El Boton Del Tomate. Cuentos Adultos
El Boton Del Tomate. Cuentos Adultos
El Boton Del Tomate. Cuentos Adultos
Saldaña
Alberto E. Parra
Después de rondar el mundo por más de medio siglo y
saltar de pibes asombrados a trabajadores
El botón
empedernidos. Tras haber mamado el deber, sufrido los
miedos por el futuro y cargado la rutina en la bolsa del
supermercado, una mañana el espejo de un bar nos
preguntó porque habíamos dejado de jugar. Y… por todo
eso, dijimos.
del tomate
El espejo nos dijo que no eran suficientes coartadas.
Entonces jugamos a escribir. Reímos, discutimos y
Alcira Claudia Saldaña amamos mientras se gestaba El botón del tomate.
Organizamos el libro en grupos de cuentos según su
Nacida el 1 de octubre carácter: Alberto E. Parra
Editorial
Despeñadero
Buenos Aires
Argentina
Alcira C. Saldaña Alberto E. Parra
Colección
Escritores Argentinos
Editorial Despeñadero
Guayaquil 160 PB A
1424 BUENOS AIRES
TEL: 11 4903 4533
editorialdespenadero@yahoo.com.ar
Colección Escritores Argentinos
01
El Botón del Tomate
Alcira C. Saldaña
Alberto E. Parra
Primera Edición
Octubre 2004
Los personajes, las acciones y situaciones que se narran en los cuentos incluidos
en este libro son ficticios. Cualquier semejanza con personas y hechos de existencia
real es pura coincidencia.
Estan prohibidas y penadas por la ley la reproducción y la difusión totales o
parciales de esta obra, en cualquier forma, por medio mecánicos o electrónicos,
inclusive por fotocopia, grabación magnetofónica y cualquier otro sistema de
almacenamiento de información, sin el previo consentimiento escrito del editor.
El botón
del tomate
Cuentos adultos
El botón del tomate / Cuentos adultos
PRÓLOGO
Emilio Matei
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PARA CHUPARSE EL DEDO
El botón del tomate / Cuentos adultos
El Cajón
A Alberto E. Parra
S
obre la mesa habían acostado al viejo.
- Le puse el traje y el pañuelo e' seda - dijo la vieja
acariciándole la cabeza.
El hijo tonto cebaba mate. De la cocina trajeron unos platos
con bizcochos y los pusieron sobre la mesa, al lado del
muerto. A los pies había una botella de ginebra y unos vasitos
para el que quisiera tomar. Los vecinos que se habían
acercado al velorio, hablaban en voz baja.
- La putita no le dejó ni pal' cajón - decía una mujer.
- No lo esquilaba sola, andaba en yunta con el padre Flavio -
contestó otra.
- El viejo que iba a saber, si ni pisaba la iglesia.
- Se las daba de socialista.
Cuando llegó el cura, le dejó un rosario a la vieja y quiso
bendecir al finado.
- ¡Fuera! - le gritó el tonto y lo empujó hasta la calle.
El cajón no llegó.
Al viejo lo enterraron en el campo con el rosario en la mano.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
La máquina
P
arece una ciudad abandonada, dijo Juan cuando volvió
a la fábrica. Abrió el portón oxidado y al caminar por el
acceso vacío, descubrió flores amarillas entre los
pastizales y las cortó.
Andaba sin trabajo, a no ser por que vendía alguna cosita en
los trenes. Un vecino le dijo que en las últimas noches había
visto luces en la fábrica.
- Fue como una guerra - dijo al ver los vidrios rotos de las
ventanas.
La puerta estaba sujeta por una cadena. La desató y entró. El
piso estaba mojado.
- Buen día - dijo y escuchó la hojalata abandonada sacudida
por el viento. Levantó una chapa y se lastimó con el borde - La
put… se quejó y se chupó el dedo.
Las paredes y la cartelera al costado de la puerta estaban
cubiertas de moho. Limpió la cartelera con las manos.
- Primer día de pago 5 de enero - leyó en un anuncio.
En otro aviso estaba pegada la foto de los muchachos
festejando el año nuevo.
- ¡Sandoval y el Negro Sosa! - dijo y le pareció oírlos: pasame
un mate Juancito que hoy no viene El Perro.
Arrancó la foto y la guardó en el bolsillo. Fue hasta la sala
donde estaban las máquinas. En un rincón había cartones
apilados y colchones rotos. De la plegadora colgaban
calzoncillos. La prensa tenía pegada la foto de una mujer
desnuda. Se acercó a la guillotina y le rascó la superficie
oxidada. El óxido se le mezcló con el moho de las manos. Se
tocó la frente. Las manos sucias le mancharon la cara. Dejó las
flores amarillas en el suelo y pisó el pedal. Un cable pelado
hizo contacto con la máquina. La corriente le atravesó el
cuerpo.
A la máquina la desconectaron los cartoneros que vivían en
la fábrica. Sobre el cuerpo de Juan pusieron las flores
amarillas y lo taparon con una chapa.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
A
riel, el sapo, abrió la boca. Era media noche en la selva
misionera. Bajo la única luz encendida en las cercanías
de San Ignacio, sobre una rama, se posó el mamboretá.
- Ni pienses en comerme - dijo el mamboretá al sapo.
- Sos un bicho fiero y olés a estiércol- contestó el sapo y tragó
una garrapata gorda que andaba por el suelo.
La boca se le llenó de sangre. La iguana que iba hacia el río,
torció la cabeza para tragar las gotas de sangre que habían
saltado por el aire.
La puerta de la casa hizo ruido al abrirse. El sapo saltó hacia la
oscuridad y la iguana quedó inmóvil relamiéndose. Ana con su
panza de siete meses, salió de la casa. Se secó con las manos
la transpiración del cuello, se acarició los senos duros y se
sentó al borde del cañaveral con las piernas abiertas. La luz
del farol le iluminó la entrepierna sudada. La iguana le miró la
bombacha.
- ¡Basta, vuelvo a Buenos Aires! - exclamó Ana.
- Aguantesé, m' hija - dijo el sapo saliendo de la sombra - así
es la selva.
- Usted, porque se mete - contestó Ana juntando las piernas.
Comenzó a lloviznar.
- Señora, debe quedarse aquí con su hombre. Quiroga tiene
que escribir sobre nosotros - explicó el sapo.
El mamboretá se paró en la rodilla de Ana. Ella al espantarlo le
arrancó una pata.
- Aña membui, mujer Anaconda - gritó el mamboretá.
Salió de la casa un chico descalzo, corrió hacia Ana y se le
abrazó a las piernas.
- Mamá, me duele- tenía el tobillo y el pie derecho hinchados.
- Mirá el sapo - le dijo ella - ¿No es Ariel?
El chico le pegó una patada al sapo que fue a caer desmayado
en medio del cañaveral.
Quiroga salió de la casa y sin decir nada llevó a madre e hijo
arrastrando hacia la casa.
- Bestia, no me toques - repetía ella.
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Las madres
O
lor a tormenta. Hay una mancha negra entre las
basuras al fondo de la casa. Es una araña Lobo. Lleva
en su lomo el capullo con los huevos fecundados.
Clorinda se sienta en una sillita de mimbre al fondo de la casa.
Los dolores la hacen transpirar. Su hombre ha ido a levantar la
cosecha del maíz.
Una mariposa se acerca a la araña. La araña salta y la sujeta.
No se detiene hasta haberle succionado los jugos. Envuelve
los restos de la mariposa con seda y la arrastra hasta un lugar
oscuro.
Clorinda se levanta y se moja la cabeza con el agua del balde
que está al lado del galpón.
La araña con las patas encogidas y el cuerpo pegado al piso
examina la tierra al ras. Un zumbido le llama la atención. Son
dos avispas negras y amarillas que buscan la grieta de una
madera tirada en el suelo. Una avispa roja se posa en la tierra
y cava ansiosa un hoyo con las alas plegadas. Es una máquina
excavadora.
Clorinda tiene una fuerte contracción, se agacha sobre la
tierra y por entre sus piernas comienza a caer un líquido
transparente.
La avispa roja excava el hoyo. La araña está al acecho.
Cuando de los colmillos le caen gotas de veneno, levanta las
patas delanteras y se afirma en las de atrás. La avispa levanta
vuelo aunque no ha concluido de cavar. La araña se repliega.
Las avispas negras y amarillas están desovando en la grieta
del tirante de madera. Es una tarea que no pueden
interrumpir. La araña las descubre. El salto es preciso.
Envenena a las dos.
Clorinda hace fuerza. Por entre las piernas está asomando la
cabeza.
La avispa roja vuelve a la tierra para terminar el agujero y
después vuela hasta el techo del galpón. Los huevos en su
interior comienzan el camino del nacimiento.
La araña descansa. El capullo sobre su espalda empieza a
palpitar. Camina hacia la claridad para romper la envoltura.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
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Mi primer cigarrillo
M
e distraje mientras esperaba el turno para jugar la
bola de billar. El gallego acodado sobre el mostrador
miraba un punto fijo y el mozo se rascaba con una
mano la cabeza y se metía los dedos de la otra mano en la
nariz. Un moscardón, adentro la campana de vidrio de la
fiambrera, luchaba por salir.
Estaba por dar el golpe sobre la bola blanca cuando entraron
dos chicas.
- Mirá eso - le dije a Jorge.
El gallego se alisó el pelo y el mozo se puso de pie. Jorge dejó
el taco sobre el paño y me dio un manotazo en el hombro.
Las chicas se sentaron en una mesa junto a la ventana.
Dejamos de jugar y nos sentamos cerca de ellas. El mozo les
tomó el pedido.
- Dos Cocas - dijo después en el mostrador.
El gallego lustró la bandeja con el trapo rejilla. Puso las dos
coca colas sobre la bandeja. Jorge me tocó una mano.
A la primera mirada avanzamos para el levante me dijo.
La rubia levantó la vista. La miré con cara de galán. Ella
sonrió.
- Está con vos - me dijo Jorge.
- No sé - le contesté.
La otra chica, en una complicada ceremonia, acomodaba la
camisa bajo la pollera.
Sonó un altoparlante en la calle. Miré por la ventana. Desde
un furgón, una voz descascarada anunciaba la presencia del
circo. Dos hombres vestidos con pantalones ajustados y
blusas con lentejuelas hacían malabares. En una jaula un
tigre flaco se paseaba inquieto y en otra, tres monos con las
caras arrugadas hacían morisquetas. El payaso y un domador
de bigotes grandes que llevaba el látigo en la mano, cerraban
el desfile. Eché un vistazo a la rubia. Miraba la calle.
- Miráme a mi - dije en voz baja.
Jorge pidió una cerveza.
- Era hora de que pidieran algo - nos dijo el mozo.
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Mameluco
E
l hombre de mameluco tiró el trapo y se fue.
Los expertos quedaron reunidos.
- Es perezoso - dijo el de pelo cano.
Pasó el dedo por el borde de la ventana y comprobó que tenía
tierra. Desplegó un plano del cerebro del hombre de
mameluco y lo extendió sobre la mesa.
Los expertos se levantaron de las butacas y los cables que los
unían al Gran Cerebro se tensaron. En el plano señalaron la
mancha negra adonde confluían todas las líneas. Cada uno
apoyó el dedo en la mancha.
- Casco colimado - sentenció el Gran Cerebro.
- Necesita el casco colimado - repitieron todos a coro.
- Y también un trapo - dijo el canoso y todos le palmearon el
hombro. Tomó un aparatito con pantalla de cristal líquido,
apretó los botones verdes y la imagen del hombre de
mameluco apareció en la pantalla. Dos Protos Verdes lo
habían agarrado de los brazos y lo subían a una camioneta -
Ya lo están trayendo.
En la reunión una muchacha de uniforme repartía trapos
blancos a los presentes. Cuando entró el del mameluco
arrastrado por los Protos Verdes, todos agitaron los trapos. El
de mameluco se avergonzó. Lo sentaron en un banquillo en el
centro de la sala.
- La ventana tenía tierra - le informó el del pelo cano
señalándole el borde de la ventana.
- Te van a colimar - expresó en un gesto mudo el que era más
amigo de mameluco.
- Mameluco usted me defraudó - dijo el canoso.
El de mameluco no decía nada.
- Casco colimado - repitieron todos.
El hombre del mameluco se arrancó los tiradores y los botones
saltaron.
- Es tarde para arrepentirse - concluyó el canoso.
Los Protos Verdes pusieron a Mameluco en la camilla y lo
llevaron por los pasadizos del edificio hasta la Sala del
Escalpelo. Lo acostaron en la plataforma que acoplaba al
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Blusa roja
N
egro, cabeza, che, vení para acá, andá para allá, eran
algunas de las formas curiosas que tomaba su nombre.
Faustino no, de cualquier modo él siempre se daba
cuenta.
Señor, don, patrón, ya lo hago, señora, ya lo hice, eran las
maneras de dirigirse a los otros, a los que no miraba a los
ojos.
Faustino salía todas las mañanas del rancho. Un rancho de
ladrillos sin revocar y de ventanas pintadas de azul. Caminaba
despacio, sin dejar huellas, por el laberinto de calles de la villa
hasta el asfalto. Cruzaba y llegaba al almacén. Desde la
puerta preguntaba si había algo. Cuando el almacenero le
decía que si, entraba, pagaba y retiraba la correspondencia. A
la noche, al volver, daba dos vueltas alrededor de la casilla y
sacaba la llave de la caja de herramientas.
Llego lunes 20. Miriam, decía el telegrama de esa mañana.
La sonrisa de Faustino no fue advertida por el almacenero, ni
por el chofer del colectivo, ni por la señora que le pagó la
reparación de la reja.
A la tarde, en el mercado, una vendedora le ofreció una blusa
roja y la compró.
En la casa terminó de armar la cama y puso el colchón. Colgó
junto a la imagen de Cristo un mapa del Chaco. Limpió el
aparador y acomodó la cocina.
El sábado fue a buscar el televisor y el domingo terminó de
colocar los azulejos del baño.
El lunes 20 se levantó con el sol, calentó un poco de agua y se
aseó en el fuentón. Se puso el pantalón de vestir y la camisa
blanca, los zapatos y el cinto nuevo. Tenía la cabeza erguida y
el pelo negro bien peinado.
Los vecinos no lo reconocieron. No es el mismo, dijeron
algunos. El andar, sobre todo el andar. Hoy es lunes, el
domingo fue ayer, decían otros.
Volvió al mediodía y sin saber porqué se paró en la puerta del
almacén. Había algo.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
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El último billete
V
engo a bañarme - dijo el viejo Rufino a la sobrina.
- Entre tío, ya le preparo el baño ¿Está de fiesta?
- No, tengo que ir al médico.
Rufino estuvo una hora en la ducha. La sobrina pensó que algo
le había pasado y mandó al hijo a ver. El muchacho salió del
baño sonriendo.
Cuando Rufino terminó de vestirse, sacó de una bolsita de
supermercado, un moñito rojo y se lo puso cerrando el cuello
de la camisa. Sujetó los pantalones con tiradores y salió del
baño. Se despidió de la sobrina y se fue. No fue al médico, se
detuvo en el Locutorio, buscó un número de teléfono en el
cuadernito que llevaba en la bolsa de supermercado y llamó.
- En que puedo servirlo caballero - dijo en tono sensual la
mujer que atendió.
- ¿Quisiera saber si Paula está libre esta noche?
- Caballero, Paula esta disponible a partir de las diez de la
noche.
- Dígale que Rufino la espera.
La telefonista le pidió la dirección.
Volvió a la casa. Puso la cama contra la pared, repasó la
mesita, el armario desvencijado y la repisa. Calentó agua en
el anafe y preparó un té. Se quedó sentado con el té servido
mirando la campanilla del timbre. A las nueve tomó el té frío y
sintió el dolor en el pecho. El timbre lo escuchó a las diez. Se
apoyó con dificultad en la mesita para levantarse y el moñito
rojo del cuello se torció. Con el brazo arrastró la taza. La taza
cayó al piso pero no la levantó. Cuando estaba yendo hacia la
puerta volvió a sonar el timbre.
- ¿Cómo está? - preguntó al abrir.
- Muy bien ¿Y usted? - contestó Paula.
- Bien - dijo él - tenga cuidado que hay baldosas flojas.
Se acomodó el moñito rojo.
- ¿Quiere tomar algo? - preguntó y se acercó al anafe.
Uno de los tiradores se le deslizó por el hombro. Lo volvió a
poner en su lugar.
- Bueno, un té - dijo Paula y se sentó cruzando las piernas -
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Carne de llama
U
na sopa y un vaso de vino - le pidió la colla al mozo.
Sofocada, en otra mesa del comedor de la casa de
adobe, cambié el rollo a la cámara de fotos. Las
fotografías para la revista me habían llevado más tiempo de lo
pensado y para colmo el auto de alquiler recalentó. Era
mediodía y estaba varada en Purmamarca. El encantador
pueblito de la Puna se estaba convirtiendo en un horno para
mis sesos.
El mozo, un muchacho que parecía tonto, le trajo la sopa y el
vino. Mientras la colla bajaba la cabeza para tomar, le saqué
una foto.
- No quiere carne de llama - dijo mirándome.
Me sorprendió.
- Tengo también cabrito. Pero le recomiendo la llama. Es
especial para los turistas.
- ¿Usted cría las llamas? - dije por decir algo. Me sentía
incómoda.
- Si. Soy de Abra Pampa y una vez por semana recorro la
quebrada en colectivo para vender.
Nos quedamos en silencio. Yo ya quería estar en casa y
todavía tendría que manejar hasta Jujuy y desde allí viajar
más de dos horas en avión ¿Natalia se habría levantado a
tiempo para ir al profesorado? La colla tomaba la sopa
acompañada con pan.
- Puede preguntarle a cualquiera la calidad de mi carne.
Todos me conocen, me llamo Verónica - me dijo.
Se alisó la amplia pollera de lana de colores y pidió otro vaso
de vino. Me sequé la transpiración. ¿Y Aníbal? ¿Habría
cambiado ya la computadora?
- Verónica. ¿Tiene hijos?
- Si. Uno estudia computación y la otra está en el profesorado
de Educación Física en Tucumán ¿Y usted?
Quedé boquiabierta.
- Lo mismo pero en Buenos Aires.
Ella había terminado la sopa, llamó al mozo y pidió la cuenta.
Se levantó la pollera y de entre las enaguas sacó de un bolsito
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El botón del tomate / Cuentos adultos
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Tejido
A
sómbrese de su cutis. Póngase Essence, leche de
pepinos, decía la locutora de la radio recalcando las
palabras. Se tocó las arrugas de la cara con la punta de
los dedos y volvió a tejer. El ovillo tomaba la forma del primer
nieto. Es grandote este chico. Levantó el pulóver
observándolo contra la ventana. Entraba una luz tenue. Por el
potrero caminaba un hombre que escapaba de la lluvia. Nena,
no lo mirés, le había dicho su madre. Ella lo miró y bailó. Era
Carnaval. No llevaba máscara y él tampoco. Bailaron un tango
sobre el papel picado y las serpentinas, entre ellos corrían los
chicos del barrio. Un poco más de luz, dijo su madre.
Prendieron un farol. No, que bailen más separados, la madre
extendió los brazos señalándolos. El pulóver crecía. Buscó
lana azul para hacer una guarda. Estaba viuda cuando tuvo al
tercer hijo. Ahora vendría bien una guarda color café. Al
primero lo había reconocido muerto en la morgue judicial. El
policía le había dicho que había intentado huir, que distribuía
propaganda subversiva. Mamá estoy bien, no te preocupés,
fue la carta del segundo. Lo imaginó caminando solo las calles
de alguna ciudad extraña. Voy a tejer esta guarda en punto
cruz. Sacó los puntos de las agujas. Tiró de la lana y deshizo
tres filas. El tercero le mostró el título de Bachiller y un día
después se fue. Uno a uno volvió a colgar los puntos y los tejió
en punto cruz. La lluvia había pasado. Volvió a mirar el tejido
colgado de las agujas. Ahora solo falta tejer el elástico.
Cuando llegaron el pulóver estaba listo. La nuera solo
balbuceaba algunas palabras en español. El nieto le sonreía
tratando de decir su nombre. A ella también le costaba
pronunciar el nombre de él. El pulóver le quedó bien. Cuando
venga tu hermano le voy a contar la linda familia que tenés, le
dijo una semana después al segundo al despedirlo en el
Aeropuerto. Volvió a la casa y empezó a tejer un pulóver más
grande.
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PARA RASCARSE EL HIGO
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Sandokán
E
l galpón olía a pescado. Tres changarines sentados en el
piso hablaban entre ellos. Otro, cruzado de brazos y
apoyado en una pila de cajones, conversaba con un
camionero.
- ¡Che, pata e' palo! ¿Aprendiste a hablar? - le gritó uno de los
changarines al que estaba apoyado en los cajones.
- Dejá de, de, de joder.
- ¡Garnacha, contále al hombre la vez que te quisiste levantar
a Martita! - remató, socarrón, el changarín.
- ¿Por qué te llaman así? - preguntó el camionero.
- Po, po, por mi viejo.
- ¡Debería mamarse lindo tu viejo!
- No, no, no sé, no me acuerdo.
- Te estaba jodiendo.
- No, no, no hay problema.
- ¿Sabés leer?
- Sí, sí.
- Ayer hice un flete y me quedó algo en el mionca - el hombre
se subió a la cabina del camión y bajó con un libro de tapas
amarillas.
- ¡Tomá!
- ¿Pa' qué?
- ¿No sabés para que sirve un libro?
- Y si, es pa', pa' leer.
- ¡Garnacha no te hagás el boludo! ¡Vení a laburar! - gritó el
changarín.
- ¡Ya, ya voy!
Garnacha, con el libro bajo el brazo, agradeció al camionero y
enfiló para el cuarto donde vivía, al fondo del terreno detrás
del galpón. La pieza tenía un ventanuco y una puerta por la
que apenas podía pasar.
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La tía de Raúl
L
a jubilación de la tía me va a alcanzar justo para
pagar la cuota del cero - dijo Raúl.
- ¿No tenés otra tía para mí? - contestó el amigo.
Raúl sonrió y se despidió. Fue a la casa de la tía. Ella lo recibió
en la mesa del patio bajo la parra de uva chinche, con un té
medicinal y unos bizcochos.
- Raulito no te pongas en gastos para mi cumpleaños. Que
voy a festejar, si de la familia solo me quedan Paco y vos y la
última amiga se me murió la semana pasada. Yo tampoco voy
a durar mucho.
- Son ochenta y cinco años tía. No es un gasto para mí
comprar unos sanguchitos y una torta ¿Y Paco como anda? -
dijo Raúl mirando de soslayo la hora.
- Parece un chico de doce años - respondió la tía.
- Pero ya debe estar por cumplir cuarenta ¿No?
- Ya los cumplió ¿Y sabés lo que me pidió de regalo? Un
avioncito para armar. Tiene una colección completa y dice que
algún día va a ser piloto ¿Que querés? Es el hijo de la vejez.
Raúl empezó a inquietarse, quería ir al grano. Hacía semanas
que venía convenciendo a la tía de su proyecto y pretendía
una respuesta.
- ¿Y que decidiste con lo de Rolando? - le preguntó
sirviéndose una taza de té.
- Raulito, vos tenés que arreglar todo.
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- Con mi tía.
- ¿Y está buena?
- Cobra como dos lucas de jubilación y en cualquier momento
crepa.
- ¿Está enferma?
- Tiene ochenta y cinco pirulos.
- ¿Qué?
- No hay que dejar que se pierda la pensión ¡No se la vamos a
regalar al Estado!
- Eso nunca - respondió Rolando.
- Venite al cumpleaños de la vieja el sábado - Raúl sacó de
una bolsa de supermercado un traje y una camisa - Hay que
plancharlos un poco - se desprendió la corbata - Te la presto,
cuidala y andá a eso de las siete, sabés que los viejos se
acuestan temprano.
El sábado la tía estaba de peluquería y se había puesto un
broche de piedras ambarinas en la solapa del vestido azul.
Rolando apareció engominado a las siete en punto.
- Rolando, mi tía - los presentó Raúl.
- Un gusto señora - Rolando le dio la mano y la tía le dio un
beso en la mejilla.
- Si va a ser mi esposo tenemos que tener más confianza.
- Si señora.
Comieron los sándwiches bajo la parra adornada con
guirnaldas de papel crepé y tomaron vino dulce. Paco miraba
desde un rincón. Raúl puso un valsecito criollo en el viejo
combinado.
- Lo único que le pido - dijo la tía al oído de Rolando mientras
bailaban - es que cuide bien de Paco.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
Asamblea
J
irafas.
- ¡Presentes!
- Cebras.
- ¡Presentes!
En un claro de la selva africana, el Búho tomaba lista a los
animales. Cuando terminó de nombrar a los que tenía en la
planilla, escuchó la voz del Yaguareté.
- ¡No me nombraste ché!
- ¿Usted como se llama?
- Yaguareté.
El Búho hojeó la planilla.
- No tengo a ningún Yaguareté en la lista - señaló tajante.
- Ando de visita - respondió el yaguareté desde una rama.
- Esto es una asamblea del reino, no se permiten extranjeros.
- ¡Chamigo! En Corrientes no somos tan vuelteros.
El incidente mantenía en silencio al resto de los animales. Las
hormigas salieron del hormiguero para oír la discusión.
Ninguno se animaba a intervenir. Sentían próxima la
presencia del León.
- ¡Se tiene que ir de esta asamblea! - repitió el Búho
abanicando las hojas.
- ¡Cuando se me den las bolas me voy a ir! - gritó el Yaguareté.
La Leona llegó seguida por tres cachorros y se recostó debajo
de un árbol. Miró de soslayo al Yaguareté y al Búho que
todavía seguía moviendo las hojas. Los cachorros se
arremolinaron bajo el vientre de la madre para amamantarse.
El León apareció un momento después caminando regio con la
cabeza erguida y luciendo la melena impecable. Se paró
delante de la Leona. Algunos animales tragaron saliva.
- ¿Sucede algo? - preguntó el León al Búho con la vista
perdida en el follaje.
El Búho hizo una reverencia. Acomodó las hojas y señalando
al Yaguareté contestó:
- Ése sujeto quiere quedarse y no debe participar de la
asamblea si no ha sido invitado.
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El botón del tomate / Cuentos adultos
animales.
El León rugió furioso y con los ojos inflamados gritó:
- ¡Cobras aquí!
El bramido se escuchó en toda la selva. Los animales
abandonaron en estampida el claro. El elefante volvió al río, el
chimpancé se colgó de una rama y la Leona les ordenó a los
cachorros que se subieran a su lomo. El Yaguareté no se
movió.
El León dijo entre dientes:
- La selva es mía.
- Te ves ridículo - se escuchó decir a la Leona.
- Tú, mala madre, cierra la boca - el León contestó
enardecido a su compañera.
El Yaguareté, irritado por la ofensa dirigida a la Leona, bajó del
árbol para lanzarse a la carrera y plantarse de cara al León.
- ¡Añá membuí! ¡Me cansaste ché!
- Imbécil, no sabes con quien te enfrentas - el León gruñó
mostrando los colmillos y le lanzó un mazazo.
- ¡Le erraste!
El León asestó otro zarpazo. El Yaguareté lo esquivó y en un
rodeo veloz se metió entre las patas traseras del León y gritó:
- ¡Te voy a masticar las creadillas!
Las cobras llegaron.
- Maten a éste… - el León no terminó de dar la orden y lanzó
un tremendo grito de dolor.
Ninguna cobra intervino. Cuando el Yaguareté salió de abajo
del cuerpo del León se dio cuenta de la presencia de las
serpientes.
- ¡Puta! Parecen yararás con alas - exclamó mirando el
enjambre de cobras.
La cobra más grande reptó hasta quedar frente a él.
- Has matado al León. Serás nuestro rey - le anunció.
- ¡Estás borracha chamiga! Este tipo todavía está vivo.
Los animales se acercaron y rodearon al León en silencio. El
Búho permaneció escondido. A pedido del Yaguareté dos
pájaros tijera le cortaron la melena al León. Los animales se
taparon la boca para disimular la risa y una iguana sorda
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Bombero
T
omé la leche apurado para llegar al potrero. Terminé el
tazón y salí corriendo. No podía estar ausente en el
momento en que se armaban los equipos.
- Pan, queso, pan, queso.
Chala y Nariz, enfrentados unos metros avanzaban uno hacia
otro. Daban los pasos apoyando talón contra punta. Cuando
Chala tocó con los “championes” la punta del botín de Nariz,
tuvo el privilegio de empezar a elegir jugadores.
- Al Toti - señaló el Chala. Toti era el crack.
- Pocho - Nariz, eligió al único que podía rivalizar con Toti.
Los demás fueron elegidos de acuerdo a su calidad de
patadura. Pasaban y se colocaban atrás de los electores.
Quedé en el equipo de Chala.
- Juguemos sin arquero - dijo Nariz cuando se dio cuenta que
su equipo tenía cinco jugadores y el otro seis.
- Mala suerte - dijo Chala con malicia.
Fijaron los límites de la cancha marcando una línea en la tierra
con la punta de una rama. Chala acomodó dos ladrillos a modo
de arco y me mandó de arquero. No quería ser arquero.
El partido empezó con un pase del Toti al Chala. Gritábamos
cada vez que uno tenía la pelota de goma en los pies. El Pocho
me hizo un caño y metió el primer gol.
- ¡Que haces pibe! ¡Aviváte! - me gritó el Chala.
Bajé la cabeza con bronca y saqué la pelota tirando al medio.
Esperaba que el Toti metiera el gol del empate. No lo hizo.
Quedaba poca luz. El picado llegaba al final. El primer gol
gana, convinimos.
El Chala barrió a un atacante.
- ¡Penal! ¡Penal! - gritó uno.
- ¡Ma que penal ni penal! - negó el Chala.
Negamos todos.
- Fuera del área - tanteé.
- ¿Qué área? - me gritó Naríz metiéndome los cinco dedos
sobre la cara.
- Vale tiro libre, estaba lejos del arco - apuntó uno de mi
equipo.
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Efrits
E
s la hora - pensó.
Abdul, el prometido, entró a la tienda en el desierto.
Se quitó el fino calzado y hundió las manos en
la jofaina para volcarse agua tibia sobre la cara.
- Alá te haga sufrir el doble de lo que sufro yo - murmuró
recordando a su padr, el Sultán de Bagdad.
Extendió la alfombra. Se arrodilló orientando el cuerpo en
dirección a La Meca e invocó al Altísimo besando el suelo.
Cuando terminó la oración se acostó sobre los almohadones y
estiró las piernas. Entre los dedos de los pies descalzos,
observó como descendía el sol sobre el horizonte.
La noche era fría. Abdul tuvo que acostarse entre los
sirvientes apretujados unos contra otros. Al amo, la sola idea
de compartir una noche con los siervos, le había provocado un
ataque de arcadas. Los preciosos cortes de telas de la India y
de la China no sirvieron esa noche para abrigarse. Abdul no
durmió bien.
- Alá concédeme la voluntad para llegar a destino y líbrame de
más privaciones - oró besando la tierra al despuntar el alba.
El eunuco Hassan le acercó una fuente de plata con dátiles y
salpicó con gotas de azahar el torso descubierto de su señor.
Abdul ordenó que se desparramaran pétalos de flores en la
tienda. Con buen humor mostró el grueso anillo de oro que
lucía en el dedo medio de la mano derecha, para que nadie se
olvidara de quién era él.
Hassan, en su condición de favorito de Abdul, dio la orden de
partida. A media tarde llegaron al oasis Al Haddar, último paño
verde antes de llegar a la Ciudad.
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extraño lo impidió.
La tardanza de los pájaros emisarios preocupó a Abdul. Tuvo
un mal presentimiento. Bajo amenaza de no pagarle, obligó a
la bruja a hablar. Ella mintió para ganar tiempo. Le dijo que
Hassan había caído prisionero. Abdul maldijo una y mil veces
su destino. Cayó de rodillas y golpeó el suelo con los puños.
Rogó que Alá se apiadara y le permitiera recuperar al amado
negro.
El jefe de la guardia llegó cuando el príncipe se arrodillaba
frente al centinela. Un soldado le informó lo ocurrido. Omar
pidió a Abdul que repitiera la historia, luego de lo cual le dijo
que un prometido de la princesa ya estaba en la Ciudad desde
el mediodía. Abdul no dio crédito a sus oídos. Un impostor
había tomado su lugar. Omar le ordenó que esa noche
acampara allí. Por la mañana sería llevado ante el visir para
que dijera su verdad. Era mandato de todo buen creyente
decir la verdad. Abdul, satisfecho, no se preocupó de volver a
pasar una noche a la intemperie.
Dentro del Palacio se hacían los últimos arreglos para
engalanar patios, salas y alcobas. Los fastos de la ceremonia
serían cantados por los poetas de todo el Islam.
Mahamud instalado en su recámara ordenó que le trajeran
ropas y adornos, comida y bebida. Pidió a un eunuco que le
enviara una esclava y se quedó con tres. Pasó la tarde
disfrutando.
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Allá lejos
N
ecesito alejarme para dar un nombre diferente a las
cosas - dijo la vieja Grace en el té canasta.
Alice, Paty y Jimmy la miraron distraídos y siguieron
con la jugada.
Grace no asistió a la reunión del Rotary el domingo y fue a la
Reserva Ecológica de la costanera. Sentada al borde del río
oyó el alboroto de los pájaros que bajaban a tomar agua.
Country cry, escribió en su libretita. Al anochecer fue al
centro. Entró a un bar y ordenó un té con un tostado. Decía
siempre que una cena light era fundamental para conservar la
lucidez y la sensibilidad. Abrió un cuento de Abel Rodríguez
para acompañarse durante la frugal cena.
- Una leche - oyó en el oído derecho.
Leyó: No puedes como los demás sentirte alegre, aunque
desearías gritar igual que ellos.
- Una leche - repitió el chico.
La voz impertinente le hizo abandonar la lectura. El pibe
tendría unos ocho años, la cara sucia con moco y la nariz roja
por el frío.
- Una leche.
La vieja Grace le dio una moneda.
- Señora, cuando compre la leche se la voy a mostrar.
- Hacé lo que quieras, la moneda es tuya - dijo ella y siguió
con la lectura.
Cuando leyó: Vas rozándote con los que no conoces, te
manosean y hasta te tratan como a las bestias, levantó la
vista y miró por la ventana. El chico, en la vereda, sacaba del
changuito repleto de cartones el envase de leche. Se lo
mostró. Ella le hizo un gesto de aprobación y lo llamó para que
se acercara.
- ¿Cuál es tu nombre de pila? - le preguntó.
El chico no quiso contestar o no entendió.
- Te llamas Richard, no lo olvides.
- Gracias señora por ponerme un nombre nuevo - contestó el
chico.
De allí en más el cartonero se llamaría Richard.
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La patrona
P
atrón se me hizo tarde - dijo el muchacho cuando llegó
a la fonda. Cargaba en los brazos un bebé que al entrar
arrojó el chupete y se puso a llorar.
El patrón era un viejo que escupía mientras hablaba. Le
faltaban los dientes y en la comisura de los labios se le juntaba
una baba blanca y espesa que salpicaba cada vez que
pronunciaba la pe.
- Deje al pibe y póngase a limpiar - le ordenó al muchacho.
La patrona al escuchar el llanto se acercó levantando polvo del
piso de tierra.
- Al fin - exclamó.
Tomó al chico en los brazos y sentada en una banqueta junto
al mostrador lo prendió al pecho.
- Vieja chiflada jugás a la mamá para no hacer lo que tenés
que hacer - protestó el viejo y la tironeó de los pelos - Andá a
buscar el pedido a lo del Cholo.
El bebé había dejado de llorar. Ella lo puso en el canasto del
pan y salió con el canasto a la calle. En la furgoneta lo
acomodó en el asiento de atrás y partió hacia la ciudad.
El viejo se sentó a tomar vino y el muchacho a lavar el pilón de
vasos acumulados en la pileta.
- A ver cuando te conseguís una mujer - le dijo el viejo -
Pareces un marica cargando con ese pibe.
El muchacho estaba limpiando el mostrador.
- Hace falta plata para mantener una mujer - le contestó.
El viejo terminó la botella de tinto y abrió otra.
La patrona pasó por la puerta del almacén de Don Cholo. No
se detuvo, siguió hasta la ciudad y estacionó lejos del centro.
Antes de bajar se tiznó la cara con un trozo de carbón que
llevaba en la guantera y se cambió los zapatos por unas
alpargatas rotas. Con el bebé en los brazos caminó varias
cuadras hasta llegar a la zona concurrida y se paró en un
semáforo.
- Una monedita por el amor de Dios - pidió en la ventanilla de
un auto.
Siguió pidiendo hasta entrada la tarde. Cuando el bebe volvió
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El hijo de Horacio
E
l viejo caminó hasta el extremo de la piscina. Estiró los
brazos, juntó los pies y se tiró al agua de cabeza con un
estilo perfecto.
- ¿Quién es? - pregunté sorprendido.
- El hijo de Horacio - me dijeron.
Cuando fui para el vestuario, los amigos lo esperaban con una
tortita y una vela para festejarle los noventa años. Después
del festejo se engominó el pelo y se fue tarareando un tango.
No lo volví a ver esa semana y eso que fui todos los días como
me había recomendado el médico. Pero conocí a Horacio, un
viejito de noventa y tres años. Me lo señalaron cuando estaba
haciendo la plancha en los tres metros. Esperé a que saliera
del agua.
- Que bien nada, abuelo - le dije.
- Abuelo, las pelotas - me respondió. Se puso la toalla
alrededor de la cintura y se fue al vestuario.
Me quedé nadando. No me gusta la natación, pero el médico
me la había recomendado junto con una lista de pastillas,
dieta y controles semanales de presión.
Cuando fui al vestuario, Horacio se estaba vistiendo.
- Disculpe si lo ofendí - le dije.
- No es nada, m' hijo.
Abrí el armario y saqué la ropa. Me acordé de que era la hora
de la pastilla de las ocho y la tomé.
- ¿Qué está haciendo? - me preguntó el viejo.
- Tomando los remedios.
Horacio meneó la cabeza.
- Esta juventud de ahora - exclamó mientras se iba fumando
un habano.
Yo no podía fumar, me empeoraba el dolor de estómago que
de por si tenía en el último tiempo. Es por los remedios me
decían los muchachos del club. Gastritis, me dijo el médico y
me mandó una serie de estudios espantosos. Después de los
estudios me agregó medicación. Me sentí mejor del estómago
pero me vino gripe.
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El celular
H
ola ¿Ya estás lista?
- Si.
- Te estoy esperando abajo.
Ella se apresuró a cerrar el bolso y bajó. Desayunaron en el
bar de la esquina.
- Te llevo pero no voy a poder quedarme - dijo Antonio -
Tengo que reunirme con mi socio.
- Seguro que te quedás por tu mujer.
- Lucía, no hinches. Para vos es fácil, tu marido siempre está
de viaje, me gustaría que tuvieras un quilombo como el mío.
Adrede, Antonio pulsó una tecla del celular. Le preguntó cosas
y ella contestó. Hizo unos chistes y ella rió. Pagaron y
partieron.
Cuando llegaron al hotel de Baradero, Antonio bajó el
equipaje.
- Buenos días - los recibió la señora gorda.
- Buen día. Soy la señora Lucía Parma, reservé una pieza por
el fin de semana.
La mujer revisó los papeles.
- La pieza es para uno - dijo y los miró por encima de los
anteojos.
- Yo no me voy a quedar - aclaró Antonio - Soy el chofer de la
señora, subo con ella para alcanzarle las valijas - Lucía sonrió.
- La habitación es la ciento uno - señaló la gorda mirando con
desconfianza.
Subieron por la escalera. La habitación tenía la cama pegada a
la pared y la ventana abierta. Se besaron. Él le sacó la ropa.
- Sacáte los pantalones, va a ser más cómodo - balbuceó ella.
- No hace falta.
Antonio se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones
hasta los tobillos.
- Me gusta boca abajo - dijo Lucía y se puso de espaldas.
Una voz áspera desde un parlante pasó anunciando verdura
fresca.
Cambiaron varias veces de posición y terminaron los dos
agitados mirando el techo
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- Voy a tener que comprar otro celular ¡El día que llueva sopa,
voy a estar con un tenedor! - dijo Antonio de regreso.
Llegó a la casa.
- Antonio - lo increpó la esposa - llamó tu socio, dijo que
estuvo tratando de ubicarte en el celular y no contestabas ¿No
me dijiste que ibas a encontrarte con él?
- Perdí el celular.
- ¿Dónde estuviste?
- Fui a una reunión de trabajo.
- ¡Y te tengo que creer! - gritó la mujer - Si querés comer
algo, te lo preparás.
Torino Blanco
V
olvió a pararse frente al Torino blanco.
- ¡Es una máquina! - le dijo el vendedor.
Caminó hasta un tapial, se agachó, sacó de la media
el dinero de la indemnización y volvió a la agencia.
- Jefe, se lleva un autazo - el vendedor le palmeó la espalda.
Al llegar a la esquina de la casa hizo un rebaje. El Torino coleó
y bramó. Los vecinos se asomaron para ver. Cuando
estacionó, los hombres de la cuadra se acercaron. Estuvieron
con la cabeza metida debajo del capot hasta que la esposa
salió a buscarlo.
- ¿Y ahora que? - le dijo él.
- ¿Cómo vamos a mantener este mamotreto? - preguntó ella.
- ¡No me jodás!
Entraron a la casa. Los pibes se peleaban. La suegra gritaba
avisando que la comida estaba lista y que quería a todos
sentados a la mesa.
- Está sin trabajo y se mete a comprar un auto ¡Usted no tiene
vergüenza! - le recriminó la vieja.
Él no contestó. Se fue dando un portazo. Volvió a la noche con
la plata. Había vendido el auto. A la mañana no lo encontraron
y tampoco estaban los billetes en el jarrón.
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Cuenta
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PARA EL
DIVÁN
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El espejo
E
l hombre sube los escalones de piedra de la
antigua mansión y llama. Nadie contesta. Entra.
- ¿Hay alguien aquí?
La casa tiene los ventanales cerrados y el empapelado roto.
Sube la escalera de mármol blanco y su silbido es lo único que
se oye. En el primer piso se detiene frente a las puertas
cerradas de las habitaciones. Abre una puerta y entra. Una
mujer está sentada en el centro de la pieza vacía.
- ¿Usted ha venido a arreglar las paredes? - pregunta la
mujer
- Si.
- ¿Ve el espejo?
- No, está muy oscuro - el hombre abre la ventana. Ve el sol
por encima de la alameda.
La luz ilumina a la mujer. Está sentada en un sillón y reposa los
brazos sobre el vestido gris que llega hasta el suelo.
- ¿Vio el espejo? - insiste la mujer.
- ¿Dónde está?
- Debajo del lienzo blanco.
El hombre ve el lienzo en la pared y lo descorre. En el espejo
se refleja la mujer. Está desnuda.
- Estás desnuda - dice el hombre.
- Tengo sed - dice en el espejo la mujer desnuda.
- Traeré agua.
Cuando el hombre vuelve, la habitación está vacía. Una gata
gris está escapando por la ventana.
Pá gina 65
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Ada
E
s la cuarta pizza que pido y todavía estoy sin comer -
exclamó Ada, furiosa.
Los actores las habían comido. Ada se quedaría
sin comer porque comenzada la función tendría que
asistir a los comediantes, alcanzarles las prendas,
ayudar con el maquillaje y acomodar las cosas que se
fueran dejando de usar.
- ¡Son unos groseros! - gritó mientras se alejaba
rengueando por detrás de los telones. Los muchachos se
miraron y rieron entre ellos. Ada volvió un rato más tarde.
- Dejame que te ayude con esos pantalones - le dijo a uno.
Él la dejó hacer mientras jugueteaba con una de las actrices.
Ada se desplazó con torpeza y empujó a la actriz.
- Que te pasa vieja ¿Estás borracha? le dijo la muchacha.
Ada no contestó. Buscó la cartera, sacó una píldora y la tragó
sin agua. Decía que si algo le aumentaba el dolor de cabeza
era la cantinela de las comedias musicales. Se puso algodones
en los oídos.
- Cuando yo actuaba la música era otra cosa - no se cansaba
de repetir.
- No podés haber actuado nunca vieja bruja - dijo por lo bajo
uno del elenco.
Cuando el espectáculo terminó, Ada recogió todo, barrió el
piso y colgó en perchas el vestuario.
- No se lo que harían sin mi. Son unos malcriados -
refunfuñaba por el teatro vacío.
Cuando salió, llovía. Caminó hacia a la pensión. Un auto la
arrolló en una esquina.
- Vieja loca - dijo el forense de la morgue judicial cuando le
descubrió, debajo del vestido, la diminuta malla con
lentejuelas.
Pá gina 66
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Jacinta
E
staba loca la maestra, decía hielo ¡Si se dice yelo!
Jacinta recuerda cuando iba a la escuela porque le
duele la panza como a la mañana cuando con nada en el
estómago formaba frente a la bandera. Ahora está agachada
limpiando los inodoros de la fábrica y vuelca el detergente
azul sobre la loza blanca. Le parece una bandera.
- Señorita maestra, mamá dice que el gauchito Gil sacaba
cosas a los ricos para dárselas a los pobres.
- Olvídese de toda esa pavada que le dicen en casa y aprenda
lo que le enseño yo - había dicho la maestra dándole una
palmada en la cabeza.
Jacinta se golpea con la mano negra la cabeza negra.
- Siempre fui la misma cabezota
Saca del lavatorio un manojo de pelos y lo pone en un papel de
diario.
Había dejado la escuela y empezó a limpiar la fábrica cuando
tenía once años. Tiene trece y sigue ahí.
Jacinta tiene que baldear pero no puede por el dolor de panza.
Deja el balde con lavandina en el suelo, se baja la bombacha y
se sienta en el inodoro. Está mareada por el dolor. Le vienen
ganas de hacer fuerza. Apoya una mano en el palo del secador
y la otra en la pared. Aprieta los labios para no gritar. Siente
como algo le cae entre las piernas. Ve una cosa gelatinosa y
redonda en el inodoro.
- Se mueve adentro.
Jacinta mira la cosa hasta que no se mueve más. La saca y la
pone junto a los pelos sobre el papel de diario. Hace un bollo y
lo tira en la bolsa negra donde se junta la basura.
- M'hija que mala cara tiene - le dice la madre en cuanto la ve
entrar a la casa - Tome unos yuyos que la van a sanar.
Jacinta no cree mucho en el poder de los yuyos.
- Mama cuando algún día tenga un hijo voy a hacer que no
deje la escuela.
Pá gina 67
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La creación
N
o estoy de buen ánimo y no creo que vaya a tenerlo,
a menos que te quedes.
Parado en el medio de la pieza con las acuarelas en
la mano, la vio tomar el bolso, un par de libros y dar un
portazo. La buscó mirando por la ventana. Las palomas,
desde sus refugios en el techo del Banco Provincia, bajaban
a la vereda porque un pibe les estaba tirando galletas
cortadas en pedazos.
Tengo la boca seca. Enjuagó un vaso y tomó agua de la canilla.
Se sentó en el rincón del caballete frente a un papel en blanco.
Esbozó una mujer. Le dibujó un pan en la mano. Por la vereda
del Banco Provincia apareció una mujer llevando un pan en la
mano. La mujer cortó en trozos el pan y se lo dio a las
palomas.
Dibujó entre las manos de la mujer una caja de acuarelas. La
mujer de la vereda caminó hasta la esquina y tiró unas
acuarelas a la alcantarilla.
Pá gina 68
El botó n del tomate / Cuentos adultos
Sorpresa
P
ero si allí estaba la foto de Lucía - exclamó mirando el
portarretrato vacío apoyado sobre el hogar. No sabía a
quien decirle que lo habían echado del trabajo.
Fue al dormitorio de Lucía y lo sorprendió no encontrar la
casita de juguete, ni las muñecas, ni sus vestiditos. Faltaban
las copas que había ganado la hija haciendo gimnasia.
¡Alguien se llevó todo! ¿Habrá sido la señora de la limpieza?
¿Quizás el hombre que había instalado el cable? Un
desconocido era lo más probable ¿O quien sabe el muchacho
que había visto una vez con Lucía?
Miró con más atención el dormitorio ¿Y el empapelado rosa y
el acolchado con ositos? Todo estaba cambiado. La pared
pintada de azul tenía pegados graffiti y fotos de hombres.
Se recostó en el sofá del comedor y quedó dormido. A la
madrugada lo despertó el forcejeo en la puerta de calle y el
ruido de llaves ¡El ladrón! De un salto se escondió detrás de la
puerta y desde allí vio entrar a Lucía con un hombre. Les salió
al encuentro.
- Qué raro papá ¿Qué haces en casa? - le dijo Lucía y se metió
en su cuarto.
Pá gina 69
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Mascotas
L
a niña, entusiasmada con la fila irregular de hormigas en
movimiento, se agachó y con un ojo casi tocando el suelo
observó el tumulto que salía y entraba por la boca del
hormiguero. Reía cuando alguna se ladeaba a causa de la
carga.
En su habitación tenía una botella de boca grande en la que
guardaba cientos de hormigas. Era una masa negra compacta
y palpitante.
Esa noche, cuando los golpes secos, los llantos y los gemidos
le llegaron desde la habitación de sus padres, machacó hojas
tiernas y las metió en la botella. Hundió un dedo y acarició a
sus mascotas hasta que se hizo silencio en la casa. Miles de
patas y cientos de ojos la acompañaron. Durmió abrazada a la
Reina. Cuando despertó no tenía lágrimas.
Pá gina 70
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Las brujas
O
svaldo se mudó a la casa de Susana. A los pocos días
ella encontró una corona de gladiolos desteñidos y
calas en la vereda, frente a la puerta de la casa. La
corona estaba manchada de tierra.
- Fue ella - exclamó Susana - Es tierra de cementerio.
La piel de víbora y la sopa verde aparecieron después. Hubo
llamadas anónimas de madrugada y muñequitos de paño
ahorcados con hilos de seda. Susana hizo cruces de sal en la
cocina y prendió una vela en cada habitación.
Pá gina 71
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Pá gina 72
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El secreto
M
e senté en un banco y miré los relojes de la torre
¿Cuándo me trajeron a Finmarken? Desde mi llegada
no había visto a los chicos reír ni llorar. Algunos
estaban parados tras los cercos de alambre mirando el
horizonte y otros caminaban con la cabeza gacha. Nadie había
querido decirme porque al oeste había barracas con
chimeneas, tampoco porque las flores silvestres se
marchitaban y solo había perros mastines y ratas.
Este es un lugar que va a figurar en los mapas recién cuando
haya pasado la mitad del siglo, me había dicho un viejo.
Después se fue con otros hacia las barracas y no lo volví a ver.
- ¿Sabe como funcionan los relojes de la torre? - me preguntó
el muchacho que se sentó al lado mío. El muchacho tenía el
cuerpo consumido y la letra omega tatuada en la frente.
- No se. Supongo que como todos los relojes.
- Es un secreto. Si lo quiere saber lo tendré que tatuar.
Dudé. Pero me dejé dibujar la letra Omega en la frente.
- El reloj de la derecha mide el tiempo desde que existe
Finnmarken - dijo e hizo una pausa.
- ¿Y el otro? - pregunté con curiosidad.
- ¿Está seguro de que quiere saberlo?
Asentí con la cabeza.
- El otro descuenta el tiempo que nos queda hasta el final y
continuó - Hoy es día de gracia. En pocas horas se juntarán los
viejos y sus hijos frente a la torre, los que han sido citados
para hoy. Esperarán las campanadas de los relojes y cuando
den las doce se arrodillarán y al unísono comenzarán a rezar
durante una hora. Al terminar la oración caminarán hasta el
borde de la ciudad y entrarán a las barracas. Después las
chimeneas comenzarán a humear.
- ¿Y que les pasará?
- Será su hora - dijo y después me señaló la frente - Usted
está citado para el próximo día de gracia.
Pá gina 73
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La mirada
E
stás cansada. Tenés el estómago vacío y la cabeza
hueca. Te ves adentro de la cabeza. Hay una lista de
ocho a veinte. El paciente habla. En tu cabeza hay
fechas. Querés salir corriendo y la lapicera se te va del
renglón. Números de mañana y del mes que viene. Es dos mil
uno y escribís dos mil cinco. Estás llegando al final. Pasa el
último. Es una vieja con cara de tierra que te da la mano. La
mano es deforme. Se sienta y te habla. Dolores, oís. Te duele
el estómago y el vacío de la cabeza. Le pedís que se acueste en
la camilla. Te parás. La vieja está acostada y tiene medias
marrones. Están rotas. Te hace acordar a alguien. Le bajás las
medias rotas. Tiene ojos en las piernas. Están abiertos. Los
párpados bajan y los ojos se cierran. Los ojos se abren y te
miran. No querés que te miren. Te hacen acordar a alguien.
Subís las medias marrones. Vos querés recordar de quien son
los ojos ¡Son los ojos de mi madre!
Pá gina 74
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Pitadas
D
ame un Marlboro - pidió Goyo al quiosquero de Boedo y
Estados Unidos y lanzó una escupida que alcanzó el
cordón.
- No tengo.
- Bueno… Camel.
- Tampoco me queda. Todavía no llegó el repartidor.
- Bueno, tirame cualquier mierda que se fume.
Al dar la primera pitada se acordó de su hermano. Estaban los
dos esperando el informe médico del viejo en el pasillo del
Hospital Español. Había prendido un pucho.
- Goyo ¿Te parece momento para fumar? ¿Querés seguir el
camino del viejo?
- Metete en tus cosas y dejame en paz. Si me quiero
matar me mato.
Goyo no había pegado un ojo en toda la noche y tenía náuseas
con olor a alcohol. Los algodones que había tocado para frotar
al viejo los sentía como fibras entre los dientes.
- Hoy me voy a quedar - le había dicho a su hermano - vos ya
llevás cuatro noches sin dormir.
- Dejá Goyo, si pasa algo te vas a cagar todo, además yo se
manejar al viejo mucho mejor que vos.
- Te dije que me quedo.
Y se quedó pensando en hablar con el viejo, pero el viejo pasó
la noche dormido por la morfina y él frotándole las piernas con
algodones embebidos en alcohol. En un momento el padre
abrió los ojos y dijo:
- ¡Que difícil!
- ¿Qué difícil que? - le preguntó Goyo.
- ¡Morir!- murmuró el viejo y quedaron mirándose sin decir
nada.
Goyo ahora andaba fumando por la avenida Boedo.
- ¿Tenés fuego? - le preguntó un pibe que juntaba en un
changuito cosas de la basura. Tenía los labios azules y
guantes de goma en las manos.
Goyo le dio fuego y recordó al viejo sentenciándolo: ¡Vas a
terminar siendo un ciruja!
Pá gina 75
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Pá gina 76
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Tía Elena
M
a, ¿nos pasás una ensaladera?
Estábamos jugando en el patio del limonero.
Preparábamos comidita para las muñecas con
las flores de las macetas de tía Elena.
- Porque no van a ver si llueve - gritó tía Elena desde la
ventana de la cocina que daba al patio.
- Ma ¿Qué decis, si no llueve? Prestanos una ensaladera.
Tía Elena nos miró por entre los vidrios oblicuos de la ventana
y vino corriendo con el repasador en la mano.
- Desgraciadas ¿Qué están haciendo con mis plantas? -
gritaba y nos corría tirando latigazos al aire con el repasador.
Nosotras trepamos al limonero. Tía Elena se agarraba el
pecho y tiraba repasadorzazos al tronco.
- Me van a matar con los líos que hacen. Ya vas a ver con tu
padre - dijo y se puso a acomodar las macetas.
Esa noche mi tío le dio una tremenda paliza a mi prima y no la
dejó salir a jugar ni al día siguiente ni por muchos días más.
Después llegó el frío y mi prima se enfermó. Por un tiempo no
quisieron que nos viéramos hasta que me dieron permiso y fui
a visitarla.
- Ves lo que les pasa a los chicos que se portan mal - me dijo
tía Elena.
Me asomé a la puerta del dormitorio. Mi prima estaba
acostada. Tenía enormes manchones rojos en la cara. Creí
que se iba a morir y que seguramente yo también.
Cuando mi prima estuvo mejor me llamó para ir a jugar al
patio.
- Mirá esa hormiga - me dijo empujando con una rama la
hormiga negra y grande que trataba de subir al limonero.
La hormiga cayó al piso y luego volvió a subir al tronco.
Entonces mi prima rabiosa entró a la casa y volvió con un
frasco de jarabe.
- Es el remedio que toma mamá - me dijo.
Abrió el frasco y echó el jarabe encima de la hormiga. La
hormiga tambaleó y cayó. Esta vez no volvió a levantarse.
- Se murió - dijo - Vamos a enterrarla.
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Pá gina 78
El botó n del tomate / Cuentos adultos
Tango bravo
U
na mujer sola camina entre el cordón y los frentes de
las casas color tierra cansados de ver pasar mujeres
solas.
Un hombre solo, parado en la esquina, prende un cigarrillo
imaginando lo que pasará en los próximos segundos de su
vida.
Cita furtiva entre los únicos que podían encontrarse en ese
lugar y en ese momento.
Una melodía cubre las glicinas y los patios, se mete por los
oídos sin permiso y sacude el alma. Arrabal con música. Luna
de pasiones detonadas por la letra. Lanzas de fuego. Traición
oculta.
La colilla, pisada con calma, ve desde el suelo la hoja de acero
que atraviesa silenciosa el aire. La mujer cae sobre el pecho
en el que jamás debió recostarse.
Pá gina 79
PARA TOMAR LA TETA
El botó n del tomate / Cuentos adultos
El romance de Manuel
E
l tomate le pegó en la mejilla. Unas semillas le cayeron
en el ojo y empezaron a brotar. El Pardo Manuel no
estaba preparado para convertirse en almácigo. De un
manotazo arrancó las plantitas que comenzaban a crecer con
vigor. Una, sin embargo, astuta como ninguna, le quedó
enroscada en el oído izquierdo. Manuel quedó patitieso con el
cuerpo escultural de la plantita. Ella sabía, porqué se ponía en
contacto con las neuronas del Pardo, cuales eran las imágenes
que le gustaban: tenía que ponerse gorda. No tardó en dar a
luz a Carmela, una tomatita graciosa y apasionada.
- ¡Hija mía! ¡Que culpa voy a tener! - dijo Manuel mirando el
botón de la tomatita, donde los pliegues de la piel se
concentraban ¡Mamucha! repetía con lágrimas en los ojos.
A medida que Carmela crecía, el Pardo se excitaba. Una noche
no pudo más.
- ¡Nena, te necesito en otro lado!
Y ahí nomás Manuel ensartó a Carmela con un tenedor de
dientes romos. El resto de la planta se sacudió. Para sorpresa
del Pardo la tomatita gozó con la pinchadura.
- Tan bruto no soy- se dijo - algo conozco a las minas.
- ¡Papi me diste con un caño! - Carmela disfrutó como no lo
había hecho con aquél rancio poroto en su adolescencia.
Lo que no vio Manuel es que la tomatita se estaba haciendo
puré, deslizándosele por todo su cuerpo. Éxtasis, placer y
bloqueo cerebral fueron las sensaciones del Pardo cuando el
viscoso y tibio puré le inundó la bragueta.
Ya repuesto, Manuel descorchó una botella de rubio
Champagne y los tres, relajados, brindaron por la cosecha de
tomates.
Pá gina 83
El botó n del tomate / Cuentos adulto
Código
N
egra, a las 12 en el local 51. Venite con la batita roja.
Ella cortó el teléfono y se tiró un rato en la cama. Se la
pasó dando vueltas desnuda hasta que se hizo la hora.
Se puso la bata roja y salió. Estaba oscuro. Al entrar a la
galería, fue derecho hacia la tienda del fondo. Entró y dejó
caer la bata. Él la manoseó. Ella volvió a la cama. Él se fue,
después de poner en una bolsa algunas prendas y los billetes
que encontró en la caja.
Pá gina 84
El botó n del tomate / Cuentos adultos
Aroma de jabones
H
ermosa, a mí lo que menos me importa es comer.
Vamos a lo de tu abuela. ¿Conseguiste la llave?
La muchachita saca del portafolio un manojo de llaves.
- Hice una copia y después las volví a guardar en el placard
para que mamá no se diera cuenta - dice desabrochándose el
uniforme.
- Sos una diosa.
Él la abraza y los dos caminan hasta la casona vieja. Al entrar
les llega el olor húmedo de la casa desocupada. No prenden la
luz, se iluminan con el encendedor para subir la escalera.
- Tengo miedo - dice la muchacha.
- Siempre se tiene miedo la primera vez.
En el primer piso entran al dormitorio. La ventana no tiene
cortinas. Una luz tenue ilumina la cama. Sobre el acolchado
viejo de gobelinos están los atados de ropa y los paquetes de
jabones, puestos allí desde que se vendió el ropero de la
abuela muerta.
Él le saca el uniforme y la vuelca sobre la cama. Le lame los
pechos con olor a jabones viejos.
- Mi abuela me quería mucho.
- Como yo, preciosa.
Él se baja los pantalones y ella cierra los ojos.
- Relajate - le dice él - es como un helado de crema.
Él le toma la mano y la lleva a su pene.
- Así, mové la mano de arriba hacia abajo - murmura
guiándole la mano.
Ella abre los ojos.
- ¿Así?
- Muy bien ¿Ves como crece?
Ella se estira para besarle los labios.
- Ahora metételo en la boca.
Ella saca el chicle que tiene en la boca, lo pega en la palma de
su mano y empieza a chupar.
- ¿Así está bien?
- Muy bien, muy bien.
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
Pá gina 86
El botó n del tomate / Cuentos adultos
La pasión de la doncella
E
lla no sabía que cosa le traería el azul del cielo, un
águila guerrera, audaz se eleva en vuelo triunfal.
Perdón, fue un lapsus. Continúo. El azul fascinaba sus
sentidos - el narrador, sentado en una sillita de mimbre en el
medio del escenario, aclaró la garganta.
- ¡Bueno ché! Pará de decir pavadas y contá la historia - dijo
un borracho desde la mesa.
- Gente impaciente. Ya va, ya va, tengo que pensar un poco.
Ya sigo.
- Déjelo que piense, el pobre está transpirando - dijo la
muchacha de pollera corta y cruzó las piernas.
- Gracias, señorita, es usted muy amable.
- De nada señor, yo lo espero - la muchacha se subió la
pollera con una mano.
- Gracias nuevamente señorita.
- ¡Má que gracias ni gracias!, yo pagué la entrada y quiero oír
la historia - se quejó el borracho.
- Cállese de una buena vez, yo también quiero oírla, pero
tenga paciencia - dijo la muchacha.
- ¿Paciencia? Paciencia es lo que me sobra. Yo vine a
escuchar una historia y hasta ahora ando por el azul del cielo.
- Ya empiezo, ruego a ustedes la mayor atención ¡Por favor! -
siguió el narrador mirando las piernas de la señorita.
El boliche quedó a media luz, se habían quemado tres
bombillas.
- Mejor que empiece - dijo el borracho en tono amenazante.
- Usted le corta la inspiración - se quejó la muchacha.
- La que te estás inspirando sos vos.
- ¡No me tutee! No le he dado mi confianza - dijo la muchacha
y se abrió el escote.
- Tenés razón, yo tenía confianza en mi mujer y se piantó con
el plomero.
- En el cielo había una esperanza - continuó el narrador - La
dulce doncella Margarita tenía una verruga marrón, una
enorme verruga marrón en la nalga derecha y esperaba un
milagro que la hiciera desaparecer.
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
Lola
H
abía visto a Lola en el brindis de curso de la Cátedra y la
perdió de vista cuando pronunció el discurso. Quedó
caliente.
Una noche imaginando el pelo negro de Lola se miró los
brazos y no se vio las manos. Tomó el listado de la cátedra,
buscó el teléfono de Lola y la llamó. No habló, la escuchó y
esperó a que ella cortara. Se masturbó.
Marcó otra vez el número y cuando ella atendió, le dijo que
estaba enfermo y le dio su dirección. Lola esperaba esa
llamada. Se puso un vestido liviano que le ajustaba la cintura
y marcaba las caderas. Dejó desabrochados los botones a la
altura del escote.
Cuando llegó, él abrió la puerta.
- No tenía a quien llamar. Tengo fiebre.
Lola le dio un beso en la mejilla y entró. Se sacó los zapatos,
desprendió todos los botones del vestido y se le acercó. Él
murmuró:
- Me harías un té.
Lola se sacó el vestido, se arrodilló frente a él y le abrió la
bragueta.
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
En el pasillo
A
lguien nos presentó en la fiesta. Yo no tenía ganas de
tanto ruido y vos te quedaste callado hasta que me
invitaste a salir a la calle a tomar aire. Caminamos
eligiendo las baldosas para pisar. En un traspié se me rompió
el zapato. Dijiste que tu casa estaba cerca y que allí lo podías
arreglar. Fuimos a tu casa. Subimos la escalera de madera
raída. Jugamos a imaginar toda clase de figuras con las
manchas de humedad de las paredes hasta que llegamos al
segundo piso. Allí abriste una puerta y me invitaste a pasar
con una reverencia. La pieza, la cocina y el baño estaban
alineados. Daban a un pasillo que tenía una mampara de
vidrios verdes y rojos. Me quedé en el pasillo con el zapato en
la mano y vos fuiste a buscar los clavos y el martillo ¡Qué diría
Carlos si supiera esto! Viniste y te di el zapato, pero no
agarraste el zapato, me abrazaste y me besaste a mí. Con
Carlos habíamos madurado distinto. Eso era. La mamá nos dio
el departamento para casarnos, pero yo quería otra cosa. El
zapato se me cayó de las manos. Vos con un gesto osado
tiraste el martillo y los clavos al piso y me alzaste contra los
vidrios de la mampara. Oímos una guitarra que sonaba en
algún departamento y te pusiste a tararear adentro de mi
boca. Él me había regalado una cajita de música, la mamá la
había elegido para mí. Me abriste la blusa y me acariciaste los
pechos. Cinco años de novios y cuando le dije que era
momento, me dijo que lo iba a pensar. Mirá que nunca… Me
dijiste que estaba todo bien y me desgarraste la bombacha. Te
bajaste los pantalones y te abriste la bragueta, te rodeé con
las piernas la cadera y te abracé por el cuello.
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
Escarabajos
M
arcela sentada en el sofá de la sala se mira en un
espejo de mano. La luz le resalta las raíces blancas del
pelo.
- Mañana mismo voy a la peluquería.
Él cruza la sala por delante de ella y se sienta en el escritorio
debajo de la ventana.
- Sabés que algunos escarabajos parecen excremento de
pájaro - dice inspeccionando con la lupa su colección de
escarabajos.
Ella tira el espejo al piso.
- Los escarabajos tigre pueden correr más de medio metro en
un segundo - dice él mirando un escarabajo de colores
iridiscentes.
Marcela se levanta del sofá y va hasta el escritorio. De
espaldas a él, se agacha hacia delante y se sube la pollera. La
trusa de encaje negro le modela las nalgas redondas y firmes.
- Existen más de trescientas cincuenta mil especies de
escarabajos - dice él.
Ella deja caer la pollera y se quita la blusa. Se acerca a él y le
pasa la lengua por la cara y el cuello.
– Si no fuera por los escarabajos el mundo no sería el mismo.
Marcela se va irritada. Va a la cocina y saca de la heladera una
torta de miel y nueces. Corta una porción y la come en tres
bocados con una cuchara de sopa. Se sirve otra porción y la
lleva a la sala. Él ya no está en el escritorio. Ella se sienta
sobre la alfombra y lee una historieta de El Loco Chávez.
Estuviste muy seductor. Y vos Laura, vas a matar a más de
uno. ¿Perdón interrumpo? No, me estaba yendo. Soy un
admirador tuyo. Sos una diva. Bueno, que suenen los violines.
¡Estuviste divina! Cuidado que puede quedar alguien en los
camarines. A Marcela se le desliza una gota de saliva por la
comisura de los labios. Es que no aguanto más, nena. ¿Laura,
necesitás algo? ¡Oh! ¿Quién es usted? Laura vestite.
Marcela traga la saliva que se le acumula en la garganta.
- ¿Sabés adonde está mi agenda? - pregunta él desde la
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
Tamaño
C
aramba. No esperaba esto Sir Lucas.
- Lady Arthur, debería saber que las sorpresas
son parte de la vida.
- ¡Es el tamaño lo que me asombra!
- El tamaño no es lo esencial. Mucho me temo que usted no
ha sabido de éstos menesteres desde hace tiempo, Lady
Arthur.
- Tiene usted razón, desde la muerte de mi amada esposa no
me han puesto ni una inyección intramuscular.
- Para mi es un excelso placer colocarla, Lady Arthur.
- Que maneras tiene usted.
- ¡Aprendidas con los Hermanos del Campo! Si usted viese
como tratan a las cabras allí, no se sorprendería, Lady Arthur.
- ¿No tenían asnos, tal vez?
- Los asnos estaban a disposición del prior, lejos de mi vista,
Lady Arthur.
- Dígame ¿Cuántas personas han pasado por sus manos?
- Alguien como usted no debería preguntar ciertas cosas.
- ¿No me lo dirá?
- Bueno, si insiste le diré: unos mil quinientos, sin contar a
mis familiares.
- Sir Lucas. ¡Qué barbaridad! ¿Tantos?
- ¡Soy un caballero! Jamás me niego a atender a quien me lo
pida.
- Volvamos a lo nuestro, Sir Lucas. Por favor, sea usted
sensible y suave.
- Dese la vuelta, Lady Arthur.
- ¿Tan pronto? ¡No pensé qué...!
- Lady Arthur, creí oír que me había pedido que se la pusiera.
- ¡Es verdad!, pero me asusta un poco el tamaño.
- No debe preocuparse por eso, el ungüento de grasa de foca
evitará el dolor.
- Me encanta como usted me persuade, Sir Lucas.
- Es mi obligación, Lady Arthur.
- ¡Póngala ya! Se lo ruego.
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
- Es inevitable ponerla.
- Que calor que da, Sir Lucas.
- ¡Así es! La pócima es ardiente.
- Muy ardiente.
- Si, Lady Arthur.
- ¿Ha terminado?
- Completamente.
- ¿Cuándo volverá? Esperaré su retorno, Sir Lucas.
- ¡Ha sido un verdadero placer! Lady Arthur.
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
El Bautismo
E
ra mi primera salida a un boliche. Estaba nervioso. Me
senté con Amalia en el sillón y la abracé. Nos besamos.
¡Jhon Lee Hoocker! Gritó Amalia. Se levantó, me
agarró de la mano y me llevó hasta la pista de baile. La
excitación no se me había ido y el bulto era evidente ¡Estoy al
palo! Le dije. No es momento, me contestó. Traté de bailar sin
mover la cadera hacia delante pero una amiga de Amalia vio el
bulto y riéndose, me empujó. Me sacudí hacia adelante y
apoyé a un tipo grandote. El grandote se dio vuelta y miró el
bulto. Me agarró del cuello con una mano que parecía la de un
oso ¿Sos marica vos? Me preguntó sin soltarme el cuello. Los
que estaban alrededor nos miraron. La erección seguía.
Amalia estaba del otro lado de la pista cuando el oso me soltó
y caí de espaldas. Me levanté y salí del boliche tapándome el
bulto con las manos ¿Te duele? Me preguntó un canillita que
bajaba de una camioneta los diarios del domingo. No, me
agarré la mano con la puerta. A diez cuadras por Rivadavia
hay un hospital, me dijo. En el Hospital alguien me va a bajar
esto, pensé. Cuando vi el Hospital me metí en la Guardia. Un
médico de guardapolvo blanco se me acercó ¿Qué tenés? Me
preguntó. Yo seguía con las manos cubriéndome el bulto.
Vamos pibe, entrá al consultorio. Me pidió que me acostara
boca arriba en la camilla. Sacate las manos de ahí y bajate los
pantalones. Contuve todo lo que pude mis intestinos, pero no
pude evitar que se me escapara un gas. Estás cagado, con el
pito no se jode, me dijo serio el médico. Entró al consultorio
un hombre sin guardapolvo. Flor de carpa, dijo. Sacate los
calzoncillos, me ordenó el médico. Me los saqué. Linda cosita,
me dijo, te la vamos a tener que tratar con Pedomicina o
mejor, esperá, vamos a resolver esto en ateneo. El médico y el
hombre sin guardapolvo salieron. La transpiración me corría
por el cuello. Cuando volvió el médico me dijo: Quedate
quietito que en un rato lo arreglamos, va a venir una
especialista, la doctora Toronja con el escalopesto. Me la van a
cortar, pensé. Para tranquilizarme el médico me convidó una
pastilla de menta. No sentí el gusto a menta. Me agarré el pito
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
La misa
P
oco antes del mediodía fueron llegando a la iglesia las
antiguas compañeras. El encuentro había sido
programado con misa seguida de almuerzo. Después
de los abrazos y los recuerdos, las monjas les indicaron que
debían entrar todas al mismo tiempo y en silencio.
Entraron en silencio y en silencio se acomodaron en los
bancos una al lado de la otra. Cuando empezaron las risitas
cómplices y los comentarios en voz baja, la madre superiora
celosa de todos los detalles, las aplacó rápidamente con un
poderoso chistido.
Estela y Nora habían quedado una al lado de la otra. Por
casualidad, porque nunca en la escuela habían estado una al
lado de la otra. Empezó la misa. Todas escuchaban, se
arrodillaban o repetían las letanías según se diera el caso.
Estela y Nora también escuchaban y repetían, pero cuando
llegó el momento de arrodillarse, por torpeza o descuido
rozaron sus piernas y se dieron cuenta que se habían tocado
porque tuvieron una agitación inesperada. La misa continuó
con cánticos y terminó con la fila de todas frente al altar. En la
fila, Nora quedó detrás de Estela. Estela esperó para avanzar
y Nora se le apoyó en la espalda. Todas recibieron la hostia y la
bendición que les dio el padre.
El banquete se hizo en un salón. Las mesas eran para cinco o
seis personas. Nora y Estela se sentaron juntas. La madre
superiora desde la mesa principal agradeció a Dios por los
alimentos y todas agradecieron desde sus lugares. Trajeron el
primer plato, jamón crudo con palmitos. Nora buscó debajo
de la mesa la pierna de Estela y la acarició por sobre la media
de nylon. Tres mujeres tocando violín, chelo y flauta dulce
interpretaban música de cámara desde la tarima que estaba
al fondo del salón. El segundo plato fue pollo con una salsa
especial y papas. Nora rasgó con los dedos la media de nylon
de Estela y le pasó la mano por la piel. Las demás reían y se
tiraban trozos de pan como solían hacer en el comedor de la
escuela. Nora alcanzó la entrepierna, removió sus dedos por
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
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El botó n del tomate / Cuentos adulto
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El botó n del tomate / Cuentos adultos
El Profesor
M
ezclados en la cama el profesor rozaba los pezones de
la morocha con una mano y metía la otra entre las
nalgas de la pelirroja. La rubia echada sobre él, le
besaba el cuello.
- Terminó el recreo - dijo el profesor - Me voy a dar una
vuelta.
- No irá a salir así - le dijo la pelirroja.
- Llevaré el puntero - contestó el profesor y se puso de pie.
Tomó el puntero, dio tres golpecitos en el marco de la puerta y
salió de la habitación.
La pelirroja, la rubia y la morocha quedaron en la pieza
vistiéndose.
El profesor había salido desnudo. En el estar del hotel se paró
frente a un cuadro en tonos pastel y lo señaló con el puntero.
- Alumno ¿Usted diría que los frutos en esta naturaleza
muerta, representan la oquedad del alma?
- Disculpe, no tuve tiempo de preparar la lección de pintura -
contestó el recepcionista con la mirada fija en el cuadro.
El profesor le puso un cero en el aire y salió a la calle.
En la vereda dos hombres con cañas de pescar en las manos
discutían acalorados. El profesor dio un golpe en la pared con
el puntero.
- Silencio - les dijo.
Los hombres se callaron.
- ¿Se pescan anguilas en el río Gualeguaychú? - preguntó
apuntándoles.
Los hombres se miraron entre ellos. El más joven titubeando
contestó.
- Aquí hay dorados y pejerreyes.
- ¿No les parece que las monarquías decimonónicas ya han
desaparecido, al menos en el agua? - dijo enojado y apoyó el
puntero en el pecho del viejo.
El viejo agachó la cabeza.
- Perdón profesor, no entendí - contestó.
El profesor dio un golpe en la cabeza de cada pescador y se
alejó. Atardecía. El guardia de prefectura no lo vio cuando
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PARA ESPIAR DEL OTRO
LADO DEL MOSTRADOR
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La muerte de Donald
H
ey Mickey. Tenemos un problema - dijo Donald
abriendo la puerta de la Oficina del boss.
El ratón que estaba seleccionando conejitas de
Play Boy en un dossier, levantó la cabeza de mala gana,
movió la nariz como si oliera sopa de pepinos y sacando
la vista de la amante de Roger Rabbit en topless, preguntó:
- ¿Qué problema?
- Disminuyen las ventas en la cadena de porno-tiendas de la
costa Este.
Donald no sabía que la noticia ya estaba en conocimiento del
jefe.
- Además de ser un pato idiota, estás desinformado - dijo
Mickey con la soberbia del que se sabe el número uno.
- Ya llegará tu hora sucia rata de albañal - masculló Donald.
Pluto entró al despacho. Traía en la boca una bandeja con tres
montañitas de polvo blanco y un canuto de marfil. Mickey
tomó la bandeja.
- ¡Muéstrame la nariz! - dijo Mickey a su mascota.
Pluto con una sonrisa boba obedeció la orden.
- Viciosos - pensó el Pato.
- ¡Te has soplado dos veces! Vete de aquí, ratero - exclamó
con dureza Mickey.
Pluto no tardó un suspiro en salir. El Ratón se sacó el guante
de la mano derecha y extendió un dedo hasta la bandeja.
Aplicó el polvo en la nariz y al punto de aspirarlo gruñó con
furia:
- Este negocio es una maldición, estoy rodeado de inútiles.
- ¿Y si viniera Minnie? - preguntó Donald desde un rincón.
Mickey, que obtenía suculentas rentas por el alquiler de su
novia a los magnates petroleros alojados en el Waldorf
Astoria, chilló con desprecio:
- ¿Qué dices insensato? No entiendo cómo alguien de tu
familia ha podido llegar a Millonario.
- Porqué es un bastardo como tú - quiso contestar el Pato
pero se calló la boca.
Donald con semblante torvo se quedó de pie. Seguía haciendo
el trabajo de guiñapo desde que Mickey había ganado la
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S
on extranjeros - dijo Damián.
- No, vienen del otro lado de la vía - le explicó
el hermano.
- Por eso, te digo que son de otro país.
- ¿Y con eso que?
- Que no me gustan.
Desde un agujero de la medianera Damián y el hermano
vieron como los vecinos nuevos cortaban a máquina el
pastizal y plantaban canteros con flores.
- ¿Dónde vamos a jugar al fútbol ahora? - se quejó Damián
dando un tremendo puntapié a la pelota.
Vieron a los vecinos construir la casa sobre el galpón ruinoso
donde guardaban sus cacharros: el arpón, la rata
embalsamada y los cigarros que de tanto en tanto le sacaban
al abuelo.
Los vecinos venían los fines de semana a ver como andaba la
obra.
- Esos vehículos están en mi terreno - dijo el vecino al padre
de Damián volteando la cabeza hacia los tres autos
destartalados que estaban sobre el parque.
- ¿Y? - respondió el padre con un palillo entre los dientes.
- Me los tiene que sacar.
- Mire jefe, no tengo donde meterlos.
- Va a tener que encontrarles un lugar.
- Hace una punta de años que los pongo ahí.
- Si están allí el domingo que viene, llamo a la policía.
Cuando el vecino se fue, Damián escuchó decir al padre:
- Estos tipos recién llegan y ya están jodiendo ¡Cómo para
bodrios con la cana estoy yo!
El padre sacó los autos durante la semana con dos
muchachotes que lo ayudaron por unos pesos. Anduvo varios
días en cama con dolor de cintura.
Cuando la casa estuvo terminada, los vecinos vinieron con un
camión de mudanza. Bajaron un montón de canastos,
muebles de algarrobo, cortinas floreadas y cuatro arañas de
hierro.
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El atentado
H
oy la veo - dijo Ana triunfante saliendo de la casilla a
orillas del Riachuelo.
- ¡Tonta, mujer tenías que ser! - gritó desde adentro
el marido.
Ana no oyó. Con la chalina se cubrió las llagas de la cara y
tomó el colectivo. Bajó en Avenida de Mayo al 800, frente al
Ministerio de Trabajo y Previsión. Una hilera de mujeres y
chicos harapientos doblaba la esquina. Ana se puso en la cola.
- Son mis grasitas - comentaba Eva en la sala de recepción del
Ministerio mientras atendía a la gente y besaba a todos.
Después de varias horas Ana llegó adonde estaba Evita y se
descubrió la cara. Alguien de la comitiva preguntó al doctor
qué podían ser las lesiones. Allí siempre había un médico a
mano.
- Pueden ser varias cosas, incluso una sífilis avanzada - dijo el
médico.
El que había preguntado quiso retener a Eva pero ella se
desprendió del brazo y besó a Ana en las llagas.
Ana murió en un accidente el 26 de julio de 1952. Un auto la
había arrollado a pocos metros del presidente Perón. No
apareció en los diarios. Para los que la conocían fue una
fatalidad porque el marido manejaba el auto que la atropelló.
Esa misma noche murió Eva de cáncer. Llovía cuando miles de
personas de luto salieron a la calle. El que anunciaba el
suceso por radio Nacional dijo “Está llorando hasta Dios”.
Una semana antes del accidente Ana había ido a la casa donde
Eva estaba muriendo. Había simulado ser una enfermera. No
fue descubierta por la custodia. En la habitación de Eva les
pidió a los familiares que salieran, diciéndoles que tenía que
aplicarle un calmante. Cuando estuvo a solas con ella se
acercó a la cama y le habló al oído.
- ¿Como sabés que lo van a matar? - preguntó Evita saliendo
del sopor.
- No importa como señora. Pero sé como puedo evitarlo -
había dicho Ana.
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La esquina
E
l sábado a las seis de la mañana, en la esquina de
Ramón Falcón y Lacarra donde está la Terminal de
colectivos de la línea cinco, el sereno se despereza en
el cuartito del fondo del depósito. Agarra el balde y los trapos
y se pone a limpiar los colectivos.
- Pacha ¿Estás ahí? - dice al subir a uno de los colectivos.
Encuentra debajo del último asiento, a la perra
amamantando tres cachorros.
- Pacha no me dijiste que ya era la fecha.
A la noche sale del cuartito peinado a la gomina. Lleva un
cachorro envuelto en un pulóver. Cierra el portón de dos
hojas del depósito, dobla la esquina y entra al Cabaret
Charo, en el mismo terreno de la Terminal.
- ¿Cómo andás Pedrito? ¿Querés un trago? - lo recibe una
copera.
- Bueno, Mabel - dice Pedro y prende un cigarrillo.
Mabel con el vestido rojo ajustado apenas se distingue bajo
las lámparas rojas del local.
- No fumés papi, te va a hacer mal - le dice ella.
Detrás de la vitrina, el espejo iluminado refleja las botellas
de licor. El barman sirve un vaso de Whisky barato para
Pedro. Mabel toma un vaso con té frío.
- Mirá lo que te traje - dice Pedro.
- ¡Qué linda! Es una hembrita - dice Mabel y levanta la perrita
a la altura de sus ojos - Te vas a llamar Charito.
- Mabel espero a que termines y nos vamos para la pieza - le
dice Pedro.
La música tropical suena desde el parlante colgado del techo
y los hombres esperan a las coperas en las mesas. Mabel le
deja la cachorrita a Pedro y se acerca a un cliente.
Ya es madrugada cuando van a la piecita del fondo de la
Terminal. Se abrazan en el colchón que Pedro tiene en el piso
y se quedan dormidos. Charito duerme con ellos.
- Venite a vivir acá - le dice Pedro una noche - Voy a comprar
una cama grande.
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Vacas
E
l doctor González, reconocido diputado nacional,
impulsó la ley que establecía la superficie libre y
obligatoria que debían tener los campos de pastoreo. Su
objetivo: optimizar la producción ganadera.
Necesitaba que los productores entendieran la nueva
legislación. Sin olvidar que la gente del campo aportaba un
buen caudal de votos, citó a los representantes de los
campesinos a su despacho. Los hombres acudieron con
preocupación.
- Señores, gracias por su presencia - dijo el doctor González -
vamos al grano. Ahora podrán poner más vacas en los
campos, cumpliendo con la ley.
- ¿Cómo hizo señor diputado? - preguntó un bajito con
pañuelo al cuello.
- Antes de informarles, les haré un cálculo.
Los hombres prestaron atención con respeto.
- Por favor traten de responder las preguntas que les iré
haciendo ¿Cuál es el largo de la cola de una vaca?
- Digamos que metro y medio majomenos contestó el bajito
de pañuelo.
- Consideremos un metro ¿Y qué diámetro tiene la cola de
una vaca? - seguía el doctor González.
- ¿Diámetro? ¿Eso qué es? - se sorprendió el petiso.
- No seas animal - dijo otro - Mire señor diputado, el diámetro
de la cola ha de ser de unos tres centímetros en el principio y
se va achicando hasta el plumero que tiene en la punta de la
cola.
- Entonces - el diputado simuló un profundo pensamiento -
La cola de la vaca, en promedio, mide un metro de largo por
tres centímetros de diámetro. Por último ¿Cuanto pesa una
vaca?
- Cerca de 300 kilos, pa' las vacas grandes - volvió a
aventurar el petiso.
- Veamos - el diputado tomó una máquina de calcular, bajaba
la cabeza y la levantaba para dar los resultados - teniendo en
cuenta que una vaca tiene un volumen de 1,5 metros
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El Héroe
A Alcira Saldaña
L
a espada rasgó el aire. El golpe fue certero pero el
Dragón Ladino contrajo el vientre y el acero de la
Honorable no le atravesó la piel. Con los dientes
apretados y la mano firme Vincengertorix se alejó dando un
soberbio salto mortal hacia atrás. Al filo del barranco, a
espaldas del Héroe, los nueve tentáculos de la Hidra Mendieta
se retorcían buscándole las piernas para amarrarlo. Los
cuervos y los buitres volaban en círculo palpitando el
desenlace. Ese mediodía habría carroña de sobra.
De pronto sonó una sirena lejana. Habían dado las doce. Las
dos bestias y Vincengertorix abandonaron la gresca para
cobijarse bajo la sombra de un viejo roble. Desplegaron sobre
el pasto un mantelito a cuadros blancos y rojos, abrieron sus
petates y sacaron la vianda. La Hidra se encargó de distribuir
el almuerzo. El Dragón calentó la sopa con un suspiro y
Vincengertorix sirvió las bebidas sin alcohol.
- ¿Deseas la sal? - preguntó el Dragón Ladino a la Hidra
Mendieta.
- ¡Hablame en criollo! Estoy hasta los cuellos del castellano
neutro.
- Se nos pega, parecemos una traducción hecha en Miami -
Vincengertorix se llevaba a la boca una croqueta de arroz.
- Tenés razón Mendieta, pero que querés, es como dice
Vicente: se te pega.
Una brisa suave refrescaba el lugar. El hombre y los
monstruos reposaban. Vincengertorix esperó a tomar un
trago de bebida fresca para ponerse de pie y dándose vuelta
miró a los compañeros de almuerzo.
- ¡Estoy harto de trabajar de Héroe! - dijo como una
confesión - capaz que los tengo que liquidar a los dos ¿Y para
qué? Para que los de la Aldea puedan ir a plantar frijoles,
perdón,porotos, sin que ustedes los asusten.
- ¡A mi no me importa! Si me amasijás me regenero rápido -
respondió la Hidra tomando un trago de Amargo Serrano.
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Un encuentro insospechado
F
ue una tarde de otoño en setiembre de 1760. Immanuel
Kant * por entonces tenía 36 años. Era un hombre bajo,
silencioso y modesto. Acostumbraba a salir todas las
tardes a la misma hora a dar un paseo por la avenida de los
Tilos hasta llegar a la plaza. Respetaba tal exactitud para
todos sus actos que los vecinos ponían el reloj en hora cuando
él salía de su casa a las tres y media de la tarde. Immanuel
filosofaba hasta para ponerse los calcetines. Su madre lo
había formado en la severidad de las creencias religiosas y su
vida se desenvolvía en el rigor del deber por sobre todas las
cosas.
Esa tarde las nubes grises y los relámpagos presagiaban
tormenta. Immanuel salió de todos modos con su sobretodo y
su bastón. Y porque correspondía se dirigió a la plaza.
Caminaba por los senderos cubiertos de hojas secas cuando
se le cruzó una dama que apurada tropezó. En la caída el
vestido de la joven se levantó dejando al descubierto sus
piernas. La muchacha, ruborizada, se compuso y siguió su
camino. Immanuel no levantó la vista. A pocos metros junto a
un árbol retorcido y seco un joven presenciaba la escena.
- Pero querido caballero ¿Puede usted decirme donde tiene
puestos los ojos y los cojones? - preguntó el joven mientras se
tomaba con ambas manos los testículos.
Immanuel levantó la vista y cubriéndose la boca con un
pañuelo dijo:
- Caballero, no suelo hablar mientras camino. Es mejor el
silencio que un resfriado.
- Se puede sacar partido de un encuentro inesperado
¡Cuántos bribones nos sirven de ejemplo! - dijo el joven.
- Mi camino está trazado y nadie puede interrumpirlo.
- La soberbia solo genera ingratos.
- Le pido que me disculpe - y haciendo un gesto de cortesía
Immanuel emprendió nuevamente su camino.
Pero el joven que era ante todo terco y adoraba los
escándalos, continuó en voz alta.
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La inauguración
E
n este acto queda inaugurado el subte - la Alcaldesa
desató las cintas. El Obispo bendijo la estación y rezó un
padrenuestro. Los invitados acompañaron el acto.
El subte hizo el viaje inaugural. El recorrido era corto. Tres
estaciones separadas por cuatro calles cada una. El tumulto
que subía desde el suelo asustó a los habitantes del pueblo.
- ¿Para que queremos un subte en Las Espigas? - preguntaba
la gente.
Las lámparas titilaron y las ventanas se cerraron al paso del
metro. Las mujeres devotas rezaban en los altares hogareños
y los hombres que estaban en la calle corrían a guarecerse
espantados. El Obispo y la Alcaldesa, los agentes de policía y
los bomberos procuraban calmar a los que encontraban a su
paso.
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Investigación
D
esde que Aristóteles comenzó a hacer las primeras
clasificaciones de los animales o aún antes, desde que
las especies mamíferas evolucionaron hasta los
rumiantes actuales, se comenzó a observar que la cantidad de
horas en el día dedicadas a la obtención e ingestión del
alimento constituían un porcentaje significativo de la
actividad animal.
En el año 1997 el investigador Esteban Brownie se propuso
establecer las causas de ese proceso. Para ello compró una
estancia en las cercanías de Rauch en la provincia de Buenos
Aires y una cantidad de novillos. Se hizo construir un casco de
estancia y contrató un peón para que se ocupara de las tareas
de mantenimiento de la casa y de los animales.
Le llevó varios meses diseñar un protocolo de estudio que
pudiera, en forma objetiva, analizar la conducta animal.
Finalmente después de arduas búsquedas bibliográficas y
cálculos matemáticos encontró la fórmula adecuada.
No es mi interés en la actual presentación ahondar en los
procedimientos científicos sino en los resultados obtenidos
por el Dr. Brownie.
La observación sistemática y el cuidadoso registro de datos
pudieron demostrar que el tiempo promedio ocupado en la
alimentación estaba en el orden del 55,6 %. En los animales
más jóvenes era de alrededor del 47,5 % y en los de edad más
avanzada era del 58,8 %.
Sin embargo esto no aclaraba las causas y motivaciones que
llevaban al animal a esta conducta.
No fue sino luego de pasar varios meses de tediosa
subsistencia en el lugar cuando Brownie hizo su gran
descubrimiento. Fue una noche mientras comía. De pronto
salió corriendo y gritando ¡Eureka! Había encontrado en su
propio proceder las causas del proceso.
Por cierto desde su llegada al campo había aumentado de
peso significativamente. Estaba tan aburrido que su mayor
distracción era ingerir alimentos. Esto le proporcionó la
hipótesis: comen por aburrimiento.
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D
octor Barry lleguemos hasta aquí, no más.
Es la mañana del 16 de junio de 1828 en Inglaterra.
El doctor Barry se acerca al pabellón de leprosos
acompañado por su enfermero asistente.
- Tendrá que curarles las lesiones - indica Barry al enfermero.
- General, es arriesgado. Este espectáculo es repugnante.
- Le prohíbo expresarse así.
En la penumbra del pabellón, un hombre extiende su mano
sin dedos. Tiene la cara desfigurada y las piernas cubiertas
por vendas húmedas.
El doctor Barry le toma la mano con suavidad y le dice:
- Señor de inmediato vendremos a cambiarle sus vendajes - y
acercándose le murmura - Su esposa y su hija están bien. He
conseguido ubicarlas con una familia que se ocupará de ellas.
Ya le traeré noticias.
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Terroristas
E
l Presidente tomó asiento en el Salón Oval y abrió la
carpeta "Top Secret WH" donde estaba escondida la
revista de Peter Pan.
Collin, el Secretario de Estado, sentado en un sillón repasaba
el Informe del día sobre Seguridad Nacional.
- ¿Georgie has visto esto? - preguntó Collin.
- ¿A que te refieres amigo? - contestó el Presidente guiñando
un ojo.
- Desde Argentina ha salido un cargamento de limones hacia
Canadá. Los expertos de la CIA sospechan que se trata de bio-
terrorismo.
- ¿Terrorismo? - el Presidente se tocó el sombrero tejano.
- ¡Irak! ¡Bin Laden! - dijo Collin chasqueando los dedos frente
a los ojos del Presidente.
El Presidente dejó la carpeta y se apuró a sacar de un cajón
del escritorio la pistola de agua. Apuntó a Collin y apretó el
gatillo.
- Georgie deja ya de joder con los juguetes - dijo Collin
secándose la cara.
- ¿Porque no me dejas jugar con mis juguetes? - preguntó el
Presidente haciendo pucheros y tirando la pistola al suelo.
- Bueno, bueno, si quieres jugar aprieta alguno de los
botoncitos rojos que tienes en el escritorio.
El Presidente dio unos saltitos palmeándose la barriga. Se
puso un dedo en la boca y eligió un botón.
- ¡Este! - exclamó sonriente y apretó el botón.
En la enorme pantalla de la pared, apareció un misil
Tomahawk saliendo desde un destructor que navegaba por el
Golfo Pérsico. El Presidente se quedó mirando la pantalla.
- ¡Ves Georgie que lindo es! Mira como corre ese hombrecito
con turbante ¿Lo ves? - Collin sacó del bolsillo de la chaqueta
una banderita y la agitó.
- Y esa mujer con el niñito parece apurada ¡Que lindo! - el
Presidente señalaba con el dedo.
Collin entonó Good Bless América. El Presidente,
emocionado, lo acompañó en las estrofas finales.
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El programa
T
e masajeo las piernas - le dijo Beatriz a Severo.
- No voy a poder ni extrañarte - murmuró Severo que
sufría dolores insoportables.
- No seas así - se quejó ella y le acercó el vaso de agua con la
bombilla de plástico. Le levantó la cabeza para que pudiera
beber.
- Vi tantas veces la muerte y siempre me preguntaba como
iba a ser cuando me tocara a mí. Sabés que sos muy linda. Me
gusta tu pelo.
Los dos callaron. Sabían que quedaba poco para el final.
- No pude darte ni un hijo dijo desolada Beatriz.
- Está haciendo frío - dijo Severo.
- Te traigo unas mantas - dijo ella y fue a buscar al ropero las
frazadas del invierno anterior.
En abril todavía los días eran cálidos. El reloj dio cinco
campanadas. Por la ventana entró el olor a lluvia.
- ¿Sevi? Mi amor - lo llamó cuando volvió con las mantas. Él
tenía los ojos cerrados y respiraba entrecortado.
Cuando Beatriz le tomó la mano, él abrió los ojos y dijo algo
que ella no oyó. Beatriz se acostó a su lado y lo acarició hasta
aún después de que él dejara de respirar.
- Perdimos un amigo entrañable y lo que es peor, un eximio
profesional comprometido con el Hospital y su gente - fue el
final del discurso del colega que habló en el funeral.
Más de cincuenta personas entre familiares y empleados del
Hospital asistieron. Un grupo de médicos narraba anécdotas
del muerto y Marcela, una empleada de compras se desmayó
cuando Beatriz tiró tierra sobre el cajón.
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El Director volvió.
- Cata, avisale al de Insumos Flukselén que se presente esta
vuelta - decía el Director a la jefa de Farmacia - Ya arreglé el
asunto como siempre, pero llamá para que no se les pase la
fecha.
- Ya lo llamo Doc.
- Lo tuyo ya está. Quedate tranquila. Ah, Cata, ojo con
Marcela.
- ¿Quién?
- La morocha de Compras, la que anda muchas veces
ayudando a Kusta. Se está metiendo demasiado, pregunta y
averigua cosas. Me parece que es zurdita.
- A mi lo que me revienta es como Kusta nos vino a complicar
todo.
- Dejalo, que se lo crea - dijo el Director.
- A mi me jode - se quejó Cata.
- No armés quilombo y no te olvides de llamar a Flukselén -
concluyó el Director.
A fin de año la situación en el Hospital se volvió crítica. La
estafa del Director era vox populi. Se hizo una asamblea que
logró separarlo del cargo aunque pasó a ocupar un puesto
más importante en otro nivel del gobierno. Vino un nuevo
Director.
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ANTIFÁBULAS
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L
a Zorra hambrienta contemplaba cierta tarde, unos
tentadores racimos de uvas muy maduras, que colgaban
graciosos de una elevada parra. Pretendió entonces
llegar hasta los racimos dando saltos. Luego, como la técnica
del salto no le daba provecho, intentó a hacer piruetas para
alcanzarlos. Cada vez que emprendía un nuevo brinco
acicateada por el hambre, mejoraba la cabriola anterior.
Saltaba y saltaba pero a las uvas no llegaba. De pronto se dio
cuenta que le agradaba su silueta dando vueltas por el aire y
tuvo la ilusión de convertirse en una bailarina
Un promotor de espectáculos que pasaba por allí, vio a la
Zorra mientras ella perfeccionaba las acrobacias y se le
acercó para preguntarle si estaba dispuesta a realizar tan
magnificas contorsiones en un escenario. La Zorra aceptó la
propuesta. Hoy actúa una vez a la semana en un importante
teatro de la ciudad. Con lo que recauda suele comprar miles
de racimos de uvas, que le son entregados puntualmente por
Federal Express.
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El Pastor y el Lobo
U
na tarde el Pastor se encontró con el Lobo en una
caverna , lejos de los campos de pastoreo. El Lobo se
había adelantado unos minutos a la llegada del Pastor.
- Nunca llegas tarde - dijo el Pastor
- Tu me conoces - respondió el Lobo
- ¡Ya lo creo! - exclamó el Pastor, sacando a su vez un par de
monedas de oro de su bolsillo y dándoselas a su amigo.
- ¿Dos monedas? ¡Nada más! - el Lobo preguntó con tono de
congoja.
- Ya nadie nos cree, las regalías del cuento han ido
disminuyendo.
- ¿Y las ovejas? - preguntó el Lobo.
- Se han ido después de que les negué una mayor
participación en las ganancias.
- ¡Tendría que haberme comido a algunas! - aulló el Lobo.
- ¡Son unas desagradecidas! Pero no te amargues, después
de todo hemos vivido bastante bien todos estos años.
- Fue bueno mientras duró ¿Y ahora qué haremos? - el Lobo
estaba preocupado.
- He estado pensando que poco sabemos hacer, además de
mentir - dijo el Pastor pasándose la mano por la barbilla.
- ¡Es verdad! - afirmó el Lobo guardándose las dos monedas.
- Por lo tanto, sigamos adelante ¡Tengo una idea! - el Pastor le
explicó al Lobo lo que había pensado.
La primera edición del libro “The Magician Shepherd and the
Fat Wolf” fue traducida a varios idiomas. En el texto se
cuentan las divertidas andanzas de un Mago Pastor y su
inseparable compañero, el Lobo Comilón, que salen a
cabalgar por el mundo montados en un vellocino de oro,
desperdigando el bien a troche y moche.
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El Ruiseñor y el Halcón
U
na mañana se presentó el Halcón en el nido del
Ruiseñor con intenciones asesinas. El Ruiseñor le rogó
que no dañara a sus pichonzuelos.
- Si cantas bien haré lo que me pides - respondió el Halcón
cuidándose de parecer sincero.
- Cantaré para complacerte - dijo el Ruiseñor y aclaró su
garganta.
Comenzó entonces el Ruiseñor a gorjear una melodía con
tonos tan maravillosos que un Cazador, de pie junto al tronco
del árbol, bajó la escopeta con la que apuntaba al Halcón
distraído con los trinos del pajarillo. Una vez que el Ruiseñor
hubo concluido su canción, el Halcón le dijo:
- Ven a mi nido, te ruego que cantes para mis crías.
El Cazador no volvió a levantar el arma y salió del bosque
canturreando lo que había escuchado, luego tiró la escopeta
al río.
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El Tordo y la Golondrina
E
l joven Tordo que vivía en el jardín de una casa rica, hizo
estrecha amistad con la Golondrina que estaba de paso
por el lugar.
La Golondrina, aprovechando la ingenuidad del Tordo, se
comportaba con extrema gentileza, a tal punto, que logró
engatusar al jovenzuelo. De esta manera compartió con el
joven Tordo la comida, el lecho y las bondades de la casa.
La amistad interesada de la Golondrina no había sido
descubierta por el Tordo hasta la tarde que confesó a su
madre:
- No hay amiga, madre mía, como la que yo me he echado
esta primavera.
La madre, una vieja Torda viuda, al borde del soponcio le dijo a
su vez:
- Lo que no hay, es un hijo tan tonto como tú ¿No piensas,
infeliz, que cuando llegue el frío ella se marchará a retozar con
los suyos, a las calientes tierras de donde procede?
El joven Tordo, luego de haber meditado, le replicó a su
madre:
- Entonces seré feliz hasta que llegue el invierno.
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La Cigarra y la Hormiga
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ÍNDICE
Prólogo página 05
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