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Las Estrellas en La Roca

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LAS ESTRELLAS EN LA ROCA

Ursula K. Le Guin
La casa y las construcciones anexas, todas ellas de madera, ardieron rpidamente, pero la cpula, que era de yeso y ladrillo, no ardi. Despus, los hombres amontonaron los restos de los telescopios, instrumentos, libros, mapas y dibujos, en mitad del suelo, debajo de la cpula, vertieron aceite encima y les prendieron fuego. Las llamas se extendieron a las vigas que sostenan el telescopio grande, y a los mecanismos de relojera. Los aldeanos que contemplaban el espectculo desde el pie de la colina vieron cmo la cpula, blanquecina contra el cielo verde del atardecer, se estremeca y giraba, primero en un sentido y luego en otro, mientras de la hendidura alargada surga un humo negro y amarillo lleno de chispas: una visin fea y extraa. Oscureca; al este aparecan las estrellas. Alguien grit unas rdenes. Los soldados bajaron por el camino en fila india, en silencio, hombres oscuros con arneses oscuros. Los aldeanos se quedaron donde estaban hasta despus de que se hubieran marchado los soldados. En una vida sin cambios y sin amplitud, un incendio equivale a un festival. No subieron a la colina, y, a medida que anocheca, se fueron apiando. Despus, empezaron a regresar a sus pueblos. Algunos volvan la cabeza para mirar la colina, donde nada se mova. Las estrellas giraban lentamente detrs de la negra colmena de la cpula. Pero sta no giraba para seguirlas. Una hora antes del amanecer, un hombre subi a caballo por el empinado zigzag, desmont junto a las ruinas de los talleres y se acerc a pie a la cpula. La puerta haba sido derribada. Por la abertura se vea una neblina rojiza de luz, muy tenue, procedente de una gran viga que haba cado y que haba ardido en rescoldo durante toda la noche. Debajo de la cpula, espesaba el aire un humo acre e inmvil. All se mova una figura alta. A veces se inclinaba, o se detena, y despus segua avanzando torpe y lentamente. Guennar! Maestro Guennar! llam el recin llegado. El otro se qued inmvil, mirando la puerta. Acababa de recoger algo de entre la confusin de restos medio quemados que haba en el suelo. Con un gesto mecnico, se guard el objeto en el bolsillo del abrigo, sin dejar de mirar la puerta. Fue hacia ella. Tena los ojos enrojecidos, y casi cerrados de tan hinchados; su respiracin era difcil y entrecortada; tena el pelo y las ropas chamuscados y embadurnados de negra ceniza. Dnde estabais, maestro? El hombre seal vagamente al suelo.

Hay un stano? Estabais ah durante el incendio? Dios mo! Yo lo saba, saba que estarais aqu. Bord se ri, algo histricamente, y tom a Guennar por el brazo. Venid, salid de aqu, por el amor de Dios. Est empezando a amanecer. El astrnomo lo acompa de mala gana, no mirando la luz gris del amanecer sino volviendo la cabeza para mirar la hendidura de la cpula, en la que ardan algunas estrellas. Bord le oblig a salir, le hizo montar el caballo, y despus, con la brida en la mano, ech a andar colina abajo llevando el caballo a paso rpido. El astrnomo se apoyaba con una mano en la silla de montar. La otra mano, que se haba quemado en la palma y los dedos al recoger un objeto de metal que estaba an al rojo vivo, bajo una capa de ceniza, la llevaba apretada contra el muslo. No se daba cuenta de esto, ni del dolor. De vez en cuando, sus sentidos le decan: Voy a caballo, o bien Est amaneciendo, pero aquellos mensajes fragmentarios no tenan sentido para l. Se estremeci de fro cuando se levant el viento del amanecer, que haca susurrar los oscuros bosques junto a los cuales pasaban ahora los dos hombres y el caballo, por un profundo sendero envuelto en cardenchas y brezos; pero los bosques, el viento, el cielo que clareaba, el fro, estaban muy lejos de su mente, en la que no haba otra cosa que oscuridad, mezclada con la fetidez y el calor del incendio. Bord le hizo desmontar. Ahora los rodeaba la luz del Sol, que daba sombras alargadas a las rocas por encima del lecho de un ro. Haba all un lugar oscuro, y Bord lo apremi para que se dirigiese a l. Aquel lugar no era caluroso y cerrado, sino fro y silencioso. Tan pronto como Bord le permiti detenerse, se dej caer al suelo, pues las rodillas no le sostenan, y sinti la fra roca contra las manos quemadas y doloridas. Aqu, bajo tierra, podis ocultaros dijo Bord, echando una mirada a los veteados muros, marcados por las cicatrices de los picos de los mineros, a la luz de su linterna. Yo volver; cuando haya oscurecido, quiz. No salgis. No vayis ms adentro. Esto es la antigua entrada de una mina; ahora ya no trabajan por esta parte. En esos antiguos tneles puede haber derrumbamientos y otros peligros. No salgis! No os dejis ver! Cuando esa jaura se haya calmado, os haremos cruzar la frontera. Bord se march. Mucho rato despus de que se hubiese apagado el sonido de sus pisadas, el astrnomo levant la cabeza y mir a su alrededor, las oscuras paredes y la pequea vela encendida. La apag. Le envolvi entonces la oscuridad, silenciosa y total, y el olor de la tierra. Vio sombras verdes, formas de color ocre que se movan por la negrura, que se fueron disipando. Aquella negrura opaca y fra era un blsamo para sus ojos inflamados y doloridos, y para su mente.

Si pens algo, sentado en aquella oscuridad, sus pensamientos no encontraron palabras. Estaba febril por el agotamiento, por el humo que haba respirado y por algunas heridas leves, y su mente estaba alterada; pero quiz los procesos de su mente, aun en los momentos de lucidez y serenidad, no haban sido nunca normales. No es normal que un hombre se pase veinte aos puliendo lentes, construyendo telescopios, observando las estrellas, haciendo clculos, listas y mapas de cosas que nadie conoce y que a nadie interesan, cosas que no se pueden alcanzar ni tocar. Y ahora todo aquello a lo que haba dedicado su vida haba desaparecido, haba ardido. Lo que quedaba de l poda muy bien estar enterrado, como de hecho lo estaba. Pero esta idea de estar enterrado no se le ocurri. Slo tena conciencia, agudamente, de una gran carga de clera y dolor, una carga que no estaba preparado para llevar. Le aplastaba la mente, la razn. Y la oscuridad que reinaba en aquel lugar pareca aligerar aquella carga. l estaba acostumbrado a la oscuridad, pues haba vivido de noche. En aquel lugar, el nico peso era la roca, la tierra. Ningn granito es tan duro como el odio, y ninguna arcilla es tan fra como la crueldad. Le envolva la negra inocencia de la Tierra. Se tumb dentro de aquella oscuridad, temblando un poco a causa del dolor y del alivio que senta en el dolor, y se qued dormido. Le despert una luz. All estaba el conde Bord, encendiendo la vela con pedernal y eslabn. El rostro de Bord apareca animado en aquella luz: el color subido y los ojos azules del cazador entusiasta, la boca roja, sensual y obstinada. Os estn buscando deca. Saben que habis escapado. Por qu...? dijo el astrnomo. Su voz era dbil; su garganta, al igual que sus ojos, estaba an irritada por el humo. Por qu me persiguen? Que por qu os persiguen? Necesitis que os lo diga? Os buscan para quemaros vivo, hombre de Dios! Por hereje! Los ojos azules de Bord le miraban, furiosos, desde el otro lado de la quieta luz de la vela. Pero si todo lo que he hecho est destruido, quemado... S, pero ellos quieren su presa. Aunque yo no dejar que os atrapen. Los ojos del astrnomo, claros y separados, se encontraron con los del conde y le miraron fijamente. Por qu hacis esto, conde? Vos creis que soy un estpido dijo Bord con una sonrisa que no era una sonrisa, sino la sonrisa de un lobo, la sonrisa del perseguido y del cazador . Y lo soy. Fui un estpido cuando os advert del peligro, porque no me hicisteis caso. Fui un estpido al escucharos. Pero me gustaba escucharos. Me

gustaba oros hablar de las estrellas, del curso de los planetas, del principio y el fin de los tiempos. Nadie me haba hablado nunca de otra cosa que del maz de sembrar y del estircol de vaca. Comprendis? Adems, no me gustan los soldados ni los forasteros, ni los juicios ni las ejecuciones. Vuestra verdad, la verdad de ellos, qu s yo de la verdad? Soy acaso un maestro? Conozco el curso de las estrellas? Quiz vos lo conocis. Quiz lo conocen ellos. Yo slo s que vos os habis sentado a mi mesa y me habis hablado. Debo presenciar cmo os llevan a la hoguera? Es el fuego de Dios, dicen ellos; pero vos me habis dicho que las hogueras de Dios son las estrellas. Por qu me hacis esta pregunta? Por qu le hacis a un estpido una pregunta estpida? Perdonadme dijo el astrnomo. Qu sabis vos de los hombres? pregunt el conde. Creais que ellos os dejaran trabajar en paz. Y creais que yo os dejara ir a la hoguera mir a Guennar a travs de la luz de la vela, sonriendo como un lobo, pero en sus ojos azules haba un destello de verdadera hilaridad. Yo vivo en la Tierra, sabis?, no all arriba, entre las estrellas... Haba trado un yesquero y tres velas de sebo, una botella de agua, un pedazo de torta de guisantes y una bolsa de pan. No tard en marcharse, y advirti otra vez al astrnomo que no se aventurase fuera de la mina. Cuando Guennar volvi a despertarse, le preocup una cosa extraa de su situacin. No era algo que hubiese preocupado a la mayora de las personas, caso de encontrarse ocultas en un agujero para salvar la piel, pero a l le resultaba angustiosa: no saba la hora que era. No eran los relojes lo que echaba en falta, el dulce taido de las campanas de las iglesias de los pueblos que llamaban a oracin por la maana y por la tarde, la delicada y deliberada exactitud de los relojes que usaba en su observatorio, a cuya exquisita precisin se deban tantos de sus descubrimientos; no eran los relojes lo que echaba en falta, sino el gran reloj. Sin ver el cielo, no se puede percibir la rotacin de la Tierra. Todos los procesos del tiempo, el luminoso arco del Sol y las fases de la Luna, la danza del planeta, el girar de las constelaciones en torno a la estrella polar, el girar ms amplio de las estaciones de las estrellas, todo esto estaba perdido, la urdimbre sobre la que estaba tejida su vida. En aquel lugar no exista el tiempo. Oh, Dios mo rez el astrnomo Guennar en aquella oscuridad subterrnea, cmo puede ofenderos que se os alabe? Todo lo que yo vi con mis telescopios era una chispa de vuestra gloria, un pequeo fragmento del orden de vuestra creacin. Esto no poda ofenderos, Seor! Y, aun as, eran bien pocos los que me crean. Ha sido por mi arrogancia al atreverme a describir vuestras obras? Pero, cmo poda evitarlo, Seor, cuando vos me permitais ver aquellos inacabables campos de estrellas? Cmo poda ver

aquello y permanecer en silencio? Oh, Dios mo, no me castiguis ms; permitidme reconstruir el telescopio pequeo. No hablar, no publicar, si ello molesta a vuestra santa Iglesia. No dir nada ms sobre la rbita de los planetas, sobre la naturaleza de las estrellas. No hablar, Seor, pero dejadme ver! Por todos los demonios, callaos, maestro Guennar. Se os oye desde la entrada del tnel dijo Bord, y el astrnomo abri los ojos, deslumbrado por la linterna. Os siguen buscando. Ahora dicen que sois un nigromante. Juran que, cuando llegaron a vuestra casa, os vieron all durmiendo, y que atrancaron las puertas; y ahora no encuentran huesos entre las cenizas. Estaba durmiendo explic Guennar, cubrindose los ojos. Llegaron los soldados... Habra debido haceros caso. Me fui al pasillo que hay debajo de la cpula. Dej un pasillo para poder acercarme a la chimenea durante las noches fras; a veces se me entumecen los dedos, y tengo que bajar a calentarme las manos extendi sus manos ennegrecidas, cubiertas de ampollas, y las mir vagamente. Y entonces les o encima de m... Aqu tenis algo ms de comida. Qu demonio, no habis comido nada? Cunto tiempo ha pasado? Una noche y un da. Ahora es de noche. Y llueve. Escuchad, maestro: en este momento se alojan en mi casa dos de esos perros negros. Son emisarios del Consejo, y no he tenido otro remedio que ofrecerles hospitalidad. ste es mi condado, ellos estn aqu, yo soy el conde. Me resultar difcil volver aqu. Y no quiero enviaros a ninguno de mis hombres. Qu ocurrira si los sacerdotes les preguntasen: Sabis dnde est? Juris por Dios que no sabis dnde est? Es mejor que no lo sepan. Yo vendr cuando pueda. Estis bien aqu? Os quedaris aqu? Yo os acompaar a la frontera cuando se hayan marchado los soldados. Ahora son como moscas. Y no hablis en voz alta. Podran buscaros en estos viejos tneles, Deberais ir ms adentro. Yo volver. Quedad con Dios, maestro. Id con Dios, conde. Vio el color de los ojos azules de Bord, el salto de las sombras por el rugoso techo cuando l tom la linterna y dio media vuelta. La luz y el color murieron cuando Bord, cerca de la salida, apag la linterna, Guennar le oy tropezar y maldecir mientras avanzaba a tientas. Guennar encendi una de las velas y comi y bebi un poco, empezando por el pan ms seco, y tomando un pedazo de la reseca costra de la torta de guisantes. Esta vez, Bord le haba trado tres hogazas y algo de carne salada, dos velas ms y un segundo odre de agua, y una gruesa capa de lana basta. Guennar no tena fro. Llevaba el abrigo que se pona siempre en las noches fras en el observatorio, y con el que muchas veces dorma, cuando se meta en la cama, tambalendose por el cansancio, al amanecer. Era de buena piel de cordero, y estaba muy sucio y chamuscado a raz del incendio, pero era tan

clido como siempre, y a Guennar le resultaba tan familiar como su propia piel. Con el abrigo puesto se sent a comer, mirando, a travs de la esfera de la dbil luz amarilla de la vela, la oscuridad del tnel que tena ante s. Recordaba las palabras de Bord: Deberais ir ms adentro. Cuando hubo acabado de comer, envolvi las provisiones en la capa, tom el fardo en una mano y la vela encendida en la otra, y ech a andar por el tnel lateral y despus por la bocamina, hacia abajo y hacia adentro. Despus de unos cientos de pasos, lleg a un tnel transversal ms grande, del que partan muchos filones cortos y algunas estancias grandes o bancadas. Torci a la izquierda, y lleg a una gran bancada de tres niveles. Entr en ella. El nivel ms alejado estaba slo a cinco pies del techo, el cual estaba an bien entibado con postes y vigas. En una esquina del nivel inferior, detrs de un ngulo de intrusin de cuarzo que los mineros haban dejado sobresaliendo para que hiciese de contrafuerte, estableci Guennar su nuevo campamento, colocando la comida, el agua, el yesquero y las velas donde pudiese encontrarlos fcilmente en la oscuridad, y extendiendo la capa, a modo de colchn, en el suelo, que era de una arcilla dura y cascajosa. Despus apag la vela, que estaba ya consumida en una cuarta parte, y se tumb en la oscuridad. Despus de haber vuelto tres veces a aquel primer tnel lateral, sin haber encontrado indicios de que Bord hubiese venido otra vez, regres a su campamento y mir sus provisiones. Le quedaban dos hogazas, media botella de agua y la carne salada, que an no haba tocado, y cuatro velas. Calcul que deban de haber pasado seis das desde la ltima visita de Bord, pero habran podido ser tres, u ocho. Tena sed, pero no se atreva a beber mientras no tuviese otra provisin de agua. Se puso en marcha para encontrar agua. Al principio, cont los pasos. A los ciento veinte pasos, vio que el entibado del tnel estaba torcido, y que haba puntos en los que el relleno de grava se haba roto y haba cado en el suelo del tnel. Lleg a un pozo ciego, un pozo de chimenea, por el que le fue fcil bajar gateando por lo que quedaba de la escalera de madera, pero despus, en el nivel bajo, se olvid de contar los pasos. Pas junto a un mango de pico, roto; y ms adelante vio una lmpara de minero abandonada, con un cabo de vela metido an en la cavidad de la frente. Se guard el cabo de vela en el bolsillo del abrigo y sigui adelante. La monotona de los muros de piedra cortada y de entablado de madera embotaba su mente. Segua avanzando, como quien est dispuesto a caminar eternamente. La oscuridad le segua y le preceda. La vela, que se consuma, le derram en los dedos unas gotas de sebo caliente, quemndole. l la dej caer, y la vela se apag. La busc a tientas en la sbita oscuridad, asqueado por la fetidez de su humo, levantando la cabeza para evitar aquel hedor a quemado. Delante de l, en lnea recta, a lo lejos, vea las estrellas.

Diminutas, luminosas, remotas, atrapadas en una estrecha abertura parecida a la abertura de la cpula del observatorio: una zona alargada de estrellas en la oscuridad. Se puso en pie, olvidndose de la vela, y ech a correr hacia las estrellas. Las estrellas se movieron y bailaron, como lo hacan en el campo de visin del telescopio cuando se estremeca el mecanismo de relojera o cuando el astrnomo tena los ojos muy cansados. Bailaron y se volvieron ms luminosas. l lleg a donde estaban, y ellas le hablaron. Las llamas proyectaron extraas sombras en las caras ennegrecidas, y sacaban extraos brillos de los ojos vivos y luminosos. Eh! Quin est ah? Eres t, Hanno? Qu estabas haciendo en esa galera, compaero? Eh! Quin anda ah? Quin demonios anda ah? Detente! Eh, compaero! Espera! Guennar corri ciegamente hacia la oscuridad, hacia el lugar del que vena. Las luces le siguieron, y l persigui su propia sombra, tenue y enorme, tnel abajo. Cuando la sombra fue tragada por la oscuridad de antes y volvi el silencio de antes, sigui avanzando a tientas, agachndose y buscando el camino con las manos, de modo que avanzaba a cuatro patas o bien con los dos pies y una mano. Despus se dej caer en el suelo y se qued agazapado contra la pared, con el pecho lleno de fuego. Silencio, oscuridad. Encontr el cabo de vela en la palmatoria de estao que llevaba en el bolsillo, lo encendi con el pedernal y el eslabn, y a su luz encontr el pozo vertical, a menos de cincuenta pies de donde se haba detenido. Volvi a su campamento. All durmi. Cuando despert, comi, y bebi la ltima agua que le quedaba; decidi levantarse e ir otra vez a buscar agua; pero se qued dormido, o aletargado, y so que le hablaba una voz. Aqu ests. Muy bien. No tengas miedo; no te har ningn dao. Ya deca yo que no era ningn gnomo. Quin ha odo hablar nunca de un gnomo que sea tan alto como un hombre? O quin ha visto nunca a uno, alto o bajo? Los gnomos son lo que no se ve, compaeros les he dicho. Y lo que hemos visto era un hombre, creedme. Qu est haciendo en la mina? han dicho ellos, y qu haremos si es un fantasma, uno de los amigos que quedaron atrapados cuando se rompi el depsito de agua en la vieja

bocamina del sur? Pues bien les he dicho yo, voy a ver. No he visto nunca un fantasma, a pesar de lo mucho que he odo hablar de ellos. No quiero ver lo que no debe ser visto, como los gnomos, pero, qu mal hay en volver a ver a Temon, o al viejo Trip? Acaso no les he visto en sueos, de todos modos, en los tneles, trabajando y con la cara sudorosa, igual que cuando vivan? Por qu no? Y por esto he venido. Pero t no eres un fantasma, ni tampoco un minero. Podras ser un desertor, o un ladrn. O es que has perdido el juicio, pobre hombre? No tengas miedo. Escndete si quieres. A m no me importa. Aqu abajo hay sitio para ti y para m. Por qu te escondes de la luz del Sol? Los soldados... Ya me lo pareca. Cuando el minero asinti, con un gesto de la cabeza, la vela que llevaba sujeta a la frente proyect al techo de la bancada una luz que saltaba. Se agach a unos diez pies de Guennar, dejando colgar las manos entre las rodillas. Llevaba colgando del cinturn un manojo de velas y el pico, una herramienta bien hecha y de mango corto. Su cara y su cuerpo, debajo de la inquieta estrella de la vela, eran toscas sombras de color de tierra. Djame quedarme aqu... Qudate, claro! Acaso es ma la mina? Por dnde has entrado, por la vieja galera que da al ro? Has tenido suerte al encontrarla, y tambin ha sido una suerte que viniesen hacia aqu desde el crucero, en lugar de ir hacia el este. Por all, este nivel lleva a las cuevas. All hay unas cuevas muy grandes, lo sabas? No lo sabe nadie ms que los mineros. Abrieron esas cuevas antes de que yo naciese, siguiendo el antiguo filn que haba all, en direccin al Sol. Las vi una vez, cuando me llev mi padre. Tienes que ver aquello aunque slo sea una vez me dijo. Tienes que ver el mundo que hay debajo del mundo. Y vi una cueva que pareca no tener fin. Una caverna grande y alta como el cielo, y un arroyo negro que corra por ella, que llegaba hasta ms all de lo que alcanzaba la luz de la vela. Haca un ruido como un susurro sin fin que saliera de la oscuridad. Y ms all de aquella cueva, y debajo de ella, haba otras. Quiz hay un nmero infinito de ellas. Quin sabe? Estn unas encima de otras, y todas brillan por el cristal de roca. Por all, todo es piedra estril. Y esta parte de aqu est agotada, hace aos. El agujero que has escogido es bastante seguro, compaero, si no hubieses salido y tropezado con nosotros. Qu buscabas? Comida? Una cara humana? Agua. No es agua lo que falta por aqu. Ven, te ensear dnde est. Aqu debajo, en el otro nivel, hay muchas fuentes. Has tomado una direccin que no es. Yo trabajaba all abajo, metido hasta las rodillas en la maldita agua fra, antes de que se agotase la veta. Hace mucho tiempo. Ven.

El viejo minero le dej en su campamento, despus de mostrarle dnde naca la fuente y de advertirle que no siguiese el curso del agua, pues el entibado deba de estar podrido y una pisada o un ruido poda dar lugar a un desprendimiento. All abajo, todas las vigas estaban cubiertas de una gruesa y centelleante piel blanca, salitre quiz, o un hongo: era algo muy extrao, por encima del agua aceitosa. Cuando se qued solo, Guennar pens que haba soado con aquel tnel blanco lleno de agua negra, y con la visita del minero. Cuando vio un destello de luz en el tnel, a lo lejos, se agazap detrs del puntal de cuarzo con un gran trozo de granito en la mano, pues todo su miedo, su clera y su dolor se haban reducido a una sola cosa all en la oscuridad, se haban convertido en la decisin de que nadie le pondra las manos encima. Era una determinacin ciega, roma y pesada como una piedra rota, pesada en su alma. Pero no era ms que el viejo minero, que le traa un pedazo de queso seco. Se sent con el astrnomo, y le habl. Guennar se comi todo el queso, pues no le quedaba ningn otro alimento, y escuch cmo hablaba el minero. Mientras escuchaba, le pareci que se aligeraba un poco el peso que oprima su alma, le pareci ver un poco ms lejos en la oscuridad. T no eres un soldado corriente dijo el minero. No, he sido estudiante respondi l. Pero no le dijo nada ms, pues no se atreva a decirle al minero quin era. El minero saba todas las cosas que haban ocurrido en la regin; le habl del incendio de la Casa Redonda de la colina, y del conde Bord. Esos soldados vestidos de negro se lo llevaron a la ciudad, para que lo juzgaran, segn dicen, para que compareciese ante el Consejo. Por qu han de juzgarle? Qu ha hecho el conde sino cazar osos, ciervos y zorros? Le va a juzgar un consejo de zorros, acaso? Qu significa todo este espiar, esos soldados, esos incendios y juicios? Ms les valdra dejar en paz a la gente honrada. El conde era un hombre honrado, tan honrado como puede serlo un rico, y era justo con sus siervos. Pero toda esa gente, los seores, no son de fiar. Slo aqu abajo hay gente de fiar, los hombres que bajan a la mina. Qu otra cosa tiene un hombre aqu abajo sino sus manos y las manos de sus compaeros? Qu hay entre l y la muerte, cuando hay un desprendimiento o cuando se cierra un pozo ciego y l se queda atrapado sino las manos de sus amigos, sus palas y su voluntad de sacarle? No habra plata all arriba, al Sol, si no hubiese confianza entre nosotros aqu abajo, en la oscuridad. Aqu abajo uno puede contar con sus compaeros. Y aqu no baja nadie ms que ellos. Puedes imaginarte al dueo de la mina, con sus encajes, o a los soldados, bajando y bajando por el pozo de chimenea hacia la oscuridad? No bajaran aqu por nada del mundo! Ellos son muy valientes para pasearse por all arriba, pero, de qu serviran sus espadas y sus gritos en esta oscuridad? Aqu abajo me gustara verles un da...

Cuando volvi le acompaaba otro hombre, y le traan una lmpara y un jarro de aceite, algo ms de queso, pan y unas manzanas. Ha sido Hanno quien ha pensado en la lmpara explic el viejo. La mecha es de camo; si se apaga, sopla fuerte y puede que se encienda otra vez. Y aqu tienes una docena de velas. Las ha birlado el joven Per, all arriba. Saben todos que estoy aqu? Slo nosotros respondi el minero. Ellos no. Uno o dos das despus, Guennar volvi a recorrer el nivel inferior que haba recorrido antes, en direccin al oeste, hasta que vio las velas de los mineros danzar como estrellas; y fue a la bancada. Los hombres compartieron con l su comida. Le mostraron la mina, las bombas y el gran pozo donde estaban las escaleras y las poleas con los cubos; l se apart del pozo, pues le pareci que la corriente de aire que bajaba por l ola a quemado. Le llevaron otra vez a la bancada y le dejaron trabajar con ellos. Le trataban como a un invitado, como a un nio. Le haban adoptado. l era su secreto. No sirve de gran cosa pasarse doce horas al da en un agujero oscuro de la Tierra, durante toda la vida, si all no hay nada, ningn secreto, ningn tesoro, nada escondido. Estaba la plata, por supuesto. Pero donde haban trabajado diez cuadrillas de quince hombres, en aquellos mismos niveles, cuando se oan incesantemente los crujidos, el matraqueo y el estrpito de los cubos cargados que suban por el chirriante montacargas, y los golpes de los cubos vacos que bajaban al encuentro de los hombres que empujaban los pesados carretones, ahora slo trabajaba una cuadrilla de ocho hombres: hombres de ms de cuarenta aos, hombres viejos, que no tenan otro oficio que la minera. Haba an algo de plata en el duro granito, en pequeas venas por entre la ganga. A veces alargaban un tnel, un pie en dos semanas. Era una gran mina decan con orgullo. Le ensearon al astrnomo cmo poner una cua y cmo manejar la almdena, cmo romper el granito con el pico de aguda punta, bien equilibrado, cmo separar el metal de la ganga; le ensearon lo que haba que buscar, las escasas y brillantes venas del puro metal, la quebradiza y rica mena. l les ayudaba todos los das. Cuando llegaban, estaba en la bancada esperndoles, y relevaba a unos y a otros durante todo el da con la pala, o afilando las herramientas, o empujando el carretn del mineral por su pasarela acanalada hacia el gran pozo, o abriendo tneles. All, no le dejaban trabajar durante mucho rato; se lo impedan el orgullo y la costumbre. Mira, no des golpecitos como un leador. Se hace as, lo ves? Pero despus otro le peda: Dame unos golpes aqu, compaero, en la cua. As.

Le alimentaban con su pobre y escasa comida. Por la noche, cuando se quedaba solo en la tierra hueca, cuando los mineros haban subido por las largas escaleras hacia el exterior, l se echaba y pensaba en ellos, en sus caras, en sus voces, en sus manos grandes, llenas de cicatrices, sucias de tierra, manos de hombres viejos con las gruesas uas ennegrecidas por el contacto hiriente de la roca y del acero; aquellas manos, inteligentes y vulnerables, que haban abierto la tierra y que haban encontrado la brillante plata en la dura roca de aquellas tenebrosas profundidades. La plata que ellos nunca conservaban, que ellos nunca gastaban. La plata que no era suya. Si encontraseis una veta nueva, un filn nuevo, qu harais? Lo abriramos y se lo diramos a los amos. Por qu se lo dirais a los amos? Hombre! A nosotros nos pagan por lo que sacamos! Te crees que hacemos este maldito trabajo por gusto? S. Todos se echaron a rer, con una risa estruendosa, burlona, inocente. Sus ojos vivos brillaban en las caras ennegrecidas, cubiertas de polvo y de sudor. Ah, si encontrsemos un filn nuevo! Mi mujer podra tener un cerdo, como antes, y yo juro que me baara en cerveza! Pero, si quedase plata por aqu, ellos la habran encontrado; por esto excavaron tan lejos hacia el este. Pero por aqu todo est yermo, agotado. No hay nada que hacer. El tiempo se extenda detrs de l y delante de l como las oscuras galeras y traviesas de la mina, que estaban todas presentes a la vez, estuviese donde estuviese l con su pequea vela. Ahora, cuando estaba solo, el astrnomo sola vagar por los tneles y las viejas bancadas, conociendo los lugares peligrosos, los niveles profundos llenos de agua, conociendo las escaleras inseguras y los pasos angostos, intrigado por el juego de su vela en las paredes de roca, por el brillo de la mica que pareca salir del interior de la piedra. Por qu brillaba a veces de aquel modo? Brillaba como si la vela hubiese encontrado algo mucho ms all de la brillante y quebrada superficie, algo que le haca guios como respondindole y que despus desapareca, como si se hubiese deslizado detrs de una nube o del disco invisible de un planeta. Hay estrellas en la Tierra pensaba. Slo habra que saber verlas. Era torpe con el pico, pero hbil con las mquinas. Ellos admiraban su habilidad y le traan herramientas. l reparaba bombas y tornos; le hizo al joven Per, que trabajaba en un largo y estrecho tnel cerrado, una lmpara con cadena, con un reflector que hizo con una palmatoria de estao, que

convirti a fuerza de golpes en una lmina curvada, y que puli con fino polvo de roca y con el forro de piel de su abrigo. Es una maravilla dijo Per. Es como la luz del da. Y, al estar detrs de m, no se apaga cuando el aire se enrarece y me dice cundo tengo que retroceder para respirar. Pues un hombre puede seguir trabajando en un tnel cerrado algn tiempo despus de que se haya apagado su vela por falta de oxgeno. Deberas colocarte all un fuelle. Un fuelle? Como en una fragua? Porqu no? No subes nunca all arriba, por las noches? le pregunt Hanno, mirndole con algo de tristeza. Slo para echar una mirada? Hanno era un hombre melanclico, pensativo, bondadoso. Guennar no le respondi. Se fue a ayudar a Bran a entibar; ahora, los mineros hacan todos los trabajos que antes haban hecho cuadrillas de estibadores, picadores, acarreadores, clasificadores, y otros. Le da pnico salir de la mina explic Per en voz baja. Slo para ver las estrellas y respirar un poco de aire fresco dijo Hanno, como si le hablase an a Guennar. Una noche, el astrnomo se vaci los bolsillos y mir los objetos que haban estado en ellos desde la noche del incendio del observatorio: cosas que haba recogido en aquellas horas que ahora no recordaba, aquellas horas en que haba andado a tientas, tropezando, entre los restos de su casa, convertidos en brasas humeantes... buscando lo que haba perdido... Ahora ya no pensaba en lo que haba perdido. Aquello estaba aislado en su mente por una gruesa cicatriz, la cicatriz de una quemadura. Durante mucho tiempo aquella cicatriz de su mente le impidi comprender la naturaleza de los objetos que ahora estaban ante l en el polvoriento suelo de piedra de la mina: un fajo de papeles chamuscados por un lado; un trozo redondo de vidrio o cristal; un tubo de metal; una rueda dentada bellamente trabajada; un pedazo de cobre retorcido y ennegrecido, grabado con finas lneas; y otros restos y fragmentos. Volvi a guardarse los papeles en el bolsillo, sin intentar separar las quebradizas hojas que estaban medio pegadas, sin intentar leer la fina escritura. Sigui mirando las dems cosas, tomndolas de vez en cuando para examinarlas mejor, sobre todo el pedazo de vidrio. Saba que aquel vidrio era el ocular de su telescopio de diez pulgadas. Haba pulido la lente l mismo. Cuando lo tom en las manos, lo manej con delicadeza, sostenindolo por los bordes, para evitar que el cido de su piel

marcase la superficie. Despus se puso a limpiarlo, frotndolo con un jirn de la fina lana de cordero de su abrigo. Cuando el ocular estuvo limpio, lo sostuvo en alto, mir su superficie y mir a travs de l desde todos los ngulos. Su expresin era tranquila y decidida, y sus ojos, claros y separados, estaban serenos. Inclinada en sus dedos, la lente del telescopio reflejaba la llama de la lmpara en un diminuto punto brillante prximo al borde y que pareca estar debajo de la curva de la superficie, como si la lente hubiese guardado en su interior una estrella de los muchos cientos de noches que haba estado vuelta hacia el cielo. Guennar la envolvi cuidadosamente en el jirn de lana y le hizo un lugar en el hueco de la roca, donde guardaba el yesquero. Despus tom las dems cosas, una a una. Durante las semanas siguientes, los mineros vieron a su fugitivo con menos frecuencia mientras trabajaban. Pasaba muchas horas solo, explorando las desiertas regiones orientales de la mina, segn dijo cuando le preguntaron. Para qu? Para encontrar plata respondi, con la sonrisa breve y sobresaltada que le daba aspecto de loco. Pero, amigo, qu sabes t de encontrar plata? Esa parte de la mina est agotada. La plata se acab, y no encontraron ningn filn al este. Quiz encontrars un poco de mineral pobre, o una vena de estao vidrioso, pero nada que valga la pena. Cmo puedes saber lo que hay en la tierra, Per, en las rocas que tienes bajo los pies? Lo s porque conozco las seales, amigo. Quin lo va a saber mejor que yo? Pero y si esas seales estuviesen ocultas? Entonces es que la plata estara escondida. Pero t sabes que est all, si supieses dnde cavar, si pudieses ver el interior de la roca. Qu otra cosa puede haber all? Vosotros encontris el metal porque lo buscis, porque cavis para sacarlo. Qu otra cosa podrais encontrar, a mayor profundidad que la mina, si la buscaseis, si supieseis dnde cavar? Roca dijo Per. Roca, roca y roca. Y despus?

Despus? El fuego del infierno, que yo sepa. Por qu, si no, hay ms claridad en los pozos cuanto ms profundos son? Esto es lo que dicen. Que, cuanto ms se ahonda, ms se acerca uno al infierno. No dijo el astrnomo, con voz clara y firme. No. Debajo de la roca no est el infierno. Qu hay all, pues, abajo de todo? Las estrellas. Ah... dijo el minero, desconcertado. Se rasc el spero cabello, en el que haba gotas de sebo, y se ri. Esto s que es extrao aadi, mirando a Guennar con lstima y admiracin; saba que Guennar estaba loco, pero la dimensin de su locura era para l una cosa nueva y admirable. Y t encontrars esas estrellas? Las encontrar si encuentro la manera de buscarlas afirm el astrnomo, con tanta calma que Per no encontr otra respuesta que tomar su pala y volver a su tarea de cargar el carretn. Una maana, cuando llegaron los mineros, se encontraron con que Guennar dorma an, envuelto en la vieja capa que le haba dado el conde Bord, y vieron junto a l un objeto extrao, un artefacto hecho de tubos de plata, de codales y alambres de estao hechos a partir de viejas lmparas de minero, una estructura de mangos de pico cuidadosamente trabajada y encajada, ruedas dentadas, un pedazo de vidrio centelleante. Era un artilugio frgil, provisional, delicado, complejo, absurdo. Qu demonios es esto? Rodearon el aparato y se lo quedaron mirando, centrndose en l las luces de las lmparas que llevaban en la frente, un rayo amarillo iluminando a veces al hombre que dorma cuando uno de los mineros le echaba una mirada. Lo ha hecho l, seguro. S, no hay duda. Para qu? No lo toques. No lo iba a tocar. Las voces le despertaron, y Guennar se incorpor.

Los rayos amarillos de las lmparas daban a su cara un color blanco y la hacan destacar contra la oscuridad. Se frot los ojos y dio los buenos das a los mineros. Qu es eso que has hecho, amigo? l pareci estar turbado o confuso cuando vio el objeto de su curiosidad. Apoy una mano en l como para protegerlo, pero, durante unos momentos, l mismo lo mir como si no lo reconociese. Por fin dijo, frunciendo el entrecejo, en un susurro: Es un telescopio. Y, eso qu es? Un aparato que permite ver con claridad las cosas lejanas. Cmo es eso? le pregunt uno de los hombres, desconcertado. El astrnomo le respondi, hablando cada vez con ms seguridad: En virtud de ciertas propiedades de la luz y de las lentes. El ojo es un instrumento delicado, pero es ciego para la mitad del Universo, para mucho ms de la mitad. Decimos que el cielo de la noche es negro, que entre las estrellas slo hay vaco y oscuridad. Pero, si dirigimos la lente del telescopio hacia ese espacio que hay entre las estrellas, descubrimos ms estrellas. Estrellas demasiado pequeas y lejanas para verlas a simple vista, hilera tras hilera, esplendor tras esplendor, hasta los ltimos confines del Universo. Ms all de toda imaginacin, en la oscuridad exterior, hay luz: un gran esplendor de luz solar. Yo lo he visto. Yo lo he visto, noche tras noche, y he hecho mapas de las estrellas, que son los faros de Dios en las costas de la oscuridad. Y tambin en la oscuridad hay luz! No hay ningn lugar privado de luz, del consuelo y el resplandor del espritu creador. No hay ningn lugar desterrado, proscrito, abandonado. Ningn lugar ha quedado en la oscuridad. Donde han mirado los ojos de Dios, all hay luz. Hemos de ir ms lejos, hemos de mirar ms lejos! Hay luz, si queremos verla. No slo con nuestros ojos, sino con la habilidad de nuestras manos, con los conocimientos de nuestra mente y con la fe de nuestro corazn se nos revelar lo que no hemos visto, y se har evidente lo que est oculto. Y toda la oscura Tierra brillar como una estrella dormida. Hablaba con esa autoridad que los mineros saban que perteneca por derecho a los sacerdotes, a las grandes palabras que pronunciaban los sacerdotes en las iglesias resonantes. No era lgico que estuviese all, en aquel agujero en el que ellos se ganaban penosamente la vida, en las palabras de un fugitivo loco. Ms tarde, al hablar entre ellos, movan la cabeza, o se llevaban un dedo a la frente. Su locura va en aumento dijo Per. Pobrecillo! exclam Hanno. Pero, al mismo tiempo, no haba entre ellos ninguno que no creyese lo que el astrnomo les haba dicho.

Ensame a usar eso le dijo el viejo Bran a Guennar cuando le encontr solo en un profundo tnel de la parte oriental, ocupado con su complicado aparato. Bran era el primero que haba seguido a Guennar, el que le haba llevado comida y el que le haba hecho conocer a los dems. De buena gana, el astrnomo se hizo a un lado y le mostr a Bran cmo sostener el aparato dirigido hacia abajo, hacia el suelo del tnel, y cmo enfocarlo, e intent explicarle su funcionamiento y lo que poda ver con l. Hablaba con vacilacin, pues no estaba acostumbrado a dar explicaciones a personas ignorantes, pero sin impacientarse cuando Bran no entenda algo. No veo otra cosa que la tierra dijo el minero, despus de mirar seriamente, durante mucho rato, con el instrumento. La tierra, el polvo y las piedrecillas. Quiz es que la lmpara te deslumbra dijo el astrnomo con humildad . Es mejor que mires sin ella. Yo s hacerlo porque llevo mucho tiempo en ello. Es cuestin de prctica, como colocar las cuas, que vosotros siempre hacis bien y yo siempre hago mal. S. Puede ser. Dime lo que t ves... Bran se interrumpi. Haca poco, haba cado en la cuenta de quin era Guennar. El hecho de que fuese un hereje no le importaba, pero el saber que era un sabio le haca difcil llamarle compaero o amigo. Y tampoco poda llamarle maestro. Haba ocasiones en que, a pesar de toda su mansedumbre, el fugitivo hablaba con grandes palabras, palabras que cautivaban el alma, y en aquellas ocasiones habra sido fcil llamarle maestro. Pero ello le habra asustado. El astrnomo apoy la mano en el armazn de su mecanismo y dijo con voz suave: Hay... constelaciones. Qu es eso, constelaciones? Guennar mir a Bran como desde muy lejos, y despus explic: La Osa Mayor, el Escorpin, la Hoz junto a la Va Lctea en verano, son constelaciones. Dibujos de estrellas, grupos de estrellas, familias, semejanzas... Y, t ves constelaciones aqu, con este aparato? Mirndole an a travs de la dbil luz de la lmpara con ojos claros de expresin reflexiva, el astrnomo asinti, y no habl, sino que seal hacia abajo, la roca en la que estaban, el suelo picado de la mina. Cmo son? pregunt Bran en voz baja.

Slo las he visto un momento. An no he aprendido la manera correcta de mirar; aqu abajo es algo diferente... Pero estn ah, Bran. Ahora, muchas veces, no vean a Guennar en la bancada cuando llegaban a su trabajo, y l no se reuna con ellos ni siquiera a la hora de comer, aunque siempre le guardaban una parte. Ahora, el astrnomo conoca la mina mejor que cualquiera de ellos, mejor incluso que Bran, y no slo la mina viva sino tambin la muerta, los tneles abandonados y los tneles de exploracin que iban hacia el este, hacia las cuevas. All era donde estaba la mayor parte del tiempo, y ellos no le seguan. Cuando apareca entre ellos y hablaban con l, se mostraban ms tmidos, y no se rean. Una noche, cuando volvan todos con el ltimo carretn hacia el pozo principal, l sali a su encuentro, surgiendo de repente de una traviesa que haba a la derecha. Como siempre, llevaba su harapiento abrigo de piel de cordero, que estaba negro por la arcilla y el polvo de los tneles. Su cabello rubio se haba vuelto gris. Sus ojos eran claros. Bran dijo, ven. Ahora puedo ensertelo. Qu puedes ensearme? A ver las estrellas. Las estrellas que hay en la roca. Hay una gran constelacin en la bancada del viejo nivel cuatro, donde est el granito blanco. Conozco el lugar. Est all: debajo del suelo, junto a esa pared blanca. Una gran reunin de estrellas resplandecientes. Su brillo asciende por la oscuridad. Son como caras de bailarinas, como ojos de ngeles. Ven, baja conmigo a verlas, Bran! Los mineros estaban cerca de l y le miraban; Per y Hanno con las espaldas tensas para sostener el carretn y evitar que se deslizase; hombres encorvados de caras fatigadas y sucias y grandes manos dobladas endurecidas por el contacto del pico, la pala y la almdena. Estaban confusos, compadecidos, impacientes. Ya nos bamos. Nos vamos a casa a cenar. Ya veremos eso maana dijo Bran. El astrnomo les mir a la cara, y no dijo absolutamente nada. Hanno dijo con su voz ronca y amable: Sube con nosotros por una vez, amigo. All arriba es noche cerrada, y seguramente llueve. Estamos en noviembre; nadie te ver si vienes a mi casa y te sientas junto a mi fuego, por una vez, y tomas una comida caliente, y duermes bajo un techo y no bajo la tierra aqu solo...

Guennar retrocedi unos pasos. Fue como si se apagase una luz, como si su cara se hundiese en la sombra. No dijo. Me quemaran los ojos. Dejadle tranquilo dijo Per, y se puso a empujar el pesado carretn hacia el pozo. Mira donde te he dicho le dijo Guennar a Bran. La mina no est muerta. Comprubalo con tus propios ojos. S. Vendr contigo y lo ver. Buenas noches! Buenas noches dijo el astrnomo. Se volvi hacia el tnel lateral mientras ellos se alejaban. No llevaba lmpara ni vela; le vieron un momento, y despus slo vieron la oscuridad. A la maana siguiente, no estaba esperndoles. No apareci. Bran y Hanno le buscaron, a ratos al principio, y despus un da entero. Bajaron tanto como se atrevieron, hasta que llegaron a la entrada de las cuevas, y entraron, llamando de vez en cuando, aunque en aquellas grandes cavernas ni siquiera ellos, que haban sido mineros toda su vida, se atrevan a gritar debido al terror de los interminables ecos en la oscuridad. Ha ido ms abajo dijo Bran. Ms abajo. Esto es lo que dijo. Para encontrar la luz, hay que ir ms abajo. Aqu no hay luz susurr Hanno. Aqu nunca ha habido luz, nunca, desde que se cre el mundo. Pero Bran era un viejo testarudo, con una mente literal y crdula, y Per le escuchaba. Un da, fueron los dos al lugar del que les haba hablado el astrnomo, donde una gran vena de duro granito claro bajaba por entre la roca ms oscura que se haba dejado intacta, cincuenta aos atrs, porque pareca piedra estril. Volvieron a entibar el techo de la antigua bancada all donde las vigas se haban movido, y se pusieron a cavar, no en la roca blanca sino en el suelo, debajo de ella, donde el astrnomo haba dejado una seal, una especie de smbolo dibujado con holln de vela en el suelo de piedra. A un pie de profundidad encontraron mineral de plata, debajo de la capa de cuarzo, y debajo del mineral trabajando ahora los ocho mineros los picos descubrieron plata en bruto, venas, ramas, haces y nudos de plata que brillaban entre los cristales rotos y entre los fragmentos de roca, como estrellas, como grupos de estrellas, capa tras capa, sin fin, la luz. FIN Ttulo de la edicin original: The Stars Below.

Traduccin: M.a Elena Rius. 1973 Ursula K. Le Guin. 1985 Editorial Edhasa. Edicin digital: Arahamar.

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