ElAguijón10 Bustos-Quijano
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www.revistaelaguijon.com
nmero diez
Colombia
Escribe mientras sea posible. Escribe cuando sea imposible. Ama el silencio.
Miguel ngel Bustos
Miguel
ngel
Bustos
w w w. r e v i s t a e l a g u i j o n . c o m
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Vida y obra
M iguel ngel b ustos
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Nuestra portada: Alfonso Quijano Acero, Sin ttulo, xilografa coloreada, ca. 1967.
Casi tres dcadas despus de su desaparicin fsica en 1976, el poeta argentino Miguel ngel Bustos empez a resurgir del silencio en que lo sumiera la dictadura gracias a la labor emprendida por su hijo Emiliano. Con el mismo impulso nosotros, quienes la dcada pasada pusimos a andar este sueo llamado El Aguijn bajo el lema la poesa no se vende porque no se vende, y que se vio casi extinguido por otras dictaduras menos violentas pero igual de voraces, as como por diversas quimeras, vemos ahora un nuevo renacer. Y qu mejor que de la mano de Miguel ngel Bustos. No obstante, el regreso demanda nuevas propuestas: la edicin impresa, que aborda a un gran poeta poco difundido, ir siempre ilustrada con la obra de un artista
plstico de espritu similar para el caso de Bustos quin mejor que Alfonso Quijano. Adems, ofrecemos la posibilidad de descarga gratuita de este ejemplar, su lectura en lnea y ms informacin a travs de la revistaelaguijon.com. Y, junto con cada edicin impresa, en la revistaelaguijon.com se presenta un dossier cuyos contenidos, que tocan todas las esferas del arte, se centran en una preocupacin del poeta propuesto: con Bustos llega el olvido, por que:
La muerte no
silencia la verdad
afuera, no fue ilustrado por l). Su labor como dibujante, de tono minucioso y alucinatorio, brillara sobre todo hacia 1970. En el segundo libro, Corazn de piel afuera, 1959, segn prlogo de Juan Gelman, circula lmpido el poema, bajo la palabra exacta y tensa; all rene asombros y milagros, vuelo lrico poderoso y maduro, inesperado y tierno. Aqu Bustos revela una lnea potica desoladora, metafsicamente preocupada por la criatura humana y su destino, en palabras de Norma Prez Martn1, quien dice que Bustos llega a tocar lo demonaco, lo fantasmal, incursionando desde su yo hasta las ms lejanas races de la historia.
La muerte no silencia la verdad. De ello dan fe Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Roberto Santoro, Francisco Urondo, Tilo Wenner y Miguel ngel Bustos, as como otros 30.000 argentinos desaparecidos por no decir apresados, encarcelados, torturados y asesinados sin razones ni juicios justos, vctimas de una persecucin ideolgica desatada por la dictadura argentina de la dcada de 1970. Y no ha silenciado sus voces porque a pesar del tiempo, de la dilacin de los juicios y de la nula reparacin a las vctimas, a nuestras manos llegan renovadas sus palabras, sus obras, su poesa. A pesar de ser acallados, hoy muchos de esos nombres se yerguen a la estatura de Gelman, Onetti o Benedetti, quienes con ms suerte fueron tan solo afortunados exiliados. Cabra preguntarse cuntas pginas llenaramos con nombres de poetas, intelectuales, trabajadores acallados con la muerte o el exilio por sus propios gobiernos, y no slo los de la dcada de 1970
Es seguro que la desaparicin trgica de Miguel ngel Bustos nos ha privado de ver una obra consumada que ya empezara a visibilizarse en la dcada de 1960. Miguel ngel Bustos naci en Buenos Aires en 1932 y desde nio mostr una irrefrenable inclinacin por la poesa, as como una denodada inquietud por todas las manifestaciones del arte y la cultura, incluido el estudio de diversos idiomas. En 1957 public su primer libro, ilustrado por l mismo, Cuatro murales, que defini como cuatro cuentos fantsticos: Se trata de una galera de ilustraciones donde las imgenes ahondan desde el mundo del inconsciente hasta plasmarse en potica revelacin total. Desde ese entonces se hacen patentes su inters por la prosa potica, que se decantara luego en su labor como cronista y crtico, as como su inters por el dibujo (de sus cinco libros, slo uno, Corazn de piel
La ponderacin simblica se hace manifiesta an ms en su tercer libro, Fragmentos fantsticos, 1965, libro inicitico, contradictorio, donde los opuestos alcanzan un alto punto de ebullicin (Norma Prez Martn). Cabe mencionar aqu que dos perodos de su produccin, 19581962 y 1970-1972, no fueron publicados en vida del poeta. Los poemas del perodo 1958-1962, que corresponde a sus extensos viajes por Latinoamrica, poseen, al decir de Alberto Szpunberg, antologador de Despedida de los ngeles (Tierra Firme, 1998), una transparencia amorosa, tan serena y armnica, que recuerdan a los textos de Corazn de piel afuera. En estos lucen versos tan precisos como los de Msica al nio: Tocar algo, / pulsar elstico un aire popular de muerte / un algo musical, / para dar piedad a mi sombra.
ser por mucho tiempo el referente definitorio de su esttica. En 1970, publica El Himalaya o la moral de los pjaros, su quinto y ltimo libro, cuya esttica se cimenta en la Amrica precolombina y las diversas cosmogonas. De l, Bustos dira: Busqu construir una especie de cdice, apoyado en un texto y en dibujos. Desde entonces su labor potica se reduce, a la vez que empieza una intensa colaboracin en diarios y revistas. Los poemas de esta poca muestran amplia diversidad, as como una clara militancia: Yo creo que la poesa es de origen divino... Naturalmente que no escribo del origen divino, sino que escribo de mi mano, con mi lapicera. Por lo tanto, yo adopto una posicin poltica.... El 30 de mayo de 1976 fue el ltimo da que Emiliano Bustos, con cuatro aos, vio a su padre. El relato de la desaparicin es similar al que tantos otros empezaran a relatar: En el ltimo momento me dio un beso y se despidi; estaba
esposado. Uno de los hombres que lo detuvieron se haban identificado como policas le dijo: llevate una manta que hace fro. Y se fue con una colcha verde de mi cuarto. *** Uno es el silencio tras la muerte y otra la muerte que suscita el silencio (como en el caso de Rimbaud). Mas como Miguel ngel Bustos, que hoy revive y habla, y espera an otra resurreccin, la de que su desaparicin no quede en la impunidad, en Colombia miles de compatriotas, como Hctor Abad Gmez o Julio Daniel Chaparro, esperan tambin la doble resurreccin: la del reconocimiento de sus obras y la de las aclaraciones de sus muertes. Miguel ngel Bustos tiene hoy una mdula de fuego, / una
piel extensa / multiplicada en [su] garganta.
1
Los apartes de Norma Prez Martn fueron tomados de Aproximacin a la potica de Miguel ngel Bustos, Centro de Estudios Latinoamericanos, 1985, publicados en [elvendedordetierra.wordpress.com].
Miguel ngel Bustos publica su cuarto libro, Visin de los hijos del mal, en 1967, cuyo prlogo, escrito por Leopoldo Marechal,
a ntologa
Poemas de
afirMo en la tierra
Un da ser la ausencia visible de Miguel ngel luego mi olvido. La marca de un pie desnudo sobre el agua. Un gesto una espalda. Pero hoy tengo una mdula de fuego. Una piel extensa multiplicada en mi garganta. Un puo joven en el centro de mis huesos apretndose muy hondo. En luz mi frente y mis dedos como arterias hincadas en el calor de la tierra dura.
[De Corazn de piel afuera: En la noche al aire abierto, 1959]
a vanzan
Cuando tome bajo la luz otro cuerpo y besndolo me sienta vivo, habr redo, habr dormido una vez. Y luego querr caminar nuevamente. Sin fronteras como el dolor o el hambre, al refugio de mi herida Buenos Aires. Aqu donde cada sol es un ciclo de miel. Donde el viento se extiende temblando.
[De Corazn de piel afuera: En la noche al aire abierto, 1959]
no
olvidaMos nada
l uchando
con soMbras
No olvidamos el llanto ni el vaco de los muertos en la tierra. Amrica circula con todo sufrimiento. Pero canta. No con voz de fuerza. Canta el da de luz que llega por el ro del trigo, al ardor de sus hombres erguidos y en marcha. No olvidamos nada. Pero el canto es la fiebre ms alta. Huye de nuestras frentes, seala nuestra sangre. Alto. Altsimo. Como nuestro amor.
[De Corazn de piel afuera: En la noche al aire abierto, 1959]
Qu no me muerdan! Pido a los perros pulsando la noche que no muerdan. Aire para dormir en sus fauces. Amor y sueo materno pido, pido su lengua sus quebrados ladridos. Anchos perros. Pido el sol para hundirles el alba en los dientes.
[De Corazn de piel afuera: Pual las lgrimas, 1959]
en
cuclillas
Me acaricio diminutamente cuando se alejan las manos que amo. Porque a veces me quiero y me extrao si no quiero. Pero en cuclillas, girando las slabas en los dedos manuales, escucho los pasos, escucho los besos, escucho los ltigos, escucho a todos doliendo y te escucho y te aguanto Miguel ngel.
[De Corazn de piel afuera: Poemas en prosa, 1959]
M sica
al nio
Tocar algo, pulsar elstico un aire popular de muerte un algo musical, para dar piedad a mi sombra. Tiene que ser una cuerda fra y lejana con flores y cristales de nieve, un canto-nublado que alza la voz y arranca. He de bajar mi nota hasta el nio que corra en mis piernas tan antiguo, a que entone una cancin en tono suave una lengua pequea entre las ramas, un tocar a despedida. No vaya a doler sin esperanza.
[De Poesa indita 1958-1962: Msica al nio, Buenos Aires, 14 de mayo de 1959]
6/7
M isterios
de triste
Hablo de luto a los aires, hoy sale un triste dando en mi costado. Dando su largo por tierra su amor de siempre y nada y su duro trago de hipo y de llanto numeroso como el agua. Quin dira que un triste pudiera en mi costado y me vistiera de luto y me llevara al da en duro trago de luz y de llanto.
[De Poesa indita 1958-1962: Misterios de triste, 9 de agosto de 1959]
i nfancias
1 Todo maana amemos el msculo tenso del aire. Que sube las gargantas y el agua. Que muere, an da, y damos hora de vivir. Vamos al aire, de ojo en ojo como el sueo creciendo en la noche. Vamos, ya es hora. Vamos a darnos enfermo milagro. 2 De balbuceo hoy te hablo. Aprieta la lengua madura y eterna. Busca tierra y lame de pie el corazn. Tanta luna y tanto sol que nos cuesta sufrir, parecemos salvajes: de nunca la muerte, de atrs a hoy un puo de astros y el terror.
[De Poesa indita 1958-1962: Infancias, octubre de 1959]
l os
Fueron siempre los pjaros los que anduvieron en los patios de mi infancia.
A la claridad del canario se sum el gritito entrecortado del calafate, el vuelo diminuto de los bengales. Algn mono hubo, pero fue efmero. Agregaba mi abuelo a la magia reinante sus oros de Gran Maestro. Sus libros que, de a poco, fueron siendo mis pjaros. Un to viaj y en una gran jaula trajo un tigre. Lo aseguraron a una cadena y esperaron que lo viera. Su garganta me llam; aparec. El espanto y la maravilla me helaron. Desde ese da los patios dejaron de ser tales. Fueron selvas de mrmol y mosaicos gastados en donde el terror habitaba. Era feliz. Tocaba el misterio a diario y no desapareca. Me acostumbr vidamente a lo extrao. Cuando alguien orden su encierro en el Zoolgico, llor.
Entonces comenzaron mis fugaces visitas; temblaba cerca de su jaula. Su rugido era msica tristsima para m. Le imploraba a su memoria de fiera el recuerdo. El da en que me fui a despedir de l para siempre me oli, detuvo su andar en crculos. Una sombra humana le cruz la mirada. Intent tocarlo. El gritero prudente me clav en el piso. Pens un adis, suavemente me march. Ms tarde supe de su muerte. Su carne fantstica se junt en el polvo a otras carnes. He crecido. Guardo de mi infancia sus huesos en mi alma, los libros en mi sangre. Pero cuando llegue el fin y me miren los ojos que an no he visto, pienso que ser el tigre incierto de la locura el que me lleve tanteando a la nada, aquel tigre de titubeo y delirio del suicidio que en su boca me ahogar clamando. O tal vez mi viejo tigre, rayado por la piedad, quiera devorarme como a un nio.
[De Fragmentos fantsticos, 1965]
un
eMpleo horizontal
Pobre Miguel ngel. Siempre he dicho que tuvo una suerte perra. Hay perros que tienen suerte; pero l es un perro perro. Buscaba empleo. Las oficinas esmeriladas y los bancos llenos. Tristsimamente buscaba. Un da cruz una avenida, creo Corrientes o 9 de Julio y desapareci. Es decir, desapareci su andar vertical. Porque fue tal la fila de coches que pas, que lo hundieron en el asfalto. Slo quedaron a la luz sus ojos, su boca, sus manos. El asfalto tiene olas, con ellas defiende de las ruedas de los autos el rostro y las manos de Miguel ngel. Enterado el Intendente, lo visit para ofrecerle el puesto de Semforo Parlante. Pobre Miguel ngel, digo. Hubo de quedar ahogado en el asfalto para conseguir empleo. Claro que ya no hace ms nada de lo que le gusta. Slo grita reglas de trnsito y an as la gente lo desprecia. Un ayer, sin querer pero igual, le pis una mano. Qu mundo. Qu sombras. Ciertamente ya no morir junto al mar.
[De Fragmentos fantsticos: Fbulas del purgatorio, 1965]
h ay
Era un perro enfermo que en la noche aullaba. Tena sus huesos, su piel y sus pelos. Slo eso. Lo dems lo haba perdido. Lo dems: su perra compaera que huy prefiriendo seguridades lejanas. As todo en medio de vmitos, aullaba. Su cabeza, su lbulo temporal derecho exactamente, destilaba sarna. Y sus dientes rechinaban. La noche viene siempre. Con sus colmillos largos devor su lbulo temporal derecho. Muri. Squito como hierba. Pero el mundo ha cambiado con su aullido. Con su raro aullido. Fuera posible un monumento a un aullido, un ala de piedra o slo un lamento tristsimo.
Sin ttulo, grabado, 1990.
8/9
l adrido
tocando a retirada
Con mi perra Vida y mi perra Muerte salgo a darles tiempo para el orn. Pero la perrera no entiende. Lleva, calavera los perros por arcadas oscuras. Seor, Seor. Quin ladra en mi mano sin vida y sin muerte?
[De Fragmentos fantsticos: Fbulas del purgatorio, 1965]
a rreglo
Sea tu adis sapo iluminado gato oscuro de las calles de naranjos. Sa alarido po de agua to oscuro oscuro de las calles de naranjos.
Se han ido quedo muriendo en el pasto de un milln de aos toda mi boca siente la luz en los metales vuelta. Ojos tan tristes. Cundo la palabra en su cuerda de vocales cortadoras ser ms que una lengua. Cuerpo que se va de un solo golpe despdeme a toda la noche despdeme. Por qu me has abandonado. Porqu yo te abandono con mi lengua silbadora venida a los cielos. Metales aguas soy esclavo del kilmetro y la fuerza luz palabra desciende como un pueblo. Sea tu adis mi ms golpe mi perdida prdida mi ms mi masa de adis por esta vida sin lmites.
[De Fragmentos fantsticos: Venida a los cielos, 1965]
o boe
Un oboe suena hijo de todos los rboles de la gran ciudad. Campana de hojas y ramas me hars llorar. Gritar tal vez. Nunca un sonido desnudo nada ms. Satlite perdido que cae silbando fuego. Metales y palabras. Escucha cmo ha de ser la nueva boca del sonido aquel. Palabra masa de los cielos. No la muriente escala de las voces solitarias masturbndose en el vaco. No un clavo de la luz area de cada hombre. Ya la palabra dej de ser amante sola para ser masa. Mar tierra son espesas chocan contra el aire son. Billn de estrellas. Mareas de palabras marea de cada da ordenar el mar que habla y se va a los cielos. Puedo llorar. Oboes se oyen que lastiman y uno tiene un corazn: corazn hecho de espumas muertes. Si yo tuviera sonidos quebrados ruidos
musicales para toda la vida no hara poemas sino voces bajo el agua arena de voces. Me acuerdo que stos no son poemas hago ensayos de mundos desplazando pueblos enteros. Masa metlica parlante que siente respiraciones raras. Poblaciones para un cielo nuevo de masas. Quisiera que me viera mi amor era noche y crecieron los mares.
[De Fragmentos fantsticos: Venida a los cielos, 1965]
c on
un largo cuchillo
Viendo que an se mova le at los miembros superiores y limpi el cuerpo puro de un poco de tierra pegada.
Tom un largo cuchillo y en la misma mesa en que gritaba la maniatada prob su filo. Lo afin en una piedra antigua manchada a trechos por cogulos parduzcos. Alguien lo llamaba de lejos. Se apur afilando al pelo el acero. Se acerc despacio y ensay el filo en la masa blanda del cuerpo. Los chillidos subieron de tono. Levant la mano, tom la cabeza y de un solo tajo la separ del cuerpo. La sangre salt lejos, tan lejos como l tir la cabeza de la gallina.
[De Fragmentos fantsticos: Sensacin prpura, 1965]
f ragMentos
1 Afuera oigo la lluvia, adentro siento la lluvia. Mi cuerpo de barro se deshace. 5 Esta espantosa reliquia del dolor: la alucinada memoria. 6 Los aos de vacas gordas son los espejismos de la fiebre. 9 Escribe mientras sea posible. Escribe cuando sea imposible. Ama el silencio. 12 Mata el pjaro. Guarda el canto. 26 Toda madre mata a su hijo con el cuchillo del pezn.
29 Silencio. Te estn oyendo los muertos. 64 Tigre, spera reja de la terrible sombra. 67 Como madre quiere flores, echo a sembrar en los mares alaridos. 86 El infierno, aquella costilla que nos falta. 87 Dibujo soles porque no puedo ver el da. 94 Yo no veo. Yo como resplandores. 109 Soy una altura de vientos que sangra en la tierra.
113 Adnde, dnde los jazmines, los azahares de la novia-nia? Dnde, dnde la suave corona de espinas? 120 Todo me mira sin prpados.
[De Visin de los hijos del mal: Fragmentos, 1967]
12/13
c asa
de silencio
Un nio y un cuchillo, enamorados carne y hierro, buscan en el alma la selva que los salve. Aromas y llantos boca de hielo sobre cicatriz de pureza. Ir el olvido a devorar temblores ir la tierra alzando mares. Sueo del nio que muere en su Casa de Silencio en el cielo del espanto, hierba de tristeza amor de nadie.
[De Visin de los hijos del mal: Visin de los hijos del mal, 1967]
l una
de
h erodes
sonrientes como acabadas de nacer con el coraje intacto entregadas a un enemigo infame) y aquella imagen de muerte del capitn de la Marina surgida de las cenizas de batallas imaginarias prometiendo garantas en nombre de un sistema inmoral. (Otras escenas iguales en vileza forman la historia de mi patria. Bravos capitanes sucios como stos asaltan la imaginacin de nuestros hijos para gobernar en sus almas un vasto pas corrupto).
[De Poesa indita 1970-1972, 29 de julio de 1961. Publicado en Nuevo Hombre, n 46, agosto de 1973]
Si en la noche inmviles policas sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero alejarme no puedo, como en sueos. Entonces alzo la mano a mi pecho el traspasado. No sea que a lo lejos entre las selvas de hueso y aliento salga el aullido de aquel que devora mis entraas. Y aullando prolongue en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me persigue.
[De Visin de los hijos del mal: Visin de los hijos del mal, 1967]
s angre
de agosto
1 Puede la nieve cubrir la tierra por un siglo trazar el fro un jardn de flores azules en el hielo mientras el desierto soporta la hambrienta luz del cielo blanco. Puede el sur ser ms bello que el norte de fuego pero siempre para m ser Trelew la regin de la muerte de mis hermanos. No olvido las sombras de los rendidos en el aeropuerto (las armas en el suelo
a lquiMia
del odio
An suenan los lirios minerales de dos cuchillos en la noche. En el centenario baldo cara al ro animal, pelean blasfemias olvidadas. La sangre ausente, slo hilos de xido vuelan en la maleza y las latas. Muertos hace decenas de aos en lgubres conventillos entre sbanas adheridas como sudarios los cuchilleros son nmero oculto, niebla de cristal en la piedra rayada por la luna. Los puales siguen por tiempo y tiempo un odio de engranajes infinitos en busca de entraas que ya no tiemblan, de corazones en cpulas de polvo.
[De Visin de los hijos del mal: Visin de los hijos del mal, 1967]
De todo laberinto
Conoc a Miguel ngel Bustos el da en que lleg a mi puerta, sin anuncios ni presentaciones, en busca de una comunin espiritual que haba presentido l como rigurosamente necesaria. No era un derrotado, sino un agonista de su mundo interior y a la vez del mundo externo que compartimos todos; y esas dos agonas, cuando se dan en un autntico poeta, se traducen en una serie de batallas y de contradicciones ntimas que hallan su ineludible manifestacin en el verbo apenas el artfice convierte la materia de su dolor en la materia de su arte. Poco despus, Bustos me trajo su Visin de los hijos del mal, cuya lectura me sugiri el deseo y aun la necesidad de presentar este libro tan hermoso como extrao, a m, que siempre fui enemigo de las presentaciones
ociosas. Dije ms de una vez que la poesa se da en una inquietante aproximacin de la Verdad; y que el concepto potico, en ltima instancia, no sera ms que una versin analgica del concepto metafsico, dada con el saber de lo cognoscible y el sabor de lo deleitable (y poseer el sabor de una cosa es poseer la cosa misma). Naturalmente, para conseguirlo, al artfice le basta con hacer resplandecer una forma inteligible en una materia sensible, con lo cual da en la Belleza, que, por ser uno de los nombres divinos, es tambin un trascendental o un puente inicitico hacia lo Absoluto.
De tal manera el artfice, si lo es de verdad, se convierte en un pontfice o constructor de puentes metafsicos; y normalmente lo hace merced al solo dictado de su vocacin y sin tener conciencia de la felicidad y el dramatismo que se maneja en su arte. Pero el drama se hace consciente no bien el artfice se quema en el fuego con que trabaja y que al fin de cuentas es su propio fuego, y cuando tiene una conciencia real del porqu y el cmo de su propia cremacin. Y tal es el caso de Miguel ngel Bustos. Su inclinacin a lo metafsico no se realiza en el modo conceptual,
Y uno y otro hasta pueden coincidir en el segundo, en que nuevas iluminaciones solicitan al contemplador, lo hacen rechazar el bosque de los smbolos y decir con el mismo San Juan de la Cruz en su cntico famoso:
Sin ttulo, xilografa, 1965.
sino en el modo experimental, sabroso en sus penurias y penoso en sus iluminaciones. El poeta es habitante de un mundo coloreado, rico en formas que pareceran indestructibles y en aconteceres que pareceran eternos. Y sin embargo, desconfa ya de aquella frgil perennidad, no tarda en descubrir su tramposa ilusin; y detrs de aquellas vistosas fantasmagoras comienza l a vislumbrar el mundo de los principios inmutables, la esfera de lo que no es perecedero ni transita ni se divide ni duele. No es verdad, Miguel ngel? Entonces la antologa externa que le pareci tan slida no tarda en reducirse a un lenguaje de correspondencias o smbolos, como lo intuy Baudelaire. Y el poeta recorrer en adelante aquel bosque de smbolos que le habla en simulacro y en enigma, con lo cual empieza l a trazar de s mismo la figura de un mstico en estado salvaje, definicin que Paul Claudel invent un da para Arthur Rimbaud. Claro est, el mstico y el poeta inician su contemplacin en el mismo grado, el de las criaturas,
En este punto el bosque simblico se transmuta en un laberinto cuya salida trata de hallar el poeta, cayndose y levantndose en los corredores, rompindose la cabeza del alma contra los muros de aquella ciudad alqumica que Ddalo construy alguna vez para el Minotauro, un monstruo dual como el hombre. Y esa odisea se parecer tambin a un descenso infernal. Estas nociones que adelanto aqu por va de introito sern muy tiles al lector de este libro. A Miguel ngel Bustos he de recordarle lo que ya dije en mi Laberinto de amor:
De todo laberinto se sale por arriba.
* Prlogo escrito por Leopoldo Marechal para el libro Visin de los hijos del mal, publicado en 1967. Los versos de Marechal que cierran el texto los hemos puesto aqu por ttulo, no as en el original.
El aguijn
del escorpin
No es exacto decir que haya una obra completa de Miguel ngel Bustos, esto debido al corto tiempo que vivi y a que su juventud lo haca an un explorador, un Robinson en ciernes. No obstante que sus aciertos son valiosos, sobre todo aquellos que rondan el simbolismo, las indagaciones surrealistas donde el despliegue onrico y los relmpagos alucinatorios dan destellos expresivos a su lenguaje y le infringen una identidad propia e innegable, cabe decir sin delicadeza que la a veces excesiva verbosidad y la ingente produccin dificultan el hallazgo de esas luces. Sus aciertos, son muchos: inquietud y dedicacin, mirada atpica, imgenes sutiles y sugerentes, constante preocupacin por las races y la identidad americanas, bsqueda permanente de multiplicidad en el lenguaje, tono sostenido a lo largo de su obra a la vez reflexivo e imaginativo marcado por un contrapunteo rtmico. Pero a la vez, sus falencias visibles: prdida de fuerza expresiva al cerrar muchos de sus textos, excesiva diversidad temtica (salvo en el caso de El Himalaya o la moral de los pjaros), hermetismo marcado (y esto en el mismo libro); as como a veces una
denodada libertad formal que llega a entorpecer la lectura. La particin de los versos en ocasiones desluce el mpetu de algunas de sus imgenes, como en el caso de varios poemas de Corazn de piel afuera, tales como Me duelo o incluso Luchando con sombras. En palabra franca diramos que a su trabajo an le falta en muchos pasajes la carpintera que ofrecen el tiempo y el reposo. Por su ritmo frentico, en cierto modo premonitorio, notamos que el tren de Bustos iba a toda mquina y no daba cabida a la pausada y decantada reflexin.
A pesar de sus menos, Bustos se afirma con voluntad sorprendente y no hay criterio suficiente para tacharle: hoy sera otro nuestro juicio sin su muerte prematura.
Esta edicin
Los textos y poemas de y sobre Miguel ngel Bustos fueron publicados con autorizacin de Emiliano Bustos, quien preparara para Editorial Argonauta, de Buenos Aires, la antologa Visin de los hijos del mal. Poesa completa (2008). El Aguijn agradece al poeta Emiliano Bustos (Buenos Aires, 1972). LeopoLdo MarechaL (Buenos Aires, 1900-1970). Poeta, dramaturgo, novelista y ensayista. Entre sus libros se cuentan: Sonetos a Sofa y otros poemas (1940), Viaje de la primavera (1945), Cntico espiritual (1944), Adn Buenosayres (1948), Antologa Potica (1950), Heptamern (1966). Los libros de Miguel ngel Bustos, as como sus poemas inditos, agrupan en series los textos segn un hilo conductor. Al citar la procedencia de cada poema, se ha puesto en primer lugar el ttulo del libro y luego el de la serie. Las imgenes de las obras de Alfonso Quijano Acero, tanto las de su coleccin privada, como las de la Coleccin de Arte del Banco de la Repblica y las de otras colecciones, son reproducidas aqu con autorizacin expresa del C rditos
de las obras
maestro Quijano, a quien agradecemos su deferencia. Queda prohibida la reproduccin para otros fines.
Imgenes Biblioteca Luis ngel Arango, Banco de la Repblica: Sin ttulo ca. 1967 (pp. 1 y 2), La anunciacin (p. 6), Emboscada y muerte o Sol de medianoche (p. 9), El bello durmiente (pp. 15 y 19), Sin ttulo 1968 (p. 16), Libertad y orden (p. 17). Imgenes de las obras de la Coleccin de Arte del Banco de la Repblica: Sin ttulo 1977 (p. 4), El eterno nunca abandona su base (p. 5), La cosecha de los violentos (p. 11), Tarde de domingo (p. 12), La cometa No. 2 (p. 14). Fotografas de El Aguijn, de la coleccin de Alfonso Quijano Acero: El paseo (p. 4), La bella durmiente (p. 7), Sin ttulo 1990 (p. 8), Paisaje (p. 10), Cristo yacente (p. 12), El pandero (p. 13), La ltima cena (p. 14), Sin ttulo 1968 (p. 18).
p e r i d i c o d e p o e s a d e d i s t r i b u c i n w w w . r e v i s t a e l a g u i j o n . c o m
g r a t u i t a
Director editorial y de arte scar Pinto Siabatto Director de patrimonio cultural Daro Snchez-Carballo Director de medios y tecnologas de la informacin Carlos Amaya Correccin de estilo Ana Mara Serna Director administrativo y financiero Rafael Berro Escobar Agradecimientos Argentina: Emiliano Bustos; Colombia: maestro Alfonso Quijano Acero y Teresa de Quijano; Doris Amaya y Eduardo Rodrguez (Casa de Poesa Silva); Sigrid Castaeda Galeano (Unidad de artes, Banco de la Repblica); Tatiana Torres y Sofa Restrepo (Oficina de Divulgacin, Biblioteca Luis ngel Arango, Banco de la Repblica); Luisa Fernanda Garca, Jairo Bernal Macas, Robinson Quintero Ossa, Lina Espejo; El Espectador, Museo de Arte Moderno de Bogot y Museo Nacional de Colombia.
El Aguijn, peridico de poesa de distribucin gratuita, puede descargarse en versin electrnica desde el sitio web www.revistaelaguijon.com. Encuentre all ms textos y poemas de Miguel ngel Bustos, as como otras imgenes de las obras de Alfonso Quijano Acero. El Aguijn agradece por su colaboracin en nmeros anteriores a: Mara Mercedes Carranza, Juan Carlos Galeano, Charles Simic, David Reinoso, Armando Rodrguez Ballesteros, Rafael Del Castillo, Sergio Laignelet, Eduardo Llanos Melussa, Jaime Quezada, Roco ngela Ospina, Nicols Suescn, Jotamario Arbelez, Fernando Linero, Robinson Quintero Ossa, Carmen Elena Illidge, Guillermo Linero, Jairo Bernal Macas, Casa de Citas, Olga Malaver, Diana Zuluaga, Simon Cridland, Librera Buchholz, Sandra Morales Zawadzky, Giovanni Gmez, Milcades Arvalo, Juan Manuel Roca, Juan Carlos Prgolis, Efraim Medina, Jorge Montealegre, Jaime Jaramillo Escobar, Luz Eugenia Sierra, Banco de la Repblica, Ldo Ivo, Keko, Luz Stella Luengas, Nubia Stella Cubillos, Carlos Almeyda, Celedonio Orjuela, Mauricio Contreras, Mara Antonieta Flores, Carlos Nabito Rivas, Toms Chiqui Tamayo, Daniel Linero, Jorge
Naim Rodrguez, Rodolfo Ramrez, Nancy Prada, Paula Altafulla, Chrisnel Snchez, Alessandra Merlo, Marta Oliveiro, Luis Miguel Madrid, Jos ngel Leyva, Jeannette L. Clariond, Juan Felipe Robledo, Rodolfo Hsler, Daro Villegas, Fernando Herrera, Gustavo Adolfo Garcs, Javier Naranjo, Jorge Riechamnn, Danilo Manera, Mario Torres, Carlos Pachn, Henry Benjumea, Juan Manuel Chaparro, Rolando Chaparro, Nurit Kasztelan, Mariana Suozzo, Sol Echavarra... y a todos aquellos que de una u otra forma han contribuido con El Aguijn en algn momento de su historia, pero que, por ese viejo de truco del tiempo que todo nos hace olvidar, no mencionamos aqu.
ISSN: 1657-2483 www.revistaelaguijon.com contacto@elaguijon.org oscar.pinto@elaguijon.org Telfonos: 4090990 3143694705 3167444447 Colombia, Amrica del Sur Impresos 5.000 ejemplares en diciembre de 2011, en los talleres de Grficas Castiblanco. Esta publicacin es un proyecto de la Fundacin El Aguijn (elaguijon.org). Puede copiarse y distribuirse libremente con la debida autorizacin y siempre citando su procedencia.
No olvidamos el llanto ni el vaco de los muertos en la tierra. Amrica circula con todo sufrimiento. Pero canta.
Miguel ngel Bustos
Revista
Ca sa Silva No.24
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Redaccin y ortografa parque de la 93 Curso en cinco das - 16 horas (febrero) creacin literaria Centro histrico Dos semanas, cuatro sesiones - 12 horas (marzo) Redaccin bsica chapinero Cuatro semanas, ocho sesiones - 16 horas (marzo)
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