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BIBLIOTECA de LA NACIÓN

ROBERTO PROCTOR

NARRACIÓN DEL VIAJE


POR LA .

CORDILLERA DE LOS ANDES


Y
RESIDENCIA EN LIMA Y OTRAS PARTES DEL PERÚ
EN LOS AÑOS 1823 Y 1824

Traducción de CARLOS A. ALDAO

LONDRES
IMPRESO PARA
ARCHIBALDO CONSTABLE Y C.*, Edimburgo,
Y HURST, ROBINSON Y C.% Londres.
1825
BUENOS AIRES
1919
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LJBRARY

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Derechos reservados.

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Imp. de La Nación. — Buenos Aires


——

índice

-PiGS.

Prólogo dfi, tbadttctor 7


Prefacio 13
I. — Embarcuue en Graveesend y arribo a Buenos Aires.— Pre-
parativos para crutar la cordillera de los Andes 15
II. — Partida de Buenos Aires. — Descripción del oamino. — La
primera posta. — Gena y maneras de los peones. — Tropas
do carros. — Una toraienta. — Límite de Buenos Aires... 18
III. — La« Pampas y sus habitantes. — Los gauchos : sus aficiones
al juego. — Suelo y clima. — Boleada de avestruces. — Ani-
males, etc., de Las Pampas 24
IV. —Accidente en un arroyo. — Instalación de una guardia.
Canción nacional. —Villorrios de CruB Alta, Cabeza de
Tigí^ y SaladiUo ; 29
V. —Barrancas. — Invosiiones de iadios. — Frayle muerto. —Modo
de conservar granos. — Tres Cruces. — Esquina de Medra-
no. —La algarroba. — Caminos a Chile y Perú. — Sierra de
Córdoba 33
VI. — La casa "do Achiras y sii situación. — Tumbada del carrua-
je. —Visita de los habitantes del Morro. —Cuenta del ad-
ministrador de correos 39
VII. — San Luis de la Punta. —Matanza por Dupuis. — Madera y su
precio. — Batalla de Moquegua. — Primera vista de la cor-
dillera. — Entrada a Mendoza 42
VIII. — Mendoza. — E8.cuela de Lancáster. — El general San Mar-
tín, y &u retiro. — Los viñedos de Mendoza.^Preparati-
vos para reanudar el viaje 49
IX. — Partida de Mendoza para la cordillera. — Comienzo de la
sierra. — Villavicencio 53
X. — Llano y mina de Uspallata. —Llegada al primer paso.
Descripción de los pasoe 57
XI. — Situación a la noche y descripción de un dormitorio en los
Andes. — El Segundo desfiladero. — El tercero y sus peli-
gros. — Punta de las Vacas. — Casuohas erigidas por
O'Higging 62
XII. —Puente d«l Inoa. —Robo y assesinato de un inglés. — Paso
de la cumbre 6G
XIII. — Bajada a Chile. —Laguna del Inca. — Principia el territorio
chileno. — El Salto del Soldado. — Cambio en el aspecto
del país ; 72
XIV. — Llegíuña a Santa Rosa. — Salida para Santiago. — La agri-
cultura de Chile. — El campo de batalla de Chacaljuco y
el villorrio de la colina. — Entrada a Santiago 77
——
_4—
PiGS.

XV. — Desaripción de Santiago. —Visita —


al director. Partida pa-
— —
ra Valparaíso. Escasez de población. Robos en el oa-

— — — —
mino. Bustamante. Casablianca. El terremoto 83
XVI. ^Valparaíso. —
Efectos del terremoto. —
Entrevista con
— —
O'Higgins. Su carácter. Asesiniatos en Chile 90
XVII. —Embarque para Lima y entrada en el Callao. — Camino a
Lima. — La- Alameda 94
XVIII.— Descripción de Lima. — El palacio, la catedral, el cabildo.
Las Iglesias, la Inquisición, la moneda, los mercados, etc. 99
XIX. —Retrospocto de loa asuntos después del retiro de San Mar-
tín. — Derrota de Alvarado. — Riva Agüero : su nombra-
miento y carácter 105
XX. — Noticia del avance realista, y alarma en Lima. — Disolu-
ción del congreso. —Fug'ft al Callao. — Tratamiento de los
'
españolee residentes en Lima. —Visita a la ciudad 112
XXI. — Estado del CaUao. — Entrada del ejército español en Lima.
— Carácter del general Sucre. —Partida del Congreso pa-
ra TrujiUo. — Noticias de Lima 119
XXII. —Entrevistas del capitán Prescott con Canterac. — Carácter
de Canterac y de los generales Loriga, MiUer y Raulet.
—Amago de ataque al CaUao.—Nueva expedición a In-
termedios 125
XXIII.—Viaje a TrujiUo. —Huacho y sus habitantes indios. — Di-
ficultad para conseguir caballos. — El país cerca de Hua-
cho. — Huaura y el desierto arenoso 131
XXIV. — Supe. — Cena con el gobernador. —Barranca y su río. —Pa-
tilvica. — Agricultura peruana. — Ruinas indias y descrip-
ción de la costa y' país 137
XXV. —Asesinatos de viajeros. — Salvaje orilla inhospitalaria. — Di-
ficultades del camino. — Guarmey. — El cura la canción
«y
de su concubina 144
XXVI. —Paso del río. —Viru.—Mocua.— Llegada a TrujiUo. — Su as-
pecto. — Situación y comercio. —Huanchaco 150
XXVII. —Visita al presidente. — Disolución foríosa del Congreso y
nombramiento de un Senado. —Regreso a Lima. — Ata-
que por ladrones. — Historia de un inglés.- 156
XXVIII. — Despido el guía. —La loma. —Los pesioadores y un inciden-
te referente al sitio. —Ohancay. —Entrada en Lima y
efectos recientes de la guerra 163
XXIX. — Entrada en Lima. — Conducta de los realistas mientras la
ocuparon. —Montoneros y su institución y usos. — El mar-
qués de Torre Tagle proclamado presidente. — Su carácter, 170
XXX. — Damas limeñas, su educación, vestido, costumbres y ocu-
paciones. —Ocupaciones ordinarias de la familia duran-
te el día 175
XXXI. —Loa 1^'meños. — Población y ?as clases principales. — Sacer-
dotes y su influencia. — Ceremonias religoeas. —Funera-
les.—Repiques. —Un bautizo 185
XXXII. — Llegada de Bolívar el libertador. — Su persona y aspecto.
Visita al teatro. — Descripción de la casa. — Corrida de
toros y descripción de la plaza 192
XXXIII. — Recibimiento de Bolívar. — Ceremonias y desfiles antes de
la lidia. — Descripción de las corridas de toros 197
XXXIV. — Derrota de Santa Cruz.—-Su expedición y fracaso. — La
Paz. —BataUa de Zepita. — Fuga de Santa Cruz 203
XXXV.—Expediciones de los generales MiUer, Alvarado y Sucre.
Crítica situación del Perú. — El regimiento de los inocen-
tes. — Revuelta de Riva Agüero. — Carácter de VaJdez... 210

I

—5—
PÍG8.

XXXVI. — Declaración —
de puorra contra Riva Agüero. Tcrminftción
de los —
amagos de guerra civil. Examen do los móvi-
les y miras do Riva Agüero. —Su esoaiM) para Inglaterra. 217
XXXVII. — Medidas tomadas por Bolívar para la prx)secución de la
— Nucirá
guerra. Constitución. — Escasez de dinero en Li-
— Monto del comercio del Perú con la Gran Breta-
ma.
ña. — Modo de hacerlo 223
XXXVIII. — Chorrillos, ol Brighton de Lima. —Baño de damas. — Habi-
tantes indios. — Miraflores. — Nieblas del invierno. — El chu- ,

oho y otras dolenciíts 228


XXXIX. —Viajo a Pasco. — Una partida do inocentes. — Asesinatos y
lobos. — Minas de Canta. — Cocoto. — Paisaje peruano y ha-
bitantes. —La chicha 234
XL. — Yaaso. — Estación lluviosa en los Andes. — Lobrojillo. — En-
' trada de Jos cepañoles a Pasco e interrupción del via-
je.^-Maneras do los habitantes. — Cultivo de papas.— Ca-
za do vicuñas. ... 240
XLI. — Pasco y su cotto. — Minerales en las inmediaciones, oro,
plata, cobre, estaño, hierro y huUa. — Mina Matagente.
Modo de trabajar las minas. — Casa de Arizmendi y Aba-
-

día. — Reyes. — Jauja. — Guánuoo. — Puentes colgantes so-


bre el Amazonas v 245
XLII. — Entusiasmo do los indios. —Vuelta de Lobrojillo a Lima.
Canción en elogio de la chicha. — Noticia de la vuelta
do los realistas a Lima. —Rebos y asesinatos en el ca-
mino del Callao 253
XLIII. —Bolívar rechaza las proposiciones realistas. — Motín de los
regimientos argentinos en el Callao. — Sus causas. — Oa-
eariego. — Nuevo motín. —Bolívar, dictador 260
XLIV. —Visita a Chorrillos. —Robo en la puerta del CaUao. — Ultra-
jes por los motineros en Lima. — Ladrones fusilados.
Entrada do los realistas en Lima 969
XLV. — Entrada de los realistas a Lima y Callao. — Carácter de los
generales Rodil y Monet. — Conducta de Torre Tagle y
el Gobierno anterior. — El coronel Ramírez. — Tratamien-
to de los prisioneros. — Espías 274
XLVI. — Entrevista con Rodil para consegruir pasaporte. — Rehusa
acordarlo. — Planes diferentes para escapar do Callao.
Escape 280
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR

Este libro fué impreso en Londres por Tomás Da-


visony Whitefriars, con el mismo titulo qne^ literal-
mente traducido del inglés, encabeza la presente edi-
ción argentina.
El autor, mister Proctor, es uno de los numerosos
subditos británicos que, en el primer cuarto del siglo
pasado, recorrieron nuestro país y otros de Sud Amé-
rica estrechamente relacionados con la guerra de que
surgieron la libertad e independencia del Continente
austral. Sus impresiones anotadas dia por dia, ofre-
,

cen doble interés, tanto en la relación entretenida ^


casi novelesca de viajes penosos, cuanto en lo relati-
vo a la opinión del autor sobre los hombres públicos
que tuvo ocasión de conocer y tratar y los aconteci-
mientos en que fueron actores.
De la relación del viaje al través del territorio ar-
gentino, con referencias a sucesos políticos episódicos
ocurridos durante un rápido tránsito, surge nítida la
verdad de la narración y, lógicamente, la exactitud
de aquella parte que no nos sea dado cornprobar de
manera directa. Comparando la descripción de las
Pampas contenida en esta obra, con las ya publica-
das por la Biblioteca de La Nación, debidas a las
plurnas de mister Haigh y mister Head, se ve que
los tres coincidieron en la descripción general del
pais ; pero cada uno anotó detalles que pasaron des-
apercibidos para los otros dos. Esto prueba su since-
ridad y verdad, pues no debe olvidarse lo que influyen
el temperamento, la salud más o menos
perfecta y
las inclinaciones de cada escritor. No es de extrañar,
entonces, que cosa tan monótona y chata como la
vasta llanura desierta que se extendía entre el Plata
y los Andes, encierre la misma variedad infinita de la
Naturaleza. El medio en que ha vivido él observador
hace que detalles insignificantes ejerzan análoga atrae-,
ción que la Cordillera para el oriundo del litoral, al
punto de no apartar de ella los ojos cuando por prime-
ra vez la ve. Sin embargo, para el nativo de las regio-
nes andinas, es indiferente, y se diría que no mira ni
le importa la Cordillera, extasiándose en cambio en
la contemplación del Paraná o el Plata, con la misma
falta de interés para sus ribereños.
De aquí lo interesante de las narraciones persona-
les, como poderosos auxiliares de la historia, en cuan-
to contienen observaciones que dejan entrar luz en
células veladas de nuestra memoria, para fijar, me-
diante un testimonio exterior, nuestros propios sen-
timientos e ideas.
Hambre, sed, intemperie, amor, odio e interés
forman la trama fuerte de la vida humana y en con-
secuencia constituyen la base de la historia. Son no-
tas tónicas que agrupan todas las variaciones de la
literatura y del arte, pues palabras, lineas y colores
giran alrededor de aquéllas como libélulas en derredor
de la lámpara. Unos pocos cuentos han dado naci-
miento a miles de obras literarias con palabras a que se
podría aplicar el conocido problema algebraico : si
se pone un grano de trigo en la primera casilla de
un tablero de ajedrez, dos en la segunda, y se dobla
sucesivamente la cantidad ^ cuando se llega a la 64, la
—9—
progresión es tan enorme que no habría trigo sujicien-
te en el mundo para igualar el resultado del cálculo.
Aplicando el mismo cartabón a la historia en cuya
urdimbre intervienen necesariamente hombres y no
ángeles, se encuentra que todos los acontecimientos
son resultantes de combinaciones de pocas pasiones.
Hay entonces interés positivo, al estudiar un hecho
determinado sea punto de partida o meta, en desen-
,

trañar el grado de nobleza de sentimientos de altruis-


,

mo y elevación de pensamiento de pureza en los mó-


,

viles y medios de acción, que han guiado a los conduc-


tores de pueblos para formar naciones con un carác-
ter propio que justifica y afirma su existencia. Esta
especie de denudación que muestra la medula de los
acontecimientos se puede efectuar con facilidad en
,

una historia reciente como la nuestra, no ya acudiendo


al documento oficial, frió y escueto, o al tranquilo jui-
cio necesariamente sintético del historiador, sino re-
lacionando las pequeñas cosas de la vida diaria con su-
cesos de carácter general vistos a través de una impre-
sión personal vivida.
En la historia americana quizás no haya periodo
menos conocido, o que más pongamos de lado, que el
correspondiente a la actuación de San Martin en el
Perú, su retiro abnegado, y la subsiguiente aparición
de Bolívar en aquel escenario para resolver y afianzar
la independencia del Continente. Dirías e que no sa-
tisfechos los argentinos actuales con que sus anteceso-
res no hubiesen rematado la obra de la redención sud-
americana, lanzamos un puñado de polvo para ocultar
lo que no halaga nuestro orgullo o ambición. Sin em-
bargo, nuestra razón de ser está expresada cuando pro-
clamamos a San Martin Padre de la Patria, como
hombre representativo de lo mejor del alma nacio-
nal, con sus luces y sus sombras. Animado por un
alto ideal se levantó encima de las luchas civiles que
— 10 —
modelaron en la barbarie nativa la estructura de una
democracia.
Sabemos que San Martin entró en Lima, declaró
la independencia del Perú y se proclamó Protector,
renunció y se retiró de la vida pública a raíz de la fa-
mosa entrevista de Guayaquil ; pero no conocemos
bastante las incidencias y detalles del periodo intere-
santisimo que este libro contribuye a ilustrar. No sa-
bemos o nos es doloroso saber que el estado caótico
producido en nuestro territorio por la guerra intesti-
na, debida en primer término a que el país se vio libre
del enemigo extranjero desde 1810, fué causa de que
la nación no existiera como perdona del derecho pú-
blico, en 1820, cuando San Martin, bajo la bandera
chilena, emprendió la expedición del Perú; que el
ejército<arg entino-chileno fué odiado como extranjero
en el país sobre que naturalmente pesaba, y los arg en-
tinóse, desprendidos como un bólido, no recibieron re-
fuerzos, recursos o estímulos de su patria.
Por tanto, se aflojaron los resortes de la discipli-
na y asi se explican las páginas, tristes para nuestro
orgullo, en que mister Proctor refiere la sublevación
de los últimos restos del glorioso ejército de los Andes,
trabajado por el deshonor y la traición, que entregó
al enemigo los castillos del Callao, en 1823. De ese
desastre solamente se salvaron 120 granaderos a ca-
ballo que, reducidos a 80,. representaron el nombre
argentino en Ayacucho y, con catorce años de gue-
rrear por las Américas, como ellos decían, regresaron,
en 1825, al mando del coronel Bogado, para depositar
sus armas en el mismo sitio de donde las sacaron.
Los sucesos del Perú tienen mucho que ver con
los elementos de lo que podría llamarse nuestro desti-
no nacional, y al poner de manifiesto los gérmenes del
pasado histórico, dan fundamento para predecir con
alguna probabilidad el camino en que fatalmente se
— 11 —
desenvolverán las naciones de este Continente. Para
la mejor comprensión de esa época se encontrarán en
este libro temas de reflexión, en las descripciones to-
pográficas de las regiones remotas donde se mostró
la acción argentina, o en las referentes a la vida do-
méstica y social, y -al vacilante espíritu politico pre-
dominante en el Perú.
Con la presente termino la traducción de obras in-
glesas que contienen narraciones exactas de nuestro
país y de las modalidades de su estado social, des-
de 1806, en que llegó el mayor de los Robertson, se-
guido por Hall, Haigh y Head, hasta este libro com-
plementario del ciclo de la Revolución, tanto en la
vida interior como en las últimas fulguraciones de
nuestra expansión continental.
He de agregar solamente que me ha decidido a
afrontar esta tarea la consideración de que, aunque
mister Proctor no conoció sino fugazmente al general
San Martin, retirado en Mendoza, sin embargo, del
juicio sugerido por su trato personal y de los recuerdos
consignados incidentalmente en la obra, surge la figu-
ra noble y austera del Libertador tal como la conci-
ben los argentinos.

Carlos A. A,ldao.
PREFACIO

El prefacio es formalidad que la costumbre, y en


muchos casos nada más que la costumbre, ha hecho
necesaria.
Durante su viaje y residencia en el Perú, el autor
llevó generalmente un diario de su proceder y obser-
vaciones, y como, regresando a Inglaterra, encontra-
se haber obtenido algunos detalles especiales que
otros, privados de la misma ventaja, no conocieron,
resolvió imprimir el principal contenido del diario,
en forma de relato continuo. Se percata, naturalmen-
te, que, en ciertos puntos, su obra es defectuosa ; por
algunas imperfecciones debe quizás pedir disculpa,
si realmente no debiera excusarse consigo mismo por
haber escrito un libro, dada su ignorancia del arte.
'Pocos errores sin importancia se han deslizado, pues
el autor no pudo vigilar la impresión, y por ello en
manera alguna es responsable el impresor.
Para dar cuenta en cierto modo de la manera ca-
tegórica con que el autor habla de la conducta y ca-
rácter de la mayor parte de los individuos que se lian
distinguido en Sud América, quizás sea conveniente
establecer que, como representante del contratista del
— 14 —
empréstito peruano^ fué llevado a tratar con ellos y
tuvo oportunidades frecuerdes de verles y conocerles.
Muchos acontecimientos políticos a que ha tenido oca-
sión de referirse han sido mal comprendidos en este
pais, y ha intentado presentarlos en su verdadera luz.
Del Perú puede observarse que, aunque sea acaso
el pais más interesante y singular de Sud América, se
conoce menos acerca de él y sus habitantes que de los
demás Estados independientes. El autor simplemente
espera estar habilitado, en grado insignificante, para
suplir esta deficiencia de observación.

NARRACIÓN DEL VIAJE


POR LA

CORDILLERA DE LOS ANDES

CAPITULO I

EMBAEQÜE EN GRAVES SEND Y ARRIBO A BUENOS AIREB.


PREPARATIVOS PARA CRUZAR LA CORDILLERA DE LOS
ANDES.

El 8 de diciembre de 1822 nos embarcamos en Gra-


veesend, a bordo del bergantín Cheruh cargado con
206 toneladas de mercaderías para Buenos Aires. La
familia se componía de mi esposa, un niño y dos sir-
vientas y un criado. Tuvimos feliz viaje de nueve días
hasta la bella isla Madeira, donde empezó a pasárse-
nos el mareo y disfrutar la serenidad y calor del clima
benigno, después de los vientos borrascosos y helados,
propios de la estación en la bahía de Vizcaya.
El 23 de diciembre vimos de lejos el pico de Tene-
rife y la isla Palma, levantándose como montaña in-
mensa del seno del Océano la cima elevada cubierta
;

de nieve, se veía claramente arriba de un amontona-


miento de nubes que obsciurecía la base.
— 16 —
El 1.° de enero de 1823 habíamos llegado entre
Fogo y Santiago, dos de las islas de Cabo Verde, y, rei-
nando calma todo el día, tuvimos tiempo sobrado de
contemplar el cráter temible de la primera, quieto e
inofensivo a la sazón.
Pasamos el Ecuador el 14 de enero celebrándose
la ceremonia de la visita de Neptuno para bautizar a
quienes por primera vez lo cruzaban. Ese día se pro-
dujo a bordo una querella, tan seria en el resto del
viaje, que hizo nuestra situación muy desagradable :

el barco, por otra parte, aunque casi nuevo, hacía tan-


ta agua que los hombres se ocupaban constantemente
en las bombas. Este trabajo aumentaba el mal hu-
mor de la tripulación excitado ya por el genio impe-
tuoso del capitán. Para nuestra gran satisfacción,
el 5 de febrero doblamos el Cabo Santa María, a la en-
trada del Eío de la Plata, y desembarcamos felizmen-
te en Buenos Aires, cuatro días después.
Buenos Aires ha sido tan a menudo y exactamen-
te descripto, que por mi parte sería superfino incurrir
en una simple repetición. Fuimos cordialísimamen-
te recibidos por las familias inglesas allí residentes :

en verdad nos trataron tan agradablemente durante


nuestra visita que empecé con disgusto los preparati-
vos para dejar la sociedad más agradable de Sud
América. Sin embargo, se venía encima el invierno
cordillerano y era tiempo oportuno de pensar en salir
para nuestro destino allende los Andes.
Como éramos muchos, vime obligado a adquirir
carruaje para transportar las mujeres y un carro para el
equipaje. El primero era vehículo liviano de dos rue-
das, con entrada por detrás, muy semejante a los ca-
rros usados en la actualidad para cortas distancias en
Londres se llamaba carretón. La carretilla era una
:

máquina extraña con toldo de cuero, y dos grandes


ruedas sin llantas.
2

— 17 —
En seguida contraté un correo del Gobierno. Es-
tos hombres, criados en el camino de Buenos Aires a
Valparaíso, ce hacen cargo del manejo completo de la
jornada y son responsables de todo. Se les paga cien
pesos hasta Mendoza y cincuenta más a Santiago.
Contratado uno a mi satisf ación, inmediatamente se
puso a la obra de buscar peones, que se consiguen a
veinte pesos por viaje, y, ayudado por ellos, el correo
procede a aprontar los carruajes para la jornada. Con
este objeto remojan cueros vacunos hasta ablandar-
los por completo y luego los cortan en tiras delgadas
envolviendo con ellas los rayos de las ruedas, las va-
ras y los elásticos. Esta envoltura se contrae tanto al
secarse que se adhiere fortísimamente, y no sólo re-
fuerza las diferentes partes, sino que impide a la ma-
dera de las ruedas calentarse en las junturas.
Como los lujos y algunas cosas necesarias son es-
casísimos en el camino, se acostumbra llevar algún
vino, aguardiente, bizcochos, y yerba mate del Pa-
raguay que reemplaza al te. La consumen los peones
y se tiene por especialmente refrescante para la fa-
tiga. Llevábamos también paquetes de cigarrillos y
de azúcar para regalos y así asegurar la buena vo-
luntad de los habitantes en el viaje.
Los carruajes, en vez de varas ^ tenían pértigo con
travesano en la punta, agujereado en ambos extremos,
al que se atan con soga de cuero caballos muy aris-
cos, prendida en la argolla del recado, y la soga se pa-
sa varias veces por el agujeto del travesano. Cada ca-
ballo va montado por un peón y no se usa más arnés
que recado' y brida los animales van atados al ca-
;

rruaje solamente con la soga de modo que tiran ente-


;

ramente a la cincha. Es excelente disposición para la


clase de caballos usados en el camino desde que, por
mañeros que sean, no pueden volcar el carruaje, y un
caballo que se abalance, cocee y aun se caiga, nq sacu-
de materialmente el vehículo.
NARRACIÓN. —

'^ la —
Los peones son hombres incultos, pero diestrísi-
mos jinetes. Usan poncho y botas de potro que se
ponen mojadas, cosiéndolas en la punta del pie. Son
muy durables y suaves y también calzan mejor de
10 quese esperaría; sobre estas botas llevan espuelas
de hierro tremendamente grandes, que son castigo ho-
rrible para los caballos. He visto sus ijares, cuando
llegan, completamente perforados e hinchados como
esponjas, y también he rastreado carruajes por la san-
gre que mana de las heridas.
El 19 de marzo fuimos despertados por el galope
de caballos en la calle y el ¡Alto, quién vive ! de cen-
tinelas ; por la mañana supe que una .partida alzada
de hombres armados entró en Buenos Aires durante
la noche, aprovechando la ausencia de las tropas re-
gulares (que habían sido enviadas a expediciohar al
Sur) para intentar una contrarrevolución. El objeto
fracasó casi inmediatamente, pues fueron rechazados
de la ciudad con alguna pérdida pero la mañana
;

del -20 se suspendieron todos los negocios y no se per-


mitió a nadie abandonar la ciudad los militares es-
:

taban sobre las armas y el cañón en la Plaza. Temía-


mos mucho tener que demorar algunos días por este
suceso imprevisto, pero, como pronto volvieron la cal-
ma y confianza, se nos permitió partir como a las
11 a. m. del 20.

II


PARTIDA DE BUENOS AIRES. DESCRIPCIÓN. DEL CAMI-
NO. — —
LA PRIMERA POSTA. CENA Y MANERAS DE LOS
— —
PEONES. TROPAS DE CARROS. UNA TOl^MENTA.
LÍMITE DE BUENOS AIRES.

Salimos de Buenos Aires a todo galope, pues los


caballos no tienen otro andar que éste o el tranco. El
— 19 --

camino afuera de la ciudad es infamemente malo y se-


ría imposible evitar que en él volcase una diligencia
inglesa pero, como nuestro carruaje era bajo, no pa-
;

recía haber peligro y el correo era siempre muy pre-


cavido al pasar los lugares muy ásperos, principal-
mente por temor de romper los elásticos de cuero re-
torcido, mucho más a
propósito para estos caminos que
si fueran de hierro. En una o dos leguas afuera de la
ciudad se recorre campo cultivado en parte, con cerca-
dos de tunas y pitas también notamos montes de du-
;

razneros, casi los únicos árboles que crecen en los al-


rededores de la ciudad, y se utilizan para hacer leña.
Muy pronto empezamos a dejar todo signo de culti-
vo o población, exceptuando aquí y allá algún rancho
solitario revocado con una tbpecie de argamasa com-
puesta de paja y barro. El país es en general salva-
je, cubierto de altos cardos.; mientras el camino es-
taba lleno de pantanos, generalmente cegados, par-
te con la osamenta de algún animal muerto al inten-
tar salvarlo y parte con otros huesos que se encuen-
tran por todo y se arrojan para dar un poco de solidez
al camino.
Siguiendo más adelante, el país empieza a mejo-
rar el terreno, aun en esta estación seca del año, se
;

cubría de pasto que alimentaba cantidades inmensas


del ganado que vaga por los campos hasta donde al-
canza la vista. Esta es realmente la parte más inte-
resante de todo el camino a Mendoza, cubierto el
campo con trébol tan lindo que a menudo me figura-
ba cabalgar por un campo comunal de Inglaterra,
sembrado de este pasto lozano. Los montes de duraz-
neros plantados cerca de las viviendas de estancieros,
esparcidas en las lomas, presentaban el paisaje más
bien con aspecto de parque.
Esta tarde vadeamos un arroyo de márgenes muy
empinadas y los caballos encontraron mucha dificul-
-~ 20 —
tad para sacar el vehículo. El campo, por otro lado,
estaba cubierto de abrojos que los peones atropella-
ban resueltamente pues no había camino. Luego em-
pezó a obscurecer, pero vimos la luz de la posta mu-
cho antes de llegar, y nuestro arribo fué anunciado por
ladridos de una innumerable jauría de perros bravos
y mansos. Antes de allegarnos a la casas fuimos a al-
gunos corrales de altos cercos abiertos con grandes
postes torcidos y unidos entre sí por guascas en es-
;

tos corrales se encierra el ganado por la noche — un


corral separado se destina a las vacas, caballos, ove-
jas, etc. La posta era muy respetable, consistente
en habitación espaciosa en que se abría directamente
la puerta y servía de sala y dormitorio para la fami-
lia, mientras a nosotros se nos acomodó en dormito-
rio separado, con tarimas de madera en que tendimos
las camas. "Encontrando que solamente conseguiría
una habitación para Ini familia durante todo el viaje,
con nosotros, y con esté propósito zanjé la dificultad
resolví que las dos sirvientas durmiesen en el cuarto
de este modo* las mujeres se metían primero en cama,
:

y cuando se hacía la señal convenida de apagar la ve-


la, yo solía entrar y desvestirme. Por Ig, mañana me
levantaba antes que el cuarto se alumbrase.
Al averiguar lo que había para cenar, encontré que
se había sacrificado un capón, y como todo era nove-
dad me dirigí a la cocina. Era una suerte de cobertizo
en el mojinete del rancho, antes cubierto, pero que
ahora le faltaba la mitad del techo en medio del piso
:

de tierra había un hoyo abierto, no sé si por el uso o


de propósito, en que ardía un fogón de leña, y dos
o tres asadores clavados alrededor, en que estaba en-
sartado medio capón. Tal es la manera de hacer asado,
plato común del país. En derredor del fogón se sen-
taron mis peones, y como su apetito no podía esperar
que el asado principal estuviese listo, se proveyeron
- 21 -
(le algunas varillas largas, con pedacitos de carne en
la punta, que acercaban al fuego hasta tocar las lla-
mas así que uno de éstos se soasaba conveniente-
;

mente de un lado, lo engullían. Su manera de comer


no era muy elegante tomaban la carne con los dien-
;

tes mientras tenían en la mano la varilla cuando cor-


;

taban la carne que habían mordido colocaban por se-


gunda vez la varilla en el fuego y repetían la ope-
ración sucesivamente, sirviéndose del mismo modo.
Los cuchillos son armas formidables que se lle-
van dentro de la bota o en el tirador.
Nos levantamos temprano la mañana siguiente y
anduvimos por el mismo país rico, con pasto en algu-
nos sitios hasta el garrón de los caballos. Pasamos un
rancherío de quincho y una capilla semejante a anti-
guo granero inglés también había en la vecindad in-
;

mediata pocos plantíos de maíz, alfalfa y montes d^


durazneros rodeados por cercos de tunas. En la pos-
ta nos detuvieron cinco horas a la espera de caballos,
y en ese tiempo compramos un acopio de huevos y le-
che cocidos. El pan en todo el país es malísimo, mez-
clado con grasa. Llegamos tarde a la posta donde íba-
mos a dormir era un conjunto de construcciones an-
:

chas y bajas, alrededor había gran número de carre-


tas de transporte. Esta tropas de carros (generalmen-
te viajan en convoy) son vehículos del aspecto más
ridículo imaginable con cajón bajo sobre un par de
;

j'uedas, y amplio toldo de cuero con el pelo para afue-


ra. Generalmente los tiran varias yuntas de bueyes en
sucesión, y en lo alto del toldo cuelga una picanilla de
tacuara bastante larga para alcanzar a los delante-
ros el picador del carro también con esta tacuara
:

aguijonea la bestia que desea, y está provista de cla-


vo a propósito. Las ruedas nunca se engrasan, de
modo que la tropa de carros hace el ruido más discor-
dante, que se oje a millas de distancia emplean seis
:
_ 22 —
semanas en el trayecto de Buenos Aire a Mendoza.
Estuvimos esta noche malísimamente alojados en
un cuarto sucísimo e hirviente de pulgas.
Salí el 22 en un malísimo caballo que durante el
trayecto rodó cinco veces conmigo y, cuando llegamos
a la posta, las patas literalmente manaban sangre el ;

hocico y nariz eran carne viva por contacto con el sue-


lo. Hoy el viaje fué en extremo desagradable el
:

viento era muy fuerte y levantaba tales nubes de pol-


vo que nos cubría por completo y apenas podíamos
ver o respirar. El terreno que pasábamos no era tan
nivelado como antes, sino accidentado, con suelo de-
leznable, que el viento removía cuando la tierra esta-
ba desnuda de vegetación. Observamos un remolino
que producía el efecto más curioso a distancia de
;

una o dos millas parecía espesa columna de humo sa-


liendo de una gran chimenea pero al aproximarse
;

más, yi polvo, pasto, etc., llevados por el aire a in-


mensa altura, a veces andando con gran velocidad y a
veces estacionario. El guía y el criado que venían
detrás me dijeron que habían sido envueltos por el
remolino y costádoles mucha dificultad salir. Des-
pués de vadear un río considerable, con márgenes no-
tablemente empinadas que los caballos se vieron obli-
gados a subir de galope para evitar al vehículo (usan-
do expresión náutica) ir al socaire, llegamos a la pos-
ta de Arrecifes, linda casa buena con pulpería ane-
ja. El dueño, *al parecer de tendencias sentimentales,
se entretenía, a falta de clientes, con la guitarra
; casi
todos los paisanos de aquella tierra tocan ese ins-
trumento. La música de las Pampas es triste, melan-
cólica y monótona ;
pero su retintín en estos desier-
tose salvajes y en ausencia de sonidos mejores, no es
desagradable.
En esta posta alcanzamos el camino general para
Chile y Perú, pues tres días habíamos recorrido ung»
T- 23 -^
ruta excusada para evitar la partida que entró en
Buenos Aires el 19 y se decía se retiraba hacia Chile.
La mañana del 23 de mayo pasamos por un villorrio
de chozas diseminadas y anduvimos el día entero por
una espantosa llanura desolada. A la tarde nos ame-
nazó una de esas tormentas tremendas del país todo
;

el horizonte comenzó a tomar el aspecto más terri-


ble, las nubes parecían prontas a estallar con su car-
ga mientras el relámpago, tan peligroso a la vez que
tan bello, iluminaba toda la escena no con intermi-
tencias como en Europa, sino con un fulgor continuo,
ya horizontal, ya perpendicularmente, extinguiéndo-
se por fin en la tierra. El trueno reventaba con el es-
tallido más tremendo, y apenas' habíamos llegado a
las casas de la posta cuando la lluvia cayó a torrentes
penetrando el débil techo de paja de la habitación por
mil rendijas. Como se puede imaginar, pasamos una
noche muy fría, con las camas tendidas sobre can-
tidad de cueros hirvientes de bichos y la lluvia go-
teando constantemente sobre nosotros. El cambio at-
mosférico producido por la lluvia en este país es no-
table. Antes de la tormenta, cuando no había pizca de
brisa, vi que el termómetro marcaba SS"* F., y des-
pués bajó a 60° con tal crudeza helada en el aire que
nos era difícil mantener el calor. La gente de la
casa fué la más incivil que encontramos en todo el
viaje;
particularmente los hombres rondaban pere-
zosamente la puerta, mientras comíamos la mísera
cena, y profirieron los vulgares reniegos del país por-
que cerré la puerta. Hasta intentaron abrirla por
fuerza, pero no pudieron, pues estaba atrancada con
un poste por dentro.
Aquí la provincia de Buenos Aires está limitada
por el Arroyo del Medio y comienza la de Santa Fe.
III

LAS PAMPAS Y SUS HABITANTES. LOS GAUCHOS— SUS :

AFICIONES AL JUEGO. —
SUELO Y CLIMA. BOLEADA —

DE AVESTRUCES. ANIMALES, ETC. DE LAS PAMPAS.

Para dejar secar y correr el agua de lluvia lo más


posible antes, de reanudar la jornada, salimos el 24 tar-
de. No obstante, el campo estaba inundado en mu-
chos lugares y los caminos excesivamente blandos y
pesados por la profundidad del barro. Los arroyitos
tan crecidos que era peligroso vadearlos. Habíamos
ahora entrado en las Pampas. Este país es el más
horrible que se imagine; y especialmente en la época,
que lo cruzamos, cuando los indios del Norte, tres
meses" antes, lo habían invadido, arreando todo el ga-
nado y matando a tantos habitantes de los ranchos co-
mo pudieron sorprender.
Las Pampas son llanuras inmensas que se extien-
den hasta donde alcanza la vista con casi ningún ac-
cidente en la superficie, cubierta de pajas y cardos al-
tos, tan grandes en verano, que imprimen al campo
aspecto de matorral comb era- otoño, estaban caí-
:

dos y el campo en muchos sitios cubierto con los ta-


llos. La paja común, larga y fina, no crece en césped
compacto como en Inglaterra, sino en pequeñas matas
casi juntas en los terrenos bajos alcanza más de cua-
;

tro pies de altura y se llena de mosquitos que fasti-


dian al viajero horriblemente cubriendo caballo y jine-
te. El paisaje es sumamente triste, sin un arbusto
donde descansar la vista, ni más poblaciones que las
postas para indicar al viajero que está en el mundo
habitable. Las postas se encuentran generalmente ca-
da cuatro leguas y son construidas de, adobe techa- ;

das con ramas torcidas, traídas de lejos y cubiertas


— 25 —
de paja y barro. El rancho particularmente destinado
para correos y viajeros es de la misma construcción,
con una puerta, de cuero extendida sobre un arma-
zón que está lejos |de suplir al marco. El moblaje al-
gunas veces se compone de un par de sillas viejas y
quizás de dos pares de estacas que sostienen un cue-
ro vacuno a guisa de banco pero aún éstos son lujos
;

que no se consiguen con frecuencia, no teniendo ge-


neralmente el viajero nada más que el suelo pelada
para tender cama, o un banco de adobe adosado a la
pared, que sirve de lecho, mesa y asiento.
Los habitantes de esta región son de raza grosera
y bárbara con rostros repelentes. Se visten con un
poncho viejo puesto sobre harapos son diestrísimos
:

jinetes y muy
habilidosos en el manejo del lazo, que
siempre llevan arrollado a la grupa y lo usan para to-
do. La montura es un lomillo sobre jergas para no
lastimar el lomo del animal, y encima del lomillo po-
nen dos o tres cueros de oveja para blandura los :

estribos son generalmente triangulitos de madera com-


bada, en que caben los dos primeros dedos del pie pe-;

ro algunos se contentan con poner el dedo grande en


el ojal de una lonja que cuelga del recado.
Cuando llegan pasajeros, el gaucho monta a caba-
llo, generalmente ya ensillado, pues no'se moverá una
yarda a pie, y juntando la manada que pasta en las
pampas salvajes, arrea todo al corral, yeguas, potros
y caballos luego entra a caballo con el lazo revo-
;

leando sobre su cabeza y lo arroja al pescuezo del ca-


ballo que elige con destreza asombrosa el animal,
;

quizás galopando en derredor del corral, conoce inme-


diatamente que está enlazado y se detiene completa-,
mente tranquilo los peones entretanto e'speran afue-
; .

ra con los frenos, y cuando se enlaza un caballo lo sa-


can y ensillan. Los gauchos se cuidan especialmen-
te del pelo de sus caballos, siendo los más estimados
.

— 26 —
el ruano y el overo y produce un efecto precioso ver
;

inmensas manadas de estos animales, lindos y curio-


samente marcados, galopando por el campo. Tienen,
sin embargo, tropillas de todos los colores, menos obs-
curo, del que no gustan. Estos salvajes, pues apenas
si se les puede calificar de otro modo, son sumamen-
te aficionados al juego: muchas postas tienen pul-
perías anejas, donde se vende al menudeo todo lo que
necesiten los ranchos. En estas pulperías los gauchos
y otros habitantes celebran sus borracheras y se re-
unen a jugar, y es práctica, a causa de sus tempe-
ramentos ingobernables, clavar el cuchillo en el mos-
trador como prenda de que no reñirán sin embar-
:

go, en cada racha de mala suerte u otra provocación,


inmediatamente acuden al arma favorita. Tuve oca-
sión de ver dos de mis peones pelearse por una baga-
tela : no agarran el cuchillo como nosotros, sino que
apoyan la punta del mango en la palma de la mano
cierran los dedos y el pulgar extendidos hacia la
hoja de este modo tienen la punta del cuchillo en lí-
;

nea recta con el ojo y esgrimen como con florete. Kara


vez se escapan de herirse seriamente en la presente
;

ocasión uno de ellos tuvo una gran cuchillada en la ore-


ja y codo, y el otro recibió el cuchillo del adversario en-
tre la palma dé la mano y el pulgar, que casi fué se-
parado, antes que yo pudiera apartarlos.
Las mujeres son mucho más que los
civilizadas
hombres, y se entretienen tanto en examinar y admi-
rar los vestidos femeninos que con frecuencia desea-
ban comprarlos, adpiiráridose mucho que viajáramos
por el país sin llevar mercadería para vender. He
mencionado que la mayor parte de los viajeros se pro-
veen de cigarrillos para los hombres y paquetitos de
azúcar para las mujeres a fin de atraerse su buena vo-
luntad siempre encontré a las últimas agradecidas
:

por la atención, mientras los primeros aceptaban los


cigarrillos como cosa propia.
— 27 —
"Aunque el país tiene aspecto horrible y sin interés
para el observador superficial, hay todavía tema sufi-
ciente para reflexionar. El suelo es el más fértil que
se imagine, de tierra negra con varios pies de espesor,
y el clima tan favorable que las producciones de otros
países pueden llevarse aquí a gran perfección. El pas-
to puede soportar inmensos hatos de ganado para los
que hay agua en numerosos arroyos, ríos y lagunas
que interceptan el campo. Todo lo que se necesita es
población activa que cultive el suelo, y suficientemen-
te numerosa para resistir a las invasiones de indios
que, con intervalos, entran del Norte y del Sur, y de-
jan todo desolado, arreando el ganado y asesinando
a los habitantes. Los caminos son trillados en que el
pasto ha sido destruido dejando el suelo pelado pero
no tanto como para formar carriles en consecuencia,
;

el viajar es expedito. Los correos generalmente reco-


rren las mil inillas entre Buenos Aires y Mendoza en
ocho o nueve, días algunos ingleses lo han hecho en
;

dos tercios de ese tiempo. •

Las Pampas abundan en animales y pájaros raros


que aumentan en vez de disminuir lo salvaje del país.
Tropillas de gamas se ven por todo huyendo del as-
pecto y ruido de los carruajes que viajan y como su
;

carne no es apetecida por los nativos, llevan vida pla-


cidísima. No sucede lo mismo al solitario avestruz :

su caza es tan divertida para el gaucho salvaje como


la del zorro para los cazadores de Inglaterra ;y adies-
tran los caballos para perseguirlo en todos sus movi-
mientos y ojeos. El avestruz es velocísimo con la ma-
yor facilidad aparente. A menudo he intentado apro-
xiniármeles, pero invariablemente me dejaban muy
atrás, contoneándose y mirando en torno con aire de
grande importancia. Los nativos los bolean por la plu-
ma.- El método de agarrarlos es con dos bolas de plo-
mo retobadas y unidas por una soga de cuero. Esta
-^ 28 —
diversión se estila tanto en las Pampas, que los hom-
bres siempre llevan consigo las boleadoras atadas a
los tientos y se ve ejercitar a los muchachos en ga-
;

llos y gallinas a inmediaciones del rancho.


Todo el país, desde Buenos Aires a San Luis de la
Punta, está más o menos minado por un animal entre
conejo y tejón, llamado vizcacha. Nunca se aleja de la
cueva, peligrosa para los caballos, y es animal que
casi no se ve sino por la tarde cuando sale a comer,
y se observan centenares divirtiéndose .cerca de las
cuevas y haciendo ruido muy parecido al gruñido del
lechón. Su carne es muy apetecida por la gente y son
notablemente gordas, por lo que cuando se las toma a
cualquier distancia de las vizcacheras son muy fáciles
de «alcanzar sin embargo, se defenderán de un pe-
;

rro bastante tiempo. Las partes del ca;mino más fre-


cuentadas por la vizcacha están plagadas de una es-
pecie de melón silvestre, amargo al paladar no pare-
:

ce averiguado si contribuye especialmente el abono


del animal o si la vizcacha elige para hacer su cueva
la vecindad de esta planta rastrera. El armadillo tam-
bién se encuentra en estas soledades y su carne goza
de' gran favor entre los nativos pues la comen con
.

la mayor satisfacción. Noté muchas variedades de pá-


jaros, además de perdices grandes, parecidas al fai-
sán inglés, y chicas, ambas tan abundantes que casi
se dejan pisar por el caballo. El terreno' por todo está
cubierto de langostas, algunas de cuatro pulgadas de
largo tienen alas, y cuando se levantan entre las pa-
;

tas del caballo parecen pájaros. Las iguanas son tam-


bién muy abundantes. ,
IV.


ACCIDENTE EN ÜN ARROYO. INSTALACIÓN DE UNA GUAR-
DIA. — CANCIÓN NACIONAL. —
VILLORRIOS DE CRUZ
ALTA, CABEZA DE TIGRE Y SALADILLO.

Aoostumbraba siempre hacer adelantar el guía


media milla antes de llegar a la posta para que los ca-
ballos estuviesen en el corral al arribar los carruajes.
Acababa de dejarnos cerca de un arroyo que, aun-
que crecido por las lluvias recientes, vadeó sin gran
molestia y lo seguí, pero mi caballo encontró consi-
derable dificultad para entenderse con las patas que
se hundían en el barro. La carretilla del equipaje vino
después y se empantanó en el medio, cayendo los ca-
ballos sucesivamente después de grandes esfuerzos,
completamente entrampados por el fango. El carre-
tón intentó pasar en seguida y alimenté esperanzas
que por ser más liviano saldría más fácilmente del
atolladero ;
pero apenas había llegado a la carretilla
cuf^ndo los caballos patearon y cayeron, y todos los
peones treparon la orilla como pudieron. Habíamos
continuado media hora la tentativa de levantar los ca-
ballos, cuando resolví enviar un peón en el mío para
buscar auxilio pero, felizmente, en el momento de
;

despacharlo, llegaron cuatro o cinco hombres con ca-


ballos, pues el maestro dé posta había creído imposi-
ble que los carruajes saliesen del arroyo sin ayuda.
Los peones entonces. entraron con cuidado en el barro
y enlazando los caballos caídos los sacaron a la ori-
lla. Luego procedieron a. atar el vehículo con lazos,
extendiéndolos hasta tierra de manera que los. caba-
llos de refresco se apoyasen en firme, y así se libraron
las mujeres de su situación desagradable y algo peli-
-30— ' .

grosa, y ambos carruajes salieron con felicidad a la


banda opuesta. ,

Llegamos al obscurecer a la posta del Arroyito del


Sauce. Encontramos la casa caída y abandonada, vién-
donos precisados a seguir un poco hasta el fortín de
soldados santafecinos acuartelados para defender el
país contra los indios. Acá no pudimos conseguir nin-
gún refrigerio y nos vimos obligados a bajar entre una
cantidad de militares de mal aspecto el comandante,
;

sin embargo, muy atento, nos rogó dispusiéramos de


su cuarto sin reserva y nos prometió todas las como-
didades que pudiese proporcionarnos. En consecuen-
cia entramos en un rancho largo con banco de ado-
be rodeando todo el cuarto, y nos miraban los solda-
dos semisalvajes, vestidos con viejas chaquetillas y
ponchos, como si fuéramos monstruos y no prójimos.
En paredes colgaban sables, carabinas, etc. En-
las
contré que el acomodo que conseguiríamos consistía
en un cuarto donde podíamos tender camas en el sue-
lo, quizás en medio de una centuria de estos indivi-
duos por tanto empecé a buscar otro alojamiento, y
:

explorando el lugar hallé en el testero del cuarto un


cobertizo pequeño con entrada pero sin puerta, y con
un agujerito a guisa de ventana. Nos permitieron ocu-
par este aposento espléndido y se llevaron allí las ca-
mas. Lo separé del dormitorio común colgando una
frazada, y mi criada colocó su cama afuera atravesa-
da a la entrada. Así que nuestro retiro hizo desapa-
recer la reserva producida, por nuestra presencia, los
soldados, muy alegres, intimaron con el correo y los
peones, excitados por un poco de bebida que les envié.
Finalmente empezaron a hacer música y nos dedica-
ron la siguiente canción nacional bien conocida en to-
do el territorio de la Kepública, tanto como en Chile
y Perú. Se cantaba con gran brío y como de costum-
,

bre, acompañada con guitarra.


; ! , ;

— 31 —
Oíd mortales el grito sagrado,
¡Libertad Libertad
1
i
Libertad
! ¡ !

Oíd el ruido de rotas cadenas,


Ved en trono la noble igualdad.
Se levanta a la faz de la tierra
Una nueva y gloriosa nación.
Coronada su sien de laureles
Y a sus plantas rendido un león.

Coro.

Sean eternos los laureles


Que supimos conseguir
¡Coronados de gloria vivamos
O juremos con gloria morir
De nuevos campeones los rostros
los
Marte mismo parece animar ;

La grandeza se anida en sus pechos


Y a su marcha todo hacen temblar
Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huesos revive el ardor,
Lo que va renovando a sus hijos
De la patria el antiguo esplendor.

Coro.
Sean eternos, etc.

Se repitieron otras estrofas, pero las dos prece-


dentes bastarán quizás como ejemplo. El coro se can-
taba armoniosamente por los circunstantes.
Así que nuestros joviales amigos nos permitieron
disponernos a dormir, nos perturbaron nuevos incon-
venientes, los ratones. Estos visitantes inoportunos
primero empezaron por atacar los colchones que, pues-
tos en el suelo, probablemente les impedían salir de
;

. — 32 --

las cuevas. Los sentíamos claramente debajo de nos-


otros y los oíamos rechinar y trepar entre las ropas,
botas y zapatos. Después comenzaron a retozar en
nuestras camas, pasándonos también por las caras
y casi me electricé al sentir uno agarrándome el dedo
grande del pie que, desgraciadamente, en aquel mo-
mento estaba descubierto, y el asaltante sin duda, es-
peraba llevárselo. Por la mañana vimos que había'n
hecho gran estrago en nuestras ropas y algunos obje-
tos menores, como pañuelos de mano, volados, etcé-
tera realmente se los habían llevado.
;

Viajamos las primeras horas del 25 por una de las


más horribles y poco interesantes partes del trayec-
to no se veía otra cosa que espartiUo, cardos y aves-
:

truces ; y encontramos la primera posta completa-


mente abandonada, sin hombre ni bestia para ale-
grar la sombría soledad del desierto. Era curioso ver
los peones, inmediatamente de encontrar los ranchi-
tos abandonados, buscar cualquier objeto de valor
que hubiese quedado. Tuve curiosidad de acompañar-
los en su perquisición pero nada se encontró fuera
;

de calabazas secas, usadas como vasijas, y pocos pe-


dazos de muebles rotos, desparramados, reveladores
de que no éramos los primeros en saquear las chozas.
En el jardín mezquino, sin embargo, encontramos
gran festín, en forma de sandías maduras, especial-
mente gratas para nuestro apetito. Cuando se en-
cuentra una posta desierta, el hombre que proporcio-
nó los últimos caballos escá obligado a llevar los pa-
sajeros hasta la población siguiente ; pero tiene do-
ble paga por este recorrido : por consiguiente, así
que los caballos pastaron un poco, seguimos camino.
Por la tarde entramos en campo más alegre cu-
bierto con hatos de lindo ganado. Cuando llegamos
a la posta antes de ponerse el sol me contrarió mucho
no hacer otra etapa, pues había claro de luna ;
pero a
3

- 33 -
los peones no gustaba andar de noche por tanto hici-
;

mos alto en la posta de Arequito, pasablemente có-


moda, donde nos proveímos en abundancia de hue-
vos y leche.
Salimos por la mañana muy temprano, y traspo-
niendo el terreno alto donde está el villorrio de Cruz
Alta, llegamos por la tarde al Saladillo, en cuyas már-
genes está Cabeza de Tigre. Las orillas del río esta-
ban bellamente adornadas con sauces que, después de
larga y total ausencia de arbustos, daban al paisaje
aspecto interesante. La corriente era regularmente
ancha y profunda, barrosa y salobre como lo indica
su nombre nace en una de las grandes lagunas sala-
;

das que abundan en el país. Las orillas son muy al-


tas, y como el agua era demasiado honda para pasar
en el punto donde alcanzamos el río, nos vimos obli-
gados a costearlo algunas leguas hasta llegar a vado ;

allí los pasamos sin gran dificultad, y subiendo a terre-


no alto, llegamos al villorrio Saladillo, compuesto de
pocos ranchos muy diseminados en una especie de
campo comunal allí había otra guardia contra inva-
:

siones de indios.

BARRANCAS. —INVASIONES —
DE INDIOS. FRAYLE MUER-
TO. — —
MODO DE CONSERVAR GRANOS. TRES CRUCES.
— ESQüIiíA DE MEDRANO. — —
LA ALGARROBA. CAMINOS
A CHILE Y PERÚ. —
SIERRA DE CÓRDOBA.

Encontramos abandonada la posta de Barrancas


y nos vimos precisados el 28 a pagar doble tarifa has-
ta el Zanjón. Esta posta está lindamente ubicada y se
hallan cerca los restos de una huerta de durazneros :

fué la mejor que vimos desde nuestra salida de Bue-


nos Aires. Los indios no la destruyeron, contentán-
NARRACIÓN. —
— 34 —
dose con matar a los ocupantes y llevarse todo lo mo-
vible. Un amigo mío con otros viajeros, pasaron por
allí en diciembre, cuando los indios rondaban en las
márgenes del río, y el maestro de posta les ofreció a
él y sus compañeros alojamiento y caballos gratuitos,
si lo ayudaban para atacar a los salvajes y ahuyen-
tarlos como hombres de negocios no era verosímil, y
:

quizás difícilmente posible, que aceptasen la propues-


ta, pero le dejaron parte de las municiones que lleva-
ban consigo.
Poco después los indios rodearon la casa y asesi-
naron a toda alma viviente, no obstante la valerosa
defensa. Dos meses antes de nuestro paso por allí,
los indios habían pagado expiación completa de los
estragos cometidos, pues se había aprestado y envia-
do una expedición contra ellos por las provincias de
Santa Fe y Córdoba. Pasamos una lagunita rodeada
de árboles achaparrados, en uno de los cuales aun
se veía, colgado de las muñecas, el' cadáver de un in-
dio, entero y completamente seco ; parecía haber
sido hombre de estatura elevada. Le corté un brazo,
sin olor alguno, y lo he conservado come curiosidad.
La segunda etapa del día fué el villorrio Fray le
Muerto, que puede llamarse capital de las Pampas.
Se compone .de unos cincuenta ranchos como los ya
descriptos, construidos sin ninguna regla, y quizás
de 200 habitantes sin embargo, era demasiado im-
;

portante para que los indios arriesgasen un ataque, y


después de dejar este luga^, cesamos de oír lamentos
a causa de invasiones.
El campo todavía es llano, pero encontrábamos
aquí y allá algunos arbustos achaparrados y las llanu-
ras en general más o menos cubiertas de ganado, lo
que amortiguaba mucho el tedio y fatiga del viaje, no
solamente por el reposo que ofrecía a los ojos, dismi-
nuyendo la tristeza del campo, sino por la nutrición
— 35 —
láctea que obteníamosteníamos la suerte de llegar
si

a hora oportuna. Las vacas se ordeñan por la mañana


temprano, pues no dan leche suficiente para valer la
pena de hacerlo dos veces diarias. Sin embargo, son
lindos animales corpulentos, semejantes en color a
las vacas del Yorkshire más que cualesquiera otras.
Por estar recogida la cosecha en los pocos man-
chones de trigo y maíz anejos algunas veces a los ran-
chos, no tuve oportunidad de ver el método agrícola
del país pero el modo de conservar la rnies en un
;

granero de las Pampas, es realmente curiosísimo.


Cuatro fuertes vigas derechas se plantan firmes en el
suelo, con un techo encima, y entre éstas se cuelgan
dos cueros de buey entrecosidos mojados, conservan-
do la forma de cabeza y patas denti'o de la bolsa así
;

dispuesta el grano se pone tan apretado como sea po-


sible, y una vez cosida, los cueros quedan casi de la
talla y figura de elefante. Está lejos esto de ser mal
ideado para defender el grano de la intemperie, o li-
brarlo de los bichos.
Hicimos las cuatro leguas desde Frayle Muerto a
Tres Cruces en cincuenta minutos, pues deseábamos
adelantar, cuatro leguas más hasta la Esquina de Me-
drano, donde, según el correo, había buen alojamien-
to. Llegamos al primer punto como a las 5, y, para
nuestra gran mortificación, nos encontramos sin ca-
ballos por consiguiente, nos vimos forzados, a pesar
:

nuestro, a parar en Tres Cruces, pero obligados a pa-


sar la noche en el carruaje por no haber sitio para
nosotros en el mísero rancho, aunque el maestro de
posta tuvo la amabilidad de ofrecernos dormir en el
mismo aposento suyo y de su familia. Los peones en-
tretanto se acomodaron rodeando el fogón que encen-
dieron bajo un árbol donde prapararon asado y toma-
ron mate.
Llegamos a la Esquina de Medrano en muy buen
— 36 —
tiempo el 29. El informe de nuestro correo sobre esta
posta fué exacto, y era superior a cualquier casa que
hubiéramos visto a partir de Buenos Aires. La en-
trada daba a una gran sala, con cielo-raso de cañizo,
que imprimía a la casa aspecto de una limpieza que
brillaba por su ausencia en todas las otras cuyos cuar-
tos sin cielo-raso tenían telarañas colgando como ce-
nefas, sin riesgo de ser bajadas con escoba. La casa
se levanta en una situación muy alegre, con acceso
no desemejante a extenso matorral, compuesto r^rin-
cipalmente de acacia espinosa o algarrobos con ramas
que tocan el suelo. Los habitantes del país aprove-
chan mucho la fruta de este árbol, que, cuando madu-
ra, es larga vaina amarilla como chaucha. Se da en
grandes racimos, y tiene sabor dulce muy pronuncia-
do. Se usa en diferentes confituras y para hacer patay,
que, a nuestros paladares, estaba lejos de ser agra-
dable. En esta posta se bifurcan los caminos de Perú
y Chile, el primero a la derecha por Córdoba, Tucu-
mán y Salta, y el segundo por San Luis y Mendoza.
Aquí perdimos el lindo, aunque pastoso camino de
las Pampas, siendo el campo cubierto con heléchos,
lleno de colinas como tacurúes, y más boscoso. Mu-
las y carros han seguido una ruta con hondos huello-
nes y era imposible andar ligero. En algunos lugares
la vista producía el aspecto de un algarrobal tupido
mientras en otros los troncos estaban separados más
bien de modo pintoresco. La etapa de la Esquina de
Medrano al Arroyo San José es de siete leguas de mal
camino áspero, y en consecuencia se envió con nos-
otros una tropilla de caballos ;cuando necesitábamos
mudarlos se llevaban abajo de un árbol, rodeándo-
los todos los peones que enlazaban los requeridos y
los sacaban para ensillarlos.
Esta tarde cruzamos una región boscosa, antes
incendiada en muchas millas, y los troncos negros de

1
— 37 —
los árboles hacían efecto muy fúnebre'. Después de
la jornada más
larga desde que dejamos Buenos Aires,
es decir, setenta millas, llegamos a Punta de Agua,
donde conseguimos buen hospedaje en lo tocante a
provisiones, pero nos vimos obligados a colgar una
frazada por ausencia de puerta en el cuarto. Como te-
nía los dientes casi arrancados por los asados de ca-
pón flaco, comida que más parecía estirar cuerdas
de guitarra que masticar carne, resolví probar el her-
vido, una especie de caldo o sopa hecho de la ma-
nera siguiente Se mete un pedazo de pulpa en la
:

olla de hierro, de largos pies, llena de* agua clara,


con cebollas, rebanadas de zapallo y choclos y se ,

cuecen estos ingredientes hasta dejarlos completa-


mente tiernos es plato excelente cuando se sazo-
;

na con mostaza, sal y pimienta la sola objeción es


;

que requiere mucho tiempo la cocción, que solamen-


te se obtiene de noche al fin de la jornada ; además,
no siempre se consigue carne, a menos de carnear un
novillo con este fin.*
El país, el 30, y especialmente el 31', presentaba as-
pecto muy salvaje, y se levantaban por todo cerros ru-
gosos con poquísimo verdor. A lo lejos veíamos la lista
azul de la Sierra de Córdoba que, situada exactamen-
te en la línea, obliga al viajero a dar largo rodeo pa-
ra evitarla. Encontramos una gran tropiUa de guana-
cos, pero tan distante que no los habría distinguido de
las gamas. Descansamos la noche del 31 en Corral de
Barrancas, después de marchar solamente cuarenta y
cinco millas por la aspereza de los caminos.
El 1.° de abril todavía recorrimos el mismo terre-
no accidentado de cerros, cruzando de cuando en
cuando cauces medio secos de los ríos del pie de la
Sierra. El viaje se había hecho sumamente desagra-
dable, pues los caminos tenían huellones tan hondos
y superficie generalmente tan irregular, que era peli-
groso salir del tranco. Los bajos estaban cubiertos con
oo

un arbusto semejante a verbena, menos en la au-


la
sencia de olor tan agradable, y crecía tan completa-
mente apañuscado hasta más de cuatro pies, que era
difícil hacer pasar el carruaje. Este día tuvimos la
desgracia de quebrar el eje de la carretilla y habría
sido accidente muy serio si no hubiésemos tenido re-
puesto, pues no hay trozo de madera, en todo el país,
bastante grande y derecho que sirva para ese objeto ;

pero, teniéndolo, solamente demoramos dos o tres ho-


ras. Sin embargo, por esta circunstancia nos tomó
la noche antes de lo esperado en estos caminos horri-
bles que nos* vimos obligados a recorrer con la máxi-
ma precaución. Para aumentar nuestra desdicha em-
pezó a rodar el trueno en la lejanía y frecuentes ful-
gores de relámpago anunciaban la tormenta vecina.
Alcanzamos finalmente el ancho lecho de un río,
con caudal de agua considerable, mientras la orilla
opuesta era tan empinada que los caballos probable-
mente no sacarían el carruaje por consiguiente, man-
:

damos pedir auxilio a la posta de Barranquita. La


orilla, efectivamente, era casi perpendicular y se re-
quirió toda la fuerza de los caballos de refresco para
tirar la carretilla. Barranquita es una larga fila de
ranchos, con buena huerta y un cuarto espacioso para
pasajeros, pero cubierto, como de costumbre, con pol-
vo y suciedad, hasta ser imposible sentarse o acostar-
se con comodidad.
A consecuencia de copiosa lluvia durante la nc?-
che, no pudimos salir hasta cerca de las once de la
mañana. Nos habíamos aproximado al pie de las mon-
tañas y al subir una altura vi una preciosa variación
de cañada y cerro no pude menos de imaginar cuan
:

bello paisaje constituiría si la mano del hombre se


hubiese empleado en este país dotado por la Natu-
raleza con las bendiciones de lindo suelo y clima in-
comparable. El brillo del sol caía sobre esta bella
— 39 —
perspectiva luego se obscureció de pronto, y una ga-
;

rúa menuda hizo más penoso el camino por cerros de


granito y entre grandes piedras desprendidas y tum-
badas en los valles. Sin embargo, por fin llegamos a
la posta de Achiras, habiendo andado solamente quin-
ce millas. Como se presentaba cariz completo de una
tarde lluviosa, decidimos no seguir ; no habríamos ele-
gido mejor lugar de reposo.

VI

LA CASA DE ACHIRAS Y SU SITUACIÓN. TUMBADA DEL

CARRUAJE. VISITA DE LOS HABITANTES DEL MORRO.
— CUENTA DEL ADMINISTRADOR DE CORREOS.
La situación de esta casa es muy pintoresca. El
terreno circundante, de inmensos bloques de granito
amontonados en confusión, forma a veces, en los inter-
valos, lindos valles verdes con arbustos que sombrean
los fragmentos gigantescos. La casa, como todas las
demás, está en el bajo, con huerta cercada de rocas
desnudas; llena de lindísimas higueras cuyo exuberan-
te follaje obscuro, mezclado con el verdor de man-
zanos y perales, se doblaba por el p^so de la fruta,
mientras las parras con riquísimos racimos colgaban
en festones llenando los claros. Los corrales para ga-
nado se hacían limpiando el suelo de piedras y amon-
tonándolas en círculo para formar el cercado. Como
a las cinco se despejó y tomamos un sendero entre es-
tos rudos bloques multiformes, no pocos derribados de
punta en que descansaba el resto ensanchándose ha-
cia el tope otros agujereados o agrupados de modo
;

que parecían portadas góticas. La gente aquí aplicaba


un método de hacer orejones para consumir en el in-
vierno, que después encontré empleado en Chile co-
mo ramp cpniercial. Descarozan los duraznos, los ex-
— 40 —
tienden encima de las rocas para secarlos al sol lue-
:

go los arrollan en varitas de doce pulgadas de largo, y


se utilizan como conserva. Esta tarde nos regalamos
con fruta, especialmente manzanas, las primeras que
gustamos después de dejar nuestro suelo natal.
Salimos de Achiras la mañana siguiente y, pasan-
do un gran pedregal, alcanzamos una ancha llanura.
Viendo una tropa de muías acampada a lo lejos, salí
con el guía para visitarla. Venía de Mendoza con cin-
cuenta cargas de vino, acondicionado en barrilitos,
uno a cada lado de la muía. El campamento estaba
formado con la mayor simetría las cargas en círcu-
;

lo, cada una separada, con el aparejo de totora en for-


ma de mojinete descansando sobre los barriles. Los
arrieros se divertían- en medio del círculo mientras las
bestias vagaban en libertad por el pasto natural. Con-
seguimos de esta gente algún vino tinto de Mendo-
za muy tolerable, que se vende mucho tanto en las
ciudades provincianas como en Buenos Aires. Como
teníamos que recuperar esta demora y alcanzar los
carruajes que no se habían detenido, partimos a toda
carrera y se despertaron fuertemente mis recelos cuan-
do de lo alto de una loma vi un carruaje tumbado. Al
llegar al sitio, sin embargo, encontré' a las mujeres
muy alegres, pues felizmente no habían sufrido nin-
gún daño. Me alegró muchísimo también que el
carruaje no hubiera tenido desperfectos, irreparables
en este país. La posta del Portezuelo está en situa-
ción curiosísima una hendidura pequeña junto al ce-
:

rro elevado y rocoso y su huerta de higueras y du-


,

razneros hace contraste agradable y sorprendente con


la superficie árida de la roca.
Después de traspon'er la punta de la sierra que
habíamos costeado algunos días, llegamos tarde a la
posta del Morro. Aquí fuimos molestados por las visi-
tas de la gente más respetable del villorrio su inten-
;
— 41 —
ción era quizás cumplir un acto de urbanidad, j
resolvieron sentarse y ver cómo nos desenvolvían
De nada valieron indirectas para que se fuesen y xxxo
vi obligado a pedir la cena y se tendiesen las camas sin
consideración a ellos. No nos fastidiaron con pregun-
tas, pero se sentaron en un banco de adobe y no
pronunciaban una palabra, excepto, de cuando en
cuando, para cuchichearse. Vestían principalmente te-
jidos ingleses, tenían polleras de zaraza con chales so-
bre los hombros desnudos no usaban medias, pero sí
;

chancletas.
La mañana del 4 hubo neblina, y los peones no
pudieron dar con los caballos, lo que nos impidió salir
muy temprano como era mi intento para llegar a San
,

Luis, veinticuatro leguas de distancia, en el día. Por


tanto, tuvimos tiempo de recorrer el poblado compues-
to de unos veinte ranchos desparramados, construidos
en la punta de la sierra que en este lugar se proyecta en
el llano como promontorio. Hay una capilla de adobe
cuyo interior está elegantemente alfombrado con el
material de que se hacen los tapices turcos, pero ni
cerca con colores tan brillantes. Como se hacen a ma-
no, el costo es subido, pero deben ser muy durables.
Con frecuencia me había fastidiado el largo tiem-
po empleado por los maestros de posta en calcular
cuántos reales han de cobrar por caballos nunca es-
:

taban contentos si yo hacía la cuenta, ni conformes


con que no la hiciera. Por fin vime obligado a adop-
tar el método de esperar tranquilamente hasta que se
desembrollaran y, si era exacta, pagaba. Esta vez el
maestro de posta, joven de aspecto decente, no podía
hacer la suma ni confiaba en que yo la hiciese llamó
;

al cura de la parroquia que pronto resolvió la dificul-


tad, aunque pasó largo tiempo antes que el maestro
de posta se convenciera de que fuese el mismo resul-
tado sacado por mí. Este clérigo fué el primero que
.vi desde que dejé BuencB Aires.
— 42 —
Nuestro camino hoy fué por terreno muy mon-
tuoso, con ondulaciones de loma y bajo. El bosque era
de algarrobos, árbol de hojas espinosas como el acebo,
y de un arbusto parecido a la ruda, aunque más alto,
y con linda corteza lisa de un verde claro. De casi
todos los árboles colgaban plantas de flor del aire con
hoja no desemejante al clavel. Por ser otoño avanzan-
do no pude ver la flor. Como a las cuatro llegamos a
la posta de Eío Quinto, situada en un lindísimo valle
que se extiende a larga distancia, con río que corre
por el centro, a la sazón arroyo playo deslizándose por
inmenso cauce con márgenes perpendiculares. Cuan-
do se derrite la nieve en la cordillera éste es sin duda
formidable torrente. Como lo indica el nombre, es el
quinto río importante a partir de Buenos Aires. Cuan-
do llegamos a la posta temprano, nos entretuvimos en
el bosque recogiendo algunas flores y plantas de flor
del aire, y viendo las cabras acercándose a la casa pa-
ra ser ordeñadas. Esta tarde llegó un correo de Bue-
nos Aires, tray endones noticias de los amigos de allá.
'

VII

SAN LUIS DE LA PUNTA.—MATANZA POR DUPUIS. MA- —



DERA Y SU PRECIO. BATALLA DE MOQUEGUA. PRI- —

MERA VISTA DE LA CORDILLERA. ENTRADA A MEN-
DOZA.

Al dejar Eío Quinto la mañana siguiente, hubi-


mos de subir un alto cerro pedregoso, llevándonos, mu-
cho tiempo, y bajamos por el lado opuesto. Alguna
distancia del camino era semejante al que pasamos
ayer pero al aproximarse a San Luis era más abierto,
;


pareciéndose a las Pampas larga llanura nivelada,
con pajas secas pero verde debajo —
Por la tarde en-
.

tramos en terreno alto y montañoso, cubierto de ar-


w- 43 —
bustos bajos y tunas, llamado Sierra de San Luis, Dos
leguas antes de llegar a la ciudad pasamos una que-
brada entre dos montañas, como indicada por la Na-
turaleza para camino. Producía lindo efecto porque la
entrada era sombreada por arbustos y en un valleci-
to interior había una casa al frente. Al dar vuelta la
base de un cerro descubrimos la ciudad, o mejor di-
cho, su ubicación, pues las casas son bajas y casi com-
pletamente ocultas por las huertas de higueras. Nues-
tro correo, ansiosísimo de que presentásemos buen
aspecto en la capital de la provincia, puso en orden
la cabalgata y dio instrucciones a los peones.
Pasamos por varias calles de míseros ranchos de
barro dispuestos, sin embargo, en cuadras como si re-
clamaran el derecho de llamarse ciudad, y entramos a
todo galope en la posta (quizás la casa más ruin de
aquel lugar) entre las miradas de todos los vecinos que
se daban, vuelta para presenciar el espectáculo. La
posta era muy sucia, sin más moblaje que bancos de
adobe, medio escarbados por las gallinas que se pa-
seaban a su placer en el cuarto, y sin duda fueron
privadas de su morada ordinaria con nuestra intru-
sión. Las paredes habían sido antes blanqueadas pero
todo pasajero, acaso desde el siglo pasado, grabó nom-
bre y fecha en letras legibles sobre las paredes. Mu-
chos eran ingleses, pero pocos de éstos anteriores
a 1821.
San Luis de la Punta está en un valle fértil al pie
de la sierra es capital de la insignificante provincia
:

del mismo nombre, y perteneció al antiguo virreinato


de Buenos Aires, y después a las Provincias Unidas
del Eío de la Plata : cuando se rompió la unión fede-
ral permaneció independiente. Es célebre por la
masacre que hizo un tal Dupuis, de todos los espa-
ñoles que allí residían al comienzo de la Kevolución ;

más de ochenta fueron tomados y arcabuceados. La


— 44 —
ciudad contiene, según imagino, de 1.200 a 1.500 ha-
bitantes. Los alrededores se cultivan con regadío y se
produce maíz, trigo, cebada, legumbres y fruta, en-
tre la cual el higo es quizás más notable. Los habi-
tantes lo secan al sol en zarzos de caña y forma gran
parte de su alimento invernal. Aquí tuve oportuni-
dad de ver un telar tejiendo franela burda pertene-
;

cía a la hija del maestro de posta, que trabajaba sin


ayuda, peinando después la tela con una especie de
cardo, buen substituto del usado en nuestras manu-
facturas británicas. Como nos faltaba franela para
cruzar la cordillera, compramos toda la existencia.
El carro requería eje nuevo y no pudimos seguir
esa tarde. Toda la madera de construcción y para otros
usos se trae de Chile por la Cordillera en consecuen-
;

cia, es sumamente cara ; un trozo bastante grande pa-


ra eje vale siete pesos. Se transporta en vigas de do-
ce pies de largo, una a cada lado de la muía, de modo
que dos puntas se juntan sobre el aparejo y las otras
dos arrastran en el suelo, y así gran parte de-la viga se
gasta en viaje y llega a su destino considerablemente
acortada. Dos o tres peones se embriagaron la mañana
siguiente, y se hirieron tan gravemente con cuchillo
que no me fué posible salir hasta entrada la tarde.
Salimos tan tarde que pronto obscureció después
de dejar San Luis. Sin embargo, pude darme cuenta
que inmediatamente de salir del poblado, entramos en
país de bosque espeso, y los huellones del camino fá-
cilmente se sentían. La etapa era de nueve leguas,
llevando arreo de caballos y me asombraba ver cómo
el gaucho pasaba el matorral espinoso y tupido, man-
teniendo juntos los animales. El cencerro de la ma-
drina, en tal caso, es muy conveniente, y el resto del
arreo generalmente sigue el sonido. Llegamos tan tar-
de a la Laguna de Chorrillos, posta, que casi nos que-
damos sin cenar pero, .feliz;mente, después de mu-
:
— 45 —
cho buscar, encontraron un cordero, que, en media
hora, fué degollado, desollado y comido. La casa era
muy pequeña y sucia, y algunos ingleses habían en-
contrado en ella desagradable compañía, de lo que se
daba aviso en letras muy legibles trazadas en la pa-
red, pero escapamos tolerablemente bien.
Encontramos un inglés que venía de Chile y nos
confortó con la seguridad de que no creía posible pa-
sar la cordillera en esta estación, por haber ya caído
mucha nieve, con toda apariencia que el invierno se
ausentaría pronto. En consecuencia yo estaba natural-
mente ansioso de seguir, pues mis negocios eran de
tal índole que sería muy perjudicial detenerme en
Mendoza todo el invierno. Por el mismo conducto su-
pe que Alvarado había sido derrotado en Moquegua.
Esta noticia era alarmante, pues era de esperar que
los realistas se apoderasen de Lima, lugar de nues-
tro destino final.
Ya resuelto a viajar con toda la expedición, el 6 me
levanté obscuro, y desperté los peones, que siempre
duermen sobre el recado al aire libre la primera eta-
:

pa era de diez y siete leguas, con río importante que


pasar. El camino era una ruta honda y polvorosa en
terreno bajo y boscoso y, a intervalos, veíamos una
gran sabana líquida a lo lejos, rodeada de montañas.
Era la laguna de Chorrillos de que la posta toma nom-
bre. El viaje fué sumamente desagradable debido al
calor solar y nubes de polvo levantadas por los carrua-
jes. Llegamos a mediodía al Desaguadero, tan ancho
como el Támesis en Windsor tenía casi bastante
;

agua para que nadasen pero la carretilla,


los caballos,
con ruedas grandísimas, era alta lo preciso para pa-
sar sin mojar el equipaje. El carretón fué descargado
de todo y tirado en el agua que entró a la caja. En
la ribera opuesta había una choza con pulpería, pues
los dueños habían abierto casa para hospedaje de via-
— 46 —
jerosy construido una balsa para pasarlos, cuando el
agua del río era demasiado profunda para vadearlo.
Se componía de seis barriles con plataforma de pos-
tes fuertemente asegurados y unidos, y se deslizaba
con una cuerda atada en ambas márgenes, mientras
estaba unida a otra soga que pasaba por medio de la
balsa.
Continuamos todo el día por el mismo bosque y
camino polvoroso. Los caballos y ganados, en verano,
vagan sueltos entre los matorrales y comen hojas ;

considerando la escasez de su alimento parecían en


buen estado. En invierno, cuando las hojas caen, son
llevados algunas leguas adonde haya pasto. Después
de recorrer setenta y cinco millas nos amontonamos
en la mísera posta de Corral de Cuero. No pudimos
congratularnos la mañana siguiente por haber esca-
pado de viéndonos precisados a llevar los
los bichos,
colchones y camas al aire libre, y sacando los insectos
repugnantes con escoba mientras las gallinas que nos
rodeaban los picaban vorazmente. Son muy diferen-
tes de los que molestan en algunas casas de Inglate-
rra ; de forma cónica y alcanzan el largo monstruoso
de una pulgada.
El 7 de abril tuvimos el regalo de nuestra prime-
ra visión de la Cordillera de los Andes. Nadie se ima-
gina el -efecto producido en el viajero por esta estu-
penda barrera de montañas. La descubrí enteramen-
te por accidente, pues, mientras los peones iban» por
caballos, empleamos el tiempo vagando en la vecin-
dad por fin mis ojos fueron atraídos por algo que
;

parecía, a la mirada pasajera, grandes pilares de nu-


bes inmóviles. Sin embargo, un poco práctico en el
mar para divisar tierra, pensé que había alguna se-
mejanza con esto y, disipándose la niebla interpues-
ta, apareció un espectáculo que jamás olvidaré. Mon-
tañas enormes enteramente cubiertas de nieve se le-
— 47 —
Vantaban a tal altura que nos veíamos obligados a
echar la cabeza atrás para mirarlas parecían perte-
;

necer a otro mundo, no viéndose más que las cimas,


pues el firmamento estaba clarísimo arriba, mien-
tras el horizonte se veía algo obscuro. Esta vez nos
encontrábamos a no menos de 170 millas de la cumbre
de la cordillera y he oído algunos viajeros asegurar que
puede verse desde San Luis con tiempo muy claro.
Cuando seguimos nuestra jornada este día, comen-
.

zamos a notar algún aspecto de comodidad y cultivos


— una casa aquí y allí, con alamedas, y pocos potre-
ros con regadío — Los álamos nos recordaban que nos
.

acercábamos a Mendoza, pero habría sido apenas sor-


prendente si no los hubiéramos notado, pues, mien-
tras avanzábamos, nuestras miradas se posaban casi
constantemente en la grandiosidad de la cordillera.
Llegamos por la tarde a La Dormida, sobre alta
barranca arenosa que domina el río Tunuyán. El ma-
trimonio de esta casa era gente atenta y servicial su
;

alojamiento ciertamente no era óptimo, pero habían


construido un cuartito nuevo de gajos entrelazados con
revoque exterior de barro.
El país recorrido al otro día estaba cultivado en
parte, y todas las poblaciones se distinguían por filas
de álamos, que, aunque producían efecto más bien
convencional, eran grande alivio para los ojos, en
país donde no hay otra cosa que se dignifique con el
nombre de árbol. La posta donde pasamos la noche
(que toma su nombre de los álamos que la rodean)
está en campo cultivado, cercado con tapias de cuatro
pies de altura. Las tapias se hacen a pedazos con un
cajón de ínadera en que se echa tierra y agua y se
apisona bien luego se saca el molde y así continúa
;

la obra. Se cultiva solamente con regadío, pues sin


esta ayuda artificial la Naturaleza nada producirá.
La casa del Eetamo es muy buena, compuesta de
— 48 —
sala grande y un cuarto en cada cabecera atrás tiene
:

corredor con pilares, en que el maestro de posta, cha-


carero importante, guarda el trigo en bolsas de cuero.
En los tirantes de los cuartos y bajo el corredor, col-
gaban numerosas cuerdas con lindos racimos de uva
moscatel, y, se puede imaginar, nos regalamos en
abundancia. El frente de la casa, que tiene también
pórtico y una serie de pilares de madera rematados
por una cornisa respetable en todo el frente, mira al
camino, pero estaba sombreado por doble fila de ála-
mos lozanos, con acequia en cada fila que riega cons-
tantemente las raíces.
La mañana siguiente, después de marchar una le-
gua, volvimos a perder toda señal de cultivo, menos
donde, de cuando en cuando, unos álamos indicaban
alguna morada es más a falta de habitantes que de
;

agua que debe atribuirse la esterilidad de este país,


pues el río Mendoza, de muy considerable caudal, co-
rre por él. El terreno luego cambia de suelo grueso a
superficie pedregosa, y así continúa todo el camino
hasta Mendoza. La entrada en esta ciudad es bellísi-
ma en el claro estaban los campos verdes de alfalfa
;

y trébol, mezclados con viñas dobladas por su carga


purpúrea y regadas por innumerables corrientes de
agua que bajan de las montañas en todas direcciones ;

sobre este rico país se veía la ciudad de Mendoza, con


torres y minaretes alzándose del brillante verdor de
los álamos que los rodeaban. Estos también contras-
taban bellamente con la majestuosa cordillera que se
erguía orgullosamente en el fondo con nobles masas
de luz y sombra, mientras las cumbres nevadas de los
Andes dominaban todo.
Mendoza parece ocupar esta situación como deli-
cioso lugar de descanso para el viajero que ha recorri-
do mil millas del país quizás menos interesante del|
mundo pocos objetos de curiosidad se presentan para
;
4 —
— 49 —
quebrar el tedio deperpetuos llanos despoblados.
los
La mirada se fastidia al fin buscando algo nuevo, y
uno puede dormitar cien millas del camino, y cuando
despierte imaginarse en el mismo sitio donde se dur-
mió. Hay, sin embargo una sola curiosidad, y es pro-
bablemente el mejor camino del mundo para expedicio-
nes a caballo. Debido a la rapidez de la jornada y as-
pecto monótono del país quizás muchos viajeros que
han andado por esta región de Sud América conservan,
tan débil recuerdo de lo visto en efecto, una sola ob-
;

servación es aplicable a todo el camino, a saber, que


todo lo que se encuentra es salvaje, el país, el ganado y
los habitantes. Mendoza, por consiguiente, es saluda-
da como un objeto bello, y su recuerdo se graba en la
mente, más agradable y forzosamente, por el contras-
te que ofrece con la tristeza e identidad de las Pampas.

vin

MENDOZA. ESCUELA DE LANCÁSTER. EL GENERAL SAN —

MARTÍN Y SU RETIRO. LOS VIÑEDOS DE MENDOZA.
PREPARATIVOS PARA REANUDAR EL VIAJE.

Teniendo recomendación para un caballero inglés,


médico, residente en Mendoza, no nos permitió que-
darnos en la fonda, que es muy buena, y nos llevó a su
casa, mientras descansábamos algunos días de las
fatigas del viaje y nos preparábamos para el subli-
me pasaje de la cordillera.
Mendoza está junto al pie de los Andes, en un
llano bien cultivado, fertilizado por acequias innume-
rables. Está trazada como todas las grandes ciudades
españolas de Sud América, con plaza cuadrada de
que arrancan calles paralelas, cruzadas por otras en
ángulos rectos cada 150 yardas, formando lo que se
llama cuadra. Con este sistema de trazado se ocupa
NAERACIÓN. —
— 50 —
mucho terreno pues los fondos de una propiedad tocan
con losde otra, de modo que cada casa ocupa 75 yar-
das de fondo. La mayor" parte de ellas, .por tanto, tie-
nen buenos, jardines, con abundancia de ricas uvas
moscateles que se producen aquí con la mayor abun-
dancia y perfección. Se calcula que la ciudad tiene
cerca de 10.000 habitantes, y todas las casas son de
adobe blanqueadas. Bajo los auspicios liberales del
general San Martín y el cuidado científico del doctor
Gillies, es "un ejemplo de progreso para las otras ciu-
dades sudamericanas. Se estableció una escuela de-
Lancáster cuando yo estaba allí, y se abrió una bi-
blioteca pública y, por añadidura, se editaba un pe-
riódico por algunos jóvenes del lugar, que era canal
para difundir los principios liberales en todo el con-
tinente. Las utilidades se destinaban para costear la
escuela, a que estaba anejo un teatro rústico, donde
los mismos jóvenes a veces representaban. Se había

hecho mucha oposición a estas instituciones por per-


sonas fanáticas, en especial por el clero, pero el patro-
cinio del general San Martín fué' suficiente para si-
lenciar el clamor de estos retrógrados enemigos del
progreso.
Como tenía cartas para este hombre célebre, tuve
oportunidad de verle mucho. Ciertamente nunca con-
templé facciones riiás animadas, particularmente
cuando conversaba de acontecimientos del pasado y ;

aunque se felicitaba de su retiro en Mendoza, ima-


giné ver inquietud de espíritu en su mirada, que so-
lamente esperaba oportunidad propicia para volver
a salir con su acostumbrada energía. Llevaba vida
muy tranquila, residiendo habitualmente en una pro-
piedad suya a ocho leguas de la ciudad, que estaba
mejorando rápidamente. Parecía muy apegado a Men-
doza como los habitantes lo eran a él y sin duda co-
;

mo este lugar fué el punto donde comenzó su brillan-


^si-
te carrera, érale el más
querido. Por la tarde, con fre-
cuencia venía a nuestras reuniones y nos divertía mu-
cho con cantidad de anécdotas interesantes que tenía
manera fácil de narrar, animada por su rostro fuerte-
mente expresivo.
Una alameda lindísima está contigua a Mendo-
za :se compone de cuatro hileras de álamos planta-
dos en líneas rectas paralelas a la cordillera de la cual
hay muy magnífica vista. Tiene media milla de largo y
es muy frecuentada por los habitantes en las tardes
frescas, y se regalan con helados, fruta, etc., que se
venden allí mismo.
Todos los alrededores de Mendoza están regados ;

y durante mi estada no dejé de ir a los viñedos de


uvas negras y blancas. Están dispuestos de la misma
manera que nuestros plantíos ingleses de lúpulo, mien-
tras pequeñas acequias bañan las raíces de cada fila.
El tallo de la vid se deja crecer casi cuatro pies y la
cabeza en que nacen los racimos es gajo del año últi-
mo, que se conserva podado como cortamos los re-
nuevos del grosellero. El suelo es muy apropiado para
la vid, que florece con mucha lozanía. Del fruto la gen-
te ,iiace vino blanco, negro, y aguardiente :el blanco
es muy tolerable, y no hay duda que con cuidado y
habilidad en la vinificación sería excelente. Pocos
años antes se habían enviado unos cuantos barriles a
los Estados Unidos y obtenido el mismo precio que
el Madeira ;y un inteligente caballero norteamerica-
no residía en -Mendoza, cuando estuve allí, que
había traído barriles en duelas de los Estados Uni-
dos, con intención de especular en vino. Sin embargo,
la situación mediterránea de Mendoza es y siempre
será perjudicial a este respecto, pues el transporte de
mil millas en carretas impedirá la competencia con
otros países que no tienen que combatir contra esta
desventaja.
— 52 —
Las mendocinas son despejadas y donosas, pero
muy desfiguradas porel coto, producido, según creo,
por beber agua de nieve que desciende de la cordi-
el
llera :casi no se ve una mujer completamente libre
de esta dolencia. Bajo otros aspectos Mendoza puede
considerarse uno de los lugares más salubres del mun-
do, pues el aire es notablemente puro, y, por su pro-
ximidad a la cordillera, no tan caluroso como sería de
otra suerte. Se encuentra especialmente benéfico pa-
ra asmáticos y tísicos que van allí en busca de salud.
Había permanecido tres o cuatro días descansan-
do y dando tiempo a que se derritiese la primera neva-
da de la cordillera, cuando comencé a impacientarme
por seguir viaje. Teníamos, sin embargo, muchos pre-
parativos previos que hacer. Lo primero fué alquilar
muías esto se hace acudiendo a los arrieros que re-
;

corren el camino entre Mendoza y Chile. Contrata-


das trece muías a seis pesos cada una, lo siguiente fue
comprar monturas de mujer, que no son más que aU
barditas con correas para asegurarlas en el lomo se
:

sientan con las piernas colgando, y descansan los pies


en una tablita adherida a la silla. Según he menciona-
do, nos habíamos provisto de trajes completos de fra-
nela para ropa interior, de modo que no temíamos
^

mucho el frío. No pudiéndose conseguir provisiones


en el camino fué también necesario llevar con nos-
otros todo el comestible, así como útiles de cocina.
Los peones viven en viaje exclusivamente de charqui o
carne preparada del modo siguiente, y cuya prepara-
ción constituye un comercio. Una vez muerta la bes-
tia, se desposta en grandes mantas ; luego se llevan
bajo la ramada donde se hacinan con capas de sal y
se apisonan bien para extraerles sangre y jugos : pa-
sados uno o dos días se separan y tienden al sol hasta
que se secan y ponen completamente negras. En este
estado se acondicionan en atados para exportación,
— 53 —
consumiéndose mucho en por mineros y en
el interior
el mar por marineros. Cuando come
el charqui se
se
sazona con ají y pónese en agua caliente, haciendo
una especie de sopa espesa.

IX

PARTID-A DE MENDOZA PARA LA CORDILLERA. — COMIENZO



DE LA SIERRA. VILLA VICENCIO.

El 14 de abril, conchudos todos nuestros arreglos,


muías al patio de nuestro bondadoso hués-
trajeron las
ped y cuando se sacó el equipaje, se dividió en lotes
;

conforme al tamapo de los bultos y fuerza de la muía.


La carga va atada al aparejo con guascas de modo que
el peso de ambos lados se equilibre. Habiendo envia-
do adelante el equipaje, salimos en la tarde para dor-
mir en una chacrita a dos leguas de la ciudad, a fin
de poder seguir temprano la mañana siguiente. Nues-
tro buen amigo el doctor Gillies nos acompañó hasta
esta mísera choza y, después de tomar te, nos dejó
una vez más en este ancho y, ciertamente puedo decir,
salvaje mundo.
Salimos por la mañana temprano del 15 tenien-
do que recorrer distancia de catorce leguas al tranco
corto de las muías. El camino desde Mendoza, aun-
que esta ciudad, como he dicho, esté situada en la mis-
ma base de la montaña, no empieza inmediatamente
a subir sino que costea la sierra unas doce leguas y
luego entra en país montañoso. Este espacio se llama
la travesía. Dos leguas después de dejar la ciudad, el
país es mero desierto arenoso, no humedecido por una
gota de agua lo que hace la marcha sumarnente fa-
;

tigosa para hombres y bestias, especialmente porque


la superficie nivelada refleja los rayos solares con tal
fuerza que produce calor casi insoportable. En todo
— 54 —
el camino no se encuentra un árbol a cuya soníbra el
viajero chamuscado pueda refugiarse. Al aproximarse
a las montañas, la faz del. país cambia de suelo pol-
voroso a campo pedregoso y áspero, con signos eviden-
tes de haber sido roto por torrentes en todas direccio-
nes, cuando se produce el deshielo en la cordillera.
La superficie había sido arrastrada por el agua en nu-
merosos canales secos, llenos de confusos hacina-
mientos de piedras, y arbustos con raíces al aire lle-
vados por la fuerza de la corriente y amontonados.
Nuestro camino se extendía algunas millas a lo largo
de estos cauces secos, y era claro que el agua, en la
estación, debía precipitarse con fuerza enorme des-
de que dejaba rastros tan profundos de su paso.
A las cuatro de la tarde entramos en los contra-
fuertes de los Andes por un valle profundo, o boque-
te, limitado por una especie de rendija entre dos altos
cerros cubiertos en su base de arbustos bajos y tu-
nas hasta cierta altura subían a los cerros, excepto
:

donde eran muy empinados, o el desmoronamiento


continuo de materiales sueltos impedía a todo vegetal
echar raíces.
Después de entrar en esta gradiente áspera muy
pronto caímos a un riachuelito, y era curioso ver el
apuro de hombres y bestias para humedecer los la-
bios sedientos. El agua corría en tan poca cantidad
que no se podía juntar con vasija los peones por
;

tanto se echaron de bruces lamiendo el líquido, mez-


clados con las muías que lo chupaban al mismo tiempo.
Continuamos. dando vueltas al pie de estos dos ce-
rros que a veces se separaban mucha distancia. El
intervalo estaba constantemente lleno de arbustos ba-
jos, y a menudo tan juntos que solamente dejaban un
pasaje estrecho para animales el valle, también, a
:

veces parecía cerrado por una montaña, abruptamen-


te, pero al adelantar siempre encontrábamos que la
. — 55 —
Fcnda torcía en dirección inesperada hacia otra cade-
na de alturas.
La choza llamada Villavicencio está a dos leguas
de la entrada de un valle angosto es la excusa más
:

deplorable de casa, compuesta de cocina y un dor-


mitorio unidos por corredor semitechado para librarse
de la intemperie el conjunto es toscamente construido
;

con barro y piedras. Fuimos bastante afortunados de


encontrar sitio para tender las camas en la chocita ;

pues como todavía no habíamos dormido al aire libre,


creíamos preferible el abrigo más desdichado. Este
apartamiento sirve a los moradores habituales de des-
pensa, sala y dormitorio, y podría hacerse catálogo
curioso de las ropas, barriles de vino, zoquetes de
carne, cebollas, etc., que colgaban adentro en
confusión. La esposa de un caballero con quien des-
pués trabé conocimiento, allí había dado a luz un ni-
ño. Se le aconsejó no salir de Mendoza, pero esperaba
tener tiempo suficiente de llegar a Chile : sin embar-
go, luego de llegar a esté lugar se sintió mal, sin asis-
tencia médica, y después casi pereció. Había estado
aquí tres semanas parte de las que pasó "con mucha
fiebre. Sin embargo, sanó como para soportar el regre-
so a Mendoza en litera llevada a hombros, cuarenta
y cinco millas de distancia, por el país penoso que he
descripto. Con felicidad llegaron en veinticuatro ho-
ras a la ciudad con los portadores completamente ex-
haustos y los hombros y pies del marido literalmente
llagados por ayudar a sostener la carga.

A este sitio llegamos a las 5' 30 p. m., con las mu-
jeres tan cansadas que apenas podían caminar, ade-
más de estar envaradas por varios porrazos sufridos
en la jornada. Mi'hijito no obstante, se encontraba
notablemente bien, al punto de ni desear separarse del
peón contratado para llevarlo en muía. Los pobres
animales, luego de descargarlos se dejaron en libertad
. __ 56 — .

de ir adonde quisieran en bnsca del escaso pasto niin


que picaran en las laderas y era entretenido seguir-
;

los con la vista cuando trepaban barrancos y preci-


picios para encontrar los manchoncitos de hierba seca
que quizás conocían de antemano.
Cuando los pasajeros llevan consigo todas sus pro-
visiones,no tienen más que hacer en las paradas para
hacer noche que empezar inmediatamente a cocinar :

esta noche, sin embargo, estábamos tan cansados que


no pudimos comer. El arriero nos trajo un plato de
charqui caliente, que no pudimos saborear, pero en-
contramos más reconfortante una pava llena de pon-
che de vino blanco mendocino, que bebimos caliente
antes de acostarnos.
La mañana siguiente, al dejar Villavicencio, em-
pezamos a subir muy rápidamente, dando vueltas to-
davía por el mismo valle angosto. Las montañas que
lo formaban se hacían más escabrosas a medida que
avanzábamos, y mucho más empinadas, a veces nr.o-
yectándose sobre la senda, casi como si el paso hubie-
ra sido cortado en los cerros. Subimos una cascada cu-
riosísima de agua que se derramaba sobre grandes
bloques de piedras a guisa de escalones y no pude
:

menos que admirar firmeza y sagacidad de las mu-


la
las eligiendo los lugares más seguros para pisa'r se
:

detenían a menudo para ver la manera de salvar una


grieta o alcanzar la roca del otro lado, y apoyándose
firmemente en las patas traseras, tanteaban con las
delanteras si podían tocar fácilmente el punto que te-
nían que alcanzar. Después de dar vueltas de este
modo pocas horas, el valle se cerró con una monta-
ña y el camino torció violentamente a la derecha su-
biendo enfrente del cerro. La subida era por una sen-
da en zig-zag, marcada por pisadas de muía en for-
ma de escalones. El efecto de subir y bajar por éstos
era muy singular las cabezas de los animales se veían
;
— 57 —
en distintas direcciones cuando pasaban Iqs ángulos
del camino, aunque al mismo tiempo todos marcha-
ban en el mismo rumbo. Cuando trepan las superficies
heladas de las montañas, siéntese la subida tan gra-
dual, y el animal que se tiene debajo tan seguro, que
nunca so piensa en el peligro, a menos que realmente
se mire abajo la senda que se sube. Los gritos del
arriero para animar o reprobar a los animales son in-
cesantes entretanto y se repiten por el eco de los
cerros estériles en todas direcciones. En conjunto es
espectáculo inconcebiblemente salvaje. '

El color rojo domina en las montañas de esta eta-


pa, y cuando se las ve más de cerca, donde son empi-
nadas y desprovistas jde tierra, parecen formaciones de
una especie de granito rojo. Ganada la cumbre, tuvi-
mos vista más extensa del país chato que habíamos
dejado. De ningún modo era atrayente, pues no po-
díamos percibir nada más que lo que se asemejaba a
un triste páramo estéril, extendido allá abajo como
mar hasta donde alcanzaba la vista. El viento en las
cimas era sumamente cortante y el suelo seco y pe-
dregoso al punto que había poco o ningún indicio de
vegetación.
En este momento habíamos alcanzado la cumbre
de la primera cadena llamada por los habitantes las
sierras, en oposición a la Cordillera de los Andes ge-
neralmente cubierta de nieve.

X

LLANO Y MINA DE ÜSPALLATA. LLEGADA AL PRIMER PA-
SO.— DESCRIPCIÓN DE LOS PASOS.

El camino luego recorre terreno muy alto", con su-


bidas y bajadas, en distancia respetable, hasta que fui-
mos encerrados de nuevo por una fila de cerros des-
-^ 58 —
provistos de vegetación. El valle en muchos lugares
tenía hacinamientos de inmensos peñascos negros ro-
dados de la altura. Los cerros después se hacían me-
nos importantes y más separados, y volvímonos a en-
contrar en campo abierto, compuesto principalmente
de arena endurecida, matizada aquí y allí con pocos
arbustos achaparrados y esparcidos. Siguiendo por al-
gunas rocas coloradas llegamos al ancho valle llamado
llano de Uspallata, ubicado, como sucedía, de límite
entre la sierra que habíamos pasado y la Cordillera,
que se levantaba hasta las nubes a nuestro frente. Es-
te valle había sido habitado y todavía son visibles los
restos de un villorrio importante, así como tapias en
forma de corral. Probablemente fué habitado por mi-
neros que trabajaron las antiguas minas de plata de
Uspallata : ni el correo que había hecho el camino
varias veces ni el arriero que lo había recorrido toda
su vida, pudieron informarme al respecto. El suelo es
bueno y un río corre por el valle que haría facilísimo
el cultivo: al presente está cubierto con matorral de
acacia y otros arbustos. Es situación muy pintoresca
en conjunto, con tres lados del valle amurallados por
las montañas más altas que se conciban, con picos cu-
biertos de nieve, que ofrecen vista quizás sin igual en
cuanto a grandiosidad salvaje comparada con cual-
quiera del mundo.
En medio del hay un mísero rancho donde los
valle
viajeros suelen hacer noche. Tendimos las camas en
una ramada que protegía poco de la intemperie pero
;

colgando todas las frazadas de que disponíamos nos


compusimos bastante bien para protegernos del vien-
to nocturno. Nuestro apetito era muy bueno, y se car-
neó un capón de la majada que el valle mantiene, ce-
nándolo con algunos huevos, para ahorrar otras pro-
visiones. Vimos un solo habitante caballero de aspec-
to muy sucio, pero no puedo asegurar si había otros
— 59 —
miembros' de familia. Su residencia era construcción
de arcilla como horno chico de quemar ladrillos, re-
dondo y cónico, con un agujero en alto a guisa de chi-
menea, y puertita al costado. Es dudoso si se cons-
truyó al principio para vivienda, o solamente, como
me figuro, para una especie de casa de fundición, ane-
ja a las minas.
Cerca de la mísera choza donde pasamos la no-
che, el Gobierno de Mendoza tiene una guardia de
pocos soldados para revisar los pasaportes y merca-
derías, pues aquí concluye su territorio.
El camino, al comenzai: la jornada del 17, parecía
una sola masa empinada, imposible* de subir y mi ;

mirada se revolvía en vano para encontrar boquete


por donde trasponer esta barrera tremenda pero no
;

veía nada más que un muro de montañas con crestas


nevadas.
Después de costear el valle dos leguas, bajamos al
lecho seco de lo que, en estaciones determinadas, de-
be ser río poderoso, a juzgar por- la altura de las már-
genes y anchura del cauce sin embargo, en la época
;

que pasamos, no había más que dos o tres torrentes


playos corriendo por el inmenso canal, formado de
grandes piedras i*edondas de diferentes colores vivos
y espato blanco. Las márgenes eran de tierra mezcla-
da con estas grandes piedras, y muy altas. Luego de
andar con muchos inconvenientes por este lecho que
reflejaba los rayos solares con gran fuerza y deslum-
hraba la vista, percibimos una gran hendidura en la
barrera de montañas, por donde el torrente parecía
abrirse paso. Allí también lo costeamos, entre altas
rocas perpendiculares de granito rojo. Este canal va-
ría de anchura a medida que las montañas se aproxi-
man o retroceden entre sí, a veces llegando a una
milla de anchura, y otras reducido a espacio no
mayor de doscientas yardas. La furia con que el to-
^ 60 —
rrente se precipite en esos estrechos límites cuando
la nieve se derrita debe ser tremenda, según lo prueba
suficientemente el aspecto de las laderas llega el
:

agua perpendicularmente a- altura mayor de cien pies.


Donde el valle era suficientemente ancho, el camino
va por el borde de la orilla entre rodados caídos del
cerro, que literalmente cubren el suelo pero se ha
;

formado un sendero para muías, sacando las piedras


en ancho de cuatro o cinco pies. Esta operación debe
haber requerido trabajo considerable, pues muchas
piedras son de dimensiones grandísimas.
Por la tarde encontramos uno de los desfiladeros
tan exagerados por quienes antes los han salvado y
tan temidos por quienes no los conocen en efecto,
;

se nos había dicho en Buenos Aires ser casi imposi-


ble las mujeres los franqueasen, pero no nos desani-
mamos pues sabíamos que algunas damas inglesas ha-
bían cruzado la cordillera con niños. El camino en
todo el valle había sido subiendo y bajando por la la-
dera derecha de la estupenda cumbre que encierra al
torrente ; a veces marchábamos entre rodados por el
cauce seco del río, y otras nos ea con trabamos en la mi-
tad de la vertiente. En estas angosturas se han corta-
do pasos, y como los salvábamos despacio los observé
especialmente. He dicho antes que las márgenes del
río eran de tierra suelta mezclada con grandes pie-
dras en partes, todo el frente del cerro se componía
;

de éstos materiales hasta corta distancia de la cima


invariablemente de duro granito. En lo estrecho del
valle, donde, por estar confinado el torrente, el lado
suelto de la montaña ha sido lavado perpendicular-
mente, es necesario guiar las muías por la ladera em-
pinada. Estos senderos continúan ascendiendo inme-
diatamente encima del torrente por un camino de tres
pies de ancho : la tierra y piedras que caen encima
mantienen la ladera completamente lisa hasta la len-
— 61 —
gua del agua sin obstrucción alguna, y en muchos si-
tios los materiales sueltos, descendiendo continua-
mente, dan forma semicircular. En otros
al precipicio
lugares han desmoronado parte de la senda y en el :

primer paso, h^-blo con moderación cuando digo que


en espacio de algunas yardas la senda no tenía más
de quince o diez y ocho pulgadas de ancho la altura
;

sobre el torrente era quizás de cien yardas, y el cami-


no se componía de piedras sueltas, de modo que la
marcha era mucho menos segura. Lo alto de la ver-
tiente era de los mismos materiales peligrosos. La si-
tuación del viajero en este desfiladero, si no pedregosa,
es ciertamente muy temible abajo está un precipi-
:

cio profundo inclinado hacia el torrente, y arriba, la


montaña, en muchos sitios sobresaliente, es de mate-
rialtan deleznable que el viajero abre involuntaria-
mente los ojos, temeroso cada momento que se des-
morone y lo aplaste. Crucecitas de madera, aquí y allá
en la ladera, revelan el destino de algún pobre des-
dichado que ha sido aniquilado de esta manera. La
muía en estas senditas acostumbrada a llevar grandes
pesos y conociendo que si el lado de la carga próxima
a la montaña golpease las piedras, inevitablemente la
precipitaría al fondo, se mantiene en el mismo borde
de la senda, y nunca hay dos pulgadas libres entre
su casco y la orilla, de modo que medio cuerpo del
animal y una pierna del jinete van sobre el precipicio.
También terreno a menudo cede en parte a la pi-
el
sada del animal, pero examina la sendita con pacien-
cia y cautela, y coloca deliberadamente una pata en
línea recta con la otra. A veces ciertamente me tenta-
ba tirar la rienda para apartarla del precipicio, cuan-
do había algunos pies entre mi pierna y la montaña ;
pei'o habría sido sumamente peligroso, e invariable-
mente encontré mejor dejar que la muía, a su arbi-
trio, tomase su tiempo y ruta.

XI

SITUACIÓN A LA NOCHE Y DESCRIPCIÓN DE UN DORMITO-



RIO EN LOS ANDES. EL SEGUNDO DESFILADERO.

EL TERCERO Y SUS PELIGROS. PUNTA DE LAS VA-
CAS. —CASUCHAS ERIGIDAS POR O'HIGGINS.

El sitio en que paramos por la noche era grandio-


so y tremendo, lecho seco del torrente que, aunque
con poca agua, bramaba a cierta distancia, mientras
las enormes montañas, que aquí se acercaban muchí-
simo, levantaban hasta el cielo sus cabezas sublimes.
La luna silenciosa, entretanto, esparcía brillo cla-
ro y plácido en el valle profundo que nos rodeaba, y
distribuía masas enormes de luz y sombra sobre rocas
fantásticas. Acampamos junto a un gran peñasco
cuadrado de color rojo, una de las innumerables ma-
sas que desde arriba se habían precipitado poniendo
;

las cabeceras de las camas junto a la roca, formamos


desde ésta techo inclinado con una gran frazada sos-
tenida con estacas, y así tuvimos biombo tolerable
contra el aire frío y penetrante. Llevábamos una car-
pa grande, pero el terreno era duro y pedregoso y se
requería tanto tiempo para armarla que fué perfecta-
mente inútil utilizamos las estacas del modo indi-
;

cado.
Luego de acampar, cada cual atendió a sus diferen-
tes ocupaciones, uno llevando la pava al torrente para
llenarla de agua y los demás errando por la quebrada
en busca de leña, sumamente escasa. Al fin, conse-
guimos juntar cantidad suficiente con ayiida de algu-
nos arbustos ruines que corté con hachita a propósito
;

uno de estos arbustos ardía muy pasablemente, por


ser de naturaleza resinosa. La manera de hacer fue-
go usada por los arrieros consiste en juntar primero
— 63 —
una cantidad de bosta seca dé muías que siempre hay
en la senda ; luego, con eslabón y pedernal, encien-
den un pedazo de la yesca para encender cigarros,
y amontonando bosta encima pronto comienza a ar-
der. Encendido el fuego, dispusimos cajones para
sentarnos, mientras algunas tajadas de carne cocida
se freían para cenar y la pava se calentaba para hacer
ponche, y chuño para mi hijito. De esta manera pa-
samos la primera noche muy alegremente, dirigien-
do la mirada de hito en hito a la estupenda vista de
montañas reclinadas mansamente a la luz de la luna
que mostraba las profundas cicatrices abiertas por el
deshielo en sus flancos.
Encontramos nuestro dormitorio más cómodo de
lo que podía esperarse, pues estábamos bien cubier-
tos con frazadas y dormíamos metidos en trajes de
franela.
Por la mañana temprano llegamos al segundo des-
filadero que, por su aspecto, lo imaginaría dañado por
el terremoto de noviembre, que desoló a Chile y se
sintió fuertemente en los Andes hasta Mendoza. Este
paso era verdaderamente tremendo, aunque no pue-
do decir peligroso : caída considerable de piedras
sueltas evidentemente se había producido hacía po-
co tiempo, y el sendero de muías se había quebra-
do en tres sitios y así la senda no tenía realmente
más de nueve pulgadas de ancho. Lo peor era que
parte de la montaña rocosa quedó firme mientras
el suelo se había desmoronado en su derredor has-
ta dejar las paredes rocosas proyectadas en el preci-
picio;
por tanto, teníamos que torcer en rincones o
ángulos agudos del camino al -mismo tiempo que lu-
char con la suma estrechez del mismo, y la muía se
veía obligada a adelantar con máxima precaución,
dándose maña con las patas al volver el sendero. Es-
tos desfiladeros no pueden pasarse bien por mujeres
— 64 —
sin sentarse en la muía de cara a la montaña ; si sus
piernas estuvieran del otro lado, todo el cuerpo so-
bresaldría absolutamente al precipicio, y cualquier
vahido de su parte o aflojamiento de la silla inevitable-
mente las estrellaría en el fondo del abismo con el ;

método empleado, no se ¿an mucha cuenta del peli-


gro, y si la silla cediese solamente las echaría sobre
el frente de la montaña.
Marchando por el mismo rocoso valle pronto lle-
gamos al tercer desfiladero, tan malo, según nos ha-
bían informado, que no podríamos pasarlo montados..
Por tanto, todos desmontamos recorriéndolo a pie,
cada cual con su muía por delante. En mi opinión,
este paso no es tan temible como el último no es :

i'i aproximadamente tan alto sobre el torrente y es

muy corto en comparación el segundo tiene 200 ó


;

300 yardas de largo, mientras el tercero quizás no


tiene más de 150, además que en ninguna parte tie-
ne anchura menor de dos pies. Sin embargo, lo que
lo hace más molesto cuando se va montado, es que
después de subir toda la altura, el descenso es nota-
blemente rápido y escarpado, de modo que la muía
no puede tener la misma seguridad que en terreno ni- .

velado, y como todo depende de la firmeza del ani- j


mal, los arrieros creen más seguro desmontar. Fué
suerte que en estos pasos no encontráramos muías vi-
niendo en sentido contrario, pues no había sitio para .

pasar ni para dar vuelta. Una muía carguera cayó|


una vez en la pendiente de la montaña, pero allí no
era empinada se volvió a parar y galopó coceando y ,
;

volteando la carga que desparramó por todo con gran |


regocijo de los arrieros.
El valle que habíamos pasado estaba lleno de be-
llas cascadas y torrentes precipitándose de los cerros
y estrellándose contra inmensos bloques de granito |

desparramados como si una convulsión violenta de la


5

— 66 —
Naturaleza los hubiera arrancado de sus cauces na-
turales. Estos torrentes semejan a lo lejos riachuelos
ie leche, pues, como saltan de roca en roca, el agua
3S blanca de espuma y contrasta lindamente con la
superficie obscura de la montaña. El agua es muy
t)uena y clara como cristal aunque sumamente fría.
Los arrierías, pasar los diferentes arroyos, bajan
al
guampas agujereadas en el borde y atadas a un tien-
to largo, y de este modo levantan agua para aplacar
la sed sin detener la marcha.

Por mediodía, alcanzamos lo que parecía el fin


del valle, terminado abruptamente por una gran
GQontaña roja con cumbre nevada al avanzar, sin
;

gmbargo, encontramos que el camino torcía brusca-


mente a la derecha. Esta parte se llama Punta de
las Vacas y aquí, en romántica situación junto al
;

torrente, descansamos una hora para tomar refrige-


rio como de costumbre la marcha de las muías car-
;

gueras era tan lenta que siempre recuperábamos tiem-


po apurando el paso. Desde Punta de las V^cas, el
valle se abre un poco, de modo que continuamos su-
biendo por un llanito. Pronto pasamos la primera ca-
sucha, hornito de ladrillo construido por O'Higgins,
virrey de Chile, padre del ex director del mismo nom-
bre. En total son tres en ambos lados de la cum-
bre se construyeron para refugio de los correos, obli-
:

gados a pasar en toda estación a menudo marchando


leguas a pie por causa de las nevadas invernales. Es-
tas casuchas son de un solo cuarto de doce pies en
cuadro, de ladrillo y argamasa, con teche abovedado ;

se levantan a altura de seis pies del suelo para que


la nieve no las cubra y se entra por una escalera de
ladrillos. Antes tuvieron puertas-, pero ahora están en
el estado más ruinoso, con los escalones generalmente
rotos el último terremoto ha dejado también seña-
;

les visibles de su fuerza en numerosas rendijas de pa-


redes y techos.
NARRACIÓN. —
- ;

-66-
Tres leguas más adelante hay otra casucha don-
^
de pasamos la noche está sobre un montículo, con
;

manantial al pie. A pesar de ser sucia preferimos ha-


cer las camas adentro antes que dormir a la intemperie
y fué suerte proceder así, pues hubo intensa helada esa
noche. Después de hacer leña tratamos de encender
fuego, pero la casucha se llenaba de tanto humo, pues ^

no había sino un agujero en las paredes para dejar-


lo salir, que nos vimos precisados a encenderlo af ue-
ra. Tuvimos la suerte de encontrar algunos arbustos
secos y alimentamos una llama alegre y, ruidosa. Es-
tas casuchas algunas veces han sido útilísimas a los
viajeros que han pasado en estación avanzada, encon-
trando temporales que los detenían quizás quince días
en esta mísera situación. Por esta razón todos los in-
gleses que actualmente pasan llevan consigo abun-
dancia de víveres, no solamente para sí, en caso de
detención por esta causa, sino para cualquier viajero ^

afligido que encuentren. Los nativos son tan impre-


visores^ que han sido encontrados en los Andes casi
muertos de hambre. Aunque llevaba un carguero de
provisiones, los peones eran tan glotones que no pu-
de impedir las comiesen o bebiesen nuestro vino. Si i
sucedía que yo o el correo nos ausentáramos un mo-
mento, inmediatamente atacaban nuestra provisión ,•

particular, y me contrarié mucho esta noche por ha-


ber desaparecido todo el vino, aunque la provisión
era de casi ocho galones. Felizmente había escondido
un par de botellas en mi cantina de que no pudieron
apoderarse.

XII
PUENTE DEL INCA. —BOBO Y ASESINATO DE UN INGLÉS.
PASO DE LA CUMBRE.
Encontramos que el agua se había escarchado con'
tres pulgadas de espesor durante la noche, y por la ma-
— 67 —
lana el aire era rauy cortante aunque a mediodía
jiempre lo encontrábamos suficientemente caliente
;on nuestra ropa adicional. Siguiendo el llano una le-
^ua, llegamos al Puente del Inca de que tanto se ha-
)la en esta parte del mundo. Tengo toda razón para
íreer que esta bella obra natural sufrió con el terre-
noto, comparando lo que vi con la descripción que
le ella me hizo, antes de partir de Mendoza, mi inte-
igente amigo el doctor Gillies. Es necesario al via-
ero que desee visitar esta curiosidad tener presente
as instrucciones, de otra manera es muy probable
30 vea ni oiga nada. En este caso mi correo se asom-
bró de que sintiese el menor deseo de ver lo que qui-
sas él nunca había observado en sus viajes por la
Cordillera. Está a doscientas o trescientas yardas del
iíamíno' y estas gentes se oponen a alargar el viaje
lunque sea cinco minutos la vista no obstante com-
;

pensará la breve demora.


El Puente del Inca es un arco natural sobre el to-
rrente que habíamos costeado desde el valle de Uspa-
llata. La luz es de veinte yardas, la altura quizás de
veinte pies sobre el agua, y el ancho del río cerca de
loce yardas. Cuando se pasa el puente ^tiene declive
gradual de derecha a izquierda es perfectamente só-
:

lido y compacto y el arco bastante regular. Hay dis-


cusión en cuanto al origen y materiales de su forma-
ción, en que no pienso entrar. Manantiales calientes
bullen en muchos lugares vecinos a pocas yardas se
;

levanta una formación, sólida como piedra, de altura


de doce pies, en forma de pilón de azúcar, y en el tope
de este cono hay un tazón regular de una yarda de
diámetro y un pie de hondura en que borbota constan-
temente un manantial salado. El tazón está comple-
tamente lleno, al parecer sin derramar su contenido
bullente, y la base cónica en que reposa incrustada de
sal;
pero no asegm^aría si producida por el tazón al
— 6S -
derramarse a veces, o por el agua que filtra de la
piedra. En línea recta pasando el puente hay fuente
termal muy copiosa que sale de una abertura con gran
fuerza ha formado alrededor una incrustación en for-
;

ma de banadera de diez y ocho pulgadas de profun-


didad y cuatro pies de largo. Todos nos lavamos por
primera vez desde la salida de Mendoza, pues se tiene
no solamente por insalubre hacerlo con agua fría, si-
no que el cutis se paspa después. Mi hijito fué desnu-

dado y metido en el baño probablemente la primera
criatura europea zambullida en estas aguas.
También las bebimos en abundancia y produjeron
el mismo efecto que aguas medicinales. Después de
echar una mirada a todo lo que había que ver arriba,
descendí dos o tres muescas cortadas en la roca .pro-
yectada sobre el torrente, bajo el arco del puente, don-
de encontré dos manantiales muy calientes el agua
:

de temperatura tan alta que apenas pude meter la


mano. Al examinar el puente en detalle parecía de
piedra o petrificación cubierta con incrustaciones de
sal: el pringue del agua de las fuentes superiores que
filtraba del puente formaba miles de gotas espirales
blancas de un pie de largo, y cuando rompí algunas
las encontré compuestas por material tan frágil que
era difícil conservarlas enteras sin embargo, después
;

de algún fastidio conseguí un ejemplar bastante bueno.


Dejando el Puente del Inca llegamos a una gran
montaña de mármol negrj apizarrado, compuesta de
masas enormes irregularísim amenté amontonadas. Un
buen camino estaba cortado para ir y venir en el frente
del cerro, camino, según decía el correo, hecho por
orden del general San Martín, cuando pasó los An-
des para Chile con el ejército libertador. En el tope
de esta montaña, dos años atrás, un inglés fué ace-
chado y matado por salteadores viajaba imprudente-
;

mente solo y a pie. Sus huesos blancos aún yacían en


— 69 —
un hueco entre fragmentos negros de piedra, y una
crucecita de madera indicaba el lugar donde se perpe-
tró el crimen. No había descubierto todavía quién
se
fué el hombre desgraciado, pero un amigo mío que
pasó poco después del asesinato pudo distinguir sus
facciones perfectamente la mitad del cráneo ha-
;

bía sido machacada, y además el cuerpo horriblemen-


te descuartizado. Estos caminos a veces son muy
peligrosos, y se narran historias terribles de arrieros
que han asesinado a los pasajeros por el dinero. Sin
embargo, los ingleses que recorren el camino en cual-
quier época y de todas maneras, nunca han encontra-
do interrupción excepto en el caso aludido.
Observé hoy tropillas numerosas de guanacos que
habitan todos los Andes hasta el Perú. Son notable-
mente ariscos y se ven a gran distancia en ias laderas
escarpadas alimentándose de hierbas secas que aquí y
allí crecen en raros manchones. Al ser perturbadas tre-
pan las alturas con gran facilidad y pronto se pierden
de vista.
A poco andar llegamos al pie de la subida a la Cum-
bre. Dejamos el valle que continuaba serpeando en
hacinamiento inmenso de montañas nevadas, y to-
mamos a la izquierda, dirección en que la cordille-
ra es más baja que en cualquier parte. Aquí prepa-
ramos refrigerio pues era necesario tomar abundantes
cebollas y vino para preservarse del frío y del soroche
que no pocas veces producen el efecto de hacer des-
mayar a los viajeros. No puedo decir que nuestro gru-
po sintió ningún inconveniente y pasaniosla Cum-
bre con ánimo contentísimo. Después de haber esta-
do algunos días entre eminencias tan estupendas, no
parece esta empresa ardua. Habíamos serpeado al
pie de montañas, y ahora era preciso trepar el mismo
frente de la vasta cadena, objeto de nuestra admira-
ción y asombro desde que dejamos San Luis. Mien-
— 70 — "

tras nos refrigerábamos abajo, sucedió que una arria


de muías venía de la Cumbre hacia nosotros y estuvi-
mos mejor habilitados para calcular la altura grande
que teníamos por delante, que comparando la parte
de cordillera que teníamos de cruzar con las eleva-
ciones todavía más altas de ambos lados. Pasó mu- ^
cho tiempo antes que los arrieros, con la vista acos-
tumbrada, pudieran hacerme distinguir el arria que
se nos aproximaba y cuando la vi, parecían solamen-
;

te pequeños insectos. Así que avanzaban podían ob-


servarse más claramente, nos daban noción más exac-
ta de la senda que teníamos que tomar y que subía co-
mo escalera. Todas las muías parecían ir en diferen-
tes rumbos aunque en realidad se seguían invariable-
mente hacia abajo por la senda estrecha.
La parte de la cordillera cruzada por los viajeros
ha sido bien escogida, pues la montaña no es allí ni
aproximadamente tan perpendicular y se compone de
materiales más suaves que en cualquier otro sitio ;

de modo que aun cuando el trayecto sea largo y abu-


rrido, no hay el mínimo peligro, pues las muías siem-
pre son muy firmes en la marcha. La montaña en la
base se compone de tierra colorada mezclada con pie- .

dritas del mismo color, y, como el resto, totalmente


desprovista de vegetación. Pero el suelo se hizo de'ro-
'

ca cuando nos aproximamos a la cumbre. En partes


diferentes de la subida encontramos nieve por pri-
mera vez, pero únicamente en manchoncitos de no
más de pocas pulgadas de espesor, y derritiéndose.
Llegando a la Cumbre, lo que efectuamos después de
subir cerca de dos horas, encontramos una pequeña
explanada de diez yardas antes de comenzar el des-
censo del otro lado. Aquí nos detuvimos pocos minu-
tos para recoger algunos recuerdos insignificantes del
lugar, y echar una mirada que, por la altura inmensa
en que nos encontrábamos, se esperaría dominase todo
"

— 71 —
un hemisferio : en efecto, uno de nuestros modernos
poetas (Champbell) ha dicho :

Where Andes, giant of the western star,


His meieor -standard to the winds unfurVd,
Look from his throne of cloiids o'er half the world (1).

Pero haciendo todas las concesiones a la exagera-


ción poética, ciertamente pensaba por lo que había
leído en narraciones de otros viajeros, que dilataría
mi mirada sobre Chile, descripto como el país más ri-
co del mundo, tendido a nuestros pies como un mapa,
y compensando nuestra tarea con sus perspectivas sin
fin y exuberantes. Me disgustó mucho encontrar to-
do lo contrario. Atrás no veíamos nada más que el
valle que habíamos dejado, con profundidad incon-
mensurable, triste y solitario arriba, a cada lado, los
;

picos escabrosos y cumbres nevadas de montañas que


subían todavía máQ al cielo adelante, la vista era to-
;

davía más espantosa y sin esperanza. Enormes mon-


tañas negras se amontonaban sin orden y parecían
mucho más áridas y salvajes que las que acabábamos
de pasar. La bajada parecía conducir solamente a un
pozo sombrío, camino abajó, que sólo mirarlo casi nos
daba vértigo, pues era mucho más empinado y esca-
broso que la subida opuesta. Encontramos el aire de
la Cumbre frío en extremo, y el viento muy penetran-
te. Es costumbre de la mayor parte de los viajeros
envolverse la cara durante todo el camino de la Cor;
dillera para abrigarse del aire y proteger especialmen-
te los ojos contra el deslumbramiento del sol en la nie-
ve. He oído de algunas personas que llegaron a Chile
completamente ciegas y quedaron así algunos días,
(i) Donde el Ande, ^iírante de la estrella occidental, des-
pleirado al viento su estandarte meteórico, domina desde su
trono de nubes la mitad del mundo.
— 72 — —
con todo el rostro y particularmente los labios tan
hinchados que sus amigos difícilmente los conocerían.
El único efecto en nosotros fué que los labios se nos '

hincharon por breve tiempo y luego se despellejaron, y


lo mismo los rostros en mayor o menor grado.

XIII


BAJADA A CHILE. LAGUNA DEL INCA. —PRINCIPIA EL TE-
RRITORIO CHILENO. —EL SALTO DEL SOLDADO.
CAMBIO EN EL ASPECTO DEL PAÍS.

El lado de la Cumbre que ahora debíamos bajar


era cubierto de nieve, debido a la ausencia completa
de sol, que mucho aumentaba la lobreguez natural
del paisaje. Por componerse solamente de rocas rugo-
sas, y ser mucho más empinada, la bajada ni con mu-
cho era tan buena como la subida, y se necesitaba gran
cuidado especialmente donde la nieve era algo gruesa.
Felizmente, debido al tráfico considerable después de
la nevada, el sendero se hallaba bien batido también
;

la nieve estaba blanda y derritiéndose.


Llegamos a la base chilena de la Cumbre como a
las 3 p. m. empleando cerca de tres horas en pasar-
la ; al pie, las montañas de ambos lados se aproximan
tanto que forman portillo, nombre que hg, recibido por
esta circunstancia.
Todavía continua.mos descendiendo rápidamente
hasta llegar a la Laguna del Inca, a corta distancia a
la derecha del camino, en un escondrijo completa-
mente encerrado. entre montañas es una gran saba-
;

na de agua dulce procedente con toda probabilidad de


los deshielos que vienen de las cimas de los montes.
Aparece completamente llena y se considera maravi-
lla que nunca se inunden las riberas aunque algunos
torrentes caudalosos desaguan en ella si es así, qui-
;

zás tenga desagüe subterráneo.


— 73 —
Una legua más adelante, llegamos a un vallecito
casi enteramente rodeado por altos cerros negros. Aquí
acampamos para hacer noche, cerca de una arria que
\enía en sentido contrario. Pasamos la noche de la
misma manera, en mucho, que las dos anteriores ;

pero tuvimos gran dificultad para conseguir leña, no


encontrando ningún arbusto seco, sino una planta ba-
ja espinosa, entre yuyo y arbusto que produce fuego
mezquino. Este lugar se llama Ojo de Agua, por el
manantial que surge cerca de la senda que bajamos,
y forma en su curso arroyo considerable. Con mucha
dificultad trepé el precipicio de piedras sueltas hasta
el manantial, y hallé que brotaba en masa entre los
materiales sueltos que componen el cerro. Como fuer-
za de agua tan crecida es raro surja de ima fuente, no
es imposible que ésta sea uno de los canales de des-
agüe de la Laguna del Inca.
El día siguiente empezamos la jornada con un
descenso rápido y difícil yendo por masas separadas de
piedra suelta, entre dos elevadas, negras y estériles ca-
denas de montañas, cuyas cabezas, rugosas y de-
formes, estaban nevadas. Al avanzar más, encon-
tramos pocos arbustos bajos, y también flores, for-
mando bello contraste con los cerros de ambos la-
dos, e inmensos bloques de piedra de que el valle es-
tá atestado. El líquido de Ojo de Agua, uniéndo-
se con algunos otros torrentes en su curso, corre
con fuerza valle abajo. Cinco leguas más adelante
llegamos a la Guardia del Kesguardo, donde empieza
el territorio chileno. La frontera es un acantonamien-
to militar compuesto de un cuadrado amurallado con
galpón o más bien ramada larga a cada lado frente
al camino. Atráo de estas construcciones arranca una
pirca baja que cruza todo el valle (allí quizás de un
cuarto de milla en ancho) y sube a altura considera-
ble por las montañas de ambos lados, formando así
— 74 —
barrera para Chile. Hay también un potrerito con re-
gadío, utilizado por la guardia ahora está cubierto
;

de arbustos, pero también vimos unos cuantos duraz-


neros raquíticos, con fruta pintona que devoraron ávi-
damente nuestros peones. La casa de la guardia, cuan-
do pasamos, estaba desierta y tenía aspecto de haber-
lo estado algún tiempo.
El valle luego empezó a tomar aspecto agradable
y nos apercibíamos de nuestra proximidad a país me-
jor; las montañas gradualmente disminuían de altu-
ra, y estaban cubiertas de vegetación hasta altura con-
siderable. La tuna de forma alta y linda flor morada,
era objeto muy saliente. La maciega del valle se cam-
biaba en arbustos y árboles florecidos, muchos de ellos
sauces inclinados sobre el torrente, y numerosas cas-
cadas brindaban descanso agradable a nuestros ojos,
fastidiados de posarse tanto tiempo en montañas pe-
ladas. Más adelante, el valle torcía abruptamente a
la derecha, con la senda oculta por completo a inter-
valos por el verdor intenso del matorral, parcialmen-
te cubierto con flores moradas en forn a dt; madre-
selva. Esta noche dormimos en sitio bastante abajo de
la senda, e inmediato al precipicio, donde los árboles
formaban círculo completo, como si fuera para nues-
tro alojamiento ; aunque las camas estaban a la in-
temperie, sin más techo que los gajos verdes, pasamos
la noche más agradable desde la salida de Mendoza. El
aire era lindamente claro y cálido, con la luna bri-
llando sin interrupción en las montañas que todavía se
alzaban a inmensa altura, pero sin el aspecto terrible
y escarpado antes descripto. A nuestros pies brama-
ba el torrente furioso. Nos despertamos por la maña-
na descansados y disfrutamos de un paisaje muy no-
vedoso, sorprendente y agradable.
Nuestro camino, la mañana del 21 de abril, prin-
cipalmente recorría la falda de las montañas, domi-
— 75 —
nando verde valle inferior
el a veces teníamos que
:

pasar rodeando vallecitos boscosos que subían la falda


de los cerros. En las barrancas que teníamos encima
anidan loros de larga cola, que volaban chillando so-
bre nuestras cabezas, luciendo al sol su alegre pluma-
je verde y amarillo, y fué la primera señal de vida
que habíamos visto en la cordillera, con excepción de
los guanacos. Esta mañana encontramos uor viajero
inglés, esposo de una dama que habíamos conocido
en Buenos Aires. Bondadosamente hízonos partíci-
pes de sus provisiones, pues habíamos cenado muy
magramente la noche anterior y almorzado nada por
haber devorado todo los peones. Apenas puedo figu-
rarme placer mayor que, en el silencio y soledad del
desierto, interrumpidos únicamente por la gerigonza
de los arrieros, topar con un compatriota a cuyo idio-
ma y hábitos nos hemos acostumbrado desde la in-
fancia.
Las montañas aún continuaban disminuyendo su
altura, mientras el torrente aumentaba en ancho y ra-
pidez con numerosos tributarios. Su curso frecuente-
mente se interrumpía por isletas verdes cubiertas de
sauces con que este valle es tan favorecido. Esta
mañana pasamos un célebre boquete en una roca de
que salía un torrente se llama El Salto del Soldado,
:.

y se le llama así por la anécdota siguiente Cuando


:

San Martín avanzaba hacia Chile con el ejército li-


bertador, un desertor de un regimiento fué perseguido
cuesta arriba por la partida viéndose muy apurado
:

por sus perseguidores, al llegar a este barranco, tomó


impulso consiguiendo saltar al otro lado. Sus enemi-
gos se detuvieron al borde, y no animándose a afron-
tar el mismo riesgo, el sujeto escapó. Nuestra senda
se interrumpió poco más adelante por un arroyo cau-
daloso pero costeándolo a corta distancia llegamos
;

a un puente rústico hecho con dos vigas largas atrave-


— Ta-
sadas a ]a comente, con los extremos descansando en
toscos estribos de las piedras brutas diseminadas por
todas partes. Gajos de árboles tapados con cascajo for-
maban el piso, y cruzándolo llegamos a una choza mí-
sera de. ramas revocadas con barro ; en su derredor
había un potrero de regadío que alimentaba a los des-
dichados habitantes con provisión escasa de trigo j

maíz y sandías. A poca distancia de aquí volvimos a


salvar el mismo arroyo por un puente de madera, tan
inseguro que nos obligó a desmontar y guiar las muías.
A eso de mediodía, cuando se abrieron las cade-
nas de montañas que nos traían- encerrados desde Us-
pallata, se presentó a nuestra vista campe bien culti-
vado, tanto más digno de notar, cuanto fué la úni-
ca perspectiva agradable que vi en Chile. Era un va-
lle ancho limitado por una fila de cerros más bajos y
detrás los tremendos picos nevados de la Cordillera.
Pespués de la región estéril e 'inhospitalaria que ha-,
bíamos pasado, se nos abrió de súbito un encantamien-
to, y aun las pobres muías parecían animarse con vida
extraordinaria por la promesa del pastaje lozano que
tenían por delante, después de cuatro o cinco días de
ayuno. Marchamos una legua por potreritos de alfalfa
y trébol, y campos donde el espeso rastrojo amarillo
indicaba que recientemente se había levantado cose-
cha abundante de trigo. Encontramos pocos ranchos
aislados a lo largo del camino, que, aunque notable-
mente sucios, eran muy pintorescos por su ubicación
en medio de huertas de manzanos e higueras, mien-
tras los techos estaban generalmente cubiertos con pa--|
sas de uva azucaradas. Los habitantes eran de aspecto
escuálido : las más de las mujeres usaban sombreros
negros masculinos encima de pañuelos atados a la ca-
beza por debajo del mentón. Los hombres eran forni-
dos y claramente con mucha mezcla india.

XIV
LLEGADA A SANTA ROSA. —
SALIDA PARA SANTIAGO.

LA AGRICULTURA DE CHILE. EL CAMPO DE BATALLA
DE CHACABUCO Y EL VILLORRIO DE LA COLINA. EN- —
TRADA A SANTIAGO.

Luego llegamos pueblo de Santa Kosa cuyas to-


al
rrecitas habíamos tiempo atisbando por
visto algún
encima del espeso follaje de las huertas. Está trazado
en calles derechas y paralelas que rematan en la Pla-
za, donde se hallan la catedral, el cabildo y otros edifi-
cios públicos. Las calles son muy limpias, con acequia
por el centro, y aunque las casas sean solamente de
barro, son hermosas y arregladas. Había pedido al
caballero que encontramos hoy en la Cordillera me
recomendase casa donde parar y por tanto, bajando
;

en la que él se había alojado ordené todo lo que nece-


sitaba, como si fuese fonda. Los dueños de casa eran
tenderos respetables, la esposa argentina, el marido
chileno éste se ocupaba en llevar de día a lomo de
;

caballo mercaderías a los ranchos de las afueras, mien-


tras la esposa atendía la tienda. Tuvimos tarde muy
alegre, comiendo una bonísima cena muy bien para-
da, y teniendo cuarto tolerablemente cómodo para las
camas.
Como muías venidas de Mendoza estaban com-
las
pletamente cansadas con la larga jornada y completa
falta de alimentación en tres o cuatro días, los arrie-
ros procuraron animales de refresco, montándonos a
caballo. Cuando pregunté el importe del hospedaje
me sorprendió que mi huésped y su esposa nada que-
rían recibir, declarándose suficientemente honrados
con nuestra visita. Me sentí contrariado, por el recuer-
do de la manera c^ue había pedido todo en la casa, su-
^ 78 —
poniendo naturalmente tener que pagarlo sin em-
:

bargo, todas nuestras súplicas fueron vanas y solamen-


te pude conseguir 'que la mujer aceptase una joyita
'de mi esposa y eso solamente como regalo amistoso.
En este pueblito hay guardia donde se revisan los
cargueros al entrar en Chile, para percibir los dere-
chos. Encontré que el comandante era oficial retirado
y afable que no me molestó, pero me han dicho que
en general son muy minuciosos.
A eso de las doce, el 22, salimos de Santa Rosa
siguiendo nuestra jornada para Santiago, veinte le-
guas de distancia. Después de dejar los potreros de las
inmediaciones, entramos en campo seco, estéril y ac-
cidentado, con un rancho solitario aquí y allá, donde
un arroyito permitía a los habitantes convertir los
eriales circundantes en tierra cultivable para sostén
de la familia, o donde pocas acacias raquíticas suplían
alimento mísero y escaso a vacas y cabras medio muer-
tas de hambre, que ramoneaban hojas y ramas. Me
sorprendió mucho en Chile, ver primero^ un distrito
improductivo, montañoso, cercado con pircas como
si el campo valiera algo, no creyendo en aquel tiempo
que los ganados pudieran mantenerse con el matorral
raquítico y ralo desparramado en los cerros.
A tres leguas de Santa Rosa llegamos al pie de un
cerro escarpadísimo que se llamaría montaña en cual-
quiera otra situación no tan cercana de los Andes la :

subida fué muy aburridora con el camino torcido en


zig-zag y, llegando por fin al tope, encontramos que
era la cadena más elevada en aquella parte del país.
Como había oído tanto del bello y fértil suelo chileno,
esperaba ver al menos, solamente en mayor escala,
una vista semejante a la que nos ofreció el valle don-
de se asienta Santa Rosa. Me chasqueó mucho con-
templar, hasta donde alcanzaba la vista, una serie de
cerros rugosos, estériles en verdad nunca he visto
;
— 79
-
perspectiva más horrible ; no tenía ni la alta vegeta-
ción y ganado de las Pampas, ni el orgullo ceñudo
aunque estéril de la Cordillera todo parecía un de-
;

sierto abatido, que no decía nada, horrible.


El descenso era muy empinado por camino estre-
cho que domina la quebrada boscosa. Se dice que si
los españoles se hubieran apoderado de este paso, en
tiempo que San Martín avanzaba sobre Chile, le ha-
brían impedido la entrada, o, en todo caso, ocasioná-
dole tropiezos y demora considerables al intentar in-
vadir por otra ruta.
Noté con algún asombro que todo viajero que en-
contráramos en el camino llevaba un par de pistolas
en las pistoleras de la silla, y sable al costado al ave-
;

riguar la causa, encontré que después de la revolución


los caminos habían sido constarHemente perturbados
por bandidos, desertores del ejército, que muchos ro-
bos y también asesinatos habíanse cometido princi-
palmente entre hijos del país. En nuestra jornada nun-
ca encontramos la mínima interrupción y aunque gru-
po fuerte en cuanto al número, íbamos completamen-
te desarmados.
Hallamos tierras parcialmente cultivadas pero de
la manera más descuidada, sembrándose mies cuan-
do se podía regar el terreno, entre matas que se de-
jaban crecer sin estorbo. Naturalmente, la agricul-
tura chilena parecía muy inferior para quien está
acostumbrado a la prolija y excelente labranza de In-
glaterra. El cultivo tal como es, se hace todo con bue-
yes la mies se transporta en carros cerrados, y la paja
;

(de que viven todos los animales del país en invierno)


en carretas con un palo alto en cada esquina, entre
los que se amontona la carga a grande altura. La paja
era de bello color claro, pero sumamente quebrada
por el procedimiento de trilla empleado allí, igual al
de las naciones antiguas de Oriente. Anejo a cada he-
— 80 —
redad hay una era circular, con piso pavimentado o
nivelado de arcilla dentro de este espacio se ponen
;

las espigas y se hace entrar luego una manada de ye-


guas arreándolas en círculo para que pisen el grano y,
naturalmente, trituran la paja con los cascos. Se ara
notablemente mal rozando apenas la superficie del
suelo y echando los surcos a cada lado, de donde con-
cluyo, aunque no vi hacer el trabajo, que los chilenos
usan el mismo arado ineficaz que después vi emplear
en el Perú. Como acababa de levantarse la cosecha,
noté en Chile solamente uno o dos manchoncitos de
trigo sin madura^r.
Después de marchar ocho leguas llegamos al llano
de Chacabuco, de larga fama por la victoria de San
Martín sobre el ejército español. Es de grande exten-
sión, la mayor parte cultivado, con algunas casas im-
portantes anejas a los diferentes fundos. Sin embargo,
colinas secas de arenas están diseminadas en todos los
rumbos, aunque el campo en general sea bastante
abierto y, por consiguiente, muy apropiado para evo-
luciones de caballería, de que siempre se enorgullecie-
ron los españoles de América. Los ejércios eran casi
iguales en número, cada uno de 4.000 hombres, aun-
que los españoles deben haber estado en mejor condi-
ción que las tropas de San Martín.
Pasamos la noche, junto al campo de batalla, en
un rancho ruin, sin más que un cuarto y ése ocupado
por la familia de modo que nos vimos precisados a
;

dormir en la intemperie, disponiendo una especie de


cobertizo con estacas y una frazada como habíamos
hecho en el corazón de los Andes. Aunque habíamos
visto muchas casas tolerables en el camino, ahora
era obscuro y demasiado tarde para volver : todo lo
que podíamos e^a hacer de tripas coiazón en nuestro
mal hospedaje. 'Da acuerdo con esto entramos en la
casa, y nos sentamos, entreteniéndonos en ver la fa-
6 ;

— 81 —
milia hasta que llegó la cena, simplemente hervido se-
mejante alque habíamos gustado en las Pampas. La
única porción de la familia que permanecía en el ran-
cho eran tres -muchachonas atareadísimas en hacer
pan, de harina y grasa mezcladas, golpeado violen-
tamente con las manos y sobado en una batea seme-
jante a artesa de carnicero. Esta ocupación era ejer-
cicio muy duro, y las muchachas se turnaban sin :

embargo, no les impedía cantar la célebre canción


nacional chilena, compuesta a raíz de la victoria de
San Martin en las inmediaciones. Lamento no recor-
dar sino la primera estrofa y el coro, así concebidos :

I
Ciudadanos ! el amor sagrado
De la patria os convoca a la lid ;

Libertad es el eco de alarma.


La divisa triunfar o morir.
> El cadalso o la antigua cadena
Os presenta el soberbio español
Arrancad el puñal al tiranp,
Quebrantadle su cuello feroz.
Coro.

\ Dulce patria ! recibe los votos


Con que Chile en tus aras juró :

Que o la tumba serás de los libres,


O el asilo contra la opresión.

El coro en que unían todas las voces es parti-


se
cularmente armonioso.
El día siguiente (23) después de cruzar un cerro
descolorido, llegamos al villorrio de Colina, compuesto
de ranchos, y algunas casas mejores de adobe éstas :

tenían al frente columnatas de madera, que, como las


cornisas, eran generalmente pintadas de rojo. Hay
también una capilla de adobe. El camino, pasando
NARE ACIÓN. —
- 82 -
Colina, es ancho y limitado por tapias, o por ramas
amontonadas gue forman una especie de tosco cerco
muerto. Este es el método más extraordinario y pródi-
go de utilizar materiales, particularmente donde es-
casea la madera en vez de clavar postes y entrelazar
:

las ramas como en Inglaterra, la gente elige los gajos


mejores de acacia espinosa y los coloca unos encima
de otros cuando se destruyen pénense ramas nue-
;

vas, y con el tiempo forman banco habitado por cen-


tenares de ratas que se veían retozando en el camino,
y continuaban sus cabriolas aun al pasar nosotros.
Pronto perdimos toda traza de cultivo, el país se
hace montuoso, y el llano está cubierto aquí y allí de
rajas cortadas por leñateros que las venden luego por
carga de muía en Santiago. Encontré que en todo el
país la capital, Santiago, se llama. Chile, lo que 'pro-
duce efecto curioso al oído del viajero, cuando es in-
terrogado por los que encuentra «¿Va usted a Chi-
:

le? ¿Cuántas leguas hay a Chile?» Es lo mismo que


si una persona en^camino a Londres preguntase , en
Kensington, cuántas millas hay a Inglaterra.
A juzgar por apariencias externas los habitantes
de Chile no ceden a ninguna nación del mundo en
punto de cortesía nadie, de cualquier clase, nos pasa-
;

ba en el camino sin cambiar, aun con nuestros arrieros,


la atención de tocarse el sombrero. Observé que ésta
era práctica constante en todo el país, entre gentes
de toda condición. El traje común de hombre era som-
brero chico de Lima (como llaman erróneamente a los
sombreros de paja blanca que vienen de cerca de Gua-
yaquil) y poncho sobre chaqueta y pantalones. Nos
divertía muchísimo ver los estribos extraños usados por
los chilenos. Es un triángulo macizo de madera con di-
mensión de doce pulgadas, ahuecado para admitir la
punta del pie. Va atado a un ángulo de la silla con es-
tribera de cuero ; con frecuencia es muy tallado y los

^ 83 -^

(los ángulos inferiores, cortados generalmente como


cuernos de algún animal, sirven al jinete a guisa de es-
puelas, estando siempre los ijares de la bestia muy
maltratados por la constante aplicación de una de es-
tas puntas.
Volteando la base de un cerro, a dos leguas de
Santiago, tuvimos la primera vista de las torres ele-
vándose entre plantaciones de álamos. La entrada vi-
niendo de Colina no es bella, ni da al viajero idea
muy, favorable de la capital. Eecorrimos alguna dis-
tancia entre altas tapias, destruidas en todas direc-
ciones por viajeros que se metían cortando campo para
evitar los malos caminos. Estos campos parece (jue
antes estuvieron cultivados, pero ahora estaban en el
estado más descuidado y estéril. Nos alegró encontrar
algunos carruajes de familia. Me imaginé eran sola-
mente de campo y no se usaban para paseos en la
ciudad. Nos recordaban las grandes caravanas de títe-
res que frecuentan las ferias inglesas :quizás no sean
tan altos, pero tenían cuatro ruedan bajas y techo in-
clinado como el de una casa. Podían contener doce o
quince personas e iban tirados por una larga fila de
bueyes uncidos adentro veíamos la familia sentada
:

tan cómodamente como en su propia sala.

XV
PESCRIPCIÓN DE SANTIAGO. —
VISITA AL DIRECTOR.

PARTIDA PARA VALPARAÍSO. ESCASEZ DE POBLACIÓN.

ROBOS EN EL CAMINO. —
BÜSTAMANTE. —
CASA-

BLANCA. EL TERREMOTO.

La
entrada inmediata a Santiago era por una su-
cia calleancha, con casas generalmente muy ruines ;

pocas más amplias y mejores tenían el frente colorea-


do de diferentes modos por primera vez veíamos esta
;
•- 84 -
pintura que produce efecto muy original. Luego pa-
samos por un puente de mampostería lo que se Uama
río, pero en esta altura del año no es más que cauce
ancho con cantidad insignificante de agua. Después
entramos en la Plaza, y, teniendo a la vista el Hotel
Británico, de la señora -Walker, y estando muy cansa-
dos, las miradas no buscaron mucho otras cosas. Fué
regalo completo, después del mísero alojamiento que
habíamos probado y las fatigas y suciedad que nos
habíamos visto obligados a soportar, volver a entrar
en la vida civilizada y disfrutar por lo menos una som-
bra de las comodidades inglesas con una dueña de casa
inglesa.
La ciudad de Santiago está junto al pie de los An-
des, aunque habíamos recorrido veintidós leguas por
país bastante nivelado desde Santa Eosa para llegar
aquí lo cierto es que en esta distancia marchamos en
;

línea paralela a la Cordillera ;


pero hay otro camino,
llamado del Portillo, más corto aunque no más segu-
;

ro, al final de la estación, que desemboca de la Cordi-


llera junto a la ciudad. Está trazada en cuadras con
plaza central, tan hermosa como cualquiera que haya
visto en Sud An^iérica. El palacio del Director, el ca-
bildo y la cárcel, formando línea de edificios bastante
regulares y majestuosos, componen un coistado del cua-
drado, y otro, la catedral y el palacio episcopal los
;

dos restantes se componen principalmente de tiendas.


La catedral es hermoso edificio de piedra sillar,
evidentemente construido por un europeo a juzgar
por el estilo clásico de su arquitectura único ejem-
;

plar de su clase que recuerde haber visto en Sud Amé-


rica, donde este género de edificios públicos general-,
mente j)articipa del estilo morisco. Este edificio no'
estaba terminado, ni hubo trabajadores ocupados
en él mientras permanecimos en Santiago el cuerpo
:

de la iglesia, sin embargo, está completo y se celebra


— 85 —
El palacio episcopal es edificio ruin y una
allí el culto.
vergüenza para una ciudad católica romana. En me-
dia plaza hay una fuente hermosa que provee agua a
la ciudad :la rodea una gran pila donde peones y es-
clavos llenan de agua los barriles que llevan a las di-
ferentes casas. Las calles son derechas y pasablemen-
te anchas, cruzándose cada 150 yardas en líneas pa-
ralelas, con acequias la mayor parte. Las casas son
principalmente de un piso, bien blanqueadas, con cor-
nisas figuradas y puertas y ventanas pintadas de ver-
de. Entendí que el año anterior se había efectuado
gran mejora en el exterior de las casas y habido en-
consecuencia gran demanda de cal y pintura verde.
La entrada de las casas es por gran puerta de dos ho-
jas que da al patio pavimentado, al que se abren los
cuartos principales. Las mejores casas, atrás del pri-
mero tienen un segundo patio, y, al fondo, corral. Me
sorprendió mucho un día que comíamos con un amigo,
mientras todos estábamos muy ocupados, ver que los
caballos se llevaban por la sala y, preguntando, supe
que era el único pasaje de la calle al corral. Lo mis-
mo, sucedía en muchas casas de la ciudad en efecto,
:

una dama que alquilaba casa muy buena no agradán-


,

dole esta molestia, pidió al propietario le permitiese


construir un zaguán tomando parte de la sala pero el
;

pedido fué denegado, alegando que importaba inutili-


zar la mansión.
Las iglesias en general son bastante hermosas, así
como la Aduana. Hay también un teatro. La alameda
llamada Tajamar, a lo largo del río, es muy concurri-
da por la gente. Desde allí se goza linda vista de la
Cordillei:a, y los árboles dan sombra agradable durante
el calor diurno, mientras el viento que viene de las
cumbres nevadas es fresco y tonificante.
El día siguiente de llegar visité al Director en su
palacio. Es hermoso edificio con habitaciones princi-
— 86 —
pálmente ocupadas por oficinas de gobierno. Entré
en una antecámara pequeña donde estaba el ayudan-
te de servicio, quien, tomando mi nombre, me intro-
dujo por una puertita al salón de audiencia, en que se
hallaba el director Freiré. Este salón es hermoso y
amplio, con el testero del fondo un pie más alto que
el piso. En el estrado había silla y mesa en que el Di-
rector estaba escribiendo. Cuando entré se levantó y
adelantó hasta el borde de la plataforma para recibir-
me y, luego que le impuse de. mi asunto, me dio la
bienvenida con un cordial apretón de mano. Su aspec-
to era sencillo, con maneras rudas de soldado :se ha-
bía distinguido por su valor, particularmente en el
asalto de Talcahuano, última fortaleza defendida por
España era querido por la tropa, pero, según lo que
;

vi y oí, imaginaría que carece de aquella especie de


talento adaptado para hacer gobernante prudente y
político en Estados nuevos.
Después de estar seis días en Santiago para repo-
nernos y tener noticia de los barcos que iban a Lima,
salimos el 29 de abril, para Valparaíso, distante trein-
ta y una leguas. El viaje se hace con frecuencia en
quince horas, mudando caballos, pero, en general,
toma dos días el grupo sale a mediodía y llega a
:

Bustamante, diez leguas, antes de anochecer, y en


la tarde siguiente llega al Puerto, como llaman a Val-
paraíso para distinguirlo del Pueblo, como llaman a
Santiago.
Tanto las mujeres como yo montamos a caballo y,
como antes, el equipaje se llevó en muías. Preferí via-
jar así, aunque más bien lento, porque en total es más"
conveniente además, tendría el equipaje a la vista.
;

De este modo hicimos el viaje cómodamente saliendo


de Santiago a mediodía, marchando el día entero en
el segundo, y llegando a Valparaíso el tercero tem-
prano,
^- 87 —
Saliendo de Santiago, cruzamos primero una lla-
nura seca y tostada de tres leguas de largo, dejando
a la izquierda el célebre llano de Maypú. Cuando men-
cioné a un amigo que nos acompañó parte del cami-
no, mi chasco por la esterilidad dominante en todo
Chile, me informó que no siempre estaba tan seco y
quemado como al presente pero, según mi informa-
;

ción, diría que nunca viajé por un país con tan poco
aspecto de aptitud y tan totalmente imposibilitado
para mantener población densa. Todo el camino de
Santiago a Valparaíso es sucesión de tres cuestas que
producen poco, excepto matorral. En algunos luga-
res, en efecto, se encuentran lindas quebradas um-
brosas, llenas de verdor, que algo alivian la tristeza del
camino. En vez de valles bien cultivados entre cerros,
no encontré más que llanuras chamuscadas, menos
donde los habitantes de un rancho desdichado se ha-
bían esforzado para regar y cultivar un parchecito
en la aridez circundante. También me sorprendió la^
escasez de población, más especialmente en el cami-'
no principal de Chile. Creo que pasé solamente dos o
tres villorrios de no más de 200 habitantes cada uno,
en toda la distancia de noventa millas, fuera de al-
gunos ranchos aislados muy desparramados.
El camino de la ciudad al puerto, supondría según
lo que veía y recordaba, es uno de los mejores de Sud
América es muy ancho y sólido y para bajar los ce-
;

rros rugosos ha sido cortado en forma de escalera, bas-


tante ancha para pasar tres carruajes de frente. Fué
obra del virrey O'Higgins, y largo tiempo será mo-
numento de su espíritu público. Sin embargo, como
sucede con todas las obras nacionales de estos y algu-
nos otros países, que han costado grandes sumas de
dinero, se las abandona, no obstante que una reducida
anualidad bastaría para repararlas. En la época
que lo pasamos, la lluvia había abiei'to profundos ca-
nales en distintos puntos del camino.
— 88 —
El tráfico entre la ciudad y el puerto se hace en
muía o grandes carros pesados y cubiertos, tirados
por bueyes que avanzan con lentitud muy aburridora
con gran dificultad para bajar las cuestas. Lo hacen
ranciendo una yunta de bueyes en la culata, que van
para atrás, conservando tirante la cuerda del tiro, a
fin que el carro baje gradualmente. Antes había una
especie de diligencia entre Santiago y Valparaíso, cu-
briendo la distancia en un día. Un doblón espa-
ñol, £ 3.5.0. 5c. se cobraba por asiento, y el nego-
cio lo hacía un inglés pero resultó que no respon-
;

día y se abandonó.
Estas cuestas son refugio de numerosos bandidos
que diariamente roban y asesinan a viajeros nativos ;

pero, aunque los ingleses recorren el camino a todas


horas, apenas ha sucedido un ejemplo de que sean
atacados. Tienen cuidado siempre de ir muy bien ar-
mados. El día que dejamos la ciudad, el sirviente de
un caballero inglés fué asesinado en la primera cues-
ta, a cinco leguas de Santiago, y robaron los caballos
que conducía para muda del patrón. Pasamos por el
sitio dos horas después ignorando lo ocurrido, no ha-
biéndose encontrado el cadáver en dos días, pues lo
hicieron rodar cerro abajo a una quebrada boscosa.
Nadie piensa en viajar sin armas, ni aun los arrieros,
que, no obstante, son atacados a menudo. Estos sal-
teadores, generalmente hacen fuego desde el matorral
sin prevención alguna, de modo que todo preparativo
contra ellos poco sirve y si yerran el blanco la perse-
;

cución es imposible pues conocen muy bien todos los


vericuetos del país.
Al pie de la primera cuesta, que bajamos por la
senda de muías más áspera que se imagine (los arrie-
ros siempre prefieren el camino a su manera, a cual-
quier progreso), llegamos obscuro a Bustamante, fila
de ranchos bajos de barro, con dos o tres cuartos dis-
— 89 —
puestos para viajeros, exactamente por el estilo de las
}X)stas pamperas. Los platos de nuestro refrigerio fue-
ron también muy semejantes, hervido y caldo.
Seguimos el 30 antes de venir el día y encontra-
mos el aire notablemente sutil y penetrante. Por la
mañana llegamos a un villorrio, donde nos vimos obli-
gados a apearnos para entrar en calor dentro de un
rancho. Después de pasar la segunda cadena de ce-
rros, bajamos a un llano donde vi la primera aproxi-
mación de lo que en Chile se llamaría propiamente ár-
bol. El sol, a medida que avanzaba el día, brillaba con
mucha fuerza y nos alegramos de hallar algunas san-
días para aplacar la sed. Al fin de un trozo largo y de-
recho del camino, llegamos al villorrio de Casablanca,
viendo allí las primeras señales del espantoso terremo-
to del último noviembre. Aunque pas2<dos seis meses,
poqm'simas casas se habían reconstruido y el resto del
}X)blado ofrecía horrible espectáculo de ruinas. Llega-
mos allí algo temprano sin embargo, como no podía-
;

mos llegar en el día a Valparaíso, distante diez leguas,


resolvimos quedarnos, pues no había otro lugar en el
camino donde alojarnos. Nos apeamos donde un in-
glés llamado Brown, cuya casa, construida y alhajada
a todo costo para albergar pasajeros, fué destruida.
Sin embargo, no se había acobardado y sus posesio-
nes, cuando estuvimos allí, surgían rodeadas de desola-
ción y ruinas. Nos trataron bien esta tarde, aunque el
dueño de casa se quejaba mucho (Je la carestía y es-
casez (?e los víveres.
Saliendo de Casablanca el 1.° de mayo temprano
llegamos a la tercera cuesta, tres leguas de Valparaí-
so y, cuando la subimos, avistamos de lejos el Océano
;

Pacífico.Después de la fatiga de cruzar todo el con-


tinente sudamericano, saludamos gozosos la vista del
mar, pues en sus orillas nuestras andanzas, al menos
por algún tiempo, iban a cesar, aunque nos recordara
j

— go-
la inmensa distancia que nos separaba de nuestros
amigos y de nuestro país. El sendero de muías, desde
el alto de esta cuesta áspera, es lo más incómodo pero ;

los arrieros aun lo prefieren a la carretera, por ser qui-


zás algo más corto.

XVI

VALPARAÍSO. EFECTOS DEL TERREMOTO. ENTREVISTA —
CON o'HIGGINS. —
SU CARÁCTER. —
ASESINATOS EN
CHILE.

No vimos Valparaíso hasta estar encima, debido a


hallarse completamente oculto por barrancas. Com-
pónese de una larga calle tortuosa, trazada en una
faja angosta de tierra entre el mar y los cerros casi
perpendiculares. En efecto, están en algunos lugares
tan cerca del Océano que ha sido necesario cortar par-
te de las montañas rocosas para ensanchar la calle.
Sin embargo, hay dos o tres quebraditas,' en ángulos -

rectos con la calle, en las que se ha edificado. El te-


rreno adecuado es realmente tan escaso, que una
o dos casas se han levantado en lo alto del precipicio,
que por lo menos deben estar a cien yardas de las in-
feriores.
Laciudad se divide en dos partes, el Almendral,!
o suburbios, y el Puerto. En el Almendral el terreno
comprendido entre el mar y los cerros es más ancho ,^
y lo ocupan algunos jardines. Esta parte, a juzgar
por su nombre, ha consistido primitivamente en jar-
dines hasta que el aumento de población en la ciudad
ha valorizado la tierra. El Puerto está alrededor de
una caletita en que fondean los barcos. Cuando lle-
gamos, Valparaíso ofrecía un espectáculo tristísimo,
a causa del último terremoto. El Almendral sufrió
muy severamente escapando apenas algunas casas y ;
'

— 91 —
sorprendía que en seis meses los habitantes no hu-
biesen progresado más en reconstruir sus viviendas.
En los departamentos del Gobierno esta demora era
más visible, pues mientras la mayor parte de los
particulares se ocupaban en sacar los escombros o re-
construir sus moradas casi todos los edificios públicos
permanecían siendo un montón de ruinas. Entre los
más notables de éstos estaba la iglesia del Almendral,
que, aunque con muros de materiales sólidos de cua-
tro pies de espesor, cedió al remesón, y sepultó mu-
chas pobres víctimas que habían esperado de la san-
tidad del lugar evitar la espantosa catástrofe. El cas-
tillo y fuerte de Valparaíso también tenía el mismo
aspecto de haber sido hecho pedazos por el enemigo.
Algunas casas nuevas fueron reconstruidas, como di-
cen «a prueba de terremoto» enteramente de madera
,

o gajos entrelazados con maderos, revocadas con barro


y luego blanqueadas. Se sintieron muchos remesones
mientras estuvimos en Valparaíso y tan fresco los
;

habitantes conservaban el recuerdo de la calamidad


que, a la menor alarma, se precipitaban a la calle, san-
tiguándose, e invocando el socorro de la Virgen.
Tenía cartas para O'Higgins, ex director de Chi-
le, e informándome que podía verle a pesar de ser una
especie de preso político, resolví visitarle. Lo encon-
tré viviendo en casa del gobernador de Valparaíso,
Zenteno, con permiso de andar por la ciudad bajo pa-
labra de honor. Mucho me complació la entrevista,
encontrándole muy animado y entretenido. Este ofi-
cial veterano había nacido en Sud América pero sido
educado en Irlanda, de donde provenían sus antepa-
sados. Hablaba nuestro idioma notablemente bien y
parece en particular partidario de todo lo inglés. Es
de baja estatura y corpulento y su rostro me recordaba
mucho los retratos de Oliver Cromwell. O'Higgins es
sin duda valiente y general pasable ;
pero su carác-
— 92 —
ter parece demasiado abierto y sincero para épocas
de intriga y revolución. Tomó parte importantísima
en la liberación de Chile, levantando un gran partido
en favor de la independencia y estuvo con San Mar-
tín en la batalla de Chacabuco. En ocasión que el
ejército realista, al mando de Osorio, sorprendió de
noche a los patriotas, O'Higgins, con su influencia y
actividad restableció el orden en la capital y ayudó a
su amigo para reorganizar las tropas dispersas. Fué
instrumento principal para movilizar el ejército que
poco después ganó la batalla de Maypú contra el ejér-
cito victorioso que marchaba lleno de confianza para
apoderarse de Santiago. O'Higgins habría sido quizás
un buen Director de Chile de actuar por sí, no per-
,

mitiendo que un ministro artero imperase en los con-


sejos. Su nombre constituye poderoso apoyo para la
causa independiente, pues su padre, virrey de Perú
y Chile, ha dejado recuerdo de un carácter que será
siempre venerado en Sud América.
Valparaíso disfruta comercio muy importante :

término medio hay continuamente en el puerto ochen-


ta barcos, incluyendo los cascos viejos de la llamada
escuadra y los buques nacionales. El número ordina-
rio de barcos británicos es de veinte y casi otros tan-
tos norteamericanos. Los asuntos de Aduana se des-
pachan de la manera más molesta y embrollada, por
no haberse establecido ningún sistema regular y los ;

empleados eran tan accesibles al cohecho que sin él


nada se hacía. La ciudad está llena de ingleses, mu-
chos de ínfima condición y de pésimo carácter ope- ;

ran de corredores, contrabandistas, etc., y aforran


al pobre extranjero que llega por consignacion.de mer-
caderías, dejándole generalmente arrepentimiento por
su credulidad. Las principales exportaciones de Chi-
le son cobre, trigo, cebada, cueros y caballos ; de los
tres últimos artículos, Valparaíso tiene tráfico costane-
— 93 —
ro muy considerable con i'eiú y Guayaquil. Es uno
de los lugares más desagradables en Sud América pa-
ra residir pues, aparte de los frecuentes terremotos,
;

la ciudad es tan encerrada por cerros que el calor del


verano es horrible el sitio también es sentina del país
;

entero, de modo que la población nativa es de pésima


clase. Muy raramente pasa una noche sin algún ase-
sinato ; y los extranjeros, en la época de mi estada,
rara vez pensaban en salir de sus casas después de obs-
curecer. Los naturales chilenos son considerados de
los más sanguinarios e incivilizados de todos los his-
pano-americanos y aunque muestran mucha cortesía
;

exterior, sacan cuchillo a la menor provocación.


Lo mismo sucede en Santiago. Una tarde disfru-
taba el paseo del Tajamar, y me sobresaltó un jinete
que venía por el paseo a toda furia. Atropello y mató
a un hombre en el sitio, continuando su carrera sin
mirar siquiera atrás. La mayor parte de los ingleses
se precipitaron al" lugar mientras los paseantes nati-
vos no se tomaron el mínimo interés en el suceso, y
vimos sacar el cadáver con la mayor indiferencia. Uno
D dos días después de este incidente, un oficial inglés
al servicio de Chile paseaba a caballo fuera de la ciu-
dad, cuando vio un hombre que atacaba a su mujer
con cuchillo. El oficial se apeó de un salto para inter^
ceder por la víctima, y el marido inmediatamente va-
ció los intestinos del oficial dejándolo muerto. Gene-
ralmente se cometen asesinatos del modo más cobar-
de mediante puñaladas en los ríñones y el bellaco se
pierde de vista, antes que el herido dé vuelta para ha-
cer frente al asesino.
XVII
EMBARQUE PARA LIMA Y ENTRADA EN EL CALLAO. —CAMI-

NO A LIMA. LA ALAMEDA.

El día 13 de mayo, con pasaje tomado a bordo del


Medway, matrícula de la India, nos hicimos a la ve-
la de Valparaíso para nuestro destino, Lima. Tuvi-
mos viaje agradabilísimo las comodidades eran ex-
;

celentes y la ruta quizás más placentera del mundo.


El mar abierto de esta costa es verdaderamente pací-
fico; el viento es generalmente firme y constantemen-
te del Sur, de modo que adelantábamos sin ningún
movimiento y a toda vela. Llegamos al Callao en el
décimo día, tomándonos la calma dos días a la vista
del puerto. Por otro lado, la navegación del Callao a
Valparaíso es desagradable y fastidiosa, pues los bar-
cos tienen viento contrario en todo el viaje. Los pri-
meros pobladores españoles empleaban dos o tres me-
ses del Callao a Valparaíso seguían la costa con bor-
;

dos costosísimos y se cuenta en el Perú que un na-


;

vegante audaz, resolviendo abandonar el antiguo de-


rrotero, salió mar afuera, y llegó a Valparaíso en un
mes. Al retornar a Lima, refirió a sus paisanos lo rá-
pido del viaje, pero tuvo razón para arrepentirse de su
espíritu emprendedor, pues fué quemado por la In-
quisición de Lima, por haberse valido de la magia,
merced a la que había llegado a Valparaíso más pron-
.to de lo que fa destreza humana, sin ayuda del diablo,
le hubiera permitido.
Desembarqué en el Callao el 23 de mayo. Los fuer-
tes tienen aspecto imponente al aproximarse, conser-
vándose en buen estado, y armados con numerosos
cañones pero la ciudad misma es de apariencia mi-
;

sérrima. Se compone de ruines chozas y casas de ba

i
_ 95 —
rro, una desgracia para la capital vecina. Remamos
en el bote hacia un miiellecito que entra cien yardas
en la bahía, compuesto en parte con un buque de se-
senta cañones echado a pique muchos años atrás con
este fin, y prolongado con algo como muelle de pilo-
tes, con intervalos rellenos de piedras.
Sentí calor sofocante al desembarcar, y el polvo
fino y sucio del lugar, que casi llegaba al tobillo, era
muy molesto. Como tenía carta de recomendación pa-
ra la casa española del señor Estanislao Lynch, agen-
te del Medway, fui con el capitán para visitarle; y
bondadosamente mandó buscar carruaje que llevase
mi familia^ a la ciudad.
Del Callao, el camino de Lima, pasa por el portón
del fuerte, a un camino nivelado, con antepecho a am-
bos lados de diez y ocho pulgadas de altura. El piso
es de guijarros sueltos o de arena espesa, que lo hacen
muy desagradable para quienes van a caballo. Como
a media milla del Callao pasamos un villorrio impor-
tante, a la derecha, llamado Bellavista, que en épo-
cas florecientes era lugar de recreo para excursiones
de placer, pero ahora está muy descuidado. Los jar-
dines, al principio muy cuidadosamente cultivados, se
hallaban en estado de desolación. Me sorprendió mu-
cho el aspecto de bullicio y tráfico en todo el camino,
indj^ando la vecindad de una gran capital. El cami-
no, notablemente ancho, era frecuentado por arrias
de muías grandes llevando sus cargas para Lima cu-
yas torres acabábamos de ver rodeadas de verdor, al
pie de los Andes gigantescos.
Camino de la capital iban mezcladas mercaderías
procedentes de todo el mundo manufacturas británi-
;

cas, con sus pulidos embalajes, marcas y números;


barricas de harina norteamericana, dos por muía bo-;

tijas de aguardiente de Pisco, con capacidad de diez


y
ocho galones, hechas de fuerte arcilla provistas de una
— 96 —
especie de canasta lateral sedas y algodones de In-
;

dia y China ;fardos de tabaco de Guayaquil y pilo-;

nes de azúcar de la costa norte del Perú, en forma de


pequeños timbales. Los arrieros presentaban el aspec-
to más grotesco imaginable. Los más eran negros o
mestizos y notablemente altos sus facciones obscu-
:

ras bajo los inmensos sombreros aludos del país, a


veces de color natural, blancos, otras pintados de ne-
gro y sus piernas largas colgando desnudas a ambos
;

lados de la bestia, con enormes calzones holandeses,


dábanles aspecto salvaje y feroz, contribuyendo a au-
mentarlo sus largos rebenques y gritos de enojo o es-
tímulo para las muías.
A medio camino de Lima hay una pulpería y, co-
mo una iglesia esta casa se llama La Le-
contraste, ;

gua, pues hay una legua de Lima y del Callao todos ;

se paran aquí probablemente no pasará un solo arrie-


;

ro o carrero, sin hacer lo mismo por consideración al-


guna. El país, a lo largo del camino, es susceptible de
cultivo y hay abundante agua de riego pero a conse-
;

cuencia de los tiempos turbulentos ha sido abandona-


do, y, derrumbadas las tapias en muchos sitios, que-
da un simple llano seco. Como una milla y media an-
tes de llegar a la muralla de Lima, entré en la bella
Alameda que conduce a la ciudad los árboles, especie!
;

de sauce, casi se tocan con las copas, y hacen sombra


gratísima. Hay cuatro hileras y el espacio interme-
dio es pavimentado en \einte yardas de ancho, con
veredas laterales entre las filas exteriores, donde'a in-:
tervalos regulares hay bancos de ladrillo para como-
didad de los peatones. El camino y la Alameda se hi-'
cieron bajo la dirección del virrey O'Higgins que tam-
bién construyó la carretera de Santiago a Valparaíso.
Su proyecto era llevar la Alameda hasta el Callao, pero
nunca la completó. A medio camino del paseo, la puer-
ta de Lima, compuesta de tres altos arcos, parece arco
7

— 97 —
triunfal y sugiere al viajero una gran idea de la ciu-
dad. Mirando atrás hacia el Callao, la vista también
es muy linda los árboles se diría llegan hasta la ori-
:

lla del mar y los barcos en el Pacífico azul, mediante


esta perspectiva natural, parecen más cerca de lo que
realmente están ; más allá, la isla de San Lorenzo
cierra la perspectiva.
Por la puerta pasamos a una calle corta y ancha,
empezada por San Martín, pero nunca concluida y ;

es de lamentar mucho la ausencia de una calle buena


que lleve desde la puerta directamente al corazón de
la ciudad.
Tenía cartas de recomendación para míster Juan
Parish Kobertson, y le visité primero. Muy bondado-
samente me invitó a llevar mi familia a su casa, ya
preparada al efecto, y después de hacer una visita
apurada al Presidente de la República y al ministro
de la Guerra, volví al Callao en el carruaje de míster
Robertson, tirado por muías, que esperaría hasta el
día siguiente para llevar mi familia a Lima.
Por tanto salimos para Lima en el carruaje de mís-
ter Robertson y en otro que nos prestó míster Lynch.
Llegamos a eso de mediodía, y encontramos a todos
muy atareados en los preparativos de un baile que da-
rían, el 25, los argentinos residentes en Lima, con-
memorando la independencia de su patria. Se nos en-
viaron invitaciones y aproveché el intervalo en pre-
,

sentar mis cartas de recomendación y recibir visitas.


La noche siguiente fué la alegre fiesta, por la que
cientos de corazones frivolos habían palpitado. En-
trando en el patio de una linda casa, alquilada a pro-
pósito, subimos una escalera alfombrada entre dos
filas de granaderos del regimiento del Río de la Pla-
ta (1), a un salón bellamente adornado. En el teste-

(1) El Regimiento del Río de la Plata, se componía de


NARRACIÓN.—
— 98 —
ro ondeaba la bandera argentina, blanca y celeste, sos-
tenida por los estandartes peruano, colombiano y chi-
leno. Los adornos del salón eran blanco y azul, y la
mayor parte de los asistentes llevaban lazos de cinta
del mismo color. La concurrencia estaba espléndida-
mente vestida, especialmente los militares y quizás
;

no había un solo país de América, y acaso diría tam-


bién de Europa, sin estar representado por algún na-
tivo. Mientras muchas mujeres parecían muy supe-
riores a cualesquiera que hasta entonces hubiese visto
en Sud América, y vestidas con mejor gusto de lo que
se esperaría tan lejos de Europa, otras parecían uno
o dos siglos atrás, ataviadas con enormes aderezos mal
hechos de brillantes finos, colgados en las personas sin
discernimiento o elegancia. Las modas europeas ha-
bían venido gradualmente con las modistas francesas
de Buenos Aires a Chile y de allí a Lima y entendí
habían hecho rapidísimo progreso en solo un año.
Las damas mejor vestidas daban pruebas de ello.
Allí fui presentado a muchas personas que se ha-
bían distinguido en Sud América, principalmente ofi-
ciales peruanos, colombianos, chilenos, argentinos, in-
gleses, franceses y norteamericanos que ostentaban en,
sus pechos la orden del Sol de San Martín. Las dan-f
zas españolas eran muy elegantes y los nativos gene-
ralmente tienen mucha gracia. Las parejas se colocan
ai estilo inglés antiguo ;pero el compás es de vals
lento y las figuras son mucho más variadas y compli-
cadas. La música en esta ocasión a cargo de lá banda
del regimiento Kío de la Plata, era como pocas veces
he oído mejor y aunque consideramos difícil para
;

ejecutantes en instrumentos de cobre tocar tan largo


tiempo, sin embargo, estos músicos no solamente lo
los batallones núm. 1, 7 y 8 de los Andes, refundidos en dos
batallones al mando del coronel Correa (argentino)— B. Mi-
tre, Victoria de San Martín.— N. del T.

M
— 99 —
hicieron con gran facilidad, sino que también toca-
ban marchas en los intervalos. Empezando el baile a
las diez, a las doce se abrió el salón para una cena
magnlñca, provista de todas las delicadezas. Este
apartamento, como el salón de baile, estaba adorna-
do con los colores argentinos, y los dulces eran muy
apropiados. El moblaje, la plata labrada etc., se ha-
,

bían prestado para la fiesta por las familias. Du-


rante la cena, el general Guido, ministro de ki Gue-
rra de San Martín, presidía y se desempeñó con gran
brilla, pronunciando oportunos brindis y discursos pa-
trióticos. Después de la cena se reanudó el baile, que
continuó hasta el día. .

XVIII


DESCRIPCIÓN DE LIMA. EL PALACIO, LA CATEDRAL, EL

CABILDO. LAS IGLESIAS^, LA INQUISICIÓN, LA MO-
NEDA, LOS MERCADOS, ETC.

Aproveché la oportunidad temprana de recorrer


Lima para ver los edificios públicos y particulares, y
quizás sea bien intentar aquí una descripción breve
de la ciudad, tal como la encontré, confirmada por ob-
servaciones posteriores.
La capital del Perú se considera la ciudad más
bella de Sud América, relativamente a tamaño, pobla-
ción y belleza. Su largo es casi una legua, por media
legua de ancho. Los habitantes generalmente se cal-
cularon en 70.000 actualmente se -supone pasan de
;

100.000 pero, que yo sepa, no se ha levantado censo


;

desde la revolución. Está al pie de un país montaño-


so, junto a los Andes, sobre el Kimac que, corriendo
de Este a Oeste, separa los suburbios, de la misma
manera que Southwark está separado de Londres por
el Támesis. Para unir la ciudad con los suburbios, se

— 100 —
erigióen 1618 un puente de cal y canto con seis arcos ;

es perfectamente plano, sin balaustradas, y con ante-


pecho de dos pies de alto a cada lado, para impedir
que los peatones caigan al agua.
Lima generalmente se considera ciudad abierta,
pero no es así estrictamente la rodea una tapia de
:

quince pies de altura y cinco de espesor, dispuesta con


bastiones regulares, cerrando el circuito en la orilla
sur del río. Esta muralla se levantó simplemente con-
tra invasiones de indios y, de ser apta para resistir
;

a la artillería, difícilmente se guarnecería con menos


de 80.000 a 100.000 hombres.
Se entra en Lima por seis puertas, tres de las que
son hermosos arcos de piedra, según modelos romanos
o griegos la del Callao y la que conduce del puente a
;

la plaza son las más dignas de atención por su tama-


ño y justas proporciones.
Como la muralla toca la orilla del río, en cada ex-
tremo forma un arco de círculo bastante regular, y por
ser la ciudad amurallada más larga que ancha, no es-
tá ocupado por casas un espacio considerable hacía
el Sur, y mayor distancia desde el Kimac, pero tiene
trazados terrenos y jardines de recreo, llenos de loza-
nos frutales. Las frutas más notables son chirimoyas o
manzanas de crema, granadilla del tamaño de un
huevo con aspecto y sabor de uva espín, y limón dul-
ce, además de limón, lima, banana, duraznos y na-
ranjas de tamaño grandís^'mo en abundancia. Al lado
exterior de la muralla hay también lindos jardines
particulares, y más allá alfalfares muy extensos y pro-
ductivos para proveer la ciudad, llevándose diariamen-
te los ataditos a lomo de pollinos.
La entrada en Lima, especialmente por la puerta
del Callao, es muy atrayente las lucientes cúpulas y
;

las torres de varias iglesias y edificios públicos, se al-


zan del seno de arboledas de naranjos y limoneros y
— 101 —
contrastan lindamente con su verdor. El ápice de la
catedral, la cúpula de San Agustín, y las torres de
Santo Domingo y San Francisco, son las más salien-
tes. En el fondo, los Andes, que parecen en algunos si-
tios aproximarse a la ciudad hasta cerrar las calles
principales.
Cruzando el puente el pasajero llega inmediata-
mente a la plaza de cuyos cuatro costados las calles se
ramifican como de costumbre en cuadras naturalmen-
;

te son derechas y casi todas del mismo ancho ;muchas


tienen acequias que contribuyen mucho a la salubridad
y limpieza. El pavimento central es de guijarros, y las
veredas de los costados de losas toscas malamente co-
locadas, y tan estrechas que aun en las calles princi-
pales dos personas apenas pueden caminar de frente.
Dos costados de la plaza están formados por edifi-
cios públicos. El palacio o casa de Gobierno, donde
al principio el virrey mantenía su rango, ocupa una
manzana entera de 150 yardas por coátado. Es edificio
antiguo, revocado y feo, de color rojizo, con la entra-
da principal a la plaza, y otras tres calles, cada una
de las cuales forma un costado las tiendas más rui-
:

nes semejantes a las de nuestros tratantes ingleses en


artículos navales o hierro viejo, ocupan lo que puede
llamarse piso bajo en los dos frentes principales de
este edificio de ahí que el conjunto tenga un aspecto
;

de desdicha y grandeza venida a menos. Adentro el


moblaje y los apartamentos de gobierno corren pare-
jas con el exterior; las habitaciones- son largas y an-
gostas, pero algunas aun ostentan reliquias de dete-
riorada magnificencia. Ahora se usan principalmente
para oficinas que atienden el despacho de los asuntos
públicos. Los patios tienen fuentes y los jardines es-
tán trazados de manera muy regular. Durante la ad-
ministración del marqués de Torre Tagle, asuntos de
gobierno se resolvían en su domicilio particular, uno
— 102 —
de los más hermosos edificios de Lima y poco antes
de mi arribo había sufrido restauración completa.
Mirando del palacio a la izquierda, está la resir
dencia del arzobispo y la catedral la primera es indig-
;

na de la última, que es imponente estructura de piedra


gris, con dos torres al frente. Opuesto a la residencia
arzobispal hállase el Cabildo, difícil a primera vista
de distinguir de los portales que ocupan el resto de la
cuadra ñlas de tiendas se instalan bajo estos porta-
;

les, con las veredas del frente hechas con guijarros de


colores, dispuestos en forma de cruces, estrellas y
otras figuras ornamentales. Bajo los portales se tiene
la bolsa de comercio, donde los comerciantes y otros
se reúnen para negociar, u oír y discutir las noveda-
des del día con los holgazanes que también frecuen-
tan. En el centro de la plaza hay una hermosa fuen-
te de bronce, que se levanta de un gran pilón y -tiene
leones echados a los costados compónese de tres ór-
;

denes de chorros, coronada por la estatua de la Fama.


La ciudad se surte de agua en mucho de este pilón, y
se lleva en barrilitos a hombro, o a lomo de muías y
pollinos.
Las con excepción, según creo, de la ca-
iglesias,
tedral, son de adobe o madera enyesada las princi-
;

pales son Santo Domingo, San Agustín, la Merced,


San Francisco y Santa Eosa, pero hay muchas otras
de menos notoriedad. Las cuatro primeras están ane-
jas a conventos, hermosas construcciones que ocupan
cada una gran espacio de terreno con patios sucesivos.
Los muros son generalmente pintados con pasajes de
las Escrituras, y los pisos de baldosa de colores imi-
tando mosaico. Los frentes de la mayor parte de las '

iglesias son prolijamente ornamentados con nichos


llenos de santos, arabescos y otros dibujos, cuyo costo
y trabajo no fueron mucho mayores, antes de despo-
járseles de sus utensilios y ornamentos de oro y plata.
— 103 —
No tienen mamparas que dividan el coro de la nave, y
al entrar por la puerta mayor nada hay que obstruya
la mirada hasta el altar en el otro extremo. Las me-
sas, las barandillas que las rodean, y las arañas colga-
das por todas partes, fueron antes de plata maciza
dorada pero durante la contienda pendiente la ma-
;

dera y el metal de baja ley la han reemplazado, aun-


que eldorado se ha prodigado en éstas con la máxima
profusión para ocultar su falta de valor intrínseco. Se
da aspecto particular de magnificencia a las iglesias
mayores de Lima con cortinas de terciopelo carmesí
que en las grandes funciones oficiales cuelgan y cu-
bren todos los pilares que soportan el techo de la fá-
brica. Generalmente tienen dos órganos, uno frente a
otro, y sobre la puerta mayor.
En el suburbio del otro lado del Eimac hay una
capilla de yeso pintado que los limeños tienen como
gran curiosidad se dice fundada por mano de Piza-
;

rro, pero nunca pude obtener ningún testimonio au-


téntico de esta historia. Aun se usa para el culto y se
tiene gran cuidado que siempre ardan cirios en ella.
Kelacionada con edificios religiosos se puede mencio-
nar la Inquisición este edificio ha desmejorado mu-
;

cho y no es notable por nada excepto sus enormes


puertas macizas, y una inscripción en ellas para jus-
tificar la propagación del cristianismo a filo de espa-
da. En los calabozos y cámaras interiores se exhiben
instrumentos de tortura y argollas y cadenas con que
los criminales eran atados a las paredes. Últimamen-
te la Inquisición ha sido utilizada por tropas de la
guarnición de Lima. La actual sala del Congreso pri-
mero formó parte de la Inquisición, y ni adentro ni
afuera presenta nada digno de mención.
La Moneda es edificio muy grande e importante,
•aunque durante la guerra ha sufrido como todos los
d^más establecimientos públicos. La única observa-
— 104 —
ción respecto a la Aduana, es que ocupa la ubicación
más inconveniente para los negocios y los depósitos
son demasiado chicos para llenar su objeto.
Las casas particulares de Lima, son hermosas y
algunas, habitadas por ingleses, se conservan en muy
buen estado y amuebladas con la mayor comodidad y
esplendor. Ya he mencionado el palacio del marqués
de Torre Tagle pero apenas inferior a éste es la re-
;

sidencia de un gran comerciante británico muy emi-


nente. Lo que antes se llamó Hotel de Francia, arre-
glado para el Libertador Bolívar cuando vino a Lima,
quizás iguale a cualquiera de los dos. Todos son de
adobe y como no llueve, los techos de caña enyesada
son planos y sin declive. Las paredes de los zaguanes
a la calle y del interior de los patios son pintadas muy
alegremente con paisajes, batallas, escenas de la Bi-
blia, o acontecimientos históricos, con figuras de ta-
maño natural. No pocas casas en vez de zaguanes cos-
tosos los han pintado de relieve y generalmente con
tanta habilidad y efecto que engañan la mirada por
completo cuando se miran de cierta distancia. La ma-
yor parte de las ventanas son con reja de hierro tra-
bajado en varias formas caprichosas; y por ser ésta
y los balcones a menudo dorados dan a toda la ciu-
dad grande apariencia de riqueza y esplendor.
Los grandes mercados de Lima son los de San
Francisco y San Agustín, pero hay además otros en
los atrios de las iglesias. Se nota que los carniceros con
puestos en ellos, son limeños. Los mercados son las
partes más sucias de la ciudad y están atestados de
negros que cocinan platos sabrosos al aire libre para
vender a los transeúntes. Traen el pescado en canas-
tas niujeres indias de la costa, principalmente de Cho-
rrillos. Los vendedores de fruta y legumbres las ex-
tienden en el suelo bajo un enorme paraguas de lona :

estos productos son traídos por esclavos desde las cha-


— 105 —
eras y huertas de los arrabales son pagados por sus
:

amos conforme al precio que obtengan y, en general,


todo lo del género es sumamente caro. La carne es
pasable, pero ni cerca tan buena como en Inglaterra,
parte debido al modo de carnear los animales y parte
a los criadores que no entienden jota de engordar ga-
nado para el abasto.

XIX
RETROSPECTO DE LOS ASUNTOS DESPUÉS DEL RETIRO DE
— —
SAN MARTÍN. DERROTA DE ALVARADO. RIVA AGÜE-
RO :SU NOMBRAMIENTO Y CARÁCTER.

Llegado en la narración hasta mi arribo a Lima,


para presentar un examen tan completo y exacto co-
mo me sea posible de los sucesos políticos de que fui
testigo, es necesario echar mirada retrospectiva al
desarrollo de los sucesos, desde el retiro de San Mar-
tín. Cuando resignó el poder en manos del Congre-
so (1), un ejército de 4.000 hombres al mando de Al-
varado estaba listo para zarpar a Intermedios, y un
número igual en la costa al mando del veterano Are-
nales estaba reunido para avanzar sobre Jauja y Cuz-

(1) Este congreso era formado no solamente por represen-


tantes de las regiones del Perú oue se habían declarado inde-
pendientes, sino de las ciudades y provincias que estaban to-
davía en manos de los españoles, siendo elegidos por la suerte
los diputados de las últimas, entre los naturales que a la sa-
zón residían en Lima. Los godos, o realistas, contribuyeron a
formar un partido fuerte dentro de la asamblea, y, aunque
minoría, eran quizás superiores en talento o, en todo caso,
laás locuaces ; de modo que si no podían llevar a cabo planes
propios, eran capaces de distraer al gobierno, y demorar u
obstaculizar sus determinaciones. Esto se tendrá muchísimo en
cuenta para comprender las inconsistencias, contradicciones y
aparente indecisión del Congreso en muchos casos.
— 106 —
co, y ocasionar una diversión. El general San Martín
tenía buenas razones para creer que estas fuerzas eran
suficientes para aplastar el poder español en el Pe-
rú probablemente hubieran sido adecuadas de ser
;

bien mandadas y eficazmente empleadas. Cuando se


retiró San Martín, el Congreso nombró una junta su-
prema de tres personas que fueron el general La Mar,
el conde de Vista Florida y don Felipe Álvarado, her-
mano del general del mismo nombre.
La Mar era español de nacimiento, aunque por
este tiempo al servicio independiente ;era excelente
soldado, y se le dejó como gobernador de la fortaleza
del Callao la priniera vez que los realistas se retira-
ron de Lima la defendió hasta el último extremo, pe-
;

ro, encontrando que los habitantes eran partidarios de


la independencia, se afilió a los patriotas acérrimos.
En su persona es sumamente marcial, caballeroso
en su porte, y ornamento de cualquier causa que abra-
ce. El conde de Vista Florida es hombre de buena in-
teligencia y gran respetabilidad, se le tiene por pa-
triota decidido, y colaborador muy capaz del general
La Mar. Don Felipe Álvarado no es notable por su
habilidad, pero siendo hermano del general que se ha-
bía hecho a la vela con la expedición de Intermedios,
se creyó persona adecuada para formar parte del Go-
bierno.
Aunque, en épocas turbulentas siempre se ha en-
,

contrado que un Dictador es má^s eficaz, quizás el


Congreso no podía haber elegido tres individuos más
aptos en conjunto y dada la situación, si el cuerpo
constituyente les hubiera también dado facultad de
decidir y proceder pero, en verdad, la junta cargó con
;

el odio del mal éxito de planes que no fueron suyos


y sobre los que no tenían ningún control. Se or-
denó al veterano Arenales se estuviese tranquilo con
sus tropas y no se le permitió avanzar para coope-
— 107 —
rar con Alvarado, propósito con que se había alistado
expresamente el ejército. Se hicieron insistentes soli-
citudes al Congreso firmadas por Arenales, Santa Cruz,
Herrera, Brandsen y otros oficiales, afirmando estar
]>rontos para marchar y operar de consuno con Alvara-
do, y que el momento era muy oportuno pero el;

Congreso permaneció sordo a las protestas, y el gene-


ral Alvarado, en consecuencia, fué sacrificado. Este
jefe desembarcó sus hombres en Arica y, después de
esperar algún tiempo que se restablecieran las tropas
enfermas con el viaje de mar, hallándose muy escaso
de vituallas, resolvió internarse con 3.500 hombres,
toda la fuerza disponible que pudo reunir. Avanzó
hasta Tarata, dos etapas de Arica, y aquí cayó sobre
el general realista Vaídez a quien obligó 9, retroceder
con alguna pérdida. Todo probablemente hubiera sali-
do bien entonces,- si Arenales hubiese avanzado por
Jauja en protección, pero los españoles que conocían
los movimientos de los patriotas y más probablemen-
te estaban avisados por sus partidarios del Congreso
de que se mantendrían inactivas las fuerzas de Are-
nales si era posible, así que supieron la marcha de Al-
varado, Canterac, con todo su ejército (que debía ha-
ber sido mantenido en jaque por Arenales), a mar-
chas forzadas reforzó a Valdez, y las fuerzas combi-
nadas a su turno presionaron a Alvarado. Vióse pre-
cisado a retirarse a inmediaciones de Moquegua donde
«e vio obligado a combatir con desventaja de posición
y número. Después de pelear dos días sus tropas ce-
dieron y huyeron en todas direcciones hacia la costa,
donde muchos perecieron de cansancio y necesidad.
Solamente 1.000 hombres de esta expedición regresa-
ron a Lima, abandonando armas, artillería y bagajes
en poder del enemigo victorioso. Entre ellos Alvara-
do, que llegó a Lima en enero de 1823. Arenales, entre-
tanto, había tirado el mando de su división de ejér-
cito, retirándose a Chile.
— 108 —
El ejército del centro (así se llamaba el mandado
por Arenales), disgustado por la acogida que sus quejas
habían merecido del Congreso, y por el resultado de-
sastroso de la expedición de Alvarado, y trabajados
al mismo tiempo dos oficiales por las intrigas de Kiva
Agüero, exigió del Congreso un cambio de Gobierno,
y cuando ese cuerpo vacilaba en acordarlo, el ejérci-
to levantó campamento en Cañete, y con Santa Cruz
a la cabeza, avanzó sobre Lima para intimidar al Con-
greso. Don José Kiva Agüero fué indicado como per-
sona capaz de desempeñar la presidencia y encontrán-
,

dose el Congreso muy apurado, al fin destituyó la jun-


ta y nombró presidente al marqués de Torre Tagle.
Un batallón, sin embargo, entró en Lima, y Santa
Cruz informó al Congreso que Eiva Agüero era el úni-
co capaz de restablecer los asuntos del Estado, y
finalmente que no se disolvería sin antes decidir nom-
brarlo. Se suscitó discusión muy acalorada que duró
toda la noche y por la mañana, se lanzó una procla-
ma nombrando presidente de la Bepública a don José
Eiva Agüero al día siguiente fué designado general
;

un de los ejércitos del Perú.


jefe
Inmediatamente puso con actividad ma^os a la
obra para recuperar eí terreno perdido y preparar otra
expedición a Intermedios, que se admitía univerisal-
raente ser el punto débil del enemigo. Ahora, por la
noticia del empréstito levantado en Londres para el
Perú, y con esta garantía, pudo contratar con siete
casas respetables inglesas y extranjeras de Lima, para
el fin que tenía en vista ; y las tropas iban a ponerse
al mando del general Santa Cruz. Los contratistas
hicieron esfuerzos inmensos para llevar las cosas ade-
lante, y sabemos bien, cuando se emplean el capital]
e industria británicos, cuan presto se completan asun-
tos de esta clase. A principios de mayo, una fuerza
de 5.500 hombres estaba lista para embarcarse y había]
— 109 —
zarpado. Las tropas y sus oficiales se componían en-
teramente de peruanos, esperándose, y con alguna ra-
zón, que los habitantes del Alto Perú preferirían reci-
bir como libertadores a compatriotas y no a extranje-
ros; se creía también que no habría tanta probabili-
dad de insubordinación e indisciplina entre ellos, co-
mo se sabía existir entre las fuerzas argentinas y chi-
lenas, que antes habían descontentado a los habitan-
tes por su sed de saqueo. El presidente, sin embar-
go, no procedió con su habitual prudencia nombrando
segundo jefe al general Gamarra, hombre de carác-
ter desacreditado y valor discutido. Esto mismo tra-
jo perjuicio considerable a la expedición, pues niuchos
oficiales dignos rehusaron servir bajo las órdenes de
hombre que, según ellos, era un cobarde y se conta-
;

ba entre éstos el general Miller.


El 23 de mayo, como he dicho antes, llegué a Li-
ma, y al día siguiente el general Santa Cruz se hizo a
la vela para Intermedios. Mientras el presidente se
ocupó en despachar la expedición, mandaba insisten-
tes invitaciones a Bolívar, presidente de Colombia, a
fin de que viniese en su auxilio algunos regimientos al
;

mando del general Sucre habían ya llegado, y el Li-


bertador, como Bolívar era llamado, esperaba sola-
mente aquietar algunos disturbios en Pasto para em-
barcarse. Se pensó adoptar el viejo plan de San Mar-
tín para hacer la guerra, a saber, dividir a los espa-
ñoles atacándolos por el frente y retaguardia Santa
:

Cruz con tropas peruanas en el Alto Perú, y Bolívar,


con los auxiliares extranjeros, consistentes en regi-
mientos de Colombia, Buenos Aires y Chile, por Jau-
ja, camino principal del. Cuzco, donde esperaban caer
sobre la flor del ejército español.
El propósito con que yo había venido al Perú era
obtener, como agente de los contratistas, la ratifica-
ción del empréstito por el Gobierno y el Congreso, y.
— lio —
girar su importe sobre Londres. Encontré que el Go-
bierno había adelantado liberalmente fondos públicos
y que mi arribo era esperado con la mayor ansiedad
tanto por las autoridades públicas como por quienes
habían adelantado algún dinero a crédito. Ninguna
objeción se hizo por tanto a las cláusulas del contrato
por el poder ejecutivo, aunque el Congreso parecía in-
clinado a hesitar todos los artículos se discutieron
:

algunos días antes que la asamblea prestase su san-


ción y ratificación. No debe suponerse que los artícu-
los del contrato eran como para inducir al Congreso a
vacilar pero no habían olvidado la manera en que
;

Eiva Agüero se había impuesto con las tropas, y en-


contrando su autoridad e influencia considerablemen-
te debilitadas, estaban resueltos, cuando se requería
una ley de ellos, a demostrar la escasa facultad que le
dejaban, y derrotar o debilitar las medidas de Go-
bierno en lo posible. Consiguientemente, este espíri-
tu opositor se llevó más allá de lo conveniente, y al fin,
desgraciadamente para el país, estalló en abierta hos-
tilidad. - * —_' '

No hay duda que este sistema de suscitar discordia


fué inculcado por los españoles a sus amigos del Con-
greso, que trataban por todos los medios, de reducir el
,

Gobierno a la impotencia. Sabiendo por experiencia


que Kiva Agüero, como peruano y hombre activo, ten-
dría partido fuerte en el país, aprovechaban cualquier
coyuntura para desacreditarle.
Kiva Agüero había nacido en o cerca de las famo-
sas minas de Pasco y era lo que los limeños llaman
serrano ; cuando muchacho fué enviado a España para
educarse y, ya tan temprano, en Madrid, mostró sín-
tomas de su carácter inquieto. Se divertía de noche
pegando carteles sediciosos en las calles, que dieron
mucho trabajo a la policía para arrancarlos de día y
, descubrir al probable autor. Mientras los españoles

É
— 111 —
gobernaban en el Perú, Kiva Agüero fué abogado, fac-
cioso e intrigante, y a menudo había sido encarcelado
a causa de sus opiniones. Es activo e industrioso, muy
listo con la pluma y constante en utilizarla. Bajo el
gobierno de San Martín, ocupó la presidencia del de-
partamento de Lima, empleo de primer magistrado, y
desempeñó los deberes de su cargo con mucho crédito
para sí y utilidad para su superior. Se creía general-
mente que durante San Martín estuvo ausente de Li-
ma para visitar a Bolívar en Guayaquil, Kiva Agüe-
ro, con sus intrigas, sublevó el populacho para depo-
ner a-Monteagudo. Es buen gobernante civil, pero to-
talmente desprovisto de experiencia en asuntos mili-
tares; muy insignificante en su aspecto, pero dotado
del arte de atraer a sus paisanos. Se refería y creía en
Lima que entregó a Santa Cruz una suma importante
de dinero para realizar el cambio que lo puso al fren-
te del Gobierno. Se enorgullece del grado de confian-
za prestado a su Gobierno, y de la rapidez con que
pudo reunir y equipar la expedición de Santa Cruz ;

pero debe recordarse que el crédito del empréstito pe-


ruano, en hora venturosa, dióle recursos de que cual-
quiera en su posición se habría valido. Sin embargo,
fué ciertamente el mejor gobernante que Lima había
tenido desde el retiro de San Martín, pues fué cauto
en sacar dinero por medios ilegales, y económico en
gastarlo cuando lo conseguía. También durante su ad-
ministración las tropas estuvieron bi:en pagadas y ves-
tidas y mantuvieron mejor disciplina y, lo que rara
;

vez puede decirse de ningún gobernante en análogas


circunstancias, nunca malversó los dineros públicos
para enriquecerse. Tenía muchos amigos y defensores
entre el pueblo, pero como no descendía de familia
notable del país, fué siempre mirado como plebeyo por
las clases superiores.
El 2 de junio recibí la ratificación formal del em-

— 112 —
prestito hecha por el Congreso, y estuve algunos días
muy ocupado en librar giros para el Gobierno. Bolívar
era ahora esperado con tanta seguridad que se arre-
glaba en palacio un salón provisorio para la fiesta que
se celebraría a su arribo, y Eiva Agüero juntaba ca-
ballos para su uso.

XX
NOTICIA DEL AVANCE REALISTA, Y ALARMA EN LIMA.
DISOLUCIÓN DEL CONGRESO. —
FUGA AL CALLAO.
TRATAMIENTO DE LOS ESPAÑOLES RESIDENTES EN LI-
MA. —VISITA A LA CIUDAD.
El 2 de junio se esparció el rumor en la ciudad de
haberse efectuado algún movimiento de las trapas, es-
pañolas acuarteladas en Jauja. Los realistas de Lima
(o godos, como los patriotas les apodan) siempre de-
cían que los españoles caerían sobre la ciudad y nues-
;

tras noticias de Intermedios confirmaban la versión,


mientras mencionaban al mismo tiempo que todas las
tropas se habían retirado del Alto Perú para reforzar
el ejército de Canterac, que estaba en el depósito de
Huancayo, valle de Jauja. Los patriotas, sin embar-
go, nunca dieron crédito a esta noticia, sosteniendo
que, oyendo de la salida de la expedición de Santa
Cruz, los españoles habían levantado campamento con
el fin de atacarla. No obstante, día por día tomaba
más cuerpo la noticia que los españoles avanzaban, y
la confusión y ansiedad empezaron a manifestarse en
la ciudad y el Gobierno. El 12 de junio se tuvieron
nuevas bastante precisas de haber una fuerza cruza-
do la Cordillera a veinticinco leguas de Lima, pero no
se podía asegurar si era el cuerpo principal o solamente
una partida desprendida para hacer una finta o arre-,
batar ganado.
8
— 113 -^

Hubo consejo de guerra y se convino que las tro-


pas de la vecindad que no se necesitasen para guar-
necer la fortaleza del Callao marcharan y acamparan
afuera de la ciudad, sobre el camino por donde los es-
pañoles debían avanzar. Conforme a esto, las tropas
colombianas se situaron a una legua de Lima en sitio
llamado el Pino, mientras los regimientos chilenos y
argentinos guarnecían los castillos del Callao. Al mis-
mo tiempo el general Miller fué destacado con ochen-
ta dragones de granaderos a caballo, a lo largo de
la costa, por el camino que los realistas debían tomar
al bajar de la Cordillera. Este jefe salió secretamen-
te de noche, por temor a ser estorbado por un número
de jóvenes ingleses que deseaban acompañarle.
El 13 de junio la ciudad comenzó a mostrar mayor
confusión, aunque no se tuviesen noticias más cier-
tas el Gobierno embalaba y enviaba todo al Callao,
;

y muchas familias empezaban también a despachar


allá sus muebles.
Se esperaba ahora que el Congreso delegase su po-
der en las autoridades ejecutivas y se disolviese, pues
en desorden tan general es imposible que un gran
cuerpo colegiado proceda con eficacia. Bajé a caballo
al Callao para comer con el capitán Prescott del bar-
co de S. M. Aurora, y al regresar por la tarde encon-
tré el camino apiñado con soldados enfermos proce-
dentes de los hospitales de Lima que iban al Callao ;
los menos enfermos marchaban a pie, el resto en ca-
rretas y pollinos. Nunca en mi vida vi cuadro de tanta
desdicha generalmente estaban semidesnudos y al-
;

gunos tan débiles que se veían obligados a tenderse en


animales de poca alzada, con. sus largas piernas, re-
ducidas a piel y hueso, tocando frecuentemente el
suelo.
El general Miller mandó decir, el 14 de junio, que
sin ninguna duda el ejército español avanzaba aun-
NAREACIÓN. —
;

— 114 —
que no lo había encontrado todavía y que sus caba-
llos estaban completamente inutilizados rogaba por
;

tanto se le enviasen otros, y sus amigos despacharon


caballos que lo habilitasen para desempeñar la arries-
gada tarea que se le había confiado.
La mayor alarma y calamidad se apoderó de Lima
en este momento ; muchos hasta entonces habían
puesto en duda las noticias, pensando ser alguna treta
del Gobierno para decidir al Congreso a disolverse
pero ahora que sin duda la ciudad iba a ser entre-
gada al enemigo, o teatro de lucha sangrienta, el te-
rror era visible en todos los rostros. Todos pensaban
solamente en salir algunos para el Callao y otros que
:

no tenían bienes en Lima, para Trujillo. La congoja


fué mayor cuando nadie podía conseguir muías para
trasladarse, pues el Gobierno había requisado todas
para servicio público aun aquellas casas particular-
;

mente adictas al Gobierno no podían obtener permiso


para muías, y nos vimos obligados a quedarnos tran-
quilos hasta que las autoridades hubiesen despachado
todos sus efectos para el Callao. Las iglesias fueron
despojadas de sus remanentes ornamentos de plata, y
se sacó todo lo que podría aprovechar el enemigo.
Hoy se produjeron discusiones violentísimas en el
Congreso antes de disolverse y hasta que se gritó en
;

el recinto «¡ ya están los godos !» los diputados no con-


sintieron 'en desprenderse del poder. Al fin dominó el
terror, y se disolvieron hasta época más propicia, que-
dando el Gobierno en manos de Eiva Agüero. Muchos
diputados se dirigieron a la costa Norte pero la ma-
;

yor parte se retiró al Callao, mientras algunos, sos-


pechados de tener connivencia con los españoles, re-
solvieron permanecer en Lima para saludar la entra-
da de sus amigos.
Esta tarde cabalgué para visitar el ejército colom-
biano en el campamento. El terreno elegido era un
— 115 —
seco espacio abierto sobre el camino de la ciudad a
Lurin. Había sido nivelado por los españoles antes
de evacuar Lima, para campo de ejercicios y en el ;

costado izquierdo había una larga pared blanqueada


con soldados pintados, usada antes para tirar al blan-
co. Más allá de la pared había cerros altos, rugosos,
estériles, principio de la Cordillera y a la derecha,
;

el mar distante dos leguas. Por medio de esta posición


corría el camino a Chorrillos y Lurin, y media milla
más adelante estaba el gran fundo e iglesia de San
Borja. Lo ocupaba una guardia avanzada mientras
el resto de la tropa vivaqueaba en tres divisiones, con
el estado mayor del general Sucre instalado en círcu-
lo al frente. En cuanto yo podía juzgar, habría tres
mil hombres en el campamento se consideraban tro-
:

pas tolerablemente de buen aspecto, pero muy dife-


rentes de las que hemos acostumbrado ver en Euro-
pa la mayor parte sin zapatos y todos sin medias.
;

Muchos tenían solamente ojotas, y no pocos también


descalzos. El uniforme era de picote azul ordinario
con vueltas de diferentes colores sus gorras de cuero
;

con los colores colombianos, rojo, azul y amarillo, pin-


tados en una escarapela. Los hombres en general eran
bajos, con excepción de las compañías de granaderos,
y los mestizos de indio y español.
Aliora fué bastante claro que no se libraría bata-
lla, pues la caballería patriota, en número de quinien-
tos hombres, había salido de Lima para Chancay^ do-
ce leguas sobre el camino de Trujillo, para aprove-
char el pastaje. Corrían muchos comentarios acerca
del por qué no se oponía resistencia y algunas perso-
nas lo atribuían a cobardía del presidente pero creo
;

que el general Sucre tenía órdenes terminantes de Bo-


lívar para eludir una acción general y, en efecto, sus
tropas eran insuficientes para competir con los espa-
ñoles. Era bien sabido que avanzaban con toda su
— 116 — .

fuerza en la esperanza de aplastar a los patriotas de


un solo golpe, no soñando nunca con la expedición de
Santa Cruz a Intermedios. «Además, era evidente-
mente la política de los patriotas mantener a los es-
pañoles en la costa donde los hombres morirían por la
diferencia de clima o se enervarían en la molicie de
Lima, mientras Santa Cruz asentaría pie firme en el
Alto Perú, y reclutaría sus hombres antes que ninguna
fuerza le saliese al encuentro.
El domingo de mañana, 15 de junio, por especial
favor, se nos dio permiso y pasaporte para, cuarenta
muías y, encerrándolas en el patio de la casa, las car-
gamos con equipajes, dinero, libros y algunos mue-
bles,y conseguimos un oficial que las acompañase en
la salidade Lima, donde a menudo el guardián extor-
sionaba inmensas sumas de dinero por dejar pasar
equipaje. A eso de las doce salimos para el Callao, en
carruaje las mujeres y yo a caballo. El camino estaba
literalmente atestado de toda clase de vehículos, ca-
ballos cargados, muías, pollinos y peatones. El Callao
estaba lleno de gente, aunque todavía miles se enca-
minaban allá. Nos embutimos en una casita de nego-
cio perteneciente a míster Kobertson en el Callao, con
la intención de refugiarnos a bordo, lo que en tales
circunstancias sería preferible a vivir en tierra.
El día siguiente trajeron de Lima informes nume-
rosos y contradictorios algunos decían que el ene-
:

migo estaba en las puertas otros, difíciles para creer,


;

repetían que al fin no se trataba más que de una ex-


cursión de pillaje de los españoles, que ya estaban en
retirada.
Kesolví ir a Lima el 17 para saber, si era posible,
la verdadera situación. El camino estaba aún atesta-
do como el 15 pero la mayor parte iban a pie, medio
;

desmayándose en el camino, particularmente las mu-


jeres, pues era imposible alquilar animales para con-
— 117 —
(lucirlas. De
esta manera encontré respetabilísimos in-
t;leses así como nativos, y entre otros extranjeros, al
juez Prevost, enviado norteamericano.
A medio camino encontré la vía tan enteramente
bloqueada que fué imposible avanzar y vime forzado
a salir. La presión extrema era ocasionada por un ba-
tallón de cívicos que llevaban al Callao a los pobres
.

])eninsulares prisioneros que no se habían escondido


en Lima. DeÍ3e ser ciertamente endurecido quien no
se apiade de estos míseros, muchos de familias nobles.
I
Qué contraste con su estado originario, cuando te-
nían las riendas del gobierno peruano,! Orgullosos, in-
solentes y despreciativos de los criollos, como despecti-
vamente llamaban a los americanos, disfrutaban to-
das las riquezas de la tierra cuan a menudo se ha-
: ¡

bían precipitado a este mismo camino en sus caba-


llos vistosos, o reclinados en fastuosas calesas, para
visitar la chacra o divertirse con amigos en Bellavista !

y ahora, míseros, despreciados, a medio vestir y agui-


joneados por los mosquetes de rudos milicianos que
antes los miraban casi como de raza superior.
Entrando en la ciudad encontré las calles desier-
tas : en efecto, la plaza estaba semivacía, y muchas
familias respetables se habían refugiado en los con-
ventos para librarse de esperados ultrajes a la llegada
del ejército realista. Visité a los amigos que resolvie-
ron quedarse en Lima, y eran losque no se habían
identificado de ningún modo con la causa patriota. Los
comerciantes que habían emigrado dejaron dependien-
tes a cargo de sus almacenes y mercaderías. Se había
dejado a un hombre llamado Dupuis de gobernador
por Eiva Agüero era de procedencia francesa y hé-
:

cbose ya terrible por la masacre de ochenta españoles


en la pequeña ciudad de San Luis, en el camino de
Buenos Aires a Mendoza, como antes he mencionado.
Había impartido orden de que todo español encon-
j

— 118 —
trado en la calle, dos horas después de publicado el
bando, sería arcabuceado, intimando rigurosamente
que todos acudiesen a Bellavista con este fin y se les
daría pasaporte, al presentarse.
A las cuatro de la tarde, habiéndome despedido de
mis amigos y provisto de una nota oficial dirigida al
capitán Fresco tt, de la Aurora, por los comerciantes,
requiriendo su presencia en Lima para tratar óon los
españoles, salí de retorno, esperándose cada hora la
entrada de los realistas. El camino estaba tan concu-
rrido como cuando lo recorrí en la mañana, por tanto
tomé mucho tiempo para llegar al Calko. Al pasar
la puerta del fuerte principal, un soldado enlazó el pes-
cuezo de mi caballo, y me metió entre la tropilla de
más de cien caballos que habían requisado. Mi pri-
mer impulso fué sacar la pistola y hacer fuego al su-
jeto, tan exasperado estaba por sacárseme del cami-
no sin ceremonia y ya le había puesto la puntería
;

para volarle la tapa de los sesos, cuando felizmente lle-


gó el presidente de la Kepública y ordenó a los sol-
dados me soltasen, al mismo tiempo que se disculpa-
ba por el tratamiento de que yo era objeto.
Puedo mencionar aquí un acto tiránico a que se'
acudía siempre por el Gobierno en épocas de apuro :

si se necesitaban caballos, inmediatamente pregona-


ban bando, llamando a los habitantes para entregar
los que tuvieran, y al mismo tiempo salían soldados
por las calles y hacían apear a todas las personas ;

devolviéndoles las sillas y bridas, pero llevándose los


caballos. Lo peor de esta medida arbitraria era que
los soldados no llevaban orden formal de sus jefes, y
se apoderaban de los caballos volviéndolos a vender y
metiéndose el dinero en el bolsillo también entraban
:

a la fuerza en propiedades particulares para llevarse ,,


animales de los establos.
XXI

ESTADO DEL CALLAO. ENTRADA DEL EJÉRCITO ESPAÑOL

EN LIMA. CARÁCTER DEL GENERAL SUCRE. PARTI-—

DA DEL CONGRESO PARA TRUJILLO. NOTICIAS DE
LIMA.

Encontré las calles del Callao atestadas a tal pun-


to de no poderse transitar. Todos los corredores del
frente de las casas habían sido convertidos en vivien-
das divididas por esteras y además, filas enteras de
;

chozas, construidas de estera atada a cuatro postes


clavados en el suelo, se levantaban a orillas del mar,
bajo los cañones de los fuertes. Los víveres eran su-
mamente caros un huevo seis peniques, bollitos seis
:

peniques, y carne, lo más abundante, un chelín la li-


bra. Mi familia se mudó hoy a bordo del Medway, ma-
trícula de la India, el mismo barco que nos condujo a
Lima. Aunque estaba horriblemente atestado de gen-
te, todavía era preferible a estar en tierra, donde te-
níamos toda razón para creer, por la suciedad y nú-
mero del populacho, apareceria la peste antes de mu-
cho tiempo.
El capitán Prescott fué a Lima la mañana siguien-
te, y me mostraron una nota del general Miller dicien-
do que las avanzadas españolas habían llegado a San
Borja, donde, como antes he dicho, se encontraba la
guardia avanzada del general Sucre. Al mismo tiem-
po llegó un desertor del enemigo indio, vestido de
.blanco con vivos azules; dio informes muy escasos,
pero suponía que el ejército era de 7.000 hombres. A
la tarde supimos que un cuerpo de doscientos hombres
había entrado en Lima y mientras mirábamos en
;

frente del fuerte pudimos distinguir las fuerzas co-


lombianas desfilando de Magdalena a Bellavista, ca-
— 120 —
mino del Callao, desde su posición en el Pino ; mar-
chaban en tres columnas y finalmente tomaron posi-
ción por la noche bajo los cañones del Callao, dejando
gran guardia avanzada en el camino principal cerca
de Bella vista.
Fui al fuerte el 15 para visitar al presidente. Es^
taba de muy buen temple, habló del paso falso dado
por los españoles al caer sobre Lima y de la oportu-
nidad favorable que se ofrecía a Santa Cruz. Al mis-
mo tiempo me dijo las exigencias de los españoles en
compensación de respetar los bienes de los emigran-
tes de Lima : a saber, 40.000 yardas de paño, tres mi-
llones de duros, y, 3.000 juegos de armas. Dijo haber-
se limitado a contestar verbalmente que vinieran al Ca-
llao y los tomasen si podían.
Por la tarde fui a ver el campamento del regi-
miento colombiano de rifleros, estacionado en una es-
quina del fuerte. Los hombres descansaban en cuadro
sobre el montón de ripio que formaba la explanada, sin
carpas o abrigos de ningún género. La raayor parte de
los oficiales eran irlandeses que habían servido largos
años en Colombia. Parecían muy ofendidos por la or-
den de retirarse sin ver siquiera al enemigo, y decían
estar acostumbrados a pelear con los españoles, tres
contra uno, y que si Bolívar estuviese con ellos segura-
mente habría comprometido batalla. Del campamen-
to continué mi paseo por la lengua de tierra que corre
al sur del fuerte principal, y pasé por el terreno ocu-
pado por el antiguo Callao, destruido por un terremo-
to, ochenta años atrás. Este sitio tiene^todo el as-
pecto de haber estado antes edificado : está cubierto
con masas de albañilería, y topes de paredes casi en-
terradas se ven todavía. Hay también algunos sótanos
descubiertos, que se decía haber sido iglesias, donde
se tiran los muertos de la guarnición. Al pasar por
ellos encontré hedor horrible, Iob cadáveres estaban
,

— 121 —
medio descubiertos en todos los estados de 'putrefac-
ción, algunos vestidos y desnudos otros.
Las intrigas del Congreso contra Kiva Agüero,
aplacadas durante los últimos pocos días de confusión
empezaron luego a renacer, y pronto se encontró la
persona para jefe y campeón. El general Sucre, a
quien Bolívar había conferido el mando .limitado de
las tropas colombianas hasta su llegada, es joven de
buen aspecto marcial, especialmente a caballo, que
se ha distinguido en Colombia. Mandó las tropas en
la batalla de Quito, expulsando completamente a los
españoles de la provincia sin embargo, yo le tendría
;

por mejor político que soldado, y, como es activo in-


trigante, hace pareja con Kiva Agüero.
El Congreso comenzó a volver los ojos a él, para
sostener la causa contra el presidente a q^iien deseaba
destituir. El general Sucre era muy callado en socie-
dad, pero su aspecto revela aire de pensar y es muy
diligente y hábil en el manejo de la pluma. También
es ambicioso, y las vistas del Congreso parecían ar-
monizar exactamente con sus ideas de engrandeci-
miento. Por tanto, fácilmente compartió sus medidas,
que al mismo tiempo preparaban el camino para el
poder absoluto que deseaba asegurar a Bolívar cuando
llegase. En la primera oportunidad se quejó al Con-
greso de la mala administración de la fortaleza, des-
perdicio de víveres, municiones, etcétera, y soldados
mal provistos. Las quejas oíanse con avidez- por mu-
chos diputados que a la sazón sesionaban en una ca-
pillita del Callao, y nombraron al general Sucre go-
bernador de los castillos. Este proceder irritó a Eiva
Agüero que por ese tiempo vivía en los castillos. El
general Sucre, sin embargo, no se detuvo allí pues ;

más adelante manifestó que sus disposiciones para


proseguir la guerra se inutilizaban al no ser aproba-
das por el presidente que nada entendía en cuestio-
— 122 —
nes militares. En consecuencia se suscitó un debate
largo y muy acalorado en el Congreso, durante el que
los partidarios de Kiva Agüero se mantuvieron fir-
mes pero sus enemigos eran también numerosos y se
;

sancionó que el general Sucre tuviese el mando su-


premo, político y militar, en la parte del país ame-
nazada por el enemigo, hasta el arribo de Bolívar.
Esta resolución, como es natural, concluyó con el
poder de Eiva Agüero en el Callao, quien se dirigió
por escrito al Congreso renunciando la presidencia y
pidiendo pasaportes. El Congreso, sin vacilar un mo-
mento, aceptó la renuncia y le acordó permiso para
ir donde quisiera, después de rendir cuentas debida-
mente, y entregar los documentos públicos, etc.,
que tenía en su poder.
Sin embargo, el mismo día siguiente, el Congreso
resolvió trasladarse y fijar el nuevo asiento del Gobier-
no en Trujillo, volviendo a nombrar a Kiva Agüero
y pidiéndole fuese con los diputados. Sus amigos le
persuadieron que accediese a este arreglo y el gene-
;

ral Sucre quedó en el Callao al mando de las fuerzas.


Congreso y presidente se embarcaron el 26 de junio,
en compañía de numerosos emigrantes. He anticipa-
do así, en cierto modo, mi relato, para completar el
curso de las intrigas de Kiva Agüero, Sucre y el Con-
greso, que después dieron resultado tan triste para la
paz del Perú. Ahora continuaré donde lo dejé.
El 19 de junio llegaron dos transportes con seis-
cientos hombres procedentes de Guayaquil, y Bolí-
var era esperado cada día. Por la noche no¡5 alarmó
el rumor que Lima estaba en llamas ; todos los ha-
bitantes salieron corriendo del Callao para ver, y en
verdad se observaban numerosas fogatas en todas di-
recciones y muchas conjeturas se hacían acerca del
origen. Quienes tenían casa y bienes en Lima sen-
tían ciertamente que el incendio era positivo ;
pero

É
— 123 —
muchos otros estaban persuadidos de lo contrario, y
resultó que las luces procedían solamente de los fogo-
nes del ejército español acampado entre Lima y
Callao.
Con las primeras luces de la mañana, el 20 vimos
que el enemigo había tomado posiciones sobre una
fila de cerros artificiales, restos de construcciones o
cementerios de los antiguos indios. Era sitio bien ele-
gido, de donde podían ver todo lo que pasaba en el
Callao. El general Miller llegó en un reconocimiento
tan cerca de un cuerpo español que pudo conversar
con ellos, y uno de los oficiales le dijo en broma que
él (el oficial español) deseaba unirse al general Mi-
ller que era del regimiento de negros arequipeño y
;

todo el cuerpo tenía la misma opinión. Esta declara-


ción fué mal interpretada por un dragón de Miller,
que inmediatamente regresó galopando al fuerte con
la noticia de que el regimiento de Arequipa se había
pasado y venía en camino para unirse a los patriotas.
Había yo avanzado con mi anteojo' unas millas por el
camino, a la altura de Bella vista, para ver lo que pu-
diese, y oí el rumor más discordante en el Callao ;

dándome vuelta observé que toda la población se de-


rramaba frente a los castillos exactamente como abe-
jas saliendo de la colmena para enjambrar. Así que
pasó mi primera sorpresa me pareció ese clamor de
gozo más bien que de terror, y por tanto dime prisa en
regresar y saber las buenas nuevas. Cuando me apro-
ximé a la multitud abigarrada, me interrogaban cen-
tenares de bocas «¿Los ha visto? ¿Vienen?» «¿Vis-
:

to a quién? ¿Quién viene?», naturalmente, contes-


taba. Entonces me dieron la falsa información traí-
da por el dragón. Cerca del sitio donde me encon-
traba se ofrecía la escena más ridicula del mundo. El
presidente de la Eepública, con su estado mayor de
gran uniforme, y majestuosa condescendencia, había
— 124 —
salido para recibir a los patriotas hijos del país, deser-
tados del enemigo, mientras los demás de la multi-
tud se abrazaban con exclamaciones de : «¡ Qué día
feliz! ¡
Qué golpe mortal al enemigo!» Entretanto
llegaron uno o dos dragones sueltos que nada sabían
del' suceso y por fin, un oficial que había ido a saber
;

la verdad volvió con la noticia de que era un error.


,

Toda la escena cambió al instante, y el presidente y


todos en silencio se metieron cabizbajos en sus casas,
disgustados y medio conscientes del tonto papel hecho.
Hoy entró un buque procedente de Arica, con des-
pachos del general Santa Cruz, datados el 9 de junio,
comunicando que los barcos habían arribado a puerto
con felicidad y que las tropas, debido al buen acor
;

modo de los transportes, estaban notablemente bien


de salud. La expedición había desembarcado siendo
bien recibida por los habitantes, y en consecuencia
se hicieron salvas en todos los fuertes del Callao. Hoy
también se ajustó contrato con algunos comerciantes
ingleses y extranjeros, para proporcionar barcos, et-
cétera, que transportasen 3.000 hombres, con víve-
res para cuarenta días, en una expedición secreta.
Como el buque en que estaba mi familia era de
los transportes contratados, vime obligado a dejarlo,
y, después de buscar buques y casas, no pude encon-
trar lugar donde refugiarnos. Tenía en efecto conmi-
go una orden de don Andrés Keboredo para una casa
suya del Callao pero un oficial la ocupaba ya, y yo
;

no deseaba vivir en tierra, pues eran frecuentes las


alarmas de que los españoles entraran de noche en la
ciudad.
ün inglés que ejercía la medicina en Lima salió
a caballo para ver el campamento español y solicitó
permiso de Canterac para bajar al Callao y visitar al-
gunos enfermos. Se le ooncedió y despachó una parti-
da que Le acompañase hasta la g^vanzada patriota, cer-

— 125 —
cfi do Bellavista. Como era la piimera comunicación
que teníamos de la ciudad desde la entrada de los es-
pañoles, naturalmente estábamos ansiosos de noticias.
Afirmó que la fuerza española consistía en cinco á
seis mil hombres, de los que 2.000 estarían en Li-
ma quizás, que los ingleses hasta ahora habían sido
respetados, aunque nada se resolvía tocante a sus bie-
nes, que el Cabildo había requisado 300.000 duros,
principalmente despojando las iglesias de la poca pla-
ta labrada que quedaba, y que el enemigo nada supo
de la expedición de Santa Cruz hasta llegar a Lima.
Cuatro marineros ingleses, tomados prisioneros en
x\rica, también llegaron como desertores. Primero
habían abandonado un bergantín patriota en la costa
y alistádose en la caballería española pero pronto se
;

cansaron del servicio y resolvieron dejarlo en la pri-


mera oportunidad. Calculaban el ejército realista en
8.000 hombres y agregaban que muchos españoles
;

desertarían si tuvieran cerca fuerza patriota adecuada


para protegerlos.
Con mucha dificultad obtuve acomodo para mi fa-
milia en el Harleston, de la India, y me trasladé a
bordo. Estaba completamente lleno y nos vimos obli-
gados a aguantar muchos inconvenientes.

XXII
ENTREVISTAS DEL CAPITÁN PRESCOTT CON CANTERAC.
CARÁCTER DE CANTERAC Y DE LOS GENERALES LORI-
GA, MJLLER Y RAULET. —
AMAGO DE ATAQUE AL CA-
LLAO. —
NUEVA EXPEDICIÓN A INTERMEDIOS.

El capitán Prescott regresó del campamento es-


pañol el 23 de junio, después de entrevistarse dos ve-
ces con Canterac. La primera a causa que aquel ge-
neral exigía de la ciudad la suma de 350.000 duros,
— 126 —
antes de las cuatro de la tarde era del todo imposible
:

conseguir la suma dentro del plazo fijado, y el capitán


Prescott, en nombre de los comerciantes ingleses, tra-
tó de inducirle a disminuir la exigencia. Halló a Can-
terac cortés pero resuelto dijo que si los ingleses en-
;

viaban sus bienes al campamento serían protegidos,


pero mientras estuvieran en la ciudad debían correr el
albur. Después de mucha conversación desagradable,
Canterac, sin embargo, quedó convencido por la caba-
llerosidad y argumentación sólida del capitán Pres-
cott, y modificó la resolución ;150.000 duros se pa-
garon en el plazo especificado, pero nunca supe si to-
da la suma exigida se completó después. El capitán
Prescott, en la última entrevista, cuyo objeto preciso
no recuerdo, fué recibido por Canterac en su carpa sin
más en ella que un catre de campaña, uno o dos baú-
les para sentarse y un cajón de vino francés.
El general Canterac desciende de francés o es fran-
cés de nacimiento ; y en la lucha de los ejércitos de
Bonaparte con los españoles, en la guerra peninsular,
tomó parte con los últimos y sirvió como coronel,
mientras, por coincidencia singular, San Martín com-
batía del mismo lado. Cuando las tropas depusieron
al virrey Pezuela por incapacidad, Canterac fué ac-
tivísimo, y como segundo de la Serna, cuando éste fué
nombrado virrey por el ejército, asumió el comando
en jefe de las fuerzas. Es buen oficial y entiende de
táctica militar ;
pero se me ha dicho que personal-
mente de ningún modo es valiente cierto que no ess
:

querido por los soldados como Valdez, más intrépido


y audaz en el mando. Es de baja estatura, rubio, con
finas barbas ensortijadas. Todos los oficiales usan bar-
ba y se dice que en su primera retirada de Lima, prO'
;

metieron no afeitarse hasta volver vencedores. Cual-


y
quiera sea la causa, como a menudo están expuestos
a bruscos cambios de clima aseguran que el cabello les
.proporciona útilísimo abrigo en la cara.
— 127 —
A las 10 a. m. del 20, mucho nos sorprendió un
cañoneo de los fuertes. Inmediatamente tomé un bo-
te y fui a tierra. Encontré el Callao en fermentación
y Ueno de tropas, pues se esperaba que los españo-
les intentasen atacar la plaza. Subí a una azotea atrás
de la ciudad, que dominaba toda la escena, pues no ha-
bía diez yardas del parapeto que unía los fuertes ;

desde' este sitio, podía ver todos los preparativos de


ambas partes. Observé las tropas colombianas aposta-
das en diferentes sitios, todos los fuertes y baterías
con sus dotaciones, y el regimiento argentino de ne-
gros, fuerte de 500 plazas, en el parapeto que une los
castillos con el gran fuerte Eeal Felipe parte de la
;

ciudad del Callao también había sido derribada y des-


pejada para hacer, en caso necesario, resistencia más
eficaz.
El grueso de los españoles estaba en Bellavista,
donde se hallaban cubiertos por los edificios que aún
quedaban en pie. Su izquierda estaba en una especie
de huerta defendida por pared baja, detrás de la que
vi gorras blancas de la infantería, y hombres de bru-
ces parapetados en diferentes terraplenes. Su dere-
cha estaba justo fuera de tiro de cañón del fuerte iz-
quierdo patriota y desde este punto avanzaron sus es-
caramuzadores entre el matorral y por las zanjas casi
hasta tiro de mosquete. Me afligió que los realistas
nunca pensaran en atacar realmente los fuertes, pues
la posición de los patriotas era tan sólida, y sus fuer-
zas no muy inferiores a las españolas y resultó que
;

Canterac deseaba provocarlos si era posible a salir


de las defensas y empeñar combate en campo abierto.
A medio camino entre Bellavista y el fuerte prin-
cipal del Callao hay una cruz de madera con pedestal
de piedra en este punto el general Miller, que andaba
;

en reconocimiento con el coroíiel Eaúlet, encontró al


general español Loriga y celebraron una conferencia
que duró algún tiempo.
— 128 —
El general Loriga es muy nada sim-
valiente, pero
pático al ejército realista por su genio intemperante ;

y a no ser, en otros respectos, militar estimable, el vi-


rrey probablemente no le hubiera dejado seguir en el
servicio. A consecuencia de su índole apasionada tiene
orden expresa del virrey de nunca usar espada sino en
actos de servicio porque ha matado, de rabia, a varias
personas en diferentes épocas. Entre él y el general
Miller existía una especie de amistad romántica, por
haberse los dos mutuamente salvado la vida en tiem-
.pos que había orden en ambos bandos de fusilar a to-
dos los prisioneros.
El general Miller es inglés, y sirvió en la guerra
peninsular como teniente de artillería se unió al ge-
;

neral San Martín en Chile y mandó los marinos del


lord Cochrane en el asalto de Valdivia, donde fué he-
rido muy gravemente. Salió con la expedición de San
Martín al Perú con grado de mayor y condujo un
,

cuerpo de tropas destinado para atacar a Pisco, mien-


tras su amigo el coronel Charles mandaba otro. El
lugar fué tomado peleando contra fuerzas muy supe-
riores, pero Miller y Charles cayeron en el momen-
to de la victoria :se les llevó a la misma carpa, pero
Miller sobrevivió al amigo muerto de sus heridas. Ha
sufrido horriblemente en la causa independiente, ha-
biendo explotado la mezcla de combustibles que esta-
ba preparando en la isla de San Lorenzo, en época
que el lord Cochrane« bloqueaba el Callao y trataba
de destruir los barcos españoles con brulotes. Esa
ocasión Miller estuvo postrado días, con la cara como
bofe y tomaba alimento por un canuto de plu-
ma. Además es manco por tener «atravesada la palma
de la mano por una bala de mosquete. A las órdenes
de San Martín, reclutó y mandó la legión peruana,
modelo de disciplina en el ejército. Es el único inglés,
de los pocos- al servicio de los patriotas, que ha aseen-
— 129 —
dido ;fué general y fundador, el grado más alto, de la
Orden del Bol de San Martín, a la edad de veintisiete
años. Es excelente oficial para comisiones peligro-
sas valiente, dispuesto y activo. Los realistas tiénen-
;

le gran respeto y más miedo que a cualquier otro


jefe patriota. Conoce bien el Perú y es muy querido
por los nativos, a tal punto, que ha podido sostenerse
en país enemigo con fuerza diminuta. Su persona es
alta y caballerosa, sus maneras atrayentes, moderadas
y modestas.
El coronel Kaulet es francés y oficial, intrépido y
temerario que ha dado cumphmiento a las empresas
más arriesgadas de manera valerosa. Ha pasado la
mayor parte de su vida en medio de la revolución y
fué preso en España a causa de sus opiniones. Creo
que se juntó a San Martín antes de la invasión a Chi-
le, pero no me consta. Fué de la expedición al Perú ;

y durante las operaciones de San Martín en la costa


se distinguió grandemente al frente de poca caballe-
;

ría, sorprendía al enemigo en cualquier situación. Es


excelente jefe de guerrillas, pero no ha demostrado
en general suficiente consideración con los habitantes
pacíficos. Su vida ha sido llena de aventuras y su con-
versación recae muchísimo en anécdotas de su carre-
ra mihtar. Después de la ocupación de Pasco por los
patriotas, cuando Arenales hubo derrotado al general
español O'Keilly que ocupaba la ciudad, el capitán
Raulet fué enviado de parlamentario al cuartel ge-
neral de Jauja. A su regreso entró en Keyes, pueblo
a doce leguas de Pasco, habitado por indios vaqueros,
todos celosos patriotas, que confundieron su uniforme
con el español y le tomaron prisionero. Exhibió su pa-
se que ninguno pudo leer :
y no obstante sus afirma-
ciones de ser amigo, lo ataron de pies y manos, des-
pojándolo de todo, y cada uno le dio una trompada
por tmaldito godo» la mañana siguiente, después de
;

NARRACIÓN. --9
-^ 130 —
recibir el mismo tratamiento, lo sacaban para arcabu-
cearlo, cuando felizmente llegó al pueblo un oficial
montonero que lo reconoció y salvó.
Mientras estos tres oficiales conversaban juntos,
Canterac había avanzado considerablemente desde Be-
llavista, con un dragón asistente, para reconocer los
castillos y permaneció a tiro un cuarto de hora con
;

anteojo en mano, y poncho blanco y sombrero de paja.


Como a las tres de la tarde, dos compañías de ca-
zadores salieron del fuerte chico para desalojar a los
escaramuzadores a quienes cargaron a la bayoneta e
hicieron retroceder ;
pero cuando los cuerpos realis-
tas avanzaron en protección, las dos compañías regre-
saron a los fuertes. Poco después cesó el fuego, y Can-
terac, encontrando no poder inHucir a los patriotas a
dejar las fortificaciones, retiró sus fuerzas.
Los españoles permanecieron quietos al día siguien-
te aunque los patriotas esperaban que volverían a
avanzar, y en la noche, por tanto, habían estacionado
dos bergantines de guerra cerca del fuerte de la izquier-
da que era el más expuesto. Caminé por el terreno
que ocupó ayer el enemigo pero sin encontrar cadá-
veres, habiéndose llevado cada bando sus muertos y
heridos. Los españoles perdieron un coronel una bala
:

que entró en una masa del ala izquierda mató e hirió


diez y siete hombres. Bella vista tenía también aspecto
de haber soportado el cañoneo.
Hoy arribó un barco de Valparaíso, con noticias
del horrible temporal del Norte ocurrido el 9 de junio,
que echó a tierra e hizo naufragar catorce barcos, y
averió muchos otros. Esta tormenta ocasionó demo-^l
ra a la expedición que se aprestaba en Valparaíso parai
unirse con Santa Cruz, pues se perdieron los transpor-
tes que debían conducir las tropas y con ellos muchas
armas y equipos ya embarcados.
El gobierno y los comerciantes estaban ahora ac-
-- 131 —
tivamonte empeñados en alistar otra expedición a In-
termedios, mientras el ejército español permanecía
inactivo en su campamento delante del CaUao. Co-
mo 3.000 hombres se destinaron a este servicio en dos
divisiones, una mandada por MiUer y otra por Alvara-
do eran principalmente colombianos y el general
; ;

Sucre iba a zarpar detrás de ellos a la brevedad posi-


ble, para asumir el mando en jefe. La primera divi-
sión del general Miller partió el 3 de julio y la otra
el 7 del mismo mes. Entretanto la ciudad había sido
frecuentemente alarmada de noche, por escaramuzas
furiosas fuera de las murallas entre las avanzadas pa-
triotas y la caballería española.
Así que Canterac tuvo noticia de la salida de la
expedición Miller, despachó al general Valdez con un
cuerpo de tropas para oponérsele, y se refería confi-
dencialmente por desertores y otros de Lima, que el
cuerpo principal de los realistas pronto levantaría cam-
pamento y se retiraría.

XXIII

—HUACHO Y SUS HABITANTES INDIOS.


VIAJE A TRÜJILLO.
—DIFICULTAD PARA CONSEGUIR CABALLOS. —EL PAÍS
CERCA DE HUACHO. —HUAÜRA Y EL DESIERTO ARE-
NOSO.

El 8 de zarpaba un barco para Trujillo, y co-


julio
mo tenía asuntos que arreglar con el presidente y el
Congreso, me presenté al general Sucre y recibí su
correspondencia. Luego me embarqué en la goleta
Carmen. Debimos salir a la tarde, pero nuestra ancla
se enredó en el cable de la fragata Venganza, y nos
detuvo hasta hora avanzada. Mientras tratábamos de
zafar, el primer teniente del Chimhorazo bergantín de
,

guerra colombiano, capitán Ramsay, vino a bordo y


. , — 132 -^

ordenó no salir de noche, por haberse dado contraor-


den en virtud de la fuga reciente de algunas personas
endeudadas con el Gobierno. El teniente se quedó a
bordo, bebiendo ponche con el capitán y el piloto de
la Carmen, y como los tres se emborracharan un poco,
se siguió una gresca terminada con la captura del pi-
loto por los marineros traídos a bordo por el teniente.
Se le condujo al Ghimhorazo pero una hora después
,

fué devuelto por el capitán Kamsay y a las cuatro de


la mañana la C afinen se hizo a la vela.
Con viaje incomodísimo de dos días y dos noches,
aunque la distancia no sea más de treinta leguas, en-
contré que nos íbamos aproximando a la región de la
costa en que está Huacho. Todo el país, cuando lo
costeábamos al largo parecía sucesión de altos cerros
de arena y fuerte marejada rompía en las rocas. Cru-
zamos la hermosa bahía de Salinas donde estuvo la
flota de San Martín, cuando su ejército se hallaba en
esta región y, doblando un promontorio escarpado
;

entramos en una bahía chica, cerca de Huacho. Sen-


tíame tan enfermo del viaje que resolví dejar la Car-
men y seguir por tierra si era posible. En consecuen-
cia, el 2 desembarqué con mi criado, dejando que el
equipaje siguiese por mar. La marejada, aun dentro de
la bahía, es tan fuerte, que hace desagradabilísimo y a
veces inseguro desembarcar. El bote no puede apro-
ximarse a la orilla por el poco fondo, pero los indios lle-
van los pasajeros a babuchas.
Desde el desembarcadero hay una milla de playa
con césped, bañada por arroyitos que bajan escurrién-
dose del cerro, aquí tan cerca del mar que deja so-
lamente este estrecho escape. En el tope de esta altura
está Huacho, uno de los lugares más ruines que vi en
el país. En los suburbios vense chozas indias, de ca-
ñas entretejidas, con techos planos de una estera espe-
cial sobre la que a veces desparraman un poco de barro.
— 153 —
La raayor parte de los indios son pescadores, de raza
robusta e intrépida, gordos, rollizos y de buena ín-
dole, aunque con facciones más bien tristes. Tienen
sombreros manufacturados con una especie de junco,
imitación Jipijapa, pero inferiores ; éstos, así como
las tabaqueras, se hacen principalmente por mujeres
y niños que en cuclillas trabajan al frente de las casas.
Los* indios de ambos sexos usan larguísimo cabello
negro, echado atrás y hecho trenza colgando sobre la
espalda. Ambos sexos andan vestidos con el tosco pi-
cote azul del país, los hombres con chaquetas y gran-
des calzones amplios, abiertos en las rodillas, que lle-
gan, sin embargo, casi hasta los tobillos. Las muje-
res usan camisas de manga corta, de picote azul, abier-
tas en el pecho, y enaguas azules espesamente acol-
chadas, llenas, redondas, y tan largas que no se ven
los pies. Hombres y mujeres se atan la cintura con
faja retorcida de colores, que consideran grande ador-
no. La clase mejor de mujeres indias tienen una vesti-
dura bajo la camisa tosca de lana hecha de hilo, con
peto bellamente bordado, dejando siempre el cuello
descubierto. Los niños, si no están completamente
desnudos, usan camisitas azules.
Lo mejor de la ciudad es la plaza y dos o tres ca-
lles ; aquí las casas son de construcción más sólida,
pero hay gran falta de aseo en toda la ciudad. El polvo
fino de las calles cubre absolutamente los zapatos, y
como los edificios son de barro y sin blanquear, tie-
nen aspecto sucio e incómodo. Las casas generalmen-
te sujetas al mismo plano, tienen una columnata al
frente, que sale del techo chato y se apoya en una pa-
red de adobe de tres pies de alto donde los habitan-
tes se sientan y fuman. El interior se compone gene-
ralmente de dos antecámaras que ocupan todo el fren-
te. Atrás de éstas hay uno, dos o tres dormitorios
y
corral al fondo. Esta ciudad y sus contornos son fa-
— 134 —
mosos por haber sido largo tiempo cuartel general de
San Martín. Su ejército sufrió horriblemente aquí por
las enfermedades ; 2.000 de los 4.000 hombres que
trajo de Chile, murieron en los cuarteles.
No había posta donde conseguir caballos, y acu-
dí al gobernador de la ciudad que estaba sentado en
un cuarto sucio entre una pila de papeles polvorosos.
Así que mencioné el pedido de que me facilitara -caba-
llos para a Trujillo, pareció tan desconcertado co-
ir
mo si le hubiese pedido dinero, prorrumpiendo en
grandes exclamaciones. Por fin, oí que el coronel La-
valle, al mando de tropas próximas, de granaderos
a caballo y batallón núm. 11 de infantería había
requisado todos los caballos y por tanto a él debí di-
rigirme. Le visité por consiguiente, y cortésmente
me otorgó pasaporte para Trujillo, poniendo caballos
del Estado a mi disposición, y ordenando a los tenien-
tes gobernadores de los pueblos del tránsito me facili-
tasen cualquier acomodo y ayuda. Por tanto ahora
esperaba seguir cómodamente, y llevando mi pasa-
porte donde el gobernador, pedíle inmediatamente dos
buenos caballos para mí y el criado. Entonces supe
que «caballos del Estado» eran los de la pobre gen-
te poseedora de algunas míseras bestias, indignas de
ser arrebatadas por los granaderos a caballo. Mandó
buscar al alcalde, indio descalzo, pero, no obstante, por
su empleo, personaje formal y dignificado (con gran
sombrero de paja blanca y azul, que creía lindísimo,
y vara que aumentaba su importancia), y después de
una consulta en que hallé ser sumamente difícil con-
seguir caballos y mucho menos buenos, los ministros
o corredores deí alcalde, fueron enviados para requi-
sar los que encontrasen.
Después de esperar bastante tiempo, dos o tres
mancarrones con lomos lastimados, y puntas (aunque
no las buenas) muy discernibles, se trajeron para que
— 135 —
eligiese ;gobernador me informó que irían solamen-
el
te hasta una legua de Huaura, donde encontraría
abundancia de buenos caballos. Necesitaba, en efecto,
librarse de mí a cualquier precio, y, dadas las circuns-
tancias, difícilmente puede vituperársele. Como so-
lamente había una silla y brida, lo difícil ahora era
conseguir montura para mi criado. Averigüé si habría
alguna odel Estado» y me dijeron comprase una silla
vieja por la ^ue pagué el doble de su valor, pero en
ninguna parte podía conseguir brida o estribos. Los
ministros del alcalde, por tanto, se pusieron de nuevo
a la obra, y sacaron el freno al caballo de una pobre
mujer a quien, sin embargo, pagué en la misma pro-
porción que por la silla. Al fin montamos, después
de obligar a un indio que nos sirviera para correr a
nuestro lado como guía y regresar con los caballos.
Sin embargo, pronto alcanzó un conocido que llevaba
el mismo camino y montó en ancas.
Los indios primitivos^ aprovecharon todas las co-
rrientes de la cordillera y, llevándolas desde sus fuen-
tes por innumerables riachuelos, las han utilizado de
la manera más económica en el regadío de sus tierras ;

y toda la costa del Perú, desde el desierto de Ataca-


ma hasta su confín norte, es desierto arenoso y seco,
excepto donde algún río baja de las montañas al mar.
En su cercanía se produce el verdor más bello y la
más lozana vegetación, con suelo generalmente de
tierra negra profunda. El valle divisorio entre Hua-
cho y Huaura, bien regado, es deliciosísimo, poco
menos que un paraíso, comparado con las montañas
estériles que lo limitan. Los potreros son chicos y di-
vididos por cercos vivos cubiertos de enredaderas, y
diversificados por árboles con fruta de colores vivísi-
mos, la amarilla naranja, verde chirimoya, cachos de
banana y uva purpurina están llenos además de pá-
;

jaros con bellísimo plumaje, mientras la quejumbrosa


— 156 -^

tórtola peruana, con arrullo distinto de la europea,


agrega su dulce voz al encanto del paisaje. Las semen-
teras de estos ricos y bien cultivados potreros son
mandioca, alto y lustroso maíz, y alfalfa, alimento
universal del ganado peruano. El efecto, sin embar-
go, de este bello paisaje mucho se malogra con el mí-
sero aspecto de las chozas inmundas de los habitantes.
Se entra en Huaura por un puente provisorio e in-
seguro tendido sobre una quebrada profunda en cuyo
fondo corre el torrente fertilizador del valle. Todavía
se ven restos de un hermoso puente de ladrillo, pero
fué destruido por San Martín y se derribaron obras
frente a él para proteger el pequeño ejército enfermo.
La ciudad misma es respetable, con la calle principal
bastante bien edificada y casas a estilo de las mejores
de Huacho. Tiene también iglesia, y, ubicada sobre
el cerro, ofrece linda vista de la bahía de Salinas. Me
contrarió tristemente cuando acudí al gobernador (que
por la mañana había estado con el coronel Lavalle y
recibido órdenes de patrocinarme) y resultó que no ha-
bía podido encontrar caballos de ninguna clase ; así,
vime obligado a seguir en los mancarrones montados
hasta Supe, distante siete leguas; aunque, haciendo
justicia a las pobres bestias, se habían portado mejor
de lo que esperábamos.
El país, cuatro leguas más allá de la ciudad, era
siempre fértil y alegre pero después se convirtió en
;

una serie de llanuras y cerros arenosos, llamadas en


el Perú pampas sin agua. En estos horribles desiertos
no hay el menor vestigio de vegetación y, en muchos
sitios aparecen sobre la arena yacimientos de sal
g^ma. Tal es el caso en toda la región de este país, del
que toma su nombre la bahía de Salinas que se en-
cuentra cerca, y constituye ramo de comercio muy im-
portante. El camino a través de desiertos, llamado ca-
mino real, es una senda en la arena o en las rocas, por .|
137 —
todo con osamentas desparramadas y huesos emblan-
quecidos de animales que han muerto de "cansancio y
sed como el clima es constantemente seco decaen
;

muy lentamente y se acumulan con el tiempo.

XXIV
SUPE. —CENA CON EL GOBERNADOR. —BARRANCA Y SU
RÍO. —PATILVICA. — AGRICULTURA PERUANA. RUI-
NAS INDIAS Y DESCRIPCIÓN DE LA COSTA Y PAÍS.

Estaba obscuro cuando alcanzamos el tope de una


alta lomada arenosa, desde donde veíamos simplemen-
te el valle de Supe, más obscuro que el arenal cir-
cundante. Después de dar vueltas entre altos cercos
vivos, que excluían completamente la vislumbre que
de otro modo habríamos disfrutado, entramos en cam-
po abierto donde, por el ladrido de centenares de pe-
rros, conocimos hallarnos en los arrabales. La ciudad
tiene plaza donde están la iglesia y la casa del go-
bernador el resto se compone de casas de adobe como
;

las de Huacho, y chozas indias de caña. Se halla a


una milla del mar y tiene tráfico costanero con Lima y
Tnijillo.
Cuando presenté mis pasaportes al teniente gober-
nador me ofreció su casa diciéndome que la familia
se había retirado al interior llevando consigo todo lo
valioso y movible, pues se había esperado a los rea-
listas. Pronto se nos juntó el marqués de Casa Mu-
ñoz emigrado de Chancay, donde tiene fundos, a Ba-
rranca, ima legua de Supe tenía consigo pocos subal-
:

ternos armados de lanza todos los caballeros del país


;

formaban bandas guerrilleras, tanto para molestar al


enemigo como para defender sus bienes. El goberna-
dor de Supe había ocupado el empleo mientras los
,

^ 138 —
españoles conservaron autoridad, y lo confirmaron los
patriotas.
Sin probar bocado desde que dejamos el barco en
la mañana, no me disgustó ver la cena en la mesa,
consistente en chupe y picadillo de gallina. El chupe
es buen manjar, originariamente aprendido de los in-
dios, y compuesto de pescado, huevos, queso y papas,
estofados juntos. Los comensales se sientan alrededor
y cada uno con su cuchara se sirve lo que guste. No
se usaban platos, aunque se puso uno para mí por
cumplimiento. Después de la cena se trajeron dulces
en cajita de madera, acompañados de un cántaro de
agua cristalina. El teniente gobernador se disculpó de
no tener cama para mí, pero puso un pellón blando
sobre la mesa y, con mi montura por almohada, ha-
bría dormido notablemente bien si las pulgas, que
hierven especialmente en la costa, no me hubiesen casi
devorado.
A las 9 a. m. del 14 de julio, pasaba la gran
dificultad de conseguir caballos, que al fin resultaron
casi tan malos como los de ayer, partí, bebiendo pre-
viamente con el padre que habitaba puerta por medio,
f

una mezclilla de cerveza, aguardiente, azúcar y hue-


vo, combinación para que el buen cura se pintaba solo.
No lejos de la ciudad, la yegua vieja que montaba mi
criado se echó en el camino, de pura debilidad por
:

consiguiente, sin ceremonia entramos en un potrerito


donde vimos un caballo pastando, lo tomamos y deja-
mos la yegua vieja en reemplazo. Después de mar-
char media legua por un arenal desierto, llegamos al
valle y pueblo de Barranca, por el mismo estilo de
Supe. Encontré al gobernador, hombre bien criado,
a caballo, y me invitó a almorzar en su casa, una mi-
lla del pueblo, sobre mi ruta, mientras dio órdenes que
se nos trajeran dos buenos caballos. Me obsequió co-
mida excelente de picadillo de gallina y chupe y, en
— 139 —
seguida, chocolate con tostadas. Era un oficial que
había servido a las órdenes de San Martín y por con-
,

siguiente conocía muchas personas con quienes yo es-


taba en relación. Después de almorzar, los caballos
(verdaderamente óptimos) estuvieron listos para la
etapa siguiente a Guarmey e insistió en acompañarme
hasta el río, para verme vadearlo con seguridad. El ca-
mino en aquel lugar corre por grandes campos cultiva-
dos, con tapias y no con los bellos cercos vivos y flo-
ridos que tanto admiré en el valle de Huaura.
Se llega al río de Barranca mediante una bajada
rápida en la ribera alta formada por grandes guijarros
y tierra por ser la estación seca meramente lo compo-
;

nían tres torrentes separados, con agua que llegaba a


las costillas, pero inseguros, pues el lecho es de inmen-
sos cantos rodados^ que ofrecen para el caballo piso
muy incierto la anchura del cauce en total quizás
:

sea más de un cuarto de milla, y cuando llueve en la


Cordillera se llena por completo, corriendo con furia, y
arrastrando árboles y aun rocas, que lo hacen gene-
ralmente impagable. Algunas veces, sin embargo, se
pasa con los caballos a nado, pero muchos se han per-
dido al intentarlo. En la otra banda, el terreno es bajo
y pantanoso, cubierto de matorrales algún trecho, y
los caballos marchan con dificultad en distancia con-
siderable con el agua a las costillas. El terreno pronto
empezó a levantarse y vinimos a un lindo ingenio azu-
carero, perteneciente a un noble residente en España,
cuyo hermano, viejo realista, vive el lugar. El ca-
en
mino pasa por el patio, y como un
caballero venía de
Barranca e iba conmigo hasta Patilvica, se detuvo
para hablar con el viejo plantador. Es fundo notable-
mente bueno, con capilla y edificios cercados de alto
muro, como fortaleza. Cuando pasamos la portada en-
tramos en un gran patio oblongo, con linda casa en
un extremo, y el resto ocupado por el molino, trapi-
— 140 —
ches y cuartos de esclavos. La tierra está abundante-
mente provista de a^ua llevada a todas partes por ace-
quias de manipostería algunas plantaciones empeza-
;

ban a brotar, otras se hallaban en pleno crecimiento,


y otras más a medio desarrollar.
Poco después llegué al pueblo de Patilvica, qui-
zás mayor que los ya vistos. Algunas casas, también,
son más cómodas, aunque el polvo y suciedad de las
calles son tan grandes aquí como en cualquier parte.
Me demoré simplemente para presentarme al presi-
dente del departamento de Lima, que aquí acaba ;

había emigrado al aproximarse los españoles, y el res-


petable caballero anciano fué bastante bondadoso pa-
ra darme pasaporte ordenando empeñosamente a los
tenientes gobernadores del trayecto que me facilitasen
todo.
Después de andar una legua por país bien cultiva-
do, campos abiertos, cercados de tapia, llegamos a una
casa grande y por creer el guía que sería mejor sa-
;

car algún maíz para Iqs caballos, resolvimos conse-


guirlo aquí. Nuestro guía exigió maíz para «caballos
del Estado» naturalmente sin pagar, lo que nos atrajo
,

la familia entera. El propietario,- muy razonablemen-


te requirió ver la autorización pero concluí la disputa
;

diciendo que pensaba pagar todo el anciano entonces


:

nos señaló un, montón de maíz rogándonos tomásemos


gratis lo que necesitáramos.
Como viajar a caballo es tan universal en este país,
se han inventado numerosas comodidades para dismi-
nuir la fatiga del camino por ejemplo, sobre las si-
;

llas y debajo del pellón, se ponen frazadas, sábanas,


etcétera ; también se llevan cruzadas al animal alfor-
jas de algodón fuerte, como maletas inglesas que con-
tienen ropa blanca, comestibles, etc. para beber los
;

jinetes llevan en la cabezada de la silla un porongo


o un par de chifles con tapas de plata.
— 141 -*.

He mencionado que más allá de este fundo nues-


tra ruta seguía una legua a través del mismo país
fértil donde tuve oportunidad de ver el método perua-
no de arar. Cuatro bueyes van uncidos casi a la usan-
za inglesa, y el arado en parte es de la misma cons-
trucción, solamente mucho más angosta la uña de ma-
dera y mal hecha, de modo que apenas roza el terreno
dando vuelta al surco a un lado y a otro. Es costumbre,
después de levantar la cosecha, dejar correr algún
tiempo el agua sobre el terreno hasta ablandarlo, y
luego se ara. La profundidad de la linda tierra negra
encontrada en la región regada del país sería asom-
brosa si no recordáramos que desde tiempos inme-
moriables mucho suelo ha sido acarreado desde los
Andes etí cada inundación proveniente de lluvias o
deshielo. La cercanía de Patilvica es de las muy con-
tadas excepciones, pues es de suelo pedregoso ;
pero
el por qué sea diferente del resto, no me puedo expli-
car. Después de arar el terreno y cruzarlo a satisfac-
ción, los agricultores trazan surcos profundos, distan-
tes dos o tres pies entre sí, para que corra el agua ;

luego dejan caer granos de maíz en el declive de tie-


rra tapándolos con los pies. Toda clase de granos o
legumbres se siembran o plantan de esta manera, para
regarlos con menos agua, y más regularidad que donde
se siembre en superficie lisa.
Así que dejamos el campo cultivado, pasando por
una pampa verde, llegamos a orillas del mar y el ca-
mino ahora va por encima de una ribera alta, pedre-
gosa, cubierta de resaca y dientes de ballenas, arro-
jados por el oleaje más tremendo que nunca vi, no so-
lamente por romper con tanta violencia en la orilla,
sino por internarse lejos en el mar en más de una
;

milla el agua era una sucesión de olas revueltas que


parecían unirse al aproximarse a la orilla, de donde re-
trocedían con sonido, a lo Iqjos, semejante a descar-
gas tremendas de artillería.
— 142 —
En esta parte del camino se encuentran dos rui-
nas notables de los antiguos indios, llamadas fortale-
zas la mayor está en el extremo de un llano, al pie
;

de algunas montañas rugosas, como a una legua del


mar. Ofrece aspecto de gran masa cuadrada de tapia,
en forma de pirámide truncada con amplios escalo-
nes. Aunque sin duda muy antigua, no parece haber
sufrido materialmente, pues todos los lados son cua-
drados y los ángulos filosos. Está cubierta en parte
con una especie de estuco en que todavía se ven ex-
trañas representaciones coloreadas de pájaros y bes-
tias. La otra ruina €stá sobre una roca altísima que se
proyecta en el mar, accesible solamente por el lado de
tierra, y eso muy difícil parecía en estado mucho
;

más ruinoso que la otra. Es tradición que desde esta


altura los indios, en la época incaica, solían precipitar
los criminales condenados, como los romanos desde
la roca Tarpeya.
Después de pasar junto a una laguna salada, don-
de todavía existen ruinas de obras utilizadas por los
españoles, entramos en un largo arenal llano, en la
actualidad perfectamente estéril, pero que, por los
restos de acequias y escombros de casas, es muy claro
que el cultivo lo cubrió antes con su verdor. Parece
muy probable que las ruinas indias que acabo de des-
cribir fueran estructuras pertenecientes al Inca, le-
vantabas en un país populoso. Si el agua que antes
alimentó estas acequias ha faltado por completo, o si
los escasos habitantes actuales son demasiado indolen-
tes para tomarse el trabajo que se aplicó a este sue-
lo, no puedo determinarlo pero estoy persuadido, por
;

mi observación, que gran parte de las áridas llanuras


de la costa han sido antes pobladas y cultivadas, y
troncos secos de árboles se ven todavía en varios lu-
gares. Se conjetura, y pienso que plausiblemente, que
el Perú era mucho más poblado en tiempo de los in-

M
^ 143 —
cas que en la actualidad, y que los nativos actuales,
teniendo tierra suficiente bajo cultivo para sus propósi-
tos, no se toman la misma pena y gasto para traer
agua de su fuente, como los indios antiguos estaban
obligados a hacer para que el país soportase mayor
población.
Por otro lado, parece probable haya habido algu-
na revolución de la Naturaleza que cambió entera-
mente el curso de las aguas como que en la costa hay
;

varios grandes cauces llamados por los habitantes ríos


secos, por donde, sin duda, corrió agua, pero la pre-
sente o varias generaciones anteriores no conservan
memoria de ella. Uno de estos anchos cauces secos
está solamente a dos leguas de las notables ruinas
de que he hablado, y el curso de la corriente y la
arena por ella arrastrada, son perfectamente discerni-
bles. Puede suponerse, por tanto, que la falta de
agua obligó a los habitantes a salir de esta región y
emigrar a tierras antes secas pero que el nuevo curso
del agua hizo aptas para cultivo.
El camino luego se aparta del mar por un mísero
distrito arenoso, mientras el casi intolerable calor so-
lar y el paso lento de los caballos en el arenal profun-
do, hacen la marcha doblemente fastidiosa. Pasé esta
tarde por varios cerrillos de diferentes tintes claros que
no puedo explicarme mejor sino suponiendo que los
colores provienen de substancias minerales mezcladas
con arena el rosado, azul y verde eran especialmen-
:

te vivos. Pensé recoger un poquito de cada uno, pero


encontré, al separarlo del cuerpo principal, que perdía
mucha brillantez.
El camino luego entra en una fila de altos cerros
de piedra con vueltas que la gente de la vecindad lla-
ma callejones. Luego se hizo obscuro, y mi guía que,
según yo había observado slgún tiempo, no parecía
seguro de la ruta, por fin declaró no saber dónde nos

— 144 —
encontrábamos por tanto creí mejor acostarme para
;

pasar la noche que seguir vagando fuera del camino.


Desensillando los caballos y atándolos a una piedra
pesada, única manera de asegurarlos en tales luga-
res dímosles espigas de maíz que habíamos traído, y
dividí por partes iguales nuestro pan, queso y agua,
con el criado y el guía. Me acosté en la silla y me en-
volví con la capa, para defenderme del rocío muy co-'
pioso.

XXV

ASESINATOS DE VIAJEEOS. SALVAJE ORILLA INHOSPITA-
LARIA. — —
DIFICULTADES DEL CAMINO. GüARMEY.
EL CURA Y LA CANCIÓN DE SU CONCUBINA.

El 13 de julio, al alba, con alguna dificultad en-


contramos el camino que continuaba girando por pa-
sos angostos donde, en ocasiones, cruces de madera,
sustentadas en montoncitos de piedra, indicaban el si-
tio donde algún viajero había sido asesinado ; en
verdad lugar alguno sería más a propósito con senda
, ,

tan angosta que era imposible evitar, y había poco,


peligro para los asesinos de ser interrumpidos por in-
trusos en la tarea. Saliendo de estas angosturas, el
camino vuelve a bajar a una llanura pedregosa, junto ji
al mar, con arena tan liviana y profunda que los ras-"
tros del animal se borran inmediatamente. Aquí en-
contré algunos que venían de Trujillo, y me confor-
taron con la afirmación que la peor mitad de la etapa;
quedaba por recorrer, cuando les pregunté cuántas le-
guas faltaban, me dijeron, «diez leguas mortales», y
las llamaban así con razón, pues las hallé excesivamen-
te pesadas y fatigosas los caballos a veces se hunden
;

casi hasta el encuentro en* la arena caliente y como de


cuando en cuando trepaban médanos casi perpendicu-

':ñl..
— 146 —
lares trataba de ahorrar mi caballo lo que fuera posi-
ble, pasándolos a pie.
La aquí se cubría de aves marinas, y entre
orilla
ellas abundaban los pelícanos las rocas destacadas,
;

batidas por furiosa y resonante marejada, eran habita-


das por innumerables rebaños de focas cuyos discor-
dantes baUdos y gritos prestaban a la escena rustici-
dad y horror singulares.
Después de estos profundos caminos cerriles des-
cendimos a un valle plano y abrigado, adornado con
arbustos silvestres, verdes y llenos de vida. No vimos
agua pero se encuentra cavando muy poco. Antes
,

una familia intentó residir allí para albergar viajeros,


pero como algunos miembros de ella murieron, los
demás abandonaron el lugar. El valle tiene dos leguas
de largo, y como el suelo es duro resulta camino ex-
celente. Nuestros caballos, sin embargo, comenzaron
a aflojar a causa del camino fatigoso que habíamos
pasado, y unas leguas más adelante el mío se echó la ;

situación, por tanto,- se hizo sumamente desagradable,


pues estábamos a seis leguas del fin del viaje, y pare-
cía imposible que los caballos siguieran adelante. Em-
pecé a mirar huesos de animales esparcidos alrededor
con algunos sentimientos de conmiseración y espera^
ba ver cada minuto que mi caballo cesase de respirar.
Ni asentí a la propuesta del guía que quería seguir
en muía hasta Guarmey y volver con caballos, pues
no podía regresar antes de la noche, y tenía ya mues-
tra de su conocimiento del camino en la obscuridad.
Por tanto, resolví, sucediese lo que sucediese, quedar-
nos juntos y hacer a pie el resto del trayecto. Después
de descansar breve tiempo, sin embargo, conseguí que
mi caballo se levantase y llevándolo de la rienda para
subir una loma arenosa que me cansó excesivamen-
te, volví a montar; el pobre animal. hacía eses con
mi carga, y no había ido lejos cuando volvió a echar-
NAREACIÓN. —10
_ 146 -
se. Al desensillarlo hallé el lomo horriblemente lasti-
mado, pues mi silla lo había desollado gravemente.
Por consiguiente hice que mi criado le pusiera la suya
de diferente construcción, y en seguida lo sentí más
aliviado, y marchamos despacio. El excesivo calor del
valle que acabábamos de dejar había extenuado mu-
cho los caballos por el sol fuerte, sin pizca de aire ;

pero al ganar la altura tuvimos brisa marina que los


refrescó. El camino también era un poco más firme y
cuesta abajo.
Por fin tuvimos el placer de contemplar el bello
valle de Guarmey a tres leguas de distancia. Era
asombroso observar el instinto de los caballos en el
:

momento de discernir el valle, pararon las orejas y


adelantaron con brío hacia el pastaje. A las tres de
la tarde llegamos a Guarmey marchando las últimas
dos millas por callejones angostos,- entre cercos de
ricos alfalfares a que nuestras bestias cansadas vol-
vían lánguidos ojos, no habiendo tenido ningún jugo
en la boca treinta horas.
El pueblo se compone de una calle larga de chozas
indias, con dos o tres casas de adobe, una pertenecien-
te al teniente gobernador, viejo tendero respetable que
parecía reicito entre sus paisanos. Cuando le exhibí
mis pasaportes ofrecióme bondadosamente su casa,
aconsejándome al mismo tiempo no seguir esta tar-
de, pues la etapa siguiente hasta Casma era también
de diez y ocho «leguas mortales». El anciano me
brindó hospitalidad muy amable, dándome chupe ca-
liente especialmente hecho para mí, y sacando una
botella de jerez añejo, un verdadero tesoro ; en efec-
to, casi la vaciamos, mientras yo relataba las noticias
que traía de Lima.
Por la noche fui en su compañía para beber te con
el cura del lugar, hombre instruido que me entretuvo
con sus cuentos sobre las costumbres de los indios del
— 147 —
interior, entre quienes había residido y cuya lengua
conocía. Por los ejemplos que dio deduje que era dulce
y musical, llena de vocales y bien adaptada a las vidas
sencillas e inocentes de quienes la hablan. No obs-
tante el aspecto respetable de este cura, tuve buen
motivo para saber que, en punto de moralidad, no era
superior a la mayor parte de los de su profesión en el
Perú vivía públicamente con una preciosa muchacha
!

interesante, dotada de voz dulce, que nos entretuvo


con la siguiente canción, acompañada, como es usual,
con guitarra :

/
—Corazón, ¿por qué pretendes
Con ese traidor estar?
Si él no te tiene amor,
Deja, corazón, de amar.
— Pretende porque lo quise
Con él a perseverar,
Y aunque él me sea traidor
Yo siempre lo he de amar.

— Cuando más fina lo adores,


Mira, te ha de abandonar ;

Y para no sentir mucho,


Deja, corazón, de amar.
— Bien pudiera a mis fuerzas
Con abandono pagar ;

Pero yo siempre constante


No puedo dejar de amar.

—Hartos consejos te doy


Queriéndote consolar :

Ten presente sus traiciones,


Deja, corazón, de amar.
^ 148 —
—En vano son tus consejos,
No los quiero ni escuchar ;

Ciega estoy en su belleza,


No puedo dejar de amar.
Estaba evidentemente lejos de ser feliz sin más
sociedad que el cura, y había un delicado lamento en
su tono y maneras que despertaba hondísima simpa-
tía ;nada pude saber de su historia. Nos preparó te
conduciéndose con mucha gracia natural pero no-;

té en el cura un modo autoritario muy ofensivo para


ella.
He explicado, al referir la última jornada con re-
gular extensión, la clase de viajes en estos arenales
desiertos todos se parecen muchísimo, menos el ca-
;

mino de hoy, aún más pesado y fatigoso. A cuatro le-


guas de Guarmey, un charquito de agua mala, rodea-
da por pocos arbustos, llamado Las Culebras, fué el
solo sitio de tierra firme encontrado en todo el día.
Como tenía gran horror de que los caballos se aplas-
tasen en el camino, empecé a marchar muy despacio,
y completamente obscuro llegamos a Casma. Mi in-
tención era andar toda la noche, si fuese posible, y
presenté los pasaportes al teniente gobernador, rogán-
dole me despachase inmediatamente. Me informó no
haber un animal en el pueblo, perteneciente a parti-
culares, que sirviese a mi objeto, y que tenía órde-
nes estrictas de no requisar en servicio del Estado los
caballos de posta. Alegremente alquilé caballos de pos-
ta al precio usual pero hallé que vendría la mañana
;

sin poder partir, pues los animales pastaban a dis-


tancia considerable. Por tanto, me vi forzado a per-
manecer algunas horas en Casma.
En
el cuarto que ocupé estaba también un oficial
y así que mi guía lo vio, acusóle de haber robado algu-
nos caballos en Guarmey,, esa mañana, y entregó una
— 149 —
carta al gobernador de Casma, de una persona de
Guarmey que constataba el hecho. Parecía que el ofi-
cial, no contento con los caballos del Estado que se
le habían faciUtado en Guarmey, había mandado dos
o tres soldados, de noche, para apoderarse de otros,
con intención de llevarlos a Trujillo, y allí quizás ven-
derlos por su cuenta. Oyó la acusación como cosa na-
tural, pero después de discutir, debió entregar los ca-
ballos.
Salí de Casma a las cinco de la mañana con ca-
ballos excelentes, pagándolos a razón de seis peniques
por legua cada uno y como marchaba muy ligero, lle-
;

gué a Nepeña, por diez leguas de arenal, en cinco ho-


ras, trabajo horriblemente duro para los animales.
Aquí me lavé y mudé ropa blanca por primera vez
desde la salida del Callao. Encontré al gobernador, un
realista muy incivil, e informándoseme también que
trataba mal a los oficiales y soldados que dependían
en absoluto de su protección, sé lo dije al presidente
cuando llegué a Trujillo, y se envió reemplazante.
Nepeña nada tiene diguio de mención y de allí me pro-
veyeron caballos para Santa, distante ocho leguas.
Mis guías hasta aquí habían sido invariablemen-
te indios, pero el que me procuré ahora se llamaba
Luis Castillo, sujeto inteligente, bien vestido, monta-
do en caballo propio, con un pañuelo limpio y perfu-
mado en cada bolsillo de la chaqueta, además de una
cantidad de duros. Me dijo que su negocio era de pro-
pio ; se ocupaba con el Gobierno y los particulares y
percibía de Trujillo a Lima 100 ó 200 duros, cubrien-
do generalmente la distancia en cinco días.
El camino de Nepeña a Santa continúa por un
arenal accidentado. Dimos con varios vestigios de
pueblos indios, particularmente dos calles paralelas
que se extienden derechas una legua. Son de veinte
pies de ancho pavimentadas con adobes, y pared de
— 150 —
tres pies de altura de cada lado a intervalos hay rui-
;

nas de casas medio enterradas en la arena. La Üanu-


ra en que se hallan estos pueblos, evidentemente fué
cultivada, viéndose todavía los troncos secos de ár-'
boles antes florecientes. Hay otras ruinas cerca de
Santa, algunas en grande escala y construidas de
adobe.
Al entrar en de Santa observé una huaca, o
el valle
gran montículo de tierra, con paredes de tapia, tan
frecuentes en todo el Perú y tenidas por cementerios
de los antiguos indios, pues contienen esqueletos y
utensilios que se suponen haber sido enterrados junto
con los cadáveres.
Llegamos a Santa a eso de las cuatro de la tar-
de ; es pueblo importante con gran plaza e iglesia,
ubicado en un llano productivo. Tiene excelente puer-
to donde acuden barcos de Lima en busca de arroz,
azúcar y tocino. Cerdos y vacunos son abundantísi-
mos. No habiendo aún quebrantado mi ayuno estuve
completamente listo para el manjar proporcionado por
el goberandor, y encontrando poder conseguir caba-
llos, resolví marchar de noche hasta Viru, diez y ocho
leguas, y catorce de Trujijlo.

XXVI
— — —
PASO DEL EÍO. VIRU. MOCUA. LLEGADA A TRUJILLO.

SU ASPECTO.
• —
SITUACIÓN Y COMERCIO. HUAN- —
CHACO.

Salimos de Santa a las 5 '30 en buenos caballos fa-


cilitados por el gobernador de su caballeriza particu-
lar. Seguimos el valle por una senda angosta donde
la caña de azúcar silvestre y de otras clases, entrela-
zada con arbustos, cubría la senda tan completar&en-
te que tuvimos que abrirnos paso por ella en distancia
— 151 —
de una milla hasta llegar al río. Es parecido al de Ba-
rranca, pero más peligroso, como que el agua es más
honda. Aquí hay siempre indios con caballos, para
guiar a los viajeros por los rápidos, con un caballo a
cada lado, el de aguas arriba para quebrar la fuerza
de la corriente y el otro para sostener el caballo del
viajero en caso que no aguante la corriente o tropie-
ce en los grandes rodados del fondo. Como antes á-d-
vertí, el agua estaba muy baja en esta estación del año,
pero, sin embargo, .era necesario marchar muy des-
pacio, y sería sumamente peligroso pasar sin guías,
pues el cauce está lleno de pozos que forman ollas y
remolinos muy fuertes.
Del otro lado, a corta distancia, hay una gran ha-
cienda y casa donde se albergan los viajeros y consi-
guen caballos. Nos detuvimos breve tiempo para que
el correo y un oficial que iban en nuestra dirección se
nos juntasen. Inmediatamente de dejar esta hacienda
llegamos a un desierto estéril, pero como era obscu-
ro, nada veíamos. Conocía, no obstante, por las pisa-
das de los caballos, ser terreno sólido en efecto, pa-
;

sábamos por rocas de sal, y donde no había rocas, la


superficie estaba incrustada de sal que sonaba bajo
los cascos como camino duramente escarchado. A me-
dia noche llegamos a una alta cadena de cerros areno-
sos, y después de treparla convinimos en acostarnos
para descansar un poco. Es malísimo, sin embargo, y
lamentamos después de haberlo hecho, pues nos pusi-
mos tan soñolientos que cuando volvimos a montar
apenas veíamos los caballos.
Llegamos a Viru a las 7 a. m. y encontré el pue-
blo exactamente igual a todos los que habíamos pa-
sado ;el teniente gobernador también (como había
sucedido en todo trayecto, menos en Nepeñal era
el
muy Después de almorzar chocolate en
hospitalario.
su compañía, sentíme tan cansado y enfermo que te-
— 152 —
mí no poder seguir ese día pero como Trujillo dista-
;

ba solamente catorce leguas, resolví probar. Los ca-


ballos del Estado eran deplorabilísimos, pero cuando
monté me encontré bastante descansado. Dos cami-
nos conducen de Viru a Trujillo el más directo tie-
;

rra adentro es de arena horriblemente pesada, el otro,


tres o cuatro leguas más adelante, baja al mar y con-
tinúa por la costa hasta dos leguas de Trujillo. Es
trayecto espantoso : cerros áridos de arena se levan-
tan a considerable altura y la tremenda rompiente que
se revuelve en la playa, mezclada con maderas y hue-
sos, produce impresión muy horrorosa.
Los caballos eran tan malos que se cansaron an-
tes de la mitad del camino y por fin se plantaron
;

lindamente a cuatro leguas de Trujillo. Ahora nada


podíamos hacer sino enviar el guía hasta un pueblo
llamado Mocua, dos leguas de nosotros, para conse-
guir caballos de refresco, y, mientras, me envolví en
la capa para dormir un poco sobre la arena. El guía
no volvía hasta hacerse completamente obscuro y em-
pecé a impacientarme muchísimo, no agradándome
la idea de pasar toda la noche en aquella situación ni
de seguir a pie con la mayor seguridad de perderme.
Ko obstante, apareció con dos caballos bastante bue-
nos y volvimos a reanudar el camino, dejando que las
pobres bestias pasasen la noche como pudieran y aca-
so aumentasen los huesos de la ruta.
Al pasar sobre un cerro considerable que nos im-
pedía costear la orilla del mar, observé el terreno sem-
brado en muchos sitios con crucecitas de madera y,
averiguando, supe eran colocadas por los pescadores
antes de salir al mar, para asegurarse buena suerte y
feliz retorno. El pueblo de Mocua está una legua al
interior parecía, en cuanto podía ver con aquella luz,
;

extenso pero muy ruinoso, con iglesia grande de allí


;

a Trujillo el camino recorre país cultivado con lindos


— 153 —
cercos vivos exuberantes, cubiertos de bellas enre-
daderas de varias clases, que por completo impiden
al transeúnte mirar los campos. Entramos a Trujillo
a eso de las 8 p. m. y en el acto fui donde un caballero
inglés para quien tenía carta de recomendación.
Trujillo, capital de la provincia del mismo nombre,
puede llamarse Lima en miniatura y, como Lima,
;

está rodeado de una tapia de doce pies de altura, for-


mando una sucesión de bastiones y cortinas contie-
:

ne unos 10.000 habitantes. Las calles son derechas y


en manzanas, y casas e iglesias construidas y colorea-
das como en Lima. Situado a dos leguas del mar en
ancho y ricí) valle al pie de los Andes, abunda en todo
lo pecesario para la vida, comparativamente barato ;

el alquiler de casa es también bajo, siendo el precio


de las mejores 300 duros anuales. Aunque cuatro gra-
dos más al Ecuador, la temperatura de Trujillo es pre-
ferible a la de Lima y no está tan sujeto a tercianas o
chucho, probablemente porque hay mejor aereación.
Trujillo mantiene comercio bastante considerable
con la capital, Guayaquil y Panamá. El comercio con
Lima consiste en productos del valle fértil, algodón,
azúcar, arroz y tocino, junto con el picote azul ordi-
nario, tejido en las inmediaciones y usado en general
ix)r los indios. También se envían de Trujillo canti-
dades considerables de oro y plata de que hay muy
buenas minas en la cordillera y a corta distancia.
Los retornos se componen principalmente de manu-
facturas británicas que generalmente obtienen pre-
cios 25 % más altos que en la capital.
Huanchaco, puerto de Trujillo, es poco mejor que
una rada abierta el pueblo mismo no es sino un vi-
;

llorrio indio, de chozas construidas con cuatro peda-


zos cuadrados de estera de junco o caña, cosidos a so-
portes delgados, y otra estera para techo plano. Las
calles son tan angostas que dos caballos pasan con
— 154 —
dificultady el jinete domina con la vista el pueblo
entero. Los únicos edificios que pueden llamarse ca-
sas son la aduana y otros dos o tres cerca de ella,
con frente a la playa. Se alza una iglesia sólida en
un cerro atrás del pueblo y se utiliza de marca por
los barcos para encontrar fondeadero.
El desembarco en Huanchaco es sumamente pe-
ligroso debido a la rompiente que, como es usual, se in-
terna en el mar. Los botes de los barcos rara vez o
nunca intentan ir a tierra, tantas vidas se han per-
dido ;
pero se hacen señales pidiendo la lancha del
gobierno, gran chata pesada, que reman ocho indios
expertos. El método de embarcar aquí es tan extraor-
dinario y tan hábilmente hecho, que quizás sea digno
de breve descripción. La lancha siempre está amarra-
da a veinte yardas de la orilla, afuera de las rom-
pientes, y los pasajeros son conducidos por indios se
;

sientan sobre un hombro y se agarran de su cabeza,


con una pierna sobre el pecho y otra en la espalda ;

de esta manera los indios se ingenian para llevar las


personas secas aun cuando las olas lleguen al pecho de
los portadores. Algunos indios se colocan a medio ca-
mino del cerro de la iglesia, y la lancha con los pasa-
jeros permanece inmóvil hasta que el grupo del terre-
no alto hace la señal cuando ven venir los rodillos,
;

como dicen, del mar, están en silencio pero inmedia-


;

tamente que las olas se han retirado corto tiempo,^


prorrumpen en un silbido agudo, modulándolo exacta-
mente de acuerdo con el tiempo que la lancha tendrá
antes que las olas lleguen. El botero rema inmediata-
mente, con moderación o con fuerza, regulando la ve-
locidad por el tono del silbido con mucha frecuencia,
;

después que han partido, se les previene con otra se-


ñal silbada que se estén quietos hasta volverles a avi-
sar del mismo modo que avancen.
Durante mi estada en Trujillo, tuve ocasión de ir
— 155 —
a bordo de un ballenero, cuyo capitán, muy corajudo,
decía que nunca había visto rompiente en que su bo-
te no pudiera vivir conforme con esto nos metimos
;

en él para ir a tierra, pero después de habérsenos lle-


nado el bote de agua y casi a pique, cuando nos ha-
llábamos más de una milla de tierra, se vio obligado a
desistir del empeño y hacer la señal acostumbrada
pidiendo lancha. En vez de botes o canoas los indios
usan las llamadas balsas, tanto para pescar como para
traficar con los navios ; éstas son nada más que dos
atados de juncos, de doce a quince pies de largo, bien
atados y puntiagudos en la proa levantada. En esta
máquina frágil, el indio sentado en los muslos ^ boga,
con una astilla larga de caña, en la rompiente más
tremenda. Flota como pato y si es arrebatado de la
balsa por las olas, vuelve sin dificultad, pues todos son
diestros nadadores. Los indios de este modo llegan a
los barcos que en otra forma no comunicarían con tie-
rra. Constantemente se ocupan de contrabando y sa-
carán cada vez cien pesos plata, volviendo con merca-
derías manufacturadas, generalmente sin mojarlas.
La paga ordinaria de estos servicios 'CS duro y medio
por viaje.
La provincia de Trujillo parece haber sido muy po-
pulosa en tiempo de los incas, pues el país está lleno
de ruinas indias, de que las más curiosas son de una
gran ciudad entre Trujillo y Huanchaco. Parte de las
casas aun están en pie y se conocen las calles muy fá-
cilmente algunas deben haber sido sumamente es-
;

trechas y las chozas no mayores de ocho pies en cua-


dro. Sin embargo, en el mismo lugar hay reliquias de
grandísimos edificios con tapias de más de una yarda
de espesor y gobre todo, fortificaciones antiguas de
;

ciudad, convertidas en muchos sitios en simples mon-


tones de tierra. El conjunto de ruinas cubre espacio
inmenso de teiTeno.
— 156 —
Junto a ellas hay muchas huacas con aspecto so-
lamente de cerros comunes pero cuando se exploran
;

se hallan compuestas de nichos separados o sótanos


donde indios han sido sepultados. Los túmulos se han
explorado prolijamente con fines de curiosidad y ava-
ricia, y encontrado varios tesoros de plata antigua,
además de numerosas vasijas de barro cocido de dife-
rentes formas curiosas, y herramientas de cobre y pe-
dernal. El método usual es emplear un indio práctico,
regularmente experto para descubrir un buen sitio ;

explora el montículo con una vara de hierro, y así que


siente hueco el grupo comienza a cavar, y son gene-
ralmente compensados conforme al rango del indio
cuya tumba han invadido en algunas se han hallado
;

husos ejnpleados por la clase baja, con hilo de algo-


dón todavía perfecto, aunque según cálculos corrien-
tes, deben haber estado enterrados 300 años.

XXVII
VISITA AL PRESIDENTE. —
DISOLUCIÓN FORZOSA DEL CON-

GRESO Y NOMBRAMIENTO DE UN SENADO. REGRESO
— —
A LIMA. ATAQUE POR LADRONES. HISTORIA DE UN
INGLÉS.

Como visité Trujillo por asuntos relacionados con


el presidente y el Congreso, daré breve noticia de al-
gunos sucesos ocurridos durante mi estada allí.
Visité a Eiva Agüero la noche de mi arribo, para,;
e^ntregarle las comunicaciones que traía del Callao. Le|
encontré junto al escritorio rodeado de papeles, mien-
tras su madre recibía gente en el mismo cuarto. Ha-
blamos algún tiempo de la situación política, y, es-
pecialmente, de la probabilidad que los españoles
abandonasen Lima. El presidente di jome haber orga-
nizado 5.000 soldados en la provincia, de los que mil
_ 157 -^

quinientos estaban a la sazón en Trujillo,' mientras


gran parte del resto estaba al mando del general He-
rrera, ex ministro de la Guerra, en Huaras, capital de
la provincia de Huailas que está, en la Sierra, entre
Trujillo y Lima. Tuve oportunidad de ver las tropas
de Trujillo el" regimiento de infantería era de rail
;

hombres, muchos simples reclutas pero los oficiales


;

eran infatigables en adiestrarlos había, no obstan-


;

te, gran escasez de armas, no teniendo mosquetes más


de dos tercios. La caballería estaba bien montada, ar-
mada y equipada, pero, como la infantería, sin mu-
cha disciplina.
Antes he mencionado que Riva x\güero no podía
marchar de acuerdo con el Congreso, que nunca le per-
donó haberse apoderado del mando por la fuerza. En
Trujillo los representantes siguieron el antiguo siste-
ma, poniendo obstáculos y dilaciones aun en los asun-
tos más triviales.
El 23 de julio ocurrió el suceso más extraordina-
rio. Deseando ver donde
cierto diputado fui a la casa
se reunían. Mientras estaba allí, dos ayudantes del
presidente llegaron y, no obstante protestas de los por-
teros, penetraron al recinto. Oí inmediatamente baru-
llo considerable adentro
y poco después la puerta se
abrió, y uno de los oficiales salió corriendo y sacando
la espada llamaba soldados, dejando a su compañero
en lucha con algunos diputados que lograron expulsar-
lo. Poco después los dos oficiales volvieron con una
partida de soldados que colocaron en las puertas para
im'pedir que nadie saliese de la casa. Los oficiales en-
tonces empezaron a reunir los diputados en el recin-
to y siguió el espectáculo más risible. Algunos, que
sin duda creyeron que iba a llevárseles a la cámara
para ser carneados, traslucían la cobardía más despre-
ciable,^ y, vestidos con medias de seda y diamantes, se
escurrían a cualquier agujero o rincón sucios para
— 158 —
ocultarse. Los dos oficiales y sus hombres entretan-'
to los cazaban por todas partes y llevaban a la sala
como rebaño al chiquero. Allí uno de los ayudantes le-
yó a los diputados un largo papel, recapitulando toda su
mala conducta hacia el Estado y Gobierno, y decla-
rando el Congreso disuelto. El presidente afirmaba
saber que siete de ellos correspondían con el enemigo
y fueron presos pero, retirándose los soldados, a los
;

demás se les permitió ir adonde quisieran.


Eesolví ver el asunto hasta el fin y por tanto fui
inmediatamente al palacio del presidente, donde se
había congregado escasa multitud, y vi algunos dipu-
tados, a quienes había oído minutos antes protestar
contra la grosera violación de la ley y la Constitución,
entrando a palacio para ofrecer sus servicios y fehci-
tar a Kiva Agüero por el paso decisivo que había da-
do. El presidente, poco después, se mostró al pue-
blo y, cuando el populacho gritó aj Viva Riva Agüe-
:

ro!», él replicó que gritasen más bien «i Viva la in-


dependencia !», y explicó que, por los procederes ve-
jatorios del Congreso, había creído necesaria su diso-
lución, pero que, aunque muchos diputados eran des-
preciables y traidores, otros eran celosos patriotas, y
elegiría entre éstos un Gobierno que sostuviese las li-
bertades del Perú. Por la tarde se publicó un bando di-
ciendo que los asuntos gubernamentales en i delante
estarían a cargo del presidente asistido por un Sena-
do ; los nombres de los senadores y sus obligaciones
también se publicaron. '

Durante esta importante revolución hubo poquísi-


ma confusión en las calles y no se puede dar mayor
prueba de la apatía de los peruanos eñ los asuntos pú-
blicos. Para presenciar un espectáculo o seguir una
procesión religiosa, siempre se mueven con actividad ;

pero tratan casi con indiferencia un cambio político


que las naciones libres consideran interesantísimo.

i
-^ 159 -
El día siguiente el presidente ofreció un banquete
al nuevo gabinete y un número de amigos se propu-
;

sieron y bebieron brindis adaptados a la ocasión. Lue-


go los invitados pasaron a otro cuarto para tomar ca-
lé y otros refrescos, y divirtióme muchísimo ver algu-
nos comensales, particularmente frailes, atascarse los
bolsillos con masas y dulces de postre, cuando Riva
Agüero y sus relaciones inmediatas se retiraron.
La misma tarde se recibieron noticias del Callao
que produjeron la creencia general de que los españo-
les estaban al punto de abandonar Lima. El general
Sucre había salido del Callao para unirse con la expe-
dición de Intermedios, y todos por consiguiente em-
pezaron a moverse o a pensar volver a la capital el;

presidente mismo habló de partir en uno o dos días


más.
El 28 de julio, cumplido ya el objeto de mi visita
a Trujillo (donde mi criado me dejó muy inconvenien-
temente), y deseando volver al seno de mi familia, salí
en la tarde con un guía para Viru, donde llegué como
a las nueve ; encontrando algunos viajeros que iban
a Santa persuadí al goberndor que nos proporcionase
caballos y salimos inmediatamente. Llegamos a San-
ta el día siguiente a las diez de la mañana. Después
de visitar a un amigo que estaba con un violento ata-
que de chucho, salí de Santa a la una del día y lle-
gué a Nepeña a las cinco de la tarde. Era domingo,
y toda la gente andaba vestida con sus mejores pil-
chas la mayor parte de los hombres disfrutaban de
;

riñas de gallos^ y entre ellos vi a mi elegante guía,


Luis Castillo, en el reñidero con su gallo bajo el bra-
zo. Predomina muchísimo en todo el Perú esta diver-
sión todos cuidan gallos de pelea que se ven en to-
;

das las puertas de las casas. Se estiman especialmente


los de cría inglesa, que se venden a precios subidos.
El administrador de correos me hizo demorar dos
— 160 —
o tres hoías a espera de caballos y en ese intervalo tu-
ve oportunidad de conseguir algo de comer. Llegué
a Casma a media noche, después de la etapa más ho-
rrible, pues estuvo obscuro todo el camino.
Aquí vime forzado a descansar en la casa sucia del
correo, donde encontré gente jugando y bebiendo aún
a esa hora, y discutiendo en consecuencia. Luego
de cenar huevos y mal pan, me acosté sobre un
banco para dormir, pero las pulgas no me dieron
oportunidad de hacerlo. Era mi intención seguir
temprano para Guarmey, pero no pude porque todos
los caballos del lugar habían sido tomados por algu-
nos oficiales y empleados de gobierno que retornaban
a Lima. No pude por tanto salir antes de la 9 a. m.,
aunque estaba en pie desde las cinco. Casma fué an-
tes famosa por su algodón, y el valle está todavía lle-
no de plantaciones donde se dejan vagar cabras que
las destruyen, a causa de lo inseguro de los tiempos y
lo caro del trabajo, pues el Gobierno se ha llevado to-
dos los indios para soldados.
Por el sol muy sofocante y no soplar pizca de aire
tierra adentro, marché por la costa este camino es
;

más largo que el que seguí para ir a Trujillo, pero más


fresco y la arena no tan pesada es cabalgata tristí-
:

sima con la sola variante de los chillidos de voraces


aves marinas, balidos de focas innumerables y el
asombroso bramido de las rompientes. Los caballos,
aunque tolerables, se aplastaron completamente con
el calor y obscureció antes de llegar a Culebras, cua-
tro leguas de Guarmey, donde descansamos una hora.
Keanudamos nuestra jornada, pero la noche eia tan
obscura por la densa niebla, que era imposible ver los
rastros de animales en la arena, único distintivo en-
tre el camino real y el desierto. El método usual em-
pleado por los viajeros en tal emergencia es encender
un cigarro y con la cabeza junto al suelo buscar los
— 161 -^

astros. Vagamos
bastante tiempo con nuestros ca-
)allos fatigados en médanos vivos hasta que, por fin,
aliendo la luna, llegamos a una senda que parecía
ornar nuestra dirección. Había hecho que el guía in-
lio montase mi caballo porque el suyo estaba más can-
;ado y él no tenía rebenque ni espuelas para apurar-
o ;él iba pocas yardas delante de mí, con mi equi-
paje y silla, cuando encontró de repente dos hombres
m el camino uno se apoderó súbitamente de mis al-
:

"orjas y preguntó qué contenían. Les intimé de atrás


jue dejasen las alforjas y, desembozando la capa, sa-
jué el sable para estar pronto a repeler el ataque es-
:)erado sin embargo, el sujeto que había hecho la
;

pregunta venía hacia mí y díjele que se apartase y, al


v^erme preparado para recibirlos, se excusaron dicién-
[lose de una partida de soldados que había perdido el
3quipaje que los demás estaban en el vallecito de
;

Culebras, y que ellos, mandados a buscar el equipaje,


habían perdido la ruta. Nosotros acabábamos de dejar
el valle de Culebras y debiéramos haber visto u
oído cualquier grupo de soldados, pues era un simple
manchoncito verde con un charco de agua, de modo
que, evidentemente, su historia no era cierta. Los des
hombres nos acompañaron un trecho pero siempre
cuidaba de tenerlos adelante, y en llegando al valle de
Guarmey parecían conocer muy bien el camino y se
nos separaron.
Los bribones estaban armados, y sin duda sólo el
miedo les impidió robarnos. Mi guía indio, que casi
no se atrevía a respirar mientras los sujetos nos acom-
pañaron, halló la lengua inmediatamente que nos de-
jaron, con la exclamación a¡ picaros ladrones !»
Esta noche dormí en casa de mi amiguito hospita-
lario de Guarmey, donde encontré na coiiccido suyo,
arriero, que iba en la mañana para Patilvica, y convi-
nimos ir juntos. Pedí que los caballos de posta estu-
NARRACIÓN. — 11
— 162 —
viesen listos a la madrugada, pero no pudimos >^alir
hasta las siete. Yo y mi guía teníamos ex ceJ entes ca-
ballos, y el arriero una linda muía que le costó 150 du-
ros de modo que anduvimos acaso más ligero por'
;

el horrible camino, que cuando lo pasamos antes en


las cansadas bestias que ya he mencionado. Nada
puede ser más triste que este país el camino está cu-
;

bierto con huesos y osamentas de animales que han


perecido y, de cuando en cuando, también se encuen-
tran despojos de sillas y aparejos de algún infeliz
,

viajero que se vio forzado a dejar perecer el animal


y hacer a pie el resto de la fatigosa jornada. Mi com-
pañero me refirió que algunos años antes recorría este
camino y, habiéndose extraviado, anduvo absoluta-
mente vagando tres días en que la muía nada tuvo
que comer y beber y él mismo poquísimo. Las muías
son los mejores animales para viajar en desiertos sal-
vajes, pues son mucho más resistentes, viven más
tiempo sin alimento y sufren mejor el calor, que el ca-
ballo. Sin embargo, hay una desventaja una vez pa-
;

rada la muía cansada, nada hay que la haga mover,


mientras el caballo seguirá literalmente hasta caer_
.

muerto debajo del jinete.


Entramos en Patilvica a las siete después de reco^
rrer veintidós leguas en doce horas, extraordinaria'
velocidad en tales caminos. Dormí donde un inglés
que tiene tienda al menudeo y siempre alberga a los
paisanos que pasan es un ingenuo hombre honrado,
;

y ha residido treinta años en Sud América. Su histo-


ria es algo interesante. Llegó al Perú vía Panamá co-
mo payaso de una compañía de volatines ingleses.
Cuando la compañía se deshizo y algunos volvieron
a su tierra, resolvió quedarse en el país y estableció
panadería, para lo que había sido educado en Inglate-
terra, ejerciendo el negocio casi en toda Sud América.
Vivió sucesivamente en Cuzco, Arequipa y La Paz, y
— los-
en este último sitio eligió esposa. Me
que con- dijo
tinuaba mudándose en el país, pues resultaba que lue-
go de saberse que había juntado alguna platita, los ha-
bitantes se la robaban.
A las ocho de la mañana siguiente me despedí del
amigo don Julián Campos (como le llamaban
inglés,
los nativos por haberles él dicho que su nombre mater-
no era Field), y llegamos a Huacho a mediodía, des-
pués de andar diez leguas. Encontré la misma escasez
de caballos experimentada antes, a pesar de expresar
mi voluntad de pagar cualquier suma por ellos. El al-
calde mandó sus ministros y, como a las cinco, me tra-
jeron algunos mancarrones deplorables, en que partí
con mi guía no obstante, los animales eran tan las-
;

timosamente malos que a las dos leguas nos planta-


mos. Por tanto no tuve más que volver a Huacho y
tratar de conseguir otros mejores. El gobernadorcito
antes descripto volvió a disgustarse por verme de retor-
no, pues esperaba haberse librado de mí. Di jome que,
si quería esperar uno o dos días, quizás tendría ani-

males mas útiles pero no seguí su consejo, y, dando


;

algún dinero al alcalde, pidióme prestado el sable, y


envió dos agentes a traer dos buenos caballos de pro-
piedad privada, indicando dónde los encontrarían. Pa-
sado algún tiempOj regresaron los ministros, sin haber
podido dar con los caballos que fueron a buscar, pero
me trajeron una muía grande y otro guía llegó sin
;

dilación montado en una vieja muía blanca.

XXVIII
— —
DESPIDO EL GUÍA. LA LOMA. LOS PESCADORES Y UN
INCIDENTE REFERENTE AL SITIO. CHANCAY. EN- — —
TRADA EN LIMA Y EFECTOS RECIENTES DE LA GUERRA.
Marchábamos muy despacio, la muía resultó un
demonio perfecto y acudía a toda suerte de tretas para
'

— 164 —
librarle de mí. Aunque pude distinguir
casi obscuro,
un esqueleto humano tendido en la arena, y el guía me
dijo ser los restos de un soldado que había sido sacado
y arcabuceado un año antes por asesinar un indio de
Huacho. Por fin llegamos a orillas del mar, en la ba-
hía de Salinas pero se puso tan obscuro por la niebla
;

espesa que no veíamos una yarda adelante de nos-


otros. Además, el guía parecía no conocer muy bien
el camino y creímos prudente acostarnos a dormir
cerca de tres horas hasta que saliese la luna. Monta-
mos de nuevo y encontramos dos hombres durmien-
do en la arena, y cuando los despertamos resultaron ser
dos vaqueros que volvían con su ganado al valle de Li-
ma, evacuado por los españoles el 19 de julio. Dijeron
que habiéndose acostado a dormir sus peones, los ca-
ballos habían escapado y andaban buscándolos. Al in-
formarles que no habíamos encontrado ninguno, re-
solvieron desistir de la busca y acompañarnos. Pron-
to dimos con un gran arreo de novillos, vacas, ovejas,
caballos, muías, cabras y asnos, todos echados en la
arena formando círculo, rodeados por perros y peones.
Como nuestras muías eran tan malas, traté de fvl-
quilarles un par pero dijeron que parte de su gente
;

iba a pie por falta de bestias para todos. El arreo no


pertenecía a nuestros compañeros pero los dejamos
;

y no me había adelantado mucho cuando el guía, en


su muía blanca, se quedó tan atrás que me fué im-
posible retenerlo. Por tanto vime forzado a pagarle y
despedirle en el desierto no sé cómo regresaría con su
;

animal cansado.
Como solo nunca habría encontrado el camino, re-
solví incorporarme al arreo que había dejado y a la
sazón se acercaba con gran pausa. Semejante a los
patriarcas de la antigüedad, que llevaban ganados y
rebaños por el desierto, adelantamos algunas leguas
hasta llegar al fin de lo que los vaqueros llaman la
— 165 —
Loma. Es una especie de pasto que en invierno cubre
los cerros arenosos más elevados y entonces alimenta
casi todo el í^^anado del país, pues la hierba de los
valles generalmente falta en esa estación del año. Es-
te verdor es ])roducido por densas nieblas (camanchas)
que se asientan sobre los cerros y dan tanta humedad
a la tierra, que convierten en suelo grueso la arena se-
ca pulverizada de que parecen formadas estas alturas
en el verano de horrible desierto, el país conviérte-
:

se en alegre y habitable. Los indios acompañan sus


ganados y rebaños arriba de las montañas en este pe-
ríod^o, y viven enteramente con ellos, mientras pája-
ros innumerables de variado y bello plumaje también
acuden para dar la bienvenida a esta resurrección de
la Naturaleza.
Dejando el ganado vagando a su placer en esta lo-
ma verde, resolví adelantarme, pues los vaqueros di-
jeron no poderse confundir el camino. Después de pa-
sar la altura que se extiende como dos leguas volví a
bajar a un llano arenoso y estéril. El camino descien-
de a la costa en dirección de dos chozas indias lla-
madas Los Pescadores, donSe los pasajeros habitual-
mente se detienen para refrigerarse con pescado frito.
Era la una del día y, sin comer ni beber nada casi
treinta horas, era muy natural me sintiese inclinado
a probar la cocina de los habitantes desensillando mi
;

muía, dile un atado de pasto ordinario que para ella


había traído desde Chancay. El único propósito de los
indios al establecerse aquí es que al cavar la arena en-
cuentran agua dulce y pueden sacar buenas utilidades
de gente hambrienta como yo. Extendiendo mi pe-
llón en el suelo me acosté para descansar mientras las
indias preparaban la comida.
Aquí relataré un episodio que ha hecho famoso el
sitio en los anales del Perú. Habiendo oído que un
soldado usaba medalla por ser uno de los vencidos en
— 166 —
Pescadores, pregunté si el orden de las cosas se había
invertido en el Perú/otorgándose medallas a los venci-
dos en vez de a los vencedores, y me dieron la si-
guiente explicación en tiempo que el general San
:

Martín estaba en Huacho, destacaba partidas de ca-


ballería del ejército, molestado grandemente por los
españoles acuartelados entre Chancay y Lima los ;

soldados patriotas eran tan entusiastas en este servi-


cio que ninguna fuerza española igual que se les opu-
siese era capaz de rechazar el ataque. Avanzando al
valle de Chancay una partida de cincuenta patriotas
mandada por un teniente (1), con el fin de forrajear,
el general español despachó más de 200 lanceros por
un atajo para tomar por retaguardia al osado enemigo,
y este designio se cumplió. Al regresar este grupito
a Pescadores vieron fuerza española muy superior
pronta^ a recibirlos, y el teniente en el acto exhortó
a sus hombres a perecer antes que entregarse prisione-
ros. Llenos de recuerdos del éxito de sus camaradas
en expediciones análogas, a una voz asintieron, y car-
garon con ímpetu sobre el enemigo que, deliberada-
mente, esperó el ataque. Dos hombres y el oficial de
los patriotas solamente escaparon y, cubiertos de he-
ridas, saltaron al mar, siendo afortunadamente salva-
dos por un bote. De aquí el origen de las medallas a
los vencidos en Pescadores.
Después de descansar y comer pescado volví -a
montar y me uní a un oficial y su esposa salidos de
Huacho por la mañana, que iban a Chancay. La da-
ma cabalgaba como hombre, según usanza del país.
Pasamos algunos horrendos cerros altos de arena, y
luego llegamos a vista del fértil valle de Chancay, aho-
ra convertido en desierto por la ocupación alternada
de los ejércitos realista y patriota estaba completa-
;

(1) Juan Pascual Pringles, argentino ele San Luis. N, del T»


^ 167 —
mente seco, como arenal que lo rodeaba, y el regadío
el
del todo abandonado. Luego de presentar mis respe-
tos al gobernador, enfermo en cama, bondadosamen-
te dispuso facilitarme caballos. Cené chocolate y hue-
vos y me acosté a dormir sobre un banco hasta las
cuatro de la mañana, cuando me levanté y desparte
al guía contratado previamente, que dormía enfrente
de la casa con los caballos.
Salimos completamente obscuro, pero como el ca-
mino iba entre potreros, no tuvimos dificultad ningu-
na para encontrarlo. Dejando el valle pasamos una
cadena de altos cerros empinados, cubiertos por la ca-
manchaca, de los cuales, de noche y sin gran cuida-
do, el viajero se precipitaría al mar. Tuve el placer de
entretenerme todo el camino con mi guía que refirió
numerosos robos recientes sufridos por los emigran-
tes que retornaban a Jjima. Parecía tan seguro que
nos detendrían, que creí más prudente entregarle el
dinero que llevaba, reservando solamente una suma
pequeña que suponía satisfaría a los reclamantes. Me
informó haber pasado pocos días antes por este cami-
no con un y que les habían hecho fuego des-
oficial
que llevaban. Habíamos alcan-
iX)jándoles de todo lo
zado un hombre, en una muía tordilla con quien nos
acompañamos hasta aclarar pero como su animal
;

no marchaba tan ligero como yo deseaba, le dejamos


atrás.
Al bajar un largo cerro, observé a mi guía ser ex-
traño que tan pronto hubiésemos perdido de vista al
compañero y el indio replicó que temía hubiera sido
perseguido por ladrones. El guía esperaba evidente-
mente se le hiciese fuego cada momento y estaba no
poco alarmado volviendo atrás la cabeza vio dos in-
;

dividuos de aspecto sospechoso bajando rápidamente


el cerro en nuestro seguimiento él juraría que eran
;

ladrones e insistió que me apurase para alejarnos lo


— 168 —
antes posible. Sin embargo, como teníamos tres le-
guas largas por delante antes de llegar a nada pareci-
do a civilización, y era imposible echarse a correr en
nuestros jamelgos si se trataba realmente de ladrones,
no accedí, y mientras el indio seguía apurándome, con
espanto suyo me erguí y desmonté, resuelto a hacer
frente a nuestros perseguidores y conocer quiénes y
qué eran. En vez de ladrones resultó iban persiguien-
do a un hombre que se había llevado una muía de cien
duros de Chancay y se apuraban en alcanzarnos para
*iveriguar si 'habíamos visto algún animal de esa clase.
AUí claramente ha habido últimamente tráfico con-
siderable en el camino con el regreso de los emigra-
dos de Lima, y conté en el corto espacio de una legua
no menos de seis caballos abandonados a perecer en
el arenal ; estaban en diferentes períodos aproximán-
dose al final de sus míseras vidas algunos todavía pa-
;

rados con la poca fuerza que les quedaba otros echa-


;

dos y expirando, mientras las aves de rapiña se po-


saban en el suelo o en el mismo animal y empezaban
el ataque antes que cesaran de respirar. Fué la más
deplorable vista de esta clase que recuerde haber nun-
ca presenciado hambre, sed y cansancio habían com-
;

binado sus poderes para vencer el vigor de uno de los


animales más nobles de la creación.
Antes de mucho andar volví a contemplar con de-
leite indecible el verde valle de Lima ciertamente no
;

en toda su lozanía, pues los estragos de la guerra y


ocupación de un ejército hostil eran visibles por va-
rios indicios. Las viviendas de muchos habitantes pa-
cíficos dé las inmediaciones habían sido incendiadas ;

las puertas y ventanas de otras, derribadas o forzadas,


y mostraban haberse hecho vana resistencia a la vio-
lencia ilegal de la soldadesca. Aquí y allá de los cer-
cos vivos colgaban obscuros jirones amarillos de uni-
formes realistas, y el camino en algunos sitios estaba
— 169 —
Bembrado con sobras de avíos. A medida que avanza-
ba buscaba en vano la población alegre que antes con-
templé en e^te distrito fértil dos o tres pobres escla-
;

vos negros tímidos que difícilmente se atrevían a aso-


mar las cabezas, fué todo lo que vi pero cuando me
;

aproximé a la capital la escena se hizo algo más ho-


rrible a este respecto. El número de habitantes au-
mentaba, pero aun todo tenía aspecto de saqueo y
desolación. Los jinetes únicamente montaban los ani-
males más ruines, pues los españoles habían barrido
del país entero caballos y muías y aun se habían lle-
vado muchos de los numerosos pollinos.
Quizás sea útil consignar aquí las distancias de
las postas y lugares, conforme a las leguas que el
Gobierno paga desde Trujillo a Lima pero debe te-
;

nerse presente que éste es más^ bien un cálculo bajo ;

yo creería que todo el camino es realmente de ciento


treinta leguas.

Trujillo a Viru. , 14
Viru a Santa 18
Santa a Nepeña 8
Nepeña a Casma 8
Casma a Guarmey. 18
Guarmey a Patilvica 18
Patilvica a Huacho 10
Huacho a Chancay 12
Chancay a Lima 12

118 leguas.
XXIX
ENTKADA EN LIMA. —
CONDUCTA DE LOS BE^^LISTAS

MIENTRAS LA OCUPARON. MONTONEROS Y SU INSTI-

TUCIÓN Y USOS. EL MARQUÉS DE TORRE TAGLE PRO-

CLAMADO PRESIDENTE. SU CARÁCTER.

Llegando a las puertas me obligaron a dar nom-


bre y domicilio en Lima, pues el enemigo no estaba
• tan distante para permitir a los extranjeros entrar y
salir de la ciudad sin averiguación. No encontrando
allí mi familia, me
apresuré a trasladarme al Ca-
llao donde supe que aun permanecían a bordo del Har-
leston por enfermedad muy seria de una sirvienta. El
lugar se hacía sumamente insalubre en el preciso mo-
mento que los españoles se retiraron de Lima, y no
hay duda que si eso no hubiese ocurrido, muchos de
ellos habrían sido víctimas de los malos víveres y de
la atmósfera malsana causada por el hacinamiento de
tantas personas en lugar tan reducido.
Dije antes que, mientras yo estaba en Trujillo,
un caballero llegó del Callao de donde había salido
el 15 de julio, cuando los españoles se preparaban a
retirarse de la costa. Del 15 al 19 estuvieron atarea-
dos en reunir los requisitos necesarios y saliendo por
divisiones. Caballos y muías y aun pollinos eran re-
quisados tanto para el ejército como para los godos
limeños que resolvieron probar fortuna con sus ami-
gos y relaciones al servicio español. ISÍo pocos deser-
tores de la causa independiente sabían que su crimen
probablemente no se olvidaría y también dejaron la
ciudad. Los españoles continuaron marchando en
cuerpos de soldados y emigrantes hasta la mañana
del 19 cuando salió la última compañía, incendiando
,

antes el palacio con numerosos papeles pertenecientes


— 171 —
al gobierno independiente, y también la Moneda, des-
pués de llevarse o destruir la maquinaria principal.
Era tiempo que abandonasen esta parte del país, pues
los víveres eran muy escasos y caros, y después que
el piimer destacamento realista al mando de Valdez
salió de Lima, a principios de julio, la ciudad y tam-
bién el campamento español habían sidp rodeados
¡X)r guerrilleros, llamados Montoneros, que cortaban
muchas provisiones.
Esta clase de fuerzas fué primero fomentada por
el general San Martín y produjo tal efecto con su in-
trepidez que los hombres de que se componía a ve-
ces efectivamente derrotaban grandes cuerpos de tro-
pas regulares. No recibían paga, pero les era permiti-
do robar al enemigo doquiera lo encontrasen. Ni sus
depredaciones, como puede suponerse, se limitaron a
los españoles, pues antes de mucho andar, degenera-
ron en bandas de ladrones patentados y organizados,
bajo la policía relajada y defectuosa de los gobernado-
res patriotas ; cualquier salvaje sujeto ocioso, con un
poco de ánimo y mucha aversión a ocupación útil, no
tenía más que hacer sino ponerse* de oficial de guerri-
lla, o, como se decía, Capitán de Montoneros. Pronto
se atraía una banda de compañeros por el estilo, a
quienes vestía con una suerte de librea, y los arma-
ba lo mejor que podía, algunos con sables, otros con
bayonetas o macanas, y pocos con mosquetes, cara-
binas o trabucos. Al fin se hicieron tan desordenados
que eran terror de la sociedad civilizada y como se
;

limitaban principalmente a la proximidad del ene-


migo, estaban casi fuera del alcance de los goberna-
dores patriotas de distrito.
Algunos de estos jefes eran hombres temerarios y
habían escapado con vida de número infinito de ha-
zañas arriesgadísimas. Eecuerdo especialmente de
uno, llamado «Hombre trabuco» por el arma inmen-
:; :

— 172 --

sa de esta claseque usaba y parecía más bien piecita


de bronce de artillería ligera. Era muy corpulento y
fuerte, y dondequiera que lo acosaran cargaba su tra-
buco con una bolsa de balas de mosquete y se sabía
que de este modo había matado o dispersado un cuer-
po entero que le atacó, mientras el retroceso de su
pieza fué tan fuerte que le echó de espaldas sobre el
caballo. Sin embargo, esta clase de fuerza rara vez
viene a las manos con tropas regulares, pero era bien
calculada para molestar un ejército acampado en re-
tirada, copando dispersos, interceptando víveres, y
apoderándose de cualquier bagaje o munición que se
pierda por falta de conocimiento de los caminos, ac-
cidentes u otras causas. Presionaron activamente la
retaguardia del ejército español en su retirada de Li-
ma, impedido como iba por emigrantes y bienes de
toda clase.
, Un día antes que los realistas dejaran definitiva-

mente la ciudad, el capitán iPrescott del barco de


S. M. Aurora obtuvo permiso de los generales espa-
ñoles e independientes para llevar un cuerpo de ma-
rinos a Lima, con el ñn de proteger los bienes y ca-
sas británicas de los robos que se cometieron entre la
evacuación de las tropas patriotas y la entrada de los
españoles no se volvieron a presenciar aquellas es-
:

cenas desgraciadas.
Así de saberse en Lima la disolución del Congre-
so en Trujillo, unos veinte diputados godos que ha-
bían quedado en la ciudad cuando los otros se retira-

ron al Callao ^y no habían emigrado ahora proba-
blemente porque sus servicios serían útiles en el Con-
greso para sus amigos realistas— creyendo la presen-
,

te buena oportunidad para ejecutar sus planes, sesio-


naron y declararon traidor a Eiva Agüero, y nombra- ^

ron presidente de la Eepública al marqués de Torre


Tagle.
— 173 —
Este noble tenía mal carácter y era jugador inco-
rregible. Era casado con la viuda de O'Higgins, her-
mano del famoso virrey de ese nombre y tío del ex
director de Chile con esta dama tuvo gran fortuna,
;

pero nada bastaba a su prodigalidad. Con todas sus


propiedades del Perú hipotecadas a españoles y sien-
do además de índole inquieta, fué el primero que pen-
só en llamar a San Martín (en ese tiempo empeñado
en libertar a Chile) como medio único de volver a ser
persona importante. En aquel tiempo era gobernador
de Trujillo, nombrado por los españoles, y aceptó esta
provincia con preferencia a La Paz para estar en
,

mejor situación de llevar adelante sus planes traido-


res. Así que San Martín llegó con la expedición a la
costa del Perú, el marqués levantó el estandarte de la
independencia en Trujillo y ayudó en grande a los pa-
triotas suministrándoles hombres, dinero y víveres que
les enviaba de su departamento. Cuando San Martín
se declaró «Protector del Perú» nombró a Torre Ta-
gle, con título de marqués de Trujillo, jefe delegado
al frente nominal del Gobierno. Se hizo aceptable a
San Martín en esta posición por ser instrumento dó-
cil, y su nombre e influencia, en dónde no había trans-
cendido su mala reputación, añadían cierto prestigio
a la causa de la libertad que surgía. Cuando fué de-
puesta la junta suprema, a principios de 1823, el Con-
greso lo eligió presidente de la Eepública pero, co-
;

mo antes se mencionó, las tropas resistieron tal me-


dida, y se nombró a Kiva Agüero en su lugar.
Por tanto. Torre Tagle no apareció más en la esce-
na política hasta julio de 1823, cuando los veinte di-
putados realistas volvieron los ojos a él, como rival a
propósito que oponer a Kiva Agüero. Probablemen-
te nunca hubiera existido como político a no ser su
fácil condescendencia que lo hacía apto para instru-
mento manejado por manos extrañas solamente por
;
— 174 —
esta razón lo ocuparon San Martín, el Congreso y
Bolívar. Su aspecto, al principio, según he oído, im-
presionante, cuando yo le vi era muy diferente ha- ;

bía engrosado y estaba abotagado por la bebida a que


tanto se aficionó últimamente, que rara vez se le po-
día ver por la tarde para hablar de negocios.
El 13 de agosto, ya mejorada nuestra sirvienta lo
bastante para moverse, volvimos a Lima y nos insta-
lamos en departamentos poco ha ocupados por mís-
los
ter Eobertson, que por este tiempo salió del Perú para
Inglaterra en el bergantín Atahualpa como envia-
do del Gobierno. Las muías en esta época eran tan
escasas, a causa de la arreada hecha por los espa-
ñoles, que. costaba más llevar mercaderías del CaUao
a Lima que traerlas de Inglaterra pagué, en efec-
;

to, tres y media guineas por un carrito y dos muías,


que llevó carga de una tonelada a la ciudad y por un
;

carruaje para la familia, tirado por dos mancarro-


nes, el dueño me extorsionó el mismo precio. En
nuestro camino a Lima pudimos ver muy claramen-
te los lugares recientemente ocupados por el ejército
español, con el suelo cubierto de trapos, huesos, et-
cétera el olor más desagradable predominaba aquí,
;

no sé por los cadáveres enterrados o por los restos


si
de osamentas carneadas. El país inmediato al ca-
mino no era más que pampa árida, con paredes de-
molidas para utilizar los ladrillos en construir cocinas
para los soldados.
La «ciudad de los Keyes» salía de la tristeza que
la había dominado largo tie-npo y como no existía ya
;

el horror del enemigo, el placer empezaba a restau-


rar su reinado sobre una población cuya máxima pa-
recía ser que el único ñn de la vida es gozar. Duran-
te esta breve pausa política, será bien consignar al-
gunas referencias sobre los habitantes de Lima, com-
binando observaciones propias con datos auténticos
^ 175 -
que recibí de varias procedencias. Se entiende que las
observaciones generales que ofrezco son resultado del
conocimiento que tuve durante casi un año de residen-
cia;
pero, naturalmente, en varios puntos estoy su-
jeto a errores que un conocimiento mayor rectificaría.

XXX
DAMAS LIMEÑAS, SU EDUCACIÓN, VESTIDO, COSTUMBRES
Y OCUPACIONES. —OCUPACIONES ORDINARIAS DE LA
FAMILIA DURANTE EL DÍA.

Las damas limeñas ciertamente de raza muy supe-


,

rior a loshombres son los principales actores en esta


ciudad de vicio y enervamiento, y sus maneras
y dumentaria diferentes en muchos detalles de las
de otras sudamericanas. Su educación se descuida to-
talmente y hallé muy pocas entre las mujeres más
respetables que supiesen leer y escribir. Se las educa
para que se crean objeto de admiración y homenaje,
y "por tanto temprano contraen hábitos de coquetas
consumadas. Estas artes se practican con frecuencia
a tal punto por meras criaturas que es simplemente ri-
dículo ; y entre otras perfecciones, todas las niñitas
aprenden a manejar el abanico con destreza cuan-
;

do crecen lo reducen a sistema completo de coquete-


ría, expresando con movimientos especiales, placer,
celos, amor o enojo. Las limeñas, por tanto, pueden
hablar casi tan inteligible con el abanico como las jó-
venes inglesas de la misma edad con los dedos.
Su traje contribuye mucho para ayudarlas en las
intrigas que su educación les ha enseñado a conside-
rar como fin primordial de la vida. La saya y el man-
to tienen la doble ventaja de dibujar las buenas for-
mas de la manera más excitante, y asegurar comple-
tamente a la portadora de no ser reconocida. La saya
•— 176 —
es de estambre, estofa o rico raso, acolchada y ple-
gada perpendicularmente, para hacerla elástica. Si
de estofa, es de color negro u obscuro, perfectamente
lisa si de raso, es de todos los colores imaginables y
;

con ruedo ancho hasta la rodilla adornado ricamente


con flecos de cintas obscuras e hileras de aljófar. El
manto es simplemente un pedazo de gasa de seda ne-
gra ajustado con un cordón en la cintura y echado so-
bre la cabeza.
Las mujeres de virtud más frágil se distinguen ge-
neralmente por usar las sayas más ricas y los colores
más chillones ;
pero las clases más respetables se li-

mitan a estofa para diario y raso negro para las gran-


des ocasiones. Esta regla sin embargo, no es absoluta-
pues el vestido en Lima se presta a intriga y galante-
ría y las damas con frecuencia se ocultan en sayas
muy andrajosas cuando desean pasar desapercibidas.
-

En tales manera de distinguir la dama disfra-


casos la
zada de mendiga es a menudo por los pies pues
la ;

cualquier pena que una mujer sufra para disfrazar-


se, generalmente es tan vanidosa de la pequenez de
su pie y bien torneado tobillo, que la delicada media
de seda o el zapato nuevo de raso, a menudo denun-
ciarán una bella intrigante. Sin embargo, la mendi-
ga más pobre de Lirha desdeñaría usar medias de al-
godón o estambre y aunque parezca increíble, he
;

conocido una mujer que gastaba diez y ocho peniques


en lavar un par de medias de seda, cuando efectiva-
mente carecía de pan. La siguiente, en efecto, es la
razón del inmenso número de medias de seda impor-
tadas al Perú con medidas masculinas casi todas a ;

las limeñas les gustan largas de pierna, pues cuan-


do el pie se gasta se las sacan, cortan el pie viejo y
chapucean algo en forma de uno. nuevo.
Si las formas de una dama no fueren tan atray en-
tes como ella desea, recurre a caderas postizas y aun
— 177 —
a falsas protuberancias traseras y la figura así arti-
;

ficialmente rellena o naturalmente redondeada se de-


nuncia primorosamente por la saya ajustada en to-
das partes. El extranjero se sorprende del magnífico,
o más bien lascivo balanceo en el caminar de la li-
meña y su tout ensemble, con im ojo negro atisban-
;

do del manto en busca de admiración, da al princi-


pio noción desfavorable de la moralidad y discreción
de- las beldades limeñas esta impresión acrece en-
;

contrándolas siempre solas y por tanto con oportu-


nidad para llevar adelante sus «empresas amorosas».
Generalmente son de buena figura, caras vivas e
inteligentes, índole bondadosa y amable y, si se agre-
;

gara la educación a estas ventajas, se convertirían en


adornos de la sociedad ilustrada y ellas mismas con-
atribuirían a mejorarla. Como he anotado ya, se enor-
gullecen especialmente de sus pies, en verdad pe-
queñísimos por naturaleza, pero los achican por el
arte. Desde la infancia usan zapatos sumamente ajus-
tados. Con frecuencia he visto gruesas señoras mayo-
res que aún conservaban su vanidad de mostrarse con
zapatos tan pequeños que el tobillo y la carne rebasa-
ban y ocultaban mucho del pie. Los zapatos son uni-
formemente de raso de color y renglón muy caro en
los gastos de una dama ;
pues por la pequenez de sus
•dimensiones y fragilidad del material, no pocas ve-
ces revientan la primera vez que los usan.
Dentro de casa las damas no llevan cofia u otro
abrigo en la cabeza, "y se peinan de una trenza que
cuelga sobre las espaldas hasta abajo de la cintura. El
vestido de casa es también lo que en inglés se diría tra-
je sumamente suelto : consiste en batón holgado de
muselina blanca o de color, ceñido al pecho mientras
deja el cuello descubierto, excepto cuando un chai he
echa negligentemente sobre los hombros como no :

usan corsés sus figuras aparecen así muy poco favo-


NARRACIÓN. —12
— 178 —
recidas. Aunque no usan adornos artificiales en la
cabeza, algunas veces las damas arreglan el cabello
de adelante en trencitas, donde prenden algunas ñores
naturales. Siempre tienen a mano una canastilla con
flores frescas para ofrecer a los visitantes y se estima
como el mejor cumplimiento que se puede hacer a un
caballero.
Aunque las limeñas se cuenten entre las mujeres
más afables del mundo, tienen poca sociabilidad, y
casi se desconoce el trato doméstico entre las fami-
lias. Sus placeres no son tan castos ; y las tertulias de
Buenos Aires no se practican mucho en Lima. Por
esta razón los residentes ingleses hallan sumamente
difícil reunir número suficientS de damas aun para
dar baile, y las que asistían eran principalmente de
Buenos Aires, Chile o Colombia. Al mismo tiempo
las limeñas irían como ía|3aí¿a5, parándose en puertas
y ventanas para presenciar el alegre movimiento de
adentro. No vacilan, en estas ocasiones, en mezclar-
se con mujeres de la peor clase y negras, en la con-
fianza de permanecer desconocidas a menos que al-
gún accidente desarregle o haga caer el manto que
oculta el rostro. Como las casas se abren completa-
mente durante el baile para que corra todo el aire po-
sible, las tapadas son serio impedimento para el or-
den de la diversión en los intervalos a veces la sala
;

de baile se despejará, mientras los hombres andan a


caza de sus parejas, que quizás se han echado un gran
chai que envuelve cabeza y hombros y disfrutan el
cigarro favorito en algún obscuro rincón. Ambos sexos
de cualquier condición fuman en Lima la primera;

cosa que toman por la mañana al despertar es el ciga-


rro y también se acuestan de noche con él en la bo-
ca. Es fá<3Íl figurarse el disgusto de un inglés al con-
templar una mujer bella que con delicada mano saca
el cigarro de los labios ennegrecidos, para descargar
,

— 179 —
en el suelo, con jeringazo de establero in-
el injurioso
glés, la saliva recogida en la boca.
Se juega con grande exceso en Lima, por hombres
y mujeres, y algunas de las familias más opulentas
continuamente están por el juego en la pobreza. Una
viuda respetable, de mi relación, tenía renta superior
a £ 7.000 anuales, y aunque gastaba poco en su ma-
nera de vivir, siempre se hallaba endeudada por en-
tregarse a este vicio y su hija, de catorce años, era
;

considerada muy aficionada a todos los juegos.


Las limeñas nativas, aunque defectuosas por fal-
ta de educación, tienen numerosas buenas cualidades
que fácilmente se convertirían en virtudes entre
;

otras, un y bondad sencilla de


alto gra'do de afabilidad,
corazón. Mi esposa, casila única inglesa en Lima, co-
mo es natural, por la novedad del vestido y aspecto,
excitaba gran curiosidad muy desagradable pero aun-
;

que frecuentábamos la calle casi a todas horas, nunca


recibimos el mínimo insulto, resultando nuestro prin-
cipal inconveniente los abrazos de las mujeres que
con frecuencia la tomaban de la cintura en plena calle
o se detenían para admirar y examinar el vestido. Al
principio acostumbrábamos pasear con nuestro hijito
pero éramos detenidos por gente afable, que lo entra-
ba corriendo a sus casas con exclamaciones de qué
precioso, qué bonito, etc., que a veces nos veíamos en
figurillas para sacarlo, y por fin nos vimos obligados a
dejarlo en casa, aunque él gustaba pasmosamente de
las atenciones que recibía. La mejor clase de mujeres
se contentaban con ponerse al lado de la vereda, y es-
cudriñarnos con gran seriedad.
Las damas limeñas, como puede suponerse, son
dueñas de casa sumamente malas en efecto, esto no
;

forma parte de su educación, y nunca se interesan en


lo mínimo en las ocupaciones domésticas, siempre las-
timosamente manejadas por algún esclavo favorito o
— 180 —
mayordomo. Acaso no hay mejor manera de dar no-
ción del modo en que se pasa el tiempo en Lima que
detallando la vida diaria de una mujer de familia res-
petable.
Para "que se me entienda mejor, primero describiré
brevemente la clase de casas en que residen, y toma-
ré aquella en que vivíamos como modelo de las habi-
tadas por la burguesía. Antes he dicho que todas las
casas, en las grandes ciudades sudamericanas se cons-
truyen formando patios a que dan la mayor parte de
los cuartos. El cuadrángulo por consiguiente se pue-
de dividir fácilmente en dos casas separadas, y esto su-
cede con frecuencia teniendo cada lado su entrada in-
,

dependiente y escalera a los altos.' Ocupábamos las


habitaciones de la derecha del patio, pues la fami-
lia propietaria retenía el lado opuesto y la parte, que
hacía frente a las entradas. La entrada a su porción
era por una serie de escalones que conducen a un co-
rredor largo, dorado y coloreado, y en la cornisa, co-
mo es muy usual, inscripto un versículo de la Escri-
tura. Del zaguán se entra a un vestíbulo grande, de
cuarenta pies en cuadro, amueblado parcialmente y
destinado a las esclavas, donde trabajan y es recibida
la gente que viene por negocios. En seguida de este
vestíbulo hay otro cuarto del mismo tamaño que se
comunica con el primero por una gran puerta plega-
diza ; estaba hermosamente amueblado con sofás de
terciopelo carmesí en tres lados de la habitación y las
paredes con colgaduras de seda del mismo color. En-
frente de la ancha puerta se sentaría la familia' con
solemnidad para recibir visitas, de modo que se vea
completamente de la calle cuando se abran las »puer-
tas. Se sientan en sillas bajas de esterilla o en los so-
fás. Todavía más allá, en el fondo de la casa, estaba
el segundo patio principalmente rodeado de dormito-
rios, y detrás de éstos las cocinas y servicios.
— 181 —
Después del almuerzo (invariablemente de riquí-
simo chocolate con pan, y una p^ran libación de agua)
la familia iba a misa a las ocho en punto, siguiéndola
la esclava con alfombritas en que las damas se sien-
tan eñ el piso de Jos templos desprovistos de reclina-
torios o escaños, excepto un banco largó extendido
desde el altar por ambos lados de la nave principal
hasta la mitad. Después de misa, se acostumbraba ir
en carruaje a los baños, una milla de la ciudad, por
una linda alameda que costea la orilla del Kimac. Es-
tos baños fueron construidos para negocio o por una
familia española y consistían en gran pileta de doce
yardas en cuadro, cercada por tapias y cubierta con
zarzos de parra cuyos pámpanos lozanos formaban
lindo techo natural. Adosados a las tapias hay ban-
cos de piedra cubiertos, así como el piso, con esteras:

el fondo de la pileta es embaldosado y nada puede ser


más claro que el agua que por ella corre en abundan-
cia. Esta gran pileta destínase solamente para hom-
bres ;
pero anejos hay veinte baños especiales para
mujeres. En los meses de verano se llenaban de gru-
pos de damas que permitían a los caballeros venir y
hablarlas en la puerta mientras ellas se bañaban con
vestido liviano a propósito.
A las doce la familia reúnese en la sala esperando
visitas- que, cuando llegan, caminan por él vestíbu-
lo exterior con sombrero puesto, saludando a los es-
clavos. En la puerta del cuarto principal, los hombres
se sacan el sombrero, y se inclinan separadamente an-
te cada miembro de la familia, y toman asiento en
los sofás laterales
: si son mujeres, las de la familia
se paran y las abrazan, poniendo primero un brazo al-
rededor del cuerpo y después el otro. Se considera con-
trario a todas las reglas de delicadeza y decoro que la
mujer en ningún caso estreche la mano del hombre
ni se le. ocurriría hacerlo a la mujer más abandona-
,

— 182 —
da cuando se despiden por mucho tiempo o se en-
:

cuentran después de larga ausencia, abrazan a los


hombres rodeándoles la cintura con los brazos. Duran-
te la visita las damas de casa se hacen traer una ca-
nastilla de flores y eligen una paralada visitante, así
como limones o manzanitas atravesadas con clavos
de olor en forma de corazones y otros artificios. No
contentas con el olor natural de las flores, agréganles
fragancia artificial rodándolas con agua perfumada
y la vierten en su seno y el de sus amigas delante de
gente.
A las dos, se han ido las visitas y poco después sue-
nan campanillas para comer y se cierran las puer-
las
tas de calle. A esta hora se ven los esclavos corrien-
do a las pulperías por artículos ínfimos como sal, man-
teca, especia o vinagre. Nada por el estilo compran las
familias hasta el momento de necesitarlo y es natural
que lo consigan carísimo. La comida, siempre servi-
da en el cuarto más incómodo de la casa, se compone
de vasto número de platos mezclados con gran canti-
dad de tocino que usan con profusión en la sopa. Dos
platos de resistencia son el chupe ya descripto en mi
viaje a Trujillo y la olla con garbanzos o puchero
como se dice en el Perú. Se compone de carne y toci-
no hervidos y servidos con repollo, porotos, batata,
o zapallo. Los habitantes de Lima consumen en la
comida mucho ají, pero no conocen la mostaza.
Después de comer, la familia se queda largo rato
tomando conservas que son sencillamente dulces, con
casi ningún sabor a la fruta, acompañados con gran-
des libaciones de agua pura. Poco después se hace ve-
nir la calesa para dar un paseo en la alameda. La cale-
sa es de dos ruedas que, en vez de estar debajo la caja,
van tan atrás, que el peso descansa en gran parte so-
bre las varas ;es tirada por una muía montada por
.

esclavo de librea ;los cojines son pintados de todos


— 183 —
colores y a veces con paisajes. Después de dar una o
dos vueltas por la alameda, la calesa se pone a un
lado y las mujeres se sientan silenciosas, mirando a la
gente o, si bellas o de alta sociedad, se les acercan los
caballeros que van y vienen por el centro de la ala-
meda montados en vistosos caballos. A veces las da-
mas bajan de las calesaspara pasear por las veredas o
apoyarse negligentes en los bancos de ladrillo.
Otra diversión, más tarde, es caminar hasta el
puente, generalmente lleno de personas de ambos se-
xos bien vestidas que van para encontrarse con ami-
gos o disfrutar la brisa del mar. Este es asimismo el
paseo favorito en noche de luna, particularmente cla-
ras en el Perú. A un lado del puente está el silencio-
so valle de Lima limitado por el tranquilo Pacífico al
;

otro la cordillera gigantesca, magnificada por la clase


de luz que descansa en sus estupendas laderas y apa-
reciendo casi suspendida sobre la ciudad ;
abajo se
precipita el furioso Eimac, aumentado con las lluvias y
rojo con la tierra arrebatada de la sierra.
De vuelta a casa pasando por la plaza, los grupos
se detienen para beber refrescos y comer fruta en los
puestos con filas de bancos a propósito, servidos por
negras vestidas con primor no se cree de ningún mo-
;

do incompatible con damas respetables sentarse allí


a reír y charlar hasta una hora después del obscurecer.
En realidad, aquí las damas regulan su conducta, y to-
do es como debiera ser siempre que ellas lo dispongan.
Mientras la familia se divierte afuera, los esclavos
de la casa tienen fiesta se busca inmediatamente gui-
;

tarra y arpa y los criados gozan en bailar, cantar o


jugar al efallo ciego. Los negros limeños son muy mú-
sicos y las mujeres cantan en coro muy armoniosa-
mente y con buen gusto, aunque con poca o ninguna
instrucción las canciones amorosas son naturalmen-
;

te favoritas, y especialmente recuerdo el estrambote


^ ,

— 184 —
y tres estrofas de una, constantemente pedida en sus
alegres reuniones. La incluyo para mostrar el estilo
general de tales producciones, pues no son indeco-
rosas.

Tan ciega estoy en quererte,


Es tan grande mi pasión
Que el breve rato que duermo
Contigo mis sueños son.

Y sabiendo que el quererte


Causa es de mi perdición,
Y el origen de mi muerte
Yo no sé por qué razón
Tan ciega estoy en quererte.

Mis tristes lamentaciones


Puros mármoles quebrantan ;

• No te cause admiración,
Pqcs mi adoración es tanta
Y es tan grande mi pasión.

Muévate la compasión
De mi dolor tan funesto ;

Convénzate esta razón,


Pues cada vez que me acuesto.
Contigo mis sueños son (1).

Los esclavos ciertamente llevan vida muy dichosa


en Lima. Generalmente hay muchos en todas las
casas, con poco más que hacer para un sexo que apo-
yarse en el respaldo de las sillas de sus amas durante

(1) La música era sumamente bien adaptada a la letra,


en tono menor, pero sospecho qn^ fuese italiana, pues, cierta-
mente, es en mucho de la mejor música cantada o tocada en
el Perú.

m
— 185 —
las comidas, y para el otro coser. El tratamiento de
los esclavos por los españoles es la parte más amable
de su carácter y forma violento contraste con el bru-
tal de los portugueses. Durante mi estada en el Perú,
nunca vi látigo o un esclavo castigado. En Río Ja-
neiro la espalda de casi todos los esclavos está saja-
da con azotes aplicados por los motivos más triviales.
Si la familia se queda en casa, para recibir visitas
por la noche, se sientan exactamente como por la
mañana, con una bujía solitaria en el inmenso vestí-
bulo de modo que al entrar, casi se imagina hacerlo
;

a una iglesia, con un cirio encendido delante de un


grupo de sagradas imágenes. La gente se acuesta muy
tarde en Lima, y extraordinariamente desagradable
para un inglés es que ambos sexos duermen desnudos
sin más que gorro en la cabeza.

XXXI
LOS LIMEÑOS. —POBLACIÓN Y SUS CLASES PRINCirALES.
— SACERDOTES Y SU INFLUENCIA. — CEREMONIAS RELI-

GIOSAS. — FUNERALES.—REPIQUES. —UN BAUTIZO.

Los limeños (hablando aquí de los nativos de la


ciudad en contraposición a otros residentes) son de
raza tan insignificante que realmente apenas parecen
dignos de atención nunca hubo gente más inepta pa-
;

ra empleo activo y útil. Todo el tiempo que disfrutan


su cigarro parecen tener difícilmente deseo no satis-
fecho, y si caen en la- pobreza, se entregan a la deses-
peración y la miseria, sin energía para esquivar el gol-
pe, o fuerza para soportarlo. Es casi increíble que, en
población de 100.000 almas y con extenso tráfico en
el puerto, no haya más que dos o tres casas comercia-
les peruanas en Lima y Callao el comercio, puede
;

decirse, es monopolizado por extranjeros, entre los


— 186 —
que hay muchos chilenos y argentinos. Si caminando
por las calles de Lima encontráis un hombre con sem-
blante pálido cetrino, atisbando de la capa bien em-
bozada en la garganta, cigarrillo en la boca y sombre-
,

J
rito de copa angosta en la cabeza, podéis asegurar que
es limeño. Si os cruzáis con un hombre elegantemen-
te vestido, si no es europeo, es de algún otro país his-
pano-americano. Dentro de casa dos limeños se sacan
la capa que en invierno y verano usan para salir. Su
traie usual, debajo, es de corte antiguo, casaca bor-
dada, medias de seda y aditamento de un gran bas-
tón puño de oro.
Esta carencia de energía corporal y mental en los
naturales del Perú proviene, sin duda, principalmente
de dos causas falta de educación y clima igual la
: ;

mayor parte de los peruanos educados en Europa han


resultado tan buenos como el resto del mundo, y en-
tre los clérigos educados en el país hay muchos hom-
bres activos y celosos. La política española siempre
se ha opuesto al adelanto de los conocimientos entre
los seglares sudamericanos y la consiguiente difusión
de principios ilustrados pero parece haber tenido
;

efecto más poderoso en el Perú que en otras cclonias,


pues ha sido ayudada por el suave clima enervante ;

no es que el excesivo calor domine la energía del or-


ganismo y, como sucedía, desgaje los nervios del cuer-
po humano, pues el termómetro es raro suba de
los 82° F. ; pero hay una suavidad y poder relajante
en la atmósfera invariable en toda estación por falta
de vientos tónicos, que, como todos los que han visi-
tado el país pueden atestiguar, desarma la naturale-
za de sus fuerzas habituales.
La población de Lima, que, como antes dije, se
estimaba en 100.000 habitantes, puede dividirse en
tres clases:blancos, mestizos y negros y mulatos. La
primera se compone de los descendientes directos de
— 187 —
pobladores españoles y entran en ella las familias más
respetables y ricas de Lima. Esta misma clase,
sin embargo, era tenida })or los españoles europeos
muy en menos, y aun los hijos de padres españo-
les, nacidos en América, se consideraban haber per-
dido su rango social.
La segunda clase, o los mestizos, desempeñan las
ocupaciones de tenderos, negociantes y artífices bajo
la denominación general de comerciantes y artesanos.
Forman la porción más numerosa y útil de la socie-
dad y son civiles e industriosos. Los principales oficios
entre ellos son sastres, zapateros, cigarreros y choco-
lateros. Los plateros ocupan una calle.
Los negros y mulatos, de que se compone la terce-
ra clase, son esclavos o se emplean en todas las ocu-
paciones penosas de la capital trabajadores, chan-
;

gadores y aguateros.
Los negros africanos son escasos y caros, costan-
do un buen esclavo de 80 £ a 120. Los mulatos son
lindísima raza de hombres corpulentos, sumamente
fuertes pero de ninguna manera industriosos, pues
;

ganan la vida muy fácilmente. Son al mismo tiempo


ladrones conocidos y frecuentan las chinganas, o ca-
sas de bebida, donde se permiten las diversiones más
tumultuosas. Son muy músicos y tocan la guitarra y
una suerte de tambor hecho con pergamino en un
cántaro de barro, al son del que bailan con las postu-
ras más indecentes, mientras todos los circunstan-
tes corean la música. De esta manera, con ayuda del
licor, y el sonido aturdidor del tambor golpeado con
la mano abierta, se excitan casi hasta el frenesí. No
es mucho decir en favor de la moralidad y delicadeza
de las damas limeñas, pero es positivo que he visto mu-
jeres consideradas respetables mirando y gozando en
estas grotescas diversiones. Me informaron que se han
conocido arrogantes virreyes en tiempos de su pros-
,

peridad en Lima, que asistían disfrazados.


.^
I
r

188 — ,

No es de admirar que los limeños fuesen supersti- ,|


ciosos o fanáticos hasta el último grado. Son entera- |^
mente dirigidos por sacerdotes cuya máxima parte son J '

de costumbres muy depravadas. El dinero comprará


la absolución de cualquier crimen y el culto, como
;

en otros países católicos, en vez de dirigirse a la


Deidad se tributa a las imágenes que llenan los tem- :;

píos, cargadas por los devotos con presentes de oro,


plata y piedras preciosas. Estos presentes se substi-
tuyen generalmente con oropel y vidrio pintado por
sacerdotes que consumen el producto en gratificar su f
sensualidad y extravagancia. A tal punto el clero lleva ;

estas depredaciones, que he visto un sacerdote ofrecer ;,

en venta, como oro y plata antiguos, los vasos sagra- ;

dos del templo no se atrevía a tocarlos, e insistía en


; ';;,

que el comprador los tomase con una servilleta lim- }


pia para meterlos al crisol. A la noche, era difícil
J
para una mujer sola caminar por las calles menos fie- V'
cuentadas sin ser víctima de sus insultos o verse obli- .1
gada a presenciar las escenas más desgraciadas y re- |
pugnantes. De ningún modo era desusado en Lima |
ver sacerdotes borrachos aun de día, y su afición al vi- |
ció del juego es conocida. |
Mientras esta clase social holgazana y artera conti-
núe ejerciendo tanta influencia en la mente popular, es , i

imposible que los habitantes sean bien instruidos o vir-


tuosos. Una vez introducidos en la familia se infil-,

tran en la confianza de sus^miembros, y, conociendo


sus secretos, ejercen dominio absoluto e intervienen
en todo. No solamente ejercen poder en los asunto© re-
ligiosos de familia, sino que en muchos casos asu-
men todo el manejo de los asuntos mundanos. Se
confía al sacerdote la educación de los niños, y felices
los padres que no tienen que arrepentirse de su con-
fianza ; son numerosos los ejemplos de sacerdotes sin
escrúpulos que se sirven de las hijas de familia para
,

— 189 —
sus fines mientras enseñan a las víctimas casi a glo-
riarse del crimen, como si se honrasen con la santi-
dad de sus seductores y se descargasen del pecado con
su santa jjbsolución.
Como prueba de la manera en cjue los confesores
muestran el poder más tiránico en los asuntos tempo-
rales, puedo citar el caso de una joven española que nos
visitaba con frecuencia y era parienta de la familia,
parte de cuya casa ocupábamos. Admiraba mucho los
vestidos ingleses de mi esposa y tomándolos por mo-
delo se hizo algunos para su uso pero como las lime-
;

ñas no usan corsé sino en el salón de baile, no le sen-


taba bien en otras ocasiones. En consecuencia, la
aconsejamos usara corsé pero declaró francamente
;

que su confesor no se lo permitiría. Otra vez vino a


nuestra casa muy abatida por habérsele negado abso-
lución en público, por rizar un poco el cabello de ade-
lante, siguiendo la moda inglesa. Sin embargo, debe
admitirse .que, entre el clerosecular particularmen-
te, hay muchos hombres de ideas ilustradas y vidas
piadosas. Uno que merece esta honorable distinción
^8 un lindo anciano, deán de Lima, que por muerte
del arzobispo y no nombrarse sucesor, desempeñaba
las funciones de jefe de la iglesia y residía en el pa-
lacio arzobispal. Veía mucho a este excelente digna-
tario y con frecuencia iba al palacio. Este gran edifi-
cio contiene biblioteca de teología antigua, ediciones
viejas de clásicos, y algunos libros ingleses a que él
era particularmente aficionado y podía leer un poco.
Antes he apuntado que los limeños son sumamen-
te aficionados a espectáculos fastuosos y las ceremo-
;

nias de la religión católica tienden mucho a fomen-


tar ese gusto. En
determinados días de los santos más
estimados, las imágenes se bajan de los nichos y se
llevan en procesión (de que forman parte los habitan-
tes principalmente y el clero) a diferentes iglesias
— 190 —
para visitar los santos vecinos. En estas ocasiones,
muy frecuentes, las calles por donde pasa la procesión
se llenaban de multitud de gente y las ventanas y bal-
cones con una fila de personas vestidas con sus mejo-
res atavíos. Cuando la imagen pasa por delante, se de-
rraman desde las ventanas canastas de flores en ob-
sequio del santo, y por estas flores la turba general-
mente disputa y pelea y las conserva como reliquias
preciosas.
Todas ceremonias religiosas se celebran con el
las
mayor boato y ostentación. Cuando está en peligro de
muerte alguna persona importante, se manda buscar
el sacerdote para sacramentarla. La hostia, en esplén-
dido carruaje tirado por cuatro caballos, es llevada
por un sacerdote que canta o lee todo el camino, y la
sigue una procesión a pie, con cirios y antorchas,
acompañada por soldados para mantener el orden.
Es recibida en la puerta de calle por los parientes arro-
dillados del agonizante ; y cuando concluye la cere-
monia se vuelve al templo del mismo modo.. Los fu-
nerales de personas de calidad, se celebran general-
mente con una procesión de sacerdotes por la noche,
iluminada con antorchas, que acompaña el cadáver
desde la casa a la iglesia. Después se coloca en una ca-
rroza fúnebre para llevarlo a enterrar en el cementerio
público, una milla de la ciudad. Este cementerio con-
siste en una capilla y un gran terreno cercado de pa-
red, y despide el olor más pestífero, pues los cadá-
veres se ponen apenas bajo la superficie del suelo. m
Prevalece en Lima, principalmente entre gente ba- 1|
ja, la práctica repugnante, para evitar gastos de en- .

tierro, de exponer los cadáveres cerca de alguna igle-


sia. Al principio no conocía esta costumbre y, como 'j]

a menudo pasaba por una iglesia cercana a la casa 'i

donde vivía, me fastidiaban muchísimo los olores re-


pugnantes procedentes de unos envoltorios colocados
~ 191 —
sobre la pared baja que rodeaba el edificio. Averiguan-
do, supe que aquellos envoltorios contenían cadáve-
res de niños, dejados allí hasta que la carroza pública
viniese para llevarlos a enterrar. Esta carroza recorre
todas las iglesias para recogerlos. Como nada se averi-
gua tocante a los padres, ni se investiga la causa del
fallecimiento, no puedo menos de sospechar que, en
lugar tan inmoral como Lima, el infanticidio sea muy
frecuente.
El tañido de las campanas forma parte importan-
te de las ceremonias religiosas de Lima, y haceü un
ruido tan aturdidor, que imposibilita escuchar nada
atentamente durante los repiques. Las campanas real-
mente son miiy musicales, pues el bronce que las com-
pone tiene mezcla considerable de plata pero se to-
;

can del modo más discordante. En vez de hacerlo ar-


mónicamente, como en Inglaterra, se atan guascas a
los badajos y, determinadas veces, suben muchachos
al campanario y, balanceando los badajos de todas al
niismo tiempo y a dos lados, producen la combinación
más bárbara imaginable de ruidos. Un fraile que ha-
bía estado en Inglaterra decíame que los ingleses tie-
nen muy buenas campanas, pero no saben tocarlas.
Monteagudo, primer ministro de San Martín, pro-
hibió que las campanas sonaran más de cinco minu-
tos cada vez y reglamentó el número de toques dia-
rios;
pero esta disposición fué abolida después por
profana e irreligiosa.
El 8 de septiembre, mi esposa dio a luz una cria-
tura, y, deseando cristianarla, consulté con las ami-
gas en cuya casa vivíamos. Me congracié completa-
mente con ellas por este paso y una de las damas me
rogó la permitiese ser madrina, que en Lima se con-
sidera gran cumplimiento. Se señaló el día siguiente
para la ceremonia y fuimos en carruaje a la catedral.
La criatura, adornada para la ocasión, era llevada por
'

— 192 — •

la sirvienta de la familia. Al llegar al templo, pasan-


do ante una multitud reunida para presenciar el bau-
tizo, nos guiaron a una capilla lateral, donde estaba la
pila bautismal. La ceremonia fué oficiada por un ca-
nónigo, amigo particular de la madrina. Después de
concluida la ceremonia, la madrina distribuía entre la
multitud un saco de moneditas llevadas al efecto, se-
gún es costumbre, mientras nos trasladábamos al pa-
lacio arzobispal, contiguo a la catedral, pues el ve-
nerable deán deseaba honrar al niño con bendición
especial. En el Perú, más todavía que en España, la
madrina y el padrino del niño se consideran parien-
tes de la familia, y la intimidad más estrecha se•

mantiene entre ellos en efecto, la vinculación se con-


;

sidera más que una relación ordinaria, y los títulos


de comadre y compadre son palabras de especial es-
timación y afecto.

XXXII
LLEGADA DE BOLÍVAR EL LIBERTADOR. — Sü PERSONA Y
ASPECTO. —VISITA AL TEATRO, —DESCRIPCIÓN DE LA
CASA.— CORRIDA DE TOROS Y DESCRIPCIÓN DE LA
PLAZA.

La atención de todas las clases sociales había es-


tado embargada durante algunos días a la espera de
Bolívar, y se había preparado casa suntuosa para re-
Era la misma en que se celebró el gran bai-
cibirle.-
le del25 de mayo. El primero de septiembre, salvas
de las baterías del Callao anunciaron el arribo del
Libertador, y todas las tropas de la guarnición mar-
charon al camino del Callao para escoltarle al entrar,
lo se efectuó en la tarde del mismo día. Las ca-
que
llesde Lima eran un continuo despliegue de bande-
ras y colgaduras en ventanas y balcones los colores;
.

— 193 —
peruanos, chilenos y argentinos, con divisas apropia-
das, se ostentaban én honor de su llegada, y Lima se
entregaba a la más entusiasta expresión de admiración
por este dichoso guerrero americano. Casi una se-
mana no se oyeron sino discursos y hubo diversiones en
su honor.
Uno o dos días después de llegar, se anunció al
público su intención de ir al teatro, donde tendrían
oportunidad de verle. Se- entabló inmediatamente la
mayor competencia para conseguir palcos, pues eran
pocos los disponibles, por estar la mayor parte alqui-
lados a las familias mensualmente o por año. La sala,
más o menos del tamaño y aspecto de nuestro teatro
de Hay Market, estaba toda adornada con los colo-
res colombianos, y sobre el palco presidencial, inme-
diatamente en el centro del orden más bajo, estaban
las banderas entrelazadas del Perú y Colombia. Des-
de temprano la sala se llenó por completo. La llegada
de Bolívar se hizo saber encendiendo afuera cohetes
voladores, y entró en el palco con el presidente. Natu-
ralmente, fué acogido con el mayor entusiasmo, y con-
testó al saludo con una rápida reverencia, sentándose
inmediatamente
Es hombre muy delgado y pequeño, con aspecto
de gran actividad personal su rostro es bien forma-
;

do, pero arrugado por la fatiga y ansiedad. El fuego de


sus vivaces ojos negros, es muy notable. Tiene gran-
des bigotes y cabello negro y encrespado. Después de
muchas oportunidades de verle, puedo decir que nun-
ca encontré cara que diera idea más exacta del hom-
bre. Intrepidez, resolución, actividad, intriga y es-
píritu perseverante y fesuelto, se marcaban claramen-
te en su semblante y se expresaban en todos los mo-
vimientos de su cuerpo.
Su traje en esta ocasión era sencillo aunque mili-
tar. Vestía, como de costumbre, chaquetilla
y panta-

NARR ACIÓN. 13
— 194 —
lón azules, con botas granaderas. Pareció prestar mu-
cha atención a la representación, no obstante ser ma-
la, y evidentemente gustóle el saínete o petipieza jo-
cosa de gracia y bufonería burdas, por las que son fa-
mosos los españoles de Lima.
El teatro tiene tres órdenes de palcos, galería y
platea. La platea se divide en asientos separados, con
brazos como de silla, y numerados así, una persona
;

puede tomar por temporada el que más le agrade. Par-


te considerable del orden inferior es ocupada por dos
;

palcos presidenciales (uno oficial y otro particular),^


y por un tercero para el cabildo, o municipales de Li-
ma que no lo pagan. Los demás. palcos se abonan prin-
cipalmente por mes o año, teniéndose que pagar por
entrada individual alrededor de un chelín inglés, ade-
más de la subscripción. La abominable costumbre de
fumar en el teatro se practica por todas las clases en
los entreactos. Así que cae el telón, se oye el chocar
de eslabones y pedernales y la boca de cada uno pres-
to se adorna con un cigarro las damas de los palcos
:

también se permiten este hábito chocante. Siempre


están muy bien vestidas, y las de virtud fácil son las
más lucidas sino las mejores. Unas pocas de la cla-
se más elevada se sientan en palco de propiedad
acompañadas de uña esclava. La galería generalmen-
te se destina a la clase inferior de mujeres cuya vesti-
menta presenta aspecto singular gran chai o pañuelo'
;

de muselina en la cabeza y encima un sombrero de


hombre.
Pocos días después de la visita de Bolívar al tea-
tro, se dio un gran baile en palacio al que fueron in-
vitadas todas las personas respetables de Lima.
A pesar de haberse abolido en la Constitución san-
cionada por el Congreso las corridas de toros por ser
incompatibles con la época presente de cultura y ci-
vilización, sin embargo, desde que se supo que el Li-
— 195 —
bertador era sumamente aficionado a ellas, las autori-
dades estaban ansiosísimas de satisfacer sus deseos, y
una serie de estos espectáculos, en escala espléndida,
se anunció al populacho deleitado y de nuevo impa-
ciente por participar de la diversión favorita. Ade-
más, de la ventaja de satisfacer los deseos de Bolí-
var, el Gobierno encontró sin duda modo muy conve-
niente para hacerse de fondos la plaza de toros perte-
:

nece al Estado y el dinero percibido formó siempre


parte de la renta de los virreyes. Algunos días antes
se hizo todo esfuerzo para preparar la plaza, grande-
mente destruida por el desuso, y se arrostraron mu-
chas dificultades para reunir un número de toros de
lidia, procedentes de todo el país. Un famoso mata-
dor, llamado Espinosa, se hizo venir de lea, donde
era jefe de un cuerpo de montoneros contra los es-
pañoles.
El día fijado todo era en Lima alboroto y alegría ;
se cerraron las tiendas, los negocios quedaron suspen-
didos, todas las clases se ataviaron lo mejor que pu-
dieron y se declaró feriado.
La plaza de toros está en la mitad de la alameda
del otro lado del Rimac y a medio camino entre la
ciudad y los baños de que antes he hablado. A medio
día, la alameda estaba atestada de gente : en efecto,
todo el esplendor de Lima se trasladaba directamen-
te al espectáculo. Jinetes en nobles brutos, la mayor
parte oficiales, se confundían arriba y abajo del pa-
seo, ostentando sus trajes magníficos, cubiertos de me-
dallas y condecoraciones, mientras mujeres espléndi-
damente ataviadas en sus calesas som'eían complaci-
das a los saludos graciosos de los caballeros. Tam-
bién se veían muchas mujeres a la moda del país, ca-
briolando a horcajadas en palafrenes vivarachos. Usa-
ban principalmente vestidos y largos calzones blan-
cos con hileras de alforcitas. Asomaba para mejor efec-
— 196 —
to, un piececito fino dentro un zapato de raso, con
ligero espolín de plata y estribo pequeño del mismo
metal. En cabeza usaban sombreritos de hombres.
la
Las veredas, al mismo tiempo, estaban tan com-
pletamente atestadas de multitud abigarrada de todas
las clases sociales, que era imposible avanzar sino
con la turba moviente. Las calles y casas de Lima,
se vaciaron literalmente de su población, que iba de
prisa al sitio del placer.
El anfiteatro es un gran círculo de 100 a 150 yar-
das de diámetro ; el piso es de polvo nivelado con ras-
trillo, y en el centro, fuertes postes a poca distancia
entre sí, por donde los toreros se escapan del furor del
animal. En derredor de la arena, hay lo mismo una
barrera alta, para que salten o trepen en caso de ver-
se muy apurados y no poder refugiarse en los postes
del centro. El todo está a cielo abierto y rodeado por
tapias, al interior de los cuales se levantan asientos y
palcos en fila. En el piso, y también al nivel de la
arena, hay una fila de palcos arriba de éstos hay va-
;

rias gradas, las dos primeras divididas y numeradas


para asegurárselas como asientos especiales, y las res-
tantes destinadas al público indistintamente. Arriba
de todo está la hilera principal de palcos. Se entra a
los asientos y palcos por atrás, pasando un corredor-
cito exterior, desde donde puede verse el corral en
que se encierran los toros, ^aparentemente domados y
dóciles, pero atormentados casi hasta enloquecerlos
antes de soltarlos al redondel. Desde este corral has-
ta el redondel hay cuatro bretes sucesivos, apenas bas-
tante grandes para contener un toro son de fuertes
;

vigas atadas con guascas, y adentro se pone igual nú-


mero de toros. El brete inmediato al redondel se Ua-
ma cuarto de vestir, y aquí se tortura al animal hasta
enfurecerlo, cubriéndolo principalmente con esplén-
dido ropaje de cintas cosidas a la piel con agujas col-
— 197 —
^choneras. También se le atan petardos que explotan
cuando se precipita a la arena.
El palco presidencial está directamente frente a
lia puerta del toril y arreglado de hermosa manera.
Abajo de éste se colocaron bancos para dos bandas de
'música, que tocaban alternativamente durante toda
la corrida. Frente al palco presidencial, y sobre el toril,
se sienta el Cabildo, y al frente cuelgan banderillas es-
pléndidamente adornadas con oropel, para arrojarlas
al toro y fastidiarlo con el ruido, además de infligirle
herida dolorosa. Debía quizás mencionar que el pre-
cio de los palcos con seis asientos era ocho duros, ade-
más de medio duro pagado por cada entrada los asien-
;

tos de grada valían medio duro cada uno y otrQ tanto


la entrada. La multitud paga solamente la entrada
por los asientos que se le destinan.

XXXIII
RECIBIMIENTO DE BOLÍVAR. —
CEREMONIAS Y DESFILES

ANTES DE LA LIDIA. DESCRIPCIÓN DE LAS CORRIDAS
DE TOROS.

La arena, cuando llegué, estaba llena* de ociosos


paseándose para exhibirse y ver al público, cada uno,
naturalmente, con cigarro en la boca. Los dos algua-
ciles de la corrida pronto entraron en lindos caba-
llos, y vestidos con la librea presidencial. Esta era se-
ñal de que el espectáculo iba a empezar, y los ociosos
así como los de afuera se precipitaron a sus asientos.
Una de las bandas militares apareció en seguida con
un grupo de soldados y dieron vuelta al redondel y el
oficial que los mandaba leyó frente al palco presiden-
cial el programa de las diversiones del día.
Cuando Bolívar tomó asiento en el palco presiden-
cial fué ovacionado estrepitosamente por la vasta con-
— 198 —
ciarreneia de espectadores. Una vez despejado el re-"
dondel, otro cuerpo de soldados, encabezado por otra
banda, marchó hasta frente al palco presidencial, ba-
jo el cual la banda, al son de sus instrumentos, to-
mó el sitio que le estaba reservado. A toque de tam-
bor, esta partida ejecutó evoluciones pintorescas pre-
paradas de antemano luego describieron un círculo
;

pequeño que aumentaban gradualmente, ajustándose


cada soldado al compás con tanta exactitud que por
fin se encontraron formados en torno del anfiteatro,
equidistantes, y en el mismo momento. Luego subie-
ron a las gradas para colocarse entre el público de los
bancos. Esta parte del espectáculo se llama el despejo.
La entrada principal al redondel se abrió en se-
guida y entró la cuadrilla en procesión. Primero venía
Espinosa, el matador, a pie, vestido con chaqueta y
calzones de raso celeste y capa española de raso mo-
rado al pasar el palco presidencial, hizo una profun-
;

da reverencia al héroe colombiano rodeado del esta-


do mayor. En seguida del matador venían los picado-
res a caballo vestidos de estofa obscura con inmensas
botas en las piernas y armados con lanzas del tama-
ño de espeques.. Luego marchaban cuatro capeado-
res a caballo, con traje de estofa morada y capas de
colores diferentes, montados en animales muy libe-
rales; detrás de éstos venia el séquito de puntilleros
y capeadoras a pie, y la procesión concluía con figuras
de hombres, caballos y bestias salvajes, rellenas de
combustibles y fuegos artificiales, para ser colocadas
en distintos puntos del redondel a fin de molestar y
enfurecer a los toros. Toda la compañía de toreros se-
rían unos treinta y luego tomaron sus puestos respec-
,

tivos. A
cada lado de la puerta del toril, que era del
tamaño del animal, había otras dos una grande y
;

de dos hojas por x3onde el arreo entraba al corral, y


otra pequeña apenas lo suficiente para admitir al hom-
— 199 —
bre cuyo oficio era abrir la puerta por donde el toro
salía del redondel.
Luego, preparado ya todo para la lidia, un capea-
dor a caballo se situó a pocos pasos del toril, y, una
vez que hacía señal de estar listo, el guardián corrió
el cerrojo. Cuando el toro, previa y suficientemente
atormentado adentro se lanzaba sobre hombre y ca-
ballo, el capeador, con un movimiento rápido y dies-
tro, evitaba la embestida y continuaba cabriolando ai-
re Jedor del toro, cegándolo con la capa, de manera que
el animal, echando espuma por la boca, no podía al-
canzar otra substancia que la seda flameante para sa-
ciar su venganza. Sin embargo, en estas ocasiones,
he visto cornear al caballo del capeador y al hombre
por el aire pero un buen jinete puede siempre esqui-
;

varlo si el toro no es muy rápido.


Después que el toro había sido envuelto de este
modo, es toreado por los capeadores a pie, y por los
puntilleros, cuyo arte consistía en herirlo en la nuca
para quebrarle el espinazo y matarlo en el sitio. Esta
tentativa sin embargo, rara vez tiene éxito, y la po-
sición del hombre, en caso de errar el golpe, era pe-
liofrosísima. Cuando se creía que el toro había diver-
tido lo suficiente a los espectadores, embistiendo a los
toreros, y agitando las figuras rellenas de fuegos arti-
ficiales que explotaban sobre él, el matador Espino-
sa, que había estado mirando tranquilamente, se ade-
lantaba para atacar al animal todavía terrible y no
muy cansado, aunque la sangre corría abundante de
las heridas. El capeador avanzaba con la muletilla
en la mano izquierda y la espada en la diestra, y es-
peraba tranquilamente la embestida como a diez pa-
sos del toro recibía el choque con la muletilla hacién-
;

dose a un lado un poco y tirando al mismo tiempo


una estocada por entrelas paletas al corazón. Si tenía
éxito en la primera embestida, se seguía un aplauso
— 200 —
general, y paquetes de duros se tiraban en recompen-
sa desde el palco del cabildo. He visto dar así hasta
cuarenta duros por un toro matado con destreza.
La mayor parte de los toros al salir del redondel
eran tratados del modo descripto ; pero variaba la ma-
nera de matar cada toro. Cuando se determinaba que
el picador matase, espoleaba su caballo para cargar,
tomando lalanza con la mano derecha y colocando el
pulgar en el extremo para afirmar el arma dirigiendo
al mismo tiempo la punta hacia abajo :se afirmaba
en la silla y esperaba la embestida. El toro lo atrepe-
llaba, y en el momento de ponerse en contacto con la^
pierna del picador, protegido por la bota, o con el
cuerpo del caballo, el hombre hundía su lanza en las
paletas. Si el toro no caía muerto, siempre era heri-
do mortalmente. He visto varias veces la lanza ban-
dear el cuerpo, y quedarse hasta que con los esfuerzos
del animal sale por abajo. El caballo casi siempre es
matado y se pone deliberadamente para ser corneado,
mientras el hombre toma con calma la puntería los :

picadores por este motivo usan caballos de poco valor.


Otro modo de matar los toros es la lanzada : se
procede ^de la manera siguiente Un gran palo de do-
:

ce pies de largo rematado en punta de hierro macizo,


se tiene por un hombre sobre la rodilla el palo o lan-
;

za se afirma en una estaca clavada en el suelo, con


un agujero donde encaja el cabo. El hombre tiene la
lanza a diez pasos del toril y cuando el animal sale, le
agita la muletilla para incitarlo a embestir en medio
;

del tremendo empuje, encuentra la punta de la lanza


dirigida a la frente. La única vez que vi al toro arros-
trarla, el arma penetró en lo alto de la frente y salió
por el costado, y así, con seis pies del palo de la lanza
saliendo entre los cuernos, galopó y espantó a los to-
reros, que al fin se vieron precisados a desjarretarlo.
Esta operación se hace con instrumentos cortantes lia-
— 201 —
mados media luna, adheridos en la extremidad de
unas varas largas. De esta manera todos los toros eran
estropeados por ser demasiado bravos o tan avisados
que no querían embestir, pues solamente en la em-
bestida el toro puede ser dominado. Siempre que un
hombre era lanzado al aire, un grito general de aplau-
so salía del público, en vez de manifestar temor por
su vida. Si por acaso el toro conseguía ventaja sobre
el adversario, todos los toreros acudían, obligándolo
pronto a dejar su víctima y atrepellar algún otro ob-
jeto, mientras se sacaba el herido.
Así que se mataba el toro, las puertas grandes del
redondel se abrían, y cuatro lindos caballos tordillos
entraban manejados por dos postillones tiraban dos ;

ruedas a que estaba adherida una collera que se pren-


día al pescuezo del animal que era sacado a todo
galope.
Para dar a los espectadores suficiente variedad,
después de destruido un número de toros de la mane-
ra ya descripta, se adopta otro método, que general-
mente produce gran- satisfacción. Se ensilla uno de
los toros más bravos y un hombre lo monta los es-
:

fuerzos del animal para librarse del jinete son tre-


mendos, y si puede sostenerse de una agarradera adhe-
rida a la silla, hasta llegar el toro al centro de la pla-
za, el animal, que vale 50 duros, es suyo. Nunca vi vol-
tear a nadie, aunque los he visto en inminente peli-
gro de ser despedazados contra los postes del medio
del redondel. Durante los intervalos de las corridas se
alcanzan al público agua helada, frutas y flores.
Las diversiones del día concluyeron plantando an-
te el toril un número de indios borrachos con lanzas
cortas que asían con el regatón afirmado en la rodilla
derecha en tierra ; el animal, al soltársele inmediata-
mente, atropellaba al grupo y los desparramaba en el
— 202 —
suelo, sacándose generalmente uno o dps hombres
desmayados.
Luego atardeció, y aunque faltaban aún dos o tres
toros que lidiar, se hizo obscuro y terminaron las di-
versiones. La alameda volvió a llenarse de gente y el
terreno que rodeaba la plaza de toros se cubrió de ca-
rruajes pertenecientes a los que estaban dentro, ade-
más de los equipajes de muchos que venían para ver
salir al público y ser vistos. Mientras la alameda ofre-
cía así el espectáculo más alegre y rumoroso, con equi-
pajes lucientes, caballos braceadores y espléndidos uni-
formes, de repente se oyó la campana grande de la
catedral, y todo enmudeció un momento era la ora-
:

ción. El caballo brac'eador fué refrenado, el cumpli-


miento tributado a medias a alguna mujer bondado-
sa quedó sin concluir, el arrogante soldado se quitó
el casco brillante, y toda la concurrencia se entregó po-
cos mxinutos a la plegaria. El mundo parecía silencio-
so las campanas al fin tañeron alegre repique, y, co-
;

mo de costumbre, todos dijeron buenas noches al ve-


cino, volviendo a girar el mundo como antes.

XXXIV
DERROTA DE SANTA CRUZ.— SU EXPEDICIÓN Y FRACASO.
— — —
LA PAZ. BATALLA DE ZEPITA. FUGA DE SANTA
CRUZ.

Fué en uno de estos días de placer (pues fueron


repetidos) que el Libertador dejó el espectáculo por la'
noticia de la derrota de Santa Cruz. Rumores aciagos
habían circulado varios días acerca del estado de su •
*

ejército y su rechazo de unirse con el general Sucre ;

no obstante, los más vehementes aseguraban feliz re-


sultado hasta que llegó un barco inglés de Interme-
dios, con noticias ciertas del fracaso completo de la ex-
.
— 2(K —
pedición de Santa Cruz, en las circunstancias más
desastrosas.
Daré aquí breve cuenta de esta expedición, fre-
cuentemente mal comprendida y falseada, aun en el
Perú. Me fué dada por un oficial inglés que sirvió a
órdenes de Santa Cruz, y fué testigo ocular de casi
todo lo que refería. Se recordará que la última vez
que se mencionó esta expedición fué durante el sitio
del Callao en junio y julio, tiempo en que se habían
tenido noticias de Santa Cruz, especificando el buen
estado de su ejército al llegar a Arica y su acogida fa-
vorable por' los habitantes de esa región. Tuvo infor-
mes de que algunos reducidos destacamentos de caba-
llería española se hallaban en las inmediaciones y con-
siguió sorprenderlos y arrebatarles caballos y muías,
para él valiosísimos.
Inmediatamente avanzó a Moquegua, campo de
la derrota de Alvarado, y aquí resolvió, en vez de se-
guir para Arequipa, gran ciudad en el camino del
Cuzco, cruzar la cordillera en Moquegua, y marchar
sobre La Paz, lugar de su nacimiento, donde espera-
ba sublevar el país en su favor y donde, en caso ne-
cesario, podía defenderse detrás del río Desaguadero
que corre desde el gran lago Titicaca hasta Oruro, pa-
sando por varias lagunas más chicas. El lago Titicaca
está lleno de islas pequeñas, una de las cuales, llama-
da Chuquito, había sido usada por los españoles como
depósito de prisioneros'; en aquel tiempo estuvieron
allí varios centenares de cautivos, principalmente ofi-
ciales, durante años confinados en aquel lugar estéril ;

en verdad desde la batalla de Sipe Sipe perdida por


, ,

las fuerzas argentinas en el Alto Perú. Estos prisio-


neros marcharon para el Cuzco, al aproximarse el ejér-
cito patriota, y corrían referencias muy horrendas,
aunque probablemente algo exageradas, acerca del nú-
mero de ellos que perecieron de cansancio en el ca-
mino,
— 204 —
La cordillera es tan densamente habitada por aquel
lindo animalito, la chinchilla, especie de conejo, que
sus cuevas fueron grande impedimento para caballos y
muías. Pasadas las montañas, el ejército entró al ca-
mino general del Cuzco a Potosí que corre por Puno,
Pomata, Zepita y La Paz.
El río Desaguadero, encerrado por altas márgenes
en el sitio donde nace del lago Titicaca, es muy pro-
fundo y cerrentoso se pasa por el llamado puente del
;

Inca, muy diferente del descripto en la primera par-


te de esta narración, y probablemente se denomina así
por ser construido todavía de la misma manera que en
tiempo de los monarcas indios. Muchas balsas de to-
tora (semejantes a las usadas para salir al mar por los
indios de Huanchaco, solamente más sólidas) se atan
juntas, formando un cuerpo flotante con sus proas con-
tra la corriente; éstas se aseguraban con sogas fuer-
tes de junco en ambas márgenes y en la jangada así
;

construida se amontonaba totora hasta que la masa


pudiese soportar caballería y aún cañones. Esta clase
de puente tiene una ventaja notable sobre los demás ;

pues el último soldado que lo pasaba no tenía más que


cortar las sogas con que estaba asegurado a la orilla
que acababa de dejar, y la fuerza de la corriente lle-
varía la punta así soltada aguas abajo y por fin queda-
ría del mismo lado que el ejército que lo había uti-
lizado.
La situación de la ciudad de La Paz, a tres días
de marcha del Desaguadero, es singularísima. Pasan-
do un llano chato y estéril, el viajero llega de repen-
te al borde empinado de un valle profundo en cuyo
fondo está La Paz, que se mira casi perpendicular-
mente. El descenso es tan escabroso que toma algu-
nas horas para bajar la senda áspera que en total tie-
ne tres leguas de largo. El valle concluye en este pun-
to, siendo el lado opuesto tan empinado como el res-.
— 205 —
to, y un río chico corre por el mismo fondo. La ciu-
dad se levanta sobre laderas en declive y por esta dis-
posición del lugar es imposible usar allí carruajes. Las
calles se levantan como escalones una encima de otra,
con un lado de la vía más alto que el otro.
Santa Cruz estableció su cuartel general en Via-
cha, pueblito a corta distancia antes de llegar a La
Paz. El ejército había sufrido duramente por los ca-
minos pedregosos y el frío cordillerano, pues había
sido mal provisto de mantas, y, por consiguiente, re-
quería descanso : más de 600 de los 5.500 hombres
estaban en el hospital. Santa Cruz fué bien recibido
en su país natal, y se le incorporaron muchos reclu-
tas ; un número de jóvenes también, de las mejores
familias paceñas, formaron un cuerpo que se llamó
escolta del general. Trató de hacerse aceptable e iba
a todos los espectáculos, entretenimientos y paseos
con el mayor contento. La única fuerza realista que
a la sazón se hallaba en el país estaba al mando de
Olañeta, que fué obligado a retroceder sobre Oruro,
adonde fué perseguido por el general Gamarra con una
división del ejército patriota.
Esta inactividad, sin embargo, terminó con la no-
ticia, enviada por el destacamento que dejó Santa Cruz
en el paso del Desaguadero, de que Váldez había lle-
gado a Puno, con la división sacada del ejército de
Canterac sitiador del Callao. Santa Cruz salió inme-
diatamente de Viacha a la cabeza de tropas ligeras, or-
denando que- el resto del ejército lo siguiese sin de-
mora al Desaguadero. Cuando llegó allí encontró a
Valdez en la margen opuesta y se empeñaron algu-
nas escaramuzas. Santa Cruz, sin embargo, no se en-
contró bastante fuerte entonces para trabar comba-
te y se mantuvo quieto, cuidando el paso del río has-
ta la llegada del resto del ejército. Luego cruzó el río
sin demora, y empujó a Valdez hacia Zepita, donde
— 206 —
tomó posición en un cerro alto. Las tropas de Valdez
que lo acompañaban desde Lima estaban tan comple-
tamente postradas que se vio obligado a dejarlas en
Puno, mientras avanzaba con una fuerza reunida por
La Serna en las inmediaciones del Cuzco y Arequipa,
al mando de Carratalá, gobernador del último lugar.
Santa Cruz resolvió atacar a Valdez en su posición
y, con este propósito, marchó cerro arriba con todo
su ejército pero la infantería fué completamente de-
;

rrotada y dos o tres batallones habían ya arrojado las


armas, cuando la caballería realista se metió en al-
gunas ciénagas profundas en el ardor de la persecu-
ción, y los húsares del Perú, al mando de Brandsen
y Soulanges, cargaron haciéndola pedazos. La infan-
tería española, viendo la derrota de la caballería, se
retiró en confusión dejando que los batallones patrio-
tas recogiesen lasarmas que habían tirado poco an-
tes. Santa Cruz, en sus partes al Gobierno, invocó el
mérito de haber hecho huir la infantería para engañar
a los españoles y sacarlos del cerro pero con todo,
;

fué encuentro de poca importancia y ambos bandos


se atribuyeron la victoria.
Luego se incorporaron a Váldez las tropas dejadas
en Puno para reponerse, y, abandonando a Santa
Cruz, que se había situado en el puente, marchó cos-
teando el Desaguadero para unirse con Olañeta en
.

Oruro. Santa Cruz, por otra parte, reunido todo su


ejército, siguió por la otra margen del río para impedir
la reunión. Los tres luego se aproximaron y Santa
Cruz intentó en vano atraer a Valdez a aceptar com-
bate antes de unirse con Olañeta. Los indios, que en
gran parte componían la fuerza española, al fin deja-
ron atrás a la gente costanera que formaban las tro-
pas de Santa Cruz y una mañana, cuando se supo-
;

nía el ejército realista considerablemente a retaguar-


dia, se le vio pasando una alta lomada cerca de Oru-

^
— 207 —
ro, y se efectuó así la conjunción con Olañeta, a des-
pecho de los esfuerzos patriotas.
Valdez luego con todas sus fuerzas combinadas
y siendo por tanto superior al ejército patriota, a su
turno ofreció batalla que Santa Cruz esquivó, y se
resolvió en consejo de guerra retirarse rápidamente
por el Desaguadero para incorporarse al ejército del
general Sucre. Para que los patriotas marchasen tan
expeditamente como posible fuera, así como para apro-
vechar el forraje de los animales, la munición y la
artillería del ejército se enviaron por diferente ruta
que la seguida por el cuerpo principal. Las fuerzas
realistas, sin embargo, acosaban tan duramente a
Santa Craz, que fué inevitable una batalla, y se tomó
posición en consecuencia y se enviaron oficiales inme-
diatamente para traer la munición y artillería ahora
tan necesarias. Como no se tenían noticias y los ofi-
ciales despachados en su seguimiento nunca volvie-
ron, se hizo inevitable una fuga precipitada más bien
que una retirada. Valdez, efectivamente, escribió a
Santa Cruz que marcharía contra el ejército patriota,
rápidamente mermado por la fatiga, desgranándose los
hombres por centenas en el camino. En un solo día,
no menos de 1.000 quedaron rezagados.
El deshecho ejército de Santa Cruz llegó al Des-
aguadero en la mayor confusión e insubordinación.
Aquí el general habría deseado hacer pie firme para
defender el paso y recoger los rezagados que llegaban
continuamente pero del total, solamente quedaban
;

400 hombres cuando llegó al puente. Con este peque-


ño cuerpo mantuvo dos días la posición y allí se le
unieron muchos que habían quedado a retaguardia ;

como continuaban llegando otros, situó una partida pe-


queña al mando de un oficial para recibirlos, con ór-
denes de destruir el puente al aproximarse el enemi-
go. Valdez, viendo la total destrucción del enemigo,
.

á08
I
marchaba despacio en su seguimiento, recogiendo los
prisioneros, armas y bagajes de que el camino estaba
sembrado.
Santa Cruz, entretanto, reunió como pudo sus
fuerzas dispersas en Pomata, convocando un conse-
jo de guerra para resolver si repasarían inmediata-
mente la cordillera y refugiarse en los barcos, o tra-
tarían de alcanzar la división del general Sucre en
Arequipa. En este consejo se manifestó la mayor in-
subordinación entre los oficiales. Santa Cruz era fa-
vorable a avanzar hasta Puno, pero Soulanges, oficial
francés que se había distinguido en la pelea de Zepi-
ta, declaró amotinadamente que el resto del ejército
podía ir donde quisiera, pero que él y su escuadrón de
caballería marcharían directamente a la costa ame-
;

naza que ejecutó, cuando Santa Cruz halló las tropas


en tal mal estado que era imposible alcanzasen la di-
visión colombiana antes que los realistas les volvie-
ran a pisar los talones por tanto se metió en la cor-
;

dillera donde alcanzó de noche la partida de Soulan-


ges tomándose erróneamente por enemigos, se trabó
;

un cómbate que terminó con la dispersión completa de


los restos de esta expedición desgraciada. Todo el ba-
gaje fué saqueado ni siquiera se respetó el equipaje
;

de Santa Cruz, y la caja militar con 10.000 duros fué


robada.
En seguida, como 1.200 honabres de todo el ejér-
cito llegaron a Moquegua en el estado más deplora-
ble, sin armaas ni ropas y así terminó esta desastro-
:

sa e infortunada empresa en que se habían cifrado tan


ardientes esperanzas y cuya preparación había cos-
tado al Gobierno independiente no menos de un mi-
llón de duros. El gran error parece haber sido poner
un oficial joven y sin experiencia al frente de ejército
tan mezclado e indisciplinado gran parte de la ex-
:

pedición se componía de reclutas novicios, tomados


- 209 -
y conducidos a bordo, y tenían que hacerse soldados en
el tiempo que debieran dedicar a prepararse para el
servicio activo. Kiva Agüero había puesto a Santa
Cruz en esta situación porque lo sabía su criatura, y
confiaba que el crédito a ganar en la empresa, le afian-
zaría sólidamente en la presidencia obtenida median-
te la ayuda de Santa Cruz. Si el mando se hubiera
dado al general Lámar, con Miller de segundo, es
muy probable que el resultado hubiese sido muy di-
ferente. Santa Cruz sin duda era valiente, pero sin
conocimiento y discreción Gamarra, que actuaba a
;

sus órdenes, era buen táctico, pero carecía de coraje


y virtud, y desagradaba a todo el mundo. El primer
desatino fué no incorporar la división colombiana in-
mediatamente de llegar pero el ejército estaba en-
;

tonces entero y Santa Cruz no consentiría jamás a na-


die participar de la gloria que esperaba conquistar.
Otro gran error fué, que cuando logró interponerse
entre Valdez y Olañeta no marchó y atacó a éste para
llevarlo por delante hasta territorio argentino ; allí
Olañeta no obtendría ningún auxilio, mientras los pa-
triotas reclutarían fuerzas sin dificultad evitando la re-
tirada más desastrosa. El error más fatal y eviden-
te fué separar la artillería y municiones del grueso del
ejército, medida que un muchacho de escuela difí-
cilmente habría tomado es lo mismo que si Santa
;

Cruz hubiera deliberadamente mandado los mosque-


tes a lomo de muía por un camino y los hombres por
otro. Pero los desastres de esta malhadada y peor di-
rigida expedición no concluyeron aquí :el transpor-
te en que Soulanges con algunos buenos oficiales y al-
rededor de 300 húsares peruanos de las mejores tro-
pas en servicio, se habían embarcado, fué capturado
de regreso a Lima por un pequeño corsario aprestado
en Chiloé y estos valientes fueron llevados como pri-
sioneros de guerra.
NARRACIÓN. — 14
XXXV I

EXPEDICIONES DE LOS GENERALES MILLER, ALVARADO Y



SUCRE. CRÍTICA SITUACIÓN DEL PERÚ. EL REGI- —
MIENTO DE LOS INOCENTES. —
REVUELTA DE RIVA

,

AGÜERO. CARÁCTER DE VALDEZ. .


t"

Daré ahora, relacionada con los pormenores prece-


dentes, breve relato de los progresos de la expedición
que zarpó al mando de los generales Miller y Alvara-
do, a principios de julio, a la que se unió el general
Sucre poco después.
Estas dos divisiones diéronse cita en Quilca, puer-
to de Arequipa, donde permanecieron pocos días es-
perando al general Sucre. Se resolvió entonces que las
fuerzas marchasen inn;iediatamente sobre Arequipa,
donde habría modo de unirse con Santa Cruz, o avan-
zar al Cuzco, según exigiesen las circunstancias. Una
vez incorporado Sucre confirió el mando de la caba-
llería al general Miller, a cuyas órdenes estaba el in-
fatigable y emprendedor Eaulet. El primero escribió
una narración interesantísima de la entrada a Arequi-
pa, dirigida a sus amigos de Lima, que yo vi ; des-
cribía ser tan grande entusiasmo del populacho que
el ^

él no podía salir a la plaza a causa de los fogosos abra-


zos de la gente, aunque mucho ansiaba hacerlo, cuan-
do vio la retaguardia de la fuerza española al mando
de Carratalá desfilando casi en el otro extremo de la .

plaza :no pudo perseguir al enemigo por la opresión ^1

afectuosa de la multitud. Sucre entró después con la


infantería, y durante su estada conservó la disciplina :

más estricta entre los soldados. \

Mientras estaban en Arequipa recibieron referen-


cias confusas de la batalla de Zepita, que Sucre trans-
mitió a Lima fueron traídas a Arequipa por un dis-
:
— 211 —
perso de Valdez, que huyó durante el entrevero y m&-
nifestaba que el ejército realista se hallaba destruido
y Valdez prisionero. Los limeños, por tanto, se dis-
gustaron atrozmente cuando recibieron después el par-
te de Santa Cruz, diciendo que el número de muer-
tos, heridos y prisioneros enemigos subía a poco más
de cien. Sucre, en comunicaciones a Santa Cruz, ha-
bíale urgido para que se uniese, pues podía aparecer
Canterac con su división que venía de Lima a mar-
chas forzadas. A Santa Cruz, sin embargo, no le gus-
taba la idea de entregar el mando a Sucre, como ha-
bría estado obligado a hacerlo, de conformidad con la
autoridad conferida al último por el Congreso.
Entretanto llegó noticia a Arequipa de la proba-
bilidad del pronto arribo de Canterac a Puno para
unirse con Valdez y el general Sucre escribió a Lima
;

ser su intención marchar inmediatamente sobre Puno


para cortar a Canterac, dejando que Santa Cruz hicie-
ra cara a Valdez, para lo que, después de la supuesta
derrota en Zepita del último, naturalmente se le creía
habilitado. Se conjeturaba que las fuerzas de Sucre
serían más o menos iguales a las de Canterac, cada
ejército de 3.000 hombres, habiendo Canterac dejado
al general Loriga con 2.000 hombres para retener la
fuerte posición de Huancayo, en el valle de Jauja. Por
tanto, el general í^ñller se apuró con la caballería en
dirección a Puno, y Raule't con las avanzadas llegó a
doce leguas del enemigo y destacó un piquete para ob-
tener noticias.
El momento era muy crítico para el Perú : se
supo ahora que Santa Cruz y Valdez se encontraban
tan cerca que una acción parecía inevitable, y se creía
a Canterac tan próximo a Puno que se dudaba quién
llegaría primero, si el general Miller o él. El piquete
de Raulet en este momento le envió la noticia desas-
trosa de' la derrota de Santa Cruz y que una fuerza
^ 212 —
superior española marchaba contra él, de modo que I
no quedó más que retirarse y este valiente oficial
le ;
'

tenía completa razón para desconfiar que el enemigo


alcanzase su retaguardia y lo cortase del grueso de los
patriotas. En consecuencia, se retiró precipitadamen-
te, pero en buen orden, resolviendo con su osado es-
cuadrón intentar abrirse camino contra cualquier fuer-
za que se opusiese a su avance. Llegando a Arequi-
pa, encontró que la división colombiana del ejército
se había ya retirado sin confusión hacia la costa, pues
fué estrechada por todo el ejército español y Kaulet
;

fué con tanto calor perseguido dentro de Arequipa,


que se vio obligado a disponer que sus hombres de a
uno galopasen por las caUés angostas para volverse a
reunir en la plaza, en vez de marchar despacio por el
lugar en un cuerpo. Apenas se hubieron formado allí,
cuando se vio entrar los españoles en corto número
por el otro extremo de la ciudad, y como la mitad del
impetuoso escuadrón de Eaulet cargó inmediatamen-
te al enemigo sin tener órdenes haciendo retroceder
la guardia avanzagda realista pero, entrando el cuer-
;

po principal, los intrépidos patriotas fueron hechos pe-


dazos, peleando hasta el últüno.
Habiendo el general Sucre evacuado Arequipa,
donde se demostró mucho pesar por su salida, se re-
tiró al puerto de Quilca, donde se hallaban los trans-
portes, sin perder un solo hombre, mientras Miller
y Eaulet protegían eficazmente su retaguardia. En
su retirada tuvo lugar una pequeña escaramuza que
demostró el carácter real de las tropas con que los es- |
pañoles tenían que combatir.
Cuando San Martín zarpó de Chile para el Perú,
se acudía a todos los medios para levantar tropas, Pa-
ra formar un cuerpo de cabaUería se vaciaron las cár-
celes, y los presos, organizados en escuadrones, eran,
como puede imaginarse, las reputaciones más vicio-
I
— 213 —
sas y degradadas de Chile ; eran conocidos en todo el
Perú con el título irónico de Los Inocentes y se hi-
cieron notables por toda clase de crímenes. La división
de retaguardia del general Miller consistía en 120 de
estos malhechores. En la retirada de Arequipa a Quil-
ca, encontrándose apuradísimo por un escuadrón es-
pañol, Miller arribó a la conclusión que sería mejor
elegir una buena posición para hacer pie, que verse
obligado a pelear siempre con desventaja. Los oficia-
les fueron de la misma opinión y, encontrando a sus
hombres valientemente decididos, les condujo a una
suave eminencia, mientras los españoles hacían alto
frente a ellos y a muy corta distancia. El enemigo es-
taba sin armas de fuego, y Miller se acercaba bastante
a caballo para reconocerlos cuando descubrió que los
realistas retrocedían en la retaguardia sobre la fuerza
principal ; inmediatamente volvió a su partida de
Inocentes y les propuso cargar, pues la avanzada rea-
lista se componía solamente de 80 hombres q,ue evi-
dentemente tenían miedo de un encuentro.
Los Inocentes clamaban ser llevados al ataque y
marcharon al trote contra el enemigo. El oficial que
mandaba la carga deseaba llevar sus hombres exacta-
mente frente a los españoles, pero o dio voz de mando
equivocada o la tropa no la entendió, lo cierto es que
se produjo alguna confusión entre eUos :además, les
estorbaban las lanzas que no sabían manejar y los;

españoles, viendo la vacilación, a su turno cargaron


sobre los Inocentes, que dieron media vuelta y huye-
ron dos o tres yardas antes de ponerse en contacto con
el enemigo. Miller montaba un excelente caballo re-
galo de un amigo limeño y trataba de reunir su- dis-
perso escuadrón y al hacerlo llegó muy cerca de mu-
chos soldados españoles que frecuentemente le tiraban
botes pero como no tenían mosquetes y munición no
;

pudieron herirle.
— 214 —
Llegado a la costa, elgeneral Sucre escribió a Bo-
lívar pidiendo órdenes, pues sabía que había llegado
una expedición de Chile compuesta de 2.500 hom-
bres y muchos creían que se la haría internar para
;

presentar batalla a los realistas. Pero los asuntos del


Perú tenían ahora cariz muy siniestro. Kiva Agüero,
excitado por las noticias exageradas del éxito de Ze-
pita y confiado en el apoyo de Santa Cruz, y proba-
blemente confiando también en la flota al mando del
almirante Guise, levantó en Trujillo estandarte de re-
belión, e intentó despertar los ánimos de los peruanos
nativos contra la facción colombiana, como entonces
se designaba al partido gobernante de Lima al mis-
;

mo tiempo imputaba a Bolívar miras siniestras, aun-


que el mismo Riva Agüero había sido quien invitó al
jefe colombiano a venir en ayuda de los patriotas.
Bolívar, aunque altanero e ingobernable en la ma-
yor parte de los casos, estaba deseoso de ceder mucho
a las circunstancias en tan crítica coyuntura pues
;

sabía que xma guerra civil sería golpe de muerte para


la causa de la libertad. Por tanto hizo proposiciones
altamente favorables a Riva Agüero en efecto, le
;

concedió todo lo que pedía y en una entrevista que


;

tuve con Bolívar, díjome estar todo arreglado que


.
;

Riva Agiiero sería presidente en Lima y que iba a


traer consigo 4.000 hombres y 2.000 caballos y mu-
las para servicio del Estado.
Riva Agüero, sin embargo, es probable hubiese
simplemente formulado estos términos en la expecta-
tiva que no fuesen aceptados y cuando el ayudante
;

de Bolívar llegó a Santa con la concesión, esperando


como es natural -que todo se arreglaría, se sorprendió
de encontrar que Riva Agüero no quería adherirse a
sus propias condiciones, declarando, confiado en el
éxito anterior, que jamás haría arreglo amigable con
el Congreso y Torre Tagle.
— 216 —
El marqués de Torre Tagle había convenido pre-
viamente, sin "duda por sugestión y consejo de Bolívar,
en retirarse a Chile y sacrificar sus vistas personales
en bien del país pero el Congreso, temeroso de la
;

unión entre Bolívar y Riva Agüero, usó toda su auto-


ridad para ensanchar la brecha existente, diciendo a
Bolívar que tenía en su poder la prueba de una co-
rrespondencia traidora con el enemigo. Estas mani-
festaciones, junto con la obstinación de Riva Agüero,
indujeron, con la má3^or repugnancia de Bolívar, a de-
clararle la guerra, y en consecuencia, impartió órde-
nes a todas las fuerzas de Quilca y Arica que se le
imiesen en Supe, puertecito que he mencionado entre
Lima y Trujillo. Prontitud era lo más necesario, pues
se sabía en Lima que la flota del almirante Guise es-
taba por zarpar para Huanchaco en ayuda de Riva
Agüero y que a bordo se encontraban Santa Cruz y
otros oficiales.
El general Sucre, en consecuencia, embarcó su di-
visión conforme a las órdenes recibidas y propuso al ge-
neral Miller destruir todos los caballos, muías y gana-
dos que aquel activo jefe había traído en la retirada pa-
ra que no caye.sen en manos del enemigo. Miller, sin
embargo, creyó poder arrearlos con seguridad por la
costa hasta Lima y consiguió permiso de Sucre para
;

intentarlo, pues eran muy valiosos, y llevó a cabo la


empresa con mucho crédito para él. Entretanto, la ex-
pedición chilena, que no quería inmiscuirse en las di-
sensiones del Perú y se oponía probablemente a po-
nerse al mando de jefes extranjeros, cuando fué aco-
sada por Valdez (quien, a la partida de las fuerzas
de Sucre, marchó de Arequipa a Moquegua), degolló
numerosos lindos caballos traídos para remonta, y se
embarcó de regreso a su país.
Así terminó una campaña que, bien dirigida, ha-
bría sido la última del Perú, pues los patriotas nunca
— 216 —
tuvieron ejército tan numeroso y respetable, y los es-
pañoles, desde su primera retirada de Lima, nunca se
vieron reducidos a tales apuros. Incluyendo peruanos,
colombianos y chilenos hubo en Intermedios en
un tiempo 10.000 patriotas, mientras los españoles
jamás Jes habrían opuesto más de 8.000 hombres, la
mayor parte cansados y deshechos por las marchas.
Después también resultó que Valdez habría sido com-
pletamente copado, pues las fuerzas de Canterac nun-
ca avanzaron cerca de Puno y no hubieran llegado
a tiempo para protegerlo si las tres divisiones patrio-
tas se hubieran unido. Debe admitirse que a los espa-
ñoles les acompañó mucho la buena suerte, pero Val-
dez ciertamente mereció el mayor crédito por su pron-
titud y actividad.
Su vida era la de un espartano, sencilla y auste-
ra ; su único deleite era la guerra, pero su índole de
ningún modo era cruel, como lo demostró el afecto per-
sonal que siempre le tuvieron los pacíficos habitantes
del país. Cuando volvió a entrar en Arequipa, pro-
mulgó amnistía general, lo que fué mucho reprimirse
de su parte, después de la manera decidida con que los
habitantes habían expresado sus sentimientos al re-
cibir la expedición de Sucre también envió a un es-
;

pañol, coronel al servicio de los patriotas, dejado heri-


do en La Paz, pasaporte para seguir a Buenos Aires
sin molestia, así que estuviese bastante restablecido.
Su carácter es muchísimo el de los primeros conquis-
tadores de América, sin su ferocidad valiente, per-
;

severante y paciente en las dificultades más duras,


apenas conocía el valor del dinero y la persona que
servía su mesa se veía con frecuencia obligada a pedir
prestado unos pocos duros para la comida frugal. Se
decía que rara vez se permitía el lujo de un lecho ;

sino que envolviéndose en su capa de soldado de ca-


ballería, hallaba aquel reposo a menudo no encentra-
— 217 —
do en cama de plumas. Casi siempre estaba a caba-
llo y se había acostumbrado a dormir bien aun en esa
posición. Fué el enemigo más obstinado de la indepen-
dencia del Perú los demás jefes a veces podían ser in-
;

ducidos a negociar, pero él no quería oír de ningún


convenio.
Cuando el ejército de San Martín estaba en Hua-
ras y la fuerza realista acampada fuera de las mura-
llas de Lima, se concertó un armisticio, y San Mar-
tín se entrevistó con La Serna y Canterac en una cha-
cra próxima estos dos jefes se comprometían a reco-
;

nocer la independencia del país en ciertas condicio-


nes, con tal que los demás oficiales del ejército rea-
listaaprobasen los términos. Váldez, cuando fué con-
sultado sobre el punto, puso su mano en la espada y
juró no sacrificar jamás de esta manera los derechos
del rey de España, y la mayor parte de los oficiales
siguieron su ejemplo.

XXXVI
DECLARACIÓN DE GUERRA CONTRA RIVA AGÜERO. TER- —
MINACIÓN DE LOS AMAGOS DE GUERRA CIVIL. EXA- —
MEN DE LOS MÓVILES Y MIRAS DE RIVA AGÜERO. SU —
ESCAPE PARA INGLATERRA.

Durante su correspondencia y negociación con Ei-


va Agüero, Bolívar daba los pasos necesarios para ha-
cer la guerra con todo vigor si era necesario. Sus tro-
pas del Callao y Lima continuamente se disciplina-
ban y ejercitaban se les proveyeron buenos unifor-
;

mes y, con consentimiento del Congreso, se impuso


tributo a los habitantes de Lima, conforme a sus res-
pectivos comercios, en proporción que produciría
400.000 duros en cuatro meses. También requisó to-
dos los caballos y muías del país, exceptuando los que
— 218 —
fueran propiedad de extranjeros, y los llevó a buenos
pastajes, donde ganasen fuerza y se hicieran útiles, en
vez de ser galopados por ahí, y aun vendidos por los
militares, como hasta entonces se acostumbraba.
Se creía, sin embargo, que las cosas no llegarían a
extremarse con Eiva Agüero pero al fin concluyó la
;

paciencia de Bolívar por una negociación infructuosa


que evidentemente se tramitaba por Eiva Agüero sólo
para ganar tiempo. La guardia colombiana de COO ji-
netes en consecuencia, salió de Lima, tomando el ca-
mino del Norte por la costa y fué obvio luego que
iban a empezar las operaciones activas. Este regi-
miento** estaba bien equipado, todos los hombres mon-
taban muías con avíos nuevos, mientras los caballos
iban arreados adelante para no inutilizarlos con la fati-
ga de viajar por los arenales que he descripto en mi
expedición a Trujillo.
Pocos días después, el mismo Bolívar se embarcó
para Supe con 2.000 infantes, dejando a Torre Tagle
al frente del Gobierno en Lima sostenido por 1.000 in-
fantes, consistentes en el regimiento Río de la Plata
y el número 11 de Chile, mientras los granaderos a ca-
ballo, mandados por Lavalle, se apostaron en lea
con un batallón de infantería fuerte de 700 plazas.
Los castillos del Callao fueron guarnecidos por e^ re-
gimiento colombiano de Vargas, fuerte de 1.000 hom-
bres, y algunas compañías de artillería chilena al
mando del general Alvarado.
Riva Agüero, oyendo que Bolívar había positiva-
mente desembarcado en Supe con intención de atacar,
no pensó en resistir y ordenó que la njayor parte de sus
tropas se retirasen a Cajamarca, país montañoso en el
norte del Perú, lindando con Quito. Había convocado
un consejo de guerra de su partido en Trujillo, cuan-
do la casa. fué rodeada inesperadamente por un cuer-
po de caballería al mando del coronel La Fuente, que
— 219 —
por todo Be había declarado su particular amigo, pero
que, encontrando que las cosas no presentaban cariz
favorable para Eiva Agüero, resolvió traicionarle ha-
ciendo las paces con Bolívar y el Congreso. Inme-
diatamente envió comunicación al Libertador sobre lo
que había hecho, agregando haber mandado seguir a
Novara que estaba al frente de las tropas de Kiva
Agüero, en Cajamarca, para hacerlo volver. Entre-
tanto, Bolívar avanzaba desde Supe a marchas forza-
das sobre Huaras, cuartel general de las tropas de Ri-
va Agüero, y entraba al lugar sin oposición, dispersán-
dose las fuerzas o pasándose a los colombianos. Así,
en un momento terminó la conspiración que una vez
amenazó la total destrucción de la causa independien-
te y que, aunque solamente existió breve tiempo,
arrastró para los patriota^^ consecuencias muy desas-
trosas.
Eiva Agüero después aparentó justificar su conduc-
ta, perole sería difícil probar ninguna vindicación sa-
tisfactoria. Sin duda tuvo envidia de los colombianos ,

y habiendo conseguido la autoridad suprema del Pe-


rú, no le agradaba entregarla a extranjeros. Este sen-
timiento, si realmente patriótico, hubiera sido per-
donable si él hubiera tenido la mínima probabilidad
de librar al país de españoles sin ayuda extraña. Bien
sabía ^ue no podía hacerlo, y, por consiguiente, a raíz
de ser electo presidente, invitó o más bien suplicó con
insistencia al jefe colombiano que trajese sus tropas
al Perú. En todo caso, después de conocida la derrota
de Santa Cruz, estas vanas esperanzas, si alguna vez
efectivamente las abrigó, debieron haberse abandona-
do y debió estar listo para cooperar con Bolívar si ;

sospechaba de miras siniestras en el proceder de los


colombianos, sería tiempo de oponérseles cuando el
enemigo fuese expulsado del país y estas miras se pa-
tentizaran. Además el Congreso peruano érale decidi-
— 220 —
damente adverso naturalmente no me refiero sólo a
;

los veinte diputados reunidos en Lima que eligieron


presidente a Torre Tagle, sino a la gran mayoría de
representantes y entre ellos muchos en quienes él ha-
bía depositado su mayor confianza. Aun su Senado ele-
gido en Trujillo le abandonó y, al fin, fué sostenido
en su resistencia solamente por unos pocos militares
aventureros en quienes se ha visto no podía confiar y
le abandonaron en el momento que su cooperación se
necesitaba más. El Congreso le imputó estar en co-
rrespondencia con los españoles y. creo por todo lo
;

que pude saber que estaba en comunicación con ellos,


pero no con intención traidora en efecto, su vida en-
;

tera había sido tan completamente contraria a ellos


que los jefes realistas probablemente no habrían con-
fiado en cualesquiera insinuaciones de esta clase que él
les hiciese.
En este período se hizo circular muy intenciona-
da, aunque secretamente, por algunos de sus partida-
rios de Lima, un documento, base supuesta de una
negociación entre Kiva Agüero y La Serna su objeto;

era probar que su propósito al comunicarse con el ene-


migo era promover la paz del Perú, cuando se hubie-
ran obtenido los grandes objetivos de guerra. Se de-
cía que sus proposiciones fueron éstas que los rea-
:

listas reconociesen la independencia del Estado que ;

las fuerzas patriotas fuesen disueltas y empleadas las


de los generales españoles, por ser mejor disciplina-
das, más respetadas, y por tanto más adaptadas para
mantener el orden que todos los españoles, a la sazón
;

en el país, gozarían los privilegios de americanos, pe-


ro todos los que llegasen en adelante se considerarían
extranjeros y finalmente que se convocase un Con-
;

greso libre constitucional, con facultad de elegir su


propio gobierno.
Tales eran los términos mencionados por los ami-
— 221 —
gos de Riva Agüero, como base de un tratado que da-
ban por casi concluido mientras por otra parte sus
;

enemigos afirmaban que, encontrando su poder casi al


punto de concluir había adoptado este modo de en-
tregar el Perú al enemigo. Ciertamente la cláusula de
este tratado que el ejército independiente se disolvie-
se mientras el realista quedaba hecho, favorece la con-
clusión que, si sus intenciones eran honradas, su jui-
cio era muy defectuoso. Sus opositores, por tanto, ar-
güían que debía elegir entre ser loco o traidor y su ta-
lento reconocido daba asidero a la alternativa menos
favorable.
Sea lo que sea, tendrá ciertamente que soportar el
odio de ser considerado hombre que prefirió la satis-
facción de su ambición y de sus animosidades per-
sonales, al bien público. La causa de la independen-
cia del Perú era la causa de toda la América españo-
la, y la seguridad de toda dependía de la extirpación
del ejército realista del Perú y admitiendo que Bo-
;

lívar procediese en algún grado mirando a su gloria


personal, nadie, con todo, de ningún partido, ha ne-
gado o afectado negar que mientras el Perú continúe
bajo el dominio español, Colombia no puede estar se-
gura. En efecto, si BoHvar, como Riva Agüero en
Trujillo, hubiese disuelto y dispersado el Congreso con
fuerza militar y opuéstose a las autoridades constitui-
das del Estado, sus intenciones pudieran discuth'se ;

pero considerando su temperamento altivo no acos-


tumbrado a someterse y la amplitud de su inñuencia
militar, me parece haber procedido con gran conside-
ración por Riva Agüero y gran desinterés para el Perú.
La defección de Riva Agüero y sus consecuencias
inmediatas puede tenerse quizás como la calamidad
más grave de la causa patriota, aun entre todos los
muchos desastres que la acompañaron. De actuar de
concierto con Bolívar todo hace suponer que la gue-
_ 222 —
rra hubiera terminado en una sola campaña, y al prin^
cipio el mismo Kiva Agüero no parecía esperar que lo8^
intereses de ambos chocasen para la consecución de un. I

fin común. Al frente del Gobierno de Lima, por sus ta-


lentos, actividad y popularidad habría levantado y su-
ministrado recursos de hombres y dinero mientras
;

Bolívar con su experiencia y el terror de sunombre,


apoyado en las fuerzas colombianas, se llevaba por de-
lante a los realistas. Los españoles continuaron dos
años dominando en el Perú no por ningún mérito pro-
,

pio fuera de la unión y firmeza, sino por los sucesivos


desatinos, celos y mal manejo de los adversarios. En
efecto, durante algún tiempo, los generales vieron que
nada harían mejor que permanecer quietos en sus
cuarteles, mientras los patriotas echaban a perder su
propio juego. Al fin, los españoles resolvieron proce-
der decisivamente y por tanto bajaron a Lima este
;

fué el único error grande que cometieron, y si los pa-


triotas hubieran sido capaces de aprovecharlo, debía
haber sido su destrucción.
Así que el Congreso y Torre Tagle supieron que Ki-
va Agüero, por traición de La Euente, estaba preso,
enviaron instrucciones a Bolívar de hacerlo ejecutar
lo mismo que a su principal asociado y soporte, He-
rrera, que fué tomado junto con él. Bolívar, sin em-
bargo, no creyó conveniente cumplir estas órdenes
sanguinarias probablemente por ser demasiado pru-
;

dente para exasperar de este modo a los peruanos en-


tre quienes Riva Agüero era muy querido ;
envió los
'

dos prisioneros a Guayaquil y después llegaron a In-


glaterra, vía Gibraltar.
xxxvn
MEDIDAS TOMADAS POR BOLÍVAR PARA LA PROSECUCIÓN
DE. LA GUERRA. — —
NUEVA CONSTITUCIÓN. ESCASEZ

DE DINERO EN LIMA. MONTO DEL COMERCIO DEL PE-

RÚ CON LA GRAN BRETAÑA. MODO DE HACERLO.

Bolívar después de estos sucesos, reunió todas sus


tropas en Huaras, ciudad importante, y capital de la
provincia de Huaylas, situada en fértil región al mis-
mo pie de la cordillera y hallando que el país podía
;

mantener el ejército, resolvió concentrar las fuerzas


en esa cercanía, donde estaría más próximo para pro-
veerlas ahora "no podía esperar auxilios sino de Co-
;

lombia y envió órdenes para que toda la fuerza dispo-


nible allá se le incorporase. Con esto en vista y para
acostumbrar sus soldados al clima frío de la sierra don-
de sabía continuaría la guerra y donde los españoles
tenían tanta superioridad por ser sus hombres nativos,
se acantonó en la sierra, entre Cajamarca al norte y
Guánuco, ciudad importante a sesenta leguas del cuar-
tel general español en Huancayo, valle de Jauja. En
Guánuco estacionó al general Sucre con un cuerpo
considerable de guardia avanzada, mientras él esta-
bleció cuartel general en Patilvica sobre la costa, cer-
ca de Huaras, donde estaba acampado el grueso de su
ejército, y desde donde podía comunicarse constante y
rápidamente con Lima y Trujillo.
Se creyó generalmente en Lima, poco después,
que se produciría un cambio de Gobierno, a conse-
cuencia de las instrucciones dejadas y enviadas por Bo-
lívar, y varios rumores corrieron en esa ocasión ;
pe-
ro aunque se pensase en una alteración no se efectuó,
y el Congreso siguió su vieja treta tratando de cegar
los ojos del pueblo. Bolívar, en más de una ocasión,
,

— 224 —
pero especialmente a la diputación que le fué envia-
da, manifestó que se necesitaba reformar varios ra-1
mos del Gobierno y se entendió dejaba a cargo del Con-
greso las investigaciones necesarias para cumplir este
objeto.
Para demostrar el sistema de imposición adopta-
do, quizás sea justo mencionar brevemente las medi-
das tomadas por el cuerpo representativo, a este res-
pecto. Primero, procedió a una nueva elección de pre-
sidente, y nombró a Torre Tagle. En seguida se pu-
blicó un código de leyes impreso, que se leía bien en
el papel) pero no se pensaba ejecutar. También hizo
una gran reforma importantísima cambiando el santo
patrono de los ejércitos, pues no había tenido éxito con
el anterior; y, por último decretó una renovación del
juramento de independencia, que se realizó pocos días
después con grande esplendor y ceremonia. Se levan-
taron tablados en diferentes puntos de la ciudad y a
ellos marchaba el gobierno en procesión al frente de
tropas y se leía un largo documento conteniendo las
principales prescripciones de la Constitución. Cuánto
más prudente habría sido elegir un gobernador eficaz
en Lima que hiciese algo por restaurar el crédito del
país, poner al comercio sobre cimientos convenientes,
administrar justicia igual para todos, inducir a los pro-
pietarios de los fundos que rodeaban la capital a cul-
tivarlos^ y levantar refuerzos para el ejército.
La nueva Constitución, además, abolió los títulos
de nobleza, reduciendo todas las clases al simple ran-
go de ciudadanos, y el marqués de Torre Tagle ahora
firmaba Ciudadano Tagle, presidente y el conde de
;

San Doxas, ministro de la Guerra, se redujo a simple


don Juan Berindoaga. Ninguna medida pudo calcu-
larse mejor para disgustar a las clases superiores, ra-
za débil afeminada, cuya única gloria largo tiempo
había sido el rango y las cruces. La política de San
— 225 —
Martín cuando se apoderó de Lima, fué muy diferen-
te :apercibido del gran punto débil del carácter pe-
ruano, una de sus primeras medidas fué fundar la Or-
den del Sol. Se censuró mucho en Europa este proce-
der, pero no fué acción de vanidoso sino de hábil po-
lítico.: él sabía que la nobleza limeña sería atraída
por bagatelas vistosas y honores vacíos y que éstos la
mantendrían de buen humor pero privada de los que
;

antes poseía inmediatamente lamentaría en silencio


el antiguo estado de cosas, durante el que fué respeta-
da y envidiada. No puedo dejar de presumir que esta
medida impolítica fué iniciada por el partido español
del Congreso su intuición era más honda
: ; conocían
que el Perú no estaba preparado para tal medida y
que de este modo minaban secretamente la causa re-
pulblicana, al mismo tiempo que se suponía general-
mente la sostenían con decisión.
Lima empezó otra vez a disfrutar un poco de ali-
vio y tranquilidad, pues no se manifestaba allí ningu-
na causa inmediata de alarma, aunque las fuerzas de
Bolívar estuviesen a distancia considerable. No se es-
peraba que los españoles intentasen recuperar Lima
en esta estación del año, pues se debilitaría su posi-
ción de Jauja y jamás se quedarían mucho tiempo en
;

la ciudad mientras los patriotas conservasen el do-


minio del mar y la posesión de los castillos del Callao.
Los tiabitantes más ricos de Lima por entonces esta-
ban convirtiéndose en horriblemente pobres los tiem-
;

pos eran también inseguros para valer la pena de cul-


tivar las chacras y recomprar los esclavos y ganado
que en los tres años últimos se les habían arrebatado
diferentes veces por la ocupación alternada de los par-
tidos contendientes. La mayor parte del dinero so-
nante también se había escurrido, o desaparecido de
la ciudad parte fué embarcado para Europa, mien-
;

tras los empréstitos forzosos y 'la carestía de víveres


NARRACIÓN. —15
— 226 —
consumía no muy despacio todo el oro y plata en circu-
lación. El gobierno había agotado el crédito con -fre-
cuentes emisiones de papel y moneda feble y nada,
;

estoy persuadido, disgustó más a los peruanos con la


causa independiente, que obligarlos a recibir pedacitos
de papel y monedas de cobre por sus géneros en vez
de plata u oro, que en tiempo de los virreyes eran
tan copiosos y feabían abundaron en su país.
Cuando al fin el valor corriente del cobre alcanzó
depreciación de setenta y cinco por ciento, fué retira-
do, es decir, desmonetizado, y por tanto quedó en ma-
nos de los tenedores como crédito contra el gobierno
cuando pudiera o quisiera pagarlo. Por causa de esta
situación, los negocios de toda clase aflojaron notable-
mente y como en países civilizados el litigar gene-
;

ralmente aumenta con la pobreza, el consulado, o tri-


bunal de justicia, se llenó de demandas. Tal era la
manera corrompida de administrar justicia que quien-
quiera no desease pagar sus deudas evitaría saldarlas
tanto tiempo como se le antojase con tal que jurara
repetidamente que no podía pagar. Con este sistema
el crédito particular naturalmente desapareció.
Lima, en tiempos prósperos, siempre ha de ser
lugar de la mayor importancia comercial para la Gran
Bretaña. Además de la cantidad de manufacturas con-
sumidas en la ciudad, inmensa en proporción a la po-
blación, toda la costa norte ha sido provista por el
mercado de Lima. El país montañoso hacia Huaras,
las ciudades de Guánuco y Pisco, y el valle de Jauja,
todos situados en regiones populosas, se proveen tam-
bién de la capital y requieren grandes importacio-
nes de mercaderías. Se estimaba por un comerciante
inglés de Lima, mientras yo estaba allí, que la renta
aduanera, a veinticinco por ciento sobre las importa-
ciones, en tiempo de paz, sería de dos o tres millones
de duros anuales. Debemos recordar que las mercade-
- 22-7 -
rías seevalúan en menos del precio de costo, de modo
que el valor de las importaciones sería igual a dos mi-
llones de libras esterlinas por año. Los retornos, por
ahora, al menos, deben ser en especie, pues pocos pro-
ductos del Perú pueden tomarse como carga de
retomo.
Además hay en Pisco tráfico costanero muy impor-
tante aguardiente, arroz, azúcar, tabaco y cera, en
:

que, según concibo, pueden ocuparse muchos barcos


ingleses. Bajo los virreyes, marcada diferencia entre
el por mayor y el menudeo, no se observó en el Perú y ;

un comerciante, bajo el antiguo régimen, abría un


gran almacén donde vendía de todo en cantidades ín-
fimas. Muchos de los principales comerciantes espa-
ñoles amasaron fortunas, sin llevar, o quizás también,
sin saber llevar una simple cuenta. Sin embargo, con
la independencia nacional, vino el comercio, y la regu-
laridad y actividad de las casas extranjeras, particu-
larmente inglesas, echaron completamente a pique el
antiguo sistema y los viejos establecimientos desapa-
;

recieron por incapacidad para competir con los cálcu-


los limpios y regularidad a que se sometió el comercio
por causa de la competencia.
El comercio al fin quedó en manos de cuatro cla-
ses :1.*. Los comerciantes extranjeros que no ven-
dían menos de un cajón de mercadería. 2.*. Comer-
ciantes, generalmente nativos, que no vendían me-
nos de una pieza de género. 3.*. Tenderos, que natu-
ralmente vendían cualquier cantidad por pequeña que
fuera. Y 4.* los mercachifles de calle. Los tenderos,
conforme a sus medios, compraban a la primera o se-
gunda clase, mientras los mercachifles compraban a
la segunda o se empleaban en vender cobrando un
tanto por ciento. En las ciudades y pueblos de Sud
•América, se negocia generalmente en la plaza estando
allí las tiendas principales o en la inmediata vecindad,
— 228 — 1
de donde se usa la expresión «precio de plaza» como
se emplea entre nosotros «precio de mercado». Sien-
do siempre bueno el tiempo, sin lluvia, algunos merca-
chifles despliegan sus artículos en esteras tendidas en
el suelo en contorno de la plaza, haciendo de este mo-
do gran exposición mientras otros caminan constan-
;

temente por las calles, con sus manufacturas y vara


de medir tratando de decidir a los transeúntes a com-
prar sea por la baratura de sus artículos o por su ha-
bilidad para recomendarlos nada más que artículos
:

ordinarios se venden de esta manera,

XXXVIII

CHORRILLOS, EL BRIGHTON DE LIMA. BAÑO DE DAMAS.

HABITANTES INDIOS. —
MIRAFLORES. NIEBLAS —

DEL INVIERNO. EL CHUCHO Y OTRAS DOLENCIAS.

Ahora era pleno estío peruano, estación en que la


mayor parte de la alta sociedad de Lima deja el calor
de la ciudad para disfrutar las chacras o alquilar ca-
sas en Chorrillos, el Brighton limeño. ISÍo obstante la
tristeza que la pobreza más o menos proyectaba sobre
todos, muchas familias visitaban esta playa balnea-
ria,, pero la mayor parte de las casas eran ocupadas
por comerciantes ingleses o extranjeros. Chorrillos,
pueblo de indios pescadores, seis millas al sur del Ca-
llao y ocho de liima, se halla sobre una alta barranca
,

arenosa formando una bahía chica, famosa .ya por la


pérdida del San Martin, barco de guerra de sesenta
cañones, ex Cumherland de la Compañía de las In-.
dias, allí encallado y perdido por negligencia de la tri-
pulación. Los ranchos, como se llaman por desdén, se
componen generalmente de gran sala abierta hacia el
mar, con dos o tres dormitorios detrás completamen-
;

te de. construcción común, los más con pisos de arci-


— 229 —
lili y techos cañizos. Pertenecen a los indios más ri-

cos que viven generalmente en chocitas de caña al


fondo de las casas que alquilan por la temporada, o
sea durante los cuatro meses más calurosos del año.
Aquí traen las familias sus muebles, vino, etcétera, y
se instalan para gozar la brisa marina y los baños, y
comer pescado, entre los que uno chico semejante a
nuestras sardinas goza de alta y merecida estima.
,

No puede decirse que los habitantes de Lima mos-


trasen mucho juicio y buen gusto en la elección del
balneario, por estar en un estéril promontorio areno-
so y cuando hay viento fuerte las casas se llenan de
polvo que, afuera, cubre los zapatos. No obstante, en
compensación de la suciedad y lo desagradable del lu-
gar ,*el aire en general es particularmente agradable, y
aun los cuidados del mundo parecen desterrados entre
los alegres visitantes. De día las limeñas endosan lar-
gos vestidos de baño y bajan por la senda arenosa a
unas chocitas de caña enyesada, distribuidas entre las
rocas rugosas de la orilla. Son atendidas por bañistas
indios sin más que un pedazo de lienzo en la cintura.
Permanecen en el agua de media a una hora por baño
y no se ofenden mucho si un amigo nada hasta ellas
y les da conversación.
Por la noche siempre se baila y hace música en al-
gunas casas donde todos tienen entrada libre en es-
:

tas ocasiones se toca la guitarra para acompañar can-


ciones del país : la música tiene suavidad lastimera
y las voces femeninas son generalmente armoniosas.
El indio de Chorrillos es gente muy sencilla que
vive enteramente de la pesca, cuyo producto lleva al
mercado de Lima. Las canoas pescadoras salen al po-
nerse el sol, cada una tripulada por dos hombres, uno
sentado a proa y el otro a popa, ambos con pala, y bo-
gan con asombrosa rapidez retornan al venir el día
:

cuando la orilla está llena de hombres, mujeres y ni-


— 230 —
ños con sus pollinos, que reciben el producto de la ex-
pedición nocturna transportan el pescado cuesta arri-
:

ba en canastas y cargan en asnos las redes que luego


extienden al sol para secarlas. Las indias son particu-
larmente modestas, y, si no lindas, con caras muy in-
teresantes que resaltan por la excesiva prolijidad con
que alisan el cabello, al que prestan la mayor aten-
ción. Su vestido aquí es exactamente igual al que se
. ve en toda la costa y describí en Huacho es la misma :

gente en Chorrillos, solamente más rica y acaso de ra-


za superior pero el dinero influye poco en sus hábi-
;

tos y se enorgullecen de adaptarse a las costumbres an-


tiguas.
A medio camino entre Lima y Chorrillos está el
villorriode Miraflores, que, también solía ser residen-
cia veraniega de algunos magnates limeños, y lo for-
maban antes hermosas casas rodeadas de lozanos jar-
dines y huertas. Cuando estuve en Lima se hallaba
abandonado, y el país que lo rodeaba, otrora rico y
bien cultivado, volvía a su estado originario de este-
rilidad y desolación.
Toda la región parece haber sido densamente po-
blada por los indios en alguna época anterior y sus hua-
cas de tierra, y restos de tapia, están desparramados
con profusión por todas partes trazas de cercados de
;

tapia de que los españoles sin duda tomaron el mo-


delo para las suyas, se ven asimismo en algunos pa-
rajes. Estos cercos dan al país aspecto muy desagra-
dable para un inglés pero los lozanos cercos vivos a
;

que está acostumbrado, no pueden existir en muchos


lugares del Perú, donde nada crece sin regadío, y por
tanto el agua es lo más valioso. El clima es tan bueno
que estas tapias duran siglos, a menos que se las eche
abajo y destruya un solo invierno crudo de los nues-
:

tros las reduciría a átomos.


Se observó antes que el clima peruano es particu-
— 231 --

larmente enervante. Realmente, no hay invierno pe- ;

ro esta estación del año se distingue por la garúa que,


tarde y mañana, cae tan abundante que ensucia las
calles. Esta niebla, no obstante, se disipa generalmen-
te por los rayos del sol a las diez o las once, y enton-
ces poca diferencia se nota en las dos estaciones opues-
tas. La variación general del termómetro es de 66° a
82° F. a la sombra. Durante la estación de garúas, los
altos cerros rugosos que se levantan a espaldas de Li-
ma, se cubren de vegetación y producen un lindo efec-
to; se llenan de ganado que trepa las laderas escar-
padas en todas direcciones. Al aproximarse la estación
seca, este verdor desaparece, y examinando entonces el
suelo, parecería imposible, a juzgar por su dureza y
esterilidad, que hubiese existido nunca vegetación.
Durante la temporada los indios llevan sus reba-
ños a pastar en los alrededores de la capital y se efec-
túan muchos paseos de campo a un lugar llamado Al-
mencais, dos millas de la ciudad. Es un valle entre
cerros donde la clase media acude en calesas de alqui-
ler para visitar las chozas de caña provisorias de los
indios pastores ; allí toman leche fresca y una especie
de queso cremoso hecho por los indios con leche de
cabra.
A menudo nos encaminábamos allí en nuestros pa-
seos vespertinos a caballo para gozar una linda vista
de Lima. Las cúpulas y torres se ven rodeadas de ver-
de follaje, mientras toda la ciudad está casi encerra-
da por los poderosos Andes. En Almencais general-
mente encontrábamos muchos grupos sentados entre
los fragmentos de roca, bailando al son del arpa o can-
tando con guitarra, mientras se extendía a sus pies la
noble perspectiva que he descripto rodeada de sober-
bias alturas verdes cubiertas de ganado ramoneando.
En una ocasión el capitán Prescott y yo, trepamos,
con bastante dificultad y fatiga, una elevada montaña
— 232 —
cónica, llamada San Cristóbal, a espaldas de Lima,
donde logramos una vista a vuelo de pájaro de la ca-
pital, el Océano y el país adyacente. En el tope halla-
mos una cruz hecha de largos maderos de quince o
veinte pies de altura, que desde abajo parecía insignifi-
cantísima. La perspectiva amplia nos recompensó del
esfuerzo para Uegar a la cumbre, porque el país se
extendía como un mapa delante de nosotros. La tie-
rra cultivada a lo largo de la costa del mar, tendría
seis millas de ancho luego empezaban áridos cerros,
;

y en los intervalos observamos tiritas angostas pro-


ductivas, y, aquí y acullá, lugarcitos apartados como
oasis en el desierto : o quizás unidos al valle por una
salidita en que serpenteaba el arroyo fertilizante sin el
cual todo sería espantoso e improductivo. La vista de
la ciudad era demasiado perpendicular para tener gran
belleza, pues veíamos solamente las calles derechas y
mirábamos abajo los techos chatos de barro en las
casas.
El invierno, o estación nebulosa, dura de junio a
noviembre, y se considera la parte del año más mal-
sana del Perú pues los naturales entonces sufren es-
,

pecialmente de chucho, muy dominante en toda la


costa. Los atacados por esta enfermedad se conocen
por su aspecto bilioso y enfermizo, aunque se encuen-
tren perfectamente bien entre dos ataques. Es dolen-
cia tan común en Lima que, si cualquiera del círculo
de amigos se ausenta, se tiene por seguro que está en
cama con chucho. Los médicos nativos son raza muy
ignorante y presuntuosa. Muchos son mulatos y pa-
sean las calles en lustrosas muías bien alimentadas.
No tienen ninguna noción de medidas decisivas en los
casos violentos, contentándose con administrar un
poco de aceite de almendra, mangla, o bebidas refres-
cantes. Ese mal fastidioso, la sarna, es tan dominan-
te, y virulento en Lima, que los médicos del país irán-
— 233 —
comente declaran no podtíi librarse 'de él:en vez 'de
fuertes aplicaciones externas, recetan Bencillamente
líquidos helados, etc., de modo que esta puerca in-
disposición hace estragos horribles entre las más rcB-
petables familias una vez que se introduce por ac-
cidente. Muy a menudo he ido a ver algunas de nues-
tras conocidas para invitarlas a diversiones vesperti-
nas, encontrándolas postradas durante semanas por la
coracha. Los barberos sangradores (todavía los hay en
el Perú) son muy expertos en sangrar, sacar muelas y
afeitar, y hacen con perfección cualquiera de estas ope-
raciones por un chelín.
Hay dos climas distintos en el Perú el serrano
:

y el costanero. Siempre que los indios del interior, o


sierra, bajan por cualquier tiempo a la costa, especial-
mente en invierno, mueren y el mismo efecto se pro-
;

duce en los nativos de la costa si van de golpe a la


sierra. Eeclutas del interior se han traído para guar-
necer el Callao y han muerto casi todos. Los negros
parecen medrar especialmente bien en la ciudad, pero
no pueden soportar el frío cordillerano. Es algo sin-
gular que esta diferencia de temperatura en los climas,
en cuanto observé y aprendí, no produzca efecto algu-
no en los blancos.
Si el invierno costanero del Perú es muy malsa-
no, el verano es la estación más debilitante. Tenía tan-
ta influencia sobre mí, enervando mi sistema y de-
primiéndome el ánimo, que el médico inglés me re-
comendó hacer un viaje al interior para ocupar la men-
te y tonificar los nervios : como yo deseaba particu-
larmente ver las célebres minas de Pasco, a cincuenta
leguas de Lima, pensé que era excelente oportunidad
para salir de la curiosidad, adquirir conocimientos y
reponer mi salud.
— j

XXXIX
VIAJE A PASCO. —
UNA PARTIDA DE INOCENTES. ASE- —

SINATOS Y ROBOS. MINAS DE CANTA. —
COCOTO.

PAISAJE PERUANO Y HABITANTES. LA CniCHA.

El 13 de diciembre, hechos los arreglos necesa-^


rios de ropa abrigada, etc.salí con un nativo por guía
,

y compañero, y una muía carguera para llevar nuestra


pequeña provisión de equipaje y comodidades. Par-
(le Lima a las 3 p. m., teniendo que marchar
^^^^

seis leguas esa tarde. Alguna distancia nuestra sen-


da costeaba el pie de las montañas por el camino de
Qhancay, hasta que a dos leguas de la ciudad, llega-
mos al campamento ocupado por el ejército español,
cuando San Martín estuvo en Huaura como mi com-
:

pañero había sido oficial de aquel ejército, me indi-


caba los diferentes apostaderos y ventajas de la po-
sición. En este sitio las montañas se aproximan mu-
cho mar, como para dejar espacio más estrecho pa-
al
ra defensa que si el valle fuera más ancho. En el cen-
tro del campamento había un campo alto donde los es-
pañoles emplazaron su artillería formando una batería
de seis piezas cuyas troneras aún se veían. Adelante
hay un largo llano ancho por donde pasaba el camino
de Chancay. Todas las tapias aquí habían sido demo-
lidas con el fin de que la artillería funcionase oon efica-
cia sobre el enemigo así como para que la caballería
maniobrase sin obstrucciones.
En este punto el camino de Pisco se bifurca a la de-
recha costeando montañas áridas, mientras a la iz-
quierda veíamos algunas haciendas muy bien culti-
vadas pero con casas y construcciones arruinadas.
;

A poco andar alcanzamos dos compañeros de via-


je, un soldado y su mujer, pertenecientes a una parti-'

I
— 235 —
da que estaba a corta distancia con «caballos del Es-
tado» pastando gratis en un plantío cuyo propietario
,

sin duda se pagaba suficientemente con el honor que


se le hacía. Nuestro nuevo ;imigo era de los Inocentes
chilenos, cuerpo mandado por el general Miller en el
Alto Perú, cuyas hazañas ya he celebrado, y cierta-
mente eran buenos ejemplares del cuerpo de que for-
maban parte. El caballero tenía una res de carnero
colgando a. ambos lados de la montura, que llevaba pa-
ra sus camaradas. La dama, montada a horcajadas so-
bre su caballo, me divirtió en exceso narrándome la
campaña reciente y el botín que había conseguido.
Vestida completamente a la müitaire, manejaba el ca-
ballo con admirable destreza. Esta banda irregular ha-
bía jugado su viejo juego- en el camino, robando a los
indios que bajaban con pequeñas cantidades de plata a
la ciudad, y cuando íbamos por un paso angosto entre
los cerros, nuestros dos compañeros nos mostraron al-
guna sangre en la arena que decían ser de un viajero
asesinado la víspera. Díjeles claramente, para nues-
tra mayor seguridad, que, quienquiera que intentase
robarnos se encontraría con la mejor resistencia que
pudiéramos oponer y al mismo tiempo me cuidé de que
viesen mis pistolas. Antes de mucho andar llegamos a
la hacienda donde toda la partida descansaba
y par-
timos previas mutuas cortesías.
Pasamos en la ruta por restos de varios pueblos in-
dios generalmente en el tope o en las faldas de los ce-
rros. Luego se nos juntó un viejo conocido de mi com-
pañero, y nos invitó a dormir en su cYtsa cerca del
camino, oferta que aceptamos.
El viejo godo, pues resultó serlo, vivía en una bue-
na propiedad al final del valle que terminaba entre ce-
rros su caa,a era una mísera chacra sucia, rodeada por
:

chozas de caña de los esclavos y por diferentes corra-


les de tapia para varias clases de animales : cerca esta-
— 236 —
ba la era, espacio redondo pavimentado con guijarros.
Encerrando nuestras muías en un corral y dándoles
uno o dos atados de alfalfa, seguimos a nuestro hués-
ped a un cuartito donde tenía su cama siempre que ve-
nía a visitar la chacra.
Mientras se preparaba la cena de chupe, nos di-
virtió con una demostración de los perjuicios causa-
dos por los patriotas, estimados en 70.000 duros, cau-
sados por diferentes robos y exacciones, y a cada vuel-
ta de la conversación, cuando comparaba la antigua
situación con la nueva, «su excelencia el virrey» es-
taba continuamente en su boca. Su capataz era un
viejo curioso y ayuntaba bien con el patrón. Los rea-
listas descontentos, sin embargo, me ofrecieron hos-
pitalariamente su lecho que naturalmente no acepté,
,

prefiriendo envolverme en la capa, sobre la montura,


en un cuarto independiente con el equipaje. Bespon-
dien^o a una pregunta que hice al viejo capataz sobre
si había pulgas en la casa, su contestación seca fué :

«sí, señor, hembras y machos.»


Nos levantamos temprano por la mañana y almor-.
zamos chocolate, habiendo llevado el aparato necesa-
rio con nosotros e hirviéndolo con aguardiente. Lue-
go partimos el capataz nos acompañó para mostrar-
;

nos el camino real, del que nos habíamos desviado un


poco para dormir en casa del caballero anciano. El
capataz, mientras nos acompañaba, hízonos la más
sentida descripción de la tacañería de nuestro hués-
ped y declaró llevar una vida de perro, todo el tiem-
po que había estado a su servicio.
Luego de dejarle entramos en país montañoso y
seco, y a considerable altura sobre el valle pasamos
una acequia, originariamente cortada por los indios,
siguiendo las laderas de los cerros para conducir agua
a algún sitio distante. El efecto de la corriente com-
parado con el frente árido de las montañas, era muy
— 237 —
placentero : estaba bordeada por cañas muy altas y
lozanas crecidas en la misma lengua del agua que
marcaban el curso tortuoso en muchas millas. Pron-
to llegamos a un hondo valle pedregoso o canal entre
dos cadenas de estériles alturas rocosas, llamado Río
Seco, por el estilo de los mencionados en mi viaje a
Trujillo. Los rayos solares verticales nos daban en la
cabeza con mucha fuerza, y, reflejados por el duro te-
rreno árido, el calor era casi insoportable la jgrnada,
:

por tanto, tres o cuatro leguas, fué penosísima para


hombres y bestias'. Por fin llegamos a un cerro muy es-
carpado, célebre en esa región por ser guarida de ban-
didos, y ciertamente no se elegiría sitio más convenien-
te, pues la senda se reducía aquí a una angostura, y
los ladrones divisaban muchas millas a cada lado, para
asegurar inmediatamente su presa y evitar sorpresa
de enemigos. Mi compañero me dijo que él y algunos
otros hacían este camino otra ocasión, con conside-
rable cantidad de duros en su poder, cuando, cerca
de la cumbre vieron un grupo estacionado en el tope
del cerro. Concluyeron que seguramente serían ladro-
nes, e hicieron alto para aumentar sus fuerzas con
otros viajeros que venían subiendo detrás, y convinie-
ron por unanimidad no dejarse robar humildemente.
Por consiguiente, como buenos generales dejaron el
bagaje a retaguardia y todos avanzaron a la cumEre
en son de batalla. Cuando llegaron resultó que los la-
drones supuestos eran solamente viajeros como ellos,
que se regalaban después de las fatigas del camino ;

se mandó avanzar el bagaje en consecuencia, se abrie-


ron las provisiones y pasaron el resto del día alegre-
mente.
Desde nuestra elevada situación veíamos casi in-
mediatamente abajo un precioso valle verde, pero pa-
saron cerca de dos horas antes de llegar, engañándose
la miranda en cuanto a la distancia. Pocas leguas de
-^ 238 —
este lado de Pasco sale un arroyo de la Cordillera al
que afluyen otros, y, más allá de Canta toma el
nombre de río de Canta, formando allí torrente con-
siderable se vuelca en el mar en Chancay, catorce"
:

leguas de Lima, fertilizando en su curso un país muy


alegre. Toda la quebrada por donde corre el río es de
lo más lindo que se imagine angostísima en muchos
:

sitios por causa de altas cadenas de cerros rugosos de


roca viva, que dejan poco más espacio en el fondo que
el necesario para el torrente. En otros sitios el agua
se lleva ingeniosamente por las laderas mediante cana-
litos hechos prolijamente con tierra y piedras pues ;

doquiera el suelo permita el cultivo, los nativos lo rie-


gan. Con este fin, las laderas de los montes se dispo-
nen en escalones o terrazas, aunque sea con declive
considerable, cada plantío con su pared en la parte in-
terior para impedir que el suelo sea enteramente arre-
batado por el agua. En estos campos pequeños y, a
menudo inclinados, crece la alfalfa más lozana, entre-
mezclada con maíz, formando todo un. bello contraste
con las altas y estériles montañas vecinas.
La senda de muías por el frente de estos cerros ge-
neralmente costea una de estas corrientes fertilizantes
y también el sonido del agua borbotante, corriendo
por el fondo pedregoso del canal, parecía refrescarnos
cuando marchábamos con el calor diurno. El valle era
bien poblado estaban desparramados a lo largo del
:

camino pequeños pueblos de indios, con frecuencia en


ubicaciones lindísimas, y sombreados por una clase de
frutales que no prospera cerca de la costa. Ahora me
encontraba en medio del paisaje peruano y entre sus
habitantes sin mezcla de blancos y negros ;. y veía el
país y la gente probablemente con poquísima diferen-
cia en su condición de los felices e inocentes tiempos
incaicos.
Nuestra primera entrada en esta quebrada abori-
— 239 —
gen, sipuede llamarse así, fué al villorrio de Cocoto,
compuesto de pocos ranchos separados. Continuando
hasta concluir los bosques, pasamos una linda cas-
cada que saltaba sobre el precipicio y caía al valle per-
pendicularmente cien yardas. Más adelante llegamos
a una iglesia solitaria, famosa por ser el supuesto lu-
gar donde nació Santa Eosa, santa peruana, a quien
es dedicada. Nos tomó la noche antes de llegar a la
pascana, o pastaje, pero nos vimos bien compensados
empinados con el solemne y grandioso efecto del claro
de luna sobre vastas eminencias escarpadas, obscureci-
das solamente en breves intervalos por nubes pasaje-
ras. Al aproximarnos a Yasso, nos saludaron grandes
ladridos de los perros tenidos siempre por los indios y
pronto llegamos al villorrio de media docena de chozas
donde desmontamos para hacer noche. Tendimos nues-
tras camas consistentes en monturas y frazadas en un
alfalfar chico, y atamos las muías conforme al uso del
país, en un yuyo fuerte que crece entre la alfalfa.
Noté hoy que muchaspuertas ostentaban gajos col-
gados, como señal para los viajeros de que se vendía
chicha en el rancho. La chicha es la bebida nacional
de los indios, y se me informó que se hace de maíz
mascado por mujeres y luego fermentado. El licor así
producido se parece más que nada a nuestra cerveza,
y de ningún modo es bebida desabrida. Los naturales
son tan aficionados a ella, que muchos, cuando pueden
procurársela, están en continuo estado de ebriedad.
Una vez despachada nuestra cena de chupe, car-
nero hervido y un buen trago de chicha para alejar el
aire frío de la noche, nos envolvimos en frazadas pe-
;

ro lo pasamos mal, pues las muías se soltaban con fre-


cuencia y debíamos levantarnos para atarlas de nuevo.
XL
— —
YASSO. ESTACIÓN LLUVIOSA EN LOS ANDES. LOBROJI-
LLO. —
ENTRADA DE LOS ESPAÑOLES A PASCO E INTE-

RRUPCIÓN DEL VIAJE. MANERAS DE LOS HABITAN-

TES.— CULTIVO DE PAPAS. CAZA DE VICUÑAS.

Por la mañana estaba algo yerto por el frío y el


copioso rocío. Al aclarar hallé que el pequeño villorrio I

de Yasso tenía la situación -más romántica, con cam-


pos verdes y árboles frutales casi cubriendo el torren-
te que corría espumoso entre grandes fragmentos ro-
cosos que obstruían su curso. La escena se hacía más|j
pintoresca con los restos de un gran edificio gótico que, ^

al investigar, resultó ser un ingenio u horno de fundir


plata : estaba deteriorado, pues la mina a que perte-
neció, pasado algún tiempo se descubrió no valer la
pena de trabajarla.
Todo el país montañoso a la redonda está lleno de
minerales y pasamos una cadena de cerros de hierro
mineral y toda el agua que salía de ellos era de color
y sabor ferruginosos. Hacia Canta, capital de la pro-
vincia, los cerros de ambos lados eran más elevados,
mientras continuábamos dando vueltas en la senda de
muías como aquella de la Cordillera entre la Argenti-
na y Chile cortada en la superficie estéril de los cerros,
o a veces, costeando los torrentes. En varios lugares :

observé pueblitos colgados como nidos de águila en j\


el tope de alguna elevación, en altura tan vertigino-
sa que los habitantes que caminaban en los altos ce-,
rros arriba" de nosotros parecían pigmeos. Además de
los valles lindos y lozanos ya descriptos, donde había
profundidad suficiente de suelo en las montañas, los
indios primitivos cultivaron el lugar e hicieron potre- ]
ritos para impedir que el agua se llevase la tierra. -To-
— 241 —
das las montañas se ven dispuestas de este modo y
dan buena idea de la industria y población de los habi-
tantes primitivos. En estos manchones plantaron, y
todavía parcialmente plantan, papas, cebada, maíz y
trigo, confiando a la estación lluviosa el fruto de las
labranzas. Las lluvias andinas empiezan generalmen-
te en diciembre, y las montañas al momento se cubren
de pasto y flores silvestres. Cuando pasé, la estación de
las lluvias se había iniciado en las regiones superiores
de la Cordillera pero no había llegado a Canta. El
;

retumbar lejano del trueno se oía, sin embargo, repe-


tido por el eco de las montañas, y el río estaba cre-
cido y rojo con la tierra arrastrada por innumerables
corrientes que se le unen antes de Uegar a Canta.
Poco adelante de Yasso vadeamos esta mañana el
río por un puente rústico, lanzado de una roca a otra
que se proyectaban sobre el torrente haciendo más an-
gosto el canal. El puente era de dos laígas vigas ase-
guradas con sogas de pita sobre las vigas había gran
;

cantidad de otras hojas, y en conjunto resultaba un


puente seguro aunque vibrante, de dos o tres pies de
ancho. Las orillas del río estaban generalmente fran-
jeadas de tacuaras, tunas, y pitas con sus soberbias
flores que Uegaban a veces a altura mayor de veinte
pies. Luego de marchar una miUa cuesta arriba por
camino muy pehgroso de toscos escalones, cortado o
gastado en la ladera de cerros rocallosos, volvimos a
bajar al torrente, y encontrando un pastizal sombrea-
do de árboles a orillas del río, hervimos nuestro cho-
colate, y extendidos largo a largo en el suelo, contem-
plábamos cómodamente el sublime paisaje de los An-
des, y veíamos las labranzas de los indios que en las
alturas vecinas preparaban las tierras para sembrarlas
una vez pasada la primera lluvia.
Esta mañana encontramos un montonero, quien
nos dijo con gran sorpresa nuestra, que los realistas es-
NARll ACIÓN. — 16
— 242 ^
taban en Pasco. Este hombre era un indio de Beyes,
pueblo entre Pasco y Jauja :vestía tosca chaqueta
amarilla y morrión, con pantalones largos que llega-
ban mucho más abajo de las botas. No nos gustó la
expresión del rostro y sospechamos que no pensaba
bien de nosotros por fin nos dijo claramente que él
:

nos creía godos apurados por juntarnos con los espa-


ñoles, y nada por largo tiempo lo pudo convencer de
lo contrario. Sin embargo, me preguntó a casa de
quién íbamos en Lobrojillo, y cuando la mencioné,
dijo que estaba muy bien, pues sucedía que el hombre
era capitán de montoneros. Encontrando, por tanto,
que no pretendía robarnos, desde que éramos buenos
patriotas, nos preguntó qué teníamos para vender le :

respondimos que solamente viajábamos para satisfa-


cer nuestra curiosidad, y siguió pidiendo todo lo que
teníamos encima.
Media milla antes de llegar a Lobrojillo volvimos a
cruzar el torrente por un curioso puente natural, for-
mado por dos grandes rocas de granito que parecían
haber caído con los topes tocándose, proporcionando
camino seguro sin ayuda de arte.
Lobrojillo es pueblo indio, de 200 chozas de paja
idilrededor de la plaza en la orilla del río, y circundado
por un vallecito irrigado. Al preguntar por Casquero,
para quien tenía carta de recomendación, pues no
había posadas en el camino, &upe que su casa estaba
en las afueras del pueblo. Mi huésped era un mestizo
retacón, de indio y europeo, y capitán de los monto-
neros de Canta y sus inmediaciones. Aunque hombre
de cierta importancia en el lugar, vivía a lo indio, en
cabana de tapia, o más bien en una fila de construc-
ciones de tapia, techo de pajizo, levantadas alrededor
del patio. Confirmó la noticia desagradable de que los
españoles habían entrado en Pasco y me aconsejó no
se me ocurriese de ningún modo proseguir, pues ade-

sai
-r- 243 —
más de haberse apoderado de Pasco los españoles, ocu-
paban el camino bandas de montoneros, del partido
de Kiva Agüero, todavía no sometidas a Bolívar. Se
componían muchísimo de indios que hablaban poco
o nada español, según nos decía, muy bárbaros y crue-
les. En estas circunstancias había sido una locura in-
sistir y como el valle no llevaba a otro punto, vime
,

obligado a satisfacerme con lo ya visto y recoger to-


dos los informes que pude respecto al país del otro la-
do de la Cordillera, que había intentado visitar.
Canta está en una llanura seca a una milla de Lo-
brojillo y dos o tres leguas al pie de la cumbre andina
en aquella región. Es pueblo grande, pero de lejos tie-
ne aspecto mísero, con su gran grupo de graneros más
que de casas. Los habitantes se quejaban muchísimo
del retardo de las lluvias y el ganado se moría de ham-
bre por falta de pasto. El mismo pueblo parecía más
incómodo por esta razón. Los habitantes son princi-
palmente indios de raza más robusta y osada que los
costaneros, pero con la misma suavidad de maneras y
la misma expresión inocente y melancólica en el sem-
blante. Su vestido es casi enteramente manufactura-
do por ellos mismos. Los hombres usan ponchitos or-
dinariofe, chaquetas y calzones de lienzo, con medias
de estambre tejidas por mujeres, y ojotas. Los som-
breros masculinos son de castor ordinario. Las muje-
res se visten mucho más como las costaneras, y todos
evidentemente son de una raza, aunque clima y ocu-
pación han hecho a los que habitan cerca del mar algo
diferentes en su aspecto y hábitos.
Los indios del interior son gente muy activa e in-
trépida y famosos particularmente por las largas mar-
chas a pie efectuadas con velocidad sorprendente. El
camino de' Pasco a Lima es de cincuenta leguas y los
;

animales lo hacen en cuatro o cinco días, mientras


un indio propio, o correo a pie, emplea en recorrer es-
— 244 —
ta distancia tres días, cortando por la cumbre de las
montañas acompañados solamente de su perro y ca-
minando con largo báculo. Pueden soportar el hambre
tanto cómo la fatiga, y con una bolsita de cancha y
otra de coca, marchan días sin requerir ningún otro
sustento. La cancha se hace de una especie de maíz
dulce que crece en la sierra, pisado y molido en una
piedra plana con otra redonda es muy nutritiva y
:

agradable al paladar y se come en polvo. La coca es la


hoja seca de un árbol que mascan como tabaco, mez-
clándola con lima tiene la doble ventaja de evitar el
:

hambre y ser fuerte estimulante. Como el ejército es-


pañol, en gran parte, es compuesto con estos indios,
algo contará en la longitud y rapidez de sus marchas
por desiertos horribles y montañas aparentemente in-
franqueables.'
Antes he mencionado que la agricultura de la sie-
rra se limita principalmente a maíz, cebada y papas.
Este último vegetal crece con la mayor perfección en
la sierra de donde recientes investigaciones han de-
mostrado ser oriundo. Hay tres clases en el Perú la :

primera, amarilla clara, la segunda azul y la tercera


blanca ; las tres son del tamaño y forma de las que
entre nosotros se llaman «campeones», y son las me-
jores que hasta ahora haya comido, aunque quizás la
amarina es preferible. Los más de los parchecitos de
tierra cultivada por los indios se cavan a mano con
una especie de azada tosca asegurada en la punta de
un mango largo luego se desmenuza con azadones ;
:

pero también vi una yunta de bueyes arando un te-


rreno en las márgenes del río.
Además de sus manufacturas laneras de paño tos-
co, medias de estambre y ponchos, los naturales ha-
cen artículos más finos de lana de vicuña hilada por
mujeres que usan un palo derecho al que se envuelve
el hilo torcido con los dedos. De este lindo material
— 245 —
hacen medias y guantes de color natural de cervato
adornando los cuadrados y costuras con seda verde. Un
par de medias de esta clase vale de cinco a doce du-
ros. También tejen lindos ponchos, de colores vivos,
con preciosísimos dibujos, que valen 700 duros. Pon-
chos y colchas de algodón también hacen los indios,
pero son carísimos.
Hay tres clases de llamas, o carnero peruano el :

guanaco silvestre, inútil si no es para alimento la vi- ;

cuña, que da lana fina, y la llama usada solamente co-


mo bestia de carga. La vicuña es silvestre y vive en
las quebradas : la caza proporciona gran diversión
a los indios y se la atrapa del modo siguiente forman :

cerco, en los valles frecuentados por estos animales,


de postes derechos unidos por sogas horizontales a que
se atan pedazos de estambre de diversos colores vivos
y este círculo se deja abierto por un lado. Luego to-
man un ancho circuito y arrean los animales asustados
por la quebrada hasta que entran al corral, avanzan-
do gradualmente hacia sus tímidas presas las vicu-:

ñas, viendo los pedazos de estambre coloreado agitar-


se con el viento, se agrupan en rebaño, alarmadas por
la vista desusada y se dejan matar como los indios
quieran.

XLI
PASCO Y SU CÉREO. —
MINERALES EN LAS INMEDIACIO-
NES, ORO, PLATA, COBRE, ESTAÑO, HIERRO Y HULLA.

—MINA MATAGENTE. MODO DE TRABAJAR LAS MI-

NAS. —CASA DE ARIZMENDI Y ABADÍA. REYES. —
JAUJA. — —
GUÁNUCO. PUENTES COLGANTES SOBRE EL
AMAZONAS. *

El camino a Pasco no va por la cumbre andina


como en la cordillera de Chile, pero como la cadena
— 246 —
elevada es interrumpida y quebrada a intervalos, el ca-
mino generalmente corre por estos valles y hendedu-
ras. Antes de llegar al pueblo, el viajero pasa por un
altiplano cubierto de ganado en la estación pastosa,
que forma agradable contraste con las montañas que
lo circundan. Al principio y fin de la estación lluviosa,
esto es, en diciembre y mayo, sé considera peligroso
cruzar esta llanura a consecuencia de los tremendos
truenos y rayos reinantes. Se cree que las nubes son
atraídas por los cerros y la cantidad de substancias mi-
nerales que éstos encierran parecen dar escape a to-
;

da su furia en este lugar nivelado esparciendo el te-


rror y la muerte apenas pasa una estación sin noti-
;

cias de nuevas víctimas de las tormentas furiosas.


El pueblo de Pasco, propiamente llamado así, de-
cae rápidamente, pues la veta de plata que atrajo la
población está muy agotada pero lo que se llama Ce-
;

rro de Pasco, por su riqueza en metales, progresaba


rápidamente antes de estallar la revolución. El pue-
blo está dos o tres leguas más lejos de Lima que el
mismo Pasco, y se halla entre minas en un valle ence-
rrado por montañas, en la falda díel cerro de que deri-
va su nombre y es origen de su importancia. Es gran
población desparramada compuesta principalmente de
casas inferiores interceptadas por pocos edificios bue-
nos sin formar ninguna calle regular.
El clima siempre es desagradable y en invierno
llueve casi sin interrupción, acompañado por truenos
y rayos que producen anualmente numerosos acciden-
tes. En verano la atmósfera es clara pero el frío ma-
yor que en invierno. En vez de estufas los naturales
usan braseros, en que arde carbón de leña o una cla-
se delgada de turba mohosa que cubre el valle. Se co-
loca en medio del cuarto y la familia se arrebuja en
torno y se dice que ésta es en mucho la causa de la
;

modorra y falta de salud de los habitantes que gene-


_ 247 —
raímente tienen las piernas ulceradas por el fuego. ISío
se produce ninguna de las necesidades vitales en las
inmediaciones los víveres, pasto y aun agua se traen
;

de lejos, pero el mercado está siempre bien provisto.


Los minerales de las inmediaciones son en extren^o
ricos y variados. Además de la plata, con frecuencia
encontrada casi pura, el país abunda en cobre, hierro
y estaño que se encuentran tirados como cosas sin
valor. Hay también minas de oro a cinco leguas de
Pasco, y vetas de azogue se empezaban a explotar po-
co antes de la revolución. Una mina de azogue se eva-
luaba por los peruanos tan alto como una de plata,
pues siempre había sido muy limitada la provisión de
España o Alemania para refinar las gangas, y el pre-
cio, en consecuencia, era muy subido. La única mina
de azogue en el Perú antes de descubrir las vetas cer-
,

canas a Pasco, estaba en Huancavélica. Este lugar es


una de las singularidades mayores del mundo, con un
pueblo completo y su catedral en las entrañas de la
tierra. Además de sus gangas abundantes. Pasco tie-
ne montañas de excelente hulla en sus inmediaciones,
que, cuando el país se vea libre de los partidos conten-
dientes, darán mayor facilidad para beneficiar las mi-
nas mediante máquinas de vapor.
La mina más curiosa cerca de Pasco es la de
Matagente, llamada así probablemente por las nu- •

merosas personas que de tiempo en tiempo han pere-


cido en ella. Ocupa grande extensión bajo tierra con
un extenso lago en el interior perfectamente obscuro.
La mina misma ha estado abandonada muchos años ;

pero los indios a veces se aventuran a bajar con el ob-


jeto de robar los pilares de ganga dejados para soste-
ner el techo, y muchos que se extraviaron en el re-
vuelto laberinto, se han encontrado muertos de ham-
bre. El amigo que me dio estos datos, una vez fué a la
mina, acompañado debidamente de antorchas y guías,
— 248 —
y descubrió el cadáver de un indio con los dedos roí-
dos sin duda el pobre desgraciado fué víctima de su
;

avidez, y en su hambre extrema" comenzó a devorarse


las manos.
La minería, como todos saben, es negocio muy
arriesgado y puede compararse con eL juego en gran-
de escala pues tiene la misma influencia sobre las pa-
,

siones. Se han perdido ingentes capitales en el Perú


y hecho algunas espléndidas fortunas. El propietario
de las más ricas minas de Pasco las heredó de su pa-
dre que, primero carpintero de un barco español, fué
a Pasco con pocas mercaderías y abrió tienda. Su nom-
bre era Vives, y, siendo frugal y diligente, juntó algún
dinero en época que muchos propietarios de minas va-
liosas deseaban deshacerse de ellas : preguntaron a
Vives si quería comprarlas. Naturalmente sorprendi-
do por la propuesta, contestó no tener fondos para pa-
garles pero los propietarios que tenían buena opinión
; .j

de él convinieron en otorgarle plazo para el abono de


las instalaciones, que montaba a 300.000 duros. En
breve tiempo Vives cháncelo esta suma, y, adquiriendo
otras minas, llegó a ser el hombre más rico de Pasco.
Todo el mineral se saca de las minas sobre cabezas
de indios que conducen así tres arrobas o setenta y
cinco libras. Desde la bocamina se lleva a lomo de mu-
las o llamas, a las haciendas donde están los ingenios
o casas de fundición y molinos para moler la ganga,
antes de amalgamarla. Esta operación a veces es un
negocio aparte, y el minero en tal caso paga tanto por
ciento por el trabajo de acuerdo con la riqueza del mi-
neral. La plata, luego de extraerse de la ganga, se
llama plata pina, y no tiene aleación en este estado
;

se compra por los capitalistas de Pasco, que adelan-


tan dinero a los mineros. La plata luego se funde en
grandes lingotes, y después de pagar el quinto del rey,
que. sube al 15 % más o menos, se envía a Lima a lo-
— 249 —
mo de muía y se cambia en la Moneda por el mismo
peso en duros, devueltos inmediatamente a Pasco.
Comprar plata, transportarla a Lima y recibir los du-
ros en cambio, ocupaba en término medio un mes, y
sé calculaba el producto, libre de gastos, de 2 a 2 y me-
dio por ciento de ganancia y por viaje, de modo que el
capitalista podía realizar de 24 a 30 % anual sobre
el dinero así empleado, sin riesgo,, pues el precio de
la plata era siempre fijo, y, antes de la revolución,
rara vez se oía de un robo los arrieros que llevaban
:

plata eran responsables de la carga.


La maquinaria empleada en Pasco perteneció a la
casa de Arizmendi y Abadía se suponía costar un mi-
:

llón de duros y empezaba justamente a trabajar


cuando el comienzo de lá^s hostilidades destruyó las
doradas perspectivas de esta firma, antes famosa. Iban
a recibir un porcentaje por sacar el agua de las mi-
nas, sobre toda la ganga extraída, y se calculaba que,
en muy breve tiempo, hubieran reembolsado el gran*
capital invertido.
Habiendo mencionado los nombres de esta casa,
antes célebre en el Perú, y ciertamente en toda Eu-
ropa, haré breve relación de su caída, relacionada con
la historia peruana. Abadía, español de nacimiento,
era hombre de principios ilustrados e inteligencia bien
cultivada hablaba inglés y francés con facilidad, ha-
:

biendo aprendido el primero durante su residencia en


los Estados Unidos. Su casa estaba siempre abierta y
su mesa frecuentada por los extranjeros que se encon-
traban en Lima los oficiales ingleses, antes del arri-
:

bo de San Martín de Chile, eran siempre especialmen-


te bien venidos a la Casa de las Filipinas. Arizmendi
parece que era iluso hombre de negocios y tema todo
el manejo y superintendencia del escritorio. Se levan-
taron a tal altura de importancia en Lima, que el vi-
rrey nunca hacíív nada sin consultarlos, y fué por per-
— 250 —
suasión de Abadía que las tropas realistas evacuaron
Lima la priraera vez. Poco antes de este suceso, el
general Arenales, que había sido destacado por San
Martín para sublevar los habitantes del interior, de-
trás de Lima, había penetrado la Sierra hasta Pas-
co, donde derrotó al general español O'Eeilly.
En este conflicto Pasco sufrió severamente : la
maquinaria fué muy dañada y se suspendió todo la-
boreo minero. Cuando San Martín entró en Lima,
Arizmendi y Abadía le fueron tan útiles como habían
sido para el virrey, y los españoles en consecuencia re-
solvieron hacer todo lo posible para arruinar el esta-
blecimiento y satisfacer su venganza al mismo tiem-
po que destruir su influencia sobre el enemigo. Con
este fin, Loriga, que mandaba los españoles en Jau-
ja, empleó dos -monjes, espías de San Martín, a quie-
nes había tomado en la Sierra, para devolver a San
Martín una carta fraguada, significando que procedía
de Abadía a un general realista, detallando una serie
de sucesos de Lima. Los frailes de buena gana acep-
taron la misión : San Martín fué engañado, y Aba-
día, metido en la cárcel, con dificultad salvó la vida.
Entretanto, Arizmendi, para sostener el crédito de la
casa, sacudida por estos acontecimientos y por las
grandes pérdidas sufridas, fraguó cuentas de embar-
que de plata en el Hyperion y el Superh ; y finalmen-
te, para evitar detención y castigo, después de juntar
todos los bienes que pudo cobrar, desapareció una no-
che. Antes había embarcado sus bienes en un navio
inglés que le esperaba en Ancón a pocas leguas de
Lima.
Abadía elperdidoso y, según se creía, honrado so-
cio, se arruinó así completamente desde en'tonces
:

continuó residiendo en Guayaquil, respetado, pero po-


bre, mientras su esposa e hijo, y un socio menor, vi-
ven en Lima, de algunos cortos bienes que no les pu-
— 251 —
dieron quitar. El resto de la maquinaria minera per-
teneciente a esta firma antes poderosa, fué destruido
en la última visita del general Loriga, que entró en
Pasco con 600 hombres, y así completó la venganza
comenzada con la falsificación de la carta de Abadía.
Esta última calamidad sucedió cuando yo estaba en
Lobrojillo en camino a Pasco. Algunos ingenieros in-
gleses vinieron de Cornwall con la maquinaria, y eran
muy respetados y qiieridos por los peruanos pero ;

desde la destrucción de las obras, la mayor parte aban-


donaron el país dejando detrás de ellos, como repre-
sentantes, numerosos niños de cabellos rubios ensor-
tijados, conocidos en Pasco por los inglesitos. Estos
científicos invariablemente contaron cosas extraordi-
narias de las riquezas mineras de Pasco, y afirmaban
que se satisfarían con lo que los nativas habían tirado
en su modo de trabajar descuidado y negligente las :

sobras contenían plata suficiente para realizar gran-


des fortunas siempre que se les permitiese extraerlas.
De Pasco a Jauja hay cuarenta y cinco leguas :

la primera parada es en el pueblo de Eeyes, quince le-


guas de Pasco, célebre por los pastos y el patriotismo
de sus habitantes, debido a una circunstancia ocurri-
da casi al estallar la revolución. Algunos oficiales es-
pañoles se albergaban en una casa del pueblo y, por
la noche fría, encendieron carbón en un brasero den-
tro del cuarto con las puertas cerradas. En consecuen-
cia, por la mañana se les encontró muertos ;
pero sus
camaradas insistieron en que habían sido envenena-
dos y comenzaron una masacre confusa de la gente del
pueblo, matando toda alma viviente que no pudo es-
capar, y llevándose el ganado. Desde entonces los na-
tivos de Keyes se han distinguido por su patriotismo,
y, a la aproximación de una fuerza realista, trans-
portan sus familias y riqueza en balsas, para una isla
— 252 —
fértil en medio de un gran lago próximo donde están:
seguros de no ser molestados.
El pueblo de Jauja está en uno de los más gran-
des, fértiles y poblados valles del Perú, aunque hoy
muy desolado por el largo tiempo que el ejército es-
pañol ha acampado allí. Es punto central excelente
para amenazar a Lima y defender el Cuzco, y provee
amplios medios para subsistencia y recluta de un ejér-
cito. Los indios de este valle son patriotas decididos y\
se han sublevado varias veces contra los, realistas, pero
sin éxito. Una vez, poco después del desembarco de
San Martín, algunos centenares fueron matados des-
pués de una lucha inútil por la independencia. El país
entero entre Jauja y Cuzco es montañoso pero corta-
do por. quebradas productivas. Las montañas abun-
dan en minerales los más valiosos son el azogue de
;

Huanca vélica y la plata de Huamanga, de donde se


trae la bella filigrana de plata, tan justamente admi-
rada, que trabajan los indios.
Veintidós leguas al norte de Pasco está el pue-
blo de Guánuco en caluroso pero fértil valle que pro-
duce óptima azúcar, café, algodón, cacao y tabaco ;
también es famoso por la fruta, pina y chirimoya es-
pecialmente, y un espíritu extraído de la caña dulce
llamado caña. En las inmediaciones de Guánuco es-
tán los restos de una gran ciudad india, llamada Guá-
nuco viejo, ahora completamente desierta. Este valle;
es célebre por ser la fuente del río Marañen o de las
Amazonas, que nacen cerca del pueblo de Guánuco y
fecunda la llanura. Cerca de un lugar llamado Huari.j
se encuentra uno de los antiguos puentes peruanos,
construido de este modo dos postes fuertes se plan-
:

tan en cada margen del río y se atan a éstos sogas de


totora con una senda del mismo material aplanado :

a cada lado hay también una soga' para sostenerse los


que pasan. Estos, en realidad, son en forma más sen-
— 253 —
cilla que los puentes colgantes de la Europa moder-
na-,pero como son muy débiles, su balanceo es suma-
mente desagradable para quien río está acostumbra-
do se columpian adelante y atrás con el peso del
:

cuerpo, y un amigo mío decíase tan aturdido con ello


que se vio obligado a sentarse a medio camino, du-
dando si llevaría a cabo su empresa. Los hombres de
este distrito son tan enervados e indolentes que son
proverbiales en todo el Perú, y el hombre de Huánu-
co es sinónimo de pobre haragán, descuidado ;las
mujeres, al contrario, son sumamente activas y des-
piertas y atienden todos los distintos ramos de comer-
cio. He descripto ya el paíá occidental de los Andes,
o del Pacífico, como una serie de llanos y cerros areno-
sos refrescados y fertilizados aquí y all?, por un torren-
te montañoso, que produce un vallecito verde en me-
dio de la desolación. El lado oriental de la Cordillera
ofrece aspecto muy diferente, y el país, así que sale
de las montañas, se dilata en lindas llanuras intercep-
tadas por ríos navegables y cubiertas de selva, donde
el suelo, también bendito con lluvias, produce espon-
táneamente todas las frutas y otras producciones de
climas tropicales. Aquí, sin embargo, concluye la po-
blación civilizada los aventureros españoles penetra-
:

ron muy poco más allá de las montañas que contienen


su querida ganga.

XLII

ENTUSIASMO DE LOS INDIOS. VUELTA DE LOBROJILLO A
LIMA. —
CANCIÓN EN ELOGIO DE LA CHICHA. NOTI- —
CIA DE LA VUELTA DE LOS REALISTAS A LIMA. ROBOS—
Y ASESINATOS EN EL CAMINO DEL CALLAO.

Después de esta digresión, hecha para compensar


un poco mi contrariedad de no haber visitado las mi-

— 254 —
ñas de Pasco, y proporcionar al lector informes 'tan
auténticos como pude conseguir, es oportuno volver a
Lobrojillo y a nuestro huésped Casquero, capitán de
montoneros, que nos aconsejó no seguir adelante.
'Pronto puso un chupe delante de mí y de mi compa-
ñero, plato universal de resistencia en la sáerra, y
carnero asado a la parrilla, con un plato de papas, el
mejor que creo haber comido en el Perú, donde se su-
Eone que las papas son las mejores del mundo. Mi
uésped se achispó con uno o dos vasos de Madeira,
resto de mi provisión de viaje y que él parecía preferir
aun a la chicha, y me divirtió muchísimo con historie-
tas de las diferentes expediciones en que había entra-
do contra los españoles. Su mirada centelleaba de pla-
cer cuando describía el colmo del entusiasmo desper-
tado en los indios por las' buenas disposiciones de San
Martín, y entraba en los detalles de la acción en que
un cuerpo español en la retirada de Lima, al mando
del general Ricafor, fué atacado por los indios en el
paso cerca de Canta cuando el general recibió un pis-
,

toletazo en la rodilla y gran parte de su división fué


derrotada y prisionera. En esa ocasión, hombres, mu-
jeres y niños, treparon los picos más altos de las mon-
tañas de donde precipitaban piedras y masas de ro-
ca sobre los soldados de abajo. «En aquellos tiempos

decía mi huésped no temíamos atacar a las tro-
pas regulares de los españoles, aunque éramos indis-
ciplinados ;
pero ahora que estamos adiestrados, se
ha dejado apagar nuestro entusiasmo, y perder mu-
cho de nuestro coraje.» Como nuestro huésped no te-
nía más de un cuarto para sala, cocina y dormitorio,
nos vimos obligados a acostarnos juntos en el suelo ;

pero como nunca encontré dormir peor por tener cama


dura, habría disfrutado un profundo sueño, si mis
viejos atormentadores, las pulgas, no me hubieran fas-
tidiado con exceso en el momento que cualquier po-
:
_ 2¿5 —
bre extranjero lea trae sangre nueva, parecen dejar su
antiguo alimento y atacarle con doble vigor.
Dejé Lobrojillo al día siguiente de retorno a Li-
ma y marché duro para llegar a Cocote el mismo día,
distancia de cuarenta millas. Al aproximarme a unas
cuantas cabanas diseminadas que componían el villo-
rrio, pasamos una choza solitaria donde la rama col-
gando en la puerta anunciaba al indio sediento que
la deliciosa chicha se vendía adentro. Aquí se reunían
numerosos* jinetes que al vernos se pusieron a gritar :

uno de ellos, desprendiéndose del grupo, se acercó a mi


compañero y con sable empuñado le ordenó que le si-
guiese. Aunque sospeché al hombre ebrio, temí, sin
embargo, haber caído en malas manos, y sacando
una pistola, caminé hacia el sujeto, y poniéndole la
pistola montada en la cabeza, le ordené dejar el sa-
ble. Sus compañeros se adelantaron y me suplica-
ron no descerrajase, pues el hombre no era ladrón sino
aun cristiano borracho». El jinete la escapó buena,
pues mi dedo estaba en el gatillo a punto de apretar-
lo, y di j ele cuan cerca había estado de pagar por gas-
tar bromas con pasajeros tranquilos. El pobre mu-
chacho hizo después todo lo que pudo para expiar su
locura y nos invitó a pasar la noche en su rancho, a
lo que accedí, para convencerle de que no le tenía
mala voluntad.
Hállele propietario de gran parte del valle y, para
indio, hombre él y sus amigos empinaban el co-
rico ;

do en cuando viéndonos aproximar se ci-


la pulpería,
ñó el sable de una persona de Lima, con la intención
única de asustarnos. Era un loco alegre, y mientras
marchábamos a su casa, hacía saltar su caballo ade-
lante y atrás sobre las altas pircas con riesgo inmi-
nente de quebrarse el pescuezo. Cuando llegamos al
rancho pidió de cenar con gran aire autoritario, y,
mientras se cocinaba, tomó la guitarra y cantó la si-
,

iSt
9

,
— 256 —
guíente canción española en elogio de su licor nativo í

Patriotas, el mate
De chicha llenad,
Y alegres brindemos
Por la libertad.

Esta es más sabrosa


Que el vino y la sidra,
Que nos trajo la hidra
Para envenenar.

Es muy espumosa
Y yo la prefiero
A cuanto el ibero
Pudo codiciar. . •

Coro.

Patriotas, el mate, etc.

El Inca la usaba
, En su regia mesa,

Conque ahora no empieza, * '

Que es inmemorial.

Bien puede el que acaba


Pedir se renueve
El poto en que bebe
A su caporal.

Coro.

Patriotas, el mate, etc.


!

— 267 —
i
Oh licor precioso !

Tú, peruano,
licor
Licor sobrehuraano
Mitiga mi sed.
i
Oh néctar sabroso
De color del oro.
Del indio tesoro
Patriotas, bebed.

Coro.

Patriotas j el mate, etc.

Aunque española y es obvio tuviese ori-


la letra es
geü subsiguiente al estallido de la guerra en el Pe-
rú, el tono era del indio, y sin duda adaptado a pala-
bras quichuas, aunque después de averiguar, no pude
procurarlas. La música, monótona, pero de ninguna
manera desagradable, fué poderosamente gozada por
los alegres y rientes compañeros del cantor, que corea-
ban clamorosos.
Con mucho asombro mío, ya entrada la tarde, al-
gunos viajeros me hicieron saber que los españoles
volvían sobre Lima por la costa sur desde lea en :

efecto, agregaban qué podían entrar y posesionarse de


la ciudad antes de mi regreso. Estas noticias eran com-

^
pletamente inesperadas, pues antes de salir de Lima,
como he dicho, no se pensaba en tal peligro. Por tan-
to, curioso en extremo de volver sin demora, partí por
la mañana muy temprano para, si era posible, llegar
a la capital al romper el día.
Al aproximarme a las murallas encontré grupos
de indios a pie, diciendo les habían quitado todos los
animales, inclusive los pollinos y, aunque los reahs-
tas no habían llegado, la ciudad era presa de gran con-
fusión. Tropas enteras de muías y asnos cargados con
NARRACIÓN. — 17
— 258 —
arroz, papas y maíz, habían hecho alto en distintas
partes del camino, pues los dueños temían llevar víve-
res a los mercados, con la seguridad de perder sus bes-
tias. No gustándome entrar en Lima por las calles
principales, temeroso que nos despojaran también de
nuestros caballos, pasamos por algunas callejuelas, y
llegando a orillas del río bastante abajo del puente, va-
deamos diferentes torrentes en el cauce ancho y llega-
mos a mi casa por calles excusadas.
Los habitantes estaban lo más alarmados, pero los
españoles no tan cerca de la capital como me habían
dicho. Habían avanzado de lea a Cañete, treinta le-
guas de Lima, pero un río cerrentoso aumentado por
las lluvias de la estación, junto a Cañete, era difícil
de pasar, no solamente por esta razón, sino porque los
Granaderos a' Caballo y un batallón de 400 plazas, es-
peraban del lado patriota. No obstante no haber temor
de visita hostil, todas las clases sociales se hallaban
en conflicto y desorden. Por la requisa de todas las mu-
las, etc., en las puertas, los mercados estaban tan
mal surtidos que las provisiones alcanzaban precios
exorbitantes y con frecuencia no se podían conse-
guir por ninguno. Algunas familias limeñas muy res-
petables, que dependían para su ^suatento de salarios
procedentes de empleos de gobierno, estaban realmen-
te hambrientas, y vendieron todo lo que poseían de al-
gún valor. A tal punto llegaba esta calamidad general,
que conocí la madre de una linda familia, el marido
era juez, que mendigaba disfrazada por las calles pa-
ra alimentar diariamente a sus hijos.
Paralizado todo comercio por la suma escasez de
plata, la aduana no producía más renta que la afecta-
da a una contribución anterior, y por propia experien-
cia sé que el gobierno giró sobre la Aduana una orden
de 2 libras esterlinas, quedando impaga algunos días
por falta de fondos. En estas circunstancias, natural-
— au-
mente, dra imposible pagar a las tropas, y los cami-
nos por ello se llenaron de bandidos, sin policía para
imponer obediencia a las leyes. La comunicación en-
tre Callao y Lima era interrumpida con frecuencia un
día entero por las bandas de ladrones que apresaban
los pasajeros despojándolos de todo, a veces aun de la
ropa. Debo decir, haciendo justicia a los peruanos,
que son gente inofensiva e inocente, y rara vez se sabe
que derraman sangre, no creyéndolos culpables de los
actos vergonzosos que ocurrían a diario en el camino
del Callao. Hasta entonces solamente un inglés perdió
la vida en este camino : su nombre era Bingham y
fué misteriosamente asesinado una tarde poco antes
de mi arribo. Ahora, sin embargo, se asesina todos
los días, y por fin la audacia de los bribones, princi-
palmente chilenos y negros del regimiento Río de la
Plata, llegó a tal punto que los comerciantes britá-
nicos solicitaron de las autoridades les permitiesen pa-
trullar el campo a su costa. El gobierno accedió a es-
te pedido, y, aunque los robos fueron después menos
flagrantes, no se suprimieron del todo.
A medio camino de Lima y Callao había un gran
estero lleno de altas cañas que proporcionaban buen
escondrijo a los ladrones y donde era casi imposible
atraparlos ; el oficial que mandaba la patrulla hizo
quemar parte de las cañas, lo que produjo buen efec-
to. Una mañana mandé un sirviente en muía a Be-
llavista para conseguir un poco de carne en la chacra
de un inglés que proveía los barcos con carne fresca, y
fué asaltado por tres hombres que salieron del estero
e intentaron apoderarse de la muía ;
pero fehzmen-
te él tenía mis pistolas e hizo fuego al de adelante, que
cayó el compañero arrastró el cuerpo al estero. A
:

corta distancia, mi hombre encontró la patrulla dor-


mida junto al camino. Estas enormidades no se co-
metían sin, a veces, los bandidos sufrir severamen-
— 260 —
te : muchos fueron matados y heridos de gravedad por J
los ingleses y norteamericanos, cuyos negocios los obli-
gaban a frecuentar el camino. También el gobierno
hizo fusilar a cuatro tomados en la plaza de Lima, co-
mo escarmiento para los demás pero como escapaba
;

al castigo cualquier preso con dinero bastante para so-


bornar a los jueces, el mal no tenía remedio.

XLIII

BOLÍVAR RECHAZA LAS PROPOSICIONES REALISTAS. -^MO-


TÍN DE LOS REGIMIENTOS ARGENTINOS EN EL CALLAO.
— — —
SUS CAUSAS. CASARIEGO. NUEVO MOTÍN. BO- —
LÍVAR, DICTADOR.

Antes de proseguir ocupándome de los aconteci-


mientos públicos, es oportuno para ponerlos en luz tan
clara como sea posible, suministrar unos pocos datos
que el lector piense he descuidado un tanto última-
mente.
He mencionado en alguna parte el juramento vuel-
to a tomar por el gobierno, con mucha solemnidad, de
Sostener la nueva Constitución esta ceremonia se
:

efectuó el 20 de noviembre, 1823 y pasada una quin-


;

cena, Riva Agüero, pronunciándose contra Bolívar,


fué entregado por sus partidarios. Cuando salí para
Pasco, el 12 de diciembre, los ejércitos beligerantes
estaban así apostados : los realistas concentrados en
las inmediaciones de Arequipa, al sur de Lima, mien-
tras Bolívar tenía su cuartel general en Patilvica al
norte el grueso del ejército se hallaba en Huaras y el
;

general Sucre en Guánuco. En Patilvica, Bolívar cayó


enfermo, e indispuesto algún tiempo, se decían mi- J
sas en todas las iglesias por su restablecimiento. El
informe de la pretendida re-entrada de los españoles a
Lima, me llegó el 19 de diciembre y retorné allí al día
siguiente.
— 261 —
Creyendo Bolívar que un armisticio sería favora-
ble a la causa independiente, pues necesitaba tiempo
para aglomerar recursos, Berindoaga, ministro de la
Guerra, fué enviado a principios de enero para abrir
negociaciones con los españoles, fundadas sobre la ba-
se de un tratado entre España y Buenos Aires. Sin
embargo, pronto regresó, no habiéndosele permitido
avanzar más allá del valle de Jauja, donde mandaba
Loriga, quien envió las comunicaciones a La Ser-
na que permanecía en Cuzco. Según las prácticas
traidoras que mencionaré más adelante, hay toda ra-
zón para creer en el rumor, corriente en Lima por
aquel tiempo, de que Berindoaga también formuló al-
gunas proposiciones secretas a los españoles. El 12 de
enero se amotinaron varias compañías del regimiento
negro del Kío de la Plata, a causa de la prisión de al-
gunos de sus oficiales por mala conducta pero fué so-
;

focado el motín por el general Martínez, que manda-


ba las tropas argentinas, y se restableció el orden, ^o
muchos días después, Bolívar, encontrándose insufi-
cientemente fuerte en su posición, y, como decía en
sus comunicaciones al gobierno, que no confiaría en
nadie sino en las tropas colombianas, envió por el ba-
tallón de Vargas, hasta entonces de guarnición en las
puertas del Callao, ordenando, con alguna impruden-
cia en consideración a los desórdenes recientes, que
el regimiento Kío de la Plata y el número 11 de los
Andes, guarnecieran los castillos en vez de las tropas
colombianas (1).
El 5 de febrero, como a las ocho de la mañana, nos
alarmaron gritos horribles en las calles, y, precipitán-
donos a las ventanas, vimos que la gente corría a sus

Guarnecían el Callao, sogún el general Mitre, el bata-


(1)
llónRío de la Plata, el número 11 de los Andes y una brigada
de artillería chilena.— N. del T.
— 262 —
easas, e inmediatamente cerraba las puertas. Gran
concurso de gente había en el mercado cercano y pro-
ferían los gritos más afligentes, buscando cobijarse en
cualquier parte. Me figuré al principio que la alarma
provenía de un terremoto pero un momento de refle-
;

xión me convenció de que ésa no podía ©er la causia,


pues la gente en tal caso se precipitaría de lae casas a las
calles en vez de refugiarse adentro : además, sonaban
violentamente las campanas tocando somatén y jine-
tes galopaban por las calles en todas direcciones. Así
que pude encontrar a cualquiera bastante comedido
para decirme la causa, supe que la guarnición del Ca-
llao se había amotinado y se decía que estaba cerca
de las puertas de Lima disponiéndose para saquear la
ciudad. Esta última parte de la noticia no resultó cier-
ta, y una quietud relativa se restableció por esfuerzos
del gobierno. Pero aun se sentía, en todas las clases
sociales, la inquietud más febriciente la plaza estaba
:

lleno de grupos conversando con la mayor seriedad y


todos los rostros traslucían los síntomas del temor y
desesperación.
El gobierno publicó la misma mañana una procla-
ma ordenando se cerrasen todas las tiendas y asegura-
sen o enterrasen todos los valores las puertas de la
;

ciudad se cerraron y se mandaron oficiales a Bellavis-


ta, para entrevistarse con los jefes del motín. Tam-
bién 400 cívicos y un batalloncito chileno marcharon
al camino del Callao para evitar sorpresas. A medio-
día oímos claramente los cañones grandes del Callao e
inmediatamente corrieron rumores sobre la causa de
los cañonazos. La incertidumbre era horrorosa, parti-
cularmente entre los ingleses que no solamente tenían
en el Callao la mayor parte de sus bienes, sino que
temblaban por la vida de los residentes ingleses, cono-
cido el carácter sanguinario de los negros. Con gran
dificultad, el general Correa, segundo de Martínez, pu-
— 263 —
do entrar a los fuertes a él y otros oficiales les hicie-
:

ron fuego repetidas veces, lo que explicaba la artillería


que habíamos oído.
Los motineros les manifestaron su exigencia de que
se les pagase lo que se les debía montante a 60.000 du-
ros, y otorgase pasaje libre del Perú. Se habían suble-
vado al parecer de noche al mando de los sargentos y
,

cabos, tomando y prendiendo a sus oficiales. El ac-


tual comandante era un tal Moyano, sargento. Prime-
ro había sido ayudante de un coronel, al servicio de
San Martín, cuyo nombre olvido, y fusilado en Lima
por motín : su ayudante Moyano fué rebajado a las
filas, pero, con su buena conducta, ganó las jinetas de
sargento.
El gobierno rápidamente se trasladó a Bellavista
para tratar de que los motineros se sometieran, y, en
el intervalo, la ciudad quedó en la alarma e in certi-
dumbre más horribles. Al segundo día, llegó un in-
glés del Callao, con la noticia de que los motineros exi-
gían una contribución de 10.000 duros, a pagar ese día,
o saqueo del lugar le permitieron venir a la ciudad
:

para conseguir dinero, comprometiéndose a regresar


en dos horas. Mencionó que a todos los barcos del
puerto que no habían escapado hasta ponerse fuera
de tiro, se les quitaron los remos y velas y fueron muy
saqueados, lo mismo que los depósitos del Callao.
El 10 de febrero, al venir el día, se vio flamear la
bandera española en el fuerte principal del Callao, y
por tanto parecía desvanecida toda esperanza de arre-
glo. Parece que la paga de las tropas argentinas se ha-
bía entregado con bastante regularidad al general Mar-
tínez, hombre de carácter sin mérito, quien, en vez de
pagar a los regimientos, se apropió del dinero para sa-
tisfacer sus propias extravagancias. Cierto es que las
tropas se amotinaron al principio por esta causa, pero,
cuando reflexionaron, vieron que habían ido demasía-
.. — 264 —
do lejos para cualquiera esperanza de perdón por par-
te de los patriotas si el gobierno hubiese satisfe-
; ^
cho sus exigencias difícilmente se habrían establecido
en parte alguna de Sud América sin tachárseles de mo-
tineros. Esta consideración fué hecha por los prisione-
ros realistas del Callao, que les aconsejaron por tan-
to, el solo paso que podían dar, de izar la bandera rea-
lista, lo que les aseguraría recompensa en vez de incu-
rrir en castigo seguro. Los motineros adoptaron este
temperamento y, dando libertad a los prisioneros, co-
locaron a un Casariego al frente de los asuntos ci-
tal
viles del Callao mientras Moyano, con el grado de
;

coronel, mandaÍDa en lo militar. Casariego había sido


tomado algún tiempo antes y servido como coronel del
ejército español en el sitio del Callao, en junio y ju-
lio de 1823 :se le colocó con muchos otros prisioneros
a bordo de buques donde sufrieron mucho por la falta
de espacio. Casariego tenía un hijo interesante al que
atendió mucho el capitán Prescott del S. M. Aurora,
y coráo consecuencia intervino en favor del padre y
consiguió permiso del gobierno para que Casariego al-
gunas veces visitase la fragata inglesa bajo palabra de
honor. La última vez que fué rehusó regresar y re-
clamó protección del barco de guerra inglés, y el capi-
tán Prescott se vio obligado a hacerlo sacar por la fuer-
za y entregarlo a la tripulación del bote de guardia.
Era hombre sin coraje ni importancia, aunque ocurrie-
se que en esta circunstancia hiciese a los realistas un
servicio importante. Aunque la izada de bandera espa-
ñola en el Callao fué rudo golpe -para la causa indepen-
diente, sin embargo tal era la agonía de incertidum-
,

bre en que los limeños entonces se mantenían, que pa-


recía alguna satisfacción que los motineros reconocie-
sen cualquier gobierno regular.' Los ingleses ahora ini-
ciaron comunicación con Casariego referente a la pro-
piedad británica del Callao y justamente habían ob-
;
— 265 —
tenido permiso de reembarcarla previo pago de dere-
chos de 50 %, cuando el arribo del almirante Guise,
con la fragata Prueba, para bloquear el puerto, inte-
rrumpió la operación.
La ciudad quedó en el estado de confusión más
horrible, debido especialmente a la ineficacia de las
autoridades en que el pueblo no confiaba. Sin embar-
go, se adoptaron algunas precauciones para la seguri-
dad pública todos los montoneros de las inmediacio-
;

nes fueron reunidos dentro de la puerta del Callao en


Lima, en número de doscientos los cívicos diaria-
;

mente formaban en la plaza para estar listos en caso


de ataque, y se publicaron proclamas requiriendo que
todos los hombres de cierta edad se presentasen arma-
dos en palacio, bajo pena de muerte. Al sonido de la
campana de la catedral se ordenó que todos los hom-
bres se reuniesen en la plaza, preparados, para, si fuera
necesario, pelear por su vida y bienes. Pero a despecho
de estas medidas, había completa falta de unión y con-
cierto entre los habitantes, motivada por su descon-
fianza del gobierno ; y abrigábamos las aprensiones
más temibles del resultado, en caso de ataque de los
motineros, que se esperaba hora por hora.
Corrían noticias en Lima de que el almirante Gui-
se había sido comprado por los españoles, y que la fra-
gata Prueba entró al puerto en son de paz sin embar-
:

go, el 20 de febrero por la tarde, se oyó en el Callao


cañoneo más nutrido que de costumbre, y yo, con algu-
nos más, corrimos al tope de la torre de Santo Domin-
go, de donde vimos bien lo que pasaba en el puerto.
Nos apercibimos de que la Pfueba se acercó con mucha
bizarría a las baterías del Callao, que bombardeó media
hora, causando poquísimo daño y sufriendo ella tam-
bién poco ; los motineros le dispararon doscientos o
trescientos cañonazos con poco efecto, debido a la fal-
ta de destreza de los artilleros en los fuertes.
— 266 --

Pocos días después, la ciudad volvió a ser presa de


la máxima alarma por el motín de los Granaderos a
Caballo. El regimiento, enviado desde su posición por
la costa sur para defender la ciudad, se sublevó en el
camino y, atando codo a codo sus oficiales, avanzó de
manera tumultuosa sobre el Callao. Al aproximarse a
los fuertes, vieron flamear la bandera española, y mur
chos se arrepintieron del paso que habían dado y, po-
niendo en libertad a sus oficiales, como la mitad vol-
vieron a su deber mientras el resto salió a galope ha-
cia los castillos. Esto se consideró en verdad un triste
suceso pues, además de la fuerza adicional obtenida
;

por los motineros, ahora podían cortar las provisiones


de la ciudad y avanzar hasta las puertas en corto tiem-
po sucedió lo previsto y se trabaron escaramuzas ba-
:

jo las mismas murallas. Entretanto, todas nuestras


noticias del Callao describían el lugar en situación muy
ansiosa e incierta. Los hombres, aunque se habían
amotinado de mutuo acuerdo, estaban malísimamen-
te satisfechos de su actual estado por haberse izado
la bandera española contra sus dificultades. Casariego
y Moyano tuvieron la mayor dificultad para evitar
una nueva sublevación y se vieron obligados a conce-
der toda clase de favores. Vagaban a discreción por el
Callao, bebiendo y peleando en las calles y algunos gri-
tando «Viva la Patria.» Las enormidades cometidas
:

eran inevitablemente pasadas por alto, y el mismo Ca-


sariego consideró su vida en grave peligro. Se man-
tenía la guardia más estricta sobre los oficiales presos
a fin de que no se comunicaran con sus hombres y el
;

general Alvarado, que era el más querido entre eUos,


para mayor precaución, fué enviado preso a lea, adon-
de se mandaban comunicaciones diarias a los coman-
dantes españoles, urgiéndoles se apresurasen a pose-
sionarse de los castillos antes que estallase la con-
trarrevolución. Se ofrecían recompensas disparatadas
— 267 —
a los motineros para inducirlos a no saquear la ciudad,
y muchas veces salieron del Callao con la intención de
hacerlo.
El gobierno de Lima expidió órdenes de requisar
todos los caballos y muías, pues se necesitaba caba-
llería que oponer a los Granaderos a Caballo que man-
tenían la ciudad en perpetua alarma. Yo tenía algu-
nos caballos valiosos, lo mismo que otros ingleses y ;

como sabía que los establos seguramente se registra-


rían, llevé los míos por la escalera a los altos y los en-
cerré eh un cuartito pasándolos por la sala y el come-
dor, desparramando paja para que no se oyera el rui-
do de las pisadas. Los que no fueron -tan precavidos
perdieron muchos caballos, y en algunos casos, donde
se resistía la requisa, los soldados la verificaban a la
fuerza. Así que una partida había salido de la casa,
quizás llegara otra, sin exhibir ninguna autorización,
las dos requisando por sí y ante sí. De la provisión de
pasto verde se apoderaban en las puertas de la ciudad
para «los caballos del Estado», y lo poco que se per-
mitía pasar servía de hilo para descubrir el sitio don-
de había caballos escondidos con este objeto los sol-
;

dados espiaban en las calles y vigilaban donde se com-


praba alfalfa. Los animales se redujeron así a la más
ruin condición, pero inventé mantener vivos a los míos
dándoles algunos repollos y sandías.
Las comunicaciones, largo tiempo esperadas, de Bo-
hvar al Congreso, al fin se recibieron, pidiendo el nom-
bramiento de un presidente eficaz, en reemplazo de
Torre Tagle al que ahora sospechaba solapadamente
de traición. Este hombre, a su turno, sintiendo decli-
nar su poder, hizo todo empeño para excitar el odio
público contra Bolívar. Por tanto, esparció la noticia
que el Libertador había resuelto saquear la ciudad y
alistar de soldados todos los varones. Estas noticias,
dadas como autorizadas, produjeron el efecto de deses-
— 268 —
perar la gente y no sabían dónde volverse en busca
de socorro. Con una guarnición amotinada, a sólo
seis millas, con un eneriiigo avanzando sobre la ciudad
y la creencia de que las tropas colombianas, cuyo au-
xilio habían pedido, intentaban saquearlos de los úl-
timos bienes que les restaban, no es de admirar que
muchos volviesen los ojos al partido más fuerte, y casi
quisieran doblegar el cuello al antiguo yugo, antes
de volver a luchar con la adversa fortuna. Con estas
siniestras impresiones, muchos acariciaban en secreto
aún la aparición de fuerzas regulares españolas que
pusiesen fin al menos a las enormidades cometidas con
los habitantes indefensos, estableciendo alguna po-
licía.
El 10 de febrero, el Congreso publicó una procla-
ma, relevando a Torre Tagle de la presidencia, y afir-
mando que lo desesperado de la situación requería las
medidas más 'prontas y eficaces en consecuencia, los
:

congresales se disolvieron el 20 de febrero, poniendo


todo el poder dictatorial en manos de Bolívar, y anu-
lando la Constitución ;
pero requiriéndole al mismo
tiempo acatamiento a las leyes, en cuanto fuese com-
patible con la seguridad de la causa independiente.
Por la tarde del mismo día el general Necochea lanzó
otra proclama especificando las facultades que había
recibido del dictador, como jefe civil y militar de Lima,
y afirmando que la propiedad sería respetada, y todos
los robos castigados con el mayor rigor. Pronto senti-
mos la influencia de las medidas decisivas de Neco-
chea se restableció el orden de la ciudad y los nego-
;

cios siguieron unos pocos días con más regularidad.


Un cuerpo respetable de caballería mandado por el co-
ronel Brandsen y Kaulet se situó en la puerta del Ca-
llao para evitar sorpresas, y el mismo Necochea estaba
siempre activamente ocupado en ver se cumpliesen sus
disposiciones.
XLIV
VISITA A CHORILLOS. —ROBO EN LA PUERTA DEL CALLAO.
—ULTRAJES POR LOS MOTINEROS EN LIMA. —LADRO-
NES FUSILADOS. — ENTRADA DE LOS REALISTAS EN
LIMA.

Mi hijito mayor había estado largo tiempo muy


débil, debido al clima, y empeoró tanto que el mé-
dico inglés me dijo que el solo medio de salvarle la vi-
da era dejar el país o darle aire de mar. Como no po-
día ahora adoptar el primer medio, resolví llevar par-
te de mi familia a Chorrillos, de donde podía, en cual-
quier tiempo, embarcarme para el CaUao. Con gran
dificultad pude conseguir una calesa con míseros man-
carrones, dejados después de la requisa general para
nuestra conducción. Allí pasamos algunos días tranqui-
los y hubiésemos pasado más, pues todos los infor-
mes coincidían en dar a la fuerza española cerca de
la ciudad, si uno de mis sirvientes, a quien le ha-
bían robado el caballo, y despojado de todo en el ca-
mino, no hubiese traído la noticia que nuestro hijito
menor, que había quedado en Lima a cargo de una ni-
ñera, había caído de repente enfermo, sin esperanzas
de curar. Salimos para la ciudad sin demora en un ca-
rruaje que felizmente estaba en Chorrillos, donde ha-
bía traído una persona en la mañana. Hallamos en el
camino un hombre que nos informó haber en Mira-
flores una partida hostil, a un cuarto de milla de la
ruta directa ;
pero como era peligroso caer entre la-
drones sueltos y sin oficiales, resolví inmediatamente
pasar por el lugar. Sin embargo, al entrar en este lin-
do villorrio, a la sazón del todo desierto, encontramos
felizmente ser la noticia incierta, y además un alemán
que vivía allí, nos proporcionó caballos de refresco
que nos llevaron con buena velocidad.
— 276 —
A media milla de Lima, ya obscureciendo, nos al-
canzó el gobernador de Chorrillos, quien dijo al posti^
Uón de ir a toda velocidad, pues una partida de los
Granaderos a Caballo del Callao, seguía nuestros pa-
sos. Por tanto apuramos la marcha esperando cada
minuto ser alcanzados, pero, por fin, llegamos a las
murallas, que tuvimos que costear por hallar todas
las puertas cerradas menos la del Callao. De noche
llegamos a la puerta, y en el momento que el carruaje
iba a entrar, nos detuvieron algunos soldados orde-
nando al postillón dirigirse al Callao. Concluí que Li-
ma estaba en poder de los motineros, y como sabía que
un viaje al Callao significaba nada más o menos que
llevarnos camino abajo fuera de todo socorro, para ser
robados y maltratados, les supliqué tomasen todo lo
que llevásemos encima y nos dejasen ir. Como me ha-
bía precavido de no llevar conmigo sino poquísimo di-
nero, ios soldados se mostraron muy satisfechos con
diez duros que les ofrecí y repitieron la orden al pos-
tillón de dirigirse al Callao. Híceles presente que en
realidad no tenía más dinero y pedíles registrasen los
bolsillos, y así lo hicieron y agregué teníamos algu-
;

na ropa blanca en el coche al que eran bien venidos.


Con esta información tiraron afuera una bolsa de tri-
pe que llevábamos y desparramaron todo el contenido
en el suelo, preguntando al mismo tiempo si no tenía-
mos alguna «ropa de soldado» lo que significa ropas
de lana. En este momento llegó un oficial joven y pre-
guntó a los soldados qué andaban haciendo, a lo que
contestaron que habían tomado algunos ingleses que
querían enviar al Callao. El oficial pareció muy con-
tento de la oportunidad de sernos útil, y cortésmente
ordenó a los soldados nos soltasen, tomó nuestra di-
rección y prometió visitarnos al día siguiente.
Al entrar en la ciudad encontramos todas las casa»
cerradas muy pocos candiles encendidos y las calles
;
— 271 —
llenas de patrullas de montoneros y soldados con tra-
jes diferentes a aquellos que estábamos acostumbra-
dos. Cuando llegamos a casa nos dejaron entrar con
dificultad. Nuestro chico estaba mejor y se nos infor-
mó que, por la proximidad de los españoles, el ge-
neral Necochea había salido de la ciudad esa ma-
ñana, tomando el camino del Norte para Chancay con
300 soldados cívicos, montoneros y regulares. La ciu-
dad estaba ahora por consiguiente en poder de los mo-
tineros del Callao que habían entrado a mediodía en-
cabezados por Casariego.
Aunque Lima estaba en tan deplorable desorden,
preguntar por las damas dueñas de casa, que
hallé, al
habían sido bastante imprudentes para salir a sus visi-
tas usuales y resuelto volver a pie por las calles. Por
consiguiente propuse a un amigo nos armáramos y fué-
semos a buscarlas. Las encontramos en la calle, ago-
biadas por el placer de la entrada de sus amigos rea-
listas ; y con mucha dificultad pudimos persuadirlas de
volver a casa, cuando deseaban dar una vuelta por la
plaza, aunque al mismo tiempo detonaciones repeti-
das de armas de fuego indicaban el comienzo de los
ultraje? a que Lima aquella noche estaría expuesta.
Habíamos estado en casa muy corto tiempo, cuan-
do los tiros en nuestra calle se hicieron más frecuen-
tes y caballos a galope y gritos de «/ ataca ! ¡ ataca h
;

nos llevaron al balcón, donde, no obstante, no podía-


mos ver sino los fogonazos de armas de fuego, en me-
dio de luchas de hombres y caballos. Había tomado
todas las precauciones posibles para proteger mi casa
si era atacada. La disposición de las casas, en efecto,
las hace pequeñas fortalezas, fácilmente defendibles :

la única puerta de calle es de grandes hdjas macizas,


plegadizas, tachonadas de clavos, y se puede hacer fue-
go a los asaltantes desde los balcones salientes en am-
bos lados. En estos balcones pusimos mosquetes y pis-
— 272 —
tolas con munición y se tenía vigilancia constante pa-
ra el caso que se necesitasen. Nuestra casa estaba en
un barrio con muchas pulperías y frepte a un conven-
to. Los granaderos a caballo entraron a muchas ca-
sas a derecha e izquierda de la nuestra, haciendo vo-
lar a tiros la cerradura de las puertas, mientras los
pobres moradores daban gritos lastimeros de auxilio,
esperando ser asesinados si no abrían las puertas. Vi-
mos mucho de lo que pasaba, pero no creímos pru-
dente hacer fuego al enemigo, pues de este modo pro-
vocaríamos la venganza de toda esa raza de malvados
contra nuestra casa, dándonos amplio motivo para
arrepentimos de nuestra intervención. Fué noche ho-
rrible para Lima, y las detonaciones lejanas y el esta-
llido de las puertas nos decían que las mismas esce-
nas sucedían también distante de nosotros.
De repente nos alarmamos oyendo gritos en nues-
tro mismo patio, y, al averiguar de dónde provenían,
encontramos que un pobre portugués había escapado
desnudo por los fondos de la casa cuando los soldados
entraban por el frente y saltado nuestra pared. Sentí
encontrar nuestra posición tan débil a retaguardia y te-
mí que los soldados persiguiesen al hombre y entrasen
detrás de él. El pobre infeliz. gemía lastimosamente y
nos costó mucho apaciguarlo. Lo vestimos, y media
hora después nos dejó para volver a su casa, cuando
creyó que los ladrones se habían retirado, después de
llevarse todo lo que encontraron. A eso de la una de la
mañana 'las callesempezaron a estar más tranquilas y
"luego me metí en cama completamente fatigado.
Por la mañana me aventuré en la plaza para tener
noticias y saber lo que pasaba. Encontré oficiales de
los motineros activamente ocupados en disponer el fu-
silamiento de muchos sujetos tomados en pleno sa-
queo de las casas. Se dispusieron banquillos en el sue-
lo, a los que eran atados los pobres infelices, y fusi-

IJ
— 273 —
lados sin ser juzgados, y nuevas víctimas se traían ca-
da minuto maniatados en ancas de los granaderos a
caballo. Cuando estaba allí llegó un soldado a todo
galope, arrastrando dos pobres sujetos atados de la
muñeca a la silla y un inglés que estaba conmigo re-
;

conoció un sirviente suyo. Inmediatamente pidió al


capitán de la guardia no lo fusilase sin examen,
porque le creía hombre honrado sin embargo, toda
;

la satisfacción que consiguió a sus reiterados pedidos


fué : tSi usted tiene algún interés en el destino del
hombre, lo verá en el banquillo dentro de cinco mi-
nutos.»
Cada uno rezaba fervientemente ahora por la en-
trada de alguna fuerza respetable, aunque fuese ene-
miga, para protección contra la desobediencia de es-
tos bellacos, y se envió una diputación del Cabildo,
acompañada por el teniente de un barco de guerra in-
glés, al encuentro del ejército español, para negociar
en nombre de la ciudad. Volvieron por la tarde, des-
pués de encontrar los realistas cerca de Lurin, ocho
leguas de Lima, y dijeron que no entrarían antes de
dos días.
Viendo un granadero a caballo con una guitarra,
muy parecida a la que yo había dejado en Chorrillos,
comencé a alarmarme mucho por la sirvienta y el niño
quedados allí, y mandé dos hombres por la tarde para
informarme de ellos. Volvieron la mañana siguiente,
no sin haber sido robados y maltratados en el cami-
no, con el cuento que sirvienta y niño venían a Li-
ma en calesa, y que una partida de los granaderos a
caballo del Callao habían entrado en Chorrillos y sa-
queado todas las casas principales. Esto sucedió en el
crepúsculo, más o menos a la misma hora en que nos
saquearon al entrar en Lima. Los ladrones rompie-
ron roperos, baúles, etc. desnudaron al chico y apun-
;

taron las pistolas al pecho de sirvienta y niño para


NARRACIÓN. — 18

^ 274 —
hacer que la primera dijese dónde estaban los valo-
res cuando los encontraron les agradó mucho, pues
:

habíamos traído de Lima cantidad considerable de jo-


yas, plata labrada y dinero, para enviarlos a bordo,
pero, desgraciadamente, no pudimos. Los soldados se
llevaron todo lo de valor, haciendo bolsas para meterlo,
de vestidos de mujer, y atándose al pescuezo mis pan-
talones. Su último acto fué hacer pedazos los mue-
bles sm necesidad y llamar los indios que dejaron la
casa literalmente vacía, mientras compelían a la po-
bre sirvienta aterrorizada a presenciarlo todo. Pregun-
taron especialmente por mí, y tengo buenas razones
para regocijarme de haber escapado de sus garras, pues
se apoderaron de un pobre francés, único extranje-
ro residente en el lugar, y lo sacaron a la plaza para fu-
silarlo, aunque después lo dejaron. La sirvienta nos"
dijo quis todo el camino de Lima estaba cubierto con
bandas sueltas de montoneros que la insultaron y echa-
ron mechas encendidas por las ventanillas del carruaje.
La noche después y la siguiente fueron mucho más
tranquilas, pues la proximidad de los españoles hacía
a los oficiales de la ciudad más solícitos en el cumpli-
miento del deber.

XLV

ENTRADA DE LOS REALISTAS A LIMA Y CALLAO. CARÁC-
TER DE LOS GENERALES RODIL Y MONET. CONDUC-—
TA DE TORRE TAGLE Y EL GOBIERNO ANTERIOR. EL —

CORONEL RAMÍREZ. fRATAMIENTO DE LOS PRISIO-
NEROS. —ESPÍAS.
La fuerza realista acampó a una legua de Lima
la noche del 29 de febrero, entrando al mediodía del
10 de marzo se compotiía de 3.000 hombres, en cua-
:

tro cuerpos de infantería, y 500 de caballería. Marcha-


— 275 —
ron bien ordenados por las calles, y parecían bien dis-
ciplinados con vestidos y equipos, particularmente la
caballería, superiores a los de las fuerzas patriotas.
Tres batallones de infantería eran casi enteramente de
indios que apenas pasaban de cinco pies de estatura,
exceptuando las compañías de granaderos con hom-
bres de talla poco común con largas barbas. Los ofi-
ciales no me parecieron de ningún modo mejores que
los patriotas. El cuarto batallón llamado de Arequi-
pa, era de negros. La caballería se componía principal-
mente de españoles con largas chaquetas amarillas y
vueltas azules.
Numeroso pueblo se reunió en las calles para pre-
senciar la llegada de las tropas, pero dominaba un si-
lencio mortal, sin manifestarse bienvenida ni disgus-
to cuando alguno de la turba reconocía un amigo par-
:

ticular, se limitaba a darle la mano en silencio. Los


realistas pasaron por la ciudad directamente al Ca-
llao, sin hacer alto, y su llegada a los fuertes se anun-
ció por la tarde con gran salva de artillería. Por pe-
dido urgente de los limeños, se dejaron 200 hombres
en 1^, ciudad para hacer policía.
Entretanto, todos los partidos ignoraban el para-
dero de Torre Tagle y sus ministros. Algunos afirma-
ban habían dejado la ciudad con Necochea el 27 por
la mañana ; otros, que estaban confinados en los cas-
tillos ;
pero la sospecha general parecía ser. se habían
escondido en Lima durante los disturbios ahora que
:

la ciudad estaba cómodamente en poder de los espa-


ñoles, se insinuaba bastante abiertamente que se ha-
bían quedado atrás. Parecía que la razón de no haber
aprovechado los españoles la sublevación del Callao,
fué por carecer de fuerzas bastantes en lea, su cuar-
tel general de la costa. Un cuerpo de 1.500 plazas, sin
embargo, al mando de Rodil, marchó de allí sobre Li-
ma, y se le unieron muchos más en Lurín, mandados
— 276 —
por general Monet, destacado de Jauja por Cante-
el
rae. El primero de estos oficiales fué nombrado co-
mandante del Callao, mientras el segundo establecía
gobierno en Lima.
Kodil es hombre de índole feroz y tiránica, temi-
do en todo el país por su crueldad. En el momento de
alejarse de la costa Sur, hizo matar públicamente a
azotes al alcalde de Pisco, porque éste había favoreci-
do a los patriotas y durante tres semanas siguientes
;

a su arribo al Callao, se decía haber fusilado cincuen-


ta de sus hombres descargas de mosquetería se oían
:

con frecuencia de noche, cuando se sacrificaban nue-


vas víctimas a su severidad. Sin embargo, en mane-
ra alguna se le considera valiente en la pelea, y el vi-
rrey nunca le confirió mando que requiriese coraje o
talentos militares. Tenía buena cabeza para negocios,
y por tanto era gobernador útil en un país sometido
a ley marcial. Su aspecto era verdaderamente insigni-
ficante y el vestir sucio y desaliñado. Se parece mu-
cho al judío, con larga barba negra y cara cetrina, y
generalmente usa gran sobretodo verde que llega a los
talones con mangas hasta la punta de los dedos.
Monet es de todo punto de vista el reverso de Ko-
dil su persona es buena y atrayente, sus maneras ca-
:

ballerosas y comedidas, y el pueblo hacía buenos au-


gurios de que se le hubiese encargado de mandar las
fuerzas de ocupación en Lima. Inmediatamente pu-
blicó amnistía general de todas las personas compro-
metidas con los patriotas, y pronto conquistó el afecto
de los limeños por su moderación y bondad. El do-
mingo siguiente a la entrada de los realistas se cele-
bró misa de gracias, en la catedral, por la entrada de
las tropas del rey, con sermón acerca de las bendicio-
nes del gobierno español, pronunciado por el mismo
sacerdote a quien yo había oído cantar elogios de Bo-
lívar en ocasión anterior de la misma naturaleza. La
— 277 —
catedral estaba atestada de gente, y en medio de la ce-
remonia, Monet abrazó en público al coronel Moya-
no, el traidor. Después los ascendidos sargentos y ca-
bos de los motineros del Callao paseaban por la ciu-
dad con los mismos uniformes de que habían despoja-
do a sus oficiales cuando se sublevaron, que veíamos
haberse modificado para adaptarlos al cuerpo de los
,

nuevos portadores. Entretanto, Torre Tagle, Berin-


doaga y Echevarría (ex presidente departamental de
Lima) tuvieron la imprudencia de mostrarse a la luz
del día, y se les vio sentarse y emborracharse liberal-
mente en compañía de los jefes españoles. Torre Ta-
gle publicó también una proclama contra Bolívar, lla-
mándole invasor y destructor del país, y elogiando a
los españoles, únicos dueños legítimos del Perú. La
irfcdignación se levantó a tal punto en consecuencia,
que en las reuniones privadas no se oían sino execra-
ciones contra los traidores fué necesario poner guar-
:

dia en la puerta de Torre Tagle y rara vez se le vio des-


pués afuera y, en este caso, de la manera más oculta.
Además de la mayor parte del último gobierno pa-
triota, numerosos oficiales, encontrando que ahora
iban a ser sometidos a la rígida disciplina de Bolívar,
se quedaron en Lima y prestaron sus nombres a los
generales españoles, que exageraron el número de
deserciones, divirtiendo al público diariamente con los
títulos de los oficiales con quienes aseguraban falsa-
mente estar en correspondencia.
Mi hijito mayor continuaba aún tan enfermo en
Lima que vime más de una vez obligado a buscar si-
tio donde se disfrutase mejor aire. En consecuencia, lo
mandé con una sirvienta a Miraflores, a casa del ale-
mán que allí vivía. Yendo a verle un día, encontré que
una partida de ladrones había entrado en la casa y
maltratado horriblemente al pobre alemán y su es-
posa, para hacerles descubrir el dinero nuestra sir-
:
— 278 —
vienta no escapó sin gran dificultad. En verdad los ca-
minos vecinos a Lima estaban tan infestados de bandi-
dos que era inseguro salir cien yardas de las murallas.
El general Monet puso el gobierno ejecutivo de Li-
ma en manos del conde de Fuente González, respeta-
ble noble peruano, adicto a los intereses españoles, y
nombró al coronel Kamírez gobernador militar de Li-
ma era coronel del regimiento español de negros de
:

Arequipa, y puede llamársele duplicado de Kodil, más


cruel si era posible. Durante su mando, al pasar el
puente vio dos hombres que se imaginó reconocer los
:

acusó de desertores y ellos asintieron pidiendo miseri-


cordia inmediatamente mandó venir soldados del pa-
:

lacio, los fusiló donde estaban parados y dejó los oa-


dá veres en el puente. Otro ejemplo, mostrará suficien-
temente su carácter poeo después de su entrada en
:

Lima, el dependiente sueco de una casa de negocio, al


pasar una guardia y dársele el «¿quién vive?^), con-
testó por equivocación la patria, seña de los indepen-
dientes a que estaba acostumbrado. Sin embargo, in-
mediatamente enmendó su error gritando (uLa Espa-
ña» ; no obstante, se le aprisionó y por orden de Ea-
mírez, fué atado de manos y pies, y mantenido algu-
nas horas en el temor de muerte inminente el mis-
;

mo Eamírez entró en el calabozo y marchando con lá


espada desenvainada la ponía en el pecho del preso co-
mo si intentase matarlo. Era tan temido como si fuera
el Omnipotente, y con frecuencia, entraba en las casas
de noche con soldados disfrazados para llevarse los po-
bres objetos de su venganza. Los limeños, al princi-
pio contentos con el nombramiento de Fuente Gon-
zález para gobernador, juzgando favorablemente las
intenciones de los españoles por esta causa, se chas-
quearon dolorosamente al encontrar el mando efectivo
en manos de Rodil y Ramírez, teniendo el goberna-
dor civil solamente poder en el nombre.
,

— 279 —
IMonet luego reunió todas las fuerzas que pudo sa-
car del Callao para juntarse con Canterac en Jauja, lle-
vando consigo los oficiales del regimiento Kío de la
Plata, y otros confinados en los castillos. Estos pobres
marcharon a pie, en el estado más mísero, sin rojjas,
una distancia de 600 millas hasta la islaChupito, en
el lago Titicaca. Tuve oportunidad de ver una carta
escrita por uno de ellos en el camino a un amigo, ro-
gándole le mandara alguna ropa usada y le comprara
bestia para conducirle, pues si no perecería en el cami-
no de frío y de cansancio.
Fueron encerrados la noche antes de partir en una
iglesia de Lima, y* dejaron la ciudad, muy lamentados
por los habitantes que no podían menos de sentir re-
mordimiento por aquellos hombres, otrora los prime-
ros en las reuniones alegres de Lima, que por sus ma-
neras agradables, lindos uniformes y buenas figuras
habían con frecuencia excitado admiración.
Me informó un oficial español, que la división de
ejército mandada por Monet, en el camino de Lurin
para incorporarse a Kodil, sufrió las más grandes pe-
nalidades. Era invierno en la Cordillera, y los hom-
bres fueron obligados a marchar tres días y pasar tres
noches entre la nieve, casi sin alimento y cuando ba-
;

jaron a los ardientes arenales de la costa, estaban tan


cansados por las marchas forzadas y ercambio de cli-
ma, que un regimiento no podía seguir más adelan-
te. El coronel del regimiento enancó a un hombre pa-
ra animar a los demás a marchar pero hallando que
;

esto era inútil sacó un hombre de cada compañía y los


fusiló. En las marchas, acostúmbrase siempre que un
cuerpo de caballería siga al ejército y se ocupe de des-
penar todos los rezagados. Cuando un regimiento
acampaba de noche, tanto miedo tenían los españoles
a la deserción, que siempre hacían vivaquear un bata-
llón en cuadro, colocando centinelas de confianza para
hacer fuego a todos los que intentasen escapar.

— 280 —
Durante estos sucesos Bolívar se valía constante-
mente de agentes en Lima que le enviasen noticias de
lo que allí ocurría un coronel colombiano en particular
:

estuvo largo tiempo en la ciudad con diferentes disfra-


ces a veces de soldados español. Cierto día una per-
:

sona vino a mi casa y afirmó tener conmigo asuntos


de la mayor importancia. Después de mucho vacilar,
di jome ser agente de Bolívar en Lima, y oyendo que
yo era grandísimo patriota, me pedía enviase una co-
municación para aquél. Le dije mis sospechas en cuan-
to a sus designios verdaderos pues no era verosímil
;

confiase secretos tan importantes a un perfecto extra-


ño y agregué que, por ardientes patriotas que yo o
;

cualquiera de mis paisanos fuéramos, ciertamente no


caeríamos en el garlito de tan sospechosa comunica-
ción. El sujeto me dejó más bien bruscamente, y des-
pués he tenido buena razón para creer era espía em-
pleado por los españoles y descubrir las fuentes de in-
formación de Bolívar.

XLVI
ENTREVISTA CON RODIL PARA CONSEGUIR PASAPORTE.

REHUSA ACORDARLO. PLANES DIFERENTES PARA ES-

CAPAR DE CALLAO. ESCAPE.

El
cariz político de los asuntos peruanos era tan t
desgraciado tocante a la causa liberal, y el gobierno se
había sometido tan malamente, que resolví salir para
Inglaterra en la primera oportunidad, que pronto se
presentó el Crown, buen barco de 300 toneladas, iba
:

a zarpar para Eío de Janeiro, donde estábamos segu-


ros de conseguir pasaje para Europa.
El lunes 29 de marzo, habiendo llevado mi fami-
lia del Callao, y todo listo para el embarque, acudí al
general Eodil para que me firmara el pasaporte en
,

— 281 —
forma, que ya tenía las firmas de todas de
las oficinas
Lima me acompañó un caballero inglés que estaba
:

en buenos términos con el general, y se había pres-


tado bondadosamente a hacerme este servicio. No te-
nía la menor idea que Kodil conociese mi nombre, pero
inmediatamente de presentarle el pasaporte preguntó-
me a qué casa comercial pertenecía mi acompañante
:

dijo que yo era represeatante de los contratistas del


empréstito pero estoy completamente cierto que Ro-
;

dil lo sabía de antemano, pues se valía de un espía nor-


teamericano para saber los nombres y ocupaciones de
todos los residentes ingleses. Al oír el propósito con
que había salido de Lima, me miró de pies a cabeza y
pareció sorprenderse de mi audacia en presentar-
me profiriendo violentas invectivas contra mí por
haber violado la neutralidad y, por tanto, declará-
dome enemigo. Mantuvimos una larga discusión ai-
rada entre los dos, y él caminaba de un cuar-
to a otro presa de violenta ira, diciéndome ten-
dría buen cuidado de mí hasta recibir instruccio-
nes del virrey La Serna. Me irritó mucho su proceder
y el 'modo tiránico con que proceden los realistas, así
como el desdén con que tratan a los extranjeros. Dí-
jele, por tanto, era una farsa lo de pedir instrucciones
al virrey, que yo era inglés y no se atrevería a tocar
un solo cabello de mi cabeza, pues sabía muy bien que
mi país en todos los tiempos fué poderoso y diligente
para proteger a los subditos británicos. Contestó :

«Muy bien, señor que mi gobierno y el suyo discu-


;

tan este asunto yo procederé como crea oportuno.»


;

Hallando que nada bueno sacaría de hablar con


él, y con las puntas de mis pies casi pisadas, mientras
él trataba de sacarme del cuarto con repetidos aadiós»
me despedí, sin haber logrado permiso siquiera para
embarcar mi familia. Al salir de su presencia, inme-
diatamente resolví el camino a seguir, y después de
— 282 —
una visita apurada a mi familia para hacerla saber el
mal resultado de mi gestión, caminé directamente al
niuelle y fui a bordo de la corbeta de S. M. Fly de
diez y ocho cañones, con la intención de reclamar pro-
tección en mi calidad de subdito británico.
No hallándose a bordo el capitán Martín, le escri-
bí una carta expresándole el objeto de mi venida, y
añadiendo esperaría hasta ppder verle, lo que espe-
raba fuese por la mañana. Pasé, como se imaginará,
noche muy intranquila después de sufrir tantas veja-
:

ciones en el país, y después de haberme, como creía,


habilitado para volver a mi país natal, parecía duro,
en efecto, perder en un momento toda esperanza de
retorno por algún tiempo, con riesgo quizás de ser
encarcelado. Para mi familia habría sido particular-
mente desagradable retornar a Lima, pues habíamos
dispuesto de todo el moblaje, etc., traídos de Ingla-
terra.
El martes, a eso de la una, el capitán Martín vino a
bordo de la Fly sin poder ver a Kodil, que estaba muy
ocupado. Convinimos que el capitán Martín intentaría
ver a Eodil por la tarde y tratar primero de hacerle
desistir amigablemente pero, como último recurso,
;

el capitán Martín me reclamaría como subdito britá-


nico. Por la tarde míster Cragg, capitán del Crown,
vino a bordo para verme, enviado por el capitán Mar-
tín a decirme que no había podido persuadir a Kodil
a cambiar de resolución, pues insistía en que yo ha-
bía violado la neutralidad y no dependía de él cual-
quier proceder que observase conmigo. El capitán
Martín, sin embargo, había conseguido permiso para
que se embarcase mi familia. Me contrarió en extre-
mo cuando supe que el capitán Martín se había ido
del Callao para Lima, sin escribirme siquiera, o acon-
sejarme mi futura conducta y sentí, en el enojo del
;

momento, que por haberme refugiado en un barco del


— 283 —
rey, y pedido por escrito oficialmente su protección,
me debía haber reclamado del gobernador Rodil o dá-
dome alguna razón satisfactoria por no proceder así.
Además, su visita a Lima casi impedía la posibili-
dad de trato entre nosotros, por habérseme prohibido
salir del Callao; y quedaba solamente un día entero
antes de zarpar el Crown para que diese los pasos a ñn
de embarcarme en él.
Como la Flij estaba fondeada dentro del tiro de las
baterías y el capitán Martín había insinuado duda en
cuanto a protegerme en caso que el gobierno español
me detuviese, no sabía qué hacer, y por tanto nece-
sitaba particularmente su consejo y ayuda. Muy en-
trada la tarde resolví, cualquiera fuese la conse-
cuencia, ir a tierra y volver a ver al capitán Martín.
Como iba en bote de barco de guerra, se nos permi-
tió bajar, aun después de la hora reglamentaria, la
puesta del sol. Pasé la noche en el Callao con mi fa-
milia, y por la mañana el amigo que primero me acom-
pañó a ver a Rodil, fué a los castillos a fin de conse-
guir permiso de embarque para la familia. Se dio or-
den verbal al capitán del puerto, que casualmente es-
taba con el gobernador, quien, al mismo tiempo, le
encomendó asegurar al «señor enviado». Así que se
permitió a mi familia ir a bordo dej^ Crown, alquilé un
caballo y partí para Lima, donde llegué el mediodía
del miércoles. Conversé acto continuo con el capitán
Martín, que parecía sorprendido de mi venida a tierra ;

pero al mismo tiempo dijo creía no había más que es-


perar tranquilamente la respuesta de una carta que
tenía la intención de escribir al virrey interesándose
por mí convino en que mi situación era muy penosa
:

'
e incómoda, pero no creía peligrosa mi persona.
Hallando ahora que nada podía hacerse mediante
negociación, resolví intentar escaparrhe, cualquiera
fuese el resultado. Conocía bien el carácter de mis
— 284 —
enemigos ; quizás ine dejarían sin molestarme mien-
tras sus asuntos siguieran prósperos, pero poco ten-
dría que esperar si los independientes readquiriesen
preponderancia. La siguiente consideración, después
de haber resuelto escaparme, fué sobre los medios de
efectuarlo : deseaba especialmente intentarlo, de tal
modo que, tomado in fraganti, no pudiese ser some-
tido a las leyes vigentes pues tenía toda razón para
;

saber por el carácter de Rodil, que debía esperar poca


bondad de parte suya en caso de tomárseme en viola-
ción directa de una orden militar.
Mi amigo el doctor Bennet que había asistido a
mi familia durante nuestra estada en Lima,, y con
quien estaba en términos de intimidad, había bajado
hoy al Callao y cuando volvió a la tarde dijo, que al
;

ir a bordo de un barco donde tenía algo que hacer, fué'


llamado en el muelle por el capitán de guardia, quien
preguntóle nombre, domicilio etc., y vio una lista
de personas a quienes no se permitiría el embarque,
entre las cuales estaba yo. Por tanto hallé que Rodil
tomaba las cosas a lo serio no obstante, no me aco-
:

bardó este nuevo peligro, y resolví intentar el experi-


mento, estribando la dificultad principal en elegir en-
tre la variedad de planes que me sugirieron. Al salir
del Callao nos entendimos con el capitán Cragg, y bon-
dadosamente me prometió toda la ayuda que pudiera
darme, sea deteniendo su barco o recalando en cual-
quier puerto de la costa adonde pudiera escaparme. Al
principio pensé ocultarme hasta que obscureciese, en
Miraflores, y luego alquilar una canoa en Chorrillos
que me sacase de noche, y quedarme afuera de la isla
San Lorenzo para que eí Crown me tomase a bordo
después de zarpar del Callao pero encontré muchas
;

dificultades en esta empresa había una compañía de


:

soldados apostada en Chorrillos para impedir el em-


barque de cualquier persona, y los indios estaban tan
- 285 —
asustados por la disciplina militar de los españoles, qu«
acaso ninguna recompensa los decidiría a correr el
riesgo. Además, en la bahía de Miraflores hay siem-
pre tanta marejada, que sería muy peligroso tratar de
embarcarse allí, y, de noche, quizás impracticable.
Otro plan que me sugirieron fué salir de Lima dis-
frazado y de noche, yendo a caballo a una región des-
habitada de la costa, diez leguas de la capital, donde
me tomaría el Crown que iría a buscarme. A este pro-
yecto se oponían aún mayores objeciones en primer:

término no podía confiar en la fidelidad del arriero, en


caso de encontrarlo para llenar la tarea y también si
;

hubiera conseguido guía de esta clase, debía pasar


por las puertas de la ciudad con pasaporte fraguado y
luego seguir por Luñn, puesto español, además de
otros lugarejos donde lo debía mostrar agregúese to-
:

das las comunicaciones interrumpidas por las hordas


de bandidos que frecuentaban el camino, y por fin, su-
poniéndome llegado a mi puerto, aún corría riesgo
que el Crown no diese con él o fuese sacado mar afue-
ra por el viento la presencia del barco allí podía des-
:

pertar sospechas en la vecindad, y todo el proyecto fa-


llar en consecuencia. A toda costa resolví intentar mi
primer plan, que era salir del Callao abiertamente a la
luz del día y por el muelle donde se mostró mi filia-
ción.
El jueves de mañana, almorcé temprano en Lima
con el agente del Crown, que también bajaba al Ca-
llao ; y, una vez conseguido caballo de alquiler, parti-
mos como a las diez para el puerto, aunque había or-
den expresa que nadie saliese de la ciudad sin pasa-
porte y guardia en la puerta para hacerla cumplir. Sin
embargo, confortábame saber que la orden a veces se
eludía y poco peligro había que recelar, a menos le en-
viasen instrucciones especiales del Callao como conse-
cuencia de haber yo desaparecido. Pasamos a caballo
— 286 — •

alegremente, tocándonos el sombrero ante la guardia,


j pasamos sin llamar mayormente la atención, y a eso
de las once y media llegamos a la puerta del Callao.
Los centinelas aquí eran mucho más exigentes que
en Lima, pues era plaza fuerte pero resolví pasar de
;

largo, en todo caso, y lo hice mientras mi amigo se


disculpaba de no tener los pases. Seguí por la ciudad
en derechura al patio dé la casa que ocupó mi familia
antes de embarcarse, sin mirar a derecha e izquierda ;

y metiendo eL caballo en el establo esperé que mi


amigo viniese del cuerpo de guardia.
Así que llegó, dispuse mi ánimo para el ataque y;

tomándole el brazo, caminamos a la punta del muelle,


donde se hallaban el capitán de guardia y centinelas
apostados a pocas yardas entra sí adelantamos has-
;

ta llegar al oficial, audazmente y, llamando un bote


con tono resuelto, nos embarcamos sin que nos dijesen
una palabra. Sin embargo, todavía teníamos que pasar
una línea de lanchas cañoneras fondeadas frente al
muelle pero felizmente en ese momento estaban sin
;

gente que había ido a tierra para ser pagada, de modo


que pasamos sin que nos gritasen ¡Alto, quién mve!,
y nos dirigimos a bordo de la Fly. Aquí encontré a
míster Cragg y con él convinimos una señal que iba a
hacernos así que el bote de policía hubiese hecho la
última visita al Crown para despacharlo, y yo iría a
bordo.
Ahora me figuraba haber terminado todas las difi-
cultades y que el bote de la Fly me llevaría al Crown
al hacerse la señal convenida pero encontré con gran
;

/pesar mío, que los oficiales no podían intervenir sin


órdenes al respecto de su comandante. Después de al-
guna discusión, se convino que yo iría primero a bor-
do de un buque inglés fondeado fuera de tiro de los
fuertes para esperar allí la señal, conservando el bo-
te en que me trasladase, a fin de que los hombres que
^ 287 --

lo tripulaban no informasen en mi contra. En con-


secuencia, me dirigí al Swallow, donde llegué a eso de
la una. Naturalmente vigilaba ansiosamente los movi-
mientos del Crown para ver si había alguna demora
inesperada en despacharlo, y temía que los españoles
me buscasen en tierra y, no encontrándome, detuvie-
sen al Crown hasta que yo pareciera. Entre tres y me-
dia y cuatro el Crown disparó un cañonazo, señal para
que se largaran los botes de visita no mucho después
;

vi alejarse todos los botes atracados a su banda y, por


;

fin, se izó la bandera, señal convenida conmigo por el


capitán Cragg. Mediaba considerable distancia a popa
del Swallow, y por tanto esperé que se nos acercara
más para saltar al bote.
En este momento vi un bote lleno de gente que'
salía dé la costa así como otro de la Fly ; y temeroso
en cuanto a las intenciones del primero, esperé hasta
que el bote de la Fly llegara al Crown. Cuando éste
se acercó, el capitán me gritó que fuese a bordo in-
mediatamente, pues el capitán del puerto nos daba ca-
za (suyo era el bote que había visto venir a tierra), y
trasbordé mi baúl al bote. Los dos hombres empeza-
ron a remar y yo timoneaba, pero el mar estaba tan
picado y el bote era tan pesado, que encontré no al-
canzaría al Crown aunque su verga mayor estaba en
facha entretanto, la linda galera del capitán del puer-
:

to con muchos remeros venía ligera hacia mí. Fué un


momento de ansiedad no obstante, estaba afortu-
;

nadamente muy tranquilo. Soplaba lindo viento en la


bahía e hice que los dos boteros dejasen los remos por
el momento e izaran vela que, aun cuando la opera-
ción tomó bastante tiempo, cuando se extendió, arras-
tró por el agua la vieja tina en que nos encontrába-
mos mucho mejor que los remos. La falúa nos aven-
tajaba ligero, pero ahora yo había ganado el Crown y,
después de unos minutos fastidiosos, corría paralela-
mente al costado. Así que me agarré de la cuetda que
me tiraron, toda la tripulación del Crown j del bote
de la Fly se ocupó empeñosamente en disponer las ve-
las, y yo con mi baúl fuimos izados inmediatamente,
El capitán del puerto estaba entonces a cien yardas
de nosotros agitando el sombrero y empleando gestos
violentos para que nos parásemos felizmente, no te-
;

nía probabilidad de alcanzarnos y pronto lo perdimos


de vista, pero no antes de verle vorazmente posesio-
narse del bote en que me había escapado.
Después de mi arribo a Inglaterra supe que los
dos boteros que inocentemente me habían ayudado,
fueron castigados con severidad y Eodil destituyó de
;

su empleo al capitán del puerto, por sospecha de estar


en connivencia conmigo. Había sido culpable de algu-
na negligencia, así como el oficial y centinelas del mue-
lle delante de quienes tomé el bote. La verdad es que
el aire confiado que mi amigo y yo afectamos oportu-
namente hizo creer a los guardias que no teníamos
ningún designio impropio, pues no esperaban hubiéra-
mos hecho la tentativa en pleno día.
De nuestro viaje de regreso es innecesario decir al-
go, pues sería difícil decir nada nuevo. Encontramos
mar bravo, aunque no con mal tiempo, al doblar el
Cabo de Hornos y llegando a Eío de Janeiro en
;

el Crown, nos embarcamos allí a bordo del paquete pa-


ra Inglaterra.
No
obstante las muchas congojas que pasé, y difi-
cultades que hube de vencer durante casi todo el tiem-
po de mi estada en el Perú, siempre me alegraré de
haber visitado, ciertamente bajo todos los respectos,
la parte más interesante de Sud América, si no del he-
misferio occidental.

FIN
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