Togawa Masako - La Llave Maestra
Togawa Masako - La Llave Maestra
Togawa Masako - La Llave Maestra
LA LLAVE MAESTRA
COSECHA ROJA
1." edicin: junio 1988 La presente edicin es propiedad de Ediciones B, S.A. Calle Rocafort, 104 - 08015 Barcelona (Espaa)
PRESENTACIN En 1944 el gobierno de los Estados Unidos, desconcertado ante la imposibilidad de predecir el comportamiento que tendran los prximos vencidos japoneses, y su propia actitud ante ellos, encarg a la famosa etnloga Ruth Benedict un
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estudio de antropologa cultural que sirviera de introduccin a las normas de comportamiento y a los valores imperantes en la sociedad japonesa. El resultado de la observacin de Benedict, que haba vivido en Japn durante algunos aos, es un libro memorable, The Chrysantemun and the Sword, paterns of japanese Culture (El crisantemo y la espada), cuyo ttulo introduce a la antinomia del culto simultneo de la guerra y la esttica. Benedict nos muestra una sociedad marcada por los ritos, fuertemente jerarquizada y, sin nimo de abrir un juicio de valor, insina un tipo de comportamiento colectivo que podramos definir como obsesivo. Veinticinco aos ms tarde, el semilogo Roland Barthes se pregunta, a propsito de la edicin de su bellsimo libro L'empire des signes (El imperio de los signos): Por qu el Japn? Porque es el pas de la escritura. Entre todos los pases conocidos es en Japn donde he encontrado la prctica del signo ms cercana a mis convicciones y mis fantasmas o, si se prefiere, ms lejana a mis rechazos.... Busca Barthes el signo del signo, no en los aspectos institucionales sino en las ciudades, entre la gente, en las tiendas, en los teatros, en la comida, la poesa, las reglas de cortesa, en la violencia. Todos los intereses de Barthes estn contenidos en este libro de Masako Togawa. Algunas explicaciones de la extraa e inquietante conducta de los personajes que en l aparecen, hallan corroboracin en el viejo estudio de Benedict. Se trata solamente de una novela policaca. Pero no hay policas, ni tampoco hay hombres. Slo mujeres y, por dems, solteras y viudas. Algunas de edad avanzada. El lugar: un edificio, residencia para damas con ms de cien apartamentos individuales, donde no se admiten las visitas masculinas y donde el portal es indefectiblemente cerrado a las once de la noche. La situacin: el edificio est por ser trasladado, esto es, corrido de lugar con motivo de la construccin de una nueva calle. Para esta operacin, de la que muchos hemos odo hablar con escepticismo, se emplear un complicado sistema de poleas colocadas bajo los cimientos. La empresa garantiza a las inquilinas una total normalidad y promete que ni siquiera se percatarn de que el suelo se les mueve. Pero se les mueve y este movimiento, como todo cambio impuesto, crea una cadena de fracturas morales nunca explicitadas. Una serie de hechos, sin aparente conexin entre s, pero todos de carcter criminal o ms o menos delictivo, se van sucediendo como en la infinitud del juego de Go. Hay el secuestro de un nio y la desaparicin de un venerable violn Guarnieri di Cremona; el descubrimiento de que una de las residentes vive entre basuras. Est la que espera a alguien que nunca regresar y, sobre todo, hay una llave maestra que
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permite la entrada al mundo entero, a su comprensin. Los dos elementos perturbadores, el nio y el violn, contienen cualidades que podran darle razn a la preocupacin de los invasores que contrataron a la etnloga Benedict: el nio es mestizo de japonesa y militar norteamericano; el violn, una mquina extranjera, bellsima pero extraa como extraos son sus sonidos a un odo oriental, simbolizara en La Llave Maestra la intromisin de un dominio perturbador dentro de las inamovibles coordenadas de una sociedad debilitada por la derrota, el extranjero en sus diversas formas fantasmales. A esta sociedad le mueven el suelo. Los hombres no estn all porque han perdido la guerra o han muerto de vergenza por haberla perdido. El nico ser masculino que aparece en la novela es un mdium que perfeccion su tcnica en los Estados Unidos. Otra intromisin. Y despus est el malestar de las residentes, como el de la vieja maestra Yoneko, quien para superar el tedio que le produce la jubilacin les escribe cartas a-sus ex-alumnas, cartas a su pasado que no tienen respuesta. A este personaje le resulta difcil digerir las reformas educativas impuestas por las fuerzas de ocupacin, quienes han suprimido de los textos las ideas militaristas y nacionalistas, adems de muchas otras cosas. Yoneko es un ser delicado e inteligente y, a mi juicio, se trata de la verdadera herona de este teatro con cien actrices. Y lo es porque pierde su guerra, como el Japn. Yoneko se queja amargamente de las medias de nylon que las alumnas comenzaron a usar antes de la guerra, y conduce su investigacin con escrpulos muy japoneses: se perturba ante la posibilidad de sumir en la vergenza al culpable, si es descubierto. El otro protagonista es el edificio mismo. Este bloque nunca es descrito pero est siempre presente, puesto que la novela misma es el edificio y desde l se narran todos los acontecimientos macabros que se suceden en su interior. Una llave maestra permite el ingreso subrepticio en la intimidad de las ausentes. Y esta llave que transita de mano en mano, de indiscrecin en indiscrecin, es tanto el smbolo de la curiosidad enfermiza como el signo de una trasgresin de las normas, y en este sentido se evidencia como la nica salida de una realidad opresiva. En ese conjunto extrao, de apariencia incongruente, como la de todos los sistemas cerrados cuando son contemplados desde la comodidad del exterior, se desarrolla un drama de soledad, angustia y terror; drama colectivo del cual emergen los protagonismos en los momentos de ms alta tensin. All, donde el espacio se restringe, en la soledad de un atad de cemento (no es una metfora o, a lo sumo, lo es dentro de otra), o en un rincn de un incinerador fuera de servicio, yacen las claves de un destino colectivo que necesita ser modificado.
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En este sentido no hay fatalismo en la narracin de Masako Togawa, en tanto que ella, como novelista y pudiendo preverlo desde afuera, desde la acera de enfrente del edificio, desde la tecnologa que lo mover para dejar pasar la carretera, se define como modesta operadora de un cambio posible. Luego, no novela policaca sino novela del horror y de lo simblico, bsqueda de una salida que termine con las limitaciones impuestas por unas normas atroces y, lo manifiesto respetuosamente, hacindome eco de la visin que Togawa tiene sobre el pas en que naci y creci, de un cambio necesario que quizs ya se est realizando. Por ltimo quiero referirme a una clave cultural que estimo comprensible slo desde la irona. En la conclusin del libro, que no referir porque La llave maestra tambin es una novela de intriga, un extraordinario y sorprendente personaje, una especie de deidad omnipotente que tambin se pregunta sobre la existencia de dios, manifiesta sin lugar a duda que la vida es un sueo fugaz y que somos juguetes del destino. Es la referencia shakespeareana otra vuelta de tuerca sobre el sin salida de un edificio de cien apartamentos que est a punto de ser movido de lugar, y de su llave maestra? Sobre el Japn? Sobre las mujeres? Sobre la alternativa que a aquella cultura le fue impuesta por las fuerzas de ocupacin? Cabe al lector reflexionar sobre este accesorio y no argumental enigma.
CARLOS SAMPAYO
Barcelona, 1988
PRLOGO
Exactamente a las doce, una mujer trat de cruzar el camino en la encrucijada de Otsuka Nakacho, pese a que no tena la luz verde. Llevaba la cabeza completamente oculta por una bufanda roja y un pesado abrigo invernal sobre unos pantalones negros de esquiadora. Y esto, a pesar de que todos cuantos se encontraban en la calle empezaban a sudar ligeramente bajo el clido sol... Cuando la mujer haba recorrido un tercio de la calzada, una furgoneta se precipit hacia ella desde el camino del templo Gokokuji. Estaba cargada con barriles de madera conteniendo clavos. El joven conductor, un muchacho de las montaas, se senta afectado por la nieve; su imaginacin estaba totalmente ocupada con las rosadas mejillas de las jvenes de su pueblo y, al llegar a lo alto de la cuesta, pisaba a fondo el acelerador. La luz verde pareca incitarlo. De prisa, de prisa!, pareca decirle. Por el rabillo del ojo tuvo la visin fugaz de la joven de la bufanda roja, pero, para l, fue slo otro motivo para recordarle a las jvenes de su aldea nativa entre las nieves. Tal vez sa fue la razn de que patinara en las vas del tranva, aunque no es posible asegurarlo. En cualquier caso, el conductor, joven e inexperto, apret los frenos, pero la furgoneta no respondi a los esfuerzos del muchacho por controlarla. Gir en redondo hacia la derecha y volvi a precipitarse sobre la mujer. Lo ltimo que vio el joven antes de cerrar los ojos, fue el rostro atnito de la mujer, con su bufanda roja, cuando atraves violentamente el parabrisas. La ambulancia blanca necesit tres minutos para llegar desde el cuartel de bomberos que haba a unos cien metros del cruce. Parti a toda velocidad con las vctimas y tres minutos despus las depositaba en un ambulatorio cercano del hospital de la Universidad. En este lapso, la muchacha abri la boca y murmur algo tres veces, pero nadie logr comprender lo que intentaba decir. Cuando la ambulancia lleg al hospital, haba muerto. Un mdico alto, que llevaba una blanca bata, examin el cuerpo y lo declar difunto. A pesar de tener los labios pintados, era un hombre agreg con voz ahogada. Su rostro careca de expresin. Las personas presentes tuvieron problemas para contener la risa hasta que la solemnidad de la muerte se apoder de ellos, de tal modo que hasta el horror del accidente desapareci de sus mentes. El joven conductor, que haba sido el instrumento del destino, fue castigado ms all de lo razonable. Estaba en un situacin de shock profundo e incluso despus de su ingreso en el hospital pareca incapaz de cerrar la boca. Babeaba
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constantemente y murmuraba cosas inconexas, pero todo lo que acertaba a decir era: La bufanda roja, la bufanda roja. Pas el tiempo. Los detectives de la polica, sobrecargados de trabajo, esperaban a que un familiar llegara e identificara el cuerpo de un hombre desconocido, de unos treinta aos, que vesta ropas femeninas... Pas el tiempo. Un periodista novato de la seccin de crmenes, que tena tiempo, se pase por el mundo homosexual de Ueno mostrando la fotografa del hombre desconocido... Pas el tiempo. Poco a poco, los mdicos y enfermeras del hospital dejaron de bromear a la hora del t acerca del hombre sin identificar, vestido de mujer, que haba sido atropellado en la encrucijada de Otsuka Nakacho. Pero, en algn lugar, una mujer esperaba sola en una habitacin oscurecida..., esperaba a que el hombre regresara. La habitacin estaba situada en la quinta planta de un edificio de apartamentos, enterrada en las sombras, apenas a dos paradas de autobs de distancia de la encrucijada de Otsuka Nakacho. Esperaba el regreso del hombre a quien haba vestido con su bufanda roja, su abrigo de invierno y sus pantalones negros; el hombre que se haba ido con la cabeza gacha, sin mirar siquiera hacia atrs. Esper, sola, durante siete aos. Todava espera. El nombre del edificio donde vive es Los apartamentos K para damas.
Primera Parte
TRES INDICIOS
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maleta. El dulce perfume de mujer de la bufanda le afectaba profundamente. Recobr el espritu. Levant la pesada maleta y la llev, golpeando contra sus rodillas, escaleras arriba. De vez en cuando escuchaba pasos o voces abajo. Se apresur, lleg a la quinta planta y, haciendo slo una pequesima pausa para asegurarse de que no haba nadie en el corredor, fue hasta la puerta de cierto apartamento. All le esperaba una muchacha. Dijo algo la recepcionista? pregunt, echando una mirada a la maleta. No, estaba tan concentrada en el peridico que ni siquiera me vio. Mientras hablaba, deposit la maleta en el umbral. La base de cuero cedi y la maleta cay de lado sobre el suelo de cemento haciendo un ruido sordo. Eh, mira lo que haces! No deberas tratarla as! exclam la joven en voz alta. El hombre quera indicar cuan pesada era y tambin que tena la mano resbaladiza por el sudor. Pero slo pudo murmurar: Es igual. Sin pedirle ayuda, la mujer arrastr la maleta hasta el centro de la habitacin. Pobrecito. Bueno, tenemos que sacarlo rpidamente de aqu. Pobrecito dijo la mujer, pero el hombre slo pudo dejarse caer al suelo y mirarla inexpresivamente. La mujer manipul el cierre y la maleta se abri. Adentro estaba el cuerpo de una criatura. Desenvolvi la pesada manta y descubri unos rasgos diminutos sumidos, al parecer, en un sueo tranquilo. El sedoso cabello de la criatura brillaba como oro bajo la luz de la lmpara. La joven parlote encantada. Vaya, vaya! Pobre niito..., tenemos que sacarte de aqu, no es cierto? Qu nio tan bueno, soportar los calambres durante tanto tiempo! Al inclinarse para coger el cuerpecillo envuelto en la manta, observ por primera vez que estaba amordazado con un pauelo blanco manchado de sangre negra y coagulada. Al cabo de unos instantes habl; pero, ahora, su voz sonaba a hueco. Est muerto. El hombre se incorpor sobre los codos. No se poda evitar. Era la nica manera de hacerlo. Durante mucho rato, la habitacin permaneci en completo silencio. El hombre y la mujer se quedaron all sentados, con el cuerpo del nio en la maleta, entre los dos.
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Diez horas ms tarde, el hombre volvi a coger la maleta e inici el descenso. La mujer lo guiaba, iluminando las escaleras y los pasillos con una linterna, y asegurndose de que no haba nadie a la vista. Tomndose el tiempo necesario para evitar los ruidos, llegaron por fin al sofocante stano. All haba un gran bao azulejado, de unos quince pies cuadrados, destinado a las abluciones colectivas, que nadie usaba desde haca aos. El hombre ilumin el recinto con la linterna, y revis algunos objetos de construccin. Haba un pico y una pala, una bolsa de papel rota llena de cemento, un grifo de madera mohosa lleno de agua estancada, una pila de azulejos... Por ltimo, ilumin el centro del bao y mostr un agujero de alrededor de un metro de profundidad. Lo mir con atencin; era como haba dicho ella: precisamente el tamao necesario para alojar la maleta Gladstone. Pas la linterna a la mujer, volc el contenido de la bolsa de cemento y empez a formar con l un montculo con ayuda de la pala. Parte del cemento se haba transformado ya en grumos endurecidos, pero trabajando con la pala consigui por fin formar un pequeo cono. Con un bote de hojalata, hizo varios viajes al grifo y fue vertiendo agua sobre el cemento. Cada vez que abra el grifo, las tuberas crujan y geman de manera alarmante. Pero, pese a que esta tarea era inquietante para ambos, persever, y por ltimo el cemento empez a ablandarse y desmoronarse como si fuera fango. La mujer abri la maleta. El nio no se vea debajo de las mantas. La mujer empez a echar cemento lquido dentro; cuando la maleta estuvo llena, la cerr y, colocando las manos encima, dijo suavemente: Qu hermoso atad hemos hecho! S... Es muy probable que el cuerpo nunca se descomponga contest el hombre en voz baja. Aunque tena el rostro tan cubierto de sudor que apenas poda mantener los ojos abiertos, no le era posible perder tiempo antes de levantar la maleta e introducirla en el centro del bao. La mujer se sac un pauelo del pecho y le sec la frente al hombre. Luego, arrastraron entre los dos la carga, que se haba vuelto extraordinariamente pesada a causa del cemento, hasta el agujero, que result ser demasiado estrecho para alojarla. Sin prestar atencin al ruido, el hombre cogi el pico y ensanch el agujero. Se arrodill en el bao e introdujo la maleta en l. Slo faltaba llenar el agujero de cemento; la mujer lo ayud; cuando estuvo lleno, afirmaron la superficie con las manos desnudas, que como resultado quedaron rojas y lastimadas. Acto seguido, cuidadosamente, colocaron azulejos para esconder el cemento.
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Estaban tan concentrados en sus trabajos que no advirtieron que oculta en las sombras, vigilndolos, haba una tercera persona.
El libro de visitantes
Cuando se inauguraron los Apartamentos K para damas, se establecieron normas estrictas para controlar el comportamiento de las jvenes residentes. Sin embargo, ahora todas eran mujeres maduras y la mayor parte de las normas era letra muerta. Pero algunas haban adquirido la categora de precedentes y siguieron respetndose: la principal de entre ellas, y la que se observaba con mayor severidad, era que estaba absolutamente prohibido que miembros del sexo opuesto pasaran la noche en los apartamentos. Otras mujeres podan pasar all la noche, siempre y cuando primero lo anunciaran en el escritorio de recepcin. Pero la mayora de las inquilinas se haba transformado en solteronas que vivan aisladas, sin amigas ni relaciones, de modo que desde el final de la guerra era raro que visitantes de fuera pasaran all la noche. Pese a ello, no haba nada demasiado sospechoso en la entrada del libro de visitantes que demostraba que Chikako Ueda, de la habitacin 502, tuvo una pariente prxima que permaneci con ella las noches del 29 de marzo al 1 de abril de 1951. La invitada era la seorita Yasuyo Aoki. Aos despus, cuando la polica investigaba el asunto de esta prima, interrog a las dos recepcionistas. Para entonces, la memoria de ambas era nebulosa, pero sus testimonios coincidan en un punto: sin duda alguna, se trataba de una mujer. Katsuko Tojo, una de las recepcionistas, que declar que ella estaba de servicio cuando Chikako Ueda apareci por primera vez en compaa de su prima, dijo lo siguiente: Estoy segura de que la seorita Ueda me dijo que su prima se quedara quince das con ella. S, por supuesto que fue la seorita Ueda la que firm en el libro de visitantes mientras su prima miraba por la ventana. No recuerdo haber conversado con ella. Tal vez fueran sus ropas o quiz dijeron que vena de la provincia de la nieve; pero sea como fuere, tena un aspecto rstico... s, es cierto, llevaba un bufanda roja en la cabeza. A partir del siguiente da, la seorita Ueda vino sola al despacho y firm en el libro de visitantes. Bueno, es una simple formalidad... No es necesario que la invitada lo haga personalmente. Pero al cabo de tres das dej de venir. Nunca volv a ver a esta prima... Debe
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de haberse ido por entonces, no lo recuerdo, seguramente fue cuando estaba Tamura de servicio. Katsuko Tojo continu justificndose, agregando que tena una pierna mala y slo poda moverse con la ayuda de un bastn y la mayor parte del tiempo estaba confinada a su silla durante las horas de trabajo, de modo que de verdad no poda explicar qu suceda. Su compaera, Kaneko Tamura, dijo lo siguiente: Me pregunta si recuerdo a la prima de la seorita Ueda que llevaba una maleta grande? Por favor, perdneme... ltimamente mi memoria es muy mala. Incluso ayer olvid transmitir un mensaje telefnico y la representante de la tercera planta est furiosa conmigo! Bueno, si no puedo recordar una llamada telefnica, ya puede imaginar qu poca confianza tengo en mi memoria. Y as ver por qu no consigo recordar nada sobre la prima joven de la seorita Ueda, siete aos atrs. Oh... perdneme, al fin y al cabo parece que recuerdo algo. Era extraordinariamente bonita. Con redondeces deliciosas y piel muy blanca... Pero, en realidad, no estoy segura de ello. La suma de las evidencias dadas por las dos mujeres apenas estableca el hecho de que, como la persona en cuestin vesta como una mujer y pareca una mujer, pareca improbable que nadie la hubiera podido tomar por un hombre.
El artculo periodstico
La historia del secuestro de George, nico hijo del mayor D. Kraft y seora, de cuatro aos, no apareci en la prensa hasta mediados de abril de 1951. El secuestro se produjo el 27 de marzo, y la razn por la cual no fue hecho pblico hasta ms de una quincena despus, fue que los padres no informaron al principio a la polica sino que negociaron secretamente con los criminales. Acordaron pagar el rescate en dos partes; el nio les sera entregado el recibir la segunda mitad. Indudablemente, se trataba de un arreglo ventajoso para los secuestradores. Por lo menos, eso fue lo que cont el mayor Kraft, pero como no haba testigos, quin poda asegurarlo? Porque parece que despus de arreglar por telfono que el mayor Kraft entregara trescientos mil yens en cierto lugar (y l nunca revel dnde), los criminales interrumpieron todo contacto, aunque el mayor trat persistentemente de volver a ponerse en comunicacin con ellos mediante anuncios en la prensa. Durante varios das, public un anuncio de tres lneas en todos los diarios importantes:
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Cumplan su promesa; yo cumplir la ma. D. Kraft. Estas palabras llamaron la atencin de cierto periodista, quien, de esa forma, pudo conseguir la exclusiva del secuestro. Pero incluso despus de que el hecho se publicara en todas partes, el mayor sigui negndose obstinadamente a llamar a la polica japonesa. En lugar de ello, ofreci una conferencia de prensa y su mensaje apareci junto a una fotografa suya y de su mujer: Lo nico que deseo es que me devuelvan el nio. En ningn caso acudir a la polica. Respetar mi promesa escrupulosamente... Hagan ustedes lo mismo. Los padres parecan angustiados y daba la impresin de que el mayor estaba dispuesto a confiar hasta el fin en los secuestradores. Inevitablemente, el aspecto trgico de este caballeroso oficial extranjero se granje las simpatas de la gente. Adems, de su actitud se desprenda que estaba convencido de que los criminales eran japoneses. Esto qued claro cuando, respondiendo al insistente interrogatorio de un periodista, revel que el mensaje telefnico se haba transmitido en un ingls vacilante; adems, su anuncio estaba escrito en japons y no lo haba publicado en los peridicos en lengua inglesa. Otro detalle interesante era que la seora Kraft era japonesa. Su nombre de soltera era Keiko Kawauchi, contaba entonces veinticuatro aos y haba conocido a su esposo cuando trabajaba en el Ginza PX. En ese momento, era un ejemplo tpico de matrimonio mixto. Pero, al cabo de cierto tiempo, el inters pblico se evapor como las nieves en la primavera. Nunca qued claro por qu el mayor Kraft se neg con tanta obstinacin a llamar a la polica o a dar pasos ms positivos en el momento del secuestro; pero se sabe que, un ao ms tarde, se divorci de Keiko Kawauchi y regres a los Estados Unidos. Tambin result extrao que las autoridades de las fuerzas de ocupacin no dijeran absolutamente nada del asunto.
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SEGUNDA PARTE
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Es mi turno de servicio, de modo que mi compaera tambin est en su habitacin. No me siento ni pizca cmoda sentada aqu, sola. Tras comparar mi reloj con el de pared que tengo a mis espaldas, compruebo que son las doce menos veinte... Eso quiere decir que todava hay que esperar veinte minutos. No tengo ganas de leer un libro o un peridico para pasar el tiempo, que se hace pesado. Sentada aqu, sin hacer nada, me parece natural hablar conmigo misma. Esa frase da vueltas en mi cabeza: Falta poco para que llegue el momento... pero qu momento precisamente? Es verdad que el despacho donde me he sentado durante ms de treinta aos y este edificio de ladrillos de cinco plantas que ha soportado el gran terremoto y a las incursiones areas de la guerra, tiene que ser trasladado; pero es esto lo que estamos esperando las residentes? Seguramente, esto no es ms que la superficie de la cuestin. Si somos objetivos, es decir si miramos la cosa desde afuera, en realidad no podremos ver cmo mueven el edificio. No las molestaremos en absoluto. Pueden seguir viviendo como de costumbre. Ya vern... Pueden llenar un vaso con agua y cuando movamos el edificio no se derramar ni una gota. Eso dijeron los caballeros de aspecto importante que vinieron a convencernos de que aceptramos los planos para ensanchar la calle. Eran un jefe de seccin del Departamento de Caminos de la ciudad y el gerente de departamentos de una compaa de construccin. Nos habamos opuesto a los planos anteriores demoler la mitad del edificio para dejar sitio para la calle o practicar un tnel que atravesara las tres primeras plantas, de modo que vinieron a persuadirnos con el tercer plano. Como resultado de su explicacin, que dieron con sus voces ms seductoras, como el discurso de un hechicero, cedimos y, desde entonces, nos hemos visto obligados a vivir con el trabajo de construccin y ahora estamos encerradas como conejillos de Indias, reteniendo el aliento mientras esperamos el acontecimiento final. El hombre es un animal que procura conocer la razn de su existencia, y as como un prisionero araa la pared de la celda para asegurarse de que todava est vivo y marcar el paso del tiempo, nosotras, conejillos de Indias, hemos quedado tan obsesionadas con la promesa de no derramar ni una gota de agua, que acordarnos hacer la prueba. La primera en proponer este experimento fue la seorita Shimoda, representante del comit de la tercera planta. Como ha sido maestra de ciencias y era por naturaleza devota de los experimentos, parece ligeramente extrao que haya convencido a la mayora para que participara en lo que, al fin y al cabo, es un experimento poco cientfico. Porque el acuerdo a que se lleg no fue que entre todas se realizase un experimento
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estndar, sino que cada una se encerrara en su habitacin y realizara una prueba a su manera. A m, esto me pareci algo irnico. No obstante, no poda evitarse porque la costumbre de las damas que habitan en los apartamentos siempre ha sido el de vivir sus propias vidas sin interferir en los asuntos de las dems. De modo que sa es la razn por la que todas fueron a sus habitaciones y se encerraron en ellas hace una hora, proporcionando el contraste entre el ajetreo exterior y el silencio fnebre del interior. El nico signo de vida es el gato de la seorita lyoda, al que ha dejado fuera de la habitacin. Est acurrucado durmiendo en lo alto de la barandilla de la tenebrosa escalera. En cuanto a mi opinin sobre este experimento..., bueno. Creo que es algo infantil, por no decir estpido. Pero, como cuidadora, tengo que ser sensible a la psicologa de las residentes. Lo que parece un simple juego de nios les da, en realidad, algo en qu ocuparse. Y como mi deber consiste en hacer lo que desea la mayora de las residentes, yo tambin he puesto un vaso lleno de agua en el centro del escritorio. De todos modos, aparte de estas ideas, cuando miro el agua que llega hasta el borde del vaso, con su superficie semejante a una membrana viviente, recuerdo haber aprendido algo sobre las tensiones de superficie cuando era estudiante, y de cmo una mota de polvo puede penetrarla en cualquier momento. Y me pregunto si todas las residentes estarn tan interesadas en este experimento slo porque se preguntan si el agua se derramar. Mi respuesta es un no! decidido. Cuando muevan este edificio, quedar al descubierto un crimen del pasado. La gente teme que suceda algo. Por eso apartan los ojos y prefieren mirar en cambio unos vasos llenos de agua. Hace unos seis meses, en este edificio estaba muy de moda un nuevo culto religioso, pura charlatanera, llamado Oshizu. Un hombre de apariencia desagradable, de unos cincuenta aos, con el cabello aplastado con pomadas, trajo a una chica no ms alta que una nia llamada la sacerdotisa Thumbelina. Supongo que le llamaron sacerdotisa porque iba vestida con una bata blanca y amplios pantalones rojos. En todo caso, bail una especie de extraa jiga, como una vestal. Al comienzo, slo se relacionaron con ella algunas residentes. Pero, despus, empez a hacer profecas y milagros y el nmero de creyentes aument. Todava hay algunas que se aferran, como yo, a la primera impresin de que se trata de un fraude, pero la mayora est bajo su influencia. Y cuando digo la mayora, hablo de la mayor parte de las que se pasan todo el da en sus habitaciones... En otras palabras: las ancianas que han pasado ya la edad de la jubilacin. Las que todava tienen un trabajo que las mantiene ocupadas, parecen estar menos interesadas.
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Pero, por una u otra razn, haba otra cosa que preocupaba a todas: el robo de la llave maestra acaecido unos meses antes. Esta llave, destinada a las guardianas, puede abrir la totalidad de las ciento cincuenta habitaciones del edificio, y sigue perdida. Durante los ltimos seis meses, todas las habitantes del edificio han vivido en el temor y la inquietud. Al fin y al cabo, las mujeres que han morado tanto tiempo en estos apartamentos tienen sus secretos, pequeos aspectos de sus vidas que slo ellas conocen, y ahora un desconocido puede espiarlos, entrometerse. En cuanto a m, aunque he pasado prcticamente toda mi vida laboral como recepcionista aqu y no he podido salir mucho, ni siquiera a ver una o dos pelculas desde que enferm mi pierna, y en consecuencia debo parecer un poco excntrica, no es as en realidad. Desde que era nia he gozado con la lectura y he procurado entender el modo de vida de tanta gente como me ha sido posible; leo cuidadosamente varios peridicos todos los das y espero no haberme quedado desfasada. Pero la mayora de las residentes han tenido, en uno u otro instante de sus vidas, la oportunidad de disfrutar existencias tan completas como le es posible a las mujeres. Ahora, a medida que envejecen y recuerdan los brillantes das del pasado, muchas de ellas se encierran perversamente en sus caparazones. Cuando permanezco sentada en la pequea oficina junto a la puerta despus que se han ido las que trabajan, me estremezco el mirar la escalera silenciosa y pensar en esas mujeres del edificio que pasarn el resto del da en soledad, como aprisionadas por paredes de hormign. Se limitan a sobrevivir; no tienen actividad alguna como no sea soar con el pasado. En momentos como sos tengo una especie de alucinacin: imagino cmo en las habitaciones de la tercera planta, de la quinta planta, las viejas pasan sus das en silencio, mirando en una quietud insoportable los fragmentos de los sueos de la juventud, dejando caer de vez en cuando un suspiro que resuena en el corredor, hasta que todos se mezclan en la escalera y ruedan hacia el cavernoso vestbulo, levantando un largo gemido en torno a mi silla. Para estas solteronas, sus secretitos son toda su vida, constituyen su orgullo, lo que queda de sus posesiones y dignidades. Creo que el deseo de espiar esos secretos se refleja en el experimento insensato de los vasos de agua. Desde el ventano de la oficina de recepcin, miro a travs de las grandes puertas de cristal que me aislan del mundo exterior. Puedo ver todo cuanto sucede all afuera. Veo la multitud que llena la plaza, sin molestarse en lo ms mnimo por la escandalosa cantidad de polvo que hay en el aire. Se empujan y tratan de mirar los cimientos. Mirndolos desde mi lado del cristal, me
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pregunto qu demonios esperan. Esperan como lo hace un nio que ha dado el mximo de cuerda a su juguete y lo mantiene apretado antes de soltarlo. O tal vez esperan para ver el agujero que quede cuando muevan el edificio? Tal vez piensen que es como excavar una tumba antigua... Tal vez se preguntan qu saldr a la luz. Este viejo edificio de ladrillo rojo ha estado all durante cincuenta aos, desde que fue diseado por un joven extranjero con el objeto de ayudar a las mujeres japonesas a emanciparse. Antao, los transentes lo miraban con envidiosa curiosidad. Una casa reservada exclusivamente para jvenes damas solteras! Ahora, los aos transcurridos han hecho estragos tanto en el edificio como en sus habitantes. Qu secretos, cuidadosamente guardados durante tanto tiempo, quedarn al descubierto en la clara luz del da cuando muevan el edificio? Qu fantasmas del pasado yacen enterrados en el suelo...? Se sienten atrados por esas imgenes vulgares? Por eso esperan? Esa joven ama de casa que est all, por ejemplo, la que lleva un beb a la espalda y una bolsa de la compra en la mano, qu es lo que le hace olvidar todas sus ideas sobre la compra para hacer la comida y le hace permanecer all con los dems? No ser, al fin y al cabo, un breve descanso en su vida ajetreada..., apenas unos minutos perdidos al medioda, me pregunto? O acaso suea con presenciar, una posibilidad entre ciento, el derrumbe de nuestro edificio? Mientras he estado manteniendo esta insignificante conversacin conmigo misma (hbito que he adquirido de manera natural al estar sentada sola en esta oficina; habitualmente, cuando estoy de buen humor, sucede espontneamente), el tiempo ha pasado y ahora son las doce menos cinco. Un joven de aspecto vigoroso ha sacado la cabeza por la ventanilla de la furgoneta de televisin; agita las manos. Ah, ya veo, ese hombre patizambo a cargo de la operacin se acerca a hablar con l... Lleva un casco de seguridad. Hablan... Ahora el capataz corre hacia la entrada! Ha abierto las puertas de vidrio... se acerca a mi ventana. Qu querr? Puedo usar su telfono, por favor? El traslado se ha retrasado treinta minutos... Todo porque esos chicos de la tele quieren registrar el momento histrico. Qu le parece? Adems, pasaron por encima de m! Solo porque ellos van retrasados con sus preparativos, nosotros tenemos que esperar. Slo piensan en s mismos... Y qu pasa con mis obreros que han estado todo este tiempo de pie junto a los gatos? Est muy alterado! Terminar por romper el dial del telfono! Ya suena la sirena del medioda y se supona que los gatos se pondran en funcionamiento exactamente a las doce. Todas las residentes estarn mirando con atencin
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sus vasos de agua! Qu tontera! No s por qu, pero a m tambin me perturba este retraso. La gente, all afuera, hace gestos de decepcin. Se oyen pasos en las escaleras..., alguien baja... Es Yoneko Kimura, de la cuarta planta. No sale..., baja al stano. Tiene una cara extraa! Y aqu viene otra: Michiyo Yamamura, de la quinta planta. Sus pantuflas golpean los listones de madera del suelo mientras se acerca a m. Est completamente aterrorizada! El agua se derram! Estaba caminando por el pasillo de la quinta planta y la puerta de la seorita Ueda se encontraba abierta! Vi moverse el vaso que estaba sobre su mesa! El agua se derram! Se derram! Y la seorita Ueda tambin..., sobre la mesa..., ella... Pero he aqu otra interrupcin! Es Yoneko Kimura, que regresa de su excursin al stano. Perdneme..., es muy importante. Podra, por favor, abrir la puerta que da al antiguo bao? Y el capataz grita a todo pulmn, tratando de explicar algo al que est del otro lado. Qu? Levantarlo con piquetas? Le digo que no es necesario hacerlo, djelo en nuestras manos. Ese bao no es de hormign, sabe? Veamos qu sucede! Desde que se retras el traslado, todo el mundo parece haberse vuelto loco. Salgo al vestbulo... y ahora yo tambin he perdido la cabeza: he olvidado la muleta!
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trabajo? Una recepcionista de baja estofa! Te digo que eres una desgracia para nuestra escuela! No se trataba de que estuviera resentida en ningn sentido con la posicin de Toyoko Munekata, y tampoco de que ella la tratara de esa manera. Pero, en el fondo de su corazn, exista el sentimiento de que viva por debajo de sus posibilidades y esto originaba cierto resentimiento. Desde los das de estudiantes, haba existido entre ellas una relacin incmoda en la que Toyoko le demostraba ese sentimiento en parte burln y en parte piadoso que se reserva para las ovejas negras. Sin embargo, seis aos antes, Toyoko Munekata se haba mudado sbitamente a los apartamentos y a partir de entonces su vida era cada vez ms sedentaria. En ese da especial, la seorita Tamura haba estado sentada pacficamente frente a la ventanilla de la oficina y, como de costumbre, pensaba en echar una siesta. Sin aviso alguno, Toyoko Munekata, a quien quiz slo vea una o dos veces por ao en las reuniones de la escuela, apareci frente a su escritorio. La seorita Munekata, mirando el sbito rubor que cubri el rostro de la seorita Tamura, se tom su tiempo y, disfrutando con la reaccin de sta, dijo: Bueno, bueno, qu sorpresa! Cunto tiempo hace que trabajas como recepcionista? Cuando nos vimos el ao pasado en la reunin de ex alumnas, recuerdo muy bien que dijiste que te dedicabas a cultivar rosas en el vivero de tu hija! En ese momento se haba sentido completamente humillada; pero poco a poco, este sentimiento se desvaneci y fue reemplazado por la sensacin de que era natural que Toyoko Munekata se burlara as de ella. El sueo cambi y ahora Toyoko llevaba gafas de cristales muy gruesos y el uniforme de una chica de la escuela secundaria. El lugar era el aula de exmenes y a su alrededor las nias estaban concentradas escribiendo sus respuestas, pero Kaneko estaba slo sentada all, incapaz de escribir nada. Su hoja permaneca en blanco. Por mucho que lo intentaba, no lograba comprender las preguntas. No le quedaba otra solucin que espiar la hoja de su vecina. La joven que estaba sentada a su lado se transformaba repentinamente en Toyoko; tapaba su hoja con ambas manos y se negaba deliberadamente a dejarla echar una mirada. Por favor, djame ver, rogaba ella, pero en vano. De pronto, todas las otras alumnas se desvanecieron, dejndola sola con Toyoko. Mientras soaba, senta la profunda decepcin y preocupacin de ese momento. Grit desesperada y en ese instante despert, babeando. El calentador de bolsillo que tena en el pecho se le haba deslizado debajo de una axila.
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Secndose el sudor de la frente con el dorso de una mano, mir inquieta por la ventanilla. Seguramente alguien debi orla gritar! Por fortuna, no se vea un alma en el oscuro pasillo y slo se escuchaba el ruido lejano de los msicos callejeros que hacan la publicidad de una tienda. Se repantig en la silla y trat de desechar el recuerdo de la pesadilla. Una de las residentes que atravesaba la puerta la ayud a ello; se inclin hacia una canasta que estaba a sus pies, cogi un ovillo de lana y las agujas de tejer y empez a contar los puntos. Pero no poda concentrarse en el tejido. Le pareca escuchar el eco de la voz burlona de Toyoko, que persista en un rincn de la estancia y no lograba superar su estado depresivo. De vez en cuando abandonaba el tejido y, apoyando los codos sobre el escritorio, se preguntaba por qu una compaera a quien apenas haba visto durante aos, se haba mudado de pronto a ese edificio. Maldijo la cruel irona de la situacin, pero ignoraba quin tena la culpa. Aparte de enfadarse con Toyoko, no poda hacer mucho ms. Y la reunin anual del colegio era inminente. Desde que Toyoko haba ido a vivir all, Kaneko no haba asistido a ninguna reunin. En cada ocasin, Toyoko haba salido con sus mejores ropas, sin molestarse ni una sola vez en sugerir que Kaneko poda acompaarla. Ni siquiera puedo hacer una cosa tan sencilla como asistir a una reunin una vez por ao..., decir una mentirijilla inocente, eso era todo... Para m, era un pequeo placer, claro, pero... Estas ideas le produjeron cada vez ms resentimientos contra Toyoko. Precisamente en ese instante se abri la puerta de entrada y un joven vestido a la europea se acerc a la ventanilla. Soy de la Universidad S, y me pregunto si ser sta la residencia de la profesora Toyoko Munekata. La cabeza de Kaneko se bambole al escuchar de pronto el nombre de la mujer que ocupaba sus pensamientos. Al menos en los ltimos seis meses, nadie haba visitado a Toyoko. Durante unos segundos se qued sentada, mirando sin ver al visitante; y despus, recordando su obligacin, se puso en pie y se ofreci a guiarlo hasta la habitacin de la seorita Munekata. Y abriendo el cajn de su escritorio, procedi a sacar una de las etiquetas numeradas que tenan que usar los hombres cuando visitaban el edificio. Perdneme, pero podra ponerse esto en torno al cuello? Es la regla para los caballeros que vienen de visita. El joven sonri graciosamente y extendiendo con timidez una mano para recibir la etiqueta, pregunt: Adelanta mucho la profesora Munekata en sus importantes trabajos?
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Al comienzo, Kaneko no poda creer que le estuviera dirigiendo esa pregunta a ella, y adems estaba molesta al verse obligada a honrar a Toyoko con el ttulo de profesora. Sin embargo, termin por recobrarse lo bastante como para charlar con el joven. La profesora Munekata siempre parece estar muy ocupada. Cada vez que paso frente a su habitacin, parece estar ocupada en sus estudios... s. Y algo ms: es una manitica del aire fresco. El pestillo de su ventana no funciona muy bien, as que de vez en cuando se queja. Pero, por mucho que lo arreglamos, vuelve a romperse en seguida. A veces, deja la puerta abierta y se queja de que en su habitacin falta oxgeno. En esos momentos, cuando paso frente a su habitacin, siempre la veo sentada a su escritorio. Aqu, todo el mundo dice lo mucho que trabaja. Ah, por favor, no olvide devolverme la etiqueta al irse; a veces, los invitados lo olvidan y se van con eso puesto al cuello. Mientras tanto, iba conduciendo al joven escaleras arriba. Al tranquilizarse, observ que el muchacho llevaba una caja de pastas envuelta y comprendi que estaba haciendo una visita formal. La puerta estaba entreabierta y se vea a Toyoko sentada frente a su escritorio. Perdneme. Tiene un visitante dijo, golpeando, pero no obtuvo respuesta. Toyoko pareca totalmente absorta en el papel que tena frente a ella. Pas por lo menos un minuto antes de que se volviera hacia la puerta y se pusiera de pie. Quin es? Soy de la Universidad S, pero... Pase. Hizo entrar al visitante y luego, haciendo caso omiso de Kaneko, le cerr la puerta en la cara. Kaneko luch contra su sentimiento de humillacin y descendi las escaleras, haciendo de vez en cuando una pausa para mirarse la palma de una mano. No, su lnea del destino era demasiado corta y adems estaba interrumpida en dos partes. En verdad, hace mucho tiempo que no tena el placer de verla. Hoy he venido a saludarla, profesora, y a recibir el manuscrito. El visitante estaba de pie ante Toyoko; haca corteses reverencias y se comportaba con gran correccin. Su anfitriona no le prest demasiada atencin; sin molestarse en ofrecerle t y pastas, se limit a sealar un cojn rado que haba en el suelo. Acto seguido le dio la espalda y permaneci junto al gran escritorio anticuado, herencia de su marido, que dominaba la habitacin. Estaba cubierto de manuscritos y plumas manchadas de tinta, que hablaban de una existencia ocupada.
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Como no hubo respuesta a su observacin, el visitante se sent en el viejo cojn, incmodo, y levantando la mirada hacia Toyoko, que se haba sentado en una silla giratoria frente al escritorio, volvi al tema. Nosotros, los discpulos del difunto profesor, comprendemos cunto trabajo dedica usted a la correccin de los manuscritos que le dej. Sentimos que ha llegado el instante de ofrecerle toda la ayuda que podamos prestarle. Toyoko hizo girar la silla para quedar frente al joven. Soy la nica persona calificada para realizar esta tarea. Lo comprendemos, por supuesto. Los manuscritos de mi esposo contienen ideogramas que slo yo puedo descifrar. Despus, mirando el techo, continu en tono casual: Desde el da en que nos casamos, me he ocupado de reescribir esos manuscritos. sa es la razn de que no hayamos tenido hijos. El visitante, conmovido por esta historia de devocin matrimonial hacia un anciano erudito, se fortaleci en su resolucin de obtener y publicar el manuscrito tan pronto como fuera posible. Hemos completado los preparativos para la publicacin. Nos gustara mucho tener el manuscrito... Podra darnos las partes que haya terminado hasta ahora? La silla volvi a girar y Toyoko se puso de cara al escritorio, mostrando a su invitado la espalda encorvada de una anciana que ha tomado para s las cargas de los otros. Como ya le he dicho repetidas veces por telfono, no puedo darle ningn fragmento hasta haber completado el todo. Ya lo sabe. Despus de soltar este exabrupto, Toyoko se cerr como una almeja. El visitante contempl la espalda inmvil, pensando que ao tras ao se haban encontrado con esa resistencia obcecada a comprometerse. Comprendi que, asimismo hoy tendra que irse con las manos vacas. Metiendo una mano en un bolsillo, sac un sobre y lo coloc a poca distancia de los pies de Toyoko. S que es descorts de mi parte, pero si pudiera darle algn uso a esto... Toyoko no reaccion de ninguna manera. El visitante no hizo ms referencia al manuscrito y despus de formular algunos saludos formales, se retir. En lo alto de las escaleras, hizo una pausa y volvi la mirada hacia la habitacin. Se le ocurri que tal vez la razn de la negativa de Toyoko a entregar el manuscrito se relacionaba con su valor. Sin haberlo visto no poda asegurarlo, pero quizs algn editor comercial lo hubiera examinado y estuviera negociando su publicacin por un alto precio. Pero poda ser realmente as? No pareca
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probable que por un manuscrito de esa ndole pudiera obtenerse un buen precio. Seguramente, no. Los alumnos haban reunido una suma de dinero para asegurar su publicacin slo como un tributo a la hoja de servicio de guerra del difunto profesor. No caba la posibilidad de que tuviera un valor comercial. Tranquilizado por estos pensamientos, el visitante empez a descender enrgicamente las escaleras, mientras se sacaba la etiqueta del cuello. De regreso en su habitacin, Toyoko abri la caja de pastas, cogi una, y la cort cuidadosamente con un cuchillito de bamb. Mientras coma, cont y recont estticamente el dinero que haba dejado su visitante en el sobre. Un rato despus, regres al escritorio y, adoptando una expresin diligente, cogi una antigua estilogrfica alemana que se acomodaba exactamente a la depresin producida por la escritura en sus dedos ndice y medio. Escribi el nmero 711 en una hoja de papel y se puso a escribir animosamente en una especie de taquigrafa de su invencin. A las tres de la tarde de ese mismo da, un momento despus del cambio de turno en la oficina de recepcin, son el telfono. La seorita Tamura acababa de llegar y la seorita Tojo estaba todava de pie junto al escritorio, mostrando un rostro inexpresivo. La seorita Tamura le dirigi una mirada y cogi el telfono. Apartamentos K, dgame. Al otro lado del telfono haba un hombre. Hablaba en tonos apagados. La seorita Tamura se esforzaba por escuchar sus palabras, pero le resultaba difcil hacerlo. Frunciendo la cara se concentr, mir otra vez a la seorita Tojo. Estaba a punto de decir algo cuando la comunicacin se interrumpi. Grit: Diga, diga! No corte! Quin es? Pero fue en vano. Apret el receptor y se qued mirando el escritorio hasta que su colega pregunt: Quin era? Eh..., bueno... Luch por encontrar las palabras. Por alguna razn, no deseaba contestar, pero se haba acostumbrado hasta tal punto a tratar a la seorita Tojo como su superior, aunque fuesen iguales, que le resultaba difcil. Por ltimo contest: Creo que haban marcado un nmero equivocado. Ah, de acuerdo, entonces la ver ms tarde. Y la seorita Tojo, que no tena ganas de presionar a su colega para sacarle una informacin que evidentemente se resista a dar, abandon la oficina. Durante un rato, reson en el corredor el eco montono de su muleta.
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La oficina estaba oscura y fra. La seorita Tamura removi las ascuas del brasero y se ocup por unos instantes en examinar el registro; a continuacin se levant y se dirigi al armario cerrado que haba en el fondo de la oficina. En la puerta de dicho armario haba una nota pegada donde se describan las normas que regulaban el uso de la llave maestra. 1. 2. 3. La llave maestra slo puede utilizarse en presencia de un testigo. Slo puede utilizarse en caso de emergencia. Inmediatamente despus de su uso, la llave debe devolverse a esta oficina.
Se qued un rato frente al armario, venciendo algn conflicto interno, y despus se encogi de hombros y regres al escritorio. Por un momento, su habitual mirada perdida fue reemplazada por otra severa y penetrante, mientras pensaba en la llamada telefnica que acababa de recibir. Quin demonios era ese tipo? Qu quera decir al sugerir que si deseaba descubrir un secreto deba espiar el manuscrito que haba en la habitacin de Toyoko Munekata? Era demasiado disparatado como para que nadie se preocupara por ello... Sin duda, se trataba de una broma pesada. Pero cuando llev al visitante a la habitacin de Toyoko, haba observado una pila de manuscritos que estaban sobre el escritorio. Haba realmente algn secreto oculto en ese enorme montn de papeles? Si era as, entonces... Una vez ms, trat de desechar esa idea, estudiando el registro de tareas que segua abierto sobre el escritorio. (Fecha...) Conferencia (a la ciudad de Kiryu) - Seorita Tabeke, 2da. planta, 3 minutos.
Recogida de facturas de gas Primera planta, completa Segunda planta, completa. Cuarta planta, completa Quinta planta, completa Nota.Hablar de esto con la representante de la tercera planta. Porquera de gato en el corredor de la segunda planta. Reprender a la duea.
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Las letras bailaban ante sus ojos y parecan perder todo significado. Cogi el baco y trat de concentrarse en sumar la pila de recibos por facturas de gas, pero en vano. En cada caso, la suma era distinta. No tena sentido; el recuerdo de la llamada telefnica se haca insistente y no poda pensar en otra cosa. A partir de ese momento, una idea predomin sobre las otras: cmo entrar en la habitacin de Toyoko. No podra usar la llave maestra uno de estos das en que Toyoko saliera? Seguramente, nadie lo descubrira... Sin duda, Toyoko saldra del edificio en algn instante en que ella estuviera de servicio. Kaneko pens en el armario y en la llave maestra que inevitablemente se sentira tentada de usar. No era como si le moviera una intencin criminal, sino ms bien la excitacin adicional proporcionada por un momento de osada a la vida de alguien habitualmente entregado a la pereza y al sueo. Y a causa de esto desech rpidamente el hecho, peligroso y sorprendente como una vbora descubierta de pronto, que detrs de la llamada telefnica haba un conocimiento exacto de sus sentimientos hacia Toyoko Munekata y la voluntad de quien llamaba de manipularla para sus propios fines...
La seorita Tamura subi las escaleras, de escaln en escaln, meditando en la naturaleza humana. Al llegar al rellano de la segunda planta, hizo una pausa temerosa porque escuchaba el ruido de alguien que descenda; pero, afortunadamente, los pasos se alejaron por otro corredor del piso superior. Lanzando un suspiro de alivio, apret la llave maestra que llevaba escondida en un bolsillo. No poda permitirse que la vieran entrando en la habitacin de Toyoko, y rezaba para que no apareciera por all ninguna de las residentes. La excitacin le haca sudar. Era raro que Toyoko saliera del edificio, pero hoy se haba ido temprano. Media hora antes, haba telefoneado desde fuera de la ciudad, y anunciado con su habitual altanera que se hallaba muy ocupada con sus editores. No regresara antes de las diez de la noche y, en consecuencia, haba que cancelar la habitual entrega de leche. El mensaje reson en la cabeza de la seorita Tamura con la insistencia de una alarma. Sin duda, sta sera la mejor oportunidad que se le haba ofrecido en mucho tiempo para mirar la habitacin de Toyoko. Sintindose algo culpable, la seorita Tamura habl con su colega, la seorita Tojo. Era la seorita Munekata. Hoy no quiere la leche.
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Qu? Quiere decir que no volver esta noche? No... Regresar hacia las diez. Est en conversaciones con sus editores. Ah, eso quiere decir que casi ha terminado su manuscrito! Es maravilloso! S. Ah, por poco se me olvida. Maana llega a Tokyo una pariente ma y me gustara tomarme el da libre. Si le parece bien, cambiara turnos con usted... quiero decir, lo hara hoy. La seorita Tojo consinti en ello de buen grado. Por supuesto. Bueno, me voy. Es un poco temprano, pero tomar un largo bao. Adis, entonces! La seorita Tamura bendijo su suerte. La casualidad, ms su velocidad de pensamiento (y una mentira), le haban proporcionado todo un da de soledad con acceso a la llave maestra, mientras su colega se encontraba a buena distancia, en la casa de baos. En cuanto vio salir a la seorita Tojo con los pertrechos del bao debajo de un brazo, descolg el telfono, cogi la llave maestra, cerr la puerta de la oficina y se dirigi cautelosamente escaleras arriba, a la segunda planta. Iba casi en trance, arrastrada por un sentimiento de deber inevitable. Fue de puntillas hacia la habitacin de Toyoko, tratando de evitar que sus sandalias de goma hicieran algn ruido. Se detuvo ante la puerta, temblando, mientras miraba el nombre, escrito con una bella caligrafa: MUNEKATA. Despus de mirar una vez ms a su alrededor para asegurarse de que no haba nadie, introdujo a toda prisa la llave maestra en la cerradura, pero al parecer no entraba. Empuj y gir con todas sus fuerzas, usando ambas manos como si quisiera forzar la cerradura. De pronto, la llave gir produciendo un fuerte ruido de herrumbre y la puerta se abri unos centmetros. La seorita Tamura percibi un tenue aroma ese olor especial que haba en el aire de la habitacin de Toyoko y se sinti mareada, un poco por miedo y otro poco por curiosidad. Cerr rpidamente la puerta y la asegur por dentro. Se detuvo un instante en el diminuto recibidor, y sinti un retorcimiento de culpa que desech en seguida, antes de apartar la cortina y mirar el interior del apartamento. La habitacin estaba muy desarreglada. Contra una pared haba una serie de muebles usados de colores desvados; en el centro, un escritorio de roble que, hasta cierto punto, pareca reflejar la personalidad de su duea al dominar de esa manera el recinto. Encima de varias cmodas y maletas, las desordenadas pilas de libros llegaban casi hasta el cielo raso... Gruesos volmenes occidentales se mezclaban con obras de referencia con las pginas dobladas. Se alzaban por encima de la cabeza de la seorita Tamura, como si la
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amenazaran. Tu mundo es muy distinto del nuestro! sta es la habitacin de una distinguida erudita!, parecan decirle. T no tienes esos conocimientos y no deberas estar aqu! La seorita Tamura resisti con obstinacin la atmsfera del cuarto y luego se sac las sandalias, entr y mir los libros uno por uno, como si saboreara sus contenidos. Viendo todos estos objetos que haban pasado aos junto a la elegante erudicin de Toyoko, un pesaroso sentimiento de su propia inferioridad se levant en el pecho de la seorita Tamura. Estos objetos tambin han asimilado el paso de los aos a medida que la juventud y la belleza de su duea se desvanecan. Qu clase de hombre era su marido y cmo habr sido su vida juntos en el transcurso de esos aos? Me pregunto si habr sido una vida feliz. En su ensoacin, la seorita Tamura se senta invadida por la curiosidad que le produca la vida privada de Toyoko y por fin su sentimiento de culpa desapareci. Se acerc furtivamente al escritorio y apoy las manos sobre la tabla. Era fra y dura; le hablaba de la austeridad de una vida erudita. Encima del amplio escritorio haba un viejo soporte de material para escribir, puesto a un lado; detrs, haba diversos tinteros llenos de plumas puestas desordenadamente. Haba un anotador cuya brillante blancura quedaba expuesta a las miradas; junto a l, un ordenado montn de manuscritos, de unos veinte centmetros de altura, sujetos por un pisapapeles de mrmol. Inmediatamente debajo de dicho pisapapeles, encima de las otras, haba una hoja con las palabras Manuscritos Completos escritas con tinta negra. La seorita Tamura cogi con ambas manos el pisapapeles y lo coloc con gran cuidado sobre el escritorio, como si fuera frgil y empez a volver las hojas del primer manuscrito, una pgina tras otra, tomando precauciones para no alterar el orden. TTULO
extraas. Luego, parecan perder toda forma: los caracteres estaban abreviados o trazados como si estuvieran desmoronndose y se encontraban cada vez ms mezclados con esquemas carentes de significado, cuadrados, tringulos, crculos y cifras, como letras secretas de un cdigo incomprensible. Empezaron a aparecer palabras irrelevantes y frases inconexas, escritas con letra diminuta. La disposicin disparatada de letras y signos continuaba durante cincuenta pginas. Y por ltimo, apareca una frase final, escrita por la elegante mano de Toyoko:
Qu poda hacer? Toyoko iba a advertir que alguien haba entrado en su habitacin, pero no tendra manera de saber quin era. No haba nada que la relacionara con el crimen, excepto la llave maestra. .., pero cualquiera poda usar una llave si tena acceso a ella. Eso era! Tal como eran las cosas, slo las recepcionistas tenan control sobre la llave y su mal empleo poda achacrsele a ellas; pero si faltara si la hubiera robado o perdido, por ejemplo, bueno, parte de la culpa recaera sobre ellas por negligencia, pero nadie podra probar que una de ellas haba hecho mal uso de la llave. Le daba vueltas la cabeza. Ante sus ojos pas la imagen de los rostros de las residentes del edificio. La culpa tena que recaer en alguna que no tuviera trabajo, que, por lo general, estuviera en casa todo el da, alguien impopular o a quien se mirara con sospecha... Pasar la llave sera como librarse de la reina en ese juego de naipes para nios llamado Ana la Resbalosa! Como en trance, sali de la habitacin, cerr la puerta y volvi de prisa a la escalera. Subi un tramo y se sac las sandalias. Se desliz por el corredor e hizo una pausa frente a la quinta puerta a partir del rellano, la habitacin 305. Mir cautelosamente a su alrededor y escuch. No haba nadie! Poniendo la oreja contra la puerta, se asegur de que no llegara ningn sonido desde dentro. Para cerciorarse, hizo girar furtivamente el picaporte; estaba cerrado. Rpidamente, meti la llave maestra en la cerradura. En ese instante, sus sentimientos eran una mezcla del alivio de quien acaba de desechar una pesada carga y del agotamiento producido por una labor intil. Se inclin y se puso las sandalias, observando al hacerlo que la etiqueta de la llave maestra, colgando de su cinta roja, se balanceaba todava. Toda huella de envidia o sentimiento de inferioridad respecto de Toyoko Munekata se haban desvanecido al ver esos miserables manuscritos, pero no senta ninguna sensacin de triunfo por haber descubierto el secreto de su adversaria. Slo experimentaba como si los lazos de circunstancias que la haban ligado a Toyoko durante tanto tiempo, se hubieran roto y ella estuviera sola en un mundo de oscuridad y falta de objeto. Not que hubiera estado mucho mejor de continuar con su ignorancia anterior. De pronto, sinti odio y clera hacia el hombre que haba telefoneado. Por qu lo haba hecho? Cul era su intencin? Cmo haba sabido lo que sucedera? Cmo conoca sus sentimientos hacia Toyoko? Empez a temer a este desconocido, a este conspirador omnisciente que la haba arrastrado al cumplimiento de sus planes. Por un instante, todo se puso negro mientras se preguntaba quin era esa persona que deba haber visitado la habitacin de Toyoko antes que ella;
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despus, con la cabeza gacha, regres por el pasillo, despreocupada esta vez por el ruido que pudieran hacer sus sandalias en las tablas del suelo.
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Siempre llevaba un viejo par de zapatos de lona con suelas de goma. Le resultaba ms fcil caminar con ellos y tenan la ventaja adicional de ser silenciosos. El objetivo que persegua en esos viajes nocturnos de inspeccin era siempre el mismo: esqueletos de pescado. Iba de planta en planta, recogiendo huesos y cabezas que las otras residentes tiraban despus de sus comidas nocturnas. La razn de esto era el consejo que le haba dado su mdico seis aos antes. Debe usted tomar mucho calcio haba dicho. Coma, por ejemplo, cabezas y huesos de pescado... Le harn bien. Esto fue despus de que resbalara y cayera en las escaleras del edificio llevando botas de lluvia. Se da la cadera y acudi al mdico. El consejo que ste le diera se haba transformado en el principio rector de su vida. En realidad, el diagnstico era errneo, pero no obstante, como resultado del mismo, Noriko renunci a todo cuanto daba significado a su existencia y se concentr obsesivamente en la bsqueda, hervor y lenta masticacin de cabezas y huesos, que coma enteros, sin dejar nada. Regres a su habitacin situada junto al rellano y mir rpidamente a su alrededor antes de deslizarse dentro. Como haba aprendido a imitar los recursos de un gato de albaal, haba adquirido los mismos instintos y ya no tena que perder demasiado tiempo asegurndose de que nadie la vea. La tarjeta con su nombre que haba en la puerta estaba manchada por aos de mugre, pero quien la examinara de cerca poda descifrar las letras contra un fondo que alguna vez haba sido blanco: 305 ISHIYAMA NORIKO. El nombre estaba escrito a mano con elegante escritura itlica, denunciando el hecho de que quien lo escribiera era una persona dotada para esas cosas. En realidad, hasta que sufri la cada, su habitacin haba estado llena de pequeas y coquetas libreras, muecas y pinturas que reflejaban en sus lneas puras y colores brillantes las manos infantiles que las haban hecho; apenas quedaba espacio en las paredes, estantes y mesas. Ahora, sin embargo, la habitacin tena un desagradable olor a pescado que ninguna persona normal podra soportar durante ms de un minuto. Despus de su primer diagnstico de fractura, el mismo mdico haba diagnosticado dolores nerviosos y, de hecho, al cabo de un ao, Noriko estaba afectada por dolores de todo tipo; el equilibrio entre sus nervios y su resistencia qued prontamente destruido. Sus dolores imaginarios se hicieron reales y todos los das los senta en uno u otro lugar. Se transformaron en la caracterstica central de su vida y Noriko empleaba sus energas tratando de diagnosticarlos, buscando sus nombres en libros de medicina.
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Vio a un mdico tras otro, pero ninguno era lo bastante sabio como para dar nombre a su enfermedad. En lugar de ello, rean y decan: A usted no le pasa nada. Todo es mental. Por fin, tuvo que dejar el trabajo y con l desaparecieron los ingresos necesarios para visitar doctores. A partir de entonces, slo pudo comentar sus achaques con sus vecinas del edificio. Cercaba por turnos a cualquiera de ellas y les relataba sus diversos problemas y dolores. Al comienzo, la escuchaban con simpata, pero pronto empezaron a aburrirse de ella y, adems, a tratarla como una demente. Cuando su pblico desapareci por completo, Noriko Ishiyama se concentr en crear su mundillo en su habitacin. Empez a vivir como un ratn. Al fin y al cabo, un ratn no puede quejarse de sus dolores a los seres humanos; un ratn hace su nido en un armario y slo sale por la noche. En verdad, durante sus excursiones de medianoche imaginaba a veces que era un ratn. Sus primeros pasos por el camino de la existencia de un roedor consistieron en divorciarse de las comodidades cotidianas de la vida humana. Cerr el contador del gas. Hubiera hecho lo mismo con la electricidad, sacando los fusibles, si no fuera porque necesitaba un poco de luz para su existencia nocturna; as que cambi la bombilla por la de menos voltaje que pudo encontrar, esas luces apagadas que la gente normal deja durante toda la noche en el lavabo. Mediante este sistema de tacaera, logr reducir casi a nada sus facturas de gas y luz, que normalmente eran los gastos menores en el presupuesto de sus vecinas. Adems, hizo cuanto pudo por arreglrselas con lo que desechaban las otras. Entre la basura de aquel gran edificio haba mucho para ella. Despus de cinco o seis aos de llevar esta existencia, el suelo de su habitacin estaba cubierto por la basura de otra gente, de modo que tena que trasladarse con cuidado. De la misma manera, tambin los ratones renen todo lo que encuentran... Su despensa fue vaciada y se transform en cama; el resto de espacio del suelo estaba cubierto con altas pilas de chatarra. Por la noche, las extravagantes siluetas de los montones de cajas de cartn, peridicos y trapos viejos amontonados en viejas canastas de mimbre, se proyectaban de manera extraa contra las paredes y el cielo raso, alumbrados por la bombilla de escaso voltaje. Entr en la habitacin y, abrindose camino con su habitual habilidad entre los botes y las botellas vacas que cubran el suelo, se acerc a un hornillo rechoncho dotado de una chimenea que sala por la ventana. El fuego resplandeca dbilmente, alimentado por cartones desgarrados en finas tiras, bolas de papel de peridico y restos dispersos de madera. Lo removi y una
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leve bruma de vapor blanco se levant de la cacerola, que empez a borbotear a medida que el hornillo se calentaba. Hubo un rasguo en la puerta; el olor de las raspas de pescado hirviendo haba llegado al corredor. Gato infernal! Quin te ha dicho que habra algo para ti? dijo, volvindose y mirando en direccin a la puerta. La malicia de su voz era algo muy real. Verti un poco de salsa de soja en la cacerola, cogi un pescado por la cola y lo us para revolver el caldo. El silencio de la habitacin qued roto por el burbujeo de la olla, el sonido de succin de los restos de pescado y la lenta masticacin de las espinas. La comida si as poda llamrsele, porque para ella era ms un remedio dur alrededor de una hora. Luego, se levant de la pila de peridicos que le servan de silla y abri la puerta corrediza de su armario alacenar Cogi la lmpara con su cordn largo y bombilla diminuta, la llev como si se tratara de una buja y entr en el armario. Su lecho estaba situado en la mitad inferior. Los lados del armario, al igual que la cama, estaban cubiertos por un fino polvo blanco. Era DDT, que rociaba con regularidad, temiendo que la cama deshecha se transformara en un criadero de insectos. Quera mantener limpia al menos su persona. La cama consista en tres colchonetas cubiertas por una sbana tan usada que a travs de ella se vea el estampado del pao de abajo. En el centro haba una cavidad permanente donde el cuerpo de la anciana se acomodaba de manera satisfactoria. Encima de esto haba una vieja manta que tena los bordes sucios y un pesado edredn cuyo relleno se haba abierto paso por las cuatro puntas, dejando vaco el centro. Esta deficiencia quedaba subsanada mediante el apilamiento de papel de peridico donde debera haber estado el miraguano. El conjunto era un caos, pero al menos la cama era abrigada. Noriko puso la lmpara sobre una vieja caja de naranjas que tena junto a la almohada, cerr la puerta y se sent sobre la cama. Ahora que dos puertas la separaban del mundo exterior, se senta en paz, como un ratn en su madriguera. De la caja de naranjas sac una bolsa de t cuyo contenido volc sobre el lecho. Un viejo broche, un reloj de pulsera roto, un imn, un fragmento de espejo, la clase de basura que guardara un nio: stos eran sus tesoros. Pero entre ellos estaba la llave maestra con su etiqueta de madera. La cogi, tras descartar el resto, y la coloc sobre la almohada. Desde que la haba encontrado en la cerradura de su puerta, una semana antes, la haba sacado y examinado todas las noches, meditando la razn de que hubiera aparecido all.
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As como el ratn examina con cuidado el cebo de una trampa, tocndolo de vez en cuando con las patas, Noriko examin ahora la llave, cogindola de vez en cuando y volviendo a dejarla sobre la almohada. Una cosa vea con claridad: como tres das antes se haba denunciado la prdida de la llave en el tabln de anuncios del vestbulo, no tena posibilidad de devolverla sin despertar sospechas. Pero no se le ocurra de qu manera podra utilizarla para sus propios fines. Como haba adoptado la vida de un animal, sus instintos le bastaron para convencerse de que aquella llave maestra era algo peligroso, que representaba mala suerte para ella.
QUINTA PARTE
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El violn robado
Era evidente que el nio estaba aburrido. Permaneca confiadamente frente al atril, pero era visible que no senta un inters real por el violn que tena en las manos y que le fallaba la concentracin. Cuando la profesora le mostraba la manera correcta de tocar, en lugar de fijar la atencin en el arco echaba de vez en cuando una mirada hacia ella con el rabillo del ojo. Suwa Yatabe estaba rgidamente de pie, con la cabeza inclinada hacia la izquierda para coger mejor el violn con la barbilla y, poniendo toda su habilidad en la demostracin, balanceaba el arco de uno a otro lado de manera exagerada, para que el nio pudiera comprender lo que trataba de ensearle. Sus nudillos destacaban bajo la piel carente de lustre y le temblaban los dedos arriba y abajo por las cuerdas; sin embargo, parecan danzar como seres vivos. Denunciaban el hecho de que su poseedora, aunque condenada ahora a tocar y escuchar esos sonidos pedestres, haba sido una vez una de las ms importantes intrpretes japonesas de msica occidental, una violinista de escalofriante destreza, cuyas interpretaciones haban despertado ms de una vez atronadores aplausos. El nio lanz una mirada a esos dedos tan correctamente colocados. El meique y el anular apretaban las cuerdas, mientras que el ndice saltaba arriba y abajo todo el tiempo, rozando ligeramente la superficie. Su dedo cordial estaba
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rgido e inmvil, sin ceder nunca al instinto de movimiento. Al nio esto le resultaba fascinante y deseaba preguntar a su maestra cmo lo lograba, pero reprimi esta tentacin, al recordar que su madre le haba dicho que era grosero llamar la atencin sobre las peculiaridades fsicas de las personas. Suwa Yatabe era consciente de la mirada llena de impertinente curiosidad del nio, pero hoy eso no le molestaba. Tambin ella estaba interesada por la capacidad de observacin de este nio extremadamente nervioso. La mayor parte de sus alumnos eran nios de la vecindad, aquellos cuyos padres deseaban que emplearan el tiempo en algo ms que en el simple juego, o a quienes enviaban all slo porque en casa haba un violn con el que podan practicar. Las madres que no podan permitirse el lujo de tener un piano, daban a sus hijos un pequeo violn y los enviaban a estudiar con Suwa este instrumento tan de moda. Sus honorarios eran extremadamente discretos. Haba empezado enseando a los hijos de sus amigas como un favor, cuando se senta aburrida despus de abandonar el puesto de maestra de msica en una escuela de nias; imperceptiblemente, a medida que corra el rumor, la cantidad de nios aument y ahora su apartamento se haba transformado en algo parecido a un aula. La cantidad de alumnos pareca haber alcanzado un techo natural y a partir de entonces no aument ni disminuy: todos los das, de cuatro a cinco nios venan a dar su leccin. Desde que haba dejado el mundo de las salas de conciertos, Suwa Yatabe haba padecido el sufrimiento de ver publicados en los peridicos los nombres de sus antiguas colegas, y aunque ahora haba pasado ya los sesenta aos, segua sintiendo las agonas del artista frustrado. As, mientras enseaba a sus alumnos se atormentaba con el pensamiento de que tal vez entre ellos haba alguno cuyo genio latente se disimulaba a sus ojos. Pero, en esos momentos, el nio cuya prctica de los necesarios pasajes del El principiante de Holman tanto haca por la autoestima materna, destrozaba los odos de la otrora famosa acompaante con la horrible cacofona que surga de su violn. Pero el nio que estaba hoy con ella era distinto. Al menos, pens Suwa, era mejor que los nios de la vecindad que constituan su alumnado. Su madre lo haba llevado por primera vez la semana anterior vivan a un par de estaciones de metro de distancia, y Suwa haba detectado en l cierta sensibilidad musical. Por supuesto, su interpretacin era defectuosa, pero su larga experiencia le deca que el nio tena un talento potencial. A este nio deba ensearle lo mejor que pudiera. Bueno, escucha esto y hazlo con atencin dijo golpeando el atril con el arco para atraer la atencin del nio.
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ste la mir tmidamente. Maestra, por qu no se mueve su dedo? Suwa mir el dedo cordial de su mano izquierda. Haba quedado paralizado de pronto cuando ella se hallaba en la mitad de la treintena y en la cumbre de su carrera musical, y ya no lo consideraba parte de su cuerpo. Sinti revivir en su interior el terror y la mortificacin de aquellos das en que descubri que el dedo no se mova. Los mdicos no haban podido hacer nada. Dijeron que a su dedo no le pasaba nada, aparte de que se negaba a doblarse. No pudieron encontrar ninguna causa patolgica. Durante los treinta aos transcurridos desde entonces, la vida de Suwa Yatabe cambi a causa de ese dedo paralizado. Por l haba tenido que abandonar su carrera musical y transformarse en una simple maestra. Era natural que le molestaran las preguntas de la gente. Superficialmente, era porque no conoca la respuesta a los Por qu?. Pero, en lo ms profundo de su inconsciente, senta que conoca la respuesta; all se agazapaba y era all donde prefera dejarla. .. En ese instante, impulsada por la pregunta inocente del nio, la verdadera respuesta se agit en lo ms profundo de un rincn de su mente. Le tembl el brazo mientras luchaba con el problema; trat de ponerla en palabras y fracas. De modo que, una vez ms, recit la mentira, la ficcin que siempre sacaba a relucir cuando se le haca esa pregunta. Hace mucho tiempo, tu maestra tena una amiga muy ntima. Acostumbrbamos practicar juntas. ramos como hermanas; bamos a la misma academia de msica y compartamos esta habitacin. Lo compartamos todo. Pero, un da, se convoc un concurso; la ganadora conseguira una beca y la enviaran a estudiar al extranjero. Ambas participamos. Como la pieza que haban puesto era una en la que yo me destacaba, gan el premio. Mi amiga qued segunda. Me felicit dirigindome una sonrisa, pero en lo ms profundo de su corazn haba amargura y resentimiento. Poco despus, dej este apartamento y regres a su casa, en el campo. Se llev con ella un mechn de mis cabellos, y sabes lo que hizo? Hizo una mueca de paja y puso mi cabello dentro; todos los das la llevaba el cobertizo del jardn y clavaba un clavo en el dedo cordial de la mano izquierda de la mueca. Vers, haba sido su dedo cordial el que la haba hecho fracasar en el concurso. El nio se qued helado. Mir fijamente la mano izquierda de Suwa, y dijo: Oh, qu mujer tan mala! Estaba celosa de usted, maestra!
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Estas palabras, que eran exactamente lo opuesto a la verdad, conmovieron el corazn de Suwa. Una vez ms, sinti la angustia de haber quedado segunda. Qu amargo haba sido para ella! Deseaba decir la verdad, decir: No fracas por falta de destreza. Fue slo que no tena un buen instrumento. El de ella s era bueno... Tena un violn italiano. Sus padres eran ricos, mientras que yo era pobre. Fui derrotada por el dinero... Durante treinta aos, este discurso haba estado en la punta de la lengua de Suwa. Ahora, una vez ms, le reson en la cabeza. Bueno pens, el resultado fue que ella fue a Europa a completar sus estudios, mientras que yo qued condenada a pasar mis das enseando a los nios los fundamentos de la msica con El principiante de Holman. La gente dira que es el destino, pero yo no puedo aceptarlo. El viejo profesor francs del conservatorio... qu era lo que deca...? "C'est la vie, c'est la vie"... Pero yo no soy fatalista. .. Resist hasta el fin. Estaba segura de que iba a ganar. Mir hacia arriba, al armario rinconero que colgaba de una pared de la habitacin. Arriba, cubierto de polvo, haba un viejo estuche de violn. El renovado sentimiento de derrota que la ocupara empez a desvanecerse. Hasta entonces, no haba advertido hasta qu punto la verdadera respuesta a la pregunta yaca en ese viejo estuche de violn que haba modificado su vida. Bueno, volvamos a las prcticas. Ahora que te he contado la razn, vers que slo puedo tocar con tres dedos mientras que t puedes usar cuatro. As pues, tienes que poder tocar mejor que yo, no? El nio asinti. En el transcurso de los treinta minutos restantes de leccin, no pudo apartar los ojos de ese dedo cordial congelado, objeto de hechicera y maldicin. Cuando el nio se fue, Suwa como sumida en un trance se sent en el aula fra que estaba separada del resto de la habitacin por una cortina. Encima del piano, haba varios bustos de famosos compositores clsicos. Desde all, miraban a Suwa con sus rasgos contrados por las agonas del genio y el cabello revuelto y rizado. Ella les devolvi la mirada, pensando que el genio artstico trae consigo sus tormentos y que en consecuencia debe perdonrsele mucho a quienes lo padecen. Los bustos parecieron estar de acuerdo con ella y sus expresiones cambiaron, transformndose en otras de dulce perdn.
Ishiyama Noriko se desliz a travs de una grieta en la pared de pizarra y se dirigi hacia el jardn interior del edificio. Eran las cinco de la maana y todava estaba semioscuro, pero el resplandor en el cielo, hacia el este, y la
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frescura crujiente del aire proclamaban que el amanecer era inminente. Llevaba una botella de leche que acababan de depositar. Al comienzo le haba enfriado la palma de la mano, pero ahora su temperatura se haba elevado para coincidir con la suya y se haba formado un ligero roco en el vidrio. En sus odos seguan resonando ciertos sonidos: el del lechero al abrir la cerca de madera, el tintineo de las botellas, el repiqueteo de la campana fijada a la cerca. Segua temblando de excitacin y senta que nunca ms querra correr esos riesgos, pero en lo ms profundo de su ser saba que antes de finalizar la semana robara otra botella de leche. Todos los das sala como era su costumbre con el fin de buscar serrn para su hornillo; algn da, pronto, volvera a encontrar una botella de leche recin entregada que habran dejado desaprensivamente a su alcance. Como una fruta madura que creciera en algn jardn, colgando por encima de la pared, esperando a ser cogida... Pero, seguramente, alguna vez sera sorprendida por un ama de casa enfurecida: el crimen siempre llevaba consigo su castigo. Pens en la primera vez que haba encontrado una botella de leche esperndola en una caja que tena la cerradura rota. No haba abrigado la intencin de robarla. Haba deslizado una ua por debajo de la tapa, abierto la botella y tomado un trago. Pero una cantidad tan pequea pareca carecer de sabor. Reemplaz la tapa; le pareca que nadie podra detectar lo que haba hecho. Todo ira bien, pens; y estaba a punto de devolver la botella a su caja cuando de pronto surgieron los primeros rayos de sol, que iluminaron directamente la botella que tena en la mano. Iluminaron el vidrio y revelaron sus huellas digitales, que le parecieron incrustadas en la botella, de modo tal que nunca podran borrarse. No le quedaba ms solucin que llevarse la botella a casa. Y desde entonces, todas las maanas, senta el desafo de las botellas de leche, que le incitaban a repetir la experiencia. Huellas digitales. Pocas palabras del lenguaje parecan ejercer semejante impresin en ella. Dos aos antes, cuando cogi el zueco de madera de un hombre, que haba dejado caer su perro, cay entre las manos del dueo, un anciano caballero de malas pulgas que la haba arrastrado hasta el polica ms cercano y acusado de robo. Para asustarla, el oficial le haba dicho que slo era cuestin de aplicar ciertos polvos al zueco y quedaran al descubierto las huellas digitales del culpable. Despus, la solt no sin echarle una reprimenda, pero sus palabras ejercieron un efecto duradero. La idea de que un poco de polvo poda sacar a la luz sus huellas digitales en cualquier cosa que hubiera tocado, pona tan nerviosa a Ishiyama Noriko que las palabras se grabaron en su inconsciente. Calcio..., huellas digitales...
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El jardn interior estaba rodeado por tres de los muros del edificio. Haba algunos canteros con flores, pero aparte de un pequeo invernadero, todo lo dems estaba cubierto en invierno con paja. En medio del jardn haba un gran incinerador con una chimenea. Rode el jardn por el extremo oriental y se dirigi hacia la escalera de incendios. Su habitacin estaba junto a la ventana que daba acceso a la tercera planta, y colocando una vieja caja de madera en la escalera poda entrar y salir con facilidad y sin ser observada. Subi en silencio las escaleras, pisando cuidadosamente los escalones de hierro con sus zapatos de suela de goma; y despus, cuando lleg a la segunda planta, mir por casualidad hacia atrs y vio algo que no haba notado antes. Encima del incinerador haba un montn de peridicos viejos. El primer sol matinal destacaba su blancura. Baj otra vez la escalera y los cogi. Estaban atados con un cordel, con un trozo de cartn arriba para que no se desordenaran. El cartn, sobre todo, sera til para encender el hornillo. Sin pensar ms en el asunto, regres con los peridicos a su habitacin. No fue hasta el atardecer cuando descubri que en su hallazgo haba algo significativo. Se haba pasado toda la tarde disimulando la botella de leche que haba robado ms temprano. Tena la costumbre de transformarlas en jarras de estilo mexicano o floreros o vasos panzudos, de cubrirlas con papier-mch y de decorarlas con pinturas al temple y acuarelas. As est bien murmuraba . Esto tiene que esconder las huellas digitales o si no... Cuando lleg el crepsculo, haba terminado otro de esos trabajos de artesana para incorporarlo a los ya existentes. Lo mir con placer, mientras se limpiaba los dedos manchados de pintura con un peridico viejo. Y de pronto, vio la fecha. Era absurdamente viejo: 26 de enero de 1933. Era uno de los peridicos que pertenecan al montn que haba encontrado esa maana. Lo haban doblado en cuatro y los bordes estaban amarillos por el paso del tiempo. Si slo hubiera sido viejo, la cosa no hubiera tenido demasiada importancia. Pero, por alguna razn, la fecha le recordaba algo... No era la misma que apareca en el tabln de anuncios del vestbulo? Unos das antes, alguien haba puesto all una nota, ofreciendo un alto precio por un peridico de esa fecha aproximada. Si se trataba de ste, entonces su hallazgo matutino era como haber ganado el premio de la lotera. Era posible que su suerte hubiera cambiado para mejorar? Detenindose slo para lavarse las manos, alisar el
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papel y colocarlo entre una pila de revistas, baj de prisa hacia el tabln de anuncios de la entrada y ley cuidadosamente el anuncio.
Se pagar un alto precio Busco un ejemplar de cualquier peridico con fecha del lunes 26 de enero de 1933. Si tiene un peridico de esas caractersticas, entrguelo por favor a la empleada d servicio. Yo lo recoger y dejar en sus manos una buena recompensa. Era la misma fecha! Con la cabeza llena de emociones encontradas, se pase arriba y abajo por el vestbulo, peguntndose qu deba hacer. Si reciba algn ingreso, se supona que tena que comunicarlo a la oficina de la Seguridad Social. Qu quera decir exactamente alto precio? No sera mejor ocultar su hallazgo hasta que tuviera eso claro? Senta la mirada de la seorita Tojo fija en su espalda desde su asiento, detrs de la ventanilla, y se apresur a subir las escaleras antes de que la arrastraran a una conversacin. Esa noche, mientras estaba acurrucada en su guarida del interior del armario, se le ocurri de pronto que ni siquiera haba ledo an el peridico. Por qu demonios querra alguien un peridico tan antiguo? Cul poda ser su valor? No era como si el 26 de enero de 1933 hubiera sucedido algo de especial valor histrico. Sac el peridico de la pila de revistas y, colocndolo cerca de la bombilla de 5 vatios, lo ley con creciente emocin. La clave estaba en la pgina de sucesos. Debajo de un encabezamiento que rezaba Famoso violn Guarnieri robado, apareca una fotografa grande de un extranjero calvo de mediana edad, con un abrigo y un estuche de violn en la mano. El texto explicaba que Andr Dore, que haba terminado su contrato de cinco aos como profesor en una academia musical, estaba a punto de regresar a su hogar. Haba sido invitado a dar dos conciertos de despedida en la sala de conciertos Hibiya, pero al regresar a su hotel al finalizar el primero, abri el estuche de su violn y descubri que alguien lo haba reemplazado por un instrumento barato. Era probable, aunque no seguro, que el delito se hubiera producido en la sala de conciertos. La polica no tena pistas sobre la identidad del ofensor. Como el seor Dore haba regresado directamente a su hotel en taxi y durante todo el trayecto no se haba apartado del estuche, pareca evidente que el cambio se haba producido en el transcurso de los pocos minutos en que haba dejado el estuche sobre una mesa de su camerino despus
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del concierto. Por supuesto haba mucha gente all, de modo que haber cogido el violn con estuche y todo no hubiera sido difcil en s mismo, pero cambiar el contenido del estuche sin ser visto pareca el truco de un prestidigitador: algo casi imposible de hacer. Lo que de verdad llam la atencin de Noriko fue uno de los nombres que haba en la parte inferior de la columna. Se haba entrevistado a varias personas y entre ellas haba un nombre que conoca: el de Suwa Yatabe, que viva en la primera planta del mismo edificio. Se citaban sus palabras: Me mortifica muchsimo que mi maestro tenga que sufrir esta trgica prdida justo cuando abandona el Japn, pas que ha llegado a amar. Espero que el ladrn se apresurar a devolverle el violn. La nica persona que puede aprovechar a fondo sus cualidades es el propio profesor. El artculo continuaba diciendo que Suwa Yatabe era la alumna favorita del profesor. Al leerlo, Noriko imagin a Suwa tal como siempre la vea en el pasillo del edificio, erguida y con todo el aspecto de ser msica. Y, por primera vez, comprendi por qu siempre haba experimentado una afinidad inconsciente con Suwa: ambas eran ladronas. Noriko estaba segura de ello. Treinta aos atrs, Suwa haba dejado sus huellas digitales en el violn. Y cmo poda esperar borrarlas de esa superficie barnizada? Experiment un deseo devastador de ver por s misma esas huellas digitales. Y as como antes la seorita Tamura se haba sentido tentada de inspeccionar la habitacin de su compaera de clase, Toyoko Munekata, y haba recurrido a la llave maestra, as fue atrada Noriko por la misma fuerza magntica de la llave que tena en su poder. La sac de la caja de t; de pronto se haba transformado en un tesoro de incalculable valor. La apret entre los dedos, la examin minuciosamente desde todos los ngulos, y se imagin usndola para entrar en la habitacin de Suwa. Se vio a s misma mirando el violn robado. Y despus del largo da de trabajo que haba pasado decorando la botella de leche, se qued dormida con estas agradables ideas. La interminable lluvia que haba lavado los ladrillos del edificio durante todo el da, persisti hasta bien entrada la noche. La humedad se dispersaba por las escaleras y corredores, haciendo el aire pesado y opresivo. Suwa Yatabe termin la ltima leccin del da y condujo a su alumno a la salida. Abri el paraguas del nio. Ten cuidado! S, maestra. Adis!
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Mir cmo la figurilla saltaba bajo la lluvia hasta llegar a la parada del tranva. Por momentos, el viento llevaba rfagas debajo del alero, humedeciendo la cara de Suwa. El fro del suelo de piedra se le meti en el cuerpo. La edad pareca haber embotado su sentido del calor y el fro. Se senta aletargada, sin experimentar especial deseo por regresar a su habitacin y preparar la cena. Todos los das, cuando despeda al ltimo alumno, sobre todo cuando llova, se senta invadida por una desagradable tristeza. Empuj la pesada puerta y regres al edificio. Vea a la seorita Tamura sentada frente a su escritorio, detrs de la ventanilla de recepcin. Haca punto; las agujas parecan moverse con excesiva lentitud. Al pasar junto al tablero de anuncios, la mirada de Suwa cay sobre un papel nuevo que no haba visto. Apenas entendi lo que pona hasta que la fecha mencionada 26 de enero la conmovi. Este anuncio que solicitaba con tanta frialdad una copia de un viejo peridico, tena en su opinin un motivo oculto. Era evidente que estaba dirigido a ella. Esa era la fecha que haba ardido en su memoria durante treinta aos. En realidad, el peridico de ese da yaca escondido en el fondo de su cajonera, junto con aquellos en los que aparecan las noticias de sus primeras apariciones en la pgina musical, tantos aos atrs. Gradualmente, su estupefaccin se transform en una mezcla de clera e inquietud. Y cuando la mujer que viva en la habitacin contigua pas de regreso del trabajo y la salud, Suwa ni siquiera lo advirti. Estaba de pie frente al tablero como si estuviera ciega y sorda para el mundo. Senta como si el ltimo gran drama de su vida hubiera estado pendiendo sobre su cabeza todos esos aos, aunque no lo sintiera as hasta hoy. Regres a su cuarto y se sent frente al piano. Se qued en esa posicin toda la noche, sin dormir ni un minuto. De vez en cuando, levantaba la mirada hacia el viejo estuche de violn, colocado arriba de la estantera. El famoso Guarnieri haba dormido all arriba los ltimos treinta aos. Cada ao, Suwa le haba cogido unas pocas veces y tocado unas notas en l, slo para asegurarse de que su tono era tan bello como siempre. Haba llegado a convencerse de la legalidad de sus actos al robar el Guarnieri. Senta que haba tenido razn y reprima los sentimientos de culpabilidad asegurndose de que si alguna vez se descubra la verdad, su defensa se basara en la justificacin artstica. Sin embargo, en lo ms profundo de s misma, saba que eso no era cierto. Slo tena que cerrar los ojos para revivir los sucesos ocurridos treinta aos antes, cuando haba adquirido el violn. Su respetado maestro, Andr Dore, estaba a punto de abandonar el Japn. Al da siguiente deban comenzar sus ltimos recitales, pero a pesar de ello segua
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dando a Suwa sus habituales lecciones privadas. La joven haba empezado a abrigar sentimientos amorosos hacia l a causa de la admiracin que le produca como artista. Y cuando volva a recordar sus profundos y amables ojos y su nariz de alto puente finamente dibujada, volva a embarcarse en el soliloquio que haba compuesto para ella en el papel de herona trgica. Cuando termin aquella ltima leccin, Andr Dore me mir. Sus ojos parecan transmitir a un tiempo pasin y melancola. Me pregunto... es que estaba de verdad enamorada por primera vez o slo lo finga con el fin de inventar un pretexto para coger ese violn que deseaba desde haca tanto tiempo? l me tom entre sus fuertes brazos y yo cerr los ojos y dej que sintiera la pequeez y la suavidad de mi cuerpo. Cuando todo termin, llor..., me pregunt por qu. En ese momento, lleg un coche para llevarlo a una conferencia de prensa. Fue Simple casualidad o la intervencin divina? Me dijo que le esperara all. Cuando se fue, permanec mucho tiempo sentada en la cama y, poco a poco, la duda fue apoderndose de m. Me respetaba como artista o slo haba estado interesado en m como mujer? Esto me haca desdichada. Fuera cual fuese la verdad, slo poda ser triste en ltima instancia, pero secretamente yo prefera la idea de que me admiraba como msico. All, en la habitacin, donde lo haba dejado, estaba su violn favorito, el famoso Guarnieri. No se haba preocupado por l, pensando que conmigo estaba a salvo. Pero antes de su regreso me fui, llevndome el Guarnieri en el estuche de mi violn... Todava no puedo explicar por qu lo hice. Fue para impedir su partida, para tenerlo conmigo un poco ms? O porque me venci el deseo de tener un violn italiano clsico? Supongo que un poco por ambas cosas. Pens que tendra que suspender sus recitales de despedida, pero no lo hizo. Se comport como si nada hubiera sucedido; como si el instrumento que tena en la mano fuera el Guarnieri. Ni los crticos ni el pblico parecieron notar que no era as. Si observaron cierta pobreza de calidad en el tono, deben haberlo atribuido al tiempo lluvioso. Fue despus de ese concierto cuando anunci el robo del violn. Antes de abandonar el Japn, empaquet cuidadosamente mi violn, el que haba dejado a cambio del Guarnieri, y me lo envi. Era evidente que saba que yo era la ladrona y que no me peda que le devolviera su violn. En cambio, culp a algn visitante desconocido. Fue porque tema el escndalo en caso de que nuestra breve relacin saliera a la luz, o porque de verdad me admiraba como violinista o simplemente porque me compadeca? El da en que se fue del Japn, fui a Yokohama y me qued entre la multitud que lo despeda. Es muy improbable que me hubiera visto en medio de toda esa gente, pero, hasta cierto punto, percib, en la mirada pesarosa que nos dirigi, un mensaje de
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perdn para m. En ese instante, yo quera gritar "Te amo", pero no lo hice. Bueno, tal vez me haya perdonado; pero, unos meses ms tarde, mientras trataba de tocar el Guarnieri, observ que el dedo cordial de mi mano izquierda se haba paralizado. Y eso me ocurra a m, que haba prometido dedicar mi vida entera a tocar el violn... Con esto, su soliloquio termin ahogado en sus poderosos sentimientos de pesar y autocompasin. Mir, una vez ms, el estuche del violn, que estaba en el estante. No poda haber dudas de que el anuncio que solicitaba una copia del peridico de ese da, treinta aos despus del hecho, estaba relacionado con el violn robado. Decidi descubrir quin trataba ahora de encontrar su trofeo robado. El da posterior a la lectura del anuncio, Suwa fue a la oficina de la recepcionista para intentar descubrir quin era su autor. Para no atraer sospechas preguntando de manera directa, disfraz su intencin con la excusa de hacer una visita a la persona que estuviera de servicio para pasar el rato. Pens que su mejor oportunidad era elegir un momento en que estuviese de servicio la bondadosa seorita Tamura, que era a partir del medioda de ese da. Baj a la oficina alrededor de las cuatro de la tarde y, disponiendo una sonriente expresin artificial, se acerc a la ventanilla. La seorita Tamura levant la vista, sobresaltada; de una comisura de su boca colgaba una gotita de saliva. Sin duda, haba estado sesteando otra vez. Gradualmente, Suwa llev la conversacin al asunto que le interesaba. Riendo de manera poco natural, sugiri: Qu anuncio tan fascinante! Me pregunto cunto se podra ganar si se tuviera una copia del peridico... Eli? Quiere decir que usted tiene una copia No, pero... Yo, tampoco. Ojal hubiera guardado mi peridico durante todos estos aos! Pero los peridicos viejos..., una los tira despus de un tiempo. Ha aparecido alguien que tenga una copia? Hasta ahora, no. Pero le dir que hay una verdadera cacera. Tal vez la seorita Takiguchi, de la quinta planta, tenga una copia. Posee todos los ejemplares del Mundo Femenino desde que empez a publicarse, hace veinte aos. Pero no quiere destrozar su coleccin, as que no est dispuesta a desprenderse de nada, ni siquiera en prstamo. Ah, pero usted me habla de una revista. Puedo comprender que la gente guarde viejas revistas, pero diarios..., quin puede imaginar que se guarde
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todos los ejemplares de un diario durante tantos aos? Y aun cuando lo hubieran hecho, es indudable que los habra donado durante la guerra! Bueno, segn lo vea l, ste es un edificio antiguo y muchas de sus residentes han vivido mucho tiempo aqu. Y como dijo, aqu hay una o dos que son, cmo lo diramos...?, un poco extravagantes. As que hay posibilidades de que aparezca un ejemplar. Debo decir que aunque sea verdad fue algo descarado de parte de l. El? De quin me habla usted? Ah, del extranjero que vino y nos pidi que pusiramos el anuncio. Sin embargo no haba nada sospechoso en l. Dej este sobre para que se entregara a cambio del peridico. Y cunto cree que hay? Cinco mil yens! La seorita Tamura abri el cajn del escritorio y sac un sobre blanco que pas a Suwa. Es bastante abultado. Deben de ser billetes de cien. Suwa mir el reverso del sobre y vio las iniciales A. D.... Las mismas que las de Andr Dore, a quien haba robado el Guarnieri! Pero el genial violinista haba muerto quince aos antes en Suiza, a la avanzada edad de setenta aos. Suwa trat de ocultar su emocin charlando animadamente, pero comprendi que se haba puesto blanca como una sbana. S que hay extranjeros raros por ah! Qu demonios querr de un peridico tan antiguo? Bueno, yo no estaba aqu cuando vino... Estaba la seorita Tojo. Parece que era un hombre joven, de unos treinta aos, y adems, guapo... Como un actor de cine. Es un historiador especializado en estudios sobre el Tokyo antiguo. Al parecer, en el peridico hay una fotografa de un viejo templo que hace tiempo se incendi. Evidentemente, era una mentira. Si el objetivo que persegua el misterioso extranjero era slo conseguir una foto del templo, le hubiera bastado con visitar a los editores del peridico. As que la historia del templo era un puro pretexto. Pero quin poda ser ese joven? Estaba claro, Andr Dore debi de tener un hijo con alguna mujer. Por un instante, Suwa sinti una punzada de celos. La seorita Tamura segua chismorreando segn su costumbre. Pero el pensamiento de Suwa estaba demasiado ocupado en otras cosas y no escuch ni una palabra. Memoriz la direccin que haba en la solapa del sobre antes de devolverlo a la seorita Tamura. Era slo un nmero en Nihonbashi, Tokyo. Me encantara ver a ese extranjero la prxima vez que venga.
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Dice que pasa mucho tiempo viajando, as que nadie sabe cundo puede aparecer. La seorita Tamura lo dijo con pesar; Suwa se senta insegura ante la idea de no saber cundo poda venir el extranjero. Decidi ir a Nihonbashi y echar una mirada por s misma. Al da siguiente, Suwa se puso uno de sus mejores quimonos, que ltimamente tena pocas oportunidades de usar, y fue a la direccin de Nihonbashi, que result ser una gran casa que venda artculos musicales. Compr una o dos cositas para sus alumnos y despus pregunt por el extranjero a la jovencita que la haba atendido. No, que yo sepa aqu no trabaja ningn extranjero... Pero pruebe arriba, en el departamento de publicidad. Nunca se sabe... Es el tipo de lugar donde podran emplear a un extranjero. Suwa subi y pregunt por el gerente, quien result ser un hombre de mediana edad. Suwa dio su nombre y luego pregunt muy cortsmente si poda hablar con Andr Dore. El gerente la mir de manera extraa y contest que en la tienda no haba empleados extranjeros. Bueno, han tenido recientemente a un extranjero que les haya solicitado que recibieran y le enviaran cartas para l? pregunt Suwa, a punto de darse por vencida. El gerente telefone a los otros departamentos y despus inform que, lamentablemente, no haba ninguno. Suwa, quien se haba convencido de la existencia del joven llamado Andr Dore, se sinti amargamente decepcionada y despus fastidiada por el truco que le haban jugado. En lugar de volver directamente a casa, fue al cine por primera vez en ms de un ao. Pero no poda dejar de pensar en el extranjero que se llamaba a s mismo A. D.. Las emociones de Suwa estaban en conflicto; parte de ella deseaba conocer a este hombre que pareca hijo de Andr Dore; la otra parte deseaba huir de l. De camino a casa, compr algunas pastas para la seorita Tamura y se las entreg con la peticin de que le informaran si volva a aparecer el extranjero. Pero durante varios das no se supo nada de l, y en ese tiempo Suwa se sinti inquieta cada vez que pasaba junto al tabln de anuncios y vea el papel. Hasta la semana siguiente no recibi la carta. Era como si quien la escribiera conociera el momento psicolgico adecuado para golpear. Pero antes de eso sucedi otra cosa. Alguien encontr un ejemplar del peridico que se buscaba.
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En la maana del cuarto da posterior a su aparicin, el anuncio desapareci. Precisamente cuando Suwa acababa de observarlo, la seorita Tamura le llam a su oficina. Eran alrededor de las diez y media; las que trabajaban ya se haban ido y el vestbulo estaba desierto. Bueno, por fin alguien encontr el peridico! Lo trajo aqu anoche y se llev los cinco mil yens. No quiere que nadie sepa su nombre. Me asegur de que era la fecha correcta y, acto seguido, ped a la seorita Tojo que mirara tambin, slo para asegurarme. Entregar todo ese dinero por un diario equivocado sera un error terrible. Y estaba la foto del templo? Bueno, la verdad es que no lo mir. Slo lo dobl rpidamente y lo puse en un sobre grande de papel Manila. .. La seorita Tojo dijo que debamos tener mucho cuidado y no manosearlo mucho para no daarlo. Sac el sobre del cajn y se lo mostr a Suwa. Estaba sellado. Es ste. Espero que venga pronto a buscarlo. Apuesto a que estar encantado. S, pero no puedo dejar de pensar en la mujer que lo ha guardado durante treinta aos. Debe atesorar las cosas con mucho cuidado! Ah, pero es que sa no es una persona ordinaria. Su habitacin est llena de peridicos viejos... Ay, qu digo! La he delatado... Por supuesto, ya sabr a quin me refiero. La seorita Tamura lanz una risita y continu: Por supuesto es la seorita Ishiyama, de la tercera planta. Ya sabe, la que llaman seorita Jirones! La que tiene esa falda rada y era maestra de artes plsticas. Bueno, est a cargo de la Asistencia Pblica, as que se supone que tiene que declarar cualquier ingreso. Por eso no quiere que nadie lo sepa. Como si furamos a meternos en sus asuntos privados. Pero me pregunto en qu podr usar cinco mil yens. Es una verdadera mendiga. Me creer si le ligo que sus cuentas de gas y electricidad son casi inexistentes? La imagen de la miserable Noriko Ishiyama apareci en la imaginacin de Suwa. Esa vieja avara se haba pasado los ltimos cuatro das revisando todos los peridicos que su habitacin para ponerle las manos encima a los cinco mil yens. Y por fin lo haba encontrado. Lo habra ledo, habra visto el artculo sobre el violn? Bueno, aunque as fuera no importaba. Suwa sinti que el hecho de que Noriko Ishiyama hubiera encontrado ese viejo diario no guardaba relacin directa con su problema. Pero, por favor, seorita Yatabe, no se lo diga a nadie, se lo ruego! Las cosas se pondran feas, si se supiera.
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La seorita Tamura sonri dulcemente a Suwa. Era evidente que quera fortalecer la relacin entre ambas. Suwa comprendi que no tena por qu temer que su secreto su relacin con el viejo peridico fuera conocido por cualquiera de las recepcionistas. A partir de entonces, su nica preocupacin era Noriko Ishiyama, y cada vez que pasaba junto a ella en el corredor senta un ligero estremecimiento. En el transcurso de esa semana no sucedi nada extraordinario, aparte del hecho de que Noriko encontrara el peridico y reclamara sus cinco mil yens. El extranjero no apareci para recoger el diario. No obstante, Suwa tena un presentimiento. Y entonces lleg la carta, que le llev una tarde un alumno, a quien se la haban entregado en la oficina de recepcin. Suwa la puso encima del piano y trat de impartir la leccin como si no hubiera sucedido nada que se saliera de lo normal. Pero durante esa leccin fue ms severa que nunca con su alumno, desgarrada por el deseo de abandonar sus deberes durante un instante para atender a sus negocios privados. Ese sobre blanco y cuadrado pareca danzar ante sus ojos, mirara donde mirase, amenazndola y turbando su concentracin. El nombre y la direccin de Suwa estaban escritos con una letra comn. Cuando recibi el sobre de manos de su alumno, ech una ojeada al remitente y, claro, all aparecan las iniciales A. D.. Bueno, por fin haba ocurrido lo que anticipara; estaba casi resignada al hecho de que, por ltimo, su destino la hubiera alcanzado; pero tambin senta miedo y estaba muy alterada. Los treinta minutos que duraba la leccin parecan interminables. Pero, al fin, termin; despidi al alumno y luego se apresur a regresar a su habitacin y abri el sobre. Dentro haba una hoja de papel; el mensaje estaba escrito en perfecto japons.
Querida seora: Gracias por haberse tomado la molestia de enviarme el peridico de 26 de enero de 1933. Aparte de esto, me gustara hablar con usted acerca del instrumento musical. A partir de las cuatro de la tarde del da 12 de febrero, esperar a la entrada de la sala de conciertos Hibiya. Llevar un clavel rojo en el ojal. Si fuera usted tan amable como para acudir a la cita, me proporcionara un gran placer. A.D. La escritura no poda ser de un extranjero; alguien debi de escribirla a peticin de A. D. Pero qu significaba la referencia al diario y la insinuacin de que Suwa lo haba enviado? l no haba ido por el edificio; en cambio, le
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propona un encuentro en la sala Hibiya. Por qu? Y por qu se esconda detrs de esas iniciales en lugar de tener la amabilidad de revelar su nombre completo? Eso quedaba ms all de la comprensin de Suwa. Slo se le ocurra una posibilidad: por mucho que intentara desecharla, no consegua desterrarla por completo de su mente. Tal vez alguna otra persona que viva en el edificio haba enviado el peridico en nombre de ella. Pero no se le ocurra motivo alguno para que alguien hiciera semejante cosa. No obstante, no poda descartar por completo esa posibilidad. Se pregunt qu actitud adoptara cuando se encontrara con el extranjero. Pero ms importante an era la cuestin de si deba acudir. Cuanto ms lo pensaba, ms complicado se haca el problema. Andr Dore la haba perdonado pblicamente y ya no se poda hablar de robo. Pero, ahora, pareca como si el caso se hubiera reabierto treinta aos despus, cuando el nico testigo de sus intenciones y su perdn ya no perteneca a este mundo. Tena miedo, pero no haba otra alternativa: tena que ir a la sala Hibiya el da sealado, el 12 de febrero..., que era el da siguiente.
El corredor de la planta baja era un lugar tenebroso incluso en pleno da, y cuando el tiempo era nublado o cuando caa aguanieve, era preciso encender las luces para poder caminar. Noriko sali del lavabo y anduvo por el pasaje, haciendo una breve pausa en cada interruptor. Encenda la luz durante un instante, para asegurarse dnde estaba el siguiente, y despus volva a apagarla. De esta manera avanz lentamente hacia la habitacin de Suwa Yatabe, haciendo de vez en cuando una pausa para ver si vena alguien. Si hubiera sido vista causalmente por cualquiera de las otras residentes, lo ms probable era que no encontraran nada extrao en su conducta, conociendo, como conocan, su excentricidad. Haba repetido el procedimiento en el transcurso de los ltimos cuatro o cinco das, con el pretexto de visitar el lavabo de abajo. En cada una de esas ocasiones, se haba deslizado hacia la puerta de Suwa, y escuchado cuidadosamente durante un rato. A veces se oa msica, o ms bien intentos de msica lo bastante chirriantes como para dar dentera; otras veces, oa la voz de Suwa, que, por lo general, rea a su alumno. Una o dos veces choc con la propia Suwa que se diriga al vestbulo de entrada llevando una cesta de la compra en la mano. Pero senta que la duracin de la ausencia relacionada con una simple compra no le dara bastante tiempo para cumplir sus propsitos.
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Desde que haba encontrado el viejo peridico encima del incinerador, Noriko estaba consumida por el deseo de entrar en la habitacin de Suwa, encontrar el violn robado y ratificar la presencia de las huellas digitales de la ladrona. De modo que todas las noches sacaba la llave maestra, cuya prdida haba causado tantos problemas a la vieja seorita Tamura, y se excitaba pensando en usarla para sus fines. Ella tambin se siente acosada por las huellas digitales, como yo. Todos estos aos... Tal vez slo quisiera tocar ese famoso violn una vez; es lo que me ocurre a m cuando me tomo un trago de leche. Eso pensaba mientras se masajeaba los doloridos muslos. Suwa era, como ella, una vctima de parecidas desdichas. Pero, a pesar de este sentimiento, Noriko senta que cuando se encontraban Suwa le lanzaba la misma mirada de sospecha de las otras residentes. Oy que una puerta se abra justo detrs de ella. Estaba segura de que se trataba de la puerta de Suwa. ste era su tercer viaje de esa maana por el corredor de la planta baja y hasta entonces no haba odo ni un sonido proveniente de la habitacin de Suwa. Era evidente que ese da no tena alumnos. Noriko fingi buscar algo en el suelo para echar una mirada por el corredor. Era evidente que Suwa iba vestida para salir. En lugar de la cesta de compra, llevaba un bolso; y en lugar de las sandalias que usaba para andar por el vecindario, llevaba tacones altos. Pareca inmersa en sus pensamientos mientras cerraba la puerta y se diriga hacia la salida. Se detuvo para cruzar unas palabras con la recepcionista y abandon el edificio. No pareca que hubiera visto a Noriko. El cielo era gris como una pizarra y pareca amenazar lluvia o hielo. Noriko, que segua a Suwa a cierta, distancia, sinti un fro penetrante en los hombros; se estremeci y cerr las solapas de su abrigo sobre el pecho. Era evidente que Suwa estaba abstrada en sus pensamientos. Baj al paso de cebra sin notar que la luz estaba en rojo y un conductor de taxi, que se vio obligado a frenar bruscamente, le grit. El viento azotaba los faldones de su largo abrigo invernal, mostrando por un instante sus larguiruchas piernas. Despus cambi la luz, y cruz de prisa la calzada. Noriko la mir alejarse y estuvo a punto de perderla en la multitud. Luego volvi a avistarla; sin echar una sola mirada hacia atrs, Suwa salt a un tranva. Estaba atestado de escolares alegres y pendencieros, porque la jornada acababa de finalizar. Empujada aqu y all por los estudiantes, Suwa permaneci sin embargo rgida como un palo entre la masa de gente, como acostumbraba.
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Noriko permaneci oculta detrs de un poste de telgrafos hasta que el tranva desapareci a lo lejos. Se pregunt adonde ira Suwa. Le produca la impresin de que no se apresurara mucho en volver. Dio media vuelta y regres tan rpidamente como se lo permita su extrao paso saltarn, que pareca hecho a propsito para proteger sus flancos de algn ataque. Sus largas faldas harapientas rozaban el suelo, revoloteaban a veces impulsadas por el viento. Las mangas de la chaqueta slo le llegaban a los codos y debajo llevaba una blusa sucia. Su cabello lacio y seco volaba al viento. Los transentes se volvan para mirarla. La seorita Tojo estaba sentada ante el escritorio de recepcin y tena la cabeza inclinada sobre un libro. Noriko camin lentamente por el corredor de la planta baja, observando cautelosamente a su alrededor. No haba nadie; sta era su oportunidad de entrar en la habitacin de Suwa. Meti una mano debajo de la blusa y retir la preciosa llave maestra de su escondite, entre sus flccidos senos. Sinti que el calor de su cuerpo se transmita al metal. Abri la puerta de Suwa y se desliz en la habitacin. Se qued en el diminuto recibidor que daba directamente a la habitacin, a la que inspeccion con una mirada. Suwa debi de haber tenido encendido el hornillo de gas hasta un momento antes de irse; Noriko sinti el aire clido contra sus mejillas fras. Lanz otra rpida mirada por el corredor y a continuacin cerr la puerta, la asegur por dentro y dej la llave en la cerradura. Ni siquiera se molest en quitarse los zapatos de lona, sino que mir maravillada en torno de ella. Los muebles principales eran un piano y una lmpara ordinaria. Ambos haban sido artculos de cierta calidad en su da, pero ahora tenan un aspecto desvado y usado. La gran pantalla de la lmpara estaba cubierta de manchas, de modo que pareca un mapa extrao. En medio de la habitacin colgaban dos cortinas que la dividan; ms all se vea una cama deshecha cuyas mantas haban sido retiradas a medias. El aspecto que ofreca la habitacin daba la sensacin de que su ocupante la haba abandonado con prisa. Noriko decidi iniciar su bsqueda en la parte correspondiente a la sala. Se sac los zapatos, pero sin abandonarlos, entr en la habitacin. Lo primero que le llam la atencin fue el piano. Encima de su tapa haba tres violines sin sus estuches, pero por su tamao era evidente que se trataba de instrumentos infantiles. No pareca haber ningn lugar donde pudiera esconderse el estuche de un violn. Pas por las cortinas hacia la mitad interior de la habitacin. All, en la mesilla de noche, encontr un estuche de violn negro que pareca haber sido depositado en su lugar sin precauciones especiales. Se envolvi un dedo en un
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trapo viejo y abri la cerradura del estuche. El violn resplandeci sombramente en la penumbra. Tena la sensacin de que tanto el estuche como el instrumento chorreaban humanidad, lo que sugera que ambos se usaban con regularidad. Aunque no saba nada de instrumentos musicales y era incapaz de distinguir el Guarnieri robado de otro violn cualquiera, su instinto le dijo que no era ste. Pero, de alguna manera, senta que el violn robado no estaba lejos de all. Dej el estuche en la mesilla e inspeccion debajo de la cama. El espacio estaba ocupado por cajas de cartn vacas, zapatos desparejos, blusas y medias dobladas, todo cubierto de polvo; pero no haba rastros del violn. Los nicos lugares que quedaban por examinar como posibles escondites eran el aparador colgado y el armario. Primero mir dentro del armario. En cuanto abri la puerta, le invadi un fuerte olor a naftalina que surga de los vestidos y trajes antiguos que debieron hacerse mucho tiempo atrs para ser usados en los escenarios. El aparador estaba lleno de cajas para vestidos y canastas de mimbre como las que sirven para guardar las ropas japonesas. Las revis todas, pero en vano. Ya haban transcurrido casi veinte minutos en su bsqueda y se senta a punto de darse por vencida. Entonces, se acerc al piano, levant la tapa y mir adentro. All slo haba cuerdas polvorientas. Volvi a mirar el violn que estaba sobre el piano. No le dijo nada. Se sent en una silla que obviamente era utilizada por los estudiantes y lanz una ltima mirada a la habitacin. No se le habra pasado algo por alto? No era posible que el violn estuviera en esta habitacin. Escuch pasos fuera y se acerc a la ventana. Fuera quien fuese, pas junto a la puerta y sigui andando por el corredor. Pero en ese instante, al mirar temerosa hacia la puerta, vio un pequeo estante triangular, colocado bastante alto en un ngulo de la habitacin, sobre el cual descansaba el estuche negro de un violn. All estaba, cubierto, como el resto de la habitacin, por una fina capa de polvo y dando muestras de un largo descuido. Tena que contener el Guarnieri. Arrastr la silla hasta la entrada y se subi. Alcanzaba fcilmente el estuche. Cubrindose una vez ms los dedos con trapos, lo cogi y lo baj del estante. Le picaban las aletas de la nariz al percibir la cercana de la propiedad robada. Sin respirar apenas y sosteniendo su hallazgo por encima de su cabeza, baj cuidadosamente de la silla y puso el estuche en el suelo. Rpidamente, sus manos temblorosas buscaron el cierre..., pero estaba cerrado! Trat de forzarlo, mas si bien el estuche pareca decrpito, no cedi a sus esfuerzos. Al salir, Suwa debi de llevarse la llave consigo. No tena sentido buscarla. A Noriko la sangre le ruga en los odos, y sinti miedo y un violento deseo de ver
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el interior del estuche. Esta emocin result la ms intensa y se puso de pie con la intencin de buscar algo con que poder forzar la cerradura. En ese instante oy pasos en el corredor. Se detuvieron ante la puerta y se oy un sonido chirriante cuando introdujeron una llave en la cerradura. Suwa estaba de regreso! Noriko estuvo a punto de desmayarse de pnico. La llave maestra, que haba dejado puesta por dentro, empez a moverse a causa de la presin que hacan desde fuera. Si no haca nada, la llave sera expulsada del agujero y Suwa podra entrar al apartamento. Pero qu poda hacer? Dominada por el terror, no poda siquiera pensar. Porque si la descubran en la habitacin de Suwa, la marcaran como ladrona y, en el mejor de los casos, se vera obligada a abandonar el edificio. Una sensacin de calor en la parte interior de un muslo la hizo reaccionar; sin darse cuenta, se haba orinado. Slo haba una manera de huir: salir por la ventana. Se precipit hacia ella abri el cerrojo y despus las dos hojas. Mir hacia abajo; el suelo se hallaba a apenas un metro debajo de ella y en el patio interior no haba nadie. Volvi a mirar la puerta; la llave maestra an no haba cedido al asedio. Ahora, Suwa haca girar el picaporte con impaciencia. El estuche del Guarnieri estaba en el suelo, donde lo haba dejado. Como ya tena una ruta de escape y no haba seales de que Suwa pudiera entrar demasiado pronto, se tranquiliz y record que haba dejado sus zapatos de lona en la habitacin y tambin que sera una lstima dejar el violn despus de todos sus esfuerzos. Se oan ruidos de otras personas que se iban reuniendo en el corredor. Entre ellas, se escuchaba la voz estridente de la seorita Tojo. No tena tiempo que perder. Noriko actu como si estuviera en trance: cogi el estuche del violn y los zapatos y se precipit hacia la ventana. Al trepar para salir, su rada falda se enganch en el cerrojo de la ventana y la desgarr cuando cay al suelo. Sin detenerse para mirar a su alrededor, corri descalza por el patio enlodado, resbal y cay. El estuche del violn vol por el aire, golpe el muro de ladrillo del incinerador y sufri graves daos. Volvi a cogerlo y mir espantada en torno suyo, en busca de un lugar donde esconderse. Como haba tanta gente por all, no poda utilizar la escalera de incendios, como acostumbraba hacerlo. Daba la impresin de estar acorralada. Pero tena un escondite a su alcance: el incinerador. Abri las puertas de hierro y, metiendo primero el estuche del violn, se arrastr detrs. El interior era mucho ms amplio de lo que pareca por el tamao de las puertas. Si no la descubran, poda permanecer oculta hasta la noche y escapar despus. Slo tena que afrontar las condiciones de incomodidad durante una hora
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aproximadamente. Haca cierto tiempo que el incinerador no se usaba y la lluvia reciente haba transformado la basura y papeles a medio quemar en una pasta negra, extremadamente desagradable al tacto. Se limpi los pies con sus harapos y se puso los zapatos de lona. Al cabo de un rato, espi por una rendija que haba entre las puertas. Vea algunas de las ventanas de las dos primeras plantas del edificio..., pero no la de la habitacin de Suwa. Sin duda haba gente apiada en torno a esa ventana, mirando al patio. En realidad, senta como si detrs de cada ventana se ocultara un par de ojos que miraran directamente hacia el incinerador. Se agazap en la oscuridad; apenas se atreva a respirar y apretaba el estuche del violn contra el pecho. De esta manera pasaron unos treinta minutos sin que hubiera seal de que nadie haba salido al patio. Experimentaba el intenso deseo de estirarse y echar una mirada al violn. Ahora, sus ojos se haban acostumbrado a la oscuridad; de hecho, con las diversas grietas que haba en la estructura y la chimenea abierta, el interior del incinerador estaba bastante iluminado. Tante las cenizas que la rodeaban y encontr un clavo oxidado. Intent forzar la cerradura del estuche, pero en vano. Despus, observ que al caer se haba torcido la charnela. Desliz una ua por debajo y lo abri en un instante. La tapa se desprendi fcilmente de la caja. All estaba el violn, que tena la pintura saltada en partes. Todas las cuerdas se haban roto. En la panza del instrumento haba un agujero a travs del cual vea un trozo de papel marrn pegado a la parte interior del lado de atrs. Poda ser ste el famoso Guarnieri? Pobre violn, pens. Slo para tapar sus huellas digitales, te estrope la pintura y peg un trozo de papel para esconder el rastro. Dej el violn en el suelo e imagin el rostro de Suwa cubierto con las huellas digitales de la culpa. Ella y Suwa eran de la misma calaa. Habiendo alcanzado su objeto largamente acariciado, Noriko sucumbi al agotamiento mental y fsico de la cacera. Se qued dormida dentro del incinerador, teniendo el violn en los brazos. Al cabo de un rato, se despert y estornud; estaba helada hasta los huesos. Volvi a colocar el violn en el estuche y lo escondi cuidadosamente en la parte trasera del horno. Fuera, estaba completamente oscuro. Todava brillaban algunas luces en las ventanas cuando Noriko se arrastr hasta la escalera de incendios y regres a su habitacin.
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El concierto vespertino se haba iniciado media hora antes. Suwa Yatabe se hallaba de pie en medio del fro atardecer invernal, fuera de la sala Hibiya, mirando el melanclico parque. De vez en cuando, el viento llevaba hasta ella el sonido de la msica, excitando brillantes recuerdos del pasado, y se desvaneca despus como se haba desvanecido su carrera. Haca rato que la hora de su cita haba pasado, pero el extranjero que se haca llamar A. D. no se vea por ninguna parte. No obstante, no se atreva a retirarse, esperando contra toda esperanza que finalmente apareciera. La plaza que haba frente a la sala de conciertos estaba baada en la plida luz de las lmparas de mercurio. Aparte de una persona que llegaba tarde y entraba apresuradamente en la sala, estaba ms o menos desierta. Un conductor uniformado sali de una limusina aparcada, pero slo para limpiar el parabrisas antes de volver a meterse en el coche. Suwa golpe el suelo con los pies para alejar el fro y de vez en cuando se paseaba de un pilar al siguiente. Un coche se acerc y barri la plaza con los faros. Atraves la gravilla y se detuvo. Un extranjero enfundado en un largo abrigo que tena el cuello levantado, sali y pag al chfer. Suwa no poda ver su cara con claridad, pero l se volvi hacia ella y subi saltando los escalones. Suwa sali de detrs del pilar que la esconda; el corazn le lata como un tambor. Pero entonces not que el hombre llevaba gafas y su corazn desfalleci. El extranjero no entr en la sala de conciertos, sino que se qued cerca, y mirando a su alrededor como si buscara a alguien. La mir y cuando sus ojos se encontraron l pareci burlarse. Suwa estaba a punto de hablarle cuando una muchacha joven sali de la sala y lo salud efusivamente. Se cogieron del brazo y entraron, dejando afuera a una decepcionada Suwa. sta advirti que haban pasado tres horas desde la sealada para el encuentro y careca de sentido seguir esperando. Pero no poda apartarse del pilar junto al que estaba de pie. Haba llegado con veinte minutos de retraso. Viaj en tranva porque pens que una hora era suficiente para llegar. Hizo transbordo en la calle K y escap a los vociferantes escolares que la haban zarandeado en el otro tranva. Mientras miraba por la ventanilla, pas el tiempo con sus recuerdos de tiempos lejanos. Fueran cuales fuesen los otros cambios, los tranvas seguan siendo los mismos. El vehculo rod, se detuvo y recomenz, acercndola a su destino. Sus ideas se volvieron hacia el encuentro que la esperaba. Cmo deba afrontar al extranjero?
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El tranva lleg a la zona donde se encontraban las oficinas ministeriales de ladrillo rojo, que le serenaron los ojos y el corazn. Comprendi que el deseo que la haba llevado a robar el violn haba muerto. Tena sesenta y cinco aos y uno de sus dedos no se mova como deba. No haba ninguna posibilidad de que pudiera volver a tocar el Guarnieri. El tranva se detuvo y una mujer ms o menos de la edad de Suwa subi llevando de la mano a su nieto. Se sentaron en un asiento vaco y miraron juntos por la ventanilla. Al verlos, cualquiera pensara en la encantadora pareja que hacan, pero Suwa nunca se haba sentido conmovida por emociones tan clidas. Aun cuando era una escolar y llevaban a la clase al zoolgico, no se haba sentido encantada como sus compaeras ante la visin de una madre osa jugando con su osezno. Le interesaba ms el solitario oso que daba vueltas en la jaula contigua. Pero, por una vez, su humor era distinto y la visin de la anciana dama cuidando de su nieto no la molest. Si el seor A. D. era de verdad el hijo de Andr Dore, decidi, le devolvera el Guarnieri sin proferir una palabra. Qu feliz se sentira entonces! Todava faltaba media hora para la cita... Tiempo suficiente para regresar a su apartamento y coger el Guarnieri sin ms vacilaciones. Se baj en la parada siguiente. Cogi un taxi y lleg a su apartamento en menos de diez minutos, sin soar que durante su breve ausencia alguien haba entrado en su habitacin. De modo que al comienzo, cuando la llave se negaba a encajar en la cerradura, no se sinti particularmente preocupada, atribuyndolo a su prisa. Hasta que alguien hizo venir a la seorita Tojo desde el escritorio de recepcin, no se le ocurri siquiera que hubiera otra llave en la cerradura, pero del lado de adentro. Oiga! Hay alguien ah dentro? Quin est ah? La seorita Tojo hizo girar el picaporte y empuj con todas sus fuerzas mientras gritaba, pero no hubo respuesta. Por qu no entramos por la ventana? jade la seorita Tamura, que haba llegado a la escena a toda la velocidad que le permitieron sus piernas. Pero estar cerrada por dentro observ la mujer que viva a tres puertas de distancia. Hablaba con tanta confianza como si se tratara de su habitacin. Mientras a su entorno se realizaba este debate, Suwa no pudo hacer nada ms que mirar a su alrededor boquiabierta. Por ltimo, llegaron a la conclusin de que lo mejor que podan hacer era intentar que la llave cayera con un trozo de alambre; pero en la prctica esto no era tan fcil como pareca y les llev cinco minutos. Cuando
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por fin abrieron la puerta, no haba seales especiales de que alguien hubiera estado dentro, aparte el hecho de que la ventana estaba abierta. Inmediatamente, Suwa lanz una mirada a lo alto del estante rinconero y su corazn desfalleci. El Guarnieri, que haba descansado all durante tantos aos, ya no estaba. Santo cielo! Es la llave maestra perdida! exclam la seorita Tamura, levantndola para que todas la vieran. Fuera quien fuese entr con la llave maestra, que seguramente dej en su prisa por escapar cuando la seorita Yatabe regres. Y si descubrimos quin es esa persona, tambin sabremos quin rob la llave maestra dijo la seorita Tojo con voz helada. Suwa se acerc a la ventana y mir el jardn. No se vea un alma. Era evidente que la ladrona que haba logrado huir viva en el edificio. Bueno, lo mejor es llamar a la polica dijo la seorita Tamura. Pero Suwa no poda permitirse perder ms tiempo. Era indispensable llegar a tiempo al Hibiya y ya haba perdido veinte minutos en el apartamento. No, la verdad es que no ser necesario. No falta nada. Todo eso est muy bien, pero no es agradable pensar que hay alguien entre nosotros capaz de robar la llave maestra y entrar en la habitacin que se le antoje. Pero supongo que ya no importa porque ahora hemos recuperado la llave reflexion la seorita Tamura. Muy bien dijo la representante de la planta en el comit de residentes, pero insisto en que maana, a primera hora, tengamos una reunin del comit para discutir este asunto. Y con esto, la multitud empez a separarse, lo que permiti a Suwa salir de prisa para acudir a la cita. Ahora ms que nunca senta que deba conocer a este extranjero que se llamaba A. D. no tena tiempo que perder; as pues, cogi un taxi, dio prisa al conductor, pero en vano; cuando lleg al Hibiya, haban transcurrido veinte minutos de la hora de la cita. Por desgracia, su llegada coincidi con la salida de la funcin de tarde y el pblico ocupaba las escaleras, de modo que qued atrapada en el forcejeo y la llevaron de un lado a otro. Por ltimo, la masa comenz a dispersarse y Suwa mir ansiosamente a su alrededor, buscando a un hombre que llevara una flor artificial roja en el ojal, pero no le vio por ninguna parte. La muchedumbre empez a desaparecer hasta que Suwa qued sola; pero no poda convencerse de que era mejor volver a casa. Se qued en la semioscuridad, mirando sin ver el parque al que iban envolviendo las sombras.
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Dos horas despus, comenz a llegar el pblico de la funcin vespertina. Suwa se qued all, mirando mecnicamente las solapas de la gente que le rodeaba, pero todos llevaban pesados abrigos que no parecan apropiados para poner en ellos una flor roja. Para entonces ya estaba helada y cansada y se senta como si el duro hormign que tena bajo los pies hubiera absorbido su cuerpo. Y sin embargo, se neg a darse por vencida. El violn en s mismo haba dejado de preocuparle... Todo cuanto quera era conocer al joven a quien imaginaba como el vivo retrato de su maestro, muerto haca tiempo; por as decirlo, como la sombra de Andr Dore sobre la Tierra. Dio pequeos paseos para tratar de mantener el calor, y regresaba siempre al pilar, pero ya no haba nadie. En la entrada, la chica que controlaba las entradas se estremeca ligeramente e intercambiaba chismes con una amiga. Suwa decidi permanecer all hasta el amargo final. Pero cuando termin el concierto y el pblico volvi a rodearla, llevndose su cuerpo consigo, comprendi por fin que tena que regresar a casa. La idea de volver sola a su habitacin, sin nadie a quien hablar, la llen de tristeza. La soledad y el pesar eran su destino en la vida. Si hubiera tenido un hijo... Pero slo haba tenido una oportunidad en su vida, la tarde que pas con Andr Dore. Record lo que haba pasado entonces, revivi cada instante, hasta que se le ruborizaron las mejillas de vergenza. Mientras estaba entre sus brazos, haba dicho una y otra vez que tema quedar embarazada. Realmente, senta que iba a concebir y cuando todo termin sigui repitiendo una y otra vez una palabra: Nio, nio, nio. Entonces, Andr Dore la tom dulcemente en sus brazos y acunando el rostro de Suwa entre sus manos la tranquiliz con suaves murmullos. Y ahora, treinta aos ms tarde, recuper aquellos momentos y record lo que Andr le haba dicho. Una vez ms escuch junto al odo su francs nasal: Me resulta imposible darte un nio... Y entonces la fuerza y el significado de estas palabras se impusieron. Me resulta imposible darte un nio. La comprensin le hizo perder contacto con lo que le rodeaba, casi como si estuviera a punto de desvanecerse. Los oscuros rboles del parque, el duro homign que haba bajo sus pies, los escalones, el pilar, todo pareci disolverse ante sus ojos cuando comprendi, por fin, el sentido ltimo de lo que haba dicho el francs. No poda tener hijos; en consecuencia, ningn hijo suyo poda estar all; ahora, ms que nunca, estaba sola en el mundo.
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Empez a sollozar y baj la alta escalera, tragndose las lgrimas y preguntndose cmo podra afrontar esa noche la soledad de su habitacin.
Suwa Yatabe despidi a todos sus alumnos de la semana siguiente, aduciendo mala salud. Al principio, cuando vieron su cara plida y fatigada que asomaba por la puerta, quedaron atnitos, pero despus sus sentimientos dieron paso al jbilo ante la idea de tener un descanso de la prctica musical. Suwa necesit siete das completos para superar la experiencia de la sala de conciertos. Medit larga y dolorosamente en cmo desentraar el enredado ovillo de su vida. Por ltimo, comprendi que el primer paso era sacarse de la cabeza al misterioso extranjero. En cuanto lo decidi, empez a sentirse algo mejor y pudo, por fin, levantarse de la cama. Al ir a abrir la ventana, descubri un jirn de pao negro atrapado en el cerrojo, de un color y clase que slo podan pertenecer a Noriko Ishiyama. La visin de aquel diminuto jirn de evidencia le trajo a la cabeza la imagen de Noriko pasando junto a su puerta. Porque no haba nadie ms en el edificio que siguiera usando una cosa tan anticuada como una falda de crep de China negro. Adems, la forma del fragmento un ngulo recto que inclua el dobladillo deshilachado del nico traje de Noriko le ratific la identidad de su poseedora. Y por ltimo, aunque resultaba igualmente importante, estaba el olor mohoso de la mendiga; la ltima prueba de la culpabilidad de Noriko. No poda saber por qu haba entrado Noriko en su habitacin y robado el violn, ni cmo se las haba arreglado para estar en posesin de la llave maestra que haba abandonado en su huida. Slo poda imaginar que, al leer el artculo del viejo peridico, Noriko haba percibido la presencia del violn en su cuarto. Ya no le importaba tanto que Noriko hubiera robado el Guarnieri. Porque aquella vieja vagabunda no poda darle uso alguno al instrumento; pens que todo cuanto tena que hacer era echarle en cara su culpa y asegurarse la pronta devolucin del violn mediante algunas amenazas bien elegidas. A la maana siguiente, despus de tomar un desayuno tardo, Suwa subi hasta la habitacin de Noriko y golpe la puerta. No obtuvo respuesta, pero se neg a irse de vaco, e insisti dando firmes golpes hasta que por fin la puerta se abri. Era evidente que Noriko Ishiyama acababa de levantarse de la cama; iba despeinada y de una comisura de su boca colgaba un poco de saliva. Noriko qued estupefacta ante la visin de su inesperada visitante, cuya mirada insistente poda sentir penetrando ms all de ella, registrando las enormes pilas de peridicos y cajas de cartn que llenaban el cuarto,
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Suwa hizo una pausa para examinar la escena, sorprendida por el increble volumen de la coleccin de Noriko, antes de poner el trapo rasgado frente a sus ojos. Supongo que es suyo, no? Su mirada pareca impedir cualquier posibilidad de negativa, pero de todos modos Noriko contest: No tengo ni idea. No s nada de eso. No le servir de nada fingir inocencia! Esa inmunda falda suya qued enganchada en la ventana mientras hua... Mire, usted misma puede ver dnde se rasg! Y Suwa seal un roto deshilachado en el bajo de la falda de Noriko. Ese es un viejo desgarrn! No se rompi en su habitacin, diga lo que diga usted! Qu sentido tiene mentir? S perfectamente bien que fue usted quien entr en mi habitacin y rob el violn. Pero hasta ahora soy la nica que lo sabe, de modo que, si me lo devuelve, me olvidar del asunto y nadie ms tiene por qu enterarse. Pero si no lo hace, voy a contarles a todos que entr en mi cuarto y que fue usted quien rob la llave maestra. Y entonces con toda seguridad la echarn de aqu! Noriko hizo caso omiso de estas palabras. Permaneci de pie, plida y con los labios apretados, sin decir una palabra. Vamos...! Diga algo! Es mejor que lo haga... Su habitacin tiene el aspecto de estar llena de objetos robados. Cmo se atreve a decir eso? Qu pruebas tiene para venir aqu a hablar de objetos robados? Qu cara tiene! Vaya sangre fra! Usted rob un violn famoso y despus viene a acusarme de robo. Supongo que cree que puede tratarme as porque me mantiene la Seguridad Social. Bueno, ser mejor que se lo piense dos veces! Mientras hablaba, Noriko fue excitndose cada vez ms y a medida que su voz se elevaba en un grito su cuerpo empez a temblar con violencia. Suwa empez a sentir que las cosas cambiaban de aspecto; la fortaleza de su rectitud estaba siendo sacudida por la clera de Noriko. No intente soslayar la cuestin! contest. Si sa es la actitud que va a adoptar, informar a la polica. De veras? Intntelo y veremos! Descubrirn sus huellas digitales en el violn. Y qu dir entonces? Y ahora salga de aqu y no vuelva o gritar para que me oigan todas!
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Y, al tiempo que deca estas palabras, cerr la puerta en la cara de Suwa. Esta se senta invadida por una furia impotente, pero no poda hacer ms que retroceder y regresar a su cuarto, murmurando maldiciones. Sucio insecto! Gusano inmundo! En cuanto hubo vuelto a su habitacin, medit sobre la mejor manera de recuperar el violn. Con la imaginacin, vio la enorme pila de basura que haba en el cuarto de Noriko Ishiyama. Sin duda, su precioso Guarnieri yaca enterrado en alguna parte, en medio de todo aquello. Pens en provocar un incendio. Si esa masa de papel viejo se encenda, Noriko tendra que huir para salvar la vida. Y las dems estaran ocupadas rescatando sus posesiones ms valiosas y huyendo del edificio. Protegida por la confusin, tal vez pudiera recuperar el violn. Y aunque no lo lograra, al menos tendra la satisfaccin de vengarse de Noriko. Con esta idea en la cabeza, Suwa se puso a pensar en la manera de realizar su plan. Pens en qu forma encendera los peridicos de la habitacin de Noriko. Haca muchos aos, cuando todava era una nia, Suwa haba vivido en el campo, junto a un huerto. Record cmo sola mirar a su vecino mientras mataba los insectos de los rboles. Sola coger una larga vara de bamb y poner unos trapos empapados en bencina en el extremo. Encenda esta antorcha y quemaba a los insectos antes de que pudieran daar sus cerezos. En su clera, no se le ocurra una manera mejor de ocuparse de ese gusano. Y as fue cmo un da despus, alrededor de las tres y media de la madrugada, Suwa meti en una bolsa los materiales necesarios para iniciar un fuego y, cogiendo un bamb delgado de unos noventa centmetros de longitud, fue hacia la habitacin de Noriko. En el silencio de la noche se oa hasta el menor ruido; as pues, pareca ms probable despertar sospechas si se intentaba apagar el ruido de los pasos. De modo que, perversamente, no tom precauciones aparte de llevar un par de sandalias de paja para ocultar el ruido de su avance. Hizo correr el agua del retrete de la planta baja y, cubierta por ese sonido, subi al piso de arriba. Dentro de la habitacin de Noriko Ishiyama no se vean luces. Apoy una oreja contra la puerta, pero no oy nada. Se acuclill en el corredor y empez a sacar el contenido de la bolsa de papel. Sac un paquetito de virutas de madera y algunos harapos, y lo coloc todo en el suelo. Empap los trapos en bencina y, despus, los puso en torno a la virutas, de modo que el resultado final se pareca mucho a un chupa-chup. Cogi el bamb y empuj el montante que haba en la parte superior de la puerta hasta que se abri unos centmetros. Tal como haba esperado, no estaba cerrado por dentro. Dej que volviera a cerrarse y
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mir cautelosamente en torno suyo, reteniendo el aliento y escuchando. No se oa nada y tampoco haba nada extrao, aparte del olor de la bencina. Encendi una cerilla, que crepit en el silencio. Despus, la aplic a los trapos, que se encendieron, iluminaron su entorno inmediato y proyectaron una luz difusa ms all. Esper hasta que la madera cogiera el fuego, abri otra vez el montante con la vara de bamb y cont hasta diez antes de arrojar la tea al interior del cuarto de Noriko. Dej que el montante volviera a cerrarse e hizo una pausa para esperar los resultados de su accin, pero no vio ningn resplandor dentro. Regres lentamente al lavabo del piso inferior. La ventana estaba colocada de manera tal que por ella se vea el lado del patio al que daba el cuarto de Noriko. Le llev ms o menos un minuto llegar all y luego, con cuidadosa lentitud, abri la ventana de vidrio esmerilado y mir afuera. Ahora sabra si su plan haba funcionado. En la ventana de Noriko se vea un profundo resplandor rojo. Suwa haba permanecido completamente serena durante la preparacin y ejecucin de ese plan, pero ahora sinti, por vez primera, un escalofro. Sali a toda prisa del lavabo y corri hasta el rellano del piso superior y trat de gritar: Fuego, fuego!, pero sus cuerdas vocales parecan paralizadas. Justo en ese instante pis un objeto pequeo, redondo y negro, y el susto venci su parlisis. El gato, porque era el gato, retrocedi y buf antes de escapar. Suwa golpe la puerta ms cercana y despus, al or gritos provenientes de otra habitacin, se volvi y huy de regreso a su habitacin como una sonmbula. Le castaeteaban los dientes y haba perdido el control de sus emociones. Se arroj en la cama y se meti entre las mantas, sin molestarse en desvestirse. Alrededor de un minuto despus, escuch una sirena que se aproximaba. Se cubri la cabeza con la almohada y se qued temblando, en la cama. Una hora despus, el rojo amanecer se filtr en su habitacin a travs de la ventana. Suwa escuch cmo disminua la agitacin y cmo se iba el ltimo carro de bomberos; las campanas sonaban todava. Pero an resonaban en el edificio las idas y venidas de muchos pies. Se puso una chaqueta y subi para afrontar la confusin de la planta superior. El corredor estaba atestado por otras residentes, muchas de ellas de otras plantas, que ya estaban vestidas para ir a trabajar. Ante la habitacin de Noriko, un grupito espiaba el interior. El suelo del pasillo estaba cubierto con las cenizas empapadas de mantas y ropas quemadas. Predominaba el hedor de trapos y cartones quemados.
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El interior del cuarto de Noriko era un pantano de basura incinerada por cuya superficie flotaba, aqu y all, una botella de leche vaca. Las paredes y el techo estaban cubiertas de diminutos fragmentos de cartn quemado. Suwa mir por encima de los hombros de las espectadoras, temerosa de lo que poda ver. Pero no haba seal de un cuerpo quemado y tampoco de un estuche de violn. Se la llevaron en una ambulancia dijo alguna de las enteradas. Dorma en el armario, sabe?, as que se haba quemado mucho, antes de que consiguieran sacarla. La habitacin estaba llena de papel viejo y se transform en una hoguera. Los bomberos dijeron que, en estas condiciones, era una locura usar un hornillo..., que a la larga es seguro que provoca un incendio. Al parecer, nadie sospechaba la verdadera causa del incendio. Suwa regres a su habitacin, pero pas mucho tiempo antes de que pudiera sobreponerse al terror de que la polica le hiciera una visita. Permaneci encerrada y, poco a poco, sus alumnos dejaron de ir. Noriko Ishiyama salv la vida, pero pas largo tiempo en el hospital. La seorita Tamura opinaba que tendra que pasar el resto de sus das en un hogar de ancianos. Suwa Yatabe abandon toda esperanza de volver a ver el Guarnieri. El estuche del violn yaca en el incinerador, bajo un montn de cenizas, donde Noriko lo haba dejado. De vez en cuando la gente encenda fuegos encima, sin sospechar su existencia.
SEXTA PARTE
La primera, porque costaba dinero..., ms del que poda permitirse. Para entrar al cine tena que pagar y despus de mirar los escaparates en el almacn compraba alguna bebida caliente y dulce para reponer sus energas o para que no se le secara la garganta. (En realidad, le gustaban esas bebidas de modo que estos pretextos eran racionalizaciones.) Adems, mezclarse con las multitudes atareadas intensificaba su sentimiento de soledad. Incluso pareca mejor quedarse en la celdita de hormign que era su cuarto contemplando lo que le reservaba el futuro, y durante cierto tiempo lo intent. Al menos, poda dar rienda suelta a su imaginacin y era mejor que sentarse en los bancos en los grandes almacenes, junto a los expendedores donde se serva gratis t verde y donde padeca los tormentos de mirar a su alrededor y escuchar a otras viejas de su edad que tambin se reunan en esos lugares. Despus de confinarse en su habitacin durante un mes, se volvi aptica y perdi el apetito, de modo que empez a salir otra vez para hacer ejercicio. Esta vez empez a ir en direccin opuesta a Ikebukuro. Se senta como una convaleciente despus de pasar una larga enfermedad, y contemplaba el mundo exterior con una mirada nueva. Cada pocos cientos de metros haba un buzn de correos de color rojo; estos buzones se transformaron en mojones de su recorrido cotidiano, y le mostraban cunta distancia haba recorrido y cunto le quedaba por hacer. As pues, da tras da adverta, casi inconscientemente, la presencia de los buzones..., hasta que un da se le ocurri una idea. Al fin y al cabo, los buzones no estaban all como seales o mojones. Por qu no usarlos correctamente? Por qu no escribir cartas a la gente? Regres a su habitacin, abri el armario y sac las viejas revistas de graduacin de su antigua escuela. Formaban un gran montn sobre su escritorio. Sus ex alumnas eran casi demasiado numerosas como para contarlas. Decidi escribirles a todas, una cada da, empezando con las ms antiguas y siguiendo por orden alfabtico. Si no le contestaban, no tena importancia. Y en ese instante de decisin, el vaco sin objeto de su existencia reciente desapareci y experiment una profunda satisfaccin mientras pensaba en la tarea que ocupara las horas y das que tena por delante. En consecuencia, no pasaba da sin escribir una carta a una de sus antiguas alumnas. Por lo general, escriba por las tardes y empleaba unas cuatro horas y media en la tarea. Cuando terminaba la carta, la doblaba cuidadosamente y la introduca en el sobre ya preparado, pero no pona los sellos. La dejaba sobre el escritorio y se meta en la cama. Obtena una satisfaccin especial al emplear una vez ms las
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habilidades de su antigua profesin, poniendo en la composicin el necesario cuidado que poda esperarse de una maestra de japons. Cuando se levantaba por la maana, jams relea la carta. Lo que s haca, en cambio, era abrir la lista de graduacin y subrayar el nombre de su ltima destinataria con tinta roja, numerndolo. Este procedimiento comercial le daba la satisfaccin y la seguridad de la rutina. Acto seguido parta para dar su paseo matutino. Se detena en la pequea tabacalera de Otsuka Nakamachi y compraba veinte cigarrillos Shinsei y un sello de diez yens. Entonces cerraba la carta y la introduca cada da en un buzn distinto; tambin el buzn estaba predeterminado segn su posicin a lo largo del trayecto. En cuanto al resto del da, lo pasaba en su habitacin, de modo que su vida quedaba estructurada por la escritura y franqueo de sus cartas cotidianas. Cada da se concentraba en la ex alumna a la que estaba escribiendo. Primero, repeta una y otra vez su nombre hasta que recuperaba su imagen como una burbuja de gas atrapada en lo profundo de un pantano. En ese instante, volva a ver a su corresponsal como era aos atrs y recordaba claramente todo cuanto le concerna. Recordaba, por ejemplo, cmo la seorita A se quedaba inmvil y ligeramente apartada cuando la seorita Kimura pasaba junto a ella en el corredor de la escuela. Y tambin recordaba a la seorita B, una de sus alumnas favoritas, a quien pesc haciendo travesuras con una nia ms pequea en la plataforma de la estacin. La joven se haba sentido tan turbada que se haba escondido en la oficina del jefe de estacin. Para ella, estos recuerdos tenan un poderoso inters. Sin embargo, sta no era necesariamente la reaccin de las destinatarias de sus cartas, ahora mujeres maduras, que quedaban de este modo bruscamente enfrentadas con los recuerdos de su juvenil madurez. No todas ellas recibieron los recuerdos de la seorita Kimura tan bien como ella hubiera querido. De pronto, estos espectros de su pasado aparecan ante sus ojos como en una pelcula y la mayora de las destinatarias encontraba sus cartas desagradables, incluso escandalosas, y no responda a ellas. No obstante, algunas consideraban valiosa la experiencia porque les ayudaba a pensar en sus personalidades pasadas y presentes. Todas ellas tenan algo en comn: como su antigua maestra, vivan solas y padecan un sentimiento de opresin espiritual. Para ellas, las perspectivas eran sombras o inexistentes y slo el pasado tena verdadero significado o entraaba felicidad. Como ella, tenan vidas secretas apartadas del mundo real. Despus de escribir exactamente setecientas de estas cartas, le toc el turno a una tal Keiko Kawauchi (n. 1930). Yoneko Kimura haba sido su maestra
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durante los dos aos anteriores a su graduacin... y sos fueron los dos aos inmediatamente posteriores a la derrota japonesa en la guerra, cuando la sociedad estaba en crisis y se cuestionaban los antiguos valores. Naturalmente, en ese instante tambin se revisaba el antiguo sistema educativo. A las viejas maestras como Yoneko, algunas de las reformas educativas impuestas por las fuerzas de ocupacin les resultaban muy difciles de digerir. Hasta que volvieron a editarse los libros de texto, tuvieron que estudiar tachando los pasajes que reflejaban ideas militaristas o nacionalistas. Asimismo, tenan que reducir el nmero y a veces simplificar la forma de los caracteres chinos que solan ensear en el pasado. Las alumnas percibieron en seguida la inseguridad de sus maestras que durante tanto tiempo haban reinado como seres intocables en sus elevadas plataformas y para quienes la nueva palabra Libertad, y los efectos que ejerca en la clase, empezaba a adquirir connotaciones repulsivas. Yoneko hizo un solo intento por recobrar su antigua dignidad y estado, y este intento se relacion con Keiko Kawauchi. La mayora de las nias iba a la escuela con medias de algodn negro. Algunas no las tenan, pero la mayor parte de las chicas de las clases superiores, las nubiles, usaban su uniforme y las medias de algodn, pese a que todava estaban en tiempos de escasez y racionamiento de ropas en el Japn. Slo haba una chica distinta: Keiko, que llevaba medias de nailon a la escuela. Ms tarde tuvo imitadoras, pero ella fue la primera, y esas prendas slo podan conseguirse a un precio muy alto en el mercado negro. Al ver las bonitas piernas de Keiko resplandeciendo en sus fundas de nailon, la ira de Yoneko se desbord. Lo que ms le enfureca era la manera indecente en que Keiko se sentaba: cruzaba una pierna por encima de la otra, como si quisiera mostrar las piernas y sus medias... Semejante conducta en una joven japonesa era algo impensable antes de la llegada de las fuerzas de ocupacin. Al recordar el incidente, Yoneko se preguntaba ahora por qu se haba enfadado tanto por algo tan trivial, pero en ese momento le pareci muy importante. En realidad, aquellas medias de nailon fueron como la gota de agua que hace desbordar el vaso, y el ataque de clera de Yoneko reflejaba simplemente su profunda insatisfaccin ante los cambios que se estaban produciendo en su entorno. Le pareca que constituan una amenaza a toda la estructura de la feminidad y la moralidad japonesas y que era preciso afrontarlo. Con tono severo, reprendi a la chica ante la clase, dejando bien claro que en la escuela estaban prohibidas las medias de nailon. Haba esperado que despus de esa humillacin Keiko se quedara en casa uno o dos das. En realidad, comenz a lamentar su reaccin desmesurada. Pero al
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contrario, Keiko apareci en la escuela al da siguiente... con sus medias de nailon. Haba otras chicas que, como Keiko, pertenecan a familias que prosperaban ilcita o indecentemente en medio de la ruina general del pas, y ellas fueron las primeras en seguir su ejemplo. Despus de cierto tiempo, todas las jvenes de la clase las siguieron, hasta que las medias de nailon se pusieron ms o menos de moda con el uniforme escolar. Yoneko comprendi que ya no tena poder para influir en estas adolescentes de la posguerra y acept su derrota por falta de otro medio de accin. Este problema se plante una vez en el transcurso de una conferencia de maestras, junto con la nueva tendencia entre las nias a dejarse crecer el cabello, algo que siempre haba estado prohibido. Todas las maestras tuvieron que aceptar que su autoridad haba quedado disminuida y que no podan hacer nada respecto de esas cuestiones. Mientras el resentimiento generado por este incidente segua vivo en el pecho de Yoneko, Keiko se gradu. Antes de su graduacin, se rumore insistentemente en el colegio que su hermana mayor se haba transformado en una prostituta que atenda a las necesidades de las tropas de los Estados Unidos, pero Keiko no se dio por aludida. El detallado conocimiento posterior de Yoneko respecto de la carrera de Keiko se basaba en los artculos de peridicos que ley en el momento del famoso secuestro, siete aos antes. Al dejar la escuela, Keiko fue a trabajar al Ginza PX y al cabo de seis meses se cas con un oficial americano unos quince aos mayor que ella. En aquella poca, Yoneko sinti que un destino adverso pareca perseguir a Keiko y que ella era en parte responsable de ello. Luego se enter por otra de las chicas que la aventura de Keiko en el matrimonio internacional haba fracasado, pero no tena idea de su paradero actual. En su carta a Keiko, Yoneko no mencionaba el asunto del secuestro, sino que se limitaba a preguntar por su situacin actual. Despus, tocaba ligeramente el asunto de las medias. Dirigi la carta al hogar familiar de Keiko. No esperaba respuesta..., sera otra de esas cartas que le devolvan de vez en cuando con la leyenda Paradero desconocido. Devolver al remitente. Pero, a los pocos das, recibi una respuesta. Despus de divorciarse, Keiko haba regresado a casa de sus padres. Escriba sobre sus recuerdos escolares y continuaba as:
Maestra, seguramente pensar que mi siguiente demanda es precipitada y estpida. Estoy segura de que pensar que no he crecido en absoluto y que sigo tan egosta como siempre..., por favor, perdneme si es as.
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Debe haberse enterado de cmo hace unos aos me robaron a mi nico hijo George. Han pasado siete aos, durante los cuales no he gozado de un solo da de paz. Trato de convencerme de que debera darlo por perdido, que es mejor olvidarlo, pero no puedo. Muy profundamente, estoy segura de que George vive y est bien en alguna parte, en el Japn. Desde que he vuelto con mi familia, me presionan constantemente para que vuelva a casarme, pero no puedo hacerlo con esta pesada carga. Durante este tiempo, no he dejado rincn sin registrar en busca de mi hijo. Cuando George fue secuestrado, mi ex esposo fue el nico que habl con los criminales. Al pensarlo, siento que si slo hubiera podido or sus voces tal vez hubiera podido hacer algo, pero por supuesto en ese instante no lograba tranquilidad. El secuestro fue culpa ma. Si hubiera sido ms cuidadosa!. Por sugerencia de mi esposo, estaba hacindome un tratamiento en los dientes delanteros e iba al Hospital de San Marcos todos los das. Ms o menos una semana antes, George haba empezado a quejarse de dolor de muelas; as pues, ped hora y esa maana lo llev conmigo. Le atendieron a l primero y despus me toc a m. George no quera quedarse todo ese rato en la sala de espera, as que lo llev de vuelta al coche y lo dej all. Ese da, el dentista estuvo especialmente lento, preocupado por si haba hecho o no un buen trabajo, de modo que pas una media hora hasta que sal. Cuando regres al coche no haba seales de George. Pregunt por el vecindario, pero nadie lo haba visto. Por supuesto, tena por entonces cuatro aos, la edad en que a los nios les gusta hacer cosas solos y l siempre haba sido un nio inquieto. As pues, pens que haba salido del coche por decisin propia y estaba jugando en algn lugar situado en los alrededores del hospital. No obstante, telefone de inmediato a mi marido, aunque por desgracia no estaba en la oficina. Pensando que George regresara al hospital, inform de su desaparicin en recepcin y regres a la sala de espera. Esper hasta que oscureci, pero no hubo seales del nio. Trat varias veces de llamar a mi marido, pero fue en vano. Por fin, regres con el coche a nuestra casa situada en Denenchofu y justo cuando llegaba yo entraba mi marido. En cuanto oy mi historia, decidi ir al cuartelillo local. Pero, en ese momento, esos demonios de secuestradores telefonearon a casa. Si la llamada se hubiera retrasado unos segundos, la hubiera atendido yo y escuchado la voz del secuestrador. Pero tal como sucedieron las cosas, mi marido estaba junto al telfono. Cogi el receptor y escuch y su cara se ensombreci. Por ltimo, slo dijo: .Muy bien, y colg el telfono. Entonces tom mis manos entre las suyas y me pidi con seriedad que hiciera todo cuanto me dijera, porque slo
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as volveramos a ver vivo a George. En ese instante, acept lo que deca, pensando que, dadas las circunstancias, era lo mejor que se poda hacer. Dijo que si queramos salvar la vida de nuestro hijo, deba prometerle que no hablara con la polica, y as lo hice. Bueno, como usted sabe, los criminales no cumplieron su promesa. Nos traicionaron. No podamos llamar a la polica y obtener su ayuda; tenamos que esperar a que volvieran a llamarnos..., pero nunca lo hicieron. Aunque esto puede parecer como si llorara sobre la leche derramada, ahora, al recordarlo, deseara haber insistido en llamar a la polica de inmediato. En ese momento, no quera contradecir a mi esposo por miedo a herirlo, pero de todos modos al ao de la desaparicin de George nuestra vida matrimonial termin. Nos divorciamos y la asignacin que mi marido accedi apagarme me dej libre de problemas econmicos, de modo que pude dedicarme a buscar a George. Recorr el Japn en todas las direcciones, visit todos los orfanatos cristianos y escuelas donde se encuentran nios de sangres mezcladas, pero en vano. Mis conocidos observaban que un nio mestizo no poda simplemente perderse en la multitud como un nio japons y que careca de sentido buscarlo sin tener siquiera la base de un rumor para guiarme. Yo perciba la lgica de esta opinin, pero, sin embargo, me resultaba inaceptable y segua pese a todo. Adems, la polica estaba haciendo todo lo posible para encontrarlo, pero sin xito. Yo estaba segura de que en algn momento, de una manera o de otra, sabra de George; pero, a medida que pasaban los das y los aos sin tener ninguna noticia, empec a perder las esperanzas e incluso a resignarme a la perspectiva de no volver a saber nada de l. Y entonces, hace poco, sucedieron dos cosas que reavivaron mis esperanzas. En primer lugar, an tengo la costumbre de pasar por mi antigua casa de Denenchofu al menos una vez por da, y de caminar por el barrio con la dbil esperanza de que George podra recordar su pasado y aparecer por all. Bueno, el otro da estaba en el barrio cuando un joven que llevaba el uniforme de una de nuestras mejores universidades me llam desde la acera de enfrente. Supuse que se confunda con alguien hasta que fue evidente que me recordaba por ser la madre de George. Entonces, lo record. Era Fumio Kurokawa, el hijo de nuestra antigua sirvienta. Aunque tena unos cuatro aos ms que George, sola venir a jugar con l de vez en cuando. Me expres sus simpatas y despus me explic por qu se encontraba en el vecindario. Hace mucho tiempo que no andaba por aqu, pero he venido a la reunin anual de ex alumnos de la escuela primaria. Todo est muy cambiado desde nuestros
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tiempos! Hay grandes edificios nuevos de hormign y la mitad de las maestras son nuevas. Sin embargo, exhibieron algunos de nuestros antiguos trabajos. Dibujos, hojas de exmenes, ensayos, etctera. Y sabe, haba una de mis primeras composiciones... Se llamaba ''Mi amiguito extranjero'' y hablaba de George. As que es casi apropiado que me encontrara otra vez con usted despus de todos estos aos! Sigui contndome lo que haba escrito y una cosa que dijo me hizo pensar. Ver, haba descrito con detalles cmo sola yo ir al dentista todas las maanas y acostumbraba llevar conmigo a George. All estaba nuestra vida cotidiana descrita en el ensayo de un nio japons y sin que nosotros lo supiramos. Adems, su maestra, una tal seorita Chikako Ueda, que ya no ensea all, le haba dado especficamente ese tema para su ensayo. Bueno, desde entonces he estado pensando cada vez ms en el ensayo del joven Kurokawa. Y cuanto ms pienso en l, ms convencida estoy de que hay alguna relacin entre ese ensayo y la desaparicin de George. Es como si, despus de todos estos aos, hubiera encontrado de pronto las huellas de una pisada de mi hijo desaparecido. Comprendo perfectamente que es una fantasa excesiva y le aseguro que estoy tratando de resignarme a lo inevitable. Pero un hombre que se ahoga se coge a un clavo ardiendo y el hecho de que usted me haya escrito ese mismo da me parece casi ms que una simple coincidencia. No me refiero slo a la carta, aunque recibir una carta de mi antigua maestra despert dulces recuerdos en mi corazn. Cuando vi su direccin en el reverso del sobre, comprend repentinamente que usted vive en el mismo edificio que la maestra que encarg a Fumio Kurokawa que escribiera un ensayo sobre su amiguito extranjero hace tantos aos. No soy una persona religiosa, pero en ese momento empec a temblar... Pareca como si, por fin, la Divina Providencia empezara a ocuparse de mis asuntos. Despus de siete aos de oscuridad, creo que, ahora s, puedo ver un rayo de luz al final del tnel. Por supuesto, ni se me ocurrira sugerir que la seorita Chikako Ueda pudiera estar directamente involucrada en el secuestro. Slo me pregunto si recordar haber dejado que alguien viera el ensayo en esa poca. De modo que si por casualidad habla usted con ella alguna vez, me pregunto si podra plantear el tema con delicadeza para ver qu puede descubrir. Le suplico que excuse el egosmo de una mujer que ha perdido a su nico hijo y que, si no es demasiada molestia, hgalo que pueda por ayudarme. Sinceramente suya,
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Keiko Kawauchi Decir que esta carta alter el rumbo del resto de la vida de Yoneko Kimura no es excesivo. Haba escrito varios cientos de cartas ms bien insignificantes a sus antiguas alumnas para pasar el tiempo; y ahora, por fin, una de ellas daba frutos espectaculares. Aunque vivan en el mismo edificio, habitaban en pisos diferentes, de modo que Yoneko saba muy poco de Chikako Ueda. Se haba cruzado unas cuantas veces con ella en el vestbulo. Eso era todo. Pas la semana siguiente recogiendo informacin sobre su presa, interrogando discretamente a vecinas y recepcionistas. Obtuvo los siguientes datos: 1. Chikako Ueda haba abandonado su trabajo como maestra de escuela seis aos antes, y haba dicho que estaba a punto de casarse. 2. Pero no haba habido ni rastro de un novio y mucho menos de un matrimonio, y a partir de entonces haba pasado la mayor parte de su tiempo sola, encerrada en su habitacin. 3. En los ltimos aos, haba empezado a actuar y hablar de manera extraa, despertando dudas sobre su estabilidad mental. Tal como estaban las cosas, Yoneko comprendi que no sacara nada acercndose directamente a Chikako. Y no es que esto hubiera sido fcil, pero toda la conducta y el modo de vida de Chikako parecan pensados para evitar el encuentro o la conversacin con nadie. Pareca realmente que tuviera algo que ocultar. Antes de tomar otras medidas, Yoneko decidi mantener bajo vigilancia a Chikako. Volvi a escribir a Keiko, y le cont lo que saba y le pidi que dejara el asunto en sus manos. Deca que compartira con ella el dolor y la pena que Keiko haba padecido. Todo eso estaba muy bien, pero por supuesto no tena ni idea de lo que se le pedira que hiciera cuando llegara el momento. Mientras tanto, todo cuanto poda hacer era intentar espiar en la habitacin de Chikako. Continu con su hbito de escribir una carta por da a sus antiguas alumnas, pero con menos entusiasmo. Cada vez que sala por la maana para enviar su carta, lanzaba una mirada a la llave maestra y envidiaba secretamente a la recepcionista, en cuyo poder estaba entrar en cualquiera de las habitaciones del edificio. Era fundamental conseguir esa llave.
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Das despus, Yoneko se hallaba al pie de la escalera, espiando por la ventanilla de la recepcionista. Estaba de servicio la seorita Tojo; como de costumbre, se encontraba sentada con la cabeza baja, como si estuviera concentrada en algn libro o documento que haba sobre el escritorio. Pero lo ms importante era que la llave maestra, fcilmente identificable por su lazo rojo y etiqueta de madera, tambin estaba sobre el escritorio. Esto responda a una resolucin de la asociacin de residentes, tomada poco despus del incidente de Suwa Yatabe. Yoneko se acerc a la ventanilla de recepcin. Lamento molestarle, pero podra echar una mirada a las cuentas del gas de la cuarta planta? pregunt. (Acababa de aceptar un servicio de tres meses como miembro del comit de la cuarta planta.) La seorita Suzuki se queja de que el mes pasado su cuenta fue demasiado alta. Dice que deben haber ledo mal el contador. No es el tipo de persona que acepta un no por respuesta, de modo que si no le importa... explic. No es molestia. Al fin y al cabo, es mi trabajo... Por supuesto que ir a ver. La seorita Tojo se puso de pie y fue al fondo de la habitacin, donde empez a rebuscar en el archivador. La llave maestra estaba al alcance de la mano de Yoneko. Se pregunt si podra hacerlo ahora. Introdujo un brazo por la ventanilla. Dos das antes, estaba escuchando ante la puerta de Chikako, en la quinta planta, cuando de pronto apareci la seorita Tojo. Como el cuarto de Chikako era el segundo partiendo del extremo ms alejado del corredor, Yoneko no tena donde esconderse. Trat de justificar su presencia all preguntando a la seorita Tojo quin era la representante de la quinta planta, pero no tena por qu haberse preocupado por ello. Result que la seorita Tojo llevaba en la mano la llave maestra y estaba en busca de un testigo para utilizarla. El reglamento deca que este testigo poda ser de una habitacin vecina o un miembro del comit. As pues, lejos de sentir curiosidad por la presencia de Yoneko en la quinta planta, qued encantada de encontrarla all. Sucedi que la seorita Haru Santo, que ocupaba la habitacin contigua a la de Chikako, haba telefoneado diciendo que se haba dejado encendida la placa elctrica. Entraron y s, la placa estaba encendida y la tetera a punto de quedar sin agua y quemarse. No era el peligro de fuego lo que le preocupaba especialmente... Al fin y al cabo, no hay mucho peligro. No, era el miedo de tener que pagar una factura de
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electricidad muy alta. Finge ganarse la vida enseado japons a extranjeros, pero nosotras sabemos de qu se trata, no? dijo la seorita Tojo apagando, mientras hablaba, la placa. Yoneko comprendi las implicaciones de esta ltima observacin. Haca cierto tiempo, una de las residentes haba ido a uno de los principales cines de Tokio y al ir al lavabo qued sorprendida al ver que una de las seoras de la limpieza se pareca increblemente a la seorita Santo. Pero, antes de que pudieran intercambiar una palabra, la mujer logr escapar. Yoneko saba poco ms sobre la seorita Santo, aparte del hecho de que tena el cabello blanco como la nieve y era una seguidora entusiasta de una nueva secta espiritualista llamada Sanreikyo*. Tal vez su cabello sorprendentemente blanco tuviera alguna relacin con su fanatismo; en todo caso, era una viejecilla algo siniestra. Junto a la cortina negra ornada con extraos talismanes haba un altarcito; encima, se vea una ofrenda de vino de arroz. La habitacin apestaba a incienso. En conjunto, se pareca a lo que uno imaginara que es el cuarto de una devota de una nueva religin, y el hecho de que un hecho tan mundano como una placa elctrica fuera responsable de su presencia all, hizo que Yoneko encontrara el ambiente an ms extrao. Pero me alegra que la gente me telefonee cuando suceden estas cosas dijo la seorita Tojo mientras cerraba la puerta. Desde el incendio que se produjo en la habitacin de la seorita Ishiyama, merece la pena tomar todas las precauciones. S... Y afortunadamente tiene usted una llave maestra. Qu cosa tan conveniente! Puede entrar en la habitacin de cualquiera... contest vagamente Yoneko, aunque el poder deparado por la llave maestra empezaba a obsesionarle. No slo es conveniente; si cayera en malas manos, seria un desastre. Piense en lo que ocurri hace poco, cuando la encontramos en la cerradura de la habitacin de la seorita Yatabe! Todava no hemos llegado al fondo de ese asunto, pero qu cosa tan extraa. Tomamos todas las precauciones, pero desapareci igualmente. Sabe, los constructores de este edificio iban por delante de los tiempos. Piense el tiempo que perderamos si no hubiera la llave maestra y tuviramos que buscar entre ciento cincuenta llaves cada vez que hubiera un problema como ste! Fue un rasgo de imaginacin hacer una llave que entra en todas las cerraduras. Mire, le mostrar en qu difiere de las otras llaves... Ve esta depresin aqu, en la punta?
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Y sigui charlando, explicando que este edificio haba sido el primero en Japn en utilizar una llave maestra. Y lo fundamental que haba sido eso en su momento para un edificio reservado exclusivamente para el uso de jvenes solteras. Yoneko Kimura pas aquella tarde pensando cmo poda poner las manos encima de esa llave maestra que resolvera su problema. Por fin, concibi un plan. Como la llave estaba, durante el da, bajo las narices de la recepcionista y durante la noche en una gaveta, la nica manera aparente de conseguirla era entrar en la oficina por la noche y robarla. Pero esto inclua forzar dos
* Literalmente Fe de los tres espritus.
cerraduras, lo que no poda hacer. De modo que si haba que robarla en el transcurso del da, sera preciso hacerlo por la fuerza, y esto tambin quedaba descartado. Quedaba la posibilidad de explicar todo el asunto francamente a la recepcionista y pedirle que le prestara la llave. No obstante, por correcta que fuese su motivacin, era casi seguro que la recepcionista respetara las reglas y referira el asunto al comit de residentes. Indudablemente, la solicitud sera rechazada basndose en la proteccin de la intimidad. As pues, quedaba un solo camino: la prestidigitacin. Cuando se utiliz la llave maestra para entrar en el cuarto de la seorita Santo, Yoneko la vio de cerca por primera vez. Aparte de una ligera diferencia en la ptina, apenas se distingua de cualquiera de las llaves individuales, incluyendo la suya, que se utilizaban en el edificio. Lo que la distingua de las otras era la placa de madera atada con la cinta roja. Yoneko sac su llave y la mir. No pareca diferir de manera notable de la llave maestra. Si tuviera una cinta roja y una placa de madera, parecera igual. La cinta roja no planteaba problemas, pero falsificar la placa de madera y la escritura que llevaba encima poda resultar ms complicado. Le llevara cierto tiempo envejecer un trozo nuevo de madera con sudor y mugre. Pero, despus, observ que las llaves que abran los armarios que guardaban escobas del lavadero tenan un placa de madera idntica..., y esas llaves siempre quedaban en la puerta del armario, donde cualquiera poda usarlas! Sac, pues, sigilosamente la placa y la cinta del armario de la segunda planta y ensuci la cinta hasta que tuvo el mismo aspecto que la de la llave maestra. Entonces, at la placa a la llave de su habitacin. Su plan consista en distraer de alguna manera la atencin de la recepcionista y cambiar la llave maestra por la suya propia, con la parte escrita hacia abajo. Si la recepcionista no observaba el cambio de inmediato, podra llevar a cabo sus propsitos. Porque cuando, finalmente, se descubriera el cambio, aunque la acusaran podra negarlo todo.
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Lo que importaba era conseguir la llave e inspeccionar la habitacin de Chikako Ueda; una vez logrado esto poda fingir que en algn instante alguien haba cambiado la llave de su habitacin sin su conocimiento, tal vez la misma persona que ya la haba, robado antes. Y ahora la llave estaba a su alcance. Sigilosamente, extendi una mano hacia ella; de pronto, sin aviso previo alguno, la seorita Tojo se dio vuelta. No cree que estar en ese cajn? dijo Yoneko, levantando rpidamente la mano y sealando el gabinete que estaba detrs de la seorita Tojo. Le tembl la voz a causa de la tensin. Los recibos tienen que estar en el mismo cajn que los informes diarios, pero hay tantos documentos aqu... dijo la seorita Tojo, atisbando confusamente el cajn abierto. Tal vez pueda ayudarla. S, por favor. Entre. Esta era la respuesta que Yoneko esperaba. Ahora poda pasar detrs del mostrador, lo que mejorara considerablemente sus posibilidades de realizar el cambio. Atraves la puerta de la oficina por primera vez en su vida; observ que el cuarto estaba muy aseado. En la silla giratoria que estaba ante el escritorio haba, un libro abierto, boca abajo; la verdad es que la seorita Tojo haba estado leyendo mientras pretenda estar atareada en su trabajo. A la propia Yoneko le gustaba mucho leer y sinti una sbita afinidad con la seorita Tojo. Trat de echar una mirada al ttulo, pero estaba oculto por una faja de papel marrn. Sin duda est en algn lugar de este cajn. En ese momento son el telfono. Coger la llamada mientras usted busca dijo la seorita Tojo sacando el cajn y llevndolo al escritorio. Lo dej junto a la llave maestra. Despus fue a contestar el telfono, dejando que Yoneko revisara las pilas de recibos. Pronto encontr el que buscaba, pero fingi no haberlo visto. Espera un momento, por favor dijo la seorita Tojo a la persona que llamaba. Ir a ver... Ha dicho seorita Munekata, en la segunda planta, no? La seorita Tojo dej el auricular y, haciendo una pequea pausa para echar una mirada al libro, la llave maestra y los archivos, sali a toda prisa de la oficina. Qu milagrosa oportunidad, pens Yoneko mientras buscaba en un bolsillo de la blusa y sacaba su propia llave. La coloc junto a la llave maestra y las compar cuidadosamente. La cinta tena un aspecto ms nuevo, pero las llaves parecan
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idnticas si no se las examinaba minuciosamente. No pareca que nadie fuera a notar el cambio. Estaba a punto de deslizar la llave maestra en el bolsillo cuando se le ocurri que podra cambiar las placas de madera. Ignoraba si dispondra de tiempo para desatar y volver a atar las cintas, pero, si lo lograba, pasara bastante tiempo antes de que se detectara el cambio. Decidi correr el riesgo y se puso a trabajar con la cinta de la llave maestra. Se repeta una y otra vez que no deba dejarse dominar por el pnico, pero daba la impresin de que era imposible deshacer el nudo. Cuando estaba a punto de darse por vencida y dejar la llave sobre el escritorio tal como haba planeado, el nudo se afloj, y decidi seguir pese a todo. Empez a atar la placa a su propia llave. An no haba terminado cuando escuch pasos en las escaleras; sin duda era la seorita Tojo que volva. Desliz la llave y su placa en el cajn y fingi buscar entre los recibos. Empezaron a temblarle las manos, pero despus de dos o tres intentos ms se las arregl para meter el lazo por el agujero de la llave. Los pasos se detuvieron del otro lado de la puerta, que se abri y entr la seorita Tojo. Yoneko sinti que poda percibir la mirada de la recepcionista, aunque le daba la espalda. An tena que atar la cinta; si poda volver a pasarla rpidamente por la llave, sera suficiente. Levant los recibos con la mano derecha mientras con la izquierda trabajaba en la llave que se encontraba dentro del cajn. Usando el pulgar y el ndice, meti el lazo por el agujero. Un nudo ms y sera imposible que se soltara. La seorita Tojo se acerc al telfono, que estaba junto a Yoneko. Hola! La seorita Munekata estaba ocupada y no puede atenderlo. Lo siento, pero dice que le llamar y se volvi hacia Yoneko. Inconveniente, dice. Para la seorita Munekata todo es inconveniente. Supongo que no le preocupe la conveniencia de los dems. Evidentemente, se senta molesta por haber caminado en balde. Ah, por fin lo he encontrado! dijo Yoneko. Llevar de vuelta el cajn. Lo levant y lo dej caer violentamente al suelo. Aterriz boca abajo y todos los recibos y documentos quedaron dispersos por el suelo. La seorita Tojo se arrodill y empez a recogerlos. Aprovechando su distraccin, Yoneko logr poner la llave sobre el escritorio. Oh, cunto lo siento! Ha sido una estupidez ma! dijo Yoneko. Y mientras tanto, cogi el libro y ech una mirada al ttulo: Palabras del mundo espiritual... No lo conoca.
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La seorita Tojo se volvi y la vio. Sus rasgos se ensombrecieron y su rostro adquiri una expresin de sospecha, y rpidamente mir hacia donde estaba la llave maestra, o ms bien su sustitua. Yoneko no tena idea de lo que poda estar pensando la recepcionista. Se senta turbada y despus de ofrecer unas apresuradas disculpas se retir, sin molestar en llevarse consigo esa cuenta de gas tan importante. Fue algunos das ms tarde, cuando la seorita Munekata se intoxic con gas, cuando se descubri que la llave maestra haba sido cambiada. Como no era la primera vez que eso suceda, las recepcionistas, ninguna de las cuales deseaba ser sealada como responsable, manifestaron una total ignorancia sobre cmo habra podido suceder tal cosa. Al menos, as interpret Yoneko su silencio. Alrededor de una semana despus de que Yoneko Kimura cogiera la llave maestra, se convoc una reunin del comit de residentes. La prdida de la llave ocupaba el primer puesto en la agenda. Durante esos siete das, Yoneko haba estado esperando su oportunidad de entrar en el cuarto de Chikako Ueda, pero, como era habitual, sta no sala nunca. Al parecer, la nica excepcin a esta regla era la expedicin semanal al colmado, donde se provea de alimentos enlatados y conservas. Segua siendo un misterio cmo pasaba el resto de su tiempo sola en su habitacin. No pareca probable que se solicitara el uso de la llave maestra en un perodo tan corto, de modo que su prdida no se hubiera descubierto a no ser por el accidente que tuvo lugar en la segunda planta. Se detect un fuerte olor a gas ante la habitacin de la seorita Munekata y en la confusin subsiguiente se descubri el robo. Ahora, Yoneko slo poda esperar y dejar que las cosas tomaran su propio rumbo. Al parecer, la seorita Munekata se haba dormido dejando el hornillo de gas encendido y de alguna manera ste se haba apagado. Una de sus vecinas se levant para ir al bao en el transcurso de la noche y not el olor a gas que parta del montante de la puerta del cuarto de Toyoko Munekata. Fue una suerte que el descubrimiento se realizara tan pronto, evitando as un accidente fatal. Levantaron a la seorita Tamura de su cama, en la oficina de recepcin, y sta, frotndose los ojos, trat repetidas veces de abrir la habitacin de la seorita Munekata con la llave maestra. Es innecesario decir que no lo consigui, pero a la seorita Tamura le llev cierto tiempo comprender que esto no se deba a ningn fallo por parte de ella, y pas varios minutos insertando la llave en la cerradura y movindola de un lado a otro. Finalmente, se dio por vencida y se llam a la brigada de incendios. En un instante lleg una ambulancia que llevaba
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dos bomberos acrobticos a bordo. Uno de ellos trep a una silla y se desliz por el montante de la puerta hasta que logr alcanzar la cerradura y sacar la llave. Entraron en el cuarto de Toyoko Munekata y llevaron su cuerpo inconsciente al aire libre. Todava respiraba dbilmente, de modo que salv la vida. Y eso fue todo y no hubiera tenido por qu tener repercusiones posteriores. Sin embargo, cuando abrieron la ventana para airear la habitacin, entr una fuerte brisa que movi los papeles que haba sobre el escritorio y por ltimo los dispers por el suelo. Las residentes haban odo hablar de la importancia del manuscrito; as pues, varias entraron en el cuarto y recogieron apresuradamente los papeles. Al hacerlo, no pudieron dejar de notar las extraas frmulas y smbolos matemticos..., tringulos, crculos y garabatos infantiles e incluso frases obscenas, que constituan el texto. Pronto circularon por el edificio rumores de que el gran trabajo de Toyoko era una impostura y que ella estaba loca. Cuando Yoneko se enter de esto, se sinti horrorizada al pensar que su robo de la llave maestra haba estado a punto de causar la muerte de una vecina. Adems, su accin haba conducido indirectamente a que Toyoko Munekata se transformara en objeto de burla, de modo que quedaba en peligro su derecho a residir continuadamente all. Senta que el trabajo cotidiano de Toyoko con los manuscritos de su difunto marido era similar en muchos sentidos a las cartas cotidianas que ella enviaba a sus ex alumnas. Por tanto, no poda formar parte del coro de burlas dirigidas a Toyoko. Pinselo dijo una colega suya miembro del comit. Todo son crculos y tringulos y cruces. Se trataba de una maestra y siempre se haba sentido molesta por el aire de superioridad de Toyoko. Nos dijo que, a diferencia de nosotras, ella se ocupaba de un trabajo verdaderamente erudito! Bueno, ese viento la ha descubierto. Pero no podemos pensar que las investigaciones de su difunto esposo se limitaran a estas cosas dijo Yoneko, saliendo en su defensa. No puedo pretender tener autoridad en altas matemticas, pero he odo decir que cuando se llega al nivel filosfico las cosas no son tan simples como parecen. Una vez le en alguna parte que para un matemtico un crculo o una rueda, por ejemplo, no son perfectamente redondos, sino que estn constituidos por un infinito nmero de ngulos. Yoneko repeta la tesis que haba odo enunciar a un joven matemtico entusiasta aos atrs, en la sala de profesores de la escuela.
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Eso es verdad dijo la representante de la planta, que trabajaba en un museo. Mi difunto esposo era profesor de griego clsico. Sola escribir toda clase de palabras y componer vocabularios con esas letras extraas; se pareca ms a un juego infantil que al trabajo de un hombre maduro. El comit estaba reunido en la sala de la primera planta. Esta habitacin se usaba raras veces y, en consecuencia, estaba polvorienta y ola a moho. Se hallaban sentadas en torno a una gran mesa, sobre la cual haba una tetera, tazas de t y pastitas envueltas en celofn. La reunin se haba convocado para las seis. Ahora eran las seis y diez pasadas, pero la presidenta no haba llegado an. Era una taqugrafa muy competente y experimentada que trabajaba en el consejo local transcribiendo las Minutas, y era una de las residentes mejor pagadas del edificio. Tena mucho espritu pblico y haba actuado como presidenta del comit representativo de residentes en el transcurso de los ltimos cinco aos, sin interrupcin. El sistema consista en que cada planta elega a su representante de pleno derecho por un ao y, despus, a otra por un trmino de tres meses. La presidenta se elega especialmente una vez por ao, con lo cual el comit constaba de once miembros. Sin embargo, en la mayor parte de las reuniones cuatro o cinco miembros estaban ausentes debido a otras ocupaciones, de modo que la asistencia promedio era de unas cinco o seis personas ms la presidente. La agenda de esta reunin especial constaba de dos temas, uno de los cuales era el eterno problema de los excrementos de los gatos. Pero el segundo era mucho ms interesante, de modo que haba una asistencia inhabitual y slo faltaban dos de los miembros. El tema de preocupacin general era el traslado del edificio que se haba anunciado unos seis meses antes. Los trabajos deban comenzar una semana despus. De golpe, la puerta se abri de par en par y una fornida figura femenina entr cautelosamente, como si esperara encontrar espacio suficiente para deslizarse dentro. Era la presidenta, la seorita Yoko Tanikawa. Llevaba una chaqueta de corte masculino y una cartera bajo el brazo. Lamento haberles hecho esperar! Tena que aclarar algunas cuestiones de ltimo minuto sobre el traslado, que est en la agenda de hoy! Se sent en la cabecera de la mesa, abri la cartera, y sac varios documentos que coloc en montones ordenados sobre la mesa. Bueno, como todas ustedes saben, a partir de la prxima semana empezarn los trabajos. Sin embargo, hay uno o dos problemas que es preciso tener en cuenta. El ruido, por ejemplo, que ser muy molesto. Adems, todo ese polvo...,
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porque sacarn a la luz los cimientos, comprenden? Sin embargo, seamos tolerantes y no olvidemos que esto se hace por el bien comn. Forma parte del plan de ampliacin de calles de la ciudad y nos corresponde colaborar y afrontar los inconvenientes. No obstante, hay lmites... En mi opinin, el hecho de que haya que mover el edificio no significa necesariamente que tengamos que tolerar que los obreros entren y salgan, amenazando nuestra intimidad. Debo recordarles lo inseguras que nos sentimos ahora con el robo de la llave maestra. Estos apartamentos se fundaron con la intencin de preservar la modestia, realzando as el status de las mujeres trabajadoras. Esa llavecita era el garante de estos objetivos, pero en manos equivocadas se ha transformado en una amenaza. En estas circunstancias, las puertas cerradas no significan nada! Suspir profundamente y sigui diciendo que la prdida de la llave maestra se discutira detalladamente ms avanzada la reunin. Antes de ello, sera necesario determinar qu condiciones deban imponerse a los obreros de la construccin durante su trabajo. Cuando termin de hablar, pas las pastas y el t en torno a la mesa. Bueno, si se relaciona con la construccin, sin duda tendremos que tolerar que la gente entre y salga, no? La que hablaba era la representante de la tercera planta, que acababa de recibir un ascenso por sus largos servicios en la compaa turstica en la que trabajaba. No podra estar ms en desacuerdo! De esa manera tendremos a cualquier Perico, Pedro o Juan entrando y saliendo cuando se les antoje. Si me preguntan a m, les dir que todo se est relajando demasiado y deberamos tomar cartas en el asunto, y cuanto ms pronto mejor. Actualmente, somos demasiado blandas en muchas cosas, empezando por la crianza de los jvenes y siguiendo por cosas tales como dejar que la gente tenga gatos que dejan porqueras por los corredores. Esa es una cosa que no pienso seguir tolerando ms aqu. Y como si eso fuera poco, tenemos ahora un hombre extrao a quien se permite entrar y salir con el pretexto de que es un misionero de una de esas nuevas religiones! La que tuvo este arrebato de clera fue la representante de la segunda planta, a quien ltimamente haban ascendido a jefe de seccin; era la primera mujer en la historia de la compaa que haba alcanzado semejante rango. El miembro alternativo de la primera planta, Tomiko lyoda, que estaba sentada a la derecha de Yoneko Kimura, se agit visiblemente durante este discurso y, cuando termin, se puso en pie de un salto. No slo se haba hecho referencia a su
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gato, sino que era tambin al miembro de la Fe de los tres espritus a quien se haba aludido tangencialmente. Retire eso de inmediato! Cmo se atreve a referirse de esa manera a Su Reverencia..., un hombre singular, por supuesto! Y como si no fuera suficiente, me ataca tambin por mi gatito! Le hago saber que siempre limpio lo que l ensucia y bajando un poco la voz, agreg: Har caso omiso de sus mentiras acerca de mi gato, pero permtame advertirle que la retribucin divina alcanza invariablemente a las personas que difaman a Su Reverencia. Quera proseguir, pero su vecina, la representante de pleno derecho de la primera planta, le dio tironcitos en la manga. De este modo, Tomiko lyoda se vio obligada a sentarse, pero continu mirando furiosamente a su oponente durante un rato, articulando imprecaciones silenciosas mientras tanto. La seorita Tanikawa, la presidenta, se comport como si nada hubiera pasado, y convoc a la siguiente portavoz, el miembro de la quinta planta, que era empleada de la oficina local de la Seguridad Social. Mientras se realiza el traslado, tendremos que desconectar el gas, la electricidad y el agua. Adems, el programa completo requerir un tiempo relativamente breve. Por lo tanto, me parece insensato e imposible prohibir en absoluto a los obreros que entren y salgan como sea necesario. En cualquiera caso, no tenemos motivos para calificar a los obreros de criminales o de malas personas en ningn sentido. Si cuando llega el momento, alguna se siente preocupada puede dirigirse directamente a las damas del escritorio de recepcin a informar de cualquier circunstancia sospechosa. Todo eso est muy bien dijo otra, pero ya sabe cmo son los hombres. Antes de saber qu sucede, forzarn la entrada en nuestras habitaciones pidiendo una taza de t o algo por el estilo! Despus de algunas discusiones, el consenso pareci llegar a la conclusin de que haba que confiar en los obreros y no considerarlos como ladrones potenciales o algo peor. Sin embargo, cada miembro del comit patrullara por turnos el edificio mientras duraran los trabajos. La seorita Tanikawa termin haciendo una sugerencia humorstica. Nos haremos hacer un brazalete con las palabras Patrulla de seguridad en letras bien grandes. Servir como una especie de polica y no sera mala idea que el miembro de servicio llevara tambin una porra por la noche! La atmsfera armoniosa que se cre entonces qued rpidamente destruida por el miembro de la segunda planta, que volvi al tema anterior. Seora presidenta. Debo plantear un problema de emergencia que no figura en la agenda. Por supuesto, aludo a la amenaza constituida por los que,
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recientemente, han estado fastidiando y presionando a nuestras compaeras residentes con su campaa a favor de una nueva religin. Como tan bien dijo la seora presidenta antes, el objetivo primordial de estos apartamentos es proteger la intimidad de las residentes. Me opongo decididamente a los que fuerzan su entrada en los cuartos de otras personas, como vendedores, en nombre de la religin. Quiero que esto termine; varias de mis votantes de la segunda planta se han quejado ya de ello. Propongo que se apliquen las medidas ms restrictivas para eliminar esta prctica. Y quin se cree usted que es para hacer semejantes sugerencias? Le hago saber que la libertad religiosa est garantizada por la constitucin. La Fe de los tres espritus nunca presiona a nadie. Quines son las que se quejan de que las molesta? Dganos sus nombres! No veo por qu tendra que hacerlo. Pero, como ejemplo, tenemos el reciente y desdichado accidente en el que la seorita Munekata estuvo a punto de perder la vida. Ahora, ha corrido la voz de que esta llamada retribucin divina la visit por rehusarse a pertenecer a su secta. Fue castigada por el Cielo por difamar a Su Reverencia. Vino a la ltima reunin pblica y se atrevi a contradecir a Su Reverencia en cada punto de su exposicin. Lo hizo parecer tonto ante los ojos de los incrdulos, de modo que Su Reverencia profetiz en ese mismo instante que la desgracia recaera en todos los que cierran su corazn a la verdadera enseanza. Lo que ha sucedido no es ms que el cumplimiento de la profeca. De veras... qu interesante! Usted dice que a la profeca sigui el castigo celestial, pero a m me da la impresin de que un mortal fue responsable de esta retribucin divina! Es la primera vez que oigo hablar de la cada de un hornillo de gas y de la extincin de la llama. No veo cmo pudo suceder tal cosa de manera natural... Si me lo pregunta, creo que all hubo ms de lo que se vea. No puede ser que alguien haya apagado el contador de gas que haba afuera de la habitacin y despus haya vuelto a encenderlo? Indudablemente, esto era posible porque, como haba observado el miembro de la segunda planta, cada apartamento tena su propio contador afuera y para alguien con malas intenciones slo sera preciso apagarlo y volverlo a encender tal como haba sugerido. En realidad, Yoneko haba abrigado la misma sospecha desde el instante en que se enter del accidente. Se pregunt qu tendra que responder a esto la representante de la Fe de los tres espritus. El miembro alternativo de la primera planta salt sobre sus pies de inmediato, pero durante unos segundos estuvo demasiado atnita como para responder. Despus de balbucear colricamente por un momento, empez a decir:
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Qu pruebas puede tener usted para hacer semejante sugerencia? No sabe que la brigada de incendios realiz una investigacin exhaustiva y lleg a la conclusin de que el agua de la tetera se derram y apag la llama? Est diciendo ahora que la Fe de los tres espritus plane todo este asunto? Si es as, le prometo un juicio por difamacin! A medida que se apasionaba, los labios de la portavoz se llenaban de espuma y un pequeo globo de saliva cay sobre la mesa justo frente a Yoneko. El miembro de la segunda planta se neg a admitir la derrota. Supongo que no querr sugerir que el gas estaba tan bajo que un poco de agua de la tetera pudo apagarlo. Si es as, habra hervido tanto el agua como para volcarse? La atmsfera de la reunin qued envenenada por ms discusiones, despus de lo cual se pidi hacer una votacin para decidir si se permitira o no el proselitismo religioso en el edificio. Cuando todas hubieron expresado su opinin, dio la impresin de que la representante de la segunda planta tena a su favor cuatro votos contra dos de la representante de la Fe de los tres espritus y una probable abstencin; as pues, al parecer, el voto de Yoneko Kimura era decisivo. Si apoyaba la mocin, sta tendra la mayora absoluta y pasara, pero si se opona la propuesta quedara archivada. Contempl la papeleta de voto que tena delante, tratando de decidirse. Los miembros regulares haban formulado su voto, doblando sus papeles con la velocidad que da la prctica. Cuando estaba a punto de apoyar la pluma en el papel, advirti la mirada fija de la mujer que defenda la Fe de los tres espritus quien miraba sus manos como si tratara de hipnotizarla. Y tal vez fuera as porque emiti un voto negativo, con lo que hizo fracasar la resolucin. Ya eran ms de las ocho de la noche; pero, antes de terminar la reunin, era necesario hablar del ltimo incidente que involucraba a la llave maestra. La presidente Tanikawa mir a las presentes y se dirigi al grupo. Supongo que todas habrn compartido mi disgusto al enterarse de que la llave maestra ha desaparecido debajo de las propias narices de las recepcionistas. Ya fue bastante malo cuando sucedi por primera vez... Todas se habrn enterado del incidente que ocurri el mes pasado, cuando fue utilizada para entrar en la habitacin de la seorita Yatabe. No basta que las recepcionistas manifiesten su estupefaccin... Me gustara verlas exhibir, por lo menos, preocupacin porque haya podido suceder semejante cosa. Podra esperarse una mayor muestra de responsabilidad, no les parece? Pero tan pronto como este incidente nos hizo ver la importancia de la llave maestra, sta volvi a desaparecer. Y yo les pregunto, seoras, qu pasar despus? La
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nica excusa que se les ocurre es que se trata de algo sobrenatural! Escandaloso, me parece escandaloso! Sin embargo, no tiene sentido cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya se ha escapado. Ser mejor que decidamos identificar y eliminar al malhechor que hay entre nosotras. Me gustara contar con la cooperacin de cada una de ustedes en el descubrimiento del paradero de la llave maestra y levant algo para que todas lo vieran. Esta es la llave que fue cambiada por la llave maestra. Si la miran con atencin, vern que es exactamente igual que una tpica llave de apartamento de este edificio. Sugiero que nos concentremos en descubrir quin es su duea... Qu les parece? Bueno, s parece la llave de un apartamento. Pero qu sugiere que hagamos? pregunt una de la mujeres del comit. Podramos pedir que todas las personas que viven en el edificio nos mostraran su llave. Sin embargo, esto involucrara a un gran nmero de personas y el asunto olera a investigacin policial, lo que no sera agradable. Propongo, pues, que, por turnos, probemos esta llave en cada una de las puertas hasta que encontremos en qu cerradura entra. Cuando descubramos a quin pertenece, le pediremos una explicacin satisfactoria. Yoneko se qued helada en su silla. Oy, como en medio de una bruma, la montona voz de la representante de la quinta planta, que haca la pregunta siguiente: Todo eso est muy bien, pero es probable que entre en varias cerraduras. Estas palabras dejaron confundida, por un momento, a la seorita Tanikawa. S, bueno, ehhh... Si, tal vez. De todos modos, probemos. Es obvio que si se nos ocurre un mtodo mejor, lo emplearemos cuando llegue el momento. Y la propuesta de la presidente se acept unnimemente. Bueno, empezaremos maana. Comencemos por la planta superior y vayamos bajando por orden. Las representantes sern responsables de sus plantas. Probemos y evitemos llamar la atencin sobre lo que estamos haciendo... Hay que probar cada puerta slo despus de verificar que su ocupante est fuera. De otro modo, resultara molesto. Durante el da, la mayora de la gente est fuera, trabajando. Pero qu diremos a las que no salen? En ese caso, habr que fingir inocencia. Decir algo as como: No es sta su llave? y ponerla en la cerradura para ver. Bueno, eso es todo por hoy... Hasta la semana prxima, en el mismo lugar y a la misma hora. La seorita Tanikawa clausur la reunin lo ms pronto que pudo, antes de que alguien pudiese discutir los procedimientos a seguir.
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Al salir Yoneko de la habitacin, encontr a la representante de la tercera planta, la delegada de la Fe de los tres espritus, que la esperaba en el corredor. Esta dama se le aproxim y le habl con voz desagradable. El espritu de Su Reverencia descendi sobre usted y se introdujo dentro suyo, obligndola aun contra su voluntad a votar de nuestro lado. Y despus, sigui incitando a Yoneko a que asistiera por lo menos a una de las reuniones de la secta, para ver por s misma el poder que posea el anciano. l aliviar sus sufrimientos, por grandes que sean. Por supuesto, si se lo pide, puede curar enfermedades o descubrir objetos perdidos. Actualmente, est concentrndose en algo que ha extraviado la seorita Yatabe, de la primera planta. La semana prxima celebrar una sesin especial de plegaria y no dudo de que entonces nos dir dnde est. De todos modos, no quiere unirse a nosotros una vez? Yoneko la evadi con una respuesta anodina y volvi a su habitacin. Tena otras cosas en qu pensar aparte de reuniones religiosas, por interesantes que pudieran parecer. Estaba mucho ms preocupada por la resolucin alcanzada en la reunin, que conducira al descubrimiento de que se hallaba en posesin de la llave maestra. Si las cosas se hacan segn lo planeado, la bsqueda llegara a la cuarta planta dos das despus. Y ese da, una veterana representante de planta regresara de una visita al campo: Taeko Nakagawa. Y cuando lo hiciera, Yoneko tendra que acompaarla de cuarto en cuarto, probando la llave en todas las puertas hasta que fuera evidente que corresponda a su cerradura, descubriendo as su culpabilidad. Ahora lamentaba profundamente la actitud irresponsable que la haba llevado a cambiar la llave maestra por la suya. Por qu haba, sido tan ciega? Considerando su propia estupidez, no poda comprender qu la haba posedo para actuar as.
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SPTIMA PARTE
Despus de la cena, los corredores resonaron durante un rato con el ruido producido por la gente que iba y vena, el tintineo de los platos y el agua corriente en la cocina comunitaria. Luego, el silencio se adue del edificio para ocuparlo, por lo general, para el resto de la noche. A veces se oa el ruido de una radio o los tonos ahogados de alguien que practicaba con una trompeta. Pero estos ruidos tambin se acallaron hasta que se hizo tal silencio que poda orse cmo se apagaban los interruptores de la luz. Eran alrededor de las ocho, dos tardes despus de que hubiera tenido lugar la reunin del comit. Una figura amparada en las sombras se desliz furtivamente hacia la habitacin de Yoneko; se mova con cautela, como si no quisiera ser descubierta. Yoneko estaba en su cuarto, componiendo su tercera carta a su antigua alumna, Keiko Kawauchi. Meditaba sobre el papel, y escriba con cuidado bajo la luz tenue de una lmpara. Despus de explicar cmo haba obtenido la llave maestra para entrar en la habitacin de Chikako Ueda, segua describiendo los acontecimientos de ese da:
Esta tarde se registr nuestra planta. ramos tres: yo misma, la seorita Nakagawa y la seorita Tamura, de la recepcin. Fuimos de puerta en puerta, probando todas las cerraduras. Puedes imaginar los sentimientos de tu maestra, Keiko, a medida que nos acercbamos a mi cuarto? An ignoraba qu iba a hacer o decir cuando se descubriera la verdad. Supongo que, sencillamente, habra tratado de fingir tanta estupefaccin como cualquiera cuando se abriera la puerta. Pero, por fortuna, las cosas salieron mejor. Vers, cogamos la llave por turnos y a m me toc mi seccin del corredor. Con el mayor aspecto de inocencia que pude conseguir, me detuve ante mi puerta y trat de girar la llave. Debo admitir que estaba muy asustada, pero lo hice bien y, como imaginars, por mucho que lo intentara no consegua hacer girar esa llave! Por supuesto, estaba cubierta de sudor fro! Bueno...-
En ese momento, Yoneko oy unos golpecillos furtivos en su puerta. Quin es? No obtuvo respuesta. Yoneko entreabri la puerta y atisbo el corredor oscuro. Apenas vio una figura vaga, de pie en la penumbra. Una voz tan helada y ligera como la corriente de aire que entr en la habitacin, susurr:
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Seorita Kimura! La reunin de plegaria y revelacin de cosas perdidas de Su Reverencia empezar a las ocho y media. Excepcionalmente, ha dado permiso para que usted la presencie, de modo que confo en que no nos rechazar, no es as? Por favor, venga a la habitacin de la seorita lyoda, en la primera planta, a las ocho y media en punto. Y sin esperar respuesta, la fantasmal figura despareci entre las sombras. La nia que as desapareca sin permitir que Yoneko la viera bien era una extraa figura. Su cuerpo infantil estaba coronado por una cabeza adulta; si lo hubiera sabido, Yoneko habra advertido que su visitante no era otra que la mujer a quien llamaban la Vestal Thumbelina. Thumbelina lleg a una zona iluminada del rellano y all sac silenciosamente un bloc negro. Lo abri y puso una marca junto al nombre Yoneko Kimura escrito con grandes caracteres. No desmenta su nombre, porque adems de su pequea estatura era, como su apodo, exquisitamente bella. Era joven y su largo cabello negro brillaba untado con aceite de camelia, colgaba en una masa pesada, balancendose con elegancia cuando se mova. Tal vez se hubiera aplicado maquillaje blanco a la cara y el cuello, a la manera antigua; en cualquier caso, su piel era anormal y elegantemente plida. Iba vestida como una sacerdotisa del culto Shinto: la chaqueta blanca tradicional y los anchos pantalones rojos. Cerr el bloc y mir su reloj de pulsera. Casi las ocho! Haba algo conmovedoramente incongruente en un reloj colocado en una mueca tan diminuta e infantil. Subi a la quinta planta y fue derecha a la ltima habitacin, como si estuviera acostumbrada a hacerlo sin golpear. Esa habitacin perteneca a una tal Haru Santo y era contigua a la de Chikako Ueda. Haru Santo se encontraba de rodillas ante su altar personal. Aparte de las velas que ardan all, la habitacin estaba a oscuras. Su cabello blanco flotaba de manera escalofriante en la penumbra. Las bujas parecan iluminar cada mechn como si se tratara de alambre de plata, hacindolo parecer una excrecencia artificial. La Vestal Thumbelina se coloc junto a Haru Santo y se inclin tres veces ante el altar. Despus, gir sobre sus rodillas, coloc su hermoso rostro junto a la oreja de la anciana y susurr algo durante un rato. Veinte minutos despus, cuando sali de la habitacin de Haru Santo, era casi la hora en que deba comenzar la sesin. Se apresur a bajar a la primer planta. Esto proporcion a Yoneko Kimura su primera oportunidad de echarle una ojeada. Despus de terminar su carta a Keiko Kawauchi, vacil entre asistir o
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no a la sesin, pero por fin baj. Haba esperado encontrar a la seorita Tojo en recepcin, pero era la seorita Tamura la que estaba de servicio. Al parecer, la seorita Tojo haba tenido que salir de improviso y haba pedido a su colega que ocupara su lugar. Bueno, esa llave no corresponde a las puertas de la cuarta y la quinta plantas. As que, qu apostamos a que maana se descubre la culpable en la tercera planta? Mientras oa el cotilleo amistoso de la seorita Tamura, Yoneko vio a Thumbelina que bajaba las escaleras. Le produjo tal sobresalto que no pudo reprimir una exclamacin. En la pequea sacerdotisa haba algo muy extrao. Yoneko abandon toda idea de asistir a la sesin y se apresur a subir las escaleras de regreso a su cuarto. Pero en el rellano choc con Tomiko lyoda, una vendedora de billetes de lotera en cuya habitacin se realizara la sesin. Conduca escaleras abajo a un grupito. Vaya, vaya, seorita Kimura, qu encuentro ms agradable! Baje con nosotros. Creo que la vestal habl con usted Bueno! Estamos a punto de comenzar. Y as fue cmo Yoneko Kimura asisti a la sesin de la Fe de los tres espritus. En el diminuto recibidor del cuarto de la seorita lyoda haba toda clase de zapatos y sandalias cuidadosamente dispuestos, que sugeran la variedad y cantidad de las personas que se hallaban reunidas dentro. Bueno, pido disculpas por el desorden, pero, por favor, entren. Hablando con suavidad, Tomiko lyoda condujo a Yoneko y sus compaeras. En el suelo de la pequea habitacin haba ya seis personas sentadas, que rodeaban a un hombre de mediana edad que vesta un traje cruzado. Tena aspecto de sacerdote y pareca estar pronunciando un sermn, que interrumpi a la entrada de Yoneko y las dems. Siento tanto haber hecho esperar a Su Excelencia dijo la seorita lyoda. Camin como un nade hasta el rincn y despus de doblar su gordo cuerpo mostrando evidentes seales de incomodidad, cogi un montn de cojines y los pas a las recin llegadas, para que pudieran sentarse. Acto seguido, se sent junto al sacerdote. Yoneko se sent cerca de la puerta y, mirando por encima del hombro de la anciana que tena delante, contempl la escena. Era evidente que la seorita lyoda estaba informando al sacerdote sobre las recin llegadas; eso era obvio aunque hablaba en voz baja. El sacerdote pareca un hombre en la cincuentena. Su rostro anguloso estaba encuadrado por un cabello negro aplastado con pomadas. Tena brillantes mejillas rojas y esta seal de jubiloso vigor quedaba
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reforzada por las risas con las que puntuaba su discurso, pero una vez que captaba tu mirada... Yoneko se vio obligada a bajar los ojos, turbada por la mirada aguda e interrogante del religioso. Era como si pudiera leer las ocultas profundidades de la mente. Entre las presentes haba algunas mujeres a quienes Yoneko conoca de vista, pero ninguna con la cual hubiera hablado en alguna ocasin. Entre ellas, las haba incluso que no vivan en el edificio. Todas estaban entre las cuarenta y sesenta aos y, sin excepcin, sus rostros eran los tpicos de las personas derrotadas por la vida. Ahora todo est listo, Su Reverencia. Por favor, comience cuando quiera. La grave voz vibrante con la cual se pronunci esta frase reson en los huesos de Yoneko. Era la pequea sacerdotisa, la que llamaban Thumbelina, y mientras hablaba jugueteaba con una cajita negra. Despus, Yoneko comprendi que se trataba de un grabador que se utilizaba para registrar las palabras pronunciadas durante el trance, para poder reproducirlas una vez terminado. Entonces, Su Reverencia interpretara su sentido. Pero, ahora, las instrua sobre lo que iba a suceder. Buenas noches, seoras. En breve estableceremos comunicacin con el mundo del espritu, pero primero debo instruirlas sobre algunas de las cosas que se pueden y que no se pueden hacer. El mundo del ms all es mucho ms aterrador de lo que puedan imaginar. All se encuentran toda clase de seres espectrales y muchos de ellos estn enzarzados en un eterno conflicto. Sin embargo, estn ustedes conmigo, y mientras hagan lo que yo diga no es necesario temer nada. Pero, si hay entre ustedes alguna persona que duda, que se vaya! Porque su presencia puede incitar a Los Malos y atraer sobre nosotros sus malignos y feroces poderes! Si ellos interfieren en nuestra sesin, ni siquiera yo puedo garantizar que las cosas vayan bien. Pero depositen ustedes su fe en m y no suceder nada desagradable! Entonces se gir y llam a la seorita Yatabe. Yoneko observ que, una vez que la seorita Yatabe se sentaba frente al sacerdote, toda la fuerza pareca abandonar su cuerpo y en el transcurso de la sesin qued paralizada por el terror. La pequea mdium procedi a colocar dos candelabros a ambos lados de Suwa Yatabe. Luego, hizo un gesto de asentimiento a Tomiko lyoda, quien encendi las bujas y apag la luz elctrica de la habitacin. Hasta entonces, la escena se pareca a la reunin de un grupo de discusin, pero con el cuarto en total oscuridad aparte de las dos velas vacilantes, la atmsfera se hizo escalofriante.
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Yoneko percibi un aire fro en la nunca. Mir a su alrededor y vio que la forma ligera de Haru Santo se deslizaba por la puerta. El cabello de Haru tena un blanco resplandor fantasmal a la luz de las velas mientras se acercaba al cojn que estaba junto a Yoneko y se sentaba. Dad las manos a vuestras vecinas! La voz del sacerdote estaba llena de vibrante fuerza. Desde el costado izquierdo de Yoneko, una mano sudorosa se tendi en la oscuridad y cogi la suya. Quien as la tocaba era Haru Santo. Yoneko mir a su derecha y alcanz a divisar los rasgos de una de las personas que haba llegado con ella, pero una sensacin de asco le impidi tender una mano para coger la otra. Hay alguien que no coopera. La sesin no puede comenzar hasta que todas las manos estn entrelazadas. Hagan lo que digo! La voz del sacerdote era severa y autoritaria. Yoneko no pudo ms que obedecer, por desagradable que le resultara hacerlo. A su izquierda, Haru Santo cantaba las lneas introductorias de un Sutra budista. A su alrededor, las dems empezaron a seguirla hasta que la habitacin reson con sus voces nasales. Yoneko empez a sentirse ligeramente asqueada por el procedimiento. Alguien haba encendido un puado de varillas de incienso y su penetrante aroma empez a invadir la habitacin. El sacerdote se puso de pie y habl. Suwa Yatabe, puesto que has buscado esta sesin, ven y arrodllate frente a m para que tu espritu se ponga bajo mi proteccin. Se inclin y coloc las manos sobre la cabeza de Suwa. sta empez a murmurar incoherentemente. De vez en cuando, pareca hablar de un violn. Por ltimo, qued en silencio y en ese instante Thumbelina se puso en pie y empez a gemir y balancearse, levantando de vez en cuando las manos para danzar de una manera que sugera un gran agotamiento. A la luz de las velas haba algo mgico en la danza con esas dos muecas blancas bailando como mariposas en la penumbra. El largo cabello negro de Thumbelina oscilaba de un lado a otro, cayendo a veces hacia adelante hasta tapar su rostro y abrindose ligeramente despus para mostrar la frente plida. Haru Santo empez a temblar y estremecerse y como tena fuertemente cogida la mano de Yoneko, el movimiento se comunic al cuerpo de sta. De pronto, la mdium levant la voz hasta llegar a un grito penetrante y cay bruscamente de bruces. Se qued quieta, pero a Yoneko le pareci que empezaba a echar espuma por la boca, aunque bien poda ser saliva. Sus hermosos rasgos, o lo que alcanzaba a distinguirse de ellos a travs de los
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mechones de cabello negro que le velaban la cara, parecan contorsionados por el dolor. Despus, su diminuto cuerpo empez a estremecerse y, mientras rechinaba los dientes, emiti un sonido extrao: Eh, eh, eh, eh! Sonaba como una desagradable risa en sordina. Yoneko se sinti muy alterada. A su alrededor, la peculiar actuacin ejerca un efecto idntico en la audiencia, que permaneca muy quieta y silenciosa y miraba con recelo. Ahora la sesin ha terminado. Soltaos las manos. La voz del sacerdote reson en la habitacin oscura. Yoneko se sac el pauelo del bolsillo y se limpi las manos. Se senta aliviada de que todo hubiera terminado y deseaba que alguien encendiera la luz elctrica; pero, al parecer, esta secta prefera realizar sus sesiones a la luz de las velas. De sbito, no pudo soportar quedarse all ni un minuto ms y fue apresuradamente al recibidor; se puso los zapatos mientras esperaba que le detuviera una orden del sacerdote, pero nadie le prest atencin. Abri la puerta y sali. En cuanto aspir el aire fresco del corredor, se sinti mejor. Adentro, la secta continuaba su reunin, pero Yoneko regres directamente a su habitacin. Qu tena ella en comn con esa gente y su chchara sobre profecas y revelaciones y el mundo de los espritus? Se sent ante el escritorio y busc la lista de sus ex alumnas. Pero de pronto, pareca haber perdido la energa para continuar escribiendo su serie de cartas de su pasado. En los dos das siguientes Yoneko no hizo nada y apenas se atreva a salir de su habitacin por miedo a encontrar a Tomiko lyoda o a cualquier otro miembro de la Fe de los tres espritus. De vez en cuando, venca sus resistencias y sala para echar una mirada a la habitacin de Chikako Ueda situada en la quinta planta. Pero ya casi haba abandonado las esperanzas de hacer algn progreso en esa direccin. Al tercer da, mientras estaba preparndose un desayuno tardo oy un golpe en la puerta. La abri y vio a Tomiko lyoda, con el rostro arrugado por las sonrisas. Qu olor tan apetitoso. Supongo que est tostando pan fresco! Y sin ms ceremonias se quit las sandalias y entr en el cuarto. Yoneko la sigui, disculpndose. Espero que me perdone por irme tan pronto la otra noche, despus de que se tomara usted el trabajo de invitarme. De repente me sent indispuesta. No le quedaba ms remedio que ofrecer una silla al husped inoportuno.
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No es nada, no es nada. No tiene importancia. Sucede muy a menudo a las principiantes: el contacto desacostumbrado con el espritu las sobrepasa al comienzo. Y sin la menor reserva se sent, mirando mientras tanto con curiosidad la habitacin, y se sirvi una rebanada de las tostadas de Yoneko. Pero pens que deseara conocer el resultado de la sesin... Le aseguro que fue muy interesante. Supongo que se habr dado cuenta de que aquel ruido extrao, aquel eh, eh, eh, era una voz del mundo de los espritus. A m me pareci triste, pero, despus que usted se fue, Su Reverencia nos lo hizo escuchar otra vez en el grabador y explic que en el lenguaje del mundo espiritual ese sonido especial representa el crepitar de las llamas. Su Reverencia nos dijo que esto significaba que el objeto perdido se haba quemado. En ese momento la seorita Yatabe, la que perdi lo que fuera..., creo que un violn..., sali de pronto de su trance. Bueno, me parece que esto sera suficiente para convencer a cualquiera de que nuestras sesiones son genuinas. Pero todava hay ms y mejor! Quiere creerlo? Hoy tuvimos la prueba absoluta de la verdad de lo que dijo Su Reverencia. Y sucedi frente a nuestros propios ojos... S, yo estaba all y tambin lo vi! Mire, antes no le hubiera confesado esto, pero de vez en cuando yo tambin tena mis dudas, sabe? Pero despus de esto nunca ms! Oh, me siento tan feliz y afortunada! Por eso he venido a toda prisa para compartir la buena nueva con usted! Hizo una pausa para tomar un sorbo de t y acto seguido, enderezando su gordo cuerpo, continu: Bueno, ya sabe que en el patio interior hay un viejo incinerador de ladrillos, no? S, bueno, tendrn que demolerlo a causa del traslado del edificio de modo que desde esta maana los trabajadores han estado removiendo las cenizas. Y qu cree que encontraron? Un estuche de violn! Quin puede haberlo puesto all? Bueno, estaba muy chamuscado porque aunque estaba muy enterrado en las cenizas lo haba alcanzado el calor del fuego. Y el pobre violn que haba dentro estaba chamuscado y alabeado y el barniz se haba levantado en algunos puntos. All estaba, un instrumento de fama mundial de los que quedan pocos, arruinado! Bueno, la seorita Tojo, de la recepcin, dijo que seguramente la seorita Yatabe sabra de qu se trataba, y por supuesto tena razn porque era el violn que haba perdido o mejor dicho que le haban robado aquella vez que entraron en su habitacin usando la llave maestra. Lo recuerda? Pobre seorita Yatabe! Cuando vio en qu estado se hallaba el violn, se le doblaron las rodillas, se sent en el suelo y llor. Porque no slo era un instrumento famoso, sino que lo haba recibido de su maestro, hace muchsimos
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aos. Bueno, supongo que no se le puede culpar, pero en su lugar, mis primeros sentimientos hubieran sido de maravilla ante los poderes del mundo de los espritus y cmo Su Reverencia ha penetrado en sus hermticos secretos! Lo que me conmovera, ms que el propio violn, sera su certidumbre de cmo aparecera! Quiero decir que la pequea mdium habla las lenguas de los espritus y de los muertos, pero hay muchas que pueden hacerlo. Pero Su Reverencia comprende el lenguaje de ese mundo! Si me lo pregunta, le dir que se es el verdadero milagro! Para hacerlo, se necesita la sabidura y la experiencia de alguien como l! La seorita lyoda pareca abrumada por su propia elocuencia. Poco a poco se calm, y despus se fue, instando a Yoneko a que no dejase de asistir a la siguiente sesin. Ahora que se ha corrido la voz, viene gente de todo el edificio para preguntar si pueden asistir a una sesin. La seorita Ueda, de la quinta planta, se ha unido a nosotros... La seorita Santo, una de nuestras ms fieles creyentes, la ha convencido. La seorita Santo dice que todas tenemos el deber de convencer a nuestras vecinas de que vengan, pero ya sabe lo que pasa con las vecinas... Cuanto ms cerca de ellas se vive, ms difcil resulta iniciar esos acercamientos. Y se fue para diseminar las nuevas entre las creyentes de la tercera planta. La noticia de que Chikako Ueda asistira a la siguiente sesin, dio a Yoneko nuevas esperanzas. Si se haba unido al grupo, entonces estara esperando encontrar algo mediante una sesin. As que si Yoneko asista, un da Chikako poda pedir una sesin y su secreto quedara al descubierto. Llevara tiempo, pero en esas circunstancias era el camino menos arriesgado y ms seguro. As, Yoneko haba prcticamente abandonado el plan de usar la llave maestra para registrar la habitacin de Chikako cuando esa misma noche sucedi algo que, una vez ms, le hizo cambiar de idea. Yoneko haba salido para ir a los baos pblicos y regresaba antes de las once de la noche, hora en que se cerraba la puerta del frente. Al entrar en el vestbulo, observ de pronto algo que antes se le haba pasado por alto. Junto a la puerta, del lado de adentro, haba una serie de buzones de correspondencia, uno para cada apartamento. En la mirilla de cada uno de ellos haba una placa que pona Est de un lado y No est del otro, cuyo propsito original haba sido que las residentes la movieran cuando entraban o salan. Ahora, la pintura estaba difuminada y en algunas ya no se poda leer lo escrito, de modo que en los ltimos tiempos la gente haba abandonado la costumbre de cambiar las placas.
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Yoneko estaba mirando al centenar de buzones y contemplando cmo haba muerto una vieja prctica, cuando de pronto advirti que haba una excepcin a esta regla: Chikako Ueda! Su buzn pona No est. En ese momento imagin que se trataba de un descuido, pero al da siguiente no pudo evitar mirar al bajar y vio que ahora el buzn de Chikako pona Est. A menos que alguien estuviera haciendo bromas pesadas y esto pareca improbable, slo haba una solucin para el problema: Chikako Ueda, de quien se deca que jams abandonaba el edificio, haba salido la noche anterior y, deliberadamente, haba cambiado la placa. Basndose en esto, Yoneko formul dos hiptesis: primero, que probablemente Chikako se tomaba el trabajo de girar la placa cuando entraba y sala. Esto no poda deberse slo a la fuerza del hbito. Yoneko, que haba vivido una vida de soledad durante tanto tiempo, segua siendo, sin embargo, un buen juez de la naturaleza humana. Razon que al comienzo, con el orgullo de tener una nueva habitacin, una cambiara la placa cada vez que entrara o saliera y que esto continuara durante uno o dos das, pero que, al cabo de una semana, se ira descuidando y dos meses despus se habra olvidado por completo. Y despus de dos aos de soledad, quin se molestara con semejante pequeez? As pues, no era slo hbito. Tena que haber una razn y Yoneko supuso que Chikako esperaba una visita. Su segunda hiptesis se basaba en el hecho de que Chikako slo sala un rato antes de la hora de cierre de la puerta. Esto, asimismo tena que obedecer a una razn. Descubri que la respuesta era muy sencilla. La seorita Tamura le haba contado que, una o dos veces por semana, Chikako iba a una mercera cercana, que cerraba tarde, donde le proporcionaban lo necesario para los bordados que haca para sobrevivir. Sabe? Le preocupa tanto que alguien venga cuando sale que incluso deja su llave en el buzn cada vez que se va del edificio! Pero nadie la ha visitado en aos. Es una mujer rara, no cabe duda le confi la recepcionista. Al or esto, Yoneko dese que la seorita Tamura hubiera contado esta historia mucho antes, aunque no haba manera de quejarse. Tal vez no hubiera necesitado robar la llave maestra y padecer las tribulaciones que a esto siguieron. Pero entonces, an ni Chikako dejaba su llave en el buzn. Este estaba situado exactamente frente al escritorio de la recepcionista, de modo que no hubiera sido tarea fcil sacarla y volver a dejarla sin ser vista. Decidi, una vez ms, utilizar la llave maestra para entrar en la habitacin de Chikako.
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En lo relacionado con la llave maestra, Yoneko no detectaba ningn cambio en la actitud de la seorita Tojo hacia ella desde que cambiara las llaves bajo sus narices; supona, pues, que no estaba bajo sospecha. Adems, como el comit haba probado la falsa llave maestra en todas las puertas del edificio y no haba entrado en ninguna cerradura, exista la conviccin general de que la llave haba venido de fuera, y sobre esta base se haba dejado morir el asunto. De modo que Yoneko sinti que ahora sera seguro usar la llave maestra siempre que se le presentase la ocasin. Cambi de tctica y dej de patrullar los alrededores del cuarto de Chikako Ueda, situado en la quinta planta. En cambio, tom la costumbre de pasar frente a la habitacin principal entre las diez y media y las once, todas las noches, y controlar el buzn correspondiente a Chikako. Al cabo de tres das, ese plan funcion. Yoneko baj y encontr que la placa de Chikako pona No est. Mir afuera, por la puerta. No haba seales de ella. En torno al edificio, la tierra removida para el traslado yaca en hmedos montones en torno a los camiones y el aire ola a tierra fresca. Era hora de hacer su visita. Volvi a entrar de prisa. La placa del buzn de Chikako oscilaba todava ligeramente; as pues, no poda hacer mucho tiempo que se haba ido. Yoneko fue de prisa a su cuarto en la cuarta planta y cogi una linterna, un lpiz y un bloc. Se senta bastante serena. Incluso si alguien la vea entrar en la habitacin de Chikako, actuara como si fuera lo ms natural del mundo; lo ltimo que hara sera asumir un aspecto culpable. Si se comportaba as, nadie sospechara de ella. Se senta valerosa y resuelta mientras suba las escaleras. En el corredor de la quinta planta pas junto a una mujer en camisn. sta llevaba un cepillo de dientes y desapareci en el lavabo comunitario. Sin permitir que esto le alterara, Yoneko fue derecha hasta la puerta de Chikako Ueda e introdujo la llave en la cerradura. No haba nadie en los alrededores y Yoneko sinti que haba resultado sencillo hacerlo. Entr en la habitacin oscura, cerr la puerta, encendi la linterna y mir su reloj. Eran las once menos veinte de la noche. Eso le daba diez minutos en el transcurso de los cuales deba realizar el registro de la habitacin de Chikako Ueda. Pero dnde deba concentrar la bsqueda? Movi la linterna en redondo, centrando el haz de luz en las paredes polvorientas. Obviamente, lo primero que deba buscar era un diario. A un lado de la habitacin haba un armario y una cajonera. Decidi mirar en los cajones. En el centro de la estancia haba una mesa baja y una toalla de hilo extendida sobre la loza. Pareca como un cubierto preparado y levant la toalla y vio que,
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en efecto, se era el caso, pero no era el cubierto que poda esperarse en esta habitacin de solterona porque la taza era grande y los palillos de laca negra, y tambin grandes. En pocas palabras, el servicio estaba preparado para un hombre, no para una mujer. Junto al servicio haba unos botes de comida, un abridor de latas y un recipiente con arroz. Yoneko sinti que un estremecimiento le recorra la espalda. Este descubrimiento la asustaba inexplicablemente. Para confirmar sus sospechas, abri el recipiente de arroz; tal como supona estaba vaco. Cuando se vive sola se adquiere el hbito de hablar consigo misma. Esto produce la ilusin de que se tiene compaa, y ayuda a superar el sentimiento de soledad. Lo que Yoneko acababa de descubrir era ms o menos lo mismo. Mediante el ritual de preparar la cena para un visitante todas las noches, Chikako Ueda intentaba combatir la soledad. Pero un ritual sin sentido no sufrira este efecto... Tena que haber una base sobre la cual poder construir esa fantasa. Unos aos antes, Chikako debi de haber preparado la cena para un hombre que se haba ido y no haba vuelto nunca. No poda haber otra explicacin racional y Yoneko estaba convencida de haber descubierto algo importante. Despus, prob los cajones ms pequeos. Uno estaba cerrado con llave y no perdi un tiempo precioso tratando de abrirlo. El otro estaba lleno de viejas recetas de cocina y nada ms. Fue hacia la ventana, donde haba un escritorio y una librera. Ilumin los estantes, pero la lectura de los lomos de los libros le indic que slo eran viejos libros escolares. Haba un montn de libretas cubiertas de polvo sobre el escritorio, pero eran libros infantiles de ejercicios de los que se usaban para indicar los deberes que se hacan en casa. Del otro lado haba un libro de ejercicios que pareca ms nuevo. En la primera pgina pona Elegas. Seguan dos pginas de traducciones de poetas extranjeros; todos los poemas tenan fama suficiente como para que le resultaran familiares a Yoneko. En la tercera pgina no se vea nombre de autor, pero haba un poema llamado A un nio enterrado el 29 de marzo. Yoneko sinti que esto poda resultar ms interesante a causa de la fecha y la referencia a un nio; as pues, lo ley:
de un lago seco. Te pusimos a descansar para siempre... Pero el lecho seco se agriet y a veces se filtra el ruido de tus lgrimas y te escuchamos... Por qu el cielo misericordioso no roci con lluvia al menos una vez tu polvo? Lluvia.,., como las lgrimas de tu angustiada madre...
Era evidente que el nio descrito en el poema era George, el hijo de Keiko Kawauchi, a quien haban secuestrado. Yoneko estaba segura de ello. En el cuaderno no haba nada ms. Volvi a leer el poema y trat de aprendrselo de memoria y esta vez le pareci como cualquier otro poema, pero estaba segura de que su primera impresin era la correcta. Anot el ttulo en su cuaderno y se levant para irse. Ya no tena ms que ver. Apag la linterna y cerr los ojos. Los golpes sordos de los trabajos que se hacan fuera le resonaban en los odos; era tiempo de irse. Ms tarde, le sobrara tiempo para pensar. Volvi a encender la linterna y mir el cuaderno. El rayo de luz ilumin el ttulo: Elegas. Se volvi para irse y la luz, movindose junto con su cuerpo, brill sbitamente sobre algo que haba en el vano de la ventana. Era como si una luz estuviera iluminndolo. Aunque no tena tiempo que perder, se acerc a examinar este nuevo hallazgo. Result ser la clase de espejo que los nios pequeos utilizan para deslumbrar a la gente con los rayos del sol. Qu poda significar? Se desliz fuera de la habitacin y oy que alguien suba las escaleras charlando con otra persona. Cerr rpidamente la puerta de Chikako y camin, con no menos rapidez hacia las escaleras. Se volvi y mir detrs de s. Le pareci ver que una puerta se cerraba rpidamente en el extremo ms alejado del corredor y crey ver el resplandor de un cabello blanco, pero no poda estar segura de ello.
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Sin embargo, le pareci bastante probable que fuera Haru Santo a la que haba visto, y esa vaga imagen permaneci durante mucho tiempo en su pensamiento. Por lo que haba visto, era evidente que Chikako segua esperando que algn hombre volviera a ella. Pero la posibilidad real de que semejante hecho se produjera se haba desvanecido haca mucho tiempo y ahora slo quedaba su recuerdo, de la misma manera que quedan, en la memoria adulta, los personajes de los cuentos de hadas de la infancia. Los preparativos para este regreso se haban transformado en un ritual cotidiano para Chikako, en un recordatorio de su presencia pasada tan real y, sin embargo, tan remoto como la piel desechada de una serpiente que se encuentra al borde de un camino. No haba otra interpretacin posible, aparte de la absoluta fantasa o locura. Yoneko pens en el pao de lino blanco y en el servicio masculino. Qu manera de pasar la vida! En toda su existencia, pese a sus esperanzas ocasionales, Yoneko jams se haba asociado de esa manera con un hombre, por lo que resultaba difcil imaginar los sentimientos de Chikako. Escribi a Keiko Kawauchi. Despus de explicar lo que haba sucedido, qu haba visto y por qu estaba convencida, por el tamao y colorido del cubierto, que haba un hombre involucrado en todo ello, sigui as:
As que ya ves por qu estoy convencida de que, en algn momento pasado, la seorita Chikako Ueda preparaba la cena para un hombre que nunca volvi. Me pregunto qu sucedi para impedirle venir. Y acaso esto no cambi toda su vida? Desde entonces, abandon su trabajo como maestra de escuela y ha permanecido encerrada en su habitacin. No hay constancia de que jams la haya visitado ningn hombre. Parece, pues, que ha esperado durante seis o siete aos, preparando la cena para l todas las noches Cualquier otra hubiera abandonado la esperanza hace tiempo se niega a aceptar la realidad de la situacin? Slo puede ser porque afrontar los hechos sera demasiado penoso para ella. He odo hablar de otros casos parecidos en los que los seres humanos cierran los ojos a la verdad de la misma manera. Tenemos que creer que haba algo especial en sus relaciones con este hombre. No podemos estar seguras, pero puede haber estado involucrado en el secuestro de George, pero si Chikako Ueda s lo estuvo, entonces es lcito suponer que l era su cmplice. Esto merece mayor investigacin.
En este punto dej a un lado la pluma. Lo ms significativo que haba descubierto en su visita a la habitacin de Chikako Ueda haba sido el poema A
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un nio enterrado el 29 de marzo. Pero no consegua decidirse a informar a la madre de George de esta evidencia que indicaba la certeza de la muerte de su hijo. Aunque la prueba fuera todava ms concluyente, dudaba ante la tarea. Tal vez para Keiko fuera mejor no saberlo nunca porque haba basado su vida en la esperanza de volver a ver algn da a su hijo. Poda destruir las ilusiones de Keiko? Aun cuando el hombre fuera el secuestrador, haba estado Chikako directamente involucrada en el asunto? Sin duda, haba amado al hombre porque aunque l la haba abandonado, ella segua esperndolo. Esperarlo se haba transformado en la meta de su vida, lo mismo que le suceda a Keiko... Poda ella, Yoneko, destruir de un solo golpe los sueos de estas dos personas basndose en una evidencia que, por el momento, slo era circunstancial? Yoneko empez a sentir que ya se haba mezclado bastante en las vidas de otras personas. Lo que haba comenzado como simple curiosidad sobre la intervencin de Chikako Ueda en el secuestro, haba llegado a un punto en el que Yoneko senta miedo de lo que an poda descubrir. As pues, no dijo nada ms de lo que haba encontrado en el cuarto de Chikako. En el transcurso de los das siguientes, Yoneko no pudo dejar de pensar en Chikako Ueda, bordando en su habitacin mientras esperaba a un hombre que no vena. Se dijo que la gente viva en un mundo de fantasa. Chikako Ueda y Keiko Kawauchi compartan una fantasa similar. Yoneko se senta aislada y vaca al pensar que ella no tena ninguna fantasa semejante para darle esperanza y sentido a su existencia. Por eso desde su jubilacin senta que su vida era tan anodina y carente de sentido. En lo sucesivo, Tomiko Iyoda la visit varias veces para invitarla a asistir a reuniones de la Fe de los tres espritus, pero Yoneko se neg a ello. Oy decir que Chikako se haba unido al grupo, pero ya no estaba interesada en seguir espindola. Tal vez, por el contrario, tema que si iba a la misma sesin que Chikako poda descubrir an ms cosas sobre ella. No fue hasta unas semanas despus, cuando abril trajo cielos claros y tiempo templado, que Yoneko cambi de idea y decidi acudir a una reunin. Despus de recibir la carta de Yoneko, Keiko haba contestado instndola a proseguir sus investigaciones, sobre todo en lo relacionado con el hombre que haba formado parte de la vida de Chikako. Yoneko haba dejado las cartas a un lado. Lo que le hizo cambiar de idea sobre la asistencia a la sesin de la Fe de los tres espritus fue el llamado milagro de Suwa Yatabe, que se produjo durante una sesin a finales de marzo. Segn Tomiko Iyoda, en medio de su trance la mdium haba anunciado que Andr Dore, un famoso violinista muerto haca quince aos, haba venido en forma de espritu a anunciar que l haba
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entregado su famoso violn Guarneri a Suwa Yatabe. Y llegados a este punto, el sacerdote abri el estuche chamuscado y mostr el Guarneri, devuelto a su primitiva gloria. -Fue un verdadero milagro. Su Reverencia se limit a tocar el viejo violn quemado y qued otra vez como nuevo! Pero como si eso fuera poco..., s, todava hay ms..., en ese mismo instante el dedo de la seorita Yatabe se cur. Ya sabe que haba visitado a docenas de mdicos y nadie haba podido hacer nada. Qu poderes posee Su Reverencia! Al or esto, Yoneko se sinti inclinada a pensar que haba algn truco en la milagrosa restauracin del violn, pero qued impresionada por la historia del dedo de Suwa. Esta historia se difundi, apareci un artculo en una revista mensual y no pasaba da sin que alguien del edificio descubriera algo que haba perdido o en que resultara cierta alguna profeca sobre un pariente vctima de un accidente automovilstico, y todo eso como resultado de las sesiones de la Fe de los tres espritus. Y entonces, Tomiko Iyoda dijo a Yoneko que Chikako Ueda iba a tener una sesin durante la cual tratara de localizar a un amigo desaparecido. Yoneko no pudo seguir reprimiendo su curiosidad. -Podra asistir yo? Esta vez fue ella quien lo solicit, porque Tomiko le haba hecho saber que la creciente popularidad del culto haba producido un aumento considerable del pblico y que ltimamente era necesario rechazar a muchas personas. Sin embargo, en esta ocasin acept a Yoneko como concesin especial. Las nuevas reglas disponan que para ser admitida era necesario haber asistido por lo menos a cuatro sesiones anteriores, realizando cada vez una ofrenda de, por lo menos, mil yenes. Yoneko baj a la habitacin de Tomiko una media hora antes, pero ya haba all seis o siete personas. El sacerdote y la mdium todava no haban aparecido, y tampoco Chikako, en cuyo beneficio se realizara la sesin. Se sent en un cojn, en segunda fila, junto a una mujer de aspecto superior, de unos cuarenta y cinco aos, quien obviamente no viva en el edificio. Tomiko recorri el grupo y sin dar seal alguna de tedio repiti las mismas cosas una y otra vez: cmo las sesiones haban resultado ser valiosas, cmo se haban cumplido las profecas y cmo a partir de entonces haba cambiado la vida de la gente, etctera. Su pblico estaba preparado para estar de acuerdo con ella y se estuvo all sentado, asintiendo y murmurando su conformidad. Esto pareca formar parte del proceso de poner a la gente en un estado mental propicio para la sesin.
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Un momento antes de las ocho, apareci el sacerdote, vestido como anteriormente con un traje blanco cruzado y acompaado por la mdium con su falda roja ceremonial. La audiencia se inclin profundamente y retuvo el aliento como seal de respeto. Hubo incluso una dama anciana que se arrodill y toc el suelo con la frente cuando el sacerdote pas a su lado. Este tom asiento y, dirigindose a una mujer de la primera fila, le pregunt cmo iban ltimamente las relaciones con su esposo. Esto hizo rer a todos, pero Yoneko sinti que era una informalidad buscada y no se uni a las risas. Esta especie de chchara continu durante algunos minutos, despus de lo cual el sacerdote dijo: -Dejad la puerta abierta. La persona por quien nos reunimos esta noche viene hacia aqu. Y la mdium encendi las velas, como la otra vez, y se apag la luz elctrica. Cuando la habitacin se oscureci, entr Chikako Ueda, en compaa de la canosa Haru Santo. Haca algn tiempo que Yoneko no vea a Haru y trat de ver su cara, pero por alguna razn siempre se interpona la cabeza de alguien. Yoneko pens que, en la otra ocasin, Haru tambin haba entrado con la habitacin ya oscurecida. Mientras tanto, Chikako se sent delante, frente a la mdium. Era la primera vez que Yoneko estaba tan cerca de Chikako. Hallndose en la penumbra, poda mirarla sin mostrar turbacin. A la fluctuante luz de las velas, examin su perfil y vio a una mujer que, aunque estaba ya en la cuarentena, tena todava los hoyuelos y el flequillo de una jovencita. En Chikako haba algo femenino muy atrayente y pareca una mujer que hubiera dejado de envejecer unos aos antes. Como otras veces, el sacerdote adopt un tono autoritario y orden a los presentes que se entrelazaran las manos. Yoneko obedeci, aun cuando pensaba que todo ese asunto era como una representacin teatral, y con ciertas reservas tom la mano de la mujer extraa que era su vecina. Entonces, Chikako habl con voz clara y firme, dando la fecha de nacimiento y el nombre del hombre que buscaba. Yoneko trat de calcular la edad del hombre y se confundi con el sistema de fechas por eras de los japoneses, pero finalmente calcul que deba estar en medio de la treintena, lo que significaba que siete aos antes estaba cerca de los treinta. De modo que deba de haber sido unos buenos diez aos menor que Chikako. Poda ella haber tenido un asunto amoroso con un hombre tan joven? Y entonces, Yoneko no pudo evitar pensar en Keiko, que se haba casado con un hombre que le llevaba ms de diez aos. En cada paso, pareca como si la
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esperada felicidad hubiera terminado en desdicha. Por qu haba tanta gente que tena experiencias amorosas desgraciadas? Mientras pensaba estas cosas, la mdium haba entrado en trance y, una vez ms, todo el cuerpo se le estremeca en los espasmos de la posesin demonaca. Lo que sucedi en los diez minutos siguientes qued grabado en la memoria de Yoneko para el resto de su vida. Como antes, la mdium cay de bruces y rod por el suelo repitiendo palabras mezcladas y carentes de significado; una palabra conocida apareca de vez en cuando entre las otras. A medida que estas palabras emergan una por una de la confusa masa de sonido, quedaban en la memoria de las oyentes, hasta que gradualmente fue posible unirlas para comprender lo que se deca. Era algo as: Ay... Duele... No veo nada... Estoy en una maleta, es duro... Un hombre me mete en un agujero... Con l hay otro adulto... Una dama! Ha abierto la maleta. Me mira... Mira mi cara... Oigo que alguien mezcla cemento... Veo una pala... Oh, estn metiendo cemento en mi maleta... Es espantoso... Ya no puedo ver nada... Estn enterrndome en la oscuridad... Madre! Madre! Esto fue lo que Yoneko logr reunir, palabra tras palabra, de entre la chchara de la mdium. En este punto, el sacerdote puso las manos sobre la cabeza de la mdium y exclam: -Detente! No es el espritu correcto! -Y despus, con tonos vibrantes dijo-: Espritu, te ordeno que te vayas...! Vete de aqu! Frente a Yoneko, alguien dijo con voz temblorosa: -Que los santos nos protejan! Hay un mal espritu entre nosotros. Obedeciendo la orden del sacerdote, la mdium permaneci en silencio e inmvil, mostrando slo el blanco de los ojos. El sacerdote pidi que se encendieran las luces y la tensin disminuy mientras todos se estiraban en sus asientos y esperaban. Entonces, pronunci el nombre de Chikako Ueda. Chikako no contest. Yoneko la mir y observ que la apariencia saludable y juvenil que haba observado minutos antes haba desaparecido. Su piel pareca haberse vuelto gris y miraba indiferente a lo lejos, tena la boca abierta y la mandbula floja. Tomiko le puso una mano en el hombro y la llam -Seorita Ueda! Seorita Ueda! Chikako se limit a apartar la mano de Tomiko con fuerza sobrenatural. Puso los ojos en blanco y mostr todas las seales de haber entrado en estado catatnico.
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Yoneko se fue poco despus, pero luego se enter de que Chikako haba permanecido en aquella situacin hasta la maana siguiente, sentada all mirando fijamente hacia adelante. Si alguien la tocaba, golpeaba la mano ofensora. Haru Santo se haba deslizado fuera de la habitacin antes que Yoneko, al parecer al mismo tiempo que se encendieron las luces. De regreso en su habitacin, Yoneko se pregunt qu haba dicho la mdium que haba producido semejante efecto sobre Chikako. Pudo ser la voz de su amante diciendo que estaban enterrndolo? No lo crea as. Evidentemente, haba alguna relacin entre el entierro descrito por la mdium y el poema que haba ledo en la habitacin de Chikako. Esta haba sido la voz de otro espritu y la reaccin de Chikako y el anuncio del sacerdote lo ratificaban. La voz era la del nio a quien enterraban y Yoneko estaba casi segura de que se trataba de George. La mdium haba estado describiendo el entierro de un nio dentro de una mezcla de cemento con trminos desgarradores, usando el lenguaje de una criatura y describiendo aterrorizada lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Comprendi que ahora deba contar toda la verdad a Keiko Kawauchi. Se sent inmediatamente y escribi una larga carta, en la que describa con todo detalle lo que haba visto y odo, incluido el poema. Pidi a Keiko que pensara en todo eso y decidiera lo que haba que hacer. Agregaba que ahora sera aconsejable comunicar el asunto a la polica. Mientras escriba el sobre, Yoneko reflexion en que an tena dudas sobre si los muertos podan comunicarse de este modo con los vivos. Pero lo que s era indudable era el efecto de esas palabras -provenientes al parecer de los muertos mediante la mdium- sobre Chikako Ueda.
Era el ltimo domingo de abril. Yoneko estaba escribiendo cartas en su habitacin cuando, de sbito, Keiko Kawauchi apareci en la puerta. Al saludarla despus de un lapso de unos veinte aos, Yoneko no pudo evitar pensar que Keiko tena el aspecto demacrado, aunque esto poda deberse al hecho de que llevaba un quimono japons. Era demasiado tarde para llorar sobre la leche derramada, pero de todos modos Yoneko dese no haberle escrito para decirle con tanta claridad que George estaba muerto. Keiko explic que haba estado en Hiroshima cuando las ltimas cartas de Yoneko llegaron a su casa. -Como George muri a finales de marzo, se cumplan exactamente siete aos de su asesinato. Fui a Hiroshima porque o decir que all haba un nio mestizo
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de esa edad, pero por supuesto fue un viaje infructuoso. Y anteayer, cuando llegu a casa, encontr su carta esperndome. Keiko se sec las lgrimas. Yoneko hizo cuanto pudo para consolarla, pero lo hizo con poca conviccin. No haba pruebas positivas de que Chikako Ueda se hubiera visto involucrada en el secuestro. En ningn sentido era seguro que las palabras que salieron de la boca de la mdium fueran de George. Lo que s era innegable era la extraordinaria reaccin de Chikako. Y tampoco haba nada que sugiriese que esas palabras no se relacionaban con George. Ms all de que la mdium tuviera o no poderes sobrenaturales o se hubiera enterado de los hechos por otros medios, era evidente que se haba enterrado a un nio y que, de alguna manera, Chikako estaba involucrada en ello. Las pruebas que indicaban esto no se reducan a su conducta durante la sesin, porque tambin estaba la evidencia del poema que Yoneko haba encontrado en su habitacin... A un nio enterrado el 29 de marzo. Era demasiado para tratarse de una coincidencia. Por supuesto, no se mencionaba el ao. Poda referirse al 29 de marzo del ao anterior o de diez aos antes. George haba sido secuestrado el 27 de marzo, de modo que en las fechas haba dos das de diferencia. Pero si podan encontrarse pruebas de que haba sido enterrado el 29 de marzo, el poema sera una prueba concluyente de la complicidad de Chikako. -Si pudiera estar segura de la muerte de George, al menos podra entonces volver a iniciar mi vida. Keiko se inclin y se cubri la cara con sus delgadas manos blancas. Mirndola, Yoneko vio por primera vez a su antigua alumna mostrando unos instintos maternales normales. Esa noche, Keiko se qued en la habitacin de Yoneko. Hablaron hasta altas horas de la madrugada. En ocasiones, hablaron del pasado y de lo que haba sido de las compaeras de clase de Keiko; pero, la mayor parte del tiempo, el tema principal de la conversacin fue George. Yoneko sinti intensamente cmo, en los siete aos transcurridos desde el rapto, Keiko haba vivido slo con la esperanza de volver a ver a su hijo, y su corazn sangr por ella. No poda evitar culpar al padre que haba vuelto la espalda al problema y a su esposa y se haba ido solo a su casa, en Amrica, pero perciba asimismo cun difcil debi haber sido seguir viviendo con una esposa cuyos nicos pensamientos iban dirigidos al nio desaparecido. -Mientras estbamos juntos en la sala de espera, George miraba un tebeo. Cuando le toc el turno, lo dej boca abajo sobre la mesa porque pensaba
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terminarlo despus. Al salir de la consulta, busc la revista, pero una americana de mediana edad estaba leyndola. Pens decirle que mi hijo la estaba leyendo pero sent vergenza. A veces, cuando lo pienso, siento que si hubiera tenido ese tebeo para leer nunca hubiera salido de la sala de espera para volver al coche y mi corazn se llena de odio hacia esa mujer blanca. Keiko ri con amargura mientras hablaba y, de Pronto, Yoneko comprendi que si poda encontrar una prueba positiva y definitiva de la muerte de George, al final eso sera beneficioso para su antigua alumna. La vida y la personalidad de Keiko haban quedado distorsionadas por la incertidumbre sobre el destino de su nio. Desde aquella sesin, Chikako Ueda se haba transformado an ms en una reclusa y no pareca haber forma de acercarse a ella. Yoneko comprendi que, si quera progresar en sus investigaciones, deba inventar algn pretexto para hablar con Chikako. Incluso despus de que Keiko regresara a su casa a la maana siguiente, Yoneko pas el da pensando exclusivamente en eso. Esa noche, cuando sala a hacer unas compras, la seorita Tojo la llam desde la oficina. -Olvid registrar a su visitante de anoche. Sonrea, pero detrs de la mscara Yoneko detect cierta sospecha sobre sus relaciones con Keiko. -Tal vez quiera firmar el libro ahora? -pregunt empujando el registro hacia ella y sealando una pgina vaca-. No quiero resultar molesta, pero siempre ha sido la regla, sabe... Siempre lo hemos hecho as desde el final de la guerra, y supongo que seguiremos hacindolo durante cuatro o cinco aos ms, aunque la sociedad haya cambiado. Y sigui parloteando mientras Yoneko registraba la visita de Keiko. De pronto, tuvo una inspiracin. Despus de registrar el nombre de Keiko y poner amiga en la columna correspondiente a la relacin, volvi rpidamente las pginas hacia atrs hasta llegar al ao 1951. Y tal como haba esperado haba una entrada para Chikako Ueda. Haciendo caso omiso de las sorprendidas y ruidosas quejas de la seorita Tojo ante este quebrantamiento de las reglas, Yoneko contempl, experimentando una sensacin de triunfo, la evidencia que tena delante, la prueba positiva de la complicidad de Chikako en el secuestro. Entre el 29 de marzo y el 1 de abril de 1951, Chikako Ueda haba tenido con ella a una prima joven. All pona que el nombre era Yasuyo Aoki, de treinta aos de edad, sin empleo. Como George haba sido secuestrado el 27 de marzo, pareca evidente que la prima era el secuestrador, que haba llevado el nio al edificio.
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-Ah, ya recuerdo -dijo Yoneko interrumpiendo a la seorita Tojo-. sta era la prima de la seorita Ueda que vino con un nio de unos cuatro aos. Ahora debe de ser ya un hombrecito. La seorita Tojo permaneci callada un instante y a continuacin dijo. -No... Estaba sola, estoy segura de ello. Al hablar, mir a Yoneko a los ojos, mientras coga el libro y lo meta en el cajn. Yoneko sinti que uno de los puntales de su hiptesis acababa de escaprsele de debajo de los pies. Regres a su habitacin y revis cada suceso desde que recibiera la primera carta de Keiko hasta el ltimo descubrimiento que haba hecho en el registro de huspedes. Anot en un papel los puntos que le parecan ms significativos: 1. Chikako Ueda tena la oportunidad de saber de George por la lectura de la composicin de su alumno... 2. Hace varios aos que espera la visita de un hombre y siempre prepara comida para l. 3. Al menos sabe que se ha enterrado a un nio y probablemente haya estado involucrada en este asunto. Razones: (a) El poema que hay en su habitacin, (b) Su reaccin ante la mdium. 4. Durante unos pocos das, inmediatamente posteriores a la desaparicin de George el 27 de marzo de 1951, Chikako Ueda tuvo con ella a una prima. Despus de anotar todo esto, examin los hechos contrastndolos con la hiptesis de que Chikako Ueda era cmplice del secuestro y que el hombre a quien haba estado esperando durante tanto tiempo era el secuestrador. Y de pronto, comprendi que, si era as, la joven prima, el hombre que no haba regresado y el secuestrador eran una sola y misma persona. Por qu no se le haba ocurrido antes una cosa tan obvia? Porque haba empezado basndose en la falsa proposicin de que, como estaba estrictamente prohibido, era imposible que un hombre pudiera pasar la noche en los apartamentos K para seoritas. Y por supuesto, no slo Yoneko caera en esta trampa; era probable que a cualquiera le sucediera lo mismo. El secuestrador, bien por necesidad o como parte de un plan previo, se haba disfrazado de mujer, pasando por prima de Chikako, y quedndose dos noches con ella. Visto desde esa perspectiva, el edificio sera el escondite ms seguro que pudiera imaginarse.
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Cuanto ms pensaba en ello, ms horrorizada se senta. A medida que cada pieza iba encontrando su lugar, se aclaraba lo que haba sucedido. Imagin el transcurso de los hechos y vio al joven vestido de mujer, de pie frente al escritorio de recepcin, precisamente donde ella se encontraba unos minutos antes, refugindose detrs de las faldas de Chikako. Poda haber llevado a George vivo? No sera cosa fcil introducir all a un nio de cuatro aos, mantenerlo en silencio, as que... lo haba matado. Haba metido el cuerpo en un saco o en una maleta, y se lo haba llevado all. Si haba que creer en lo que deca la mdium, lo haba llevado en una maleta. Con qu miedo a ser descubiertos debieron de subir las escaleras hasta llegar a la habitacin de Chikako situada en la quinta planta! Pero dnde haban enterrado al nio? Sin duda en algn lugar del edificio. En el patio interior? Tal vez debajo del incinerador? Por lo menos haba una cosa clara. Para Yoneko, ahora ya no caba duda sobre la relacin de Chikako con el secuestro. sta se haba prometido a un hombre y lo esperaba desde entonces. El hombre, el secuestrador, haba hecho una promesa al mayor Kraft, el padre de George, y no la haba cumplido. Haba traicionado a Chikako y al mayor. Medit en todo esto durante un rato y de pronto se le ocurri una idea. Sbitamente, en un momento de inspiracin, lo vio todo. El hombre no haba traicionado a Chikako y al mayor; algo, un accidente imprevisto, le haba impedido hacer lo que dijo que hara. Yoneko no tena manera de deducir exactamente lo que haba sucedido, pero senta que esta explicacin coincida con todas las circunstancias. Mir su reloj. Eran las dos de la madrugada. Oy, a lo lejos, el silbido gemebundo de una mquina de vapor. S, sin duda el secuestrador era el hombre a quien Chikako haba esperado tanto tiempo. Lo nico que faltaba descubrir era dnde estaba enterrado el nio. Se meti en la cama y apag la luz. Mientras miraba la oscuridad impenetrable de su cuarto, pens en otra cosa. Cmo poda haber conocido la mdium el secreto de Chikako? No crea en las alegaciones de poder sobrenatural hechas por la Fe de los tres espritus. Por ejemplo, si la voz que oyeron era verdaderamente la de George, no pareca probable que usara la palabra japonesa estndar para Madre. Keiko haba dicho que, para dirigirse a ella, usaba la palabra inglesa Mami. Esta idea la asust. Significaba que, lejos de que la Fe de los tres espritus tuviera poderes sobrenaturales, alguien, y alguien estrechamente relacionado
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con ella, saba lo que haba sucedido y haba elaborado un complicado plan. Pero quin? Y por qu? Por ltimo, su visin se difumin en la oscuridad y se qued dormida. La niebla que haba empezado a invadir las calles una hora antes, envolva la ciudad; no obstante, era una noche bastante clida y podan verse las bombillas colocadas en torno a la zanja cada cuatro metros, para evitar que la gente cayera dentro de la excavacin que se haca por debajo del edificio. La multitud de luces del parque de diversiones pestaearon y fueron apagndose una a una bajo el velo de la bruma. Yoneko las mir fascinada. Se haba asomado a la ventana en el extremo posterior del corredor de la quinta planta. En la ltima quincena, haba probado todas las tretas imaginables para conseguir que Chikako dejara escapar dnde estaba enterrado el nio, pero haba sido una prdida de tiempo. Prob incluso a telefonear desde fuera. Haba elegido una cabina en una zona solitaria y despus de llamar al edificio esper unos minutos mientras Chikako bajaba desde la quinta planta. Se meti un pauelo en la boca y, como no estaba acostumbrada a practicar el engao, se sinti avergonzada por lo que estaba haciendo. Por ltimo, oy el eco de los pasos que se aproximaban al telfono desde el otro lado, el ruido del receptor y la respiracin de Chikako. Poda visualizar la escena y sinti como si, de alguna manera, los esfuerzos que haca para ocultar su identidad estuvieran destinados a fracasar. Disimulando la voz y hablando a travs del pauelo, dijo: S que ha enterrado al nio. Diga inmediatamente dnde! S que est en el edificio. Trat de que su voz sonara tan amenazadora como le fue posible, pero Chikako no dijo nada. En cambio, Yoneko oy en primer lugar el ruido del receptor al caer y, despus, la voz de la seorita Tojo llamando a Chikako. Luego, pas varios das exprimindose los sesos para pensar en otra tcnica. Todos los das iba al patio interior y contemplaba las ltimas excavaciones. Ya haban sacado el incinerador y el invernadero, pero no haba seales de que hubieran desenterrado los huesos de un nio y tampoco oy decir nada al respecto. Examin la tierra y la arcilla que haban sacado de los cimientos y arrojado a la superficie. A veces, le pareca notar la presencia de un cuerpo en descomposicin y senta nuseas. Tras remover el suelo, los obreros apisonaban la tierra bajo los muros del edificio y colocaban pesadas gras y rales. A esas alturas, Yoneko empez a dudar de que fuera cierto que se haba enterrado a un nio en algn lugar de los alrededores. En momentos como sos, las palabras de la mdium, el poema que haba ledo en la habitacin de Chikako y todas las otras pruebas que haba reunido tan cuidadosamente, parecan reducirse a una
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fantasa desmesurada. Pero no poda sacarse de la cabeza la idea de que, en algn lugar del edificio, haba un nio enterrado. El hombre que haba pasado la noche en la habitacin de Chikako disfrazado de mujer y la espera posterior de Chikako pasaron a ocupar un segundo plano. Se hallaba poseda por la ilusin de que el nio estaba enterrado bajo el edificio y no poda hacer nada respecto de eso. Por la noche, antes de quedarse dormida, vea en su imaginacin el lugar despus de que hubieran movido el edificio, y una maleta en el centro. Pero el hijo de Keiko, George, estaba vivo y se agitaba dentro de la maleta. Esas fantasas la mantenan en su resolucin cuando estaba a punto de abandonar la esperanza de hacer hablar a Chikako. Y basndose en ellas, traz un plan. En cuanto movieran el edificio, correra a la habitacin de Chikako, golpeara la puerta y gritara: Han encontrado el cuerpo del nio! Al menos, esto producira alguna reaccin que poda resultar til. Para que este plan funcionara sera necesario preparar el nimo de Chikako con algunas insinuaciones sobre lo que le esperaba. As pues, en los das anteriores haba escrito una revelacin divina en media hoja de papel de arroz como las que usaban los orculos en los santuarios, y la haba pasado bajo la puerta de Chikako. La revelacin divina escrita por Yoneko deca lo siguiente: Cuando se mueva el edificio, quedarn al descubierto los pecaminosos sucesos que yacen enterrados debajo. Y el nio que enterraste volver a la vida! Ms o menos al mismo tiempo, circul el rumor de que cuando el edificio se moviera ocurrira un milagro. Se deca que la Fe de los tres espritus haba revelado que se descubrira a un nio, secuestrado siete aos antes. Esto dio a Yoneko la horrible sensacin de que alguien saba en qu estaba metida. Sinti como si toda la culpa que trataba de exponer cambiara de rumbo y cayera sobre ella. Si la Fe de los tres espritus haca semejante anuncio, esto evidentemente formaba parte de un plan humano y no sobrenatural. Sinti que, el da en que movieran el edificio, esta conjura fructificara ante sus ojos. A medida que se acercaba el instante en que moveran el edificio, Yoneko iba sintindose como el jugador cuyo destino pende de una sola carta, puesta sobre la mesa cara abajo, que estn a punto de volver y mostrar. Para bien o quiz para mal... Quedaban dos das para que trasladaran el edificio. Los preparativos haban terminado. A los obreros ya no les quedaba nada que hacer y la paz y el silencio haban retornado al jardn interior, que ahora ocultaban las brumas.
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En algn lugar, un reloj dio las once de la noche. Yoneko se irgui y se dirigi hacia la habitacin de Chikako, para pasar la hoja doblada de papel de arroz por debajo de la puerta. Alguien se acercaba. Como Yoneko llevaba el brazalete de patrulla no era necesario que se escondiera o huyera. Se acerc a la escalera y vio subir a Suwa Yatabe. sta se inclin ligeramente al pasar, pero su rostro mostr una expresin de disgusto. Camin de prisa por el corredor y desapareci por las escaleras que conducan al tejado. Para haber pasado por la experiencia de un milagro, pareca llevar un peso inusitadamente grande sobre su conciencia pens Yoneko; y despus se pregunt qu ira a hacer en el tejado a esas horas de la noche. Sin embargo, se atuvo al plan original y fue hacia la habitacin de Chikako con la revelacin divina en la mano. Como en todas las ocasiones anteriores, camin cautelosamente para no ser oda. Cuando regres a la escalera, le pareci or una voz humana que gritaba de dolor. Pero poda ser el maullido de un gato o un borracho que cantaba abajo, en la calle. Por un instante, todo volvi a quedar en silencio y despus lo oy con claridad: era el sonido lejano de un violn. Pareca venir del tejado. Escuch cmo las vibraciones resonaban en el aire nocturno. Fue hasta la escalera que conduca al tejado y, al hacerlo, el sonido aument de volumen y luego se interrumpi. En el tejado, la oscuridad era total. Yoneko permaneci junto a la puerta, que rechinaba en sus goznes, y mirando hacia las brumas grit: -Seorita Yatabe! Seorita Yatabe! No hubo respuesta. Yoneko dio unos pasos por el tejado y, levantando otra vez la voz, llam: -Seorita Yatabe! La barandilla baja que rodeaba el tejado se destacaba a travs de la niebla, pareciendo casi consciente de su propia existencia, pero all no haba seal de que existiera ningn ser vivo. Abajo, a lo lejos, Yoneko oy el sbito rechinar de unos frenos. De pronto sinti miedo. Se qued inmvil donde estaba pero no pudo or nada a su alrededor. Haba algo desagradable en el aire. A la maana siguiente, la despertaron unos gritos que le proporcionaron una explicacin. Suwa Yatabe se haba suicidado arrojndose desde el tejado. Antes de lanzarse a la muerte, haba dejado en el suelo el violn y encontraron su cuerpo en uno de los montones de tierra que haban quedado de las excavaciones. Yoneko pens en que la noche anterior Suwa y ella haban pasado una junto a otra, ella en su misin y Suwa yendo de prisa hacia su muerte. Entonces comprendi por qu haba escuchado el violn pero no haba visto rastro de ella.
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Haba estado despidindose del mundo con el instrumento que tanto amaba, pero Yoneko la haba interrumpido y se haba ido sin terminar la cancin. Yoneko se sinti triste al pensar en los ltimos aos de Suwa, la violinista cuyas esperanzas haban quedado destruidas. No dudaba de que se haba suicidado, pero haba una cosa que la desconcertaba. Por qu, cuando Suwa pas junto a ella, tena las manos vacas?
El da del traslado del edificio fue ventoso desde el amanecer y el polvo y la mugre de las excavaciones fue levantado y se deposit en todos los rincones. La muerte de Suwa Yatabe dos das antes haba dejado atnitas a todas, pero ahora la excitacin producida por el movimiento del edificio volvi las cosas a la realidad. Se prepararon para realizar el experimento con el vaso de agua, que esperaban desde haca tiempo. Incluso algunas hicieron apuestas inocentes de pastas o dulces sobre el resultado. Pero a Yoneko estas cosas la dejaban indiferente. Por la maana temprano pas una vez junto a la puerta de Chikako Ueda, pero en seguida regres a su cuarto para esperar tranquilamente el medioda y el movimiento del edificio. Estaba pensando en lo que tendra que hacer si su estratagema produca la deseada confesin de Chikako acerca del lugar donde estaba enterrado el nio. Despus de revelar cuanto saba a Keiko, haba esperado la visita de la polica, pero sta no se haba producido. Se preguntaba dnde poda estar enterrado el nio. Todo el terreno alrededor del edificio y el patio interior se haba removido a bastante profundidad; as pues, no poda estar all. Tal vez bajo los muros o los cimientos del incinerador? Recordaba las palabras que haba escuchado sobre una maleta cubierta de cemento, de modo que pareca probable. O debajo del suelo? De todos modos, si Chikako confesaba, poda lograr que los obreros lo sacaran de donde estuviera y entonces, decidi, lo primero que hara sera llamar a la polica. Esto la llev a imaginar a Chikako encerrada en una celda, lo que la hizo sentirse peor. No disfrutaba interfiriendo en la vida de otras personas y descubriendo sus secretos. Cuando empez a escribir a sus alumnas para superar el tedio que le produca la jubilacin, poco imaginaba que las cosas terminaran obligndola a denunciar a otra persona y siendo la causa de que la llevaran a prisin. Empez a lamentar lo que haba hecho. Chikako haba esperado sola en su pequea habitacin durante siete aos y el hombre no haba vuelto. No era esto castigo suficiente? De verdad era esencial que la
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pusieran a disposicin de la despiadada opinin pblica? Eso no devolvera la vida al nio. Yoneko record los tres meses posteriores a su retiro, cuando se haba quedado sola en su habitacin mirando las paredes. Qu pensamientos haba tenido entonces? Haba pensado en la vida de una solterona que dejaba que pasaran los das, y con ellos la vida? Se pregunt si haba perseguido a Chikako con tanta crueldad por celos, porque ella, al menos, haba tenido relaciones con un hombre. Esta idea le hizo sentir que haba perdido sus fuerzas y su proyecto. Pensando as en su soledad, Yoneko mir su reloj, que haba puesto sobre la mesa. Eran las doce menos cinco. Se levant para ir a la habitacin de Chikako. En los corredores y en la escalera no se vea un alma y el edificio estaba sumido en un silencio escalofriante. Al llegar a la habitacin de Chikako, son la sirena del medioda de una fbrica cercana. Yoneko pens que, ahora, el edifico empezara a moverse y se precipit a la ventana, pero no vio nada que sugiriera que el traslado haba comenzado. Golpe la puerta de Chikako e hizo girar el picaporte, pero la puerta estaba cerrada con llave. Utiliz la llave maestra para abrirla. Cuando entr, encontr a Chikako echada de bruces sobre la mesa baja. Al caer, haba volcado un vaso de agua y sta se haba derramado en el suelo, donde tambin haba cado un frasco de pldoras vaco. As que sta era la respuesta de Chikako. Era un reconocimiento de culpa o una afirmacin de inocencia? Por espacio de un segundo, Yoneko sinti dudas, pero en seguida supo la respuesta adecuada. La inocencia no poda arrastrarla a una al suicidio; sta era la confesin de que haba enterrado al nio. Chikako haba elegido morir para que el secreto muriera tambin con ella. Yoneko empez a sudar fro y se sinti agraviada por haber sido engaada de ese modo. Deseaba intensamente saber dnde estaba el cuerpo del nio. Mir a su alrededor para ver si haba seales de una nota de la suicida, pero no la haba. De modo que tendra que resolver sola el misterio. Al menos, ahora saba con certeza que el nio estaba enterrado en un lugar cercano. Cualquier duda quedaba eliminada por esa muerte. As pues, el poema deca la verdad. El poema deca la verdad... Yoneko capt inmediatamente lo que eso significaba. El bao! El lavabo! Eso es!, sinti Yoneko que exclamaba su corazn. Era evidente que el lago seco se refera a la baera en desuso del stano. Y, siete
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aos atrs, el cemento que sobrara de los trabajos de reparacin interrumpidos por la guerra segua all. Despus lo haban sacado y el lavabo se utilizaba como almacn para guardar los muebles de las habitaciones comunitarias, hornillos viejos y otras cosas por el estilo. Sali a toda prisa de la habitacin de Chikako, baj las escaleras y se dirigi al stano. Estaba decidida a abrir el bao. En ese momento, ya no era una solterona jubilada, sino una jugadora que volva la carta que sellara su destino. La vida y la juventud volvieron a su cuerpo. Dej la puerta de Chikako abierta, de modo que cualquiera que pasara poda verla de bruces en la mesa y rodeada de agua derramada. Y la llave maestra qued en la cerradura, tal como Yoneko la haba dejado.
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OCTAVA PARTE
Unos meses despus del traslado del edificio
Creo que fue durante esos irritantes treinta minutos de retraso en el movimiento del edificio cuando decid registrar todo esto de manera adecuada, como un archivo para el futuro. En el transcurso de esa media hora, estuve mirando el vaso de agua que haba frente a m sobre la mesa polvorienta, sin saber si rer o llorar. Mis sentimientos no se dirigan a nada ni a nadie en especial, sino a los caprichos del destino, que, como se dice, pueden producir cambios en los planes ms elaborados de ratones y de hombres. El destino!
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Puede apualarte por la espalda en cualquier instante y alterar las actividades mejor planeadas. Al destino no le interesan los resultados. Yo no puedo tolerar semejante tratamiento. Siento como si se les estuviera tendiendo una trampa al orgullo y al espritu de la raza humana. Por divertido que sea el resultado, merece la pena recordar que un ser humano est viendo cmo se le desmoronan ante los ojos sus planes ms importantes. Bueno, este caso ha sido discutido tan exhaustivamente en la prensa, la radio y los peridicos que me atrevo a decir que todos conocen los antecedentes. En resumen, fue como sigue. Una mujer retirada, con mucho tiempo a su disposicin, viva en los Apartamentos K para seoritas, un lugar que tiene cierta historia. Como no tena nada mejor que hacer, empez a escribir a sus antiguas alumnas y descubri que una de ellas se haba casado con un extranjero y le haban secuestrado al hijo siete aos antes. Nunca volvi a verlo. Y esta vieja maestra sale de pronto corriendo, en el momento en que van a mover el edificio, gritando que el cuerpo est enterrado debajo del bao. De modo que cavan en el lavabo del stano y qu encuentran si no el cuerpo de un nio, tal como ella deca! Pero -y esto es lo que produjo el revuelo- no era el cuerpo del nio secuestrado! Result ser el hijo de una residente de los apartamentos. Haba nacido deforme; de modo que no pudo resistir criarlo, lo mat y lo enterr. La madre se suicid; la vieja maestra que descubri todo esto fue retenida por la polica para ser sometida a interrogatorio porque haba hecho uso ilegal de la llave maestra; y el celebrado sacerdote y fundador de una nueva religin mstica que haba profetizado la existencia del nio enterrado result ser un impostor. As pues, ya pueden imaginar que da ideal tuvieron los peridicos! A m ya no me queda duda alguna de que la prensa, al comunicar las noticias, no toma en cuenta los hechos escuetos, sino que prefiere cuestionarlo todo mediante una informacin irresponsable. Tal vez los cotilleos de las amas de casa en la lavandera o de los pasajeros de un tranva son verdaderos, pero no van ms all de la superficie ni tocan la verdad que est detrs de los hechos. No obstante, se produjeron muchas coincidencias... Lo que antes he llamado caprichos del destino. Al iniciar este registro para lectores futuros, quiero ir ms all de las mltiples coincidencias y de su resultado final. Quiero examinar lo que planificaron diversos seres humanos y cules fueron los resultados. Lo que sigue es, a su manera, una pequea saga.
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La historia comienza hace treinta aos. Una joven, criada en una granja de la prefectura de Hyogo, fue a Kobe a los dieciocho aos, como sirvienta en la casa de un misionero cristiano. Por una irona del destino, a los veinticinco aos, en lugar de casarse con un hombre joven, se puso a trabajar como recepcionista en un edificio de apartamentos lleno de mujeres jvenes. Da tras da se sent detrs del escritorio soando, decidida a educarse y mejorarse. Miraba cmo las jvenes damas de su edad iban a sus trabajos y lea y lea en secreto... a veces, varios libros por da que mantena ocultos debajo del escritorio, sobre las rodillas. Bueno, toda la vida humana est contenida en los libros. El amor, el deseo, el xito y el fracaso, la muerte y el dolor... Todos estn all, en el mundo de los libros. De modo que sigui sentada ante ese escritorio y su pequea espalda erguida empez a inclinarse poco a poco, pero ella sigui leyendo libros y nutriendo su mente. Y un da, antes de que tuviera tiempo de observar lo que haba pasado, se levant de la cama y descubri que tena cuarenta aos. De pronto, en ese momento pas por encima de ella la sombra de la tragedia... No saba por qu, pero lo sinti y eso es lo que importa. Aparte de ella, haba otra recepcionista que sobrepasaba la edad reglamentaria para el trabajo. Precisamente entonces, la vieja recepcionista muri de manera repentina. La herona de nuestra historia, si podemos llamarla as, tuvo que encargarse de limpiar la habitacin de la anciana mujer y all descubri algo que jams haba sospechado. Vern, se supona que haba una llave maestra, pero result que la recepcionista fallecida tena otra. Entonces, la joven recepcionista comprendi que la vieja la haba usado para robar y espiar en los apartamentos de las residentes. Y al cabo de un ao ms o menos, nuestra herona se hizo adicta al mismo placer perverso. Pero era ms inteligente y precavida que su predecesora y, un da, al resbalar en la escalera y torcerse el tobillo fingi una cojera incluso cuando su pie haba mejorado y a partir de entonces iba a todas partes con muleta. De modo que todas pensaron que era coja de verdad. Otra cosa contribuy al xito de sus actividades. La nueva recepcionista que lleg despus de la muerte de la otra, era una mujer amable que tena el hbito de dormitar. Bueno, nuestra herona tena otro truco en la manga que le aseguraba que poda vagar por los apartamentos a voluntad sin atraer demasiado la atencin. Y ste consisti en adoptar una doble identidad y transformarse en residente, al menos segn las apariencias externas. Durante los aos en que trabaj all, al menos la mitad de las residentes haba cambiado de domicilio. As pues, eligi una habitacin vaca contigua a la de unas personas
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que no hablaban mucho con extraos y cre para s una segunda personalidad. Si se piensa bien, fue bastante fcil de hacer, porque todos los procedimientos necesarios para crear esta nueva identidad estaban dentro de su competencia como recepcionista. En el transcurso de la guerra, el apartamento fue confiscado como propiedad enemiga; luego, se transform en un fideicomiso de caridad y las rentas quedaron congeladas en los mismos niveles de la poca de la guerra, de modo que a nuestra recepcionista le result bastante fcil mantener su doble vida. Bueno, a lo largo de los aos lleg a conocer los secretos de todas las habitaciones y, en consecuencia, de todas las residentes. Qu sedimentacin de vida haba dentro de esas gruesas paredes y detrs de las fuertes puertas! La mayor parte de la gente hubiera cedido bajo el peso de semejante conocimiento, pero nuestra herona era versada en las cosas de la vida por sus lecturas y as pudo soportar las presiones de su conocimiento secreto. Una noche estaba en el stano cuando vio que dos mujeres enterraban una pesada maleta marrn en el fondo de una baera de azulejos, que estaba rota. Eran una residente de la quinta planta y una chica que figuraba en el registro como su prima menor. Precisamente en esa poca, la prensa dio gran cobertura al secuestro de un nio mestizo. Nuestra sagaz herona conect rpidamente todos estos hechos y sac sus propias conclusiones. Pero lo mantuvo todo en secreto..., sin advertir qu buen punto de partida le dara esto siete aos ms tarde. Bueno, tena un hermano menor a quien haca aos que no vea. Un da, apareci sbitamente y anunci que iba a fundar una nueva orden religiosa junto con la Vestal Thumbelina. Dijo que haba estudiado espiritismo en Amrica, pero nuestra herona no le crey ni por un momento. l perteneca a ese tipo de gente que siempre estropea todo cuanto hace. Cuando nio, haba tenido grandes ambiciones, pero todo le haba salido mal. Ella senta por l ese amor que slo se puede sentir por un pariente cercano. Pens en cmo poda usar los secretos que haba descubierto mientras viva su doble vida, comunicndoselos a su hermano. Bien pudo haber sido sta la tentacin del demonio. A estas alturas, estoy segura de que el lector ha comprendido ya que yo soy la recepcionista, la herona de nuestra historia, como la he llamado ms arriba. Los abusos de la confianza inherente a mi trabajo, los actos inmorales o, hablando sin rodeos, los crmenes que siguieron, deberan mirarse contra este fondo de mi amor fraternal. Vosotros, lectores que habis crecido en hogares felices, no podris comprender los sentimientos que experimenta alguien como
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yo que, despus de vivir sola durante tanto tiempo, encuentra de pronto una oportunidad de escapar a su soledad. Por lo tanto, no comprenderis que, en esas circunstancias, una est preparada para darlo todo antes que perder esa oportunidad. Todo lo que yo quera hacer era algo, o ms bien cualquier cosa, que pudiera ayudar a mi hermano. No creo en lo sobrenatural ni en ningn ser divino. De modo que cuando decid que unos falsos milagros eran la mejor publicidad para el negocio religioso de mi hermano, no tuve sentimientos de culpa por ello. Pens, asimismo, que poda matar dos pjaros de un tiro. La mejor manera de provocar el descubrimiento del nio enterrado debajo de la baera, sera mediante una profeca milagrosa de la Fe de los tres espritus. Comprend que resultara sospechoso que la Fe de los tres espritus hiciera una profeca y, luego, descubriera en seguida dnde estaba enterrado el nio. Sera mucho mejor utilizar esa profeca para atraer el inters de alguna otra persona, para que fuera ella quien descubriera por s misma el cadver. De esa manera nadie dudara de la naturaleza genuina de la profeca. Y como conoca los secretos de todas las personas del edificio, sera sencillo elegir la adecuada para mi propsito y conducirla, sin que lo supiera, al descubrimiento que yo deseaba que hiciera en el momento justo. En lo referente a la seorita Tamura, todo cuanto tuve que hacer fue lograr que mi hermano llamara desde fuera y le hiciera una insinuacin sobre el secreto de la seorita Munekata. Como es de muy buena disposicin, la seorita Tamura odiara tener que ocultar la llamada telefnica, pero tampoco querra revelar su contenido hasta estar personalmente segura del asunto. Donde resbal, y mis clculos fallaron, fue cuando dej la llave maestra en la cerradura de la habitacin de Noriko Ishiyama en lugar de devolverla a la oficina. (Pens que yo haba ido a los baos pblicos, pero en realidad regres y la vi salir de la habitacin de Toyoko Munekata.) Como mi intencin haba sido producirle un sentimiento de incertidumbre al hacerle usar la llave maestra para entrar en los apartamentos, en realidad su error me sirvi. Pero ya podris imaginar qu trabajos tuve que tomarme para conseguir que Noriko Ishiyama usara la llave. Tuve que idear una manera de conseguir el viejo peridico, que haba encontrado en la habitacin de la recepcionista fallecida, describiendo el robo del violn, en manos de la seorita Ishiyama. Despus, tuve que inventar un extranjero que vino pidiendo un ejemplar del diario. Era casi imposible, pero mi plan funcion. Luego tuve la suerte de ver cmo Noriko Ishiyama esconda el violn robado en el incinerador, y as pude recobrarlo. (Es ocioso decir que lo sustitu por un instrumento que
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compr en un ropavejero y que puse en el estuche verdadero.) Esto significaba que poda realizar el milagro del violn de Suwa Yatabe; pero al final esto condujo a la tragedia de su muerte, que lamento mucho. Debo confesar que cuando el dedo de la seorita Yatabe se cur despus de que la mdium le dijera que Andr Dore se lo haba legado formalmente, yo misma empec a creer en milagros. Sin embargo, cuando mi hermano, para lograr mayor publicidad por el milagro, fue demasiado lejos y le dijo que se entregara a la polica y devolviera el violn al hijo de Andr Dore, su cara de pronto cambi de color y grit: No tena ningn hijo! Fueron usted y sus cmplices quienes escribieron esa falsa carta de un extranjero. Bueno, eso nos llev a tener que empujarla en el tejado. Cuando digo nos me refiero a la mdium y a Haru Santo. Por supuesto, como ya habris comprendido, Haru Santo era yo disfrazada. Como quera vigilar a Chikako Ueda, esper hasta que qued disponible la habitacin contigua a la suya y entonces se mud all Haru Santo. Yo registr su nombre e hice los acuerdos de alquiler en mi capacidad oficial. De modo que durante cinco aos viv parte del da en el papel de Haru Santo, usando una peluca blanca. Todas las noches, espiaba por la ventana de Chikako Ueda. Coloqu en una vara el espejillo retrovisor de un coche, y as poda ver lo que suceda dentro. Todas las noches, abra el cajoncillo que siempre tena bajo llave, sacaba una caja de cartn y miraba su contenido durante horas. Yo di por sentado que eran los trescientos mil yens del rescate de George... Bueno, por una vez, qued como una idiota. Porque result que la caja contena un certificado de matrimonio, debidamente sellado, que adquirira fuerza de ley slo con enviarlo a la oficina del registro civil. Realmente no puedo imaginar que alguien pueda pasar las noches de siete aos mirando un certificado de matrimonio dejado por un hombre que la ha abandonado, pero supongo que as somos las mujeres. Bueno, as ama a mi hermano la pequea mdium Thumbelina, y fue por amor a l que se convirti en mi cmplice en el asesinato de Suwa Yatabe. No estaba presente, pero ella atrajo a Suwa hacia la muerte dicindole que subiera al tejado a las once de la noche y prometiendo entregarle el violn. Suwa, pensando que slo tena que vrselas con la pequea Thumbelina,baj la guardia lo bastante como para que pudiera empujarla. Yo haba pensado en la posibilidad de que alguien viera ir a Suwa al tejado y la siguiera, como de hecho hizo Yoneko Kimura. En primer lugar, haba cogido una gruesa vara de bamb (una de las que se utilizan para secar la ropa), y la haba
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atado a la barandilla de modo que llegara hasta el vano de la ventana de Haru Santo. As pude escapar y ms tarde coloqu la vara donde la haba encontrado. Adems, para ahogar los gritos de Suwa al caer, haba llevado conmigo una grabacin de ella tocando el violn, y la utilic en el momento adecuado. Todo sali muy bien, pero nunca tuve la intencin de convertirme en una asesina. Detesto esas cosas, y ponerme en la posicin de tener que matar a Suwa Yatabe fue mi gran error. En el caso de Toyoko Munekata, no tena intencin de matarla, y de hecho sobrevivi al gas. Slo quera castigarla por su insoportable orgullo; y el da anterior, cuando vino a quejarse con su habitual altivez de que el montante de su puerta no cerraba, vi mi oportunidad. De modo que saba muy bien que si apagaba el gas desde afuera y luego volva a ponerlo, poda darle una buena leccin, pero sin que se produjeran consecuencias fatales. Cuando Yoneko Kimura cambi la llave maestra, fing no darme cuenta y creo que mis planes salieron bien. Veris, la seorita Kimura se destacaba entre las dems porque es mucho ms inteligente que la media y tiene tambin mucho sentido comn. O sea, alguien como yo; as pues, me fue fcil prever cmo reaccionara en cada caso y tomar mis disposiciones de acuerdo con ello. O sea que me ocup de que, de una u otra manera, llegara a saber todo cuanto yo saba de Chikako Ueda. Por ejemplo, yo haba presenciado el entierro en el lavabo, pero no poda decirlo directamente, de modo que escrib aquella elega y la dej en la habitacin de Chikako para que la leyera Yoneko. Acto seguido, me asegur de que escuchara lo necesario por boca de la mdium y de que tuviera la oportunidad de ver el registro de visitantes... Mediante estas tres claves y otros medios, la conduje a un proceso de deducciones que culminaron en la comprensin que deseaba que alcanzara. Me senta exactamente como si fuera su directora, y me produjo gran placer ver que mi actriz desempeaba su papel como yo deseaba. Pero mi obra maestra en lo que se refiere a ella (y lamento seguir insistiendo en mi brillantez, pero, al fin y al cabo, es el tema de este documento), la culminacin de mi trabajo de direccin fue el joven Kurokawa. Lo recordis, no es cierto? Era el antiguo compaero de juegos de George, que haba escrito un ensayo titulado Mi pequeo amigo extranjero para su maestra Chikako Ueda. Bueno, eso tambin fue cosa ma. Sucedi as. Despus de presenciar el entierro en el bao, pas muchos das sentada ante mi escritorio peguntndome qu relacin haba entre Chikako Ueda y George. Imagin toda clase de teoras posibles, pero todas eran demasiado tradas por los pelos como para creer en alguna de ellas. As pues,
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compr y le todo cuanto se haba publicado sobre el secuestro; un gran montn de peridicos y revistas, pero de pie sobre esa gran pila, por decirlo de alguna manera, pude ver por encima del muro y descubrir la relacin. Y lo que me llam la atencin fue una observacin hecha por la criada de la casa del mayor Kraft: Mi hijo quera mucho a George y solan jugar juntos. Era como jugar al billar a tres bandas; no haba relacin directa entre Chikako y George, de modo que tena que encontrar una relacin indirecta. Trabaj sobre la presuncin de que el hijo de la criada haba sido alumno de Chikako. Si era as, pudo muy bien haber sido l quien mencionara a Chikako la existencia de George. O para redondearlo, podra haber escrito una composicin sobre su amiguito extranjero. Y ese ensayo podra haber sugerido a Chikako la espantosa idea del secuestro. Esta serie de circunstancias proporcionaran al menos un vnculo entre Chikako y George. Pero no tena siquiera que asegurarme de si esto era cierto o no. Al fin y al cabo, para entonces ya estaba usando a la seorita Kimura para realizar la investigacin, sin que ella supiera que yo estaba manipulndola entre bastidores. Sera suficiente con plantarle en la cabeza, la idea de que un ensayo de esa clase podra haberse escrito. Mi hermano, la pequea vestal y yo nos tomamos grandes trabajos para asegurarnos de que todo estaba bien preparado para que se produjera la gran profeca que revelara dnde se encontraba la tumba del nio. Por ejemplo, calculamos el momento en que tendran lugar las revelaciones en relacin con el plan de trabajos para el traslado del edificio. En ese caso, alquilamos una agencia de detectives para que nos diera informacin sobre Keiko Kawauchi. Mi hermano realiz muy bien esta parte del plan. Cuando supimos que Keiko sola visitar la vecindad de su antiguo hogar en Denenchofu todos los das, decid sacar de mi sombrero al joven Kurokawa. Tambin en este caso calcul el momento. Mantuve una vigilancia estricta en el progreso de las cartas que Yoneko Kimura escriba a sus ex alumnas, y slo cuando supe que estaba a punto de llegar a Keiko me invent al joven Kurokawa. Mi hermano, con su lengua persuasiva y un billete de mil yens, pudo alquilar un estudiante de la edad adecuada para desempear el papel. Lo hizo lo bastante bien como para convencer a Keiko de que esa composicin se haba escrito. Cuando us esta estratagema para reunir a Keiko y Yoneko Kimura, que estaba, por decirlo as, del otro lado del bosque, me sent como un director teatral que usara el escenario giratorio para reunir a los personajes. Y las races de estas plantas, que eran muy profundas, iban ms all de la reaparicin de mi hermano; en realidad, retrocedan hasta el instante en que se produjo el
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secuestro de George. Retrocedan siete aos al momento en que Yoneko Kimura, de pie en la galera leyendo el peridico vespertino, levant la mirada y me dijo La madre de este nio que ha sido raptado fue alumna ma. En ese instante no le prest especial atencin, pero pensndolo bien debe haber permanecido en mi inconsciente vinculando y reuniendo a Keiko Kawauchi, Yoneko Kimura y Chikako Ueda. Tantos aos en una oficina melanclica, pensando y planeando, y todo para qu? Al fin y al cabo, el destino me convirti en una estpida. Yoneko y yo fuimos los tteres del destino burln. Veris, cuando Yoneko baj a toda prisa al bao, consigui que los obreros levantaran la baera y all haba un nio enterrado, de modo que llamaron a la polica. Pero, despus de la autopsia, se hizo terriblemente evidente que habamos sido engaadas. Cuando pienso en ello, sigo golpendome la cabeza. Estar alguien en desacuerdo conmigo cuando digo que tanto Yoneko como yo ramos como nias que construan magnficos castillos de arena slo para ver cmo eran destruidos por las mareas del destino? Por qu mis tres hechos positivos resultaron ser los cimientos de un castillo de arena? Los peridicos y revistas ya han especulado bastante sobre cmo sucedi que Chikako Ueda hubiera dado a luz a un nio y cul fue la anormalidad que la llev a matarlo. No abundar ms en el asunto, sobre todo porque me resulta desagradable. Pensar en que el nio al que vi enterrar era el hijo de Chikako me desespera. Todo cuanto deseo saber es qu le pas al nio secuestrado. Estoy preparada para perder todo lo que me queda con tal de saberlo. Al fin y al cabo, qu me queda? Mi hermano se ha ido. Haru Santo ya no puede espiar en la habitacin de Chikako porque ya no est. La vida es un sueo fugaz y nosotros somos juguetes del destino. Pensndolo bien, tal vez haya un Dios que vigila nuestros actos y que me ha castigado por cambiar por otro el cuerpo que vi enterrado. Bueno, me sentira feliz si pensara que es as. Al menos, me consolara algo pensar que fui la vctima de un ser sensible y no del ciego destino. Pero, ahora, mi destino es claro. Debo pasar los restantes aos de mi vida sentada ante este escritorio solitario, sin tener nadie con quien hablar. Lo nico que puedo hacer es escribir este relato y despus pensar, pensar... Todo para nada. Me devano los sesos tratando de imaginar qu fue del nio secuestrado, aunque comprendo que no hay manera de saberlo. Por ese camino se llega a la demencia.
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EPILOGO En un agradable suburbio de Los Angeles el mayor D. Kraft (Ejrcito de E.U.A., retirado) se repantig en la tumbona colocada en el csped de su jardn. Fumaba una pipa mientras recorra el peridico y entonces vio, escondido en un rincn de la pgina anodina dedicada a asuntos extranjeros, un suelto sobre el Japn. Mir el cielo y fij su atencin en una nubcula. Estaba recordando a cierta muchacha japonesa. Todas las veces que pensaba en ella, senta remordimientos. Bueno, supongo que durante la ocupacin sucedieron cosas peores murmur . Qu demonios poda hacer? Quiero decir, mi esposa y yo habamos vivido tanto tiempo separados. .. y de pronto llega al Japn y lo recomenzamos todo. Adems, era rica y yo tena que pensar en mi jubilacin. La pensin de un mayor no es nada del otro mundo y, por otra parte, no quera quedarme para siempre en el ejrcito. Necesitaba un poco de seguridad para cambiar. Como contrapartida, mi esposa slo deseaba que me librara de mi chica japonesa, trayndome al nio que tuve con ella para poder criarlo como propio. Bueno, en realidad yo me haba casado con la chica japonesa y no quera ser acusado de
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bigamia; as pues, estaba bastante asustado. Luego de sacar a George del coche, lo llev directamente al aeropuerto y lo puse en el primer avin hacia los Estados Unidos. A mi esposa le cost mucho calmarlo, pero se era un problema de su incumbencia. Bueno regres a mi hogar japons y supongo que en realidad pensaba decirle la verdad a mi esposa japonesa, pero cuando vi su cara no pude decidirme a hacerlo. As que le dije: "No te preocupes, tesoro. Llamar a la polica", y estaba a punto de irme cuando son el telfono. Cog el auricular: era uno de mis colegas que me invitaba a una partida de pquer. Mi dama japonesa me miraba, con aspecto preocupado y eso me dio la idea del secuestro. De modo que slo dije "Vale", colgu y le dije que eran los secuestradores y que si llambamos a la polica nunca volveramos a ver a George. Ah estuve a punto de estropearlo todo. Quiero decir que esa muchacha confiaba tanto en m que me confi demasiado y puse esos anuncios en la prensa japonesa y despus un periodista los vio y todo se li. Tuve, pues, que atenerme a la historia de que, si hablaba con la polica o la prensa, los secuestradores mataran a George. Despus, me limit a esperar a que pasara el tiempo; y cuando las cosas se calmaron, me divorci de esa esposa japonesa y regres junto a la americana. Chup la pipa. En ese momento, una niita cruz corriendo la calle. Estaba llorando. George me est molestando otra vez! El mayor Kraft levant la mirada y vio a la maestra de George, que traa a su hijo agarrado del cuello.
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INDICE
PRESENTACIN PRLOGO 1 de abril de 1951: en la encrucijada de Otsuka Nakacho PRIMERA PARTE TRES INDICIOS El testigo ocular El libro de visitantes El artculo periodstico SEGUNDA PARTE DURANTE LOS TRABAJOS DE CONSTRUCCIN La seorita Tojo reflexiona TERCERA PARTE SEIS MESES ANTES DEL TRASLADO DEL EDIFICIO La seorita Tamura desempea su papel CUARTA PARTE CUATRO MESES ANTES DEL TRASLADO DEL EDIFICIO El caso de Noriko Ishiyama 134
QUINTA PARTE El violn robado SEXTA PARTE TRES MESES ANTES DEL TRASLADO DEL EDIFICIO El caso de Yoneko Kimura SPTIMA PARTE La fe de los tres espritus OCTAVA PARTE UNOS MESES DESPUS DEL TRASLADO DEL EDIFICIO La crnica de la seorita Tojo EPLOGO
Masako Togawa naci en Tokio en 1933; tena doce aos cuando los norteamericanos vencedores arrojaron sus bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, e invadieron el pas, incidiendo notablemente sobre su cultura y sus tradiciones. Su padre haba muerto en la contienda y Togawa creci y se educ en un ambiente de privaciones. Estudi en la universidad y trabaj algunos aos como empleada administrativa, hasta que se dedic al espectculo de cabaret. Fue cantante de night club hasta los ventitrs aos y un ao despus public La llave maestra, su primera novela, obra galardonada con el premio Edogawa Ranpo, uno de los ms preciados premios literarios de su pas. Su segunda novela, Lady Killer, convertida en best se-ler (Ediciones B. Libro Amigo (Policaca 14), es una minuciosa bsqueda de los mecanismos de la venganza, el odio y la crueldad. Su obra es un recorrido a travs del comportamiento humano, como hilo conductor de la intriga.
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