Qué Es El EVANGELIO
Qué Es El EVANGELIO
Qué Es El EVANGELIO
EL EVANGELIO DE JESUCRISTO ?
A través de sus trabajos, el señor Sagan expone con vehemencia un punto de vista
bastante difundido, aceptado y arraigado en la sociedad actual, que ya no parece
sorprender a nadie, como sí lo hacía hace unos cinco siglos, cuando la ciencia y la
razón comenzaron a desplazar a la religión y a la mística en su tarea de explicar el
mundo y sus misterios, impulsadas por corrientes ideológicas que, aunque existían ya
desde la época de la antigua Grecia, habían permanecido ignoradas hasta ese entonces,
cuando volvieron a florecer vertiginosamente para inaugurar la que se ha denominado
“La época del Renacimiento” (siglo XVI), y más tarde la de “La Ilustración” (siglo XVIII).
Dichas doctrinas, diversas y sorprendentes, formuladas por los más ilustres pensadores
de la antigüedad, se agrupan, no obstante, en tres ideologías fundamentales: el
Humanismo, el Empirismo y el Racionalismo, las cuales siguen ejerciendo una poderosa
influencia en el mundo moderno y han dado origen a la convicción de que lo
verdadero, lo que en realidad existe y debe creerse es todo aquello que pueda ser
demostrado y comprobado. Por tanto, se puede afirmar categóricamente que lo
místico ya no existe: es “cosa del pasado”, de mentes obtusas, ignorantes y
supersticiosas. Tampoco existe lo paranormal, ni lo misterioso, ni lo metafísico…Ni
siquiera un Dios o dioses eternos, todopoderosos, que sean creadores y sustentadores
del cosmos, mientras su existencia no pueda ser demostrada o comprobada. Lo que
realmente existe -porque es lo que se ha podido comprobar hasta ahora gracias a la
ciencia- es un conjunto de leyes físicas que interactúan entre sí y que explican la
existencia, el funcionamiento y quizá el destino del universo y de los seres. Leyes que
pueden ser comprendidas y estudiadas y que dan cuenta de un cosmos que tal vez sea
autocontenido, eterno e increado. O surgido, por qué no, de un extraño “azar” (una de
1
las palabras favoritas de los científicos). Y aún en el caso de que sí existiese “algo”
metafísico, extraño, que no sea explicable por estas leyes, entonces se trata de algo
sobre lo cual es inútil indagar porque nunca será accesible al entendimiento humano, y
por lo tanto no hace parte de nuestra realidad. Por eso, “lo más sensato” debe ser
ignorarlo, puesto que no se trata de algo que nos interese.
No obstante, frente a esta opinión tan radical, que podríamos calificar de escéptica y
ateísta, y que se encuentra tan generalizada en el mundo de hoy, ha existido desde
siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, otra creencia que es casi
diametralmente opuesta, pero que sufre al menos dos divisiones. De acuerdo con esta
corriente, que podríamos llamar teística, el misterio de la vida y del universo se
explica apelando a la existencia de un sólo Dios o de varios dioses, que en cuanto a su
naturaleza pueden ser Personales (es decir, con atributos de “persona”, tales como la
capacidad de pensar de manera autónoma, de sentir, de experimentar emociones como
el amor y el odio, e incluso la propiedad de tener una forma específica) o Impersonales
(o sea sin atributos de persona, por lo que se les describe como “fuerzas” o “energías”
que organizan el cosmos siguiendo unas leyes inmutables), y en cuanto a su acción
divina, pudo ser que de la nada lo hicieron todo, o bien ellos mismos constituyen, en
su conjunto, este mismo universo. En este caso, el cosmos y la dinámica de su
funcionamiento serían el resultado de la incesante actividad de ese gran organismo
Dios-Universo, o de la interacción de varios dioses que a veces incluso son antagónicos
y se encuentran enfrascados en una eterna lucha (como la clásica entre el bien y el
mal) que da lugar a la fenomenología del mundo, y en la cual se encuentra inmiscuido
necesariamente el ser humano, como una de las obras maestras de ellos. De esta forma
queda claro que no todo en este universo es comprensible, demostrable y mucho
menos medible, ya que existen misterios y fenómenos que están más allá de la
capacidad de entendimiento humano y que bien pueden catalogarse como
“sobrenaturales” o “metafísicos” (es decir, relacionados con un plano, o dimensión, o
naturaleza, u orden de cosas superior, distinto, al que nos es familiar). De igual
manera, se puede afirmar que lo metafísico y lo místico, además de existir, deben ser
seriamente considerados ya que se encuentran en la base misma de la realidad, a pesar
de que desconozcamos su verdadera naturaleza. Y así, desde esta concepción mística
-que como se vio puede presentar al menos dos caras – es que parten las diferentes
religiones del mundo y sus innumerables ramificaciones y sectas.
2
viejo poema titulado “El Ateo”1 que finaliza diciendo que cuando el ateo, un hombre
rencoroso y lleno de amargura por tantos sufrimientos en la vida, terminó de renegar
contra Dios y de decir que él no existía, inconscientemente reclinó la cabeza y dijo sin
pensar: “¡qué infeliz soy, Dios mío…!”. También recuerdo, con cierta jocosidad, una
anomalía que he detectado en casa de un anciano tío de mi madre que toda la vida se
la ha pasado renegando de Dios y diciendo con furia que “¡el tal Jehová de los
evangélicos era un asesino, saqueador y sanguinario…el verdadero Dios de amor no
existe…!” Y, sin embargo, encima del pequeño armario de su habitación permanece una
vieja y bien cuidada Biblia de pasta verde que muestra claros signos de uso, y tiene
además un enorme cuadro colgado en el pasillo de su casa en el que está escrito el
primer versículo del Salmo 24 que dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo
y los que en él habitan…” (¿?). Ahora bien, por su parte, la religión, en sus diferentes
formas, continúa siendo vigente y aceptada porque aporta respuestas a todas esas
cuestiones rocambolescas que desde siempre han inquietado a nuestra especie, y a
todos esos sucesos innegables de evidente rareza que han sucedido a lo largo de la
historia humana y que siguen sucediendo (digan lo que digan los escépticos), los cuales
no ha podido explicar satisfactoriamente ni siquiera la mente más brillante y
“científica”. Por lo que no sigue quedando más remedio para el ser humano que acudir
a lo desconocido, a algo superior y metafísico, que alguno llamará “Dios”, o quizá
“dioses”, “genios”, “espíritus”, “fuerzas”, “principios”, “Poder Supremo”, “Mente
Suprema” o cosas semejantes.
Como sea, parece ser que en estos tiempos asistimos al desarrollo de algo que se
asemeja bastante a una extraña comedia teatral, en la que los actores (la gran mayoría
de los individuos de la actual sociedad civilizada, por no decir todos) se caracterizan
por manifestar unas dotes sorprendentes e insólitas de hipocresía durante la
interpretación de sus respectivos papeles: normalmente uno encuentra a diario
personas que dicen creer en algo (en Dios, o en dioses, genios, fuerzas, espíritus,
poderes, etc.) ya sea por tradición, o porque no hallan una respuesta científica y lógica
que sea satisfactoria en cuanto a todo lo que acontece en el universo y en sus vidas en
particular, o porque se ven envueltos en situaciones sumamente difíciles en las que la
ayuda humana se vuelve inútil hasta el punto de obligarlos a levantar los ojos al Cielo
en espera de un milagro, o porque desean lograr ambiciosos proyectos en la vida y
sienten la necesidad de acudir a lo divino para que les dé una ayudita, porque dan por
sentado que allá arriba están de su parte, o quizá porque se sienten hastiados de su
ritmo y estilo de vida, de los mismos placeres, las mismas actividades, los mismos
ambientes, las mismas personas, las mismas ideologías, y ya no le encuentran un
verdadero sentido, o un sentido concreto a sus vidas, y entonces buscan algo más
“trascendental” y “supremo” que los llene, con lo que además puedan identificarse, y
que por supuesto los ayude cuando surjan problemas. Además, es un hecho que el
ajetreado ritmo de vida actual genera en las personas peligrosas cargas del famoso
“stress”, que provoca una gran necesidad de descarga psíquica y generalmente va
acompañada de una sensación de “hastío” de lo terrenal, lo material y lo cotidiano,
que induce a muchos individuos a emprender la búsqueda de algo más “espiritual”,
reconfortante y relajante. Es entonces en medio de esta situación de “el hombre en
busca de Dios” cuando, automáticamente, aparece en la sociedad contemporánea un
1
Poema de Julio Flórez, en “Julio Flórez: sus mejores poesías”. Ediciones Arvillán.
3
fenómeno que da la impresión de tratarse de una monumental estrategia de marketing,
y que consiste en una sensacional oferta de lo que parecen ser “productos religiosos”,
los cuales abarcan una extensa gama para todos los gustos que va desde las más
variadas filosofías de vida, bien conceptualizadas y definidas, hasta terapias, técnicas,
métodos y programas enfocados hacia una especie de “entrenamiento espiritual” para
lograr un mejor vivir, así como para propiciar una contundente y definitiva “liberación”
de los rígidos y anticuados esquemas establecidos por los sistemas educativos y
religiosos tradicionales, que han originado en los miembros de la sociedad nocivas
represiones y “traumas” que obstaculizan el “sano desarrollo de la personalidad”.
Diariamente se oye hablar de cosas que hace tan solo un siglo eran casi completamente
desconocidas para el hombre occidental, y que normalmente se consideran saludables e
inofensivas, tales como el Yoga, el Feng Shui, el Reiki, el Tai-Chi-Ch´uan, el Chi Kung (o
Qui Gong), el Shiatsu, la Acupuntura, el masaje Ayurvédico, el Tantrismo, el Kama
Sutra, la Reflexología, la Meditación Trascendental, la Aromaterapia, la Cromoterapia,
la Numerología, la Cábala y un largo etcétera, así como otras de corte más
“personalizado” como por ejemplo las conferencias y enseñanzas de celebérrimos
gurús, yogis, pensadores, maestros de Oriente, profesionales de la salud y terapeutas
psicológicos, difundidas a través de grupos, vídeos, libros, folletos, entre otros, que
tienen como objetivo contribuir a la “superación personal”, la “autoayuda”, la
“liberación interna”, la “actitud positiva” y, más glamoroso aún, la “auto-realización”.
O si se va a lo patético y execrable, es necesario citar las “asesorías” y “ayudas” que
dan esa manada de fanfarrones inescrupulosos hijos de súcubo que abundan como la
mala hierba en las grandes metrópolis, y que ponen a un montón de pobres sujetos
muertos del hambre y llenos de necesidades en sus hogares, a que repartan esos
papelitos ridículos que dicen, por ejemplo: “Maestro Horus”, o “Maestra Isis”, o
“Maestra Andrómeda”, o “El Indio Patirrajao”, o alguna otra estupidez con la intención
de impresionar y atraer a los incautos (que no faltan), y a continuación afirman cosas
tan descabelladas como: “te lo digo todo con solo mirarte a los ojos”, “en dos días
pongo a tus pies al ser que amas”, “te libero de maleficios y te muestro a quien lo
hizo”, “te digo dónde hay guacas enterradas”, entre otro sartal de tonterías
semejantes. Y no se pueden pasar por alto, naturalmente, la gran cantidad de artículos
esotéricos que se venden como pan en esas tiendas aromatizadas con sahumerio,
sándalo o cualquier otra fragancia “oriental” que evoque el misterio, y ambientadas
con alguna melodía china, hindú o árabe. Allí, uno encuentra objetos para la “buena
suerte”, baños, riegos, fetiches, colgandejos, runas, cristales, velas de todos los
tamaños y colores, pirámides, vestuario y accesorios (desde camisetas hasta anillos)
con simbología egipcia, china o nórdica; CD´s de relajación y de música oriental;
imágenes y estatuillas de innumerables dioses que a veces sonríen como ebrios o
retrasados, exhiben una reluciente calva y unas enormes orejas, y además se soban la
panza en actitud bonachona, o bien, se encuentran sentados en posición meditativa.
Otros quizá sostienen algún báculo o tridente de “poder” y presentan aspectos temibles
de híbridos medio humanos y medio animales, y hacen cualquier cantidad de
morisquetas con las manos -¡que a veces pueden subir a un número de seis!- y, en
ocasiones, hasta pueden tener culebras enroscadas en el cuello o poseer una bemba de
mico o una enorme trompa de elefante en lugar de nariz. Y ni qué hablar del
impresionante santoral iconográfico: desde San Cudo hasta San Cocho –¡a cuál de todos
4
más milagroso!- comparten la vitrina con cualquier cantidad imaginable de ángeles y
arcángeles de la corte celestial, a quienes, según los fervorosos creyentes en la
angelología, se les puede invocar por medio de rituales y rezos bien específicos. En
suma, una serie de artículos “mágicos”, muchos de los cuales se pueden usar para
practicar magia blanca y otros tantos para realizar magia negra (ya que venden hasta
muñequitas para ritos de vudú, bolas de cristal, manuales manifiestamente satánicos,
entre muchos otros). Pero eso es indiferente: no importa vender artículos que puedan
usarse para hacer el bien, junto con artículos que puedan utilizarse para fregarle la
vida al prójimo; lo que importa, al fin y al cabo, es vender2. Es de rigor hacer
referencia también a las numerosas sectas esotéricas, hermandades y movimientos
pretendidamente místicos (como el llamado New Age o Nueva Era) que pululan en la
ciudad y en los medios, así como a las famosas y bien acogidas “líneas psíquicas” en las
que ofrecen vaticinios ambiguos del tipo: “Virgo, esta noche te podrías enfermar”,
“Libra, mañana podrías conocer a la pareja de tus sueños”, “Escorpión, deberás poner
cuidado con quién haces negocios, porque te podrían hacer una jugarreta bien
puerca”, “Sagitario, de esta noche no pasarás…” (¡!) Y a propósito de predicciones,
sobra decir que el antiquísimo y popular Horóscopo sigue siendo el más relevante,
oficial y tradicional de los “sistemas” de agüero y adivinación, según la creencia
arcaica en la influencia de los astros en la vida humana (tanto así, que incluso hombres
tan “modernos”, “célebres”, “racionales” y “sensatos”, como se supone que son
algunos de nuestros gobernantes -un querido y recordado presidentillo entre ellos-
tienen un “asesor astrológico” y toman importantes decisiones basándose en sus
predicciones (¡!), lo cual me recuerda a los antiguos reyes de Sumeria, Caldea, Egipto,
China y otras naciones, quienes hacían algo semejante y que, sin embargo, según la
opinión moderna, eran hombres muy “supersticiosos”… Por lo que cabría peguntarse
entonces, ¿cuál será la diferencia entre ellos y los reyezuelos de ahora? Porque hasta en
lo sanguinarios, conquistadores, ambiciosos y cínicos se parecen). Por último, no se
pueden pasar por alto, en una lista de esta índole, las prácticas de ocultismo y
espiritismo que incluyen la lectura del Tarot, del tabaco, del café, de las hojas de té –
¡hasta del asiento del chocolate en la taza!-, así como la Necromancia a través de la
tabla Ouija, la Quiromancia, entre muchas otras más siniestras que supuestamente se
realizan “para ayudar a la gente en nombre de Dios”.
2
Sugiero leer el documento “Falsos, auténticos y cínicos”, que también adjunto.
3
Para todo aquel que esté genuinamente interesado en conocer las verdaderas
raíces de la Iglesia Católica Romana y que además quiera disfrutar de una
excelente lectura, le recomiendo el libro “Babilonia, misterio religioso antiguo
y moderno” de Ralph Woodrow. Evangelistic Association, Riveside-California.
5
desacreditar incluso los buenos propósitos que, en principio, ha tenido la fe evangélica
desde sus inicios. Innumerables “Iglesias de garaje” hacen acto de presencia en las
ciudades, ostentando nombres tan diversos y predicando doctrinas tan curiosas, que
contribuyen a fomentar precisamente la misma confusión que, según los Evangelios,
Jesús de Nazaret trató de poner en orden con su mensaje. En estas congregaciones, es
muy común encontrar un grupúsculo de avivatos inescrupulosos dotados de un gran
carisma y de una capacidad oratoria y sugestiva impresionante, cuyo oficio parece ser
el de jugar con la fe y las emociones de la gente, y que se autodenominan “pastores” o
“apóstoles”, los cuales parecen estar interesados tan sólo en las “ofrendas y diezmos”
que hacen las “almas”, que llegan allí buscando un alivio para sus vidas de por sí
conflictivas y difíciles, como para llevar una carga más. O bien, no son más que una
horda de fanáticos reprimidos que pregonan un Evangelio de abstinencia absurda y
mórbida; o por el contrario, unos bandidos que gustan de los excesos lujuriosos con
algunas de sus “ovejitas” que, ingenuas, lo entregan todo a su líder para alcanzar
favores divinos4. No obstante, no sólo las Iglesias de garaje generan inquietud, sino
también algunas de mayor membresía y de sorprendente solvencia económica (y no
precisamente por la bendición de Dios), las cuales se popularizan en los medios por los
portentos que en ellas se realizan (pues hasta invitan a la gente a recibir “su milagro
de Navidad” (¡!), y detrás de cuya estructura administrativa parece haber intereses
oscuros que dan pie para pensar en la acción de influyentes y peligrosos sindicatos de
mafia. ¿Conoce el lector, por casualidad, alguna de estas congregaciones?5
Por todo lo anterior, se puede afirmar que en estos tiempos resulta muy difícil
distinguir claramente la línea divisoria entre la verdadera virtud y la perversidad más
abominable. Porque, de todas formas, no se puede negar que la bondad, el altruismo y
el amor aún existen – ¡afortunadamente! - así haya que buscarlos con lupa o hasta con
microscopio por lo invisibles que son. Ahora bien, después de exponer y examinar
someramente la increíble gama de opciones religiosas que existe en la sociedad actual
- específicamente la occidental, que nos es más familiar-, se hace imperativo continuar
con el análisis de la comedia teatral hipócrita a la que hice alusión más arriba. Porque
no creo que haya otro calificativo para una situación que no deja de resultar bastante
curiosa y hasta contradictoria, y que consiste en el hecho de que la mayoría de esas
personas que dicen creer en Dios específicamente o en algo superior y bondadoso,
sean, al mismo tiempo, y de muchas maneras, unos verdaderos paladines del
materialismo, ya que viven en medio de una cultura que ha colocado a la razón
humana y a la ciencia en un trono más sublime que el de ese mismo Dios al que afirman
venerar, lo cual necesariamente conlleva a que lo “espiritual”, lo “interno”, lo
“intuitivo”, lo “sensible” y “místico”, sean puestos en un segundo plano o inclusive
abandonados de tajo, puesto que la ciencia obliga a quienes se dejan seducir por ella a
poner la mirada y a centrar la atención aquí, en este mundo físico, en la realidad física
que nos rodea y en los fenómenos físicos que aquí acontecen, los cuales pueden
4
Sobre este tema de las iglesias pseudo-evangélicas y las sectas orientalistas
sugiero remitirse al libro “El poder de las sectas”, de Pepe Rodríguez. Grupo
Zeta, ediciones.
5
Recomiendo el artículo “Los Guardianes de la Promesa”, de Bruno Cardeñosa y
Carlos José Coloma. En: revista “Enigmas del hombre y el universo”, dirigida por
el Dr. Fernando Jiménez del Oso, N°1, año 4, pág.64 – 72.
6
medirse y predecirse o cuando menos entenderse y comprobarse; por lo que todo lo
demás, mientras no pueda ser demostrado, es pura “carreta”.
Sin embargo, cuando surgen situaciones que la inteligencia y el saber humano no son
capaces de asumir, como por ejemplo grandes dificultades económicas, enfermedades
incurables, desórdenes emocionales y psicológicos, riesgos inevitables e inminentes,
“mala suerte”, problemas de pareja y cosas semejantes, en las que la ciencia no puede
hacer ni pío, o a lo sumo recetar algún fármaco que a la postre hará más daño que el
que alivia, en suma, cuando se le necesita, entonces “Dios” vuelve a adquirir un valor
inusitado y sobrenatural, y mágicamente la fe se encuentra “a la orden del día”. Es
entonces cuando se ve a gran cantidad de personas del común, desde amas de casa
hasta venteros ambulantes, así como a gente prominente de la sociedad que
supuestamente es “muy” sensata, inteligente, liberal, racional y sobre todo moderna
7
(como por ejemplo líderes políticos, gerentes de empresas, profesionales, estudiantes
universitarios, jóvenes y exitosos yuppies, entre otros), yendo a consultar a los famosos
“yerbateros”, o más decentemente “maestros”, quienes siempre dicen poseer secretos
increíbles traídos de Oriente (preferiblemente del Tíbet) o de la selva amazónica, y
que hacen sus “trabajitos” dizque en el nombre de Dios. O también, se les puede ver
acudiendo en masa a esas sospechosas iglesias carismáticas en busca de un “milagro” o
de una “profecía” que los adule y les dé buenos augurios como: “El Espíritu Santo dice
que dentro de muy poco tendrás un carro último modelo”, “Muy pronto vas a cambiar
de casa y vivirás en una hermosa mansión”, “De aquí a poco recibirás mucha bendición
económica”, etc. (Como si Dios se preocupara y enfocara primordialmente en el
aspecto material de las personas). Pero eso sí, cuando se trata de realizar algún tipo de
compromiso con ese Dios que parece hablar cosas estupendas por medio de su Espíritu
Santo, un pacto que implique efectuar cambios serios en sus vidas, entonces se hacen
los de la vista gorda y de nuevo empiezan a “relativizar” a Dios, o a decir que Él es
“todo terreno”, es decir, un ser permisivo que no prohíbe ni exige nada, y que por
tanto, para seguirlo, no hay necesidad de cambiar nada en la vida personal. Se puede
seguir siendo igual: no hay por qué abandonar la bebida ni el cigarrillo si eso alegra el
corazón, ni por qué dejar de fornicar con la mujer del prójimo si está tan buena, ni por
qué dejar de bailar Reggaettón como chimpancé en celo ya que sobar los genitales en
la nalga de la novia del mejor amigo es tan sabroso, ni por qué dejar de odiar al vecino
si es tan mala leche…Al fin y al cabo “todos somos hijos de Dios” y Él lo permite todo.
Juzgue el lector, en nombre del sentido común y de la cordura, si no se trata de una
situación deplorable que rebasa todo límite de hipocresía y deshonestidad. Es decir, la
gente cree en Dios cuando le conviene y lo busca en la forma que más se ajuste a sus
preferencias, pero normalmente lo rechaza la mayor parte del tiempo: lo conciben
como una especie de “talismán de la buena suerte” o de “genio de la lámpara” que
debe estar al servicio incondicional e inmediato del ser humano so pena de ser negado
y maldecido. O bien (lo cual es más patético aún), lo acomodan a su forma de pensar, e
inclusive le ponen límites, restricciones y le determinan su “campo de acción”; es
decir, deciden cuándo, dónde y cómo debe de actuar; en cuáles áreas de sus vidas
puede intervenir y en cuáles no. Es un Dios que vive por y para el hombre, y no al
contrario… (¡!)
De manera que, en rigor, y pese a lo que puedan decir las multitudes, parece cierto que
lo que actualmente se registra en el mundo no es más que la clara expresión del
Positivismo humanista que hace años predijera el filósofo Augusto Comte, quien
afirmó entre otras cosas que el ser humano iría de la etapa del “qué” a la del “cómo”.
Es decir, la primera fase de la humanidad consistió en preguntarse e indagar acerca de
los innumerables porqué que planteaba el Universo, así como de cuál o cuáles eran las
causas últimas de todas las cosas, lo cual llevó a la aparición de las mitologías y las
religiones, para luego culminar en una fase en la que esas cuestiones ya no importarían
y en la que sólo iba a interesar cómo son las cosas, cómo arreglárselas para vivir, cómo
producir más y mejor; pero sobre todo, cómo llegar más lejos y lograr así el completo
dominio del mundo… con Dios o sin Él, ya que se recurrirá a Él únicamente si se le
necesita, y luego se le rechazará cuando deje de ser necesario.
8
Este breve análisis (y digo breve porque ciertamente podría ser más extenso), acerca
del panorama ideológico, filosófico y religioso de nuestro mundo explica, al menos a mi
parecer, la tremenda crisis de valores que experimenta la humanidad egoísta, narcisista
y profana que se postra ante, por lo menos, dos grandes ídolos (aunque hay más): El
“Yo” y el “Más”: “Yo tengo un alma eterna, yo soy de esencia divina y por lo tanto yo
soy Dios. Por eso, no existe tal cosa como el Infierno y nadie se va a condenar” (según
el parecer de muchos de los que “creen” en Dios). Otros quizá cavilen: “Yo debo
disfrutar la vida al máximo dándole rienda suelta a todos mis impulsos, apetitos y
deseos porque sólo hay una vida, y cuando me muera voy a desaparecer para siempre,
puesto que ahí acaba todo. Entonces tengo que aprovechar” (según los que no creen en
Dios o creen a medias). Y por supuesto, son demasiado comunes los que piensan: “Yo
tengo que estudiar más y trabajar más, para conseguir más y disfrutar más. Tengo
que llegar más lejos que todos, correr más rápido, ser más adinerado, más hermoso,
más talentoso. Tengo que vender más, comprar más, acumular más, derrochar más,
…y más, y más”…¿hasta dónde?, ¿cuál se supone que es el límite?, ¿alguien se lo
pregunta? ¿Hasta qué punto nos ha traído esa desenfrenada carrera de egoísmo
descomunal, ese insensato culto pagano al “yo” y al “más”? ¿Cuáles han sido los
verdaderos frutos de ese avance científico del que tanto se alardea y de esa razón
humana que tanto se pregona? ¿No han sido acaso, entre muchos otros más siniestros,
esas abominables armas de destrucción masiva, como las temibles bombas atómicas,
para no dar más que un ejemplo? Es evidente que la civilización ha llegado hasta un
punto en el que se encuentra en plena capacidad de autodestruirse y de borrar todo
rastro de vida sobre la Tierra6. Nadie puede negar que diariamente se vive un ambiente
de tensión e incertidumbre en el mundo: por una parte, el alarmante grado de
contaminación y el rápido deterioro que está experimentando nuestro planeta, gracias
a la ambición desmedida del hombre, se constituye en una seria amenaza para la
supervivencia de todas las especies; y por otro, los últimos acontecimientos en el
Oriente Medio (incluyendo la intervención terrorista de EEUU en Irak y en otros
lugares), así como los problemas sociopolíticos que han generado a nivel mundial
fenómenos como el Neoliberalismo, la Globalización, el Socialismo radical, el
Comunismo, el Fundamentalismo islámico, la carrera armamentista de los países del
“Tercer Mundo”, entre otros, no auguran nada bueno. En cualquier momento, algún
loco de esos que detentan el poder en el mundo y se encuentran involucrados en los
ene conflictos que hay en él, amanece con malas pulgas, aprieta el botón equivocado…
y la Tercera Guerra Mundial se inicia. Sobra decir que ésta será, muy probablemente, la
última.
6
Recomiendo leer el documento “El Cataclismo de Damocles”, del escritor
colombiano Gabriel García Márquez, el cual puede encontrar en
http://sololiteratura.com/ggm/marquezcataclismo.
9
los famosos programas de salud pública (conocidos en Colombia como EPS –Entidades
Promotoras de Salud-) no son más que métodos muy disimulados para matar pobres
-algo así como una macabra estrategia de “exterminio de plagas”- que lo máximo que
hacen, salvo en algunos casos para poder conservar la fachada, es recetarle al paciente
moribundo una pastillita de “Ibuprofeno” o una de “Acetaminofén”, porque les sale
“muy costoso” ordenar un TAG, un electrocardiograma, una pinche radiografía, y ni qué
hablar de una cirugía? Es claro que la medicina, a nivel general, y haciendo las debidas
excepciones, sólo parece estar al servicio de los siervos de Mammón7, los ricos del
mundo, y así queda demostrado una vez más que el dinero es “la caca del Diablo”
(como suele decir mi anciano padre), causante de grandes injusticias, desgracias,
discordias, traiciones y crímenes de la peor calaña. Y aún si alguien más osara decir
que la ciencia también nos ha traído grandes cosas en el campo de las
telecomunicaciones, la industria y el transporte, podría planteársele de nuevo la
cuestión: ¿al servicio de quién están realmente esos prodigios?, ¿de la gente común y
corriente o de ciertas élites manipuladoras, restrictivas y selectivas que saben muy
poco de lo que es servirle al prójimo de manera altruista y desinteresada? ¿No es acaso
cierto que el bien que se hace por medio de todos estos inventos y portentos es
proporcional a los daños y perjuicios que traen como secuelas? “Creado el invento, se
crea también el respectivo problema”, dijo una vez un profesor de mi universidad: se
creó el automóvil, se incrementaron los destripados en las autopistas y el flujo de gases
tóxicos; se descubrió la relación entre materia y energía, se creó la bomba atómica que
arrasa ciudades enteras; se inventó el avión, se propiciaron las tragedias aéreas y hasta
se le ha llegado a emplear como arma (o si no que lo diga el psicótico de Osama Bin
Laden); se inventó el televisor …y no es sino que el lector lo encienda por unos
momentos y comience a pasar los canales uno por uno y verá una pequeña muestra de
lo que estoy diciendo: desde noticias trágicas y sensacionalistas que turban la mente,
programas de entretenimiento insulso, vacío y hasta “embrutecedor” -como los
famosos Realities, o aquellos que tratan sobre la vida de los famosos-, telenovelas
melodramáticas de idéntica trama, propaganda inescrupulosa y empalagosa, hasta la
más deplorable basura en cuanto a música y pornografía virtual se refiere. Basura que
el ser humano moderno comienza a absorber y a digerir desde su más tierna infancia
para más tarde reflejarla en su personalidad. Menos mal que todavía hay algunos
canales culturales8.
¿Han sido pues, la razón, la ciencia y el humanismo la fórmula mágica para lograr la
utopía de la sociedad perfecta? O, al menos, ¿para solucionar la mayoría de los
problemas humanos? Parece, a ojos vistas, que no es así: es inútil esperar una solución
humana a los problemas del hombre. Y esto se debe a una sencilla razón que el
famoso terapeuta austriaco Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, supo expresar
muy bien en algunas de sus obras (como en “El malestar en la cultura”), a pesar de
que, desde siempre, el ser humano ha tenido un conocimiento intuitivo de ella, pues
hasta en la Biblia se le menciona. Dicha razón fue denominada por Freud la lucha entre
Eros y Tánatos9: la vida y la muerte. Según esta apreciación, que algunos califican de
7
Palabra griega que se traduce “las riquezas”.
8
Sugiero leer el documento “Las Trampas del Progreso”, del escritor colombiano
William Ospina, el cual adjunto con éste.
9
Dioses griegos del amor y de la discordia, respectivamente.
10
especulativa y no probada, pero que sin embargo es innegable y se puede demostrar
fácilmente en la cotidianidad, en el ser humano existen dos fuertes impulsos
inconscientes, dos “pulsiones” o mociones internas y antagónicas que están en la base
de todos sus actos y comportamientos, y que se encuentran enfrascadas en una lucha
constante por el predominio. Freud las llamó “instinto de vida” e “instinto de
muerte”; y en la Biblia, con su terminología religiosa, se les denomina “el bien” y “el
pecado” (Léase en la Biblia Romanos capítulo 7, versos 7 al 25, y también Evangelio
de San Marcos capítulo 7, versos 20 al 23). Invito al lector a que por un momento se
detenga a pensar en la gran cantidad de acciones que a diario ejecuta de manera
consciente e inconsciente, en las cuales se reflejan claramente estos dos instintos,
desde tomar los alimentos, bañarse, vestirse bien, regar las plantas, darle de comer a
los hijos o a la mascota, realizar un gran esfuerzo por ejecutar bien un trabajo, dar un
simple beso, un efusivo abrazo, una suave caricia, una cálida sonrisa, un fuerte apretón
de manos, una mirada cargada de benevolencia, una palabra amable, entre muchos
otros que tienen como objetivo preservar la vida, hasta actos menos cordiales y más
siniestros como lanzar un insulto, una mala palabra o un mal pensamiento contra
alguien, un golpe a la puerta cuando no abre, al escritorio para descargar la furia, al
claxon del automóvil porque el trancón es desesperante, o al compañero de estudio
que está exasperante, a la esposa, a los hijos, o bien, tener sexo salvaje y furioso hasta
quedar sin fuerzas, encerrarse en una habitación oscura cuando la moral está por el
piso, meterse llorando dentro de las cobijas cuando se vive una tremenda depresión,
entre otro largísimo etcétera. ¿No hay, en estos últimos ejemplos, un evidente instinto
de muerte, un deseo inconsciente y muy profundo de destruir, de eliminar la vida?
¿Cuántas personas hemos matado simbólicamente con el pensamiento, con la palabra,
con nuestros actos, sin necesidad de pasar a la acción misma de quitar la vida?
Pareciera ser que la historia de la humanidad –como afirmó Freud- no fuera más que el
dramático desarrollo, a través del tiempo, de esa antológica lucha entre Eros y
Tánatos, el instinto de vida y el instinto de muerte: guerras, conquistas y expansiones
territoriales, avaricia, genocidios, regímenes políticos unas veces buenos y otras veces
malos, asesinatos, robos, traiciones, ideologías espléndidas y otras funestas, actos de
bondad, valentía y libertad, así como de odio, cobardía y opresión… Una deprimente
oscilación entre dos extremos que da como resultado la insatisfacción y el malestar en
el género humano…Porque quien diga que se encuentra completamente satisfecho en la
vida es un completo mentiroso.
En resumidas cuentas, la clásica metáfora del angelito y el diablito que susurran cosas
contrarias al oído de las personas, o la del lazo que es halado de ambos extremos en
direcciones contrarias, bien podrían ser alegorías perfectas que representan esta
trágica situación que vive el ser humano, la cual ha sido conocida desde siempre y es,
por cierto, una de las razones de ser de las diferentes religiones del mundo, que
aportan diversas explicaciones a esta enigmática y al parecer interminable lucha entre
la vida y la muerte que experimenta cada persona. La Gnosis10, y las llamadas Escuelas
de Misterios o Iniciáticas11 de todos los tiempos, que han estado implícita y
10
Palabra griega que se traduce “Conocimiento”.
11
Es decir, que dicen poseer conocimientos ocultos y difíciles de entender para la
gente común y corriente, por lo que sólo deben ser transmitidos a unos cuantos
“elegidos”.
11
fuertemente relacionadas desde siempre (aunque de diversas maneras) con la esencia
filosófica y doctrinal de todas las religiones y mitologías del mundo12, atribuyen esta
lucha a la cautividad en la que se encuentra el espíritu humano (que es algo así como
una partícula de Dios), el cual se encuentra aprisionado en la materia, que es de una
naturaleza esencialmente maligna. Dicha cautividad comenzó a producirse desde
tiempos inmemoriales, cuando un ser espiritual, malvado y muy poderoso, sedujo a los
espíritus puros y perfectos para que descendieran a esta dimensión material y quedasen
atrapados en ella. Otra versión afirma que el Espíritu Absoluto, de quien proceden
todos esos espíritus inocentes, permitió que sus partículas descendieran e iniciaran un
ciclo de sucesivas vidas para que adquirieran conciencia y conocimiento mediante la
experiencia, y así, al final del mismo, se encontraran más enriquecidas y
perfeccionadas, lo cual les permitiría entrar en la verdadera “plenitud de Dios”. Por
tanto, la salvación del hombre consiste en “liberarse” de la materia hasta volver a “ser
Uno” con el Espíritu Universal, liberación que sólo es posible después de experimentar
el mencionado proceso de sucesivas “reencarnaciones”, el cual puede comenzar, según
algunos, desde el Reino Mineral, pasando luego por el Vegetal y el Animal, hasta
culminar en la raza humana, y de ahí, si se lograron obtener los suficientes méritos y
virtudes, remontarse a estados más “evolucionados” como el de ángel o deva, y por
último llegar a Dios13. Sin embargo, a lo largo de este proceso de duración cósmica cada
individuo tiene que pagar, indefectiblemente, el funesto Karma, una especie de
historial negro de pecados y maldades cometidas en vidas pasadas que traen como
consecuencia el sufrimiento y el dolor en las vidas posteriores. De hecho, para poder
culminar con éxito esta difícil carrera por la salvación, y salir victorioso de la “fatídica
rueda del Samsara” (el ciclo de reencarnaciones) se hace absolutamente indispensable
alcanzar un grado suficiente de virtud y perfeccionamiento que sólo se logra mediante
la eliminación de los llamados “defectos”, “agregados psíquicos” o “demonios rojos de
Seth”, que son como fuerzas malignas y destructivas que se van adhiriendo a la mente
humana en cada encarnación e inducen al hombre a cometer los malos actos. Pero si al
cabo de un cierto número de vidas (108 en total), el Karma sigue siendo demasiado
grande y los defectos aún no han sido eliminados por completo, entonces se empieza a
“involucionar”, es decir, a retroceder a los órdenes de vida inferiores, para llegar
después a las lúgubres “infradimensiones” o infiernos – donde se padece lo indecible - y
finalmente ser “absorbido” por el Absoluto14, perdiendo así la oportunidad de alcanzar
la Plenitud Divina.
12
después de todo, el universo es Dios o cuando menos una modalidad de su sustancia. Se
trata de un Dios autocontenido que, como Absoluto, engloba en sí mismo los dos
principios básicos que constituyen el universo: el principio del bien (dios del orden, de
la luz, el Cosmos15, el Yang) y el principio del mal (dios del caos, de la oscuridad, el
Yinn). Su razón de ser sería la de existir durante extensos ciclos o períodos, al término
de los cuales se encontrará a sí mismo más “enriquecido y perfeccionado”, gracias a la
experiencia y conciencia aportadas por cada una de sus “partículas”. Por tanto, este
mismo universo, que es Dios mismo, no tiene principio ni fin: simplemente ES, y
reinicia eternamente un ciclo de expansión y contracción, de autonacimiento y
autodestrucción… Y pareciera ser que la ciencia moderna es capaz de confirmar
“científicamente” este punto de vista filosófico de vieja data16, aunque usando unos
métodos bien artificiosos en su afán por deshacerse de Dios; métodos que de todas
maneras no son, ni mucho menos, infalibles ni de resultados comprobados: no pasan de
ser teorías, especulaciones, propuestas.
Sobra decir que, naturalmente, queda a elección del lector el creer o no creer en estas
cosmovisiones y concepciones. No obstante, es de esperarse que una mentalidad
abierta e imparcial sea capaz de considerar otros puntos de vista que expliquen de una
manera completamente distinta todas estas cuestiones relacionadas con el misterio del
universo y la vida. Y, después de analizarlas, sigue siendo cuestión de elección el creer
o no creer. He aquí esta otra opción que, de todas formas, créala o no, refútela o no,
búrlese de ella o no, es la única tabla de salvación que tiene la humanidad.
Salvación, digo, no de una tercera Guerra Mundial, ni de una completa destrucción
planetaria, ni de un caos social irreversible: todo esto ocurrirá inevitablemente, por
más que los idealistas de “la vida es bella” y los dichosos “maestros” de la Nueva Era
digan otra cosa, y por más que los gobiernos del mundo hagan supuestos “esfuerzos”
por evitar dichos sucesos. El fin del mundo será una horrible realidad en la que el ser
humano tendrá que pagar una elevada cuenta de cobro que Dios y el planeta Tierra le
van a exigir por su infame actuación desde que hizo su aparición en el mundo (léase
Sofonías 1, versos 1 al 6; Isaías 24, versos 17 al 21; y el capítulo 24 de San Mateo). Más
bien, me refiero a un tipo de salvación que podríamos llamar individual: la salvación
de su alma, de su verdadero yo.
15
Palabra griega que se traduce “Orden”.
16
Véase en el libro “Historia del tiempo”, de Stephen Hawking, donde se habla
de un modelo científico propuesto por algunos físicos teóricos, el cual está basado
en algo que se denomina “condición de que no haya frontera”, que sugiere un
universo sin principio y sin fin, y que, por tanto, no fue creado.
13
Lo que es realmente el Evangelio de Jesucristo.
Antes de proseguir, quiero dejar muy claro que en esta segunda parte no voy a
empeñarme en “demostrar” de manera exhaustiva la existencia de Dios. Ni mucho
menos. Así que no crea aquel que esté leyendo este documento y se autodenomine
“ateo”, que voy a enfrascarme en una fogosa contienda argumentativa para
convencerlo de que sí hay un Dios Todopoderoso. Pienso que es una verdadera pérdida
de tiempo y asimismo un completo absurdo, tratar de demostrar algo que es tan
evidente por sí mismo y que no necesita de explicaciones complicadas, como sí esos
modelos matemáticos que devanan la cabeza de los científicos y que por más que
parecen estar alcanzando la verdad, siempre desembocan en la misma conclusión:
“Hay que seguir investigando… ¡Pero ánimo, que ya casi se descubre el misterio del
Universo!, ¡falta un pelito!...” Y ese pelito se hace tan largo e interminable que me
recuerda a esas líneas matemáticas llamadas asíntotas, que mientras más se acercan a
un determinado punto del plano cartesiano, tanto más imposible se hace que lo
alcancen y lo toquen. De manera que los científicos, con aire de arrogante
antropocentrismo, prefieren llamar “Principio de Incertidumbre”17, o “azar”, o
cualquier otro término conveniente, a eso tan nebuloso que no les deja avanzar y llegar
hasta la causa última de las cosas… ¿Por qué sencillamente no lo llaman “Dios” y
admiten que no se las saben todas? ¿Que la razón humana y la genialidad no bastan?
Ciertamente, sería más fácil y menos enredado darle un simple vistazo a la
complejidad y perfección que nos rodean, desde un simple átomo hasta las gigantescas
y misteriosas galaxias, o desde una pequeña célula hasta el admirable cuerpo humano,
entre tantos otros que se podrían enumerar, para comprender que todo esto fue, sin
lugar a dudas, algo asombrosamente diseñado, creado y sometido a un funcionamiento
perfecto. Y, bueno, personalmente no creo que el autor de todo esto se llame Azar:
como dijo alguna vez el apóstol San Pablo, el hombre no tiene excusa para negar a
Dios, ya que Su existencia y realidad se hacen claramente visibles a través de la
creación. En otras palabras, lo que quiso decir fue: “¿Quieren una prueba de que Dios
existe?, pues simplemente miren a su alrededor y contemplen sus obras, pues todas
esas cosas no aparecieron solitas”.
Mi propósito es, pues, presentar a ese Dios Supremo sobre el cual se especula tanto,
que hace casi una veintena de siglos vino a visitarnos como un hombre cualquiera para
hacernos partícipes de un plan maravilloso, y dejarnos un mensaje de amor y de
reconciliación que fuese algo así como un “manual de instrucciones” que nos
permitiera actuar de acuerdo con los parámetros de dicho plan, hasta que llegara el
momento de culminarlo, y la historia del mundo concluyera.
La palabra “Evangelio” viene de un vocablo griego que se traduce como “Buena Nueva”
o “Buena Noticia”, y por eso hablar del Evangelio de Jesucristo implica entonces hacer
17
Es un concepto de física teórica enunciado en los años 20 por Werner Heisenberg,
que expresado en un nivel general se refiere a que mientras con más precisión se
conozca un aspecto de un fenómeno físico, en un determinado momento, con tanta
menor precisión se conoce su contraparte.
14
referencia a una buena noticia que hace casi dos mil años fue anunciada por una figura
excepcional y sorprendente que causó una gran conmoción entre los habitantes de la
histórica e importante región de Palestina, y que fundó uno de los movimientos
religiosos más influyentes de todos los tiempos, cuya expansión en el mundo entero, de
una u otra forma, y a pesar de los esfuerzos que se han hecho a lo largo de los siglos
por eliminarlo, sigue siendo imparable: Jesús de Nazaret.
Sin embargo, no pretendo hablar aquí del Jesús mitológico que muchos eruditos
anticristianos quieren presentar, al afirmar que la historia de este personaje es un
supuesto “plagio” de antiguos mitos pastoriles y solares de origen sumerio, egipcio,
persa e hindú (como el de Tammuz, Osiris, Horus y Mitra 18) que surgieron simplemente
de un proceso en el que se mezclaron la observación de los cambios que experimentaba
la naturaleza durante las estaciones, que son debidas a las distintas posiciones del Sol
en el firmamento a lo largo del año, y unas realidades psicológicas bien definidas que
han existido en el ser humano desde siempre. De hecho, los estudiosos de la mente y la
conducta humana saben que en las profundidades del inconsciente existe un fuerte
sentimiento de culpa, una inexplicable sensación de haber pecado contra “algo”
superior y poderoso que nos excluyó de su presencia. Se denomina “arquetipo de
culpabilidad” y es motivo de gran intriga entre los psicoanalistas, quienes han sugerido
varias explicaciones al respecto sin que alguna de ellas sea lo suficientemente
satisfactoria. Dicha culpabilidad exige un castigo, una expiación, y se relaciona
directamente con otro antiquísimo e importante arquetipo de la mente llamado “el
Salvador”, que aparece como el único que puede interceder por el hombre, librarlo del
castigo y la destrucción, y elevarlo de su condición miserable e indigna para llevarlo a
un estado de perfección, que bien puede denominarse “el Paraíso perdido”. Ahora
bien, hay que recordar que los antiguos pueblos siempre relacionaban a su dios
principal con el Sol, por lo que asociaban los fenómenos del astro rey con la historia de
esa deidad. Por tanto, al ver que ese dios los salvaba de la oscuridad, el frío, y la
esterilidad, puesto que nacía finalizando el invierno, moría voluntariamente después
del verano, y volvía a vivir en medio de la crudeza del invierno para inaugurar un nuevo
ciclo de luz, calor y fertilidad (la primavera), actuando precisamente como ese
Salvador anhelado en el inconsciente que carga con la culpa e intercede a favor del
hombre, entonces no sería descabellado afirmar que esos pueblos probablemente
“presentían” la inminente llegada, algún día, del verdadero Redentor de la raza
humana, proyectaron este conocimiento inconsciente en su realidad ambiente y lo
expresaron a través de relatos fantásticos que ningún erudito puede afirmar que
corresponden a una realidad concreta, como sí ocurre con Jesús de Nazaret, de cuya
existencia dan testimonio numerosas fuentes históricas.
18
Todos estos mitos hablan, aunque de distintas maneras de acuerdo con la cultura
que los creó, de un dios solar que, para salvar a la humanidad, muere trágicamente
y luego resucita. Dichas historias se basan en la observación de los ciclos del Sol en
la naturaleza y la consecuente sucesión de las estaciones: en el invierno el dios
“muere” y en la primavera “resucita”. Además, “nace” un 22 o 25 de diciembre –
fechas del solsticio invernal- de una diosa “virgen”, símbolo del firmamento azul y
sereno, que se constituye así en la “madre de dios”. A este respecto recomiendo el
libro: “Mitos y ritos de la Navidad” de Pepe Rodríguez. Grupo Zeta, ediciones,
1998.
15
Tampoco quiero hablar aquí del Jesús distorsionado que últimamente se ha venido
presentando a través de los medios amarillistas y de ciertos libros sensacionalistas
como “El código Da Vinci”, fruto de un claro afán comercial y de un vivo esfuerzo por
llamar la atención del público morboso y mentalmente ocioso, que siempre está a la
expectativa de la aparición de cosas novedosas y extravagantes para crear nuevas
modas y referentes a partir de ellas, y convertirlas en objeto de un verdadero culto de
esoterismo barato, que de un serio escrutinio histórico de los hechos19. Honestamente,
nunca me había topado con un libro tan lleno de tonterías e inexactitudes, que tuviera
el cinismo de presumir un gran “rigor histórico”. Creo que es preferible un millón de
veces leer “Las mil y una noches”, los “Cuentos de los hermanos Grimm”, las aventuras
de “Kalimán” o las de “Flash Gordon” que ese librillo de pacotilla, porque de estas
historias ficticias se sabe de antemano que son irreales, y por lo tanto se puede poner a
volar la imaginación de una manera realmente constructiva y placentera. Además, en
ellas uno aprende al menos algo de cultura general y no queda tan desinformado como
con ese texto mediocre y mal intencionado escrito por el despistado periodista Dan
Brown.
Y por supuesto, tampoco tengo la intención de hablar de esos divertidos payasos medio
esquizofrénicos que andan por ahí afirmando ser el mismo Jesucristo que regresó a la
Tierra (léase San Mateo 24, versos 4 y 5, y del 21 al 28), ni de ese extraño Jesús
filósofo que presentan esos textos advenedizos de dudoso origen llamados “Evangelios
Apócrifos”, que últimamente están de boca en boca, y que supuestamente fueron
elaborados por varios discípulos de Jesucristo entre los que se mencionan Felipe,
Tomás, Santiago, María Magdalena e incluso Judas Iscariote, pero que a la luz de los
estudios resultan ser obras de algunas sectas gnósticas heréticas que proliferaban por
el Medio Oriente hacia los siglos II y III d. C20., las cuales afirmaban poseer
conocimientos secretos que el mismo Jesús le habría transmitido a su círculo de
seguidores más íntimo21. En realidad, es bien sabido que la Gnosis, a pesar de su
pretensión de encontrarse “íntimamente” relacionada con el Cristianismo, es el
resultado de una mezcla de muchas tradiciones, mitologías y doctrinas diversas de
distintas culturas del Lejano y el Cercano Oriente. Y, bueno, el hecho de que haya
tomado un fenomenal impulso precisamente cuando el Cristianismo hizo su aparición en
el mundo, me hace pensar en la “cizaña” que fue sembrada entre el trigo por obra de
un enemigo malo en los campos del buen sembrador, según la parábola referida por
Jesús en cierta ocasión (léase San Mateo 13, versos 24 al 30).
Más bien, quiero hablar aquí del Jesús cuya realidad histórica está fuera de toda duda,
y que vivió en la región de Palestina durante una época en la que el Imperio Romano se
encontraba en todo su apogeo y extendía su poderío más allá de Europa, tanto al sur
19
Recomiendo leer el monólogo: “Descodificando a Da Vinci”, de Amy Welborn, el
cual puede bajar de www. fluvium.org/textos/cultura/cul233.htm.
20
Para más información sobre los Evangelios Apócrifos, sugiero leer el artículo sobre
Jesús de Nazaret publicado en la revista “Muy Interesante” en su número de
marzo de 2007, pág. 16-25
21
No deja de resultar entonces curioso que el mismo Jesús les dijera a sus discípulos
unas palabras tan contrarias a estas afirmaciones gnósticas como las que hay en
Mateo 10: 26, 27 y en Marcos 16: 15, o las que le dice a los sacerdotes del
concilio judío que lo acusan en Juan 18:20.
16
(en África), como al oriente (en Asia). Quiero presentar al personaje sin lugar a dudas
más influyente de todos los tiempos -cuyo nacimiento ha sido tomado incluso por los
historiadores como punto de referencia para dividir en dos la historia de la humanidad
en un “antes” y un “después” de Cristo-, que de manera súbita apareció en los
ambientes rurales de la mencionada región del Oriente Medio predicando un mensaje
en el que se revelaba una nueva forma de ver y de concebir la realidad, y realizando
además una serie de prodigios impactantes y sobrenaturales carentes de explicación
lógica que respaldaban dicha predicación, los cuales rápidamente llamaron la atención
del pueblo plebeyo y por supuesto de los líderes religiosos y políticos de la zona, que
no tardaron en verlo como una seria amenaza para su ancestral régimen de monopolio
sobre la población.
Jeshúa ben Joseph (Jesús hijo de José) nació en el pequeño pueblo de Belén Efrata,
localizado en la provincia de Judea, durante el reinado de Herodes I El Grande,
perverso monarca de esta región, quien gobernaba en nombre del emperador de Roma
(en ese momento Augusto César). Era hijo de un humilde carpintero judío llamado José
y de su joven esposa María, ambos oriundos de la marginada y poco poblada ciudad
norteña de Nazaret, en la provincia de Galilea. De profesión “carpintero”, el joven
Jesús predicó su mensaje y ejerció su ministerio en medio de un contexto social y
cultural muy particular: el pueblo judío, una extraña comunidad semita que desde
siempre ha ejercido una influencia fundamental en la historia del mundo. De manera
que, para empezar a comprender la relevancia de Jesús de Nazaret y de su mensaje, es
absolutamente necesario conocer los orígenes y las características de esta cultura.
De acuerdo con el relato bíblico, hace casi cuatro mil años un viejo patriarca semita de
nombre Abram (llamado después Abraham22), nativo de la antigua ciudad de Ur
(ubicada a orillas del legendario río Eufrates, en lo que hoy es Irak), recibió un llamado
directo de Dios para que saliera de allí y se fuera con toda su familia rumbo a la tierra
de Canaán, en Palestina, ya que el Ser Supremo tenía unos planes bien específicos y
trascendentales con él como lo eran, en primer lugar, crear a partir de su
descendencia un pueblo especial, único y distinto a todos los demás sobre la Tierra,
del cual surgiera, a su tiempo, el anhelado “salvador de la humanidad”; y en
segundo lugar, darle a dicho pueblo una porción de tierra específica desde la cual
ejerciera su papel de “nación de reyes y sacerdotes de Dios”: la misma Canaán.
Estos planes debían ser confirmados mediante la celebración de un pacto, en virtud del
cual Abraham y todos los de su casa se circuncidaron el prepucio como señal de la
alianza con el Dios Omnipotente, en la que se comprometían a ser Su propio pueblo.
Esta incipiente comunidad nómada de pastores y recolectores recibió el nombre de
“Habiru” o “Hebreos” (la gente de más allá), por parte de los habitantes de Canaán; y
más tarde, cuando asumió el liderazgo del grupo el patriarca Jacob, nieto de Abraham,
se les llegó a llamar “Israelitas” por el nombre “Israel”23 que el mismo Dios le dio al
nuevo jefe. Por esa época, los integrantes de esta colectividad no sumaban más de
unas setenta personas, que debido a ciertas circunstancias providenciales (en las que el
penúltimo de los 13 hijos de Jacob, llamado José, jugó un papel fundamental),
tuvieron que descender de Canaán a Egipto, donde habitaron cómodamente y se
22
Que significa “Padre de una multitud”.
23
Que significa “El que lucha con Dios”
17
multiplicaron durante 430 años, llegando a ser un numeroso pueblo de más de un
millón de personas, divididas en 12 “tribus”, según el número de los hijos varones que
tuvo Jacob24. Sin embargo, durante el reinado sucesivo de dos faraones anti-semitas
(padre e hijo) sufrieron una cruel opresión que incitó a Dios a levantar un líder de entre
ellos mismos llamado Moisés, de la tribu de Leví, quien fue criado en la corte de faraón
hasta que llegó a su edad adulta, cuando tuvo la difícil tarea de libertar, en nombre de
“Yahvéh25, el Dios de Israel”, a los hebreos esclavizados en Egipto para conducirlos a
Canaán (la Tierra Prometida).
Tras la espectacular liberación del pueblo26, Yahvéh se manifestó a los israelitas como a
ningún otro pueblo de la tierra, apareciéndoles por primera vez a los tres meses del
masivo éxodo en una gigantesca nube de fuego posada en la cumbre del monte Sinaí,
desde la cual les hablaba con voz tronante. De esta manera, pretendía iniciar con ellos
algo así como un programa de educación y capacitación que los hiciese aptos para ser
llamados “El Pueblo Escogido De Dios”, y que los caracterizara como una comunidad
santa, es decir, con referentes y criterios normativos distintos a los de las demás
naciones, lo que incluía, antes que nada, dejar a un lado la idolatría (que estaba tan
de moda por esa época), entre muchas otras cosas que habría que ir depurando. Dicho
programa habría de realizarse por medio de un estricto proyecto legislativo en el que
primeramente se establecieron 10 reglas que Dios les exigía observar como garantía
para que tuviesen una buena relación con Él, decretos que se conocen como Los Diez
Mandamientos, y que fueron entregados a Moisés en la cumbre del monte, escritos en
tablas de piedra. Pero además de éstos, Yahvéh les dio otro extenso compendio de
leyes, que en conjunto con las anteriores se les llegó a conocer como La Ley Mosaica o
Ley Judía, y que en total sumaban 613. Según Yahvéh, la salvación del hombre
consiste en cumplir completamente esa Ley, ya que son los requisitos indispensables
para llegar hasta Él (Léase Levítico 18, versos 4 y 5, y Romanos 2, verso 13). Y los
israelitas, como sacerdotes exclusivos de Dios y partícipes de sus misterios (ya que a
ellos se les había manifestado tan abiertamente), tenían la importante misión de
aprender, observar y a su vez transmitir a los hombres dicha Ley. Sin embargo, lo que
los hebreos nunca comprendieron (aún hasta nuestros días) es que ningún hombre es
capaz, por su misma naturaleza pecaminosa, de cumplir completamente la Ley. Por
esa razón, todo ser humano desde que nace está, de por sí, destituido de la gloria de
Dios y condenado a muerte eterna (léase Romanos 3, versos 9 al 12, y capítulo 8,
verso 7), ya que es incapaz de salvarse por sus propios méritos (léase Romanos 7
verso 14 y el Salmo 49). Por tanto, necesita un Salvador que lo saque de semejante
embrollo, y que sea literalmente “súper humano”. De hecho, dentro de ese proyecto
24
Toda esta historia la puede leer en el libro de Génesis, desde el capítulo 12 hasta el
50.
25
Yahvéh es el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento, según la revelación
que tuvo Moisés en el monte Sinaí antes de ir a libertar a los israelitas. Significa “Yo
soy” y viene de las consonantes hebreas יהןהque se traducen Y H V H, y se
denominan tetragrámaton. Y dado que en el alfabeto hebreo no existían las
vocales, entonces no se sabe con exactitud cómo se pronunciaba. Muchos eruditos
dicen que probablemente se hacía “Yavé”, mientras que otros proponen la forma
“Jehová”.
26
Registrada en el libro del Éxodo y llevada al cine en películas como “Los Diez
Mandamientos”, protagonizada por Charlton Heston en 1956.
18
legislativo en el que Dios involucró a los israelitas, también se debían realizar una serie
de rituales entre los cuales sobresalía el sacrificio de un cordero, un macho cabrío,
un carnero o un becerro, que eran figuras simbólicas de ese salvador que
necesitaba la humanidad: alguien sin pecado que muriese por los pecadores para
detener el juicio implacable de Dios (léase Primera epístola de San Pedro 2, verso 24,
y Epístola a los Hebreos 10, versos 1 al 14).
El segundo rey de Israel, y sin duda alguna el más importante, fue David hijo de Isaí (de
la tribu de Judá), quien trasladó la capital del reino a Jerusalén, y llegó a ser el
prototipo del “Príncipe de Yahvéh” o Mesías (palabra que viene del hebreo “Meshiaj” y
que significa “Ungido”), un personaje espléndido que empezó a ser anunciado por los
profetas del pueblo (especialmente Isaías) y que en un tiempo futuro habría de salvar
definitivamente a Israel de sus enemigos, para después extender sus dominios al
mundo entero, profecía que desde siempre fue interpretada por los hebreos en un
sentido más materialista que espiritual, y que los condujo a cometer varios errores
garrafales como el de llegar a engreírse y a despreciar a todos los demás pueblos de la
tierra, sin comprender el verdadero propósito de Yahvéh que era el de salvar a todo el
género humano. Peor aún fue la degeneración que con el paso de los años sufrió el
19
culto prescrito en la Ley Mosaica, el cual estaba orientado más a “buscar el rostro de
Yahvéh”, a promover la misericordia, la justicia y la santidad entre el pueblo, que a la
mera realización de los actos litúrgicos, así como la corrupción infame en la que cayó
todo Israel, desde los reyes y sacerdotes hasta el pueblo raso, y que trajo como
consecuencia, en primer lugar, la división del Reino israelita en dos: el Reino del Norte
o “de Efraín”, y el Reino del Sur o “de Judá”. Y años más tarde, la deportación o exilio
tanto de los israelitas del Reino del Norte (conquistado por los asirios), como de los
judíos (nombre con el que se les llamó a los israelitas del Reino del Sur), que fueron
invadidos mucho después por los caldeos, quienes los llevaron cautivos a Babilonia,
donde estuvieron durante unos 70 años. Este fue el famoso período del Exilio27, una
época en que la promesa del Mesías libertador cobró una singular importancia gracias a
la labor profética del sacerdote Ezequiel y del sabio Daniel, constituyéndose así en una
fuerte esperanza para el pueblo sometido y humillado por los “gentiles” (nombre con
el que los judíos designan a las personas de las demás naciones del mundo).
Cuando Babilonia cayó bajo los persas, al mando del rey Ciro, los judíos recobraron la
libertad como pueblo autónomo pero sujeto a Persia, y de esta manera pudieron
regresar a Palestina en dos grandes oleadas: la primera dirigida por el príncipe
Zorobabel, y la segunda por el escriba Esdras, quien más tarde recibió apoyo en su
función de liderazgo por parte del funcionario real Nehemías (copero del monarca
Artajerjes), que fue el que inició los trabajos de reconstrucción de la derruida ciudad
de Jerusalén. Una vez establecidos en la provincia de Judea (nombre que se le dio al
antiguo Reino de Judá), y tras lidiar con los hostigamientos de varios gobernadores de
algunas de las provincias vecinas que amenazaban con destruirlos, los judíos volvieron a
florecer como nación, para luego quedar bajo la hegemonía de los griegos (que
acaudillados por Alejandro Magno conquistaron el Imperio Persa), y, más tarde, de los
romanos. Llegada esta época, y de acuerdo con los vaticinios de los profetas, la venida
del anhelado Mesías parecía inminente. Aunque no se iba a tratar de un Mesías
cualquiera: según los judíos debía ser un enérgico libertador y conquistador con
mano de hierro por cuyas venas corriera la sangre del recordado rey David, y que
por tanto fuera, sin lugar a dudas, un humano como cualquiera, pero singularmente
ungido por Yahvéh…(léase Salmos 2, versos 7 al 9; Salmo 72, versos 8 al 12, y
Evangelio de Mateo 22, versos 41 y 42) Por eso ni siquiera se imaginaron, y jamás
aceptaron, que este fabuloso príncipe guerrero fuese un simple carpintero de Nazaret,
mal trajado, sumiso, hablador y al parecer idealista y milagrero, que tenía la osadía de
igualarse al Ser Supremo proclamándose “El Hijo de Dios”, es decir, literalmente
engendrado por el mismo Yahvéh: Jesús, a quien se le empezó a llamar “El Mesías”
(Jeshúa ha Mashiaj). No esperaban que ese mismo Yahvéh creador del Universo, que
siglos atrás les hablara con voz tronante a los hijos de Israel desde el monte Sinaí,
hubiese descendido a la Tierra como un hombre; y menos como un vulgar obrero de
la plebe.
27
Pues hasta hay canciones que lo mencionan, como la conocida “Rivers of Babylon”,
inspirada en el Salmo 137 e interpretada en los años setenta por la agrupación de
dance Boney M.
20
que es único, comparado con el de las demás religiones del mundo. El pueblo hebreo
apareció en un momento bien específico de la historia, cuando la idolatría y el
politeísmo (creencia en varios dioses) abundaban en el mundo, para recordarle a la
humanidad que existe un solo Dios, al que hay que venerar, y que además es
espíritu, por lo que no se le puede representar por medio de imágenes, ni siquiera
de humano, ya que éste es un ser mortal y pecador, no obstante haber sido hecho a
imagen y semejanza de Él. Por eso, no es de extrañar el hecho de que los israelitas
nunca usaran imágenes en su culto, lo cual ha sido algo sin precedentes en la historia
de las religiones. Este Dios Único es un ser Personal (es decir, con atributos de
persona), Eterno y Absoluto, Creador de todo lo que existe, e independiente y libre
con relación a su obra, por lo que no es este mismo universo y tampoco este mismo
universo es una modalidad de su sustancia (léase Génesis 1, verso 1; Isaías 40, verso
26; capítulo 45, verso 12; y Salmo 102, versos 25 al 27)). Por tanto, el cosmos como tal
es profano, nada en él es divino, ni digno de ser adorado, porque es obra del Creador,
único merecedor de recibir la gloria y la honra (léase Romanos 1, versos 18 al 25). Y es
que en eso consiste la idolatría: en darle atributos divinos a un ser cualquiera del
universo, sea animado o inanimado (como a una serpiente, un toro, un rey, el Sol, la
Luna, etc.). Así pues, el hombre también fue creado por Dios, quien lo hizo
“tripartito”, es decir, compuesto de tres partes: cuerpo, alma y espíritu (léase
Génesis 2, verso 7, y Primera epístola a los Tesalonicenses 5, verso 23). El espíritu es el
“soplo de vida”, la energía vital, así como una suerte de cuerpo sutil propio de la
dimensión espiritual, y el alma es el verdadero “yo”, donde residen la mente, la
conciencia, la voluntad y las emociones, y fue creada al mismo tiempo que el cuerpo,
por lo que conceptos como el de la reencarnación y el karma carecen entonces de toda
validez en este contexto, y sólo aparecieron en el ámbito judío -en sectas como la de
los Esenios- en una época ya tardía, cuando la gnosis griega y oriental se empezaron a
infiltrar en el Judaísmo (léase Hebreos 9, verso 27). La muerte es algo inevitable e
irresoluble: es la inexistencia, la nada, y por lo tanto el alma también muere (léase
Job 14, versos 7 al 12; Salmos 146, verso 4, y Eclesiastés 9, versos 5 y 6). Sólo existe
una esperanza para el hombre en la llamada “resurrección de los justos” (léase
Evangelio de San Juan 11, verso 24) la cual ha de acontecer en los postreros tiempos de
la historia humana, cuando Yahvéh ejecute el temible Juicio Final sobre todas las
naciones, y erradique el mal de sobre la faz de la Tierra.
Asimismo, desde sus orígenes, el pueblo judío ha atribuido la existencia y la acción del
mal en el mundo a un poderoso espíritu maligno creado por Yahvéh en una época
indeterminada, a quien se le otorgó un alto rango en la corte angelical y se le dio el
nombre de Luzbel, un ser de belleza excepcional que, movido por el orgullo y la
ambición, encabezó una violenta rebelión contra el Creador en la que logró sonsacar a
una considerable cantidad de otros ángeles, por lo que fue expulsado del Cielo y
maldecido eternamente (léase Ezequiel 28, versos 12 al 19; Isaías 14, versos 5 al 20;
San Juan 8, verso 44, y Apocalipsis 12, versos 7 al 12). Desde entonces, su función ha
sido oponerse de una manera implacable a los designios de Dios, lo que le hizo merecer
el nombre de “Has - Satan” o Satanás (El Adversario). Esta poderosa y perversa
criatura entró en contacto con la raza humana desde que ésta hizo su aparición sobre
el planeta, y de alguna manera logró infiltrar el veneno del pecado en su naturaleza
perfecta e inmaculada (véase el relato de Adán y Eva en Génesis 3). El ser humano, que
21
había sido designado como dueño legal del mundo y sus criaturas, se rebeló contra Dios
y quiso seguir su propio camino, pero lo único que obtuvo fue que el Altísimo lo
destituyera de Su presencia gloriosa, rompiera con él toda comunión espiritual y le
quitara su respaldo paternal, lo que a su vez trajo como consecuencia que el propio
Adversario tomara virtualmente el control del mundo y se convirtiera en una especie de
“rey usurpador”, que empezó a manipular las mentes a su antojo (Evangelio de San
Juan 10, verso 10; Evangelio de Lucas 4, versos 5 y 6; y Primera epístola de San Juan 5,
verso 19). El único destino que le esperaba al hombre era la muerte (Epístola a los
Romanos 6, verso 23), ya que al haber quedado impregnado de ese mortífero veneno
del pecado su ser empezó a experimentar un fuerte e inevitable empuje a destruir y a
hacer lo malo (véase la teoría de los instintos de Freud). Además, su organismo
perfecto, ahora gobernado por pasiones malignas, comenzó a volverse débil y
susceptible de contraer enfermedades. El pecado se fue transmitiendo de generación
en generación desde nuestros primeros padres como una herencia maldita, y la especie
humana entera se hizo abominable ante los ojos de Dios, quien decretó para ella
condena de muerte eterna (léase Romanos 3, versos 9 al 12; Libro de Génesis 3, verso
19; y Libro de Job 14, versos 1 al 6). La única posibilidad que tendría el hombre de
salvarse en estas circunstancias sería pagando con su vida esa terrible deuda de
pecado que lleva a sus espaldas, ya que de este modo recibiría un justo y definitivo
castigo por sus transgresiones y además quedaría completamente aniquilada su
naturaleza diabólica, que es la que lo induce a pecar. Porque, ¿cómo podría presentarse
ante la presencia de Dios, que es perfecto, teniendo una naturaleza imperfecta y
contaminada que continuamente lo incitaría a rebelarse contra la autoridad Divina? No
obstante, si el hombre es destruido para que su mancha sea eliminada y su pecado sea
cancelado, entonces toda esperanza de llegar hasta el Ser Supremo y vivir eternamente
en su Plenitud desaparece por completo: de cualquier forma será destruido. La
salvación, por tanto, se convierte en algo imposible (léase Salmo 24, versos 3 y 4; y
Primera epístola a los Corintios 15, verso 50).
Sin embargo, según los judíos, Yahvéh proveyó la Ley para que el hombre pudiera
obtener la salvación de su alma, siempre y cuando la cumpliera al pie de la letra… Pero
Jesús de Nazaret - ¡Y aquí llegamos al meollo del asunto!- revolucionó todo este
panorama al afirmar a través de su predicación que él mismo era el sacrificio que se
necesitaba para que el hombre obtuviera la redención (léase San Mateo 26, versos 26
al 28; San Juan 3, verso 16; y Romanos 5, versos 18 y 19): ninguna persona podría
obtenerla jamás puesto que nadie es capaz de cumplir perfectamente la Ley; de hecho,
todo ser humano ha sido engendrado con una semilla maldita (léase Levítico 15, versos
16 al 19), por lo que se encuentra contaminado y sujeto a la influencia del mal (como
se podría deducir haciendo un paralelo con la teoría de los instintos de Freud)28. Debido
a esto, se necesitaba un hombre perfecto, que no hubiese sido engendrado por varón
sino por el mismo Dios (léase Primera epístola de San Juan 3, verso 9), y que por tanto
fuese capaz de cumplir la Ley (léase San Mateo 5, versos 17 y 18): es decir, alguien que
28
Actualmente se sabe que en el genoma humano (o código genético) existen
algunos “genes de la conducta”, que determinan ciertos comportamientos y
tendencias en el ser humano, como por ejemplo el “gen de la delincuencia”,
presente en el cromosoma Y.
22
aunque fuera humano, fuera a la vez divino (léase San Marcos 15, verso 34; San Juan
11, verso 35; Epístola a los Hebreos 2, verso 14; y San Juan 10, verso 30, y el capítulo
14, verso 10); un mediador que reconciliara a los hombres con el Ser Supremo, quien
se había alejado y desentendido de la humanidad desde hacía tanto tiempo (léase
Segunda epístola a los Corintios 5, versos 18 y 19); un puente entre Dios y los hombres;
un cordero expiatorio, como aquellos que ordenaba la Ley (léase San Juan 1, versos 1
al 4, luego el 14, y por último el 29). Y ese redentor fue entonces Jesús de Nazaret,
que como todos sabemos murió desangrado y terriblemente mal herido en una cruz,
bajo el gobierno del Procurador romano Poncio Pilato. Así, el mensaje de Jesús se
constituyó en una clara ruptura con el Judaísmo tradicional, porque ciertamente los
judíos, el pueblo de Dios, que iba tan bien encaminado, “tropezó con la piedra de
tropiezo”, Jesucristo mismo, el verdadero Mesías, que además es el Redentor de la
raza humana y que, como si fuera poco, y por increíble que parezca, es Dios mismo
hecho hombre (Primera epístola a Timoteo 3, verso 16). Por tanto, la Ley no puede
salvar a nadie, y con la llegada de Cristo esforzarse por guardarla se hace inútil e
innecesario (léase Romanos 9, versos 30 al 33; Primera epístola de Pedro 2, versos 6 al
8; y Epístola a los Gálatas 3, verso 11, y versos 23 al 26).
Pero, ¿por qué era necesario que ese Salvador tuviera la doble naturaleza humana-
divina? Obviamente, sería absurdo pensar que un ser humano cualquiera, contaminado
como los demás, ofreciera su vida en expiación por todos los hombres (así fuera muy
“bueno” y virtuoso), ya que con su sacrificio lo máximo que lograría sería pagar su
propia pecaminosidad, es decir, saldar su propia deuda, pero no la de algún otro. Sin
embargo, al morir un hombre engendrado directamente por Dios, y por tanto sin
mancha alguna (puesto que Dios es el único ser perfecto), su sacrificio sería válido para
“cubrir la deuda” de cualquier otro ser humano, que a diferencia de él sí sería una
criatura infectada de maldad y por tanto condenada a muerte (léase detenidamente
Libro de Job 4, versos 17 al 19). De manera que Cristo muere en la cruz como hombre,
en un acto simbólico en el que representa la destrucción del cuerpo y el alma
humanos (ambos contaminados) de todos aquellos que fuesen a CREER en Él, para
que así no tuvieran que ser destruidos ellos mismos y automáticamente se les declarara
inocentes (Epístola a los Romanos 6, verso 6, capítulo 8, verso 3, y Segunda epístola a
los Corintios 5, versos 14 al 17). En consecuencia, este magno sacrificio de Jesús se
constituye en una “puerta de escape” para que los seres humanos, que antes estaban
destinados a morir en el olvido y se encontraban sometidos bajo el régimen tiránico de
Satanás, puedan salir ahora del temible imperio de maldad en el que esta malvada
criatura había convertido al mundo entero, sobre el cual había obtenido dominio
legal cuando el hombre cayó en trasgresión al principio de los tiempos (léase epístola a
los Hebreos 2, versos 14 y 15). Y una vez fuera de este reino tenebroso, la humanidad
tiene la oportunidad de correr a refugiarse en un Nuevo Reino que aparece en escena
para derrocar al diabólico: El Reino de los Cielos, encarnado precisamente en la figura
de Jesús, el Cristo29 (léase San Mateo 12, verso 28, y San Lucas 17, versos 20 y 21). De
modo que ahora Dios le da al hombre la posibilidad de escoger entre seguir bajo el
gobierno de Satanás o someterse al Suyo (léase Hechos de los apóstoles 26, verso 18),
puesto que con la venida de Cristo, además de no encontrarse obligado a seguir siendo
esclavo de la maldad, tiene plena libertad de huir al Reino de Dios. Eso sí, con la
29
Traducción al griego de la palabra hebrea Mesías
23
condición indispensable de que ejerza verdadera fe en el poder salvífico que tiene la
preciosa sangre derramada por el Redentor del mundo, la cual actúa como una especie
de “sello” que le permite a Dios reconocer a sus redimidos y darles “amplia y generosa
entrada” a su régimen celestial (Libro de Éxodo 12, versos 1 al 13, y del 21 al 23;
Evangelio de San Lucas 22, verso 20; Primera Epístola de San Pedro 1, versos 18 y 19;
Epístola a los Romanos 5, versos 8 y 9; y Epístola a los Colosenses 1, versos 12 al 14).
Ahora bien, al resucitar de entre los muertos, Jesús recibe el título de Señor30, que le
correspondía exclusivamente a Yhavéh (léase Deuteronomio 10, verso 17; Salmos 136,
versos 1 al 3; Hechos de los apóstoles 2, verso 36; Epístola a los Efesios 1, versos 20 al
22; Epístola a los Filipenses 2, versos 8 al 11, y Apocalipsis 17, verso 14), ya que por su
perfecta justicia mientras fue humano (San Juan 8, verso 46; Primera epístola de San
Pedro 2, verso 22), su injusto padecimiento por los pecadores que le permitió destronar
a Satanás, el rey usurpador, y pagar el precio para obtener la redención del hombre
(San Juan 12, versos 31 y 32), y su eterna naturaleza divina -puesto que era Dios
mismo-, merece llegar a vivir eternamente y convertirse en el dueño absoluto del
mundo entero (Evangelio de San Mateo 28, verso 18; Epístola a los Hebreos 1, versos 1
y 2; y Segunda epístola a los Corintios 5, versos 14 y 15), el nuevo soberano, el
heredero legal de Dios Padre, Yahvéh el Señor, quien se manifestó como “El Hijo de
Dios” en un cuerpo humano llamado Jesús (Libro de Isaías 35, versos 1 al 6; capítulo
52, versos 5 al 7, y capítulo 9, verso 6; San Mateo 1, versos 21 al 23; San Juan 5, verso
18, capítulo 10, verso 30, y capítulo 14, versos 6 al 11; Epístola a los Colosenses 2,
versos 8 y 9; Segunda epístola a los Corintios 5, versos 18 y 19, y por último Hebreos 1,
versos 1 al 3), verdadera imagen del Dios invisible (Epístola a los Colosenses 1, verso
15), la cual es ahora celestial, gloriosa y resplandeciente, prototipo de la nueva raza
perfecta e inmortal que habrá de aparecer al final de los tiempos: la segunda
humanidad (léase San Mateo 17, versos 1 y 2; Apocalipsis 1, versos 12 al 15, y Primera
epístola a los Corintios 15, versos 47 al 49). Y luego, al concluir completamente este
admirable plan de redención y la función de “Hijo” no sea requerida, Dios abandonará
entonces dicho título y volverá a ser todo en todos (léase Primera Epístola a los
Corintios 15, versos 20 al 28; Apocalipsis 4, verso 2, capítulo 5, verso 13, y capítulo
22, versos 1 al 5).
El otro requisito esencial para obtener la salvación lo debe cumplir aquel que quiera
salvarse, y consiste básicamente en la realización de tres actos fundamentales: el
primero es creer de todo corazón en la obra redentora efectuada por Jesucristo a
30
De la palabra griega Kyrios, que es la traducción al griego de la palabra hebrea
Adonai, título exclusivo de Yahvéh.
24
favor de la humanidad, lo cual debe manifestarse por medio una declaración de fe en
la que se confiesa con la boca que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios y el Salvador del
mundo, a quien Dios levantó de entre los muertos al tercer día (léase Epístola a los
Gálatas 3, verso 11; Epístola a los Efesios 2, versos 8 y 9; y Romanos 10, versos 8 al
10). Esto, a su vez, conlleva al segundo acto, que fue expresado claramente por el
Cristo en aquellas famosas palabras con las cuales inauguró su predicación:
“Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado…” (Evangelio de San Mateo
4, verso 17). La palabra “arrepentimiento” normalmente se concibe como un
sentimiento de pesar y de dolor por haber cometido una mala acción. Sin embargo, de
acuerdo con las diferentes formas en que puede ser traducido este vocablo del idioma
griego, queda claro que su verdadero significado implica mucho más que sentir una
aguda pena por los yerros: es cambiar radicalmente la manera de vivir. Es detenerse
en el camino, reflexionar y darse cuenta de que se va en la dirección equivocada, para
después girar 180° y regresar. Es aceptar, por mucho que duela en el orgullo propio, y
así haya que renunciar a las tradiciones y creencias impuestas desde la infancia, que
uno estaba completamente equivocado, y que el único que tiene la razón y que
siempre la ha tenido es Dios, propietario exclusivo de una verdad que parece absurda,
a veces contradictoria y hasta sin un sentido profundo, pero que es, después de todo,
LA VERDAD.
Una versión moderna del Evangelio de San Marcos traduce esas mismas palabras de
Jesús relativas al arrepentimiento, así: “Cambien de mentalidad, porque el Reino de
los Cielos se ha acercado…”. En otras palabras, lo que Jesús estaba afirmando era que
la llegada del Reino de Dios a la vida del ser humano implica necesariamente un
cambio radical y definitivo en la manera de pensar, de ver y de concebir la realidad,
para poder estar en completo acuerdo y sintonía con Dios, el Amo y Señor de todo. Es
un hecho innegable que uno es y actúa según lo que piensa; es decir, nuestros
pensamientos determinan nuestra forma de ser y de actuar: si uno tiene la cabeza
llena de Reggaettón, Hip-Hop, realities, telenovelas, diversiones estrepitosas,
videojuegos, drogas, alcohol, pornografía, fornicación, adulterio, música de Darío
Gómez, el Charrito Negro, Jhonny Rivera31, Vicente Fernández, Los Rayos, Los Tigres
del Norte, Rosie War, entre otros, cuyas canciones siempre tratan de los mismos temas
tediosos (engaño, intriga, traición, despecho, desilusión, fracaso, frustración, soledad,
venganza, muerte, ruina, relaciones prohibidas, vida desenfrenada y bohemia,
ilegalidad, etc.), y si además de eso se rechaza todo lo que implique usar el cerebro,
como por ejemplo leer buenos libros, escribir aunque sea un diario, efectuar
mentalmente alguna operación matemática que pudiera surgir en el diario vivir, o al
menos hacer algún tipo de manualidad, y se desprecia todo lo que signifique
enriquecimiento cultural y estilos de vida saludables, se obtiene como resultado una
persona llena de basura que no refleja más que eso: basura. Y por eso no es de
extrañar que ahora la gente viva amargada, deprimida, temerosa, estresada, irritable,
como picada por alacranes… Pues con semejantes influencias que saturan
constantemente el ambiente, y lo bombardean a uno donde quiera que se encuentre,
no es para menos. Asimismo, ya no es raro en estos tiempos ver a una generación de
jóvenes desidiosos y altaneros que parecen estar viviendo por inercia, y que no quieren
saber nada de lo que sea cumplir con sus deberes escolares y mucho menos laborales,
31
Cantantes de música popular colombiana.
25
ya que sólo se la quieren pasar de juerga en juerga, de una diversión en otra, y van por
las calles oliendo a marihuana, luciendo camisetas anchas con la imagen de algún
“ídolo” del Reggaettón o del Hip-Hop, unos pantalones anchos y caídos con
innumerables bolsillos, y una gorra o pañoleta que les da un aspecto similar al de un
“nigga of the Bronx”, mientras dibujan una expresión de agresividad en el rostro con la
que parecen decir: “no se metan conmigo porque soy un joven rebelde que no me dejo
manipular por nadie”, o quizá ríen a carcajadas estridentes por cualquier tontería para
llamar la atención de los demás, a la vez que miran insistentemente el teléfono celular
para ver cuál de tantas pollas enamoradas los ha llamado. También se puede ver la
contraparte femenina de este asunto: unas muchachitas todavía en edad de jugar con
muñecas, que pretenden madurar antes de tiempo imitando a alguna estrella de la
televisión, o a la vecina que es novia de un mafioso que le da de todo, o a sus amigas
del colegio que tienen hasta tres novios a la vez y con todos se acuestan porque los
aman, van a las mejores discotecas de la ciudad, se adornan con mil accesorios
brillantes por todas partes, no sueltan de la mano el bendito celular porque piensan
que les da “categoría”, se pintan como payasos de feria, se tinturan el pelo de varios y
extravagantes colores, y visten de manera insinuante para que los hombres las miren y
las deseen…Eso sí, con la condición de que las respeten(¡!). De manera pues que el
verdadero arrepentimiento no es más que un cambio total en la forma de pensar: una
renovación de la mente, que conduce necesariamente a un cambio en la forma de
vivir. Es aceptar que la verdad fue traída a este mundo por Jesús, el Cristo, y que es
necesario entonces adaptarse a esa verdad, derrocando los ídolos del “yo” y del “más”,
si se quiere llegar a experimentar una realidad superior de íntima y verdadera
comunión con Dios…Después de todo, ¿cuál ha sido el resultado de que el hombre haya
querido independizarse de Él y gobernarse solito? Basta echar un simple vistazo al
turbulento contexto de nuestro mundo, y se tendrá una respuesta inmediata y
categórica (léase Romanos 12, verso 2; Epístola a los Efesios 4, versos 17 y 18, y luego
los versos 22 al 24).
26
“la fe sin obras es muerta” (léase Epístola de Santiago 2, verso 14). Pero, ¿qué tipo de
obras es necesario efectuar para demostrar la fe en Dios? Según Jesucristo, hay al
menos tres rasgos fundamentales que deben caracterizar a todo aquel que decida creer
y seguirlo a él: en primer lugar debe estar dispuesto a perderlo todo, si llega a ser
necesario, por causa de su Nombre (léase San Lucas 14, versos 25 al 33). Esto significa
básicamente que la persona debe demostrar con hechos que lo más importante en su
vida es Dios y nada ni nadie más que Él, por lo que todo lo demás ha de ocupar un
puesto secundario (la esposa, el padre, la madre, los hijos, las posesiones, la profesión,
los sueños, las metas, incluso la propia vida). Esta forma de pensar induce al creyente
a captar la verdadera esencia espiritual del Cristianismo (léase Epístola a los
Colosenses 3, versos 1 al 4) y a desarrollar un sano desapego a lo terrenal (léase San
Lucas 12, verso 15).
27
¿acaso está acomodando a Dios a su manera de pensar y de ver las cosas en lugar de
acomodarse usted a Él? ¿Cuánta seriedad le está dando a este asunto de ser cristiano?
¿Asiste con regularidad a las reuniones de su Iglesia o sólo va cuando le sobra tiempo y
no tiene nada más qué hacer?, ¿comprende la importancia de congregarse con el
“Cuerpo de Cristo”? ¿Cómo es su vida de oración?, ¿habla con Dios frecuentemente o
sólo cuando está en problemas? ¿Tiene buenos hábitos de lectura bíblica, o sólo coge el
Libro Sagrado para ir al culto, o para sacudirle el polvo acumulado por mantenerlo
abierto en el Salmo 91? ¿Sigue fumando y bebiendo como si nada, acostándose con la
primera o con el primero que se le insinúa, escuchando música vana y sin sentido que
exalta la vileza, la deshonestidad y los bajos instintos, golpeando a su esposa,
adulterando con otra, odiando a su prójimo, chismeando después de salir de misa o de
culto y dejando sin cabeza a los demás? ¿Por qué es miembro de su Iglesia?, ¿por
tradición?, ¿porque teme no seguir las mismas creencias de su familia?, ¿por miedo a
que Dios lo castigue cuando se muera o cuando llegue el fin del mundo?, ¿porque hay
que creer en “algo” y no se debe perder la costumbre de asistir a misa los domingos
porque así le enseñaron desde niño? ¿O lo hace porque siente una sincera necesidad de
cambiar y de relacionarse con Dios? Sin duda, este análisis de los frutos del cristiano
verdadero podría ser más extenso, pero con lo expuesto aquí hay suficiente base para
pensar en muchos otros aspectos.
El tercer rasgo que debe caracterizar al seguidor de Cristo es que no haga parte de
este mundo, aunque viva en él (léase San Juan 17, versos 15 y 16; y Primera epístola
de San Juan 2, versos 15 al 17). Esto implica, como le oí decir a alguien en cierta
ocasión, “vivir metido en el mundo, pero con la cabeza afuera”. No ser parte del
mundo es llevarle la contraria a él; no seguir su impetuosa corriente, ni sus
referentes, ni sus esquemas predominantes: es ser UNO MISMO, DIRIGIDO POR LA
VOLUNTAD DE DIOS. Si en el mundo lo normal es celebrar fechas de origen pagano
como la Navidad, el Halloween, la Pascua Florida y otras tantas, porque son
“tradicionales” y “familiares”, pues para el cristiano que sabe dónde está parado y que
conoce las verdaderas raíces e implicaciones de dichas festividades, éstas no son dignas
de ser tenidas en cuenta, y por lo tanto concluye que lo mejor es rechazarlas de
manera tajante: ¿para qué festejar sucesos tan impregnados de ocultismo y paganismo
si se supone que uno está siguiendo y adorando a un Dios santo que detesta este tipo
de banalidades? Porque es bien sabido que desde el “arbolito de Navidad”, las lucecitas
y “las velitas”, hasta la figurita de Jesús en el pesebre, provienen de unos rituales
idolátricos y demoníacos muy antiguos que tuvieron su origen en la histórica región de
Mesopotamia, en la época en que existieron el malvado y enigmático rey Nimrod 32, su
legendaria y pérfida esposa Semíramis, y su pequeño hijo Tammuz, a quien su madre
hizo adorar como “El Niño-Dios” o encarnación del dios Sol. Lo curioso es que, a pesar
de que la Biblia deja bien claro que Nimrod fue un sujeto perverso y rebelde, que quiso
Personaje misterioso cuyo nombre significa: “El que se rebela”, y que, según la
32
Biblia, fue “el primer poderoso en la Tierra” después del Diluvio, así como el principal
ancestro del pueblo Asirio, que se caracterizó por su gran crueldad (léase Génesis
10:6-12 y 11:1-9). Se le relaciona con varios personajes de la mitología
mesopotámica, entre ellos el dios Nin-Girsu de Lagash, el rey Gilgamesh de Uruk, y
hasta el mismo dios Baal, cuyo culto se extendió por todo el Medio Oriente y parte de
Europa.
28
desafiar a Dios ordenando la construcción de la Torre de Babel, la Iglesia Católica
Romana extrañamente retomó el ritual del nacimiento de su hijo y lo adaptó al relato
bíblico sobre la llegada al mundo del niño Jesús (¡Qué manía sincretista la de esta
organización!, ¿no?) ¿Es algo coherente decir: “Soy cristiano” y celebrar el nacimiento
de Cristo el 25 de diciembre, sabiendo que él no nació en esa fecha? Además, ¿acaso
mandó Jesús conmemorar su alumbramiento?, ¿en qué parte de la Biblia dice que los
primeros cristianos festejaban este suceso? Por el contrario, eran los paganos quienes
ese día celebraban el nacimiento del dios Sol, en cuyo honor realizaban las orgías más
horripilantes y vergonzosas para invitarlo a “fecundar” la tierra. Y de manera
inescrupulosa, el Papa Julio I decidió adoptar esa fecha como el día de la Natividad de
Jesucristo… A veces me pregunto qué pensará nuestro Señor de semejante insensatez:
atribuirle a Él, un Dios verdadero y santo, las peripecias mitológicas de un dios ficticio
y degenerado. Pero sin duda, lo más patético es que a pesar de que la Navidad es
catalogada como una fiesta de carácter religioso, es quizá la temporada del año en la
que se le da más rienda suelta a la bestialidad y al desenfreno. No es sino ver, por
ejemplo, cómo se regocija la chusma ignorante y cruel ante los dolorosos alaridos de
esos pobres cerdos que son sacrificados de manera grotesca en las famosas
“marranadas” del 24 de diciembre. O cómo la gente entra en una especie de violento
frenesí la noche del 31 de diciembre, cuando es común ver a un ejército de borrachos
llorones desfilando por las calles mientras reparten abrazos y palabras de
bienaventuranza para el año nuevo a todo el que se les atraviesa, al tiempo que en las
aceras de las casas los vecinos hipócritas se entrelazan en ridículas demostraciones de
afecto en las que no falta el beso de Judas. Al mismo tiempo, el cielo nocturno se
cubre con una espesa nube de humo tóxico, proveniente de la gran cantidad de pólvora
que es lanzada al aire, al son de la música estruendosa que resuena en las animadas
parrandas que realizan los habitantes de los barrios populares, en las que abunda el
licor y el vicio, y que con frecuencia terminan en brutales peleas y hasta en
lamentables tragedias. Lo chistoso es que estas mismas personas, que en Navidad
derrochan a diestra y siniestra, viven quejándose de la pobreza en que viven, de las
deudas descomunales, de lo dura que está la situación, y de cosas semejantes. De
manera que el interrogante queda abierto: ¿de dónde sacaron entonces para tanta
pólvora, licor, vicio y ostentación? Porque hay que ver cuán impresionantes alumbrados
y adornos navideños se exhiben en las casas y en las calles. Aunque claro, no se puede
olvidar que hay gente tan cabeza hueca, que hasta se olvida de atender sus
necesidades más básicas y urgentes con tal de aparentarles a los demás, malgastando
los escasos ingresos monetarios que obtiene con el sudor de su frente. Conozco
individuos que visten muy bien, se pavonean de tener un celular u otra tontería de
última generación, y en su vivienda exhiben artículos y electrodomésticos costosos… Sin
embargo, la nevera y la alacena permanecen vacías, las deudas suben de manera
exorbitante, y los niños van a la escuela mal alimentados y casi harapientos… ¿Qué
pensará Jesús, a quien supuestamente se homenajea en estas fechas, de semejante
despliegue de carnalidad y estupidez?
29
mientras los mocosos disfrazados por sus irresponsables progenitores, van canturreando
de casa en casa: “¡Triki, triki, Halloween!, ¡quiero dulces para mí!”, están
reproduciendo un sangriento ritual diabólico que solían practicar los misteriosos
druidas, una élite de brujos que vivían entre las tribus Celtas de la antigua Europa, y
que la noche del 31 de octubre – la última del año en su calendario - sacrificaban
jóvenes doncellas a sus ídolos, para lo cual previamente señalaban las viviendas de las
víctimas elegidas con una macabra calabaza sonriente que era iluminada por un
pequeño hachón colocado en su interior. Además, nadie ni siquiera sospecha que esa
misma noche, en un sinnúmero de lugares clandestinos alrededor del mundo, cientos de
bebés y de niños de pocos años de edad son vilmente sacrificados como ofrenda al
Diablo por los miembros de varias sectas satánicas, que como verdadera escoria social,
inservible y perjudicial, hacen acto de presencia en casi todos los países del mundo
bajo el amparo criminal de los gobiernos, que los toleran según la insignia legislativa de
la “libertad de culto”.
Por otra parte, si en la sociedad actual es normal fornicar con la novia sin estar casado
con ella, porque “hay que ensayar a ver si existe compatibilidad sexual o no”, pues
para el cristiano verdadero no lo es, ya que conoce las consecuencias negativas que
este comportamiento imprudente puede traer para la vida social y emocional de
ambos. Tampoco comparte en lo absoluto el hecho de que el homosexualismo sea visto
hoy por hoy como algo muy “natural”: una cosa es respetar a los homosexuales y
lesbianas como personas que son, y como sujetos que tienen plena libertad de
elección, pero otra muy distinta es aplaudir, respaldar y hasta promocionar su
aberrante estilo de vida. Si lo normal en la sociedad actual es adulterar con la mujer
del prójimo porque “lo que cuenta es el amor”, como sugieren varias canciones por
ahí, pues para el cristiano que se precie de ser sincero, esto se trata de una verdadera
abominación. Si lo normal en el mundo es que la mujer exhiba continuamente sus
formas con la clara intención de excitar a los varones -aunque lo nieguen-, pues para
una mujer genuinamente cristiana este comportamiento es indecoroso e imprudente,
por lo que más bien trata de cultivar el pudor y un mínimo de decencia. Si lo normal en
el mundo es asistir fielmente a misa todos los domingos para mirar morbosamente las
piernas esbeltas y los senos prominentes de la vecina que fue de minifalda y blusa
escotada para exhibirse, o quizá para hacer del lugar de adoración -sea católico o
evangélico- una verdadera pasarela o Club Social en el cual se pueda hacer gala de la
ropa fina y costosa recién comprada, y de los accesorios de última generación como el
celular de tal marca, el bolso de tal cuero, la correa de tal hebilla, la corbata de tal
diseño, el reloj de tal precio, o para sostener divertidas pláticas sobre trivialidades y
estupideces carentes de sustancia con los “hermanos en la fe”, pues para el cristiano
que sea medianamente sensato todo esto no es más que una situación deplorable e
incoherente que no se debe imitar. Si lo normal en el mundo es llenarse la cabeza de
cuanta tontería, basura e inmundicia se difunde por todos los medios de comunicación,
y que tristemente inundan el ambiente -como si de un gas venenoso se tratara- en los
lugares donde suele transcurrir la vida de las personas, como el vecindario, el trabajo,
el colegio, la universidad, los lugares de diversión y esparcimiento, y hasta la propia
casa, pues para el cristiano no lo es, y más bien trata de alimentar su mente con
aquellas pocas cosas que aún son dignas de ser absorbidas e interiorizadas y que
pueden contribuir a un buen desarrollo de la personalidad. Si lo normal en el mundo es
30
que los fanáticos del fútbol actúen como auténticos animales salvajes cuando su equipo
favorito gana o pierde en tal o cual campeonato, porque hay que demostrar la pasión
deportiva agrediendo con brutalidad a otros seres humanos que sencillamente tienen
preferencias distintas, pues para el cristiano verdadero esta situación es en verdad
asqueante, propia de un animal salvaje, irracional e ignorante y no de un siervo de
Dios. Si lo normal en el mundo es disfrutar con morbo del terrible dolor que
experimentan esos miles de pobres toros que son vilmente torturados y masacrados en
los abominables espectáculos taurinos, en los que la gentuza despreciable y despiadada
grita enervada “¡Olé!”, mientras un miserable asesino de porte afeminado y ademanes
fingidos hace gala de un supuesto “arte”, nacido en la mente del mismo Diablo para
entretener a los perversos, pues para el fiel cristiano ésta es una práctica aborrecible
que nada tiene de entretenida ni de edificante, y respecto a la cual es necesario orar
con fervor para que Dios haga justicia por la infamia cometida contra aquellas nobles e
inocentes criaturas que no merecen semejante atropello. Y si lo normal en el mundo es
tratar de negar a Dios a toda costa por estar creyendo en el montón de cháchara
pedante y pretenciosa que hablan continuamente los científicos engreídos, que se
creen profetas del dios “Razón”, pues para el seguidor de Jesucristo todas estas
habladurías insolentes no pasan de ser más que eso, porque saben que el único
verdaderamente sabio es Dios. En suma, si lo normal en el mundo es tomar a Dios a la
ligera, sin darle la debida seriedad y respeto que se merece, y como si fuera poco
acomodarlo a la forma de pensar individual, diciendo a toda hora: “yo opino que
Dios…”, “yo creo que Dios…”, “yo pienso que Dios…”, “a mí me parece que Dios…”,
etc., sin esmerarse siquiera por saber qué opina Él, qué cree Él y qué piensa Él, pues
para el verdadero cristiano lo fundamental es hacer Su divina voluntad por encima de
cualquier cosa, y llevar un estilo de vida que sea consecuente con ese título de
“cristiano”.
Porque no se puede negar que una gran cantidad de personas que dicen ser “cristianas”
en realidad llevan una doble vida que se caracteriza por realizar una especie de
“comercio intensivo” con el mundo. Es decir, viven con el Nombre de Jesús a flor de
labios a la vez que participan de cuanta festividad estúpida y cuanta moda enajenante
sale en el mundo. Además, su aspecto y sus obras no se diferencian en nada de las de la
gente mundana: se visten igual, ostentan igual, fornican igual, piensan igual…
Personalmente me da risa de esos “cristianos” que no celebran la Navidad y el Año
Nuevo porque son fiestas paganas, pero en cambio van a ver, bastante emocionados, los
alumbrados del río Medellín. No ponen el arbolito navideño, ni bombillas de colores, ni
guirnaldas, ni calcetines de Santa Claus porque hacen parte de la simbología pagana,
pero sí hacen esfuerzos sobrehumanos para conseguir los “estrenes” del 24 y el 31, así
como el regalo de Nochebuena para los niños, porque si no lo hacen quedarán como
“los de menos”. No escuchan música mundana, pero en cambio son felices oyendo
“rock cristiano”, o más increíble aún, ¡reggaettón cristiano!… Y así, la lista podría
hacerse interminable. Ni hablar de aquellos que creen que son cristianos dizque porque
en una parroquia les echaron agüita en la cabeza cuando eran bebés y les pusieron un
nombre, después de haber pagado al sacerdote una buena suma por prestar este
“servicio”. O de los que suponen que ya están bien con Dios porque le confesaron los
pecados a otro pecador, oculto en un confesionario, cuya única diferencia con el devoto
confesor son sus trajes clericales y sus ademanes de santo. O de los que afirman ya
31
estar salvados porque han cumplido religiosamente todos los “sacramentos” y asisten
sin falta a misa a rezarle a cuanta escultura de yeso y arcilla colocan en los pedestales
de las iglesias…
Porque ser cristiano es mucho más que hacer “la Primera Comunión” para más tarde
hacer “La Confirmación” (me gustaría preguntarle al lector que haya cumplido estos
sacramentos si de veras entendía el significado de ellos cuando los realizó, o si lo hizo
más que todo interesado en los regalos que recibiría aquel día). Es mucho más que
bautizar a un niño que apenas sabe balbucir, que no tiene ni idea de quién es Dios, y
mucho menos tiene conciencia del bien y del mal. Es mucho más que ofrendar y
diezmar en la Iglesia esperando una recompensa del Padre Celestial, y más que dar
limosnas y hacer obras de caridad para después salir a divulgarlas. Más que participar
en todas las actividades de la Iglesia para demostrarle a los demás que se es muy fiel y
consagrado, como lo hacen muchos de los que asisten a las procesiones de Semana
Santa (que me recuerdan a las que hacían en Babilonia en honor al dios Marduk 33), o a
las que realiza ese curioso grupo de señoras de “La Legión de María” en las madrugadas
de ciertos días, o a las caminatas hasta Girardota34 a pie descalzo como sacrificio a
Dios el Viernes Santo, o a la peregrinación a la Catedral de Monserrate en Bogotá
-¡donde hay que subir de rodillas!-, o a las fiestas patronales de San Isidro y de otros
tantos santos (en las que se promueve el alcohol, la juerga, el baile, el estrépito y por
lo tanto el desenfreno, y además se subastan cosas tan peculiares como en cierta
ocasión un poncho (¡!) del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez para obtener
fondos para una de las parroquias de mi localidad, lo cual se me pareció muchísimo a la
situación que tuvo que enfrentar Jesús con los vendedores del templo de Jerusalén que
habían hecho de la Casa de Dios una “cueva de ladrones”35), o a las misas oficiadas
“por el alma de los muertos” -como si ellos las necesitaran- las cuales deben ser
previamente pagadas al Sacerdote (lo que hace que me pregunte si los primeros
cristianos cobrarían dinero por orar e interceder a favor de alguien), entre tantas otras
que se podrían mencionar. Ser cristiano es más que postrarse ante una estatua de yeso
o de mármol (léase Deuteronomio 4, versos 15 al 18; Salmo 115; Hechos de los
apóstoles 17, versos 29 y 30; e Isaías 40, verso 18 ) o ante un cuadro de un hombre tan
mortal como usted y como yo, que a pesar de haber alcanzado méritos por su gran
virtud, hasta el punto de habérsele llamado “santo”, de todas maneras NO ES DIOS, ni
tampoco un intermediario (léase Primera epístola a Timoteo 2, verso 5), y además
necesita un Salvador, exactamente igual a como lo necesitamos usted y yo; la misma
virgen María afirmó ser una simple humana necesitada de un Redentor (véase San Lucas
1, versos 46 al 48).
Asimismo, ser cristiano es más que orar bonito, si esas palabras están vacías de
significado y de sinceridad. Es más que cantar bonito, si esa voz tan melodiosa y esa
forma estupenda de tocar los instrumentos son motivo de engreimiento y no están
siendo usadas para bendición de los demás. Es más que asistir religiosamente a todos
los cultos, llorar abundantemente ante la presencia de Dios, orar a todo pulmón
33
Compárese esta práctica religiosa con la que describe el profeta Isaías en el
capítulo 46 de su libro, versos 5 al 8.
34
Municipio del departamento de Antioquia (Colombia).
35
Léase San Mateo 21, versos 12 y 13.
32
poniendo cara de mártir, y después salir a murmurar de otros lo que no es y a seguir
odiando al hermano. Es más que decir “¡Amén, amén!” a todo lo que dice el pastor
desde el púlpito, sin discernir bien si lo que está diciendo es realmente Palabra de Dios
o palabrería humana. Es más que decir continuamente frases estereotipadas y vagas
como: “¡Oh, sí!, ya siento la unción, ¡Oh, sí!, ya siento el fuego de Dios ardiendo, ¡Oh,
sí! El fuego de Dios quema,...”, “¡Es hora de levantarse!, ¡es hora de sacudirse!, ¡oh
aleluya!, ¡yo siento un avivamiento grande!, ¡prepárate, hermano!, ¡llegó la hora!, ¡oh
sí!, ¡Aleluya!”, etc., como si esas retahílas fuesen una verdadera oración. Ser cristiano
es más que vestir con ropa impecable y andar con una enorme Biblia debajo del brazo,
con el orgullo de ser “hijo” o “hija” de Dios, y andar mirando a los demás por encima
del hombro, con claras muestras de desprecio, dizque porque son “mundanos” y
pecadores (recuerden, queridos hermanos y hermanas en Cristo, que ese fue uno de los
grandes errores que cometió el pueblo de Israel: se llenó de una soberbia desmedida
por ser el pueblo elegido de Dios y comenzó a denigrar a los demás pueblos, aún hasta
nuestros días, lo cual los ha llevado a la ceguera espiritual; además, no olviden que las
preferencias de Jesús estaban entre los pobres, los pecadores, los publicanos y las
rameras, a quienes miraba con compasión, trataba con respeto, y brindaba oportuna
ayuda, sin necesidad de ser pecador como ellos; y tampoco olviden que ustedes
también fueron sacados del fango asqueroso del pecado porque a Dios se le antojó
hacerlo, como para que vengan ahora a creerse inmaculados o algo semejante). Es
mucho más que lucir una falda larga y un cabello largo, complementados con una
ausencia total de maquillaje en el rostro, y seguir con la lujuria y la coquetería a flor
de piel.
Ser cristiano es más que discutir, pelear, señalar y denigrar por diferencias doctrinales,
como si la Trinidad o la Dualidad o la Unicidad de Dios nos fueran a salvar. ¡Por favor,
cristianos, reaccionen!: a la luz de las Escrituras Bíblicas queda claro que Jesucristo es
Dios, por lo que toda enseñanza que trate de rebajarlo de dicha categoría es,
sencillamente, una mentira…¿Para qué ponerse entonces a discutir con los Testigos de
Jehová, que dicen que Jesús es un ser inferior a Dios, y cuya Biblia, llamada Traducción
del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, es un extraño texto acomodado a sus propias
creencias, el cual posee unas inexactitudes notables que sorprenden a varios eruditos
en idioma griego?, ¿o con los Mormones que creen que Dios fue antes un hombre como
cualquiera que llegó a “evolucionar” mucho, y que además montan toda una
parafernalia exótica sobre tribus perdidas, ángeles que dieron origen a la raza negra,
guerras que parecen mitológicas, extraños personajes celestiales, y documentos tan
fabulosos e históricamente improbables como el Libro de Mormón, al que quieren
equiparar con la Biblia?, ¿o con los Adventistas del Séptimo Día que anatematizan al
que no guarde el Sábado -que es el “Día de Reposo” judío-, porque la profetisa que
fundó ese movimiento dijo haber tenido una visión en la que Dios supuestamente le
dijo que había que guardar ese día, pero que al parecer se le pasó por alto recordarle
lo que está escrito en Éxodo 31, versos 16 y 17, y en Gálatas 3, versos 10 y 11, y
capítulo 4, versos 8 al 11? ¿Para qué polemizar acerca de si Dios es uno y a la vez tres,
o si es una misma sustancia manifestada en tres personas distintas, o si es un misterio
irresoluble de una Divinidad tripartita, si está tan claro en la Biblia, y de muchas
maneras, y hasta nuestra propia intuición nos lo dice, que Dios es UNO, es decir, un
solo ser, una sola Persona? Mejor es afirmar, como lo hizo alguna vez Tertuliano,
33
teólogo de gran reputación, que “La filosofía es el origen de todas las herejías…”.
Porque es bien sabido que esas doctrinas de la Trinidad, la Dualidad y la Unicidad de
Dios surgieron cuando la filosofía griega se empezó a infiltrar en el Cristianismo
primitivo y los dirigentes de la Iglesia trataron de explicar filosóficamente las verdades
teológicas que, de hecho, no se pueden interpretar ni comprender por medio de la
lógica y la razón, sino por la FE. Por eso, tratar de explicar la naturaleza de Dios,
como si Él fuera una sustancia química que se puede analizar en un laboratorio, es
verdaderamente tarea de insensatos. ¡El Ser Supremo es inescrutable e indefinible,
señores teólogos! ¡Es un ser tan grande que se sale de sus limitantes definiciones y
conceptos! Yo, personalmente, me congrego en la Iglesia Pentecostal Unida de
Colombia, donde se bautiza en el Nombre de Jesús y se predica la doctrina de la
Unicidad, pero jamás me atrevo a afirmar que sólo los pentecostales nos vamos a salvar
o que los trinitarios están errados de codo a codo y que por tanto van a ser
condenados: ¡sería una verdadera desfachatez de mi parte si lo hiciera! Más bien, como
hacían los primeros cristianos, me dedico a anunciar a Jesucristo el Hijo de Dios, Señor
del universo entero y Dios mismo manifestado en carne, quien murió crucificado en una
cruz, resucitó de ente los muertos al tercer día de su sepelio, y se constituyó así en la
única alternativa de salvación para el género humano. Lo demás es puro cuento,
especulación y blablantería humana (léase Primera epístola a los Corintios 2, versos 1
al 5).
Así pues, ser cristiano evangélico significa tener a Dios como el eje principal de la
vida (Léase San Marcos 12, versos 28 al 34). Es nacer de nuevo como una nueva
criatura (léase San Juan 3, versos 3 al 6; y Segunda epístola a los Corintios 5, verso
17). Es ser una persona nueva, distinta, capaz de ver las cosas desde el punto de
vista de Dios (léase Isaías 55, versos 8 y 9, y Primera epístola a los Corintios 2, verso
16). Es ser re-generado, re-creado. Es creer en un Dios que de veras existe y que todo
lo puede, incluso violar las leyes del universo y poner el mundo “patas arriba”, si es
necesario, con tal de cumplir sus propósitos o de ayudar a los que son de Él (léase
Josué 10, versos 12 al 14); un Dios omnipresente que nos ama, más allá del bien y del
mal (el que lee, entienda y discierna), que siempre se encuentra aquí y ahora, y que
además puede intervenir real y positivamente en nuestra propia vida, ya que no se
trata de un ser despótico, ni lejano e inaccesible, ni abstracto, ni simbólico, ni
mitológico, ni uno al que se deba tomar como una costumbre más en la vida (léase San
Juan 3, versos 16 al 18; y San Mateo 7, versos 7 al 12). Ser evangélico es creer en Jesús
de Nazaret como la solución real y efectiva a nuestros propios problemas y a los del
mundo entero (léase Daniel 2, verso 44; Romanos 8, versos 18 al 25; y Primera epístola
de San Pedro 5, versos 6 y 7). Es creer ciegamente en todo lo que Dios diga por
increíble e irracional que parezca: si Él dice que el cielo es rojo, viendo yo que es
azul, pues entonces también creo y afirmo que el cielo es rojo, porque así lo dijo Dios.
Alguna vez alguien me increpó: “La razón sin la fe cojea, pero la fe sin la razón es
ciega”, a lo que yo le contesté: “pues así es que debe ser, precisamente, para que uno
se pueda salvar: completamente ciega”. De hecho, es muy posible que toda la Historia
Sagrada que relaté anteriormente sobre Dios, el Diablo, los judíos, La Ley, Jesús, el
pecado, la muerte, la expiación, la redención, etc., parezca muy fantasiosa e
irracional, por muchas razones que bien podrían argumentarse. Yo mismo he tenido
34
serias dificultades para aceptar completamente todo este asunto, porque ciertamente
es incompatible con la mayoría de esquemas y referentes que uno tiene en la mente,
así como con la experiencia inmediata que se percibe a través de los sentidos. Pero es
precisamente ahí donde entra en acción ese profundo concepto de la Fe: simplemente
hay que creer, gústenos o no, parézcanos real o no, todo ese asunto tan extraño. Hay
que cerrar los ojos y lanzarse al abismo. Hay que confesar que estamos seguros de eso
que no hemos visto ni palpado y que además es TAN diferente a lo que creíamos y nos
habían enseñado… así nos sintamos raros y nos veamos a nosotros mismos como unos
dementes, afirmando cosas que no hemos experimentado. Sólo así se puede empezar a
conocer a Dios; es la única vía para llegar a la verdad: creer para después ver, y no
ver para después creer (léase San Juan 20, versos 24 al 29, Y Epístola a los Hebreos 11,
verso 1). Invito al lector a que haga este experimento de todo corazón, que crea en
Jesucristo como el Hijo de Dios que vino a salvar al mundo, lo confiese con su boca y lo
invoque para que sea el dueño de su ser, y le garantizo que algo MUY extraño
comenzará a ocurrir en su vida; algo que no necesariamente es placentero, sino que
incluso puede ser bastante desagradable y displacentero, pero que es como la bebida
de Salvia para el hígado, que sabe horrible, y sin embargo es excelente para la salud de
ese órgano. Hay que tener en cuenta que, por un lado, la fe necesita ser probada
(léase Primera epístola de San Pedro 1, versos 6 al 9); y por otro, los ataques por parte
de Satanás el Diablo y de sus millones de malignos súbditos angelicales -que son
verdaderos agentes de las tinieblas-, no se harán esperar (léase San Lucas 22, versos 31
y 32; Job 2, versos 1 al 7; Primera epístola de San Pedro 5, versos 6 al 11; y Epístola a
los Efesios 6, versos 10 al 13). Su salud, sus finanzas, sus relaciones interpersonales,
pero sobre todo su vida anímica y emocional (incluyendo miedos, defectos, complejos,
traumas, etc.), serán las áreas más atacadas por estos seres infernales (Segunda
epístola a los Corintios 12, versos 7 al 10). Su vida dará un giro radical; llegarán
momentos en los que incluso va a desesperarse y aún a desear morirse (Primer Libro de
Reyes 19, versos 3 y 4; Libro de los Salmos 6; capítulo 22, versos 1 al 5; capítulo 42,
versos 1 al 3; y el capítulo 88; Evangelio de San Mateo 26, versos 36 al 38), pero es
justo ahí donde usted podrá comprobar cuánta fe ejerció en Jesús de Nazaret y cuánta
sinceridad tuvo en su corazón para con Dios al hacer la confesión propuesta líneas
arriba (Libro de Deuteronomio 8, versos 1 y 2). En otras palabras: los sufrimientos que
tenga que encarar como cristiano harán que se tome este asunto en serio y que
aprenda a confiar en Dios. Aunque, de todas formas, la victoria definitiva sobre el mal
es segura, siempre y cuando uno permanezca en Cristo (Evangelio de San Juan 16,
verso 33; Primera Epístola de San Juan 2, versos 12 al 14; capítulo 5, versos 4 y 5; y
Epístola a los Romanos 8, versos 31 al 39).
Como sea, no se puede dejar de reconocer que toda esa Historia Sagrada que se narra
en la Biblia y la metafísica implicada en ella, se caracterizan por poseer una
adecuación a la realidad objetiva y por ser universales. Es decir, concuerdan con lo
que se vive en este mundo y además son comunicables a cualquier persona en el
planeta: ¿quién puede negar por ejemplo que el muerto, muerto está, y que no
vuelve?; ¿por qué los lloramos entonces si no es porque sabemos en lo más profundo de
nuestro ser que volvieron a la nada y que desaparecieron? (otra cosa es que a uno lo
críen con la creencia de que volverán con otro cuerpo o que se fueron a seguir viviendo
en otro lado) ¿Y si uno reencarna, entonces por qué no recuerda claramente las vidas
35
pasadas, y por qué los más profundos estudios en psicoanálisis demuestran que uno
viene de la nada y que la mente del niño recién nacido es como un papel en blanco?
¿Quién puede decir que el Sol es un dios o que un cocodrilo responde las oraciones? ¿O
quién que haya participado en verdaderas Misas Negras (no en rituales babosos de
pandilleritos adolescentes que visten de negro y escuchan música Gótica o Heavy
Metal) y haya hecho pactos con espíritus malignos, puede negar que Satanás existe y
ejerce una acción real en el mundo, y además es experto en crear ilusiones y en
manipular la mente del ser humano? (léase Segunda epístola a los Corintios 4, verso 4;
capítulo 11, verso 14; y Epístola a los Efesios 2, versos 1 y 2) Por otra parte, ¿no se
perciben en el ambiente claros signos de que la historia del mundo y del hombre se va
aproximando a pasos agigantados hacia un punto culminante en el que no habrá
precisamente un desenlace feliz? Además, ¿no demuestran acaso el universo mismo y
las leyes que lo gobiernan que no son el producto de un “trabajo en equipo” de varios
dioses sino que un solo Dios es más que suficiente para crearlas y establecerlas? Así
pues, Jesucristo es un llamado a la sensatez. Es un grito de “¡reaccionen por favor!”. Y
ser cristiano evangélico es darse cuenta de que es necesario despertar de ese letargo
mortal en el que está sumida la especie humana, esclava del pecado y de la ilusión. Es
darse cuenta de que esta realidad que vemos y en la cual vivimos NO LO ES TODO, sino
que hay otra realidad superior, situada muy por encima de ésta, a la cual podemos
tener acceso únicamente a través de Jesús el Cristo. Porque si uno se detiene a
analizar bien el comportamiento y la actuación de Jesús, notará fácilmente que él era
realista y tenía los pies muy bien puestos sobre la tierra; sus parábolas eran sencillas y
trataban aspectos de la vida real y cotidiana: Jesús apelaba al sentido común y a la
lógica. No obstante, al mismo tiempo, mostraba con sus milagros y a través de esos
mismos discursos, que este mundo no lo era todo, y que por tanto sí había otra
realidad superior a la que era posible acceder, y de la cual él mismo provenía y era
embajador: ¡Lo SOBREnatural de veras existe! (léase San Juan 3, verso 13, y versos
31 al 33; capítulo 16, verso 28; y capítulo 18, verso 36).
36
un poco de dolor, como aquellas inyecciones que de niño le aplicaban en la nalga para
su propio bien, y de las cuales usted huía despavorido? ¿Aceptaría dejar su egoísmo a
un lado y reconocer la Soberanía de un solo Dios, llamado Jesucristo, que nos pide fe y
amor, y no sacrificios ni obras de caridad? ¿Estaría dispuesto a renunciar a todo y a
perderlo todo por seguir y por amar a ese Dios invisible, si Él así lo requiere? ¿Quisiera
meterse en este plan tan complicado para algunos –como para mí- de amar al prójimo
de una manera tal que se esté dispuesto a sacrificar por él? (léase San Juan 15, verso
12, y Primera epístola de San Juan 3, versos 16 al 18) Porque realmente el ser humano
es odioso, y se hace bastante difícil amarlo, aunque no es imposible. Si es así, déjeme
decirle que se metió en el asunto más serio pero a la vez más provechoso y
verdaderamente lucrativo. Yo sé que como humano, uno siempre espera recibir una
recompensa; y Dios, que no es injusto para desconocer la diligencia y la buena voluntad
que uno le manifieste al seguirlo, y que además conoce nuestra naturaleza interesada,
también tuvo en cuenta darnos un magnífico e inigualable paquete de regalos. Si usted
no buscó todas las citas bíblicas que a lo largo del documento señalé, dígnese al menos
buscar éstas otras, en las que podrá encontrar una parte de dicho paquete maravilloso
que Dios ha prometido como recompensa eterna para todo aquel que decida amarlo,
seguirlo y servirle de todo corazón…A todo aquel que quiera tener el título de “hijo de
Dios”, en Cristo Jesús: San Mateo 28, verso 20 - San Marcos 13, verso 13 – San Juan 1,
versos 11 al 13; capítulo 5, versos 24 al 29; capítulo 8, verso 12; capítulo 11, versos 25
y 26; capítulo 14, versos 1 al 3, y del 15 al 18; capítulo 16, verso 33 – Primera epístola
a los Corintios 15, versos 49 al 54 – Primera epístola a los Tesalonicenses 4, versos
16 al 18 – Romanos 8, verso 18; capítulo 5, versos 1 y 2; capítulo 16, verso 20 –
Epístola a los Efesios 1, versos 3 al 12 - Primera epístola de San Pedro 1, versos 3 al
6; capítulo 2, versos 9 y 10; capítulo 5, verso 4– Segunda epístola de San Pedro 3,
versos 10 al 14 – Primera epístola de San Juan 3, versos 2 y 3 - Apocalipsis 3, versos
5, 12 y 21; capítulo 19, verso 9; capítulo 20, verso 10; capítulo 21, versos 1 al 7;
capítulo 22, versos 1 al 5, y del 12 al 15.
Que el Dios Excelso, Creador del Cielo y de la Tierra, derrame abundantes bendiciones
sobre usted, mientras digiere este asunto y piensa qué hacer al respecto…
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Comentarios, aportes, dudas e inquietudes:
megalodonsuarez@hotmail.com
GLOSARIO:
Bronx: condado norte de Nueva York y una de las cinco comunas en las que se divide la
ciudad.
Caldea: antigua región del sur de Mesopotamia (hoy Irak) que bajo el gobierno del rey
Nabucodonosor se logró imponer sobre toda aquella tierra y formar el Segundo Imperio
Babilónico, alrededor del 600 a. de C.
Carreta: expresión popular colombiana usada para indicar que algo no es verdad o que
carece de importancia.
38
Empirismo: doctrina filosófica que afirma que solo se puede conocer aquello que entra
por los sentidos y se puede experimentar y comprobar.
Escéptico: persona que duda de todo, o que no cree en nada. O que cree que ciertas
cosas no se pueden llegar a conocer.
Esenios: una de las cuatro sectas del Judaísmo en los tiempos de Jesús. Era una
comunidad de ascetas que vivía en un conjunto de monasterios emplazados en ciertos
lugares escarpados de las zonas desérticas de Palestina, principalmente en la región de
Qumrán. Se dedicaban a la oración, diversos rituales religiosos y la copia exacta de
textos sagrados. Juan el Bautista, primo de Jesús y quien lo bautizó en el río Jordán,
perteneció a dicha comunidad.
Feng Shui: práctica mágica de origen chino en la que se pretende encontrar, canalizar
y aprovechar las buenas corrientes de energía que circulan por la tierra, para emplazar
las edificaciones y lograr en ellas espacios armónicos y amenos.
Humanismo: Conjunto de ideologías que tienen como rasgo distintivo el poner al ser
humano en el “centro de universo”, alrededor del cual se supone que gira todo, y en
función de quien todo debe definirse.
Kama Sutra: “El Libro de los Sentidos”, una antiguo texto hindú que trata sobre
diversas técnicas y métodos propios de las artes amatorias empleados para obtener la
plenitud sexual.
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deslocalización. Internamente: Privatización de los servicios públicos, desregularización
del mercado laboral.
es.wikipedia.org/wiki/Neoliberalismo
Nigga: expresión derivada de “nigger”, muy común entre la subcultura Hip-Hop para
designar a los afroamericanos. A veces tiene connotaciones despectivas, y otras tantas
cariñosas, donde puede significar algo así como “mi negro”.
Polla: término muy popular en Colombia para referirse a una mujer físicamente
atractiva, o a la novia.
Poncho: especie de capa corta, de tela gruesa y con un agujero en el centro para
meter la cabeza, muy popular en Colombia, especialmente en las zonas de clima frío.
Quiromancia: práctica adivinatoria que usa como criterio la lectura de las líneas de las
manos.
Racionalismo: doctrina filosófica que afirma que sólo se pueden conocer las cosas por
medio de la razón.
Reflexología: arte que consiste en realizar masajes en la planta de los pies para calmar
ciertos males y tensiones. Existen ciertas zonas en el pie que representan todos los
órganos del cuerpo y al estimular esas zonas manualmente podemos calmar el dolor,
facilitar la eliminación de toxinas, prevenir ciertas enfermedades y disturbios de la
salud.
Semitas: dícese de los pueblos que supuestamente descienden de Sem, el hijo mayor
de Noé.
Shiatsu: viene de Shi (dedo) y atsu (presión). Es un método de masaje por presión, de
origen japonés, que combate el desequilibrio del cuerpo y el espíritu.
Sumeria: antigua región del sur de la Mesopotamia, donde se construyeron las primeras
ciudades y se inició la civilización, hace unos 4000 años antes de Cristo.
40
Trancón: en Colombia: atasco de automóviles en la vía.
41