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Foscolo - Últimas Cartas

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UGO FOSCOLO

Foscolo volvi a corregir la obra y la public en


Suiza con el sello Fiissli, de Zurich. En esta edicin
se incluyen nuevas cartas: especialmente importan-
te es la del 17 de marzo sobre la situacin poltica
italiana.
La ltima edicin cuidada por el autor, y en
consecuencia la definitiva, es la de Londres, con el
sello de John Murray, Abernal Street, aparecida
en 1817, cuya novedad principal consiste en la di-
visin de la novela en dos partes. Este ltimo texto
es el consignado en el I V volumen de la Edicin
Nacional delas obras de Foscolo ( Firenze, Le Mon-
nier, 1955), y el que hemos utilizado para esta ver-
sin castellana.
20
LAS ULTIMAS CARTAS DE JACOBO ORTI S
Naturae clamat ab ipso vox tumulo.
(La voz de la naturaleza
clama desde la misma tumba)
A L L EC T OR
Publicando estas cartas, entiendo levantar un
monumento a la virtud desconocida; y consagrar
a la memoria de mi nico amigo las lgrimas que
por ahora me est vedado derramar sobre su tum-
ba. T, lector, si no eres uno de aquellos que
les exigen a los dems el herosmo del cual no son
capaces, te compadecers espero del infortuna-
do joven, cuya suerte, tal vez, te sirva de ejemplo
y consuelo.
Lorenzo Alderani
4
.
4 Lorenzo Alderani es el Amigo a quien J acal Ortis
dirige sus cartas.
23
PRIMERA PARTE
Desde las colinas Euganeas, el 11 da octubre
de 1797. i ,
Nuestra patria ha sido va sacrificada y todo es-
t perdido
5
. Si nos hacen gracia de la vida, podre- i O \
mos emplearla slo en llorar nuestras desgracias y '^
nuestra infamia. S que mi nombre est en la lista
de los proscriptos, pero acaso quieres que me en-
tregue a quien me ha traicionado, para salvarme
de quien me oprime? Consuela a mi madre: venci-
do por sus lgrimas, le obedec y abandon Vene-
eia, evitando as las primeras persecuciones, que
son las ms feroces. Tendr que abandonar tam-
bin este antiguo lugar de soledad, donde an pue
do esperar algn momento de paz sin perder de
vista a mi desdichado pas? Lorenzo, tus noticias
me horrorizan, cuntos son, pues, los perseguidos?
Y sin embargo, nosotros, los italianos, nos lavamos
las manos con la sangre de otros italianos. No me
preocupa lo que pueda sucedenne: ya nada espero
5 Alusin al tratado de Campoformio (17 de octubre
de 1797) con el cual Napolen entreg Venecia a los aus-
tracos.
25
'UGO FOSCOLO
de mi patria, ni de m mismo; v la prisin y la
muerte me encontrarn tranquilo. Al menos, mi
cadver no caer en manos extranjeras y mi nom-
bre ser recordado en voz baja por algunos hom-
bres buenos, compaeros de infortunio; y mis hue-
sos descansarn en la tierra de mis antepasados.
13 de octubre.
Te suplico, Lorenzo, no insistas ms. He decidido
no alejarme de estas colinas. Es cierto que le pro-
met a mi madre que buscara refugio en algn
pas extranjero, pero no tuve el nimo de hacerlo:
espero que me perdone. Adems, merece ser con-
servada una vil vida de exiliado? Cuntos conciu-
dadanos nuestros, que estn lejos de sus casas, se
quejan arrepentidos! Y nosotros qu podemos es-
perar, ms que indigencia y desprecio o, a lo su-
mo, fugaz y estril compasin, que es el nico con-
suelo que ias naciones civilizadas ofrecen al prfu-
go extranjero? Mas, dnde buscar asilo? En Ita-
lia tierra prostituida, eterno galardn de victo-
ria, podra soportar ver continuamente a aque-
llos
6
que nos han despojado, escarnecido, vendido,
sin llorar de ira? Destructores de pueblos, se sirven
de la libertad como los Papas se servan de las Cru-
zadas. Ay!, a menudo, dudando de que pueda ven-
garme, me metera un cuchillo en el corazn para
verter mi sangre mientras mi patria vocifera sus
ltimos gritos.
Y estos otros?
7
Compraron nuestra esclavitud,
6 Alusin a los franceses.
7 Alusin a los austracos.
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
adquirieron de nuevo, con el oro, lo que torpe y
vilmente haban perdido con las armas. En verdad,
yo me parezco a uno de esos desgraciados que,
considerados muertos, son enterrados en vida y
que luego, al recobrarse, se descubren en un sepul-
cro rodeados de tinieblas y esqueletos, seguros de
estar vivos, pero sin la esperanza de volver a ver la
dulce luz de la vida y obligados a morir entre blas-
femias y hambre. Para qu hacernos ver y probar
la libertad, si luego nos la quitan para siempre? Y
de una manera infame!
16 de octubre.
Est bien, no hablemos ms de eso. Parece que
el temporal amain, qudate tranquilo: si hubiera
algn peligro, usar todos los medios para sortear-
lo. Adems, llevo una vida tranquila, por lo menos
hasta donde es posible. No veo a nadie, vagabun-
deo por los campos, reflexionando, royndome por
dentro. Envame algn libro.
Qu hace Laurita? Pobre muchacha! Cuando
la dej estaba fuera de s. Bella y todava joven, y
sin embargo con la mente enferma y el corazn
desdichado, muy desdichado. Yo no la amaba; tal
vez haya sido compasin o agradecimiento por ha-
berme elegido como nico confidente de su esta-
do, volcando en mi pecho su alma, sus errores y su
pena. En verdad, la habra aceptado como compa-
era de toda mi vida, pero la suerte no lo quiso y
tal vez sea mejor as. Ella amaba a Eugenio, que
muri en sus brazos. Su padre y sus hermanos se
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UGO FOSCOLO
vieron obligados a exiliarse fuera de su patria y
esa pobre familia, ya sin ayuda humana, vive en el
llanto. He aqu, oh Libertad, otra vctima tuya.
Mientras te escribo, Lorenzo, lloro como un mucha-
cho. Siempre, y a pesar mo, tuve que tratar con
malvados y las pocas veces que encontr a una
persona de bien, luego he tenida que compade-
cerme de ella. Adis, adis.
18 de octubre.
Miguel me ha trado el Plutarco y te lo agradez-
co. Tambin me dijo que en otra oportunidad me
mandars algn otro libro, pero por ahora es sufi-
ciente. Con el divino Plutarco podr consolarme
de los delitos y las desdichas de la humanidad fi-
jando la mirada en los pocos hombres ilustres que,
como primados del gnero humano, han sobresali-
do sobre tanta gente y durante tantos siglos. Sin
embargo, temo que despojndolos dela magnificen-
cia histrica y de la veneracin por la antigedad,
no me quedar mucho por alabar ni de los antiguos
ni de los modernos ni de m mismo. Oh condi-
cin humana!
23 de octubre.
Lorenzo, si necesitaba paz, la encontr. El cura
prroco, el mdico y todos los oscuros mortales de
este rincn de la tierra me conocen desde que era
nio y me quieren. A pesar de que soy un fugiti-
vo, todos se me acercan como si quisieran aman-
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
sar a una fiera generosa y selvtica. Por ahora los
dejo hacer. En realidad, nunca recib tanto bien de
los hombres como para confiar en ellos as porque
s; pero no puedo llevar la vida del tirano, que vive
temblando y temiendo ser asesinado, porque sera
una agona lenta y oprobiosa. A medioda yo me
siento con ellos debajo del pltano de la iglesia y
les leo las vidas de Licurgo y de Timolen. El do-
mingo pasado se hacinaron alrededor de m todos
los campesinos y, a pesar de no comprender nada,
sequedaron escuchando con las bocas abiertas. Creo
que el deseo de conocer y repetir la historia de las
pocas pasadas es hijo de nuestro amor propio, que
quiere ilusionarse y alargar la vida ligndonos a
los hombres y a los objetos que ya no existen y,
casi dira, aduendose de ellos. Place a la imagi-
nacin volar de un siglo a otro y poseer otro uni-
verso. Con qu pasin un viejo labriego, esta ma-
ana, me narr la vida de los prrocos de la aldea
que vivieron cuando l era nio! Tambin me des-
cribi los daos que caus un temporal hace trein-
ta y siete aos, y los aos de abundancia y los aos
de caresta, interrumpindose algunas veces, reto-
mando el hilo del discurso otras, y disculpndose
si la memoria lo traicionaba. De este modo logro
olvidar que an estoy vivo.
Vino a visitarme el seor T. . . , que t conociste
en Padua. Me dijo que muchas veces le hablaste
de m y que le escribiste anteayer. Tambin l tu-
vo que refugiarse en la campia para evitar los
primeros furores de la plebe, aunque en verdad no
se haya ocupado mucho de poltica. Yo haba odo
hablar de l como eleun hombre culto y muy hones-
to, cualidades que, si antes eran temidas, hoy no
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'UGO FOSCOLO
se puede poseer impunemente. Su trato es corts,
su fisonoma liberal y habla con el corazn en la
mano. Estaba con l un fulano, creo que es el pro-
metido de su hija. Tal vez sea un joven bueno y
capaz, pero su cara no lo manifiesta. Buenas no-
ches.
24 de octubre.
Por fin lo agarr al tunante de aldeanito que
arruinaba nuestro huerto cortando y rompiendo to-
do lo que no poda robar. El estaba sobre un alber-
chiguero, yo debajo de una parra; as, se compla-
ca en romper las ramas todava verdes, porque ya
no quedaban frutos. Apenas lo tuve en mis manos
ech a gritar: misericordia! Luego me confes que
empez hace algunas semanas, porque el hermano
del hortelano, meses atrs, le rob a su padre una
bolsa de habas. "Y tu padre te ensea a robar?"
"Seor, lo hacen todos!" Lo dej ir y mientras sal-
taba un seto me puse a gritar: Esta es nuestra so-
ciedad: todos hacen lo mismo!
26 de octubre.
Oh Lorenzo, conoc a la divina muchacha! y
te lo agradezco. La encontr sentada, miniando su
propio retrato. Se levant y me salud como si ya
me conociera y mand a un criado a buscar a su
padre. "El no lo esperaba me dijo; debe estar
en el campo, pero no puede tardar mucho". Una
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
nia, corriendo, se refugi entre sus rodillas y le
dijo algo al odo. "Es un amigo de Lorenzo le
respondi Teresa; es la persona que pap fue a
ver el otro da." Mientras tanto volvi al seor T . . .
Me trat con familiaridad, agradecindome por ha-
berme acordado de l. Teresa tom la mano de su
hermanita y sali. "Mire me dijo l, indicando a
sus dos hijas que salan de la habitacin, somos*
todos." Me parece que lo dijo para que yo supiera
que falta su mujer. No la nombr. Conversamos un
rato largo. Al despedirme, regres Teresa: "No
vivimos muy lejos me dijo; venga alguna noche
a pasar la velada con nosotros".
Volv a casa con el corazn alegre. Pero qu?
Acaso el solo espectculo de la belleza basta para
adormecer en nosotros, tristes mortales, todos Ios-
dolores? Para m es como un manantial de vida:
seguramente nico, y acaso fatal. Pero qu impor-
ta si estoy predestinado a tener en el alma una
continua tempestad?
28 de octubre.
Cllate, cllate! Hay das en que ni siquiera
puedo confiar en m mismo: un demonio arde en
m, me sacude, me devora. Tal vez me estimo de-
masiado, pero me parece imposible que nuestra
patria sea pisoteada mientras an nos queda vida.
Qu hacemos nosotros, da tras da, viviendo y
quejndonos? En suma, no hablemos ms de esto,
te lo ruego. Relatndome todos nuestros infortu-
nios, acaso quieres echarme en cara que yo per-
manezca aqu, ocioso? No te das cuenta de que as
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'UGO FOSCOLO
me atormentas de mil modos? Oh, si el tirano fue-
ra uno solo y sus criados menos estpidos, basta-
ra mi mano! Sin embargo, quien ahora me repro-
cha mi cobarda, luego me acusara de criminal, e
incluso el cuerdo no compadecera en m la deci-
sin del valiente sino el furor del alienado. Qu
crees que puede hacerse contra dos naciones pode-
rosas que, a pesar de su mutua, eterna, feroz y mor-
tal enemistad, se unen slo para dominarnos? Lue-
go, cuando sus fuerzas parecen mermar, una nos
engaa con el entusiasmo de la libertad y la otra
con el fanatismo de la religin; en tanto que nos-
otros, corrompidos por la aeja esclavitud y por los
actuales abusos nos quejamos como viles esclavos,
traicionados, hambreados y eternamente incapaces
de reaccionar a la traicin y al hambre. Ah, si pu-
diera, enterrara mi casa, a los que ms quiero y
a m mismo, para no dejar nada que pueda enor-
gullecerlos de su omnipotencia y mi servidumbre!
Hubo pueblos que, para no obedecer a los roma-
nos, ladrones del mundo, se quemaron junto con
sus casas, sus mujeres y sus hijos, sepultando su
sagrada independencia bajo las ruinas y las cenizas
de su propia patria.
JC de noviembre.
Yo estoy bien; bien por ahora, como un enfer-
mo que duerme y no padece dolores. Paso das en-
teros en la casa del seor T . . . , que me quiere como
a un hijo: me hago la ilusin de que la aparente
felicidad de esta familia es real y de que tambin
lo es la ma. Pero... si no estuviera ese prometi-
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
do... En verdad, creo no odiar a nadie, pero hay
personas a las que prefiero tener lejos. Anoche su
futuro suegro me endilg un largo y elogioso dis-
curso sobre l, como si estuviera recitando una car-
ta de recomendacin: bueno, exacto, paciente! Aun
si poseyera estas cualidades con la perfeccin de
un ngel, mientras tenga el corazn tan muerto y
la cara severa y nunca animada por una sonrisa de
alegra o por el dulce silencio de la compasin, pa-
ra m es como un rosal sin flores, y temo sus espi-
nas. Qu es el hombre abandonado a la fra, cal-
culadora razn? Perfidia, baja perfidia. Por lo de-
ms, Odoardo sabe de msica, juega bien al aje-
drez, come, lee, duerme, pasea, todo con el reloj
en la mano; y habla con nfasis con el nico prop-
sito de destacar su rica y seleccionada biblioteca.
Pero cuando su voz de catedrtico repite eso de
rica y seleccionada, debo contenerme para no des-
mentirlo. Si los humanos delirios, que bajo los nom-
bres de ciencias y doctrinas han sido escritos en
todos los siglos y por todas las gentes, fuesen redu-
cidos a un millar de libros como mximo, la pre-
suncin de los hombres no tendra de qu quejar-
se; y siempre con las mismas disertaciones.
En tanto, me ocupo de la educacin de la her-
manita de Teresa: le estoy enseando a leer y es-
cribir. Cuando estoy con ella, mi cara se serena, mi
corazn est ms alegre que nunca y hago mil chi-
quilinadas. No s por qu, pero todos los nios me
quieren. Y esta chiquita es tan amorosa! Rubia, con
el pelo ensortijado, los ojos azules, las mejillas ro-
sadas, frescas, cndida, mofletuda, se parece a una
Gracia de cuatro aos. Si la vieras correr hacia
m, aferrarse a mis rodillas, huir para que yo la
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UGO FOSCOLO
persiga, negarme un beso y luego, imprevistamen-
te, pegar sus labiecitos en mi boca! Hoy, mientras
yo, subido a un rbol, juntaba frutas, aquella cria-
tura levant los brazos y gimiendo me rogaba:
por favor no se caiga! Qu hermoso otoo! Adis,
Plutarco! Est siempre cerrado bajo mi brazo. Ha-
ce tres das que pierdo la maana llenando una
canasta de uva y albschigos, que cubro con ho-
jas, y luego camino a lo largo del arroyo y al lle-
gar a la villa despierto a la familia cantando la
cancin de la vendimia.
12 de noviembre.
Ayer, feriado, trasplant con mucha solemnidad
los pinos de las cercanas lomas a la colina que
est frente a la iglesia. Tambin mi padre intent
fecundar esa estril colina; pero los cipreses que
l plant no arraigaron y los pinos son an peque-
os. Ayudado por muchos labriegos, coron la cum-
bre, del lado de la vertiente, con cinco chopos y
cubr la ladera oriental con un tupido bosquecillo,
que ser el primero en ser saludado por el sol
cuando aparezca esplendorosamente sobre las ci-
mas de las montaas. Y justamente ayer, el sol, ms
sereno que nunca, entibi el aire enfriado por las
nieblas del moribundo otoo. Cerca del medioda
vinieron las campesinas con sus delantales de las
fiestas y mezclaron canciones y vino a los juegos y
a los bailes. Una era la recin casada, otra la hija,
otra la enamorada de alguno de los labriegos. T
sabes que nuestros campesinos, cuando se realiza
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
el trasplante,, acostumbran transformar la fatiga en
placer, porque creen, por antigua tradicin, que sin
la alegra que brinda la bebida, los rboles no afir-
man las races en la nueva tierra. En tanto yo, ima-
ginaba un da invernal del lejano futuro cuando,
ya encanecido, habr de caminar despacio con mi
bastn a buscar la confortable calidez del sol, salu-
dando, mientras salen de la iglesia, a los campesi-
nos encorvados, antiguos compaeros de la vigoro-
sa juventud; y alegrndome por los frutos que, aun-
que tarde, producirn los rboles plantados por
mi padre. Entonces, con la voz dbil, relatar nues-
tras humildes historias a mis nietos y a los tuyos o
a los de Teresa, mientras ellos juegan a mi alrede-
dor. Y cuando mis fros huesos duerman debajo de
aquel bosquecillo, por entonces tupido y fresco, tal
vez en las noches veraniegas, al pattico murmullo
de las frondas se unirn los suspiros de los anti-
guos padres de la villa, que al or tocar a muerto
orarn por la paz del alma del hombre de bien y
recomendarn su memoria a sus propios hijos. Y
si alguna vez el cansado labriego viene a descansar
del bochorno de junio, exclamar mirando mi tum-
ba: "A l se deben estas frescas y hospitalarias
sombras!". Oh ilusin! El que no tiene patria, c-
mo puede afirmar que dejar sus cenizas aqu o
en cualquier rincn del mundo?
O fortunati-! e ciascuno era certo
della sua sepoltura, ed ancor nullo
era, per Francia, talamo deserto.*
8 Cfr. Dante, Paraso, XV, v. 118 a 120. Foscolo ha
parafraseado los versos, el texto original dice:
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UGO FOSCOLO
20 de noviembre.
Muchas veces empec esta carta, y siempre me
costaba terminarla: una vez porque el da era lin-
do, otra porque haba prometido ir temprano a la
villa, otra porque me oprima la soledad... Te
causa risa? Ayer y anteayer, al despertarme, me
propuse escribirte, pero casi sin darme cuenta es-
taba ya fuera de casa
Llueve: caen granizo y rayos; es menester resig-
narse y aprovechar este da de infierno para escri-
birte. Hace seis o siete das hicimos un viaje. Nunca
la Naturaleza me pareci tan bella. Teresa, su pa-
dre, Odoardo, la pequea Isabel y yo, como pere-
grinos, fuimos a visitar la casa de Petrarca en Ar-
qu. Como sabes, Arqu est a cuatro millas ce mi
O fortunate! ciascuna ara certa
della sua sepoltura, ed ancor nulla
era per Francia del letto deserta.
(Oh afortunadas, cada una estaba segura
de su sepultura f/ todava ninguna
haba sido abandonada en el tlamo por Francia.)
Estos versos son parte de la alocucin de Cacciaguida,
antepasado de Dante, al cual encuentra en el Cielo de Mar-
te, y se refieren a las antiguas costumbres de Florencia;;
el sentido de los versos es el siguiente: Oh afortunadas las
mujeres florentinas, porque todava estaban seguras de po-
der morir en su propia patria y no en el exilio y porque
todava ninguna de ellas dorma sola en su lecho conyu-
gal, abandonada por el marido que iba a Francia a comer-
ciar. La traduccin de la parfrasis de Foscolo es lai si-
guiente:
Oh afortunados! y cada uno estaba seguro
de su sepultura, y todava ningn
tlamo estaba desierto a causa de Francia.
36
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
casa; pero para acortar camino tomamos el sende-
ro de la cuesta. Acababa de nacer el da ms her-
moso del otoo. La Noche, seguida por las tinieblas
y las estrellas, pareca huir del Sol, que sala de las
nubes de oriente con su inmenso esplendor como un
dominador del universo..., y el universo sonrea.
Las nubes doradas y teidas de mil colores se ele-
vaban por la bveda del cielo que se abra serena-
mente para esparcir sobre los mortales los cuidados
de la Divinidad. A cada piso, yo dialogaba con la
familia de las flores y las hierbas que poco a poco
levantaban las cabezas dobladas por la escarcha.
Los rboles, susurrando suavemente, hacan temblar
a contraluz las gotas transparentes del roco, mien-
tras las brisas de la aurora secaban el excesivo hu-
mor de las plantas. Era audible la solemne armo-
na que se propagaba confusamente por los bos-
ques: pjaros, rebaos, ros y el trabajo de los hom-
bres; en tanto soplaba el aire, perfumado por las
emanaciones que la tierra exultante de placer en-
viaba desde los valles y las montaas al Sol, pri-
mer ministro de la Naturaleza. Compadezco al in-
flejiz que se despierta mudo, fro, y mira
sus muchos bienes sin que humedezcan sus ojos
las lgrimas del agradecimiento. Fue entonces que
vi a Teresa en su mximo esplendor. Su as-
pecto, generalmente algo melanclico, fue animn-
dose con una alegra franca y viva que le bro-
taba del corazn; tena la voz como ahogada, sus
grandes ojos negros, antes abiertos por el xtasis, se
humedecieron poco a poco; todas sus fuerzas pare-
can impregnarse de la sagrada belleza de los cam-
pos. Con esta plenitud de afectos, las almas se
abren para verterlos en un pecho ajeno: y ella se
37
UGO FOSCOLO
diriga a Odoardo. Oh Dios eterno!, l pareca ca-
minar a tientas en las tinieblas de la noche y a tra-
vs de los desiertos, que no reciben la bendicin de
la Naturaleza. De pronto lo dej y se apoy en mi
brazo, dicindome. .. Oh Lorenzo!. .. Aunque me
esfuerce en continuar es conveniente que calle. Si
pudiese esbozarte su pronunciacin, sus gestos, la
melancola de su voz, su celestial fisonoma, o trans-
cribir sus palabras sin cambiar o mudar una sla-
ba, seguramente te resultara agradable. No siendo
as, tampoco yo lo encuentro digno de mencin.
Para qu copiar a la perfeccin un cuadro inimi-
table, cuya sola fama produce ms efecto que su
miserable copia? No crees que me parezco a los
traductores ce Homero? As, me fatigo aguando
el sentimiento en que ardo v lo destemplo en ln-
guidos fraseos.
Lorenzo, todo esto me ha cansado; maana con-
tinuar mi relato. El viento sigue arreciando, pero
intentar salir; llevar tus saludos a Teresa.
Por Dios! no me queda ms remedio que con-
tinuar esta carta: en la puerta de calle hay una
laguna que no me deja pasar; podra saltarla, pero
y despus? No cesa de llover: faltan pocas horas
para que nos cubra la noche, que nos amenaza con
el fin del mundo. El de hoy es un da perdido, oh
Teresa.
"No soy feliz!", me dijo Teresa, y con estas pa-
labras me arranc el corazn. Yo iba caminando
a su lado, sumido en un profundo silencio. Odo-
ardo alcanz al padre de Teresa y nos precedan
charlando. Isabelita nos segua, un poco atrs, en
brazos del hortelano. No soy feliz! Yo que conoz-
co el terrible significado de estas palabras, senta
38
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACORO ORTI S
gemir mi alma viendo a una vctima de los pre-
juicios y los intereses. Teresa, reparando en mi
silencio, cambi de conversacin e intent sonrer.
"Algn recuerdo querido?", me pregunt y ense-
guida baj la mirada. Yo no me atrev a respon-
derle.
Ya estbamos cerca de Arqu. Al bajar por el
declive herboso, se desvanecan y desaparecan los
pueblitos que antes salpicaban el valle. Por ltimo
encontramos una alameda, cuyos chopos, de un
lado, dejaban caer tremolando las hojas ms amari-
llas sobre nuestras cabezas; del otro lado, las enci-
nas altsimas contrastaban por su opacidad con el
ameno verde de los chopos. De vez en cuando las
dos hileras de rboles opuestos estaban enlazados
por los sarmientos de la vid silvestre, que forma-
ban festones blandamente agitados por la brisa de
la maana. Luego Teresa se detuvo y, mirando
en torno, dijo: "Cuntas veces descans sobre esta
hierba o bajo la sombra fresqusima de estas enci-
nas! El verano pasado, yo vena a menudo aqu,
con mi madre". Luego call, mir hacia atrs y
aadi que esperara a Isabelita, que se haba re-
trasado. A m me pareci que se haba alejado
para ocultar las lgrimas que llenaban sus ojos y
que tal vez no poda detener. "Pero, por qu le
pregunt no est su madre aqu?" "Desde hace
algunas semanas vive en Padua, con su propia her-
mana; se ha separado de nosotros, tal vez para
siempre! Mi padre la quiere, pero desde que l se
ha empecinado en casarme con un hombre al que
yo no puedo amar, se acab la concordia en nues-
tra familia. Mi pobre madre se ha opuesto intil-
mente a este casamiento y se ha ido para no ser
39
'UGO FOSCOLO
cmplice de mi inevitable infelicidad. Yo me sien-
to abandonada por todos! Promet obedecer a mi
padre y lo cumplir; pero me duele que mi familia
est desunida por mi causa. En cuanto a m ...
paciencia!". Mientras hablaba, las lgrimas llo-
van de sus ojos. "Perdneme aadi, necesi-
taba desahogar mi corazn angustiado. Tengo pro-
hibido escribir y recibir cartas de mi madre. Para
siempre. Mi padre, orgulloso y terco cuando toma
una resolucin, ni siquiera quiere orla nombrar;
sin embargo, me dice continuamente que ella es su
peor enemiga y que no me quiere. Pero siento que
no amo, ni amar nunca a este esposo que me ha
sido decretado." Imagnate, Lorenzo, mi estado de
nimo en ese momento. No atinaba a consolarla
ni a contestarle ni a darle un consejo. "Por favor
continu, no se apene; yo confo en usted: ha
sido la necesidad de encontrar a alguien que pue-
da comprenderme... mostrarme un poco de sim-
pata ... slo lo tengo a usted." Oh ngel! S,
s! Ojal yo pueda secar siempre tus lgrimas con
las mas! Mi msera vida es tuya, es toda tuya:
yo te la consagro, la consagro a tu felicidad!
Cuntos sinsabores, querido Lorenzo, en una
sola familia! Qu obstinacin la del seor T . . . ,
que por lo dems es una ptima persona! Ama a
su hija con todas sus entraas; a menudo la alaba
y la mira embelesado, y sin embargo le ha puesto
la cuchilla en el cuello. Teresa, algunos das des-
pus, me cont que l, que tiene un nimo ar-
diente, estuvo consumido siempre por infelices
pasiones, arruinando su patrimonio por su excesiva
magnificencia y la persecucin de aquellos que en
las revoluciones levantan su fortuna sobre el de-
40
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
rrumbe de los dems. Temeroso por la suerte de
sus hijas, cree solucionar los problemas de su casa
emparentndose con un hombre cuerdo, rico y he-
redero de una considerable fortuna; tambin, Lo-
renzo, por ciertos humos: apostara uno contra
ciento que no dejara casar a su hija con alguien
que no tuviera algunas gotas de sangre azul: El
que nace noble muere noble. Adems, l conside-
ra que la oposicin de su esposa lesiona su propia
autoridad y este sentimiento tirnico lo vuelve ms
inflexible. Sin embargo, tiene buen corazn; y su
aspecto sincero, las caricias que continuamente pro-
diga a su hija, la manera que tiene de compadecer-
se de'ella, hablndole en voz baja, cariosamente,
demuestran que l ve y se apena de la dolorosa re-
signacin de la pobre muchacha, pero... Por eso,
cuando observo que los hombres parecen buscar
sus propios infortunios con una lupa y velan y su-
dan y lloran para fabricrselos dolorossimos y eter-
nos, yo, ante semejante tentacin, me hara volar
los sesos.
Lorenzo, te dejo: Miguel me llama para ir a comer
volver a escribirte enseguida, si nada se opone.
El mal tiempo se acaba paulatinamente; es la
tarde ms hermosa del mundo. El Sol, por fin,
rompe las nubes y consuela a la triste Naturaleza,
difundiendo sus rayos sobre su superficie. Te es-
cribo frente al balcn, desde donde miro la eter-
na luz que se pierde en el extremo horizonte, es-
plendorosamente llameante. El aire est de nue-
vo tranquilo y los campos, aunque inundados y co-
ronados de rboles ya deshojados y cubiertos de
plantas abatidas, parece ms alegre que antes del
41
'UGO FOSCOLO
temporal. Del mismo modo, el desafortunado sa-
cude sus funestas cuitas ante la luz de la esperan-
za y engaa su triste suerte con aquellos placeres
para los cuales era insensible mientras estuvo en el
regazo de la prosperidad. En tanto, el da me aban-
dona: escucho la campana del atardecer; leme
aqu, entonces, terminando por fin mi relato. Pro-
seguimos nuestro peregrinaje hasta que vimos blan-
quear, lejos, la casita que hace tiempo acogi a
quel Grande alla cui fama angusto il mondo,
per cui Laura ebbe in terra ontrr celesti
9
.
Yo me acerqu como si estuviera por arrodillar-
me sobre la sepultura de mis antepasados y como
un sacerdote que avanza callado y reverente por
bosques habitados de dioses. La sagrada casa de
este sumo italiano se va derrumbando por la irreli-
gin de quien posee semejante tesoro. En vano e
incluso desde lejos viene la gente con devota ex-
pectativa a buscar la habitacin todava llena de
los cantos divinos de Petrarca, porque encuentra
un montn de ruinas, cubiertas de ortigas y plan-
tas silvestres, donde la zorra tiene su madriguera,
y llora sobre ellas. Oh Italia, aplaca las sombras
de tus grandes! Recuerdo con el alma doliente las
ltimas palabras de Torquato Tasso. Despus de
haber vivido cuarenta y siete aos entre las burlas
de los cortesanos, los fastidios de los sabihondos y
9 Son versos de un soneto escrito por V. Alfieri en 1783,
cuando visit la casa de Petrarca en Arqu:
aquel Grande para cuya fama es angosto el mundo
y por quien Laura tuvo honores celestiales en tierra.
42
LAS ULTIMAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
el orgullo de los prncipes, ora preso, ora vaga-
bundo, mas siempre melanclico, enfermo e indi-
gente, por fin, ya en el lecho de muerte, escribi:
Yo no quiero quejarme de la adversidad de la suer-
te, ni de la ingratitud de los hombres, que sin em-
bargo me doblegaron y me llevaron convertido en
un mendigo a la sepultura
10
. Oh Lorenzo, oigo
siempre esas palabras dentro de mi corazn!, y creo
conocer quin es el que un da morir repitin-
dolas.
Mientras tanto, yo recitaba con el amor y la ar-
mona de mi alma la cancin: Chiare, fresche e
dolci acque; y tambin la otra: Di jtcnsier in pen-
der, di monte in monte; y el soneto: Stiamo, amor,
a veder la gloria nostra "; y cuntos otros de sus
sobrehumanos versos mi agitada memoria supo su-
gerir a mi alma!
Teresa y su padre se haban marchado con Odo-
ardo, que iba a revisar las cuentas del colono de
un campo que posee en las cercanas. Despus
supe que se prepara para viajar a Roma, por la
muerte de un primo, y que tardar en volver, por-
que otros parientes se lian adueado de los bienes
10 Es un prrafo de la clebre carta que Torquato Tas-
so dirigi a su amigo Antonio Constantini antes de morir.
Cfr. Le Lettere di T. Tasso, Firenze, 1855, V, pg. 203.
11 Son los primeros versos de famosas composiciones
poticas del Canzoniere: Cancin XI; Cancin XIII; Sone-
to CXL:
Claras, frescas y dulces aguas. . .
De pensamiento en pensamiento, de montaa en monta-
a. . .
Amor, quedmonos mirando nuestra gloria. . .
43
'UGO FOSCOLO
del muerto y el asunto tendr que ser llevado a
los tribunales.
Cuando volvieron, la familia del agricultor nos.
prepar de comer y luego volvimos a casa. Adis,
adis. Debera contarte ms cosas, pero, en ver-
dad, estoy escribiendo a desgano. Casi olvido de-
cirte que mientras regresbamos, Odoardo acom-
pa a Teresa, hablndole durante el camino sin
parar, casi molestndola, y con una expresin seria
y autoritaria. Por algunas palabras que pude es-
cuchar, sospecho que estuvo atormentndola para
saber cul fue el tema de nuestra conversacin.
Comprenders, pues, que debo ralear mis visitas^
por lo menos hasta que l se marche.
Buenas noches, Lorenzo. Conserva esta carta:
cuando Odoardo se lleve consigo la felicidad y yo
no vea ms a Teresa, ni juegue sobre mis rodillas
su ingenua hermanita, en esos das de aburrimien-
to en los cuales incluso el dolor nos resulta agra-
dable, volveremos a leer estos recuerdos tendidos
sobre la hierba que mira la soledad de Arqu,
mientras el da fenece. Recordar que Teresa fue
nuestra amiga nos ayudar a secarnos las lgrimas.
Atesoremos sentimientos buenos y suaves que nos
recuerden, a lo largo de los aos de tristeza y per-
secucin, que no siempre hemos vivido en medio
del dolor.
22 de noviembre.
Dentro de tres das, a lo sumo, Odoardo partir.
El padre de Teresa lo acompaar hasta el confn.
Se me dio a entender que me pedira hacer juntos
44
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ese breve viaje. Agradec, pero no acept. Quiero
partir; ir a Padua. No debo abusar de la amistad
del seor T . . . y de su buena fe. Esta maana me
dijo: "Hgales buena compaa a mis hijas". Al
parecer me juzga un Scrates. A m? Y con esa
angelical criatura, nacida para amar y ser amada?
Y al mismo tiempo tan desolada! Adems, yo sue-
lo congeniar con las personas desdichadas, acaso
porque siempre encuentro un no s qu de maldad
en las personas felices.
No comprendo cmo no nota que yo, hablando
de su hija, me confundo y tartamudeo; mi cara se
demuda y me parezco a un ladrn delante del juez.
En esos momentos, me hiind en la meditacin y
tengo ganas de blasfemar contra el cielo, viendo
en este hombre tantas excelentes cualidades echa-
das a perder por sus prejuicios y por una ciega
predestinacin que lo har llorar amargamente. En
tanto, devoro mis das quejndome de mis males
y de los males de los dems.
Sin embargo me duele. A menudo me ro de
m mismo, porque en verdad mi corazn no aguan-
ta un segundo, un solo segundo de tranquilidad.
Con tal de estar agitado, no le importa si los vien-
tos son favorables o contrarios. Si le falta la ale-
gra, recurre al dolor. Ayer Odoardo vino a resti-
tuirme una escopeta que yo le haba prestado y
a despedirse: no pude verlo partir sin abrazarlo,
aunque deb imitar su indiferencia. Nunca supe
qu nombre le dan, ustedes los cuerdos, a quien
sigue los impulsos de su propio corazn; porque
seguramente no es un hroe. Pero acaso es un co-
barde? Aquellos que creen dbiles a los hombres
apasionados, se parecen al mdico que llamaba loco
45
'UGO FOSCOLO
a un enfermo slo porque era vencido por la fie-
bre. Del mismo modo, los ricos creen que la po-
breza es una enfermedad de la que el damnificado
es culpable. Para m son meras apariencias, sin
nada real, absolutamente nada. Los hombres, al
no poder adquirir por s mismos la propia estima
y la de los dems, buscan elevarse comparando
los defectos, que por azar no tienen, con los defec-
tos que tiene su vecino. Pero aquel que no se
emborracha porque instintivamente odia el vicio,
merece ser alabado por su sobriedad?
Oh t, que tan pacatamente discurres sobre
las pasiones, si tus fras manos no encontraran fro-
todo lo que tocan, si todo lo que entra en tu he-
lado corazn no se helase enseguida, crees acaso
que podras sentirte orgulloso de tu severa filoso-
fa? Cmo puedes razonar de lo que no conoces?
En lo que a m respecta, dejo que los sabios en-
salcen una infecunda apata. I lace tiempo le, no
recuerdo en qu poeta, que su virtud es un tm-
pano de hielo, que lo atrae todo y pone tieso a
quien se le acerca. Ni siquiera Dios permanece
siempre en su majestuosa serenidad, tambin se
mezcla ccm los aquilones y se pasea con las tem-
pestades,
n
27 de noviembre.
Odoardo se march, yo partir cuando vuelva
el padre de Teresa. Que tengas un buen da.
12 Se trata de un versculo de la Biblia, cuyo paso no
pude evitar. (Nota del Autor.)
46
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
3 de diciembre.
Esta maana fui temprano a la villa. Cuando
estuve cerca de la casa del seor T. . . , me detuvo
un sonido de arpa. Oh! an veo sonrer mi alma
y siento en m la voluptuosidad que aquel sonido
me infundi en ese momento. Era Teresa. Cmo
puedo imaginarte, oh divina muchacha, y evocar
toda tu belleza sin que se desespere mi corazn!
Sin embargo, t comienzas a probar los primeros
tragos amargos del cliz de la vida; y yo te ver
desdichada con mis propios ojos y no podr ayu-
darte ms que llorando. Yo, yo mismo, por piedad,
deber pedirte que hagas las paces con tu des-
dicha.
Por cierto, no puedo afirmar ni negar ante m
mismo que la amo; pero s, pero s !... Y en ver-
dad, se trata de un amor incapaz de un solo pen-
samiento ... slo Dios lo conoce!
Yo me detuve all, sin pestaear, con mis ojos,
mis odos y los sentidos tensos, tratando de sen-
tirme un dios en ese lugar, donde la mirada ajena
no me habra hecho ruborizar por mi xtasis. Ima-
gina mi corazn mientras yo escuchaba, cantadas
por Teresa, las estrofas de Safo
u
que yo mismo
13 I>a edicin de 1789 llevaba el fragmento que em-
pieza con los siguientes versos:
Desaparecieron las Plyades,
desapareci la luna. . .
De otra famosa oda de Safo, Foscolo hizo tres versiones
diferentes.
47
UGO FOSCOLO
traduje como pude y que, junto con las otras dos
odas, son los nicos restos de aquella amorosa mu-
jer, inmortal como las Musas. De un salto llegu
a la casa; encontr a Teresa en la sala, en la misma
silla donde la vi por primera vez pintando su pro-
pio retrato. Estaba vestida de blanco, con cierto
descuido; el tesoro de sus cabellos muy rubios es-
parcidos sobre los hombros y el pecho, una suave
languidez desparramada en su rostro, y sus brazos
como rosas, su pie, sus dedos tocando levemente el
arpa y todo desplegando una suave armona. Yo
experiment una nueva delicia contemplndola.
Pero Teresa pareci confundirse ante un hombre
que miraba su apacible desarreglo, y yo mismo me
trat de villano e inoportuno. Sin embargo, ella
continu cantando y yo alej de m todo deseo,
menos el de adorarla y escucharla. No s decirte,
querido, en qu estado me hallaba, pero s muy
bien que ya no adverta el peso de esta vida mortai.
Sonriendo se levant y me dej solo. Poco a poco
yo me repuse, apoy la cabeza en el arpa, mientras
mi rostro se cubra de lgrimas. Oh, me sent un
poco aliviado!
Pailita, 7 de diciembre.
No quisiera decirlo, pero creo que t me to-
maste la palabra y lograste sacarme de mi dulce
y apacible ermita. Ayer vino Miguel para comu-
nicarme, de parte de mi madre, que ya estaba listo
mi alojamiento en Padua, adonde dije (y te ase-
guro que casi lo haba olvidado) que quera tras-
ladarme apenas se iniciaran los cursos universita-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
rios. Es cierto que haba jurado ir a Padua, y as
te lo escrib, pero esperaba al seor T . . . , que an
no regres. De todos modos, hice bien en seguir
el primer impulso y abandonar las colinas sin des-
pedirme de nadie; caso contrario, a pesar de tus
sermones y de mis propsitos, jams me habra
marchado. Te confieso que siento cierta amargura
y que a menudo tengo la tentacin de retornar all.
En suma, estoy en Padua, preparado para conver-
tirme en un sabihondo, slo para que t no sigas
diciendo que yo me desperdicio en locuras. Pero
ten cuidado en no oponerte cuando se me ocurra
marcharme de aqu, porque sabes bien que yo nac
evidentemente inepto para ciertas cosas, muy espe-
cialmente si se trata de llevar la vida que exigen
los estudios, a expensas de mi paz y de la libertad
de mi ndole o (dilo sin ms, te lo perdono) de
mi capricho. En tanto, da gracias y carios a mi
madre, y pronostcale, para amenguar su disgus-
to, pero como cosa tuya, que permanecer un mes
en Padua, o acaso ms.
Padua, 11 de diciembre.
Conoc a la esposa del patricio M..., que aban-
dona el alboroto de Venecia y la casa de su indo-
lente marido para disfrutar la mayor parte del ao
aqu, en Padua. Qu lstima! Su joven belleza ya
ha perdido la ingenuidad que difunde gracia y
amor. Muy ducha en femenil coquetera, quiere
gustar para conquistar; as lo creo yo. Quin sabe
si ...! Mi compaa le agrada, a menudo conversa
conmigo en voz baja y se sonre si yo la alabo; pe-
48 49
'UGO FOSCOLO
ro no es, como las otras, amante de los chismes,
los chistes superficiales y las agudezas, que siempre
delatan un nimo maligno. Anoche, acercando su
silla, me habl de unos versos mos y charlando
de estas bagatelas nombr un libro, que ella me
pidi. Le promet llevrselo esta maana. Adis,
debo salir.
14 horas.
El paje me indic un saloncito; apenas entr, vi-
no a mi encuentro una mujer de unos treinta y cin-
co aos, tan bien vestida que no pareca una don-
cella, pero ella misma lo manifest, dicindome:
"La seora est todava acostada; enseguida viene".
Un campanillazo la hizo correr a la habitacin con-
tigua, donde est el tlamo de la diosa. Me acer-
qu a la chimenea para calentarme, observ una
Dnae pintada en el cielo raso, luego las estampas
que cubran las paredes y por ltimo algunas nove-
las francesas desparramadas en el saln. Se abri
la puerta y sent que mil esencias perfumaban el
aire. La seora, suave y fresca, entr rpidamente,
casi aterida, y se dej caer en una silla que la don-
cella coloc cerca del fuego. Me salud ms con
la mirada que con la voz y me pregunt, sonrien-
do, si haba olvidado mi promesa. Le alcanc el
libro, mientras observaba con asombro que ella
slo llevaba puesto un camisn largo y transparente
suelto en la cintura, dejando al descubierto los
hombros y el pecho, voluptuosamente defendido por
la piel con la cual ella traba de cubrirse. Sus ca-
bellos, aunque aprisionados por un peine, acusaban
50
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
el reciente sueo, porque algunos mechones caan
sobre su cuello y dentro de su pecho, como si aque-
llas pequeas tiras de azabache debieran indicar
el camino a los ojos inexpertos; otros, bajando por
su frente, le tapaban los ojos. Ella los apartaba con
los dedos y a veces, al trenzarlos y afirmarlos con
el peine, la manga se escurra hasta el codo, tal vez
sin que ella se diera cuenta, descubriendo su bra-
zo blanqusimo y bien torneado. Apoyada sobre un
pequeo trono de almohadones jugaba con un pe-
rrito, que se acercaba y hua torciendo el cuerpo
y moviendo las orejas y la cola. Yo me sent en una
silla, que me alcanz la doncella, la cual se march
rpidamente. El perrito, muy adulador, gaa, mor-
da y enredaba con sus patas los bordes del cami-
sn, descubriendo una pequea chinela de lngui-
da seda rosa y despus un pequeo pie, parecido,
oh Lorenzo, al que Albano le pintara a una
Gracia que surgiera de las aguas. Si hubieras visto
a Teresa en esa misma actitud, cerca de una chime-
nea, tambin ella recin levantada, tambin ella
an sin arregl ar...; pensando en aquella afortuna-
da maana, recuerdo que ni siquiera me atreva a
respirar el aire que la rodeaba, que todos mis pen-
samientos se unan reverentes y medrosos slo para
adorarla. Y fue un duende benfico el que me pre-
sent la imagen de Teresa, porque yo, no s cmo,
tuve el acierto de pasear mi mirada con una sonrisa
disimulada del perrito a la dama, de nuevo al perri-
to, luego a la alfombra donde estaba el hermoso
pieeecito, que en tanto haba desaparecido. Me le-
vant, disculpndome por haber llegado a hora tan
poco oportuna y la dej, seguramente disgustada,
porque, dealegre y corts, setorn reservada. Cuan-
51
'UGO FOSCOLO
do estuve solo, mi razn, en continua lid con mi
corazn, me repeta: "Desdichado! Slo debes te-
merle a la belleza celestial; toma, pues, una deci-
sin y no alejes de tus labios el contraveneno que
la suerte te ofrece!". Alab la generosidad de la ra-
zn, pero mis sentimientos ya haban actuado a su
manera. Habrs notado que esta carta ha sido pa-
sada en limpio: quise hacer gala del bello estilo
M
.
Oh, la cancin de Safo! Yo la tarareo mientras
escribo, paseo o leo. Por cierto, Teresa, yo no de-
liraba as cuando nada me impeda verte y escu-
charte. Paciencia! Once millas y estoy de vuelta en
casa, luego, otras dos, y despus? Guantas veces
habra huido de esta tierra si el temor de ser arras-
trado por mis desventuras no me detuviera? Al me-
nos, aqu estamos bajo el mismo cielo.
P. S. Acabo de recibir tus cartas. Vamos, Lo-
renzo! Es la quinta vez que me tratas de enamora-
do: enamorado, s, y qu? Conozco a muchos que
se han enamorado de la Venus Medicea, de Psi-
que e incluso de la Luna o de la estrella que ms
prefieran. Acaso t no estabas tan enamorado de
Safo que pretendas reconocer su retrato en la ms
bella mujer que conocas? Y no tratabas de malig-
nos e ignorantes a los que la pintan pequea, mo-
rocha y ms bien fecha?
14 Repite aqu un hemistiquio de un verso de Dante,
I nfierno, C. I, v. 87:
lo Iwllo stile che m'ha fatto onore.
(El bello estilo por el cual lie sido alabado.)
Es parte de la alusin que Dante dilige a Virgilio, en la
selva oscura, declarndose su discpulo y pidindole ayuda;
Dante le declara que de l (Virgilio) sac lo bello stile.
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Dejemos las bromas. S que tengo un cerebro ra-
ro y tal vez extravagante. Debo por eso avergon-
zarme? De qu? Hace varios das que quieres
obligarme a ruborizarme; pero aun dndote las gra-
cias, no puedo; ni siquiera siento que deba rubori-
zarme por nada que se refiera a Teresa, ni arrepen-
tirme ni afligirme. Y vive alegre.
Pad.ua.
De la siguiente carta se han perdido dos hojas, en
las cuales Jacobo hablaba de cierto disgusto que le
acarrearon su naturaleza vehemente y sus maneras
demasiado francas. El editor, que se ha fjrojmesto
no omitir nada, cree oportuno incluir los trozos que
quedan; adems, de ellos se infiere lo que falta.
Aqu falta una hoja.
... agradecido por los beneficios, ms agradecido
an por los insultos; sin embargo, t sabes las veces
que lo he perdonado. He beneficiado a quien me ha
ofendido y algunas veces compadec a quien me ha-
ba traicionado. Ah, Lorenzo, las heridas demi hon-
ra! Deba vengarlas! Yo no s qu te han escrito,
ni quiero saberlo. Cuando ese infeliz apareci, aun-
que haca casi tres aos que no lo vea, todo mi ser
se sublev y sin embargo me contuve. Pero poda
permitir que l exacerbara con nuevas pullas mi an-
tiguo enojo? Ese da yo ruga como un len y lo
habra despedazado aunque nos hubisemos encon-
trado dentro de un santuario.
53
UGO FOSCOLO
Dos das despus, el cobarde rechaz el camino
del honor que yo le haba indicado; y todos, como
en una cruzada, se declararon en mi contra, como si
yo estuviese obligado a tragarme pacficamente una
ofensa de ese seor, que ya en el pasado se haba
comido la mitad de mi corazn. Esta galante gen-
tuza simula generosidad, porque no tiene el coraje
de vengarse abiertamente; mas, si vieras sus pua-
les nocturnos y las calumnias e intrigas de que son
capaces! Por otra parte, yo creo haber sido leal.
Le dije: "Usted tiene dos brazos y us pecho lo
mismo que yo; y yo soy tan mortal como usted". El
se puso a llorar y a gritar; entonces mi furia avasa-
lladora comenz a declinar, porque su envilecimien-
to me hizo comprender que el coraje no otorga el
derecho de oprimir al dbil. Pero esto no otorga al
dbil el derecho de provocar a quien es capaz de
vengarse. Creme: hace falta una estpida bajeza
o una sobrehumana filosofa para abandonarse al
albedro de un enemigo que tiene la cara impru-
dente, el alma negra y la mano temblorosa.
Todo esto me sirvi para desenmascarar a los se-
oritos que me juraban una amistad entraable,
que mostraban asombro por cualquier cosa que yo
dijese y que continuamente me ofrecan su cora-
zn y su dinero. Sepulturas! Mrmoles hermosos,
epitafios pomposos, pero si los abres, te encuentras
con gusanos y hedor. Crees, querido Lorenzo,
que si alguna adversidad nos obligase a pedir un
trozo de pan, alguno de ellos recordara sus prome-
sas? Ninguno, o acaso alguien, ms astuto, que tra-
tara de comprar con sus beneficios nuestro envi-
lecimiento. Amigos en la bonanza, en la borrasca
te hunden. Para stos, al fin y al cabo, todo es
54
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
v
clculo. Por ello, si alguien siente que en sus en-
traas braman pasiones generosas, o tiene que es-
trangularlas o debe buscar refugio (como las gui-
las o las fieras magnnimas ) en las cumbres inac-
cesibles o en los bosques, lejos de la envidia y de la
venganza de los hombres. Las almas sublimes ca-
minan por sobre las mltiples cabezas de la mu-
chedumbre, que, ultrajada por su grandeza, inten-
ta engrillarlas o ridiculizarlas y llama locuras a los
actos que ella, hundida en el lodo, es incapaz, no
digo de admirar, sino de conocer. No estoy hablan-
do de m; mas, cuando pienso en las vallas con que
!a sociedad traba el genio y el corazn del hombre
y cmo con los gobiernos corruptos o tiranos todo
se transforma en intriga, inters o calumnia, yo me
arrodillo y agradezco a la Naturaleza que me ha
dado una ndole enemiga de cualquier esclavitud,
que me ha permitido vencer a la fortuna y que me
lia enseado a elevarme por encima de mi propia
educacin. S que sta es la primera ciencia del
hombre y que no se aprende en los libros, ni si-
quiera en la soledad; s que cada uno debe usar
su fortuna o la de los otros para caminar con algn
sostn por los precipicios de la vida. As sea; en lo
que a m respecta, temo ser engaado por quien
debera ensearme. Hundido por aquella fortuna
que podra elevarme y golpeado por la mano, cu-
yo vigor podra sostenerme
Falta otra hoja.
UGO FOSCOLO LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
...si volviera a nacer: he probado intensamen-
te todas las pasiones, y no puedo jactarme de ha-
ber permanecido inclume a los mltiples vicios.
Por cierto, ningn vicio logr dominarme por com-
pleto; por cierto, en este terrestre peregrinaje, he
pasado de los jardines al desierto; pero tambin
confieso que mis arrepentimientos nacieron siem-
pre de un desdn orgulloso v de la desesperacin
por alcanzar la gloria y la felicidad, un anhelo que
me persigue desde mis aos juveniles. Si hubiera
vendido mi fe, renegado de la verdad, vendido mi
talento, crees t que yo sera ms honrado y tran-
quilo? Los honores y la tranquilidad de mi signo
corrompido, merecen ser adquiridos sacrificando
el alma? Tal vez, ms que el amor por la virtud, el
temor de la culpa me detuvo algunas veces ante
esas culpas, que son respetadas en los poderosos,
toleradas en la mayora, y que, para no dejar sin
vctimas al simulacro de equidad que es la justicia,
son castigadas en los dbiles. No, ni fuerza huma-
na ni prepotencia divina podrn obligarme nunca a
representar en el teatro del mundo el papel del
pequeo canalla. S que para poder pasar la noche
en el saloncito de las ms bellas e ilustres damas
hay que profesarse libertino, porque ellas quieren
conservar la reputacin ante quien tiene pudor.
Algunas me ensearon el arte de seducir v me ins-
taron a traicionar, y tal vez habra seducido y trai-
cionado si el placer que yo esperaba no le hubiera
resultado amargo a mi corazn, que nunca supo
transar con nuestra poca ni aliarse con la razn.
Sin embargo, t me oste decir a menudo que todo
depende del corazn, del corazn que ni los hom-
bres ni el cielo ni nuestros intereses pueden cambiar.
En la Italia culta y en algunas ciudades de Fran-
cia busqu ansiosamente la sociedad selecta, que
oa magnificar con tanto nfasis; pero doquiera
encontr vulgo de nobles, vulgo de literatos, vulgo
de bellezas y todos tontos, bajos y malignos. Mien-
tras tanto, perda de vista a los pocos que, vivien-
do confundidos con el pueblo o meditando en so-
ledad, conservan an los caracteres de su ndole
sin mancillar. As, yo corra por todas partes, co-
mo las almas de los desdichados que Dante arrojaba
fuera de las puertas del infierno, por no conside-
rarlos dignos del verdadero infierno. Quieres sa-
ber qu cosech en un ao entero? Chcharas, vi-
tuperios y aburrimiento mortal. Y aqu, desde don-
de tembloroso yo miraba el pasado, creyndome
arribado a puerto seguro, aqu el demonio me arras-
tra hacia semejantes infortunios. Comprndeme,
pues, yo debo dirigir mi mirada al rayo de salud
que el cielo me ha ofrecido. Te suplico, deja de
lado por ahora el acostumbrado sermn: "Jacobo,
Jacobo, tu indocilidad te lleva a la misantropa!"
Crees que si yo odiara a los hombres me queja-
ra, como lo estoy haciendo, de sus vicios? Sin em-
bargo, como no s tomarlos en broma y temo mi
ruina, creo que lo mejor es retirarme. Cmo con-
fiar en esta raza de hombres tan distintos de m?
Ni siquiera vale la pena discutir para establecer de
quin es la razn. Ni lo s ni pretendo tenerla to-
talmente de mi parte. Lo que me importa ( y en es-
to t estars de acuerdo conmigo) es que mi ndole
altanera, firme y leal (acaso tambin ineducada,
rebelde e imprudente) y la religiosa etiqueta que
como un uniforme viste las costumbres exteriores
de esa gente, no congenian. Y por cierto, no soy yo
5759
UGO FOSCOLO
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
el que debe cambiar. Para m, pues, ni siquiera
puede haber tregua; estoy en guerra declarada y
mi derrota es inminente, porque yo no s pelear
con la mscara del disimulo, virtud de mucho crdi-
to y de mayor provecho. Fjate en mi presuncin!
Yo me creo menos deforme que los otros, por esto
desdeo desfigurarme; ms an, perverso o genero-
so como soy, tengo la valenta, o si lo prefieres el
descaro, de presentarme desnudo, casi como he
salido de las manos de la Naturaleza. Y si algunas
veces me pregunto a m mismo: "crees que la ver-
dad en tu propia boca es menos temeraria?", yo de-
duzco de esto que sera un loco si, habietdo en-
contrado en mi soledad la serenidad de los biena-
venturados que en la contemplacin del sumo bien
hallan el paraso, yo, por no arriesgar enamorarme
(sta es tu acostumbrada antfona), me entregara
a la discrecin de esta chusma ceremoniosa y ma-
ligna.
Padua, 23 de diciembre.
Esta maldita ciudad adormece mi alma aburrida
de la vida: puedes reprenderme a tu gusto, pero
en Padua no s qu hacer. Si vieras con qu cara
disgustada y con qu fatiga empiezo esta carta!
El padre de Teresa regres a las colinas y me es-
cribi, le contest comunicndole que nos veramos
pronto. Sin embargo, creo que pasarn mil aos an-
tes que eso ocurra.
Esta universidad (lamentablemente al igual que
todas las universidades del mundo) est formada,
en general, por profesores orgullosos y enemista-
dos entre s y por alumnos disipadsimos. Sabes
por qu, entre la turba de los doctos, los grandes
hombres son muy raros? El instinto, inspirado en
lo alto, que alimenta el Genio, nutre sus races en la
independencia y en la soledad. La sociedad lee
mucho, no medita, copia; hablando continuamen-
te se desvanece aquella generosa bilis que hace
sentir, pensar y escribir con fuerza; para poder
remedar muchos idiomas, remedan tambin el pro-
pio, resultando simultneamente ridculos a los ex-
tranjeros y a s mismos. Dependiendo de los inte-
reses, los prejuicios y los vicios de los hombres en-
tre los cuales vivimos, y guiados por una cadena
de deberes y necesidades, confiamos nuestra glo-
ria y nuestra felicidad a la muchedumbre; palpa-
mos la riqueza y el podero e incluso tememos ser
grandes porque la fama azuza a los perseguidores;
y la excelsitud del alma nos vuelve sospechosos
a los gobiernos: los prncipes quieren que los hom-
bres sean de tal modo que nunca se transformen
en hroes, y tampoco en ilustres malvados. Sin em-
bargo, en tiempos de esclavitud, quien es paga-
do para instruir raras veces se sacrifica por la ver-
dad y su sagrada institucin; de aqu se deriva la
.aparatosidad de las clases magistrales, que vuelve
complicada la razn y ambigua la verdad. Por
otra parte, sospecho que los hombres son ciegos
que viajan en la oscuridad; entre ellos, algunos
abren fatigosamente los prpados e imaginan que
ven en las tinieblas, entre las cuales caminan in-
evitablemente a tientas. Y lo que sigue conside-
ralo como no dicho: hay opiniones que slo pue-
den ser discutidas con aquellos pocos que miran
las ciencias con la sonrisa escarnecedora con que
58 59
'UGO FOSCOLO
Homero miraba la gallarda de las ranas y los ra-
tones
1S
.
A propsito de esto: quieres hacerme caso esta
vez? Ahora que la Providencia envi al comprador,
vende todos mis libros. Qu hago con cuatro mil
o ms volmenes que no s ni quiero leer? Con-
srvame los pocos que, como vers, llevan notas de
mi puo y letra. Oh, cunto gast ansiosamente en
los libros! Sin embargo, esta locura no ha desapa-
recido, ha dejado el lugar a otra. Entrgale el dine-
ro a mi madre a cambio de los muchos gastos que
le ocasiono. No s cmo pagarle, pero no vacila-
ra en agotar un tesoro. En mi caso, deshacerme
de mis libros me parece la manera ms rpida. Los
tiempos son cada vez ms calamitosos y no es justo
que esa pobre mujer pase privaciones por m en
los pocos aos de vida que an le quedan. Adis.
Desde las colinas Euganeas
el 3 de enero de 1798.
Perdname; te juzgaba ms sabio. El gnero hu-
mano est formado por este tropel de ciegos que
ves chocar, empujarse, batirse, encontrarse o arras-
trarse detrs de la inexorable fatalidad. Por qu
seguir o temer lo que debe sucederte?
Estoy equivocado? Acaso la prudencia humana
est en condiciones de quebrar esta cadena invi-
sible de casos y de infinitos y mnimos accidentes
15 Alusin al poema La Batracomiomatiuia o La Gue-
rra entre las ranas y las ratas, parodia de los poemas ho-
mricos del s. V a. de J. C.
60
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
que nosotros llamamos Destino? Aceptado, mas
puede ella por esto echar la mirada con seguri-
dad sobre las sombras del porvenir? Oh! De nuevo
me exhortas a alejarme de Teresa y es lo mismo
que si me dijeras: abandona aquello que te liga a
la vida; temes el mal y me enfrentas con lo peor.
Suponiendo que yo, prudentemente, diera la espal-
da al peligro y cerrara mi alma a toda vislumbre de
felicidad, no se parecera mi vida a las austeras
jornadas de esta nebulosa estacin, que nos hace
renegar de la vida mientras su opacidad entristece
a la Naturaleza? Di la verdad, Lorenzo, no sera
preferible que los rayos solares confortasen por lo
menos parte de la maana, aunque la noche llega-
ra inevitablemente antes del atardecer? Si yo tu-
viera que vigilar constantemente mi corazn, esta-
ra en eterna guerra conmigo mismo y sin ningn
provecho. Navegar como si estuviera perdido, y
suceda lo que tenga que suceder. En tanto yo
sento l'aura mia antica, e i dolci colli
veggo apparir
16
.
10 de enero.
Odoardo, segn escribe, espera arreglar sus asun-
tos dentro de un mes; volver pues, a ms tardar,
en primavera. Entonces s, a principios de abril, se-
r razonable que me marche.
16 Cfr. Petrarca, Canzoniere, Soneto LII (Parte 2da.)
Siento mi antigua aura y las dulces colinas
ceo aparecer. ..
6L
'UGO FOSCOLO
K)a 19 de enero.
La vida humana? ...Sueo, sueo engaador,,
que pagamos muy caro, como las mujerzuelas que
confan su suerte a los supersticiones y a los pre-
sgios. Ten cuidado: aquello hacia lo cual tiendes
vidamente la mano tal vez sea una sombra, que-
t amas, pero que a otro aburre. Toda mi felicidad,
pues, consiste en la hueca apariencia de las cosas
que ahora me rodean; y si yo busco algo que sea
real o vuelvo a engaarme o me desplazo atnito y
asustado en el vaco, tampoco lo s; pero, en lo
que a m respecta, pienso que la Naturaleza ha
hecho nuestra especie a semejanza de un minscu-
lo y pasivo eslabn de su incomprensible sistema,
dotando a los hombres de mucho amor propio, de
modo que el sumo temor y la suma esperanza, que
crean en nuestra imaginacin una infinita serie de
males y de bienes, nos mantengan siempre preocu-
pados en esta existencia breve, dudosa e infeliz.
Y mientras nosotros servimos ciegamente a sus fi-
nes, ella se re de nuestro orgullo, el cual nos hace
creer pie el universo ha sido creado exclusivamen-
te para nosotros y que slo nosotros somos dignos
y capaces de darle sus leyes.
Hace un rato, caminando por los campos, enfun-
dado hasta los ojos en mi capa, observ la escualidez-
de la tierra cubierta por la nieve, sin hierba ni fron-
das que atestiguaran su pasada abundancia; ni si-
quiera poda fijar largamente los ojos en las lade-
ras de las montaas, cuyas cumbres estaban sumer-
gidas en una negra nube de helada niebla, que ba-
jaba, aumentando el luto del aire fro y oscurecin-
2
\
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
dolo ms. Me pareca ver derretirse aquellas nie-
ves y precipitarse como un torrente que inundaba
el llano, arrastrando impetuosamente plantas, re-
baos, cabaas y destruyendo en un da las fati-
gas de muchos aos y las esperanzas de innumera-
bles familias. De vez en cuando se filtraba un rayo
de sol: aunque vencido por la bruma, permita cons-
tatar que gracias a su brillo fugaz el mundo no que-
daba a expensas de una noche profunda y perpe-
tua. Yo, mirando la parte del cielo que durante el
amanecer mantena an las trazas de su esplen-
dor: "Oh Sol! dije todo cambia aqu abajo,
mas, da llegar en que Dios aparte su mirada de
ti y tambin t te transformars; entonces las nu-
bes no cortejarn ms tus rayos que caen, ni el alba
adornada de rosas celestiales, coronada por uno de
tus rayos, volver para anunciarnos que ests a
punto de surgir. Goza, en tanto, de tu curso, que
tal vez es fatigoso y parecido al de los hombres".
T lo ves: el hombre no goza de sus das, y si a
veces se le concede pasear por las praderas de abril,
nunca dejar de arder bajo el caluroso aire del ve-
rano ni de tiritar arropado por el mortal hielo del
invierno.
22 de enero.
As es, querido amigo. Estaba con mi colono, jun-
to a su fogn, donde algunos campesinos de los
alrededores se renen para calentarse y narrar sus
historias y sus antiguas aventuras. Entr una mu-
chacha descalza y aterida, se acerc al hortelano y
le pidi una limosna para la pobre vieja. Mientras
63
UGO FOSCOLO LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
se calentaba al fuego, l le prepar dos fajinas y
dos panes negros. La aldeanita los carg, salud y
se march. Yo tambin sal y sin darme cuenta la
segu, pisando sus huellas en la nieve. Al llegar a
un montoncito de hielo se detuvo mirando otro sen-
dero. Yo la alcanc y le pregunt: "Vas muy lejos,
muchacha?" "No, seor; media milla". "Las fajinas
te dificultan el viaje, dame a m". "No me molesta-
ran si pudiera sujetarlas en mi espalda con las dos
manos, pero estos dos panes me lo impiden". "En-
tonces levar los panes". No dijo nada, se ruboriz
y me dio los panes. Yo los puse debajo de mi capa.
Un rato despus entramos en una pequea cabana.
En un rincn haba una vieja sentada con un bra-
sero entre los pies, lleno de brasas apagadas, sobre
las cuales tenda las manos, apoyando las muecas
en las rodillas. "Buenos das madre". "Buenos das".
"Cmo est usted?" Ni a sta ni a otras diez pre-
guntas respondi, porque su nica ocupacin con-
sista en calentarse las manos, levantando las ojos
de vez en cuando como para ver si ya nos haba-
mos marchado. Dejamos aquellas pobres provisio-
nes, mientras la vieja, sin mirarnos ni pestaear, las
evaluaba. A nuestros saludos y a la promesa de
volver al da siguiente, nos contest de nuevo y
casi a la fuerza: "Buenos das".
Mientras regresbamos, la aldeanita me cont
que aquella mujer, a pesar de sus ochenta aos tal
vez pasados y de una vida dificilsima porque a
veces los temporales impedan a los campesinos lle-
varle la limosna que juntaban, de modo que corra
el riesgo demorirse de hambre, le tema a la muer-
te y murmuraba oraciones para que el cielo la man-
tuviese en vida. O luego, de boca de los viejos del
64
lugar, que su marido muri hace muchsimo por
un disparo de escopeta, que tuvo hijos e hijas, yer-
nos y nueras y nietos, y que los vio perecer a to-
cios, uno tras otro, a sus pies, en el ao memorable
de la caresta. Sin embargo, hermano mo, ni los
males presentes ni los pasados la matan y ella pal-
pa an una vida que flota siempre en un mar de
dolores.
Ay!, tantos males sitian nuestra vida, que para
conservarla hace falta un instinto ciego y prepo-
tente. Es por ello que a menudo (aunque la Natura-
leza nos ofrezca los medios para liberarnos de
ella) nos vemos obligados a comprarla con el envi-
lecimiento, el llanto e inclusive el delito.
:
'JJ i 17 de marzo.
Ests asustado porque desde hace dos meses no
doy seales de vida y temes que hoy, ms que nun-
ca, el amor me domine hasta tal punto que me
olvide de ti y de nuestra patria. Oh Lorenzo, her-
mano mo! ,Qu poco me conoces! Qu poco co-
noces del corazn humano y de tu propio corazn si
crees que el deseo de una patria puede, no digo
apagarse, sino atemperarse y ceder a otras pasiones!
Al contrario, irrita a las otras pasiones y es irritado
por stas. Es cierto y lo has expresado muy bien:
El amor de un alma exulcerada, cuando las otras
jMisiones estn marchitas, es omnipotente. As es el
mo; pero te equivocas si crees que resulta funesto:
slo Teresa me mantiene con vida.
La Naturaleza, con su propia autoridad, crea ca-
racteres que no pueden ser sino generosos; hace
65
'UGO FOSCOLO
veinte aos estos caracteres permanecan inertes y
ateridos en el sopor universal de Italia; pero los
tiempos han cambiado y han despertado en ellos sus
pasiones viriles y naturales y han adquirido un
temple tal que puedes quebrarlos, pero nunca do-
blegarlos. Y sta no es una sentencia metafsica,
es una verdad que resplandece en la vida de mu-
chos hombres antiguos, que fueron gloriosamente
infelices; verdad que pude comprobar yo mismo
conviviendo con muchos de nuestros conciudadanos,
a los cuales compadezco y admiro al mismo tiem-
po, porque, si Dios no se apiada de Italia, debern
sellar en sus pechos el deseo de tener una patria.
Funestsimo deseo que destruye o atormenta du-
rante toda la vida! Sin embargo, en lugar de aban-
donarla, amarn los peligros, la angustia y tambin
la muerte. Yo soy uno de ellos, y t, Lorenzo, tam -
bien.
Si yo escribiera sobre lo que vi y s de las cosas
que estn sucediendo, sera una tarea superflua y
cruel, porque despertara en ustedes el furor que
yo quisiera adormecer en m mismo. Creme, llo-
ro por nuestra patria, lloro secretamente y deseo
che le lacrime mie si spargati sole
17
.
Que otra clase de gente que ama a Italia se que-
je en voz alta v a su gusto! Gritan que han sido
vendidos y traicionados, pero, si se hubieran arma-
do, tal vez habran sido derrotados, mas nunca
traicionados, y si se hubieran defendido hasta la
17 Cfr. Petrarca, Canzoniere (Ira. Parte) Soneto XIV:
que mis lgrimas se desparramen solas.
66
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ltima gota de sangre, los vencedores no habran
podido venderlos, ni los vencidos habran osado
comprarlos
18
. Sin embargo, muchos de los nuestros
pretenden que la libertad se puede comprar con
dinero; pretenden que los extranjeros vengan aqu
a matarse los unos a los otros por amor a la justicia
y para liberar a Italia. Los franceses, que han he-
cho execrar la divina teora de la libertad pblica,
harn de Timoleones en provecho nuestro? Mien-
tras tanto, muchos confan en el joven Hroe
I9
, na-
cido de sangre italiana y en un lugar donde se ha-
bla nuestra lengua. Ya jams esperara, de un alma
baja y cruel, algo til y noble para nosotros. Qu
importa que tenga el vigor y el bramido del len,
si tiene la mente del zorro y se complace de ello?
S, bajo y cruel no exagero al llamarlo as,
Acaso no ha vendido a Venecia con abierta v ge-
nerosa fiereza? Selim I
20
, que hizo degollar a ori-
llas del Nilo a treinta mil guerreros circasianos que
se haban convertido a su fe, o Nadir Schah
21
, que
en nuestro siglo hizo trucidar trescientos mil indios,
resultan ms atroces, pero menos despreciables. Vi
con mis propios ojos una constitucin democrtica,
anotada de puo y letra por el joven Hroe y que
Passeriano mand a Venecia para que fuese acep-
tada, mientras el tratado de Campoformio estaba
firmado ya desde algunos das antes y Venecia ha-
ba sido malvendida; y la fe que el Hroe tena en
18 Los primeros son los franceses, los segundos los aus-
tracos vencidos por Napolen.
19 Napolen Bonaparte.
20 Sultn turco del siglo XVI.
21 Sha de Persia que en 1783 invadi algunas regiones
de la India asolndolas cruelmente.
67
UGO FOSCOLO
todos nosotros ha llenado a Italia de proscriptos,
emigrados y exiliados. No acuso a la razn de Esta-
do que vende a las naciones como rebaos de ove-
jas: fue siempre as y siempre ser as; lloro por mi
patria,
che mi fu tolta, e il modo ancor m'offende
22
.
Naci italiano y un da ayudar a su patria: que
se lo crea el que quiera; yo respondo y responder
siempre: La Naturaleza lo hizo nacer tirano y los
tiranos no se ocupan de patrias, ni las tienen.
Algunos de los nuestros, viendo las llagas de Ita-
lia, predican que hay que sanarlas con remedios ex-
tremos, necesarios para la libertad. Lo cierto es que
Italia cuenta con curas y frailes, pero no con sa-
cerdotes; as, cuando la religin no constituye las
entraas de las leyes y las costumbres de un pue-
blo, la administracin del culto se tranforma en un
negocio. En Italia tenemos toda clase de nobles,
pero hay verdaderos patricios, ya que patricios son
los que defienden a la repblica: con una mano en
la guerra, gobernndola con la otra en la paz. Pero
en Italia el mayor orgullo de los nobles es: no ha-
cer nada y no enterarse de nada. Finalmente tene-
mos a la plebe: mdicos, abogados, profesores uni-
versitarios, literatos, ricos mercaderes e innumera-
bles empleados; segn ellos mismos suelen decir, se
ocupan de tareas gentiles y ciudadanas, pero no po-
seen ni fuerza ni derechos ciudadanos. Quien se ga-
na el pan o la riqueza con su industria y no es due-
22 Cfr. Dante, I nfierno, C. V, v. 102; pertenece al c-
lebre episodio de Francesa da Rimini;
que me ha sido quitada de una manera que an me ofende.
68
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
o de tierras es parte de la plebe, una parte menos
pobre, pero no menos sierva. Uno puede imaginar-
se una tierra sin pueblo, pero no un pueblo sin tie-
rra; por esto, en Italia, los pocos seores de la ti eira
sern siempre los dominadores invisibles y los rbi-
tros de la nacin. Transformemos a los curas y a
los frailes en sacerdotes, a los nobles en patricios,
a los hombres del pueblo en ciudadanos pudientes
y dueos de tierras.. . Pero sin matanzas, sin re-
formas sacrilegas de la religin, sin facciones, sin
proscripciones ni exilios; y principalmente, sin ayu-
da, sin sangre y sin depredaciones armadas extran-
jeras; sin divisin de tierras ni leyes agrarias, ni ra-
pias de la propiedad familiar; porque si fueran
necesarios estos remedios para liberarnos de nuestra
perpetua esclavitud, yo no s qu eligira: no la in-
famia y la servidumbre, pero tampoco quisiera ser
el ejecutor de crueles y a menudo ineficaces reme-
dios. Al individuo le quedan muchos caminos para
salvarse, inclusive la muerte; pero no se puede en-
terrar a una nacin entera. Si no quedara otro re-
curso, exhortara a Italia a aceptar tranquilamente
su condicin actual y a dejarle a Francia el opro-
bio de haber inmolado innumerables vctimas en
pro de la libertad, vctima sobre las cuales todas las
tiranas han asentado y asentarn siempre sus tro-
nos, que vacilan minuto tras minuto, como todos los
tronos cuyos cimientos descansan sobre cadveres.
El largo tiempo durante el cual no te escrib, no
lo he perdido; por el contrario, creo haberlo ganado
en exceso. Ah, ganancias fatales! El seor T . . .
posee muchos libros de filosofa poltica de los me-
jores historiadores modernos; un poco para no es-
tar muy a menudo con Teresa, otro poco por abu-
69
UGO FOSCOLO
rrimiento y curiosidad dos vigilantes instigadores
del genero humano me hice mandar esos libros,
algunos de los cuales consegu leer, que fueron mis
tristes compaeros durante el invierno. Claro que
me pareci ms amable la compaa de los pjaros;
stos, empujados por el fro en busca de alimento
hasta mi casa, se posaban en bandadas en mi bal-
cn, donde yo les preparaba almuerzo y cena; aho-
ra que es menor su necesidad ya no me visitarn
ms. Mientras tanto, te transmito el fruto de mis lar-
gas lecturas: es peligroso no conocer a los hombres,
v conocerlos, si uno no tiene el nimo de engaar-
los, resulta funesto; las diferentes opiniones de los
diferentes libros y las contradicciones histricas in-
ducen al pirronismo
23
y llevan a la confusin, al
caos, a la nada; por esto, si tuviera que elegir entre
leer siempre o nunca, eligira lo ltimo y tal vez
sea esto lo que haga; todos tenemos pasiones in-
tiles, como es intil la vida, y esta inutilidad es la
fuente de nuestros errores, lgrimas y delitos.
Sin embargo, yo siento cada vez ms vigoroso en
mi nimo este furor de patria; y cuando pienso en
Teresa si me animo a alimentar alguna esperan-
za me recobro mucho ms consternado que antes
y vuelvo a decirme: si mi amiga fuese la madre de
mis hijos, mis hijos no tendran patria y la que-
rida compaera de mi vida se dara cuenta de ello
dolorosamente. Por desdicha, se ha aadido este in-
feliz amor de patria a las dems pasiones (pie afli-
gen a las jovencitas en la aurora de su fugitivo da.
Evito discutir de poltica con el seor T. . . , aun-
23 Esceptismo absoluto; de Pirrn, filsofo griego del
siglo IV a. de J. C.
70
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
que su hija no abra la boca, porque percibo que
la angustia de su padre y la ma tienen fcil asi-
dero en las entraas de esa muchacha. T saber
que no es una persona vulgar y que, prescindien-
do aun de sus inclinaciones ya que en otra
poca habra podido elegir otro marido, ella est
dotada de un alma noble y de pensamientos exqui-
sitos, y comprende cunto me pesa este ocio oscu-
ro, fro y egosta que da a da me desgasta. En
verdad, Lorenzo, tambin callando habla el mise-
rable que hay en m. En quien siente la pasin po-
ltica, la fuerza de la voluntad y la impotencia lo
hacen interiormente desgraciado y, si no calla, hace
el ridculo, como si interpretara el papel de un pa-
ladn de novela y de un amante impotente de su
propia ciudad. Cuando Catn decidi suicidarse,
un pobre patricio llamado Cozio lo imit: el pri-
mero fue admirado, porque antes lo haba intenta-
do, todo para no caer en servidumbre; el segundo
fue escarnecido, porque su amor a la libertad slo
le dio fuerzas para suicidarse.
Pero aqu, con mis pensamientos cerca de Tere-
sa porque an tengo cierto dominio sobre m mis-
mo y soporto pasar tres o cuatro das sin verla
un suave calor consuela mi vida. Es un consuelo
breve pero pleno de dulzura, que me defiende de
la desesperacin total.
Y cuando estoy con ella tal vez no se lo creeras
a otro, pero a m s, Lorenzo no le hablo de amor.
Hace ya seis meses que nuestras almas se han her-
manado y nunca oy salir de mis labios la certeza
de que la amo. Pero acaso puede no estar se-
gura? Su padre juega conmigo al ajedrez noches en-
teras; ella trabaja al lado de la mesita de juego tan
71
'UGO FOSCOLO
silenciosa como locuaces son sus ojos; luego, bajn-
dolos sbitamente, no me pide ms que piedad.
Qu otra piedad puedo ofrecerle que la de aho-
gar con todas mis fuerzas la pasin que siento? Vi-
vo slo por ella, y cuando despierte de este sueo
suave, de buena gana bajar el teln de mi vida.
La gloria, los conocimientos, la juventud, la rique-
za, la patria todos estos fantasmas que hasta aho-
ra actuaron en mi comedia, ya no me sirven. Ba-
jar el teln, y dejar que otros mortales luchen
para aumentar los placeres y disminuir los dolores
de una vida que minuto a minuto se nos escapa, y
que algunos miserables desearan perpetuar.
Esta es la respuesta, con mi desorden de siempre
pero con inslita serenidad, a tu larga y afectuosa
carta. T sabes decir mucho mejor que yo tus razo-
nes; yo siento demasiado las mas, sin embargo pa-
rezco obstinado. Si escuchara a los otros ms que
a m mismo, tal vez sentira fastidio de m mismo;
y en no tenerse fastidio consiste la poca felicidad
que el hombre puede esperar en esta tierra.
3 de abril.
Cuando el alma est completamente absorta en
una especie de beatitud, nuestras dbiles faculta-
des, oprimidas por el placer, casi se vuelven estpi-
das, mudas e ineptas para cualquier esfuerzo. Si yo
no llevara una vida de santo, recibiras ms a me-
nudo noticias mas. Cuando las desventuras aumen-
tan la carga de la vida, corremos a compartirla con
algn infeliz, y ste se consuela al enterarse de
que no es el nico condenado a las lgrimas. Pero
72
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
si brilla algn momento de felicidad nos concentra-
mos en nosotros mismos, temiendo que nuestra
buena suerte, al ser participada, pueda menguar;
o slo nos induce a jactarnos de ella el orgullo.
Adems, el que sabe describir minuciosamente su
pasin, triste o alegre, la siente muy poco. Mien-
tras tanto, la Naturaleza vuelve a ser hermosa, co-
mo debe haber sido cuando, naciendo por primera
vez del informe abismo del caos, envi como pre-
cursora a la riente aurora de abril; y ella, abando-
nando sus rubios cabellos sobre el oriente, y cien-
do poco a poco el universo con su rosado manto,
esparci benficamente el fresco roco y despert
el virgen aliento de las brisas para anunciar el Sol
a las flores, las nubes, las olas, a todos los seres que
le enviaban su saludo; el Sol! Sublime imagen de
Dios, luz, alma, vida del universo!
6 de abril.
Es verdad, es demasiado verdadero! Mi fantasa
me pinta tan realmente la felicidad que deseo, me
la hace ver con mis propios ojos, que casi estoy
por tocarla con la mano y slo me faltan algunos
pasos. Y despus? Mi desdichado corazn la ve
desaparecer y llora como si perdiera un bien pose-
do desde mucho tiempo atrs. Sin embargo, l
le escribe que, primero a causa de las triquiuelas
forenses, despus por la revolucin, que interrum-
pi las actividades de los tribunales durante algu-
nos das, se ha visto obligado a demorar su par-
tida; y aade que, all donde domina el inters,,
callan las otras pasiones; tal vez un nuevo amor...
73
'UGO FOSCOLO
T podras pensar: y todo eso qu te importa?
Anda, querido Lorenzo; no quiera Dios que me
aproveche de la frialdad de Odoardo; pero no en-
tiendo cmo puede estar lejos de ella siquiera un
da! Ir ilusionndome, pues, cada da ms, para
luego tragarme el mortal brebaje que yo mismo me
estoy preparando?
11 de abril.
Ella estaba sentada en un sof, frente a la ven-
tana de las colinas, observando las nubes que se
paseaban a lo ancho del cielo: "Mire usted ese
azul profundo!" me dijo. Yo estaba a su lado,
mudo, con los ojos fijos en su mano, que sostena
un librito scmiabierto. Yo no s cmo no advert
que el temporal empezaba a mugir desde el septen-
trin, haciendo temblar las plantas ms jvenes.
"Pobres arbolitos!" exclam Teresa. Me sacud.
Se espesaban las tinieblas de la noche, que los re-
lmpagos volvan ms oscuras. Empez a llover
y a tronar. Poco despus vi las ventanas cerradas
v las luces de la habitacin encendidas. El mu-
chacho, haciendo lo que hace todas las noches y
preocupado por el mal tiempo, nos quit el espec-
tculo de la naturaleza enojada. Teresa, que esta-
ba pensativa, no se dio cuenta y lo dej hacer.
Le quit el libro de la mano y, abrindolo al
azar, le: La tierna Gliceria dej sobre mis labios el
extremo suspiro. Con Gliceria he perdido todo lo
que poda perder. Su fosa es el nico palmo de
tierra que yo creo digno de considerar mo. Nadie
conoce el lugar. Lo cubr de tupidos rosales que
74
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
florecen como un da floreca su rostro y difunden
la suave fragancia que sala de su seno. Todos lo9
aos, en el mes de las rosas, yo visito ese sagrado
bosquecillo. Me siento sobre el tmulo de tierra
que guarda sus huesos, tomo una rosa y me quedo
pensativo. As floreciste t alguna vez! Deshojo
aquella rosa y la desparramo y recuerdo el dulce
sueo de nuestros amores. Oh mi Gliceria, dnde
ests? Una lgrima cae sobre la hierba de la se-
pultura y sosiega a la sombra anuida.
Call. "Por qu no sigue?" dijo ella, suspi-
rando y mirndome. Reanud la lectura y repitien-
do: As floreciste t alguna vez!; se me ahog la
voz. Una lgrima de Teresa cay sobre mi mano
que estaba apretando la suya.
17 de abril.
Te acuerdas de aquella jovencita que hace cua-
tro aos verane a los pies de la colina? Estaba
enamorada de nuestro amigo Olivo P. . . y, como no
ignoras, l perdi su fortuna y ya pobre no le per-
mitieron casarse con ella. Hoy volv a verla, ca-
sada con un noble pariente de los T . . . De paso
por sus tierras vino a visitar a Teresa. Yo estaba
sentado sobre la alfombra, concentrado en la tarea
de Isabelita, que borroneaba un torpe alfabeto so-
bre una silla. Apenas la vi me levant de prisa,
corriendo hacia ella para abrazarla. Qu cambia-
da est! Reservada, afectada, le cost recordar-
me; despus se mostr asombrada, mascando un
cumplido, mitad para m y mitad para Teresa.
Apuesto que mi inslita presencia la desconcert.
75
UGO FOSCOLO
Parloteando de joyas, cintas, gargantillas y cofias
se recobr. Cre hacerle una gentileza desviando
la conversacin hacia algo menos ftil, porque los
rostros de casi todas las jvenes se tornan ms her-
mosos cuando abren sus corazones humildemente.
Le record estos campos y sus felices aos del pa-
sado. "Ah, ah!" me contest distradamente y
continu anatomizando el trabajo extranjero de sus
pendientes. Mientras tanto, el marido (quien, en-
tre la muchedumbre de los pigmeos, tiene fama
de savant, como Algarotti
24
y el seor... ), engas-
tando mil frases francesas en su pulcro idioma
toscano, magnificaba el precio de aquellas bagate-
las y el buen gusto de su mujer. Estuve por tomar
el sombrero e irme, pero una mirada de Teresa me
detuvo. Paulatinamente, la conversacin recay en
los libros que nosotros leamos en el campo. En-
tonces aquel Fulano comenz el panegrico de la
fabulosa biblioteca de sus antepasados y de las co-
lecciones de todas las ediciones prncipes que l,
en sus viajes, tuvo el cuidado de completar. Yo me
rea interiormente mientras l continuaba su diser-
tacin sobre portadas. Finalmente, un criado que
haba ido a buscar al seor T . . . , le advirti a Te-
resa que no haba podido encontrarlo, porque esta-
ba cazando en la montaa. As, por suerte, fue
interrumpida aquella clase magistral. Pregunt a
la recin casada por Olivo, a quien no haba vuelto
a ver. Imagnate cmo me sent al or la fra res-
puesta de la que haba sido su enamorada: "Falle-
24 Francesco Algarotti (1712-1766), uno de los pri-
meros iluministas italianos, autor de obras de divulgacin
de las nuevas doctrinas cientficas.
76
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ci". "Falleci?"... exclam, levantndome y mi-
rndola atontado. Muchas veces le haba hablado
a Teresa del ptimo carcter de aquel joven sin
igual, de la suerte adversa que le oblig a luchar
contra la pobreza y la infamia y que sin embargo
haba muerto sin tacha de cargos o culpas.
El marido, entonces, nos narr la muerte del pa-
dre de Olivo, la discordia de ste con su hermano
mayor, las lides cada vez ms encarnizadas y la
sentencia de los tribunales que, jueces entre dos hi-
jos de un mismo padre, despojaron a uno para
enriquecer al otro. Tambin Olivo haba gastado
en los tribunales la pequea herencia que le que-
daba. El marido moraliz acerca de ese joven ex-
travagante, que rehus la ayuda de su hermano y
que en lugar de atraerlo para s lo irrit cada vez
ms. "Claro, claro lo interrump, si su hermano
no supo ser justo, Olivo no tena por qu ser vil.
Desdichado del que cierra su corazn a los conse-
jos y a la compasin de la amistad y desdea los
mutuos suspiros de la piedad y rechaza la ayuda
que la mano del amigo le ofrece. Pero mil veces
ms desdichado es el que confa en la amistad del
rico y suponiendo virtuoso a quien nunca fue des-
venturado, recibe un beneficio que luego deber
pagar con igual honestidad. La felicidad se co-
necta con la desgracia para comprar la gratitud y
tiranizar a la virtud. El hombre, animal opresor,
abusa de los caprichos de la suerte para adjudicar-
se el derecho de la superchera. Slo los afligidos
pueden consolarse y ayudarse mutuamente sin in-
juriarse, y aquel que lleg a sentarse a la mesa del
rico, aunque tarde, se da cuenta de
77
'UGO FOSCOLO
come sa di sale
lo pane altrui
75
.
Por eso es mucho menos doloroso mendigar la
vida puerta tras puerta que humillarse o aborre-
cer al indiscreto benefactor que haciendo ostenta-
cin de su beneficio exige en gratitud el rubor y
la libertad."
"Usted no me dej terminar me contest el
marido. Si Olivo sali de la casa paterna, re-
nunciando a todo en favor de su hermano, por qu
luego quiso hacerse cargo de las deudas de su
padre? Acaso no cay en la indigencia, hipote-
cando l mismo, por una tonta delicadeza, su parte
de dote materna?"
"Por qu? Si el heredero defraud a los acree-
dores con las triquiuelas forenses, deba Olivo
permitir que la memoria de su padre fuese mal-
decida por aquellos que en las adversidades lo
haban ayudado con su propio peculio?, y que l
mismo fuese sealado como el hijo de alguien que
haba quebrado? El primognito difam esta ho-
nestidad, porque no haba nacido para imitarlo y,
despus de haber tentado en vano a su propio her-
mano con algn beneficio, le jur enemistad mortal.
Olivo perdi el apoyo de los que en su fuero ntimo
lo aprobaban, porque los deshonestos triunfaron
sobre l y porque es ms fcil aprobar la virtud
25 Cfr. Dante, Paraso, C. XVII, v. 58 a 59.
tomo sabe a sal
el pan que nos dan los otros.
78
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
que sostenerla en los hechos. Por eso el hombre
de bien es siempre derrotado por los malva-
dos. Y nosotros tenemos la costumbre de estre-
char alianza con el ms fuerte para pisar al cado
y solemos juzgar de acuerdo a nuestras propias
ventajas." No me respondan y tal vez estuvieran
convencidos, pero no persuadidos. Aad: "En lu-
gar de lamentarlo, alabo a Dios por haberse llevado
a Olivo lejos de tantas canalladas y de nuestra im-
becilidad. S, tambin nosotros, los devotos de
la virtud, somos imbciles. Hay hombres que ne-
cesitan morir porque no saben acostumbrarse a los
delitos de los malvados, ni a la pusilanimidad de
los hombres buenos".
La esposa pareca enternecida: "Qu desgra-
cia! exclam con un suspiro; sin embargo, el
que necesita pan no puede ponerse a sutilizar so-
bre el honor".
Entonces estall: "Esta es una de las tantas blas-
femias divulgadas por ustedes! Ustedes, por ha-
ber sido favorecidos por la suerte, pretenden sel-
los nicos honestos; as, para que no brille la vir-
tud sobre vuestras oscuras almas, querran repri-
mirla tambin en los pechos de los infelices, que
no tienen ms consuelo que se, y engaar de este
modo a vuestras conciencias". Los ojos de Teresa
me aprobaban; sin embargo, intentaba desviar la
conversacin. Pero los naipes estaban destapados,
cmo poda yo callarme? Ahora siento remordi-
miento. Los ojos de los recin casados miraban
fijamente el suelo y sus almas quedaron aterradas
cuando grit cruelmente: "Aquellos que no fueron
nunca desdichados no merecen la felicidad! Or-
gullosos! Miran la miseria para insultarla; preten-
79
'UGO FOSCOLO
<len que se les debe toda clase de tributos por ser
los poseedores de la riqueza. Pero el desdichado
que conserva su dignidad es un ejemplo de coraje
para los buenos y de reproche para los malvados".
Y me fui dando un portazo. Debo dar las gracias
a las primeras vicisitudes de mi vida, que hicieron
de m un infortunado! Oh querido Lorenzo, de
lo contrario tal vez no fuera amigo tuyo, ni de esta
muchacha! No puedo borrar de mi mente este he-
cho. Aqu, donde estoy sentado, miro en derredor
y temo volver a ver a alguien conocido. Quin lo
hubiera pensado? El corazn de esa mujer no se
estremeci al or el nombre de su primer amor!
Os turbar las cenizas del primero que logr ins-
pirarle el universal sentimiento de la vida. Ni si-
quiera un suspiro? Pero loco! T te afliges por-
que no encuentras entre los hombres aquella virtud
que tal vez, ay!, tal vez no es ms-que un mero
nombre o una necesidad que cambia con las pa-
siones y las circunstancias o una prepotencia de la
Naturaleza que se da en pocos individuos, los cua-
les, teniendo ndole generosa, estn obligados a lu-
char perpetuamente contra el resto de los mortales.
Y ni siquiera esto es suficiente! Guay de ellos
si, querindolo o no, se ven obligados a abrir los
ojos ante la fnebre luz del desengao!
No tengo un alma negra, t lo sabes, Lorenzo.
En mi primera juventud hubiera desparramado flo-
res sobre las cabezas de todos los que vi ven...
Quin, quin me ha vuelto tan rgido y suspicaz
hacia la mayora de los hombres, sino su hipcrita
crueldad? Con gusto perdonara los agravios que
me han hecho, pero ante la venerable pobreza, que
mientras trabaja muestra sus venas chupadas por
80
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
la omnipotente opulencia, y ante tantos hombres
enfermos, presos, hambrientos y suplicantes bajo
el terrible azote de ciertas leyes, ah no, yo no
puedo reconciliarme con ellos! Yo, entonces, grito
venganza junto a esa turba de mseros con los cua-
les comparto el pan y las lgrimas y oso pedir en
su nombre la porcin que heredaron de la Natu-
raleza, madre benfica e imparcial... La Natura-
leza? Pero, si nos hizo tal como somos, no es
acaso madrastra?
S, Teresa, yo vivir contigo; yo vivir slo el
tiempo que pueda vivir contigo. T eres uno de
los pocos ngeles desparramados en la tierra para
dar fe de la virtud e infundir el amor a la huma-
nidad en los nimos perseguidos y afligidos. Pero
si te perdiera, qu podr salvar a este joven fas-
tidiado del mundo?
Si t Ja hubieras visto esta maana! Me tendi
la mano diciendo: "Sea discreto. Aquellas dos per-
sonas me parecieron realmente compungidas, y si
Olivo no hubiera sido desafortunado, tendra tam-
bin ahora, despus de su muerte, a un amigo?
Ay! continu despus de un largo silencio, por
amar a la virtud es necesario, pues, vivir en el
dolor?"
Lorenzo, un alma celestial brillaba en las lneas
de su rostro.
29 de abril.
Estando cerca de ella, yo estoy tan lleno de vida
que casi no me siento vivir. Del mismo modo,
cuando me despierto despus de un sueo sereno,
81
'UGO FOSCOLO
si un rayo de sol golpea mis ojos, mi vista deslum-
brada se pierde en un torrente de luz.
Hace mucho que me quejo de la inercia en que
vivo. Tuve el propsito de estudiar botnica en
primavera; en dos semanas junt en las lomas va-
rias docenas de plantas, y ya ni siquiera recuerdo
dnde las guard. Demasiadas veces olvid mi
Linneo sobre los bancos del jardn o a los pies de
algn rbol; por ltimo lo extravi. Ayer Miguel
me trajo dos hojas mojadas de roco y esta ma-
ana me inform que el resto haba sido destroza-
do por el perro del hortelano.
Teresa me reprende; para complacerla, trato de
escribir. No obstante, aunque empiece con la me-
jor intencin, no s ir ms all de las tres o cuatro
oraciones iniciales. Pienso en mil argumentos, se
me ocurren mil ideas, elijo, rechazo, vuelvo a ele-
gir; por fin comienzo a escribir, rompo, borro y
as a menudo pierdo la maana y la tarde. La men-
te se cansa, los dedos abandonan la pluma y no
puedo dejar de pensar que he perdido tiempo y
esfuerzo. Aunque alguna vez te haya dicho que
escribir es como una liberacin, es siempre tarea
mayor o menor a mis fuerzas; aade a ello mi es-
tado de nimo y te dars cuenta de lo que rae
cuesta escribirte una carta de vez en cuando. Oh
qu torpe soy cuando le leo algo, mientras ella
trabaja! Me interrumpo continuamente y ella: "Si-
ga!". Reanudo la lectura, a la segunda pgina mi
voz se apresura y termino gruendo la cadencia.
Teresa se impacienta: "Por favor, lea con clari-
dad!". 'Yo contino, pero mis ojos, no s cmo,
se apartan del libro sin darme cuenta y permane-
cen inmviles sobre su rostro angelical. Enmudez-
82
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
co, se me cae el libro, se cierra, pierdo la pgina,
no logro encontrarla. Teresa trata de enojarse, pero
se re.
Sin embargo, si pudiera fijar todos los pensa-
mientos que sacuden mi mente! Algunos los anoto
en las contratapas y los mrgenes de mi Plutarco;
despus, una vez escritos, los olvido y cuando los
busco en el papel me encuentro con abortos de
ideas fras, descarnadas, sin conexin. Este expe-
diente de anotar los pensamientos, en lugar de de-
jarlos madurar, es muy pobre; sin embargo, es as
como se escriben libros, compuestos por fragmen-
tos de libros ajenos y formando un mosaico. Y yo,
tambin, sin quererlo, he compuesto un mosaico.
En un librito ingls
26
encontr el relato de una
desgracia y en cada frase me pareca leer la histo-
ria de las desgracias de Laurita. El Sol ilumina
todos los aos y en toda parte los mismos infortu-
nios. Ahora bien, para disimular el ocio, empec
a escribir la historia de Laurita, traduciendo esa
parte del librito ingls; quitando, cambiando y aa-
diendo algunas cosas, hubiera narrado la verdad,
mientras as el texto final tal vez resulte un pe-
queo relato. Quera mostrar a Teresa, por medio
de esta desdichada criatura, un espejo de la fatal
infelicidad del amor. Pero no crees acaso que las
sentencias, los consejos, los ejemplos del mal aje-
no, sirven solamente para irritar nuestras pasiones?
Adems, en lugar de hablar de Laurita, he hablado
de m: tal es mi estado de nimo que siempre
26 Viaje Sentimental, de Laurence Slerrie ( 1713-
1768), escritor irlands, autor adems del clebre Trilioni
Sfaindtj. El Viaje sentimental fue bellamente traducido al
italiano por Foscolo.
83
UGO FOSCOLO
vuelvo a palpar mis propias llagas; pero no creo
oportuno hacerle leer a Teresa estas hojas, le hara
ms mal que bien. Ahora dejo de escribirte; lelas
t. Adis.
FRAGMENTO DE LA HISTORIA
DE LAURITA
"No s si el cielo se ocupa de la tierra. Si alguna
vez se ha ocupado (acaso el primer da en que la
raza humana empez a hormiguear en ella), yo
creo que el Destino escribi en los libros eternos:
EL HOMBRE SERA INFELIZ
"Ni siquiera se me ocurrira apelar esta senten-
cia: no sabra ante qu tribunal; adems, la creo
til a las muchas otras razas que viven en los in-
numerables mundos. Sin embargo, agradezco a la
mente que, diluyndose en el universo de los en-
tes, los hace renacer continuamente destruyndolos;
y que, junto con las miserias, nos ha dado por lo
menos el don del llanto y ha castigado a aquellos
que, con su insolente filosofa, pretenden rebelarse
contra la condicin humana, negando los inagota-
bles placeres de la compasin. Si ves a alguien que
llora afligido, no llores
21
. Estoico! Las lgrimas
de un hombre piadoso son para el infeliz ms dul-
ces que el roco sobre las hierbas secas!
27 Epicteto, Manual, XXII (Nota del Autor.)
84
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
'"Oli Laurita! Llor contigo sobre el fretro de
tu amado y recuerdo que mi compasin mitigaba
la amargura de tu dolor. Te abandonaste sobre mi
pecho y tus rubios cabellos cubrieron mi cara. Tu
llanto moj mis mejillas, luego me las secaste con
un pauelo y te secaste las lgrimas que volvan
a brotar de tus ojos y humedecan tus labios.
Abandonada por todos! Yo no, yo no te abando-
nar nunca.
"Cuando errabas enajenada por los solitarias pla-
yas marinas, yo segua furtivamente tus pasos para
salvarte de la desesperacin de tu dolor. Te lla-
maba v t me tendas la mano y te sentabas a mi
lado. La Luna suba por el cielo y t, mirndola,
cantabas piadosamente. Alguien hubiera podido
burlarse de ti; pero el consolador de los desdicha-
dos, que con el mismo ojo mira la locura y la cor-
dura de los hombres y que se compadece de sus
delitos y de sus virtudes, tal vez escuchaba tu tris-
te voz y te infunda algn consuelo. Las plegarias
de mi corazn te acompaaban, y Dios acepta los
votos y los sacrificios de los afligidos. Las olas
geman suavemente y el viento las empujaba para
que lamieran la orilla donde estbamos sentados.
Te levantaste, y apoyada en mi brazo, te dirigiste
a la piedra donde creas ver a tu Eugenio v or
su voz y sentir sus manos y sus besos. Y ahora
qu me queda? exclamaste. La guerra ha ale-
jado a mis hermanos, la muerte se ha llevado a mi
padre y a mi amado; quedo sola, abandonada por
todos!
"Oh Belleza, genio benfico de la naturaleza!
Ah donde muestras tu amable sonrisa, juguetea
la alegra y la voluptuosidad se esparce para eter-
85
UGO FOSCOLO
nizar la vida del universo; quien no te conoce y
no te siente desagrada al mundo y se desagrada a
s mismo. Pero cuando la virtud te hace ms que-
rida y los infortunios, quitndote el vigor y la en-
vidia de la felicidad, te muestran a los mortales
con los cabellos sueltos y sin las alegres guirnal-
das, quin es el que pasa a tu lado y es capaz do
ofrecerte una intil mirada de compasin?
"Yo la vi en la flor de su juventud v de su belle-
ermita, donde t habras compartido mi pan y mi
taza y te habras adormecido solite mi pecho
28
.
Es todo lo que tengo! Conmigo, tu vida, aunque
no feliz, tal vez habra sido libre o por lo menos
serena. El corazn, en la soledad y la paz, paula-
tinamente olvida sus cuitas, porque la paz y la li-
bertad eligen a las naturalezas sencillas y solitarias.
"Una noche de otoo en que la luna pas paite
de su brillo sobre la tierra, refractando sus rayos
en las nubes transparentes que, desparramadas por
un cielo sin estrellas, la cubran, nosotros mirba-
mos extasiados el fuego encendido por los pescado-
res y escuchbamos el canto del gondolero, que con
el remo rompa el silencio y la calma de la oscura
laguna. De pronto, dndose vuelta, busc con la
mirada a su amado; se levant y lo llam; luego,
cansada, regres al lugar donde yo la esperaba y se
sent extenuada por su soledad. Mientras me mi-
raba, sus ojos parecan decirme: Tambin t me
abandonars, y llam a su perrito.
"Y yo? Quin hubiera dicho que sa sera la l-
tima vez que la vera? Estaba vestida de blanco,
una cinta azul anudaba sus cabellos y tres viole-
28 Regum Lib. II, cap. XII, 4. (Nota del Autor.)
86
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
tas marchitas se asomaban del lino que velaba su
pecho. La acompa hasta la puerta de su casa;
su madre nos abri y me agradeci los cuidados
que yo prodigaba a su desdichada hija. Cuando
estuve solo advert que me haba quedado con su
pauelo. Mariana se lo dar, pens.
"Sus males comenzaban a suavizarse y yo, es cier-
to, no hubiera podido restituirle a su Eugenio, pe-
ro podra haber sido para ella un esposo, un padre,
un hermano. Mis enemigos del lugar, sirvindose
de canallas extranjeros, de pronto proscribieron mi
nombre y ni siquiera pude, oh Laura, dejarte el
ltimo adis.
"Cuando pienso en el porvenir y cierro los ojos
para no presentirlo, y tiemblo y dejo vagar mi me-
moria a travs de la bruma de los das transcurri-
dos, camino y camino bajo los rboles de estos va-
lles y recuerdo la orilla de aquel mar, los fuegos le-
janos y el canto del gondolero. Me apoyo en el
ronco de un rbol y pienso: El cielo me la halna
concedido, pero la suerte adversa me la quit! y
saco su pauelo, Desdichado el que ama con ilu-
sin! Oh, Laurita, tu corazn estaba hecho para
unirse a la sencilla naturaleza! Luego me seco los
ojos y al anochecer vuelvo a casa.
'Y t, qu haces en tanto? Vuelves a vagar por
la playa ofreciendo a Dios lgrimas y plegarias?
Ven, ven a cosechar los frutos de mi jardn. T
bebers en mi taza, t comers mi pan y descansa-
rs sobre mi pecho; escuchars el latido de mi co-
razn, cmo hoy late de una manera diferente.
Cuando despierte nuevamente tu pena y tu espritu
sea vencido por la pasin, te seguir para sostener-
te en el camino y para guiarte, si te extraviaras,
87
'UGO FOSCOLO
hasta mi casa; y lo har en silencio, para que li-
bremente tengas el consuelo del llanto. Ser tu
padre y tu hermano, pero mi corazn... si vieras
mi corazn! Una lgrima moja el papel y borra lo
que estoy escribiendo.
' Yo la vi en la flor de su juventud y de su belle-
za y luego la vi enloquecida, errante y hurfana;
la vi besar los labios moribundos de su nico con-
suelo y luego arrodillarse con piadosa supersticin
ante su madre, llorando y rogando para que le qui-
tase la maldicin que haba arrojado sobre su ca-
beza. De este modo, la pobre Laurita dej en mi
corazn un sentimiento de piedad por sus desgra-
cias. Preciosa herencia que quisiera compartir con
vosotros, los que slo tenis el consuelo de amar la
virtud y compadecerla. Vosotros no me conocis, y
no importa vuestro nombre o linaje: 110somos ene-
migos. No odiis a los hombres ricos, huid de ellos."
4 de mayo.
Viste alguna vez, despus del temporal, irrum-
pir el vivo rayo del Sol entre las doradas nubes de
oriente y confortar a la naturaleza? Verla significa
eso para m. Ahuyento mis deseos, condeno mis es-
peranzas, lloro sobre mis propios engaos: no, no
la ver ms, no la amar! Oigo una voz que me lla-
ma traidor: la voz de su padre! Me enfado conmi-
go mismo y siento que renace en mi corazn una
virtud curativa: el arrepentimiento. Heme aqu,
pues, firme en mi resolucin; ms firme que nunca.
Y despus? A la vista de su rostro, vuelven las ilu-
88
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
siones y mi alma se transforma v se olvida de s
misma y cae en xtasis contemplando su belleza.
8 de mayo.
Ella no te ama, y, si quisiera amarte, no podra
hacerlo. Es verdad, Lorenzo. Pero si aceptara arran-
carme el velo de los ojos, debera entregarlos ense-
guida en el sueo eterno, porque, sin esta luz an-
gelical, la vida me aterrara, el mundo me parece-
ra un caos y noche v desierto la variada Naturale-
za. En lugar de apagar una tras otra las candilejas
que iluminan la perspectiva del teatro y desengaar
villanamente a los espectadores, no sera mejor ba-
jar rpidamente el teln y abandonarlos con sus ilu-
siones? Pero, si el engao te perjudica... qu
importa? el desengao me mata!
Un domingo o al cura prroco retar a los labrie-
gos que se emborrachan. Y no se daba cuenta de
que estaba envenenndoles, a esos pobres, el con-
suelo de adormecer en la borrachera de la noche las
fatigas del da; el consuelo de no percibir el gusto
amargo de su pan, mojado de sudor y sangre, y de
no pensar en el rigor y el hambre con que los ame-
naza el prximo invierno.
11 de mayo.
Es menester aceptar que la Naturaleza necesita
de este planeta y de las especies vivientes y agre-
sivas que lo habitan. Y para proveer a la conser-
vacin general, en lugar de hermanarnos, ha he-
89
'UGO FOSCOLO
cho al hombre tan amigo de s mismo que de bue-
na gana exterminara a los otros para vivir ms se-
guro de su propia existencia y ser el solitario ds-
pota de todo el universo. Ninguna generacin cono-
ci la dulce paz a lo largo de toda su vida. La
guerra ha sido siempre el rbitro ele los derechos y
la fuerza ha dominado en todos los siglos. De este
modo, el hombre, ora abierta, ora secretamente, pe-
ro siempre implacable enemigo de la humanidad,
usando cualquier medio para conservarse, conspira
contra el esfuerzo de la Naturaleza, que necesita la
existencia de todos. Los descendientes de Can y
Abel, aunque imiten a los primeros padres dego-
llndose mutuamente, viven y se multiplican. Es-
cucha: esta maana acompa a Teresa y a su her-
manita a lo de una conocida de ellos que vino a
pasar el verano aqu. Pensaba comer con ellas; eles-
afortunadamente, la semana pasada haba concer-
tado almorzar con el mdico y si Teresa no me lo
recuerda me habra olvidado. Sal una hora antes
del medioda, molesto por el calor; a mitad de ca-
mino me sent bajo un olivo: al viento de ayer, fue-
ra de estacin, ha sucedido un bochorno insopor-
table. Me qued all al fresco, despreocupado, co-
mo si ya hubiese terminado de almorzar. Al dar
vuelta ia cabeza, advert que un campesino me mi-
raba malamente:
Qu hace usted aqu?
Como puede ver, estoy descansando.
No tiene campos propios? aadi, golpean-
do el suelo con la culata de su escopeta.
Por qu?
Por qu? Sintese en sus prados, si los tiene.
90
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
No pise la hierba de los campos ajenos! Y espero
no encontrarlo aqu a mi regreso!
Y desapareci. Al comienzo no repar en sus ba-
landronadas; pero, pensndolo bien: si los tiene! Y
qu? Si la suerte no hubiera concedido a mis ante-
pasados dos varas de tierra, t me habras negado
aun en la parte ms rida de tu prado la extrema
piedad de una fosa! Observando (pie la sombra del
olivo era ms larga, me acord del almuerzo.
Hace un rato, al regresar a mi casa, encontr
en la puerta al hombre de esta maana. Estaba es-
perndome.
Seor, si est enojado conmigo le pido discul-
pas.
f Pngase el sombrero, no estoy enojado.
Por qu mi corazn, frente a una misma cir-
cunstancia, a veces responde con tranquilidad y
otras veces con furia?
Deca aquel viajero: El flujo y el reflujo de mis-
humores gobiernan mi vida
29
. Tal vez un minuto
antes mi enojo hubiera sido mucho ms grave que
el insulto.
Por qu entonces aceptar el beneplcito de
quien nos ofenele, permitindole alterarnos con un
insulto que no merecemos? En otras oportunidades
no fui igualmente moderado: cierto es que media
hora ms tarde de mi estallido yo filosofaba en
contra de m, pero la razn flaquea y el arrepenti-
miento, para quien aspira a la sabidura, llega siem-
pre trele. Sin embargo, yo no aspiro a ella, soy
uno ele los muchos hijos de la tierra, nada ms; y
.engo todas las pasiones y las miserias demi especie.
29 L. Sterne, Op. cit. cap. I I I .
91
UGO FOSCOLO
El campesino segua repitiendo:
Me port como un villano, pero yo no lo co-
noca a usted; los labriegos que segaban el heno
en los prados cercanos, me lo han reprochado.
No importa, buen hombre. Cmo ser la co-
secha este ao?
Mala, seor. Perdneme, ojal lo hubiera co-
nocido antes!
Escuche, caballero: conocindome o no, deje de
fastidiar con eso, porque arriesga de todos modos
o enemistarse con el rico o maltratar al pobre. En
lo que a m respecta, ya pas.
Tiene razn, seor. Qu Dios se lo tenga en
cuenta!
Y se march. No s si fue sincero. Tiene un as-
pecto descarado y la razn de los animales que ra-
zonan, que no tienen pudor; es una razn perni-
ciosa para quien debe tratarlos.
Mientras tanto? Da tras da crecen los mrtires
perseguidos por el nuevo usurpador de mi patria.
Cuntos estarn probando la miseria, prfugos y
exiliados, sin un miserable lecho de hierba, ni la
sombra de un olivo? Slo Dios lo sabe! El extran-
jero infeliz es echado inclusive de las lomas donde
las ovejas pastan tranquilamente.
12 de mayo.
No me atrev, no, no me atrev. Pude abrazarla
y apretarla contra mi pecho. La vi dormida, con sus
grandes ojos negros cerrados, las rosas de su sem-
blante estaban esparcidas ms vivas que nunca
sobre sus frescas mejillas; su hermoso cuerpo ya-
93
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ca abandonado sobre un sof; un brazo sostena
su cabeza, el otro colgaba suavemente. La he vis-
to muchas veces paseando o bailando, he sentido
hasta muy adentro de mi alma su arpa y su voz; la
he adorado, asustado como si la hubiera visto des-
cender del paraso; pero tan bella como nunca an-
tes la haba visto. Su vestido dejaba transparentar
las lneas de sus angelicales formas; mi alma la
contemplaba y. . . qu ms puedo decirte? El fu-
ror y el xtasis del amor ardan en m, enajenan-
do mi corazn. Toqu devotamente su vestido, sus
cabellos perfumados y las violetas que adornaban su
pecho. S, s, bajo esta mano que se haba vuelto
sagrada sent latir su corazn; respir el aliento de
su boca entreabierta, estuve por beber toda la vo-
luptuosidad de sus labios celestiales. Un beso su-
yo y habra bendecido las lgrimas que desde hace
mucho bebo por ella! Pero en ese preciso mo-
mento la o suspirar en el sueo; retroced casi em-
pujado por una mano divina. Acaso yo te ense
a amar y llorar? Ests buscando un breve reposo
<n el sueo, porque yo he turbado tus noches ino-
centes y tranquilas? Con estos pensamientos me pos-
Ir, inmvil y sin respirar, ante ella. Luego hu para
110despertarla a la vida angustiosa en la que gime.
No sin querella: y esto me atormenta todava ms.
Su rostro cada vez ms triste, su mirada piado-
sa, su silencio cuando se nombra a Odoardo v sus
suspiros si escucha el nombre de su madre ah!,
acaso el cielo nos la habra concedido tal como
la conocemos si ella no tuviera que participar tam-
bin del dolor? Eterno Dios! Existes para noso-
tros los mortales o eres un padre inhumano para con
tus criaturas? S que cuando enviaste la Virtud,
101
UGO FOSCOLO
tu hija primogenita a la tierra, le diste por gua
a la Desdicha. Mas por qu hiciste a la Juventud
y a la Belleza tan dbiles que no pueden sostener
a disciplina de tan austera institutriz? Toda vez
que he estado afligido, he levantado los brazos
hacia ti, pero no he odo ni murmullos ni llanto.
Ay, ahora! Por qu me haces conocer la felicidad,
si debo ansiarla con ms fuerza a medida que pier-
do la esperanza de alcanzarla? Y sin embargo, Te-
resa me pertenece, t me la asignaste porque me
has dado un corazn inmenso, capaz de amarla
eternamente.
13 de Mayo.
Si yo fuese un pintor! Qu tonos para mi pale-
ta! El artista, sumergido en la deliciosa idea de l o
bello, adormece y mitiga las otras pasiones. Y aun
si fuera pintor? He visto en los pintores y tambin
en los poetas la escueta naturaleza; pero jams he
visto pintada la inmensa, inimitable Naturaleza. Ho-
mero, Dante, Shakespeare, tres maestros de todos los
talentos sobrehumanos, han avasallado mi imagina-
cin e inflamado mi corazn; he llorado ardiente-
mente sobre sus versos y he adorado sus sombras
divinas, como si las hubiera visto en la excelsa b-
veda que domina el universo v la eternidad. Sin
embargo el original, que tengo delante de m, col-
ma las potencias de mi alma y no osara, Lorenzo,
aunque fuera Miguel Angel, trazar la ms bre-
ve lnea. Sumo Dios! Cuando t miras un atarde-
cer de primavera acaso te complaces de tu crea-
cin? Para consolarme me has dado una fuente in-
94
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
agotable de placer y yo a menudo la miro con in-
diferencia. Sobre la cumbre de la montaa, dorada
por los pacficos rayos del Sol que se est ponien-
do, me veo a m mismo, rodeado por una cadena de
colinas, sobre las cuales ondean las mieses y tiem-
blan las vides, sostenidas por olivos y olmos, como
ricos festones; lomas y cerros lejanos se multipli-
can sobreponindose. Debajo de m. las laderas de
la montaa caen quebradas, formando barrancos in-
fecundos entre los cuales se oscurecen las sombras
del atardecer, que poco a poco van invadindolo to-
do; el fondo oscuro y horrible se parece a la boca de
un abismo. En la falda que da a medioda el aire es
dominado por el bosque que ofusca el valle donde
pacen al fresco las ovejas y se asoman por el decli-
ve las cabras desparramadas. Cantan dbilmente
los pjaros como si lloraran la muerte del da, mu-
gen las terneras y el viento se complace con el sit-
!
surro de las frondas. Pero hacia el norte las colinas
se abren y ofrecen a la vista una interminable lla-
nura: se distinguen, en los campos prximos, los
bueyes que retornan al establo; el labriego cansa-
do los sigue, apoyndose en un bastn; v mientras
madres y esposas preparan la cena para la fatigada
familia, a lo lejos, desde las villas todava blancas,
se levanta el humo de las chimeneas. Los pasto-
res ordean los rebaos y la viejita, que hilaba en
la puerta del redil, deja el trabajo y corre a acari-
ciar al ternero, mientras los corderos balan alre-
dedor de sus madres. La vista se ensancha v des-
pus de largas hileras de rboles v campos termina
en el horizonte, donde todo es muy pequeo y
confuso. El Sol, antes de desaparecer, arroja algu-
nos rayos, como ltimo saludo, a la Naturaleza; las
'UGO FOSCOLO
nubes se ponen rojas, luego languidecen v se tor-
nan oscuras: entonces la llanura se pierde, las som-
bras se difunden sobre la cara de la tierra y yo, ca-
si en el centro del ocano, pierdo de vista e cielo.
Sucedi precisamente anoche, luego de haber
contemplado con arrebato durante dos horas un her-
moso atardecer de mayo, mientras descenda len-
tamente de la montaa; el mundo estaba entregado
a la noche y no se oa ms que el canto de Ja aldea-
nita; lejos titilaban dbilmente las fogatas de los
pastores. Yo saludaba una a una a las estrellas que
centelleaban, cuando invadi mi mente algo celes-
tial; mi corazn se elev como si quisiera alcanzar
una regin mucho ms sublime que la tierra. Su-
b la loma donde est la iglesia: las campanas lla-
maban a un oficio fnebre y el presentimiento de
la mente dirigi mi mirada sobre el cementerio,
donde duermen cubiertos de hierba los antepasados
de la villa. Tened paz, desnudas reliquias: la ma-
teria ha vuelto a la materia; todo cambia, nada
se destruye, nada se pierde, todo vuelve a repro-
ducirse. Humana suerte! Menos feliz, quien menos
1c teme. Cansado, me recost boca abajo en el bos-
quecillo de pinos y en su muda oscuridad desfila-
ron por mi mente desventuras y esperanzas. Cual-
quiera fuera el lado por el cual yo corriese, ansian-
do la felicidad, despus de un spero viaje lleno de
errores y tormentos, vea abrirse la sepultura delan-
te de m, donde me precipitaba con todos los ma-
les y los bienes de esta intil vida. Me desanim y
llor, falto de consuelo, y entre lgrimas invoqu a
Teresa.
96
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
li de mayo. U
Tambin anoche, volviendo cansado de la mon- / ' '
taa, me detuve debajo deestos pinos; tambin ano- \ \ j
che invoqu a Teresa. O pisadas entre los rboles
y cre escuchar el murmullo de algunas voces. Me
pareci ver a Teresa con su hermanita. Asustadas,
huyeron. Yo las llam e Isabelita me reconoci. Se
arroj en mis brazos, besndome. Me levant, Te-
resa se apoy a mi brazo y paseamos callados a lo
largo del arroyo hasta el lago de las cinco fuentes.
All, como por tcito acuerdo, nos detuvimos para
mirar el Lucero que resplandeca. "Oh exclam
ella con su particular entusiasmo, no crees que
Petrarca debe de haber visitado a menudo estos lu-
gares solitarios, suspirando por su perdida amiga,
entre las sombras pacficas dela noche? Cuando leo
sus versos, me lo imagino aqu, melanclico, vagan-
do, apoyando su cuerpo en el tronco deun rbol, col-
mado de sus tristes pensamientos, mientras busca
en el cielo con los ojos llenos de lgrimas la belle-
za inmortal de Laura. Yo no s cmo esa alma, que
tanto tiene de divino, ha podido sobrevivir a seme-
jante dolor, cmo ha podido convivir entre las mi-
serias de los mortales. Oh, cuando el amor no es
una mentira!" Y me pareci cpie apretaba mi ma-
no y yo senta estallar mi corazn. S, t has sido
creada para m, has nacido para m; y yo no s
cmo he podido ahogar estas palabras que estalla-
ban en mis labios.
Ella suba por la colina; yo la segu. Mis fuerzas
pertenecan a Teresa, pero la tempestad que las
97
UGO FOSCOLO LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
haba agitado se haba calmado. "Todo es amor!
dije. El universo no es ms que amor. Quin lo
sinti y lo revel dulcemente sino Petrarca? Los
pocos genios que se han levantado por encima de
los dems mortales me asustan y asombran; Petrar-
ca me colma de fe religiosa y de amor, y mientras
mi intelecto le ofrece sacrificios como a un dios,
mi corazn lo invoca como a un padre y amigo con-
solador." Teresa suspir y sonri al mismo tiempo.
El ascenso la haba fatigado. "Descansemos" di-
jo. La hierba estaba hmeda, le indiqu una mo-
rera cercana. La ms bella morera que he visto:
alta, frondosa; en sus ramas hay un nido de jilgue-
ros. Ah! quisiera levantar un altar bajo la som-
bra de esa morera! Isabel, mientras tanto, nos ha-
ba dejado, ponindose a saltar y a jugar, juntando
flores y arrojndolas a las lucirnagas que volaban.
Teresa se haba sentado bajo la morera y yo, a su
lado, con la cabeza apoyada contra su tronco, lere-
cit las odas de Safo. La luna naca en los cielos.
Oh!
Por qu mientras te escribo mi corazn late con
fuerza? Qu noche feliz!
14 de mayo, a las II.
S, Lorenzo! Antes pens en callar; pero ahora
debes escucharme: mi boca est an hmeda con
el beso de Teresa y mis mejillas han sido rociadas
por sus lgrimas. Me ama. Djame, Lorenzo, dja-
me el xtasis de este da paradisaco.
14 de mayo, al atardecer.
Las veces que retom la pluma sin poder con-
tinuar! Ahora estoy un poco ms sereno y vuelvo
a escribirte. Teresa estaba tendida bajo la morera,
pero, qu ms puedo decir que no est encerrado
en estas palabras: Te amo? Ante estas palabras, to-
do lo que yo vea me pareci una sonrisa del uni-
verso. Mir con agradecimiento el cielo y cre que
se abra para recibirnos. Ay!, por qu no vino la
muerte? Yo la invoqu. S, bes a Teresa: las flores
y las plantas exhalaban en ese momento un suave
perfume, los cfiros formaban una sola armona, los
ros murmuraban desde lejos; la luz de la luna, col-
mada por la infinita luz de la divinidad, hermo-
seaba todas las cosas. Seres y elementos exultaban
en la alegra de dos corazones ebrios de amor. Be-
s mil veces su mano y Teresa, temblando, me
abraz, mientras suspiraba en mi boca y su cora-
zn lata sobre mi pecho. Mirndome con sus gran-
des ojos lnguidos, me bes y sus labios hmedos y
entreabiertos murmuraron sobre los mos: ay! De
pronto se separ casi aterrorizada, llam a su herma-
nita, se levant y corri hacia ella. Postrado, tend
los brazos como para aferrar el borde de su vesti-
do, pero no os detenerla ni llamarla. Su virtud, y
ms que ella, su pasin, me asombraron. Sent y
siento el remordimiento de haber excitado su co-
razn inocente. Me remuerde como una traicin.
Ah corazn cobarde! Me acerqu a ella temblan-
do: "Jams podr ser suya!" Lo dijo desdelo hondo
de su corazn y con una mirada en la que haba re-
99 101
UGO FOSCOLO
proches haca s misma y compasin para m. Mien-
tras la acompaaba ceregreso, no me volvi a mirar,
y yo no tuve nimo para decirle siquiera una pala-
bra. Junto a la reja del jardn, tom de mi mano a
Isabelita y medijo: 'Adis". Luego de caminar algu-
nos pasos se dio vuelta y repiti: "Adis!".
Qued exttico, hubiera besado las huellas de sus
pies; un brazo colgado, los cabellos brillantes bajo
el rayo de la luna ondeaban blandamente, pero
luego la larga alameda y la fosca sombra de los
rboles me dejaron entrever apenas su vestido blan-
co. Cuando la perd de vista, escuch atentamen-
te, esperando or su voz. Antes de marcharme me
di vuelta con los brazos alzados hacia la estrella
de Venus, buscando consuelo, pero tambin ella
haba desaparecido.
15 de mayo.
Despus de ese beso me siento un dios. Mis ideas
son diferentes: ms esperanzadas; mi aspecto es
ms alegre y mi corazn ms compasivo. Todas las
cosas me parecen ms bellas: el lamento de los p-
jaros y el musitar de los cfiros en las frondas hoy
.son ms suaves que nunca; las plantas se fecundan,
las flores toman color bajo mis pies; no evito a los
hombres v me parece que la Naturaleza me perte-
nece. Mi mente est inundada de belleza y armona.
Si tuviera que dar una imagen de lo bello, recha-
zando todo modelo terrenal, la encontrara en mi
imaginacin. Oh, amor! Las bellas artes son tus
liijas; t has sido el primero que gui sobre la tie-
rra a la sagrada poesa, nico alimento de las al-
100
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
mas generosas que transmiten desde la soledad sus
cantos sobrehumanos hasta la ms lejanas genera-
ciones, espolendolas con la voz y los pensamientos
inspirados por el cielo a las empresas ms altas; t
enciendes en nuestros pechos la nica virtud til
a los hombres, la Piedad, por la cual a veces son-
re el labio del infeliz condenado a suspirar; y por
ti renace siempre el placer fecundador de los seres,
sin el cual todo sera caos y muerte. Si t huyeras,
la Tierra se tornara inhspita; los animales, ene-
migos entre s; el Sol, un fuego malfico, y el
mundo, un pantano de llanto y terror universal.
Ahora que mi alma resplandece como uno de tus
rayos, me olvido de mis desventuras, me ro de
las amenazas de la fortuna y renuncio a los halagos
del porvenir. Oh Lorenzo! A menudo me quedo
tendido a orillas del lago de los cinco manantiales
y dejo que acaricien mi cara y mis cabellos las bri-
sas que mecen la hierba y alegran las flores y en-
crespan las lmpidas aguas del lago. Puedes creer-
lo, Lorenzo? Delirando deliciosamente, veo ante
m a las desnudas ninfas que saltan, enguirnalda-
das de rosas, y con ellas invoco a las musas v al
amor; y de los arroyos que bajan sonoros y espumo-
sos veo emerger a las Nyades, amables guardianas
de las fuentes, con los cabellos goteando esparci-
dos sobre sus frescos hombros y los ojos sonrientes.
Ilusiones! grita el filsofo. Ahora bien, no es to-
do ilusin? S, todo! Dichosos los antiguos que
se crean dignos de los besos de las inmortales dio-
sas del cielo, que ofrecan sacrificios a la Belleza y
a las Gracias, que defendan el esplendor de la
divinidad sobre las imperfecciones del hombre v
que saban que la Belleza y la Verdad acariciaban
101
'UGO FOSCOLO
a los dolos de sus fantasas. Ilusiones!: sin ellas,
sentira la vida slo en el dolor o (y eso me asusta
an ms ) melo arrancar del pecho con mis propias
manos y lo echar como a un siervo infiel.
21 de mayo.
Ay, qu largas y angustiosas noches! El temor de
no volver a verla me despierta; consumido por un
presentimiento profundo, ardiente, inquieto, salto
de la cama, voy al balcn y no doy descanso a mi
cuerpo desnudo y pasmado hasta no divisar en orien-
te un rayo del da. Corro palpitando a su lado y,
estpido!, ahogo las palabras y los suspiros. No
conecto, no oigo; el tiempo vuela y la noche me
arranca de aquella morada paradisaca. Ah, relm-
pago! T quiebras las tinieblas, brillas, pasas v acre-
cientas el terror de la oscuridad.
25 de mayo.
Te doy las gracias, eterno Dios, te doy las gra-
cias! Retiraste tu espritu y Laurita hundi en tie-
rra su infelicidad. T escuchas los gemidos que sa-
len de la profundidad de las almas y envas a la
muerte para que suelte de las cadenas de la vida
a tus criaturas perseguidas y afligidas. Mi queri-
da amiga! Que al menos tu sepulcro beba mis l-
grimas, nicas exequias que yo puedo ofrecerte; que
las glebas que te ocultan estn cubiertas por la
fresca hierba y por las bendiciones de tu madre y
de la ma. An en vida, esperabas de m algn
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
i consuelo y ni siquiera pude prepararte los ltimos
oficios. Pero volveremos a vernos! S, volveremos
a vernos.
Querido Lorenzo, cuando me acordaba de esa po-
bre inocente, ciertos presentimientos gritaban den-
tro de mi alma: Ha muerto! Sin embargo, si t no
me lo hubieras escrito, yo jams me habra entera-
do, porque: quin se ocupa de la virtud cuando
se esconde envuelta en pobres andrajos? A menudo
me propuse escribirle, pero inevitablemente la plu-
ma resbalaba de mi mano y cubra de lgrimas el
papel; tema que me hablase de nuevas penas y
que despertase en mi corazn una cuerda cuyas vi-
braciones tardaran en apagarse. Desafortunada-
mente, nosotros evitamos comprender los males de
nuestros amigos: sus penas nos resultan pesadas y
nuestro orgullo rechaza ofrecer el consuelo de las
palabras, tan querido por los desdeados de la
suerte, cuando no podemos unirle una real y verda-
dera ayuda. Tal vez ella y su madre me considera-
ron uno de los tantos que, ebrios de riqueza, aban-
donan a los desventurados. Bien sabe el cielo que
no es as! Mientras tanto, Dios es testigo de que
estaba exhausto: El atempera los vientos en fa-
vor del cordero recientemente esquilado
30
; y es-
quilado vivo! Seguramente recuerdas el da en que
ella volvi a su casa, llevando en su canasta de la-
bores una calavera; la destap y se ri; mostr la
calavera entre un nimbo de rosas, diciendo: "Son
tantas v tantas estas rosas; les quit las espinas y
maana estarn secas; pero comprar ms, porque
las rosas crecen todos los das, todos los meses v la
-30 L. Sterne, Op. eit. cap. LXIV.
103
'UGO FOSCOLO
muerte se las lleva todas". Yo le pregunt: Laurita,
qu quieres hacer con ellas? Quiero coronar de
rosas esta calavera, todos los das, con rosas frescas."
Y se rea respondiendo con suave amabilidad.
Tambin t notaste en esas palabras, en su son-
risa y en su rostro demente, en sus ojos fijos en la
calavera, en sus dedos plidos y temblorosos que
entrelazaban las rosas, cmo se manifestaba el de-
seo de la muerte, necesario y dulce al mismo tiem-
po, y elocuente inclusive en sus labios enajenados.
Continuar luego, Lorenzo; me har bien cami-
nar: mi corazn se inflama y gime como si quisie-
ra huir de mi pecho. Sobre la cima de mi montaa
me siento ms libre; aqu, en mi habitacin, es
como si estuviese encerrado en un sepulcro.
Sub a la montaa ms alta: los vientos arrecia-
ban enfurecidos; debajo de m, las encinas ondea-
ban; la selva bramaba como un mar borrascoso y
retumbaba el valle; las rocas de la cuesta estaban
cubiertas de nubes; en la terrible majestuosidad de
la Naturaleza, mi alma, atnita y aturdida, olvid
sus desventuras y paulatinamente volvi a encon-
trarse consigo misma.
Quisiera transmitirte las cosas importantes que
luchan en mi mente y en las cuales pienso; llenan
mi corazn, se hacinan, se mezclan; pero no s por
dnde empezar; luego se desvanecen y slo me que-
da llorar.
Entonces, sin saber por qu ni adonde, corro
como un loco; sin darme cuenta, mis piernas me
conducen hacia los precipicios. Desde lo alto con-
templo valles y campos. Magnfica e inexhausta
creacin! Mis miradas y mis pensamientos se pier-
den en el lejano horizonte. Sigo subiendo y per-
104
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
manezco all, sin aliento, mirando hacia el abismo.
Levanto los ojos horrorizado v bajo precipitada-
mente a los pies de la colina, donde el valle es ms
sombro. Un bosque de jvenes encinas me prote-
ge del viento y del sol; dos arroyos murmuran que-
damente, ramas y ruiseor musitan. Reprend a un
pastor que pretenda separai
-
a los pichoncitos de
su nido; llanto, desolacin y muerte de esos peque-
os. iban a ser vendidos por una moneda de cobre.
As sucede! Aunque le haya pagado la ganancia
que esperaba obtener y aunque me haya prome-
tido que no volver a molestar a los ruiseores,
crees que cumplir? All descanso. Adonde se
lia escondido el buen tiempo de antes! Mi razn es-
t enferma y slo confa en el sopor. Guav si
siente toda su enfermedad! Casi ... Pobre Lauri-
ta! Tal vez t me ests llamando...
Todo lo cjue existe para los hombres es produc-
to de su fantasa. Antes, entre las rocas, la muerte
me asust y a la sombra del bosque yo hubiera ce-
rrado los ojos de buena gana en un sueo eterno.
Nos fabricamos la realidad de acuerdo a lo que
somos; nuestros deseos se multiplican con nuestras
ideas y ansiamos aquello que bajo otro aspecto nos
aburre; nuestras pasiones, en ltima instancia, no
son ms que los efectos de nuestras ilusiones. Lo
que tengo a mi alrededor me recuerda un dulce
sueo de la niez. Oh cmo corramos por estos
campos! Yo me agarraba de este o de aquel rbol
frutal. Olvidando el pasado, slo preocupado por el
presente, exultando por cosas que mi imaginacin
agrandaba y que despus de una hora desapare-
can. pona mi esperanza en los juegos de la prxi-
ma fiesta. Ese sueo se ha desvanecido! Y quin
105
'UGO FOSCOLO
me asegura que en este momento yo no estoy soan-
do? T, oh Dios, T, que creaste los corazones hu-
manos, slo T sabes qu horroroso sueo es el que
yo duermo; sabes que no me quedan ms que llan-
to y muerte.
Estos son mis delirios. Cambian mis votos y mis
pensamientos, y cuando la Naturaleza es ms bella
yo quisiera verla vestida de luto. En verdad, siento
que el exceso me anula. El invierno pasado era fe-
liz si la Naturaleza adormeca mortalmente mi al-
ma. Y ahora?
No obstante, me consuela la esperanza de que
ser llorado. Tal vez yo buscar en vano en la au-
rora de la vida el resto de mis aos, que me sern
quitados por las pasiones y las desventuras; pero
mi sepultura ser rociada por tus lgrimas y por las
de esta muchacha celestial. Acaso alguien, alguna
vez, confi al eterno olvido esta querida y traba-
josa existencia? Quin mir por ltima vez los ra-
yos del Sol y salud a la Naturaleza, quin aban-
don sus goces y esperanzas, ilusiones y dolores sin
dejar detrs de s un deseo, un suspiro, una mi-
rada? Las personas queridas que nos sobreviven
son parte de nosotros mismos. Nuestros ojos mo-
ribundos piden a los dems alguna lgrima, y nues-
tro corazn quiere que el cadver an tibio sea
sestenido por brazos cariosos v busca un pecho
para comunicarle su ltimo aliento. Tambin en la
tumba gime la Naturaleza, y su gemido vence al
silencio y a la oscuridad de la muerte.
Ahora que la inmensa luz del Sol est por apa-
garse y que las tinieblas roban del universo los ln-
guidos rayos que iluminan el horizonte, me asomo
al balcn y en la opacidad del mundo contemplo,
106
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
melanclico y silencioso, la imagen de la Destruc-
cin devoradora de todas las cosas. Luego giro los
ojos sobre las manchas de pinos plantados por mi
padre en la colina, cerca de la puerta de la parro-
qui a, e imagino entre las frondas agitadas por el
v'ento la blanca piedra de mi tumba. En mi fanta-
sa te veo junto a mi madre, que bendice y perdona
las cenizas de su infeliz hijo. Para consolarme me
digo: Tal vez venga Teresa, al alba, sola, a entris-
tecerse dulcemente con los antiguos recuerdos tj a
saludarme una vez ms. No! La muerte no es do-
lorosa. Y si alguien pone su mano en mi sepultura
y descompone mi esqueleto para mostrar las m-
dulas que cobijaron mis pasiones, mis opiniones, mis
delitos, no me defiendas, Lorenzo; di solamente es-
to: Fue un hombre y era infeliz.
26 de mayo.
El viene, Lorenzo; l regresa.
Escribi desde Toscana, donde se quedar unos
veinte das, y la carta est fechada el 18 de mayo;
<i ms tardar, llegar en dos semanas.
27 de mayo.
Pero piensa: es acaso posible que esta imagen
de ngel del cielo exista aqu, en este bajo mundo,
entre nosotros? Tengo la sospecha de que me he
enamorado de una creacin de mi fantasa.
Quin no querra amarla, aun sin esperanzas?
.Dnde est el hombre tan afortunado con el cual
107
UGO FOSCOLO
yo aceptara cambiar mi penoso estado? Al mismo
tiempo: cmo es posible que yo sea el verdugo de
m mismo, atormentndome sin esperanza? Acaso
no lo s? Acaso no lo supe siempre? Tal vez no
me ama por orgullo, porque su belleza es la cau-
sa de mis angustias; tal vez su piedad prepare una
traicin. Pero y su celestial beso, que guardo,
siempre en mis labios y domina todos mis pensa-
mientos? Y su llanto? Ay! Desde entonces me
evita, ni siquiera se atreve a mirarme en la cara.
Yo, un seductor! Cuando escucho tronar en mi
alma aquella tremenda sentencia: Jams podr ser
suya, paso de un furor a otro, pienso en delitos de
sangre. T no, inocente criatura, sino yo, slo yo
intent la traicin y tal vez la habra consumado.
Oh! Otro beso tuyo y luego abandonarme a mis
ensueos y a mis suaves delirios. Morir a tus pies,
enteramente tuyo y sabiendo que te dejo inocente e
infeliz al mismo tiempo. Y si no puedes ser mi
esposa, sers mi compaera de sepulcro. Ah, no,
eaiga slo sobre m la pena de este amor fatal!
Que yo, slo yo, sufra eternamente y que el cielo,
oh Teresa, no permita que seas infeliz por mf
causa! En tanto, yo te he perdido. T misma te
alejas de m. Ah, si me amaras tanto como yo te
amo!
Sin embargo, Lorenzo, ante tan fieras dudas y
tormentos, cuando le pido consejos a mi razn, ella
me consuela dicindome: T no eres inmortal. Su-
framos pues hasta el ltimo lmite. Saldr, saldr
del infierno de la vida; yo solo me basto; y ante esta
idea me ro de la suerte, de los hombres y casi de
la omnipotencia de Dios.
IOS
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
2S de mayo.
A menudo me imagino el mundo en ruinas y el
Oci o, el Sol, el Ocano v todos los Astros envuel-
tos en las llamas de la nada; pero si aun en medio
de la ruina universal yo pudiera abrazar nueva-
mente a Teresa, una sola vez ms, yo invocara la
destruccin de todo.
29 de mayo, al alba.
Oh ilusin! Por qu, si en sueos mi alma es
un paraso y Teresa est a n lado y siento sus sus-
piros en mi boca..., por qu luego encuentro den-
tro de m el vaco de la tumba? Si al menos aque-
l!os dichosos momentos no hubieran huido! Esta
noche busqu con ansia la mano que me la arran-
e del pecho; me pareca or de lejos un gemido
suyo, pero las mantas empapadas de llanto, mis
cabellos sudados, mi pecho anhelante, la tupida
y muda oscuridad, todo, todo me gritaba: Infeliz,
ests delirando! Asustado v desfalleciente abrac,
boca abajo, la almohada, atormentndome, ilusio-
nndome ...
Si me vieras, cansado, esculido, taciturno, erran-
do por las montaas en busca de Teresa y al mis-
mo tiempo con el temor de encontrarla... Si me
oyeras murmurar, llamarla, rogarle y responder yo
mismo a mi pedi do... Quemado por el Sol me
arrojo debajo de una mata y me duermo o deliro.
Muchas veces la saldo como si en verdad viniese
109
'UGO FOSCOLO
liacia m; luego se desvanece y mis ojos quedan
hundidos en los abismos. S, es mejor acabar!
29 de mayo, al atardecer..
Huir, huir pues; pero adonde? Creme, me sien-
to enfermo: mi cuerpo se sostiene apenas, ni si-
quiera puedo arrastrarlo hasta la villa y consolar-
me viendo sus ojos y beber otro sorbo de vida,
tal vez el ltimo! Pero, sin ella, sobrevivira en
este infierno?
Hace poco, al saludarla antes de irme, no me res-
pondi; baj la escalera, pero me costaba alejarme
del jardn. Puedes creerlo?, su presencia me inti-
mida. Luego, vindola bajar con su hermanita,
intent ocultarme bajo una parra y huir. Isabelita
comenz a gritar: "Cario, cario! No nos has
visto?". Como alcanzado por un rayo, me tumb
.sobre un banco; la nia se arroj entre mis brazos
y acaricindome, me dijo al odo: "Por qu ests
siempre callado?". No s si Teresa me mir, en-
seguida se alej por la alameda. Media hora des-
pus volvi y llam a su hermana que an estaba
en mis brazos y me di cuenta de que sus ojos esta-
ban rojos de llanto. No me habl, me destroz
con una mirada en la cual me deca: "T me has.
llevado a este estado".
2 de junio.
He aqu todo, con sus verdaderos rasgos: ay!
yo no conoca esa furia, oculta dentro de m, que
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
arde, me arrastra, me aniquila y sin embargo no
me mata. Dnde est la Naturaleza? Dnde su
inmensa belleza? Dnde est la trama pintoresca
que contemplaba desde la llanura, elevndome con
la imaginacin hasta el cielo? Slo veo rosas des-
nudas y abismos. Sus laderas cubiertas por som-
bras hospitalarias se han tornado aburridas. Antes
me paseaba por ellas con las engaosas meditacio-
nes de nuestra dbil filosofa. Con qu provecho,
si nos hacen conocer nuestras enfermedades sin
ofrecernos los remedios para curarlas? Hoy la flo-
resta gema bajo los golpes de las hachas: los la-
briegos cortaban las encinas de doscientos aos.
Todo perece en el mundo!
Miro las plantas y Jas pisoteo, las arranco y
arranco sus flores, arrojndolas al polvo que arras-
tra el viento. Ojal el universo gimiera conmigo!
Sal mucho antes de que amaneciese, y corrien-
do por los surcos busqu en el cansancio alivio a
mi alma agitada. Mi frente estaba empapada de
sudor, mi pecho respiraba con dificultad. Sopla
el viento de la noche y ensortija mis cabellos y me
hiela la transpiracin que gotea de mis mejillas.
Oh!, desde entonces tengo en el cuerpo un conti-
nuo escalofro, las manos heladas, los labios plidos
y los ojos errantes entre las nubes de la muerte.
Si por lo menos la imagen de Teresa no me
siguiera a todas partes, con su rostro... ; porque
su rostro, Lorenzo, su rostro me produce terror,
desesperacin, rabia, guerra. A veces pienso en
raptarla y arrastrarla conmigo a algn desierto, le-
jos de la prepotencia de los hombres. Ah, infe-
liz! Me golpeo la frente y blasfemo. Me marchar.
111
'UGO FOSCOLO
LORENZO AL LECTOR
Lector, tal vez ya eres amigo ele acobo y ansias
saber la historia de su pasin. Para narrrtela voy
a interrumpir la serie de sus cartas.
La muerte de Laurita exacerb su melancola
ya ensombrecida por el inminente retorno de Odo-
ardo. Rale sus visitas a la casa de los T... y no
habl ms con nadie. Enflaquecido, descarnado, con
los ojos hundidos pero abiertos y pensativos, la voz
sombra, los pasos lentos, caminaba casi siempre
con la capa puesta, .sin sombrero, con los cabellos
cados sobre el rostro; pasaba noches enteras velan-
do, recorriendo los campos, y a menudo lo vieron
dormido bajo un rbol.
Entonces regres Odoardo, acompaado por un
joven pintor que repatriaba de Roma. Aquel mis-
mo da se encontraron con Jacobo. Odoardo se
adelant para abrazarlo, pero Jacobo retrocedi
como asustado. El pintor le dijo que, Juibiendo
odo hablar de l y de su talento, deseaba cono-
cerlo personalmente. El lo interrumpi: A m?
Yo, seor, nunca pude conocerme a m mismo en
los dems, ni creo que los dems pudieran cono-
cerse a s mismos en m. Le pidieron que acla-
rara tan ambiguas palabras y l, en lugar de con-
testar, se envolvi en la cafra, se meti entre los
rboles y desapareci. Odoardo se quej de su
comportamiento con el jxidre de Teresa, el cual ya
haba adivinado la pasin de Jacobo.
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Teresa, que posea una ndole menos fuerte, pero
apasionada e ingenua, con inclinacin a la melan-
cola, sola y sin amigos ntimos, en la edad en que
se manifiesta la necesidad de amar y ser amado,
confi a Jacobo sus sentimientos y paulatinamente
se enamor de l. Sin embargo, no osaba siquiera
confesrselo a s misma, y despus de aquel beso
se volvi ms reservada, huyendo de su enamorado
y temblando en presencia de su padre. Lejos de su
madre, sin nadie a quien pedir consejo, sin consue-
lo, aterrorizada por su propio porvenir, por la vir-
tud y el, amor, se torn solitaria; no hablaba casi
nunca, pasaba las horas leyendo y a menudo fue
sorprendida llorando por sus parientes. Evitaba la
compaa de sus jvenes amigas que en primavera
veraneaban en las colinas Euganeas, y, ocultndose
de todos y de su propia hermanita, se quedaba sen-
tada en los lugares ms apartados del jardn. El
silencio y la falta de alegra que haban invadido la
(asa turbaron a su prometido, herido asimismo por
las maneras desdeosas que Jacobo era incapaz de
simular. Naturalmente, hablaba con nfasis, y aun-
que en las conversaciones se mostrara taciturno, con
sus amigos era locuaz, pronto a rer y siempre dis-
innesto a manifestar una alegra escueta y excesiva.
Sin embargo, en esos das sus palabras y sus actos
eran vehementes y amargos como su alma. Instigado
ima noche por Odoardo, que justificaba el tratado
eleCampoformio, discuti gritando como un obseso,
amenazando, golpendose la cabeza con los puos
y llorando de ira. Su conducta era siempre exce-
siva. El seor T... me narr que por entonces o
estaba hundido en sus pensamientos o, si conversa-
ba, se inflamaba de improviso y sus ojos inspiraban
113
UGO FOSCOLO
miedo. A veces, durante la conversacin, los baja-
ba, llenos de lgrimas. Odoardo se torn circunspec-
to y sospech la causa del cambio de Jacobo.
As pas junio. El pobre joven estaba cada da
ms ttrico y enfermo; ni siquiera escriba a su fa-
milia, tampoco contestaba mis caas. A menudo los
labriegos lo vieron galopar con las riendas sueltas
por lugares accidentados, entre los espinlos, a tra-
vs de las zancas y es asombroso que no se haya
despeado. Una maana, el pintor, que estaba ha-
ciendo algunos bocetos de las montaas, oy su
voz en el bosque. Se le acerc y le oy declamar
escenas del Sal
31
. Entonces logr hacer el retrato
de Ortis que reproduce esta edicin, mientras l se
detena pensativo, recitando estos versos de la es-
cena primera del acto segundo de la citada tra-
gedia:
.. .Precipitoso
gi mi sarei fra gl'inimici ferri
scagliato io da gran tempo; avrei gi tronca
cos la vita orrbile ch'io vivo
32
.
Luego lo vio treparse a la cima de la montaa
mirar abajo resueltamente con los brazos abiertos y
de pronto detenerse y exclamar: Oh madre ma!
Un domingo se qued a comer con los T... Le
31 Tragedia de Vittorio Alfieri (1749-1803) el primer
poeta trgico de Italia.
32 Precipitadamente
me habra arrojado ya entre los hierros
desde hace mucho tiempo, dando fin
as a la vida horrible que yo vivo.
115175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
pidi a Teresa que tocara y l mismo le acerc el
arpa. Mientras ella tocaba, entr su padre y se
sent a su lado. Jacobo pareca presa de una dulce
tristeza, su aspecto fue animndose, pero poco a
poco agach la cabeza y volvi a hundirse en una
melancola ms lastimosa que la anterior. Teresa
lo miraba de soslayo y se esforzaba por frenar su
propio llanto. Jacobo se dio cuenta y, no pudien-
do conteiierse, se puso de pie y huy. El jxidre,
enternecido, le dijo a Teresa: "Oh, hija ma! Quie-
res hundirnos a todos contigo?". Ella se puso a
llorar y se cobij entre los brazos de su padre con-
fesndole su amor. En ese momento entr Odo-
ardo: la actitud de Teresa y la coiifusin del sear
'/'... confirmaron sus dudas. Todo esto lo escu-
ch de labios de Teresa.
Al da siguiente, es decir, en la maana del 7 de
julio, Jacobo fue a casa de Teresa y la encontr con
el. prometido y con el pintor, quieti les estaba ha-
t iendo el retrato de Iwdas. Teresa, confusa y tem-
blando, sali de prisa como para acudir a hacer
algo que haba olvidado, pero pasando delante de
Jacobo le dijo ansiosamente y en voz baja: "Mi pa-
dre lo sabe todo". El no le contest, ni pareci
sorprendido; dio algunos pasos por la sala, luego
sali. Durante todo el da nadie supo de l. Mi-
guel, que lo esperaba para el almuerzo, lo Imsc
en vano. Volvi a su casa, hacia la medianoche, se
acost vestido; luego orderu al muchacho que lo
dejara solo ij se puso a escribir.
UGO FOSCOLO
Medianoche.
He agradecido siempre a Dios y le he hecho vo-
tos, pero nunca tuve miedo de l. Sin embargo,
ahora que siento el azote de mis infortunios, le te-
mo y le suplico.
Mi intelecto est ciego, mi alma postrada, mi
cuerpo golpeado por la languidez de la muerte.
Es verdad! Los desafortunados necesitan un
mundo distinto de este donde vivimos; aqu co-
men pan amargo y beben agua mezclada con lgri-
mas. La imaginacin crea un sentimiento y luego
consuela al corazn. La virtud, siempre infeliz
entre los hombres, persevera por la esperanza de
un premio; pero desdichados los que no siendo in-
fames necesitan de la paz que ofrece la religin.
Me he arrodillado en una iglesita de Arqu, sen-
t pesar sobre mi corazn la mano de Dios.
Lorenzo, acaso soy un dbil? Que el cielo no
te haga sentir nunca la necesidad de la soledad,
de las lgrimas y de una iglesia!
Jjifi dos.
El cielo est tormentoso, las estrellas ralas y p-
lidas, y la Luna, medio sepultada por las nubes,
golpea mi ventana con sus rayos plidos.
Al alba.
Lorenzo, me oyes? Te invoca tu amigo. Qu
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LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
sueo! Se asoma un rayo del da, tal vez para re-
suscitar mis males. Dios no me escucha. Al con-
trario, me conduce a la agona de la muerte minu-
to tras minuto, y me obliga a maldecir mis das,
que sin embargo no estn manchados por ningn
delito.
Pero qu? Si t eres un Dios fuerte y prepo-
tente, un Dios celoso que ves la iniquidad de los
padres en los hijos y que en tu furor visitas la ter-
cera y la cuarta generacin
2i
, cmo puedo esperar
aplacarte? Arroja tu ira sobre m, pero solamente
, sobre m; la ira que aviva las llamas del infierno
34
con las cuales ardern millones y millones de pue-
blos a los cuales no te revelaste. Pero Teresa es
J, inocente y, en lugar de juzgarte cruel, te adora con
suave serenidad de nimo. Yo no te adoro, porque
no te temo; sin embargo, s que te necesito. Ah,
i despjate de los atributos con que te vistieron los
hombres para que te parezcas a ellos! No eres
acaso el consolador de los afligidos? Y tu divino
Hijo no sellamaba acaso el Hijo del Hombre? Oye-
me, pues; mi corazn te siente, pero no te ofenda
el gemido que la Naturaleza arranca de las visce-
ras desgarradas del hombre. Murmuro contra ti,
y te invoco v lloro, esperando liberar mi alma. Li-
berarla? Cmo, si no est llena de ti, ni te ha
implorado en la prosperidad, ni rehye tu socorro
v slo pide tu ayuda cuando est abatida por la
miseria? Si te teme, pero no pone en ti ninguna
esperanza? Si no espera ni desea ms que a Te-
resa y slo en ella te ve?
33 Exudo, XX, 5. (Nota del Autor.)
[ 34 Malaquas, III, 3. (Nota del Autor.)
117
UGO FOSCOLO
Ese es, Lorenzo, el delito por el cual Dios ha
retirado su mirada de m. Nunca lo ador como
adoro a Teresa. Blasfemia! Ms que Dios una
mortal a quien un soplo puede transformar en es-
queleto, en nada? Cun humillado est el hombre!
Deber, entonces, anteponer Teresa a Dios? Ah!
Ella expande inmensa y celeste belleza omnipo-
tente. Mido el universo con una mirada, contem-
plo con ojos atnitos la eternidad, todo se des-
vanece y anula; Dios se torna incomprensible y
delante de m tengo siempre a Teresa.
Dos das despus cay enfermo. El padre de
Teresa fue a visitarlo y aprovech la ocasin para
convencerlo de que abandonara las colinas Euga-
neas. El era discreto y generoso, estimaba el talento
y el nimo de Jacobo y lo quera como a su mejor
amigo. Me confes que en otras circunstancias hu-
biera considerado un honor tener como yerno a un
joven que, aunque cometiese errores comunes en
nuestro tiempo, tena un corazn indmito y, segn
el seor T. .., virtudes dignas de la antigedad.
Pero Odoardo era rico y de una familia cuyo paren-
tesco lo pona al resguardo de las persecuciones y
las asechanzas de sus enemigos, que lo acusaban
de haber deseado la verdadera libertad de su pas;
delito capital en Italia. Con el parentesco de Or-
tis, por el contrario, habra acelerado su ruina y la
de su propia familia. Adems, estalla en juego la
palabra dada y para mantenerla halna debido se-
pararse de su propia esposa a la que quera mu-
cho. Tampoco su ccmdicin econmica le permita
casar a Teresa con una gran dote, necesaria por las
mediocres posesiones de Jacobo. El seor T... me
119175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
manifest todo esto por carta y tambin se lo mani-
fest a Jacobo, que ya lo saba y que lo escuch
con calma. Pero, apenas oy hablar de dote lo in-
terrumpi: "No dijo, desterrado, pobre, descono-
cido por todos, quisiera enterrarme vivo antes que
pedirle la mano de su hija. No tengo suerte, pero
no soy vil. Mis hijos pensaran que su fortuna pro-
viene de la riqueza de su madre. Su hija es ms
rica que yo y ya est comprometida". Entonces?
lepregunt el seor T... Jacobo rur contest. Al-
z los ojos al cielo y mucho despus exclam:
"Oh Teresa, de cualquier fonna sers infeliz!" El
seor T... con mucho cario le dijo: "Amigo mo,
por quin sino por usted ella empez a ser infeliz?
Ella ya estaba resignada a su estado, por amor a
m; solo ella poda reunir a sus pobres padres. Le
ha amado a usted y usted, que tambin la ama
con tanta generosidad, le hace perder un esposo
y mantiene la discordia en mi casa, donde ha sido,
es y ser recibido como un hijo. Rndase, aljese
de aqu por algunos meses. Tal vez en otro hubie-
ra encontrado un padre severo. Pero yo! Yo tam-
bin he sido un desventurado; yo tambin he te-
nido pasiones y las sigo teniendo y he aprendido
a compadecerlas, porque tambin yo necesito ser
compadecido. De usted, y en mi edad madura, he
aprendido cmo a veces estimamos a las personas
que nos perjudican, sobre todo si su carcter hace
parecer generosos los efectos que en otros juzgamos
culpables y dignos de risa. No se lo oculto, desde el
mismo da en que lo conoc me ha subyugado, has-
ta tal punto que le temo y lo quiero al mismo tiem-
po. A menudo contaba los minutos por la impacien-
cia de verlo, pero, cuando mis criados me avisaban
UGO FOSCOLO
que usted estaba subiendo la escalera, me embar-
gaba un temblor imprevisto e ntimo. Tenga piedad
de m, de su propia juventud v de la honra de
Teresa. Su belleza v su salud se estn ajando; sus
entraas se destruyen silenciosamente por usted.
Le suplico, en nombre de Teresa, mrchese, sacri-
fique su pasin a 1% tranquilidad de la muchacha.
O quiere hacer de m simultneamente el amigo,
el marido y el padre ms infeliz que haya nacido
nunca? "Jacobo estaba enternecido, yerosu aspecto
no cambi; ni una sola lgrima cay de sus ojos, ni
respondi al seor T..., que debi esforzarse por
no llorar mientras hablaba y se qued al lado de
su cama hasta ya entrada la noche. Ninguno de los
dos dijo nada ms hasta saludarse. La enfermedad
del joven se agrav y en los das siguientes la fie-
bre altsima hizo temer por su vida.
Mientras tanto, asustado por las ltimas cartas
de Jacobo y por las del padre de Teresa, pensaba
cmo acelerar la partida de mi amigo, nico reme-
dio a la violencia de su pasin. No tuve el nimo
de revelrselo a la madre de Jacobo, que cono-
ca bien los excesos del carcter de su hijo; le dije
solamente que estaba un poco enfermo y que un
cambio de aire le ayudara a reponerse.
Por entonces recrudecieron las persecuciones en
Venecia. No haba ms leyes, sino tribunales; no
haba acusadores ni defensores, sino espas arbitra-
rios del pensamiento ajeno y delitos nuevos, por
los cuales se castigaba con penas inmediatas e in-
apelables. Los sospechosos geman en la crcel; los
dems, aunque tuvieran antigua e inmaculada fa-
ma, eran sacados de sus casas, de noche, manosea-
dos por los esbirros, arrastrados al confn y aban-
121175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
donados a su propia suerte, sin el adis de sus pa-
rientes y sin el menor socorro humano. Para unos
pocos, el exilio sin violencia e infamia represent
una gran clemencia. Tambin yo, aunque sea uno
de los ltimos y tcitos mrtires, hace meses que
viajo prfugo por Italia, dirigiendo mis ojos sin
esperanza y llenos de lgrimas a las orillas de mi
patria. Entonces, temeroso tambin por la libertad
de Jacobo, persuad a su madre, no obstante su de-
solacin, le recomendase refugiarse en otro pas
hasta que mejorase la situacin y considerando
que haba dejado Padua invocando los mismos pe-
ligros. La carta fue confiada a un criado que lle-
g a las colinas Euganeas la tarde del 15 de julio
y lo encontr todava enfermo. pero muy recupe-
rado. Estaba a su lado el padre de Teresa. Ley
la carta en voz baja, luego la dej sobre la almo-
hada; la reley, pareci conmoverse; sin embargo,
no habl de ella.
El 19 dej la cama. Aquel mismo da recibi otra
carta de su madre, dinero y muchas cartas de pre-
sentacin. Antes del atardecer fue a visitar a Te-
resa; encontr solamente a lsabelita, quien luego
iws relat enternecida que l se sent en silencio,
la bes, volvi a levantarse y se fue. Regres una
hora despus y encontr de nuevo a lsabelita, esta
vez en la escalera; la bes muchas veces, llorando.
Se puso a escrilnr, cambi muchas hojas y las rom.-
pi todas. Pensativo, dio varias vueltas por el huer-
to. Un criado, al pasar, lo vio tendido sobre el pas-
to; un rato despus lo encontr levantado cerca de
la cancela en actitud de marcharse, mirando atenta-
mente la villa, iluminada por la luna.
Volvi a su casa. Envi de vuelta al mensajero,
UGO FOSCOLO
contestando a su madre que se marchara al alba
del da siguiente. Mand preparar los caballos en
la posta ms cercana. Antes de acostarse escribi la
carta .siguiente, dirigida a Teresa. Al alba se march.
9 horas.
Perdname, Teresa. He sido funesto para tu ju-
ventud y para la paz de tu casa. Me marcho. No
crea poseer tanta fuerza. Puedo dejarte sin morir
de dolor y esto no es poco. Aprovechemos, pues, es-
te momento, mientras el corazn est en condicio-
nes de aguantar y la razn no me abandona. Sin
embargo, mi mente est clavada en un solo pensa-
miento: el de amarte y llorarte siempre. Tengo la
obligacin de no verte ni escribirte ms por lo
menos hasta tener la seguridad de no provocar tu
inquietud. Hoy te busqu vanamente para despe-
dirme. Recibe, al menos, estas ltimas palabras que,
como puedes constatar, estoy cubriendo de amar-
gas lgrimas. Envame a cualquier lugar, en cual-
quier momento, un retrato tuyo. Si la amistad, el
amor, la compasin y la gratitud valen an algo
para este pobre afligido, no me niegues el consue-
lo que suavizar mis padecimientos. Tu propio pa-
dre me lo conceder, as lo espero l, que seguir
vindote y escuchando tu voz y recibir tu consue-
l o-; en tanto yo, en las fantsticas horas de mi dolor
y de mis pasiones, aburrido de todo, desconfiando
de todos, caminando sobre la tierra de una posada
a otra, dirigiendo voluntariamente mis pasos hacia
el sepulcro porque tengo real necesidad de re-
poso, yo me consolar besando da y noche tu re-
122
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
trato y de este modo, sin saberlo, me infundirs
fuerzas para permanecer con vida, que soportar por
ti, lo juro. T reza, rzale al cielo, oh Teresa, desde
lo hondo de tu pursimo corazn, no para que me
perdone los dolores que tal vez merezco y que tal
vez son inseparables de mi nimo, sino para que
no me quite las pocas facultades que an me que-
dan y me permiten soportar los dolores. Tu retra-
to har menos angustiosas mis noches y menos tris-
tes mis das solitarios, esos das que de toda manera
tendr que vivir sin ti. Muriendo, dirigir a tu re-
cuerdo mi ltima mirada y te encomendar mis sus-
piros, y apretada contra mi pecho vendrs conmigo
a la sepultura. Si est escrito que yo cierre mis
ojos en tierra extranjera, donde ningn corazn es-
tar cerca para llorarme, yo te llamar tcita-
mente a la cabecera de mi cama y me parecer
verte con aquella piedad con que te vea cuando,
mucho antes que supieras que yo te amaba, me
asististe estando enfermo. De ti no tengo ms que
tina nica carta, la que me dirigiste a Padua. Tiem-
po feliz!, mas quin lo hubiera dicho? Entonces
me pareci entender que t ansiabas mi regreso.
Y ahora? Firmo mi decreto: ejecutar dentro de
pocas horas el decreto de nuestra eterna separa-
cin. Con tu carta comienza la historia de nuestro
amor. Ella no me abandonar nunca. Oh Teresa!
Estos no son ms que delirios, pero constituyen al
mismo tiempo la consolacin para quien es incura-
blemente infeliz. Adis. Perdname Teresa, yo me
crea ms fuerte, estoy escribiendo mal y de ma-
nera ilegible: tengo el alma desgarrada y los ojos
llenos de lgrimas. Te suplico, no me niegues tu
retrato. Entrgaselo a Lorenzo, y si l no puede lia-
175-
UGO FOSCOLO
frmelo llegar, lo guardar como una herencia sa-
grada, que le recordar siempre tus virtudes, tu
belleza y el nico, eterno e infeliz amor de su des-
dichado amigo. Adis; pero no es el ltimo; volve-
rs a verme y desde ese da en adelante ser tal
que podr obligar a los hombres a tener piedad y
respeto por nuestra pasin y para ti no ser un
delito amarme. Si antes de volver a verte mi dolor
me llevase a la tumba, concdeme que la certeza
de tu amor me haga querida la muerte. Siento
en qu dolor te dejo, oh si pudiese morir a tus
pies! Morir y ser sepultado en la tierra que tendr
tus restos. Adis.
Miguel me dijo que su patrn viaj dos postas
en silencio y muy calmo, casi sereno. Luego pidi
su maletn de viaje y mientras cambiaban los caba-
llos esciibi al seor T... la siguiente esquela:
Amigo y seor mo:
Ayer por la noche entregu al hortelano de mi
casa una carta dirigida a la seorita. Aunque escri-
ta despus de haber decidido alejarme, temo de to-
dos modos haber puesto demasiado afecto en esa
carta, tanto que acaso deje muy apenada a esa
inocente. No le desagrade pues, seor mo, pedr-
sela al hortelano. Gurdela con sus lacres o qume-
la. Pero, como a su hija le resultara amargo que
yo me haya marchado sin saludarla, y ayer en todo
el da me fue imposible encontrarla, adjunto una
esquela tambin lacrada y me atrevo a esperar que
usted, querido seor, la entregar a Teresa, antes
que sei case con el marqus Odoardo. No s si vol-
veremos a vernos. He decidido morir, aunque lo
ms cerca posible de mi casa paterna; si este deseo
124
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
quedara irrealizado, estoy seguro de que usted, se-
or y amigo mo, nunca me olvidar.
El seor T... me hizo llegar la carta dirigida a
Teresa, con los lacres intactos. Tambin entreg a
Teresa la mencionada esquela. La pude leer: tena
unos pocos renglones escritos por alguien que nue-
vamente era dueo de s mismo.
Casi todos los fragmentos que siguen me llega-
ron por correo, en distintas hojas.
Rovigo, 20 de julio.
Mientras poda mirarla, ste era mi pensamien-
to: Qu sera de m si no pusiese verla ms? Y
lloraba por el consuelo de saber que viva cerca de
ella. Y ahora?
Qu es ahora el universo? Qu lugar de la tie-
rra puede sostenerme sin Teresa? Me parece que
estoy lejos, pero en un sueo. Fui fuerte? Cmo
pude tener el nimo de dejarla as, sin verla? Sin
un beso, sin un simple adis! Minuto tras minuto
imagino que estoy junto a la puerta de su casa,
mientras leo que me ama en la tristeza de su ros-
tro. Estoy huyendo. Con qu velocidad cada mi-
nuto me aleja ms de ella! Cuntas ilusiones que-
ridas! Pero lo cierto es que la he perdido. Ya no
s obedecer a mi razn ni a mi voluntad ni a mi
aturdido corazn. Me dejar llevar por el brazo pre-
potente de mi destino. Adis.
125
'UGO FOSCOLO
Ferrara, 20 de julio; de noche.
Cruzando el Po, mir fijamente sus aguas y mu-
chas veces estuve a punto de arrojarme en ellas
para hundirme y desaparecer para siempre. Todo
me da lo mismo! Ah, si no tuviese una madre tan
querida v desventurada a quien mi muerte costa-
ra lgrimas amargas!
No acabar as, como un cobarde. Soportar mi
desgracia, beber hasta la ltima lgrima el llanto
que me fue destinado por el cielo; y cuando mis
defensas resulten intiles, mis pasiones sin esperan-
za y exhaustas mis fuerzas; cuando tenga el coraje
de mirar a la muerte en la cara y razonar paciente-
mente con ella y saborear su amargo cliz, y cuan-
do haya espiado las lgrimas ajenas y perdido la
esperanza de secarlas, entonces...
Pero ahora, mientras hablo, no est todo per-
dido? Me queda algo ms que la certeza de que
todo est perdido? Probaste alguna vez la pleni-
tud del dolor, cuando nos abandonan todas las es-
peranzas?
Ni un beso? Ni un adis! Tus lgrimas me segui-
rn hasta la sepultura. Mi salud, mi suerte, mi co-
razn, t, t!, todo se conjura contra m y yo
obedecer a todos.
Horas...
Y tuve fuerzas como para abandonarla! Peor
an, Teresa, te abandonar en un estado ms de-
126
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
plorable que el mo. Quin te consolar? Tembla-
rs al or mi nombre, porque yo, el primero y el
nico, en la aurora de la vida, te hice conocer las
tempestades y las tinieblas de la desventura: y t,
oh jovencita, no tienes an fuerzas para tolerar la
vida o para huir de ella. Adems, t no sabes que
el alba y el ocaso son la misma cosa. Ah, no quiero
persuadirte! Sin embargo, no encontramos ayuda
en los hombres, ni consuelo en nosotros mismos. Ya
no s hacer otra cosa que suplicar a Dios, supli-
carle con mis gemidos, y buscar alguna esperanza
fuera de este mundo, donde todos nos persiguen
o nos abandonan. Si los tormentos, las plegarias y
el remordimiento, que es ya mi verdugo, fueran
recibidos por el cielo, ah, t no seras tan infeliz
y yo bendecira todas mis penas! Mientras tanto,
en mi mortal desesperacin, quin sabe qu pe-
ligros te acechan? Ni yo puedo defenderte, ni secar
tus lgrimas ni recibir tus secretos en mi pecho ni
participar en tus aflicciones; no s hacia dnde
huyo ni cmo te dejo ni cundo volver a verte.
Padre cruel! Teresa es sangre de tu sangre. Ese
altar es una profanacin. La Naturaleza y el Cie-
lo condenan esas promesas. Repugnancia, celos,
discordia y arrepentimiento girarn en torno de ese
lecho y ensangrentarn, tal vez, esas cadenas. Te-
resa es tu hija, aplcate! Te arrepentirs amarga-
mente, pero demasiado tarde. Un da, en el horror
de su estado, ella maldecir sus das y a su padre y
turbar con sus querellas tus huesos en el sepulcro.
Entonces s podrs entenderla, pero estars bajo
tierra. Aplcate. Ay de m! T no me escuchas,
pero a qu abismos la ests arrastrando? La vc-
tima ya ha sido sacrificada! Oigo sus gemidos, mi
127
UGO FOSCOLO
nombre en su ltimo gemido! Brbaros! Temblad!
Vuestra sangre, mi sangre... Teresa ser vengada.
Ah, deliro! Pero tambin yo soy un homicida.
Lorenzo, por qu no me ayudas? No te escri-
ba porque una eterna tempestad de ira, celos, ven-
ganza y amor arreciaba dentro de m. Tantas pa-
siones inflamaban mi pecho, casi me ahogan, v no
poda hablar y senta el dolor petrificado dentro
de m. Este dolor reina an y cien-a mi voz y mis
suspiros y seca mis lgrimas. Siento que me falta
una parte grande de la vida y la que me queda
est envilecida por la languidez y la oscuridad de
la muerte.
A menudo me enfado conmigo mismo por haber-
me marchado y me acuso de cobarde. Por qu no
han osado insultar mi pasin? Si alguien le hubiera
prohibido verme, a esa pobrecita; si me la hubie-
ran arrancado por la fuerza, crees que la hubiera
abandonado? Mas, deba ser ingrato a un padre
que me consideraba su amigo? Cuntas veces me
abraz conmovido, dicindome: por qu la suerte
quizo unirte a nosotros, que somos desventurados?
Poda yo arrojar al desorden y a la persecucin a
una familia que en circunstancias diferentes habra
compartido conmigo la prosperidad o el infortunio?
Qu poda responderle, cuando suplicndome me
deca: Teresa es mi hija? S! Devorar en el re-
mordimiento y en la soledad todos mis das; pero
agradecer a la tremenda mano invisible que me
arranc del precipicio, donde al caer hubiera arras-
trado conmigo a esa inocente joven. Ella me se-
gua y yo, cruel, me detena y miraba atrs para
constatar si se apresuraba en pos de mis pasos pre-
cipitados. Me segua, pero asustada y con escasas
129175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
I tierzas. No soy acaso un seductor? No tengo que
brrala de mis ojos para siempre? Ojal pudiera
ocultarme de todos y llorar solo mis desgracias!
l'ero llorar los males de esa criatura, cuando yo
mismo los exacerb?
Nadie sabe qu secreto est sepultado aqu aden-
tro. Este sudor fro e imprevisto, este retroceder
y el lamento que todas las noches me llega desde
I el fondo de la tierra y me llama; y ese cadver. ..
jorque yo, Lorenzo, que tal vez no soy homicida,
sin embargo me veo ensangrentado por un homici-
dio
3S
.
Ya amanece. Debo partir. Cunto hace que la
aurora me halla siempre entre las llamas de un
sueo infernal! La noche no me trae descanso. Ha-
ce poco abr las ojos gritando y mirando a mi al-
rededor como si el verdugo estuviera rondando mi
I cabeza. Al despertar siento los mismos terrores de
aquellos que tienen las manos an calientes por
un delito. Adis, adis. Parto. Huyo cada vez ms
lejos. Te escribir desde Bolonia hoy mismo. Agra-
dcele a mi madre. Suplcale que bendiga a su po-
bre hijo. Si ella supiera mi estado real! Pero ocl-
taselo. No le abras una llaga ms, ya tiene dema-
siadas.
35 De este remordimiento, que a menudo prorrumpe
ile) pecho del desdichado joven, el lector encontrar la ex-
plicacin al final del libro, en la carta del 14 de marzo.
(Nota del Autor.)
SEGUNDA PARTE
Bolonia, 24 de Julio, a las 10 lis.
Quieres verter algunas gotas deblsamo?, son pa-
ra el corazn deun amigo. Pdele a Teresa su retra-
to y estrgaselo a Miguel, al que envo con la
orden de no volver sin respuesta tuya. Ve t mis-
mo a las colinas Euganeas; tal vez esa pobrecita
necesite de alguien que se apiade de ella. Lee al-
gunos fragmentos de cartas que en mis trabajosos
delirios intent escribirte. Adis. Vers a lsabelita,
dale mil besos y dile cunto la quiero. Cuando ya
nadie se acuerde de m, tal vez ella, en algn mo-
mento, nombrar a su querido Jacobo. Oh querido!
Hundido en tantas miserias, desconfiando de los
hombres, con un alma ardiente que quiere amar
y ser amada, en quin puedo confiar sino en una
nia no corrompida an por la experiencia y el in-
ters y que por una secreta simpata muchas ve-
ces dej sobre m la calidez de sus lgrimas inocen-
tes? Si yo supiera que alguna vez dejar de nom-
brarme, me morira de dolor.
131
UGO FOSCOLO
Y t, Lorenzo, me abandonars? La amistad,
querida pasin de la juventud y nico consuelo en
el infortunio, se enfra en la prosperidad. Oh los
amigos, los amigos! T me perders slo cuando yo
baje a la tumba. A veces ceso de quejarme de mis
desgracias, porque sin ellas tal vez no sera digno
de ti, ni tendra un corazn capaz de amarte. Pero
cuando ya no est vivo y t hayas heredado de m
este cliz de lgrimas, oh, no busques a otro ami-
go ms que a ti mismo!
Bolonia, la noche del 28 de julio.
Creo inclusive que me sentira menos mal si pu-
diese dormir un largo y pesado sueo. El opio no
sirve: despus de breves letargos, me despierto con
visiones v espasmos. Ya son muchas noches segui-
das! Me levant para intentar escribirte pero el pul-
so no me obedece. Volver a acostarme. Parece que
mi alma imita el estado negro y borrascoso de la
Naturaleza. Afuera diluvia; me acuesto y permanez-
co con los ojos abiertos de par en par. Oh, Dios
mo, Dios mo!
Bolonia, 12 de agosto.
Ya han pasado dieciocho das desde que Miguel
parti con la posta y todava no ha regresado ni
tengo cartas tuyas. Tambin t me abandonas?
Por Dios, por lo menos escrbeme! Esperar hasta
el lunes, luego me marchar a Florencia. Aqu pa-
so el da entero en casa, porque no aguanto mez-
132
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ciarme con la gente. De noche vago por la ciudad
como un fantasma, y los indigentes que yacen en
las calles y piden pan devoran mis entraas. No s
quin tiene la culpa; s que piden pan. Hoy, al
volver de la posta, encontr a dos infelices que
eran llevados al patbulo. Una multitud los segua;
pregunt la causa de la condena; uno haba robado
una mula y el otro, famlico de hambre, cincuenta
y seis liras
3
. Ah, sociedad! Si no hubiera leyes
para proteger a quienes, por enriquecerse con el
sudor y las lgrimas de sus propios conciudadanos,
los empujan a la miseria y al delito, seran nece-
sarios verdugos y prisiones? No estoy tan loco pira
presumir que estoy en condiciones de reorganizar
a los hombres, pero quin puede impedirme bra-
mar por sus miserias y sobre todo por su ceguera?
Me dicen que no hay semana sin verdugo; que el
pueblo corre a ver, como si se tratara de una fiesta
solemne; mientras, los delitos crecen junto con los
suplicios. No, no quiero respirar este aire que hu-
mea con la sangre de los pobres. Pero adonde ir?
Florencia, 27 de agosto.
Hace un rato estuve en adoracin ante las sepul-
36 AI comienzo este relato me pareci exagerado; pero
luego pude constatar que el Estado Cisalpino no tena C-
digo Criminal. Se aplicaban las leyes de los gobiernos de-
rribados y en Bolonia los decretos de los Cardenales que
penaban con la muerte los hurtos calificados, superiores al
valor de 52 liras. Pero los Cardenales generalmente mitiga-
ban la pena, cosa que no estaba permitida a los Tribuna-
lrs de la Repblica, inflexibles y necesarios ejecutores de
las leyes. De este modo, la justicia impasible es a menudo
ms funesta que la arbitraria equidad. (Nol a ilei Autor.)
133
UGO FOSCOLO
turas de Galileo, Maquiavelo y Miguel Angel; acer-
cndome, temblaba presa de escalofros. Los que
levantaron estos mausoleos, esperan acaso discul-
parse por la pobreza y la crcel con que sus ante-
pasados castigaron la grandeza de estos divinos
intelectos? Oh! Cuntos perseguidos de nuestro
siglo sern venerados por la posteridad! Las perse-
cuciones contra los vivos y los honores rendidos a
los muertos son prueba de la maligna ambicin que
corroe a la grey humana.
Ante estos mrmoles reviv los aos de fervor,
cuando velando sobre los escritos de los grandes
hombres, me proyectaba con la imaginacin entre
las generaciones futuras y sus aplausos. Sin embar-
go, eran ilusiones demasiado altas para m, acaso
desaforadas! Mi mente est ciega, mi cuerpo vaci-
lante, mi corazn profundamente daado.
Guarda las cartas de recomendacin de las cua-
les me hablas, las que ya me enviaste las quem. No
soporto los ultrajes y favores de los poderosos. El
nico hombre vivo que yo deseaba conocer era
Vittorio Alfieri
37
; pero me informaron que no re-
cibe a desconocidos, y yo no quiero que rompa una
resolucin cuyo motivo han sido los tiempos en
que debemos vivir, por la exigencia de sus estu-
dios y sobre todo por sus pasiones y experiencias
del mundo. Aunque se tratase de una debilidad,
en hombres semejantes debe ser respetada. Ade-
ms, que arroje la primera piedra el que est exen-
to de debilidades.
37 V. Alfieri (1749-1803) famoso poeta italiano, el ma-
yor de los trgicos; de relevante influencia en los poetas y
los patriotas del Risorgimento.
135101
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Florencia, 7 de septiembre.
Lorenzo, abre la ventana y desde mi habitacin
saluda a mis colinas. En esta hermosa maana de
septiembre saluda por m al cielo, y a los lagos y
llanos que recuerdan mi niez y donde yo, du-
rante un tiempo, pude descansar de las ansieda-
des de la vida. Si alguna vez, de paseo, en una no-
che serena, los pies te llevaran a la alameda de la
parroquia, te ruego, sube a la montaa de los pinos,
<ue guarda muchos recuerdos mos, dulces y fu-
nestos. A los pies del declive, ms all de los tilos,
cuyo aire es fresco y oloroso, all donde los arrja-
los forman un pequeo lago, encontrars el sauce
solitario, debajo de cuyas ramas lloronas tantas ve-
ces permanec rendido, hablando con mis esperan-
zas. En la cima tal vez oigas al cuclillo, que todas
las noches pareca llamarme con su lgubre canto
v lo interrumpa slo ante mis protestas o por el
ruido de mis pies. El pino donde entonces se ocul-
taba echa su sombra sobre las ruinas de una capi-
lla; all ardi alguna vez una lmpara delante de
un crucifijo; un rayo la derrumb una noche y me
dej aterrado por las tinieblas de un remordimien-
to que durar mientras yo viva
38
. Esas ruinas, se-
mienterradas, se parecen en la oscuridad a piedras
sepulcrales y muchas veces pens levantar mi tum-
idi all, entre sus sombras secretas. Y ahora? Quin
sabe dnde dejar mis huesos! Consuela a los la-
briegos que te pidan noticias mas. Hace un tiempo
38 Cfr. nota 35.
'UGO FOSCOLO
se hacinaban a mi alrededor y yo los consideraba
mis amigos; ellos me tenan por su benefactor. Yo
era el mdico ms querido de sus hijos enfermos,
escuchaba las querellas de esos pobres trabajadores
y arreglaba sus discordias y filosofaba con los vie-
jos rsticos y declinantes, procuxando alejar de su
fantasa los terrores de la religin y pintndoles
los premios que el cielo otorga al hombre cansado
de la pobreza y del sudor. Pero ahora, al nombrar-
me, se pondrn tristes, porque en los ltimos meses
yo pasaba delante de ellos mudo y ensimismado, a
veces sin responder a sus saludos; vindolos de le-
jos, mientras volvan al trabajo cantando, yo los
evitaba ocultndome en la espesura del bosque. Al
alba me vean saltar las zanjas y chocar descuida-
damente con los arbolitos que sacudan su escar-
cha sobre mi cabeza y apresurarme por los prados
y luego treparme a la montaa ms alta, donde me
detena erguido y jadeante, con los brazos tendi-
dos hacia el oriente, esperando al Sol para que-
jarme con l, que para m ya no surga alegremen-
te. Te indicarn el peasco donde, mientras todo
dorma, me sentaba escuchando el lejano fragor del
agua y los embates del viento, cuando las corrien-
tes adversas juntaban nubes sobre mi cabeza y las
empujaban entristeciendo a la Luna; sta, tramon-
tando paulatinamente, iluminaba en la llanura con
sus plidos rayos las cruces del cementerio; enton-
ces los villanos de los cercanos tugurios, despertn-
dose amedrentados por mis gritos, se asomaban a
las puertas y en aquel solemne silencio oan mis
plegarias, mi llanto, mis alaridos, mis invocaciones
a la muerte, mientras yo miraba las sepulturas
desde lo alto. Oh mi antigua soledad! Adonde
136
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ests? No hay gleba, cueva o rbol que no vuelva
a vivir en mi corazn, alimentando el suave y pa-
ttico deseo que acompaa siempre al hombre de
su casa, desterrado y desventurado. Me parece que
aquellos dolores y alegras, tan queridos por m
cuando viva all, y que son en suma toda mi for-
tuna, han quedado contigo; y que el que aqu se
arrastra peregrinando no es ms que el espectro
del pobre Jacobo.
Pero t, mi nico amigo, por qu slo me escri-
bes dos palabras, informndome que ests con Te-
resa? Ni siquiera me dices cmo vive, si me nom-
bra y si Odoardo la ha hecho suya. Voy, vuelvo a
ir a la posta, pero nada. Regreso lentamente, enaje-
nado, y mi rostro delata el presentimiento de una
gran desgracia. Continuamente me parece or pro-
nunciar mi sentencia de muerte: Teresa ha jurada
ante el altar. Ay de m! Cundo cesarn mis f-
nebres delirios y mis crueles ilusiones? Adis.
Florencia, 17 de septiembre.
T clavaste la desesperacin en mi corazn. Ya
me doy cuenta, Teresa quiere castigarme por ha-
berla amado. As que envi el retrato a su madre
antes de que yo se lo pidiera? T me lo aseguras
y yo te creo; pero ten cuidado! No me disputes el
nico blsamo que mis entraas desgarradas ad-
miten en nombre de mi salud.
Oh esperanzas! Todas se desvanecen y yo aqu,
abandonado a la soledad de mi dolor.
En quin ms puedo confiar? No me traiciones,
Lorenzo; yo nunca te arrancar de mi pecho, por-
137
UGO FOSCOLO
que te necesito. Si tuya fuese la adversidad, yo te
habra acompaado. Estoy destinado, pues, a ver
desvanecerse todo? Tambin al nico resto de tan-
tas esperanzas? Sea! Yo no me quejo de ella, ni de
ti, ni de m ni de mi suerte; pero me desalientan
tantas lgrimas y pierdo el consuelo de poder de-
cir: Sufro mis penas sin quejarme.
Sin embargo, todos ustedes me dejarn, todos.
Mis gemidos les seguirn doquiera, porque sin us-
tedes no soy un hombre. He aqu las pocas palabras
que me escribi Teresa: "Tenga usted cuidado por
su propia vida, se lo suplico. No somos los nicos
desventurados. Tendr mi retrato apenas pueda en-
virselo. Mi padre llora conmigo y no se opone a
que yo conteste la esquela que me ha entregado
de su parte. Sin embargo, creo que l, con lgrimas
en los ojos, me prohibir escribale de aqu en ade-
lante; yo, llorando, lo prometo. Le escribo por l-
tima vez, porque slo delante de Dios podra con-
fesarle que lo amo".
Luego, t eres ms fuerte que yo? S, repetir
estos renglones como si fueran tu ltima voluntad;
volver a hablar contigo alguna vez, Teresa, pero
slo cuando mi coraje y mi razn tengan el poder
-de separarme de ti verdaderamente.
Porque si amarte con este amor insufrible, inmen-
so, y callar y ocultarme a los ojos de todos pudie-
ran devolverte la paz; si mi muerte pudiera expiar
ante el tribunal de nuestros perseguidores tu pa-
sin y adormecerla para siempre dentro de tu
pecho, yo suplico con todo el ardor y la verdad de
mi alma a la Naturaleza y al Cielo para que de una
vez me quiten del mundo. Te prometo que he de
resistir a mi fatal pero dulcsimo deseo de morir;
139175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
pero que yo lo venza, ah!, tal vez slo t podrs
impetrarlo con tus oraciones al Creador; de todos
modos, siento que l me llama. Y t, s feliz! S
todo lo feliz que an puedas! Tal vez Dios, oh joven
desventurada, convierta en consuelo las lgrimas de
penitencia que yo le dedico, pidindole misericor-
dia por ti. Desgraciadamente, t participas ahora
de mi doloroso estado y eres infeliz por mi causa.
Ah! Qu mal devolv a tu padre sus afectuosos
cuidados, su confianza, sus consejos, sus caricias!
Y el abismo en que te encuentras por mi causa?
Sin embargo, no estoy ofreciendo a tu padre una
gratitud inaudita? No le ofrezco en sacrificio mi
sangrante corazn? A nadie debo generosidad, vo,
que soy el ms riguroso juez de m mismo. Y t
lo sabes: puedo culparme por haberte amado, pero
ser la causa de tus aflicciones es el delito ms
grave que yo haya cometido.
Av de m! A quin le hablo?, y con qu pro-
vecho?
Si al recibir esta carta an te encuentras en mis
colinas, no se la muestres a Teresa. No le hables
de m, pero si te pregunta, dile que estoy vivo, que
an vivo; en suma, no le hables de m. Pero, te lo
confieso, me complacen mis males: yo mismo palpo
mis heridas donde son ms graves e intento cu-
rarlas y las contemplo ensangrentadas y creo que
mis martirios son tanto expiacin de mis culpas
como breve alivio a los dolores de esa inocente.
Florencia, 25 de septiembre.
En esta tierra dichosa se despiertan de la bar-
UGO FOSCOLO
barie las sagradas musas y las letras. Doquiera me
dirija encuentro las casas donde nacieron los pri-
meros grandes toscanos; a cada paso tengo miedo
de pisar sus reliquias. Toda Toscana es una sola
ciudad, un jardn; el pueblo es naturalmente gentil,
el cielo sereno y el aire lleno de vida y salud. Pe-
ro tu amigo no encuentra sosiego. Espero siem-
pre maana, en la prxima aldea; y llega maa-
na y aqu estoy, de ciudad en ciudad, y me pesa
siempre este estado de fugitivo solitario. Tam-
poco puedo proseguir mi viaje; haba decidido ir a
Roma pirra postrarme sobre las reliquias de nues-
tra grandeza, pero me niegan el pasaporte; el que
me envi mi madre es para Miln y aqu, como si
yo hubiera venido a conjurar, me han bombardea-
do con preguntas; tal vez tengan sus razones, pero
yo maana les contestar marchndome. De este
modo, todo italiano es un exiliado y un extranjero
en Italia. Un poco lejos de nuestro terruo y ni
el talento, la fama o los hbitos inmaculados nos sir-
ven de defensa, y guay si te atreves a mostrar una
pizca de sublime coraje! Apenas echados de nues-
tras casas, no encontramos a nadie que nos asile.
Despojados por los unos, escarnecidos por los otros,
traicionados siempre por todos, abandonados por
nuestros conciudadanos, que en lugar de compa-
decerse y ayudarse mutuamente en la comn cala-
midad, miran como brbaros a los italianos que
no son de su mismo providencia y cuyos brazos no
hieren las mismas cadenas. Dime, Lorenzo, qu
asilo nos queda? Nuestras mieses enriquecen a
nuestros dominadores, pero nuestras tierras no ofre-
cen ni tugurios ni pan a muchos italianos arroja-
dos por la revolucin lejos de su ciclo natal, italia-
140
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
nos que languidecen de hambre y cansancio y oyen
constantemente al nico y supremo consejero del
hombre despojado de su naturaleza: el delito. Pa-
ra nosotros, pues, qu asilo queda sino el desierto
y la tumba? Y la vileza! El que ms se envilece,
tal vez dura ms tiempo, aunque vituperado por s
mismo y escarnecido por los tiranos, a quienes se
vende y que en cualquier momento lo vendern a l.
I l e recorrido toda la Toscana. Montaas y cam-
pos son clebres por las batallas libradas entre
hermanos durante cuatro siglos; mientras tanto, los
cadveres de innumerables italianos, que se mata-
ron entre s, cimentan los tronos de los emperado-
res y los Papas. Sub a Monteaperto, donde an es
una infamia la derrota de los Gelfos
39
. Amaneca
en el triste silencio del crepsculo diurno, en la
fra oscuridad. Yo, con el alma embargada por to-
das las antiguas y graves desventuras que destro-
zan nuestra patria, oh Lorenzo!, me estremec, y
grit desde lo alto con voz amenazadora y asusta-
da. Cre ver subir y descender por los caminos ms
abruptos de la montaa las sombras de aquellos
toscanos, con las espadas y los vestidos ensangren-
tados, mirndose torvos y peleando enfurecidos y
desgarrando sus antiguas heridas. Oh! Para quin
esa sangre? El hijo degella al padre y sacude su
cabeza aferrndola por los cabellos. Para quin
tan infame matanza? Los reyes por los cuales se
matan, en el fervor de la lucha se aprietan las ma-
39 Dante menciona esta batalla en el C. X del I nfier-
no; estos versos acaso suscitaron en Ortis el deseo de visi-
tar Monteaperti. El lector puede encontrar ms noticias en
la Crnica de Giovanni Villani, Lib. IV, 83. (Sota del
Autor. )
141
UGO FOSCOLO
nos y tranquilamente se reparten vestidos y tierras..
Hu precipitadamente, echando alaridos y mirando
detrs de m. Esas horribles fantasas me perse-
guan y an ahora, de noche, cuando estoy solo,
siento a mi alrededor esos espectros y con ellos el
espectro ms tremendo de. todos, que slo yo conoz-
co. Por qu, patria ma, debo siemple acusarte o
compadecerte, sin la esperanza de poder enmendar-
te o bregar por ti?
Miln, 27 de octubre.
Te escrib desde Parma y luego, a mi llegada des-
de Miln; la semana pasada teenveuna carta exten-
ssima. Por qu, entonces, la tuya me llega tan
tarde y va Toscana, de donde me march el 28
de septiembre? Tengo una sospecha: nuestras car-
tas son interceptadas. Los gobiernos hacen alarde
de defender los bienes, mientras tanto no respetan
el secreto, que es la ms preciosa riqueza de un ciu-
dadano. Vedan las tcitas querellas y profanan el
sagrado asilo que los desventurados buscan en el
pecho de los amigos. Sea! Deb preverlo; pero esos
bribones no cazarn ms nuestras palabras y nues-
tros pensamientos. Encontrar el modo de que
nuestras cartas lleguen sin ser violadas.
Me pides noticias de Giovanni Parini
40
: con-
serva su generosa altivez, pero me parece amedren-
40 Giovanni Parini (1729-1799), poeta italiano que re-
nov la poesa con su neo clasicismo; pero es tambin im-
portante la integridad de carcter que fue ejemplo para mu-
chos patriotas italianas del Risorgimento. Es autor de fa-
mosas odas y del poema satrico El da.
143101
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
tado por los acontecimientos y la vejez. Fui a visi-
tarlo y lo encontr en la puerta de su casa, arras-
trndose para salir. Me reconoci, se detuvo apoyn-
dose en el bastn y me dijo: "Has vuelto para ver
a este animoso caballo que an siente en su cora-
zn la soberbia de su bella juventud, pero que tras-
tabilla en la calle y se yergue slo cuando los golpes
de la suerte as lo determinan"
41
.
Teme que lo echen de su ctedra
42
y verse obli-
gado, despus de setenta aos de estudios y de
gloria, a agonizar pidiendo limosna.
Miln, 11 de noviembre..
Le ped La Vida de Benvenuto Celimi
43
a un li-
brero. "No lo tengo". Le ped otro autor y enton-
ces, casi enojado, me dijo que l no venda libros
italianos. La gente civilizada habla francs con mu-
cha elegancia y entiende con dificultad el escueto
toscano. Las actas pblicas y las leyes estn es-
critas en una lengua tan bastarda que las desnudas
41 Alusin a una oda de Parini intitulada La cada y
que el autor escribi despus de un hecho verdico. Viejo,
enfermo y pobre, a pesar de su fama, habindose cado fue
socorrido por un desconocido que al reconocerlo le acon-
sej trepar como los dems para tener dinero, bienes y
criados. Parini prorrumpe: eres humano, pero no justo. Hu-
mano por la ayuda que le ha prestado, injusto por los con-
sejos que le da.
42 Se refiere a la ctedra de Letras en el gimnasio de
Brera.
43 La Vida, famosa obra dictada, porque era analfa-
lieto, por el conocido orfebre y escultor Benvenuto Ce-
limi (1500-1571).
UGO FOSCOLO
frases sellan la ignorancia y el servilismo de quien
las dicta. Los Demstenes Cisalpinos disputaron
acaloradamente en el senado para desterrar de la
repblica, con sentencia capital, la lengua griega y
la latina '
14
. Se promulg una ley, cuyo nico fin
era excluir de cualquier cargo al matemtico Gre-
gorio Fontana
45
y al poeta Vincenzo Monti
46
. No
s exactamente qu han escrito contra la Libertad,
antes de que ella descendiera a prostituirse en Ita-
lia; s que siempre estarn preparados para escri-
bir en su defensa. Cualquiera sea su culpa, la in-
justicia de la pena los absuelve; y la solemnidad de
una ley creada para dos personas slo aumenta su
fama. Pregunt dride estaba la sede del Consejo
Legislativo: pocos entendieron, poqusimos me res-
pondieron y nadie supo indicrmelo.
, Miln, 4 de diciembre.
Esta es mi nica respuesta a tus consejos. En
44 A propsito de esto, Foscolo escribi el soneto III,
que empieza: T, nodriza de las Musas. . .
45 Gregorio Fontana (1735-1803), famoso profesor de
Matemtica en Pava.
46 Vincenzo Monti (1754-1828), poeta pico y dram-
tico italiano, autor de una famossima traduccin de La
litada de Homero. En el poema la Bassvliana, conden
los excesos de la Revolucin Francesa. Fue amigo de Foscolo
y luego enemigo. I^a ley aqu aludida, la del 21 de febrero
de, 1798, exclua de los empleos pblicos de la Repblica
Cisalpina a todos los que eran considerados opositores de
la revolucin. Parece que fueron sus inspiradores los ene-
migos de Monti.
144
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
todas partes he visto a los hombres divididos en
tres grupos: el de los que mandan (muy pocos),
<I de los que obedecen (todos) y el de los intri-
gantes (muchos). Nosohros no podemos mandar,
tal vez nos falte la astucia necesaria, ni queremos
obedecer, y tampoco nos rebajamos a intrigar. Lo
mejor es vivir como perros sin dueos, para los cua-
les no hay huesos, pero tampoco golpes. Quieres
que mendigue proteccin y empleo en un Estado
donde me consideran extranjero y donde cualquier
espa puede hacerme echar? Siempre alabas mi ta-
lento, mas, sabes cunto valgo? Ni ms ni menos
>| iie mis ingresos. A menos que meadvenga a trans-
lormarme en literato cortesano, reprimiendo la no-
lile osada que irrita a los poderosos y disimulando
la virtud y los conocimientos para no reprochar-
les su ignorancia y su mal dad... Literatos! Oh,
me dirs, as ocurre en todas partes! Y bien: de-
jo el mundo como est, pero si tuviera que ocupar-
mede l, querra que los hombres cambiasen o que
me hiciesen degollar, y esto ltimo me parece ms
I icil. Los tiranuelos se dan cuenta de las intrigas,
l>ero los hombres que de un trivio han llegado a un
trono, necesitan de los facciosos, a los cuales lue-
lo no pueden manejar. Orgullosos del presente,
despreocupados del porvenir, carentes de fama, co-
raje y talento, se rodean de aduladores y satli-
tes, de los cuales, aunque a menudo traicionados
y escarnecidos, no saben liberarse: perpetua meda
le servidumbre, licencia y tirana. Para tener po-
der sobre el pueblo, es menester, antes, dejarse opri-
mir, depredar y lamer la espada mojada en sangre,
l id vez por ese camino podra procurarme un car-
Ho, algn millar de escudos de ms cada ao, re-
175-
'UGO FOSCOLO
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
mordimiento e infamia. Escchalo una vez ms:
Nunca har el papel de pequeo tunante.
S hasta qu punto me pisotean, pero al menos 1
quiero estar fuera de la turba de los dems siervos,
parecida a la de los insectos aplastados por quien
camina. La servidumbre no me enorgullece, como
a tantos otros; ni mis tiranos se complacern de mi
envilecimiento. Que guarden para otros sus injurias I
y sus beneficios! Hay tantos que los ambicionan!
Le escapar siempre al vituperio, aunque muera I
desconocido. Y si me viese obligado a salir de mi
anonimato en lugar de transformarme en un afor- ]
tunado instrumento de la tirana preferira ser
una vctima deplorada.
Si llegasen a faltarme el pan y el fuego y si la I
que t me ests indicando fuera la nica fuente de I
mi sustento no permita el cielo que yo insulte la I
necesidad de muchos otros que no podran imitar- I
me, en verdad, Lorenzo, me marchara a la pa- I
tria de todos, donde no hay delatores ni conquis- I
tadores, ni literatos cortesanos ni prncipes; donde
las riquezas no coronan el delito, donde el pobre I
no es ajusticiado slo porque es pobre; donde un I
da u otro vendrn todos a vivir conmigo y a mez-
ciarse con la materia debajo de la tierra.
Aferrado al despeadero de la vida, sigo a veces
una luz que vislumbro desde lejos y que nunca
puedo alcanzar. Mejor an, si yo estuviera con to- I
do mi cuerpo en la fosa y la cabeza al descubierto,
vera brillar siempre aquella luz. Oh, Gloria! T
corres siempre delante de m y con tu lisonja me I
induces a un viaje para el cual mis pies no me sos j
tienen; pero desde el da en que dejaste de ser mi
primera y nica pasin, tu resplandeciente fantas- i
ma empieza a apagarse y a vacilar; cae y se trans-
forma en un montn de huesos y cenizas, entre los
cuales veo brillar de vez en cuando algunas cen-
tellas; pronto pasar sobre tu esqueleto, sonriendo
por mi frustrada ambicin. Cuntas veces, aver-
gonzado de morir ignorado por mis contempor-
neos, he acariciado mis angustias, mientras senta
la necesidad y tena el coraje de acabar con ellas!
Tal vez ni siquiera habra sobrevivido a mi patria
si no me hubiera detenido el loco temor de que la
piedra puesta sobre mi cadver sepultara mi nom-
bre al mismo tiempo. Lo confieso: he mirado a
menudo con cierta complacencia las miserias de Ita-
lia, porque me pareca que la fortuna y mi osada
reservaban, tambin para m, el mrito de libe-
rarla. Anoche se lo dije a Parini. Adis!: acaba de
llegar el mensajero del banquero que viene a
buscar esta carta y la hoja, ya completa, me su-
giere dejar de escribir. Sin embargo, tengo an mu-
chas cosas que decirte; as, te enviare esta carta
el sbado prximo. Despus de muchos aos de
afectuosa y leal amistad, acaso estemos destinados
a permanecer eternamente separados. No me que-
da ms consuelo que gemir junto a ti, escrib Mi-
el ote; de este modo me libero un poco de mis pen-
samientos y mi soledad se vuelve menos espanto-
sa. Si supieras cuntas noches me despierto, me
levanto y te escribo! Estas hojas estn mancha-
das de lgrimas y llenas de mis piadosos delirios y
de mis feroces propsitos. Pero no me animo a
envirtelas todas: algunas las guardo, muchas las
quemo. Cuando el cielo me concede un momento
de serenidad, te escribo con la mayor firmeza que
puedo para no contristarte con mi inmenso dolor;
146 147
UGO FOSCOLO
lio tengo otro consuelo; ni t, querido Lorenzo, te
cansars de leer las hojas que yo, sin vanidad, sin
esmero y sin rubor, te escrib siempre, tanto cuan-
do mi alma era sumamente feliz como cuando se
consuma dolorida. Gurdalas. Presiento que un
da te sern necesarias para vivir de alguna ma-
nera junto a tu Jacobo. Anoche estuve paseando
t on ese viejo venerable por el suburbio oriental de
la ciudad, bajo un pequeo bosque de tilos. Se
apoyaba en mi brazo y en su bastn. Por momen-
tos observaba sus pies estropeados y luego, sin ha-
blar, me miraba como si lamentase su enfermedad,
y para agradecerme la paciencia con que lo acom-
paaba. Nos sentamos en un banco: su criado se
qued cerca. Parini es la persona ms digna y elo-
cuente que jams haya conocido; adems, un pro-
fundo, generoso y meditado dolor a quin no
vuelve elocuente? Me habl mucho acerca de su
patria: se enfureca por la tirana de ayer y por
la licencia de hoy. Las letras, prostituidas; las pa-
siones, dbiles y degeneradas en una vil e indolen-
te corrupcin; ya no hay sagrada hospitalidad, ni
benevolencia ni amor filial. Despus me narr los
ltimos acontecimientos y los delitos de muclios re-
nacuajos que te nombrara si sus infamias mani-
festaran el vigor de nimo, no digo de Sila y Ca-
tilina, sino de los osados mesnaderos que enfren-
tan el crimen a pesar de estar cerca del patbulo;
pero se trata de pequeos ladrones, cobardes y sa-
bihondos es ms honesto ignorarlos. Oyendo sus
palabras, inflamado de un sobrehumano furor, yo
me ergu gritando: "Por qu no intentamos nada?
Moriremos? De nuestra sangre brotar el venga-
dor". El me mir atnito, mis ojos centelleaban
148
LAS ULTI MAS CAUTAS DE J ACOBO ORTI S
espantosos en la poca claridad y mi aspecto humil-
de y plido adquiri un aspecto amenazador. Cuan-
do call se oa an el furor que bramaba dentro de
mi pech;>. Luego continu: "Nunca tendremos
salvacin? Ah, si los hombres se hiciesen acom-
paar por la muerte, no aceptaran servir con tan-
ta vileza!" Parini no dijo ni una palabra, pero
apretndome el brazo me miraba cada vez ms fi-
jamente. Luego me invit a sentarme: "Acaso t
piensas dijo que si yo vislumbrara una chispa
de libertad, me entregara a estas vanas lamenta-
ciones? Oh joven, digno de una patria ms agra-
decida! Si no puedes apagar ese ardor fatal, poi-
qu no lo vuelcas en otras pasiones?"
Entonces yo mir hacia el pasado; luego, vida-
mente, mir hacia el futuro, pero erraba siem-
pre en el vaco y se me caan los brazos, decepcio-
nados por no apretar nada. Le relat a ese generoso
italiano la historia de mis pasiones, le pint a Te-
resa como a un genio celeste que desciende a ilu-
minar las tinieblas de esta vida. El piadoso anciano
acompa mis palabras y mi llanto con suspiros
que salan de lo hondo de su corazn. "No dije,
no veo ms que el sepulcro. Mi madre es afectuo-
sa y benfica; muchas veces me pareci verla pisar
temblando mis huellas y seguirme hasta la cima
(ie la montaa, desde donde amenazaba arrojarme
con la mitad del cuerpo en el vaco; ella me aferra-
ba del traje y me sostena y yo, al volverme, oa
su llanto. Sin embargo, si ella adivinara mis males
I secretos, ella misma implorara al Cielo para que
ixmga fin a mis angustiosos das. La nica llama
vital que anima an mi atormentado cuerpo es la
esperanza de intentar algo por la libertad de mi
149
UGO FOSCOLO
patria". El sonri con tristeza y como se dio cuenta
de que mi voz se debilitaba y mis ojos bajaban in-
mviles hacia el suelo, dijo: "Ten cuidado, tu furor
do gloria podra arrastrarte a empresas difciles;
creme, en la fama de los hroes un cuarto corres-
ponde a su audacia, el otro cuarto a la suerte y el
resto a sus delitos. Sin embargo, si an te crees
lo suficientemente afortunado y cruel para aspirar
a esa gloria, piensas acaso que nuestros tiempos te
ofrecen los medios? Los gemidos de todas las edades
y el yugo de nuestra patria, no te han enseado
todava que no se debe esperar que los extranjeros
nos liberen? Quienquiera se mezcla en los asuntos
de un pas conquistado, slo logra el dao pblico
y su propia infamia. Cuando deberes y derechos
estn en la punta de la espada, el poderoso escribe
las leyes con la sangre y pretende el sacrificio de
la virtud. Entonces? Acaso tienes el valor y la
fama de Anbal, que buscaba en todo el universo
a los enemigos del pueblo romano? Ni siquiera po-
dras ser justo impunemente. Un joven honrado
v de corazn ardiente, pero pobre e incauto como
t, ser siempre instrumento de facciosos o vctima
de poderosos. Y si en los negocios pblicos logra-
ses mantenerte incontaminado de la comn inmun-
dicia, oh!, seras alabado al principio, pero luego
asesinado por el nocturno pual de la calumnia y
a tu prisin no acudiran tus amigos y tu sepulcro
recibira apenas un suspiro secreto. Pero, suponien-
do que logres vencer la prepotencia de los ex-
tranjeros y la perversidad y corrupcin de tus con-
ciudadanos, dime: seras capaz de derramar
toda la sangre que exige el nacimiento de una re-
pblica? Quemaras las casas con las antorchas de
151101
r
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
la guerra civil? Uniras con el terror a los parti-
dos? Apoyaras las opiniones con la muerte? Ni-
velaras las fortunas con la matanza? Pero si caes
antes de alcanzar la meta, unos te odiarn por
' demagogo, otros por tirano. Los amores de las mu-
( hedumbres son breves e infaustos; juzgan ms por
11 xito que por la intencin. Llaman virtud al
delito til e infamia a la honestidad que les parece
I daina, y para obtener sus aplausos es menester
amedrentarlas o engordarlas o engaarlas perma-
nentemente. Y suponiendo que lo logres, enorgu-
llecido por la inmensa fortuna, podrs reprimir en
ti el deseo del poder supremo, fomentado por el
sentimiento de superioridad y por saber envileei-
I (ios a los dems? Los mortales son naturalmente
esclavos, naturalmente tiranos, naturalmente cie-
i gos. Entonces, preocupado en cimentar tu trono,
le transformaras de filsofo en tirano; y por unos
aos de poder y miedo perderas tu paz, y tu nom-
bre se confundira en la inmensa turba de dspo-
tas. An te queda un lugar entre los capitanes,
que se conquista con feroz osada, con la avidez del
que roba para prodigar, y a menudo con una co-
barda por la cual uno lame la mano que le ayuda
I a subii
-
. Mas, oh hijo!, la humanidad gime cuan-
do nace un conquistador y no le queda ms con-
suelo que la esperanza de rer sobre su atad".
Cuando l call, luego de un largo silencio, yo
exclam: "Oh Cocceo Nerva, t por lo menos su-
piste morir incontaminado!"
47
. El viejo me mir:
47 La exclamacin de Ortis se refiere al siguiente pasaje
ile Tcito: Cocceo Nerva, asiduo del prncipe, docto en hu-
mana y divina razn, prspero en bienes y vida, decidi
'UGO FOSCOLO
"S, t nada esperas ni temes fuera de este mundo
dijo apretando mi mano ...pero yo!..." Le-
vant los ojos al cielo y su severa fisonoma se sua-
viz, como si estuviera contemplando todas sus es-
peranzas. O que se acercaban pasos; luego \d gen-
te entre los tilos; nos levantamos y lo acompa
hasta su casa.
Ah! Si yo no sintiese apagado ya el fuego di-
vino que en el tiempo de mi fresca juventud des-
parramaba rayos sobre todas las cosas que me
rodeaban, mientras hoy me muevo a tientas en una
hueca oscuridad; si yo pudiese tener un techo bajo
el cual dormir seguro; si no me fuese impedido
refugiarme entre los hombres de mi ermita; si mi
azn no tuviese que luchar siempre con un amor
desesperado e invencible este amor que oculto
a m mismo v que arde cada da ms y que es ya
omnipotente e inmortal,.. Ay!, la Naturaleza nos
ha dotado de esta pasin, ms indomable que el
instinto vital. Si yo pudiese tener, en suma, slo
un ao de tranquilidad, tu pobre amigo cumpli-
ra su voto y luego morira. Oigo a mi patria que
grita: Escribe lo que has visto. Enviar mi voz
desde las ruinas para dictarte mi historia. Los si-
glos llorarn sobre m, sobre mi soledad, y las gen-
tes aprendern de mis desventuras. El tiempo de-
morir. Tiberio lo supo y lo interrog y rog hasta confesar
que l, Tiberio, tendra remordimiento y manchada su fa-
ma si su mejor amigo se quitaba la vida sin ningn motivo.
Neroa oy con desdn y se abstuvo de ingerir cualquier
alimento. Quien conoca su pensamiento afirm que l, cons-
tatando de cerca los males de la repblica, por ira y por
creerse sospechado, quiso morir mientras an no estaba man-
chado, era honesto y no tena enemigos. (Nota del Autor.)
152
LAS ULTIMAS CARTAS DE J ACOBO ORTIS
rriba al poderoso y los delitos de sangre se lavan
con la sangre. Y t sabes, Lorenzo, que tengo el
coraje de escribir, pero mi talento est murindose
junto con mis fuerzas; pienso que dentro de pocos
meses se acabar mi angustioso peregrinar.
Pero ustedes, oh pocas almas sublimes, solitarias
y perseguidas, que tiemblan de furor ante las anti-
guas desventuras de nuestra patria, si los cielos les
impiden luchar contra la fuerza, por qu, al me-
nos, no relatan a la posteridad nuestros males?
Levanten la voz en nombre de todos y digan al
mundo: "Somos desafortunados, pero no ciegos ni
cobardes, no nos falta coraje sino el poder". Si
tienen encadenados los brazos, por qu cierran
tambin sus propias mentes, de ias cuales no po-
drn ser rbitros nunca ni los tiranos ni la for-
tuna, que dominan el mundo? Escriban. Pero ten-
gan compasin de sus conciudadanos y no instigueii
vanamente sus pasiones pblicas, desdeen a sus
contemporneos: el gnero humano, hoy en da,
tiene el frenes y la debilidad de la decrepitud.
Sin embargo, el gnero humano, cuando est pr-
ximo a morir, renace ms vigoroso. Escriban para
las generaciones futuras, las nicas dignas de or-
les y las nicas que tendrn fuerzas para vengarles.
Persigan con la verdad a sus perseguidores y ya
que no pueden oponrseles con los puales, mien-
tras viven, cbranlos de oprobio para la eternidad.
Si a algunos de ustedes les quitan la patria, la
tranquilidad y los bienes; si ya nadie osa casarse;
si todos temen el dulce llamado de pap para no
engendrar en el exilio y en el dolor nuevos esclavos
v nuevos desdichados, por qu desean tan vilmen-
te una vida desnuda de placeres? Por qu no la
153
'UGO FOSCOLO
consagran al nico fantasma que conduce a los
hombres generosos: la gloria? Juzguen a la Euro-
pa de hoy y la sentencia proclamada iluminar a
las generaciones futuras. La cobarda humana les
hace ver terrores y peligros, pero acaso somos
inmortales? Desde el envilecimiento de la crcel y
de los suplicios se elevarn por encima de los po-
derosos y su furor aumentar el vituperio de ellos
y la fama de ustedes.
Miln, 6 de febrero de 1799.
Envame tus cartas a Niza, en Provenza, porque
maana parto hacia Francia y, quin sabe?, tal
vez me pierda en lugares mucho ms lejanos. Es
cierto, en Francia no me quedar mucho tiempo.
No te afligas por esto, Lorenzo, y consuela como
puedas a mi pobre madre. Tal vez creas que yo
debera huir antes de m mismo y que si no echo
races en ningn lugar, es tiempo de que me sosie-
gue. Es cierto, no echo races; pero aqu es peor que
en cualquier otra parte. La estacin, la niebla per-
petua, este aire muerto, ciertas caras tal vez me
equivoque, pero me parece encontrar poco senti-
miento. Tampoco puedo culparlos: todo se adquie-
re, no la compasin y la generosidad y menos an
cierta delicadeza de nimo, que nacen con nosotros
y que son buscadas slo por quien las siente. En
suma, maana es el da. Tanto se me ha fijado
en la mente la necesidad de partir, que estas horas
de espera me parecen aos de crcel.
Desgraciado! Por qu slo el dolor despierta
tus sentidos como los miembros sin piel que se
154
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
contraen al ms suave hlito del aire? Goza el
mundo tal como es y vivirs ms descansado y me-
nos preocupado! Pero, y si a quien me da seme-
jante consejo, yo le dijese: Cuando tienes fiebre,
obliga a tu pulso a que lata ms lentamente y te
curars, no tendra razn si creyese que yo deliro
por una fiebre ms alta? Cmo puedo dictar leyes
a mi sangre, que corre velozmente? Cuando choca
dentro de mi corazn, siento que se amontona hir-
viendo y que luego mana impetuosamente; a me-
nudo de improviso y a veces en el sueo, parece
querer abrirme el pecho. Oh Ulises! Aqu estoy,
y te obedezco, porque eres sabio, pero hagamos
un pacto: cuando te vea simulador, fro, incapaz
de socorrer a la pobreza sin insultarla y de defen-
der de la injusticia al dbil; cuando te vea postra-
do a los pies del poderoso, al que odias y que
te desprecia, para saciar vuestras plebeyas pasiones,
ah, que pueda yo entonces transfundirte una gota
de mi fervorosa bilis, que muchas veces arm mi
voz y mi brazo contra la prepotencia y que nunca
dejar mis ojos secos y la mano cerrada ante la
miseria, y que me salvar siempre de la bajeza.
Ustedes se creen sabios y el mundo los proclama
honestos! pero no teman, no se inquieten, pues las
partes son iguales: que Dios guarde a ustedes de
mis locuras! Y yo le rezo con toda mi alma para
que a m me guarde de la cordura de ustedes. Y
si yo los veo, a stos, aun cuando pasan sin venne,
Lorenzo, corro a buscar refugio en tu pecho. T
respetas amorosamente mi pasin, aunque hayas
visto a menudo al len amansarse a tu sola voz.
Pero ahora! Cuay si yo no obedeciera a mi cora-
zn! La razn? Es como el viento, apaga las an-
155
UGO FOSCOLO
torchas, pero aviva los incendios. Adis, por
ahora.
A las 10 de la maana.
He reflexionado. Es mejor que no me escribas
hasta que no recibas cartas mas. Tomo el camino
de los Alpes Lgures para evitar los hielos del
Moncenis: sabes el dao que me hace el fro.
A la una..
Un nuevo obstculo: debo esperar dos das para
que me den el pasaporte. Entregar esta carta en-
ei momento de partir.
^ .'" ' da febrero, a la una y media..
Estoy llorando sobre tus cartas. Ordenando mis
papeles encontr las pocas palabras que escribiste
al margen de una carta que mi madre me envi
dos das antes de que yo abandonara mis colinas.
"Te acompaan todos mis pensamientos, Jacobo
mo, te acompaan mis votos y mi amistad que es
eterna. Ser siempre tu amigo y tu hermano de
amor y contigo compartir tambin mi alma." Sa-
bes que voy repitiendo tus palabras y me siento
tan sacudido por ellas que casi vuelvo para abra-
zarte y expirar en tus brazos? Adis, adis. Re-
gresar.
158
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
A las tres.
Fui a despedirme de Parini: "Adis me dijo,
joven sin suerte. Llevars contigo para siempre
tus generosas pasiones y nunca podrs satisfacerlas.
Sers siempre infeliz. No puedo consolarte con
mis consejos, porque ni siquiera me sirven para
mis propios infortunios, que tienen la misma fuen-
te. El fro de los aos entorpece mi cuerpo, pero
mi corazn todava vela. El nico apoyo que pue-
do ofrecerte es mi piedad y t te la llevas toda
contigo. Dentro de poco dejar de vivir; pero, si
mis cenizas conservaran entonces algn sentimien-
to y si lamentndote sobre mi tumba hallaras algn
alivio, ven entonces". Yo me ech a llorar y me
ui; l me segua con los ojos y o el llanto de su
voz mientras vo hua por el largusimo pasillo.
Adis.
A las nueve de la noche.
Todo est listo. Orden los caballos para la me-
dianoche. Voy a acostarme vestido hasta que lle-
guen, estoy muy cansado. Adis, adis, Lorenzo;
escribo tu nombre y te saludo con ternura y con
cierta supersticin, algo totalmente nuevo en m.
Volveremos a vernos. Si tuviera... No, yo no mo-
rir antes de verte y de agradecerte para siempre,
por todo... Y a ti tambin, mi Teresa; pero, como
mi amor infeliz lo pagaras con tu paz y el llanto
le tu familia, huyo sin saber cul ser mi destino:
175-
UGO FOSCOLO
los Alpes, el Ocano y el mundo entero habrn de-
separarnos.
Gnova, 11 de febrero.
He aqu el Sol ms hermoso! Todas mis fibras
tiemblan suavemente al sentir la alegra de est
cielo radiante y saludable. Estoy contento por
haber partido! Dntro de algunas horas sigo viaje;
no s dnde me detendr ni cundo acabar mi
viaje, pero el 16 estar en Toln.
Desde la Pietra, el 13 de febrero.
Carreteras alpestres, hrridas y abruptas monta-
as, todo el rigor del tiempo, todo el cansancio y
las fatigas del viaje, y luego?
Nitori tormenti e nuovi tormentati
4S
.
Te escribo desde un pueblito, ubicado a los pies
de los Alpes Martimos. Me vi obligado a detener-
me porque la posta no tiene cabalgaduras, ni s
cundo podr partir. Aqu estoy, pues, siempre con-
tigo y siempre con nuevas aflicciones: estoy desti-
nado a no poder dar un paso sin encontrarme con
el dolor. En estos das, alrededor de las doce, me
he alejado del pueblito una media milla, paseando
entre unos olivares que estn del lado de la orilla
del mar: buscando consuelo en los rayos del sol y
bebiendo el aire puro. El invierno es aqu menos;
48 Cfr. Dante, I nfierno, VI, 4:
Nuevos tormentos y nuevos atormentados.
1.58
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
demente de lo habitual, siendo su clima tibio. Cre
estar completamente solo o por lo menos no ser
conocido por los pocos transentes. Apenas regre-
s, Miguel, que haba subido a avivar el fuego de
la chimenea, medijo que un hombre de aspecto muy
pobre le pregunt si yo era el mismo joven que
haba estudiado en Padua; no supo decirle mi nom-
bre, pero le dio referencias mas y de aquellos aos
y te nombr a ti. "Me tom de sorpresa continu
Miguel y le contest que s, que haba adivinado.
Hablaba en veneciano y resulta agradable encon-
trar a un compatriota en estos lugares solitarios; ade-
ms, est tan harapiento! En suma, le promet tal
vez le disguste al seor llamarlo, y en efecto est
esperando afuera." "Que venga!" dije. Y mien-
tras esperaba, me sent invadir por una sbita tris-
teza. El muchacho volvi acompaado por un hom-
bre alto y macilento; pareca joven y de hermoso
aspecto, pero su rostro estaba contrahecho por el
dolor y las arrugas. Hermano! Yo estaba con la pe-
lliza, junto al fuego; haba arrojado mi larga capa
sobre una silla y el posadero trajinaba, preparndo-
me el almuerzo. Acpiel pobre llevaba puesto un
chaleco de tela y de slo mirarlo uno senta fro.
Tal vez mi tibio recibimiento v su propio estado
lo desanimaron al comienzo, pero luego de las pri-
meras palabras, se dio cuenta de que tu Jacobo
no naci para desanimar a nadie; se sent para
calentarse y me narr los penosos casos que haba
vivido en este ltimo ao. Me dijo: "He sido amigo
de un estudiante que usted frecuentaba en Padua
( y te nombr a ti ) ; hace mucho que no s nada
de l. Espero que la suerte no lo haya tratado mal.
En ese tiempo tambin yo era estudiante". No voy
159-
'UGO FOSCOLO
a decirte su nombre. Acaso debo entristecerte con
las desgracias de alguien a quien t conociste fe-
liz y de quien tal vez an guardas afecto? Ya es
demasiado que el destino te haya condenado a
afligirte por m.
El aadi: "Hoy, viniendo de Albenga, antes de
llegar a la aldea, lo vi a usted en la playa. Usted
no se dio cuenta de que yo lo miraba con insis-
tencia. Sin embargo, conocindolo slo de vista y
habiendo transcurrido cuatro aos, tema equivocar-
me. Luego su criado me confirm que estaba en lo
cierto".
Le agradec por haber venido a verme, le habl
de ti y le dije que el haberte nombrado me haca
ms grata su persona. No voy a repetirte su dolo-
roso relato. Emigr luego de la paz de Campofor-
mio y se enrol como teniente de la Repblica Ci-
salpina. Quejndose un da de las fatigas y el mal-
trato que deba soportar, un amigo le ofreci un
empleo. Abandon el ejrcito, pero se qued sin
amigo, sin empleo y sin techo. Peregrin por toda
Italia; finalmente, se embarc en Liorna. Mientras
l hablaba, desde una habitacin contigua lleg el
llanto de un nio y un quedo lamento. Not que
l se detena pira escuchar ansiosamente y que con-
tinuaba cuando el llanto cesaba. "Tal vez le di-
je se trata de pasajeros que acaban de llegar".
"No me respondi, quien llora es mi hijita de
trece meses."
Entonces me cont cmo siendo teniente se cas
con una muchacha pobre v que las perpetuas mar-
chas, que la joven soportaba mal, y el escaso esti-
pendio, lo obligaron a confiar en aquel amigo, que
luego lo defraud. De Liorna pas a Marsella, por
160
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
mar, y se arrastr por toda Provenza y por el Del-
finado, buscando ensear italiano, pero sin encon-
trar nunca trabajo y pasando hambre. Ahora, des-
de Avin, volvi a Miln. "Si miro hacia atrs
aadi, si miro el tiempo pasado, no s cmo
he podido soportarlo. Sin dinero, con una mujer
extenuada, con los pies lastimados y los brazos can-
sados por el peso de una criatura inocente que le
pide alimento al sueo exhausto de su madre, con
las entraas desgarradas por sus gritos, sin que
valgan nuestras desgracias para aquietarla...
Cuntos das asndonos al sol, cuntas noches ti-
ritando de fro! Hemos dormido en establos, entre
las cabalgaduras, o en cavernas como las bestias;
las autoridades nos echaban de las ciudades, por-
que mi indigencia me cerraba las puertas de los
magistrados o no me permita dar cuenta de mi
situacin a los pocos conocidos que encontraba, al-
guno de los cuales pretendi no conocerme y me
dio la espalda." "Sin embargo observ, en Mi-
ln y en otros lugares, muchos de nuestros conciu-
dadanos, emigrados, pasan por liberales." "Enton-
ces aadi l, mi mala suerte los ha vuelto crue-
les conmigo. Tambin las personas de buen cora-
zn se cansan de ayudar al prjimo. Pero son tan-
tos los menesterosos! Yo no s, pero..., o. . . (cada
nombre, de cuya hipocresa yo estaba enterado, fue
para m una pualada, querido Lorenzo) o me hi-
cieron esperar muchas veces e intilmente en su
puerta o despus de muchas promesas me hicie-
ron caminar muchas millas hasta sus casas de
campo, donde me arrojaban la limosna de unas
pocas liras; el ms humano hizo que me dieran un
trozo de pan sin quererme ver; el ms rico me in-
161
'UGO FOSCOLO
vit a pasar, malvestido como estaba, entre un cor-
tejo de servidores e invitados, y luego de haberme
recordado la perdida prosperidad de mi familia y
recomendado que las mayores cualidades eran la
probidad y el estudio, me dijo amistosamente que
volviera al da siguiente, temprano. Al da siguien-
te, en la sala de espera, encontr a tres criados.
Uno de ellos me comunic que el patrn todava
dorma y me entreg, en su nombre, dos escudos y
una camisa. Ah, seor! No s si usted es rico, pero
su aspecto y sus suspiros lo muestran desventura-
do y piadoso. He podido comprobar que el dinero
hace parecer benfico tambin al usurero y que el
hombre que vive en el lujo raramente se digna
beneficiar al harapiento." Permanec en silencio, l
se levant para despedirse y aadi: "Los libros
me ensearon el amor a la virtud y a los hombres;
pero libros, hombres y virtud me han traicionado.
Tengo muchos conocimientos en la cabeza, mucho
desdn en el corazn y brazos ineptos para un
trabajo til. Si mi padre oyera, desde la tierra don-
de est sepultado, los gemidos con que lo acuso por
no haber hecho de sus cinco hijos cinco carpinte-
ros o cinco sastres! Por la msera vanidad de con-
servar una nobleza carente de bienes, ha despilfa-
rrado lo poco que tena en darnos estudio y una
educacin mundana. Pero, y nosotros? Ignoro si
mis otros hermanos se han enriquecido. Escrib mu-
chas cartas, sin recibir respuesta: o son pobres o
se han pervertido. En cuanto a m, soy el fruto de
las ambiciosas esperanzas de mi padre. Muchas
veces, obligado por la noche o el hambre, me he-
visto en la necesidad de hospedarme en una po-
sada sin saber cmo hara para pagar al da siguien-
162
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
te. Sin zapatos, sin vestidos...". "Ah, cbrete!"
exclam, levantndome y cubrindolo con mi ca-
pa. Miguel, que haba permanecido en la habita-
cin, se acerc secndose las lgrimas que asomaban
a sus ojos, y le acomod la capa sobre el cuerpo,
muy respetuosamente, como si temiera insultar la
nobleza decada de aquel hombre.
Oh, Miguel! Recuerdo que pudiste vivir en li-
bertad desde el da en que tu hermano abri una
tienda y te ofreci trabajar con l. Sin embargo,
aunque siervo, preferiste seguir mi camino. S con
qu amoroso respeto soportas mis mpetus extra-
vagantes y cmo callas tus justas razones cuando
estallo en caprichosa clera. Vives con alegra, a pe-
sar del tedio de mi soledad, y sostienes con tu fe
los sinsabores de mi peregrinaje. A menudo tu cara
jovial me serena, pero cuando me quedo callado
durante varias jornadas, presa de mi negro humor,
frenas la alt*gra de tu corazn para que yo no per-
ciba mi propio estado. Tambin este acto gentil ha-
cia un desventurado santifica mi agradecimiento
para contigo. Eres el hijo de mi nodriza, fuiste cria-
do en mi casa y nunca te abandonar. Te quiero
ms al comprobar que tu condicin de criado ha-
bra endurecido tu alma sin los cuidados de mi
tierna madre, que con su espritu delicado y sus
suaves modales transforma en corts y amoroso to-
do lo que vive a su alrededor.
Cuando estuve solo, mientras almorzaba le di a
Miguel todo cuanto pude para que se lo entregase
a aquel desventurado. Apenas me queda lo suficien-
te para llegar a Niza, donde negociar los paga-
rs que me hice enviar a Toln y Marsella por
los bancos de Gnova. Esta maana, antes de mar-
163
UGO FOSCOLO
charse, vino con su mujer y su criatura para dar-
me las gracias; con mucha alegra me dijo: "Sin
usted, hoy estara buscando un hospital". Yo no
tuve nimos para responderle, pero pens: "Ahora
tienes para vivir cuatro o cinco meses, y despus?
La mentirosa esperanza te lleva de la mano; pero
la fresca alameda que has encontrado tal vez te
lleve a un sendero ms desastroso. Bascabas el pri-
mer hospital, acaso tenas cerca el asilo de la fosa.
Esta pequea ayuda la suerte no me permite ayu-
darte ms te devolver el vigor y podrs soste-
ner de nuevo por ms tiempo los males que esta-
ban por acabar contigo y (pie te habran liberado
para siempre. En tanto, goza el presente, mas, cun-
tas penurias debes haber soportado para que este
estado, que a muchos resultara insoportable, te
produzca tanta alegra! Si no fueras esposo y pa-
dre, te dara un consejo...". Y sin decirle nada lo
abrac; mientras se alejaba lo mir con el corazn
contrado
49
.
Anoche, meintras me desvesta, pns: "Por qu
ese hombre emigr de su patria? Por qu dej un
trabajo seguro?" Toda su historia se pareca al re-
lato ele un loco y yo quera imaginar lo que pudo
haber hecho para arrastrar detrs de s tantos in-
fortunios. Pero, como muchas veces he odo repe-
tir infructuosamente semejantes parqus y he cons-
tatado que todos son buenos mdicos de las enfer-
49 Este trozo, a pesar de no llevar fecha y estar escri-
to en una hoja separada y por azar fuera de la serie de las
cartas, es evidente por su contenido que ha sido escrito
en la misma aldea el da siguiente y a continuacin del re-
lato. (Nota del Autor.)
164
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
medades ajenas, me fui a dormir murmurando: "Oh,
los hombres juzgan inconsiderado todo lo que no
es prspero; ms quin es el ms sabio o el ms
afortunado?"
Crees que es verdad todo lo que ha contado?
Yo creo que l estaba medio desnudo v yo vesti-
do; vi a una esposa marchitada, escuch los gri-
tos de un nio. Lorenzo, cuando uno busca su-
tilmente cargos contra los pobres, es que siente en
su conciencia el derecho que la Naturaleza les da
sobre los bienes de los ricos. Eh! se te puede
ocurrir pensar, las desgracias, generalmente, son
frutos de los vicios y en el caso de ese caballero,
tal vez de un delito. Tal vez. . . Yo no lo s, ni
pienso averiguarlo. Como juez, condenara a todos
los delincuentes; como ser humano, pienso en la
repugnancia que acompaa la primera idea del
delito, pienso en el hombre y en las pasiones que
lo arrastran a realizarlo, en los perpetuos sufri-
mientos, en el remordimiento con que paga el
fruto ensangrentado de la culpa, en la crcel que
el culpable se imagina siempre abierta para se-
pultarlo; y si luego, salvndose de la justicia, naga
su culpa con la deshonra y la indigencia, debe-
ra yo abandonarlo a la desesperacin y a nuevos
delitos? Slo l es culpable? La calumnia, la trai-
cin del secreto, la seduccin, la maldad, la negra
ingratitud son delitos ms atroces, mas, sufren
siquiera alguna amenaza? Cuntos han sacado
bienes v honores del delito! Oh legisladores, oh
jueces, castigad, pero visitad alguna vez los tu-
gurios de la plebe en los suburbios de las capita-
les y veris todos los das a una cuarta parte de
la poblacin despertando sobre la paja, sin sa-
165
UGO FOSCOLO
ber cmo satisfacer las necesidades bsicas de la
vida! S que es imposible cambiar la sociedad y
que la inedia, las crceles y los suplicios son ele-
mentos del orden y de la prosperidad universales,
por ello se deduce que el mundo no puede ser
gobernado sin jueces v sin patbulos; lo creo, por-
que todos lo creen. Pero yo? Jams ser juez. En
este valle donde la especie humana nace, vive,
muere, se reproduce, trajina y luego vuelve a mo-
rii- sin saber cmo ni por qu, yo slo distingo
afortunados y desgraciados. Y si me topo con un
desgraciado, me compadezco de nuestra suerte
y vierto todo el blsamo que puedo en las llagas
del hombre, pero dejo sus mritos y sus culpas
para la balanza de Dios.
| (yy Ventimiglia, 19 y 20 de feltrer.
Eres desesperadamente infeliz; vives en la ago-
na de la muerte sin gozar de su tranquilidad; sin
embargo, debes tolerarlo todo para convivir. De
este modo, la filosofa exige de los hombres un he-
rosmo que la propia Naturaleza rechaza. El que
odia la propia vida, puedeamar el poco bien que no
est seguro de poder aportar a la sociedad y sacrifi-
car a esta esperanza muchos aos de oprobio? Y
cmo podra abrigar esperanzas para los dems
quien no tiene deseos y esperanzas para s mismo
y, abandonado por todos, se deja estar? No eres
el nico desventurado, lamentablemente! Pero es-
ta consolidacin, no es un argumento de la envi-
dia secreta que cada hombre alimenta por la pros-
peridad ajena? La miseria de los otros no disminu-
166
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
[ ye la ma. Quin tiene tanta generosidad como
para asumir mis enfermedades? Tal vez tendra
ms coraje para soportarlas, pero, qu es el cora-
je que carece de fuerza? No es vil el hombre arras-
trado por la fuerza irresistible de un torrente, sino
quien, teniendo las fuerzas para salvarse, no las
luisa. No obstante, dnde est el sabio que pueda
juzgar nuestras fuerzas interiores? Quin puede
establecer normas para los efectos de las pasiones,
1segn los varios temperamentos y las incalculables
circunstancias, para poder afirmar: ste es un vil
porque sucumbe y aqul un hroe porque soporta?
Mientras, el amor por la vida es tan imperioso que
!
ms habr luchado el primero por no ceder, que el
segundo por soportar.
Y las deudas que tienes con la sociedad? Deu-
das? Acaso le debo el haberme sacado del libre
I regazo de la Naturaleza cuando yo no tena razn
ni libertad para consentirlo, y tampoco fuerzas pa-
ra oponerme, y el haberme educado en sus necesi-
dades y prejuicios? Lorenzo, perdname si insisto
I <mi este argumento, sobre el cual hemos disputado
mucho. No quiero apartarte de tu opinin, opuesta
a la ma; slo quiero iluminar mis propias dudas.
I Pensaras como yo si tuvieras mis llagas. Que el
Cielo te las ahorre! Contraje esas deudas espont-
neamente? Mi vida deber pagar, como un escla-
vo, los males que la sociedad me procura, slo
porque los llama beneficios? Pues bien, suponga-
I mos que sean beneficios: los gozo y los pago mien-
tras vivo; y en el sepulcro, de qu me servirn
<'sos beneficios en el sepulcro? Oh amigo mo! Ca-
da individuo es un enemigo nato de la sociedad.
Supon que todos los hombres tuvieran inters en
167
UGO FOSCOLO
abandonar la vida, crees acaso que no la aban-
donaran solamente por m? Si uno de mis actos
perjudica a la mayora, me castigan; pero yo no
puedo vengarme de sus actos, aunque me perju-
diquen muchsimo. Ellos pueden pretender que yo
sea hijo de la gran familia; pero yo, renunciando
a los bienes y a los deberes comunes, puedo decir-
les: "Soy un mundo en m mismo y quiero eman-
ciparme, porque me falta la felicidad que me ha-
bis prometido". Si yo, al separarme, no encuentro
mi parte de libertad, si los hombres me la han
quitado porque son ms fuertes, si me castigan
porque vuelvo a pedirla, no los libero de sus fa-
laces promesas y de mis impotentes querellas, bus-
cando la solucin bajo tierra? Ah!, Tantos filso-
fos han evangelizado sobre las virtudes humanas,
la probidad natural, la recproca benevolencia! Sin
quererlo, son apstoles de los astutos, y seducen a
las pocas almas ingenuas y ardientes que aman a
los hombres por la necesidad de ser amados; pero
siempre sern las vctimas, tardamente arrepenti-
das, de su leal credulidad.
Sin embargo, cuntas veces estos argumentos
de la razn encontraron cerradas las puertas de mi
corazn! Porque yo an espero consagrar mis tor-
mentos a la felicidad de los dems. Pero, en nom-
bre de Dios, escchame y respndeme! Para qu
vivo? Qu provecho constituyo para ti, huyendo
por estas montaas cavernosas? Qu honra aporto
a m patria y mis familiares? Con qu me honro
a m mismo? Qu diferencia hay entre esta so-
ledad y la tumba? La muerte es para m el fin de
mis desgracias y para ustedes la liberacin de la
ansiedad que les provoco. En lugar de continuas
169175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
angustias, les dara un solo dolor tremendo, pero
el ltimo, y tendran la seguridad de mi paz eter-
na. Nadie vuelve a comprar una vida desgraciada.
Todos los das pienso en la carga que represen-
to para mi madre desde hace meses: no s de dn-
de saca tantos recursos. Si regresara, encontrara
nuestra casa despojada de su antiguo esplendor.
Mucho antes de marcharme, ya empezaba a decli-
nar debido a las extorsiones pblicas y privadas, que
nunca acaban de abatirse sobre nosotros. A pesar
de todo, esta madre bienhechora no cesa nunca
de ayudarme. Encontr ms dinero en Miln, pero
esta afectuosa liberalidad amenguar las como-
didades que siempre la acompaaron. Desgracia-
damente, no fue feliz como esposa. Mi casa se sos-
tiene con su fortuna, pero empez a derrumbarse
por la prodigalidad de mi padre. Esto y su edad
hacen ms amargos mis pensamientos. Si supie-
ra! Todo es intil para su desventurado hijo. Si
pudiera ver en mi interior, si viera las tinieblas y
la consuncin de mi al ma... No se lo digas, Lo-
renzo. Pero qu vida es sta? Ah, s! An vivo.
La nica fuerza de mis das es una sorda espe-
ranza que los anima y a la cual, sin embargo, no-
quiero (pero tampoco puedo) dejar de escuchar; si
quiero desengaarla, se transforma en una infer-
nal desesperacin... Teresa, tu juramento pro-
nunciar mi sentencia, pero hasta tanto seas libre
(y de nuestro amor son rbitros todava las circuns-
tancias, el incierto porvenir y la muerte), siempre
sers ma. Te hablo, te miro v te abrazo y me pare-
ce que, aun de lejos, sientes mis besos y mis lgri-
mas. Pero cuando tu padre te haya ofrecido como
holocausto de reconciliacin sobre el altar de Dios,
UGO FOSCOLO
cuando tu llanto haya devuelto la paz a tu fami-
lia, entonces no ser yo sino la desesperacin quien
habr de aniquilar a este hombre y a sus pasiones.
Cmo podra apagarse, mientras vivo, mi amor?
Acaso su dulce esperanza no te seducir secreta-
mente mientras vivas? Pero entonces ya no ser
santa, y tampoco inocente. Yo no amar, cuando
sea de otro, a la mujer que ha sido ma. Amo in-
tensamente a Teresa, pero no a la esposa de Odo-
ardo. Ay de m! Tal vez, mientras yo escribo, ella
est en su cama. Lorenzo, ah Lorenzo! Este es el
demonio que ine persigue, me acosa, me oprime,
meembiste, ciega mi intelecto y detiene inclusive los
latidos de mi corazn, volvindome feroz y hacin-
dome desear que el mundo y yo acabemos definiti-
vamente. Acaso ustedes lloran por ese demonio
que da a da me deja un pual en la mano y me
persigue y me observa para asegurarse de que si-
go su camino? Da llegar en que me seale dn-
de debo herir? Acaso te enva la altsima venganza
del Cielo? De este modo, en mi furor y en mis su-
persticiones, me postro en el polvo e imploro ho-
rrendamente a Dios, al que no conozco y al que
alguna vez ador cndidamente, al que nunca ofen-
d y del que dudo siempre, pero al que temo y ado-
ro. Dnde buscar socorro? En m, no; en los hom-
bres, tampoco: he ensangrentado la Tierra y el Sol
es oscuro.
Por fin un poco de paz! Pero qu paz? Can-
sancio, sopor de muerte. Estuve vagando por estas
montaas. No hay rboles ni tugurios ni hierba.
Hay slo maleza, piedras speras y lvidas; muchas
cruces desparramadas, que marcan el lugar donde
fueron asesinados los viajeros. All abajo est el
170
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Roia, un torrente que en la poca del deshielo se
precipita desde las entraas de los Alpes y cort
en dos un gran trecho de esta inmensa montaa.
Hay un puente cerca de la orilla que une las dos
partes de la carretera. Me detuve en ese puente, y
hasta donde llega la mirada, mis ojos pudieron re-
correr dos diques de altsimas rocas y despeade-
ros cavernosos y sobre la masa de los Alpes divisa-
ron nuevas montaas cubiertas de nieve esfumndo-
se en el cielo. Desde esos Alpes abiertos cae y se
pasea la tramontana. Aqu la Naturaleza es solita-
ria y amenazadora y echa de su reino a todo lo que
vive.
Estos, oh Italia, son tus confines! Pero cada
da, y de todos lados, son cruzados por la pertinaz
avaricia de otras naciones. Dnde estn, pues, tus
hijos? No te falta nada, salvo la fuerza de la con-
cordia. Yo dara gloriosamente mi infeliz vida por
li. Pero qu pueden hacer mis brazos y mi des-
nuda voz? Dnde est el antiguo terror que infun-
da tu gloria? Infelices! Diariamente recordamos
la libertad y la gloria de nuestros antepasados que,
cuanto ms resplandecen, tanto ms revelan nues-
tra abyecta esclavitud. Mientras invocamos a aque-
llas magnnimas sombras, nuestros enemigos piso-
tean sus sepulcros. Tal vez llegar un da en que,
perdiendo los bienes, el intelecto y la voz, nos re-
ducirn a esclavos domsticos o nos vendern co-
mo a los pobres negros. Entonces veremos a nues-
tros patrones abrir las tumbas, desenterrar y es-
parcir al viento las cenizas de aquellos graneles.
para destruir inclusive su memoria, porque si hoy
nuestras glorias pasadas nos enorgullecen, va no
nos despiertan del aejo letargo.
101
UGO FOSCOLO
Esto es lo que grito cuando el nombre de Italia
hincha mi pecho de orgullo; pero en vano miro a
mi alrededor, ya no encuentro a mi patria; parece
que los hombres son los artfices de sus propias
desgracias y que las desgracias son causadas por
el orden universal y que el gnero humano sirVe or-
gullosa y ciegamente al destino. Nosotros argumen-
tamos sobre los eventos de unos pocos siglos, qu
valor tienen en el inmenso espacio del tiempo? Co-
mo las estaciones de nuestra vida mortal, parecen
llenos de extraordinarias vicisitudes, que por el con-
trario son efectos comunes y necesarios del todo.
El universo est en equilibrio. Las naciones se de-
voran entre s porque ninguna podra subsistir sin
los cadveres de las dems. Mirando a Italia desde
estos Alpes, lloro y me enfurezco e invoco ven-
ganza contra los invasores, pero mi voz se pierde
entre los bramidos todava vivos de los pueblos des-
aparecidos cuando los Romanos depredaban el mun-
do, y buscaban, ms all de mares y desiertos, nue-
vas imperios para destruir; cuando vigilaban a
los dioses de los vencidos, engrillaban prncipes y
pxreblos libres; finalmente, cuando ya no encontra-
ron nada que ensangrentar, apuntaron las armas
contra sus propias entraas. Del mismo modo los
hebreos degollaron a los pacficos habitantes de
Canan; y luego los Babilonios arrastraron a la
esclavitud a sacerdotes, madres e hijos del pueblo
de Jud. Del mismo modo Alejandro Magno des-
truy el imperio babilnico y, luego de quemar
grandes extensiones, se quejaba porque ya no le
quedaba otro universo para conquistar. Del mismo
modo los espartanos destruyeron tres veces a Mese-
nia y tres veces echaron a los mesenios que eran
172
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
tambin griegos y de la misma religin (pie ellos
y descendientes de los mismos antepasados. Del
mismo modo se mataron entre s los antiguos Ita-
liotas hasta que Roma se los trag. Pero pocos
siglos bastaron para que la reina del mundo se
transformara en presa de los Csares, los Nerones,
los Constantinos, los Vndalos y los Papas. Oh!
Cunto humo de humanas hogueras cubri el cie-
lo de las Amricas! Cunta sangre de innumera-
bles pueblos empuj el Ocano hasta nuestras cos-
tas, para contaminarlas! Pero algn da esa sangre
ser vengada y la pagarn los hijos de los europeos.
Cada nacin tiene su tiempo. Hoy domina; mien-
tras, madura su futura esclavitud; y los que antes
pagaban vilmente su tributo, un da lo impondrn
a hierro y fuego. La Tierra es una floresta de fie-
ras. Hambrunas, diluvios y pestes constituyen re-
cursos de la Naturaleza, como la esterilidad de un
campo prepara la abundancia del ao siguiente y
tal vez las desventuras de este planeta preparen la
prosperidad de otro.
Mientras tanto, nosotros llamamos pomposamen-
te virtud a los actos que sirven para la seguridad
le los que mandan y para el miedo de los que obe-
decen. Los gobiernos imponen la justicia, podran
imponerla si antes ellos mismos no la hubieran vio-
lado? El que ha expoliado por ambicin varias pro-
vincias, enva solamente a la horca a quien roba un
pi n que aliviar su hambre. De modo que, cuando
la fuerza ha hecho sucumbir los derechos de los
dems, para mantener luego sus propios derechos
engaa a los hombres con la apariencia de la jus-
ticia; hasta que otra fuerza la destruya. As son
el mundo y los hombres; mientras tanto y continua-
101
UGO FOSCOLO
mente surgen otros hombres osados: primeramente
escarnecidos por exaltados y a menudo decapita-
dos como malhechores; pero, si los ayuda la for-
tuna, que ellos creen que les pertenece, y que no
es ms que el prepotente fluir de las cosas, enton-
ces son obedecidos y temidos. Esta es la raza de los
hroes, de los caudillos y de los fundadores de na-
ciones, quienes, por exceso de orgullo y por la es-
tupidez del vulgo, creen haber llegado a la cima
por mritos personales y no comprenden que son
meras ruedas del tiempo. En el mundo, cuando una
revolucin est madura, hay necesariamente hom-
bres que la empiezan y que con sus cadveres for-
man el peldao para el trono de quien la realiza.
Y como la especie humana no encuentra en la tie-
rra ni felicidad ni justicia, crea dioses protectores
de los dbiles y busca un premio futuro a las l-
grimas del presente. En todos los siglos los dioses
vistieron las armas de los conquistadores; y opri-
men a las gentes con las pasiones, los furores y la
astucia de quien quiere reinar.
Lorenzo, sabes dnde vive an la verdadera vir-
tud? En nosotros, los dbiles y desventurados; en
nosotros, que habiendo experimentado todos los
errores y padecido todas las penas de la vida, sabe-
mos compadecer y ayudar. T, oh Compasin, eres
la nica virtud! Las dems son virtudes de la usura.
Pero mientras yo miro desde esta altura las locu-
ras y fatales desventuras de la humanidad, no
siento acaso todas las pasiones, las debilidades y
dolores constitutivos del hombre? No suspiro to-
dos los das por mi patria? No me digo a m mis-
mo, llorando: T tienes una madre y un amigo, t
amas, hay una turba de mseros que te quieren y
174
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
que tal vez esperan algo de ti ?... adonde huyes,
pues? Tambin en tierra extranjera te perseguirn
la perfidia de los hombres, los dolores y la muerte;
si te caes aqu, nadie tendr compasin de ti. No
obstante, sientes el placer de ser compadecido.
Abandonado por tocios, acaso no le pides ayuda
a Dios? No te escucha, pero en tus aflicciones, tu
corazn vuelve a dirigirse instintivamente a Dios.
Ve, entonces; arrodllate, pero ante el ara doms-
tica.
Oh Naturaleza! Nos necesitas y nos consideras
iguales a los gusanos y los insectos, que vemos hor-
miguear y multiplicarse sin que sepan para qu vi-
ven? T nos has dotado del funesto instinto de la
vida para que no nos derrumbemos bajo el peso de
las enfermedades y obedezcamos sin repugnancia a
todas tus leyes. Por qu ciarnos tambin este don
de la razn, ms funesto an? Nosotros tocamos
con la mano todas nuestras calamidades, e ignora-
mos siempre la manera de aliviarlas.
Por qu estoy huyendo? En qu lejanas tierras
voy a perderme? Dnde podr encontrar hombres
diferentes de los hombres? Acaso no presiento los
desastres, las enfermedades y la indigencia que me
esperan fuera de mi patria? Ah, no! Yo retornar
a ti, oh sagrada tierra que oste mis primeros ge-
midos, donde tantas veces descans mi cuerpo fa-
tigado, donde encontr mis escasos placeres en el
anonimato y en la paz y donde he llorado de dolor.
Si no puedo esperar ms que el sueo eterno de
la muerte, tocio se vuelve triste para m ... Slo
vosotras, mis selvas, escucharis mi ltimo lamen-
to y cubriris con vuestra pacfica sombra mi fro
cadver. Me llorarn los infelices compaeros de
175-
'UGO FOSCOLO
infortunio y, si las pasiones viven an despus del
sepulcro, mi espritu doloroso ser consolado por
los suspiros de aquella celestial muchacha, que yo
cre nacida para m y que los intereses de los hom-
bres y mi feroz destino me han arrebatado.
Alejandra, 29 de febrero.
De Niza, en lugar de ir a Francia, me he diri-
gido al Monferrato. Esta noche dormir en Pla-
eencia. El prximo jueves te escribir desde Rmini.
Entonces te explicar. Por ahora, adis.
^ \ Rmini, 5 de marzo
Todas las cosas huyen de m. Vine aqu, ansio-
samente, para volver a ver a Bertela
50
; ha muerto.
Estoy enterado: Teresa se cas. T te callas pa-
ra no herirme, pero el enfermo gime mientras lucha
con la muerte, no cuando est vencido. Mejor as,
ya que todo est decidido: ahora tambin yo es-
toy tranquilo, terriblemente tranquilo. Adis. Roma
est siempre en mi corazn.
Por el siguiente fragmento, que tiene la misma
fecha de la carta, se colige que Jacobo haba deci-
dido morir. Muchos otros fragmentos, tambin en-
50 Aurelio di Ciorgi Bertola, de Rmini (1753-1798),
autor de poemas campestres. (Nota del Autor.)
176
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
contrados entre sus papeles, constitmjen al parecer
los ltimos pensamientos que reforzaron su decisin;
los intercalo segn la fecha que llevan escrita.
Veo la meta: desde hace mucho tiempo todo
est decidido en mi corazn: el modo, el lugar y
el da no estn lejos.
Qu significacin tiene la vida para m? El tiem-
po devor mis momentos de felicidad: yo no co-
nozco la vida ms que a travs del sentimiento
del dolor: ahora tambin la ilusin me abandona.
Medito mi pasado, pienso en los das que me es-
peran y slo veo la nada. Los aos que apenas al-
canz mi juventud, cmo pasaron lentos, entre
temores, esperanzas, deseos, engaos y aburri-
mientos! Y si busco qu me dejaron en herencia, no
encuentro ms que el recuerdo de pocos placeres,
ya olvidados, y un mar de calamidades que aterran
mi coraje porque me hacen temer peores desastres.
Si la vida es dolor, qu se puede esperar? Est la
nada, est la esperanza de una vida diferente. Todo
est decidido. No me odio desesperadamente a m
mismo, ni odio a los que viven. Hace mucho que
busco la paz, y la razn me seala la tumba. Cun-
tas veces, hundido en la meditacin de mis des-
venturas, he desesperado de m mismo! La idea de
la muerte disipaba mi tristeza y yo sonrea ante la
esperanza de dejar de vivir.
Estoy tranquilo, imperturbablemente tranquilo.
Mis ilusiones se han desvanecido, mis deseos estn
muertos; esperanzas y temores han dejado mi men-
te en libertad. Ningn fantasma, alegre o triste,
177
'UGO FOSCOLO
confunde mi imaginacin; ninguna vana argumen-
tacin adula mi mente: todo es calma. Arrepenti-
miento por el pasado, aburrimiento por el presente,
temores por el futuro: esto es la vida. Slo la muer-
te, que realiza la sagrada mutacin de las cosas,
promete paz.
Desde Ravvila iw me escribi, pero del siguien-
tefragmento sededuce que l estuvo all durante esa
misma semana
51
.
No como un temerario sino con nimo reflexivo
y seguro. Cuntas tempestades antes que la muer-
te pudiese hablar tan pacatamente conmigo y yo
tan calmo con ella!
Sobre tu urna, oh padre Dante! Abrazndola, se
ha fortalecido ms mi deliberacin. Me has visto?
Tal vez t le inspiraste la fuerza a mi razn y a mi
sentimiento; mientras, arrodillado, con la frente apo-
yada sobre el mrmol de tu tumba, yo meditaba
acerca de tu elevado espritu, tu amor, la ingratitud
de tu patria, tu exilio, tu pobreza y tu mente divina.
Me he alejado de tu sombra ms decidido y con-
tento.
51 deduccin fue sacada de la referencia a la tum-
ba de Dante, que est en Ravena.
178
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
El da 13 de marzo, mientras amaneca, desmon-
t en las colinas Euganeas ij envi a Miguel a Ve-
necia, echndose a dormir con las botas puestas.
Yo estaba con la madre de Jacobo cuando ella vio,
antes que yo, al muchacho y le pregunt asustada:
Y mi hijo? La carta fechada en Alejandra no ha-
ba llegado an y Jacobo se adelant tambin a la
de Rmini. Nosotros suponamos que ya estaba en
Francia, por eso el inesperado regreso de Miguel
nos hizo presentir malas noticias. El nos dijo: "El
seor est en el campo, no pudo escribir porque he-
mos viajado durante toda la noche. Cuando mon-
t a caballo para venir ya estaba dormido. Vengo
a anunciarle que partiremos, si no recuerdo mal,
a Roma.. s, ahora recuerdo, iremos a Roma v lue-
E*o a Ancona, donde nos embarcaremos. Por lo de-
ms, est bien; hace casi una semana que se lo ve
ms aliviado. Me dijo que antes de partir vendr
a saludar a la seora. Me envi para avisarle: es-
tar aqu pasado maana, tal vez maana". El cria-
do pareca contento, pero su discurso, aleo confu-
so, aument nuestras aprensiones, aue slo se cal-
maron al da siguiente, cuando Jacolro escribi que
se embarcara para las Islas, que haban sido dr
Veneciay que, temiendo no volt yer jams, ven-
dra a despedirse y a recibir la bendicin de su ma-
dre. Esta carta se ha perdido.
El da de, la llegada a las colinas Euganeas se
despert cuatro horas antes del anochecer u pa-
seando lleg hasta la iglesia. Volvi, se mud de
52 Las Islas Inicas, pegadas a la costa griega y cedidas
a Francia con el tratado de Campoformio; en una de ellas,
Zante, naci Foscolo.
179
UGO FOSCOLO
ropa, y fue a la casa de los.. . Por un criado se
enter que seis das antes haban regresado de
Padua y que estaban por volver de un paseo. Casi
era de noche e iba a retornar a su casa; pero, des-
jnus de dar algunos pasos, vio a Teresa que lleva-
ba a Isabelita de la mano, seguida de su padre y
Odoardo. Jacobo Itivo un estremecimiento y se
acerc con perplejidad. Teresa, al verlo, grit: Dios
mo! y casi desmayada se apoy en el brazo de su
padre. Apenas estuvo cerca, y todos lo reconocie-
ron, ella no le dirigi la palabra; el seor T... le
tendi la mano con desgano y Odoardo lo salud
muy secamente. Slo Isabelita se ech en sus bra-
zos. El la alz y ella lo bes, lo llam por su nom-
bre y llam a Teresa. El, acompandolos, con-
vers en voz baja con la nenita. Nadie ms habl,
slo Odoardo le pregunt si iba a Venecia. "Den-
tro de tinos das" le dijo. En la puerta se despi-
di.
Miguel rehus quedarse a descansar en Vene-
cia para no dejar solo a su patrn. A la una de
la maana regres a las colinas Euganeas. En-
contr a Jacolx) en el escritorio, revisando sus
papeles. Quem muchsimos de ellos, otros los de-
j caer en pedazos debajo del escritorio. El mu-
chacho fue a acostarse, encargando al hortelano que
atendiera, y diera de comer a Jacobo, que no ha-
ba probado bocado en tocio el da. Un rato des-
pus le sirvieron parte de su cena y l comi sin
dejar de revisar sus papeles. No los revis todos;
por momentos, se pasealm por la habitacin. Lue-
go se puso a leer. El hortelano, que lo observaba,
me dijo que hacia el fin de la noche abri las ven-
tanas y permaneci largo rato mirando en la oscu-
180
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ridad. Luego escribi los dos fragmentos que si-
fuen, en la misma hoja, en el frente y al dorso.
Vamos: constancia. He aqu un brasero cente-
lleante de carbones. Pon tu mano adentro: que-
ma tu carne viva; cuidado: no te envilezcas con
un solo gemido. Con qu fin? Con qu fin de-
bo mostrar un herosmo que no me sirve?
Es ele noche, tarde, noche perfecta. Para qu
estoy velando inmvil sobre este libro? Slo apren-
d la ciencia de ostentar cordura cuando las pasio-
nes no tiranizan el alma. Los preceptos son como
los remedios: intiles cuando la enfermedad ha ven-
cido la resistencia de la naturaleza.
Algunos sabios se jactan de haber domado pa-
siones contra las cuales nunca lucharon; ste es el
origen del orgullo. Amable lucero! Ests llamean-
do desde el Oriente y envas tus rayos a mis ojos
los ltimos!. Quin lo hubiera dicho hace seis
meses, cuando aparecas antes que los otros plane-
tas para alegrar la noche y recibir nuestros saludos?
Si por lo menos amaneciera! Tal vez Teresa, en
este mismo momento, se acuerda de m. Conso-
lador pensamiento! Oh, cmo la felicidad de ser
amado suaviza cualquier dolor!
Ay, nocturno delirio! Vete, ya empiezas a se-
181
UGO FOSCOLO
ducirme; ya no es tu estacin: ine he desengaa-
do a m mismo; slo me queda ima salida.
A la maana siguiente mand pedir una Biblia a
Odoardo, que no la tena; la hizo pedir al prroco y
la recibi. Se encerr en su habitacin. A medio-
da sali para despachar la carta que sigue y vol-
vi a encerrarse.
f\ j Q ^
marZ(K
Lorenzo, hace meses que llevo clavado en mi co-
razn un secreto; pero est prxima la hora de mi
partida y ha llegado el momento de depositarlo en
tu pecho.
Este amigo tuyo siempre tiene delante de s un
cadver. Hice todo lo que deba y desde ese da
una familia es menos pobre, pero acaso el padre
de esa familia ha resucitado?
En uno de mis das de terrible dolor, hace diez
meses, cabalgando me alej unas diez millas. Atar-
deca y el cielo se cubra de nubes. Me apresur
a regresar: el caballo devoraba el camino y sin em-
bargo mis espuelas lo ensangrentaban; solt las bri-
das, deseando que se derrumbase y nos enterrse-
mos juntos. Entrando en una alameda angosta, lar-
ga y tupida de rboles, vi a una persona; tens las
bridas, pero el caballo se irrit ms y corri con
mayor mpetu. Qudate a la izquierda grit, a
la izquierda! Aquel desgraciado me oy y se ech
a la izquierda; pero al or el galope y creyendo ver
al caballo encima de s en la angosta alameda, asus-
tado corri a la derecha y el caballo lo embisti, lo
182
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACORO ORTI S
derrumb y le quebr el crneo con los cascos. El
animal, por el violento choque, rod y me derrib
de la silla. Por qu sal vivo e ileso? Corr hacia el
lugar de donde provena un lamento: el hombre
estaba agonizando boca abajo; en un charco de
sangre. Lo sacud: ya no tena voz ni senta nada.
Muri unos minutos despus. Volv a casa. Aquella
noche la Naturaleza se desat, el granizo asol los
campos, los rayos quemaron muchos rboles y el
viento derrumb una capilla. Sal para hundirme
en la noche, en la montaa, con el traje y el alma
ensangrentados, buscando en ese infierno el casti-
go que mereca mi culpa. Qu noche! Crees aca-
so que aquel terrible espectro me ha abandonado
alguna vez? A la maana siguiente se habl mu-
cho del asunto: encontraron el cuerpo en la alame-
da, pero media milla ms lejos, debajo de un mon-
tn de piedras y entre dos castaos cados y cru-
zados en el camino. La lluvia, que haba cado
hasta el alba y bajado de las cimas como un to-
rrente, los arrastr junto con esas piedras; tena la
cara y el cuerpo desgarrados. Fue identificado por
los gritos de su mujer, que lo buscaba. Nadie fue
culpado. Pero en mi interior me acusaban las ben-
diciones de esa viuda, porque enseguida me ocu-
p de colocar a su hija en casa del sobrino del co-
lono y le asign una suma al hijo para hacerse cu-
ra. Anoche vinieron una vez ms para darme las
gracias, afirmando que yo los liber de la miseria
en que languidecan. Ah! Hay tantos desventu-
rados como ustedes, pero tienen un marido y un
padre que los consuela con su amor y que ellos
no cambiaran por todo el oro del mundo. Pe-
ro ustedes!
183
UGO FOSCOLO
As, Jos hombres nacen para destruirse mutua-
mente.
Los labriegos evitan aquella alameda y, regre-
sando del trabajo, cruzan los prados. Dicen que por
la noche se oyen los espritus, que el pjaro del
mal agero se posa en aquellos rboles y que des-
pus de la media noche echa tres gritos a la som-
bra muerta que a veces pasa por all. Yo no me
atrevo a desengaarlos, ni a rerme de esas supers-
ticiones. T debers revelarlo todo despus de mi
muerte. El viaje tiene riesgos, mi salud es dudosa,
no puedo irme con este remordimiento sepultado
dentro de m. Esos dos hijos y esa viuda, cualquiera
sea el apuro que tengan, sean sagrados en mi casa.
Adis.
En la Biblia, muchos das despus, fueron halla-
dos, traducidos, llenos de tachaduras y casi ilegi-
bls, algunos versos del lilrro de Job y del Eclesias-
ts.
A las cuatro de la tarde fue a la casa de los T....
Teresa estaba sola en el jardn. Su padre lo reci-
bi con mucha afabilidad. Odoardo se fue a leer
un libro cerca del balcn, despus tom otro y
con ste se retir a su habitacin. Entonces Jaco-
bo tom el primer libro, que Odoardo haba de-
jado abierto (era el cuarto tomo de las tragedias
de Alfieri), hoje una o dos pginas, luego ley
en voz alta:
Chi siete voi?... Chi d'aura aperta e pura
qui favell?... Questa? caligin densa,
tenebre sono; ombra di morte... Oh, mira!
Pi mi ti accosta; il vedi? il Sol d'intorno
185175-
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S-
cinto ha di sangue ghirlanda funesta...
Odi tu canto di sinistri augelli?
Lugubre un pianto sull'acre si spande
che me percote, e a lacrimar mi sforza...
Ma che? Voi pur, voi pur piangete?...
53
El padre de Teresa, mirndolo, le dijo: "Oh hi-
jo mo!" Jacobo sigui leyendo en voz baja; abri
el libro al azar, luego, dejndolo, exclam:
Non diedi a voi per anco
del mio coraggio prova: ei pur fia pari
al dolor mo
5
*.
En ese momento volvi Odoardo, y le oy decir
tan eficazmente los versos que se qued pensati-
vo en la puerta. Despus, el seor T... me dijo que
en ese momento le pareci ver la muerte en la ca-
ra de nuestro infeliz amigo y que en esos das to-
53 Los versos citados pertenecen a la Escena IV, del
Acto III del Sal de V. Alfieri:
Y quines sois vosotros?.. . Quin habl
de aire abierto y puro aqu? Calgine
densa, tinieblas son, sombra de muerte. . .
Oh, mira! Ven aqu: ves? El sol tiene
una funesta guirnalda de sangre.
No oyes el canto de siniestros pjaros?
Lgubre llanto se expande en el aire
que me golpea y me hace llorar.
Y qu? Tambin... tambin lloris vosotros?
54 Los versos citados pertenecen a la Escena IV del
Acto Acto IV de Sofonisba, tambin de V. Alfieri:
An no os he dado
ninguna prueba de coraje: igual
sea a mi dolor.
'UGO FOSCOLO
das sus palabras inspiraban reverenda y piedad.
Hablaron de su viaje y cuando Odoardo le pregunto
si tardara mucho en regresar, l le contest: "S;
casi jurara que no volveremos a vernos!". "Nun-
ca ms? lepregunt el seor T... muy afligido.
Entonces Jacobo, para tranquilizarlo, lo mir en la
cara alegre y serenamente. Despus de un breve si-
lencio, sonriendo le cit estos versos de Petrarca:
Non so; ma forse
tu starai in terra senza, me gran tempo
55
.
Volvi a su casa al atardecer y se encerr en la
habitacin. Apareci a la maana siguiente, pero
muy tarde. Transcribo a continuacin algunos frag-
mentos, aunque no pueda precisar con exactitud la
hora en que fueron escritos.
Cobarda? Vamos! T, que ests gritando co-
barda, no eres acaso uno de esos innumerables
holgazanes que miran sus propias cadenas y no
osan llorar y besan la mano que los azota? Qu
es el hombre? El coraje domin siempre en el uni-
verso, porque todo es debilidad y miedo.
T me acusas de cobarda y mientras tanto ven-
des tu alma y tu honra.
55 Cfr. Petrarca, Triunfo de la muerte, II, v. 189| 90;
No s, tal ves en la tierra
te quedars sin m por mucho tiempo..
186
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Ven; mrame agonizar en mi propia sangre. No
tiemblas? Quin es pues el cobarde? Pero quta-
me del pecho este cuchillo, empalo y di a ti mis-
mo: Tendr que vivir eternamente? Dolor sumo,
fuerte, pero breve y generoso. Quin lo sabe! tal
vez la suerte te prepare una muerte ms dolorosa
e infame. Confiesa. Ahora que apimtas esa arma,
deliberadamente, contra tu corazn, no te sientes
capaz de las empresas ms altas? No te ves a ti
mismo libre y patrn de tus tiranos?
Medianoche.
Contemplo los campos. Mira qu noche serena y
pacfica! La Luna surge detrs de la montaa. Oh
Luna! Amiga Luna, ests enviando ahora al ros-
tro de Teresa un pattico rayo, igual al que ests
difundiendo en mi alma? Siempre te salud mientras
aparecas para consolar la muda soledad de la tie-
rra. Muchas veces, saliendo de la casa de Teresa,
habl contigo; y has sido testigo de mis delirios.
Estos ojos llenos de lgrimas te acompaaron a me-
nudo hasta el regaza de las nubes que te oculta-
ban y te buscaron en las noches ciegas deluz. Rena-
cers, renacers cada vez ms bella, pero tu ami-
go caer, cadver deforme v abandonado, y no re-
surgir ms. Allora te suplico un ltimo favor:
cuando Teresa me busque entre los cipreses y los
pinos de la montaa, ilumina con tus rayos mi se-
pultura.
187
UGO FOSCOLO
Hermoso amanecer! Haca mucho que no me le-
vantaba despus de un sueo muy tranquilo y que
no vea una maana tan brillante! Mis ojos estaban
siempre llenos de llanto; mis pensamientos hundi-
dos en las tinieblas y mi alma nadando en el dolor.
Resplandece, vamos, resplandece, oh Naturale-
za! Consuela las cuitas de los mortales. Para m no
resplandecers ms. Conozco toda tu belleza y te
he adorado y me he alimentado de tu alegra; y
mientras te vi bella y benfica, me dijiste con voz
divina: Vive. Pero en mi desesperacin te vi con
las manos goteando sangre y la fragancia de tus
flores me impregn devenenos. Tus frutos son amar-
gos. Me pareciste devoradora de tus hijos, atrayn-
dolos al dolor con tu belleza y tus dones.
Ser, pues, ingrato contigo? Dilatar mi vida
{jara verte tan terrible y blasfemarte? No, no!
Transformndote y cegndome con tu luz, acaso
no me abandonas y me ordenas que te abandone?
Ah! Te miro v suspiro; pero an te cortejo por el
recuerdo de las pasadas dulzuras, por la certeza
de que ya no deber tener ms miedo de ti y por-
que estoy a punto de perderte. Sin embargo, no
creo que, huyendo de la vida, me rebele contra ti.
Vida y muerte son por igual tus leyes; mejor an:
al nacer concedes un solo camino; al morir, mil.
Si no nos imputas la enfermedad que nos mata,
quieres imputarnos las pasiones que tienen los
mismos efectos y el mismo origen, porque provienen
de ti y no podran oprimirnos si no hubieran reci-
bido tu fuerza? Ni siquiera han prefijado la misma
edad para todos. Los hombres estn obligados a na-
cer, a vivir y a morir: stas son tus leyes; qu
revela el tiempo y el modo?
188
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Nada te quito de lo que me has dado. Mi cuer-
po, esta parte infinitesimal, ser unido a ti para
siempre, con otra forma. Mi alma, si ha de morir
conmigo, se modificar conmigo en la inmensa ma-
sa de todas las cosas; y si es inmortal, su esencia
quedar ilesa.
Oh! por qu sigo adulando a mi razn? No oi-
go la voz solemne de la Naturaleza? Yo te hice na-
cer a fin de que t, aspirando a tu propia felicidad,
coadyuvaras a la felicidad universal; en consecuen-
cia, por instinto, te hago amar la vida y temerle a
la muerte. Pero si el dolor supera al instinto, qu
puedes hacer sino correr por los caminos que te alla-
no para que huyas de tus males? Qu agradeci-
miento te obliga conmigo, si la vida que te di como
un beneficio se te transforma en dolor?
Qu arrogancia! Creerme necesario! Mis aos,
en el infinito espacio del tiempo, representan un
instante imperceptible. Hay ros de sangre que
arrastran con sus olas humeantes montones de ca-
dveres humanos y recientes: y estos millones de
hombres son sacrificados por un millar de prticas
de territorio y por medio siglo de fama que dos
conquistadores se disputan disponiendo de la volun-
tad de los pueblos. Tendr miedo de inmolar en
m mismo estos pocos y dolorosos das que tal vez
me sern arrebatados por la persecucin de los
hombres, o contaminados por la culpa?
Busqu casi religiosamente todos los vestigios de
las ltimas horas de mi amigo y con igual senti-
miento escribo todo lo que pude saber; no obstante,
oh lector, slo te digo lo que vi o que me fue rela-
tado por quien lo vio. A pesar ele mis indagaciones.
189
'UGO FOSCOLO
no pude averiguar cmo pas los das 16, 17 y 18
de marzo. Fue algunas veces a casa de los T...,
pero nunca se qued mucho tiempo. En esos das
sala antes que aclarase, regresaba muy tarde, ce-
naba sin hablar y Miguel me asegura que pasaba
las noches durmiendo.
La carta que sigue no tiene fecha, pero fue escri-
ta el da 19.
Me equivoco o Teresa me huye? Ella, ella me
evita! Todos; y Odoardo est siempre a su lado.
Quisiera verla una sola vez ms; si no, ya me ha-
bra marchado. Tambin t me apresuras cada vezr
ms! Me habra marchado si con mis lgrimas hu-
biera podido rociar su mano una sola vez. Qu si-
lencio en esa familia! AI subir la escalera, temo
encontrarme con Odoardo. Cuando habla conmigo,
nunca nombra a Teresa. Tampoco tiene discrecin
conmigo: siempre me pregunta (lo acaba de hacer)
cundo y cmo me marchar. Me alej sbitamen-
te de l, porque me pareca que se sonrea con ma-
lignidad y me fui temblando de ira.
Vuelve a asustarme aquella terrible verdad que
descubr con horror y que luego me habitu a acep-
tar con resignacin: todos somos enemigos. Si uno-
pudiera adivinar los pensamientos de cualquiera
se dara cuenta de cmo la gente trata de alejar a
todos de su propio bien para aduearse del bien
ajeno. Lorenzo, empiezo a dudar de nuevo; pero
es conveniente prepararse y dejarlos en paz.
P. S. Acabo de ver a aquella mujer decrpita de
190
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
la cual creo ya te habl. La pobre vive toda-
va! Sola, a menudo abandonada por todos, por-
que se cansan de ayudarla, vive an; pero desde
hace mucho todos sus sentidos estn empeados en
la horrorosa batalla contra la muerte.
Siguen dos fragmentos, tal vez escritos esa mis-
ma noche, que parecen ser los ltimos.
Arranquemos la mscara a esta larva que quiere
asustarme. He visto a los nios horrorizarse y asus-
tarse ante el semblante demudado de su nodri-
za. Oh muerte! Te miro y te interrogo: no nos tur-
lian las cosas, sino su apariencia; innumerables hom-
bres, que no osan llamarte, te enfrentan atrevida-
mente. Tambin t eres un elemento necesario de
la Naturaleza; para m se ha desvanecido tu horror,
ya me pareces igual al sueo que nos repone del
trabajo.
He aqu la espalda de aquel estril peasco que
les roba el rayo fecundador del Sol a los valles de
abajo. Para qu me detengo? Si debo cooperar
con la felicidad de los dems, en realidad la estoy
turbando; si debo consumar la parte de calamida-
des asignadas a cada hombre, en veinticuatro aos
he vaciado una copa que habra bastado para una
vida largusima. Y la esperanza? Qu importan-
cia tiene? Conozco acaso el porvenir, para con-
fiarle mis das? Ay! Esta fatal ignorancia acaricia
191
'UGO FOSCOLO
nuestras pasiones y alimenta la infelicidad del hom-
bre.
El tiempo vuela y con el tiempo perd en el dolor
la parte de vida que dos meses atrs me pareca
consoladora. Esta llaga, al envejecer, se ha vuelto
naturaleza: la siento en mi corazn, en mi cere-
bro, en todo mi ser: sangra y suspira como si estu-
viera recin abierta. Basta, Teresa, basta. No ves
en m a un enfermo que se arrastra lentamente ha-
cia la tumba, entre la desesperacin y los tormen-
tos, y que no sabe prevenir con un solo golpe los
desgarramientos de su inevitable destino?
Pruebo la punta de este pual: lo aprieto y son-
ro: aqu, en el medio de este corazn palpitante,
y todo ser consumado. Llevo siempre delante de
mis ojos este hierro! Quin, quin se atreve a
amarte, Teresa? Quin os arrebatarme? Huye,
Odoardo, no te acerques!
Oh! Me froto las manos para lavar las manchas
de su sangre; las huelo como si humeasen por el
delito. En tanto estn inmaculadas y listas a qui-
tarme del peligro de vivir un da ms, un solo da
ms. Un momento, oh desventurado! viviras de-
masiado.
20 de marzo, al atardecer.
Yo era fuerte, pero ste ha sido el golpe que
casi quiebra mi firmeza. Sin embargo, la decisin
192
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ha sido tomada. Pero t, Dios mo, que miras has-
ta lo ms profundo, t sabes que este sacrificio
es ms que un sacrificio de sangre.
Lorenzo, ella estaba con su hermanita y pareca
querer evitarme; despus se sent e Isabelita, muy
compungida, se sent sobre sus rodillas. 'Teresa"
le dije, tomndole la mano; ella me mir y la ni-
a, pasando su braeito por el cuello de Teresa y
levantando la cara, le dijo en voz baja: "Jacobo no
me quiere ms". Yo la o. "Claro que te quiero!"
e inclinndome y abrazndola le repet: "Te quie-
ro, te quiero tiernamente, pero pronto no nos vere-
mos ms". Ol, hermano mo! Teresa me observ
aterrada, apret a Isabelita y sigui mirndome.
"T nos dejars me dijo y esta nia ser la com-
paera de mis das y el alivio de mis cuitas; le ha-
blar siempre de su amigo y le ensear a llorarte
y a bendecirte". Dicindolo, me pareci que su
alma estaba confortada por al guna esperanza. Las
lgrimas llovan de sus ojos. Te estoy escribiendo
con la mano an tibia de su llanto. "Adis aa-
di. adis, pero no eternamente, verdad? Cum-
plo mi promesa, adis, vete, huye, lleva contigo el
recuerdo de esta desventurada; toma, est moja-
do por mis lgrimas y por las de mi madre". Haba
sacado del pecho su retrato y con sus propias ma-
nos me lo colg del cuello. Lo met enseguida
dentro de mi pecho; tend los brazos, la apret
contra mi corazn, mientras sus suspiros consola-
ban mis labios quemados y casi mi boca; pero la
palidez de la muerte oscureci su rostro, me re-
chaz, sent el fro de sus manos. Temblando y con
ahogada y lnguida voz me dijo: "Ten piedad!
Adis!", y se dej caer en el sof. Entr su padre
193
UGO FOSCOLO
y nuestro msero estado tal vez haya envenenado
sus remordimientos.
Aquella noche retorn a su casa tan consternado
que Miguel sospech algn grave accidente. Si-
gui el examen de sus papeles y quem muchos sin
siquiera mirarlos. Antes de la Revolucin haba
escrito un ensayo sobre el Gobierno Vneto en es-
tilo arcaico, y que tenia por epgrafe el dicho de
Lucano. Jusque datum sceleri
56
. Una noche del ao
anterior le halna ledo a Teresa la historia de Lau-
rita. Despus, Teresa me dijo que los pensamientos
sueltos qu\ e l me envi junto con la carta del 29
de abril no constituan el comienzo, sino que esta-
ban desparramados en esa pequea obra, que ya
haba terminado y en la que narraba fielmente los
casos de Laurita, usando un estilo menos apao-
nado. No perdon ninguno de sus escritos. Lea po-
qusimos libros, pensaba mucho y hua de impro-
viso del tumulto bullicioso del mundo a la soledad;
escriba, pues, para desahogarse. A m me queda un
Plutarco, lleno de apostillas y cuadernillos intercala-
dos, donde escribi algunos discursos, uno de ellos
muy largo sobre la muerte de Nicias
57
y un Tcito
bodoniano, con muchos pasos ( entre otros, el libro
segundo de los Anales y gran parte del .segundo de
las Historias V traducidos esmeradamente por l, y
copiados en los mrgenes con paciencia y letra muy
pequea. Los fragmentos, arriba transcriptos, los
56 La expresin latina pertenece a Lucano: Entregado
hasta el crimen.
57 Nicias, general ateniense que mand la expedicin
a Sicilia; vencido, fue condenado a muerte por los Siracu-
sanos en el ao 413 a. de J. C.
194
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
eleg de las hojas que rompi y tir debajo del es-
critorio, considerndolos intiles. Las fechas que
les coloqu son slo probables. Pero el corto frag-
mento que sigue, que no s si le pertenece en
cuanto a las ideas, pero s le pertenece por el esti-
lo, l lo escribi de su puo y letra al pie de las
Mximas de Marco Aurelio, con fecha 3 de marzo
de 1794 y despus en el ejemplar del Tcito bo-
doniano con fecha l
9
de enero de 1797: debajo
de esta fecha hay otra; la del 20 de marzo de
1799, es decir: cinco das antes de su muerte. He-
lo aqu:
Yo no s por qu vine al mundo, ni cmo, ni qu
es el mundo, ni qu soy yo. Si intento investigar-
lo, acabo confundido por una ignorancia cada vez
ms espantosa. No s qu son mi cuerpo, mis sen-
tidos, mi alma; y esta parte de m que piensa lo
que yo escribo y que medita sobre todas las cosas
y sobre m mismo nunca podr ser conocida. En
vano intento medir con mi mente los inmensos es-
pacios del universo que me rodea. Me descubro pe-
gado a un rincn de un espacio incomprensible, sin
saber por qu estoy aqu y no en otro lugar; o por
qu este breve tiempo que es mi existencia perte-
nece a este momento de la eternidad y no a uno de
los que le han precedido o le seguirn. Yo no veo a
mi alrededor ms que infinitos que me absorben
como un tomo.
Una vez que hubo revisado sus papeles aquella
moche del 20 de marzo, orden al hortelano y a
195
UGO FOSCOLO
Miguel que los tiraran, luego les pidi que fueran
a dormir. Parece que permaneci despierto durante
toda la noche, porque fue entonces cuando escribi
la carta anterior; al amanecer llam al muchacho
y le orden Imscar una estafeta para Venecia. Lue-
go se acost vestido, pero por muy poco tiempo:
un labriego afirma haberlo visto a las ocho en la
carretera que lleva a Arqu. Antes de medioda es-
taba de nuevo en su habitacin. Miguel le avil que
la estafeta esperalw: lo encontr sentado, inmvil
y hundido en la tristeza. Se levant, se acerc a la
ventana y de pie escribi al final de la misma carta
con caracteres casi ilegibles:
Ir de todos modos... si pudiera escribirle; que-
rra hacerl o... pero, de hacerlo, no tendra el ni-
mo de i r... Dile que ir, que ver a su hijo; no le
digas ms, nada ms; no desgarres ms sus entra-
as. Debera indicarte cmo tratarla y consolarla
en el porvenir, pero mis labios estn quemados, mi
pecho ahogado por la amargura... Ni siquiera lo-
gro suspirar!... Tengo un nudo en la garganta...
una mano estruja mi corazn. Lorenzo, qu ms
puedo decirte? Soy humano. Dios mo, concdeme
tambin hoy el alivio de las lgrimas.
Lacr la hoja y la entreg sin ninguna indicacin
externa. Se qued mirando el cielo, luego de un ra-
196
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
io se sent con los brazos cruzados y la frente apo-
yada sobre el escritorio. El criado le pregunt mu-
chas veces si necesitaba algo; le contestaba negati-
vamente con la cabeza. Ese da comenz la carta que
sigue, dirigida a Teresa.
Mircoles, a las cinco.
Resgnate a la voluntad del cielo, encontrars un
poco de felicidad en la paz domstica y en la con-
cordia con el marido que la suerte te design. Tu
padrees generoso y vive en la infelicidad, debes ha-
cer cualquier cosa para que vuelva a reunirse con tu
madre, la cual, en la soledad y el llanto, tal vez te
invoque solamente a ti; tienes el deber de conservar
tu buen nombre. Y o... slo muriendo encontra-
r la paz y la dejar en tu casa, pero t, pobrecita!
Hace varios das que quiero escribirte, sin lograr-
lo. Oh sumo Dios! Veo que no me abandonas en
la hora suprema: esta fuerza es el mayor de tus
dones. Morir apenas reciba la bendicin de mi
madre y el ltimo abrazo de mi amigo. El resti-
tuir a tu padre tus cartas, entrgale a l las mas:
sern testigos de la santidad de nuestro amor. No,
querida joven, t eres la causa de mi muerte. Mis
pasiones desesperadas, las desventuras de las per-
sonas ms necesarias a mi vida, los delitos huma-
nos, la seguridad de mi perpetua esclavitud y del
perpetuo oprobio de mi patria vendida, en suma,
197
UGO FOSCOLO
todo estaba escrito desde hace mucho tiempo. T,,
mujer angelical, slo podas exacerbar mi destino,
pero nunca aplacarlo. En ti vi el consuelo a todos
mis males y por eso me atrev a cultivar mis ilusio-
nes; como por una irresistible fuerza me has co-
rrespondido, mi corazn crey que eras enteramen-
te ma. Me has amado, me amas y ahora que te
pierdo, ahora llamo a la muerte en mi ayuda. Su-
plcale a tu padre: que piense en m, no para que
se aflija sino para mitigar tu dolor con su compa-
sin y para que nunca olvide que tiene otra hija.
T, verdadera amiga de este desventurado, no
me olvides nunca. Relee siempre estas ltimas pa-
labras mas, que, puedo afirmarlo, escribo con la
sangre de mi corazn. Tal vez mi recuerdo te pre-
serve de las desgracias del vicio. Tu belleza, tu ju-
ventud y el esplendor de tu fortuna sern acicates
para quienes traten de contaminar la inocencia a
la cual sacrificaste tu primera y ms querida pa-
sin, esa desgraciada pasin que sin embargo su-
po ser el pao de lgrimas de tus tormentos. Todas
las lisonjas del mundo se conjugarn para que pier-
das la estima de ti misma y te confundas con las
mujeres que, habiendo perdido el pudor, comercian
con el amor y la amistad, y ostentan como triunfo
a las vctimas de su perfidia. No caigas, Teresa!
La virtud resplandece en tu rostro celestial. Bien
sabes cunto te am: sin embargo, siempre te ador
como se adora un objeto sagrado. Oh divina ima-
gen de mi amiga, ltimo y precioso don que yo
contemplo, queme infundevigor y que me recuerda
la historia de nuestro amor! Habas comenzado este
retrato antes de que yo te conociera: uno tras otro
desfilan en mi memoria aquellos das, que fueron
198
LAS' ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
pira m los ms angustiosos y dichosos de mi vida;
lo consagraste con tus lgrimas al colgarlo de rni
pecho y colgado de mi pecho me acompaar a la
sepultura. Recuerdas, Teresa, mis lgrimas cuando
lo recib? Oh! Vuelvo a verterlas nuevamente y
alivian la tristeza de mi alma. Si despus del lti
mo suspiro, me queda algn resto de vida, lo con-
sagrar a ti y nuestro amor ser inmortal. Escucha,
en tanto, una extrema, nica y sagrada recomen-
dacin: te suplico por nuestro amor infeliz, por las
lgrimas que hemos vertido, por el sentimiento re-
ligioso que te une a tus padres, a los cuales te in-
molaste como vctima voluntaria, te suplico: no
dejes sin consuelo a mi pobre madre, que tal vez
me llorar junto a ti en esta soledad, donde pronto
encontrar abrigo para las tempestades de la vida.
Slo t eres digna de compadecerla v consolarla.
Quin le queda si t la abandonas? En su dolor,
en sus infortunios, en las enfermedades de su ve-
jez, recuerda siempre que ella es mi madre.
Parti de las colinas Euganeas a medianoche, con
la posta; a las 8 de la maana tom una gndola
para ir a su casa de Venecia. Cuando llegu esta-
ba dormido en un divn, muy sereno. Al despertar
me pidi que me ocupara de algunos asuntos suyos
y de pagarle una cuenta a un librero. "No puedo es-
perar" me dijo.
Haban pasado dos aos sin vernos, pero su fiso-
noma no me pareci tan alterada como imaginara.
Luego advert que caminaba lentamente, casi arras-
199
UGO FOSCOLO
trndase; su voz, antes rpida y viril, era profunda
y fatigada. Sin embargo, trat de conversar, y ha-
blando con su madre en relacin a su prximo
viaje sonri con una sonrisa triste y persoiud. No
obstante, se mantuvo inslitamente circunspecto.
Habindole comunicado que algunos amigos ven-
dran a saludarlo, repuso que no quera ver a na-
die y l mismo se ocup de informar al portero
que no recibira visitas. Luego me dijo: "A menu-
do pens evitarles a ti y a mi madre tanto dolor,
pero tena la obligacin y la necesidad de volver
a verlos y sta, creme, es la prueba ms fuerte de
mi coraje".
Casi anocheca cuando se levant para irse, pe-
ro na se animaba a decirlo. Su madre se le acerc
y mientras l, levantndose de la silla, iba a su
encuentro para abrazarla, ella con expresin resig-
nada le dijo:
Yadecidiste, querido hijo?
S, s! le contest, tratando de retener lai
lgrimas.
Quin salte si volver a verte! Estoy tan vieja
y cansada!
Tal vez volvamos a veinos, querida madide;
nimo, volveremos a vernos y ya no nos separe-
mos ms; pero ahora... ya te contar Lorenzo.
Ella me mir asustada y yo dije: "No hay alter-
nativa". Entonces la enter de las persecuciones
que recrudecan por la inminente guerra y de que
tambin yo corra peligro, sobre todo porque al-
gunas de nuestras cartas haban sido intercepta-
das (y con fundadas sospechas, porque al cabo de
un mes tambin yo deb almidonar mi patria).
Entonces ella exclam:
200
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Vive, hijo mo, aunque lejos de m. Despus
de la muerte de tu }xidre, no tuve una hora de
paz. Esperaba consolar contigo mi vejez: hgase
la voluntad de Dios! Vive! Prefiero llorar sin ti a
verte en una prisin o muerto.
Los sollozos ahogaron su voz.
Jacobo le apretaba las maiws y la mirada co-
mo si quisiese revelarle su secreto, pero se repu-
so enseguida y le pidi la bendicin.
Ella, levantando la mano, dijo:
Te bendigo, te bendigo y pido al Dios Omni-
potente que tambin l te bendiga.
En la escalera se abrazaron. La iiiconsolable ma-
dre ajx>yla cabeza en el pecho de su hijo.
Bajaron, yo los segu; al llegar a la puerta, al aire
libre, la madre mir fijamente el cielo durante das
o tres minutos como si rezara mentalmente y con
todo el fervor de su alma. Aquel acto pareci in-
fundirle la primera resignacin. Sin lgrimas, le dio
la bendicin una vez ms con voz firme y l le be-
s la mano y el rostro.
Yo lloraba. Luego de haberme abrazado, prome-
ti escribirme y, ya dispuesto a marcharse, me
dijo:
"Junto a mi madre, recuerda santamente nuestra
amistad". Dndose vuelta hacia su madre, la mir
largamente, sin hablar: luego se nuirch. En la es-
quina se dio vuelta para saludarnos con la mano,
mirndonos tristemente, como .si quisiera decirnos
que sa era su ltima, miradai
La pobre madre se qued en la puerta, esperan-
do que l volviese y la saludase una vez ms. Apar-
tando los ojos del lugar por el cual haba dempare-
cido, se apoy a mi brazo y subiendo me dijo:
201
UGO FOSCOLO
Querido Lorenzo, el corazn me dice que ya
nunca lo veremos.
Un viejo sacerdote, amigo asiduo de los Ortis y
maestro de griego de Jacobo, vino esa misma noche
y nos inform que el joven haba ido a laiglesia don-
de estaba enterrada Laurita. La encontr cerrada,
quiso que el campanero se la abriese a toda costa,
luego le dio algn dinero para que llamase al sa-
cristn, que tena las llaves. Esper sentado en una
piedra del patio. Luego se levant y fue a apoyar
su cabeza en la puerta de la iglesia. Caa la tarde;
al advertir que haba gente en el patio, se fue sin
esperar. El viejo sacerdote se enter de todo por el
campanero. Unos das despus supe que Jacobo,.
al anochecer, haba visitado a la madre de Lau-
rita.
Estaba muy triste medijo ella, no me habl
de mi pobre hija, ni yo se la mencion para no ape-
narlo ms. Bajando la escalera, me dijo: "Cuando
pueda, vaya a consolar a mi madre". Aquella mis-
ma noche su madre tuvo un tremendo presenti-
miento. Yo el otoo pasado, estando en las colinas
Euganeas, haba, ledo en casa del seor T... par-
te de un carta
58
, en la cual Jacobo tena el pensa-
miento puesto en la soledad- de su tierra paterna.
Entonces Teresa bosquej en claroscuro la perspec-
tiva del lago de los cinco manantiales y dibuj en
el declive de una loma a su amigo, recostado sobre
la Kerba, mirando el ocaso del Sol. Le pidi a su
propio padre que le sugiriese algn verso para po-
58 l.i carta del 7 de setiembre, esalta en Florencia.
(Nota del Autor.)
202
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
ner en el dibujo y l le dijo el siguiente, que es de
Dante:
Libert va cercando ch' s cara
59
.
Luego envi el cuadro a la madre de Jacobo, re-
comendndole que ocultara a su hijo quin lo ha-
ba hecho; y en efecto, l nunca supo. Aquel da
en Venecia repar en el cuadrito, que estaba col-
gado, y adivin quin lo halna hecho, pero no dijo
nada. Estando solo, corri el vidrio y debajo del
verso:
Libert va cercando ch' s cara
escribi el que le sigue:
come sa chi per lei vita rifiuta
60
.
Entre el vidrio y la. ranura interior del marco
encontr un largo mechn de cabellos que Teresa
se haba cortado das antes de su boda sin que na-
die lo supiera. Jacobo aadi a ese mechn un me-
chn de sus cabellos, anud ambos con la cinta ne-
gra de su reloj y coloc el cuadro en su lugar. Ho-
ras ms tarde su madre repar en el verso aadi-
do y descubri los dos mechones anudados, que
por descuido o por la prisa no quedaron bien escon-
didos. Me lo comunic al da siguiente y pude ob-
servar cmo ese suceso quebr el coraje que la sos-
tuvo al marclwrse su hijo.
59 Cfr. Dante, Purgatorio, C. I, V. 71:
La libertad querida va buscando
60 Idem, v. 72:
como sabe quien por ella rechaza la vida.
20&
UGO FOSCOLO
Para tranquilizarla, decid acompaarla hasta An-
cona y le promet escribirle a diario. En tanto, l
haba ido a Padiui y se haba apeado en la casa del
profesor C..., donde pas la noche. A la maana
siguiente, al despedirse, el profesor le ofreci car-
tas de recomendacin para unos caballeros de las
Islas, antes Vnetas, que haban sido sus alumnos.
Jacobo las rechaz. Volvi a pie a las colinas Eu-
ganeas y sigui escribiendo.
Viernes, a la una.
Lorenzo, leal y nico amigo, perdname. No es
necesario que te recomiende a mi madre. S que
tiene en ti a otro hijo. Oh madre ma! No tendrs
ms al hijo sobre cuyo pecho esperabas apoyar tu
cabeza encanecida; ni siquiera podrs entibiar es-
tos labios moribundos con tus besos y tal vez pron-
to reposars donde yo repose. Dud, Lorenzo. Es
sta una recompensa para veinticuatro aos de es-
peranzas y cuidados? As sea! Dios, que lo ha pre-
visto todo, no la abandonar; tampoco t. Ah! Vi-
v feliz mientras no ansi ms que un amigo fiel.
Dios te lo recompense! T no esperabas que yo te
pagara con lgrimas. De cualquier modo, te paga-
ra con lgrimas. No pronuncies, pues, sobre mis ce-
nizas la cruel blasfemia: El que quiere morir no
ama a nadie. Qu no intent? Qu no hice? Qu
no ped a Dios? Mi vida, lamentablemente, se nu-
tre con mis pasiones, y si no pudiera destruirlas con-
migo, a cules angustias, espasmos, peligros, furo-
res, deplorable ceguera y delitos me arrastraran
204
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOfO ORTI S
forzosamente! Un da, Lorenzo, antes de decidir mi
propia muerte, estando arrodillado e implorando
la piedad de Dios con abundantes lgrimas, en ese
mismo momento, de improviso, se me sec el llanto
y mi corazn se volvi feroz como si de lo alto me
ordenaran acometer contra m mismo. Me levant
y le escrib a la infortunada joven que yo me ira y
que la esperara en el otro mundo y que no se de-
more demasiado en alcanzarme; le indiqu cundo
V la hora.Pero luego, no la compasin, la vergen-
za, el remordimiento o Dios, sino el pensamiento
de que ya no es la virgen de hace dos meses y de
que es una mujer contaminada por los brazos de
otro, me hizo arrepentir de tan atroz resolucin.
Ya ves cmo mi vida les resultara a todos ustedes
ms dolorosa e infame que mi muerte. Por el con-
trario, si me separo de Teresa an digno de ella, en
mi memoria su corazn quedar siempre digno de
m; y aunque sierva de otro, podr esperar espe-
ranza tal vez vana que algn da su alma libre ha-
br de reunirse para siempre con la ma. Pero adis.
Entregars estas cartas a su padre. Junta mis libros
y consrvalos en memoria de tu Jacobo. Toma tam-
bin a tu servicio a Miguel, a quien dejo mi reloj,
mis pocas pertenencias y el dinero que encontra-
rs en el cajn de mi escritorio. Abrelo, encontrars
una carta para Teresa, te mego que la deposites en
sus propias manos. Adis, adis.
Contina la carta dirigida a Teresa.
Vuelvo a ti, querida Teresa. Si mientras yo viva
era una culpa escucharme, escchame al menos en
205
UGO FOSCOLO
estas pocas horas que me separan de la muerte y
que te reservo exclusivamente. Cuando te llegue es-
ta carta, ya estar bajo tierra; a partir de ese mo-
mento, acaso todos empiecen a olvidarme, y da
llegar en que nadie se acuerde ms de mi nom-
bre. Escchame como una voz que te llega desde
un sepulcro. Llorars mis das desvanecidos como
una visin nocturna, llorars nuestro amor que
fue intil y triste como las lmparas que ilumi-
naban los atades de los muertos Oh s, Teresa!
Alguna vez deban acabar mis penas y mi mano
no tiembla armndose del hierro liberador, porque
abandono la vida mientras t me amas, mientras
an soy digno de ti y de tu llanto, y slo sacrifi-
co mi vida y tu virtud. No, entonces no ser cul-
pa amarme; lo pido por mis infortunios, mi amor
y mi tremendo sacrificio. Ah! Si pasara un da sin
que arrojes una mirada a la tierra que cubrir a es-
te desconsolado joven, ay de m entonces! Tambin
en tu corazn habitara el eterno olvido del que fui.
T crees que yo parto. Te dejo con nuevos
conflictos y en continua desesperacin? T me
amas, yo te amo y siento que te amar eterna-
mente. . . ; y sin embargo, acaso te dejo con la
esperanza de que nuestra pasin se extinga antes
de nuestros das? No, slo la muerte me persigue.
Hace mucho que preparo mi fosa y me he acos-
tumbrado a mirarla da y noche y a medirla con
frialdad. En estos extremos la Naturaleza se rebe-
la y grita, porque yo te pierdo, porque voy a mo-
rir. T, t misma huas de m, mientras nos ocul-
tbamos las lgrimas. No comprendiste que en
mi tremenda tranquilidad yo quera la ltima des-
pedida, que te peda el eterno adis?
206
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
Si el Padre de los hombres me llamara a rendir
cuentas, le mostrara las manos limpias de san
gre y mi corazn limpio de delitos. Dira: no he
robado el pan de los hurfanos y de las viudas,
no he perseguido al desdichado, no he traicionado
ni he abandonado al amigo, no he turbado la fe-
licidad de los que se aman ni contaminado la ino-
cencia, no he convertido en enemigos a los herma-
nos ni postrado mi alma antela riqueza. He compar-
tido mi pan con el indigente, he mezclado mis
lgrimas con las lgrimas del afligido, y siempre
llor ante las miserias de la humanidad. Si t me
hubieras concedido una patria, yo le habra dado
mi sangre y mi inteligencia; sin embargo, mi d-
bil voz ha gritado osadamente la verdad. Casi
corrompido por el mundo, despus de haber expe-
rimentado todos sus vicios ( pero no!, sus vicios
pudieron contaminarme por breves perodos pero
nunca me vencieron), busqu la virtud en la so-
ledad. Am! T, t mismo me presentaste la fe-
licidad, la embelleciste con los rayos de tu infi-
nita luz, me diste un corazn capaz de sentirla y
amarla; pero, despus de mil esperanzas, lo he
perdido todo; y ya intil para los otros y daino
para m mismo, me he liberado de la certidumbre
de una perpetua miseria. Acaso gozas, oh Pache,
de los gemidos de la humanidad? Pretendes que
ella soporte miserias ms poderosas que su dbil
fuerza? O acaso concediste a los mortales el po-
der de acabar con sus males pero tambin la ten-
dencia a olvidar tu don y la mana de arrastrarse
ociosos entre el llanto y la culpa? Tambin yo
siento que para los males extremos no queda ms
que la culpa o la muerte. Consulate, Teresa:
207
UGO FOSCOLO
Dios, a quien recurres con tanta piedad, si conce-
de algn cuidado a la vida y a la muerte de una
humilde criatura, no apartar su mirada de m. Sa-
be que no puedo resistir ms: El ha sido testigo
de la lucha que he sostenido antes de llegar a esta
fatal resolucin y ha escuchado mis oraciones y s-
plicas. Adis, pues! Adis al Universo! Oh ami-
ga ma! Es inagotable la fuente de mis lgrimas?
De nuevo lloro y tiemblo, pero ser por poco tiem-
po; todo en m se aniquilar. Ah, mis pasiones vi-
ven y arden y an me poseen y cuando la noche
eterna las arrebate del mundo, entonces yo sepul-
tar conmigo mis deseos y mi llanto. Pero los ojos
an llenos de lgrimas te buscan antes de cerrar-
se para siempre. Volver a verte por ltima vez;
te dar el ltimo adis y recibir tus lgrimas, vni-
co fruto de tanto amor.
Llegu al atardecer de Venecia y lo encontr a
x)cos metros de la puerta de su casa, mientras se
diriga a la de Teresa para decirle adis. Mi impre-
vista llegada lo constern y ms an mi intencin
de acompaarlo hasta Ancona. Me lo agradeci
afectuosamente e intent disuadirme. Ante mi in-
sistencia desisti y me pidi que la acompaara has-
ta la casa del seor T... Durante el trayecto se
mantuvo callado; caminaba lentamente y su ros-
tro aparentaba una triste seguridad de s mismo.
Deb percibir que su nimo masticaba sus lti-
mos pensamientos. Entramos por la cancela del
jardn; detenindose, levant los ojos al cielo y lue-
208
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
goexclanuj mirndome: "No te parece que hoy la
luz es ms bella que nunca?"
Acercndonos a las habitaciones de Teresa, o
que sta deca: "Pero no se le puede cambiar el co
razn'. No s si Jacobo, que estaba detrs de m,
oy esas palabras; no lo mencion. Encontramos a
Odoardo pasendose y al padre de Teresa sentado
unto a una mesita y con la cabeza entre las ma-
nos. Todos guardamos silencio durante un rato lar-
go. Por ltimo Jacobo dijo: "Maana me ir para
siempre". Se levant, se acerc a Teresa y le bes
la mano. Yo vi las lgrimas en los ojos de ella. Ja-
cobo, tenindole la mano, le pidi que hiciera lla-
mar a Isabelita. Los gritos y el llanto de la nenita
fueron tan tiernos e inconsolables que ninguno de
nosotros pudo detener las lgrimas. Apenas oy que
l se marchaba, lo asi del cuello y sollozando le
dijo varias veces: "Oh Jacobo! por qu me dejas?
Oh mi Jacobo, vuelve pronto!" El, no pudiendo
resistir a tanto sentimiento, dej a Isabelita en los
brazos de Teresa, que no dijo una sola palabra du-
rante todo ese tiempo,y se retir saludando! "Adis,
adis!" El seor T... lo acompa hasta la jmerta,
lo abraz y bes repetidas veces, quejndose. Odoar-
do, que estaba a su lado, le tendi la mano y le de-
se buen viaje.
Haba anochecido. Ya en casa, orden a Miguel
que preparara el cofre y me pidi con mucha insis-
tencia que volviese a Padua a buscar las cartas de
recomendacin que le haba ofrecido el profesor
C... Part inmediatamente.
Entonces aadi la siguiente posdata a la carta
que haba preparado para m:
209
UGO FOSCOLO
Como no pude evitarte el dolor de atender los
supremos oficios ( antes de tu llegada haba resuel-
to solicitarlos al prroco), aade tambin ste a
los muchos favores que te debo. Haz que me en-
tierren en un lugar abandonado tal como me en-
cuentren de noche, sin exequias, sin lpida, debajo
de los pinos, frente a la iglesia. El retrato de Tere-
sa debe ser enterrado con mi cadver.
25 de marzo de 1799.
Tu amigo
Jacobo Ortis
Sali de nuevo a medianoche; encontrndose a
los pies de una montaa, distante dos millas de su
casa, llam a la puerta de un campesino, desper-
tndolo, para pedirle agua, de la que bebi mucho.
Regres pasada la medianoche. Sali casi ense-
guida de su habitacin y le dio al muchacho una
carta lacrada para m, recomendndole que me la
entrega personalmente. Mientras le apretaba la ma-
no, le dijo: "Adis Miguel! Quireme!", mirn-
dolo con cario. Despus lo dej y se encerr en
su habitacin. All continu la carta dirigida a Te-
resa.
210
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
A la una de la maana.
Visit mis montaas; visit el lago de las cinco
fuentes, salud por ltima vez y para siempre a
las selvas, los campos y el cielo. Oh mis soleda-
des! Oh arroyo que fuiste el primero en indicar-
me la casa de esa celestial muchacha! Cuntas
veces desparram flores sobre tus aguas que pa-
san debajo de su ventana! Cuntas veces pasee
a lo largo de tus orillas con Teresa, mientras ebrio
de la voluptuosidad de adorarla, vaciaba a gran-
des sorbos la copa de la muerte!
Sagrada morera! Tambin a ti te ador, te he
dejado los ltimos gemidos y el ltimo agrade-
cimiento. Querida Teresa, me he arrodillado ante
ese tronco y esa hierba ha bebido las ms dulces
lgrimas que yo haya vertido jams. Me pareci
que an estaba tibia de tu divino cuerpo; me pa-
reci encontrar todava tu perfume. Dichosa tai-
de, cmo has quedado grabada en mi pecho! Yo
estaba sentado a tu lado, Teresa, y el rayo de la
Luna, por entre las ramas, iluminaba tu rostro de
ngel. Vi correr una lgrima por tu mejilla y la
beb y nuestros labios y nuestros suspiros se mez-
claron y mi alma se volc en tu pecho. Fue la tar-
de del 13 de mayo, un jueves. Desde entonces no
hubo momento en que yo no me haya consolado
con el recuerdo de esa tarde; me he considerado
persona sagrada y no he ofrecido una sola ele mis
miradas a ninguna otra mujer, creyndola inme-
recedora de unos labios que han recibido la di-
cha de un beso tuyo.
211
UGO FOSCOLO
Te he amado, pues; te he amado y an te amo
con un amor que slo yo puedo concebir. La muer-
te, ngel mo, no es un precio elevado para quien
pudo escuchar que t lo amas y ha sentido expan-
dirse en su pecho la voluptuosidad de un beso tuyo
y ha llorado contigo. Yo estoy con un pie en la fosa;
sin embargo, tambin en esta circunstancia, como
siempre, ests delante de mis ojos, que, muriendo,
se fijan en ti, resplandeciente, hermosa y sagrada.
Pero falta tan poco! Todo est preparado: la no-
che avanza, adis! Dentro de poco nos separar
la nada o la incomprensible eternidad. En la na-
da? S, s; como estar sin ti, le pido a Dios, si no
nos reserva un lugar donde pueda reunirme conti-
go para siempre, le pido con todas mis entraas, en
la tremenda hora de la muerte, que me abandone a
la nada. Yo muero sin mancha, dueo de m mis-
mo, lleno de ti y seguro de tu compasin. Perdna-
me Teresa, busca el consuelo y vive para felicidad
de nuestros mseros padres: tu muerte hara caer la
maldicin sobre mis cenizas.
Si alguien osara culparte por mi infeliz destino,
respndele con este solemne juramento que pronun-
cio al arrojarme a la noche de la muerte: Teresa
es inocente. Y ahora recibe mi alma.
Miguel, que dorma en una habitacin contigua,,
fue despertado por un prolongado gemido. Escu-
ch atentamente por si Jacobo lo llanwba, luego
abri la ventana para averiguar si alguien llamaba
a la puerta de calle, porque me esperaban al ama-
necer; por ltimo, constatando que estaba todo-
212
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
tranquilo y que an era de noche, volvi a acostarse
y se durmi. Despus me confes que aquel gemido
lo haba atemorizado un poco, pero no le dio im-
portancia porque el patrn a veces tena pesadillas.
A la maana siguiente llam y golpe en la puer-
ta largo rato sin recibir respuesta; entonces rompi
el cerrojo y no oyendo ningn ruido entr perple-
jo en la habitacin, encontrando a Jacobo agonizan-
do en un mar de sangre. Abri la ventana, pidi
socorro pero nadie acudi; entonces fue corriendo
a la casa del mdico; como no lo encontr fue en
busca del prroco, pero tampoco estaba: ambos
haban ido a asistir a un moribundo. Jadeando en-
tr en l jardn de los T..., mientras Teresa y su
marido salan de la casa. Odoardo le estaba di-
ciendo que Jacobo no se haba marchado esa no-
che. Viendo de lejos al criado, ella mir la cancela
por donde Jacobo sola entrar y levant el velo
que le cubra la frente, esperando con dolorosa
impaciencia verlo llegar. Miguel se les acerc pi-
diendo ayuda para su patrn que estaba herido y
an con vida. Ella escuchaba sin apartar su mira-
da de la cancela, luego se desmay, sin lgrimas ni
gritos, entre los brazos de Odoardo.
El seor T... corri enseguida con la esperanza
de salvar a su infeliz amigo. Lo encontr tendido en
un sof y con la cara tapada por la almohada. Esta-
ba inmvil y jadeaba. Se haba metido un pual
debajo de la tetilla izquierda, lo haba sacado y se
le haba cado al suelo. Sn traje negro y el pauelo
del cuello estaban sobre una silla. Llevaba puesto
el chaleco, los pantalones, las botas tj una faja de
seda muy larga, una de cuyas puntas colgaba en-
sangrentada. El seor T... levant suavemente la
213
UGO FOSCOLO
camisa empapada de sangre y pegada a la herida.
Jacobo pareci recobrarse, levant la cara hacia l
y, mirndolo con los ojos velados por la muerte, mo-
vi un brazo como para impedrselo; al mismo tiem-
po intent apretarle la mano con el otro brazo, pe-
ro su cabeza volvi a caer sobre las almohadas y
expir.
La lierida era muy ancha y honda y no haba
tocado el corazn, pero l se dej morir desangrn-
dose. La sangre corra por el piso. De su cuello
colgaba el retrato de Teresa, tambin negro de san-
gre y con una parte limpia en el centro. Esto y sus
labios manchados de sangre revelaban que la bes
en su agona. Sobre el escritorio estaba la Biblia
cerrada y sobre ella el reloj; a un lado, algunas ho-
jas blancas, en una de ellas estaba escrito: "Querida
madre" luego muchos renglones tachados y algu-
nas palabras legibles, como "expiaein"y "llanto
eterno". En otra hoja estaba la direccin de su ma-
dre, como si, arrepentido de la primera carta, hu-
biera empezado otra, que no tuvo fuerzas para es-
cribir.
Apenas llegu de Padua, donde me demor a
pesar mo, me rode la muchedumbre de los cam-
pesinos que se hacinaban mudos defxijo de los pr-
ticos y me miraban atnitos. Alguien me sugiri que
no subiera. Lo hice temblando y en la habitacin
encontr al padre de Teresa, que abrazaba deses-
peradamente el cadver, y a Miguel, arrodillado
con la mirada fija en el suelo. No s cmo tuve la
fuerza de acercarme y poner mi mano sobre su
corazn, cerca de la herida. Estaba fro, muerto.
Me faltaron el llanto y la voz. Me qued mirando
estpidamente aquella sangre. Despus llegaron el
214
LAS ULTI MAS CARTAS DE J ACOBO ORTI S
prroco y el mdico, que con algunos criados nos
sacaron de la habitacin. Teresa pas todos aque-
llos das en un silencio profundo, entre el dolor de
los suyos. Por la noche, con la ayuda de tres la-
briegos, enterr su cadver en la montaa de los
pinos.
215

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