Exploraciones y Aventuras en Honduras
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adyacentes
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la baha de Conchagua cuando la ocupacin inglesa
de 1849. El General Santos Guaridola, en carta fechada en Nacaome el 3 de noviembre
de 1849, deca al Sr Drdano: "hace- ms de 20 aos que Ud. vive en Centro Amrica
esta casado con una hija del pas, ha hecho en l su fortuna y por aus leyes Ud es cen-
troamericano y goza de los mismos derechos y franquicias que los naturales- Ud pues
al adherirse y prestar sus servicios a una potencia enemiga e invasora, a una nacin que
actualmente nos msulta y nos oprime, y a quien no puede Ud. servir sino es agraviando
al pas que tan generosamente le dio acogida y lo adopt por hijo eiceuta Ud un -Trio
de ingratitud, de felona y de traicin, que como he di choso creo' i n u t i Sca^e" ^V a
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t o de Amapaa, por Pedro
livas. legucigalpa, Talleres Tipogrficos Nacionales, 1934, pp. 137 a 141)
EXF LO P. ACIOXES EX HONDURAS 9
nuestros equipajes a Rivas, a razn de cuatro dlares por mula utili-
zada, debiendo salir temprano a la maana siguiente.
Haba habido una ininterrumpida sucesin de chubascos du-
rante los dos das de nuestra permanencia all; el termmetro a medio
da marcaba 90? F. a la sombra, y alas borrascas sucedan rayos
de una luz solar fiera, que caan sobre el follaje hmedo de la ciudad.
Temprano, a la maana siguiente, y confortados con un buen desayuno,
comenzamos, con ansiedad de verdaderos novatos en la ciencia de
la lenidad centroamericana, a buscar nuestros arrieros. Dixon (un
americano empleado en las oficinas de la Compaa, de quien era yo
deudor de muchas indicaciones tiles), rindose, nos aconsej que
aprendiramos y adoptramos, tan rpidamente como nos fuera po-
sible, el adagio universal espaol:poco a poco,* porque pronto des-
cubriramos la falacia de querer apresurar a un natural del pas.
A las diez de la maana, una nube de polvo y una serie de ala-
ridos y gritos indescriptibles, anunciaron la llegada de los pasajeros
de Nueva York, quienes, en nmero de varios cientos, prestamente
temaron posesin de la pequea ciudad. En medio del alboroto, jus-
tamente cuando habamos reconocido a varios viejos californianos,
llegaron nuestras muas y sin acordarnos de llamarle la atencin al
arriero para que en lo futuro fuera ms puntual, enfilamos hacia la
Baha de la Virgen, cayndonos un aguacero al solo andar una milla.
Sabamos que tenamos que acostumbrarnos a esto en los prximos
ocho meses; y as, envolvindonos en nuestros ponchos, seguimos ade-
lante, pensando con ansiosa esperanza en nuestra llegada a Rivas.
Fu con orgullo de norteamericanos que vimos la carretera ma-
cadamizada que en una distancia de treinta millas cruza una tupida
selva, contrastando el aspecto selvtico del pas con la evidencia de
la civilizacin y el resultado de una industria activa desplegada en
los puentes y excavaciones a lo largo de la ruta. Este trabajo era uno
de los muchos ejemplos fuera de los lmites de los Estados Unidos,
donde el genio y el espritu de empresa de nuestros compatriotas
estn venciendo los terrores de los climas tropicales y abriendo para
el mundo los vastos campos del istmo centroamericano que an estn
sin desarrollo.
A nosotros, que por aos contemplamos en San Francisco la lle-
gada quincenal de cientos de pasajeros que haban cruzado con toda
* N. del E-El Sr. Wells tradujo "literalmente" esta frase como "take it easy".
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WILLIAM V. WELLS
seguridad estas regiones, nos pareci que no haba, nada extrao
en la escena. Pero la profusa vegetacin Imitando la vista por todas
partes; el vuelo de las poUcromas guacamayas y de los bulliciosos
loros pasando encima de nosotros a intervalos, la quietud impresio-
nante de la selva unida al indefinido e interesante pas por el cual
nuestro viaje tena que realizarse hasta alcanzar la meta distante,
produca un agradable alborozo en el espritu, una alegre sensacin
de libertad con un anticipado anhelo de aventuras salvajes, solamen-
te conocidas por aquellos que, por necesidad o por propia voluntad,
dejan atrs las restricciones y convencionalismos de la sociedad.
La mayora de los lectores americanos han sido acostumbrados
desde su niez a asociar ideas romnticas y a menudo extravagantes
con aquellos misteriosos pases cuyas tribus broncneas, sus pjaros
de brillante plumaje, sus animales extraos y productos preciosos,
fueron dados a conocer por las exploraciones de los aventureros es-
paoles del siglo XVI. Los medios escasos de informacin, a menudo
limitados a las crnicas exageradas de los primeros conquistadores,
o a los relatos fabulosos de los sacerdotes que los acompaaban; el
insignificante comercio hasta ahora existente entre los pases de Cen-
tro Amrica y las naciones martimas del mundo; la dificultad de
las comunicaciones hasta que los lavaderos de oro de California des-
pertaron aquellas soledades plcidas a la vida, como un medio de
trnsito al Pacfico; su posicin alejada, aparentemente fuera de las
grandes rutas del comercio mundial; stas y otras causas, evidente-
mente, hasta hace pocos aos, no slo han evitado que estos pases
sean mejor conocidos, sino que parecieran ofrecer pocos o ningn
aliciente al comerciante y al viajero.
El barco cargado de caoba procedente de las pestilentes zonas
bajas de la Costa Firme, su tripulacin frecuentemente azotada por
la epidemia y portadora de noticias espantosas sobre el horrible clima
que haba dejado, era suficiente para influenciar la mente del ms
osado aventurero, mientras que la suerte de los pocos intentos de
poblar con colonos europeos, pareca sealar la costa como un Gal-
gota para todos los aventureros extranjeros que se atrevieran a vivir
ah aun temporalmente. Del interior, poco o nada se saba excepto
que era de un clima tropical", lo suficiente para hacer al traficante
reflexiona^ larga y seriamente antes de visitar sus playas, y al ma-
rino desistir estremecido de su viaje proyectado. El avance de la civi-
lizacin, rpidamente est colocando a Centro Amrica en posicin
prominente ante el mundo. Las ideas anticuadas y fabulosas en relacin
con su gente y clima estn cediendo ante la investigacin de la vigoro-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 11
sa raza anglosajona. Los cuentos de sus miasmas venenosos; de su
atractivo exterior escondiendo bestias de presa y reptiles ponzoosos;
de sus selvas obscuras, lugar de nacimiento de la malaria, y de su fo-
llaje lujuriante exhalando vapores de enfermedad y muerte; todo esto
ha pasado a la categora de sueos vanos y nunca ms detiene la mar-
cha del aventurero. Los recursos naturales del pas, que igualan en
variedad y exceden en calidad a los de la codiciada Cuba, aadidos a
su proximidad a los Estados Unidos, no pueden menos que traer una
intimidad ms estrecha con el espritu de empresa comercial que
caracteriza a la poca presente.
Nuestro arriero era un jamaiqueo cuya ocupacin consista en
conseguir muas para la Compaa del Trnsito, a un precio es-
tipulado por cabeza. Se deca que era dueo de ms de cien animales,
que empleaba a gran nmero de nativos, y me fu asegurado por
un negro que caminaba al lado de mi mula, que no era pequeo el
honor de ser atendido en persona por el patrn.
Por ah, a la mitad del camino llegamos a un lugar elevado desde
el cual, a travs del bosque abierto hacia el Oriente, dimos un vistazo
al Volcn Ometepe, (1) situado en la isla de ese mismo nombre, al
Este dla Baha de la Virgen. Al medioda la atmsfera perfectamen-
te clara, los rayos del sol caan produciendo el extraordinario color
ail descrito en varias obras sobre Centro Amrica como caracters-
tico de las montaas distantes del pas. Esto era la primera vista que
tena de la gran cadena de volcanes que se extiende de parte a parte de
Nicaragua, y no fu sino hasta entonces que empec a darme cuen-
ta de que estaba en medio del paisaje y del verdor florido de los tr-
picos, en una tierra cuya historia, prolongada hacia atrs al descu-
brimiento del continente, era abundante en inters y en romance.
Poco despus del medioda llegamos a la pequea poblacin de-
nominada Baha de la Virgen, y a medio galope por su nica, ancha
y bien cuidada calle, detuvimos nuestras cabalgaduras en la casa del
Juez Cushing, en este tiempo Agente interino de la Compaa de
(1) Segn Lvy el Ometepe mide 5,350 pies de al t ura; agrega que nunca se haba
hecho la ascencin cientfica del Madera y del Ometepe antes de su exploracin personal
en 1869. Entonces pudo describir que "en el vrtice del cerro de Ometepe hay dos punt as
de la misma al t ura, y entre ellas un pequeo crt er lleno de agua Uuvia, cristalina y
helada. La vista se extiende sobre la mitad de la Repblica, y se tiene el istmo de Rivas
a sus pes. En la falda oriental hay otro crter vasto, pero poco profundo y enteramente
oculto por la vegetacin": Notas geogrficas y econmicas sobre la Repblica de Nicaragua
por Pablo Lvy. Pars, Librera Espaola de E. Denn Sohmitz, 1873, pp. 83 y 148. Sonnes-
tern hace subir la elevacin del Ometepe a 5,700 pies: Geografa de Nicaragua para uso
d i las escuelas primarias de la Repblica. Reimpresa en Granada, Imprent a del "Cent ro-
Americano", 1875, p. 54.
1 2
^VILLIAMVJVCLLS^
Trnsito. Frmos invitados gentilment* o desmo
f a d o a u n
entrar en el fresco e imponente saln del Wfeg negocios en Ecua-
viejo y valioso amigo (ltimamente Erogado de^oa
dor), me sent bien pagado del abrasador
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e desde !>n
Su^ Desde la ventana, abierta hacia el lago, oitem\JJ
vista de esta notable extensin de agua^ Una^sa suwej^f^_
llegaba al cuarto, desde olla. Lejos, por el uresie, e
inrm(Ln
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J o borrasca vespertina de la estacin Humosa se ^ ^ ^
v sombras espesas lanzadas por las encalladas " ^ J ^
'gradualmente hacia arriba hasta que todo el horizonte delSurquedo
en ptena obscuridad y los picos elevados del Ometepey aei muuem
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envolvieron en nubes impenetrables. Los vivos relmpagos y los
truenos retumbantes anunciaron pronto la inminente tormenta, y
un minuto despus se cerr del todo por una cortina de agua que,
al pasar por la ciudad, se evaporaba de los calientes tejados, con un
efecto curioso.
El Juez Cushing nos asegur que sta no era ni remotamente
igual a las tormentas propias de la estacin. Fu, no obstante de
corta duracin, y habiendo aclarado el cielo ah por las dos de la
tarde, nos preparamos para continuar nuestro viaje hacia Rtvas, dis-
tante como diez millas.
Mientras me hallaba en San Juan, Mr, Pardee, Cnsul de los
Estados Unidos en aquel lugar, al saber de mi intencin de hacer es-
cala en Len, me entreg cartas oficiales para Castelln, puesto que no
haba entonces medios seguros de comunicacin con la parte norte del
pas. Como ambos partidos pretendan ser los gobernantes legtimos
del Estado, el Cnsul no haba decidido a cul reconocer, pero final-
mente juzg seguro admitir los derechos de aquellos que actualmente
d.ominaban la regin. Consecuentemente sus cartas fueron dirigidas
al Director Provisional, reconociendo su autoridad y rogndole el
exequtur. El Juez Cushing, asimismo, se inclin por admitir la causa
de Castelln, pero como ambos exigan los dineros adeudados por
la Compaa del Trnsito al Estado, l, con verdadera diplomacia,
rehuy pagar a ninguno hasta que la marea de los acontecimientos
se calmara en favor de un partido o del otro.
Dejamos la Baha de la Virgen, marcando el mercurio 90? a la
sombra; un nuevo conocido, el Dr. Davis, que deca ser el Cirujano
del ejrcito democrtico nos advirti seriamente que no partira-
mos. No habiendo adquirido nosotros todava el estilo de poco a poco
del pas, no escuchamos la advertencia y proseguimos; a la media
EXPLORACIONES EN HONDURAS 15
hora se nos uni el Doctor, juerte y jovial, que, prefiriendo compa-
a en su ruta, vino a medio galope en un caballo flaco, al que rego-
cijamente le daba el remoquete de "Chingo".
El Doctor era natural de Ohio y viva en Nicaragua desde haca
tres aos, donde haba acometido varias aventuras, ora trabajando
en una mina de plata, ora residiendo como mdico en Granada y
Masaya, ora combatiendo en las revoluciones del pas; ora actuando
como piloto a bordo de vapores en el lago. Atribua su presente exal-
tacin a la influencia de un oficial a quien l haba suavizado durante
una pelea haca unas pocas semanas. El Doctor estaba fuertemente
comprometido ai lado de Castelln, haba tomado parte activa en las
batallas de mayo anterior y se diriga ahora a Jalteva, en los aledaos
de Granada, donde Chamorro estaba sitiado por cerca de mil doscien-
tos "leoneses" al mando del General Jerez. Haba estado en la Baha
de la Virgen portando despachos y consiguiendo medicinas, y regre-
saba ahora a tomar parte en el sitio. Nos asegur que en Rivas tena
media docena de compaeros norteamericanos, que nos acompaaran
a Granada.
Aunque satisfecho con la compaa de mi nuevo conocido, no
me hallaba seguro de la conveniencia de viajar con su persona, ya
que me anticiparon que podramos caer prisioneros en el camiio y
ser transportados a Granada, en donde el hecho de ir con l asegurara
mi confinamiento por tiempo indefinido. Sin embargo el viaje deba
de hacerse y, resolviendo confiar en la suerte, seguimos nuestro des-
tino.
El camino de la Baha de la Virgen a Rivas va por las orillas del
lago cerca de cuatro millas, y el resto por campos bien cultivados,
en grandes y pequeos secciones^ con cacao y otras plantaciones.
A nuestra izquierda se extenda un impenetrable bosque de ceibas,
guanacastes y otros rboles cuyo obscuro follaje pareca tan deseo-
conocido y abandonado como cuando los viejos conquistadores espa-
oles pisaron por primera vez este suelo prolfico. A nuestra derecha,
el gran lago, impresionando nuestros sentidos con su inmensidad, y en
donde, contra un cielo de ensoacin, una goleta acortaba su ruta
hacia Granada. Esta fu la nica seal de actividad comercial. Las
tormentas recientes haban puesto las aguas revueltas, y el fuerte
oleaje se rompa en la playa, mojando frecuentemente Ls patas de
nuestras muas y, a veces, se estrellaba atrevidamente contra un
promontorio, para bordear el cual nos veamos obligados a entrar en
el lago, apresurar nuestros animales y hundirse hasta la altura de
14 WILLIAM V. WELLS
las cinchas. All lejos y asomado en los cielos daros, el volcn Za-
patera levantaba su testa, mientras a la derecha y aparentemente
surgiendo del agua estaban el Ometepe y el Madera; la isla en La cual
se hallan situados desapareca en el horizonte. Estos volcanes son
mojones en todo el pas.
Hay varias leyendas sobre el volcn Ometepe, que se estima de
seis mil pies de altura aunque no tenga noticias de que se haya me-
dido su elevacin alguna vez. Hay en la isla varias familias de indios,
que se ganan la vida fcilmente cultivando legumbres, que venden
en la Baha de la Virgen, a donde van en bongos todos los das. Me
inform Mr. Geer, caballero residente desde hace varios aos en la
Baha de la Virgen y San Juan del Sur, que nadie, segn se sabe, ha
ascendido hasta su cspide. El, en compaa de dos intrpidos amigos,
intent el ascenso hace tres aos y habiendo salido de la base a las
cinco de la maana, lleg hasta unos pocos centenares de pies de
la cima, diez horas despus. Aqu encontraron una elevada pendiente
cubierta de cenizas, que les fu imposible subir, hasta que, exha-
ustos por los esfuerzos y deslizndose a cada momento, decidieron
regresar, emprendiendo el descenso la misma tarde. Un indio viejo
sostiene haber alcanzado la cima hace muchos aos y dice que existe
un lago, que l describe como un extinto crter. Mr. Geer trat de
confirmar esta creencia, a la cual los viejos nativos se adhieren fuerte-
mente, y se inclina a aceptarla porque al observar haca arriba, contra
el lado perpendicular de una roca, se ven sombras peculiares como
las producidas por la reflexin de la luz solar sobre las olas contra
un muro. Hay tambin una considerable corriente que sale del lado
de la montaa, unos pocos centenares de pies sobre el nivel del lago,
lo cual apenas poda tomarse de otra manera que no fuera la de ha-
ber un lago en la parte superior. Las constantes nubes alrededor de
la cspide parecieran indicar tal cuerpo de agua. Una investigacin
futura, sin embargo, resolver sin duda alguna el problema.
Las playas del Lago de Nicaragua difieren poco de las del ocano
y una persona extraa al lugar, en presencia de las marejadas que
se levantan impulsadas por el fuerte viento, podra suponer fcil-
mente que se encuentra en las playas del mar.
Cuando me detuve en un promontorio o cabo saliente del lago
y note la esplndida extensin de agua ante m un horizonte de
olas, navegable por grandes vapores en casi todas sus partes, rodeada
EXPLORACIONES EN HONDURAS 15
por tierras rebosantes de una vegetacin espontnea y justamente
denominada "el jardn del mundo" no pude reprimir un sentimien-
to de honda, pena de que un lugar al que la Naturaleza -pareciera haber
otorgado sus regalos ms preciosos, juera teatro de sangrientas re-
voluciones e infructuosas guerras; donde la agricultura y el comercio
slo existen de nombre, y su historia sea un baldn para los dueos
de este suelo. Seguramente que un pas tan felizmente ubicado, que
descansa a medio camino entre los cinco continentes, debiera desde
hace tiempo ser campo de industrias, ya bajo la gua de sus propios
hijos, ya en la de manos extraas.
A lo largo de nuestra ruta encontramos bandadas de aves acu-
ticas, algunas de la especie de las garzotas. Pasbamos a pocas yardas
de ellas antes que levantaran el vuelo con estridentes gritos y se
posaran ah no ms a corta distancia. Evidente era que nunca se les
molestaba o mataba. Una variedad de excelentes peces pueden ser
extrados del lago; no obstante, durante nuestra perwianencia. en sus
vecindades jams nos fueron ofrecidos en venta. Resultaba claro gu
los moradores son tan indolentes hasta para aprovecharse de este
manjar. Grandes tiburones se han capturado en el lago, y hace pocos
meses una mujer de la Baha de la Virgen, que se hallaba lavando
ropa en sus orillas, fue atrapada y devorada por un cocodrilo.
Un alto faralln rocoso nos impidi continuar por la playa; tu-
vimos que seguir por un angosto pasillo hacia la izquierda que conduca
directamente a los bosques y, despus de hundirnos en un lodazal
negro donde las muas se iban hasta las rodillas a cada paso, salimos
de nuevo al lago, en la boca de un ro de cerca de cincuenta yardas
de ancho, conocido como Ro Lajas. Este ro, sin agua durante la
estacin seca, era ahora de una profundidad formidable, y nuestros
hombres nos informaron que era retiro de cocodrilos, que aqu se
refugiaban entre las caas y los arbustos para defenderse de los fuer-
tes vientos.
Una canoa, hecha de un tronco de ceiba ahuecado, permaneca
atada en un banco de arena. Dos barqueros, medio desnudos, esta-
ban cocinando carne en un fuego hecho cerca de una choza de ramas
y juncos, que les serva de morada. Nazario comenz a desensillar
nuestras muas y a poner los arreos dentro de la canoa, mientras
Chico, el sirviente del Doctor, hombrecillo vivaz, de Costa Rica, aten-
da el equipaje de su amo. Mientras nos preparbamos para embar-
co.rrios, nos llamaron la atencin tres o cuatro grandes objetos ne-
gros a pocos cientos de yardas arriba del ro que, segn nos dijeron
nuestros hombres, eran cocodrilos. Nada grato era el desmaado y
1 6
WILLIAM V. WELLS
balanceante barco en que bamos a ^rnos; sopese las friura
dades de un bao en las aguas lentas y la posibilidad diconceder una
o ambas de mis piernas a los monstruos que, evidentemente, estaban
atentos a nuestros movimientos.
Las muas, despus de recibir algunos varazos y regaos, se
tiraron a la corriente, y hundindose hasta las nances se aprestaron
con decisin a atravesarla. Nazario les gritaba fuertemente, y con-
testando a mis preguntas dijo que no haba que temer de los cocodri-
los mientras hubiera ruido en las orillas. Seguimos a las mulos, y,
ensillndolas, pagamos a los boteros un dlar a cada uno y continua-
mos nuestro viaje, no sin antes matar un armadillo que solio preci-
samente cuando nos montbamos. Estos animales, segn supe des-
pus, abundan, aunque en esta ocasin tena yo deseos de conservar
su carapacho.
La noche haba entrado, y media hora despus encontramos
otro ro, en el cual el Doctor, sin temor alguno, apret el paso de su
caballo haciendo ver que en otras ocasiones haba cruzado la corrien-
te cuando la marea estaba ms alta; pero l no calcul la direccin
de los vientos de la semana anterior, y cuando ya estaba como a una
yarda de la ribera opuesta, de repente desapareci en un lecho de are-
nas movedizas. Fu con mucha dificultad que pudimos evitar que
tanto l como su caballo se ahogaran. Despus de secar sus ropas y
echarse un trago ms de una botella de aguardiente que nunca
faltaba en su maleta, volvi a montar con bastante buen humor y, di-
rigindose hacia otro lado, pudimos cruzar la corriente en un punto
ms arriba. Pasando por un camino de muas, mitad vereda y mitad
cenegal, nos metimos en los bosques, cuyo trayecto completamente
cerrado por la maleza obscureca hasta la ms pequea luz de las
estrellas y nos impeda distinguir cualquier objeto a una yarda de dis-
tancia.
Adelante segua el Doctor, no sin pararse a ratos a esperarnos
gritando a toda fuerza para indicarnos la direccin y, frecuentemente,
pasaba la botella al grupo ecuestre antes de proseguir la marcha. Afir-
maba l que el uso moderado del "aguardiente del pas" cuando sufra
una conmocin, o se expona a la intemperie, o por fatiga, haca que
pudiera soportar las peores consecuencias sin enfermar. Despus,
cuando arrib a Len, dos mdicos extranjeros me afirmaron lo mis-
mo. La bebida, cualesquiera que fueran sus benficas propiedades,
es una de las ms repulsivas; y meses despus, cuando me familiaric
con las costumbres del pas, nunca pude probarla sin una sensacin
desagradable.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
17
La advertencia de los truenos, que en la ltima hora habamos
percibido en la distancia, se oa ahora ms cerca, y la cada rtmica
de gruesas gotas, acompaada del estallido de los rayos y de los vi-
vidos relmpagos que iluminaban el bosque en todas direcciones,
dejando ver con lvida claridad cada ramita y cada hoja, para que-
dar nuevamente envueltos en una obscuridad de tinta.
Los huecos de la lodosa va se convirtieron en grandes charcos,
a travs de los cuales y encima de las irregularidades del camino se-
guamos, habiendo cambiado nuestro ultimo romntico entusiasmo
en un silencio pensativo, ocasionalmente interrumpido por el grito
de alguien del grupo que se haba perdido en la espesura. De cuando
en cuando, en el aire caliente de la noche, el croar de los sapos y las
ranas y el grito de las aves nocturnas nos llegaban penetrantes y
montonos desde los pantanos que nos circundaban, mientras el reso-
plido ocasional de nuestras bestias, cuando tropezaban dando con la
nariz en el suelo, pareca un alivio en la selvtica soledad de la ruta.
Estbamos a una milla de Rivas cuando sali la luna, haciendo
nuestro camino ms visible; y pronto el ladrido furioso de una mana-
da de perros nos confirm que entrbamos a los arrabales de la ciudad.
Las' casas de paja y teja eran ms frecuentes y el ruido de los
perros atraan a su puerta a los perezosos campesinos, que nos escu-
driaban con la mano puesta a modo de visera en la frente, mientras
chapotebamos, contestaban brevemente a nuestros saludo y nos ob-
servaban en silencio hasta que desaparecamos en la obscuridad. Al
voltear una esquina formada por una lnea de casas bajas de adobe
y encaladas, atravesamos una calle medio empedrada, en un silencio
de tumba, y cabalgando por ella llegamos a la gran Plaza de Rivas,
que vimos a los rayos tenues de la luna, con su iglesia inconclusa y sus
buenas residencias presentando un espectculo ms impresionante
del que esperbamos y provocando esperanzas gratas para la maana
siguiente.
Seguimos al Doctor hasta la puerta de la casa ms importante
de la plaza, de donde sali un caballero que nos habl en ingls y se
nos present como el Dr. Col. Con caracterstica hospitalidad fuimos
invitados a apearnos, se prepararon hamacas y camas para nuestro
grupo, se envi un muchacho a encontrar a nuestros arrieros retra-
sados con las muas de carga, y media hora despus se nos daba una
cena con caf caliente, huevos y pan dulce, preparada por la propia
seora de la casa, con quien nuestro anfitrin se ha haba casado re-
cientemente, siendo ella miembro de una de las primeras familias del
IS WILLIAM V. WELLS
Departamento.
Mientras se preparaba la cena dimos un paseo por la calle vis
cercana, ahora iluminada claramente por la luna y pasando por Las
rumas de la iglesia de San Felipe, destruida hacia algunos anos poi un
terremoto, llegamos a un cuartel de-modera y barro, con una tronera
juera de la cual emerga la boca de un pequeo canon. Lavozjuerte
y de alarma que nos grit:"Quin vive?" nos presuadw de que
que estbamos en una ciudad acuartelada. "La Patria , contesta-
mos. "Qu gente?". ''Nicaragua!". No obstante el permiso para con-
tinuar nuestro paseo, ya estbamos demasiado cansados para satis-
facer nuestra curiosidad y volvimos sobre nuestros pasos. Despus
de la agradable cena, encend un cigarrillo que nos brindara la seora,
entramos en conversacin con nuestro anfitrin, caballero inteligente
y bien educado, cuya vida, pasada en las ciudades del Sur, haba sido
una rueda incesante de agitaciones; Texas, Mxico, California, China,
Centro Amrica. Cada una haba sido respectivamente teatro de sus
numerosas aventuras. Finalmente se haba establecido en Nicaragua,
segn deca, por los lisonjeros atractivos del pas. Aqu cas con la
hija de un rico cultivador de cacao, y siendo l un, mdico de profesin
se haba ganado la confianza y la buena voluntad de las gentes. Le
pregunt cmo haba hecho para descartar los escrpulo s
e
religiosos
de la dama, habiendo yo odo decir que slo a los catlicos les era
permitido casarse por los ritos de la iglesia entre las familias nati-
vas. Me replic que aunque se crea ser ese el caso, tales objeciones
eran raras, y s las haba borrbalas el afecto de la dama o el inters
de sus padres.
La noche era ya bastante avanzada cuando, disponiendo de la
hospitalidad amable de nuestro anfitrin, nos retiramos a descansar
y dormimos profundamente, a pesar del balido de un cabrito y de
las picadas de esos indispensables artculos caseros:las pulgas.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 19
CAPITULO II
Rivas.Evidencia de una ciudad ms antigua.' Departamento Meridional.
Agricultura.Casas campestres.Produc tos .Casas urbanas.Hacienda de
Santa rsula.Plantaciones de cacao.Paisaje.Una boa constrictora.
Alarma,Jos Bermdez.Mujeres.PiedadUn busto de Washington.
Terremotos.Dificultades al partir.Salina.El Obraje.Oracin t ropi -
cal."Los Candeleros".Derecho de bsqueda.El Campamento.Caza
de un venado.Valle de nandaime.Ochomogo,Noticias alarmantes,
Retirada.Hacienda de San FranciscoLas Tortilleras.Caminata en la
noche.Rivas de nuevo.
Se cree que la actual ciudad de Rivas se halla ubicada en el
sitio donde estuvo una ciudad ms antigua, por haber rastros de ca-
lles viejas que van en direccin contraria a las actuales. Habiendo
sido el Departamento Meridional, del cual es la capital, vctima de
ms terremotos catastrficos que las secciones norteas del pas, se
cree que tales ruinas son de una ciudad que fue destruida hace un
siglo. No existe, sin embargo, una fuente segura para tal asevera-
cin.
La ciudad se asienta en el centro de un extenso llano, super-
poblado de exuberante vegetacin entremezclada con plantaciones
de cacao, caf, caa de azcar y ail, consideradas entre las ms va-
liosas del pas. Se encuentra situada como a tres millas del lago y
est rodeada de varias pequeas poblaciones que son propiamente
arrabales de Rivas, pero cada una lleva su nombre particular. La
ciudad con sus alrededores es sin duda la tercera en poblacin de
Nicaragua, aunque el follaje que ofrecen las numerosas y pequeas
haciendas y el espacio para jardn que se reserva cada residencia, es-
conden sus verdaderas proporciones. Hacia el lago y sirviendo como
un embarcadero de la ciudad, est la aldea de San Jorge, que comn-
mente se considera como parte de Rivas.
Los habitantes del Departamento Meridional (1) son en su ma-
yora "meztizos". Al tiempo de mi visita casi todos los hombres ha-
ban huido hacia los lugares ms apartados del pas, para evadir su
enganche en el ejrcito, no habiendo respeto hacia nadie cuando el
Gobierno necesitaba, soldados. Esto dej a los departamentos, es-
pecialmente a aquellos dedicados al cultivo del cacao, enteramente
sin trabajadores, y en muchos casos el resultado de aos de paciente
labor se perda por el reclutamiento forzoso de los trabajadores de las
(1) Rivas, uno de los siete departamentos en que estaba dividida Nicaragua: Son-
nestern, Geografa, p. 15.
20
WILLIAM V. WELLS
plantaciones. Con tales mtodos, no poda haber mucho nteO
para la industria agrcola. En verdad, fui verazmente ^
d o
^
T
Mr. Stanisbury, casado con una rivense, que la proporcin entre mu
jeres y hombres era de cuatro a dos en aquel tiempo, debido al ezoao
de ios habitantes masculinos.
La mayora de las haciendas se comunican con el camino real
por veredas casi ocultas que se extienden por millas hacia el interior
y que no podan ser localizadas, a no ser por ojos experimentados.
Estas haciendas se hallan situadas en parajes remotos y tan lejos como
es posible del teatro de las frecuentes revoluciones que devastan el
pas anulando la labor de los cultivadores. Los nativos iban ocasio-
nalmente a la ciudad con legumbres y frutas, pero en tiempo de re-
volucin con el constante temor a ser reclutados.
Las casas en las fincas del pas, como tambin en las pequeas
poblaciones, son por lo general toscas cabanas construidas con caas
y entechadas con hofas secas de palma, las que, convenientemente co-
locadas, son impermeables a la lluvia. No hay chimeneas y la puer-
ta sirve de escape para el humo, y a menudo la preparacin de
los alimentos se lleva a cabo al aire libre y la familia se sienta haciendo
rueda frente al fuego en las horas de comida. En ninguna poca del
ao el clima es tan severo como para exigir que las casas sean de ma-
yor solidez. En las ciudades ms grandes, no obstante, las habitacio-
nes son de adobe, limpias y hasta bellamente construidas, regularmen-
te blanqueadas con cal y sus techos entejados.
Las capacidades de Nicaragua, y en especial de la parte Sur del
pas, son todava desconocidas y hasta el presente parece no haber
estmulos para el desarrollo de sus recursos. Se necesita de una acti-
vidad grande a fin de hacer realidad las ventajas que ofrece el pas,
una proteccin para el trabajo y la garanta de un gobierno estable
y capaz. Por todas partes hay evidencias de que Nicaragua era, no
hace mucho tiempo, un pas poblado y prspero. Sus iglesias, ciudades,
acueductos y estanques sus grandes plantaciones en decadencia,
cubiertas de rboles y apiadas enredaderas, sus linderos slo indi-
cados por el infalible cerco de erguidos cactus como una burla a
la ociosidad y desorden que las ha reducido a su presente condi-
cin todo seala que un da, ni la influencia enervante del clima
era capaz^ de producir los efectos destructores que ahora atestiguan
treinta aos de disensiones internas.
El caf y el cacao que se cultivan en las vecindades de Rivas se
cotizan a precios ms altos que los de cualesquiera de los otros Depar-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 21
tamentos. Pero el cacao poco se exporta, siendo la mayor parte apro-
vechada en el pas donde es artculo universal en la alimentacin en
la forma de una bebida espesa, pero sumamente agradable, llamada
tiste, que se consume por todas las clases sociales. Lo poco que se ex-
porta es a menudo vendido a razn de $ 20.00 el quintal. El caf aun-
que no tiene la reputacin del de Costa Rica, es excelente y se exporta
en mayores cantidades que el cacao. Su cultivo hasta ahora ha sido
descuidado no slo por las causas atrs enumeradas, sino por las difi-
cultades de enviarlo a los mercados, pues no ha habido comunicacio-
nes con el resto del mundo antes de la apertura de la Ruta de Trnsito.
El maz, el ail, el arroz y el tabaco se cultivan tambin, pero ltima-
mente en pequeas cantidades debido a los efectos devastadores de las
guerras. Un azcar de inferior calidad se produce, que es de caa ind-
gena del pas y muy diferente a la de las Indias Occidentales y de la
parte Sur de los Estados Unidos. Las toscas mquinas que se emplean
en su elaboracin impiden que sea importante artculo para la exporta-
cin, amn de que apenas se produce lo suficiente para el consumo
interno. La fabricacin de aguardiente es el principal incentivo del
cultivo de la caa de azcar. La produccin de algodn de una calidad
superior fue una de las ramas florecientes de la industria, pero sta,
como la de otros artculos de la agricultura, han declinado ante el
hlito destructor de la guerra.
Un inteligente comerciante norteamericano que ha residido du-
rante muchos aos en varias partes de Nicaragua, dice que de los
clculos que l ha hecho, comparndola con Cuba y otras islas de
las Indias Occidentales, Nicaragua es capaz de producir anualmente,
fuera de lo que ya tiene cultivado:diez millones de "bushels" de maz,
doce mil zurrones de ail (que es el mejor del mundo), incontables
cargamentos de azcar, arroz, almidn, palo de rosa, maderas de tin-
te, medicinas, etc., y en todos aspectos rivalizar ventajosamente
con Cuba. La naturaleza ha hecho su parte; se necesita ahora decisin
y espritu de empresa humanos para que se cumplan las ms hala-
geas predicciones.
La ciudad de Rivas tiene cerca de cinco mil habitantes y es el
centro comercial del Departamento. Sus calles estn trazadas con re-
gularidad, empedradas y con una anchura uniforme. Las casas son
de una sola planta, con techos de teja, puertas slidas de cedro y con
un portn de entrada tambin entejado. Una casa de habitacin co-
rriente, incluye un cuadro vaco que es el patio, al que dan las puer-
tas de los cuartos interiores y alrededor del cual se extiende el corre-
dor. Este sirve para acomodar mercaderas, provisiones, equipaje de
22 WILLIAM V. WELLS
los viajeros, sillas de montar y todas las cosas comunes del mobihano
familiar. Las casas constan de un locutorio familiar llamado sala y
de varios dormitorios. El mobiliario se halla parcamente colocado por
todos lados de la sala y por lo general consiste en unas pocas sillas
pesadas y de respaldar recto, un armario guardaropa y una o dos
mesas pequeas.
A la maana siguiente de nuestro arribo desplegamos gran ac-
tividad desde muy temprano, y habiendo hecho nuestra abludon^ en
una vieja tina en el patio, comenzamos con nuestro anfitrin a visitar
la ciudad. Durante nuestra permanencia de una semana, hicimos fre-
cuentes excursiones al campo a fin de inspeccionar las haciendas de
los alrededores y observar el mtodo de cultivo del cacao y de la caa.
Una finca de cacao tiene de seiscientos a cinco mil acres de tierra. La
de "Santa rsula", a dos millas de la ciudad, ms o menos, y propie-
dad del Seor Lacayo, es una de las mejor cultivadas de la vecindad
y consta de alrededor de dos mil rboles. La hacienda del Seor Ar-
guello es tambin una de las ms grandes y ms valiosas en el De-
partamento. Estas, como otras en esta seccin del pas, estn decayen-
do rpidamente. Slo tres hombres vivan en la finca, y el triste
silencio era inviolado, salvo por el crujido de los maderos negros y
de los pltanos que, con los cactus, forman una sombra protectora
de los rboles jvenes hasta que ganan suficiente fuerza para resistir
los fieros rayos del sol. El mayordomo nos recibi a la entrada; gen-
tilmente nos invit a pasar, y con entusiasmo contestaba a nuestras
preguntas; lisonjeado por nuestra admiracin, pronto se volvi locuaz
y nos describi el mtodo de cultivo.
El lugar escogido para la plantacin primeramente es desyerba-
do y rozado; a menudo se le da fuego al terreno; luego se ara el suelo
a una profundidad de poco ms o menos seis pulgadas con el arado
tosco del pas. Las plantas jvenes se siembran entonces en cua-
dro, con una separacin aproximada de diez pies, mientras los es-
pacios intermedios son ocupados por pltanos y cafetos. El madero
negro se siembra a intervalos regulares y sus ramas frondosas prote-
gen eficazmente la vegetacin de abajo. Muy poco personal se necesi-
ta para cuidar una plantacin no ms grande que sta de "Santa r-
sula"; la mayor parte de la labor corresponde al tiempo de la cosecha.
Se deja que las hojas cadas se pudran en el suelo; las races de los
rboles, sin embargo, se mantienen ciudadosamente limpias y cada
da los nios del mayordomo o los de los trabajadores van de un lado
a otro de la plantacin destruyendo los insectos que, si se les dejara
seran fatales a los rboles. El terreno de toda la finca, como es el
EXPLORACIONES EN HONDURAS
25
caso de la mayora de las secciones de esta parte baja de Nicaragua,
es negro, de rico mantillo, que requiere por su extrema fertilidad el
uso constante del azadn, a fin de evitar que las malezas crezcan con
lujuria e invadan la plantacin.
Hay que esperar de tres a cuatro aos para que los rboles jve-
nes comiencen a dar frutos, despus de lo cual, segn supe, siguen
produciendo por espacio de medio siglo. No hay fincas, sin embargo,
de esa edad para juzgar si esta aseveracin es correcta. Se precisan
pocos aos, despus de comenzar una hacienda, para que toda la fin-
ca est firme y bellamente circundada con un seto de cactus y de
pltanos, a menudo de veinte pies de altura e impenetrable como la
maraa espesa.
Nicaragua es capas de producir por s sola suficiente cacao para
suplir a Norte Amrica, con el esfuerzo de una industria bien diri-
gida y apoyada por un gobierno progresista. Los rboles, tal como
los vimos, ya haban fructificado, pero observamos yemas, flores y
frutos al mismo tiempo en muchos de ellos.
Nada puede exceder a la quieta belleza de uno de estos fundos.
Tanto como puede alcanzar la mirada aparece el follaje esfumndose
en la distancia y la perspectiva rodeada de una umbrosa verdura. El
suelo est perfectamente nivelado, espesamente cubierto con hojas
secas cadas a tierra a causa de las lluvias, a travs de las cuales mi-
llares de delicados pimpollos y de bellos botones revientan embal-
samando el ambiente con gratos aromas. Las cerezas rojas de los ca-
fetos, el color dorado del cacao y de las frutas en racimo de los pl-
tanos, las naranjas y las limas ofrecan un agradable contraste con
la esmeralda profunda de la fronda. Arriba, en medio de las hojas
protectoras de los palos negros, se agitaban bandadas de loros dn-
dose prisa, con su parloteo ruidoso, de rbol en rbol, mientras a in-
tervalos el grito spero de las guacamayas parta el silencio, apenas
visibles all en las ramas ms altas de un distante guanacaste. La
nica seal de la presencia humana era la voz de nuestro cicerone
cuando sealaba algn curioso arbusto explicndonos sus propieda-
des, o diriga nuestra atencin hacia la exuberancia de las brillantes
flores tropicales. Aqu, en verdad, pareca la regin de la eterna flo-
rescencia, en donde rsticamente y sin ninguna atencin, las plantas
ms raras y las flores ms bellas emiten su fragancia singular satu-
rando el aire de ricos blsamos. Apasible "Santa rsula"! Pasarn
muchos, muchos aos, antes que tu solemne belleza pueda borrarse
de mi corazn!
24 WILLTAM V. WELLS
Cuando regresbamos, a la entrada de la hacienda nos varamos
a charlar con una muchacha de rostro bonito y pulcramente vesnaa,
hija del propietario, que nos invit a pasar adelante, a la vieja casa
de adobe. Al hacerlo, media docena de perros bravos, excitados por
nuestra apariencia extraa, salieron del corredor a ladrarnos, V
er0
regresaron sobre sus pasos al reproche de su ama. Una sonriente y
sencilla indita, sirvienta de nuestra amiga, se hallaba cmodamente
cosiendo un vestido de fantasa para una fiesta prxima. Levanto sus
bellos ojos negros hacia nosotros mientras nos acercbamos, y pron-
tamente reasumi su labor; y a una pregunta casual que le hice, solo
vio a su ama y se puso a reir. A diferencia de las mujeres de la clase hu-
milde que yo haba visto, esta usaba zapatos y medias, artculos de
lujo a los cuales evidentemente no estaba acostumbrada, dada la pe-
sadez en su andar cuando se levant y nos trajo bananos. Casi todas
las mujeres de Rivas usan collares, anillos y aretes baratos que
compran al buhonero ambulante, tipo familiar en todo el Sur de Ni-
caragua desde la apertura de la Ruta del Trnsito.
Ni el mayordomo ni las mujeres saban la extensin de la hacien-
da, pero bien poda ser sta de media legua cuadrada. En Nicaragua
no se toman medidas exactas y las distancias se calculan por caballe-
ras o jornadas a caballo.
Mientras conversbamos, vimos por primera vez una oropndola,
pjaro bello que tiene el tamao de nuestro petirrojo, con el cuerpo
negro y escarlata y las alas y la cola amarillas; este pjaro es cantor
y con frecuencia se le coge y enjaula por esa razn. Aqu toma-
rnos nuestro primer vaso de tiste, bebida compuesta de cacao molido,
azcar y pinol, o maz tostado y molido. Se le hace muy dulce y es
realmente delicioso.
Mecindonos perezosamente en la hamaca que nos brindara la
seorita y escuchndola sobre la revolucin y sus efectos desastrosos
para la industria del pas, nuestras horas se deslizaron plcidamen-
te. La suave brisa acariciando las ramas frondosas entraba agrada-
blemente por los anchos corredores. Han estropeado todas las fiestas
del pas, dijo nuestra joven, a tiempo que se contemplaba maquinal-
mente en un espejo colgado ah cerca, y meditaba sobre los das del
ayer, cuando cada dos semanas haba un da de fiesta, en las que todo
el encanto de los ojos brillantes y de los labios royos podan ponerse en
juego en el bolero grcil o en el fandango saleroso. En verdad que
EXPLORACIONES EN HONDURAS
2 5
los das felices de Nicaragua parecan idos para siempre y que el pas,
otrora paraso de placer y de despreocupada alegra, estaba ahora
abandonado a los zarpazos de la guerra.
Despus de decir adis a nuestra amiga, proseguimos hacia la
ciudad y cuando pasbamos frente a una pequea y medio ruinosa
hacienda, la vieja duea nos hizo seas para que entrramos. Vimos
a un grupo de personas reunidas alrededor de algo en el suelo y que
luego descubrimos era una boa que acababa de ser muerta en el acto
de tragarse una guatusa, pequea animal de tierra, entre erizo y ar-
dilla, cuyos gritos atrajeron al grupo al lugar del suceso. La serpiente
tena a su vctima medio engullida cuando la mataron, con la cabeza
del animalito fuera de su boca.
Una de las mujeres dijo que haba sido una suerte la muerte de
esta culebra, porque algn da hubiera acabado con uno de sus hijos.
Le pregunt si tal hecho ha,ba ocurrido alguna vez, a lo cual todos
los del grupo respondieron afirmativamente, y cada quien, interrum-
piendo al otro, se hizo lenguas refiriendo casos en que, en las hacien-
das ms apartadas, varios nios haban sido vctimas de las boas. La
historieta, sin embargo, necesita confirmarse en fuentes ms forma-
les. Esta culebra meda catorce pies de longitud y casi un pie de cir-
cunferencias en la parte final. Me dijeron que alcanzaban un tama-
o mayor.
A nuestro regreso a Rivas nos encontramos al pequeo cuartel
en estado de intensa agitacin. Un correo haba llegado con la alar-
mante noticia de que los soldados de Chamorro, en nmero de dos-
cientos, estaban en las orillas de la ciudad preparndose para atacar-
la. El tambor de la guarnicin llamaba animosamente a las armas,
y se proceda a una limpieza general de mosquetes. Result ser una
falsa alarma y la tranquilidad fue luego restablecida; pero tuvimos
la ocasin de ver la confianza que nuestros amigos los norteamerica-
nos residentes ponan en los medios de defensa y en la buena f del
enemigo. El Doctor Col ya haba empacado sus bales, ensillado las
muas y su familia estaba lista a salir apresuradamente hacia San Juan
del Sur tan pronto como hiciera su aparicin la faccin contrara. Se
haban hecho varias ejecuciones recientemente en las cuales los pri-
sioneros fueron obligados a hincarse en la plaza para ser sumaria-
mente fusilados tirndoseles al corazn. No era oportuno confiar en
la merced de hombres frenticos por la oposicin y la derrota y se-
dientos de la sangre de todos los americanos.
En medio de la barahnda surgida por el grito de "el enemigo!"
26 - W1LLIAM V. WELLS
un hombre irrumpi en la ciudad cabalgando un brioso caballo^ con
los arreos cascabeleros a que son tan aficionados los caballeros^hispa-
nos. Acicate hacia donde estbamos admirando su equitacin, pa-
rando en seco su corcel y lanzando una lluvia de arena y polvo a nues-
tros pies, evidentemente enfadado porque permanecimos inmviles
frente a la peligrosa proximidad de las patas del animal. Este hombre
era el clebre Jos Bermdez, muerto despus en una de las sangrien-
tas batallas de la revolucin, y catalogado como el jinete ms atrevi-
do y el combatiente ms fiero en el Departamento. Sus grandes y
expresivos ojos, su gruesa y larga cabellera, su flexible figura, su as-
pecto de "qu me importa!
3
' y el estilo de su traje, le daban una ver-
dadera prestancia cuando cabalgaba.
Regresaba ahora de un viaje de inspeccin por su propia cuenta^
y desmont de su caballo precisamente cuando el cielo se puso nubla-
do y cay de improviso una tormenta atronadora sobre la ciudad. Las
calles fueron arroyos en corto tiempo y todo el 'mundo, excepto un
burro que paca apaciblemente en la plaza, corri a refugiarse. Ber-
mdez afectaba un desprecio por la lucha insignificante de sus com-
patriotas, y a menudo se refera, para atemorizar, a las grandes ba-
tallas de Mxico, como el non plus ultra en los anales guerreros. El
termmetro durante nuestra permanencia en Rivas se mantuvo ms
o menos como sigue:a las seis de la maana, 82; a las doce meridia-
no, 98?; y a las seis de la tarde, 88. ha temperatura pareca cambiar
poca cosa por las lluvias de la tarde. Desde las torres de la iglesia de
Rivas se obtiene una vista muy bonita de una porcin del hago de
Nicaragua y del volcn Ometepe.
El mercado ocupa los lados Norte y Oeste de la gran plaza. Aqu
se exhiben en venta numerosas frutas del pas, chiles picantes, art-
culos de ropa ligera, medicamentos y chucheras. Las mercaderas, co-
locadas en el pavimento en canastas grandes y de poco fondo, eran
vigiladas por mujeres, quienes nos observaban curiosamente cuando
pasbamos ante sus artculos de comercio. Al suponer que como
extranjeros no podamos hablar su lenguaje, se arriesgaron a hacer
observaciones en cuanto a nuestra apariencia personal y nuestros
trajes. Mariano, no obstante, le contest a una vieja gorda que
se ri de su sombrero de paja de ala angosta, a tiempo que todo el gru-
po rompi en un alborotado regocijo gritando:Es hijo del pas, habla
bien el espaol! e inmediatamente comenzaron una conversacin con
nosotros, en la cual preguntaron el objeto de nuestra viaje, aconse-
jndonos que por ningn punto continuramos nuestra ruta a tra-
vs del pas. Las tropas de Chamorro se haban posesionado del ca-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 27
mino Masaya y no daran merced a los norteamericanos. Yo siem-
pre Judi a las mujeres de las clases humildes de Centro Amrica sen-
cillas, de buen corazn y hospitalarias, generalmente haciendo la par-
te ms dura del trabajo y nunca cansadas de sus tareas incesantes.
Son en realidad las picadoras de la lea y las haladoras del agua. Escu-
chan con legtima sorpresa los relatos sobre Norte Amrica y Europa
que les hacen los extranjeros, y generalmente estn prestas a ofrecer
hospitalidad, segn sus medios.
La construccin de La Parroquia, iglesia a medio terminar que
forma el costado Este de la plaza, ha llegado a su estado actual gracias
a la piadosa contribucin de las mujeres, siempre dispuestas dentro
de sus modestos recursos a satisfacer las inevitables exigencias del
clero. La construccin lleva ya catorce aos y tiene todo el aspecto
de un viejo edificio en ruinas. Sobre los muros se levantan rboles
de diez aos, cuyas raices estn desplazando los sillares, mientras
en el interior, nunca techado, se ve una maraa inextricable de zar-
zas y malezas. He aqu el prototipo de un pas en decadencia!.
Hay cuatro iglesias en Rivas en las cuales se dice misa diaria-
mente y se llevan a cabo los acostumbrados servicios dominicales.
Con excepcin del excesivo oropel y de las ceremonias, los ritos son
iguales a los de la Iglesia Catlica de otras partes. La mayora de los
fieles son mujeres, quienes cumplen su primer deber maanero con-
curriendo a misa. Cuando se hincan en el pavimento de piedra con
sus rostros hacia el altar parecen estatuas silentes, mientras a in-
tervalos canturrea el cura con su voz montona, acompaado del gru-
po coral.
Unos de los sacerdotes, notoriamente viejo, de rostro inteligente
y talante decoroso, estuvo en los Estados Unidos hace veinte aos y
a su regreso trajo consigo un busto de su dolo Jorge Washington
que, cosa curiosa, ahora ocupa un nicho en la iglesia donde oficia, co-
locado vis a vis con las imgenes encapuchadas y barbadas de los
santos y los mrtires.
Despus de cuatro das en impaciente espera del arribo de las
muas que nos prometiera nuestro arriero de la Baha de la Virgen,
las cosas ms conspicuas de Rivas empezaron a empalagarnos. Una
pequea dosis de sutileza y observacin son suficientes para abar-
car cada uno de los aspectos ms interesantes del lugar. Su escenario
rural tranquilo, sus calles desiertas, sus iglesias silenciosas y sus po-
bladores indiferentes no proporcionaban sino un tema ya sin inters.
Al tercer da mi paciencia empez a flaquear a pesar de las admonici-
26 WILLIAM V. WELLS
Ties de mi amigo Dixon en San Juan, de "mantener la calma . Lamo-
notona de la vida lleg a serme repugnante. Da tras da esperaba yo
la llegada de las muas prometidas y, finalmente, despache un correo
por ellas a la Baha de la Virgen, que regres la misma tarde con este
lacnico anuncio:no hay! Fueron igualmente infructuosos los raen
sajes que envi a San Jorge, El Obraje, Potos y otros lugares ale-
daos, en donde supe haba arrieros con patachos de muas. En rea
lidad, la costumbre seguida por el gobierno de atrapar sumariamente
a Hombres y animales para la guerra, haca que cada propietario de
muas tuviera temor de exponer su propiedad.
En la noche del cuarto da hice mi quinto solemne compromiso
para obtener animales, habiendo resultado intiles todos los ante-
riores sin que los obligados siquiera comparecieran a ofrecer excusas
por el incumplimiento de su convenio. El Doctor me recomend:
"clmese y no se enoje". Yo deba aprender ms sobre las costum-
bres de estas gentes antes de abandonar el pas. El individuo con
quien ahora haba hecho trato me prometi con tal aire de sinceri-
dad que estara en la puerta puntualmente a las ocho de la maana,
que no poda dudar de el. El Doctor, sin embargo, se ri de la idea
de partir el da propuesto y la seora me contempl como si fuera una
maravilla de urgimiento y precipitacin cuando orden que se em-
pacara mi equipaje y se colocara en un lugar conveniente para ser
cargado. Las predicciones de mi hospedero eran muy correctas:ja-
ms volv a ver al hombre.
Entonces decid hacerle una splica a Don Buenaventura Selva,
el Comandante Militar del Departamento y hombre fuerte de Caste-
lln. Le ped a mi amigo Davis que me presentara, y me dirig hacia
el cuartel. Un centinela descalzo estaba en la entrada y cuando nos
aproximamos subi el mosquete al hombro haciendo reverencia a un
kepis militar que el Doctor haba insistido que yo llevara puesto para
darle as ms fuerza a mis peticiones, hacindome la observacin de
que una insignia militar hara ms para asegurar respeto que todo
u*a tratado Chesterfield de urbanidad.
Encontramos al Comandante sentado en un silln de respaldar
recto, en compaa de varios personajes con aspecto de oficiales,
todos fumando cigarros, mientras dos hombres, aparentemente aca-
bados de llegar de una larga jornada, coman tortillas y queso
en un cuarto contiguo. Mi acompaante me present lisa y llana-
mente como portador de despachos de los Estados Unidos para Don
Francisco Castelln, aserto que juzgu imprudente contradecir en
EXPLORACIONES EN HONDURAS 29
aquellos momentos. Al anuncio, todos se pusieron de pie y la prover-
bial cortesa hispana sali inmediatamente a relucir. Se inquirid noti-
cias de California; y el objeto de mis negociaciones fu eludido con
tacto, porque era parte de mi diplomacia quedarme en silencio. Don
Buenaventura me reproch el no haber acudido a l para conseguir
muas, ya que tena rdenes del Gobierno de ponerlas por cuenta del
Estado a disposicin de personas pblicas, lo cual, como supe despus,
consista en detener por la fuerza todo animal que se encontrara. Me
prometi las muas para aquella misma tarde, y despus de varios sa-
ludos efusivos y del cambio de cigarros (prueba de amistad), nos des-
pedimos. "Al fin", pens, "se concedi mi deseo". Por la tarde nos
presentamos de nuevo, temiendo que los "asuntos de Estado" hubie-
ran hecho que nuestro Comandante olvidara sus reiteradas prome-
sas. Nos asegur, sin embargo, que nuestras muas estaran listas y
disponibles tan pronto como nuestro equipaje estuviera preparado.
Pero vino la noche y al renovar nuestra visita al da siguiente, muy
de maana, Don Buenaventura haba salido de la ciudad para no re-
gresar en todo el da.
Con este desengao nos presentamos ante un oficial ah cerca,
para que nos alquilara dos bestias de aspecto raqutico que coman
zacate en el patio, a lo cual, despus de dos horas de pensarlo, ac-
cedi, pero a un precio exorbitante. Era demasiado tarde, sin em-
bargo, para llevar a cabo el viaje aquel da, y regresamos a casa a
fin de esperar la hora de salida a la maana siguiente. El descanso
de la noche restaur mi buen humor y temprano despachamos a nues-
tro sirviente al cuartel por las bestias. Despus de una hora de au-
sencia regres con este inesperado anuncio:no hay! Empec ahora a
desesperar. Era obvio que ni francas promesas ni dinero podan com-
prar muas en Rivas, como tampoco podan ser robadas o prestadas.
Ms cuando estbamos convirtindonos casi en blasfemos con el tema
de la puntualidad de los nicaragenses, o de la falta de ella, un
mulero lleg de Rivas a su paso para Masaya conduciendo varias
cargas de cacao y tres muas de silla. Hicimos ah luego un trato, y
sin tener el deseo de salir inmediatamente, lo que hubiera sido una
anomala en las costumbres centroamericanas, a las cinco de la tarde
ya estbamos lejos de Rivas.
Habindose divulgado la noticia de que los americanos estaban
prestos a salir, se unieron a nuestra comitiva cerca de una docena de
natiuos que, como despus supimos, haban estado aguardando para
beneficiarse de nuestra escolta y compaa en el camino. Esperamos
a que pasara una fuerte tormenta, y luego montamos y desfilamos
50 AYILL1AM V, IV ELLS
en orden a travs de la plaza; pasamos frente al cuartel, y salimos de
la ciudad; el Doctor Davis iba a la cabeza de la columna, viendo hacia
atrs, y no sin orgullo, la pompa de nuestros hombres a caballo y
erizados de armas. La procesin, ridicula como nos pareca por sus
muas orejonas y peludas y por los trajes de los jinetes, era no obstan-
te de aspecto formidable, y varios entusiastas vivas atestiguaban la
impresin que hacamos, cuando dejamos la poblacin. Cuatro de
nosotros llevbamos rifles y revlveres, y el resto, mosquetes de chis-
pa o pistolas de poco efecto. El despliegue marcial, agregado al res-
peto que se tena a los americanos armados, era considerado de SUJI-
ciente importancia para impedir un ataque de cualquier grupo del
enemigo que recorriera los caminos.
A los pocos minutos de andar estbamos fuera de la ciudad.
Opuestamente a la casa del seor Hurtado, encontramos a un ameri-^
cano residente, que cabalgaba a prisa hacia Rivas, quien nos aconsej
que regresramos y esperramos la confirmacin de la noticia de la
aproximacin de las tropas de Chamorro. Nos manifest que los ca-
minos estaban impasables y se hallaban infestados de grupos de
hombres hostiles. Pe^o una semana de vida montona me haba dis-
gustado enteramente y, ansioso de avanzar, determinamos correr los
riesgos y enfrentar los peligros. La hacienda al lado opuesto del sitio
donde habamos cambiado impresiones se hallaba desierta, salvo por
unos pocos naturales dejados para su cuido, y la consiguiente manada
de perros. Siguiendo nuestra marcha cruzamos el ro Gil Gonzlez,
poco ms o menos a cinco millas de la ciudad y a las seis de la maana
arribamos a la aldea de El Obraje, en donde nos pareci prudente per-
noctar. Al cabalgar hacia el pequeo cuartel, el Comandante vino a
nuestro encuentro, y al saber que ramos norteamericanos y partida-
rios de Castelln, orden a uno de sus hombres que trajera un jarro de
aguardiente, pasando el licor por turno. El centinela, que cuando lle-
gamos no haba conocido nuestra divisa, temblaba cuando formamos
frente al cabildo, pero al notar que haba licor, con nuestra disposi-
cin amigable se tranquiliz.
Ante la invitacin de un anciano venerable que ofreci alojamien-
to, como su casa se lo permitiera para pasar la noche, desmontamos
y enviamos nuestros animales a un corral cercano, entramos a la casa,
donde la seora y sus hijas calladamente prepararon una caliente
cena para toda la comitiva.
Mientras estbamos desensillando las muas, la campana de la
EXPLORACIONES EX HONDURAS 51
iglesita del pueblo dio la seal de la oracin; (2) al instante cada
quien se descubri y durante unos pocos minutos el silencio imper
en el poblado, hasta que un nuevo repique se dej oir con un re-
tintn alegre, momento en que se reanudaron las ocupaciones. Desde
el Comandante del puesto al ms insignificante de los habitantes,
la obervancia de este pequeo rito pareca un deber habitual con-
siderado como sagrado. Meses despus, en las solitarias montaas de
Honduras, cuando esta ceremonia se repiti en las aldeas alejadas
del interior, yo siempre record sta, la primera vez que la haba
presenciado. Se ocupa tan slo un momento, no se abandonan los
deberes y para muchos esto podra tomarse como un smbolo de su-
misin ciega a los formulismos del catolicismo, pero el acto, tan senci-
llo como es, tan primitivo en su ndole, desde entonces se qued agra-
dablemente impreso en mi mente como una evidencia de los devotos
sentimientos del pueblo.
Por la noche extendimos nuestras mantas en el corredor y bajo
el dosel de un cielo profundamente tachonado de estrellas y con una
luna en creciente hundindose detrs del tupido follaje at Occidente,
pronto nuestro grupo estuvo dormido, haciendo guardia uno de noso-
tros, aunque tal precaucin pareca sobrar considerando la proximi-
dad del centinela vecino.
Temprano de la madrugada estbamos ya activos, y habindole
pagado a nuestro amable viejo, montamos, y a las seis dejamos el po-
blado habindole dado una calurosa despedida al gordo Comandante,
y alquilado los servicios de un muchacho para que nos guiara a tra-
vs de un desvo que haba al Occidente del camino real, que segn
supimos estaba casi intransitable por el lodo. Antonio nuestro gua,
ofreci sus servicios hasta Masaya por cinco dlares; y aunque pusi-
mos en duda su aseveracin:hay lodo seores, hasta la cincha, nos
pareci mejor proseguir con la cautela del caso. De comn acuerdo
dejamos el consabido camino real y seguimos a nuestro gua, que tro-
taba ligero delante de nosotros y nos metimos en un denso bosque,
siguiendo un camino en zig zag, que se adaptaba a las irregularidades
del terreno. La maana estaba deliciosa y con las notas alegres de los
brillantes pjaros, los vistazos de un cielo claro que apareca a travs
de la celosa de las ramas tupidas, y el aire fresco y vigorizante de
la selva, proseguimos, conversando con nuestros acompaantes nati-
vos que abiertamente expresaban sus opiniones sobre la revolucin.
(1) N. del E.Como esta escena ocurre en Rivas rupnese un lapsus el que el autor di
que "el mulero lleg de Eivas".
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52
WILLIAM V. WELLS
La mayor parte de ellos eran comerciantes, hombres **^
que otros a la influencia depresiva de un malhadado f
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biemo bajo el cual ellos laboraban, sin importarles cualquier cam-
bio con tal que se pudiera conseguir la restauracin de la esiaoi-
lidad comercial.
El panorama, en todo nuestro trayecto de cerca de ocho millas
de El Obraje a la pequea hacienda llamada "Los Candeteros , era
bello y romntico. Era la poca de las lluvias ms copiosas, cuando
el hmedo suelo, ahora caliente, nutra de vida a la tupida vegeta-
cin, dando vida a toda una variedad de arbustos y de enredaderas,
que formaban una maraa a lo largo del camino, o suban por las ma-
jestuosas ceibas, centellantes con sus esplndidas flores rojas y retor-
cindose en festones de rica esmeralda en las florescencias adornadas
de campnulas. Por dos veces vimos en el bosque grupos de monos
colorados persiguindose los unos a los otros y saltando de una altu-
ra increble, balancendose con maravillosa precisin de rama en
rama, colgndose por sobre nuestro camino y protestando con cmica
seriedad contra nuestra intromisin en sus dominios. Bandadas de
loros avivaban la selva con sus parloteos y de cuando en cuando el
grito ronco de la garza azul se combinaba con el agudo chillido del
mono colorado. Estbamos ciertamente de vena para gozar hasta el
lmite la frescura y la belleza salvaje del panorama, porque cada ob-
jeto nuevo y extrao tena para nosotros los encantos que se revelan
por primera vez a la imaginacin del lector, las floridas descripcio-
nes de la vida del trpico y sus paisajes.
Al medioda nos hallbamos en "Los Candeleros", lugar apar-
tado que se halla ms o menos a medio camino entre el lago y el oca-
no, y rara vez visitado, excepto en la poca de lluvias, poca que sirve
de albergue a los viajeros en ruta de Rivas a Nandaime. Al cruzar
una quebrada de poca profundidad, que violentamente corre entre
rocas hacia el ro Gil Gonzlez, donde desagua, dimos de pronto con
una recua de muas conducidas por un arriero de aspecto tan sospe-
choso que el Doctor, contra nuestros deseos, lo par y le exigi que
mostrara su pasaporte. No era ocasin, sin embargo, para miramien-
tos; los robos y las traiciones eran frecuentes y el hombre, sin pro-
testa alguna, present sus papeles, los que fueron cuidadosamente
examinados, despus de lo cual se le permiti que siguiera su camino.
Nuestro amigo ofreci como justificacin que de Rivas se estaba sa-
cando plvora de contrabando para ciertos partidarios de Chamorro.
Al arriero, sin embargo, le pareci cosa natural y corriente el hecho
de que lo registraran. A pocos pasos de la quebrada, subiendo una
EXPLORACIONES EN HONDURAS
3 3
empinada cuesta llegamos a la. hacienda que, segn se nos dijo,
otrora jue lugar de importancia considerable, aunque ahora slo
tena unas pocas chozas destartaladas, en una de las cuales encon-
tramos a dos nativos, que se levantaron precipitadamente cuando lle-
gamos, evidentemente alarmados por nuestra presencia y nmero.
Pronto se tranquilizaron y en respuesta a nuestras preguntas sobre
carne o alimentos de cualquiera otra clase, nos sealaron una espe-
sura cercana, en la que dijeron podramos matar fcilmente un ve-
nado.
Dejamos al Doctor dirigiendo el avivamiento de un juego cuyos
rescoldos humeaban an en la choza, y un chico vivaz apellidado Ce-
ballos se ofreci para acompaarme cuando decid ir a la caada ve-
cina para conseguir un sorbo de agua pura y con la esperanza de en-
contrar caza. Escasamente habamos penetrado veinte varas, cuando
el siseo peculiar que se usa en Centro Amrica para atraer la atencin,
me hizo ver hacia atrs y observ a uno de los nativos, que nos haba
seguido en silencio, quien sealaba hacia abajo de la quebrada. Se-
gu la direccin indicada y mi corazn dio un vuelco cuando vi un
hermoso venado parado debajo del saliente de una roca, con las patas
delanteras metidas en el agua, la cabeza y orejas erguidas, las narices
dilatadas y sus grandes y negros ojos siguiendo nuestros movimientos;
ms all estaba la hembra, igualmente interesada, en observarnos;
no nos separaban ms de cincuenta yardas. Apunt, pero la inocen-
cia con que estas criaturas medrosas esperaban la descarga casi me
hizo desistir de mi asesino designio. Pero el escrpulo fu momen-
tneo. Mis dos acompaantes nativos fruncieron el entrecejo con ex-
pectacin y un momento despus, mientras en el bosque retumbaba,
el estallido del disparo, mi valiosa pieza, de un solo brinco alcanz
el pen y se par, trat de mantenerse en pie, pero luego cay pesa-
damente en el lecho del arroyo. Ceballos lanz un grito de alegra y
corri hacia la vctima, mientras la hembra desapareca como un re-
lmpago en el bosque. El muchacho sac su cuchillo, cort la gargan-
ta del animal y un trozo de carne para consumo inmediato, y echn-
doselo a la espalda lo llev al campamento, ofrecindonos despus
un delicioso filete, cuyo corte tuve el cuidado de dirigir, pues la gente
del pas, ms all de la inmediata vecindad de la Ruta de Trnsito,
donde su contacto con extranjeros los ha civilizado algo, tiene escasa
idea de cmo destazar, y cortan grandes y gruesos pedazos que echan
a las brasas y comen a medio asar y achicharrados por fuera.
Obsequi a los ocupantes de la choza toda la carne que no nece-
sitaba nuestra comitiva y a las tres de la tarde continuamos el viaje
54
WILLTAM V. WELLS
hacia Nandaime, despidindonos con el adis cal roso
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cuyo concepto de ios norteamericanos fcaba sido grandement e mejo
rodo con ios tragos de aguardiente que les brindo el Doctor.
El calor se haba vuelto sofocante. El bosque parecido a los ro-
bledales del Oeste de nuestro pas, alternaba con verdes mancftas
de csped en los cuales crece la manzanita o manzano silvestre ra-
samos tambin las ruinas de una /inca de ail; los tanques y la tosca
maquinaria ocultados por las lianas y malezas que, en este clima por
mucho que se arranquen, se reproducen como por arte de magia y
pronto cubren de nuevo las plantaciones descuidadas. Desde una pe-
quea eminencia en nuestra ruta logramos una vista amplia del valle
de Nandaime, resplandeciente a la luz del sol y rodeado por ondu-
lantes colinas que rodean el volcn de Masaya.
A las seis de la tarde llegamos al ro Ochomogo, seco en el ve-
rano pero ahora despus de las ltimas lluvias torrenciales, con ms
de tres pies de agua. Nuestro camino nos llev directamente de la
selva a una va ancha, y al cruzar el ro vimos que un hombre a ca-
ballo sali vertiginosamente hacia Nandaime. Cabalgamos hasta la
hacienda, que consista en una casa grande de adobe recientemente
construida y usada como residencia por los vaqueros, pues esta es
una de las principales regiones ganaderas del Sur de Nicaragua. Dos
hombres jvenes nos clavaban sus miradas a travs de una ventana
medio cerrada y luego, saliendo de la casa, corrieron apresuradamente
hacia el Doctor a quien le secretearon estas ominosas palabras:
Cuidado, el enemigo!!
"Dnde;", pregunt el Doctor.
"Aqu no ms!", fue la respuesta cuchicheada; y luego el Doctor,
reconociendo en quien le hablaba a un antiguo paciente cuya vida
haba salvado al practicarle una operacin, averigu que los chamo-
rristas. en nmero como de ochenta hombres, haban abandonado
Nandaime el da anterior y se dirigan a Rivas. El jinete que tan
sin ceremonia parti a escape al divisarnos era uno de los chamorris-
tas a quien haban ordenado observar nuestros movimientos. No pre-
viendo que tomaramos el atajo de arriba, lo habamos sorprendido.
El hermano de nuestro informante yaca dentro de la casa gravemen-
te herido de un bayonetazo que recibiera el da anterior en Nandaime.
"Vulvanse!, "Vulvanse!" nos apremiaba nuestro amigo mientras
observaba a la comitiva. "Mataron a todos los americanos!"
Henos aqu en un buen brete. Mas, habamos corrido el riesgo
y regresar por el camino principal con el lodo hasta la panza de nues-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 55
iras bestias, era terrible de solo pensarlo. No haba tiempo que perder:
un chico de ojos brillantes hizo su aparicin, aterrorizado, en el ca-
mino de arriba y grit a su.s compaeros de la casa:
"Vienen!. Vienen!, Cuidado!" y se escondi en un matorral.
Confiando en que la discrecin es la mejor parte del valor, al
menos en estos casos, nos dirigimos hacia el bosque, y al avanzar como
media milla fuera del camino, mandamos a nuestro gua por un ca-
mino turtuoso a que observara los movimientos de los contrarios. A
los diez minutos regres. Result que se trataba de un grupo como
de setenta a ochenta soldados, casi todos borrachos; el oficial que los
mandaba inquira con inters sobre el paso de un grupo de nortea-
mericanos con despachos para Castelln. Toda la verdad resplandeci
ante m:se haba dado noticia a Granada, desde Rivas, de nuestro
viaje a Len, y de aqu la ansiedad por atraparnos! Aventurar una
lucha con nuestros pocos nativos contra tal superioridad era una lo-
cura, y encarar la situacin abiertamente hubiera conducido cuando
menos a nuestro arresto y detencin en Granada, en donde una bala
accidental hubiera puesto fin a nuestras penas, como haba ocurrido
antes con un extranjero que fu llevado all en una forma similar, y
qu decir de las cartas de las autoridades de California dirigidas a
Castelln, como Presidente, reconociendo as su causa, y por ltimo
mi faja de doblones, cuya prdida hubiera puesto punto final a. mi
proyecto.
Tuvimos una corta deliberacin, y al ver que nuestros amigos
americanos residentes decidieron no poner sus ya amenazadas vidas
a merced del enemigo, optamos por regresar a Rivas, maldiciendo a
viva voz a los chamorristas, y aguardar all el arribo de un barco a
San Juan del Sur, que pudiera conducirnos a El Realejo, aunque ello
nos costara un mes de espera.
Antonio qued a retaguardia para observar los movimientos de
la tropa, y continuando nuestra lenta marcha a causa del lodo, cerca
de las once llegamos a la hacienda de San Francisco donde encontra-
mos a nuestro gua, que haba regresado por el camino del Oeste. En
este lugar estaban varias mujeres, que no nos mostraron especial
buena voluntad, aunque s nos ofrecieron albergue para pasar all
la noche. Todas estaban ocupadas en echar tortillas en un alegre fo-
gn, cuyo calor era lo ms confortable en contraste con la lluvia des-
piadada que ahora caa a cntaros desde un cielo de pizarra. La ha-
cienda -propiedad de un hombre principal de Chamorro era co-
nocida como base del pelotn que estaba en el camino. El Doctor not,
56 WILLIAM V. WELLS
con gran sospecha, que la echada de tortillas era prueba de que se
esperaba la llegada de numerosos visitantes. Quienes pudieran serlo,
las tropas que dejamos atrs parecan indicarlo; as que, despus de
una apresurada cena con tortlas, reanudamos la marcha pasando
la misma noche por Pueblo Nuevo y El Obraje para llegar a Rivas,
en medio de una lluvia pertinaz que nos calaba hasta los huesos, una
hora antes del amanecer. Habamos despachado previamente a An-
tonio a la ciudad para que previniera a la pequea guarnicin, y cuan-
do de nuevo entramos a Rivas, podan verse, a travs de la obscuri-
dad y la neblina, los pelotones de tropas que llegaban apresurada-
mente desde San Jorge, Baha de la Virgen, El Obraje y Potos. El
Doctor Col tena listas sus muas para huir, y a juzgar por las bes-
tias que estaban ensilladas alrededor de la Plaza, pens en una des-
bandada general.
Habamos andado a caballo cerca de veinticuatro horas sin des-
canso, no al cmodo galope, que con movimiento de cuna, una silla
confortable y en caminos parejos es esencia de placer y euforia, sino
penosamente apurados a travs de un trayecto lodoso, sin comer, em-
papados por la lluvia y con las piernas adoloridas por el movimiento
montono del trote de una mula, que es lo ms cansado que pueda
imaginarse.
No fue con poca satisfaccin que nos echamos en el piso de la
casa del Doctor y camos en profundo sueo, del que ni los regimien-
tos de pulgas ni el vigoroso canto de los gallos, que comenzaron sus
himnos matinales justamente cuando entrbamos a la ciudad, pudie-
ron despertarnos.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
CAPITULO III
Una visita al comandante militar.Adis a Rivas.San Juan del Sur.
El "Tres Amigos".Navegando por la costa de Nicaragua,Compaeros
de viaje.La maana.Puerto de El Realejo.La ciudad.Convento de
San Francisco.Tesoros ocultosViaje a Chinandega,Recepcin en la
casa del seor Montealegre.Un nuevo mtodo de tributacin,Tormenta.
Bao matinal.Prejuicios.Un elseo nicaragense.
El sol entraba de lleno por la ventara de fuerte rejas, cuando
C. . .nos despert con el estruendo de un pistoletazo. Los sucesos de
la noche anterior, la amortiguada sensacin de los huesos adoloridos
y el amodorrado recuerdo de los caminos obscuros y fangosos y de
los "greasers" (I) hostiles, so unido al sbito disparo del arma, nos
hizo imaginar una sorpresa del enemigo. Saltamos todos, para encon-
trar que nuestro amigo slo haba querido gozar a nuestras costillas.
Un tanto respuestos por el corto sueo, nos dirigimos al cuartel, don-
de encontramos al Comandante con su plcida sonrisa de costumbre.
Cuando entramos nos lanz una mirada siniestra indicndonos cla-
ramente de dnde haba salido el aviso de nuestro proyectado viaje
a Len. Estaba yo a punto de hacer a un lado toda formalidad y echar-
le en cara la traicin, que casi Jiaba resultado en nuestra captura,
cuando el Doctor Davis echando espuma como jabal entr al apar-
tamento. Aunque estbamos furiosos, gustosamente le dimos campo
a la verborrea superior de nuestro amigo, cuyas gigantescas pro-
porciones y conocida ferocidad de carcter lo haban hecho objeto
de temor y de servil admiracin entre los nativos. Por espacio de cin-
co minutos el airado Doctor tron en el cuarto, y era curioso ver las
caras de asombro de los guardias, atisbando y escuchando las maldi-
ciones que echaba nuestro campen. Fu en vano que el amedrenta-
do Comandante nos adulara ofrecindonos cigarros; su perfidia era
patente. La ltima advertencia que le hizo el Doctor cuando salimos,
la acompa con un movimiento significativo tocndose la garganta
de oreja a oreja, al cual el Comandante no contest sino con una
sonrisa torva.
Siguiendo el ejemplo del pueblo, y teniendo a nuestro arriero
pendiente del pago, dejamos la ciudad al da siguiente y al llegar a.
la Baha de la Virgen, devolv al Juez Cushing los despachos que me
haba confiado, quien al relatarle brevemente los incidentes del viaje,
me dijo que l haba calculado vernos de regreso dos das antes. Al
medio da siguiente avistamos de nuevo San Juan del Sur y nuestro
(1) "Gracientos", trmino despectivo dado por ios norteamericanos a los latinoame-
ricanos.
58
.WILLIAM V. VTELLS
pequeo grupo dio un grito de alegra cuando al salir dlos montes
vio anclada en la baha una goleta bonita y de gran arboladura, fos
encontramos con que Mr. Matsell y sus amigos los Drdano haban
insistido en su idea de ir a El Realejo, habiendo tocado por fortuna
en San Juan del Sur esa nave que vena de la baha de Salinas en
su ruta costa arriba.
Tres das en San Juan, sin siquiera el acaloramiento temporal
del trnsito de pasajeros para aliviar la sosa monotona, nos hizo re-
cibir con regocijo el aviso de Mr. Craigmiles, su sobrecargo de que de-
bamos ir a bordo inmediatamente. Con la ayuda de unos pocos reales
no tardamos en acomodar nuestro equipaje a bordo, y con la mayor
sorpresa vimos que la tripulacin levaba anclas, caso de puntuali-
dad y diligencia inesperadas que alabamos como algo nuevo en el
lento desarrollo de nuestro viaje. Una brisa fresca desde tierra hin-
ch las velas y, a la hora, la ciudad de San Juan, con su muelle a me-
dio construir, sus casas primitivas y sus repdsivos hoteles y cantinas
pintados de blanco y rojo, se convirti en una lnea borrosa all en
el horizonte.
El nombre de nuestra goleta era "Tres Amigos"; slido bajel
de poco ms o menos cien toneladas, cuyos tantos viajes a lo largo
de las costas de Centro Amrica lo haban hecho, como el sobrecargo
asegur "su propio piloto" ya que entraba por s sola a los puertos de
la ruta. El Capitn San Antonio, natural de Costa Rica, desdeaba
el uso de la brjula o del sextante; jams haban trazado una ruta de
viaje sobre el mapa ni haban tocado el intil comps. El manejaba
su nave, rae inform, segn era la costumbre en este oficio:los pro-
montorios, y las estrellas, celestes luminarias que durante la mayor
parte del ao tachonan los cielos tranquilos y sin nubes, guan al
marinero, en ausencia de la luna, con una exactitud jams igualada.
En las noches obscuras el ruido de la marejada era el ltimo recur-
so. Unos cuarenta pasajeros se hallaban a bordo, dos de ellos los
seores Mateo Senz y Antonio Martnez curas jvenes de Len
que ahora, despus de la muerte de Don Jorge Viteri (1), Obispo de
Len, regresaban de las ceremonias de su ordenacin llevadas a cabo
(1) E3 Dr. Jorge Vi t en y Ungo, primer Obispo de la dicesis de San Salvador.
Llev a Roma credenciales de los Gobiernos de Honduras, Guatemala, El Salvador y
Costa Rica; obtuvo la creacin de la dicesis de El Salvador y el nombramiento para
Obispo de Comayagua del P. Francisco de Paula Campoy y Prez, nat ural de Cart age-
na del Levante. Por motivos polticos se vio obligado a salir de su pas trasladndose
a Nicaragua; falleci siendo Obispo de Len: Resea Histrica de Centro Amrica por
Lorenzo Montfar. Guatemala, Tipografa "El Progreso", 1881, t IV, pp. 171 a 185 y 216,
EXPLORACIONES EN HONDURAS ^ 59
en San Jos, la capital de Costa Rica por el Obispo Anselmo Lloren-
te. (1) El resto eran guatemaltecos que volvan a patria desde Costa
Rica.
Debido a los escasos vientos y ratos de calina., nuestra travesa
tom dos das con sus noches. La pequea embarcacin, repleta de
proa a popa, pareca por la charla incesante de los nativos un exube-
rante gallinero ms que un paquebote. Por la noche, con los pocos
camarotes ocupados de antemano por los ms fuertes del grupo, los
dems extendan sus ponchos sobre cubierta, ms agradable que los
estrechos cuartos de abajo, calientes por el vaho viciado de los pasa-
jeros y la poca circulacin de aire, que luchaba por entrar por la es-
calera de la cmara y salir por la escotilla firmemente cerrada.
Con las velas desplegadas encima de nuestras cabezas, cada uno
de nosotros, boca arriba, observaba L arboladura del barco haciendo
errticos recorridos por entre las estrellas, hasta que el movimiento
montono nos arrullaba hasta el sueo. No se oa ms ruido que el
respirar de los durmientes. Hasta el timonel, dcil a la soporfera
inclinacin, aflojaba la cabilla de la rueda de mando y echado sobre
ella dormitaba en las horas silentes. La noche estaba absolutamente
en calma; nuevas y extraas constelaciones parpadeaban en los cie-
los; la Estrella del Norte, centro de su eterna rotacin, ahora cer-
cana al horizonte, se adivinaba confusamente en la niebla brillante
que colgaba como mbar transparente sobre el ocano. De lejos, tie-
rra adentro, a travs de la noche vena el ruido sordo de la marejada
rompindose en las orillas, mientras que a la distancia, las monta-
as asomaban como gigantes espectrales en la obscuridad. Uno de los
curas, que no poda dormir, pas frente a m y vindome despierto
me obsequi un puro, que encend en la brasa del que tena l entre
sus dedos. Roto el hielo, pronto me estaba haciendo un recuento de
sus aventuras en Guatemala y, correspondindole, le di una descrip-
cin de los grandes inventos del da, ahora en uso comn en los Es-
(1) Pri mer Obispo de la dicesis de Costa Rica, preconizado por S. S. Po IX
en el consistorio de 10 de abril de 1851; fu consagrado por el Sr. Arzobispo de Guat e-
mala Dr. Francisco de Paula Garca Pelez y tom posesin de su elevado cargo pastoral
t i 27 de di ci embr ede aquel ao. Despus de un pontificado lleno de trabajos apostlicos
en los cjue cosech abundant es frutos materiales y espirituales para Costa Rica, falleci
el 23 de septiembre de 1871: Revista de Costa Rica ea el siglo XIX. San Jos Tipografa
Nacional, MCMII, t. I, pp. 340, 340, 348 y 349.
El abispado de Costa Rica, separado del de Nicaragua haba sido erigido el 28 de fe-
brero de 1850 por bula del mismo Sumo Pontfice. Veinticinco aos antes, por Decreto LX
de 25 de septiembre de 1825 la Asamblea Nacional erigi el Estado libre de Costa Rica
en Obispado, distinto del de Nicaragua, y la iglesia parroquial de San Jos en Catedral
nombrando primer Obbpo al R. P. Dr. Fr. Luis Garca, que no acept. Felizmente e
Decreto no tuvo ni ngn efecto ni provoc el sisma que la frustrada mirra del Padre
Jos Matas Delgado en El Salvador. Ib., pp. 310 y 311.
40
WILLIAM V. TVELLS
tados Unidos. Sus ideas, sin embargo, eran guatemaltecas e inglesas,
y creyendo el que tan solo un pas en el mundo estaba mas adelan-
tado que el suyo propio en las artes del progreso ces en mi intento.
Como a la mayora de los guatemaltecos, cuyo contacto con los ingle-
ses los ha predispuesto contra todo lo norteamericano, a nu acom-
paante se le haba enseado que los Estados Unidos es un pas pros-
pero y con ambiciones para arrogarse una situacin^ dominante entre
las naciones, pero todava en una posicin comparativamente colonial
con respecto de Inglaterra. Los nombres de nuestros proceres ms
ilustres, surgidos de la gloriosa falange de la Revolucin, le eran to-
talmente desconocidos, y admiti que, aparte de los trabajos hist-
ricos que l haba visto sobre los Estados Unidos, sus ideas de la Re-
pblica del Norte haban sido recogidas de las publicaciones mexi-
canas que regularmente llegaban a Guatemala. Era este cura uno de
los pocos hombres cultos que encontr en el pas y evidenciaba una
sed de informacin, un comportamiento caballeroso sin arrogancias,
y era muy simptico comparado con los zafios que yo haba conocido
en Nicaragua. Mi amigo el cura tena consigo una copia de las Cartas
de Lord Chesterfield traducidas al castellano y editadas en Mxico.
Pareca que las tena en grande estima, y me asever que l trataba
de amoldar sus puntos de vista y acciones a esos modelos.
Cuando despertamos en la maana del segundo da, los irisados
matices del amanecer se lanzaban contra el mar desde las ceudas
caadas y picos de El Viejo. Con suave brisa del mar en las velas,
hmedas de roco, la goleta se abra paso perezosamente hacia una
entrada de la costa a la cual nuestro capitn llam "Punta Icaco." Una
alta nube de humo del Momotombo, festoneada con figuras plumosas
y fantsticas, se destacaba con maravillosa distincin contra el hori-
zonte, mientras en los esplendores de la maana la amplitud del fo-
llaje rutilante se extenda hacia nosotros desde la base de El Viejo,
como invitando a cobijarnos bajo sus deliciosas sombras. A lo lar-
go de la playa, una lnea de espumas nos indicaba dnde la marejada
inquieta dejaba sus furias; y al Norte y al Sur, tan lejos como la vista
poda alcanzar, los altivos conos volcnicos de un azul ail, alzaban
sus picos hasta las nubes perfilndose contra el cielo brillante. Era
un paisaje que, indeleblemente, se grab en mi recuerdo y hasta los
nativos, acostumbrados a la suntuosa belleza del panorama centroa-
mericano, salieron de su modorra para exclamar:"que bonita ma-
nana!
Con una brisa refrescante pasamos la isla del Cardn, que se
halla a la entrada, y a poco anclamos en la rada de El Realejo, puerto
EXPLORACIONES EN HONDURAS 41
solitario del Pacfico de Nicaragua y memorable en la historia por
las hazaas de los bucaneros del Siglo XVII.
Durante el verano de 1851. con el establecimiento de la ruta ni-
caragense a travs de Granada y El Realejo, se supona que este
puerto recuperara su vieja posicin en el comercio mundial. Se conci-
bieron las ms absurdas especulaciones en tierras y se hicieron los
ms grandes pLnes de mejoramiento. Con el retiro de los barcos El
Realejo volvi al estado de completa inactividad, del cual lo haba
sacado el contacto con los norteamericanos y, exceptuando el recuerdo
de los agitados das de la Ruta de Trnsito, con el consiguiente esca-
moteo de "dimes" {1) a los yankees, la prosperidad temporal del lu-
gar desapareci.
La posibilidad de convertirse en la terminal en el Pacfico del
Canal Interocenico, que por siglos ha sido el tema soporfero de es-
peculacin para cada uno de los gobiernos con intereses martimos,
todava d al puerto de El Realejo algn valor a los ojos del mundo.
Pero desde el rechazo del estudio del Coronel Chld por los capitalis-
tas ingleses, en el cual el canal se propuso de dimensiones tales
como para impedir la posibilidad de cruzar el continente en un mo-
derno vapor, parece que el consenso general ha sido retirarse del gran
proyecto. La perfeccin que el Teniente Maury ha trado al arte de
la navegacin, tambin ha demostrado el hecho de que los viajes a
la India no se acortaran por el canal. Un proyecto por cuyo control
las naciones de Europa han puesto en el itsmo centroamericano el
celo ms agudo y por el cual la rivalidad comercial entre Inglaterra
y los Estados Unidos haba casi llevado a ambos a una actitud beli-
gerante, ha sido abandonado como impracticable o, al menos, co-
mo innecesario para las exigencias del comercio o, bajo clculos
de los grandes capitalistas, como una empresa no remunerativa.
La distancia del puerto a la poblacin de El Realejo es de dos le-
guas; los servicios de transporte consisten en una diminuta lancha
perteneciente a dos muchachos que, colocando nuestro equipafe en
otro bote ms grande que nos seguira ms despacio, se afanaron
en su labor, y despus de media hora de remar, dejamos tan atrs la
primera curva del ro, que perdimos de vista el ocano, y el estruen-
do de la rompiente era. ya solo un murmullo por entre la arboleda. La
marea suba rpidamente por largas y silenciosas extensiones de agua,
que reflejaban en su superficie de espejo las mrgenes de la selva
que festonan el ro por ambos lados.
(1) Monedas de 0.10 norteamericanas. Quiere decir ei autor, ratersmo a toda costa.
N. del E.
42 WILLAM V. WELLS
Tres miVxis ms arriba pasamos por las ruinas de un pequeo
fuerte, en la ribera Sur, que se nos dijo haba sido levantado por los
bucaneros en una de sus invasiones al pas. Sus montculos de piedra
cubiertos de maleza entre las cuales la marea fluye, trajeron vivamen-
te a nuestra memoria Ls luchas terrficas y las crueldades despiada-
das de estos intrpidos ladrones del mar para con la dbil raza objeto
de sus ataques. Aguas arriba el viejo merodeador guiaba su banda
de barbudos y, entrando a El Realejo, saqueaban la ciudad, que en-
tonces tena quince mil habitantes, y salan de ella perdiendo si aca-
so uno de sus hombres.
A una distancia de media milla de El Realejo abri un canal el
Padre Remigio Solazar, cuyos actos caritativos le han captado el
cario de todas las clases sociales, considerndole casi como objeto
de adoracin.
Nuestro bote toc fondo con su casco cuando proseguimos, y
unos pocos minutos despus, rodeando una punt a de densos bosques,
al parecer aptos para el cultivo de todos los productos tropicales, atra-
camos en un muelle medio destruido que se extiende hasta la mitad
de la ensenada y sirve de lugar de desembarque a la ciudad.
Saltamos a tierra dando gracias a nuestra buena estrella por ha-
ber llegado a la parte Norte del pas tan fcilmente. Nos dirigimos
a un hotel, propiedad de un ingls fanfarrn, que nos dio la bienve-
nida a su casa con aquella complaciente familiaridad caracterstica
en los que tienen trato con las gentes del mar. Nuestro equipaje que-
d en la aduana para su inspeccin; la guarnicin en aquel edificio
y la del cuartel inmediato llegaba a dos negros flacos y un oficial
nativo, de buen aspecto, cuyo saludo corts cuando nos acercamos,
agregado al toque de su atavo regimental, con pantalones y guerre-
ra bien ajustados, nos hizo observarlo con simpata.
El Realejo, tal como est, puede ser examinado hasta la sacie-
dad en una hora. Nos quedamos all lo suficiente para conversar
con el ingls, que no saba de la historia del lugar nada anterior al
establecimiento de la Ruta de Trnsito, y claramente supona l que
haba sido fundado en tal poca, y entramos en conversacin con
el solitario cura del lugar, que satisfecho por la perspectiva de un
auditorio comenz a narrar detalladamente la fundacin de la ciudad
en el siglo XVI, la gloria pasada de su convento y sus edificios, las
incursiones de los filibusteros y el decaimiento progresivo del lugar
bajo el dominio espaol. Los viejos nativos enfticamente afirmaban
que un gran tesoro estaba enterrado en las ruinas del convento de
EXPLORACIONES EN HONDURAS 45
San Francisco, parte del cual haba sido descubierto, y que don Julio
Balcke, un caballero alemn a quien despus conoc, haba compra-
do el terreno donde estuvo dicho convento por $ 4.000.00 con la inten-
cin de escarbar el sitio en busca de doblones, cuando la mano de
obra juera ms barata. El Sr. Balcke me confirm este aserto des-
pus y me asegur que varias cantidades de dinero haban sido en-
contradas en las ruinas y sus alrededores. Caminamos despacio entre
ellas, y not su rpido deterioro, el cual es inevitable en este clima.
Hasta los grandes bloques de piedra de los muros de la torre, en pie
a pesar de los destructores, haban sido desplazados por la invasin
de la maleza, la que tomando en cuenta el prolfico suelo alcanza
una rapidez de crecimiento desconocida en climas mas fros; que de
arbustos se convierten a los pocos aos en grandes rboles, agrietan-
do y desmoronando la slida mampostera en su progreso ininte-
rrumpido. Pocos aos ms bastarn para que estos agentes silencio-
sos acaben hasta con los restos que auri existen y que atestiguan la
anterior riqueza y esplendor del convento de San Francisco. El Rea-
lejo tiene ahora tres mil habitantes y el nico edificio que puede te-
ner pequeas pretenciones arquitectnicas es la iglesia de San Be-
nito; tiene alguna importancia comercial por ser el puerto de mar de
Len, Chinandega y de la gran regin agrcola comprendida entre
las montaas de las Segovias, Chontales y el Pacfico, porcin frtil
conocida como la gran llanura de Len. No se han llevado estadsti-
cas en El Realejo durante los tres aos de revolucin, as que los da-
tos sobre las exportaciones e importaciones del lugar son materia de
simples conjeturas.
Desde California me haba acompaado el hijo de un caballero
de Chinandega, don Mariano Montealegre. Su llegada de el Norte
fu aclamada en todo El Realejo con las felicitaciones calurosas de sus
muchos amigos y habindonos presentado a S..., C (1). . -y a mi a
los grupos que le rodeaban, vimos pronto que eramos tambin ob-
jeto de especiales atenciones.
Se consiguieron caballos para don Mariano y para m; mis dos
acompaantes quedaron en El Realejo esperando el equipaje, que
no llegara sino hasta el da siguiente; as que diciendo el primer hasta
luego a estos amigos desde nuestra salida de San Francisco, acept
la invitacin de don Mariano y, montando en uno de los esplndi-
dos y numerosos caballos de su padre, galopamos juntos por el ca-
mino hacia Chinandega.
(1) Supnese hace referencia a Byron Col. N. del E.
4+
WILLIAM V. WELLS
En un minuto salimos deia sucia y pequea poblacin y entra-
mos en la campia ms bella que yo he conocido; a cada vuelta en-
contraba vistas agradables de rural esplendor que, a pesar de lo mu-
cho que estaba preparado para la escena, me tomaron enteramente
de sorpresa. De cada dos rboles uno tena frutos o flores, o era ae
valor tintreo; casi cada arbusto era medicinal. Aqu la panacea ech
sus races:la ceiba, el guapinol, la palmera, el tamarindo, el naranjo,
el pltano, el banano ,el higo y una docena ms, familiares a la vista,
mostraban sus frutos entre las hojas, a la vera del camino y colgaban
de sus ramas, invitando al viajero a gustar de su ambrosa en raci-
mos tentadores. El cactus, que en otros climas menos propicios le-
vanta su mezquina cabeza tres pes, despus de crecer en un inverna-
dero y con cuidados especiales, aqu crece a una altura de treinta pies,
sin una rama y tan grueso como el cuerpo de un hombre. Los setos
por millas estn formados por estas moles en muchos lugares, mez-
cladas con las sombras ligeras de la higuerilla y de Ls habas, que a
la distancia parecan uvas en agraz. Estos setos son en verdad los
ms durables en el mundo, hacindose cada ao ms impenetrables
y desarrollndose en cantidades ilimitadas.
El camino, en un suelo parejo, se curuaba romnticamente a
travs de paisajes como stos; mientras el polvo, del cual todos se
quejan en los meses del verano, se haba aplacado por las constantes
lluvias, aunque los caminos no se arruinaban por su causa, pudiendo
pasar carretones del puerto de El Realejo durante todo el ao, sin
interrupcin. La tierra aqu es de limo negro, de cinco a ocho pies de
hondo y produce dos cosechas anuales. Muchos productos crecen es-
pontneamente. El viajero constantemente se recrea con las ms ha-
lagadoras perspectivas y romnticas vistas, muchas de ellas remata-
das con el verde aterciopelado de algn volcn extendido desde la
base de su cono perfecto hasta la amplitud del llano.
Las personas con quienes nos encontrbamos en nuestra ruta
se paraban para congratular a don Mariano por su regreso o, si eran
extraos, cambiaban saludos obsequiosos al pasar. La peculiar corte-
sa de los centroamericanos se nota a cada paso. Es un rasgo que les
distingue de inmediato frente a la indeferencia comercial de los an-
glosajones. Esto es particularmente el caso entre las ciases ms hu-
mildes, que con sus ideas ultra republicanas no han sido capaces de
reprimir una casi servil deferencia ante una superioridad aparente
por el vestir, porte o maneras. Que un extrao no reciba un saludo
respetuoso, si no sincero, cuando viaja, es la excepcin a la regla.
EXPLORACIONES EN HOM>Ul\AS 45
Nuestro viaje por este paisaje de hadas de Chinandega nos ocup
ms o renos una hora, cuando en eso el mayor nmero de casas y
el ladrido de los perros nos indicaron que estbamos en los suburbios
de la ciudad; y mientras unas pocas gotas gruesas de lluvia, acom-
paadas del estruendo de los rayos cerca de El Viejo, nos anuncia-
ron el chubasco que se avecinaba, aligeramos el paso ya en las calles
empedradas de Chinandega, y encontrando grupos de amigos de
don Mariano, nos encaminamos a la mansin de su familia, que queda-
en la esquina de dos anchas y bien pavimentadas calles y cerca de la
iglesia principal del lugar. La ciudad est en un llano a poco ms o
menos tres millas de las faldas del volcn {El Viejo) y ha sido por mu-
chos aos uno de los lugares ms prsperos de Centro Amrica, no ha-
biendo sufrido como Len la destruccin de sus casas y edificios p-
blicos a causa de la revolucin. Estbamos aqu en el mes de sep-
tiembre, que cercano al fin del perodo de lluvias se considera como
el ms agradable del ao.
Desmontamos frente a la puerta, por la cual salieron varios sir-
vientes a recibir nuestros caballos, mientras en la espaciosa sala una
multitud de parientes, con la peculiar efusin para saludar que tie-
nen los hispanoamericanos de sangre ardorosa, arrastr a don Ma-
riano al interior de la casa, colmndolo de atenciones.
Fui formalmente presentado en pocas palabras, y cuando mi com-
paero le explic a su mam y a sus hermanas que el extranjero que
le acompaaba era su amigo, la casa se me puso inmediatamente a
la disposicin, que es la forma de indicarle a uno que se sienta como
en su propio hogar. La residencia del seor Montealegre es precisa-
mente la ms grande y la ms costosa de la ciudad, aunque no tan
bien amueblada y con los adelantos modernos de la del Sr. Thomas
Manning, Cnsul britnico en Len. El anfitrin mismo lleg poco
despus y me reiter la hospitalaria bienvenida que ya me haba brin-
dado la seora de la casa. La sala privada a la cual nos retiramos
pareca contener los valores ms estimados de la familia. Aqu estaba
la biblioteca con obras religiosas e histricas, la mayor parte publi-
cadas y empastadas en Barcelona. Un reloj yankee, al cual ninguna
otra mano que no fuera de su dueo podra aventurarse a dar cuerda,
estaba sobre una mesa que tambin contena material para escribir
y papeles de negocios, pues este era el cuarto que se usaba como ofi-
cina para las transacciones de las varias haciendas del seor Montea-
legre. Numerosos grabados a colores colgoban de las paredes ntida-
mente empapeladas, suspendida y cerca de la puerta estaba una
representacin de la Crucifixin de Rubens, de tamao natural, que
46 WILLIAM V. WELLS
mi anjitrin dijo haba sido ejecutada en Guatemala, y su color po-
dra despertar la admiracin en cualquier parte del mundo. Al otro
lado del cuarto se hallaba tendida la indispensable hamaca de pita,
fabricada con cnamo coloreado entretejido artsticamente, consti-
tuyendo el lugar de descanso al cual el extranjero es cordialmente
invitado en prueba de consideracin. Los pisos esmeradamente barri-
dos y la nitidez desplegada en toda la casa patentizaban la mano di-
rectora de la mujer, sin cuya ayuda el hogar mejor dispuesto cae en
el desorden.
El seor Montealegre era tenido en este tiempo como el hombre
ms rico de Chinandega, y durante nuestra permanencia en su casa
tuvimos la oportunidad de observar el mtodo arbitrario empleado
por el gobierno ocasional del Estado para conseguir dineros y soste-
ner la revolucin. Al da siguiente de nuestro arribo la casa fu ro-
deada por tropas de los revolucionarios, quienes desconsideradamente
impidieron a la familia tener contacto alguno con el mundo exterior
hasta que diera una suma de cinco mil dlares para sufragar los gas-
tos de la administracin. La cantidad fu pagada la misma noche,
y se me asegur que sta era la cuarta vez que se haca lo mismo
desde el comienzo de la guerra. Algunas otras familias ricas haban
sido gravadas con impuestos acordes con sus probables recursos, y
todo indicaba lgubres presagios para el futuro. Mi anfitrin crea
que la presente revolucin acabara por arruinarlo totalmente. Solo
se respetaba la propiedad de los residentes extranjeros y aquellos
lugares que se hallaban bajo la proteccin de las banderas consulares
francesa, inglesa o americana. Por esta razn, don Mariano haba sido
despachado a San Francisco con el propsito de que se hiciera ciuda-
dano de los Estados Unidos y pudiera as preservar una pequea par-
te de las posesiones familiares. Pero hasta este expediente haba fa-
llado y pareca que la nica esperanza era que el xito de cualquiera
de los dos partidos pusiera trmino a la guerra.
Con tales mtodos de tributacin, injustos y sumarios, no hay
por qu sorprenderse del miedo constante de la gente a los cabecillas,
polticos y militares, cuyas intrigas y discordias han inundado al pas
con sangre y destruido todo lo que se asemeje a un desarrollo indus-
trial. No obstante, l viejo caballero era tenaz e inflexible liberal, cu-
yos recuerdos databan de los das quietos de la dominacin espaola,
cuando bajo la Capitana General de Guatemala la nacin haba al
menos gozado de seguridad comercial y no tema sino a los enemigos
que amenazaban a la madre patria ms all de los lmites de Centro
Amrica. Se refera a los das de Morazn, a quien recordaba con ale-
EXPLORACIONES EN HO?DURA5 47
gria entusiasta, y sus jias facciones se le iluminaban cuando traa a
su recuerdo las agitadas guerras de 1839 y 1840. El seor Montea-
legre era el -primer exponente verdadero del hacendado centroame-
ricano que yo encontr en el pas.
Como de costumbre, por la noche la jamilia se reuna en la bi-
blioteca, donde yo hice al anciano un recuento de las noticias de Cali-
jornia y de la guerra europea, de las cuales l no haba odo nada
haca varios meses. Una cautelosa observacin suya me llev a creer
que mi husped estaba juertemente inclinado a javor de la causa-
rusa, aunque l pareca, no obstante, conservar el respeto habituad
si no el temor al nombre ingls, cuidndose de no lanzar su opinin
en contra de l. Esta, no obstante, puede haber sido su acostumbra-
da manera de expresarse. Se me llev jinalmente a un dormitorio, a
una cama con el lujo de sbanas limpias. Al estirarme con aquella
sensacin de extremo bienestar que slo pueden apreciar los que
han estado privados de ella durante mucho tiempo, me pregunt cun-
do podra yo de nuevo gozar de aquel placer; porque todo l mundo
estuvo de acuerdo en que despus de abandonar la parte bien pobla-
da de Nicaragua, podra decirle adis a las ms elementales comodida-
des de la vida. Eventualmente pude comprobar, sin embargo, que
los centroamericanos son totalmente ignorantes en cuanto al pas ms
all de sus jronteras. Apenas me aprestaba a dormir, despus de apa-
gar mi vela, cuando el estruendo de un rayo distante y el resplandor
azulino por entre las hendiduras de la puerta anunciaron la proxi-
midad de una de las tormentas sbitas y violentas que marcan el
jin de la estacin lluviosa. Pronto el golpear de las gotas anunciado-
ras era seguido por un diluvio, que produca un ruido ensordecedor
en el techo, mientras los relmpagos, iluminando el cielo del hori-
zonte al zenit, parecan lamer con jieras lenguas las ventanas enreja-
das. El inesperado resplandor era seguido por la ms negra- obscu-
ridad, y luego por los tremendos truenos que parecan ser el rebote,
en nuestros odos, de los volcanes circundantes. Estaba yo seguro de
que un rayo haba cado en una casa cercana^ lo que al da siguiente
pude confirmar, pero esto es aqu un hecho de todos los das.
Los nicaragenses se acuestan y se levantan temprano, hbito
que es de aplaudirse, ya que los capacita para gozar del jrescor deli-
cioso de la maana, cuando se lleva a cabo la mayor parte del trabajo
hogareo cotidiano. Al despertar v a Mariano andar silenciosa-
mente por mi cuarto, y notando l que yo estaba despierto me sugi-
ri tomsemos un bao en una quebrada cercana, que me dijo haba
usado desde su infancia. El canto de los gallos y el ladrido de los pe-
48 I TTL LI J M V. WELLS
rros, agregados a la voz fuerte de la seora, debieron despertarme
una hora antes; salt de la cama apenas me vest, me un a mi afable
amigo, y juntos salimos de la casa. Nunca antes una maana tan ra-
diante ha embellecido al mundo. Las calles, perfectamente lavadas
con el diluvio de la noche, parecan como si hubieran sido ntidamente
barridas por la mano de una pulcra ama de casa. El follaje del jardn
mostraba un lujuriante verdor sobre los altos muros, con millones
de gotitas de roco que resplandecan a los oblicuos rayos del sol,
El aire era fresco y vigorizante, tan fresco que no poda yo creer
que me hallaba en el trpico. Hacia el Norte y aparentemente irguin-
dose en silenciosa majestad sobre el llano tapizado de esmeralda, levan-
taba El Viejo su cabeza arrogante perfilado contra un cielo sin nubes
y resplandeciendo con la variedad de todos los verdes agolpados en
densas masas a lo largo de sus faldas empinadas. La ciudad estaba
ya en movimiento, despus de una activa caminata llegamos al arro-
yo, lugar de bao de los chinandegos desde tiempo inmemorial.
Una dificultad, no obstante, se present y la cual a mi mente
ingenua pareca insuperable. El arroyo, desbordndose por una plata-
forma profunda y clara, de unas doce yardas de ancho, formaba ms
-abajo una corriente propia para lavar en ella y all estaba un grupo
de lavanderas, viejas y jvenes, que al parecer se haban apresura-
do a tomar posesin, temprano, del lugar. Le indiqu mis escrpulos
a Mariano, pero ste con una sonrisita tranquila se desnud y se zam-
bull, seguido de una media docena de recin llegados, tan tranqui-
los como si estuvieran en medio de un bosque. Tal proceder no des-
pert la menor sensacin entre la congregacin del jabn y agua de
ms abajo y, por ltimo, llevado por la tentacin de las linfas claras
y fras, pronto estaba yo braceando en las pequeas olas formadas
por la corriente. El pudor en estos aspectos tiene poca apreciacin
en Centro Amrica, aunque el rehusar un extranjero a baarse como
se acostumbra en el pas, se torna generalmente como una moda ex-
traa que se ha trado de afuera y la cual el tiempo se encargar gra-
dualmente de borrar.
A nuestro regreso hallamos las mesas dispuestas para el des-
ayuno en el gran corredor; el desayuno consista en tortillas calien-
tes, pan, mantequilla y queso, carne estofada, frijoles, chocolate y
leche. Una india muy agraciada, de grandes ojos avellanados y de
manos y brazos que podra envidirselos la dama ms aristocr-
tica, nos esperaba, y gil cumpla las rdenes de Mariano, que se-
gn pude comprobar era el amo de la casa por ser el hijo mayor. Los
pies desnudos de esta Hebe morena hacan un ruido acompasado en
EXPLORACIONES EN HONDURAS 4a
el piso enladrillado, y cuando el desayuno termin nos trajo una cesta
llena con deliciosas frutas y un manojo de cigarros. Me ech en la
gran hamaca con una sensacin de absoluto regocijo, y mirando la
perspectiva soadora de la ondeante verdura, la vista limitada por
el cono azul de un volcn distante y por los muros blancos de la ha-
cienda, medio escondidos en su prdiga esmeralda, me entregu a la
fascinacin de la hora, contento de todo, menos de que mis seres que-
ridos all lejos no pudieran compartir conmigo las bellezas sin par
.de estos paisajes.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 51
CAPITULO IV
Chinandega.Iglesias.Residencias.La belleza femenina.Vestuario.Fu-
mando cigarros.Religin.Ceremonias.Diversiones.Un paseo noctur-
noNoche.La tienda.Comercio.Educacin.Salida hacia Len.El
camino.Chichigalpa.El tiste.El Sr. Manning.-Fosoltega.La posada.
Una beldad nicaragenseNuevo mtodo de mendigar.El aguacero.
Hacienda de "El Paciente".Soldados borrachos.Las tortilleras.Rio
Quezalguaque.En las cercanas de Len.Campanas.Ceremonias reli-
giosas.El Dr. Livingston.Vsperas de Independencia,
Se considera a Chinandega como la ciudad ms prspera de Ni-
caragua, y aunque antes tena una poblacin mayor, cuando la visit
contaba con ms o menos doce mil habitantes, predominando el por-
centaje de mujeres por las causas que antes expres, en una propor-
cin de cuatro a uno. La ciudad est construida con regularidad; sus
calles estn trazadas en ngulos rectos, muy bien pavimentadas y con
una superficie cncava, con las cunetas en el centro durante la es-
tacin de las lluvias se cubren de hierba por ser el trnsito muy es-
caso. Su primitiva importancia, al juzgar por la descripcin que de
ella hacen escritores centroamericanos, ha de haber sido considera-
ble. Tiene ahora cinco iglesias:La Parroquia, el Calvario, San An-
tonio, San Lorenzo {inconclusa) y la Guadalupe. En otro tiempo es-
taban ricamente adornadas, y se dice que contaban con ornamentos
muy valiosos; pero las incursiones de los bucaneros y las desvastado-
ras revoluciones en el pas desde 1821, hicieron que los quitaran,
por la violencia o para su seguridad. Hoy las iglesias no cuentan sino
con oropel y cuadros de personajes bblicos rsticamente ejecutados.
Estos edificios son de adobe, estucados y encalados al estilo espaol,
y a menudo con la peculiar cpula redonda que revela la arquitec-
tura morisca. Los pisos estn primorosamente enladrillados y sus
interiores se conservan ntidamente pintados y limpios. Las imge-
nes de santos y ngeles, ricamente vestidos para impresionar la ima-
ginacin de los devotos se hallan colocadas en nichos. Creo que la
quietud y la solemnidad de estos santuarios se hallan bien calcula-
das para inspirar pensamientos devotos. Por lo general son edificios
obscuros y espaciosos que hacen resonar las pisadas; a todas horas
del da pueden verse hombres y mujeres arrodillados, las ltimas
con la chillante mantilla que se colocan como capucha, y los pri-
meros, por lo comn limpiamente vestidos, sombrero en mano, sin
zapatos e hincados sobre un pauelo. Todas las diferencias de clase
se borran dentro del templo y el arrugado y legaoso mendigo se
arrodilla muy cerca de la plida y aristocrtica seorita de la mejor
sangre de Chinandega. La ciudad parece haber sufrido menos con
WILLIAM V. WELLS
las frecuentes guerras que ninguna otra en el Estado. Las casas rara-
mente son de ms de una planta, no tanto por el miedo a los temblo-
res como por su mayor frescura, as como por la incomodidad de vi-
vir en un segundo piso, y finalmente lo que creo es la razn prin-
cipal- porque sus antepasados vivieron en construcciones de la mis-
ma arquitectura. Estas casas no se diferencian grandemente de las
de Rivas, pero en general son de mejor condicin, ms amplias^ y de
una construccin ms acabada. El interior est dotado^ de mobiliario
de lneas rectas, incmodo, escaso y colocado de cualquier modo en la
sala; de hecho las mesas no son para otros propsitos que el de servir
en ellas la comida familiar, y muy raramente como escritorio; las
damas usan las sillas solamente cuando hay visitas, pues ordinaria-
mente prefieren sentarse en el piso o echarse a descansar en la hama-
ca familiar, que se cuelga de parte a parte en la sala de las casas de
habitacin de todas las clases sociales. Completan el arreglo de cada
cuarto cuadros religiosos, una cama algunas veces de hierro y por-
ttil y comnmente varios bales mexicanos, laboriosamente orna-
mentados y con las iniciales de sus dueos marcadas con estoperoles
de bronce. Las casas, sin embargo, se hallan admirablemente adap-
tadas al clima y el viandante entra a su obscuro y fresco abrigo con
un ntimo:gracias a Dios! a! librarse del sofocante calor de la calle,
aumentado con el fiero resplandor de las paredes blancas que reflejan
con hiriente intensidad los rayos del sol.
Las piezas forman dos o ms lados de un cuadro abierto que se
llama el patio, por lo general comunicado con la calle por un portn
pavimentado, capaz de dar paso a un hombre a caballo o a un carre-
tn con todo y bueyes; y es aqu donde se colocan los productos de
la hacienda o cualesquiera artculos o trastos de la casa. El corre-
dor, que se extiende alrededor de la casa en su interior, est por lo
comn unos pocos pies ms alto que el patio y se pavimenta con
grandes baldosas. Las casas, muros y todo el conjunto de edificacio-
nes anexas, estn entejados y en todo aspecto mejor adaptados al cli-
ma que si se empleara tejamanil o pizarra. Una bodega y otros apar-
tamentos de la casa se hallan ms all del corredor. Muchas casas
tienen grandes jardines llenos de flores, separados de la calle por ele-
vadas tapias y atestados con el ms verde arbolado, donde nunca fal-
tan los mangos florecidos y cargados de fruta todo el ao, con sus
ramas arrastrndose por el peso de las hojas y racimos de estas deli-
ciosas frutas, que se ofrecen prdigamente a los transentes.
Aunque en general me defraud la belleza de las nicaragenses,
durante mi permanencia en Chinandega y en Len encontr varias
EXPLORACI ONES EN HONDURAS DJ
veces la gracia y la elegancia generalmente caractersticas de la se-
orita espaola. La costumbre de casarse las personas de distintas
razas, prctica observada por blancos, indios, "mestizos" y hasta ne-
gros, ha contribuido en mucho a deteriorar la belleza de la mujer
centroamericana y vi esto particularmente en Honduras; pero en to-
da esa repblica, como en Nicaragua, observ frecuentemente ros-
tros y formas que hubieran hecho "sensacin" en cualquiera reunin
elegante. La amalgama no ha sido total; y mientras, con mucho, el
mayor nmero se halla slo teido con un pringue de sangre india o
negra, el extranjero puede encontrarse a cada paso con bellezas caste-
llanas puras, cuyas esbeltas figuras, sus maneras finas, sus ojos ne-
gros y lnguidos y expresivos rostros, confirman completamente el
elogio que se les ha prodigado. Las facciones son, casi sin excepcin,
finas, donde no ha habido mezcla de razas en los antepasados, hasta
clsicas, preservando mucho del orgullo y el aire distinguido de las
castellanas. La tez, siempre plida, es de aquel rico y clsico color
generalmente atractivo de la juventud, cuando va acompaado de
facciones finamente cinceladas, pero adquiere apariencia de cera en
los aos avanzados. En ningn pas de los que yo he visitado, la
edad sigue tan de cerca al sexo femenino y en ninguno los encantos
juveniles se disipan tan pronto. El clima no deja ningn rastro de
lozana en la vejez adusta; y con pocas excepciones en las tierras ba-
jas de Nicaragua, ser viejo es ser feo. Sin embargo, siempre observ
en ambos sexos en todas las clases sociales, que la natural cortesa
y gracia en los modales suplen la falta de encantos fsicos. La cortesa
en las clases educadas llega a lo solemne, y en las ms remotas sec-
ciones de Honduras sto se observa con tal grado de exageracin que
se vuelve hasta ridculo. Los jvenes son, por lo comn, reservados,
indiferentes y de rostro plido; casi todos tienen cuerpo delgado y
visten a la moda americana o europea.
Se prefieren los colores vivos en los vestidos de las mujeres y
en una fiesta o en una misa de domingo, la combinacin de los colores
del arco iris, indiferente al gusto, provocara una sonrisa en una bella
del Norte. Los chales son en particular llamativos. Pero el efecto
no es desagradable en una gran congregacin, vindose el conjunto
de rostros bonitos y ojos relucientes, en contraste con los colores ale-
gres. Es una idea equivocada, no obstante, la de creer que la belleza
espaola por lo general finge elegancia. Ecepto en las reuniones p-
blicas, viste de colores obscuros, como una compensacin al color de
su tez; y el estudiado arreglo de sus ornamentos de azabache en los
brazos y alrededor del cuello, revela la preocupacin por los efectos
54 WILLIAM V. WELLS
del contraste. Los dulces hechos con el azcar del pas ti) tienen
gran demanda entre las damas, que los comen a toda hora del dza;
con stos, el infaltable abanico, el paseo a la cada de la tarde, y tal vez
una cita por la noche alrededor de la Plaza, constituyen la diversin,
si no la ocupacin, de la dama nicaragense, al menos que con la de
alguna funcin, se apresure a preparar algn aderezo extra. Debo
agregar el enrollado de los cigarrillos de papel, llamado cigarro para
diferenciarlo del puro, que es el nombre dado por excelencia al ver-
dadero cigarro. Aquellos se fuman dondequiera y en toda ocasin.
Si usted entra a la casa de un caballero, l se apresura a ofrecerle la
hamaca y un cigarro. El cigarro est en los labios del seor cura antes
de entrar a su iglesia; es el smbolo amistoso que se da alas personas
que se acaban de conocer; una dama, si desea ser amabie con el ex-
trao, le obsequia un cigarro; hace usted una visita al Presidente de
la Repblica y antes de entrar en los cumplidos del da selecciona l
un cigarro de su tabaquera, y cortesmente se lo obsequia; su sirvien-
te en el camino, deliberadamente, enrolla un cigarro y encendindolo
con su eslabn se lo presenta a usted en silencio estoico, como cosa
corriente; y en una palabra, en todas las escalas sociales, en todo tiem-
po, en todo lugar, este pequeo emblema de solaz se ofrenda, y creo
firmemente que por la fuerza de la costumbre, si una negociacin se
comienza con este preliminar, debe considerarse, desde luego, como
cosa medio terminada.
La religin catlica se impone totalmente en Nicaragua como
en el resto de Centro Amrica. Est tan profundamente arraigada,
que el poder de la Iglesia y del Clero forma el efe sobre el cual giran
los movimientos polticos extraordinarios, en los cuales los curas
simpre ejercen su influencia de alguna manera. Hay un artculo es-
pedal en todas las constituciones polticas de las repblicas centroa-
mericanas, que estatuye que la religin catlica es la del pueblo, con
exclusin de toda otra religin (2); y los intentos hasta aqu hechos
para que se permita en la costa erigir y asistir a iglesias distintas a la
establecida, siempre han encontrado una compacta oposicin de todos
los partidos polticos. Esto se debe en parte a la veneracin religiosa
inculcada en las mentes del pueblo pero principalmente al hecho
de que las asambleas legislativas estn integradas en su mayora por
abogados o licenciados, que se han educado en las universidades ca-
(1) Panela, o "rapadura", como se le llama en el pas.
(2)^ La Constitucin Federal de 1824 en su artculo 11 y la de Honduras de 1848
en el artculo 16: El Digesto Constitucional de Honduras por Augusto C- Cuello. Tegu-
cigalpa, Tipografa Nacional, 1923. pp. 14 y 100.
EXPLORACIONES ENHONDUKAS 55
tlicas de Guatemala y Costa Rica, o, como es frecuente el caso,
con los mismos curas.
La forma exagerada con que los sacerdotes del siglo XVI intro-
dujeron el catolicismo en Guatemala pueden todava observarse, y
ceremonias tales como "el ahorcamiento de Judas", la imposicin
de cruces en las frentes de los feligreses el Mircoles de Ceniza, el pa-
seo de las imgenes de la Virgen y los santos por las calles en pro-
cesiones pblicas, son cosa acostumbrada en todo el pas. Las mujeres,
de todos modos, son las ms fieles al mandato de la Iglesia y pocas
se aventuran a perder la misa o a faltar al servicio maanero. Las
fiestas pblicas se combinan artsticamente con las ceremonias reli-
giosas, siendo ambas inseparables; as a la celebracin de ciertos das
santos, a la observancia de ritos especiales de la Iglesia, se aaden
peleas de gallos, corridas de toros, msica, festejos, fuegos artificiales
y bailes. Puede verse que las nicas diversiones del pueblo, al unir-
se con sumisin a la f catlica, son instrumento poderoso en manos
del Clero, que toma ventaja de la innata supersticin de la raza y
del monopolio de la educacin en manos de los curas o de aquellos
que se han formado bajo su influencia directa.
_A las procesiones religiosas el pueblo acude con veneracin res-
petuosa. El cura camina bajo un palio extendido sobre su cabeza y
sostenido por cuatro asistentes, precedido por un campanillero y por
la msica de violines y violas, que acompaa el canto del padre y del
coro. Los ornamentos y smbolos de la Iglesia se llevan entre la mu-
chedumbre. El espectculo, hasta para un incrdulo, es imponente
y nunca dej de manifestar mi respeto a las formas religiosas del
pas, descubrindome mientras lentamente pasaba una procesin;
pero ni las ms abiertas insinuaciones de mis compaeros nativos me
hicieron hincarme, aunque en todas direcciones, y a menudo en to-
das las calles adyacentes por donde quiera que el coro solemne de
los cantores pudiera pasar, las gentes se hincaban y devotamente se
persignaban mientras el estrpito de una docena de sonoras campanas
combinaban su taido con la escena.
Todo el espectculo me pareca reliquia de una edad semibr-
bara; y todava encontramos aqu las mismas liturgias llevadas a
cabo cuando los guerreros de Alvarado y Corts, en sus cotas de ma-
lla, se quitaban sus yelmos emplumados. La observacin de que Cen-
tro Amrica ha estado estancada desde la conquista es correcta; pues,
en verdad, muchos de los hbitos de los viejos conquistadores an
subsisten.
56 WELLIAM V. WELLS
Chinandega, corrientemente una de las ciudades ms alegres de
Nicaragua, presentaba durante esta revolucin un espectculo triste.
Toda alegra haba cesado como por consenso general. Las reunio-
nes, donde a veces el extrao puede formarse una idea de las carac-
tersticas sociales y privadas de las personas, eran ahora desconoci-
das; el lugar estaba desierto porque sus principales habitantes se
haban retirado a sus haciendas para escapar a las contribuciones
forzosas, y los de las clases humildes que podan vivir aqu huan
de la ciudad para evitar su reclutamiento para el ejrcito. Mis amis-
tades a menudo se condolan de la triste condicin en que vivan, y
me aseguraban que yo haba visto la ciudad en circunstancias des-
ventajosas.
Sin embargo, an en la poca ms aburrida, por la noche el ob-
servador poda formarse una idea de las costumbres al aire libre. A
esa hora el chubasco haba cesado, dejando en el horizonte un c-
mulo de nubes purpreas y doradas hacia el Oeste. Los rboles y las
calles estaban todava hmedos por la lluvia y millones de relucien-
tes gotas caan de los cocoteros y los pltanos. Las casas, rivalizando
en sus colores rojo, azul y amarillo de acuerdo con el gusto de sus
dueos, daban un carcter vivido a la escena. Las calles monopoli-
zadas a la hora del calor por las viulas cargadas o por los chicos des-
nudos, presentaban ahora un cuadro ms animado. En la esquina
de -ms all, un jinete cabalgaba airosamente ha parado en seco
su caballo de cola larga y pesado bocado. Es el seor V. . . ( I ) , bien
conocido y reputado ciudadano, que est ahora siguiendo su costum-
bre inmemorial de pasear a caballo al fresco de la tarde. La silla re-
camada de plata lo mismo que la cabezada, las riendas primorosa-
mente labradas y las tintineantes espuelas, el esplndido sarape tira-
do negligentemente sobre el hombro izquierdo, revelan al hombre de
buen gusto. Tiene el orgullo espaol de poseer preciosos avos de
montar. Ve que lo observamos y corts se quita su sombrero de castor,
al mismo tiempo que "accidentalmente" espolea su bien entrenado cor-
cel, que caracolea con evidente satisfaccin de su amo; pero habiendo
yo recientemente dejado California donde en cinco aos de residen-
cia haba visto la ms perfecta equitacin del mundo, el espectculo
de ahora me pareci ms bien anticuado.
Luego se le unen otros, igualmente bien montados y equipados,
y todos se quitan el sombrero ante una bella de rostro plido, demos-
(1) Es posible que el autor se refiera a D. Bernardo Venerio, uno de los vecinos
principales de? Chinandega en la poca de la visita de Wells, Fue casado con Da. Ignacia
Gasteazoro; de este matrimonio naci Da. Carmen Venerio Gasteazoro, esposa de Don
Francisco Morazn Moneada
EXPLORACIONES EN HONDURAS o.
fraudo que no son parcos en la galantera. Despus de un minuto de
conversacin seria, el grupo sale a paso rpido soltando sus cabal-
gaduras con aquel paso peculiar por el cual se las llama andadoras.
Muchas personas se aventuran ahora a salir de sus casas y vagar sin
rumbo- por las calles con el vaso tpico que no se ve sino en las
regiones de espaoles e italianos o en las de sus descendientes, dete-
nindose a conversar un momento con un conocido dispuesto como
ellos a comentar el chisme del da o a cambiar noticias sobre la revo-
lucin, o con algn viejo decrpito, a travs de los barrotes de la ven-
tana de la calle. Grupos de chicos panzones, algunos con solo la ca-
misa y otros en estado de completa desnudez, de piel brillante como
lustrosa caoba, saltan en la calle, mientras un grupo de espigadas y
bien formadas mujeres encienden sus cigarros y, pausadamente, mur-
muran con la seora de la posada. De pronto la hora de la oracin
suena en la campana de la torre de La Parroquia, Al instante se aca-
lla toda voz; los nios cesan en sus juegos como por instinto; un sbito
silencio se impone y el movimiento de los labios con el murmullo r-
pido y mecnico de las formas acostumbradas para orar, se oye entre
el grupo de las personas descubiertas. Una corta pausa y las campa-
nas resuenan de nuevo en un alegre repicar; las conversaciones y
juegos se reanudan donde haban cesado; la noche avanza; una tras
otra las puertas y ventanas se cierran y se atrancan; las calles se tor-
nan desiertas y el vigilante, con linterna y mosquete, marcha al com-
ps del tambor; y a las nueve, el silencio reina por la ciudad, salvo
cuando, a intervalos, el agudo grito de "alerta!" de los centinelas nos
hace recordar que, en medio de todo el esplendor rural con que la
Naturaleza ha adornado a Nicaragua, sus hijos parecieran trabajar
para anidar las bendiciones que les dispens la Providencia. Los so-
lemnes campanazos del reloj de la iglesia sealan la hora de las diez
y, como los relmpagos que de cuando en cuando juegan con capricho-
sos destellos, enderredor del pico del volcn confundidos con el sordo
retumbo de los truenos distantes, anuncian la proximidad de la tor-
menta nocturna, como de costumbre yo aseguro m puerta y pronto me
entrego en los brazos de Morfeo.
Una costumbre muy encomiohle en Nicaragua, y en todo Centro
Amrica, es la de tener un pequeo almacn en la casa de habitacin:
la pulpera. (1) que maneja la seora de la casa. De esta manera mu-
chas familias, empobrecidas por las revoluciones, se sostienen par-
cialmente. Esto se ha puesto de moda por la necesidad y a las mu-
chachas ms bonitas del pas puede frecuentemente vrselas detrs
de los mostradores de estos pequeos establecimientos, vendiendo
(1) Tienda pequea donde se expenden artculos de consumo diario.
58 WILLIAM V. WELLS
toda clase de artculos domsticos. La pulpera es frecuentemente el
escenario de un coloquio amoroso y aqu, se dice, se venden al me-
nudeo ms escndalos y noticias que en ninguna otra parte. La pul-
pera es en realidad la "bolsa" de todas las clases sociales para el
cambio de noticias, como lo es el almacn de abarrotes en los Esta-
dos Unidos para la discusin de los sucesos polticos del da. Por
las razones antes expuestas, sucede que los tenderos son en su ma-
yora mujeres o ancianos, aunque hay numerosos casos donde el
negocio al menudeo lo hacen firmas importadoras.
Hasta 1840 la mayor parte de los artculos manufacturados que
se consuman en Nicaragua se importaban de Inglaterra, que por
treinta aos goz del monopolio de este comercio lucrativo. Pero con
la aparicin de los alemanes e italianos que recientemente resultaron
poderosos rivales en este negocio, el comercio de California creci
en importancia, y considerables cantidades de artculos manufactura-
dos y provisiones se transportan a Centro Amrica en los barcos em-
pleados en el trfico.
Como tena varias cartas de presentacin para personas de Len,
aprovech el ofrecimiento que me hiciera mi anfitrin de usar sil
macho favorito, recientemente trado de una. de sus haciendas cerca-
nas. La seora, con la ayuda de dos o tres hermosas muchachas, se
afan la maana de mi partida en prepararme golosinas para el ca-
mino y, como un gran favor, le orden a su sirviente Pablo que me
acompaara montando una vigorosa mulita. Mis dos amigos, que ya
haban llegado de El Realejo y se hallaban instalados en la casa, pre-
firieron quedarse. En una maana fresca y radiante, con mi nuevo
sirviente, mont a la puerta y a los pocos minutos habamos salido
de los barrios de la ciudad, teniendo el camino hacia Len frente a
nosotros. La distancia es de unas veinte millas, sobre un llano casi per-
fecto, aunque algo ondulado cuando uno se aproxima a la capital.
Cuando se viaja en Centro Amrica, en la sierra como''en el terreno
plano, debe hacerse con el frescor de la maana. La seora me apur
a que saliera a las ocho, afirmando desde entonces, que me vera obli-
gado a quedarme en el camino para evitar el aguacero o para es-
capar de los ardientes rayos del sol. Mi sirviente era nativo de Len
y adoraba su lugar natal.
"No hay cosa", me dijo, "que no se encuentre en Len, Seor".
"Es una ciudad hermosa, aunque en el da muy triste."
La vieja rivalidad entre Len y Granada exista todava en la
mente de mi acompaante, quien se burlaba de la idea de que los
EXPLORACIONES EN HONDURAS 59
granadinos pudieran retener la ciudad un mes ms ante los asal-
tos de los leoneses, que estaban sitindola. Como a una milla de
la ciudad me rog que le permitiera detenerse en una pequea ha-
cienda en donde l haba hecho recientemente una compra de impor-
tancia; as, al dar vuelta por un pintoresco pasaje emparrado que
sale del camino real dimos con una casa pequea donde Pablo pare-
ca tener un poco de influencia. Su importante compra result ser
un vigoroso gallo de pelea, al que preparaba para jugarlo en una
prxima festividad. Despus de examinar afectuosamente a su cam-
pen, a su pesar reanud el viaje. El camino entre Chinandega y
Len es como el ya descrito de El Realejo. Una jornada de ms o
menos nueve millas nos condujo a la pequea poblacin de Chichi-
galpa, pueblo de unos dos mil habitantes. Aqu se halla una de las
ms antiguas iglesias del pas. El lugar mostraba el mismo silencio,
el mismo aspecto desrtico de los otros pueblos, y con la excepcin
de unos pocos chiquillos que nos miraban fijamente, desnudos e in-
mviles, no haba ms signo de vida cuando entramos. Las casas son
de adobe, sin repello, construidas desordenadamente, sin el menor aso-
mo de simetra.
Proseguimos por la calle principal hasta la casa de mejor as-
pecto donde desmontamos y al entrar nos encontramos con varias
mujeres que estaban haciendo cigarros. Fcilmente entraron en con-
versacin con nosotros y me preguntaron si yo era el Ministro. El Go-
bierno de los Estados Unidos haba enviado tantos de estos honorables
emisarios a Nicaragua que todo norteamericano era considerado como
si llegara en el desempeo de un cargo diplomtico. Se me prepar
una jicara de tiste inmediatamente, y mecindome en una hamaca
confortable empezaba a olvidar la advertencia que me hiciera la se-
ora Montealegre cuando Pablo me record que todava tenamos
varias leguas por delante; as que respondiendo al formal adis de
las comadres de Chichigalpa, continuamos nuestro viaje hacia el
Este. El camino uno de los mejores de Nicaragua es ancho, pa-
rejo y bordeado de seoriales rboles, bajo cuya grata sombra pasa
el viajero la mayor parte de la ruta. En esta estacin, sin embargo,
se haban formado grandes charcos de agua, haciendo que las carretas
se desviaran del camino principal para penetrar por los matorrales
adyacentes.
Media milla adelante del pueblo divis un caballero fornido, de
aspecto jovial, que se aproximaba montando una hermosa mula.
Juzgu bien, por la descripcin que se me haba dado de l, que era
el Cnsul ingls, Sr. Thomas Manning, para quien yo tena una carta
60 WELLIAM V. WELLS
de presentacin. Por lo tanto, me dirig hacia l y pronto estbamos
haciendo un intercambio de noticias. Iba ''en ruta" hacia El Reale-
jo y, en pocas palabras, me dio detalles de la guerra y de los proba-
bles resultados de la lucha. El Sr. Manning era residente en Nicara-
gua desde hacia muchos aos y se haba hecho rico mediante las ven-
tajosas concesiones comerciales otorgadas por el Estado, mientras
sus paisanos monopolizaron el comercio. Seal hacia el horizonte
obscuro de nubes por el Sur, y me aconsej que pasara la noche en
la aldea de Posoltega, unas pocas millas ms adelante; y luego, po-
niendo a mis rdenes su casa en Len, prosigui su camino. Media
hora despus llegamos a la aldea y Pablo me condujo a una posada
donde desmontamos, ordenando ms tiste, nica bebida que aparte
del aguardiente se poda obtener en el camino.
Despus que desmontamos, Pablo recalc que la muchacha ms
bonita de Posoltega viva en la posada y, al entrar, vi a tres jvenes
bien vestidas, una de ellas mecindose en una hamaca, cuya ocupa-
cin no ces cuando entramos excepto cuando volvi su rostro hacia
nosotros para decirme:"Cmo est caballero?"; las otras dos se halla-
ban sentadas en la puerta trasera examinndose mutuamente las ma-
nos. La madre, una anciana marchita y parlanchna, mir apresu-
radamente a su progenie y satisfecha de su apariencia, me dio la bien~
venida, inquiriendo noticias de Chinandega. Pronto vi que la bella
aludida por Pablo era la de la hamaca, y tanto como poda juzgarla
a travs de la obscuridad, se acercaba lo ms ntimamente a la ver-
dadera beldad que yo haba visto en el pas:dientes finos, morena de
color, cabellos en bucles arreglados con buen gusto, tez aceitunada,
formas perfectas, grandes y brillantes ojos y manos y pies bonitos.
Pablo la miraba embelezado y pronto descubr que este joven leons
era uno de la media docena de pretendientes de su mano. La vieja
not mi admiracin por la muchacha y con aire de orgullo me pre-
gunt:
"Que tal le parece a usted mi ni a?"
Yo, desde luego, no escatim encomios y al contestar las pre-
guntas de las muchachas intent darles una idea sobre las mujeres
bellas de mi patria. Para estas legtimas beldades las artes del toca-
d,or y los adminculos de la moda eran desconocidos y escuchaban
con verdadera sorpresa mis relatos sobre las torturas del cor set y de
los botines apretados que se usaban en el alegre Nueva York.
Antes de mi partida, se uni al grupo un viejo canoso, que se
ofreci para acompaarme en el camino, y al declinar sus servicios,
EXPLORACIONES EX HOXDRAS 61
me pidi en compensacin un real por sus buenos deseos. Me pareci
esto un mtodo modelo de mendigar, ms siendo novato en el pas
prefer darle al viejo la moneda, que l recibi con una plegaria au-
dible de:"Dios le proteja a usted siempre". No tengo la menor duda
de que despus de mi partida se ri de m, por ser yo un hereje ame-
ricano; sin embargo, me sent complacido al haber terminado el inci-
dente por el bajo precio de un real. Al montar a la puerta, la anciana
me dijo que su nombre era Benita Ramrez y que desde hacia tiempos
haba aprendido a querer a los americanos. Deduje la educacin que
la familia haba recibido en su contacto con los pasajeros en 1851. Na-
die en el mundo aprende ms pronto que los nicaragenses a conocer el
valor de un dlar y pasan de inmediato de la hospitalidad ms franca
a la mezquindad ms ruin, pero esto se aplica en especial a la clase
de personas que se hicieron familiares con los norteamericanos en las
vecindades de las rutas del Trnsito. Luisa, la de los ojos negros, me
acompa hasta la puerta y sin duda alguna qued con el convenci-
miento ntimo de que en m haba hecho una nueva, conquista. En
Posoltega est una de las iglesias ms antiguas de Nicaragua (La
Quesalqueca), ahora en ruinas.
Pocos minutos despus de haber salido de Posoltega, la tormen-
ta, que en las dos ltimas horas haba estado amenazante, se descar-
g sobre nosotros. Pablo dijo que no haba ms casas en un trecho de
dos leguas, pero que conoca una pequea finca hacia el Sur, a la
que se llegaba por un desvo que inmediatamente seguimos, ms no
escapamos de empaparnos con aquella lluvia inmisericorde. Durante
el tiempo que tomavxos para llegar a la finca de "El Paciente", el aire
era todo una cortina de agua. Nos apresuramos a entrar en el patio
y bajo una especie de cobertizo haba tres o cuatro mujeres echando
tortillas y moliendo maz. Nos dieron una bienvenida cordial a su
fogata. Durante una hora pareca que la lluvia nunca parara y, como
siempre, vena acompaada de fuertes truenos y de vivos relmpagos.
Las lluvias ms fuertes y ms frecuentes caen en Nicaragua durante
los meses de agosto y septiembre.
Poco despus de nuestra llegada, una escolta al mando de un
capitn gordo se detuvo en la hacienda. Integraban el pelotn unas
veinte personas y llevaban el uniforme caracterstico, blanco con
franjas rojas en el pantaln. Borrachos, empapados, insolentes y con
el traje sucio, ofrecan un cuadro triste. El capitn cuchiche con
una de las mujeres, y un momento despus se me acerc y me pidi
la hora. Sin molestarme en sacar mi reloj en la presencia del grupo,
repuse tan brevemente como fu posible, pero insisti l en su peti-
62
WILLTAM V. WELLS
cin. Ech hacia atrs mi poncho lo suficiente para que viera mi re-
volver, calibre largo, prendido en mi cintura y que yo usualmente
trataba de ocultar. El sujeto, que estaba medio ebrio, lo mir fija-
m.ente un momento y luego dijo:"Tienes pasaporte?". Le mostr un
papel que me dio el Comandante de Chinandega, que pareci satisf-
cerle, porque despus de pedirme braza de mi cigarro, monto y toda
la escolta prosigui su camino en la lluvia, gritando mientras daba
vueltas alrededor de la casa y riendo con frenes alcohlico. Pablo cam-
bi miradas con las mujeres y me asegur que de no haber visto mi
revolver me hubieran robado. Los soldados iban en camino hacia el
cuartel de El Realejo. Varios robos se haban cometido en el camino
recientemente. Despus supe que el capitn crey que yo era un espa
guatemalteco.
Las mujeres prosiguieron en su tarea de echar tortillas que, en
verdad, es una tarea interesante. El maz crudo se mezcla con una can-
tidad de leja y se hierve a fuego lento. Luego se lava y se coloca en
montones en una piedra ahuecada que se parece a un pequeo banco
de estilo viejo. El maz amontonado en un extremo de la piedra tiene
la consistencia del grano hervido. Se echa un puado poco a poco
en la piedra y se muele con una especie de almirez, que tambin es
de piedra. La operacin de la molida es algo as como la de hacer ho-
jaldre para pasteles. La masa se adelgaza luego dndole palmaditas
y se cuece en un comal de hierro o de barro. Las tortillas cuando es-
tn calientes son muy sabrosas y al viajar en el pas invariablemente
las prefer siempre al pan de trigo, que se fabrica muy mal y es ma-
soso. La tortilla -pan del pas se halla en toda mesa, en todas las
clases sociales, y constituye con los frijoles el principal alimento de
la pobrera en todo Centro Amrica. El lento proceso de moler el
maz como lo practican las mujeres hizo que varios extranjeros in-
trodujeran la harina de maz, particularmente para las haciendas en
poca de cosechas cuando se les obliga a los trabajadores a esperar
la preparacin de las tortillas. Pero sea por prejuicio, o por renuncia
a desviarse de la costumbre establecida, lo cierto es que dicha harina
no fu aceptada y las mujeres afirman abiertamente que es imposi-
ble hacer tortillas de otra manera que por el viejo mtodo. No deja
de ser interesante ver a una muchacha bien formada, con sus brazos
desnudos, su pelo frondoso echado indolentemente atrs de su rostro,
inclinada en su labor y a intervalos descansando para cuchichear con
sus alegres compaeras, o rer con aquella risa sincera que distingue
a las mozas centroamericanas, por su jocosidad y buen carcter.
El panorama alrededor de "El Paciente" es igual al de todas las
EXPLORACIONES EN HONDURAS (.ui
haciendas de \a gran llanura de Len:la vista inmediata cerrada por
muros con el follaje ms verde, el trino de los pjaros, y salpicado
con polcromas flores. Es solamente cuando se contemplan estas ex-
quisitas bellezas de la naturaleza que el viajero puede olvidarse de
la crasa ignorancia que le rodea; una raza rebajada y decadente pre-
senta el ms vivo contraste con el despliegue lujuriante de su paisaje,
en donde pareciera que se concentran los regalos ms preciados de
la Providencia. La lluvia todava caa y el montono vaivn de la
piedra de moler se una a su ruido. El patio se haba convertido en
una laguna siseante en la que las muchachas chapoteaban yendo de
la casa al cobertizo, levantndose las jaldas y mostrando un sorpren-
dente desprecio hacia, el lodo y la humedad. Por ltimo, cansado ya
de la monotona del espectculo y sin que el pesado y plomizo cielo
ofreciera una promesa razonable de mostrar su azul, orden a Pablo
que ensillara los animales y, a pesar de sus advertencias del peligro
de una fiebre, salimos del fangoso patio.
Envuelto en mi poncho, segu despacio a Pablo por el camino,
ahora casi intransitable por el lodo. Luego llegamos a un lugar donde
vi tres cruces de madera que me seal mi acompaante dicindome
que marcaban las tumbas de tres ladrones que haban sido muer-
tos haca pocos aos por un grupo de leoneses, encabezados por Don
Francisco Daz Zapata, mejor conocido por "Chico Daz". Al bajar
por una empinada cuesta llegamos al Ro Quezalguaque, que corre
un poco arriba de la poblacin de Telica, cerca de ocho millas al
Norte de Len. Estaba ahora crecido y turbio, y violentamente corra
entre las rocas de su lecho. Lo vadeamos a poco ms o menos doscien-
tas yardas abajo de donde llegamos y al alcanzar la orilla opuesta
vimos a un muchacho, al parecer no mayor de seis aos, con un haz
de lea sobre la cabeza, que puso en tierra para hacerme una reve-
rencia cuando yo pasaba. Su vestido consista en una camisa hecha
andrajos y una sarta de cuentas de vidrio alrededor del cuello. Se
par, me clav su mirada y al ver que yo tambin lo miraba me grit:
Dme un "dime"! a cambio, seguramente, de su cortesa.
Empezamos ahora a acercarnos a Len cuya proximidad se anun-
ciaba por la gente campesina que encontramos caminando afanosa-
mente hacia la ciudad. El camino, en un trayecto de una legua esta-
ba bordeado de cercas bien cuidadas de cactus y, a menudo, de madera
que circundaban campos de caa y otras plantaciones, entremezcla-
das con el ms brillante follaje. Bandadas de pericos se agitaban en-
tre los rboles mientras, a intervalos, a lo largo del camino se vea la
solitaria garza blanca en la espera de la aproximacin de su reptante
S4 WILLIAM V. YELLS
presa. La lluvia por fin ces y, con los rayos del sol que se hunda,
el terreno por millas alrededor brillaba como aquellas escenas recar-
gadas de color que vemos pintadas en los cuadros de fantasa en los
estudios de artistas. En ninguna parte del mundo que yo haya visita-
do he presenciado las puestas de sol ms esplendorosas que las de
la Amrica Central. Parece que hubiera una calidad especial en la
atmsfera que imparte un claro y brillante tono al paisaje vespertino,
algunas veces visto en las montaas de California, pero a mi enten-
der, en ninguna otra parte. El gran llano por el cual viajbamos des-
de la montaa es considerado como la tierra ms frtil del Estado.
Ni una vigsima parte est cultivada y sus capacidades para dar todos
los productos tropicales pueden escasamente ser ponderadas, mien-
tras para sus dueos actuales pareciera ser solamente campo para
las luchas sin fin y para el consiguiente derramamiento de sangre.
Cuando ascendimos a una pequea colina de la ruta, las torres de la
iglesia de Suhtiaba (1) y las de la Catedral de Len, dominaban desde
lo alto los bosques circunvecinos, reflejando los rayos del sol poniente.
Descendimos de nuevo y vimos de pronto a varias muchachas zam-
bullndose en un arroyo y hundindose como tortugas cuando nos
acercamos, dejando la cabeza fuera del agua. El ro tuerce hacia la
izquierda y despus de cruzarlo alcanzamos a un grupo de aguadoras
que entraban a la ciudad con la provisin de la noche. Cansado de
mi jira, apront mi cabalgadura y entramos a travs de los barrios
en la calle larga y pavimentada que conduce al Este de la Plaza. Un
seor ya de edad, de cabellos canos, quien evidentemente acababa
de levantarse de su siesta me indic la casa del Doctor Livingston. (2)
Cuando entramos a la Plaza, el taido de las campanas con el pe-
culiar tono espaol trajo como relmpago a mi 'memoria las escenas
de la vieja Espaa y La Habana.
El sonido de las campanas espaolas difiere enteramente del
de otras. Evoca, requiriendo apenas una pequea dosis de romance,
a los orgullosos cabaVsros del Siglo XVI, con sus cotas de malla y
con cuya energa y valor estas regiones fueron conquistadas y po-
bladas. Entre estas videncias de su raza, aparentemente descoloridas
ante el avance de la civilizacin, el recuerdo de la legendaria erudi-
cin de los viejos libros de caballera, devorados hace a,os con la a-
il) Quezalguaque, pueblo del Corregimiento de Subtiava. Tena iglesia de tres
naves de cal y piedra cuando el Sr. Obispo Pedro Agustn Morel de Santa Cruz la visit
a mediados del siglo XVHI: V. Salvatierra) Contribucin a la Historia, t. I., p. 380.
(2) El Dr. Joseph W. Livingston ciudadano americano establecido en Nicaragua
desde hacia mucho tiempo: V. Walker, La Guerra de Nicaragua, pp. 210 y 211.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 65
siedad propia de itn nio de escuela, vuelve ms vivo ante estas torres
gastadas por el tiempo que alzan su exquisito arcasmo y su mohosa
arquitectura por sobre las iglesias.
Al volver una esquina, se ofreci a mi vista la gran Plaza con la
gran Catedral de San Pedro, cuya primera piedra fu colocada en
1706. (1) Tom treinta y siete aos para construirse y con justicia
est considerada como uno de los edificios ms slidos y esplndidos
de Amrica. Se llevaba a cabo una ceremonia religiosa con acompa-
amiento de msica y con el acostumbrado nmero de sacerdotes,
frente a una de Jas iglesias, y an en las ms distantes aceras y um-
brales haba gentes hincadas respondiendo fervorosamente al canto
montono de los curas. Pablo se descubri y desmontando de su mula
se arrodill un momento; de nuevo volvi a montar, enteramente sa-
tisfecho de haber cumplido con esta pasajera devocin. Siguiendo
la costumbre general, yo me descubr cuando pas frente a la proce-
sin. Sonoros acordes de msica sagrada llenaban el ambiente, mez-
clados con las voces de los coros y de los sacerdotes. Mientras obser-
vaba la escena, ahora confusa en el ocaso parpadeante, a pesar de mi
Hereja no pude evitar un estremecimiento de entusiasta devocin.
En tres de las calles adyacentes y formando un vasto crculo de ado-
radores alrededor de la Plaza, se hincaban la envelada seorita, la
legaosa beata, el soldado rudo y el delicado nio, cada quien respon-
diendo con devocin al rezo cantado en alta voz, y solemnemente
haciendo la seal de la cruz. Tiene que ser en verdad un espectador
impasible quien pueda presenciar sin conmoverse los ritos imponen-
tes de la Iglesia Catlica, revestida como est de oropeles y otros me-
dios con los que el Clero gusta de atraer la mirada de las multitudes.
Estaba demasiado cansado de mi incmodo viaje para pensar en
otra cosa que no fuera llegar a la casa del Doctor Livingston, a la cual
arribamos despus de atravesar varias calles silenciosas y cubiertas
de hierba, dndoseme una cordial bienvenida. Los viajeros nortea-
mericanos se referan tan a menudo al Doctor que senta yo una cre-
ciente curiosidad por conocerle. Apenas habamos llegado a su puerta
cuando ya l se aproximaba y ante mi asombro, me salud con mi
(1) La actual catedral de Len, la misma que Wells conoci, comenz a construirse
a mediados del siglo XVIII, siendo Obispo el Dr. Isidoro Marn Bulln y Figueroa; pero
l propulsor de la monumental obra fu el Dean, despus elevado a la dignidad episcopal,
Lie. Juan Carlos Vilches y Cabrera, nat ural de la Nueva Segvia y pariente consanguneo
del sabio Jos Cecilio del Valle. El Sr. Obispo Esteban Lorenzo de Tristn la bendijo
en 1775 sin estar terminada. La consagr el Obispo Fr. Bernardo Pinol y Aycinena el
28 de noviembre de 18S0: V. Salvatierra, op. ct., II, pp. 80 y 81; y Corinto a travs dl a
Historia por "du Lamercier". Corinto, (s. i. n. a.), p. 35.
66 WILLIAM V. WELLS
propio nombre, Al parecer, un seor que sali de Chinandega el da
anterior le haba informado de mi llegada. Decir que ju sincera y
generosamente acogido durante mi permanencia en Len seria mucho
menos de lo que yo quisiera rendir y merece mi hospitalario y varonil
anfitrin. Un paquete de cartas y los ltimos peridicos de Nueva
York y California absorbieron su atencin por un momento, siendo
estas las primeras noticias de fuera de Centro Amrica que l reci-
ba en los ltimos tres meses. Mientras observaba su rostro inteli-
gente y sus vivos y penetrantes ojos, no poda sino notar que su per-
manencia por cinco aos en Nicaragua no haba producido en l
ninguno de aquellos hbitos de languidez y enervacin caractersticos
del extranjero que vive en las tierras bajas de Centro Amrica. En
medio de las muchas revoluciones y sus rivalidades consiguientes, l
haba escapado hasta aqu de ser objeto del resentimiento tan fre-
cuentemente manifestado hacia los norteamericanos; despus averi-
g que tena ms amigos y posea ms influencia social y poltica aqu
que cualquier otro de nuestros coterrneos. En pocos minutos una
cena esplndida estaba servida en el corredor, haciendo notar el Doc-
tor que, a pesar de la vieja costumbre que le haba hecho adoptar
las horas y el estilo del pas, estaba seguro de que un californiano no
poda todava haber olvidado cmo hacer honor a una comida fuerte.
Luego supe que la ceremonia religiosa que acababa de presenciar
era propiciatoria al vuelo de las almas hacia la Eternidad, que se
esperaba la maana siguiente, da sealado para- el asalto final a Gra-
nada por las tropas de Castelln. La circunstancia de ser el trigsimo
tercer aniversario de la Independencia de Centro Amrica se esperaba
que inyectara animacin extraordinaria a las tropas. Mientras con-
versbamos, las explosiones de las "bombas" y el sonoro repique de
las campanas de todas las iglesias de la ciudad anunciaron que las
ceremonias haban concluido.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 67
CAPITULO V
Aniversario de la Independencia,Len.Revolucin de 1854.Los mt o-
dos de un texano para retener sus hombres.Len y Granada hace siglo
y medio.La CatedralIglesias.Una visita al Presidente Castelln.
Aspecto de los Oficiales del Gobierno.El ex-Presidente Ramrez."Chico
Daz".La sociedad.La Casa de Gobierno.Una propuesta,Patriotis-
mo.Sillas de montar.Lluvia en Nicaragua,-Salida de Len.Galope
maanero.Paisaje soberbio,Chinandega.Tiste,Frutas.M s contri-
buciones.U n a alarma."Cacherula".Mujeres nicaragenses.Prepara-
tivos para ia partida.Separacin del grupo.Partida.El Viejo.Muerte
de un Mono.El Tempisque,Los "Horrores".Un Bongo en el Golfo.
El Patrn,Embarque.El Estero RealPaisaje.Comodidad.Playa Gran-
de.Una aventura,La Baha de Fonseca.
La maana siguiente despert al oir varias salvas de artillera,
que hacan temblar la casa de adobe hasta sus cimientos. Era el ani-
versario de la independencia de los Estados Centroamericanos de la
madre patria. Uno siente curiosidad en estas pequeas repblicas
por observar la manera cmo celebran su "Da de Independencia"'.
Aqu no haba el entusiasmo ni el general regocijo que se observa en
los Estados Unidos. En lugar de ver las vas pblicas apiadas con
alegres chiquillos, los edificios decorados con banderas, y las mil de-
mostraciones que proclaman la llegada "del cuatro", apenas vi una
procesin religiosa marchando solemnemente entre gentes contem-
plativas, de rodillas, y un nico despliegue militar:una docena, o algo
as, de soldados cuidndola.
Despus del desayuno fuimos a la gran plaza, en donde un grupo
de hombres bulliciosos, en uniforme blanco, estaban disparando un
can que, una y otra vez, resonaba en las angostas calles. Habamos
olvidado completamente nuestra proximidad al can, y enfrasca-
dos en la conversacin nos acercamos a unos pocos pasos de su boca,
cuando un pillastre le aplic fuego, envolviendo a nuestro pequeo
grupo en una nube de humo y dejndonos sordos por el estallido. El
doctor les ech una mirada iracunda, a la que la multitud respondi
con un fuerte: "Viva!".
Len en 185a, como las dems ciudades de Nicaragua, presentaba
un aspecto lamentable. En realidad, la ciudad decae rpidamente, y
desde hace tiempo ya ha cesado todo progreso. Con las revoluciones
frenticas que sucesivamente han barrido el pas, las mejores resi-
dencias de las viejas familias espaolas han sido quemadas o des-
truidas ni grado que siendo la primera ciudad de la repblica, no es
sino una sombra de lo que fue ayer. Pas por una calle flanqueada
por arcadas y muros derruidos, enteramente cubiertos de maleza y
6S VTCLLIAM V. WELLS
dando el aspecto de unas ruinas precolombinas. En 1S23 esta -parte
de la ciudad tena cerca de dos mil casas, que fueron destruidas por
el fuego. Los jardines que otrora llegaban hasta el fondo de los solares,
estn ahora invadidos por hierbas y escombros. No conozco nada ms
triste que el aparente convencimiento con que estas gentes parecieran
precipitarse por si mismas a la ruina poltica. Sin hacer el recuento de
la maraa de revoluciones que desde la declaracin de la Indepen-
dencia en 1821 han tenido lugar en el pas, brevemente retroceder
a las causas y principales incidentes de la presente.
En noviembre de 1S53 se llev a cabo una eleccin presidencial
en Nicaragua, siendo candidatos los seores Fruto Chamorro, en otros
tiempos Ministro de la Guerra y perteneciente a la faccin de Gra-
nada; y Francisco Castelln, un Licenciado de Len, sucesivamen-
te Ministro de Nicaragua en Inglaterra y en Francia. Una vieja ene-
mistad ha existido entre estas ciudades rivales, la cual ha distan-
ciado a familias vinculadas por matrimonio; y amargos celos han dado
origen a guerras continuas. La eleccin a que me he referido resul-
t favorable a Chamorro, aunque, como afirman los leoneses, debido
a fraudes. Al reunirse las Cmaras, Chamorro intent llevar a cabo
vanas reformas parciales de la Constitucin, de tal naturaleza que
provocaron las sospechas del pueblo. Se aseguraba que haba prue-
bas de una conspiracin de parte de Castelln y sus amigos. Esto
fu vehementemente negado por los demcratas (1). Las circunstan-
cias, sin embargo, eran propicias para dictar medidas rigurosas, as
que Castelln y la mayor parte de sus amigos de influencia fueron
expulsados del Estado (2). Se marcharon a Honduras en donde, a
los pocos meses, con la ayuda del Presidente Cabanas de aquella re-
pblica formaron un pequeo ejrcito invasor, y en mayo del mismo
ao el General Jerez desembarc en El Realejo y proclam a Caste-
lln en ese lugar y en Chinandega, en donde, como tambin en Len,
el pueblo se declar a su favor.
Chamorro sali al campo inmediatamente, pero fu derrotado
en dos combates y rechazado a su nativa Granada perseguido por las
huestes victoriosas de Castelln, en donde se fortific reteniendo
sus posiciones a despecho de los vigorosos ataques de los sitiadores.
El estado entero, con la sola excepcin de Granada, estaba al tiem-
(1) El partido demcrata era predominante en Len. N del E
{2) Sobre estos hechos pueden consultarse las Memorias para la Historia de la
Revolucin de Nicaragua y de la Guerra Nacional contra tos Filibusteros 1854 a 1857
por el Lie. Jernimo Prez. Managua, 1855, pp. 9 y 10; y la Resea Histrica del Dr'
Lorenzo Montfar, t. VII, p. 8.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 69
po de mi arribo a Len en manos de los demcratas que tenan es-
peranzas de que Granada sera tomada durante el mes de septiem-
bre. El ideal envuelto en esta lucha, que dur todo el ao de 1S54,
no era el xito entre los lderes rivales sino el predominio de los
principios liberales o democrticos en Nicaragua; Chamorro, siendo
uno de los hacendados ms ricos del pas, tena como partidarios su-
yos a las jamilias aristocrticas y al Clero. Castelln siempre fu con-
siderado como hombre del pueblo, pero en caso de haber triunfado
no se hubiera sostenido por mucho tiempo en el poder porque era
dbil y vacilante, aunque uno de los polticos ms capacitados de
la repblica. Los subsiguientes acontecimientos al arribo de Walker,
han dado a las cosas un cariz no previsto por ambos partidos en los
primeros das de la revolucin. En esta lucha Honduras abogaba por
la causa de los liberales, siendo el Presidente Cabanas uno de los
ms distinguidos dirigentes de ese partido. Costa Rica y El Salvador
se constituyeron en espectadores inactivos; la primera, embozada-
mente al lado de los conservadores a travs de su rgano La Gaceta;
men-tras Guatemala, jrancamente en favor de Chamorro, no tom
parte activa, excepto para desplazar sus agentes secretos en el teatro
de la guerra. Ms tarde, sin embargo, el General Guardiola (1), con
un considerable contingente de guatemaltecos, abraz la causa de
Chamorro y se enfrasc activamente en la lucha. Tal era la posicin
relativa de los estados centroamericanos en 1854.
Durante esta revolucin el comercio de la repblica se paraliz
por completo. Los pocos barcos que entraban a El Realejo y a San
Juan del Sur apenas podan operar, mientras la vigilancia de la flota
demcrata cortaba en el lago todo trfico activo con Granada. Con
este panorama no sorprende que un estancamiento general prevale-
ciera en todo el pas. Hasta los pocos esfuerzos agrcolas se desalenta-
ban por el inevitable reclutamiento de cualquier grupo de seis o ms
ca.mpesinos que se encontrara en una hacienda. Los ricos se retira-
ban a sus fundos para evitar contribuciones forzosas y los pobres
sufran perennemente la amenaza de ser enganchados en el ejrcito.
Ninguna consideracin se tena a la propiedad. Al arriero que era sor-
prendido por las tropas de cualquiera de los partidos se le privaba de
sus animales y l mismo era reclutado a la fuerza y llevado al cuartel
ms cercano. Pocos das antes de mi arribo a Len se haba envia-
do una escolta a la hacienda de un norteamericano de Texas, con el
propsito de prender a un grupo de nativos all congregados para
moler caa. Al saber el objeto de la visita, Sam reuni a toda la peo-
(1) E1 general hondureno Santos Guardiola, ms tarde Presidente de Honduras
70 WILLIAM V. 1VELLS'
nada en su casa de adobe y-tomando su rifle, se coloc al frente de
la puerta. El jefe lleg y le exigi la entrega de los hombres. Sara
le advirti que al primero que traspasara el patio lo matara. El ofi-
cial reconvino; Sara permaneci firme y con tal mirada de resolucin,
que la escolta, finalmente, se retir; y el capitn al informar a Cas-
telln, le dijo:"Con estos americanos no se bromea!" Y estaba se-
guro de que Sam hubiera hecho fuego. "En ese caso", dijo gravemen-
te el Presidente, "Ud. hizo bien en retirarse. Son hombres muy vio-
lentos estos americanos".
Poco ms o menos veinte norteamericanos estaban participando
en los dos ejrcitos contendientes. A los de la causa de Castelln nun-
ca se les permiti colaborar en una carga o en un ataque; su pericia
era tenida tan en alto, y su estimacin como'rifleros era tanta que
no se les expona en campo abierto. La puntera de tiro adquirida
por algunos de estos auxiliares se convirti en objeto de gran ad-
miracin, y hubo sobornos en ambos bandos para asegurar sus servi-
cios. Haba tambin italianos y franceses empleados como artilleros
y rifleros. La regin allende Granada y la parte Norte de Len
estaban infestadas de guerrillas y de cuerpos de exploradores que
mantenan a los habitantes en constante estado de alarma. Jams
haba sufrido Nicaragua tantas desdichas como en este tiempo.
Los cimientos de la presente ciudad de Len fueron colocados
unos ochenta aos despus de que se abandon la vieja capital funda-
da por Francisco Hernndez de Crdoba en 1523. Las ruinas de la
vieja ciudad compitiendo en antigedad con Granada, an pue-
den verse cerca del lago de Managua. La obra de Thomas Gage il),
un fraile ingls, escrita en 1699, en la pgina 419, dice:"Esta ciudad
de Len se halla curiosamente construida, porque la satisfaccin ma-
yor de los habitantes consiste en sus casas, en el placer de sus tierras
adjuntas y la abundancia de todas cosas para la vida del hombre, ms
que en la riqueza extraordinaria, la que no importa tanto como en
otras partes de Amrica. Se contestan con bellos jardines, con una
variedad de pjaros cantores y loros, con abundancia de pescado y
de carne, que son baratos, y con briosos caballos, y asi llevan una
(1) Dominico irlands; en la ltima- poca de su vida apostat del catolicismo
Residi durante doce aos en Nueva Espaa y Guatemala. Escribi la Nueva Relacin
que contiene los viajes de Toms Gage en la Nueva Espaa, la obra a que se refiere
Wells, cuya primera edicin debe de haber salido en 1648: V. el prlogo escrito por
Sinforoso Aguilar para la edicin de este libro incluido en la "Biblioteca Goathemal"
vol. XVTU. Guatemala, 1946. wa i ne ma i a ,
EXPLORACIONES EN HONDURAS
"1
vida fcil, ociosa y holgada; no ambicionan mucho el comercio y el
transporte, aunque tengan cerca de ellos el lago por el que cada ao
surcan algunas fragatas para La Habana por el mar del norte, y de
El Realejo por el mar del sur, lo que podra ser muy cmodo para
un rico comercio con el Per y con Mxico si su espritu los llevara
tan lejos; los caballeros de esta ciudad son casi tan vanos y estram-
bticos como los de Chiapas; especialmente el placer de esta ciudad
es aquel por el cual la provincia de Nicaragua era llamada por los
espaoles "El Paraso de Mahoma". Hablando de la opulencia y del
comercio de Granada, el mismo autor dice en la pgina 421 de su
obra:"En aquel ao yo estuve all, antes que acudiera a una ciudad
india; en un solo da entraron seis recuas (las cuales eran por lo me-
nos de trescientas muas) de San Salvador y Comayagua solamente,
cargadas con ail, cochinilla y pieles; y dos das despus llegaron tres
ms de Guatemala, una cargada con plata (que era el tributo para
el Rey), otra con azcar y la otra con ail".
Len tiene ahora cerca de 15.000 habitantes entre los cuales se
hallan muchas de las familias ms ilustres de Centro Amrica, La
ciudad est ubicada en una gran planicie, pero arquitectnicamente
no difiere gran cosa de Chinandega. Hay varios edificios pblicos con
alguna pretensin de elegancia. Sus iglesias son ms numerosas y
ms grandes que las de las dems ciudades centroamericanas, excep-
to Guatemala; entre ellas la catedral de San Pedro, a que antes me
refer. Su techo ha servido de fortaleza en tiempos de sitio y no hay
mejor evidencia que revele las luchas horrendas que han tenido lugar
a su alrededor, que los cientos de impactos que cicatrizan en sus mu-
ros venerables. Son stos de una anchura inmensa y ningn terre-
moto ha sido capaz de ocacionarle la ms pequea grieta. Una de sus
torres fu alcanzada por un rayo hace algunos aos, que le destruy
la parte superior. El interior tiene la magnificencia impresionante de
las catedrales europeas. Antiguamente era muy rica en ornamentos,
pero hace tiempo que estos han desaparecido. Numerosas imgenes
barrocas de la Virgen y de santos se custodian en los grandes y viejos
nichos, y aqu y all se ven mamarrachadas de cuadros, como una
burla a su antiguo esplendor. Arriba, en una pequea galera de pie-
dra, est colocado un rgano desvencijado cuyos resuellos y desarti-
culados acordes llenan el templo de inarmnicos ecos. El piso estaba
ocupado por figuras inmviles, de rodillas, con sus rostros viendo
hacia el altar, en donde dos sacerdotes se hallaban leyendo algn li-
bro ritual. Las grandes campanas de la iglesia repicaban a intervalos,
y sus notas graves, con un tono apagado y sordo, resonaban en las
gruesas paredes. La iglesia de la Merced es otra construccin impo-
nente, pero en modo alguno comparable con la de San Pedro. Aqu
WILLIAM V. WELLS
nos encontramos con cerca de cincuenta feligreses W^"'
apenas murmuradas, se oan como el ronroneo de miles ^ i n s e c t o s
zumbando entre las arcadas. Las iglesias de el Calva, San Juan
de Dios, San Francisco y la de la Guadalupe son, entre otras, dignas
de verse. En Subtiaba, aldea indgena aledaa a la ciudad, hay tam-
bin una iglesia bien construida, y esto comprende todo lo que en la
capital y alrededores pueda llamar la atencin.
Entre mis cartas de presentacin haba varias^ para Castelln,
el Director Provisional del Estado. A la maana siguiente a mi arribo
le hice una visita. La Casa de Gobierno estaba situada en una calle
angosta, que arranca de la plaza de la Merced. Un guardia presento
armas cuando yo entr, y un edecn bien vestido, respondiendo a mi
pregunta, me dijo que el Presidente se hallaba desayunando y me
invit a que tomara asiento en el corredor. El cuarto estaba obscuro
y fro, era de piso de piedra, sin ornamentos y en perfecto silencio.
A los diez minutos se abri una puerta en el lado opuesto del cuarto
y se me invit a que entrara al apartamento contiguo, en donde, ha-
bindome sentado, a los pocos momentos lleg el Presidente. Me pre-
sent yo mismo y le entregu mis cartas, y luego sac de su taba-
quera un cigarro ofrecindomelo. Castelln pareca tener ms o me-
nos unos cuarenta aos; de baja estatura, cuerpo con tendencia a la
gordura, cara fina, franca y expresiva, cualidades agradables que se
aumentaban con una constante sonrisa, casi femenina por su dulzura.
Como una sorpresa, tena los cabellos rubios y lisos, rostro terso y
ojos azules. Vesta pantalones blancos como la nieve, saco azul y
botonadura de metal y llevaba pedrera en profusin. Despus de
media hora de entrevista, lo juzgu como el ms cumplido caballero
que haba encontrado en el pas. Como orador no haba quien le ex-
cediera, y como diplomtico su actuacin defendiendo los derechos
de Nicaragua frente a las pretensiones de Inglaterra, cuando era Mi-
nistro en aquel pas, lo haba hecho prominente. Gentilmente me ofre-
ci cartas de presentacin para l Presidente Cabanas, de Honduras,
y para otras distinguidas familias de aquella repblica. El despacho
en que nos hallbamos sentados era el cuartel general del actual Go-
bierno. Haba dos mesas cubiertas con damasco rojo, varias sillas y,
como es comn, una hamaca. Esto constitua todo el mobiliario.
Cuando dej la sala el Presidente me expres su simpata par-
ticular y me insinu que antes de que yo dejara el pas poda serle til.
Desde luego, yo me puse "a su disposicin". En la sala, conoc al seor
Jess Baca, recin nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, a
quien entregu mis despachos y cartas. Era un caballero bajo, activo,
con la piel apergaminadamente seca y con los ojos ms negros y pe-
EXPL OPTACIONES EN HONDURAS o
netrantes que haba visto en esta raza de ojos negros. Me prometi
un salvoconducto especial, que dijo me servira da y noche en cual-
quier parte de la repblica. Mientras conversbamos se nos reuni
otro funcionario del Gobierno, el seor Pablo Carvajal, Ministro de la
Guerra y Hacienda.il). Fue tan prdigo en atenciones como rais otros
nuevos amigos y se me puso a la disposicin, ofrecindome al mismo
tiempo su casa.
Esto ltimo es cuestin de costumbre en toda Hispano Amrica.
Una elogiosa ponderacin de un caballo, una silla de montar, una
casa o una joya, generalmente obtiene esta respuesta:"Es de usted,
seor!
Los extranjeros algunas veces interpretan literalmente esta cor-
tesa delicada, con la consiguiente mortificacin de quien la dice.
Los miembros del nuevo gobierno a quienes fui presentado, en
su mayora, parecan macilentos y agotados por el trabajo. Ellos, al
menos, no estaban incluidos en la lista de perezosos que, comnmen-
te, comprende a los centroamericanos. Esta expresin de agobio me
impresion como rasgo caracterstico de los hombres pblicos del pas.
La cantidad de trabajo y correspondencia, aadida a los efectos de-
bilitantes del clima, parece estereotiparse tanto en los nativos como
en los extraos.
Antes de dejar California haba recibido de un amigo una bonda-
dosa carta de presentacin para el Obispo de Len Don Jorge Viteri.
Al llegar al pas supe que haba fallecido haca algunos meses. De-
seando estar en paz con el Jefe de la Iglesia, decid hacerle una visita
a su sucesor. (2)
Una muchachita gorda, descalza y medio asustada al ver un ex-
tranjero, me invit a que pasara a la sala del "padre". Despus de
unos pocos minutos de espera regres y dijo que el "padre" estaba
dormido, pidindome que dejara la carta y que volviera. A mi regre-
so, dos horas despus, puso en mis manos la carta sin haber sido abier-
ta, dicindome que su amo nunca abra la correspondencia dirigida
a una persona muerta, y que estaba extraado de que yo no me hu-
1) Como Ministro del Supremo Director D. Francisco Castelln refrend la pr i -
mera contrata celebrada por ste con Byron Col para t raer soldados mercenarios a Ni -
caragua: Walker, op. ci t , p. 151.
(2) El Sr. Obispo Viteri y Ungo falleci el 25 de julio de 1853 de un ataque de
apopleja fulminante, aunque corri el rumor de que haba sido envenedado. Qued
gobernando en sede vacante el Vicario General D. Hilario Herdocia, el prelado a quien
Wells no pudo visitar: V. Levy. Notas geogrficas, p. 66.
74
WIIXIAM V. 1VELLS
hiera enterado en el Norte del deceso del seor Obispo. Comprend
que con mi ignorancia haba ofendido las frmulas eclesisticas, y
sal de ah ms avisado pero sin haber logrado ver al Jefe de la Iglesia
Uno o dos das ms tarde, encontr al anciano yendo de la Catedral
a su casa, y para mi sorpresa, avanz y se dirigi a m ofrecindome
un cigarro corno paso preliminar para romper el hielo. Me pareci
ver una persona agradable, bien educada y muy lejos del sacerdote
fantico que yo me imaginaba. Mi falla consisti en no saber que el
dignatario difunto haba sido sucedido por personaje tan prominente.
Mientras estuve en Len, recib varias invitaciones y conoc lo
ms granudo de la ciudad. Parece que hay poca diferencia entre la
manera de vivir de aqu a la de Mxico. En el hogar del seor Norberto
Ramrez, ex-Presidente del Estado (1), supe que este caballero viva
retirado de las inquietudes de la vida pblica. Me hizo preguntas par-
ticulares en relacin con los asuntos polticos de California y mostr
tal grado de inters en el progreso del nuevo Estado y una informa-
cin tan minuciosa, que yo no estaba preparado para satisfacerle. Pre-
dijo la separacin eventual de California de la Unin, y estaba tan
ducho en el tema, que tuve que desistir del argumento. Se mostr ex-
tremadamente cauteloso al referirse a los asuntos internos de Nica-
ragua. Tiene la reputacin de haber consagrado toda su vida al arre-
glo de los disturbios polticos del Estado, y nunca se le ha conocido
otras miras que las ms liberales y patriticas a favor de su pas. Era
alto e imponente, de facciones fuertemente marcadas, de grave as-
pecto, pensativo y tena una natural elegancia cuando diriga la pala-
bra, que no falta sino en muy pocos de los hombres dirigentes de Cen-
tro Amrica. La administracin de Ramrez, se me dijo, fue la ms
pacfica desde la independencia. De haber tenido xito la causa de
Castelln indudablemente que Ramrez hubiera reasumido la presi-
dencia al restablecerse la paz.
Entre los amigos ms cordiales que hice en Len estaba Don
Francisco Daz Zapata, cuya franqueza de carcter le aseguraba la
simpata de todo el mundo a la primera entrevista. Gracias a su gen-
tileza se me dedic un prrafo en la Nueva Era, el democrtico r-
gano de publicacin del Estado, exponiendo los objetivos de mi viaje,
peridico que, como despus comprob, me haba precedido a Hondu-
ras. En su residencia fu presentado a varias seoritas cuyas prendas
(1) En aquella poca el jefe del Poder Ejecutivo de Nicaragua se llamaba Director
Supremo. La Constitucin Poltica de Nicaragua de 1858, que derog la emitida en
noviembre de 1838, establece que el Poder Ejecutivo lo ejerce el Presidente d e ^ E e p -
blica: V. Levy, op. cit, p, 319.
v
EXPLORACIONES EN HONDURAS
y gracia me hicieron recordar el ambiente social de mi patria nativa.
de ellas ejecut varios valses y aires operticos al piano, con una bri-
llantez y buen gusto no superados, pues en Nicaragua los medios
para adquirir una buena instruccin musical son muy escasos.
El tema principal en sociedad pareca ser el resultado problable
del sitio de Granada, y en general la revolucin. En estas conversa-
ciones las damas casi siempre tomaban parte. Era obvio que les afli-
ga el temor de que las escenas de terror de la vieja guerra pudieran
repetirse de un momento a otro, temor no enteramente injustificado
de ocurrir un cambio en contrario a la causa de Castelln. Tanto pre-
valeca esta idea, que la casa del Doctor Livingston fu convertida en
depsito de arcas con valores, las que se almacenaban ah en la creen-
cia de que bajo la bandera norteamericana estaran seguras. Estando
sentados en casa del seor Daz Zapata, lleg la noticia de que una
de las principales iglesias de Granada haba perdido sus torres en el
bombardeo.
Un da, al regresar al alojamiento, me encontr con una nota-
conteniendo una invitacin de Castelln para que fuera a verle a la
Casa de Gobierno, a fin de tratar importantes asuntos. Llegu all y
encontr a un licenciado de San Salvador, que me fu presentado
como sobresaliente miembro del partido liberal. Varias personas, ci-
viles y militares, se hallaban sentadas alrededor de la mesa, en donde
estaban dispersos libros, plumas y papel, mientras uno de los presen-
tes se empeaba en explicar a los dems algunas cuestiones intrinca-
das sobre la ciencia, de la artillera. Deseaban una estimacin del costo
en California, de dos morteros, doscientas bombas y los equipos nece-
sarios. Aunque no perfectamente "al corriente" en tales materias, hice
el clculo, y en el curso de la conversacin, me sorprend al saber
que nadie en el ejrcito estaba familiarizado con la. tcnica del dis-
paro de morteros o con las cuestiones ms balades en relacin con
su uso, y ahora vea por qu los servicios de los extranjeros se tenan
en tan alta estima. Antes de dejar el saln se me hizo la oferta de que
abandonara mi empresa y me uniera al ejrcito demcrata. Yo haba
resuelto, sin embargo, desde haca tiempo, esquivar cualquier par-
ticipacin en las disenciones del pas, al menos hasta que llegara a
Tegucigalpa.
Mi permanencia en Len fu lo suficientemente larga para poder
ver sus aspectos ms interesantes y obtener una apreciacin correcta
de las caractersticas de sus habitantes. Los encontr imbuidos en
aquella formalidad y cortesa que siempre caracterizan al espaol,
sociales y serviciales, y aunque sensibles a la condicin desgraciada
76
WILLIAM V. WELLS
de su patria, extremadamente impresionables ante la opinin de los
extranjeros. Se me pregunt una docena de veces si me gustaba Ni-
caragua, y como desde que desembarqu en Centro America decid
conservar mi sangre fra y no encontrar defectos en las gentes, a me-
nudo gratificaba a mi audiencia con alguna alabanza, que pareca no
por ser del todo merecida, no menas aceptable. Al juzgar por los nu-
merosos artculos que salan en el peridico y por los varios folletos
y hojas sueltas publicados y dejados en las puertas, no faltaba pa-
triotismo. Desde el Presidente al ms pobre vagabundo, todo el mundo
poda expresar sus ideas sobre la situacin del pas, y todo el que po-
da lea lo que se publicaba. La prensa hace sentir su influencia en
Centro Amrica.
En casa de un amigo observ que los barrotes de hierro de las
ventanas que daban hacia la calle haban sido removidos. Averig
que esto lo hizo el ejrcito democrtico, que convirti las rejas en pos-
tas y enviadas a Jalteva se dispararon contra Granada. Las municio-
nes estaban ahora escasas, y entre las varias propuestas que se me
hizo, se hallaba la de que yo regresara a California a comprar varias
toneladas de plvora para el Gobierno. Si hubiera estado dispuesto
a convertirme en agente comisionista, mi remuneracin probable-
mente hubiera consistido en las "gracias", juzgando el caso del Ca-
pitn Morton, un norteamericano que capitaneaba una goleta al ser-
vicio pblico, que en vano haba estado esperando muchos meses
por su pago; y tambin los de otros extranjeros que, aventurndose
a poner en peligro su propiedad y servicios, se hallaban cansados y
disgustados con la sempiterna contestacin de:Vuelva maana!.
Por consejo de mi amigo el Doctor, decid comprar en Len los
artculos necesarios para mi viaje a travs de las montaas de Hon-
duras. En California un amigo mo, que haba estado en Nicaragua
en 1851, me desalent para llevar conmigo mi excelente "montura"
mexicana, asegurndome que todos los arreos para caballo podran
obtenerse en Nicaragua sin inconveniente. Apenas haba arribado a
San Juan del Sur, cuando descubr la falacia de tal consejo y hube
de arrepentirme durante ocho meses de no haberme provedo de
este artculo tan esencial. No se pueden adquirir en el interior de
Centro Amrica buenas sillas de montar. Un remedo de este artculo:
la albarda, puede ser habida por seis u ocho dlares, pero en forma,
'material y comodidad es distinta a la famosa silla de montar mexicana,
y para viajar por las sierras es todava menos conveniente que los mo-
delos ingls o americano. Todo ciudadano en el pas tiene su silla de
montar, considerando casi una descortesia el intento de pedrsela
EXPLORACIONES EN HONDURAS
prestada, aun cuando pocas se tienen para la venta. En Nicaragua,
la autorizacin {por no Humarlo con una palabra dura) para requi-
sar muas y caballos donde quiera que se encuentren, comprende
tambin las sillas de montar y las albardas; consecuentemente, era
con la mayor dificultad que uno poda obtenerlas. Todo un da emple
en conseguir con la ayuda de dos de los sirvientes del Doctor los
arreos para un caballo. El forraje era igualmente escaso, y asimismo
era peligroso poner los animales en potreros:necesario era darles el
forraje en casa, a cuyo efecto haba que comprar manojos de zacate
a razn de medio el manojo. Entro en tales detalles a fin de que el
futuro viajero sepa lo que le espera en Nicaragua.
La vspera de mi partida una de las ms fuertes tormentas que
yo haya visto cay en Len. Las casas al otro lado de la calle apenas
si podan verse a travs de la espesa cortina de agua, y las calles se
convirtieron en verdaderos arroyos. Fue considerada como la ms
copiosa del ao. La cantidad de lluvia que cae en una estacin llu-
viosa es muy .grande. En la hacienda "Polvri' del Doctor Livingston,
donde l tena un hidrmetro, cayeron en 1853, del 9 de septiembre
al 19 de noviembre, ochenta pulgadas de agua; en un da cayeron die-
ciocho pulgadas. Se me dijo que en Chinandega haban cado en siete
das tres pies; y l Doctor calculaba que ciento cincuenta pulgadas
no era exageracin para un perodo de seis meses. En las regiones
montaosas del pas algunas veces lluvias repentinas hacan crecer
los ros tanto que por muchas horas impedan el paso a los correos
peatones del Gobierno. Con el cese de la tormenta los ros usual-
mente bajan de nivel.
En la misma tarde, el seor Baca me visit con un salvoconducto
especial. Apenas se haba marchado cuando Chico, el muchacho, en-
tr con su rostro plido diciendo que mientras l llevaba a abrevar los
caballos, los haban agarrado y que pudo l escapar de que lo engan-
charan ocultndose y corriendo luego hacia la casa. Yo casi daba por
perdidas las bestias, cuando el Doctor, al saber lo ocurrido, se llev
a Chico consigo y despus de un largo y serio reclamo al oficial de
turno pudo recobrarlas.
A la madrugada siguiente, me despert alguien que me tomaba
de la manga, y al abrir mis ojos vi a Pablo junto a mi hamaca con
una vela encendida y una taza de caf caliente. A los pocos minutos
toda la casa estaba en movimiento; las muas fueron ensilladas, dije
adis, y en compaa del Doctor y de otro residente de Len, sali-
mos a la calle silenciosa, justamente cuando una faja de luz anuncia-
78
UTLLIAM V. WELLS
ba el alba. Los nicos sonidos que oamos cuando despacio salamos
de la ciudad eran las distantes notas de la campana grave y el ln-
guido grito de "Alerta!" del centinela. El aire estaba suave y delicio-
so. El zumbido de miles de insectos levantndose entre los obscuros
montes por los que pasbamos producan una msica somnolienta, de
acuerdo con la quietud de la hora. Cuando el Oriente se ti con los
rayos de la aurora se nos revel un paisaje como jams lo haba pre-
senciado.
Lentamente fuimos subiendo una cuesta en el camino desde
donde se poda mirar la extensin del llano, cubierto con innmera
variedad de rboles presentando todava a la luz mortecina de la
maana una masa de frondas. Hacia el Poniente contamos cinco vol-
canes imponentes irguiendo su majestuosa belleza, con sus picos espe-
samente cubiertos de nubes grises. Sus formas cnicas, perfectamente
definidas, parecan de un azul intenso, que ya por el resplandor cen-
telleante del cielo al Este o por los tintes rosados de la humedad del
follaje que cubra sus faldas chisporroteaban y pestaeaban a la luz
matinal como grandes mantos de un azul purpreo, salpicados de
brillantes. Este efecto opalescente no dur sino pocos minutos, pues
cuando el sol empez a iluminar el paisaje all abajo, el vacilante azul
de las montaas dio paso a un verde intenso y todos los picos se des-
tacaron ntidamente en el horizonte. Los ojos no se cansaban de con-
templar tanta belleza en el paisaje. La escena entera tena una sua-
vidad y una delicadeza de perfiles, una rotunda y variante belleza que
ninguna descripcin sera capaz de pintar. Inadvertidamente nos
detuvimos y la contemplamos, como si fuera la transicin de una vista
que se disipa. La maana, echando a un lado su manto de aljfar,
se confundi con la llamarada de zafiro del da.
Pjaros raros volaban a lo largo del camino; una manada de
loros reales de cresta amarilla, sorprendida por la sbita aparicin
de nuestra cabalgata, se agitaba ruidosamente entre los rboles ms
altos o nos espiaba a hurtadillas desde las exhuberantes hojas con
cuyo color esmeraldino se confundan. Las primeras cuatro horas de
mi viaje fueron las ms deliciosas de mi vida. No poda evitar el sen-
tirme encantado. Hasta mis compaeros, acostumbrados a estas esce-
nas, admitan que muy pocas veces haban respirado un aire ms puro
o viajado en una maana ms deliciosa. A las ocho llegamos a Posol-
tega, donde desayunamos en casa de la seora Ramrez y, de nuevo
cruzamos el pequeo ro de Quezalguaque, pasamos por Chichigalpa
a vivo galope y volvimos a Chinandega habiendo encontrado slo
cuatro personas en todo nuestro camino. Mis acompaantes siguie-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 73
ron para la casa de un amigo, mientras Pablo y yo desmontamos a la
puerta de la mansin acogedora del seor Montealegre, donde como
antes toda la familia sali a recibirme.
Al entrar en la casa, estaba quitndome el sombrero para dis-
frutar del grato frescor del balcn cuando las damas me dijeron al
unsono que un ataque de calentura poda seguir a tamaa impru-
dencia, as como por mi intento de usar agua fra para lavarme las
manos mientras estuvieran calientes por el viaje. Una jicara de tiste
delicioso, con la frescura del recipiente de barro donde se guarda, y
un estirn en la hamaca fueron suficientes para sentirme totalmente
remozado. El tiste se toma en todo Nicaragua y en algunas partes
de Honduras. Se prepara en una especie de calabaza alargada, fruto
de un rbol que abunda en esta regin y cuyo nombre he olvidado (1).
Un poco de cacao se mezcla cuidadosamente con azcar y maz tostado
y molido, llenndose el recipiente hasta los borde con agua fra. Con
un molinillo, curiosa y finamente labrado, se revuelve todo y la jicara,
derramando pequeas gotas frescas, se coloca sobre una servilleta
enrollada de tal modo que pueda mantenerla vertical, y as se brinda
al visitante (2). Mientras dur mi viaje nunca me falt una jicara de
tiste. Su delicado sabor y sus cualidades refrescantes son reconocidos
por quien lo ha probado.
Las naranjas de Chinandega son famosas en todo Centro Am-
rica. Tienen un dulzor peculiar que no poseen otras. Las pinas blan-
cas de esta vecindad son, asimismo, famosas; provienen de las pinas
de Guayaquil, que fueron introducidas en Nicaragua hace algunos
aos, pero son superiores a las de aquel pas. Las frutas se hallan en
la mayor parte de los lugares intertropicales y son umversalmente
conocidas; pero para un sabor delicioso y una calidad que no ofenda
aun en la saciedad, me encomiendo a la naranja de Chinandega (la
roja), al nspero, al guineo, a la guayaba y al zapote. La buena seora,
conociendo mis gustos, se esmeraba a fin de que una generosa pro-
visin de estas deliciosas frutas estuviera siempre a mi disposicin.
En realidad, me pareci que mis bondadosos anfitriones no omitan
nada aue pudiera contribuir a mi bienestar. Si deseaba yo andar a
caballo, no tena sino que escoger entre varios, los ms andadores.
S daba algn paseo bajo los ardientes rayos del sol del medioda, ah
(1) El rbol tambin es llamado jcaro. N. del E.
(2) Banco llaman en Nicaragua al trasto para sostener ver ti calmen le. la jicara.
Mancerina lo llama la Academia.
80 WILLIAM V. WELLS
estaba Pablo siguindome con una sombrilla, as como con el consejo
de la seora de que el paseo era mejor al jresco de la tarde. El mismo
cuidadoso ayudante, por orden de don Mariano, me segua al bao
con toallas limpias y otras comodidades. Durante mi ausencia se haba
exigido al Sr. Montealegre otra entrega de $ 5.000.00. Lo encontr
muy acongojado y considerando seriamente abandonar el pas con los
bienes que le quedaban. La firme adhesin que siempre dio a la cau-
sa democrtica, diariamente se debilitaba frente a los infames atra-
cos de que era vctima. Otras familias sufran casi lo mismo. Bajo
el ttulo y apariencia de una repblica, en Nicaragua hay actualmen-
te tan pocas garantas para la vida y la propiedad como en la misma
Rusia.
Una tranquila y amodorrada tarde descansaba en mi hamaca
cuando despert por una sorprendente conmocin y gritos de:el ene-
migo!, seguidos del violento cerrar de puertas y ventanas a lo largo
de la calle y las carreras de las mujeres. A los pocos minutos la casa
estaba a obscuras y fuertemente amurallada. Nuestro grupo sali a
la calle, donde fuimos rodeados de varios amigos, unos proponiendo
una pronta retirada de la ciudad y otros corriendo sin objetivo apa-
rente. La alarma vino de dos asustados jinetes que entraron a la ciu-
dad con la noticia de que "Cacherula", famoso jefe de guerrillas, par-
tidario de Chamorro, estaba por atacar la ciudad con trescientos hom-
bres. A los diez minutos toda casa y toda tienda estaban atrancadas.
Las mujeres permanecan con sus puertas entreabiertas y se hacan
seas unas a otras con palmoteos. Las calles quedaron desiertas, slo
se ven unos pocos hombres montados, quienes por estar fuertemente
comprometidos con Castelln, estaban listos para escapar al solo con-
firmarse la noticia. Las respectivas banderas se izaron en cada resi-
dencia consular, y desde la plaza venda el rpido redoble del tumbor
llamando a las armas. Creyndose protegidos por nuestra apariencia
de extranjeros neutrales, pero con el agregado de un formidable des-
pliegue de Colts, nos encaminamos hacia el sitio en que el Doctor
Livingston y varios amigos, tambin extranjeros, haban izado la ban-
dera norteamericana. Una igual, de mi propiedad, flameaba ya a la
puerta del hogar de mi anfitrin quien, con las mujeres de la casa,
consideraba sus ondeantes pliegues como un escudo protector. Mis
amigos rieron de nuestro armamento y dijeron que esta era la alarma
nmero 20 desde el comienzo de la revolucin. Mientras hablbamos,
un pelotn de soldados, evidentemente con ganas de pelear, pas li-
gero al mando de un oficial de aspecto resuelto, que pareca pegado
a su caballo. Todo el mundo esperaba un combate, pero despus de
una hora de incertidumbre, regresaron y las banderas se arriaron,
EXPLORACIONES EX HONDURAS SI
las casas y las tiendas se volvieron a abrir y las calles por la tarde
estaban llenas por grupos de polticos conocedores, comentando los
sucesos del da. Como en anteriores ocasiones, una gran cantidad de
valores haba sido transportada a toda velocidad a lus casas de los
cnsules norteamericano e ingls, pero fueron devueltos la misma
noche. La vida en Nicaragua en tiempos de revolucin es, en el me-
jor de los casos, una sucesin de alarmas.
Las visitas en Chinandega se hacen comunmente despus de la
cada del sol, cuando se supone que los quehaceres diarios del hogar
han terminado. A esas horas la seorita sale de su casa con su negro y
lustroso pelo trenzado y elegantemente recogido detrs de la cabeza.
(Las espaolas son impecables en la manera de arreglar su cabellera).
Sobre sus hombros llevan un ligero y vistoso chai con el que alcan-
zan a envolver su cintura. Las manos y los pies pequeos no son una
excepcin an entre las trabajadoras humildes, y es raro encontrar
una centroamericana de andar desgarbado. Quien haya viajado por
el pas no puede haber dejado de observar su porte erecto y su paso
fcil y gracioso. En cuanto a las clases humildes esto se debe a la pe-
renne tarea de llevar tinajas de agua sobre la cabeza, postura erguida
que les permite mejor equilibrio en el peso. Se adquiere tambin elas-
ticidad, al andar sobre el pavimento de las calles, que requiere del
viandante ejercitar los msculos de pantorrillas y dedos.
Al visitarse, las damas llevan a cabo una pequea y bonita pan-
tomima, algo as como un abrazo que termina con palmaditas suaves
en la espalda. Hecho sto, las visitantes se sientan alrededor de la sala
y comienza la charla inmediatamente y sin ninguna limitacin. Se
fuman cigarros generalmente como una especie de estmulo para la
sociabilidad. Hay, no obstante, una tendencia hacia la formalidad y
una manera seria y estirada de sentarse en la sala para no perder el
estilo de la dama realmente elegante y delicada. Entre las damas
hay una muda sinceridad. Uno rara vez es engaado por ellas y la
infidelidad es ms rara an que lo que pretenden los difamadores
habituales de las mujeres de Centro Amrica. En una ocasin, al
llevarse a cabo una reunin en la sala del seor Montealegre, fui pre-
sentado a don Francisco Morazn, hijo natural del General. Tena
varios de los rasgos del prominente hombre de quien descenda, pero
en carcter era tan diferente como la noche del da. ( I ) . El General
(1) Don Francisco Morazn, hijo de Da. Francisca Moneada, soltera, naci en
Tegucigalpa, Acompa a su padre en Costa Rica; a l le dict su testamento el General
Morazan. Contrajo matrimonio en El Viejo con Da. Carmen Venerio. Se radic en
Clinandega, donde fu Vice-Cnsul de Blgica. Falleci en 1903: V. la nota fol. 75 y
Montero Barrantes, Elementos de Historia, t I, p. 26G.
82 WILLIAM V. WELLS
Morazn dej otro hijo, el General Ruiz (1), que reside en Tegu-
cigalpa. Se parece a su -padre de acuerdo con los retratos que he visto,
pero ah termina todo parecido. Muy raramente sucede que los des-
cendientes de los grandes hombres heredan las mejores cualidades
de stos.
Mientras llegaba un paquete con cartas de presentacin, reco-
rrimos los campos vecinos hasta muchas millas fuera de Chinan-
dega para visitar las haciendas y pueblecitos; y en una ocasin
principiamos con un guia a hacer un ascenso a El Viejo, lo que, segn
varios amigos residentes aseguraban, nunca se haba logrado. Cir-
cunstancias especiales, sin embargo, nos obligaron a desistir del inten-,
to. Al jin llegaron las cartas esperadas, lo que nos -permiti proseguir
nuestro viaje y, despus de dos das de consultas, se lleg a un arre-
glo final con mis compaeros (2), decidindose que yo proseguira
solo hacia Honduras ya que las exploraciones y contratos a efectuar-
se all slo requeran los servicios de una persona. No me separ de
mis amigos sin experimentar el ms profundo pesar. Juntos salimos
de California y hasta aqu habamos compartido penas y alegras.
A las atracciones de su agradable compaa se agregaba la amistad
clida que nos una y un ntimo trato desde los viejos das en Cali-
fornia. No obstante, para m haba encanto en aventurar solo en
una regin aislada e inexplorada como la que iba a visitar. Reforzado
con lisonjeras cartas para los ciudadanos principales de Honduras, bien
provisto de doblones y seguro de que mi empresa, de tener xito,
abrira posiblemente un rico distrito mineral a la industria nortea-
mericana, esper con placer e impaciencia el da de continuar mi viaje.
(1) El General Jos Antonio Ruiz naci en Tegucigalpa como hijo del matrimonio
del Procurador D. Eusebio Ruiz con Da. Rita Zelayanda-
(2) Byron Col, uno de ellos, copropietario del peridico en que Walker trabaj
como editor, antes y despus de su expedicin a Sonora. La primera vez que vino a
Nicaragua se embarc en San Francisco de California el 15 de agosto de 1854, "acompa-
ado de Mr. William V, Wells, el cual tena puestos los ojos en Honduras", haciendo
juntos el viaje hasta Len. Obtuvo de D. Francisco Castelln, Director Supremo de
Nicaragua, una contrata "para enganchar trescientos hombres destinados a prestar ser -
vicio militar en Nicaragua, debiendo los oficiales y soldados recibir un sueldo mensual
especificado y cierto nmero de acres de tierra terminada la campaa. Con este con-
trato regres Col a California en los primeros das de noviembre y en el acto fue a ver
a Walker para interesarlo en la empresa". Por consejo de ste y para no infringir la
llamada ley de neutralidad, Col obtuvo una nueva contrata de Castelln para colonizar,
en virtud de la cual deban introducirse trescientos americanos a Nicaragua". Ant es
de la llegada a Nicaragua del primer contingente de filibusteros, Col estuvo en O an-
dio, atrado por la fama de aquella rica regin aurfera. Walker le dio el grado de Co-
ronel, pero su bautismo de fuego tuvo resultados desastrosos para los filibusteros: co-
mandando ciento veinte hombres fu completamente deshecho por el Coronel ni cara-
gense Jos Dolores Estrada en la memorable j omada de San Jacinto el 14 de septiembre
de 1856, y muerto dos das despus por unos campesinos que lo sorprendieron fugitivo -
aunque Walker le atribuye una muerte menos deshonrosa afirmando que muri en el com-
bate mismo: V. Walker, op. cit., pp. 15, 16, 55, 254 y 255.
EXPLORACIONES EN HOOTKAS S5
Los Montealegre se encargaron del manejo de mi equipaje. Hasta
la ltima hora de mi permanencia con esta familia verdaderamente
buena, se mostr una solicitud por mi bienestar que nunca cre reci-
bir juera de mi propio hogar. Consiguieron para m un centenar de
cosas, cuya necesidad nunca hubiera sospechado. Temprano de la
maana siguiente, acompaado de los hijos de don Carlos Drdano,
que ahora regresaban a su hogar en la isla del Tigre despus de una
ausencia de cuatro aos, dej la casa donde haba sido objeto de tanta,
hospitalidad y. precedido por abrumadores buenos deseos de la fa-
milia, tom el camino hacia el embarcadero de El Tempisque, situado
en la boca de una pequea ensenada que conecta con el Estero Real.
Despus de andar cuatro millas, llegamos a la antigua ciudad de El
Viejo, cuartel general de los lancheros y adonde la noche anterior
mi atento anfitrin de Chinandega haba despachado un muchacho
con el fin de conseguirme un bongo para hacer mi viaje a la isla del
Tigre. La ciudad, que es una de las ms viejas del pas, tiene unos
tres mil habitantes. Sus casas estn construidas mejor que las de
cualquier otro lugar de igual tamao en Nicaragua y es sede de mu-
chas familias antiguas y ricas. Don Mariano aseguraba que los hom-
bres ms acaudalados de Centro Amrica residen all. La iglesia de
la Concepcin es el edificio principal y hay una ms pequea, el Cal-
vario.
El camino entre Chinandega y esta ciudad est bordeado de
setos de los comunes y compactos cactus, que separan las plantacio-
nes de maz y frijoles, todas lozanas a la luz tempranera y verdes
como una pradera de Nueva Inglaterra en junio. Desde aqu hasta El
Tempisque, en una distancia de catorce millas, vimos tan solo una
casa; el camino rpidamente se angosta hasta convertirse en una ve-
reda de muas, que se dirige a una. espesa montaa con rboles has-
ta de seis pies de dimetro. La selva pareca haber sido quemada re-
cientemente y muchas de las plantas ms pequeas estaban sin hojas
y secas. Las ms grandes formaban una densa sombra sobre nues-
tras cabezas y en ellas varios monos colorados se balanceaban colgan-
do de sus colas, y nos hacan horribles muecas. No pude resistir la
tentacin de examinarlos de cerca y al disparo certero de mi rifle
cay uno en tierra, mientras resonaba el bosque con el aullido de
sus compaeros. Una de sus piernas estaba rota y, adems de sus
lamentos casi humanos y de sus lgrimas verdaderas, su mirada
era suplicante como reprochando mi crueldad, lo que me hizo tomar
la resolucin de que nunca ms repetira esta innecesaria tragedia.
Sus acentos trmulos y la manera tragicmica con que pona sus de-
dos en la sangrante herida, levantndolos despus piadosamente como
84 WILLIAM V. WELLS
para que yo los viera, me persiguieron por el resto del da. Pablo,
que haba venido con nosotros para regresar con los caballos lo des-
pe. No tuve corazn para rematar mi propia obra. Toda la costa
norte de Nicaragua que bordea la baha de Fonseca es un terreno
desperdiciado, con algunas maderas y como lo he descrito antes, con
la excepcin de los pantanos por los cuales se abren los esteros me-
nores, cultivndola es capaz de producir lo suficiente para suplir todo
Centro Amrica con productos alimenticios. Con la excepci'n del
gran cabo que forma la "Columna Sur de Hrcules" de la baha de
Fonseca y sobre el cual se halla el gran volcn Cosigina, esta porcin
del pas se hallaba escasamente habitada y nada produce. En la re-
gin arriba exceptuada hay varias fincas grandes y se han hecho
con xito varios intentos para cultivarla. Antes del medioda llega-
mos a una choza solitaria hecha de varas y paja, montada a poco ms
o menos veinte pies encima de un lodazal, en el limo negro y rico
en el cual, estando la marea baja, varios bongos con la quilla hacia
arriba brillaban bajo el sol. Habamos llegado a El Tempisque. Un
negro, tiritando de fiebre sac la cabeza fuera de su andrajosa cobija,
en la puerta de la choza, y dbilmente exclam:Adis, caballeros!
Sus ojos rojos y legaosos y rasgos extenuados eran casi fantasmales
en su fealdad. A nuestras preguntas repuso que tenamos todava
que esperar cuatro horas para que subiera la marea. No puedo traer
a mi memoria un cuadro de miseria ms srdida que el que estaba pre-
senciando. Los cerrados manglares en los que el zopilote cabilaba
como el genio maligno del lugar, parecan grandes esqueletos desple-
gando sus brazos flacos, sus deshojadas ramas y retorcidas races,
como reptantes vboras. Esta idea estaba acompaada de un ince-
sante e indescriptible ruido, causado por el movimiento de miradas
de cangrejos escarbando en el negro limo. Ya por haber justamente
roto el ltimo eslabn que me asociaba con mi hogar y en parte por
el recuerdo de los lamentos de agona del mono que mat y la deso-
lacin de este espantoso lugar, ahora experimentaba el primer tor-
mento de una genuina congoja. Para completar las incomodidades,
el mayor de los Drdano cay con fiebre y lo habamos apenas ex-
tendido en la cabana inmunda, cuando el chubasco lleg con sus
bifurcados relmpagos y sus truenos retumbantes. La lgubre
soledad del sitio, la furia de la lluvia, las quejas del enfermo y el
presentimiento de que mis papeles y artculos de viaje, que no haban
llegado en el carretn, estaban ya empapados, se combinaron para
hacer de El Tempisque un punto de horrores y un objeto de maldi-
ciones.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 85
La lluvia ces y en su lugar se levantaron, como por arte de
magia, nubes de mosquitos y de microscpicos jejenes, en cantidad
tal que los recursos del Ro Grande, del Mississip o del Sacramento
se quedaban plidos. La rechinante carreta lleg por jin y en ella
media docena de marineros de El Viejo, quienes se quitaron las ca-
misas y los pantalones y, vadeando en el lgamo, subieron a bordo
del bongo ms grande y empezaron a achicarlo. En tanto esto ocurra,
se form un pequeo charco de agua en la parte ms baja del lodo,
anunciando la proximidad de la marea. Mientras el agua suba, el
bongo, que era un guanacaste ahuecado, fue puesto a flote y nuestro
equipaje colocado dentro. Pregunt por el nombre del patrn y un
mulato pequeo y hosco, de ojos porcinos, se present a s mismo
con aire de gran importancia hacindonos ver que l no era "ma-
rinero de lago
1
' como burlonamente llamaba a los tripulantes del
lago de Nicaragua, sino que un verdadero piloto. Presum que haba
recibido parte de su sueldo en Chinandega, porque traa consigo dos
botellas de aguardiente, que con cuidado coloc en las cmaras del
bongo. Dijo llamarse Antonio, nombre desde tiempo inmemorial,
de marineros espaoles. En el fondo era un individuo bueno y de fiar
y, al parecer, ejerca autoridad sobre el resto de sus compaeros.
Poco ms o menos dos horas antes de la puesta del sol, el "Almirante"
fu arrastrado hacia las orillas y todos los tripulantes se embarcaron.
Era por lo menos de treinta pies de largo por cerca de cuatro de calado.
Sobre la popa se haban colocado unos aros de madera inclinados
en forma semicircular, que servan como marco de una suerte de
toldo que, como "Tonney" (I) dijo con aire no exento de orgullo,
lo haba hecho por especial consideracin para la comodidad de los
pasajeros. Esta era la cabina. Al fondo del bongo haba un piso hecho
de toscas planchas colocadas sobre traviesas para proteger a los pa-
sajeros del agua que pudiera entrar por los costados o caer por la
lluvia.
As las cosas nuestro bajel era un triunfo de los armadores de
Centro Amrica, y luego que empujamos hacia afuera del pequeo
embarcadero bajo los rboles cuyo follaje casi rozaba el agua, todos
dieron un grito de regocijo. Hechos a la mar, Rafael, mi muchacho
{olanchano que estaba ansioso por regresar a su hogar bajo mi pro-
teccin y que me ofreci sus servicios por el privilegio de acompa-
arme) sac un par de alforjas dentro de las cuales la mano genero-
sa de la seora de Montealegre haba puesto toda clase de comesti-
(1) Diminutivo de Antonio nombre del patrn en ingls.
86
WILLIAM V. 1TELLS
bles. Las viandas fueron desplegadas en el fondo del bongo y todo
estaba completo, faltando solamente el caf. Mir a Rafael y le pre-
gunt:
"Caf?".
"Hay suficiente", me repuso, "pero no se puede preparar a bordo".
"Por qu no?"
"Porque no hay cocina". En vano me empecin en explicarte
que un fuego bien poda hacerse sobre el lastre, y por ltimo acab
por hacerlo yo mismo, calentando el agua en una vieja lata que ser-
va para achicar. La tripulacin me mir sorprendida.
"Ocho aos tengo de ser marinero", dijo Antonio, "y no es sino
hasta ahora que he aprendido de don Guillermo como darnos este
gran lujo".
Resolvieron no olvidar la leccin y no dudo que se ha hecho
caf en el lastre del "Almirante" desde entonces, a no ser que se
halla ido a pique y perdido para siempre.
Igualmente ignorantes eran Antonio y sus compaeros de agua
salada acerca de las fluctuaciones de las mareas en el estero. De qu
utilidad pudiera haber sido meterse en el meollo tales estadsticas
insulsas? As, en ocho aos, nunca se haba tomado la molestia de
observar. Por las marcas del agua en los rboles juzgu que era de
ocho pies. Seguimos la ensenada por cerca de cinco millas, teniendo
en aquella distancia una anchura de poco ms o menos cuarenta pies
y, como me asegur Antonio, era de suficiente profundidad para que
navegara en ella un gran barco, aunque me pareci que la idea de
mi patrn sobre dimensiones en la arquitectura naval estaba limi-
tada a la de las diferentes clases de bongos. Las aguas, no obstante,
parecan profundas y quietas y fracas al querer alcanzar fondo con
una prtiga de dieciseis pies. Dice la leyenda que hace como diez
aos una idea brillante se le ocurri a un comerciante de Chinan-
dega, y fu la de ampliar la entrada al Estero Real, hasta una anchu-
ra como para admitir barcos grandes y as contar con una comuni-
cacin fcil con la Baha de Fonseca y mejorar con ello las facilida-
des comerciales de todo el Norte de Nicaragua. La obra resultara
de un gran beneficio. Reflexionaron acerca del asunto por un ao,
y entonces, lo comunicaron bajo estricto secreto a varios vecinos
y a travs de stos gradualmente se esparci la noticia hasta el extran-
jero. Hubo una reunin y se nombr una comisin para que exami-
nara las facilidades del lugar, comisin que, despus de seis meses
EXPLORACIONES EN HONDURAS S7
de -paciente deliberacin, emiti dictamen favorable. Los curas deci-
dieron que seria una gran cosa, y desde entonces todos los aos tiene
lugar una reunin similar -para determinar cundo comenzarn los
trabajos. Sin el establecimiento de un nuevo orden de cosas, los tata-
ranietos de los miembros originales seguirn reunindose en comisio-
nes para deliberar sobre si se lleva a cabo el proyecto en el prximo
siglo.
Una densa maraa de rboles de mangle bordea la ensenada
por la cual una goleta de cincuenta toneladas no podra pasar sin
recoger los mstiles. Estos rboles se hallan revestidos de largos zar-
cillos, que cuelgan graciosamente del follaje. Dos horas de remo nos
llevaron, exactamente al ponerse el sol, a las aguas del gran estero,
que aqu corre de Norte a Sur. Salimos de la tortuosa ensenada por
cuyos laberintos habamos estado zigzagueando y entramos a una zona
aparentemente de doscientas yardas de anchura y de suficiente pro-
fundidad para admitir el paso de barcos de gran tonelaje. Hacia el
Sur, el estero sin disminuir de anchura se perda entre una slida es-
pesura de verde frondosidad, sobre cuya cresta las azules alturas
de El Viejo, aunque a muchas leguas, se destacaban contra el cielo
crepuscular. Cuando se puso el sol, un enjambre de mosquitos sali
del bosque y nos impidi dormir. La fiebre del seor Drdano se hizo
violenta, y como ltimo recurso le administr pildoras y polvos que
me diera mi amigo el Dr. S., una hora antes de salir de Chinandega.
Hecho esto, lo acost en el fondo del bongo y encendiendo un cigarro,
me tend en una especie de tarima y entre los ataques de los mosqui-
tos trat de gozar de la quieta belleza del panorama. La vegetacin
lujuriante colgaba en festones umbrosos a lo largo de ambas orillas
del estero, expandindose en cortinajes verde obscuro sobre los r-
boles, impenetrable valla de cuyas hojas las ms bajas besaban la
superficie de las aguas y las ms altas graciosamente enroscadas
colgaban a cien pies de altura. A veces, mientras nos deslizbamos
silenciosos con la marea, se abran ante nosotros pequeos claros,
revelando emparrados frondosos, ahora obscurecindose con la proxi-
midad de la noche. Plantas parsitas, orladas de vistosas flores, pren-
dan en las ramas, las que asuman formas fantsticas, ora pareciendo
arcos slidos de algn almenado castillo, ora simulando antros y
cavernas.
La noche lleg lentamente anunciada por la amenaza, todava
lejana, de un chubasco. Antonio ajust ms el toldo sobre la cabina
y se prepar para el diluvio, fortalecindose mientras tanto con un
gran sorbo de la botella de aguardiente, tnico que l guardaba cui-
85 TVTLLIAM V. WELLS
dadosamente envuelto en una vieja camisa, debajo de una de las ta-
blas del piso. Una tras otra, las brillantes constelaciones en lo alto
se obscurecieron por las nubes negras que se acumulaban en el ho-
rizonte, de tal modo que al acentuarse la negrura nuestro bongo pa-
reca hallarse en medio de un lago interior, del cual no haba salida.
Una racha de viento precedi a los truenos terribles y a los cegadores
relmpagos, y el drama se abri con la cada de cortinas de agua
haciendo del estero una extensin de siseantes burbujas. La tripu-
lacin recogi los remos y se acurruc temblorosa bajo la choza; el
viento fiero echaba la lluvia por entre los intersticios de su calami-
toso techo como si fuera a travs de una delgada tela. Pronto est-
bamos empapados, y el enfermo cubrindose con una miserable capa
gema lastimeramente en la obscuridad. En cuanto al equipaje,
ya haba yo abandonado toda esperanza de impedir que se mojara y
slo confiaba en la fuerte envoltura de lona que tuve la precaucin
de poner a mis bales. Nadie que intente viajar por Centro Amrica
debe descuidar esto, porque prueba ser durante muchos das la nica
proteccin para sus ropas y papeles. Como la marea estaba todava en
menguante, llevados por la corriente continuamos pasando por los
esteros de Nacascolo y Palo Blanco hasta que a las nueve de la noche
nos hallbamos frente a una pequea y lgubre estacin militar co-
nocida con el nombre de Playa Grande, el puerto ms al Norte de
Nicaragua. Antonio tena la esperanza de que podra escabullirse en la
obscuridad y escapar de la molestia de ser interrogados y hasta d
ser registrados. Cmo pudieron ellos divisarnos, a no ser por la luz
de los relmpagos, no poda yo imaginrmelo, pero al estar frente al
embarcadero omos una voz fuerte que nos orden anclar, por no
permitirse el paso de ningn bote durante la noche. Antonio grit
contestando que "un Comisionado americano, con despachos de Cas-
telln para el Gobierno de Honduras" se hallaba a bordo. Aunque
empapado y temblando de fro no pude reprimir la risa ante la agu-
deza de Antonio; ms el embuste de nada sirvi y un momento des-
pus lleg la orden que anclramos. No haba remedio; as que el
patrn ech fuera de borda el hierro, remedo de ancla, y obediente a
la voz cuyo dueo todava no habamos visto, sub al bote que An-
tonio acerc hasta nosotros desde el extremo del embarcadero, llevan-
do conmigo una botella de excelente coac, que cre servira para
evitar molestas demoras. La lluvia todava caa con un encono y vio-
lencia verdaderamente tropicales. Un muelle desvencijado, hecho de
varas de caa se extenda a la orilla y buscando mi camino en la
obscuridad haba exactamente ganado apoyo en los palos resbaladi-
zos y me inclinaba para alcanzar la mano de un guardia que con el
EXPLORACIONES EN HONTDRAS 59
mosquete brillante por la lluvia y una linterna, me haba extendido
para ayudarme, cuando mi pierna false y en un instante estaba yo
a diez pies bajo de agua. Este fue el nico intento que hice para son-
dear el Estero Real y, estoy seguro, que no llegu a fondo. Un apa-
gado gorgoteo y una sensacin sofocante de obscuridad y fro es
todo lo que recuerdo, hasta que entre las fuertes voces del marino
y el chapoteo de la lluvia me hall agarrado al extremo de un palo
resbaloso que me tendi el guarda. Un pequeo esfuerzo y heme aqu
de nuevo en el muelle, calado hasta los huesos y maldiciendo en alta
voz a todos los oficiales nicaragenses. El soldado profiri un lacnico:
caramba! y me condujo por cerca de veinte yardas hasta una pequea
cabtma de adobes rodeada de charcos de agua y con una flamante
hoguera en el suelo. Un cuero extendido de travs por el lado del
viento serva de puertas a esta vivienda miserable, en donde se ha-
llaban de cuclillas media docena de criaturas semidesnudas, lvidas
por las calenturas y amontonadas en derredor de la llama, que bri-
llaba en sus rostros esculidos dndoles la apariencia de espectros.
Contestaron a mi saludo con el universal:"Cmo est, seor!" mien-
tras de un cuarto adyacente apareci un oficial sucio y de aspecto
somnolientOi quien se anunci como el Comandante. Primero exami-
n mi empapado pasaporte del Ministro, y luego, tomando la lin-
terna, detenidamente me inspeccion de pies a cabeza, profiriendo
un gruido satisfactorio en conclusin.
Bajo otras circunstancias hubiera yo guardado mi coac es-
condido, pero necesitndolo por hallarme empapado, lo pas des-
pus de echarme un sorbo, al Comandante, quien colocando la botella
en su boca ingiri cerca de la mitad de un solo trago, devolvindomela
con un suspiro de satisfaccin y al mismo tiempo de pesar. Me obse-
qui un cigarrillo de papel y orden al soldado que me escoltara de
regreso hasta el bote. Le pregunt su nombre, que l me dio con
una sonrisa de agradecimiento, pero como no tena yo donde escri-
birlo se me ha olvidado. Innecesario era que me cambiara de ropa
mientras lloviera, de manera que envolvindome en el poncho me
deslic en la cabina, mientras los nativos en silencio levantaron el
ancla y el bongo continu su deriva hacia el golfo.
A las once de la noche cambi la marea y anclamos de nuevo.
La tripulacin se entr a la cabina, tom un trago de aguardiente y
a los cinco minutos todos, excepto el enfermo y yo, estaban profun-
damente dormidos, a pesar del ruido de la lluvia en el techo, del
retumbo de los truenos y de la atmsfera sofocante del pequeo al-
bergue. Cuando despert era ya pleno da y nuestra vieja chalupa se
90 WILLIM V. WELLS
deslizaba perezosamente con el naciente reflujo. Una brisa suave
soplaba del Suroeste y Antonio prometi subir la vela cuando hu-
biramos adelantado una milla ms. En este punto el Estero Real
se bifurca y descarga en la baha de Fonseca por dos bocas, siendo
la occidental la ms utilizada por segura. El aspecto de la regin
haba cambiado al aproximarnos a la baha. Los densos bosques que
habamos pasado el da anterior eran ahora terrenos bajos de alu-
vin, formados de pantanos y cortados en numerosas islitas. A lo largo
de las mrgenes crecan altos y exuberantes pastos; las aguas estaban
agitadas por los brincos de los peces que nuestros compaeros di-
jeron podan cogerse en variedad infinita. Hacia el Este, las distantes
montaras de Chontales, envueltas en la neblina maanera, espia-
ban arriba del horizonte; y una larga y baja extensin de tierra, cu-
briendo gradualmente hacia el Oeste se me indic era el gran volcn
de Cosigina que en su ltima erupcin de 1836 (2) se despedaz (2)
y se extingui despus de sembrar el terror en todo Centro Amrica
y parte de Mxico. La brisa matinal soplaba fresca y grata llevndose
consigo a los mosquitos y jejenes. Aqu y all un cocodrilo mova los
junquillos de la orilla y el canto de las aves acuticas se elevaba
claro en el aire, hacindome recordar las animadas maanas otoa-
les de Nueva Inglaterra, cuando rifle en mano pacientemente reco-
rramos las cinegas escuchando este mismo y agudo canto con una
euforia que el ms dulce trovador sera capaz de despertar.
Llegamos "al punto propuesto"; el patrn timone hacia una
orilla cubierta (e yerba donde amarr, y procedi a elevar el mstil,
que era una vara que ocupaba todo el largo del bongo. Los obenques
fueron fijados y una inmensa vela enarbolada a lo "pierna de jamn"
en las poleas. Tan pronto como fue asegurada la vela, la vieja pira-
gua como si estuviera avergonzada de su pachorra del da anterior
empez a cabezear y tirar de sus amarras. Antonio se precipit a la
proa pateando todo lo que encontraba y en su apresuramiento puso
su pie sobre el estmago del enfermo; la tripulacin corra de un lado
a otro, saltando como monos; la vela dio un tremendo tirn; se za-
faron las estacas de amarre y con un grito de todos los de la tripula-
cin al cual un el mo, que no era dbil, el viejo "Almirante" se des-
(1) Sobre la erupcin del Cosigina que principi el 20 de enero de 183S y no
en 1836 como dice el autor, puede consultarse: varios partes oficiales dados al Gobierno
de Honduras, publicados en la Revista del Archivo y de la Biblioteca Nacional de Hon-
duras, t. IV, pp. 242 a 254. La obra de Vctor Miguel Daz titulada Conmociones t erres-
tres en !n Amrica Central. Guatemala, s. a., pp, 131 a 160; y la Biografa de Jos Tri -
nidad Reyes por Ramn Rosa. Tegucigalpa, 1905, pp. 17 y 18.
(2) La erupcin de tipo convulsivo solo comparable a la del Cracatoa, dio origen
a los actuales farallones del Golfo. N. del E.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 91
liz hacia las aguas revueltas del ancho golfo, como si fuera a re-
molque de una locomotora. Me qued asombrado de su velocidad.
Animado brevemente por l bullicio, el enfermo asom su rostro por
sobre la borda y vio con desmayo hacia el horizonte de agitadas olas,
hacia el cual nos dirigamos como una flecha. El "Almirante", con
viento fresco gobernaba mal y Antonio lanz miradas recelosas hacia
el mar afirmando hallarse arrepentido por no haber seguido en El
Tempisque mis consejos de agregar una o dos toneladas de lastre,
Rafael, el olanchano, nunca haba visto antes de ahora agua
salada. El pobre muchacho se peg convulsivamente a la borda y
clavaba su mirada inquisitiva en m y en el bongo alternativamente.
Yo, ciertamente, me pregunt cmo se comportara tal despliegue de
lonas durante una tempestad; pero el aire confiado de Antonio disip
mis dudas y, satisfecho de que todo estaba correcto, me acost, pero
con el sordo presentimiento de que dormir no sera tan fcil en el
golfo si la brisa continuaba. Nos precipitamos hacia adelante y a la
media hora nos hallbamos fuera del estero y surcando firmemente
la grande y verde eocpansin de aguas de la Baha de Fonseca.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 95
CAPITULO VI
Baha de Fonseca.Partida en bongo.El agua dulce.Volcn de Cosi-
gina.Erupcin de 1835.Aspecto presente.Un "chubasco".Noche en
la baha.La maana.Isla del Tigre.Puerto de Amapala.Ventajas co-
merciales.Recepcin."La calentura".Perspectivas futuras de la isla.
Ferrocarril interocenico de Honduras.La caza,Excursin cinegtica,
En el cerro.Los bucaneros,Agresiones britnicas.Un venado.Playa
Brava.Huevos de tortuga.Las urracas.Las guacamayas.Sinsontes.
Productos.El aserradero.El Presidente Cabanas.Clima.Comercio de
Amnala.
El sol surgi sobre las lejanas montaas de Choluteca, y mien-
tras bogbamos las nubes maaneras se disiparon rpidamente con
el calor creciente. El patrn, en vez de encaminarse directamente
a la isla del Tigre, vir hacia el Oeste y borde las playas de Cosi-
gina. Aos antes, al examinar el mapa de Centro Amrica, haba
yo tomado esta baha (y la mitad de quienes haban odo de ella han
hecho lo mismo) como una insignificante entrada de la costa, con unas
pocas islitas en su boca. Ms tarde, al leer las descripciones hechas
por visitantes recientes, y despus de examinar el mapa admirable
que se hizo bajo la direccin de Sir Edward Belcher, llegu a con-
siderarla como una masa extensa de agua con un buen establecimien-
to de puerto; mas no es sino ahora, con sus proporciones magnficas
ante m, que me he formado un concepto exacto de su vasta capaci-
dad, de los numerosos lugares de anclaje que presenta, de su navega-
bilidad, de su ventajosa posicin y del interesante escenario que la
bordea por todas sus costas. La pennsula de Cosigina se proyecta
muy adentro de la baha por la izquierda, y el cabo, aunque forma
uno de los promontorios de la entrada, se extiende al Noroeste ms
all de nuestra vista. A la derecha, la costa, que comienza en Nica-
ragua, es un mero listn de tierra que se pierde en el Norte, y las
montaas de Honduras parecen levantarse del borde de las aguas
ms bien que de un llano, muchas leguas tierra adentro. Antonio me
mostr las islas del Tigre y Zacate Grande, dos montaas que sur-
gen del seno de la baha, que apenas parecan azules montculos
en la distancia y ms all de las cuales uno puede navegar en bongo
todo el da. Puede decirse con seguridad, que toda la flota mercante
de Amrica podra' guarecerse en esta gran baha del Sur, en ningn
aspecto inferior a la de San Francisco, y rodeada por tres repblicas
poseedoras de los mayores recursos naturales dentro del trpico, cu-
yas montaas contienen los ms ricos depsitos minerales de His-
pano Amrica.
94 "WIL.LIAM V. WELLS
Impulsados por la fresca brisa, la tripulacin diseminada en el
hongo y abandonada a la libertad de Ja hora cantaba algunas tonadas
tpicas del pas, en las cuales, adems de los aires peculiares espa-
oles, a menudo hallaba yo un parecido a las salvajes e inarmnicas
baladas de los indios. Perseguidos por las largas ondas Antonio daba
un grito estridente, algo as como el hiyah! de los muchachos del
Bowery; y echando un vistazo de confianza al inclinado mstil le
peda a su santo patrono soplar!, agregando una irreverencia, que a
mi modo de pensar no era la indicada para implorar la proteccin
del celestial personaje. Abrimos una caja que yo traa de Chinan-,
dega y de ella sacamos un exquisito surtido de comestibles, gran par-
te del cual desapareci rpidamente ante el apetito voraz de la tri-
pulacin. Gan popularidad al hacer un equitativo reparto de estas
viandas. Haba nacatamales envueltos en hojas de pltano, salchi-
chas, frijoles y frutas en tal cantidad que nos hubiera bastado para
una docena de viajes. Al medioda nos abandon la brisa, se re-
cogieron las velas y se sacaron los remos; despus de una hora de
remar el bongo ancl frente al volcn de Cosigina.
Como la marea no nos favorecera en varias horas, tom mi rifle
y escogiendo a dos de los hombres ms activos de la tripulacin va-
deamos hacia la playa y avanzamos rumbo al interior. La costa se
dirige hacia el Noroeste presentando una larga extensin de mrge-
nes arenosas por las que seguimos hasta que detuvimos la marcha
al llegar a un arroyo fresco llamado El Agua Dulce, cuyas aguas
termales se hallan impregnadas de sustancias volcnicas (1). Con-
tinuamos por el curso de este arroyo entre zarzas y arbustos, la ma-
yor parte desnudos de hojas, hasta alcanzar una eminencia que se
encuentra al Sur de su orilla, la que subimos y all examinamos los
efectos terribles de la gran erupcin de 1835, que rompi en pedazos
al volcn y por varios das cubri de humo y cenizas a toda Centro
Amrica y pases vecinos. Esta erupcin se describe como la ms
violenta y destructora que se conoce en estas regiones.
(1) Indudablemente este arroyo es el mencionado por Master Wafer, quin naveg
algn tiempo con Dampicr y se separ de l en Realejo, en 1685, de donde se dirigi al
Golfo de Fonseca a bordo del Bachelor.s Delight. El dice: "Estando extremadamente
escaso de provisiones mientras anclamos all, desembarcamos para suplir nuestras nece-
sidades en un rancho ganadero en el Continente, al Sur del Cabo de la Baha, el cual se
encontraba como a tres millas del lugar de desembarco. En nuestra ruta tuvimos que
cruzar un ro caliente en una sabana abierta, lo cual hicimos con dificultad a causa de
su temperatura. Este ro brotaba de la base de una colina, pero no era de origen vol -
cnico, aunque en la costa haba varios de este tipo. Tuve la curiosidad de adent rarme
en la fuente basta donde me alcanz la luz del da. El agua era clara y poco profunda,
pero los vapores que despeda dentro de la caverna eran como los de un caldero hi rvi en-
te, habindome mojado el cabello Al salir al exterior, el agua humeaba en un gran trecho."
A new Voyage and Description o the Isthmus of America, p. 190. N. del A.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 95
En Tegucigalpa, muchas leguas adentro, y a miles de pies so-
bre el nivel del mar, la ciudad se obscureci con la lluvia de cenizas.
El rugido del volcn se oy en Guatemala y la tierra tembl hasta
en Mxico. Fu tan extraordinaria esta erupcin que los habitan-
tes la usan como referencia cronolgica; frecuentemente o que un
hecho, nacimiento o muerte se calculaba haber sucedido tantos aos
antes o despus de la erupcin del Cosigina ( I ) . ilutes de aquel
suceso su pico era altivo y cnico como el de los otros volcanes de la
parte central de Nicaragua. Ahora da la impresin de haber sido
violentamente despedazado. El volcn se halla equidistante entre
la baha y el ocano sobre una pennsula de poco ms o menos doce
millas de ancho. Un panorama de desolada grandeza aparece a los
ojos del espectador que levanta su mirada hacia el crter, del cual
no hay descripcin fidedigna desde la erupcin. La altura se esti-
ma en dos mil pies sobre el nivel del mar (2); la pendiente gradual
de su cima a la baha est revestida de una espesura impenetrable,
interceptada por hondonadas espantosas. Estas soledades muy ra-
ramente son, visitadas y en ellas abundan los animales salvajes. Mis
dos acompaantes atravesaron el sitio contra su gusto y parecan con-
siderar toda la regin como peligrosa y maldita. Se encuentran
grandes depsitos de lava y cenizas, lanzadas del crter hasta las
mismas orillas del agua.
Vn ao despus, al navegar por esta baha hacia San Juan del
Sur, aproxim mi bote a la orilla Oeste, frente a punta Cosigina,
que aqu presenta una superficie rocosa, escarpada y blanca hasta
el mar, y comprob que los depsitos de lava llegan hasta el ocano.
El Cosigina no se halla totalmente extinguido aunque no ha habido
otra erupcin desde 1835. En diciembre de 1852 una nube de humo
sali del crter, acompaada de leves trepidaciones. Un polvo rojo
impalpable cay en Amapola y alo largo de las costas de Honduras en
el Pacfico; pero los moradores no sintieron temor alguno de nuevas
erupciones.
Unas pocas garzas blancas permanecan tranquilamente en la.
playa, casi entre los rizos del agua, y vistas desde nuestro punto eran
una nota blanca en el azul de la lejana. Nuestro bongo se hallaba
i
(1) En Honduras sor una cosa del ao del pnlvo significa que es do tiempo i nme-
morial o muy antiguo. Todava llamamos ao del polvo al de 1835, refirindolo a la gran
erupcin del Cosigina, que dispers cenizas en un crculo de 1,500 millas de dimetro:
V. Levy, Notas geogrficas, p. 94.
(2) Levy dice que el cono truncado del Cosigina mide 3,835 pies, ib. Segn mapa
de la Fuerza Area de los E. U. A. la altura es de 2,776 pies.
96 WTLLIAM V. 'WELLS
quieto a pocas brazadas de la orilla y de su proa sala un festn de
humo, lo que indicaba que Rafael haba aprendido, al fin, a hacer
caf a la California. Un montono bramido desde un vecino valle-
nos indic la presencia de algn toro padrn vagando en un silencio
impertubado en las montaas y los llanos, pero aparte de sto, el lugar
apareca desierto de todo ser viviente. El panorama comprenda
las montaas de Honduras, el brazo meridional de la baha de Fon-
seca, tranquila como una alberca, la verde faja de manglares y sau-
ces que bordean la ribera opuesta y los grandes montes pantanosos
del Estero Real, de donde acabbamos de salir. Extendindose se
vea una planicie inclinada hacia el interior, escasamente cubierta
con yerba tierna, y ms lejos parches de lava y escorias volcnicas,
grupos de pequeos montes y lugares desolados y desnudos en las
faldas de la montaa distante. Mis compaeros tenan miedo de
los tigres que, segn decan, abundaban aqu y aunque no me falta-
ban deseos de perder todo el da para hacer el ascenso al volcn, toda
la tripulacin se opuso citando las ms fidedignas autoridades loca-
les sobre el tema de la existencia de culebras venenosas y animales
salvajes.
Al volver a la playa hallamos la marea todava baja, los miem-
bros de la tripulacin se quitaron sus ropas y "arrastraron" el bongo
a lo largo de la ribera, algunas veces hundindose hasta el cuello
al cruzar las pequeas ensenadas que se forman dentro de la baha.
Sabiendo que los cocodrilos abundan en estas aguas, estaba yo pre-
parado para ver uno de estos monstruos al emerger del lodo, pero el
ruido y el chapoteo que hacan los hombres seguramente los ahuyen-
t. Una bandada de chorlitos cuyo plumaje era igual, vol sobre
nuestras cabezas emitiendo sus notas agudas tan peculiares. Estos
se encuentran en la costa del mar en todo Centro Amrica, segn
creo. En la baha de Fonseca tambin abundan, especialmente en
los bajos de Zacate Grande. El augusto pelcano, con su gran
pico de bolsa y sus inmensas alas, volaba despaciosamente por la
costa; una y otra vez caa pesadamente dentro del agua para atrapar
su presa de entre el enjambre de saltones peces. Yo ech mi anzue-
lo, mas, a pesar de haber probado por espacio de una hora no tuve
xito. Al caer la tarde se levant una brisa desde el Este trayendo
consigo la usual advertencia de tormenta. Se metieron los remos,
la tripulacin salt a bordo, se iz de nuevo la gran vela, y prosegui-
mos nuestro viaje. Navegamos por la costa de Cosigina hasta que
la marea empez a bajar; alejndonos de la costa salimos a plena
baha. Una vez pasado el Cabo Rosario estbamos prcticamente
en mar abierto. A sotavento ondeaba el inmenso Pacfico, negro con
EXPLORACIONES EN HONDURAS
sr
nubes de tormenta, mientras que a barlovento y enfrente, cerrado
el horizonte por lo lluvia y niebla, no se vea ms que una masa de
agua embravecida.
El viento arreci hasta que a la cada del sol una fuerte turbo-
nada apareci amenazante. La vela se amarr y asegur con nudos
al parecer inextricables alrededor de un cepo de bamb. La obs-
curidad y los fuertes truenos aumentaron; Antonio estaba doblado en
la. popa como un mandril y no haca el menor movimiento_para acor-
tar la vela. Me haba hecho el propsito de no intervenir en su nu-
tica, pero cuando el viento nos agarr con una rfaga de lluvia y
espuma, segu el ejemplo de todos y me escabull bajo la batayola,
sabiendo que en Centro Amrica el mojarse sin haber hecho ejerci-
cio es agarrar la calentura. La lluvia caa a cntaros, el trueno re-
tumbaba, el bongo se bamboleaba ahogado por la espuma y an
as nuestro patrn desdeaba reducir una sola puntada de la lona
hasta que, con un tremendo bardazo, el agua empez a meterse por la
borda, en pequeas cascadas. La tripulacin y los pasajeros se acu-
clillaron en silencio en el fondo del bongo, temblando por la humedad.
A cada oleada Antonio lo enfilaba al viento y con un grito sonoro
responda a mi reiterado:cuidado! La tormenta se desat con furia
creciente; la lluvia no nos dejaba ver a ms de treinta yardas. Al
enfilar, Antonio orden apresuradamente a uno de los hombres que
arriaran la vela, mas, antes de que la orden pudiera ser cumplida
casi zozobramos. El bongo estaba ya medio lleno de agua, y viendo
yo que mi equipaje nadaba en medio del resto de los arreos del bote,
cre que era tiempo de ejercer alguna autoridad, sobre todo porque
yo tena la mayor parte que perder. Estaba a punto de tomar el
timn para que el patrn pudiera atender la escota, cuando sta salt
lanzndolo fuera de borda y hacia atrs. Intent agarrarlo, pero
desapareci en un instante; ante mi sorpresa, un momento despus
sali a flote, asido con los dientes y las uas a un pedazo de cuerda,
y el bongo remolcndolo como si fuera un enganchado delfn. Des-
pus de un rato, lo llevamos a bordo y luego de vomitar se fortaleci
con un buen trago de aguardiente. Para entonces la vela haba sido
arriada ya; habiendo cesado la tempestad nuestro bote fu achicado.
Todo estaba empapado y casi en ruinas.
Cuando aclar el tiempo observ que habamos avanzado bastan-
te lejos dentro de la baha. Hacia el Noroeste estaba la isla de
Meanguera apenas visible en la obscuridad, y sus altas orillas escar-
padas, cubiertas de espesas frondas, semejaban los contornos de un
98 WILLIAM V. WELLS
viejo castillo desvencijado. Directamente hacia el frente, la isla
del Tigre levantaba sus elevadas proporciones apareciendo como una
mera sombra ms. Unas pocas estrellas aparecieron entre las nu-
bes que corran hacia el mar, presagiando, como Antonio hizo notar,
mucho viento en la noche. Poco a poco amain el viento hasta que
nuevamente se restableci la calma frente a Meanguera. Como la
marea se hallaba en contra nuestra, se ech el ancla fuera de cubier-
ta y se hicieron los preparativos para poder dormir unas pocas horas.
Anclamos entre Meanguera y la isla del Tigre durante la noche, pero
como soplaba un fuerte viento del Noroeste el bongo se mova con-
tinuamente en las olas. Varias veces despert e inspeccion el pa-
norama, que era de especial inters. La baha abunda en enormes
bancos de sardinas y stas al pasar velozmente por nuestro lado
producan una luz fosforecente perceptible cuando el mar estaba en
calma. Las grandes lneas iluminadas atravesaban rpidamente en
todas direcciones brillando. fulgurantes cuando se aproximaban a la
superficie y desvanecindose en un color verdoso indistinto cuando
bajaban hacia mayor profundidad. A veces una marsopa exploraba
su camino solitario a contra marea, o el grito lejano de alguna ave
acutica vena dbil entre la obscuridad. Hacia el Oeste, a lo largo
de la costa Conchagita y Meanguerita, la marejada se mantena en
incesante movimiento. All a lo lejos, hacia Nicaragua, el hori-
zonte se vea iluminado con las intermitentes seales de los relm-
pagos que dibujaban con lneas imprecisas todo el mbito del cielo,
denotando el paso de una tempestad de medianoche por los pinares
de Chontales.
La conmocin del da anterior, agregada a la humedad y al api-
amiento en el bongo, no me dejaba otra alternativa que la de en-
volverme en mi poncho, encender mi pipa y pasar as la noche con-
templando el paisaje a travs de la brumosa obscuridad, y escuchar
la pesada respiracin de los durmientes. La maana poco a poco
clare las aguas; las nubes grises que coronaban las colinas del Este
se volvieron matizadas con la aproximacin de la aurora. Despert
a todos los tripulantes; levada el ancla aprovechamos la marea fa-
vorable y de nuevo tomamos rumbo hacia la isla del Tigre. Vn vien-
to terso que luego se convirti en brisa lleg sobre la espejeante
superficie del mar. Antonio tom el timn; de nuevo se hizo circu-
lar la botella de aguardiente, Rafael repiti su operacin de hacer
caf, las velas se hincharon con el fresco viento, y los jvenes Drdano
oteaban curiosamente hacia su isla nativa, que no haban visto desde
haca aos. Todo era un glorioso contraste con la noche anterior.
EXPLORACIONES ENSHOKDRAS 99
El grande y peligroso mar se haba calmado y trocado en una exten-
sin de aguas azules brillando en la luz solar de la maana; nuestro
viejo y lento bongo se deslizaba sobre las rizadas aguas con la- velo-
cidad de un caballo de carrera.
Entre sorbos de caf y chupadas de pipa, tuve la excelente opor-
tunidad de apreciar la maravillosa cabida de esta gran baha. Ha-
bamos dejado el ocano ms all de las islas y ahora estbamos cru-
zando una extensin de aguas tranquilas como las de un lago de
truchas, pero suficientemente profundas para permitir la navega-
cin de los ms grandes barcos del mundo; no hay una roca oculta
ni un banco de arena en direccin alguna; las playas son accesibles
por vapores de cualquier calado a la distancia de un tiro de pistola.
desde las rocas, y hay suficiente espacio para el amarre de mil ba-
jeles, an en el pequeo rincn que las cuatro islas encierran y en
el cual la canoa ms frgil puede navegar con toda seguridad.
Navegbamos tan rpidamente que apenas si tenamos tiempo
para notar la fugaz sucesin de vistas magnficas y escenas pinto-
rescas, que en cada vuelta nos daban su prstina belleza. Mis acom-
paantes, entregados a los cigarros y al aguardiente, miraban con
indiferencia el panorama y nada decan, circunstancia que me encan-
taba porque cuando no se tiene con quien compartir estos esplendo-
res de la Naturaleza nada hay mejor que el silencio. Pronto est-
bamos al amparo de las sombras de el Tigre, que se elevaba a tres
mil pies sobre nosotros, con sus empinadas laderas cubiertas de
espesa vegetacin, en las cuales bien podran seleccionarse cincuenta
variedades de plantas y maderas preciosas, silvestres y sin dueo.
Lo mismo podra decirse no slo de las dems islas del archipilago
sino tambin de toda la costa de tierra firme.
No fue sino hasta que pasamos cerca de las gigantescas masas de
lava, que festonan la isla en toda su circunferencia como un muro de
azabache, que pude tener idea de su extensin, mientras la cumbre,
perdida en un gorro de nubes, desde la base pareca an ms enhiesta.
El volcn se eleva en un cono perfecto tan bellamente formado como
si fuera una obra de arte. La circunval varias veces por tierra y
por mar, y ni en la playa, ni en la cspide, a la cual ascend meses
ms tarde, pude encontrar piedra o roca de clase alguna; la isla, el
volcn, todo es d.i formacin ignea; hasta los cimientos de las casas,
las cercas y los remedos de muelles son del mismo material.
Rebasamos uno tras otro los promontorios que forman las nu-
merosas playas de la isla, hasta que entramos al puerto de Amapola,
que es una baha dentro de una baha, el ms encerrado, accesible,
100 WILL.1M V. WELLS
abrigado y. en todos aspectos el ms excelente en las costas del Pac-
jico. Amapola est a treinta y cinco millas de la boca del Estero
Real y a ocho del punto ms cercano de la tierra firme. Se halla en
una entrada al lado Norte de la isla, habiendo de tres a seis brazadas
en una distancia de dos millas, en el espacio que rodean las islas de
Exposicin, Zacate Grande y El Tigre. Cada una de stas tiene
buenos fondeaderos en numerosos lugares, aunque por estar abiertos
al Oeste son inseguros cuando soplan vientos fuertes de ese rumbo,
mientras que a Amapala, que d frente a la tierra firme, puede lle-
garse en canoa aun con el mal tiempo. Las estaciones en esta re-
gin son tan regulares y suaves que no se experimentan grandes ga-
lernas, como las del Norte; adems cualquier marejada levantada
por un fuerte viento se aplaca al solo terminar la tormenta.
Al aproximarnos a la pequea ciudad, mis amigos los Drdano
se pusieron muy animados con la perspectiva de reunirse de nuevo
con su madre y su hermana, quienes estaban a la puerta de su lim-
pia quinta, estilo americano, saludndonos con sus pauelos. Los
hombres de la tripulacin se acicalaron con sus vestidos de presumir,
consistentes en una limpia camisa de algodn y pantalones; la ban-
derita blanca fu izada y los rifles se unieron en una gran descarga
en honor de las damas. Las banderas de los Estados Unidos y de
Cerdea se izaron en el asta del cuartel y el caoncito montado al
frente hizo retumbar su bienvenida. Estando, ya prxima la ma-
rea alta, el bongo ech anclas; a horcajadas sobre las espaldas de dos
hombres que vinieron para ayudarnos bajamos a tierra, siendo calu-
rosamente saludados en buen ingls por varios caballeros, entre quie-
nes haba italianos, franceses,-alemanes y norteamericanos, todos em-
pleados en la isla, unos como tenderos, otros como dependientes de
la Casa Drdano & Muller, y los norteamericanos, dueos de un ase-
rradero en la parte oriental de la ciudad, el que, correspondiendo a
una amable invitacin de sus propietarios, promet visitar al da. si-
guiente.
La primera impresin al desembarcar en la isla de El Tigre es
ver en ella esplndidas facilidades para una fortificacin y para el
establecimiento de un depsito central de comercio, desde el cual se
podra dominar el comercio de los tres Estados que rodean la baha
de Fonseca. Con sus recursos naturales debidamente desarrollados,
Amapala podra ser el ms importante puerto al Sur de San Francis-
co. En 1850 el Sr. E. G. Squier, durante su gestin diplomtica,
envi una serie de despachos al Gobierno de los Estados Unidos, en
los cuales abogaba por las ventajas de negociar con Honduras para
EXFLORAOTONES EX HONDURAS 101
el establecimiento de una base naval en AmapalaXl) Si se hubiera
adoptado este plan, los cada vez ms avanzados medios de comuni-
cacin entre California y los Estados del Este, pronto hubieran pues-
to una escuadra del Pacfico de los Estados a slo siete das de Wash-
ington. Con la construccin del proyectado ferrocarril interocenico
de Honduras y el uso del telgrafo y de los vapores, las rdenes del
Gobierno de la ms vital importancia para la nacin, podran ser
transmitidas a la escuadra del Pacfico en tres das y medio. Amapa-
la es hoy el principal, o mejor dicho, el nico puerto verdadero en
donde las grandes naves pueden anclar y descargar en la costa del
Pacfico de las repblicas de Honduras, El Salvador y Nicaragua.
A poco caminar entre un grupo de casas semi-americanas, llega-
mos a la residencia del seor Drdano, en donde hallamos a las da-
mas y a nuestros acompaantes cambiando noticias. Despus de una
cordial recepcin se me destinaron habitaciones cmodas en la casa de
Mr. Muller, ah cerca. Se esperaba a don Carlos y a dos de sus hijas de
Tegucigalpa en un viaje de regreso de los Estados Unidos por la va
de Omoa y Comayagua. Como yo tena cartas de presentacin para
l, decid no continuar mi viaje al interior de Honduras hasta tanto
no obtuviera informacin de este caballero, cuyos treinta aos de
residencia en el pas lo capacitaban para darme valiosos consejos, in-
formes polticos y sobre otros asuntas.
La noche de mi llegada, una sensacin de desvanecimiento, pul-
saciones rpidas e intenso dolor de cabeza me advirtieron que mis
frecuentes mojadas en la baha de Fonseca a causa de las tormentas
y de la marea, no me perdonaran el consabido castigo de la calentura,
la que mi buena constitucin fsica haba desafiado hasta entonces.
Pocos son los que escapan de este flagelo que, en las regiones inter-
tropicales especialmente en las costas bajas, es casi seguro que pilla
a todo extrao. Yo estaba provisto de quinina y de otras medici-
nas que en Chinandega me entreg mi buen amigo el Doctor, y gra-
cias a ellas y a las finas atenciones de mis anfitriones y de su familia,
pronto ces la enfermedad, dejndome plido y exhausto con el as-
pecto cadavrico caracterstico. El ataque es comunmente de un
mismo tipo en todas las costas centroamericanas, pero todos conside-
ri) Con violacin de los derechos de Honduras y El Salvador el Gobierno de
Nicaragua concedi al de los Estados Unidos, por e] tratado Bryan-Chamorro suscrito el
5 de agosto de 1934, el derecho de establecer, explotar y mantener una base naval en el
Golo de Fonseca por ol trmino de noventa y nueve aos: V. El Golfo de Fonseca y el
Tratado Bryan-Chamorro. San Salvador, 1517, pp. Gl a Gi. Afortunadamente el tratado
ue rechazado por el Senado de los E. U. A.
102 WILLIAM V. 1VELLS
ran que es mucho menos peligroso y virulento en el Pacfico que en
el Atlntico. La fiebre terciana es la que prevalece; sus efectos son
en extremo demoledores, y la convalecencia es tal que durante al-
gn tiempo persiste una sensacin de aturdimiento y languidez como
si uno acabara de salir de un desmayo. Los remedios son sencillos,
consisten en quinina y purgantes que se obtienen fcilmente. Segn
varias supersticiones del pas la violencia de la fiebre depende de las
fases de la luna, de la altura de la marea, de la direccin de los vientos
y de la poca del ataque. Por lo general se siguen ciertas reglas,
como la de abstenerse durante la fiebre de lavarse las manos o la
cara, y se replica a los incrdulos con la mxima que "es mejor tierra
en cuerpo, que cuerpo en tierra", hecho ste que pocos estn dis-
puestos a discutir; asimismo, las viejas nanas del pas siempre repi-
ten que al enfermo debe negrsele el uso del agua si no es para que
la beba, pero sobriamente. Durante esta mi primera enfermedad
en Centro Amrica recib tantas atenciones de mis anfitriones como
nunca lo esper cuando sal de mi hogar para emprender un viaje
entre extraos, y de aquellos semejantes que yo haba juzgado con
ligereza como gentes semicivilizadas e ignorantes. No tuve ningn
mdico; y una experiencia postrera me ense que cuando menos
tenga un extranjero que ver con un mdico local, ms se le prolon-
gar la vida. Tuve a menudo la ocasin de ver el ciego desatino y
la absurda prctica del mdico centroamericano, cuya charlatanera
es comparable con la del mismsimo emprico norteamericano, sumi-
nistrando todo lo ms peligroso, por carecer del ejemplo de los prac-
ticantes mejor capacitados y de la inteligencia que se beneficia de la
experiencia.
Una vez fuera de mi lecho de enfermo, donde tuve amplia opor-
tunidad en el silencio de los das para meditar sobre mis futuros pla-
nes, sal al pequeo mundo activo de la isla con ansias de saborear
la belleza escnica por la cual es clebre. Podra escribirse un libro
sobre la situacin, ventajosa de la isla; sus importantes recursos agr-
colas y comerciales; los muchos acres de maderas preciosas y plan-
tas de valor, races y arbustos que crecen por toda su gran extensin.
La misma isla es suficiente para sostener una poblacin de veinte mil
habitantes en las tierras planas que hay entre las playas y la base
del volcn que se levanta en su centro. La ciudad de Amapola, si-
tuada en la playa oriental, se extiende sobre un llano quebrado que
asciende gradualmente las faldas del volcn y se alarga tres cuartos
de milla a lo largo del puerto. Su dominante posicin militar, la
bondad de su clima y las futuras posibilidades que ofrece, sealan
a este lugar como punto clave destinado a convertirse en un emporio.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 105
Las costas adyacentes prestan jacilidades para el cultiu o de una
infinidad de productos de todos los climas, desde los cereales del
Norte hasta el cacao, la caa de azcar y el ail de los trpicos. Es
tal la diversidad de tierras, que en un da se puede descender en
algunas partes de El Salvador y Honduras de las zonas fras produc-
toras de granos, a las clidas regiones rebosantes de flora tropical.
Castelln se refera, con celo de un estusiasta republicano, a su plan
de construir un ferrocarril desde un punto en la costa occidental del
lago de Nicaragua, a una cabeza de playa en el Estero Real para co-
nectar con vapores de gran calado con el magnfico puerto de Ama-
pola; proyecto que, aunque menos factible que otras rutas, no es
impracticable, y que despus que convers con Castelln sobre el
particular, ha sido seriamente meditado por posteriores gobernantes.
Las repblicas que rodean la baha de Fonseca integran tam-
bin uno de los distritos mineros ms ricos del mundo, cuyos recur-
sos, salvo exportaciones que se hacen por la costa del Atlntico, va
Trujillo, Omoa y Belice, hasta el descubrimiento de California y la
apertura subsiguiente de las varias rutas de viaje estuvieron casi
escondidos del mundo. Los productos agrcolas de estas repblicas
son todava desconocidos salvo para unos pocos extranjeros que
han cruzado el continente en estos puntos y para aquellos a quie-
nes el amor de las aventuras los ha trado a Centro Amrica en los
ltimos doce meses (1). Aquellos son tales que bien podran servir
de base a un gran centro comercial en Amapola, el cul podra abas-
tecer gran parte de la poblacin del interior. Amapala es el nico
puerto donde pueden con seguridad y ventaja anclar vapores de
gran calado. Las otras islas del archipilago son inhabitables, se
hallan rodeadas de tantos arrecifes y rocas que son impropias para,
fines comerciales. Esta superioridad la vio temprano don Carlos
Drdano, comerciante italiano que, al casarse con una dama de Te-
gucigalpa, obtuvo todos los privilegios de la ciudadana (2), y en
1846 el Gobierno de Honduras le dio una concesin de varias "ca-
balleras" de tierra con la condicin de que deba desmontar cierta
extensin de terreno, establecer un puesto comercial y fijar all su
(1) Los filibusteros de William Walker. N, del E.
(2) En enero de 1834, cuando el Sr. Drdano contrajo matrimonio (V. nota p-8),
rega la Constitucin Federal de 1824, que conceda carta de naturaleza a los extranjeros
que contrajeran matrimonio en la Repblica, teniendo tres aos de vecindad en ella (Art.
15, 4). La Constitucin hondurena de 1848, vigente en la poca de la visita de Wells,
dispuso que los extranjeros podan naturalizarse "por contraer matrimonio con hondu-
rena y vecindario de un ao." (Art. 10 3): V. El Dpesto Constitucional de onduras,
por Augusto C. Coello. Tegucigalpa, 1923, pp, 14 y 118.
104 WILLIAM V. WELLS
residencia. As comenz Amapola y el Gobierno lo declar puerto
libre por diez aos (1). Gracias a los enrgicos esfuerzos del seor
Drdano, la ciudad se convirti en rival de La Unin, principal puer-
to de El Salvador a orillas de la baha, que ahora es asiento de un
trfico local de consideracin, a menudo aumentado con el arribo de
barcos extranjeros que descargan en este punto las mercaderas que
traen para el comercio del interior. En consecuencia se han des-
pertado celos considerables entre los comerciantes de El Salvadoi
y los de la isla de El Tigre, pero las ventajas de Amapala sobre La
Unin, puerto encerrado y de poca profundidad, son tan patentes
que no necesitan repetirse.
Aqu, tambin, entre otros lugares, puede ubicarse la terminal
del ferrocarril interocenico de Honduras que, comenzando en el mar
Caribe, est diseado para que cruce por el valle de Comayagua, en
una distancia de ciento cuarenta y ocho millas y con una pendiente
promedio de slo veintiocho pies por milla, como lo expresa la ex-
ploracin hecha por el Sr. E. G. Squier (2). A pesar de que la ini-
ciativa americana comenz por fijarse en Panam y Nicaragua, para
el establecimiento de una comunicacin interocenica, es algo curio-
so que no haya prestado mayor atencin a esta ruta hacia el Pacfico,
que es ms. corta que cualquiera otra, sin exceptuar la de Tehuante-
pec, y que ofrece facilidades para la construccin de un ferrocarril
interocenico no superadas ni igualadas por cualquiera otra.
Los trminos de la concesin obtenida por el Sr. Squier son la
mejor prueba de la liberalidad de Honduras a este respecto y del deseo
ms ferviente que tiene para que sean explotados sus recursos na-
turales. Se ofrecen extraordinarios alicientes para llevar adelante
esta gran empresa, siendo uno de los principales la existencia de puer-
tos seguros y amplios en ambas terminales (ventaja que no posee
la ruta de Tehuantepec), las relativamente pocas pendientes, y cons-
truccin de puentes requeridos. No slo estos hechos, sino hasta
la mera existencia de la ruta ha permanecido, hasta recientemente,
desconocida en el extranjero, salvo para aquellos interesados en el
(1) Durant e la administracin del Vice-Jefe General Francisco Ferrera, el 17 de
octubre de 1833, se cre el "Puerto del Tigre", nombre que conserv hasta 1844, l l amn-
dolo entonces "Puerto de depsito de la isla del Tigre"; sustituido ste, a su vez, por el
de "Puerto franco de depsitos de la isla del Tigre", hasta el ao de 1848 en que se le
dio el nombre de ' ' Puerto franco de Amapala en la isla del Tigre". Este puerto haba
sido declarado franco, sin pagarse derechos martimos de ninguna especie durant e diez
aos, por decreto de 10 de noviembre de 1847: V. P. Rivas, Monografa de la isla del Tigre,
pp. 106, 113 y 116.
(2) V. Squier, Honduras, p. 303.
EXPLORACIONES EX' HONDURAS 105
proyecto. Los ms virulentos opositores a la influencia de Norte
Amrica en Honduras y aqullos cuyos prejuicios polticos los ha
instigado a atacar el proyecto arriesgando el progreso del pas, ad-
miten que la terminacin del proyectado ferrocarril colocara inme-
diatamente a la repblica en un lugar avanzado frente a los dems
estados hispanoamericanos. La va podra extenderse a travs del
extremo Sur de Zacate Grande, y cruzando un arrecife estrecho y
poco profundo que hay entre las dos islas hacer que terminara en la
isla de El Tigre, donde abunda material para la construccin de mue-
lles, y donde los ms grandes vapores del mundo podran atracar en
perfectas condiciones. La atencin que ahora se enfoca hacia Cen-
tro Amrica ha infundido al pueblo de Honduras renovadas esperan-
zas y la terminacin del ferrocarril es ansiada. Sus efectos para la-
prosperidad del pas seran incalculables, mientras Amapola salta-
ra a una posicin de importancia comercial que no tendra rival
en ningn otro puerto al Sur de San Francisco.
La isla, con la excepcin de los pocos espacios limpios y nivela-
dos cercanos a la costa, est densamente poblada de bosques donde
abunda la caza. Con frecuencia se matan venados y otros animales,
y los primeros pobladores del puerto a menudo vieron tigres que
huan del intruso y se refugiaban en la selva. Estos han sido casi
totalmente exterminados, pero en algunas de las playas del Este an
se les encuentra, y muy de cuando en cuando los restos de una vaca
destrozada prueban que estos animales no han desaparecido com-
pletamente. Cuando el seor Drdano se instal en la isla, dice,
los venados a menudo se acercaban a solo una distancia de tiro de
revlver desde su casa.
Al oir hablar tanto sobre caza, y deseando inspeccionar la parte
occidental de la isla, contrat a un nativo de aspecto vivaz y que
gozaba de la reputacin de ser un cazador afortunado, para que me
acompaara en una excursin. Mi objetivo principal era contemplar
el panorama y determinar el rea de tierra aprovechable que se ex-
tiende al pie del volcn. El da anterior a m partida consegu una
excelente escopeta con un amigo alemn, que entregu a Norberto
para, que la llevara, reservando mi rifle para mi propio uso. El alba
rayaba dbilmente el horizonte tiendo las montaas de Choluteca,
cuando sent que alguien me tocaba el brazo; era Rafael que en voz
baja me advirti que ya el gua se hallaba esperndome. Invaria-
blemente dorma en hamaca, tanto por lo fresco de esta clase de lecho,
como para esquivar los regimientos de pulgas, que al parecer per-
siguen a la raza hispana. Abr los ojos y vi a mi fiel sirviente espe-
106 WILLIAM V. WELLS
rndome al lado de la hamaca con una taza de caf caliente con leche
y con mi pipa de espuma de mar. As que los sabore nos pusimos
el equipo de caza y salimos en un silencio solo interrumpido por el
graznido de los animales nocturnos y por el zumbido de incontables
insectos. Desde las lejanas playas nos llegaba el apagado ladrido del
perro vigilante, y a travs del aire matinal oamos a intervalos el
pequeo murmullo del flujo de la marea rompindose suavemente
en las orillas. Norberto encendi un cigarro y tom la delantera; lue-
go estuvimos fuera del recinto de la ciudad, metidos en un laberinto
de retorcidas sendas abiertas entre las malezas, poniendo el mayor
cuidado para no tropezar en las semi-sepultadas masas de lava que,
al rodar por las faldas del volcn, haban terminado por enterrarse
en el suelo. Para complacerme el gua dirigi primeramente sus
pasos hacia una colina situada poco ms o menos a una milla de la
ciudad y que se ergua a una altura de cerca de seiscientos pies arri-
ba del llano circunvecino.
Anduvimos media hora entre intrincadas veredas de ganado
hasta alcanzar el pie de la colina, y esforzndonos ganamos la cima
exactamente cuando el sol sala de un mar de nubes doradas sobre
las montaas del Oriente. La vista desde este punto es forzosamen-
te limitada, pues abarca solamente las porciones Norte y Oeste de la
baha. La que se contempla desde la cumbre del volcn, que alzaba
su testa dos mil pies arriba de nosotros, es una de las ms esplndi-
das en el mundo occidental. Meses despus, cuando ascend en com-
paa de varios amigos, todo el grupo estuvo unnimemente de acuerdo
en que este panorama era el ms extenso y esplndido que ellos ha-
ban visto. No obstante, desde nuestra actual ubicacin la escena
era interesante y sorprendente, permitindonos vislumbrar el paisaje
montaoso de El Salvador y Honduras, y hacia el mar, un horizonte
de aguas azules confundidas en la distancia con la neblina maanera,
rompindose en copos de espumas en los arrecifes all abajo. A
nuestros pies se hallaba una pequea laguna que ocupaba un espacio
de unos pocos acres, cubierta con una espesa capa de musgos y otras
parsitas, algunas de las cuales arraigadas en el fondo del lago pren-
dan de los rboles circundantes.
EXPLORACIONES EN HONDI TUS
ior
En l pequeo espacio de la planicie formada en la cumbre de la
colina hay vestigios de fortificaciones que levantaron los bucaneros
del Siglo XVII. (1) No podan stos haber escogido refugio ms pro-
picio:el puerto ofreciendo abrigo a sus bajeles, que as quedaban
vigilados y protegidos desde el fuerte. Sin duda aqu, en los viejos
das de los filibusteros, los piratas del Pacfico tenan sus reuniones
y desde este lugar planeaban muchas de sus invasiones merodeadoras
a las costas vecinas. Tambin se dice que los ingleses emplazaron
aqu una batera; desde estas alturas su bandera flame en 1849, cuan-
do tomaron posesin y pretendieron derechos sobre la isla de El Ti-
gre. Don Carlos Drdano me dio detallada cuenta de las opera-
ciones de los britnicos en Amapala
}
en las cuales apareca que en
mala hora l haba aceptado el gobierno de la isla bajo los usurpa-
dores y, en consecuencia, perdi el apoyo del Gobierno de Honduras,
al hacer valer ste sus legtimos derechos.
Una considerable extensin de tierra plana se encuentra abajo
de la colina, y un hermoso y frtil valle se forma entre esta eleva-
cin y la falda del volcn. En medio del follaje encontramos bajas
chozas de adobe o ramas, habitaciones de los isleos que en su mayor
parte ganan un escaso sustento cultivando pequeas parcelas de te-
rreno o como jornaleros en las diversas ocupaciones en el vecino po-
blado. Despus de habernos embelezado con el paisaje romntico
que se extenda a nuestros pies, reanudamos nuestra marcha hacia
una parte aislada de la montaa en la costa occidental de la isla,
donde se nos dijo abundan los venados. Nos abramos paso a tra-
vs de las caadas umbrosas; las lluvias del da anterior daban una
saludable frescura a la atmsfera que pareca tener las cualidades
vigorizantes de una maana- de primavera en Nueva Inglaterra. El
camino nos condujo cerca de la punta Oeste de la isla; despus de
andar media hora llegamos a un bosque espeso de ceibas, guapinoles
y palmeras, tan tupido que slo pudimos avanzar apartando la ma-
leza ftida y densa. Llegamos luego a un espacio abierto y plano;
Norberto nos dijo que aqu podramos encontrar algo que cazar; nos
deslizamos cautelosamente hacia el borde de un barranco por el cual
(1) Es muy improbable que los piratas hayan permanecido en la isla del Tigre
por largo tiempo, al grado de hacer fortificaciones cuyos vestigios durasen tantos aos.
En los primeros meses de 1683 los capitanes Ambrosio Cowley, Juan Eaton y Eduardo
Davis que hacan incursiones en el Pacfico, intentaron saquear a Len de Nicaragua;
no pudieron cumplir su propsito porque encontraron el puerto de El Realejo en pie
de guerra, adems de que el estado ruinoso de sus embarcaciones los oblig a entrar en
ei "Golfo o Baha de Amapalla" para repararlas. Anclaron en la isla del Tigre, pero no
cometieron tantos males atroces como solan: V. Pirateras en Honduras, por Conrado
Bonilla. San Pedro Suhs, 1955, pp. 4G5 y s.
108 WTLLAM V. TTELL5
flua quietamente un riachuelo hacia el mar. Las huellas impresas
recientemente en el suelo hmedo nos indicaron que haba un vena-
do en la proximidad. Nos sentamos en una roca y como el sol se
filtraba en los bosques que nos rodeaban, mis compaeros sacaron
un atado con comestibles y empezaron a tenderlo, Al volverme
hacia un matorral, como a veinte yardas de distancia, mis ojos se en-
contraron con los de una preciosa venada, que erguida nos contempla-
ba con sorpresa. Sin decir palabra alguna a mis acompaantes,
que no haban advertido la presencia del animal, apunt y les sorpren-
d con el disparo, desapareciendo el venado en el mismo instante.
Olvidando los preparativos de la comida, los hombres corrieron en
pos de l y a los pocos momentos sus gritos me anunciaron que la
bala haba cumplido su misin. Rajael jue a la ciudad por un ca-
ballo, mientras nosotros destazamos y alistbamos la pieza; man-
dndole de vuelta con su carga, Norberto y yo continuamos la cacera.
Como entramos en los pantanos aument la caza; tuvimos va-
rias buenas oportunidades, pero nuestra suerte nos haba abandona-
do. Los venados de la isla del Tigre, parecidos a los de tierra firme,
son de la especie pequea de los corzos. En el interior del vais se
les ve en manadas; son tantos en algunas regiones que los trabaja-
dores prestan sus servicios bajo el especial convenio con el propie-
tario de la hacienda de que la comida deber ser carne de res y no
de venado.
Se dice que hay abundancia de antopes, pero su existencia la
ponen en duda varios escritores. Lo que llaman antlope de montaa
es comn en el interior, pero a este animal, sin duda alguna, se le
confunde a menudo con el corzo. Un repentino movimiento en una
arboleda solitaria del camino cuando se viaja en las montaas es
signo de su proximidad, Henderson menciona la gacela como habi-
tante de los montes de Belice, que dice ha sido considerada como la
Dorcas o antlope brbaro de Linneo. Es ms o menos de la mitad
del tamao de un venado.
Despus de una hora de andar, rodeamos la falda espesamente
arbolada del volcn y salimos a un espacio abierto alfombrado por
la hierba y de muchas lianas bajas; a travs de los montes se perciba
dbilmente el rugido del mar que se estrellaba en la playa sur. A
la media hora de caminar entre breales y obscuros matorrales lle-
gamos a la rompiente que se volcaba en largos y constantes tumbos.
Desde aqu descubrimos el perfil lejano del volcn de Cosigina, con
sus faldas escabrosas contrastando con el cielo, mientras que en
KXPLORACIOXES EX HOMIKAS 109
el lado opuesto, hacia el Norte, el gran promontorio del Conchagua,
en El Salvador, se ergua, parecindose arribos a las dos Columnas
de Hrcules o, ms propiamente an, a la Puerta de Oro. Desde esta
posicin uno encuentra inmediatamente la semejanza de panoramas
y formacin, entre las bahas de Fonseca y San Francisco. Solo
falta el espumoso salpicar de los vapores abrindose paso por entre
las aguas para que el smil sea completo.
Cuando nos hallbamos en la playa me llamaron la atencin mu-
chos hoyos en la arena, que al ser examinados resultaron ser nidos de
tortugas. Le pusimos sitio a uno de stos y despus de escarbar
cerca de media tonelada de arena, empez a aparecer el tesoro cuida-
dosamente guardado. Los huevos eran ms o menos del mismo ta~
mao que los de gallina, pero de consistencia blanda. Estaban de-
positados con gran esmero, cada huevo rodeado de una capit de are-
na tan bien colocada que ninguno de ellos se hallaba en contacto di-
recto con los otros. Despus de haber sacado treinta o cuarenta,
Norberto tom mi lugar; arremangndose la camisa los extrajo uno
por uno hasta contar ciento diecinueve, que expuso a nuestra vista.
Me dijo que nunca se coman en la isla; humanitariamente me rog
que le permitiera colocarlos nuevamente y cubrirlos, tarea que hizo
con el mayor cuidado. Sin embargo, al da siguiente, segn supe,
el grandsimo bribn regres al sitio y se rob hasta el ltimo huevo
del nido. En realidad son excelentes, como lo pude comprobar des-
pus por propia experiencia. El nombre de la playa donde estu-
vimos es Playa Brava, inaccesible a los botes.
Encontramos huellas de ganado salvaje y de venados que se
extendan bastante abajo hacia la baha, y seguimos las mrgenes
de un riachuelo por un lugar desolado. Hicimos nuestro regreso
por otro camino, rodeando la base del volcn, que siempre nos
mostraba su orgullosa testa en medio de las nubes, mientras camin-
bamos por entre los arbustos. En nuestra marcha fuimos seguidos
por una bandada de urracas, de una especie con pico y lengua algo
parecidos a los del papagayo. Una de ellas, que yo haba herido,
emita un continuo graznido llamando a sus compaeras, que inme-
diatamente acudieron y nos rodearon. A veces descendan veloz-
mente hacia nosotros a una distancia casi del brazo, nos miraban
fieramente por un momento y luego giraban para posarse en la rama
ms prxima, se sentaban agitando sus alas y con los picos abiertos
respondan a los gritos de su compaera herida. No vi este pjaro en
las tierras altas del pas y presumo por ello que se hallan confinados
a la costa. En las montanas de la isla del Tigre pueden verse:la
110 "VVILLIAM V. WELLS
guacamaya con su atavo de plumas polcromas; los loros de diferen-
tes variedades; la oropndola, insolente con su plumaje alegre y bai-
lando en el aire; la garza azul; la paloma gemidora pecho morado; el
sinsonte y el ruiseor. La guacamaya, especie de macao, es el galn
de los bosques de Centro Amrica; su librea de oropel siempre se des-
taca; tambin es notable por su grito spero; puede verse desde lejos
entre las ramas ms altas de los grandes rboles, donde se posa co-
quetamente a arreglarse las plumas, o entregado a su pasatiempo
favorito de colgarse cabeza abajo de alguna rama frgil
}
gritando a
alguna distante conocida, o inspeccionando hacia abajo para ver qu
encuentra. El sinsonte es nuestro arrendajo. Nada puede superar
sus delicadas notas. En su forma, plumaje, hbitos y aspecto gene-
ral no puede distingursele del pjaro del Norte. El pico es un po-
quitn ms largo y la garganta un poco ms llena. Uno que tengo
en mi cuarto, donde escribo, me lo obsequiaron con otros dos en Ama-
pala durante mi primera visita a ese puerto. Dos no pudieron sobre-
vivir al viaje a California. Este que me qued ha alcanzado la ple-
nitud de voz y plumaje, posee todas las notas del arrendajo americano
amn de aires extraos nunca odos fuera de los trpicos. Entre
todos los cantores de pluma dseme el sinsonte de Centro Amrica,
por su riqueza y variedad de trinos. A menudo observ estas gra-
ciosas criaturas bandose en algn quieto arroyuelo en Olancho, en
donde particularmente abundan. Se posan delicadamente sobre lim-
pios guijarros y se turnan para descender en picada hacia las aguas,
salpicando atrevidamente las mismas con el agitar rpido de sus alas
y expresando su deleite con chillidos. En un sitio donde yo sola
acudir cada maana a tomar el bao, siempre estaba seguro de tener,
sin costo alguno, delicioso concierto de sinsontes entre los follajes
vecinos.
No fue sino hasta que recorr la isla cuando la oportunidad de
ver los panoramas desde las varias elevaciones y de comprobar ade-
cuadamente la extensin del amplio y ondulante suelo que contiene,
y que se desliza desde la base del volcn para formar llanos frtiles,
capaces de proveer el sustento de muchos miles de habitantes. El
suelo es extremadamente rico y se halla cubierto durante la mayor
parte del ao con cientos de variadas hiervas y arbustos. All flore-
cen la goma del Per y otras especies de acacias. Pueden verse en
los bosques abandonados y sin dueo:la uva silvestre, la papaya, la li-
ma, el mamey, la lobelia, el fustete, el mango, las palmeras de muchas
variedades, el guapinol, la caoba, el ron-ron y otros ms. Ni una
centsima parte de la tierra arable de la isla se halla cultivada. Con
EXPLORACIONES EN HONDURAS 111
una raza enrgica como nuestros hombres serios y progresistas, po-
dra ser habitada y mejorar las tres ricas repblicas que la rodean
en la baha de Fonseca, haciendo de la isla del Tigre, el puerto ms
importante del Pacfico en ms de un aspecto.
Amapola difiere de cualquiera otra ciudad centroamericana por
la laboriosidad que muestran sus moradores, y en este respecto tiene
un parecido ms fuerte a un establecimiento norteamericano que
cualquiera otra que he visitado. Aqu se halla el nico aserradero
de la costa del Pacfico de Honduras; sus dueos son dos americanos
de empresa que importaron la maquinaria de Nueva York, original-
mente con el propsito de establecer una fbrica de hilados en San
Miguel, El Salvador. La empresa fracas por falta de capital y mano
de obra, despus de lo cual se traslad a Amapola, donde durante
dos aos ha hecho un buen servicio al convertir en tablas la madera
de construccin que llega de las costas vecinas. El principal mer-
cado es El Callao. Un bergantn peruano estaba cargando en el
puerto cuando hice mi primera visita. La madera, cuya mayor par-
te es de cedro de magnfica calidad, vale de $ 35.00 a $ 45.00 el millar
de pies. Tambin hay un mercado seguro en los pueblos cercanos
a la baha y en los del interior del pas. Un turno del aserro esta-
ba operando, el cual era suficiente para atender la demanda, segn
los propietarios. Las trozas se cortan con sierras largas en las de-
sembocaduras de los ros Choluteca y Goascorn, y de all se arras-
tran por medio de bongos hasta el aserradero, que tiene suficiente
profundidad de aguas para recibirlas en las propias plataformas.
De aqu las cadenas de arrastre llevan las trozas hasta el plantel.
La principal distraccin de los amapalinos es ir a ver la mquina
y contemplar la potencia titnica de la energa a vapor.
Los propietarios de esta empresa encontraron al principio mu-
chas dificultades:restricciones gubernamentales, prohibiciones, atra-
sos, sospechas y celos. Cuando recibi la presidencia el General
Cabanas inmediatamente fueron aprobados los documentos nece-
sarios. Durante esta visita a Amapola, el termmetro nunca indi-
caba ms de 99 en la sombra y temprano de la maana bajaba a
7B La temperatura media durante el da era de 92 F. La ciudad
est situada de tal modo que la brisa del mar que comienza a las
diez de la maana y contina casi hasta el atarcedecer, cuando la
brisa viene de tierra al principio apenas perceptible, aumenta y se
convierte antes del anochecer en el infalible chubasco. A esta hora
nubes muy espesas soplan rpidamente desde el Sur, y la lluvia cae
generalmente con gran violencia. El clima de la isla est conside-
112 WILLIAM V. WELLS
rado como saludable siendo las fiebres de la regin menos virulentas
que las de las costas vecinas. Sin embargo, ningn extrao escapa
de la fiebre en Centro America, aunque tome las mayores precaucio-
nes.
Con la excepcin de unas dos o tres casas que tienen madera
y teja, las casas de Amapola son iguales a las de otros pueblos cen-
troamericanos. Varias son de adobe, pero la mayora est hecha
de caas y ramas. El comercio del lugar cuando yo lo visit estaba
confinado al pequeo negocio de la Casa Drdano & Muller. Con-
sista en driles, ferretera, ropa y artculos generales de manufactura
europea, que se reciban a cambio de cueros de res, pieles de venado,
cacao, azcar, vainilla, ail y otros pocos productos de la costa ve-
cina, pero en muy pequeas cantidades. El trfico era muy limi-
tado y grande la rivalidad con el puerto adyacente de La Unin, El
Salvador. No habr una transformacin notable en la isla del Ti-
gre hasta tanto no haya en el pas un Gobierno estable que ponga
cese a las constantes revueltas.
EXPLORACIONES E.\ HONDURAS 115
CAP TULO Vil
Caza de un tigre en Zacate Grande.Isla de Exposicin.Ostras.Peces.
Cocodrilos.Eao frustrado.La vida en Amapala.Arribo de don Carlos
y su familia.Grandes festejos.Preparativos para la partida.Apurando
a un botero,Otra noche en la baha.La Brea.Visitantes nocturnos.
Un paseo por la noche.Resoluciones para el uttiro.El camino hacia
Nacaome.Agua Caliente.Iguanas.Nacaome.La seora Caret.Visi-
tas.Una revista.Clima.Un viejo especulador.Minas de carbn en
Honduras,Pasatiempos.Nuevo mtodo para expulsar perros.Demanda
de servicios mdicos.Un mdico extranjero.Una serenata.
Zacate Grande es el nombre de una isla montaosa que se en-
cuentra a pocas millas al Norte de la del Tigre y separada de tierra
jirrae por un canal, que supongo estar totalmente seco cuando las
mareas son bajas en extremo. -Una wiaana clara y apacible, mi ami-
go don Julio toc a la puerta de mi habitacin para, invitarme a que
me uniera a la cacera de un tigre, que se llevara a cabo esc da.
Fu sujiciente para hacerme saltar de mi hamaca el convite tentador,
que una a la revelacin de un deporte excitante un poquitn de ro-
mntica aventura. Me vest rpidamente; apenas tuve tiempo para
tomar el caf que Rafael me tena listo porque una voz de mi acompa-
ante me advirti que el usual poco a poco del espaol de Centro
Amrica tena que descartarse. Cogiendo m rifle y avos slo tuve
tiempo para meterme en el bongo con las cinco personas que integra-
ban la comitiva; se lev el ancla y tendida la enorme vela solivios
a. toda prisa hacia los verdes bosques que forman las laderas de la
isla, en donde los tigres eran feroces y abundantes. En el camino
tuve tiempo para fijarm,e en mis compaeras. Don Julio era un
alewin de cara rubicunda, un Nemrod entusiasta que hablaba el in-
gls como un nativo; el otro era mi incansable gua en la expedicin
que hiciera a Playa Brava; dos t i greros de las tierras montaosas de
Nicaragua completaban el grupo. Desde haca das haban estado
preparando una cacera y estaban entregados a una actividad febril,
no acostumbrada, con la noticia, recibida la noche anterior de un joven
residente de la isla, que acuclillado en los arcos del bongo observaba
con ojos atentos los preparativos. Este joven habitaba una pequea
choza en una caada cercana a la playa Oeste de Zacate Grande don-
de prestaba, sus servicios a una. familia salvadorea cuidndole el
ganado que pastaba librevrente en la isla. La noche anterior haba
sido destrozada una vaquilla y l haba seguido las huellas del tigre
matador hasta un denso matorral situado a orillas de un riachuelo
114
WILLTAM V. WELLS
que desembocaba en la baha. Todo esto me lo dijo el voluble Nor-
berto, pensando en la caza por venir. Tres perros, jeos pero de as-
pecto inteligente, esperaban la lucha venidera.
Al bordear el extremo occidental de la isla' hay una pequea
baha de poco fondo, a la cual se enfil la quilla; con la ayuda de los
remos pronto llegamos a tierra; seguimos la direccin de nuestro
gua, entramos a su rstica choza, en donde nos explic los detalles
de la muerte de la vaquilla y se ofreci para conducirnos al lugar
hasta donde l haba podido seguir las huellas. El tigre_de Centro
Amrica es un animal de los ms formidables del continente y a me-
nudo mide siete pies de longitud. El vigor de esta criatura es tal,
que de un solo salto bien dirigido es capaz de derribar una vaca; si
falla en su primer intento, salta sobre el lomo de la vctima, se aferra
con los colmillos en su garganta y le chupa la sangre. En Nicaragua
las haciendas de ganado sufren mucho a causa de ellos, y en Olancho
y Yoro, en Honduras, el gobierno local otorga recompensas por
su exterminio. Los cazadores y los vaqueros, a veces son despedaza-
dos y muertos por los tigres, por lo que parece que se ha creado una
animosidad entre ambos.
Estos relatos, que ya haba odo de fuentes ms serias, poda
creerlos ahora exagerados a causa de la excitacin del grupo, y ya
se puede imaginar cmo uno, cuyo nico deporte se haba concre-
tado principalmente al tiro de la codorniz o del becardn, y ocasio-
nalmente al disparo a un coyote o a un antlope en California, estara
temblando frente a la peligrosa empresa que bamos a acometer.
El nico rifle en la comitiva era el mo; el resto iba armado de esco-
petas inglesas, y con excepcin de la del alemn eran malas armas
para tal menester. Hechos los arreglos, cada quien se terci su arma
al hombro y tomando una lodosa vereda de ganado entre arbustos
raquticos, proseguimos en fila india hacia un punto que el gua
indic en una hondonada con arboledas, en un terreno que se ele-
vaba frente a nosotros. Despus de andar unos pocos minutos, el
muchacho se par y nos mostr las huellas de la fiera, y pronto lle-
gamos a un claro del bosque, en donde, despus de haber matado
la vaquilla el tigre haba arrastrado su cuerpo dentro de la espesura.
Las huellas eran de tan formidables dimensiones, que al unir mi
propia inexperiencia con la falta de fe en la pericia de mis compa-
eros, sent que mi aficin por la caza de tigres disminua acelera-
damente, ms y ms a medida que la probabilidad de su aparicin au-
mentaba.
EXPLORA CIOINXS EN HONDURAS 115
Fueron enviados los dos muchachos por la caada con instruc-
ciones de rastrear las huellas y averiguar si su seora el tigre haba
subido por la colina de enjrente
i
hecho que podran descubrir inme-
diatamente por la naturaleza esponjosa de la hondonada, A los pocos
minutos regresaron dicindonos que no haba pasado por aquel ca-
mino desde la noche anterior; y como las huellas que habamos visto
hasta all demostraban que se hallaba dentro de la caada, estbamos
ahora seguros de su localizacin. Cmo sacarlo de all era nuestro
prximo paso. Los dos tigreros no mostraban deseos de entrar en
el lugar en donde el suelo flojo y suave no ofreca seguridad para
poder escapar de un asalto del enemigo de afelpadas plantas. Hasta
ese momento los perros haban estado abozalados. Eran animales
pequeos y peludos, sin el entusiasta ladrido canino peculiar
cuando se hallan listos para atacar en compaa del hombre a un
enemigo comn. A una seal y un medio articulado s-s-s, toda su
furia latente pareci concentrarse en sus ojos flameantes. Saban
que luego comenzara su labor. La aparente apata se torn en au-
llidos salvajes y en un rechinar de dientes. Mi respeto para ellos
empez a crecer. Cuando se les quit el bozal, los tres desapare-
cieron dentro del monte. Los tigreros esperaron el resultado con
sus ojos fijos y en actitud inmvil. La sensacin de un peligro in-
minente me sobrecogi, a pesar de los esfuerzos que haca para ocul-
tarla, y aunque pregunt apresuradamente si el animal podra apa-
recer en nuestra direccin, la respuesta de mi vecino ms cercano
fu slo un murmullo ininteligible. El ladrido de los perros dentro
del monte ces por un momento, pero luego omos un terrible grito
de muerte, que nos advirti claramente la suerte que haba corri-
do uno de ellos; en seguida omos un gruido constante y un gemido,
mezclados con el ladrido jrentico del resto de los perros y el crujir
de la maleza rota. Un momento despus los cercanos arbustos de
la pequea hondonada se agitaron. Dirig mis ojos atentamente hacia
aquel punto; instintivamente alarmado retroced cuando el monte
se abri y dio paso a la fiera que sali del matorral con salto ligero,
como de gato, y se par un momento en salvaje incertidumbre no
sabiendo si retraerse hacia el monte o si enfrentarse a los enemigos
humanos que le rodeaban. Los perros lo acosaban. Todo sucedi
en un abrir y cerrar de ojos. Recuerdo sus bigotudas fauces, los ojos
feroces y centellantes, la piel aterciopelada, la contraccin nerviosa
de su enroscada cola, el palpitar de su abdomen color castao. La
fiera, dirigiendo su mirada hacia el lugar en donde Norberto y yo
116 WILLIAM V. WELLS
estbamos parados, dio un salto rpido hacia nosotros. Mi primer
impulso fue el de disparar, pero me lo estorb una fascinacin extra-
a que no pude explicar.
"Cuidado! Cuidado, por Dios!", gritaron todos, a tiempo que
tres disparos resonaron en mis odos.
Al instante estaba yo echado de bruces, y el tigre tendido en
el suelo como a cuatro pies de distancia, remolinando en la hierba
y destruyendo el csped en su postrera lucha con la muerte. Cuando
l salt hacia adelante, yo me haba apartado de su direccin porque
tropec, cayendo en el lugar a donde l habra llegado si no hubiera
sido por las balas que terminaron con su carrera.
No tard en levantarme y le met una bala en la cabeza, que casi
lo liquid. Los tigreros se aproximaron y cuidadosamente le bus-
caron el corazn con sus relucientes cuchillos. Con un bostezo aho-
gado mene convulsivamente la cola y todo estaba consumado. Lim-
piaron sus cuchillos en su piel lustrosa; uno de ellos aventurndose
dentro del matorral sac el cuerpo destrozado del perro. No se le
encontr a ste ni una sola marca de dientes, pero era evidente que
un zarpazo lo haba quebrado. El tigre meda seis pies cuatro pul-
gadas y todos estuvieron de acuerdo en que era uno de los ms gran-
des que se haban cogido en la isla. Los perros no mostraron el
deseo natural de despedazar el cuerpo, o de ladrar a su alrededor,
sino que olieron sus heridas, dieron vueltas en torno de la presa y
miraron a los tigreros. Bast una hora para despellejarlo; se coloc
la piel dentro del bongo; gracias a la previsin de Norberto se sirvi
luego un apetitoso almuerzo al cual todos hicimos honor. Esta
fu mi primera cacera de un tigre, y aunque mis compaeros esta-
ban seguros de que haba una hembra con cachorros en la vecindad
y nos propusieron volver al siguiente da, me content con hacer de
aquella mi primera y ltima aventura de ese tipo en Zacate Grande.
Algunos de los mejores ganados de la regin pacen aqu. La
isla es de propiedad de dos familias salvadoreas, que valoran la tie-
rra y el ganado en $ 40.000.oo.(l) Hay un manantial medicinal al
que algunos de los habitantes de los pueblos vecinos de la costa
atribuyen propiedades milagrosas. Se dice que esta fuente apareci
durante la gran erupcin del Cosigina en 1835. La isla de Zacate
(1) Honduras, antes y despus de la independencia, siempre ha tenida el dominio
eminente sobre la isla de Zacate Grande y dems del Golfo de Fonseca, cuyos derechos
estn respaldados por documentos expedidos durant e el rgimen colonial.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 117
Grande se ha mencionado como terminal del proyectado ferrocarril
interocenico de Honduras, pero all falta un fondeadero como el de
Amapola y no servir para tal propsito. Despus de comer gallina
asada, tortillas y caf volvimos al bongo y remamos hasta la cercana
isla de Exposicin, en donde se encuentran ostras deliciosas en can-
tidades inagotables. Nuestros hombres comenzaron a sacarlas es-
tando la marea baja, y a la media hora tenan el bongo colmado de
estos sabrosos mariscos. El festn que despus nos dimos en la isla
del Tigre me quit para siempre la idea de que las buenas ostras slo
podan obtenerse fuer.a de los trpicos. De tal consistencia y riqueza
de sabor nunca las haba probado en los Estados Unidos.
Con un viento bonancible y hallndose el bongo cargado de os-
tras, pusimos rumbo a Amapola; y cuando bajamos las velas y
nos preparbamos para desembarcar, el infalible y despiadado chu-
basco nos mojaba hasta los huesos. La baha de Fonseca no es sola-
mente rica en moriscos de concha sino que sus aguas literalmente
bullen con una diversidad de peces para la cazuela; hay otras clases
cuyos nombres ni siquiera son conocidos. Durante las dos visitas
de varias semanas que en diferentes ocasiones hice a esta isla, no vi
aficiones piscatorias en los amapalinos; los nicos pescados que pude
comer cuando permanec en la isla fueron producto de unas pocas
horas con el anzuelo y la caa en una pequea canoa, en compaa
de mi sirviente, que no haca otra cosa que desenganchar los peces
de mi anzuelo y pasarme el cebo. Abundan los esturiones y los ti-
burones, pero hay, adems, muchos peces comestibles:percas, papa-
gayos {fuera de la baha), eperlanos y, por lo menos, una docena de
otros ms, cuyos nombres no me fue dable aprender. Un barco pro-
visto de equipo para la saladura podra realizar buenas ganancias
en esta baha. Las almejas y los cangrejos se obtienen con la nica
molestia de agacharse uno a recogerlos. Abundan las aves de caza
en las playas y en los lechos lodosos de la tierra firme; no s que haya
otro lugar ms prometedor en Amrica para la caza de becardones,
patos, chorlitos y pjaros de toda clase, que el que ofrecen las mu-
chas localidades de la baha de Fonseca. Los cocodrilos abundan.
Al ver de cuando en cuando ejemplares de ellos en las playas desier-
tas, me convenc de que stos son los mismsimos reptiles de ros de
agua dulce, cuyos ojos vigilantes y boca hrrida mostrando sempi-
ternamente los dientes, han sido blanco de tantos miles de balas a
todo lo largo del Mississippi. En la baha de Fonseca cruzan sin
temor por entre los botes anclados en Amapola y, evidentemente,
pasan sin dificultad del agua salada a las bocas de los ros y a las eos-
118
W3LLIAM V. WELLS
ios pantanosas. No estaba seguro de que los cocodrilos frecuenta-
ran la costa hasta un da en que bandonos con un amigo, llega-
mos nadando hasta una barcaza que se hallaba anclada como a unas
cien yardas de la playa, y desde all observ un tronco largo que
flotaba cerca de la orilla. Llam la atencin a mi compaero y le
propuse nadar hacia dicho tronco, cuando me hizo ver que no era
tal tronco sino un cocodrilo. Pero no cre, y pronto desapareci de
nuestra vista. Ganamos la playa, y al poco rato, lo que cre ser
un tronco apareci y habiendo pedido una escopeta le dej ir una an-
danada. Inmediatamente las aguas se agitaron con violencia y el
cocodrilo (pues tal era) se sumergi de un colazo, desvaneciendo toda
duda acerca de su identidad. Desde entonces nuestras actividades
natatorias se circunscribieron a la orilla de la playa.
Ya estaba empezando a aburrirme en la isla del Tigre. Haba
recorrido su circunferencia, cazado a todo su largo y ancho, exa-
minado sus curiosidades; con la calentura haba adquirido mi ciuda-
dana, cuya certificacin llevaba en el rostro amarillento y en mis
ojos sin brillo. Ni Robinson Crusoe, una vez que vio todo en la isla
de Juan Fernndez, se sinti ms aburrido que yo en la isla del Tigre.
O hablar de una regin alta y fresca a miles de pies de altura, adon-
de las fiebres de la costa no llegaban y cuyo clima ideal restauraba
el color a las mejillas plidas y reviva las energas quebrantadas
por las miasmas y la malaria de las tierras hmedas y bajas. Esa
era mi meta; por esa regin yo haba dejado California; y aunque
me era muy importante esperar la llegada de don Carlos, me pareca
que estaba desperdiciando mi tiempo mientras no pudiera llegar
a Tegucigalpa, cuya fama era tan renombrada y por la cual sus-
piraba como suspira el aldeano al dar la primera ojeada a su propio
lar nativo; ansiaba, ver esa ciudad perdida entre montaas, cuyo
nombre era para m desconocido hasta haca poco. Por fin, hizo
su aparicin un bote del embarcadero de Choluteca, ech anclas
en las afueras del pequeo puerto y desembarc su pasaje, que no
era otro que el seor Drdano y sus tres hijas. Su viaje haba sido
difcil y peligroso. De Nueva Orleans tardaron veintids das a vela
hasta Omoa, en el mar Caribe, y de all haban hecho el trayecto a
lomo de mula, va Comayagua y Tegucigalpa, cruzando todo el pas.
Me caus grata sorpresa ver a las tres jvenes damitas con la gracia
y las prendas que acompaan a una educacin recibida en Nueva
York y conversando en un ingls fluido, tan bien como en francs,
italiano y castellano. Tan pronto como se haba mitigado la fatiga
EXPLORACIONES EN HONDURAS 119
del viaje con un apropiado descanso, con la formal presentacin del
caso hice entrega de rais cartas, y pronto llegu a un acuerdo con
mi anfitrin.
A la maana siguiente la isla estaba alborotada. El Coman-
dante de Amapala iz la bandera nacional y abri de par en par su
pequeo comercio de licores, de cuyo negocio tena el monopolio en
la isla del Tigre, pagando al Gobierno por la licencia un impuesto
de treinta dlares mensuales. Se dispar una salva desde las puer-
tas del cuartel y la bandera de Cerdea se iz tambin en la sede con-
sular y residencia de don Carlos. Jvenes y viejos todos acudieron
al hogar de los recin llegados para darles la bienvenida y para te-
ner noticias del interior. Fue destazado un novillo que haba estado
amarrado al poste del matadero desde haca una semana en espera
del arribo de la comitiva, y su carne se distribuy entre los amigos
de la familia; por la noche la pequea ciudad se hallaba de punto
para cantar o para entonces alabanzas a don Carlos. Hasta clarear el
alba hubo fuegos artificiales y vivas, salvas de artillera, descorche
de champaa, rasguear de guitarras y alegres contradanzas y valses.
Pocas veces haba tenido Amapala un da de tanta alegra desde que
surgiera su existencia en 1846 (I) bajo los auspicios del patrn
cuya fama la poblacin estaba celebrando ahora. El Holgorio termi-
n al fin, y despus de varios das de negociaciones y arreglos, en
los cuales el mal ingls de don Carlos slo era comparable al espa-
ol de mis cartas de presentacin para la lite de Tegucigalpa, inclu-
sive para el Presidente Cabanas y varios altos funcionarios del Go-
bierno. El bongo estaba ya listo para salir hacia La Brea, puerto
de Nacaome, y la tripulacin escogida y pagada anticipadamente;
con desgano dije adis a las bellezas y expres en la debida forma
mis mejores deseos; y en esa tarde clida, y lluviosa, a las seis orden
que mi equipaje fuera conducido a la playa, donde estaba varado el
bongo del famoso "Bachicha". Repetidamente haba ordenado a
Rafael, mi fiel olanchano, que no abandonara mis cosas en la obs-
curidad y que no quitara de encima el ojo a los hombres del bongo.
El patrn me haba prometido que estara listo a las ocho, pero trans-
currido el tiempo y desconfiando del infeliz envi a Rafael a que ave-
riguara la razn porqu no haba venido por mis bales. Su res-
puesta fu que "los hombres de los bongos nunca salen al mar cuando
llueve". Era verdad que llova con furia tropical y que la noche
(1) En 1846, ao en que el autor dice que Amapala surgi a la existencia, doce
jmos despus desde su creacin en 1833, ya debe haber habido un ncleo regular de
casas y un vecindario ms o menos numeroso. V. P. Rivas, Monografa, p. 116.
120
- WILLIAM V. WELLS
pareca la ms impropia para salir, pero yo haba dicho mi adis
final y todo estaba listo para la partida; haba tomado la resolucin
de salir aunque juera por mero capricho, como se lo dije al patrn;
pero l slo dio un chupetazo ms fuerte a su cigarrillo y me dijo:
"Es imposible, seor jYo no puedo salir!
Me mir, esperando a que me encogiera de hombros y contesta-
ra, preparado l para el argumento del caso. Pero apenas haba
proferido l sus palabras cuando lo agarr a paraguazos. El efecto
fu sorprendente. La receta era hasta entonces desconocida en Ama-
pala. Del ente ms aptico y haragn de la isla, mi patrn adqui-
ri de sbito tal energa que l y yo quedamos asombrados, y en
un santiamn orden a sus hombres que llevaran mi equipaje a
bordo; se ech un trago final en el cuartel y aproximndose con aire
servil me pidi que le hiciera el favor de subir sobre sus espaldas
para transportarme por las aguas hasta l bongo. Al fin y al cabo
nada es imposible; y viendo que las cosas marchaban bien ahora,
me encog en la pequea cabina de la canoa y pronto estaba dormido,
a despecho de la cortina de lluvia y de los cegadores relmpagos que
fulminaban las montaas en la noche all tierra adentro. Todava
estaba obscuro cuando un inslito batir de remos me despert de mi
sueo febril. Al ponerme de pie vi que nos hallbamos subiendo por
un brazo de la baha de Fonseca conocido como "Estero de la Brea."
La marcha que haba tomado el bongo lo lanz hacia la orilla occi-
dental que, en la obscuridad y la neblina, me pareci una segunda
edicin de "El Tempisque" y, posiblemente, an ms desolada. Sal-
tamos a tierra todava mojados por la lluvia de la noche anterior.
Una choza rstica, pero espaciosa, conocida aqu como la aduana,
que se levanta muy cerca del agua y una docena de cabanas escu-
lidas diseminadas en un acre de tierra constituyen el poblado. Bajo
los aleros de la aduana vimos unos pocos infelices semidesnudos,
acurrucados, cuyo dbil "Adis, seor!" nos demostraba que an
estaban vivos. Mi equipaje fue sacado a tierra y luego el bongo
se aprest a regresar a la isla del Tigre. Perdido el ruido de los re-
mos, el pequeo pueblo de nuevo qued sumido en silencio inalterado,
salvo por el grito de alguna lechuza o por la ronca voz del alcaravn
en las espesuras circundantes. Rafael tom mis frazadas y con ellas
hizo un remedo de cama entre el grupo de personas que roncaban
bajo el alero, pero esa delicada y pequea atencin result intil
porque el agudo olfato de millones de jejenes no tard en descubrir
la presencia de un norteamericano de piel delgada. Dormir, o si-
EXPLORACI ONS EI HONDURAS 121
quiera permanecer quieto entre nubes de tal peste, era inconcebible;
as que, tom mi rifle y me fui por un sendero de ganado hacia una
colina cercana y, medio inconscientemente, me hall vagando en la
obscura soledad donde el zumbido de los insectos y el montono croar
de los sapos eran los nicos sonidos. Slo y contemplando medio
en sueos el "paisaje reluciente" que se perda abajo ms all de las
sombras de la noche, empec a darme cuenta de la magnitud de la
empresa que me haba propuesto. Con la partida del bongo se rom-
pi el ltimo eslabn que me una con Nicaragua y California.
Estaba ahora en tierra firme con el continente frente a m; su
anfractuosa cordillera, que divide la vertiente de los dos ocanos,
nebulosamente perfilada contra el amanecer gris y la cual tena que
cruzar para descender por ella hacia el Atlntico; y con importantes
concesiones que conseguir, de las que dependan las esperanzas de
mis amigos que estaban all tan lejos. Entre mi persona y la meta
perseguida, probablemente no habra cinco seres que pudieran enten-
der una sola palabra de ingls; y aunque el interior de Honduras es
la parte del pas ms poblada y ms civilizada, me pareca que en-
trara a una tierra desconocida, cuyo ambiente misterioso aumentara
cuanto ms profundamente penetrara en ella. La aurora tea todo
lo largo del horizonte con tintes color rosa. El bramido del ganado,
el ladrido de los perros y la incesante increpacin de los loros volando
entre los montes, impartan un ambiente ms vivo a la hasta aqu
sombra perspectiva; y al bajar al riachuelo ms prximo, llev a
cabo en el mis abluciones matinales, despus de lo cual regres a la
choza miserable, alegre y satisfecho. Rafael me haba echado de
menos y me mir con estpida sorpresa cuando, contestando a sus
preguntas, le dije que haba estado cazando. Mientras l ensillaba
varias muas que para el viaje a Nacaome yo haba tenido la suerte
de alquilar a razn de cuatro dlares cada una, me fui a la cabana
ms cercana y con un real compr un jarro de leche recien ordeada,
que con los bizcochos que haba trado de Amapola me sirvi de des-
ayuno. A las siete de la maana salimos a un terreno llano y en
apariencia frtil, interceptado por varios arroyos que desaguan en la
baha. La frescura del aire de la maana dur hasta cerca de las
nueve, hora en que el calor se volvi casi intolerable. Hasta la tribu
alada pareca haber huido hacia la arboleda espesa para evadirlo.
Con tal temperatura en octubre, se me ocurri pensar que en los
meses ms calurosos la costa del Pacfico de Honduras deber ser
una especie de averno impropio para ser habitado por seres humanos,
A media jornada pasamos por la hacienda Agua Caliente, llamada
122 WILLIAM V. WELLS
as por haber en ella una fuente termal y sulfurosa. Es de propie-
dad del seor Mariano Valle, uno de los ganaderos ms prsperos
del departamento de Choluteca.
El camino estaba aqu bordeado por el primer cerco de piedras
que haba visto yo en el pas y sobre el cual, echadas en las piedras
planas, poda verse docenas de repugnantes iguanas mirndonos
con sus ojos fijos mientras pasbamos. Estos animales aunque feos
son inofensivos y las hembras se estiman por los nativos como alimen-
to sabroso. Los bosques estacan poblados de robles, guanacastes,
unas pocas caobas, guapinoles, mangles y una infinidad de acacias
y de rboles con espinas y hojas lustrosas, cuya belleza la mirada no
se cansaba de contemplar. Bajo las sombras de los ms grandes,
se hallaban los rebaos de ganado, gordo, todo marcado en igual
forma que en California, y aparentemente con los mismos curiosos
fierros. A las diez de la maana llegamos a Nacaome, que es la prin-
cipal ciudad del departamento. Mis amigos de Nicaragua y Ama-
pala me haban dado gentilmente varias cartas de presentacin para
las personas ms importantes de aqu, sin cuyas cartas mi recep-
cin posiblemente pudo haber sido menos cordial. Nos fuimos hacia
la plaza y llegamos a una casa de adobes de un francesito deforme
llamado Caret, quien en el colmo de la afabilidad me haba dado
en Amapola una carta para su esposa recomendndome, segn dijo,
a su especial afabilidad. Yo haba cuidado esta carta de manera
especial y se la entregu a la puerta con todo el donaire que deman-
daba la ocasin. La acogida fu entusiasta y la seora me rog que
desmontara y que considerara su casa como la ma propia. Ocho
das estuve hospedado en la casa de Monsieur Caret; siempre obse-
qui caramelos a sus bulliciosos chiquillos ms, al partir hacia l
interior, mi anfitriona me cobr un precio tres veces ms que el co-
rriente, tasando quizs mi riqueza en funcin de la profusa liberali-
dad que haba mostrado. Al objetarle y referirme a la carta de su
marido recomendndome que me hospedara en la casa,
"Oh", me dijo, "aqu puede usted leer la carta si as lo desea".
En realidad, lo que Monsieur Caret hablaba en ella era de mi
bolsa repleta y de la magnanimidad de su dueo! Al tomar yo en
cuenta que no haba comido sino unas pocas galletas, que haba dor-
mido en mi propia hamaca y que para colmo me haba visto obligado
a alquilar una mula extra desde La Brea para poder transportar va-
rias cajas que el ambicioso jorohado cortesmente me haba confiado
EXPLORACIONES EX HONDURAS 325
cuando sal de Amapola, dej la casa de ste llevndome la convic-
cin de que sta era la primera vez en Centro Amrica que se haba
tratado de defraudarme.
Mi llegada a Nacaome fue motivo para que media docena de
desnudos rapaces se amontonaran a la puerta y comenzaran a hacer
comentarios sobre mi persona. Mecindome en la hamaca que Ra-
fael haba colgado en el corredor gozaba de la fresca brisa que vena
a travs de los emparrados de la ciudad, Al medioda el calor era
insoportable, pero por la tarde sal llevando un paquete de cartas de
presentacin; visit varias familias, entre las que estaba la del seor
Lino Matute ( I ) , la del seor Jos Mara Rugama ex-Ministro de
Economa del Presidente Lindo (2), y la del General Manuel Escobar,
o. la sazn Comandante Militar del departamento de Choluteca. Este
ltimo caballero ya haba recibido de Castelln cartas de Len anun-
cindole mi llegada y pidindole que me otorgara toda clase de fa-
cilidades para mi empresa. Me dio un paquete de cartas del Pre-
sidente Castelln, que esperaban mi arribo, en las que me presen-
taba favorablemente al General Cabanas y a otros distinguidos hom-
bres pblicos de Honduras. Nacaome tiene poco ms o menos tres
mil habitantes, entre los cuales hay varias familias famosas en
este pas de indiscriminadas amalgamas por la pureza de su san-
gre castellana. Varias de las mujeres son bonitas y muy blancas,
pero con ese aspecto descuidado, amarillento color de cera, que siem-
pre caracteriza a los habitantes de las tierras bajas. En los meses
de calor prevalecen las fiebres a menudo fatales, y la ubicacin del
lugar en relacin con las montaas circundantes y de las estriba-
ciones de las cordilleras hacen de l uno de los ms calurosos y desa-
gradables de la costa, ms an que la ciudad de Choluteca, que est
ms alta y ms expuesta a los efectos de la brisa. Nacaome est
en un anfiteatro de colinas, en atmsfera tan sofocante que para po-
derla respirar los extraos tienen que hacer un esfuerzo. Aqu se
vea el pequeo y sucio cuartel y el puado de soldados, vctimas
de la fiebre, cuyo tambor negro recorra el crculo de la plaza tres
veces al da, lo que demostraba que el lugar se hallaba en estado
de sitio. El General Eccobar me invit para que pasara revista de
las tropas, un da desvus de mi llegada. El concedi mucha imnor-
tancia a que un norteamericano le diera su opinin, con el deseo de
(1) Como Consejero se hizo careo del Poder Ejecutivo a fines de 1838. V. A. R.
Vallejo, Historia Social y Poltica de Honduras, p. 406.
(2) Fue Ministro General del Presidente Lindo en 1849. rbidem.
124
WILLAM V. WELLS
que cuando yo regresara a mi patria, refiriera la perfeccin de las
maniobras que haba presenciado. La verdad es que todo fue una
pobre farsa que me hizo recordar mis das de escuela cuando de
chiquillos nos ponamos a "jugar a los soldados". Sin embargo, con
jefes capacitados y con buenas armas estos hombres combaten con
un valor que su apariencia externa no revela.
No haba permanecido mucho tiempo en la ciudad cuando la
noticia de que mi empresa trataba de "comprar el pas" se haba
regado por todas partes. Entre mis muchos visitantes tuve a un
viejo salvadoreo llamado don Lucas Rosales, que despus de ha-
brseme presentado me dijo que haba sido expatriado por el par-
tido servil en razn de la participacin importante que tuvo en el
partido liberal, despus de la expulsin del General Morazn. Se
mostr extraordinariamente interesado en saber cul era el objeto
de mi visita a Honduras, haba ledo el "elogio" qiie en "Nueva Era"
de Len haba insertado mi amigo Chico Daz; ms, como mi rela-
to no le satisfaciera, me ofreci su cajita de rap y me lisonje di-
cindome cuan feliz deba sentirme al contarme entre los compatrio-
tas de Washington. A la maana siguiente fui levantado de mi ha-
maca por el sirviente de don Lucas, y me entreg una invitacin es-
crita de su amo para que le acompaara a desayunar. Y para colmo
de la gentileza, trajo un mula ensillada que me esperaba a la puerta,
de manera que por ningn punto poda excusarme. Resultado de
mi visita fu el obsequio que el viejo me hizo de una coleccin com-
pleta de antiguos peridicos guatemaltecos y hondurenos contenti-
vos de artculos de Valle, Barrundia, Cacho y Marure sobre temas
histricos de Centro Amrica, que era lo mejor que podra conse-
guirme a este respecto desde la independencia.
En dos horas de conversacin con este viejo poltico obtuve mu-
chos datos de gran valor. Pero el principal objeto de sus atencio-
nes para conmigo era obtener opinin sobre unas muestras de carbn
de piedra o de una substancia negrusca que se le pareca y que
dijo provenan de su mina cercana a la desembocadura del ro
Goascorn,* que desagua en la baha de Fonseca. Las muestras se
parecan algo al carbn caf ingls, pero sin su aspecto caracters-
tico. Me hall perplejo para dictaminar si las muestras eran piedra o
carbn; si lo ltimo, deba contener una considerable porcin de mate-
rias extraas. Vi que una muestra ardi, dej una masa de escoria
y emiti una llama pequea y dbil. Don Lucas ya haba abierto
un socavn de tres varas (como lo prescriban las leyes mineras del
pas para asegurar la posesin) y, aunque se rean de l sus vecinos
EXPLORACIONES EN HONDURAS 125
menos industriosos, estaba completamente seguro de que con el tiem-
po hara una fortuna. No poda yo contener una sonrisa al ver
la atencin ansiosa que el viejo daba a mi opinin, emitida tal vez
un poqun demasiado favorable. Evidentemente don Lucas le daba
a la opinin de un extranjero ms valor que a volmenes de elogio
de uno de sus propios paisanos. Me dijo que tena un documento fir-
mado por Mr. E. G. Squier en que opinaba que haba buena clase de
carbn de piedra en las mrgenes del Goascorn; y deseaba que yo
agregara la ma, pero no habiendo visto aquella seccin del pas, me
era imposible darla. Finalmente transamos con un cambio de fir-
mas, acto de amistad en Centro Amrica. Indudable es que existe
carbn en la vertiente del Pacfico de Honduras y El Salvador, pero
como pasa con el encontrado en los trpicos, carece de peso y de
consistencia, siendo diferente al de la Amrica del Norte. De las
ventajas que resultaran del establecimiento de una estacin carbo-
nfera en Amapala
s
con material suplido por estas minas, ya los ca-
pitalistas estn enterados por otras fuentes.
En Amapola habamos convenido con un sobrino del General
Cabanas, que iba camino a Tegucigalpa, encontrarnos en Nacaome;
varios das esper su llegada, ansioso de contar con su compaa en
este mi primer viaje en el pas. Durante esta permanencia tuve
suficiente tiempo para arreglar mis planes as como para observar
el pequeo mundo que me rodeaba. Temprano del amanecer me
iba por las mrgenes del ro y me zambulla en sus linfas claras, res-
plandeciendo alegres bajo el cielo azul entre el verdor de la arboleda;
al regresar me esperaba una taza de chocolate o de caf, luego fuma-
ba un par de cigarros en la cmoda hamaca; me pona mi sombrero de
ancha ala y sala, en busca de novedades o a corresponder algunas
de las numerosas visitas que personas gentiles, aunque curiosas, me
haban hecho. A las diez de la maana las calles solan estar total-
mente desiertas a no ser por una o dos veintenas de burros, cerdos
y perros, que al parecer eran los nicos ejemplares de vida animal
capaces de resistir el sol abrasador. Aqu, como en otros lugares
de Centro Amrica, los perros gozan de libertad para andar por la
ciudad. Muchos de estos flacos animales, Uenos de pstulas y
moscas entraban en la casa los dos primeros das y se acomodaban
alrededor de mi hamaca, de donde ni la voz de "perro!" de la se-
ora, ni el regao de las otras mujeres eran capaces de desalojarlos.
La agona de las picadas de las moscas pronto me convencieron de
que yo o los perros debamos abandonar la casa. Armado de un
leo les declar la guerra y abr la ofensiva inmediatamente, con la
125 TFILLIAM V. WELLS
sorpresa y el temor retratados en la seora, que desde su niez haba
considerado a los perros como un mal necesario e inevitable. Des-
de mi hamaca dej mi marca en los canes callejeros que, por fin,
vieron que sus antiguos privilegios estaban en entredicho; espiaban
mi llegada y me evitaban como a la peste. Cuando me cansaba de
esta ocupacin sola ceder el leo a Rafael que, parado paciente-
mente detrs de la puerta, cual otro Cerbero, estaba listo a descar-
garlo en la cabeza de los intrusos.
Una sofocante tarde me hallaba reposando, como, siempre, con-
templando las nubes que ligeras pasaban por los distantes picos de
las montaas, cuando un sirviente de la casa del seor Rugama lle-
g a caballo hasta la puerta de mi pequea residencia y, desmontan-
do rpidamente, me dijo que fuera a caballo a la casa de su amo,
cuya hijita estaba gravemente enferma. A todo extranjero en Cen-
tro Amrica se le supone Doctor, y si el viajero tiene xito alguna
vez al llevar a cabo una curacin afortunada, su reputacin queda
hecha en esos mismos instantes. Se le busca desde todas partes, y
se reclama su pericia hasta en casos en donde un fracaso podra des-
truir las esperanzas de los ansiosos padres y de los amigos de la fa-
milia. Negarse e ello es casi imposible, y cuando toda la familia
se une en el ruego, respaldndolo con un bonito caballo ensillado
que espera a la puerta, usted arriesga la prdida de la buena volun-
tad de todo el mundo por rehusarles la pequea habilidad mdica
que pueda poseer. En esta ocasin, por consiguiente, me apresur
a ir a la casa del viejo seor, donde la madre de la enferma espera-
ba ansiosamente mi llegada. La callada incertidumbre con que la
seora me miraba mientras tomaba yo el pulso de la pequea en
delirio, se me fue directamente al corazn. Yo tena que recetar
apesar de mi aseveracin de que no era mdico. Ellos tomaron lo
dicho por m como prueba de mi modestia y verdadera pericia. As,
recurr a una pequea caja de medicinas que se me prepar en Ca-
lifornia, le di mis remedios rogando en mi interior por que resultaran
eficaces, ya que saba que al menos eran inocuos. Se siguieron mis
indicaciones al pie de la letra; al siguiente da, con gran satisfaccin
y sorpresa de mi parte, la fiebre haba cedido y antes de que yo par-
tiera la enferma estaba totalmente restablecida. Desde entonces mi
reputacin me preceda a lo largo de m jira. Era yo un mdico muy
grande de incgnito y mientras ms a menudo lo negaba ms se afe-
rraban las gentes a pensar lo contrario. No mucho tiempo des-
pus cay enferma la seora Caret mientras me hallaba ausente de
la ciudad. "El Doctor don Guillermo" fu llamado apresuradamen-
te. Un gran tumulto en la casa anunci mi regreso y fui llevado a
EXPLORACIONES EN HONDURAS 127
presencia de la enferma con la debida formalidad. No -podra ahora
asegurar cuales fueron las medicinas que le d
}
-pero la premura con
que doa Mercedes se las trag me infundi tal confianza que hasta
los mdicos ms vieyos me hubieran envidiado. La enferma se res-
tableci y yo, a diferencia del Dr. Sangredo, no tengo porqu respon-
der de mis tratamientos errneos.
Nacaorne ha sido escenario de uno o dos agudos conflictos revolu~
cionarios; aqu el General Cabanas perdi algunos de sus ms bravos
oficiales. El clima del lugar y el de sus alrededores es detestado
por los extraos. Hasta los naturales no sobreviven largo tiempo
en su ambiente hmedo y caliente. El calor en el verano ha lle-
gado a ser proverbial.
Cuando ya haba resuelto hacer mi viaje solo, al sptimo da
de mi arribo lleg por tierra desde San Miguel mi amigo T.il); al
instante hicimos los preparativos para salir. La seora prepar su
mejor almuerzo y de una hacienda vecina nos trajeron muas. El
General Escobar y su squito me visitaron trayndonos otro paquete
de cartas de presentacin, que dijo pondran las mejores casas de
Tegucigalpa a mi disposicin. Durante la noche me despert al oir
un pobre rasgueo de cuerdas y un melanclico gemido de voces a
mi puerta. Era una serenata para el "doctor don Guillermo". El
canto consisti en un violento esfuerzo de cuatro voces, en el cual
los cantantes aumentaban en rapidez y en ruido en la ltima lnea de
cada verso, momento en que el conjunto profera un alto alarido;
luego sigui un interludio de guitarra y se cant despus la ltima
cancin. Varios perros y un toro bravo que estaba amarrado a un
poste en el patio vecino agregaron sus sonidos. Un manaco que
viva en la casa opuesta a la ma abri su puerta y los acompa imi-
tando a una persona a punto de ser estrangulada. Por ltimo, la
cada de gruesas gotas de lluvia despach a sus casas a los msicos
trasnochadores. Pronto el pequeo pueblo cay en su acostum-
brado silencio. A la maana siguiente supe que el conjunto musical
de la serenata haba sido contratado para festejar un bautizo y, no
poco orgidlosos de sus habilidades, sus componentes dispusieron dar
prueba de ellas al extranjero.
(1) Don Esteban Travieso fu hijo legtimo de don Esteban Travieso Rivera y de
doa Mara Josefa Lastiri Lozano, casada en segundas nupcias con el General Francisco
Morazn e! 30 de diciembre de 1825, en Comayagua, segn consta al folio 71 v. del Libro
de la administracin del Sagrario de esta Sta. Yga. CathcdL de Comayagua en que se
sientan las partidas de los que se casan en esta ciudad y dio principio a los diez y ocho
das del mes de Octe. del ao de] Sor. de mil ochocientos catorce por mi el Cura Rector
del Saco, de esta Sta. Yga. y lo firme, Josef Ramn Doblado. Este documento, descubierto
por el anotador de esta obra entre los libros parroquiales de la catedral de Comayagu
en febrero de 1943, prueba que don Esteban Travieso Lastiri fu hijastro, no yerno, del
General Morazn.
EX PL OPTACIONES EN HONDURAS 129
CAPITULO VIII
Cruzando el Loramulca y el Nacaome.Viaje por las sierras.Consejo n
los viajeros.ululas,Sillas de montar.Arrendamiento de servicios.Pla-
ceres del viaje.Baaderos.Cubiertos.Cmo complacer a don Fulano.
El llano de Nacaome.-Una cascada.Vista restrospectiva.-Pespire.Un
alcalde gentil.Mujeres hermosas.Oracin."No hay para vender' !
Competencia de natacin con las bellas pespireas.-"Adis".Productos
naturales.P j aros.
Aunque al parecer todo estaba listo para nuestra salida, no ju
sino despus de las nueve de la maana siguiente cuando dijimos adis
a nuestros amigos de Nacaome; precedidos por nuestros dos sirvien-
tes, un arriero y la carga, dejamos la ciudad hacia las elevadas mon-
taas que se erguan grises y solemnes ante nosotros. Nuestro rum-
bo era casi hacia el Norte, buscando el -paso de los ros Moramulca
y Nacaome, que juntndose a una milla de la ciudad forman un caudal
considerable que desagua en la baha, de Fonseca, cerca de La Brea.
Las lluvias de la. noche anterior haban hecho crecer los ros en
rpidos remolinos, que formaban en la confluencia una espumante
masa, cuyas ondas hacan el paso del desvencijado y viejo cayuco, ma-
teria de desconfianza si no de peligro. Hasta el correo peatn del
gobierno, para quien se supone nada hay que impida su marcha,
rehus cruzar el ro, y el Caronte del lugar nos aconsej que espe-
rsemos a que bajaran las aguas. Dej el caso para que lo resol-
viera T. . . y ste, al instante, opin por el cruce. El ro tiene aqu,
ms o menos, doscientas yardas de anchura. Varios muchachos se
baaban cerca de la orilla, se zambullan sin miedo y buceaban, for-
mando divertido contraste los copos de espuma con sus figuras brillan-
tes resplandeciendo como marsopas a los rayos del sol. El cayuco
era una mera piragua, pero en l nos metimos con todo el equipaje
y, dejando las muas al cuidado de nuestros sirvientes, nos echamos
en el ro. Con la prtiga nos dirigimos aguas arriba varios centena-
res de yardas antes de entrar directamente en la corriente. Aga-
rrndonos con fuerza de las races y de las ramas suspendidas, des-
pus de media hora nos detuvimos en un punto como a doscientas
yardas del desembarcadero. Los remeros se sentaron y ajustaron
los canales para, hacer un fuerte impulso, y cuando todo estaba listo
el de adelante dio la. seal de Hoo-pah! El cayuco se desliz por
el torrente embravecido precipitndose como una flecha. El agua
entr por ambos lados; los hombres se empearon en su trabajo como
demonios, pero a pesar de sus esfuerzos el frgil bote gir como en
150 WILLIAM V. WELLS
un vrtice. Fuimos arrastrados, impotentes, ms abajo hasta una
serie de rpidos, en los cuales la destruccin de la canoa pareca ine-
vitable; y, en verdad, estbamos completamente a su merced, cuando
un remolino favorable nos lanz como bala de can en medio de
un montn de maderos flotantes, y de ah, poco a poco, ganamos la
orilla, completamente empapados y viendo como nuestras cosas nada-
ban en el agua que haba entrado al bote. Las muas cruzaron el rio
en un punto ms abajo, con las cabezas apenas visibles fuera del
agua y resoplando como cochinos, en su esfuerzo excepcional. Mojar-
se totalmente, sea por los chaparrones o por navegar en bongo, haba
venido a ser una cosa corriente, propia del viajar en la estacin llu-
viosa; as que, sin tratar de cambiarnos la ropa, ensillamos y sali-
mos hacia Pespire, que queda a una distancia de cinco leguas, felici-
tndonos interiormente de haber escapado de ahogarnos, de lo cual,
segn opinin de T. . . habamos estado muy cerca. Mi acompaan-
te tom estos pequeos incidentes con estoica indiferencia, creyendo
que como l haba resultado ileso en las mil y una revoluciones del
pas, tena una oportunidad de igual seguridad en sus viajes por las
sierras.
Viajar por las montaas como se hace en el interior de Centro
Amrica es, en muchos respectos, igual que en los Andes.. . El camino
real es en las cordilleras meramente un trillo para muas. La nica
carretera (hecha o mejorada) en el territorio es la de la Compaa de
Trnsito, en Nicaragua, que une San Juan del Sur con la baha de
La Virgen. El gran valle de Len tiene caminos naturales que son
parejos y buenos en el verano, aunque polvorientos. Podran mejo-
rarse con poco gasto, pero all falta espritu de empresa para acome-
ter tales obras. Del camino real en Honduras parten, de cuando en
cuando, senderos laterales entre las arboledas, que conducen a pe-
queas aldeas cuya poblacin oscila de quinientos.a ochocientos ha-
bitantes. Estas aldeas se hallan diseminadas en todo el pas a dis-
tancia de unas diez leguas, de tal manera que es raro que el viajero
no pueda llegar a una de ellas despus de su jornada diaria.
Provisiones de boca tales como carne seca, queso, chicha, aguar-
diente, tiste, algunas veces carne de venado, gallinas, huevos, leche,
tortillas, salchichas, arroz y frijoles, pueden comprarse en estas al-
deas y en las pequeas haciendas durante la estacin de abundancia,
pero durante los ltimos cuatro aos, a consecuencia de la langosta
y de las revoluciones, escasamente haba lo suficiente para susten-
tar a sus habitantes, y el viajero a menudo tiene que acostarse en su
hamaca sin haber cenado y solo pensando en una mejor perspectiva
para el da siguiente.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 151
Pero el viaje a travs de las montaas es algo ameno, despus
de todo, si se cuenta con un compaero agradable, un criado razo-
nablemente honrado y el espritu despierto para gozar de los paisajes
raros y desconocidas, siempre a la vista. Uno salta de la hamaca al
rayar el da y ya el ambiente est alegre con el trino de los pjaros,
pues para llevar a cabo un da de viaje debe ste principiarse antes
de la salida del sol, para descansar durante el calor del medioda a
la sombra de la arboleda ms cercana en donde con el agua cristalina
de una fuente el sirviente prepara el tiste o el caf, mientras recli-
nado en la hamaca, entre rboles cargados de flores, uno se regodea
en el frescor delicioso; o si uno aprecia el lujo de un bao para qui-
tarse el polvo del camino, se sumerge en la linfa plateada de alguna
pequea cascada, de donde sale fresco y listo para continuar la jornada.
El viajero debe resignarse a toda inconveniencia y a toda priva-
cin, y como estas regiones se hacen cada da ms conocidas en el
mundo y estn sin duda destinadas a ser cruzadas por muchos nor-
teamericanos, tal vez sea prudente ir preparado para cualquier emer-
gencia. Fuera de las provisiones atrs enumeradas, el viajero, si
est acostumbrado a la vida centroamericana puede contar con una
comida tolerable, pero si est por "encima" de las costumbres del
pas, no debe descuidar el proveerse de cuchara, cuchillo y tenedor,
y sal y pimienta, empacado todo en una caja conveniente para viajar
y hecha exprofeso; de algunas libras de caf tostado y molido; de
igual cantidad de azcar, si es que no est acostumbrado a pasar sin
ella; de unos pepinos y de un trasto de hierro que sirva a la vez de
marmita, fridera, cafetera y ponchera. Y que no olvide el eslabn,
el apagador y la piedra de chispa; y con una provisin de tabaco na-
tivo que en realidad es excelente el extranjero puede rerse del
hambre y viajar cmoda y tranquilamente a travs de cualquiera parte
de Honduras, recibiendo cada vez los buenos das! de los nativos, y
una alegre sonrisa de las muchachas morenas en respuesta a cual-
quier galantera rstica que uno les haga, en forma de un cum.plido
o de una broma pasajera.
Recurren los hispano-americanos a la finesse y a la lisonja para
llevar a cabo sus propsitos, especialmente hacia los extranjeros.
Uno debe, por consiguiente, agarrar a don Fulano por el lado flaco
y combatirle con sus propias armas. El amor a su pas no es menos
que el que tienen los norteamericanos por el suyo. Para l los picos
pelones de sus montaas y sus cielos azules, el profuso verdor de
sus tierras bajas o la vegetacin raqutica de sus serranas, son tan
queridos como para nosotros las estimadas instituciones de nuestra pa~
152 TVTLLIAM V. WELLS
tria. Aunque la lisonja y el elogio son sus medios ms comunes de
xito, debe alabar su pas, maravillarse del paisaje, galantear a las se-
oritas y unirse en sus chistes. Quien pueda viajar un ao en Hondu-
ras sin sentirse constantemente complacido, debe ser alguien incapaz
de apreciar el lado alegre de mil incidencias y escenas. En pocas pala-
bras, una persona con una buena constitucin fsica para sobrellevar
privaciones y desgracias ocasionales, con una conciencia limpia y con
el espritu para gozar de la vida en un aspecto enteramente nuevo
y pintoresco, puede rerse en su viaje por el continente y hasta re-
ferirse despus a l haciendo los mejores recuerdos.
En un viaje por las cordilleras todas las cosas las lleva l criado,
quien cuida de las muas de carga y generalmente va media milla
delante de uno en l camino. Si el viajero tiene equipaje, debe al-
quilar una mula extra, recordando siempre que cargar una bestia
consiste en colocar el peso de la carga de tal manera que conserve
su equilibrio en los lomos del animal. No hay hotel o fonda que
abra sus puertas acogedoras a lo largo de la ruta; en las aldeas a un
extrao se le mira con sospecha, en tiempo de guerra como espa del
enemigo, o como "el Ministro", ttulo que ahora se concede a casi
todo viajero bien vestido y que tenga un pequeo acento extran-
jero en su pronunciacin.
Un sirviente es indispensable y puede conseguirse pronto en los
pueblos de la costa por $ 5.00 {duros) al mes. En l interior las
gentes todava no conocen las necesidades de los extranjeros, Vn
buen sirviente de viaje se levanta a eso de las cuatro de la madrugada
(si es que va de camino) y despierta a su patrn a la hora que ste
le indique, llevndole al mismo tiempo una taza de caf o chocolate
caliente. Esto lo bebe uno con toda comodidad a la luz de una "can-
dela", mecindose en la hamaca y alternando unas cuantas chupadas
de su "pipa digestiva". Mientras tanto, Pedro o Manuel carga y
ensilla los animales. Cuando todo est listo, se pone uno las es-
puelas y al ver los mozos partir monta y echa andar sin molestarse
en cuanto al equipaje. Eso s, cualquier instrumento cientfico que
se lleve, deber estar siempre bajo la mirada vigilante, porque Ma-
nuel es capaz de emplear el barmetro para darle unos cuantos va-
razos a la mula, o la caja del sextante para un plato de frijoles.
Las muas son para Honduras lo que los camellos para Arabia.
Sin estos animales pacientes y fuertes no habra medio de transpor-
tar mercancas a travs de las sierras. La mula se considera de ms
valor que l macho. Se la ensea un paso suave que no se conoce
EXPLORACIONES EN HONDURAS 155
juera de Hispano Amrica, que ms parece un rpido andar al que
ningn otro paso puede comparrsele. Al animal as adiestrado se
le llama, una andadora y en un da recorre sorprendentes distancias.
Raramente se les usa para carga; se les cuida bien y valen de $ 60.00
a $ 250.00. El precio corriente es alrededor de $ 30.oo en plata.
Por lo general, es preferible que el viajero las compre de una vez
cuando llegue al pas aunque pague por ellas una suma mayor, por-
que a menudo pierde su tiempo buscando animales para alquilar,
lo que va acompaado de muchas molestias. Don Fulano, con quien
uno ha hecho el trato, sale a ver a don Zutano sobre el asunto y casua-
lidad es si no se entretiene en el camino y olvida su diligencia, po-
nindole a uno en estado de incomodarse o de filosofar, como mejor
parezca. La primera leccin que un extrao debe aprender en
Centro Amrica es no darle importancia al tiempo, ya que ste es
un artculo sin valor para el espaol. El apresuramiento de uno se
toma como prueba de una mente dbil y de un carcter frivolo.
El pronto se oye a menudo, pero escasamente se practica. Si uno
es dueo de sus propias muas, puede salir a cualquiera hora y hay
muy poco riesgo de que las pierda por robo. Adems, los gastos
de alquiler de pueblo en pueblo, al final, exceden su costo original,
para no decir que a veces tomndonos como extranjeros ignoran-
tes nos endilgan animales de un trote insoportable.
La silla de montar o "montura" del pas es, en el mejor de los
casos, una parodia; que nadie se engae al ir a Centro Amrica si abri-
ga la esperanza de conseguir una buena. Las nicas sillas de mon-
tar que un extranjero puede usar son las importadas de Mxico; las
dems son burdas y mal hechas y se conocen con el nombre de albar-
das. La silla mexicana, el bocado y la barbada debern tambin
llevarse consigo al pas; el bocado es inaplicable a la mula. Asimis-
mo es indispensable llevar dos pares de arganillas de cuero porque
las alforjas de pita del pas no son a prueba de agua. Hall que
las pistolas son de poco uso despus de desembarcar uno en Hon-
duras. Excepto en tiempos de revolucin o de disturbios polticos
el pas es tan seguro para viajar como es el interior de Nueva York-
No obstante, es mejor tener armas y llevarlas en pistoleras de cuero.
Ms, la carga de un pesado revolver Colt es suficiente para destruir
el placer de viajar en cualquier pas. Mi rifle, que nunca permit
estuviera fuera de mi alcance, prob ser un estorbo excepto paro,
hacer un disparo a alguna iguana que nos observaba o para detener
en seco la carrera de un venado. En la estacin de las lluvias un
154- TVTLLIAM V. WELLS
capote de hule ser de mucha utilidad; pocos viajan sin una sombri-
lla, proteccin que es ms contra l sol que contra el agua. Los ca~
hallas son pequeos pero muy fuertes y descienden del viejo tronco
de Espaa. No se les usa, sino ocasionalmente, para fargas distan-
cias siendo preferidas las muas por su resistencia. He dedicado tal
vez indebido espacio a la descripcin de cmo se debe viajar por las
sierras, pero me excuso con la idea de que tal descripcin pueda
ser de utilidad a algn futuro viajante.
Despus de atravesar el ro Nacaome seguimos por un camino
trillado que va al pie de las regiones montaosas, a las que. nos aproxi-
mbamos. La superficie del terreno cambiaba gradualmente. Des-
pus de andar dos leguas, empezamos a subir ms rpidamente por
un sendero de montaa conocido como el camino real pero con prue-
bas evidentes de no haber sido reparado nunca. Cruzamos varios
arroyos que desembocan en el Nacaome. Algunos de stos se pre-
cipitan en cascadas desde las rocas o corren sobre lechos de piedra.
Uno de ellos corra al pie de un cerro cnico; era de apariencia tan
atrayente que paramos y preparando nuestras caas las echamos en
las pozas ms profundas y tranquilas, en donde podran frecuentar
las truchas, pero nuestras tentadoras esperanzas se vieron fallidas.
Habindose adelantado los arrieros, volvimos a montar y los al-
canzamos con las muas de carga en la cspide de un cerro, en una
densa espesura donde el silencio era slo perturbado por el sonido
lejano como el de una floresta de Nueva Inglaterra. En realidad,
el paisaje en muchos lugares, me hizo evocar los de los Estados del
centro y del este de mi patria. El rugido que cremos provenia del
viento pasando por los rboles, al doblar el camino vimos que era
un afluente del Nacaome que descenda bruscamente desde un pre-
cipicio, aventando en su cada las aguas en forma de abanico. Mi-
ramos algunos centenares de pies hacia abajo y el ruido de la cas-
cada resonaba en las colinas adyacentes. Este arroyo, como los
dems que habamos pasado, estaba crecido por las lluvias recientes.
El curso de casi todos ellos es hacia el suroeste y desembocan en el
Nacaome.
El terreno en todas direcciones daba indicios de contener mine-
rales. Se dice que aqu se encuentran palos valiosos, pero todos los
que despus vi eran del departamento de Gracias, en el Occidente de
Honduras. Desde el terreno alto sobre el que pasbamos, frecuen-
temente volvamos la vista al frondoso llano que bamos dejando.
El sol de la tarde caa de lleno sobre los variados matices de verde
que parecan reverberar en el calor intenso. Leguas ms adelante
EXPLORACIONES EN HONDCTLAS 155
se distingua el ocano azul esfumndose desde la baha de Fonseca,
y los volcanes extendindose desde El Salvador a Nicaragua, como
centinelas atalayando desde sus cspides los fecundos valles. Mil
plantas y rboles raros temblaban a la fiera luz del sol. Aqu nota-
mos cuando pasbamos:el pimentero, el tamarindo, la acacia, el bam-
b, la caoba, la ceiba, el bano, el roble, el cactus, l copalch, el
jocote silvestre, la lobelia, la lima de monte, el mstico, el zapote
y una docena de otros ms silvestres y sin dueo, retoando, copn-
dose y regalando sus frutos ao tras ao en el silencio de los bosques
tropicales.
Anocheca cuando empezamos a bajar por el lado de una em-
pinada cuesta hacia el valle de Pespire. Al pie, de nuevo nos en-
contramos con el ro Nacaome, pero el vado estaba lleno y el ro
bramaba entre las obstructoras rocas con una fuerza aumentada por
la tormenta de la pasada noche. Desde la otra orilla varias perso-
nas nos gritaban y hacan seas, pero sus voces se perdan en el
ruido de las aguas. Al fin entendimos que nos advertan que estaba
impasable, pero al tener ya formada una estimacin de las imposi-
bilidades centroamericanas, entramos por donde l vado supona ser
y pasamos al otro Ldo sin dificultad, aunque l borboteo y l silbido
del torrente hicieron que medio nos arrepintiramos de nuestra im-
prudencia antes de que alcanzramos las aguas bajas de la ribera
de Pespire,
Unos granujas completamente desnudos iban delante indicn-
donos el camino, y a los pocos minutos nos condujeron dentro de la
pequea poblacin con gritos de:
"Miren! Miren! Aqu viene el americano!"
Cuando llegamos a la plaza nos dimos de boca con l seor al-
calde, a quien reconocimos por su bastn de mando. Retorn nues-
tro saludo con una inclinacin de cabeza y nos dio la bienvenida.
"Aunque", dijo, "yo estoy obligado por la ley a investigar los
asuntos de todos los extranjeros durante el actual disturbio con
Guatemala (1) el aspecto de ustedes es su mejor pasaporte. Vayan
con Dios!".
Con esta halagea entrada a Pespire cambiamos el adis con
el amable alcalde y seguimos por una pequea calle, uno de cuyos
(1) El General Carrera, Presidente de Guatemala, hostiliz constantemente la ad-
ministracin del General Cabanas, hasta que logr derrocarlo en octubre de 1855, V,
Compendio de Historia de Honduras por el Lie. Flix Salgado. Tegucigalpa, 1928, pp.
109 111.
15G WILL1AM V. WELLS
lados estaba formado por el muro de adobe de la iglesia de Santa
rsula (De hicimos alto a la puerta de la casa de la seora Urmene-
ta. Tan pronto como nos apeamos fuimos rodeados de una mul~
titud inquisitiva, la mayora de la cual era de muchachas de mirada
viva, que de tiempo en tiempo hacan suaves y ligeros comentarios
acerca de nuestra apariencia. Una de ellas, informada por la tropa
de chiquillos que nos precedi dijo:
"Todos los americanos siempre traen rifles por el camino".
Cuando ella dijo esto ms bien con una mirada de desdn por
el cuidado que yo le prestaba a mi arma, le repliqu en castellano
con un poco de lisonja para la crtica rural; y dando un fuerte grito,
los del grupo huyeron riendo y repitiendo:
"Habla espaol! Habla espaol!" no contando ellos, cuando co-
menzaron su comentario, que podramos entenderles.
Dejamos las bestias al cuidado de los criados y entramos en la
casa, precisamente cuando la campana de la iglesia anunciaba solem-
nemente la hora de la oracin. Al instante todo qued en calma
en la ciudad. Esta bella costumbre no se observa en Honduras con
la misma reverencia que en Nicaragua donde muchos se arrodillan
y casi todos se descubren. Aqu slo fu un momento de respe-
tuoso silencio, que demostr el reconocimiento general del pueblo
hacia esta costumbre.
Tal como se nos haba informado previamente, nada poda com-
prarse con cobres en el camino. No hay, seor! era la respuesta a
nuestras demandas por comida. La duea hizo la misma rplica
hasta que T... sac unos reales de plata y entonces la memoria de
la vieja seora, como por encanto, se refresc y al instante nos sent-
bamos a saborear una cena de huevos cocidos, gallina y frijoles, a lo
que agregamos nuestro surtido de provisiones:caf, galletas, y al
final un buen trago de coac francs. Pespire es el eslabn de enla-
ce entre la ciudad montaosa de Tegucigalpa y los puertos de Ama-
pala y La Unin. Es la base de operaciones en el trfico de muas,
pues mantiene un comercio activo con Comayagua al Noroeste, con
Tegucigalpa al Norte y Choluteca al Este, tres centros comerciales
de sus respectivas secciones, en Honduras. Tiene alrededor de dos
mil habitantes. Las calles, regularmente trazadas, estn ntidamen-
(1) Es muy improbable que la iglesia parroquial del pueblo de San Jos de Pes-
pire haya tenido como titular a Santa rsula, desconocida en la toponimia religiosa de
Honduras.
EXFLORACIOTvES EN HONDURAS
157
e pavimentadas con las piedras lisas del ro. La iglesia aseada,
el cabildo y la residencia del cura prroco, todos de adobe, son los
nicos edificios que se distinguen de los dems, techados con teja roja,
por encima de los cuales como atisbando asoman las altas palmeras
y una variedad de rboles frutales con un efecto placentero y pin-
toresco. Al anochecer salimos de paseo por la Plaza a fin de com-
prar varios manojos de zacate para nuestras bestias, pero luego nos
metimos en nuestras camas de cuero, de tal dureza que nuestros ado-
loridos huesos lo testimoniaron el siguiente da, y cuya posesin dis-
putamos con las chinches toda la noche.
Salimos al despuntar la aurora y despus de mandar a las mu-
chachos al potrero a que trajeran las muas, nos desnudamos y nos
zambullimos en el ro para aplacar el calor febril causado por las
irritaciones de la noche. Toda el agua que se consume en Pespire
es llevada en tinajas de barro sobre la cabeza de las mujeres. Es-
casamente habamos salido del ro cuando grupos de estas aguadoras,
erectas y bien formadas, bajaron a las mrgenes y despus de llenar
sus vasijas imitaron nuestro ejemplo y se entregaron a la costum-
bre, inmemorial en el trpico, de darse un bao matinal. Algunas
de ellas nadaban intrpidamente en medio del torrente y chapaleaban
en las espumas como Nyades. Como mostraban una patente y to-
tal despreocupacin por nuestra presencia nos dimos el crdito de no
ser los agresores y estbamos, en consecuencia, libres de temor de
que nos calificaran cual otros "peeping Tom", de Coventry (1). Los
montes aledaos hacan eco a sus estruendosas carcajadas y hasta se
refocilaban a nuestra costa cuando nos marchamos. Le diye a T...
que este era ejemplo de una naturalidad y simplicidad de maneras
como raramente antes haba visto igual. "Oh, no", me dijo l son-
riendo:"esto es aqu corriente; usted debe acostumbrarse a nuestros
usos en Honduras". Luego record mi experiencia de bao en Ni-
caragua y desde entonces respeto a los centroamericanos por ser
la raza con menos prejuicios de la tierra.
Despus de tomar caf con leche
r
a las siete de la maana de-
jamos la ciudad; continuamos nuestro camino despus de despedirnos
del gentil alcalde y de responder con uncin al "Adis, americano!"
de la gente joven. De los alrededores de Pespire entramos a un va-
lle que se extiende frente a las sierras. El camino estaba interceptado
con hondonadas y arroyos crecidos por las recientes lluvias. Desde
(1) La historia de "Lady Godiva" est aderezada con el incidente de "Tomasito
o fisgn", un sastre mequetrefe y hurn, quien instantnea mente qued ciego al asomarse
al paso de la dama durant e su clebre paseo. N. del E.
158 WILLIAM V. WELLS
una que otra cresta de roca metlica contemplbamos, tierra adentro,
los picachos de aspecto siniestro y los cerros arbolados por los cuales,
estando ubicados al Este, era evidente que tenamos que pasar; pero
nuestras muas eran jvenes y fuertes y seguimos adelante con ente-
ra confianza. Mi criado me mostr aqu la almstiga, que crece en
pequeos racimos en todas las laderas de los cerros. Esta droga, que
se halla en varios lugares de Centro Amrica, se obtiene mediante
incisiones que se hacen en la corteza, pero hasta ahora y con excep-
cin de Guatemala, pocos esfuerzos se han realizado para su explota-
cin. No se han hecho exportaciones de Honduras ni de Nicaragua.
El cactus, en numerosas y bellas variedades, apareci a lo largo de la
ruta a veces encaramado con garbo en el pico de una roca escarpa-
da, a veces apretndose cmodamente en los nichos formados por
los paredones de granito que bordeaban nuestra ruta; algunos tenan
flores escarlatas, pero la mayora de un amarillo intenso que los ase-
mejaba, vistos desde lejos, a las calndulas.
Una variedad de preciosos pjaros pasaba revoloteando, pero
pocos de ellos eran canoros. Los nombres de algunos de stos pro-
bablemente jams se han publicado. Muchos que son familiares a
los norteamericanos se encuentran en los bosques y en las colinas al
pie de las montaas de las sierras y difieren muy poco de las espe-
cies del Norte. Aqu se puede ver el gaviln, el mochuelo, la garza
blanca, la azul, la prpura y la gris; la corneja y el mirlo, el ruiseor,
el verdern y la paloma azul o pichn, que se parece algo a nuestra
paloma domstica, el macho con su lomo color ail y su pecho mo-
rado. Generalmente se la ve sola en alguna rama retorcida, respon-
diendo con sus notas ventrlocuas a lejana compaera. El pica-madera
o pjaro carpintero de Centro Amrica, a veces se puede or en los
obscuros terrenos pantanosos picoteando atareado el rbol podrido
que le sirve de almacn. Estn tambin el cardenal con su bello
copete, el tijera, el cola larga y muchos ms, desde la vistosa urraca
al dorado chupamiel o colibr, de los que est llena h selva y en
matices y descripciones que un ornitlogo medianamente trabajador
empleara ms de un ao en poder clasificar.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 159
CAPITULO IX
Apuntes.El cerro Piln de Azcar,Cinabrio.Follaje.Paisaje agreste.
La manzanita.Un precipicio vertiginoso.La Venta.El alcalde.''El Mi-
nistro americano".Hambre en los aldeanos.Ideas del cura Ramrez sobre
el protestantismo.Cmo conseguir una comida.Pltanos.-Panorama de la
cordillera.Sabanagrande.El padre Domingo.Hacienda de La Trinidad.
Una boda en las montaas.Aventura.Un cortejo nupcial.Perdidos en
las sierras.-Tormenta de medianoche.Nueva Arcadia.Pinares.El Cerro
de Hule.Otra aventura.Vadeando el Ro Grande."Ahorcadoras".En
las cercanas de Tegucigalpa.La ciudad.Primeras impresiones.
Al penetrar por primera vez en las umbrosas selvas centroame-
ricanas, el extranjero es posedo por la mana de tomar nota de cada
cosa que oye, siente y huele; mas, al encontrar tal cmulo de hechos
con los que l no haba contado al principio, gradualmente descuida,
su registro y en sus juturas andanzas se inclina a depender de su
memoria. De tal coleccin de notas se le hace a uno difcil escoger
qu pueda gustar a los lectores, y un hecho que se hace a un lado
como frivolo por algunos de ellos puede tener para otros suma impor-
tancia. As un ornitlogo, por ejemplo, se sorprendera de la tor-
peza de que entre tal profusin de pjaros de hrillantes colores no
se hubieran registrado los hbitos y el plumaje de cada uno, e igual
observacin podra hacer el profesor de cada rama cientfica. Pero
el tiempo gastado en tales investigaciones derrotara los objetivos
que no fueran los de un cientfico y requeriran, en consecuencia,
una prolongada expedicin. Un viaje precipitado a travs del pas,
a lomo de mula, no da sino oportunidades limitadas para una obser-
vacin minuciosa, o para tomar notas en medio de las molestias de
un viaje penoso en el cual en lugar de un cuerpo de sabios, uno,
viajero incompetente y sin asistencia debe describir y confiar al cua-
derno pasajero "cada cosa" de inters. En Centro Amrica nadie
puede comprender el objeto de las preguntas que uno hace y la res-
puesta general para todo es el universal:Por supuesto! Muchas ve-
ces se ocupa una. hora de hbiles preguntas y un mundo de pacien-
cia a fin de averiguar un hecho sencillo tal, por ejemplo, la poca en
que se debe sembrar la yuca, o la profundidad de un ro en deter-
minada estacin. Desgraciado aquel que interroga si pierde su pa-
ciencia, o muestra la menor petulancia ante las respuestas tardas o
inesperadas a sus indagaciones. Se le toma entonces como un necio y,
decididamente, como persona sin seriedad.
Dejamos el pequeo valle y subimos por las colinas que rodean
la montaa chispeando aqu y all con sulfurs y en varios puntos
con muestras visibles de brozas de hierro y cobre. A ueces se ofre-
140 WILLIAM V. WELLS
dan a la vista parcelas de tierra aparentemente frtiles, con cabanas
compactamente empajadas y medio escondidas entre las maizales
ondulantes, y el platanar confundiendo su rico verdor en la brisa.
Desde hacia algn tiempo haba abandonado mi plan de tomar nota
de cada quebrada que sigue su curso hacia el mar. Entre los puntos
culminantes not un cerro inclinado, en forma de piln de azcar,
que atisbaba desde arriba conspicuamente entre los dems picos cir~
cundantes. A la distancia pareca la torre rota de un castillo, pero
por la tarde al pasar cerca de l vimos que estaba integrado de una
piedra color rojo que nuestro gua asegur era cinabrio, comprobado
por un viajero alemn, qumico de profesin, que anduvo errante
por aqu hace varios aos.
Al medioda paramos y los muchachos, ahora prcticos en l
trabajo, pronto estuvieron haciendo caf. Estbamos a una altura
de mil ochocientos pies sobre el nivel del mar. No se haba visto
hasta entonces, en nuestra ruta, pinos ni abetos. Las formaciones
del suelo eran, por lo general, de piedra arenisca, cuarzo desintegra-
do y granito. La temperatura subi a 86? Fhr. Desde nuestra
atalaya contemplamos hacia atrs los riscos montaosos por los que
habamos pasado. Un montas ms experto que yo se hubiera
sentido perplejo para sealar l camino que habamos recorrido des-
de las llanuras floridas de Choluteca hasta este clima templado de
que ahora estbamos gozando. Frente a nosotros, contra l cielo
del Este, vimos claramente la lnea de pinos que alcanzaramos al
siguiente da. Lejos, all al Oeste, los picos volcnicos de El Tigre,
Zacate Grande, Conchagua y San Miguel aparecan azules e indistin-
tos en l horizonte nebuloso, al pie de los cules en vano trat de
distinguir l mar. La falda empinada por la que el camino
se extenda nos mostraba la va, grabada en la blanca piedra por los
cascos de las bestias, ondulando como una gran serpiente.
Este punto se llama Paso de El Diablo y es uno de los ms peli-
grosos de la sierra. Es, no obstante, la ruta principal hacia el inte-
rior. Picos elevados y salientes riscos de granito gris se elevan con-
tra el cielo. Los rboles, de menor frondosidad, bastante espacia-
dos e inclinados por la fuerza de los vientos, se sostenan en escuadro-
nes dispersos a lo largo de las laderas menos precipitadas.
Resaltando como rasgo prominente entre la escasa arboleda esta-
ba la manzanita, con su tronco rojo, nudoso y torcido, apartado tor-
pemente de la perpendicular, que sala de entre las rocas y del suelo
seco y arcilloso, al parecer apenas capaz de sostenerlo. El rbol
o arbusto, escasamente es de ms de diez pies de altura. Sus ramas
EXPLORACIONES EN HONDURAS 1""
y ramillas estn cubiertas con una delicada capa blanca de una subs-
tancia como el polen que fcilmente cae al restregarla. Las hojas
son alternas, ovales, venosas, de un verde tierno en el haz y un
poco ms plidas en el envs. Tiene una flor pequea, blanca y
rosada.
Cerca de nuestro campamento haba un precipicio desde el cual
y sobre una roca desnuda que ofreca una escasa grieta para colocar
el pie, contemplamos un escarpado tajo de varios centenares de pies
de profudidad. Aqu me entretuve arrancando las piedras ms gran-
des, arrojndolas, y observando su cada hasta que el retumbo se
perda entre el murmullo de los montes all abajo. Las dilatadas
sombras nos advirtieron, finalmente, que debamos montar de nuevo
y proseguir.
Desde aqu nuestro camino fu en subida gradual, a veces cru-
zando abismos en cuyo saliente borde apenas si haba espacio para
el paso de una mula cargada. Aunque a ste se le nombra el camino
real no vimos seales de vida en todo el da excepto en las pequeas
parcelas de tierra menos anfractuosas que haban tentado al campe-
sino para hacer su casa y sembrar su escasa cosecha de maz y fri-
joles. Estos parches de verdor parecan confundirse con las nu-
bes, lejos de nuestra ruta. Al fin llegamos a un valle completamen-
te cerrado por abruptos cerros en medio del cual se hallaba la pe-
quea aldea de La Venta, situada a dos mil seiscientos pies sobre el
nivel del mar.
Varios platanares anticipaban al viajero la rstica civilizacin
de por all. El lugar era una miserable coleccin de covachas, con
cerca de seiscientos habitantes. Llegamos a la Plaza media hora
antes de que arribaran las muas de carga y nos encaminamos direc-
tamente hacia el cabildo, que se considera en Honduras como pro-
piedad pblica y es la posada en los lugares en donde no las hay. Al
desmontarnos, sbitamente cay la obscuridad sobre las montaas
y una fuerte lluvia hizo que nos precipitramos dentro de la cabana
de adobe que no mostraba piso ni paredes aparte del lodo con que
haba sido construida. Los mozos llegaron poco despus y con ellos
un seor descalzo, vestido con una camisa de algodn y anchos panta-
lones del mismo material y con la insignia de su mando un bastn
denotando ser el alcalde. Nos pidi le mostrramos los pasaportes
y en silencio esper nuestra respuesta mientras un grupo de aldea-
nos se par a respetable distancia a observar nuestros movimientos.
T. . .le dijo al alcalde que yo era el ministro americano, por lo que
el individuo abri desmesuradamente los ojos y me hizo una rev-
142
WILLIAM V. WEl LS
renda. La bsqueda de alimentos, por espacio de una hora, entre
las destartaladas chozas fu infructuosa. A nuestra urgente deman-
da de tortillas, huevos o carne de venado, la respuesta era siempre
la misma:jNo hay! Hasta el tintineo de la plata jallo para conse-
guir algo.
"Dgame" pregunt al alcalde, que ahora se hallaba envuelto en
su manta y acuclillado cerca de nuestra fogata, "cmo se las arreglan
ustedes aqu para vivir? Pareciera no haber nada para la subsis-
tencia, o tal vez sea este un tiempo de escasez".
"Seor", me respondi, "vivirnos de tortillas y pltanos y cuando
esto no se encuentra, pues hambreamos". Y el aspecto enjuto de
aquel hombre confirmaba su doloroso aserto. La lluvia caa ahora
a torrentes.
"El seor no llegar maana al Cerro de Hule", me dijo. "Los
caminos estn intransitables".
"Oh", dijo T. . . "en cuanto a eso, un "Americano del Norte"
puede ir donde quiera y ste, usted sabe, es un Ministro!"
El alcalde me mir en silencio mientras el fuego iluminaba ex-
traamente sus facciones morenas. Un seor de nariz ganchuda se
anunci ahora como el Padre Ramrez, con quien entr inmediata-
mente en conversacin. Sus ideas sobre la religin en el Norte eran
nuevas e interesantes. "He ledo", me dijo, "que ustedes en el
Norte tienen docenas de diferentes sectas y denominaciones de igle-
sias, y que cada una de ellas est a cargo de un sacerdote diferente.
Es que las gentes de su pas creen en ms de un Dios?". Su pre-
gunta condujo a una discusin divertida en cuanto a los relativos m-
ritos de las creencias modernas, y era curioso observar el revoltillo
de cosas y de absurdos que l haba acumulado en su confinamiento;
sin embargo, hasta recientemente nuestro saber acerca de Centro
Amrica era apenas ms claro que el que l tena sobre el Norte.
La conversacin condujo a un buen fin. Tuvimos el cuidado de
no ofender la dignidad del Padre Ramrez y el resultado fue descu-
brir, por su medio, algunos huevos y frijoles a los que hicimos honor
con voracidad de tigres. Los viajeros en las montaas de Centro
Amrica deben cultivar la amistad de los sacerdotes y tal conocimien-
to espiritual no pocas veces prueba ser til para hallar satisfaccin
a nuestras necesidades. Un trago de excelente coac, con que com-
pensamos el inters del cura en nuestro favor, pag con creces, su
molestia.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 145
De los largueros del techo de la choza se colgaron las hamacas
y nos echamos a dormir al calor de la fogata. Antes del amanecer,
Rafael me despert y me ofreci la usual taza de caf fuerte; y al
ver que las muas estaban cargadas y ensilladas, montamos y deja-
mos el poblado sin decir adis a nuestros conocidos de la noche an-
terior. Cambiamos saludos con varias beldades de la aldea que ve-
nan del arroyo cercano de proveerse del agua para el da, y recomen-
zamos a subir por la sierra. A las diez de la maana estbamos en
la regin de los pinares. La faja de pinos que corona todas las mon-
taas de Honduras arriba de ms o menos de 2.500 pies se halla re-
gularmente bien marcada, y parece formar un fleco a lo largo de esta
porcin de la vertiente del Pacfico. El aire, hasta cerca del me-
dioda, era fresco y confortable y el termmetro, al amanecer, marc
una temperatura de 68?
Mientras ascendamos, con frescuencia nos volvamos hacia atrs
para contemplar el panorama que creca en grandeza a cada paso
que subamos. All abajo, la masa de montaas que habamos pa-
sado el da anterior. Los volcanes de la costa se vean ahora escon-
didos en las brumas de las tierras bajas y la vista, limitada- por la
sucesin de valles y de colinas, en la distancia pareca diluirse en
una sola llanura. Riscos y ms riscos, corriendo la mayor parte hacia
el Suroeste, presentaban un cuadro magnfico y silencioso. Eran
interceptados por estribaciones ms pequeas en direccin contraria.
Siguiendo nuestra ruta cruzamos varios torrentes vocingleros en su
camino hacia algn brazo de ros ms grandes, pero que ahora sal-
taban en salvaje impetuosidad desde los peascos a las caadas, sal-
picando en rpidos de espuma.
Al medioda llegamos a una ciudad construida con sus casas
bastante juntas, con su iglesia de adobe y su Plaza empedrada, que
se llama Sabanagrande. Est a cuatro leguas de La Venta y ocupa,
como aquel lugar, un pequeo valle rodeado por un seto de colinas
pelonas. La regin de los pinos se extiende de la parte inferior de
este punto hasta ms all de las cordilleras, hacia la vertiente del
Atlntico, que es ms baja que la del Pacfico. El buen padre Do-
mingo Borjas (1) era viejo amigo de la familia de mi acompaante y,
(1) Dice el Dr. Durn que "goz de renombre como orador. Refirese que el 28
de septiembre de 1852, da en que la Municipalidad de Tegucigalpa celebraba la venida
de los pliegos que contenan el Acta de Independencia firmada en Guatemala, pronun-
cin un magnfico discurso en conmemoracin del 15 de septiembre de 1821. Algunos han
confundido este discurso con el de) 15, pronunciado en la iglesia parroquial, at ri buyn-
dole al P. Borjas el pronunciado por el P. Reyes" ante los diputados a la Asamblea
Constituyente de Centro Amrica reunida en Tegucigalpa en 1852. V. Oradores sagrados,
parlamentarios, polticos y forenses de Honduras por R. E. Durn, en la revista La Lectura,
t. I, p. 83, N^ 6 publicado el 22 de diciembre de 1917.
144 WILLIM V. 1VELLS
reconocindole cuando paramos frente a su pequea residencia, sa-
li y nos dio la bienvenida con calurosa hospitalidad. Un joven es-
tudiante, que pareca dividir su tiempo entre sus estudios religiosos
y el cuidado de las necesidades del cura, trajo los restos de la comida
de la maana, que consista en una o dos tortillas, que desaparecieron
en un santiamn. Mientras nuestras bestias pacan en la Plaza,
entramos en conversacin con nuestro anfitrin quien, como la mayo-
ra de los sacerdotes centroamericanos, era inteligente pero ignorante
en disciplinas que no fueran las propias. En xin pequeo nicho de
su estudio se vea una docena de muy manoseadas ediciones mexi-
canas y guatemaltecas de autores espaoles, y colgando de la pared
unos pocos cuadros de santos toscamente ejecutados en acuarela. Fue
aqu donde vi las primeras muestras de broza de plata y tambin al-
gunos trozos de aluminio que el "padre" me dijo provenan de una
mina cercana. Cuando supo que el objeto de mi viaje era estudiar
las minas del pas y regresar a Honduras con una gran empresa nor-
teamericana para su explotacin, se apresur a salir de la casa para
regresar pronto en compaa de varios vecinos algunos de ellos sin
ms vestuario que una camisa extremadamente corta. Estos bene-
mritos comenzaron, a una sola voz, a describir ciertas minas de plata
de las que decan eran dueos, e insistieron en que me quedara en
Sabanagrande una semana para que las visitara.
La ciudad es la ms grande de este distrito y activo centro co-
mercial del aguardiente, que se fabrica aqu y en los alrededores en
grandes cantidades. Los platanares abundan en la ciudad como en
todas las otras secciones de Honduras. El pltano es para Centro
Amrica lo que la papa para Europa y los Estados Unidos. Es com-
plemento en cada plato y se sirve cocido, asado, horneado, estofado,
frito y crudo. De acuerdo con Humboldt, el pltano tiene cuarenta
veces ms alimento que la papa, y un acre de ellos es igual a ciento
treinta y tres de trigo (1). Es fcil, pues, comprender por qu en
un clima tropical, donde la consiguiente lasitud del calor no permite
los fuertes trabajos, el cultivo de una fruta que crece tan fcilmente
como el pltano sea general.
Al viajar por las serranas los encontramos creciendo en cada
trecho de tierra. El ms pobre de los indios puede gozar de este
manjar que alcanza de los racimos dorados con solo estirar la mano,
(1) V. Humboldt, Ensayo poltico sobre el Reino de la Nueva Espaa. Sexta
edicin castellana. Mxico, D. F., 1941, . HI, pp. 22 a 25; y Vegetales indgenas de Am-
rica, estudio publicado en El pensamiento econmico de Jos Cecilio del Valle, edicin
conmemorativa de la inauguracin del Banco del Central de Honduras. Tegucigalpa, 1958,
pp. 64 a 66.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 145
y desde Guatemala a Costa Rica no jaita en la mesa de todo el mun-
do, sin importar su condicin social. Como los macarrones del La-
zaroni de aples, el pltano es artculo de consumo que a la par
que deleita es indispensable como alimento. El Padre Borjas afirma
que desde el comienzo de la plaga de la langosta las clases ms po-
bres del Estado hubieran perecido de hambre a no ser por el pltano,
y cit el hecho en la reciente invasin a Honduras por los guatemal-
tecos al mando de Guardiola, cuando los habitantes de Gracias se lle-
varon los pltanos a las montaas huyendo de las tropas y obliga-
ron a stas, finalmente, a abandonar el pas para no perecer de inedia.
Conclua sus observaciones llamando a Honduras "la Rusia de la
Amrica Central" por el hecho de que no puede ser invadida con xito
si el pueblo est unnimemente contra el invasor.
Con pesar nos despedimos del buen cura y proseguimos viaje
hacia el Cerro de Hule, e pico ms elevado de la Cordillera Occidental
.el pas. Pocas millas ms all de la ciudad pasamos por el campo
donde se libr la batalla que en 1827 sostuvieron los Coroneles Daz
y Justo Milla, dos de los principales jefes revolucionarios de aquellos
tiempos. El lugar fu bien calculado para un combate de guerrilla
y mi com.paero, con el orgullo del hispano retratado en su rostro, me
refiri algunos hechos caballerescos del combate. Fu aqu que
Morazu "el Washington de Centro Amrica", se distingui por pri-
mera vez. Descendimos por una empinada colina y arribamos a la
hacienda de La Trinidad. Al ver mi amigo un grupo de muchachas
bonitas, una activa preparacin de queques, vino de coyol, jarros de
aguardiente, vestidos nuevos y caballos enjaezados con lucidez, dedujo
que un matrimonio estaba por celebrarse. "Aja", dijo l con una
alegre risa en sus labios, "ahora estaremos contentos, amn de conse-
guir algo que comer".
Desmontamos con muchos saludos y cumplidos para estas mu-
chachas de ojos brillantes, siguiendo la costumbre del pas, pero de
repente se abri una de las puertas del interior de la casa y apareci
una vieja arrugada que nos salud con un fro:Adis, seores! fes-
pondimos, con todo el calor y presteza de hombres hambrientos, de-
sendole bienestar, pero pronto nos dimos cuenta que habamos con-
fundido a nuestra parroquiana. speramente orden a las mucha-
chas que entraran en la casa y luego contest a la splica de que nos
7~>endiera algo que comer con el corriente:Seor, no hay! Pero pudi-
mos ver a travs de un claro en el breal cercano que varias perso-
nas se ocupaban en destazar un novillo recientemente degollado y,
146
WILLTAM V. WELLS
an ms, supimos que otro estaba listo para un destino igual, por
lo que, calificando la contestacin de la vieja como el colmo de la
maldad, entramos en una larga discusin, la que no dej de inco-
modarnos.
Ms y ms perceptible se haca el palmoteo de las que echaban
tortillas adentro, y con cada cambio de la brisa el. sabroso olor de
su cocimiento y el del asado de carne gorda provocaba nuestro
apetito. Cerr la puerta en nuestras narices, y estbamos justamen-
te montando y maldiciendo con clera la casa y sus moradores in-
hspitos, cuando un suave "Sht" desde el rincn ms lejano de la
habitacin atrajo nuestra atencin. Dos ojos brillantes y vivos me
invitaron, y desmontando me acerqu al lugar preciso a tiempo para
recibir de las propias manos de la novia un buen tasajo de carne
caliente. Y esto no era todo. Volvindose regres en un instante
trayendo en una servilleta sabrosos frijoles y fritas de elote con man-
tequilla. Antes de que pudiera rendirle las gracias desapareci riendo
por lo bajo y murmurando "Vaya! Vaya!" En silencioso triunfo blan-
d el botn frente a T. .. cuyas sombras facciones se alegraron al
verlo.
Renovamos nuestro viaje y a los pocos minutos dimos de boca
con una comitiva de amigos que a caballo se encaminaban hacia el
lugar de las bodas. Aqu, al menos, no iban viejas celosas de los
extraos. Desmontamos y mi compaero me present a media doce-
na de jvenes de Tegucigalpa, todos bien apuestos y qu decir de
tres delgadas pero elegantes seoritas cuyos tupidos velos apenas de-
jaban adivinar sus negros y brillantes ojos y sus vivaces rostros de
espaolas. Una hora trascurri placenteramente bajo los pinos, y
como nuestros nuevos conocidos venan oien equipados de coac y
frutas no sentimos deseos de dejar su grata compaa. Por fin todo
el mundo mont a caballo y vimos nuestra fiesta nupcial galopar
entre los bosques, y enviarnos gritos y alegres carcajadas hasta que
desaparecieron de nuestra vista.
Empezamos a subir el Cerro de Hule, en cuyas faldas se halla
la aldea de Nueva Arcadia (1). El viento del cerro llegaba pesado
y caprichoso anunciando la proximidad de una tormenta. Brega-
mos penosamente hacia arriba por espacio de una hora, siguiendo por
(1) En las Alturas tomadas en varios lugares de la Repblica, en 1891, por Mr. Col,
que inserta el Dr. Vallejo en la pgina 4 de su Anuario, figura Nueva Arcadia a 4.165
pies sobre el nivel del mar, poblacin que se sita entre Sabanagrande y el Cerro de Hule
(meseta). Debe ser la actual aldea de Arcadia, perteneciente al municipio de Santa Ana,
departamento de Francisco Morazn. V. la Divisin Poltico-Territorial de Honduras,
Tegucigalpa, 1951, p, 36.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 147
un camino disparejo y en zigzag marcado en las rocas por el paso
de las bestias. El sol se hundi en un mar de neblinas y nubes.
Casi habamos llegado a la parte ms alta del viaje por este sector
de la cordillera. El camino, apenas visible por la aproximacin r-
pida de la obscuridad, se extenda a lo largo de un suelo casi plano
con arboledas ms espesas que en ninguna otra parte desde que de-
jamos las tierras calientes, y pareca ms bosque que cualquiera de
los pinares hasta ahora vistos. Los pinos aparecan ms sombros
en la obscuridad de la noche, que se nos vino encima acompaada
de una tormenta que arreciaba a cada rato hasta que nos vimos
imposibilitados para proseguir. A menudo nos desmontbamos y
seguamos a pie avanzando lenta y penosamente, y mojados por las
rachas de viento y lluvia que pesaban aullando en rpida sucesin
a travs de los rboles, repercutiendo estruendosamente en la mon-
taa. Vividos relmpagos, como raramente se ven fuera de los tr-
picos, alumbraban los cielos, y el estruendo de los truenos agregaba
su voz a lo imponente de la escena.
En los momentos de calma podamos percibir el tenebroso fragor
de algn torrente furioso y espumante en su lecho de rocas. Cuando
cay la noche vimos que la sierra se divida hacia la izquierda en pro-
fundos barrancos, y en nuestra ansiedad por evitarlos nos metimos
muy adentro del bosque; despus de una hora de luchar sin xito
entre rboles cados y zarzales llegamos a la molesta conclusin de
que nos habamos perdido. Como no eran todava las diez de la
noche, esperamos, con no placentera anticipacin, una noche de tor-
menta inmisericorde y una completa obscuridad, sin esperanzas de
encontrar refugio. Proseguir en esta logreguez impenetrable era
imposible, y los nativos, aunque acostumbrados como estaban a an-
dar por las sierras, no podan reencontrar el camino.
Desmontamos y cortando con los machetes las ramas ms ba-
jas a nuestro alrededor y recogiendo algunas varas y troncos podri-
dos, como pudimos en la obscuridad, improvisamos una choza y ex-
tendimos en ella nuestras mantas. Ciegos por la lluvia y los re-
lmpagos, que una y otra veces iluminaban las obscuras perspectivas
de la selva como un sbito Pandemonio, nos arrastramos, -mojados
y friolentos, dentro del miserable refugio y nos amontonamos des-
pus de intentar en vano hacer fuego con las ramas hmedas que
Vicente haba recogido. Dormir era imposible y para colmo de
nuestras desdichas, el torpe de Rafael haba hecho aicos la botella
de aguardiente al descargar una de las muas, privndonos hasta de
ese dudoso estmido. Ahora nos arrepentamos de nuestra larga per-
manencia, en la hacienda de La Trinidad alternando nuestros refunfu-
148
WILLIAM V. WELLS
os con injustas maldiciones para la casa y sus ocupantes. Con ligeros
intervalos L tormenta continu su maligna furia hasta cerca del ama-
necer, y cuando la humedad y el fro se hicieron intolerables nos
decidimos a seguir en cualquiera direccin. Era preferible cualquier
movimiento para asegurar la circulacin de la sangre que el entu-
mecimiento por la inaccin.
Las muas, que haban sido atadas con sus reatas a los rboles,
fueron cargadas de nuevo y Vicente tom la delantera; nos dirigimos
hacia el oeste en la esperanza de encontrar nuestro camino antes del
amanecer^. Mi brjula de bolsillo me permiti seguir un curso recto
y despus de una hora de abrirnos paso a travs de la montaa nos
alegramos con el Hoo-pah! Viva el camino real! proferido por el chi-
flado de Vicente. Habamos alcanzado el trillado camino, que toda-
va segua hacia arriba por la pelona cumbre del Cerro de Hule.
A medioda llegamos al pequeo villorio de Nueva Arcadia, a
4.600 pies sobre el nivel del mar. Es difcil describir la completa
miseria y escualidez de estas .aldeas de las montaas. Las gentes,
aunque en apariencia fuertes y lozanas, no estn sino a un grado arri-
ba de los brutos. Nos paramos frente a una cabana de tierra, de-
sierta, y empujando la puerta entramos con ansiedad hambrienta con
el propsito de prepararnos un desayuno. De repente T. . . dio
un salto hacia la puerta exclamando:
Caramba! Qu pulgas stas!
Ya poda perdonrsele su precipitacin; en su vestido cundan
los pequeos y rabiosos insectos, y las picadas de unos pocos que se
me haban metido en el cuello y en las mangas me convencieron de
que yo tambin estaba lleno de ellos. Olvidamos el desayuno al
instante y durante media hora nos convertimos en una especie de bai-
larines de las Islas Fij, con el gran contentamiento de los pequeos
y sucios salvajillos que, como siempre, se haban acercado a contem-
plar a los extranjeros. El termmetro, a la una de la tarde, marca-
ba 11 Fahr. Poco despus de nuestro arribo a las montaas, nos
vimos nuevamente envueltos en nubes de una lluvia pertinaz que
dur todo el da. Aunque bien pudimos haber llegado a Tegucigal-
pa antes del anochecer, propuse que hiciramos una fogata y nos
dedicramos el resto del da a secar nuestras ropas y as evitar el
riesgo de un ataque de calentura si continubamos la fatigosa marcha
entre los desfiladeros rocosos por los que segua el camino.
La aldea est rodeada de pinares que, como ya he dicho, comien-
zan a una altura cerca de los 2.500 pies y pueblan casi toda la cadena
de cordilleras de Centro Amrica. En los lugares donde no ocurre
EXPLORACIONES EN HONDURAS 149
sto se ven robles bajos y otros arbustos propios de las tierras de
altura. Los pinos de la sierra no alcanzan el tamao de los del Norte
y escasamente pasan de las veinticinco pulgadas de dimetro y de
cuarenta a ochenta pies de altura. Son de la especie amarilla y re-
sinosa, y las muestras de cortezas y madera que traje de Olancho y
de las laderas del Pacfico compiten favorablemente con los mejo-
res de los Estados Unidos. La piedra caliza (2) de las montaas,
apenas cubierta con tierra vegetal, da escaso apoyo a sus races.
A menudo pas por millas de pinos arrancados por los vientos nor-
teos, cuyas races, al parecer, se haban extendido lateralmente ms
bien que hacia abajo, prendindose entre los intersticios de las rocas
y presentando en sus extremos una masa blanca de pasta seca, com-
puesta de piedra caliza, cuarzo desintegrado y barro.
Estas caractersticas se repitieron en Ls sierras del departamen-
to de Olancho, en donde la regin de los pinares se extiende ms baja
que en la del Pacfico. El pino es, por lo general, de madera fina y
saturada de trementina, lo que da origen a grandes incendios en los
bosques. A diferencia de los de Norte Amrica, los bosques de Hon-
duras son de escaso crecimiento, los rboles se yerguen varias yardas
aparte y, por lo comn, se ahogan entre malezas. No inspiran al
viajero aquella sublime admiracin que uno experimenta al contem-
plar las grandes florestas de los Estados Unidos.
Nuestra permanencia en Nueva Arcadia todo ese da con su
noche hubiera sido positivamente incmoda con el fro a no ser por
el brillante fuego del ocote, que mantuvimos flameante dentro de la
choza a fin de fumigarla y quemar las pulgas. A las diez de la
noche mi termmetro marcaba 60, que era la temperatura ms
baja que hasta entonces haba experimentado en el pas. Un viento
helado del Este sucedi a la lluvia, que nos hizo envolvernos en
nuestras gruesas mantas. Al amanecer ensillamos y pasando por
las faldas del Cerro de Hule, nos detuvimos a contemplar el panora-
ma a nuestros pies que, con las nubes que en despacioso movimiento
colgaban de los picos distantes, pareca un ocano en plena tem-
pestad.
Dejamos la cima del Cerro de Hule a nuestra izquierda y a va-
rios cientos de pies arriba de nosotros. Estim su altura en unos
5.000 pies sobre el nivel del mar (2). La cresta del cerro presen-
il) Salvo que se refiera a las montaas en general, sorprende esta afirmacin del
Sr. Wells, pues el Cerro de Hule est formado principalmente por masas de andecita y
mantos de tobas volcnicas.N. del E.
(2) Col le cta una altura de 4.690 pies ingleses. Ibdem.
50
WTTTTA.M V. "WELLS
taba una sucesin de tierras planas y de mesetas con un suelo seco
pero frtil. Estas tierTas evidentemente eran productivas porque
se vean pequeas haciendas diseminadas a todo lo largo de su ex-
tensin. Habamos alcanzado la cumbre de las cordilleras y no pude
reprimirme de lanzar una exclamacin de alegra cuando vi el curso
de los pequeos riachuelos dirigirse aparentemente hacia el Atln-
tico. Estos, sin embargo, desaguan en el Ro Grande que pasa por
Tegucigalpa y desemboca, como el Moramulca, en el Golfo de Fonseca,
Aqu observamos pequeos rboles de guayabas silvestres, carga-
dos de frutas amarillas del tamao de un albaricoque, que se desta-
caban entre todos los dems. Su sabor, dulce y aromtico, es ms
que grato. La guayaba se come en todo tiempo. Su sabor es sa-
broso y apaga la sed; la pulpa es ms bien glutinosa pero firme y
cuando est en la boca se deshace; las frutas se abren fcilmente pre-
sionndolas con los dedos. Se les cultiva en las tierras bajas, donde
llega a ser de mejor calidad que cuando crece silvestre en las tierras
altas. El rbol es desgarbado, achaparrado y con pequeas hojas
obtusas.
Nuestro rpido viaje a travs de este terreno plano e interesante
era un agradable contraste con las fatigosas jornadas por las empi-
nadas montaas. El resto del viaje sera ahora cuesta abajo hasta
Tegucigalpa, por lo que apresuramos nuestras cabalgaduras en una
alegre anticipacin del gozo de las comodidades de una vida civi-
lizada. Los llanos se extienden por varias leguas con bastantes r-
boles y agua, con los mismos productos de las zonas templadas y
todo lo que crece en profusin en las regiones del trpico. Aqu vi,
por primera vez, que se cultivaban las papas irlandesas; su mercado
es Tegucigalpa, donde se compran como una rareza por algunas de
las familias ricas. Los cereales se cultivan tambin en estos llanos
de altura. La vista era sorprendente para uno a quien se le haba
enseado que Centro Amrica era el lugar de nacimiento de las pla-
gas y de las fiebres.
Toda la extensin era de un verde esmeralda, moteada por las
cabezas de ganado caballar y vacuno que all pacan. El canto de
los gallos y los muchos ruidos de una vida activa nos indicaban que
la escena era de industria y de economa. Pasamos por veintids
pequeas fincas, cada una de las cuales era el centro de un pequeo
campo cultivado y tena su hato de semovientes, representado por
cerdos y aves de corral; no faltaban los gritones mocosos; todo era
un contraste agradable con las chozas desvencijadas que habamos
visto desde que salimos de la costa. El aire era fresco y estimulante.
EXPLORACIONES EX HONDURAS
151
Este es uno de los puntos ms altos a que haban sido llevados los cid-
tivos en Honduras. Desde, aqu el descenso era rpido, el camino
bordeando un precipicio de varios centenares de pies de profundidad
y ofreciendo un panorama cerril pero extremadamente pintoresco.
Despus de una bajada abrupta por un camino de herradura rstica-
mente construido, llegamos al Ro Grande. Ya nos habamos dado
cuenta, por el ruido tumultuoso que se perciba desde all lejos en la
sierra, que sus aguas estaban extraordinariamente crecidas. Nos
aproximamos al ro por una senda zigzagueante hecha-en calizas are-
nosas. Encontramos un profundo ro corriendo entre grandes ro-
cas y enormemente acrecentado por las lluvias torrenciales.
Un grupo de porquerizos se hallaba descansando en sus mr-
genes en la espera de que bajaran las aguas, que en Honduras suben
y bajan con marcada rapidez bajo la influencia de las lluvias. T. . .
nos propuso nadar y cruzarlo de parte a parte por uno de los rpi-
dos ms suaves para provocar la sorpresa de los nativos y acariciar
la posibilidad de llegar a la ciudad antes del anochecer. Nos sumer-
gimos para conocer su profundidad, pero pronto estbamos de regre-
so; pero mi compaero, que haba entrado ms y estaba asido a una
roca, por poco se suelta con riesgo de ser arrastrado por la corriente.
Luchamos contra sta sin resultado y regresamos a las mrgenes, can-
sados y abatidos; los porquerizos rean, y apenas habamos comenza-
do a vestirnos cuando una sbita tormenta nos cay, teniendo que
guarecernos en una vecina espesura, bajo un acantilado. Aqu T. . .
en su apresuramiento espant un nido de avispas negras, vindonos
obligados a correr de nuevo hacia una choza que estaba a unos pocos
centenares de yardas ms abajo; los nativos gritaban carcajendose,
y tenan razn ya que nuestro aspecto no era para menos. T. . .no
les dijo a estas gentes que yo era el Ministro, por razones obvias. Los
muchachos descargaron las muas y pronto estbamos rindonos de
nuestra aventura. Di gracias de que nuestras asaltantes no hubie-
ran sido las temibles ahorcadoras de las cuales T... me dio una com-
pleta descripcin. En el trabajo de Conder sobre Mxico y Guate-
mala, a pgina 186 se les describe como "una especie de avispas vene-
nosas llamadas "ahorcadoras" porque el singular remedio que se cree
nico para contrarrestar los fatales efectos de su aguijn es el de su-
mergir al paciente inmediatamente en el agua, o el de apretarle el cue-
llo como lo hara un ahorcador, hasta dejarlo casi exhausto". La due-
a de la choza nos prepar una aceptable comida y pocas horas des-
pus, habiendo bajado el ro, ensillamos e hicimos nuestra salida final
hacia Tegucigalpa, donde el Presidente y funcionarios del Gobierno
se haban establecido desde haca varias semanas (1).
(!) El asiento del Gobierno ora Comayagua.
152
WTLLIAM V. WELLS
De aqu la distancia a la ciudad es de tres leguas. A cada vuelta
del camino encontrbamos pruebas de la vecindad de an pueblo flo-
reciente. .Patachos de muas cargadas con productos del pas pa-
saban tranquilamente hacia el mercado. Casas de campo bien dis-
puestas, entechadas con hojas de palma o rsticamente entejadas se
vean a lo largo del camino, que ahora era plano y bien construido.
Hombres a caballo que regresaban a la ciudad de visitar alguna finca
de los alrededores, galopaban alegremente y echaban un segundo
vistazo a nuestra pequea y descolorida cabalgata. Peatones lle-
vando cargas de legumbres y de frutas sobre sus cabezas nos daban el
imprescindible Buenas tardes, caballeros! mientras pasbamos. La
regin pareca hallarse prspera y feliz y casi inadvertida de los dis-
turbios polticos que caracterizan su historia. Con la excepcin de
los hombres a caballo, todos los dems que viraos iban "sin zapatos".
Mientras caminbamos por una pequea colina, T. . . llam mi
atencin hacia un claro en los rboles a travs del cual obtuve mi
primer vistazo de Tegucigalpa, situada en la extremidad Noroeste
del extenso llano, conocido con el nombre de "El Potrero". El sol
acababa de salir tras un banco de nubes cargadas y las torres blancas
y los campanarios de la ciudad brillaban en la tarde a la luz del sol.
Un magnfico arco iris tenda su comba en el valle y el verdor de las
montaas adyacentes, mezclado con los tintes purpreos del declinan-
te da, aumentaba el encanto del paisaje, inseparable de estas recn-
ditas reliquias de los mejores tiempos de Espaa. Continuamos nues-
tro viaje por una sabana adornada de flores y moteada de cactus. A
intervalos echbamos un vistazo a la ciudad por entre el follaje; el
crecido nmero de personas nos haca ver que era da de fiesta y
mientras ms nos aproximbamos al lugar el taido de las campa-
nas nos llegaba dbil y musical a travs de la brisa. El llano por
el cual nos acercbamos a la ciudad es rido y seco durante la esta-
cin del verano. Aqu el General Cabanas con doscientos hombres
fu derrotado en 1838 por ochocientos guatemaltecos (1).
Llegamos ahora al Ro Guacerique, que fluye lentamente por un
terreno plano y desagua en el Ro Grande cerca de la ciudad. Este ro
lo vadeamos fcilmente y en la ribera opuesta nos encontramos con
varios ciudadanos a caballo, quienes al ver a T. . .(yerno del Gene-
ral Morazn) lo rodearon y cambiaron saludos con l. Cuando les
(1) Se refiere a la accin del Llano del Potrero librada el 31 de enero de 1839,
ganada portel Coronel Manuel Quijano con fuerzas muy superiores a las de Cabanas. V.
Datos Histricos y Geogrficos sobre el Municipio de Comayagela. Tegucigalpa, 1900,
p. 35.
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EXPLORACIONES EN HONDURAS 155
fui presentado se volvieron jormando una especie de escolta triunfal.
En alegre galope arribamos a la pequea ciudad aledaa de Comaya-
gela (1). Tiene sta distinta jurisdiccin de la de Tegucigalpa, y
hallndose situada romnticamente, por las tardes es el punto de reu-
nin de los ciudadanos. Llegamos y cruzamos por el puente de pie-
dra que atraviesa el ro a la entrada de la ciudad. El Ro Grande
aumentado con las aguas del Guacerique y las del ro Chiquito, baja
del parte-aguas divisorio entre Yoro y Tegucigalpa y cae al ro Na-
caome (2), El puente tiene diez arcos y los estribos tervnan en
jilo para desviar la fuerza de las aguas; el viejo puente que constru-
yeron los espaoles fue arrastrado en 1830 (3) despus.de lo cual, se
me dijo, el actual fu construido por trabajadores de Guatemala.
Aqu es donde comienza la ciudad de Tegucigalpa.
Entramos por una calle pavimentada bordeada de casas bonitas
de piedra y adobe rebocado, y las paredes pintadas de azul, rojo, cre-
ma o blanco segn el gusto de sus propietarios. Los balcones con
rejas; estrechas y herbosas las aceras; los techos entejados, los patios
empedrados, el estilo peculiar y sencillo de la arquitectura, el grito
de los vendedores ambulantes, el despliegue ecuestre y los rostros
de ojos negros, con mantilla que contemplan indiferentes desde las
residencias fras como prisiones, me hicieron recordar ms a La Ha-
bana que ninguna otra ciudad que yo hubiese visto en Centro Am-
rica. La falta del eterno estrpito de las cornetas y los tambores
y la ausencia de los volantes de Cuba, sin embargo, pronto destru-
yeron en mi imaginacin el parecido.
Todas las calles de Tegucigalpa tienen nombre, y la ciudad rae
impresion a primera vista como una excepcin a las consabidas ciuda-
des centroamericanas, arruinadas y de apariencia desierta. Esta es
el cuartel general de la moda y de la elegancia en Honduras. Mis
(1) Oficialmente se llamaba Villa de Concepcin y gozaba de los privilegios que
a esta clase de poblaciones corresponda, segn decreto de 23 de junio de 1849. Elevada
a la categora de ciudad por otro decreto del Congreso de 10 de abril de 1897 se le r es-
tituy el antiguo nombre de Comayagela. V. Datos histricos ci t , pp. 159 y 170.
(2) Es una confusin decir que el Ro Grande cae al Ro Nacaome.N. del E.
(3) La construccin del puent e se proyectaba desde el ao de 1789, pero no se
resolvi definitivamente hasta en 1817, siendo Alcalde Mayor D. Simn Gutirrez. Su-
cedi a ste el Lie. D. Narciso Mallol, quien ya encontr acopiados los materiales e i m-
puls los trabajos a tal grado que en 1819 casi estaba concluida la obra. El 23 de octubre
de 1822 una avenida del Rio Grande derrib dos de los ocho arcos que entonces compo-
nan el puente; emprendida su reconstruccin no fu terminada hasta en 1832. Una nueva
avenida del ro dividi el puent e en tres partes el 12 de octubre de 1906, volviendo a
reconstruirse durant e la administracin del Gral. Miguel R. Dvla. V. Revista del Ar-
chivo, t. n i , p. 117.
154- WILLIAM V. WELLS
cartas de presentacin ms bien eran fuente de perturbacin, porque
al primero a quien yo me presentara, en cumplimiento de la costum-
bre establecida me considerara como su husped durante mi perma-
nencia.
Del grupo de ellas, finalmente, seleccion una del Presidente Cas-
telln para el hospitalario seor Jos Mara Lozano (1) uno de los
ms ricos vecinos de Tegucigalpa. T. . ., que era sobrino del seor
aprob mi eleccin y nos encaminamos hacia la Calle de Morazdn (2)
contestando mi compaero los atentos saludos que le daban de todos
lados. Entramos a la calle pavimentada, y ms adelante, por la ven-
tana de la sala, con rejas, vimos por un momento, y desaparecer lue-
go, las cabezas de dos seores ya de edad. Al rato el propietario de la
mansin sali a la calle y estrech afablemente la mano de mi com-
paero. Tan pronto como fui presentado, la casa con todo su con-
tenido fu puesta "a mi disposicin".
Cuan grata para nuestras piernas adoloridas y para nuestras
sienes ardientes fu la quieta frescura del corredor de la residencia
de don Jos Mara! Habindonos quitado nuestra sucia y hmeda
ropa y cambiado por otra presentable, nos echamos placenteramente
en las cmodas hamacas a gozar de un tiste y de la agradable con-
versacin de la Nia Teresa. Como T. . . me lo haba asegurado,
hall que mi nombre me haba precedido y los visitantes que ocupa-
ron mi tiempo hasta por la noche insistan en llamarme "Doctor" y po-
nan sus casas a mi orden. Desde haca tiempo que haba aprendido
el estilo formal que se usa en el pas, y con un cambio de cigarros
y dejando repetidamente mi hamaca para corresponder los muchos
saludos, estbamos sinceramente satisfechos cuando lleg la hora de
dormir.
(1) Don Jos Mara Lozano, casado con doa Tomasa Travieso y abuelo paterno
de D, Julio Lozano Daz.
(1) "Calle del Jazmn o de Morazn" se le llama en la escritura autorizada por
el Juez de 1"? Instancia del Departamento de Tegucigalpa el 31 de enero de 1878, relativa
al traspaso de la casa donde actualmente se halla la Biblioteca Nacional. Probablemente
se llam (Je Morazn por estar en la misma calle la casa que, estando en construccin,
compr D. Eusebio Morazn a D. Antonio Po Ortiz el 12 de junio de 1795, la mismr
donde el General Francisco Morazn pas su niez y juventud.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 155
CAPITULO X
Entrevista con el presidente Cabanas.Aspecto personal.Su opinin sobre
Olancho.Pasado y presente de Tegucigalpa.Iglesias."La Parroquia".
Serenata.Escenas domingueras-La plaza del mercado,La maana.
Men.Licores.Chocolate,Pan.Papas.Modales en la mesa,Sirvien-
tes.Estilo arquitectnico.Cortesa en las visitas,Flores y jardines.
Pjaros,Mezclas.Celos de los negros.El Partido Liberal.La salud de
los nativos.Correos.Diversiones.Pereza citadina.
Durante los pocos das que estuve cambiando visitas y entregan-
do cartas de presentacin, tuve la oportunidad de estudiar el carcter
y los Hbitos de este pueblo aislado, en el cual ya haba hecho varias
valiosas amistades. Decid ahora exponerle al presidente Cabanas
el objetivo de mi visita a Honduras. Yo tena noticia de que l com-
prenda mis puntos de vista, y que haba expresado su intencin de
favorecerlos.
Al saber que el presidente estara desocupado a las diez de la
maana, fui con T... a la Casa de Gobierno, situada en la margen
norte del ro, y viendo directamente hacia el puente. Un centinela
estaba a la puerta y present armas cuando pasbamos hacia el co-
rredor interior, pavimentado con losas cuadradas y al cual daban
varios apartamentos ocupados por oficiales militares y civiles. La
casa era la ms espaciosa y de mejor aspecto que hasta entonces haba
visto. En el patio de abajo crecan varios hermosos rboles. Unas
gradas de piedra conducan de este patio a varios cuartos de la se-
gunda planta; la casa era de alto y era cuidada con especial inters,
pues haba sido antes propiedad y residencia del General Morazn,
que era nativo de Tegucigalpa (.1).
Yendo por el corredor vino a nuestro encuentro un sirviente, que
con especial cortesa nos condujo a un apartamento amplio y agra-
dablemente fresco; el lado occidental de ste se abra, por dos grandes
puertas batientes, hacia un balcn, desde donde la esposa del Gene-
ral Morazn (hijo del ex-Presidente de Centro Amrica) contem-
plaba el paisaje (2). Ella salud con toda cortesa, y justamente ter-
(1) La vieja casa de dos pisos que se alzaba en la esquina suroeste de la man-
zana donde ahora se yergue e! moderno edificio del Banco Central de Honduras, per t e-
neci a D. Dionisio de Herrera; pero no puede descartarse la posibilidad de que el Ge-
neral Morazn residiera en ella alguna temporada.
(2) De los dos hijos varones que se conocen del General Morazn parece que slo
uno contrajo matrimonio; el Otro, el General Jos Antonio Euiz, debe de haber muerto
soltero. El autor se refiere, indudablemente, a doa Carmen Venerjo Gasteazoro, esposa
de D. Francisco Morazn Moneada.
156 WILLIAM V. IVELLS
minaba de darme la bienvenida a Honduras desando que mi empresa
tuviera xito, cuando un ayudante nos anunci que l seor Presi-
dente tendra placer en recibirnos.
Una cortina de damasco rojo, descolorida, colgaba de lado a lado,
y serva para separar la oficina de la sala. Fu descorrida y, cru-
zando entre sus amplios pliegues, entramos a un pequeo gabinete.
El mobiliario consista en unos pocos escritorios repletos con expe-
dientes, una gran mesa y escaso nmero de sillas, que mostraban
su mucho uso. T..., que era pariente de l, se adelant y me pre-
sent al seor Presidente. Estaba sentado frente a su escritorio y
cuando entramos dirigi la vista hacia nosotros. Cabanas en este
tiempo tena cincuenta y dos aos, (I) pero las zozobras y penalida-
des de su vida militar haban arrugado sus facciones. Sus compa-
triotas siempre han tenido una inconmovible confianza en su ges-
tin pblica, a la que, aun los peores enemigos de su poltica liberal,
nada le pueden tachar ya que se inspira en los ms sanos propsitos.
Cuando le agradec sus gentiles expresiones de bienvenida, tan "an-
tiespaolas" en su evidente sinceridad, sent que cuando menos es-
taba frente a un hombre cuya carrera pblica no haba sido mancha-
da por una sola crueldad o rebajada por un slo acto traicionero o
indigno.
Durante L conversacin, tuve la oportunidad de verificar los
varios informes que sobre su aspecto personal se me haban dado.
Su estatura, ms bien diminuta, estaba compensada con su esbeltez
extraordinaria, y en la pltica sus ademanes armonizaban con el jue-
go inteligente de su fisonoma. Es, en verdad, un noble ejemplo de
varn, pletrico de tranquila dignidad. Sus ojos son dulces, obs-
curos e inteligentes. Sus cabellos, otrora color castao, son ahora
blancos y largos, mientras su barba, patriarcal por su longitud y co-
lor niveo {la que, de acuerdo con su promesa solemne, no se ha cor-
tado desde la muerte del General Morazn) imparte un inters adi-
cional a la expresin triste de su rostro. Cabanas est cubierto de
heridas, que recibi en innmeros combates, muchos de ellos perdidos
en la historia del pequeo teatro de guerra donde ocurrieron,
pero casi increbles por su fiereza salvaje y por la profusin de la
sangre derramada.
El Presidente recibi mis cartas y expres hallarse favorablemen-
te dispuesto a la participacin del capital y empresas americanas para
el desarrollo de los recursos naturales de Honduras. Se refiri a su
(1) El General Jos Trinidad Cabanas haba nacido en Tegucigalpa el 9 de junio de 1805
EXPLORACIONES EN BONDL'RAS 15?
determinacin reciente de enviar al seor Barrundia a los Estados
Unidos con plenos poderes a jin de que negociara una extensin de
privilegios especiales para los ciudadanos de la Amrica del Norte,
y lamentaba el deceso inesperado de su emisario en los, momentos
en que el objetivo de su misin estaba casi alcanzado. Habl en par-
ticular del departamento de Olancho y del jamoso ro Guayape, y
despus aconsej a T. . . para que me disuadiera de mi proyectada
visita, porque sus habitantes, separados del resto de la repblica
por una jormidable barrera de montaas, considerndose desde la
Independencia en 1821 como una especie de entidad democrtica
autnoma, rehusaban contribuir a los gastos pblicos y reciban a
los extraos con recelo y sospecha. En verdad, durante esta entre-
vista dos veces se manifest l decididamente en contra de mi proyec-
to de ir a esa regin desconocida de Centro Amrica, con cuyos habi-
tantes el Supremo Gobierno haba estado reiteradamente en pugna,
en cuanto a los impuestos decretados para el sostenimiento de la se-
guridad colectiva y quienes, recientemente, haban llegado a levan-
tarse en armas con el jin de rechazar a los oficiales de reclutamiento.
El, no obstante, admiti que yo, con cartas amplias y explcitas y un
grado razonable de prudencia, podra visitar las propiedades de los
Zelaya en Olancho, ser recibido cordialmente, y tal vez hasta sus-
cribir con ellos importantes contratos en relacin con las clebres
regiones aurferas del Guayape. Esto, sin embargo, siendo desde
tiempo inmemorial prerrogativa de los habitantes indgenas civiliza-
dos de aquella porcin del pas, podra provocar recelos de su parte.
Estos y otros pormenores de informacin obtuve de Cabanas quien,
estoy seguro, habl francamente y con toda sinceridad. Era obvio
que su informacin respecto a aquel punto remoto de Honduras era
incompleta. Admiti que nunca haba estado all y vi que este
era el caso con todos los jefes militares del Estado, exceptuando el
General Morazn, quien penetr en Lepaguare con unos pocos acom-
paantes en 1829 y suscribi un pacto con los olanchanos (1).
(1) Mani r dice en sus Efemrides que el 21 di; enero de 1830 "se consigui la
completa pacificacin del Estado de Honduras por medio de un tratado que ajust el
General Morazn, con los sublevados del departamento de Olancho en el paraje llamado
Las Vari t as del Ocote."
158 VCTT.T.TAT\T V. "WELLS
Como mi primer objetivo era obtener permiso del Supremo Go-
bierno para hacer exploraciones y comenzar a firmar contratos con
los nativos de Honduras, y despus el de visitar las regiones aur-
feras sobre las cuales haba odo vagos relatos desde mi llegada al
pas, no tena urgencia en dejar Tegucigalpa sin antes hacer el in-
tento de conseguir del Gobierno algunos privilegios esenciales.
Habiendo discutido sobre estos temas, el General se refiri a los
Estados Unidos y a la poltica del gobierno americano hacia Centro
Amrica. Sus frecuentes entrevistas con Mr. Squier en Comayagua
y Gracias, le haban capacitado para tener un criterio medianamente
correcto sobre nuestro pas. Yo estaba convencido de que Cabanas
hara cualquier sacrificio por estimular el capital norteamericano en
Honduras. Adems de su mediacin para que se aprobara la contrata
para la construccin del Ferrocarril Interocenico, l ha hecho todo lo
posible, respetando el honor de la nacin, por abrir el territorio a la
inmigracin. Treinta aos de incesantes servicios en las contiendas
polticas del pas, le haban convencido, como tambin a otros mu-
chos estadistas prominentes de Centro Amrica, que slo con la su-
peracin, energa e inteligencia de los norteamericanos y los europeos
ser que los recursos de estas repblicas podrn ser desarrollados
plenamente. Se manifest anuente a dar su apoyo a toda negocia-
cin honorable con nuestros compatriotas, pero oponindose de modo
implacable a todo intento filibustero contra Centro Amrica. Des-
pues supe que las noticias del plan colonizador del Coronel Kinney
haban llegado recientemente a Tegucigalpa y que personas dispues-
tas a restar confianza a mis proyectos haban influido para que Ca-
banas me asociara con tal plan. Esto retard mis operaciones, es-
pecialmente con los opositores ms virulentos a los norteamericanos
en Centro Amrica.
Era ya tarde cuando me desped de Cabanas; desde entonces
tengo motivos para guardarle un afecto tal que solo su bondad de
corazn y conducta gentil podan haberlo creado.
Tegucigalpa, aunque no es el asiento del gobierno de Honduras,
es la ciudad ms grande y de ms importancia en la repblica. Su
poblacin es hoy de 12.000 habitantes (1) y se halla compuesta
(1) Segn el censo levantado por el Sr. Obispo Fr. Fernando Cadianos el ao
de 1791,^ el curato de Tegucigalpa tena 5.431 almas. La Matrcula (le la poblacin de
las Provincias de Honduras, hecha por el Gobernador Intendente D. Ramn de Anguiano,
figura la Subdelcgacin de Tegucigalpa con 14514 almas; y el censo de la Villa de Te-
gucigalpa, levantado el ao de 1821, pocos meses antes de proclamarse la independencia,
ascendi a unos 8.000 habitantes, 'De manera que el clculo consignado por Wells anda
muy cerca de la verdad. V. Vallejo, Anuario estadstico, pp. 107 y 128.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 153
de una mitad entre "mestizos" y mulatos y otra mitad entre blancos,
negros, cuarterones e indios. Los blancos puros estn en pequea
minora. La ciudad, que est regularmente trazada, tiene alrededor
de dos siglos de existencia (1) y ju conocida en los das de los pri-
meros colonizadores espaoles con el nombre de Taguzgalpa. Desde
la. Independencia su poblacin ha disminuido debido a la emigra-
cin de las familias aristocrticas espaolas, cuya riqueza, acu-
mulada con el producto de las clebres minas de plata del departa-
mento, ju repentinamente trasladada a Espaa y La Habana (2).
Con su juga y el comienzo inmediato de las guerras, que acabaron
por menguar las energas del pas, la industria minera del departa-
mento termin. Los negros, que haban trabajado los "minerales"
como esclavos, se convirtieron mediante un decreto legislativo en per-
sonas libres (3) y los mineros, desanimados con los impuestos, aban-
donaron sus labores. Los trabajadores de las minas jueron reclu-
lados a la juerza para las pequeas luchas entre los Estados. Las
minas jueron abandonadas o soterradas a propsito par sus dueos,
que. no obstante, han retenido su derecho sobre ellas, ao con ao.
Con la decadencia, en esta rama de la industria, que haba servido
pora sustentar al pueblo, la ciudad decay tambin viviendo en una
quietud somnolente, de la cual an no se recobra. Tal es el presente
estado de Tegucigalpa, otrora la. ciudad minera ms importante de
la Amrica Central. Sus iglesias grandes slidamente construidas,
y sus residencias particulares, son hoy apenas tristes reliquias de su
antiguo esplendor, que atestiguan por s mismas el deterioro que ha
sufrido en un cuarto de siglo de indolencia. Varias minas han sido
reabiertas en los ltimos diez aos y se han reanudado las operacio-
nes, pero los dueos no tienen los medios, la informacin, ni la ener-
(1) El Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa, como primitivamente se
llam esla poblacin, comenz a poblarse de espaoles hacia 1578, con motivo de ha-
berse descubierto ricas minas en su territorio. V. la relacin del Gobernador de Hon-
duras Alonso Contreras de Guevara fechada el 20 de abril de 1502: documento N' 21 de la
Rplica de la Representacin de Honduras al Alegato de Guatemala. Washington, D. F.,
1932, pp. 272 y 274.
(2) En la "Relacin de la calidad y cantidad de las minas de la Provincia de Hon-
duras", que h7.o a Felipe II el Alcalde Mayor Juan Cisneros de Reynoso a principios
de 15B1, las actuaciones aparecen fechadas "en el Pueblo de Comayagun Tegucigalpa:" este
nombre compuesto debe haber sido el primitivo que tuvo la ciudad capital de Honduras.
ArcIti\(o Trullas, Guatemala, 55.
Diez aos despus, en el ttulo del terreno Supelecapa, aparece escrito el nombre
Tegucigalpa exactamente como ahora se usa. Archivo Nacional de Honduras.
(3) Por decreto de la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias Unidas
de Centro Amrica emitido el 17 de abril de 182-1 a propuesta del Diputado por Chimal-
enango, Prcsbo. Dr, Simen Caas, declarando que son libres los esclavos de uno y otro
sexo, y de cualquiera edad, que existan en cualquier punto de los Estados federados de
Centro Amrica: V. Manir, Efemrides, p. 18.
160
WILLIM V. WELLS
ga de sus antepasados, y sus mtodos no son sino una dbil imita-
cin de los que emplearon los viejos espaoles.
Durante mis dos visitas a Tegucigalpa y sus alrededores, en las
que gast casi dos meses, hice gran acopio de notas y extractos de
las obras espaolas y guatemaltecas relacionadas con la historia de
las minas de plata y la condicin poltica del pueblo. El pas des-
crito es uno cuyos recursos, unidos a un clima templado, son a pro-
psito para atraer la atencin de los norteamericanos; y razonable
es suponer que eventualmente llegar a ser poblado por la raza an-
glosajona, por el hecho de que'nuestras gentes pueden vivir ah todo
el ao sin preocuparse por su salud.
Los edificios principales de la ciudad son sus pocas iglesias y vie-
jos conventos, ahora despojados de sus antiguas riquezas, pero que
todava preservan el estilo medio morisco de su arquitectura. La
mayora de ellos ha sido tristemente descuidada. El edificio ms
grande y ms venerable es La Parroquia, que ocupa el lado Este de
la Plaza del mismo nombre, tan solo superada en las cinco repblicas
por las catedrales de Len y Guatemala. La catedral (1) de Te-
gucigalpa fu construida a expensas de un devoto sacerdote de la
gran familia de los Zelaya, (2) cuyas ramas se extienden al presente
por todo Centro Amrica. El nico reloj pblico en el Estado es el
que se encuentra en el campanario de una de sus torres. El edificio
es elevado y abarca una manzana completa. Del cuerpo del templo
se levanta una slida bveda; sobre la cpula se levanta una corona,
rematada con una gran cruz dorada. El edificio es de ladrillo cocido
fabricado en el pas, argamasado y encalado. El exterior se halla
adornado con nichos en los cuales se ven santos de bulto y en relieve
varias escenas bblicas (3). El interior es amplio y est adornado
con burdos cuadros de los apstoles y de la Sagrada Familia. En el
interior se extiende una galeria por todo el contorno, en una parte
( i ) La iglesia matriz de Tegucigalpa no tuvo la dignidad de catedral sino hasta
la ereccin de la Arquidicesis de Tegucigalpa el 2 de febrero de 1916: V. Durn,
Bosquejo Histrico, p. 201.
(2) Tegucigalpa debe la construccin de su templo principal a la devocin, celo
infatigable y energa de su hijo benemrito Padre Jos Simn de Zelaya y Cepeda, sin
cuyo caudal y concurso decidido no habr a podido construirse; pero es justo recordar
tambin que muchos vecinos ayudaron con dinero, materiales o con su trabajo personal: V,
Datos biogrficos del seor Cura Br. don Jos Simn de Zelaya por el P. Yanuario Ji rn.
Revista del Archivo, t. r v, pp. 747 a 752.
(3) Sobre cada una de las puertas laterales hay dos imgenes, y en el centro las
de los siete arcngeles, entre las que se destaca la del patrn San Miguel, colocada en el
centro bajo el reloj; los otros arcngeles son: San Gabriel, San Rafael, San Uriel, San
Saeltiel, San Jehudiel y San Baracbel. No hay noticia de que la fachada haya tenido
tambin "en relieve varias escenas bblicas".
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EXPLORACIONES EN HONDLTIAS 161
de la ciu, el coro, hay un rgano pequeo y maltrecho que emite no-
tas disonantes durantes las misas cuando acompaa a los coros.
En la segunda noche, nos despert un rudo golpear en la ventana
ce la sala; y al abrirla juimos saludados con un modesto:Buenas no-
ches, caballero! y, al mismo tiempo, una banda de msica, compues-
ta, de una guitarra, un violin, una flauta y un violn comenz a eje-
cutar selecciones bonitas de una pera conocida. La noche estaba
estrellada y en calma, y la wisica, aunque mal tocada, produca un
efecto romntico, como si suavemente hiciera eco en los muros de
los edificios vecinos iluminados por la luna. El grupo ejecut varios
valses, y, finalmente, me sorprendi or un remedo del "Od Dan
Tucker"! El comps estaba adaptado al lento estilo espaol de la
msico que generalmente se ejecuta en Honduras, y me qued bo-
quiabierto. El msico principal de la banda haba vivido en la Baha
de la Virgen, Nicaragua, y all, de los pasajeros de California haba
cogido la tonada.
El clima de esta regin de Honduras no es superado en salubri-
dad por ningn otro de Centro Amrica. Podra escribirse un libro
ilustrando la calidad pura y balsmica de esta atmsfera de altura.
Durante mi permanencia, la nica hora incmoda era temprano de
la maana cuando el aire era siempre demasiado fuerte y cortante.
La tabla termomtrica que yo llev en varias partes del pas y en
varios meses, muestra mejor la uniformidad de la temperatura en esas
montaas. En algunos das la lluvia, despus de caer con furia tro-
pical, dejaba la atmsfera cristalina y vigorizante, como slo se ve
a veces despus de una tormenta en el verano, en Nueva Inglaterra.
En los das ms ardientes es raro que el calor sea opresivo, y en las
pocas ms fras apenas si se necesita de calefaccin para sentirse
cmodo. Es a propsito mencionar aqu una tormenta de nieve y
granizo que cay en diciembre de 1848. Jams antes se haba visto
nieve en las tierras altas del pas, ni nunca el mercurio haba bajado
al punto de congelacin; fu, por consiguiente, lo ms sorprendente.
Se observ un cmulo de nubes negras formndose lentamente hacia
el Noroeste y al centro, a poco ms o menos una legua hacia el Su-
roeste de la ciudad. De pronto se obscureci el ambiente con la
"cada de hielo", como dijeron mis informantes, y la tierra qued
cubierta con la nieve. Fueron destruidos rboles, plantas y pjaros.
El hielo qued diseminado en una rea como de dos leguas cuadra-
162
W I Xr AM V. WELLS
das y en tal cantidad, que se conserv en el suelo por espacio de dos
semanas. (1)
Este fenmeno, ocurrido en una zona trrida, puede incitar a la
investigacin de los entendidos en la materia y est corroborado por
todos los habitantes de la ciudad, pocos de los cuales haban visto
nieve. En algunas zanjas profundas la masa congelada tena hasta
cuatro pies de espesor. Muchos de los granizos pesaban varias onzas.
Los seores Vij, Lozano y Ferrari y muchas otras personas ms pre-
senciaron el acontecimiento. Las aguadoras llegaban a la ciudad
con pedazos de hielo que pesaban de doce a veinte libras, envueltos
en una tela y balanceados en sus cabezas. Se les usaba para enfriar
el agua potable. El hielo cay por espacio de una hora. Se elevaron
plegarias en las iglesias, agradeciendo a los santos su intervencin
para que la ciudad no fuera destruida por el gran chubasco de hielo.
Las ceremonias de la Iglesia Catlica se observan con una es-
crupulosa exactitud. Muchos van a la misa por la maana y el re-
pique de las campanas es el nico sonido capaz de despertar a la
gente de un estado letrgico tan profundo como el que envuelve el
comercio y el trfico del pas. Las procesiones religiosas son cosa
de todos los das. Pasan, por lo general, por la Calle de Morazn.
Aparecen primeramente veinte o treinta muchachos llevando sendas
velas encendidas que, si la procesin es para ayudar a bien morir a
alguna enferma, son costeadas por su familia. Los amigos y los
parientes de la persona enferma siguen, y despus de ellos, cuatro
frailes llevan un palio de seda protegiendo al cura, que camina al
son de una msica de violines y un contrabajo. De los bordes del
palio salen cintas de seda roja que llevan muchachos vestidos de
blanco. Luego sigue una larga fila de seoritas que van repitiendo
las plegarias por el alma del moribundo, con una volubilidad curiosa
de or. El barullo de las muchas voces, el canto montono de los
curas y el discordante rasguear de los intrumentos de cuerda, me
parecieron suficientes para poder despachar de este mundo a cual-
quier alma ordenada y bien dispuesta.
Al paso de tales procesiones, toda la familia de don Jos Mara
se arrodillaba y se una fervorosamente en las oraciones por el an-
gustiado vecino. Esta reminiscencia de las viejas y exageradas for-
(1) De este prodigioso fenmeno no existe tradicin en Tegucigalpa, ni se conoce
relacin escrita que lo refiera; y aunque Wells invoca el testimonio de personas dignas
de fe, debe dudarse de la veracidad de este hecho, que, de haber ocurrido, habra dejado
recuerdo perdurable en la memoria de nuestros abuelos, como sucedi con la clebre
erupcin del Cosigina.
EXPLORACIONES EN HONDURAS l(i3
mas del Catolicismo est tal vez bien adaptada a un -pueblo al que
necesario es infundirle un temor reverente hacia las formalidades
de la doctrina.
Entre las muchas personas con quienes cambi visitas estaba
el seor Cacho (1), Ministro de Hacienda, como de sesenta aos, bien
preparado intelectualmente, patriota y entusiasta liberal. Este se-
or, qumico y poltico, es adems, propietario de varias minas de
cinabrio en el departamento de Gracias, que con ansiedad dese que
yo visitara. El seor Cacho se inclina fuertemente a favor de la
inmigracin norteamericana en Honduras, y as me lo expres en
varias ocasiones.
En los das domingos es cuando uno puede ver cmo transcurre
la vida en Tegucigalpa. Se considera ese da ms como de recreo que
de devocin. Las tiendas permanecen abiertas al pblico y exhiben
cl suri ido de sus mercaderas con el mejor provecho, ya que a los
trabajadores se les ha pagado y todo el mundo tiene dinero. Los
comercios estn bien abarrotados con artculos de todas clases:vino
de jerez importado va Belice a $ 1.00 la botella y champaa a $ 1.25
Los establecimientos principales se hallan en la Plaza y en las calles
ad.yacentes. Muchos comerciantes son de La Habana, de donde se
trae considerable cantidad de mercaderas. Las tiendas de gneros
se hallan repletas de los que me parecieron costosos trajes y en cuan-
to o los artculos para mujer vi casi todo lo que se poda desear; al
igual que la tienda de abarrotes del campo norteamericano, tienen
toda cosa de fcil venta.
El mercado est pictrico de frutas durante la maana y tam-
il) Fue bautizado en la catedral de Comayagua, ciudad en la que seguramente
naci pocos das antes, con los nombres de Jos Mara Quintn Onore el 31 de octubre
de 1800, siendo hijo legtimo de D. Juan Nepomuceno Cacho Gmez, Regidor Perpetuo
del Noble Ayuntamiento de aquella ciudad, natural de Santander en los Reinos de Es-
paa, y de Da. Mara Morejn, hija legtima de D, Antonio Morejn y de Da. Mara Orosia
Tablada: V. el expediente de limpieza de sangre de D. Jos Mara Cacho, seguido el
ao de 181G en la Curia Eclesistica, Archivo de la Catedral de Comayagiia.
Dice Squier (Honduras, p. XXXIV) que despus de Valle y Mani r, "el nico nom-
bre que merece ser mencionado, es el de don Jos Marn Cacho, como el solo hijo de
Centro Amrica que lia hecho un trabajo completo sobre el departamento de Gracias.
Su? breves notas acerca de el, son de grande inters, y puede servir como un modelo que
deben seguir sus conciudadanos." Precedida de un Compendio elemental de Estadstica
escrito por D. Len Alvarado, su obra Cuadro Estadstico del departamento de Gracias
se edit en Pars ol ao de 1857, en once cuadernos, en la Impronta de P. A. Bourdicr y
Ca., Calle Mazarme, 30'. V. H. E. Durn, Efemrides, en la Ievisn de la Universidad,
t. VI, p. 112.
El seor Cacho fu Secretario General interino del Gobierno Honduras en 1829 y
Secretario General en 1854, ao en que tambin fu Ministro de Hacienda y Guerra:
V. Vallejo, Historia social y poltica, pp. 403 y 410.
16* TVTLLIAM V. WKLLS
prano de la tarde. Estas consisten, en parte, de limas, naranjas, ns-
peros, papayas, cocos, limones, bananos, jocotes, higos, pinas y
melones que se despliegan en tentadora profusin sobre grandes
lienzos de tela, en cueros o -en canastas, a lo largo del vestbulo de
las barracas que se encuentran a un lado de la Plaza de la Parroquia
Con un medio de plata {seis centavos de oro) se puede comprar toda
la fruta que uno es capaz de consumir sin enfermarse. Las mujeres
del mercado permanecen alrededor, en grupos, y pasan su tiempo
platicando unas con otras, o a menudo riendo a carcajadas con los
soldados, o con los holgazanes que siempre se encuentran congrega-
dos bajo los aleros.
Para gozar de la vida en estas regiones montaosas, uno debe
levantarse temprano a fin de respirar la deliciosa brisa de la ma-
ana, cuando el roco est todava fresco en las hojas de los pltanos
y los empedrados de la ciudad no han recibido el calor del sol. Nada
puede superar a las sensaciones del madrugador cuando sale y se
encamina con el aire fresco, hacia la Plaza; o si le agrada la emocin,
cuando va a algn sitio recndito, fuera de la ciudad, y se agrega al
grupo alegre que chapotea en las locas aguaos del ro. De all se puede
ir a la cumbre del Zapusuca, (1) al Noroeste de la ciudad, desde donde
se domina Comayagela y las vegas del Ro Grande. Al regresar, una
taza de caf o de chocolate, y luego dar un paseo o deleitarse con un
libro, o con La Gaceta de Guatemala, hasta el desayuno. Este tiene
lugar alrededor de las diez de la maana, aunque a menudo se demo-
ra hasta cerca del medioda.
El almuerzo consiste comnmente de arroz cocido y frijoles,
ensala, pan, mantequilla y queso, tortillas, caf con leche y frutas,
y mientras permanec en el pas raramente vari. En la cena se sirve
sopa de fideos, carne asada, ensalada y muchas de las legumbres que
en los Estados Unidos son comunes. Adems de esto, hay "carne
de olla", picadillo de carne, con aceite, arroz y pltanos, "hgado",
salchichas fritas en manteca y con ajo, nacatamales, carne cocida,
caldo y por ltimo, arroz cocido en mantequilla y chiles. Las "verdu-
ras" acompaamiento imprescindible, son los pltanos, pedazos de
ayote y repollo. Estas son las viandas slidas y corrientes en el pas,
pero hay, a menudo, sopa de pan y una mezcla de arroz con legum-
bres cuyo nombre local se me ha escapado. Este es el men usual en
(1) Dice el Dr. Membreo que Zapusuca se llama el "cerro situado al norte do
la ciudad de Tegucigalpa, y al pie del cual est la poblacin. Significa en mejicano "lu-
gar de tierra de zorros." Se compone de llalli, tierra, pocotl, zorro, y can, lugar."
Nombres geogrficos indgenas, p. 116.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 165
el interior de Honduras. En la cosa, a juzgar por un relato dado por
Henderson, pg. 134., es ms variado y quizs igualmente suculento.
En una comida se sirvi a un grupo de ingleses:gelatina verde de
tortuga, manat en salsa curry, sopa de galpago, pastel de carne de
lora, venado asado, pcari ahumado, conejo cocido a la india, hicotea
estojada y gelatina amarilla en caparacho. El autor agrega ms abajo:
"Nec sibi canarum quivis temer arroget artem,
Non prius exacta tenui ratione saporum". Hor. Sat.
El descontentadizo extranjero hallar pocos licores en cualquier
parte de Centro Amrica. Los vinos, por lo general, son una burla
a su nombre. En los das de la dominacin espaola, el cultivo de
la vid se prohibi y desde esa prohibicin dictada por la madre patria,
lo. vid no se ha vuelto a importar. Los vinos consisten, en su mayora,
de imitaciones baratas tradas de Belice, Trujillo o de la Baha de
Fonseca adonde llegan barcos ingleses e italianos. El St. Jul i n Medoc
el Jerez, la Champaa y una variedad de mezclas etiquetadas Elixir
d' Amour y con otros nombres parecidos se encuentran en las tien-
das. El aguardiente del pas es quizs el licor ms inojensivo que
se pueda tomar en Centro Amrica. Los mdicos, extranjeros y na-
tivos, recomiendan su uso cuando se viaja. Este, generalmente, se
pone en la mesa durante las comidas, en una pequea garraja de vi-
drio y sirve como pousse-caf.
El chocolate que se prepara en la Amrica Central es algo pare-
cido al que se importa desde Mxico, pero el mtodo de prepararlo es
diferente. Despus de un viaje en un da caluroso, no conozco nada
ms conjortable y al mismo tiempo ms deliciosamente agradable,
que una taza de chocolate de Honduras. Orden que me fabricaran
una caja especial para llevarlo juera del pas y tom debida nota
de cmo es que se prepara. Primeramente se pone a secar una libra
de cacao en grano; se le tuesta teniendo cuidado de agitarlo de cuan-
do en cuando hasta, eme la caceara cruje; despus se quita sta fro-
tando los granos entre las manos. Luego se le muele en el metate,
igual como si se preparara maz para tortillas, reduciendo la sustancia
a una pasta oleosa. Poco a poco se agrega a sta como una taza y
media de vainilla, con suficiente canela en polvo al gusto de la per-
sona, que lo prepara, y por ltimo se le aade azcar si se quiere. Cuan-
do, por el continuo movimiento todo queda reducido a una masa espe-
sa, se la derrama haciendo pequeos panes redondos que, despus de
que se endurecen, cada uno de ellos d dos tazas ordinarias de cho-
colate, simplemente disolvindolo en agua hirviente y crema. La
166 "\YILLIAM V. WELLS
parte superior de la taza se cubre con una espuma jragante. Los va-
pores que viajan entre San Francisco de Calijornia y San Juan del
Sur, han trado ltimamente excelente calidad de chocolate de Ni-
caragua, pero nunca haba paladeado yo nada igual al que se hace
a la medida en el Oriente de Honduras.
El pan blanco, en pequeos bollos, se vende en las esquinas de
las calles o se deja a la puerta de las casas por un panadero que en
pernetas, anda ambulante con su provisin sobre la cabeza. Las tor-
tillas son preferidas por todos y se encuentran calientes y humeantes
en toda mesa. Durante la cuaresma los devotos catlicos se abastecen
de ostras de la Baha de Fonseca, de donde las traen en sacos a travs
de las sierras, y se venden por libras. Estas ostras se comen con papas.
Observ que dos veces a la semana se servan en la mesa papas
que don Jos Mara, evidentemente, haba conseguido como un manjar
para m. Siempre las vea l con orgullo y reiteradamente me invitaba
a que colmara mi plato. Eran pequeas y blancas, pero saban muy
bien con cualquiera de las viandas preparadas. Supe que la patata fu
importada en Centro Amrica desde el Per, pero uno de los curas de
Tegucigalpa me asegur que era indgena y que se le poda ver cre-
ciendo en estado silvestre en las montaas. Nunca o que se confirmara
este aserto. La patata slo puede cultivarse en las tierras altas. En
Santa Luca, poco ms o menos a 4.500 pies sobre el nivel del mar,
vi un pequeo campo sembrado de patatas del cual en marzo se suplen
varias familias de Tegucigalpa. Se venden a medio (seis centavos). La
patata se siembra inmediatamente despus que las lluvias han hume-
decido suficientemente la tierra para podrsela arar. El mtodo de
cultivo es una burda imitacin del que se emplea en la Amrica del
Norte. Los tubrculos crecen rpidamente en los terrenos de bajo. En
las montaas de Guatemala tambin se cultivan y desde muchas le-
guas de distancia se las transporta a lomo de mula. Un da, en la mesa
me aventur a asegurar, con toda la indiferencia que poda fingir, que
las patatas en California pesaban tres libras (que no es un tamao
excepcional). Don Jos Mara mir alternativamente los mobles ve-
getales en el plato que estaba ante nosotros, y luego a m, con una
sonrisa incrdula pero recordando inmediatamente la cortesa del an-
fitrin, lo acept con un movimiento de la cabeza, Era obvio que l
tom lo que dije como un mero cuento de camino real.
En la mesa, por lo general, se observan maneras tranquilas y
siempre corteses. Raramente se produce la hilaridad durante las com-
EXPLORACI ONS EN HONDURAS 167
das. Despus de comer viene el caf, las jaleas o las frutas en conserva
y una variedad de confituras azucaradas. Se brinda a la salud del
Seor y de la Seora de la casa, como en todas -partes, con el primer
vaso de vino o de cualquiera otra bebida. Es difcil conseguir sirvien-
tes en la democrtica Honduras, en donde todo individuo sano est
expuesto a que lo agarren para soldado. Los pocos que se pueden con-
seguir son torpes y necesitan meses de adiestramiento para hacrseles
tiles. La preparacin de los alimentos se lleva a cabo en un pequeo
edificio de adobe detrs de la casa de habitacin y en una hornilla,
hecha de barro a la cual se la llama fogn.
La mayora de los nativos de Honduras viven en la planta baja
de la casa. Si uno pregunta la razn de sto en Nicaragua aprende que
es por temor a los temblores, pero en Honduras es porque los antepa-
sados construyeron de esa manera, siendo toda innovacin desagrada-
ble para el espaol. El apartamento principal llamado sala sirve como
cuarto de recepcin y es donde la familia pasa la mayor parte del da
"haciendo nada" en la maana y, como un amigo mo me dijera una
vez, se sientan en la ventana por la tarde y por la noche para descan-
cansar de las fatigas de la maana! El corredor, a menudo, se extiende
alrededor de la casa y la parte trasera d hacia un patio empedrado
que, por lo general, contiene varios rboles frutales y se halla rodeado
por muros altos de adobe protegidos con tejas. La cocina est a un
lado y el establo al otro. Todas estas pequeas construcciones estn
siempre blanqueadas con esmero. El orgullo del espaol se traduce
en tener una inmensidad de pecheras limpias y su casa recin pintada.
El dueo de casa recibe a sus visitantes cuando stos entran, y
al despedirse les acompaa hasta la puerta llevndoles su bastn y su
sombrero. Si uno es especialmente bienvenido, o si la visita se consi-
dera como un honor, el anfitrin lo acompaa por todo el corredor
hasta la puerta de la calle, y debe uno considerarse feliz si logra hacer
el saludo final y dice el ltimo !Adis Seor mo! porque no importa
cuntas veces lo repita, Don Fulano considera un baldn a la etiqueta
si no dice l la ltima palabra al despedirse. Yo experiment sto a
menudo y declaro que jams pude ganar una victoria verbal a mis an-
fitriones.
Las residencias de las clases ms acomodadas son limpias y fres-
cas; tienen preciosos jardines en la parte posterior adornados con
bonitas flores y con pjaros en jaulas de madera. La floricultura no
es prctica, por lo general, y en las tierras altas uno rara vez se en-
cuentra con flores silvestres del tamao y belleza que debe esperarse
en los trpicos. La Naturaleza parece haber reservado sus colores ms
168 WI LLI AJ M V. WELLS
esplndidos para el plumaje de las aves y ha compensado as si ausen-
cia en el reino de las flores. Los jacintos, las rosas, los claveles y las
madreselvas, blancas y azules, se ven a menudo, y las ltimas con
frecuencia alcanzan tal frondosidad en estado silvestre, que ahogan
e impiden el crecimiento del maz, por l trepan y florecen.
Entre las aves de Tegucigalpa y sus alrededores, vi guacamayas,
cardelinas, verderones de pecho moteado, cadenales, tordos amarillos
de soberbio plumaje, loros y otras ms. Algunas de stas no son co-
rrientes en las tierras templadas del interior, pero se traen desde sus
nativos llanos de la costa. Hay tambin una muy bonita especie de
zorzal anaranjado con pecho negro. (1) El ave del paraso o
una que mucho se le parece, se encuentra en Guatemala y en Hondu-
ras y se le mata por la maravillosa belleza de sus plumas. Es el quetzal
(Trogons Resplendens) y que en Honduras se llama a veces "paloma
real" por su parecido a la paloma. Todo su cuerpo es de un color rojo
plido, la cabeza tiene un tono ms oscuro y las alas de un verde me-
tlico brillante. La cola de este esplndido pjaro tiene siete plumas,
que alcanzan una longitud de poco ms o menos tres pies. Un ejemplar,
segn supe, fue exhibido en la Exposicin Universal de Pars en 1855
mas, con esa excepcin creo que esta rara criatura no es conocida
de los ornitlogos. Lo mismo puede decirse de muchos otros visto-
sos habitantes de los bosques del interior de la Amrica Central.
El sistema de mezclar las sangres que se ha introducido en Hon-
duras durante los ltimos treinta aos casi ha borrado la lnea divi-
soria entre los blancos y los negros. Esto es, quizs, la mayor desgracia
que ha podido sobrevenirle al pas. La mezcla de los vastagos del ne-
gro, del blanco y del indio ha perpetuado en esa repblica una raza
que recorre la gama de colores del chocolate al crema. Se puede ver
en raras ocasiones un blanco entre los descendientes de las viejas fa-
milias aristocrticas de Espaa que, celosamente, han evitado matri-
monio con indios o con negros, pero estos casos son excepcionales y
con el actual aumento numrico de las otras razas, pareciera que se
contempla la exterminacin eventual de la raza caucsica con un re-
signado desaliento.
Despus de la Independencia, los blancos puros descubrieron en-
tre los negros y las razas mezcladas un creciente recelo por su inteli-
gencia superior. Estos ltimos, sin embargo, vieron con satisfaccin
la cada del rgimen espaol y el establecimiento de la repblica, con
lo cual anticiparon una influencia inmediata de riqueza y tranquilidad
(1) La "chorla"
EXPLORACIONES EN HONDURAS 169
y un cambio hacia lo mejor, no diferente del que perseguan los re-
volucionarios de Francia en 1848. El cambio repentino dio nacimien-
to a los partidos Liberal y Conservador; el primero abogaba por el es-
tablecimiento de una confederacin de Estados Centroamericanos; y
el ltimo, compuesto por los restos de las viejas familias espaolas, por
el mantenimiento de gobiernos separados para los Estados. Tuvieron
stos la ayuda de los pequeos aspirantes al poder en las varas seccio-
nes y del Clero que, todopoderoso y contando con la eficaz arma de la
Iglesia, mantuvo en terror a las multitudes supersticiosas, determinado
a sostener las pocas familias ricas del pas, como el mejor aliado para
mantener a la Iglesia en su podero original. Los liberales, por lo
general, han sido seguidos por las masas del pueblo llano, mientras
que los conservadores o "serviles" como se les ha llamado, se han es-
forzado en ganarse al pueblo, propiciando el aumento de las razas india
y negra y excitndolas contra los blancos.
Estos problemas, causa real de las guerras interminables entre
los Estados, se han agravado tanto ltimamente que, dentro de pocos
aos, deben decidirse por uno o por otro partido. La serie de aconte-
cimientos en Nicaragua, en donde se han enganchado aventureros
norteamericanos en la causa liberal, est talvez destinada a definir
la cuestin de castas ms rpidamente de lo que de otro modo podra
haberse logrado en muchos aos. Han ocurrido hechos en los dos
ltimos aos que materialmente han alterado la situacin de las cosas,
y las familias que antes eran las ms interesadas en reclutar negros
e indios para sus feudos de muerte, ahora se hallan atemorizadas de
que el creciente nmero de esos elementos las eclipse y las extermine,
a menos que la entrada de gente de la raza ms potente de los norte-
americanos pueda contrarrestar el nmero creciente de los negros.
Pocas familias han escapado a la mancha de la mezcla. En el Clero
cada ao se incorporan ms negros y stos ven con recelo no disimu-
lado la inmigracin o avance de los norteamericanos en cualquier parte
de Centro Amrica. Los sacerdotes de color hostilizan todo esfuerzo
hecho por los liberales para estimular la inmigracin de extranjeros.
Los grandes liberales del pas han muerto, han sido asesinados
o se gastaron en una lucha sin esperanza. Valle, Morazn, Bustillo,
Barrundia y Molina murieron casi a la vista de la tierra prometida.
Quedan ahora Cabanas, Cacho, Meja y otros pocos ms, cuyos esfuer-
zos por el restablecimiento del viejo partido liberal y la unin de
los Estados Centroamericanos sobre la base del ideal moraznico han
sido la causa de su persecucin y expatriacin.
170 WILLIAM V. "WELLS
Con la decadencia del partido liberal, la raza negra gradualmen-
te est ganando terreno en Honduras. Ni siquiera se pueden conse-
guir sirvientes negros, porque su clase rehusa emplearse donde se
requiere trabajo manual. En uno o dos casos los extranjeros llevaron
sirvientes de color cuando fueron de viaje a aquel pas, pero luego ca-
yeron stos en los hbitos indolentes de los negros que les rodeaban
y se convirtieron en "caballeros", abandonando a sus patronos. El
extranjero que tiene a su servicio un excelente sirviente de esa raza
puede as, de repente, quedarse sin l, porque de simple Bob Long
lleg a convertirse en Don Roberto Longorio, que se codea con muchos
de los caballeros pardos que le rodean, siendo superior a casi todos
ellos en inteligencia y, adems, por haber viajado y ser extranjero.
Y es ms que problable que uno sepa, ms tarde, que don Roberto
se refocila en las primeras mansiones de la ciudad. Hay, sin embargo,
varias familias negras de gran responsabilidad, miembros de las cuales
ocupan asiento en el Congreso Nacional. Precisamente fu uno de
stos el que, cuando el contrato para la construccin del Ferrocarril
Interocenico pas a conocimiento del Senado, objet todo el proyecto,
aduciendo que la entrada ai pas de los norteamericanos sera la seal
de la cada de la raza de color.
En cuanto a la salud y robustez de las personas, el nativo de Hon-
duras, aunque por lo general de buenas carnes y bien formado, no
est fsicamente capacitado para soportar los efectos agobiantes del
clima, como bajo las mismas circunstancias lo estara un norteame-
ricano. Esto proviene principalmente de la dieta de frutas y agua-
chirle de las clases ms pobres, imposibilitadas para comprar carne,
a excepcin de los grandes distritos ganaderos de Olancho, en donde
es l principal alimento. No obstante, son los soldados ms pacientes
y sufridos del mundo que, como en tiempos de Morazn, viajaban
veinte leguas al da atravesando montaas y subsistiendo de pltanos
cocidos. Los mensajeros y correos del pas "trotan", en caites, veinte
leguas diarias en todas las pocas. Yo encontr a menudo a estos
hombres en los pasos solitarios de las sierras, con un pequeo male-
tn de cartas atado a sus espaldas movindose rpidamente en una
marcha entre paso ligero y carrera abierta. Son siempre robustos
y bien desarrollados, debido a su constante ejercicio.
El sistema de correos-peatones data del tiempo de los primeros
espaoles. Un correo, sea particular o del gobierno, recorre el pas
sin ningn riesgo de ser aprehendido o de sufrir cualquier otro impe-
dimento. Su oficio es casi sagrado y a quien lo estorbe se le tiene
como ofensor del bienestar pblico. Prcticamente todos son honra-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 171
dos. No existe una sola constancia de que un correo-peatn haya ro-
bado a su empleador, o haya entregado a persona extraa las cartas
que se le confiaron, a menos de que haya sido asaltado e interceptado
por una fuerza del enemigo (1). En tales circunstancias tienen ellos
mtodos muy diestros para esconder los despachos y documentos, que
slo ellos saben. Conoc un correo que sali de Tegucigalpa con
correspondencia para Cojutepeque, El Salvador, que llev a cabo su
comisin y regres con una respuesta, en cinco das. Es el nico
medio de posta, en todo Centro Amrica. Pero la mayor parte de
la poblacin de Honduras es descuidada e indolente, que no valora
d tiempo y no hace ejercicio, a no ser montar a caballo y, en conse-
cuencia, son flojos y dbiles de constitucin.
A pesar de la tranquilidad de la vida en cualquier ciudad de
Honduras, para un extranjero siempre hay algo de que gozar. En
a mesa, mi asiento haba sido colocado cerca de una ventana enre-
jada, a nivel de la calle y, de repente, me volva al or una conversa-
cin formal y un resuello contenido cerca de m. La ventana esta-
ba bloqueda por rostros morenos, rojos y negros escuchando anhe-
lantes al extranjero y comentando entre s todos mis movimientos.
Varias veces re sin reserva cuando los pequeos gandules celebraban
nuestras ocurrencias con un grito de alegra y metiendo sus narices,
cual monitos, a travs de los barrotes de la ventana. Pero estas es-
cenas se vuelven rutinarias y pierden inters a las pocas semanas.
Las brisas ondulantes y balsmicas del campo pronto sacian el ape-
tito de un norteamericano. La eterna calma, las calles vacas que
desconocen desde los das de Alvarado el ruido de una carreta, la
creciente hierba en las cunetas empedradas, los altos muros de ado-
be y los tranquilos jardines, el repique lento de las campanas en las
iglesias llamando a misa, la mirada cabizbaja de los peatones o la
indiferente del tendero sentado indolentemente en su mostrador mien-
tras uno pasa, y la total falta de estmulo, antes de mucho tiempo
deba aburrir a un hombre como yo, cuyo nimo estaba acostumbrado
al mpetu precipitado de los acontecimientos de California y al tra-
jn febril de Broadway.
(1) A fines del siglo pasado los hondurenos todava Rozbamos de esta honrosa
fama: ' ' Hay numerosos individuos del pueblo, que se dedican a servir de correos libres,
sin estar sujetos a matricula ni inscripcin y a quienes puede confiarse cualquier cantidad
para transportarla a cualquier distancia, y hasta hoy no se ha dado el caso de que el
correo se la haya apropiado o que haya sido robado en el camino, porque aqu no
hay salteadores". V. Breves noticias sohre Honduras, por M. Lemus y H. G. Bourgeois.
Tefnicifialpa, 1897, p. 35.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
175
CAPITULO XI
Preparativos de viaje.Caballeros.El Puente.Escenas en el ro.Moda-
les en pblico.El juego.Mendicidad.Sastrera.-Cabanas a caballo.
Una visita al Cuartel,Academia Literaria de Tegucigalpa.Un examen.
Baile en la alta sociedad.Un bautizo.Una visita al Cuo.Una guerrilla
en Honduras.Pescando en el Ro Grande.Encuentro con un norteameri-
cano.Arquitectura.Mobiliario.Las mujeres de Honduras.Cambiando
elogios.Diversiones pblicas.Juego de gallos.
Los preparativos de un viaje en Honduras se atienden con todas
las ceremonias de los viejos tiempos. El asunto se discute por una se-
mana y el novato, despus de saber que la proyectada partida ser la
maana siguiente, ve al supuesto viajero una semana despus vagando
todava por las calles o mecindose tranquilamente en su hamaca, y
al fin se convence que proponer y hacer son cosas enteramente di-
ferentes en Centro Amrica. Una persona que tenga intencin de
viajar a un lugar distante del pas frecuentemente demorar su sa-
lida varias semanas por cualquier cuestin insignificante, como un
"'da de fiesta" o por esperar a un amigo que le acompae en el camino.
Varios salvadoreos dispusieron salir cierto da para San Miguel
y deseando yo enviar all varias cartas, me apresur a escribirlas y
sellarlas a la hora debida, para entregarlas al animado grupo, cuyos
movimientos indicaban que saldran temprano a la maana siguiente.
Dej mi paquete y cambi un formal adis con todos ellos; mas, al
da siguiente los encontr platicando indiferentes en diversas tiendas
de la ciudad. Cuatro semanas despus decidieron por fin salir, ha-
biendo ocupado el nterin en hablar sobre el probable estado del ca-
mino, la t'dtima revolucin y el tiempo.
Una maana muy temprano, cuando regresaba de tomar un
bao refrescante en el ro, observ que haba un movimiento inusi-
tado en la Calle de la Concepcin, (1) y al aproximarme vi a mis
amigos ya montados y listos para emprender su viaje. En la puerta,
de una tienda estaba el canoso don P. . ., viendo el cortejo. Un gru-
po de holgazanes, atrados por el ruido de las pisadas de las cabal-
gaduras en los empedrados, se pusieron en todas las actitudes a con-
templar la escena de los preparativos. Una docena de mujeres ves-
Udas con trajes ligeros y cubiertas con mantillas, atisbaban ansiosa-
mente desde las ventanas circunvecinas y cambiaban silenciosos
odioses con los amigos o novios que partan. Las estrechas aceras
(1) Debe ser ]a misma que actualmente se conoce con el nombre de Calle Real
o scsundn avenida de Comayagela.
174 WILLIAM V. WELLS
se hallaban repletas de personas conocidas, casi todas fumando sus
cigarros y en marcado contraste con una escena similar entre france-
ses, donde el ruido hubiera sido ensordecedor. Aqu todo era sose-
gado y apacible. Haba ocho caballeros, cada uno montando una
andadora, que valdra por lo menos $ 150.00. Los arreos eran de
plata y varias bridas y gamarrones tenan de adorno chapas de plata
virgen martillada, sostenidas por correas de cuero. Cada quien, al
montar, lo que haca de un solo impulso y con la mayor gracia, se
pavoneaba por la calle un momento para demostrar el bro de su ani-
mal; inclinarse ante las damitas; luego se colocaba su sarape ceida-
mente alrededor del cuerpo pero sacando una mano cerca del pecho
para permitirse el libre uso del cigarro encendido, unindose des-
pus al grupo de los dems jinetes.
No hay gente que monte a caballo mejor que los hondurenos;
obligan a una mula a andar con paso gracioso y agradable, cuando
un novato apenas sera capaz de hacer que la bestia lo llevara sin
provocar una carcajada general. Cada jinete tiene su sirviente de
viaje, que monta en un macho fuerte y sigue a su amo cual otro
Sancho Panza. Cerca de una hora transcurri en el cambio de salu-
dos y de frases de "buen viaje", cuando a la voz de un joven enrgico
y vivaz, al parecer el jefe del grupo, salieron todos despacio fuera
de la ciudad, cada uno empeado en exhibir algn rasgo peculiar de
su equitacin, en el cual el sable brillante o la funda adornada de
plata de la pistola, se vean parcialmente, protegidos en los pliegues
del sarape. Bailar y montar bien a caballo es parte de la educacin
en Centro Amrica; no sobresalir en ambos deportes es la excepcin
a la regla.
El panorama que se contempla desde el puente que cruza el Ro
Grande, es interesante para un extranjero. Desde all se puede ver
un poco de la vista de Tegucigalpa. La mayor parte de las frutas
y provisiones de las montaas circundantes y de los llanos bajos ms
all de Comayagela, es trada a la ciudad por este puente. El
puente tiene diez arcos y sobre l hay una calzada de cuatro varas
de ancho y cien de largo. Est construido de arenisca, que se tra-
baja fcilmente y se endurece cuando se expone al aire. La balaus-
trada, que tiene cuatro pies de alto, es de piedra tallada (1). Toda
la estructura es slida y decididamente hispana. Se levanta a cua-
renta pies sobre el lecho del ro y es de suficiente resistencia para
admitir l paso de un tren de carretas.
(1) El puente Mallo], tal como Wells lo conoci, se aprecia bastante bien en las
magnificas ilustraciones que enriquecen el Pri mer Anuario Estadstico por el Dr. Antonio
R. Vallejo. Tegucigalpa, 1893, pp. 41 y 44.
EXPLOKACrOXES EX HONDURAS 175
Generalmente sopla una brisa fresca que llega desde las 7iio?i-
taas que dominan el valle. Abajo, las aguas estn animadas con
los baistas, tanto en la maana como en la tarde, gritando y sumer-
gindose en las ondas; algunos llegan con muas para baarlas y dar-
les agua o meten sus caballos a las partes ms hondan y nadan mon-
tados en los lomos de los animales. Aqu una multitud de chiquillos
se tira en la rpida corriente como si jueran de las islas Sandwich:
all un vieyo decrpito, que ms parece mandril que un ser humano,
acuclillado en una piedra, pausadamente se echa agua con un huacal.
En media milla hacia abajo del puente la mirada se encuentra con
grupos de baistas, de ambos sexos, lanzndose en las espumas, com-
binando sus gritos alegres con el ruido murmurante de las aguas.
La rara presencia de un extranjero en Tegucigalpa hace de este
objeto de especulacin y notoriedad mientras cruza por las calles.
Contestar los numerosos saludos y los "Buenos das, caballero" es,
para un norteamericano, jastidioso y al mismo tiempo entretenido.
Costumbres que en cualquiera otra .parte del mundo se calificaran
como impertinentes, aqu son hbitos corrientes del lugar y deben
pasarse por alto. La gente tiene la costumbre de pararse cerca cuando
uno est conversando con un amigo a fin de escuchar, de buena f,
sus palabras. En varias ocasiones, cuando yo intentaba mirar fija-
mente a los entrometidos para advertirles de su impropia actitud y
requera de m mismo todo mi "liauteur" para la ocasin, les vea,
ms bien, lisonjeados al notarlo y tal vez sonrindose con ntima sa-
tisfaccin. Est en su manera de ser, pensaba yo, y de ah que no
intentaba privar a estos holgazones callejeros de esta su prerrogativa,
consagrada por el tiempo. Aislados del mundo y con escasas noti-
cias del exterior, cualquier pequea informacin se considera por
ellos como de propiedad publica.
Los habitantes, aparte de los miembros dignos y en extremo cor-
teses de las viejas y ricas familias, muestran una extraa combina-
cin de urbanidad, sencillez, sutileza y desfachatez y, sobre todo,
una indescriptible indiferencia en sus rostros, que confunde al ex-
tranjero hasta que a ste, por fuerza de la costumbre, se le hace
familiar; se paran a espiar dentro de las ventanas para escudriar a
uno en el acto de vestirse, y al encontrarse con los ojos de uno, se
vuelven y hacen una reverencia digna de un Chesterfield; ponen sus
hogares y todo lo de ellos a nuestra disposicin, pero estn prestos a
redondear al siguiente da cualquier negocio leonino a costillas de
uno; y as hasta el fin. Como todos los espaoles o mestizos espaoles,
son grandes tahres, y si muchos se han arruinado por este vicio,
176 -WILLIM V. WELLS
pocos escapan de su influencia. Esto les viene de sus ancestros;
y en relacin con los hbitos de pereza en un gran sector de la
clase media, debemos estar menos dispuestos para censurarlos, por
el hecho de que las frecuentes revoluciones destruyen todo estmulo
de mejorar la agricultura y no habiendo entretenimiento pblico al-
guno, es verdaderamente natural que caigan en la tahurera, que
es uno de los pocos pasatiempos en el pas. A menudo vi hombres
descamisados quienes me fueron sealados como vctimas de este vicio,
hombres que en otros tiempos se hallaban catalogados entre los ms
ricos de la vecindad. En descargo de Honduras debemos decir que
el juego que se lleva a cabo all no es una pizca ms del que se prac-
tica en las otras repblicas de Centro Amrica.
Hay un saln de billares muy bien dispuesto en una de las calles
principales de la ciudad, pero no vi que los jugadores desplegaran
en ningn caso alguna habilidad o conocimiento.
Abundan los mendigos. Los extranjeros son los principales ob-
jetos de su ataque. "Por el amor de Dios" dicen en un tono lastimero
en los odos de uno cuando menos lo espera. Tienen licencia para
dedicarse a su oficio los sbados, aunque no limitan sus peticiones a
solo ese da. En el "da de pedir limosna", uno se ve constantemente
asediado por el cojo, el manco, o el ciego; y en una ocasin me sor-
prend al ver entrar dos soldados conduciendo esposado un prisio-
nero, a quien se le haba permitido este mtodo para mejorar su
condicin. Sus guardias, seguramente, dividan con l las ganancias
del da
Otro mtodo es el de la vieja que entra en la casa de alguien y
se sienta en una esquina despus de haber colocado tranquilamente
un paquete de cigarillos de papel en la mesa. Si alguien tiene inclina-
cin caritativa, toma los cigarrillos y le paga a la peticionaria lo que
l guste; si n, despus de esperar cinco o diez minutos en vano, sin
proferir palabra alguna, la visitante toma su paquete y se marcha.
Tales son los recursos a que echan mano las mujeres reducidas por
la mala suerte a un estado de penuria.
Hay otro mtodo, igualmente ingenioso, pero ms pasadero.
Mientras me hallaba sentado a la sombra de unos rboles del paseo
de Comayagela conversando con unos amigos, una chica casi des-
nuda sali corriendo de una casita de la vecindad y me dio un ramo
de flores. Complacido por el regalo, le rend las gracias, ms no te-
niendo reales para darle en ese momento, no pude retribuirle su
gentileza y olvid el asunto. Al da siguiente mientras caminaba yo
por el puente con el seor L..., un sujeto aduln se nos aproxim, y
EXPLORACIONES EN HONDURAS 177
tendiendo la mano, al mismo tiempo se inclinaba y murmuraba varios
cumplidos. Era tan inoportuno, que L. .. un poco duramente le or-
den que se retirara.
El hombre se hizo a un lado y advirti, mientras lo haca, que
l era el padre de la chica que me haba obsequiado las flores el da
anterior.
Para dar una muestra del poco valor que se le otorga al factor
tiempo en Honduras, va sta:pocos das despus de mi arribo a
Tegucigalpa, necesitaba de ropa ligera y llam a un sastre. Lleg un
hombre gordo, sonriente, muy corts, sombrero en mano, y me tom
las medidas prometindome que tendra el traje al siguiente da. Me
dejaba chico en materia de cortesa, y retrocediendo, saludando y
sonrindose, sali de la casa. Durante una semana lo encontr todos
los das en la calle, y una vez, durante ese lapso, vino donde el seor
Lozano a tocarnos varios sones animados en la guitarra. Pasaron diez
das y siempre haba una excusa para no aparecer con los trajes. Co-
mo uno tiene que comprar la tela antes de entregrsela al sastre,
empec a sentirme molesto en cuanto al desembolso que haba hecho,
y me aventur a consultrselo a don Jos Mara. "Oh!, eso no es
nada", me dijo, "yo he tenido que esperar a veces un mes por un saco;
aqu nunca nos apresuramos en Tegucigalpa; hasta el Presidente se
somete a la voluntad del zapatero y del sastre". Al dcimo quinto
da y ya cuando empezaba yo a desesperar, mand a mi muchacho a
la casa del sastre, quien los prometi fielmente para el da siguiente
y habiendo vuelto a mandar por ellos, una semana despus, pude al
fin usar mis trajes. Naturalmente que estos fueron los ltimos que
por razones obvias, mand a hacer en el pas.
En una ocasin se me despert temprano y se me entreg un
mensaje de la Casa del Gobierno, mensaje en el cual se me invitaba
a que me uniera a un grupo de caballeros entre quienes estaba el
seor Presidente, para dar un paseo a caballo. Fui y regresamos des-
pus de una hora de andar por los alrededores ms interesantes. En-
tonces tuve la oportunidad de observar la donairosa habilidad ecues-
tre del General Cabanas. Se sienta firme y cmodamente en la silla,
y hay en el venerable soldado un aire de autntica dignidad que, en
un teatro de accin menos remoto, atraera instantneamente la aten-
cin. Entramos en el cuartel, donde el comandante de la plaza se alo-
ja. El centinela., repatingado, asumi una postura erecta y present
armas cuando pasbamos. En la entrada haba varias filas de mos-
quetes brillantemente pididos, de fabricacin inglesa; estas fueron,
cv verdad, casi todas las armas que vi en uso pblico en Centro Am-
178 WTLLAM V. WELLS
rica. Todas tenan piedras de chispa y bayonetas.
La mayora de los soldados son hombres fuertes, visten un sen-
cillo uniforme de dril blanco, con rayas rojas en los pantalones. To-
dos los que vi en esta ocasin estaban descalzos. Algunos se hallaban
durmiendo en rsticas bancas de madera en el patio, otros jugaban,
beban, o compraban una especie de dulces de panela y coco a una-
vieja que los llevaba en una canasta. Se levantaron y corrieron a
presentar armas cuando entr el viejo General. En un cuarto interior
vimos alrededor de cuarenta mosquetes, la mayora de desecho, va-
rias cajas de parque y una vieja pieza de artillera calibre de tres pul-
gadas y montada en una curea de pesadas ruedas. Se nos mostr con
orgullo un obs de los seis vendidos al gobierno por la Compaa del
Ferrocarril, y unos pocos rifles. Ninguna de estas armas haba sido
usada en las batallas si pas, porque slo haba un hombre en el
ejrcito que saba el uso de la artillera y l se negaba a hacer fun-
cionar el obs, debido a su gran calibre y al consiguiente peligro de
que estallara! Al regresar a la casa, Cabanas me ense un rifle Sharp
que le obsequiara Mr. Edwards.
Entre otras invitaciones que recib, estaba una para presenciar
el examen de un estudiante, candidato al Bachillerato, en
La Academia Literaria de Tegucigalpa, institucin que se organiz
hace algunos aos bajo los auspicios del General Cabanas (1) Habra
tambin un baile, por la noche, en honor del graduado, en la casa de
su padre uno de los ciudadanos ms ricos de la ciudad y que resida
en las vecindades de la Plaza de la Parroquia. El nombre del joven
aspirante era Juan Venancio Lardizabal.
A las cinco de la tarde, en unin de varios amigos, todos en traje
de etiqueta para la ocasin, llegu a la Universidad, situada en la
Plaza de Panto Domingo (2) en donde ya estaban congregados varios
amigos ae la familia, quienes, al parecer, tenan vivo inters por el
xito del candidato. La muchedumbre era de tantos colores, desde el
(1) La Academia Literaria de Tegucigalpa, que haba sido fundada el 14 de di -
ciembre de 1845 con el nombre de Sociedad del Genio Emprendedor y del Buen Gusto
por los benemritos Yanuario Jirn, Mximo Soto, Miguel Antonio Rovelo y Alejandro
Flores, bajo la direccin y consejo del P. Reyes, se convirti en Academia o Universidad
del Estado de Honduras gobernando D. Juan Lindo: V. R. Rosa, Biografa de Jos Tri ni -
dad Reyes. Tegucigalpa, 1905, pp. 24 a 26; y los "Estatutos de la Academia Literaria o
Universidad del Estado de Honduras, Decretados por el Gobierno, el l
1
? de Noviembre
de 1849. Y aprobados por la Cmara en 2 de Julio de 1850. Tegucigalpa, Imprenta de
la Academia, 1850,"
(2) El autor fu mal informado. Nunca ha habido plaza de Santo Domingo en
Tegucigalpa. La Universidad se instal solemnemente el 19 de septiembre de 1847 en
el antiguo convento de San Francisco, del cual tom el nombre la plaza que tiene en frente.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 179
blanco recorriendo la gama, hasta el negro; todos haban depositado
afuera sus sombreros y entrado a la sala de exmenes, local de 50 por
40 pies, lleno de pupitres y adornado con cuadros histricos. En el
extremo superior se hallaba instalada una plataforma, en la que haba
sillas y mesas, estas ltimas cubiertas con tapices rojos y con libros y
materiales para escribir. Bajo un dosel de seda, o de damasco,
se hallaban sentados el Presidente Cabanas, su Ministro de Ha-
cienda Cacho y los Padres Reyes y Matute (1) estos ltimos figu-
ras literarias notables del pas. Los padres Reyes y Matute eran los
rplicas en el examen, pero en realidad, estaba dirigido por varios
Bachilleres egresados de la Universidad, cuyo deber, al parecer, era
el de confundir al candidato con preguntas abstrusas sobre metafsica,
filosofa y religin. En una especie de pulpito se hallaba sentado Don
Mximo Soto (2) joven abogado de gran porvenir, que se supona ser
el "padrino" del candidato y quien tena el privilegio de contestar por
l las preguntas ms difciles. El auditorio ocupaba los lados y los
pasillos de la sala y los alumnos de la institucin, que llegaban a unos
treinta, integraban el cuerpo universitario. Detrs de la silla del Pre-
sidente se vea un cuadro burdo representando a un estudiante su-
biendo las gradas del Templo del Saber y de la Fama, en el cual es-
taba Minerva ofrecindole un paquete de libros! El fondo del cuadro
era algo indistinto, algo as como nubes de gloria y rayos de luz ca-
yendo sobre la cabeza de la diosa. Era obra de uno de los alumnos
de la Universidad. El examen dur cerca de una hora siendo dirigido,
por turno, por los graduados. Cuando el Padre Reyes sonaba su cam-
panilla, significaba que estaba satisfecho y que el prximo graduado
poda comenzar a hacer sus preguntas. Ninguna se hizo en las ramas
comunes de la educacin. Si el estudiante estaba satisfactoriamente
bien en sus conocimientos religiosos, no era sometido a muchas dis-
ciplinas intrincadas. En esta Academia reciban su educacin muchos
de los futuros sacerdotes de Honduras. Al final de cada serie de pre-
guntas los concurrentes aplaudan y, por ltimo, se distribuyeron
papeletas a cada examinador, para que las depositaran en una urna,
y despus de contarse, el Padre Reyes declar al joven, graduado de
la Universidad, en medio de fuertes "vivas" y aplausos.
Esta Academia (que ocupaba antes una parte del viejo convento
(1) Se refiere al Dr. Hiplito Matute, mdico. Fu Rector de la naciente Uni -
versidad.
(2) Mdico y Abogado, natural de Tegucigalpa, uno de los fundadores de nuestra
Universidad y padre del Dr. Marco Aurelio Soto. Falleci en Guatemala a principios de
1871, donde fue Decano del Cuerpo Diplomtico como representante diplomtico de Hon-
duras.
180 WI LI JAM V. WELLS
de San Francisco, construido en 1574 (1) fueiundada en 1847. Se
sostiene con los ingresos de un impuesto especial y con las contribuci-
nes de particulares (2). Es la primera, y con la excepcin de una
recientemente establecida en Comayagua, la nica en la repblica.
Los estudiantes estn divididos en seis clases. Se halla bajo la
direccin de la iglesia, que ejerce la hegemona en materia edu-
cacional. Casi todos los estudiantes son candidatos al sacerdocio.
Terminado el examen, el acompaamiento form en procesin
y se encamin hacia la Plaza, donde, a la puerta de la casa del seor
Lardizbal, vimos que este caballero se hallaba en la espera de nues-
tra llegada. Es costumbre en tales ocasiones que el dueo de la casa
permanezca en la puerta dando la bienvenida a sus invitados, uno
por uno, mientras van llegando. Me aprovech de mi carta de presen-
tacin para ver y comprobar a qu extensin los habitantes de esta
apartada y pequea ciudad montaosa haban llevado el arte de las
reuniones sociales. Yo tena conocimiento de que este iba a ser un
asunto exclusivo y extraordinario, y prototipo de las maneras ms
elegantes de Tegucigalpa. Entramos por un corredor amplio y fuimos
conducidos a la sala de los Lardizbal, que se hallaba brillantemente
iluminada. La sala estaba pavimentada, como es usual, con ladrillo
cuadrado, y los cielos y las paredes se hallaban hermosamente pinta-
dos como los de las mejores residencias de La Habana. Guirnaldas de
cintas y flecos de papelillo de color, corno los que se ven en las tien-
das de confituras de Nueva York durante el verano, colgaban alre-
dedor del saln, mostrando la habilidad de las damitas de la casa que,
evidentemente, se vanagloriaban de su gusto en estas cuestiones.
Cuando entramos, al lado izquierdo se hallaban sentadas cerca de
doce seoritas de la aristocracia, la mayora de ellas hermosas, unas
pocas bonitas, y todas, al parecer, muy graciosas.
Se quedaban sentadas cuando los visitantes entraban, pero co-
rrespondan gentilmente a los saludos de todos. T- ayudaba en el
cumplimiento de las un tanto ridiculas formalidades. En el centro de
la sala haba una mesa con dulces, vinos, chocolates y bebidas fras
(1) El convento de San Francisco de Tegucigalpa, que por muchsimos aos se
intitul de San Diego, fue fundado hacia 1592. V. la Crnica del Santsimo Nombre de
Jess de Guatemala, por el P, Fr. Francisco Vzquez. Segunda edicin, Guatemala,
1937, Lib. segundo, Cap. vigsimo segundo.
(2) El decreto de 19 de marzo de 1846 declara amigos de la ilustracin del' pas
a "los que sirvan gratis Jos destinos de Rector y Catedrticos, y a los que contribuyan
con dinero u otros recursos al progreso de la Academia Literaria de Tegucigalpa."
Las dos terceras partes del producto del censo territorial se aplicaban al sosteni-
miento de determinados alumnos que se educaban en la Academia, segn decreto de 12
de abril de 1847. Dos aos despus se estableci a favor de la Academia una manda for-
zosa para todas las personas que testasen. V. Estatutos citados.
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EXPLORACIONES EX HONDURAS 1S1
y del celo raso colgaba una araa de luces, que haba sido prestada,
especialmente para el acto, de un vecino acomodado que la haba
trado de Trujillo. Terminada la ceremonia de las presentaciones, los
caballeros se agruparon a un lado y las damas a otro, y, desde ese
momento hasta que principi el baile, hubo una estricta separacin
de sexos. Cada grupo mantena entre s animada conversacin, en-
tremezclada con sonoras carcajadas y el nico medio de comunica-
cin entre ambos grupos era por telgrafo ocular, y los instrumentos:
los abanicos y los ojos relucientes. Se repartieron cigarrillos y puros,
con los cuales se haba formado una pirmide en el centro de la mesa.
Los cigarrillos de papel eran preferidos por las damas, quienes los
sostenan entre los dedos preciosos mientras los fumaban; ni una tan
rola vez lo romntico del acto se afe con una expectoracin.
Despus de media hora de estar as, el dueo de la casa, actuan-
do como su propio sirviente en unin de varios miembros de su fami-
lia, con bandejas de plata llenas de copas de champaa obsequiaba a
la concurrencia, costumbre sta que siempre es preferida a la incon-
veniencia de emplear sirvientes, cuyos pies descalzos y sus maneras
torpes, desdoraban de seguro la brillantez de toda reunin. Como es
comn cuando de champaa se trata, la detonacin al descorchar
unido a la charla, convirti luego la sala en un barullo. La seora
R...Z fue invitada por numerosos admiradores para que cantara. Un
seor barrign, estrafalariamente vestido, cogi una guitarra, se
sent frente a la dama y despus de unos punteos preliminares, co-
menz el canto.
Este era el mejor que hasta entonces haba yo odo en el pas,
pero siempre con el tono lento peculiar de las voces de los cantantes
centroamericanos. La tendencia de los hispano-americanos a lo sen-
timental traspasa los lmites de la melancola, la mirada, el timbre
iodo es decididamente pesaroso, desconsolado y triste. Nunca escu-
ch una cancin alegre en Centro Amrica a no ser entre las gentes
campesinas. Si esto se debe a la consiguiente depresin en que vive
el Estado por los asuntos polticos, nunca pude saberlo. Haca falta
cultivo en todos los intentos musicales que haba odo, hasta en los
mejores. No faltaba gusto, pero para los extranjeros, el estilo es un
tanto desagradable. La cancin fue vivamente alabada y aplaudida
como si fuera un concierto publico, y todo el mundo vitore fuerte.
Mientras tanto, la muchedumbre de los descamisados atisbaba, sin
cortapisas, a travs de las rejas de las ventanas y se una en los aplau-
sos con requiebros claramente perceptibles, como:"Qu hermosa!"
";Qu voz ms pura! ?/. de cuando en cuando, se oan gritos de
182 WILLt AM V. WELLS
aprobacin. Esta actitud de pararse a las puertas y ventanas es aqu
prerrogativa de las multitudes.
La esposa del General Morazn (1) toc una seleccin d Linda
en un piano Coulard & Coulard y cuando cesaron los aplausos, se des-
pej la sala para el baile. Ya para entonces las aprehensiones del
principio empezaron a desaparecer ante los efectos del champaa,
y el Padre ligarte (2) "hombrecillo de Dios, rechoncho, gordo y za-
lamero", se sent al piano y toda la concurrencia se dio luego a ese
jdacer que para la raza hispana constituye una segunda naturaleza:
la danza.
Si las formalidades de la conversacin haban impartido un es-
tiramiento a la escena hasta estos momentos, cierto es que nunca vi
una multitud ms alegre confundindose en los remolinos del animado
vals. Es muy raro encontrar entre las muchachas centroame-
ricanas alguna que sea indiferente al baile. Por lo general son todas
sueltas, naturales y flexibles en sus movimientos; danzan con un
garbo augusto, majestuoso pero a la vez animado, sin la menor ten-
dencia al salto. Los hombres, con pocas excepciones, tambin bailan
bien. Siguieron despus los cotillones y, en realidad, todos los dems
bailes de moda excepto las polkas, que an no haban llegado al pas.
'Durante la noche varias veces fui agradablemente sorprendido
al escuchar varios valses del da, brillantemente ejecutados por las
damas. El nico maestro de msica en Tegucigalpa es un alemn, su-
mamente estimado por sus'alumnos. A medianoche, cuando el baile
decay y las formalidades llegaron a demostraciones afectuosas debi-
do al efecto de los refrescos en varios de los caballeros ms entusias-
tas, dejamos a nuestro digno anfitrin, a su seora, y a los dignata-
rios nacionales all presentes. Ya lo ms granado de la concurrencia
se haba retirado. Tarde de la noche lleg una banda de msicos, y
como el cielo estaba estrellado, anduvo hasta el amanecer por las
calles, inquietando a todos los perros de la ciudad dormida con la es-
tridencia de sus instrumentos de latn.
El bautismo es ceremonia de las ms importantes de la iglesia. Va-
rios se llevaron a cabo mientras permanec en Tegucigalpa, habiendo
(1) Parece que se refiere a Da, Carmen Veneno, esposa de . Francisco Morazn
hijo, a quien Wells llama General. Pero no se puede excluir la posibilidad de que por
aquellos das se encontrara en Tegucigalpa Da. Mara Josefa Lastiri, viuda del General
Francisco Morazn, y pariente de los Lardizbal.
(2) El Padre Simen Ugarte perteneca a una familia de msicos, en la que so-
bresalieron sus hermanos Miguel y Felipe. Fue Secretario de la Universidad en 1853.
Siendo Cura de Ojojona falleci en Tegucigalpa a fines de abril de 1875. V. Apuntes por
D. Manuel Ugarte, inditos en poder de D. Manuel Daz Ugarte-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 1S5
estado presente en unos pocos. El cura, preparado con uno o dos das
de anticipacin, hace decorar la iglesia, bajo su, direccin; y el da de
bautismo aparece la madre rodeada de todos sus amigos. Cuando la
comitiva atraviesa los sagrados portales, comienza un canto acompa-
ado de clarinetes, violines y del asmtico rgano del templo. Gene-
ralmente acude una muchedumbre a observar la procesin, y otros a
congratular a la madre. Despus de efectuada la ceremonia se echan
a vuelo las campanas por espacio de unos cinco minutos, los sacerdo-
tes elevan sus voces, la banda de msica redobla sus esfuerzos y va-
rios muchachos, que ansiosamente han estado en espera de la seal,
le prenden fuego a una doble carrera de bombas tendida frente al
atrio de la iglesia. Mientras el estallido de las bombas as lo pregona
la muchedumbre se adelanta, grita y salta incesantemente evadiendo
los detonantes torpedos. El gasto en plvora depende de la riqueza e
importancia del chico que recibe las aguas baustismales. El resto del
da se dedica a festejos.
El Cuo de Tegucigalpa (1) es una demostracin del rgimen de
terror que en administraciones sucesivas ha esterilizado la prosperi-
dad de Honduras. Mi viejo amigo Don Jos Ferrari (2) italiano natura-
lizado, es el Director. A invitacin suya visit el establecimiento, el
cual ocupa una parte del edificio del cuartel (3). La maquinaria es sen-
cilla y tosca, que consiste en un tornillo perpendicular en cuya parte
inferior est fijo el troquel de la moneda que se va a fabricar. Una
bnrra horizontal pasa a travs de la parte superior, formando dos bra-
zos como barras de cabrestante. Dos negros operan alternativamente
(1) El ao de 1822 D. Juan Lindo trajo de Mjico a Tegucigalpa un cuo para
amonedar reales y medios en moneda cortada; la acuacin se hizo en el convento de
San Francisco, pero fue abandonada porque hubo muchas falsificaciones. En 1829 el
General Morazn remiti a Tegucigalpa, desde Guatemala, un cuo para amonedar pi e-
zas de a dos reales, reales, y medio, en moneda redonda, llevando en el anverso un rbol,
y en el reverso el sol. Tambin envi Morazn a un Coronel Florite para que manejara
el cuo, V. Historia de la moneda en Honduras por D, Jos Esteban Lazo, incluida en
tl
:
'tomo I de Honduras Literaria, por el Dr. R. E. Durn. Tegucigalpa, 1896, p. 635.
(2) D. Jos Ferrari, natural de Ragusa, Italia, casado con Da. Mariana Agero,
de quienes descienden todos los Ferrari de Honduras, Con varios vecinos notables de
Tegucigalpa, a fines de 1841, contribuy para la fundacin y sostenimiento de un esta-
blecimiento de enseanza que ocup el convento de San Francisco, donde se enseaba
Geografa, Aritmctica, Gramtica Castellana y Gramtica Latina, escuela cuya inspeccin
estuvo a carp;o del Pdre Jos Trinidad Reyes, V, R. E. Durn, Efemrides, en la Re-
vista (le la Universidad, t. VI, p. 828.
(3) La Real Casa de Moneda, que despus fue Llamada Casa de Moneda o El Cuo,
er ol edificio ms antiguo de la arquitectura civil de Tegucigalpa. Comenz a construirse
rn 378-1, pero slo fue terminada la mitad oriental; la otra parte de la manzana, aunque
las paredes quedaron a mediana altura, no se concluy hasta despus de ms de un siglo,
durante la administracin del Dr. Policarpo Bonilla, el ao de 1897. Durn, La Provincia
de Tcfnjei palpa, pp. 75 y ss.; y Rosa, Biojrrafa de Jos Trinidad Reyes, p. 15.
184 YTLLIAJYI V. 1VELLS
esta pieza del mecanismo, saliendo cada vez una moneda de cobre, cuyo
valor es de un centavo. El cordoncillo de las monedas se hace, igual-
mente, -por un procedimiento sencillo. La sala estaba desaliada, obs-
cura y silenciosa; las paredes cubiertas con telas de araa y negras
de sucio. En una mesa cercana al troquelador haba un montn
de varios centenares de brillantes piezas de cobre en las cuales, como
me inform Don Jos, haba una considerable cantidad de plata, cu-
yo porcentaje exacto estaba prohibido divulgar.
En un cuarto contiguo se vean los restos de una costosa mqui-
na de amonedar, de fabricacin inglesa, pedida durante la administra-
cin del General Morazn. En medio de las revueltas del pas, el tren
de muas que la conduca de Omoa a Tegucigalpa fu asaltado por el
enemigo y la maquinaria qued tirada en el camino, en donde por va-
rios meses qued a la intemperie. Varios aos despus fue trada al lu-
gar de su destino, pero ya totalmente inservible. El material se hallaba
amontonado en una inextricable confusin; algunas de las calderas de
cobre estn llenas con grasa y otras fueron fundidas para hacer mo-
nedas. El seor Ferrari lamentaba sto, pero con prudencia se abstena
de denunciar a ciertas personas en esos das revolucionarios. "Ah, me
deca, "yo bien recuerdo cuando esta mquina lleg a Omoa; Ud. hu-
biera podido rasurarse vindose en ella, porque vena divinamente
pulida"!. Ahora no es nada ms que un montn de hierro viejo y
oxidado, tirado en las esquinas oscuras del edificio, cubierto de basu-
ra y telas de araas y propicio nada ms que para escondrijo de ani-
males venenosos.
El propsito del General Morazn era acuar con esta mquina
tocias las monedas que necesitara el pas, y luego comprar todo el co-
bre en circulacin, que en aquel tiempo no se haba acumulado en
tanta cantidad como ahora. A cada paso el forneo oye de un acto
encomiable de Morazn. Con su muerte en Costa Rica, Centro Am-
rica ha venido decayendo gradualmente, hasta que se convierta en
el futuro prximo en una herencia para los extranjeros. Parte de
esta maquinaria est todava en Omoa. El seor Ferrari me mostr,
con gran orgullo, una coleccin de libros que guard para s y para
su hijo que, segn me dijo, fueron los primeros que se usaron en el
establecimiento. Cerca de $10.000. en cobre se amonedaba anual-
mente en el Cuo de Tegucigalpa.
Cuando estaba ah, fui presentado al famoso Coronel Rub, cu-
yas hazaas de guerillero le haban convertido en el terror de los
guatemaltecos. Vesta uniforme de oficial, su semblante era gentil
casi triste, pero su boca tena una expresin de determinacin y va-
EXPLORACIONES EX HONDURAS
1S5
lor fro, que no se ve a menudo en las facciones dulces de los centro-
americanos. Era bajo de estatura; sus manos y pies, diminutos, po-
dran ser envidiados por una dama; y lo que es raro en este pas, te-
na los ojos azules y los cabellos rubios. Tena, asimismo, una in-
descriptible expresin de crueldad en sus labios delgados. Habien-
do fracasado una revolucin que encabez l en Guatemala, escap a
Honduras y se alist baj las rdenes de Cabanas, considerndolo el
viejo General como su mejor oficial. Se le dio carta blanca, y con
una especie de comisin ambulante en el pas, generalmente haca
repentinas incursiones sobre el enemigo que no sospechaba su pre-
sencia y en las cuales resultaba victorioso. Su nombre era temido
en las fronteras de Gracias. Con sus aventuras, perfectamente
autnticas, se podra escribir un libro muy interesante. Se dice que
Rub ha jurado dar muerte a Carrera, el Presidente de Guatemala,
por daos que ste le infringi a su familia hace algunos aos.
En el mercado de Tegucigalpa a veces se encuentra muy buen
pescado trado del Ro Grande y de algunos de sus tributarios. Hay
varias especies de truchas llamadas ''mojarras", albures, y una que
se asemeja a la perca y se llama "guapote". A poco ms o menos
tres leguas de la ciudad hay una laguna artificial, como de cuatro-
cientu yardas en cuadro y construida por los indgenas de Comaya-
gela para fines de irrigacin ( I ) . All fueron echados algunos pe-
ces y se multiplicaron tanto, que a los pocos aos personas de Tegu-
cigalpa iban all para pescarlos. Existe una supersticin entre los
indios y es la de que tanto la laguna como sus habitantes de escamas
estaban bajo la divina proteccin de su santo patrn. Bien contra
su voluntad, los peces fueron cogidos y al siguiente verano vino una
sequa terrible. Se envi una delegacin a Tegucigalpa a pedir que
se duplicara el nmero de peces en la laguna, y se encendieron por
cuenta de la ciudad cien velas, a fin de aplacar la clera del santo. El
dinero se reuni por suscripcin popular y la laguna fu repoblada
con los peces trados del Ro Grande, en medio del regocijo de
los comayagelas. El ro da una gran variedad de peces y en una
ocasin decid probar suerte.
En compaa de Santiago, uno de los sirvientes de Don Jos
Mara, vi un lugar apropiado para la pesca, llamado La Piedra Grande
a una milla de la ciudad. El ro aqu corre entre dos grandes ce-
rros arbolados y se empoza, para salir despus por su angosto can
y lanzarse ruidosamente en una sucesin de espumosos rpidos.
Unos trechos ms abajo forma una poza profunda y quieta, en la
{]) La Laguna del Pescado? o la del Pedregal?
186
WI LUAM V. -WELLS
que desde arriba se ven las burbujas producidas por el tumulto del
fondo. La profundidad es de unos treinta pies y se conoce cornos
El Pozo. La operacin de pescar se reduce a poner cebo y lanzar
el anzuelo, hallndose el pescador sentado en una roca o bajo la som-
bra acogedora de un frondoso rbol. En verdad, el arte de la pesca
es poco conocido aqu y en todo Centro Amrica, Hasta hace poco,
los habitantes de la Baha de La Virgen, Granada y Amapola, se ha-
ban casi privado de comer tan delicioso manjar como es el pescado
fresco, por no darse la molestia de atraparlo,
A los pocos minutos estbamos en los barrios de la ciudad y lle-
gamos a El Pozo, donde nos subimos sobre el cantil de unas piedras
y echamos nuestros anzuelos, pero, por algn motivo desconocido
nuestros esfuerzos no fueron compensados por el xito. Santiago me
dijo que los peces "picaban perfectamente en los das de fiesta", exa-
geracin religiosa que no intent contradecir. Despus de una hora
de ensayar por ms de veinte veces, en las cuales la carnada era arre-
batada del anzuelo, aumentando con ello nuestra excitacin, conclu-
mos creyendo que los santos haban frustrado la pesca los das domin-
gos, y enrollando nuestros hilos seguimos corriente arriba hasta un
punto en donde, segn se me dijo, ocurri un milagro. Aqui la Vir-
gen, se asegura, deposit la imagen de un santo, para el que luego se
propuso la ereccin de un santuario.
El panorama era de aquellos que constantemente proporcionan
delicia y embeleso al forastero. Una ribera limpia y hermosa a cada
lado; el agua pura y clara; las mrgenes flanqueadas con rboles de
amate, guapinol, guajiniquil y varios otros; una brisa suave colocn-
dose por entre las frondas; una muralla de esmeralda tropical limi-
tando la vista a cada lado, en el cual "muchos seres emplumados se
posaban dentro de la quietud" como nicos testigos de nuestra vagan-
cia; luego el centelleo de los rpidos arriba, apenas visibles a travs de
las hojas; el solemne taido de las campanas de las iglesias llevando
dbilmente por los aires, cruzando por los barrancos desde la ciudad
y llevando nuestra imaginacin hacia las capillas protestantes de Nue-
va Inglaterra con el taido de las inquilinas de sus viejos campanarios.
Honduras abunda en lugares quietos para la pesca.
Un da estaba yo sentado en mi hamaca leyendo la ltima
Gaceta de Guatemala, cuando una risa estrepitosa enteramente distin-
ta a la risita sumisa de los centroamericanos acompaada de jura-
mentos en un ingls impecable, me demostr que no era yo, el nico
norteamericano en Tegucigalpa. Apenas tuve tiempo para llegar a la
puerta, cuando una persona robusta me dio un fuerte apretn de ma-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 1S7
nos y se me present como el Dr. W. "Santos cielos", dije, "otro Doc-
tor! Que Dios ampare a los enfermos"! .Acababa l de llegar de Coma-
yagua y Omoa y estaba ahora en camino a Nicaragua. Nos hicimos
amigos inmediatamente y empezamos a cambiar noticias en nuestro
idioma, para el deleite de Don Jos Mara, que nos miraba a uno y otro
mientras conversbamos, haciendo seas afirmativas con la cabeza a
nuestras observaciones, de las cuales, naturalmente, l no entenda
ni "jota"; y candidamente se una a nuestras carcajadas.
El Doctor haba estado varios meses en el pas y cuando se ente*
r de mi proyectado viaje a Olancho, me ofreci su compaa para
que juntos lo realizramos si yo lo esperaba de su pronto regreso de
Nicaragua. Desde haca tiempo tena l la intencin de visitar la re-
gin del Guayape, que crea ser una de las ms ricas del mundo. Mi
amigo era uno de aquellos aventureros trotamundos que sala presto
del bullicio de las grandes ciudades para penetrar en tierras descono-
cidas y remotas. De ese modo haba visitado la mayor parte de las re-
pblicas sur americanas sin otro propsito que l de ver l mundo, su-
fragando sus gastos con una caja de remedios que, en manos de un ex-
tranjero, es siempre el mejor pasaporte para conquistar los favores de
las buenas gentes. Me hizo desternillar de risa hasta ya noche, cuando
me dej; y nunca ms volv a saber de l. Sali antes del amanecer
para Len, el siguiente da. Su vida entre los seores del pas era
una rica serie de aventuras risibles, en las cuales las mujeres, las re-
yertas, el "hace las de Doctor", l baile y las vicisitudes de la vida en
las sierras estaban espontneamente entrelazados. Para un doctor ame-
ricano, un buhonero, un artista del daguerrotipo, difcil es internarse
en un pas aislado o llegar a un puerto, aunque sea retirado, al
cual jams ha echado ancla un barco comercial de Norte Amrica.
Las ventanas con cristal son casi desconocidas en Honduras, y
el calor del clima parece innecesario su empleo. En su lugar se usan
rejas de hierro. El marco, formado como tronera de un fuerte, est-
biselado hacia l interior y por lo comn embaldosado con piedra
la parte superior y los lados repellados con mezcla y blanqueados.
Los pisos de ladrillo cuando se barren y se lavan bien imparten un
ambiente de frescura a los obscuros cuartos; y al entrar uno a estos
despus de un viaje por caminos polvosos y en medio del clor^ siente
que se halla encerrado dentro de los seis lados de una caja de piedra.
El maderamen, como las vigas y las tablas que se emplean en las
construcciones de casas son aserrados a mano. El pino de las regio-
nes montaosas es de grano parejo y se trabaja fcilmente. Los ar-
marios empotrados, los aparadores y dems muebles de esta clase
188
WILLIAM V. WELLS
raras veces se ven en las residencias particulares. Una dama ameri-
cana que vaya a Honduras, lamentara la falta de estas comodidades
y en los pocos, pero espaciosos cuartos, apenas hay oportunidad de
hallarse en privado.
El mobiliario excesivo que se emplea eij nuestras viviendas esta-
ra juera de lugar y sin uso en Centro Amrica. Los dormitorios se
encuentran, por supuesto, en el piso bajo y en ellos los nicos artcu-
los que se ven son la cama, una o dos sillas y, a veces, un guardarropa.
Pero en las casas de familias ricas donde viven varias mujeres, los
cuartos estn ms profusamente amueblados. La falta de sirvientes
activos y de suficiente gusto para conservar el mobiliario en orden,
unido a la aficin natural de la seora a ejecutar por s misma los de-
beres de casa, contribuyen a mantener vigente el primitivo sistema
de vivir. Se me asever que tanto en Honduras como en Nicaragua,
el uso del cuchillo y del tenedor no hace mucho que fu adoptado.
Creo que todo viajero en Centro Amrica atestiguar el carcter
generoso y el noble corazn de las mujeres. Hospitalarias, gentiles
y sufridas, sobre ellas recae una gran parte del trabajo que se hace
en los cinco estados. Alguien ha observado que bien puede decirse
de la mujer centroamericana: "Cri, hizo tortillas y muri". Esto
desde luego, no se aplica a las mujeres de familias acomodadas. Las
muyeres de las clases pobres son, de hecho, las esclavas en el pas. En
Tegucigalpa el agua que se emplea en los diarios menesteres es aca-
rreada por ellas desde el ro, de una distancia de cien pies, cuesta
arriba, donde a menudo observ su afanosa marcha y su fatigada res-
piracin. Con la excepcin de la poltica y de la guerra que han
arruinado a Centro Amrica, las mujeres soportan la mayor parte de
las cargas de la vida, pero, alegres y felices, se hallan siempre confor-
mes con su condicin social. No recuerdo jams haber odo una pa-
labra descompuesta o procaz de ninguna mujer en Honduras. Su n-
dole es franca y alegre, y al extrao que llega cansado pronto se le da
la bienvenida en la mesa familiar. Yo siempre segu la poltica, al
llegar a una casa, de congraciarme con su duea.
El cambio de cumplidos formales, reliquia de la vieja Espaa,
est perdindose gradualmente. Todo el mundo es corts, no slo
entre las ms altas sino tambin entre las ms bajas clases sociales.
El ms sucio vagabundo sin zapatos, emplea un lenguaje comedido
cuando se dirige a uno y parece imbuido de un sentido innato de fine-
za. Los hombres ms amanerados que yo he encontrado en el mun-
do los vi entre las personas educadas de Honduras. Sus caracteres
ms sobresalientes son una buena crianza, la urbanidad, y el deseo
EXPLORACIONES EX HONDURAS 1S9
de ser agradables en reuniones. Las reyertas y disputas en la socie-
dad son casi desconocidas, y si una nueva persona llega a una reunin,
todo el mundo se pone de pie y lo saluda.
Las anteriores no son observaciones generales basadas en unos
pocos casos, sino que se aplican a lo que se conoce como alta sociedad
en Honduras o, al menos, en Tegucigalpa. Una "reunin" de caba-
lleros es una escena que se recordar como un contraste con las de
turbulentas discusiones que frecuentemente tienen lugar en lo que
se denomina sociedad pulida de comunidades que calificaran a sus
vecinos tropicales de Honduras como semicivilizados.
Las diversiones pblicas son casi desconocidas en Honduras. De
odas se conocen los teatros, los museos, las partidas de juego, las ex-
cursiones campestres, las partidas de caza, etc. Las funciones reli-
giosas despiertan un entusiasmo de fervor ocasional, y luego la "can-
cha de gallos" se convierte en el verdadero centro de distraccin. Es-
te pasatiempo es pasin en el pueblo y una fuente de ingresos para
el Gobierno (1) El privilegio de establecer una cancha durante
ciertas festividades religiosas se otorga por las autoridades al mejor
postor y, llenadas las formalidades requeridas, la cancha, se abre al
pblico y un soldado descalzo hace de portero, cobrando dos reales de
cobre por cabeza; los menores de edad no son admitidos, y el propic-
iara de la gallera que admita a una persona de esta categora se expo-
ne al pago de multa.
Los juegos de gallos comienzan con la Pascua (25 de diciembre)
y, por lo comn, continan hasta los ltimos das de marzo. Las re-
glas del juego se fijan en la puerta de la entrada y se designa un juez
a "viva voce" para que decida en todas las peleas. Apuestas tan al-
tas como $ 1.000 se hacen a la pata, de un gallo y el pueblo llega al
ms grande acaloramiento durante estas peleas.
Este deporte no es considerado ofensivo a la dignidad de los ms
altos funcionarios oficiales, y hasta a los curas en sotana se les puede
ver apostando un puado de pesos a una de las dos aves combatientes,
o disputando vigorosamente con los ms bidliciosos del grupo sobre
os mritos de varios ejemplares en la cancha. Esta costumbre lleg
con los primeros espaoles y ningn pilluelo de nuestro pas espera
con tanta ansiedad el Da de Accin de Gracias o la Navidad, como
los tegucigalpences el "tiempo de los gallos".
O) En ncLn de 10 de febrero de 1843 la Municipalidad de Tegucigalpa, consideran-
do "(\\v el JUCRO de gallos debe jugarse slo en los das festivos; y que sin atender a esto
lo p'.-rmHcti los rematantes en das de trabajo, en cuyos das dejan de trabajar los ar t e-
;-;inor, .icord: que no se permita dicho juego sino en los das festivos y en los jueves."
EXPLORACIONES EX HONDURAS
CAPITULO XII
Fur. dnanos morosos.Visita a un caaveral-El Molino.Construccio-
nes.-Destilera.Ingenio.La caa.Frutas.Cazabe.Yuca.Cmo se fa-
brica el almidn.Camotes.Chiles.-La Contrayerba.Productos del de-
partamento.Una cernida en "El Sitio".El Comejn.Diario de la Ma-
rina.Escena nocturna."Las tenderas".Establecimientos comerciales..
Modas.Vestidos.Las mujeres hondurenas.Belleza femenina.Equita-
cin.Falta de educacin.Atuendo infantil,Asuntos polticos.Jos Fr an-
cisco Earrunda.-Pena de muerte.Seguridad en los viajes.
Se nombraron dos comisionados para que consideraran mi -peti-
cin al Gobierno, el Padre Reyes, sobresaliente poltico de Honduras,
?/ el seor Vijil, bien conocido como adicto al partido conservador.
Tina vez entregados, por muchos das no volv a ver mis documentos.
Su cometido les hubiera tomado tal vez dos horas, pero se trataba de
latinoamericanos. Tena yo mucha impaciencia por continuar mi
viaje hacia Juticalpa. Durante varios das visit a estos dos benem-
ritos para avivar mi gestin y nunca dej de recordarles sus deberes.
Varias veces los encontr holgazaneando ante el mostrador de una
tienda, conversando muy serios con el "tendero", o envueltos en sus
capas, abstrados, silenciosos e imperturbables, fumando sendos
cigarros. En dos ocasiones hall al reverendo Padre jugando al "mon-
te" en una pequea casa de juegos y mostrando en su. semblante ms
aidez de lo que yo le hubiera credo capaz ( 1) . Siempre responda
a mis insinuaciones con una mirada de sorpresa hacia tal apresura-
miento indecente, eminentemente antihispano y juera de la rutina
ordinaria de los negocios. Cada da me convenca ms y ms de que
el tiempo, inestimable para Jos norteamericanos, era aqu considerado
como una institucin expresamente creada para pasarlo tan fcilmen-
te como juera posible, y artculo sin valor. Nunca se le toma en
cuenta para ningn negocio o clculo, y una persona que intente
contrariar los lentos movimievtos que se acostumbraron desde los
buenos tiempos viejos de la colonia, se le considera como falto de dig-
nidad diplomtica.
Sabiendo yo que era intil apresurar a los comisionados y resol-
viendo no ir contra la corriente, pas varias semanas muy agrada-
bles visitando las minas de plata del departamento y viajando a. ca-
(I) Wells, quizs por antipata, no es justo ni respetuoso con el Padre Reyes.
El Dr. Ros;,, crtico imparcial de las cualidades y flaquezas del fundador de nuestra Uni -
versidad, en lugar de vituperarlo lo encomia al decir que "no atesoraba; sostena el culto
;i sus expensas, y los pobres formaban parte de su numerosa familia. Reyes era el tipo per-
fecto del sacerdote evanglico." Bifrafa cit. p. 17.
192 YILLIAM V. WELLS
ballo por invitacin que me hicieron los dueos de varias haciendas
de la vecindad.
Mi viejo amigo el seor Ferrari me haba presionado a menudo
a jin de que visitramos su hacienda de caa, conocida con el nom-
bre de "El Sitio", a poco ms o menos dos leguas de Tegucigalpa y
en el camino que va a Cantarranas. Una tarde me llam y prometi
mandarme su macho favorito {bonito animal que le cost $ 200.00)
a la maana siguiente. Temprano mont, y rae dirig hacia su casa,
donde encontr al viejo seor ya con las espuelas puestas, esperndo-
me. Despus de tomar el desayuno salimos para Santa Luca, Don
Jos tom la delantera en su andadora y, saliendo de la ciudad, se-
guimos el camino hacia una regin montaosa, cruzando a veces fr-
tiles llanuras, y otras yendo a lo largo de las orillas del Ro Chiquito,
que nace en las montaas de San Juancito, a seis leguas al Sureste (1)
de la ciudad. Las viejas crnicas de Tegucigalpa nombran este pe-
queo ro, como "Ro de Oro", ms no pude comprobar si en l haba
oro para justificar ese nombre. Pasamos por numerosos "ranchos"
destinados principalmente al cultivo del maz y de legumbres, y por
pequeas manchas de caa de azcar en dos o tres lugares. Una
brisa acariciaba nuestros rostros cuando avanzbamos rpidamente
por el valle. En las faldas de las montaas azuladas que nos rodea-
ban entre nubes podan verse varias parcelas cultivadas que mi com-
paero dijo eran trigales.
Luego salimos a una garganta tapizada de verde donde don
Jos me seal el primer molino de trigo que yo haba visto en el
pas. Se le hace trabajar activamente despus de la cosecha. Lo
impulsan las aguas del ro Chiquito, que aqu desciende rpido, para
unirse despus al Ro Grande en Tegucigalpa. Al cruzar este valle
y bordeando un cerro empinado, mi compaero se par y me pidi
que escuchara un rechinar y gritera distantes que, me dijo, produ-
can los "muchachos" que molan caa en su "hacienda". Un mo-
mento despus la finca misma apareci a nuestra vista. El viejo
seor se torn doblemente locuaz al hablar de sus posesiones, y a f
ma, que no poda sino estar orgulloso de ellas. Es dueo de ochenta
"caballeras" y sus plantaciones se extienden por toda la tierra arable
que poda abarcar nuestra mirada. Llegamos al final de una avenida
de rboles frutales y fui presentado al mayordomo, que era el hijo
mayor del propietario.
Una descripcin de esta hacienda valdra para cualquiera otra
grande y bien organizada en la repblica. Los edificios son todos de
(1) Noroeste, N. del E.
EXPLORACIO^~ES EN HONDURAS 195
adobe y consisten en una casa de habitacin con seis cuartos en el
piso de abajo, cuatro ms pequeas que ocupaban los trabajadores, dos
bodegas y una destilera. El edificio principal estaba ntidamente en-
ladrillado, cuidado y rodeado por un corredor empedrado. Todo
en el lugar traduca la frugalidad y riqueza de su dueo. La destile-
ra contaba con varias maquinarias inglesas tradas a lomo de mula
por las montaas, desde la Baha de Fonseca. En el ingenio adjun-
to pude ver un pequeo trapiche hecho en el pas. Consista en una
serie de cilindros de caoba que se movan en sentido contrario, por
entre los cuales se hacen pasar las caas para extraerles el jugo. Las
calderas eran de cobre. El sistema que aqu se usa para la fabrica-
cin de panela no difiere materialmente del que se emplea en Cuba,
salvo las modernas mejoras que all se han introducido. La mayora
de las fbricas, no obstante, son apenas mejores que los burdos inven-
tos de los primeros colonizadores.
En Honduras la caa de azcar crece sin resiembro por veinte
aos consecutivos. Es de una calidad excelente, alcanza una altura
muy notable y de ella puede fabricarse la mejor azcar. Ningn
proceso de refinamiento se ha llevado a cabo en el pas. La hacienda
estaba completamente rodeada de rboles frondosos, muchos de ellos
cargados de frutas que invitan al hartazgo. Un naranjal cercano a
la casa se hallaba, literalmente, abrumado con su dorada carga, mu-
cha cada ya al suelo. Haba tambin varios duraznos que como ex-
perimento haba plantado el seor Ferrari. En esta hacienda se dan,
como en las otras fincas de la sierra, pinas, limas dulces, cocos, pl-
tanos, bananos, higos, melones y melocotones.
Cerca de la casa, haba una seccin cultivada con cazabe (1)
(manioc) y sus hojas suaves y oblongas, sus tallos erectos y sus flo-
res de color encendido, formaban un bonito adorno en el pequeo pa-
norama. El cazabe alcanza una altura de tres pies en las tierras altas,
pero cerca de seis en las tierras bajas de El Salvador y Nicaragua.
Algunas de estas plantas que vi despus en el valle de Talanga, tenan
ms de cinco pies. Hay varias plantas que se parecen mucho al caza-
be, cuyas hojas recogen y secan para fines medicinales. Son como
las de la papaya, cuyas semillas se guardan para alimento de las aues
de corral en tiempos de escasez; pero el cazabe propiamente dicho es
la raz, que no se diferencia casi de un ame delgado y largo; cuando
se le cuese es blanco, inspido y muy parecido a la papa. Se le ex-
(1) Mandioca: arbusto de la familia de las euforbiceas de las regiones clidas de
Amricn, do 2 a 3 m, de altura, raz muy grande y carrosa, hojas profundamente divi-
nas y flores en racimo. De su raz se extrae almidn, harina y tapioca.
194
WILLIM V. WELLS
trae de la tierra en todo tiempo. El almidn del pas se obtiene ex-
clusivamente del cazabe y de la yuca, ambos de la misma especie.
La yuca, sin embargo, es una planta ms grande y tiene, a mentido,
tallos rectos que alcanzan de ocho a diez pies de altura. Florece y
fructifica todo el ao. La raz se seca y se ata en manojos de dos o
tres libras y se vende en los mercados a medio el atado. Convenien-
mente seca se conserva por muchos aos. Es de esta planta que se
fabrica la tapioca.
El almidn se obtiene raspando el cazabe, que se_desconcha en
tiras finas, y se exprime a mano en una tela fuerte. -La sustancia
glutinosa que escurre se mezcla con agua hervida hasta cierto punto,
convirtindose en almidn limpio y perlado igual a cualquier otro
manufacturado que yo haya visto. El que se obtiene de la yuca se
considera el raeyor. En las montaas, a donde todava no han entra-
do los mtodos modernos, simplemente se machaca la raz, se expri-
me y se cuese (1) quedando el almidn en el fondo del recipiente.
En las ciudades, las lavanderas entregan las camisas ntidamente al-
midonadas y aplanchadas como lo pudiera exigir la persona ms me-
lindrosa, pero el mtodo del lavado de ropa consiste en batir sta,
mojada, contra las piedras, dejando al propietario de ella con pocas
esperanzas de volverla a ver, si no es maltratada y sin botones. La
planta de la yuca da flores rojas y blancas.
Aqu tambin vi el camote, alimento que es comn en toda Cen-
tro Amrica. Se le cultiva mejor en Nicaragua. Se siembra en
abril; en terrenos irrigables puede plantrsele en cualquier poca del
ao. El cultivo no difiere del que se sigue en el sur de los Estados
Unidos. La cosecha es frecuentemente muy grande; el tubrculo
tiene forma ovalada y de apariencia blancusca. Los sarmientos cre-
cen frondosos. En los mercados de las ciudades principales los ca-
motes valen alrededor de dos centavos la libra, pero en la mayor par-
te de los caseros, especialmente en las montaas, no se consiguen por
ningn precio. La escasez de ste como la de otros muchos produc-
tos del pas se debe a la obra devastadora de la langosta, que yo vi
posarse en incontables millones sobre las sementeras y destruir total-
mente los mejores cultivos.
Los chiles pimientos se dan en profusin en las cercanas de "El
Sitio". Tambin se dan en forma silvestre. El "chile colorado" es
conocido en todo el mundo. Se le come por el robusto montas de
Centro Amrica con "tortillas", como se come el queso en el Norte.
(1) Es dudoso que se proceda al cocimiento de la yuca; esto se hace cuando se
va a aplicar el almidn ya preparado. N. del E.
EXFLORACTCCNXS EN HOXDRAS
195
Yo nunca pude resistir a un nativo masticando chiles bravos con tor-
tilla sin que mis ojos, involuntariamente, derramaran lgrimas. So-
lo las gargantas espaolas pueden adquirir el hbito de comerlos.
Estos, con el ajo, son ingredientes indispensables para todos los platos.
El chile redondo o dulce tambin se encuentra silvestre aqu, pero no
gusta tanto como el primero. Una raz fuerte y amarga que se co-
noce con el nombre de "contrayerba", crece en los alrededores de "El
Sitio". Se le atribuyen algunas curiosas propiedades medicinales,
por lo que las mujeres la compran en la "Plaza del Mercado" de Tegu-
cigalpa. Las muestras de esta planta, que yo mand a Nueva York,
fueron clasificadas por los botnicos como "Dorstenia" de Linneo.
En el departamento de Tegucigalpa se cultivan casi todas las
plantas del trpico, y en las tierras ms altas algunas propias de los
climas templados. Entre estas puede mencionarse el tabaco, que es
de excelente calidad, el arroz, la caa, el cacao, el ail pequeo, todas
las frutas tropicales, el maz, la papa y el caf. Juarros menciona a
Tegucigalpa como la regin ms rica en oro y plata de toda Centro
Amrica (1).
Entre las plantas silvestres tiles se encuentran, aunque en pe-
queas cantidades:la vainilla, goma arbiga, fustete, lentisco, ipe-
cacuana, la sangre de dragn, el gengibre, el tamarindo y el rbol del
caucho. Como todos estos son tambin comunes en el Este de Hon-
duras, al describir mis impresiones sobre el departamento de Olancho,
que debe considerarse como una subdivisin independiente en Cen-
tro Amrica, me referir a ellos y otros productos de aquella regin.
Solo Olancho, en Honduras, es igual en tamao a la Repblica de El
Salvador y siendo aqul el objetivo de mi viaje, puse ms atenc'n en
estudiar sus recursos agrcolas y mineros que los de cualquiera otra
regin del Estado que visit.
El Seor Ferrari haba estado en Olancho hada doce aos, don-
de vive un viejo pariente suyo. Me ofreci varias cartas de presen-
tacin y ri de las advertencias del General Cabanas. "Es la gente ms
rica y ms hospitalaria de este pas", me dijo, "y con una carta ma
en sus manos, usted no debe dudar que ser bien atendido. Lo nico
que usted debe procurar es no mezclarse mucho con los indios".
Despus de un largo paseo por los cerros circunvecinos, durante el
cual mi anfitrin me proporcion exhaustiva informacin sobre el
pas, regresamos a la casa donde ya nos esperaba una exquisita comi-
(1) "Abunda dice Juarros refirindose al Partido de Tegucigalpa en toda es-
pecie de frutos, maderas y animales; pero sobre lodo en minas de oro y plata, en cuyo
ren pin es el pas ms rico del Reyno". Historia de Guatemala, tercera edicin, p. 37.
196 "VTLLIAM V. 1VELLS
da, adornada por la bella presencia de las cuatro hijas del seor Fe-
rrari, que nos haban seguido de la ciudad para atendernos. La com-
binacin de la esplendente belleza espaola con la voluptuosidad ita-
liana, realzadas por el carmn del ejercicio y sus bonitos trajes de
montar color gris, hacan de ellas una encantadora sorpresa.
Despus de la cena tuvimos caj, cigarillos, msica de guitarras
y una animada conversacin sobre la moda femenina de los Estados
Unidos. La curiosidad, y talvez los celos, haban sido despertados
en mis bellas amigas por sus primas, las seoritas Drdano, que haca
poco haban pasado por Tegucigalpa. Todava no se haba disipado
el alborozo que en ellas caus el arte del bien vestir y que para estas
beldades aisladas se haba hecho realidad a travs de sus primas. No
dudo que mi descripcin del esplndido Broadway haya hecho que
ms de una de las bellas de Tegucigalpa suspirase por que se establez-
can cuanto antes comunicaciones por ferrocarril y barcos de vapor
entre Honduras y "el Norte".
En Honduras casi todo edificio est expuesto a la accin destruc-
tora de un pequeo insecto perforador llamado "comejn". Estos
animalitos entran por la parte inferior de las maderas de las casas y
comiendo hacen' un taladro perfecto hasta el otro extremo, de donde
regresan por una ruta paralela para continuar su operacin hasta que
cada viga, cabrio y larguero del edificio queda hecho un panal de abe-
jas. El cedro est particularmente expuesto a estos ataques. En
"El Sitio", aunque las maderas estaban sanas segn su apariencia ex-
terna, Don Jos me mostr su verdadera condicin golpeando vigo-
rosamente con una vara los largueros. Se desmoronaron como la piel
de una momia y una nube de polvo sali de su interior, teniendo - que
retirarse las damitas para evitarlo. En el pas solo existen una pocas
clases de pino que se libran de los ataques del "comejn" y es singular
coincidencia que todas, menos estas maderas, llegan a ser devoradas
por el insecto y se pudren en contacto con el agua, en un perodo de
doce meses. Un seor ingls, dedicado anteriormente a la minera
en Yuscarn cerca de la frontera con Nicaragua, me relat el siguien-
te caso. Dice que se cort un gran rbol de pino para hacer el eje de
un molino para broza y fu llevado a una distancia como de dos mi-
llas. Antes de cortar el rbol varios de los viejos nativos les advir-
tieron que no cortaran esa clase de pino, porque se les pudrira muy
pronto. Los extranjeros, considerando la advertencia como una ton-
ta supersticin, no les prestaron atencin, y despus de ocho meses de
uso, el eje, que era costoso y de sana apariencia, estaba perforado por
todas partes con pequeos agujeritos y, finalmente, qued inservible.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 197
Iguales "supersticiones" existen en cuanto al corte de las maderas de
construccin durante la luna llena. En Honduras nadie derriba un
rbol para ese propsito que no sea en ese tiempo, o durante la si-
guiente semana. Los insectos atacan la madera que se corta antes
de la luna llena y los campesinos saben por experiencia, que no sucede
tal si se hace ello una semana despus. Estos hechos -pueden ser de
utilidad para los futuros pobladores de Honduras.
En un viejo armario de la sala encontr una coleccin de "El Dia-
rio de La Marina" de La Habana. Este es el nico peridico que re-
gularmente llega al interior del pas. Puesto que sus ideas, rabiosa-
mente antiamericanas, han venido siendo difundidas entre el pueblo
desde la expedicin de Lpez, cualquier respeto que an puedan me-
recer los Estados Unidos en Honduras no se debe, ciertamente, a este
peridico.
Despus de holgar perezosamente en las hamacas, fumar ciga-
rillos de tusa, beber vino de coyol y tiste y recoger toda la fruta que
supusimos bastara para el consumo de una semana, ordenamos que
nos trajera nuestras bestias y dijimos adis a "El Sitio". Cabalg-
bamos despacio y hacia la vieja ciudad, mientras las seoritas conver-
saban alegremente sobre los sucesos del da riendo con aquella natu-
ralidad tan propia de la juventud y de corazones sin penas. "El Si-
tio", lugar encantador! Jams se borrar de mi recuerdo las quie-
tas sombras de tus guanacastes y ceibas, a fragancia de tus naranjos
y cidras, el murmullo de tu arroyo vocinglero corriente entre las es-
pesas jrondas, tus lindos pjaros y el silencio ensoador en que, al
parecer, la Naturaleza se reclin!
Llegamos a la cima de las colinas que dominan la ciudad precisa-
mente a tiempo para captar los ltimos rayos del sol baando las torres
de la Parroquia con su luz purprea e iluminndolo todo all en la
quietud del valle. El amortiguado taido de las viejas campanas es-
paolas llegaba a nosotros flotando en la brisa vesperal. Han lla-
mado a los fieles a oracin desde el Siglo XVII (I) cuando los secua-
ces de Alvarado se quitaban sus sombreros emplumados para escu-
char reverentes los solemnes Te Deums. Poco a poco el crepsculo
se hunda en el ocaso; las nubes carmes distribuan sus colores sobre
las montaas que se volvan grises con el manto de la noche; y acele-
rando nuestras cabalgaduras pronto estuvimos ambulando por las
calles empedradas de la ciudad y cambiando Buenas Noches con las
personas que, desde los portales, nos saludaban.
(1) Lase siglo XVI. N. del E.
198 1V7LLIAM V. WELLS
Los establecimientos comerciales de las ciudades ms importan-
tes de Honduras estn provistos todos de los mismos artculos; con
unas pocas diferencias en cuanto a su tamao y disposicin, es des-
cribirlos a todos. Rodean el establecimiento sendos estantes y en el
centro, detrs del mostrador, se halla el seor o a menudo la seora,
tranquilamente sentados; si es la ltima, se la v con su cabeza incli-
nada sobre su costura y dirigiendo miradas alternativamente al pe-
queo surtido de mercaderas y a los apartamentos interiores de la
casa. Debemos recordar que en las grandes ciudades de la repbli-
ca son raros los principales dueos de casa que no se ayuden con el
ingreso de una tienda, ubicndola en la parte ms conveniente de la
casa. Pocas son las damas que se consideran demasiado elegantes
como para actuar de tenderas y, en verdad, desde la decadencia del
comercio en el pas, muchas respetables familias se han visto forza-
das a echar mano de estos medios para conservar su posicin social y
hasta para la propia subsistencia. Varias de las tiendas, atendidas
por las bellas de la ciudad, son lugares de cita de los galanes de Teguci-
galpa, a los que puede verse rindiendo culto a la beldad de la casa y
mostrando oportunamente su precio con la compra de frusleras,
ms por ver cmo la damita enrolla un listn con sus finos dedos, que
por el valor intrnseco del artculo. Muy al interior de este pas casi
desconocido, en una ciudad hasta hoy olvidada por los gegrafos y
cartgrafos, la coquetera y galanteos son conducidos con todo ardor
en el camino, o en el lugar de abastecimiento pblico de agua, con el
gusto y delicadeza que se puede apreciar en los crculos ms refina-
dos de la vida moderna.
Las mercaderas que se exhiben para la venta no son ni suntuo-
sas ni caras y consisten en su mayor parte de ropa para el uso tal co-
mo gneros de algodn, "osnabnrgs", mantas, calzado y los artculos
corrientes manufacturados que se encuentran en los establecimientos
dedicados a la venta de una sola clase de artculos. Casi todos com-
binan mercaderas de boticario, comerciante en gneros, abarrotero,
sombrerero, vendedor de calzado, talabartero, librero, confitero, y ar-
tculos de escritorio, pero con una provisin extremadamente limita-
da de cada una de estas lneas. La mayora de estos artculos entran
al pas va Amapala, o La Unin, El Salvador, en barcos europeos,
siendo los ingleses los que predominan. En los almacenes a veces
se ven artculos norteamericanos tales como zapatos de charol y bo-
tas, unos pocos artculos caseros, artculos manufacturados por Lowell
jabones, velas, encurtidos y licores, pero estos son muy raros, domi-
nando Inglaterra el comercio de cuchillera, artculos manufactura-
dos, zarazas, cerveza, telas y artculos de madera y hojalata; Francia:
EXPLORACIONES EN HONDURAS
1S9
en vinos ordinarios, coac, sedas, gneros estampados, plantillas pa-
ra vestidos de indiana, queso, mostaza, guantes y casimires; Italia:
aceitunas, aceite de olivas, sardinas, macarrones, fideos, queso verde,
salchichas y algunos artculos de seda. La Habana y Belice tambin
ayudan a suplir a Honduras y, en verdad, a todo Centro Amrica,
con una variedad de artculos. La Habana y Guatemala suplen casi
todos los libros que entran al pas. Belice es un emporio de comer-
cio en la costa atlntica de Centro Amrica, y La Unin y Amapala,
los son en la costa del Pacfico.
Los Estados Unidos, con su extenso comercio y grandes intere-
ses manufactureros, parece que todava no se han preocupado por
entrar a estos mercados, aunque pequea cantidad de artculos viene
por Trujillo. Aquel puerto es el punto en donde se surten Yoro y
Olancho, y su comercio casi se limita a Boston y Nueva York, siendo
los olanchanos los principales consumidores de artculos norteame-
ricanos. Honduras, con sus 350,000 habitantes (1) es un pas que
consume constantemente y produce muy poco, y una competencia
productiva podra fcilmente establecerse en cualquiera de los ms
importantes puertos de mar, en el Atlntico o en el Pacfico. Unos
pocos vapores comerciales han llegado a la Isla del Tigre desde Cali-
fornia cargados con parte de los excedentes de aquel mercado, y se-
gn se sabe, se han llevado a cabo magnficas transacciones, pero has-
ta hoy son los barcos europeos los que monopolizan casi todo el trfico
en ambas costas del pas. La exportacin de caf y azcar de Costa
Rica est salindose de sus viejos cauces hacia California y es razo-
nable suponer que todo el comercio de la costa del Pacfico de Centro
Amrica cambiar de manera esencial entre estos pases y California.
Durante los ltimos cinco aos han disminuido los monopolios
comerciales en razn de que los pases centroamericanos estn siendo
ya ms conocidos. Estos pases reclaman mejor calidad de merca-
deras para su consumo. Todas las clases sociales visten ahora me-
jor que antes y ya se estn introduciendo las modas de Norte Am-
rica. Entre las mujeres se han puesto de actualidad los vestidos
ms costosos. El vestido de la mujer humilde de Honduras es de
un material sencillo y ordinario tal como la guinga o la zaraza, pero
en las damas refinadas la cosa es distinta, y aquellas a quienes fui
presentado se hallaban muy a menudo ataviadas con tal refinamien-
to como pueda imaginar un extranjero. En toda poca del ao los
(!) Esta cifra as la misma que da Squier (Honduras, p. 7), autor ms documen-
tado que Wells. No obstante, el clculo parece muy holgado porque el censo levantado
rn 1881 apenas alcanz la cifra de 307.239 habitantes. V. Vallejo, Primer Anuario, p. 104.
200 WILLt AM V. WELLS
vestidos blancos o color rosa 'plido, o de gaza difana celeste son los
que -predominan. Los casos de mal gusto son raros. Las modas, por
lo general, se importan de La Habana.
La figura de las damas, como pude observarlo en los Bailes y pa-
seos, es ms bien alta, erecta y todos sus movimientos son elegantes
y sencillos. Pocas excepciones a esta regla hubo en las fiestas a que
fui invitado. Adems de las morenas de cabellos de azabache, cuyo
nmero prevalece decididamente, se pueden ver a veces mujeres de
tez blanca, ojos azules y mejillas rosadas, especialmente en las tierras
altas. La delicada palidez que usualmente se asocia a la belleza espa-
ola de los trpicos se encuentra muy a menudo; y tales cutis, en
frentes blancas y despejadas, de grandes ojos negros o avellanados,
de labios delgados y de dientes finos, son mas que atractivos, unido
todo, como es frecuente, a un carcter jovial y vivaz. El estilo lngui-
do que en la mayora de los casos acompaa a as mujeres morenas,
es para un norteamericano, acostumbrado a la desenvoltura de sus
compatriotas, un poco cansado. Las bellezas soadoras de este de-
licioso clima sern admirables tipos para el novelista o para el pintor,
pero uno busca en vano aquellos atractivos que ostenta la dama re-
finada de nuestra tierra. Por lo general renen las cualidades de
dulzura, buen carcter y sinceridad, rasgos que son en todas partes
placenteros.
Las manos y brazos bonitos son demasiado comunes para ser
tomados como marcas distintivas de la elegancia. Sin embargo, en
varias ocasiones observ que las damitas se tomaban un trabajo es-
pecial para exhibir estas ventajas. La cabellera se lleva preferen-
temente en moo trenzado. Muy raro es ver bucles. En las fiestas
o reuniones el vestido es generalmente blanco y muy delgado. Se
usan pocas joyas. En la calle se lleva siempre la mantilla y no es
sino reciente el uso de la "sombrilla". Es muy raro ver a una dama
fuera de casa, a no ser por las maanas y a la cada de la tarde, y
ms raro an verla acompaada de un caballero.
Muchas son graciosas e intrpidas amazonas. La sillas de mon-
tar que usan son hechas en Guatemala, aunque hay algunas impor-
tadas de Inglaterra. La moda de montar de lado prevalece toda-
va Q) , El traje de montar no difiere del que se usa en los Esta-
dos Unidos; algunas veces la parte inferior de la falda va adornada
con pequeas monedas de plata. Usan un sombrero {cien por ciento
masculino) sobre el cual ponen un espeso velo. Los guantes, ador-
m) En Honduras la silla especial en que las mujeres no montan a horcajadas se
lama galpago. V. Membreo, Hondureismos.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 201
nados en el puo con hilos de plata, y un pequeo fuete italiano com-
pletan el atavo. La poca preferida para la equitacin es cuando
termina la estacin de lluvias y antes de que el polvo de los meses
de sequa empae la verde brillantez del follaje. Es entonces cuan-
do los arroyos corren por entre las peas hacia los valles, los caminos
estn buenos, y las seoritas rara vez dejan de aprovechar estas venta-
josas circunstancias.
En el pas jaita educacin para la mujer, a la que poco se le en-
sea y cuando una damita puede tocar el piano o la guitarra, bailar
bien y aparecer "a la mode" en sociedad, es segura candidata al altar;
es entonces cuando comienzan sus deberes como matrona. Son po-
cas las muchachas que han sido enviadas a los Estados Unidos para
su educacin. A stas se les tiene por sus compaeras como prodi-
gios del saber. Pero an con las pocas o ninguna ventajas que otor-
gan los pases instruidos, las mujeres centroamericanas nunca dejan
de interesar al viajero, por su gentileza caracterstica y la dignidad
de su porte tanto como por su talento innato y por su receptividad
a la cultura.
Los caballeros hondurenos visten a la usanza norteamericana.
Pero d" vez en cuando aparecen modas anticuadas que lo hacen a uno
sonrer ante los esfuerzos de imitadores de Beau Brummel de las
ciudades grandes; estilos que originados en Pars se filtraron a travs
de los Estados Unidos y La Habana y eventualmente hallaron curso
hacia el interior de Honduras:sombreros ingleses de copa alta, polai-
nas de gamuza para pantalones, redingotes de la vieja usanza con
cuello alto y otras prendas demuestran que los comerciantes en ropa
vieja de Europa tienen mercado seguro para sus saldos. En cuanto
a vestuario, los hombres estn a nivel inferior de las mujeres. El
viejo emblema espaol de la dignidad, holgada capa azul, todava
se conserva con afecto por los anticuados seores, y hasta a los nios
se es ve vestidos con trajes azules. Una de las cosas que primero
atrae la atencin del extrao en cualquiera de las ciudades ms
grandes de Honduras es el aspecto de los nios "como pequeos hom-
bres o mujeres". Nios de cinco a seis aos de edad se pavonean
tiesos con sombrero negro, cuello alto y corbata, capa, bastn, en
fin, con el completo vestuario de una persona mayor. Las faccio-
nes frescas de estos infantes aminoran en algo lo absurdo de sus ves-
tidos. Se ve, asimismo, a nias de la misma edad con cabellera fron-
dosa, trajes largos y ornamentos propios de una seorita. Una ni-
a que frecuentaba la casa de don Jos Mara, usaba grandes pen-
dientes, collar, anillos en los dedos y tena su pelo en trenzas y arre-
202 WILLIAM V. WELLS
glado con elegancia, ms como una novia que como una chiquilla.
El vestido, indudablemente, da al nio apariencia de ms edad. To-
das las mujeres en Centro Amrica se vuelven prematuramente vie-
jas. Pasara lo mismo si aqu vivieran las mujeres norteamericanas.
Por muchos aos despus de la independencia se oyeron elo-
cuentes discursos en los Congresos de Honduras. Pero entre los
liberales se cree que desaparecidas las grandes luminarias del parti-
do, To quedaba ninguno que representara el poder oratorio de antao.
Barrundia, el ltimo de los viejos revolucionarios, haba fallecido y
se afirmaba que nadie entre los vivientes poda reemplazarle (1).
Al adoptarse la presente Constitucin Poltica qued abolida la
pena de muerte (2). El castigo ms severo que ahora puede aplicar-
se por un crimen es el de quinientos azotes. El castigo es ms o
menos pavoroso, de acuerdo con la severidad con que se aplique. El
salteador de caminos Umanzor que recientemente haba escapado
del Castillo de Omoa y estaba sentenciado, se dijo, por ocho asesi-
natos, recibi cuatrocientos azotes en dos ocasiones, y pudo restable-
cerse. A menudo bastan doscientos para acabar definitivamente con
los sufrimientos de los culpables, cuando se aplican con tal propsito.
Si la intencin del gobierno es la de que el ofensor deba morir, la
pena se administra de tal modo que el prisionero deja de respirar an-
tes de que termine el castigo.
Se coloca al hombre abrazado a un rbol del dimetro justo para
que las muecas se encuentren en l lado opuesto y puedan ser suje-
tadas firmemente. Los pies se aseguran con lazos cerca de la raz.
Entonces se desnuda al culpable hasta la cintura. El instrumento
de castigo consiste en una vara pesada, flexible y resistente. El ver-
dugo, tambin desnudo hasta la cintura, se coloca a tal distancia del
prisionero y en tal posicin que le permitan descargar toda su fuerza
en cada golpe. Dada la seal, la vara desciende sobre la espalda
del condenado. El efecto es apenas menos terrible que el resultante
de la aplicacin del "knout" ruso. Se descarga golpe tras golpe hasta
que la vctima, que al principio lanza alaridos de agona y trata de
soltarse de sus ataduras, cae en silencio. Su espalda se convierte en
una masa sanguinolenta y a menudo se extingue la vida del culpable
antes de que se haya cumplido la sentencia. La apaleada se hace entre
(1) Aunque guatemalteco, Barrundia fue diputado en Honduras.
(2) El artculo 87 de la Constitucin Poltica de 4 de febrero de 1848, entonces
vigente, estableca que "la pena de muert e queda abolida en materia poltica; y sola-
mente se establece por los delitos de asesinato, homicidio premeditado y seguro, asalto o
incendio si se siguiere muerte, y por parricidio en los casos que determine la 3ey." V.
El Digesto Constitucional, p. 128.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 205
dos o tres verdugos, los cuales se relevan entre s al quedar agota-
dos con el esjuerzo.
Al venir de Tegucigalpa o del caso de un sirviente que haba
robado a su amo en el departamento de Comayagua. Lo atac mien-
tras dorma, cortndolo en pedazos con su machete y, apoderndose
de su dinero y de varias muas, escap con rumbo a Omoa. Fu per-
seguido por un piquete de soldados que captur y, por rdenes
del ojicial que los mandaba, le dieron trescientos palos. No vivi
para recibir todo el castigo. Pero los casos de asesinatos brutales,
como este, son raros. En ninguna parte del mundo se respeta tanto
la propiedad y la vida como en Honduras, como tampoco hay en el
continente pueblo ms pacfico ni hospitalario como el de estas re-
giones montaosas.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 205
CAPITULO XIII
La gran erupcin del Cosigina.Fenmenos en el interior de Honduras.
Los volcanes de Centro Amrica.Erupcin del "San Miguel".''Minerales
de Plata".Preparativos de viaje a Olancho.La regin aurfera del Gua-
yape; su accesibilidad.Obscuridad,Cuentos fabuls os .Resulta dos favo-
rables con el Gobierno.Ho! por" el Guayape.Partida,Cabalgata.Re-
clutando soldados.Ro Abajo.Otra vez el Dr. don Guillermo,Cofrada.
Camino a Talanga.Una fiesta en Talanga.San Diego intoxicado.Las
Cuevas.El rbol de la pimienta.
Entre los muchos e interesantes informes que obtuve de mi ami-
go Lozano estaba su relato de la famosa gran erupcin del Cosigina
en 1835. En toda esta seccin del pas, aunque a muchas leguas
del volcn, las montaas temblaron hasta sus cimientos, y se sintie-
ron fuertes sacudidas ocasionales; las gentes repentinamente sufrie-
ron nauseas mientras el aire se cubra de cenizas finas, tantas, que
parcialmente obscurecieron el sol, y los lejanos rugidos y explosiones
del volcn denotaban que alguna terrible erupcin estaba ocurriendo
en la gran cadena que costea el Pacfico. Muchos creyeron que ha-
ba llegado el Juicio Final. En las partes altas de Honduras, sin
embargo, las sacudidas no se sintieron como en las otras secciones
de Centro Amrica. Anteriormente, al cruzar por las montaas
se me haba mostrado un ro que corra hacia la baha de Fonseca
por un campo otrora frtil y ahora desolado a causa de los enormes
montones de ceniza arrojados por el volcn. Las explosiones se oye-
ron de parte a parte en el continente y las cenizas llegaron a una
distancia de varios cientos de millas.
El Seor Lozano me dijo que por tres das consecutivos el aire
estuvo lleno de un polvo impalpable que entraba por todas las hendi-
duras y grietas de las casas produciendo una sensacin sofocante. A
las tres de la tarde de los das del 20 al 22 de enero de 1835, la obscu-
ridad cubri todo el interior de Honduras il) y era tal que las luces
de las velas que estaban en mesas arrimadas a la pared, apenas po-
dan ser distinguidas por una persona colocada en el centro del cuar-
to. Las comidas se servan a la luz de candelabros. Los pjaros,
atemorizados por la obscuridad, volaban alocados hacia las ciudades
y se lanzaban contra los muros de las casas encontrando la muerte.
En las aldeas los venados y otros animales salvajes corran en las ti-
nieblas cerca de las viviendas de los hombres. La ms grande cons-
ternacin se apoder de la gente. Los estruendos del volcn se oye-
(1) Con relacin a este fenmeno puede consultarse la obra de Vctor Miguel Daz
tit-ulndn Conmociones terrestres en la Amrica Central, pp. 131 a 160.
20S WILLIAM V. WELLS
ron claramente en Guatemala y las vibraciones alcanzaron hasta M-
xico. En las secciones ms apartadas del pas, las detonaciones in-
termitentes del volcn se tomaron como descargas entre ejrcitos
contendientes.
"Cree usted, le dije al narrador que el Cosigina vuelva
a hacer erupcin?"
"Quien sabe!", me respondi don Jos Mara encogiendo sus
hombros y dando un chupetazo a su "cigarro". "El volcn no podr
aguantar una nueva erupcin sin deshacerse completamente en pe-
dazos, pero aqu creemos que en su gran esfuerzo qued agotado para
siempre."
Los ruidos ms fuertes, jams odos antes por el hombre, fueron
los rugidos del Cosigina durante dos das y sus noches!
Los centroamericanos todava ven con desconfianza al Cosigina
y abrigan menos temor de viejos, familiares, mejor portados y. ms
pequeos volcanes, como los de San Miguel, Conchagua y Ometepe.
Durante los ltimos diez aos solo ha habido unas pocas erupciones
en Centro Amrica. Los volcanes, que en larga fila se yerguen
contra el cielo y son mojones para todo viajero en toda la extensin
de la costa del Pacfico, parecen estar definitivamente extinguidos.
Con la excepcin del terremoto que en abril de 1854 destruy la ciu-
dad de San Salvador, y de unas pocas sacudidas de menor cuanta
experimentadas en otros lugares, la actividad volcnica ha dado poco
o ningn motivo de alarma. Las erupciones casuales en Guatemala
y El Salvador pocas veces han sido de serias consecuencias. Los
volcanes conocidos como Volcn de Agua y Volcn de Fuego se ha-
llan entre los ms elevados en Centro Amrica; el ltimo, al sur de la
ciudad de Guatemala, todava emite llamas y humo. Algunos bien
conocidos surgieron repentinamente de superficies planas, hecho
que an recuerdan en El Salvador varias personas.
Siguiendo la costa sur del Pacfico aparece una casi continuada
cadena de picos volcnicos que termina en el Conchagua, entre los
que se ve el enhiesto cono del San Miguel. Este lanza a veces copos
de humo blanco que pueden verse a diez leguas de distancia, ensorti-
jndose graciosamente en el cielo. En 1845 hubo una erupcin par-
cial de este volcn, por su lado Oeste que es el opuesto a la ciudad.
Dos das antes, el volcn anunci con rugidos la convulsin que se
aproximaba. Tembl la tierra en muchas leguas alrededor y la
obscuridad se adue de toda la regin. El pnico, como no se haba
sentido desde la catstrofe del Cosigina, se apoder, de las personas.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
207
Se ojrecieron plegarias en todas las iglesias y se dice que los ladrones,
inquietos con las espantosas advertencias, acudan voluntariamente
ante sus vctimas a reintegrarles su propiedad. Muchas familias hu-
yeron de San Miguel a la Isla del Tigre y a otros lugares ms distan-
tes. La lava que sali por un pequeo crter en la jalda occidental
del volcn, en dos das se reg en un espacio de ocho millas cuadra-
das, pero sin ocasionar grandes daos.
La finca de un viejo nativo donde ste viva con su familia a dos
mil pies de altura en la falda del volcn, fu rodeada por la corriente
re
ava hirviendo, pero por milagro se bifurc pocas yardas antes
de llegar a sus habitaciones para unirse ms abajo y continuar su fiero
curso (1). La rapidez con que se elevaron del volcn las exhalacio-
nes sulfurosas les salv de ahogarse. Desde entonces se tuvo a esta
familia como especialmente protegida de los santos.
Los fenmenos que acompaan las numerosas erupciones de los
volcanes que se extienden desde Guatemala hasta Costa Rica, pre-
sentan los caracteres geolgicos ms interesantes y mucho hay que
agregar a los hechos ya reunidos por los exploradores cientficos.
Desde que los espaoles fundaron las primeras poblaciones, las erup-
ciones y terremotos han destruido varias ciudades y han desolado el
territorio en muchas leguas. Escasamente hay en Centro Amrica
una ciudad que haya escapado de una devastacin por estas causas,
y muchas de las ms grandes han sido repetidamente destruidas.
La destruccin de San Salvador por un terremoto en la noche del
16 de abril de 1854, es una de las ms espantosas narraciones de que
se tiene memoria, y fu tan completa la ruina que se oper en pocos
minutos que aquellos habitantes que pudieron escapar huyeron para
siempre. El asiento del Gobierno fu trasladado a la vecina ciudad
de Cojutepeque
}
abandonndose el sitio de la ciudad destruida.
Los efectos de los terremotos rara vez se han extendido por todo
el continente. En muy raras ocasiones se han registrado temblores
a lo largo de la costa norte de Honduras. El ms fuerte que se co-
noce ocurri del 5 al 14 de agosto de 1856 cuando todo el litoral del
Caribe fu violentamente sacudido. Estos temblores se percibieron
distintamente en Jamaica, y fueron violentos y continuos en Belice,
Omoa y Trujillo. En esta ltima ciudad se sintieron no menos de
(1) "El 1G de abril de 1854 ser siempre para los salvadoreos un recuerdo l gu-
bre Los temblores comenzaron el Viernes Santo en la maana acompaados de horri -
bles ruido,
1
; subterrneos; el Domingo de pascuas hacia las once de la noche y sin fen-
meno!; precursores, la tierra se conmovi fuertemente y en diez segundos convirti en
ruinas la ciudad de San Salvador. El nmero de muertos fue como de cien, los heridos
y contusos llegaron a 200 prximamente": V. Apuntes sobre la topo{,Tnfa fsica de la
hrpililirn tic El Salvador, por David J. Guzmn. Editorial, San Salvador, 1883, p. 44.
208 WILLIAM V. \VZLL5
mil sacudidas en el trmino de ocho das. Honduras, sin embargo,
hasta hoy ha estado singularmente libre de las conmociones que han
afligido a las dems repblicas vecinas. No hay historia de que haya
sufrido esta Repblica inundaciones, pestilencias, tormentas destructo-
ras o huracanes, aunque las largas filas de pinos cados en los "lla-
nos" de las sierras muestran los efectos de los fuertes vientos del
Norte que azotan l continente.
Una descripcin de las pequeas aldeas que visit en el depar-
tamento de Tegucigalpa, durante mi permanencia en esa ciudad, no
sera sino repeticin de la que ya he hecho de las serranas. Mi prin-
cipal objetivo al visitar Villanueva, San Buenaventura, Cedros, Can-
tarranas y Ginope, que son los principales "minerales" de esta re-
gin, fu hacer una inspeccin ocular y tener conocimiento correcto
de las minas de plata y cobre que en pocas pasadas fueron clebres
en todo el Estado. Las pginas relacionadas con la parte central
de Honduras quizs se han extendido ms all de lo que fue mi in-
tencin original, y como yo volv a visitarla a mi regreso de Olancho,
reservo mis impresiones hasta que mi relato me traiga de aquel de-
partamento que se halla comprendido en la parte oriental del pas.
La meta de mis aspiraciones fu desde un principio la regin
aurfera de Olancho, y las vagas referencias que de ella tena se
aumentaron y confirmaron mientras ms y ms me acercaba al Gua-
yape. Tegucigalpa no est sino a una semana de viaje a lomo de
mula de las cabeceras de este ro y no tuve dificultad en obtener una
variada informacin la cual, no obstante, no era sino de odas.
El seor Ugarte puso a mi disposicin viejas obras, que tena en
su poder, relacionadas con el Guayape y la fama de sus ricos "place-
res". Mientras haca apuntes tuve la oportunidad de reflexionar
sobre las circunstancias singulares que haban originado y trado esta
empresa a su presente estado, y sobre las posibilidades de publicar
mis impresiones en un libro o informe que incluyera todos los hechos
que vinieran a mi conocimiento. Todos los das me encontraba con
personas respetables que, al saber l objeto de mi visita al pas, inme-
diatamente entraban en conversacin sobre l y repetan las tradi-
ciones de la riqueza del famoso "ro de oro" lo que, si no hubiera
sido por la frecuente verificacin de tales asertos en la tierra del oro,
que yo haba dejado recientemente, me hubiera hecho dudar de la
sinceridad de mis informantes. Por qu tales "placeres", si como
se me informaba, existan en l Guayape y sus afluentes, no se traba-
jaban? Por qu no eran conocidos en el mundo? Por qu los mis-
mos narradores, con l conocimiento de tales hechos no se dedica-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 209
ban a ellos? Por qu los cortadores de caoba que se comunicaban
con la costa norte nunca los hicieron pblicos? y Por qu el pas
no era invadido como California por los aventureros buscadores de
oro? Eran preguntas que entonces, como lo haba hecho antes, me
haca a m mismo, A estas muy naturales preguntas, la respuesta
es que nunca han existido entre los olanchanos, medios ni capacidad
ni inclinacin para buscar la riqueza en los suelos que se hallan bajo
sus pies, igual que los de California bajo las huellas de los indios no
desarrollados desde pocas remotas hasta tanto la mano de la indus-
tria no los hiciera provechosos; y tambin porque durante dos siglos
desde a conquista del pas, Olancho, que es una continuacin nortea
de la costa de La Mosquitia, ha estado apartada de las rutas del co-
mercio. Igual que las regiones aisladas de La Mosquitia, sus sierras
y llanos ganaderos han permanecido en la misma condicin primiti-
va que ocuparon cincuenta aos despus de las primeras coloniza-
'ciones. Todava se encuentran los rastros de los trabajos de los
viejos espaoles en las mrgenes de los ros, consistentes en burdos
instrumentos y socavones profundos. El pas, salvo por unas po-
cas leyendas deformadas, ha sido tierra desconocida para el mundo.
Pocas personas saben actualmente de su existencia y ni uno en-
tre diez de los gegrafos mejor informados ha odo de "Olancho" o
de su capital Juticalpa. An Tegucigalpa, que es ciudad de con-
sideracin y situada en la parte mejor conocida de Honduras, hasta
hace poco no apareca en los mapas de Centro Amrica. Menos an
han tenido inters en penetrar de la costa del Mar Caribe al interior
del pas, lejano y desconocido; y en el litorial del Pacfico los esca-
sos barcos extranjeros que visitaban la costa con propsitos comercia-
les, antes de los descubrimientos de oro en California, meramente
tocaban y salan. Olancho, hasta hace pocos aos, ha sido en verdad
" un libro sellado"; los habitantes del resto de Honduras parecen es-
tar tan ignorantes de su valor como lo estn los extranjeros, y nadie
da sino confusos relatos del Guayape y sus "placeres". A lo ante-
rior hay que agregar que existe una aversin general para visitar
Olancho debido a la supuesta celosa actitud de sus indios y su egos-
mo en cuanto a la explotacin del oro, y el carcter indolente por
naturaleza de los hondurenos; y se explica fcilmente por qu los ciu-
dadanos de otras secciones del Estado no han intentado el desarro-
llo de sus minas.
Los cortes de caboa en las mrgenes de los ros Guayape, Wanks
y, claro est, de todos los dems ros que riegan la parte oriental de
Honduras, datan de pocos aos. El primero que se organiz en los
210 "WILLIAM V". ^YELLS
ros Guaya-pe, Guayambre y Jalan, que forman en conjunto el ro
Patuca que desemboca en el mar Caribe, fu en 1848 y el trabajo se
llev a cabo con negros jamaiqueos y centroamericanos, gentes que
no estaban capacitadas -para desarrollar las minas de oro ni para ha-
cer circular las noticias de la existencia de stas. Y los pocos trafi-
cantes en tortugas y caoba que hacan viajes por los cayos entre el
Cabo Gracias a Dios y Belice escasamente eran idneos como medios
de informacin al respecto o en cualquier otro, y tampoco hubieran
sido credas sus aseveraciones. As se comprende por qu la rique-
za mineral de la parte oriental de Honduras ha permanecido confinada
al conocimiento de muy pocas personas, por cuyo medio vino al mo.
La fama del ro Guayape, no obstante, no era desconocida para In-
glaterra y el deseo de posesionarse de este pas, en unin de los inte-
reses madereros de numerosas firmas ricas de Londres, puede ayudar
a explicar la pertinacia con que la Gran Bretaa se ha aferrado
a la aparentemente inservible costa de Honduras.
Que uno de los mejores pases mineros del mundo, situado en
la va natural de nuestra ruta comercial, haya quedado sin ocupar
por los norteamericanos es inexplicable a no ser como un paralelo
de aquella misma negligencia que los dej sin descubrir hasta hace
poco los ricos yacimientos aurferos de California y Australia. Al
presente, los proyectos colonizadores de los anglosajones estn re-
gulados o al menos grandemente influenciados por los descubrimien-
tos de metales preciosos. Estos proyectos son a veces imprudentes
y desafortunados, que han costado inmensas sumas de dinero y vidas
de muchos aventureros cuyo entusiasmo excedi a su sagacidad. Las
condiciones para un rpido y completo xito en el establecimiento de
una colonia minera son tres:que los habitantes de la regin que se
va a colonizar sean demasiado pocos en nmero para que no incomo-
den a los mineros, como fu el caso de California, o que tengan buena
inclinacin de nimo hacia ellos a su arribo; que el clima sea templado
si es en tierras bajas o moderadamente clido si es tropical; y, final-
mente, que sea accesible por mar, y ser ms fcilmente colonizado
si est ms cerca an de alguna de las grandes rutas del comercio.
Supongamos, por ejemplo, que se descubrieran minas de oro si-
milares a las de California a orillas del Lago de Nicaragua, que est
a solo diez das de navegacin de Nueva York. El clima, aunque en
"tierra caliente" no es mortal; el suelo, lo barato de todo lo necesario
para la vida, y su seguro y fcil acceso naturalmente atraera, a miles
de mineros y colonos pacficos e industriosos, que sin ninguna lucha
y slo por el mero irresistible curso de las cosas, crearn un nuevo es-
EXPLORACIONES EX HOMJUHAS 211
tado republicano en aquella regin de Centro Amrica, enteramente
ajeno a las vicisitudes que all estn ahora ocurriendo desde hace do-
ce meses.
Pero desgraciadamente para Nicaragua, los depsitos aurferos
se encuentran en el interior del pas, lejos de la lnea del trfico nor-
teamericano, en el distrito de las Segovias cerca de la frontera de Hon-
duras, que son para Centro Amrica lo que el centro de la regin mi-
nera de California para los distritos agrcolas circunvecinos. La re-
gin de los lagos no es aurfera.
Aquellos, por otra parte, que han vivido por algn tiempo en Ni-
caragua, o que han conversado con los viajeros y nativos de aquel
pas, habrn seguramente odo sobre el "oro del Guayape", llevado
por los indios y comerciantes locales a la costa de Honduras y que es
reputado como el mejor oro del mundo. Desde tiempos inmemoria-
les este oro fu empleado por los naturales de Centro Amrica para
propsitos de ornamentacin, pero los depsitos de los cuales se ex-
trae son totalmente desconocidos para el mundo entero. Esta regin
aurfera est cercana a una de las rutas de-nuestro comercio, ya ex-
plorada para, el trnsito por una organizacin de capitalistas nortea-
mericanos. Me refiero a la empresa del ferrocarril interocenico de
Honduras. La regin aurfera de Olancho se encuentra al Este de
esta proyectada lnea de trnsito y con fcil acceso. Muchos dep-
sitos aurferos se han encontrado en el Guayape y sus tributarios, y
las pequeas partculas del metal se hallan en todo suelo, en las are-
nas de cada arroyo y en los caones de esa regin.
Estos hechos, sorprendentes como puedan parecer, y a los cuales
ya me he referido en mi propia revista y en folletos, son ya del conoci-
miento de los mineros norteamericanos, y no pasarn muchos meses
sin que Olancho, con su clima salubre, sus valiosos productos vegeta-
les y grandes regiones aurferas, sea poblado por gran nmero de
nuestros compatriotas.
Con estos datos, completados en la conversacin que tuve con los
nativos mejor informados que pude encontrar, hice los preparativos
para dejar la ciudad, en donde, en las pocas semanas que en ella estu-
ve, hice muchas cordiales amistades, que me expresaron sus mejores
deseos y me dieron atinados consejos a fin de que mi misin tuviera
el mejor xito. Despus de los acostumbrados atrasos, sin los cuales
no hay empresa que pueda llevarse a cabo en Centro Amrica, obtuve
del Supremo Gobierno algunas valiosas concesiones, entre ellas el
derecho de suscribir con los naturales de la regin toda clase de con-
212
WILLIAM V. TTELLS
tratos -para jines mineros o comerciales, los que despus deberan ser
sometidos al estudio y aprobacin del Gobierno; la introduccin, libre
de derechos, de toda clase de maquinaria, implementos, instrumen~
tos cientficos y artculos para el cumplimiento de tales contratos, y
la Ubre navegacin de barcos por los ros, sin restricciones. Este
acuerdo fu publicado en la "Gaceta", rgano gubernamental; y mi
buen amigo el General Cabanas dndole importancia adicional a mi
empresa, me envi nombramiento como "Cnsul General de Hondu-
ras en los Estados Unidos"; un pasaporte especial para poder viajar
a travs de Honduras, firmado por el 'Ministro de "Hacienda"; un pa-
quete de cartas de presentacin para las personas ms importantes
de Olancho y en especial para la "familia Zelaya" y un gua y sirvien-
te de confianza. La noche anterior a mi partida me visit para de-
cirme "adis!"
Otros amigos tambin vinieron a expresarme sus buenos deseos
y entregarme mas cartas de presentacin.
Hechos todos los preparativos, a la maana siguiente, al des-
puntar el alba se trajeron las muas al "patio", donde mi "muchacho"
Roberto las ensill y carg. Haba hecho una nueva amistad:la del
seor L. de Tegucigalpa (1) quien me acompaara como dibujante,
por su propia cuenta, y cuyos dibujos que me mostr antes encontr
muy buenos. Pronto hall en l un agradable compaero, sindome
de gran utilidad por su conocimiento de las gentes. Nuestra pe-
quea cabalgata consista de cinco muas que trotaron alegremente
fuera de la ciudad, habiendo dejado sta antes de que el sol emergie-
ra sobre el filo de las cordilleras del Este,
Fue con un sentimiento de euforia que me vi subiendo de nuevo
las estribaciones speras de las montaas, inhalando otra vez las bri-
sas suaves y estimulantes de las tierras altas, con "mis apuntes y m
bolsa" bien repletos, en muas de buena clase, con compaeros ale-
gres, un paquete de excelentes cartas de presentacin para los prin-
cipales "olanchanos", y el favor del Gobierno y de las principales fa-
milias para ayudarme en la empresa. _ Nuestro "equipaje" estaba di-
vidido entre dos muas de carga, una llevando las provisiones y la otra
nuestra ropa, instrumentos y avos de viaje. A una milla de la
"Parroquia" cruzamos el Ro Grande y de ah subimos hasta mil pies
sobre el nivel de la ciudad. Desde esta cumbre partimos hacia la al-
dea de Ro Abajo, situada como a dos leguas al Noroeste de Tegu-
(1) Don Jos Sotero Lazo, de quien se dan algunos datos en otra pag. En 1889
desempeaba las funciones de intrprete del Cuerpo de Polica de Tegucigalpa. V. Va-
llejo, Primer Anuario, p. 211.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 215
galpa. Por habernos detenido en dos ocasiones para hacer unos bo-
cetos, nuestros muchachos se adelantaron bastante con las muas de
carga; y reanudando nuestro camino los hallamos disputando con una
escolta de reclutamiento. Las muas haban sido ya descargadas y
un gran pelotn de soldados rodearon la desconsolada comitiva, ahora
aumentada con el padre de Roberto, y todos gritando a pleno pulmn.
Los mosquetes se manejaban furiosamente y en medio se encontraba
mi sirviente retorcindose las manos, personificando la ajliccin mis-
ma. Fue cuando salimos de una curva del camino que sbitamente
apareci esta escena pintoresca. Galopamos hacia el lugar, mientras
Roberto y su padre corrieron a nuestro encuentro, salpicando saliva
y gesticulando como locos. Mientras escuchaba yo su relato, un ofi-
cial, algo mejor vestido que el resto, se me aproxim.
"Seor", le dije de qu crimen se acusa a mi sirviente para
que le detengan?
"De ningn crimen, caballero", repuso el oficial
f
"pero el Go-
bierno me ha dado la comisin de enganchar soldados para el ejrci-
to, como tambin para requisar todas las muas que encuentre en los
caminos, y no hago otra cosa que cumplir con mis instrucciones"'.
"Pero", agregu yo, "no est usted enterado de que yo viajo por
el pas bajo la proteccin del Gobierno? Mire, aqu est mi pasapor-
te como Cnsul de Honduras y aqu tiene usted cartas del propio Se-
or Presidente'
1
.
"En ese caso, caballero, yo lo pongo en libertad, pero aqu viene
mi jefe superior el Coronel Rub".
Y en verdad, por un ramal del camino apareci en aquel momen-
to, con una comitiva como de doscientos hombres en filas de dos en
dos, sucios y en harapos, y por todo las criaturas ms desharrapadas
que hasta entonces haba visto en el pas. Al reconocerme, el coro-
nel Rub aceler su caballo y al ver, rpidamente, el estado de las co-
sas, llam fuertemente la atencin a su oficial por su estupidez y lue-
go, obsequindome un puro, me suplic que no le diera importancia
al asunto. Mientras tanto los hombres volvan a cargar las muas y
tuve tiempo para preguntarle a mi amigo el Coronel el objeto de es-
tar enganchando, como haba odo.
"Esta es una triste anomala en su decantada democracia", le dije.
"Oh, en cuanto a eso" me repuso, "esto se hace en todo Centro
Amrica; el pas tiene que defenderse, y adems nosotros pagamos. El
General Cabac.s se convierte en padre de estos pobres muchachos,
214
1YTLLIAM V. WELLS
pero a pesar de todo lo que l h.ace por ellos, aprovechan la primera
oportunidad para huir y volver a sus hogares. Puede usted creerlo,
que hace slo dos semanas que el Coronel. . . vena de Yoro con cien
reclutas para el ejrcito y stos se Te sublevaron en el camino y to-
maron las de Villadiego, huyendo a los montes y dejando a mi Coro-
ner enteramente solo".
Yo no poda culparles de esta natural resistencia, pero le pre-
gunt:"Han penetrado ustedes en Olancho con el fin de coger- solda-
dos?"
"Caramba, N!", replic el Coronel con su sonrisa torva. "Esos
olanchanos son unos diablos! Portan grandes machetes y fusiles, y
cuando son muy pocos pelean y se esconden en las montarlas con los
indios. No, n; nunca nos atrevemos a engancharlos; son muy "bra-
vos" y estn totalmente juera de nuestro dominio. Hace muchos
aos el Gobierno invadi Olancho, pero fu "la primera" y "la lti-
ma vez", aadi con un movimiento significativo. "El Gobierno tie-
ne miedo a los "olanchanos", dijo despus de un momento de silencio,
"se consideran a si mismos como una pequea repblica independien-
te" (1)
El Coronel ri de mi proyecto de suscribir varios contratos con
los Zelaya y me repiti el viejo refrn centroamericano: "Olancho
ancho para entrar, angosto para salir", advertencia que, si era apli-
cable a la fascinacin de sus mujeres o a los peligros ocultos de la re-
gin, yo estaba poco dispuesto a tomarla para m mismo.
Los hombres enganchados se pusieron de nuevo en movimiento,
el Coronel los vio pasar en su camino hacia Tegucigalpa y luego con
un alegre "adis" espole su caballo para seguirnos. Pronto lo per-
dimos de vista.
Habindose lisiado una de nuestras muas, resolv mandar por
otra a la ciudad, lo que nos atras hasta por la tarde. Como el prxi-
mo poblado, San Diego de Talanga, estaba ocho leguas adelante, consi-
deramos prudente pasar la noche en Ro Abajo. Fueron descargadas
las muas pero las dejamos dentro del corral de nuestra posada, la ca-
sa del Seor Lanez, padre de Roberto, donde nos preparamos a pa-
sarlo cmodamente entre nios chillones, pulgas, ruidos indescripti-
bles y la quintaesencia de la suciedad. Hay once casas en Ro Aba-
(1) Lo que pasaba, y sigue pasando para desgracia de Honduras, es que la falta
de buenos caminos de fcil acceso, de hecho pone fuera del directo e inmediato control
de las autoridades centrales a lugares donde imperan funcionarios arbitrarios y dspotas
que, algunas veces con la tolerancia o el beneplcito de aquellas, se erigen en caciques,
seores de vidas y haciendas.
EXPLORACIONES EX HOIVDLTVAS 215
jo. En un montculo cercano a la casa, Don Domingo Fulano, estaba
fabricando jabn de la carne de un cabro, dndole vueltas a la mez-
cla con un palo mientras se coca en un fuego crepitante. El fogn
era de adobes unidos por dentro y colocados en un bronco marco de
ladrillos. Este es el nico jabn que se usa en las ciudades del pas y,
en verdad, es una cosa malsima. Poco empeo se pone en quitarle
las impurezas.
Al entrar en la casa hall a uno de los chicos quejndose del do-
lor que le produca una pierna enferma y que probablemente se le ha-
ba tullido y deformado por descuido. Mi fama de mdico no se ha-
ba escapado a Roberto quien me pidi viera al paciente. Yo haba
aprendido desde haca mucho tiempo cmo satisfacer tales ruegos con
la mejor buena voluntad y despus de una debida inspeccin, recet
de mi caja de medicinas, una mezcla de alcanfor, sal y pimienta de
Cayena, que disolv en agua caliente y la apliqu a la pierna del en-
fermo. Sea por f en el mdico o por efecto del frotamiento, lo cier-
to es que el dolor desapareci con gran sorpresa y as, contra mi deseo,
me di cuenta de que mi reputacin creca.
A mis esfuerzos en la ciencia mdica se debi sin duda la exce-
lente comida que nos dio la agradecida madre. Entre los platos ha-
ba una salsera llena de mantequilla, dentro de la cual metamos pe-
dazos de tortillas recin echadas. Despus de la comida mi sirviente
tendi la hamaca, y apenas me haba subido a ella para echar un sue-
ito, cuando, de nuevo, el clamor del nio me despert. Habamos
nueve personas durmiendo en un solo cuarto de la casa. Cuando le
ped luz a la seora, entr sta con un hachn de ocote y la pequea
choza as iluminada presentaba un espectculo al que yo no estaba
acostumbrado, pero que, de aqu en adelante, me sera familiar de
tanto verlo repetido. En las dos camas de cuero se hallaban varios
chicos completamente desnudos, con los ojos parpadeando molestos
por el reflejo de la antorcha, ha seora misma estaba apenas cubier-
ta con un ralo camisn, sobre el cual caa su larga y crespa cabellera
con un aspecto salvaje y antinatural, realzado por sus negros ojos y
.su moreno rostro. Las facciones del Seor Lanez fuera de la colcha
en harapos, me hizo recordar a un oso sacando su cabeza peluda des-
de un montn de malezas. L... envuelto en una sbana descansaba
debajo de mi hamaca; los sirvientes estaban hechos un rollo sobre
las sillas de montar y mantillones; en el centro de la casa estaban echa-
dos varios perros que parecan poco dispuestos a moverse a la voz
chillona de su ama. En una percha para su acomodo especial, se vea
una fila de gallos de pelea, cuyo disgusto por la repentina ilumina-
216 WILLTAM V. WELLS
cin lo expresaban con profundos cacareos de rabia y agresivos pico-
tazos. De las vigas colgaban varias sartas de chorizos, chiles, plta-
nos y diversas verduras, todo apenas discernile a travs de las telas
de araas, cuyos giles propietarios tambin se aprestaron para una
pronta vigilancia, a causa de la antorcha, movindose ligeros en asus-
tadora proximidad a mis narices.
Se le hizo al enfermo una nueva aplicacin de cpsico, sal y al-
canfor y con tal xito esta vez que el pequeo paciente se durmi.
La noche estaba fra, tanto que ech mano de todas mis mantas. A
la maana siguiente, temprano estbamos activos. Mientras los mu-
chachos ensillaban las bestias, tuve oportunidad de observar los alre-
dedores. El sol se levant sobre la cresta azul de las montaas, sin
nubes, que se conocen con el nombre de Montes de Jutiapa. La pe-
quea aldea est en un extenso valle rodeado de numerosos cerros,
que tenan en el amanecer aquel singular color jaspeado que slo se
v en las regiones montaosas. Los cantos de una diversidad de p-
jaros llegaban desde los montes vecinos y as sucia, esculida y mi-
serable como era la choza, sent el infinito placer de contemplar fue-
ra de ella el prodigio de la belleza natural. Pronto nos alejamos del
ruido de los cerdos, perros y aves de corral, y otra vez estbamos a
campo abierto, con nuestras muas jadeantes al subir y bajar de
"cuestas", mientras Roberto, alegre, de cuando en cuando cantaba
una cancin tragicmica, al parecer el lamento de una seorita bur-
lada frente a un cura picaresco:
"Oh, que estis haciendo Fraile Pedro, Fraile Pedro,
"Oh, que estis haciendo, Fraile Pedro;
Y al terminar el estribillo, agarraba a varazos la mula ms cer-
cana, hacindola salir de estampida con una tremenda sacudida de la
carga.
A las nueve de la maana llegamos a un pequeo grupo de caba-
nas, que se llama Cofrada. Nuestra ruta desde Ro Abajo era casi
tacia el N. E., y siempre en un ascenso gradual. Desde Cofrada el
panorama es excelente:la Montaa de Las Moras rodea el horizonte
hacia el N. N. E., y la de "Cantoral" hacia el N. O. La primera se de-
nomina as por la gran cantidad de moras que hay en ella durante la
poca de cosecha. Antes de trepar por la montaa e inmediatamen-
te despus de que salimos de Ro Abajo, vadeamos el Ro en el paso
"Hernando Lpez", punto donde, segn se me inform, se haban aho-
gado muchas personas al tratar de cruzarlo.
EXPLOI ACIONES EN HOXDL-RAS 217
Llegamos a la casa de la seora Soto, que es la mejor del lugar,
y al ofrecerle unos pocos "reales" la seora mand por leche y pollos,
que comimos con deleite. Aqu vi la planta de "chichicaste", una
especie de leguminosa, el Mocuna pruriens. Cerca de la casa haba
unos pocos arados rsticos y otros instrumentos de labranza, pero to-
do estaba ocioso y, al parecer abandonado. All lejos en una colina
desierta pude divisar dos formas humanas, pero con estas excepcio-
nes no haba seal de vida, salvo unos pocos nios enflaquecidos.
Los espesos y susurrantes pinares cerraban la vista hacia el Este y el
Norte. La sensacin con que uno se mueve a travs de estas mon-
tonas soledades es de tristeza indescriptible. La hierba es baja y el
contraste entre la florida riqueza de las tierras calientes de Nicaragua
y estas elevadas regiones es bien marcado y sorprendente.
Al dejar la pequea aldea continuamos nuestro camino rumbo
al Noroeste y despus de viajar dos leguas, a travs de un aparente-
mente interminable laberinto de montaas empinadas, llegamos al
Ro Grande. Lo cruzamos y arribamos al pie de una interesante co-
lina de piedra caliza que, irguindose como los escalones de una cade-
na de montaas en miniatura, formaba una bella fortificacin natural.
El camino la circunvala gradualmente; siendo del color y de la con-
sistencia del yeso brillaba a los candentes rayos del sol como si recien-
temente hubiera sido pintada de blanco; era difcil verla fijamente por
un momento. El paso de las muas lia hecho una serie de gradas tan
regularmente marcadas, como si hubieran sido cortadas artstica-
mente. Desde su cima contemplamos ms all las "Montaas de los
Ranchitos", hacia el Este, con sus cumbres distantes delineadas per-
fectamente contra el ter azul.
Hay una bajada suave en la colina antes de subir a los arrogan-
ies picos. L... hizo un bosquejo de esto, como tambin de una inte-
resante roca que corana el Cerro de Tusterique, por el cual pasamos
a una legua de andar. Aqu hay una cueva construida, al parecer,
por una raza ya extinta. Las piedras de granito se hallan colocadas
regularmente como si fuera por manos de arquitectos. Dentro de
stas hay bloques cuadrados y todo est cubierto de musgo. La parte
exterior se halla densamente cubierta por lianas y arbustos. Nin-
guno de mis muchachos saba, de su origen ni si se haba hecho in-
vestigaciones al respecto. La dificultad del ascenso y la falta de
tiempo me impidieron darle la debida atencin. El interior est
frecuentado por numerosos murcilagos que han mordido gravemen-
te n algunas de las mejores muas de la regin. Una legua ade-
lante cruzamos una corriente rpida y cristalina Uarnada "Ro Zorri-
218 YTILLIAM V. WELLS
Ho". Las aguas rutilantes dan un ments a su nombre; fluye del
noroeste y desagua en el Ro Grande". Las montaas de "El Ranchi-
t o" todava se dejaban ver. Al otro lado de ellas se extiende el lla-
no de Talanga, en el que se asienta la poblacin de ese nombre. El
terreno intermedio es de formacin grantica y piedra caliza, inter-
calada con una piedra color rojo que fcilmente se desmorona en
pequeos trozos cuadrados. Lo abrupto de la colina, sin embargo,
en muchos lugares las ha expuesto a la accin de las lluvias que,
desprendiendo las substancias blancas, forma franjas grandes y se-
cas que brillan desde lejos sobre el caliente y silencioso suelo. La
serrana est escasamente poblada con pinos y robles.
Una vez que atravesamos estas serranas del "Ranchito" vimos
en frente el gran valle de Talanga. El descenso es abrupto y escarpado.
En todas direcciones vimos muchos pinos cados cuyas races toda-
va con terrones de arena y caliza penetran apenas un pie en el suelo,
que es poco profundo. El camino, alrededor de un promontorio o
espoln de la montaa, ofreca una vista bella del valle extenso y
frtil, todava hmedo por las recientes lluvias. Seguimos por una
fangosa senda a lo largo de la Quebrada de Talanga, llamada tam-
bin Ro Salado. Es uno de los afluentes del Sulaco, que desem-
boca en el Humaya.
El camino que hasta entonces era por "cuestas", duro y rido,
era ahora lodoso, pesado y obstruido por races y plantas rastreras.
La vegetacin toma una apariencia exuberante y el limo negro alimen-
ta a miles de plantas de verdor brillante e infinidad de atractivas flo-
res. A la izquierda bordeando el camino, pantanos impenetrables por
sus densos matorrales, y a la derecha speros bosques. Nos cogi
la noche en estos lodazales desesperantes a pesar de haber acelerado
nuestras cabalgaduras. El zumbido de miradas de insectos y el
ruido de los reptiles nocturnos llegaban claramente a travs del aire.
Por ltimo, empezamos a ver lo que en la obscuridad nos pareca ser
un claro y nuestras muas resbalaban y caan en el lodo y resoplaban
ansiosas ante la perspectiva de un prximo descanso. Salimos a
una gran planicie cubierta de rboles bajos y apiados y, aunque
muy frtil, supe era insalubre. Est poco cidtivado.
Despus de haber pasado los pantanos por dos lugares, segui-
mos una vereda de muas por obscuros matorrales y cruzando a me-
nudo pequeas quebradas hasta que, al dar una vuelta sbita, vimos
un resplandor de luces rojas que con la explosin de bombas y gritos
de una muchedumbre animada nos hizo vacilar por un momento y
detenernos prudentes antes de entrar en la poblacin.
EXPLORA CILES EN HONDURAS 219
"Una revolucin, con toda seguridad", dijo L. . .
Pero cuando nos acercamos, el sonido de violines y guitarras nos
desenga y espoleando nuestras jadeantes bestias entramos a paso-
trote en la pequea poblacin de San Diego de Talanga. Vimos la
plaza y las calles iluminadas como en el da, con sendas fogatas, y
las casas resonaban con las explosiones de cohetillos, torpedos y
"bombas", en medio de una multitud juvenil que gritaba y saltaba
alrededor de las llamas como una encarnacin de verdaderos duen-
decillos. A primera vista la escena era pintoresca, pero observn-
dola se disip todo romance.
Cuando entramos, una muchedumbre avanz hacia nosotros ha-
ciendo que las muas de carga galoparan locas en la obscuridad se-
guidas de Diego y Roberto que exclamaban:"Caramba!
11
"Que mu-
chachos stos!" a lo que los de la comparsa contestaban con alaridos.
Mientras los criados hacan regresar las bestias, fuimos rodeados por
un grupo de viejas odiosas, cuyas pieles coriceas, ojos nublados
y jacciones marchitas nos hicieron evocar las fantasmagricas herma-
nas de los malditos aquelarres (1). A mis preguntes me dijeron que
ste era el gran "da de fiesta" de Talanga cuando todo el mundo, del
cura para abajo, tena permiso para, emborracharse, bailar y gritar
a como les diera la gana, hecho que no poda contradecir viendo las
grotescas figuras que nos rodeaban. La aparicin de estas brujas
medio desnudas y arrugadas se haca todava ms horripilante al
resplandor de las fogatas.
Dejarnos este repugnante espectculo y nos encaminamos hacia
el "cabildo" donde otra muchedumbre, algo mejor ataviada que la
de la "Plaza", nos encamin hacia la casa de un conocido de L. . .,
el seor Gregorio Moneada, quien viva cerca de la iglesia. Cabal-
gamos hasta la casa de adobe que se nos seal, desmontamos y fuimos
recibidos con una ruidosa bienvenida. Era una pareja joven; la se-
ora haba casado recientemente y antes de contraer matrimonio, se
me dijo, era una de las muchachas ms bonitas de Cedros, ciudad
que queda como a diez leguas hacia el Norte, ha conversacin de
la seora poco a poco u aminorando la impresin desfavorable que
primeramente me haba, formado de Talanga. No le gustaba el lu-
gar, dijo, y suspiraba por vivir algn da en Tegucigalpa, para ella
el centro de la elegancia y de la moda del mundo. En realidad, Hon-
duras era su mundo porque no conoca otro. Despus de la cena
() Aquelarre es palabra vascongada, que equivale a Prado del Calirn. V. His-
torio de los Heterodoxos Espaoles, por el Dr. Marcelino Menndez y Pelayo. Primera
edicin, u. GG7.
220 WILLIAM V. "WELLS
omos banda de msicos tocando en el lado opuesto de la "Plaza" y
hacia all nos dirigimos. Era el ltimo da de la fiesta y los habi-
tantes estaban decididos a ponerle jin con las debidas demostraciones
de jubilo. Permanecimos con la multitud a la puerta de la casa y
miramos hacia el interior, donde los bailadores se remolinaban al
comps del rasguear de las cuerdas y del chirriar de los instrumen-
tos. De pronto el dueo de la casa divis mi rostro, que no era el
de un centroamericano, y al momento estaba en la puerta para ver-
me de mas cerca. Un cuchicheo con Roberto le revel que yo era un
1
"norteamericano" y funcionario del gobierno; tal oportunidad no po-
da desperdiciarla l para su baile as que, abrindose paso autorita-
riamente, lleg hasta m y cortesmente me invit a que pasara ade-
lante y escogiera compaera. Decirle que no aceptaba su invita-
cin para unirme a las parejas que bailaban hubiera sido un desaire
a tan generoso anfitrin, quien me seal las mejores danzantes de
la sala. El piso era de tierra y las paredes de "adobes" en bruto.
As que el lector bien puede fcilmente imaginarse al grupo y juz-
gar el estilo del saln de recepciones.
Al regresar a la casa de don Gregorio nos encontramos con una
crepitante fogata en la esquina de una de las piezas que constituan
el interior de la casa. La ma era la nica hamaca, la que colgada
de las viejas vigas serva mil veces mejor que los mseros lechos arre-
glados abajo con cueros de res extendidos en el piso. Con la ex-
cepcin de la consabida peste de pulgas y del enloquecedor balido
de unas cabras, nada alteraba nuestro tranquilo y reparador sueo,
y temprano de la maana siguiente nos levantamos bastante remoza-
dos. Mientras se cargaban las muas di una vuelta por la Plaza
para echar un vistazo a la aldea. Era sta una miserable coleccin
de chozas de adobe, siendo la iglesia el nico edificio regular. Una
procesin religiosa integrada por todas las mujeres de la aldea, en-
cabezada por el cura, pasaba frente a la casa en los momentos en
que montbamos. Llevaban en hombros una ridicula imagen del
santo patrn del lugar (San Diego) y a pesar de toda mi acostum-
brada seriedad en tales ocasiones, tuve que hacer un esfuerzo para
no rerme. Al viejo santo, con una barba de un pie de largo y reves-
tido con los baratos adornos de las aldeas, lo llevaban sentado en una
silla, con la frente coronada de hoyas de palmera y portando un ca-
charro de hojalata en la mano. Por un descuido de parte de sus
cargadores, la cabeza iba ladeada y el movimiento con que se le con-
duca era precisamente como l de un violinista borracho saludando
estpidamente a la multitud. El cacharro, emblema de la bebida,
EXPLORACIONES EN HONDURAS
y la corona de hojas de palmera que a la distancia parecan de parra,
completaban el parecido bquico. Nos descubrimos reverentes ante
este augusto grupo y salimos de ah; pero al salir de la aldea y cuan-
do ya no se nos poda or, nos desgaifamos de risa.
La seora Nicolasa Moneada bondadosamente nos haba llevado
mantequilla en un bote que ju de pepinos, pero el torpe de Diego,
a quien se le haba confiado, lo dej caer a propsito, segn creo
y no pudimos paladear este dudoso manjar. Una hora de rpido tro-
tar nos llev a un valle al pie de las Montaas de Vindel. Mientras
subamos volvimos la vista hacia el pueblo que, como todos los es-
paoles, tiene una apariencia atractiva, pero desde lejos.
En nuestra ruta, al subir por las speras cuestas nos encontra-
mos con una recua de muas "en ruta" hacia San Miguel. Ade-
lante iban dos mujeres llevando sendas canastas con un hueco en la
parte superior por donde emergan las rojas crestas de media docena
de gallos de pelea. Uno de los "arrieros" llevaba atado a sus espal-
das un animal de buena estampa. Esperaban llegar a San Miguel
a tiempo para que sus gallos tomaran parte en la prxima feria de
noviembre.
Al medioda paramos en "Las Cuevas", mitad del camino entre
Talanga y Guaimaca. Bajo la protectora ceja de un faralln hay
un profundo corte en la colina, ennegrecido por el humo de las mu-
chas fogatas de los viajeros que paran all para cocinar. Una fuente
corre cerca de este lugar y ah desmontamos para hacer un poco
de caf. Mientras ste era preparado pas una partida de ganado
de 0\ancho, en su camino hacia San Miguel. Eran animales sanos
y gordos y ello dio lugar a que se contaran varias historias espeluz-
nantes en relacin con el peligroso oficio de "arriero" de ganado.
Partidas hasta de dos mil cabezas se llevan a veces de Olancho a Gua-
temala y en el camino los "vaqueros" son, a menudo, embestidos por
animales furiosos, y empitonados hasta causarles la muerte. A estos
hombres los han encontrado, dijeron, hechos pedazos y mutilados,
ev las ramas de los rboles, a la vera del camino en donde, despus
de haber sido muertos, los animales con sus cuernos los han aven-
tado hacia arriba.
Desde donde nos hallbamos sentados me llam la atencin un
rbol de espeso follaje y de un verde profundo, de unos veinte pies de
altura, y aparte de varios otros rboles, que mucho se parece a los si-
cmoros. De sus ramas, Diego cogi unas bayas secas, de la pasada
estacin, qxie inmediatamente reconoc como igual a las que yo haba
222
WILLIAM V. WELLS
visto en venta en la "Plaza" del mercado de Tegucigalpa, en peque-
as canastas con el nombre "pimienta gorda". Era el verdadero pi-
mentero como lo averig ponindolas en mi lengua. Vale poco ms
o menos diez centavos la libra en los mercados. Despus supe que
florece con marcado vigor y esbeltez en todas partes de Olancho. En
una docena de viajes siempre los vi con su alto y bien proporcionado
tronco, su corteza pardo obscura y suave como la del abedul. El fo-
llaje se asemeja al del laurel. Su presencia puede, a menudo, ser loca-
lizada por el olor aromtico con que embalsama el aire. Aunque al
pimentero se e cultiva en gran escala en las islas occidentales, ningn
intento similar parece que se haya hecho en la tierra firme adyacente.
Los nativos recogen las frutitas verdes del rbol silvestre en la esta-
cin florida (julio).' Las traen en sacos a las pequeas poblaciones
de Olancho y se las pone al sol, se entresacan y cuando estn comple-
tamente secas se venden a los comerciantes que, despus de recoger
suficiente cantidad, las empacan para llevarlas a la feria de San Mi-
guel. Las semillas, se dice, son arrojadas en los terrenos por los p-
jaros que as se encargan de propagarlas indefinidamente.
El rbol del pimiento no se encuentra en suficientes cantidades
para garantizar el establecimiento de un comercio en firme, pero la ex-
celente calidad de la pimienta que recogen los nativos muestra que
bien puede cultivarse con gran xito. Su nombre de "allspicc" le
viene de una supuesta combinacin que tiene de nuez moscada, clavo
de olor y canela. Se la emplea en todo Honduras para sazonar y se
le conoce generalmente por "pimienta gorda". En Olancho florece
en julio y agosto. En Tegucigalpa en dos jardines particulares vi es-
te rbol. Se le aprecia en varios lugares, especialmente por su aro-
mtica fragancia que, despus de una llovizna, es muy agradable,
cuando las hojas y los frutos se agitan y se estrujan.
Terminada nuestra comida montamos una vez ms y seguimos
por un camino haca el Noroeste. La regin de los pinares todava
continuaba intercalada con grupos de otros rboles que eran notorios
por su rareza. Pero la tierra poco a poco se despeja y se inclinaba
buscando las Montaas de Vindel, hacia el Valle de Guaimaca, descu-
briendo a veces extensos llanos de pastizales cruzados por riachuelos.
Algunos de aquellos se extendan por dos o tres leguas y, al expresar
mi admiracin, Diego, mi muchacho, me aconsej seriamente que re-
servara mi asombro para cuando llegramos a Olancho, en donde l
siempre haba sabido que estaban los valles ms bellos de Honduras.
E\ rancho "Ojo de Agua", es lo nico habitable que hay entre Talan-
ga y Guaimaca. Lo pasamos sin visitarlo porque queda a una milla
r.l Norte del camino real.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 225
CAPITULO XIV
Noche en la Sierra.Un Norte en las montaas.Un paso.Peligros.
Guaimaca.Recepcin a medianoche."Dulce restaurador para una na-
turaleza cansada".Preparativas para la "Funcin",A caza de un des-
ayuno.Atroz miseria.Panorama de montaa.El volcn de Guaimaca,
El salto.Ro Redondo.Fuentes del Guayape,Ceremonias inaugurales.
Campamento. Mara de la Santa Cruz.Meditaciones de medianoche.
Un temblor.Aspecto de la Sierra de Campamento.Una helada.Vehe-
mentes relatos de "Las Lavadoras".Pesares.Bsqueda del saber.Lava-
deros de oro en el Ro de Concordia.Visiones.El ro Guayapito.Ro
Almendares.Valle de Lepaguare.Ganado.Paisajes en el valle.
Lleg la noche y la dbil luz que an nos permita distinguir el
camino, se convirti en impenetrable obscuridad. La selva se agita-
ba siniestramente y el silencio que mediaba entre nosotros haca an
mus triste la soledad en que nos hallbamos. Empezaron a caer grue-
sas gotas de lluvia y de lejos llegaba hasta nosotros, a travs de las ti-
nieblas, el aullido prolongado de algn hambriento habitante de la
selva que me pareci ser un puma, ya que el rugido del tigre centro-
americano rara vez tiene eco.
Nuestros fieles animales tanteaban con toda cautela el camino
que recorran, lleno de piedras que se deslizaban a cada paso ahora
por cuestas inadvertidas para el jinete pero perfectamente claras pa-
ra, ellos, para luego subir a medio trote por sobre los fragmentos de al-
gn canto rodado que obstrua la ruta; y de cuando en cuando se de-
tenan para olfatear, con las orejas rectas, el tronco de algun rbol
cado, atravesado en el camino. En tales circunstancias, locura es
pretender dirigir estos sagaces camellos de las sierras. Con las rien-
das sueltas, seguros de su paso, dejbamos que ellos escogieran su
marcha y su camino, y siendo incapaces para discernir, nos resign-
bamos, con toda, la fe que podamos poner en la discrecin de nues-
tras besias. Es en estas ocasiones que resalta el valor de la mida,
porque el caballo, noble cual es, se ira guindo abajo con todo y jinete,
por carecer de esa seguridad que la mula posee.
A nuestro lado las ramas nudosas y goteantes inclinaban sus bra-
zos ante el viento norteo, que gradualmente iba convirtindose en
tormenta, mientras ms y ms aumentaba la obscuridad en la selva.
A veces, cuando en las vueltas del camino una rfaga nos azotaba
desde atrs, las muas se apresurabn a bajar sus orejas largas y sen-
sibles para evitar el golpe de la lluvia, pero cuando aquella nos vena
de frente, se apartaban hacia un lado y se paraban abruptamente, y
224 W LLI AM V. YTELLS
entonces ni el acicate de la espuela, ni los anatemas, ni los golpes las
hacan moverse.
El rugido de la tormenta entre los pinares, combinado con el es-
trapito de la cada de los rboles, el tremendo fragor del viento en la
obscuridad, y lo escabroso del camino, hacan de sta la ms tenebro-
sa noche que habamos pasado y yo, en mi interior, maldeca la hora
en que decid hacer este viaje en pleno invierno, en un pas apenas
conocido y con un objetivo cuyo alcance slo intua a travs de leyen-
das exageradas y de obscuros relatos. L... baj las alas de su sombre-
ro sobre su cara y con la cabeza inclinada sobre el pescuezo de la mula,
espoleaba y pateaba al animal para que siguiera. Yo le gritaba, y l
tambin gritaba en respuesta, pero el ruido de las cegadoras rfagas
de lluvia borraba nuestras palabras y en el mismo instante un enor-
me pino cuyas ramas ms altas silbaban como el aparejo de un barco,
se inclin tanto con la fuerza del vendaval que cay estrepitosamen-
te a tierra en el punto en que tan solo un momento antes habamos
estado. El estruendo de sus ramas reson en el bosque ms que la
tormenta.
"Caramba!" dijo Roberto, escupiendo la lluvia de su boca y per-
signndose, "que noche tan espantosa!"
Recordaba yo en esos momentos la larga fila de pinos cados a
tierra que haba visto por leguas en la montaa all por "Las Cuevas"
y poda comprender ahora la causa de su cada. Los nortes que vio-
lentamente azotaban las costas de Mxico y a lo largo del Caribe, pe-
netran en las cordilleras de Centro Amrica donde, encerrados entre
las barreras de las montaas, escapan con furia irresistible a travs de
las gargantas y caones, a menudo volcando muas y jinetes y arra-
sando leguas de bosques.
La vertiente atlntica de las cordilleras que corren hacia Olan-
cho, est interceptada por desfiladeros estrechos que forman como
embudos para los vientos de invierno. Desfiladeros similares se en-
cuentran en las montaas del departamento de Gracias, fronterizo
con Guatemala, en donde hay un lugar que se ha hecho famoso por
el hecho de que, al pasar por l, el jinete tiene que apearse y andar a
gatas para no correr el riesgo de salir aventado con su animal a los
precipicios, desde donde los zopilotes y las fieras podran agradecer
al viento su festn. Seguimos el viaje pasando ahora por cuestas cu-
yo curso zigzagueante a menudo se vea cortado por correntadas que
se haban formado con la tormenta y que, saltando en sus lechos de
piedra, apenas dejaban un espacio estrecho en que pudieran afirmar
EXPLORACIONES EX HOXDUKAS 235
las patas los animales, o bien stos se echaban hacia atrs, deslizando-
se por el camino hasta encontrar apoyo en planos ms bajos.
Con el cortante jrio se requera una exagerada imaginacin para
creer que nos hallbamos en una regin del trpico, en un lugar que
comunmente se le asocia con miasmas mortales, pantanos producto-
res de malaria y con los rostros cadavricos de sus habitantes, vcti-
mas de un paludismo endmico. La diferencia entre las tierras ca-
lientes de la costa de La Mosquitia y las heladas mesetas del interior,
es el ms marcado contraste que observa un extranjero.
Hacia la medianoche, nos aproximamos a la aldea de Guaimaca
situada en el valle del mismo nombre. La tormenta todava azotaba,
las barrancas mientras descendamos. Apartadas de las rutas ordi-
narias de viaje estas aldeas montaosas presentan cuadros de srdida
pobreza, ya que por la falta de comunicacin con el pequeo mundo
que les rodea no pueden ser asistidas, siendo Honduras una celda de
ermitaos si se le compara con las dems secciones de Centro Amri-
ca. Me he esforzado en dar a conocer las condiciones de estos pobla-
dos entre los pocos que ya he descrito para que el viajero se for-
me una idea de lo que encontrar. Se los halla a grandes trechos de
ocho o diez leguas, mediando entre ellas una completa desolacin.
Los aldeanos, al parecer, no tienen qu comer o, si tienen, es tan
poco que no estn dispuestos a compartir o vender su alimento. Unas
pocas tortillas, una manada de gallinas flacas y tal vez un cerdo en-
clenque, constituyen los nicos medios visibles de subsistencia en cada
familia. Dejamos que el lector se imagine una senda por montaas
d.esoladas desenvolvindose en un escenario como el que ya he descri-
to. Estamos en la estacin seca; un viento fro nocturno silba a tra-
vs de los montes llevando consigo nubes de polvo y casi lo sacaba a.
uno de la silla de montar. Sin comer desde la salida del sol, la mente,
predispuesta al desaliento debido al cansancio y al hambre resistida en
silencio durante largo tiempo, se deja llevar por vagos y tristes pre-
sentimientos. De repente el ladrido lejano de un perro pone alerta
a las sensitivas midas. Apresuran stas el paso y se deslizan rpida-
mente por las fuertes pendientes. Si es en la poca de las lluvias,
probablemente usted estar empapado de agua y cegado por los fogo-
nazos de los relmpagos incesantes que casi le inflaman los ojos con
su intensidad. De pronto usted se ve avanzando por un terreno pa-
rejo y enmedio del pequeo llano de un octavo de milla de extensin,
y puede ver la silueta de algunas chozas de indios. Una tropa de pe-
rros de psima ralea salen ladrando y el avance de usted se anuncia
con un gran coro de cerdos, muas, caballos y gallinceas, pero hasta
226 WILLIAM V. WELLS
a/i no hay seal o vos de un ser humano, ni luces en l villorrio; todo
a obscuras, silencioso y dormido. Las fantasmales siluetas de los ce-
rros circundantes pregonan un murmullo solemne y escalofriante des-
de los pinares que festonan sus cumbres.
Fastidiado de andar a caballo, desfallecido, por el agotamiento y
el hambre, usted desmonta y despus de saltar charcos y zanjas, bus-
ca a tientas la entrada de la choza ms grande entre una coleccin de
ahumadas barracas de adobe, que ms parecen moradas de hotentotes
que de seres semicivilizados. Usted se contiene para no abrir la puer-
ta a la fuerza, recordando los perros, ante cuyos brillantes colmillos
ni las botas ni las sobrebotas son suficientes. Entonces usted grita en
un argentino castellano, rogando ser admitido y la respuesta es un
gruido Si usted agrega un aliciente pecuniario en un castellano
ms elocuente, la respuesta es una algazara de chiquillos que chillan
en coro y el regao de la seora despertando a su compaero dormi-
ln, a quien ordena abrir la puerta a los extraos. Don Fulano, Al-
calde Primero del centenar de nativos, se levanta medio desnudo de
su cama de cuero, abre la puerta de un golpe, espa en la hmeda no~
che y dice moTrosiMicamene: "Qui n?"
Sigue luego una conversacin en la que los principales argumen-
tos, de parte de l, son:
"No hay nada de comer", "muy pobres", ni vveres ni camas hay":
y de parte de usted:
"Oficial del Gobierno", "el Presidente Cabanas", "Don Francis-
co Zelaya", "Cristianos" y lo que es mejor de todo, el retintn indo-
lente de unos pocos "reales", los que usted deja relucir en la claridad
que sale por las rendijas.
Por fin, la puerta se abre y usted obtiene permiso para poder
ocupar el suelo por la noche o quizs para colgar su hamaca de las
vigas.
Sin embargo, dormir es imposible; el ronquido del seor que res-
ponde con un gruido invariable al regao frecuente de la seora que
le invita a que atienda las necesidades naturales de una media doce-
na de necios chiquillos; el canto, la nerviosidad y el batir de las alas
de los gallos de cuya ubicacin, encima, usted inmediatamente se d
cuenta por las leyes de la gravitacin; el rebuzno de los burros, el la-
drido de los perros, todo esto agregado a los ataques de ese indomable
caballo de guerra de la tribu de los insectos, la pulga, todo esto le d
a usted una noche ms miserable que el da y hace que salude el ama-
EXPLORACIONES EN HONDURAS
necer con un fervor que no es para descrito. Usted se levanta al alba,
chupa su pipa con placer, bebe un sorbo de caf o de chocolate, hace
sus abluciones a la carrera en la quebrada ms cercana, monta y sale
de nuevo, con renovado valor, a cruzar los interminables y tristes pa-
sos de la montaa.
Asi fuimos recibidos en Guaimaca y pasamos una noche tan te-
rrible como slo pueden apreciarlo quienes lo han experimentado.
Pero en la maana, asi que salimos de la choza, encontramos una es-
cena totalmente distinta. El da estaba despejado y tranquilo. Las
nubes cargadas de lluvia se haban disipado hacia el Oeste y un cielo
azul cubra de lado a lado el pequeo anfiteatro de Guaimaca. Una
atmsfera "pura y suave lo vigoriza todo y pareca imbuirnos nuevas
energas para continuar nuestra ruta por la montaa. Una mucha-
cha de unos deicisiete aos entr en la choza mientras nos desayun-
bamos. Lleg luego un buhonero ambulante vendiendo vestidos
cintas y dijes para mujeres y se trab una discusin entre ambos por
cuatro reales en cuanto al precio de un vestido que la bella campesi-
na deseaba comprar para estrenarlo en la funcin, que ya estaba cer-
cana. Calculando yo una recepcin hospitalaria a nuestro regreso
de Olancho, lo compr y se lo obsequi a la madre, que inmediata-
mente sali y despus de explorar la pequea poblacin regres con
una docena de huevos, una gallina, una pirmide de tortillas, aumen-
tando as grandemente nuestras provisiones. La fiesta de San Diego,
dijeron, se debi haber celebrado haca una semana pero el cura cay
enfermo y no hubo quien dirigiera apropiadamente las ceremonias.
Antes de mi golpe de suerte con la seora Hiplita y de hacerle
mi obsequio a la nia Alvina, su hija, haba hecho un recorrido en
busca de alimentos por la aldea, que consista en catorce chozas de
adobe, pero sin xito.
"Esta es una tierra de abundancia, Seor", dijo una negra que,
con su chico a horcajadas en la cadera, se par a contestar, mi peti-
cin por algo de comer, "pero la langosta lo ha devorado todo este ao".
Pregunt en la choza de una anciana descalza, con el pelo revuel-
to cayndole sobre la cara, que se hallaba barriendo el piso con una
escoba de monte.
"Seor", me dijo, "aqu tenemos poco qu comer para nosotros;
este es tiempo de escasez. Vaya con Dios!" y cerr la puerta, siendo
ella misma una estampa de penuria y miseria.
Encontr al Alcalde durmiendo a todo lo largo sobre un banco,
con el pelo parado como nido de urracas y los pies desnudos emba-
228 WILLIAM V. WELLS
rrados con un lodo rosado.
"Amigo", le dije con el debido respeto a su cargo, "aydeme a
conseguir algunas tortillas y frijoles para mi viaje".
"Seor", repuso cuando despert ante mi repetida demanda,
"aqu -no tenemos absolutamente nada qu comer. Esta es poca de
terrible escasez. Me temo que tendremos que abandonar este lugar
y buscar los valles de all abajo para poder sobrevivir".
"Pero", le dije sealando unos tasajos de carne seca ennegrecida
por el sol que colgaba de un palo atravesado entre dos postes, "aqu
hay un poco de carne salada. No me vender usted un bocado?"
"Es imposible", contest el Alcalde, "nos moriramos de hambre.
Mejor es que se apresure usted a llegar a Campamento en donde creo
hay un poco de maz y frijoles". Precisamente haba regresado de
este infeliz intento, cuando lleg el buhonero, y la seora compens
mi generosidad de la manera que dije antes.
Salimos de Guaimaca y media hora despus nos hallbamos cru-
zando otra vez los solitarios pasos de la sierra. El sol, ya alto en las
montaas, brillaba de lleno sobre las banderolas oropeladas del mus-
go colgante de los rboles. Los troncos de stos, cubiertos con liqe-
nes plateados, fulgan entre el sombro follaje o se enroscaban en figu-
ras fantsticas para esquivar las rocas que entre ellos se elevaban co-
mo castillos en ruinas. En las alturas haba una gran quietud que
pareca no haber sido jams interrumpida. Cruzamos estas impre-
sionantes soledades recrendonos con las flores diminutas de la tie-
rra alta, que emergan de las hojas hmedas extendidas en el suelo;
o mirando arriba el vuelo lento de los gavilanes, perturbados en sus
dominios solitarios, chillando agudamente y yndose a parar en las
rocas distantes.
No creo que descripcin alguna pueda trasmitir la idea completa
de la influencia vigorizante del aire fresco maanero en estas tierras
de altura. Gozndolo mientras se cabalga, el efecto se nota especial-
mente despus de una noche de lluvia, que en estas regiones no destru~
ye los caminos excepto en los pocos llanos. Es una positiva bendi-
cin el respirarlo. El aire puro se adentra en los pulmones como un
chorro de agua fresca, pero el efecto en el cuerpo es como el del gas
hilarante. Despus de las diez de la maana el calor aumenta y por
una hora, antes y despus del medioda, uno se ve precisado a buscar
sombra en algn monte espeso o bajo una saliente roca, para des-
cansar.
EXFLOKACIOXES EX HOTvDURAS 229
Hacia el Noroeste hay una serrana conocida con el nombre
de Montaas de Galn, de un perfil aguzado a Jo largo del horizonte
cuya tonalidad, de un azul intenso, se prendi a mis ojos en silenciosa
admiracin, insistiendo en contemplarla cada vez que me lo permita
un claro en el bosque o una subida en el camino.
Toda la serrana brillaba con la lluvia de la noche anterior, tan
vivazmente que ms pareca la fantasa del lpiz de un artista que
una viuo realidad. Justamente de su centro emerga el cono del
Guaimaca, evidentemente un volcn extinto a juzgar por su forma
piramidal y el pico tronchado por algn cataclismo de hace muchsi-
mo tiempo, parecindose ahora a un pan de azcar cuya cresta- ha si-
do arrancada a una o dos pulgdas de su vrtice. Se reporta que ha-
ce pocos aos se oan retumbos en esta seccin del pas y los guaima-
cas repiten la tradicin de que la montaa ha despedido mucho humo,
fuego y cenizas, pero tal tradicin es poco digna de confianza. El pico
se levanta a 2.000 pies sobre el nivel del llano y a unos 4.000 del ni-
vel del mar. Las montaas de Galn son continuacin de la cadena
que corre hacia el Noroeste y forma una gran curva de algunas vein-
te millas al Noroeste de Guaimaca. Esta cadena montaosa es cono-
cida como Montaas de El Salto por el hecho de que desde su cspide
comienza el descenso hasta alcanzar las grandes sabanas costeras del
mar Caribe. Esta cordillera se divide en dos ramas, siendo la. orien-
tal la de Campamento, donde comienza.n los dominios de la gran fa-
milia de los Zelaya, descendientes de los exploradores que fundaron
Olancho, que en el Siglo XVJI entraron a estas remotidades selvti-
cas con sus corajudos subalternos gozando de una concesin de la co-
rona de Espaa, y sometieron a los indgenas, introdujeron el primer
ganado y descubrieron la naturaleza aurfera del suelo (1)
A medioda llegamos a un lugar que se llama "El Rancho", don-
de hay dos chozas construidas por el Gobierno en beneficio de los
transentes, que all pueden pasar la noche; y una legua ms lejos lle-
gamos a una choza miserable del punto llamado "El Salto". Los habi-
tantes de esta cabana, hasta donde pude juzgarlo, eran un gallo en-
lodado, dos gallinas, varios cerdos flacos y agresivos, dos o tres chi-
cos desnudos, que fugaban detrs de la choza cuando desmontamos,
y una mujer ya vieja. Comenzamos con los sempiternos prelimina-
(!) Olnneho fue conocido por los espaoles desde sus primeras exploraciones en
rmrslro territorio. Parece que la primera poblacin fundada en aquella regin fue la
Villa de ln Frontera de Cceres, el ao de 1526, que tuvo vida efmera. En Olancio muri
oscuramente a manos de los indios, el 21 de enero de 1527, el Capitn Juan de Grijalva,
ji'fi- de ln secunda expedicin enviada por Diego de Velzques, Gobernador de Cuba, al
descubrimiento de Mjico. V. El descubrimiento de Mjico. Una gloria ignorada: Juan de
Grijalva, por ngel Bozal, Madrid, 1927, p. 90.
230 WILLAM V. YTELLS
res de preguntar si tena pltanos o huevos que comer:, pero la viejo,
temblorosa, repeta siempre la misma cantinela "no_ hay" echando al
mismo tiempo una mirada de aprensin a su pequeo acervo de aves
de corral y cerdos. Este era el lugar ms desgraciado que hasta en-
tonces haba visto.
Al preguntarle dnde estaba el resto de los aldeanos, me replic
que unos haban sido cogidos por los soldados, que otros haban muer-
to y los dems haban ido a Olancho a buscar vveres. Le di un pu-
ado de monedas de cobre, que ella agradeci dicindome:"Que Dios
lo conserve, Seor!" y proseguimos nuestro camino descendiendo por
una senda cuya gradera escabrosa sera difcil de describir, y llega-
mos a las aguas del Ro Redondo que corre hacia el Noroeste abrin-
dose paso por una garganta a varias leguas al Este, para unir sus bri-
llantes aguas con otro de iguales dimensiones en una serie de cascadas
hasta desembocar en el Guayape, Estos ros nacen en las montaas
de El Salto y Campamento.
No podr olvidar fcilmente lo que sent cuando por primera vez
vi estos pequeos afluentes del famoso ro que con tanta ansia desea-
ba contemplar. El calor se haba vuelto excesivo y ordenamos un
paro general para desmontar y baarnos en las tentadoras linfas.
Despus del bao hicimos circular la botella de aguardiente para
brindar por la primera prueba tangible del Guayape.
Yo llev de California una bandera americana, que regal en
Chinandega a mi amigo Don Mariano, y la Seora... de Tegucigalpa
me la reemplaz con una de su propia manufactura. El rojo y el azul
estaban cosidos sobre una base de dril blanco y las estrellas regular-
mente colocadas, como lo hubiera deseado el patriota ms exigente.
Roberto sac esa bandera de sus alforjas y grit:"Viva la bande-
ra americana!" cuando vio sus pliegues arrugados ondeando al viento.
"Bien", pens yo mientras la tela brillante ondeaba; quin sabe
si en el curso de los acontecimientos esta bandera no pueda flotar so-
bre los extensos valles de Centro Amrica?".
Pensamiento proftico, cuando vino a mi mente, porque mis
compaeros que quedaron en Nicaragua, mediante contrato estaban
ya en camino de California con el fin de traer de all elementos anglo-
sajones para que tomaran parte en las guerras intestinas de aquella
repblica infeliz. Desde el contrato con Byron Col qu serie de
acontecimientos polticos se han desarrollado! El "Viva!" de Roberto
era, ms que una cavilacin, el primer grito de la joven Amrica en
su nueva cuna tropical.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 251
Despus de haber cruzado el Ro Redondo ascendimos de nuevo
unos 1.500 pies y salimos a una extensa planicie que gradualmente
se extiende hacia el Noroeste. Estbamos ahora en Olancho. La
cordillera de El Salto forma la lnea fronteriza que separa aquel de-
parlamento del resto de Honduras. Seguimos nuestro camino que,
por la falta de trnsito, estaba casi cerrado, yendo paralelamente a
una quebrada que serpenteaba a travs de la espesa montaa y alcan-
zamos un pequeo valle rodeado de cerros en cuyo centro estaba la
aldea de Campamento. La elevacin de este lugar es de 2.500 pies
sobre el nivel del mar.
Nos apeamos a la puerta de la choza ms grande. Su propie-
taria llevaba el divertido nombre de Mara de la Santa Cruz, quien
apareci al instante y nos invit a que entrramos, en el nombre de
Dios. Ese inesperado buen recibimiento aseguraba una pltora de
tortillas y otros comestibles; y en efecto, pocos minutos despus, des-
ensilladas nuestras muas, se nos sirvi una oppara cena por la seo-
ra de la casa.
La poblacin de Campamento consiste en una mezcla de ne-
gros e indios, poco ms o menos doscientos en nmero, que residen en
terrenos que legalmente pertenecen a la familia Zelaya, pero estn
bajo la autoridad del Supremo Gobierno de Honduras. Pronto averi-
g, sin embargo, que todo el mundo considera a los Zelaya como los
soberanos locales de toda esta regin del pas, de quienes depende
para la adquisicin de su vestuario y de los artculos ordinarios de
subsistencia, reconociendo al General don Chico como cariosamente
llaman a don Francisco, como su padre y patrn.
La seora Santa Cruz me inform que la quebrada que haba-
mos seguido durante la tarde se llamaba a veces Ro Concordia y de-
semboca en el Guayape; que de all se haba extrado mucho oro
y que a la maana siguiente me enseara un lugar en donde unas
lavadoras estaban trabajando. Me content con este ofrecimiento y
volv a mi hamaca, colgada, como de ordinario, de viga a viga. Como
no poda dormir, me puse a observar el paisaje que se dilua en la
obscuridad que ya cubra las montaas. L... estaba muy can-
sado y apenas contestaba a mis preguntas con un dbil murmullo,
mostrando su deseo de dormir. En cuanto a m, me hallaba en es-
tado de agitacin. Haba pasado casi todo el da por una regin
que, gracias a los varios aos de mi experiencia minera en California,
saba que contena oro. Me haba fijado cuidadosamente en l as-
pecto de las rocas y en la naturaleza de los suelos.
252 WILLLAM V. WELLS
Las vetas de cuarzo aurfero se ven frecuentemente en otras par-
tes de Centro Amrica, como en Olancho, pero en ninguna parte del
continente, excepto en California y en Oregn, se han descubierto
placeres de oro superiores a los que despus vi en la regin del Ro
Guayape. Las formaciones rocosas que haba observado durante
el da eran anlogas, pero no idnticas, a las del Stanislaus y otros
ros. La diferencia de suelo se hace evidente en la vegetacin ms
densa y ms rica de esta regin. Me inclino a considerar que las
serranas de El Salto y Campamento son de formacin ms reciente
y ms cambiadas por interferencias volcnicas, que las de la Sierra
Nevada. Las cumbres por las que habamos pasado estaban inte-
gradas con una roca porosa de slice, impropia para la vegetacin,
pero al descender las cuestas not la formacin de pizarra en estra-
tos verticales, iguales a los que forman el lecho rocoso del Ro Mo-
kelumne, en California. Vea a menudo grandes lugares descubier-
tos, con una especie de piedra caliza en grandes capas y estratos,
pero por lo general, quebradas en guijas y mezcladas con millones de
pequeos pedazos de cuarzo, formando todo una masa como la lla-
mada "pudding stone" (piedra budin).
En la ruta, a menudo se cruza por entre estas capas, donde un
arroyo fluye desde las montaas y pasa a travs de ellas; los lechos
de los riachuelos estn empedrados con guijas veteadas, en las que
predomina el cuarzo blanco. Toda la vertiente de la serrana divi-
soria se halla formada por una mezcla de piedra caliza, cuarzo y pi-
zarra. Cuando descendan nuestras bestias, con frecuencia se res-
balaban sobre partculas lustrosas. Pero mis sencillos informantes
muy pronto me dijeron que no slo el Guayape era el nico ro que
arrastraba oro en Olancho. Cada tributario montaoso, cada que-
brada, cada can, decan, contiene depsitos del metal.
En Olancho todo era "silencio" segn me dijeron mis informan-
tes al referirse a la quietud fsica y poltica que reinaba en las sole-
dades que bamos cruzando.
Los mozos Hicieron una fogata con ocote cerca de la puerta y
acuclillndose a su alrededor, se envolvieron en sus sarapes y con-
versaban en voz baja mientras fumaban sendos cigarrillos de tuza.
Yo me adormec por intervalos durante la noche, despertndome a
cada momento y observando las sombras humanas reflejadas en la
pared y escuchando el montono canturreo de sus voces graves. El
fuego poco a poco iba extinguindose, y cuando cay la noche se
echaron en el suelo para dormir, con machetes al lado, y su respi-
racin pesada se combinaba curiosamente con el piar de los poue-
EXPLORACIONES EN HONDURAS
los bayo las alas de UTia gallina que estaba en una esquina. Cerca
de medianoche pas una partida de ganado y despus todo qued en
silencio, a no ser el crepitar de las brasas moribundas.
A pesar de haber andado a caballo a travs de las gargantas de
las montaas, desde la maana, en un trayecto cansado, el sueo
se disip de mis pestaas. Estuve con los ojos abiertos y mil agita-
dos pensamientos dieron vuelta en mi cerebro; el panorama extra-
o que haba visto; la regin misteriosa cuyo portal haba cruzado;
las historias sobre el oro que haban contado los hombres cabe la
fogata; la certidumbre de que, al fin, haba llegado a la meta de mis
esperanzas y los relatos crudos de los nativos que me rodeaban de
que el Guayape, rico como era, no era el nico ro de oro en Olancho;
tales eran los pensamientos que me tenan despierto y dando vueltas
en mi hamaca. Poco a poco el tic-tac de mi reloj se uni con las sua-
ves notas de Ls gallinitas y me dorm soando en Calijornia y mis
amigos aU lejos entre hondonadas profundas y montaas frondosas,
De pronto un bajo retumbo, como la descarga de una lejana arti-
llera, me despert. El perro salt sobre sus patas. Cuando el ruido
se repiti acompaado de una sacudida de mi hamaca, record que
estbamos en la regin de los temblores, aunque stos son casi tan
raros en Olancho como en los Estados Unidos. Roberto se volvi
perezosamente en su cama de cuero murmurando: "Terremoto!" y tor-
n a dormirse en el momento. Al ver yo lo despreocupado que esta-
ban mis compaeros, conclu que no haba ningn peligro, pero poco
despus la casa se balanceaba y sacuda en sus cimientos. Todo
el mundo salt durante esta segunda trepidacin, diciendo:Dios mo,
qu es sto?" y el perro lanz un prolongado y triste aullido; pero la
oscilacin, que pareca horizontal, no se repiti. Los temblores que
se sienten en Honduras a intervalos raros son ms bien ondulatorios
y no convulsivos, como sucede en las repblicas vecinas. No hay
prueba de erupciones volcnicas entre Tegucigalpa y la costa norte.
Una neblina fra, ms de Terranova que de climas tropicales,
cay como un pao mortuorio sobre la montaa y los bosques, cuan-
do salimos de la choza en la maana. Me envolv en mi poncho
y fuimos con L. . . a un cerro vecino para hacer un dibujo del lugar.
"Es ste el clima de Olancho de que tanto se precian?", le pregunt.
Se ri, mientras se abotonaba el saco y me dijo:Cuidado no caiga
una de nuestras granizadas en la sierra antes de su regreso!", obser-
vacin que entonces disimul con una sonrisa, pero que se convirti
en una realidad que experiment. El termmetro sealaba 58?
Fahrenheit.
254 1V1LLUM V. WELLS
Mientras se nos preparaba un magro desayuno, se haba reunido
a mi alrededor un grupo de aldeanos, estimulados con unos pocos tra-
guitos de aguardiente y con unas pocas palabras de lisonja y poco a
poco los induje a que me narraran algo sobre los lugares principales
en que hay oro en la regin. Se adelant una vieja para decirme que
en un da ella haba lavado "ocho libras de orol"; otra, que ella haba
contribuido para la construccin de la iglesia de Juticalpa con "cua-
tro libras" del precioso metal. Un individuo de voz juerte empuj
hacia adelante a una muchacha de ojos vivos que dijo que haca po-
cos meses haba desenterrado, y vendido en Lepaguare, una pepita s-
lida de oro que pesaba tres onzas. Varias viejas, con aspecto de bru-
jas, de ojos legaosos y pelo canoso y revuelto, contaban solemnemen-
te las tradiciones consagradas por el tiempo sobre la regin, mezcladas
con viejos recuerdos de sus propios golpes de suerte. Unos fumaban
tabaco silvestre o, acuclillados en sus corvas, me observaban con ojos
penetrantes, volvindose de cuando en cuando entre s para cambiar
alguna observacin en voz baja. Me cubr con mi sarape, mir ha-
cia el grupo de montaas hacia el Sur y trat de grabar la escena en
mi mente. Sera que estas pobres criaturas, aparentemente despro-
vistas de inventiva, estaban tratando de embaucarme con la esperan-
za de que les diera recompensa proporcionada a la exageracin de sus
cuentos? Escuch sus extraas narraciones y mir fijamente sus ros-
tros inexpresivos como si de repente despertara yo de un sueo, a la
realidad de una escena de "Las Mil y Una Noches".
L... observaba mi mirada de asombro. "Estos", me dijo, "son
los cavadores de oro.No lo cree Ud., seor?"
"N", le repuse, "su historia, si no es enteramente fbula, lo cual
no debo suponer, debe estar fundada en la experiencia, y slo estar
complacido al verlo por mi mismo".
"Espere, entonces, a que lleguemos al pie de las montaas de
Olancho".
Sin embargo, todava tena curiosidad para aprovecharme todo
cuanto fuera posible de la presente oportunidad, y de nuevo me diri-
g a las mujeres que parecan indiferentes, pero no renuentes a con-
testar a mis preguntas. Toqu despreciativamente los burdos trapos
que parcialmente le cubran las espaldas huesudas, y pregunt a
una de ellas:"Por qu no compras, t que sacas este oro?".
"Yo soy una vieja, seor; mis manos ya no son fuertes. No voy
sino rara vez a las caadas y a los ros".
EXPLORACIONES EX HONDURAS
"Los viejos tiempos de la colonia se juefon para siempre", dijo
otra, en apariencia la ms vieja del grupo.
" Pero qu fu del oro que se extrajo en aquellos tiempos?''
"Es que acaso tenemos hijos a quienes mantener?''', exclam otra.
"La Iglesia", "La Santa Virgen", "Los Padres", dijeron de co-
mn acuerdo media docena de ellas, y persignndose apresurada-
mente, reasumieron su fumado como satisfechas de haber cumplido
un gran deber.
Una vieja que estaba sentada un poco aparte, se volvi hacia m
cuando el resto call y me dijo con una mirada socarrona: "Nosotros
no enseriamos todo nuestro oro, seor!"
"Y por qu?", le pregunt.
Ella ri. "Nos lo roba el Gobierno!"
Aqu estbamos en presencia de algo parecido a los mendigos de
Nueva York. Haciendo presin sobre el asunto un poco ms, la
pregunt:"Entierran ustedes su oro?"
Dio una larga chupada a su cigarrillo, y no dijo ms.
"Es intil", dijo L. . . "nunca divulgarn tal secreto, al menos
que usted llevara a cabo alguna cura maravillosa entre sus enfermos.
En tal caso no habra lmite para demostrar .su gratitud. Pero est
usted seguro de una cosa, mi amigo
]
nos hallamos en estos momentos
en la regin aurfera del Guayap"'.
Le pregunt a L. . si l crea a estas mujeres.
"He vivido en Honduras", me contest, "hasta la edad de treinta
aos y siempre o tales relatos sobre esta regin, ms nunca haba
estado aqu antes de ahora, pero al estar aqu con usted, cuyo pro-
psito es abrir estos recursos al espritu de empresa de sus compa-
triotas, yo me doy cuenta del entusiasmo que el General Morazn
siempre mostr ai hablar de Olancho. El detestaba a los ingleses,
pero fu partidario de las empresas norteamericanas y francesas".
De lo que pude averiguar juzgu que los depsitos principales de
oro no estaban en las sierras, sino abajo, al pie de las montaas de
Campamento, hacia el Noroeste. Tranquilo, como el ro Concordia
que pasa all cerca, persuad a mis nuevas conocidas a que juntos
furamos all y lavramos unas pocas bateas. La bsqueda de oro
se contrae ahora principalmente a separar las finas partculas del
metal de las arenas del ro.
255 WILLIAM V. YFELLS
Anduvimos poco ms o menos media milla hacia el ro, habin-
donos precedido dos mujeres para llenar sus bateas con arenas que
no tomaron del fondo de la hoya, como en California (donde el metal
se encuentra por gravitacin dentro de la masa superyacente, sino
raspndolo todo sin cuidado y sin inteligencia). A los pocos minu-
tos, el contenido haba sido reducido por el proceso calforniano de
la cazuela, a cerca de dos cucharadas de arena negruzca, entre la que
pude ver diminutas partculas de oro cuyo valor problamente no as-
cenda a mas de dos centavos.
Pero hasta estas pruebas infinitesimales de la riqueza que se es-
conde en las slidas rocas, cerca y lejos, me impresion ms de lo que
haba anticipado. Me sent y atolondrado por la presencia del pe-
queo grupo enderredor
t
di rienda suelta a la fantasa, conjurando
visiones arcoirisadas con las cuales dos veces en mi vida haba osado
entretenerme. Mi pensamiento se empe en ver pobladas todas es-
tas grises alturas y en imaginar estas remotidades que nos rodeaban
haciendo eco al estrpito de la labor empeosa y al traquetear de las
mquinas. Involuntariamente me levant y casi me. sent decep-
cionado al convencerme de nuevo que rae hallaba en presencia de
criaturas indiferentes. Pero no era ocasin para romances. Al re-
gresar a la aldea, montamos en nuestras muas y diciendo un calu-
roso "Adis" a los nativos, comenzamos a subir las grandes mesetas
del valle de Lepaguare.
Cada paso nos conduca rpidamente hacia abajo desde las es-
triles montaas cubiertas de pinares que habamos atravesado duran-
te la semana, y nos acercaba a un valle de verdor brillante que, con-
templado desde nuestra posicin elevada, posea todos los encantos
de una belleza virgiliana. Seguimos el curso del burbujeante Gua-
yapito, que sabamos desaguaba ms abajo en el ro ms grande.
Exaltados con los bellos panoramas que una y otra vez se abran ha-
cia el Este seguimos, ahora deslizndonos por piedras rodadizas, ya
agarrndonos de las ramas salientes para retardar nuestro descenso.
Las muas, tan cansadas como nosotros de la regin inhspita que
habamos atravesado, parecan contemplar con avidez la perspectiva
encantadora, parndose repentinamente a ramonear las hojitas del
zacate que bordeaban el camino y dejando deliberadamente la va
a pesar de nuestros gritos y latigazos.
En el paisaje apareci un claro cielo azul en el que el viento bal-
smico del Sur soplaba suavemente entre los rboles, impartiendo
hlitos de vida y alternando la quietud de la perspectiva. Sabien-
do que antes del anochecer llegaramos a Lepaguare, en varias oca-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 257
siones paramos para hacer bosquejos de las pequeas y bonitas vis-
tas, y de los raros rboles. Por fin llegamos a la orilla de un rpido
ro que nace en las montaas de Teupacenti y fluye hacia el Nor-
oeste desembocando en el Guayape a doce leguas de Jucalpa. Este,
como supimos despus, era el rio Almendares, en cuyas cabeceras
se han sacado las pepitas de oro puro ms grandes de Olanclio,
Dispuesto como me hallaba para llegar a lameta de mis aspira-
ciones, no poda dejar de pararme y tomar un apunte del ro. Fu
aqu que vimos por primera vez los ganados de Olancho:gordos, lus-
trosos, comiendo la grama y el organo florecido que les llegaba has-
ta las rodillas, con movimientos lentos, apenas visibles en la orilla
opuesta, y vistos a travs de los intersticios de los setos de carbn,
cuyas hojas glutinosas y obscuras contrastaban con el follaje de las
palmeras que se vean en lontananza.
El paisaje, mientras avanzbamos, exceda a todo lo que hasta
entonces haba visto, tanto en la suavidad de los perfiles como en el
esplendor del colorido. En el valle me hall cruzando por una pra-
dera, variada con ondulaciones anchas y cubierta con afretados pas-
tizales y flores. Rebaos de ganado vacuno, recuas de caballos y de
las tan clebres muas de Olancho daban vida y variedad al panora-
ma. Sealaban la fuente de aquella primitiva riqueza y prosperidad
que ha dado predominio perenne en este rincn de tierra a la aris-
tocrtica sangre espaola. A intervalos, el grito distante, pero fami-
liar, del vaquero rompa la tranquilidad. Todo a mi alrededor, el
horizonte azul de montaas abrazando un paisaje amplio refrescado
por el aire de la tarde y retrado con la ms rica verdura en los ma-
tices del otoo, me hizo evocar vividamente el panorama de Cali-
fornia, donde las colinas al pie de las sierras se inclinan hacia el Oeste,
como lo hacen stas hacia el Norte. Un ocano de oro y verde ondu-
laba en los tintes purpreos del ocaso.
EXPLORACIONES EX H0>TJURA5 239
CAPITULO XV
LA Sensitiva.Helchos.Flor de Lis.LaurelRo Almendares.La Li -
ma.Rio Guayape.Hacienda de San Juan.Valle de Lepa guare.Una
hacienda de ganado en Olancho.Lepaguare.El General Zelaya.Nues-
tro recibimiento.Charlas.Situacin poltica de Olancho.Topografa del
departamento.Elaboracin de mapas.Excursiones a caballo.El clima,
Consejas populares.Un paisaje.Ruta hacia el Guayape.Aspecto de la
regin.Valle del Guayape."El Murcilago"."Las Lavadoras".Lavade-
ros de oro.La primera cuna en Olancho.Ricas excavaciones.Gran agi-
tacin entre los nativos.Evidencias de viejas minas y trabajas aborge-
nes.Los bucaneros.Galope hacia Barro zas.Los cinco hermanos Zela-
ya.Escribiendo la historia.
Mientras L, . . preparaba su cuaderno de apuntes y Roberto y
Vctor jumaban cigarros a la vera de una sombra cercana^ desmont
y examin unas enredaderas y arbustos que al principio cre eran de
la especie de los helchos. La reciente crecida del ro haba sepul-
tado los tallos bajo la arena, de la cual, con un tirn vigoroso,
trat de arrancarlas. Al momento, toda la enredadera present un
aspecto tan extraordinario que yo, involuntariamente, di un salto
hacia atrs medio alarmado por lo que haba visto. Las hojas, que
se extienden como barbitas al lado del tallo, se contrajeron lentamen-
te y se plegaron juntndose como si se hubieran ofendido por mi pro-
cedimiento rudo. L. . . que se hallaba sentado sobre su mula, se
volvi al oir mi exclamacin, y muerto de risa, probablemente delei-
tado con mi actitud meticulosa, me grit:"es la planta sensitiva!" (1)
La maravilla, se me explic, y ahora he sabido por la primera vez
que esta planta abunda en las mesetas y las tierras bajas de todo
Centro Amrica, pero como L. . . observ, raramente se le vea en tan
grandes cantidades como aqu. Las enredaderas formaban un col-
chn en buen trecho a lo largo de las mrgenes del ro. A in-
tervalos podan verse tambin rboles de sensitiva, erectos como de
doce a dieciseis pies de altura y parecidos en sus hojas y en su dis-
posicin irritable a las plantas ya descritas. Recog un palo con el
cual di un golpe seco en el tronco, inmediatamente no slo las hojas
se encogieron sino que hasta las ltimas ramitas se inclinaron visible-
mente hacia el tronco padre.
Despus seguimos por espesos colchones-de sensitivas, que for-
maban una capa compacta que se extenda un pie sobre el suelo y
que nuestras muas trituraban al pasar. El suelo pareca retorcerse
al paso de las cabalgaduras, dando al engao un asomo de verdad.
(1) Conocida popularmente como "dormidera".
240 WILLIAM V. WELLS
En la parte ms umbrosa del bosque por donde bamos apare-
can los helchos, de las especies pequeas, con sus hojas obscuras,
espesamente adornados con hojas aserradas, casi como el verdadero
helcho de los Estados Unidos. Crecen en penachos y se mezclan
libremente con el musgo y las plantas espinosas que por doquiera se
encuentran bajo los rboles.
Aqu observamos tambin ejemplares de la flor de lis a orillas
de los pequeos arroyos. La flor, segn creo, poco difiere de la de
Europa y Norte Amrica. Vi varias a una elevacin de ms de 1.500
pies sobre el nivel del mar. El laurel tambin se ve aqu frecuente-
mente y alcanza una altura mayor que en el Norte, pues llega a veces
a cuarenta pies. El tronco es nudoso y en los bosques a menudo se
halla cubierto con un liquen fino, pero suave y limpio. La corteza
tiene media pulgada de grueso, es blanca y lisa y de una contextura
como la del corcho, con el sabor ligeramente picante y el olor pareci-
do al de la sal voltil. El laurel se emplea a menudo para ejes de
ruedas para carretas, por ser maderas que a la par de duras son f-
ciles de trabajar. Quema con llama brillante. El laurel de Olancho
es un rbol vistoso, de hojas brillantes, que da una sombra compacta
y resiste todas las inclemencias del tiempo. El rbol aparece en los
lugares hmedos y lluviosos, donde crece exuberante. No vi flores
ni bonotes en ellos pero, sin duda, son iguales a los del "bay~tree" de
los Estados Unidos.
En el departamento, el ro Almendares se cuenta entre los que
arrastran oro, pero las grandes pepitas a que me he referido antes se
hallaron muy cerca de sus cabeceras. No supe que la buena suerte
haya acompaado a las lavadoras en el lugar por donde habamos pa-
sado o cerca, el cual queda poco ms o menos a dos leguas de Cam-
pamento. Aqu equivocamos el camino y habamos llegado a la pe-
quea hacienda de La Lima, cuyo dueo es uno de los Zelaya, cuando
una pareja de rollizos nativos nos alcanz y comprendiendo que
ramos visitantes de Don Chico, como se le llamaba cariosamente
al General, inmediatamente nos orientaron hacia Lepaguare, donde
su viejo patrn resida al presente. Volvimos sobre nuestros pasos
hasta La Lima y siguiendo el camino recto, anduvimos a paso-trote
a travs de los lugares ya descritos. Despus de una hora de camino
arribamos al ancho y tranquilo Guayape, que corre silenciosamente
hacia el mar y presenta, hasta en este punto tan interior, la aparien-
cia de un ro formidable, de no menos de treinta yardas de anchura.
En esta poca tiene tres y medio pies de profundidad en el vado,
y arriba de este lugar recibe las aguas de varias quebradas, como lo
EXPLORACIONES EN IIONDURAS 241
indico en mi mapa. Nos metimos y lo cruzamos, mojando nuestros
mantillones arriba de las barrigas de los animales. Siguiendo el ro
por un llano ondulado, comprobamos que no forma rpidos en estas
vecindades. El ro estaba sumamente limpio y las amarillas arenas del
fondo impartan a las aguas un color ambarino muy bello. Su curso es
hacia el Este y ms abajo del vado hace un extenso semicrculo, que
casi rodea las propiedades de los Zelaya y de ah se dirige al Noreste,
donde, despus de recibir las aguas del Guayambre, ro casi tan cauda-
loso como el Guayape, toma el nombre de Patuca con que se le conoce
en la costa.
Del vado seguimos nuestra ruta al Noreste y pasando por la ha-
cienda San Juan, tambin propiedad de los Zelaya, encontramos
un extenso llano rodeado por una serrana de montaas y conocido
como valle de Lepaguare. Es como un parque que florece de un sue-
lo muy rico, suficientemente amplio para sustentar la poblacin de
un Estado comercial y agrcola. Hacia el Norte est situada la gran
hacienda de ganado de Lepaguare (1), una de las varias que pertenecen
a Don Francisco Zelaya, General de Brigada y "Comandante Militar"
del departamento de Olancho, como mis cartas de presentacin lo in-
dicaban. La hacienda estaba enzacatada pero dejaba de frente un ex-
tenso espacio abierto, por donde avanzaba nuestra pequea cabalgata.
El sol poniente lanzaba sombras largas a lo largo de los pastizales y
el llano se extenda por millas, moteado con incontables cabezas de
ganado. Por relatos anteriores estaba preparado para presenciar una
escena de raro encanto. Esta era la realidad!
Grupos de rboles se sucedan a corta distancia, diseminados en
el valle; el bramido del ganado llegaba dbil con el viento de la tarde;
voces, casi perdidas en la lejana, venan de la hacienda:y en e' llano
los hombres a caballo aparecan como pequeas manchas. Apresu-
ramos las muas y Vctor dio un grito de alegra; en cuanto a m, solo
pude contemplar y admirar. Una muchedumbre de chiquillos, rien-
do y gritando, se apretujaban a la puerta de golpe, pero cuando nos
aproximamos corrieron apresuradamente. Yeguas chucaras y muas
a medio domar, atadas con zagas de cuero (2) a troncones, resoplaban
y se encabritaban cuando pasamos; un hermoso caballo negro, con
la cola y la crin ondeando al viento, salt sobre la suave alfombra del
csped al cascabeleo de nuestras espuelas; varias vacas de aspecto ce-
rril mugieron cuando nos acercamos. Cruzamos el patio al frente
de la casa y llegamos a la puerta. La hacienda, aunque la ms gran-
(1) Lcpaf^unre significa en lenca "ro del tigre". Se compone de lepa, tigre, y
jniarn, rio. V. Membreo, Nombres geogrficos indgenas de la Repblica de Honduras,
p. 57.
(2) En Honduras las zogas de cuero crudo se llaman pialeras V. Membreo,
Hondureismos.
242 1VXLLIAM V. WELLS
de y la mejor cuidada del departamento, no es un ejemplar excepcio-
nal si se la compara con cualquiera de las dems propiedades de ga-
nado de Olancho.
Las indias, de plcida apariencia, empeadas en sus quehaceres,
nos observaban curiosamente cuando nos paramos, y un caballo es-
plndidamente enjaezado, con pistoleras y mochilas de plata y con
mantilln carmes, se apart orgullo smente de nuestras muas pelu-
das. Se abri la puerta y varios hombres, vestidos con pantalones
anchos de algodn y camisa, se asomaron as que desmontbamos.
"Qu tal, amigos?", diyo L...
"Buenos das, caballeros!" respondieron una media docena de
voces. El amo de la casa, el venerable Don Francisco Zelaya apare-
ci entonces, sali despacio con el porte peculiar de las personas de
categora, avanz para encontrarnos, y un momento despus estrecha-
ba cordialmente mis manos y las de L... y pona a nuestra disposicin
su casa con todo lo que haba.
Encontramos en nuestro anfitrin al perfecto tipo descendiente
de los viejos hidalgos de Espaa, amante de la sana alegra, de la com-
paa jovial y de los buenos caballos. En su hospitalidad no mues-
tra orgullo; es para l a la vez un deber y un placer, y las rsticas co-
modidades de su residencia siempre estn abiertas para el viandante.
Puede bien imaginarse que con las recomendaciones de las partes ms
(lejanas del globo, hasta de California, y trayendo yo cartas del Go-
bernador y de otros dignatarios, para no decir de aquellas de los Pre-
sidentes de Honduras y Nicaragua, mi recepcin tom el calor de una
cordialidad que jams se puede olvidar.
Los escasos conocimientos del General sobre estos asuntos le ha-
can difcil marcar las distinciones geogrficas o polticas de las tie-
rras extranjeras, y mis cartas del Gobernador Bigler de California,
las tom l como credenciales con poderes diplomticos. Para l, Ca-
lifornia sin duda era una repblica independiente y su Gobernador
un emperador demcrata., ataviado con mantos regios y nadando en
oro!
Don Chico es "monarca de todo lo que explora". Es alto y bien
parecido, con un porte y aspecto dominantes, ojos azules, frente am-
plia, y de cabellos rizados, vigorosos y de color de acero. En los asun-
tos de su propio pas no carece de sagacidad o talento. Son cinco
hermanos, cuyas familias, que residen y ocupan por concesin real
esta porcin de Olancho, son conocidas a todo lo largo y a todo lo an-
EXPLORACI ONS E>~ HONDURAS 245
cho como los Zelaya. La primitiva colonizacin de este departamen-
to por su antepasado Don Jernimo Zelaya, y la condicin poltica
de algunos problemas subsistentes en la regin desde su primera ocu-
pacin por los espaoles, sern objeto de un futuro bosquejo.
Entramos en la casa y fuimos presentados a la seora, quien se
levant de su lecho de enferma para recibirnos, y a la nica hija del
general, muchacha alta, de pelo endrino y que era, evidentemente,
el ama de la casa. El hijo mayor, Don Toribio, estaba en camino
desde Trujillo con un tren de mulos cargadas con mercaderas, cuya
venta a los habitantes de esta seccin era monopolio del General.
Toda la hacienda se hall pronto en movimiento con el impor-
tante acontecimiento de nuestro arribo. Si hubiera sido yo un em-
bajador oficial ms bien que un simple ciudadano, no hubiera sido re-
cibido con mayores demostraciones de respeto. Se haba puesto a
asar un cuarto de cabrito para nosotros, un novillo gordo fu sacrifi-
cado en el poste, se trajeron legumbres de la huerta cercana. Encur-
tidos de la marca Underwood llegados va Trujillo desde Boston, caf
caliente, tortillas, pan de trigo y de maz, y miel silvestr.e estaban en-
tre las viandas dispuestas sobre la mesa.
Terminado sto, el General ley mis cartas de presentacin con
todo inters. Mientras el viejo hidalgo las examinaba escrupulosa-
mente con aire de satisfaccin, L... y yo notamos su gran parecido a
un distinguido miembro del Gabinete del Presidente Pierce, de los Es-
tados Unidos. Don Chico es un gran tunante con las mujeres, y el
notable parecido a l que se percibe en las facciones de los muchos pi-
lludos morenos que jugaban en la hacienda me hizo sospechar que
stos podan reclamar un ntimo parentesco con nuestro anfitrin.
Todava goza bailando valses y cotillones con las ms guapas jvenes
de la ciudad, en las funciones de Juticalpa.
Ya de noche observ que los muchachos de la hacienda, cuyo n-
mero llegaba, segn creo, a unos veinte, haban trado gavillas de le-
a, zacate seco y ramas, que depositaron en montones en el extenso
patio. Cuando obscureci, todo esto se cubri con rajas de ocote y
se le prendi fuego. Inmediatamente toda la hacienda resplandeci
con el fuego. Era una iluminacin en honor a Don Guillermo. Sen-
cillo y rstico testimonio, como era, en l reconoc la gentileza de Don
Francisco y vi un anticipo de su futura hospitalidad. Pareca ver-
daderamente contento de que el silencio de su vida fuera ahora inte-
rrumpido con las ltimas noticias del mundo.
Pareca que tomaba peculiar inters en mis relatos sobre el pro-
244
WTLLIAM V; WELLS
greso de California, e inquira sobre los ms pequeos detalles eri
cuanto a los mtodos de trabajo de las minas, las leyes mineras, el go-
bierno, el clima y las gentes. -
c
Ah, mi amigo", me dijo, "que Dios permita a algunos de los
hombres juertes e inteligentes, que usted describe, venir a este aislado
lugar a mostrarnos cmo extraer el oro sobre el cual en nuestra ig~
norancia caminamos a diario". Tal observacin, venida del hombre
principal del departamento, era para m una prueba rotunda de su
deseo de que se permitiera el ingreso de los norteamericanos a Olan-
cho para el desarrollo de los placeres aurferos. La influencia de los
Zelaya era todo lo que se necesitaba para llevar a feliz trmino mi
proyecto, e inmediatamente me concret a asegurar su cooperacin.
Aunque Olancho es parte integrante de la Repblica de Hondu-
ras, su posicin geogrfica es tal que se le tiene como una regin aje-
na a la participacin de las guerras que han tenido lugar desde la In-
dependencia. Sus intereses distintos y su ubicacin apartada, han
hecho que sus pobladores eviten cuanto les ha sido posible el ms pe-
queo contacto con el Supremo Gobierno, actitud poltica que en ms
de una ocasin ha conducido a la hostilidad entre Olancho y el resto
de la Repblica. Estas contiendas, nunca muy graves o sangrientas,
adems de resultar favorables a los plnchanos, les ha dado habilidad
para repeler ataques y una independencia efectiva del Gobierno Na-
cional. La proposicin de formar una repblica separada se ha he-
cho repetidamente, pero al ceder el Gobierno a todas sus demandas
y al darles la promesa de no agravarlos con impuestos y conscripcio-
nes para el ejrcito, sus habitantes, a lo mejor demasiado indolentes,
amodorrados por su vida fcil para intentar un sacudimiento revo-
lucionario, han consentido en seguir bajo la gida del Gobierno. (1)
As, aunque el General Zelaya es el Gobernador del departamen-
to, por nombramiento supremo, en verdad encabeza una democracia
local y est colocado ah por la voluntad espontnea de sus paisanos,
y de cuyo cargo, si fuera lo suficientemente audaz para acometer la se-
(1) Tal vez con la mira de que en un futuro cercano se formara una colonia es-
clavista en Olancho, siempre que tiene oportunidad Wells propaga el aislamiento admi -
nistrativo y geogrfico de aquel departamento, insistiendo en que podra formar un t erri -
torio separado del control del Gobierno de Honduras. Debe recordarse que el autor de
este libro haba publicado otro sobre la guerra de Nicaragua, obra en la que se muestra
admirador incondicional de William Walker y de sus campaas en Nicaragua CWalker,s
cxpedition to Nicaragua. Ne>v York, 1856). Tampoco debe olvidarse que Wells fue
compaero de viaje de Mr. Byron Col, amigo ntimo de Walker, cuyos proyectos
debe de haberle trasmitido aquel en el largo viaje que anduvieron juntos, desde San
Francisco de California hasta Len. Col, mientras llegaba la aprobacin del contrato
para traer soldados mercenarios a Nicaragua, anduvo por Olancho..
EXPLORA CHONTES E'N" HONDURAS 245
paracin del departamento, el Gobierno Nacional no se atrevera a
removerle. Su gobierno es, consecuentemente, un despotismo slido
y bien establecido, una pequea repblica dentro de otra repblica,
con unas pocas elecciones locales para complacer a las clases medias
o dependientes de los grandes latifundistas.
Esta clase media, especialmente en las vecindades y al Sur de Jn-
ticalpa, consiste principalmente en los familiares de los Zelaya, por
consanguinidad o por afinidad, grande y poderosa familia, duea de
haciendas, algunas de las cuales contienen los ms valiosos minerales
y las ms feraces tierras de Olancho y, como agregado, que eclipsan
a los dems terratenientes del departamento. TJn vistazo a mi mapa
ilustrar la extensin de territorio que abarcan sus concesiones, en el
cual hay placeres aurferos que rivalizan con los de California y tie-
rras que dan espontneamente muchos de los ms valiosos productos
tropicales.
La suscripcin de un contrato entre los propietarios de estas ri-
cas zonas minerales y una empresa norteamericana resultara en Ja
explotacin de las minas con un beneficio para todo el mundo.
Con sorpresa ma, el General escuch mis propuestas con agra-
do, pero no quiso entrar de inmediato en negociaciones. Quiso que
primeramente yo recorriera con l y sus vaqueros la regin y me fa-
miliarizara con sus caractersticas y recursos. Estando de acuerdo,
me dediqu a la tarea de llevar a cabo una inspeccin, levantar un
mapa, recoger informacin y salir de cuando en vez de Juticalpa, la
cabecera departamental, a los muchos lugares ms o menos famosos
de su vecindad y a las grandes sabanas costaneras.
Mi principal objetivo, despus de mi ansiado contrato, era hacer
un mapa correcto del departamento, cuya topografa es desconocida;
los atttores de los que existen los han llenado con montaas, pueblos y
ros que no existen ni siquiera en la imaginacin, colocndolos ad libi-
tum para llenar los vacos y regiones inexploradas. Con este prop-
sito, antes de mi partida de California haba preparado, considtando
las cartas geogrficas del Almirantazgo, un delineamiento exacto de la
costa, desde Guatemala hasta Costa Rica, dejando el. interior descono-
cido para mis futuras exploraciones.
Fu mi costumbre, en Olancho, desplegar mi mapa sobre una me-
sa rstica y, con la brjula y comps en la mano, inquirir con los vie-
jos nativos, la direccin y las distancias de ciertos lugares. Yo los
anotaba con lpiz y los alteraba consultando la opinin de los inte-
grantes de los grupos, a quienes yo dejaba que disputaran y se con-
346 WILLIA.M V. "WELLS
tradijeran en cuanto a distancias y rutas, y, en silencio, tomaba en cuen-
t a cada palabra, y poco a poco iba llenando mi mapa. Siempre man-
tuve este protegido en un tubo de hojalata. Los residentes ms vie-
jos, muchos que nunca haban salido de Olancho, conocan con gran
exactitud los nombres de cada poblacin, hacienda y cadena de mon-
taas del departamento; cambiando y borrando, comparando y ha-
ciendo preguntas hbiles, pronto estuve capacitado para hacer un ma-
pa bastante detallado de las regiones aurferas. Desde luego que era
necesario hacer ajustes por la incorreccin de las distancias, ya que
una milla en el concepto de alguno era una legua para otro; pero al
observar correctamente desde todas partes del departamento los pi-
cos ms prominentes, tales como los de Teupasenti, Monterrosa, A-
guacate, El Boquern y Guaimaca, muy separados los unos de los otros,
y que son mojones visibles desde todas partes, pude comparar las varias
opiniones y corregir con bastante aproximacin los errores que son
propios en un reconocimiento tan rudimentario. Ms an, viajaba
con mi "libro de apuntes" en la mano y nunca dej de anotar todo
aquello que me pareci interesante.
Mi primera visita con el General a los lugares mineros fu a la
"barra" en el Guayape, pocas leguas al Sur de Lepaguare y conocida
generalmente con el nombre de Kl Murcilago. Mi gentil amigo,
siempre pendiente de mi comodidad, orden se ensillara para m un
magnfico caballo guatemalteco, que era su favorito, y descartando
mi dura albarda, la reemplaz con una silla mexicana de lujo. L...
y un vaquero de confianza llamdo Julio, complementaban la comitiva
de cuatro. La maana estaba fra, aunque arriba la bveda azul pa-
reca apacible y suave como el cielo de Italia. El General insisti en
que yo probara la calidad de un aguardiente del que se ufanaba. Lo
haba llevado de Tegucigalpa. bamos a medio galope por las llanu-
ras de Lepaguare, en donde el aire confortante y la extensin de pas-
tos ponan nuestros corazones a tono con la influencia alborozante
de la hora.
Que ningn gegrafo con ideas vagas sobre "los terribles trpi-
cos" seleccione los distritos de la meseta de Olancho como objeto de
anatemas contra climas pestilentes. Nada hay ms absurdo y ms
alejado de la verdad que nuestro miedo comn a las desconocidas
"regiones de los trpicos". Los horrores de las arenas del Sahara o
del Colorado no se ven aqu. Aqu el sol ni mata al viajero errante
ni reseca su sangre; aqu la tierra es clida pero nunca infecta. En
todos nuestros territorios de los Estados Unidos del Oeste prevalece
una insalubridad local que apenas puede resistirse, pero es muy raro
EXFLORACIOrCES EI HOrDURAS 247
que las fiebres prevalezcan en el interior de Honduras. La fiebre bi-
liosa, tan a menudo fatal para los extranjeros, est confinada a las tie-
rras bajas y pantanos de las costas.
La estacin hmeda no es lo que muchos suponen:una continua
cada de chubascos. Una serie de aguaceros rpidos y tormentas con
truenos, con intervalos de un sol brillante, caracterizan la estacin.
La lluvia caer toda la noche a torrentes, con relmpagos, con truenos
y vientos alarmantes pero no destructivos y har crecer los ros
y sus lodosos afluentes de la montaa, pero pronto bajan a sus lmites
naturales en cuanto el sol, atravesando las nubes de la montaa, bri-
lla sobre un paisaje rico y delicadamente diversificado con verde y
oro. Un aire clido embelesa los sentidos; los ojos se solazan pero
no se deslumhran con los tintes vistosos reflejados por la humedad
centelleante, y la cortina de nubes plateadas y purpreas se decolora
gradualmente a medida que el da avanza, haciendo que estos encan-
tadores panoramas parezcan ms cercanos y ms familiares al espec-
tador. Dice el proverbio:"Olancho, ancho para entrar, angosto para
salir"! No son acaso estas escenas las que dieron nacimiento al
proverbio?
Recuerdo como, cansado con el gris y sobrio manto con que la
naturaleza visti las montaas solitarias de nuestra ruta a Teguci-
galpa, nosotros con ansias nos precipitbamos hacia el paisaje invitan-
te de all abajo; tambin recuerdo el tiempo, meses despus, cuando
echando un vistazo hacia atrs, de mala gana dejaba para siempre el
bello y tranquilo valle de Lepaguare.
Pasamos, en nuestro trayecto liada El Murcilago, por las ha-
ciendas de Don Manuel Zelaya, el mayor de los hermanos y tambin
la de Don Carlos Zelaya un hijo, casado, del General. Aqu encon-
tramos a varios vaqueros bien montados, reuniendo unos caballos
y muas. Hay un camino plano en todo el trecho de Lepaguare al
pie de la cadena de cerros que bordean el valle, a travs del cual co-
rre el ro Guayape. De aqu el camino se transforma en una va
muy buena para el paso de muas y por la cual con un poco de cui-
dado cualquier clase de maquinaria puede ser transportada hasta
El Murcilago. La ruta va por pinares, muchos de sus troncos de ms
de tres pies de dimetro. Son pinos de la variedad amarilla y blanca.
Durante este viaje observ, por la centsima vez, la regulari-
dad que d a estas colinas su gracia inigualada en la forma. La lnea
de belleza, como el de las colinas redondas de California en la re-
gin aurfera, era aqu tan perceptible que yo repeta la observa-
248
IVILLIAM V. WELLS
cin a cada nueva perspectiva. Coronadas de arboledas y parajes,
en una graduacin casi imperceptible, serrana tras serrana por el
Oeste, Norte y Sur levantan un anfiteatro de elevaciones engracia-
das, de colinas ascendentes, y de imponentes cordilleras, y todava
ms lejos, picos tan azules que parecen de slido ter, como si la at-
msfera lquida se hubiera mezclado con la luz y cristazara en gla-
ciares vaporosos.
Los pinares que cubren las colinas en la extensin que puede al-
canzar la vista, parecan estar plantados a propsito en espera de ase-
rraderos. Cuando pasamos por entre ellos el viento susurraba con
majestuosidad entre sus copas, reviviendo encantadoras escenas de
California; pero los pinos de estas tierras altas no se comparan en ta-
mao con los de Norte Amrica, si bien los cedros gigantescos de
las tierras bajas son la admiracin de propios y extraos.
En un pequeo afluente de la Quebrada de Garca que se me
mostr, varias mujeres se hallaban lavando arenas con xito consi-
derable. Aqu el terreno comenzaba a quebrarse en caones y ba-
rrancos como los de los alrededores del Grass Valley y del French
Corral, de California. En el fondo de estos lugares aparecan for-
maciones de cuarzo y de pizarra, entre las que advertimos dnde los
buscadores de oro haban "raspado" dejando marcas que parecan
hechas ms bien por las gallinas en un patio de granja y no por mi-
neros. Nunca se ha hecho excavacin alguna aqu y el oro es en su
mayor parte de la clase que se obtiene por el lavado hecho en corrien-
tes de agua. El General me prometi regresar con unas cuantas
lavadoras para que trabajaran el lugar de manera apropiada, bajo
mi direccin.
Despus de pasar por un nmero de quebradas y arroyos igua-
les a los de California, todos con reputacin de aurferos, llegamos
a un cerro majestuoso cubierto de pinos, que mira hacia el valle de
Guayape, ro que omos rugir all abajo, pero oculto a nuestras mi-
radas por la densa arboleda que bordea su curso. Esto quedaba como
a cinco leguas abajo del lugar donde lo cruzamos al penetrar en
Olancho.
Avanzamos impacientes, el General hablando y explicando por
todo el camino. Seguimos la serrana hacia el Sur, buscando un
claro a travs del cual descendimos. Desde nuestro puesto not el
rumbo y distancia de los picos principales de la montaa en un ra-
dio de ms o menos treinta leguas. El camino gradualmente se-
gua por un pequeo y bonito llano como a veinte pies arriba del ro
y conocido como El Murcilago. En este lugar hay una cabana per-
EXPLORACIONES EN HOXDURAS 2+9
feneciente a don Chico, y aqu el seor Jos Mara Cacho se haba
propuesto levantar una pequea ciudad minera bajo los auspicios
de una compaa nacional, que se desintegr a causa de una de
tantas revoluciones. El lugar era ahora solo escombros de adobes
y ramas. Varas ayoteras y calabaceras, mostrando sus frutos, tre-
paban por entre las viejas vigas y entre la maleza. Una manada de
ganado se hallaba triscando perezosamente a la sombra y, con el
perceptible murmullo del ro y la frescura del follaje, me hizo recordar
el escenario estival en Nueva Inglaterra. De aqu bajamos hasta el
ro, que apareci mientras descendamos por una alameda de pinos
fragantes que proyectaban su obscura imagen de lleno en las aguas,
abajo.
El eco de voces entre las rocas, ro arriba, indicaba la presen-
cia de lavadoras, aunque esta no era la mejor poca para sus traba-
jos. Seguimos por la margen unos pocos centenares de yardas y,
por ltimo, hallamos a un grupo de mujeres buscadoras de oro cha-
paleando en las aguas y riendo estrepitosamente en su labor, algu-
nas cantando y otras fumando los indispensables cigarros. Todas
estaban de pie, dentro del agua hasta las rodillas y cada quien in-
clinada sobre la gran batea circular acostumbrada, en la que el pre-
cioso metal era lavado. Trabajaban lentamente y sin inteligencia,
parndose a cada momento a platicar sobre asuntos de su pequeo
mundo y ejecutando quizs una tercera parte de la labor que liara
un minero norteamericano. Un ofrecimiento del General, que yo
respald, de comprarles el oro que pudieran extraer ese da y el si-
guiente, no aument la rapidez de sus operaciones. Las mujeres ob-
tienen permiso de los Zelaya antes de comenzar su trabajo en los
placeres; esta formalidad, que ellas escrupulosamente observan, se
debe al celo de la familia por sus posesiones antiguas y por el temor de
que cualquier infraccin en ellas podra, eventualmente, conducir
a a invasin de sus terrenos por ocupantes abusivos. Tales intru-
sos podran en verdad ser echados fuera rpidamente, pero el Ge-
neral, no sin razn, cumple aquel proverbio que dice:"Una onza de
precaucin, etc." Cualquier mujer a la que se encuentre lavando sin
el respectivo permiso es invariablemente expulsada y nunca ms
se le permite trabajar en las haciendas. Este procedimiento suma-
rio ha dado lugar a que se diga entre los malquerientes de los Zelaya,
que ellos obligan a las lavadoras a pagarles como tributo una parte
de sus ganancias, lo que es enteramente falso.
Una india muy gorda y afable le pregunt en voz baja a Jidio
quines ramos nosotros, a lo cual respondi que yo tena la inten-
250
WILLLAM V. WELLS
cin de compro? todas las propiedades de los Zelaya y que haba le-
grado de California para ver los lavaderos de oro. Todas ellas sa-
ban de la famosa tierra del oro y yo, fcilmente, las induje a que
conversaran sobre el particular. A mi ruego continuaron sus la-
bores que haban interrumpido as que nos aproximamos, se ende-
rezaron y, tirando hacia atrs su frondoso pelo, gritaron: "Buenos
das, don Francisco!"; el General les respondi alegremente desde
su gran silla mexicana con una sonrisita peculiar que me hizo pensar
de que era favorito de ellas. La operacin del lavado es precsa-
mente igual a la que practicaban los "chilenos" y los "sonorenses"
que en los primeros das vinieron en gran nmero de Hispano Am-
rica a California. En varias de las bateas no haba partcula de oro
y si las haba eran tan diminutas que se hacan invisibles; en otras
podra haberlas con un valor de dos o tres centavos y, finalmente, en
otras, las menos, talvez el doble de esa cantidad. Las partculas de
oro no tenan la forma escamosa sino que eran redondas e irregula-
res, mas o menos del tamao de una cabeza de alfiler y, por l des-
gaste, de aspecto lustroso. Se sac una pepita que valdra alrede-
dor de medio dlar. U)
Esta poca no era la ms favorable para lavar oro. Cuando las
aguas estn bajas en extremo, se han sacado del fondo en este lugar,
pepitas que pesaban cinco y hasta ocho onzas. Despus compr en
Juticalpa algunas que pesaban cerca de una onza y que llev a Cali-
fornia. Estas las hube de los tenderos, que las aceptaban de las
mujeres en cambio comercial. No tenan razn alguna para enga-
arme en cuanto al lugar en donde estas chispas se haban hallado
y siempre me manifestaron que venan del Guayape y de sus tributa-
rios, pero especialmente del pie de las colinas en la cordillera de Cam-
pamento al Almacigueras, lugar famoso en todo Olancho como el
ms rico en el departamento.
Pregunt al General si alguna vez se haba importado maqui-
naria en Olancho. "N", me replic, "con la excepcin de una caja
que ha estado en la hacienda desde hace diez aos, que fue importa-
da por el agente del seor Vlez, de Guatemala, quien una vez sus-
cribi un contrato conmigo para tomar posesin de estas minas, "me-
diante testamento". La maquinaria fu construida en Boston, he-
.cha a la orden, embarcada a Trujillo y trada desde all sobre las
montaas hasta aqu, pero las instrucciones estaban en ingls, que
no pude traducir. El seor Vlez muri, algunas partes de hierro
se perdieron y confieso que no he pensado en ella desde entonces".
Esta pequea informacin me sorprendi y resolv examinar la m-
(1) Debe ser Cartagena de Indias en la Nueva Granada, como antes se llam
Colombia.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
251
quina a mi regreso. Haba visto lo suficiente para convencerme que
en OLncho hay otra California, pero que, como en aquella regin.
los tesoros del suelo se quedarn como han estado desde la creacin,
hasta que una raza superior en energa y actividad reciba la herencia.
Tambin vi que ninguna estimacin podra hacerse en cuanto
a las minas bajo el sistema con que se las trabaja al presente y que
alguna maquinara, aunque fuera la "cuna" de los primeros das
despus descartada en California, era necesaria para hacer experi-
mentos dignos de confianza. Con este propsito, decid construir
una "cuna" (rocker) al regresar a la hacienda, toda vez que pudie-
ra obtener instrumentos y materiales, lo que era en extremo dudoso,
y en el caso de fracasar con tal mecanismo burdo, vera- lo que podra
Hacerse con la mquina del aventurero guatemalteco mencionado
anteriormente.
Permanecimos algunas horas en El Murcilago examinando y
consultando sus facilidades como sitio para una futura poblacin
minera, igual que la de Alemn. Una suculenta comida y una sa-
brosa pipa bajo la sombra acogedora de los rboles sin duda contri-
buyeron a nuestro goce del escenario que nos rodeaba. La comida
la. despachamos en un punto situado como a quinientas yardas de la
cabana de adobe, en donde la orilla se acerca a un arrecife de piedras
negras, disminuye hacia el borde del agua y se extiende por una pla-
ya suave, donde el pequeo oleaje de la corriente brillaba con refle-
jos de plata, quebrndose entre la grama que cubra las orillas del ro.
El Guayape es aqu profundo y quieto, aunque rpido, y a lo largo de
sus mrgenes se ven, a intervalos, grandes rboles; hay pequeas is-
litas de rocas y de arbustos en ambos lados, bajo la corriente
se ven capas de pizarra caliza y los rayos del sol poniente doraban el
agua, realzando el fondo las manchas de bosques iluminados por el
sol. Todo sto estaba todava como "hace mil aos".
El curso general del ro es hacia el Noroeste. Julio, que haba
vivido en la vecindad ms de treinta aos, me dio la distancia por
las vueltas de aquel desde Las Maras a Catacamas. Estaba fami-
liarizado con ella porque a menudo recorri en canoa toda esa distan-
cia. Apunt sus clculos con gran inters y me divert al hallar que
sumando las leguas que Julio me haba indicado, estaba yo muy
dentro del Mar Caribe, lejos de la desembocadura del Patuca! Men-
ciono este hecho, que es una muestra clara del concepto sobre las
distancias que tienen los nativos, para hacer ver la dificultad que
uno tiene para levantar un mapa guindose con los datos que propor-
cionan los habitantes. El explorador debe depender nicamente de
252
WILLIAM: V. -WELLS
sus propias observaciones. Como antes he dicho,'bien puede cons-
truirse un ancho camino carretero de El Murcilago y de otros luga-
res ricos del Guayape a Lepaguare, desde cuyo punto los vehculos
podran seguir hasta Juticalpa, tal como est la va ahora y hasta mu-
chas millas ms abajo. Pero en cuanto a la topografa, as como
el clima, la poblacin, la historia y los recursos naturales de Qlancho,
aunque tratados someramente en estas pginas, me referir a ellos
en captulos especiales.
El sol .estaba ya cerca del ocaso cuando arrendamos nuestros ca-
ballos hacia Lepaguare, y despus de una lenta caminata en la obs-
curidad, por un terreno aparentemente familiar para mis acompa-
antes, pero para m un ddalo confuso de colinas y de bosques, ob-
servamos las distantes luces de la hacienda. As que nos aproxima-
mos omos el ruido de espuelas y un casqueteo y tambin vimos una
fogata encendida en el patio proyectando las sombras de las perso-
nas que frente a ella pasaban, indicndonos todo que algo no acos-
tumbrado estaba sucediendo. Don Chico apresur su cabalgadura
hacia el lugar en donde ya estaban montados varios vaqueros listos
para ir en busca de su patrn que, segn pensaron, se haba perdido
en las montaas. Al aparecer l, todos desmontaron y la hacienda
volvi a su quietud acostumbrada.
A la maana siguiente, despus del desayuna, insinu al Gene-
ral mi deseo de ver la mqui na que me haba mencionado. Llam
l a varios de sus muchachos, que por lo comn haraganeaban cerca
de la puerta, y les orden que sacaran de su escondite la vieja caja,
que tena casi el tamao de una para piano. Estaba cubierta de te-
las de araa y sus hendiduras hervan de cucarachas y de un mon-
tn de otros animaluchos que salieron apresuradamente al ver que
su refugio era bruscamente invadido.
Uno de los muchachos levant la tapa y se revel a mi mirada
ansiosa una complicada masa de ruedas, cribas, rodillos, coladores
pedazos de madera acanalada y cilindros, suficientes para poner en
jaque al genio inventivo de cualquiera que no fuera un maquinista
experto par a ar mar todo aquello.
Toda la familia se agrup en silencio alrededor, vindome ansio-
samente, cuchicheando a intervalos unos con otros, y, sin duda al-
guna, admirando la cara de sabio que para la ocasin deba yo for-
zosamente tener. En vano trat de ajustar las piezas arreglar-
las, clasificarlas, reajustarlas. Ya poda haber tratado de hacer con
ellas un reloj; pero, como mi reputacin estaba a prueba tom el
EXPLORACIONES EN HONDURAS 255
cuidado de disimular mi fracaso y meneando despreciativamente la
cabeza, orden a Ls muchachos que volvieran a poner la maquinaria
donde estaba porque era totalmente inservible para el objeto que
haba sido trada. El General me mir tristemente desilusionado
y se sorprendi de que el seor Vlez hubiera pedido al exterior tal
revoltillo de ese intil rompecabezas para lavar oro. Ms, aunque
mis conocimientos de mecnica no eran aptos para la mqui na del gua-
temalteco, hall en la caja lo que haba estado briscando en vano en la
hacienda: tablas y clavos suficientes para construir una "cuna" a
la California.
La mquina mencionada era una de tantas sin nombre que ha-
ban salido del cerebro de los inventores, ignorantes de los requeri-
mientos de los aparatos necesarios en la minera. California en los
primitivos tiempos estuvo llena de ellas. Pareca que no haba nada
dentro del campo de la posibilidad que los mecnicos de los Estados
del Este e Inglaterra no nos enviaran a California. Los caminos de
midas a los lugares ms distantes estaban sembrados de estos apara-
tos. El revoltillo de ruedas y rodillos en Lepaguare estaba hecho
para cernir arenas y en apariencia tan ineficaz para a separacin
de las preciosas partculas de la tierra, como sera una mantequillera
o una mquina para trillar. La experiencia ense ltimamente a
los californianos que el gran desidertum en la maquinaria minera
para lavar el oro, construir acequias y moler cuarzo, es la sencillez.
Ese mismo sistema introducido en Olancho, no puede fallar para re-
velar los brillantes tesoros que se almacenan en sus suelos, en sus
rocas y en los lechos de sus ros.
El General ptiso a mi disposicin el contenido de la casa y co-
menc a fabricar una bronca mquina tal como las que se usaron
en California en los primeros das. Una batea, crudamente desbas-
tada de un palo de nspero y que serva de pesebre a los potros de
ln hacienda, me sirvi como cuerpo para la "curia". Hube de
desbastarla y la mqui na del Seor Vlez me supli el cernidor. As
que el extrao aparato gradualmente tom forma y significado bajo
mis manos, las miradas del grupo silencioso, inquisitivas al princi-
pio, dieron paso a las de asombro y satisfaccin. Las mujeres, en
particular, alabaron mi habilidad y se maravillaban de que un
caballero como yo pudiera manejar tan bien la sierra y la hachita
de nimio. Antes de anochecer mi creatura estaba terminada y, des-
pus de grabarle en grandes caracteres: "CUNA No. 1.OLAN-
CHO. 1854", con mis iniciales abajo, llevamos el armatoste al arro-
yo, cerca de la hacienda, donde comenzamos a hacer un experimento
254 WHJJAM V. WELLS
de Lvado. Se colocaron las piezas del fondo y varios muchachos
de la hacienda corrieron por orden del General a llevar agua y are-
na. Este arroyo no lleva oro y ala media hora de trabajo no hubo,
por consiguiente, seal alguna del metal, pero les fu debidamente
explicado el modus operandi.
"Caramba!" exclam regocijado el viejo, "qu maravilla! ob-
tendremos el oro por libras!"
Yo sonre ante su entusiasmo y les record que este no era sino
un mtodo primitivo, ahora casi abandonado en toda California y
que en su lugar existe un sistema gigante de laboreo de minas, por
el cual cerros enteros se fundan bajo el empuje de la industria nor-
teamericana, lavndose toneladas de tierra donde cinco aos antes
se lavaban palladas. Mi auditorio escuchaba en silencio y el Gene-
ral observ:
"Ah! don Guillermo, sus compatriotas estn, sin duda alguna,
destinados a gobernar el mundo; tales progresos en las artes tiles son
.asombrosos y ninguna de las viejas razas puede esperar competir
con ustedes. Lo nico que temo es que sus amigos no le den cr-
dito a lo que les cuente de Olancho y que los hombres de empresa de
-el Norte rehusen visitarnos. Si usted no regresa con su gran com-
paa, creer que mi querido Olancho nunca ser conocido en el
mundo".
Le asegur al buen viejo que no pasaran muchos aos sin que .
los norteamericanos visitaran el pas.
Dejamos la mquina para que se hinchara en el agua y ala maa-
na siguiente, al amanecer, un tren de muas llevando la "cuna",
provisiones e instrumentos, sali hacia un punto cercano a El Mur-
cilago, mientras nos quedamos para el desayuno, esperando poder
alcanzarlos antes de que ellos llegaran a la barra. En nuestro ca-
mino conversamos sobre las numerosas zonas aurferas del departa-
mento. El General estuvo de acuerdo conmigo en que ni una cen-
tsima parte de los depsitos ms ricos haban sido todava descu-
biertos y que la bsqueda de ellos los desarrollara gradualmente.
Llegamos a la barra y nos hallamos con que la "cuna" ya estaba
colocada cuidadosamente conforme mis instrucciones en la orilla
y los nativos en su acostumbrado vestido de camisa, pantalones de
algodn y una faja, se hallaban a todo lo largo, medio dormidos, de-
bajo de los rboles. A los pocos minutos la mquina estaba insta-
lada y comenzaron las operaciones. Durante media hora los hom-
bres trajeron grandes cubetas de tierra desde un lugar indicado por
EXPLORACIONES EN HONDURAS G55
una lavadora que nos acompa. Julio meca la "cuna", Vctor
echaba el agua, el General regaaba o amenazaba segn sus senti-
mientos excitados se lo dictaban, y todos conversaban, disputaban
y observaban cada movimiento, mientras que yo, descalzo y con los
pantalones enrollados, chapaleaba en el ro espiando una y otra vez
dentro de la mquina para ver si haba algn indicio del metal. Una
o dos veces solamente vi una chispa diminuta brillando all en el
fondo, y estaba precisamente llegando a la decepcin, cuando descu-
hr que el "cuidadoso'' de Vctor haba zajado el tapn y que a tra-
vs del hueco se haba escapado lo recogido, cualquier cosa que hubie-
se sido. El General pateaba y rejiinjuaba. Mientras se taponeaba
el hueco de la "cuna" y despus de media hom de labor, orden una
inspeccin. En el jondo de la ranura de la gamella observ unas pocas
"chispas" brillando entre las negras arenas. Se sac el tapn y la
l avador a coloc su paila abajo para recoger el contenido del aparato
mientras ste se lavaba. La reduccin se hizo por el proceso de ro-
tacin ya descrito y cuando nos inclinamos sobre el aparato, no pude
reprimir una exclamacin de regocijo al ver que el pequeo espa-
cio hueco del jondo estaba amarillo con partculas de oro. Estim
su. valor en casi un dlar cincuenta centavos.
Don Chico estaba ya demasiado agitado para proferir sino ex-
clamaciones. La sonrisa de triunfo que l observ en mi rostro le
hizo avanzar hacia m y apretar mi mano, mientras los nativos mira-
ban mi persona y la "cuna", alternativamente, con silencioso asom-
bro.
"Espere, mi querido General", le dije, "hasta que introduzca-
mos la minera hidrulica que se emplea hoy da en California en
estas minas y en lugar de pailadas de tierra usted ver que las propias
colinas desaparecern y cada parcida de oro se recoger por medio
del azogue; y en lugar de una plumilla de polvo de oro por da de
trabajo, usted calcular en libras lo recogido."
El experimento me convenci y resolv no abandonar 01 ancho
hasta tanto no suscribiera un contrato con el General a fin de intro-
ducir capital y brazos norteamericanos en el pas. Debe tenerse en
cuenta que la tierra que se utiliz en esta ocasin no se tom del fon-
do de alguna excavacin hecha en la capa rocosa como se hace en
California, hasta cuyo lugar por el transcurso de los siglos el pesado
metal se abre paso, sino de cerca de la superficie, donde un minero
californiano difcilmente buscara oro, sino es por el reciente descu-
brimiento del lavado de las tierras mediante acequias. El Gene-
ral me llev a una excavacin poco profunda en la barra, a. la que
256
WLLIAM V. WELLS
por el ro solo se puede llegar durante una creciente, en donde, a
veinte pies arriba de las aguas bajas, las lavadoras sacaron norias
libras de oro en seis das de labor. Esto fu en una poca cuando
se necesitaba una gran suma para la construccin de la nueu a igle-
sia de Juticalpa, a la cual contribuyeron las mujeres tanto con su
propio trabajo como dando oro para la obra.
Nuestra conversacin cambi ahora a los tiempos viejos cuando,
se dice, grandes cantidades de oro se extrajeron del valle del Gua-
yape y fu enviado para enriquecer la nobleza de la madre patria.
El viejo cronista espaol, Herrera (1), menciona al Guayape y sus
depsitos aurferos. El General haba odo estas narraciones, pero
sus escasas lecturas nunca haban ido ms all de escudriar los fo-
lletos polticos y los peridicos del pas. Mencion a los filibusteros
y alud a mis investigaciones en los vetustos volmenes de la biblio-
teca perteneciente a mi amigo don Manuel Vgarte, en Tegucigalpa.
Mi acompaante escuchaba con atencin y cuidado.
"Sgame y le ensear a usted", me dijo, "las uiejas minas donde
los espaoles sacaban el oro". Vir su caballo saltando por sobre
un rbol en forma que yo no me atrev a imitar. As que tuve que
hacer un rodeo con mucha dificultad, obligando a que mi caballo su-
biera por la orilla, despus de l.
En una falda a ms de sesenta pies hacia arriba, lo encontr pa-
rado cerca de unas anchas y profundas oquedades, parcialmente
llenas con tierra. Eran cuatro en total. Montones de piedra y tie-
rra, cubiertos de maleza, se hallaban cerca de sus entradas, y rboles
de cerca de un siglo se arraigaban al pie, indicando la gran antige-
dad de los hoyos. Estas viejas excavaciones me hicieron recordar
lugares similares a orillas del Stanislaus y del South Yuba, en Ca-
lifornia.
"Hace veinte aos", dijo el General, "extrajimos de aqu instru-
mentos herrumbrados y barras de hierro de manufactura espaola,
que fueron usados hace cien aos". "Varias leyendas", continu, "se
cuentan todava entre los indgenas de Catacamas, de que instrumen-
tos antiguos, hechos por los aborgenes que trabajaron aqu antes de
que Coln descubriera la Amrica, fueron a su vez hallados-por los
viejos espaoles. El oro que se us para adornar los esplndidos pa-
lacios de Palenque, Copan y Chichen, sin duda vena del valle del
Guayape y de otras partes de Olancho. De esta clase de hoyos, en
(1) D. Antonio de Herrera, autor de la Historia General de los hechos tic los
castellano?; en las Islas y Tierra firme del Mar Ocano
EXPLOP.ACIOXES EN HONDURAS
257
la poca antigua cuando Honduras era una provincia hispana, se
sacaba el oro que se enviaba en los galeones para Espaa. Si sta
hubiera estado ms pendiente de estos pases, no estara tan pobre
como ahora. Toda la costa, desde Belice, en Yucatn, a San Juan
del Norte, en Nicaragua, se convirti en lugar de reunin de ladro-
nes:los bucaneros. Las islas inglesas de las Indias Occidentales
les permitan sostener la guerra en contra de las colonias de Espa-
a. Ningn barco poda zarpar, se me ha dicho, de Trujillo o de
Omoa sin que cayera en stis manos. Se aliaron con los Mosquitos
o zambos de la costa, les suplieron armas, presionaron a sus jefes y
los estimularon para que hicieran una perenne guerra a Nicaragua.
Estas circunstancias impedan que el laboreo de nuestras minas de
oro continuara".
En este tono sigui el General, sealando mientras caminba-
mos, los claros en los rboles o la floresta nueva, por donde antes los
primeros aventureros haban abierto los caminos desde su trabajo
hasta el ro, o las seales de excavaciones an ms viejas todava.
Estas ltimas se hallan en varias localidades en el Guayape y sus tri-
butarios, como a lo largo del curso de la Quebrada del Oro, el Mangu-
lile, el Mirajoco, el Sulaco y el Silaca (1) tributarios del Aguan y de
otros ros que desembocan a travs del departamento de Yoro, en
el Mar Caribe.
A nuestro regreso de El Murcilago a Lepaguare, llevamos la
"cuna", bien aparejada, a lomo de mula, para que se usara en fu-
turas operaciones, pero como aparecer de aqu en adelante, me fu
imposible hacer los experimentos que me haba propuesto, salvo de
una manera imperfecta e inaceptable. Mi "cuna" para este tiem-
po ha terminado probahlem.ente hecha pedazos o, lo que parece an
ms viable, ha pasado a manos de alguno de los aventureros que des-
de entonces han visitado las regiones aurferas de Olancho.
Cuando nos aproximbamos a la hacienda de Barroza, residencia
del hermano menor, Don Lorenzo Zelaya, Alcalde Primero de Jutical-
pa, encontramos uva comitiva esplndidamente montada, que corve-
teaba sus caballos libremente sobre el csped hacia nosotros. Estos
eran Don Lorenzo en persona, acompaado de Don Carlos Zelaya, el
li:jo mayor del General, y de sus ayudantes de siempre. Al saber por
uno?, de los vaqueros, de nuestra visita a El Murcilago y del probable
regreso por el camino de Barroza, haban preparado una gran comida
para recibirnos. La pequea cabalgata par inmediatamente cerca
O) Silcn? Sink*? Telcn?
258 "mLLTAM V. WELLS
de nosotros y la ceremonia de presentacin se llevo a cabo rpidamen-
te. Don Lorenzo tena las facciones del viejo General, pero sin su
nobleza de expresin. Se deca que era el favorito de la familia y el
afecto recproco que se manifestaban entre s estos aristcratas de
Olancho, rsticos y sencillos, me impresion ms profundamente de
lo que yo quisiera admitir.
La hacienda de Barroza no es ni mucho menos el lugar pintores-
co que desde lejos pareca, pero dentro de ella encontramos toda la
hospitalidad que es tan famosa entre los olanchanos. Decidimos pa-
sar all la noche. Aqu conoc a los venerables Don Jos Manuel,
Don Santiago y Don Jos Mara Zelaya, quienes con el General (Fran-
cisco) y Don Lorenzo, el menor del quinteto, contituan la familia.
El recuento fiel de las historias y leyendas que se dijeron aqu sobre
los placeres de oro en los cerros circundantes, entremezcladas con he-
chos histricos e interesantes, sera suficiente para escribir un libro
ameno e instructivo. Era, no obstante, difcil gozar y apreciar esta
generosa hospitalidad y seguir siendo al mismo tiempo, un "chico
amante de tomar notas". Despus de la medianoche, cuando todos
se haban retirado a dormir, me sent a fumar con Don Santiago, Juez
de Primera Instancia de Olancho, que en su capacidad oficial duran-
te muchos aos, haba captado una valiosa informacin en cuanto a.
la historia y a la topografa del departamento. A l le debo poder
dar ahora una relacin de Olancho, de sus primitivos colonizadores y
del progreso de los Zelaya. y de otras familias "precursoras", desde su
ingreso al pas hasta el presente. Don Santiago era el "hermano ilus-
trado" y el orculo del resto de la familia en todo problema legal, cien-
tfico o histrico. La expresin grave, el aspecto distinguido, la am-
plia frente sombreada con sus cabellos rizados y negros, patentizaban
al hombre capaz y quien en cualquier otra parte del mundo hubiera
podido hacerse famoso. Era bastante despus de medianoche cuan-
do termin, con mis dedos acalambrados y mis ojos adoloridos por los
efectos de la pobre luz de una vela de cebo, un largo resumen histri-
rico, despus del cual dije buenas noches y me un a los dems, que
ya estaban durmiendo.
EXPLORACIONES EX HONDURAS 259
CAPITULO XVI
Por el valle de Le pagua re .Un "Buen Ji net e" de Olancho.La Vainilla;
cmo crece; su cultivo; su comercio.Productos olanchanos. Bayas silves-
tres.Otra excursin.Hacienda de Galeras.Caballos salvajes.''Vaque-
ros".El camino hacia el Ro Moran,Venados y antlopes.La tempera-
tura.Fiebres de la costa.Juticalpa.Otra vez Galeras,Una cena de
cumpleaos.Mesa gigantesca.Ovejas.Los coyotes,Valle paradisiaco,
Vistas desvanec entes.Doradas rapsodias.Un bao con los sinsontes.
Partida de Galeras,La bondad de los Zelaya.Salida hacia Juticalpa.
A la maana siguiente, despus del desayuno regresamos a Le-
paguare. Saqu mi escritorio porttil y comenc a anotar los cintos
que haba obtenido. El General y su jamiha guardaban silencio res-
petuoso mientras yo estaba ocupado y las mujeres regaaban a los
chicos que hacan bulla en sus juegos. Cuando hube terminado mi
trabajo y hecho al mapa las adiciones que Don Santiago me haba su-
gerido, Don Francisco propuso que juramos a la vecindad del Cerro
Gordo, donde estaba cultivando varias plantas de vainilla que yo de-
seaba ver. Tambin pens que era posible que su segundo lujo, Don
Toribio, pudiera llegar de Trujillo, donde haba estado por dos meses
con el jin de comprar mantos y un surtido general de mercaderas
Llev un tren de veinte muas a la costa con un cargamento de quesos,
que es una de los grandes productos de Olancho.
Montbamos los briosos caballos de Ula, que es la ms jia ra-
za de Olancho. y marchamos a travs del llano esmeraldino hacia el
pintoresco lugar del Cerro Gordo El paso adquirido por estos caba-
llos es la quinta esencia del movimiento suave y dehcioso, y en una
cmoda silla mexicana parece ir el jinete con un movimiento tan ape-
nas perceptible como el de un bote en las quietas ondas de un lago.
Fu exquisita galantera del General el ordenar que se ensillara para
mi su javorito, un caballo negro de gran alzada que slo usaba l en
ocasiones muy especiales. La bella criatura, tena ojos casi humanos,
y su inteligencia y pelo lustroso comprobaban el cuidado carioso de
que lo haca objeto su amo. El era el nico animal en la caballeriza
que haba sido herrado, pero las herraduras jueron puestas tan des-
cuidadamente que al poco tiempo las haba perdido
No hay palabras para expresar la alegra y la sensacin de libertad
que se experimenta en un viaje por los grandes valles de Olancho,
cuando el jinete inhala salud en cada aspiracin y cuando cada uno de
360 WILLIAM V. WELLS
sus sentidos se exalta hasta la euforia. Cuando hice mi visita las
lluvias haban cesado dejando todo el ambiente rebosante de un verde
intenso cuyo igual solamente puede verse en los panoramas rurales
de IngLterra. Las tierras altas del departamento estaban revestidas
con un traje ms alegre que el corriente, mientras que los pantanos y
las llanuras, por doquier arbolados, brillaban a la luz del sol con un
verde ms claro y ms fresco.
A Don Francisco se le consideraba como el mejor jinete de Olan-
cho, lo que se deba en parte, talvez, a su aspecto digno y patriarcal
cuando iba a caballo. Pero, adems de esto, asi que su cabalgadura
(un bayo finsimo) cabriolaba frente a la peqrea comitiva yo no po-
da sino admirar la desenvoltura del jinete que con sus acostumbra-
dos msculos lograba que el animal hiciera los movimientos ms gra-
ciosos y ms flexibles mientras se asentaba firmemente en la silla y
sus facciones se sombreaban con su sombrero de Guayaquil de anchas
alas. A veces, en el curso de la conversacin que flua rpidamente,
estimulado por la belleza del panorama y los movimientos vivos del
caballo, se volva parcialmente para dirigirse hacia m, gesticulando
con la animada dignidad que es inseparable del caballero bien nacido.
En realidad, si el viejo tena un punto dbil era el de su reputa-
cin como jinete, respecto de la cual fcilmente se senta adulado.
Su hermano, Don Santiago, goz en un tiempo del calificativo de "el
mejor jinete de Olancho", reputacin justa; pero desde que sufri una
cada hace varios aos mientras domaba una yegua cerril, Don Fran-
cisco le haba ganado en fama: Ser un buen jinete en Olancho no s-
lo implica la mera habilidad para montar y retenerse en el asiento en
un potro chucaro acabado de sacar de la manada bravia, treta que es
lo ms familiar para la mitad de los vagabundos rapaces de las hacien-
das. El trmino de buen jinete usualmente se le da al que sabe ma-
nejar con gracia y con destreza su caballo, combinando un porte suel-
to con las numerosas proezas que hace con la ms ligera presin de
las riendas, encaminadas a exhibir los mejores valores del animal.
Yo no s de un cuadro ms admirable que un olanchano de fami-
lia distinguida cuando monta en uno de estos fuertes y bien enjae-
zados caballos, domados por el duro bocado del freno espaol con
su cuerpo erguido en la silla como si fuera una estatua, la punta
de sus pies descansando ligeramente en los estribos, su sarape a co-
lores echado correctamente sobre sus hombros, su rostro broncneo
chispeando orgullo bajo su sombrero aln colocado vistosamente
EXPLORACIONES EN HONDURAS 261
y el "tout ensemble" del hombre y del caballo; cuadro que es raro
presenciar si no es en las pampas de la Argentina o en los ranchos
ganaderos de California..
Como a dos leguas de Lepaguare cruzamos un pequeo ro y,
subiendo por la margen opuesta, llegamos a una meseta cubierta de
espesa vegetacin donde nos paramos a examinar la vainilla, que
aqu sube por los troncos de los rboles algunas veces a una altura
ce cuarenta pies. Los olanchanos ignoran totalmente el mtodo como
se la, cultiva en Mxico. Don Jos Manuel Zelaya haba estado en
Mxico cuando era joven, pero haba olvidado la manera de prepa-
rarla. En la pequea poblacin de Pespire, cerca de Nacaome, se
hizo un ensayo del cultivo de la vainilla con un xito alentador. El
lugar queda en la vertiente del Pacfico, pero a poca elevacin sobre
el nivel del mar. Se insertan estacas de cerca de un pie de longi-
tud en la corteza del rbol en el cual desea que trepe el bejuco, donde
pronto comienza a crecer.
Solamente como veinte arrobas se recogen en las montaas de
Olancho, la mayor parte de las cuales se lleva a Tegucigalpa, donde
se le prepara para el mercado. Una pequea cantidad tambin sale
hacia Belice, Trujillo y Omoa. Negocio muy lucrativo puede ha-
cerse en todas partes de Honduras ofreciendo lina bagatela por so-
bre el precio corriente, lo que acaparara la mayor parte de la que se
recogiera. Las flores son de un amarillo verdoso combinado con blan-
co. Pero de las tres variedades de vainilla que hay en Honduras, la
ms estimada es la conocida como la fina. La vainilla que tiene las
vainas ms largas y ms angostas es la de ms valor. El Seor Lo-
zano, de Tegucigalpa, me mostr poco ms o menos cincuenta libras
de las tres clases que estaba preparando para enviarlas a la feria de
San Miguel. Mucha de esta fue recogida en Olancho y Yoro. Pag
por ella de medio (GYA centavos) a un real (12Vz centavos) la libra,
de acuerdo con su calidad. Siendo el principal comerciante de aque-
lla ciudad, a l se venda, toda la que se llevaba a Tegucigalpa desde
considerable distancia, prefiriendo los "poquiteros" venderla a los
precios locales, que enviarla por su cuenta a los mercados externos.
En la feria de San Miguel la vainilla de Honduras se vende de
das a cuatro pesos plata. Cerca de treinta quintales se escogen anuah
mente en Honduras y El Salvador. La planta tiene predileccin por
aos arboles en Olancho:el indio desnudo y el guachipiln. La vainl
lia de Olancho es probablemente la que clasifica el botnico Miller
como Vainilla Axlans, y es descrita como la que se encuentra en
362
WILLTAM V. TVELLS
Cartagena, Nueva Espaa, donde crece naturalmente. Tiene un ta-
llo trepador que echa raices de sus nudillos y sube hasta una gran
altura. Las hojas, que nacen de una en una, son oblongas, suaves
y articuladas, has flores emergen del lado de los sarmientos; tiene
la misma jornia que las de la gran orqudea abejera pero son ms
largas. El capuchn es de un rosado plido y el labio es prpura.
La vainilla se encuentra desde Mxico, por todo Centro Amrica,
hasta el Darin. Las vainas crecen en pares, tienen generalmente
el grosor del dedo de un nio y ms o menos de cinco a seis pulga-
das de largo. Al principio son de color verde, despus se tornan
amarillentas y por ultimo de un tono achocolatado cuando estn ma-
duras. El tallo es moderadamente delgado y echa un zarcillo en
espiral opuesto a cada una de las hojas ms bajas, con el cual se aanb-
re a las ramas o a la corteza de los rboles; pero despus que llegan
a la cspide se vuelven intiles y son reemplazados por hojas adi-
cionales. Los pjaros del pas comen con voracidad las vainas ma.
duras. El mtodo para curar las vainas es muy sencillo. Cuando
empiezan a madurar se las recoge y amontona por varios das para
que fermenten. Despus de secarlas al sol, por igual tiempo, du-
rante lo cual a menudo se las soba con aceite de palma {aceite del
senegal) se secan por segunda vez, y despus se las empaca para en-
viarlas al mercado ms cercano. Su calidad depende mucho de
la delicadeza con que se las sohe, del proceso del secamiento y, tam-
bin, de la clase de las vainas cuando se las recoge. El fruto mejora
si se cultiva la planta y se la cuida.
En las buenas localidades un nativo diligente puede recoger
de dos a cuatro libras por da. Un pequeo capital, digamos....
$ 3.000.00 en efectivo, monopolizara el negocio de la vainilla en todo
Honduras. El valor de la buena vainilla en los mercados de Europa
y los Estados Unidos es demasiado bien conocido para comentarlo
aqu. No se dispone de estadsticas para precisar qu cantidad es
la que se cosecha en Centro Amrica. Cerca de la ciudad de Coju-
tepeque, El Salvador, se llev a cabo con el mejor de los xitos el
cultivo de una finca de vainilla. Esta planta es de gran cultivo en
Mxico y las tierras de Honduras parecen ser igualmente propicias
para su cultivo. Don Francisco escuchaba con toda atencin mi pro-
psito de tener una parcela de tierra limpia para hacer en ella el ex-
perimento, y desde entonces he sabido por l que varios bejucos de
vainilla que haba trasplantado haban colmado sus ms locas es-
peranzas.
EXPLORACIOrTES EX HONDURAS
265
Pero no era solamente la vainilla con sus hojas lanceoladas y
brillantes lo que absorva mi atencin. Varias jorraos de vegeta-
cin, la ms juerte y la ms tierna^ ciaban vida, y animacin al paisa-
je circundante. Los arbustos y los rboles se vean henchidos de sa-
via y listos para reventar en lozana con el calor estimulante del am-
biente. El marfil vegetal y el corcho; el coco y la banana:el limn
silvestre y la deliciosa guayaba; la goma arbiga y, en las tierras altas,
la cebada; plantas de delicado perfume, y el hule mal oliente,, de todo
haba aqu. Don Chico ignoraba hasta el nombre regional de muchas
plantas, pero los vaqueros que se han pasado la vida, desde su niez
vagabundeando entre las montaas en busca de los ganados perdidos
o cazando conejos en los llanos y colinas, estaban familiarizados con
casi todas y contestaban prestamente cada pregunta. As, en una oca-
sin fui advertido de evitar contacto con la mortal manzanilla, el
antiaro de Olancho; y en otra, mi atencin fu Honrada hacia un ar-
busto cargado de frutas negras y brillantes que se parecan mucho
a las guayabas de los pantanos, pero ms grandes y de un sabor dulce
como la uva y que se llaman sarsiles. Las recog a puados, desga-
fndolas de sus ramas y comindolas con verdadera apreciacin de su
Ouena calidad. El follaje de este arbusto es casi el mismo del serbal
de Nueva Inglaterra.
En otra oportunidad anduve a caballo con el General y L... por
el Ro Moran, uno de los afluentes del Guayape. Nace este ro por
Teupasenti, en el Sur, y desciende por dos esplndidas cascadas que
saltan en un remolino de espumas hasta unirse al ro ms abajo.
Como siempre, salimos al amanecer y, viajando por los llanos de
Lepaguare y Galeras, paramos en la hacienaa de este ltimo nombre,
por muchos aos residencia de Don Santiago Zelaya. Apenas ha-
bamos entrado por el portn cuando la tierra empez a trepidar con
el golpeteo de muchos cascos y, al poco rato, por una vuelta de la mon-
taa apareci un gran tropel de caballos y de muas cuyo nmero era
tal vez de doscientos. Iban a carrera abierta y directamente hacia el
corral seguidos por cuatro o cinco vaqueros quienes, como por instin-
to, iban detrs dando quiebros hacia la derecha o hacia la izquierda en
cuanto uno de lo animales quera salirse y escapar rpidamente del
grxipo. Este era para m un nuevo espectculo y no supe que admirar
ms, si las figuras enhiestas y giles de los animales semisalvajes, o
la increble holgura y gracia con que estos pintorescos centauros se
sentaban en sus albardas y guiaban sus corceles impetuosos. No ha-
ba nada de forzado o de torpe ni en sus arreos ni en el vestido ligero
de los jinetes. Parados o a horcajadas en los caballos cerriles de los
264
\YILLIAM V. "WELLS
llanos, se mueven con el animal y como si fueran -parte de la bestia,
cuyos msculos parecieran estar movidos por la voluntad del jinete.
Todo el hato se lanz pateando y precipitndose atropelladamen-
te dentro del corral; permanecimos lo suficiente para presenciar la
operacin de la doma de una mua endiablada, cuya piel reluciente y
apretada como terciopelo en su cuerpo tembloroso hacia resaltar cada
msculo mientras saltaba loca frente al manipuleo del lazo. Don
Santiago y un grupo de seis personas ms se nos unieron poco despus
y galopamos hacia el Ro Moran. Los "saltos" eran solo visitados de
cuando en cuando por los nativos, para agarrar algn toro ermitao
o un caballo cuyos gustos lo inducan a este solitario lugar a fin de es-
capar de la rutina mensual del corraleo. Cruzamos varias quebradas
hasta que llegamos al Guayape, que vadeamos en un paso rocoso don-
de el terreno se extiende en una planada. Aqu vimos una pequea
choza hecha de ramas, donde los vaqueros acostumbran pasar la no-
che cuando se demoran. Durante los meses de lluvia este vado es
impasable. Dejamos el ro y subimos por una serie de cerros coro-
nados de pinos y robles, con capas de cuarzo a lo largo de sus inclina-
das faldas. Ahora la senda se perda entre las ramas y el pasto alto,
cuya exuberancia demostraba lo poco trajinado que era. Nuestro
gua en este viaje era un individuo alto y moreno cuyas piernas mus-
adosas acusaban sus largos viajes por las montaas. El General le
llamaba Marcos. Desde la cumbre de esta cerrana not otra vez la
presencia de los picos principales, entre los cuales el de Teupasenti
se destacaba de manera conspicua. El sitio por el que pasbamos era
montaoso y pintoresco, pero no tena el aspecto invitante de los valles
de abajo; estas serranas forman los lmites naturales de los grandes
llanos ganaderos del Bajo Olancho. Los "saltos" del Moran se hallan
a tres leguas del vado del Guayape. La distancia total de Lepaguare
por las vueltas del camino era, poco ms o menos, de veinte millas.
Decendimos al prximo valle cruzando un pequeo tributario del Gua-
yape y seguimos la prxima serrana por su cresta. Nos aproxim-
bamos a una pendiente de un bosque de pinos cuando, de repente,
omos el ruido de las cascadas cuyo sonido llegaba solemne y penetran-
te de la montaa. Descansamos un poco y luego comenzamos a des-
cender por una serie de mesetas herbosas haca donde el salto superior
apareca a la vista e inmediatamente despus el de ms abajo. El
chorro, lanzndose locamente sobre las rocas las empapaba y abrillan-
taba a la luz del sol, hacindolas perceptibles desde larga distancia.
Nos apeamos y atando nuestras bestias comenzamos a bajar hacia los
"saltos". Estos no impresionaban por su grandeza sino ms bien por
su belleza de proporcin, gracia de movimiento, color y adaptacin al
EXPLORACIONES EN HONDURAS 265
ambiente escnico. Concentrando su fuerza arriba en la turbulencia,
las aguas se precipitan pronto desde el seno de una roca inclinada y,
gradualmente, se aquieta dentro del ro all abajo, mientras los riscos
circundantes hacen eco a la ronca msica de su voz.
Con la ayuda de unas ramas colgantes me abr paso hacia un bor-
de estrecho y resbaloso que haba debajo de las cascadas, desde cuyo
punto nuevas facetas se desvelizaron en el panorama. Varias ramas
de rboles se retorcan desde arriba y descansaban a lo largo del borde
de las aguas, colgantes pero no marchitas, denotando con ello la re-
ciente cada de una tormenta y la consiguiente crecida de las aguas.
Montones de rocas que haban rodado desde lo alto se hallaban con
salientes atrevidos en el lecho del ro. Desde una de stas, un agui-
lucho como si se sintiera molesto con nuestra presencia en los domi-
nios de los cuales l era el nico seor, se levant pesadamente y vol
hacia la cumbre de la montaa. Algunos de los intersticios del pen
estaban repletos de flores, y las acacias, o algo que se pareca a ellas,
inclinaban sus bucles amarillos y tristes que bellamente se reflejaban
en el arroyo.
Desde donde estbamos pude apreciar toda la profundidad de la
cada y seguir al ro en una serie de cascadas hacia el Guayape. En
panoramas como ste, el azvl del cielo y del agua, y el verde del folla-
ye no son los tintes predominantes. El gris de las rocas desnudas; el
carmes, el amarillo y el blanco de las que estn cubiertas de musgos;
el pardo y el olivo de la vegetacin podrida; el resplandor del roco
formado por la cada de las aguas; las profundidades casi negras del
bosque silencioso, todo esto prevalece en la claridad de la atmsfera
penetrante, retocando con tintes etreos las cumbres de la cordillera,
al grado que hay que apelar a la paleta de un pintor para reproducir
cada gama de color.
Era ya avanzada la tarde cuando trepamos por la escarpada cues-
ta y volviendo a montar en nuestras cabalgaduras regresamos a nues-
tra residencia, adonde llegamos tarde de la noche.
En carias ocasiones salimos en excursiones de cacera, pero has-
ta nuestro regreso del Este tuvimos mala suerte. Los venados de
Olancho son iguales a los de todo Centro Amrica, de un color pardo
claro y se matan no tanto para beneficiar su carne como para adquirir
sus pieles, que constituyen importante artculo para la exportacin.
Son tan abundantes los venados y los antlopes en algunas de las
montaas de Honduras, que es corriente viajar con un rifle al hombro
para cazarlos. En Olancho, donde el cuido del ganado y la obtencin
266 WILLTAM V. WELLS
de cueros es la principal actividad de las gentes que se ocupan del pas-
toreo, stas siempre llevan un cuchillo de carnicero prendido a la cin-
tura, lo que ha dado pbulo para que se diga en todo el resto del pas
que los olanchanos son bandidos temerarios.
Recuerdo que mientras me preparaba para partir de Tegucigal-
pa, mis amigos frecuentemente me advertan de que era en extremo
peligroso viajar por Olancho; pero desde mi llegada hasta mi regreso,
slo hospitalidad calurosa encontr en los sencillos y generosos habi-
tantes olanchanos. La hacienda de Lepaguare est casi mil pies ms
alta que Juticalpa, lo que le d una altura de 1.800 pies sobre el nivel
del mar. Los lugares mineros probablemente estn a la misma altu-
ra sobre el ocano. Mis observaciones sobre temperatura y estados
atmosfricos las segu sin interrupcin tres veces al da desde septiem-
bre a febrero. A las seis de la maana, del 16 de diciembre al 15 de
enero, muestran una variacin extrema de slo nueve grados:52" a
6P. A medioda en el mismo lapso, las mismas variaciones: de 72
a 80, En la tarde, a las seis, dieron solamente seis grados de varia-
cin:de 69 a 75. La temperatura en Lepaguare por la maana era
poco ms o menos 59" y al medioda 78?; en la tarde era alrededor de
74 en invierno. En Juticalpa raramente hace calor que sea como e
que se siente en Nueva York durante el verano. Las razones para es-
to son geogrficas y no se aplican generalmente al trpico. En Tru-
jillo, en la costa, el calor es mayor y all son comunes la fiebre biliosa
y la disentera, aunque a menudo no fatales. Mis viajes por Olancho
no me condujeron hasta la costa pero, por el dicho de numerosas per-
sonas, aquella zona debe ser por lo general insalubre. El terreno ba-
jo que est contiguo al Caribe, se conoce entre los olanchanos como
t i erra caliente y de los que la visitan pocos escapan a un ramalazo de
fiebre. El seor Ocampo, con quien hice estrecha amistad estuvo
por dos veces, me dijo, al borde de la tumba cuando por sus activida-
des en los cortes de caoba se vio obligado a permanecer en las sabanas
y lagunas bajas de la costa. Con la excepcin de las referencias oca-
sionales sobre el panorama y el clima mientras cruce el pas, reserva-
r un captulo especial para hacer una descripcin ms completa so-
bre estos particulares. El interior de Olancho y, en realidad, de la
mayor parte de Honduras, ofrece uno de los climas ms agradables y
sanos del mundo. Muchos nativos han vivido hasta una edad muy
avanzada sin haber ido nunca a las tierras bajas y sin haberse conven-
cido de que deban hacerlo.
Despus de pasar varias semanas en Lepaguare y en las hacien-
das vecinas, donde goc de continuas y alegres recepciones y de todo
el calor de la rstica cordialidad de sus gentes, insinu al General mi
EXPLORACIONES EN HO>TDLTL\S 267
deseo de proseguir hacia el Este, a la jamosa ciudad de Juticalpa. de
la que haba odo decir frecuentemente que era una de las metrpolis
del pequeo mundo de Olancho, del inters sobresaliente que ofreca
a los extranjeros por la arquitectura de sus edificios y de las costum-
bres sencillas de sus habitantes, propias de las primitivas colonias es-
paolas.
Aunque mi maleta estaba bien repleta de muchas cartas de pre-
sentacin para las principales familias del lugar. Don Francisco insis-
ti en darme cerca de media docena ms que, segn me dijo, desperta-
ran la rivalidad de sus amigos para atenderme. Me aconsej que me
hospedara en la casa de los seores Gardela o Garay. ciudadanos cir-
cunspectos y ricos, que tendran caballos siempre listos para m y esta-
ban ms capacitados para darme informes valiosos que cualquiera otra
persona en la ciudad. La Funci n de la Virgen comenzara el S de
diciembre y como este es el principa] da de fiesta en Olancho. mi an-
fitrin tena ansiedad porque yo estuviera en la cabecera durante la
semana que dicha fiesta durara. La enfermedad de la seora le im-
pidi salir de casa y las muchachas, por supuesto, deberan quedarse
para cuidarla. El General me prometi ir a Juticalpa y arreglar all
conmigo el contrato tantas veces mencionado y cuyos trminos desde
mi llegada haba yo meditado varias veces. El objeto de mi husped
con esta dilacin, era el de conferenciar con sus cuatro hermanos res-
tantes, sin cuya aquiescencia l habra rehusado a entrar en arreglo
alguno.
Al medioda salimos de Lepaguare entre las exclamaciones de:
"]Adis don Gui l l ermo!" de los vaqueros y de la multitud pertenecien-
te a la hacienda. Conspicuo entre todos, su cabeza ms alta que la
de los dems, se destacaba el General con su rostro radiante expre-
sando todo el calor de su generoso corazn. El es el dolo del pueblo
y este tiene razn para quererle. Nuestro camino a Juticalpa iba
por la llanura. Habamos dado justamente vuelta a un ngulo dis-
tante en el camino, desde donde se perda gradualmente la vista de la
hacienda, cuando omos un galope:eran el General, Don Toribio (que
haba llegado de Trujillo) y Julio que venan hacia nosotros. Haban
resuelto aumentar sus gentilezas, encaminndonos. Esto se conside-
ra como una de las ms grandes cortesas que se puedan mostrar a un
extranjero en Olancho. Esta costumbre ha sido heredada de los con-
quistadores.
A galope tendido llegamos a la hacienda de Galeras, en donde el
General me expres SIL deseo de que nos quedramos aquella noche
para salir al da siguiente muy temprano. Una de las primeras cosas
268
WILLIAM V. WELLS
que me llam la atencin al desmontarnos fu una canasta de las ver-
daderas popas irlandesas, tradas de las montaas de Tegucigalpa,
adonde Don Santiago haba enviado por ellas. Eran -pequeas, Han-
cas, jugosas, orgullo de su dueo, que se senta ufano de que crecie-
ran en sus terrenos. Yo me empe en describirle el mtodo cmo
se las cultiva en Norte Amrica. Al pasar por la hacienda, dos me-
ses despus, vi que haban echado manojos de hojas fuertes, dando
indicios de tener un xito total. El seor Zelaya me asegur qwe las
papas se haban cultivado en Olancho siempre, pero stas fueron las
nicas que pude ver en el departamento.
La comida que se nos sirvi era un banquete de delicias. Fue
dispuesta en una gran mesa de cedro por dos rollizas muchachas de
sonrosadas mejillas, hijas de Don Santiago, y consista en:miel de abe-
jas, tortillas, carne de res frita, carne asada de tasajo, pan fresco, le-
gumbres, mantequilla, queso, caf crema, arroz, pltanos fritos, un
cabrito horneado, leche hervida de cabra y huevos cocidos y estrella-
dos. Con tal men y el reciente galope que haba despertado nues-
tro apetito, no tardamos en demostrar que ramos hombres de buen
diente. Era el da del cumpleaos de Don Santiago, razn de la ale-
gra extraordinaria. El viejo caballero pronto estuvo satisfecho y,
reclinndose en su silla, se at un gran pauelo azul alrededor de la.
cabeza, encendi un cigarro y observ complaciente como le hicimos
honor a su cena.
La casa es una de las ms grandes y mejores de Olancho. Se
halla pavimentada con ladrillos grandes y dividida por macizos mu-
ros de cal y canto, en cuatro apartamentos que se comunican por puer-
tas de cedro. El tamao de los cedros de Olancho nunca lo haba vis-
to igual antes, fuera de California y Oregn. Se les encuentra por
lo general a lo largo de la orilla de los ros, alcanzando a menudo cien
pies de altura y de seis a diez de dimetro. Crecen en medio de los
bosques y eclipsan en proporciones, en su majestuosa belleza, a todos
los dems rboles, excepto los de caoba. En varias de las haciendas
vi mesas de once pies de largo por siete de ancho, sin el menor desper-
fecto o rajadura. La madera se trabaja fcilmente y puede emplear-
se en todos los usos comunes. La mesa de la hacienda de Don San-
tiago era la ms grande que hasta entonces haba visto. Por la no-
che, cuatro o cinco de los nativos bien podran extender sus sarapes a
travs de su anchura y hacer de ella un cmodo lugar de descanso.
Despus de la cena el viejo seor nos llev a su corral de ovejas
en donde contamos unos cincuenta carneros de magnfica estampa y
de cuya lana era hecha la tela tejida en la casa. Se quejaba l de los
EXPLOROSLES EN HONDURAS Z69
daos que le hacan los coyotes y los lobos cuyos aullidos, en coro sal-
vaje, a menudo oamos durante la noche all lejos del llano, contes-
tado por el concierto ms cercano y unnime de los perros cuidadores
de la hacienda. El ganado prospera maravillosamente en Olancho,
en donde los extensos pastizales dan excelente oportunidad para la
cra. Ninguna de las enfermedades que lo ajlijen es conocida aqu;
los propietarios de las haciendas declaran que los coyotes son la ni-
ca peste que tienen que combatir. Pequeas cantidades de lana van
a la feria y a los puertos del mar Caribe. Nos ensearon un rbol de
gran follaje, cerca de la casa, famoso por sus propiedades catrticas,
llamado aria; tambin el pin, que tiene propiedades similares; y
formando parte del cerco del corral de ovejas el friega plato, cuyas
races son valiosas como medicamento. Todas estas plantas son de
uso comn en Olancho.
De pi en la puerta de la hacienda estuve contemplando la inten-
sidad maravillosa con que la Naturaleza trabaja, produciendo tantas
y tan cercanas formas de vegetacin. Cada arbusto y rbol til que
crece parece haber hecho su hogar en este jardn de Centro Amrica.
No hay un trabajo para las manos del hombre que no se pueda ejecu-
tar aqu con los materiales que se encuentran en la superficie; no hay
un mes~en el ao que el trabajo no pueda llevarse a cabo; no hay una
mancha en la atmsfera, ni peste indgena o importada. Don Santia-
go me hablaba de grandes y ricas haciendas de ganado y de muas al
Norte y Este, donde podan verse valles igualmente pintorescos y en-
cantadores, talvez an ms aislados del mundo que los que nos
rodeaban. "Usted debe viajar", me deca, "muchos meses a travs
de estas montaas antes de que pueda conocer Olancho"; y mientras
elevaba la vista hacia las distantes serranas del Norte y el Este cuyos
dbiles perfiles casi se esfumaban en el azul de los cielos, poda ima-
ginarme fcilmente los valles escondidos y ricos, con sus praderas ver-
deantes tranquilamente a sus pies. Entre nosotros y la cordillera ms
cercana, formando un anfiteatro natural, los llanos verdes y matiza-
dos, descansaban ondulantes como un mar pintado sobre el cual miles
de cabezas de ganado vacuno pacan pacficamente, y los pocos rbo-
les lanzaban sombras largas y vacilantes, mientras que sus ho^as bri-
llantes a la luz del sol temblaban con la brisa de las tierras altas.
A la maana siguiente despertamos temprano entre el canto de
los gallos y el bramido de la vacada. Nuestro husped describi el
camino que seguiramos y nos asegur que, a paso moderado pero con-
tinuo, podamos llegar a Juticalpa a la cada de la noche. Mientras
se nos preparaba el desayuno, salimos a gozar del aire fresco de la ma-
270
. WHJ J AM V. WELLS
nana. Uno de los muchachos seal un arroyo prximo a la casa,
donde una mujer extrajo ocho onzas de oro en un slo da. Don San-
tiago confirm lo dicho y me dijo que l se lo haba comprado a razn
de $ 12.50 la onza.
"Todo el suelo de aqu, tan lejos como puede usted verlo", dijo,
"contiene oro. V usted aquella garganta ms all de aquella cade-
na de colinas? All ju donde los dos hijas'de Mara Senz encontra-
ron su famosa ganancia inesperada de cuatro libras de oro en dos das!
En todo lo largo de aquella cadena de cerros con las dos altas palme-
ras a la derecha, usted puede excavar y lavar una panada de tierra
sin dejar de encontrar chispas de oro hasta en la superficie. Ms
all, en aquellas serranas de las que slo pueden verse las cimas azu-
ladas quedan vestigios de viejos laboreos y an ahora las mujeres van
y tienen mediano xito. Bajo sus pies, donde usted est parado, pue-
de encontrar oro, sencillamente lavando. Arranque una mata de maz
de aquella plantacin y nueve veces de diez hallar polvo amarillo;- y
mire los adobes con los cuales aquella casa est construida:-usted pite-
ce hacer polvo cualquiera de esos bloques de lodo y raramente falla-
r en encontrar, despus de lavarlo, unas pocas chispas de oro en el
fondo". "Oro"! continu mi amigo agarrando nerviosamente el ciga-
rro que tena firme entre sus dedos, "oro!". "Hay tanto aqu, Don
Guillermo, como en California. Nosotros slo necesitamos la energa,
la empresa y el trabajo de la gran raza norteamericana para extraer-
lo. Hasta los muros de nuestras casas estn impregnados del metal"!
Dej a mi bondadoso amigo y me escabull a una poza de la que-
brada para baarme. Aqu observ sinsontes chapaleando con el
mismo objeto y agitndose locamente aqu y all, ahora zambulln-
dose de cabeza en el plcido elemento o apartndose un momento pa-
ra llevar a cabo un pleito jovial en algn rbol cercano, desde el cual
descendan otra vez, aparentemente con un deleite mayor, hacia el
bao. Varios de ellos, posados entre el follaje amenizaban el tedioso
proceso de sacar sus alitas con su concierto matutino, cuyos arpegios
la ganchuda y torpe guacamaya interrumpa con su spera voz y, lue-
go, como insatisfecha de su competencia infeliz, se compona su plu-
maje vistoso y volaba hasta que sus colores radiantes se desvanecan
en el obscuro azul del cielo.
En mi ansiedad por llegar a Juticalpa rehus la tentadora invita-
cin que me hicieron para que me quedara en Galeras, y temprano
todava salimos del patio en compaa de los tres hermanos mayores
y varios miembros jvenes de la familia Zelaya. Deseaban acompa-
arme unas pocas millas en el camino. Mientras pasbamos rpida-
EXPLORACI ONES EN HONDURAS
271
mente en la brisa fresca de la maana, los tres viejos caballeros se a-
partaron un momento para conversar gravemente. Una mirada oca-
sional me deca que estaban hablando sobre mis propuestas a fin de
que suscribiramos un contrato y estaban tal vez discutiendo mis pun-
tos de vista. Despus de un rato, dndole rienda a sus caballos iban
a trote largo, se acercaron y Don Jos Manuel, el mayor de ellos, me
dijo:
"Don'Guillermo, hemos observado que algo le molesta a usted;
tal vez sea el temor de que no estemos dispuestos a entrar en un arre-
glo con usted. Usted ha venido desde lejos y est, sin duda, asociado
con personas ricas y pudientes del Norte. Ellas esperan que usted
tenga todo xito, y lo tendr. Vaya a Juticalpa y pase la funcin fes-
tejando y bailando, y cuando haya visto el departamento, venga a
donde nosotros y el General firmar un contrato con usted para que
empiece la explotacin de sus minas de oro. Todos estamos de acuer-
d,o en que ste es el nico modo de mostrar al mundo entero lo que es
Olancho, y si pudiramos volver a ser jvenes iramos personalmente
all para conocer sus grandes progresos con el objeto de hacer por
nuestra tierra lo que creo que los norteamericanos eventualmente lle-
varn a cabo".
En este respecto estos hermanos de noble corazn me alentaron.
Despus de andar unas pocas millas a mi lado, frenaron y desendome
buen viaje, dieron vuelta y se alejaron por el llano. Qued inmvil
contemplndoles hasta que se perdieron de vista en el bosque. En-
tonces, con una sensacin casi de nostalgia, volv hacia el Este y con
L. .., y los dos sirvientes proseguimos hacia Juticalpa.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
275
CAPITULO XVII
Lavadoras de oro en el Juticalpa.El camino.Arboles de "Lignum Vitae".
Monte del Aguacate.Quebradas secas.Mamisaca.Ms lavadoras.Com-
prando oro en polvo.-El Monte Encantado.La Campanilla.-Paisaje en
el camino.Sembradores alados.Juticalpa.Vista desde la montaa.
Primeras inspecciones.La iglesia.-Presentaciones.Don Francisco Ga-
ray.Uno de los hidalgos de Olancho.Los Padres Cubas y Buenaventu-
ra.Ofrecimientos liberales,Dibujo de mapas.El clima.Juticalpa en
los viejos tiempos.Don Apolonio Ocampo.Una aventura con los "Chan-
chos de Monte".Ms lavaderos de oro.El rbol del Liquidmbar.Pre-
parativos para la funcin.Pedigeos.Un patriarca oan chano,"La
Plaza".
A poco de despedimos de los Zelaya llegamos a una jalda cerca
del ro Juticalpa, donde el suelo pareca haber sido escarbado en
buen trecho dejando desnudo el lecho de roca a una profundidad de
unas catorce pulgadas y con un aspecto similar al que queda en Cali-
jornia despus de la operacin llamada "ground-sluicing" (lavado de
la tierra) Despus supe que aqu ju encontrado un depsito aur-
fero de mucho valor, indicado por la abundancia de una roca roja, fe-
rruginosa, que pareca cinabrio, que en Olancho es considerada como
indicio cierto de la existencia de oro. Las mujeres haban llevado de
esta tierra al ro en sus bat eas (rplica de la excavacin en seco que
se hace en California) y en una semana haban obtenido varias libras
de oro fino. Sea porque el depsito se hubiera agotado o porque el
oro restante era tan fino y escaso, no vala la pena continuar la opera-
cin lenta de acarrear la tierra al ro en pequeas cantidades. Yo estoy
casi seguro que con un juego de mangueras y buen a.parato hidruli-
co, corno los usados en el distrito de Nevada, podra hacerse que toda la
colina pagara buenos dividendos. El trabajo de estas mujeres haba
sido hecho con varas puntiagudas y no con barras, zapapicos o palas,
que nunca, han sido usados en la vecindad.
De Lepaguare a Juticalpa hay una distancia de ms o menos
treinta millas. Bajo la impresin de que este camino deba ser transi-
tado por carretas llevando maquinara, iba yo tomando nota cuidado-
ra de las facilidades que prestaba, y aunque el desnivel entre el valle
de Lepaguare y la ciudad es como de un millar de pies, no hay lugar
donde no pueda pasar una carreta, y con algunas pequeas mejoras
en algunos pasos del ro Juticalpa el camino podra responder a cual-
quier uso. As como est, uno puede caminar de prisa a caballo entre
los dos lugares porque va por llanos parejos, muy bien arbolados,
que se parecen en mucho a las regiones planas de Nueva Inglaterra.
En algunos lugares el camino est bordeado por apretadas malezas,
27+
WI LL M V. %VELLS
donde flores y plantas raras se agrupan y dan abrigo a una variedad
de pjaros y otros animales.
Entre los rboles vi el lignum vitae, (o guaiacum) que aqu se
conoce con el nombre de guayacn. Debido a su extrema dureza so-
lo los cortadores de caoba se atreven a cortar esta valiosa madera.
Creo es idntica a la madera de que o hablar frecuentemente como
quebracho (quiebrahacha) y que crece silvestre en todas las monta~
as del Este de Honduras, junto con el.palo rosa y la caoba. El rbol
generalmente alcanza una altura de cuarenta pies. El follaje es pecu-
liar, se parece al del ciprs y est cargado de flores pequeas y blan-
quecinas. Entre los indios payas la corteza y la goma se usan como
medicina. El guayacn, por lo general, forma parte de los cargamen-
tos de caoba que se transportan por las aguas del Guayape o Patuca.
Al medioda habamos llegado a una montaa cnica al Noreste
de nuestra ruta, llamada Pico del Aguacate, al pie de la cual, la "Que-
brada", arroyo de este nombre, corre vocinglero y se precipita ms
abajo en el ro Juticalpa. Aqu tambin vimos seales de lava-
deros de oro. El mercurio en mi termmetro circular marcaba 80 al
sol. Nubes blancas, aborregadas, pasaban a prisa impelidas por el
fresco viento que susurraba entre las frondas, y por eso durante nues-
tro viaje nunca experimentamos incomodidad a causa del calor.
Mientras L... haca esbozos del Pico del Aguacate, los muchachos des-
cargaron las muas y tendieron en la grama la comida que llevbamos.
Pequeas y delicadas flores, como las que vimos en las zonas, templa-
das, nos saludaban alegremente al paso del viento y adornaban las
laderas de las colinas adyacentes.
Hay muchas quebradas secas bordeadas de pinos en toda esta
seccicm del departamento, parecidas en todos los aspectos a las de Ca-
lifornia. Mis sirvientes, que haban vivido siempre en el escenario
sobrio del departamento de Tegucigalpa y nunca haban visto paisajes
tan bellos como stos, expresaban su admiracin con exclamaciones
sencillas y me rogaban que les recordara y les empleara cuando yo
volviera con la empresa de El Norte.
Despus de dejar El Aguacate, nos encontramos con varias per-
sonas en el camino, la mayor parte a caballo, las que contentas de la
oportunidad de enterarse de las ltimas noticias del mundo se regre-
saban y caminaban con nosotros algn trecho. Yo procuraba impre-
sionarles con la importancia de los americanos del Norte y con los be-
neficios inestimables que ellos podran darle a Olancho como agricul-
tores y mineros. En nuestra ruta hacia la ciudad, ocho veces cruza-
EXPLORACIONES EN
r
HONDURAS 275
77105 si ro Juticalpa. En varios lugares hallamos seas recientes de
lavaderos de oro. En esta poca y, en verdad, varias semanas antes
de la Funci n de l a Vi rgen, las mujeres con un celo religioso se con-
sagraban a trabajar empeosamente en los lechos de los ros para ex-
traer de ellos los gastos para las ceremonias, el decorado de la iglesia
y para sus propios vestidos con los adornos que podran hallar en las
tiendas. Entre las pequeas quebradas que desembocan en el ro es-
taba la de Tilapa, tambin conocida por algunos como el lugar en don-
de unas mujeres encontraron mucho oro hace varios aos. De este
lugar la distancia a la hacienda, y casero de Mamisaca, es de dos le-
guas, otra por las curvas del camino a la hacienda del Nance y de ah
dos ms hasta Juticalpa.
En Mamisaca alcanzamos a dos muchachas que vadeaban el Ro.
L... las abord afablemente y les pregunt qu distancia haba a la ciu-
dad. "Aqu no ms!", respondieron. "Ve usted cmo estn de
arrugados sus vestidos?", me dijo L... "Eso es seal de que han esta-
do lavando oro, que han tenido sus enaguas recogidas en su cintura
mientras trabajaban metidas en el agua". Intent trabar conversa-
cin, pero ellas slo se miraban la una a la otra estpidamente y son-
rean; parecan tener miedo de responder y hasta de miramos de fren-
te. Despus de repetidos intentos, sin embargo, vencimos su falta de
confianza y vi que L... tena razn en su conjetura en cuanto a su re-
ciente ocupacin. Les ofrec comprarles su oro si ellas me buscaban
en Juticalpa, por lo cual inmediatamente me mostraron lo que haban
recogido. Segn dijeron haban dejado sus varas y sus bateas all
en la Quebrada, adonde pensaban regresar al da siguiente. La ma-
yor de ellas sac del pecho un trapo que cuidadosamente despleg,
descubriendo que estaba lleno con finsimas escamas de aquellas par-
tculas color amarillo canario que distingue al oro del Guayape y
de sus tributarios, del de otras porciones de Olancho y Segvia en don-
de su aspecto blanco indica una mezcla parcial con otros metales o
substancias. El trapo estaba hmedo todava y el polvo ms fino se
adhera por dentro lo que impeda que saliera todo su contenido; pero
al pesarlo despus en Juticalpa haba ms o menos un cuarto d.e onza,
que yo compr por la bagatela de un poco ms de dos pesos plata.
Aqu nos despedimos de las lavadoras y subiendo por una loma
desde el ro vimos un pico muy bonito al que llamaban Mont e Encan-
tado porque dice la tradicin que su cima, donde se ven llamas plidas
y suenan las campanas, est frecuentada por los espritus de los abo-
rgenes. Los nativos pasan por los alrededores de El Encant ado COT,
un temor reverente y rezan rosarios con doble uncin cuando se apro-
276
"WTLLTAM V. WELLS
ximan a sus misteriosos recintos.
El inofensivo y pequeo meteoro de la floresta, probablemente el
insecto llamado Linterna Fulgor a, es el que suple las luces espectrales,
y el autor de los solemnes taidos no es otro que e pjaro campana o
campanero. El viajero en su trfico por los bosques queda a veces
sorprendido al oir de repente el sonido distante de una campana, flo-
tando en las ondas del viento con las modulaciones peculiares de los
templos. Se detiene a escuchar y, despus de un pequeo intervalo,
oye nuevamente el taido penetrando en las soledades y exactamente
igual al de alguna campana conventual de boca ancha. El "campa-
nero" emite su voz poco ms o menos una hora antes del anochecer;
es un pjaro modesto, sin el ropaje vistoso de otros pjaros y tiene
predileccin por las ms obscuras reconditeces de los bosques. Ra-
ramente se le ve y, se dice, al emitir sus sonidos se le para una cresta
que de tamao extraordinario lleva en la cabeza.
Todo el camino hacia Juticalpa abunda en panoramas esplndi-
dos y yo, con una avidez de judo, senta el deseo de atraparlos todos
para conservarlos en mi recuerdo. Algunas veces nos llevaba por un
emparrado natural como los que se ven en Hartford y New Haven o
dentro de un bosque de aspecto gtico, vestido de lianas y adornado
con mltiples florescencias; en otras, a un vallecito en que la casa rs-
tica de la pequea hacienda nos espiaba entre grupos de rboles fru-
tales, frijolares, arrozales, ayoteras y naranjos agrupados apretada-
mente, enmedio del cual las nias broncneas (cuyo adorno sencillo
era una sarta de cuentas y .una mata de pelo frondoso y desaliado)
nos miraban medio amedrentadas y tan inmviles que parecan for-
mar parte del follaje; o bien nos haca pasar por campos abiertos don-
de nos colbamos a travs de los jicarales, cuyas ramas mostraban al
viajero sus pequeos frutos, que sirven al campesino como indispen-
sables vasos para beber en las montaas.
Los pjaros de Olancho son los sembradores ms perseverantes
del departamento. Como por un designio de la Providencia, llevan
ellos las semillas de una diversidad de frutas en sus picos, o las dejan
caer sin digerir en las colinas y en los valles en donde, acunadas con
las copiosas lluvias y el calor de la luz del sol pronto germinan. Mu-
chas frutas son propagadas de esta manera por los campos. Por eso
se ven con frecuencia en las rutas solitarias los limoneros, los naran-
jos, las limas dulces. Los deliciosos sarsiles, ya descritos, han sido
distribuidos de este modo por todo Olancho y la vainilla se disemina
no hay duda, de manera igual.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 277
Pero yo tenia ansiedad por llegar a la meta de mis esperanzas,
Juticalpa, para detenerme mucho en estas cosas. El botnico tiene
aqu un amplio campo de investigacin y muchas drogas de valor,
plantas y flores magnficas tienen an que darse a conocer cuando
el departamento est abierto a las investigaciones de los sabios.
Al dejar Lepaguare, el General haba insistido en que dejramos
nuestras muas peludas para que se recuperaran en la hacienda y nos
dio, en su lugar, caballos finos y fuertes, tanto a nuestros sirvientes
como a nosotros. El mo que el amigo generoso me obsequiara
despus era un tordillo brioso y de fina estampa. Nos condujeron
con paso infatigable por las pendientes de los cerros hasta que los fre-
cuentes patachos de muas y varios nativos caminando hacia el Este,
nos indicaron que se acercaba el trmino de nuestra jornada. Apre-
suramos la subida suave de la cordillera que da hacia el valle de Ju-
ticalpa y descansando un poco en la cspide contemplamos all abajo,
por primera vez y enmedio de la luz mortecina de la tarde, la cabece-
ra de Olancho.
Difcil es describir el placer con que contempl en silencio el rico
panorama brillando con los ltimos rayos del sol poniente, y el aspec-
to singular de la vieja ciudad espaola extendida ante mis ojos. Ha-
ca tiempo que la tena retratada en mi imaginacin y ahora, despus
de varios meses de expectacin, aqu me hallaba participando del so-
nido de sus campanas y del ruido citadino. Construida lejos de las
rutas ordinarias para el viajero y el comercio, siendo casi un mito has-
ta en la aislada Centro Amrica, gozando de vieja reputacin como
centro de las regiones aurferas que hace dos siglos, antes de que la
civilizacin hubiera comenzado a subyugar las soledades de Nueva In-
glaterra, atrajo a Alvarado y a sus acompaantes a su conquista (1)
Juticalpa ofrece un gran inters para el moderno aventurero, slo
igualado al atribuido a las misteriosas ruinas aborgenes de Chichen,
Uxmal o Palenque.
El vasto llano se pierde en el horizonte aunque est limitado
por montaas boscosas que apenas alcanzamos a divisar; se extiende
hacia el Este y el Norte y en l las nubes purpreas del Oeste arrojan
brillo radiante, coloreando dbilmente las colinas e indicando por una
fajita de luz el curso ondulante del ro Juticalpa, que pasa al Nor-
te de la ciudad y desemboca en el Guayape algunas millas ms abajo.
El distante toque de un tambor nos recordaba la persistencia de la
Juarros dice que a San Jorge Olanchito la fund Diego de Alvarado, por orden de
su hermano D. Pedro, el ao de 1530. V. Historia de la Cuidad tic Guatemala, tercera
edicin, p, 35.
278 TVILLIAM V. TPLLS
costumbre inmemorial de patrullar la Plaza a la cada de la noche, y
el toque de la campana de oracin nos deca que aqu tambin se obser-
vaba aquel bello ritual a que he hecho mencin en pginas anteriores,
L... me despert de mi enbelesamiento y pronto descendimos y entra-
mos a las calles empedradas de la ciudad. El lugar no es diferente
a Tegucigalpa en cuanto a arquitectura, aunque tres veces ms peque-
a, teniendo la iglesia de estilo, la plaza, el cabildo, las casas particula-
res y las calles que se cruzan en ngulo recto. Algunas de las resi-
dencias son hermosas y hay varias de dos pisos, ntidamente encala-
das, enladrilladas y con grandes jardines y frutales en el interior.
La iglesia, que es reciente, ocupa el sitio del viejo edificio y fu cons-
truida parcialmente con las contribuciones piadosas de las lavadoras.
Paramos frente a una pequea tienda que estaba en la intersec-
cin de dos calles y preguntamos por la casa del seor Gardela. La
residencia de ste, que es una de las mejores de la ciudad, forma par-
te del lado sur de la plaza. El seor Gardela estaba ausente en una
de sus haciendas, pero uno de sus sirvientes nos dijo que la casa, aun-
que cerrada, estaba a nuestra disposicin. Preferimos, no obstante,
seguir adelante hacia la casa del venerable Don Francisco Garay, de
quien habamos sabido era un rico ciudadano que viva en una finca
solitaria en los alrededores de la cabecera y era compadre del Gene-
ral Zelaya.
Como nos demorramos un poco, pronto se reuni un grupo de
personas ofrecindose para guiarnos. Cruzamos la plaza, seguimos
la direccin que se nos indic y pronto llegamos frente a un gran edi-
ficio blanco, con ventanas enrejadas y aparentemente cerrado por
todos lados. Tocamos a la puerta varias veces sin obtener respuesta,
por lo que Vctor, siguiendo mis instrucciones, se fu hacia un gran
portn de la derecha que comunicaba con l patio interior. Inme-
diatamente fu zafado el pesado pasador de madera de la ventana y
una figura vestida de blanco segn podamos discernir en la obscuri-
dad, nos mir y grit:"Quin?"
L... contest que traamos cartas de presentacin para el seor
Garay y que desebamos pasar la noche en su casa. Este mensaje
fu entregado e inmediatamente una voz cascada, evidentemente de
una persona de edad avanzada, sali de la ventana y pregunt por
nuestros nombres.
Al saber quienes ramos, se disculp por la tardanza en abrrse-
nos y nos invit, "en el nombre de Dios", a que pasramos adelante.
Al mismo tiempo el portn se abri de par en par y todos entramos
al patio
EXPLORACIONES EN HONDURAS 279
Dejamos a Vctor y a Roberto que atendieran nuestras bestias
y seguimos a un indito hacia la sala, donde nos presentamos a un an-
ciano de cabellos blancos, que de una gran hamaca que estaba tendi-
da de lado a lado del apartamento se levant con dificultad a recibir-
nos. Tena l una contextura herclea y debe haber sido, medio
siglo antes, un hombre muy bien parecido. Recibi nuestras cartas
con dignidad, las vio y a travs de sus anteojos repiti su cordial bien-
venida, al mismo tiempo que grit con voz estentrea que se sirviera
muy pronto una cena para sus visitantes. La casa se puso rpida-
mente en movimiento y en media hora estbamos sentados alrededor
de una gran mesa, donde se vean tantas viandas exquisitas que yo
no tuve tiempo ni inclinacin para tomar nota de ellas.
Este era el famoso Don Francisco Garay, el Creso del departa-
mento de Olancho, el propietario de diez mil cabezas de ganado y de
seis haciendas entre las cuales figuraba la bella y extensa de "La He-
rradura". Nuestro anfitrin, despus de volver a su hamaca, encen-
di un cigarro y yo, brevemente, le inform acerca del objeto de mi
visita y de los sucesos mundiales en general. Aqu estaba un hom-
bre de corazn sencillo, hospitalario, de cabellos blancos y de un as-
pecto gentil, que nunca haba salido ms all de las fronteras de Olan-
cho en su larga vida de ochenta aos. Solo su ganado, si se estimara
su valor en la medida que lo pudiera hacer un propietario de hacien-
das despus de los descubrimientos de oro en California, se contara
como una fortuna principesca y sto sin incluir los incontables hatos de
muas y caballos y las leguas de la ms rica tierra en una de las regio-
nes ms sanas y ms pintorescas del mundo!
Haba procreado una familia de catorce hijos; muerta su esposa,
sin ocupacin o entretenimiento dedic su vida a mejorar sus propie-
dades, y enviando frecuentemente a Trujillo recuas de muas carga-
das con quesos, pieles de venado y cueros de res, o grandes partidas
de ganado, de caballos y de bestias mulares a Guatemala o a la feria
de San Miguel. Hace como veinte aos fu arrojado de su silla por
un caballo chucaro y se quebr un pierna en la cada. Esta le fu
atendida por un chapucero ambulante y qued renco para siempre.
Con la excepcin de cortos viajes en una mula mansa, cuidadosa-
mente seleccionada y domada para su uso especial, renunci a sus la-
bores activas y la supervisin de las haciendas pas a sus hijos. Aho-
ra vive mecindose en su hamaca y fumando todo el tiempo.
Entre su progenie haba una hija que cas haca varios aos con
380 WHJLIAM V.' WLLS
el seor Zelaya, Alcalde Primero de Tegucigalpa (1). Me dijo el vie-
jo, como algo de sumo inters, que haba enviado por ella a fin de que
pasara la funcin en Olancho. Los otros hijos, ausentes en distantes
secciones del departamento, tambin eran esperados para que estu-
vieran presentes todos durante la fiesta prxima y reunidos en el ho-
gar. "Usted no puede llegar ms a tiempo", me dijo nuestro anfitrin
despus de habernos dado, entre chupadas de su cigarro, los detalles
arriba asentados; "la ciudad ahora se parecer a los tiempos de fiesta
y de holgorio de antao, cuando los placeres de oro producan tan vas-
ta riqueza bajo la dominacin de los espaoles".
Era casi medianoche cuando habamos cambiado protestas de
amistad con el viejo olanchano, y supe de sus elocuentes labios los de-
talles de su vida, de su familia y de sus dominios. Nosotros, en cam-
bio, le pormenorizarnos los sucesos polticos y sociales del ao pasado,
de los cuales en su confn slo haba odo referencias vagas o exage-
radas. Escuchaba atentamente nuestros comentarios sobre la guerra
europea, destinada, segn su opinin, a causar ms derramamientos
de sangre y cambios que las de Napolen. Luego hicimos colgar
nuestras hamacas, mecindonos en ellas y cansados de nuestro -uia-
je de treinta millas pronto nos dormimos.
La llegada de un americano de El Norte produjo una sensacin
extraordinaria en la pequea sociedad de Juticalpa. Al siguiente da
la sala del seor Garay estaha llena de bote en bote. Entre mis visi-
tantes se hallahan los Padres Francisco Cubas y Buenaventura Co-
lindres, el seor Felipe Bustillos {2)
>
don Mateo Pavn y otros nu-
merosos elementos prominentes de la ciudad. La ceremonia de la
presentacin a stos era de una formalidad casi ridicula, que en cual-
quier otra parte hubiera provocado mi risa, pero ya estaba yo acos-
tumbrado a observarla. El Padre Colindres, o Padre Buenaventura
como se le llamaba familiarmente, pronto se interes en mis pro-
yectos. Era en extremo, popular entre todas las clases sociales, con
un gran cerebro repleto de conocimientos campesinos, pues no lea
otra cosa que su Misal, su libro de oraciones y, ocasionalmente, los
peridicos de Tegucigalpa. Examin con gran curiosidad los ma-
pas que haba trado conmigo de los Estados Unidos y, especialmente,
los de California. Copi los nombres de los Estados y estuvo por al-
gn tiempo estudiando una breve traduccin que le hice sobre la
(1) Se refiere a D. Jos Mara Zelaya, casado Da. Justa Garay.
(2) D. Felipe Busllo ejerci el Poder Ejecutivo en calidad de Vice-Presidente el
ao de 1&48. Fue abuelo del General Manuel Bonilla.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
281
forma del gobierno local en cada Estado y sobre asuntos generales,
relacionados con el pas de El Norte. El Padre Cura de ~Juticalpa,
Francisco Cubas, tena un cargo superior al del Padre Buenaventura.
Cada quien tena asignada su jurisdiccin en el departamento, adon-
de hacan una visita semianual para el bienestar espiritual de los
feligreses. Pagu la visita de ambos y tuve la suerte de ganarme su
buena voluntad. Como antes he dicho, el apoyo y proteccin del
clero es un poderoso auxiliar para el xito de cualquier empresa en
Hispano Amrica.
Mientras me hallaba en la casa del cura y durante el trmino de
h funcin, tuve la oportunidad de ver el poder que tiene el clero so-
bre el pueblo y la facilidad con que ste contribuye a su sostenimien-
to. Varios jvenes fuertes llegaron sucesivamente durante nuestra
entrevista, y haciendo un saludo reverente en la puerta, entregaban
a su consejero espiritual varias sumas de dinero, desde uno a cuatro
pesos, para que los encomendara a la proteccin de la Santa Virgen.
Estas eran, me dijo el Padre, parte de las ganancias de ellos al monte,
juego favorito entre los espaoles en todo el mundo. La procesin,
de mujeres y viejos era continua y cada quien deseaba atenuar algn
pecadillo dando una bagatela a la Virgen. Creo que el Padre, de no
ms de treinta aos, es el hombre ms inteligente que yo haba en-
contrado en Olancho. Era un autodidacto en latn y francs y su
biblioteca, de unos doscientos volmenes sobre teologa, metafsica
e historia, demostraba que no era un lector superficial.
Apenas haba estado una hora en la casa del seor Garay y ya
haba hecho una o media docena de citas con igual nmero de per-
sonas para ir en excursin a varias partes del departamento, entre
ellas una a la famosa y comercial ciudad indgena de Catacamas; otra
de pocos das a la costa, cerca de donde el ro Guayambre se une al
ro Guayape, cuyo lugar se llama La Confluencia de los Ros. Cada
quien pareca imbuido del deseo de traerme noticias sobre alguna
localidad otrora clebre como placer aurfero, las cuales, si sus ase-
veraciones fueran tomadas al pie de la letra, con una cantidad apro-
piada de eficiencia y de empresa podran producir millones.
Como siempre lo haca, extend mi mapa de Olancho que luego
se convirti en objeto de general inters tanto en esta ocasin como
en todo Juticalpa. Muchas personas vinieron a verlo y cada quien
tena una hacienda que insertar, o sugerir que se incluyera en l
alguna cadena de montaas o algn ro. Hasta el ms ignorante
comprenda la naturaleza del trabajo, pero hall que su estimacin
282 ' WTT.T.TATVTV, WELLS
sobre distancias no era digna de confianza en casos donde un norte-
americano de las regiones ms apartadas podria ser claro y exacto.
Para obtener la direccin de cualquier lugar preguntaba a media do-
cena de personas sucesivamente para sealar lo que ellos conside-
raban el curso exacto, y en este particular invariablemente encon-
traba que todos estaban de acuerdo. Nada saban sobre los puntos
cardinales de la brjula o sobre la posicin de la Estrella del Norte,
pero su sentido de direccin era casi infalible y tan seguro entre ellos
mismos como el viejo sistema de navegar guindose por las estrellas.
Al determinar la exacta situacin de un lugar con mi brjula, la in-
clua en mi mapa y luego haca una serie de preguntas en cuanto a
las quebradas, las montaas y los valles que deban cruzarse para lle-
gar hasta ese punto. La aseveracin de que una brjula de nada
sirve en las montaas de Honduras debido a los devsitos minerales,
es sencillamente absurda y no merece la menor consideracin siquiera.
Quizs he dado demasiado espacio a la descripcin del clima de
Olancho. Ello es debido a que las tradicionales opiniones que co-
mnmente se reciben en cuanto a los "terribles trpicos" han tomado
posesin de la mente del pblico, y que yo me he propuesto des-
baratar para demostrar que estas mesetas elevadas, ^abanicadas por
los vigorizantes vientos del mar, son tan sanas como las regiones de-
liciosas de Puebla, de Jalapa o de Mxico, lugares todava frescos
en la memoria de los compatriotas norteamericanos que las visitaron
durante la guerra con Mxico.
No concibo que los norteamericanos que visiten Olancho, o cual-
quier otra parte del interior de la repblica de Honduras, pudieran
degenerar en razn de su clima o de los hbitos indolentes de sus ha-
bitantes, provenientes de la asociacin con las gastadas razas de His-
pano Amrica. En los suelos abundantes en oro, el yankee no puede
resistir la tentacin del trabajo, y es mi conviccin que en Olan-
cho slo, en la Amrica Tropical, l problema de la colonizacin por
ciudadanos industriosos del Norte, ser pacfica y felizmente resuelto.
Las colinas siempre arboladas y los llanos siempre herbosos, pre-
servan la humedad de la tierra durante nueve meses del ao (junio
a febrero inclusive) y los vientos alisios que soplan en todas las pocas
moderan la temperatura y la hacen deliciosa. Juticalpa, Lepaguare,
La Concepcin, Catacamas, Las Flores, son todos lugares salubres,
pero particularmente los dos primeros, en donde pueden establecer-
se estaciones para un trfico activo, las cuales, bajo la direccin de
empresarios norteamericanos y bajo la garanta de un gobierno esta-
ble y discreto, podran prosperar hasta convertirse en ciudades fio-
EXPLORACIOIES EN-HONDURAS
285
recientes que depender an de una inagotable provisin de oro, de
ganados sin lmite, caballos, muas, una poblacin pacfica y una
de las ms frtiles regiones del mundo.
La ciudad de Juticalpa, aunque construida en el sitio que ocup
una antigua aldea indgena de ese nombre, no es tan antigua como
la vieja capital de esta seccin centroamericana, Olancho, y que aho-
ra se conoce con el nombre de Olancho Viejo o Ant i gua, de la cual
solo las ruinas existen para denotar su anterior importancia. Es-
tas rui nas estn situadas al pie del Mont e Boquer n U) en el ro
de Olancho, hacia Catacamas y su descripcin la reservo para des-
pus. Antes de la destruccin de Olancho Viejo, Juticalpa era una
aldea insignificante. Aunque es el centro comercial del Este de
Honduras y cabecera de un departamento que comprende en su ex-
tensin ms territorio que todo El Salvador y Costa Rica juntos, hasta
hace poco la ciudad no tena lugar en ningn mapa de Centro Am-
rica. Su misma existencia parece haber sido ignorada como la de
las otras ciudades de Olancho. Ha sido muy poco visitada an por
los escasos aventureros de los cortes de caoba que penetraron en el
interior durante la ltima centuria, de los establecimientos de Belice
y a lo largo de la costa oriental. Es ahora el centro comercial del
trfico del departamento. La ciudad, se me dijo, tuvo antes arriba
de ocho mil habitantes pero la disminucin de su- comercio, el de-
caimiento de las empresas mineras bajo el cambio de los gobiernos
nacionales en la repbl i ca y, ltimamente, por los estragos causa-
dos por la l angost a que barre todos los cultivos en una sola noche,
todo se ha combinado para disminuir la poblacin de Juticalpa a
poco ms o menos cuatro mil almas que, en tiempo de celebraciones
pblicas, se triplicaba temporalmente.
Existe una red de caminos, que son ms bien veredas para muas,
que arranca de Juticalpa y se extiende por todo el departamento.
Casi todos los ricos en haciendas de ganado tienen residencias en
la cabecera departamental.
(1) El anotador conjetura que la historia de la erupcin del Boquern no pasa de
ser una leyenda sin fundamento real, recogida por el Er. Juan Francisco Mrquez, Cura
Propio de Tegucigalpa. Refiere que la ciudad de Olancho el Viejo fue destruida "por
haber llegado a tanta la corrupcin de las gentes, que el oro se empleaba basta en las
herraduras de los caballos, con mayor soberbia que los Perubianos o Cusquillos, por falta
de hierro, cuando se encontraban de cuero las Coronas de los Santos." (Revista del
Archivo, t. I, p. 309). Pero segn la carta dirigida al Rey por el Obispo de Comayagua
Fr. Gaspar de Andrada y Quintanilla, el 2 de octubre de 1598, "los vecinos de la villa de
Olancho sin orden ni licencia desampararon, algunos aos ha, el pueblo donde vivan, y
poblaron en un sitio muchas leguas distante del" (Archivo de Indias, Guatemala, 164),
De manera que en 1611, ao en que se afirma que hizo erupcin el Boquern, haca ya
muchos aos que Olancho estaba despoblada.
284 WILLIAM V. WELLS
Recogiendo datos relativos a Olancho jv presentado a un costa-
rricense, el seor Apolonio Ocampo (1), quien, por varies aos ha-
ba estado ocupado en los cortes de caoba en el Guayape, el Guayam-
bre y el Jaln. Le conoc en casa del seor Garay, y el mutuo cono-
cimiento se convirti luego en una ntima amistad que duro hasta
m despedida de Olancho. Inteligente, con educacin liberal y con
una sagacidad agudizada por el trato con los negociantes de caoba lon-
dinenses en Belice, estaba peculiar mente calificado para proporcio-
narme una informacin veraz, ya que sus hbitos de observacin
le haban capacitado para darla sobre sus viajes constantes al inte-
rior del pas y en sus transportes en balsa por los ros Guayape y
Patuca. Tena a veces varios cientos de hombres trabajando en sus
benques del Guayape y sus tributarios. En particular, debo a don
Apolonio los detalles minuciosos que me diera sobre el curso de los
ros principales, ms all del punto donde yo los cruzara.
Durante varios das, anteriores a la juncin, con el seor Ocam-
po visitamos a caballo' la regin. Generalmente llevbamos armas,
ms por mi iniciativa que por alguna abvertencia que l me hiciera
al respecto. Una vez bamos hacia la aldea de Jutiquile, que queda
ms o menos dieciocho millas l noroeste de Juticalpa, vimos en el
camino un pequeo cerdo salvaje de ojos malignos, y estaba a punto
de recetarle una de mis pildoras de plomo, cuando don Apolonio
me aconsej que me abstuviera de hacerlo porque donde haba uno de
estos animales, seguro que cerca estaba toda la manada, cuyo n-
mero y ferocidad no eran para despreciarse. As, dej que el anima-
Uto entrara trotando a uno de los matorrales; pero ms adelante,
como a distancia de cien yardas, el camino estaba lleno de ellos. En
la costa norte este animal se conoce con el nombre de "Warey". No
pude resistir la tentacin de bajarme del caballo, llevarme el rifle
a la cara y dispar, no obstante el consejo que me diera el seor Ocam-
po; con el estallido, el ms grande que pude seleccionar describi una
serie de vueltas, gruendo con furia salvaje y, por ltimo, rod pata-
leando hasta que qued tendido. Curioso era observar el resto de la
manada viendo sus contorsiones. Don Apolonio, mientras tanto,
prudentemente se haba retirado colocndose a una distancia respe-
table entre l y los jabales.
Como la manada no haca sino gruir, dar chillidos agudos, dar
vueltas enderredor y hocicar el cuerpo de su compaero muerto, hice
la misma operacin a otro, desde un lado de mi caballo. En el mo-
(1) Parece que fue casao con Da. Mariana Arbiz, padres de Da. Trinidad Ocam-
po, esposa de jurisconsulto hondureno "D. Pedro J. Bustillo.
EXPLOHA.CrOTVi:S EN HONDUKAS
285
mento que con sus pequeos ojos rojos me divisaron, salieron veloz-
mente hacia rr, trep a la silla y volviendo grupas a la legin que a-
vanzaba, v luego que con Don Apolonio era cuestin de competencia a
quien interpona ms terreno en el ms corto tiempo. Nos siguieron
por varios cientos de yardas y sintiendo quizs que su poder de loco-
mocin era desigual a sus propsitos, regresaron hacia donde estaban
los cuerpos de sus compaeros muertos y recomenzaron su hociqueo.
Los seguimos y matamos cuatro ms, y cuando la manada tom esto
como una lucha desigual, corri hacia el bosque dejndonos en pose-
sin del campo.
Estas son criaturas bravias, de patas delgadas, vivas, como un
cruce de cerdo comn y un puercoespn, tienen ojos pequeos y ma-
lignos, formidables colmillos y, generalmente, un color moreno sucio.
Corren en las montaas siempre en grupo, donde el viajero solitario
que los encuentra, a veces se ve obligado a subirse al rbol ms cer-
cano en busca de refugio, especialmente si ha tenido la temeridad de
dispararles. En tales ocasiones l puede tirarles desde all con perfec-
ta seguridad, y aunque con su rifle logre ultimar la mitad de ellos,
continuarn lanzndose alrededor del rbol entre los cuerpos yertos
de sus compaeros, rechinando los dientes y emitiendo un gruido
bajo y colrico hasta que el jefe de ellos, generalmente el ms grande,
es muerto, ocurrido lo cual, se escabullen a toda velocidad, pues la
prdida de su guia, desalienta su ferocidad porcina.
En estado domstico andan de puerta en puerta en las aldeas, de-
vorando los desperdicios que pueden arrojrseles y disputando con
los zopilotes el oficio de agentes de salubridad, comiendo carroas.
Los muchachos descalzos aprenden .pronto lo que significan los bri-
llantes dientes del "warey". Este animal raramente se caza en Hon-
duras o en Costa Rica, en donde particularmente abundan y se le con-
funde, errneamente, con el pcari. Como una ilustracin de la va-
riedad de nombres que en una sola localidad de Honduras se d a mu-
chos animales y pjaros por cuya razn si los extranjeros no estn fa-
miliarizados con el lenguaje caen en absurdas conclusiones, el nom-
bre de este animal servir de muestra. En un crculo de unas cien
millas se le llama:"Waree", chancho de monte, jabal, pcari, saino,
"warey", y chancho bravo, amn de tener tambin su nombre en latn.
En los alrededores de Juticalpa hay numerosas minas o placeres.
No son, sin embargo, muy productivas y slo se conocen como sitioA
en donde de tiempo en tiempo se han encontrado algunas chispas del
pricioso metal. Cerca de Monte Rosa, hacia el suroeste, hay lugares
en les cuales las lavadoras van despus de las crecidas y colectan can-
26G WI LJJAM T. WELLS
tidades considerables. Pero la labor de los viejos espaoles, como de
las mujeres del tiempo presente, parece haber sido dirigida principal-
mente a las arenas de las quebradas, ms bien que a cambiar el curso
de los ros o a excavar profundamente en los secos barrancos y cafa-
das, que es donde ms se le encuentra en California.
Mientras andbamos por Monte Rosa con el Padre Buenaventu-
ra examinando estos placeres encontramos a dos muchachas que es-
taban lavando oro en el ro. Haban trado la tierra en burdas ca-
nastas de palma, desde una distancia de media milla y las partculas
de oro se distinguan bien despus de L operacin del lavado. Es-
peramos hasta que terminaran su labor y a ruego del padre regresa-
ron con nosotros al lugar desde donde haban trado la tierra. Estaba
ste en la ladera de una pequea colina, donde la tierra roja indicaba
la presencia del oro. El lecho de roca aqu era bastante superficial
cubriendo la tierra poco ms o menos un pie de profundidad. Esto
es lo que las pequeas trabajadoras haban raspado y recogido de la
sustancia arcillosa, dejando la roca enteramente limpia. As haban
barrido un espacio como de una yarda cuadrada y de all obtuvieron
como quince centavos de un oro puro, escamado, de color amarillo
brillante y de una calidad slo productiva si se le trabajara por medio
del azogue. La operacin del "lavado del suelo" pagara aqu bue-
nas ganancias.
Fu en este viaje cuando por primera vez vi el rbol de donde se
extrae el Uquidmbar {Liqutd-amber. mbar lquido). Es natural
de varias secciones de Centro Amrica, pero especialmente de las me-
setas de Olancho, donde se le ve creciendo exuberante entre los mu-
chos rboles de brillantes hojas que integran el paisaje del departa-
mento. Despus me lo mostraron en el camino entre Lepaguare y
Galeras y, tambin, en las vecindades de Catacamas. La mayor par-
te de estos rboles, sin embargo, han sido horadados y, por consiguien-
te, daados. Su altura media es de unos treinta pies, pero el General
Zelaya me asegur que en las montaas, como a veinte millas al Nor-
te de Juticalpa, se les encuentra de treinta a ochenta pies de altura y
de unos tres pies de dimetro en la base. El tronco es suave y des-
nudo de ramas hasta la altura de veinte pies desde donde salen hacia
la parte superior, muy parecidas a las del pino norteo y formando un
cono de viva esmeralda
Las hojas tienen siete puntas y estn profundamente marcadas,
muy arrugadas y cuelgan de tallos finos. La florescencia es a prin-
cipios de febrero; en este tiempo el rbol se destaca entre el follaje
EXPLORACIONES EN HONDURAS
2." 7
que le rodea. Las flores son de color rosado, grandes y puntiagudas,
salen de los extremos de las ramas y revientan en ricos corimbos glo-
bulares. El haz de las hojas es glutinoso y brillante y se parece al
del arce de hojas plateadas. La madera es dura y cuando se la tra-
baja muestra un grano fino jaspeado, capaz de coger un alto brillo,
pero raramente se la corta y usa en esta tierra donde abundan las
maderas preciosas para construccin, las maderas de tinte y las plan-
tas medicinales.
Los propietarios de las haciendas de ganado envan a sus ma-
yordomos a las montaas a recoger la resina que exuda a travs de
los poros del rbol y, a menudo, como la del durazno, se concentra
en algn nudo a lo largo de la superficie lisa. La goma o resina go-
tea de la incisin en lgrimas transparentes hacia los conductos he-
chos por los nativos hasta que, de una espinita insertada en un punto
conveniente, puede recogerse una botella o ms de lquido. Segn
supe, de las ramas ms altas se obtiene un producto de mejor calidad.
La pestaa hecha de hojas de pltano y que se ata apretadamen-
te alrededor del tronco, se deja por varios das para encontrarla des-
pus llena de la preciosa destilacin. Con Julio, el mayordomo de
Lepaguare fui a ver uno de estos rboles como a dos leguas, donde
l recogi por lo menos una botella, de las pestaas hechas de hojas.
El tronco del liquidmbar es pegajoso al tacto, donde numerosas abe-
jas quedan atrapadas cuando, atradas por la substancia glutinosa
que exuda de los poros, acuden a la corteza. La goma cuando se em-
botella adopta la consistencia de la miel. En la caballeriza del Ge-
neral Zelaya haba por lo menos dos galones de liquidmbar, que no
usaba sino con el propsito de curar las heridas de los caballos, las
muas y el ganado. Mientras estuve ah vi un patacho de yeguas
y potros que se encorralaban por haber sido mordidos por los vam-
piros o heridos por las bestias salvajes. Las heridas se limpiaban
primero con un cocimiento de plantas medicinales recogidas por uno
de los muchachos, y despus se las cubra con liquidmbar. Se me
asegur que nunca fallaba para una cura rpida de las heridas en
la piel de los caballos, y que en las montaas cuando los cortadores
de caoba o los cazadores se hieren, inmediatamente se aplican de este
rbol el remedio consiguiente. Los indios, con el objeto de preser-
var su dentadura la mastican, pero si la goma est muy espesa le mez-
clan algunas veces otras substancias. No vi liquidmbar sino
en Olancho, e investigando en otras partes de Centro Amrica supe
que sealaban esta seccin del istmo centroamericano como particu-
larmente abundante en dicho rbol.
288 -vrrLLIAM V. WELLS
Desde el da de nuestro arribo a la ciudad de Juticalpa la pobla-
cin aumentaba constantemente. Todo era alegra y entusiasmo con
los preparativos para la juncin, largamente esperada. Se reunie-
ron las autoridades y dieron licencia a los habitantes para que pudie-
ran disparar armas de fuego y bombas; la pequea guarnicin del
cabildo se atavi lo mejor que pudo, desfil por las calles y a intervalos
despertaban a los habitantes con el eco de su can de montaa, viejo
y destartalado armatoste espaol del calibre de las escopetas que sirven
para cazar patos. En Centro Amrica se estiman los caones por el
ruido que puedan hacer. Un grupo de seoritas se reuni en casa
de Doa Teresa, al otro lado de la calle. El interior, como pude ver
desde mi ventana, estaba alegre con la policroma de los. estampados,
cintas y mantones que llevaban. La gente lleg de todas partes.
Venan a diario desde lugares a cincuenta millas de distancia. La
plaza de toros estaba recibiendo los toques finales de los trabajadores
que durante varios das haban estado trayendo a la ciudad con bue-
yes y muas cargas de ramas y palos para completar las barreras.
Varios msicos, que tocaran durante la semana de festejos, haban vi-
sitado al seor Garay para la acostumbrada contribucin; los pudien-
tes de la ciudad haban estado en solemne cnclave en nuestra casa
con los curas, discutiendo los gastos del decorado de la iglesia en una
manera que concordara con la importancia de la ocasin; los toros
(siempre suplidos gratuitamente por el seor Garay) ya estaban en
camino desde sus haciendas; los cohetes y buscapies (tambin los lla-
man escarba-niguas) anuncian la funcin chisporroteando y explo-
tando alrededor del cabildo, y la dormida ciudad de Juticalpa, comn-
mente tranquila, presenta ahora una admirable escena de ruido y ex-
citacin.
Durante todo este bullicio, tocado con sus vestiduras de fiesta,
con su pierna coja sostenida entre cojines y su hamaca arreglada de
tal modo que halando una cuerda suspendida del techo pudiera me-
cerse de aqu para all, el viejo caballero abri su casa y distribuy
monedas y consejos a las varias personas que diariamente le visitaban.
Alguna vez, a hurtadillas, un sujeto entraba a su cuarto, sombrero en
mano, y se sentaba respetuosamente sobre un bal y quedaba mudo,
con sus ojos fijos y lnguidos hacia el piso. Cuando el seor Garay
haba terminado sus asuntos con el sujeto que haba venido antes, mi-
raba con bondad hacia su nuevo visitante, prenda un cigarro y le
deca:
"Ahora, amigo, qu tienes?"
EXPLORACI ONES EN HONDURAS 2S9
A esto el sujeto (ahora seguro de su xito) levantaba los ojos,
deca que l trabajaba duro para sostener a su madre ciega o a sus pe-
queas hermanas, pero que debido a los destrozos de la langosta le
haba sido imposible conseguir un medio para poder celebrar la jiesta
a la gloria de Dios, y despus de un largo cuento bajaba otra vez los
ojos y permaneca en silencio. El viejo golpeaba con su bastn el pi-
so, llamaba a un indito que tena de criado, quien proceda a abrir un
bal antiguo de roble y sacaba de l una caja llena de monedas de co-
bre. Estas eran contadas cuidadosamente y dndoselas al peticiona-
rio, le deca:"Vamos! Sin duda sois buen muchacho", y cuando le ob-
sequiaba las monedas agregaba con aire paternal para guardar su ta-
lante patriarcal:"Acurdate, Antonio, que un peso en el bolsillo es
el mejor amigo en este mundo".
El sujeto que, se quiera o n, era algn pelagatos o vagabundo,
invocaba a Dios para que derramara sus bendiciones sobre su vene-
rable benejactor y, saliendo de prisa hacia la plaza, rpidamente gas-
taba los cobres apostndolos al "monte" en la primera mesa de juego.
Uno de los pasatiempos javoritos del seor Garay, y que l com-
parta con toda la poblacin de Olancho, era el de las corridas de to-
ros, entretenimiento en el que, all en sus das de juventud, no desde-
aba tomar parte pero ahora solo se contentaba con presenciar
desde el alto andamiaje levantado, tantas veces como se ce-
lebraba la jiesta expresamente para l, juera de la gran barrera y
desde donde se dominaba todo el redondel . Conociendo esta debi-
lidad suya, los toreros siempre le sacaban al rico Don Francisco fuer-
tes contribuciones. Nunca rehusaba l las peticiones de sus favori-
tos, quienes, en su concepto, ofrendaban la vida para alegrar al p-
blico y celebrar como se mereca la Funcin de la Virgen.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 291
CAPITULO XVIll
Las calles.La iglesia.En la plaza.Mantos de plumas.Poblacin.Es-
pectculo festivo,"El Bolero" y "El Fandango".Poesa olanchana.Un
"Feu de Joie".Cena con el Padre.Visitantes.Mermelada de naranja,
Ambrosa de tamarindo.El primer Da de Funcin.Cmo montan las mu-
chachas y los galanes.El encierro de los toros.Una carrera loca.Cere-
monias religiosas.Procesiones.Lidia de toros.Montando un toro,Una
"Chispa de oro.Aire puro.Campanas de plata y oro,Reunin social.
"Poco a Poco".Doa Isabel.Comprando polvo de oro.Valle de la Con-
cepcin.Panorama irisado.A caballo con un cura,Sitio para una ciu-
dad norteamericana.
Las calles de Juticalpa, como las de todas las poblaciones hispa-
noamericanas, son estrechas, mal empedradas y calientes debido al
resplandor del sol en las paredes eternamente encaladas; por lo gene-
ral no huelen muy bien. La mayor parte de las casas son de un solo
piso, los interiores frecuentemente estn sin pavimento y el suelo des-
nudo sirve como piso. Los techos son todos entejados lo que, a dis-
tancia, da la impresin de estar la ciudad regularmente construida,
no siendo ello as. De los aleros de las casas las gentes haban es-
tado colgando por varios das ramas y hojas de palmas y cedro, mien-
tras que, de lado a lado de las calles principales y de techo a techo, se
tendan cuerdas hechas de algn bejuco resistente, a los cuales se ata-
ban haces de ocote que serviran como antorchas. La iglesia se ha-
llaba igualmente adornada y los portales de los edificios se vean cu-
biertos con ramas de pino y cedro. Los interiores de las casas se ha-
llaban tambin adornados y el aspecto de la ciudad me hacia recordar
en algo la decoracin de las iglesias en el Norte, en poca de Navidad.
Por invitacin del Padre Buenaventura fui a ver los preparativos
que hacan las mujeres de la ciudad, a cuyas manos la iglesia haba
sido confiada. El altar estaba rodeado y cubierto con velas de sebo
y colocadas en pequeos sostenes de madera. Estas luces se vean,
asimismo, profusamente colocadas alrededor de los muros en los
nichos, frente a figuras de santos adornados con oropel y ante los
execrables remedos de pinturas con que la iglesia estaba decorada.
La galera se vea abarrotada con velas a su alrededor. Todo el edi-
ficio por dentro estaba guarnecido con tablas de cedro bien cepilladas
para cuyo trabajo se importaron carpinteros de Jamaica, va Truji-
llo. En conjunto es un edificio muy aceptable y estuvo diez aos en
proceso de construccin.
Cuando entramos hallamos como dos docenas de mujeres cami-
nando silenciosamente, con sus pies descalzos, sobre el pavimento en-
292
WILLTAM V. WELLS
ladrlndo; con el esmero de sus manos el recinto haba ya tomado
una apariencia imponente. El Padre dijo que habra una tltmuna-
cin parcial aquella noche, cuando se llevaran a cabo varias ceremo-
nias importantes. Cada vez que pasaban frente al altar las mujeres
se persignaban .fervorosamente, de cuando en cuando se hincaban y
repetan, con verbosidad de loras, selecciones del Misal, o se inclina-
han devotamente hacia la figura de la Virgen, cuyo ropaje brillante
y holgado y sus ojos de abalorio la hacan decididamente lo ms pro-
minente en esta ocasin. Mas que otra cosa me hizo recordar las fi-
guras de los mandarines con sus cabezas rizadas. Desde luego que
yo permanec descubierto e hice mi mejor reverencia ante ella.
Al anochecer toda la ciudad estaba alborozada. Los cohetes y
las fogatas se disputaban el dominio del aire y alrededor de la plaza
se poda ver cmo las llamas iban de aqu para all enviando su luz
contra los muros de la iglesia. Todo el que pasaba frente al edificio
sagrado se descubra y varios se hincaban al hallarse ante sus puer-
tas. Se erigieron sendos chinamos y mesas de juego, como se hace
en los Estados Unidos durante los das pblicos. En los primeros se
venda chicha, tiste, chocolate, ponche de aguardiente, huevos, cara-
melos, queques, fuegos artificiales, frutas, y estampas de la Virgen; en
las mesas de juego se congregaba la multitud de vaqueros, fuertes y
bien conformados; los cortadores de caoba; los recogedores de zarza-
parrilla; los cazadores de venados y muleros, cada quien con su
muchacha vistosamente ataviada para la ocasin y compartien-
do las cordiales risas estruendosas y las exclamaciones de desencan-
to. Entre la muchedumbre, los indios de los establecimientos de Los
Indgenas del este del departamento se movan dicretos pero igual-
mente vivaces y amables. Algunos de ellos haban llegado desde La
Conquista, San Esteban y de El Dulce Nombre; se hallaban bien ves-
tidos, eran de buen parecer y en gran cantidad los de Catacamas. En
ellos podan verse ejemplares del arte exclusivo de las razas indge-
nas americanas:los mantos de plumas. Muchos estaban confeccin
nados con rara habilidad, haciendo patente el gusto en la disposicin
y el contraste de colores, que en vano podan haber intentado artis-
ias ms cultivados.
Las aves de los plumajes ms vistosos de la floresta tropicales
prestan su contribucin para la manufactura de estos mantos. Uno de
los indios, descendiente segn creo de la tribu de los xicaques, des-
critos por Juarros, prometi hacerme una descripcin del mtodo c-
mo se fabrican, pero mi nuevo conocido, a quien en razn de su prome-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 295
.en le haba dado varios puados de monedas de cobre para que los
jugara al monte, perdi parcialmente su memoria bajo el efecto de-
masiado fuerte de la botella de aguardiente, y cuando terminaba la
funcin, desapareci sbitamente con sus dems compaeros. El
manto que yo compr al individuo se perdi despus, de mi alforja
Era ahora que empezaba yo a darme cuenta de la extensa -pobla-
cin de Olancho y de sus capacidades de defensa. Cientos de hom-
bres a caballo se movan alrededor de la plaza, desplegando una
gracia ecuestre que, en una carga, los hara contingente valioso en
cualquier regimiento de caballera en Hispano Amrica. Las calles
de la ciudad estaban abigarradas. Es esta facilidad con que se con-
gregan en la ciudad las gentes de las aldeas cercanas de San Francis-
co, Jutiquile, Mamisaca, Las Dorilas, San Nicols, La Concepcin, y
El Plomo, lo que ha inducido a error en cuanto a la poblacin de Ju-
ticalpa. Las ciudades de Manto, Suca, Culm, Yocn, Talgua, Dan-
l_, Gualaco y otras, tambin envan numerosas delegaciones a Juti-
calpa durante la fiesta patronal; stas, con los indios del bajo Guaya-
pe, aumentan la poblacin a tres veces su nmero corriente. Los na-
tivos de lugares distantes de Honduras se confunden con los de las
aldeas adyacentes. Nosotros calculamos que durante la funcin ha-
ba en Juticalpa arriba de doce mil almas.
Las calles ofrecan el espectculo ms alegre que se pueda ima-
ginar, realzado por la aficin de las mujeres en tales ocasiones a
los colores brillantes, en lo que las hall diferentes de las de Nicara-
gua. Cintas y mantones vistosos flotaban en la brisa, en todas di-
recciones. Voces alegres se combinaban con el rasgueo de las guita-
rras; la multitud se mova de aqu para all entre los caballos, las
muas y las procesiones, ora riendo con diferente regocijo, ora con-
fundindose en la conversacin ruidosa con la voz nasal del cantan-
te y formando crculo para presenciar el fandango o el bolero, en los
cuales las figuras finas y las actitudes airosas compensaban la falta
Be tcnica.
All por las diez de la noche la alegra creci de manera loca.
Los festejos son una mezcla de deporte y de religin, en los cuales a
los participantes constantemente se les recuerda la supremaca de la
iglesia por el taido de las campanas llamando a los ejercicios santos,
el paso de las procesiones y el cntico de los sacerdotes. Fu brillan-
te la idea de los viejos sacerdotes al introducir la f catlica en estos
pases, de hacer que cada da festivo concordara con algn evento re-
294
WILLTAM V. WELLS
ligioso, as que los ritos del catolicismo predominan an en los mo-
mentos ms alegres.
Durante el da se dej una hoja suelta en la puerta del seor
Garay, de la cual lo siguiente es una copia, autorizando al pueblo pa-
ra que disparara mosquetes, pistolas o cohetes segn le plugiera:
Al Sr. Don Francisco Garay
"Dcima,
Deseando que haya alegra,
Al principiar la funcin
Hoy el gremio de La Unin
Viene a pedirle a porfa.
Que al punto de medio da
En vuestra casa estaris
Y que de all tiraris
La bomba, fusil o cohete.
Que pago tendr el juguete
De Mara no dudis
Pues, el Gremio de la Unin
Lo festeja con porfa".
Acatando esta peticin hicimos continuas descargas y salvas con
pistolas, rifles y mosquetes hasta entrada la noche. Don Francisco,
cuya satisfaccin por tantos visitantes aumentaba proporcionalmen-
te a las filas que se formaban a su puerta, tena dos muchachos indios
especialmente desmenuzando papel para hacer los tacos, y para que
atendiera a todas nuestras necesidades. Estbamos todava dispa-
rando cuando mi huen amigo el Padre Buenaventura lleg y, tomn-
dome por el brazo, me dijo que deseaba que yo le acompaara a dar
un vistazo por la ciudad.
Esta noche se llama "Vsperas de la Virgen". Anduvimos en
medio de la multitud, cambiamos saludos, y vi mi importancia au-
mentada considerablemente por mi intimidad con el Padre. En to-
das partes, era recibido con demostraciones de respeto y afecto. Pe-
ro el Padre me llev hacia las afueras, a la parte occidental de la ciu-
dad, donde entramos en una casita muy cmoda y me mostr a dos
de sus muchachitos! "Ah, Padre Buenaventura", le dije, "yo crea
que los clrigos catlicos no se casaban".
"Bueno, hijo, as es", replic negligentemente, y cambiando la
conversacin me present a una muchacha morena, cuyo parecido
EXPLORACI ONES EN HONDURAS 295
con los chicos me revel que ella era la madre. "Ahora
1
', sigui di-
ciendo el cura, "le mostrar a usted cmo vivo. Esta no es mi casa,
-pero mi familia aqu reside".
La mesa estaba ya servida y nos sentamos a comer una gallina
asada, con miel, -pan indio, caf y mantequilla. Desde mi llegada a
Honduras siempre tuve un apetito de tigre. Los manjares del cura
pronto desaparecieron. Despus de estos abri l una botella y me
sirvi un poco de aguardiente del cual, segn juzgu, l ya haba ca-
tado. De aqu nos fuimos a la plaza y hasta cerca de la media noche
anduvimos vagando entre los grupos de gentes, cuyos rostros se ilu-
minaban con los resplandores de las bombas y de las fogatas.
Al da siguiente, la hija del seor Garay lleg de Tegucigalpa
y grandes fueron los festejos que en su honor se hicieron en la casa.
Un rebao de ovejas fu trado al patio desde la hacienda de La Con-
cepcin y seis fueron seleccionadas por el propio viejo para la se-
mana de fiesta. Una bonita vaquilla, que se estaba engordando
exprofeso, fu sacrificada; se hicieron pasteles y el jbilo fu mayor
todava. Como la mayor parte de los viejos olanchanos, mi husped
era un epicreo. Variedad de guisos y sabrosos platos le fueron pues-
tos en la mesa que, por regla general, l deseaba que yo compartiera.
Tambin posea el arte, por larga prctica, de preparar cier-
tas bebidas que eran deliciosas. Entre ellas haba una a la cual,
invariablemente, yo le haca honor. Era hecha de tamarindo y co-
mnmente se servia por el medioda, directamente de los picheles
de barro, envueltos en varios lienzos hmedos y expuestos a la co-
rriente de aire para su enfriamiento. La preparacin de esta be-
bida es sencilla. De un tonel con la fruta, que pareca haber sido con-
vertida en pulpa y liberalmente mezclada con el jarabe ordinario del
pas, se extraa una cantidad de licor espeso, un poco fermentado,
que se dilua para poderlo beber, y lo que se asentaba en el pichel se
volva a meter en el tonel. A esto se le agregaba canela en polvo,
pimienta gorda y hierbas aromticas (recogidas en las colinas ve-
cinas) para darle mejor sabor. El licor, sin las especias, se utilizaba
a menudo durante y despus de las fiebres.
El seor Garay era muy aficionado tambin a una mermelada
de naranja que l se serva en platillos cada noche antes de acostarse.
Esta preparacin contena una infusin ligera de vainilla y una subs-
235
WILLAM V. WEL LS
tanda aromtica de propiedades narcticas, razn por la cual, sin
duda, el viejo caballero la coma y gentilmente deseaba que sus hus-
pedes participaran, a jin de que pudieran dormir a pierna suelta du-
rante toda la noche.
Varios hermosos rboles de tamarindo, conspicuos por su fron-
dosidad y sus hojas verde plido, tronco recto y ramas irregulares,
crecan en las calles y en los solares de Juticalpa. La fruta contiene
de cuatro a siete semillas; las vainas, agrupadas en abundancia entre
las hojas, aparecen en noviembre y en enero ya estn listas para su
recoleccin.
Este era el primer da de la funcin. Temprano de la maana
nos lleg la noticia de que el General Zelaya, con su familia y her-
manos, llegaran a la ciudad antes de la noche. Don Toribio, el se-
gundo hijo de don Chico, lleg anticipadamente con varias mujeres
a fin de poner orden en la casa. L. . . y yo montamos y salimos
hacia Mamisaca al encuentro de la cabalgata. Diez millas afuera
de la ciudad la encontramos pero, con pesar mo, el General no ve-
na en ella. La seora estaba todava gravemente enferma y l no
poda dejarla. Sin embargo, recib una amable carta del viejo hi-
dalgo en la que me prometa estar en la ciudad durante la funcin.
Regresamos con la familia y llegamos al galope cerca del medio-
da. Las muchachas montaban en sillas hechas en Guatemala. Las
dos hijas de Don Santiago, nombradas antes, me hicieron recordar
las vigorosas doncellas de Green Mountain, prototipo de la salud
rubicunda y de la afabilidad. Tenan, respectivamente, diecisiete y
diecinueve aos de edad y estaban tan rozagantes y tan encantado-
ras que parecan gatitas. Qu manera de montar a caballo! Des-
pus de verlas, mi nico deseo era el de apartarme del camino para
ocultar mi torpe equitacin, por ms que alardeara de que estaba mati-
zada con el estilo ranchero ce California. Desde su niez estas j-
venes han vivido entre jinetes y todos los das han cabalgado por las
llanuras herbosas, hasta que el bien montar se ha hecho en ellas se-
gunda naturaleza. Ahora eran atendidas por media docena de ga-
lanes campesinos de las haciendas vecinas, varios de los cuales, al
oir los requiebros que yo les haca, fruncan el entrecejo. Pero, inde-
pendientemente de otras consideraciones, si yo hubiera deseado tomar
alguna decisin al respecto, lo nico que ellos hubieran necesitado era
darle un pequeo toque con sus espuelas a sus briosos caballos y con
unas cuantas cabriolas habran sellado mi destino como rival. Ser un
buen jinete en Olancho tiene muchsimas ventajas!
Al volver a la ciudad encontramos a varios caballeros que co-
EXPLORACIONES EN HONDURAS
297
rran de arriba abajo en las calles con el ms grande entusiasmo,
cuyo significado nos apresuramos a averiguar. Don Toribio pronto
me dijo que una partida de toros de una de las haciendas del seor
Garay haba llegado y que estaba a una milla fuera de la ciudad; de
acuerdo con una costumbre inmemorial, todo hombre a caballo en
la poblacin tena que salir al encuentro y conducirlos hasta el corral
preparado para su recepcin en la plaza. Slo esperaban nuestro
regreso para salir al tope de los toros. .
A una seal, no menos de trescientos jinetes salieron -por la parte
Este de la ciudad, por un llano sin lmites, bellamente cubierto con
flores y pastos e interceptado con montculos y alamedas de rboles
frondosos. Era una cabalgata loca, sin orden ni concierto, con el
recocijado "Hoo-pah!" saliendo-de centenares de gargantas; algunos
iban montados en caballos medio chucaros de los llanos, todava con
la mirada salvaje en sus ojos;
las cuales
no existen moldes; de diez a treinta piezas se encuentran en cada t-
mulo, generalmente en forma de vasijas o de jarros. Nunca supe
que se hayan encontrado dolos o huesos humanos. Los jarros han
sido hallados tan enteros, que se les ha adaptado para el uso familiar;
no tienen signo de pintura o de escultura ornamental.
La proporcin de blancos, indios y razas mestizas en Hondu-
ras no est correctamente determinada, como tampoco hay estads-
ticas en que fundarse; todo clculo es una aserto basado en conjetu-
ras. Las estimaciones de Crowe, Thomson y Squier, los nicos au-
tores dignos de confianza en estas materias, hacen referencia a las
de Centro Amrica en lo general o a Guatemala en particular; pero
en cuanto a Honduras no deja de impresionar al visitante ver que la
mezcla de negro e indio se halla en una proporcin muy grande.
(1) Es evidente que no conoci Copan.
498 WILLIAM V. WELLS
Tomando los clculos hechos por el Sr. Squier, que estima la poblacin
en 350.000 habitantes, la-proporcin relativa es la que sigue:
Negros y mulatos 140.000
Indios 100.000
Ladinos 60.000
Blancos 50.000
TOTAL 350.000
No se ha levantado un censo formal en el pas. Ni siquiera la
poblacin de las grandes ciudades se ha determinado con exactitud
y los clculos que hacen las personas instruidas varan en dos mil
para Tegucigalpa, y en igual nmero para la ciudad ms pequea de
Juticalpa. La variacin de la poblacin, derivada de las constantes
revoluciones, d suficiente pie para sto pues todos los hombres de-
jan la pequea poblacin donde viven para escapar de ser engancha-
dos al aproximarse la guerra; as los viajeros que visitan esos pobla-
dos pueden dar una estimacin incorrecta. Al comienzo de la guerra
de 1855 entre Honduras y Guatemala se me inform que se haban
dado los pasos para levantar un censo del Estado, pero bajo el siste-
ma usual de la conscripcin forzada por el gobierno, ninguna estima-
cin correcta podr hacerse jams, ya que al aproximarse un oficial,
militar o civil, lo primero que hacen las gentes pobres es huir preci-
pitadamente.
Mientras los blancos han disminuido, los negros, los indios y los
ladinos han aumentado, lenta pero constantemente, y los estableci-
mientos de los caribes entre el Cabo Camarn y Omoa se han exten-
dido sorprendentemente en los ltimos cuatro aos. La mezcla
indiscriminada casi ha borrado las anteriores caractersticas raciales
y se conocen pocas familas de ascendencia espaola pura. Varios
de los comerciantes ms prsperos del departamento de Tegucigalpa
son negros que poseen un grado sorprendente de sentido comercial.
Dos de los establecimientos comerciales ms grandes son de negros,
cuyas relaciones mercantiles se extienden hasta Europa, desde donde
importan la mayora de sus mercaderas. Aunque la mayor parte
de los negros de Honduras son de una clase baja e ignorante, hay nu-
merosas excepciones. El Senado y el Congreso Nacional han con-
tado entre sus miembros a muchos negros y mulatos de una gran in-
teligencia, concienzudamente educados en la escuela poltica centro-
americana y con suficiente discernimiento para prever el declinamien-
to de su propia influencia y poder si se introduce al pas la raza teu-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 499
tnica. De aqu la violenta oposicin que hacen a las empresas ex-
tranjeras en los consejos nacionales y en sus crculos privados.
El clero, en su mayora, es de negros y mestizos. Su peligroso
poder ha sido restringido grandemente desde la independencia; pe-
ro, con pocas excepciones, estos hombres ejercen ms bien una in-
fluencia favorable sobre el pueblo y son respetados generalmente.
Los blancos, que estn en una pequea minora, ven con alarma el
aumento de las otras razas. Han sido los iniciadores de casi todos
los proyectos para la inmigracin de extranjeros en Honduras y, ex-
cepto cuando se han visto frenados por la oposicin del pueblo, han
colaborado entusiastamente en los intentos de los norteamerica-
nos para colonizar el pas o para desarrollar en cualquiera otra forma
sus recursos naturales. El fracaso de tales empresas, en la mayora
de los casos, ha sido debido al derrocamiento de las administraciones
liberales y al implantamiento del partido mestizo o conservador.
Las familias mas ricas y de sangre ms pura se hallan en la par-
te oriental del pas; all se mantiene una especie de aristocracia re-
publicana de la cul se espera la redencin de Honduras cuando, en
el curso del tiempo, se junte con los extranjeros que indudablemente
llegarn.
Los indios, que descienden de las tribus aborgenes antes men-
cionadas, se hallan distribuidos por todo el pas pero divididos en
dos clases distintas:los que habitan las altiplanicies y mesetas del
interior, que pueden clasificarse como industriosos, tales como los
Texiguats y otros que cultivan pequeas parcelas con verduras y fru-
tas, que llevan pacientemente a las ciudades mas cercanas; y los otros
que son los indios de la costa y las tribus errantes en las regiones
despobladas de Olancho, tales como los Payas, los Woolwas, los Gua-
cos y los Caribes, que se hallan localizados desde el Cabo Gracias a
Dios hasta Guatemala. A estos se les emplea principalmente como
sirvientes, cortadores de caoba, porteadores o arrieros. Se les des-
cribe como dciles y de carcter afable, y los pocos que tienen sufi-
ciente inteligencia para interesarse en los problemas polticos del
pas expresan generalmente su preferencia por el partido liberal.
La condicin de los indios costeos y negros ha mejorado en los
ltimos cinco aos. Es evidente un intento para desarrollar la cons-
truccin de sus chozas, mejorar su estilo de vestir y otras ventajas
resultantes de su comercio inconexo con Trujillo y Omoa. Muchos
500 WHJEJAM V. -WELLS
residen en aquellos lugares prestando sus servicios como criados o
peones ( I ) .
Fsicamente los indios son superiores a los blancos. En su ma-
yora son rohustos y atlticos, de buena estatura y capaces de grandes
esfuerzos. Como trabajadores estn mejor adaptados al clima que
ninguna otra gente, excepto los negros. Los correos-peatones cu-
bren increbles distancias en un da; las marchas registradas por las
tropas de Morazn lo comprueban plenamente, y no tienen paralelo.
Estos indios se alimentan^ por largos perodos, de races, legumbres,
y frutos silvestres, y resisten las enfermedades a pesar de su pobre ves-
timenta. Como arrieros o tanateros en las minas de plata, como
cortadores de caoba, en un clima tropical a veces extenuante mues-
tran un poder de resistencia, del cual el extranjero no puede hacer gala.
Tal poblacin, sabiamente gobernada y con el mpetu de la em-
presa extranjera que estimule su esfuerzo, es capaz de levantar a
Honduras a un grado envidiable de prosperidad, pero no sin injer-
tarla al tronco teutn mediante un liberal incentivo hacia su inmigra-
cin, evitando de esta manera la fatal extincin de la raza blanca y
abriendo brecha al progreso y a la civilizacin. Dirigidos por los
curas, imbuidos de supersticin y enervados por gobernantes llenos
de prejuicios e incapaces, el pueblo nada puede esperar del futuro,
cuando su pasado ha sido solamente una historia de destruccin y
de tendencias brbaras.
GOBIERNO Y DIVISIN POLITICA.Polticamente la rep-
blica est dividida en 7 departamentos, como sigue:Olancho, Yoro,
Tegucigalpa, Choluteea, Comayagua, Gracias y Santa Brbara. La
cabecera de cada uno de ellos lleva el nombre del departamento, me-
(1) Afirma un caballero norteamericano, residente en Omoa durante varios aos,
que en dicho lugar se encuentran descendientes de la vieja rav.a Azteca. Los pocos que
se conocen han sido tomados como sirvientes por los residentes extranjeros, afirmndose
que son de corta estatura y en todo diferentes a los otros indios de Honduras. Se dice
que una pequea tribu de ellos existe en los confines de Guatemala, de la cual proceden
los pocos que se encuentran en Honduras. Una de sus peculiaridades es la de que al
sentirse enfermos se retiran a un lugar apartado donde, segn se dice, mueren por falta de
asistencia, la cual rehusan tercamente. Al enfermarse un Azteca que haba vivido algunos
aos en la casa del cnsul norteamericano, Sr. Folien, rehus toda ayuda que se le ofreci;
se alej convencido de que le haba llegado su hora, suplicando que nadie lo siguiera.
Posteriormente so encontraron sus restos en una choza desierta, en la cual se haba es-
condido para morir. Se refieren otros casos semejantes de este pueblo tan especial. No
sale sobrando mencionar aqu que las curiosidades vivientes exhibidas hace algunos aos
con el nombre de "Nios Aztecas" fueron tornadas de una aldea india cerca de Cojutepe-
que, por un espaol llamado Silva, a quien la madre de los nios se los vendi por una
bicoca. El cuento de su origen mexicano era una fbula parte de la propaganda. El
hecho mas notable en relacin con este asunto es que la madre posteriormente' sac a
relucir un duplicado del primer par y, en la poca de mi visita a Centro Amrica, de-
seaba venderlos a buen precio a cualquier especulador norteamericano.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 501
nos Olancho, cuya cabecera es Juticalpa. La ciudad de Comayagua,
aunque ms pequea y menos poblada que Tegucigalpa, es el asiento
del Gobierno de la Repblica.
El Gobierno se apoya en la Constitucin Poltica de 1848, dicta-
da bajo la administracin del Presidente Lindo, cuya jirma y la de
Santos Guardiola, la rubrican. El Presidente ejerce su cargo por un
perodo de cuatro aos y no puede ser reelecto. El Gabinete actual
est integrado por dos Secretarios:el de Hacienda y el de Estado; el
Poder Legislativo, por dos cuerpos:el Senado y la Cmara de Dipu-
tados. Cada departamento tiene derecho a elegir un Senador y dos
Diputados, haciendo en conjunto, veintin miembros en la Asamblea
General. El Poder Judicial lo ejerce la Corte Suprema de Justicia,
que acta en Comayagua y Tegucigalpa (1). Este es el plan gene-
ral del sistema gubernamental; pero los cambios polticos son tan nu-
merosos e incesantes que bien puede decirse que son nominales. Ra-
ro es que pueda reunirse el quorum reglamentario en la Asamblea
General, y en ocasiones extraordinarias se ha necesitado de la fuerza
militar para compeler a los miembros de la oposicin para que concu-
rran a ellas.
Las revoluciones, sin embargo, no efectan a menudo a las auto-
ridades departamentales. Estas consisten de un Jefe Poltico o
Agente del Gobierno; de un Comandante Militar o Comandante de
Armas; de un Juez de Primera Instancia y de un Intendente de Ha-
cienda o colector de las rentas pblicas. Los departamentos se
suhdividen en municipios, gobernados por un Jefe de Distrito y un
Alcalde, que en las ciudades ms grandes tiene dos o ms agentes.
Estas autoridades locales continan tcitamente en sus cargos a pe-
sar del cambio de constituciones o administraciones.
(1) La Constitucin Poltica de 4 de febrero de 1848, que fu la primera que
Uam Corte Suprema de Justicia al Tribunal de ms elevada jerarqua de a Repblica,
lo dividi en dos Secciones, compuestas cada una de tres Magistrados propietarios y
dos suplentes, electos por la Asamblea General, residiendo una Seccin en Comayagua
y otra en Tegucigalpa; siendo cada una Tribunal de segunda instancia en su territorio,
y de tercera instancia en los negocios de que otra Seccin conociera del recurso de alzada.
V. Digeslo Constitucional, p. 107.
NOTA. Par a la comparacin de los datos climatolgicos, vase Apndice a este
Cap t ul o al final.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 505
CAPITULO XXIX
Comercio.Exportaciones e Importaciones.Reglamentaciones comerciales.
Rentas pblicas.Sellos.Deuda pblica.
Cualquier tentativa de obtener una informacin exacta en cuanto
al monto de las exportaciones e importaciones en Honduras se estre-
lla, ante la falta absoluta de datos estadsticos
!
lo que deja al investi-
gador en la obscuridad y hace muy dudoso el resultado de su labor.
Las cuentas llevadas en las Aduanas de Trujillo y Omoa han desapa-
recido por negligencia, o se han perdido o destruido en las revolucio-
nes tan corrientes en el pas, de las cuales resultan inesperados cam-
bios de funcionarios, a quienes importa ms su propio medro que la
acuciosidad en el registro de las entradas del Estado.
En ausencia de fuentes de informacin, tuvimos que apelar a
la Aduana de los Estados Unidos en Boston, lugar por el cual la ma-
yor parte, si no todo, el comercio de Honduras con el Norte ha tenido
lugar-a travs de dos firmas importantes muy bien conocidas, que
durante muchos aos han tenido un comercio lucrativo con los es-
tablecimientos de Belice, Omoa y Trujillo. El comercio ingls pa-
rece estar administrado por varias casas londinenses que tienen gran-
des agencias en Belice. Sus operaciones, sin embargo, estn princi-
palmente limitadas al corte y exportacin de la caoba.
La frecuencia de los cambios en la organizacin poltica de la
Amrica Central ka hecho casi imposible que el Gobierno de los Es-
tados Unidos vaya al mismo ritmo con ellos y, desde la ratificacin
del Tratado de 1826 entre la Repblica de Centro Amrica y los Es-
tados Unidos, nuestro Gobierno ha continuado sus relaciones comer-
ciales con aquel pas basndose en las estipulaciones ah contenidas,
desatendiendo las nuevas modalidades polticas producidas a cortos
intervalos durante los ltimos treinta aos, y hasta hoy no tiene mo-
tivo para deplorar esta floja y descuidada base para su intercambio
comercial.
Las estadsticas del comercio durante el ltimo cuarto de siglo
han sido consolidadas en la Aduana de los Estados Unidos, bajo el
rubro general de Centro Amrica (inclusive Belice u Honduras Bri-
tnica) y este procedimiento se ha observado a travs de ocho admi-
nistraciones, aunque en aquel tiempo la confederacin centroameri-
cana haba sido ya disuelta, y cada Estado se haba proclamado re-
50+ WILLIAM V. WELLS
pblica independiente, con plenos poderes para "declarar la guerra
y suscribir tratados".
As consolidadas, no se han llevado cuentas separadas para el co-
mercio de los Estados en particular, y se encontr que era imposible
a menos de hacerse un examen exhaustivo de papeles y documen-
tos de difcil acceso obtener la estadstica comercial de la Repbli-
ca de Honduras.
La firma Nickerson & Co., que absorbe el comercio entre Bos-
ton y el Norte de Honduras, bondadosamente me facilit una lista
de la cantidad y descripcin de los artculos recibidos por ellos de los
puertos de Omoa y Trujillo durante los cuatro viajes anuales de 1855
y parte de 1856, a cambio de productos de pacotilla y de otras mer-
caderas adaptadas a las necesidades de ese pueblo de hbitos senci-
llos. Y aunque el interior del pas es conocido desde hace muchos
aos como un lugar rico y frtil, abundante en recursos, han evitado
extender sus relaciones de negocios fuera de los artculos ms co-
nocidos del comercio, enumerados en otra parte de este libro, y a los
cuales imponen precios seguros en los mercados de los Estados Uni-
dos. Muchas muestras de brozas de cobre y plata, adems de palos
de considerable valor, se han trado de all por los capitanes de los
barcos a su servicio, pero por las razones arriba enumeradas, han de-
clinado ir -ms alM de su "comercio legtimo".
La relacin de los cuatro viajes referidos, y que se extien-
den al ao de 1855, contiene los siguientes datos:
PRIMER VIAJE. 1855-1856
De Trujillo: 2.445 cueros de res; 20 bultos de pieles de venado
(238 docenas); 104 bultos de zarzaparrilla (130 lbs. por bulto); 2.878
arrobas de madera de brasilete; 2.359 pies de caoba y 72 libras de
carey.
De Omoa: 26 bultos de zarzaparrilla; 98 docenas de pieles de ve-
nado; 23 bultos de ail (2.749 libras); 2.785 cueros de res y 50 onzas
de oro en polvo.
SEGTODO VIAJE
De Trujillo: 3.226 cueros de res; 319 docenas de pieles de venado;
58 bultos de zarzaparrilla; 1.584 arrobas de madera de brasilete; 137
libras de carey y 375 libras de hule.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 505
De Omoa: 9 bultos de zarzaparrilla; 217 docenas de pieles de
venado y 2.400 cueros de res.
TERCER VIAJE
De Trujillo: 660 cueros de res; 122 bultos de zarzaparrilla; 147
docenas de pieles de venado; 3.608 arrobas de madera de brasilete;
50 libras de carey; 42 libras de hule; 5 onzas de oro en polvo y 79
marcos de plata.
De Omoa: 40 bultos de zarzaparrilla; 337 docenas de pieles de
venado; 2.412 cueros de res y 477 cuernos.
CUARTO VIAJE
De Trujillo: 3.302 cueros de res; 169 docenas de pieles de vena-
do; 109 bultos de zarzaparrilla; 598 arrobas de brasilete y 19 libras
de carey.
De Omoa: 1.984 cueros de res; 111 docenas de pieles de venado
48 bultos de zarzaparrilla; 6 libras de carey y 15 zurrones de ail.
Los cueros mencionados fueron trados a lomo de mula del in-
terior de Olancho y Yoro, y, algunas veces, desde una distancia que
se recorre en muchos das e fatigoso viaje. Tienen en Boston un
precio alrededor de un 20% menos que el de los de Buenos Aires.
De las exportaciones de la Costa Norte y del Este de Honduras,
El Sr. Nickerson estima que a La Habana se lleva ms o menos la mis-
ma cantidad de cueros de res que llega a Boston. De las pieles de
venado, los mercados de Belice y Boston al presente consumen casi
todo el producto, por partes iguales. Los que llegan a Belice se ex-
portan a Inglaterra y 'Nueva York. El oro y la plata se envan ex-
clusivamente a Inglaterra. Boston, Belice y La Habana se dividen
entre ellos las exportaciones de zarzaparrilla de Trujillo y Omoa.
De las dems exportaciones, probablemente llegan ms a La Haba-
na y a Belice que a Boston.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que cuando menos la mi-
tad de la produccin total de Honduras en los renglones mencionados
va, como se ha explicado en otro lugar, a San Migual, El Salvador.
Tomando esto en cuenta y recordando la cantidad que pasa a travs
de Belice y La Habana, aparece que el comercio de la Costa Norte no
deja de ser considerable, y con una moderada dosis de energa, puede
ser aumentado grandemente.
sos
WILLIAM V. WELLS
Solo en el rengln dla caoba y de otras maderas preciosas pue-
de establecerse un comercio vasto con los Estados Unidos, suficiente
para enriquecer muchas grandes firmas comerciales. Se han hecho
grandes fortunas en Londres en estos negocios los que, continuados
exclusivamente por los ingleses, todava son la base de grandes tran-
sacciones. Los ingresos del Erario se aumentan considerablemente
con el gravamen impuesto al corte y exportacin de la caoba. Estos
impuestos, sin embargo, son parcialmente eludidos por la corrup-
cin de los empleados del Gobierno, as que slo una pequea parte de
ellos es percibida por el Estado. En otro lugar me he referido al
corte y mtodos de arrastre y transporte de las trozas en balsas, por
los ros, hasta el mar.
Del lado del Pacfico, como ya he observado antes, las exporta-
ciones de caoba y de productos varios a California todava no han
tomado auge. Una empresa de norteamericanos se ha propuesto l-
timamente montar un aserradero en El Salvador, cerca del puerto
de Acajutla.
La exportacin de brozas de plata tambin se ha comenzado re-
cientemente. Las primeras brozas de una mina cercana a Cholute-
ca, fueron recibidas en agosto de 1855, consignadas a mi nombre por
el Sr. Drdano, de la isla del Tigre. Este envo consisti en veinte
zurrones de sulfurs de plomo y hierro, combinados con cuarzo des-
integrado y piedra caliza. La cantidad total era de un poco ms de
una tonelada. Se ensay por la firma alemana Wass, Molitor &
Co., de San Francisco pero, debido a la falta de aparatos apropiados,
slo una pequea parte fue fundida. El resultado fue lo suficiente-
mente favorable para alentar a los propietarios del establecimiento
para hacerme el ofrecimiento de sufragar mis gastos a fin de instalar
maquinaria europea capaz de fundir grandes cantidades, toda vez que
cada ao se obtuviera suficiente broza para garantizar los gastos.
De esta broza puede obtenerse lo suficiente para cargar varios bar-
cos todo un ao. Esto, tanto como la mayor parte de la enviada a
San Miguel, se embarca en vapores ingleses de La Unin y Acajutla
a Inglaterra, donde los compradores, cambiando artculos manufac-
turados de bajo precio por la ms codiciada riqueza, realizan grandes
fortunas. Estoy convencido de que un comercio valioso est lla-
mado a desarrollarse entre California y la Amrica Central, no
slo en brozas de plata y cobre, sino tambin de vainilla, maderas
tintreas, caoba, los numerosos productos tpicos del trpico y una
variedad de preciosas plantas medicinales y resinas, todo lo cual po-
dra ser monopolizado por los comerciantes de San Francisco.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 507
El cargamento de la goleta "Julius Pringle", trado de El Reale-
jo (Nicaragua) y Amapola (Honduras) a California en 1855, consis-
ta, en parte, en lo siguiente: 122 tablones de caoba de 4 pul gadas de
grueso y de 12 a 15 pul gadas de ancho; 178 tablones de cedro de 14
a. 22 pul gadas de ancho, 4 pul gadas de espesor y de 10 a 24 pies de
l argo; 363 tablones de cedro de 27 a 36 pul gadas de ancho y 2 pulga-
das de grueso; 80 t abl as de 27 a 36 pul gadas de ancho y una pul gada
de espesor; 1.233 t abl as de 14 a 22 pul gadas de ancho y 1 pul gada de
grueso. Doy estas dimensiones y nmero para que se vea la clase de
'madera que se produce en los aserraderos de Amapola y Chichigalpa.
Este pequeo cargamento termin con todo el surtido que tenan dis-
ponibles ambos aserraderos.
Una considerable cantidad de madera aserrada va de ambos lu-
gares al Per y Bolivi.
El cambio comercial entre Honduras y los Estados Unidos se
funda en el tratado ratificado en Washigton en julio de 1826 por Don
Antonio Jos Caas, Ministro Plenipotenciario de la Repblica Cen-
troamericana y los Estados Unidos. Este tratado fue celebrado en
la administracin del Presidente Manuel Jos Arce, dos aos des-
pus de la cada de Iturbide.
Al disolverse la federacin en 1838, los diferentes Estados, t-
citamente, adoptaron este tratado sin modificaciones de importancia.
Los Puertos de Amapola y de La Brea en el Golfo de Fonseca, y los
de Trujillo y Omoa en el mar Caribe, fueron declarados puertos
de entrada, en adicin a los de La Unin y Omoa, especificados
como factorajes en el ltimo tratado. El puerto de Concordia, cer-
cano a Acajutla, en la costa del Pacfico de El Salvador, fu tam-
bin abierto al comercio en 1853. Todos los puertos habilitados por
la ley estn abiertos a los vapores de cualquier nacin que se halle
en paz con la repblica y no d muestra de atentar contra su indepen-
dencia.
La ley protege todas las mercaderas que lleguen a estos puer-
tos, siempre que los reglamentos arancelarios se cumplan y que se
paguen los derechos estipulados. Los artculos que se especifican
como libres de derecho son:los libros, impresos o manuscritos, em-
pastados o cosidos; los instrumentos cientficos; la msica, impresa
o manuscrita; los implementos agrcolas, mineros y de artes y oficios;
las semillas de plantas que no se cultivan en la repblica; el oro y la
508 WILLTAM V. WELLS
plata, en barras o amonedados (1). El comerciante que introduzca
dinero en efectivo y mercadera en el mismo barco, tiene derecho a
que se le deduzca el 2% sobre un valor de mercadera equivalente
al de la cantidad de moneda importada.
Todos los productos de las naciones que mantengan relaciones
con la repblica pueden ingresar a los puertos nacionales. La ex-
portacin de la cochinilla viva y de la semilla de xiquilite (o de ail)
es lo nico que se prohibe en el tratado de 1826. La restriccin,
probablemente, no se aplica a Honduras porque la cochinilla no se
cultiva en ese pas como en Guatemala y El Salvador. Todos los
productos del suelo, exceptuando la caoba y las maderas de tinte,
y todos los manufacturados en la repblica estn libres de derechos
de exportacin, como lo estn asimismo todos los productos y merca-
deras extranjeras, siempre que ellas hayan pagado los derechos so-
bre importacin; pero si los artculos han sido reimportados de algn
otro puerto de la repblica, pagarn todas las tasas de importacin.
Amapala fue creado como puerto.libre en 1846, y ese privilegio se le
dio por diez aos contados desde aquella fecha. Ahora que ha ex-
pirado el trmino, indudablemente ser renovado en las prximas
sesiones del Congreso.
Honduras ltimamente ha hecho patente su deseo de cultivar
relaciones comerciales con Europa y, particularmente, con los Es-
tados Unidos. El objeto de la misin encomendada al seor Ba-
rrundia en 1854 era el de abrir de par en par los recursos naturales
del pas al espritu de empresa del pueblo norteamericano. A su
discurso se hizo referencia en otra parte y, de no ocurrir su inespe-
rada muerte, es indudable que su misin hubiera resultado en bene-
ficio de ambos pases. Desgraciadamente la administracin de Ca-
banas, tan altamente progresista y de tendencias tan liberales, fue
derrocada por la influencia fornea y ha sido sustituida por una
poltica reaccionaria, que pareciera destinada a repetir los viejos
sistemas del partidarsmo y la anarqua.
La exportacin de Centro Amrica a Francia en 1853, como
aparece en el Boletn Oficial de Costa Rica, estaba valorada en
1.252.565 francos y el valor de la importacin de aquel pas en 86.902
francos. En 1854 las exportaciones de la misma fueron por valor de
(1) Tambin aparecen todos estos artculos como de libre importacin en la No-
menclatura que abraza la Tarifa de Importacin de 28 de lebrero de S6R. V. en la Colec-
cin de las Leyes generales de la Repblica de Honduras, de algunas particulares; y de
su Constitucin. Recopiladas por D. Manuel Fleury y reimpresas por Manuel Caldern.
Trujillo de Honduras. Imprenta "La Impresora" 1870, pp. 107 a 116.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 509
982.871 francos y la importacin por 1.166.741 francos. La dispari-
dad, no obstante, no es tan grande en el comercio con la Gran Bretaa.
Pueden enumerarse entre los artculos de exportacin por am-
bas costas de Centro Amrica pero en cantidades irregulares y a
menudo extremadamente limitadas:ganado, metal en barras, zar-
zaparrilla, madera aserrada, cueros, pieles de venado, brozas de plata,
drogas, oro en polvo, hule, maderas para muebles y tintreas, arroz,
vainilla, carey, blsamos, caf, cochinilla, ail, algodn, cacao, fru-
tas, azcar y tabaco, pero todos los diez primeros artculos mencio-
nados son llevados de los puertos martimos de Honduras. Adems
de estos renglones podran agregarse, si hubiera una empresa comer-
cial que los tomara:cuernos, pezuas, sebo, cera de abejas, caballos
y muas (de Oancho), carne salada (del mismo departamento), etc.,
como lo recomend el Sr. Bayley en la gua impresa que acompa a
su mapa, y hasta el ganado podra ser embarcado a los puertos ame-
ricanos en el Golfo de Mxico. Grandes cantidades de queso se
envan en patachos de muas desde Olancho (principal lugar de su
produccin) a los otros departamentos y a El Salvador. El queso
de los valles de Agalta y TJla se considera como el mejor de Centro
Amrica y as. lo estiman Juarros y Bayley; es grueso, salado y duro,
pero se aprecia mucho.
A cambio de las exportaciones mencionadas, en Omoa y Trujillo
se reciben de Inglaterra, Jamaica, La Habana, Belice y de los Estados
Unidos:velas de esperma, jabn, zapatos, botas, artculos de ferre-
tera, jarcia, algodones, ropa, artculos manufacturados baratos, uten-
silios agrcolas y artculos caseros.
En las obras de Dunlop, Henderson, Dunn, Thompson y otros,
se pueden hallar breves estadsticas del comercio en Centro Amrica,
pero tan limitadas y viejas que actualmente no son de ayuda alguna.
Las cifras correctas se obtienen con mucha dificultad porque los
Diarios y las Gacetas en que tales datos se publican son proverbial-
mente inexactos. Una serie de artculos publicados recientemente,
resultado de una observacin personal hecha por uno de los editores
del Star and Herald de Panam, "Costa Rica", por el naturalista y
viajero alemn Dr. Moritz Wagner, y los trabajos del Sr. E. G. Squier
son las fuentes ms dignas de confianza.
Cuando estuve en la isla del Tigre conoc un norteamericano
perspicaz que por diez aos haba estado comerciando en El Salvador,
Honduras y Nicaragua. Le rogu que me diera por escrito los re-
sultados de su experiencia, que aqu inserto y que dan luz sobre los
asuntos comerciales del pas. En relacin con el trfico en los
510 WILLAM V. WELLS
cinco Estados centroamericanos, dice l que el comercio solo se ha
extendido al litoral del Pacfico en los ltimos ocho aos; que antes
de ese tiempo los grandes almacenes de depsitos estaban en Belice
y Jamaica, de donde proceda la mayor parte de las mercaderas
que se importaban.
El crdito concedido a los comerciantes de esos dos lugares era
grande pero con el establecimiento de California el curso del co-
mercio gradualmente cambi y ahora se hacen importaciones directas
de Europa, aunque los comerciantes ingleses han restringido ltima-
mente su sistema crediticio al aumentar los precios de flete de $ 20.00
a $ 25.00 y $ 30.00 por tonelada, debido, probablemente, a los altos
costos del flete a Australia.
El comercio de los Estados Unidos con la Amrica Central hu-
biera sido bastante prspero, de haberse suscrito buenos tratados
comerciales; los artculos de primera necesidad de todos los Estados
son mantas crudas, mantadriles que se fabrican de mejor calidad en
los Estados Unidos que en Inglaterra, donde se dispone de menos
algodn para su fabricacin. Por medio siglo los ingleses, franceses
e italianos han gozado del monopolio del comercio lucrativo con los
Estados de Centro Amrica. De Inglaterra se reciban telas para
camisas, mantas, estampados y todos los artculos manufacturados
baratos (muchos fabricados especialmente para complacer al comer-
cio), cuchillera, cervezas, lanas, casimires y utensilios de barro y
de madera. Los artculos manufacturados son usualmente de la cla-
se ms ordinaria. De Italia se importaban aceitunas, aceite de oli-
vas, fideos, sardinas, macarrones, queso, salchichas, artculos de seda
y muchos otros menores que, con los anteriores, suman un gran vo-
lumen de importacin. De Francia se suplan los vinos ordinarios,
coac, sedas, estampados, calic, plantillas, queso, mostaza, guan-
tes, zapatos, casimires, licores, etc. De California se importaba el
azogue (libre de derechos) plvora, herramientas agrcolas, maqui-
naria, harina, patatas, carnes enlatadas, encurtidos, vino, licores,
muebles, joyera, vestidos, armas de fuego, botes, aceite, etc.
Constituyen las principales exportaciones de El Salvador: el
arroz, cueros, ail, tabaco, brozas de plata y plata en bruto. La pro-
duccin del ail vara anualmente en cuanto a la cantidad debido
EXPLORACIONES EN HONDURAS 511
a causas sobre las cuales el productor no tiene control; pero de las
estadsticas puede establecerse, en los ltimos siete aos, un pro-
medio alrededor de 60.000 zurrones de 150 libras neto por ao, con
un costo para el comprador, puestos en La Unin o Sonsonate (que
son los puertos principales) de poco ms o menos $ 90.00 el zurrn,
incluyendo todo gasto y listo para embarque a cualquier mercado
extranjero. La clasificacin de todo el ail de este estado se hace
por nmeros, siendo el mximo el No. 9, es decir ''Flores", y No. 1
el mnimo, la ms baja calidad o escoria. El ail forma un medio
de pago para los artculos que se importan; cerca de dos tercios van
directamente a Inglaterra y el resto a Guayaquil, Valparaso y Ale-
mania. Los comerciantes de San-Miguel generalmente adelantan a
los productores alrededor de la mitad del valor de la cosecha. En
los mercados europeos, el ail de Centro Amrica se considera de
una calidad slo superada por la de Bengala. La cosecha de ail
de Guatemala suma alrededor de 4.000 bultos anuales y de 12.000
a 15.000 fardos, de 100 libras cada uno, de cochinilla. De 8.000
a 107000 quintales de tabaco se envan anualmente a Lima y Valpa-
raso, de La Unin y Sonsonate. Ninguna estimacin digna de con-
fianza puede hacerse de toda la cosecha y aunque el artculo es mo-
nopolio del Estado, grandes cantidades se cultivan clandestinamente
para el uso privado.
INGRESOS DEL ERARIO Y MONOPOLIOS.La misma deplo-
rable falta de datos impide hacer un clculo veraz de los ingresos
al Erario de Honduras. Con cada cambio poltico las cantidades se
alteran para complacer las miras de los gobernantes de turno. En-
tre los artculos estancados o monopolios del Estado que se otorgan
al mejor postor, estn la manufactura y venta del tabaco, el aguar-
diente y el derecho a abrir "canchas de gallos" durante las funcio-
nes; hay tambin impuestos por la exportacin de ganado, muas y
caballos y los tributos comerciales a que nos hemos referido en este
mismo captulo. Otra fuente de ingresos para el gobierno colonial
espaol, como lo es todava en los Estados republicanos, era la emi-
sin de papel sellado. Ninguna transferencia de propiedad, conce-
sin, hipoteca o contrato es vlida si no est en esta clase de papel,
que se vende en las oficinas de los Intendentes de Hacienda de cada
departamento a los precios siguientes:
512
WTLLIAM V. WELLS
Sello Pr i mer o, 1^ clase
pa
qa
4a
J !> IJ
,, Segundo
Tercero
Cuar t o 1^
Cuart o 2*
J peso a que nos referimos es de cobrej 1/ se cotiza desde 15
hasta 17 con respecto al "duro", o peso de plata. Algunas veces,
sin embargo, aquellos suben hasta 12 y en ocasiones bajan hasta 25
por duro, segn sea la abundancia o la escasez del dinero en cobre
al tiempo del cambio. Estas estampillas o sellos eran renovados ca-
da dos aos bajo el gobierno colonial, y ahora, anualmente; pero en
la actualidad simplemente se les pone la fecha sin ningn ornamento.
En tiempos de peligro pblico, o cuando el Gobierno necesita fondos
para propsitos militares, los precios se elevan mediante Decreto
del Congreso. Las finanzas nacionales tambin se aumentan en
tales ocasiones mediante contribuciones forzosas que se imponen a
los ciudadanos ms ricos, pero nunca con la exageracin ruinosa que
se practica en Nicaragua.
(1) A mediados de 1833 el Gobierno de Honduras orden la reimpresin de la Ley
de Papel sellado emitida en 1824 por la Asamblea Nacional Constituyente de las Provin-
cias Unidas del Centro de Amrica, para su exacta aplicacin en el Estado. Todava es-
taba vigente en 1841 y quiz es la misma ley a que Wells se refiere, porque las clases
de papel sellado que l enumera son las mismas que contiene la ley de 1824. V. en la
Revista de la Universidad, t. II, pp. G33 a 637.
16.00
12.00
8.00
4.00
3.00
pesos
i ?
J:
JJ
1!
4 reales
1
1
real
medio (1)
EXPLORACIONES EN HONDURAS 515
CAPITULO XXX
Dinero en circulacin.Pesas y medidas/El departamento de Olancho.
El ro Guayape o Patuca.Maderas de construccin.Maderas de ebanis-
tera y de tinte .Productos principales.Frutas silvestres y cultivadas.
Drogas, blsamos y plantas medicinales.
DINERO EN CIRCULACIN.Durante la colonia, el poco co-
mercio de Centro Amrica se manejaba a base de una 'moneda pro-
vincial y de las monedas emitidas por el reino de Espaa. Las prir
meras son muy raras actualmente y slo pude ver dos de ellas du-
rante mi permanencia en aquel pas. Despus de la independencia,
la primera moneda republicana se acu en 1822 en Guatemala, y
todas las subsiguientes emisiones de los otros Estados, hasta la di-
solucin de la federacin en 1838, parecen haber sido hechas bajo
la Repblica. A partir de aquel ao, cada Estado adopt su propia mo-
neda, pero conservando, con pocas excepciones, el emblema de la
federacin: cinco picos volcnicos coronados por un sol naciente.
Haba tambin la moneda provisional tosca, llamada macaco, o mo-
neda cortada, que pareca haber sido cortada de planchas delgadas
de plata verncula, sin importr el tamao o la forma., y despus redu-
cida a un peso uniforme. Una gran cantidad de esta moneda se ha-
lla en circulacin todava. Los doblones espaoles, mexicanos y
de toda la Amrica del Sur estn valorados en $ 16.00 y las mone-
das de plata de ambos continentes circulan sin dificultad en cuanto
a su valor relativo, pero todas tienen su valor comercial en las aduanas.
La principal moneda de Honduras es de cobre rebajado, que se
emite en el Cuo de Tegucigalpa; la primera emisin fue hecha bajo
el gobierno del Estado, inmediatamente despus de disgregarse de
la Repblica Federal. Esta contena originalmente un porcentaje
de plata y era aceptada sin obstculo por el pueblo como medio cir-
culante; llevaba la leyenda: "Moneda Provi si onal del Est ado de Hon-
dur as ", estampada alrededor. Pero cuando las necesidades de los
gobiernos posteriores se volvieron ms perentorias, las emisiones se
fueron viciando, hasta, que, al presente, no son sino de puro cobre.
Estas, como lo he hecho notar antes, aunque al principio pasaban en
la proporcin de dieciseis por peso de plata, con el nombre de "pesos
de cobre", se han depreciado a la mitad de aquel valor nominal, y en
varios lugares del Estado se rehusan totalmente. Veinte o treinta
libras de esta moneda pasan a menudo diariamente de mano en ma-
no en el comercio local. Resulta de esto que el viajero debe pro-
514 WILLIAM V. WELLS
veerse de suficiente cambio en plata para poder cubrir todas sus ne-
cesidades cuando viaja de las costas a las ciudades ms importantes
del interior.
En los ltimos aos, varios especuladores extranjeros han com-
prado todas las emisiones originales, por la plata contenida en ellas,
y durante las administraciones de Lindo y Cabanas se propusieron
varios proyectos para retirar todo el dinero depreciado y emitir un
nuevo medio circulante. La pobreza del Estado y la situacin agi-
tada de los asuntos polticos han impedido este laudable propsito.
Todo el numerario habra sido retirado por una compaa alemana,
que estaba lista a pagar al Estado un razonable porcentaje por este pri-
legio (1). El curso de la plata en barras que se ha exportado de
Centro Amrica, ka sido, segn los pocos datos que existen, hacia
Espaa, Inglaterra y Alemania. No se puede calcular la cantidad
producida debido, como antes hemos dicho, a la falta total de esta-
dsticas sobre qu basarse. En el Captulo XXV he incorporado al-
gunos breves datos sobre esta materia, pero no son satisfactorios y es-
casamente ameritan el espacio que les dimos. Aparece, sin embargo,
la suma de $ 6.004.214.00 de oro y plata amonedados en el Cuo en
treinta aos, lo que podra creerse si se contrasta con los informes re-
cientemente publicados de las enormes cantidades de moneda acu-
ada en Mxico, en donde las minas de oro y plata eran similares
y se trabajaban de la misma manera que las de Centro Amrica.
Un documento publicado en Mxico en 1855 asevera que fueron acu-
adas en Mxico en 1690 monedas con un valor de cinco millones
de piastras; de 1700 a 1800, es decir durante un siglo, la cantidad
aument cada ao y, por ltimo, alcanz la suma de veinticinco mi-
llones de piastras. Esto fu, no obstante, el punto culminante de
la fabricacin anual. En 1801, se redujo a diecisiete millones; en
1817 declin a slo medio milln; luego se levant en 1838 a milln
y medio; en 1850, a dos millones; en 1852 a dos millones y medio;
y en 1854 a cerca de cuatro millones, o sea un milln menos que
en 1690.
Que esas enormes sumas debieron haber salido de las minas, po-
(1) La deuda pblica de Honduras consiste principalmente en bonos que se en-
cuentran en poder de los ingleses. Segn el Sr. Carlos Gutirrez, ex-Subsecretario de
Hacienda, dicha deuda asciente a 350,000.00 pesos. Parte de ella viene desde los tiempos
del virreinato y de la antigua repblica, la cual fu prorrateada entre los estados, no
habiendo Honduras cubierto siquiera parte de de los intereses. La misma fuente estima
los ingresos del estado en 300,000.00 pesos, fijando el monto anual de la exportacin de
ia plata en unos 500,000,00 pesos. En 1S55 se pagaron pequeas indemnizaciones a ciuda-
danos hondurenos, por prdidas sufridas durante las guerras, para lo cual hipotecaron
las aduanas, pero tales arreglos son extremadamente raros. T. del A.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 515
demos inferirlo del nmero de trabajadores indgenas que durante
el virreinato de Guatemala eran obligados a trabajar como esclavos
en las minas. Juarros, citando a Fuentes, dice que en el valle de
Sensenti, Honduras, fu nombrado un Alcalde Mayor para recibir el
quinto del rey del producto de minas increblemente ricas, en las que
fueron enganchados esclavos, y que este funcionario tena faculta-
des para compeler a una cuarta -parte de la poblacin de indios en un
circuito de doce leguas, a que trabajaran forzadamente en ellas.
Tambin afirma el Rev. G. W. Bridges, que escribi sobre la historia
de Jamaica y de la tierra firme adyacente, que "un milln de nativos
murieron al servicio de los conquistadores en el trabajo de las minas
de Honduras" (1). As es evidente que, durante el perodo arriba
referido en relacin con Mxico, una suma no muy inferior debi
haber sido extrada de las minas del virreinato de Guatemala. La
negligencia de los espaoles en cuanto a llevar registros y estadsticas
se ilustra con ms fuerza en el clculo hecho por Humboldt del oro
y de la plata producida en Centro Amrica, cuando anota:"nada".
Comparativamente poca porcin del oro y de la plata extrada
de las minas fu acuada en el pas, si juzgamos por la cantidad limi-
tada de dinero colonial hoy en circulacin. Mucho mayor cantidad,
debido a los primitivos hbitos del pueblo, se emple en joyera, en
el engaste de sillas de montar y con propsitos de adorno. Grandes
cantidades de oro del Guayape se cambiaban anualmente por artcu-
los manufacturados extranjeros en la feria de San Miguel, El Salvador.
El oro norteamericano se recibe sin vacilacin en las ciudades
principales, pero se acepta con cautela en las aldeas, a lo largo de los
caminos, porque generalmente desconfan de su pureza. El oro y la
plata inglesa y de toda Europa es ms corriente. Los doblones u on-
zas espaolas, mexicanas y suramericanas son ms familiares, pero
es difcil cambiar cualquier moneda de oro de alto valor en las cabe-
ceras departamentales y centros comerciales de importancia.
La Academia Literaria de Tegucigalpa edit en 1853, un folleto
titulado "Conocimientos tiles" que, en relacin con el valor de las
monedas circulantes en Honduras, contiene lo siguiente:
(1) Annals of Jamaica, vol. ii, p. 129. N. del A.
516 "WILL.IAM V. WELLS
La onza se divide en 4 doblones y vale $ 16.00
El dobln se divide en 2 escudos y vale 4.00
El escudo (de a real) 2.00
El escudo Cde a medio) 1.00
El peso Cde plata) se divide en 2 tostones ocho reales
El tostn se divide en 2 pesetas o 4 reales
La peseta 2 reales o 4 medios
El real 2 medios o 4 cuartillos
El cuartillo 2 octavos.
Para el pago de las obligaciones comerciales, el dlar y sus fraccio-
nes se reciben como en los Estados Unidos. El franco est valorado y
es recibido a 19 centavos, o lVz reales ms un cuarto de un octavo, as
5 francos son IVz reales y V octavos. La libra esterlina vale 37
reales; el cheln ingls 1 7/8 real.
Una onza de plata pura divide en 12 dineros y un dinero en
?A granos. Una onza de plata acuada debe contener 10 dineros y
20 granos de plata pura j 28 granos de cobre. Esta es la "ley de la
moneda".
PESAS Y MEDIDAS.Se fundan en el sistema espaol, como
sucede en la mayora de los pases hispanoamericanos. El peso co-
mercial es el que sigue:
1 quintal es igual a 4 arrobas o 100 libras
1 arroba 25 libras
1 libra ' 16 onzas (1 Ib. 4. dr. avoirdupois) ,
1 onza 16 adarmes (8 dracmas)
1 adarme 16 granos
1 libra tambin vale 2 marcos
1 marco 8 onzas
1 onza 4 cuartos
1 cuarto 4 artienzos
1 artienzo 39 granos
Hay tambin para el oro, as:
1 libra es igual a 2 marcos
1 marco 8 onzas
1 onza 6 castellanos y 2 tomines
1 tomn 12 granos
As, una onza de oro est dividida en 50 tomines o 600 granos.
El peso Troy se usa invariablemente para la plata. La "caballera"
EXPLORACIONES EN HONDURAS 517
como se entiende en la Amrica Central, tiene 645.8XSV2 varas. La
palabra, se dice, tiene su origen en los primeros pobladores que, a fal-
ta de agrimensores titulados, designaban como "caballera" la por-
cin de tierra que poda cubrirse por un caballo veloz, en un tiempo
determinado. En las medidas de longitud, la legua est dividida en
3 millas o cuartos, 6.666 varas y 2/3 y la milla en 2.222 varas y 6
dedos. Una manzana tiene 400 varas de circunferencia. La vara o
yarda est dividida en medias, tercias, cuartas, sextas, octavas, pul-
gadas y dedos. Tiene 4 palmos, o 33.384 pulgadas; el palmo tiene
9 pulgadas espaolas u 8 1/3 pulgadas inglesas; la pulgada consta de
12 lneas; 4 dedos son iguales a 3 pulgadas; el pie tiene 11.128 pulga-
gadas inglesas; 2Va varas son iguales a 1 toesa o yarda francesa y 1
vara y 12 dedos son iguales a la ana francesa. En medidas secas, el
cliz tiene 12 anegas o 144 celemines; la fanega, 1.599 bushels; el ce-
lemn est dividido en medias, cuartos, etc. En medidas lquidas
est la bota, que es igual a 30 arrobas; el moyo, igual a 16 arrobas y
el azumbre, 8 de los cuales (o sean 32 cuartillos) son iguales a 1 arro-
ba. La arroba de vino es de 4.245 galones ingleses; la arroba de
aceite, es igual a 3 1/3 galones, idem. Estas, principalmente obteni-
das de las tablas espaolas, estn alteradas en varias partes del Es-
tado, pues cada departamento tiene nombres locales para ellas, algu-
nos de los cuales estn mezclados con el de los dialectos indgenas,
as que los habitantes de un regin apenas si pueden entender los tr-
minos usados en otra.
OBSERVACIONES GENERALES SOBRE EL DEPARTAMEN-
TO DE OLANCHO Y EL RIO GUAYARE O PATUCA.Olancho,
aunque es parte integral de la Repblica de Honduras, est tan re-
moto del gobierno central, y geogrficamente tan separado del resto
del Estado, que ha venido a ser en varios respectos una repblica apar-
te, virtualmente gobernada por varias de sus viejas familias aristo-
crticas. La poblacin, que se concentra en las mesetas del interior,
irradia en innumerables haciendas y aldeas pastorales, cerca de las
partes bajas de las cordilleras, y consiste en el tipo racial que puebla
toda Centro Amrica. Esta poblacin de Olancho comprende:a los
descendientes de los primitivos pobladores espaoles que, talvez, son
los que, ms que en cualquiera otra parte del pas, lian preservado con
ms rigidez su pureza de sangre; a los indios conversos, que es raza
apacible e industriosa, y que viven en Catacamas y en varios pobla-
dos menores; a las tribus nmadas incivilizadas, que habitan en las
remotas montaas y en las sabanas costeras; a los caribes o indios de
518
WI LLTAM V. WELLS
la costa; y a un buen nmero de negros, de mulatos y de mestizos.
La poblacin puede estimarse en unos 50.000 de los cuales una d-
cima parte son blancos, seis dcimas indios y el resto mestizos y mu-
latos.
Olancho ocupa casi la tercera parte del territorio de Honduras,
es considerablemente ms grande que las repblicas de Costa Rica o
El Salvador, y superior a cualquiera de ellas en cuanto a la variedad
de los productos que se enumeran en el Captulo XXIX. Se extien-
de 3? en longitud y 2? en latitud, abarcando alrededor de 12.000 mi-
. lias cuadradas de tierra, y no tiene menos de 200 millas del litoral
costeo.
El departamento est separado del adyacente de Yoro, por el ro
Negro o Payas, y por una lnea que intersecta sus cabeceras en el va-
lle de Olanchito, y se extiende en direccin suroeste en la continuada
cadena montaosa conocida con el nombre de Serranas de El Salto
y Campamento, que tambin lo separan del departamento de Tegu-
cigalpa por el oeste. Estas lneas estn convenidas como marcado-
ras de los lmites del departamento para fines eleccionarios; nunca se
ha levantado un mapa y las divisiones son simplemente geogrficas.
El ro Wanks o Segvia, que t ambi n const i t uye la frontera ent re
Hondur as y Ni caragua, forma el l mi t e sur del depar t ament o de
Olancho.
En el interior, los establecimientos espaoles estn dispersos en
las Municipalidades de Juticalpa, Santa Mara, El Real, Silca, Man-
to, Salam, Guayape, San Francisco de la Paz, San Esteban, Guala-
co, Yocn, Concordia y San Cristbal de Catacaraas y la jurisdiccin
de cada una de ellas se extiende a las aldeas adyacentes. Los habi-
tantes son hospitalarios y ms prsperos que los de cualquiera otra
parte del pas. Muchos hacendados son ricos, dueos de grandes re-
giones de pastizales y de incalculable cantidad de ganado, caballos y
muas. En Olancho vi pocos casos de pobreza extrema y mendici-
dad, lo que no ocurre en otros departamentos de Honduras. Las
tribus incivilizadas no estn gobernadas por organizacin poltica al-
guna y tienen sus propias leyes sencillas, contra las cuales las auto-
ridades espaolas nunca intentaron intervenir.
La topografa y el clima han sido ya suficientemente aludidos.
El departamento de Olancho est regado por numerosos ros, algunos
de los cuales son campo para las empresas cortadoras de la caoba. El
principal es el Guayape o Patuca; y como uno de los objetivos de mi
visita al departamento era comprobar si este ro poda ser navegable
EXPLORACIONES EN HONDURAS 519
ti continuacin doy una breve resea de la informacin que al efec-
to obtuve de personas dignas de confianza.
El Guayape (de guayapi n, vestido de las indias) (1) es el rio
ms importante de Olancho que, despus de dejar las mesetas del inte-
rior, se ensancha en uno de los ms grandes de Centro Amrica. Na-
ce en las montaas de Campamento (en donde es apenas un arroyue-
lo, con el nombre de Guayapito); aumenta en cauce hasta que entra
en los pintorescos valles de Lepaguare y de Galeras. Al unrsele el
Concordia, el Chifilingo, el Moran, el Espaa y otras corrientes de las
montaas, se retuerce hacia los cerros de Camasca, a travs de una
regin desrtica y pasa cerca de Juticalpa, a cuatro millas de distan-
cia, donde recibe las aguas del ro Juticalpa, a orillas del cual se cons-
truy la ciudad. El Guayape corre aqu a travs de un gran llano.
Siguiendo al pie de varias serranas que intersectan el resto de la re-
gin, aumenta, en un punto diez millas abajo de Juticalpa, con las
aguas del ro Jalan, que es de aguas considerables y nace en las mon-
taas del Sur. El ro, hasta la boca del Jalan, fluye entre matorrales
abiertos, planicies onduladas y pequeas y abovedadas espuelas que
se forman de los cerros hacia abajo de su curso y terminan en bancos
escarpados, desde donde han cado grandes rocas que obstruyen la
navegacin. Las canoas, sin embargo, frecuentemente pasan de Ju-
ticalpa hacia el casero de Alemn, pero esta ruta hace tiempos est
descartada por haber un camino ms prctico entre esos dos lugares.
Abajo del Jalan, el Guayape pierde su turbulencia, y se vuelve
silencioso pero veloz, generalmente sin rocas, al menos en el lugar
donde yo lo vi, y durante la estacin de las lluvias ofrece una navega-
cin sin obstculos para barcos de poco calado. Al recorrerlo a lo lar-
go de sus mrgenes, estribaciones de montaas y bosques im-
penetrables, nos obligaron a menudo a buscar desvos y por eso gran-
des trechos del ro quedaron fuera de nuestra apreciacin; pero por
conversaciones con los indgenas y con los cortadores de caoba, supe
que no hay obstculos hasta donde se une con el Guayambre. Esta
afirmacin es verosmil porque el Guayape pasa en ese trecho por
una regin plana y aumentado por numerosas corrientes de agua.
La distancia de la confluencia del Guayape y el Guayambre has-
ta el Mar Caribe, dice el seor Ocampo, que frecuentemente ha cru-
zado por ah con sus balsas de caoba hasta la costa, es de 180 millas.
Una breve descripcin que me dio del ro, dice:"El Guayape es nave-
(1) Dice el Dr. Membreo que Guayape significa en mejicano "en ol agua grande".
Se compone de uey, grande, atl, agua, y pan, en: Nombres Geogrficos Indgenas de la
Repblica de Honduras, pg, 42.
520 WILLIAM V. WELLS
gable desde la confluencia del Guayambre hasta el mar, en una dis-
tancia de sesenta leguas por las vueltas del ro. En la estacin de
las lluvias, pasamos con balsas de caoba, de los ros Jalan y Guayam-
bre al Guayape, por el cual continuamos, llamndolo con ese nombre
hasta donde se le une el ro Tabaco, que le entra por el Sur. El rio
es ancho, pero tiene varios chiflones {rpidos) que en el verano, con
niveles bajos, impiden la navegacin desde la boca del Guayambre
hasta varias millas abajo del ro Tabaco. De ste punto el ro toma
el nombre de Patuca, y abajo de ste ya no hay ni rpidos peligrosos
ni rocas sumergidas, aunque el ro baja a gran velocidad, a veces cor-
tando abruptamente a travs de un terreno de colinas y quebrado".
De descripciones verbales averig que el espacio entre el Gua-
yambre y la Corriente de Caoba es alrededor de treinta millas por las
curvas del ro, y en ese espacio estn, aparentemente, las nicas obs-
trucciones a la navegacin entre el valle de Juticalpa y el mar. Nin-
gn salto parece existir vero s rpidos semejantes a los de Machucha
y el Mico^en el ro San Juan. Estos, no obstante, deben ser excesi-
vamente violentos durante las crecidas, cuando los cortadores de cao-
ba comienzan a transportar en balsas sus trozas. Despus de pasar
la boca del Guayambre, las balsas flotan, ms o menos sin estorbos
por una milla, hasta cuando se aproximan a los chiflones de Campa-
neros, Los Mangos y El Agua Caliente, que ocupan alrededor de una
milla del ro. Estos chiflones tienen varias peas grandes, visibles
durante el verano, pero que durante las crecidas quedan ocultas por
las aguas, y es aqu donde los pipantes de los nativos en varias oca-
siones han zozobrado por cruzar la corriente de travs, mientras los
ocupantes se afanan en guiar las trozas por los pasos hondos. Las
mrgenes, son barrancos cubiertos de arboleda y el. fondo revestido
de rocas que, por la accin del ro, han cado y se han quedado en
el lecho. Por aqu pueden pasar pequeas embarcaciones como las
que se usan en el ro San Juan, toda vez que sean guiadas por expertos
pilotos.
El Guayape fluye luego lentamente por unas pocas millas, y en-
tonces se estrecha entre bancos inclinados y pasa rpidamente a tra-
vs de lo que se conoce con el nombre de Cajn Grande o Puerto de
Delon. Este lugar parece ser el nico temido por los balseros por la
velocidad de las aguas. A tres millas ms abajo el Guayape da una
vuelta sbita, en ngulo casi recto y su orilla ms baja presenta un
muro slido de granito desnudo, contra el cual el ro pega con gran
fuerza, y de rechazo se encuentra con la corriente que desciende
formando un remolino violento de ondas agitadas, que se conoce con
EXPLORACIONES EN HONDURAS 521
el nombre de El Molino o Cajoncito. Se necesita gran cuidado pa-
ra guiar las balsas por estos rpidos, que el seor Ocampo pinta como
lo ms peligroso del ro. Una vez viajando en un pipante zozobr
aqu y solo pudo salvarse por la pericia de los boteros indios. Pien-
sa l que un vapor de ro no encontrara dificultad mayor en salvar
este lugar. Los ros Guineo y Tabaco caen en el Guayape como a
ocho o diez millas ms abajo, y a cuatro millas an ms abajo de la
boca del ltimo se encuentra la Corriente de Caoba. El ro ha ad-
quirido aqu un volumen sobre el cual pasan las balsas sin peligro ya, y
desde este punto los indgenas dejan de llamarlo Guayape, designn-
dolo Patuca. Los pipantes, descritos en el Captulo XIX, tardan de
cinco a siete das en su ruta de Juticalpa al mar. Pero para remon-
tar por el ro desde la costa a Juticalpa, ocupan de dieciseis a veinte
das.
El Patuca aumenta de caudal en el resto de su curso por caerle va-
rios ros, suficientemente profundos para ser navegables por barcos de
quilla. Los nombres de los principales, que nacen de las estribaciones
que dividen los grandes llanos del Patuca de los del Wanks o Segvia,
no pude obtenerlos. Los dos ms grandes que fluyen desde el Norte,
son el Cuyamel y el Wamp. El ro desagua por dos bocas:la prin-
cipal en Punta Patuca, y la menor en la Laguna Brewer. La prime-
ra se describe como una barra seca y arenosa, a travs de la cual
hay un canal, que tiene, en la estacin del verano, de cinco a siete
pies de profundidad mientras la violencia de los vientos y la marea
hacen que se desve y se tape o se ahonde, y en el invierno, durante
las crecidas, llega a tener de nueve a once pies. Los traficantes de
caoha anclan alrededor de media milla fuera de la barra para recibir
sus cargamentos, y estn siempre listos para irse mar afuera cuando
el tiempo amenaza con algunos de los repentinos "nortes" que son
tan peculiares en estas regiones. Es posible que con las mareas de
aguas vivas la barra se profundice hasta catorce pies. Durante las
crecidas sale un volumen de agua tan grande que colorea las aguas del
mar en varias millas. El Capitn Countess, al mando de la balandra
de S. M. "Porcupine" en 1786-87, describe el delta de esta manera:
c
Del Ro Negro al Cabo de Gracias a Dios, seguimos a lo largo de
la costa, sondeando de siete a diez brazadas. Fuera del ro Patuca,
que est a una distancia considerable del ro Negro, observamos don-
de el agua del ro se une a la del mar formando una lnea perceptible
todo lo lejos que la vista poda alcanzar, parda y lodosa, y tena el aspec-
to de un banco de arena. Cuando nos acercamos haba habido una cre-
cida en el ro". Poco se conoce de la boca del Patuca; las nicas per-
522 WILLIAM V. WELLS
sonas que por propia observacin tienen capacidad para hablar de
ella son los indios y los negros, o los pocos traficantes en caoba y ma-
deras de tinte de Belice, que probablemente nunca han pensado en
el ro o en el interior desconocido desde donde viene.
La boca por la que el ro desagua en la Laguna Brewer es poco
menor en tamao que la otra. Durante muchos aos un conjunto
de maderos flotantes se ha acumulado formando una balsa perma-
nente cerca de donde entra el ro en la laguna. Esta balsera se ex-
tiende por todo el ro y detiene gran nmero de rboles y bejucos
de parsitas, formando lo que pareciera un promontorio de tierra fir-
me; los indios deslizan sus canoas por sobre este dique artificial cuando
van al pequeo establecimiento que se halla ms abajo. La marea
sube y baja por la parte inferior de este dique sin alterar su slida
consistencia. Varios comerciantes de Belice propusieron llevar a
cabo un proyecto para remover esta balsera, ya que un paso libre
a la laguna facilitara en mucho el transporte y embarque de la caoba,
pero nunca se efectu.
La Laguna Brewer est separada del mar por una q,ngosta faja
de tierra__y roca que escasamente tendr una milla de anchura. El
estuario tiene alrededor de quince millas de largo por cinco o seis de
ancho y tiene varias islitas que son el lugar de reunin de los indios
de la costa para la pesca, que all abunda entre las rocas que las bor-
dean. Una de estas pequeas islas, segn supe, se origin en el Si-
glo XVII, cuando un buque pirata perdi el ancla en la laguna, atas-
cndose el maderamen en ese punto hasta que, con los aos, re-
sult una isla constantemente agrandada por los depsitos de alu-
vin. El anclaje se clasifica como bueno y las aguas son de suficiente
profundidad para admitir embarcaciones de diez pies de calado. El
canal al mar est cerca de la lengua de tierra, siendo el paso entre
sta y la tierra firme estrecho en extremo. Su profundidad, se sa-
be, es poco ms o menos igual a la de Punta Patuca. La Laguna Bre-
iver podra convertirse en depsito para el comercio, si la comuni-
cacin principal con el Patuca pudiera restablecerse y si el interior
mostrara suficiente energa para garantizar el xito de la obra.
PRODUCTOS NATURALES.La simple enumeracin de las ma-
deras, plantas y frutas ms conocidas en Centro Amrica, sera suficien-
te para demostrar sus vastos recursos naturales que, con pocas excep-
ciones, son iguales en todos los Estados del istmo centroamericano.
La siguiente lista est lejos de comprender todos los tesoros botni-
cos de Honduras. Estn en mi poder muestras de la mayora de los
mencionados o han sido observados directamente por m, o sus nom-
EXPLORACIONES EN HONDURAS 525
bres y calidades los he obtenido de personas dignas de j. El cam-
po en todo el pas, en cualquier departamento de las ciencias natura-
les, no ha sido hollado todava y no lo excede otro en Amrica en
cuanto a inters y variedad. Los bosques de maderas de gran va-
lor, con variedad infinita de frutas indgenas y de drogas, perma-
necen en el silencio, libres desde la Creacin.
Un corto paseo desde las regiones repletas de exuberante ve-
getacin y con todos los productos tropicales, pone en contacto al
viajero con las frutas de una zona templada, en donde, en modesto
contraste con los mangos, las naranjas y los bananos, llevados por los
calores trridos a una madurez dorada, se agrupan los menos lujo-
sos pero ms familiares melocotones, cerezas y manzanas del Norte
Aqu los cereales que son comunes en Nueva Inglaterra mecen sus
gavillas en la brisa, y los delgados pinos y robles de las tierras altas
se visten con sobrio ropaje de musgos y liqenes, cimbrendose con
los vientos fuertes de las cordilleras.
Toda clase de climas, sin penosos extremos, se halla dentro
de los lmites de Honduras y, por consiguiente, all se puede cid-
tivar la gran mayora de los productos naturales conocidos por el
hombre. A una elevacin de 3.500 a 5.000 pies sobre el nivel del
mar, el trigo alcanza un marcado grado de perfeccin. El arroz de
secano en las mesetas altas, los frijoles, el maz, papas, calabazas y
todas las legumbres florecen, mientras la rosa silvestre, el dondiego
de da y otras flores familiares crecen espontneamente o se cultivan
en muchos lugares. La mora y la planta sensitiva suben en las ro-
cas o se desparraman por las faldas engramadas, y cuando el ex-
tranjero hace frente al viento del Norte que silba agudamente a tra-
vs de las gargantas de las sierras, apenas puede concebir que est
en los trpicos y a la vista de la regin de las palmeras y de los pl-
tanos, de la frondosidad del caf, de la caa de azcar, del cacao y
del ail. Es aqu donde la Naturaleza, vistindose en sus mejores
galas, pareciera haber sumido a los herederos de sus encantos, en
una inaccin provocada por el exceso de belleza.
Al agricultor, al comerciante, al explorador cientfico, al aven-
turero sin destino, Honduras, rica en privilegios naturales, abre de
par en par sus puertas y ofrece al mundo una participacin en sus
tesoros que slo esperan el toque mgico de la actividad para remu-
nerar el trabajo de todos. Un breve bosquejo de los productos ms
comunes del suelo hondureno, considerando en turno las maderas
de ebanistera de rico grano, las maderas comerciales, las drogas
preciosas para los farmacuticos, y las maderas de tinte, los balsa-
5Z4 WILl IAMV. WELLS
mos y las jrutas, muchas de stas casi desconocidas ms all de las
regiones obscuras de su origen, servir -para ilustrar parcialmente
su variedad y, tal vez, para que en lo futuro se haga de la flora un
estudio especial.
MADERAS DE CONSTRUCCIN, DE EBANISTERA Y TIN-
TREAS.Algarrobo (dura y de color rojo) alcornoque, aguacate,
achiote, algodonezo (ceibo), algabia, almendrillo, amarillo de Guaya-
quil (ambos usados en construccin.), bamb, varablanca (button-
wood), boj, (bird's eye maple) o moteado, cornicabra o (bldk
thorntree), cedro (negro y rojo), ceiba (Bombar Ceiba)
i
caoba, cedro
espino, cedro amargo, cedro cebolla (variedades de una madera com-
pacta y durable, que no es el cedro propiamente) cedro pasaya, cedro
bueno (variedades de cedro rojo), cocobolo, (muy dura, durable y
bella, usada en ebanistera) cano blanco (para listones de albailera),
cubo, cope (raramente usada en construccin) carbn, copal, copaiba,
copaljocol (con frutos que parecen guindas), camwood o madera ro-
ja de Angola, cacique (muy durable), Cristbal, carey, lamo (cotton-
wood), corot, chiraca, bano, espino blanco, espino amarillo, espino
negro, espabel, esquinsuche, encina, eboe algrova, fustete, guayaco
o guayacn (lignum vite-tree), guayahilla, guapinol, guachipiln (dura
y bellamente jaspeado), granadilla (negra, muy fuerte y durable),
guanacaste (muy grande y se trabaja fcilmente), guajiniquil, indio
desnudo, juchipopal, brasete (lima-wood), higuerilla, hisote, cur-
baril (locust), lechemaria, liquidmbar, mateare, madera negra (co-
mo protector de los rboles jves del cacao), malvecino, mangle, man-
gle caballero (que da buena madera), mora (amarilla y dura) man-
zanilla, manzanito, malvavisco, madroo, madrecacao, madroo de
montaa, naraco, negrito, nspero (de montaa y real), nazareno (muy
preciosa), naranjito, palo negro, palo amarillo, palo santo, palo penca,
palo de vola, palo rosa, palo Campeche, palo de Nicaragua (especie
de Brasilita), paraso, palma (de muchas variedades), palma christi,
quebrahacha (o palo de hacha), quiniza (de grano fino y difcil de tra-
bajar), laurel, roble, roncan (preciosa madera de ebanistera, de fino
grano y con rayas rojas y amarillas), reseda, palo loe (satinwood),
suncuya, santa mora, san juan (de grano rojo y amarillo), sabina,
"surawood", sauce, taray (dura y grano fino), tarro (preciosa y muy
usada en ebanistera), tamarindo, teocinte, totuna, hule o caucho, za-
potillo, zumaque, zapote y "zebra-wood".
PRODUCTOS PRINCIPALES.Caf, casave, cacao, chocolate,
cochinilla, algodn, maz, ail, hule o caucho, pita, arroz, cao de az-
car, tabaco y trigo.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 525
FRUTAS SILVESTRES Y CULTIVAD AS.Anona, albaricoque,
aguacate, "anchovy peor", algodn silvestre, albrchiga (especie de
melocotn), rbol del pan, coco, cidra, carozo, chirimoya, cereza, ca-
yonito, cotoperice, ciruela, camote, durazno, granada, granadilla, gua-
yaba, guineo, guanbana, guacal, higo, higuera, jocote, jcaro limn
lima, meln, maraan, manzanarosa, mamey, mango, melocotn (fru-
ta que en Centro Amrica se parece al melocotn real), manzanita,
mora, membrillo, manzana, nspero, naranja, oliva, pltano, papa-
ya, pina (de tres variedades), pera, prisco (especie de pera), perote,
pitahaya, pejubaye, sanda, marfil vegetal, uva y zapote-mamey.
DROGAS, PLANTAS MEDICINALES Y RECIAS PRECIO-
SAS (1). Aloes, almstiga, anata (Biza Orellana), anota, ans, arru-
rruz, acluote, agave, amol (soap-root), amate, achiote (lo mismo que
la anota), ajonjol, ario (purgante), vainilla, blsamo negro, balsami-
to, caoutchouc o hule, copal, chichicaste, colpach o quinina, caafs-
tola, alcanfor, canela, contrayerba, planta del aceite de castor, cedrn
(antdoto), cidra, alcaravea, cspsico, chichicaste, eryngo (antdoto),
estoraque, fustete, digital, friegaplata (purgante), goma arbica, go-
ma de copaiba, goma de copal, goma de mirra, goma de tragacanto,
gom.a elstica (hule), goma sacarina, gengibre, guaco, guasguya, gua-
chacar, genzaro, incas sylvestris, ipecacuana, jalapa, quina (jesuit's
bark), juchicopal, lobelia, liquidmbar, linaza, man (2), mstico, ru-
bia (madder), ocra, pimienta gorda, palmilace, serpentaria (snake
root), sag, ceiba, sangre de drago, tacamahaca, tuna, toronja, y vanglo
(que produce aceite).
(1) L'Assemblee Nationale de octubre I
o
, 1855, en su descripcin de la Gran Expo-
sicin de ese ao en Pars, se refiere a la coleccin botnica enviada por el_ gobierno
y 3a "Sociedad Econmica" de Guatemala, Los ejemplares no fueron acompaados por
por sus nombres cientficos, ni por seales descriptivas o notas, pero se consideraron
como una contribucin excepcional. Haba muchos ejemplares de maderas de ebanis-
tera y de tinte, encontrndose entre los ltimos el Capuln cimarrn y el palo de
Campeche. Entre las plantas medicinales estaba la Polygala, especie de ipecacuana
que se dice fu descubierta recientemente por un farmacutico local; la Lobelia inflata,
empleada como sudorfero (posiblemente una especie de Lophantus?), que se dice abunda
en Mxico; y una pequea planta que se parece al Eryngiura nasturtifolium de Mxico.
En la coleccin de resinas aparecan la sangre de drago y la goma elstica (llamada hule),
que es muy diferente a la de Mxico. La bija, planta tintrea de hoja corazonada
y algunos ejemplares de una fruta o grano que se parece a la nuez moscada; se
menciona tambin la Myristica sebifera de la Guayana, as como una hierba que se em-
plea en la manufactura de envolturas de cigarros y de sombreros, llamada "Panam",
parecida al Carludovico de Bolvia. N. del A.
(2) "Don Cosme Mora encontr en el lugar llamado Gualora de la isla del Tigre, xm
rbol lleno de cierta goma que la expela en abundancia en su tronco y ramas y habin-
dole examinado, encontr que era exactamente mana. Los experimentos que de ella hizo
y el voto de Licenciado Jos Silva que la reconoci, persuadieron al descubridor de que
positivamente era la misma goma zacarina, y purgante que nos traen de Sisilia y de la
Calabria." Golpe de Vista sobre Honduras. N. del A.
526
WILLIAM V. WELLS
APNDICE TEGUCIGALPA (Wells)
AL CAPITULO XXVm
A continuacin se da un extracto de la tabla me-
teorolgica llevada durante mi primera visita a Tegu-
cigalpa; en 1854:
Ama- Medio- Anoche-
Fecha necer da cer Observaciones
Oc. 18 64F 75"?P 70?F A finales de octubre los vien-
19 65 76 72 tos soplaron principalmente
20 64 76 72 del N, N. E. y del E, Fuertes
21 66 76 72 tormentas con rayos y relm-
22 64 75 73 pagos en la tarde y la noche,
23 G5 75 73 Intervalos de tiempo despeja-
24 66 75 72 do y estimulante, con vientos
25 66 76 73 suaves. Durante las lluvias ba-
26 67 75 72
aJ1
nubes negras y espesas de
27 65 76 72 l
s
montes vecinos; en los in-
28 66 76 72 tervalos hay nubes ligeras co-
29 65 75 72
m o
plumas. La atmsfera se
30 65 76 73 mantiene fresca y quieta de
31 65 76 72 5 a 9 a. m.
Nov. 1 65 77 73
2 64 78 73
Viento del norte; claro y seco
Del 4 al 8, lluvia y nubarrones
, 55
7 2
durante la noche.
4 63 75 71
5 63 74 72
6 64 74 73
7 64 76 72
8 63 75 72
JUTICALPA (Wells)
Las cifras siguientes corresponden a las observa-
ciones hechas durante mi visita a Juticalpa, a una
elevacin de 1.100 pies:
Ama- Medio- Anoche-
Fecha neeer da cer Observaciones
Del 3 al 7, fuertes chubascos
ocasionales, con truenos y r e-
lmpagos.
1855,
Ene. 3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
62F
61
62
60
61
62
63
62
63
63
61
61
70'F
72
73
72
75
72
73
73
74
73
73
73
69F
70
68
69
69
70
70
69
69
69
68
69
Del 11 al 14, vientos del NE
y del N. Mucha lluvia, nubes
espesas y bajas, con pocos in-
tervalos de buen tiempo.
EXPLORACIONES EN HONDURAS
TEGUCIGALPA (D. G. de A.) *
Extracto de las observaciones meteorolgicas he-
chas en Tegucigalpa (Toncontn), durante los meses
y das del ao 1959, a continuacin detallados.
Ama- Medio- Ano che-
Fecha necer da cer
C a. m. 12 m. 6 p, m.
Oct. 18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
Nov. 1
2
3
4
5
6
7
8
68"?Fh.
68
67
61
61
67
67
67
61
64
67
63
67
67
67
65
65
57
66
67
64
63
SOTh.
77
75
80
81
80
82
80
79
80
78
80
74
78
80
78
77
79
78
79
76
77
76?'Fh.
73
72
73
78
77
75
76
77
74
76
77
71
73
75
77
75
75
74
68
71
74
Observaciones
Durante estos das permaneci
nublado con frecuentes lloviz-
nas en los extremos del sin
fuertes aguaceros aunque vi -
sualizndose relmpagos en los
alrededores.
Los vientos variaron del Norte
al Noroeste con algunos Estes,
mantenindose suaves.
Del I
o
al 3 y del 6 al 8 se
mantiene cubierto a nublado
la mayor parte del da, sin llu-
vias; del 3 al 5 nublado duran-
te la maana disminuyendo la
nubosidad por la tarde COJI
buen tiempo. Vientos del Nor-
te y del Noroeste suaves a
moderados.
Medio nublado con lloviznas
en los extremos del da (sin
aguaceros fuertes) despejado
en los primeros 3 das (del 3
al 6) especialmente por las'
noches. Viento calmo a suave
del Este,
CATACAMAS (D
En Juticalpa no poseemos
exponemos los registros de C;
Ene. 3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
62
61
64
63
56
57
65
58
59
56
67
65
79
82
85
83
84
68
79
77
75
75
74
78
75
74
78
75
70
71
73
70
69
71
72
73
CATACAMAS (D. G. de A.)
En Juticalpa no poseemos estacin meteorolgica,
exponemos los registros de Catacamas (1959).
Di r ecci n Gener al de Aer onut i ca Civil
528
WILLIAM V. WELLS
LEFAGUAKE (Wells)
Los datos siguientes son tomados de las observa-
ciones hechas durante mi segunda visita a la Hacienda
de Lepaguare, a 2.100 pies de elevacin:
Ama- Medio- Anoche-
Fecha necer da cer Observaciones
Del 16 al 20, vientos muy le-
ves y agradables del N y NE; a
menucio niebla espesa sobre
los valles y colinas. Maanas
hmedas y fras; el viento
arrecia al medioda.
Lluvia al atardecer y noche.
1855
Ene. 16
17
IB
19
20
21
22
23
24
25
58'F
"59
58
58
58
59
58
59
58
58
72<?F
72
72
72
73
73
72
73
74
74
70<?F
70
70
G9
70
69
69
71
70
72
26 59 74 72
En el Cerro de Hule, a una elevacin de 5.000
pies, el termmetro marc 52
9
F. a las 7 de la noche
del 18 de marzo de 1855; esto ocurri cuando soplaba
un fuerte norte, con tiempo despejado.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 5Z9
LEPAGUARE (D. G. de A.)
En el valle de Lepaguare, a los 14' 36' Norte, 86'
17' Oeste est situada la Estacin Termopluviom-
trica de Guayabillas cuyos registros a continuacin
detallamos:
Fccb.n Temp. Media Observaciones
Ene. 16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
72?Fh.
71
70
69
70
68
73
68
71
70
70
El clima se mantuvo general-
mente fresco con temperaturas
oscilantes entre 85 y 62 Fh.;
medio nublado a nublado; llo-
vi durante casi todos los das.
550 1YILLIAM V. WELLS
TRUJILLO (Wells)
En la tabla siguiente, formada con las observa-
ciones en 185G de un norteamericano residente en
Trujillo, dan idea del clima de la costa de Honduras
durante una parte de.la estacin lluviosa:
Ama- Medio- Ano che-
Fecha necer da cer Observaciones
May.
Jun.
8
9
JO
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
78"?F
78
78
76
79
79
76
74
76
76
80
78
80
79
76
75
79
7G
76
76
74
76
74
76
75<?F
75
75
78
78
78
78
78
76
72
76
75
75
78
76
75
88<?F
89
88
88
89
89
8G
87
87
88
88
84
88
88
87
87
86
86
78
80
84
84
84
84
82<?F
80
80
86
88
88
86
86
81
84
84
84
85
88
84
83
869F
86
86
86
8G
84
82
85
85
84
84
80
84
84
84
84
84
84
79
80
81
82
83
80
77<?F
78
78
82
84
83
80
80
78
78
82
82
82
84
81
79
Ti empo despej ado.
i , j ,
Brisa fresca al atardecer
Nublado y fresco cti la noche,
con algo de viento.
Tiempo despejado.
! , P
,, , )
H , )
Aguacero en la maana; nu-
blado.
Despejado,
Despejado.
Explosiones de gas en la mon-
taa, durante la noche.
Aguacero leve al anochecer,
lluvioso durante la noche.
Lluvia despus de las 8 p. m.,
acompaada de relmpagos
y truenos.
Aguacero en la noche.
Lluvia durante todo el da.
Nublado, soplando brisa.
!> , , 11
Aguacero a las 7:30 p. m.
Aguacero a las 9 p. m.
Aguacero a las 5 p. m.
Aguaceros en el dia y en la
noche.
Lluvia durante la tarde.
Igual, con brisa fresca.
Nublado, con brisa.
Despejado.
Despejado.
Lluvia de 8 a 10 a. m.
Lluvioso todo el da.
Lluvioso desde las 2 p. m.
Igual desde las 5 p. m., con
viento.
Truenos despus de medioda.
Lluvia como a las 3 p. m.
Despejado, con viento ligero.
Lluvia por la maana.
Nublado truenos lluvia 8
p. m.
Lluvia por la tarde.
Nublado por la maana.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 551
TEUJILLO (Wells) Continuacin
Ama- Medio- Anoche-
Fecha
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
J u l 1
2
3
4
iecer
76
76
76
76
76
76
74
74
74
76
76
74
73
76
74
_
da
81
83
80
79
81
82
82
81
84
84
75
82
84
86
84
cer
81
77
71
79
79
77
75
80
81
80
76
78
80
: 80
80
.
Observaciones
Lluvia violenta por la tarde.
Nublado; ligeras gotas de l l u-
via.
Lluvia todo el da.
Nublado, con viento por la
tarde.
Lluvia desde las 2 p. m.
Lluvia desde las 2 p. m.
Lluvia durante la tarde.
Lluvia durante la tarde.
Despejado.
Lluvia durante la tarde.
Aguaceros durante el da.
Aguaceros en la tarde, con
vientos y truenos.
Despejado.
Aguaceros a las 5 p. m.
Aguaceros durante el da.
Lluvia a las 5 p, m.
Despejado.
Despejado.
WTLLIAM V. WELLS
: . ~
TELA {D. G. de A.) *
Tela Latitud: 15? 43' Norte. Longitud: 87? 29' O.
Ama- Medio- Anoche-
s necer da cer Observaciones
May. 8 699Fh. 85<?Fh. 809Fh.
9
10
n
12
13
14
15
16
63
77
71
73
74
74
73
73
84
85
87
89
88
87
87
88
81
83
85
83
83
82
83
84
18 76 88 85
19 74 89 84
20 74 89 85
21 74 89 84
22 73 88 84
23 75 89 83
24 73 88 83
25 72 89 83
26 71 90 83
27 69 90 84
28 73 86 86
29 72 86 82
30 72 87 82
31 73 86 78
Medio nublado, precipitacin
en las primeras horas de la
maana.
Medio nublado, buen tiempo.
i i u i i j j
Medio nublado, relmpagos a
las 8 p. m.
Medio nublado, niebla por la
maana buen tiempo.
Medio nublado, lloviznas . por
la noche con truenos.
Cubierto, abundante humo, llo-
viznas por la noche.
Nublado, precitacin a las 5
p, m,, truenos por la noche.
Medio nublado a nublado, buen
tiempo, relmpagos por ia no-
che.
Nublado, buen tiempo, lloviz-
nas en los alrededores por la
tarde.
Medio nublado, tempestad e-
lctrica a la 1 p, m.
Medio nublado a nublado, r e-
lmpagos a las 9 p. m.
Medio nublado a nublado,
buen tiempo.
Nublado con humo, buen tiem-
po.
Nublado, lloviznas a las 8 p. m.
Nublado precipitacin en los
alrededores por la noche.
Medio nublado, relmpagos a
las 9 p. m.
Medio nublado a nublado, pr e-
cipitacin a las 11 a. m, y a
las 6 a, m.
Medio nublado, buen tiempo.
}t ip n I
Nublado, truenos a las 11 a. m.,
buen tiempo el resto del pe-
rodo.
Nublado, buen tiempo en el
da, lloviznas por la noche.
Nublado, lloviznas a las 5p. m.
con truenos por la noche.
Nublado a cubierto, buen tiem-
po hasta las 2 p. m. hora en
que llueve hasta la media no-
che.
* La D. G. de A. no t i ene estacin en Truj i l l o, por lo cual el
ciato de Wells se compara con Tel a y Cr ut a,
EXPLORACIONES EN HONDURAS 555
TELS. (D. G. de A.) Continuacin
Ama- Medio- Anoche-
Fecha neeer da cer Observaciones
Jim. 1 73 86 80 Nublado a cubierto, buen tiem-
po hasta las 4 p. m. que llue-
ve acompaado de actividad
elctrica hasta las 8 p. m.
2 74 87 84 Nublado, buen tiempo hasta
las 5 p. rn. hora en que llue-
ve hasta media noche.
3 76 88 84 Nublado, llovizna por la no-
che.
4 75 89 85 Medio nublado, llovizna a la
media noche.
5 75 87 84 Medio nublado, buen tiempo.
6 73 89 86 Medio nublado, truenos por
la noche.
7 72 88 85 Nublado, actividad elctrica
por la noche.
8 74 90 86 Nublado, actividad elctrica
por la noche.
9 73 89 86 Buen tiempo, relmpagos por
la noche.
10 72 91 85 Nublado a medio nublado,
buen tiempo.
11 73 91 86 Nublado, tempestad elctrica
de las 12 m. a las 3 p. m., r e-
lmpagos por la noche y llu-
vias.
12 74 89 84 Nublado, tempestad, elctrica
de 3 a 4 p. m. y despus de
las 8 p. m.
13 72 84 81 Cubierto, tempestad elctrica
a primeras horas de la maa-
na, lluvioso tarde y noche.
14 71 88 85 . Nublado a cubierto, tempes-
tad elctrica despus de las
5 p. m. y haca la media noche-
15 73 88 82 Nublado, despus de las 2p. m.
tormentas elctricas.
16 72 88 74 Nublado a cubierto, despus
de la tarde aguaceros fuertes.
17 73 88 87 Cubierto por la noche relm-
pagos.
J8 76 89 84 Cubierto lluvioso por la no-
che.
19 75 88 85 Nublado, tormentas elctricas
por Ja noche.
20 74 87 85 Nublado, tempestad elctrica
de 3 a 5 p. m. y despus de
las 8 p. m.
21 73 88 85 Nublado, lluvioso despus de
las 3 p. m.
22 73 88 85 Nublado, relmpagos por la
noche.
23 73 87 85 Cubierto con buen tiempo.
24 74 89 84 Nublado, lloviznas despus de
las .5 p. m.
554 WILLIAM V. "WELLS
TELA (D. G. de A.) Continuacin
1
2
3
4
70
73
72
72
87
88
86
90
83
75
84
85
Ama- Medio- Anoche-
Fecha necer da cer Observaciones
25 70 87 84 Medio nublado, buen tiempo
excepto por la noche en que
se registran lloviznas.
26 73 85 85 Medio nublado, ligera activi-
dad elctrica por la noche.
27 74 89 73 Cubierto. Aguaceros despus
del medio da.
28 72 87 75 Nublado a cubierto, lluvioso
despus de la 1 p. m,
29 70 86 83 Nublado, lluvias despus de
las 4 p. m,
30 69 86 84 Medio nublado, relmpagos por
la noche.
Jul, 1 70 87 83 Nublado, aguaceros despus de
las 8 p. m.
Nublado, aguaceros despus de
las 3 p. m.
Nublado, lloviznas despus de
las 3 p. m.
Nublado, relmpagos por la
noche.
CRUTA (D. G. de A.)
Cnita Latitud: 15? 14' Longitud: 83? 24' Oeste,
Medio nublado a nublado, llo-
vizna por la noche.
Medio nublado a nublado, br u-
moso.
Medio nublado, lloviznas - por
la maana y a media noche.
Nublado y lluvioso.
Nublado, lloviznas maana y
tarde.
Medio nublado, lloviznas en los
alrededores.
Cubierto, lluvioso.
Nublado, lloviznas tarde y no-
che.
Medio nublado a nublado, bru-
moso.
Medio nublado a nublado; llo-
viznas por la maana.
Medio nublado a nublado, bru-
moso.
Medio nublado, brumoso.
Medio nublado, brumoso.
Medio nublado a nublado, pr e-
cipitacin vista.
Medio nublado a nublado, llo-
vizna por la noche.
Medio nublado a nublado, llo-
vizna por la maana, relm-
pagos por la tarde, brumoso.
-. 8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
78Fh.
67
80
79
82
81
78
80
81
80
81
81
81
81
81
82
88Fh.
86
87
86
87
87
86
86
87
87
88
SS
88
88
88
87
80vE*h,
82
81
83
81
82
82
82
82
82
84
83
83
83
82
83
EXPLORACIONES EN HONDURAS 555
CRUTA (D, G. de A.) Continuacin
Amn- Medio- Anocbc-
Fcclia ncccr dia cer Observaciones
24- 81 87 82 Medio nublado, brumoso, llo-
viznas despus de las horas
medias del da.
25 81 85 81 Nublado, tormentas elctricas
por la tarde, y media noche.
25 75 84 82 Nublado a cubierto, tormen-
tas elctricas despus del me-
dio dia.
27 74 88 83 Nublado, chubasco todo el da
acompaado de actividad elc-
trica
Cubierto, lluvioso todo el da
Cubierto, lluvioso todo el da,
tormentas elctricas despus de
las 3 p. m
Nublado, lluvioso despus de
las 2 p m
Nublado a cubierto, lloviznas
por la maana, buen tiempo
el resto del da
28
29
30
31
74
76
80
80
76
87
88
86
80
77
80
83
556
WTLLIAM V. WELLS
BELICE (Welb)
En la obra "Martn' s Brttsh Colnies," p. 138,
aparece el siguiente resumen de una tabla meteoro-
lgica hecha hace muchos aos con datos de Belice,
Honduras. Puede considerarse como bastante repre-
sentativa de la temperatura de toda la costa de Hon-
duras, Guatemala y Yucatn:
EEGISTKO METEOROLGICO DE BELICE, HONDURAS
MES TEMPERATURA V I E N T O S O B S E R V A C I O N E S
M a *. M e d. M in .
Ene. 77^ 75<? 72 W., N: y N. W. Por lo general seco, buen tiem-
po, lluvias escasas.
Feb. 78 78 75 W., E. y N. E. Igual al anterior, brisas agra-
dables y aguaceros.
Mar. 79 78 74 E. N. E. y W. Tiempo igual al anterior.
Abr. 82 80 78 E, y N. E. Igual al anterior, brisa mari-
na regular.
May. 83 81 79 E. N. E. y W. Seco a veces, luego fuertes a-
guaceros, rayos y truenos.
Jun. 84 82 80 E. N. E. y S. E. Atmsfera hmeda, nublado,
lluvias fuertes.
Jul. 83 82 80 E. N. E. y S. E. Igual al anterior, con rayos
y truenos.
Ago. 83 82 79 E. W. E. y W. Igual al anterior.
Sep. 83 82 79 E, W. y N. E. Ocasionalmente despejado.
Oct. 83 81 78 E. N, E. y W. Despejado, con algunos agua-
ceros fuertes.
Nov. 80 79 74 E. N. E. y W. Seco y agradable.
Dic. 78 75 71 E. N. E. y W. Seco, agradable, con breves
aguaceros.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 557
GUANAJA (D. G. de A.)
Guanaja Latitud: 1G? 28' Norte. Longitud: 85? 5*' O.
Fecha
Ama-
necer
Medio-
da
Anoche-
cer Observaciones
May. 8 74Fh. 75"?Fh. 79?Fh.
9 73 86 81
10 80 85 81
11 80
13 81
Jun. 81
81
80
81
81
85
86
87
86
86
87
87
83
82
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
80
80
80
81
81
81
81
81
81
80
81
80
78
76
80
82
80
80
81
85
85
85
86
86
86
86
86
86
86
86
85
85
86
87
88
87
87
87
82
82
83
83
82
83
83
83
83
83
83
82
80
84
84
82
79
84
83
84
83
84
84
84
Medio nublado, buen tiempo.
1J J 1 , I ,
Medio nublado, lloviznas a las
9 p. m.
Medio nublado, lloviznas a las
7 p. m.
Medio nublado, lloviznas a las
11 p. m.
Nublado con buen tiempo.
Nublado con buen tiempo.
Medio nublado a nublado, r e-
lmpagos a las p. m.
Nublado, buen tiempo.
Nublado, buen tiempo.
Medio nublado, buen tiempo.
Medio nublado, humoso.
Medio nublado, buen tiempo.
Medio nublado, lloviznas a las
12 ni.
Medio nublado, buen tiempo.
Medio nublado, lloviznas de
la 1 p. m. a las 6 p. m.
Medio nublado, relmpagos por
la noche.
Medio nublado, relmpagos por
la noche.
Medio nublado, lloviznas a las
2 p. m.
Nublado, lloviznas a las 4 p. m.
tempestad elctrica por la no-
che.
Nublado, relmpagos por la
noche.
Nublado, lloviznas a las 7 a. m.
y de las 3 a las 5 p. m., agua-
ceros por la noche.
Nublados, lloviznas con lige-
ra actividad elctrica por la
noche.
Medio nublado, buen tiempo,
relmpagos por la noche.
Medio nublado, lloviznas a las
10 a. m. relmpagos a media
noche.
Medio nublado, lloviznas de las
6 a las 8 a. m. relmpagos por
la noche.
Medio nublado con buen tiem-
po.
558 WILLIAM V. WELLS
GUANAJA (D. G. de A.) Continuacin
Ama- Medio- Anoche-
Fecha nccer da cer Observaciones
6 81 87 84 Medio nublado con buen tiem-
po, relmpagos por la noche.
7 82 87 84 Medio nublado con buen tiem-
po, relmpagos por la noche.
8 82 87 84 Medio nublado, buen tiempo.
9 81 87 83 Medio nublado, buen tiempo,
relmpagos por la noche.
10 81 88 83 Medio nublado, buen tiempo,
11 82 88 84 Medio nublado, buen tiempo,
relmpagos por la noche.
12 82 89 85
13 82 83 81 Cubierto de las 11 a. m, a las
5 p. m. lluviosos con tronadas.
14 80 86 84 Nublado, lloviznas en la me-
dia noche.
15 82 88 84 Nublado, relmpagos por la
noche.
16 83 87 85 Nublado relmpagos por la
noche.
17 82 87 84 Nublado buen tiempo.
18 81 91 85 Nublado, buen tiempo, relm-
pagos en la noche.
19 82 90 85 Nublado, buen tiempo, relm-
pagos en la noche.
20 81 88 84 Medio nublado, buen tiempo,
relmpagos en la noche.
21 82 87 84 Medio nublado, buen tiempo,
22 81 87 83 Nublado con lloviznas a las
9 a. m. y la 1 p. m.
23 81 87 83 Nublado, lloviznas a la media
noche.
24 82 86 83 Medio nublado, lloviznas a la
1 p. m. y a las 3 p. m.
25 81 87 83 Medio nublado, lloviznas a las
12 m.
26 82 87 81 Nublado, lloviznas a las 10
a. m. tronadas a las 4 p. m.,
27 81 84 81
lluvioso por la noche.
Cubierto, lluvioso a partir del
medio da.
28 78 78 82 Cubierto, aguaceros acompa-
ados de actividad elctrica
todo el da.
29 81 86 83 Medio nublado, buen tiempo.
30 81 86 83 Medio nublado, buen tiempo;
lloviznas a las 11 a. m.
Jul. 1 80 88 83 Medio nublado, relmpagos a
la media noche.
2 80 82 82 Nublado, lloviznas a partir de
las 9 a. m, hasta las 2 p. m.
de^ las 4 en adelante tormentas
elctricas.
3 82 86 83 Nublado, tronadas por la ma-
ana, despus de las 5 p. m.
lluvioso.
4 82 86 83 Nublado, lloviznas de las 8 a
as 10 a. m.
EXPLORACIONES EN HONDURAS 559
APNDICE AL CAPITULO XXX ( I )
En el Texto Nombre cientfico Equivalente
Al garbo
Alcornoque
Aguacate
Achote
Algodonezo (ceibo)
Algagia
Almendrillo (almond-tree)
Amarilla de Guayaquil
Bamb
Barablanca
Buttonwood
Boxwood
Bird's eye maple
Carne tuelo
(black t hom-t ree)
Cedro
Cayalac
{sweet-scented wood)
Caoba
Cedro espino
Cedro amargo
Cedro cebo lio (variedad de una
madera dura y durable, que no
es cedro)
Cedro pasaya
Cedro bueno (variedad del cedro
rojo)
Cocolobo, Cocobello (muy duro,
durable y bello, muy usado en
ebanistera)
Cano blanco (empleado pasa ha-
cer tiras o listones)
Cubo
Cope (rara vez empleado en cons-
truccin)
Carbn
Copal-tree, Juchicopal
Copa iba-tree
Copaljocol (que da una fruta pe-
quea, como cereza)
Camwood
Cacique o majano (muy durable)
Cristbal
Ch iraca
Caray (tortoise-shellwood)
Cottonwood
Corrotu
bano
Espino blanco
Espino amarillo
Espino negro (variedades del
bucrfhom)
Espab
Esquinsuche
Encina
Ceratenia siliqua
Quercus sber
Persea gratsima
Bixa orellana
Ceiba pentandra
Hibiscus Abelmoschus
Andrina inermis
Termina lia Hayesii
Bambusa arundinacea
Trema micranta
Lagun cul aria racemos a
Buxus sempervirens
Acer campestris
Pisonia aculeata
Cedrela mexicana
Swietenia macropbila
Zanthoxylum Kellermanii
Simaba cedrn
Cedrela discolor
Psyehotria Brachiata
Can ella alba
Nuphor lctea
Ficus cotinofola
Mimosa rjisra
Euphorbia heterophyla
Gonaifera off i ci ralis
Prunus anularis
Actea spicata
Crotn cliato glanduloso
Gossypium mexicanum
Enterolobium eyeloearpum
Maba salicifolia
Acacia fames i a
Inga guatemalensis
Khamnus catrtica
Anacardium excels um
Burreira formosa
Quercus infecto ra
Algarrobo
Alcornoque
Aguacate
Achiote
Ceiba
Algalia
Almendro
Amarillo real
Bamb
Vara blanca
Mangle blanco
Boj
Arce
Espino negro
Cedro
Cay el a c
Caoba
Cedro espino
Cedro amargo
Cedro cebollo
Cedro bueno
Cocobello
Canelo blanco
Cubilete
Cop o amate prieto
Carbn
Copal
Copa iba
Copalcojol
Madera roja de angola
Cacique o majano
Cristobalina
Chirca
Carey
lamo
Corot
bano
Espino blanco
Espino amarillo
Espino negro
Espavel
Esquinsuche
Encino
(1) Con la valiosa ayuda del Lie. Luis Landa se dan nombres cientficos y comu-
nes de la mayora de las especies citadas por Wells.
540
"WILLIATYI V. ^YELLS
Eboe algrova
Fus tic-trec
Guayaco o guayacn (ligirum
vitae-tree)
Guayabilla (wild guavatree)
Guapinol
Guachipalin (duro y bellamente
veteado)
Granadilla (negra, durable y muy
dura)
Guanacaste
Guajinijili
Indio desnudo
Ijerilla
Jisote
Lima wood
Lechemara
Liquidamber-tree
Mateare
Madiera negra (utilizada como
sombra en las plantaciones de ca-
cao)
Malve cio
Mangle
Mangle caballero (da buena ma-
dera)
Mora (amarilla y dura)
Manzanilla
Manzanito
Mohoe (o Althaea)
Madroo (rbol de fresa silves-
tre)
Manzanita
Madrona de montarla
Naraco (negrito)
Nspero (de montaa y real)
Nazareno (muy bello)
Naranjito
Palo negro
Falo amarillo
Palo santo
Palo penca (rope-tree)
Palo ele vala
Palo de rosa
Palo Campeche (log-wood)
Palo de Nicaragua (especie de
Brasilita)
Paraso
Palma (de muchas variedades)
Palma Christi
Quebraeha
Quiza (de grano fino y difcil de
trabajar)
Guipo (laurel)
Roble
Ronrn
Reseda
Sapodillo
Satin-wood
Sancuya
Chlorophora tinctoria
1
Guaiacum santum
Cesrea arguta
Hymenaea curbaril
Diphysa Robin oi d es
Dalbergia cubilquitzensis
Enterolobium ciclocarpum
Amerimon granadillo
Bursera simaruba
Eicinus comnis
Dracaena americana
Citrus aurantifolia
Sifonia flobulifera
Styracilua estoraque
Pe re ski a aculeata
Gliricida m a cul ata
Conocarpus erecta
Malpighia umbelata
Matricara chamomilla
Malvabiscus
Belo tia campabellii
Calycophyllum candidisi-
mu m
Alberia edulas
Simaruba glauca
Acharas zapota
Tumbergia erecta
Swartzia d a rien sis
Celaenodendron mexicanum
Esenbeckia Flava
Ipomea arboresceus
Ochroma lagopus
Coldenia alijadora
Hoematoxylon campechara
Morus celti di folia
Melia azedarach
Acrocomia mexicana
ltale a cohune
Ricinus comnis
Pithecolobium arboreum
Crotor glabellus
Codiacum variegatar
Quercus apaueca
Astronium grave olus
Lnwsonia inermis
Colocarpum viri de
Chloroxylon Swietenia
Anona reticulata
Eboe algrova
Fstica
Guaya can
Guay abilla
Guapinol
Guacliipiln
Granadillo
Guanacaste
Guajiniquil
Indio desnudo
Higuerilla
Izote
Brasilete
Leche de Maria
Liquidambar
Mateare
Madre caca o
Malvecino (malayerba)
Mangle
Mangle caballero
Mora
Manzanilla
Manzanito
Capuln
Madroo
M^nzanita
Madroo de montaa
Naraco o negrito
Nspero de montaa
Nazaref.
Naranjillo
Palo prieto
Palo amanillo
Palo santo
Palo penca
Palo de balsa
Palo de rosa
Palo campeche
Palo de Nicaragua
Paraso
Palma
Corozo
Palma Christi
Quebracho
Quiza rra
Q'nno
Roble
Ronrn
Reseda
Zapotillo
Palo del guila
Suncuya
EXPLORACIONES EN HONDURAS 541
Santa Mara
San Juan (de
rfllo)
Sumac
Sap ote
Sabina (savn)
Sumwood'
Sauce
Taray (duro y
gran rojo y ama-
de grano fino)
Torro (bello y muy usado en e-
banistera)
Tamarindo
Tiucinte
Totuna
Ule o caoutchouc (Indiarubber-
tree)
Zebra wood
Anona'
Albaricoque
Aguacte
Anchovy pear
Piper peltatum
Tebebuia Donnell-Smith
Ehus foxico dendron
Calocarpum mamraoso
Cedrela mexicana
Salix chUenss
Eysenharcitia adenostylis
Lagenaria leucartha
Tamarindus indica
Cicas revoluta
Crescentia CU]'ete (?)
Casulla elstica
Cormarus guianensis
Fr ut as si l vest res y de cul t i va
Algodn savestre
Albrchgo
Brea o-fruit
Cocoanut
Citrn,.
Coroso
Chirimoya
Cereza
Cayomto
Cotop erice
Ciruela (nectarine)
Cidra (especie
t re aromtico)
Camote
Durazno
Granada
Grana diUa
de limn silves-
Guayaba (guava)
Gineo (baan)
Guana va (soursop)
Guacal {mammoti calabash)
Higo
Higuerxa (calabash)
Jocote
Jcaro
Limn e
Lima
Melone
Maran
Manzana rosada (rose apple)
Mamaya
Mango
Melocotn (en espaol el durazno
comn, pero en Centro am erica se
aplica a una fruta local que pa-
rece durazno
Manzanta
Mora
grande)
Annona glabra
Prunus armnica
Persea americana
Grias caul flora
Gossypium herbaceum
Amygdalus Prsica
Artocarpus communis
Cocos nucfera
Citrus mdica
Attalea cohune
Annona chirmola
Malphigia glabra
Rheedia edulis
Spondia purpurea
Citrus mdica
Ipomooa batata
Prunus prsica
Pnica granatum
Passiflora serratifolia
Psidium guajaba
Musa sapientum
Annona mur i cata
Enallagima encurbitina
Ficus radula
(Dorstema carica
Spondia purpurea
Crescencia Cucurbitula
Citrus Iimonum
Citrus b'meta
Si cania odorfera
Anacardiurn occidentale
Tambos a vulgaris
Mammea americana
Mangifera indica
Sincana odorfera
Malpighia divers ifola
Rubus fruticosus
Santa Mara
San Juan
Zumaque
Zapote
Sabino, junpero
(?)
Sauce
Taray
Tarro
Tamarindo
Teocinte
Totumo
rbol del hule
(?)
Anona
Albaricoque
Aguacate
(?)
Algodn silvestre
Albrchigo
rbol del pan
Coco (cocotero)
Limn
Corozo
Chirimoya
Cereza
Caimito
(?)
Ciruela
Cidra
Camote
Durazno
Granada
Granadilla
Guayaba
Banano
Guanbana
Guacal
Higo
Higuera
Jocote
Jcaro
Limn
Lima
Meln
Maran
Manzana rosada
Mamey
Mango
Melocotn
Manzanita
Mora
54-2 WILLIAM V. WELLS
Membrillo
Manzana
Nspero
Naranja
Olive
Ocumo
Platino (plantain)
Papaya
Pina
Pipaya, Pitahaya
Pera
Prisco {especie de ciruela)
Peron
Pejibayo
Sandilla
Uva
Vegetable ivory
Zapote o mamey
Cydonia vulgaris
Malus comunis
Achros zapota
Citrus sinensis
Olea europea
Ocimum micranthum
Musa paradisiaca
Carica papaya
Ananassa sativa
Cereus trigonus
Pyrus comunis
Prunus prsica
Guilielma utilis
Citrullus vulgaris
Vitis tiliaefolia
Mammea zapota
Drogas, pl ant as medi ci nal es y r esi nas
Aloes
Alrnrcigo (mstic)
Anata
Ans
Arrow-root
Acluote
Agave
Amol
Amate
r
Achiote
Ajonjol
Ario (purgante)
Bainilla
Balsame negro
Blsam ito
Caoutchouc
Copal
Cowhage
Copalchi (quinine)
Caafstola
Camphor (?)
Cinnamon
Contrayerba (una especie de 3a
Dorstenia de Linneo)
Castor-oil plant
Cedrn (antdoto)
Citrn
Caraway
Capsicunr
Chichi casia (especie de cowha-
ge)
Erngo (antdoto)
Estona que {frank-in cense)
Fustic
Foxglove
Fnagaplata (purga)
Grum arabic
Gum Copa iba
Gum Copal
Aloe feroz
Pistacia vera
Bixa Orellana
Pimpinella anisum
Maranta arundinacea
Agave sis alan a
Polianthus tuberosa
Ficus radula
Bixa Orellana
Sesamum indica
Pichardia africana
Vanilla fragaus
Balsamina monordica
Siphocampylus caucho
Heterophyla copal
Dolichos pruriens
(o stizolobium (mucuna
Pruriens)
Crotn glabellus
Cas sia fstula
Dryobalanops canphora
Eleagnus abgustifolia
Dorstenia contrayerba
Eicinus comunis
Simaba cedrn
Citrus medica
Cassia grauds
Capsieum annum
Urera baccifera
Eryngium ftido
Erigeron puslus
Chlorophora tinctoria
Di gitaria sanguinalis
Solanum torvum
Copaifera officinalis
Protium sessiflorum
Membrillo
Manzana
Nspero
Naranja
Olivo
Ocumo
Pltano
Papaya
Pi na
Pitahaya
Pera
Prisco (Durazno?)
Pern (Perote?)
Pejibayo
Sanda
Uva
Marf vegetal
Zapote
preci osas
Aloe
Alfncigo, lentisco,
almciga
Anata
Ans
Yu quilla
( ?)
Agave
Amolt
Amate
Achiote
AjonjoU
Ar o
Vainilla
Blsamo negro
Balsamina
Hule
Copal
Pica-pica
Copalchi
Caafstola
Alcanfor
Cinamomo (canela)
Contrayerba
Ricino
Cedrn
Limn real
Alcaravea, carv
Pimiento
Chichicaste
Eryno
Incienso
Fustete
Digital
Friegaplato
Goma arbica
Goma cop a iba
Goma de copal
EXPLORACIONES EN HONDURAS
345
Gum myrrh
Gum traga canth
Gum elstic
Gum nacarina
Ginjebre
Guaco (antidoto)
Guasguyas
Guachacar
Gen es ero
Incas sy lves tris
Ipeeacuanha
Jalapa
Jesuit' s bark
Juchicopal
Lobelia
Liquidamber
Lmsced
Lona mana
Mstic
Madder
Ocra
Pimento -gordo
Palma Christi
Pin
Rhubarb
Sarsparilla
Sumac
Sassafras
Smilax
Snake-root
Sago
Silk-cotton
Sangre de drago (Dragon's-
blood)
Tacamahaca
Tuna
Toronja
Vanglo (oil-plant)
Myrica ceriera
Tradescant cordifolia
Bumelia lanuginosa
Sacharum oicinalis
Zingiber officinalis
Aristolochia grandiflora
Luche a platypetala
Carludovica palmata
Inga esulis
Cephaelis ipecacuana
Convolvulus officinalis
El aranum purchiana
Lobelia Splendens
Styraeiflua liquidambar
Linum usitatissimum
Fraxubus ornus
Tropeculum majus
Rubia tintora
Hibiscus seulentus
T^imanta officinalis
Ricinus comunis
Jatrophas aereas
Rheum officinalis
Smilax zarzaparrilla
Rhus coriaria
Sassafras officinalis
Smilax mollis
Aristnloquia serpentaria
Marauta anmdinacea
Tacasmite pancifiora
Opuntia Ieucotrichia
Citrus decumana
Oiea europea
Mirra
Goma de tragacanto
Hule
Goma sacarina
Gengibre
Guaco
Gusimo
Guachibn
Genzaro
Guama
Ipecacuana
Jalapa
Cascara sagrada
Juchicopal
Lobelia
Liquidmbar
Linaza
Man
Mastuerzo
Rubia
Quimbomb
Pimiento gordo
Palma cliristi
Pin
Ruibarbo
Zarzaparrilla
Zumaque
Sasars
Esmilace
Serpentaria
Sag
Lana vegetal
Sangre de dragn
Tacamahaca
Tuna
Toronja
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N D I C E
NOTA DEL EDITOR I
PROLOGO n
CAPITULO I 5
Objetivos del viaje a Olancho.Salida de California.San Juan del
Sur.Pasajeros de Nueva York.El camino a la Baha de la Virgen.
Panorama.Clima.Ometepe.Tempestad en el Lago de Nicaragua.
Nuevas amistades.La guerra.Salida para Rivas,Lago de Ni cara-
gua.Ro Lajas.Cruce por arenas movedizas.Noche en el bosque.
Una t orment a tropical.-Rivas.Paseo a la luz de la luna.-"Quin
vi ve?".
CAPITULO U 19
Rivas.Evidencia de una ciudad ms antigua.Departamento Meridio-
nal.Agricultura.Casas campestres.Productos.Casas urbanas.
Hacienda de Santa rsula.Plantaciones de cacao.Paisaje.Una
boa constrictora.Alarma.Jos Bermdez.Mujeres.Piedad.Un
busto de Washington.Terremotos.Dificultades al partir.Salina.
El Obraje.Oracin tropical."Los Candeleros".Derecho de bs -
queda.El Campamento.Caza de un venado.Valle de Nandaime.
Ochomogo.Noticias alarmantes.Retirada.Hacienda de San Fr an-
cisco.-Las Tortilleras.Caminata en la noche.Rivas de nuevo.
CAPITULO HI 3T
Una visita al comandante militar.Adis a Rivas.San Juan del
Sur.El "Tres Amigos".Navegando por la costa de Nicaragua,
Compaeros de viaje.La maana. Puerto de El Realejo.La ci u-
dad.Convento de San Francisco.Tesoros ocultos.Viaje a Chi nan-
dega.Recepcin en la casa del seor Montealegre.Un nuevo m -
todo de tributacin.Tormenta.Bao matinal.-Prejuicios.Un el-
seo nicaragense,
CAPITULO TV 51
Chinandega.Iglesias.Residencias.La belleza femenina.Ves t ua-
r i o.Fumando cigarros.Religin.Ceremonias.Diversiones.U n
paseo nocturno,Noche.La tienda.Comercio.Educacin.Salida
hacia Len.El camino.Chichigalpa.El tiste.El Sr. Manning.
Posoltega,La posada.Una beldad nicaragense.-Nuevo mtodo de
mendigar.-El aguacero.Hacienda de "El Paciente".Soldados bor r a-
dlos.Las tortilleras.Ro Quezaiguaque.En las cercanas de Len.
Campanas.Ceremonias religiosas.El Dr. Livingston.Vsperas de
Independencia.
CAPITULO V ^ 67
Aniversario de la Independencia.Len.Revolucin de 1845.Los
mtodos de un t exano para ret ener sus hombres.Len y Granada
hace siglo y medio.La Catedral.Iglesias.Una visita al Presi dent e
Castelln.Aspecto de los Oficiales del Gobierno.El ex-Presi dent e
Ramrez."Chico Daz".La sociedad.La Casa de Gobierno.Una
propuesta.Patriotismo.Sillas de montar.Lluvia en Nicaragua.
Salida de Len.Galope maanero.Paisaje soberhio.Chinandega.
Tiste.Frutas. Ms contribuciones.Una alarma. "Cacherula",
Mujeres nicaragenses.Preparativos para la partida,Separacin del
grupo.Partida,El viejo.Muerte de un mono.El Tempisque.
Los "Horrores".Un Bongo en el Golfo.El Patrn.Embarque.
El Estero Real.Paisaje.Comodidad.Playa Grande.Una avent u-
ra.La Baha de Fonseca.
CAPITULO VI 93
Baha de Fonseca,Partida en bongo.El agua dulce.Volcn de Co-
signa.Erupcin de 1S35.Aspecto presente.Un "chubasco".No-
che en la baha.La maana.Isla del Tigre.Puerto de Amapala.
Ventajas comerciales.- Recepcin. "La calentura", Perspectivas
de la isla.Ferrocarril interocenico de Honduras.La caza.
Excursin cinegtica.En el cerro.Los bucaneros.Agresiones br i -
tnicas.Un venado.Playa Brava.Huevos de tortuga.Las ur r a-
cas.Las guacamayas. Sinsontes.Productos.El aserradero.El
Presidente Cabanas.Clima.Comercio de Amapala.
CAPITULO VII 115
Caza de un tigre en Zacate Grande.Isla de Exposicin.ostras.
Peces.Cocodrilos.Bao frustrado.La vida en Amapala,Arribo
de don Carlos y su familia.Grandes festejos,Preparativos para
la partida.Apurando a un botero,Otra noche en la baha,La
Brea;Visitantes nocturnos.Un paseo por la noche.Resoluciones
para el futuro.El camino hacia Nacaome.Agua Caliente.Igua-
nas. Nacaome.La seora Caret.Visitas.Una revista.Clima.
Un viejo especulador.Minas de carbn en Honduras.Pasatiem-
pos.Nuevo mtodo para expulsar perros.Demanda de servicios m-
dicos,Un mdico extranjero.Una serenata.
CAPITULO VIH 128
Cruzando el Moramulca y el Nacaome.Viaje por las sierras.Con-
sejo a los viajeros.Muas.Sillas de montar.Arrendamiento de
servicios.Placeres del viaje.Baaderos.Cubiertos.Cmo compla-
cer a don Fulano,El llano de Nacaome.Una cascada.Vista r e-
trospectiva.Pespire.Un alcalde gentil.Mujeres hermosas.Ora-
cin."No hay para vender"].Competencia de natacin con las be-
llas pespireas."Adis".Productos naturales.Pjaros.
CAPITULO IX 159
Apuntes.El cerro Piln de Azcar.Cinabrio.Follaje.Paisaje a-
greste.La manzanita.Un precipicio vertiginoso.La Venta,El al -
calde."El Ministro americano".Hambre en los aldeanos.Ideas del
cura Ramrez sobre el protestantismo.Cmo conseguir una comi-
da.Pltanos.Panorama de la cordillera.Sabana gran de.El padre
Domingo.Hacienda de La Trinidad.Una boda en las montaas.
Aventura.Un cortejo nupcial.Perdidos en las sierras.Tormenta
de medianoche.Nueva Arcadia.Finares.El Cerro de Hule.Otra
aventura.-Vadeando el Ro Grande."Ahorcadoras".En las cerca-
nas de Tegucigalpa^-La ciudad.Primeras impresiones.
CAPITULO X 155
Entrevista con el presidente Cabanas.Aspecto personal.Su opinin
sobre Olancho,Pasado y presente de Tegucigalpa.Iglesias."La
Parroquia ",S eren ata.Escenas domingueras.La plaza del merca-
d o.L a m a an a.Me n,Licores.Chocolat e.P an.Pa p as.Mo da-
les en la mesa.Sirvientes.Estilo arquitectnico,Cortesa en las
visitas.Flores y jardines.Pjaros.Mezclas.Celos de los ne -
gros..El Partido Liberal.La salud de los nativos.Correos.Di-
versiones.Pereza citadina.
CAPITULO XI 173
Preparativos de viaje.Caballeros.El Puente.Escenas en el ro.
Modales en pblico.El juego.Mendicidad.Sastrera.Cabanas a
caballo.Una visita al Cuartel.Academia Literaria de Tegucigal-
pa.Un examen.Baile en la alta sociedad,Un bautizo.Una visita
al Cuno.Una guerrilla en Honduras.Pescando en el Ro Grande.
Encuentro con un norteamericano.Arquitectura.Mobiliario.Las
mujeres de Honduras.Cambiando elogios.-^Diversiones pblicas.
Juego de gallos.
CAPITULO XII
m
Funcionarios morosos-Visita a un caaveral.El Molino.Construc-
ciones.Destilera. Ingenio.La caa.Frutas. Cazabe. Yuca.
Cmo se fabrica el almidn.Camotes.Chiles.La Contrayerba.
Productos del departamento.Una comida en "El Sitio".El Come-
jn.Diario de la Marina.-Escena nocturna."Las tenderas".Esta-
blecimientos comerciales,Modas.Vestidos,Las mujeres hondure-
nas.Belleza femenina.-Equitacin.Falta de educacin.Atuendo
infantil.Asuntos polticos. Jos Francisco Barrundia. Pena de
muerte.Seguridad en los viajes.
CAPITULO XIII 205
La gran erupcin del Cosigina.Fenmenos en el interior de Hon-
duras.Los volcanes de Centro Amrica.Erupcin del "San Mi -
guel".-"Minerales de Plata".-Preparativos de viaje a Olancho,La
regin aurfera del Guayape; su accesibilidad,Obscuridad.Cuentos
fabulosos.Resultados favorables con el Gobierno. Ho! por el Gua-
yape.
1
Part id a.Cabalgata.Reclutando soldados.Ro Abajo.Otra
vez el Dr. doti Guillermo.Cofrada.Camino a Talanga,Una fiesta
en Talanga.San Diego intoxicado.Las Cuevas,El rbol de la pi -
mienta.
CAPITULO XIV ' 22S
Noche en la Sierra.Un Norte en las montaas.Un paso.Peligros.
Guaimaca.Recepcin a medianoche.--"Dulce restaurador para una
naturaleza cansada".Preparativos para la "Funcin".A caza de un
desayuno. Atroz miseria. Panorama de montaa.El volcn de
Guaimaca,Campamento.-Mara de la Santa Cruz.Meditaciones de
medianoche.Un temblor.Aspecto de la Sierra de Campamento.
Una helada.Vehementes relatos de "Las Lavadoras".Pesares.
Bsqueda del saber.Lavaderos de oro en el Ro de Concordia,Vi-
siones.El ro Guayapito.-Ro Almcndares.Valle de Lepaguare.
Ganado.Paisajes en el valle.
CAPITULO XV 233
La Sensitiva.Helchos.-Flor de Lis.Laurel.Ro Almcndares.
La Lima.Ro Guayape.Hacienda de San Juan.Valle de Lepa-
guare.Una hacienda de ganado en Olancho.--Lepaguare.El Gene-
ral Zclaya.Nuestro recibimiento. Charlas. Situacin poltica de
O lancho.Topografa del departamento.Elaboracin de mapas.Ex-
cursiones a caballo.El clima.Consejos populares.Un paisaje.
Ruta hacia el Guayape..Aspecto de la regin.Valle del Guayape.
"El murcilago"."Las Lavadoras".-Lavaderos de oro.La pri me-
ra cuna en Olancho.Ricas excavaciones.Gran agitacin entre los
nativos,Evidencias de viejas minas y trabajos aborgenes.Los bu-
caneros.Galope hacia Barrozas.Los cinco hermanos Zel aya.Escri-
biendo la historia.
CAPITULO XVI 259
Por el valle de Lepaguare.-Un "Buen Jinete" de Olancho.La Vai-
nilla: como crece; su cultivo; su comercio.Productos olanchanos.
Bayas silvestres.Otra excursin. Hacienda de Galeras,Caballos
salvajes."Vaqueros".Fiebres de a costa.-Juticalpa.Otra vez Ga-
leras.Una cena de cumpleaos.Mesa gigantesca..Ovejas.Los co-
yotes/ Valle paradisaco.- Vistas desvanecientes. Doradas rapso-
dias.Un bao can los sinsontes.Partida de Galeras.La bondad de
los Zelaya.Salida hacia Juticalpa.
CAPITULO XVII 273
Lavadoras de oro en el Juticalpa.El camino.Arboles de "Lignum
Vitae".Monte del Aguacate.Quebradas secas.Mamisaca.Ms l a-
vadoras.Comprando oro en polvo.El Monte Encantado.La Cam-
panilla.Paisaje en el camino.Sembradores alados.Juticalpa.
Vista desde la montaa.Primeras inspecciones.La iglesia.Presen-
taciones..Don Francisco Garay.Uno de los hidalgos de Olancho.
Los Padres Cubas y Buenaventura.Ofrecimientos liberales.Dibujo
de mapas.El clima..Juticalpa en los viejos tiempos.Don Apolonio
Ocampo.Una aventura con los "Chanchos de Monte".Ms l avade-
ros de oro.El rhol del Li qui d mbar.Preparativos para la fun-
cin.Pedigeos.Un patriarca olanchano.-"La Plaza".
CAPITULO XVIFI 291
Las calles.La iglesia.En la plaza.Mantos de plumas.Pobla-
cin.Espectculo festivo."El Bolero" y "El Fandango".Poesa
olanchana/Un "Feu de Joie".Cena con el Padre.'Visitantes.Mer-
melada de naranja.Ambrosa de tamarindo.El primer Dia de Fun-
cin.Como montan las muchachas y los galanes.El encierro de los
toros.Una carrera loca.Ceremonias religiosas.Procesiones.Lidia
de toros.Montando un toro.Una "Chispa de oro".Aire puro.
Campanas de plata y oro.Reunin social."Poco a Poco".Doa
Isabel.Comprando polvo de oro.-Valle de la Concepcin.Panorama
irisado.A caballo con un cura.-Sitio para una ciudad nort eameri -
cana.
CAPITULO XIX 307
Maderas preciosas.Los "Cortes".El retiro.Un molino de broza.
Un maquinista de Olancho.-Monte Rosa.Boj.Valle del Guayape.
San Francisco.-Ro Jalan.Panorama del bosque.El comercio de
caoba."Corte Sara".-Preparando un corte.Las tortilleras.Lo cali -
zacin para los cortes,Caminos.Derribo.Aserraderos.El arras-
tre.Las balsas.Los "Pipantes".Navegando en el Rio Patuca.El
Jalan.Sus placeres aurferos.Americanos en Olancho.La regin
aurfera del Guayape.Ruta sobre el Jalan.Quebracho.Un "Fan-
dango".Laguna del Quebracho.Don Gabriel.Viaje incmodo.
Armadillo horneado.Una leyenda dorada,Cacera.'El Tucn.El
Tapir.La Cerceta de alas azules.El pavo silvestre.Pjaros de
Olancho,El Tepezeuinte.Animales familiares.
CAPITULO XX 325
Pescando en El Quebracho.Plantas y flores.Cali amuela.El Ca-
nelo.Lobelia.Sasafrs.Ail silvestre. Zarzaparrilla.Manera de
recogerla.Linaza Planes para o futuro.Un viaje a Palo Ver -
de.Minas de plata y cobre.Mrmol,Piedra imn.Cinabrio.
Preparativos de un viaje a Catacamas.Montaas de Jutiquile.So-
ledad.Truchas.rbol del hule.Comercio.El Jipa.Msica orni -
tolgica.Pjaro clarinete. Telica.La Concepcin.San Roque.
Muas y caballos.Doma de un potro.Palmeras.Vino de coyol.
La hacienda de La Herradura.Leyendas.Contrapesos y herraduras
de oro.Un curioso testamento."Los buenos viejos tiempos de la
colonia".Olancho Viejo.Separacin de la comitiva.El Boquern.
CAPITULO XXI 341
La leyenda de Olancho Viejo.La corona de cuero.Una estatua de
oro.Destruccin de la ciudad.Desolacin.Las ruinas.La hacien-
da de Punuare.La Chachalaca.-Abejas y miel,El Real.El Padre
Murillo.Esqueletos de ganado.Un olanchano en su hogar.El toque
de la calentura.La Higadera.Empresas inglesas.Historia de un
matrimonio.Cocodrilos.El camino a Catacamas.Panorama al ama-
necer. Aventura con un jaguar.Fieras de Olancho.Catacamas.
Aspecto de la ciudad.Comercio.Indgenas.Un paseo al Guaya-
pe.Convencin de guacamayas.Mantos de plumas.-Escena en el
ro.Santa Clara.Caza del venado.El Quebrantahuesos.Marfil
vegetal.Escena de muerte.
CAPITULO XXH .359
El Platanar .Pltanos y su cultivo .Viejas ideas al respecto.Ruta
baca el bogar.Pita.Pieles de venado.Quema del Bolpochi.
Serpientes venenosas.Antdotos.Despus de las ceremonias.-Me-
rodeador nocturno.Corteza del Per. Arroz. -El rifle de aire
Tabaco.Regreso a Juticalpa.Leyendas del oro.Una reunin mu-
sical.Comisiones.Partida.Otra vez Lepa guare .Una visita a El
Espumoso.Aventuras en minas.Suscribiendo un contrato."Besan-
do a la viuda".Temperatura fra.Granizo.Jatij i agua.El oro del
Panal.El Retiro.Oro en Al a] agua.Ro de Espaa.Un nuevo
mtodo de pesca.De nuevo Juticalpa.Malas noticias.Documentos
mohosos.Primeros pobladores.Una caminata matinal.Adis a O-
lancho.
CAPITULO XXIH 377
Guaimaca.La Nia Albina.Talanga.Una noche en la casa de don
Gregorio Moneada. Cofrada.Doa Tomasa. Tegucigalpa.Hos-
pitalaria recepcin.Los Minerales de Tegucigalpa.Un viaje a Santa
Luca.Mina Grande.Un molino de plata.El camino.Descenso a
la mina de San Martn.Mtodo para extraer brozas.Mina de Ga-
tal.Falta de conocimiento y de maquinaria.Antigua productivi-
dad,Rendimiento actual.-Especulaciones sobre el origen de la pl a-
ta.Un taladro.Campana.Mineros ambulantes.Ascenso al monte
de Santa Luca.Villanueva.Mina de la Pea.Mina de El Zopi-
lote.Primitivo procedimiento de fundicin.El cerro de cobre del
Chimbo.El Capitn Moore.Leyendas sobre minasMina de Gua-
yabillas.Historia de su descubrimiento.La familia Argeal.-Em-
presa inglesa.-"La fatalidad del pas".ltimos das de la mina de
Guayabillas.Salida para los Estados Unidos,Otra vez Amapala.
La guerra.El "Contrato de Walker".La baha de Fonseca a la luz
de la luna.-En el mar sobre una lancha.El Realejo.San Juan del
Sur.Un vapor nort eameri cano. -De nuevo en la patria!
CAPITULO XXIV 401
BOSQUEJO HISTRICO DE CENTRO AMERICA.1502-1821.
Aborgenes de Honduras.Coln desembarca por primera vez en el
continente americano.Primeros poblados en la Costa.Exploracin
y colonizacin del interior.Corts en Trujillo. -Expediciones a Olan-
cho.Sometimiento de los indios.Expediciones de los Misioneros a
Olancho y la Segvia.Implantamiento de la soberana espaola.
Sistema Colonial de Espaa.Causas de 3a Revolucin Centroameri-
cana.Declaracin de la Independencia.
CAPITULA XXV 419
BOSQUEJO HISTRICO DE CENTRO AMERICA.1821-1843.
La Repblica Centroamericana.Los serviles y los liberales.Fran-
cisco Morazn.El auge de.la Repblica.Rafael Carrera. -Di sol uci n
de la Unin.-Morazn en el exilio.Triunfo de los serviles.Mora-
zn.Traicin y muert e.
CAPITULO XXVI 443
BOSQUEJO HISTRICO DE CENTRO AMERICA,1843-1857.
Los Estados Centroamericanos como soberanas distintas.Sitio de
Len.Insurrecciones.Intentos para reconstruir la Repblica,Tri-
nidad Cabanas, Presidente de Honduras,-Guerra con Guatemala.
Nicaragua como Repblica.La guerra entre Castelln y Chamo-
rro.Alistamiento de norteamericanos.Declinacin de la Adminis-
tracin de Cabanas.Observaciones finales.
CAPITULO XXVII 4C9
Explotacin de minas de plata en Honduras.Distritos mineros y
minas de Tegucigalpa.Mtodos para la extraccin del metal.Regio-
nes aurferas de Olancho y Yoro.Explotacin de minas de oro.El
cobre y otros minerales.palos y piedras preciosas.
CAPITULO XXV1I 4S7
El clima en el interior y en las costas.Enfermedades.Instruccin
Pblica.Diversiones.Religin.Ruinas aborgenes.Poblacin an-
tigua y presente.Gobierno.-Divisin poltica.
CAPITULO XXIX 503
Comercio.Exportaciones e Importaciones.Reglamentaciones comer-
ciales.Rentas pblicas.Sellos.'Deuda pblica.
CAPITULO XXX
;
513
Dinero en circulacinPesas y medidas.El departamento de Ol an-
cho,El ro Guayape o Patuca. Maderas de construccin.Maderas
de ebanistera y de tinte.Productos principales.Frutas silvestres y
cultivadas.Drogas, blsamos y plantas medicnales.
APNDICE AL CAP. XXVTH 526
APNDICE AL CAP. XXX 539
NDICE
NDICE ALFABTICO DE PERSONAS, LUGARES, ETC.
COLOFN
NDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES
Academia Literaria de Tegucigalpa: 173, 17S, 179, 180, 495, 515.
Acajutla: 312, 506.
Adams ( Samuel ) : 413.
Agalta (Valle) : 509.
Agua Caliente (hacienda) : 113, 121.
Aguacat e (pi co): 246, 273, 274.
Agero (Mariana) : 183.
Aguilar ( Eugeni o) : 448.
Aguilar (Sinforoso) : 70.
Alajagua (aldea) : 307, 359, 373.
Albatuinas (indios) : 411, 496,
Alemn (pueblo) : 251, 338, 368, 519.
Alemn (Gert rudi s): 424.
Alemania: 386, 475, 511, 514.
Alfaro (Jos Mara) : 449.
Almacigueras (mina) : 250, 368.
Almendares (ro) : 223, 237, 239, 373, 374.
"Al mi rant e" ( embar caci n) : 85, 86, 90, 91.
Alvarado (Pedro de) : 171, 197, 277, 375, 403, 405, 407, 464.
Alvarado (Diego de) : 277, 342, 403.
Alvarado (Len) : 163, 464.
Alvina (Nia) : 227, 377.
Amapal a (puerto) : 8, 93, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 107, 110, 111,
112, 113, 117, 119, 120, 122, 123, 125, 136, 186, 198, 199, 312, 359, 377,
39G, 489, 507, 508.
Amri ca: 66, 70, 93, 117, 193, 230, 282, 353, 359, 366, 386, 413, 523.
America del Nort e: 125, 157, 166, 445.
Amrica del Sur: 352, 434, 437, 441, 442, 513.
Amrica Hi spana: 413.,
Andaluca: 367, 368.
Anderson ( Toung) : 423.
Andes (cordilleras) : 130.
Andrada y Quintanilla (Fr. Gaspar ) : 283.
Anguiano ( Ramn de ) : 158.
Antioquia (Col ombi a): 481.
Antonio ( gu a) : 31, 35, 36.
Antonio ( mar i no) : 85, 86, 87, 88, 90, 91, 94, 96, 97, 98.
Arabia: 132.
Aragn (Espaa) : 402.
Arbiz (Calixto): 317.
Arbiz de Guardiola (Ana) : 317.
Arbiz (Mariana) : 284, 317.
Arce (Manuel Jos) : .421, 423, 424, 425, 426, 443, 450, 477, 507.
Archivo de Indi as: 159", 283, 411.
Archivo Nacional de Hondur as: 159.
Archivo de la Catedral de Comayagua: 163.
Argent (seor) : 360.
Argentina (Repblica) : 261.
Argeal (familia): 377, 394, 473.
Arguello ( seor ) : 22.
Arrollo de los Zopilotes: 337.
Asia: 359.
Aspinwal: 490.
Atlntico ( ocano) : 102, 103, 120, 143, 150, 199, 323, 403, 407, 43S.
Aust ral i a: 210, 328, 368, 382, 510.
Avila (Jos I gnaci o) : 413.
Ayala ( Fr anci sco) : 375.
Ayala ( Sebast i n) : 327.
Ayala ( seor ) : 338.
Aycinena ( ?) , 442, 460.
Aycinena (Marqus de) : 439.
Azacualpa: 497.
Baca ( Jess) : 72, 77.
Baclaelor's Delgt ( bar co) : 94.
"Bachi ca" ( bongo) : 119.
Babi a de la Vi rgen: 5, 7, 8, 9, 11, 12, 13, 14, 15, 27, 36, 37, 130, 161, 186,
462.
Balcke (Jul i o): 43.
Banco Central de Hondur as: 144, 155.
Baraj ana ( mi na) : 470.
Barcel ona ( Espaa) : 45.
Barrios (Gerardo): 444, 445, 446.
Barros ( mi na) : 368.
Barroza ( baci enda) : 239, 257.
Barrundi a (Jos Fr anci sco) : 5, 124, 157, 191, 202, 416, 423, 425, 451,
453, 458, 480, 508.
Barrundi a (Martn) : 5.
Bayley ( Sr . ) : 509.
Belcher (Sir Fdwar d) : 93.
Beln (convento de G-uatemala): 5.
Blgica: 81.
Belice: 103, 108, 165, 199, 207, 210, 257, 261, 283, 311, 312, 314, 317, 323,
363, 370, 390, 395, 479, 490, 503, 505, 509, 510, 522.
Bel t ranena (Mari ano): 424.
Benavides ( ? ) : 439.
Bengal a: 511.
Beni t a ( Ni a) : 365.
Bennet t (Mr. M. ) : 394, 440.
Ber muda: 360.
Bermdez ( Jos) : 19, 26.
Bermdez (Gral. Pedr o) : 440.
Bernardi s ( Jacobo) : 381.
Biblioteca Nacional de Teguci gal pa: 154.
Bidwell' s Bar : 321.
Bigler (Gobernador): 6, 242.
Blanco (Lui s): 439.
Blanco ( Padr e) : 439.
Bolivi: 474, 481, 507.
Bonilla (Conrado): 107.
Bonilla (Manuel ): 280.
BoniUa (Pol i carpo): 183.
Bonilla ( ? ) : 429.
Borjas (Padre Domi ngo): 139, 143, 145.
Bost on: 199, 243, 250, 332, 503, 504, 505.
Bourgeois (H. G. ) : 171.
Bowery: 94.
Bozal (ngel ): 229.
Brasil: 352.
Bridges (Rev. G. W.) : 515.
Broadway: 171, 196.
Bryan-Chamorro ( Tr at ado) : 101.
Buenos Aires: 505.
Buitrago ( Pabl o) : 443.
Bustillo (Fami l i a): 334, 347.
Bustillo (Felipe) : 280, 308.
Bustillo ( ? ) : 169.
But anzos (espaol ): 374.
Eyam: 332, 352, 353, 363, 477, 482.
Cabanas (Jos Mar a) : 450.
Cabanas (Jos Tr i ni dad) : 68, 69, 72, 93, 111, 119, 123, 125, 127, 135, 152,
155, 156, 158, 169, 173, 177, 178, 179, 185, 195, 212, 213, 226, 309, 371,
380, 396, 430, 435, 436, 437, 438, 442, 443, 444, 445, 446, 447, 450, 451,
452, 453, 455, 457, 458, 459, 460, 461, 462, 463, 465, 508, 514.
Cabo de Honduras (provi nci a): 408.
Cabo Camar n: 498.
Cabo Rosari o: 96.
Cceres (Alonso de) : 405, 406, 407, 496.
"Cacherul a": 67, SO.
Cacho (Jos Mar a) : 124, 163, 169, 179, 249, 329, 368, 396, 458, 462, 483.
Cacho (Juan Nepomuceno) : 163.
Cadianos (Fr. Fernando) : 158.
Cdiz ( ci udad) : 300, ' 413, 414.
Cdiz (Cortes de) : 413.
Caimito ( r o) : 482.
Cajn Grande: 520.
Caldera (puerto) : 433, 435, 442.
Caldern (Manuel ): 508.
California: 5, 6, 10, 18, 29, 35, 56, 58, 64, 66, 73, 74, 75, 76, 82, 96, 101, 103,
110, 114, 117, 118, 121, 122, 126. 161, 166, 171, 199, 209, 210, 211, 230,
231, 232, 233, 236, 237, 242, 244, 245, 247, 248, 250, 251, 253, 254, 255,
256, 261, 268, 270, 274, 279, 280, 286, 296, 301, 309, 312, 321, 323, 328.
329, 330, 366, 36S, 369, 382, 449, 456, 476, 477, 478, 479, 480, 482, 484,
485, 487, 495, 506, 507, 510.
Calvario (iglesia, Len) : 72.
Calvario (iglesia, El Viejo): 83.
Calvo ( J ua n) : 394.
Calle de Concepcin ( Comayagel a)
:
173,
Calle del Jazm n (Teguci gal pa): 154.
Calle de Morazn (Teguci gal pa): 154,
Calle Real (Comayagel a): 173.
Camasca ( cer r o) : 519.
Campament o (puebl o): 228, 229, 231, 240, 377.
Campament o ( mont aa) : 230, 232, 235, 250, 518, 519.
Campaneros ( r pi dos) : 520.
Campoy y Prez (Francisco de Paul a) : 38.
Canal Interocenico de Ni car agua: 41, 491.
Cant ar r anas: 192, 470.
Cantoral ( mont aa) : 216.
Caas (Antonio J os ) : 422, 507.
Caas ( Si men) : 159.
Capitn Bl et hen: 398.
Capitn " Sam" : 398.
Carlos V: 406.
Carlos H: 411.
Cardn (i sl a): 40.
Caret (M. ): 122.
Caret (Mercedes): 113, 126.
Caridad ( mi na) : 393.
Carranza (Domi ngo): 439, 441.
Car r er a (Rafael) : 135, 185, 419, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 442, 443, 444,
448, 450, 451, 453, 454, 460, 462.
Carrera ( Sot er o) : 448.
Carrillo (Braul i o): 433.
Carrillo ( Dr . ) : 436.
Carson' s F at : 321.
Car t agena (Col ombi a): 250, 262.
Car t agena ( Es paa) : 38.
Cart ago (Costa Ri ca) : 417, 436, 437, 438, 439, 440.
Carbajal ( Pabl o) : 73.
Casa de Moneda de E. U.: 301.
Casa Nickerson; 332.
Castelln ( Fr anci sco) : 7, 12, 28, 30, 35, 66, 67, 68, 69, 70, 72, 73, 74, 75,
80, 82, 88, 103, 123, 154, 396, 397, 443, 453, 454, 455, 457, 462.
Castillo (Fl orenci o): 413.
Castillo (cacique Ci ri l o): 415.
Castillo ( Dr . ) : 439.
Cat acamas: 256, 281, 282, 283, 286, 292, 304, 307, 325, 327. 330, 340, 341,
344, 347, 350, 354, 355, 357, 360, 366, 369, 497, 517, 518.
Ceballos ( chi co) : 33.
Cedros: 208, 219, 470, 475.
Centro Amri ca: 5, 6, 7, 8, 10, 11, 18, 27, 33, 45, 46, 48, 54, 55, 57, 58, 62,
64, 66, 71, 74, 76, 79, 81, 83, 84, 85, 88, 90, 93, 94, 96, 97, 102, 103, 105,
110, 113, 123, 125, 130, 133, 138, 139, 142, 144, 145, 148, 150, 153, 155,
157, 158, 159, 160, 165, 166, 168, 169, 171, 173, 174, 176, 177, 181, 184,
186, 1S8, 194, 195, 199, 202, 205, 206, 207, 209, 211, 213, 224, 225, 230,
232, 262, 265, 269, 277, 283, 285,287, 288, 298, 310, 312, 314, 318, 322,
323, 328, 333, 334, 336, 345, 349,352, 359, 365, 366, 370, 375, 376, 390,
393, 394, 396, 397, 398, 401, 411, 415, 416, 417, 419, 420, 421, 422, 423,
424, 425, 426, 427, 428, 429, 433, 434, 440, 441, 442, 446, 451, 452, 453,
455, 456, 457, 461, 462, 463, 465, 466, 467, 469, 474, 476, 477, 485, 487,
489, 490, 491, 492, 493, 495, 496, 497, 503, 506, 508, 509, 510, 511, 513,
514, 515, 516, 517, 519, 522.
Cepeda y Coronado (Mercedes): 5.
Cereceda (Andrs de ) : 407.
Cerdea: 100, 119.
Cerro de Hul e: 139, 141, 142, 145, 146, 148, 149, 488.
Cerro Gordo: 259, 371, 376.
Cerqui n: 406.
Cisneros de Reynoso ( J ua n) : 159.
Ciudad Real ( Chi apas) : 421.
Clayton-Bulwer ( Tr at ado) : 349.
Clemente VII ( Papa) : 408.
Cdigo de Livingston: 5.
Coeho (Augusto C. ): 54, 103.
Cofrada: 205, 216, 377, 379.
Cojutepeque: 171, 207, 262, 442, 500.
C. . . (Col, Byr on) : 37, 44, 73, 82.
Col ( Byr on) : 230, 244, 396.
Col ( Dr . ) : 17, 25, 36.
Col (Mr. ): 146, 149.
Colindres (P. Buenavent ur a) : 273, 2S0, 281, 286, 291, 292, 294, 304, 337,
338, 339, 340, 344, 346, 350, 354, 355, 357, 364.
Coloal ( mi na) : 386, 387, 396, 476.
Colombia: 250.
Coln ( Bar t ol om) : 402.
Coln (Cri st bal ): 256, 366, 402, 478.
Coln ( Fer nando) : 411.
Colora (puebl o): 415.
Colorado (desierto de) : 246.
Col umnas de Hrcul es: 84, 109, 397.
ColHer ( Jor ge) : 473.
Comayagua: 71, 101, 104, 118, 127, 136, 138, 158, 163, 180, 187, 203, 329,
338, 381, 383, 390, 406, 407, 408, 409, 411, 412, 430, 446, 450, 451, 461,
464, 478, 483, 485, 493, 495, 496, 500, 501.
Comayagua-Teguci gal pa (puebl o): 159.
Comayagel a: 153, 164, 173, 174, 176, 185, 186, 309, 471.
Compa a del Tr nsi t o: 7, 9, 11, 12, 130.
Concordia (puebl o): 518.
Concordia (ro) 223, 231, 235.
Concordia (El Sal vador ) : 507.
Concepcin (iglesia, El Viejo): 83. "
Conchagua (bah a de ) : 8, 109.
Conchagua (vol cn): 109, 140, 206, 397.
Conchagi t a: 98.
;
Conder: 151, 477.
Condorcet : 422.
Connect i cut : 385.
Consejo de Indias: 413, 415.
Constitucin de Hondur as de 1848: 103, 202, 495, 501.
Constitucin Federal de 1S24: 54, 103.
Constitucin de la Monarqu a Espaola de 1812: 413.
Cont reras de Guevara (Al onso): 159.
Copan: 256, 338, 451, 452, 496, 497.
Cordero (Gral. Mxi mo) : 436.
Cornwall: 397.
Coronel Rub : 213.
Corts ( Her nn) : 55, 401, 403, 404, 405.
Corts ( bar co) : 6.
Corral (Mi ni st ro): 453.
Coment e de Caoba: 520, 521,
Coquimbo ( bar co) : 442.
Cosigina (pen nsul a): 93, 96.
Cosigina (vol cn): 84, 90, 93, 94, 95, 108, 116, 162, 205, 206, 397.
Costa Ri ca: 15, 21, 38, 39, 55, 69, 81, 145, 184, 199, 207, 245, 283, 285, 312,
349, 397, 411, 413, 417, 421, 423, 426, 427, 432, 433, 434, 435, 436, 439,
440, 442, 443, 449, 453, 463, 485, 487, 494, 508, 509, 518.
Count ess ( Capi t n) : 521.
Coventry: 137.
Cowley (Ambrosi o): 107.
Cracat oa (vol cn): 90.
Graigmiles (Mr. ): 38.
Crowe: 497.
Crusoe ( Robi nson) ; 118.
Cuba: 11, 21, 153, 193, 311, 366, 407, 482.
Cubas (P. Fr asci seo) : 273, 280, 281, 298.
Culm (puebl o): 293, 321, 371, 497.
Cuyal ( mi na) : 393.
Cuyamel ( r o) : 521.
Cuo de Tegucigalpa: 83, 184, 386, 471, 513.
Cusbing ( Juez) : 11, 12, 37.
Chagres: 408.
Chamelecn ( r o) : 311.
Cbamorro ( Fr ut os) : 7, S, 13, 25, 26, 30, 32, 35, 68, 69, 80, 397, 443, 453,
454, 455, 456.
Chatfield (Federi co): 349, 432, 495.
Chvez ( Cor onado) : 443, 448.
Chesterfield ( Lor d) : 28, 40, 175.
Chi apas: 71, 404, 411, 460.
Chicben: 256, 277, 496.
Chico (cri ado): 15, 77.
Cnichigalpa: 51, 59, 60, 78, 507.
Chifilingo ( r o) : 519.
Child (Coronel ): 41.
Child (O. W.) : 491.
Chile: 414, 420, 432, .434.
Chimbo ( cer r o) : 482.
Chi na: 18.
Cbi nandega: 37, 43, 45, 46, 51, 52, 56, 59, 62, 66, 67, 68, 71, 77, 78, 79,
81, 82, 83, 85, 86, 87, 94, 101, 230, 319, 449, 455, 493.
Chiquimula: 451, 452, 453.
Cholnteca (ciudad, depar t ament o) : n s , 122, 123, 140, 381, 396, 444, 485,
489, 500, 506.
Choluteca (mont aas, r o) : 93, 105, 111, 136, 312.
Chontales ( mont aas de ) : 43, 90, 98.
Dampi er: 360.
Danl: 293.
Drdano (Carl os): S, 83, 101, 103, 104, 105, 107, 113, 118, 119, 396, 506.
Drdano (familia) : 38, 83, 84, 87, 98, 100, 196.
Drdano & Mller: 100, 112.
Dai i en: 262, 345, 402.
Dvila (Miguel R. ) : 153.
Dvila ( Pedr ar i as) : 404.
Davis (Dr. ): 12, 28, 30, 37.
Davis ( Eduar do) : 107.
Daza (Al onso): 410.
Del aware: 385.
Delgado (P. Jos Mat as) : 39.
Daz (Chi co): 63, 67, 124.
Daz del Castillo ( Ber nal ) : 401, 403, 404, 405, 477, 497.
Daz (Coronel Remi gi o) : 145, 423.
Daz (Vctor Mi guel ): 90, 205.
Daz Ugart e (Manuel ): 182.
Daz Zapat a ( Fr anci sco) : 63, 74, 75.
Diego (si rvi ent e): 219, 221.
Dixon (Mr. ): 9, 28.
Doblado (Jos Ra mn) : 127.
Doa Teresa ( ? ) : 288.
Doa Isabel ( ? ) : 291.
Dublin: 473.
Dulce Nombre (puebl o): 293, 354.
"du Lamerci er" (Salvador D' Arbelles): 66.
Dunlop (R. G.) : 393, 424, 428, 463, 474, 477, 509.
Dunn ( Henr y) : 352, 386, 477, 493, 494, 509.
Dur an ( Joaqu n) : 448.
Durn (fami l i a): 471.
Durn (Rmulo B.) : 143, 160, 163, 183, 329, 443, 462, 495.
Eat on ( J ua n) : 107.
Ecuador (Encargado de Negocios e n) : 12.
Edwards (Mr.) : 178.
El Agua Caliente (rpidos de) ; 520.
El Agua Dulce ( ar r oyo) : 94.
El Boquern: 246, 283, 325, 339, 344.
El Callao: 111.
El Capero ( mi na) : 473.
El Corpus: 393, 473.
El Chi mbo: 377, 392, 474, 475, 482.
El Espumoso ( r o) : 359, 368, 369.
El Jocot e (Costa Ri ca) : 433.
E Molino o Cajoncito: 521.
El Murcilago ( haci enda) : 239, 248, 251, 252, 254, 257, 338, 368, 369.
El Murcilago ( r o) : 248.
El Obraje: 28, 30, 32, 36.
El Paci ent e ( haci enda) : 51, 61, 62.
EJ Panal ( haci enda) : 359, 372.
El Panal (quebrada) : 372.
EI Plomo ( mi na) : 392, 470, 471, 473, 474.
El Pot rero (llano) : 152.
El Pozo: 186.
El Quebracho ( haci enda) : 317, 319, 321, 323, 325, 327, 329.
"El Rancho": 229.
El Real (o Sant a Mar a de ) : 340, 341, 344, 346, 348, 349, 350, 355, 360,
364, 518.
El Real ( r o) : 346.
El Real ej o: 8, 35, 37, 40, 41, 42, 44, 5S, 60, 62, 68, 69, 71, 94, 107, 377,
455, 457, 505, 506, 507, 508.
El Roble ( mi na) : 473.
El Ret i r o: 308, 309, 327, 359, 372.
El Salto ( al dea) : 366.
El Salto ( mont aa) : 230, 232, 322, 488, 518.
El Salvador: 8, 3S, 39, 69, 101, 103, 104, 106, 109, 111, 112, 125, 135, 171,
193, 195, 19S, 206, 261, 262, 283, 334, 347, 359, 366, 397, 417, 420, 421,
423, 424, 425, 426, 427, 429, 430, 432, 433, 441, 442, 443, 444, 445, 446,
447, 448, 449, 450, 453, 454, 455, 459, 461, 462, 489, 495, 509, 510, 515,
518.
El Sitio ( haci enda) : 192, 194, 195, 196, 197.
El Tempi sque: 67, 83, 84, 9X 120.
El Viejo (puebl o): 40, 45, 67, 81, 83, 85.
El Viejo (vol cn): 45, 48, 82, 87.
El Zopilote ( mi na) : 377.
Escobar ( Manuel ) : 123, 127.
Escoto (Bartolom de ) : 411.
Espaa: 64, 134, 152, 159, 168, 188, 242, 257, 319, 32S, 339, 366, 372, 381,
386, 38S, 396, 404, 405, 409, 412, 413, 414, 415, 416, 417, 418, 419, 422,
466, 493, 513, 514.
Espi nach ( Buenavent ur a) : 437, 438, 440, 442.
Esqui pul as: 452.
Est ados Unidos: 5, 7, 8, 9, 11, 12, 21 27, 40, 41, 46, 58, 59, 67, 100, 101,
117, 144, 149, 157, 15S, 164, 194, 197, 200, 201, 212, 233, 240, 243,
246, 262, 280, 292, 301, 304, 311, 317, 322, 330, 332, 349, 355, 369, 377,
3S5, 421, 422, 454, 458, 459, 462, 472, 478, 479, 482, 492, 503, 504, 506,
507, 508, 509, 510, 516.
Est ero Real : 83, S6, 89, 90, 96, 100, 103.
Est r ada (Jos Dol ores): 82, 456.
Eur opa: 27, 41, 144, 200, 240, 262, 311, 317, 360, 381, 401, 412, 416, 455,
475, 492, 498, 507, 510, 515.
Expedicin Ki nney: 375.
Exposicin (i sl a): 100, 113, 117.
Fant as mas (i ndi os): 496.
Felipe II: 159, 409.
Fer nando V de Aragn: 402.
Fernndez ( Sr . ) : 311.
Fernndez de Oviedo (Gonzal o): 403.
Fernndez Guardi a ( Ri car do) : 7.
Ferrari ( Jos) : 162, 183, 184, 185, 187, 192, 193, 195, 196, 201, 318, 381,
383, 385, 387, 389, 390, 473.
Per r er a ( Fr anci sco) : 104, 395, 396, 430, 444, 447, 448.
Ferrocarril latero cenico de Honduras: 93, 101, 104, 117, 158, 170, 211,
408, 45S.
Ferrufino ( ? ) : 439.
Fiallos (Juana Mara): 450.
Fiallos (Padre): 333, 365.
Fiallos (Sr. ): 382.
Filisola (Gral. Vicente): 421.
Fleury (Manuel): 508.
Flores (Padre Alejandro): 178.
Florez Estrada (Alvaro): 414.
Florite (Coronel): 1S3.
Folien (sic por Folln): 311, 454, 500.
Fonseca (golfo o baha de): 67, 84, 86, 90, 91, 93, 94, 96, 100, 101, 103,
109, 111, 116, 117, 120, 124, 129, 135, 150, 166, 166, 193, 312, 366, 377,
397, 402, 407, 485, 489, 507.
Fonseca (Mariscal Casto): 443, 444.
Foote (S. ): 6.
Francia: 68, 169, 198, 424, 508, 510.
Francisco Morazn (departamento de): 146.
Franconia: 369.
Frenen Corral (California): 248.
Fuentes y Guzmn (Cronista): 338, 515.
Funes (Sr. ): 473.
Gage (Toms); 70.
Gainza (Gabino): 417, 420.
Galn (montaas de): 229.
Galeras (nacienda): 259, 263, 267, 270, 286, 313, 376, 519.
Gallegos (Rafael): 440.
Garay (familia): 347, 349.
Garay (Francisco): 267, 273, 278, 279, 280, 281, 284, 288, 289, 294, 295,
297, 306, 321, 327, 349, 350, 352, 365, 367, 372.
Garay (Gabriel): 307, 321, 322.
Garay (Just a): 280.
Garay (Teresa): 349, 350, 367.
Garca (Fr. Luis): 39.
Garca Felez (Francisco): 39.
Gardela (familia): 347.
Gardela (Sr. ): 267, 278.
Gasteazoro (Ignacia): 56.
Gatal (mina): 377, 381, 387, 388, 389, 390, 472, 475.
Gaas (indios): 496.
Geer (Mr.): 14.
Gerarde: 360.
Gil Gonzlez (r o): 30, 32.
Goascorn (r o): 111, 124, 125, 312.
Godoy (Diego de) : 404.
Goicoecbea (Fr. Antonio): 411.
Golfo Dulce: 403.
Gmez (Gral, Francisco): 459.
Gracias: 462.
Gracias a Dios (cabo de) : 210, 311, 312, 402, 404, 411, 490, 499, 521.
Gr anada ( Ni car agua) : 11, 13, 35, 41, 5S, 66, 67, 6S, 69, 70, 71, 75, 76, 1S6,
397, 421, 445, 455, 459, 462.
Granados ( Gener al ) : 453.
Gran Br et aa: 210, 349, 464, 509.
Grass Valley (Cal i forni a): 24S.
Green Mountain, 296.
Grijalva (Juan de) : 229.
Gonzlez Dvila (Gil) : 402, 403, 493.
Guabas (indios) : 411.
Guacos (indios) : 316, 499.
Guadalupe (iglesia de Len, Ni c. ): 72.
Guai maca (pueblo) : 221, 222, 223, 225, 227, 228, 229, 377.
Guai maca (pico de) : 223, 229, 246, 390.
Gual aco: 293.
Gualn (pueblo) : 452.
Guanacast e (Costa Rica) : 434, 440.
Guanaj a: 402.
Guardiola (Gral. Sant os ) : 8, 69, 145, 317, 355, 375, 444, 445, 446, 447, 449,
450, 451, 457, 459, 461, 462, 463, 464, 465, 501.
Guasucar n (mina) : 470, 471.
Guat emal a: 6, 38, 39, 40, 46, 55, 69, 70, 71, 90, 95, 135, 13S, 143, 145, 151,
153, 159, 160, 164, 166, 168, 179, 180, 1S3, 1S5, 186, 199, 200, 206, 207,
221, 224, 245, 250, 277, 279, 283, 296, 323, 334, 338, 346, 347, 371, 372,
373, 386, 393, 395, 397, 401, 404, 406, 410, 411, 412, 413, 415, 41G, 420,
421, 423, 425, 427, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 434, 443, 444, 447, 44S,
450, 451, 452, 453, 454, 457, 459, 460, 461, 477, 481, 484, 490, 491, 493,
494, 496, 497, 498, 499, 500, 50S, 511, 513, 515.
Guat emal a (Antigua) : 429.
Guayabillas ( mi na) : 377, 393, 394, 395, 396, 473.
Guayambre (ro) : 210, 241, 281, 284, 304, 310, 312, 316, 349, 355, 481, 519,
520.
Guayape (ro) : 157, 187, 205, 208, 209, 210, 211, 223, 230, 231, 232, 233,
235, 237, 239, 240, 241, 250, 251, 252, 256, 257, 263, 264, 265, 274, 275,
277, 281, 284, 293, 301, 302, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312,
316, 318, 322, 326, 327, 330, 337, 341, 344, 346, 347, 349, 350, 351, 354,
355, 357, 361, 367, 368, 369, 375, 405, 439, 477, 478, 481, 482, 513, 515,
518, 519, 520, 521.
Guayape (puebl o): 518.
Guayapito (ro) : 223, 236, 519.
Guayaquil: 79.
Guai mura; 403.
Guinea: 359.
Guillermo (el Dr. D.) : 126, 127, 205.
Ginope: 208.
Gutirrez (Carlos) : 514.
Gutirrez (Simn) : 153.
Guzmn (Fr. Alonso) : 408.
Guzmn (David J.) : 207.
Guzmn (Joaqu n .) : 446, 447.
Hai t : 311.
Hart ford: 246.
70.
404, 477, 49G.
Hender son: 108, 165, 323, 352, 363, 490, 509
Herdoei a (Hi l ari o): 73.
Heredi a (Cost a Rica) : 417, 435.
Hernndez de Crdova ( Fr anci sco) :
Her nndez de Tol edo: 366.
Hernando Lpez (paso de ) : 216.
Her r er a (Antonia de) : 256, 401, 403,
Her r er a (Dionisio de) ; 155.
Her r er a (Pedro) : 373.
I est on (Mr. ): 301.
Hewst on (Dr.) : 472, 479.
Hi buer as: 403.
Hidalgo (Cura Miguel) : 417.
Hiplita (seora) : 227.
Hi spano Amri ca: 73, 93, 133, 250,
Hoffman Jr. ( Ogden) : G.
Hol anda: 330.
Hondur as: 5, G, 31, 53
104, 105
133
157
183
205
242
303
342
374
405
433
455, 45S, 459, 461, 462, 463
480, 481, 482, 483, 484, 487,
500, 503, 504, 505, 507. 50S
281, 2S2, 293, 3S3, 401, 412, 4S1.
101,
130,
153,
177,
200,
231,
293,
332,
368,
402,
426,
452,
477,
497,
517,
132,
156,
179,
202,
241,
301,
336,
372,
404,
430,
454,
479,
499,
519,
54, 68, 69, 72,
106, 107, 111.
135,
159,
18G,
208,
247,
309,
34S,
379,
408,
441,
459,
482,
504,
22
134,
158,
185,
207,
244,
307,
347,
375,
406,
440,
45S,
481,
503,
523.
505.
103,
131,
155,
178
;
201,
235,
295
33 5
;
371,
403
;
427
;
453,
478
498
518.
Hondur as Bri t ni ca:
Hotel Pac fi co: 7.
Humbol dt (Barn de)
Humuya (ro) : 218.
Hur t ado (Sr.) : 30.
Iguala (Plan de ) : 420.
Indi a: 41.
Indias Occi dent al es: 21,
Indias Ori ent al es: 359.
I ngl at er r a: 40, 41, 68, 200, 210,
509, 510, 511, 514.
Irl anda: 362.
Isabel ( s eor a) : 304.
Isla del Ti gr e: S, 83, 93, 98, 99,
117, 118, 119, 120, 140, 199,
Islas Canar i as: 359.
Islas de la Bah a: 402, 464.
Islas Fiji: 14S.
136,
161,
187,
209,
257,
310,
350,
380,
409
443
461,
483,
505,
74, 76, 79, 82,
113, 114, 116,
138,
166
1S9
211,
262
312
353
386
412
137,
165,
188,
210,
261,
311.
352,
385,
411,
444,
462,
484,
507,
44
141,
167,
191,
212,
2G5,
314,
355,
387,
413,
44G,
4G4,
490,
509,
88, 90, 93, 95, 96, 100,
117, 120, 123, 124, 12t>,
143, 144, 145, 149, 151,
168, 170, 171, 173, 176,
193, 196, 197, 19S, 199,
213, 214, 219, 222, 225,
266, 274, 282, 283, 285,
317. 323, 326, 329, 330,
356, 358, 359, 3G3, 3G6,
388, 390, 395, 397, 401,
416, 420, 423, 424, 425,
447, 448, 449, 450, 451,
469, 470, 472, 474, 476,
491, 493, 494, 495, 49G,
511, 512, 513, 514, 515,
144, 336, 515.
257, 259, 359, 366, 412.
253, 260, 314, 318, 393, 395, 590, 505, 506,
100, 104, 105, 107,
207, 348, 397, 455,
108, 109, 111, 112, 113,
506, 509.
It al i a: 183, 199, 246, 424, 510.
Iturbde (Agustn de ) : 420, 421, 422, 507.
Izabal : 454.
Izles (i ndi os): 496.
Jacal eapa (quebrada de ) : 391.
Jai u ( r o) : 210, 284, 302, 304, 305, 307, 309, 310, 312, 317, 31S, 319, 325,
326, 356, 4S1, 4S2, 519, 520.
Jal apa (Mxico): 282, 488."
Jal t eva: 13, 76.
Jamai ca: 291, 313, 349, 509, 510, 515.
Jano. (puebl o): 329.
J ar as (i ndi os): 496.
Juregui (Fel i pe): 395, 396.
Jerez (Mxi mo): 13, 68, 455, 456.
Ji caques (i ndi os): 496.
Jot ej i agua ( mi na) : 359, 372.
Ji rn (Padre Yanuar i o) : 160, 178.
J uan Fernndez (i sl a): 118.
J uan Franci sco (jefe Opat a) : 415.
Juar r os (P. Domi ngo) : 195, 277, 292, 338, 342, 393, 401, 403, 406, 407, 408,
477, 494, 496, 509, 515.
Julio ( don) : 113.
Julio ( vaquer o) : 246, 267, 287.
Jul i us Pringle ( gol et a) ; 507.
Junqui l l o: 328.
Jupuar a ( haci enda) : 440.
Jut i apa (mont es de ) : 216, 234.
Jut i cal pa: 191, 209, 237, 243, 245, 252, 256, 257, 259, 266, 269, 270, 271,
273, 274, 275, 276, 277, 280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 293,
296, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 304, 305, 306, 307, 309, 312, 321,
325, 326, 328, 329, 330, 338, 339, 342, 344, 347, 349, 354, 355, 357, 359,
360, 361, 365, 366, 367, 370, 371, 372, 374, 375, 481, 482, 488, 495, 497,
498, 501, 518, 519, 520, 521.
Jutiquile ( al dea) : 284, 293.
Jut i que ( mont aas de ) : 325, 328, 330, 333, 497.
Kinney (Coronel) : 158.
La Br ea: 113, 119, 120, 122, 129, 507.
La Cangreja ( mi na) : 472.
Lacayo ( Sr . ) : 22.
La Concepcin ( al dea) : 282, 291, 293, 295, 304, 305, 306, 308, 325.
La Conqui st a (puebl o): 292, 354.
La Culebra ( mi na) : 472.
Lady Godiva: 137.
Lago Superior: 329.
Laguna Brewer: 521, 522.
Laguna del Pedr egal : 85.
Laguna del Pescado: 185.
Laguna del Quebr acho: 307.
La Habana: 64, 71, 153, 159, 180, 197, 199, 200, 201, 505.
La Her r adur a ( haci enda) : 279, 325, 337, 364.
Lanex ( Sr . ) : 215.
La Labr anza ( haci enda) : 497.
La Libertad (El Sal vador ) : 432,
La Li ma ( haci enda) : 240.
La Mai rena ( mi na) : 474.
La Mal acat a ( mi na) : 473.
La Natividad (puebl o): 404.
La Mosquitia: 209, 225, 349, 375, 464.
La Pea ( mi na) : 472.
La Pi edra Gr ande: 185.
La Quebrada ( ar r oyo) ; 274.
Lardi zabal (fami l i a): 180, 182.
Lardi zabal ( Josef a) : 8.
Lardizabal (Jos Venanci o) : 178.
Lardi zabal ( Sr . ) : 391.
Lar r azbal ( Ant oni o) : 413,
Las Casas ( Fr anci sco) : '403, 404.
Las Casas (Fr. Bar t ol om) : 401, 402, 406, 415.
Las Cuevas: 205, 221, 224.
Las Fl ores: 282.
Las I guanas ( mi na) : 473.
Las Mar as: 251.
Las Moras ( mont aa) : 216.
Lastiri (Mar a J os ef a) : 8, 127, 182.
Las Quemazones ( mi na) : 473.
La Suyat al ( mi na) : 473.
La Trinidad ( baci enda) : 139, 145, 147.
La Unin (El Sal vador ) : 8, 104, 112, 136, 198, 199, 433, 476, 506, 507, 511.
La Unin ( Ol ancho) : 294.
Lavan ( Dr . ) : 371.
La Vent a: 139, 141, 143.
La Vet a Azul ( mi na) : 473.
La Vet a Dur a ( mi na) : 473.
Lazo (Jos Es t eban) : 183.
Lazo ( Fr anci sca) : 473.
L. . . (Lazo, Jos Sot er o) : 176, 177, 212, 215, 217, 219, 224, 231, 233, 234,
239, 242, 243, 263, 271, 275, 278, 296, 355, 369, 370.
La Zopilota ( mi na) : 391, 472.
Lean ( r o) : 356.
Lempa ( r o) : 425, 430.
Lempi ra ( caci que) : 405, 406, 407, 496.
Lemus ( M. ) : 171.
Lencas (i ndi os): 410, 496.
Len ( Ni car agua) : 12, 16, 35, 37, 38, 44, 45, 51, 52, 58, 59, 62, 63, 66, 67,
68, 69, 70, 71, 73, 74, 75, 76, 77, 107, 124, 130, 160, 1S7, 244, 396, 397,
417, 443, 445, 446, 453, 455.
Lepaguar e: 157, 223; 234, 235, 239, 240, 241, 246, 247, 252, 253, 257, 259,
261, 263, 264, 266, 267, 277, 282, 286, 287, 303, 327, 328, 329, 350, 357,
359, 367, 368, 371, 372, 373, 375,470, 497, 519.
Lepat eri que ( mont aas de ) : 383, 390, 396.
Lerdo de Tej ada: 495.
Leveri ( Sr . ) : 372.
Levy ( Pabl o) : 11, 73, 74, 95.
Li ma ( Per ) : 511.
Lindo ( J uan) : 123, 178, 1S3, 449, 501, 514.
Limieo: 195, 323.
"Live Yankee" ( l ancha) : 398.
Livingston ( Capi t n) : 490.
Lvngston (Cdigo de) ; 427.
Livingston (Dr. ): 51, 64, 65, 66, 75, 77, 80.
Londres: 210, 317, 360, 390, 414, 506.
Lpez de la Pl at a (Jos Ant oni o) : 413.
Lpez (Gral. J u a n ) : 197, 457, 461, 462.
Los Altos ( Guat emal a) : 431.
Los Candeleros ( haci enda) : 32.
Los Guapinoles ( cor t e) : 307.
Los Mangos (rpidos de ) : 520.
Los Metalones ( mi na) : 474.
Los Ranchi t os ( mont aa de l os ) : 217.
Lozano (Cal i xt o): 8.
Lozano ( Cr uz) : 440.
Lozano ( Pr anci so) : 381.
Lozano ( Josef a) : 8.
Lozano (Jos Mar a) : 154, 162, 166, 177, 205, 261, 380, 394.
Lozano Daz (Jul i o): 154, 470.
Llano de -las Pl ores: 350.
Llano de Sant a Rosa: 329, 380.
Llorente (Ansel mo): 39.
Macawber (Mr. ): 391.
Machucha ( r o) : 520.
Madera (vol cn): 11, 12, 14.
Madrid ( Es paa) : 300, 402, 413, 415
;
417.
Madriz ( Padr e) : 436.
Mairena ( mi na) : 396.
Mai rena ( Sr . ) : 474.
Mal acat e ( mi na) : 396.
Maldonado (Lie. Alonso de) : 411.
Malespn ( Fr anci sco) : 429, 433, 442, 443, 444, 445, 446, 447.
Mallol (Narci so): 153, 174.
Mami saca ( haci enda) : 273, 275, 293, 296.
Managua: 68, 397, 445, 456.
Mangulile ( r o) : 257, 372, 482.
Manni ng ( Thomas ) : 45, 51, 59, 60, 445.
Manto (puebl o): 293, 338, 339, 344, 356, 518.
Mar Caribe: 104, 118, 207, 209, 210, 224, 229, 251, 257, 266, 269, 311, 312,
314, 355, 359, 479, 482, 488, 489, 490, 507, 519.
Marcos ( gu a) : 264.
Mar a de la Sant a Cruz: 223, 231.
Mariano ( ? ) : 26.
Mari, (A. J.) : 368, 483.
Marn Bulln (Isi dro): 66.
Martnez (Ant oni o): 38.
Mart nez (Fr. Cri st bal ): 411.
Mani r (Alejandro) : 124, 157, 159, 421.
Masaya (ciudad) : 7, 13, 27, 29, 31, 397, 456.
Masaya ( vol cn) : 34.
Mast er Wat er : 94.
Mat i na ( puer t o) : 438.
Matsell (Mr. ): 38.
Mat o Grosso: 4S1.
Mat ut e (Hi pl i t o): 179.
Mat ut e ( Li no) : 123.
Mat ut e ( Padr e) : 179.
Mat ut e ( ? } : 416.
Maury ( Teni ent e) : 41.
Mawe: 4S4.
Mayflower: 401.
Mayorga (Pedro) : 437, 438.
Me. Gregor: 491.
Meanguer a ( i sl a) : 97, 98, 397.
Meangueri t a (isla) : 98.
Medina (Gral. Jos Mara) : 461.
'Meja ( ? ) : 169, 458.
Mejicanos (El Salvador) : 442.
Masaguar a: 462.
Meja (Mi ni st ro): 462.
Membreo (Alberto) : 164, 200, 241, 519.
Menca (Franci sco) : 346.
Menca <Sr._) : 362.
Mndez (seora) : 333.
Menndez y Pel ayo (Marcel i no): 219.
Merced (iglesia de Len, Nic.) : 72.
Mrri mac (ro) : 369.
Mxico: 6, 18, 26, 40, 74, 90, 95, 133, 144, 151, 165, 1S3, 224, 229, 261, 262,
282, 305, 356, 360, 372, 381, 403, 405, 407, 412, 417, 420, 421, 422, 426,
451, 460, 466, 469, 487, 488, 494, 495, 509, 514, 515.
Mexicanos (i ndi os): 410.
Meza ( I gnaci o) : 337, 338, 339, 365.
Mezcales (cort e de ma de r a ) : 307.
Mezcales ( l ago) : 350.
Mico (ro) : 520.
Milla (General) : 461.
Milla ( J os ) : 402, 411.
Milla ( J us t o) : 145.
Miller (botnico) : 261.
Mina de Cri st o: 472.
Mina de la Pea: 377, 391.
Mina del Confite: 474.
Mina de los Ni os: 472.
Mina de Ri vas: 473.
Mina Encant ada: 472.
Mina Gr ande: 377, 381, 382, 472.
Minas de Pl at a: 470.
Mina (Javier) : 417.
Mirajoco ( r o) : 257, 371, 482.
Miranda ( Fr anci sco) : 396.
Mississip ( r o) : 85, 117, 308.
Mobila: 478.
Moct ezuma: 401.
Molina (Fel i pe): 423.
Molina (Manuel ngel ) : 435.
Molina ( Pedr o) : 169.
Moraotombo (vol cn): 40.
Moneada ( Fr anci sca) : 81.
Moneada (Gregori o): 219, 220, 377, 378.
Moneada (Ni col asa): 221.
Monserrat ( mi na) : 473.
Mont aas del Carbonal : 305.
Mont aas de Vindel: 221, 222.
Mont eagudo (Fr. J u a n ) : 409.
Mont eal egre ( Mar i ano) : 43, 44, 45,
46, 47, 48, 79, 80, 81, 83, 230, 439, 440.
Montealegre ( seor a) : 59, 85.
Monte Encant ado (o El Encant o) : 273, 275.
Montejo (Francisco de ) : 405.
Mont ero Bar r ant es ( Fr anci sco) : 81.
Mont errosa: 246, 285, 286, 305, 308,, 309, 310.
Monten-oso ( Gener al ) : 431, 448.
Mont far ( Lor enzo) : 38, 68, 349.
Moore ( Capi t n) : 377, 393.
Mora (Juan) : 435, 439.
Morano ( Sr . ) : 308, 309, 327.
Moramul ca ( r o) : 129, 150.
Morazn ( Beni t o) : 424.
Morazn ( Ensebi o) : 154, 424.
Morazn ( Fr anci sco) : 8, 46, 81, 82, 124, 127, 145, 152, 154, 155, 156, 157,
169, 170, 182, 183, 184, 235, 419, 424, 425, 426, 428, 431, 432, 433, 434,
435, 436, 437, 438, 439, 440, 441, 442, 443, 444, 447, 453, 455, 495, 500.
Morazn (Juan Baut i s t a) : 424.
Morazn Moneada ( Fr anci sco) : 56, 81, 155, 182, 438.
Morejn (Ant oni o): 163.
Morejn (Jos Fr anci sco) : 413.
More;'n ( Mar a) : 163.
Morel de Sant a Cruz ( Pedr o) : 64.
Morelos (Jos Mar a) : 417.
Morey ( Capi t n) : 393.
Mormon Island: 321.
Mort on ( Capi t n) : 393.
Moscos (i ndi os): 496.'
Mot agua ( r o) : 311.
Mot ucas (i ndi os): 496.
Muller (Mr. ): 101.
Muoz ( Pedr o) : 354.
Murillo ( Padr e) : 341, 346, 349, 362, 364.
Nacaoni e (ciudad) : 113, 119, 121, 122, 123, 125, 129, 261, 399, 449, 485..
489.
Nacaome ( r o) : 129, 1.34, 135.
Nacascolo ( est er o) : SS.
Naco (villa) : 405.
Nance (hacienda) : 275.
N andami e: 32, 34.
apo (Per) : 481.
Napol en: 2S0.
Natividad (Villa de la) : 404.
Nazario (cri ado): 15, 16.
Nevada: 273.
New Al madcu: 329.
New Havcn: 276.
New York and Rosario Mining Co.: 470.
Ni car agua: S, 9, 11, 13, 18, 20, 21, 22, 23, 24, 26, 34, 37, 39, 41, 47, 53, 54,
56, 57, 58, 59, 60, 61, 66, 67, 6S, 69, 70, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 79, SO,
81, 82, 83, 84, 86
:
SS, 93, 95, 101, 103, 104, 107, 113, 114, 121, 122, 130,
135, 136, 138, 161, 166, 167, 169, 187, 1S8, 193, 194, 196, 210, 211, 217,
230, 244, 257, 293, 301, 312, 319, 325, 349, 352, 356, 359, 363, 396, 397,
404, 409, 413, 41G, 417, 420, 421, 423, 427, 429, 430, 433, 434, 440, 443,
444, 445, 446, 448, 449, 453, 454 455, 456, 457, 459, 462, 463, 465, 489,
491, 493, 497, 507, 509, 512, 518.
Ni caragua (lago de) : 5, 14, 25, 85, 210.
Ni ckerson (Sr.) : 505.
Ni ckerson & Co.: 504.
Nicoya (golfo de) : 439, 485.
Ni cuesa (Diego de) : 402.
Nia Beni t a: 339.
Nia Ter esa: 154.
Nombre de Dios: 408.
Norbert o ( gu a) : 105, 106, 107, IOS, 109, 114, 115, 116.
Nort e Ameri ca: 23, 27, 105, 149, 187. 199, 240, 268, 467.
Nueva Arcadi a: 139, 146, 148, 149, 488.
Nueva Espaa: 144, 262, 414.
Nueva Gr anada: 250, 4S1.
Nueva Ingl at erra: 83, 90, 107, 134, 161, 1S6, 249, 273, 277, 325, 401, 488,
523.
Nueva Orl eans: 118.
Nueva Segvia: 66, 409.
Nueva Valladolid ( Comayagua) : 408.
Nueva York: 5, 9, 60, 66, 111, 118, 133, 180, 195, 199, 210, 235, 244, 266,
301, 398, 458, 483, 505.
Nueva Zel anda: 330.
Nuevo Mundo: 366.
Oaxaca: 319.
Ocampo (Apolonio) : 266, 273, 284, 285, 308, 31.0, 313, 314, 316, 317, 319,
322, 327, 370, 519, 521.
Ocampo (Trinidad) : 284.
Ocot epeque: 462.
Ochomogo: 19.
Ochomogo ( r o) : 34.
Obilby (gegrafo): 408.
Ohio: 13.
Ojeda (Alonso de) : 402.
"Ojo de Agua": 222.
Ojojona: 182.
Olanchito: 342, 482, 518.
Olanchito (San Jor ge de) : 342, 403.
Olancho: 5, 82, 110, 114, 149, 155, 157, 170, 187, 195, 199, 205, 20S, 209,
211, 212, 214, 221, 222, 224, 227, 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 239,
240, 241, 242, 244, 250, 251, 253,254, 255, 256, 257, 25S, 259, 260, 261,
263, 264, 2G5, 266, 267, 268, 271,273, 274, 275, 276, 277, 279, 2S0, 281,
282, 283, 284, 286, 287, 289, 293,296, 298, 301, 302, 303, 304, 306, 307,
308, 309, 310, 31S, 319, 320, 321, 322, 323, 325, 327, 32S, 329, 330, 332,
334, 336, 337, 338, 341, 344, 345,346, 349, 350, 352, 353, 356, 357, 35S,
359, 361, 362, 365, 366, 367, 36S, 371, 373, 374, 375, 376, 3S0, 390, 401,
403, 404, 405, 408, 409, 411, 426, 461, 469, 473, 477, 478, 4S0, 4S1, 4S4,
487, 491, 493, 495, 497, 499, 500, 501, 505, 509, 513, 517, 518, 519.
Olancho el Viejo: 283, 304, 325, 337, 33S, 340, 341, 342, 344, 371, 375.
Olid (Cristbal de) : 402, 403, 411.
Omoa: 101, 103, 118, 184, 187, 202, 203, 207, 257, 261, 356, 371, 402, 409,
451, 454, 461, 479, 498, 499, 500, 503, 504, 505, 507, 509.
Ometepe (volcn) : 5, 11, 12, 14, 26, 206.
Opoteca: 393.
Ordenanzas de Minera: 388, 395, 473.
Oreamuno (?) : 438.
Ordez ( Jess) : 344.
Ordez (Sr.) : 343.
Oregon: 232, 268.
Ortiz (Antonio Po) : 154.
Pablo (sirviente) : 5S, 59, 60, 61, 62, 63, 65, 77, 79, 80, 84.
Pacaya (ro) : 482.
Pacfico ( mar ) : 6, 10, 41, 95, 96, 101, 102, 104, 107, 111, 121, 125, 143, 149,
199, 205, 206, 209, 261, 311, 312, 353, 359, 396, 397, 401, 407, 460, 485,
489, 506, 507, 510.
Pacur a (misin) : 411.
Padre J aur at a: 305.
Pal enque: 256, 277, 496.
Pal merst on (Lord) : 454.
Pal o Blanco (estero) : 88.
Palo Verde (mina) : 325, 327, 330.
Panam: 104, 323, 401, 408, 466, 509.
Papal ot eca (ro) : 371, 479.
Par a: 332.
Pardee (Cnsul de K. U.) : 12.
Par i ma (lago de) : 393.
Par s: 163, 168, 415, 494.
Paso del Diablo: 140.
Pat uca (ro) : 241, 251, 274, 307, 309, 311, 316, 349, 354, 355, 359, 481 513
517, 518, 520, 521, 522.
Paul o m ( Pa pa ) : 408.
Pavas ( r o) : 307, 411.
Pavn ( Mat eo) : 2S0, 301.
Payas (i ndi os): 316, 346, 356, 496.
Pedr ar i as Dvila: 493.
Pedr aza (Cri st bal ): 408.
Pedro ( mar i no) : 397.
Penobscot : 314.
Prez ( Jer ni mo) : 68.
Per : 71, 110, 166, 365, 381, 412, 434, 469, 507.
Pespi r e: 129, 130, 135, 136, 137, 261, 489.
Pi erce ( Pr esi dent e) : 243, 458.
Piln de Azcar ( cer r o) : 139, 140.
Pi neda (calle de ) : 8.
Pi neda ( Laur eano?) ; 455.
Pi nt o (Ant oni o): 439.
Pinol y Aycinena ( Ber nar do) : 66.
P o III ( Papa) : 408.
Po IX ( Papa) : 39.
Pl aya Br ava: 93, 109, 113.
Pl aya Grande ( puer t o) : 67, 88, 455.
Polochic ( r o) : 454, 481.
"Pol vn" ( haci enda) : 77.
Por t al del Infierno: 304.
Posol t ega: 51, 60, 61, 78.
Pot os : 2S, 36, 474.
Pri est ( J ol m) : 7, 8.
Pr ot ect or ado Mosqui t o: 454.
Provi nci as Uni das de C. A.: 159, 512.
Puebl a (Mxi co): 282, 415, 488.
Puebl o Nuevo: 36.
Puer t o de Del on: 520.
Puent e Mallol: 174, 475.
Puer t a de Oro (Cal i forni a): 109, 399.
Puer t o Caballos: 403, 404, 405.
Puer t o Pr nci pe: 420.
Punt a Caxi nas: 402.
Punt a Icaco: 40.
Punt a Lobos: 399.
Punt a Pat uca: 521, 522.
Quebr ada de Garc a: 248.
Quebr ada del Oro: 257.
Quelepa (El Sal vador ) : 446.
Quesada (Guadal upe de ) : 424.
Quezal guaque ( puebl o) : 64, 78.
. Quezal guaque ( r o) : 51, 63.
Quezal t enango: 425, 431.
Rafael (si rvi ent e): 85, 86, 91, 98, 105, 108, 113, 119, 120, 121, 126, 143,
147.
Ragus a ( I t al i a) : 183.
Ram r ez ( Beni t a) : 61, 78.
Ram r ez ( Lui sa) : 61.
Ram rez ( Padr e) : 139, 142.
Reyes (P. Jos Tr i ni dad) : 143, 178, 183, 191.
Rey Mosco: 349.
Ro Abajo (aldea.) : 205, 212, 214, 216, 378.
Ro Aguan: 257, 307, 311, 371.
Ro Chiquito: 153, 192, 475.
Ro del Oro: 192.
Ro Espaa: 301, 359, 373, 519.
Ro Grande: S5, 139, 150, 151, 152, 153, 164, 173, 174, 185, 192, 212, 218,
475.
Ro Guaceri que: 152, 153.
Ro Guineo: 521.
Ro Lajas: 5, 15.
R o Limn: 311.
Ro Lucinda: 478.
Ro Moran: 259, 263, 264, 519.
Ro Nacaome: 153.
Ro Negro: 477, 518, 521.
Ro Redondo: 223, 230, 231.
Ro Salado: 218.
Ro Sar a: 317.
Ro Tinto ( al dea) : 354.
Ro Tinto o Negro: 359, 491.
Ro Zorrillo: 217.
Rivas (ci udad): 5, 9, 11, 12, 13, 17, 19, 20, 21, 24, 25, 26, 27, 29, 30, 32, 34,
35, 36, 37, 52, 397, 447, 456, 493.
Rivas (General ): 435.
Rivas ( Pedr o) : 8, 104, 119.
Rot an: 411, 479.
Robert o (si rvi ent e): 212, 213, 215, 216, 219, 220, 224, 230, 233, 239, 279,
300, 308, 310, 327, 331, 367, 368, 376, 378, 379, 396.
Roca (Mi ni st ro): 453.
Roj as (Gabriel de ) : 404.
Roma: 38, 424.
Rosa ( Ramn) : 5, 90, 178, 183, 191.
Rosales ( Lucas) : 124, 125.
Rosas (familia) : 381, 388, 389.
Rovelo (Miguel Ant oni o) : 178.
Rub (Coronel ): 184.
Rugama (Jos Mar a) : 123, 126.
Ruiz (Di \ ): 417.
Ruiz (Ensebi o): 82.
Ruiz (Jos Ant oni o) : 82, 155.
Rusi a: 80.
Rut a del Trnsi t o: 21, 24, 33, 41, 42, 61, 366.
Sabanagr ande: 139, 143, 144, 146.
Sacano ( Sacas a?) : 421.
Sacr ament o: 85,- 301.
Senz ( Mar a) : 270.
Senz (Mat eo): 38.
Saget (Gral. Isi doro): 435.
Sal l ara (desi ert o): 246.
Sal am (puebl o): 518.
Sal azar ( Ramn A. ) : 5.
Sal azar (P. Remigio) : 42.
Sal azar ( ? ) : 429.
Salgado (Fl i x): 135, 464.
Sal gado (Vi cent e): 354.
Sal vat i erra (Sofon as): 64, 66.
Sam ( ? ) : 69, 70.
San Andrs de la Nueva Zaragoza: 338.
San Antonio ( Capi t n) : 38. '
San Antonio (mi neral de ) : 470, 471, 473, 474.
San Barachi el ( ar cngel ) : 160.
San Benito (iglesia de El Real ej o) : 43.
San Buenavent ur a (puebl o): 208.
San Diego (convento de Teguci gal pa) : 180.
San Diego de Tal anga: 214, 219.
San Est eban ( mi si n) : 411.
San Est eban (puebl o): 292, 518.
San Franci sco ( al dea) : 293, 307, 309.
San Franci sco (Cal i forni a): 5, 7, 9, 43, 46, 93, 100, 105, 109, 166, 244,
301, 312, 366, 398, 399, 472, 479, 506.
San Franci sco (convento, El Real ej o): 43.
San Franci sco (convento, Teguci gal pa): 178, 180, 183.
San Franci sco ( haci enda) : 19, 35.
San Franci sco (haci enda, Ol ancho): 319.
San Franci sco ( mi na) : 391.
San Franci sco de la Paz (puebl o): 518.
San Gabriel ( ar cngel ) : 160.
San Jaci nt o (combat e de ) : 82.
San Jebudi el ( ar cngel ) : 160.
Sar i J or ge ( al dea) : 20, 28, 36.
San Jor ge Oan chi t o: 277.
San Jos (Cost a Ri ca) : 39, 417, 433, 435, 437, 439, 440.
San J uan ( haci enda) : 241.
San J ua n ( mi na) : 470.
San J ua n ( mont aas de ) : 192, 471, 475.
San J uan (Puert o Cabal l os): 407.
San J uan ( r o) : 520.
San Juanci t o ( mi ner al ) : 470.
San J uan de Cant ar r anas ( mi na) : 470.
San J uan de Dios (iglesia, Len) : 72.
San J uan del Sur: 6, 7, 8, 12, 14, 25, 28, 35, 37, 38, 69, 76, 95, 130, 166,
375, 377, 397, 398.
San J ua n del Nor t e: 257, 490.
San Mart n ( mi na) : 377, 381, 383, 386, 387, 390, 393, 472, 475.
San Martn ( Pr esi dent e) : 459, 461.
San Miguel ( ar cngel ) : 160.
San Miguel (El Sal vador ) : 111, 127, 140, 173, 207, 221, 222, 261, 279, 390,
444, 446, 447, 453, 505, 506, 511, 515.
San Miguel (vol cn): 205, 206.
San Nicols ( al dea) : 293, 368.
San Pat ri ci o: 362.
San Pedro (cat edral de Len) : 66, 71.
San Pedro Sul a: 107.
San Rafael ( ar cngel ) : 160.
(
San Roque (haci enda): 334, 335, 336, 337, 365.
San Saeltiel ( ar cngel ) : 160.
San Salvador (El Sal vador): 38, 71, 75, 101, 206, 207, 413, 421, 425, 427,
430, 431, 440, 442, 446, 447, 448.
San Vicente (El Sal vador): 430, 446.
San ri el ( ar cngel ) : 160.
Sant a Ana (puebl o): 146.
Sant a Brbara ( depar t ament o) : 500.
Sant a Clara (haci enda): 341.
Sant a Clara (val l e): 356.
Sant a Cruz del Oro: 351, 405.
Sant a Fe (Colombia): 414.
Sant a Luca (puebl o): 166, 192, 377, 381, 382, 385, 389, 390, 470, 472, 4SS.
Sant a Mara (puebl o): 518.
Sant a Rosa ( Guat emal a) : 428.
Sant a Rosa de Copan: 329, 366, 453, 461, 462.
Sant a rsula ( haci enda) : 19, 22, 23, 363.
Sant a rsula (iglesia, Pespire) : 136.
Santiago (si rvi ent e): 185, 186.
Santo Domingo (plaza de Teguci gal pa?) : 178.
Sant o Toms (Guat emal a) : 491.
Snchez (Vi cent e): 354.
Sancho Panza: 174.
Sandoval (Gonzalo de ) : 404.
Sandoval (Jos Len) : 449.
Sangredo (Dr. ): 127.
Sant ander ( Espaa) : 163.
Sara (corte) : 307, 308, 310, 317, 318, 319.
Saravia (General ): 438, 439.
Segvia ( Ni car agua) : 43, 275, 401, 409, 411, 481, 496.
Segovias (distrito de l as ) : 211, 332, 353.
Selva ( Buenavent ur a) : 28, 29.
Sensent i : 338, 461, 515.
Sierra Nevada: 232.
Si guat epeque: 462.
Silca (puebl o): 293, 518.
Silva ( r o) : 432.
Silva ( al dea) : 329.
Silva (espaol ): 500.
Sociedad del Genio Emprendedor, etc. : 178.
Sociedad Econmi ca de Guat emal a: 415.
Soconusco: 411, 460.
Solares ( Gener al ) : 452, 465.
Sonora: 82.
Sonsonat e: 366, 442, 449, 511.
Soto (Marco Aurel i o): 5, 179, 402.
Soto (Mxi mo): 461.
Soto ( seor a) : 217.
Soto Hall (Mxi mo): 5, 178, 179.
Sout h Yuba ( r o) : 256, 480.
Squier (E. G. ) : 100, 104, 125, 158, 199, 353, 386, 477, 483, 484, 493, 496,
497,' 498, 509.
St ani sbury (Mr. ): 20.
St ani sl aus ( r o) : 232, 256.
Surez ( Cl ement i na) : 335.
Surez (Graci el a): 335.
Surez ( Lol a) : 335.
Surez ( Ros a) : 335.
Subt i ava: 64.
Sui za: 492.
Sulaco ( r o) : 218, 257, 482.
Supel ecapa: 159.
Tabaco ( r o) : 316, 520, 521.
Tabanco ( mi na) : 396.
Tabasco: 312, 319.
Table Mont ai n: 321.
Tabl ada (Mar a Or osi a) : 163.
Tct i c: 454.
Taguzgal pa: 159, 346, 409, 497.
Tabuacas o Toacas (i ndi os): 496.
Tal anga ( puebl o) : 193, 218, 219, 221, 222, 378.
Tal anga ( quebr ada) : 218.
Tal gua: , 293.
Tal l eyrand: 422.
Tampi co: 440.
Taos (i ndi os): 496.
Tapi ca ( caci que) : 406.
Tecul t r n: 403.
Teguacas (i ndi os): 410, 496.
Teguci gal pa: 8, 54, 75, 90, 95, 101, 103, 118, 119, 125, 127, 135, 136, 139,
143, 146, 148, 150, 151, 152, 153, 154, 155, 156, 158, 159, 160, 162, 164,
166, 168, 171, 174, 175, 177, 178, 180, 182, 183, 184, 185, 186, 188, 189,
192, 195, 196, 198, 203, 208, 209, 212, 214, 222, 230, 233, 247, 256, 261,
266, 268, 274, 278, 280, 283, 295, 298, 300, 304, 31S, 328, 329, 345, 348,
350, 357, 366, 370, 476, 377, 379, 380, 381, 383, 387, 389, 390, 391, 392,
393, 395, 424, 430, 460, 469, 470, 471, 472, 473, 474, 475, 481, 482, 483,
484, 488, 493, 495, 497, 498, 500, 501, 518.
Tehuant epec: 104, 319, 401, 460.
Tel eman: 454.
Telica ( Hondur as ) : 325, 330, 333, 365.
Telica ( vol cn) : 63.
Tenampa ( r ui nas ) : 496.
Ter r anova: 233.
Teupacent i ( mont aas de ) : 237, 246, 263, 264, 390, 497.
Texas: 18, 69.
Texi guat : 424.
Thompson (G. A. ) : 363, 484, 494, 497, 509.
Ti erra Fi r me: 414.
TUapa ( quebr ada) : 275.
Tinto o Negro ( r o) : 311.
Tlalcolco: 415.
Toacas o Tahuas (i ndi os): 496.
Tol ogal pa: 409, 410.
Tomas a ( doa) : 377, 379.
Tonj agua: 497.
"Tonney": 85.
Tor ment a de nieve en Teguci gal pa: 161, 162.
T . . . (Est eban Travieso) : 129, 130,136, 137, 141, 142, 146, 151, 152, 154,
155, 156, 157, 180.
Travieso ( Est eban) : 127.
Travieso ( Tomas a) : 154.
Travieso Rivera ( Est eban) : 127.
Tregoni ng (Mr. ): 473.
"Tres Amigos" (gol et a): 37, 38.
Tri est e: 414.
Tri st n (Est eban Lor enzo) : 66.
Triunfo de la Cruz: 402.
Trujillo ( Hondur as) : 103, 165, 181, 199, 207, 250, 257, 259, 261, 266, 267,
279, 291, 326, 328, 332, 342, 356, 361, 371, 375, 401, 403, 404, 405, 40S,
478, 4S1, 482, 491, 499, 503, 504, 505, 507, 508, 509.
Tucker (Dr. J. C. ): 479.
Tusterique ( cer r o) : 217.
Ucls (Carlos Al bert o): 5.
Ugart e (Fel i pe): 182.
Ugart e (Manuel ): 182, 256.
Ugart e (Miguel): 182.
Ugart e (P. Si men) : 182.
Ugart e (Sr. ? ) : 209.
Ula ( haci enda) : 352, 371.
Ula ( r o) : 259, 302, 311, 32S.
Ula (val l e): 509.
Umanzor (salteador de cami nos) : 202, 451.
Uncal y Fer r ar i : 473.
"nele Sam" ( bar co) : 398.
Universidad de Hondur as: 5, 178, 179, 182.
Urbina (Marcel i no): 346.
r menet a (Alejo) : 367.
Ur menet a ( seor a) : 136.
Uxma : 277.
Val para so: 432, 511.
Valle Arriba: 328.
Valle (Jos Cecilio del ) : 66, 124, 144, 169, 416, 417.
Valle (Mari ano): 122.
Vallejo (Antonio R. ) : 123, 146, 158, 163, 174, 199, 212.
Van Horne ( J ohn) : 408.
Van Mart ens: 336.
Vzquez (Fr. Fr anci sco) : 180, 401.
Vega ( Nazar i o) : 346.
Velsquez ( Pedr o) : 428.
Velzquez (Diego de) : 229, 407.
Vlez ( Sr . ) : 250, 253.
Vesta ( buque) : 457.
Veneno ( Ber nar do) : 56.
Venerio Gasteazoro ( Car men) : 56, 81, 155, 182.
Veracruz (Mxico): 490.
Verapaz: 454.
Verde ( Fr anci sco) : 328.
Verdelete (Fr. Es t eban) : 409, 410, 11
Ver mont : 331.
Vicente (cri ado): 14S.
Vctor ( cr i ado) : 239, 241, 278, 279, 300, 330, 331, 340, 341, 343, 344, 348,
349, 351, 352, 354, 361, 364, 368, 370.
Victoria (Guadal upe): 417.
Vidaurre ( ? ) : 420.
Vijl (Jos Ant oni o?) : 162, 191.
Villa de Concepcin (Comayagel a): 153.
Villa de la Fr ont er a de Cceres: 229.
Villanueva: 208, 377, 391, 470.
Villaseior ( Gener al ) : 43C, 437, 438, 439, 440.
Villaurrutia (Jacobo de ) : 415.
Viteri y Ungo ( Jor ge) : 38, 73.
Volcn de Agua: 206.
Volcn de Fuego: 206.
Vueltas del Ocote ( convent o) : 157.
Waguer (Dr. Mor i t z) : 466, 509.
Wafer (Li onel ): 345.
Wal ker (Wi l l i am): 7, 64, 69, 73, 82, 103, 244, 377, 396, 456, 457, 462, 463.
Wal quer (sic por Wal ker ?) : 429.
Wal t on (Wi l l i am): 414.
Wamp (ro) : 481, 521.
Wanks, Coco o Segvia ( r o) : 209, 409, 311, 518, 521.
Washi ngt on ( ci udad) : 101, 159, 349, 422, 458, 470, 507.
Washi ngt on ( Jor ge) : 19, 27, 124, 145.
Wass, Molitor & Co.: 506.
Wells (William V. ) : 56, 65, 73, 82, 103, 149, 158, 162, 174, 1S2, 191, 199,
243, 244, 254, 267, 270, 271, 338,343, 352, 367, 396, 473, 512.
Woolas (i ndi os): 499.
Wyke-Cruz ( Tr at ado) : 464.
Xat r uch (fami l i a): 474.
Yegual a ( r o) : 4S2.
Yocn: 293, 328, 329, 518.
Yoro: 114, 153, 199, 214, 257, 261, 329, 342, 355, 372, 404, 405, 408, 469,
477, 481, 482, 500, 505, 518.
Yucat n: 257, 311, 362, 490, 497.
Yuscar n: 196, 393, 394, 470, 473.
Zacat e Grande ( i sl a) : 93, 96, 100, 105, 113, 116, 140.
Zacat e Verde: 367.
Zambos (i ndi os): 496.
Zapat era (vol cn): 14.
Zapote Verde ( mont aa) : 372.
Zapusuca: 164.
Zavala (Coronel ): 454.
Zelaya (Carl os): 247, 257.
Zelava (familia) : 157, 160, 212, 214, 231, 239, 240, 241, 243, 249, 250, 258,
259/ 271, 273, 302, 330, 334, 338, 347, 368, 374, 375.
Zelava (General Franci sco, f ami hannent e Don Chi co): 226, 231, 239, 240,
241, 242, 243, 244, 245, 246, 247, 24S, 249, 250, 252, 253, 254, 255, 256,
257, 258, 259, 260, 262, 263, 264, 266, 267, 268, 270, 277, 278, 286, 287,
296, 302, 303, 327, 349, 368, 370, 371, 372, 375.
Zelaya (General?): 451, 452.
Zelaya (Jernimo): 243, 375.
Zelaya (Jos Mara): 258, 280, 369.
Zelaya (Jos Manuel): 246, 258, 261, 271, 369.
Zelaya (Lorenzo): 257, 258.
Zelaya (Santiago): 258, 259, 260, 263, 264, 268, 269, 270, 296, 367, 369,
375.
Zelaya (Toribio): 243, 259, 267, 296. 297, 298, 273, 376.
Zelaya de Surez (Amelia): 335.
Zelayanda (Rita): 82.
Zelaya y Zepeda (Jos Simn): 160.
ALGUNAS EKBATAS Y COKRECCIONES
Pgi na
5
8
19
21
22
25
45
48
70
70
75
75
75
78
78
80
84
90
90
94
97
107
109
119
119
123
124
133
15G
159
178
183
207
214
229
240
2G6
271
276
298
303
343
344
354
407
407
408
411
424
439
441
444
451
470
481
513
524
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del nombre de San Salvador, lnea 22.
La nota (1) de la pgina 250 corresponde a la pgina 262, linea primera, despus
de donde dice Cartagena.
ESTE LIBRO, OUE SU AUTOR DEDICO A CCRNEUUS K. GARRISON,
SE TERMINO DE IMPRIMIR EL 20 DE JULIO DE 190. 'DIA DE
LEMPIRA', EN LOS TALLERES DEL SANCO CENTRAL DE
HONDURAS, CON LA COOPERACIN DE LA IMPREN-
TA "SOTO", DE COMAYAGUfcLA FUE TRADUCIDO
POR EL LICENCIADO DON PI SUAREZ ROMERO,
Y MIEMtiROS DEL PERSONAL DE LA INSTI-
TUCION. NOTAS DEL AUTOR, DEL LI-
CENCIADO JUAN B VALLADARES
RODRGUEZ, Y DEL EDITOR. LAS
FOTOGRAFAS DE TEGUCI-
GALPA HAN SIDO TO-
MADAS DEL PRIMER
ANUARIO ESTA-
DSTICO
CORRESPONDIENTE AL
AO 1889 DEL LICENCIADO
Y PRBO ANTONIO R VALLEJO