El documento resume las descripciones de San Agustín y Jordanes sobre el saqueo de Roma por los godos en el año 410 d.C. San Agustín destaca que los godos perdonaron la vida de los romanos que se refugiaron en iglesias y basílicas. Jordanes proporciona más detalles históricos, describiendo cómo Alarico y los visigodos invadieron Italia luego que el Imperio Romano dejó de pagar subsidios. Tras negociaciones fallidas, los godos saquearon Roma pero perdonaron a quien
El documento resume las descripciones de San Agustín y Jordanes sobre el saqueo de Roma por los godos en el año 410 d.C. San Agustín destaca que los godos perdonaron la vida de los romanos que se refugiaron en iglesias y basílicas. Jordanes proporciona más detalles históricos, describiendo cómo Alarico y los visigodos invadieron Italia luego que el Imperio Romano dejó de pagar subsidios. Tras negociaciones fallidas, los godos saquearon Roma pero perdonaron a quien
El documento resume las descripciones de San Agustín y Jordanes sobre el saqueo de Roma por los godos en el año 410 d.C. San Agustín destaca que los godos perdonaron la vida de los romanos que se refugiaron en iglesias y basílicas. Jordanes proporciona más detalles históricos, describiendo cómo Alarico y los visigodos invadieron Italia luego que el Imperio Romano dejó de pagar subsidios. Tras negociaciones fallidas, los godos saquearon Roma pero perdonaron a quien
El documento resume las descripciones de San Agustín y Jordanes sobre el saqueo de Roma por los godos en el año 410 d.C. San Agustín destaca que los godos perdonaron la vida de los romanos que se refugiaron en iglesias y basílicas. Jordanes proporciona más detalles históricos, describiendo cómo Alarico y los visigodos invadieron Italia luego que el Imperio Romano dejó de pagar subsidios. Tras negociaciones fallidas, los godos saquearon Roma pero perdonaron a quien
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SELECCIN DE FUENTES DE LA EDAD MEDIA
Curso Historia Medieval 2014
Profesor: Patricio Arriagada
2 Fuentes Historia Medieval
SAN AGUSTN Y EL SAQUEO DE ROMA
Pero eso que ha acontecido por primera vez, el hecho de que ese salvajismo brbaro, por un prodigioso cambio del aspecto de las cosas, se haya mostrado tan dulce hasta el punto de escoger y designar, para llenarlas con representantes del pueblo, las ms vastas baslicas, dentro de las cuales nadie sera acometido, de donde nadie sera arrancado, adonde muchos seran conducidos para su liberacin por enemigos compasivos, de donde nadie sera llevado en cautividad ni aun por los ms crueles enemigos: esto, en nombre de Cristo, es a los tiempos que hay que atribuirlo.(1)
Acaso no es verdad que odian el nombre de Cristo aquellos mismos romanos cuyas vidas perdonaron los brbaros por reverencia a Cristo? Son testigo de ello las capillas de los mrtires y las baslicas de los apstoles, las cuales, en aquel saqueo de la ciudad, recibieron en su seno a los que en ellas buscaron refugio, tanto a los suyos como a los ajenos. Hasta sus puertas llegaba la crueldad del enemigo; en ellas se pona fin a su locura carnicera; a ellas eran conducidos por los propios enemigos compadecidos aquellos a los que, encontrados fuera de estos lugares, haban perdonado la vida, para que no cayesen en manos de aquellos que no se sentan movidos por la misma misericordia; incluso estos mismos, sin embargo, que en otros lugares eran sanguinarios y crueles, cuando llegaban a estos lugares, donde les estaba prohibido lo que por derecho de guerra se les permita en otros sitios, vean frenada toda su crueldad de acometida y roto su deseo de botn...(2)
La verdad es que los galos pasaron a cuchillo a los senadores y a todos los que pudieron encontrar en la ciudad, a excepcin de los que se refugiaron en la fortaleza del Capitolio que, de la forma que fuera, logr defenderse ella sola; e incluso a los que se refugiaron en esta colina les vendieron a cambio de oro su vida, la cual, aunque no podan quitrsela con armas, s podan agotrsela con el asedio. Los godos, por el contrario, perdonaron la vida a tantos senadores que lo que ms extrao resulta es que se la quitaron a algunos.(3)
(1) San Agustn, en: Le Goff, J., La Civilizacin del Occidente Medieval, Trad. de J. de C. Serra, Ed. Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona, p. 37.
(2) San Agustn, De Civitate Dei, 1, 1, en: Polmica entre cristianos y paganos a travs de los textos, Ed. de E. Snchez S., Akal, 1986, Madrid, pp. 280.
(3) San Agustn, De Civitate Dei, 3, 29, en: Polmica entre cristianos y paganos a travs de los textos, Ed. de E. Snchez S., Akal, 1986, Madrid, p. 283. 3 SAQUEO DE ROMA SEGN JORDANES
Despus que Teodosio, que amaba la paz y a la nacin de los godos, hubo muerto, sus hijos, por su vida fastuosa, arruinaron el uno y otro imperio, y dejaron de pagar a sus auxiliares, es decir, a los godos, los acostumbrados subsidios. Estos experimentaron rpidamente hacia aquellos prncipes un disgusto que no hizo ms que acrecentarse; y, temiendo que su valor se perdiese en una paz tan larga, eligieron por rey a Alarico. El era de la familia de los Baltos, raza heroica, la segunda en nobleza despus de los Amalos. Y aquel nombre de Balto, que quiere decir "bravo", le haba sido dado desde haca largo tiempo por los suyos, a causa de su valenta e intrepidez. Tan pronto como fue hecho rey, en consejo con los suyos, Alarico los convenci de ir a conquistar reinos y no permanecer ociosos bajo la dominacin extranjera. Y, a la cabeza del ejrcito, bajo el consulado de Estilicn y Aureliano, atraves las dos Panonias, dejando Firmium a su derecha, y entr en Italia, entonces casi vaca de defensores. No encontrando ningn obstculo, acamp cerca del puente Condinianus, a tres millas de la ciudad regia de Ravenna. Esta ciudad, entre las marismas, el mar y el Po, no es accesible sino por un solo costado. Fue antao habitada, segn una antigua tradicin, por los Enetas, nombre que significa "digno de elogio". Situada en el seno del Imperio Romano, en la costa del mar Jnico, est rodeada y como sumergida por las aguas. Tiene al oriente el mar; y si, partiendo de Corcire y de Grecia, y tomando a la derecha, se atraviesa directamente este mar, se pasa primero delante del Epiro, enseguida delante de Dalmacia, Liburnia, Istria y se ve florecer de su remo Venecia. Al Occidente est defendida por pantanos, a travs de los cuales se ha dejado un estrecho pasaje como una especie de puerta. Est rodeada, al norte, por un brazo del Po llamado canal de Ascon y, en fin, hacia el medioda, por el Po mismo, que se designa ahora con el nombre de Eridan, y que lleva, sin rival, el nombre de rey de los ros. Augusto rebaj su lecho y lo hizo muy profundo; lleva a la ciudad la sptima parte de sus aguas, y su desembocadura forma un puerto excelente, donde antao, segn Dion, se poda estacionar, con toda comodidad, una flota de doscientos cincuenta veleros. Hoy da, como dice Fabius, en el antiguo lugar del puerto, se ven vastos jardines llenos de rboles, de donde ya no penden velas sino frutos. La ciudad tiene tres nombres que la glorifican, segn los tres barrios en que se divide y de los cuales se han tomado los nombres: el primero es Ravenna, el ltimo es Classis, y el del medio es Cesrea, entre Ravenna y el mar. Construido sobre un terreno arenoso este ltimo barrio es de un acceso dulce y fcil, y cmodamente situado para los transportes. As, pues, cuando el ejrcito de los visigodos lleg a esta ciudad, envi una delegacin al emperador Honorio, que se encontraba encerrado all, para decirle que, o permita a los godos habitar pacficamente en Italia, y entonces vivir con los romanos en paz, de tal suerte que las dos naciones no parecieran ms que una, o se preparaba para la guerra, y que el ms fuerte venciera al otro, establecindose la paz tras la victoria. Aquellas dos proposiciones horrorizaron a Honorio que, tomando el consejo del Senado, deliber sobre los medios para hacer salir a los godos de Italia. Se determin al final hacerles una donacin, confirmada por un rescripto imperial, de la Galia e Hispania, provincias alejadas que por aquel entonces haba casi perdido, y que asolaba Genserico, rey de los vndalos, y autoriz a Alarico y su pueblo para aduerselas, si podan, como si siempre les hubieran pertenecido. Los godos consintieron en este arreglo, y se pusieron en marcha hacia los 4 territorios que les haban sido concedidos. Pero cuando ellos se hubieron retirado de Italia, donde no haban cometido dao alguno, el patricio Estilicn, suegro del emperador Honorio (ya que este prncipe despos, una despus de la otra, a sus dos hijas, Mara y Termantia, que Dios llev de este mundo castas y vrgenes), Estilicn, digo, avanz prfidamente hasta Pollentia, ciudad situada en los Alpes; y como los godos no desconfiaban de nada, cay sobre ellos, estallando una guerra que habra de llevar a la ruina de Italia y a su propia deshonra. Este ataque imprevisto primero sembr el pnico entre los godos; pero bien pronto, retomando el coraje y animndose los unos a los otros, segn su costumbre, pusieron en fuga a casi todo el ejrcito de Estilicn, lo persiguieron y lo aniquilaron: en el furor que los posea, abandonaron su ruta y, volviendo sobre sus pasos, entraron en Liguria. Despus de haber hecho un rico botn, asolaron tambin la provincia de Emilia; y, recorriendo la va Flaminia entre el Piceno y la Toscana, devastaron todo lo que se encontraba a su paso, de un lado y de otro, hasta Roma. Entraron, en fin, a esta ciudad, y Alarico dej pillarla; pero la defendi de ponerle fuego, como es habitual entre los paganos, as como de hacer dao alguno a aquellos que se encontrasen refugiados en las iglesias de los santos. Los godos, dejando Roma, llegaron a Bruttium, pasando por la Campania y la Lucania, donde cometieron igualmente destrozos. Despus de estar detenidos un tiempo, resolvieron pasar a Sicilia, y, desde all, al Africa... pero, algunos proyectos que realiza el hombre no se realizan sin la voluntad de Dios: en el tormentoso estrecho muchos de sus veleros se hundieron, y otros, en gran nmero, se dispersaron; y mientras que, obligado a retroceder, Alarico deliberaba acerca de qu iba a hacer, la muerte lo sorprendi de golpe, y se lo llev de este mundo. Los godos, llorando a su amado jefe, desviaron de su lecho al ro Barentius, cerca de Cosentia; ya que este ro corre al pie de una montaa y baa a esta ciudad con sus aguas bienhechoras. Al medio de su lecho hicieron excavar, a una tropa de cautivos, un lugar para inhumarlo, y al fondo de esta fosa, enterraron a Alarico con una gran cantidad de objetos preciosos. Despus, llevaron de nuevo las aguas a su lecho primitivo; y para que el lugar donde estaba su cuerpo no pudiera ser jams conocido por nadie, mataron a todos los sepultureros.
Jordanes, Gtica (s. VI), en: Piganiol, A., Le Sac de Rome, Albin Michel, 1964, Paris, pp. 278-281. Trad. del francs por Jos Marn R.
PAGANISMO EN EL SIGLO IV: SMACO
Cada nacin tiene sus propios dioses y peculiares ritos (suus enim cuique mos, suusritus est)... Justo es reconocer que hay una sola divinidad, oculta detrs de tan diferentes adoraciones. Todos contemplamos los mismos astros, nos es comn el mismo cielo, nos encierra el mismo mundo. Qu importa la manera que tenga cada cual de buscar la verdad? A tan grande misterio no se llega por una sola va (Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum). As, el uso y el hbito cuentan en mucho para dar autoridad a una religin. Djanos, pues, el smbolo sobre el cual nuestras promesas de lealtad han sido juradas por muchas 5 generaciones. Djanos el orden que ha brindado gran prosperidad a la Repblica. Una religin debe ser juzgada por su utilidad a los hombres que la abrazan. Aos de hambre han sido el castigo al sacrilegio.
Smaco, Relatio (c. 391-392), en: Dill, S., Roman Society in the Last Century of the Western Empire, Meridian Books, Second Revised Ed., 1958, pp. 30-31. Trad. del ingls por Jos Marn R.; Ozanam, A.F., Los Orgenes de la Civilizacin Cristiana, Trad. de P. Caizares, Ed. Agnus, 1946, Mjico, p. 130; Bloch, H., "The pagan revival in the West at the end of the Fourth Centrury", en: Momigliano, A., The Conflict between Paganism and Christianity in the Fourth Century, At the Clarendon Press, 1963, Oxford, pp. 196 y s.
LAS DOS POTESTADES (494)
Dos son [las potestades], Augusto Emperador, por las cuales este mundo es principalmente regido: la sagrada autoridad de los pontfices y el poder regio (auctoritas sacrata pontificum et regalis potestas). En las cuales la carga de los sacerdotes es tanto ms grave cuanto que en el juicio divino de los hombres tambin habrn de dar cuenta por los mismos reyes. Vos, clementsimo hijo, harto lo sabis: sobrepasis a todos los hombres en dignidad (praesideas humano generi dignitate); con todo, doblegis humildemente vuestra cerviz ante los ministros de los Divinos Misterios y de ellos recibs los medios que os conducirn a la salvacin eterna. Asimismo reconocis que cuando los santos sacramentos son administrados cual corresponde, debis ser contado entre los que participan humildemente de ellos y no entre los Ministros: en tales cosas, Vos dependis de los sacerdotes y no os es lcito esclavizarlos a vuestra voluntad. Porque si en el campo de la organizacin jurdica civil (quantum ad ordinem publicae disciplinae), los mismos superiores eclesisticos reconocen que el Poder Imperial os ha sido concedido por la Divina Providencia y que, en consecuencia, deben obediencia a vuestras leyes y procuran no ofenderos en lo mnimo en este orden en que Vos sois el que manda, con cunta mayor disposicin y alegra habr que prestar obediencia a aquellos que son puestos por Dios para la administracin de los grandes Misterios? En conclusin: as como sobre la conciencia de los obispos recae una grave responsabilidad cuando, debiendo hablar, callan en asuntos de orden sobrenatural, tambin para los que deben escuchar existe un grave peligro si se muestran orgulllosos (lo que Dios no permita), en lo que deberan ser sumisos y obedientes. Y si los corazones de los fieles deben rendirse humildemente ante los sacerdotes en general, cunto mayor no habr de ser la reverencia y el acatamiento que se deba al obispo que ocupa aquella sede elegida por la Soberana Majestad de Dios como lugar de Primaca sobre todos los dems obispos y que, en todo tiempo, fue objeto de la ms tierna devocin por parte de la Iglesia entera? Porque, mi amado hijo, como ciudadano romano respeto y venero al emperador romano; y como cristiano me urge el anhelo de hallarme en correspondencia y comunin real y verdadera con Vos, puesto que sois dechado de celo por la gloria del Seor. Pero como pontfice que ocupa la sede apostlica, a pesar de mi indignidad y mis pocas fuerzas, no puedo menos que intervenir con prudencia, pero tambin con prontitud all donde se ofende la integridad de la fe catlica. Por algo me ha sido confiada la custodia 6 y direccin de la Palabra divina, y pobre de m si no anunciare la Buena Nueva. De todo lo que antecede, como no puede menos de apreciar vuestra Majestad, se desprende una conclusin: que nadie, jams y por ninguna razn terrena, debe orgullosamente revelarse contra el Ministerio de aquel hombre singular, puesto por Cristo como Cabeza de todos y al que la Santa Iglesia, en todo momento, ha reconocido y reconoce an hoy como su Pastor Supremo. Lo que Dios ha establecido jams podr ser atropellado por la arrogancia de los hombres; pero jams podr prevalecer potestad alguna, cualquiera que sea, sobre las disposiciones divinas. Ojal que la audacia y torpeza de los perseguidores de la Iglesia no fuese para ellos causa de su condenacin eterna, a imitacin de la Iglesia a la que no pueden doblegarla las ms furiosas tormentas! La Obra que Dios ha fundado con tanta firmeza permanecer en pie. Pudo jams ser vencida la fe, cuando alguien se propuso combatirla? No triunf ms bien y se robusteci precisamente all donde se crey habrsela arrastrado? Es tiempo, pues, de que cesen en vuestro Imperio los mercenarios de cargos que no les corresponden, los cuales abusan precisamente de los momentos de confusin introducidos por ellos en la Iglesia. No debe permitirse por ms tiempo que logren lo que inicuamente persiguen, olvidndose de que Dios y los hombres les han sealado el ltimo lugar. Gelasio, Carta al Emperador Anastasio, en: Thiel, A., Epistolae Romanorum Pontificum, Braunsburg, 1868, pp. 349-354, cit. en: Rahner, H., La Libertad de la Iglesia en Occidente: Documentos sobre las Relaciones entre la Iglesia y el Estado en los tiempos primeros del Cristianismo, Trad. de L. Reims, Descle de Brouwer, 1949 (1942), Buenos Aires, pp. 205- 209; extracto en: Artola, M., Textos Fundamentales para el Estudio de la Historia, Biblioteca de la Revista de Occidente, 7, 1975, Madrid, pp. 37-38; todos los anteriores textos cit. en: Antoine, C., Martnez, H., Stambuk, M., Yez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarqua de Dante, Memoria Indita, Academia Superior de Ciencias Pedaggicas, 1985, Santiago, pp. 310- 311. Vase esp. para los textos latinos: Herrera, H., "La Doctrina Gelasiana", en: Padre Osvaldo Lira. En torno a su Pensamiento, Zig-Zag, 1994, Santiago, pp. 459-472. Dos son [las potestades], Augusto Emperador, por las cuales este mundo es principalmente regido: la sagrada autoridad de los pontfices y el poder regio (auctoritas sacrata pontificum et regalis potestas). En las cuales la carga de los sacerdotes es tanto ms grave cuanto que en el juicio divino de los hombres tambin habrn de dar cuenta por los mismos reyes. Vos, clementsimo hijo, harto lo sabis: sobrepasis a todos los hombres en dignidad (praesideas humano generi dignitate); con todo, doblegis humildemente vuestra cerviz ante los ministros de los Divinos Misterios y de ellos recibs los medios que os conducirn a la salvacin eterna. Asimismo reconocis que cuando los santos sacramentos son administrados cual corresponde, debis ser contado entre los que participan humildemente de ellos y no entre los Ministros: en tales cosas, Vos dependis de los sacerdotes y no os es lcito esclavizarlos a vuestra voluntad. Porque si en el campo de la organizacin jurdica civil (quantum ad ordinem publicae disciplinae), los mismos superiores eclesisticos reconocen que el Poder Imperial os ha sido concedido por la Divina Providencia y que, en consecuencia, deben obediencia a vuestras leyes y procuran no ofenderos en lo mnimo en este orden en que Vos sois el que manda, con cunta mayor disposicin y alegra habr que prestar obediencia a aquellos que son puestos por Dios para la administracin de los grandes Misterios? En conclusin: as como sobre la conciencia de los obispos recae una grave responsabilidad cuando, debiendo hablar, callan en asuntos de orden sobrenatural, tambin para los que deben escuchar existe un grave peligro si se muestran orgulllosos (lo que Dios no permita), en lo que deberan ser sumisos y obedientes. Y si los corazones de 7 los fieles deben rendirse humildemente ante los sacerdotes en general, cunto mayor no habr de ser la reverencia y el acatamiento que se deba al obispo que ocupa aquella sede elegida por la Soberana Majestad de Dios como lugar de Primaca sobre todos los dems obispos y que, en todo tiempo, fue objeto de la ms tierna devocin por parte de la Iglesia entera?
Porque, mi amado hijo, como ciudadano romano respeto y venero al emperador romano; y como cristiano me urge el anhelo de hallarme en correspondencia y comunin real y verdadera con Vos, puesto que sois dechado de celo por la gloria del Seor. Pero como pontfice que ocupa la sede apostlica, a pesar de mi indignidad y mis pocas fuerzas, no puedo menos que intervenir con prudencia, pero tambin con prontitud all donde se ofende la integridad de la fe catlica. Por algo me ha sido confiada la custodia y direccin de la Palabra divina, y pobre de m si no anunciare la Buena Nueva. De todo lo que antecede, como no puede menos de apreciar vuestra Majestad, se desprende una conclusin: que nadie, jams y por ninguna razn terrena, debe orgullosamente revelarse contra el Ministerio de aquel hombre singular, puesto por Cristo como Cabeza de todos y al que la Santa Iglesia, en todo momento, ha reconocido y reconoce an hoy como su Pastor Supremo. Lo que Dios ha establecido jams podr ser atropellado por la arrogancia de los hombres; pero jams podr prevalecer potestad alguna, cualquiera que sea, sobre las disposiciones divinas. Ojal que la audacia y torpeza de los perseguidores de la Iglesia no fuese para ellos causa de su condenacin eterna, a imitacin de la Iglesia a la que no pueden doblegarla las ms furiosas tormentas! La Obra que Dios ha fundado con tanta firmeza permanecer en pie. Pudo jams ser vencida la fe, cuando alguien se propuso combatirla? No triunf ms bien y se robusteci precisamente all donde se crey habrsela arrastrado? Es tiempo, pues, de que cesen en vuestro Imperio los mercenarios de cargos que no les corresponden, los cuales abusan precisamente de los momentos de confusin introducidos por ellos en la Iglesia. No debe permitirse por ms tiempo que logren lo que inicuamente persiguen, olvidndose de que Dios y los hombres les han sealado el ltimo lugar.
En: Gelasio, Carta al Emperador Anastasio, en: Thiel, A., Epistolae Romanorum Pontificum, Braunsburg, 1868, pp. 349-354, cit. en: Rahner, H., La Libertad de la Iglesia en Occidente: Documentos sobre las Relaciones entre la Iglesia y el Estado en los tiempos primeros del Cristianismo, Trad. de L. Reims, Descle de Brouwer, 1949 (1942), Buenos Aires, pp. 205-209; extracto en: Artola, M., Textos Fundamentales para el Estudio de la Historia, Biblioteca de la Revista de Occidente, 7, 1975, Madrid, pp. 37-38; todos los anteriores textos cit. en: Antoine, C., Martnez, H., Stambuk, M., Yez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarqua de Dante, Memoria Indita, Academia Superior de Ciencias Pedaggicas, 1985, Santiago, pp. 310-311. Vase esp. para los textos latinos: Herrera, H., "La Doctrina Gelasiana", en: Padre Osvaldo Lira. En torno a su Pensamiento, Zig-Zag, 1994, Santiago, pp. 459-472.
8 EL MONASTICISMO. VISIN DE UN PAGANO
Y al avanzar surge del mar Capraria, esculida isla, llena de hombres que huyen de la luz y que con palabra griega se llaman a s mismos monjes, porque quieren vivir solos, sin que nadie los observe. Quin, para sustraerse del sufrimiento, elegira una vida de sufrimiento? Qu locura de un cerebro enfermo es sta que, temiendo los males no es capaz de tolerar los bienes? .......................................................... Dejo aquellos peascos, recuerdos de recientes dolores. All perd, como sepultado vivo, a un conciudadano. Ayer todava era uno de los nuestros, joven, de noble alcurnia, distinguido igual por su fortuna que por su noble consorte. Arrastrado por las Furias, abandon a los hombres y a los dioses y, supersticioso, prefiere el destierro en un srdido escondrijo. El infeliz cree que la inmundicia alimenta inspiraciones divinas, y se castiga, l mismo, ms severamente que los bienaventurados dioses. Ahora pregunto, no es esta secta peor que la ponzoa de Circe? Entonces slo se cambiaron los cuerpos, ahora se cambian los nimos.
Rutilio Namatiano, El Retorno, vv. 439-453, p. 64 y vv. 517-528, p. 68, Trad. de A. Garca, Gredos, Madrid, 2002. Tb. las siguientes versiones: Rutilio C. Namatiano, De Reditu Suo, I, 439-446, trad. ingl. de G.F. Savage-Armstrong (Londres, 1947), cit. en: Toynbee, A., Estudio de la Historia, Comp. de D. C. Somervell, trad. de L. A. Bixio, Alianza, 5 ed., 1981 (1946; 1933), Madrid, vol. 2, p. 402. Tb. cit. en: Huber, S., Cartas Selectas de San Jernimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, p. 123, n.12.
9 FRAGMENTOS DE LA OBRA DE BEDA EL VENERABLE (679-735)
Toda mi vida se ha deslizado en el interior del monasterio. Despus de la meditacin de las Sagradas Escrituras, despus de la disciplina regular y del canto de la misa cotidiana, nada me ha sido ms dulce que aprender sin cesar, ensear y escribir. * * * Las olas de la ciencia se han derramado por la Gran Bretaa. El arte de la poesa, de la astronoma, todo lo abarca esta codicia de doctrina, que tiene siempre como base el estudio fundamental de las cosas religiosas. Los discpulos de los maestros eminentes hablan el griego y el latn como su lengua materna, y desde que llegaron a Bretaa nunca han visto los anglos das ms felices. * * * Hay vastos establecimientos que no sirven para nada, ni a Dios ni a los hombres. Ninguna regla monstica se observa en ellos, ni pueden reportar el menor provecho a los condes encargados de defender nuestra nacin contra los brbaros. Como el hbito monstico exima del servicio militar, se vean hombres desalmados que deseaban ser llamados monjes sin tener ninguna de las cargas de esta profesin. De la noche a la maana, simples laicos, que no tenan ni la experiencia ni el amor de la vida regular, construan en sus propiedades un monasterio para gozar de la dignidad abacial y de los privilegios de los bienes eclesisticos... Es un espectculo monstruoso ver a un hombre salir del lecho conyugal para disponer en el interior de un monasterio. No hay acaso motivo para recordar aquel proverbio antiguo, segn el cual, cuando las avispas hacen colmenas es para poner en ellas veneno en lugar de miel?
En: Prez de Urbel, J., Historia de la Orden Benedictina, Ed. FAX, 1941, Madrid, pp. 52, 53, 59 y s.
CORONACIN DE CARLOMAGNO (800)
Despus de estos acontecimientos, el da de la festividad del Nacimiento de Nuestro Seor Jesucristo, se reunieron todos de nuevo en la susodicha baslica de San Pedro apstol. Entonces el venerable y benvolo prelado le coron con sus propias manos con una magnfica corona. Entonces todos los fieles, viendo la proteccin tan grande y el amor que tena a la Santa Iglesia Romana y a su vicario, unnimemente gritaron en alta voz, con el beneplcito de Dios y del bienaventurado San Pedro, portero del Reino Celestial: A Carlomagno, piadoso augusto, por Dios coronado, grande y pacfico emperador, vida y victoria! Ante la sagrada confesin del bienaventurado San Pedro apstol, invocando la proteccin de todos los santos, por tres veces fue pronunciado este grito, y fue proclamado por todos emperador de los romanos. Inmediatamente despus el santsimo prelado y 10 pontfice ungi con los santos leos al rey Carlos, su excelentsimo hijo, en el da ya sealado de la Natividad de Nuestro Seor Jesucristo.
En: Liber Pontificalis, XCVIII, 23-24, en: Artola, M., Textos Fundamentales para la Historia, Alianza, 10 Ed., 1992 (1968), Madrid, p. 49. Texto latino en: Ed. L. Duchesne, Paris, 1892, t. II, p. 7, cit. en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953 (1937), Paris, p. 34.
LOS TRES RDENES (Adalbern s. X)
La sociedad de los fieles forma un nico cuerpo; pero el Estado comprende tres. Pues la otra ley, la ley humana, distingue otras dos clases: nobles y siervos, en efecto, no estn regidos por el mismo estatuto. Dos personajes ocupan el primer rango: uno es el rey, el otro el emperador; su gobierno asegura la solidez del Estado. El resto de los nobles tiene el privilegio de no sufrir la coaccin de ningn poder, a condicin de abstenerse de los crmenes reprimidos por la justicia real. Son los guerreros, protectores de las iglesias; son los defensores del pueblo, de los grandes como de los pequeos, de todos en fin, y aseguran al mismo tiempo su propia seguridad. La otra clase es la de los siervos: esta raza desdichada no posee nada sino al precio de su esfuerzo. Quin podra, con las bolillas de la tabla de clculo, contar los cuidados que absorben a los siervos, sus largas manchas, sus duros trabajos? Dinero, vestimenta, alimento, los siervos suministran todo a todo el mundo; ni un solo hombre libre podra sustituir a los siervos. La casa de Dios, que se cree es una, est pues dividida en tres; unos oran, los otros combaten y los otros trabajan. Estas tres partes que coexisten no sufren por estar separadas; los servicios brindados por una son la condicin de las obras de las otras dos; cada una a su vez se encarga de aliviar al conjunto. As, este ensamblaje triple no por ello deja de ser uno; y es as como la ley ha podido triunfar, y el mundo disfrutar de la paz.
En: Duby, Georges, El ao mil: una interpretacin diferente del milenarismo, (Barcelona: Gedisa, 2006), p. 57. (Adalbern, Carmen ad Robertum regem francorum, edicin de Hckel, pp. 148-156).
ENCUENTROS DE RAOUL GLABER CON SATANS (s. XI)
A m mismo pues, no hace mucho tiempo, Dios quiso que semejante cosa sucediese varias veces. En la poca en la que viva en el monasterio del bienaventurado mrtir Lger, que llamaban Champeaux, una noche, antes del oficio de maitines, se yergue al pie de mi lecho una especie de enano horrible de ver. Era, tanto como pude juzgarlo, de estatura 11 mediocre, cuello menudo, rostro demacrado, ojos muy negros, frente rugosa y crispada, nariz encogida, boca prominente, labios hinchados, mentn deprimido y muy recto, barba de chivo, orejas peludas y aguzadas, cabellos erizados, dientes de perro, crneo de punta, pecho salido, espada gibosa, nalgas temblorosas, vestimentas srdidas; y se le vea acalorado por el esfuerzo, con todo el cuerpo inclinado hacia adelante. Tom la extremidad de la cama donde yo reposaba, le dio unos sacudones terribles y finalmente dijo: No seguirs mucho tiempo en este lugar Yo, espantado, me despierto en un sobresalto y lo veo tal como acabo de describirlo. Entre tanto, rechinando los dientes, l repeta sin parar: No seguirs mucho tiempo aqu
En: En: Duby, Georges, El ao mil: una interpretacin diferente del milenarismo, (Barcelona: Gedisa, 2006), p. 97.
FRAGMENTOS DE LAS SENTENCIAS DE SAN ISIDORO DE SEVILLA
Captulo XLVII: De los Sbditos. (1035) Por causa del pecado del primer hombre impuso Dios al gnero humano la pena de la servidumbre, de forma tal que aplic ms misericordiosamente a quienes vio que no convena la libertad. Y, por ms que el pecado original se perdon a todos los fieles mediante la gracia primera del bautismo, el justo Dios, sin embargo, diferenci la vida en los hombres instituyendo a los unos siervos, a los otros seores, con el fin de que la licencia para obrar mal de los siervos sea reprimida con el poder de los que dominan. Porque si todos estuviesen sin miedo, quin sera al que otro prohibiera obrar mal? De ah que an los gentiles han elegido reyes y prncipes para que contuviesen de lo malo por terror a sus pueblos y con leyes los sometiesen a bien vivir. (1036) En lo que toca al modo de obrar no hay acepcin de personas en Dios, el cual escogi las cosas viles y despreciables del mundo y aquellas que eran nada para destruir las que son, a fin de que ningn poder humano se atreva a jactarse ante su acatamiento. Porque el Seor nico igualmente trata a los seores que a los siervos. (1037) Mejor es la dependencia sumisa que la soberbia libertad. Porque se encuentran muchos que sirven a Dios y estn bajo criminales, y estando ellos materialmente sometidos a tales, con todo le estn preferidos mentalmente.
Captulo LI: Los prncipes estn obligados a las leyes. (1062) Es justo que el prncipe obedezca a sus leyes. Y debe pensar que entonces todos guardarn las leyes, cuando l mismo les preste acatamiento (Dis. 9 Can. a Grat.). 12 (1063) Los prncipes estn obligados a sus leyes y no pueden quebrantar consigo las leyes que imponen a los sbditos. Porque la autoridad de su voz es justa, si lo que prohiben a sus pueblos no se lo permiten a s mismos. (1064) En la disciplina religiosa las potestades seculares estn sometidas, pues aunque estn investidas de la ms alta autoridad real, sin embargo, estn obligados por el vnculo de la fe: para que no slo con las leyes prediquen la fe de Cristo, sino que con sus costumbres conserven la misma predicacin de la fe. (1065) Los prncipes seculares algunas veces conservan dentro de la Iglesia los honores de la potestad recibida, a fin de que por la misma defiendan la disciplina eclesistica. Por lo dems, dentro de la Iglesia son innecesarias tales potestades, si no es para que impongan con el terror de la disciplina lo que el obispo no puede lograr por medio de la enseanza y el discurso (Caus. 23, q. 5 Can. a Grat.). (1066) A las veces el reino de los cielos adelanta por medio del reino de la tierra, como cuando los que estn colocados dentro de la Iglesia maquinan contra la fe y la disciplina de la misma, para que sean desbaratados por el rigor de los prncipes: y la misma disciplina eclesistica que por la humildad de la Iglesia no pueda ejercitarse, sea impuesta a las orgullosas cervices por la potestad de los prncipes; y para que merezca veneracin, la da en fuerza de la potestad. (1067) Sepan los prncipes seculares que han de dar a Dios cuanta de la Iglesia, que reciben de Cristo en encomienda para defenderla. Pues ora se aumente la paz y la disciplina de la Iglesia por los prncipes fieles, ora se pierda, Cristo les pedir cuenta y El es quien entreg su Iglesia al poder de ellos.
En: San Isidoro de Sevilla, Sentencias en Tres Libros, Introduccin y Traduccin de J. Otero, Ed. Aspas, 1947, Madrid, vol. 2, cit. en: Antoine, C., Martnez, H., Stambuk, M., Yez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarqua de Dante, Memoria Indita, Academia Superior de Ciencias Pedaggicas, 1985, Santiago, p. 314 y ss.
CARTA DE FULBERTO DE CHARTRES A GUILLERMO, DUQUE DE AQUITANIA (1020)
Quien jure fidelidad a su seor debe tener siempre presente las seis palabras siguientes: incolume, tutum, honestum, utile, facile, possibile. Sano y salvo para que no cause dao alguno al cuerpo de su seor. Seguro, para que no perjudique a su seor revelando su secreto o entregando las plazas fuertes que garantizan su seguridad. Honesto, para que no atente a los derechos de su seor o bien a otras prerrogativas insertas en lo que considera su honor. Util, para que no dae sus posesiones. Fcil y posible, para que no haga difcil a su seor el bien que podra hacer fcilmente, y a fin de que no haga imposible lo que hubiese sido posible a su seor. Es justo que el vasallo se abstenga de este modo de perjudicar a su seor. Pero con slo sto no se hace digno de su feudo, pues no basta con 13 abstenerse de hacer el mal, sino que es necesario hacer el bien. Importa, pues, que en los seis aspectos indicados proporcione fielmente a su seor consilium et auxilium, si quiere aparecer como digno de su beneficio y probar la fidelidad jurada. Tambin el seor debe, en todos sus dominios, pagar con la misma moneda al que le jur fidelidad. Si no lo hiciere sera considerado de mala fe con pleno derecho, al igual que el vasallo que fuese sorprendido faltando a sus deberes, por accin o por omisin, sera culpable de perfidia y perjurio.
En: Ganshof, F.L., El Feudalismo, Trad. de F. Formosa, Ariel, 7 Ed., 1982 (1957), Barcelona, pp. 131 y s.
RAL GLABER Y LOS MONJES MRTIRES MUERTOS EN COMBATE (1030)
Poco despus, los sarracenos, dirigidos por su rey llamado al-Mansur, surgieron de frica y ocuparon casi toda Espaa hasta su parte Norte, en los confines de la Galia, y masacraron a numerosos cristianos. Guillermo, duque de Navarra, llamado Sancho, no dud en presentarle muchas veces batalla, a pesar de tener un ejrcito inferior. Dicho ejrcito era incluso tan dbil que los monjes de la regin se vieron obligados a empuar las armas. Despus de muchas prdidas por ambos bandos, la victoria correspondi a los cristianos mientras que los sarracenos, tras haber sufrido esos daos, se replegaron a frica. Durante aquella larga guerra, numerosos religiosos cristianos encontraron la muerte en los combates. Si se decidieron a combatir, fue ms bien por amor hacia sus hermanos que por ninguna bsqueda de vana fama o ufana. [] Todos nosotros somos religiosos cristianos que han hecho la profesin [monstica]. Pero cuando combatimos en una guerra contra los sarracenos para defender nuestra Patria y el pueblo cristiano, la espada nos separ del cuerpo humano que habitbamos. Por eso la divina Providencia nos ha hecho ahora a todos partcipes de la suerte de los bienaventurados. Hoy debemos pasar por este lugar, pues muchas gentes de esta regin sern muy pronto tambin de los nuestros.
En: Flori, Jean, Guerra Santa, Yihad, Cruzada: violencia y religin en el cristianismo y el Islam, (Valencia: Universidad de Granada, Universitat de Valncia, 2004), pp. 314-315. Ral Glaber, Historiarum libri quinque, ed. J. France, Oxford, 1989 (trad. franc. del autor).
14 ADVERSUS SIMONACOS. EL CARDENAL HUMBERTO CONTRA LA INVESTIDURA LAICA (1057)
Segn los decretos de los santos padres, el que es consignado obispo, primero es elegido por el clero, despus solicitado por el pueblo y, por ltimo, consagrado por los obispos de la provincia con el consentimiento del metropolitano. Nadie puede ser tenido o llamado verdadero e indubitable obispo a no ser que tenga clero y pueblo que gobernar y, si ha sido consagrado por los otros obispos de la provincia con la autoridad del metropolitano, que est a cargo de la provincia en nombre de la sede apostlica. El que haya sido consagrado sin conformarse a estas tres reglas, no debe ser tenido por obispo verdadero y establecido, ni contado entre los obispos creados y nombrados cannicamente. Por el contrario, debe ser llamado pseudo-obispo, pues, siendo el obispo un gobernador y un supervisor, qu clero y pueblo puede uno gobernar cuando ni el clero ni el pueblo lo han elegido para gobernarlos, y carece, adems, de la autoridad del metropolitano y de los obispos de la provincia?...
Mientras que hombres venerables de todo el mundo y pontfices soberanos inspirados por el Espritu Santo, han decretado que la eleccin del clero tiene que ser confirmada por el juicio del metropolitano y la peticin de los nobles y del pueblo con el consentimiento del prncipe, ahora se hace todo con tanto desorden, despreciando los santos cnones y para ruina de la religin cristiana. El orden todo est trastocado; los primeros son los ltimos, y los ltimos los primeros. El poder secular es el primero en elegir y en confirmar; el consentimiento de los nobles, del pueblo y del clero y, finalmente, la decisin del metropolitano, vienen en ltimo lugar, lo quieran o no. De aqu que, segn ya se ha dicho, hombres ascendidos de esta manera no deben ser considerados como obispos, pues la manera de su nombramiento es absolutamente de otro modo; lo que debe hacerse primero es hecho lo ltimo, y por hombres a los que en absoluto incumbe este asunto. Pues, cmo puede ser propio de seglares distribuir los sacramentos eclesisticos y la gracia episcopal y la pastoral, y muy particularmente, la investidura por el bculo y anillo con los cuales la consagracin episcopal es especialmente hecha y por los cuales funciona y se sostiene? El que, por tanto, nombre a una persona con estos dos smbolos, se arroga para s, obrando de esta manera, todos los derechos de la cura pastoral. Pues, despus de esta institucin, qu pueden hacer, tocante a estos gobernantes ya nombrados, el clero, los nobles y el pueblo, o el metropolitano que tiene que consagrarlos o meramente est presente, sino asentir? Un hombre as instituido, primero se fuerza a s mismo en el clero, en los nobles y en el pueblo, para ser seor entre ellos en vez de ser reconocido, buscado y pedido por ellos. Tambin ataca al metropolitano no sometindose a su juicio, sino por el contrario, juzgndolo; no requiere o recibe la aprobacin del metropolitano, pero exige y arranca servicio, que es lo nico que le queda en la oracin y uncin, pues cmo puede pertenecer al metropolitano o qu fin puede tener el conferir de nuevo el bculo y el anillo que ya tiene?...
En: Monumenta Germaniae Historica, Libelli de Lite Imperatorum et Pontificum, I, pp. 108, 205, cit. en: Gallego Blanco, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Ediciones Revista de Occidente, 1970, Madrid; Artola, M., Textos fundamentales 15 para el estudio de la Historia, Biblioteca de la Revista de Occidente, 1975, Madrid, pp. 90 y s.; Lo Grasso, I., Ecclesia et Status, Fontis Selecti, Historiae Iuris Publici Ecclesiatici Romae, Apud Aedes Pontif., 1952, Universitatis Gregorianae, p. 116. v. Antoine, C., Martnez, H., Stambuk, M., Yez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarqua de Dante, Memoria Indita, Academia Superior de Ciencias Pedaggicas, 1985, Santiago, p. 337 y s.
LLAMADO A LA PRIMERA CRUZADA (1095)
Habis odo, mis muy queridos hermanos, lo que no podemos recordaros sin derramar lgrimas, a qu espantosos suplicios son arrojados en Jerusaln, Antioqua y en todo el Oriente, nuestros hermanos los cristianos, miembros de Cristo. Vuestros hermanos son: se sientan a la misma mesa que vosotros y han bebido de la misma divina leche. Pues tenis como hermano al mismo Dios y al mismo Cristo. Estn sometidos a la esclavitud en sus propias casas; se les ve venir a mendigar ante vuestros mismos ojos; muchos vagan desterrados en su propio pas. Se derrama la sangre que Cristo ha rescatado con la suya; la carne cristiana sufre toda clase de injurias y de tormentos. En estas ciudades no se ve ms que duelo y miseria, y slo se oyen gemidos. Cuando os digo esto, mi corazn se rompe; las iglesias, en que desde tantos siglos se celebra el divino sacrificio, son, oh, vergenza!, convertidas en establos impuros. Las ciudades sagradas son presa de los ms malvados de los hombres; los turcos inmundos son dueos de nuestros hermanos. El bienaventurado Pedro ha gobernado la sede de Antioqua; hoy los infieles celebran sus ritos en la Iglesia de Dios y expulsan la religin de Cristo, esta religin que deberan observar y venerar, de los lugares consagrados al Seor desde largo tiempo. Para qu usos sirve ahora la Iglesia de Santa Mara, construida en el valle de Josafat, en el mismo lugar de su sepultura? Para qu sirve el templo de Salomn, o mejor dicho, el templo del Seor? No os hablamos ya del Santo Sepulcro, pues habis visto con vuestros ojos con qu abominaciones ha sido manchado, y no obstante, ah estn los lugares en que Dios repos, ah fue donde muri por nosotros, pues ah fue donde le enterraron, y donde se produjo un milagro todos los aos en tiempo de la Pasin: cuando todas las luces estn apagadas en el Sepulcro y la Iglesia que lo rodea, estas luces vuelven a encenderse por mandato de Dios. Qu corazn no se convertira con semejante milagro! Lloremos, hermanos, lloremos de continuo; que nuestros gemidos se eleven como los del salmista: desdichados de nosotros! Los tiempos de la profeca se han cumplido; oh, Dios, los gentiles han llegado a la heredad, han mancillado tu santo templo. Simpaticemos con nuestros hermanos al menos con nuestras lgrimas: seramos el ltimo de los pueblos si no llorsemos sobre la espantosa desolacin de esas comarcas. Por cuntos ttulos no merece ser llamada santa, esa tierra en que nuestro pie no puede posarse en ningn punto que no haya sido santificado por la sombra del Salvador, por la gloriosa presencia de la Santa Madre de Dios, por la ilustre estancia de los apstoles, por la sangre de los mrtires que ha corrido con tanta abundancia dejndola como regada por ella
16 Parlamento de Urbano II en el Concilio de Clermont (segn actas), en: Reportaje a la Historia, Trad. de R. Ballester, Seleccin de M. de Riquer, Planeta, 1968, Barcelona, vol. 1, p. 184
EL IMPERIO DE BIZANCIO EN MANOS DE LOS OCCIDENTALES (1204)
[...] El botn de Constantinopla fue repartido tal y como habis odo. Entonces, se reunieron todos en una asamblea y el comn del ejrcito declar su voluntad de elevar a un emperador, tal y como se haba convenido. Se habl tanto que hubo que proseguir otro da; en l fueron elegidas las doce personas a quienes incumba la eleccin. No se pudo evitar, que para tan alta dignidad como el imperio de Constantinopla, hubiera muchos aspirantes. Pero la gran discordia fue a causa del conde Balduno de Flandes y Hainaut y el marqus Bonifacio de Montferrato. Todo el mundo deca que uno de estos dos sera emperador [...]. El consejo dur hasta que se lleg a un acuerdo. Encargaron la labor de portavoz de la concordia a Neveln, obispo de Soissons, que era uno de los doce, y salieron all donde estaban todos los barones y el dux de Venecia. Ahora bien, podis saber que fueron observados por mucha gente que quera saber el resultado de la eleccin. El obispo les expuso las cosas y les dijo: "Seores, nos hemos puesto de acuerdo, a Dios gracias, para nombrar emperador; y todos vosotros habis jurado que al que eligiramos como emperador le tendrais por tal y, si alguno quera oponrsele, le prestarais ayuda. Le nombraremos en esta hora: el conde Balduno de Flandes y de Hainaut." Un grito de alegra se elev en el palacio y le condujeron a la Iglesia. El marqus de Montferrato le condujo, por su parte,-el primero a la Iglesia y le rindi los debidos honores. As fue elegido emperador el conde Balduno de Flandes y Hainaut y el da de su coronacin se fij para tres semanas despus de Pascua.
En: GEOFFROI DE VILLEHARDOUIN, La conquete de Constantinople, en: Historiens et chroniqueurs du Moyen Age, Paris, d. Gallimard, La Pliade, pp. 148-149, cit. en: Mitre, E., Textos y Documentos de poca Medieval, Ariel, Nueva Ed. Revisada, 1998 (1992), Barcelona, p. 114.
ESTABLECIMIENTO DE LOS CRUZADOS EN JERUSALN
"...nosotros, que ramos occidentales, hemos llegado a ser orientales; aquel que era romano o franco, ha llegado aqu a ser galileo o habitante de Palestina; quien habitaba en Reims o Chartres, se ha hecho ciudadano de Tiro o de Antioqua. Hemos olvidado incluso los lugares de nuestro origen; de hecho, son desconocidos para muchos de nosotros, y hay 17 quienes nunca han odo hablar de ellos. Algunos ya poseen en esta tierra casa y sirvientes, que les pertenecen como por derecho hereditario; aquel otro se ha casado con una mujer que no es de su mismo origen, una siria o una armenia, o incluso una sarracena que ha recibido la gracia del bautismo; otro tiene aqu yerno o nuera, suegro y descendencia; uno cultiva vias y otro ara sus campos; hablan lenguas diferentes y todos han llegado ya a entenderse. Los idiomas ms diversos son ahora comunes a una y otra nacin y la confianza acerca a pueblos tan extraos. (...) El que era extranjero, ya es ahora un nativo, el peregrino ha llegado a establecerse; da a da nuestros parientes y amigos se nos vienen a reunir aqu, abandonando los bienes que posean en Occidente. Aquellos que eran pobres en su pas, Dios los hace ricos aqu; los que no tenan ms que una pocas monedas, tienen aqu un nmero infinito de besantes; y a aquellos que no tenan sino una pequea casa, Dios les ha dado una ciudad aqu. Por qu habran de volver a Occidente si aquello que encuentran en Oriente es tan favorable? Dios no querra que quienes, portando su cruz y haciendo voto de seguirlo, cayeran aqu en la indigencia".
En: FOUCHER DE CHARTRES, Histoire des Croisades, LVII (d. Guizot, J.L.J. Brire, 1825, Paris), pp. 241-242. El original latino: FULCHERIO CARNOTENSI, Historia Hierosolymitana. Gesta Francorum Hierusalem peregrinantium, III, XXXVII, Recuil des Historiens des Croisades, Historiens Occidentaux, Imprimerie Impriale, Paris, 1866, Vol. III, p. 468. El texto se puede consultar fcilmente en: Fulcher of Chartres: The Latins in the East (Chronicle, Bk III), cit. a: August. C. Krey, The First Crusade: The Accounts of Eyewitnesses and Participants, (Princeton: 1921), 280-81 [http://www.fordham.edu/halsall/source/fulk3.html], Internet Medieval Sourcebook, Paul Halsall Dic 1997 [halsall@murray.fordham.edu]
TRATADO DAMASCENO SOBRE EL YIHAD (1105)
El Corn, la Tradicin y los doctores de la Ley por unanimidad, todos estn de acuerdo, como hemos probado, que la guerra santa es un deber colectivo cuando es agresiva, y que deviene un deber personal en los casos anteriormente especificados. Est as establecido que la lucha contra estas tropas corresponde obligatoriamente a todos los musulmanes que estn capacitados, a saber, que no padezcan enfermedad grave o crnica, no ceguera o debilidad fruto de la vejez. Todo musulmn que no tenga estas excusas, sea rico o pobre e [incluso] hijo de padres [vivos] o deudor, debe comprometerse contra ellos y precipitarse para impedir las peligrosas consecuencias de la molicie y la lentitud, que son temibles. Tanto ms cuanto que el enemigo es poco numeroso y que sus refuerzos llegan desde muy lejos, mientras que los soberanos de los pases [musulmanes] prximos [pueden] ayudarse entre s y hacer frente comn contra l. Aplicaos a cumplir el precepto de la guerra santa! Prestaos asistencia los unos a los otros a fin de proteger vuestra religin y vuestros hermanos! Aprovechad esta ocasin de efectuar una incursin en el pas del Infiel, la cual no exige un esfuerzo demasiado grande y que Al os ha preparado! Es un paraso lo que Dios pone muy cerca de vosotros, 18 un bien mundano a poseer rpidamente, una gloria que durar por largos aos. Guardaos de no dejar escapar esta ocasin por temor que Al no os condene, en el peor de los casos, a las llamas del Infierno.
En: Flori, Jean, Guerra Santa, Yihad, Cruzada: violencia y religin en el cristianismo y el Islam, (Valencia: Universidad de Granada, Universitat de Valncia, 2004), p. 339. As- sulami, Incitation la guerre sainte, ed. y trad. E. Sivan, La gense de la contre- croisade: un trait damasquin du debut du XXI sicle, Journal asiatique, 1966, pgs. 214- 220, passim.