Wyndham, John - Kraken Acecha PDF
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John Wyndham
John Wyndham
Ttulo original: The Kraken Wakes Traduccin: Manuel Bosch Barrett 1953 John Wyndham 1964 E.D.H.A.S.A. Avenida Infanta Carlota, 129 - Barcelona Depsito legal 13.916-1965 Edicin digital: Josemcm R6 08/02
FASE 1 Yo soy un testigo digno de crdito; usted es un testigo digno de crdito; prcticamente, todos los hijos de Dios somos, segn estimacin propia, testigos dignos de crdito..., lo cual da lugar a que, de un mismo asunto, se tengan versiones e ideas muy diferentes. Casi las nicas personas que yo conozco que estaban completamente de acuerdo en todos los puntos sobre lo que vieron la noche del 15 de julio eran Phyllis y yo. Pero, como daba la casualidad de que Phyllis era mi esposa, la gente deca - a espaldas nuestras, naturalmente - que yo la haba convencido a pesar suyo, idea que slo poda ocurrrsele al que no conociera a Phyllis. La hora era las once y cuarto de la noche; el lugar, latitud treinta y cinco, unos veinticuatro grados al oeste de Greenwich; el barco, el Guinevere; la ocasin, nuestra luna de miel. Sobre estos datos no existe discusin posible. El crucero nos haba llevado a Madeira, las Canarias, las islas de Cabo Verde, y haba vuelto hacia el norte para ensearnos las Azores en nuestro viaje de regreso a casa. Nosotros, Phyllis y yo, pasebamos por cubierta, tomando el aire. Del saln llegaban hasta nosotros la msica y el jaleo del baile, y el crooner aullaba por alguien. El mar se extenda ante nosotros como una llanura plateada a la luz de la luna. El barco navegaba tan suavemente como si lo hiciera por un ro. Nosotros contemplbamos en silencio la inmensidad del mar y del cielo. A espaldas nuestras, el crooner continuaba berreando. - Estoy tan contenta que no siento como l; debe de ser devastador - dijo Phyllis -. Por qu la gente, cuando forma masa, produce estos aterradores sollozos? Yo no tena respuesta preparada para eso, y ya haba conseguido encontrar una a propsito cuando la atencin de Phyllis qued captada de repente por otra cosa. - Marte parece enfadado esta noche, no te has dado cuenta? Espero que eso no sea de mal agero - dijo. Mir hacia donde ella sealaba; un punto rojo entre miradas de puntos blancos, y experiment cierta sorpresa. Por supuesto, Marte siempre est rojo, pero yo nunca lo haba visto tanto como aquella noche... aunque tampoco las estrellas, vistas desde casa, eran tan brillantes como lo eran aqu. Bueno, acaso en los trpicos fuera as. - S, est un poco encendido - convine con ella. Por unos instantes contemplamos el disco rojo. Luego, Phyllis dijo: - Tiene gracia. Produce la impresin de que se va haciendo ms grande. Expliqu que eso era una alucinacin producida por mirar fijamente. Continuamos mirando, e indiscutiblemente iba aumentando de tamao. Adems: - Hay otro. No pueden ser dos Marte - dijo Phyllis. Y no caba duda de que era as. Un punto rojo ms pequeo, un poco ms arriba y a la derecha del primero. Ella aadi: - Y otro. A la izquierda... Lo ves? Tambin tena razn en eso, y esta vez el primero brillaba como la cosa ms notable y destacada del cielo. - Debe de tratarse de un vuelo de aviones de cierta clase, y lo que estamos viendo es una nube de vapor luminoso - suger. Observamos que los tres puntos se hacan, poco a poco, ms brillantes y descencan por el cielo hasta situarse a poca distancia por encima de la lnea del horizonte, reflejando en el agua un reguero rojizo que se diriga hacia nosotros. - Ahora, cinco - dijo Phyllis. Desde aquel momento nos han pedido a nosotros dos que los describiramos; pero acaso no estbamos dotados de una vista adecuada para los detalles, como algunas otras personas. Lo que nosotros dijimos en su momento, y lo que an decimos, es que en aquella ocasin no exista un verdadero modelo visible. El centro era de color rojo fuerte,
y la especie de pelusa que le rodeaba era menos roja. La mejor sugerencia que puedo hacer es que se trataba de una luz roja muy brillante, vista a travs de una espesa niebla, que la rodeaba como un fuerte halo. sta es la mejor descripcin que puedo hacerles. Otras personas paseaban por cubierta, y, honradamente, acaso debera mencionar que ellas parecieron ver aquellas luces con forma de cigarros, de cilindros, de discos y de ovoides, e, inevitablemente, de platillos. Nosotros, no. Lo que es ms: nosotros no vimos ocho, ni nueve ni una docena. Vimos cinco. El halo poda ser o no poda ser debido al chorro de un avin a propulsin; pero no indicaba ninguna gran rapidez. Las cosas crecan de tamao muy lentamente a medida que se acercaban. Hubo tiempo suficiente para que la gente regresara al saln y avisara a sus amigos para que las vieran; de ese modo, se form un grupo de pasajeros a lo largo de la cubierta, mirndolas y haciendo conjeturas. Por no tener escala a mano, no podamos juzgar sobre el tamao ni sobre la distancia a que se encontraban. De todo lo que podamos estar seguros era de que descendan con gran parsimonia, como si no tuvieran prisa. Cuando el primero de ellos toc el agua, se produjo una especie de surtidor que se abri en forma de pluma sonrosada. Luego, rpidamente, surgi otro chorro ms bajo, pero ms ancho, que haba perdido el matiz sonrosado, y era simplemente una nube blanca a la luz de la luna. Empezaba a esfumarse cuando el ruido que produca nos lleg como un silbido seco. El agua que rodeaba el sitio burbuje, hirvi y espume. Cuando el vapor de humo desapareci, nada quedaba por ver all, excepto una mancha de turbulencia que se iba amortiguando paulatinamente. Entonces, el segundo de ellos se introdujo en el mar, de la misma forma que el anterior y casi en el mismo sitio. Uno tras otro, los cinco se sumergieron en el agua con gran expansin de lquido y silbido de vapor. Luego este vapor de humo aclar, dejando ver solamente unos cuantos parches contiguos de agua perturbada. A bordo del Guinevere sonaron las campanas y cambi la pulacin de las mquinas. Empezamos a cambiar de ruta. La tripulacin se dispuso a tripular los botes; los hombres se prepararon a arrojar los salvavidas... Cuatro veces recorrimos lentamente el rea, buscando. No haba rastro de nada. El agua se extenda en torno nuestro, a la luz de la luna, tranquila, vaca, imperturbable... A la maana siguiente envi mi tarjeta al capitn. Por aquellas fechas yo tena mi trabajo pendiente con la E.B.C., y le expliqu que, seguramente, estaran dispuestos a admitir un relato mo sobre los sucesos de la noche anterior. Me dio la respuesta corriente: - Querr usted decir con la B.B.C.? La E.B.C. era, por entonces, una emisora recin inaugurada. La gente, acostumbrada desde haca muchsimo tiempo al monopolio que la B.B.C. ejerca sobre el espacio britnico, encontraba an dificultad en acostumbrarse a la idea de un servicio de radio competitivo. La vida hubiera sido mucho ms sencilla tambin si alguien no hubiese tenido la idea, en los primeros momentos de la emisora, de titularla, contra viento y marea, la English Broadcasting Company. Fue una de esas tonteras que nos cre dificultades a medida que pasaba el tiempo y que nos llevaba a dar explicaciones como la que di entonces: - La B.B.C., no; la E.B.C. La nuestra es una emisora de radio comercial, la ms amplia de Inglaterra..., etctera. Y cuando ya hube aclarado eso, aad: - Nuestro servicio de noticias exige exactitud, y como cada pasajero tiene su propia versin de este hecho, espero que usted acceda a que le exponga la ma, accediendo usted, a su vez, a exponerme la suya, que ser la oficial. Asinti, aprobando mi punto de vista. - Adelante. Explqueme su versin - me invit.
Cuando acab, me ense la anotacin que haba hecho de su puo y letra en el diario de a bordo. Sustancialmente, coincidamos en casi todo, en el hecho de que eran cinco y en la imposibilidad de atribuirle una forma determinada. Sus indicaciones sobre la rapidez, el tamao y la posicin de los objetos eran, lgicamente, de tipo tcnico. Observ que haban sido registrados en las pantallas del radar, y que se tena la pretensin de que eran aviones de tipo y modelo desconocidos. - Cul es su opinin particular? - le pregunt -. Ha visto usted algo semejante a eso en anteriores ocasiones? - No, nunca - respondi. Pero pareci dudar. - Por qu duda? - pregunt. - Bueno, es que no hubo informe - dijo -. He odo hablar de dos casos, casi semejantes, el ao pasado. Una vez fueron tres objetos, durante la noche; otra media docena, durante el da..., y ambos casos parecan ser lo mismo: una especie de pelusa azulada. Adems, fue en el Pacfico, no por esta parte. - Por qu no hubo informe? - pregunt. - En ambos casos, slo hubo dos o tres testigos... y a ningn marino le agrada crearse cierta reputacin por ver cosas, comprende? Las leyendas circulan solamente entre la profesin, por decirlo as. Entre nosotros no somos tan escpticos como los hombres de tierra: de cuando en cuando suceden cosas extraas en el mar. - No puede usted sugerir una explicacin que yo pueda citar? - En el campo profesional, prefiero no darla. Slo me atengo a mi informe oficial. Claro que, esta vez, el informe tiene que ser diferente. Tenemos un par de cientos de testigos... o ms. - Considera usted que vale la pena intentar una investigacin? Tiene usted el sitio pespunteado. Movi la cabeza. - Hay mucha profundidad all..., ms de cinco mil metros. Es demasiada profundidad. - Tampoco hubo en los otros casos rastro alguno de naufragio? - No. Eso hubiera sido una prueba para llevar a cabo una investigacin. Pero no hubo pruebas. Hablamos un poco ms, pero no pude obtener de l ninguna teora. As, pues, me fui a escribir mi relato. Ms adelante, cuando llegu a Londres, grab un disco para la E.B.C. Se radi aquella misma noche como relleno, slo como una curiosidad que hizo fruncir las cejas a unos cuantos nada mas. Por tanto, fue una casualidad que yo figurase como testigo en esa primitiva etapa..., casi el principio, porque no fui capaz de encontrar ninguna referencia a fenmenos idnticos anteriores a los que me refiri el capitn. An ahora, aos ms tarde, aunque estoy bastante seguro de que aquello fue el principio, no puedo ofrecer pruebas de que no fuera un fenmeno aparte. Prefiero no pensar demasiado intensamente en cul pueda ser el final que seguir, con el tiempo, a este principio. Tambin preferira no pensar constantemente en el hecho en s, aunque los pensamientos estuvieron siempre bajo mi control. Empez de forma tan confusa... Hubiera sido ms evidente, y aun as es difcil ver qu se hubiera podido hacer eficazmente, aunque hubiramos reconocido el peligro. El reconocimiento y la prevencin no van necesariamente cogidos de la mano. Nosotros reconocimos bastante rpidamente los peligros potenciales de fisura atmica...; sin embargo, no podamos hacer mucho respecto a ellos. Si hubiramos atacado inmediatamente..., tal vez. Pero hasta que qued perfectamente establecido el peligro, no tenamos idea de que furamos a ser atacados, y entonces ya era demasiado tarde.
Sin embargo, no hay por qu pregonar nuestra negligencia. Mi propsito consiste en hacer un sucinto relato, tan exacto como me sea posible, de cmo surgi la situacin presente, y, para empezar, dir que surgi de mala manera... A su debido tiempo, el Guinevere atrac en Southampton sin que volviera a amenazarle ningn otro fenmeno curioso. No esperbamos ninguno ms, pero el hecho haba sido memorable. En efecto, tan bueno casi como para estar en condiciones de decir en alguna remota ocasin futura: Cuando tu abuela y yo hacamos nuestro viaje de luna de miel, vimos una serpiente de mar. Aunque no fuera eso exactamente. Sin embargo, fue una maravillosa luna de miel. Nunca esper otra mejor. Y Phyllis dijo algo al respecto mientras pasebamos por cubierta, observando el bullicio de abajo. - Excepto - aadi - que no veo por qu no la bamos a tener tan buena... As, pues, desembarcamos, pensando en nuestro nuevo hogar en Chelsea, y yo volv a la E.B.C. el lunes siguiente por la maana para descubrir que, in absentia, me haban rebautizado con el sobrenombre de Fireball Watson. Esto fue debido a la correspondencia. Me la entregaron en un gran paquete, dicindome que puesto que yo lo haba inspirado, sera mejor que hiciera algo. Una carta, refirindose a un reciente experimento en las islas Filipinas, me confirm lo que haba contado el capitn del Guinevere. Algunas otras merecan tenerlas en cuenta tambin..., especialmente una que me invitaba a reunirme con su redactor en La Pluma de Oro, donde siempre es buena ocasin para comer. Acud a esa cita una semana ms tarde. Result que mi anfitrin era un hombre dos o tres aos mayor que yo, quien pidi cuatro copas de To Pepe, declarndome despus que el nombre con el que me haba escrito no era el suyo, sino que l era teniente aviador de la R.A.F. - Como se dar cuenta, fue un pequeo truco - confes -. Por el momento, me consideran como un individuo que ha sufrido una alucinacin; pero si se presentan pruebas suficientes para demostrar que no fue as, entonces es casi seguro que lo conviertan en secreto oficial. Delicado, verdad? Convine que as deba ser. - Sin embargo - continu -, el asunto me preocupa, y si usted ha recogido pruebas, me gustara conocerlas..., aunque tal vez no haga uso directo de ellas. Lo que quiero indicar es que no deseo estar en boca de nadie. Asent comprensivo. Y l continu: - Ocurri hace tres meses. Realizaba uno de mis vuelos de reconocimiento a unos cuatrocientos kilmetros, aproximadamente, al este de Formosa... - No saba que nosotros... - empec a decir. - Hay innumerables cosas que no se dan a la publicidad, aunque no son estrictamente secretas - respondi -. Como le deca, yo estaba all. El radar recogi esas cosas cuando yo an no las vea, porque estaban detrs de m, pero se acercaban a gran velocidad, procedentes del oeste... Haba decidido investigar, y ascendi para interceptaras. El radar continuaba sealando a los aviones, exactamente detrs y encima de l. Intent comunicar, pero le fue imposible ponerse en contacto con ellos. En aquel momento, consigui ver el techo de las naves, semejantes a tres manchas rojas, completamente brillantes, aun a la luz del da; pero iban a una velocidad fantstica, mucho mayor que la de l, y eso que su avin marchaba a ms de quinientos kilmetros por hora. Intent de nuevo comunicarse con ellos por radio, pero sin xito. Ellos le adelantaron, siempre por encima de l. - Bueno - dijo -, yo me hallaba all en misin de reconocimiento. Comuniqu, por tanto, a la base que se trataba de aviones de modelo desconocido, completamente desconocido..., si es que eran aviones..., y, como no queran entablar conversacin
conmigo, propuse atacarlos. O haca eso o los dejaba marchar..., y en este caso, para qu estaba all en vuelo de reconocimiento? La base estuvo de acuerdo conmigo, recomendndome cautela... Hizo una pausa. - Lo intent una vez ms, pero maldito el caso que hicieron de m y de mis seales. Y a medida que se iban acercando, ms dudaba yo de que fueran aviones. Eran, exactamente, lo que usted indic por la radio: una pelusa sonrosada, cuyo centro era intensamente rojo. Podran haber sido, segn mi opinin particular, soles rojos. De cualquier forma, cuanto ms los observaba, menos me agradaban; as, pues, prepar las ametralladoras controladas por radar y dej que me adelantaran... Cuando pasaron por mi lado, reconoc que deban de ser setecientos o ms. Algunos segundos despus, el radar capt los primeros, y las ametralladoras funcionaron... No hubo dilacin ninguna. La cosa pareci estallar en cuanto las ametralladoras dispararon. Y estallaron, muchacho! De pronto, se hincharon inmensamente, transformndose de rojo en rosa, de rosa en blanco, pero conservando algunos puntos rojos en diversos sitios. Luego, mi avin se vio envuelto en medio de la confusin y, acaso, tropezara con alguno de los restos. Durante algunos segundos me consider perdido, y, probablemente, tuve mucha suerte, porque cuando consegu recuperar el control me di cuenta de que descenda a gran velocidad. Algo se haba llevado las tres cuartas partes de mi ala derecha y manchado el extremo de la otra. As, pues, consider que haba llegado el momento de utilizar el propulsor, que funcion con gran sorpresa ma. Hizo una pausa para reflexionar. Luego aadi: - No s qu ms decirle a usted sobre esto que sirviera de confirmacin; pero hay otros puntos. Uno, que son capaces de volar a una velocidad inconcebible para nosotros; otro, que, sean quienes fueren, son altamente vulnerables. Otra cosa que deduje de la informacin que l me proporcion, y que tena gran importancia, fue que no se desintegraron en secciones, sino que estallaron completamente. Y eso era algo que haba que tener en cuenta. Durante las semanas que siguieron recib varias cartas, sin que aadieran nada al asunto; pero, luego, el caso empez a tomar una importancia que me record la del monstruo de Loch Ness. Todo vino a parar a m, porque la E.B.C. consider que el caso de las bolas rojas me corresponda por derecho propio. Varios observadores se confesaron extraados por haber visto pequeos cuerpos rojizos cruzando a gran rapidez; pero en sus informes eran extraordinariamente cautos. En realidad, ningn peridico le daba publicidad; porque, segn opinin editorial, aqulla tena demasiada semejanza con el caso de los platillos volantes, y los lectores preferan otras novedades ms sensacionales. Sin embargo, las reseas fueron acumulndose breve y lentamente..., aunque tardaron casi dos aos en que adquirieran una publicidad seria y atrajeran la atencin de la gente. Esta vez fue un vuelo de trece. Una estacin de radar, en el norte de Finlandia, lo capt primero, estimando su velocidad en unos dos mil quinientos kilmetros a la hora, y sealando que seguan direccin suroeste. Al pasar la informacin, describieron los objetos simplemente como aviones no identificados. Los suecos los captaron cuando cruzaron su territorio, consiguiendo situarlos visualmente y describindolos como puntitos rojos. Noruega lo confirm; pero consider su velocidad por debajo de los dos mil doscientos kilmetros a la hora, aunque visibles a simple vista. Dos estaciones de Irlanda informaron su paso por encima de ellas, en direccin oeste - sudoeste. La ms meridional de las dos estaciones dio su velocidad mxima en mil quinientos kilmetros por hora, advirtiendo que eran perfectamente visibles. Un barco, situado a sesenta y cinco grados al norte, dio una descripcin que coincida exactamente con las primeras bolas de fuego, calculando que su velocidad era de casi mil kilmetros por hora. No fueron vistos por nadie ms.
A partir de eso, hubo un rpido aumento de obervaciones de bolas de fuego. Los informes llegaban de todas partes con tal abundancia que se necesitaba una gran imaginacin para separar lo que vala de lo que no vala, aunque me di cuenta de que, entre ellos, haba algunos que hacan referencia a bolas de fuego que descendan y penetraban en el mar exactamente igual que las observadas por m... Claro que no poda estar seguro de que tales informaciones no tuvieran su origen en el relato que hiciera yo por la radio. Todo aquello ola a fantasa y no me ense nada. No obstante, me choc un punto negativo: ni un solo observador deca haber visto una bola de fuego caer en tierra. Subordinado a eso, ninguna de esas cadas se haban observado desde la costa: todas, desde barcos o desde aviones que volaban sobre el mar. Los informes sobre estas observaciones cayeron sobre m durante un par de semanas en cantidades ms o menos abundantes. Los escpticos comenzaron a disminuir; solamente los ms obstinados sostenan an que se trataba de alucinaciones. Sin embargo, tales informes no nos ensearon ms de lo que ya sabamos. No haba nada preciso. Frecuentemente, cuando se posee un arma, las cosas se ven desde un ngulo ms consistente. Y eso fue lo que ocurri a un conglomerado de bolas de fuego que arremeti contra un individuo que tena un arma... literalmente hablando. En este caso concreto, el individuo era un barco correo: el U.S.S. Tuskegee. Recibi el mensaje, desde Curaao, de que una escuadrilla de ocho bolas de fuego se diriga directamente hacia l, en el momento que zarpaba de San Juan de Puerto Rico. El capitn abrig la ligera esperanza de que violaran el territorio, e hizo sus preparativos. Las bolas de fuego, fieles a su smbolo, proseguan su carrera en una mortal lnea recta que las llevara a cruzar por encima de la isla, y casi por encima del propio barco. El capitn observaba con gran satisfaccin en el radar cmo se acercaban. Esper hasta que fue indiscutible la violacin tcnica. Entonces dio orden de disparar seis missiles dirigidos con tres segundos de intervalo, y subi a cubierta para observar el oscurecido cielo. Con sus gemelos vio cambiar seis de las bolas rojas, al estallar una tras otra, en grandes humaredas blancas. - Bueno, sas ya tienen lo suyo - exclam, complacido -. Ahora ser muy interesante ver quines protestan - aadi, mientras contemplaba cmo desaparecan hacia el norte las dos bolas de fuego que haban quedado. Pero pasaron los das y no protest nadie. Ni tampoco disminuy el nmero de informes sobre las bolas de fuego. Para muchas personas, aquella poltica de silencio indicaba slo un camino, y comenzaron a considerar la responsabilidad tan buena como justificada. En el transcurso de la semana siguiente dos bolas de fuego ms, que tuvieron la poca cautela de pasar los lmites de la estacin experimental de Woomera, pagaron su temeridad, y otras tres fueron estalladas por un barco en las afueras de Kodiak, despus de volar sobre Alaska. Washington, en una nota de protesta a Mosc, en la que insista sobre las repetidas violaciones de su territorio, terminaba por observar que, en los varios casos en que se haban llevado a cabo acciones radicales, lamentaba el dolor que hubiesen causado a los familiares de los tripulantes de las aeronaves, pero que la responsabilidad era, no de los que pilotaban dichas aeronaves, sino de quienes los enviaban con rdenes que violaban los acuerdos internacionales. El Kremlin, tras unos cuantas das de gestin, rechaz la protesta, diciendo que no se sentan impresionados por las tcticas de atribuir a otros los propios crmenes de uno, y aprovechaba la ocasin para sealar que sus propias armas, recientemente descubiertas por los cientficos rusos para garantizar la paz, haban destruido ya ms de veinte de esas aeronaves sobre territorio sovitico y que, sin vacilacin alguna, concederan el mismo tratamiento a cualesquiera que fuera detectada en su misin de espionaje...
As, pues, la situacin no se resolvi. El mundo no ruso estaba dividido en dos partes: los que crean todo cuanto afirmaban los soviticos y los que no crean nada en absoluto. Para los primeros, no exista problema alguno: su fe era inquebrantable. Para los segundos, la interpretacin era menos fcil. As, por ejemplo, haba que deducir de aquello que todo era mentira?... O bien que cuando los rusos admitan haber destruido veinte bolas de fuego no haban hecho estallar, en realidad, ms que cinco o seis? Una situacin violenta, constantemente punteada por cambios de notas, se alarg durante meses. Indudablemente, las bolas de fuego fueron ms numerosas de las que se vieron; pero, cuntas fueron? Cunto ms numerosas? Cunto ms activas? Era muy difcil determinarlo. En varias partes del mundo se destruyeron, de cuando en cuando, algunas bolas de fuego ms, y tambin, de vez en vez, se anunciara el nmero de bolas de fuego capitalistas destruidas sobre territorio sovitico, sealando las penas que sufriran aquellos que ordenaban realizar espionaje sobre el territorio de la nica verdadera Democracia del Pueblo. El inters del pblico deba concentrarse en conservar la vida; y, como menguada novedad, se estableci una era de insistentes explicaciones. Sin embargo, en el Almirantazgo y en los cuarteles generales de las Fuerzas Areas distribuidos por todo el mundo, las notas y los informes llegaban juntos. Las rutas se fueron dibujando sobre los mapas. Gradualmente empez a surgir el diseo de algo. En la E.B.C. yo era considerado como la persona ms idnea en todo cuanto se relacionaba con las bolas de fuego, y aunque el asunto estuviera, por el momento, en punto muerto, yo conservaba mis archivos al da por si el caso reviva. Mientras tanto, contribu en pequea escala a realizar el cuadro mayor, que pas a las autoridades, valindome de todos los retazos de informacin que consider que podan interesarles. Cierto da me encontr con que haba sido invitado por el Almirantazgo para mostrarme algunos de los resultados. Fue el capitn Winters quien me recibi, explicndome que, aunque lo que iban a ensearme no constitua exactamente un secreto oficial, prefiriran que no hiciera uso pblico de ello. Cuando acept tal condicin, empez a ensearme mapas y cartas marinas. El primero fue un mapa mundial cruzado de finas lneas, todas numeradas y fechadas con nmeros diminutos. La primera ojeada me produjo la impresion de que una araa haba hilado su tela sobre el mapa; en varios lugares haba racimos de puntitos rojos, que se semejaban mucho a las araas que la haban hilado. El capitn Winters cogi una magnfica lupa y la dirigi sobre la regin sureste de las Azores. - Aqu est su primera contribucin - me dijo. Mirando a travs de la lupa, distingu entonces un punto rojo marcado con el nmero 5, y la fecha y la hora en que Phyllis y yo pasebamos por la cubierta del Guinevere y observamos las bolas de fuego desvanecerse en el mar. Haba otros muchos puntitos rojos en aquella rea, todos rotulados: la mayora de ellos dirigidos hacia el nordeste. - Cada uno de estos puntitos indica el descenso de una bola de fuego? - pregunt. - De una o de ms - me respondi -. Por supuesto, las lneas se refieren nicamente a aquellas de las que poseemos informacin suficiente para determinar la ruta. Qu piensa usted de esto? - Bueno - dije -, mi primera reaccin ha sido darme cuenta de que existe un nmero considerablemente superior del que yo me imaginaba. La segunda ha sido preguntarme por qu demonios estaran agrupadas en sitios, como as se indica aqu. - Ah! - respondi -. Seprese del mapa un poco. Estreche los ojos y capte una impresin de luz y de forma. As lo hice, dndome cuenta de lo que quera decir.
- Areas de concentracin - dije. - Cinco reas principales, y otras de menor importancia. Un rea densa al sudoeste de Cuba; otra, a mil kilmetros aproximadamente al sur de las islas de los Cocos; fuerte concentracin en las afueras de Filipinas, Japn y las Aleutianas. No pretender que las proporciones de densidad sean las mismas... En realidad, estoy casi seguro de que no lo son. As, por ejemplo, puede usted ver un nmero de rutas que convergen hacia un rea al nordeste de las Falkland, pero all slo hay tres puntitos rojos. Es muy verosmil que eso signifique solamente que hay all unas cuantas personas capacitadas para observarlas. Nada le choca a usted? Mov la cabeza, al no comprender qu quera decir. Sac una carta baromtrica y la extendi al lado del primer mapa. Mir. - Todas las concentraciones se producen en reas de aguas profundas? - suger. - Exactamente. No existen muchos informes de descensos en lugares donde las aguas tienen menos de seis mil seiscientos metros, y ninguna en absoluto donde tienen menos de tres mil. Medit sobre eso, sin que me llevara a ninguna conclusin. - Bueno..., y qu? - inquir. - Justamente - respondi -. Y qu? Durante un rato meditamos sobre la proposicion. - Todas descienden - observ -. No hay ningn informe sobre ascensin... Sac mapas a gran escala de varias reas principales. Despus de estudiarlos un rato, pregunt: - Tiene usted alguna idea de lo que significa todo esto... o no quiere decrmelo, aunque la tenga? - Sobre la primera parte de su pregunta, he de decirle que solamente tenemos un nmero de teoras, todas poco satisfactorias por una u otra razn; as, pues, la segunda parte no tiene contestacin. - Qu me dice sobre los rusos? - No hay nada que hacer con ellos. En realidad, estn tan preocupados como nosotros. Sospechar de los capitalistas es algo que ellos han mamado del pecho materno; ahora bien: no pueden concebir que nosotros estemos al cabo de algo, ni siquiera figurarse que el juego sea posible. Pero de lo que ambos, ellos y nosotros, estamos completamente convencidos es de que las cosas no son un fenmeno natural, ni que estn realizadas sin un proposito determinado. - Y no cree usted que sea otro pas quien las lance? - No... De eso no hay duda. De nuevo observamos en silencio los mapas. - La otra pregunta que parece evidente formular es: qu hacen? - S - respondi. - No hay indicios? - Vienen - respondi -. Quiz van. Pero seguramente vienen. Eso es todo. Mir los mapas, las lneas entrecruzadas y las reas llenas de puntitos rojos. - Estn ustedes haciendo algo relacionado con esto?... O no debo preguntar? - Oh! Ese es el motivo de que est usted aqu. Iba a hablarle de ello - me contest -. Vamos a intentar una inspeccin. Slo que no consideramos el momento oportuno para explicarlo directamente por la radio, ni para darle publicidad; pero ha de recogerse en discos, y nosotros necesitaremos uno. Si sus jefes se consideran suficientemente interesados para enviarle a usted con algunos instrumentos, a fin de que realice el trabajo... - En dnde se llevar a cabo? - inquir. Con un dedo rode una extensa zona.
- Pues... mi esposa siente apasionada devocin por el sol tropical, especialmente por el de la India Occidental - dije. - Bien. Me parece recordar que su esposa escribi algunos relatos muy bien documentados - observ. - Y es lo que la E.B.C., si no los consiguiera, lamentara despus - reflexion. Hasta que hicimos nuestra ltima visita y nos alejamos y perdimos de vista la tierra, no nos permitieron ver el objeto que se hallaba en un lecho construido especialmente para l, a popa. Cuando el teniente comandante encargado de las operaciones tcnicas orden que levantaran la lona embreada que lo tapaba, fue una verdadera ceremonia de descubrimientos. Pero el revelado misterio constituy algo as como un anticlmax: era simplemente una esfera de metal de unos tres metros de dimetro. En varias partes de ella estaban practicados agujeros circulares: ventanas semejantes a tronera. En lo alto se hinchaba formando una protuberancia que produca la impresin de un lbulo de oreja macizo. El teniente comandante, tras contemplar aquello con ojos de madre orgullosa de su vstago, se dirigi a nosotros en plan discursivo. - Este instrumento que estn ustedes viendo - dijo, impresionado -, es lo que nosotros llamamos batiscopio. Hizo una pausa para apreciar el efecto causado. - No construy Beebe...? - susurr a Phyllis. - No - me respondi -. Eso era una batisfera. - Oh! - exclam. - Ha sido construido - continu el teniente comandante - de forma que resista una presin de dos toneladas, aproximadamente, por centmetro cuadrado, dndole una profundidad terica de mil quinientas brazas. En la prctica no pensamos utilizarlo a una profundidad mayor de mil doscientas brazas; de tal forma, conseguiremos un factor de seguridad de trescientos kilogramos por centmetro cuadrado, aproximadamente. Aunque este aparato supera considerablemente las hazaas del doctor Beebe, que descendi algo ms de quinientas brazas, y de Barton, que alcanz una profundidad de setecientas cincuenta brazas... Continu de esta forma durante cierto tiempo, dejndome algo detrs. Cuando vi que se haba adelantado un poco, dije a Phyllis: - No me es posible pensar en brazas. Cunto significan en metros? Ella consult sus notas. - La profundidad que intentan alcanzar es de dos mil ciento sesenta metros; la profundidad que pueden alcanzar es dos mil setecientos metros. - A pesar de todo, me parecen muchos metros - dije. Phyllis, en cierto modo, es ms precisa y prctica. - Dos mil ciento sesenta metros son solamente dos kilmetros y pico - me inform -. La presin ser un poco ms de una tonelada y un tercio. - Ay! No s qu sera de m sin ti. Mir al batiscopio. - De todas formas... - aad, dudoso. - Qu? - me pregunt. - Bueno, aquel chico del Almirantazgo, Winters... me habl en trminos de cuatro o cinco toneladas de presin..., queriendo decir, seguramente, a una profundidad de ocho o diez kilmetros. Me volv al teniente comandante. - Qu profundidad existe en el lugar adonde vamos destinados? - le pregunt. - Se trata de una superficie llamada Cayman Trench, entre Jamaica y Cuba - respondi -. En algunas partes alcanza casi cuatro mil... - Pero... - empec a decir frunciendo el ceo.
- Brazas, querido - intervino Phyllis -. Es decir, unos siete mil doscientos metros. - Oh! - exclam -. Eso es... algo as... como siete kilmetros y pico, no? - S - respondi mi esposa. - Oh! - exclam otra vez. El teniente comandante reanud su discurso, como si se dirigiese a un pblico. - se es el lmite actual de nuestra potencia para hacer observaciones visuales directas. Sin embargo... Hizo una pausa para hacer un gesto parecido al que hara un conjurado a un grupo de marineros y se qued observndolos mientras ellos quitaban la lona de otra esfera similar, aunque ms pequea. - Aqu tenemos un nuevo instrumento - continu -, con el que esperamos poder hacer observaciones a una profundidad dos veces mayor a la alcanzada por el batiscopio, o quizs algo ms. Es completamente automtico. Adems, registra las presiones, la temperatura, las corrientes y todo eso... y transmite sus lecturas a la superficie. Est equipado con cinco pequeas cmaras de televisin: cuatro de ellas cubren toda la superficie de agua horizontal que lo rodea, y una quinta transmite la visin vertical debajo de la esfera. Hizo una pausa. - A este instrumento - continu otra voz, excelente imitacin de la suya propia - le llamamos telebao. El chiste no es capaz de detener en su carrera a un hombre como el comandante. Continu, pues, su discurso. Pero el instrumento haba sido bautizado y se qued con el nombre de telebao. Se ocuparon los tres das despus de nuestra llegada al lugar sealado con pruebas y ajustes de ambos instrumentos. En una prueba, Phyllis y yo fuimos invitados a hacer una inmersin de mil metros, aproximadamente, metidos en el batiscopio, slo para que experimentramos la sensacin de aquello. No experimentamos envidia de nadie que hiciera una inmersin ms profunda. Cuando todo estuvo a punto, se anunci oficialmente el verdadero descenso para la maana del cuarto da. Tan pronto como sali el sol, nos reunimos alrededor del batiscopio, colocado en su lecho. Lo dos tcnicos navales, Wiseman y Trant, que haran el descenso, se introdujeron por la estrecha abertura que serva de entrada. La ropa de abrigo que necesitaran en las profundidades fue introducida detrs de ellos; porque, si se la hubieran puesto antes, no habran podido entrar. A continuacin se metieron los paquetes de provisiones y los termos con bebida caliente. Se despidieron por ltima vez. La tapa circular, transportada por la gavia, se abati sobre ellos, ajustndose perfectamente, atornillndose y echndose los cerrojos. El batiscopio fue izado fuera de bordo, permaneciendo suspendido en el aire y balancendose ligeramente. Uno de los hombres que iban dentro manipul la cmara de televisin que tena en la mano y nosotros aparecimos en la pantalla como vistos desde dentro del instrumento. - Perfecto - dijo una voz desde el altavoz -. Puede comenzar el descenso. La manivela comenz a girar. El batiscopio descenda y el agua lo lami. Al fin, desapareci bajo la superficie del mar. El descenso fue tarea larga que no tengo el propsito de describir detalladamente. Con franqueza, visto en la pantalla del barco, era un hecho emocionante para los no iniciados. La vida en el mar pareca existir en unos niveles perfectamente definidos. En las capas ms habitadas, el agua est llena de plancton, que constituye una especie de ininterrumpidos residuos de tempestad que lo oscurece todo, a menos que se acerque uno mucho. En los otros niveles, donde no hay plancton para comer, existen, por consiguiente, pocos peces. Como adicin al aburrimiento producido por las limitadas visiones o por la vaca oscuridad, la continua atencin a una pantalla enlazada con una cmara oscilante y que gira lentamente produce un efecto desagradable, rayando en el
vrtigo. Phyllis y yo nos pasamos la mayor parte del tiempo que dur el descenso con los ojos cerrados, confiando en que el altavoz telefnico atrajera nuestra atencin hacia algo interesante. En algunas ocasiones salamos a cubierta a fumar un cigarrillo. No se hubiera podido elegir otro da mejor para la tarea. El sol pegaba fuerte en las cubiertas, que de cuando en cuando regaban para enfriarlas. La ensea colgaba floja del mstil, sin apenas moverse. El mar se extenda como una balsa de aceite hasta encontrar la bveda del cielo, que estaba cubierto, al norte, sobre Cuba quiz, de un bajo banco de nubes. Tampoco se oa ruido alguno, a excepcin de la susurrante voz del altavoz de la mesa, el suave y apagado chirrido de la cabria y, de vez en cuando, la voz de un estibador llevando la cuenta de las brazas. El grupo sentado a la mesa apenas hablaba; ahora dejaba que lo hicieran los hombres que estaban bajando al fondo del mar. A intervalos, el comandante preguntara: - Todo en orden ah abajo? Y, simultneamente, dos voces responderan: - S; s, seor. Una voz pregunt: - Usaba Beebe un traje calentado por electricidad? Nadie lo saba. - Me descubro ante l si no lo tena - dijo la voz. El comandante observaba con mirada penetrante los cuadrantes al mismo tiempo que la pantalla. - Alcancen un kilmetro. Corto - dijo. La voz de abajo cont: - Novecientos noventa y ocho..., novecientos noventa y nueve... Ya! Mil metros, seor. La cabria continuaba girando. No haba mucho que ver. De cuando en cuando se vean manadas de peces corriendo en la oscuridad. Una voz se lament: - Hay un condenado pez que cuando dirijo la cmara hacia una tronera se asoma por la otra. - Quinientas brazas. Han rebasado ustedes ya la profundidad adquirida por Beebe - dijo el comandante. - Adis, Beebe - dijo la voz -. Pero da la sensacin de que es lo mismo. Una pausa. La misma voz dijo ahora: - En estos alrededores hay ms vida. Est esto lleno de calamares, grandes y pequeos. Probablemente los vern ustedes... Aqu hay algo, delante, al filo de la luz... Una cosa grande... No puedo precisarla... Tal vez sea un calamar gigante... No! Dios mo! No puede ser una ballena!... En estas profundidades no puede haberlas... - Es improbable, pero no es imposible - dijo el comandante. - Bien, en ese caso... Oh, sea lo que fuere, se est alejando! Vaya! Tambin nosotros hacemos un poco los mamferos... A su debido tiempo lleg el momento en que el comandante anunci: - Ahora estn ustedes rebasando la profundidad alcanzada por Barton. Y aadi, con inesperado cambio de modales: - Ahora, muchachos, todo depende de ustedes. Se encuentran bien ah? Si no estn bien, no tienen ms que decirlo... - Estamos perfectamente, seor. Todo funciona bien. Continuaremos. En cubierta, la cabria giraba pesadamente. - Alcanzados los dos kilmetros - anunci el comandante. Cuando tuvo confirmacin de ello, pregunto: - Cmo se encuentran ahora? - Cmo est el tiempo ah arriba? - fue la contestacin.
- Muy bueno. Calma chicha. No hay olas. Los dos de abajo conferenciaron. - Continuaremos bajando, seor. Acaso tardemos semanas en encontrar un da con las magnficas condiciones de hoy. - De acuerdo..., si los dos estn seguros. - Lo estamos, seor. Muy bien. Entonces, desciendan trescientas brazas ms aproximadamente. Hubo una pausa. Luego: - Despoblado - observ la voz de abajo -. Ahora todo est oscuro y despoblado. No se ve nada. Es gracioso cmo estn separados los niveles... Ah! Ahora empezamos de nuevo a ver algo... Calamares otra vez..., peces luminosos... Poca concurrencia, lo ven? Oh Dios, Dios!... Se interrumpi y, simultneamente, algo semejante a un pez horroroso, de pesadilla, apareci en nuestra pantalla. - Uno de los momentos ms alegres de la Naturaleza - observ. Continu hablando y la cmara sigui dndonos visiones de increbles monstruosidades, grandes y pequeas. Ahora, el comandante anunci: - Paren ya. Mil doscientas brazas. Cogi el telfono y habl con cubierta. La cabria empez a girar ms lentamente, hasta que al fin se par. - Eso es todo, muchachos - dijo. - Hum! - respondi la voz de abajo, tras una pausa -. Bueno, lo que venamos a buscar aqu, fuese lo que fuere, no lo hemos encontrado. La cara del comandante no mostraba ninguna expresin. Me era imposible decir si l esperaba o no resultados tangibles. Supuse que no. En realidad, me hubiera asombrado de que lo esperase alguno de nosotros. Despus de todo, estos centros de actividad eran todos profundos. Y de ello pareca deducirse que la razn deba de encontrarse en el fondo. El ecograma dio el fondo de aquellos parajes a una profundidad de seis kilmetros aproximadamente ms abajo de donde se encontraban en aquel momento los dos hombres... - Atencin, batiscopio - dijo el comandante -. Comenzaremos a subirlos. Preparados? - S; s, seor. Todo dispuesto - dijeron las dos voces. El comandante cogi el telfono. - Arriba! Pudimos or cmo la cabria empezaba a girar lentamente en sentido contrario. - En marcha!... Todo va bien? - Todo correcto, seor. Hubo un intervalo de diez minutos o ms, en el que nadie habl. Luego, una voz dijo: - Hay algo aqu, en el exterior... Algo grande... No puedo verlo claramente... Permanece justo en el lmite de la luz... No puede ser esa ballena otra vez... En estas profundidades es imposible... Intento mostrrselo a ustedes... La imagen de la pantalla se movi y, al fin, se detuvo. Pudimos ver los rayos de luz atravesando el agua y el brillante moteado de minsculos organismos captado por el chorro de luz. Al final, se adivinaba una mancha ligeramente mayor. Era difcil asegurarlo. - Parece que nos est rodeando. Tambin tengo la impresin de que nos estn envolviendo en una especie de telaraa... Ah! Ahora lo veo un poco mejor... Desde luego, no es una ballena.., Oiga?... Lo ven ahora?... Esta vez era indudable que captbamos un parche ms iluminado. Era toscamente ovalado, pero indistinto. Era imposible darlo a escala.
- Hum! - dijo la voz de abajo -. se es seguramente nuevo. Puede ser un pez..., o quizs algo semejante a una tortuga. De cualquier forma, un monstruo de tamao fenomenal. Ahora nos hallamos un poco ms cerca de l, pero an no consigo distinguirlo claramente, no puedo precisar ningn detalle. Lleva el mismo camino que nosotros... De nuevo nos mostr la cmara una vista de la cosa cuando pas por una de las troneras del batiscopio; pero no pudimos darnos cuenta de lo que era. La imagen resultaba demasiado pobre para estar seguros de que se trataba de algo. - Ahora se eleva. Sube ms de prisa que nosotros. Permanece fuera de nuestro ngulo de visin. Deba de haber una tronera en lo alto del aparato... Ahora lo hemos perdido de vista. Est en alguna parte, encima de nosotros. Tal vez... La voz qued cortada de pronto. Simultneamente, hubo en la pantalla un breve y vvido resplandor que tambin desapareci. El chirrido de la cabria cambi mientras giraba con mayor rapidez. Permanecimos sentados mirndonos unos y otros sin hablar. La mano de Phyllis apret la ma y not que temblaba. El comandante inici el gesto de alargar la mano hacia el telfono, pero cambi de idea y sali sin decir palabra. Ahora la cabria giraba a mayor velocidad. Tard mucho tiempo en reliar ms de dos mil metros de grueso cable. El grupo sentado en el comedor se dispers torpemente. Phyllis y yo subimos a proa y nos sentamos all sin apenas hablar. Tras lo que pareci una larguisima espera, la cabria aminor su marcha. De comn acuerdo nos pusimos en pie y juntos nos dirigimos a proa. Al fin apareci el extremo del cable. Supongo que todos nosotros esperbamos ver el final deshilachado, con los cabos sueltos como si fuera una escobilla. Pero no eran as. Los cabos estaban fundidos, formando un todo. Tanto el cable principal como los de comunicacin terminaban en una masa de metal fundido. Todos lo mirbamos fijamente, enmudecidos. Por la noche, el capitn ley el servicio y se dispararon tres salvas sobre el lugar. El tiempo continuaba bueno y el barmetro se mantena firme. A las doce de la maana del da siguiente, el comandante nos reuni en el comedor. Pareca enfermo y muy cansado. Dijo, brevemente y sin emocin: - Mis rdenes son continuar la investigacin empleando nuestra mquina automtica. Si podemos completar nuestros clculos y nuestras pruebas y el tiempo contina favorecindonos, reanudaremos la operacin maana por la maana, comenzndola en cuanto amanezca. Estoy decidido a bajar la mquina hasta el punto de destruccin porque no habr otra oportunidad para la observacin. A la maana siguiente, la colocacin en el comedor fue diferente a la de la primera ocasin. Nos sentamos de cara a una fila de cinco pantallas de televisin: cuatro para cada uno de los cuatro cuadrantes de la mquina y una para observar verticalmente debajo de ella. Tambin haba un tomavistas para fotografiar las cinco pantallas simultneamente para el archivo. De nuevo observamos el descenso a travs de las capas ocenicas; pero esta vez, en lugar de comentarios, tuvimos una serie asombrosa de gorjeos, raspaduras y gruidos recogidos por los micrfonos montados en el exterior del aparato. El fondo del mar es, en sus capas habitadas ms bajas, un lugar, al parecer, de horrenda cacofona. Hubo algo de alivio cuando se hizo el silencio al alcanzar los mil quinientos metros, y alguien musit: - Hum! Y pensar que esos micrfonos nunca haban sufrido la presin!... El despliegue continu. Los calamares aparecan y desaparecan en las pantallas. Cientos de peces huan nerviosos; otros eran atrados por la curiosidad: monstruosos,
grotescos, enormes, que causaban dao a la vista. Y se continuaba bajando: dos mil metros, tres mil metros, cuatro mil, cinco mil... Al alcanzar esta profundidad, algo se hizo visible que atrajo la atencin de todos hacia las pantallas. Algo en forma de valo, ancho, incierto, que se mova de pantalla en pantalla como si circundara a la mquina que descenda. Durante tres o cuatro minutos continu mostrndose en una u otra pantalla, aunque siempre atormentadoramente mal definido y nunca lo bastante bien iluminado para que se pudiera estar seguro de su forma. Luego, gradualmente, subi hacia el extremo superior de la pantalla, terminando por desaparecer. Treinta segundos despus, todas las pantallas se oscurecieron. Por qu no elogiar a la esposa de uno? Phyllis es capaz de escribir un relato tremendamente bueno... y ste fue uno de los mejores. Fue una lstima que no fuese recibido con el inmediato entusiasmo que se mereca. Cuando estuvo terminado, lo enviamos al Almirantazgo para que lo examinaran. Una semana despus nos llamaron por telfono, citndonos. Nos recibi el capitn Winters. Felicit a Phyllis por el relato tan bien como supo, como si no hubiese estado tan seducido por l como en realidad lo estaba. Sin embargo, una vez que estuvimos acomodados en nuestros asientos, movi la cabeza apesadumbrado. - Siento tener que pedirle a usted que lo guarde durante una temporada - dijo. Phyllis le mir desolada. Haba trabajado concienzudamente en ese relato. No por dinero, claro est. Haba intentado al escribirlo rendir un tributo a los dos hombres, Wiseman y Trant, que haban desaparecido con el batiscopio. Baj la vista y se mir la punta de los zapatos. - Lo siento - dijo el capitn -. Pero ya advert a su marido que no se poda dar a la publicidad inmediatamente. Phyllis levant los ojos hasta l. - Por qu? - pregunt. Eso era algo que yo ansiaba saber tambin. Mis propios informes sobre los preparativos del breve descenso que ambos hicimos en el batiscopio y de los variados aspectos que no figuraban en el informe oficial sobre la bajada, tambin haban sido puestos en cuarentena. - Explicar lo que pueda. Es evidente que les debemos a ustedes una explicacin respondi el capitn Winters. Se sent, inclinndose hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas y los dedos entrecruzados, y nos mir alternativamente. - El quid del asunto..., y, por supuesto, ustedes se dieron cuenta de ello hace mucho tiempo..., est en esos cables fundidos - dijo -. La mente se tambalea un poco ante la idea de un ser capaz de morder esa maraa de acero..., y, al mismo tiempo, slo puede admitirse comprensiblemente la posibilidad. No obstante, cuando surge la sugerencia de que existe un ser capaz de cortarlos como si fuera una llama de oxiacetileno, se retrocede. Se retrocede y, definitivamente, se rechaza. Hizo una pausa. - Ustedes vieron lo que sucedi a esos cables, y me imagino que estarn de acuerdo conmigo en que eso abre un aspecto a la cuestin completamente nuevo. Una cosa como sa no es slo un azar del descenso al fondo del mar..., y nosotros queremos saber ms acerca de qu clase de azar es antes de darle publicidad. Hablamos del asunto durante un rato. El capitn era comprensivo, pero tena sus rdenes. - Honradamente, capitn Winters..., y aparte del informe, si usted quiere..., tiene usted alguna idea de qu puede haberlo hecho? Neg con la cabeza.
- Con informe o sin informe, mistress Watson, no puedo dar ninguna explicacin que tenga visos de verosimilitud..., y aunque esto no es para publicarlo, dudo de que alguien ms del Servicio la tenga. As, pues, con el asunto en un estado nada satisfactorio, nos marchamos. Sin embargo, la prohibicin dur un tiempo ms breve del que esperbamos. Una semana despus, cuando bamos a sentarnos a la mesa para comer, nos telefone. Phyllis cogi el auricular. - Hola, mistress Watson! Me alegro de que sea usted. Tengo buenas noticias para ustedes - dijo la voz del capitn Winters -. Acabo de hablar con los directivos de la E.B.C. y les he dado permiso, en cuanto a lo que nosotros nos concierne, para que radien el relato de ustedes: es decir, la historia completa. Phyllis le dio las gracias por la noticia. - Pero qu ha sucedido? - pregunt. - Sea lo que fuere, el asunto ha trascendido. Lo oirn ustedes esta noche en las noticias de las nueve, y lo leern maana en los peridicos. Teniendo en cuenta las circunstancias, he considerado que ustedes deban quedar libres para actuar tan pronto como fuera posible. Sus seoras comprendieron el hecho... En efecto, quieren que el relato de usted sea radiado inmediatamente. Esto es lo que hay. Y les deseo un gran xito y mucha suerte. Phyllis volvi a darle las gracias y colg. - Bien. Qu supones que ha sucedido? - inquiri. Tuvimos que esperar hasta las nueve para averiguarlo. La noticia dada por la radio oficial era breve pero suficiente desde nuestro punto de vista. Informaba, sencillamente, que una unidad naval americana, que realizaba investigaciones en las profundidades de las aguas prximas a las islas Filipinas, haba experimentado la prdida de una cmara de profundidad, con una tripulacin de dos hombres. Casi inmediatamente despus, la E.B.C. llam por telfono para decir muchas cosas sobre la prioridad. Alter su programa y radi el relato. El locutor nos dijo ms tarde que el relato haba sido un xito. Radiado inmediatamente despus del anuncio americano, conseguimos el mximo de inters popular. Sus seoras estaban encantadas tambin. Aquello les proporcion la oportunidad de demostrar que ellos no iban siempre a la zaga del gobierno americano..., aunque no creo que hubiera necesidad de haber hecho a los Estados Unidos el regalo de una primera publicidad. De todas formas, a la vista de lo que sigui, supongo que no es de gran importancia. Phyllis volvi a escribir una parte de su relato, haciendo ms hincapi en lo referente a la fusin de los cables. A nuestras manos lleg una oleada de correspondencia; pero despus de examinarse todas las explicaciones y todas las sugerencias ninguno de nosotros saba ms que antes. Apenas poda esperarse que ocurriera otra cosa. Nuestros oyentes no haban visto nunca los mapas, y en este estudio no se le haba ocurrido al pblico en general que hubiera podido haber alguna relacin entre las catstrofes submarinas y el, en cierto modo demod, tpico de las bolas de fuego. Pero si, como pareca, la Marina Real estaba dispuesta simplemente a descansar durante una temporada y examinar el problema tericamente, la Marina de los Estados Unidos no lo estaba. Extraoficialmente, nos enteramos de que ellos estaban preparndose para enviar una segunda expedicin al mismo lugar donde ocurriera la prdida del batiscopio. Nosotros solicitamos inmediatamente ser incluidos en ella, pero fuimos rechazados. No s cuntas otras personas solicitaron lo mismo que nosotros, pero fueron bastantes para formar una segunda pequea expedicin. Nosotros no
ocuparamos tampoco sitio en esa otra. Todos los espacios estaban reservados a sus propios corresponsales y comentadores, que cubriran tambin a Europa. Bueno, era un espectculo propio. Pagaron por ello. De todas formas, lament no haber ido, porque, aunque no creamos verosmil que perdieran de nuevo sus aparatos, nunca se nos cruz por la imaginacin que perdieran tambin el barco... Aproximadamente una semana despus volvi uno de los hombres de N.B.C., que formaban parte de la expedicin. Nos la compusimos para invitarle a comer y darle un poco de coba personal. - Nunca presenci nada parecido - nos dijo -. Era como si el rayo hubiese surgido del fondo del mar. S, eso era lo que pareca. Las chispas corrieron por encima del barco durante unos segundos. Luego, llen el aire con su volumen. Vol. - Nunca o nada semejante a eso - dijo Phyllis. - Desde luego, porque no est en el informe - respondi -. Pero alguna vez ser la primera. - No es muy satisfactorio - coment Phyllis. l nos miro. - Puesto que s que ustedes dos estuvieron en aquella partida de caza britnica, he de suponer que saben ustedes para lo que estbamos all. - No me sorprendera - le contest. l asinti. - Escuche: a m me han dicho que no es posible colocar una alta carga, algo as como un milln de voltios, para que estalle slo un navo en alta mar; por tanto, debo aceptar eso. No es de mi incumbencia. Todo lo que digo es que si fuera posible, entonces supondra que el efecto sera aproximadamente el que yo vi. - Habra cables aislados tambin... para las cmaras, los micrfonos, los termmetros y todo eso - dijo Phyllis. - Claro que s. Y haba un cable aislado que una la televisin con nuestra barca; pero no poda llevar esa carga y hacerla estallar..., lo cual hubiese sido una condenada cosa para nosotros. Eso me hubiera parecido a m, que segua al navo principal... si no hubiesen estado all los fsicos. - No hicieron sugerencias alternativas? - pregunt. - Claro que s. Varias. Algunas hasta parecan convincentes..., pero para quien no viera lo que sucedi. - Si est usted en lo cierto es, desde luego, una cosa muy extraa - dijo, pensativa, Phyllis. El hombre de la N.B.C. le mir. - Una agradable declaracin britnica..., pero bastante rara, aun para m - dijo, modestamente -. Sin embargo, aunque ellos dan una explicacin aparte para eso, los fsicos estn desconcertados an por esos cables fundidos; porque, sea lo que fuere, la rotura de esos cables no pudo ser accidental... - Por otra parte, toda esa presin, toda esa...? - pregunt Phyllis. El hombre movi la cabeza. - No hago conjeturas. Necesito ms datos de los conseguidos, aun para eso. Puede ser que los consigamos muy pronto. Le miramos interrogadores. l baj la voz. - Puesto que s que estn ustedes metidos en el asunto, les dir, pero estrictamente para su capote, que ahora han conseguido un par de pruebas ms. Pero no habr publicidad esta vez... El ltimo lote dej mal sabor de boca. - Dnde las consiguieron? - preguntamos simultneamente.
- Una, en algn lugar cerca de las Aleutianas; la otra, en un lugar profundo, en la baha de Guatemala... Qu estn haciendo sus gentes? - No lo sabemos - respondimos honradamente. Movi la cabeza. - Es preferible que permanezcan atentos - dijo cordial. Y permanecimos atentos. Durante las semanas siguientes permanecimos con los odos muy abiertos para captar noticias de las dos nuevas investigaciones, pero hasta que el hombre de la N.B.C. pas por Londres de nuevo, un mes despus, no supimos nada. Le preguntamos qu haba pasado. Frunci el ceo. - De Guatemala no sacaron nada en limpio - dijo -. El barco situado al sur de las Aleutianas estuvo transmitiendo por radio mientras se llevaba a cabo el descenso. Pero, de pronto, dej de transmitir. Se consider como prdida absoluta. El reconocimiento oficial de estos casos permaneci bajo tierra, si es que este trmino puede considerarse aceptable para sus investigaciones submarinas. De cuando en cuando podamos captar un rumor que demostraba que el inters no haba decado, y, de tiempo en tiempo, se hacan algunos intentos, aparentemente aislados, aunque tenan cierta relacin entre s, para dar sugerencias. Nuestros contactos navales aseguraban una cordial evasin, y encontrbamos que nuestros numerosos oponentes al otro lado del Atlntico no lo estaban haciendo mucho mejor con sus recursos navales. Lo consolador era que cualquier progreso que ellos hacan llegaba inmediatamente a nuestros odos; as, pues, guardbamos silencio para dar a entender que estaban atascados. El inters pblico por las bolas de fuego baj a cero, y pocas personas se molestaron ya en enviar informes sobre ellas. Yo an conservaba mis archivos al da, aunque eran tan poco representativos que, en realidad, no poda determinar cul incidente era realmente pequeo en apariencia. Segn lo que yo saba, los dos fenmenos nunca fueron relacionados pblicamente, y en la actualidad ambos permanecen inexplicados, como si se tratara de una cosa que no tena importancia. En el transcurso de los tres aos siguientes, nosotros mismos perdimos inters por el caso, hasta el punto de desaparecer casi por completo de nuestro pensamiento. Otros asuntos nos preocupaban. Tuvo lugar el nacimiento de nuestro hijo William... y su muerte, ao y medio despus. Para ayudar a Phyllis a superar esa crisis, me las agenci para procurarme la redaccin de una serie de artculos sobre viajes, vend la casa, y durante una temporada corrimos de un lado para otro. En teora, el contrato era mo; pero, en la prctica, lo que ms gustaba a la E.B.C. eran los comentarios y las notas de Phyllis y la mayora de las veces, cuando ella no estaba arreglando mis crnicas, trabajaba en sus propios relatos. Cuando regresemos a casa, nuestro prestigio haba aumentado mucho, tenamos gran cantidad de material para trabajar y poseamos la sensacin de hallarnos en una situacin ms firme y estable. Casi inmediatamente se registr la prdida de un crucero americano en aguas de las islas Marianas. El informe fue breve: un mensaje de agencia, ligeramente hinchado; pero haba algo en ello..., slo una especie de presentimiento. Phyllis lo ley en el peridico, y le choc tambin. Extendi el mapa y observ el rea que rodeaba a las Marianas. - En tres de sus cuatro costas, la profundidad es muy grande - dijo. - El informe no da detalles exactos. Me sera imposible sealar con el dedo el punto sobre el mapa. Creo que la proximidad que indican est un poco fuera de la realidad. - Ser mejor que nos enteremos directamente - decidi Phyllis. As lo hicimos, pero sin resultado. No era que nuestras fuerzas estuvieran agotadas; pero pareca que haba un apagn en alguna parte. No conseguimos ms que una resea
oficial: este crucero, el Keweenaw, se haba hundido, sencillamente, con buen tiempo. Haban sido recogidos veinte supervivientes. Habra una investigacin. Posiblemente la hubo. Nunca me enter del resultado. El incidente fue, en cierto modo, sofocado por el inexplicable hundimiento de un barco ruso, que realizaba una misin nunca especificada, al este de las Kuriles, ese cordn de islas situado al sur de Kamchatka. Puesto que era axiomtico que cualquier desgracia sovitica se atribuyera, de algn modo, a los chacales capitalistas o a las reaccionarias hienas fascistas, este asunto asumi una importancia que eclips por completo la prdida americana, y la acre insinuacin continu levantando ecos durante mucho tiempo. Entre el ruido de vituperacin, la misteriosa desaparicin del navo de reconocimiento Utskarpen, en el Ocano Austral, pas casi inadvertida fuera de su natal Noruega. Le siguieron varios otros; pero yo ya no tengo mis archivos para dar detalles. Mi impresin es que fueron media docena de navos, todos, al parecer, dedicados, de una forma u otra, a investigaciones ocenicas, los que desaparecieron antes de que los americanos sufrieran una nueva prdida en las Filipinas. Esta vez perdieron un destructor y, con l, la paciencia. El ingenuo anuncio de que, puesto que las aguas circundantes de Bikini eran demasiado poco profundas para realizar una serie de pruebas de bombas atmicas submarinas, el lugar de tales experimentos sera trasladado en unos dos mil kilmetros, aproximadamente, ms al oeste, posiblemente pudo engaar a una parte del pblico general; pero en la radio y en los crculos periodsticos se hicieron gestiones para determinar el hecho. Phyllis y yo estbamos mejor situados ahora y tambin ramos afortunados. Emprendimos el vuelo, y pocos das despus formbamos parte del complemento de un nmero de navos que fondearon a una distancia estratgica del punto donde haba desaparecido el Keweenaw, en aguas de las Marianas. No puedo decir a ustedes cmo eran esas bombas de profundidad especialmente diseadas, porque nunca las vimos. Todo lo que nos permitieron ver fue una balsa que transportaba una especie de cabaa de metal semiesfrica que contena la propia bomba, y todo lo que nos dijeron fue que era semejante a uno de los modelos ms vulgares de bomba atmica, pero con una envoltura maciza que, si era necesario, resistira la presin a diez mil metros de profundidad. A las primeras luces del da de la prueba, un remolcador llev a remolque la balsa, alejndose hacia el horizonte con ella. A partir de entonces, tuvimos que presenciar todo por medio de las cmaras de televisin automticas montadas en boyas. De esta forma vimos cmo el remolcador abandonaba la balsa y se alejaba a gran velocidad. A continuacin, hubo un intervalo mientras el remolcador se alejaba de la zona peligrosa y la balsa prosegua con calculado impulso hacia el lugar exacto donde desapareci el Keweenaw. La pausa dur por espacio de unas tres horas, con la balsa inmvil en las pantallas. Luego, una voz por los altavoces nos inform de que el descenso de la bomba se realizara dentro de treinta minutos, aproximadamente. Continu recordndonoslo a intervalos, hasta que el tiempo fue lo suficientemente corto para empezar a contar al revs, lenta y pausadamente. Haba una completa quietud en las pantallas mientras las mirbamos y escuchbamos la voz contando: -...tres..., dos..., uno... Ahora! A la ltima palabra, de la balsa surgi un cohete, que arrastr un humo rojo mientras se elevaba. - Bomba al fondo! - grit la voz. Esperamos. Durante largo rato, segn me pareci, todo estuvo intensamente quieto. En torno a las pantallas de televisin, nadie hablaba. Todos los ojos estaban fijos en uno u otro de los marcos, que mostraban la balsa flotando tranquilamente sobre el agua azul,
resplandeciente de sol. No hubo seal alguna de que nada ocurriese all, salvo la pluma de humo rojo que ascenda lentamente. A la vista y al odo, la serenidad era absoluta; para el nimo exista la sensacin de que el mundo entero contena la respiracin. Y entonces sucedi... La tranquila superficie del mar vomit repentinamente una enorme nube blanca que se fue extendiendo, e hirvi mientras ella se retorca hacia arriba. Un temblor sacudi el barco. Abandonamos las pantallas y corrimos al costado del buque. La nube se hallaba ya sobre nuestro horizonte. An continuaba retorcindose sobre s misma, de una forma que, en cierto modo, era obscena, mientras suba monstruosamene hacia el cielo. Slo entonces nos lleg el ruido, como de un tremendo golpe. Mucho despus vimos, extraamente dilatada, la lnea negra que era la primera ola de agua turbulenta que avanzaba hacia nosotros. Aquella noche nos sentamos a la mesa de Mallarby, del The Tidings, y Bennell, del The Senate. Era la oportunidad de Phyllis, y ella los llev ms o menos a donde quera entre el primer plato y el asado. Discutieron largo rato sobre lineas familiares; pero, despus de cierto tiempo, el nombre de Bocker empez a sonar con creciente frecuencia y alguna acrimonia. Al parecer, este Bocker tena cierta teora sobre las perturbaciones submarinas que no haba llegado a nuestros odos, y no pareca tener buena reputacin por otra parte. Phyllis estaba al acecho como un halcn. Nunca hubiera adivinado uno que ella estuviese tan completamente en la oscuridad, por la forma judicial con que pregunt: - Sin embargo, no se puede rechazar por completo la teora de Bocker, verdad? Y frunci un poco el ceo mientras hablaba. Produjo efecto. En poco tiempo estuvimos adecuadamente informados sobre el punto de vista de Bocker, y, si alguno de ellos adivin hasta qu punto estbamos interesados, se enter de ello por primera vez. El nombre de Alastair Bocker no era completamente desconocido para nosotros, por supuesto: era el de un eminente gegrafo, un nombre que corrientemente iba seguido de varios grupos de iniciales. Sin embargo, la informacin que de l nos dio ahora Phyllis era, en cierto modo, completamente nueva para nosotros. Cuando reorden y reuni todo, lleg a esto: Bocker haba presentado, casi un ao antes, un memorndum al Almirantazgo en Londres. Porque era Bocker, tuvo suerte de que lo leyeran en alguno de los altos niveles, aunque la clave de su argumentacin era como sigue: los cables fundidos y la electrificacin de cierto navo deban ser considerados como indiscutible prueba de inteligencia de ciertas partes ms profundas de los ocanos. En esas regiones, condiciones tales como la presin, la temperatura, la perpetua oscuridad, etc., hacan inconcebible que cualquier forma inteligente de vida pudiera desenvolverse y desarrollarse all..., y esta declaracin la respald con algunos argumentos convincentes. Haba que presumir que ninguna nacin era capaz de construir mecanismos que pudiesen operar a tales profundidades como las indicadas por la prueba, ni se poda comprender qu propsitos pudieran tener al intentar una cosa as. Pero si la inteligencia en las profundidades submarinas no era indgena, entonces deba de provenir de otra parte. Tambin deba de estar envuelta de alguna forma capaz de resistir una presin de toneladas por centmetro cuadrado...; con toda seguridad, dos toneladas en la presente prueba; probablemente, cinco o seis, y hasta siete, si era capaz de existir en las ms hondas profundidades submarinas. Ahora bien: exista algn lugar en la Tierra donde una forma mvil pueda encontrar condiciones para desarrollar tal presin? Evidentemente no.
Muy bien. Entonces, si no poda desarrollarse en la Tierra, debera desarrollarse en alguna otra parte...; digamos, en un amplio planeta donde la presin fuese normalmente muy elevada. Si era as, cmo hacan para cruzar el espacio y llegar hasta aqu? Entonces, Boker reclam atencin hacia las bolas de fuego, que haban sido motivo de especulacin algunos aos antes, y que an se contemplaban en algunas ocasiones. Nunca se haba visto descender ninguna de ellas sobre la Tierra; en realidad, no se haba visto descender a ninguna en parte alguna, excepto en reas de aguas muy profundas. Adems, algunas de ellas, tocadas por los missiles, haban estallado con tal violencia que sugeran que haban sido conservadas a un grado altsimo de presin. Tambin era significativo que esas bolas de fuego hubieran sido vistas solamente en las regiones de la Tierra en donde las condiciones de alta presin eran compatibles con el movimiento. Por ese motivo, Bocker deduca que nosotros estbamos en proceso de sufrir, aunque casi ignorndolo, una especie de inmigracin interplanetaria. Si se le hubiera preguntado el origen de ello, habra sealado a Jpiter como el planeta ms verosmil de llenar las condiciones de presin. Su memorndum terminaba con la observacin de que tal incursin no necesitaba ser contemplada con hostilidad. A l le pareca que los intereses de un tipo de creacin que existan en quince libras por pulgada cuadrada eran inverosmiles para que se comparasen en serio con los de una forma que requera varias toneladas por centmetro cuadrado. Por consiguiente, abogaba porque se debera hacer el mayor esfuerzo posible para llevar a cabo algo que significara un acercamiento armnico hacia los nuevos moradores de nuestras profundidades, con el nimo de facilitar un intercambio de ciencia, empleando la palabra en su sentido ms amplio. Los puntos de vista expresados por sus seoras sobre estas explicaciones y sugerencias no fueron dados a la publicidad. No obstante, se sabe que no pas mucho tiempo sin que Bocker arrancara su memorndum de sus antipticos pupitres y que poco tiempo despus lo presentara a la consideracin del editor de The Tidings. Indudablemente, The Tidings, al devolverlo, actu con su habitual tacto. El editor observ, slo en beneficio de sus hermanos de profesin, lo siguiente: Este peridico ha logrado subsistir ms de un siglo sin una nota cmica en sus pginas, y no veo la razn de romper ahora su tradicin. A su debido tiempo, el memorndum apareci ante los ojos del editor de The Senate, que le ech una ojeada, pidi una sinopsis, alz las cejas y dict un corts lo siento. A continuacin, dej de circular, y slo fue conocido de boquilla en un crculo reducido. - Lo mejor que puede decirse de l - deca Mallarby - es que incluye ms factores que cualquier otro..., y que todo lo que incluye, incluso la mayora de los factores, es de lo ms fantstico. Nosotros debemos censurarlo por todo esto hasta que surja algo mejor... Es todo cuanto podemos hacer. - Es verdad - dijo Bennel -. Pero, piensen lo que piensen sobre Bocker los hombres que ocupan la jerarqua naval, est bastante claro que ellos tambin han supuesto, durante algn tiempo, que hay algo sensato en l. No se dibuja ni se hace una bomba especial como esa en cinco minutos, comprenden? De todas formas, si la teora de Bocker es o no es humo de paja, ha perdido su punto de apoyo principal. Esta bomba no era el acercamiento amistoso y simptico que l propugnaba. Mallarby, tras hacer una pausa, movi la cabeza. - Me he reunido con Bocker en diversas ocasiones. Es hombre civilizado, librepensador..., con las perturbaciones habituales de los librepensadores, que ellos creen, adems, que son otras. Posee una inteligencia suprema, inquisitiva... Procura no sujetar su pensamiento medio cuando encuentra algo nuevo que sealar, y dice: Es mejor machacarlo o suprimirlo, rpidamente. Lo cual es otra demostracin de cmo acta su pensamiento medio.
- Pero si, como usted dice - objet Bennell -, creen oficialmente que la prdida de esos barcos fue causada por una inteligencia, entonces existe en ello un motivo de alarma, y no puede usted considerar el asunto como algo tan fuerte como una represalia. Mallarby movi la cabeza. - Querido Bennell, no slo puedo, sino que lo hago. Supongamos que algo descendiera sobre nosotros, procedente del espacio, colgado de una cuerda, y supongamos tambin que eso emitiera rayos en una longitud de onda que nos molestara extraordinariamente y, quiz, hasta nos causara dao. Qu haramos? Sugiero que lo primero que haramos sera cortar la cuerda, despojndola de toda accin. Luego, examinaramos el extrao objeto para averiguar, hasta donde nos fuera posible, todo lo referente a l. Y si alguno ms segua al primero, daramos sin dilacin los pasos necesarios para terminar con ellos..., lo cual podra hacerse con propsito de acabar, simplemente, con una molestia, o con cierta animosidad o mala fe, considerndolo como... una represalia. Ahora bien: a quin, a la vista de ello, se debera culpar del hecho, a nosotros o a la cosa que lleg de arriba? - Es difcil imaginar cualquier clase de inteligencia que no se resintiera de lo que acabbamos de hacer. Si sta fuera la nica profundidad donde hubo perturbacin, no habra ninguna inteligencia que no se resintiera; pero ste no es el nico lugar, como usted sabe. Desde luego que no. As, pues, ese resentimiento muy natural, qu forma tomar para que nosotros lo veamos? - Cree usted, realmente, que habr alguna clase de respuesta? - pregunt Phyllis. Se encogi de hombros. - Vuelvo a repetir mi hiptesis: supongamos que alguna accin violentamente destructiva descendiera del espacio sobre una de nuestras ciudades. Qu haramos? - Bueno, qu podramos hacer? - pregunt, bastante razonablemente, Phillys. - Pues lanzaramos contra ella los medios ms adecuados para desbaratarla, y con la mayor celeridad posible. No - continu, moviendo la cabeza -, me temo que la idea de fraternidad de Bocker tenga las mismas posibilidades de prosperar que la de encontrar una aguja en un pajar. Yo creo que eso era tan verosmil como Mallarby deca. De todas formas, si existi alguna vez alguna probabilidad, haba desaparecido en el momento en que nosotros llegamos a casa. En cierto modo, y al parecer durante la noche, el pblico puso los puntos sobre las es. El experimento poco entusiasta para representar la bomba de profundidad como una de una serie de pruebas, haba fracasado por completo. Al vago fatalismo con que fue recibido la prdida del Keweenaw y los otros barcos, sucedi una calurosa sensacin de violencia, una satisfaccin de que se haba dado el primer paso hacia la venganza y una demanda para ms. La atmsfera era similar a la de una declaracin de guerra. Los flemticos y los escpticos de ayer se transformaron, de pronto, en frvidos predicadores de una cruzada contra la..., bueno, contra lo que quiera que fuese que haba tenido la insolente temeridad de interferirse en la libertad de los mares. El acuerdo sobre este punto de vista cardinal fue virtualmente unnime desde que esa masa de especulacin se irradi en toda direccin, de forma que no slo las bolas de fuego, sino que cualquier otro fenmeno inexplicable ocurrido haca aos, fue atribuido del mismo modo al misterio de las profundidades, o, al menos, relacionado con l. La ola de excitacin que se extendi a lo ancho de todo el mundo nos alcanz cuando nos detuvimos un da en Karachi, de regreso a nuestro pas. El lugar herva en cuentos sobre serpientes de mar y visitas del espacio, y era evidente que, cualesquiera que fuesen las restricciones impuestas a Bocker sobre la circulacin de su teora, muchos millones de personas haban llegado a una explicacin similar por otros caminos. Esto me
dio la idea de telefonear a la E.B.C. de Londres para averiguar si Bocker estara decidido ahora a concederme la entrevista. Me contestaron que otros haban tenido la misma idea, y que Bocker celebrara una rueda de prensa restringida el mircoles. Como a ellos les gustara que nosotros estuviramos presentes, nos buscaran invitaciones. As lo hicieron, y llegamos a Londres con un par de horas de anticipacin a la celebracin de la misma. A Alastair Bocker se le conoca por sus fotografas, pero ellas no le haban hecho justicia. La principal arquitectura facial, con sus cualidades de nio de edad mediana ms bien llenito, las anchas cejas, el mechn de cabellos grises echados hacia atrs, la forma de la nariz y de la boca, eran familiares; pero las cmaras fotogrficas, con su poca habilidad, no haban captado la viveza de sus ojos, la movilidad de su boca y de toda la cara, ni su calidad de movimientos semejantes a los de un gorrin, con lo que su personalidad quedaba mixtificada. - Uno de esos crecidos muchachitos tan llenos de inquietudes - observ Phyllis, estudindole antes que empezara la rueda de prensa. Durante algunos minutos ms, la gente continu llegando y acomodndose; luego, Bocker anduvo hasta la mesa que estaba frente a ellos. La forma en que lo hizo daba a entender que no haba acudido all para atraerse a la gente ni ponerse de acuerdo con ella. Cuando ces el murmullo de voces, permaneci unos instantes mirndonos fijamente. A continuacin, empez a hablar, sin apuntes ni notas. - No creo en absoluto que esta reunin tenga utilidad alguna - dijo -. No obstante, como yo no la he solicitado, no me interesa si tengo o no tengo buena prensa... Hizo una pausa. - Hace un par de aos, habra agradecido la oportunidad de esta publicidad. Hace un ao intent obtenerla, aunque mis esperanzas de que nosotros fusemos capaces de desviar el probable curso de los acontecimientos no eran, aun entonces, ms que ligersimas. Encuentro en cierto modo irnico, de todas formas, que ustedes me honren de este modo ahora que dichas esperanzas han desaparecido. Hizo otra pausa. - Tal vez haya llegado a ustedes una versin de mis argumentos, verosmilmente una versin mixtificada; pero tratar de resumirlos ahora, con el fin de que sepamos, al menos, de lo que estamos hablando. El resumen difiri poco de la versin que nosotros conocamos ya. Al final, hizo una nueva pausa. - Ahora, espero sus preguntas, seores - dijo. A tanto tiempo de distancia, no puedo pretender recordar qu preguntas se hicieron ni quines las hicieron; pero s recuerdo que las primeras preguntas, de una fatuidad abrumadora, fueron barridas con gran agudeza. A continuacin, alguien pregunt: - Doctor Bocker, creo recordar que, originariamente, hizo usted algunos juegos deliberados con la palabara inmigracin; pero slo ahora habla usted de invasin. Ha cambiado de idea? - Me la han hecho cambiar - respondi Bocker -. Por cuanto yo s, tal vez hubiese sido, en intencin, una inmigracin pacfica solamente..., pero la prueba es que eso no es as ahora. - Por tanto - dijo alguien -, lo que usted nos est repitiendo es nuestra vieja cantilena: que, al fin, estallar la guerra interplanetaria. - S, puede ser expuesto as,... por los facciosos - dijo Bocker, tranquilo -. Es, con toda seguridad, una invasin... y desde algn lugar desconocido, ignorado. Hubo otra pausa.
- Casi igualmente notable - continu - es el hecho de que en este mundo buscador de sensaciones haya conseguido, por lo que es, sentar plaza casi irreconocida. Es slo ahora, varios aos despus de su perodo inicial, cuando empieza a ser tomada en serio. - De todas formas, a m no me parece, ahora, que sea una invasin interplanetaria observ una voz. - Eso podra atribuirlo a dos causas principales - dijo Bocker -. Primero: constipacin de la imaginacin; segundo, influencia del difunto mster H. G. Wells. Ech una mirada a su alrededor. - Uno de los inconvenientes de los escritores clsicos - continu - es que imponen un modelo de pensamiento. Todo el mundo los lee, resultando de ello que todo el mundo cree que conoce exactamente no slo la forma en que debe realizarse una invasin interplanetaria, sino tambin cmo debe llevarse a cabo. Si un misterioso cilindro cayese en estos momentos, maana, en las cercanas de Londres o de Washington, todos reconoceramos en l inmediatamente un objeto propicio a sembrar la alarma. Parece haberse olvidado que mster Wells utiliz simplemente uno de los numerosos inventos que pudo emplear para una obra de ficcin; as, pues, puede sealarse que no pretendi sentar una ley para la direccin de campaas interplanetarias. Y el hecho de que su eleccin permanezca como el nico prototipo del lance en tantas mentes es el mejor elogio a su destreza en escribir lo que est en el pensamiento de todas esas mentes calenturientas. Otra pausa. - Existe gran variedad de invasiones contra las que no servira para nada llamar a los marinos. Algunas de ellas seran ms difciles de detener que la de los marcianos de mster Wells. Y an quedara por ver si las armas que pudiramos emplear para hacerles frente seran ms o menos eficaces que las imaginadas por l. Alguien seal: - Perfectamente. Aceptamos, como tema de discusin, que esto sea una invasin. Ahora bien: podra usted decirnos por qu hemos sido invadidos? Bocker le mir durante un buen rato; luego, contest: - Supongo que ese por qu? fue el grito de todos los pases que fueron invadidos a lo largo de la Historia. - Pero debe de haber una razn - musit el que interrogaba. - Debe de haber?... Bueno, supongo que debe de haberla en el ms amplio sentido de la palabra. Pero de eso no se deduce que haya una razn que debamos comprender, aunque la sepamos. No creo que los americanos primitivos comprendieran mucho las razones que tenan los espaoles para invadirlos... En realidad, lo que usted est preguntando es que yo debera explicar a ustedes los motivos que animan a cierta forma de inteligencia demencial. Modestamente, debo declinar el honor de hacer un loco de m mismo. La forma de averiguar, aunque no la de comprender tal vez, hubiera sido entrar en comunicacin con esas cosas de nuestras profundidades. Pero si alguna vez existi la posibilidad de hacerlo, me temo que ahora hayamos perdido ya la ocasin de conseguirlo. El interrogador no se qued satisfecho con eso. - Pero si no podemos asignar una razn - dijo -, entonces con toda seguridad, todo el asunto se convierte en algo que se diferencia muy poco de un desastre natural..., algo semejante, digamos, a un terremoto o a un cicln... - Bastante cierto - estuvo de acuerdo Bocker -. Y por qu no? Supongo que es justamente as como el pjaro se parece al insecto. Para el vulgo, envuelto en una gran guerra, tampoco existe mucha diferencia entre eso y un desastre natural. S que todos ustedes han enseado a sus lectores a esperar explicaciones supersimplificadas de todo, sin excluir al mismo Dios, en palabras de una sola slaba; as, la cosa va adelante, y satisface su inclinacin por la sabidura. Nadie les puede contradecir a ustedes. Pero si intentan colgarme sus explicaciones, les demandar.
Pausa. - Ir an ms lejos: slo puedo creer en dos motivos humanos para la emigracin a travs del espacio, y, si fuera posible, en cualquier escala: uno sera la simple expansin y el engrandecimiento; el otro, huir de las intolerables condiciones del planeta humano. Pero esas cosas de las profundidades no son, con toda seguridad, humanas, sean las que fueren; de todas formas, sus razones y motivos pueden ser similares a los motivos humanos, aunque es mucho ms verosmil que no lo sean. Hizo otra pausa, mirando de nuevo en torno suyo. - Escuchen: este por qu? es un gesto intil de respiracin. Si nosotros tuviramos que ir a otro planeta, y la poblacin que encontrramos all nos recibiera a bombazos, el por qu? de nuestra ida all no tendra ninguna importancia; sencillamente determinaramos que, si no dbamos los pasos necesarios para detenerlos en su ataque, nos exterminaran. Y, posiblemente, hemos hecho algo parecido con esas cosas de las profundidades... La fuerza de la vida, de cualquier forma que se la considere, debe ser, colectiva o individualmente, la voluntad de sobrevivir, o muy pronto dejara de ser. - Entonces esto, segn su opinin definitiva, es una invasin hostil? - pregunt alguien. Bocker le mir con inters. - Mire, no hay que sacar las cosas de quicio. Lo que yo digo es que esto es una invasin, que es hostil ahora; pero que, de intento, no ha debido ser hostil... Y ahora termin -, todo cuanto les pido a ustedes es que convenzan a sus lectores que esto no es una broma, sino un asunto muy serio... Claro que hasta donde se lo permitan la poltica editorial y propietaria. Lo que sucedi en realidad fue que casi todos los periodistas presentaron a Bocker como un excntrico, subrayado con el siguiente comentario: Es lo que uno sera capaz de creer si tambin fuese un excentrico... Claro que uno no lo es: uno es hombre sensible.... Existan indicios de que el espectculo no era accidental. El pblico se hallaba en un estado que hubiese admitido todo, pero habase desperdiciado la oportunidad de explorar la situacin. No; hasta el momento no ocurra nada sensacional que interrumpiese el apaciguado proceso. Luego, gradualmente, surgi una sensacion de que sta no era en absoluto la forma en que se haba esperado una guerra interplanetaria. Por supuesto, de ah a decidir que los culpables eran los rusos no haba ms que un paso. Los rusos, dentro de su dictadura, siempre eran dados a sospechar de los beligerantes capitalistas. Cuando los rumores de la nocin interplanetaria consiguiese de algn modo atravesar el teln de acero, se apresuraran a declarar que: a) todo aquello era mentira: slo era una pantalla verbal de humo para encubrir los preparativos de los fabricantes de armamentos; b) que era verdad, y los capitalistas, fieles a su conducta, haban atacado inmediatamente a los no sospechosos extranjeros con bombas atmicas; c) que fuera verdad o no, la U.R.S.S. luchara denodadamente por la paz con todas las armas que posea, excepto las bacterias. El balanceo continuaba. Se oa decir a la gente: - Oh!... Esa tontera interplanetaria? No me importa decirle a usted que, durante algn tiempo, me obsesion; pero, naturalmente, cuando ahora se empieza a pensar en ello!... Asombrarse de que sea, realmente, un juego de los rusos?... Tendra que haber sido algo muy grande para que se emplease contra ello las bombas atmicas... As, pues, en un plazo de tiempo muy breve qued establecido el status quo ante bellum hypotheticum, y nosotros regresamos a la comprensible base familiar de sospecha internacional. El nico resultado duradero fue que el seguro marino subi un uno por ciento.
Un par de semanas despus celebramos una pequea reunin con comida. El capitn Winters se sent a la derecha de Phyllis. Parecan estar en excelentes relaciones. Ms tarde, en la intimidad de nuestro dormitorio, inquir: - Si no tienes demasiado sueo, podramos hablar. Qu te cont el capitn? - Oh!, muchas cosas agradables. Creo que tiene sangre irlandesa. - Bueno; pero, pasando a las cosas realmente interesantes que ocurren por el mundo... - continu impaciente. - No fue muy locuaz, pero lo que me cont no era nada estimulante. Algunas cosas eran demasiado horribles. - Cuntame. - Bueno, la situacin principal no parece haber cambiado mucho en la superficie; pero, respecto a lo que est ocurriendo abajo, se muestran cada vez ms preocupados, ms alarmados. No me dijo que, actualmente, la investigacin no haba hecho progresos; pero lo que dijo lo daba a entender. Hizo una pausa. - Por ejemplo, dijo que las bombas atmicas se haban desechado, por el momento al menos. Pueden utilizarse en lugares aislados solamente, y, aun as, la radiactividad se propaga fantsticamente. Los expertos en ictiologa de ambos lados del Atlntico han puesto el grito en el cielo, porque dicen que es debido a los bombardeos el que ciertas manadas de peces hayan desaparecido de sus lugares acostumbrados. Maldicen las bombas por trastornar la ecologa, en cualquiera de sus ramas, y afectar a las corrientes migratorias. Sin embargo, algunos de los ellos dicen que la fecha no es suficiente para estar absolutamente seguros de que sean las bombas quienes han causado tal trastorno; pero algo tiene que haber seguramente, y eso puede causar graves trastornos alimentarios. As, pues, como nadie parece estar completamente convencido de que las bombas hayan cumplido la misin que todos esperbamos y, en cambio, han matado y espantado peces en grandes cantidades, se han hecho impopulares... Y hay algo ms: dos de esas bombas que lanzaron a las profundidades han desaparecido. - Oh! - exclam -. Y qu inferimos de ello? - No s. Pero los tiene muy preocupados, muy alarmados. Escucha: la forma en que operan es a base de una profundidad dada, forma sencilla y muy segura. - Quiere eso decir que las bombas no han alcanzado nunca la verdadera zona de presin?... Qu se han quedado enganchadas en alguna parte mientras descendan? Phyllis asinti. - Y eso hace que se muestren extremadamente ansiosos. - Adems, es incomprensible. No me sentira muy tranquilo si hubiese perdido un par de bombas en perfecto uso - admit -.Qu ms? - Han desaparecido inexplicablemente tres navos de los que se dedican a la reparacin de cables. Uno de ellos fue silenciado en mitad de un mensaje radiado. Se saba que estaba, en aquellos momentos, extrayendo un cable defectuoso. - Cundo ocurri eso? - Hace seis meses, uno; hace tres semanas, otro, y el tercero, la semana pasada. - No pudieron hacer nada para evitarlo? - No pudieron..., aunque todo el mundo est seguro de que lo intentaron. - No hubo supervivientes para contar lo ocurrido? - No. Al cabo de un rato pregunt: - Algo ms? - Djame pensar... Oh, s! Estn tratando de poner en prctica una especie de missil de profundidad dirigido que ser altamente explosivo, aunque no atmico. Pero an no han hecho las pruebas.
Volva a mirarla con admiracin. - Eso es magnfico, darling. Eres una verdadera Mata Hari. Phyllis ignor la ironia. - Lo ms importante de todo es que me dar una tarjeta de presentacin para el doctor Matet, el oceangrafo. Se puso en pie. - Pero, darling. la Sociedad Oceanogrfica ha amenazado ms o menos con la excomunin a todo aquel que trate con nosotros despus del ltimo relato que hicimos... Eso forma parte de su lnea anti - Bocker. - Bueno. Pero resulta que el doctor Matet es amigo del capitn. Ha visto sus mapas sobre las incidencias de los globos de fuego, y es un medio convencido. De cualquier forma, nosotros no somos unos hinchas de Bocker, verdad? - Lo que nosotros creemos que somos no es necesario que lo crean otras personas. Sin embargo, si l lo desea... cundo podremos verle? - Espero verle dentro de pocos das, darling. - No crees que yo debera? - No. Pero sera estupendo por tu parte que confiaras en m. - Sin embargo... - No. Y me parece que ya es hora de que nos vayamos a la cama - dijo Phyllis, firmemente. El comienzo de la entrevista de Phyllis fue, segn inform, casi normal. - La E.B.C.? - dijo el doctor Matet, alzando las cejas, como si fueran dos tapas de miniaturas -. Cre que el capitn Winters haba dicho la B.B.C. Era un hombre de cara ancha, casi barbilampio, que daba a su cabeza el aspecto de pertenecer a una cara mucho ms ancha an. Su atezada frente era alta, y muy pulimentada hasta la coronilla. Segn dijo Phyllis, le produjo la impresin de ser sobresaliente. Ella suspir para s, comenzando la rutinaria explicacin sobre la existencia de la English Broadcasting Company, manejndole con tacto hasta que consigui llevarle a la posicin desde donde nos considerase como personas suficientemente amables que se esfuerzan por superar las desventajas de ser consideradas como orculo ligeramente de segunda clase. Luego, tras aclararle que cualquier material que pudiera suministrarnos permanecera en el ms absoluto anonimato, se hizo ms locuaz. Lo malo fue, desde el punto de vista de Phyllis, que se expres en un estilo completamente acadmico, empleando innumerables palabras raras y ejemplos que ella tuvo que interpretar lo mejor que pudo. En resumen, lo que quiso decir fue lo siguiente: Haca un ao se empez a informar sobre ciertas alteraciones de color (decoloracin) en las corrientes de cierto ocano. La primera observacin de esta clase se haba efectuado en la corriente de Kuroshio, en el Pacfico Norte... Se trataba de una suciedad desacostumbrada que flotaba hacia el noroeste y que se hacia menos visible a medida que se ensanchaba a lo largo del West Wind Drift, hasta que ya no era perceptible a simple vista. - Se cogieron muestras y se enviaron para su examen, por supuesto, y qu cree usted que result ser esa alteracin de color, esa decoloracin? - pregunt el doctor Matet. Phyllis le mir, mostrando enorme expectacin. - Principalmente, limo radiolariano, pero con un apreciable porcentaje de limo diatomceo. - Qu cosa tan notable! - exclam Phyllis, con seguridad en s -. Y qu cosa en el mundo producira un resultado semejante?
- Ah! sa es la cuestin - respondi el doctor Matet -. Una perturbacin en una escala tan notable... Sin embargo, en muestras tomadas al otro lado del ocano, a lo largo de la costa de California, siempre hubo gran impregnacin de ambos limos. Y continu, continu, hasta que Phyllis consigui, al fin, interrumpirle. - Lo cual quiere decir que algo, no slo fue, sino que an es, que an est all abajo, no? - S, algo - respondi, de acuerdo con ella y mirndola fijamente. Luego, descendiendo rpidamente a la lengua verncula, aadi -: Pero, para ser sincero con usted, solamente Dios sabe lo que es. - Demasiada geografa - dijo Phyllis -, y demasiada oceanografa, y demasiada batiografa: demasiado de todas las ografas. Afortunadamente, escap de la ictiologa. - Cuntame - dije. Ella cont todo, con notas. - Y me gustara saber - concluy - qu escritor sera capaz de hacer un relato con todo esto. - Hum! - dije. - No hay hum! que valga. Cualquier grafo dara una charla sobre esto para personas pasmadas y concienzudas; pero, aunque fuera inteligible, dnde las conseguira? - Esa es siempre la clave de la cuestin - observ -. Sin embargo, poco a poco van reunindose los trozos. Este es otro trozo. De todas formas, t, en realidad, no crees que volvers all con ellos para completar tu relato, verdad? No te sugiri el doctor cmo podra encadenarse esto con el resto? - No. Le dije que era muy extrao que todo pareciese haber sucedido ltimamente en las partes ms inaccesibles del ocano, y unas cuantas cosas ms por el estilo; pero no solt prenda. Estuvo muy cauto. Creo que, en el fondo, lamentaba haberme concedido la entrevista; por eso se limit a hechos comprobables. Nada halagador... por lo menos en la primera reunin. Admiti que poda comprometer su reputacin de la misma forma que la haba comprometido Bocker. - Escucha - dije -: Bocker tiene que haberse enterado de todo eso tan pronto como cualquier otro. Debe tener sus puntos de vista sobre ello, y es muy probable que est tratando de averiguar qu hacen ellos. Su selecta rueda de prensa, a la que nosotros asistimos, pudo ser muy bien una presentacin. Podemos aprovecharnos de ello. - Ten en cuenta que, despus, se mostr muy esquivo - dijo Phyllis -. En realidad, nada tuvo de sorprendente. Sin embargo, nosotros no nos encontramos entre los que le atizaron pblicamente... En verdad, fuimos muy objetivos. - Echemos a suerte a ver quin de nosotros le telefonear - ofrec. - Le telefonear yo. As, pues, me reclin en mi silln y escuch cmo Phyllis se las compona para aclarar al telfono que ella perteneca a la E.B.C. He de decir en favor de Bocker que, habiendo expuesto ampliamente una teora, de la que se hizo solidario, no haba retrocedido ni un paso cuando se dio cuenta de que era impopular. Al mismo tiempo, no quiso verse envuelto en controversias de mayor alcance. Hizo esta aclaracin cuando nos reunimos con l. Nos mir fijamente, con la cabeza ladeada, el mechn de pelo gris cayndole ligeramente hacia adelante y las manos con los dedos entrecruzados. Asenta meditativo, y, a continuacin, dijo: - Ustedes necesitan de m una teora porque nada puede explicarles este fenmeno. Perfectamente: tendrn una. No creo que la acepten; pero si hacen algn empleo de ella, les ruego que lo hagan annimamente. Cuando la gente acuda de nuevo a m, yo estar dispuesto; pero ahora prefiero que mi nombre no se haga pblico en ningn reportaje sensacional... Est claro?
Asentimos. Estbamos acostumbrndonos a este deseo general hacia el anonimato. - Lo que nosotros tratamos de hacer - explic Phyllis - es colocar en su sitio todas las piezas de un rompecabezas. Si usted puede ayudarnos a poner en el lugar adecuado alguna de ellas, se lo agradeceramos eternamente. Si, por otra parte, usted cree que no debemos dar publicidad a su nombre..., bueno, se es asunto suyo. - Exactamente. Bien. Ustedes ya conocen mi teora sobre el origen de las inteligencias de las profundidades marinas; as, pues, no volveremos sobre el asunto. Nos enfrentaremos con el actual estado de cosas. Segn mi opinin, ocurre lo siguiente: habindose asentado en el lugar ms conveniente para ellos, estas criaturas crean que podran desenvolverse en ese lugar de acuerdo con sus ideas sobre lo que constituye una conveniente, ordenada y eventualmente condicin civilizada. Estn,comprende?, en la situacin de..., bueno, no: actualmente son pioneros, colonialistas. Una vez que llegaron sanos y salvos, se asentaron, improvisando y explorando su nuevo territorio. Lo que tenemos que averiguar son los resultados de su incipiente trabajo en la tarea. - Qu estn haciendo? - pregunt. Se encogi de hombros. - Cmo sera posible decirlo? Pero, a juzgar por la forma en que los hemos recibido, hay que imaginarse que su primera labor ser proveerse de alguna forma de defensa contra nosotros. Por tal motivo, necesitan, presumiblemente, metales. Sugiero a ustedes, por mi parte, que en algn sitio de las profundidades de Mindanao Trench y tambin en alguna parte de las profundidades del sureste de Cocos - Keeling Basin, encontraramos, si pudiramos llegar hasta all, que se estn realizando excavaciones, en progreso actualmente. Vislumbr la razn de su demanda de anonimato. - Bueno, pero... trabajar los metales en semejantes condiciones? - insinu. - Cmo podemos adivinar la tcnica que ellos desarrollan? Nosotros mismos estamos plagados de tcnicos que hacen cosas que al principio pudieron parecer imposibles en una presin atmosfrica de ocho kilogramos por centmetro cuadrado; tambin existen cosas inverosmiles que podemos hacer debajo del agua. - Pero cuando la presin se mide por toneladas, la oscuridad es continua y... - empec a decir, pero Phyllis me interrumpi con esa decisin que me obligaba a callar y a no discutir. - Doctor Bocker, hace un instante indic usted dos profundidades - dijo -. Por qu lo hizo? Se volvi hacia ella. - Porque sa me parece la nica explicacin razonable donde pueden incluirse ambas. Puede ser, como mster Holmes hizo observar una vez al ilustre tocayo de su marido, un error capital teorizar antes que se tenga una fecha; pero es un suicidio mental emponzoar la fecha que uno tiene. No s nada, no puedo imaginar nada que pueda producir el efecto de que el doctor Matet hablaba, excepto alguna mquina excesivamente potente para las continuas excavaciones. - Pero - respond con poca firmeza, porque ya estaba molesto y cansado de verme anulado por el fantasma de mster Holmes -, si estn haciendo excavaciones, como usted sugiere, por qu se debe la decoloracin al limo y no a la arenilla? - Bueno, en primer lugar habrn tenido que extraer gran cantidad de limo antes de alcanzar la piedra; inmensos depsitos, lo ms verosmil. En segundo lugar, la densidad del limo es poco mayor que la del agua, mientras que la arenilla, por ser ms pesada, se posara durante mucho tiempo en el fondo antes de alcanzar, por muy fina que fuera, alguna porcin cercana a la superficie. Antes que pudiera proceder contra eso, Phyllis me cort de nuevo. - Qu hay respecto a otros lugares? - pregunt -. Por qu mencion usted solamente esos dos, doctor?
- No s si en otros lugares habr habido tambin excavaciones; pero sospecho que, por sus situaciones, pudieran tener otros propsitos. - Cules? - pregunt rpidamente Phyllis, mirndole con expectacin muy juvenil. - Comunicaciones, sospecho. Por ejemplo, el rea donde empez a surgir la decoloracin en el Atlntico ecuatorial, aunque a bastante profundidad, se une con el Romanche Trench. Es una especie de garganta a travs de las montaas sumergidas del Atlntico Rigde. Ahora bien: cuando se considera el hecho de que forma el nico enlace profundo entre el Atlntico este y el Atlntico oeste, parecen algo ms que una coincidencia esas seales de actividad que aparecen all. En efecto, ello me sugiere fuertemente que algo de abajo no est a gusto con el estado natural de ese Trench. Es absolutamente verosmil que est bloqueado en algunos sitios a causa de derrumbamientos de piedras. Puede ser que, en algunos lugares, sea estrecho y difcil; y es casi seguro de que, si existiera propsito de utilizarlo, fuera conveniente limpiarlo del limo depositado slidamente abajo. No lo s, claro est; pero el hecho de que algo est afincndose, sin duda alguna, en ese estratgico Trench, me conduce a pensar que, indudablemente, lo que est all abajo se halla dispuesto a perfeccionar sus mtodos para poder moverse en las profundidades..., de la misma forma que nosotros hemos perfeccionado los nuestros para movernos sobre la superficie. Hubo una pausa mientras meditbamos sobre ello y sus implicaciones. Phyllis habl la primera. - Bueno..., y el otro lugar de que usted habl primero..., el del Caribe..., el que est al oeste de Guatemala? El doctor Bocker nos ofreci cigarrillos, encendiendo el suyo. - Bueno - respondi reclinndose en un silln -, no creen ustedes posible que un tnel que comunicara las profundidades de ambos lados del istmo ofrecera a un ser de las profundidades ventajas casi idnticas a las obtenidas por nosotros de la existencia del canal de Panam? La gente puede decir lo que guste de Bocker; pero nunca puede pretender, verdicamente, que el alcance de sus ideas sea mediano o nulo. Es ms: nadie ha demostrado hasta ahora que est equivocado. Su principal defecto est en que l, corrientemente, expona unos hechos tan amplios y tan poco digeribles que se le quedaban a uno atragantados en el gaote... hasta en el mo, y eso que yo podra calificarme como hombre de enormes tragaderas. Esto tuvo, no obstante, una reflexin subsiguiente. En el clima de la entrevista, yo estuve ocupado principalmente en tratar de convencerme de que l quera decir, realmente, lo que deca, no encontrando ms que mi propia resistencia para sugerir lo contrario. Antes de marcharnos, nos dijo otra cosa que tambin nos dio que pensar. - Puesto que ustedes estn al tanto del asunto, habrn odo hablar de que desaparecieron dos bombas atmicas? Le contest que s. - Y han odo hablar tambin de que ayer hubo una explosin atmica inesperada? - No. Fue una de ellas? - pregunt Phyllis. - As quisiera creerlo..., porque me molestara mucho tener que pensar que pudiera ser otra cualquiera - contest -. Pero lo extrao es que, a pesar de que una de ellas se perdi en las islas Aleutianas y la otra en el proceso de dar otra sacudida a las aguas del Mindanao Trench, la explosin tuvo lugar no lejos de Guam..., a ms de dos mil kilmetros de Mindanao. FASE 2
A la maana siguiente hicimos una salida temprana. El coche, completamente cargado, haba permanecido fuera toda la noche, y nosotros nos marchamos pocos minutos despus de las cinco, con la intencin de salvar el mayor nmero posible de kilmetros desde la regin meridional inglesa antes que las carreteras se hiciesen intransitables. Haba una distancia de quinientos veinte coma ocho kilmetros (cuando no coma nueve o coma siete) hasta la puerta del chal que Phyllis haba comprado con el pequeo legado que le haba dejado como herencia su ta Helen. Yo era partidario de haber comprado un chal a ms de mil kilmetros de Londres; pero era a la ta de Phyllis a quien iba a conmemorarse con lo que ahora era el dinero de Phyllis. As, pues, nos convertimos en propietarios de Rose Cottage, Penllyn, Nr. Constantine, Cornwall, telfono nmero Navasgan 333. Era un chal con cinco habitaciones, de piedra gris, situado en la ladera de una colina llena de brezos, azotado por el viento del sudeste, con el tejado del ms puro estilo Cornish. Por delante de nosotros veamos deslizarse el ro Heldord, y ms all, hacia el Lizard, veamos por las noches las luces del faro. A la izquierda, se divisaba un panorama costero que se extenda al otro lado de la baha de Falmouth, y si recorramos unos cien metros hacia adelante y nos situbamos en la ladera del cerro que nos protega de los vientos del sudoeste, podamos ver, a travs de la baha de Mount, hasta las islas Scillus, y, ms all, el infinito Atlntico. Falmouth, doce kilmetros; Helston, diecisiete kilmetros; elevacin novecientos noventa y seis metros sobre el nivel del mar. Lo utilizbamos como una especie de refugio. Cuando tenamos entre manos bastantes asuntos que resolver e ideas que interpretar, bamos all por una temporada. Regularmente, unas cuantas semanas, durante las cuales no dbamos reposo a la pluma ni a la mquina de escribir; pero todo lo hacamos con agrado y sin que nadie nos perturbara. Luego, regresbamos a Londres por cierto tiempo, realizbamos nuestras compras, visitbamos a nuestros amigos, recogamos nuestro trabajo y, cuando ya habamos acumulado una buena tarea, volvamos al chal a emprender de nuevo nuestra labor, o bien solamente con el propsito de concedernos unas vacaciones. Aquella maana realic el recorrido en un buen espacio de tiempo. No eran ms de las ocho y media cuando separ de mi hombro la cabeza de Phyllis y la despert anuncindole: - El desayuno, querida. Sin estar an despierta del todo, la dej para ir a comprar unos peridicos. Cuando regres, ya estaba levantada y haba empezado a preparar el desayuno. Tena casi hecha la papilla. Le entregu su peridico y yo me puse a leer el mo. La primera pgina de ambos diarios estaba ocupada por un ttulo en grandes caracteres que anunciaba un desastre martimo. Que esto fuera as, cuando se trataba de un barco japons, sugera que haba pocas noticias de otra clase. Ech una ojeada al artculo que se insertaba debajo de la fotografa del barco hundido. De l deduje que el mercante japons Yatsushiro, que hace el recorrido de Nagasaki a Amboina, en las Molucas, se haba hundido. De las setecientas personas que iban a bordo, solamente se haban encontrado cinco. Sin embargo, antes que yo terminara de leer esta noticia, Phyllis me interrumpi con una exclamacin. La mir. Su peridico no insertaba la fotografa del barco; en cambio, publicaba un pequeo grfico de la zona donde haba ocurrido el hundimiento, y ella miraba con ansiedad, intentando descifrarlo, el sitio marcado con una X. - Qu pasa? - pregunt. Phyllis puso el dedo sobre el mapa. - Hablando de memoria, y suponiendo siempre que la cruz haya sido puesta por alguien que sabe lo que se hace - dijo -, no est situado el escenario de este hundimiento muy prximo a nuestro viejo amigo el Mindanao Trench? Observ el grfico, tratando de recordar la configuracin de aquella parte del ocano.
- No puede estar muy lejos - convine. Volv a mi peridico y le el relato con ms detenimiento ahora. Mujeres - al parecer - gritaban cuando... Mujeres sacadas de sus camarotes durante la noche. Mujeres, con los ojos desorbitados por el terror, agarradas a sus hijos... Mujeres... Mujeres cuando la muerte ataca en silencio al dormido barco. Cuando se hubo barrido toda esta jerigonza femenil y se puso a un lado todo el repertorio de frases apropiadas para catstrofes marinas de la Oficina de Londres, qued al descubierto el esqueleto de un escueto mensaje de agencia..., tan escueto que, por un instante, me pregunt por qu dos peridicos de categora haban decidido ampliarlo excesivamente, cuando pudo darse en pocas lneas. Luego, percib el verdadero ngulo misterioso que permaneca sumergido entre la dramtica fontica: era que el Yatsushiro se haba hundido como una piedra, sin dar la voz de alarma y sin que se supiera la razn. Ms adelante consegu proporcionarme una copia de ese mensaje, encontrando su rigidez mucho ms alarmante y dramtica que lo de mujeres sacadas de sus camarotes durante la noche. No hubo mucho tiempo para eso, no. Despus de dar noticias particulares sobre la hora, el lugar, etc., el mensaje conclua lacnicamente: ...tiempo esplndido; sin choque, sin explosin; causas desconocidas. Menos de un minuto de alarma antes de hundirse. Propietarios declaran ignorancia absoluta. As, pues, no pudo haber muchos gritos en la noche. Esas infortunadas japonesas, y tambin los japoneses, tuvieron tiempo de despertarse y, acaso tambin, algn tiempo de preguntarse qu pasaba, an aturdidas por el sueo; pero inmediatamente el agua los inund: no hubo gritos, slo unas cuantas burbujas mientras se hundan, se hundan, se hundan, encerrados en su atad de diecinueve mil toneladas. Cuando termin la lectura, levant la vista. Phyllis estaba mirndome, con la barbilla apoyada en la mano, a travs de la mesa donde desayunbamos. Durante un rato, ninguno de los dos hablamos. Luego, ella dijo: - Dice aqu: ...en una de las partes ms profundas del ocano Pacfico. Crees t Mike, que esto pudo suceder tan pronto? Dud. - Es difcil decirlo. Evidentemente, este mensaje es tan sinttico... Si eso dur, en realidad, un minuto slo... No, suspendo todo juicio, Phyllis. Maana veremos The Times y averiguaremos lo que sucedi en realidad..., si es que alguien lo sabe. Montamos en el coche, tardando mucho tiempo en llegar porque las carreteras estaban llenas; nos detuvimos a comer, como de costumbre, en el pequeo hotel de Dartmoor, y, al fin, llegamos a ltima hora de la tarde... Esta vez, quinientos treinta y siete coma seis. Tenamos hambre y sueo otra vez, y aunque yo procur recordar, cuando telefone a Londres, que me enviaran los recortes sobre el hundimiento, la catstrofe del Yatsushiro, en la otra parte del mundo, pareca tan lejos de interesar a los dueos de un pequeo chal gris de Cornwall como la prdida del Titanic. Al da siguiente, The Times public la catstrofe con suma cautela, dando la sensacin de que los redactores no queran excederse para que, en cierto modo, no se alarmaran sus lectores. No ocurri lo mismo con la primera coleccin de recortes que lleg a nuestro poder a la tarde siguiente. Los pusimos entre nosotros y los estudiamos con detenimiento. Los datos eran evidentemente escasos, y los comentarios curiosamente similares. - Todo posee una fuerte dosis de aturrullamiento - dije cuando terminamos de examinarlos -. Y nada puede sorprendernos al ver el espanto que produciran las breves voces de alarma.
Phyllis dijo con frialdad: - Mike, esto no es un juego, verdad? Despus de todo, se ha hundido un barco grande y se han ahogado setecientos infelices. Es algo terrible. Anoche so que yo estaba encerrada en uno de esos pequeos camarotes cuando el agua penetr impetuosamente en ellos. - Ayer... - empec a decir, pero me calle. Haba estado a punto de decir que Phyllis haba vertido una olla de agua hirviendo sobre un agujero con el fin de matar a ms de setecientas hormigas, pero lo pens mejor. - Ayer - correg - murieron muchas personas en accidente de carretera, y muchas ms morirn hoy. - No comprendo qu tiene eso que ver con lo que estamos tratando - me respondi. Tena razn. No era una correccin muy aceptable, pero no hubiera sido momento oportuno de hablar de una amenaza, de las hormigas, en la que solamente nosotros podamos creer. - Nosotros nos hemos acostumbrado - dije - a la idea de que la mejor forma de morir es en la cama... y a una edad aceptable. Y es una equivocacion. Normalmente, la muerte para toda criatura humana llega de pronto. La... Pero tampoco era eso lo que haba que decir. Phyllis se alej, caminando con esos pasitos breves que ella empleaba y afianzando los tacones. Yo me senta incmodo, molesto tambin; pero, en el fondo, me daba lo mismo. Ms tarde la encontr mirando por la ventana del cuarto de estar. Desde donde ella estaba se vea un panorama de mar azul que se extenda hasta el horizonte. - Mike - me dijo -, siento lo de esta maana. Ese asunto..., lo del barco que se hundi de forma tan rara..., me sac de quicio. Hasta ahora, todo esto no ha sido ms que un juego de adivinanzas, un rompecabezas. Fue espantoso que se perdiera el batiscopio de los infelices Weismann y Trant, as como la prdida de los navos de la Armada. Pero esto, que un gran barco mercante, lleno de hombres, mujeres y nios vulgares y sencillos, dormidos tranquilamente, sea hundido en pocos segundos, en mitad de la noche..., bueno..., parece ponerse repentinamente en una categora diferente. De cualquier forma, es algo de clase distinta, en cierto modo. Te das cuenta de lo que quiero decir? La tripulacin de los navos de la Armada est formada por hombres que siempre estn en peligro al realizar su trabajo... Pero estas personas que iban en el mercante no tenan nada que ver con el asunto. Eso me produce la impresin de que las cosas que, hipotticamente, trabajan en las profundidades, cosas en las que apenas crea, pero que ahora hacen acto de presencia bruscamente, se han convertido en horrible realidad. No me gusta eso, Mike. De pronto he comenzado a tener miedo, y no s realmente por qu. Me acerqu a ella y la abrac. - S lo que quieres decir - dije -. Creo que es parte de ello. No hay que dejar que la cosa nos abrume. Ella volvi la cabeza. - Parte de qu? - pregunt, extraada. - Parte del proceso que estamos viviendo: la reaccin instintiva. La idea de una inteligencia demente es intolerable para nosotros. Tenemos que odiarla y temerla. No podemos evitarlo. Nuestra propia inteligencia, cuando se sale un poco de sus carriles por haber bebido o por cualquier otra cosa anormal, nos alarma no muy racionalmente. - Quieres decir que yo no hubiera sentido de la misma forma si eso hubiera sido realizado por..., bueno..., por los chinos... o alguien? - Crees t que hubieras sentido lo mismo? - Pues... no..., no esto y segura. - Bueno. Respecto a m, he de decirte que hubiera rugido de indignacin. Si supiera que alguien estaba actuando debajo del agua, procurara por todos los medios echar una mirada para ver quin, cmo y por qu lo haca, para enfocarme. As como as, slo tengo
la nebulosa impresin, si realmente quieres saberlo, de quin, ninguna idea del cmo y experimento la sensacin de que el porqu me produce fro interior. Me apret la mano. - Me alegra saber eso, Mike. Me senta muy sola esta maana. - Mi irisacin protectora no intenta engaarte, querida. Intenta engaarme a m. Ella medit. - Debo recordar eso - dijo con un aire de extensiva implicacin que no estoy seguro de haber comprendido completamente aun. Pasamos un mes agradable, dedicados a nuestro trabajo... Phyllis, en investigar algo que an no se haba dicho sobre Beckford de Fonthill; yo, en la ocupacin literaria menor de redactar una serie sobre los amores de los personajes reales, que se titulara provisionalmente El corazn de los reyes o Cupido se pone una corona. El mundo exterior se introdujo poco en nuestras vidas. Phyllis termin el guin sobre Beckford y dos ms, y volvi a coger los hilos de la trama de una novela que pareca estar condenada a no acabarse nunca. Yo continuaba con mi tarea de procurar que los vvidos amores reales estuvieran libres de toda contaminacin poltica; en los intervalos escrib algunos artculos para desintoxicarme y despejar un poco el ambiente. Los das que creamos demasiado buenos para malgastarlos, bajbamos a la playa y nos babamos, o bien organizbamos alguna excursin en barca. Los peridicos olvidaron pronto lo del Yatsushiro. El fondo del mar y todas las especulaciones a que dio lugar parecan haber cado en el olvido. Un mircoles por la noche, la radio, en el boletn de las nueve, anunci que el Queen Anne se haba perdido en alta mar... El informe era muy breve. Simplemente el hecho, seguido de: - Todava no tenemos detalles del suceso, pero es de temer que las prdidas sean cuantiosas. Hubo una pausa de quince segundos; a continuacin, la voz del locutor resumi: - El Queen Anne, uno de los barcos ms rpidos que surcaban el Atlntico, desplazaba noventa mil toneladas. Fue construido... Me acerqu a la radio y la apagu. Nos sentamos, mirndonos uno a otro. Las lgrimas asomaron a los ojos de Phyllis. La punta de su lengua apareci para mojarse los labios. - El Queen Anne!... Oh Dios! - exclam. Busc un pauelo. - Oh Mike! Un barco tan magnfico!... Me puse en pie, cruc la habitacin y me sent a su lado. En aquel momento, ella estaba viendo sencillamente el barco como lo habamos visto la ltima vez, zarpando del puerto de Southampton. Una creacin que haba sido, en cierto modo, una obra de arte y una cosa viva, brillante y hermosa a los rayos del sol, navegando serenamente hacia alta mar, dejando tras de s un surco de blancas espumas. Pero yo conoca a mi esposa bastante bien para comprender que, dentro de unos minutos, estara a bordo, comiendo en el fabuloso restaurante, o bailando en el saln de baile, o subiendo a una de las cubiertas para observar su hundimiento y experimentando todo lo que ellos debieron de experimentar. Puse ambos brazos alrededor de su cuello y la atraje hacia m. Doy gracias al cielo de que mi imaginacin sea ms prosaica y de que mi corazn no se enternezca con tanta facilidad. Media hora despus son el telfono. Contest yo, y con cierta sorpresa reconoc la voz. - Oh! Hola, Freddy. Qu pasa? - pregunt, porque nunca hubiera esperado recibir una llamada telefnica del director de programacin de la E.B.C. a las nueve y media de la noche.
- Tena miedo de que no estuviera. Escuch las noticias? - S. - Bueno. Necesitamos de usted algo sobre esta amenaza del fondo del mar, y lo necesitamos rpidamente. Un relato de media hora. - Pero..., escuche..., lo ltimo que me dijeron ustedes fue que permaneciera apartado de... - Todo ha cambiado. Es un deber, Mike. No tiene por qu mostrarse demasiado sensacional; lo que queremos es que sea convincente, comprende? Hay que hacerles creer que existe realmente algo all abajo. - Escuche, Freddy: si esto es una broma de mal gusto... - No lo es. Se trata de una comisin urgente. - Eso est muy bien; pero, durante todo un ao, he estado considerado como un loco que posee la mana de exponer una teora insensata. Y ahora, de pronto, me telefonea usted a una hora inusitada, como podra hacerlo un mozalbete que, en una juerga, hubiese hecho una apuesta alocada, para decirme que... - Yo no estoy en una juerga. Estoy en mi despacho, y seguramente estar en l toda la noche. - Sera preferible que se explicara mejor - le dije. - Ocurre lo siguiente: corre el rumor, que a m me parece exagerado, de que lo hicieron los rusos. Alguien insinu eso a los pocos minutos de que la noticia estuviese en el espacio. Slo Dios sabe por qu demonios haba de pensarse que ellos necesitaran emplear algo as; pero ya sabe usted cmo ocurre eso cuando las personas estn emocionalmente exaltadas: se lo tragan todo de golpe. Mi propia opinin es que los condenados locos estn tratando de coger la ocasin por los pelos. De cualquier forma, hay que parar el golpe. Hay que ejercer toda la presin posible para evitar que el gobierno acte, bien mandndoles un ultimtum o algo por el estilo. As, pues, al objeto de parar el golpe, no existe otro camino sino utilizar su relato sobre la amenaza en las profundidades del mar. Los peridicos de maana lo publicarn, el Almirantazgo actuar; nosotros tenemos ya varios nombres de prestigiosos cientficos; el boletn de la B.B.C. y el nuestro harn toda la fuerza posible para detener el rodar de la bola; las mallas americanas han comenzado a actuar ya, y algunas de sus ediciones vespertinas estn ya en la calle. As, pues, si usted quiere contribuir a que se evite el lanzamiento de las bombas atmicas, ponga manos a la obra. Colgu y me volv a Phyllis: - Cario, tenemos trabajo. A la maana siguiente, de comn acuerdo, decidimos regresar a Londres. Lo primero que hicimos al llegar a nuestro piso fue conectar la radio. Llegamos a tiempo de or la noticia del hundimiento del porta - aviones Meritorious y del transatlntico Carib Princess. El Meritorius fue hundido en el Atlntico medio a mil seiscientos kilmetros al sudoeste de la isla de Cabo Verde; el Carib Princess, a no menos de cuarenta kilmetros de Santiago de Cuba. Ambos hundimientos fueron cuestin de dos o tres minutos, y de cada uno de ellos hubo escasos supervivientes. Es difcil decir quines fueron los ms perjudicados: silos britnicos, por la prdida de una recin estrenada unidad de la Marina de guerra, o los norteamericanos, por la prdida de uno de sus mejores transatlnticos, cargado de riquezas y cosas bellas. Ambos estaban, en cierto modo, aturdidos ya por la prdida del Queen Anne, porque entre los grandes corredores atlnticos exista la comunidad de orgullo. Ahora, el lenguaje de disgusto difera; pero ambos mostraban las caractersticas de un hombre que ha sido golpeado por la espalda en mitad de un grupo y est mirando en torno suyo, con ambos puos apretados, dispuesto para golpear a alguien.
La reaccin norteamericana pareca menos extremada porque, a pesar del violento nerviosismo de los rusos que exista all, muchos encontraban la idea de la amenaza de las profundidades ms fcil de aceptar que los britnicos, y se levantaba un clamor por acciones enrgicas y decisivas, dando primaca a un clamor similar en el pas. Los norteamericanos decidieron, pues, aceptar la frmula condicionadora de las bombas de profundidad en el Cayman Trench, muy prximo al lugar donde haba desaparecido el Carib Princess... Apenas podan esperar cualquier resultado decisivo del desacertado bombardeo de una profundidad de cien kilmetros de ancho por ochocientos de largo. El hecho fue publicado con gran resonancia a ambos lados del Atlntico. Los ciudadanos norteamericanos se mostraban orgullosos de que sus fuerzas fueran las primeras en tomar represalias; los ciudadanos britnicos, aunque disimuladamente mostraban su disgusto por haber sido preteridos cuando la prdida reciente de dos grandes navos podra haberles dado el mayor incentivo para una accin demoledora, decidieron aplaudir con fuerza el hecho, como una expresin de reproche hacia sus gobernantes. La flotilla de diez navos, comisionada para la tarea, era portadora, segn se inform, de un nmero de bombas H.E., especialmente designadas para grandes profundidades, as como de dos bombas atmicas. Zarparon de Chesapeake Bay en medio de una aclamacin que ahog por completo la ruidosa protesta de Cuba por la propagacin de bombas atmicas a dos pasos de sus costas. Nadie de cuantos oyeron la radio de uno de los navos cuando la fuerza naval se acercaba al lugar elegido olvidar nunca lo que sigui. La voz del locutor, interrumpindose repentinamente en mitad de la descripcin del escenario, anunci agudamente: - Algo parece estar... Dios mo! Ha estallado!... Y el estampido de la explosin. El locutor tartamude incoherente; luego, se oy el segundo estampido. Un gritero, un ruido de confusin y de voces, un resonar de campanas, y otra vez la voz del locutor, respirando entrecortadamente, sonando insegura, hablando rpido: - La explosin que ustedes oyeron..., la primera..., fue la del destructor Cavor... Ha desaparecido por completo... La segunda explosin fue la de la fragata Redwood, que tambin ha desaparecido. La Redwood llevaba una de nuestras bombas atmicas. Se ha hundido con ella. Estaba construida para estallar a presin, a diez kilmetros de profundidad... Hubo un silencio. - Los otros ocho navos de la flotilla se han dispersado a gran velocidad, alejndose del rea peligrosa. Tardaremos algunos minutos en aclarar las cosas. No s cuntos. Aqu nadie puede decirmelo. Creemos que pocos minutos. Cada navo a la vista del rea est utilizando toda su potencia para alejarse del rea donde ha desaparecido la bomba atmica. La cubierta se estremece debajo de nosotros. Vamos a enorme velocidad... Todo el mundo mira hacia atrs, hacia el lugar donde el Redwood se ha hundido... Eh! Aqu nadie sabe cunto tardar eso en hundirse diez kilmetros?... Demonios! Alguien debe saberlo... Nosotros estamos alejndonos, alejndonos cuanto podemos... Los otros navos, tambin... Huimos a toda presin de nuestras calderas... Nadie sabe cul es el rea del principal hundimiento?... Por Jpiter! Nadie sabe nada de lo que sucede en estos alrededores? Continuamos alejndonos, alejndonos... Me gustara saber cunto tiempo... Tal vez..., quiz... Ms deprisa, ahora vamos ms deprisa, por todos los santos. Hace cinco minutos ya que se hundi el Redwood... Qu profundidad puede haber alcanzado en cinco minutos?... Dios mo!... Cunto tiempo tardar ese condenado en hundirse?... An contina..., y an continuamos alejndonos... Seguramente nos hallamos ya ms all del rea peligrosa... Ahora debe de haber una oportunidad... Estamos mantenindonos... An nos alejamos... Todava navegamos a buena velocidad... Todo el mundo mira hacia popa. Todo el mundo est vigilante y atento... Y continuamos
alejndonos... Cmo puede una cosa estar hundindose todo este tiempo?... Pero, gracias a Dios, as es... Ahora pasa ya de los siete minutos... Nada an... Continuamos alejndonos... Y los otros navos tambin, con grandes olas blancas detrs de ellos. Nos alejamos ms... Tal vez est equivocado... Quiz el fondo no sea aqu de diez kilmetros... Por qu nadie puede decirnos cunto tiempo tardar...? Algunos de los otros navos continan alejndose... y nosotros tambin... Ahora debe de haber una probabilidad de... Adivino que, en este momento, tenemos realmente una probabilidad... Todo el mundo contina por po... Oh Dios! El mar entero est... Y qued cortada la emisin. Pero el locutor de esa radio sobrevivi. Su barco y otros cinco de la flotilla de los diez consiguieron escapar, con un poco de radiactividad, pero, al fin, sanos y salvos. Y yo me di cuenta de que lo primero que recibi cuando hizo su informe, ya de regreso a su oficina despus del tratamiento, fue una mayscula reprimenda por el empleo del lenguaje supercoloquial que haba ofendido a un nmero de oyentes por su desatencin al Tercer Mando. se fue el da en que se acabaron las discusiones y se hizo innecesaria la propaganda. Dos de los cuatro barcos perdidos en el desastre del Cayman Trench haban sucumbido a la bomba; pero el fin de los otros dos haba ocurrido en medio de un deslumbramiento de publicidad que venci a los escpticos y a los cautos tambin. Al final qued establecido, sin ningn gnero de dudas, que exista algo..., algo altamente peligroso tambin..., all abajo, en las profundidades. Era tal la ola de alarmante convencimiento que se extendio rpidamente por el mundo, que hasta los rusos vencieron suficientemente su reserva nacional para admitir que haban perdido un gran fletador y un navo de guerra no especificado, ambos en aguas de las Kuriles, y otro navo de observacin al este de Kamchatka. A consecuencia de esto, dijeron que estaban dispuestos a cooperar con las otras potencias para acabar con la amenaza que pona en peligro la paz mundial. Al da siguiente, el gobierno britnico propuso que se celebrara en Londres una Conferencia naval internacional para examinar los aspectos preliminares del problema. La inclinacin de algunos de estos invitados a sutilizar acerca del local no prosper, debido a la contraria disposicin del nimo del pblico. La Conferencia se reuni en Westminster a los tres das de su anuncio, y, en lo que a Inglaterra se refera, no era demasiado pronto. Durante esos tres das se cancelaron totalmente los pasajes en barco; las compaas areas se vieron abrumadas de peticiones, vindose forzadas a hacer listas de prioridad, y el gobierno tuvo que tasar la venta de carburantes de todas las clases, imponiendo un sistema de racionamiento para servicios esenciales. El da antes de la apertura de la Conferencia, Phyllis y yo nos reunimos a comer. - Deberas haber visto Oxford Street - dijo ella -. Se habla de pnico en las compras. Sobre todo, del algodn. Todo se est vendiendo a doble precio, y se estn sacando los ojos por cosas que la ltima semana no tenan valor alguno. - Por lo que me dijeron en la City - le respond -, eso es bueno. As se tiene el control de las lneas de navegacin por pocos chelines; pero no se puede comprar nada de los artculos que llegan de fuera por barco. Ni el acero, ni el caucho, ni los plsticos... Lo nico que parece que no sube es la cerveza. - Vi a un hombre y a una mujer, en Piccadilly, cargando dos sacos de caf en un Rolls. Y all haba... Se interrumpi de repente, como si lo que ya haba estado diciendo acabase de fijarse en su mente. - Te desprendiste de la parte que ta Mary te dej de las plantaciones jamaicanas? inquiri, con la expresin que ella adopta cuando hace las cuentas de los gastos mensuales.
- Hace ya tiempo - dije tranquilizandola -. Cosa extraa: todo lo invert en acciones de fabricas de aeroplanos y de plsticos. Asintio aprobadora con la cabeza, como si la inversion la hubiese efectuado ella. Luego se le ocurri otra cosa. - Qu hay de las entradas para la conferencia de Prensa de maana? - pregunt. - Que no hay para la conferencia propiamente dicha - respond -. Habr un informe ms tarde. Me mir. - Que no hay? Por los clavos de Cristo! Cmo esperan que hagamos nuestro trabajo? Cuando Phyllis deca nuestro trabajo, las palabras no se relacionaban exactamente con lo que hubieran significado algunos das antes. En cierto modo, el trabajo cambiaba de calidad bajo nuestros pies. La tarea de convencer al pblico de la realidad de la amenaza invisible e indescriptible, habase convertido de repente en la tarea de mantener viva la moral frente a una amenaza que ahora aceptaban todos hasta llegar al pnico. La E.B.C. haba puesto en antena un espacio titulado News - Parade, en el que nosotros aparecamos interpretando el papel de dos corresponsales ocenicos especiales, sin que supiramos exactamente cmo haba ocurrido eso. En realidad, Phyllis nunca haba pertenecido al cuadro informativo de la E.B.C. y yo, tcnicamente, haba dejado de pertenecer a ella cuando ces, oficialmente, para abrir un despacho dos aos antes aproximadamente. Nadie, sin embargo, pareca estar al tanto de esto, excepto el departamento de contabilidad, que ahora nos pagaba por espacios en lugar de por meses. De todas formas, no hubiera habido mucha liberalidad en nuestras asignaciones si no hubisemos estado tan prximos a las fuentes de dotaciones oficiales. Phyllis continuaba mascullando por lo bajo cuando la dej para regresar al despacho que, oficialmente, no tena en la E.B.C. Durante los das siguientes, interpretamos lo mejor que supimos nuestro papel de inculcar la idea de manos firmes sobre el volante y la de los individuos que haban producido el radar y otras maravillas, asintiendo confiadamente y diciendo, en efecto: Seguro. Denos slo unos cuantos das para pensar y construiremos algo que afirmar este lote. Haba un sentimiento satisfactorio en que esta confianza fuese restablecida gradualmente. Tal vez, el principal factor estabilizador surgiese, no obstante, de una diferencia de opiniones que se manifest en una de las comisiones tcnicas. Se haba conseguido el acuerdo general de que un arma semejante al torpedo, designada para dar escolta sumergida a un navo, podra desenvolverse provechosamente a fin de oponerse a la supuesta mina en forma de ataque. Se aprob la mocin de que se proporcionara toda la informacin necesaria para ayudar al desenvolvimiento de tal arma. Los delegados rusos objetaron. En cualquier caso, el control a distancia de los missiles, indicaron, era un invento ruso, naturalmerite. Ms an: los cientficos rusos, celosos en su lucha por la paz, haban desarrollado ya tal control a un grado muy superior con anterioridad al conseguido por la ciencia capitalista occidental. Apenas poda esperarse que los soviets hicieran obsequio de sus descubrimientos a los inductores de guerras. El interlocutor occidental replic que, con respecto a la intensidad de la lucha por la paz y el fervor con que se llevaba a cabo en todos los departamentos de la ciencia sovitica, excepto, por supuesto, en el biolgico, Occidente recordara a los soviets que sta era una Conferencia de pueblos enfrentados con un peligro comn y resueltos a unirse estrechamente para conseguir una cooperacin eficaz. El jefe ruso respondi francamente que l dudaba de que si en el Occidente se hubiese conseguido un medio de controlar un missil sumergido por radio, tal como haba sido
inventado por los ingenieros rusos, se preocuparan de compartir tal conocimiento con el pueblo ruso. El interlocutor occidental asegur al representante sovitico que, puesto que Occidente haba convocado la Conferencia con el propsito de cooperacin, el control que mencionaba el delegado sovitico se establecera tal y como l indicaba. Tras una consulta precipitada, el delegado ruso anunci que aunque l crea que tal pretensin era cierta, saba tambin que tal hecho tendra efecto a travs del hurto de la labor de los cientficos rusos por los asalariados capitalistas. Y puesto que ni los informes ni la admisin de un eficaz espionaje mostraban ese desinters en la ventaja nacional que la Conferencia haba propagado, a su delegacin no le quedaba otra alternativa que la de retirarse. Esta accin, con sus alentadores toques de normalidad, ejerci una valiosa influencia tranquilizadora. En medio de amplia satisfaccin y resucitada confianza, la voz de Bocker, disintiendo, se alz casi solitaria. Proclam que era tarde, pero que an poda no ser demasiado, para realizar un ltimo intento hacia un acercamiento pacfico a las fuentes de perturbacin. Ellos haban demostrado ya que posean una tecnologa igual, si no superior, a la nuestra. En un tiempo alarmantemente breve, ellos haban sido capaces no slo de establecerse, sino de realizar los medios de llevar a cabo una accin efectiva para su defensa. Frente a tal principio, estaba justificado considerar sus poderes con respeto y, por parte suya, con aprensin. Las muy diferentes circunstancias que ellos requeran haca parecer increble que los intereses humanos y los de esas inteligencias xenobticas necesitasen acomodarse seriamente. Antes que fuera demasiado tarde, deberan realizarse los mximos esfuerzos para establecer contacto con ellos, con el fin de promover un estado de compromiso que consintiera a ambas partes vivir pacficamente en sus separadas esferas. Seguramente, sta era una sugerencia muy sensible..., aunque era un asunto diferente que el intento diera alguna vez el resultado deseado. Aunque no exista resolucin de compromiso de ninguna clase, no obstante, la nica prueba de que su apelacin haba sido escuchada fue que empezaron a utilizarse en la prensa las palabras xenobtico, xenbato y su diminutivo bato. - Ms honrado en el diccionario que en el acatamiento - observ Bocker con cierta amargura -. Pero si en lo que estn interesados es en las palabras griegas, hay muchas otras; por ejemplo, Casandra. Ahogando las palabras de Bocker, pero con un significado que no se reconoci inmediatamente, llegaron las primeras noticias de Saphira y, luego, de April Island. Saphira, isla brasilea del Atlntico, est situada un poco al sur del ecuador y algo as como a setecientos kilmetros al sudeste de la isla, mucho mayor, de Fernando de Noronha. En este lugar aislado vive en condiciones primitivas una poblacin compuesta de cien habitantes aproximadamente, mantenidos por sus propios esfuerzos, contentos de seguir sus propios derroteros y muy poco interesados por lo que ocurre en el resto del mundo. Se rumorea que los primitivos habitantes de la isla constituan un pequeo grupo que, llegado all tras el naufragio de un buque en pleno siglo XVIII, hubo de permanecer forzosamente en el lugar. Cuando pas el tiempo, descubrieron que se haban acomodado a la vida de la isla y que se haban convertido en unos nativos interesantes. Al correr de los aos, y sin saber ni preocuparse en absoluto de ello, dejaron de ser portugueses y se transformaron tcnicamente en ciudadanos brasileos, y su conexin con su nuevo pas materno se mantena por medio de un barco que, cada seis meses, hacia escala all para el cambio de productos.
Normalmente, el barco visitante no tena ms que tocar sus sirenas para que los saphiros salieran corriendo de sus cabaas y bajasen al diminuto muelle, donde tenan amarradas sus barcazas de pesca, y formar con ellas una pequea comisin receptora que inclua a casi toda la poblacin. En esta ocasin, sin embargo, la sirena toc intilmente, invadiendo con sus sones la pequea baha: las gaviotas acudieron en bandadas, pero no apareci ningn saphirano en la puerta de su cabaa. El barco repiti el toque de sirena... La costa de Saphira es escarpada. El barco no puede acercarse a menos de un cable de longitud del muelle; pero no se vea a nadie..., no, y lo que an infunda ms asombro era que no se vea traza alguna de humo en las chimeneas de las cabaas. Se lanzaron al agua una lancha y un grupo, al mando del contramaestre, y navegaron hasta el muelle. Cuando llegaron a la costa, desembarcaron y subieron los peldaos de piedra hasta el pequeo muelle. All permanecieron agrupados, escuchando, sin salir de su asombro. No se oa ningn ruido, a excepcin de los chillidos de las gaviotas y el golpear del agua contra la costa. - Deben de haberse marchado todos. No estn sus barcazas - dijo uno de los marineros, inquieto. - Hum! - exclam el contramaestre. Respir profundamente y lanz un fuerte graznido, como si tuviera ms fe en sus propios pulmones que en la sirena del barco. Escucharon, esperando una respuesta; pero nada hubo, excepto el eco de la propia voz del contramaestre, que regresaba a travs de la baha. - Hum! exclam de nuevo el contramaestre -. Ser mejor que echemos un vistazo. El malestar que se haba apoderado del grupo hizo que se mantuvieran unidos. Siguieron al contramaestre, formando un manojo cuando ste se dirigi hacia la ms cercana de las cabaitas, construida de piedra. La puerta estaba medio abierta. La empuj. - Puaf! - exclam. A su nariz haba llegado el olor de varios peces podridos que estaban en una bandeja. Por lo dems, el lugar era amplio y, dentro del estilo saphirano, razonablemente limpio. No existan seales de desorden ni de marcha precipitada. En la habitacin interior, las camas estaban hechas, preparadas para dormir en ellas. Aquello produca la impresin de que los habitantes se haban marchado haca escasas horas, pero el pescado y la falta de fuego en la chimenea, llena de cenizas, lo desmentan. En la segunda y en la tercera cabaa haba el mismo aire de impremeditada ausencia. En la cuarta encontraron, en la habitacin interior, un beb muerto en su cuna. El grupo regres al barco, extraado y subyugado. Por radio, se inform a Ro de la situacin. Ro, en su contestacin, sugiri una investigacin a fondo por la isla. La tripulacin emprendi la tarea de mala gana y con tendencia a permanecer siempre en grupo; pero, como nada temeroso se revel a ellos, fueron ganando confianza poco a poco. Durante el segundo da de los tres que dur la investigacin, descubrieron un grupo de cuatro mujeres y seis nios en dos cuevas de la ladera de una colina. Todos llevaban muertos varias semanas, al parecer por inanicin. Al finalizar el tercer da, estaban convencidos de que si existiera en la isla una persona viva, tena que estar muy bien escondida. Fue slo entonces, sobre notas comparativas, cuando se dieron cuenta tambin de que no habra ms de una docena de ovejas y dos o tres de cabras del ganado normal de la isla, que se compona de varios centenares. Dieron sepultura a los cadveres que haban encontrado, radiaron un amplio informe a Ro, y luego, se hicieron de nuevo a la mar, dejando a Saphira, con sus escasos animales vivos, en manos de las gaviotas.
A su debido tiempo, la noticia surgi a travs de las agencias, ocupando poco espacio en los peridicos. Nadie se preocup de hacer investigacin ms a fondo sobre el asunto. El caso de la April Island sali a la luz de forma muy distinta y hubiera podido continuar sin descubrir durante mucho tiempo, a no ser por la coincidencia de inters oficial por el lugar. El inters se despert por la existencia de un grupo de javaneses descontentos, calificados indistintamente como contrabandistas, terroristas, comunistas, patriotas, fanticos, gngsters o, simplemente, rebeldes, que, cualquier que fuera su verdadera filiacin, operaban en una escala bastante modesta. Durante muchos aos haban permanecido en la clandestinidad; pero, recientemente, un informador haba conseguido alarmar a las autoridades con la noticia de que se haban apoderado de April Island. Las autoridades ordenaron inmediatamente su captura. Para reducir el riesgo que pudieran correr algunas personas inocentes que estaban sirviendo de rehenes a los bandidos, el acercamiento a April Island se hizo de noche. A la luz de las estrellas, la lancha torpedera alcanz tranquilamente una pequea baha, que estaba oculta del pueblo principal por un promontorio. All un grupo bien armado, acompaado por el informador, que deba actuar como gua, desembarc con la misin de tomar el pueblo por sorpresa. Luego, la lancha desatrac y, siguiendo a lo largo de la costa, se ocult detrs del promontorio a la espera de que el grupo desembarcado le hiciera seales de que interviniera y dominara la situacin. Se haba calculado en tres cuartos de hora el tiempo que tardara el grupo en cruzar el istmo, y luego, tal vez otros diez o quince minutos para situarse dentro del pueblo. Sin embargo, no haban pasado cuarenta minutos cuando los hombres a bordo de la lancha torpedera oyeron el primer estampido de fusil automtico, seguido por varios ms. Perdido el elemento sorpresa, el mando orden que se extendieran ampliamente a vanguardia; pero, aunque la lancha se dirigi hacia donde sonaron los disparos, qued detenida por un extrao y resplandeciente estallido. Los hombres de la torpedera se miraron unos a otros con las cejas alzadas: el grupo que haba desembarcado no haba llevado consigo ms armas mortales que los fusiles automticos y las granadas de mano. Hubo una pausa; a continuacin, el martilleo de los fusiles automticos empez otra vez. Ahora se continu mucho ms tiempo disparando intermitentemente, hasta que termin de nuevo por un estallido similar. La lancha torpedera contorne el promontorio. A la difusa luz era difcil averiguar nada de lo que pasaba en el pueblo, situado a unos cuatro kilmetros. Por el momento, todo estaba oscuro. Luego, surgi un resplandor, y otro, y lleg a sus odos otra vez el sonido de los disparos. La lancha torpedera, navegando al mximo de velocidad, barri la costa con sus potentes reflectores. El pueblo y los rboles que se alzaban detrs de l brotaron repentinamente como una construccin de juguete. No haba ninguna figura visible entre las casas. La nica seal de actividad era cierto hervor y agitacin en el agua, a pocos metros de la orilla. Alguien dijo ms tarde haber visto una mancha oscura y encorvada sobre el agua, un poco a la derecha de ellos. Acercndose a la costa tanto como le fue posible, la lancha torpedera lanz sus reflectores sobre las cabaas y sus alrededores. Todo lo iluminado por los rayos luminosos tena lneas duras, y pareca dotado de una calidad curiosamente brillante. El hombre que serva los caones segua con atencin al rayo de luz, con los dedos agarrotados sobre el disparador. La luz hizo unas cuantas pasadas ms bajas y, luego, se par. Iluminaba varios fusiles automticos que yacan sobre la arena, muy prxima a la orilla del agua. Por el altavoz se dej or una voz estentrea llamando, desde cubierta, al grupo desembarcado. Nadie contest. El reflector hizo un nuevo barrido, internndose entre las
casas, entre los rboles. Nada se mova all. La mancha luminosa regres a la playa y se pos sobre las arenas abandonadas. El silencio pareca hacerse ms profundo. El comandante de la lancha torpedera se neg a desembarcar hasta que amaneciera. La lancha ech el ancla. Permanecera all el resto de la noche, con el reflector hacia el pueblo, dndole la apariencia de un escenario en el que apareceran en cualquier momento los actores para empezar la representacin; pero nadie hizo acto de presencia. Cuando fue completamente de da, el primer oficial, con un grupo de cinco hombres armados, se dirigi cautelosamente a la costa, protegido por los caones del barco. Desembarcaron cerca de las armas abandonadas y las cogieron para examinarlas. Todas estaban cubiertas de una delgada capa de sustancia viscosa. Los hombres las pusieron en el bote, limpindose despus las manos, impregnadas de aquella sustancia. La playa estaba marcada en cuatro sitios por anchos surcos que iban de la orilla del agua hacia las cabaas. Estaban hechos por algo que tena unos dos metros y medio de ancho, y en parte curvado. La profundidad en su centro era de unos diez o doce centmetros; la arena, en los bordes, formaba un ligero banco por encima del nivel de la arena de los alrededores. El primer oficial pens que cada surco poda haber sido hecho por un ancho caldero que hubiera sido arrastrado a travs de la parte delantera de la costa. Examinndolos ms atentamente, decidi, por la forma de la arena, que, aunque uno de los surcos iba hacia el agua, los otros tres salan indudablemente de ella. Era un descubrimiento que le oblig a mirar hacia el pueblo con creciente cautela. Mientras lo haca, se dio cuenta de que la escena que haba brillado extraamente a la luz del reflector continuaba brillando extraamente. La contempl con curiosidad durante algunos minutos. Luego, se encogi de hombros. Se coloc la culata de su fusil automtico cmodamente debajo del brazo derecho y, lentamente, con los ojos mirando a derecha e izquierda para captar el menor movimiento, condujo al grupo playa arriba. El pueblo estaba formado por un semicrculo de cabaas de diferentes modelos, que rodeaban un amplio espacio abierto, y cuando ellos llegaron y se acercaron ms, comprendieron claramente la razn de aquel brillo extrao. El suelo, las mismas cabaas y los rboles que las rodeaban tambin, estaban cubiertos de la misma sustancia viscosa que haban observado en las armas. El grupo avanz cauta y lentamente hasta que alcanz el centro del espacio abierto. All se pararon, sin separarse, mirando y examinando, atentamente, cada centmetro de terreno. No haba ruido ni movimiento, sino unas pocas hojas que se mecan suavemente a la brisa maanera. Los hombres comenzaron a respirar ms uniformemente. El primer oficial apart su mirada de las cabaas y examin el suelo. Estaba cubierto de una ancha capa de pequeos fragmentos de metal, la mayora de ellos curvados, todos brillantes debido a la sustancia viscosa. Volvi uno por curiosidad con la punta del pie, pero no le dijo nada. Contempl de nuevo las chozas, decidindose por la mayor. - Efectuaremos un registro - dijo. La fachada principal brillaba intensamente. Empuj con el pie la puerta, abrindola, y se introdujo en la cabaa. Haba poco desorden. Slo un par de utensilios cados sugeran una huida precipitada. Nadie, ni vivo ni muerto, permaneca en la casa. Salieron de all. El primer oficial mir la cabaa de al lado; hizo una pausa, y volvi a mirarla con ms atencin. Dio la vuelta a su alrededor para examinar el lateral de la cabaa, en la que ya haba entrado. La pared estaba completamente seca y limpia de sustancia viscosa. Examin de nuevo los alrededores. - Parece como si todo hubiese sido rociado con esta porquera por algo situado en el centro del espacio abierto - dijo. Un examen ms detallado confirm la idea, pero no los llev mucho ms lejos. - Pero cmo? - pregunt el oficial, meditativo -. Y tambin, qu?... Y por qu? - Algo sali del mar - dijo uno de los marineros, mirando hacia atrs intranquilo, hacia el agua.
- Algo?... Tres por lo menos - le corrigi el primer oficial. Regresaron al centro del abierto semicrculo. Era evidente que el lugar estaba desierto y, al parecer, no poda averiguarse nada ms por el momento. - Recoged unos cuantos trozos de este metal... Puede significar algo para alguien orden el oficial. l mismo entr en una de las cabaas, encontr una botella vaca, ech dentro de ella cierta cantidad de aquella sustancia viscosa y la tapon. - Esta materia empieza a oler mal ahora que el sol acta sobre ella - dijo cuando regres -. Ya podemos marcharnos de aqu. No se puede hacer nada ms. De regreso a la lancha torpedera, sugiri que un fotgrafo podra sacar fotos de los surcos de la playa, y mostr al capitn sus trofeos, limpios ahora de sustancia viscosa. - Extraa materia, capitn - dijo, cogiendo un trozo del grueso y brillante metal -. Una lluvia de ellos por los alrededores - aadi, y lo golpe con un nudillo -. Suena como plomo y pesa como una pluma. Su vista deslumbra. Ha visto usted alguna vez algo semejante a esto, capitn? El comandante del barco neg con la cabeza. Observ que el mundo pareca estar lleno por aquellos das de metales extraos. En aquel momento regresaba el fotgrafo de la playa. El capitn decidi: - Tocaremos varias veces la sirena. Si nadie aparece, ser mejor que desembarquemos en otra parte de la isla, a ver si encontramos a alguien que pueda explicarnos qu ha sucedido. Un par de horas despus, la lancha torpedera entraba cautelosamente en una baha de la costa nordeste de April Island. Un pueblecito similar se vea en una explanada, cerca de la orilla del mar. La similitud fue incmodamente acentuada por una ausencia de vida, as como por la presencia de una playa con cuatro anchos y desagradables surcos que iban hasta la orilla del mar. Sin embargo, una investigacin ms a fondo mostr algunas diferencias: de estos surcos, dos haban sido hechos por algunos objetos ascendiendo la playa; los otros dos, al parecer, estaban hechos por los mismos objetos descendindola. No haba trazas de sustancia viscosa en el pueblo desierto ni en sus alrededores. El comandante se inclin, con el ceo fruncido, sobre sus mapas. Indic otra baha. - Perfectamente. Vamos all e intentmoslo otra vez - dijo. En esta ocasin no se vean surcos en la playa, aunque el pueblo estaba completamente desierto. De nuevo la sirena del barco lanz su estridente y apeladora llamada. Examinaban la escena con los prismticos, cuando el primer oficial, ampliando su campo visual, lanz una exclamacin: - Hay un individuo en aquel cerro, capitn. Agita una camisa o algo. El comandante dirigi sus prismticos hacia el lugar indicado. - Veo otros dos o tres, un poco a la izquierda del primero. La lancha torpedera toc por dos veces la sirena y se acerc a la costa. Se ech el bote al agua. - No desembarquen hasta que ellos lleguen - orden el capitan -. Averigen si hay alguna epidemia antes de ponerse en contacto con ellos. l se qued vigilando desde el puente. A su debido tiempo, un grupo de nativos, ocho o nueve, apareci por entre los rboles, a un par de cientos de metros al este del pueblo, y salud a gritos a los del bote. Corrieron en direccin a l. A continuacin, hubo gritos y contragritos por ambas partes, y el bote se acerc a la playa, encallando en ella. El primer oficial salud con la mano a los nativos, pero ellos retrocedieron hasta la linde de los rboles. El primer oficial avanz por la playa y cruz el arenal para hablar con ellos. Tuvo lugar una animada discusin. La invitacin hecha a algunos de ellos para que visitaran la lancha torpedera fue declinada con vigor. El primer oficial volvi a descender a la playa solo, y el grupo de desembarco regres a la lancha torpedera.
- Qu pasa all? - pregunt el comandante cuando se acerc el bote. El primer oficial alz la cabeza y le mir: - No quisieron venir, capitn. - Qu les sucede? - Estn bien, capitn; pero dicen que el mar no es seguro. - Han podido ver que es bastante seguro para nosotros. Qu quieren decir con eso? - Dicen que han sido atacados varios pueblos costeros, y creen que ellos pueden serlo de un momento a otro. - Atacados?... Por quin? - Pues... tal vez si usted fuera a hablar con ellos, capitn... - Les mand un bote para que vinieran aqu a hablar conmigo... Eso debi bastarles. - Temo que no vengan, capitn, a menos que los traigan a la fuerza. El capitn frunci el ceo. - De qu estn asustados?... Quin organiz ese ataque? El primer oficial se humedeci los labios; sus ojos se posaron en los de su capitn. - Ellos..., ellos dicen que... ballenas, capitn. - Cmo?... Qu dicen? - pregunt. El primer oficial pareci incmodo. - Pues... ya lo s, capitn. Pero es justamente lo que dicen. Si..., ballenas y... ejem!..., gigantescas medusas. Creo que si usted hablase con ellos, capitn... Las noticias sobre lo ocurrido en April Island no irrumpieron exactamente, en el justo sentido de la palabra. La curiosidad sobre un promontorio que no se encontraba en la mayora de los atlas no dur mucho tiempo, y las breves lneas que se publicaron en los peridicos no tardaron en caer en el olvido. Posiblemente no hubiera atrado la atencin ni hubiera sido recordado ms tarde, a no ser por el azar de que un periodista norteamericano, que por casualidad se hallaba en Yakarta, descubriera la historia por s mismo, hiciera un meditado viaje a April Island y escribiese el hecho para una revista semanal. Un editor, al leerlo, record el incidente de Saphira, encaden los dos hechos y dio la voz de alarma de un nuevo peligro en un peridico dominical. Por casualidad, ese artculo precedi en un da al comunicado ms sensacional emitido por el Standing Committee for Action, con el resultado de que las profundidades ocuparan, una vez ms, los principales titulares de los peridicos. Por otra parte, el trmino profundidades era ms comprensible que anteriormente, porque se anunci que los barcos perdidos durante el ltimo mes haban sido de gran tonelaje, y tan profundos los lugares donde haban ocurrido los hundimientos, que mientras no se llevasen a cabo unos medios de defensa mas eficaces, todos los navos deban ser advertidos muy seriamente para que evitaran cruzar las aguas profundas y permanecieran, dentro de lo posible, en las reas de las costas continentales. Era evidente que el Committee no hubiera sacado a la luz un asunto que ya estaba archivado, de no tener las ms serias razones. No obstante, las compaas interesadas en los negocios navieros pusieron el grito en el cielo, acusndole desde derrotista y alarmista hasta interesado en los negocios areos. Protestaron, diciendo que, si seguan tal consejo, eso significara cambiar radicalmente las rutas seguidas por los transatlnticos, hacindolos navegar por aguas de Islandia y Groenlandia, costear el golfo de Vizcaya y la costa de frica Occidental, etc. El comercio transpacfico se hara imposible, y Australia y Nueva Zelanda quedaran aisladas. Que el Committee se hubiese lanzado a dar semejante consejo, sin consultar con todas las partes interesadas, demostraba una chocante y lamentable falta de sentido de responsabilidad. Tales medidas, inspiradas en el pnico, llevaran, si se pusieran en prctica, a un paro total del
comercio martimo mundial. Un consejo que nunca poda ponerse en prctica, nunca debi darse. El Committee rechaz desdeosamente el ataque. Dijo que no haba ordenado. Haba sugerido, sencillamente, que, en lo posible, los navos evitaran el cruzar cualquier extensin de agua donde la profundidad excediese los tres mil trescientos metros, evitando de tal forma exponerse a innecesarios peligros. Los propietarios de buques replicaron que eso era decir lo mismo con diferentes palabras, y su caso, aunque no su causa, estaba apoyado por la publicacin en casi todos los peridicos de mapas esquemticos, que mostraban precipitadas y a veces variadas impresiones de la lnea de tres mil trescientos metros. Antes que el Committee fuese capaz de responder con palabras an diferentes, el transatlntico Sabina y el mercante alemn Vorpommern desaparecieron el mismo da uno, en el Atlntico medio; otro, en el sur del Pacfico - y la respuesta result ya superflua. La noticia de los hundimientos se anunci en el boletn de las ocho de la maana de un sbado. Los peridicos del domingo sacaron toda la ventaja posible de su oportunidad. Por lo menos, seis de ellos azotaban a la incompetencia oficial con un gusto muy siglo XVIII, y ponan una pica en Flandes. El mircoles telefone a Phyllis. Acostumbraba a reunirme con ella peridicamente, cuando tenamos trabajo ms extenso de lo acostumbrado en Londres, porque ella no poda resistir los trabajos de la civilizacin sin interrumpirlos para un refrigerio. Resultaba que yo estaba libre; tambin me haban pagado; si no, ella se hubiera disparado para hablar con naturalidad sobre s misma. Por lo regular, ella regresaba espiritualmente muy acicalada en el curso de una o dos semanas. Sin embargo, esta vez la comunin haba durado casi una quincena, y no haba seales de postal que, de costumbre, preceda brevemente a su regreso, cuando no llegaba al da siguiente. El telfono de Rose Cottage son desesperadamente durante un buen rato. Ya estaba a punto de colgar cuando ella contest. - Hola, querido! - exclam su voz. - Poda haber sido el carnicero o el recaudador de impuestos - le reproch. - Ellos hubieran colgado ms rpidamente. Siento haberte hecho esperar. Estaba ocupada afuera. - Cavando en el jardn? - pregunt, esperanzado. - No, no es eso. Estaba poniendo ladrillos. - Esta lnea est mal. He odo que estabas poniendo ladrillos. - Exactamente, querido. - Oh, poniendo ladrillos! - exclam. - Es muy fascinante cuando se pone una a hacerlo. Ests enterado de que hay muchas clases de cemento: cemento Flemish, cemento ingls y otros varios? Tambin existen unas cosas que se llaman ladrillos, y otras llamadas... - Qu es eso, querida? Una leccin de albailera?... Ests haciendo un cobertizo para las herramientas? - No, solamente una pared, como Balbus y mster Churchill. Le en alguna parte que, en momentos de nerviosismo y depresin, mster Churchill lo haca as para recuperar la calma, y yo pens que lo que era bueno para calmar a mster Churchill, tambin habra de serlo para calmarme a m. - Bien, espero que te hayas curado tu nerviosismo. - Oh! Claro que s. Est muy apaciguado. Me gusta la forma en que se pone el ladrillo sobre el cemento y luego... - Querida, los minutos corren. Te he telefoneado para decirte que te necesitamos aqu. - Oh, es muy amable por tu parte, querido! Pero dejar un trabajo a medio terminar...
- No soy yo...; quiero decir que soy yo, pero no solo. La E.B.C. quiere celebrar una entrevista con nosotros. - Sobre qu? - No lo s realmente. Se muestran cautelosos, pero insistentes. - Oh! Cundo quieren vernos? - Freddy sugiri que cenramos juntos el viernes. Podrs estar libre para ese da? Hubo una pausa. - S. Creo que podr terminar... Perfectamente. Saldr en el tren que llega a Paddington alrededor de las seis. - Bien. Ir a esperarte. Tambin existe otra razn, Phyl. - Cul? - La arena movediza, querida. La tapa sin volver. El dedal deslustrado. Las gotas tristes e inspidas de la clepsidra de la vida. La... - Mike, t has estado ensayando. - Qu otra cosa poda hacer? Llegamos solamente con veinte minutos de retraso, pero Freddy Whittier daba la impresin de haber estado seco durante varias horas por la urgencia con que nos arrastr al bar. Desapareci detrs del mostrador con una violencia perfectamente controlada y reapareci al momento con una seleccin de copas dobles y sencillas de jerez en una bandeja. - Primero, dobles - dijo. Pronto se aclar su mente. Pareci ms l mismo, y observaba las cosas. As es que se fij en las manos de Phyllis: en los raspados nudillos de la derecha y en la ancha mancha de yeso en la izquierda. Frunci el ceo y pareci a punto de hablar, pero lo pens mejor. Yo le observaba atentamente, viendo cmo examinaba mi semblante y luego mis manos. - Mi esposa - expliqu - ha estado en el campo. Ya sabe que ha empezado ya la temporada de hacer reformas de albailera. Pareci aliviado ms que interesado. - No existe nada en la mente de la vieja pareja? - inquiri, mostrando indiferencia. Negamos con la cabeza. - Bueno, porque tengo un trabajo para ambos - dijo. Continu su exposicin. Al parecer, uno de los capitostes de la E.B.C. tena que hacerles una proposicin. Este capitoste haba estado cavilando durante algn tiempo, segn todos los indicios, en que haba llegado ya el momento de hacer una descripcin detallada, publicar algunas fotografas y dar una prueba definitiva de las criaturas de las profundidades. - Un hombre con vista - dije -. Durante los ltimos cinco o seis aos... - Calla, Mike - me interrumpi, tajante, mi esposa. - En su opinin - continu Freddy -, las cosas han alcanzado ahora su punto culminante, y l est dispuesto a invertir su dinero siempre que sirva para conseguir una informacin valiosa. Al mismo tiempo, no ve por qu no podra obtener algn beneficio de la informacin si es rpida. As, pues, se propone organizar y enviar una expedicin para descubrir lo que se pueda..., y, por supuesto, todo cuanto se consiga ser de su exclusiva propiedad; es decir, tendr los derechos exclusivos de toda informacin. De paso he de decirles que esto es altamente confidencial: no queremos que la B.B.C. se nos adelante. - Escuche, Freddy - dije -: durante varios aos todo el mundo ha estado tratando de hacer algo, no slo la B.B.C. Por qu el...? - Expedicin adnde? - pregunt, ms prctica, Phyllis. - sa, naturalmente, ser nuestra primera cuestin. Pero l no lo sabe. La entera decisin sobre una localidad est en manos de Bocker.
- Bocker! - salt -. Se ha convertido en intocable o algo as? - Su prestigio se ha recuperado un poco - admiti Freddy -. Y respecto a ese individuo, dijo el capitoste: Si dejamos a un lado todo lo que parece no tener sentido, no hay duda alguna de que las afirmaciones de Bocker alcanzan una alta categora...; en todo caso, ms alta que cualquier otra. As pues, fue en busca de Bocker y le dijo: Escuche: ya sabe usted las cosas que han ocurrido en Saphira y en April Island. Dnde cree usted verosmil que ocurra la prxima... o, en todo caso, la inmediata?. Como es lgico, Bocker no fue capaz de decrselo. Pero hablaron. Y el resultado de esa conversacin fue que el capitoste ha financiado una expedicin, dirigida por Bocker, a una regin que elegir Bocker. Y es ms: Bocker tambin selecciona el personal. Y parte de la seleccin, con el asenso de la E.B.C. y la aprobacin de ustedes, podran formarla ustedes dos. - Bocker siempre fue mi grafo favorito - dijo Phyllis -. Cundo hemos de partir? - Espera un momento - le interrump -. En cierta poca, los viajes ocenicos se recomendaban como muy saludables. Recientemente, sin embargo, lejos de ser saludables... - Aire - me interrumpi Freddy -. Nada ms que aire. Indudablemente, la gente carece de mucha informacin respecto a las cosas que suceden, pero nosotros preferiramos que ustedes estuvieran en situacin de comprenderlas. Phyllis, durante la noche, mostr a intervalos un aire abstracto. Cuando regresamos a casa, le dije: - Si t crees que no debemos.. - Tonteras. Naturalmente que iremos - respondi -. Crees t que la financiacin significa que podremos obtener ropa adecuada y otras cosas a cargo de ella? - Me gusta estar ociosa... al sol - dijo Phyllis. Desde donde estbamos sentados, a una mesa, bajo una sombrilla, delante del misteriosamente titulado Gran Hotel Britannia y de la Justicia, era posible permanecer en ociosa contemplacin de la tranquilidad y de la actividad. La tranquilidad estaba a nuestra derecha. El agua, inmensamente azul, se extenda y brillaba millas y millas hasta alcanzar la lejana y abrupta raya del horizonte. La costa, que era redonda como un jarrn, terminaba en un promontorio cuajado de palmeras, que temblaba como un espejismo bajo la neblina del calor. Un panorama que no haba cambiado desde la poca que perteneca al dominio espaol. A la izquierda estaba la actividad, un despliegue de vitalidad, propio de la capital y nica ciudad de la isla La Escondida. El nombre de la isla se deba, probablemente, a algn barco errabundo que, en tiempos remotos, haba tocado por casualidad en una de las islas Caimanes, tras pasar numerosas vicisitudes. Contra viento y marea, haba sabido conservar el nombre, as como sus costumbres espaolas. Las casas parecan espaolas; el temperamento posea calidad espaola; el idioma era ms espaol que ingls, y, desde donde estbamos sentados, en un rincn del amplio espacio abierto, conocido indistintamente por La Plaza o el Square, la iglesia, situada al otro extremo, con los brillantes azulejos de la fachada, era evidente que estaba sacada de un libro de pinturas espaol. La poblacin, sin embargo, era en cierto modo un poco menos espaola; se alineaba desde el blanco tostado o mulato al negro carbn. Solamente un buzn britnico, de color rojo fuerte, le preparaba a uno para la sorpresa de enterarse que el lugar se llamaba Smithtown..., y hasta eso resultaba un tanto novelesco cuando uno se enteraba tambin de que el conmemorado Smith fue nada menos que un pirata de reconocida fama. Detrs de nosotros, y tambin detrs del hotel, se alzaba una de las dos montaas que hacen de La Escondida una isla en pendiente, y que surga a lo lejos como un picacho desnudo con una bufanda de verdor sobre los hombros. Entre la base de la montaa y el mar se extenda una llanura rocosa, donde la ciudad apiaba sus edificios. Tambin all se apiaba, desde hacia cinco semanas, la expedicin Bocker.
Bocker haba elaborado un sistema de probabilidades de su propia inventiva. Finalmente, sus eliminaciones le haban proporcionado una lista de diez islas como las ms verosmiles de ser atacadas, y el hecho de que cuatro de ellas estuvieran en el rea del Caribe haba fijado nuestro curso. A eso fue a lo que lleg sobre el papel, y lo que nos condujo a todos a Kingston, capital de Jamaica. All permanecimos durante una semana en compaa de Ted Jarvey, el fotgrafo; Leslie Bray, el registrador, y Muriel Flynn, una de los ayudantes tcnicos femeninos, mientras el propio Bocker y sus dos ayudantes masculinos volaban en un avin de reconocimiento armado, que las autoridades pusieron a su disposicin, y examinaban con todo detenimiento las atracciones rivales de Grand Cayman, Little Cayman, Cayman Brac y La Escondida. El razonamiento que condujo a Bocker a elegir finalmente La Escondida fue, sin duda alguna, muy exacto; as que pareci una pena que, dos das despus que el avin hubiese terminado de transportarnos con nuestros aparatos a Smithtown, fuese un pueblo grande de Grand Cayman el que sufriese, de aquellos lugares, la primera incursin. Pero si aquello nos desanim, tambin nos impresion. Estaba claro que Bocker haba hecho algo ms que un estudio a tontas y a locas; pero haba errado el tiro. El avin nos condujo a cuatro de nosotros al lugar del suceso tan pronto como Bocker tuvo noticias de l. Desgraciadamente, poco pudimos aprender. En la playa haba surcos; pero, cuando llegamos, haban sido pisoteados ya de tal forma que no se notaba casi nada. De los doscientos cincuenta habitantes del pueblo, unos veinte huyeron precipitadamente. El resto desapareci simplemente. Todo ocurri en la oscuridad; por tanto, nadie vio gran cosa. Cada superviviente se sinti obligado a dar su versin personal, con lo cual el resultado fue catastrfico. Bocker anunci que permaneceramos en donde estbamos. Nada se ganara yendo de un lado para otro; existan las mismas probabilidades de que nos equivocramos como de que acertramos. Ms an de que acertramos, porque La Escondida, en adicin a sus otras cualidades, tena la virtud de no tener ms que un pueblo en toda la isla; as, pues, cuando surgiese el ataque (y era seguro que surgira, ms pronto o ms tarde), el objetivo sera con toda seguridad Smithtown. Estbamos seguros de que Bocker saba lo que se haca; pero, a las dos semanas, empezamos a dudarlo. La radio nos inform de una docena de incursiones... Todas, excepto una breve a las Azores, tuvieron lugar en el Pacfico. Comenzamos a experimentar la deprimente sensacin de que nosotros estbamos situados en el hemisferio contrario. Cuando digo nosotros, he de admitir que quiero decir principalmente yo. Los otros continuaban analizando los informes e iban estlidamente adelante con sus preparativos. Un punto importante era que no exista ningn informe que indicara que alguna incursin se haba verificado durante las horas del da; por tanto, se hacan imprescindibles las luces. Una vez que el concejo de la ciudad qued convencido de que aquello no le costara nada, todos nosotros nos dedicamos a instalar focos de luz en los rboles, en los postes y en las esquinas de todos los edificios de Smithtown, aunque con mayor proliferacin hacia la parte del mar, todo lo cual, en inters de las cmaras de Ted, deba estar conectado a un tablero de conmutadores elctricos colocado en su habitacin del hotel. Los habitantes del pueblo se figuraban que estaba en preparacin alguna fiesta; el concejo consider aquello como una especie de inocente locura; pero estaba contento por la cantidad extraordinaria de dinero que entraba en el pueblo a costa nuestra. La mayora de nosotros bamos desinflndonos lentamente, hasta que el ataque a la isla Gallows enerv a todo el Caribe, a pesar de que dicha isla perteneca a las Bahamas. Port Anne, la capital de Gallows, y tres grandes pueblos costeros fueron invadidos durante la misma noche. Aproximadamente, la mitad de la poblacin de Port Anne y una
proporcin mucho mayor de la de los pueblos desaparecieron por completo. Los que sobrevivieron se haban encerrado en sus casas o huyeron; pero esta vez hubo mucha gente que coincidi en que haban visto cosas como tanques - como tanques militares, dijeron, pero ms grandes - surgiendo del agua y deslizndose playa arriba. Debido a la oscuridad, a la confusin y a la precipitacin con que muchos de los informadores huyeron o se escondieron, hubo slo informes fantsticos sobre lo que esos tanques surgidos del mar hicieron despus. El nico hecho verificable fue que haban desaparecido durante la noche ms de mil personas en total de los cuatro puntos atacados. Por todos los alrededores se not inmediatamente un cambio. La pasin subi al mximo. Cada nativo de cada isla abandon su indiferencia y su sensacin de seguridad, convencido de que su hogar poda ser el prximo escenario del ataque. De los bales se sacaron y se limpiaron viejas e inseguras armas. Se organizaron patrullas y, por primera vez en su vida, se hizo guardia por las noches, bien armados. Se propuso, adems, organizar un sistema defensivo areo entre las islas. Sin embargo, cuando transcurri una semana sin que ocurriera nada en toda el rea de las islas, el entusiasmo decreci. Porque, efectivamente, hubo una pausa en la actividad subterrnea. El nico informe de una incursin lleg de las Kuriles, sin fecha, por alguna razn eslavnica, y adems result que haba pasado algn tiempo examinndolo al microscopio desde todos los ngulos de seguridad. Al dcimo da despus de la alarma, el natural espritu de maana de La Escondida se haba asegurado enormemente. Durante la noche y la siesta se dorma a pierna suelta; el resto del da se lo pasaban en completa modorra, de la que tambin participbamos nosotros. Era difcil creer que no continuaramos as durante aos; por tanto, decidimos acoplarnos a ello, por lo menos unos cuantos. Muriel se dedic a explorar con entusiasmo la flora islea; Johnny Tallton, el piloto, que estaba constantemente solo, empez a acudir a un caf donde una encantadora seorita le enseaba el idioma nativo; Leslie trab conocimiento con un indgena para conseguir una guitarra, que ahora podamos escuchar a travs de la ventana abierta del piso de arriba; Phyllis y yo hablbamos en ocasiones sobre los relatos que podramos escribir si tuviramos energa para ello; solamente Bocker y sus dos ayudantes ms ntimos, Bill Weyman y Alfred Haig, conservaban su aspecto decidido. Si el capitoste hubiera podido vernos, quiz se hubiese sentido intranquilo por el destino de su dinero. Empec a notar que ya me estaba hartando, que me iba acostumbrando a no hacer nada, y, aunque la sensacin no era desagradable, comprend que era muy pronto para que llevara mi vida por esos derroteros. - Esto no puede continuar indefinidamente - dije a Phyllis -. Sugiero que pongamos a Bocker una fecha lmite..., una semana, a partir de ahora..., para que se produzca su fenmeno. - Bueno... - empez a decir de mala gana mi mujer -. S, supongo que tienes razn. - Claro que la tengo - respond -. En realidad, no estoy tan seguro de que no pueda resultarnos fatal otra semana... Lo cual era, en forma insospechada, ms cierto de lo que yo crea. - Querida, deja de mirar a la luna y vmonos a la cama. - De ninguna manera... No vale la pena... Frecuentemente me pregunto por qu me cas contigo. Por tanto, me puse en pie y me un a ella, junto a la ventana. - Ves? - dijo -. Un barco, una isla, una media luna... Tan frgil, tan eterna..., no es hermoso? Miramos hacia afuera, hacia la plaza vaca, ms all de las casas dormidas, en direccin al plateado mar. - Yo lo necesito. Es una de las cosas que estoy tratando de desterrar de mi recuerdo.
De la parte trasera de las casas de enfrente, en direccin al muelle, lleg cadenciosamente el rasgueo de una guitarra. - El amor tonto... y dulce - dijo Phyllis, suspirando. Y entonces, de repente, el lejano tocador arroj su guitarra al suelo, produciendo un ruido agudo y resonante. Abajo, en el muelle, grit una voz, ininteligible pero alarmante. Luego, otras voces. Una mujer solloz. Nos volvimos para mirar las casas que ocultaban al pequeo puerto. - Escucha! - dijo Phyllis -. Mike, crees que...? Se interrumpi al or el ruido de dos disparos. - Debe de ser! Mike, deben de estar invadindonos! En la distancia hubo un creciente alboroto. En la propia plaza se abrieron las ventanas, hacindose las personas preguntas unas a otras. Un hombre sali corriendo de una puerta, dio la vuelta a la esquina y desapareci por la corta calle que conduca al mar. Ahora se oan ms gritos y ms sollozos tambin. Entre ellos, el estampido de tres o cuatro disparos ms. Me separ de la ventana y tamborile con los dedos en el tabique que nos separaba de la habitacin de al lado. - Eh, Ted! - grit -. Enciende las luces! Las del muelle, hombre! Las luces! O un apagado muy bien. Ya deba de estar fuera de la cama, porque cuando yo regresaba a la ventana las luces empezaban a encenderse por turno. No haba nada desacostumbrado que observar, excepto una docena o ms de hombres que atravesaban corriendo la plaza en direccin al puerto. Casi bruscamente ces el ruido que haba ido in crescendo. La puerta de Ted dio un portazo. Sus botas sonaron ruidosamente a lo largo del pasillo cuando pasaron por delante de nuestra habitacin. Ms all de las casas surgieron de nuevo los gritos y los sollozos, ms fuertes que antes, como si hubiesen adquirido fuerza tras el breve descanso. - Debo... - empec a decir; pero me interrump al darme cuenta de que Phyllis no estaba a mi lado. Mir por la habitacin y la descubr en el momento en que echaba la llave a la puerta. Corr hacia ella. - Debo ir all abajo. Tengo que ver lo que... - No! - me interrumpi. Se volvi, apoyando firmemente la espalda contra la puerta. Produca la impresin de ser un ngel severo que impeda el paso por una carretera, con la diferencia de que los ngeles tienen la costumbre de usar respetables camisones de algodn, no de nylon. - Pero, Phyl, es el trabajo. Es por lo que estamos aqu. - Me tiene sin cuidado. Esperaremos un poco. Permaneca inmvil, con la expresin de ngel severo, modificada ahora por la de una muchachita rebelde. Alargu el brazo. - Phyl!... Por favor, dame la llave. - No! - contest, y, lanzndola a travs de la habitacin, desapareci por la ventana. Reson sobre las piedras de la plaza. La mir con estupor. Esa era una accin que uno nunca hubiera esperado de Phyllis. Ahora, en la plaza iluminada, se vea a la gente correr hacia la calle de enfrente. Me volv. - Phyl, por favor, aprtate de esa puerta. Neg con la cabeza. - No seas loco, Mike. Tienes que hacer un trabajo. - Por eso precisamente, yo... - No, no es eso. No lo comprendes? Los nicos informes que poseemos provienen de las personas que no corrieron para averiguar qu estaba sucediendo; de las personas que se escondieron o huyeron...
Yo estaba furioso con ella, pero no tanto que no alcanzara el sentido de lo que me deca, e hice una pausa. Ella continu: - Es lo que dijo Freddy: el objetivo de nuestra venida es poder regresar para contar lo que ha sucedido. - Eso est muy bien, pero... - No!... Mira!... Con la cabeza seal hacia la ventana. La gente continuaba convergiendo hacia la calle que conduca al muelle, pero ya no entraban en ella. Un slido grupo se amontonaba a la entrada. Luego, mientras yo continuaba mirando, la anterior escena empez a interpretarse en sentido inverso. El grupo retrocedi, y comenz a deshacerse por sus costados. Muchos hombres y mujeres salieron de la calle, corriendo hacia atrs, hasta que quedaron dispersados en la plaza. Me acerqu ms a la ventana para observar. Phyllis abandon la puerta y se acerc a m. Ahora veamos a Ted, con su tomavistas en la mano, retrocediendo corriendo. - Qu sucede? - le grit. - Slo Dios lo sabe. No se puede pasar. Hay un pnico terrible en aquella calle. Todos dicen que, sea lo que fuere, viene por ese camino. Si es as, tomar la pelcula desde mi ventana. No se puede trabajar con esta barahnda. Mir hacia atrs, desapareciendo despus por la puerta del hotel, que estaba debajo de nuestra ventana. La gente continuaba inundando la plaza y emprenda una carrera cuando alcanzaba un punto donde haba espacio para correr. No hubo ms ruido de disparos; pero, de cuando en cuando, surga otro estruendo de gritos y de lamentos de alguna parte del lejano y oculto extremo de la corta calle. Entre los que regresaban al hotel se hallaban el propio doctor Bocker y el piloto, Johnny Tallton. Bocker se par debajo de las ventanas y grit hacia arriba. De las ventanas surgieron algunas cabezas. Las contempl a todas. - Dnde est Alfred? - pregunt. Nadie pareca saberlo. - Si alguno de ustedes le ve, que le diga que entre inmediatamente en el hotel - instruy Bocker -. Ustedes permanezcan donde estn. Observen lo que puedan, pero no se expongan hasta que sepamos ms de lo que pasa. Ted, procure que todas las luces continen encendidas; Leslie... - Estoy a punto con el magnetfono, doctor - respondi la voz de Leslie. - No, no salga. Ponga el micrfono por la parte exterior de la ventana, si quiere; pero usted permanezca bajo techado. Y hagan lo mismo todos los dems, por el momento. - Pero, doctor, qu pasa?..., qu...? - No lo sabemos. Por tanto, permanezcamos dentro del hotel hasta que averigemos por qu grita la gente. Dnde demonios est miss Flynn?... Oh! Est usted aqu. Bien. Contine vigilando, miss Flynn... Se volvi ajohnny y cambi con l algunas palabras ininteligibles. Johnny asinti con la cabeza y se dirigi hacia la parte de atrs del hotel. Bocker volvi a mirar de nuevo a la plaza y entr en el hotel, cerrando la puerta tras l. Corriendo, o al menos apresuradamente, la gente continuaba convergiendo en la plaza desde todas las direcciones, pero ninguna proceda ya de la calle corta. Los que alcanzaban la parte ms alejada se volvan para mirar, arrimndose a las puertas o las callejuelas por donde pudieran huir si era necesario. Media docena de hombres con pistolas o escopetas se hallaban tumbados en tierra, con sus armas apuntando hacia la entrada de la calle. Ahora todo estaba ms tranquilo. Excepto unos cuantos ruidos, producidos por los lamentos, un tenso y expectante silencio llenaba toda la escena. Y entonces, de la lejana, lleg un ruido chirriante, como de algo que se arrastra. No fuerte, pero s continuo.
La puerta de la casita situada junto a la iglesia se abri. El sacerdote, con sotana, sali por ella. Algunas personas que se hallaban cerca corrieron hacia l y se arrodillaron en torno suyo. El sacerdote extendi ambos brazos, como para proteger y amparar a todos. El ruido procedente de la angosta calle daba la impresin de estar producido por un pesado tractor de metal arrastrndose sobre las piedras. Repentinamente, dispararon tres o cuatro escopetas casi al mismo tiempo. Nuestro ngulo de visin nos impeda ver an a qu disparaban; pero cada uno de los hombres hizo una sucesin de disparos. Luego, se pusieron en pie de un salto y corrieron hacia atrs, casi a la parte opuesta de la plaza. All se volvieron y cargaron de nuevo sus armas. De la calle lleg un ruido de madera destrozada y de cristales y ladrillos cados. Entonces tuvimos la primera visin del tanque marino: un objeto curvo, de grueso metal color gris, se desliz hacia la plaza, arrastrando consigo la parte ms baja de la esquina de la casa de enfrente. Le dispararon desde una docena de sitios diferentes. Las balas se aplastaban o rebotaban sobre l sin producir efecto. Lentamente, pesadamente, con inexorabilidad, continu su marcha, arrastrndose y chirriando sobre las piedras. Iba inclinado sobre su costado derecho, alejndose de nosotros y dirigindose a la iglesia, llevndose consigo un trozo ms de la esquina de la casa, sin que le afectara el enyesado, los ladrillos ni las vigas que caan sobre l y se deslizaban por sus costados. Se dispararon ms tiros contra aquello, pero permaneca inconmovible, introducindose en la plaza a una velocidad de cinco kilmetros por hora, masivamente infalible. No tardamos en verlo todo entero. Imagnense un huevo alargado, cuya longitud ha sido partida en dos y puesta de plano sobre el suelo, con el puntiagudo extremo hacia adelante. Consideren este huevo, de una longitud comprendida entre los nueve y los diez metros, de un color pardo plomizo sin brillo, y tendrn una visin exacta del tanque marino que nosotros veamos avanzar por la playa. No haba forma de ver qu lo impulsaba. Acaso tuviera ruedas debajo; pero ms bien pareca, y sonaba sencillamente, arrastrarse hacia adelante con mucho ruido, sobre su barriga de metal, pero sin maquinaria. No saltaba al girar, como hacen los tanques, ni traqueteaba, como hacen los coches. Simplemente se mova hacia la derecha, en diagonal, siempre apuntando hacia adelante. Muy cerca, detrs de l, le segua otro, de traza exactamente similar, que se diriga hacia la izquierda, en nuestra direccin, arrancando la esquina de la casa de enfrente mientras se acercaba. Un tercero se diriga en lnea recta hacia el centro de la plaza, donde par. En la parte ms alejada de la plaza, el grupo que se haba arrodillado en torno al sacerdote ech a correr. El sacerdote permaneci en su sitio. Impeda el paso de la cosa. Su mano derecha hizo la seal de la cruz en direccin a ella, mientras que su mano izquierda, con los dedos separados y la palma vuelta hacia la cosa, se alzaba indicndole que parase. La cosa continu su marcha, ni ms de prisa ni ms despacio, como si el sacerdote no estuviera all. Su curvado flanco le empuj ligeramente a un lado cuando lleg a su altura. Luego, se par tambin. Pocos segundos despus, el que se diriga en nuestra direccin por la plaza alcanz lo que, al parecer, era la posicin sealada, y se par tambin. - La tropa alcanza su primer objetivo segun rdenes - dije a Phyllis mientras veamos los tres artefactos situados estratgicamente en la plaza -. Esto no es accidental. Y ahora, qu? Durante medio minuto casi no pareci que iba a suceder nada. Hubo un ligero tiroteo ms espordico, procedente de alguna de las ventanas de la plaza que, en todo su alrededor, estaban llenas de gentes pendientes de ver lo que sucedera a continuacin. Ninguno de los disparos hizo efecto sobre los blancos, existiendo cierto peligro a causa de los rebotes de las balas.
- Mira! - exclam Phyllis de pronto -. se se est combando. Sealaba al ms prximo a nosotros. Efectivamente, la parte superior estaba desfigurndose en su punto ms alto, formando una pequea excrecencia en forma de cpula. Su color era ligeramente ms fuerte que el metal de debajo: una especie de sustancia semiopaca, tirando a blanco, que reluca viscosamente a la luz de los focos. Mientras la observbamos, aumentaba. - Todos estn haciendo lo mismo - aadi. Hubo un disparo aislado. La excrecencia se estremeci, pero continu dilatndose. Ahora aumentaba ms deprisa. Ya no tena forma de cpula, sino de esfera, unida al metal por una especie de cuello, hinchado como un globo y se inclinaba ligeramente a medida que la excrecencia se distenda. - Va a estallar. Estoy segura - dijo Phyllis aprensiva. - Hay otras detrs que empiezan a crecer - dije -. Dos ms, mira. La primera excrecencia no estall. Ya tena casi sesenta centmetros de dimetro y continuaba hinchndose. - Tiene que estallar pronto - musit Phyllis. Pero an no lo hizo. Continu dilatndose hasta adquirir un dimetro de metro y medio aproximadamente. Entonces dej de crecer. Produca la impresin de una vejiga gigantesca y repulsiva. La animaba un ligero temblor. De pronto, se desprendi de su cuello y se bambole en el aire como una gigantesca pompa de jabn. Ascendi con inseguridad unos tres metros. Cuando alcanz esa altura vacil, convirtindose en una esfera ms estable. Luego, de repente, le sucedi algo. No estall. No hubo tampoco ningn ruido. Ms bien pareci abrirse suavemente, como les ocurre a los capullos, en un florecimiento instantneo, esparciendo en todas direcciones un amplio nmero de pelitos blancos. La reaccin instintiva era apartarse de un salto de la ventana para evitarlos. Y as lo hicimos. Cuatro o cinco de los pelitos, como largas puntas de ltigo, volaron en torno de la ventana, entraron en la habitacin y cayeron al suelo. Casi inmediatamente de ponerse en contacto con l, comenzaron a contraerse y removerse. Phyllis dio un grito estridente. Mir a su alrededor. No todos los pelitos haban cado al suelo. Uno de ellos haba posado su longitud sobre el antebrazo derecho de mi mujer. Ya estaba contrayndose, empujando su brazo hacia la ventana. Phyllis retrocedi. Con la otra mano intent quitrselo, pero sus dedos se pegaron a ella tan pronto como la tocaron. - Mike! grit -. Mike!... El pelito estaba endurecindose, atiesndose como la cuerda de un arco. Phyllis haba dado ya un par de pasos hacia la ventana antes que yo pudiera agarrarla fuertemente. La fuerza de mi tirn la llev al otro extremo de la habitacin. No rompi la presa del pelito, pero lo apart de la lnea recta y ya no pudo ir derecho hacia la ventana, sino que se vio obligado a arrastrarse alrededor de un ngulo agudo. Y se arrastr. Tumbado ahora en el suelo, me agarr con la corva a la pata de la cama para hacer ms fuerza, y me sostuve firme. Para mover a Phyllis, el pelito tendra que arrastrarme a m tambin y a la cama. Por un momento cre que lo lograra. Entonces, Phyllis grit, y se acab la tensin. Consegu que rodara hacia un lado, apartndola de la lnea de algo ms que pudiera entrar a travs de la ventana. Phyllis estaba desvanecida. Un trozo de piel, de unos diez centmetros aproximadamente, haba sido arrancada limpiamente de su antebrazo derecho, y algunos ms haban desaparecido de los dedos de su mano izquierda. La carne dejada al descubierto comenzaba en aquel momento a sangrar. Afuera, en la plaza, haba un pandemnium de lamentos y de gritos. Me arriesgu a sacar la cabeza por un lado de la ventana. La cosa que haba estallado no estaba en el aire. Ahora era un cuerpo redondo, no mayor de sesenta centmetros de dimetro, rodeado de una irradiacin de pelitos. Estaba retrocediendo con algo que haba atrapado,
y la tensin lo estaba manteniendo un poco separado del suelo. Algunas personas cogidas gritaban y luchaban; otras eran como un montn informe de ropas. Entre ellas vi a la infeliz Muriel Flyng. Yaca en el suelo de espalda, arrastrada por los guijarros por un tentculo que la agarraba por sus cabellos rojizos. Se haba herido gravemente al caer al suelo cuando fue arrojada por la ventana de su habitacin, y gritaba llena de terror. Leslie era arrastrada casi al lado de ella; pero, al parecer, haba tenido la suerte de partirse el cuello al caer por la ventana. En la parte ms alejada de la plaza vi a un hombre corriendo con la intencin de liberar a una mujer que estaba gritando; pero cuando le toc el pelito que la sujetaba, su mano qued pegada a l, y ambos fueron arrastrados juntos. Mientras observaba todo esto, daba gracias a Dios por haber agarrado el brazo de Phyllis y no el pelito al tratar de liberarla de l. A medida que el crculo se contraa, los pelitos blancos se acercaban los unos a los otros. El pueblo que luchaba tocaba involuntariamente ms de ellos, y cada vez quedaba ms enredado en sus redes. Luchaban como moscas atrapadas a un papel atrapamoscas. Exista una implacable deliberacin respecto a ello que le haca parecer horrible, como cuando uno observa a travs del objetivo de una cmara lenta. Entonces me di cuenta de que otra de las pompas de jabn estaba balancendose en el aire, y retroced apresuradamente antes que estallara. Tres pelitos ms entraron por la ventana, permanecieron por un momento como cuerdas blancas sobre el suelo y empezaron despus a retroceder. Cuando hubieron desaparecido a travs de la ventana, me alc un poco para mirar por ella, otra vez. En varios sitios de la plaza haba grupos de gente que luchaban desesperadamente. El primero y el ms cercano se haba contrado hasta que sus vctimas quedaron amontonadas formando una dura pelota de la que surgan an algunos brazos y piernas que se movan sin remision. Luego, mientras yo observaba, la entera masa compacta se inclin y empez a alejarse de la plaza rodando hacia la calle por donde haban llegado los tanques marinos. Las mquinas, o, mejor dicho, las cosas, que an permanecan en el mismo sitio donde haban parado, producan la impresin de gigantescas babosas grises, cada una de las cuales dedicada a producir varias de sus asquerosas pompas en diferentes etapas. Retroced de nuevo cuando otra de aquellas pompas se desprendi de su babosa; pero esta vez no entr por la ventana. Me aventur un momento para cerrar las puertas de la ventana y tuve la suerte de hacerlo a tiempo. Tres o cuatro de aquellos pelitos golpearon contra el cristal con tal fuerza que uno de ellos se raj. Entonces pude atender a Phyllis. La levant del suelo y la tumb en la cama, desgarrando un trozo de sbana para vendarle el antebrazo. En el exterior continuaban los lamentos, los gritos y el tumulto, y entre ellos se oan algunos tiros. Cuando termin de vendar el antebrazo de Phyllis, volv a mirar otra vez hacia la plaza. Media docena de objetos, que ahora parecan como duras y redondas balas de algodn, rodaban hacia la calle que conduca al puerto. Regres de nuevo al lado de Phyllis y desgarr otro trozo de sbana para vendar los dedos de la mano izquierda de mi mujer. Mientras lo haca o un ruido diferente sobre el tumulto de afuera. Dej la venda de algodn y corr a la ventana a tiempo de ver un avin que volaba a baja altura. El can situado en una de las alas comenz a disparar, y retroced de nuevo, tirndome al suelo para quitarme de la lnea de tiro. Hubo una espantosa explosin. Simultneamente las ventanas se abrieron, se apagaron las luces y en la habitacin entraron trozos de algo que zumbaba al pasar. Me levant. Las luces exteriores se haban apagado tambin, as, pues, era difcil averiguar qu haba pasado. Sin embargo, pude ver, al otro extremo de la plaza, que uno de los tanques marinos comenzaba a ponerse en movimiento. Se deslizaba por el camino
que haba seguido al venir. Volv a or el ruido del avin que regresaba, y me tumb en el suelo otra vez. Hubo un estallido, pero esta vez no nos atrap su fuerza, aunque en el exterior hubo un revoltijo de cosas cadas. - Mike? - dijo una voz desde la cama, una voz asustada. - Todo est bien, querida. Estoy aqu - le respond. La luna brillaba an, y ahora poda ver mejor. - Qu ha sucedido? - pregunt Phyllis. - Se han ido. Johnny los atac con el avin...; al menos, supongo que era Johnny - dije -. Ahora, todo marcha bien. - Me duele el brazo, Mike. - Te conseguir un mdico tan pronto como me sea posible, cario. - Qu fue? Queran llevarme, Mike. Si no hubiese sido por ti... - Ya ha terminado todo, querida. - Yo... Se interrumpi al or el ruido del avin, que regresaba una vez ms. Escuchamos. El can disparaba de nuevo, pero esta vez no hubo explosin. - Mike, hay algo pegajoso... Ests herido? - No, cario. No s lo que es. Se halla sobre todas las cosas. - Ests tembln, Mike. - Lo siento, querida. No puedo evitarlo. Oh, Phyl, querida Phyl!... Tan cerca... Si los hubieses visto..., a Muriel y a los dems... Podra haber sido... - Bueno, bueno! - dijo Phyllis, como si yo fuera un nio de seis aos -. No llores, Mike. Todo ha pasado ya! - y continu -: Oh Mike, cmo me duele el brazo! - Contina echada, cario. Ir en busca del mdico - le dije. Arranqu la puerta cerrada con una silla, y el esfuerzo me tranquiliz mucho. A la maana siguiente nos reunimos los que quedbamos de la expedicin: Bocker, Ted Jarvey y nosotros dos. Johnny se haba marchado temprano con las pelculas y los discos, incluyendo un informe que yo aad ms tarde como testigo ocular, dirigindose con todo ello a Kingston. El brazo derecho y la mano izquierda de Phyllis estaban envueltos en vendajes. Se hallaba plida, pero haba resistido a todos los consejos que le dimos para que permaneciera en la cama. Los ojos de Bocker haban perdido por completo su acostumbrado parpadeo. Su mechn de cabellos grises caa sobre una cara que pareca ms arrugada y ms decrpita que la de la noche anterior. Cojeaba un poco, apoyando parte de su peso en un bastn. Ted y yo ramos los nicos ilesos. Miraba interrogativamente a Bocker. - Si le es posible, seor - dijo -, creo que nuestro primer paso ha de ser salir de este hedor. - Desde luego - respondi Bocker -. Ningn dolor puede compararse con estos olores. Cuanto antes mejor - aadi, y se puso en pie para conducirnos al exterior. Las piedras de la plaza, los esparcidos fragmentos de metal que se extendan por ella, las casas que la rodeaban, la iglesia, todo lo que estaba a la vista, reluca con una costra de sustancia viscosa, y haba mucha ms, que no veamos, en casi todas las habitaciones de las casas que daban a la plaza. La noche anterior haba sido sencillamente una abundante pesca con olor a salado; pero con el calor del sol actuando sobre ello, haba empezado a producirse un hedor que era ahora ftido y que se estaba transformando en miasmtico. A cien metros de all se notaba mucha diferencia, y a otros cien metros ms ya estbamos libres de ello, entre las palmeras que se alzaban en el lmite de la playa situada en la parte opuesta de la ciudad, es decir, del puerto. Rara vez haba conocido la frescura de una brisa que oliera tan bien.
Bocker se sent en el suelo, apoyando la espalda contra un rbol. Los dems nos acomodamos como pudimos, esperando a que l hablase el primero. Durante un largo rato permaneci callado. Estaba sentado inmvil, mirando sin ver hacia el mar. Luego, suspir: - Alfred, Bill, Muriel, Leslie... - dijo -. Yo los traje a todos aqu. He demostrado muy poca inteligencia y consideracin por su seguridad. Estoy asustado. Phyllis se inclin hacia adelante. - No debe pensar as, doctor Bocker. Ninguno de nosotros tena por qu venir; eso lo sabe usted. Usted nos ofreci la oportunidad de venir, y nosotros la aceptamos. S... si lo mismo me hubiese ocurrido a m, no creo que Michael le hubiese maldecido por ello, verdad, Michel? - Claro que no! - respond. Yo saba perfectamente a quin hubiera debido maldecir ms adelante..., y para siempre, sin remisin. - Yo tampoco le hubiera maldecido, y estoy segura de que los dems pensarn lo mismo que yo - aadi, poniendo su mano derecha sobre la manga del doctor. l baj la vista, y pestae un poco. Cerr los ojos un momento. Luego los abri, y puso sus manos sobre las de ella. Su mirada se pos ms all de la mueca, sobre los vendajes del antebrazo. - Es usted muy buena conmigo, querida - dijo. Le dio golpecitos cariosos con la mano y a continuacin se irgui en su asiento, concentrndose en s mismo. Al poco rato, dijo con tono de voz completamente diferente: - Hemos conseguido algunos resultados. Tal vez no tan exclusivos como esperbamos; pero, al menos, s pruebas tangibles. Gracias a Ted, nuestro pas podr ver contra qu estamos luchando, y gracias a l tambin, tenemos la primera muestra. - Muestra? - pregunt Phyllis, repitiendo la palabra -. De qu? - De un trozo de una de esas cosas tentaculares - le contest Ted. - Cmo fue posible...? - En realidad, fue una suerte. Escuche: cuando estall la primera pompa, nada especial entr por la ventana de mi habitacin; sin embargo, pude ver lo que estaba sucediendo en otros sitios. As, pues, abr mi navaja y la puse a mano sobre el alfizar, por si las moscas. Cuando al estallar la segunda pompa entr una de esas cosas por la ventana y la sent sobre mi hombro, inmediatamente cog la navaja y, antes que empezara a actuar, la cort. Huy, pero qued detrs de ella un trozo de unos cuantos centmetros, que cay al suelo, se retorci un par de veces y, al fin, qued enroscado. Lo hemos expedido con Johnny. - Uf! - exclam Phyllis. - En lo futuro, tambin nosotros llevaremos navajas - dije. - Tenga en cuenta que son muy listos. Adems, son espantosamente correosos advirti Ted. - Si encuentra usted otro trozo de eso, me gustara verlo para examinarlo - dijo Bocker Decidimos que se era mejor enviarlo a los peritos. Verdaderamente, hay algo muy especial en estas cosas. Lo fundamental es bastante evidente: proceden de alguna especie de anmona marina... Pero si han nacido esas cosas o si han sido construidas segn un modelo bsico...? - se encogi de hombros sin terminar la pregunta -. Yo encuentro algunos puntos extremadamente turbios. Por ejemplo, cmo hacen para coger las cosas animadas, aun cuando estn vestidas, y no atacan a las cosas inanimadas? Y tambin, cmo es posible que puedan regresar al agua por el mismo camino de ida en lugar de tratar sencillamente de alcanzarla por el camino ms cercano?... La primera de estas preguntas es la ms significativa. Comporta propsitos especializados. Se emplean
las cosas, comprenden? Pero no como armas, en el sentido corriente de la palabra; no slo para destruir, eso es. Son ms bien cepos, trampas... Durante un rato estuvimos pensando en tal hiptesis. - Pero... Por qu...? - pregunt Phyllis. Bocker frunci el ceo. - Por qu? - repiti -. Todo el mundo se ha estado preguntando continuamente: Por qu?... Por qu surgen las cosas de las profundidades? Por qu no permanecen en tierra? Por qu salen de las profundidades en direccin a tierra? Y tambin, por qu nos atacan de esta forma y no de otra? Cmo es posible que sepamos las contestaciones a estas preguntas hasta que descubramos ms qu clase de criaturas son? El punto de vista humano sugiere dos motivos..., pero eso no quiere decir que ellos no tengan otros motivos particulares completamente distintos a los nuestros. - Dos motivos? - pregunt Phyllis, suavemente. - S. Pueden estar tratando de exterminarnos. Todo cuanto nosotros podemos decir es que ellos pueden hallarse bajo la impresin de que nosotros tenemos que vivir en las costas, y que ellos pueden borrarnos gradualmente de esta forma; tampoco sabemos nosotros cunto saben ellos de nosotros. Pero no creo que sea se su propsito... teniendo en cuenta su tctica de llevarse a sus vctimas rodando hacia el mar... Al menos, no completamente. Los celentreos podan ms fcilmente aplastarlas y abandonarlas. As, pues, parece como si existiera otro motivo..., sencillamente el que ellos encuentran en nosotros y tal vez en otros seres terrestres, si recuerdan la desaparicin de las cabras y las ovejas de Saphira..., que somos buenos para comer. O bien, ambos motivos: muchas tribus tienen la costumbre, establecida de antiguo, de comerse a sus enemigos. - Quiere usted decir que son... bueno..., una especie de comedores de nosotros? pregunt Phyllis inquieta. - Bueno, nosotros, los seres terrestres, echamos anzuelos y redes al mar para comernos lo que ellos cogen. Por qu no ha de existir un proceso inverso, utilizado por seres marinos inteligentes? Como es lgico, lo que les estoy exponiendo es una hiptesis humana. Eso es lo que todos nosotros estamos tratando de hacer con nuestros porqus. Lo malo de esto es que todos hemos ledo muchos relatos en que los invasores se comportan y proceden como seres humanos, a pesar del tipo o de la forma que puedan tener, y no podemos concebir la idea de que puedan comportarse de modo diferente a como nosotros pensamos. Efectivamente, no existe razn alguna para que sea as; en cambio, hay muchas razones para que no sea as. - Comedores! - repiti Phyllis, pensativa -. Es horrible! Pero puede ser. Bocker dijo con firmeza: - Dejaremos a un lado estos porqus. Tal vez sepamos ms de ellos ms adelante, o no. Ahora lo importante es el cmo: cmo parar las cosas y cmo atacarlas. Hizo una pausa. Debo confesar que yo continu pensando en los porqus... y experimentando la sensacin de que, aunque el significado fuera exacto, Phyllis debera haber elegido un trmino ms agradable y ms digno que el de comedores. Bocker continu hablando. - Al parecer, los disparos de los fusiles corrientes no producen efecto alguno en esos tanques marinos ni en esas cosas con aspecto de pompas de jabn..., a menos que sean vulnerables en sitios que no fueron encontrados. No obstante, las balas de los caones pueden romper la cubierta. La manera en que entonces se desintegran sugiere que est ya bajo una tensin muy fuerte, y no muy lejos de romperse. De esto podemos deducir que en el caso de April Island hubo un disparo afortunado o se emple una granada. Lo que vimos anoche explica razonablemente los relatos de los nativos sobre ballenas y babosas. Esos tanques marinos, a cierta distancia, pueden ser tomados por ballenas. Y respecto a las babosas, no se equivocaron mucho... Indudablemente, las cosas, deben de hallarse muy ntimamente relacionadas con los celentreos... Respecto a los tanques
marinos, su contenido parece ser, simplemente, masas gelatinosas aprisionadas bajo enorme presin... Pero es difcil creer que eso pueda ser realmente as. Aparte de cualquier otra consideracin, es evidente que hay que pensar en la existencia de algn mecanismo capaz de impulsar esos cascos inmensamente pesados. Esta maana fui a examinar el camino por donde haban pasado. Algunas de las piedras estn hundidas y otras partidas debido al peso de esos armatostes; pero no pude encontrar ninguna huella ni nada que demostrase que las cosas avanzaban por medio de tentculos como yo crea. Me parece que, por ahora, hemos fracasado... Indudablemente, existe una inteligencia de alguna clase..., aunque no parece ser muy alta ni tampoco muy bien coordinada. De todas formas, fue un acierto conducirlos desde el muelle a la plaza, que era el mejor sitio donde podan operar. - Hemos visto tanques del Ejrcito llevarse las esquinas de las casas como stos hicieron - observ. - Esa es una posible indicacin de coordinacin pobre - replic Bocker, en cierto modo molesto -. Bien. Tienen ustedes que aadir alguna observacin a lo que acabo de decir? Mir a su alrededor inquisitivamente. - No hay nada ms? Nadie observ si los disparos producan algn efecto sobre esas formas tentaculares? - pregunt. - Por lo que yo pude ver, o los disparos se hacan a tontas y a locas, o las balas atravesaban los tanques sin producirles dao - le dijo Ted. - Hum! - grit Bocker, y permaneci pensativo durante un rato. - Qu? - le pregunt. - Estaba diciendo justamente celentreos tentaculares de mil brazos. - Oh! - exclame. Nadie hizo comentario. Los cuatro continuamos sentados mirando hacia el inocente y azulado mar. Entre los peridicos que adquir en el aeropuerto de Londres se hallaba un ejemplar de The Beholder de aquel da. Aunque no dejo de admitir que posee sus mritos y, en ciertos asuntos, sus criterios son bastante buenos, siempre me produce la impresin de que es ms dado a expresar primero sus prejuicios y despus sus pensamientos. Tal vez lo dejara para el da siguiente. Sin embargo, descubr en este ejemplar un artculo titulado: El doctor Bocker aparece otra vez, que no alter mi impresin. El texto se expresaba aproximadamente asi: Ni el valor del doctor Alistair Bocker, yendo al encuentro de un dragn submarino, ni su perspicacia en deducir correctamente dnde podra encontrarse al monstruo, puede discutirse. Las horribles y fantsticamente repulsivas escenas que la E.B.C. nos present en nuestros hogares el jueves pasado hicieron que nos maravillramos ms de que una parte de la expedicin sobreviviera, que del hecho de que cuatro de sus miembros perdieran la vida. El propio doctor Bocker ha de ser felicitado por haber escapado a costa de una simple torcedura de tobillo cuando le arrancaron zapato y calcetn, as como otro de los miembros de la expedicin por su extraordinario rescate. Sin embargo, aunque este asunto fue horrible y valioso, como pueden probarlo algunas de las observaciones del doctor al sugerir contramedidas, sera un error para l suponer que se le ha concedido ya una licencia ilimitada para readoptar su primitivo papel como primer espantapjaros mundial. Nos inclinamos a atribuir su sugerencia de que deberamos proceder de inmediato a preparar virtualmente para la batalla toda la lnea costera occidental del Reino Unido como efecto para realizar modernos experimentos enervantes sobre un temperamento que nunca ha huido de lo sensacional, ms que como para obtener conclusiones de madurada consideracin.
Analizaremos la causa de esta recomendacin que limita con el pnico. Es la siguiente: un nmero de pequeas islas, todas ellas situadas dentro de los trpicos, han sido atacadas por alguna influencia marina de la que nosotros, hasta el momento, sabemos muy poco. En el transcurso de estos ataques han perdido la vida algunos centenares de personas..., cuyo nmero, en realidad, no es superior al de las que mueren en las carreteras en pocos das. Esto es lamentable y desagradable; pero apenas tiene fuerza para apoyar la sugerencia de que nosotros, situados a miles de kilmetros del ms cercano de esos incidentes, hayamos de proceder, a expensas de los contribuyentes, a rodear nuestras costas de armas y vigilantes. De seguir esta tctica, hubiramos tenido que construir en Londres edificios a prueba de terremotos solamente por el hecho de que en Tokio se producen con frecuencia.... Y continuaba de la misma forma. Cuando terminaron con el pobre Bocker, no haba por dnde cogerlo. No le ense el peridico. Ya tendra tiempo de enterarse, porque The Beholder tena la costumbre de machacar sin compasin. El helicptero nos dej en la terminal, y Phyllis y yo aprovechamos para escabullirnos cuando los periodistas cayeron sobre Bocker. Que el doctor Bocker fuera discutido no quera decir que fuera desdeado. La mayor parte de la prensa se haba dividido en pro y en contra del sabio, y, a los pocos minutos de llegar a nuestro piso, empezaron a telefonearnos representantes de ambos campos para obtener informacin directa. Despus de cinco o seis llamadas, aprovech un intervalo para telefonear a la E.B.C. Les dije que bamos a descolgar el auricular y que hicieran el favor de recoger en cinta magnetofnica el nombre de los que llamaran. As lo hicieron. A la maana siguiente haba una lista completa. Entre los que deseaban hablar con nosotros estaba el nombre del capitn Winters, con el nmero del telfono del Almirantazgo al lado. Phyllis habl con l. Nos haba llamado para que le confirmramos nuestro informe como testigos visuales y para darnos las ltimas noticias de Bocker. Al parecer, insista firmemente en la teora anteriormente sustentada: que los tanques marinos carecan de intelecto, que este intelecto se hallaba en alguna parte de las profundidades, el cual los diriga a distancia por algn medio hasta el momento desconocido. Pero, al parecer, la conmocin mayor la haba producido el empleo de la palabra seudocelentreo. Como Winters seal: - Dice que no son celentreos, ni animales, ni seres vivos, en el sentido real de la palabra, sino que pueden ser muy bien construcciones orgnicas artificiales elaboradas con un propsito especial. Por telfono ley a Phyllis el informe de Bocker sobre el asunto: - Es concebible que puedan construirse tejidos orgnicos de manera anloga a la empleada por los qumicos para producir plsticos de una estructura molecular determinada. Si fuera posible hacer esto, y los resultados fueran suficientemente sensibles a los estmulos administrados fsica o qumicamente, se producira, al menos de forma temporal, un componente que un observador inepto apenas sabra diferenciar de un organismo vivo. Mis observaciones me llevan a sugerir que esto es lo que se ha hecho, habiendo elegido la forma del celentreo, entre otras muchas que hubieran podido servir para el propsito, por su sencillez de elaboracin. Es posible que los tanques marinos sean una variante del mismo invento. En otras palabras, estamos siendo atacados por mecanismos orgnicos dirigidos desde un control remoto o predeterminado. Si consideramos esto a la luz del control que nosotros mismos somos capaces de ejercer a distancia sobre materiales inorgnicos, como el de los missiles dirigidos, o predeterminadamente, como se hace con los torpedos, el asunto resulta menos alarmante de lo que pareci al principio. En realidad, puede ser que, una vez averiguada la tcnica de la construccin
hacia una forma sistemticamente natural, su control presente problemas menos complejos que muchos de los que nosotros hemos tenido que resolver para controlar lo inorgnico. - Oh..., oh..., oh! - exclamo Phyllis, molesta - Me entran ganas de correr en busca del doctor Bocker y darle una paliza. Me prometi que no dira nada an sobre ese seudoasunto. Es una especie de enfant terrible nacido naturalmente, y eso le da derecho a una buena paliza. Espere a que me halle a solas con l. - Perjudicar por completo su caso - convino el capitn Winters. - Perjudicarlo! Alguien entregar eso a los peridicos y lo tomarn como otra fantasa de Bocker; todo el asunto se transformar en una payasada... y dar lugar a que las personas sensibles se pongan en contra de cuanto l diga..., justamente ahora, cuando ha conseguido averiguar algo y empezaba a vivir la vida de las cosas de las profundidades!... Sigui una semana muy mala. Aquellos peridicos que ya haban adoptado la misma actitud desdeosa y burlona del The Beholder respecto a las fortificaciones costeras, acogieron con indescriptible jbilo las sugerencias seudobiticas. Los escritores de editoriales llenaron sus plumas de sarcasmos y un grupo de cientficos, que ya haba zurrado a Bocker antes de su ltima expedicin, lo trituraron an ms. Casi todos los caricaturistas descubrieron simultneamente por qu sus fines polticos favoritos nunca haban parecido completamente humanos. La otra parte de la prensa, que estaba de acuerdo con una defensa eficaz de las costas, continu fantaseando sobre el tema de las estructuras seudovivas que an podan crearse, y peda una defensa an mayor contra las horribles posibilidades imaginadas por su plana mayor. Entonces el capitoste inform a la E.B.C. que sus compaeros de direccin consideraban que la reputacin de su producto podra daarse si continuaba asociado a esa nueva ola de notoriedad y controversia que se haba levantado en torno al doctor Bocker, y propuso cancelar los compromisos existentes. Los directores de la E.B.C. empezarn a tirarse de los pelos. Los jefes de propaganda, siguiendo los viejos mtodos, opinaron que cualquier clase de propaganda era siempre beneficiosa. El capitoste habl de la dignidad y tambin del peligro que corra la venta del producto que ellos patrocinaban al ir asociado a las teoras de Bocker, temiendo el efecto perjudicial que eso podra tener en los grandes mercados. La E.B.C. par el golpe haciendo observar que la publicidad hecha haba ligado para siempre los nombres de Bocker y del producto en el pensamiento pblico. Nada se ganara con dar marcha atrs; por tanto, consideraban que la firma deba continuar adelante, haciendo lo posible por sacar el mayor valor al dinero invertido. El capitoste respondi que su firma haba intentado contribuir seriamente a la instruccin y a la seguridad pblica organizando una expedicin cientfica, no una vulgar payasada. Por ejemplo, justamente la noche anterior uno de los propios cmicos de la E.B.C. haba sugerido que la seudovida poda explicar un misterio mucho tiempo latente referente a su suegra, y si esas cosas iban a continuar sucediendo, etctera. La E.B.C. prometi que, en lo sucesivo, esas cosas no contaminaran la atmsfera, y seal que si no se daban las series programadas sobre la expedicin Bocker despus de las promesas hechas, gran nmero de consumidores del producto pensaran, verosmilmente, que la firma que encabezaba el capitoste que las haba apadrinado no era digna de confianza... Los miembros de la E.B.C. desplegaron una simpata tremendamente corts hacia cualquier componente de nuestra expedicin que tenan la suerte de encontrar. Sin embargo, el telfono continuaba an trayendo sugerencias y suaves cambios de poltica. Nosotros hicimos lo que nos parecin mejor. Escribimos sin parar, procurando satisfacer a todas las partes. Fueron explosivas dos o tres conferencias precipitadas con
el propio doctor Bocker, que se pas la mayor parte del tiempo amenazando con echarlo todo a rodar porque la E.B.C., demasiado evidentemente, no le haba puesto junto a un micrfono para hablar en directo, sino que insista en grabar cintas magnetofnicas. Al fin estuvieron terminados los relatos. Estbamos demasiado cansados de ellos para discurrir algunos ms. Hicimos, pues, nuestro equipaje precipitadamente y nos marchamos sin conmiseracin hacia la paz y la soledad de Cornwall. La primera cosa perceptible cuando nos acercamos a Rose Cottage fue una innovacin. - Cielos! - exclam -. Tenemos algo perfectamente bueno dentro de casa. Si espero a venir aqu a sentarme al aire libre, es porque muchos de tus sesudos amigos... - Es un emparrado - me interrumpi Phyllis con frialdad. Lo mire con ms detenimiento. La arquitectura se sala de lo normal. Hasta una de las paredes me produjo la impresin de que estaba un poco inclinada. - Para qu necesitamos un emparrado? - pregunt. - Bueno, a uno de nosotros puede gustarnos trabajar ah los das que sean muy calurosos. Frena el viento y evita que vuelen los papeles. - Oh! - exclam. Con tono defensivo en la voz, aadi: - Despus de todo, cuando uno est enladrillando, tiene que construir algo. Qu alivio estar de regreso! Era difcil, hallndose all, creer que exista en el mundo un lugar llamado La Escondida, y an ms difcil creer en tanques marinos y en gigantescos celentreos, falsos o no. A pesar de todo, no me consideraba capaz de relajarme a gusto, de descansar como esperaba... Durante la primera maana, Phyllis sac las cuartillas de su frecuentemente abandonada novela y con aire desafiante las llev al emparrado. Vagabunde por los alrededores, preguntndome por qu la sensacin de paz que yo esperaba no flotaba sobre m. El mar continuaba azotando la costa como desde tiempo inmemorial. En realidad, era difcil imaginar novedades tan morbosas como las que se haban deslizado por las playas de La Escondida. Bocker apareca, en el recuerdo, como un duendecillo travieso en posesin de un poder de alucinacin. Fuera de su espacio, el mundo era un lugar esplndido, perfectamente ordenado. Al menos, as pareca por el momento; aunque he de confesar que esta opinin no me dur mucho, sobre todo cuando, pocos das despus, dejando aparte mi juicio particular, ech sobre l una mirada ms general. El transporte areo nacional funcionaba ya, aunque cubriendo nada ms que las necesidades primordiales. Se haba descubierto que dos enormes transportes areos volando a todo motor podan realizar en menos tiempo el mismo servicio que los buques de mercanca en un tiempo mayor; pero el coste era muy elevado, y a pesar del sistema de racionamiento, el coste de la vida se haba elevado ya en un doscientos por ciento aproximadamente. Reducido el comercio a lo esencial, se hallaban en sesin casi permanente media docena de conferencias econmicas. La sensacin general era que se haca necesario un incremento en el impuesto de lujo. No haba duda de que se estaba fraguando un rgido reajuste de tarifas. An se encontraban algunos barcos cuya tripulacin estaba dispuesta a hacerse a la mar; pero las compaas de seguros elevaron su prima de tal forma, que slo poda pagarse cuando las necesidades del transporte lo hacan indispensable. Alguien, en alguna parte, se haba dado cuenta, en un momento de inspiracin, de que por todo barco perdido se cobraba un buen seguro, y hubo en todo el mundo un frentico deseo de fletar buques de todas clases y modelos. Tambin hubo una propuesta de construir transatlnticos en masa, pero se pens que eso llevara mucho tiempo.
En todos los pases martimos, los jvenes trabajaban firmemente. Todas las semanas se sacaban a la luz nuevos proyectos, algunos con bastante xito para ponerlos en prctica..., pero casi nunca llegaban a prosperar. Sin embargo, era indudable que algn da los cientficos encontraran la respuesta a todo aquello... y siempre poda ser el da siguiente. Por lo que yo pude enterarme, la fe general en los cientficos era ahora, en cierto modo, superior a la de los cientficos en s mismos. Su fracaso como salvadores empezaba a oprimirlos. Su principal dificultad no era tanto su infecundidad de invencin como su falta de informacin. Necesitaban ms datos, y no podan obtenerlos. Uno de ellos me indic: - Si usted intenta hacer una trampa para cazar un fantasma, cmo se las compondra?... Sobre todo, si no tiene a mano un pequeo fantasma para practicar... Estaban preparados para atrapar una brizna de paja..., lo cual poda ser muy bien la razn de que solamente entre una seccin desesperada de los cientficos se hubiera tomado muy en serio la teora de Bocker sobre las formas seudobiticas. En cuanto a los tanques marinos, los peridicos ms decididos les dedicaron mucho tiempo y espacio; de esta forma se convirtieron en noticias giratorias. Partes seleccionadas de las pelculas de La Escondida se pasaron con nuestros relatos en la E.B.C. A la B.B.C se le entregaron unas secuencias para que las diera en sus noticias. Se trataba de una cortesa por nuestra parte. En realidad, la tendencia a considerar las cosas en una extensin que estaba causando alarma me extra hasta que descubr que, en ciertos barrios, todo lo que entretena la atencin, apartndola de los quebraderos de cabeza domsticos, se consideraba magnfico, y no haba duda de que los tanques marinos cumplan a la perfeccin este propsito. Sin embargo, sus devastaciones se iban convirtiendo en asuntos muy serios. En el corto plazo de tiempo que haba transcurrido desde que nos marchamos de La Escondida, tuvimos noticias de que haban sido invadidos diez u once lugares situados en el rea del Caribe, entre ellos una ciudad martima de Puerto Rico. Solamente la rpida actuacin de los aviones de la base norteamericana de las Bermudas cort un ataque ms al interior. Pero sta fue una accin en corta escala comparada con lo que estaba sucediendo en la otra parte del mundo. Informes, al parecer dignos de crdito, hablaban de una serie de ataques realizados en la costa oriental del Japn. En Hokkaido y en Honshu haban tenido lugar ataques ralizados por una docena o ms de tanques marinos. Ms al sur, en la zona del mar de Banda, los informes eran confusos, pero, evidentemente, relacionados con un considerable nmero de ataques en varias escalas. Mindanao iba en cabeza al anunciar que cuatro o cinco de sus ciudades costeras orientales haban sido atacadas simultneamente, en una operacin en la que debieron de utilizarse por lo menos sesenta tanques marinos. Para los habitantes de Indonesia y de las Filipinas, esparcidos por innumerables islas situadas en alta mar, la perspectiva era muy diferente a la que hacan frente los britnicos, reunidos en su isla, con un somero mar del Norte, que no mostraba seales de anormalidad a su espalda. Entre los isleos, los informes y los rumores se esparcan como un reguero de plvora, haciendo que todos los das miles de personas abandonaran las costas y huyeran llenas de pnico tierra adentro. Algo parecido, aunque no a la misma escala de pnico, suceda, al parecer, en las Indias Occidentales. Comenc a darme cuenta de un hecho que nunca haba imaginado. Los informes relataban la existencia de cientos, tal vez de miles de esos tanques marinos..., cifras que indicaban no unos espordicos ataques, sino una campaa ofensiva. - Se les deben proporcionar defensas o dar al pueblo los medios para que se defienda por s mismo - dije -. No se puede asegurar la economa en un lugar donde todo el mundo tiene miedo a permanecer cerca de la costa. Hay que hacer todo lo posible por el pueblo que trabaja y vive all.
- Nadie sabe en dnde atacarn la prxima vez, y hay que actuar sobre la marcha cuando tal cosa ocurre - respondi Phyllis -. Eso significara poner las armas en manos del pueblo. - Bien. Entonces, habr que entregarle armas. Caramba, no es funcin del Estado privar a su pueblo de los medios de autoproteccin! - No? - pregunt Phyllis, reflexiva. - Qu quieres indicar? - No has considerado como un hecho extrao que todos nuestros gobiernos, que no se cansan en afirmar que gobiernan por la voluntad del pueblo, evitan el riesgo de poner las armas en manos de sus sbditos? No es casi un principio que a un pueblo no se le puede consentir que se defienda por s mismo, sino que se le debe obligar a defender a su gobierno? El nico pueblo conocido que goza de la confianza de su gobierno es el suizo, y, por ser un pas interior, no tiene nada que hacer en este asunto. Estaba asombrado. La respuesta de mi mujer se hallaba fuera de lo normal. Phyllis me daba la impresin de que tambin estaba cansada. - Qu te pasa, Phyllis? Se encogi de hombros. - Nada, excepto que a veces me siento fastidiada de tener que aguantar tantos fingimientos y engaos, y admitir que las mentiras no son mentiras y la propaganda no es propaganda. Procurar apartarlo de mi mente otra vez... No deseas algunas veces haber nacido en la Era de la Razn, en lugar de en la Era de la Razn Aparente? Estoy segura de que dejarn que esas horribles cosas maten a miles de personas antes de arriesgarse a entregarles armas bastante poderosas para defenderse por s mismas. Y expondrn argumentos poderossimos de por qu es mejor as. Qu importan unos miles o unos millones de seres? Las mujeres continuarn pariendo, dando hombres al mundo. Pero los gobiernos son importantes... No se les debe poner en peligro. - Cario... - Por supuesto, habr indicios de que se tomarn medidas. Acaso se instalen pequeas guarniciones en lugares importantes, estratgicos. Los aviones estarn preparados para acudir a la menor llamada..., y acudirn despus que haya sucedido lo peor..., cuando los hombres y las mujeres hayan sido atados, amontonados y echados a rodar por esas horribles cosas, y las muchachas, cogidas por el pelo, hayan sido arrastradas por el suelo como la pobre Muriel, y las personas hayan sido partidas en dos, como aquel hombre que fue cogido por dos de ellos a la vez..., entonces los aviones llegarn, y las autoridades declararn que lamentan haber llegado un poco tarde, pero que existen dificultades tcnicas en tomar medidas adecuadas. se es el modo corriente de actuar, no? - Pero, Phyllis, cario... - S, Mike, lo que vas a decirme, pero estoy asustada. Nadie hace en realidad nada. No existe realizacin, ni un genuino intento de cambiar las frmulas para enfrentarse con ello. Los barcos navegan lejos de los mares profundos; Dios sabe cuntos de esos tanques marinos estarn preparados para atacar, atrapar y llevarse a las personas. Nos dicen, Querido, querido! Qu prdida comercial!, y hablan, hablan, hablan, como si todo fuera a terminarse con slo hablar mucho. Cuando alguien como Bocker sugiere que se debe hacer algo, lo echan por tierra y le tachan de sensacionalista... o de alarmista. Cuntas personas consideran que deben morir antes de que deban hacer algo? - Pero ellos estn intentando, ya lo sabes, Phyllis... - Que lo estn intentando? Creo que estn contrapesando las cosas todo el tiempo. Cul es el coste mnimo a que puede conservarse el prestigio poltico en las actuales condiciones? Cuntas prdidas de vida necesitar el pueblo antes que ellos lo consideren un peligro? Sera o no inteligente declarar la ley marcial? Etctera, etctera. En lugar de admitir la existencia del peligro y actuar en consecuencia... Oh, yo podra...! Se call de repente. Su expresin cambi.
- Lo siento, Mike. No debera haber expuesto teoras como stas. Debo de estar cansada, o algo por el estilo. Y se alej de m con el decidido propsito de que no la siguiera. Aquella explosin me perturb de mala manera. Nunca la haba visto en un estado semejante desde haca muchsimos aos. Efectivamente, desde que muri nuestro beb. A la maana siguiente no sucedi nada que me tranquilizara. Di la vuelta al cottage y me la encontr sentada en aquel ridculo emparrado. Sus brazos estaban extendidos sobre la mesa delante de ella; su cabeza descansaba sobre ellos, con los cabellos desparramados encima de las desordenadas cuartillas de la novela. Estaba llorando desesperadamente, firmemente. Le levant la barbilla y la bes. - Cario..., cario..., qu te...? Me mir con las lgrimas an corriendo por sus mejillas. Dijo, desconsolada: - No puedo hacerlo. Me es imposible trabajar. Mir desesperada a las cuartillas escritas. Me sent a su lado y le rode el busto con mi brazo. - No importa, querida. Ya lo hars... - No, Mike. Cada vez que lo intento, otros pensamientos acuden en su lugar. Estoy atemorizada. La abrac con fuerza. - No hay motivo alguno para que ests atemorizada, cario. Alz los ojos hacia m. - T no ests asustado? - me pregunt. - Nos hacemos viejos - le respond -. Hemos gastado demasiadas energas en escribir nuestros relatos. Vmonos a la costa norte. Tal vez sea un buen da hoy para hacer esqu nutico. Se enjug suavemente los ojos. - Muy bien - respondi, con una mansedumbre desacostumbrada. Realmente necesitbamos relajarnos para conseguir que desapareciera el temor concentrado en nosotros. As, pues, descansamos completamente durante seis semanas. No escribimos ningn relato, no atendimos al telfono, no pusimos la radio, no hicimos caso de la novela. Claro est que estas seis semanas me haban convertido en un adicto a esta vida y hubiera continuado con ella muchas semanas ms si el azar no me hubiera conducido una tarde a las seis a una pequea taberna. Cuando me hallaba sentado a la barra tomando mi segunda caa de cerveza, el tabernero puso la radio para or el boletn de noticias. Toda la torre de marfil que yo haba levantado con tanto cario se vino abajo a las primeras frases. La voz del locutor deca: - An no conocemos todos los detalles de la accin de esos desconocidos en el distrito Oviedo - Santander, y las autoridades espaolas creen que nunca podrn conocerse definitivamente. Los medios oficiales admiten que el clculo de tres mil doscientos accidentes, incluyendo hombres, mujeres y nios, hay que tomarlo con reserva, pues acaso sea un quince o un veinte por ciento inferior a la cifra actual. Hoy, en el Parlamento, el jefe de la oposicin, tras expresar el sentimiento de simpata por su partido hacia el pueblo espaol, corroborando las palabras del primer ministro, seal que los accidentes en esta tercera serie de ataques, el realizado contra Gijn, hubiera sido considerablemente ms grave si el pueblo no hubiera realizado la defensa por sus propias manos. El pueblo, dijo, estaba autorizado para defenderse. Fue excelente decisin del gobierno proveerle de armas. Si un gobierno descuida tal deber, nadie puede condenar a un pueblo por dar los pasos necesarios para llevar a cabo su propia proteccin. Sera mucho mejor estar preparado con una fuerza organizada.
El primer ministro replic que la naturaleza de los pasos que se dieran, si fuera necesario, estara dictada por la emergencia, si alguna surgiera. Continu diciendo que aqullas eran aguas profundas. En cambio, era un consuelo considerar que las Islas Britnicas se hallaban situadas en aguas poco profundas. El tabernero se acerc a la radio y la apag. - Caramba! - exclam -. Se estomaga uno. Siempre el mismo tema sangriento. Le tratan a uno como si fuera un conjunto de muchachos sanguinarios. Lo mismo que durante la guerra. Los guardias vigilando, a la caza de los terribles paracaidistas, y todos con el espritu sanguinario a cuestas. Como alguien dijo: Pero qu clase de pueblo sanguinario creen ellos que somos?. Le ofrec una copa, dicindole que haca muchos das que no oa ninguna noticia, y le pregunt qu pasaba. Dejando a un lado su monotona adjetiva, y completando la informacin con lo que pude enterarme ms tarde, resumir lo que me dijo: Durante las pasadas semanas, los ataques se haban extendido ms all de los trpicos. En Bunbury, a unos doscientos kilmetros aproximadamente de Fremantle, en Australia Occidental, un contingente de cincuenta o ms tanques marinos haban desembarcado e invadido la ciudad antes que se diera ninguna seal de alarma. Unas cuantas noches despus, La Serena, en Chile, fue tomada igualmente por sorpresa. Al mismo tiempo, en el rea de Centroamrica, los tanques haban cesado de ser dirigidos hacia las islas, y haba habido un nmero de incursiones, grandes y pequeas, contra las costas del golfo de Mxico y del Pacfico. En el Atlntico, las islas de Cabo Verde haban sido atacadas repetidamente, y la accin se haba extendido hacia el norte, hacia las islas Canarias y de Madeira. Se haban llevado a cabo algunos asaltos en pequea escala, tambin contra la costa africana. Europa permaneca como espectador interesado. En opinin de sus habitantes, su base de estabilidad es firme. Los huracanes, las tempestades, los terremotos, etc., son extravagancias excelentemente dirigidas para que sucedan en las partes ms exticas y menos sensibles de la Tierra; todos los daos europeos importantes fueron causados, tradicionalmente, por el propio hombre en peridicos accesos de locura. Por eso, no se esperaba en serio que el peligro se acercara ms ac de la isla de Madeira... o, acaso, de Rabat o Casablanca. Por consiguiente, cuando, cinco noches antes, los tanques marinos se arrastraron por el fango, cruzaron la playa y subieron hasta Santander, no se encontraron solamente con una ciudad desprevenida, sino tambin carente de toda clase de informacin sobre ellos. Alguien telefone a la guarnicin del cuartel que submarinos desconocidos estaban invadiendo el puerto; alguien tambin llev la noticia de que los submarinos estaban desembarcando tanques, y alguien ms contradijo la anterior informacin asegurando que los propios submarinos eran anfibios. Puesto que algo era cierto, aunque oscuro y extrao, los soldados salieron a investigar. Los tanques marinos continuaban su marcha lentamente. Los soldados, cuando llegaron, se vieron forzados a abrirse camino por entre masas de habitantes en oracin. En varias calles, las patrullas llegaron a una decisin similar: si se trataba de una invasin extranjera, su deber era rechazarla; si se trataba de algo diablico, la misma accin, aunque carente de efectividad, los pondra al lado de Dios. Abrieron, pues, fuego. Despus de eso, todo se haba convertido en un caos de ataques, contraataques, partidismo, incompresin y exorcismo, en medio de lo cual los tanques marinos se situaron para exudar sus celentreos revolucionarios. Slo cuando se hizo de da y los tanques marinos se haban retirado, fue posible salir de la confusin; pero para entonces haban desaparecido dos mil personas aproximadamente. - Cmo es posible que desaparecieran tantas? Es que todo el pueblo se haba echado a la calle a rezar? - pregunt.
El tabernero me contest que, segn las noticias propagadas por los peridicos, el pueblo no se dio cuenta de lo que estaba pasando. Como no haba ledo nada ni estaba interesado por lo que ocurra en el mundo exterior, no tuvo idea de lo que iba a suceder hasta que el primer celentreo lanz sus pelitos. Entonces cundi el pnico. Los ms afortunados echaron a correr; los otros se refugiaron a la velocidad del rayo en las casas ms cercanas. - Deban de haberse hallado completamente a salvo all - dije. Pero, al parecer, yo estaba anticuado. Desde que los vimos en La Escondida, los tanques marinos haban aprendido algunas cosas; entre ellas, que si el piso bajo de un edificio se destruye, el resto se viene abajo, y una vez que los celentreos han provocado el pnico en esas casas, comienza la demolicin. El pueblo metido en los edificios tena que elegir entre dejar que la casa se hundiera con ellos o salir precipitadamente de ellas para salvarse. A la noche siguiente, vigilantes de varios pueblecitos y aldeas del oeste de Santander descubrieron marcas de tanques marinos dirigindose hacia tierra. Hubo tiempo de levantar a los habitantes y hacer que huyeran. Una unidad de las fuerzas areas espaolas estaba preparada, y entr en accin con focos y caones. En San Vicente volaron media docena de tanques marinos en su primer ataque, y se rechaz el resto. Los defensores consiguieron apoderarse del ltimo de ellos cuando le faltaba pocos centmetros para sumergirse. En los otros lugares donde desembarcaron, las defensas se comportaron casi del mismo modo. No fueron soltados ms de tres o cuatro celentreos en total, y slo una docena, aproximadamente, de pueblerinos fue apresada por ellos. Se estimaba que unos cincuenta tanques marinos haban tomado parte en la accin, de los cuales slo haban vuelto a las profundidades del mar cuatro o cinco. Era una magnfica victoria, y el vino corri en abundancia para celebrarla. A la noche siguiente, hubo vigilantes a lo largo de toda la costa, preparados para dar la voz de alarma en cuanto la primera joroba oscura hiciera su aparicin fuera del agua. Pero durante toda la noche las olas acariciaron suavemente las playas, sin que nada interrumpiera ni rompiera su montona placidez. A la maana siguiente se vio claro que los tanques marinos, o quienes los dirigieran, haban aprendido una dolorosa leccin. Los pocos que sobrevivieron al ataque estaban, por lo visto, dispuestos a invadir lugares menos alertados. Durante el da amain el viento. Por la tarde se levant niebla, que por la noche espes, impidiendo toda visibilidad a pocos metros de distancia. En alguna parte, aproximadamente a las diez y media de la noche, los tanques marinos, comenzaron a surgir pausadamente de las tranquilas aguas de Gijn, sin un solo ruido que revelara su presencia hasta que sus barrigas metlicas empezaron a arrastrarse cuesta arriba. Los pocos barcos que estaban anclados todava en el muelle fueron apartados a un lado o aplastados por el avance de los tanques marinos. Fue el crujido del maderamen lo que sac a los hombres de las posadas situadas a orillas del mar para investigar. Con la niebla podan ver poco. El primer tanque marino debi de enviar pompas de celentreos por los aires antes que los hombres se dieran cuenta realmente de lo que estaba sucediendo, porque ahora todo eran gritos, aullidos y confusin. Los tanques marinos avanzaban lentamente a travs de la niebla, crujiendo y chirriando por las estrechas calles, mientras que detrs de ellos continuaban saliendo del agua muchos ms. El muelle se vio invadido por el pnico. La gente hua corriendo de un tanque para tropezar con otro. Sin esperar a nada, unos pelitos en forma de ltigo fustigaron en la niebla, encontrando sus vctimas y empezando a contraerse. Un poco despus hubo un pesado chapoteo mientras rodaban con sus fardos por el malecn, en su retirada hacia el agua. La alarma, corriendo ciudad arriba, lleg a la comisara. El oficial de servicio dio por telfono la seal de alerta. Escuch y, luego, colg el auricular lentamente.
- Nos prepararemos - dijo -, aunque no creo que podamos hacer nada. Dio orden de sacar los fusiles y de que se entregaran a todo hombre capaz de manejarlo. - No conseguiremos nada, pero puede haber suerte. Vigilen atentamente, y si encuentran un punto vital, informen en seguida. Despach a los hombres con poca esperanza de que pudieran ofrecer algo ms que una escasa resistencia. Oy ruido de disparos. De pronto hubo una explosin que hizo temblar los cristales de las ventanas; luego, otra. Son el telfono. Una voz nerviosa explic que un grupo de trabajadores portuarios estaba arrojando cartuchos de dinamita y de gelignita debajo de los tanques marinos que avanzaban. Otra explosin conmovi de nuevo las ventanas. El oficial actu deprisa. - Perfectamente. Busquen al jefe. Autorcele de mi parte. Procure que sus hombres despejen a la gente - orden. Esta vez no fue muy sencillo intimidar a los tanques marinos, siendo difcil obtener datos e informes. Se estim que el nmero de los destruidos oscilaba entre treinta y setenta, hallndose el nmero de los que intervinieron entre cincuenta y ciento cincuenta. Segn estas cifras, la fuerza tuvo que ser considerable, y la presin ces nicamente un par de horas antes de amanecer. Cuando sali el sol para disipar lo que quedaba de niebla, alumbr una ciudad mutilada en parte y completamente cubierta de sustancia viscosa; pero tambin una poblacin que senta, a pesar de algunos centenares de vctimas, que haba ganado honores en la batalla. El informe, como yo lo obtena del tabernero, era breve; pero inclua los puntos principales. Termin con esta advertencia: - Reconocen que hubo ms de un centenar de esas malditas cosas destruidas en las dos noches. Adems, estn tambin todas esas que invadieron otros lugares... Por lo menos, debe de haberse destruido un millar de esos bastardos que surgen del fondo del mar. Yo digo que, en algn momento, se les podr dar un buen escarmiento. Pero no. No existe motivo de alarma, dice el condenado gobierno. Hum! Continuar no habiendo causa para alarmarse hasta que unos cuantos centenares de infelices diablos, en alguna parte de estas islas, desaparezcan a manos de esas condenadas babosas. Entonces, todo sern rdenes de emergencia y de condenado pnico. Ya lo vera. - El golfo de Vizcaya es muy profundo - seal -. Mucho ms profundo que todo el agua que tenemos a nuestro alrededor. - Y qu? - pregunt el tabernero. Cuando volv a pensar en esta pregunta, me di cuenta de que era excelente. Las verdaderas fuentes de perturbacin se hallaban, sin duda alguna, en las ms grandes profundidades, y las primeras invasiones de la superficie terrestre tuvieron lugar cerca de esas grandes Profundidades. Pero no exista ningn fundamento para asegurar que los tanques marinos deban operar siempre cerca de una Profundidad. En realidad, desde un punto de vista puramente mecnico, escalar una pendiente ligeramente inclinada seria para ellos ms fcil que una escarpada... no? Tambin exista el punto de que cuanto ms profundo estuvieran, menos energa tendran para dirigir su peso. De nuevo surga el hecho de que nosotros sabamos demasiado poco de ellos para hacer profecas que tuvieran algn valor. El tabernero, como cualquier otra persona, tena seguramente razn. As se lo confes, y bebimos con la esperanza de que no la tuviera. Me detuve en la ciudad para mandar un telegrama a Phyllis, que haba ido a Londres por unos das, y regres a casa para empaquetar mis cosas. A la manaa siguiente, me traslad a la capital. Para ocupar el viaje enterndome de lo que pasaba por el mundo, compr una coleccin de peridicos y revistas. El urgente tpico en la mayora de los diarios era preparacin de la costa.... Las izquierdas pedan que se fortificara completamente la
costa atlntica; las derechas rechazaban las oleadas de pnico hablando de fantasas. Aparte de eso, la perspectiva no haba cambiado mucho. Los cientficos no haban inventado an una panacea (aunque el acostumbrado nuevo proyecto estaba a punto de probarse); los barcos mercantes an obstruan los puertos; en las fbricas de aviones trabajaban tres turnos y amenazaban con ir a la huelga, y el Partido Comunista declaraba que cada nuevo avin era un paso hacia la guerra. Mster Malenkov, entrevistado por telegrama, haba dicho que aunque el intensificado programa de construccin de aviones en Occidente no era ms que una parte de un plan fascista - burgus de los fabricantes de armamentos, eso no engaaba a nadie; as, pues, era tan grande la oposicin del pueblo ruso a cualquier idea de guerra, que la produccin de aviones en la Unin Sovitica para la Defensa de la Paz se haba triplicado. En realidad, estaban tan resueltamente determinados los pueblos de las democracias libres a conservar la paz, a pesar de la nueva amenaza imperialista, que la guerra no era inevitable..., aunque exista la posibilidad de que, hartos de la prolongada provocacin, la paciencia de los pueblos soviticos se agotase. Lo primero que advert cuando entr en mi piso fue un gran nmero de cartas sobre el felpudo, y un telegrama, seguramente el mo, entre ellas. Tuve la sensacin de que la casa estaba completamente abandonada. En el dormitorio encontr seales de haberse hecho las maletas precipitadamente; en el fregadero de la cocina encontr algunas piezas de vajilla sin fregar. Mir en el libro diario, pero el ltimo asiento databa de haca tres meses y deca simplemente: Costillas de cordero. Llam por telfono. Fue agradable or la voz de Freddy Whittier celebrando que yo estuviera en circulacin de nuevo. Tras los saludos, dije: - Escucha: he estado tan completamente incomunicado que me parece haber perdido a mi esposa. Puedes t darme una idea...? - De haber perdido tu qu? - pregunt Freddy con tono de voz asustado. - Mi esposa..., Phyllis - repet. - Oh! Cre que habas dicho tu vida. Oh!, ella est bien. Se march con Bocker hace un par de das - le anunci jovial. - Esa no es forma de dar noticias - le dije -. Qu quieres decir con que se march con Bocker? - Pues que se fue a Espaa - me contest -. Estn metidos en un batiscafo o algo por el estilo. En realidad, estoy esperando un mensaje de ella en cualquier momento. - As, pues, me est pisando el trabajo? - Lo est preparando para ti... Es a otra persona a quien le gustara pisrtelo. Es estupendo que hayas regresado. El piso estaba triste. Me sent decado. As, pues, me fui al Club, en donde pas toda la tarde. El timbre del telfono situado a la cabecera de mi cama me despert. Encend la luz. Eran las cinco. - Diga? - pregunt al telfono. Era Freddy. Mi corazn dio un salto al reconocer su voz a tal hora. - Mike? - pregunt a su vez -. Bien. Ponte el sombrero y coge el magnetfono. Un coche se dirige a tu casa para recogerte. Mi cabeza an no recoga bien. - Un coche? - repet -. Acaso Phyl...? - Phyl?... Oh, no! Tu mujer est bien. Su mensaje lleg anoche a las nueve. Segn mis instrucciones, la respuesta inclua tus carios hacia ella. Ahora date prisa, viejo. El coche estar en la puerta de tu casa dentro de unos instantes. - Pero escucha... Aqu no tengo magnetfono. Debe de habrselo llevado Phyl.
- Demonios!... Bueno, intentar llevarte uno al avin, a tiempo. - Al avin? - pregunt. Pero haba sido cortada la comunicacion. Me tir de la cama y empec a vestirme. Antes que terminara son el timbre de la puerta. Era uno de los chferes de la E.B.C. Le pregunt qu demonios pasaba; pero todo cuanto l saba era que en Northolt me estaba esperando un trabajo especial. Busqu mi pasaporte y nos fuimos. Result que no necesitaba el pasaporte. Lo averig cuando me reun con una pequea seccin legaosa de Fleet Street, que estaba reunida en la sala de espera tomando caf. Tambin se hallaba all Bob Humbleby. - Ah! El otro hablador mundial - dijo alguien -. Pens que conoca a mi Watson. - Qu pasa? - inquir -. Me han sacado, aprisa y corriendo, de una caliente aunque solitaria cama; me han trado a gran velocidad en el coche... S, gracias. Un trago de eso hace revivir a cualquiera. El samaritano me miro. - Quieres decir con eso que no has odo nada? - me pregunt. - Odo?... Qu? - Invasin. Lugar llamado Buncarragh, Donegal - me contest telegrficamente -. Y, en mi opinin, muy adecuado tambin. Deben de sentirse realmente en casa entre los trasgos y los duendes. Pero no me cabe duda de que los nativos nos vendrn diciendo despus, que es otra injusticia que el primer lugar de Inglaterra visitado por ellos haya sido Irlanda, y tendrn razn. En verdad era muy extrao encontrar ese mismo olor desagradable a pescado en una aldea irlandesa. La Escondida era, en s misma, extica e inverosmil; pero que la misma cosa sucediera entre estos apacibles verdores y azules nublados; que los tanques marinos hubieran invadido este grupo de pequeos cottages grises y extendido aqu sus tentculos, pareca totalmente absurdo. Sin embargo, all estaban las piedras hundidas del pequeo malecn, las muescas en la playa junto a la muralla del puerto, los cuatro cottages demolidos, las espantadas mujeres que haban presenciado cmo enredaban a sus hombres en las mallas de los pelitos, y, sobre todo, la misma profusin de sustancia viscosa por todas partes, y el mismo olor. Segn dijeron haban estado all seis tanques marinos. Una pronta llamada telefnica hizo venir a un par de combatientes a toda velocidad. Los aviones destruyeron tres, sumergindose el resto en el agua..., aunque no antes que los precediera media poblacin de la aldea, envuelta en sus fuertes tentculos. A la maana siguiente hubo un ataque ms al sur, en Galway Bay. En el momento de regresar a Londres ya haba empezado la campaa. Este no es lugar para hacer un detallado examen de ella. An deben existir copias del informe oficial, y su exactitud ser ms provechosa que mis embrollados recuerdos. Phyllis y Bocker regresaron tambin de Espaa, y ella y yo nos pusimos a trabajar. Desde luego, en una lnea de trabajo en cierto modo diferente, porque las noticias diarias de los ataques de los tanques marinos las proporcionaban ahora las agencias y los corresponsales locales. Nos convertimos en una especie de agentes de la E.B.C. que coordinaban el trabajo de la emisora con el de las Fuerzas Armadas y tambin con Bocker...; al menos, eso era lo que nosotros hacamos: decir a los oyentes lo que podamos acerca de lo que ellos estaban haciendo. Y era mucho. La Repblica de Irlanda haba suspendido, por el momento, el pasado para pedir prestado gran nmero de minas, bazucas y morteros, y luego accedi a aceptar tambin el envo de un contingente de especialistas en el manejo de dichas armas. A todo lo largo de la costa occidental y meridional de Irlanda, escuadrillas de
hombres colocaron campos de minas ms arriba de la lnea de la marea, donde no existan acantilados protectores. En los pueblos costeros, permanecan toda la noche de vigilancia piquetes con armas lanzadoras de bombas. En otros lugares, los aviones esperaban una llamada, as como los jeeps y carros blindados. En el sudoeste de Inglaterra y en las ms dificultosas costas occidentales de Escocia se tomaron precauciones similares. Pero eso no detuvo en absoluto a los tanques marinos. Noche tras noche, en la costa irlandesa, en la costa britnica, a lo largo del golfo de Vizcaya y de la costa portuguesa, realizaban ataques en grande o pequea escala. No obstante, haban perdido su arma ms potente: la sorpresa. Normalmente, los que iban delante daban la voz de alarma al ser volados por los campos de minas; en ese momento en que se abra una brecha, entraban en accin las defensas y la poblacin se pona a salvo. Los tanques marinos que conseguan penetrar hacan algn dao, pero encontraban poca presa, y sus prdidas eran frecuentemente de un ciento por ciento. En el Atlntico, la prdida mayor estaba casi reducida al golfo de Mxico. Los ataques a la costa oriental eran efectivamente tan desmoralizadores que se realizaron pocos al norte de Charleston: en la parte del Pacfico hubo algunos ms arriba de San Diego. En general, fueron las dos Indias, las Filipinas y el Japn quienes continuaron sufriendo ms; pero tambin all estaban aprendiendo a infligir enormes prdidas a cambio de ganancias escasas. Bocker emple mucho tiempo movindose de ac para all, con el fin de convencer a las autoridades para que incluyeran trampas entre las defensas. Tuvo poco xito. Ningn lugar experimentaba deseos de contemplar en sus playas la perspectiva de un tanque marino apresado, capaz de arrojar celentreos por tiempo ignorado; adems, Bocker ni siquiera tena ideas exactas sobre la colocacin de las trampas, aparte de la construccin de gran cantidad de ellas en bases ocultas o eficaces. Se colocaron unos cuantos cepos, pero ninguno apres nada. Ni siquiera el ms esperanzador proyecto de conservar cualquier tanque marino inutilizado o atascado para su examen result mejor. En algunos lugares, los defensores fueron convencidos de que los rodearan con una valla de alambre en lugar de volarlos; pero sa fue la parte ms fcil del problema. Qued sin resolver lo que se hara a continuacin. Cualquier intento de barrenarlos produca invariablemente una expulsin de chorros de sustancia viscosa. Con frecuencia lo hacan antes que se intentara. Bocker sostena que era el efecto de estar expuestos a los rayos ardientes del sol. As, pues, nadie poda decir an que conoca ms de su naturaleza que cuando los vimos por primera vez en La Escondida. Fueron los irlandeses quienes soportaron casi el peso total de los ataques en el norte de Europa, ataques que eran dirigidos, segn Bocker, desde una base situada en alguna parte de la profundidad menor, al sur de Rockall. Desarrollaron tan rpidamente una habilidad con respecto a las cosas, que produca un puntillo de deshonor si alguien intentaba huir. Escocia sufri solamente unas cuantas visitas menores en las islas exteriores, con apenas vctimas. Los nicos ataques a Inglaterra tuvieron lugar en Cornwall y, en su mayora, no tuvieron tampoco gran importancia... La nica excepcin fue una incursin al puerto de Falmouth, donde unos cuantos tanques marinos consiguieron avanzar con xito ms all de la lnea lmite de la marea antes que fueran destruidos, aunque un nmero mucho mayor, segn aseguraron, fue destruido por las cargas de profundidad antes que alcanzaran la costa. Slo unos cuantos das despus de los ataques a Falmouth cesaron las incursiones. Cesaron casi repentinamente, y en lo que se refiere a la masa de tierra ms ancha, completamente. Una semana despus ya no hubo duda de que alguien haba insinuado al Bajo Mando que suspendiese la campaa. Las costas continentales estaban fortificadas como inexpugnables fortalezas, y el intento haba fracasado. Los tanques marinos se dirigan a
lugares menos peligrosos; pero el tanto por ciento de sus prdidas continuaba siendo muy elevado, disminuyendo el nmero de los que regresaban a su base. Quince das despus de la ltima excursin se proclam el fin del estado de emergencia. Algunos das despus Bocker hizo por radio sus comentarios sobre la situacin. - Algunos de nosotros - dijo -, algunos de nosotros, aunque no los ms juiciosos, han celebrado recientemente una victoria. A ellos sugiero que cuando el fuego del canbal no est lo suficientemente encendido para que hierva el pote, la comida que se realiza puede producir cierta satisfaccin; pero, en el sentido de la frase generalmente aceptada, l no ha conseguido una victoria. En efecto, si l no hace algo antes que el canbal tenga tiempo de encender un fuego mejor y mayor, no conseguir mejor resultado... Por consiguiente, analicemos esta victoria. Nosotros, pueblo martimo cuya potencia se debe a los barcos que se dirigan a los rincones ms apartados del orbe, hemos perdido el dominio de los mares. Hemos sido arrojados a patadas de un elemento que siempre consideramos de nuestra propiedad. Nuestros barcos solamente se hallan seguros en aguas costeras y en mares poco profundos..., y quin puede decir cunto tiempo tolerarn an que permanezcan all? Nos hemos visto forzados a un bloqueo, ms efectivo que cualquier experiencia guerrera; a depender de los transportes areos para conseguir los alimentos indispensables para subsistir. Ni siquiera los cientficos, que estn intentando estudiar los orgenes de nuestros males, han podido fletar barcos para hacer su trabajo. Es esto una victoria?... Nadie puede decir con certeza cul puede ser el eventual prposito de estos ataques a las costas. Han estado echndonos las redes, al igual que nosotros las echamos para coger el pescado, aunque la cosa sea difcil de comprender. En el mar hay muchas cosas que coger, y ms baratas que en tierra. Ahora bien: puede tratarse de un intento de conquistar la Tierra..., un intento ineficaz y mal informado; pero, a pesar de todo, casi con ms xito que nuestro intento por alcanzar las profundidades... Si fuera as, entonces sus instigadores estn ahora mejor informados sobre nosotros, y, por consiguiente, son ms peligrosos en potencia. Seguramente, no lo intentarn de nuevo con las mismas armas, pero no veo la forma de hacer algo para evitar que lo intenten de otro modo con armas diferentes. Por consiguiente, la necesidad que nosotros experimentamos de encontrar una frmula con que podamos hacerles frente y vencerlos nos obliga a no aminorar nuestros esfuerzos, sino a intensificarlos. Hizo una pausa y continu: - Ha de recordarse que, cuando observamos por primera vez la actividad en las profundidades, indiqu que deberan hacerse todos los esfuerzos posibles para establecer un entendimiento con ellos. No se intent esto, y es muy probable que nunca exista ya la posibilidad de hacerlo; pero no hay duda de que la situacin que yo esperaba que nosotros evitramos existe actualmente... y es necesario que se proceda a resolverla. Dos formas inteligentes de vida han encontrado intolerable la existencia mutua. He llegado a creer ahora que no tendra xito ningn intento de acercamiento: cuanto ms igualados estn los contrincantes, ms dura ser la lucha. La inteligencia es el arma ms poderosa; cualquier forma inteligente de dominar, y, por consiguiente, de sobrevivir, se consigue por su inteligencia. Una forma de inteligencia rival debe, para su existencia, amenazar con dominar y, por tanto, amenazar con la extincin... Las observaciones me han convencido de que mi primer punto de vista era lamentablemente antropomrfico; ahora digo que debemos atacar tan cautamente como nos sea posible, encontrar los medios para ello, y con la decidida intencin de exterminacin completa. Estas cosas, sean las que fueren, no han tenido solamente un xito completo en arrojarnos con facilidad de nuestro elemento, sino que han avanzado ya para darnos la batalla en nuestro propio campo. Por el momento, hemos podido rechazarlos; pero volvern, porque a ellos les urge el mismo impulso que a nosotros: la necesidad de exterminar o de ser exterminados. Y cuando
vuelvan de nuevo, si los dejamos, vendrn mejor pertrechados... Tal estado del asunto, vuelvo a repetirlo, no es una victoria... A la maana siguiente corr a ver a Pendell de Adio - Assessment. Me dirigi una mirada sombra. - Lo intentamos - dije, defendindome -. Lo intentamos activamente, pero no pude evitarlo. - La prxima vez que le vea usted dgale lo que pienso de l, quiere? - sugiri Pendell -. No es que a m me importe un comino que tenga razn... Es que nunca conoc a un hombre con tal suerte para tener razn en un tiempo en que todo sale mal y todo parece equivocado. Cuando su nombre aparezca en nuestros programas otra vez, si es que aparece, habr de tener mucho cuidado con lo que dice. Un consejo de amigo: dgale que empiece a cultivar a la B.B.C. Como esperbamos, Phyllis y yo nos reunimos aquel mismo da con Bocker para almorzar. Inevitablemente, quiso enterarse de las reacciones a su locucin radiada. Con toda amabilidad, le proporcion los primeros informes. El asinti con la cabeza. - La mayora de los peridicos siguen el mismo derrotero - dijo -. Por qu he de estar condenado a vivir en una democracia donde el voto de cada loco es igual l de un hombre sensato? Si toda la energa que ponen en emitir votos se dedicase a realizar trabajo til, qu gran nacin seramos! As como as, tres peridicos nacionales, por lo menos, solicitan que se supriman los millones de impuestos para investigacin con el fin de que el contribuyente pueda comprarse un paquete de cigarrillos ms todas las semanas, lo cual quiere decir ms espacios en los cargos desperdiciados en tabaco, lo cual quiere decir tambin ms beneficio en tasa, el cual gastar el gobierno en algo diferente a investigacin... y los barcos continuarn enmohecindose en los puertos. No hay sentido comn en eso. Esta es la mayor emergencia que hemos tenido. - Pero hay que reconocer que esas cosas de las profundidades han recibido un buen golpe - seal Phyllis. - Nosotros tenemos por tradicin recibir golpes muy fuertes, pero al final ganamos las guerras - replic Bocker. - Exactamente - dijo Phyllis -. Nos han dado una paliza en el mar; pero, al final, nos recuperaremos. Bocker gru y gir los ojos. - La lgica... - empez a decir. Pero yo le interrump: - Habla usted como si creyese que, ahora, son ms inteligentes que nosotros, no es as? Arrug el ceo. - No veo la forma en que puede contestarse a eso. Mi impresin, como dije antes, es que ellos piensan de modo diferente..., siguiendo derroteros diferentes a los nuestros. Si es as, sera imposible toda confrontacin, y descaminado cualquier ataque a ellos. - Cree usted en serio que lo intentarn de nuevo? Quiero decir que no era solamente propaganda quitar inters a la proteccin de los barcos que hundan? - Produce esa impresin? - No, pero... - Efectivamente, quise decir eso - dijo -. Consideremos sus alternativas: o permanecern en el fondo de los mares esperando que encontremos un medio para destruirlos, o se lanzarn contra nosotros. Oh, s! A menos que nosotros encontremos muy pronto un medio, no tardarn en estar aqu otra vez... de algn modo. FASE 3
Aun cuando Bocker lo ignoraba cuando dio su opinin, el nuevo mtodo de ataque ya haba empezado, pero tard seis meses en que se hiciera evidente. Los navos ocenicos haban evitado sus rutas acostumbradas, lo cual levantara un anticipado comentario general; pero con los cruceros transatlnticos realizados solamente por el aire, los informes de los pilotos sobre extendidas y desacostumbradamente densas nieblas en el Atlntico occidental eran registrados simplemente. Tambin, con el incremento de los vuelos, Gander descendi en importancia, as que sus declaraciones frecuentemente confusas producan poca inconveniencia. Examinando informes de esa poca a la luz de conocimientos posteriores, descubr que tambin hubo referencias en el mismo perodo de tiempo sobre nieblas desacostumbradamente extendidas en el noroeste del Pacfico. Las condiciones atmosfricas fueron igualmente malas al norte de la isla japonesa de Hokkaido, y, segn me dijo, an peores en las Kuriles, ms al norte. Pero puesto que haca algn tiempo que los barcos evitaban cruzar las profundidades por esos lugares, la informacin era escasa, y muy pocos se interesaron por ello. Tampoco atrajo la atencin pblica las condiciones anormalmente nubosas en la costa sudamericana, al norte de Montevideo. En Inglaterra se observ frecuentemente una molesta neblina durante el verano, pero con resignacin ms que con sorpresa. La niebla, en efecto, apenas la tom en cuenta la amplia conciencia mundial hasta que los rusos la mencionaron. Una nota de Mosc proclam la existencia de un rea de densa niebla que tena su centro en los ciento treinta grados de longitud este del meridiano de Greenwich, en el paralelo ochenta y cinco aproximadamente. Los cientficos soviticos, tras algunas investigaciones, declararon que nada parecido se haba registrado anteriormente, ni era posible comprender cmo las conocidas condiciones atmosfricas de estos lugares podan generar tal estado, que se mantena virtualmente invariable tres meses despus de haberse observado por primera vez. El gobierno sovitico haba sealado en diferentes ocasiones anteriores que las actividadcs septentrionales de los mercenarios a sueldo de los fabricantes de armamentos capitalistas poda constituir muy bien una amenaza para la paz. Los derechos territoriales de la U.R.S.S. en esa rea del ocano rtico, situada entre los treinta y dos grados de longitud oeste del meridiano de Greenwich, estaban reconocidos por la ley internacional. Cualquier incursin no autorizada en esa rea constitua una agresin. El gobierno sovitico, por consiguiente, se consideraba en libertad de llevar a cabo cualquier accin necesaria para preservar la paz en dicha regin. La nota, enviada simultneamente a varios paises, recibi una rapidsima y franca contestacin de Washington. Los pueblos occidentales, observ el Departamento de Estado, se interesaban extraordinariamente por la nota sovitica. No obstante, como ellos, actualmente, posean considerable experiencia sobre esta tcnica de la propaganda, que haba sido llamada el tuo quoque prenatal, eran capaces de reconocer sus derivaciones. El gobierno de los Estados Unidos conoca perfectamente las divisiones territoriales en el rtico..., y por supuesto, el gobierno sovitico recordara, en inters por la exactitud, que el segmento mencionado en la nota era solamente aproximado, siendo exactos los datos siguientes: treinta y dos grados, cuatro minutos y treinta y cinco segundos de longitud este del meridiano de Greenwich, y ciento sesenta y ocho grados, cuarenta y nueve minutos y treinta segundos de longitud oeste del meridiano de Greenwich, dando, por consiguiente, un segmento ms pequeo del que se declaraba; pero puesto que el centro del fenmeno mencionado se hallaba dentro de esta rea, el gobierno de los Estados Unidos no tuvo conocimiento de ello, naturalmente, hasta que fue mencionado en la referida nota. Observaciones recientes haban recordado, curiosamente, la existencia de un hecho semejante al que se describa en la nota rusa en un centro tambin cercano al paralelo ochenta y cinco, pero en un punto situado a noventa grados de longitud oeste del
meridiano de Greenwich. Por coincidencia, sta era justamente el rea seleccionada conjuntamente como centro de experimentacin por los gobiernos del Canad y de los Estados Unidos para probar sus ms recientes modelos de missiles dirigidos a larga distancia. Ya haban sido completados los preparativos para esos experimentos y el primero tendra lugar dentro de pocos das. Los rusos especulaban sobre la singularidad de elegir un rea de expermientacin donde no eran posibles las observaciones; los americanos, sobre el celo eslavo por la pacificacin de regiones inhabitadas. Si ambas partes procedieron entonces a atacar sus respectivas nieblas, es un dato que no consta en los informes pblicos; pero el principal efecto fue que la niebla se convirti en noticia, descubrindose que haba sido inusitadamente densa en un sorprendente nmero de lugares. Si los barcos determinadores del tiempo hubiesen estado trabajando en el Atlntico es posible que hubiera sido determinada ms pronto la fecha til; pero los navos haban sido retirados temporalmente de servicio algn tiempo antes, despus del hundimiento de dos de ellos. Por consiguiente, el primer informe que hizo algo por sacar de su pasividad a la ociosa especulacin lleg de Godthaab (Groenlandia). Hablaba de un incesante y creciente fluir de agua a travs del estrecho de Davis desde la baha de Baffin, con un contenido de trozos de hielo completamente inusitados en aquella poca del ao. Unos cuantos das despus, Nome, en Alaska, informaba de un hecho semejante en el estrecho de Bering. Luego, llegaron de Spitzberg informes sobre aumento de marea y bajas temperaturas. Eso explicaba directamente las nieblas de Newfoundland y algunos otros lugares. En otras partes, seran atribuidas convincentemente a corrientes profundas y fras, forzadas hacia aguas ms calientes y elevadas por encuentros con filas de montaas submarinas. Todo poda ser, en efecto, explicado sencilla o difcilmente, excepto el absolutamente inusitado aumento de la corriente fra. A continuacin, procedente de Godhavn, al norte de Godthaab, en la costa occidental de Groenlandia, se recibi un mensaje sealando la presencia de un nmero sin precedentes de icebergs, de un tamao desacostumbrado. De las bases rticas norteamericanas volaron expediciones de investigacin, que confirmaron el informe. Anunciaron que el mar, al norte de la baha de Baffin, estaba cuajado de icebergs. Aproximadamente a los setenta y siete grados y sesenta minutos de longitud Oeste escribi uno de los aviadores - encontramos la visin ms terrible del mundo. Glaciares, que descienden de la alta cima helada de Groenlandia, se estaban resquebrajando en piezas descomunales. Antes habra visto icebergs ya formados, pero nunca en la escala que se presentaban all. En los enormes acantilados helados, de trescientos metros de altura, aparecan repentinamente grietas. Una enorme seccin de ellos se desprenda, cayendo y girando lentamente. Cuando se aplastaban contra el agua, se levantaba sta formando grandes fuentes, que se extendan a su alrededor. Las aguas desplazadas retrocedan en rompientes, que chocaban entre s formando tremendas salpicaduras, mientras un tmpano de hielo tan grande como una isla pequea daba vueltas y se precipitaba en el abismo hasta que recobraba el equilibrio. Doscientos kilmetros arriba y abajo, la costa que veamos presentaba el mismo aspecto. Con mucha frecuencia a un tmpano de hielo no le daba tiempo a flotar, porque otro se haba desprendido ya y cado sobre l. Los desprendimientos eran tan colosales que se comprendan difcilmente. Slo por la aparente lentitud de las cadas y por la forma en que los enormes chorros de agua parecan suspendidos en el aire - la paz majestuosa de todo ello -, ramos capaces de contar la grandeza de lo que estbamos viendo. Otras expediciones describieron exactamente la misma escena en la costa oriental de la isla de Devon y en la punta meridional de la isla de Ellesmere. En la baha de Baffin, los innumerables y gigantescos tmpanos de hielo se empujaban lentamente, pulverizndose los flancos y los dorsos de unos contra los otros, mientras corran en manadas, hacia el
sur, arrastrados por la corriente a travs del estrecho de Davis para desembocar en el Atlntico. Al otro lado del Circulo rtico, Nome anunci que se haba incrementado considerablemente hacia el sur el flujo de los resquebrajados tmpanos de hielo. El pblico recibi esta informacin con curiosidad. El pueblo qued impresionado por las primeras y magnficas fotografas de los icebergs en su proceso de creacin; pero, aunque un iceberg no es completamente igual a otro iceberg, qued pronunciada la similitud genrica. Un perodo de miedo, ms bien breve, sucedi ante la idea de que mientras la ciencia era realmente muy inteligente para determinar todo lo referente a los icebergs, al clima, etctera, no pareca serlo mucho para hacer algo realmente positivo para alejar el mal. El triste verano se convirti en un otoo ms triste. Al parecer, nadie poda hacer nada contra aquello, sino aceptarlo con rezongona filosofa. Al otro lado del mundo lleg la primavera. Luego, el verano, y empez la estacin de la pesca de la ballena..., si poda llamarse estacin, ya que los propietarios que arriesgaban barcos eran muy pocos, y las tripulaciones dispuestas a arriesgar sus vidas, menos todava. Sin embargo, algo se pudo encontrar dispuesto a realizar la pesca, despreciando todos los peligros de las profundidades, y salir al mar. Al final del verano antrtico llegaron noticias, va Nueva Zelanda, de los glaciares de Tierra Victoria, que vertan enormes cantidades de gigantescos tmpanos de hielo en el mar de Ross, y las sugerencias de que la propia gran barrera de hielo de Ross podra empezar a resquebrajarse. Al cabo de una semana llegaron noticias similares del mar de Weddell. All, en la barrera Filchner y en el banco de hielo de Larsen se estaban resquebrajando, segn se deca, tmpanos de hielo en cantidades fabulosas. Una serie de vuelos de reconocimiento proporcionaron informes que decan exactamente lo mismo que los procedentes de la baha de Baffin, as como fotografas que podan haber sido tomadas en la misma regin. The Sunday Tidings, que desde haca algunos aos segua una lnea de sensacionalismo intelectual, nunca haba encontrado fcil sostener su provisin de material. La poltica de la direccin estuvo sometida a lamentables tropiezos mientras no pudo encontrar nada tpico que revelar en su nivel escogido. Se imagina uno que debi de ser un consejo de desesperacin, tras una prolongada discusin, el que indujo a abrir sus columnas a Bocker. De la destacada nota que preceda al artculo en que declinaba, con imparcialidad, toda responsabilidad por lo que publicaba ahora su peridico, se deduca que el editor experimentaba cierta aprensin por el resultado. Con este principio feliz, y bajo el encabezamiento de El demonio y las profundidades, Bocker explicaba: Nunca, desde los das en que No construy su Arca, ha habido aqu tantos ciegos como durante el pasado ao. No se puede continuar as. Pronto llegar la larga noche rtica. De nuevo sern imposibles las observaciones. Por consiguiente, los ojos que nunca debieron estar cerrados han de abrirse.... Recuerdo este principio, pero sin referencias slo puedo dar la sustancia del artculo y unas cuantas frases sueltas del resto: ste es el ltimo capitulo de un largo cuento de futilidad y fracaso que empez con los hundimientos del Yatsushiro, el Keweenaw y otros barcos. Fracaso que nos ha llegado del mar y que ahora amenaza llegarnos de tierra. Lo repito: fracaso... sa es una palabra tan pobre para nuestro paladar que muchos consideran una virtud pretender que nunca la admiten. Entre nosotros, los precios no son fijos, se tiende a la inflacin. Las estructuras econmicas han cambiado..., y, adems, est cambiando el modo de vida. Entre nosotros tambin, es el pueblo quien habla de nuestra expulsin de
alta mar, aunque sea transitoria, aunque pronto sea corregida. Para esto hay una respuesta, y es la siguiente: Desde hace cinco aos los cerebros ms capacitados, ms giles y ms ingeniosos del mundo vienen luchando con el problema de echarle la zarpa a nuestro enemigo... y, hasta el momento, no existe indicio ninguno que indique cundo seremos capaces de navegar libremente de nuevo por los mares... La palabra "fracaso", tan mal interpretada por nosotros, ha sido, aparentemente, la poltica seguida para desarticular cualquier expresin de conexin entre nuestras perturbaciones martimas y los recientes sucesos en el rtico y el Antrtico. Es hora ya de que esta actitud de "delante de los nios, no", cese de una vez... No sugiero que se est descuidando la raz del problema; lejos de eso. Han estado, y estn, trabajando los hombres para encontrar algn medio de poder localizar y destruir al enemigo de nuestras profundidades. Lo que yo digo es que con ellos, incapaces an de encontrar tal medio, nos enfrentamos ahora con el asalto ms grave... Se trata de un asalto contra el que carecemos de defensas, que no es susceptible de ataque directo. Cul es esta arma a la que nosotros no podemos oponernos? Es el derretimiento de los hielos rticos... y gran parte tambin de los hielos antrticos. Lo consideran fantstico? Demasiado colosal? Pues no lo es. Es una labor que nosotros mismos podramos haber emprendido - no lo habamos deseado? - en cualquier momento desde que pusimos en libertad el poder del tomo. Debido a la oscuridad invernal, poco se ha odo hablar ltimamente de los parches de niebla rtica. Por lo general, no se sabe que dos de ellos, sin embargo, existan ya en la primavera rtica; al finalizar el verano rtico eran ocho, en reas ampliamente separadas. Ahora bien: la niebla, como todos ustedes saben, se produce por la conjuncin de las corrientes fras y calientes, bien del aire o del agua. Cmo es posible que ocho nuevas corrientes, independientes y calientes, hayan podido surgir repentinamente en el rtico? Y los resultados? Oleadas de tmpanos de hielo sin precedentes, en el mar de Bering y en el mar de Groenlandia. En estas dos reas especialmente, las grandes extensiones de hielo se hallan a cientos de kilmetros al norte del mximo manantial usual. En otros lugares - por ejemplo, en el norte de Noruega - estn ms al sur. Y nosotros mismos hemos tenido un invierno hmedo inusitadamente fro. Y los icebergs? Efectivamente, hay muchos ms icebergs que de costumbre; pero por qu hay ms icebergs? Todo el mundo sabe de dnde proceden. Groenlandia es una isla enorme. Su tamao es nueve veces mayor que el de las Islas Britnicas. Pero hay algo ms: es tambin el ltimo bastin de la remota edad del hielo... En varias pocas, el hielo vino al sur, pulverizado y limpio cubriendo las montaas y blanqueando los valles en su camino, hasta formar grandes acantilados de hielo cristalino - verdoso a travs de Europa. Luego, fue retrocediendo gradualmente, de siglo en siglo, cada vez ms. Los gigantescos acantilados y las altas montaas de hielo desaparecieron, se fundieron y no volvieron a verse ms..., excepto en un lugar. Slo en Groenlandia construye todava ese hielo inmemorial torres de dos mil metros de altura, inconquistadas an. Y por sus laderas se deslizan los glaciares arrojando sus icebergs. Ellas han continuado arrojando sus icebergs al mar, estacin tras estacin, desde mucho antes que los hombres se dieran cuenta. Y por qu este ao han arrojado de repente diez, veinte veces ms?... Tiene que haber una razn para ello. Y la hay!... Si algn medio, o varios medios, de fundir los hielos del rtico se hubieran puesto en marcha, habra pasado algn tiempo, no mucho, antes que su efecto especial de elevar el nivel del mar se hubiese hecho mensurable. Adems, los efectos hubieran sido progresivos: primero, un ligero goteo; luego, un chorro; ms tarde, un torrente...
En esta ensambladura, llamo la atcncin sobre el hecho de que en enero de este ao nos informaron de que el nivel medio del mar en Newlyn, donde se mide corrientemente, haba subido seis centmetros. - Oh querido! - exclam Phyllis despus de escuchar eso -. Es algo inslito! Lo mejor ser que vayamos a verle. No nos sorprendi en absoluto cuando, a la maana siguiente, al telefonearle, encontramos que su telfono no contestaba. Sin embargo, cuando fuimos a su casa nos recibi. Bocker se levant de una mesa despacho repleta de correspondencia para saludarnos. - No les favorece nada venir a verme - nos dijo -. No hay un capitoste que se atreva a acercarse a m a menos de diez metros. - Oh! Yo no dira tal cosa, A. B. - le contest Phyllis -. Probablemente, antes de poco tiempo se habr hecho usted inmensamente popular entre los vendedores de sacos de arena y los constructores de maquinaria para transportar tierra. No tom nota de esta irona. - Probablemente, se contaminarn ustedes si se relacionan conmigo. En la mayora de los pases estara ya preso. - Cosa terriblemente desagradable para usted. Este territorio ser siempre desalentador para los mrtires ambiciosos. Pero usted lo intentar, verdad? - dijo ella -. Y ahora, escuche, A. B., le gusta a usted realmente que haya gentes que le tiren cosas, o qu? - Estoy impacientndome - explic Bocker. - Eso les pasa a los otros tambin. Pero, que yo sepa, nadie tiene la probabilidad de usted para ir ms all y hacer lo que cualquier persona quisiera hacer en un momento dado. Un da se perjudicar. Esta vez, no; porque, afortunadamente, usted los ha desconcertado. Pero alguna vez, seguro que s. - Si no es ahora, no lo ser nunca - dijo, inclinndose y mirndola con ojos meditativos y desaprobadores -. Bueno, mi querida jovencita, qu se ha propuesto al venir aqu para decirme que yo los he desconcertado? - El anticlmax. Primero sus palabras produjeron la impresin de que usted estaba a punto de hacer grandes revelaciones; pero luego hizo usted una sugerencia ms bien vaga de que alguien o algo deba de estar produciendo cambios en el rtico..., sin dar una explicacin especfica de cmo lo estaba haciendo. Y para terminar, como apoteosis, confes que el nivel del mar haba subido seis centmetros. Bocker continuaba mirndola. - Bueno, as es. Pero no comprendo por qu hay mal en eso. Seis centmetros es un aumento colosal de agua cuando se extiende sobre ciento cincuenta y un millones de millas cuadradas. Si usted lo calcula por toneladas... - Nunca calculo el agua por toneladas..., y eso es parte de la cuestin. Para las personas vulgares, seis centmetros equivalen solamente a una marca un poquito ms alta en un poste. Despus de su explosin, eso sonaba tan vago que todo el mundo se mostraba molesto con usted por haberlos alarmado..., sin contar con los que se rean, exclamando: Ja, ja! Estos profesores!... Bocker dirigi la mano hacia la mesa despacho, llena de correspondencia. - Muchsima gente se ha alarmado..., o, al menos, se ha indignado - dijo. Encendi un cigarrillo. - Eso era precisamente lo que yo buscaba. Usted sabe que, en cada etapa, la gran mayora, y especialmente las autoridades, se han resistido a la evidencia todo el tiempo que han podido. sta es una era cientfica... en su estrato ms instruido. Por consiguiente, menospreciando lo anormal casi se hubiese retrocedido; mientras que as se ha desarrollado una profunda sospecha en sus propios sentidos. La existencia de algo en las profundidades se ha admitido con mucho retraso y de muy mala gana. La misma mala
gana ha existido en admitir todas las subsiguientes manifestaciones, hasta que no han podido ser escamoteadas. Y ahora nos encontramos aqu otra vez, haciendo un cesto nuevo. Hizo una pausa. - Sin embargo, no hemos permanecido completamente ociosos. El ocano rtico es profundo, y an ms difcil de llegar a su fondo que los otros; se lanzaron varias bombas de profundidad donde tuvieron lugar los parches de niebla. Pero no ha habido forma de saber qu resultados se obtuvieron... En medio de todo esto, el moscovita, que parece ser incapaz de comprender constitucionalmente todo cuanto hay que hacer en el mar, empez a poner dificultades. El mar, segn parece arguir, estaba causando muchos perjuicios a Occidente; por tanto, deba actuarse sobre buenos principios dialcticamente materialistas, y yo no dudo de que, si l pudiese entrar en contacto con las profundidades, pactara con agrado con sus habitantes por un breve periodo de oportunismo dialctico. De todas formas, como ustedes saben, l continu con sus acusaciones de agresin y, en el forcejeo que sigui, empez a mostrar tal truculencia que la atencin de nuestros servicios se desvi de la amenaza realmente grave hacia las bufonadas de este payaso oriental que cree que el mar ha sido creado solamente para los desvergonzados capitalistas. As, pues, hemos llegado ya a una situacin en la que los bathies, como ellos los llaman, lejos de restringir su accin como esperbamos, continan aumentndola de prisa, y todos los cerebros y organizaciones que han estado trabajando a gran velocidad con la intencin de encontrar la emergencia, se hallan locos dndoles vuelta a las maldades que ellos cometen, ignorando otras de las que no consiguen saber nada. - Por tanto, cree usted que ha llegado el momento de forzar su mano... echndoles el arpn? - pregunt. - S..., pero no actuar solo. Esta vez estoy acompaado de un nmero de hombres eminentes y muy inquietos. Mi charla fue el tiro de apertura para el gran pblico de este lado del Atlntico. Mis importantes compaeros, que no han perdido todava su reputacin en este asunto, estn trabajando muy sutilmente. Respecto a la opinin norteamericana..., bueno..., echen una mirada al Life y al Collier's de la prxima semana. Oh, s! Algo est a punto de hacerse. - Qu? - pregunt Phyllis. La mir meditativamente durante un segundo; luego, movi la cabeza ligeramente. - Eso, gracias a Dios, ser algo grande... Al menos, lo ser cuando el pblico los obligue a admitir la situacin... Ser un asunto muy sangriento - termino muy serio. - Lo que yo quiero saber... - empezamos a decir simultanamente Phyllis y yo. - Habla t, Mike - me otorg Phyllis. - Bueno, hablar yo: cmo cree usted que se ha hecho la cosa? Derretir el rtico parece ser un propsito formidable. - Se han hecho algunas conjeturas. Oscilaban desde una increble operacin, como la de arrojar agua caliente procedente de los trpicos por medio de tuberas, hasta la de hacer subir hasta la superficie el calor central de la Tierra..., que yo encuentro completamente inverosmiles. - Tiene usted una idea propia? - suger. Pareca improbable que no la tuviera. - Bueno, yo creo que pudo hacerse de la siguiente forma: nosotros sabemos que ellos tienen una especie de estratagema capaz de proyectar un chorro de agua con considerable fuerza...; eso lo prueba perfectamente el fondo sedimentoso que suba a la superficie de las aguas en continuas oleadas. Bien: una estratagema de esa clase, empleada en conjuncin con un calorfero, quiero decir con una pila de reaccin atmica, ha de ser capaz de generar una corriente de agua caliente muy considerable. Ahora bien: lo malo es que nosotros ignoramos si tienen o no fisin atmica. Hasta el momento, no
existe indicacin ninguna de que la tengan... Les hemos hecho el obsequio de una bomba atmica, por lo menos, que no estall. Pero si la tienen, creo que puede ser una respuesta. - Podran conseguir el uranio necesario? - Por qu no? Despus de todo, ellos han establecido por la fuerza sus derechos, mineral y de otra clase, en ms de las dos terceras partes de la superficie mundial. Oh, s! Pueden conseguirlo perfectamente, si saben cmo. - Y lo de los icebergs? - Eso es ms sencillo. En efecto, existe un acuerdo general de que si uno posee un tipo vibratorio de arma, que sus ataques a los barcos nos conduce a suponer que lo tienen, no debe de ser muy difcil producir un amontonamiento de hielo..., hasta una masa considerable de hielo..., para hendirla. - Suponga que no podemos encontrar una frmula de impedir el proceso. Cunto tiempo cree usted que tardar en producirnos una perturbacin real? - le pregunt. Se encogi de hombros. - No tengo idea. En lo que se refiere a los glaciares y a los tmpanos de hielo, depende, probablemente, de la firmeza con que ellos lo trabajen. Pero dirigir corrientes de agua caliente sobre tmpanos de hielo, dara, al principio, escasos resultados, que se incrementaran rpidamente, verosmilmente, en una progresin geomtrica. Lo malo es que, sin dato alguno, no se pueden hacer hiptesis. - Una vez que esto entre en la cabeza de las gentes, querrn saber lo que hay que hacer - dijo Phyllis -. Cul es su opinin? - No es esa labor del gobierno? Como Mike seal, ellos creen que ha llegado el momento de advertir que nosotros estamos dispuestos a lanzaries el arpn. Mi opinin personal es demasiado impracticable para que tenga mucho valor. - Cul es? - pregunt Phyllis. - Encontrar una cumbre lo suficientemente elevada y fortificarla - dijo Bocker simplemente. La campaa no tuvo la resonancia que Bocker haba esperado. En Inglaterra, tuvo la desgracia de ser adoptada por el Nethermore Press, y, por consiguiente, fue considerada como territorio prohibido, donde sera improcedente que se introdujeran otros pies periodsticos. En Norteamrica no destac grandemente entre los otros acontecimientos de la semana. En ambos pases haba intereses que preferan que todo eso pareciera como un juego de artificio ms. Francia e Italia lo tomaron en serio, pero el peso poltico de sus respectivos gobiernos en los concilios mundiales era ms bien ligero. Rusia ignor el contenido, pero explic el propsito: se trataba de otro paso dado por los constructores de armamentos cosmopolitas - fascistas para extender su influencia en el rtico. Sin embargo, la indiferencia oficial sali de su letargo, ligeramente, segn nos asegur Bocker. Una Comisin, en la que estaban representados los Servicios, se haba reunido para inquirir y hacer recomendaciones. Otra Comisin similar, reunida en Washington, inquira tambin en forma pausada, hasta que la llam severamente al orden el estado de California. Al californiano medio le tena sin cuidado que el nivel del mar hubiese aumentado seis centmetros; otra cosa le haba golpeado ms delicadamente. Algo estaba sucediendo en su ambiente. El nivel medio de su temperatura en la costa haba disminuido, y estaba padeciendo nieblas hmedas y fras. Lamentaba esto, y gran nmero de californianos desaprobaba que se hablara excesivamente de ello. Oregn, y Washington tambin, se relacionaban para soportar su vecindad. Nunca, segn las estadsticas, haba hecho un invierno tan desapacible y fro. Estaba claro que el aumento de los tmpanos de hielo y de las aguas heladas que procedan del mar de Bering se estaba corriendo y extendiendo hacia el este, desde
Japn, llevados por la corriente Kuroshio, siendo evidente, al menos en parte, que estaba sufriendo gravemente el hermoso clima de uno de los estados ms importantes de la Unin. Algo deba hacerse. En Inglaterra se aplic la espuela cuando las mareas de la primavera abrilea sobrepasaron el muro del Embankment, en Westminster. Los que aseguraban que eso mismo haba sucedido muchas veces antes y le quitaban toda significacin especial, fueron barridos por el triunfante ya lo decamos nosotros, del Nethermore Press. Una histrica peticin de bombas para los bathies se extendi por ambas costas del Atlntico y dio la vuelta al mundo (exceptuando al sexto intransigente). A la cabeza del movimiento Bombas para los bathies, como al principio, el Nethermore Press preguntaba maana y tarde: PARA QU ES LA BOMBA? Miles de millones se han gastado en esta bomba que parece no tener otro destino que el de sostenemos y el de sacudirnos con amenazas, o, de cuando en cuando, proporcionar fotografas a nuestras revistas ilustradas. Al pueblo del mundo, que ha contribuido y sufragado la construccin de esta bomba, le prohben ahora que la utilice contra una amenaza que hunde nuestros barcos, que nos cierra nuestros ocanos, que nos arranca hombres y mujeres de nuestras ciudades costeras, y que ahora nos amenaza con inundarnos. Desde el principio, la ineptitud y la dilacin han marcado la actitud de las autoridades en este asunto.... Y as continuaba, olvidando, al parecer, escritores y lectores por igual los primeros bombardeos de las profundidades. - Ahora se est actuando en firme - nos dijo Bocker la primera vez que le vimos. - A m me parece muy tonto - le dijo Phyllis, enervada -. Los que se airean todava son los mismos viejos argumentos contra el confuso bombardeo de las profundidades. - Oh, no es eso! - replic Bocker -. Probablemente, arrojarn unas cuantas bombas a tontas y a locas con mucha publicidad y escaso resultado. No. Lo que a mime urge es que se hagan proyectos. Nosotros estamos ahora en la primera etapa de estpidas sugerencias, como la de construir inmensos diques con sacos terreros, naturalmente; pero, a travs de todo eso, se har algo. Esa opinin tom ms fuerza despus de las mareas de la primavera siguiente. En todas partes se haban construido defensas marinas. En Londres, las murallas que costeaban el ro haban sido reforzadas y coronadas en toda su longitud con sacos terreros. Como precaucin, se haba suspendido todo trfico por el Embankment; pero la multitud lo recorra a pie lo mismo que los puentes. La Polica haca todo lo posible por evitar que se parasen; pero las gentes haraganeaban de un lado para otro, observando el lento crecimiento de las aguas y los grupos de barcazas que ahora navegaban por encima del nivel de la carretera. Parecan igualmente dispuestos a indignarse si el agua se desbordaba o desanimarse si se originaba un anticlmax. No haba desnimo posible. El agua se verta lentamente por encima del parapeto y golpeaba contra los sacos terreros. En algunos sitios empezaba ya a extenderse poco a poco por el pavimento. Los bomberos, la defensa civil y la Polica vigilaban sus secciones ansiosamente, arrastrando sacos para reforzar dondequiera que se produca una pequea inundacin, asegurando con troncos de rboles, los lugares que se mostraban ms dbiles. El paseo se fue animando cada vez ms. Los mirones empezaron a ayudar, yendo de un lado para otro cuando se producan nuevos chorros. Ahora existan pocas dudas de que iba a suceder algo. Algunos de los grupos que observaban se marcharon, pero otros muchos permanecieron, en perpleja fascinacin. Cuando se produjo la rotura, media docena de sitios, en el dique norte, la sufrieron simultneamente. Chorros de agua
empezaron a fluir por entre algunos sacos; luego, repentinamente, hubo un colapso, y, abrindose una brecha de varios metros de ancho, el agua se col por ella como por una esclusa abierta. Desde donde nos hallbamos nosotros, en lo alto de un furgn de la E.B.C. estacionado en el puente de Vauxhall, podamos ver tres ros separados de agua cenagosa invadiendo las calles de Westminster, llenando stanos y bodegas, y formando a continuacin una sola y tumultuosa corriente. Nuestro comentarista subi a otro furgn, aparcado en Pimlico. Durante algunos minutos conectamos con la B.B.C. para averiguar en qu situacin se hallaban sus muchachos, estacionados en el puente de Westminster. Llegamos a tiempo de oir a Bob Humbleby su descripcin del inundado Victoria Embankment por las aguas que ahora se lanzaban contra la segunda lnea defensiva del New Scotland Yard. Los muchachos de la televisin no parecan estarlo pasando muy bien; debieron de perderse bastantes aparatos en los lugares donde tuvo lugar la rotura; sin embargo, estaban haciendo un inaudito esfuerzo con ayuda de los telfonos y de las cmaras porttiles. A partir de ese momento, la cosa aument en cantidad y rapidez. En el dique Sur, el agua inundaba las calles de Lambeth, Southwark y Bermondsey en muchos lugares. Rio arriba, Chiswick se hallaba seriamente inundado; ro abajo, Limehouse se encontraba gravemente amenazado, y muchos lugares estuvieron informando sobre las roturas que se producan hasta que perdimos todo contacto con ellos. Haba poco que hacer, excepto permanecer vigilantes hasta que la marea bajase, y luego apresurarse a reparar los daos antes que subiese de nuevo. El Parlamento hizo algunas preguntas. Las respuestas fueron ms tranquilas que tranquilizantes. Los ministerios y los departamentos ministeriales estaban dando activamente todos los pasos necesarios; las peticiones tenan que ser presentadas y solicitadas a travs de los Ayuntamientos locales, y ya estaba arreglado lo de las prioridades de hombres y de material. S, se haban dado los avisos; pero en los clculos oiiginales de los hidrgrafos se haban introducido factores inesperados. En todos los Ayuntamientos se promulg una orden para requisar toda maquinaria que sirviera para remover la tierra. El pueblo deba tener absoluta confianza. No volvera a repetirse la anterior calamidad. Y estaban en marcha las medidas necesarias para asegurar toda futura inundacin. Poco ms se poda hacer ya en los condados orientales, una vez tomadas estas medidas de socorro. Como es natural, los trabajos de defensa continuaran. Pero, por el nionierito, el aiunto ms urgente era asegurar que el agua no volviera a invadir las calles durante las prximas pleamares. Una cosa fue la requisa de materiales, mquinas y mano de obra, y otra su reparto, con toda la comunidad costera y de las tierras bajas solicitndolo simultneamente. Los secretarios de media docena de ministerios estaban locos ante tantas peticiones, permisos, adjudicaciones, etctera, etctera. De todas formas, en algunos sitios los trabajos comenzaban a hacerse. No obstante, exista gran amargura entre los elegidos y los que parecan que iban a ser arrojados a los lobos. Phyllis baj una tarde para observar el progreso de las obras en ambas orillas del ro. Se estaban levantando, en medio de extraordinaria actividad, superestructuras de bloques de cemento en las dos orillas, sobre las murallas ya existentes. En las aceras, miles de supervisores observaban los trabajos. Entre ellos, Phyllis tuvo la suerte de encontrar a Bocker. Juntos, subieron hasta el puente de Waterloo, y observaron durante un buen rato la actividad de termita con ojos celestiales. - Alph, el condenado ro... y ms de dos veces diez kilmetros de murallas y torres observ Phyllis.
- Y tambin a ambos lados continuar habiendo grietas algo profundas, aunque no muy romnticas - dijo Bocker -. Me gustara saber qu altura deberan alcanzar para que fuera imposible la inundacin, para llevar al nimo de ellos la inutilidad de su empeo... - Es difcil creer que algo, en tal escala como eso, pueda ser realmente imposible; sin embargo, creo que tiene usted razn - afirm Phyllis. Durante un buen rato continuaron observando la mezcolanza de hombres y mquinas. - Bueno - observ Bocker, al fin -, debe de haber entre las sombras una cara, por lo menos, que ha de estarse riendo a carcajadas de todo esto. - Es agradable pensar que slo hay una - observ Phyllis -. La de quin? - La del rey Canuto - respondi Bocker. En aquella poca tenamos tantas noticias de nuestra propia cosecha que los efectos, en Norteamrica, encontraron poco eco en los peridicos, ya limitados por una escasez de papel. No obstante, Newcasts inform que ellos estaban padeciendo su propia perturbacin. El clima de California ya no era el problema nmero uno. En adicin a las dificultades con que se enfrentaban los puertos y las ciudades costeras de todo el mundo hubo grandes perturbaciones en la lnea costera situada al sur de los Estados Unidos. Se produjeron casi a todo lo largo del golfo de Mxico, desde Key West hasta la frontera mexicana. En Florida, los propietarios de haciendas empezaron a padecer lo indecible cuando los terrenos pantanosos y las tierras inundadas y encharcadas se extendieron por toda la pennsula. En Texas, una amplia extensin de terreno situado al norte de Brownsville fue desapareciendo gradualmente bajo las aguas. La empresa de Tin Pan Alley consider apropiado el momento para hacer la splica: Ro, aljate de mi puerta. Pero el ro no hizo caso..., no, como tampoco lo hicieron otros ros de la costa atlntica, en Georgia y en las Carolinas. Pero es ocioso particularizar. La amenaza era la misma en todo el mundo. La principal diferencia se hallaba en que, en los pases ms desarrollados, toda la maquinaria til para remover la tierra trabajaba noche y da, mientras que en los menos desarrollados eran miles de hombres y mujeres sudorosos los que trabajaban para levantar grandes diques y murallas. No obstante, la tarea para ambos era demasiado ardua. Cuanto ms se alzaba el nivel del mar, ms haba que ampliar y extender las defensas para evitar la inundacin. Cuando los ros retrocedan con la bajamar, el agua careca de sitio adonde ir y se extenda por las tierras que los circundaban. Los problemas que se suscitaban en prevencin de las inundaciones producidas por la retirada de las aguas eran tambin difciles de solucionar puesto que las alcantarillas y conducciones no daban abasto. Antes de la primera y grave inundacin que sigui a la rotura de la muralla del Embankment cerca de Blackfriars, en octubre, el hombre de la calle haba sospechado que la batalla no se ganara, y ya haba comenzado el xodo de los ms juiciosos y de los que disponan de medios para ello. Por otra parte, muchos de los que huan se encontraron entorpecidos en su marcha por los refugiados procedentes de las regiones orientales y de las ciudades costeras ms vulnerables. Poco tiempo antes de la rotura del dique del Blackfriars, circul una nota confidencial entre un grupo seleccionado de la E.B.C., entre los que nos encontrbamos el personal contratado como nosotros. Se haba decidido, como medida eficaz para los intereses de la moral pblica, que furamos aleccionados sobre las medidas de emergencia que se hacan necesarias, etctera, etctera... y continuaba de esa forma en dos pginas de papel ministro, con la mayora de la informacin entre lneas. Hubiera sido ms sencillo decir: Escuchen: La cuestin est cada vez mas seria. La B.B.C. ha ordenado permanecer en sus puestos; as, pues, por razones de prestigio, nosotros hemos de hacer lo mismo. Necesitamos voluntarios para mantener una estacin aqu, y si usted se concepta uno
de ellos, nos consideraremos satisfechos con disponer de usted. Se llevarn a cabo arreglos tiles. Habr una bonificacin, y pueden ustedes confiar en que nosotros cuidaremos de que ustedes sean recompensados si algo sucediera. Qu dicen?. Phyllis y yo hablamos sobre el asunto. Si hubiramos tenido familia, decidimos, la necesidad nos hubiera obligado a hacer por ella lo mejor que pudiramos..., si es que alguien sabia lo que podra ser lo mejor. Como no la tenamos, podamos darnos satisfaccin a nosotros mismos. Phyllis decidi permanecer en el trabajo. - Aparte de la conciencia, de la lealtad y de todas esas cosas tan bonitas - dijo -, Dios sabe lo que suceder en otros lugares si la cosa se pone mal. De todas formas, huyendo no se consigue nada, a menos que t tengas alguna idea buena de adnde hay que huir. Mi voto es que debemos quedarnos para ver lo que pasa. As, pues, enviamos nuestros nombres, y fue muy agradable enterarse de que Freddy Whittier y su esposa haban hecho lo mismo. Despus de eso, algn departamentalismo ms inteligente hizo parecer como si nada fuera a suceder durante muchsimo tiempo. Pasaron algunas semanas antes que nos entersemos de que la E.B.C. haba alquilado los dos pisos altos de un amplio departamento comercial, cerca de Marble Arch, y que estaban trabajando a toda prisa para transformarlo en una estacin que pudiera defenderse por s sola tanto tiempo como fuera posible. - Mi opinin es que hubiera sido mejor un sitio ms alto como Hampstead o Highgate dijo Phyllis cuando conseguimos el informe. - En realidad, ninguno de los dos es Londres - seal -. Adems, la E.B.C. lo ha alquilado nominalmente para anunciar cada vez: Aqu la E.B.C., hablando al mundo desde el Selvedge. Avisador benvolo durante el intervalo de emergencia. - Como si el agua pudiese retirarse un da completamente - dijo. - Aunque ellos no lo crean as, no pierden nada por dejar que la E.B.C. lo crea indiqu. Por entonces nos habamos convertido en seres de conciencia con nivel muy alto, y yo observaba el lugar en el plano: los veintitrs metros de lnea que contorneaba, calle abajo, el lado occidental del edificio. - Cmo puede tenerse un clculo de eso? - dese saber Phyllis, recorriendo con el dedo el plano. El edificio de la Radio pareca hallarse en mejor situacion. Nosotros juzgamos que se hallara a unos veintisis metros sobre el nivel del mar. - Hum! - dijo -. Bueno, si algo falla cuando estemos en los pisos altos, tambin ellos tendrn que echar a correr escalera arriba. Mira - aadi, sealando a la izquierda del plano -, mira sus estudios de televisin! Estn por debajo de los siete metros y medio de nivel. Durante las semanas que precedieron a la rotura de los diques, Londres pareci estar viviendo una doble vida. Las organizaciones y las instituciones hacan sus preparativos con la menor ostentacin posible. Los funcionarios hablaban en pblico con afectada contingencia sobre la necesidad de hacer planes slo en caso preciso, regresando luego a sus despachos para ponerse a trabajar febrilmente en las disposiciones que haban de tomar. Los avisos continuaban dndose en tono tranquilizador. Los hombres empleados en las tareas eran en su mayora unos cnicos respecto a su trabajo, estaban contentos con el sueldo que reciban y eran curiosamente descredos. Parecan considerar el asunto como un ejercicio que realizaban agradablemente en beneficio propio; al parecer, la imaginacin se negaba a admitir la amenaza que se relacionaba con aquellas horas de trabajo extraordinario. Aun despus de la primera rotura, la alarma qued localizada solamente entre las personas que la sufrieron. La muralla se repar
apresuradamente, y el xodo no fue todava ms que un ligero gotear de personas. La verdadera inquietud lleg con las mareas de la primavera siguiente. Esta vez se advirti concienzudamente a las partes que, probablemente, seran las ms afectadas. Sin embargo, la poblacin lo tom obstinada y flemticamente. Haban tenido ya experiencia para aprenderlo. La principal respuesta fue trasladar las cosas a los pisos ms altos y gruir en voz alta sobre la ineficacia de las autoridades, incapaces de protegerlos del mal que los envolva. Se fijaron avisos indicando las horas de la marea alta con tres das de antelacin, pero las precauciones sugeridas se hacan de forma tan solapada, para evitar el pnico, que fueron poco atendidas. El primer da pas sin peligro. Durante la tarde de la marea ms alta, gran parte de Londres permaneci en pie esperando que pasara la medianoche y la crisis, con un humor de mil diablos. Fueron retirados los autobuses de las calles, y el metro suspendi su servicio a las ocho de la noche. Pero mucha gente permaneci fuera de sus casas, y pase hasta el ro para ver lo que pudiera verse desde los puentes. Para ellos era un espectculo. La tranquila y aceitosa superficie trep lentamente hasta alcanzar los pilares de los puentes y choc contra los muros de sustentacin. Las cenagosas aguas se dirigan corriente arriba sin apenas ruido, y los grupos estaban tambin casi silenciosos, contemplndolas con aprensin. No haba miedo a que alcanzaran lo alto de la muralla; la altura calculada era de unos diez metros, lo cual dejaba un margen de seguridad de un metro con veinte centmetros hasta la parte ms alta del nuevo parapeto. Lo que produca ms ansiedad e inquietud era la presin de las aguas. Desde el extremo norte del puente de Waterloo, en donde nosotros nos hallbamos estacionados esta vez, poda verse toda la parte alta de la muralla, con el agua corriendo a gran altura a un lado de ella, y, al otro, el paseo de Embankment, con las farolas luciendo todava, pero sin que se vieran en l vehculos ni personas. Ms all, hacia el oeste, las agujas del reloj de la torre del Parlamento giraban alrededor de la iluminada esfera. El agua suba mientras la aguja mayor se mova con insoportable lentitud hacia las once. La campana del Big Ben dando la hora lleg claramente a los silenciosos grupos, arrastrando su sonido por el viento. El sonido de la campana hizo que los grupos murmurasen entre s; luego, volvieron a quedar silenciosos de nuevo. La aguja grande empez a descender: las once y diez, las once y cuarto, las once y veinte, las once y veinticinco... Entonces, justamente antes de marcar las once y media, lleg el ruido de un tumulto de algn lugar situado ro arriba. El viento nos trajo un grupo de voces descompuestas. La gente que nos rodeaba alz la nariz y comenz a murmurar otra vez. Un momento despus vimos acercarse el agua. Se extenda a lo largo del Embankment, en direccin a nosotros, formando una corriente amplia y cenagosa que arrastraba a su paso escombros y rboles, y que, tumultuosa, pas por detrs de nosotros. De los grupos surgi un alarido. De repente se oy un crujido a nuestra espalda, y el alboroto producido por el derrumbamiento de una construccin, mientras una seccin de la muralla, justamente donde haba estado anclado ltimamente el Discovery, se vena abajo. El agua se col por la brecha, arrastrando bloques de cemento, mientras que la muralla se derrumbaba ante nuestros ojos y el agua caa en forma de enorme catarata cenagosa sobre el paseo. Antes que llegase la marea siguiente, el gobierno arroj el guante de terciopelo. Despus de anunciarse el estado de emergencia, se dio una orden de permanencia y la proclamacin de un ordenado plan de evacuacin. No necesito relatar aqu las dilaciones y las confusiones a que dio lugar el plan. Es difcil creer que pudiese ser tomado en serio hasta por aquellos que lo lanzaron. Desde el principio pareci extenderse una atmsfera de incredulidad sobre todo el asunto. Era imposible toda labor. Algo hubiera podido hacerse, tal vez, si se hubiese tratado solamente de una ciudad; pero con ms de las dos terceras partes de la poblacin del pas ansiosa por marchar a un territorio ms elevado,
slo habran tenido algn xito en rebajar la tensin los mtodos ms duros, y no por mucho tiempo. Sin embargo, aunque aqu se estaba mal, peor se estaba en otras partes. El holands se haba retirado a tiempo de las reas peligrosas, dndose cuenta de que haba perdido las duras batallas que contra el mar haba llevado a cabo durante siglos. El Mosa y el Rin se haban desbordado sobre muchos kilmetros cuadrados de territorio. Toda una poblacin emigraba hacia el sur, a Blgica, o hacia el sudeste, a Alemania. La propia llanura norte alemana no se hallaba en mejor situacin. El Ems y el Weser tambin haban crecido, haciendo que la gente abandonara sus ciudades y sus granjas, en incesante y creciente horda, hacia el sur. En Dinamarca se utiliz toda clase de embarcacin para trasladar las familias a Suecia y a los territorios ms elevados del pas. Durante breve espacio de tiempo nos la compusimos para seguir de un modo general los acontecimientos; pero cuando los habitantes de las Ardenas y de Wesfalia empezaron a desconfiar de salvarse en su lucha contra los desesperados y hambrientos invasores del norte, las noticias ms graves desaparecieron en un cenagal de rumores y caos. Al parecer, lo mismo estaba ocurriendo en todo el mundo, aunque a escala diferente. En nuestro pas, la inundacin de los condados orientales hizo que sus habitantes se retirasen a las Midlands. Las prdidas de vidas fueron escasas, porque all se haban prodigado las advertencias. La verdadera catstrofe empez en los Chiltern Hills, donde los que ya estaban en posesin de ellos se organizaron para evitar ser atropellados y arrastrados por las dos corrientes de refugiados procedentes del este y de Londres. En las partes no invadidas del centro de Londres hubo durante varios das una especie de indecisin dominguera. Muchas personas, ignorando cmo deban actuar, se empeaban en acercarse a los lugares inundados como antes. La Polica continuaba patrullando. Aunque el metro estaba inundado, mucha gente continuaba tomndolo para ir a su trabajo, porque algunos trabajos continuaban, bien por costumbre o de momento. Luego el desbarajuste se introdujo procedente de los suburbios. El fallo, una tarde, del suministro de emergencia elctrica, seguido de una noche de oscuridad, dio el coup de grce al orden. Comenz el saqueo de las tiendas, especialmente las de comestibles, extendindose en una escala que desbord a la Polica y a los militares. Decidimos que ya era hora de dejar nuestro piso y de trasladar nuestra residencia a la fortaleza de la E.B.C. Por lo que nos decan por onda corta, poca diferencia exista en el curso de los acontecimientos en las ciudades bajas de cualquier pas..., excepto que, en algunas, la ley feneci ms rpidamente. No est en mi propsito detenerme en los detalles. No me cabe duda alguna de que, ms adelante, sern relatados minuciosamente en innumerables relatos oficiales. Durante aquellos das, la misin de la E.B.C. consisti, principalmente, en repetir las instrucciones del gobierno ledas por la B.B.C., instrucciones encaminadas a restaurar el orden de alguna forma: un modo montono de recomendar, a aquellos cuyas casas no estaban amenazadas de momento, que permanecieran en ellas, y de dirigir la oleada de gente a ciertas reas ms elevadas y retirarla de otras que, segn se deca, estaban superpobladas. Podamos ser odos, pero no tenamos ninguna prueba de que ramos atendidos. En el norte produciramos algn efecto; pero en el sur, la enormemente desproporcionada concentracin de Londres y el flujo de tantos ferrocarriles y carreteras echaban por tierra todo intento de dispersin ordenada. El nmero de personas en movimiento produca alarma entre los que hubieran podido esperar. La sensacin de que, a menos que se alcanzase un refugio a vanguardia del grupo principal, no habra en absoluto un lugar adonde ir, le ganaba a uno..., como tambin la sensacin de que cualquiera que hiciese eso en coche se hallaba en posesin de innegable ventaja. De repente, se consider ms seguro ir a cualquier parte..., aunque no completamente seguro. Era mucho mejor salir lo menos posible.
La existencia de numerosos hoteles y una tranquilizadora elevacin de veintids metros sobre el nivel normal del mar fueron indudablemente factores que influyeron sobre el Parlamento para que eligiera la ciudad de Harrogate, en Yorkshire, como sede suya. La precipitacin con que se reuni all fue debido, muy verosmilmente, a la misma fuerza que impulsaba a muchas personas particulares: el miedo de que alguien se les adelantara. Para una persona ajena al Parlamento aquello daba la impresin de que dentro de breves horas quedara inundado Westminster, tantas fueron las prisas con que la vieja institucin se traslad a su nuevo hogar. En cuanto a nosotros mismos, empezamos a caer en la rutina. Nuestros cuarteles vivientes se hallaban en los pisos altos. Las oficinas, los estudios, el equipo tcnico, los generadores, los almacenes, etctera, etctera, en los pisos bajos. Una enorme reserva de aceite, gasolina y petrleo se hallaba almacenada en grandes tanques colocados en los stanos, de donde se extraa a fuerza de bomba cuando era necesario. Nuestros sistemas areos estaban instalados en los tejados dos manzanas ms all, tendidos por puentes que colgaban altos sobre las calles medio inundadas. Nuestro tejado haba sido desprovisto de toda clase de obstculos, con el fin de que pudiera posarse en l un helicptero, y al mismo tiempo, que pudiese actuar como desage de agua de la lluvia. Mientras desarrollabamos gradualmente una tcnica para vivir all, nos dimos cuenta de que se trataba aqul de un lugar seguro. Aun as, mi recuerdo es que, durante los primeros das, casi todas las horas libres las dedicaba todo el mundo en trasladar el contenido del departamento de provisin a nuestros propios cuarteles antes que pudiera desaparecer de alguna forma. Eso parece que fue un falso concepto bsico del papel que debamos representar. Como yo la entend, la idea era que nosotros estbamos all para dar, en lo que fuera posible, la impresin de que el negocio continuaba como de cotumbre, y luego, cuando la cosa se hiciese ms difcil, el centro de la E.B.C. seguira a la administracin a Yorkshire por etapas graduales. Esto pareca haber sido fundado sobre la base de que Londres estaba construido sobre celdas, de forma que cuando el agua inundase dichas celdas, habra de ser abandonado, mientras que el resto se mantendra como de costumbre. En lo que a nosotros concerna, las orquestas, los locutores y los artistas actuaran como siempre hasta que el agua lamiese los peldaos de nuestra puerta... si es que llegaba a ello..., trasladndose despus a la estacin de radio de Yorkshire. El nico requisito que nadie haba cumplido, en lo que se refera a los programas, fue el traslado de nuestra discoteca antes que se hiciese necesario salvarla. Se esperaba una merma ms que un derrumbamiento. Cosa curiosa: un nmero bastante grande de radiodifusores se las compuso de alguna manera para actuar ante los micrfonos durante unos cuantos das. Sin embargo, despus de eso volvimos casi por completo a nosotros mismos y a los discos. Y, ahora, empezbamos a vivir en un estado de sitio. No tengo el propsito de relatar con todo detalle el ao que sigui. Fue un inacabable periodo de decadencia, de pobreza. Un largo y fro invierno, durante el cual el agua inund las calles con ms rapidez de lo que habamos esperado. A veces, cuando grupos armados recorran las calles, a cualquier hora del da o de la noche, en busca de tiendas de comestibles an no saqueadas, podan orse rfagas de disparos al enfrentarse dos bandas. Por nuestra parte, padecamos poco; era como si, despus de algunos intentos por invadirnos, estuviramos convencidos de que nos hallbamos preparados para defendernos, y con tantos otros pisos invadibles con poco o ningn riesgo, podamos estar seguros de que nos dejaran para lo ltimo. Cuando lleg la poca del calor, se vean pocas personas. La mayora de ellas, antes de enfrentarse con otro invierno en una ciudad ahora bastante escasa de alimentos y que empezaba a sufrir epidemias por falta de agua potable y de desages, se marchaba al interior del pas, y los disparos que oamos se hacan cada vez ms raros.
Tambin se haba reducido nuestro nmero. De los sesenta y cinco que ramos al principio, quedbamos ahora veinticinco. El resto se haba marchado en helicptero en diferentes etapas, cuando el foco principal se instal en Yorkshire. De la categora de centro, habamos descendido al de puesto avanzado o avanzadilla sostenido por prestigio. Phyllis y yo discutamos si nos convendra marcharnos tambin; pero por la descripcin que nos hicieron el piloto del helicptero y su tripulacin de las condiciones en que se hallaba el cuartel general de la E.B.C. comprendimos que estaba muy congestionado y se nos presentaba poco atractivo. As, pues, decidimos permanecer aqu un poco ms, contra viento y marea. En donde estbamos, nos encontrbamos bastante cmodos. Adems, cuantos ms abandonaban Londres, ms espacio y alimentos nos quedaban. En la ltima primavera se public un decreto que nos concerna a nosotros: todas las estaciones de radio quedaban controladas directamente por el gobierno. La totalidad de la Casa de la Radio se traslad en avin cuando sus premisas fueron vulnerables, mientras que las nuestras estaban todava en estado disponible; por lo que los pocos hombres de la B.B.C. que se quedaron vinieron a engrosar nuestro grupo. Las noticias nos llegaban principalmente por dos conductos: de la cadena privada con la E.B.C., que corrientemente era moderadamente honrada, aunque discreta, y de las radiofusoras que, no importa de dnde procedieran, eran hinchadas con optimismo patentemente deshonesto. Estbamos empezando a cansarnos y a desanimarnos respecto a ellas, como les ocurrira a los dems, me imagino; pero, no obstante, proseguan. Al parecer, todo el pas estaba unido y se alzaba sobre el desastre con una resolucin que haca honor a las tradiciones de su pueblo. A la mitad del verano, bastante fro por cierto, la ciudad se haba apaciguado mucho. Los grupos de saqueadores haban desaparecido; slo permanecan los obstinados. Eran, indudablemente, muy numerosos; pero en veinte mil calles aparecan muy dispersos. Todava no estaban desesperados. Era posible andar otra vez por las calles con relativa seguridad, aunque con la precaucin de llevar una pistola. El agua continu subiendo cada vez ms durante el perodo que todos los clculos haban supuesto. Las mareas ms altas alcanzaban ahora un nivel de quince metros. La lnea fronteriza de la marea se hallaba al norte de Hammersmith, incluyendo la mayor parte de Kensington. Se extenda por el lado sur de Hyde Park, continuaba por el sur de Piccadilly, atravesaba Trafalgar Square, segua el Strand y Fleet Street, y por ltimo corra hacia el nordeste, subiendo por el lado occidental del Lea Valley. De la ciudad solamente quedaban libres las tierra altas que rodeaban St. Paul. En el sur se haba extendido por Barness, Battersea, Southwark, la mayor parte de Deptford y la parte ms baja de Greenwich. Un da fuimos andando, dando un paseo, hacia Trafalgar Square. La marea ocupaba la plaza, y el agua casi alcanzaba la parte alta de la pared norte, debajo de la National Gallery. Llegamos hasta la balaustrada y contemplamos el agua que lama los leones de Landseer, preguntndonos qu pensara Nelson de la vista que su estatua distingua ahora. Casi a nuestros pies, la linde del agua estaba marcada con espumas y con una fascinante y variada coleccin de objetos arrastrados por la corriente. Ms all, las fuentes, las farolas, las luces del trfico y las estatuas se reflejaban por todas partes. Al otro extremo de la plaza, y mirando hacia Whitehall tan lejos como podamos, la superficie del agua estaba tan tranquila como la de un canal. Unos cuantos rboles permanecan an en pie, y, en ellos, piaban los gorriones. Los estorninos an no haban desertado de la iglesia de San Martin; pero las palomas se haban marchado todas, y en muchas de sus habituales perchas se posaban ahora, en su lugar, las gaviotas. Durante algunos minutos contemplamos la escena y escuchamos cmo se deslizaba el agua en medio del silencio. Luego, pregunt:
- No dijo alguien en cierta ocasin que el fin del mundo tendra lugar de esta forma, con un sollozo y no con un estallido? Phyllis pareci extraada. - Alguien? - repiti -. Fue mster Eliot! - Bueno; pues parece como si en aquella ocasin hubiera tenido una excelente idea dije. Phyllis observ a continuacin: - Crea que, en este momento, estaba atravesando una fase. Durante mucho tiempo conserv la intuicin de que algo se podra hacer para salvar el mundo en que vivimos... si podamos descubrir qu. Pero considero que pronto ser capaz de sentir: Bueno, todo ha terminado. Cmo podremos hacer algo mejor de lo que ha cesado?... De todas formas, no podra decir que, viniendo a lugares como ste, me considero dichosa. - No hay ningn lugar como ste. Este es..., era..., el nico: el nico de los nicos. Y esto es lo malo: que est un poco ms que muerto, pero no listo an para un museo. Pronto, tal vez, seremos capaces de sentir: Oh! Toda nuestra pompa de ayer es como la de Nnive y Tiro... Pronto, s; pero no todava. Hubo una pausa, que se prolong. - Mike - dijo Phyllis de pronto -. Vmonos de aqu... ya. Asent. - Quiz sea lo mejor. An tendremos que ser un poco ms fuertes, querida. Estoy asustado. Me cogi del brazo y nos dirigimos hacia el oeste. A medio camino de la esquina de la plaza nos paramos. Acabbamos de or el ruido de un motor. Cosa inverosmil: pareca provenir del sur. Esperamos, mientras se acercaba. En aquel momento, procedente del Admiralty Arch, llegaba una motora a toda velocidad. Gir en un arco muy cerrado y se lanz Whitehall abajo, dejando que las ondulaciones de su estela barriesen las ventanas de las augustas oficinas gubernamentales. - Precioso - dije -. No habr muchos de nosotros que, en nuestros momentos de vigilia, no haya pensado en algo semejante. Phyllis contemplaba las anchas ondulaciones y, bruscamente, volvi a mostrarse prctica. - Creo que ser mejor ver si podemos procurarnos una de esas motoras - dijo -. Tal vez nos sea til ms adelante. La marea continuaba subiendo. Al finalizar el verano, el nivel haba experimentado un aumento de dos o tres metros. El tiempo era malsimo y ms fro an de lo que fuera en la misma poca del ao anterior. Muchos de los nuestros haban solicitado el traslado, y a mitad de septiembre nos habamos quedado reducidos a diecisis. Hasta Freddy Whittier anunci que estaba enfermo y agotado de malgastar el tiempo como un marinero naufragado, e iba a ver si poda encontrar algn trabajo til que hacer. Cuando el helicptero se llev a su esposa y a l, volvimos a reconsiderar una vez ms nuestra propia situacin. Nuestra labor de componer material siempre palpitante sobre el tema de que nosotros hablbamos..., el corazn de un imperio ensangrentado, pero an no subyugado..., se supona, y nosotros lo sabamos, que tena un valor estabilizador aun entonces; pero nosotros dudbamos de ello. Muchas personas silbaban el mismo tema en la oscuridad. Algunas noches antes que se marcharan los Whittier, celebramos una ltima reunin en la que alguien, en las primeras horas de la madrugada, consigui conectar con una emisora de Nueva York. Un hombre y una mujer, desde el Empire State Building, estaban describiendo la escena. El cuadro que ellos evocaban de las torres de Manhattan, en pie, como helados centinelas a la luz de la luna, mientras las brillantes aguas laman sus paredes por su base, era magistralmente hermoso, casi lricamente hermoso... No
obstante, fallaba en su propsito. En nuestras mentes podamos ver esas torres brillantes..., pero no eran centinelas, sino lpidas sepulcrales. Nos produjo la sensacin de que nosotros estbamos an menos capacitados para disimular nuestras propias lpidas sepulcrales; que era hora de salir de nuestro refugio y de encontrar trabajo ms til. Nuestras ltimas palabras a Freddy fueron que nosotros, seguramente, le seguiramos antes que pasara mucho tiempo. Sin embargo, an no habamos alcanzado el punto culminante de nuestra decisin definitiva, cuando, un par de semanas ms tarde, Freddy nos habl por la radio. Tras los saludos de rigor, nos dijo: - Esto no es una mera cortesa. Es un consejo desinteresado a los que contemplan cmo salta el aceite en la sartn..., comprendes? - Oh! - exclam -. Qu sucede? - Te lo dir: tengo motivos suficientes para mi regreso a tu lado inmediatamente, si no tuviese mis razones para rechazar tan espantoso convencimiento. Quiero decir con esto que debis quedaros en donde estis... los dos. - Pero... - empec a decir. - Espera un momento - me interrumpi. De nuevo lleg su voz a mis odos. - Perfectamente. Creo que no hay vuelta de hoja. Escucha, Mike: aqu hay exceso de poblacin; estamos hambrientos y hay una mezcolanza de mil demonios. Han desaparecido los alimentos de toda clase, as como la moral. Vivimos, virtualmente, en estado de sitio, y si esto no se convierte, dentro de unas semanas, en guerra civil, ser por milagro. La poblacin exterior est mucho peor de lo que nosotros estbamos en Londres; pero, al parecer, nada los convence de que no estamos viviendo en la parte ms rica de la Tierra. Por lo que ms quieras, comprende lo que quiero decirte y qudate en donde ests, si no por tu salvacin, por la de Phyllis. Pens de prisa. - Si ah ests tan mal, Freddy, y no haces nada provechoso, por qu no regresas aqu en el primer helicptero? Mtete de polizn a bordo, o acaso podamos ofrecer al piloto algo que le agrade. - Efectivamente. Aqu no hacemos nada til. No s por qu dejaron que vinisemos. Activar este asunto. Estate pendiente del prximo vuelo. Acaso lleguemos en l. Mientras tanto, os deseamos mucha suerte a ambos. - Suerte a ti, Freddy, y nuestro cario a Lynn..., y nuestros respetos a Bocker, si est ah y nadie le ha matado an. - Bueno, considerando que es Bocker, poda hallarse mucho peor... Adis. Procuraremos verte pronto. Fuimos discretos. No dijimos nada ms que habamos odo decir que la ciudad de Yorkshire estaba ya hasta los topes y que, por tanto, nos quedbamos. Un matrimonio, que haba decidido abandonar Londres en el primer vuelo, cambi de idea tambin. Esperbamos que el helicptero nos devolviera a Freddy. Un da despus de lo debido estbamos esperando an. Conectamos con la radio. No se tenan noticias, excepto que el helicptero haba abandonado el aerdromo. Pregunt por Freddy y Lynn. Nadie pareca saber en dnde estaban. Nunca ms se tuvo noticias de aquel helicptero. Nos dijeron que no tenan otro para enviarnos. El fro esto se convirti en un otoo ms fro an. Hasta nosotros lleg el rumor de que los tanques marinos haban hecho de nuevo su aparicin por primera vez desde que el agua haba empezado a aumentar de nivel. Por ser las nicas personas ahora que habamos tenido contacto personal con ellos, asumimos la condicin de expertos..., aunque el nico consejo que podamos dar era el de llevar siempre un cuchillo afilado y en posicin tal que pudiese asestar un rpido tajo con cualquiera de las manos. Pero los
tanques marinos quiz encontraran escasa caza en las casi desiertas calles de Londres, porque no volvimos a or nada ms de ellos. Sin embargo, por la radio nos enteramos que no era lo mismo en algunas partes. Pronto hubo informes sobre su reaparicin en muchos lugares donde no solamente las nuevas lneas costeras, sino el colapso de la organizacin, hizo difcil destruirlos en un nmero alentador. Mientras tanto, la cuestin empeoraba. Noche tras noche las emisoras combinadas de la E.B.C. y de la B.B.C. abandonaron toda pretensin de infundir tranquila confianza. Cuando vimos el mensaje que nos trasmitieron por radio simultneamente con todas las dems emisoras, nos dimos cuenta de la razn que tena Freddy. Se trataba de una llamada a todos los ciudadanos leales para que ayudaran al gobierno legtimamente elegido contra cualquier intento que pudiera hacerse para derribarlo por la fuerza, y, en la forma en que estaba dicho, no caba duda alguna de que ya se estaba llevando a cabo alguna intentona. El mensaje era una mezcla de exhortacin, amenazas y splicas, que terminaba justamente con la falsa nota de confianza..., la misma nota que son en Espaa y luego en Francia cuando hubo de dar las noticias, aunque tanto los locutores como los oyentes saban que el final estaba cercano. El mejor locutor del servicio de informacin no poda darle un tono de conviccin. La cadena de emisoras no quera, o no poda, aclararnos la situacin. Decan que el fuego continuaba. Algunos grupos armados intentaban penetrar a la fuerza en el recinto de la Administracin. Los militares tenan la situacion en sus manos y terminaran rpidamente con la algarada. Las locuciones radiadas tenan como nica finalidad echar por tierra los rumores y restablecer la confianza en el gobierno. Nosotros decamos que ni lo que ellos nos contaban ni el propio mensaje nos inspiraba ninguna confiana, y que nos gustara saber qu estaba sucediendo en realidad. Todo lo que llegaba a nuestros odos era oficial, breve y fro. Veinticuatro horas despus, en medio de otra radiacin dictada para infundirnos confianza, la emisora interrumpi su emisin, repentinamente. Nunca ms volvi a funcionar. Hasta que uno se acostumbra a ello, la situacin de ser capaces de or de todas partes del mundo, aunque ninguna diga lo que est sucediendo en el propio pas de uno, resulta extraa. Recogimos informes sobre nuestro silencio de Amrica, Canad, Australia y Kenya. Radibamos con toda la potencia de nuestra emisora lo poco que sabamos, y podamos orlo despus repetido por emisoras extranjeras. Pero nosotros mismos estbamos lejos de comprender lo que suceda. Aunque los cuarteles generales de ambas cadenas, en Yorkshire, hubieran sido invadidos, como pareca, quedaban an muchas emisoras en el aire independientemente, por lo menos en Escocia y en el norte de Irlanda, a pesar de que no estuvieran mejor informadas que nosotros. Sin embargo, desde haca una semana no se tena noticia de ellas. El resto del mundo pareca estar demasiado ocupado en enmascarar sus propias catstrofes para preocuparse de nosotros..., aunque una vez omos una voz que hablaba con diapasn histrico sobre l'croulement de l'Anglaterre. La palabra croulement no me era muy familiar, pero posea un sonido terriblemente mortal. El invierno se ech encima. Ahora se vea poca gente por las calles, en comparacin el ao anterior. Eso se notaba. Frecuentemente era posible andar un par de kilmetros sin ver a nadie. Presumiblemente, todos ellos posean depsitos procedentes de los almacenes de comestibles saqueados que servan para mantenerlos, a ellos y a sus familiares, y, evidentemente, no era motivo de censura. Se notaba tambien como muchas de esas personas hacan alarde de poseer armas como cosa lgica. Nosotros mismos adoptamos la costumbre de llevar las... pistolas, no fusiles..., colgadas del hombro, ms que con la esperanza de utilizarlas, con el fin de evitar la ocasin de ser atacados. Exista una especie de estado cauto de prevencin que se hallaba an bastante lejos de la
hospitalidad instintiva. El peligro hace que los hombres estn atentos a los chismes y a los rumores, y, algunas veces, a las malas noticias de inters local. Por eso nos enteramos de que, alrededor de Londres, exista actualmente un cordn completamente hostil; de cmo los distritos exteriores se haban constituido, en cierto modo, en estados miniaturas independientes y prohiban la entrada, tras echarlos, a muchos de los que haban buscado refugio all; de cmo los que intentaban cruzar la frontera de una de esas comunidades eran recibidos a tiros sin que mediara cuestin alguna. En el nuevo ao, se hizo ms intenso el sentido de las cosas que nos presionaban. La marca de la marea alta se hallaba ahora a un nivel de veintids metros y medio. El tiempo era abominable y espantosamente fro. Apenas transcurra una noche sin que soplara un ventarrn del sudoeste. Se hizo ms raro an ver a alguien en las calles, aunque cuando el viento cesaba durante un rato, poda verse desde el tejado un sorprendente nmero de chimeneas expeliendo humo. La mayora era humo procedente de madera y de muebles quemados, se supona; porque el carbn que se hallaba en los almacenes y en las estaciones del ferrocarril haba desaparecido por completo el invierno anterior. Desde un punto de vista puramente prctico, dudaba que hubiera en todo el pas alguien ms favorecido ni tan seguro como nuestro grupo. Los alimentos, adquiridos al principio, junto con los conseguidos despus, constituan un depsito que bastara para alimentar durante varios aos a las diecisis personas que quedbamos. Tambin poseamos una inmensa reserva de petrleo y gasolina. Materialmente, estbamos mejor que un ao antes cuando ramos ms. Pero sabamos, como muchos lo haban sabido antes que nosotros, que el factor comida no bastaba para cubrir nuestras necesidades. La sensacin de desolacin empezaba a pesar sobre nosotros y se hizo ms intensa cuando, a finales de febrero, el agua empez a lamer los peldaos de nuestra puerta por primera vez y el edificio se llen de los ruidos que produca el agua al caer en cascadas en nuestros stanos. Algunos de nuestro grupo empezaron a mostrarse ms inquietos. - Seguramente, no puede subir mucho ms. Treinta metros es el lmite, verdad? decan. Tranquilizarse falsamente no tena ningn objeto y, adems, era contraproducente. No podamos decir nada ms que repetir lo que Bocker haba dicho: que era una aventura. Nadie saba, dentro de un ancho lmite, cunto hielo haba en el Antrtico. Tampoco nadie estaba completamente seguro de cuntas superficies del norte que parecan tierra firme, tundra, eran en realidad simplemente un depsito sobre una base antigua de hielo. Nosotros ignorbamos por completo todo eso. El nico consuelo era que Bocker pareca creer ahora, por alguna razn, que el nivel de agua no subira por encima de los treinta y siete metros y medio..., lo cual dejara intacto nuestro refugio areo. Sin embargo, se requera un gran dominio sobre s para encontrar tranquilizador ese pensamiento cuando se tumbaba uno en la cama por las noches, mientras escuchaba el eco del chapoteo de las olas que el viento traa a lo largo de Oxford Street. Una luminosa maana de mayo, una soleada, aunque no calurosa maana, ech de menos a Phyllis. Las pesquisas en busca de ella me condujeron eventualmente a la azotea. La encontr en el rincn sudoeste, mirando fijamente hacia los rboles que punteaban el lago de lo que haba sido Hyde Park, y llorando. Me apoy en el parapeto, al lado de ella, y la abrac con un brazo. Phyllis dej de llorar. Se limpi los ojos y se son la nariz. Luego, dijo: - Despus de todo, no he sido capar de mantenerme fuerte. No creo que pueda soportar esto por mucho tiempo, Mike. Scame de aqu. Por lo que ms quieras, scame de aqu. - Y adnde vamos..., suponiendo que pudiramos ir a alguna parte? - pregunt.
- Al cottage, Mike. En el campo, la cosa no ser tan espantosa. Habr algo cultivado..., no como aqu, que todo est muerto. Aqu no hay ya esperanza..., y puesto que no hay esperanza, debemos saltar el muro. Medit unos instantes sobre lo que acababa de decirme. - Aun suponiendo que consiguiramos salir, tendramos que vivir - dije -. Necesitaramos alimentos, combustibles, cosas... - Hay... - empez a decir, pero cambi de idea tras la ligera vacilacin -. Podramos encontrar lo suficiente para mantenernos durante una temporada, hasta que pudiramos cultivar algo. Y habr pescado, y restos de embarcaciones naufragadas que nos servirn de combustible. Encontraremos algo, de alguna forma. Ser duro..., pero yo no puedo permanecer en este cementerio por ms tiempo. Mike... no puedo... Hizo una pausa. - Mralo, Mike!Mralo! Nunca hicimos nada para merecer esto. Muchos de nosotros, la mayora, no seramos muy buenos, pero, seguramente, tampoco lo suficientemente malos para merecer esto. Y no tener ni una oportunidad! Si siquiera fuera algo contra lo que pudiramos luchar... Pero estar anegados, muertos de hambre y forzados a destruirnos los unos a los otros para poder subsistir... y por cosas que nadie ha visto nunca, que viven en un lugar donde no podemos alcanzarlas!... Hizo otra pausa. - Algunos de nosotros saldrn de este atolladero, seguramente... los ms fuertes. Pero, entonces, qu harn las cosas que estn abajo? Algunas veces sueo con ellas, permaneciendo en esos profundos y oscuros valles; otras, me producen la impresin de ser monstruosos calamares o gigantescos znganos; otras, como si fueran enormes nubes de clulas luminosas colgando de las grietas de las rocas... Supongo que nunca sabremos cmo son en realidad; pero, sean como sean, permanecen aqu todo el tiempo, pensando y proyectando lo que han de hacer para acabar con nosotros radicalmente, a fin de que todo pase a su poder... Algunas veces, a pesar de Bocker, creo que las cosas se hallan quiz en el interior de los tanques marinos, y que si pudiramos capturar solamente uno para examinarlo, sabramos cmo luchar, al fin, contra ellos. Varias veces he soado que habamos encontrado uno y nos las habamos arreglado para descubrir el trabajo que haca, pero nadie nos haba credo, excepto, excepto Bocker. Sin embargo, lo que le habamos dicho le haba dado una idea para construir un arma maravillosa que terminaba por destruirlos... S que todo esto suena a estpido, pero es maravilloso en sueos, y, al despertar, siente uno como si hubiramos salvado a todo el mundo de una pesadilla... Pero luego oigo el ruido del agua azotando las paredes, en la calle, y me doy cuenta de que nada ha terminado, que todo sigue, sigue, sigue... No puedo permanecer aqu por ms tiempo, Mike. Enloquecer si tengo que estarme sentada aqu sin hacer nada mientras una gran ciudad muere centmetro a centmetro a mi alrededor. Sera diferente en Cornwall, en cualquier parte del campo. Para continuar como ahora, tendra que estar trabajando noche y da. Considero que es preferible morir intentando huir que haciendo frente a otro invierno como el pasado. No comprenda que fuese tan malo como ella deca. Pero no era momento de discutir. - Muy bien, querida - dije. Nos iremos. Cuanto oamos nos precava contra todo intento de huir por medios normales. Nos contaron de zonas donde todo haba sido arrastrado para habilitar campos de visualidad espaciosos, con trampas, seales de alarma y guardianes. Todo cuanto exista ms all de esos campos se supona que estaba basado sobre un fro clculo del nmero que cada distrito autnomo poda soportar. Los oriundos de esos distritos se haban agrupado para echar a los refugiados y a los intiles a un terreno ms bajo, donde tenan que valerse por s mismos. En cada una de las reas exista la acusada sensacin de que otra boca que alimentar incrementara la escasez para los dems. Cualquier forastero que consegua introducirse, poda tener la seguridad de que su presencia no sera ignorada
por mucho tiempo, y, cuando le descubrieran, le trataran sin consideracin: la supervivencia lo exiga. As, pues, todo eso nos produjo la sensacin de que deberamos intentar nuestra huida por otros caminos, como lo exiga nuestra propia supervivencia. Intentarlo por el agua, a lo largo de pasos que constantemente se alargaban y alcanzaban grandes distancias, pareca lo mejor; pero si no hubiera sido por la suerte de encontrar una pequea, aunque potente motora, la Midge, no s qu hubiera sido de nosotros. Lleg a nuestro poder a causa del accidente sufrido por su dueo, al que tirotearon cuando intentaba escapar de Londres. La encontr Ted Jarvey y nos la trajo, puesto que saba los vanos intentos que llevbamos haciendo durante semanas para conseguir una embarcacin. La desagradable sensacin de que alguno de los nuestros deseara marcharse tambin y presionara para venir con nosotros result completamente infundada. Sin excepcin, nos consideraban unos locos. La mayora de ellos se las compuso para llevar aparte a cualquiera de nosotros, cuando surga la ocasin, para indicarnos que era descabellado e improcedente abandonar un cuartel general cmodo y caliente para realizar un viaje, con toda seguridad fro y, probablemente, lleno de peligros, hacia un lugar cuyas condiciones serian seguramente peores y posiblemente intolerables. Nos ayudaron a llenar la motora Midge de provisiones y combustible hasta que su lnea de flotacin sobresala apenas unos centmetros del agua; pero ninguno de ellos hubiera sido sobornado para venir con nosotros. Nuestro progreso ro abajo fue cauto y lento, porque no tenamos la intencin de hacer el viaje ms peligroso de lo necesario. Nuestro principal problema, que nos asaltaba continuamente, era dnde parar para pasar la noche. Tenamos plena conciencia de nuestra probable destruccin como transgresores de la ley, y tambin del hecho de que la Migde, con su contenido, constitua un botn tentador. Nuestro usual anclaje lo efectubamos en las calles ms ocultas de alguna ciudad inundada. Algunas veces, cuando el viento soplaba huracanado, permanecamos en tales lugares durante varios das. El agua potable, que habamos considerado nuestro principal problema, no result difcil obtenerla. Casi siempre podan encontrarse residuos de agua en los tanques de las azoteas de alguna casa sumergida parcialmente. As, pues, un viaje que siempre hacamos por carretera en pocas horas, tardamos ms de un mes en realizarlo. Cuando llegamos al mar libre, contemplamos los blancos acantilados, tan normales que era difcil creer en la inundacin..., hasta que contemplbamos ms de cerca las hondonadas donde deban de haber estado las ciudades. Un poco despus comprendimos que bamos por buen camino, porque empezamos a ver nuestros primeros icebergs. Nos acercamos con precaucin al final de nuestro viaje. De lo que habamos sido capaces de observar de la costa, mientras la recorramos, dedujimos que las tierras altas estaban frecuentemente ocupadas por campamentos de chozas. Donde la tierra era escarpada, existan ciudades y pueblos en los que las casas ms altas estaban ocupadas an, a pesar de que sus bases estuvieran sumergidas. No tenamos idea ninguna en qu condiciones encontraramos Penllyn, en general, y Rose Cottage, en particular. Desde el ro principal giramos hacia el norte. Con el agua ahora a un nivel de treinta metros, la multiplicacin de los caminos acuosos nos confunda. Perdimos nuestra ruta media docena de veces antes de dar la vuelta a un recodo de un paraje completamente nuevo y encontrarnos a la vista de una ladera que nos era familiar y que conduca hacia nuestro cottage. En l haba estado la gente, mucha gente; pero aunque el desorden era considerable, los daos no eran grandes. Era evidente que haban ido en busca de cosas comestibles principalmente. De las estanteras de la despensa haban desaparecido hasta el ltimo bote de salsa y el ltimo paquete de pimienta. Tambin haban desaparecido el aceite, las velas y la pequea reserva de carbn.
Phyllis ech una rpida mirada a los despojos y desapareci por una escalera que conduca a la bodega. Reapareci inmediatamente y ech a correr hacia el cenador que haba construido en el jardn. Por la ventana vi cmo examinaba el suelo con todo cuidado. Despus, regres a la casa. - Gracias a Dios, todo est bien - dijo. No pareca momento oportuno para dar gran importancia a los cenadores. - Qu es lo que est bien? - inquir. Las provisiones - dijo -. No quise decirte nada hasta estar segura. Hubiera constituido una desilusin muy amarga si hubiera desaparecido. - Qu provisiones? - pregunt, sin saber de qu me hablaba. - No eres muy intuitivo, verdad que no, Mike? De verdad creste que una persona como yo iba a hacer una obra de albailera slo por divertirme? Tapi media bodega, que colm de provisiones; y debajo del cenador hay muchas tambin. La mir fijamente. - Quieres decir que...? Pero eso fue hace aos!... Mucho antes que empezara la inundacin!... - Pero no antes que empezaran a hundirse los barcos con tanta rapidez. Me pareci que sera una idea excelente formar un almacn de provisiones antes que las cosas se hicieran difciles; pues era evidente que se haran difciles ms adelante. As, pues, pens que no estara mal poseer una reserva aqu; slo que no podra decrtelo, porque saba que te hubiera molestado extraordinariamente. Me sent y la mir. - Molestado? - pregunt. - Bueno, existen algunas personas que consideran ms lgico pagar precios de mercado negro que tomar ciertas precauciones. - Oh! - exclam -. Y lo hiciste todo t sola? - No quera que nadie de la localidad lo supiera; por tanto, el nico camino era hacerlo yo sola. Como se esperaba, el transporte de mercancas por avin se organiz mucho mejor de lo que todo el mundo pensaba; por tanto, no necesitamos echar mano de lo nuestro. Pero ahora nos va a venir muy bien. - Cunto? - pregunt. Phyllis pens durante unos instantes. - No estoy completamente segura, pero hay aqu todo el contenido de un vagn grande de mercancas... Adems, tenemos lo que hemos trado en la Midge. Poda ver, y vea, varios ngulos a la cuestin; pero hubiera sido groseramente desagradable mencionarlos en aquel momento. Por tanto, lo dej en paz, y empezamos a trabajar en el arreglo de la casa. No tardamos mucho tiempo en comprender por qu haba sido abandonado el cottage. No haba ms que subir a la cumbre para ver que nuestro cerro estaba destinado a convertirse en una isla, y dentro de pocas semanas dos riachuelos se uniran por la parte de atrs de nosotros, formando uno solo. Segn podamos ver, los acontecimientos fueron lo mismo aqu que en otras partes..., con la excepcin de que aqu no haba habido invasin: el movimiento fue hacia fuera. Primero, hubo la cauta retirada cuando el agua empez a subir de nivel; luego, la huida llena de pnico, para alcanzar tierras ms altas cuando an exista la posibilidad de encontrarlas. Los que se quedaron, y an penmanecan aqu, eran una mezcolanza de testarudos, negligentes y siempre esperanzados que haban estado diciendo desde el principio que maana, o tal vez pasado maana, cesara de subir el nivel del agua. Se haba establecido un perfecto estado de guerra civil entre los que se quedaron y los que intentaban establecerse all. Los moradores de las tierras altas no queran admitir a recin llegados en su territorio estrictamente racionado, y los de las tierras bajas portaban armas y establecan trampas para evitar las invasiones de su territorio. Se deca, aunque
no s con qu visos de verdad, que las condiciones aqu eran buenas comparadas con las de Devon y otros lugares situados ms al este; por lo cual, una vez que los habitantes de las tierras bajas fueron arrojados de sus casas y se pusieron en camino, muchsimos de ellos decidieron continuar la marcha hasta alcanzar el magnfico territorio situado ms all de los pramos. Se contaban cosas terrorficas sobre la guerra defensiva contra los grupos hambrientos que intentaban penetrar en Devon, Somerset y Dorset; pero aqu slo se oa algn disparo de vez en cuando, y siempre en pequea escala. Nuestro completo aislamiento fue una de las cosas ms difciles de soportar. La radio, que poda habernos puesto al corriente de algo de lo que pasaba por el resto del mundo, si no de nuestro pas, estaba estropeada. Se estrope pocos das despus de nuestra llegada y no tenamos medios para arreglarla ni reemplazarla por otra. Nuestra isla ofreca poca tentacin, as que no fuimos molestados. La poblacin de aqu haba conseguido una excelente cosecha el verano anterior, que, con la pesca, que era abundantsima, bastaba para sacarla adelante. Nuestra situacin no era enteramente como la de los forasteros; pero tuvimos mucho cuidado en no hacer peticiones ni encargos. Supongo que crean que nos sustentbamos a base de pescado y de las provisiones que habamos trado en la motora... y por lo que poda quedar de ellas ya no mereca la pena hacer una incursin contra nosotros. Hubiera sido diferente si la cosecha del ltimo verano hubiese sido ms escasa. Empec este relato a principios de noviembre. Ahora estbamos a finales de enero. El agua continuaba subiendo de nivel muy lentamente; pero desde Navidad, aproximadamente, pareca haber aumentado tan poco que apenas se notaba. Tenamos la esperanza de que hubiese alcanzado su lmite. An se vean icebergs en el canal, pero eran escasos. No obstante, haba frecuentes incursiones de tanques marinos, a veces de uno solo; pero ms frecuentemente de cuatro o cinco. Por lo regular, eran ms molestas que peligrosas. La poblacin que viva a orillas del mar posea grupos de vigas que daban la voz de alarma. Al parecer, a los tanques marinos no les gustaba escalar; corrientemente no se aventuraban ms all de medio kilmetro de la orilla del agua, y cuando no encontraban victimas se iban inmediatamente. Con mucho, lo peor que tuvimos que arrostrar fue el fro del invierno. Aun siendo indulgentes por la diferencia que notbamos en nuestra circunstancia, nos pareci mucho ms fro que el anterior. El ro que se extenda a nuestros pies permaneci helado muchas semanas, y, con el aire calmado, el propio mar se helaba a poca distancia de la costa. Pero la mayor parte del tiempo no hubo aire calmado. Durante das, las tierras del interior se vieron cubiertas de nieve que arrastraba el aire huracanado. Afortunadamente, estbamos protegidos del impetuoso viento del suroeste; pero fue bastante malo. Dios sabe la vida que se llevara en los campamentos instalados en los pramos cuando soplaban estos huracanes!... Decidimos que, cuando llegara el verano, intentaramos marcharnos. Nos dirigiramos hacia el sur, en busca de algn lugar ms caliente. Con toda probabilidad podramos resistir aqu otro invierno; pero ello nos dejara menos aprovisionados y menos aptos para enfrentarnos con el viaje que tendramos que realizar en algn momento. Era posible, pensbamos, que en lo que quedaba de Plymouth o de Devonport encontrramos algn combustible para el motor; pero, en cualquier caso, instalaramos un mstil y, si no tenamos suerte o no encontrbamos combustible, navegaramos a vela. Hacia dnde? An no lo sabamos. A algn sitio ms caliente. Tal vez encontraramos balas solamente en donde quisiramos desembarcar; pero, aun as, sera mejor que morir lentamente de inanicin en medio de un fro horrible. Phyllis estuvo conforme.
- Hasta ahora nos ha favorecido la suerte - dijo -. Despus de todo, para qu nos servira la buena suerte que nos han otorgado, si no continuamos haciendo uso de ella? 4 de mayo. No iramos hacia el sur. No dejaramos este manuscrito en una caja de lata para que el azar lo pusiera en manos de alguien algn da. Lo llevaramos con nosotros. Y aqu est la razn: Hace dos das vimos el primer avin desde que estamos aqu... o desde antes de estar aqu. Un helicptero, que lleg procedente de la costa, gir hacia las tierras del interior y pas a continuacin por encima de nuestro riachuelo. Habamos bajado a la orilla del agua para trabajar en la motora y tenerla preparada para el viaje. Omos un zumbido lejano; luego, el helicptero vino en lnea recta hacia nosotros. Lo miramos, haciendo pantalla a los ojos con la mano. Iba a contraluz, pero pudimos distinguir el crculo de la R.A.F. en sus costados, y pens que, desde su cabina, podra ver algo que se moviera. Agit la mano. Phyllis hizo seas con la brocha de pintar. Contemplamos cmo se diriga a nuestra izquierda y luego giraba hacia el norte. Desapareci detrs de nuestro cerro. Nos miramos el uno al otro, mientras el ruido del motor se amortiguaba. No hablamos. No s cmo reaccion Phyllis; pero a m me hizo sentirme un poco extrao. Nunca pens encontrarme en una situacin en la que el zumbido del motor de un avin sonara en mis odos como una especie de msica nostlgica. Entonces me di cuenta de que el zumbido no haba desaparecido por completo. El aparato reapareci, dando la vuelta a la otra ladera del cerro. Al parecer, estaba examinando minuciosamente nuestra isla. Vimos cmo se paraba encima y luego empezaba a bajar hacia la curva del cerro que nos protega. Yo tir mi destornillador y Phyllis su brocha, y echamos a correr cerro arriba hacia l. Baj ms, pero era evidente que no se arriesgara a aterrizar entre las piedras y los brezos. Mientras permaneca all, se abri una portezuela en uno de sus costados. Cay un bulto que golpe sobre los brezos. A continuacion lanzaron una escala de cuerda, que se desenroll a medida que caa. Una forma empez a bajar por ella, sujetndose con sumo cuidado. El helicptero se mova lentamente encima de la cresta del cerro, y el hombre que descenda por la escala estaba oculto ahora a nuestros ojos. Nosotros continubamos ascendiendo por la ladera opuesta. An nos encontrbamos a mitad de camino de lo alto del cerro cuando el aparato se elev y pas por encima de nuestras cabezas, mientras alguien de su interior recoga la escala. Haciendo grandes esfuerzos continuamos escalando la ladera. Al fin alcanzamos un punto desde donde fuimos capaces de ver una forma vestida de oscuro entre los brezos, al parecer examinndose si tena alguna fractura. - Es... - empez a decir Phyllis -. S, es l! Es Bocker! - grit. Y ech a correr temerariamente por el rido terreno. Cuando yo llegu, mi mujer estaba arrodillada a su lado, con ambos brazos rodendola el cuello y llorando a lgrima viva. l le estaba dando golpecitos en la espalda, cariosamente. Me alarg la otra mano cuando llegu a su lado, cogindome las dos mas, y estuve a punto de echarme a llorar tambin. Era Bocker, efectivamente, y apenas pareca cambiado desde la ltima vez que le vi. En aquel momento no pareca haber mucho que decir, sino: - Se encuentra usted bien?... Est herido? - Slo un rasguo. No tengo nada roto. Se necesita ms prctica para hacerlo de lo que yo crea - dijo. Phyllis alz la cabeza para contestarle: - Nunca debi usted intentarlo, A. B.! Pudo haberse matado. Luego se ech de nuevo y se puso a llorar ms cmodamente. Durante unos segundos, Bocker mir pensativo el mechn de pelo que reposaba sobre su hombro. Luego, levant los ojos hacia m, interrogadores.
Mov la cabeza. - Otros han tenido que enfrentarse con cosas peores; pero ha sido agotador, deprimente... - le dije. Asinti, y de nuevo dio golpecitos cariosos a Phyllis en la espalda. Mi mujer empezaba ya a dormirse. Bocker esper un poco ms para decir: - Si usted fuera tan amable de separar a su esposa un momentito, vera si an soy capaz de sostenerme en pie. Fue capaz. - Nada, excepto un par de rasguos - anunci. - Mucho ms afortunado de lo que se mereca - le dijo Phyllis, con severidad -. Ha sido ridculo hacer esto a su edad, A. B. - Exactamente lo mismo pens yo cuando me hallaba a mitad de la escala - dijo, de acuerdo con ella. Los labios de Phyllis temblaban cuando ella le mir. - Oh, A. B.! - exclam -. Es maravilloso volver a verle de nuevo. An no puedo creerlo. Bocker le ech un brazo alrededor del cuello y apoy el otro en mi hombro. - Tengo hambre - anunci -, En algn sitio de por aqu habr un paquete que hemos arrojado del helicptero. Bajamos hacia el cottage. Phyllis charlote como una loca durante todo el camino, excepto en las pausas que haca para mirar a Bocker y convencerse de que estaba realmente all. Cuando llegamos a la casa, desapareci en la cocina. Bocker se sent con todo cuidado. - Ahora vendra bien un trago..., pero hace tiempo que se terminaron todas las bebidas - le dije apesadumbrado. Bocker sac un frasco achatado. Durante un momento contempl una gran abolladura. - Hum! - exclam -. Esperemos que la subida sea ms cmoda que la bajada. Ech whisky en tres vasos y anim a Phyllis. - Con esto nos recuperaremos - dijo. Bebimos. - Y ahora - dije -, puesto que en toda nuestra experiencia nada ha sido ms inverosmil que su bajada del cielo en un trapecio, nos gustara que nos diera una explicacin. - Eso no estaba en el plan - admiti -. Cuando nos enteramos por la gente de Londres de que ustedes haban partido para Cornwall, supuse que sera aqu donde estaran, si haban conseguido llegar. As, pues, cuando me fue posible, vine a echar una ojeada; pero al piloto no le gustaba este terreno en absoluto y no quera arriesgarse a aterrizar con su aparato. Por tanto, dije que bajara, y despus ellos volaran hasta un sitio donde pudieran aterrizar, regresando a recogerme al cabo de tres horas. - Oh! - exclam. Phyllis estaba mirndole. - Es lgico que consideren ustedes las cosas as; pero yo hubiera dado con ustedes antes si hubiesen permanecido en donde estaban. Por qu no se quedaron en Londres? - Tenamos que marcharnos, A. B. Creamos que usted haba muerto cuando fue inundado Harrogate. Los Whittier nunca regresaron. La radio ces de emitir. El helicptero dej de venir. En el aire no haba ninguna emisora que pudiera orse, ninguna emisora britnica. Despus de todo, pareca como si las cosas estuvieran a punto de terminar. Por eso nos marchamos. Hasta las ratas prefieren morir en lugares abiertos... Phyllis se puso en pie y empez a poner la mesa. - No creo, A. B., que usted hubiera permanecido all aguardando un fin inevitable - dijo. Bocker movi la cabeza. - Oh, qu poca fe! Como ustedes saben, ste no es el mundo de No. El siglo veinte es algo que no se puede destruir tan fcilmente como parece. El paciente est todava en
situacin grave; est enfermo, muy enfermo, y ha perdido muchsima sangre..., pero se recuperar. Oh, s! Se recuperar completamente, ya lo vern. Por la ventana mir el agua que se extenda por los campos, y los nuevos brazos de mar que se dirigan hacia la tierra, hacia las casas que haban sido hogares y que ahora estaban anegadas por la riada. - Cmo? - pregunt. - No ser fcil, pero se har. Hemos perdido muchas de nuestras mejores tierras; pero el agua casi no ha aumentado de nivel durante los ltimos seis meses. Reconocemos que, una vez que estemos organizados, deberemos ser capaces de cultivar lo suficiente para alimentar a cinco millones de personas. - Cinco millones? - repet. - Ese es el clculo en bruto de la poblacin actual... Por supuesto, todo no es ms que una hiptesis. - Pero era de cincuenta y seis millones, aproximadamente! - exclam. se era un tema que Phyllis y yo habamos evitado siempre tocar... o en el que habamos pensado ms de lo que nos convena. En nuestros momentos de mayor depresin yo haba tenido, supongo, una vaga idea de que en el transcurso del tiempo habra unos cuantos supervivientes que viviran en plena barbarie, pero nunca los haba considerado en cifras. - Cmo sucedi? Sabamos que se estaba luchando, claro est; pero eso... - Algunos murieron en la lucha, y, por supuesto, hubo lugares donde muchos fueron hechos prisioneros y sumergidos; pero eso, en realidad, constituye un pequeo porcentaje de bajas. No. Fue la pulmona quien caus el mayor dao. La mala alimentacin y la peligrosa situacin durante tres amargos inviernos. Con cada dosis de flujo, en cada fro, aumentaban las pulmonas. No haba servicio mdico, ni farmacias, ni medicamentos, ni comunicaciones. Nada poda hacerse para evitarlo. Se encogi de hombros. - Pero, A. B. - le record Phyllis -, acabamos de beber para recuperarnos... Recuperarnos... cuando ha desaparecido el noventa por ciento? La mir firmemente y asinti. - Claro que s - dijo, con confianza -. Cinco millones pueden constituir todava una nacin. Porque, en el tiempo de Isabel I, no ramos ms, ya lo sabe usted. Entonces, pudimos ser una nacin; ahora volveremos a serlo. Pero habr que trabajar... Por eso estoy aqu. Hay trabajo para ustedes dos. - Trabajo? - repiti Phyllis. - S, y esta vez no se tratar de vender jabones ni quesos, sino moral. As, pues, cuanto antes hayan recuperado ustedes su moral, tanto mejor. - Espere un momento. Segn mi opinin, esto necesita una explicacin - dijo Phyllis. Trajo la comida y acercamos las sillas a la mesa. - Perfectamente, A. B. - dijo Phyllis -. S que la comida no le impide nunca hablar. Por tanto, adelante. - De acuerdo - dijo Bocker -. Imaginen un pas en donde no existen ms que pequeos grupos y comunidades independientes esparcidos por su territorio. No existen comunicaciones. Casi todos ellos estn atrincherados para defenderse. Apenas existe alguien con idea de lo que est ocurriendo a dos o cuatro kilmetros ms all de su propia rea. Bueno, qu se puede hacer para que tal situacin vuelva al orden de nuevo? Primero, segn mi opinin, encontrar una forma de penetrar en esos cerrados y aislados cotos para poder trabajar dentro de ellos. Para conseguir esto, se tiene que establecer ante todo alguna especie de autoridad central, y luego hacer saber al pueblo que existe una autoridad central... y hacer que confe en ella. Se necesita establecer partidas o grupos que sern las representaciones locales de la autoridad central. Cmo conseguir eso?... Pues hablndole de ello y contando con ellos... por radio.
Hizo una pausa. - Se busca una fbrica y se empieza a trabajar en la construccin de receptores y bateras de radio pequeos, que se lanzan desde el aire. Cuando se pueda, se empieza a transmitir con los radios transmisores, emitiendo dos clases de comunicaciones: primero, con los grupos mayores; segundo, con los ms pequeos. As se destruye el aislamiento y la sensacin de ello. Un grupo comienza a or lo que otros grupos estn haciendo. Y empieza a revivir la confianza en s mismo. Se inculca la sensacin de que en el timn de la nave hay una mano firme que les da esperanzas. Comienza a experimentarse el deseo de que hay algo por qu trabajar. Entonces, un grupo empieza a colaborar, y a traficar, con el de al lado. Y se es el momento en que uno comienza a creer que ha conseguido algo realmente. Es el mismo trabajo que nuestros antepasados tuvieron que hacer con las generaciones de los hombres que montaban a caballo... Por radio debemos ser capaces de organizar un cambio radical en un par de aos. Pero habr que actuar en conjunto... Habr que formar un grupo de personas que sepan decir lo que es conveniente decir. Qu les parece? Phyllis continu mirando su plato durante unos segundos. Luego, alz los ojos, que le brillaban, y los pos en Bocker, al mismo tiempo que pona su mano sobre la de l. - Ha pensado usted alguna vez, A. B., que se hallaba casi muerto y que, de repente, reciba una inyeccin de adrenalina? - pregunt impulsiva. Se levant de la mesa, dio la vuelta a su alrededor y bes a Bocker en la mejilla. - Adrenalina? - dije -. No opino lo mismo, pero estoy de acuerdo con Phyllis. Me adhiero a la causa con todo entusiasmo. - Me produce ms embriaguez que todo el alcohol que pudiera beber - afirm Phyllis. - Magnfico - dijo Bocker -. Entonces, lo mejor ser que hagan las maletas. Enviaremos un helicptero ms grande para que venga a recogerles dentro de tres das... Y no se dejen ninguna provisin aqu. Pasar mucho tiempo todava antes que podamos desperdiciar cualquier clase de alimento. Continu explicando y dando instrucciones; pero dudo que ninguno de los dos pusiramos atencin en ellas. Luego empez a contarnos cmo l y otros pocos haban escapado al ataque a Harrogate; pero en nuestra mente haba poco espacio para albergar nada de eso. Respecto a m, debi transcurrir una hora completa, por lo menos, antes que saliera del deslumbramiento que me produjo el repentino cambio de situacin. Sin embargo, eso no impidi que comprendiese que estbamos comportndonos un poco ingenuamente. Tal vez la operacin de deshelar las masas compactas de agua hubiese llegado a un punto que no poda constituir ya amenaza para nosotros; pero eso no quera decir que a aquello no siguiera alguna nueva, y tal vez igualmente devastadora, forma de ataque. Por lo que nosotros sabamos, la verdadera fuente de nuestros males estaba an acechndonos libremente en las profundidades, en algn sitio que no podamos alcanzar. Se lo hice ver a Bocker. Sonri. - Creo que nunca me he dejado llevar por un desenfrenado optimismo... - Desde luego que no - admiti Phyllis. - Por tanto, considero que ha de tener algn peso mi afirmacin de que, para m, la perspectiva es claramente esperanzadora. Por supuesto, ha habido muchas desilusiones, y habr muchas ms tal vez; pero, en la actualidad, parece ser que nosotros estamos encargados de hacer algo que baste para desquiciar a nuestros xenobatticos amigos. - Qu sera, sin esas circunspectas calificaciones...? - pregunt. - Las ondas ultrasnicas - proclam. Le mir fijamente. - Se han intentado las ondas ultrasonicas media docena de veces por lo menos. Puedo recordar claramente...
- Mike, cario, cierra la boca. Es un capricho - me dijo mi delicada esposa, y, volvindose a Bocker, le pregunt -: Qu han hecho, A. B.? - Bueno, se sabe muy bien que ciertas ondas ultrasnicas en el agua matan a los peces y a otros seres; por eso hubo mucha gente que opin que sa sera, muy verosmilmente, la verdadera respuesta que habra de dar a los bathies...; pero, evidentemente, no con el iniciador de ondas actuando en la superficie, en un radio de diez kilmetros o as. El problema estuvo en poder profundizar en el mar, tanto como fuera necesario para producir dao, el emisor ultrasnico. Y no fue posible dejarlo en el fondo, porque su cable se electrific o se cort... y, juzgando por lo precedente, lo mismo sucedera ahora, mucho antes que alcanzara profundidad suficiente para que produjera resultados satisfactorios... Ahora bien: parece que actualmente los japoneses han encontrado una frmula. El japons es un pueblo muy ingenioso y, en sus momentos sociables, constituye un crdito para la ciencia. En cierto modo, slo tenemos una descripcin general de su proyecto, que nos han dado por radio. Al parecer, se trata de una esfera autopropulsora que navega lentamente, emitiendo ondas ultrasnicas de gran intensidad. Lo ingenioso de todo esto es que no solamente produce ondas letales, sino que hace uso de ellas por s misma, sobre el principio de un eco ms sonoro, y las gobierna. Eso quiere decir que puede conseguir que se separen de cualquier obstculo cuando reciben un eco de l a una distancia dada. Comprenden la idea? Poner un conjunto de esos aparatos para un despeje de, digamos, ciento cincuenta metros y empezar a actuar desde el extremo de una profundidad cercana. Luego, irn avanzando a lo largo de ella, mantenindose a cincuenta metros del fondo, a cincuenta metros de todo obstculo, a cincuenta metros unos de otros, y expeler ondas ultrasnicas letales a medida que van avanzando. se es justamente el sencillo principio de tales aparatos... El verdadero triunfo de los japoneses no ha sido solamente el ser capaces de inventarlos, sino el de haberlos construido bastante fuertes para soportar la presin. - Todo el asunto me parece de lo ms sencillo - le dijo Phyllis -. Ahora bien: lo importante para mi es saber si realizarn bien su misin. - Bueno, los japoneses aseguran que s, y no hay por qu dudar de su palabra. Afirman que han limpiado ya un par de pequeas profundidades. Subieron a la superficie amplias masas de gelatina orgnica; pero no han sido capaces de obtener fruto de ello, porque el cambio de presin las destruy y los rayos del sol las descompusieron rpidamente. Ahora estn actuando en otras pequeas Profundidades hasta que consigan prctica suficiente para poner manos a la obra en otras mayores. Han enviado planos del aparato a todos los estados, y los norteamericanos..., que no han sido daados en su territorio tanto como nosotros en esta pequea isla..., van a construirlos, lo cual es un testimonio a su favor... Desde luego, tendr que pasar algn tiempo antes que lo construyan en gran escala. Sin embargo, por el momento, sa no es cuestin nuestra... Cerca de aqu no tenemos ninguna gran profundidad, y, de todas formas, pasar algn tiempo antes que nosotros podamos hacer algo ms que atender a las inmediatas necesidades. Esta isla estaba superpoblada, y por eso hemos pagado con exceso. Lo que tenemos que procurar es que tal cosa no vuelva a suceder. Phyllis arrug el ceo. - En otros tiempos le dije, A. B., que tiene usted la costumbre de dar siempre un paso ms all de lo que la gente desea para seguirle - le dijo con cierta severidad. Bocker sonri levemente. - Tal vez - admiti -. Pero no puedo evitarlo. Estbamos sentados los tres en el cenador de Phyllis, contemplando el panorama que tanto haba cambiado en tan poco tiempo. Durante un rato, ninguno habl. Capt una amplia mirada de soslayo de Phyllis. Estaba tan rgida como si estuviera sometida a un tratamiento de belleza. - Vuelvo a la vida de nuevo, Mike - dijo -. Existe algo por qu vivir.
Yo tambin experimentaba lo mismo; pero cuando mir el azulado mar, en el que an sobrenadaban algunos chispeantes tmpanos de hielo, aad: - De cualquier forma, esto no es muy apropiado para pernoctar. Este clima es horrible, y cuando pienso en los inviernos... - Oh! - exclam A. B. -. Actualmente se hacen investigaciones, y los primeros informes indican que el agua tiende a aumentar de temperatura gradualmente. En realidad continu, chasqueando la lengua -, ahora que ha desaparecido el hielo, tal vez consigamos tener un clima mejor que antes, en el espacio de tres o cuatro aos. Continuamos sentados all. Al fin, Phyllis habl: - Estaba pensando que, en realidad, nada es nuevo, verdad? En cierta ocasin, hace muchsimos siglos, hubo aqu una gran extensin de terreno cubierta de bosques y repleta de fieras. Estoy segura de que algunos de nuestros antepasados acostumbraban a vivir en tal extensin, a cazar y a hacer el amor aqu. Luego, un da, el agua subi el nivel y lo aneg todo..., formndose el mar del Norte... Creo que estuvimos aqu antes, que vivimos en esa poca... Durante un rato no habl nadie. Bocker mir su reloj y dijo: - No tardar en llegar el helicptero. Ser mejor que est preparado para hacer mi escalada de la muerte. - Me agradara que no lo hiciera, A. B. - le dijo Phyllis -. No puede usted enviarles un mensaje y quedarse aqu hasta que llegue el otro helicptero mayor? Neg con la cabeza. - No puedo desperdiciar el tiempo. En realidad, me estoy comportando como un haragn...; pero cre mi deber, y adems era para m una satisfaccin, que deba ser yo quien les diera la noticia. No se preocupe, querida. Todava el viejo no est tan poco gil que no pueda subir por una escalera de cuerda. Vala l tanto como su palabra. Cuando el helicptero descendi sobre la cresta del cerro, Bocker cogi con habilidad la escala colgante, se mantuvo agarrado a ella un instante y comenzo a subir a continuacin. Unos brazos le agarraron para ayudarle a entrar en el aparato. En la portezuela se volvi a nosotros y nos salud con la mano. El helicptero emprendi el vuelo, comenzando a elevarse. Pronto no fue ms que una mancha que desapareca en la lejana... FIN