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Hamlet y Don Quijote

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Hamlet y Don Quijote

Ivan Turguenev

sequitur
Buenos Aires, Madrid, Ciudad de Mxico

ndice

A modo de prefacio Manuel Garca Puertas Hamlet y don Quijote Ivan Turguenev Hamlet y don Quijote Ramiro de Maeztu Don Quijote y Hamlet, extraos o hermanos? Manuel Durn

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Hamlet y Don Quijote

Ivn Turguenev
Conferencia pronunciada en San Petersburgo en 1860

Seores, La primera edicin de la tragedia de Shakespeare Hamlet y la primera parte del Don Quijote de Cervantes se publicaron el mismo ao, a principios del siglo XVII. Esta coincidencia se antoja cargada de significados. El cotejar estas dos obras me suscita toda una serie de consideraciones que quisiera exponerles, y por las que ruego de antemano su indulgencia. "Quien quiera comprender al poeta tendr primero que adentrarse en sus dominios" deca Goethe. El modesto novelista, sin embargo, no puede ser tan exigente, tan slo puede esperar de sus lectores o de sus oyentes que quieran acompaarle por su
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vagabundeo y sus reflexiones. Quiz, seores, les sorprenda lo inslito de algunas de las ideas que voy a exponer; pero el privilegio de las grandes obras dotadas por el genio de sus creadores de una vida imperecedera, no es la de permitir, como toda cosa viva, infinitos puntos de vista, diferentes, incluso opuestos, y, sin embargo, igualmente legtimos unos y otros? Cuntos comentarios ya se han escrito sobre Hamlet, y cuntos ms habrn de escribirse! Y cun distintas son las conclusiones de esos anlisis en torno a un modelo de una fecundidad justamente inagotable! Respecto al Don Quijote: debido a la naturaleza misma de su concepcin, a la claridad realmente grandiosa de un relato que parece iluminado por el sol de medioda, la novela da menos juego a las interpretaciones. Pero por desgracia, nosotros los rusos no disponemos de una buena traduccin del Quijote; la mayora de nosotros solo tiene nociones confusas; solemos dar a la palabra "don Quijote" el sentido de "bufn" y por "don-quijotismo" entendemos "extravagancia", cuando esta palabra debera evocar en nuestro espritu la noble idea de la total abnegacin, aunque teida por lo cmico. La publicacin simultnea de Don Quijote y Hamlet, como digo, es significativa. Estos dos
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"tipos" encarnan, a mi entender, dos caractersticas fundamentales y opuestas de la naturaleza humana, los dos polos del eje sobre los que gira aqulla. No pertenecen ms o menos todos los hombres a uno de estos dos tipos? No tenemos todos y cada uno algo de don Quijote o de Hamlet? Cierto es que en los actuales tiempos abundan ms los Hamlets que los Quijotes, pero estos ltimos no han desaparecido. Veamos. Todo ser humano basa, consciente o inconscientemente, su vida en un principio rector, en un ideal, es decir, en lo que tiene por verdadero, bello, bueno. Para muchos ese ideal es un ideal recibido, preestablecido, conformado en moldes histricos definidos. Esos hombres se esfuerzan en ajustar sus vidas a ese ideal; ocasionalmente pueden alejarse de los mismos, ya sea por las pasiones o debido a circunstancias imprevisibles, pero no los contestan, no los ponen en duda; otros, por el contrario, analizan el ideal haciendo uso de sus propias facultades. Sea como fuere, puede decirse sin temor a equivocarse que, para cualquier hombre, ese ideal, en cuanto base y meta y de su vida, se sita bien en l mismo bien fuera de l: es decir, o bien es el yo el que impera o bien lo hace otro principio tenido por supremo. Se me podr contestar que la realidad no suele aceptar distinciones tan marcadas; que en un mismo
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ser humano ambos puntos de vista pueden alternarse y hasta, en cierta medida, converger. En modo alguno pretendo afirmar aqu la imposibilidad de los cambios o de las contradicciones en la naturaleza humana; tan slo pretendo sealar dos modos de relacionarse el hombre con su ideal. Y voy a intentar mostrar cmo estas dos relaciones quedan encarnadas en los dos "tipos" que nos convocan. Empecemos con don Quijote. Qu encarna el personaje de don Quijote? Observmoslo, pero no con esa mirada apresurada que se queda en lo superficial, en los detalles ms evidentes. No veamos en don Quijote tan slo al caballero de la triste figura, al fantoche creado para mofarse de los libros de caballera. No olvidemos que la significacin de ese personaje es mucho ms rica ya desde la intencin de su inmortal creador; no olvidemos que el don Quijote de la segunda parte el amable interlocutor de duques y duquesas, el sabio mentor de su escudero hecho gobernador ya no es el de la primera parte de la novela, ya no es ese extrao y ridculo don Quijote del principio, cuyos golpes y desventuras constituyen el pan de cada da. Conviene, por tanto, ir al fondo del asunto. Qu encarna, por tanto, don Quijote? Don Quijote es, sobre todo, el emblema de la fe, de la fe en algo eterno, inmutable, de la fe en la verdad, en
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una verdad superior, situada fuera del individuo, una verdad accesible pero que exige trabajos y sacrificios, y alcanzable si el trabajo y el sacrificio son constantes. Don Quijote es, todo l, entrega a un ideal, a un ideal por el que est dispuesto a soportar todas las privaciones imaginables, a sacrificar su vida; una vida que slo tiene valor en la medida en que sirve para realizar el ideal, para instaurar la verdad y la justicia en la tierra. Ustedes me podrn decir que ese ideal es tan slo apropiacin, obra de una imaginacin desnortada, del universo fantstico de los libros de caballera. As es, en efecto, y de ah la comicidad del personaje. Pero no por ello deja de ser un ideal que se mantiene ntegro en su pureza original. No hay en don Quijote egosmo alguno; nunca piensa en s; vive fuera de s y para los dems, sus congneres, luchando contra el mal, combatiendo las fuerzas enemigas del hombre, a los gigantes, a los encantadores, es decir, a los opresores de los dbiles. No hay atisbo de egosmo, ni cuidado por s mismo, es todo abnegacin: s, abnegacin; dicho en una palabra, cree, cree con conviccin y sin dudar un sola vez. De ah que desprecie el miedo, el esfuerzo, y se conforme con comer poco y mal y vestir pobremente: qu importan esas cosas?! De corazn humilde, alienta en l un alma grande y
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heroica. Su entrega no menoscaba su libertad; no conoce la vanidad; nunca duda ni de l, ni de su misin, ni siquiera de sus capacidades fsicas; su voluntad es inquebrantable. Por perseguir constantemente un mismo y nico objetivo, su pensamiento se torna montono, su espritu se estrecha. Su saber es limitado, pero, qu ms ha de saber, si sabe cual es su cometido, su razn de vivir? Qu ms necesita? Puede parecer un loco rematado, pues la realidad ms palpable se derrite y desvanece como la cera al calor de su entusiasmo (para l los muecos de palo son moros temibles o los rebaos de corderos, caballeros armados), otras veces, parece un espritu de corto alcance que no sabe si compadecerse ante la desgracia ni disfrutar con ligereza de la vida. Es como un rbol secular al que sus profundas races no le permiten cambiar de convicciones ni de empeos. La firmeza de su moral (ese loco, ese caballero andante es el ser ms moral que se conozca) confiere fuerza y grandeza a sus pensamientos, a sus palabras y a toda su presencia, no obstante las humillaciones y las grotescas situaciones en que constantemente cae Don Quijote es un entusiasta, el servidor de una idea que lo envuelve en su aureola. Qu encarna Hamlet? Hamlet es, ante todo, anlisis y egosmo, y an dir, incredulidad. Slo vive
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para s, es un egosta, y como tal no puede creer ni en l, por la sencilla razn de que el hombre no puede creer ms que en lo que le es ajeno y superior a l. Y, sin embargo, se aferra a ese yo, tanto como no cree en l. Regresa constantemente a su yo, porque no encuentra nada en el mundo que subyugue su alma. Hamlet es un escptico condenado a vagar, a zigzaguear perpetuamente, acompaado de s mismo. Piensa continuamente en su situacin, no en sus deberes. Duda de todo y, tambin de s mismo. Su mente es demasiado sutil para poder contentarse con lo que en s mismo halla; reconoce su debilidad, pero toda conciencia de s mismo es una fuerza: de ah la irona de Hamlet, que contrasta con el entusiasmo de don Quijote. Hamlet se desprecia, se complace en flagelarse y exagera sus faltas; se estudia sin cesar, penetra insistentemente en su alma, conoce sus debilidades hasta en sus ms mnimos pices, y las desprecia, y se desprecia a la par que vive y se alimenta de ese desprecio. No cree en s, y, sin embargo, es vanidoso; no sabe qu quiere, ni su vida tiene objetivo, y no obstante est apegado a la vida: O el Todopoderoso no asestara el can contra el homicida de s mismo! Oh! Dios! Oh! Dios mo! Cun fatigado ya de todo, juzgo molestos, inspidos y vanos los placeres del mundo!
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Pero Hamlet se guarda de sacrificar esa su vida inspida y vana; piensa en el suicidio antes incluso de que se le aparezca el espectro de su padre, antes incluso de recibir la misin que aniquilar su ya quebrantada voluntad; pero, a pesar de todo, no se mata. Su amor por la vida se abre paso justamente cuando piensa en ponerle fin. Todos los jvenes de dieciocho aos conocen esos sentimientos:
Es la sangre que hierve, la savia que se desborda.

No seamos, sin embargo, demasiado severos con Hamlet. Hamlet sufre, y sus sufrimientos son ms dolorosos y ms punzantes que los de don Quijote al que golpean groseros pastores y cautivos por l liberados. Hamlet se maltrata a s mismo y se destroza; tambin l empua una espada: la espada de doble filo del anlisis. Hay que convenir que don Quijote es ridculo; su figura es quiz la ms cmica de cuantas ha dado la literatura. Su nombre se ha convertido en apodo divertido hasta en boca de los campesinos rusos, y evoca en todo el mundo la imagen de un personaje magro, huesudo, de nariz corva, envarado en su coraza y montado en un esqueleto de caballo, en el pobre Rocinante, un hombre siempre maltratado, siempre hambriento, y por el cual no puede uno menos de sentir como una compasin entre diverti20

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