Ambiguedad en Rosarito, de Valle-Inclan
Ambiguedad en Rosarito, de Valle-Inclan
Ambiguedad en Rosarito, de Valle-Inclan
Scott Spanbauer
medroso. Vuelve a dormir, pero momentos o minutos después, otro grito más fuerte la despierta
por segunda vez. La Condesa se levanta, y anda aterrorizada hacía la fuente de los sonidos (121).
Encuentra el cuerpo de la joven Rosarito, dos lágrimas en las mejillas, tendido en la cama de
palo santo (que, irónicamente lleva el apodo el árbol de la vida, y el nombre latín lignum vitae—
vida larga) del cuarto de don Miguel de Montenegro. El alfilerón de oro que usaba la niña en los
cabellos está clavado en el pecho, y su corpiño blanco resulta manchado por un hilo de sangre.
Don Miguel, parece, ha huido por la ventana abierta (122-123). ¿Qué tipo de tragedia ha
sucedido, y cómo se relaciona con los gritos? ¿Ha matado el viejo libertino donjuanesco a su
pariente inocente después de violarla? O, ¿es posible que la haya matado sin violarla? y,
¿porqué? Una hipótesis aún más trágica es que Rosarito, después de ser violada por don Miguel,
se suicidada con su propio alfiler. (Considero este escenario lo más probable, por razones que
explico más adelante.) De todos modos, Valle-Inclán nos ofrece pocas claves con que descifrar el
rompecabezas de Rosarito.
No obstante, por lo menos un crítico literario de la obra de Valle-Inclán cree que no cabe
1
duda—ni tampoco ambigüedad—de que don Miguel ha matado, pero no ha violado a Rosarito.
En su ensayo Rosarito y la hermenéutica narrativa, Luís Gonzáles del Valle sostiene que la
explicación más lógica es que don Miguel, fracasado su intento de violar a Rosarito y profanar su
inocencia, la mata por venganza (155). Gonzáles del Valle presenta varias razones para esta
conclusión, entre ellos el hecho de que la niña todavía lleva el corpiño en vez de ser desnuda, y
que “los amantes no asesinan a las mujeres que han poseído tras haber alcanzado sus objetivos
amorosos con ellas” (145). Su argumento fundamental, y sorprendente, es que don Miguel ha
dejado de ser una persona histórica, pariente de la Condesa de Cela, e hidalgo gallego, y es, en
efecto, el diablo. Esto lo propone Gonzáles del Valle literalmente; no arguye que el personaje de
don Miguel representa la encarnación de las cualidades que asociamos con el diablo (los
pecados, la maldad, la oscuridad), sino que Satanás, el mismo Príncipe de Tinieblas, ha tomado
Gonzáles del Valle provee varios argumentos en apoyo de esta creencia, empezando con
los informes del narrador omnisciente y fidedigno. Según este narrador, nos dice, don Miguel
ejerce “el poder sugestivo de lo tenebroso” sobre otros, y que su sonrisa, miradas y frases son
siniestras cuando parece intuir el interés romántico de Rosarito (141). Gonzáles del Valle nota
evidencia de lo diabólico en otros detalles menores también. Don Miguel profesa su ignorancia
de que el marido de la Condesa de Cela, su primo el Conde, ha muerto, y que esto tiene que ver
con el hecho de que la Condesa se lo dice mirando al cielo, lugar prohibido al diablo. Otra
aunque no la ha visto desde su niñez (144). La prueba más fuerte que ofrece es que Rosarito es
asesinada en la cama donde había dormido el santo Fray Diego de Cádiz. Gonzáles del Valle
2
explica que este acto es de suma importancia, porque “el diablo, encarnado en don Miguel,
profana un recinto esencialmente sagrado al haber vivido en él un santo: lo hace a través del
crimen horrendo de un ser inocente que, hasta entonces, encarnaba la belleza casta” (144-145).
En este acto de profanación sobre el altar sagrado—el lecho del santo—ve Gonzáles del Valle un
Esta bifurcación del personaje de don Miguel en dos entidades—el hidalgo y el diablo—
es esencial para la verosimilitud, según Gonzáles del Valle. Es improbable que el primero viole a
una joven en la casa de un pariente “ya que un acto de esta naturaleza iría en contra de su buen
nombre y menospreciaría la condición de aquéllos con los que él se igualaba” (142). Repite este
argumento de otra manera unas páginas después: “es ilógico pensar que, por muy libertino que
fuese, don Miguel iba a intentar seducir a una joven de su familia, que conoció de niña hace más
de diez años, en la casa donde se le ha dado albergue y pocas horas después de haber llegado a
ese sitio” (144). Un mero don Juan no sería capaz de tanta degradación, pero el diablo sí.
Siendo persona razonable, Gonzáles del Valle admite que “no todo lector de Rosarito llegará,
necesariamente, a conclusiones semejantes a las mías,” dado que cada lector interpreta los
elementos del cuento conforme con su propias experiencias y creencias (142). Con este permiso,
me dirijo a los argumentos de Gonzáles del Valle, con que no siempre estoy de acuerdo. Primero,
es importante notar que aunque el lector típico de 1895 (cuando salió a luz Rosarito por primera
vez) tuviera una fe en la existencia de Satanás más fuerte que la del lector actual, eso no quiere
decir que Valle-Inclán intentara una equivalencia literal entre él y don Miguel. A veces lo
tenebroso es simplemente lo tenebroso – una herramienta del arsenal gótico para crear una
atmósfera de temor, de duda, o de oscuridad. Si esta técnica usa como metáfora lo diabólico, o la
3
lucha entre las fuerzas de lo bueno y lo malo, la luz y la oscuridad, eso no requiere que el tema
de la obra sea también esa lucha. Como nota Rosa Alicia Ramos en su estudio de los cuentos de
Valle-Inclán, Rosarito es “un ejemplo de la comunicación directa, propia del género narrativo, y
de la expresión sugestiva de la poesía simbolista (121). Además, hay problemas con las pruebas
de la posesión diabólica de don Miguel que cita Gonzáles del Valle. Al leer la citación completa
de Rosarito, el “poder sugestivo de lo tenebroso” que demuestra don Miguel está relegado no a
todos que le rodean, sino a un grupo específico: “Era de ver cómo aquellos hidalgos campesinos
que nunca habían salido de sus madrigueras concluían por humillarse ante la apostura
caballeresca y la engolada voz del viejo libertino, cuya vida de conspirador, llena de azares
desconocidos, ejercía sobre ellos el poder sugestivo de lo tenebroso” (109). Visto en su contexto
original, este poder parece menos sobrenatural que egoísta: don Miguel sabe como causarles una
buena impresión a los provinciales. Ramos también insiste que la influencia que tiene Don
Miguel en los otros personajes es menos sobrenatural que sugestivo, basando esta observación en
las declaraciones claras del narrador. “Por cierto...las sensaciones que despierta el caballero en
los demás son producto de la sensibilidad subjetiva de ellos y no de los poderes portentosos que
a él se le atribuyen” (121). Tampoco es cosa sobrenatural que un gran seductor como don Miguel
adivine lo que siente una joven que le mira con admiración, temblando. El ejemplo del Conde
muerto tiene aún menos sentido; don Miguel pregunta por su primo, el Conde, y la Condesa
responde (mirando al cielo) que, en efecto, el Conde se ha muerto (111). No hay evidencia en
absoluto de una relación causal entre la ignorancia de don Miguel sobre la muerte de su primo, y
las palabras de la Condesa. Tampoco es sorprendente que uno tan entendido en los asuntos de las
mujeres como don Miguel reconocería a Rosarito después de diez años. Tampoco es prueba de
4
su enlace con el diablo la historia del santo Fray y su cama de lignum vitae. Como otros
fenómenos que ocurren en el cuarto cuando entra la Condesa—la mancha negra que baila sobre
las paredes (una polilla dando vueltas alrededor de la lámpara), el mueble que cruje, el gusano
que carcome en la madera—la cama y su historia sirven sólo para aumentar la tensión dramática.
¿Es Rosarito víctima de una misa negra? Es dudable, porque tan rito requeriría la premeditación,
abiertamente en otro cuento de Jardín Umbrío, “Beatriz”. Lo que sufre Rosarito de verdad,
Si queremos poner en duda la teoría de Gonzáles del Valle sobre la naturaleza de este
crimen, sería bastante proponer otros escenarios probables. Para creer el más obvio—que don
Miguel ha violado, y después matado a Rosarito—no se necesita nada más que leer el diario.
Cada día aparecen reportajes sobre mujeres asesinadas después de ser violadas por hombres
brutos y violentos. No hay razón, salvo la carencia trágica de bondad y empatía del prójimo. Si
preciso buscar más allá del hilo de sangre en el corpiño, que se asemeja a la sangre de la
Igualmente trágica, pero más noble, sería la posibilidad de que Rosarito se ha suicidado.
Apoyando esta interpretación tenemos primero los dos gritos. La Condesa, dormida, oye un grito
medroso, y vuelve a dormir. Entonces sigue un párrafo donde Valle-Inclán trata de (y logra en)
asustarnos con un ratón, pupilas de monstruos, y daguerrotipos que centellan. Pasan quizás unos
minutos así, antes de que oiga la Condesa el segundo grito. Este intervalo nos indica que hay dos
hechos; el primero es que don Miguel viola a Rosarito—ella da un grito débil al ser penetrada,
5
arruinada, y denigrada. Después huye don Miguel de acuerdo con su historia—es persona
acostumbrada a huir, y la ventana está abierta. Sola, desmayada, quizás creyéndose pecadora,
Rosarito alisa su corpiño, toma el alfiler del pelo, y se apuñala el pecho. Nunca le ocurriría a don
interpretación u otra sobre los últimos minutos de Rosarito, es posible que no sea necesario
escoger no comprobar una sola hipótesis. Aunque el autor ha dejado varias pistas, eso no
requiere que él afirme un escenario u otro para el desenlace de Rosarito. Según Ramos, la
“Lo irrefutable, sin embargo, es que mediante la expresión sugestiva y evocativa del cuento, la
impenetrabilidad que nos hace detenernos en asombro ante los hechos.” Para Ramos, este
conjunto de elementos no sirve para dar luz al mundo interior de don Miguel o de Rosarito, sino
Si es verdad, como señala Gonzáles del Valle, que cada lector trae su propio sentido al
texto, el mío sería que los personajes no son ni blanco ni negro. En vez de dos seres—el hidalgo
gallego y el diablo—creo que el personaje de don Miguel es tan complejo que pueda abarcar
tanto el caballerismo como la cobardía. El héroe puede violar la niña inocente, porque así son
virginal e inocente, pero a la misma vez, una mujer, con impulsos sexuales. El horror de
6
Fuentes
Gonzáles del Valle, Luís T. “Rosarito y la hermenéutica narrativa.” La ficción breve de Valle-
Ramos, Rosa Alicia. Las narraciones breves de Ramón del Valle-Inclán. Madrid: Editorial
Pliegos, 1991.
Valle-Inclán, Ramón. “Rosarito.” Jardín Umbrío. Madrid: Espasa Calpe, 1986. 102-123.