardía protesta contra prohibiciones obsoletas y estrictas, al
mismo tiempo que reflejan una extraña especie de afecto por costum-
bres y leyes que hace mucho que cayeron en desuso.
En muchos refranes se manifiesta aún un residuo de esta solidaridad
judía. A veces aflora un afecto nostálgico por la comunidad que uno ha
abandonado, como en aquel suspiro del judío bautizado que saboreaba
su almuerzo en un restaurante kosher: "¡Y pensar que uno debe aban-
donar semejante religión!"
Los chistes de la segunda o tercera generación emancipada apuntan
con frecuencia contra aquellos que se alejan cobardemente de una co-
munidad de destino o pretenden no pertenecer más a ella. Ridiculizan el
hecho de huir de un grupo del que uno sólo puede segregarse formal-

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mente. En estos chistes aparece un recuerdo burlón del origen común o


del nivel social antes compartido y que ahora se niega.
Ya hemos explicado que el propósito de estas humoradas no es la
degradación, sino que sirven únicamente como un instrumento para
restaurar la intimidad perdida. Derriban una barrera entre las personas
en lugar de demoler al compañero.
Una frase cómica que escuché zahiere de modo parecido el exage-
rado reclamo de una dosis desmesurada de consideración que un judío
espera de otro. Un judío que mira cómo su compañero de juego mueve
una pieza de ajedrez para atacar, dice con un divertido tono de repro-
che: -¿Así juegas con un buen amigo?- Vista superficialmente, la frase
parece identificarse con esa cháchara insustancial que con frecuencia
acompaña a los juegos. El contenido y el tono de la frase reclaman:
"¡Tratas a un amigo con tanta insensibilidad o poca consideración!" o
"¿Cómo puedes proceder en forma tan inhumana o despiadada con un
amigo?" Este reproche, lanzado en relación con los movimientos de un
juego de ajedrez, resulta absurdo o socarrón. La médula de este auto-
matismo es la burla humorística de esas exageradas exigencias que se
plantean en la relación social entre miembros de la misma comunidad.
La frase, que en otro contexto podría expresar una queja verdadera-
mente justificada, se desplaza aquí hacia un área donde sin duda alguna
carece de sentido.
Lo que la hace cómica es precisamente esta alusión a otro aspecto
de la vida.

lV
Este género de intimidad, o mejor dicho el afán de restaurarla, pue-
de constituir un análisis válido de los chistes, ¿pero representa el carác-
ter esencial de todo el humorismo judío? Bien, comentarán algunos,
parece con frecuencia la expresión de un deseo por alcanzar emocio-
nalmente a otros pueblos colocados en la misma situación social que los
judíos. Schnitzler apunta hacia la analogía con los prisioneros ence-

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rrados en la misma cárcel. ¿Pero qué decir acerca del grupo conside-
rable de chistes judíos que se refieren a otros sectores nacionales o reli-
giosos? En el primer grupo de humoradas se establecen las característi-
cas de una actitud básica o de una mentalidad en materia de relaciones
sociales. En el segundo grupo de chistes que se refieren a la civilización
occidental no encontramos las premisas psicológicas para tal intimidad.
Tenemos que estar prevenidos, porque la introducción de este nuevo
elemento alterará quizá nuestro concepto de esa peculiaridad social del
humorismo judío.
Volveremos a preceder los comentarios siguientes con la aseve-
ración de que la naturaleza de los chistes judíos no ha permanecido in-
mutable; durante los últimos dos siglos se han producido cambios deci-
sivos en su contenido y tono. Existen, sin lugar a dudas, varios chistes
originados en la primera generación, en los cuales no se percibe nada, o
sólo se encuentra muy poco, de esa intimidad especial.
Lo que se coloca en primer plano en estos chistes es más la es-
tupidez o aturdimiento de los gentiles que la propia superioridad. Se
cuenta, por ejemplo, que un judío que abandonó el ghetto y permaneció
en Lemberg durante varios años, escribió un libro titulado Los goim,
sus costumbres y modales, como si los gentiles fuesen una tribu nativa
con insólitas peculiaridades y una moral extraña. Pero estas observacio-
nes despectivas se tornan muy escasas a medida que se llega al fin del
aislamiento.
En los chistes del decenio siguiente, ese rasgo particular de la lucha
por una intimidad emocional está presente a pesar de todos los pronós-
ticos en contrario; el carácter ajeno y diferente de los gentiles es puesto
de relieve y con frecuencia la misma distancia que los separa de los ju-
díos constituye el tema del chiste. En la mayoría de los casos, el de-
senmascaramiento de la otra persona está destinado aquí también a
acercarla más, a ponerla en el mismo nivel en el que se encuentra uno.
En estos chistes la tendencia a la agresión y el sarcasmo es demasiado
obvia para que merezca un análisis especial. Por lo que sé, todavía no se
ha reconocido que la tendencia oculta a restaurar la intimidad de senti-

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mientos está operando simultáneamente con estas intenciones morda-


ces, o mejor dicho, por intermedio de ellas.
No nos faltan ejemplos de este tipo. En lugar de los casos que apa-
recen en las antologías de chistes ya publicadas, escogeré una historia
crónica, el relato de un hecho que oí citar en la Austria de preguerra.
Ofrece la ventaja de que la frase que mencionaré no tenía una intención
jocosa, a pesar de lo cual se puede calificarla de muy ingeniosa. Un
comerciante de Galitzia Oriental envió a Polonia un vagón cargado con
mercaderías. Estas se extraviaron y el judío reclamó a la dirección de la
empresa ferroviaria una indemnización por el monto total. La dirección
rechazó su pedido argumentando que faltaban todos los documentos y
pruebas de entrega de las mercaderías y que evidentemente era él quien
las había perdido. La respuesta del comerciante hacía notar que esta
suposición no era correcta e incluía la boleta de consignación, las guías
de despacho y otros certificados oficiales que demostraban que la carga
había sido realizada. La carta terminaba con una nota de triunfo, expre-
sando que los documentos adjuntos demostraban claramente que la
empresa tenía la obligación de indemnizarlo. El final de la carta es harto
revelador en cuanto a su mordacidad, pues concluía a modo de inte-
rrogación: "¿Y ahora, qué tal, estimada gerencia?" El texto original que
tuve oportunidad de ver es casi intraducible: "Wie wird Ihnen, löbliche
Direktion?"
El efecto cómico de esta historia de la vida real deriva de la presu-
posición de una intimidad con la gerencia del ferrocarril. Nos reímos no
sólo de la inesperada intercalación de una frase popular en una carta de
trámite legal, sino también porque el damnificado se dirige a una oficina
abstracta en un tono franco e informal, como si estuviese hablándole a
una determinada persona. El tono mordaz ligado a este tratamiento in-
tensifica el efecto hilarante, y en todo caso no disminuye la pretendida
familiaridad. La carta da la impresión de referirse a una disputa personal
entre dos individuos, pese a que no hay entre ellas ningún tira y afloja
sino un planteo legal, y a pesar de que se hace referencia y se ataca a
una oficina y no a una persona.

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Es difícil caracterizar el tipo especial de intimidad del humorismo


judío. Es más difícil aun definir sus tonos y matices. Esta familiaridad va
desde un tipo de intimidad casi ingenua hasta la desfachatez y una apro-
ximación manifiesta a la otra persona.
En el ambiente judío de Occidente hay poco chistes judíos "ino-
fensivos", pero incluso en éstos es posible reconocer este género espe-
cial de intimidad que señalo como sello distintivo del humorismo judío.
También en ellos deriva la hilaridad de un llamado a una comunidad
humana cuya naturaleza y fundamento son en buena parte inconscien-
tes. Hasta cuando habla en términos de primera persona del singular, el
humorismo abraza a todos y quiere decir "Nosotros". He aquí un ejem-
plo de uno de estos escasos chistes inofensivos. En Viena había un res-
taurante cuyo propietario se llamaba Beel y cuya comida era muy apre-
ciada por la clientela judeo-vienesa. En este restaurante había un cartel
con la siguiente inscripción:

Ya se preguntó Hamlet, según se cuenta,


To Beel or not to Beel, ésta es la cuestión.

O sea, en su versión original:

Schon Hamlet sprach, so geht die Sage,


To Beel or not to Beel, das ist die Frage.
Este empleo ingenioso de un juego de palabras* al servicio de la
publicidad logra su propósito, al principio, por el asombroso enlace de
la cita inglesa con el nombre Beel, conocido por los judíos vieneses.
Hay indudablemente cierta intención paródica en el empleo del monólo-
go de Hamlet, pero la cualidad específicamente judía de la inscripción
es la atmósfera de intimidad en que el creador de la humorada sumerge
al lector, quien había de sorprenderse encontrando aquí el nombre del
restaurante ligado a la famosa cita de Hamlet. El recuerdo del melancó-
lico principe emerge por un momento, pero el interrogante que plantea

* En inglés, "to be" expresa el infinito del verbo "ser", pero antepuesta a "Be-
el", la preposición "to" significa "hacia". (N. del T.).

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sobre el destino es desplazado a segundo plano por la pregunta de si


uno debe ir a Beel o no debe ir a Beel. Naturalmente, el anuncio dice
que el príncipe de Dinamarca ya había conocido el restaurante, y pro-
clama quizá algo más en su contexto: Hamlet debería haberse preo-
cupado por la cuestión más importante de si debía cenar o no en lo de
Beel. La humorada tiende un puente asombroso entre la profundidad de
Shakespeare y las preferencias culinarias de los judíos vieneses.
No me creo competente para indagar en todas las presuposiciones
sociológicas y psicológicas de estas peculiaridades del humorismo ju-
dío, tanto más cuanto que antes de emprender esta tarea se necesitaría
un minucioso y esforzado estudio de la historia y sociología de los ju-
díos en la diáspora y antes de ésta. Sólo la exploración más concienzuda
del terreno de la mentalidad judía permitiría que la investigación desem-
bocase en un profundo conocimiento del origen y desarrollo del hu-
morismo judío. Lo que aspiro a ofrecer como contribución a la solución
del problema es un intento psicoanalítico de caracterizar esta peculiari-
dad social del humorismo judío: la intimidad emocional.
Volvamos nuevamente al comportamiento del protagonista del
cuento del tren (¡Azoy!) y a la carta en la que el comerciante reclama
una indemnización. La intimidad corresponde en ambos casos a un gé-
nero de grosera exhibición de intimidad y tiene el sello inconfundible de
la insolencia. Este matiz de la intimidad no aparecerá indudablemente en
todos los chistes judíos, pero no es un elemento poco frecuente. Sería
tentador buscar las fuentes de esta insolencia para la que los judíos tie-
nen un nombre especial (jutzpe). ¿Hay en ella un esfuerzo por compen-
sar con exceso un sentimiento de inferioridad originariamente intenso?
El factor de la desigualdad social o de la diferencia de cultura hace que
esta deducción sea muy plausible desde el punto de vista psicológico,
como, por ejemplo, en el cuento del tren (¡Azoy!).
La médula de estos sentimientos de inferioridad que según lo sospe-
chamos son una de las causas de la insolencia, tiene otras raíces, además
de las desventajas físicas o las diferencias sociales. La mentalidad de-
mocrática que Freud atribuye a los judíos en sus observaciones sobre su

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humor no excluye, sino que más bien incluye, una gran estima por las
cualidades morales e intelectuales del individuo, y esta evaluación cho-
caría con un exceso de aprecio por la posición socialmente elevada.
Permítaseme que recuerde simplemente un comentario burlón de origen
judío oriental: "¿Cómo crece el hombre? De abajo hacia arriba... porque
por abajo todas las personas son iguales, pero por arriba una es más alta
y otra más baja". El reconocimiento de las diferencias individuales, es-
pecialmente las de orden intelectual y moral, está implícito en frases
jocosas como ésta.
Uno está más próximo a comprender la irrespetuosidad del hu-
morismo judío cuando lo compara, por ejemplo, con el atrevimiento de
los chistes berlineses, con la tosquedad del humorismo campesino aus-
triaco o con la blague de los chistes parisienses. La insolencia que nos
hace reír en el humor judío tiene algo de provocativo y demostrativo.
No solo produce desconcierto, sino que además aguijonea el impulso de
la inmediata reacción y defensa. La persona atacada experimenta una
intensa sensación de fastidio y hostilidad. En general, esta insolencia no
es tan inofensiva, estúpida y taimada como la del campesino, sino que
es más bien sofisticada y sensible. Observa y discierne con agudeza la
naturaleza humana. Tampoco es impasible y controlada, sino que está
acompañada con vivas expresiones del rostro y gestos dramáticos.
No es posible deducir de estas características la dinámica de tal ac-
titud, pero cuando uno emplea los conocimientos de la práctica psi-
coanalítica, adivina que la insolencia es en sí misma una expresión de
impulsos inconscientes que pretenden fastidiar y quieren provocar el
ultraje y el castigo. Esta deducción paradójica parece más probable
cuando uno recuerda la explicación psicoanalítica de la actitud maso-
quista individual. Esta particular insolencia no es en muchos casos la
causa sino el efecto de un sentimiento inconsciente de culpa derivado de
la represión de impulsos agresivos. Las tribulaciones del judío han brin-
dado múltiples oportunidades para despertar estas tendencias malignas
y vengativas, pero las severas leyes religiosas y éticas del judaísmo las
condenaron al ostracismo en la zona ignorada del inconsciente. En con-

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secuencia, esta insolencia demostrativa y provocativa es la expresión de


una necesidad inconsciente de castigo por reacción ante los propios
impulsos hostiles y agresivos reprimidos.
Ya hemos señalado que hay otro enfoque psicoanalítico que debe
ser colocado a la par del que acabamos de exponer y que tiene, según
parece, el mismo valor. Esta intimidad está destinada a bajar a la otra
persona hasta el mismo nivel en que uno se encuentra. La analogía an-
tedicha con el comportamiento sexual de un determinado tipo de hom-
bre produce una honda impresión. El propósito inconsciente de esta ex-
traña conducta en la cual el objeto amado es degradado con el pensa-
miento, consiste en colocar a la mujer al alcance del hombre en cuestión
para su satisfacción sexual. Los obstáculos externos y, especialmente,
internos, impiden que el hombre desee sexualmente a la mujer porque
esta parece demasiado elevada para inspirar tal apetito. Entonces evo-
cará groseras fantasías sexuales o excretorias para vencer sus inhibi-
ciones, para desechar la noción de que las mujeres están hechas de
"azúcar y especias". Así, la degradación del objeto que ha estado en
muy alta estima se convierte en una condición psicológica previa para
imaginar que la mujer está sexualmente disponible. Sólo al salvar esta
distancia en el sentido de la humillación se establece una intimidad in-
dispensable para la satisfacción sexual.
Naturalmente, las diferencias de situación excluyen la conjetura de
que la misma tendencia podría ser descubierta en el humorismo judío.
Sin embargo, una tendencia inconsciente similar debe intervenir en la
generación de esta lucha por la intimidad. En general, su objetivo con-
siste en tender un puente sobre el abismo que imposibilita experimentar
sentimientos de camaradería respecto de otra persona.
No cambia nada el hecho de que el humorismo apunte hacia una
persona de una cultura ajena o hacia un judío que parece renegar de su
judaísmo. La intención consiste en aproximarse a esa persona, en indu-
cirla a abandonar su estiramiento o su alejamiento emocional. La agre-
sividad encerrada en los chistes de este grupo constituye un torpe es-
fuerzo por despertar el interés de esa persona, e incluso puede ser una

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expresión de afecto desexualizado. De tal modo, en el humorismo judío


la intimidad es un medio para establecer, o mejor dicho para restablecer,
una proximidad humana. Estos chistes tratan de tender un puente hasta
otro ser humano, aunque se trate de un enemigo.

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VI
En ciertos casos se eleva la intimidad del humorismo judío a la altu-
ra de un amor sonriente por la humanidad. La burla amarga se bate en
retirada y la insolencia se desvanece. Lo que se conserva es una expre-
sión de amor sublimado por el hombre y de excelso humanitarismo. Una
de las humoradas que incluyo en este grupo constituye un hermoso
ejemplo de esa sorprendente cualidad de intimidad que considero un in-
grediente fundamental del humorismo judío; pero en este caso particular
el chiste revela también un rasgo oculto: que todos los hombres son
concebidos como objetos de amor. En 1914, en los comienzos de la
Primera Guerra Mundial, llega un judío por casualidad a un territorio de
la frontera rusa custodiado por un centinela. Este levantó su rifle cuan-
do vio que se acercaba el hombre en cuestión y gritó "¡Alto o tiro!" El
judío hizo un gesto de irritación y respondió: -¿Estás meshughe? Deja
esa arma. ¿No ves que aquí hay un Mensch (hombre)?- Es evidente que
el cuento refleja lo ajenos que son la guerra y los actos bélicos a la
mentalidad judía. El judío no puede imaginar que el otro pueda tirar
verdaderamente y en consecuencia ridiculiza algo más que el mi-
litarismo. Con su falta de comprensión realmente sublime, con su nega-
tiva a aceptar que sea posible matar a una persona por una diferencia de
nacionalidades, denuncia la crueldad y barbarie de la guerra con mayor
eficacia que los manifiestos pacifistas.
Esta intimidad, que se niega a reconocer la existencia de un abismo
profundo e insalvable entre un hombre y sus semejantes; esta intimidad
que derriba todo aquello que separa a unos hombres de otros, ha halla-
do aquí su medio de expresión más natural. La frase del judío no es
menos humorística por el hecho de que sea algo más que una humo-
rada. También proclama que "Todos los hombres son hermanos" y no
resulta menos impresionante y enérgica cuando se la oye, no en el coro
solemne del himno de Beethoven, sino en el tonillo de la jerga ídish.
Esta frase transmite un eco en el que resuenan, se amplifican y vibran
las voces de los profetas bíblicos. La impresión que queda grabada es la
de la seriedad de este humorismo.

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Una última mirada a los judíos que producen y cuentan estas histo-
rias: aquí están las indomables figuras envueltas en sus caftanes, que se
arrastran a través de los siglos, rebeldes clandestinos con una causa
cuyo impacto sobre la humanidad superó a todos los otros. El presente
y el pasado, lo trivial y lo trascendente, se arremolinan juntos en mu-
chos de sus chistes.

LA ANTITESIS EN EL PROCESO MENTAL


Existen muchos trabajos de investigación sobre la psicología de los
judíos, y especialmente sobre sus procesos mentales tomados en com-
paración con los de otros pueblos. Estas exploraciones comparativas
son muy reveladoras y fructíferas, sobre todo cuando indagan en los
hechos aislados y los detalles completos de un área particular. Después
de analizar los abundantes materiales, y en especial los de orden lin-
güístico, algunos psicólogos llegaron a la conclusión de que los judíos
son desde los tiempos antiguos un pueblo que reposa más sobre la oreja
que sobre el ojo, que pertenece más al "tipo auditivo" que al 'tipo vi-
sual". En otras palabras: que sus impresiones y sus recuerdos se fundan
más sobre las percepciones auditivas que sobre las visuales.
Esta peculiaridad resulta más evidente cuando se coteja la literatura
de los antiguos hebreos con la de los griegos. Los helénicos amaban los
colores y las formas; los judíos preferían los sonidos de las palabras y
las frases. El centro de su poesía está constituido con frecuencia por los
juegos de pensamientos y no por los juegos de imágenes. Está de-
mostrado que el idioma hebreo, comparado con el griego, es pobre en
términos descriptivos de formas y colores y que ciertos matices apenas
pueden ser expresados. El humorismo judío refleja también estos rasgos
característicos, en contraste con los chistes de otros pueblos.
En un meditado ensayo55, Ernst Simon señaló que los chistes judíos
presentan características que dependen de ciertas peculiaridades del

55 Zum Problem des Jüdischen Witzes, Berlín, 1929.

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idioma semítico. Tomemos, por ejemplo, su habilidad para construir


formaciones extraordinariamente ricas a partir de unas pocas raíces
semánticas, en forma tal que el significado de las raíces madres resulta
muy distinto del de sus descendientes. Este significado múltiple es utili-
zado con frecuencia en los chistes judíos. Por así decir, le toma la pala-
bra a quien la pronuncia. Esta cualidad resulta palpable en el ejemplo
siguiente. En un banquete le fue ofrecido a Lazarus Geiger (1829-1870)
un plato prohibido por la religión, y la anfitriona, Freifau von Bethman,
le dijo: -Por favor, sírvase solo-. A lo que el filósofo respondió: -No,
puedo dominarme solo.
Ernst Simon demuestra en su ensayo que en los chistes judíos se
emplea con frecuencia la técnica de la interpretación y discusión talmú-
dica. Los textos talmúdicos no otorgan mucha importancia a la puntua-
ción y la sintaxis, de modo que una frase puede ser leída en sentido
afirmativo o negativo, puede expresar tanto una certidumbre como una
duda o una interrogación. El lector o estudioso debe hallar el significa-
do por su propia cuenta, y la recitación del texto, pronunciándolo en
tono rítmico más que leyéndolo, lo ayuda a ello. La melodía de la frase
reemplaza así la puntuación.
Para dar un ejemplo del empleo de esta peculiaridad talmúdica en el
humorismo judío, se cita una ingeniosa definición. "¿Qué es la estabili-
dad?" -Hoy de este modo, mañana de este modo- ¿Qué es la inestabili-
dad?" -Hoy de este modo, mañana de este modo-. Lo que revela el sig-
nificado de las frases no es aquí sino el énfasis puesto sobre las pala-
bras.
La ambigüedad del diálogo talmúdico también puede explicar, por
ejemplo, por qué con tanta frecuencia en los chistes judíos la pregunta
no está tomada como tal sino como la expresión de una duda e incluso
de una opinión. El sargento le pregunta al recluta: -¿Por qué no debe
pasearse el soldado por las barracas con un cigarrillo encendido?- El
recluta responde: -Tiene razón, señor sargento, ¿por qué no habría de
hacerlo?

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La modalidad peculiar de la discusión talmúdica se refleja también


en el hecho de que muchos chistes judíos no siguen una comparación
hasta el fin, sino que se escapan por la tangente. No toman en cuenta la
conclusión, sino el contexto de donde arrancó el motivo de la compara-
ción. Para ilustrar este método, presentamos el siguiente fragmento de
diálogo:
-¡Compre este caballo! Es vigoroso y veloz. Si lo montase ahora,
podría estar en Pressburg a las cuatro de la mañana.
-¡Santo cielo! ¿Y qué tengo que hacer yo en Pressburg a las cuatro
de la mañana?
Lo que me gustaría agregar a las correctas observaciones de Ernst
Simon podría ser definido si partiésemos de otra peculiaridad de los
idiomas más antiguos, o sea el hecho de que una misma palabra tiene
con frecuencia dos significados opuestos y puede expresar simultánea-
mente un determinado concepto y también el contrario56. Tomemos
por ejemplo la voz hebrea kodesh, que significa lo sagrado, pero tam-
bién lo sacrílego, y que tiene un sentido similar al de la expresión aus-
traliana "tabú". Las más antiguas raíces semánticas del idioma egipcio
también presentan un significado antitético. Imaginen, por ejemplo, que
el mismo término exprese la claridad y la penumbra. ¿Pero si existe se-
mejante significado contradictorio o ambiguo de una frase, si un térmi-
no puede afirmar o negar algo en una misma frase, cómo es posible que
el escucha entienda con exactitud lo que se quiere decir? Los egipcios
tenían caracteres "determinantes" que acompañaban a la palabra para
orientar al lector y definir el significado de la misma. Karl Abel sospe-
cha que mientras hablaban, los egipcios hacían ademanes y que éstos,
unidos a las expresiones del rostro y a la modulación de la voz, indica-
ban qué era lo que la persona quería decir57. Suponemos que las frases
de estos idiomas primitivos extinguidos hace ya mucho tiempo tenían

56 Ver tesis de Freud, "Uber den Gegensinn der Urworte", Gesammelte


Schriften, Vol. X.
57 Ibid.

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generalmente este significado contradictorio y que este tipo de expre-


sión arcaica se transformó sólo mucho más tarde en otra en la cual las
palabras y la sucesión de palabras tenían un solo significado. Sin embar-
go, algunos rastros de esta ambigüedad se prolongan hasta mucho más
tarde.
Pienso que en los origenes de muchas de estas expresiones de tipo
contradictorio había, quizá, una primitiva actitud ambivalente hacia el
objeto o la acción que designaban; que las nociones encerradas en estas
palabras inspiraban hostilidad y respeto, tentación y terror. La ambiva-
lencia es una constelación emotiva que se manifiesta en la conducta del
individuo hacia el objeto, o más exactamente hacia una acción relativa a
éste. Por una parte, el individuo experimenta un intenso impulso a tocar
el objeto, pero le está vedado realizar este acto. En la mayoría de los
casos la prohibición es consciente, en tanto que el placer ligado a la
tentación de tocar permanece en el inconsciente.
Permítaseme intercalar aquí un chiste judío que no sólo ejemplifica
el empleo de una actitud ambivalente en el humor, sino que además
brinda un indicio de su carácter originario. En las primeras décadas de
este siglo existía en la literatura y la sociedad cierto tipo femenino co-
nocido como la mujer "incomprendida", que las piezas de teatro y las
novelas alemanas llamaban unverstandene Frau. El escritor vienés Karl
Kraus afirmó con regocijante seriedad: "No hay mujeres que no sean
comprendidas, sino sólo mujeres que no son asidas". (En alemán esto
resulta mucho más gracioso: "Es gibt keine unverstandenen Frauen,
nur unbegriffené'). En este intencionado juego de palabras, expresiones
que son prácticamente las mismas se desarrollan y evocan distintos sig-
nificados.
Este proceso mental a través de términos opuestos no significa que
el resultado habrá de ser una paradoja, sino tan sólo que será sorpren-
dente. El carácter esencial de este modo de pensar puede ser correcta-
mente descrito como una alternancia de una posición a su opuesta. He
aquí un ejemplo representativo. El mismo escritor, Karl Kraus, afirmaba
que cierto funcionario de la antigua monarquía austro-húngara cobraba

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coimas tan insignificantes que casi se aproximaba a la incorruptibilidad.


Otro escritor vienés, Alfred Polgar, resumió su experiencia en Ho-
llywood, donde tantos escritores si bien no tienen trabajo, reciben cier-
tos honorarios, con la frase: "Hollywood es un paraíso sobre cuya
puerta está escrito: «Vosotros los que entráis, perded toda esperan-
za»"58. Aquí, naturalmente, el contraste y la oposición de ideas provie-
nen de la descripción que hace Dante de la entrada del Infierno. To-
memos otra frase del mismo escritor: "La libertad que resulta más ven-
tajosa a una mujer es la que ella le quita a un hombre"59.
Si queremos demostrar que este proceso mental por medio de antí-
tesis ha sido un rasgo característico olvidado, pero esencial y ge-
neralizado de los chistes judíos, deberemos probar su existencia y su
efecto cómico siguiéndolo desde el típico chiste del ghetto hasta las
modernas humoradas de los escritores contemporáneos. Limitémonos a
tornar ejemplos de chistes judíos en su sentido más restringido, tal co-
mo florecían en la atmosfera del ghetto polaco y ruso. No será nece-
sario realizar una selección cuidadosa, porque se supone que este rasgo
aparecerá en cualquier ejemplo tomado al azar. El rabino grita indigna-
do en su sermón: -¡Ustedes no quieren pagar las gabelas para la con-
gregación, pero claro que les gusta que los entierren en el cementerio
judío!
Tomemos otro ejemplo de un período de mayor emancipación. Un
ingeniero llega a una pequeña ciudad de Galitzia y le encarga un panta-
lón a un sastre judío. Al cabo de algunas semanas, el pantalón no está
listo todavía. El ingeniero debe partir, y cuando regresa a la ciudad des-
pués de siete años y el sastre le lleva su pantalón, el cliente le dice: -
¿Dios creó todo el mundo en siete días y tú necesitaste siete años para
confeccionar un pantalón?- Pero el sastre responde, acariciando con
cariño el fruto de su trabajo: -Sí, ¡pero mire como está el mundo y fíjese
en este pantalón!

58 Im Lauf der Zeit, Hamburgo, 1954, pág. 13.

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Uno de los más bellos ejemplos de este tipo antitético de proceso


mental está dado por la siguiente historia. El inquilino del primer piso
de un edificio se quejaba con frecuencia del ruido insoportable que ha-
cían los niños de una familia que vivia en el piso de arriba. Los chicos
bailaban y saltaban durante todo el día, con sus pesados zapatos y mo-
lestaban sin cesar al inquilino. Para Tisha Beav, el día de duelo religioso
en que se conmemora la destrucción del Templo, los judíos devotos
deben ir descalzos o sólo con medias. Un pasaje de la carta de protesta
que escribió el inquilino decía: "Incluso conseguirán que Tisha Beav sea
un día feliz para mí". He aquí un claro ejemplo de reversión a lo
opuesto.
Pero pasemos de las notables antítesis que el sastre y este inquilino
tradujeron en palabras, a un ejemplo salido de la pluma del escritor ju-
dío más ingenioso del siglo XIX, Heinrich Heine, en cuya prosa se en-
contrarán a cada paso expresiones de pensamientos antitéticos. Después
que un periodista alemán hubo visitado a Heine en París, le preguntaron
al poeta sobre qué había versado la conversación. -Tuvimos un cambio
de ideas y ahora me siento totalmente estúpido- respondió Heine.
Tomemos un ejemplo de nuestra propia época. Cuando ya quedaban
muy pocas dudas durante la Primera Guerra Mundial de que Alemania y
Austria serían derrotadas en breve, Karl Kraus describió la diferencia de
estados de ánimos en las capitales de ambos países en los términos si-
guientes: "En Berlín el ánimo es serio, pero no desesperado; en Viena
es desesperado, pero no serio". En otra oportunidad el mismo autor
escribió que en la antigua Austria los altos funcionarios trataban a los
ciudadanos con amabilidad, en tanto que en el mejor de los casos los
cadetes de las oficinas los trataban con condescendencia. Tal como ocu-
rre en muchos comentarios ingeniosos de este escritor, el efecto humo-
rístico de la antítesis está relacionado con la sorprendente inversión de
los papeles convencionales.
No hemos olvidado que esta indagación en las características del
humorismo judío no fue iniciada por pura curiosidad, sino para brindar

59 Ibid., pág. 130.

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una contribución a la psicología comparada del pueblo judío. Cumple su


objetivo sólo en la medida en que refleja las peculiaridades de los judíos
y del judaísmo. ¿Qué podemos aprender sobre su carácter, si es que
podemos aprender algo, a partir de este genero de procesos mentales
antitéticos? Esto nos interesa más que la técnica y los temas principales
de los chistes.
Cierto contraste antitético de ideas es común al humorismo de todos
los pueblos, y no sólo al de los judíos. En una oportunidad, Madame de
Stael, dio la siguiente definición: "El humorismo consiste en conocer el
parecido de las cosas diferentes y la diferencia de las cosas parecidas".
Pero los chistes judíos van más allá de esta caracterización general. Pa-
recen proclamar el principio de la inversión, ponen todo cabeza abajo y
demuestran que las cosas son lo contrario de lo que parecen. ¿Nos atre-
veremos a investigar los factores emocionales y mentales que determi-
nan este tipo especial de pensamiento antitético que se manifiesta en los
chistes judíos?

II
Ya discutimos en párrafos anteriores la actitud ambivalente que se
encuentra en la raíz de la ambigüedad de las palabras y frases en hebreo,
pero este rasgo característico es común a los idiomas más antiguos que
conocemos, y no puede brindar una explicación psicológica para los
procesos mentales a través de contrastes que reconocimos como típicos
de los chistes judíos. Sólo puede proporcionar el telón de fondo para
esta forma especial de proceso mental.
Si queremos descubrir qué es lo que determina la típica alternación
de posiciones en los chistes judíos, deberemos buscar sus premisas psi-
cológicas en las tribulaciones únicas y singulares de este pueblo. Aun
antes del comienzo de la historia registrada, su destino lo alejó de su
patria originaria y lo trasplantó a otros países cuyos habitantes habían
progresado más de dos mil años en su civilización y eran por lo tanto
superiores a las nómades tribus hebreas. Los israelitas, vehementes y
orgullosos, se asimilaron sólo parcialmente y conservaron su identidad e

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independencia a pesar de que tenían que inclinarse una y otra vez ante
sus vecinos más poderosos.
Más tarde, dispersos por los países europeos y rodeados por la civi-
lización occidental, se encontraron en permanente situación defensiva.
No podían dejar de sentirse impresionados por las muchas ventajas
culturales y materiales de las que gozaban los gentiles, y tuvieron con-
ciencia de su condición minoritaria así como de su misión religiosa y
ética particular. También reconocieron claramente los defectos y las
debilidades de los pueblos entre los cuales vivían y que eran sus enemi-
gos irreconciliables. Esta situación emocional que oscilaba entre la
atracción y la antipatía no cambió fundamentalmente.
Entre las armas que quedaban a disposición de los judíos estaba el
humorismo, ya que debido tanto a las condiciones externas como a las
internas les estaba vedado el uso de la fuerza. Dividida entre la admira-
ción y la repugnancia, su crítica de los puntos débiles de la civilización
occidental se expresaba en forma de chistes. Los chistes de este tipo
eran actos traducidos en palabras, una forma de ataque verbal disfra-
zado. Freud definió los pensamientos como acciones en dosis mínimas.
Puesto que los actos críticos y agresivos de otro tipo resultaban im-
posibles, las inclinaciones indagadoras de los judíos tendieron a expre-
sarse en términos antitéticos cuando se referían a las normas culturales
de los pueblos en cuyo seno habitaban. Cierto género de oposición in-
telectual evolucionó hacia una hostilidad satírica respecto a sus valores.
Esta falta de verecundia (reverencia o respeto) que Arthur Schopen-
hauer atribuyó a la mentalidad judía, se expresaba en términos velados a
través de los chistes sobre sus enemigos. Así, la forma antitética de pen-
sar fue puesta al servicio del humorismo judío.
Me gustaría citar a Freud para demostrar lo que hay de "típico" en
esta situación. Freud dijo: "Por ser judío, me encontraba desligado de
los prejuicios que restringen en otros el empleo del intelecto; como ju-
dío, estaba preparado para colocarme en la oposición y renunciar al
acuerdo con la mayoría". Esta posición singular dentro de un medio
hostil favorece así una actitud crítica y de independencia intelectual, que

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es lo opuesto al conformismo y a la sumisión interior a la autoridad. No


fue casual que Freud pudiese probar en su investigación psicoanalítica
que aquello que más valoramos está subterráneamente conectado con
aquello que nos inspira aversión.
Esta actitud crítica, esta falta de respeto que los chistes judíos re-
flejan originariamente frente a la más elevada ponderación de ciertos
aspectos de la civilización occidental, no se detiene ante la religión y
cultura propias. Con el comienzo y extensión de la emancipación, las
antiguas tradiciones de la fe y el ritual judíos fueron nuevamente eva-
luadas y estudiadas con espíritu crítico. La falta de respeto hacia las
autoridades no tardó en salir a primer plano.
El sistema de pensar por medio de antítesis se ha convertido en un
hábito imposible de desarraigar; fue y sigue siendo una característica de
los judíos, a los que un estudioso en busca del significado de la historia
judía llamó recientemente "los obstinados disconformes del mundo"60.
Desde que Jacob luchó con Dios, siguieron desafiando a su deidad,
con la que fueron inquebrantablemente recalcitrantes. Dios los llamó
"un pueblo de dura cerviz", y Su profeta les dijo: "Nervio de hierro es
tu cerviz"61.
He aquí quizá el secreto de su dote, emparentada con la del genio
originario que según la observación de Gilbert Murray "es simul-
táneamente el hijo de la tradición y un rebelde contra ésta". El pueblo
judío se aferra a sus tradiciones esenciales y a su legado espiritual a
pesar de su insurrección contra los mismos. Dispersos y desperdigados
de uno a otro extremo del mundo, insisten todavía en reclamar sus de-
rechos contra todas las autoridades terrenales. Sus cabezas están ensan-
grentadas, pero no se doblan.

60 David Polish, The Eternal Dissenter, Nueva York, 1961, pág. 5.


61 Isaías, XLVIII/4.

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RISAS DESPROVISTAS DE ALEGRIA


Me parece que ya hemos logrado descubrir dos rasgos ca-
racterísticos que diferencian los chistes judíos de los de otros pueblos:
concretamente la intimidad y los procesos mentales por medio de an-
títesis. No se trata desde luego de que estos rasgos constituyen una
característica exclusiva del humorismo judío; es indudable que también
se los encuentra en el de otros pueblos. Por lo tanto es una cuestión de
cantidad más que de cualidad, o mejor dicho, es una cuestión de den-
sidad. Los chistes judíos ostentan casi siempre estas peculiaridades;
están impregnados de rasgos particulares. Si se me permite emplear una
analogía, le recordaría al lector las diferencias esenciales entre las co-
medias francesas y las británicas. En las comedias británicas encontrará
uno a veces algunas frases audaces o comentarios frívolos e imperti-
nentes, pero éstas no son en general características de tales comedias,
en tanto que se repiten regularmente en las que se representan en los
escenarios de París.
Puesto que el humorismo pertenece al campo de la literatura -las
humoradas también son obras de arte- la reacción del "escucha" o del
auditorio es tan importante como su carácter objetivo. Aquí tropezamos
con otro rasgo significativo de los chistes judíos, un rasgo tan distintivo
que puede ser demostrado y definido aisladamente y al que se puede
calificar con justicia de generalizado. El primer chiste judío que se les
ocurra a ustedes o a mí podrá servir como norma o modelo para poner
a prueba mi opinión. He aquí uno. Un judío consulta a un rabino y se
queja de que él, su esposa y sus tres hijos viven en una habitación muy
estrecha. El rabino medita el problema y después de una madura cavila-
ción pregunta:
-¿Tiene una cabra?
-Sí -responde el hombre.
-Y también una vaca?
-Sí -es la contestación.

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-¡Entonces meta la cabra y la vaca en el cuarto!


-Pero rabino, tal como estamos ahora ni siquiera podemos mover-
nos en la pieza.
Sin embargo, el rabino es inflexible y el judío debe obedecerle. Des-
pués de una semana el hombre vuelve y ruega:
-¡Por favor, rabino, deje que lleve nuevamente los animales al esta-
blo!- Y el rabino accede. Transcurrido un tiempo el rabino le pregunta
al judío cómo se siente ahora en su casa, y el hombre le responde ale-
gremente: -Es como si viviésemos en una gran sala.
El chiste tiene indudablemente una moraleja. Nos dice que toda la
felicidad es relativa. ¡Qué poco se necesita para hacer feliz a ese pobre
hombre! Sólo empieza a valorar lo poco que tiene cuando incluso esto
le ha sido retaceado y se siente aliviado cuando puede volver al estado
anterior de cosas, a la situación previa en la que ya era bastante pobre.
Pero lo que más nos interesa es el efecto cómico de esta breve historia
que refleja los rasgos peculiares del chiste del ghetto. Así encontramos
una tercera particularidad del chiste judío: uno se ríe de él, pero no es
alegre. Ese rasgo especial es determinado por la miseria de la que
emerge y que permanece disimulada en un plano secundario, sin dejar
por eso de ser perceptible. Lo que se expresa no es regocijo por la mi-
seria, ni la hilaridad, ni la travesura, sino que se trata de un chiste inspi-
rado en el sufrimiento. Este es el material con el que están hechos los
chistes judíos. El matiz de amargura no es eliminado, sino que perma-
nece latente. Los cuentos judíos pueden ser tristes, pero nunca desespe-
rados.
Uno experimenta la tentación de comparar esta tendencia de los
chistes judíos con otra que se expresa en un humor afligido o ape-
sadumbrado al que se designa con frecuencia como humor de cadalso.
Veamos un ejemplo. Un asesino es conducido un lunes a su lugar de
ejecución y exclama: -¡Lindo comienzo para esta semana!- Descartan-
do otras diferencias, hay aquí una súbita huida que libera de una situa-
ción trágica. En los chistes judíos no hay nada parecido: ni huida, ni
liberación de una emergencia momentánea, sino con mayor precisión un

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momento de verdad en una emergencia permanente. La situación social


de la judería hace que la miseria sea la condición normal y común; el
judío se limita a hacer un chiste respecto a ella, un chiste que puede
provocar la risa, pero que no es alegre. Esto es lo que tiene de humo-
rístico.
Creo que hemos descubierto una triada de características esenciales
de los chistes judíos, sellos de distinción que los diferencian del humo-
rismo de otros pueblos. Reflejan una especie de intimidad humana, sus
procesos mentales siguen una línea de antítesis y uno se ríe de ellos,
pero no son alegres. Esta última característica es reconocida incluso por
un conocido proverbio de los judíos de Europa Oriental: "El doctor
también hace reír".

EL MOMENTO DE LA VERDAD EXPLOSIVA


Cada cuento judío revela un instante de autenticidad en el individuo
o en la vida colectiva del pueblo. Tomemos la anécdota del Shadjen
cuyo ayudante tiene la misión de confirmar las cualidades de la mucha-
cha sugerida como futura esposa. El Shadjen le dice a un joven: -La
muchacha que le presentaré pertenece a una de las mejores familias-. El
ayudante: -La élite de la ciudad-. Shadjen: -Su padre es un hombre
rico-. Ayudante: -Rico como Rothschild-. Shadjen: -La muchacha es
muy hermosa-. Ayudante: -Tan hermosa como la Sulamita en el Cantar
de los Cantares-. Shadjen: -Sólo tiene un pequeño defecto; es un poco
encorvada-. Ayudante: -¡Y qué joroba!
Esta parece una manifestación de automatismo, pero detrás de ella
está la verdad que se abre paso triunfalmente. La pila de mentiras se
desmorona y el resultado emocional es una sensación de gran alivio o
distensión. La satisfacción es comparable a la complacencia física que se
experimenta cuando uno debe usar zapatos demasiado ajustados du-
rante todo el día y finalmente puede quitárselos. El humor judío camina
en pantoufles.
Encontramos este anhelo de veracidad en toda clase de chistes ju-
díos, en los del Schnorrer que enfrenta a su benefactor, en los del judío
que conversa con el rabino, en la confrontación con el sacerdote católi-

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co que trata de convertirlo e incluso en los relatos que reflejan su rebel-


día contra su propio Dios.
¿Pero no se caracteriza acaso el humor de otros pueblos por este
súbito afloramiento de una verdad desconcertante? Sí, la culminación de
los chistes de todos los pueblos presenta este desenlace, este sor-
prendente alivio del peso de la hipocresía y de las mentiras conven-
cionales. He aquí dos ejemplos: una antigua anécdota francesa y un
chiste moderno de la Rusia soviética. En cierta oportunidad le pre-
guntaron al ya anciano escritor La Fontaine si no tenía ganas de casarse,
a lo que respondió: -A veces, por la mañana. ("Quelquefois, Ie matin').
Esta frase cínica, que alude a la erección matinal del pene, baja del pe-
destal a la institución social del matrimonio, reduciéndola a un medio
cómodo de satisfacción sexual.
En la anécdota de la Rusia moderna, un ucraniano le pregunta a un
armenio cómo puede ganarse la vida, a pesar de que sólo tiene un sala-
rio muy modesto. El armenio responde: -No lo sé. Nunca lo intenté-.
Lo que quiere decir es desde luego que siempre se dedicó a transaccio-
nes del mercado negro y que ganaba dinero recurriendo a toda clase de
fechorías. Parecería no haber diferencia entre la verdad y la sinceridad
que afloran en estos dos cuentos y las que hallamos en los chistes ju-
díos. Pero hay acaso una variación apenas perceptible en el tono: la
anécdota sexual francesa es cómica, el cuento del armenio destila una
indiferencia casual. A mi juicio, en la mayoría de los chistes judíos el
momento de la verdad es al mismo tiempo un momento de triunfo, de
íntima satisfacción, porque han terminado por fin las mentiras y las si-
mulaciones y puede uno decir la verdad incluso en una atmósfera de
abrumadora inferioridad de condiciones.
El cuento del armenio al que le han preguntado cómo se gana la vi-
da, nos conduce nuevamente al punto más delicado de la psicología, o
con mayor exactitud, psicopatología, del humorismo judío. Se trata del
área de la despiadada autocaricatura y autocrítica de los chistes que
revelan los fraudes, las mentiras y la deshonestidad de los judíos del
ghetto ruso y polaco. Algunos observadores han comentado que estos

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defectos y malas costumbres sólo podían ser atribuidos a unos pocos


individuos y que no era justo achacarlos al grueso de este grupo mino-
ritario. Creo que esta explicación defensiva es incorrecta. Luis XlV
decía del Duque de Saboya que su ubicación geográfica le imposibilita-
ba ser un hombre honesto. De igual modo la posición social del judío
del Ghetto en Europa Oriental hacía que le resultara por lo menos muy
difícil ser honrado en sus transacciones comerciales con los gentiles y
ocasionalmente con los judíos. A lo largo de una vida en que la insegu-
ridad y la incertidumbre eran circunstancias permanentes, debía inventar
triquiñuelas y recurrir a engaños si quería subsistir.
Volvamos al hecho de que la culminación de los chistes marca un
momento de veracidad también en el humorismo de otros pueblos. Nos
parece que debemos buscar el carácter distintivo del humorismo judío
también en este terreno. La situación peculiar y precaria de los judíos
los obliga a ocultar la verdad bajo la presión de las circunstancias, por
pura necesidad. Sin embargo, la verdad denegada salía a veces a luz, a
pesar de todo.
Hay otro factor que hemos descuidado hasta ahora: me refiero al
subjetivo. En el mismo judío hay resistencia a admitir lo que sabe que es
cierto. En los casos en que la verdad escapa a borbotones es bastante
fácil tomarlo por sorpresa, como en el cuento del Shadjen que acaba-
mos de citar.
En los chistes en que el judío saca finalmente a relucir la verdad,
contra sus propios intereses, se siente en toda su magnitud el peso de la
mentira y el engaño, y se experimenta alivio cuando uno se libra de él.
Pero la situación es psicológicamente más complicada cuando hay que
vencer resistencias internas.
Al llegar a este punto recordamos los múltiples chistes en los que se
expresan dudas y sentimientos rebeldes contra la religión y la tradición
judías. Al principio esta rebelión era negada y menospreciada. La apari-
ción de una tendencia a proclamar la insurgencia o argumentos contra la
propia religión era un factor que producía ansiedad. Se necesitaba una
buena dosis de coraje moral para dominar esta angustia interior.

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Intuimos que ésta es una pista valiosa: la misteriosa avidez de vera-


cidad, que significa negar en un primer momento esa verdad, pero que
se experimenta hondamente a pesar de uno mismo, constituye el signo
distintivo que estábamos buscando. Esta sinceridad subjetiva malgré
soi-même, no sólo en oposición a los propios intereses externos, sino
también en colisión con la propia ansiedad, es a mi entender una carac-
terística especial del humorismo judío que debemos sumar a las otras
tres anteriormente enunciadas. La verdad subjetiva que al principio es
negada y después es reconocida a pesar de todas las resistencias interio-
res y exteriores, marca la línea divisoria que separa al humorismo judío
del de los otros pueblos. La libre admisión de las propias necesidades
físicas y materiales, la franca confesión de los propios defectos, debili-
dades y flaquezas, el despojarse de toda clase de simulaciones y supers-
ticiones, incluso en el seno de la propia religión, corresponden al área
de las conquistas emocionales e intelectuales del individuo. Esta exitosa
marcha hacia la verdad, esta victoria sobre uno mismo, son los rasgos
que otorgan esa nota triunfal y explosiva al humorismo judío. Los chis-
tes judíos desenmascaran no sólo las futilezas de las sociedades con-
vencionales y las ironías de la vida, sino que crean su propia verdad en
el espíritu de un inmoralismo bien-veillant cuando se deleitan en hacer
pública la verdad completa y sin afeites. Sorprenden por el coraje moral
y la despreocupación con que hacen a un lado las ideas preconcebidas y
los embustes de una sociedad hipócrita. Marcan sólo un momento de
verdad explosiva; no proyectan una luz duradera sobre las condiciones
de vida y la gente, sino un relámpago que brilla y centellea súbitamente.
Pero esta ansia secreta de revelar la verdad oculta detrás de la fachada
aparece radiantemente victoriosa y proclama: "Y conoceréis la verdad,
y la verdad os hará libres" (San Juan; VIII: 32).

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CAPITULO IV
PSICOLOGIA Y PSICOPATOLOGIA DEL
HUMORISMO
LITERATURA SOBRE EL TEMA
Se han escrito muchos libros sobre la filosofía y la sociología de los
chistes judíos, pero por lo que sé no hay ninguno que se refiera a su
psicología. Esto es extraño y tanto más sorprendente cuanto que es
notorio que el aspecto psicológico del problema es el más importante.
Deben tomarse en cuenta los factores históricos y sociológicos, pero el
carácter y las cualidades de los chistes judíos siguen siendo ininteligibles
mientras no se los examina desde el punto de vista psicológico.
Entramos en el área de la psicología comprada de un pueblo. ¿Qué
puede decir sobre el humorismo judío esta rama relativamente nueva de
la investigación psicológica? Prácticamente no existen estudios profun-
dos sobre este tipo de humor. Las mejores y más penetrantes observa-
ciones siguen siendo las del libro de Freud El Chiste y su relación con
lo Inconsciente. Sus comentarios sobre los chistes judíos constituyen la
gema central en el pequeño collar de contribuciones psicológicas a este
tema.
En un artículo reciente62 sobre Freud, Ernst Simon resumió inteli-
gentemente las observaciones que en este libro se hacen respecto de los
chistes judíos. Estos presentan los siguientes rasgos característicos: 1)
aguda crítica del propio pueblo; 2) forma de pensar democrática; 3)
énfasis sobre los principios sociales de la religión judía; 4) rebelión
contra la religión judía; 5) reflexiones sobre la desgraciada condición de
las masas judías y sobre su agobiante y desesperada pobreza; 6) la at-
mósfera espiritual que impregna el humor judío es de escepticismo ge-
neral.

62 Sigmund Freud, the Jew, en Publications of the Leo Baeck Institute Year-
book, Vol. 11, 1957, pág. 282.

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Simon afirma que las observaciones de Freud sobre los chistes de


este pueblo presentan "una teoría del alma judía en miniatura". No se
debe a mera casualidad que la ligara con el elemento de humorismo
cuyo origen y dinámica están tan próximos al inconsciente.
Después de la publicación del libro de Freud aparecieron pocas
contribuciones al estudio de la psicología del humorismo judío. Un tra-
bajo de Eduard Hitschman63 es principalmente crítico y no ofrece nin-
guna teoría original sobre el humorismo judío. También existen dos
ensayos de los que soy autor64, incluidos en libros sobre el humor no
traducidos aún al inglés.
Los comentarios de Freud sobre los chistes judíos, cuyos rasgos
más importantes están destilados, registrados y analizados en su libro,
abrieron una senda en territorio virgen. Son muy pocos los analistas que
hicieron nuevos avances en esa misma dirección. El doctor Edmund
Bergler fue el primero en subrayar la tendencia al "masoquismo psíqui-
co" por medio de la denuncia de las propias limitaciones en el humor
judío65. Bergler opina que ciertas circunstancias externas (aislamiento,
pobreza, falta de oportunidades y amargura de la vida en el ghetto) fa-
vorecieron el masoquismo psíquico. Sin embargo, estas mismas cir-
cunstancias explican un alto grado de elasticidad de los judíos. Un tra-
bajo reciente y aún no publicado del doctor Martín Grotjahn (que utili-
zo aquí con el amable consentimiento del autor) se titula Psychoanaly-
sis and the Jewish Joke. Se trata de una conferencia pronunciada en
1960 y es el único estudio psicoanalítico sobre el tema realizado en mu-
chos años. Su autor anuncia que se trata de una contribución a la com-
prensión del masoquismo. Merece con justicia nuestra atención y nos
ocuparemos de sus conclusiones en las páginas siguientes.

63 Zur Psychologie des Jüdischen Witzes, Viena, 1937.


64 Lust und Leid im Witz. Viena, 1929, y Nachdenkliche Heiterkeit, Viena,
1933.
65 Laughter and the Sense of humour, Nueva York, 1956, pág. 112.

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Son muy pocas las observaciones psicológicas correctas que pueden


hallarse en los libros y monografías que discuten los aspectos históricos,
sociológicos o filosóficos de los chistes judíos. En los capítulos anterio-
res de este libro nos hemos referido ocasionalmente a uno u otro de
estos trabajos. El enigma del chiste judío seguirá sin resolver y será
insoluble mientras no tengamos más y mejores datos sobre la psicología
del pueblo judío.
Me temo que este estudio piloto no alcanzará todos sus objetivos,
pero tengo la esperanza de que en medio de muchas observaciones in-
transcendentes quedarán en pie algunas conclusiones psicológicas im-
portantes. Quise escribir un libro que obligase a pensar e incitase a la
polémica, más que una obra convincente o persuasiva. Dentro de lo
posible, aquí se descuidan los factores determinantes conscientes para
dejar lugar a las fuerzas inconscientes, reprimidas o desmentidas, que se
revelan al investigador psicoanalítico. La devoción por lo evidente, con
la que se tropieza con tanta frecuencia en la exploración de los proble-
mas psicológicos judíos, obró sobre mí como un poderoso disuasor.
Espero que la valoración y la exploración psicológica de estos factores
inconscientes arroje nueva luz sobre algunas facetas del humorismo
judío que pasaron inadvertidos o no merecieron suficiente atención.
Antes de entrar en el mundo subterráneo de lo emotivo, será justo
prevenir al lector que ha disfrutado con muchos ejemplos del humoris-
mo judío. Nos gustaría decirle, con el Torquato Tasso de Goethe:

Und lass dir sagen: habe die Sonnie nicht zu lieb und
nich die Sterne! Komm, folge mir ins dunkle Reich hinab,
¡Y deja que te diga: no quieras demasiado al sol ni a las estre-
llas!
Ven, desciende conmigo al reino de las tinieblas
El estudio de Martín Grothjahn, Psychoanalysis and the Jewish Jo-
ke, al que debemos otros valiosos aportes psicológicos, llama la aten-
ción por la valentía con que penetra en la médula del problema. Sea lo
que fuere cuanto se diga sobre los chistes judíos -y es mucho lo que se

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ha dicho respecto de ellos-, sigue siendo obvio que se mofan despiada-


damente de las debilidades y fechorías de su propio pueblo. Tal cual lo
señaló Freud en su libro sobre el humorismo, el carácter de esta au-
toexhibición y autocrítica es distinto del que se encuentra en los chistes
que hacen los gentiles sobre las peculiaridades de los judíos. El espíritu
del más penetrante autosarcasmo y autocrítica no está restringido a los
chistes de este pueblo. Está presente en la oratoria de los profetas,
quienes castigaron duramente a sus contemporáneos. Israel Zangwill
llegó al punto de calificar de libro antisemita a la Biblia. El sello distin-
tivo respecto de los chistes antisemitas que Freud designó como farsas
brutales, debe consistir en un tipo especial de autoagresión o en su
mezcla con otras tendencias emocionales.
Es en este punto donde se afirma Martín Grotjahn para emprender
su reciente esfuerzo por interpretar el humorismo judío. Su punto de
partida es la teoría de que los chistes empiezan con una tendencia agre-
siva, un insulto o una idea desconcertante que aparece en forma disi-
mulada. Este desahogo agresivo debe ser súbito. En los chistes judíos la
hostilidad o agresividad se vuelve contra el mismo judío, en forma ma-
soquista. El judío perseguido y humillado que se convierte en blanco de
todas las burlas desvía su peligrosa hostilidad de sus perseguidores y la
vuelve contra sí mismo. Según afirma Grotjahn, el resultado no es la
derrota sino la "victoria por medio de la derrota" (o sea la fórmula a la
que llegué durante mi investigación sobre la psicología del masoquis-
mo66). El judío afila la daga que arrebata de las manos de su enemigo,
se hiere a sí mismo, "y después, se la devuelve galantemente al antise-
mita con este mudo reproche «Ahora vea si usted puede hacerlo aunque
sea la mitad de lo bien que lo hice yo»".
Según Grotjahn, el rasgo esencial del chiste auténticamente judío es
la agresión vuelta contra uno mismo. Es como si el chiste proclamase:
"No es necesario que nos ataquen. Podemos hacerlo nosotros mismos y
aún mejor. Podemos soportarlo, conocemos nuestras debilidades y, en

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cierto modo, estamos orgullosos de ellas". Los chistes judíos, agrega


Grotjahn, contienen una especie de resignación melancólica y a veces
una terca arrogancia. Parecen decir: "Así somos y así seguiremos siendo
mientras seamos judíos".
La explicación psicoanalítica de Grotjahn es tan seria y perceptiva
que uno puede expresar sus críticas libremente y con la conciencia tran-
quila. En contraste con otros psicólogos que se limitan a rasgar la su-
perficie, Grotjahn busca calar hondo con su teoría, a pesar de lo cual
sigue quedándose en la superficie del problema. Reconoce que el maso-
quismo de los chistes judíos no es más que una "máscara", pero no
muestra el rostro que se oculta detrás de esta máscara. No trata de de-
velar al judío burlón. Si bien hay que coincidir en que la agresión es
quizá la tendencia principal de los chistes judíos, uno debe hacer hinca-
pié en que ésta no está restringida a las personas, ni siquiera a los anti-
semitas, sino que apunta con frecuencia hacia las instituciones sociales,
como la religión y la ley, que privan a la gente de tantos bienes valiosos
y que le impiden disfrutar de la vida.
Incluso en la teoría de Grotjahn sobre el carácter masoquista del
humorismo judío se descuidan algunos factores psicológicos importan-
tes. Por ejemplo, la autocompasión inherente a esta ciudad. Más im-
portante que este aspecto es el objetivo final de la exhibición ma-
soquista, o sea, el deseo inconsciente de obtener la aprobación y aun la
admiración del auditorio, y en un último análisis el deseo secreto de
conquistar, o mejor dicho, reconquistar, el amor. En este sentido la
autodegradación y la humillación exhibicionista equivalen a una confe-
sión67: "Ved cuántas debilidades y defectos tengo, qué despreciable e
indigno soy. Por lo tanto, debéis perdonarme y amarme nuevamente".
La teoría de Grotjahn tampoco toma en consideración el hecho de
que el elemento masoquista de los chistes judíos se funda sobre un sen-

66 Masochism in the Modern Man, Nueva York, 1941.


67 Revelé la dinámica psíquica que opera aquí en mi interpretación de la ple-
garia hebrea "Kol Nidré" en Das Ritual, Viena, 1919; versión inglesa, Londres,
1931.

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timiento inconsciente de culpa. La exploración psicoanalítica de este


sentimiento inconsciente de culpa, que se manifiesta en la autodegrada-
ción y se expresa en los chistes, remontaría su origen hasta crimenes
cometidos con el pensamiento, y especialmente hacia una actitud re-
belde respecto a Dios y Sus leyes68. Si antes afirmé que la faceta ma-
soquista, autohumillante, de los chistes judíos, corresponde a una con-
fesión, podría agregar ahora que ésta tiene el carácter de una confesión
sustitutiva, puesto que la verdadera naturaleza de ese crimen mental
sigue relegada al inconsciente, y necesariamente la confesión debe con-
cernir tan sólo a los descendientes de esa atroz rebelión primaria contra
Dios.
Al llegar a este punto empezamos a dudar de si el carácter de los
chistes judíos está correctamente definido cuando se los describe como
masoquistas. Pensamos en los masoquistas que tratamos en la práctica
clínica y no encontramos ciertos rasgos distintivos del carácter maso-
quista. ¿Dónde está, por ejemplo, la gratificación de los instintos del
masoquista social? ¿Debe restringirse verdaderamente a la satisfacción
de que "prefiere burlarse de sí mismo antes que otros se burlen de
él"?69 El judío se burla de sí mismo, pero no sale sucio, humillado o
humilde. Los rechazos sociales no lo regocijan, sino que lo hacen sentir-
se miserable y desesperado. Su autodegradación y autohumillación son
quizá un medio de defensa que lo protege contra mayores peligros, una
especie de sacrificio hecho con el único fin de sobrevivir; fin al que con-
cede la mayor importancia.
El problema consiste aquí en si los chistes judíos son verdade-
ramente masoquistas, lo que equivaldría a una satisfacción completa en
la autodegradación, o si sólo tienen un carácter seudo-masoquista.
Es cierto que los judíos manifiestan en sus chistes un alto grado de
autohumillación, y que parecen forzados a exhibirse en esta forma. ¿Pe-
ro el significado de esta exhibición no será en último termino que si no

68 Ver mi Myth and Guilt, Nueva York, 1957.

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se hunden no podrán subir, y que la supervivencia bien vale el precio de


la autohumillación temporaria?
Mientras leía el trabajo de Grotjahn me sorprendió no descubrir re-
ferencia alguna a ciertas enseñanzas cristianas que sin duda deben ser
conocidas por el autor gentil. ¿Acaso Jesús no dijo a la multitud y a su
pueblo: "Porque el que se enalteciere será humillado; y el que se humi-
llare será enaltecido" (San Mateo, XXIII: 12)?
Creo que el humor judío está impregnado de este mismo espíritu.
Esta convicción y esperanza íntima es una de las muchas cosas que los
judíos tienen de común con las predicaciones de ese Rabí de Nazaret,
más tarde llamado el Salvador.
Antes de indagar en profundidad el problema del humorismo judío,
advertimos que la exploración tendrá la relatividad y la subjetividad -y
con ellas las inseguridades- de todos los intentos de este tipo. Einstein
contestó en una oportunidad: "Todo ser humano se halla encerrado en
la cárcel de sus propias ideas".
Al tratar el nacimiento del chiste judío nos ocuparemos separa-
damente de la situación de la que emerge, de la persona que lo produce
y de la o las personas a las que está dirigido. Naturalmente, las situacio-
nes en que nacen estos chistes son de diverso tipo, pero resultará fácil
reconocer algunas de ellas como típicas. Una de éstas es el medio judío,
de modo que el chiste surge de las condiciones en que los judíos viven
entre ellos mismos y de las consecuencias de esta forma especial de
vida.
La otra situación típica deriva del contacto con los gentiles y del
contraste que se produce entre el grupo minoritario judío y las opinio-
nes sociales y religiosas del pueblo en cuyo seno vive.
Esto deja especificados el escenario y los personajes dramáticos.
Ahora, volviéndonos hacia el principal protagonista, el relator de la
historia, nos preguntamos: "¿Qué clase de persona es? ¿Cómo está ca-
racterizada?"

69 M. Grotjahn, op. cit.

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Una sencilla asociación de ideas nos conduce desde este punto hasta
las diferencias que existen entre los dramas viejos y nuevos. En las
obras de teatro posteriores a Ibsen no hay monólogos, y tampoco hay
comentarios marginales cuando el personaje está solo en escena: esos
parler a part, como los llaman los franceses. La principal diferencia,
correctamente señalada por el eminente crítico alemán Alfred Kerr70,
consiste en que el drama moderno evita la caracterización directa. Esto
significa que el nuevo dramaturgo se resiste manifiestamente a emplear
la técnica de permitir que otros expliquen la naturaleza del carácter de
sus personajes. Los autores de nuestra época prefieren permitir que el
público descubra por sí mismo cómo son sus personajes, a través de sus
actos o sus palabras.
Sí, también se identifican por las palabras, pero no en la misma for-
ma en que lo hacían en los dramas de los siglos pasados. Incluso en las
obras de Shakespeare, aparece con frecuencia un personaje que se des-
cribe a sí mismo, explica lo que piensa, lo que siente, lo que lo hace
palpitar. Pero esto también corresponde al método de la caracterización
directa. Se supone que el público debe tomar seriamente estas auto-
descripciones y que debe creer en ellas. A este tipo de auto-
descripciones primitivas de los personajes, Alfred Kerr la llama técnica
"así soy yo", porque recuerda a una antigua institutriz francesa que
acostumbraba repetir "Voila comme je suis". Algunos personajes de
Shakespeare se presentan a través del diálogo, y otros, como por ejem-
plo Ricardo III, a través del monólogo. Aceptamos sin discutir lo que
ellos nos dicen, y así el más extraordinario dramaturgo no rechaza la
caracterización directa, a pesar de que emplea frecuentemente y con la
mayor eficiencia la otra técnica de caracterizacion indirecta.
Se ha dicho a menudo que el drama moderno trata de ser realista y
que es muy poco usual que en la vida diaria la gente describa su carác-
ter a otras personas. Pero esto sucede, y aun puede ocurrir que creamos
lo que esas gentes nos dicen, aunque sólo sea una pequeña parte de

70 Das Neue Drama, Berlín, 1917, pág. 433.

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ello. Las personas hablan mucho a veces acerca de sí mismas en la for-


ma antedicha, incluso ustedes y yo lo hacemos. Si nos interrogasen al
respecto, diríamos que uno debe distinguir entre el carácter que preten-
demos tener, el carácter que creemos tener y el carácter que verdade-
ramente tenemos.
Nuestros dramaturgos utilizan también estas autopresentaciones, pe-
ro las ponen al servicio de la caracterización indirecta. Esto significa
que las escuchamos, nos sonreímos o nos emocionamos con ellas, y casi
siempre las reconocemos como autoengaños o como intentos más o
menos afortunados por presentar a otras personas una determinada
imagen de uno mismo. Pocas veces las aceptamos como objetivamente
correctas. Esta mala interpretación psicológica es utilizada en las obras
modernas principalmente para permitir que nosotros, los integrantes del
público, saquemos nuestras propias conclusiones psicológicas, deduz-
camos qué es lo que oculta el personaje acerca de sí mismo o de sí
misma. Por ejemplo, en El Pato Silvestre, de Ibsen, Hjalmar Ekdal ha-
bla de la fortaleza de su carácter, pero sabemos cuál era el propósito del
autor al presentar este autoelogio del personaje.
Hemos observado al judío relator de cuentos como si fuera un per-
sonaje de un drama. Lo estudiamos con atención, miramos sus gestos y
expresiones del rostro, y escuchamos sus chistes con "la tercera oreja".
¿Qué conclusiones podemos inferir acerca del carácter del relator de
chistes y sobre los mismos chistes? En los capítulos anteriores hicimos
varios descubrimientos psicológicos sobre las cualidades de los chistes
judíos, identificamos varios rasgos característicos que el relator de
cuentos no ha percibido: por ejemplo, que se desarrollan a través de
antítesis del pensamiento y que están impregnados de un sentimiento de
intimidad. Hemos descubierto también en los chistes judíos otros rasgos
peculiares que hasta ahora no fueron notados o cuyo significado psico-
lógico pasó inadvertido.
La mayoría de los observadores han afirmado que estos chistes y
cuentos zahieren cruelmente las particularidades y debilidades de los
judíos. Nos hemos enterado que esta extraña actitud fue atribuida al

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carácter masoquista del humorismo judío. algunos estudiosos, como


por ejemplo el doctor Grotjahn, ven en este rasgo la principal caracte-
rística inconsciente de los chistes judíos. El nombre otorgado a este
factor peculiar no es tan importante como su significado para la psi-
cología del pueblo judío, que es lo único que nos interesa en el contexto
de esta obra.
Ya hemos señalado que hay varios motivos para dudar de que el
rasgo masoquista pueda ser calificado como una propiedad general del
humorismo judío. Dejando de lado el hecho de que hay muchos chistes
en los cuales no aparece la tendencia autosarcástica y autohumillante,
queda en pie el hecho importante de que esta tendencia es reemplazada
con frecuencia por la cualidad inversa del exceso de confianza y la im-
pertinencia. He aquí un ejemplo de este tipo. Un judío pobre insiste en
que debe hablar personalmente con Rothschild, y afirma que no puede
discutir su negocio con el secretario de aquél. Por fin es llevado ante el
barón, al que le describe su pobreza en términos elocuentes para termi-
nar implorándole que le dé dinero.
-¿Para eso tuviste que molestarme? -exclama Rothschild-. ¿No po-
días haberle dicho lo mismo a mi secretario?
-Herr Barón -responde el judío-, usted es el que más sabe sobre
cuestiones de bancos, pero en cuanto a cómo uno schnorrea mejor, eso
es algo en lo que yo tengo más experiencia.
¿De qué manera encaja esta insolencia con la teoría de un carácter
masoquista generalizado?
Existe quizá la posibilidad de una coexistencia de la humildad maso-
quista y la insolencia provocativa si estas dos tendencias opuestas
apuntan hacia fuerzas distintas. El pobre Heinrich Heine, gravemente
enfermo, imaginó, con razón o sin ella, que en su caso se producía esta
división, El poeta inválido le escribe a su hermano Max desde su le-
cho-tumba en París: "Nuestros antepasados fueron hombres valientes,
se humillaban ante Dios y por lo tanto eran testarudos y rebeldes frente
a los poderes terrenales; yo, por el contrario, desafié irreverentemente

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al Cielo y fui humilde y servil con los hombres... y en consecuencia,


ahora yazgo en tierra como un gusano aplastado por un pie".
Sin embargo, la suposición de que en el humorismo judío existe una
intensa tendencia autohumillante y autodegradante es correcta. No tiene
importancia el hecho de que la llamemos masoquista o seu-
domasoquista. Nuevamente trataremos de escuchar estos chistes "con la
tercera oreja", atendiendo no sólo a su vena jocosa, sino también a lo
que se dice entre líneas, o más aún, a lo que se deja sin decir entre lí-
neas.

LOS CUENTOS JUDIOS POR DENTRO


Por lo que sé, nadie ha señalado que en las obras de los autores ju-
díos, o sea fuera de la esfera de los chistes, se puede encontrar la misma
mezcla de autoironía y elegía. Tomemos, como un ejemplo elegido al
azar, la forma en que Heinrich Heine, ya muy enfermo, describe sus
escasos paseos por las calles de Paris. El poeta narra una de estas paté-
ticas caminatas en su carta a Madame Caroline Jaubert, fechada el 3 de
abril de 1847. Describe cómo las mujeres bonitas se vuelven para mi-
rarlo cuando él pasa con los ojos entrecerrados, las mejillas hundidas,
una extraña barba y el paso torpe. Todas estas características le otorgan
un aspecto atormentado que le sienta maravillosamente. Y agrega:
"Como moribundo, tengo en la actualidad un éxito enorme"71.
Esta descripción tiene todos los rasgos de la autocompasión y la
cruel autoironía, así como las peculiaridades demostrativas o exhibicio-
nistas que aparecen en los chistes judíos. Pero hay otra sensación que
apenas llega al umbral de la percepción, y es la que deriva de un tono
casi inaudible de vanidad u orgullo. ¿Se encuentra algo similar en los
chistes judíos? Es bastante fácil reconocer el factor masoquista que hay
en ellos, pero resulta claro que éste no el único agente determinante de
los mismos.

71 De Juden und Judentum in deutschen Briefen aus drei Jahrhunderten,


Viena, 1935, pág. 230.

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Concentremos nuestra atención por un momento en este cruel des-


pliegue de defectos y flaquezas del propio pueblo. Para recordar un
caso evidente de esta actitud masoquista, basta con pensar en la anéc-
dota del judío que llega a una fiesta y exclama al entrar: "¡Por favor,
péguenme ya mismo!"
Ahora nos volvemos hacia el otro aspecto aún no descubierto o po-
co valorado en los chistes judíos. En los párrafos siguientes me referiré
no sólo a mis propias investigaciones y experiencias clínicas, sino que
también recurriré a una conferencia inédita pronunciada en 1960 en la
Asociación Psicológica Nacional para el Psicoanálisis, por Jule Nydes,
uno de mis talentosos discípulos. Nydes, que tuvo la gentileza de re-
conocer que le debe mucho a mi estudio psicoanalítico sobre maso-
quismo social, describe a un tipo determinado que él caracterizó por
una sensación de desconfianza, por la impresión de estar siendo obser-
vado con intención crítica o de ser perseguido, y por un sentido de su-
perioridad que a veces se manifiesta en la exageración patológica de las
ideas de grandeza. Este personaje paranoico reacciona con gran energía
ante los ataques verdaderos o imaginarios, es muy severo con los demás
y les hace sentir que son inferiores a él.
EL personaje masoquista es excesivamente severo consigo mismo,
ve a su propia persona como débil, insignificante, despreciable y de-
pendiente. Se degrada y humilla o se insinúa servilmente ante los demás,
en tanto que el personaje paranoico se comporta en forma arrogante y
ve en el prójimo sólo los rasgos negativos. El masoquista se castiga con
frecuencia o provoca su castigo por intermedio de otra persona, en
tanto que el paranoico, al imaginar que será victima de la hostilidad,
previene el ataque de sus enemigos reales o imaginarios y los degrada y
ofende.
A través de esta comparación resulta evidente que las persona-
lidades paranoica y masoquista son tipos opuestos y complementarios.
No sólo están relacionadas entre sí por algunos rasgos comunes, sino
que nuestra experiencia clínica nos enseña que detrás de la actitud ma-
soquista se oculta con frecuencia otra actitud paranoica. La falta de

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poder es la fuente común de ambas actitudes. El tipo paranoico no sabe


cómo proceder para entenderse con la gente y tiene necesidad de agre-
dirla. El tipo masoquista sólo puede entenderse con la gente congra-
ciándose y entregándose. Ambos caracteres tienen en común su inmensa
obstinación. En tanto que el masoquista insiste en que es inepto e infe-
rior, su contraparte afirma y reafirma su propia superioridad.
Nydes, que en su conferencia no se ocupó del problema del humo-
rismo judío, llegó a la conclusión de que una de las características más
significativas de los dos tipos puede ser hallada en su relación con el
amor. El masoquista renuncia al poder y a la dignidad a cambio de ser
amado o perdonado. En cambio el paranoico sacrificará el amor y el
afecto por el afán de ser notado, de sentirse poderoso y de hacer su
voluntad.
Permítanme ilustrar esta actitud contrastante con dos ejemplos ex-
traídos de mi propia experiencia. Un niño de dos años y medio, al que
habían sermoneado repetidamente para que no arrancase las páginas de
los libros, fue abofeteado finalmente por su padre, que ya había perdido
la paciencia. El niño lloroso siguió a su padre colérico, que atravesaba
la habitación, y gritaba: -¡Papito, bésame, dame un beso!- Comparemos
la actitud de este niño con la conducta del tipo de carácter paranoico.
Un abogado estaba acostumbrado a adelantarse a cualquier coche que
se hallara delante del suyo en la carretera, corriendo muchas veces un
riesgo considerable. En cierta oportunidad pasó junto a un auto al que
le rozó el guardabarros sin dañarlo. Cuando ambos coches tuvieron que
detenerse, el conductor del otro vehículo, algunos años mayor quizá
que el abogado, le enrostró su actitud prepotente. El abogado simuló
que no entendía lo que el caballero le estaba diciendo y le preguntó:
-¿Cómo dijo, hijito?
Es difícil colocar al humorismo judío en uno de los casilleros que ha
establecido la psicología comparada. La gran cantidad de chistes que
hemos citado y su repaso será suficiente para justificar la afirmación de
que los chistes judíos oscilan entre una actitud complaciente y otra de-
safiante, y de que van y vienen entre una norma de conducta masoquista

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y otra paranoica. Indudablemente, en la mayoría de los casos la actitud


paranoica está latente u oculta. Sin embargo, se manifiesta no sólo en la
reivindicación, implícita en muchos chistes, de que los judíos son los
favoritos de Dios, sino también en su sentido inconsciente de superiori-
dad.
La melancólica noción expresada en la proverbial exclamación: "¡Es
duro ser judío!", es reemplazada ocasionalmente por la idea de que es
un privilegio pertenecer a este pueblo por la satisfacción que produce el
sentido de una identidad común. El judío nunca es pomposo o preten-
cioso en estos chistes. No hay nada decorativo ni ninguna simulación en
su actitud. En la relación social con otros judíos, la informalidad y la
familiaridad constituyen una especie de seguridad interior, una "sensa-
ción de pluralidad". Se conocen entre sí y no hay muchas cosas que
necesiten explicación. El encuentro y la conversación con otros judíos
están acompañados por la impresión de que son ''mi clase de gente". Es
lo que Freud llama "la clara percepción de una identidad interior, el
secreto de la misma estructuración interior".
Sólo el egocentrismo está ausente en pocas ocasiones. Y si no, re-
cuérdese la historia del padre judío al que su hijo le informa de la de-
rrota de los Yankees y exclama: "¿Esto es bueno o malo para los ju-
díos?" Esta actitud se aproxima a la manifestación sintomática que los
psiquiatras designan con el nombre de ideas de referencia. Al oscilar
entre una actitud masoquista y otra paranoica, y por la ocasional com-
binación de ambas, los chistes judíos forman un complejo de contra-
dicciones. En este conglomerado se reflejan los conflictos que caracte-
rizan la situación judía en nuestra civilización

RElVlNDICACIONES INCONSCIENTES
En el capítulo anterior presenté como ejemplo representativo de
cierto tipo de comportamiento masoquista el caso de la criatura que
trató de reconquistar el cariño de su padre. Quienquiera que haya leído
la Biblia y haya seguido con un agudo sentido de percepción, el curso
de la historia judía, comprenderá que la actitud de los judíos con res-
pecto a su Dios presenta una perfecta analogía con la conducta de la

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criatura. Cada vez que se los castigaba, trataban de reconquistar Su


amor y perdón por medio de la acusación contra sí mismos, del arre-
pentimiento y de la apasionada sumisión. Cuando el pueblo judío era
derrotado y se sentía miserable, cuando la hambruna o las pestes lo
amenazaban, evidenciaba una actitud autodegradante hacia el Dios ante
Quien se humillaban. Cada vez que se sentía poderoso y seguro, mani-
festaba una actitud paranoica, arrogante y rebelde hacia Aquel a Quien
negaba y desautorizaba. Con este espíritu imaginaba que podía hacer lo
que quisiera, incluso matar a Dios. Esta oscilación entre dos extremos
arroja nueva luz sobre la psicología e historia del pueblo judío. Aquí te-
nemos una tarea muy interesante para los psicólogos e historiadores del
futuro. Pero se trata de un terreno muy alejado del que estamos pisan-
do, y yo debo restringirme a un área mucho más estrecha y próxima.
En tanto que, como dije anteriormente, la tendencia masoquista del
pueblo judío fue captada por los psicoanalistas, ninguno de ellos, por lo
que sé, evaluó la actitud paranoica opuesta y complementaria que está
presente en este mismo pueblo. Freud señaló que los chistes judíos tie-
nen un valor oculto, y Grotjahn aplicó a la psicología de estas humora-
das mi fórmula "victoria a través de la derrota". El psicoanálisis llegó
hasta aquí, pero con esto no basta.
No fue un psicoanalista, sino un escritor contemporáneo, Arthur
Schnitzler, quien percibió la tendencia hacia el carácter paranoico en la
mayoría de los judíos. En la novela Der Weg ins Freie, uno de los per-
sonajes, la señora Ehrenberg, se queja acerca de su marido. "Es una
idea fija en él. Ve antisemitas por todas partes, incluso en su propia
familia". Schnitzler llega a utilizar el término "manía de persecución".
En la misma novela, George von Wergenthin le dice a su amigo judío:
"En usted es una manía el haber perdido por completo la capacidad para
ver en el mundo algo que no sea la cuestión judía". Después de agregar
algunas palabras a modo de disculpa por su descortesía, afirma que su
amigo sufre de "manía de persecución". Este término está empleado
obviamente como sinónimo de la forma persecutoria de los delirios pa-
ranoicos.

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Algunas décadas después de Schnitzler, traté de clarificar en mi li-


bro Myth and Guilt esta peculiaridad de los judíos que consiste en la
oscilación entre una actitud masoquista y otra paranoica. Este hecho no
está señalado naturalmente como una característica fija de grupo, sino
como una tendencia mental determinada por el destino del pueblo judío.
Claro que Schnitzler se refiere a los judíos modernos. ¿,Esta actitud
que él define existió siempre? Un escritor francés del siglo XVIII co-
mentó en cierta oportunidad que el empleo de la palabra "romano" para
identificar a un nativo de la Roma moderna induce a confusión. A esta
persona se debería llamarle "italiano de Roma", para diferenciar la
mentalidad de la antigua Roma respecto de la de nuestra época.
La actitud masoquista del antiguo Israel fue percibida por lo menos
en su relación con Dios, cuyo castigo los judíos aceptaron sin protestar,
como algo merecido. También consideraban que la crueldad con que los
trataban sus poderosos vecinos era una sanción por sus pecados, espe-
cialmente el de haber abandonado a su Dios. La actitud paranoica ma-
nifestada en la forma de una idea de grandeza resulta evidente en la
aseveración judía de ser el "pueblo elegido". Existe incluso un lazo sub-
yacente entre la actitud masoquista y la paranoica en la idea de que
Dios castiga a aquellos a quienes ama. Esta situación excepcional ha
sido reclamada para sí por el pueblo judío desde los tiempos antiguos.
¿En qué podían fundar su pretensión de exclusividad?
La motivación psicológica profunda para su reclamo está oculta,
Sólo un comentario que Freud hizo al pasar, y que hasta ahora no sólo
pasó inadvertido sino que indudablemente tampoco fue apreciado en
todo su valor, devela este secreto. Este comentario, comparable a una
mirada de reojo, o a un aparte en una conversación, puede ser halla-
do72 en un ensayo en el cual discute Freud ciertos tipos caracterológi-
cos con los que se tropieza en la labor psicoanalítica. Hay un tipo de
persona que se comporta como si fuera una excepción que está relevada

72 "Some Character Types Met With in Psychoanalytic Work", Collected Pa-


pers, Vol. IV.

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de las necesidades de la vida y para la que no valen las reglas comunes.


Freud incluye al Ricardo III de Shakespeare -cuyo monólogo analiza-
en esta categoría, que él llama "las excepciones". La base inconsciente
sobre la cual estos hombres fundan su pretensión consiste en que tuvie-
ron una experiencia traumática o una disminución de posibilidades en su
infancia, hecho éste del que se consideran inocentes. Esperan una com-
pensación por el daño o la lesión que les ha infligido la vida, sea en
forma de una enfermedad congénita o, como en el caso del personaje de
Shakespeare, en forma de un defecto físico.
Al llegar a este punto de su interpretación psicoanalítica de estos ca-
sos neuróticos, Freud inserta el significativo comentario al que me he
referido en el párrafo anterior: "No entraré a discutir aquí la evidente
analogía con la deformación del carácter posterior a una prolongada
enfermedad y con el comportamiento de todo un pueblo cuyo pasado
está saturado de sufrimientos". Resulta claro que la mirada de reojo de
Freud se posa sobre el pueblo judío. Este no es el lugar indicado para
señalar la importancia de este pasaje ni tampoco es ésta la oportunidad
correcta para utilizar la alusión de Freud a modo de hito orientador para
una investigación futura.
Respecto de la explicación psicoanalítica de estos tipos ca-
racterológicos. Freud señala que las reivindicaciones que derivan de
pasadas injusticias y de la rebeldía que resulta de éstas, contribuyen en
alto grado a agravar los conflictos que más tarde desembocan en su
neurosis.
Encontramos una actitud similar reflejada en la historia de los anti-
guos hebreos. Su desafiante actitud paranoica se manifestó no sólo res-
pecto a su Dios, Quien los llamó "pueblo de dura cerviz", sino también
en relación con los pueblos entre los que vivían y respecto de los cuales
mantenían una posición de oculta superioridad moral y de insubordina-
ción. ¿Necesitamos buscar analogías de esta doble actitud en la li-

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teratura de los judíos? El Rabí Levi Itzjak de Berditchev preguntaba73:


"¿Y acaso no soy tu hijo, Señor del mundo? No te imploro que me re-
veles los secretos de Tus actos... Sufro, pero si acepto es sólo por Ti".
Aquel niño de dos años y medio debe haber también experimentado un
sentimiento parecido hacia el padre que lo había castigado. La actitud
paranoica está claramente revelada en la proclamación de la elección de
Israel por Dios. El libro de oraciones, afirma: "Que nos eligió entre
todas las naciones y nos dio la Torá".
Incluso el renegado Pablo pregunta en su Epístola a los Corintios:
"¿Qué ventaja tiene entonces el judío?", y responde: "Mucha, especial-
mente que a los judíos les fueron confiados los sagrados oráculos de
Dios". En el libro de Ester, se queja Amán de este pueblo que vive dis-
perso entre los otros: "Sus leyes son distintas de las de toda la gente, y
tampoco obedecen las leyes del rey". El mismo Dios trató de educar a
Su pueblo y de enseñarle obediencia, pero sin mucho éxito. Y otro
tanto quisieron hacer las autoridades terrenales de diversos estados y
países. Los judíos siguieron siendo tercos y dueños de su voluntad, hi-
jos rebeldes en la familia del hombre.
Ahora volvemos de estas reflexiones sobre psicopatología de los ju-
díos a la esfera de su humorismo cuya gracia salvadora sirvió en tantas
oportunidades para aliviar su infortunio. ¿En los chistes judíos encon-
tramos también manifestaciones de estas dos tendencias esenciales que
acabamos de describir? Probablemente no hallaremos con frecuencia
muestras puras de las mismas, sino formas muchas veces mezcladas de
esta doble actitud; por ejemplo, casos de falsa humildad o insolencia
como un medio desesperado para escapar de la intimidación v la sumi-
sión. La polaridad de las actitudes masoquistas y paranoicas aparece
frecuente y claramente en muchos chistes judíos. Sus reclamos también
resuenan, por ejemplo, en esa patética y cómica queja que el judío diri-
gía a su Dios: "Te apiadas de los completamente desconocidos, ¿enton-
ces por qué no te compadeces de mí?"

73 Citado de Martin Buber, Israel and the World, Nueva York, 1948.

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Nuestro punto de partida fue que la actitud masoquista no es, como


lo afirmaron Grotjahn y otros psicoanalistas, el factor único y domi-
nante en la psicología del humorismo judío. La verdad parece al mismo
tiempo más simple y más compleja. Hay una oscilación entre la au-
tohumillación masoquista y el sentimiento paranoico de superioridad.
Cuando dejamos de lado las características individuales y nos limitamos
a analizar el terreno emocional en el que echan sus raíces estos chistes
judíos, el principal resultado que nuestra investigación psicológica saca
a luz es el siguiente: los chistes judíos tienen una actitud alternativa-
mente servil y arrogante.
¿Cuál es el resumen de estos nuevos conocimientos psicológicos
que podemos agregar a los resultados de los estudios de Freud? Todo
cuento judío tiene dos caras.

MOTIVACIONES PARA CONTAR CHISTES JUDIOS


Esta parte de nuestra exploración sería incompleta si descuidásemos
los motivos para contar chistes judíos y el efecto hilarante que estos
crean. Este es desde luego un fragmento de un problema más general, o
sea, el del significado psicológico que tiene el contar chistes, de cual-
quier tipo que sean. Los motivos conscientes son tan obvios que no es
necesario discutirlos.
Sabemos que uno de los factores básicos en la psicología del humo-
rismo consiste en que el relator del chiste encuentra en su auditorio a
una persona que aprueba los impulsos prohibidos expresados en el
chiste. En su libro sobre el humor, Freud ya se refirió a la función miti-
gante que tiene el compartir "la culpa subyacente en los impulsos ofen-
sivos ocultos en el chiste"74.
En un libro publicado en 1933 y aún no traducido al inglés75, traté
de continuar las investigaciones realizadas por Freud en este terreno.

74 Ver O. Fenichel, The Psychoanalytic Theory of Neurosis, Nueva York,


1945, pág. 65.
75 Nachdenkliche Heiterkeit, Viena 1933.

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Describí el proceso emocional que se produce en quien escucha un


chiste agresivo u obsceno como algo que opera en la región "intermedia
entre el miedo y la risa". La primera reacción de quien escucha un chiste
con estas características es de alarma inconsciente. Este sentimiento es
provocado por un ataque inesperado contra personas o instituciones
muy estimadas, como lo son por ejemplo la religión, el matrimonio,
etc., que imaginamos como algo sagrado, o por lo menos muy valioso e
inviolable. En cierto sentido, podría uno referirse al efecto turbador que
producen inicialmente los chistes de este tipo. En todos nosotros debe
existir un deseo inconsciente de atacar a estas personas respetadas o a
estas instituciones sociales altamente apreciadas. La ansiedad latente
que se relaciona con esta tentación se intensifica por un momento cuan-
do oímos un chiste cínico u obsceno que las ataca. Durante una fracción
de segundo todas las inhibiciones se dirían eliminadas, pero entonces la
intensa reacción de alarma aparece como algo exagerado o superfluo y
el temor cesa bruscamente., El efecto es la risa, y en los casos en que la
ansiedad no fue intensa, la sonrisa.
Si aplicamos esta teoría a quien cuenta el chiste, debemos suponer
que en él se ha inducido un proceso similar, pero a la inversa, cuando se
le ocurrió el chiste. Venció la angustia latente y al contar el chiste a los
demás aligeró esa sensación compartiendo la ansiedad social (senti-
miento de culpa) con el "escucha". Entonces, cuando consigue hacer
reír al auditorio, conquista no sólo su aprobación sino el reconoci-
miento y una momentánea admiración.
Ahora, al volver de estas teorías psicológicas generales a nuestro
tema, el humorismo judío, podríamos suponer que la ansiedad inicial del
relator y del ''escucha'' fue intensa, porque el efecto es la risa explosiva
de este último. Explicaríamos la intensidad de esta respuesta por la se-
veridad de los principios morales judíos, por las estrictas inhibiciones y
represiones inducidas por la educación religiosa.
En los capítulos anteriores de este libro citamos tantos chistes judíos
que atacaban temas religiosos, que nos gustaría poner a prueba nuestra
tesis con los chistes judíos que se refieren al sexo. Preferiremos a las

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personalidades judías de nuestra época por encima de las figuras del


ghetto. y recordaremos la anécdota del viejo Max Liebermann, quien le
dijo a una muchacha: "Espero que eso no sea cierto", cuando ella le
aseguró que el contemplar sus cuadros le brindaba "la hora más feliz"
de su vida.
Permítanme agregar a esta alusión sexual relativamente inofensiva
una cita de las obras de Alfred Kerr76, el más destacado crítico de la
Alemania pre-hitleriana, y contemporáneo judío de Liebermann. Indu-
dablemente esta frase tiene un carácter obsceno, y su efecto humorístico
está reforzado por que constituye una parodia de los últimos versos del
"Fausto" de Goethe, que son sacrosantos para cualquiera que se haya
educado en la cultura alemana. En esta escena final Gretchen, ahora
transfigurada, conduce a Fausto a las esferas más elevadas, y el coro
místico de espectros entona los versos

Das Ewig-Weibliche
Zieht uns hinan...

Lo Eterno Femenino
Nos atrae hacia lo alto...
Alfred Kerr comentó en cierta oportunidad las obras de Bernard
Shaw, en quien reconocía la habilidad para ver la faceta humorística de
lo sublime. Shaw, quien a menudo desenmascara lo excelso, sólo se
muestra medroso en muy pocas ocasiones; por ejemplo, cuando idealiza
a la señora Cándida Morrell (en su comedia Cándida). Kerr se pregunta
"¿Por qué precisamente ella? ¿Se trata acaso del culto a la Virgen Ma-
ría?", y continúa: "El recuerdo de su falo, que ahora tiene cincuenta
años de edad, influye aquí sobre una evaluación moral". Susurra junto
con Wolfgang Goethe: "Nos eleva hacia lo alto", en lugar de decir au-
dazmente: "Lo eleva hacia lo alto". Esta es una clara referencia a la
erección del pene.

76 Das Neue Drama, op. cit. , pág. 354.

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Este es evidentemente un chiste torpe, obsceno (las obras de Alfred


Kerr contienen frases mucho más ingeniosas). A mí me resulta mucho
más importante la naturaleza psicológica del chiste que su valor estéti-
co. Hubo una idea preconsciente, nacida de una tendencia a protestar
contra la idealización de la Cándida de Shaw y a contradecirla. Esta
idea preconsciente fue sometida por una fracción de segundo a un reor-
denamiento inconsciente. Lo cual significa que la idea se sumergió por
un momento en los abismos de lo reprimido y volvió de allí en la forma
de una humorada. En la sacrílega elaboración de la sublime frase del
"Fausto", el autor revela la grosera atracción sexual que está en la mé-
dula de la adoración de la figura femenina. La erección del pene como
expresión de excitación sexual rechaza entonces el elevado sentido de
los versos de Goethe. Lo que resulta importante para nosotros es el
proceso mental por medio de la antítesis, que definimos como uno de
los rasgos característicos del humorismo judío.
Me atrevo a afirmar que los psicólogos no han puesto en claro to-
dos los motivos importantes que impulsan a contar chistes judíos. Uno
de estos motivos, casi inadvertido y que indudablemente no fue valora-
do con justeza, es el hecho de que el humorismo presupone cierta soli-
daridad emocional. Toda la gente llora por las mismas causas, pero no
toda ríe por los mismos motivos. Los franceses no entienden frecuen-
temente el humor norteamericano, y los neoyorquinos no captan el hu-
mor parisiense. "¿Qué tiene esto de gracioso?", podrían preguntar mu-
chos extranjeros al leer un Chiste en la revista Le Rire o al contemplar
un dibujo del New Yorker. Aquí el factor decisivo no está constituido
por la diferencia local o geográfica, sino por un pasado cultural común,
o más exactamente por la evaluación de determinadas cualidades, por lo
que respeta o desprecia un grupo de personas que constituyen una co-
munidad social, religiosa o de otro tipo. En consecuencia, un cambio en
la estructura cultural debe desembocar inevitablemente en un cambio en
los chistes que provocan la risa de este grupo.
Un judío muy devoto no se sentirá divertido sino repelido por los
chistes que atacan convicciones que son sagradas para él, en tanto que

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otro judío incrédulo o aun escéptico disfrutará con los chistes que
zahieren las ceremonias o creencias religiosas.
Lo que quiero demostrar es que para regocijarse con los mismos
chistes se requiere previamente una uniformidad o armonía básica emo-
cional de largo alcance. A partir de estas premisas debe uno llegar a la
conclusión de que el hecho de contar chistes judíos también expresa el
propósito inconsciente de cohesionar el vínculo que se fundaba origina-
riamente sobre ciertos valores comunes y sobre la percepción del ais-
lamiento de los judíos dentro de las naciones en cuyo seno viven. El
contarse estos chistes los unos a los otros equivale, por así decir, a ten-
der los brazos al otro camarada. En este sentido, el hecho de contar
chistes judíos a otros judíos es no sólo una prueba de fraternidad emo-
cional y espíritu de camaradería, sino también de afecto. En el mismo
sentido sólo se puede tomar por un progreso la circunstancia de que
sean cada día más los chistes judíos que amplios círculos de gentiles
norteamericanos disfrutan y valoran. Hace unas décadas no se habría
podido afirmar con justicia "ríe y el mundo reirá contigo", al referir
chistes judíos ante un auditorio gentil. Hoy sí.
Respecto a los judíos del ghetto que siguen viviendo en el ais-
lamiento y la miseria, se debe agregar otra motivación psicológica para
el hecho de contar estos chistes. A la pobreza le gusta estar acompaña-
da, según dicen, y podemos agregar que también le gusta bromear
acompañada respecto de si misma.

RASGOS DEL FUTURO


Los chistes judíos tienen una función más amplia que la de divertir;
pertenecen a la categoría de la literatura oral. Con frecuencia, presagian
el futuro, o anuncian por lo menos el sentido en que se orienta la gente,
la línea de acción que ésta está dispuesta a seguir. Para mantenernos en
el terreno de la literatura: ¿La sátira a los aristócratas que se tomaron el
trabajo de nacer, expuesta en "Las bodas de Fígaro", de Beaumarchais,
no prefigura acaso la gran transformación social de Francia? Alguien
llamó con justicia a Beaumarchais (1735-1799) el tempestuoso petrel de
la Revolución.

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Creemos, junto con T. S. Eliot, en "el tiempo futuro contenido en el


tiempo pasado". La situación del tribeño hebreo que llegaba a una ciu-
dad babilónica desde los confines del desierto, o que veía por primera
vez una metrópoli egipcia después de abandonar a Goshell, es esencial-
mente idéntica a la del judío polaco o ruso que llega a Nueva York des-
de su ghetto. El nuevo inmigrante no se siente menos agobiado por los
rascacielos de la gran ciudad que el pastor hebreo ante los monumentos
de Tebas. Se siente agobiado, pero no poseído, conquistado, absorbido.
La situación no cambió cuando los judíos se dispersaron, porque no se
despojaron de su tradición, derivada de otros climas y culturas. Y aun-
que el medio ambiente los afectó profundamente en ocasiones, jamás
fue ello suficiente para modificarlos. ¿Es posible deducir de este pasado
conclusiones legítimas relativas al futuro?
Para volver al estrecho dominio de los chistes judíos, solo podemos
hablar de las tendencias prevalecientes que éstos reflejan. Freud de-
mostró que hay muchas similitudes psicológicas entre los chistes y los
sueños. Sabemos que en una época se suponía que los sueños eran
proféticos, que presagiaban el futuro. Descubrimos que esta idea cons-
tituye una deformación supersticiosa de su función. El psicoanálisis ha
demostrado que los sueños son expresiones disfrazadas y distorsionadas
de nuestros deseos reprimidos o repudiados. Pero el cumplimiento del
deseo en los sueños demuestra indudablemente qué clase de tendencias
e impulsos obran subterráneamente en nosotros, y tienen por ello un
gran interés psicológico. Además, nuestros deseos determinan hasta
cierto punto la orientación de nuestro futuro.
El proverbio judío afirma que el corazón es "medio profeta". No sa-
bemos si el futuro hará realidad o frustrará estos deseos ocultos. La
solución del problema judío, o mejor dicho, el de los muchos problemas
que la supervivencia judía y el judaísmo plantean a nuestra sociedad, no
es sólo cuestión de los judíos sino de toda la humanidad.
G. K. Chesterton sostuvo en cierta oportunidad que el centro de la
existencia de todo hombre es un sueño. Nos gustaría agregar que éste
es también el centro de la existencia de todo pueblo. ¿Cuál es el conte-

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nido latente de este sueño en la medida en que podemos interpretarlo


por sus vestigios en los chistes judíos?
El espíritu auténticamente democrático que alienta en los chistes ju-
díos va mucho más allá de los objetivos definidos hasta ahora. Apunta,
naturalmente, en primer término, a la justicia social, a una mejor distri-
bución de los bienes terrenales y a la igualdad para todos.
Los chistes judíos proclaman inevitablemente que nuestro reino es
de este mundo. Hace más de cuatro siglos, un heraldo de los campesi-
nos alemanes oprimidos, Florian Geyer, promovió un movimiento re-
volucionario que exigía la abolición del poder del trono y la iglesia, de
los reyes y los sacerdotes. Lo persiguieron y lo mataron. Sobre su espa-
da, que vi en Nürenberg, está grabada la frase: Nulla crux, nulla coro-
na. Estas palabras podrían ser el lema de la Weltanschauung del humo-
rismo judío, quizá con el agregado: Nulla stella Davidi. Esto significa
no sólo el fin de la autoridad de reyes y sacerdotes, sino también el fin
del concepto de las nacionalidades y estados que dividen a la humani-
dad. Tal como lo prueban estos chistes, la emancipación de la influencia
de la religión y de las leyes religiosas se cumple en una escala más am-
plia y a mayor velocidad. Vivimos en una era que no es sólo
post-cristiana sino también postreligiosa77. El judaísmo como religión
desaparecerá también lentamente, aunque sus mandamientos éticos bá-
sicos sobrevivirán a la extinción de Dios. Los chistes judíos empezaron
con herejías y alusiones de tímida agresión contra las exageradas exi-
gencias planteadas en nombre de la religión, y terminarán con la aboli-
ción de la ilusión religiosa.
El humorismo judío funciona tal como lo hace la literatura de van-
guardia en otras direcciones. El rápido acortamiento de las distancias
sobre la tierra debe conducir al abandono de las fronteras nacionales, y
finalmente a la idea de que la patria del hombre es la tierra.
En el humorismo judío está implícito que la proscripción de la vio-
lencia avecinará el cumplimiento de las predicciones de los profetas

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judíos sobre la transformación de espadas y lanzas en rejas de arado.


Finalmente, la fraternidad del hombre deberá concretarse. Algún día la
igualdad -no sólo ante la ley sino también en la evaluación de las perso-
nas- reinará sobre la tierra.
Las divisiones que sobrevivan serán parecidas a las que separan a las
familias, y desembocarán finalmente en la familia única del hombre.
(Recuerdan la historia del judío que le grita al soldado que amenaza con
tirar: "¿Estás meshugue? ¿No ves que aquí hay un Mensch?")
George Eliot puso en boca de uno de los personajes judíos de su
Daniel Deronda esta frase: "Nuestro pueblo fue errante aun antes de
ser desplazado". Erró durante cuatro mil años y todavía sigue su mar-
cha, mejor dicho, su vagabundeo, con energía. Erró de regreso a Pales-
tina, y no se detendrá allí. Es un precursor de los ciudadanos del mun-
do, no de un estado.
El futuro, tal como se anuncia en los chistes judíos, está más allá del
dominio de temas tales como aislamiento y asimilación. En Der Weg ins
Freie, de Schnitzler, el escritor Heinrich Berman discute estos proble-
mas con su amigo gentil. Llega a la conclusión de que la asimilación se
producirá ciertamente dentro de mucho tiempo, y agrega: "No se reali-
zará en la forma que muchos desean, ni tampoco en la forma que mu-
chos temen. Más aun, no será exactamente asimilación, sino quizá algo
que palpita en el corazón de esta palabra en particular, por así decir.
¿Sabes cómo será probablemente cuando se produzca? Resultará que
nosotros, nosotros los judíos, quiero significar, habremos sido una es-
pecie de fermento para la elaboración de la humanidad... Sí, quizá esto
ocurrirá en cualquier momento, dentro de un lapso que va de los mil a
los dos mil años a partir de ahora". El humorismo judío es indudable-
mente uno de los medios para provocar esta fermentación.
¿Y qué decir acerca de la actitud masoquista-paranoica que des-
cubrimos en la raíz del humorismo judío, este deseo oculto de sufrir y
esta reivindicación del título de pueblo elegido? Ambas tendencias se
fundan en el objetivo común de ser reconocidos y aprobados. En una

77 Ver G., Vahanian, The Death of God, Nueva York, 1961.

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época que no está demasiado distante, el nombre de judío no será una


"mácula", sino que será honrado y apreciado como el de un pueblo que
constituyó la levadura en la inmensa y pesada masa de la humanidad.
Así como se valora el poder de Egipto y la gloria de Grecia, también se
reconocerá a Israel como la luz conductora que guió a la humanidad en
su marcha ascendente.
Entonces, pero sólo entonces, tengo la audacia de afirmar, los judíos
renunciarán tanto a las actitudes masoquistas como a las paranoicas que
se manifiestan en sus chistes. Entonces, pero sólo entonces, tomarán en
cuenta la exhortación de Goethe:

Wie viel bist du von andern unterschieden?


Erkenne dich -leb mit der Welt in Frieden

¿En qué te diferencias de los demás?


¡Reconócete, vive en paz con el mundo!
Hasta entonces, los judíos librarán una batalla solitaria. Hasta en-
tonces, cuando el reconocimiento de su función reemplace al odio
abierto y la inconfesada envidia del mundo, no les quedará otro recurso
que marchar a lo largo de su senda solitaria, animados por el orgullo de
su pasado espiritual y por la fe incólume en su futuro.
Entonces, pero sólo entonces, desaparecerán los rótulos de judío y
gentil aplicados a los pueblos por una sociedad enferma, y los in-
dividuos serán juzgados como personas, no como miembros de un gru-
po. Las altas murallas también se derrumbarán. Pero todas estas posibi-
lidades y capacidades se disiparán si la humanidad fuera amenazada por
la aniquilación en una guerra nuclear. Lo que nos traerá el futuro no es
previsible, ni siquiera por medio del humorismo judío. Sólo está implí-
cito en él como una esperanza. La verdad la dirá el tiempo, y los chistes
del tiempo.

MIRADA RETROSPECTlVA
Ahora, cuando este libro llega a su fin, miramos hacia sus co-
mienzos. Procuré ofrecer una contribución a la psicología comparada, y

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especialmente a la comprensión del pueblo judío por medio de una in-


vestigación psicoanalítica de sus chistes. Se ha escrito bastante sobre el
humorismo judío y sus peculiaridades, pero casi nada de esto fue enfo-
cado desde el punto de vista de la psicología consciente. Mi aporte en-
caró el tema desde una perspectiva diferente, que indaga el origen de
los chistes judíos en las regiones de los procesos reprimidos e incons-
cientes.
Ahora estamos nuevamente en el punto de partida. En una mirada
retrospectiva, pensamos en la comparación que se nos ocurrió al iniciar
la selección de chistes judíos. Dijimos entonces que debíamos estudiar-
los en primer término como a los muchos pliegues de un abanico. Sólo
después de haber estudiado atentamente las inscripciones humorísticas y
agudas de estos pliegues -los temas principales de los chistes judíos- y
después de haber reflexionado acerca de ellas, podíamos aventurarnos a
emitir una teoría psicológica sobre el humorismo judío y sus funciones.
Estos abanicos de nuestras madres y abuelas fueron empleados con
propósitos diversos: brindaron brisa refrescante en el calor del verano y
en el salón de baile; sirvieron para flirtear; también sirvieron para de-
mostrar determinados sentimientos; finalmente, ocultaron esos senti-
mientos y el propio rostro.
De igual modo, los chistes judíos sirven para diversos fines para
brindar descanso en el fragor de la batalla contra el enemigo visible y el
enemigo invisible; para atraerlo, tanto como para rechazarlo; y en últi-
mo término, aunque no sea esto lo menos importante, para ocultarse
uno mismo detrás de ellos. El humorismo judío oculta tanto como lo
que revela. Al igual que el serafín del Templo del Señor esconde su
rostro con dos de sus alas.
Recordamos asimismo que habíamos partido de la suposición de que
un estudio de los chistes judíos debe proyectar una nueva luz sobre la
psicología de este extraño pueblo, sobre su carácter y temperamento,
tal como evolucionaron a partir de su Iegado y su destino. En mi tetra-

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logía bíblica78, traté de penetrar en la profunda oscuridad de la ignora-


da prehistoria de los judíos y de sus siglos de formación. En el presente
trabajo enfoqué el problema judío desde otro punto de vista social, dis-
tinto del anterior, partiendo de la psicología de los chistes judíos.
Al llegar a este punto nos enfrentamos con un último y decisivo in-
terrogante: ¿En qué medida nuestra tarea fue exitosa? ¿Cumplimos
nuestro propósito? La veracidad científica nos obligó a confesar que no
alcanzamos nuestro objetivo. Es cierto que aprendimos un poco acerca
de la psicología del pueblo judío gracias a la exploración de sus chistes.
En particular, hemos averiguado que todavía ignoramos mucho acerca
de los judíos.
Es cierto que la investigación condujo al descubrimiento de ciertos
rasgos característicos, signos distintivos propios de los chistes judíos
que hasta ahora habían pasado inadvertidos, o cuyo significado no había
sido captado aún desde un punto de vista psicológico. Por encima de
todo, estos atributos o propiedades de los chistes judíos se funden en
una revelación esencial: la conciencia de una aptitud singular para afir-
marse y sobrevivir a pesar de la existencia de un mundo de enemigos
abrumador. Desafiando a las fuerzas destructivas y hostiles que los ro-
dean, los judíos conservaron su misteriosa identidad. Mientras los ju-
díos lleven una vida auténtica y no reniegen de su herencia, esta identi-
dad se mantendrá.
Anteriormente citamos unos versos de Goethe a modo de lema psi-
cológico para esta investigación. Otros versos del mismo poeta nos
conducen a la conclusión de la misma. Ellos parecen proclamar el poder
perdurable de la identidad interior, demostrado tan a menudo en la his-
toria de los judíos:

Jedes Leben sei zu führen


Wenn man sich nicht selbst vermisst,

78 Myth and Guilt, Nueva York, 1958; The Cration of Woman, Nueva York,
1959; The Temptation, Nueva York, 1961; Mystery on the Mountain, Nueva York,
1960.

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Alles könne man verlieren


Wenn man bleibe, was man ist.

Toda vida puede llevarse adelante


Si uno mismo no se extravía.
Todo puede perder uno
Si continúa siendo lo que es.

FIN

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