El Trígono 1
El Trígono 1
El Trígono 1
Sandra Viglione.
Capítulo 1.
Cassandra Troy.
La mujer estaba sentada en la escalera. La vio antes de subir desde el subsuelo, antes
incluso de salir de su oficina. La sintió cuando entraba. La sintió cuando atravesó las barreras.
Percibió cómo las puertas la dejaban pasar. Y se sintió inquieto. Normalmente no tenían
visitas que no fuesen invitadas. Y aún a ellas había que franquearles el paso.
Subió las escaleras con rapidez, impaciente por ver quién era esta persona, y unas
sombras en la pared llamaron su atención. Los Guardianes estaban inquietos también. Aunque
su sensación tenía más de expectación que de nerviosismo. Pasó la mano por la pared para
tranquilizarlos y siguió hacia arriba.
Los Guardianes del Trígono. 4
Sandra Viglione.
Cuando salió por fin de la larga escalera, casi tropezó con la mujer. La miró
sorprendido.
¿Quién es usted? le exigió con voz fría. La mujer de ropas rotosas, despeinada,
con hojas secas enredadas en su cabello, pies embarrados, mochila manchada al hombro, ojos
curiosos e inteligentes, no era lo que él había esperado.
Ella pestañeó varias veces.
¿Quién es usted? le preguntó a su vez. Se miraron fijamente el uno a la otra.
Otra mujer bajaba desde los pisos de arriba en ese momento. Traía una especie de
bandeja cubierta con un paño verde. Ella y el hombre intercambiaron una mirada seria.
Avisaré al Anciano Mayor, dijo ella.
¿Anciano Mayor? ¿Qué Anciano? ¿Qué es este lugar? preguntó la mujer
volviéndose.
Por favor, acompáñeme, dijo simplemente la mujer.
La mujer de la escalera miró alternativamente al hombre y la mujer que tenía delante.
El hombre le bloqueaba la salida, al parecer sin intención. Lo pensó unos segundos. De todas
maneras, debía permanecer aquí, y ni el hombre ni la mujer le parecieron realmente
peligrosos. Se encogió de hombros, sonrió y levantándose, tendió la mano al hombre,
diciendo:
Cassandra Troy. Mucho gusto.
El hombre la miró sin verla. Estaba tratando de leer su mente. ¿Cassandra Troy, había
dicho? No, ese no era el nombre correcto. Había una sombra en su mente. Una sombra, y
muchos secretos escondidos detrás. Se la quedó mirando, sin ver ni su cara ni sus
movimientos. En tanto ella se había vuelto a la mujer y se había vuelto a presentar,
ignorándolo.
Gertrudis Yigg, respondió. Y el caballero es Javan Najar Fara.
Cassandra lanzó una mirada en dirección al hombre. Él continuaba observándola con
la mirada extrañamente vacía.
Djavan... murmuró, pensativa. El hombre no reaccionó. Ella siguió a la mujer
por el silencioso castillo. La llevaron a una pequeña habitación en un corredor lateral que se
abría bajo la escalinata principal.
Mi oficina, dijo la Gertrudis Yigg, abriendo la puerta. Espere aquí, por favor.
Y salió de la habitación.
Los Guardianes del Trígono. 5
Sandra Viglione.
Cassandra se sentó en la silla que le habían indicado. Apenas tuvo tiempo de echar otra
rápida mirada al hombre que le habían presentado como Fara. Era un hombre alto, de
expresión hosca. Su cabello se escondía bajo un raro turbante, y su cara, aunque pálida, tenía
un aspecto exótico con sus ojos penetrantes y su boca recta. El hombre parecía incapaz de
sonreír.
Cassandra notó que él continuaba mirándola fijamente, atravesándola con la mirada, y
ella desvió la suya. Dejó que su atención vagara por la habitación. El escritorio ocupaba casi
todo el espacio en el cuarto. Había una pila de papeles y aún una botella de tinta en él.
Evidentemente, la mujer había estado trabajando. Había una biblioteca hacia la derecha, y
hacia la izquierda, una ventana se abría hacia un patio interior. La luz grisácea llenaba
suavemente el cuarto. No había nada más para ver, y al fin, para suavizar su incomodidad, ella
preguntó:
¿Qué es este lugar?
El hombre, Fara, la observaba con desconfianza creciente. ¿Porqué se le había
permitido el paso?
¿Cómo llegó aquí? preguntó en lugar de responder.
Yo pregunté primero, sonrió ella. Pero llegué desde el bosque... a pie. ¿Qué
es este lugar?
Escuela, dijo Fara escuetamente y sin sonreír.
¿En este estado? Espero que tengan un buen arquitecto, porque... y ella se
interrumpió. Miró vagamente a su alrededor y dudó. Aunque... no es lo que parece...
murmuró. Los ojos del hombre se aguzaron, y su desconfianza se incrementó otro poco. No,
no es lo que parece, pensó.
Djavan... murmuró ella, de nuevo. Él la miró frunciendo el ceño.
Nadie me llama así, dijo con brusquedad. No lo soportaba. Había sido mucho
tiempo atrás, y en otra parte. Ella lo miró un segundo, enrojeciendo, y desvió la mirada.
Pero, ¿esa es la pronunciación correcta, no? dijo en un susurro.
El hombre iba a responderle, pero algo sucedió en ese momento. Pudo darse cuenta de
que algo cambiaba en la habitación, pero no pudo detenerlo. Tampoco lo hubiera hecho, de
haber podido. El examen se llevó a cabo sin que la mujer percatara en lo más mínimo. Los
Guardianes se alejaron en silencio. No hubo conclusiones, ni órdenes, ni consecuencias.
Salvo...
Los Guardianes del Trígono. 6
Sandra Viglione.
tiempo. Digamos que acampé en el bosque. Eludía los pueblos, subí a las colinas, allá... Y
luego llegué aquí. Eso es todo.
El Anciano posó sus penetrantes ojos en ella. Ella sostuvo su mirada cuanto pudo, pero
el mareo volvió, y se tambaleó. El anciano la ayudó a sentarse.
Lo lamento... dijo ella vagamente. Se está volviendo demasiado frecuente...
¿Que cosa? El hombre la observaba pensativo.
Mareo, dolor de cabeza... Debería ir al médico.
Y le diría que se quedara en su casa y se alimentara correctamente. ¿Cuánto hace
que entró al bosque?
Cassandra hizo un gesto vago y preguntó:
¿Qué fecha es hoy?
Tres de octubre.
Cassandra hizo un gesto de sorpresa.
Van a hacer cinco meses, entonces. ¿Quién lo hubiera dicho?
El hombre llamado Fara interrumpió:
¿Porqué siguió el arroyo? ¿Porqué cruzó las colinas? ¿Porqué llegó precisamente
aquí?
El Anciano lo detuvo con un gesto. Cassandra lo miró brevemente. Ella había seguido
a la serpiente, la cobra roja. La asesina de White. Un dolor confuso volvió a removerse en su
interior. Pero debía mantener la compostura. Desvió la mirada, pero demasiado tarde. El
hombre ya había notado su confusión.
Estaba evitando los lugares poblados, ya se lo dije. Quería estar sola. Subí a las
colinas, pero no encontré refugio allá arriba, así que bajé por este lado. Minerales interesantes.
Tomé unas muestras... pero luego recordé que no tenía intención de volver con los de la
prospección... De todas maneras conservé esta piedra...
Y Cassandra rebuscó en su mochila hasta encontrar un cristal de cuarzo coloreado. Lo
mostró con gesto de triunfo.
Un Cuarzo Arco Iris. Muy raros en verdad... dicen que son mágicos, dijo el
Anciano sonriéndole. Cassandra observó la piedra cuidadosamente. Los cristales de colores
eran indudablemente atractivos, y componían toda la gama del arco iris. El nombre estaba sin
duda bien puesto.
Tal vez a usted le sea más útil que a mí, ya que sabe lo que es.
Los Guardianes del Trígono. 8
Sandra Viglione.
Y tendió el cristal. El Anciano lo recibió con una sonrisa. Ella no podía saber la clase
de regalo que estaba haciendo.
Entonces, siguió el arroyo. ¿Porqué? insistió Fara. Ni siquiera el Cuarzo Arco
Iris había calmado sus sospechas.
Cassandra se miró las manos, entrecruzadas sobre su regazo.¿Qué hacer? Debía
quedarse en este lugar, al menos por un tiempo, hasta que todo volviera a estar en orden. Y le
habían dicho... Decidió llegar hasta el final.
Me dijeron que viniese.
¿Quién?
Ahora Cassandra levantó la vista, la cara bastante enrojecida. Pero miró a Fara directo
a los ojos.
En las enredaderas, en la Cascada... las de tallos negros... Escuché una voz en esas
plantas. No vi a nadie.
Cassandra arriesgó una mirada rápida a las caras de los otros, y continuó.
De verdad, busqué por todas partes, y no vi a nadie. Creí que me estaba volviendo
loca, pero cada vez que me acercaba a las plantas, las voces empezaban a hablar. Me pareció
que algo se movía, pero... no vi a ninguna persona...
Cassandra se estremeció al decir esto. No había visto ninguna persona. Las doncellas
que salieron de los árboles no eran personas, no eran humanas. Y ella había bailado entre
ellas. Y ellas le habían hablado, ordenado... Los hombres se miraron entre sí.
Anciano Mayor, Maestro. ¿Puedo hablarle a solas un momento? dijo Fara de
improviso.
El Anciano asintió. Se separaron un poco.
Esas plantas, ¿sabe usted qué son? ¿quién las habita?
Te escucho, Javan.
Son... ¿cómo explicarlo? Conocemos las dríades, y los espíritus de los árboles,
pero... Ellas son otra cosa. Vienen de la otra rama...
La voz de Fara sonó baja y ansiosa.
¿Es solo eso? preguntó el Anciano.
Fara resopló.
No, dijo a regañadientes. Los Guardianes estuvieron aquí. No dijeron nada.
Los Guardianes del Trígono. 9
Sandra Viglione.
Magos y brujas, está bien, se resignó Cassandra. ¿Y qué tiene que ver todo
esto conmigo?
Le dije que tenemos un renegado. Él está tratando de invadir el Trígono. Quiere
apoderarse del poder que hay en este lugar.
Cassandra pestañeó. Magos, brujas, poder... Demasiado para ella. Una cosa era tener
imaginaciones demasiado vívidas, y creer que hablaba con las mujeres de hierba, y otra muy
distinta aceptar lo de los magos y las brujas. Esto era una invitación a la histeria colectiva.
Pensó cuál sería la mejor manera de desaparecer de este lugar.
No veo el punto, dijo.
Quiero que usted permanezca con nosotros en el Trígono.
¿Este lugar?
Sí. El castillo es la puerta al Trígono. Debo pedirle que permanezca aquí, por su
seguridad y la nuestra. Althenor podría intentar utilizar su digamos capacidad de atravesar
nuestras barreras mágicas para entrar él mismo aquí.
¿Y qué se supone que voy a hacer aquí? No conozco lo que hacen, o porqué se
consideran magos. Soy científica, no hechicera. Y además no quiero verme envuelta con
estudiantes otra vez...
¿Otra vez? ¿Tiene experiencia con estudiantes?
Sí, bueno, un poco. Fui profesora un tiempo, mientras estudiaba. Cassandra se
encogió de hombros.
El Anciano la miró divertido, llevándose la mano al mentón para ocultar la sonrisa.
La asignaré a las clases inferiores. Ellos necesitarán más didáctica y pedagogía que
nuestros estudiantes mayores... dijo. Cassandra lo miró dudosa.
¿Porqué me quiere aquí? De verdad, preguntó.
¿La verdad? ¿No me cree?
¿La historia del renegado? Sí, pero no es su razón principal.
Bueno, usted ha hablado con ellas, las doncellas-planta... Las Esporinas. No fue
ninguna voz en las enredaderas, señora Troy, las doncellas de hierba y aire Ha podido
atravesar las barreras que la gente común no puede, ha visto cosas que la gente común no
puede...
Cassandra lo miró interrogante.
Los Guardianes del Trígono. 12
Sandra Viglione.
Hoy temprano, una de las criaturas del Comites Fara escapó. Esa sombra que usted
vio moverse en el corredor... Lo percibió antes que el mismo Javan. No se suponía que usted
pudiese verlo u oírlo. Normalmente, ni siquiera nosotros podemos ver a las criaturas de Javan.
Usted es una persona curiosa, aunque tal vez debiera decir que tiene habilidades inesperadas.
Y ha llegado en un día muy significativo, además. No creo que sea coincidencia.
¿Qué día especial es hoy? preguntó Cassandra.
La mirada de Aurum se perdió en el distante bosque, apenas visible desde la ventana.
Hoy es el aniversario de la fecha que mi hija empezó a hablar con ellas, las
Esporinas, sus doncellas de hierba. Fue su primera habilidad mágica... Pero ella murió hace
tiempo, y sus habilidades se perdieron con ella.
Cassandra contempló la cara arrugada del hombre, y la extraña expresión que lo
inundaba, y el dolor se retorció en su interior una vez más.
De acuerdo, me quedaré. Al menos por un tiempo, dijo ella después de una
pausa.
Excelente, dijo el Anciano con una chispa en sus ojos. Sea entonces
bienvenida.
Cassandra fue alojada en uno de los departamentos de abajo, junto a una habitación
grande que se usaba como laboratorio y salón de clases. Su departamento consistía en una
habitación larga y estrecha, con una puerta hacia el salón de clases, y la otra hacia el pasillo.
No había ventana. Estaba amoblado con una cama, una mesita de noche, un biombo para
cambiarse de ropa, y más allá, un escritorio y un par de sillas. Cassandra dejó caer su mochila
manchada sobre una de ellas. Miró a su alrededor pensativa. La luz de las velas daba un
aspecto deprimente a la escena. Suspiró. Levantó los brazos como si fuera a bailar, o a
desperezarse, y sintió una mirada poco amistosa en su espalda. Se volvió. Fara estaba en la
puerta, llevando una pila de libros.
Buenas noches, dijo ella. Sus brazos cayeron a los lados del cuerpo, laxos.
Buenas noches, dijo él. Me han comunicado que usted colaborará con la
atención de las clases inferiores. Le he traído la bibliografía básica para que estudie antes de
la llegada de los alumnos.
Los Guardianes del Trígono. 13
Sandra Viglione.
junto a la flor. Rebuscó en el fondo de la bolsa. Encontró el cabo de vela, faltaba el espejito de
plata. Él había dicho que le sería útil para verse y hablar. Brujas, magos... Suspiró. Había
cruzado la barrera hacía tiempo. Hola locura. El espejo estaría todavía en el bosque,
seguramente. Tendría que ir por él... Miró su reloj. Demasiado temprano. Así que trató de
concentrarse en la lectura de uno de los libros de Fara, echando ocasionales miradas a su reloj.
Un cuarto para las doce. Cassandra se deslizó fuera del cuarto. Las antorchas que
iluminaban el pasillo se apagaban lentamente en el silencio. Las miró. La más cercana se
apagó por completo. La oscuridad se arrastró a su alrededor como algo viviente a su
alrededor. Siguió hacia las escaleras. La segunda y tercera antorchas se apagaron cuando
pasaba bajo ellas. Desde la puerta de la izquierda llegaban unos sonidos apagados. Cassandra
se pegó a la pared opuesta y continuó silenciosamente. La última antorcha también se apagó.
Como una sombra, ella se deslizó callada escaleras arriba.
El salón estaba vacío. El silencio viviente que la había sorprendido la primera vez,
estaba allí, como un viejo amigo. Un silencio lleno de pequeños susurros y débiles sonidos,
distantes, apenas audibles. Cassandra alcanzó las puertas, y las puertas la dejaron pasar.
Aspiró el aire nocturno con placer. Sin duda, su apartamento en el sótano estaba demasiado
encerrado. Necesitaba más aire. De nuevo como una sombra se deslizó por el prado hacia el
camino por el cual había llegado en la mañana.
Los Guardianes del Trígono. 15
Sandra Viglione.
Capítulo 2.
El bosque.
El círculo de árboles negros estaba inundado por la luz de la luna. Las enredaderas de
tallos negros tapizaban la entrada, y separaban los árboles oscuros del resto de los árboles del
bosque. Los matorrales no crecían en el claro.
La cascada era tan solo un sonido confuso y distante, y apenas Cassandra cruzó el
círculo, ya no se oyó más. El silencio era absoluto. Cassandra se estremeció. Pero aún así, se
dirigió al centro del claro sin dudarlo, e hizo como le habían enseñado. Inclinación, giro,
reverencia. Hacia la derecha, hacia la izquierda, inclinación, vuelta. Y de nuevo. Pronto, como
luces y sombras, unas criaturas, mitad hierba, mitad brisa, estuvieron girando y danzando a su
alrededor, haciendo reverencias unas a otras. Eran las doncellas de hierba, las Esporinas. La
danza terminó con Cassandra girando en el centro con una de ellas.
Cassandra Troy. Has regresado, dijo la Esporina en un susurro de hojas.
Yo cumplí mi parte. Vengo a ver que cumplas la tuya, Lalaith, dijo Cassandra
hoscamente.
Aquí está tu amigo, dijo la Esporina. Dio un pequeño giro y dio paso a un
hombre alto, de cara cansada. Cassandra reprimió un grito y el impulso de abrazar a aquel
hombre. ¿Era realmente él? ¿Estaba bien? Se volvió a la Esporina.
Gracias. Dime ahora que quieres que haga en el Trígono.
Hubo un movimiento entre las Esporinas, como cuando la brisa dibuja ondas en un
campo de trigo. Estaban riendo.
Nada. Solo debes permanecer ahí. Sabrás lo que hay que hacer cuando sea el
momento.
Cassandra frunció el ceño.
No traicionaré a esta gente, Lalaith. El Anciano Mayor... Merece mi respeto y mi
confianza.
La Esporina se rió.
No esperaba otra cosa realmente... todo saldrá a luz a su debido momento,
Cassandra Troy. Sólo espera...
Y las Esporinas desaparecieron en un destello de luz de luna.
Los Guardianes del Trígono. 16
Sandra Viglione.
Algo dorado y enorme cayó en el agua, y el agua se calentó de repente. Lo que fuera
que estaba en el agua, de dorado pasó al naranja. El vapor se desprendió de la superficie de
las aguas. Cassandra se estaba quemando los pies en el agua hirviente. Miró hacia la orilla y
no vio a los unicornios: habían huido. Pero había un hombre parado a la orilla del agua. Se
rió con una risa fría y destemplada. Cassandra sintió un escalofrío. Su cara... le recordaba
algo. Algo que ella estaba buscando, y que ahora estaba segura que no quería encontrar. Sus
ojos estaban curiosamente enrojecidos, como los de una serpiente furiosa. Nunca había visto
a alguien con la cara tan parecida a la de un reptil.
Espero que estés bien muerto, Ryujin, le siseó al vapor que se levantaba del
agua. Y desapareció. Cassandra volvió a mirar, y ya no estaba allí. No podía creerlo.
La cosa roja que había caído al agua estaba ahora casi azul. El agua ya no le
quemaba los pies. Cassandra salió de la cascada y nadó hacia la cosa para sacarla del agua.
Era... Era imposible describirlo en términos racionales. No era humano, al menos, no del
todo. Podría haber sido pariente del otro hombre, porque estaba parcialmente cubierto de
escamas, y sus uñas eran tan largas como garras. Cassandra recordó los cuentos de
dragones que leía de pequeña.
Arrastró al lo-que-fuera a la orilla, y lo golpeó en la espalda para que escupiera el
agua que había tragado. La cosa abrió un par de ojos humanos y la miró.
Déjame morir, dijo, enroscándose en un espasmo de dolor.
De ninguna manera, dijo ella. Lo volvió de espaldas y empezó a masajearlo con
más brío que habilidad.
Por favor, de verdad, prefiero morirme, dijo él al fin. Me estás matando.
Ella se rió y lo soltó. Tenía ampollas en las manos, en parte por el agua, y en parte
porque el hombre quemaba como fuego.
He visto a los unicornios. Y ahora tú... Creo que finalmente enloquecí, dijo, más
para sí que para el hombre.
Soy mitad Ryujin, una especie de dragón, y mitad humano. ¿Y tú? le preguntó.
Ella se presentó.
¡¿No eres bruja?!
No.
Qué raro, tan cerca del Trígono... Te quemaste las manos, observó de repente,
tomándole las manos. Ella las escondió con nerviosismo.
Los Guardianes del Trígono. 18
Sandra Viglione.
La luz de la luna llenaba el claro de árboles negros. Cassandra había oído un susurro
de hojas, y vio una luz entre los árboles... El hombre dragón estaba dormido. Ella se levantó
y fue hacia allí.
Era como un sueño. Cada vez que lo recordaba, se parecía más y más a un sueño.
Ellas la habían tomado de la mano, y había bailado con ellas. Había bailado porque su
lenguaje era movimiento y ritmo además de voz. Y le dijeron cómo salvar al medio-dragón.
Así que, a la luz de la luna, dibujó el círculo en la tierra. Sopló aire sobre al tierra.
Vertió agua sobre el aire, y cenizas sobre el agua. Y había mezclado su sangre y la del dragón
obre el espejo de plata, a la luz de la luna, dándole la mitad de su vida. Un humo blanco se
había levantado desde el círculo, y no recordaba lo que había sucedido después.
La mañana siguiente, cuando se levantó, vio al hombre lavándose las manos y la cara
en el agua de la cascada. Ya no se veía como reptil.
Ah, veo que estás despierta. Maravilloso. Mi nombre es Ryu... eh, Gaspar Ryujin.
Soy... digamos que mago.
Ella sonrió. La cordura había quedado muy atrás y muy lejos. Hola, locura, pensó
ella, pero en voz alta dijo:
Mago y medio-dragón. Ya te habías presentado.
Gracias por salvar mi vida, continuó él. Si alguna vez me necesitas, te debo
una, y estaré feliz de devolver el favor.
Cassandra descartó el asunto.
No se ha terminado todavía. Esta noche...
Lo sé, dijo él. Deberé ir con ellas. ¿Qué te pidieron a ti?
Nada.
Gaspar hizo un gesto de sorpresa.
Muy raro. Las Esporinas siempre se cobran los favores.
¿Las conoces? preguntó Cassandra.
El hombre asintió pensativamente. Ella esperó, mirándolo. Después de unos
momentos, él le señaló unas rocas desmoronadas junto al agua, y se sentaron. Empezó a
hablar, suave y despacio.
Se cuenta entre mi gente que había una gran variedad de criaturas en el mundo,
antes de la Era del Hombre... Criaturas de Tierra, criaturas de Aire, criaturas de Agua,
criaturas de Fuego...
Los Guardianes del Trígono. 20
Sandra Viglione.
El camino de vuelta solía ser más corto que el camino de ida. El aire de la noche se
sentía frío. Sentía el rastro helado de las lágrimas en su cara. Se las limpió con la mano.
Parecía normal, la mano. Cassandra empezó a tranquilizarse. Una vaga tristeza la embargaba.
Fue hacia la orilla del lago y se sentó en una roca, rozando el agua con los pies. Dejó que la
canción se deslizara por su garganta hasta que la lluvia la forzó a entrar en el castillo.
Los Guardianes del Trígono. 23
Sandra Viglione.
Capítulo 3.
La Torre de Inga.
mirada, y se inclinó hacia adelante para ver. Sus ojos profundos estaban llenos de secretos que
sabía ocultar bien. Nadie había averiguado nunca... Todavía se veía pálido. Las últimas
mordidas habían sido difíciles de soportar. Pero el tinte grisáceo ya se estaba desvaneciendo.
En una semana o dos sería capaz de... Los sonidos leves llegaron a él por la puerta de la
izquierda. No estaba cerrada. Se apartó del espejo y la cerró. Los ruidos desaparecieron. Tomó
la toalla, se lavó la cara de nuevo, y se preparó para trabajar.
Cassandra tuvo que lavarse completamente y cambiar toda su ropa antes de salir.
Estaba llena de tierra de los jardines. Miró las cuatro paredes de su cuarto con desaliento y
suspiró. En ese momento, alguien golpeó a su puerta.
— Maestro, señor… estaba a punto de salir. La Comites Yigg...
— Sí, lo sé. Ella me dijo que pensaba llevarla a conocer los alrededores.
— Sí, está esperándome… ¿Qué puedo hacer por usted?
El anciano sonrió.
Los Guardianes del Trígono. 26
Sandra Viglione.
— Pero…
— Se sacude cuando alguien se acerca, — dijo la Comites Yigg encogiéndose de
hombros. Y para demostrarlo, ella adelantó un par de pasos. La puerta se sacudió como si una
bestia salvaje estuviera enjaulada dentro. Cassandra retrocedió un paso.
— Hay secretos que es mejor dejar como están— , dijo la Comites. Cassandra asintió,
y siguió a la mujer arriba.
***
Y la tarde del gran día había llegado. Noviembre primero. El principio de calendario
celta. Cassandra había sentido una inquietud creciente que ni siquiera una excelente caminata
bajo los árboles había podido aplacar. Noviembre primero, el nuevo año… el nuevo
comienzo. Ahora miraba el cielo que enrojecía a través de las ventanas del comedor.
Se veía espléndido. Completamente iluminado con velas, un cálido fuego en el hogar,
los manteles de colores sobre las mesas, ya esperando por sus ocupantes, los tapices en las
paredes moviéndose en la brisa de la tarde. Cassandra escuchó el silencio del salón y sintió la
expectativa flotando en el aire. Pronto, muy pronto, los estudiantes llegarían.
Cuando se volvía para retirarse a sus habitaciones, ella vio o le pareció ver un destello
plateado en uno de los estandartes. Fue algo fugitivo. Cuando miró con más atención, no vio
nada raro. El silencio tenso continuaba. La expectativa inalterada. Se volvió y se marchó.
El ocaso había teñido el cielo y el lago de rosa. El naranja se había llevado al rosa, y
un tinte rojo sangre se había llevado al naranja. Ahora las estrellas brotaban en un cielo
grisáceo. Cassandra miraba el cielo y el horizonte, mientras esperaba tranquilamente la
llegada de los estudiantes a las puertas del Castillo. Oyó el ruido antes de verlos. Estaban más
allá de los árboles de la entrada. En unos minutos estarían aquí. Sintió que el corazón se le
aceleraba absurdamente y sonrió para sí. Se recostó en un rincón oscuro junto a las grandes
puertas.
Los Guardianes del Trígono. 33
Sandra Viglione.
Fara parecía divertido con lo que parecía un súbito ataque de timidez de Cassandra.
No lo era. Ella realmente se sentía mal. El Comites tuvo la gentil la ironía de acomodar su
silla pomposamente cuando la dejó en su asiento. Cassandra ni no miró a la derecha, ni a la
izquierda.
Los Guardianes del Trígono. 34
Sandra Viglione.
Capítulo 4.
La segunda puerta.
Cassandra se levantó temprano. El comedor todavía estaba vacío. Se sentó sobre una
de las mesas de la izquierda, los pies en una silla, y fijó sus ojos en el estandarte verde frente a
ella. El hilo color de plata corría dentro y fuera de la seda, bordando una serpiente. Una naga
alada, en realidad, los ojos verde-amarillentos, profundos como pozos. Una naga enroscada
sobre una rama oscura con hojas negras. Cassandra fijó la vista en esos ojos. La sensación de
caída estaba allí, a mano. La sensación que, si ella permanecía mirando, alcanzaría la
respuesta, estaba allí también. Sólo tenía que dejar su mente en blanco y dejarse caer más y
más profundamente cada vez.
Un ruido súbito la hizo volver en sí. Alguien estaba entrando en el cuarto. Bajó de un
salto y arregló su ropa. Era Gertrudis.
— Cassandra. ¿Levantada tan temprano? Me han dicho que no se sintió bien ayer.
— No. Creo que me desmayé. Pero, afortunadamente, nadie lo notó, así que nadie se
preocupó en vano. Iba a tomar un poco de aire fresco antes de empezar. La idea de estar
encerrada el día entero, sin ver el sol…
Gertrudis sonrió.
— Aquí tiene su agenda para el semestre, y la del Comites Fara.
— Gracias. Se lo alcanzaré en el desayuno.
La bruja saludó con una inclinación de cabeza.
La primera entrevista estaba fijada para las nueve. Adiós caminata. Ella fue al salón de
abajo inmediatamente después del desayuno.
No había encontrado a Fara en el comedor, así que fue a su oficina. Él estaba sentado a
su escritorio, detrás de una pila de libros, cada uno más viejo y polvoriento que el otro.
Cassandra se acercó, tomó el de más arriba y una nube de polvo se levantó, haciéndola toser.
Fara la miró.
— Ah, por fin está aquí, profesora… Le pediré que se quede en la parte de atrás de la
oficina. Tomará apuntes de cada entrevista. No haga ningún comentario a menos que yo le
pregunte. ¿Entendido?
— Muy bien. Usted quiere que yo no haga nada.
— Exactamente. No se meta con mis estudiantes.
Los Guardianes del Trígono. 36
Sandra Viglione.
Cassandra sintió una ola de ira que la ahogaba, y estuvo a punto de replicar, pero en
ese momento, sonaron las nueve, y ella prefirió retirarse a la parte de atrás de la oficina por el
momento. Fara mostró sus dientes y le proporcionó papel y un par de lapiceras. El primer
estudiante entró.
El Trígono trabajaba bajo un régimen de investigación personal. Cada estudiante,
desde aprendices hasta maestros estudiaban guiados solo por sus propios intereses. Solo
durante los primeros tres o cuatro años de instrucción, los aprendices recibían algunas clases,
de formación general, con el propósito de guiarlos en sus futuros estudios. Los brujos y brujas
menores no solían pasar del primer nivel que solo incluía la manipulación de objetos mágicos.
El segundo nivel, el de los magos y las brujas verdaderos, abarcaba el trabajo con energías
elementales, fuerzas de la naturaleza y desarrollo del poder personal. Pero las investigaciones
personales de cada mago y bruja los llevaban muchas veces a buscar apoyo en las clases
inferiores, una y otra vez. El nivel superior era el de los hechiceros. Trabajaban directamente
con la energía, con el poder. Según le habían explicado, los más poderosos de los magos
apenas podían compararse a un verdadero hechicero. Para que te hagas una idea, le había
dicho Sylvia, yo soy solo una bruja, mientras que el Maestro es uno de los mayores
hechiceros de este tiempo. Incluso Gertrudis está a punto de lograr el pasaje, pero todavía no
lo hizo. Para cada uno de ellos, en cada nivel, debía haber un mentor, un mago experimentado
para aconsejar al joven acerca de qué asuntos eran los más apropiados para él o ella. El
seguimiento inicial, la etapa de los magos menores, era normalmente llevado a cabo por Fara.
Cassandra se preguntó por qué, mientras le escuchaba reprendiendo a un estudiante tras otro,
empequeñeciendo sus hallazgos, minimizando sus logros. Se hartó de eso muy pronto.
La voz de Fara llenaba la oficina. Una música hipnótica que la arrastraba lejos. Pronto,
dejó de prestar atención a lo que él estaba diciendo, y su mente voló lejos. La voz subía y
bajaba suavemente; llenando los rincones de la habitación, teniendo solo el rasgar de la
lapicera como contrapunto. Sólo Fara hablaba. El infortunado estudiante no se atrevía a
replicarle. Cassandra apenas escuchaba. Ella podía ver todo muy claro, como si no necesitase
los ojos para ver; como si ella hubiera saltado fuera de su cuerpo. No necesitaba los oídos
para escuchar. Ella se sentía como ella fuera un sonido en la corriente de sonidos. Y entonces,
ella empezó a ver y oír los sonidos más allá de la pared, detrás de la puerta, arriba, en los
jardines, a la entrada… todo el castillo haciendo eco en su mente.
De repente, los ojos de Fara se posaron en ella. Ella tenía la mirada vacía y los ojos
vidriosos, como si estuviera en trance. Respiraba muy superficialmente. Se hizo un silencio
Los Guardianes del Trígono. 37
Sandra Viglione.
que golpeó en sus oídos como un trueno. Cassandra se estremeció, y miró a Fara, alerta y
lúcida ahora. Él desvió la mirada.
— Como estaba diciéndole... — él continuó, mientras volviéndole la espalda. Pero no
pudo retomar el hilo de su discurso. El estudiante fue despedido con la mitad el trabajo del
que había esperado. Fara detuvo las entrevistas.
— ¿Qué cree que está haciendo? — le espetó, cerrando la puerta detrás de él.
Cassandra lo miró asombrada.
— No tengo idea de que…
— ¿Que no tiene idea? ¿Realmente? Yo la escuché. Usted estaba intentando… — Pero
entonces él se detuvo y miró más allá de ella. — Salga de aquí.
— ¿Qué dice?
— ¡Sh! Silencio. Salga de aquí. Ahora.
Él estaba mirando algo detrás de ella. Ella se volvió, y saltó de su silla. A su espalda,
algo había cambiado en la pared. Una especie de barro negro y viscoso goteaba en ella.
Cassandra retrocedió. Fara había sacado su varita. La oficina estaba de repente muy fría.
Cassandra no lo pensó mucho. Tomó la jarra de agua que Fara tenía en el rincón, y
salpicó el barro negro. Un chillido inaudible desgarró sus oídos. Ella se llevó las manos a las
orejas y dejó caer la jarra. Se hizo mil pedazos. Fara la miró.
— ¿Por qué hizo eso? Le dije que saliera de aquí, — dijo.
Cassandra lo miró, tratando de enfocarse. Sentía que su mente volaba lejos. Las cosas
a su alrededor se pusieron oscuras, y después negras, y no vio nada más.
— Las serpientes comunes son mi afición. Éste es mi trabajo real, — dijo Fara. En las
jaulas, detrás de él, había varias extrañas criaturas, y ninguna de ellas le era familiar a
Cassandra. Un animal parecido a un loro soltó una larga llamarada cuando intentó gritar. Un
par de perros, o lobos, estaban en la parte de atrás. Parecían ser de piedra, y golpeaban los
barrotes con las cabezas, intentando escapar. Una criatura viscosa y negra chapoteó en una
tina, y alguna otra criatura batió alas como de papel y se ocultó en la oscuridad de su jaula.
— Criaturas de la noche, escondiéndose de su gente. Cazadas, destruidas, muertas por
su gente… — dijo Fara en voz baja.
— ¿Y allí? — preguntó Cassandra, decidida a ignorar la ironía del hombre.
El Anciano se acercó a ella. Fara permaneció rígido en su lugar. Dijo fríamente:
— De aquí provienen sus voces imaginarias.
— ¿Que?
Fara hizo un amplio gesto con la mano. — Venga, eche una mirada. Esa puerta la
llevará al lugar de donde vienen las voces. Si es que se atreve a cruzar el umbral.
— ¡Javan!
— No le entiendo— , dijo Cassandra. La pared trasera del cuarto parecía una simple
pared. Pero entonces, empezó a insinuarse una sombra. Lentamente fue tomando la forma de
una puerta. Cassandra retrocedió un paso. El Maestro estaba atrás de ella, y la sostuvo.
— Se acercan… — comentó Fara. Parecía casi feliz. Cassandra intentó retroceder otro
paso, pero tropezó con el Anciano. Le clavó las uñas en el brazo. Un susurro se acercaba más
y más, una sombra amenazante detrás de la pared. La puerta se empezó a abrir, y Cassandra
no pudo resistirlo más.
— ¡Basta!— gritó. Y la pared fue repentinamente blanca, lisa, limpia. El silencio era
completo después de los susurros. El Anciano suspiró.
— Bien. Tranquilícese. Gracias, Javan.
— ¿Qué... Qué fue lo que pasó?
La voz de Fara sonó calma, ya no fría, aunque todavía seria.
— Hay algunos lugares, en el castillo que todavía son peligrosos. Como pudimos
observar en los últimos meses, usted es bastante sensible a algunas de estas fuerzas. A veces
puede oírlas.
— Debo disculparme, profesora. Debíamos investigar qué tipo de voces la estaban
llamando. Al parecer, las voces del lado oscuro la llaman, y necesitábamos saber si usted
Los Guardianes del Trígono. 42
Sandra Viglione.
estaba dispuesta a contestar. Las voces del lado blanco lo hacen, y sabemos que usted las
escucha.
— La serpiente…
El Maestro sonrió.
— No. Joya es simplemente un animal embrujado, sólo para probarla.
— ¿Joya?
— Ella es mía. Mi mascota, diría usted, — y Fara se encogió de hombros.
— Pero ¿Y la pared?
— ¿El limo negro, quiere decir? Javan…
Fara resopló.
— Esa pared concentra algunas clases de sentimientos. Sentimientos negativos,
principalmente. Lo uso para enfocar la energía emocional. Usted estará habituada a las
entrevistas comunes, pero las que usted vio no tenían nada de común. La pared concentró una
gran cantidad de odio, ira, miedo, y algunos sentimientos de frustración de las experiencias
pasadas de los estudiantes. Necesitan a una mente limpia antes de empezar. Pero usted…
usted lo sobrecargó con sus propios sentimientos.
— Y lo lavé con agua limpia.
— Y arruinó mi pared.
— Usted no me advirtió.
— Usted no me obedeció.
— Usted quería que yo me quedara in hacer nada, de adorno… ¡como un jarrón!
— Usted invadió mi oficina!
— Usted no me dio un lugar!
— Usted… usted… ¡usted estropea mi trabajo! — Fara torció el gesto. — ¡Usted
arruina mis esfuerzos para hacer crecer a esos niños!
— ¡Usted está estropeando las oportunidades de esos niños de aprender algo!
Fara estaba ahora pálido. Le lanzó una mirada asesina. Por un momento pareció que
iba a decir algo, pero Cassandra siguió:
— Uno de sus estudiantes no sabía cómo manejar una simple búsqueda en la
biblioteca. ¿Le dijo qué libros debía leer primero? No, no lo hizo. Fue más amable conmigo.
Otro de los chicos no tenía idea de cómo planear una investigación. ¿Le ayudó a elaborar un
plan? No, esperó a que él lo hiciera... solo. ¿Se tomó la molestia al menos de sintetizar la idea
para él? No, usted les dejó todas y cada una de las decisiones. Aún un tercero no sabía cómo
Los Guardianes del Trígono. 43
Sandra Viglione.
evaluar su búsqueda. ¿Le recomendó un libro, u otra fuente de información? No, de nuevo le
dejó todo en sus manos… Ellos no sabían de qué manera seguir, y usted no les señaló ningún
camino. No sabían qué hacer... y no se atrevieron a preguntarle.
— ¡Ellos deben encontrar las respuestas por sí mismos!
— ¡Por sí mismos! Son demasiado jóvenes, profesor. Hasta ahora no han tomado
decisiones más importantes que qué zapatos van a usar. Y eso, si sus mamás no lo deciden por
ellos. ¿Y qué hace usted? Los ignora. ¿Qué quería? ¿Que yo los ignorara también? Si usted no
les muestra el camino…
— Debo suponer que usted conoce en profundidad nuestro Legado de Conocimiento?
— preguntó él con fría ironía.
— No. Le dije que no soy bruja. Para mí, todo esto es nuevo; pero merece ser
conocido, y conservado. Yo no tengo ese conocimiento. Pero usted sí. Simplemente es... —
Cassandra se detuvo. El enojo la había tomado demasiado lejos. Ella estaba diciendo cosas
que consideraba que era mejor decir de otra manera y con otro talante.
— ¿Qué? ¿Qué piensa usted, profesora? — El Maestro preguntó. Mirándolo bien,
parecía divertido con la confrontación. Esta extranjera, esta forastera, ella parecía tener
temperamento suficiente como para poner Javan en perspectiva. O por lo menos, para hacerle
frente. Los demás le temías demasiado como para hacerlo. Quizá eso era lo que Javan
necesitaba, pero tendría que poner un ojo en ella. Parecía muy imprudente.
— Lo siento, me estoy excediendo, — dijo ella, más tranquila. No era tan imprudente.
Ella siguió: — ...pero usted tiene una didáctica horrible.— Oh, sí lo era.
Fara la miraba furioso, pero no supo qué contestar. Ella lo había sacado fuera de su
campo. La miró iracundo. Abrió la boca y la cerró, sin llegar a decir nada. Ella siguió
hablando, en un tono más tranquilo.
— Hay tantas cosas que sus estudiantes y yo no sabemos, y usted da por conocidas,
profesor. No sé cómo se supone que yo deba orientarlos. Pero diciéndoles que están
equivocados todo el tiempo no es la mejor manera de estimularlos estudiar. Está matando el
deseo de aprender en ellos… ¿Cómo puede esperar que ellos lleguen a apreciar la belleza de
ese legado, como usted dice, si nunca les permite disfrutar lo que ellos logran?!
Haciendo un gran esfuerzo, ella había logrado no levantar su voz. Sólo la cargó con
emoción, la pasión que ella misma sentía por el conocimiento, en un nivel que sólo él podría
entender, si sintiera de la misma manera. El tono de la frase era un mensaje en una botella.
¿Habría alguien para recogerlo?
Los Guardianes del Trígono. 44
Sandra Viglione.
dedicó a rotular pacientemente las interminables hileras de frascos y botellas. Después de eso,
los acomodó en el orden alfabético. Luego, pegó la lista de las existencias disponibles en la
puerta del armario; con la advertencia “Guarde el orden, por favor.” Pensó en agregar “O
serán maldecidos,” pero entonces consideró que su sentido del humor le había dado ya
bastantes dificultades para la semana y lo dejó así.
A las nueve, Fara entró en el laboratorio.
— Buenos días, — dijo él. — ¿Qué está haciendo aquí?
— Buenos días, Comites. Empecé con el inventario. Los artículos del primer armario
de la derecha están ordenados alfabéticamente. Me llevaré los frascos vacíos para lavarlos, y
cuando termine su clase terminaré
— No se preocupe por la clase o por mí. Puede seguir durante ella, si gusta.
Ella levantó sus ojos con sorpresa.
— ¿Ha cambiado de opinión? — preguntó.
— Por supuesto que no. Pero creo que una limpieza en los estantes no hará ningún
daño.
— Bueno. Entonces, continuaré, — dijo ella.
Los aprendices entraron en el laboratorio. Cassandra estaba etiquetando frascos en el
fondo del salón. Les oyó atropellarse hacia sus lugares, y dejar caer sus cosas ruidosamente en
los escritorios. Algunos de ellos sacaron pesados libros, algunos otros largos pergaminos,
rollos e incluso papiros, y empezaron a desenrollarlos. Fara los detuvo.
— Este semestre, — empezó, — vamos a hacer algunos cambios en sus
investigaciones.
Un silencio absoluto y asombrado llenó el cuarto. Fara siguió:
— Proseguirán sus estudios como de costumbre, pero, como uno de los profesores
señaló, ustedes necesitan una guía más específica. Así que dedicaremos una clase por semana
para investigar las fuentes antiguas… Las formas más simples de magia. Las cuales...
Aprendiza Drovna, ¿son…?
Drovna palideció. Fara no perdió mucho tiempo con ella.
— ¿Aprendiza Rhenna? ¿Aprendiz Kendaros? ¿Hay alguna persona que haya leído
algo en este cuarto? — Silencio. Fara siguió. — Ellas son, por supuesto, aquellas relacionadas
con el mundo físico. La magia relacionada a los objetos. ¿Qué me pueden decir de esto?
Más silencio. Nadie se atrevía a hacer un movimiento y llamar su atención. Las
preguntas habían sido completamente inesperadas. Fara torció sus labios en una mueca.
Los Guardianes del Trígono. 46
Sandra Viglione.
— Ah, ya veo, — murmuró con voz engañosamente suave, dando vueltas entre los
escritorios. — No pueden decir nada. Bien, entonces… ¡Amuletos! ¡Brebajes! ¡Venenos!
¡Antídotos! ¡Pociones! ¡Objetos encantados! Han oído hablar de algo de eso alguna vez
¿supongo?
Sólo hubo silencio. Fara suspiró.
— Bien, de nuevo… Van a investigar… sí, aprendiza Drovna, investigar sobre las
primeras reglas a tener presentes cuando se intenta enfocar la magia en un objeto para
convertirlo en un amuleto… En una hora les preguntaré de nuevo.
El tiempo había pasado. Al principio, los estudiantes habían investigado en sus propios
libros. Cassandra oyó el susurro de las hojas, pasando a un lado y al otro, una y otra vez. Los
muchachos estaban completamente perdidos. Así que ella espió a Fara que estaba sentado en
el fondo del salón, trabajando en unos papeles. Después de unos momentos, se puso de pie y
salió del cuarto. Cassandra no esperó más. Se levantó en silencio y se acercó a los aprendices.
— ¿Cómo va? — susurró.
Drovna sonrió y se encogió de hombros.
— No hay nada aquí. Él preguntó lo imposible, como de costumbre…
— Pero debe haber algo en la biblioteca. Hay una biblioteca en aquí, supongo...
La morena la miró y asintió.
— No nos permiten salir de la clase… hasta el almuerzo, — dijo un muchacho al lado
de ella. Y entonces empujó el libro lejos de él. — No importa. Nosotros no encontraremos
nada, y él no nos ayudará.
— No digas eso. El Comites Fara está preparándote estudiar y aprender aun cuando no
haya ningún camino señalado. Te está enseñando a luchar en cualquier campo.
El muchacho la miró como si estuviera a punto de decir algo, y sacudió la cabeza.
— Nada que hacer… — dijo Drovna. Cassandra lanzó una mirada rápida hacia la
puerta y dijo:
— Te diré qué: ve y trae los tres libros de arriba de la pila que hay en mi escritorio.—
La chica morena se levantó, y Cassandra dijo a los otros: — No son míos, así que tengan
cuidado con ellos… Ah, profesor, eh, Comites… Necesito un poco de ayuda con esto.
Fara la miró de arriba abajo, y ella lo llevó al armario, preguntado sobre los nombres
comunes de los diferentes productos. Lo estuvo interrogando hasta que vio a Drovna que
regresaba con los libros. Entonces, lo dejó ir.
Los Guardianes del Trígono. 47
Sandra Viglione.
Y el resto de la hora pasó. La voz de Fara... la increíble voz de Fara que sólo usaba en
clase... llenaba el aire. Explicó brevemente la investigación que se suponía que ellos llevarían
a cabo. Amuletos, alquimia, pociones, mezclas curativas. Evitó cuidadosamente hacer algún
comentario acerca de cuan correcto o equivocado progresaba el trabajo. Cassandra, estaba
agachada sobre el estante inferior, colocando las botellas más pesadas, cuando le oyó
disimular su sorpresa por cómo los estudiantes habían conseguido las respuestas a sus
preguntas. Él dio la vuelta alrededor de la mesa, y tomó uno de los libros. Ah, fue su único
comentario, y ella sintió el peso de su mirada en su espalda. Contuvo una sonrisa de triunfo,
pero sabía que estaba en problemas. La clase siguió.
Hacia el mediodía Fara había terminado con los estudiantes, y los dejó ir. Ella todavía
tenía tres armarios pendientes, los tres de la izquierda.
— Hora de almorzar, — dijo Fara a su espalda, cuando el reloj sonó por segunda vez.
Cassandra lo miró por encima del hombro. Estaba agachada, colocando las últimas botellas en
el suelo del armario. ¿Habría olvidado su intromisión?
— ¿Ya? ¡Qué rápido…! Y yo todavía tengo la mitad del trabajo por delante.
Ella insinuó empezar el tercer armario, intentando librarse de él.
— Profesora, no necesita hacerlos todos ya, — dijo él esperando.
— Pero…
— Vamos a almorzar. Si no, dirán que la tengo esclavizada… — y tiró de ella para
ponerla de pie y la llevó fuera del salón.
En el corredor, Cassandra detuvo junto a la pared blanca frente a la escalera que subía
de la oficina de Fara. Él la miró. Ella miraba fijamente la pared frunciendo un poco el
entrecejo. Había algo en esa pared…
— ¿Qué pasa? — preguntó Fara en voz baja. Ella no contestó. Solo estiró la mano
para tocar la extraña pared. Una superficie blanca brillante que reflejaba ligeramente la luz
blanca, clara, luminosa… Y en ese momento se oyeron pasos en la escalera. Fara tomó a
Cassandra por el codo y la hizo separarse de la pared. Tres aprendices subían los escalones.
Solana, Drovar y un muchacho que Cassandra no había visto aún en el salón.
— Ah, — dijo Fara, torciendo la boca en una sonrisa falsa. — Le encantará esto. Le
presentaré a tres de nuestros mejores estudiantes. Nuestra aspirante a hechicera Solana, la más
joven de nuestros ayudantes; y sus amigos, todavía aprendices, Drovar y Calothar. Los
conocerá mejor en la clase de la tarde.
Los Guardianes del Trígono. 48
Sandra Viglione.
Cassandra miró a Fara, y luego a los muchachos. Parecían disgustados. Sin embargo se
inclinaron frente a ella presentándose formalmente:
— Drovar de los Dro de las Colinas Azules, — dijo el más alto de ellos.
— Calothar del Valle.
La chica por su parte sonrió.
— Me llamo Sol, pero aquí me llaman Solana. Y sí, soy aspirante a hechicera, aunque
no he llegado más que a ayudante todavía.
Ella se encogió de hombros. Cassandra sonrió y estrechó la mano a cada uno de ellos.
— Un placer conocerlos… — dijo. — Qué formales son. Dime, ¿tú tienes una
hermana aquí? — le preguntó a Drovar.
— Sí, Drovna, — dijo Drovar. Cassandra sonrió. Ella recordaba a la chica morena y su
amor por los libros. En la entrevista, dos días antes de, ella había enfrentado Fara, y defendido
sus opiniones de una manera que nadie más lo había hecho.
— Habrá oído hablar de Calothar, — insistió malévolamente Fara.
— Honestamente, no. Lo siento— , dijo ella a Calothar. — ¿Por qué debía?
Calothar apartó la mirada.
— Porque sus abuelos son la causa de que Althenor se marchase. Por eso él es ahora
nuestro enemigo, — dijo Fara. Su tono era casi acusador. Cassandra lo miró de manera
extraña.
— No puede culparlo, — dijo. Y se volvió al muchacho. — Así que la Serpiente te
debe una… — murmuró sacudiendo la cabeza.
— ¿La Serpiente?
— Althenor, si lo prefieres.— Cassandra se encogió de hombros. — Sus compañeros
lo llaman la Serpiente.
— ¿Los conoce? ¿Los había visto?
Cassandra contestó descuidadamente, sin darle importancia, y sin darse cuenta de los
ojos de Fara fijos en ella.
— Intentó matar a un amigo mío, una vez… me tomó mucho tiempo y esfuerzo para
que se recuperara. Después intentó matarnos a ambos… Así que, gran mago Calothar, si
quieres cobrar tu deuda, ponte en la cola. Si yo lo encuentro primero, lo mataré…
Cassandra no había cambiado su tono indiferente de voz, ni miró nadie en particular
cuando habló. Parecía estar mirando más allá de ellos. Un frío se arrastró a lo largo de sus
Los Guardianes del Trígono. 49
Sandra Viglione.
espaldas. De repente, Cassandra pestañeó y habló en un tono ligero, como si hubiera estado
hablando de cosas sin importancia.
— ¿Que pasó con ese almuerzo que usted me prometió? ... Y los veré en el laboratorio,
caballeros, señorita...
Drovar, Calothar y Solana los miraron marcharse con cierta aprehensión.
Los Guardianes del Trígono. 50
Sandra Viglione.
Capítulo 5.
Los Jardines.
Cassandra no salió de sus habitaciones hasta el día siguiente. La primera cosa que hizo
cuando salió fue sostener una larga charla privada con la enfermera, la señora Corent, en la
enfermería. Entró a la case de Fara antes de que los estudiantes llegaran, su mano todavía
vendada, y presentó sus excusas discretamente a Fara. Él las aceptó con un simple
movimiento de cabeza. Sin embargo, agregó:
— ¿Me dirá lo que pasó en la última clase?
Cassandra lo miró a los ojos por un segundo, y frunció sus labios.
— No, — dijo. Fara asintió despacio.
— Como usted quiera. Ocupe su lugar. — Su voz sonó helada.
Los Guardianes del Trígono. 53
Sandra Viglione.
Desde ese incidente en adelante, sus clases se pusieron imposibles para Cassandra. El
principio de entendimiento que había intentado alcanzar había desaparecido. Intentó pasar
inadvertida en la parte de atrás del salón, pero él la llevaba a la luz una y otra vez, al centro de
la clase, sin importar si se trataba se una clase obligatoria para ella o no. Intentando tomarla
por sorpresa, la interrogó sobre cuántos asuntos le vinieron a la mente. A veces, ella se las
arregló para salir bien. A veces no. Pero eso era lo que debía hacerse, así que Cassandra lo
resistió lo mejor que pudo.
Cuando no estaba eludiendo las preguntas envenenadas de parte de Fara, ella cruzaba
el prado hacia los Jardines, para ver a Sylvia. A veces se quedaba en sus clases.
Una de estas tardes, encontró a los estudiantes sentados en un amplio círculo en el
prado soleado. Se acercó curiosa, y se quedó un poco aparte. Sylvia estaba diciendo:
— Ahora, queridos, llegó el momento de probar lo que hemos estado hablando las
últimas clases. Cada uno de ustedes tiene una maceta. Quisiera…
Una tos la interrumpió, y Sylvia miró a Solana.
— ¿Sí, Sol?
La muchacha se ruborizó y señaló a Cassandra a su espalda. Ella estaba atenta, unos
pasos detrás de la profesora. Sylvia sonrió ampliamente.
— Ah, Cassandra. Ven, ven con nosotros… — dijo alegremente. — No te había visto.
Por favor, Ken. Ve y tráeme otra maceta. Verde, por favor.
Kendaros se volvió con la sorpresa pintada en su cara.
— ¿Verde?
— Sí. — Sylvia asintió visiblemente, todavía sonriendo, y volviéndose de nuevo a
Cassandra dio unos golpecitos en el suelo a su lado.
— Bien, Cassandra. Como eres nueva aquí, creo que necesitaremos explicarte esto.
¿Quién va a…?
Varias manos se levantaron. Sylvia los miró complacida. Pero su atención detuvo en
un muchacho que estaba un poco inclinado sobre su maceta, sin atreverse a mirar.
— Ah, Calothar. Supongo que tu puedes decirnos… — dijo Sylvia.
El muchacho levantó la cabeza, ruborizándose. Abrió los ojos asustado. Cassandra
sonrió. Ella había reconocido al muchacho del corredor.
— Eh… eh… — tartamudeó.
Los Guardianes del Trígono. 54
Sandra Viglione.
— ¿Por qué estamos aquí? — preguntó Sylvia serenamente. Calothar intentó aclarar
su garganta. Miraba alrededor desesperadamente, buscando ayuda, y Cassandra vio a Drovar
que le apuntaba silenciosamente.
— Estamos… aquí para… eh... para probar nuestra conexión a la tierra… eh... nuestra
empatía con los seres vivientes… — se las arregló para decir. Sylvia asintió.
— ¿Y?— insistió. El muchacho la miró fijamente, frunciendo el entrecejo. — ¿Qué
más, Calothar?
— ¿Qué más? No sé… eh... — El muchacho echó otra mirada a su alrededor.
Sylvia sonrió, y tamborileó ligeramente con sus dedos en el borde de la maceta.
— La magia tiene muchas fuentes. Tipos diferentes de magia vienen de lugares
diferentes. Algunos de ellos son lugares físicos, aunque no todos. Su comprensión de los seres
vivientes puede llevar en un tipo maravilloso de magia: las magias relacionadas con la vida.
Poder para sanar, que viene de la tierra.
Una mano se levantó, deteniendo a la profesora.
— ¿Sol?
— ¿Por qué tenemos diferentes macetas, Comites? — Ella había puesto la suya, roja,
entre las piernas cruzadas, y la sostenía con ambas manos, casi como si temiera que fuera a
huir. Sylvia sonrió de nuevo. Obviamente le gustaba enseñar.
— Los diferentes colores canalizan diferentes energías. Ya lo deben haber visto…
— ¿Y por qué la de ella es verde?
Cassandra miró la maceta que le habían dado. Era verde. La Comites se encogió de
hombros.
— Creo que ella es una mano verde.
Cassandra se rió.
— Lo soy, — dijo brevemente.
— Así que veamos cómo lo canalizan, — dijo Sylvia seria, mirando ahora a la clase.
— Cierren sus ojos, y mueva sus manos encima de la maceta. Permitan fluir su energía.
Visualicen las semillas que crecen… Véanlas crecer… Véanlas florecer… — La voz sonaba
hipnótica, pero a diferencia de la de Fara, la de Sylvia no arrastraba a Cassandra a las
profundidades. Se sentía ligera, como si volara, casi besando las nubes. Sentía la brisa, y la
brisa estaba soplando entre sus ramas, acariciando sus hojas… Cassandra abrió los ojos
sobresaltada. Sylvia estaba dando una vuelta por entre el círculo de estudiantes, mirando a
uno y al otro. Cassandra sacó sus manos de la maceta. Ella sentía un extraño cosquilleo y
Los Guardianes del Trígono. 55
Sandra Viglione.
mirando la maceta casi pudo ver los terrones moviéndose. Algunos de los estudiantes
alrededor del círculo tenían cosas floreciendo en sus macetas, y algunos otros tenían una
luminosidad extraña en sus manos. Unos pocos tenían las macetas vacías. Calothar era uno de
ellos.
— Ahora pueden abrir sus ojos, — dijo Sylvia.
— Oh, — Cassandra oyó a Calothar.
— Mi maceta está vacía, — dijo ella en voz alta. — ¿Que se supone que significa?
— Nada. Y si tuviera flores, también significaría… nada. Ahora ustedes van a cuidar
de su maceta todo el año. El próximo semestre veremos…
— ¿Qué vamos a ver? — preguntó Drovar, ruborizándose cuando medio que la clase
se volvió a ver y sus delgadísimas hierbas se torcían.
— Quién de entre ustedes ha tenido la paciencia y la constancia para cuidar de la vida
que han empezado hoy.
Los aprendices se retiraban ahora, un poco defraudados. Calothar permaneció un poco
atrás, todavía mirando su maceta, y acunándola. Cassandra se le acercó.
— ¿Qué pasa? — le preguntó suavemente, sentándose a su lado.
— Na - nada. Yo… — el muchacho apartó la maceta, y miró fijamente a Cassandra. —
Yo vi las plantas. Vi los árboles. Vi pájaros que llegaban y se posaban en ellos. Los árboles
eran altos, y muchos de ellos habían crecido de mi maceta… — El muchacho la señaló y
resopló. — Nunca lo haré bien aquí.
— Mi maceta tampoco ha florecido… — Cassandra dijo suavemente.
Calothar miró la maceta y luego levantó la mirada.
— ¿Está bromeando? — Apartó los terrones superficiales con el pulgar. Los
minúsculos brotes ya estaban asomando. — El árbol más grande era el suyo.
— ¿Árbol? Yo no vi ningún árbol. Pero veo… Mira allí. ¿Qué ves? — dijo ella
señalando el lago.
— El lago. El sol que brilla en el agua.
— Ajá. Pero no ves su profundidad. Sabes que hay un fondo pero no lo ves. El sol no
lo alcanza.
Calothar la miraba inexpresivamente.
— Así son las personas también.
— ¿Qué tiene que ver eso con esto? — murmuró Calothar.
Cassandra sonrió.
Los Guardianes del Trígono. 56
Sandra Viglione.
Capítulo 6.
El medio-dragón.
La tarde del viernes una terrible tormenta soplaba sobre el castillo. Los relámpagos
rasgaban el cielo de lado a lado. Un viento implacable sacudía los árboles. Las luces se
encendieron mucho antes de la hora habitual. Las actividades al aire libre se suspendieron. El
primer mes de trabajo estaba llegando a su fin, y la cena prometía ser especial. Dentro, el
sonido del viento era débil y las luces de los relámpagos no perturbaban a nadie.
La cena había apenas empezado, y todos comían con entusiasmo y charlaban
excitadamente. La velada era agradable. En cierto momento un rugido terrible, apenas
disimulado por un trueno hizo temblar los vasos. El conserje entró por una puerta lateral y se
dirigió al Anciano Mayor. se inclinó hacia él y le susurró algo. El Anciano levantó su cabeza
con curiosidad, y el hombre señaló la puerta.
Las puertas del vestíbulo permanecían entreabiertas. Un extranjero en ropa de viaje
podía verse en la entrada. Cassandra soltó un grito de alegría cuando lo vio. Se levantó tan
vivamente que volteó la silla, y corrió fuera hacia la entrada.
— ¡Gaspar! ¡Gaspar! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo llegaste aquí tan pronto? — Se lanzó
hacia el mago y le apretó las manos. El hombre se soltó y la abrazó.
— Enna, utuluvien ye narya omaryo tanen. [Enna, vine tan pronto como pude]
— Debiste enviar un mensaje, de todos modos. Pasa, te presentaré.— Y ella arrastró al
mago por el brazo hasta la mesa dónde estaba el Maestro.
— El Anciano Mayor Aurum, del Trígono; el Doctor Gaspar Ryujin… eh.. especialista
en dragones y distribuidor de productos de dragón.— Gaspar no pudo menos que sonreír ante
la presentación. Se inclinó y tendió la mano al anciano Maestro.
— Es un verdadero honor He escuchado mucho de usted, — dijo lentamente.
— Sea bienvenido, — dijo el Anciano, estrechando firmemente su mano. — Si gusta
cenar con nosotros…
— Sí, por favor, quédate con nosotros. Hay tanto que tengo que contarte. ¿Hasta qué
hora estarás? — le preguntó Cassandra sin soltar el brazo de Gaspar.
— Medianoche.
— Hm. No es mucho tiempo, — rezongó ella.
Los Guardianes del Trígono. 59
Sandra Viglione.
estaba moviendo. Giraba despacio y oscilaba a un lado y al otro, levantando olas en la niebla
dorada; olas y crestas que se convirtieron en visiones. La voz siguió fluyendo.
— Benten podía cambiar voluntariamente y tomar la forma de cualquier animal que
quisiera, pero su preferido era el dragón.
Un dragón de niebla se levantó alto a medida que el relato proseguía.
— Y sucedió una vez, mientras ella jugaba con el viento bajo la forma de un dragón-
serpiente rojo que fue descubierta y espiada por un dragón-serpiente azul, Ryo-kuo, el
Terrible.
Un dragón azul subió de la niebla dorada y persiguió al dragón rojo.
— Y Ryo-kuo la siguió por mares y montañas, la siguió a través de las islas, hasta que
ella, exhausta, cayó de los cielos. Ryo-kuo convocó entonces la Tormenta, el Trueno y el
Relámpago, y ellos arrojaron a la desmayada Benten en los brazos de Ryo-kuo.
El rayo real y el trueno real respondieron a la mano levantada de Cassandra en la
historia. La voz fluyó sin pausa, musicalmente hipnótica.
— Fue así que en forma de serpiente-dragón rojo, Ryo-kuo desposó a Benten. Ella no
podía huir, y nunca se atrevió a confesar quién era en realidad. Benten lloraba todas las
noches y le pedía que le permitiera regresar a casa, pero Ryo-kuo nunca lo hizo.
Hubo una pausa, mientras el dragón rojo lloraba lágrimas de fuego que humeaban en
el suelo, allí donde caían.
— Un día, siempre bajo la forma de dragón-serpiente rojo, Benten puso dos huevos. Y
los empolló delicadamente, y sopló suavemente de su fuego sobre ellos, como haría cualquier
madre-dragón, hasta que las crías rompieron el cascarón. El hijo de Ryo-kuo fue Ryo-ji: un
dragón-serpiente verde. Débil y enfermo, no sobrevivió a su niñez. La hija de Benten fue
Aleena: nacida completamente en forma humana.
» Benten la tomó entre sus garras del dragón y huyó hacia la isla más allá del
horizonte dónde ella cambió de nuevo a la forma humana, y crió a su hija, ambas ocultas de
Ryo-kuo.
» La joven Aleena creció y se hizo hermosa en la solitaria isla, y Benten nunca le
habló de su padre. Cuando llegó a la edad de casarse, su madre la puso en una balsa, y
conjuró vientos favorables para llevarla hasta la isla principal.
» La joven fue rescatada por unos pescadores, y presentada al Señor de la Isla, un
príncipe que se enamoró de ella y la desposó. A su debido tiempo, Aleena tuvo dos hijos,
gemelos, y cuando nacieron, uno de los bebés era completamente humano, pero el otro…
Los Guardianes del Trígono. 61
Sandra Viglione.
por las visiones, todavía embrujados por la voz, dieron las buenas noche y se marcharon a sus
respectivos dormitorios.
— Pero, profesora… — Solana, la aspirante a hechicera, estaba de pie delante de ella,
mirándola fijamente y frunciendo el entrecejo. — Los dragones son sólo animales. No pueden
hacer las cosas usted dijo en el cuento.
Cassandra pareció desconcertada.
— ¿Lo son? ¿No es así? — Cruzó una mirada de inteligencia con Gaspar y sonrió. —
Bueno, después de todo, era solamente un cuento…
Una chispa misteriosa había relucido en los ojos de Gaspar, y se reflejó en los de
Cassandra. Solana partió. Los profesores también se retiraron.
El Comites Fara se entretuvo un momento, como si estuviera a punto de decir algo,
pero cambió de opinión en el último momento y también se retiró.
El corredor que conducía a los departamentos de abajo era oscuro. Las antorchas que
normalmente lo iluminaban se habían apagado. Un sonido de voces venía de las habitaciones
de Cassandra. Fara entró en su aula y se acercó a la puerta cerrada de Cassandra para escuchar
mejor.
— … No te traeré ningún artículo que haya pertenecido a la Serpiente, Enna, — el
extranjero estaba diciendo. Cassandra resopló. A Fara se le heló la sangre.
— No seas tonto, Gaspar. Sabes que es una cuestión de necesidad. Conoces bien mi
posición al respecto.
— Sigo diciendo que no. Si quieres...
— No te estoy pidiendo eso. Ningún mensaje personal de Althenor, no lo necesito…
Solo quiero que me traigas información, pero no quiero que te metas en problemas…
— ¡¿Problemas?! — tosió Gaspar.
— Sí, problemas— , suspiró Cassandra.
— Nunca me metí en problemas… hasta que nos conocimos.
— No te creo. Pero tendré que buscar en alguna otra parte, entonces… — dijo ella en
tono burlón. — Bien, creo que eso es todo…
— No me has dicho todavía por qué permaneces aquí, Enna. Te estás juntando con los
peores enemigos de la Serpiente.
— Cara de Víbora no me preocupa.
— Preferiría que no lo llamaras así… — la voz de Gaspar parecía preocupada.
Los Guardianes del Trígono. 63
Sandra Viglione.
Capítulo 7.
La puerta en el bosque.
La pesadilla empezaba de nuevo. Corría por el bosque. Por un bosque. Los árboles
eran indistintos y desconocidos. Las ramas desgarraban y se enganchaban en su ropa. Tenía
una capucha sobre la cara, y la tela en la boca no le permitía respirar. Corría tras algo,
buscando algo. Necesitaba encontrarlo. Tenía que encontrarlo y rápido. Otra rama le pegó en
la cara, y vio más allá, entre los árboles, un destello rojizo. Eso era lo que ella seguía. Corrió
más. No podía alcanzarlo. Corrió a ciegas hasta que la tierra cedió bajo sus pies. Cayó hacia
adelante en cuatro patas en lo que parecía la tierra removida de una tumba reciente. Sobre los
terrones vio una medalla: un pájaro en un círculo de oro. Una angustia terrible la ahogó,
aunque no supo a quien pertenecía. Una medalla… Gotas de lluvia o tal vez lágrimas mojaron
la tierra y la medalla del oro se hundió en el barro. Una sombra se alzó sobre la tierra que
cubría la tumba. Un terror helado se apoderó de ella paralizándola. Necesitaba saber.
Desesperadamente. Se volvió despacio y el horror la despertó enseguida.
Cassandra se sentó en su cama. Todavía tenía lágrimas en los ojos, y se las limpió con
la mano. Era la tercera vez que la pesadilla... la misma pesadilla... le llegaba. Las veces
anteriores había sido seguida por un malestar horrible. Esta vez, tenía la medicina de Gaspar.
Se arrastró fuera de cama, y tomó un trago de la botellita color ámbar que guardaba en el
armario.
—Gracias, Gaspar. Espero que funcione, — pensó.
Oyó las voces que bajaban por el corredor y miró su reloj: las cuatro de la mañana.
¿Qué estaría pasando? Llenó la caldera y la puso encima del fuego hacer un poco de té, y se
sobresaltó cuando golpearon a su puerta.
Se asomó con cara soñolienta.
—¿Maestro? ¿Qué está haciendo aquí tan temprano?
—¿Levantada, profesora? — preguntó el Anciano.
—Algo así. Entre, por favor.— Gertrudis Yigg lo acompañaba.
Cassandra no se había molestado ponerse una túnica encima del camisón. Encendió las
luces y sacó tres tazas mecánicamente. Se quedó allí, bostezando y mirando el fuego bajo la
caldera. Ni el Anciano ni Gertrudis dijeron nada. Ella reaccionó de repente.
Los Guardianes del Trígono. 65
Sandra Viglione.
—Lo siento. Mi mente todavía está durmiendo… ¿Qué puedo hacer por ustedes... a las
cuatro y cuarto de la madrugada? — dijo.
—¿Dónde estaba, profesora? — preguntó directamente el Anciano.
—Teniendo una pesadilla, por allí, — dijo Cassandra señalando la cama. —Por eso
estoy algo así como despierta a esta hora. ¿Y usted?
—Ya veo que no pierde su sentido de humor.— Cassandra sonrió a medias. Puso una
taza de té en las manos del Maestro y otra en las de Gertrudis. Se sentó y empezó a beber el
suyo.
—¿No oyó nada raro?
—¿Como qué? Estaba durmiendo, — repitió Cassandra.
—Alguien la vio, — dijo Gertrudis. —En la Biblioteca. Tenía otra ropa…
Cassandra le devolvió la mirada.
—Nunca estuve en la Biblioteca. Nunca la encontré, — dijo.
—Ya veo. ... Alguien irrumpió en la Biblioteca y sacó todos los libros. Están en un
montón en el centro del cuarto, rasgados, quemados, destruidos. Los libros estaban volando
por toda la Biblioteca cuando llegamos. Uno de los maestros vio a una mujer entre los libros;
una mujer muy parecida a usted.
Cassandra no contestó. No tenía nada que decir. Soportó la penetrante mirada del
Anciano.
—¿Sus pesadillas son muy frecuentes?
—No. Pero esta se ha repetido varias veces… Algo sobre un pájaro en un círculo de
fuego. Espere… — Cassandra se levantó y rebuscó entre los papeles que guardaba bajo el
escritorio. —Es éste.
Le tendió un dibujo al Anciano.
—En el sueño estoy buscando esto. Y cuando lo encuentro, es demasiado tarde.
Entonces aparece una sombra espantosa. Bueno, en realidad, es solamente una sombra, pero
en el sueño me aterroriza y me despierto. ¿Sabe qué puede ser?
El Anciano Mayor miró el dibujo con interés. Una expresión curiosa cruzó su cara por
un segundo. ¿Dolor? ¿Tristeza? ¿Reconocimiento?
—No puedo ayudarla con esto, — dijo. —Por lo menos no ahora. Veré lo que puedo
hacer
—Acerca de la Biblioteca…
Los Guardianes del Trígono. 66
Sandra Viglione.
—Estoy seguro no pudo ser usted. La voz era diferente, y el cabello, — dijo Gertrudis
rápidamente. —Sin embargo eran muy parecidas...
—Además, la profesora Troy no podría desaparecer de la biblioteca como nuestra
intrusa lo hizo.
—Bueno. Hoy es mi día libre. Si estoy fuera de sospecha, puedo ofrecerle mi ayuda
para arreglar los libros y devolverlos a sus lugares, — dijo Cassandra.
—Gracias pero…
—Es una oferta excelente, Comites Yigg, — dijo Aurum mirándola. El tono y el título
no le dejaron ninguna opción.
—Bien, — la bruja sonrió abiertamente.
le había puesto en sus brazos un pesado montón de libros cubierto por el libro de la niebla y lo
había empujado hacia Sol y Gertrudis.
Fara regresó un poco después de, todavía pálido.
—¿Cómo detuvo la niebla negra?
Cassandra canturreaba distraída.
—No tengo tiempo para charlar, profesor. Llévese éstos.— Ella le daba órdenes
tranquilamente, dándole la espalda.
Él lo intentó de nuevo cuando volvió.
—Es un libro de los oscuros, — dijo.
Cassandra lo miró desde detrás de una cortina de pelo que le caía sobre la cara. Estaba
bastante llena de polvo.
—Igual que muchos de éstos. ¿Cuál es su problema?
Los ojos de Fara la escudriñaron fríamente.
—¿Cómo pudo usted callar un libro que está embrujado para matar de terror cuando se
abre?
Cassandra sostuvo su mirada con obstinación. Tenía bastante con la pesadilla.
—Le pedí que se detuviera, — dijo. —Ahora, o nos ayuda o se retira, porque nosotros
estamos trabajando aquí.
Fara salió con un vuelo de túnicas. En ese momento Cassandra se dio cuenta de que
había empezado a llover.
Cassandra no supo por qué, pero después de la biblioteca, Fara se había puesto aún
más insufrible. Esa mañana él la había tomado completamente por sorpresa. Había empezado
casi normal. Fara había interrogado a los estudiantes y ellos habían explicado las distintas
maneras que ellos habían encontrado para explorar la mente y los sentimientos de otras
personas. Fara dejó los amuletos contra mentiras para la semana siguiente, eludió la petición
de trabajar con sueros de la verdad y los llevó hábilmente a la poción que él quería que ellos
prepararan. Muy pronto los tuvo trabajando cada uno en su caldero. Cassandra empezó a
caminar entre las mesas, mientras Fara la observaba con los ojos entrecerrados desde su
escritorio. Todavía estaba de evidente mal humor. Hizo varios comentarios malévolos sobre
los métodos de enseñanza de Cassandra. Cassandra hizo su mejor esfuerzo por ignorarlo.
Los Guardianes del Trígono. 68
Sandra Viglione.
—Bien, profesora… — Fara la llamó del escritorio. — Probemos esta poción. Ésta es
una poción muy peligrosa, y debe beberse de a dos. Ustedes no lo intentarán hoy, por razones
de seguridad.
Fara llenó dos vasos con la poción que él mismo había preparado.
— No beberemos de sus pociones por las mismas razones de seguridad, — explicó.
— ¿Cómo funciona esta poción exactamente, profesor? — le preguntó uno de los
muchachos desde el fondo del salón.
—Intercambia, ya lo verás, — dijo Fara con una mueca burlona. Dio uno de los vasos
a Cassandra y levantó el suyo. —A la cuenta de tres. Uno, dos… tres, — y los dos bebieron la
poción al mismo tiempo.
Entonces, Fara puso su mano derecha en las llamas bajo el caldero. Algunos de los
estudiantes ahogaron una exclamación. Él esperó hasta que salieron algunas ampollas. Los
estudiantes lo miraron horrorizados cuando levantó la mano quemada.
— En un momento, si la poción es correcta, la profesora Troy tendrá una bonita
quemadura en su mano y las mías estarán completamente limpias. Como les estaba diciendo,
esta poción intercambia dolores y heridas con la otra persona. A veces también cambia
emociones y sentimientos. Y en unos pocos casos es posible leer los pensamientos del otro.
—¿Ningún secreto? — preguntó Cassandra un poco más pálida.
—¿Algo que esconder? — preguntó él en una voz muy baja.
—Debió haberme advertido antes… — masculló ella. Entonces, las cosas pasaron
muy rápidamente. Primero, la mano derecha de Cassandra estalló en llamas. Ella la puso bajo
el chorro de uno de los grifos. Fara se puso muy pálido de repente y se dobló hacia adelante.
Cassandra corrió hacia él y lo apoyó en una silla. Los estudiantes se quedaron congelados en
sus lugares.
—Mal momento para cambiar… — susurró ella. Algunas formas oscuras se movieron
al borde de su visión, y algunas voces empezaron a llamarla, amenazando, suplicando,
ordenando, pero ella no tenía tiempo para prestarles atención. Fara estaba completamente
pálido, y estaba estremeciéndose ahora, como atacado por una fiebre.
—Solana, ve a mi cuarto y haz un poco de té, muy caliente. El resto de ustedes recojan
sus cosas. La clase ha terminado. Los veré arriba.
Sacudidos por las enérgicas órdenes, los muchachos se empezaron a mover. Cassandra
hizo que Fara se tomara el té.
Los Guardianes del Trígono. 69
Sandra Viglione.
—¿Eso que... que...? ¿¡Qué es?! ¿Cómo puede soportar esto? ¿Quién es él? — jadeó él
cuando quedaron solos, y él pudo recuperar la respiración. Estaba casi transparente.
—Mis fantasmas son sólo míos. Los suyos... no puedo verlos. ¿No tiene sentimientos,
profesor?
Fara consiguió resoplar una respuesta.
—Yo comparto solo lo que yo quiero compartir, — dijo. Y volvió a estremecerse. —
Ellas vienen por mí, por usted... Muy cerca... — Cassandra comprendió entonces un poco
más. Las Esporinas. Estaba viéndolas a ellas, acercándose, cercándola, cercándolo, el día que
los llevaron a ella y a Gaspar. Siempre estaban en el borde de sus recuerdos, aunque nunca
había podido enfocar ese exacto momento... Y luego vendría...
—Lo llevaré al hospital... debe haber algo...
—No vale la pena… yo... no puedo escapar... Ellas... — y entonces él se dominó.
Jadeando le dijo: —No hay contra-poción… Sólo… esperar hasta que pase… — Fara estaba
cerrando sus ojos. Él estaba intentando desesperadamente luchar contra alguna otra oscura
visión. Cassandra se preguntó qué estaría viendo ahora. ¿La pesadilla? Tal vez, pero...
—Duerma hasta que pase. Yo me ocuparé de los estudiantes…
—No. Suspenda la clase, profesora, — dijo él rechinando los dientes.
—Como usted quiera.— Y Cassandra lo dejó solo con los fantasmas. No había nada
que ella pudiera hacer.
No fue sino hasta varias horas después, cuando el efecto de la poción casi se había ido,
que Fara se dio cuenta que su mano izquierda quemaba como fuego, mientras su derecha
estaba helada. Las dos latían casi dolorosamente. Cassandra tenía demasiados secretos, y él
sólo había podido ver los fantasmas de ellos.
Media hora más tarde encontró un pequeño claro. Un árbol crecía en el centro, sobre
una piedra grisácea. Era un árbol torcido y delgado, y le quedaban solo unas pocas hojas. Las
nieves no habían perdonado esta hondonada, y una alfombra delgada empezaba en el punto
preciso que los árboles acababan. Cassandra se encaminó hacia el árbol y la piedra.
Crack. Cassandra se volvió sobresaltada. Vio apenas un movimiento en las hojas
detrás de ella.
—¿Quién anda ahí? — preguntó.
Silencio.
—¿¡Quién está allí!? — repitió. Y entonces, oyó un ruido. Alguien venía. Retrocedió
hasta la piedra, y apoyó su espalda en ella.
—¿Quién es? — preguntó de nuevo.
—¿Cassandra? — La voz de Sylvia parecía sorprendida. —¿Qué estás haciendo aquí?
—Sylvia… creí oír algo. ¿Eras tú?
—No, yo… — entonces la mujer se rió. —Bueno, quizá era yo. Estaba tarareando y
realmente, no prestaba atención.
Cassandra sacudió su cabeza.
—No, creo que era más grande… y negro. ¿Podría ser Keryn?
Sylvia negó con la cabeza.
—No, él está fuera en este momento. ¿Dijiste negro? Quizás era Lyanne.
Cassandra la miró interrogante.
—La ex pareja de Keryn. Su mitad yegua es negra como la noche.
—¿Una yegua negra? — preguntó Cassandra. El miedo había pasado, y Sylvia estaba
aquí. Ella se encogió de hombros.
—Se supone que los centauros se unen de por vida. Ella no está muy contenta con
Keryn y conmigo.
Cassandra retrocedió de nuevo hasta la piedra. Sylvia la siguió y se sentó sobre ella.
—Pobre arbolito, tan desnudo en el frío, — murmuró. Sylvia la miró.
—Esta especie suele ser más grande, — dijo suavemente. —Pero éste tiene poco
espacio para sus raíces. Sólo si rompe la piedra será libre para crecer. Lo mismo nos está
pasando a muchos de nosotros.
Cassandra la miró fijamente sin entender. Sylvia sonrió.
—Quiero decir Keryn y yo, por ejemplo. Javan, por ejemplo. Quizá también tú… El
mundo es un lugar muy pequeño para muchos de nosotros…
Los Guardianes del Trígono. 72
Sandra Viglione.
—Sylvia, yo no…
—Olvídalo. Me pongo muy melancólica cada vez que Keryn sale.
Cassandra asintió ligeramente.
—Cuéntame, Sylvia. ¿Cómo se conocieron? — preguntó Cassandra después de un
rato. Sylvia sonrió.
—¿Intentando hacerme sentir bien? Te advierto que sí funcionará... — dijo. — Yo era
muy joven todavía. Había ido al bosque… sin permiso, claro. No lo sabía entonces, pero
Ingelyn me estaba llamando. Fui al bosque y claro, me perdí. Tres días. Debo decir que no
tenía miedo. Pero los maestros... puedes imaginártelo. Ellos me dijeron todo menos buena
chica. En esos tres días yo vagabundeé por entre los árboles, y llegué a un lugar… un lugar
especial. Una especie de jardín. Encontré a Keryn allí. Él me llevó de regreso al castillo.
Cassandra levantó las cejas.
—¿Y?
—¿Alguien te ha dicho sobre la maldición?
—¿Maldición?
Sylvia se rió.
—Todos estos años, cada aprendiz en el Trígono experimenta una extraña necesidad de
explicar mi matrimonio, y ellos suelen imaginar alguna clase de maldición que transformó a
mi marido en un centauro para apartarlo de mí…
—¿Por qué?
—Bueno. El Amor es una explicación demasiado simple para satisfacer la
imaginación. Mi querida, nosotros estamos enamorados. Y el amor entre especies no es una
cosa creíble.
—O sea que no hay ninguna maldición.
—No. Yo soy cien por ciento una mujer humana y mi marido es un centauro de pura
sangre… No tendremos niños nunca, aunque hay algunos mitos que podrían indicar lo
contrario… No hemos encontrado las fuentes todavía.— Sylvia detuvo. —¿Te estás
ruborizando? — dijo divertida. Cassandra llevó las manos a la cara, y se rió.
—Un mal hábito… — dijo.
—Ven. Ya que estás aquí, te mostraré el lugar en donde encontré a Keryn por primera
vez.— Y agregó en voz baja, —Así tendrás frío suficiente para justificar tus colores.
Los Guardianes del Trígono. 73
Sandra Viglione.
El camino no era largo. Unas vueltas a lo largo de un camino estrecho y Sylvia la llevó
a un gran claro en el bosque. Los árboles a su alrededor habían formado una pared, y la
madreselva cubría la entrada como una cortina. Cassandra respiró profundamente. El perfume
todavía estaba en el aire.
—¿Lo sientes? No es la estación pero juraría…
Sylvia sonrió y señaló las flores brotando en un rincón.
—Siempre es primavera en los lugares de Ingelyn. Siempre encuentras flores en este
jardín.
—¿De qué tipo es ese árbol? Nunca vi uno como ese. — Cassandra estaba señalando
un árbol, que crecía un poco separado del resto. Parecía desnudo a pesar de las palabras de
Sylvia.
—Ah, el árbol de Ingelyn… La Puerta del bosque…
—Primero, la Torre de Inga, luego la Cámara de Zothar, y ahora el Árbol de Ingelyn…
¿Cada uno tiene su puerta?
Sylvia sonrió. Simplemente sacó su varita y tocó un lugar entre las ramas. Las joyas
chispearon y el hilo azul de luz que Cassandra ya había visto antes siguió la varita hasta una
cerradura escondida en la corteza. Una puerta invisible se abrió, y Sylvia invitó con un gesto.
—Ven. Es tiempo de que veas el verdadero jardín, y el lugar de donde vienen nuestros
árboles.— Y diciendo así, ella bajó la escalera, desapareciendo en las profundidades del árbol.
Cassandra sólo dudó un segundo. Luego inspiró profundamente y siguió a la bruja.
Los Guardianes del Trígono. 74
Sandra Viglione.
Capítulo 8.
El viaje.
A Cassandra el asombro le duró varios días. Daba vueltas por el castillo mirando cada
cosa, cada pieza de piedra o madera o metal con nuevos ojos. Sylvia le había enseñado
muchas cosas en el jardín de Ingelyn. Cada cosa, cada forma, cada color tenía su significado.
Cada objeto en el castillo, e incluso el propio castillo enfocaba y reflejaba la magia, algún tipo
de magia. Oro es para el fuego, plata para el agua… Cada rama tiene un metal, pero no la de
Ingelyn. Nuestra es la tierra, cada piedra, cada metal… por eso ellos nos dieron cobre… pero
podría haber sido bronce o cualquier otra aleación. ¿Los otros? Oro es para el fuego, el
fénix de Arthuz lo tiene. Y plata es para el agua, pertenece a la naga de Zothar, ella lo
guarda. ¿Y el árbol? Tres ramas, tres raíces. La rama de vida es para la tierra, mi rama.
Nosotros nos alimentamos de la tierra, y nosotros hacemos que crezca… La rama del viento y
el fuego es la vieja rama del espíritu. Una rama que palpita con luz… tienes que verla para
entenderlo. ¿Has visto el árbol? ¿No todavía? Lo harás pronto, supongo… Y luego, allí
tienes la rama de Zothar… ¿Javan no te lo dijo? Está descuidando sus obligaciones. Su rama
es la de la muerte. Se alimenta en la sombra y lleva la oscuridad. Fantasmas, espíritus, y…
cosas. Pero son necesarios. Los discípulos de Zothar son sus guardianes. ¿Por qué crees que
se usa plata para matar hombre-lobos y vampiros? Guardianes. Ellos nos mantienen a
salvo…
Guardianes… Pero el cuadro no parecía completo aún. Algo faltaba. Las tres ramas.
Entonces recordó. Yggdrassil, el árbol de los antiguos mitos celtas. Tres ramas, tres fuentes.
Recordó que Gertrudis le había dicho que alguien había muerto y por eso era qué ellos se
habían vuelto tres en lugar de cuatro. ¿Por qué habían sido cuatro y luego pasaron al árbol? El
poder de aire había sido distribuido entre los otros… ¿Por qué? Necesitaba saber, y por lo que
sabía de sus incursiones a la biblioteca, no había ninguna respuesta a sus preguntas. Empezó a
preguntarse si las doncellas de hierba, las Esporinas, se habrían equivocado. ¿Quedarse aquí?
¿Para qué? No las había ido a buscar desde octubre, pero ellas habían sido muy claras:
quédate. No supo qué hacer.
Había alcanzado ese punto cuando la carta llegó. Gaspar había encontrado algunas
respuestas para ella. Había encontrado la pista de un objeto, un cofre que podría contener las
respuestas que ella estaba buscando. Necesitaba ir por él, y no quería explicar sus motivos.
Los Guardianes del Trígono. 75
Sandra Viglione.
Así que imaginó una manera de salir. ¿Escapar? No, impensable. Fara, si no el Anciano
mismo, la seguirían, no lo dudaba. No teniendo ninguna otra opción, Cassandra recurrió al
informe escrito de la reposición de stock. El Anciano la autorizó a salir la semana siguiente
para comprar el material requerido, un viaje de un día. Fara no dijo nada, se limitaba a
observarla desde debajo de su turbante, frunciendo el entrecejo.
El día designado, amaneció claro y frío. Cassandra iba a tomar el tren, así que se
levantó temprano y subió después de tomar un desayuno rápido. Ella se sorprendió al
encontrar a Fara en las puertas, en ropa de viaje y sin turbante.
—¡Eso sí que es una sorpresa, Comites! ¿Dónde va tan temprano por la mañana? —
soltó por la sorpresa. Los últimos días ella había estado evitando hablar con él, en parte por lo
de la poción y en parte para no dejar escapar sus planes. Le gustaba demasiado hablar, y solía
ser demasiado franca.
—Iré con usted. No creo que los negocios del Trígono deban dejarse en manos de
una… persona sin experiencia.— Había cierto tono de desprecio en su voz.
—Tengo más experiencia de la que usted cree en aprovisionamiento de laboratorios y
manejo de materias primas. Sólo los procesos de manufactura están cambiados, — dijo ella
indignada.
—De todas maneras no iba a dejarla ir sola, — dijo Fara secamente. —Sabe
demasiado. O cree que sabe, que es peor.
—No iba a ir sola... — empezó ella, ignorando el resto. —¡Uf! Haga lo que quiera.—
Y Cassandra tomó su pequeño bolso para ir a la estación. Fara la siguió de mal humor, y sin
hablar con ella.
Cuando estaban llegando a la plataforma, un hombre envuelto en una capa gris se les
acercó.
—Ye narya tannen, Enna. Siempre en el último segundo. Deberías ser más puntual.
Era Gaspar.
Cassandra lo besó distraídamente en la mejilla.
—Gaspar, te presento al Comites Javan Najar Fara. Viene con nosotros.
—Pensé que habías dicho... No importa. Mucho gusto.— Gaspar extendió su mano y
Fara la estrechó fríamente.
—Abordemos el tren, — dijo apenas.
Los Guardianes del Trígono. 76
Sandra Viglione.
Si las semanas anteriores habían sido incómodas, el largo viaje, los tres encerrados en
el mismo compartimiento de un ruidoso tren prometía ser mucho peor.
Gaspar intentó empezar una conversación general un par de veces, pero sin resultado.
Fara se sumergió en la lectura de un libro que había llevado consigo, y no prestó atención.
Gaspar y Cassandra se quedaron lado a lado en silencio por un largo rato.
—Andarienna… Si intilave ondomaryo rotunno? — preguntó de repente Gaspar. Fara
levantó la vista y la bajó de nuevo rápidamente. Cassandra prefirió contestar en su idioma.
—Claro que le echaré una mirada. ¿Lo trajiste? — Había expectativa en su voz.
—Seguro. ¿Será suficiente? — Gaspar sacó de su bolsillo interno una botellita llena de
un líquido cristalino.
—Sí. Incluso, es demasiado. ¿Puedo…? — Ella hizo un gesto como de abrir el frasco.
—Sí, pero usa la izquierda o te quemarás.
Cassandra mojó la punta de su dedo en el líquido y lo probó con su lengua. Hizo un
gesto de desagrado.
—¡Demonios! ¡Qué es esto! ¿Licuaste un pedazo de Infierno y lo metiste en la
botella?
Gaspar se rió.
—Es Elixir de Dragón ... el ordinario, — dijo. Ahora Fara no pudo evitar levantar la
mirada.
—¿Ordinario? El único. Y tanta cantidad… cuesta una fortuna, — observó.
—Sí, pero lo destilo yo mismo. Enna: éste es el que quiero que pruebes.— Él sacó del
mismo bolsillo un frasquito azul. Cassandra lo probó la misma manera que había hecho con el
otro. El gesto de desagrado fue menos pronunciado, pero el estremecimiento que lo acompañó
no.
—Son demasiado fuertes para distinguirlos sólo por el sabor, Gaspar. Tendré ir a ver a
algunos de mis viejos amigos. ¡Cómo quisiera tener un cromatógrafo en casa! — suspiró.
Fara torció la boca.
—¿Y para qué quiere un... como-se llame? — preguntó ácidamente Fara.
—Para probar la composición de ciertas mezclas, verificar la pureza de las materias
primas. Y mis propios estudios, claro; usted se olvidó de asignarme una búsqueda. Por
ejemplo, ahora Gaspar quiere verificar la composición de estos dos elixires y calcular la
concentración en el azul… — Ella se volvió a Gaspar. —Quizá mil veces más potente… pero
no puedo asegurarlo, — estimó.
Los Guardianes del Trígono. 77
Sandra Viglione.
—¿¡Un Elixir de Dragón mil veces más potente!? — Fara parecía pasmado. Cassandra
le tendió el frasco.
—Pruébelo usted mismo, — ofreció.
—No, gracias. ... Pero si lo fuera, sería inapreciable. El precio de una botella podría
alcanzar…
—Las mil monedas de oro, — Gaspar dijo. —Y no estoy dispuesto a venderlo por
menos.
Fara asintió.
—¿Cómo lo fabrica?
—Destilando escama, cuerno y uña en fuego concentrado. Pero el azul… Sólo se logra
si las escamas, el cuerno y las uñas todavía están vivas. Deben ser recién arrancadas, o
voluntariamente entregadas... Y el fuego debe ser muy caliente. Es fuego viviente de dragón,
en cierta manera… — Y se volvió a Cassandra: —Tu idea fue buena. Usé esa idea tuya del
plasma para hacer los fuegos más potentes… — sonrió. Cassandra devolvió la sonrisa.
—¿Qué idea? — preguntó Fara frunciendo ligeramente el entrecejo.
Enna dijo que si usaba una fuente de plasma podría alcanzar temperaturas más altas…
Tenía razón.— Cassandra sonrió apenas. Fara le lanzó otra mirada apreciativa.
—Solo te dije, — dijo ella en voz baja, — que cada lado mejora al otro. Deberías
haberlo aprendido hace tiempo.
Gaspar sonrió.
—Sí. Pero a veces, personas anticuadas como yo necesitamos que personas jóvenes
como tú nos lo recuerden.
Se sonrieron el uno al otro. Fara había estado mirando las dos botellas con interés no
disimulado.
—Notable… — murmuró, mirándolos contra la luz. Devolvió los frascos
pensativamente, y regresó a su lectura. Pero el hielo se había roto. El resto del viaje fue más
cómodo.
Un par de horas después de eso, Cassandra anunció que iba a estirar las piernas.
Gaspar y Fara quedaron solos.
Fara sacó sus ojos del libro y miró especulativamente a Gaspar Ryujin.
—¿Qué sucede? — preguntó Gaspar.
—Me preguntaba qué tipo de relación tiene usted con la profesora Troy.
—Somos amigos… Salvó mi vida una vez.
Los Guardianes del Trígono. 78
Sandra Viglione.
Descendieron en las afueras de una pequeña ciudad industrial, y Cassandra los llevó a
lo largo de varias calles hasta llegar a un edificio gris, cuadrado y sin gracia. Cuando entraron
a la recepción, la secretaria levantó la mirada y exclamó:
—¡Señora Brown! ¡Hace años que no se la ve por acá!
Los Guardianes del Trígono. 80
Sandra Viglione.
Llegaron al Valle al mediodía, guiados por Gaspar. Cassandra había perdido el camino
al salir de la ciudad. Se detuvieron a almorzar, y aunque no era el mejor momento, Cassandra
insistió ir a la reunión. Así que, se envolvieron en capas oscuras y partieron.
La reunión no era realmente una reunión. Era una extraña mezcla de entre
campamento y pueblucho, un puñado de tiendas sucias y oscuras, apoyadas unas contra otras,
todas ellas dando la impresión de que iban a caerse en cualquier momento. Una callejuela
miserable y mezquina, que se ramificaba en media docena de callejones oscuros. Las ventanas
en sombras no dejaban entrar la luz del sol, y en el mediodía parecía tan desolado y
abandonado como un pueblo fantasma. Pero había alguien detrás de las ventanas, porque ellos
podían escuchar el ruido de cosas arrastradas y el movimiento de objetos pesados.
Cassandra fue directamente a una tienda grande y sucia hacia la mitad de la reunión.
Caminaba muy segura los dos hombres. Antes de entrar murmuró:
—Sigan mi juego, y no se quiten las capuchas. No deben ser reconocidos.
Ella empujó la puerta, ignorando el letrero de Cerrado, y entraron. Cassandra tocó la
campanilla con impertinencia. Un hombre de facciones demacradas salió de la parte de atrás.
—Lo lamento. Está cerrado, — dijo secamente.
—El señor Nellt, supongo, — dijo Cassandra sin prestar ninguna atención.
—Está cerrado, — el hombre repitió. Su tono sonó un poco más duro.
—Creo que no, — dijo ella lacónicamente. —Sin embargo, mi tiempo es valioso, así
que iré al punto. Necesito encontrar un artículo, y me han dicho que usted es el mejor para el
trabajo. Hay oro.
—¿Qué tipo de objeto? — preguntó Nellt repentinamente atento e interesado.
—Un cofre. Un pequeño cofre blanco con cuatro serpientes en las esquinas, y una gran
Z de plata en la tapa…
—No sé qué tipo de…
—Oh, sí, usted lo sabe. Yo quiero el cofre de Zothar, señor Nellt. Y pagaré mil
monedas de oro por él, además de sus quinientas, si me lo consigue rápido. Hoy.— Cassandra
sonó imperiosa. Hubo un resplandor de codicia en los estrechos ojillos de Nellt. Después de
todo, quinientas monedas eran una pequeña fortuna.
—¿Y dónde podría estar ese cofre? Y qué podría contener de interés, me pregunto…
—No es su asunto, señor Nellt. Pero si no quiere que él en persona venga por él, me lo
entregará a mí, por un precio razonable y sin dificultades. Él no quiere que nadie sepa el
Los Guardianes del Trígono. 82
Sandra Viglione.
paradero del cofre, y algunos de sus... eh, compañeros, se han vuelto muy poco confiables.
¿Entiende lo que quiero decir?
Nellt se puso muy pálido cuando escuchó la indirecta. Asintió despacio.
—En cualquier caso, le dejaré un pequeño recordatorio para que se dé prisa… —
Cassandra hizo una señal a Gaspar sin mirarlo. Gaspar movió su varita y una serpiente verde-
esmeralda cayó delante de Nellt. Cassandra dio unos golpecitos en la cabeza de la serpiente
con las yemas de los dedos y al animal se enroscó y miró fijamente al hombre. Nellt
retrocedió.
—Le he dicho a mi amiga que le ayude a buscar ese cofre, y me avise tan pronto como
usted lo consiga. Estaré en el Valle hasta la cena. Mi amiga no es muy paciente, así que si
usted no encuentra el cofre en para ese momento…
Cassandra dejó la frase en el aire.
—Tenga un buen día.
Salió altanera de la tienda y los dos magos la siguieron. Una vez en la calle, fuera del
alcance del oído, Fara la asió por el brazo y la sacudió.
—¿Está loca? — resopló entre dientes. —¡Cómo puede decirle a un hombre como
Nellt tantas mentiras?! ¡Que la Serpiente la había enviado! ¡Que no confía en nadie salvo en
usted! ¡Y le dejó una serpiente! ¡Serpiente! ¿¡Quién se cree que es?!
No había levantado la voz, pero estaba fuera de él. Cassandra le dijo con total calma:
—Yo no dije ni hice nada de lo que usted cree. Yo dije que él vendría por el cofre. Su
imaginación hizo el resto… De cierta manera, fue el propio Zothar quién me llevó a buscar el
cofre. Y acerca de las diferencias entre los partidarios de la Serpiente… eso no es nada nuevo.
Si ellos se dividen, será más fácil para nosotros vencerlos. De todas maneras, la Serpiente no
confía en ninguno de ellos… Y acerca de la otra serpiente… Comites, era simplemente un
símbolo… para hacernos más creíbles… Ahora me gustaría hacer algunas compras, si no le
importa.
En el camino de regreso Fara había empezado a discutir con Cassandra si ella tenía o
no poderes mágicos.
—No puede ser, — decía. —Si nunca probó con la varita no puede saberlo…
Cassandra se rió.
—Vamos. Párese aquí.— Fara había sacado su varita. —Sosténgala y agítela.
Cassandra la movió obediente, y no pasó nada. Ella ya había sentido crecer la magia
dentro de ella, pero la detuvo. No podía mostrarlo todavía. Quizá nunca debiera permitirle
fluir.
—De esa manera no.— Fara estaba de pie junto a ella y le sostuvo las manos. Le hizo
ejecutar unos movimientos. Ella contuvo firmemente la magia que quería escapar. Nada de
chispas, todavía.
Los Guardianes del Trígono. 84
Sandra Viglione.
—Lo está haciendo mal. Aflójese ¿quiere? — Fara pasó el brazo alrededor de ella y
cerró las manos alrededor de las de ella sobre la varita. Fuera lo que fuera que él hubiera
intentado hacer, nunca había esperado una reacción tan… femenina de su parte. Algo dentro
de ella cedió y tembló casi un segundo. Entonces ella se puso rígida y se apartó de él.
—No funcionará, — dijo. Él ya no insistió.
Capítulo 9.
La Danza del Fuego.
Las voces sonaban alegres cuando ellos pasaron junto a las puertas del comedor.
—Todavía es temprano. ¿Qué está pasando aquí? — preguntó Cassandra.
—La cena de la Puerta del Invierno… Es una celebración, ¿recuerda?
Cassandra sacudió la cabeza. No, no lo sabía.
—¿La Puerta del Invierno? — Fara sonrió a medias.
—Sí. Año Nuevo el primero de noviembre, luego la Puerta del Invierno, el 22 de
diciembre, luego Navidad, nunca nos arreglaríamos sin ella; luego… bueno, ya lo sabe. Las
antiguas festividades más las modernas. — Y Fara se encogió de hombros.
—Y hoy es la Puerta del Invierno… — murmuró Cassandra. —¿Nos dejarán algo si
primero bajamos y nos cambiamos? — preguntó vivamente.
—Son apenas las nueve y media. Deben quedar un par de horas de fiesta todavía, —
dijo Fara.
Cassandra le sonrió y bajó a sus habitaciones.
Dio un fuerte puntapié a la caja y esta se abrió. Las cuatro paredes cayeron
ruidosamente a los lados, alzando lo que parecía ser nubes de polvo. Pero no era polvo. Eran
mariposas. Mariposas aleteaban sobre las mesas, susurrando suavemente con sus alas. Una de
ellas, grande y negra se acercó y aleteó un poco delante de Fara.
—Ah, esta debe ser la suya. Lo anoté en la lista porque yo no creí que fuera a venir
con nosotros, — dijo Cassandra. — Extienda la mano.
Fara la miró sin entender, alzando las cejas. Cassandra le tomó la mano y la estiró en
el aire. La mariposa se posó en la mano y batió las alas uno, dos, tres veces, desapareciendo
en una nube de polvo. En la mano de Fara había una elegante pluma negra, con puntera de
oro.
Cassandra observó:
—Bueno, Gaspar tiene buen gusto…
—¿Cuándo consiguió esto? — preguntó Fara.
—Mientras usted haraganeaba, esta tarde. Se lo pedí a Gaspar.— Entonces ella agregó
más alto: — Extiendan las manos. Hay una para cada uno de ustedes.
Una nube de mariposas voló hacia la mesa de los profesores. Cassandra sonrió
divertida cuando les vio también extender las manos. Una, color rubí, se posaba en la mano
del Anciano Mayor. Otra, rojo oscuro, todavía daba vueltas en torno a la cabeza de Gertrudis.
Y una amarilla parecía más interesada en las flores de Sylvia que en posarse en su mano.
Cassandra pasó por entre los estudiantes para llegar a su asiento. Uno de los
muchachos no lograba atrapar a su mariposa. Cassandra le puso una mano sobre su hombro.
—Estira tu mano, así, — susurró, y le sostuvo suavemente la mano. La mariposa se
posó y dejó entre las manos del muchacho un globo de cristal con una diminuta estrella
dentro.
—¡Genial! — dijo con un suspiro. Cada uno de los otros miraba atónito sus regalos y
los de los otros. Cada uno era diferente; cada uno de ellos era especial. Todos y cada uno
habían sido escogidos atendiendo a las necesidades y gustos de todos.
—Profesora, una mariposa la está siguiendo, — dijo Drovna.
—No, no puede ser. Yo misma hice la lista. No estaba incluida… — Cassandra se
volvió. Una mariposa blanca con alas de borde verde brillante estaba siguiéndola de hecho.
Cassandra estiró su mano. La mariposa se posó. Cuando el polvo dispersó, ella pudo ver su
regalo.
Los Guardianes del Trígono. 87
Sandra Viglione.
—¡Gaspar! — murmuró. Tenía entre sus manos un broche de oro con la forma de un
dragón con ojos de rubí. Cassandra lo fijó en su capa, y siguió a la mesa, saludando con
inclinaciones de cabeza los muchos agradecimientos que iba oyendo.
— Espero que hayas tenido un buen viaje, — dijo Sylvia. Y agregó en un cuchicheo:
— Te está mirando.
Cassandra miró a Fara por encima de su copa, la levantó y sonrió amistosamente. Él
correspondió a su saludo. Detrás del vaso, dijo a Sylvia en un susurro.
— Soporté casi dieciséis horas encerrada con él. O tomo vacaciones, o lo mato. Nunca
pensé un ser viviente pudiera ser tan desconfiado, terco y malhumorado…
Sylvia se rió entre dientes.
— Come algo. Con el estómago lleno cambiarás de opinión.
— Cuán cierto.
Un par de horas después, ella estaba disfrutando de su café y hablando con Sylvia.
Había aprovechado una pausa en el torrente de palabras que normalmente salían de Sylvia
para decirle que tenía una sorpresa para ella que vendría con el resto de la orden. Eso le dio la
oportunidad para contarle, entre exclamaciones de asombro y alegría de Sylvia, cómo había
entrado en contacto con un viejo amigo, proveedor de especies exóticas. Realmente había
tomado la dirección actual de Miriam: todos sus proveedores de especimenes en pie eran
totalmente confiables. Pero este en particular, lo conocía de antes. Él le había traído las
primeras orquídeas negras, la Flor de Muerte, una especie exótica con que ella había trabajado
hace tiempo. También le contó a Sylvia sobre aquel trabajo con las orquídeas.
— El trabajo de las orquídeas fue el primero que hice cuando vine aquí. Queríamos
aislar los componentes del veneno para reproducirlos y modificar... — De repente Cassandra
se percató de que estaba hablando demasiado. Demasiada química. Debía recordar que era
una bruja aquí.
— ¿Modificar...? — había sonreído Sylvia. Cassandra la miró como disculpándose.
— Combinarlo con otras plantas para lograr un efecto más… selectivo. Una buena
poción, — dijo.
— Ah… Eso está mejor. ¿Y con quién trabajaste? — preguntó Sylvia. Había un interés
real en su cara honesta cuando sonrió. Cassandra se sintió aliviada. Ella sabía, y Cassandra no
necesitaba mentirle.
Los Guardianes del Trígono. 88
Sandra Viglione.
antropólogos que los estudian conocen el significado del baile, ni la historia contenida en él.
Yo no les contaré la historia en palabras. Es demasiado grande y maravillosa para ser puesto
en simples palabras. Cada uno de ustedes lo verá en su mente, y en su corazón, y entenderá…
Cassandra pasó por encima de las llamas, y las llamas se levantaron para darle la
bienvenida. El ruedo de su vestido empezó a arder, chisporroteando. Era un baile extraño.
Cassandra onduló como una llama entre las llamas, giró, se inclinó y volvió a girar.
Inesperadamente, pasó sus manos por la línea de fuego y levantó un manojo de llamas. Juntó
sus manos y tuvo una pelota de fuego en ellas; las separó, y ahora tenía una en cada una,
mientras giraba en círculos.
Fara la miraba desde su asiento, sin pestañear. Sus ojos eran dos pozos de oscuridad.
Algo helado subía de su interior, algo helado que se había levantado cuando ella entró en el
círculo. Algo helado que lo mantenía rígido en su asiento, sin poder apartar sus ojos de ella.
Para muchos de ellos fue antes pero la mayoría empezó a oír la música cuando
Cassandra tomó el fuego entre sus manos. La música, extraña y vibrante, venía de todas
partes, todos los rincones cantaban a la vez. Cassandra estaba girando lentamente por el borde
del círculo, y el ruedo de su pollera soltaba chispas de oro y plata. Parecía estar vestida de
fuego. Cuando levantó las manos, hubo un relámpago y un Fénix bajó volando hacia ella. Ella
abrió sus brazos imitando el movimiento de las alas, y el pájaro aleteó alrededor de ella.
Parecían estar bailando juntos. Y Cassandra empezó a lanzar las llamas que sostenía hacia
arriba, dibujando las cintas, círculos y espirales de fuego alrededor de ellos. Ella parecía un
pájaro de fuego, también. Y entonces, de repente, ella giró muy rápido sobre el margen
exterior y las llamas se levantaron en una cortina de humos blancos y chispas de plata. La luz
los deslumbró por unos segundos. Cuando pudieron ver de nuevo, el fuego bajaba, y en el
centro del círculo sólo estaba el pájaro.
—Oh! — Un murmullo de asombro escapó de todas las gargantas. Alguien encendió
las luces.
—¿Y la profesora Troy? ¿Dónde está?
—Aquí.— Cassandra se había sentado en una de las sillas vacías, se había envuelto de
nuevo en la capa, y estaba limpiando cuidadosamente sus manos con una toalla. En cuanto la
vio, el Fénix voló y se posó en su hombro, apoyando su larga cola alrededor de sus hombros,
Los Guardianes del Trígono. 90
Sandra Viglione.
como abrazándola. Cassandra inclinó la cabeza y emitió unos sonidos muy suaves. El pájaro
contestó con los mismos sonidos. Cassandra sonrió.
— Una excelente danza, profesora. — El Anciano Mayor estaba de pie delante de ella.
— Muchas gracias. ¿De quién es este animal? No sabía que había un Fénix en el
Trígono.
— No es de nadie, es una criatura libre. Creo que vive en el bosque, y a veces nos
visita…
— El pájaro de fuego… — murmuró Cassandra pensativa. — Falta el círculo de oro.
— Ha encontrado la mitad de la respuesta a su enigma. Ya ha encontrado el pájaro.
Cassandra lo miró y sacudió la cabeza.
— No. No todavía… Pero la encontraré, lo sé... Oh, no, — gimió. Fara estaba
acercándose con una cara como si estuviera conteniendo una furia asesina. O un miedo
mortal. Cassandra no le permitió hablar.
— Tranquilícese. Hablaremos en su oficina. Maestro, por favor, ¿vendría con
nosotros?
El Maestro echó una mirada a Fara y asintió con expresión pensativa.
Fara se había controlado sólo hasta que la puerta de su oficina se cerró. Entonces
estalló. Cassandra lo miraba con resignación.
— Javan, por favor, tranquilízate, — el Anciano estaba diciendo.
— Viene aquí pretendiendo no ser ninguna bruja… y entonces ¡esto! Detuvo las
sombras del libro en la biblioteca. Hizo venir la lluvia y la hizo cesar, yo lo vi. ¡Habla con las
voces, cruza las puertas cerradas!… Usted hace... ¡hace cosas! ¡Cosas que una persona común
nunca realizaría! ¿¡Quién diablos es usted?! — Fara perdía coherencia por la ira.
— Comites Fara… — intentó Cassandra. Él no se lo permitió. Siguió gritándole, más
y más descontrolado a cada momento. Cassandra se puso de pie.
— ¡¿Y ahora adónde cree que va?!
— Me voy a dormir. Si por mañana ha dejado de gritar, podré contestar un par de
preguntas hechas racionalmente.
— ¡Usted no va a ninguna parte! ¡Me va a explicar ahora mismo! Usted…
Cassandra se volvió despacio. Había perdido la paciencia. Habló bajo, la voz llena de
enojo.
Los Guardianes del Trígono. 91
Sandra Viglione.
— ¡Por una vez en su vida, Comites Fara…! ¡¿Por una vez en su vida hará uso de esa
inteligencia maravillosa y poderosa que usted tiene, y cerrará su boca?!
Fara se calló, desencajado.
— ¡Siéntese! — le dijo. Él se dejó caer pesadamente en su silla. — Ahora, usted está
enfadado conmigo porque yo mostré algo que usted entiende que es imposible para una no-
bruja. Así que, yo debo de ser una mentirosa.— Fara abrió su boca.
— No hable. Usted ya ha dicho bastantes tonterías por el día. Usted quiere saber por
qué no me quemé las manos. Usé una crema protectora que inventé... Realmente, — agregó
en la dirección del Anciano en un tono completamente diferente, — …robé la idea de una
preparación supuestamente mágica… le hice una adaptación cosmética. Quería una crema que
actuara como barrera para las quemaduras de ácido. Salió mal.
— Pero...
— El fuego. Usé un gel combustible. Huélalo. Toma varios días para sacarse el olor.
— Ella puso su mano bajo la nariz de Fara. Él arrugó la nariz. — Estaba sacándomelo cuando
salí del círculo.
— ¿Y las cintas de fuego?
Cassandra se rió y sacó de su bolsillo una botella de plástico abollada.
— Combustible, también. Pero lanzado a presión en el aire.
No dijo que el combustible se había acabado mucho antes del final de la danza.
Entonces, el fuego había seguido sus dedos. La magia empezaba a crecer dentro de ella, y en
el fondo eso la asustaba. Tal vez Fara ya había empezado a notarlo, aunque ahora se viera
parcialmente convencido por sus explicaciones.
— ¿Y la cortina de humo? — preguntó el Maestro. Parecía divertido, y sólo estaba
preguntando por curiosidad.
— Carbón en polvo, polvo de magnesio, un poco de pólvora. Cualquier fabricante de
fuegos artificiales puede hacer otro tanto. O un charlatán de feria. — Cassandra sonrió
amargamente. — Yo no tengo poderes mágicos propios. Y, — ella miró a Fara fijamente a los
ojos, — no soy más mentirosa que usted.
Fara le sostuvo la mirada.
— Usted no lo ha dicho todo, — acusó.
Era verdad. Ella notó una débil luz en el fondo de sus ojos.
Los Guardianes del Trígono. 92
Sandra Viglione.
— Usted tampoco, — dijo ella. La luz en sus ojos se fue. Había dado en el blanco,
pero ¿qué blanco? — Me voy a dormir. Y le sugiero que haga lo mismo. — Su tono era ahora
burlón. — Buenas noches, Maestro.
Cassandra no se fue a dormir inmediatamente. Se sentó delante del fuego con la caja
de la señora Brown en sus rodillas. Las cartas de los últimos cuatro años. ¡Oh, Dios! ¡Cuánto
tiempo fuera del mundo! Cuatro años atrás ella tenía… no: cuanto menos pensara en eso,
mejor sería. Abrió la caja. Revisó las cartas más viejas. A medida que iba leyéndolas, las iba
tirando en el fuego. Algunos de sus amigos habían dejado de escribirle hacía años. Otros
habían seguido intentando. Algunas de las cartas merecían una respuesta. Esas iban formando
un pequeño montón a su lado. Las horas pasaron sin darse cuenta.
Oyó un golpe a la puerta.
— Pase, está abierto, — dijo sin levantar sus ojos.
— Vi una luz, — Fara era totalmente dueño de sí ahora. Cassandra le echo una mirada
superficial.
— Está disculpado, vaya en paz, — dijo, abriendo otra carta.
Él se sentó en la única silla disponible.
— ¿Qué es eso? — le preguntó con voz de seda.
— Los últimos cuatro años yo estuve muerta, — dijo Cassandra. —Que señora Brown
lo estuvo, al menos. — Sonrió con desprecio. — Oiga esto: hace cuatro años, me han dicho:
Cassie, sé tan amable de comunicarnos tu decisión sobre las nuevas reglas para el club… La
última carta de Peter dice: Lo siento, señora Brown, pero usted está expulsada de nuestro
Club. Perdió sus derechos aquí. ¡Le tomó tres años para decidirse a rebajarme de Cassie a
señora Brown! Siempre fue muy terco.— Cassandra tiró ambas cartas en el fuego.
El siguiente sobre tembló en su mano. Lo acarició con la punta de los dedos, los ojos
cerrados.
— Ya estás muerto… no seguiré llorando por ti, — susurró. El sobre, cerrado, también
acabó en las llamas.
— ¿Quién era? — Fara preguntó.
— Mi antiguo compañero, el doctor White… un buen amigo.
— ¿Qué le que pasó?
— Murió. Una de nuestras cobras escapó y lo atacó. No llegué a tiempo. — La voz de
Cassandra sonó lejana. Ella se volvió. — ¿No se le había dicho?
Los Guardianes del Trígono. 93
Sandra Viglione.
Fara sacudió su cabeza. Era agradable hablar con ella sin discutir. Ella se había vuelto
a sus cartas. Quedaban unas pocas. Se rió en voz alta.
— Mi hija… Mire. Fue la única que me envió una carta cada dos meses, como un
reloj. Nunca falló…
Fara correspondió a su sonrisa.
— ¿Dónde está ella ahora?
— Lejos… En el extranjero, creo... — Cassandra lo miró fijamente. — Debería
contestarle, ¿no?
Fara asintió. Luego sonrió.
— Buenas noches, — le dijo.
— Buenas noches.
Los Guardianes del Trígono. 94
Sandra Viglione.
Capítulo 10.
El antídoto dorado.
Así que mientras Cassandra trepaba al lomo de Vadimeh, Arianna tomó a Keryn
suavemente entre sus garras, y despegaron. A Arianna le gustaban los vuelos rápidos y los
giros violentos. Dio varias sacudidas a Keryn, y fue y volvió sobre el bosque, rozando el lago
y los árboles, y volando sobre el castillo. Vadimeh se limitó a planear a prudente distancia de
ellos, hasta que Cassandra lo azuzó. Entonces, los dragones hicieron un giro doble y
aterrizaron en el césped frente al bosque.
— Gracias, Arianna, — susurró Keryn, dando golpecitos al cuello y la cabeza del
dragón. — Has sido muy amable…
— Bueno, es hora de que ellos regresen a casa. No quiero que el alba los encuentre en
lugares habitados…
— Sí, es una buena idea. No me gusta la idea de una nueva pareja de refugiados en el
bosque. Ya son demasiados… — dijo Keryn en tono triste. Cassandra asintió.
— Y ellos ya tienen un hogar… — agregó.
— Adiós, amigos. Regresen pronto… — murmuró el centauro a los dragones.
Cassandra saludó apenas con la mano. El destello rojo y azul se perdió en la distancia.
— Gracias. Ha sido inolvidable… — dijo Keryn calurosamente. Cassandra sonrió. Y
él cambió de nuevo el tono: — Pero usted vendrá a ver a Nero de todas maneras.
Cassandra soltó una risita. Después del vuelo, había perdido su miedo. Quienquiera
que estuviera esperándola en el bosque, ella podría enfrentarlo.
— De acuerdo, — dijo. — Vamos entonces.
El bosque tenía esa cualidad extraña que la luz de la luna daba a todas las cosas. Por
un momento, Cassandra temió que fueran con las Esporinas. Luego recordó las palabras de
Gaspar: ellas no hablan con los humanos. Nero no podría ser una de ellas. Y además, Nero
parecía nombre de hombre… o por lo menos, un nombre masculino. Keryn la guió fuera del
camino, por entre los árboles. Parecía que él no necesitaba un camino para ir adonde quería.
— ¿Por qué no vamos por el sendero? — preguntó Cassandra después de tropezar por
tercera vez con una raíz. Keryn se volvió y sonrió. Cassandra sólo vio los dientes blancos en
las sombras. Se estremeció.
— El Bosque decide donde irá uno cuando entra. Y yo no tengo mucho tiempo para
sus chistes, — dijo. Luego agregó: — Pero, si alguna vez viene aquí sola, tenga cuidado.
Confíe en el Bosque, y él no le hará ningún daño.
Los Guardianes del Trígono. 97
Sandra Viglione.
como un mentor. Y el Árbol pronto advirtió que se necesitaba a alguien más: el Restaurador.
Lo llamaron Guardián. Es el otro lado del Trígono. El Sabio en un extremo, los Tres en el
medio, y el Restaurador en el otro extremo, manteniendo el contacto con el mundo sin
magia…
— ¿Por qué me dice todo esto?
— Ah, porque todos ellos olvidaron estas cosas. Necesitan que alguien les recuerde las
viejas tradiciones.
— ¿Y qué tal el Sabio?
— El Anciano Mayor Aurum es demasiado joven para recordar, — dijo Nero
serenamente. Él era probablemente el único ser en el Trígono o el bosque capaz llamar joven
al Anciano Mayor. — Y me han dicho que usted es una excelente narradora.
— ¿Y?
— Mi pedido es muy simple. Lea, aprenda, y cuénteles esta historia. Alguien debe
levantarse como Guardián. Quizás su historia inspire a la persona adecuada.
Cassandra suspiró con alivio. Era un pedido fácil de satisfacer.
— Está bien, no hay ningún problema… Eso es fácil hacer, pero ¿por qué me trajo
aquí para pedírmelo? ¿No podía decírmelo Keryn?
El Rey soltó una risa como un relincho.
—Sí… y no. No me gusta acercarme al castillo, por un lado, y sentía curiosidad, eso es
todo… — Cassandra se rió junto con él.
—¿Así que la viste? — preguntó Fara en voz baja. La serpiente, Joya, se enroscó en el
aguamanil dónde había pasado tranquilamente la noche. Fara había notado su ausencia la
noche anterior, pero no le dio importancia. A Joya le gustaba vagabundear, y solía ser muy
discreta. La lengua de Joya tembló un poco. Fara sonrió.
— Ella se fue con Nero. ¿Sola?
La serpiente sacudió la cabeza.
— Hm. No me gusta esto. Keryn se está entrometiendo de nuevo.— La serpiente hizo
algunos ruidos que distrajeron a Fara.
— Ah, Nero la convocó, y Keryn era el mensajero. Eso está mejor. Ahora, mi querida,
¿qué le dijo el Rey a esa bruja falsificada? ... Oh-ho, está bien, Cassandra, ¿qué le dijo Nero a
Cassandra? — La serpiente había calmado cuando él retiró el adjetivo. Obviamente esa mujer
también había encantado a Joya, pensó Fara. Pero si no era bruja, ¿cómo pudo? Tenía que ser
Los Guardianes del Trígono. 99
Sandra Viglione.
una bruja. Si no, Nero no la llamaría. Y los Guardianes no la habían dejado entrar… y
quedarse. Había sentido la magia en ella, débil, pero palpitante. No sabía de donde podía
venir, era antinatural. Y temía que fuera de la rama oscura. Debía estar alerta. No importaba
cuánto su risa y su pelo lo recordara a la otra. Debía mantener las puertas a salvo. ¿Las
Puertas? Ah, quizá ésa era la respuesta. Descartó cualquier otro pensamiento y se concentró
en la historia que Joya estaba intentando relatar.
— Hoy empezaremos a estudiar antídotos para venenos comunes, — anunció Fara con
alegría perversa la mañana siguiente. — Veamos cómo se manejan con este.
— ¿Por qué está tan contento? — Calothar susurró a Drovar y Drovna. Ellos se
limitaron a encogerse de hombros.
Cassandra entró en ese momento. Fara la miró con ojos brillantes.
— Profesora, llega tarde, — dijo divertido.
— Eh... yo... Lo lamento. Me dormí, — murmuró Cassandra. Parecía todavía cansada.
— Una noche agitada, quizá — dijo Fara malicioso.
— No tiene idea… Llegaron los paquetes de suministros… — Fara pareció un poco
desilusionado.
— Oh, eso... No importa. ... Supongo que usted ayudará con la demostración de hoy.
— Sí, claro. Como de costumbre. Ningún problema… — contestó Cassandra
arreglándose la túnica mal abrochada y ahogando un bostezo. Había estado levantada toda la
noche. Después de dejar a Keryn y Nero, había localizado la caja que contenía el cofre de
Zothar, y lo había llevado hasta su cuarto. No pudo contenerse. Trabajó un par de horas en la
cerradura, sin éxito. Por fin acabó por sisearle a la caja “Ábrete, maldita cosa,” y la cerradura
saltó y se soltó, y el cofre se abrió. Los pergaminos estaban allí, como Inga había dicho.
Cassandra los tocó con las puntas de los dedos, muy cuidadosamente, temiendo que se
deshicieran en sus manos. Después de todos, tenían casi mil años de antigüedad. Pero la
magia los había conservado en excelentes condiciones. La escritura era rara. Las letras
parecidas estar arrastrándose a lo largo de la página como pequeñas serpientes.
— ¡Qué horrible letra! — había pensado, un segundo antes de darse cuenta de que era
un idioma desconocido. Debía estudiar. Y rápidamente, porque no había tiempo. Nero lo había
dicho. Y la pesadilla…
— ¡Profesora! — Cassandra regresó bruscamente a la clase. Fara la reclamaba desde
el escritorio. Fue hacia allá.
Los Guardianes del Trígono. 100
Sandra Viglione.
Fara había seleccionado una de las pociones. Había vertido unas gotas en un vaso.
— Profesora, siéntese. Será mejor, — y le dio el vaso. Cassandra lo removió en
círculos y olisqueó ligeramente los vapores.
— ¿Cianuro? — preguntó en voz baja. Fara asintió con una mueca. No esperaba que
ella reconociera el veneno. Ella levantó una ceja y bebió el vaso de una vez. Si él esperaba
miedo, ella estaba lista para desengañarlo. Los estudiantes la miraban fijamente, asustados,
sin atreverse a decir nada. Se produjo un silencio tenso que Fara no tenía la menor intención
de romper.
Cassandra dijo con tranquilidad:
— Bien, profesor. Dígale a Sylvia que cuide de mis plantas. Usted puede guardar el
cofre blanco, si devuelve a Gertrudis los libros apilados sobre él. El resto, que el Maestro lo
distribuya.— Cassandra respiraba despacio y controladamente. Miró su reloj. — Lo bebí hace
un minuto y medio, así que está llegando al intestino en este momento. La absorción será
rápida, porque no desayuné. ... ¿Saben ustedes cómo funciona el cianuro? — preguntó.
Fara la miró. Maestra hasta el fin. Pero nadie, ni siquiera Solana se atrevió a
responder.
— Asfixia. El cianuro bloquea el transporte de oxígeno por la sangre. Todavía estoy
respirando, pero oxígeno no alcanza los tejidos… No sé si es mi imaginación, pero me está
faltando el aire… — Cassandra siguió hablando con aparente calma, pero en el fondo, ella
luchando con el miedo. — Después de que me desmaye, tendrán unos cuatro minutos para re-
oxigenar el cerebro. Si no, no se molesten. No quiero daño cerebral permanente…
Cassandra se esforzó por respirar despacio y profundo. Se aferraba a los brazos de la
silla con manos que parecían garras, y era evidente que ella estaba intentando por todos los
medios no ceder a la histeria. Empezó a respirar por la boca, ávidamente. Sus ojos se pusieron
vidriosos, y luego se desmayó.
— Acuéstenla en el suelo, — ordenó Fara. — Para usar este antídoto, deben esperar
hasta que la víctima se desmaye. Necesito que dos de ustedes le quiten los zapatos y cuiden
que la sangre siga circulando por sus pies. Ustedes dos, masajeen sus manos. La sangre tiende
a reducir la velocidad cuando sobreviene el paro respiratorio. Aprendiz Kendaros, sostenga su
cabeza, y tómele el pulso, en el cuello, así…
Él sacó una botella con un líquido dorado que relucía cuando lo movía. Cassandra dejó
de respirar.
Los Guardianes del Trígono. 101
Sandra Viglione.
— Dado que ella no puede tragar, deben verter esto en su garganta y empujarlo con
magia.
Vertió un trago en la boca de Cassandra. Los estudiantes no lo sabían, pero le había
dado más de lo que era estrictamente necesario. No quería fallar.
Puso una mano en su frente y empezó a recitar un hechizo. De su mano, de sus dedos
comenzaron a salir unas líneas de luz que pronto cubrieron la cara de Cassandra y entraron
por su boca y nariz. La luz brillaba a través de su cuerpo mientras el hechizo empujaba el
antídoto junto con ella. Cuando la luz alcanzó las manos y los pies, Fara se detuvo. Cassandra
respiraba normalmente ahora.
— Aprenderán el hechizo la próxima semana. Trabajaremos en el antídoto la próxima
clase. — Señaló la botella de líquido dorado en el escritorio. — Fin de la clase.
— ¿Y la profesora Troy? — se atrevió a preguntarle Calothar.
—Volverá en sí en veinte minutos, más o menos.
En ese momento, Cassandra se movió y abrió los ojos. Fara la miró sorprendido. Ella
abrió y cerró los ojos varias veces.
—Estoy mareada… — dijo.
—Ha regresado demasiado pronto, profesora. La llevaré a la enfermería. Ustedes
pueden retirarse. La clase ha terminado.
Las piernas de Cassandra la sostenían apenas. Se apoyó en Fara.
—Lo lamento… estoy muy mareada… — murmuró.
—Está bien.— Fara la sostuvo por la cintura y la llevó arriba.
Capítulo 11.
El cuento.
Cassandra se levantó hacia media tarde. Aprovechando que la enfermera no estaba por
allí, se vistió y salió furtivamente fuera de la enfermería. Si la hubiera encontrado, la señora
Corent la habría retenido hasta el día siguiente. Le encantaba tener personas a su cuidado.
Cassandra salió al prado. Respiró con deleite el aire fresco de la tarde. Pasaba
demasiado tiempo encerrada allá abajo. Pero ahora no tenía mucho tiempo para pasear. Ya
había perdido media tarde y tenía mucho trabajo pendiente. Así que se decidió por una
caminata rápida hasta el lago y regresar para ponerse a estudiar de nuevo. El cofre blanco la
estaba esperando.
— Ah, profesora… Por fin la encuentro, — dijo una voz familiar cuando estaba a
punto de emprender el regreso.
— ¿Maestro? — Ella sonrió complacida; no lo había visto durante semanas.
El anciano devolvió la sonrisa.
— Ah, profesora, siempre es un placer verla. Alguien dejó esto para usted en la
enfermería, — dijo.
— Hermoso. ¿De quien...? — Acercando el jazmín a la cara, aspiró el perfume y
sonrió. — Kendaros. Siempre falla en el perfume. Demasiado benzoato de etilo… sin
embargo es delicioso.
— ¿Kendaros ha estado cultivando jazmines?
— Por el perfume, los debe haber sacado de su varita. Pruébelos. El olor es un poco
artificial, la proporción de los benzoatos de etilo y metilo no es la que... Lo siento.
Deformación profesional. Pasé algún tiempo trabajando en cosmética…
El Anciano sonrió.
— Kendaros se ha superado mucho este año…
Cassandra sonrió.
— Se ha estado esforzando…
— ¿Solo?
— Con un poco de ayuda. Mínima, se lo aseguro, — dijo ella.
— Por mí, está bien. Algunos chicos necesitan una atención más personal que otros.—
Y el viejo Maestro le apretó el brazo. — Y me alegro que alguien esté listo para dárselas.
Los Guardianes del Trígono. 105
Sandra Viglione.
Era una noche como cualquier otra noche, pero el reciente envenenamiento de
Cassandra parecía hacer que todos tuvieran un ojo sobre ella. Lamentó profundamente haber
subido al comedor, se habría sentido mucho mejor cenando sola en sus habitaciones.
— ¿Por qué se lo permitiste? — preguntó Sylvia por tercera vez y Cassandra se
encogió de hombros de nuevo. No podría decirlo.
— Podrías haberte negado, — siguió Sylvia. Y Cassandra se encogió de hombros de
nuevo.
— Ya veo que no quieres hablar de ello, — dijo Sylvia. Y Cassandra quitó su atención
de los postres, y sonrió. Entonces, para su alivio, una sombra se paró a su lado.
— Profesora, — Kendaros empezó titubeante. — Yo, nosotros nos preguntábamos...
¿no nos contaría una historia, como la de la otra vez?
— ¿La otra vez?
— Aquella noche, cuando vino su amigo…
— ¿Hoy? — protestó Cassandra.
— Vamos, profesora, háganos el gusto, — pidió Gertrudis desde el otro lado de la
mesa.
Cassandra miró al Anciano Mayor que sonrió complacido y asintió. Así que se puso de
pie. Había silencio alrededor. Incluso Sylvia, que tenía sus razones para estar enojada con ella,
le sonrió.
— Bueno… — ella echó una mirada pensativa a su alrededor, y su atención se detuvo
en los estandartes de las paredes. — Bueno, — repitió. — ¿Me ayudas, Ken?
Cassandra llevó a Kendaros al centro del salón, y susurró algo en su oído. Kendaros
gritó:
— ¡Fuego! — y una llamarada de fuego se levantó en un rincón como una columna.
— ¡Agua! ¡Tierra! — y una columna de agua y otra de piedra formaron un triángulo perfecto
alrededor de ellos. Entonces, Cassandra hizo que Kendaros apuntara al suelo, allí en el centro:
— ¡Aire! — y un torbellino brotó en ese punto, y subió alto, cubriendo las tres columnas.
Cassandra soltó la mano de Kendaros y le susurró:
— Gracias.— Kendaros se sentó.
Remolinos de niebla se retorcían entre las columnas reflejando sus colores. Las luces
en el salón disminuyeron y Cassandra empezó:
— Hace muchos años, incluso siglos, un mago de Fuego encontró a una hechicera de
Aire, y descubrieron que su poder era más fuerte cuando estaban unidos. Más fuerte, pero
Los Guardianes del Trígono. 106
Sandra Viglione.
incompleto. Pocos días después de la boda, una pareja llamó a su puerta. La bruja de las
Flores estaba allí, ella y su marido. Su poder se hizo más fuerte, más fuerte pero todavía
incompleto. Buscaron por todas partes, pero no podrían encontrar la porción perdida del
poder y el conocimiento. Así vivieron por muchos años. Con el paso del tiempo, la amistad
creció fuerte, y sobrellevaron juntos los malos tiempos y disfrutaron de los buenos.
Encontraron que no solo su poder había aumentado, sino también su conocimiento. Y un día,
cuando llegó el momento, un hombre golpeó a su puerta. Un mago de Agua, el que faltaba.
Como la vez anterior, la voz de Cassandra llenaba el salón con tonos suaves,
hipnóticos. Se movía ligeramente tras las cortinas de niebla y las ondas de niebla tomaron
forma y se colorearon ante sus ojos asombrados. Vieron una figura de llamas, una silueta de
viento, y un par de figuras de tierra y piedra que se reunían. Luego, el fuego y el aire se
mezclaron en la forma de un fénix, mientras las figuras de tierra formaron un pegaso. En ese
momento entró otra figura: estaba hecha de agua, y esta se transformó en una gran serpiente
alada, la naga de agua. Ellos, los tres, se reunieron en el centro, trenzándose para formar una
columna muy alta, que parecía un árbol. Luego, el árbol desapareció para dejar lugar a los
cuatro magos. Arthuz, Zothar e Ingelyn hicieron un círculo, e Ingarthuz estaba de pie en el
medio. La visión del Trígono salió del corazón de Inga y lleno la escena. Los magos
desaparecieron.
— Durante mucho tiempo trabajaron juntos, y el Trígono floreció en ese tiempo. Sin
embargo, los enemigos se levantaron, y hubo necesidad de pensar en defenderse, o
desaparecer. Los enemigos se levantaron, y las viejas barreras los detuvieron... un tiempo.
Pero no para siempre. Algunos de los enemigos recibieron ayuda de lugares oscuros. Los
Tres no se percataron a tiempo. Y el Trígono fue localizado y sitiado. Los magos se reunieron
a deliberar.
Las imágenes cambiaron rápidamente. Tuvieron imágenes fugitivas de una batalla a
las mismas puertas del Castillo. Vieron huir a los unicornios, y a los centauros luchando.
Algunos de ellos eran humanos. Otros, como sombras que salían del círculo de piedras. Y
vieron a los Tres saliendo a las puertas, y luchando. Un ruido de trueno, y la tierra tembló a la
orden de Ingelyn; un relámpago ardiente, y las llamas se levantaron para rodear a los
enemigos; una llamada fuerte, y la llovizna y la lluvia arrastraron lejos a las tropas. Una luz
amarillenta, como de tormenta, iluminó el prado. Una flecha voló y golpeó a alguien detrás de
Zothar. Él se volvió. Un aullido terrible salió de la imagen helando al público. “¡Fiona!”
Los Guardianes del Trígono. 107
Sandra Viglione.
Capítulo 12.
La Puerta.
— Como alguno de ustedes habrá seguramente notado, hemos invertido este ciclo en
estudiar las antiguas fuentes de la magia, la magia relacionada a los objetos. Hemos trabajado
con magia de la tierra en los amuletos de piedra y madera, y en las hierbas curativas, y
trabajamos con la magia del agua en las pociones: los venenos y los antídotos. Hemos dejado
para el final la magia relacionada con el fuego. Permítanme decirles que esa clase de magia no
es para todos. Muchos magos consideran lo contrario: que el fuego es la primera y la más
Los Guardianes del Trígono. 114
Sandra Viglione.
simple de las fuerzas. Pero esos mismos magos han caído atrapados por alguna clase de esa
supuestamente simple magia de fuego. Durante el resto de este ciclo, proseguirán estudiando
esas fuentes por su cuenta, y podrán comenzar con las siguientes etapas: la magia relacionada
a la energía, al espíritu y a los símbolos. No importa cómo empleen los siguientes meses, el
próximo año no será fácil, a menos que hagan un esfuerzo más serio y dediquen mucho más
tiempo a sus tareas. Hoy, en la Fiesta probablemente comprobarán cuánto hay todavía para
aprender, y cuán poco han progresado.
Los estudiantes se habían detenido con las cosas a medio guardar. Fara había hablado
con su acostumbrado tono despectivo, y ellos no podían decir si eso era un adiós o el principio
de un discurso. El silencio prolongó por medio minuto y entonces Cassandra decidió por
todos ellos. Dijo en voz alta:
— Entretanto, vayan, diviértanse, y vuelvan pronto, listos para aprender algo nuevo.
¡Felices vacaciones!
El suspiro de alivio fue audible para ella, pero, mientras sonreía a los estudiantes que
pasaban, rogó que Fara no lo hubiera oído. Sin embargo, él la miraba desde el escritorio con
una expresión curiosa.
Fara los había guiado al comedor. La mayoría de las clases mayores ya estaban allí.
Cuando entraron, Cassandra notó que habían formado un gran círculo, y los aprendices más
jóvenes estaban sentándose en el medio. Reconoció uno o dos de los estudiantes mayores, de
las clases de Sylvia que ella había visitado frecuentemente. Cassandra siguió a los estudiantes
tan lejos de Fara como pudo. Suponía que él no estaba en su mejor humor. Así que se mezcló
con los estudiantes, y se sentó entre ellos, en el fondo.
— ¡Estudiantes! ¡Aprendices! ¡Ayudantes! ¡Profesores! ¡Maestros! ¡Y Comites! — El
Anciano Mayor estaba en el medio del círculo. Un silencio profundo se hizo en el salón. —
Ha llegado el momento. Esta noche es la Fiesta de la Puerta de la Primavera. Estoy seguro
que sus profesores ya les han explicado la importancia y el significado de esta celebración.
Así que no los molestaré con más de eso. Este año tenemos una celebración singular. Este año
todos y cada uno de nosotros, los habitantes del castillo, vamos a entrar por la Puerta. Este
evento sólo se repite una vez cada siglo, y yo me alegro que había pasado precisamente este
año, exactamente hoy. Hoy es una fecha para celebrar, y para recordar. Hoy, todos ustedes han
probado ser dignos y por ello este día maravilloso, el Portal se abrirá para todos. La Puerta se
abrirá, y aquellos de nosotros que estemos preparados pasaremos el umbral. Así que solo me
Los Guardianes del Trígono. 115
Sandra Viglione.
queda una cosa más que decirles: ¡Nos vemos del otro lado! Buena suerte, y felices
vacaciones.
El Maestro concluyó con los brazos en alto, y profesores y estudiantes empezaron a
aplaudir. Cassandra los imitó, aunque no estaba muy segura de qué se suponía que debía
hacer. Echó una mirada alrededor. Solana estaba unos lugares más adelante. De algún modo la
muchacha la descubrió y demoró en levantarse lo suficiente para permitirle que le diera
alcance.
— ¿Profesora? — le preguntó en voz muy baja. — ¿Está bien?
— Ni idea, realmente. ¿Qué se supone que tengo que hacer?
— No tiene porqué preocuparse, profesora. Usted es una invitada. Ellos no querrán
que entre. Probablemente la dejarán quedarse afuera.
Cassandra sonrió, aunque no estaba tan segura. Fara tenía su propio sentido del humor,
y ella no confiaba en él en lo absoluto.
A una señal del Anciano, todos empezaron a caminar, saliendo del comedor.
Se oían murmullos por todas partes, y Cassandra estaba perpleja. Dejó que los chicos
la fueran pasando, uno después de otro, y se encontró caminando junto a Fara.
— Ah, no, usted no escapará de esto, — le dijo entre dientes. Cassandra levantó la
cabeza. Él no estaba mirándola, pero cuando intentó quedarse detrás, él la tomó por el codo
con un movimiento tan rápido como el de una serpiente, y la apretó firmemente.
— ¿Sabe? — dijo en voz muy baja, casi soñadoramente. — He estado esperando por
esto todo el semestre. Me preguntaba qué pasaría si usted intentaba cruzar el Portal…
— Parece que tendrá su respuesta, — dijo Cassandra en un susurro. Su tono era
venenoso, y ella se sentía súbitamente asustada.
Fara la miró y sonrió.
— Sí, parece que así es.
La pared blanca estaba frente a ellos.
Se habían detenido junto a la pared blanca, junto a las escaleras, un piso por encima de
los laboratorios de Fara. Parecía estar bajo la escalera de mármol, y después de un segundo de
confusión, Cassandra empezó a sentir algo más. Todos estaban muy callados ahora, y el
silencio le trajo algunas voces, sus voces imaginarias, con la diferencia de que el resto de las
personas parecían estarlas escuchando también. Ella miró a Fara, pero él miraba fijamente la
pared blanca, como si quisiera hacer un agujero en ella con su mente. Pero eso no será
Los Guardianes del Trígono. 116
Sandra Viglione.
necesario, dijo una voz en la mente de Cassandra: la Puerta está a punto de abrirse. Pero ella
no veía ninguna puerta, ¿o sí? Lentamente algo cambió en la pared. Como había pasado en la
cámara de Zothar, ella sentía que algo estaba acercándose. Algo grande, magnífico, enorme…
Y una especie de luz y sombra se movió en la pared. Cassandra se volvió hacia Fara,
queriendo preguntarle, pero entonces la luz los deslumbró, y ella no vio más.
Ella estaba de pie en una colina verde, el césped acariciaba sus pies, y la brisa su
cabello. El castillo y las personas en él se habían ido. La luz del sol era dorada, y el aire
llevaba el perfume de miles de flores que ella no podía ver. ¿Primavera? Era la más hermosa
de las Primaveras, y sentía que ésta duraría para siempre.
— Interesante, — dijo una voz a su espalda.
Cassandra se volvió para ver a Fara. No levaba su ropa de costumbre sino una túnica
de lino blanca.
— ¿Dónde estamos?
Él resopló.
— En el interior del Trígono, claro. El verdadero Trígono.— Él echó una mirada
alrededor, como buscando algo. — Interesante, — repitió.
— ¿Que? ¿Se le ha perdido algo?
Él la miró de arriba abajo, como de costumbre, evaluando cuánto debía decir.
— Sí. Pensé que usted entraría por allí.
Cassandra miró en la dirección que él estaba señalando y vio un grupo de aprendices
luchando contra un enorme monstruo. Se movió hacia ellos, pero Fara la detuvo.
— Muchos de nuestros aprendices sienten que deben pagar un precio para entrar en
este lugar, — dijo con clama.
— Comites, ¡están en peligro! — gritó Cassandra. Un muchacho había caído bajo la
garra del monstruo. El Comites, sin embargo siguió deteniéndola y habló con la misma voz
indiferente.
— Este lugar les proporciona el desafío exacto que ellos necesitan. Si ellos piensan
que necesitan vencer a un monstruo eso es lo que conseguirán. Además, Opptekee no es mal
Guardián de la Entrada.
Cassandra seguía atenta al progreso de la lucha allá abajo. A pesar de las palabras de
Fara, estaba nerviosa por el resultado. No importaba lo que él dijera, el monstruo no estaba
Los Guardianes del Trígono. 117
Sandra Viglione.
bromeando, y la lucha le parecía muy real. Uno de los muchachos gritó con angustia, y
Cassandra se soltó de Fara con cierta violencia.
— ¡Este no es ningún juego! ¡Es real! — dijo.
— ¿Acaso dije que no lo fuera? Claro que es real. Es lo que ellos necesitan: una
batalla real, con sangre real. Y el riesgo real de resultar heridos.
— Pero usted, el Maestro... seguramente no permitirían… — empezó Cassandra.
Entonces ella lo miró. Él le sostuvo la mirada. — Nooo… — Ella abrió la boca. Allá abajo,
los gritos habían cambiado de tono. Ahora parecían gritos de victoria. Cassandra miró a los
aprendices y al monstruo que desaparecía entre nubes de humo. No quedó nada.
— Tenemos que ir y ver si están heridos, — dijo ella.
— Alguien más lo hará.
— ¡Comites! ¿¡Qué le pasa?! ¡Ellos son su responsabilidad!
Él la miró y entonces, ante su furia, se encogió de hombros.
— Estoy haciendo mi trabajo, — dijo. — Y ellos están haciendo el suyo…
Cassandra vio, desde la colina, cómo un grupo de criaturas, de las más diversas
especies, se acercaba a los estudiantes y los llevaba a un prado a los pies de la colina.
— Cada uno tomará a un estudiante, para cuidar de él y enseñarle. Un amigo en este
lado del Portal, un alumno en el otro lado.— dijo Fara, observando la fiesta allá bajo la colina.
— Vamos con ellos, entonces, — dijo Cassandra. — Quiero conocer a las personas de
aquí. ¿Es ese un elfo?
— ¿Quién?
— El alto, junto a Solana…
— Sí.
— Y eso es una… bueno, no tengo idea lo que es eso. La chica de agua.
— Una ninfa de agua, — dijo él con tono aburrido.
— Oh, vamos. ¡Quiero hablar con una dríade! Y… uno de aquellos. ¿Qué son? Y los
pequeños. ¿Son duendes? ¡Por favor!
— Vaya, si gusta. Yo tengo algo que hacer.
De repente eso, cualquier cosa que fuera, se volvió más interesante que las criaturas de
abajo.
— ¡Djavan!
Fara se volvió con una sonrisa. Cassandra también se volvió. Una mujer centauro de
pelaje muy negro estaba subiendo graciosamente la colina.
Los Guardianes del Trígono. 118
Sandra Viglione.
— No. Pero me gustaría… quiero decir, quizá ellos ya están en el castillo y están
buscándome.
— No están en el castillo y no están buscándote. Estarán ocupados hasta la cena, creo.
Algunos de ellos incluso estarán ocupados durante toda la semana. El Anciano Mayor, durante
dos. Éste es un lugar de aprendizaje. Aprender lleva tiempo, y tenemos todo el tiempo del
mundo.
Cassandra suspiró.
— Aprender requiere de un maestro, — dijo.
— Eso es fácil de solucionar. Vamos a ver a los árboles…
— ¿Los árboles?
— ¿No querías conocer a una dríade?
Cassandra sonrió y se paró de un salto. De pronto comprendió que Nero era su Guía.
El día prometía ser perfecto.
Una hora más tarde, alguien golpeó a su puerta. Cassandra espió fuera.
Los Guardianes del Trígono. 120
Sandra Viglione.
— Comites Fara, ¿ya regresó? Pase, pase, por favor... Casi hemos terminado…
Ella llevó Fara hacia el patio que ella usaba como oficina. La luz de la luna se filtraba
a través de la claraboya.
— Nunca estuvo aquí, ¿no?
— No.
Cuando Kendaros lo vio, se puso rígido. Cassandra ignoró su expresión de miedo.
— Bien… Un mago debe, ante de todo, entender e interpretar las señales. Yo construí
un mensaje aquí. ¿Puedes leerlo?
— No... — susurró Kendaros.
— ¿Y usted, Comites?
Fara sacudió la cabeza. No veía adonde quería llegar, y empezaba a sentir curiosidad.
— Díganme qué ven, — pidió Cassandra.
— Un cantero con flores, sillas, una mesa…
— ¿Comites?
— Una fuente con plantas acuáticas, una estufa encendida, una bolsa de tierra abonada
en el rincón…
— Mm… miren el suelo, por favor.
— Una espiral, — dijo Kendaros.
— De hecho son dos. Una blanca en sentido horario, y otra negra en el sentido
contrario. Trazan un diseño de tonos grises que confunden la vista. ¿Saben lo que significa la
espiral?
— No.
— El círculo simboliza lo completo y lo infinito. Pero la espiral es mejor. Es…
— Evolución, — completó Fara. Ésa era una vieja lección a medias olvidada para él.
— Exactamente. Ahora, miren las esquinas de este patio.
— Tierra, Agua, Fuego y… — observó Fara.
— Hay un cristal faltante en la claraboya. ¡Aire en la cuarta esquina! — completó
Kendaros.
— ¡Excelente! Ahora, ¿Cuál es el mensaje?
Kendaros miró a Cassandra, y luego, fugazmente a Fara.
— No lo sé, — dijo con desesperación.
— Probemos esto. Comites, póngase allá, junto al agua, y tú, Ken, aquí, junto a la
estufa. Fuego para ti... Ahora, quiero que golpeen el suelo y se concentren.
Los Guardianes del Trígono. 121
Sandra Viglione.
En el momento ellos golpearon el suelo, el suelo se iluminó con colores. Una espiral
verde empezó en el centro y acabó en la fuente, bajo los pies de Fara. Otra espiral, color rojo
empezó también en el centro y bajo los pies de Kendaros.
— Observen, — dijo Cassandra.
— ¿Qué significa? — preguntó Kendaros.
— Evolución. El Comites se ha desarrollado con poderes del elemento Agua.
Intuición, percepción... Tú, con poderes del Fuego, — explicó Cassandra.
— ¿Fuego? ¿No dijo el Comites que era el más difícil?
Kendaros miró a Fara como buscando apoyo. Fara no dijo nada.
— Ken, ¿sabes lo que significa tu nombre?
— No. ¿Qué tiene que ver eso?
Cassandra sonrió.
— Para muchos magos, la magia consiste en colores. Ellos enfocan los colores y se
concentran en ellos para hacer magia. Otros ven formas. Para otros, se trata de sonidos. Por
ejemplo, yo oigo voces en este lugar. Supongo que otros percibirán la magia como olores o
sabores... Para algunos, es energía. Enfocan el poder desnudado de toda forma. Esos suelen
ser los más poderosos...
Kendaros continuaba sin comprender a dónde quería llegar ella.
— Tu nombre significa “Luz en la noche”, — dijo Cassandra.
Fara hizo un movimiento súbito. Cassandra lo miró, pero él ya se había dominado.
Continuó:
— Si quieres ser luz, tendrás que tomar fuerzas de los cuatro elementos, no importa
cuál sea el tuyo. Necesitas los otros. Necesitas evolucionar hacia el equilibrio.
Cassandra hizo una pausa.
— ¿Qué fue lo que tu Guía te dijo?
— ¿“No me pises”?
Cassandra se rió, y Fara frunció el entrecejo. Kendaros sonrió.
— Él dijo…eh… que el fuego es bueno, pero necesita ser cuidado...
— Bueno. ¿Cómo cuidas el fuego? ¿Con qué lo alimentas?
— Madera.
— Que nace de...
— ¡Tierra! Nace de la tierra.
Los Guardianes del Trígono. 122
Sandra Viglione.
— Y las plantas respiran aire, y beben agua... Equilibrio. ¿Ves? Ahora presumo que tu
cambiante amigo te ha dado una tarea...
Ken se movió nervioso.
— Sí. Quería que encendiera fuego en una botella cerrada. Un fuego que no se
apagara.
— ¿Y bien? — intervino Fara. Parecía súbitamente interesado.
El chico se encogió de hombros.
— No se puede, — dijo. — El fuego se apaga porque no tiene aire...
Fara pareció desilusionado. Cassandra tomó la palabra.
— Tu Guía te estaba enseñando la dependencia de los elementos, cómo...
— No.
Cassandra se volvió a Fara. Él repitió:
— No, nada de eso. Usted no entiende. La magia es... magia. Si él no puede creer que
es posible encender un fuego en una botella, nunca va a lograrlo. Y no puede ser luz si no es
primero fuego.
Cassandra lo miró unos momentos. Luego retrocedió hasta el armario donde guardaba
la vajilla y sacó una pequeña botella.
— Pues bien... — dijo.
Fara la miró.
— No. Yo puedo hacerlo. Es él quien tiene que lograrlo.
Cassandra lo miró todavía unos momentos, pero él no se inmutó. Ella se volvió a
Kendaros.
— Y bien, nos toca a nosotros entonces, — dijo. — Vamos a intentarlo. Cierra los
ojos... — Ella se paró detrás del chico y apoyó las manos suavemente sobre sus hombros.
Susurró apenas: — Piensa… Fuego... alimentándose de la tierra, compartiendo su fuerza.
Alimentándose del aire, respirándolo, compartiendo su movimiento. Consumiendo el agua,
convirtiéndola en vapor, dándole movilidad... Piensa, míralo en tu mente, siente el calor entre
tus dedos... — A medida que Cassandra hablaba, unas llamitas empezaron a brillar en la
botella. Cassandra soltó los hombros del muchacho y retrocedió hacia la estufa.
— Mira — dijo. Kendaros abrió su boca y casi deja caer la botella por la sorpresa. Lo
había logrado. Pero mientras lo miraba, el fuego empezó a menguar.
— Tienes que mantenerlo vivo, — dijo Fara. — Si no, no servi...
— Sí servirá. Es un comienzo. Apuesto a que usted no lo logró la primera vez.
Los Guardianes del Trígono. 123
Sandra Viglione.
Fara no replicó.
— Creo que es suficiente por hoy. Conserva la botella. ¿Practicarás en las vacaciones?
— le dijo cuando lo acompañó a la puerta.
— Sí, claro.— Kendaros ya estaba en el corredor. — Eh... profesora…
Él movió su varita. — Gracias, — y le dio un bonito jazmín.
Capítulo 13.
La llamada del Guardián.
Durante la noche, el cielo cubrió de nubes y por la mañana amaneció lloviendo. Era el
último día antes de las vacaciones, y la lluvia se llevaba la última nieve. Pero era un día gris y
triste, y el castillo se sentía vacío y solitario. Muchos de los estudiantes todavía estaban del
otro lado. Muchos otros se estaban preparando para partir. Cassandra caminaba sin rumbo por
los corredores, recordando las primeras semanas en el castillo. Después del día largo día
pasado con Nero ningún lugar le parecía peligroso. Pero algunos lugares eran más fríos que
otros.
Ese día, paseando por allí, ella encontró un largo pasillo. Muy, muy largo. Lo siguió.
Demoró algún tiempo en darse cuenta de que era el corredor a la Torre de Inga. Había pasado
mucho tiempo. De repente, el sentimiento de asombro que ella había experimentado en esa
torre la invadió, y sintió deseos de experimentarlo de nuevo. Se dio prisa a lo largo del
corredor, temiendo que alguien la encontrara y la detuviese. Se le iba un poco la cabeza, y su
mente no estaba clara. Era como algo estuviera llamándola. Y de pronto, la puerta doble de
madera apareció ante ella.
— Ah, — suspiró. La puerta estaba cerrada y ella no tenía varita para abrirla. Acarició
el pestillo. — ¡Cómo desearía que estuviera abierto! — suspiró de nuevo. Y el hilo de luz azul
brilló claro en la cerradura. Cassandra soltó el pestillo y retrocedió un paso.
Miró alrededor. ¿Podría haber sido Fara, o Gertrudis, o aún Sylvia? No, no había nadie
allí. La puerta había escuchado su deseo, y se había abierto. Miró a un lado y al otro, e
inspirando profundamente entró en la torre.
El cuarto vacío estaba allí, y ella tuvo la sensación que había estado esperando por
ella. La amenazadora puerta del fondo también estaba allí. Cassandra tuvo una sensación
extraña al mirarla. Por un segundo ella pensó que la puerta estaba entreabierta,
invitadoramente abierta para ella. Pero luego esa impresión desapareció, y ella se encontró
mirando el polvoriento pestillo de una puerta muy vieja. Estaba tan cerca que casi podía
tocarlo. Y se preguntó cómo había llegado tan cerca. Con cierta aprehensión retrocedió hasta
la escalera. La puerta empezó a sacudirse, y Cassandra le dio la espalda y corrió escaleras
arriba tan rápido como pudo.
Los Guardianes del Trígono. 126
Sandra Viglione.
Se detuvo sólo detuvo cuando dejó de oír los ruidos. Echó una mirada alrededor.
Estaba en una habitación circular, con seis ventanas que se abrían todo alrededor. Las
escaleras terminaban en un rincón, y comenzaban de nuevo en el opuesto. No recordaba este
cuarto de su visita anterior, pero de todas maneras, no había prestado mucha atención. Este
cuarto parecía muy cómodo. Había un banco de madera bajo cada ventana, y Cassandra se
acercó a ellos. La vista era espléndida, parecía que se podía ver todo el castillo desde aquí.
Tan claro, tan nítido… Fue de una ventana a la otra, asomándose con deleite. Incluso la lluvia
tenía un sabor dulce aquí. No la apasionada primavera que se respiraba en el jardín de
Ingelyn, sino un olor suave de flores dormidas. La última ventana estaba casi debajo del
último tramo de la escalera. Había un banco, exactamente como los otros, pero había algo
más. Bajo el banco había un viejo cofre. La cerradura, rota, parecía una gran piedra azul. El
cofre estaba abierto. Cassandra sintió curiosidad. ¿Por qué habían dejado este cofre aquí?
¿Olvidado? Era dudoso. No habían dejado nada aquí, los bancos lo probaban: estaban unidos
a las paredes. No había alfombras o tapices o mesas; toda cosa trasladable había sido llevada.
Algo en su interior le dijo que este cofre no había sido olvidado, sino dejado para que ella lo
encontrase. Pero, mirando alrededor, no pudo descubrir ninguna pista de quién podría haberlo
hecho. Así que permitió que la curiosidad la venciera y abrió el cofre. Nada extraordinario
sucedió, y aunque Cassandra no esperaba fuegos artificiales o algo así, se sintió un poco
defraudada. En el cofre sólo había un libro viejo. Ella dio un suspiro de alivio, tomó el libro y
se sentó bajo la ventana para intentar examinarlo.
Dos días después, la mayoría de los estudiantes había ido. Un silencio profundo caía
sobre el castillo así como la lluvia caía afuera, en el prado. Habiendo estudiado por su cuenta
durante seis meses en los libros que Fara le había prestado, creyó que estudiar con él
mejoraría las cosas. Mala suposición. Javan Fara resultó ser un maestro horriblemente
exigente. No levantaba la voz, no perdía siquiera la paciencia, pero sus clases eran
extenuantes. Después de varias clases de ocho horas (mañana, tarde y noche) Cassandra se
sentía completamente agotada. No era capaz de hacer ningún hechizo con la varita delante de
él. No quería ser capaz. No podía permitirse ser "capaz". No podía volverse oficialmente una
bruja ... todavía. Sin embargo, como Solana había observado, ella recitaba algunos conjuros,
pero… era la magia del dragón, ¿no es así...? Sí, la magia del dragón era lo que le daba poder
sobre el clima, que ella pudiera detener la lluvia si así lo quería. Era el poder del dragón lo
que la hacía resistente al fuego, y le daba dominio sobre las llamas. Era la magia del dragón lo
Los Guardianes del Trígono. 127
Sandra Viglione.
que le permitía forzar a alguien para que olvidara... u obedeciera. Se lo había hecho a Fara...
una o dos veces. Y ella había usado ese poder… su poder prestado, sólo un poco. Nero le
había dicho cómo funcionaba. Ella enfocaba la magia que había a su alrededor como si fuera
uno de los amuletos de Fara. Por un segundo se preguntó si Fara habría planeado el semestre a
propósito. Keryn le había dicho que no todos en el Trígono era tan ciegos… A veces ella se
sentía como rodeada y atrapada. Y además, había estudiado. Algunas cosas en las clases de
Fara, y aquel día con Nero, y todas las noches en los viejos papeles del cofre blanco de
Zothar…
El viejo libro del Inga estaba todavía bajo su cama. Intentaba leer un par de páginas
cada noche. Era una lectura difícil. Algunas páginas eran sólo historia, la del Trígono. Algunas
otras contenían hechizos, y encantamientos, y… Y Cassandra no estaba todavía lista para eso.
Pero poco a poco, comprendió que cada página que leía de ese libro se grababa en su mente, y
cada vez que leía un hechizo, o un encantamiento o cualquier otra forma de magia, eso
también quedaba grabado en su mente. Sabía que no podía callarlo mucho más; pero no se
atrevía a hablar con el Anciano Mayor sobre ellos. O con Fara. O con los demás. ¿Por qué
siempre pensaba en Fara en primer término? Debía haber alguien mejor con quien conversar
que ese mago malhumorado. Gaspar, claro, lo sabía. Ella lo llamaba todas las semanas. Se
veían en el espejo, y él la tranquilizaba. Muchas veces, durante esos días, Cassandra se
preguntó por qué había aceptado clases privadas de Fara. No encontró una respuesta para eso
como tampoco había encontrado respuesta para la otra pregunta.
Una mañana de abril, Fara perdió la paciencia.
— ¡No es posible! — dijo mirándola severamente. — No es posible que usted no
pueda hacer ningún hechizo. Sobre todo, considerando sus habilidades. Ha estudiado. Su
concentración es buena. Entiende la esencia de la magia. ¡Ha hecho que Kendaros funcione!
¿Cómo puede ser…?
— Le dije que no tengo los poderes propios. ... ¿Por qué no tomamos un descanso esta
tarde? Creo que será mejor para los dos.
— Como usted prefiera…
Cassandra pasó la tarde encerrada en su cuarto. Hacia la mitad de la tarde, Sylvia vino
a verla.
— ¿Qué pasa, Cassandra? — le preguntó amablemente.
Cassandra había pasado la tarde llorando.
Los Guardianes del Trígono. 128
Sandra Viglione.
Esa cena fue notable, aunque había escasamente quince personas en el castillo para
disfrutarla. A los postres aparecieron, en el centro de la mesa, los champiñones de nieve de
Sylvia. Se oyeron exclamaciones por toda la mesa.
— ¡Champiñones de nieve! ¡Eso que es una sorpresa! — dijo alegremente el Maestro.
— ¿De quien fue la idea? — Gertrudis preguntó. — Hace muchísimo que no los
veíamos...
— De Sylvia, — dijo Cassandra. Sylvia estuvo a punto de protestar. Fara la había
convencido, de esto y de llevar a Cassandra a volar en la lluvia. Él le impuso silencio con una
mirada. Dijo:
— Acompañamos a la profesora Troy al correo, y la Comites Florian los encontró.
Pruébelos. Supongo es su primera vez,— ordenó, sirviendo un par a Cassandra. La bandeja
circuló y se vació rápidamente. Cassandra miró su plato con curiosidad. Tenían, era verdad, la
forma de un champiñón, pero no el aroma. Parecían hecho de crema: algunos de ellos eran
rosa, otros eran lila, otros eran verdes. Fara había escogido para ella uno lila y uno verde, al
parecer su favoritos, porque eligió lo mismo para sí. Cassandra blandió la cuchara y probó.
Nunca en su vida había probado algo remotamente igual a eso. Una crema suave y fresca que
no era helado ni flan, ni budín. El verde sabía a menta, el lila, a violetas. ¡Tenían sabor a
flores! Eran la cosa más increíble que se pudiera saborear.
— Sí que fue una idea excelente! — Seguía comentando el Anciano al final de la cena.
— Sólo hay un problema… Esto nos tendrá durmiendo durante dos días.
— Por lo menos, — agregó Gertrudis agregó, divertida.
Todos parecían divertidos. Cassandra echó una mirada alrededor y encontró que Fara
también había perdido su habitual malhumor. Sonrió. ¿Dos días durmiendo? No parecía tan
malo.
Seguía pensando lo mismo cuando bajó a sus habitaciones. Escuchó a Fara entrando
en su oficina, y por los ruidos, supuso que él no iba a dormir. No importaba. Ella sí. Se puso
Los Guardianes del Trígono. 130
Sandra Viglione.
el camisón, y cuando se envolvió en las sábanas sintió de repente que el efecto de los
champiñones había pasado. Sonrió para sí, y dándose la vuelta, tomó el libro de Inga y
empezó a leer.
Hacia medianoche Fara oyó un ruido de algo que se arrastraba. Escamas. Joya, pensó.
Pero antes de que se pusiera de pie para ir a buscar a la serpiente, oyó una voz que le
contestaba. Una voz humana. Así que se levantó, y abrió apenas la puerta. Una sombra oscura
seguía a Joya a lo largo del corredor. Fara apagó las luces de la oficina y los siguió a una
prudente distancia.
Se detuvieron en la entrada. La serpiente se volvió y siseó. Fara se deslizó detrás de
una columna. La sombra contestó en un suspiro.
— Sí, está aquí. Gracias, Joya. Nunca hubiera encontrado el lugar sin tu ayuda…
La serpiente se volvió y se marchó. Fara sabía que la encontraría durmiendo en el
aguamanil o en la jarra. Pero ahora, la sombra atrajo toda su atención. La sombra se inclinó
hacia el suelo y examinó los dibujos de las losas del pavimento. Fara sabía que había una losa
diferente, casi al centro del vestíbulo, un poco hacia el costado de la escalera. La sombra se
paró exactamente sobre esta piedra. La luna alcanzó el cenit, y por una apertura disimulada en
el techo, un ligero rayo de luz blanca alcanzó a la figura. La capa cayó al suelo. Era
Cassandra.
Fara le oyó murmurar en un idioma extraño, y le vio levantar los brazos en una
invocación. La luz, temblorosa y vacilante parecía reverberar y reflejarse en el camisón
blanco de la mujer. Brilló alrededor y arriba, y él se percató que estaba formando una figura:
un árbol de luz blanca. Unos animales descendían de la luz: un fénix dorado, un unicornio
alado, y una naga color de plata. Rodearon a la mujer.
— Los Tres del Trígono, — dijo ella. — ¡Guardianes de las Ramas! Quisiera hablar
con ustedes…
Dos de los animales se transformaron en magos. En tres magos: un hombre y una
mujer salieron del fénix, y otra mujer del pegaso. La naga permaneció enroscada. Cassandra
se volvió a él.
— También contigo, Zothar, mira que eres un viejo terco… — le espetó. La serpiente
la miró de mala gana y se transformó en otro mago.
— ¿Para qué nos llamaste? — le preguntó el hombre fénix, evidentemente Arthuz.
— ¿No es obvio? — La bruja del pegaso, baja y gruesa lo interrumpió.
Los Guardianes del Trígono. 131
Sandra Viglione.
— Las cosas se están precipitando. Las pesadillas son más frecuentes. Y el Rey del
Bosque me advirtió… Temo que Althenor esté cerrando el círculo, y no estoy segura si esta
vez la primera cosa que él haga sea atacar el Trígono.
Inga e Ingelyn se miraron la una a la otra preocupadas. Inga, la bruja de azul preguntó:
— ¿Qué quieres de nosotros?
Cassandra dudó.
— Quiero que levanten un Guardián, — dijo por fin.
— No es tan fácil. El Guardián debe convocarnos primero, — dijo Zothar. — Debe oír
la llamada, y superar las pruebas para recibir la investidura.
— El Guardián debe convocarnos, y ser probado, es verdad, — dijo Arthuz. — Ya
hemos sido convocados…
— Sólo faltan las pruebas, — agregó Ingelyn.
— ¿No querrán decir que yo...? ¡No! No, no...
Inga e Ingelyn asintieron. Zothar puso una cara de indecible desprecio.
— ¿Un Guardián que apenas cruzó el umbral!? ¡Intolerable! — En su ira, lanzaba
destellos verde y plata. La imagen parecía a punto de estallar.
— Estoy de acuerdo contigo en que debemos ser prudentes, — dijo Arthuz. — Las
últimas Guardianas resultaron ser… elecciones desafortunadas…
Cassandra miró Zothar con los ojos entrecerrados. El Heredero de Zothar había
estorbado a las últimas Guardianas. Había oído hablar de eso: Alice y la otra muchacha,
asesinadas por Althenor. ¿Pero cómo? ¿Qué había pasado en realidad? Fue Inga la que puso
en palabras sus pensamientos.
— Tu Rama traicionó a las otras Guardianas. Ahora tu elección es entre tu propia
sangre y el legado tú levantaste con tus propias manos, — juzgó.
— No quiero a una forastera como Guardiana, — insistió Zothar. Pero agregó
perversamente: — Pero si ella consigue las Prendas, y si reúne las Piedras de la Prueba, yo la
aceptaré.
Una vez dicho esto, tomó de nuevo su forma de naga, y subió al rayo de luz.
— ¿Estás de acuerdo, aspirante a Guardiana? — preguntó Arthuz.
— Lo estoy, — dijo Cassandra con voz firme.
— Buena suerte, — dijo Inga, y besó su mejilla cuando ella desapareció entre las alas
del fénix.
— Muy buena suerte.— Ingelyn la abrazó. — Tenemos que proteger a los nuestros.
Los Guardianes del Trígono. 132
Sandra Viglione.
Capítulo 14.
Pesadilla.
— ¡Esta sí que es una noticia! ¡No tiene ni idea! Mi amigo Gaspar va a tener niños...
bueno, su esposa. Y no precisamente niños… Él quiere que yo sea la madrina… Y yo... yo
necesito su ayuda.
Keryn pestañeó. Cassandra estaba hablando muy rápidamente. Ella se detuvo y respiró
profundamente.
— Mi amigo Gaspar, de los Ryujin… Los dragones… Ellos... están empollando… Voy
a ser madrina de una cría de Ryujin dorados!
Keryn se enderezó y le hizo una profunda reverencia.
— Mis felicitaciones, entonces, Cassandra, — dijo formalmente. Pero sus ojos
chispeaban, felices. — ¿Qué clase de ayuda?
— Gaspar me pidió que fuera a visitarlos… cuando la incubación haya acabado... Él
va a llamarme cuando esté listo… — Ella lo miró un segundo y luego agregó: — Necesito su
ayuda para convencer al Maestro que me autorice a ir.
Keryn dejó escapar una profunda risa.
— ¡Cuente conmigo, profesora! ¡Cuente conmigo!
El día pasó lento y agradable. Fara la dejó libre, y Cassandra se arriesgó a tomar un
paseo por el bosque toda la tarde. Quizá pudiera encontrar a Nero. Debía decirle sobre la
llamada. Así que ella lo buscó por el bosque, y una y otra vez los borrosos caminos y los
senderillos la llevaban de vuelta al claro de la cascada, el lugar donde ella había conocido a
Gaspar. Recordó el consejo de Keryn: el bosque decide donde uno va, así que es mejor no
dejar los caminos. ¿Estaría el bosque intentando decirle algo? No. Sería tal vez una de sus…
bromas, como Keryn decía. Al atardecer, cansada, emprendió el regreso al castillo. Estaba
frío, pero el sol iluminaba las hojas haciéndolas cambiar de color suavemente. Había algunas
flores pequeñas bajo los árboles, pero Cassandra estaba esperando las más grandes. La
Primavera era todavía demasiado joven.
Cassandra pensaba en las Prendas de la Guardiana. La otra noche, cuando contó la
historia, casi había dejado escapar todo lo que sabia. Solana lo había comprendido de algún
modo, así que había bajado para interrogarla. Cassandra sonrió. Esa chica era muy perceptiva.
Se preguntó por qué no había recibido ella la llamada. Parecía la elección obvia… Luego
descartó el asunto. El tiempo se acababa. Sabía que algo estaba a punto de suceder, y se sentía
inquieta. Tenía que concentrarse en las Prendas. ¿Qué debían ellos... ella... buscar? ¿Y dónde?
Necesitaba tranquilizarse y pensar… pero la imagen de los ojos del Anciano y de Fara cuando
Los Guardianes del Trígono. 135
Sandra Viglione.
ella mencionó que a la segunda Guardiana venía una y otra vez a su mente. En el Anciano
había encontrado un dolor insondable. En Fara había… dolor, es cierto, pero también miedo.
¿Qué escondía Djavan Fara?
Sus pensamientos corrían mezclados. Solothar podría ser un gran vidente y un hombre
muy astuto. Había predicho que las dos primeras Guardianas serían traicionadas. Había
previsto el levantamiento de la Serpiente, la sangre de Zothar. Pero no podía haber dejado
ninguna pista sobre las Prendas, porque la seguridad de Trígono dependía del secreto. Ella
tendría que investigar en el cofre de nuevo, más cuidadosamente, sólo por si acaso. Por otra
parte, podía recurrir al libro de Inga. La biblioteca era inútil. Ella sabía que necesitaba ayuda,
pero no quería delatarse. Las otras Guardianas habían muerto antes de conseguir las Prendas.
Zothar las traicionó de una u otra manera, Inga misma lo había juzgado. Cassandra no
olvidaba la manera en que la Sabia había mirado a su Vigía. Ella no sería traicionada. Por
enésima vez, se preguntó hasta qué punto podría confiar en Fara. “Mejor que no," se dijo.
“Después de todo, él es un mago de agua, como Zothar.” Y siguió caminando por el prado
vacío.
Lentamente las vacaciones llegaron a su fin. Las clases continuaron y pronto, todos
quedaron sumergidos en el trabajo. Aunque las clases de este semestre no eran obligatorias,
cada uno había tomado su búsqueda personal muy en serio, sobre todo considerado el consejo
y la ayuda que habían recibido del otro lado. Ni los rezongos de Fara, ni las enseñanzas de
Gertrudis, ni el estímulo de Sylvia, y ni siquiera los consejos del Anciano Mayor hubieran
tenido tal influencia sobre los aprendices. Ellos pertenecían al Trígono, al verdadero Trígono
ahora.
Fara se las arregló para mantener su derecho y mantuvo a Cassandra como alumna
privada. De diez a doce, cada noche, siguió intentando hacer salir algo de magia de
Cassandra. Con poco éxito y terca perseverancia.
— Realmente no sé si usted viene porque quiere torturarme o solo le gusta el pastel de
manzana… — Cassandra había dicho una noche.
— Ambas cosas, — había contestado Fara.
Habían estado trabajando durante dos horas sin detenerse. El reloj había dado
medianoche hacía unos momentos, y Cassandra se había rendido. Fara, que nunca parecía
cansado, había aceptado. No parecía ni contento, ni fastidiado. Actuaba como si no le
importase.
Los Guardianes del Trígono. 136
Sandra Viglione.
Esa noche la pesadilla regresó. Corría por el bosque, y el bosque era hostil. Las ramas
y raíces impedían su carrera, y ella se cayó una y otra vez. La bruja pelirroja desapareció entre
el follaje. Pero ella no estaba sola. Esta vez Cassandra pudo ver quién estaba esperando por
ella.
Por la mañana, fue a la oficina de Fara. El Anciano estaba allí. Por alguna razón, ellos
no parecían sorprendidos.
Los Guardianes del Trígono. 138
Sandra Viglione.
— Volviendo a su problema... ¿Por qué cree que la haya estado teniendo usted?
Cassandra miró al Anciano un poco asustada. ¿Porqué? ¿Una advertencia?
— Eh... No... no lo sé.
Los ojos del Anciano la escudriñaron unos momentos.
— Cassandra... — dijo de repente. Y Cassandra no pudo resistir.
— Las Esporinas, tal vez... De verdad, no puedo decírselo... — dijo, mirando al suelo.
— Está bien, — concedió el Anciano. — Guarde por ahora su secreto. Pero recuerde
que no podremos ayudarla si no es honesta con nosotros.
— Yo nunca les mentí... — dijo ella, pero hasta su voz sonaba culpable.
— No diga nada más, — dijo el Maestro sin mirarla. — Javan, hablaremos más tarde.
Y el Anciano se retiró. Fara le entregó la botellita de poción para dormir sin una
palabra.
Esa noche, después de que el resto dejó el comedor, Cassandra intentó alcanzar la torre
de Inga de nuevo. Esta parte del castillo estaba abandonada. Subió un par de escaleras, entró
en un par de cuartos, buscando el corredor. Había encontrado las puertas abiertas la vez
anterior, y quizá podría encontrarlas abiertas, o abrirlas de nuevo. Fara decía que el castillo le
respondía... Y ella necesitaba ayuda ahora. Necesitaba saber más sobre las Prendas, y la
pesadilla de la noche anterior, y su relación con Fara y Aurum la preocupaban. Por fin ella
encontró un pasillo. Lo siguió. Seguía y seguía, mucho más largo de lo que ella recordaba.
Parecía un corredor interminable. Pero tenía un fin. Una puerta de madera doble lo cerraba en
el extremo más lejano. El acostumbrado símbolo de las tres joyas brillaba quedamente sobre
el marco. Tocó el pestillo y la puerta abrió. No era la torre de Inga. Era la Puerta del Fuego,
las puertas de Arthuz.
Ella no esperaba a nadie en el corredor cuando por fin salió, así que la sombra oscura
la tomó por sorpresa. Soplaron olvido sobre ella, y por la mañana no recordaba nada. En su
mesa junto a la cama encontró un botón.
Los Guardianes del Trígono. 140
Sandra Viglione.
Capítulo 15.
La ladrona.
La carta de Gaspar llegó pocos días después. Cassandra corrió afuera a ver a Keryn y
lo encontró a las puertas del castillo.
— ¡Empollaron! — llegó a decir, agitando la carta en el aire. Keryn la tomó por la
cintura y la lanzó hacia arriba. Cassandra gritó.
Fara los miraba desde de las puertas. El anciano Maestro apareció tras él.
— ¿Qué está pasando? — preguntó, con ojos chispeantes. — ¿Qué está usted haciendo
al más digno de nuestros maestros?
Cassandra aterrizó y se arregló la ropa.
— Mis ahijados acaban de nacer. El domingo por la noche vendrán a buscarme para
conocerlos y para la ceremonia… Debo pedirle unos días libres… hasta el miércoles, por lo
menos, para ir allí y regresar.
— Puede tomarse la semana entera, ¿no es así, Comites? — dijo el Maestro
alegremente. Fara gruñó.
— Le dije que no necesitaba mi ayuda…
— Yo pensé que usted no querría dejarme ir…
— Tonterías. Un nacimiento es un nacimiento. ¡Vaya, y felicitaciones!
— No es sólo un nacimiento… — Keryn dijo. Y antes de que Cassandra pudiera
detenerlo, él agregó; — son cinco. Una camada de cinco hermosos dragones dorados. Los
últimos del Rey de los Ryujin, — dijo con solemnidad.
— ¡Oh! ¡Keryn! ¿¡Quiere que todos se enteren?! — protestó Cassandra.
Keryn la miró y algo de su seriedad regresó.
— Lo lamento, Cassandra. Pero este momento es de la mayor importancia. Los Ryujin
poseen una clase de magia muy antigua. Son las criaturas más antiguas y poderosas; y saber
que ellos están todavía en este lado…
Cassandra sacudió la mano.
— Yo lo siento, usted tiene razón, claro. Pero el secreto es la protección ellos han
escogido.— Entonces ella se volvió al Maestro. — Por eso debo ir allá sola, — dijo.
— De acuerdo. Confío en sus amigos y sus mensajeros. Tiene nuestro permiso… y de
nuevo, nuestras felicitaciones. ¿No es cierto, Comites?
Los Guardianes del Trígono. 141
Sandra Viglione.
Fara gruñó de nuevo y asintió lúgubremente. Entonces, les dio la espalda y se marchó.
Cassandra miró al Anciano y luego a Keryn, y este último se encogió de hombros.
— Vaya y diviértase. Él debe aceptar la decisión del Maestro, — murmuró.
El Anciano no dijo nada. Mantuvo sus ojos en el bosque distante con una diminuta
sonrisa demorándose en sus labios.
El domingo, a medianoche, dos dragones, uno azul y otro rojo llegaron al Trígono para
llevar a Cassandra al hogar de los Ryujin. Casi todos en el castillo salieron a las puertas para
despedirse y ver a las bestias.
Arianna saludó con reverencias y cabriolas desde el aire. Vadimeh mantuvo la calma y
se comportó con dignidad. Arianna siguió haciendo volteretas en el aire alrededor de
Cassandra y Vadimeh hasta que se perdieron en la distancia.
— ¡Regresaremos el próximo domingo! — gritó Cassandra cuando despegaban.
No sabía cuán equivocada estaba.
completamente cubierta de barro, la ropa desgarrada y con manchas de sangre vieja en ella.
Llevaba una mano mal vendada con un trapo. Parecía quemada.
El silencio cayó en el salón. Cassandra se tambaleó entre las mesas. Los estudiantes se
volvieron a mirarla, pero ella no parecía ver a nadie. Buscaba al Anciano Mayor con la
mirada. Se dirigió hacia la mesa principal y se detuvo ante él.
Cassandra abrió su boca, pero no salió ningún sonido. Lo intentó de nuevo, pero sólo
pudo proferir un sonido ronco. Fara se había levantado y estaba de pie junto a ella. Ella tosió,
y se apoyó en él. Entonces, ella le tocó la túnica y tomó su varita.
— Ayúdeme, — susurró sin voz.
Como Kendaros había hecho aquella lejana noche, Fara sostuvo la varita y ella sus
manos. Las suyas estaban heladas. Ella cerró sus ojos, y la varita emitió un espeso humo
rosado que formó una nube frente a ellos. En la nube se distinguían unas formas. Las formas
cambiaron de color, y vieron una villa de dragones escondida en un valle. Al oeste, un glaciar
destellaba a la luz del sol. El pueblo parecía estar celebrando. Entonces una sombra se acercó
a y tomó la forma de Althenor.
Se oyeron algunas exclamaciones de horror en las mesas. Gertrudis y Sylvia se
miraron, pálidas.
Althenor de niebla luchó con el dragón dorado. El dragón dorado comandaba a un
grupo de guerreros de Fuego, mientras del otro lado, un gran dragón blanco comandaba a los
guerreros de Agua. Atacaron una y otra vez, y una y otra vez la Serpiente los rechazaba.
Cassandra volvió la cabeza cuando las figuras de niebla mostraron la parte cuando la Reina
era atrapada entre fuegos cruzados, y derribada. Ryujin gritó, y su grupo de guerreros pasó
sobre los hombres de la Serpiente, escupiendo fuegos salvajemente. Pero Althenor parecía
inmune al fuego. Permanecía entre las llamas, apuntando y disparando a Ryujin una y otra
vez. Y entonces, aparecieron un par de magos oscuros mitad arrastrando, mitad cargando tres
pequeños dragones. Cassandra no se dio cuenta que estaba aferrando el brazo de Fara, y
escondiendo la cara en su hombro.
Los demás dragones todavía lucharon durante algún tiempo, pero fueron pronto
sometidos. El último en caer fue el gran dragón dorado: Gaspar Ryujin. Vieron a algunos
magos encadenando los dragones y llevándolos a las cuevas.
— ¡Ayúdenos! — Cassandra graznó, ronca.
El Maestro la miró, serio.
— ¿Dónde están las crías? — preguntó.
Los Guardianes del Trígono. 143
Sandra Viglione.
interna. Se tambaleó unos pasos hacia adelante y la furia la encegueció. La varita de Fara cayó
restallando en el suelo. Entonces todo pasó muy rápidamente.
Cassandra se lanzó hacia Zothar. Tomó la serpiente por la cola y lo fustigó contra una
mesa. Todos vieron un hilo de agua que salía de la serpiente. Un hilo de agua muy parecido a
una varita. Cassandra la tomó en el aire y apuntó al fénix cuando parecía que se iba a lanzar
sobre ella. Un chorro de agua cayó sobre el fénix, haciéndolo sisear y desmenuzarse en
cenizas. Antes de consumirse, lanzó lo que parecía un hilo de fuego hacia Cassandra.
Entonces la tierra bajo el pegaso empezó a temblar. Se levantó en sus patas traseras, pronto
para derribarla y pisotearla. Cassandra apuntó esta vez con esa extraña varita y un remolino de
agua, viento, y fuego lo envolvió, convirtiéndolo en cerámica. Un hilo de tierra unió a las
varas. Cassandra la levantó en alto, y el hilo azul de aire se unió a los otros: los cuatro
elementos trenzados juntos. Cassandra susurró.
— Regresaré. Y pagaré con las Prendas esto que hoy yo tomé por la fuerza.
Perdóneme si pueden.
Y apuntándose a sí misma, se transformó en un remolino de viento y desapareció de su
vista.
— Tras ella. No la dejaremos sola, por supuesto. Podría necesitar ayuda... Espero la
colaboración de todos, — agregó, mirando a los aprendices.
Los Guardianes del Trígono. 146
Sandra Viglione.
Capítulo 16.
La villa de los Dragones.
Se movieron hacia el norte con cautela. Las cuevas de los dragones estaban justamente
abajo, al este del glaciar. Estaba muy frío y la niebla los ocultaba de los guardias allá abajo.
Después de buscar un poco, encontraron un camino que bordeaba el risco, pasando casi bajo
el glaciar, y lo siguieron. Abajo, en el campamento no se oía ningún ruido.
Fara tomó hacia la derecha. Iba a averiguar la posición y las fuerzas del enemigo y
encontrar a Cassandra. El Maestro, por su parte, tomó a la izquierda. Tenía que buscar la
manera de entrar las cuevas sin ser notado, y liberar a los Ryujin. Grandes rocas irregulares
bordeaban el camino, de manera que podían avanzar sin ser vistos. Allá abajo se entreveían
entre ocho y diez vigilantes. Habían encendido un par de hogueras que alumbraban
débilmente en la niebla. A unos cien metros del lugar en que se habían separado, el Anciano
encontró la primera cueva. No era profunda, pero una estrecha hendidura le permitía oír los
ruidos de los animales encadenados detrás de la pared de piedra. Los magos que vigilaban se
alejaron hablando en susurros. Los dragones dormían.
Aurum consideró sus opciones. Podía empequeñecerse para pasar a través de la grieta,
pero no sabía si se podía salir por el otro lado una vez que liberase a los dragones. O podía
seguir el camino y arriesgarse a ser descubierto. Eligió la primer alternativa. Se transformó en
una polilla y voló por le hendidura hasta salir del otro lado.
Diecisiete enormes dragones adultos yacían a lo largo de las paredes en una gran sala
de piedra. Había lugar para muchos más, y las cadenas estaban listas, esperando por ellos. Al
parecer el ataque no había sido tan exitoso como se había esperado. El Anciano sonrió al ver
los espacios vacíos a la luz rojiza que alumbraba el lugar. Algunos de esos lugares parecían
haber sido desocupados recientemente, y las cadenas parecían rotas. Cassandra había estado
trabajando. El aire olía a cerrado. Aquí, no había guardias, pero hacia el fondo del salón había
una luz blanquecina, que el Anciano supuso que sería una salida. Se acercó al dragón más
próximo y empezó a trabajar en las cadenas. Eran, por supuesto, cadenas mágicas
invulnerables al fuego, pero no cedieron a los hechizos normales para manejar dragones. Tan
concentrado estaba en el problema que no oyó los pasos que se acercaban. De repente sintió
una mano en su hombro y se estremeció. Era Cassandra. Ella le hizo señas de no hacer ruido,
Los Guardianes del Trígono. 147
Sandra Viglione.
apuntó a las cadenas con la varita y susurró: "Hielo". Las cadenas se congelaron y luego
derritieron.
El Anciano preguntó con un hilo de voz.
— ¿Dónde está su amigo?
— Allá... Iré por él cuando estos otros estén libres... ellos se necesitan los unos a los
otros, y yo no puedo librar a Gaspar primero.
— ¿Y las crías?
— Huyeron antes de que Althenor pudiera atraparlos. Uno de los mensajeros está
escondiendo a dos de ellos. Pero el resto murió… Eran cinco…
— Vaya por su amigo. Yo me ocuparé de éstos… ¿Está usted bien?
Cassandra hizo una mueca.
— Sólo asustada… Yo... me alegro que usted esté aquí.
Ese momento oyeron un grito y el gemido de un hombre. Cassandra se puso pálida.
— ¿No vino solo?
— El Comites Fara me acompaña.
— ¡Fara! — La sangre abandonó su rostro. Entre todos ellos, él era el que Althenor
más deseaba ver muerto. — Tengo que ir. Tengo que ganar tiempo. ¡No permita que lo
atrapen! Hay una salida por allá.— Y Cassandra se alejó entre los dragones que dormían sin
apenas cuidarse de no despertarlos.
Pero ellos habían atrapado a tres de los bebés. Gaspar se rindió a cambio de que no los
mataran, pero los asesinaron de todos modos… Entonces entré yo, para ganar tiempo.
Fara la miraba frunciendo el entrecejo.
— ¿Qué quería que hiciera? Desafié a Althenor. Me echó un par de maldiciones, pero
las maldiciones rebotaron. Entonces lo convencí que era más útil hacer un trato conmigo. Él
me devolvería los dragones, y yo le entregaría el Trígono, eso y el resto del mundo. Sólo
exigió para sí el derecho de matarlo a usted.— Cassandra miraba al Anciano Mayor. — En ese
momento pensé en usted. Tenía que encontrar la manera de advertirles. Así que le dije a
Althenor que iría por ayuda y los llevaría a una emboscada. Él confió en mí, o eso creí. Pero
ustedes no vinieron conmigo, y yo le traje a la Serpiente algo más interesante: la llave para
entrar en el Trígono.— Ella mostró la varita de los Tres. — En el fondo, usted me dio la idea.
Esto es lo que usted había estado temiendo desde el principio… Quizá él todavía cree que le
daré el Trígono, — agregó todavía ella. — Pero tenía que salvar a mis amigos. — Hubo una
pausa.
— ¿Que sucedió después? — insistió el Anciano.
— ¿Después de dejarlos? Vinimos aquí, Vadimeh y yo. Mientras los oscuros estaban
ocupados allá afuera, intenté liberar a los dragones, y entonces lo encontré. Luego atraparon
al Comites. El resto ya lo sabe.
— No parece que haya quedado ligada a ellos de alguna manera, ¿qué piensas, Javan?
— Todavía no entiendo cómo pudo usted hacer ese conjuro. ¿Cómo es? — dijo Fara.
En ningún momento sus ojos se separaron del rostro de Cassandra.
— El último septiembre, parece que fue hace tanto, en el bosque… yo salvé a Gaspar
de una maldición mezclando su sangre y la mía en un espejo de plata, bajo la luz de la luna.
Resultamos unidos. Él también me pasó algo de su poder, una ínfima parte, por supuesto, y la
mitad de su maldición.— Cassandra entrelazó sus manos en su regazo. ¿Hablaría de las
Esporinas ahora? No. — Después de eso, llegué al castillo…
— Hm, ya veo…
— Y ahora para liberarlo no encontré otro camino que deshacer el hechizo, y dejarlo
llegar casi al borde de la muerte, como la otra vez... Volver al principio. Después de eso, traté
de rehacer el hechizo. No pude. Lalaith me dijo cómo hacerlo de nuevo, usando esto.—
Cassandra señaló de nuevo la varita.
— ¿Quién es Lalaith? — preguntó el Anciano. Cassandra suspiró. Después de todo, lo
había soltado al fin.
Los Guardianes del Trígono. 153
Sandra Viglione.
El sonido afuera había sido débil, pero el Comites Fara lo había oído claramente. Eso
y los pasos. Cassandra Troy, la Kierenna de los dragones, esa bruja falsificada... esa mujer
estaba saliendo de la cueva. ¿Huiría? El dragón había prometido enviar a alguien por la
mañana para llevarlos de regreso al Trígono, y ellos habían pasado el día entero esperando en
la villa vacía. No habían visto ningún otro dragón. Cassandra había permanecido callada,
como si algo pesara en su corazón. El Anciano parecía creer su historia. todas sus historias. Él
no. Ella era tan... traicionera. Poco confiable. Una probable mentirosa. Una traidora posible...
Alguien para tener vigilada. Así que se levantó y la siguió.
Había una hoguera encendida afuera, y un par de figuras sentadas junto al fuego. Los
cuchicheos eran audibles en el silencio profundo. Hacía frío.
— ¿Qué van a hacer ahora? — preguntaba ella.
— Nos moveremos al norte, ya te lo dije.— Era el hombre del dragón. El que casi lo
había matado. Ella se recostaba contra él como si él fuera... bien, un amigo muy íntimo. Fara
se sintió repentinamente incómodo, pero el hombre siguió hablando. — Derrumbaremos el
glaciar allí, y borraremos la ciudad. Ellos no encontrarán ningún rastro. Sólo un agujero sin
memoria.
— Este hermoso valle... — murmuró ella con tristeza.
— Construiremos nuevos jardines. Enna, yo pienso que los magos te siguieron a ti.
— ¿A mí? No soy bruja, ¿por qué debería seguirme?
— No lo sé. Dímelo tú.
Cassandra sacudió la cabeza, por lo que Fara pudo ver. Ella no sabía, o mentía de
nuevo.
— Althenor te estaba siguiendo a ti la primera vez. ¿Por qué? — preguntó ella en
cambio.
— Sí. La sangre de Zothar busca la mía.
— ¿Qué, perdona?
— Althenor es el heredero de Zothar. El tátara-tátara-nieto, o algo así. Él piensa, al
igual que lo hicieron sus antepasados, que bebiendo mi sangre él puede tomar mi vida... Ser
inmortal.
— ¿Y puede?
— No lo sé. Y no le permitiré intentarlo. Pero tú compartiste tu sangre y tu vida
conmigo. Sabes cuales son las consecuencias.
Los Guardianes del Trígono. 155
Sandra Viglione.
El viaje era largo y los dragones, la roja Arianna y la dorada Dawn, hicieron un par de
paradas para dejarlos descansar. Uno de esas paradas fue en los jardines de un edificio
abandonado. Fara lo miró con interés. Los símbolos en el umbral y el marco de la puerta
llamaron su atención. Casi podía leerlos... Cassandra no quiso entrar.
— Yo trabajaba aquí… hace tiempo. El Instituto… — dijo. Y se refugió bajo el ala de
Dawn. El Maestro permaneció cerca del fuego, con Cassandra. Fara dio un corto paseo por los
alrededores, pero no le gustaba el lugar. Algo estaba mal aquí… y no podría precisar qué. La
chapa junto a la puerta decía simplemente: I. White... Ivellius White. Eso le recordaba algo...
pero ¿qué?... Se sintió feliz de abandonar el lugar.
En cuanto pisaron el umbral, Cassandra fue al salón de los estandartes. Sacó la varita y
apuntó a ellos. Los Tres aparecieron en forma humana. Cassandra se inclinó y presentó la
varita igual que lo había hecho con el Maestro. La varita se destrenzó en sus hilos de luz:
carmesí, cobre, verde. Los Tres desaparecieron sin una palabra. La habitación estaba desierta,
salvo por Fara que la observaba. Cassandra pasó junto a él cuando bajó a sus habitaciones. No
dijo una palabra.
Los Guardianes del Trígono. 157
Sandra Viglione.
Capítulo 17.
La Primera Prenda.
Cassandra pasó la semana entera sin salir. No salió en absoluto de sus habitaciones. No
asistió a las clases, no atendió a los estudiantes y profesores que bajaron para verla. Sólo
cuando el Anciano Mayor amenazó con echar abajo la puerta, Cassandra le permitió entrar.
— Cassandra, abra.
Nada. El Maestro empezó a perder la paciencia. Llamó más fuerte.
— ¡Cassandra! Soy Aurum. ¡Si usted no me abre ahora mismo voy a volar su puerta!
La puerta se abrió despacio. Cassandra estaba allí, pálida y seria.
— Aquí estoy. ¿Qué quiere de mí, Maestro? ¿No han sido bastantes problemas por el
semestre?
— No, no todavía. Tenemos un problema. El Portal se ha cerrado.
— ¿Qué portal?
El Anciano suspiró. Ella estaba comportándose un tanto terca.
— La Puerta del Trígono. Está cerrada y ellos, aquellos del otro lado no abrirán a
menos que usted entre.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Opptekee quiere verla.
— ¿Quién?
— Opptekee. El Guardián de la Entrada del Trígono interior quiere verla. ¿Tengo que
decir cada cosa dos veces? Ellos dicen que no dejarán entrar nadie hasta que usted se presente
allí.
— ¿Por qué?
— Mi querida, si tuviera alguna idea no habría venido aquí para molestarla. Ellos no
abrirán y yo no puedo negociar.
— Opptekee, el Guardián… ¿No era el monstruo con que los estudiantes tienen que
luchar cuándo ellos entran la primera vez?
— Bueno, quizá. Yo nunca vi a un monstruo, pero me han dicho que él es un Cíclope.
Para algunos de nosotros el guardián de la puerta es una hermosa mujer que nos guía adentro,
Los Guardianes del Trígono. 158
Sandra Viglione.
o que nos impide pasar. Para algunos otros, no hay nada, y nunca vienen que enfrentar a
Opptekke…
— Eso fue lo que me pasó a mí. El Comites Fara dijo que eso era interesante…
— ¿Qué?
— No lo dijo. Pensó que yo tendría que enfrentar Opptekee junto con los muchachos.
— Bueno, querida, el hecho que él haya tenido que enfrentarlo dos veces antes de
entrar no significa que usted también tenga que hacerlo.
Por primera vez desde que él entrara en sus habitaciones, Cassandra sonrió. El anciano
devolvió la sonrisa.
— ¿Qué dice? ¿Nos ayudaría?
— Bueno, vamos.
La pared blanca estaba esperándolos. La pared se convirtió en una puerta blanca de luz
cuando ella se aproximó, y Cassandra entró. El Anciano desapareció en el aire. Estaba sola.
Opptekke estaba de pie delante de ella, tan alto como una montaña, su único ojo
brillando con una luz terrible. Cassandra retrocedió. Pero su espalda no tocó la puerta por la
que había entrado. Ella estaba sola en el prado, y Opptekke estaba ante ella. El gigante
adelantó un paso. Cassandra retrocedió otro.
Ella lo miró. ¿Cómo podría defenderse de tal criatura? La luz de su ojo casi la
paralizaba. Y entonces, pensó que por qué ella debía defenderse. Ella había invadido este
lugar, ella había robado sus secretos y su magia. Los había puesto en peligro a todos ellos para
salvar a alguien. Alguien que al principio ni siquiera era su amigo. Eso vendría después. No,
ella era culpable. No tenía ninguna forma de defender o justificar sus actos. Así, si el gigante
quería castigarla, o aun si quisiera tomar su vida, quizá tuviera razón. Ella se detuvo y se
enderezó. Despacio, todavía asustada, levantó sus ojos hasta el terrible relámpago del ojo de
Opptekke. Pareció mucho tiempo. Pero cuando miró a ese único ojo, encontró una lágrima.
Una lágrima y una sonrisa. Su enorme garrote cayó, y de repente las criaturas del verdadero
Trígono aparecieron toda alrededor, riendo y gritando de alegría.
— Sé bienvenida, — dijo el gigante, y su voz hizo temblar la tierra.
Nero estaba allí, su silueta negra se destacaba contra un cielo casi blanco. Estaba
parado en dos patas, y parecía darle la bienvenida. Lyanne también estaba allí. Ella se
adelantó un par de pasos.
Los Guardianes del Trígono. 159
Sandra Viglione.
— Kierenna de los dragones… — la saludó por encima del griterío. Cassandra inclinó
la cabeza. No entendía lo que estaba pasando. — Sé bienvenida…
Cassandra la miró interrogante. Lyanne sonrió.
— Estabas lista a entregarlo todo al Trígono, así que el Trígono está listo para dártelo
todo… Has atravesado la Puerta. Ahora, de hoy en adelante, eres libre de ir y venir. ¡Sé
bienvenida!
— ¡Sé bienvenida! ¡Sé bienvenida! — parecía repetir el resto de las criaturas.
— Sí, sea bienvenida, — susurró el anciano Maestro a su lado. Ella lo miró, y la pared
blanca estuvo delante de ella otra vez. Estaba afuera. El anciano la acompañó amablemente
hasta sus habitaciones.
Después de la visita del Anciano, Cassandra todavía no salió. Sin embargo hubo una
mejoría. Fara que estaba trabajando tarde en su oficina oyó el sonido de pasos una noche.
Salió silencioso al vestíbulo y la siguió.
Cassandra salió del castillo. Ella caminó sobre el césped húmedo y se dirigió hacia el
bosque. Ella se detuvo a unos cien metros de las puertas. La luna iluminó el prado con un
resplandor frío y blanco. Cassandra miró hacia el norte por unos momentos, y luego se volvió
al lago. Se sentó en una piedra, los pies rozando la superficie de agua. Estuvo un rato largo
así, sin hacer o decir nada, arrebujada en una capa que había pertenecido a Fara... La misma
que alguien le había prestado al comienzo del año. Nunca la había devuelto. La capa dejaba
escapar un débil perfume. Por fin ella dijo:
— ¿Va a quedarse toda la noche allí, vigilando, profesor?
Fara se movió.
— ¿Me oyó? — preguntó.
— Desde que salimos del Castillo. Ese hábito de suyo de espiarme está empezando a
ser… molesto.— Pero Cassandra no parecía fastidiada. Fara usó su tono suave para
preguntarle:
— ¿Volverá a clase, profesora?
Cassandra se volvió a medias, lo bastante para lanzarle una mirada inquisitiva.
— ¿Usted quiere que yo vuelva, después de lo que pasó?
Fara hizo una pausa antes de contestar. Eligió las palabras cuidadosamente.
— Usted es una ayuda valiosa. Me gustaría que tenerla de vuelta.
Los Guardianes del Trígono. 160
Sandra Viglione.
Y Cassandra regresó a las clases. Habiendo pasado tanto tiempo en su cuarto, ella no
había comprendido cuán diferente era esta mitad del año. Los grupos estaban todos
mezclados, y las clases no seguían ningún programa. Cada uno estudiaba según su propio
proyecto, en parejas o en grupos; y si ellos lo requerían, podían usar el laboratorio. Si Fara
veía algo valioso, lo mostraba a la clase; y normalmente descubría varios errores para mostrar.
Pero, a medida que Cassandra participaba en la clase, se habituó a mostrar y explicar las cosas
que ella encontraba interesantes. Y muchas veces, ella no le dejaba tiempo para insistir
demasiado en los errores.
A la primera oportunidad, Fara la envenenó de nuevo. Luego la petrificó,
aprovechando que ella había alentado a algunos de los muchachos a repetir los trabajos del
semestre anterior que no habían sido totalmente exitosos. Luego, la regresó a la normalidad,
fingiendo que se trataba del pedido de los alumnos. Los aprendices parecían nerviosos, pero
Cassandra no parecía preocupada. La Fiesta de la Puerta del Verano se acercaba, y esta vez
ella no tenía ninguna necesidad de preguntar por el significado de la fiesta. Y pronto ella
podría llevar a cabo su plan. Fara, por su parte, parecía divertido haciéndole probar toda clase
de pociones raras y hechizos horribles. Parecía estar tomando venganza por cada intromisión
en el semestre pasado. Por lo menos en apariencia, él parecía satisfecho. En el fondo estaba
preocupado. Cassandra no había dicho todo, y era evidente, por lo menos para él, que ella
estaba tramando algo. Sabía que no podía confiar en nadie más en este asunto. La Comites
Florian y Keryn lo habían despedido de su casa cuando intentó hablar con ellos. La Comites
Yigg fue más amable, pero fingió estar demasiado ocupada para escuchar. Cuando intentó
hablar con el Maestro, el anciano descartó el asunto. “Ya hemos discutido esto, Javan,” había
dicho. “Ella se queda.” Ésa había sido su manera de poner fin a la discusión. Pero Fara no
había olvidado el árbol de luz que había visto, ni la promesa que Cassandra había hecho a los
Tres. En dos ocasiones. Así que estrechó la vigilancia.
— Iré. O ustedes no saldrán.— Los ojos de ambos echaban chispas. Kendaros miraba
a uno y el otro con nerviosismo. Parecía como si fueran a aniquilarse son la mirada. En ese
momento apareció el Anciano Mayor.
— Ah, Javan. Por fin te encuentro. Ven conmigo, tengo algunas cosas para discutir
contigo.
— Pero, Maestro… La profesora Troy y el aprendiz Kendaros van a salir y yo…
— ¿Van a salir?
— Una excursión por el bosque, — dijo Cassandra con sencillez, encogiéndose de
hombros.
— Qué buena idea. Si tuviera más tiempo libre... Pero lo lamento, Javan, esto es
urgente, — dijo el Anciano.
Fara lo siguió, fulminando a Cassandra y a Kendaros con la mirada. Cassandra tuvo la
desfachatez de saludarlo con la mano y lanzarle un beso al salir.
Cassandra y Kendaros tomaron el camino del bosque. Lo bordearon por algún tiempo
y entonces, en cuanto el camino apareció, penetraron en él. El sol del mediodía brillaba entre
el follaje y un olor a húmedo impregnaba el aire. No hablaron por un largo rato. Kendaros iba
perdiendo el miedo poco a poco; el bosque dormía.
Siguieron el camino hasta alcanzar un arroyo. Cassandra sonrió. El bosque no iba a
jugar con ella.
— Este arroyo desemboca en el lago, — dijo Cassandra. — Hay buena pesca aquí. Los
centauros vienen a menudo.
— ¿Los centauros?
— Ajá, Keryn, por ejemplo. Él me dijo que viene a menudo con sus amigos.—
Kendaros dejó escapar una risa nerviosa.
— Ahora que nadie nos mira… — Cassandra metió la mano en la bolsa que traía. —
No me muerdas.
— ¿Morderla? — preguntó Kendaros sorprendido. Cassandra lo miró y sonrió.
— No, no tú… Ella.— Y diciendo así, sacó a Joya, la serpiente mascota de Fara.
Kendaros retrocedió un par de pasos.
— Es… es una…
— Serpiente. Venenosa. Pero no te preocupes, ella no nos morderá…
Los Guardianes del Trígono. 163
Sandra Viglione.
Oyeron la cascada mucho antes de verla. El terreno se tornó más rocoso y empinado, y
cuando ellos alcanzaron la cima de la cascada, era casi el atardecer. Habían subido por un lado
de la cascada, y llegaron a un círculo de árboles negros. Kendaros se estremeció. Joya volvió
su cabeza y miró fijamente a Cassandra con ojos fríos.
— Quédense aquí, — murmuró Cassandra. — No creo que ustedes deban entrar. — Y
ella avanzó hacia el centro del círculo. Kendaros miraba aprehensivo a un lado y el otro.
Entonces se inclinó y tocó a Joya. La serpiente lo miró.
— Creo que mejor… — Él no terminó la frase. Joya lo entendió bien y trepó a su
antebrazo. Kendaros la dejó resbalar hacia su bolsillo.
Los Guardianes del Trígono. 164
Sandra Viglione.
En el claro, Cassandra se había arrodillado casi en el centro. Bajó la cabeza por unos
momentos. Entonces se inclinó y tomó algo de la tierra.
— Adiós, Alice… — susurró. Y regresó junto a Ken.
— Vamos, — dijo. Lo llevó por una estrecha escalera de piedra que bajaba junto a la
cascada; un camino diferente al que Joya había tomado para subir. Entraron al claro de la
cascada a través de una cortina de enredaderas oscuras, junto con el último rayo de sol.
El claro estaba silencioso, excepto por el susurro de la cascada. La luz se desvanecía
lentamente. El cielo se había vuelto rosa, y las nubes ardían en el fuego del ocaso. Y entonces
vieron a los unicornios. Bajaron cautelosos por la cuesta en grupos de dos o tres. Eran casi
cincuenta. Dorados, plateados, blancos como la nieve. Había uno muy grande entre ellos,
alado, el único de color negro. Kendaros quedó sin habla. Cassandra se lo señaló, y chasqueó
la lengua. Nero levantó su cabeza y se acercó saltando encima del arroyo. No dijo nada. Se
detuvo junto a ellos, y antes de que Cassandra pudiera hacer algo, empezó a caminar. Unos
pasos delante, volvió la cabeza para ver si ellos lo seguían. Cassandra no dijo nada. El
momento era demasiado perfecto para romperlo. Miró a Kendaros y los dos siguieron a Nero
por el bosque.
El camino no era demasiado largo. Pero para cuando llegaron al lugar que Nero los
estaba llevando, las estrellas habían empezado a brillar. Kendaros echó una mirada alrededor,
conteniendo una exclamación. A medida que el brillo de los unicornios se apagaba en la
distancia, ellos pudieron ver que uno de los árboles de ese claro estaba brillando.
— La Metamórfica Dorada, — susurró Cassandra. — Ven.— Los dos se acercaron a la
planta. De cada hoja salía un rocío dorado que iluminaba el lugar. El rocío desprendía una
fragancia suave, sedante, y al mismo tiempo una música muy débil salía de la planta.
— ¿Dónde está Joya? — preguntó Cassandra.
— Aquí, en mi bolsillo… — dijo Kendaros.
— Bien. Permite que vea a la Metamórfica… Y que la Metamórfica vea a Joya.
Mientras Kendaros sacaba la adormilada serpiente, Cassandra habló con voz clara.
— Dorada Metamórfica, Prenda de la Rama de Cobre. Hemos venido a reclamarte en
nombre del Trígono: Joya de la rama de agua, Kendaros de la rama de fuego, y yo, la
aspirante.— El arbusto se apagó y calló. — Ayúdame, Ken.— Joya se enroscó alrededor del
tronco, como si estuviera tomando posesión de él, y entre Cassandra y Ken, desenterraron la
planta y la pusieron en la bolsa. Era pesada, y resultó difícil sacarla de la tierra, pero una vez
suelta, la planta se encogió y dejó de luchar.
Los Guardianes del Trígono. 165
Sandra Viglione.
Entraron al comedor cuando la cena estaba casi terminando. El Comites Fara paseaba
de arriba abajo en el vestíbulo.
— ¿Dónde diablos estaba, si se puede saber? — la reprendió cuando los siguió al
comedor.
— Ahora no, — susurró Cassandra. Indicó a Kendaros que fuera a su mesa y comiera
algo, y ella, dejando la bolsa junto a las puertas se encaminó a la mesa principal. Fara repitió
la pregunta en el mismo tono. El silencio llenó el comedor. Cassandra perdió la paciencia. Se
volvió y lo enfrentó.
Los Guardianes del Trígono. 166
Sandra Viglione.
La fiesta en el salón era muy ruidosa. Algunos de los estudiantes habían organizado un
baile, y la celebración se completó con una generosa colaboración desde las cocinas. El
Los Guardianes del Trígono. 168
Sandra Viglione.
escándalo se prolongó hasta muy tarde. Cuando Cassandra subía por tercera vez la escalera
para ver si podía tranquilizarlos un poco, tropezó con Fara.
— ¡Qué ruido! — saludó. — ¿No podemos conseguir unos champiñones de nieve para
ellos?
— Tengo que hablar con usted, — la atajó él.
— Busquemos un… lugar más tranquilo.— Y a pesar de las objeciones de Fara, ella lo
sacó del castillo, y caminaron casi hasta el límite del bosque. Cassandra se sentó sobre un
tronco caído.
— ¿Qué cree que está haciendo? — dijo él.
Cassandra se preparó para otra discusión.
— Estoy reuniendo las Prendas… las del cuento, ¿recuerda?
— Perfectamente, pero no me estaba refiriendo a eso. Si usted quiere jugar a la
búsqueda del tesoro, por mí está bien… pero puso en peligro a un estudiante del Trígono, para
no hablar de Joya.
— ¿Usted no lo entiende, no? Las otras Guardianas tampoco lo entendían…
— Yo no entiendo ¿qué? — preguntó Fara con brusquedad.
— No se puede vencer los Tres a menos que se los vuelva uno contra el otro… como
hice cuando... cuando robé las varitas. Y no puedo conquistarlos si no uso los poderes de los
otros. Las otras Guardianas eran brujas. Confiaban en su propio poder. No recurrieron a los
otros elementos. No buscaron el equilibrio.
— Aquí vamos de nuevo… — protestó Fara. Sin embargo, su tono se había ablandado.
— Necesitaba a alguien de la rama de fuego, y alguien de la rama de agua… ¿A quién
quería que acudiera? — Cassandra había bajado la voz. Por un momento pareció que él iba a
decir algo. Entonces cambió de idea.
— ¿Qué me dice de la vara de Kendaros?
Cassandra lo miró sin comprender.
— ¿Qué pasa con la varita?
— No sea tonta... — empezó Fara, pero luego la miró con atención. — No lo sabe,
¿verdad?
— ¿Qué cosa?
Fara suspiró.
— Las varitas son para magos y brujas comunes. Para los magos menores, la varita es
indispensable, no pueden enfocar su magia sin ella. Para los magos de nivel medio la varita es
Los Guardianes del Trígono. 169
Sandra Viglione.
solo una ayuda. Es más o menos larga, pero nunca más que el propio brazo. Los hechiceros no
siempre usan varita... Usan un bastón o una Vara.
— ¿Vara?
— Muy larga. La Vara crece según el mago va dominando sus poderes. Algunos ganan
su Vara derrotando a magos poderosos, pero los mejores son aquellos que han crecido con su
Vara. La magia ha crecido con ellos.
Cassandra lo miró unos momentos.
— No lo sabía, — dijo al fin. Fara se encogió de hombros y guardó silencio. Luego de
unos momentos dijo:
— Usted le hizo algo a Joya. Quiero saber que fue.
Cassandra lo miró.
— ¿Ella no se lo dijo?
Fara la miró fijamente frunciendo el entrecejo. Cassandra sacudió la cabeza.
Evidentemente Joya tenía su propia opinión.
— Nero hizo a Kendaros y a Joya un regalo. De hoy en adelante, cada regalo que
Kendaros reciba, Joya tendrá una parte… Eso dijo.
— Ella no me dijo nada, — protestó Fara. Cassandra dejó escapar una risita.
— Ella es justo lo que usted necesita. Un dolor de cabeza.
Los Guardianes del Trígono. 170
Sandra Viglione.
Capítulo 18.
Las Perlas de Fuego.
El día siguiente, y por muchos de los que siguieron, los aprendices del Trígono
estuvieron pendientes de lo que haría Cassandra. Cada vez que ella se acercaba para hablar
con alguien, ellos esperaban la propuesta para salir a otra excursión. Pero Cassandra no hizo
nada. Ella se tomó el verano con mucha calma.
Julio pasó lento. Hacía mucho calor para estudiar, y muchos aprendices tomaron sus
libros y fueron a casa, reclamados por sus padres. Las clases del semestre no eran
obligatorias, y los proyectos permitían bajar el ritmo durante el verano. Ella fue a nadar al
lago, y habría planeado muchas otras excursiones, si no fuera porque algunos de los
aprendices la seguían dondequiera que ella fuera. No podía salir. Se lo tomó con filosofía, y
pasó las tardes leyendo en el fresco subterráneo. Sus plantas estaban creciendo
entusiastamente, y ahora, tenía un par de bromelias aéreas que caían por las paredes. Fara
siguió con sus interminables clases, pero ella no se quejó. Ahora que no ocultaba ningún
secreto sobre su magia (bueno, casi ninguno) estudiar con él significaba mucha práctica y
mucha menos teoría. Su otra actividad era, claro, la jardinería con Sylvia, fuera en el huerto o
en los invernaderos.
Uno de esas clases, una memorable, fue la presentación de las macetas de los
aprendices. Las sombras se estiraban por el césped, porque era tarde. Pronto caería la noche.
La brisa traía los olores del bosque, y había muchos pájaros lanzando sus llamadas nocturnas.
Muchos de los estudiantes, y Cassandra también, habían dejado la enseñanza y el estudio para
estas horas, y habían pasado la tarde en el lago. Así que ese día, ella sentía un agradable
cansancio en los músculos y la mente ligera.
— Bien, bien, bien, mis queridos. El día ha llegado. Como ustedes recordarán, en los
primeros días de este año empezamos un pequeño proyecto: nuestra maceta. Es tiempo de
mostrar lo que han hecho con ella, — dijo Sylvia. Parecía más seria que de costumbre. —
Aquellos de ustedes que la hayan olvidado en sus cuartos, vayan a traerla… ¡Y rápido, por
favor! — Y ella batió palmas.
Dos o tres de los aprendices emprendieron a toda prisa la carrera hacia el castillo.
Sylvia los miró con una sonrisa. El resto estaba sentado en un amplio círculo, como la vez
anterior. Sylvia se puso de pie y verificó las macetas una por una. Algunas de las macetas
Los Guardianes del Trígono. 171
Sandra Viglione.
estaban vacías: sus dueños no tenían ninguna planta para mostrar. Algunas otras, mostraban
los restos de una planta que se había muerto porque sus dueños se habían olvidado de ella.
Muchas de las macetas mostraban plantas. Pequeñas plantas del tamaño normal de una planta
de seis meses. Algunas de ellas se veían lustrosas y saludables, y algunas otras parecían
simplemente plantas. Y luego, había unos pocos, cuyas plantas eran grandes, muy grandes.
Sylvia separó a los aprendices en diferentes círculos; uno para las macetas vacías, uno para las
plantas muertas, uno para las plantas muy pequeñas, uno para las de vegetación exuberante.
Kendaros y Calothar estaban entre el último grupo. Y Cassandra. Como cualquier otro
estudiante ella había traído su maceta al círculo. Sylvia también los separó. Pero cuando
habló, lo hizo para todos.
— Bien, entonces, — dijo. — En primer lugar debo decir que estoy sorprendida, muy
sorprendida. Ustedes han sido un grupo muy agradable de aspirantes. Pero ahora, es el
momento de seleccionar quiénes de ustedes pertenecerán a la Rama de Cobre.
Se hizo un silencio. Eso había sido inesperado. No habían imaginado que ésta pudiera
ser una prueba. Sylvia sonrió, tranquilizadora.
— No, ya sé lo que están pensando. Ésta no es una prueba… Sólo es una selección.
Como ustedes bien saben, nosotros no tenemos exámenes, ni pruebas en el Trígono. Si
ustedes mismos no saben lo que han aprendido, ¿cómo podrían saberlo los demás?
Hubo otro silencio que Cassandra no se atrevió a romper. Si hubiera sido Fara, habría
sido diferente, no se hubiera resistido a una discusión con él. Pero ésta era Sylvia. Las
preguntas tendrían que ser privadas. Sylvia continuó.
— Primero que nada, permítanme decirles que no había ninguna semilla en sus
macetas… — Se oyó un murmullo de asombro. — Cualquier cosa que haya crecido vino
completamente de ustedes. Así que, ustedes, en el tercer círculo, aquellos que no hicieron
crecer nada, no tienen nada que qué preocuparse. Tomarán un camino diferente de hoy en
adelante, a menos que sus estudios personales los traigan de regreso aquí…
Los jóvenes demoraron unos momentos en comprender que ella los había despedido.
Sylvia se volvió al segundo grupo.
— Ustedes, los de los círculos primero y segundo, tienen algo de la magia de la tierra
en ustedes. Pero muy poco, o muy débil aún. No es bastante como para hacerlos pertenecer a
esta Rama. Lo lamento. Pero en el próximo semestre, ustedes tomarán lecciones de Keryn en
los bosques. Veremos si su magia se vuelca a las criaturas vivientes antes de decidir.
Los Guardianes del Trígono. 172
Sandra Viglione.
— No. También la hizo crecer con magia. Bueno, crecer no es el término. Él cambió la
planta… la transformó.
Cassandra la miró levantando las cejas.
— Tú sabes, su planta era… una prohibida. Venenosa.
— ¿Una planta prohibida?
Sylvia asintió, pero pareció que no quería hablar más sobre el asunto.
— ¿Qué significa? — insistió Cassandra.
— ¿Mm? Nada especial. Él es bueno transformando las cosas. Podría pertenecer a la
rama de Zothar… quizá.
Cassandra asintió en silencio. Una voladora fuego y un estafador de agua. Debería
servir. Tenía que funcionar.
— Así que usted pertenece a la Rama de Cobre, — insinuó Fara cuando ellos quedaron
solos. Su clase privada había terminado, y él tomaba su acostumbrado café con torta de
manzana. Cassandra se volvió hacia él con sorpresa.
— ¿Pertenecer? No lo creo. Después de todo, yo no era una aspirante, y Sylvia no me
advirtió, — dijo.
— No necesitaba hacerlo, — dijo él. Y agregó: — Y yo tampoco.
Cassandra lo miró.
— ¿Qué está intentando decir?
— Profesora, yo no intento decir nada. Cuando quiero decir algo, lo digo.
No era todavía las seis de la mañana cuando Solana llamó a la puerta de Cassandra.
— ¿Estás lista? — Cassandra preguntó.
— No estoy segura. Creo que sí… ¿Para qué me quería? — preguntó Solana.
— Desayunemos ahora, y les explicaré a los dos, — dijo Cassandra. En el patio,
esperando, estaba Norak. El muchacho se puso de pie y echó a Solana una mirada desdeñosa.
— ¿Qué está haciendo ella aquí? — soltó.
— Lo mismo que tú, Norak, — dijo Cassandra. — Vamos a buscar una cosa.
— ¿Qué cosa vamos a buscar, profesora? ¿Otra Prenda? — preguntó Solana con
impaciencia, ignorando a Norak. Cassandra asintió.
— Los necesito a ambos para tomar las Perlas Voladoras de Fuego de Arthuz.—
Solana y Norak jadearon de asombro.
Los Guardianes del Trígono. 176
Sandra Viglione.
Después de una media hora de vuelo, Cassandra indicó a los muchachos que iba a
descender un poco. Solana se le acercó.
— ¿Pasa algo malo? — preguntó cuando le vio la cara.
— Vértigo. El Comites Fara desistió de enseñarme a volar. Él dice que prefiere
tomarse la molestia y llevarme.— Solana se rió. Norak permaneció un poco aparte.
— Volar es tan fácil… cosa de niños, — gruñó desde arriba.
— Para ti lo es. No para mí… Aterricemos. Tengo que averiguar donde estamos... y
necesito tocar tierra firme...
Los Guardianes del Trígono. 177
Sandra Viglione.
cuanto ellos aterrizaron empezó a acercarse. Cassandra sabía que tenían poco tiempo. Le pidió
por señas la varita a Norak.
Movió sus labios como si estuviera diciendo algo, y una luz azul tocó el hilo y se
extendió a lo largo de él. Cassandra devolvió la varita y la soga adoptó el tamaño exacto entre
las escobas. Norak la miró malhumorado. Cassandra lo miró de soslayo, y dándole la escoba,
lo empujó hacia arriba. La soga se estiró a medida que él se alejaba. Solana captó la idea
enseguida, y también voló arriba. Cassandra demoró un poco en subir a la suya. Las paredes
casi se habían cerrado a su alrededor. Dio un puntapié en el suelo, para tomar impulso, pero la
niebla se había pegado a su capa. Parecía una gigantesca mano de niebla que intentaba
envolverla y arrastrarla abajo. Solana dejó escapar un grito silencioso, y Norak volvió la
cabeza cuando sintió el tirón. Cassandra estaba luchando contra un invisible enemigo blanco.
El muchacho la vio llevarse una mano a la garganta, como si se estuviera ahogando, y
entonces la capa cayó, ondulando como una bandera. La niebla soltó a Cassandra, y ella se
enderezó, arrastrando a Solana y a Norak.
Así continuaron. Cassandra planeaba entre los chicos, Norak observando en la parte
superior, y Solana vigilando el piso inferior. Una y otra vez la niebla rodeaba a alguno de
ellos, pero entonces, los otros dos tiraban de la cuerda y lo sacaban de la niebla. Ahora Norak
estaba volando alto, en una zona sin nubes. Y podía ver el fin del laberinto allá adelante. Tiró
con fuerza del hilo para hacer subir a Cassandra, pero cuando ella y Solana llegaron el hueco
se había cerrado. Cassandra le hizo notar era un truco, y descendieron un poco. Entraron en
una nube, Solana y Norak la bordeaban por el exterior, y de repente Solana quedó helada. Tiró
de nuevo del hilo. Delante de ellos, podía ver un Remolino de Fuego, y guardándolo, una
forma oscura, envuelta en niebla. Tiró de la túnica de Norak, señalándoselo. Y entonces, la
escoba vacía de Cassandra, todavía atada al hilo de oro le pegó en la pierna, y la empujó
fuertemente hacia arriba. Diez, veinte, treinta metros. Norak se apresuró a ayudarla, pero
mientras todavía subían, Solana distinguió unos destellos dorados allá abajo, donde
supuestamente Cassandra había caído. Norak la alcanzó y empezaron a bajar. Los destellos ya
no se veían. Un jirón de nube los envolvió a ella y a Norak hasta que tocaron tierra.
Cassandra estaba allí, inclinada sobre el suelo. Cuando se enderezó de nuevo Solana y
Norak estaban a su lado.
— ¿Qué pasó? — preguntó ansiosa la muchacha.
— Van a reírse de mí… Me caí, — dijo Cassandra.
— ¿Y la sombra?
Los Guardianes del Trígono. 179
Sandra Viglione.
Llegaron temprano. Como era domingo, nadie había notado su ausencia hasta que
entraron en el comedor. Solana se sentó entre sus amigos, pero Norak se quedó junto a
Cassandra, porque ella estaba todavía apoyándose en su hombro. Cassandra cruzó el
vestíbulo, y él la acompañó. Había mucho silencio ahora. Cassandra iba mirando el suelo,
buscando algo.
Los Guardianes del Trígono. 181
Sandra Viglione.
— Ah, aquí está, — dijo por fin. Cassandra levantó una mano, la palma hacia el
estandarte carmesí del fénix.
— ¡Arthuz! — gritó; — tu Prenda ha sido rescatada.
Y ella rompió el frasco en las losas del suelo. Las tres chispas, convertidas en bolas de
fuego, empezaron a girar formando una espiral de fuego desde el piso de piedra hasta el techo.
El estandarte rojo se movió en la brisa.
— Anciano Mayor, Comites, profesores, estudiantes… La segunda Prenda ha sido
rescatada. Éstas son las Perlas Voladoras del Fuego de la Rama de Oro de Arthuz. Las dejo a
su custodia.— Y Cassandra tropezó hacia atrás. Norak la sostuvo de nuevo.
Gertrudis se acercó a la Prenda de su Rama y dos pequeñas chispas saltaron a su
mano.
— Aprendices Solana y Norak, — llamó. — La Rama de Fuego les hace este regalo.—
Y poniendo una chispa en la frente de cada uno de ellos, dijo: — Ahora, ustedes están a salvo
del fuego.
Hubo una ovación, y el almuerzo acabó en una celebración que duró toda la tarde.
Con la excusa de felicitar a los estudiantes, Fara se había acercado. La mayoría de los
chicos se estaba retirando ahora; iban celebrar afuera, al sol. Cassandra sequía apoyándose en
Norak, parada en un solo pie.
— Bien, — le dijo Fara. — Solo le queda una Prenda…
— Sí, pero no podré buscarla durante algún tiempo. Me torcí un tobillo, creo.
— Bah, usted no tiene remedio, — dijo él, y levantándola en vilo, la llevó a la
enfermería.
Los Guardianes del Trígono. 182
Sandra Viglione.
Capítulo 19.
La garra del dragón.
Y pasó el último mes del segundo semestre. El pie de Cassandra había sido atendido,
pero le dijeron que guardara reposo durante un par de semanas. Todavía le dolía cuando lo
apoyaba. Así que ella pasó la primera semana sentada en su patio, recibiendo las visitas de los
estudiantes, y repitiendo la historia de los Laberintos de Niebla una y otra vez. A las diez,
como de costumbre, Fara venía a darle su lección. Y Cassandra dejó pasar los días.
Un día, uno de los primeros que pasaba levantada, Cassandra rondaba el aula,
observando a los aprendices. Todavía quedaba la Prenda de Zothar, y probablemente era la
más peligrosa y difícil de obtener. Así que, durante la clase, ella observaba a los muchachos
cuidadosamente, intentando decidir. ¿Quién sería el más adecuado? Ella necesitaba… No
sabía lo que necesitaba. ¿Alguien astuto? ¿Leal? ¿Hábil? Pensó que no sabría lo que
necesitaba hasta que lo viera… El lugar de Inga estaba cerrado para ella hasta que terminara
su búsqueda. Sólo el libro permanecía bajo su cama. Pero no quería consultarlo, por temor a
que Zothar invalidara la prueba. Las otras puertas también estaban cerradas. Ella no intentó
abrirlas. Así que continuó observando a los aprendices, esperando la inspiración.
Ese día, Rhenna se quedó en el aula hasta que quedo casi vacía. Parecía estar buscando
algo. Abría uno y otro libro, pasaba un par de páginas y cambiaba el libro de nuevo. Había
estado muy callada toda la mañana.
— ¿Estás buscando algo, querida? — le preguntó Cassandra. Rhenna se sobresaltó.
— Yo… No, no. No estoy buscando nada en especial…
Ella bajó la mirada, y Cassandra se sentó junto a ella.
— ¿Quieres que te ayude?
— No, no, gracias… yo simplemente estaba… mirando por ahí…
Cassandra suspiró.
— Bueno, entonces… — Si la muchacha no quería su ayuda, no podría ayudarla. Se
puso de pie y empezó a alejarse. El salón estaba vacío.
— Profesora… — Rhenna la llamó. Cassandra se volvió.
— Eh… yo… sí estoy buscando algo. Pero no sé si es… lícito, — dijo al fin Rhenna.
Miraba hacia abajo al libro. — Tuve un sueño, una pesadilla… creo, pero no la puedo
recordar bien. Era algo sobre una cueva…
Los Guardianes del Trígono. 183
Sandra Viglione.
— ¿Una cueva?
— Sí… Yo estaba en una cueva, y había unas luces que corrían alrededor. Fuegos.
Estaba oscuro y había un sonido…— Rhenna se estremeció. — Estaba intentando encontrar el
significado del sueño.
Cassandra miró a la muchacha un momento, pensando.
— Una cueva… ¿Había agua en tu sueño?
— Sí, un lago. Y una gota que caía constantemente sobre él… ¿Cómo lo supo?
— Te lo diré si no se lo dices a nadie, — dijo Cassandra.
Rhenna la miraba con los ojos muy abiertos.
— N-no… ¿Qué es?
— Soñaste con el lugar exacto en donde está escondida la Prenda de Zothar… La
última prenda. Creo que está defendida por alguna clase de cosa, una bestia, o un fantasma...
no lo sé.— Y entonces Cassandra miró fijamente a la muchacha. — Tú sabes que debo ir a
buscarla. ¿Vendrías conmigo?
La muchacha parecía asustada. Cassandra sintió lástima por ella. Rhenna era una
muchacha nuy tímida, y le estaba pidiendo demasiado.
— Si tienes miedo, o si crees que no puedes hacerlo, dímelo, y yo buscaré a alguien
más para ayudarme, — Cassandra acabó diciendo, mirándola de frente.
Rhenna lo pensó cuidadosamente antes de contestar.
— No. Yo puedo hacerlo. Lo haré por mi Rama, por mis compañeros y por el Trígono.
La chica le devolvió la mirada. Aunque intentó sonreír, estaba pálida.
— Bueno. Si estás segura de esto, nos iremos esta noche.
— Pero no solas, — dijo una voz.
Cassandra se volvió en redondo. Fara estaba allí, bloqueando la puerta. Se había
acostumbrado tanto a su presencia que no se había dado cuenta que él estaba, como de
costumbre, en su escritorio. Cassandra se levantó.
— No, usted no puede, — dijo ella.
Fara la miró fijamente con una mueca.
— Usted no saldrá de aquí sin mí, — dijo. Sus ojos brillaron con una luz peligrosa.
Cassandra avanzó hacia él.
— Usted no puede ir, — repitió.
— Profesora, la última vez usted resultó herida, ¿recuerda? Y yo he sido asignado a
cuidar de su seguridad. El Maestro mismo me lo encomendó… — Su sonrisa se ensanchaba a
Los Guardianes del Trígono. 184
Sandra Viglione.
medida que Cassandra se acercaba. Sus ojos habían empezado a brillar en un color
amarillento, pero él había encontrado la manera de bloquear la orden.
— Salga de mi camino, Comites, — dijo ella con voz fría y clara.
— No, — dijo él, sonriendo ampliamente. — Usted ya no puede obligarme de esa
manera. Así que, ¿adónde vamos?
Él la miraba. La luz del sol de la tarde entraba a través de la claraboya abierta y se
reflejaba en el espejo. El espejo. Cassandra se había olvidado del espejo. El espejo que ella
usaba para hablar con Gaspar estaba ahora alerta. Algo se movió detrás de la superficie, algo
oscuro que Cassandra no notó. Mirándolo, Rhenna ahogó un gemido. La luz reflejada entró a
través de la puerta que ella siempre dejaba abierta.
— Profesora… — susurró Rhenna.
Cassandra no contestó. Ella todavía estaba con los ojos casi amarillos fijos en Fara.
Fara tampoco contestó. Ninguno de ellos notó la forma oscura que se formaba detrás de
Cassandra. Rhenna sí lo hizo. La sombra estaba tomando la forma de una mujer. Al menos eso
fue lo que pudo decirle después al Anciano Mayor. La mujer era exactamente como
Cassandra. La mujer avanzó uno, dos pasos y estiró la mano. Atravesó el cuerpo de
Cassandra. La mujer sonrió a la aterrada Rhenna, y avanzó otro paso, entrando en el cuerpo
de Cassandra. Ella estaba todavía discutiendo con Fara.
— Usted no puede darme órdenes. Tengo que ir a buscar esa cosa… — estaba
diciendo.
La sonrisa de Fara cambió un poco. Miraba fijamente a la mujer que tenía delante. La
luz del sol brillaba en su cabello castaño tiñéndolo de rojo. La vista de Fara se desdobló.
¿Quién era esta mujer? ¿Cassandra? ¿Kathryn? Se había adelantado sin darse cuenta.
— Usted… Usted necesita protección. Y no le permitiré ir sola. Eso es todo.
Cassandra sintió que la ira crecía en su interior. ¿Quién se creía este hombre que era?
La luz en su cara lanzaba sombras extrañas, y la vista de Cassandra también se desdobló. No
estaba segura de con quien estaba hablando. ¿White? ¿Rick? Y entonces sintió que algo la
tocaba. No tuvo tiempo de pensar, sólo reaccionó. Y dio un fuerte bofetón a... nada menos que
a Fara. Su vista se enfocó de nuevo. Él se llevaba una mano a la cara con expresión
sorprendida, mientras que con la otra agarraba la mano de Cassandra. Rhenna dejó escapar un
gemido cuando vio la sombra que regresaba al espejo.
Cassandra abrió sus ojos horrorizada.
Los Guardianes del Trígono. 185
Sandra Viglione.
— ¡Comites! ¡Lo lamento! ¡Fue reflejo! Yo... no sé que pasó. — Ella parecía muy
nerviosa. — Déjeme ver.
— No es nada. Está bien, — dijo Fara tranquilizador. — Fue mi culpa… — Parecía
confundido. Cassandra le sacó la mano de la cara y gimió. Cuatro arañazos empezaban a
enrojecer en la mejilla de Fara.
— No… lo arañé… — Ella miró al profesor con ojos agrandados por el horror. —
Sporino-sepass… lo siento tanto, ¡no fue mi intención! — Ella se retorció las manos con
nerviosismo. — Voy sacarlo de esto, Comites. Se lo prometo.
En ese momento, el color escapó de la cara de Fara y cayó al suelo, inconsciente.
— Voy a sacarlo de esto, como sea, — repitió. Ella se volvió a Rhenna, helada en su
asiento.
— Rhenna trae aquí al Maestro. Dile lo que pasó. Y trae también algo de ayuda…
necesitamos hacer una cura.
Cassandra empujó un poco a Rhenna hacia la puerta, y ella corrió escaleras arriba.
Cassandra se volvió a Fara. Cuatro arañazos como garras marcaban su cara y empezaban a
supurar con un líquido verde.
— ¿Cómo pude…? — se lamentó. El líquido verdoso y espeso corría por la mejilla,
dejando un rastro oscuro detrás. — Tengo que hacer algo.— Se levantó. El libro estaba bajo
su cama. Si Zothar encontraba que esto iba contra las reglas, tanto peor para él y los
Guardianes. Tendrían que levantar a otro. Ella no iba a permitir que Fara muriera por su culpa.
Ella estaba arrodillada junto a Fara y apoyaba el libro sobre su pecho cuando el
Anciano entró. No hizo preguntas. La primera mirada le había dicho lo que necesitaba saber.
— ¿Qué necesita, profesora? — dijo.
Cassandra se volvió, y el zafiro del libro brilló un poco en reconocimiento.
— Ah, ese libro… Hace siglos desde que fue leído por última vez… la torre de Inga,
¿no?
— Sí. Espero que la cura esté aquí, en alguna parte… — murmuró Cassandra.
El anciano Maestro puso ambas manos en los hombros de Cassandra y la miró
fijamente.
— Confíe en el libro y le mostrará lo que usted necesita. Yo confío en usted, y también
lo hace Javan.
Los Guardianes del Trígono. 186
Sandra Viglione.
Cassandra volvió sus ojos al libro y luego miró a Fara. Los cuatro arañazos estaban
negros ahora y una finísima red de líneas negras empezaba a cubrir su piel. Ella cerró el libro
de golpe, y lo dejó caer abierto en su regazo.
— ¡Aquí! Uno para Uno… — dijo, lanzando otra mirada angustiada a Fara.
— ¿Hará ese antídoto para él? — preguntó el Anciano.
— Claro. Yo lo metí en esto, yo debo sacarlo… Diablos, está yendo demasiado rápido.
Tome esto, cúbralo.— Ella sacó unas mantas de su cuarto y volvió a desaparecer en él. De
pronto miró al espejo y murmuró algo. La luna se ensombreció y ella lanzó un rugido terrible:
la llamada de los dragones. No parecía un sonido humano. El espejo volvió a la normalidad.
— Necesito algunas cosas para preparar el antídoto, que no tenemos en el castillo…
Regresaré pronto… — dijo de vuelta en el aula. — Entretanto, manténgalo abrigado.
— Lo llevaremos al hospital.
— Bien. Espéreme allí. Haga lo que pueda, pero no toque el fluido verde.— Cassandra
apretó el brazo del Anciano, tropezó con Gertrudis que estaba entrando, y corrió a las
escaleras.
Mientras ella subía, pudo oírse otro rugido, parecido al que ella había lanzado pero
más potente.
— ¡Ya voy, Gaspar! — le oyeron gritar. También oyeron el aleteo poderoso del dragón
al levantar vuelo.
— ¿Qué fue lo que sucedió, profesora? — le preguntó el Maestro, cuando la vio más
calmada.
— No lo sé, es muy confuso. Rhenna estaba con nosotros… Discutíamos, creo… Él
me tocó, y yo lo abofeteé. Me tomó por sorpresa, y sin querer lo arañé. Usted sabe lo de mis
manos…
El Anciano asintió. Ya había interrogado a Rhenna. No estaba tan seguro sobre lo que
estaba pasando pero su sexto sentido parecía decirle que esperara y observara.
— Es mi culpa. Hice todo lo que pude... Espero que funcione…
— Funcionará, — dijo la enfermera a su espalda. — Todavía le faltan dos dosis, pero
como usted ve, ya está funcionando. Ahora está solamente dormido.
Cassandra miró hacia abajo, a sus manos, y sollozó en silencio, doblada sobre sí
misma.
su vara en el brazo de Cassandra. De las líneas rezumó más del líquido oscuro. Gaspar trazó
nuevas líneas en la base de las uñas.
— Sujétenla bien,— dijo Gaspar, y vertió el contenido de la botella sobre las líneas
que había dibujado. Cassandra se sacudió violentamente, gritando. Siguió gritando mientras el
humo salía de las líneas en su brazo, cada vez más ronca. Al fin dejó de humear. El brazo
estaba rojo, pero ya no había ninguna supuración.
Gaspar cambió las toallas manchadas que había puesto bajo el brazo de Cassandra. Las
llevó a la estufa y sopló fuego azul sobre ellas. Se redujeron a cenizas blancas.
Cuando volvió a la cabecera de la cama, Cassandra lo miró con los ojos vidriosos.
— Realmente, prefiero morirme... Me estás matando, — le dijo. Él sonrió: eso era lo
que él le había dicho cuando ellos se conocieron. Se inclinó y le besó la frente.
— En dos mil, doscientos treinta cinco años que tengo, — dijo, — nunca conocí una
mortal que se metiera en tantos problemas en tan poco tiempo. Duérmete ahora.
Él apoyó las manos en su frente y la envolvió en una luz dorada. Cuando retiró las
manos, ella estaba dormida. Gaspar se volvió a los magos.
— Estará bien por la mañana. Probablemente, se levantará y hará otra tontería, — dijo.
— ¿Qué pasó?
— Para salvarlo, ella revirtió el veneno de las Esporinas sobre sí misma. Y… —
Gaspar se interrumpió. Fara estaba de pie delante de él, pero se veía extraño, casi translúcido,
como un fantasma.
— Comites, ¿qué hace levantado? — preguntó la enfermera intentando empujarlo de
nuevo a la cama. Su mano atravesó la figura. Fara parecía estar hecho de humo.
Los ojos de Gaspar centellearon.
— ¡Caramba! — murmuró. — Quizá no fue ninguna tontería, después de todo.
Gaspar se dirigió a la cama de Fara, y corrió las cortinas. Él estaba allí, todavía
dormido. Los ojos del Anciano pasaron de la figura de humo a Fara que dormía, y levantó sus
cejas.
— Están creando un lazo muy fuerte en verdad, — dijo.
Gaspar asintió. Apoyó una mano en la frente de Fara y de nuevo vieron la luz dorada.
La figura de humo se diluyó en el aire.
— Él también estará bien. Cuando ella recupere, él también lo hará.
Los Guardianes del Trígono. 191
Sandra Viglione.
Rhenna no había ido a buscar a Cassandra esa noche. Ella todavía estaba en el
hospital. El Anciano había informado oficialmente del accidente durante la cena, pero no dio
muchos detalles. Rhenna también los calló. La manera que un simple golpe había envenenado
a Fara que como todos sabían experimentaba con los venenos de las serpientes, siempre
buscando algo que nunca parecía encontrar… Rhenna estaba inquieta. Cuanto más pronto
terminan con ese asunto de las Prendas, tanto mejor. Y ella no podía quitar de su mente la
forma de oscuridad que había salido del espejo. Le había contado al Maestro, pero él no le
había explicado lo que era eso, solo había fruncido el ceño. Ella no podía adivinarlo. Y sólo
recordaba un par de palabras: Sporino-sepass. Cuando regresara al Trígono interior, podría
preguntarle a Enara, su amiga allí. Era una dríade, y seguramente sabría algo sobre esta cosa
verde que parecía la savia de una planta. Había visto la supuración en la cara de Fara y había
oído Cassandra rugir como un dragón y tenía mucho en qué pensar.
Cassandra se había quedado en la enfermería todo el día, casi hasta el atardecer. Una o
dos veces, mientras la señora Corent no miraba, ella se acercó a la cama de Fara para
asegurarse él estaba realmente dormido. Y cuando el sol se hundió bajo el horizonte, ella tomó
su ropa y salió furtivamente del hospital.
Rhenna se tropezó con ella en el vestíbulo.
— ¿Profesor, está todo en orden? ¿Usted está bien?
— Sí, Rhenna.— Ella parecía distraída.
— ¿Esta noche? — Cassandra posó sus ojos en la muchacha.
— Esta noche. No habrá más accidentes.
Ella no sabía cuán equivocada podía estar.
Los Guardianes del Trígono. 192
Sandra Viglione.
Capítulo 20.
La cueva de la naga.
Cerca del fondo, encontraron una gran piedra con una figura tallada en ella. El agua la
había borrado casi por completo, pero todavía se distinguían sus formas: una serpiente o una
naga. Intentaron moverla con las manos, sin resultado. Entonces, Rhenna sacó la varita, y
Cassandra dijo algo sosteniendo su mano. Sólo burbujas salieron de su boca. Una corriente de
color salió de la varita y contorneó el dibujo. La piedra se movió, mostrando la entrada a la
cueva como una boca oscura. Rhenna y Cassandra entraron. La piedra se movió de nuevo, y
ellas quedaron encerrado en la oscuridad. Rhenna tomó la mano de Cassandra, y continuaron
nadando. Varios metros más adelante divisaron una luz rojiza. Habían pasado demasiado
tiempo bajo el agua, y Rhenna empezaba a quedarse sin aire. Tiró de la mano de Cassandra.
Cassandra la miró y comprendió inmediatamente lo que estaba pasando. Con un esfuerzo
supremo, alcanzó la superficie de un lago subterráneo, arrastrando a Rhenna detrás de ella.
El lugar era oscuro. Sólo el sonido de una gota, pic, pic, pic, podía oírse. Había
algunas antorchas en el lugar, pero estaban apagadas. El aire no se movía. Salieron del agua a
una playa arenosa. La arena susurraba bajo sus pies, y el sonido flotaba pesadamente sobre
ellas. En cuanto la abandonaron, la superficie de agua tembló y quedó completamente quieta
de nuevo. El lugar, una enorme gruta subterránea, parecía abandonada. La mitad norte se
perdía en las sombras.
— Igual que en mi sueño,— suspiró Rhenna. — Excepto por las llamas que se
movían…
Cassandra sonrió. Tomó la bolsa, la bolsa que casi había olvidado, y sacó un gran
frasco cerrado. En él, media docena de salamandras corrían en círculos. Cassandra abrió el
frasco y liberó los lagartos de fuego. Empezaron a correr en cuanto estuvieron afuera. Corrían
en círculos, trepándose las unas a las otras al principio, y luego, como si hubieran
comprendido de cuánto espacio disponían ahora, empezaron a correr por todas partes.
Algunas se metieron detrás de las piedras, y algunas otras treparon a las paredes y
encendieron las antorchas.
Rhenna y Cassandra, sin atreverse a hacer ruido, avanzaron silenciosas con la espalda
pegada a la pared. De repente, Rhenna tiró de la manga de Cassandra. Señalaba un pilar
delante de ellas. Tenía una señal tallada, un pegaso. Sobre él había una piedra transparente.
Brillaba con hermosos colores, espléndida, atractiva. Cassandra tuvo que controlarse muy
severamente para no tocarla. Sacudió la cabeza y sostuvo a Rhenna hasta que pudo hacerla
mirarla. Vocalizó cuidadosamente sin un sonido, para que la chica pudiera leerle los labios:
“Es un truco.” Siguieron adelante pegadas a la pared. Pronto ellos alcanzaron otro poste, más
Los Guardianes del Trígono. 194
Sandra Viglione.
bajo que el último, y este mostraba un fénix. En él ardía una bola de fuego. La llama estaba
extrañamente quieta, como cincelada en cristal luminoso, pero aun así, era atractiva. Rhenna
reprimió un estremecimiento y Cassandra asintió y continuó. Estaban rodeando la cueva,
pegadas a la pared. Un tercer poste apareció, más alto que los otros. No tenía ningún grabado
y sobre él flotaba un par de plumas blancas en una luz azul. Tampoco la tocaron. Cassandra
señaló a Rhenna la pared opuesta de la cueva. La oscuridad no permitía ver mucho, pero
parecía otra columna. Cassandra hizo una señal a Rhenna, y se deslizó silenciosamente hacia
ella. Como lo había imaginado, la columna tenía una serpiente tallada. Sobre ella no había
nada.
Rhenna miró a Cassandra fijamente .
— Otro truco, — vocalizó ella sin un ruido, y siguiendo un impulso, se dirigió al
centro de la cueva.
Comparado con el silencio absoluto que había hasta ese momento, el sonido susurrante
de las escamas de centenares de serpientes que salían de sus escondrijos, fue ensordecedor.
Rhenna se aplastó contra la pared.
Justo frente a Cassandra, cayó del techo una gran naga rojo sangre.
— Soy Nakhira, Custodia de la Prenda de Zothar,— dijo la serpiente. Al igual que
Nero y Ara, su voz no pertenecía a este mundo. Rhenna se estremeció.
— Hemos venido a reclamar la Prenda de Zothar en nombre del Trígono. Vinimos,
Rhenna de la rama de tierra, y estas salamandras, como mensajeras de la rama de fuego…
como lo demanda la tradición.
— Ah, sí, la tradición… ¿Y qué Prenda reclamarás? — preguntó malévolamente la
serpiente. — Aquí hay muchas prendas...
Las antorchas en la otra la mitad de la cueva se encendieron de repente. En las
sombras que huían, pudieron ver cientos de pilares, con nagas y serpientes talladas en las más
diversas posturas y cada uno con una Prenda en él.
— ¿Una adivinanza? — preguntó Cassandra.
— Apreciamos la destreza, exigimos aptitud, — dijo la serpiente. — Si aciertas el
verdadero trofeo, te será permitido salir. Si te equivocas, morirás aquí. Y tu amiga contigo.
Tres cobras habían acorralado Rhenna contra la pared, erguidas, siseando, prontas a
morder.
— ¡No! ¡Déjala ir! Mátame a mí si es necesario.— Cassandra estaba asustada.
Los Guardianes del Trígono. 195
Sandra Viglione.
— Ésas son las reglas. Y ya que las dos están aquí... no hay ninguna otra manera de
salir. Solo saldrás con la Prenda. Pero piensa que si hubieras tocado cualquiera de esos otros
tres... — apuntó con la cola las tres prendas falsas, — ya estarían muertas.
Cassandra inspiró profundamente. Sólo examinar todas las prendas falsas le tomaría
cien años. Y ella no tenía tanto tiempo. La naga pareció leer su mente.
— Aquí el tiempo no pasa, aspirante a Guardiana, — siseó divertida. — Tienes todo el
tiempo en la eternidad.— Entonces Cassandra entendió la extraña quietud de las llamas y la
superficie del lago. Empezó a examinar los pilares.
Las horas pasaron. O más bien, no pasaron. A Rhenna, acorralada por las cobras, le
parecieron siglos. De repente, Cassandra regresó. No había escogido. Se detuvo junto a
Rhenna.
— Tengo una idea, pero necesito tu ayuda. Usa la varita para darme algunas sogas, —
pidió. La naga roja siseó sin decir nada. Sus pequeños ojos relucieron a la luz de las llamas.
Con las sogas en la mano, Cassandra fue al primer pilar y ató la soga. Ató el otro
extremo al segundo, y al tercero. Ella tenía tres esquinas de un triángulo. Equilátero. Perfecto.
Necesitaba una cuarta esquina, y dado que Zothar practicaba magia antigua, lo que ella
necesitaba era un símbolo del equilibrio perfecto entre los cuatro elementos. El pegaso era
para la rama de tierra. El fénix para la rama de fuego. El pilar sin símbolo, para el elemento
sin rama; aire. Así que tenía… ¿Qué tenía? Necesitaba cuatro esquinas, y éste no era un
cuadrado. La altura de las columnas era diferente. Pero los pilares no la dejaban ver. Así que
chistó un poco, llamando a las salamandras.
— Por favor, queriditas, vayan y suban a las cuerdas. Necesito ver el dibujo…
Las pequeñas lagartijas hicieron lo que ella había pedido. El triángulo estaba bastante
inclinado. Cassandra dio la vuelta tomando la perspectiva. Y entonces lo comprendió. ¡Un
tetraedro! Cuatro puntos, igualmente separados del centro. Encontró la cuarta esquina sin
dificultad.
El pilar en la cuarta esquina del tetraedro estaba parcialmente escondido tras una
columna de piedra opaca. Sobre él había un huevo transparente que parecía estar hecho de
hielo o de diamante. En su centro se movía una serpiente translúcida, tal vez de jade. Flotaba
en el líquido cristalino que llenaba el huevo.
— Ésta es la Prenda que elijo. Ésta es la prenda de Zothar que reclamaré,— pronunció
Cassandra.
Los Guardianes del Trígono. 196
Sandra Viglione.
vestido con una anticuada túnica verde y amarilla, con bordados que dibujaban una serpiente
en el frente y la parte de atrás.
— Nos traicionaste, sucia rata,— escupió Cassandra.
— ¡Tranquilízate! — dijo con siniestra suavidad el Espíritu. — La muchacha no está
muerta... todavía.
Otros dos magos habían aparecido en sus lugares respectivos. El resto de los
estudiantes, aquellos que no habían huido todavía, lo hicieron ahora apretándose contra las
paredes del salón. Algunos de los maestros se levantaron.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Zothar? — gruñó el hombre de túnica roja con
bordados de oro, Arthuz. Ingelyn se acercó a Cassandra.
— Yo cuidaré de ella, — dijo, tomando a la muchacha en sus brazos. La bruja cubrió a
Rhenna con un faldón de su túnica amarilla. El ruedo estaba todo bordado de flores que
subían por su falda y se abrían en su cintura.
— No pensarás, Arthuz, que yo iba a permitir que un manojo de sentimentales como
ustedes permitieran que cualquiera llegara a ser el Guardián del Trígono, — contestó Zothar
con desdén.
— Yo oí al propio Zothar dar su palabra que si la profesora Troy conseguía las
Prendas, sería investida como Guardiana.— La voz de Fara sonó helada. Todavía estaba
pálido por su convalecencia. — Si él no va a honrar su palabra, no sólo renunciaré, sino que
veré personalmente que su Rama sea desmantelada.— Había hablado con los dientes
apretados.
— Cállate, Comites. Apreciaba tu talento y tu capacidad de observación, pero te
vuelves bastante tonto cuando se trata de alguien como... ella.— Fara se puso lívido.
— Cura a la muchacha. Fuimos atacados a traición, — reclamó Cassandra furiosa.
— No. Sólo la Guardiana puede sanarla.
— ¡Maldita sea! Entonces, dame la investidura.
Zothar acarició su barbilla con expresión pensativa
— Hm. Trajiste las Tres Prendas. Pero yo no veo las Piedras, — dijo. La diversión se
leía en sus ojos. Cassandra rebuscó en sus bolsillos. Arrojó las piedras que ella había estado
recogiendo a los pies de Zothar. Tres piedras. Las piedras flotaron delante de los ojos del
Espíritu.
— Ajá. Un rubí para el fuego de Arthuz. Un topacio para el elemento de Ingelyn,
tierra. Un zafiro azul para el aire, el elemento sin rama… Supongo que lo tomaste del lugar de
Los Guardianes del Trígono. 198
Sandra Viglione.
Cassandra giró alrededor del salón. Y entonces, de repente, gritó. Había palabras en el
grito, pero parecían como voces de animales. Una de las paredes desapareció, y a través de
ella entraron los animales mágicos del bosque. Algunos de ellos lentos y perezosos, algunos
otros rápidos y huidizos como una sueño, algunos de ellos arrastrándose, y otros correteando,
cada uno entregó su guijarro blanco. El unicornio negro venía detrás. Después de dejar su
piedra, Nero tocó el montón con el cuerno, y el montón se fundió en una sola piedra. Luego,
dio unos golpecitos con la cabeza a Cassandra, y trotó a un lado. No dijo nada.
Cassandra siguió rodeando el cuarto, y llamó de nuevo. Ahora, el sonido era el de los
pájaros. Todas las ventanas se llenaron de pájaros. Cuervos, águilas, halcones, búhos,
gorriones, palomas, todos los pájaros del bosque del Trígono. Cada uno dejó su granito de
arena. El último en llegar fue Ara. Norak dejó escapar una exclamación de asombro. Estaba
totalmente crecido. En un remolino de fuego, tocó el montón de arena con su pico y lo
convirtió en una piedra sólida. Se posó en el hombro de Cassandra, chasqueó el pico un par de
veces, y también se retiró. La mirada de Zothar se enfriaba más a cada momento.
Cassandra siguió girando. Esta vez fue imposible describir los sonidos. Quizá el
sonido de agua que cae, y agua que corre. Otra de las paredes desapareció, y a través de ella
entraron los animales mágicos del lago, cada uno trayendo su blanco grano de arena.
Formaron un montón a los pies de Cassandra. Todos juntos, los del Trígono...
Ahora ella tenía los pedazos de una piedra del tamaño de un huevo, pero unirlos
parecía imposible. Parecía que todavía faltaba una astilla. Zothar dejó escapar una risa helada
y rota.
— Muy astuta, pero veo que todavía te olvidas de alguien.
Los ojos de Cassandra se enfriaron. Se enderezó rígida.
— Nakhira... — susurró crispada. La enorme naga roja cayó llovida del cielo frente a
ella, como si hubiera sido convocada. Cassandra la miró fijamente, y la serpiente le devolvió
fijamente la mirada.
— Vamos, humana, toma tu venganza. Yo sólo obedezco a un amo, — dijo la serpiente
por fin.
— Y yo no obedezco a ninguno, — dijo Cassandra. Y agregó en un cuchicheo muy
bajo: — Atacaste a Rhenna, y ella es mi estudiante. Mataste a White. Él era mi amigo.
La serpiente siseó adoptando una posición de ataque.
— Otro velo que cae. Al fin comprendes, humana. Yo te mostraré quién es tu amo, al
final.
Los Guardianes del Trígono. 200
Sandra Viglione.
Las mesas habían regresado, lo cual fue una suerte. Cassandra trastabilló y se dejó caer
en una de las sillas. Miraba confundido adelante. Tanto los estudiantes como los maestros
estaban regresando a sus asientos.
El Anciano Mayor aclaró su garganta ruidosamente y se hizo un silencio.
— Bien, creo que nosotros también deberíamos felicitar a la profesora Troy, la
Guardiana… Aunque por el momento, sería mejor traerla a la mesa...
Fara ya se había levantado. La llevó personalmente a su lugar en la mesa principal.
Cassandra no reaccionó hasta que él la hizo sentarse. Le sonrió.
— Bien hecho... Ahora, discúlpeme. Tengo algo que hacer.
Se acercó majestuosamente a la Prenda de Zothar. El Huevo flotaba ingrávido sobre su
columna, lanzando ocasionales destellos a medida que giraba. Fara pasó su largo índice por la
superficie y recogió tres gotas de plata que salieron de él.
— Aprendiza Rhenna, — llamó. Por una vez, su tono de seda no escondía una burla.
— La Rama de Agua te hace este regalo.
Él entreabrió sus dedos y permitió las tres gotas caer en la varita de Rhenna.
— Poder para sanar, — dijo suavemente.
Rhenna se ruborizó.
— Una amiga del otro lado me dijo una vez que depende de cada uno aceptar un
regalo y guardarlo o compartirlo y multiplicarlo... Y yo elijo lo segundo, — y aunque ella
habló con los ojos bajos, sacudió la varita con energía. Destellos de luz se esparcieron en
todas direcciones y las varitas de todos se encendieron unos instantes.
— Ahora todos compartiremos este regalo. Gracias, — ella dijo, dedicando una
sonrisa a Fara. Él le hizo una pequeña reverencia y se retiró.
— Feliz Puerta del Otoño, Cassandra, — susurró Sylvia a Cassandra. Ella respondió
solo con una sonrisa.
Una semana había pasado. Esa noche sería el banquete del fin de cursos y al día
siguiente cada uno regresaría a su casa, para las fiestas de octubre. Rhenna golpeó la puerta de
Cassandra.
— Profesora, ¿me mandó llamar?
— Sí, Rhenna. Quería saber cómo estabas después de... — ella hizo un gesto vago.
— Muy bien, profesora... Creo que no fue una mordedura real, sabe. Ni siquiera tengo
una marca...
Los Guardianes del Trígono. 202
Sandra Viglione.
Cassandra asintió.
— Verás, — dijo Cassandra después de un rato. — Le di un presente a cada uno de
mis ayudantes antes de regresar al Trígono con las Prendas. No he podido darte el tuyo... Pero
había guardado esto para ti. — Ella mostró un hilo color de plata.
— Es un hilo de telaraña, alguien lo consiguió para mí en el bosque. — Y mientras se
explicaba, enredaba el hilo en la varita de Rhenna. El hilo se unió enseguida a la varita.
— Te dará poder para guardar y liberar... pero es un poder muy difícil de administrar.
Tienes que ser sabia para saber cuándo dejar ir y cuándo esforzarte en retener.
Rhenna sonrió.
— Y creo que lo tienes, — dijo Cassandra, devolviendo la sonrisa.
Los Guardianes del Trígono. 203
Sandra Viglione.
Cassandra salió a las puertas del Castillo hacia la medianoche. El silencio inundaba el
Trígono, ahora que los aprendices y los profesores se habían marchado. La luz de la luna
entraba a raudales por la puerta que la mujer entreabría. Salió afuera al parque.
El olor del rocío sobre el césped, el perfume de las flores nocturnas era embriagador.
La brisa llevaba los olores de la estación. La mujer abrió sus brazos como si quisiera
abarcarlo todo y empezó a bailar en el rayo de luz de luna. Unas formas tenues, mitad hierba,
mitad brisa bailaron con ella como luces y sombras.
Desde la ventana de la torre, el hombre alto sonrió melancólico, con una sonrisa
iluminada por recuerdos que venían del pasado.
— Kathryn... — suspiró. Y se retiró de la ventana. Tenían que prepararse para el
próximo año. Lo mejor, pensó, todavía está por venir.
Los Guardianes del Trígono. 204
Sandra Viglione.